unamuno la - revista de espiritualidad · 2017. 8. 28. · unamuno y la noche oscura sanjuanista...

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Unamuno y la JOSÉ VICENTE RODRÍGUEZ (Avila) INTRODUCCIÓN Ya Ortega bromeaba con que adonde llegaba don Miguel había que ponerse a su alrededor y escucharle hasta que se cansase de hablar 1. Le hemos escuchando creyendo que lo mejor era dejarle que se desfogase. El recorrido testimonial es incompleto, y lo segui- rá siendo aun cuando publiquemos lo ahora omitido, pues con este hombre no se telmina nunca. De todos modos con estos elementos suficientes ofrecemos la parte interpretativa de los datos y textos procesados y damos nuestra lectura de la noche oscura unamuniana, haciendo la aproximación crisis religiosas de Unamuno y noche oscura sanjuanista. Las «crisis» religiosas de Unamuno, especialmente la de 1897 con todos los personajes que intervinieron en ella, han sido ya ob- jeto de no pocos estudios y discusiones 2, y pienso que seguirán 1 «En la muerte de Unamuno», Obras completas de Ortega, t.V, ed. cit., p. 265. 2 Ante todo véase EMILIO SALCEDO, Vida de don Miguel (Unamuno, un hombre en lucha con su leyenda), Anthema Ediciones, Salamanca 1998, pp. 99-110. Igualmente E. RIVERA DE VENTOSA, Crisis religiosa de Unamuno en su retiro de Alcalá, CCMU, XVI-XVII (1967). pp.107-133; A. F. ZUBIZARRETA, Tras las huellas de Unamuno, Madrid 1960, pp. 33-45, 111-151; ID., Unamuno en su nivola, Madrid 1960, pp. 263-281 Y las notas correspondientes, pp. 386- 392. IGNACIO ELIZALDE, Miguel de Unamuno y su novelística, Zarautz, 1983, pp. 47-75. J. SARASA SAN MARTíN, El problema de Dios en Unamuno, Bilbao 1989, REVISTA DE ESPIRITUALIDAD (57) (1998), 455-483

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  • Unamuno y la

    JOSÉ VICENTE RODRÍGUEZ

    (Avila)

    INTRODUCCIÓN

    Ya Ortega bromeaba con que adonde llegaba don Miguel había que ponerse a su alrededor y escucharle hasta que se cansase de hablar 1. Le hemos escuchando creyendo que lo mejor era dejarle que se desfogase. El recorrido testimonial es incompleto, y lo segui-rá siendo aun cuando publiquemos lo ahora omitido, pues con este hombre no se telmina nunca. De todos modos con estos elementos suficientes ofrecemos la parte interpretativa de los datos y textos procesados y damos nuestra lectura de la noche oscura unamuniana, haciendo la aproximación crisis religiosas de Unamuno y noche oscura sanjuanista.

    Las «crisis» religiosas de Unamuno, especialmente la de 1897 con todos los personajes que intervinieron en ella, han sido ya ob-jeto de no pocos estudios y discusiones 2, y pienso que seguirán

    1 «En la muerte de Unamuno», Obras completas de Ortega, t.V, ed. cit., p. 265.

    2 Ante todo véase EMILIO SALCEDO, Vida de don Miguel (Unamuno, un hombre en lucha con su leyenda), Anthema Ediciones, Salamanca 1998, pp. 99-110. Igualmente E. RIVERA DE VENTOSA, Crisis religiosa de Unamuno en su retiro de Alcalá, CCMU, XVI-XVII (1967). pp.107-133; A. F. ZUBIZARRETA, Tras las huellas de Unamuno, Madrid 1960, pp. 33-45, 111-151; ID., Unamuno en su nivola, Madrid 1960, pp. 263-281 Y las notas correspondientes, pp. 386-392. IGNACIO ELIZALDE, Miguel de Unamuno y su novelística, Zarautz, 1983, pp. 47-75. J. SARASA SAN MARTíN, El problema de Dios en Unamuno, Bilbao 1989,

    REVISTA DE ESPIRITUALIDAD (57) (1998), 455-483

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    siendo sometidas a nuevas reflexiones por mucho tiempo, pues lo que soñó en vida: ser despertador de las conciencias, y excitator Hispaniae, como lo llamó el filólogo Curtius, sigue siéndolo, a su modo, después de muerto.

    Entiendo por crisis religiosas prácticamente no sólo algunas de las más exacerbadas sino en general los estados anímicos de don Miguel siempre agónico y casi siempre en ebullición.

    Escribiendo sobre Unamuno aludió a la noche oscura de un modo explícito Armando ZubizalTeta, el escritor peruano que descubrió el Diario Intimo. Uno de los últimos que se ha hecho eco de este planteamiento y ha vuelto sobre él ha sido Rivera de Ventosa al estudiar la llamada de Dios a don Miguel. Recoge y analiza el pro-fesor las opiniones o exégesis de Sánchez Barbudo, A. ZubizalTeta, Ch. Moeller y otros 3. En concreto ZubizalTeta piensa que «desde un criterio religioso puede pensarse en una noche oscura permanente, telTible prueba propia del hombre contemporáneo, tan consciente de su miseria, tan consciente de los motivos ambiguos del espíritu, que estaría formulada por el propio Unamuno en San Manuel Bueno, mártir: creer que no se cree» 4.

    En otro de sus libros el mismo autor hace la siguiente lectura: «Quizá en Unamuno la Providencia ha mostrado al desnudo la ne-cesidad de Dios y, en un alma puesta en tensión por esta necesi-dad, muestra la más desnuda visión de ir siendo cristiano, día a día, con dolorosa conciencia, frente a seguridades peligrosas, de la aven-tura misma de padecer la locura de la Cruz, escándalo perpetuo del siglo» 5.

    El profesor Rivera ve «muy plausible que la

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    dad en busca de una creencia que cree no tener y que en el fondo posee» 6.

    Olegario González de Cardedal, sin referirse entonces a Unamu-no, escribía en 1972 acerca de

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    puesto de Unamuno en este contexto queda bastante claro y puede ser hasta paradigmático.

    Pero, la pregunta precisa es la siguiente: ¿la congoja unamu-niana, su agonía, la de él, la suya personal, que trata de reflejar en sus escritos y de encarnar en no pocos de los personajes de sus dramas y novelas, es calificable en sentido estricto de noche sanjua-nista?

    Al profesor Rivera le «parece ciertamente exagerado interpretar la angustia unamuniana en un sentido semejante a la

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    1. APRECIACIONES y PLANTEMIENTOS DIVERSOS

    Me voy a limitar, pues, en plan de ensayo, a algunas apreciacio-nes y planteamientos que me parecen de más relevancia en el caso:

    1. Ante todo, como ya he indicado en la primera parte, no puedo creer que Unamuno fuera ateo. Y desde luego me parece desmesurado afirmar que viviese 16 años de ateísmo, de ateo: desde 1881 hasta 1897. No lo puedo admitir. No era ateo y estaba llamado, como todo hombre, a sufrir de noche oscura ante Dios. Por otra parte, en lo que tenía de creyente no encontraba consuelo a la noche de su razón, sino que justamente su fe era su noche más profunda; cuanto más hondamente creía, tanto más profunda era su noche. Para un espíritu tan insatisfecho como el suyo la sensación de noche oscura y el afán incesante en la búsqueda del Dios escondido era el humus de su existencia agónica. Estaba tan atravesado por el afán de búsqueda que, según él, «acaso el pecado contra el Espíritu Santo, para el que no hay, según el Evangelio, remisión (Mt 12,32; Lc 12,10) no sea otro que no desear a Dios, no anhelar etemizarse» 17.

    2. Ya indiqué también en la primera parte al hablar de San Manuel Bueno, mártir, que queda bien retratado en él el caso de don Miguel. Eso es lo que, en mi opinión, sucedió a Unamuno:

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    haraganería son tus ministros. Ellos nos hacen caminar por nuestras vías siguiendo los hitos que en ellas nos pusiste» 19. Dios se sirve de todo con una sabiduría infinita y don Miguel había leído en Juan de la Cmz «cómo sabe él -Dios- tan sabia y hermosamente sacar de los males bienes» 20. Si a ese creer que no se cree se añade la sen-sación o experiencia de la nada, del propio anonadamiento, tenemos ya bien fraguada la noche oscura y a este hombre metido en la hornaza de que habla Juan de la Cmz 21.

    3. Tratando de redondear este tema de la fe unamuniana y de su referencia a la noche oscura, quiero traer aquí unas preguntas que dejó formuladas Karl Rahner hablando al clero de la fe del sacerdote hoy. Hace ver cómo antes la fe era «fácil». Pero la misma fe quiere ser difícil y pesada ahora en las nuevas situaciones socio ambienta-les, desamparada de las seguridades que la arropaban. Y sus pregun-tas son: «¿Va contra la esencia de la fe el que su enemigo conviva con ella en el propio corazón? No. ¿Por qué no ha de ser hoy posible con relación a la fe, lo que ha sido siempre con relación al amor (caridad), que es siempre el amor atribulado por el amor mundi en el propio corazón? Si por fuerza ha de haber un simul iustus et peccator católico, ¿por qué no puede haber también necesariamente un simul fidelis et infidelis católico y cristiano? ¿Por qué no había-mos de experimentar en nuestro propio corazón la tiniebla del mun-do, cuando éste se resiste a dejarse iluminar por la luz de Dios en Cristo Jesús? Fe es llanamente lo imposible, que sólo la gracia hace posible; es la decisión solitaria, que se cumple en contradicción con el mundo de fuera y de dentro de nosotros; es el gran riesgo en el que aventuramos nuestra vida» 22.

    La existencia de este tipo de fe «amenazada y atribulada» en el corazón de don Miguel -de la fe y de la duda y hasta de la no fe en el sentido dicho- viene a ser otra de las situaciones de su noche oscura, que le traía a mal traer bajo el signo de la angustia y de la

    19 Oración, OC, V, p.1079. 20 Cántico B, 23,5. 21 2N 10,6. 22 Siervos de Cristo. Meditaciones en torno al sacerdocio, Barcelona 1969,

    pp. 55-56. Véase ELEODORO J. FEBRES, «La fe como inquietud en Miguel de Unamuno», en Razón y Fe 187 (1973), pp. 449-459.

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    pugna de tales contrarios en su campo de batalla: en su persona. Y decir que don Miguel provenía de un ambiente social y familiar de fe heredada y poseída en paz. Escribía en 1897 a un compañero del alma: «Heredamos un alma católica, con ella pensamos, y sólo en el eterno fondo de donde ha brotado puede hallar pleno sentido nuestra obra» 23

    Por eso este tipo de crisis y de fe difícil es más significativo en su caso y en cierto modo el haber estado sometido a esta pmeba es algo así como adelantarse a la generalidad de los creyentes de su tiempo. Para don Miguel no hubo pacífica posesión de su fe fuera de sus primeros años.

    4. Para aquilatar mejor la calidad de la fe de Unamuno habría que fijarse en lo que vivía más en privado de esa misma fe y que acaso estaba en pugna con las cosas que a veces escribía más de cara al público. Uno de sus más acerbos críticos, el jesuita Quintín Pérez, no deja de reconocer que cuando a don Miguel se le pasaba la sugestión ajena que le podía en alta voz y en sus escritos, ya «en voz baja consigo, hay indicios para creer que su pensamiento fue menos radical y más católico. Es típico el caso del PurgatOlio» 24. Y aduce el comportamiento de Unamuno que dice no creer en el purgato-ri0 25, pero que cuando muere su hermana Susana, religiosa de la Compañía de María, escribe a Logroño a la Superiora una hermosa carta rogándole que haga decir las treinta misas gregOlianas por la difunta y le envía el estipendio correspondiente 26.

    5. Se deshace don Miguel más que nada por explicar la fe como confianza. La pistis griega de San Pablo, piensa, se traduce mejor por confianza. «La fe, garantía de lo que se espera, es, más que adhesión racional a un principio teórico, confianza en la persona

    23 Un-Ou, p. 36. 24 El pensamiento religioso de Unamuno frente al de la Iglesia, Ed. Sal

    Terrae, Santander 1946, p. 254. 25 Por tierras de Portugal y España, OC, l, p. 214-215. Aunque diga que

    no cree en el Purgatorio, estaba enteradísimo de la doctrina católica acerca de él (ibid., pp. 214-216).

    26 «Todavía Unamuno». Entrevista con un crítico imparcial, en Estrella del Mar, set.-oct. (1947), p. 24. Puede verse también MANUEL TREvuANo, «La hermana monja de don Miguel de Unamuno», Salmanticensis 21 (1974), pp. 479-484.

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    que nos asegura algo. La fe supone un elemento personal objetivo. Más bien que creemos algo, creemos a alguien que nos promete o asegura esto o lo otro» 27.

    E insistirá, remitiendo a Santo Tomás 28, en que «la fe es cosa de la voluntad, es movimiento del ánimo hacia una verdad práctica, hacia una persona, hacia algo que nos hace vivir y no tan sólo com-prender la vida» 29. En su famoso ensayo Nicodemo el fariseo insis-tirá en que la fe es «un acto de abandono y de entrega cordial de la voluntad, una serena confianza ... , una confianza firme en que habita la verdad dentro de nosotros, en que somos vaso de verdad y en que la verdad es consuelo; una confianza finne en que al obrar con pure·· za y sencillez de intención, servimos a un designio supremo» 30.

    6. La fe para él es «flor de la voluntad, y su oficio crear». Se han dado ya tantas vueltas a las afirmaciones unamunianas de que la fe es crear lo que no vemos 3\ y se han lanzado tantos anatemas contra él por este motivo. Todo bien mirado, me adhiero a la inter-pretación de Hemán Benítez, Laín Entralgo, Alain Guy y Rivera de Ventosa. Laín sintetiza:

    «No pretende Unamuno que su fe y su voluntad lleguen a crear la realidad de Dios. Ese unamuniando «crear a Dios» consiste en querer creer en Dios con amor, sinceridad y vehemencia tales, que Dios, también por amor, se manifieste, se abra y se revele en noso-tros» 32. La suya en este afán «creador de Dios» es una actitud que se resuelve acaso en esta oración a Cristo, que calla para oírnos: «Déjanos nuestra sudada fe ... guarecer a la sombra de tu frente» 33. Guarecer y salvar su fe y su esperanza a la sombra de Cristo es un quehacer magnífico alentado por la plegaria.

    7. Aunque prevalezca en él esta línea de la fe-confianza no por eso se verá libre de sus noches oscuras, sobre todo desde el área de

    27 ST, OC, VII, p. 220, Y La fe, 1, p. 963. 28 II-II, q. 4,2. 29 ST, OC, VII, p. 222. 30 OC, VII, p. 368. 31 La fe, OC, 1, p. 962; ST, VII, p. 223; Nicodemo el fariseo, OC, VII,

    p.368. 32 LAÍN ENTRALGO, La espera y la esperanza, MadIid 1957, p. 364, en su

    estudio allí incorporado Miguel de Unamuno o la desesperación esperanzada. 33 ev, Oración final, v. 28-34.

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    la esperanza, de la que la fe es el fundamento, el sustento, la base y la garantía. Deja constancia de que «una y otra vez durante mi vida heme visto en trance de suspensión sobre el abismo; una y otra vez heme encontrado sobre encrucijadas en que se me abría un haz de senderos, tomando uno de los cuales renunciaba a los demás, pues que los caminos de la vida son ineversibles». Pero también por ese camino de la confianza

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    fue su gran noche oscura: agonizar sin descanso a manos de Al-guien, peleando con El. Este fue su camino, pero bien consciente de que hay otros caminantes y otros caminos. Dice a Dios: «Haz, Se-ñor, que pueda yo comprender a los que marchan a mi lado espolea-dos por otro acicate que el que a mí, por tu mano, me espolea, y encorvados bajo otra cruz que la que a mí, por tu misericordia, me abruma» 38.

    10. Es bien sabido que la noche oscura sanjuanista se divide en activa y pasiva y ambas en sensitiva y espiritual, aunque, hablando con toda propiedad la noche pasiva del espíritu es la auténtica no-che, la noche por excelencia. Habría que puntualizar mucho acerca de todas estas realidades nocturnas para ver en qué medida son aplicables a este noctámbulo, que se desplaza también en las tinie-blas a pleno sol.

    11. Juan de la Cruz, el gran nictólogo o tratadista de la noche, ha contemplado en Cristo muriente la expresión máxima del aban-dono, asegurando que el Señor al punto de la muerte quedó «ani-quilado en el alma sin consuelo y alivio alguno, dejándole el Padre en íntima sequedad, según la parte inferior. Por lo cual fue nece-sitado a clamar diciendo: ¡Dios mío, Dios mío,¿por qué me has desamparado? (Mt 27,46). Lo cual fue el mayor desamparo sen si-tivamente que había tenido en su vida» 39. Explicitando morosa-mente tal abandono y cómo el Señor estuvo aniquilado en todo, escribe la gran página no de la simple noche oscura, sino de la supemoche, en la que el paciente no tiene nada propio de qué purificarse, sino que muere por los pecados de los demás, de todo el mundo y para unir al hombre con Dios, quedando «aniquilado y resuelto así como en nada» 40. A Unamuno, lo mismo que a Juan de la Cruz, le ha impresionado el desamparo de Cristo en el ma-dero de la cruz y lo canta en El Cristo de Velázquez, bajo el epígrafe «Soledad»: «Abandonado de tu Dios y Padre», «Tú, solo, abandonado de Dios y de los hombres y los ángeles, eslabón entre cielo y tierra, mueres» 41. El grito de Cristo haciendo suyas las

    38 ¡bid., p. 260. 39 2S 7, 11. 40 ¡bid. 41 CV, 2.' parte, 1, v. 1, 8-10.

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    palabras del salmo 21,19 y lanzándolas a los oídos del Padre con fuerte voz lo ha hecho suyo Unamuno en San Manuel Bueno, mártir, pintándonos así las dimensiones de su noche, que clamaba al cielo. Se grita al Padre, pero sabiendo que «quien no conozca al Hijo del hombre, que sufre congojas de sangre y desgarramientos del corazón, que vive con el alma triste hasta la muerte, que sufre dolor que mata y resucita, no conocerá al Padre ni sabrá del Dios paciente» 42. Como punto de referencia en el mundo de la noche oscura hay que tener la ClllZ del Señor y en ella al mismo Señor orante y agonizante, habiendo sido la suya una supemoche singular en la que hizo la mayor obra de su existencia en el cielo y en la tierra «que fue reconciliar y unir al género humano por gracia con Dios» 43.

    12. Hay que profundizar también en la noción, en la realidad de la congoja unamuniana 44. Simplificando mucho, lo más profundo de la congoja es la experiencia de la propia nada. De ahí la reacción instintiva a librarse de ella, a re-crearse, y la nueva y siempre rena-ciente congoja de que el deseo de ser y ser siempre no se puede lograr sin algo, sin alguien que te «inmortalice», que sea tu «inmor-talizador» 45. Somos mendigos de la inmortalidad, después de pasar por el aro de la muerte 46 •

    13. La auténtica noche pasiva, es decir, ese ser encontrados por el Dios buscador, a través de sus irmpciones o intervenciones fuer-tes en la propia existencia para llevar a alguien adelante en el cami-no hacia él, en el itinerario espiritual, supone de por sí, tal como la plantea san Juan de la ClllZ, la amistad con Dios, que así trata a sus

    42 ST, OC, Vil, p. 230. 43 San Juan de la Cruz: 2S 7,11. 44 Estudio muy abundante el de Antonio Gómez Moriana, publicado origi-

    nalmente en alemán (1965) y después en español con el título Unamuno en su congoja, CCMU XIX (1969), pp. 17-89, y XX (1970), pp. 77-126.

    45 Puede verse Martín Gelabert, Dios, «el inmortalizador», exigencia de la búsqueda existencial en Miguel de Unamuno, Salamanca 1989. Del mismo autor, «Dios, exigencia y pregunta del hombre según Unamuno», Razón y Fe 213 (1986), pp. 159-170.

    46 Véase J. MIGUEL DE AZAOLA, Las cinco batallas de Unamuno contra la muerte, CCMU, JI (1951), pp. 33-109. Examina los cinco intentos o voluntad de sobrevivir: en el pueblo, en los hijos, en la memoria ajena, en una vida ultraterrena, en Cristo.

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    amigos, y supone básicamente lo que en lenguaje corriente y de catecismo se llama estar en gracia de Dios.

    14. Para decir que las angustias de muerte en que Dios le metió, como él mismo reconoce en 1897, no tenían en él esa dimensión o apertura santificante, a 10 sanjuanista, hay que atreverse, sin más, a decir que Unamuno no estaba en gracia de Dios. Y ¿quién puede atreverse a decirlo, a asegurarlo? Yo al menos no me atrevo y no me creo con derecho a afirmarlo.

    15. Por lo mismo puedo pensar que sus oscuridades, luchas, tienen el carácter de intervención divina santificante en la vida de don Miguel. Sobre todo cuando sé de su búsqueda constante y agó-nica de Dios, cuando le veo hacer tantas buenas obras, como acabo de decir y como le reconoce uno de sus mayores críticos: «pues cuán poca es nuestra fe en el valor del pensamiento filosófico de Unamuno, es grande nuestra admiración por su rectitud moral y el respeto que nos inspira su vida familiar y privada» 47.

    16. Cuando le oigo orar me parece que está respondiendo, a su estilo, a los estímulos del Señor y a su acción santificadora. Olegario piensa que «alguien debería analizar el problema religioso de Unamuno desde la perspectiva de su actitud orante y de las «oraciones» concretas que encontramos en todas sus obras, inclu-yendo desde las jaculatorias clásicas hasta las oraciones que crea» 48. La propuesta es perfecta; pero en lo que me parece extremoso Olegario es cuando afirma que

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    do su pensamiento y su corazón. La lógica y la cardíaca en lucha perpetua.

    18. Ya por los testimonios recogidos se puede apreciar su per-tinacia en la lucha, la densidad de sus tinieblas, la quemazón de las preguntas por las que se ve asediado, y la idiosincrasia del comba-tiente. Añadamos, para más claridad en las vivencias de este lucha-dor, el dato siguiente: le llega desde Chile noticia, por un amigo, de que hay quienes se preguntan: «¿cuál es la religión de este señor Unamuno?» 51. Esta es su respuesta: «mi religión es buscar la verdad en la vida y la vida en la verdad, aun a sabiendas de que no he de encontrarla mientras viva; mi religión es luchar incesante e incansH-blemente con el misterio; mi religión es luchar con Dios desde el romper del alba hasta el caer de la noche, como dicen que con él luchó Jacob ... Y en todo caso quiero trepar a lo inaccesible ... Y yo quiero pelear mi pelea, sin cuidarme de la victoria ... Pues ésta es mi religión» 52, y mi noche, pudo añadir, y mi sino. Se considera el Jacob luchador de su siglo.

    19. Juan de la Cruz escalona muy bien los grados sucesivos de la intervención de Dios en la vida del hombre por medio de su acción hecha luz y amor. Pero no olvida nunca que Dios es muy quien para comenzar por lo último, y por lo de más adentro reorde-nar en el hombre lo más exterior, «pues mora sustancialmente» en el alma 53. Al elogiar la pedagogía de Dios en su modo de llevar desde lo más exterior a lo más interior al hombre con orden, suavi-dad y al modo del hombre mismo, advierte: «y de esta manera va Dios llevando al alma de grado en grado hasta lo más interior. No porque sea siempre necesario guardar este orden de primero y pos-trero tan puntual como eso; porque a veces hace Dios uno sin otro, y por lo más interior lo menos interior, y todo junto, que eso es como Dios ve que conviene al alma o como le quiere hacer las mercedes» 54.

    20. Conforme a estos criterios sólo tiene derecho y capacidad para rehacemos, después de habemos deshecho, quien nos ha hecho

    51 Mi religión, OC, III, p. 259. 52 ¡bid., p. 260. 53 2S 16,4. 542S 17,4.

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    y SUS caminos y artes en este su oficio son inimaginables. Dios puede comenzar a edificar o reedificar la casa por el tejado. Y, ¿no tendría que lanzarse a la conquista de don Miguel desde lo más hondo, desde lo más profundo, moral y psicológicamente hablando, para remodelarlo espiritualmente, para llevarlo adelante, para hacer-le tocar su nada, para domesticarlo, es decir, hacerlo de su casa, y para santificarlo? ¿No tuvo que arremeter contra todas sus filosofías kantianas, spenserianas, hegelianas, etc., acorralarlo por dentro y dejarlo a la intemperie?

    Hablo aquí en un tono más bien interrogativo por saber la difi-cultad que entrañan todos estos pronunciamientos.

    21. «Noche oscura» sanjuanista o «noche unamuniana», de lo que sí estoy seguro es de que el autor, el causante de la congoja agónica de don Miguel era el Señor-Dios, «el Espíritu Santo que nunca pierde cuidado» de las almas 55.

    22. Pruebas, cruces, tribulaciones, congojas, enfermedades, la destitución de su rectorado en 1914, su destierro en Fuerteventura en 1924, su destitución de todos los cargos en 1936, muertes de familiares y amigos, la hidrocefalia y muerte de su hijo Raimundín que tanto le afectó y tanto le hizo pensar, el no saber nada hace tres meses de su yerno y de dos de sus hijos que quedaron en Madrid «desde que se desencadenó la guerra esta de locura y odio, la guerra incivil» 56, y otras mil incidencias desagradables y penosas en su vida, constituyen la parte purificativa de la noche oscura, encamina-da a despegar de las realidades de este mundo y a lograr que se sopesen debidamente viendo su caducidad.

    23. Todo ese conjunto de pruebas reclama objetivamente, la aceptación de la voluntad de Dios sobre la que Unamuno escribió más de una vez glosando el Paternos ter: «en esta petición se envuel-ve el valor todo de la oración. Se pide a Dios lo que de todos modos ha de ser, que se haga su voluntad» 57. Lo dice de otro modo, orando:

    55 LB 3,46. 56 MIGUEL DE UNAMUNO, El resentimiento trágico de la vida. Notas sobre la

    revolución y guerra civil españolas, Alianza Tres, Madrid 1991, p. 51. 57 Diario, OC, VIII, p.879. En esta misma obra comenta peticiones de la

    misma oración dominical varias veces: pp. 781, 800, 853, 862-863, 865, 867, 872, 874-875, 877-800.

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    «tú sabes mi senda, Señor, y que he de ir adonde Tú quieras llevar me y no adonde quieran llevarme mis hermanos. Y yo sé, Señor, que no hay más cordura que dejarse llevar de tu mano» 58.

    24. Ese diluvio de pruebas había que integrarlo subjetivamente y hacerlo desembocar en la propia corriente vital y cardíaca. Todas esas vivencias permiten hablar seguramente de noche sanjuanista, (al menos de pre-noche), de llamada constante a la luz, de tirón y de empujón al mismo tiempo a la entrega confiada en las manos de Dios. Nos autoriza a pensar de esta manera la siguiente clave de lectura que nos da el propio Unamuno. Hablando de los que llamaba abatimientos hondos, asegura que le resultaban saludables y curati~ vos (que es otra de las características de la noche sanjuanista):;9 hasta tal extremo que «es la nostalgia de la eternidad la que me redime de otras nostalgias. Si no tuviera esa inquietud radical ¿de dónde sacaría fuerzas para esta otra labor de aquí abajo?» 60.

    25. La labor de aquí abajo era para él su trabajo, sus ocupacio-nes familiares, académicas, de escritor, etc., y «no hay para cada uno otra mejor que la cruz del trabajo de su propio oficio civil» 61. Ampliando esta misma idea enseña que «imitar a Cristo es tomar cada uno su cruz, la cruz de su propio oficio civil, como Cristo tomó la suya, la de su oficio, civil también a la par que religioso, y abrazarse a ella y llevarla, puesta la vista en Dios y tendiendo a hacer una verdadera oración de los actos propios de ese oficio» 62. Texto espléndido para glosar algunos pasos del Concilio sobre la santidad en los diversos estados de vida 63. Escribe estos pasajes comentando las palabras del Señor: «toma tu cruz y sígueme» (Mc 8,34; Lc 9,23).

    26. Este universo de cosas constituía, pues, la noche oscura de este gran sonámbulo, y además de ayudarle a cumplir con sus debe-res y ser exquisito en su oficio, le inyectaba energías para la lucha

    58 Oración, OC, V, p.l079 59 IN 6,8; 11,2; LB 1, 21. 60 Apud OC, VII, p.15: carta a Francisco Giner del 20 de septiembre de

    1906. 61 ST, OC, VII, p.272. 62 [bid. 63 Lumen Gentium, n. 41.

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    y para seguir hasta la meta: «es la lucha con Dios la que ha de damos triunfal contemplación» 64.

    27. Todos los personajes novelescos, todos los agonistas que creó Unamuno los sacó, como él dice, «de mi alma, de mi realidad íntima» 65. La realidad más íntima de este hombre era su tortura, era su noche oscura. Por su alma circulaban continuamente su agonía, su drama, sus problemas y escriba lo que escriba da señales de que andaba siempre adoleciendo y penando. «Esta tortura es mi pecado original» confesará a Francisco Giner» 66.

    28. Para entenderle, de verdad, y hasta para compadecerle hay que. saber reconducir todo ese mundo suyo tan en carne viva a este punto central. Todo en él está polarizado por ese afán íntimo que le come. y por eso no le bastaban las explicaciones, las paradojas más sonadas, la pura letra, necesitaba encarnarse en todos esos persona-jes a quienes infundía vida y movimiento. Se sentía como más có-modo metido en la piel de ellos. A San Manuel Bueno, mártir, a Angel de la Esfirlge, a Augusto Pérez de Niebla, se pueden añadir otros cuantos, por ejemplo, Pachico Zabalbide de Paz en la guerra, del que dice que «cierto, ciertísimo .... es un autorretrato» 67.

    29. La fe, que es noche del espíritu 68, era ya por sí sola noche muy suficiente para don Miguel, tan ávido de claridades. Pero si nos fijamos en la dinámica que Dios lleva con la gente al meterla en la noche pasiva del sentido y en algunas curas añadidas a unos o a otros, según su providencia personalizada, le viene como anillo al dedo a Unamuno lo que Juan de la Cruz, citando a IsaÍas 19,14, llama spiritus vertiginis, espíritu de vértigo, de confusión, «de re-vuelta y confusión, que en buen romance quiere decir: espíritu de entender al revés». Este espíritu lo da Dios para ejercitar a esas personas y les llena la mente «de mil escrúpulos y perplejidades tan intrincadas al juicio de ellos, que nunca pueden satisfacerse con nada» 69. ¿Qué más vértigo en la vida de este hombre que vivir

    64 PC, III, p. 124. 65 Tres novelas ejemplares y un prólogo, OCT, I1, p.196. 66 Apud OC, VII, p. 7. 67 El, I1, p. 121: a M. Bataillon en 1922. 68 IN 14,3. 69 ¡bid.

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    enfrentándose a la esfinge y sentirse devorar por ella? Con quien tenía que enfrentarse era no con un ser mitológico sino con el Dios VIVO.

    30. El vértigo, la llamada de la sima es totalmente unamunia-no 70. Si a esto añadía el Señor ese otro espíritu de vértigo en lo espiritual, tendremos a don Miguel aherrojado en «los más graves estímulos y horrores de esta noche» 71.

    31. Pero ¿se puede aguantar una noche tan cruel durante tanto tiempo, como parece que la padeció don Miguel? Aunque escriba como escribe acerca de sus tinieblas, de su agonía, de sus múltiples dudas, no quiere decir que siempre estuviera sintiendo con tanta agudeza y con tanta crudeza la noche y que estuviera tan sumergido en ella. Si nos dejamos adoctrinar por Juan de la Cruz, el sereno de la noche oscura, esas dosis de pruebas y tinieblas tan atroces van medidas por la voluntad de Dios y tienen su teleología. Hay algunos a quienes prueba con las tribulaciones de la noche oscura «para que se conserven en humildad y conocimiento propio», metiéndolos ratos y días «en aquellas tentaciones y sequedades; y les acude con el consuelo otras veces y temporadas» 72.

    32. Se podría objetar que no se puede hablar de noche pasiva sanjuanista en la vida de Unamuno, ya que (por muy condescendien-tes que seamos con él y por mucha vida cristiana o inserción en el cristianismo que le queramos dar, especialmente desde su crisis de 1897) no aparecen en él las señales o el punto de madurez que supone Juan de la Cruz en las personas que Dios interna en ese tipo de noche. Además el Santo enseña que esa noche es causada por la contemplación purgativa 73. Respondo que Dios es muy libre de al-terar los ritmos y el tempero de las almas y que puede derivar tranquilamente sobre personas no tan preparadas los rayos de la contemplación purgativo iluminativa. Y si se me apura mucho, como algunos parecen dar por hecho que don Miguel no estuviera en gracia de Dios, es claro que aún en ese caso Dios no estaba privado

    70 Véase su soneto «La sima», pe, III, p. 703, escrito el 27 de diciembre de 1923.

    71 IN 14,5. 72 [bid. 73 IN declaración, 1 y IN 8,1.

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    del derecho de ponerle en contemplación. Esta postura se puede defender tranquilamente nada menos que con la autoridad de santa Teresa de Jesús, de san Juan de Avila y otros 74. «¿Quién pondrá tasa a la bondad del Señor?». ¿Acaso no fue por este camino la conver-sión de Manuel García Morente, amigo de Unamuno?75.

    33. Aparte la disquisición que antecede hay en Juan de la Cruz una observación que pocas veces se ha tenido en cuenta: es lo que dice en su Cántico B, c. 26, n. 8: hay personas a quienes «bástales la fe infusa por ciencia del entendimiento, mediante la cual les in-funde Dios caridad y se la aumenta y el acto de ella, que es amar más, aunque no se le aumente la noticia». Haciendo la aplicación al caso de Unamuno ¿no obraría Dios con él de esta manera sin nece-sidad de contemplación alguna, queriendo que le bastase la noche de la fe pura y desnuda y el quebranto interior que esto comportaba en quien por auto definición era un agónico y alguien a quien le gustaba zahondar tanto en los problemas? Esta intervención del Señor por el camino descamado de la fe se puede llamar también con todo dere-cho influencia divina, que es lo que caracteriza y define la noche oscura 76. Influencia en este caso más concentrada sin todo el aparato y concomitancias que Juan de la Cruz supone y expone en los dos libros de la Noche Oscura, especialmente en el segundo.

    34. Aquilatemos esto mismo desde otra perspectiva. Unamuno no ha sido nunca indiferente ante el problema religioso sino todo lo contrario. Su volcarse y derretirse por el más allá obedecía en don Miguel a lo que el Concilio Vaticano TI considera una atracción incesante del Espíritu Santo sobre el hombre 77. La Iglesia tiene con-ciencia de que el hombre siempre deseará saber «al menos confusa-

    74 Puede verse discutido y aclarado este tema y los cambios de opinión de la propia santa Teresa por TOMÁS ALVAREz, en Santa Teresa, Camino de Per-fección, Tip. Vaticana 1965, t. n, pp. 115-119. Véase también FORTUNATO DE JESÚS SACRAMENTADO (F. Antolín) en su gran estudio «Pecado mortal y contem-plación. Solución teresiana a un conflicto», en Revista de Espiritualidad 22 (1963), pp. 736-755; 754-755.

    75 Véase M DE lRrARTE, El profesor García MOI'ente, sacerdote, Espasa Calpe, Madrid 1951, p. 54-97. Y JUAN MARTíN VELASCO, La experiencia cris-tiana ... , ed. cit., cap. 5: «La conversión de Manuel García Morente (Breve comentario de su relato autobiográfico)>>, pp. 215-238.

    76 2N 5,1; 18,5. 77 Gaudium et Spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, n. 41.

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    mente, el sentido de su vida, de su acción y de su muerte» 78, Una-muno deseaba saber y penetrar con la mayor claridad que le fuera posible en tales misterios antropológicos. Y es que «el Espúitu está en el origen mismo de la pregunta existencial y religiosa del hom-bre, la cual surge no sólo de situaciones contingentes, sino de la estructura misma de su ser» 79. Esta acción del Espíritu en la persona de don Miguel de Unamuno, acción marcada a fuego por sus angus-tias y congojas existenciales ¿no es acaso la prueba más clara de la influencia divina y de la noche oscura que lo trabajaba? Esa misma acción del Espúitu ¿no es la noche pasiva de este hombre? ¿Qué noche más crucificante queremos para una psicología como la de nuestro don Miguel?

    35. A propósito de la gran crisis de Unamuno en 1897 quiero recordar cómo Teresa de Lisieux se hallaba sumida en las tinieblas más tenebreg.osas justamente los mismos meses, los mismos días en que arreciaba la prueba de Unamuno, metido en angustias de muer-te. La dulce santa se ha ofrecido a sentarse y a comer en la mesa de los incrédulos y no quiere levantarse de esta mesa repleta de amar-gura, hasta el día señalado por el Señor. Dios acepta el ofrecimiento, le hace experimentar lo que significa la falta de fe y le llega la misma experiencia de la nada, la voz del ángel de la nada. Cree imposible acertar a contar su experiencia, bien consciente de que «es preciso haber peregrinado por este negro túnel para comprender su obscuridad». Se atreve, finalmente, a contar su caso: « ... de pronto, las nieblas que me rodean se hacen más densas; penetran en mi alma y la envuelven de tal suerte, que ya no me es posible encontrar en ella la dulce imagen de la Patria. Todo ha desaparecido. Cuando quiere descansar mi corazón -fatigado por las tinieblas que lo envuelven- en el recuerdo del país luminoso al que aspiro, mi tormento se duplica. Me parece que las tinieblas, remedando la voz de los pecadores, me dicen burlándose de mí: «Sueñas con la luz ... , con una Patria aromada de los más suaves perfumes. Sueñas con la posesión eterna del Creador de todas las maravillas. Crees poder

    78 ¡bid. 79 JUAN PABLO n, Redemptoris missio, n. 28. Y se remite a la Encíclica

    Dominum et vivificantem, n. 54.

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    salir un día de las brumas que te rodean ... ¡adelante! ¡adelante! Gózate de la muerte, que te dará, no lo que esperas, sino una noche más profunda aún que la noche de la nada» 80. Y a continuación escribe: «Cuando canto la felicidad del cielo, no experimento la menor alegría, pues canto simplemente lo que quiero creer» 81.

    36. Unamuno usará expresiones muy parecidas a estas últimas de Teresa de Lisieux, hablando mil veces, como hemos visto, de que quiere creer. Y el lenguaje de las tinieblas y de la amenaza de la nada es del todo unamuniano. Y a Teresa de Lisieux no se ahorró ni la sensación de la nada ni la de sentirse condenada. Su padre espiritual, Godefroy Madelaine, premostratense, declara: «Dieu l'a éprouvée pendant 18 mois. Son ame traversa une crise de tenebres spirituelles ou elle se croyait damnée et c'est alors qu'elle multi-pliait ses actes de confiance, d'abandon a Dieu» 82.

    37. Podríamos preguntamos si la noche oscura de Teresa de Lisieux con su oblatividad por los que se debaten en dificultades de fe habrá llegado con su onda benéfica a Unamuno en 1896-1897 o después de muerta la dulce santa. Dios lo sabe que es quien distribu-ye su gracia, cumpliendo la voluntad de sus santos porque ellos pri-mero cumplieron la suya, la divina. Por quien estaba interesadísima Teresa de Lisieux era precisamente por el P. Jacinto Loyson 83, de cuyo caso habla tanto don Miguel en la Agonía del cristianismo 84.

    38. Don Miguel sabía de sobra de la comunión de los santos y de la eficacia de la oración de unos clÍstianos por otros. El día de san Bernardo de 1922 estuvo en la Trapa de Dueñas, y asistió al canto de la Salve solemne de los monjes. Hace unas consideraciones de las suyas hablando también del «glÍto de congoja, el grito de agonía» y al final escribe: «Alguno acaso de aquellos monjes tra-penses rogaba entonces por mi conversión. Y era que rogaba, aun-que sin saberlo, por su propia conversión» 85.

    80 Ms C, fo1.5v-8r. 81 ¡bid., fo1. 7v. 82 Proces de Béatification et canonisation, II, PA, Roma 1976, p. 559. 83 ToMÁs ÁLVAREz, en Diccionario de santa Teresa de Lisia/x, Ed. Monte

    Carmelo, Burgos, 1997, v. Loyson, Jacinto, pp. 385-387. 84 OC, VII, pp. 328-334 Y 352-359. 85 AC, OC, VII, p. 312-313.

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    Envió un ejemplar de su libro Agonía del cristianismo a Jacques Maritain; acusando recibo le escribe Maritain en febrero de 1926 diciéndole que ha leído la obra «avec grande tristesse». La gran tris-teza le viene por no estar de acuerdo con las ideas de don Miguel. Y al final le dice: «Acaso ese trapense de Dueñas muere en este mo-mento para lograr su conversión de usted. Y o deseo que la obtenga, porque "todo debe acabarse en este mundo y, ciertamente, en el otro"» 86. La carta de Maritain le sonó a divertida a Unamuno 87.

    39. En este mundo de interrelaciones espiIituales hay miste-lios que desconocemos. Aparte las amistades de Unamuno con el padre J. J. Lecanda 88, con el sacerdote José María G. Galdácano 89 y otros del clero, también se interesó por don Miguel su amigo el convertido Ramiro Pinedo, que entró monje en la abadía de Silos en 1914 y murió en la de Estíbaliz en 1952. Pinedo hace saber a Unamuno que «todos los días en la Santa Comunión me acuerdo de mi don Miguel y puede figurarse lo que le pido» 90; «mucho pido por V. y los suyos todos los días, mucha confianza tengo en el Señor. El hará que encuentre V. la paz en su guerra cmentísima que lleva dentro, yo no tan guerrero como V., pero sí más de lo que V. cree, aquí la he encontrado, pero sé que también ahí se la puede encontrar y espero que V. la tenga» 91. Siempre en esta onda de sincera y durable amistad, de ofrecimiento de oraciones, le invita en 1917 a que vuelva a Silos: «si le hace falta un armisticio, le dice, dar tregua y descanso a ese espíritu, ese descanso se lo voy a brindar hoy, véngase aquí...; aquí tendrá paz, reposo íntimo, hallará descanso y hará fuerzas para volver a la lucha, véngase aquí, ya sabe que se le recibe con mucho gusto» 92. Pero la paz no estaba

    86 El Eco ... , pp. 31-38. 87 El Eco ... , p. 35, Y OC, VII, p. 43. 88 L. ROBLES, «El P. Lecanda, confesor de Unamuno», Escritos del Vedat

    18 (1988), pp. 307-339. 89 El Eco ... , J. I. TELLECHEA, «José María García Galdácano. Un sacerdote

    bilbaíno, amigo de juventud de Unamuno. Cartas inéditas (1897-1906)>>, pp.39-67.

    90 El Eco ... , p. 156: Silos 14 de mayo 1916, invitándole a que asista a su profesión.

    91 ¡bid., p. 157: 1 de enero de 1917. 92 El Eco ... , pp. 159-160: 27 mayo 1917.

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    hecha para don Miguel. Volvió a Silos cuando Pinedo se encontra-ba en Estíbaliz y en el libro de visitantes escribió: «Casi veinte años después 93 vuelvo a visitar, en rápida visita, este monasterio de Silos. En este tiempo España ha dado muchas más vueltas que años han pasado. Y si entonces dije que vine a disfrutar unos días de paz, yo, hombre de guerra, hoy digo que no he de encontrarla -la paz- sino cuando se me acabe la vida. Pues militia est vita hominis super terram. A la lucha, pues, que es la vida». Miguel de Unamuno, 4-Vll-1933 94.

    40. La eficacia de la oración y penitencias ajenas ¿habrá que medirla por la paz alcanzada por don Miguel o por el ahondamiento de su lucha, por el aumento de sus angustias? También oró mucho por Unamuno su hermana Susana, religiosa de la Compañía de Ma-ría, que acaso «decidió entrar en religión para desde allí ser el ángel tutelar que pidiese por la conversión de su hermano» 95. Don Miguel era muy consciente de la vida cristiana auténtica de las mujeres de su familia, y de sus oraciones por él. Por si le hiciera falta algo, cuando murió su hermana María Felisa, el 3 de enero de 1932, recibió una carta del benedictino Pinedo en la que le recuerda cómo el Señor ha llamado otra vez a las puertas de su corazón enviándole esa nueva pmeba de la muerte de su hermana. Trata de consolarlo acompañándolo en el sufrimiento y le dice: «no le faltan a V. mis oraciones, quiera el Señor oírme y enviarle sus consuelos; estoy seguro que mis oraciones serán oídas, mucho más aún las oraciones de su hermana Sor Susana y más, mucho más las de su hermana y las de su santa madre que aunarán sus oraciones en el cielo para que el Señor derrame sobre V. toda clase de luces y gracias» 96.

    93 Había estado en Silos toda la Semana Santa en abril de 1914. Allí escri-bió en el libro de visitantes, además de unos versos: « ... vine, hombre de guerra, a disfrutar unos días de paz para poder tomar con nuevo empeño a la batalla que es la vida». Véase DOM MIGUEL C. VIVANCOS, «Unamuno, Silos y La Revista Quincenal. A propósito de una carta inédita de D. Miguel de Unamu-no», en Castilla. Boletín del Departamento de Literatura española de la Univer-sidad de Valladolid, n." 13 (1988), pp.193-199: Apud El Eco ... , p. 86.

    94 ¡bid., arto cit., p. 195. 95 M. TREVUANO, «La hermana monja de D. Miguel de Unamuno», Salman-

    ticensis 21 (1974), p. 483. 96 El Eco ... , p. 170: 7 de enero de 1932.

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    41. La prueba de las tinieblas, la prueba de la nada le duró a Teresa de Lisieux unos 18 meses, hasta el día de su muerte. Don Miguel escribe en 1936, el día de Inocentes, 28 de diciembre, tres días antes de pasar a la otra orilla su poema Morir soñando 97. Su noche seguía en pie. Y siempre le podemos gritar: Don Miguel... «centinela, qué hay de la noche? centinela, ¿qué hay de la noche?» (ls 21,11).

    42. A este centinela soñador el 31 de diciembre de 1936 le llegó la muerte que es la verdadera noche oscura, noche tan pasiva (es decir, tan independiente de tu voluntad) que te priva de todo, hasta de la vida de aquí abajo. Y entonces se le cayó la venda, como a San Manuel Bueno y vio que sí había creído.

    43. Don Miguel, que tanto habla de la muerte, estaba conven-cido de que «un cristiano debe creer que todo cristiano, más aún, que todo hombre, se arrepiente a la hora de la muerte; que la muerte es ya, de por sí, un arrepentimiento y una expiación, que la muerte purifica al pecador» 98. También le aconteció aquello de que «Dios sale al encuentro de quien le busca con amor y por amor, y se hurta de quien le inquiere por fría razón no amorosa» 99. El camino por el que de don Miguel desembarcó en Dios era el cardíaco. Con mucho corazón le había dicho veintinueve años antes: «Nos marcaste la senda a cada uno de nosotros los hombres, Señor, y sólo Tú sabes cuáles son los sendos destinos que al cabo de ella nos reservas. Si es que la senda que nos marcaste tiene cabo, y no va serpenteando hasta perderse sin fin más allá de las últimas estrellas» 100.

    44. Hombre ya tan acostumbrado a caminar en la noche fue acogido en el misterioso hogar que había suplicado:

    Méteme, Padre eterno, en tu pecho, misterioso hogar, dormiré allí, pues vengo deshecho del duro bregar 101.

    97 PC, III, p. 757. 98 AC, OC, VII, p. 349. 99 ST, OC, VII, p. 224.

    100 Oración, OC, V, p. 1079. 101 PC, 1, p. 115.

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    Desde su epitafio en el cementerio de Salamanca con estos ver-sos sigue historiando su vida y su descanso.

    El 14 de marzo de 1928 en su Diario poético había también clamado:

    Agranda la puerta, Padre, porque no puedo pasar. La hiciste para los niños, yo he crecido a mi pesar. Si no me agrandas la puerta, achícame, por piedad; vuélveme a la edad bendita en que vivir es soñar 102.

    Pudo entrar porque la misericordia agrandó la puerta y el Amor lo achicó piadoso, «porque si no os hiciéreis como niños, no entra-reis en el reino de los cielos» (Mt 18,3).

    45. Cuando le sobrevino la gran crisis de 1897 y en aquella noche de marzo le vino un «llanto inconsolable», su esposa doña Concha le acariciaba diciéndole: «¿Qué tienes, hijo mío?» 103. Este gesto de su mujer y de verse como un niño entre sus manos le impresionó vivamente y desde ese sentirse hijo y pequeño y desva-lido, espontáneamente para librarse de su crisis aguda de noche oscura se refugió y amparó en la fe de su infancia, en aquella fe y devociones y prácticas que cuenta en sus Recuerdos de niñez y mocedad 104.

    A la niñez de su fe y a la fe de su niñez volvió en aquel 1897 salvando así su fe de adulto. Recunió desde lo que él llamaba el anedrotiempo «a la niñez como medio para recuperar la fe perdida y el camino hacia el auténtico yo del hombre» 105.

    El propio Unamuno, reviviendo el grito maternal de Concha, «documenta muy bien cómo el requerimiento de la fe constituyó una

    102 PC, III, pp. 84-85. 103 EA, p. 45: a P. J. Ilundain. 104 OC, VIII, pp. 125-128, 146-149. 105 JAVIER GRANJA PASCUAL, «El desnacimiento y la técnica del arredrotiem-

    po en el teatro de Unamuno», Actas del Congreso Internacional cincuentenario de Unamuno, Salamanca 1989, pp. 491-495.

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    experiencia de enmadramiento, de búsqueda de raíces que le condu-jo a su «infancia espiritual» 106. En 1906, hablando en Málaga en la Sociedad de Ciencias, había sentenciado: «desconfío mucho de aque-llas personas en cuyo espíritu se han borrado los recuerdos de la niñez, y una de las cosas por que más bendigo a Dios es porque llevo a flor del alma la memoria de la mía. Está escrito que el que no se haga como un niño no entrará en el reino de los cielos (Mt 18,3; Lc 18,16), y el justo que nos justificará algún día será el niño que llevamos dentro» 107. Al morir en 1936, ya achicado por la mano de Dios, alcanzó la final niñez en el reino de los cielos.

    46. Deshecho del duro bregar, muerto sin agonía física después de tanta agonía psicológica y espiritual, se debió encontrar don Miguel con que habían florecido todas las tribulaciones de su vida, con que todas sus dudas se resolvían en certezas, sus oscuridades, en claridades. Al coronarse su larga noche oscura con la prueba más breve, pero más fuerte y pasiva, la de la muerte, fructificaron sus ansias en vida perdurable. Así se apagaba su sed de eternidad. En su encuentro final con Dios no tuvo que medirse con «el implacable ceño» 108, que se había figurado, sino que se encontró con lo que dice del Señor santa Teresa: «Para tomarnos cuenta no es nada menudo, sino generoso; por grande que sea el alcance, tiene él en poco perdonarle. Para pagarnos es tan mirado, que no hayáis miedo que un alzar de ojos con acordarnos de él deje sin premio» 109.

    47. Autosíntesis

    Como autosíntesis unamuniana poética, espiritual y oracional de nuestro estudio damos una gavilla de versos del Canto VII de la Primera parte de El Cristo de Velázquez. Aquí sorprendemos a don Miguel, siempre encandilado con la noche, con el más allá, con Cristo. Después de hablar de el Ecce Horno en el canto antecedente entona éste que titula Dios-tinieblas:

    106 PEDRO CEREZO, ob. cit., p. 228. 107 OC, IX, p. 211. 108 PC, 1lI, p.757. 109 Camino de Pe¡fección (CV), c. 23,3.

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    De noche la redonda luna dícenos de cómo alienta el sol bajo la tierra; y así tu luz. Pues eres testimonio Tú el único de Dios; y en esta noche sólo por Ti se llega al Padre Eterno; sólo tu luz lunar en nuestra noche cuenta que vive el sol .... Tú hiciste a Dios, Señor, para nosotros. Tú has mejido tu sangre, tuya y nuestra, tributo humano, con la luz que surge de la eterna infinita noche oscura ... Tu humanidad devuelve a las tinieblas de Dios la lumbre oculta en sus hondones y es espejo de Dios . .................. De tu cuerpo sobre el santo recinto, iglesia, vamos en Dios, tu Padre, a ser, vivir, movernos de abolengo divino hermanos tuyos. y envuelves las tinieblas, abarcando tenebrosas entrañas en el coto de tu cuerpo, troquel de nuestra raza, ¡porque es tu blanco cuerpo manto lúcido de la divina inmensa oscuridad! 110.

    48. Conclusión

    ¿ Cuáles son la última pregunta y la última respuesta ante don Miguel de Unamuno? ¿Es que las hay satisfactorias de verdad?

    Yo me retrotraería a 1906, a su artículo El secreto de la vida y desde ahí intentaría dar una clarificación. En ese escrito se pone en relación imaginaria con un amigo y le dice que siente un vehemen-tísimo anhelo de hablar confidencialmente con él. Los pensamientos que pugnan en su interior por brotar se centran en lo que llama el misterio, que es nuestra pena y nuestro consuelo. Y «hoy, como

    110 ev, 1.ª parte, VII, v. 1-7, 20-23, 35-37, 63-71.

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    nunca, me duele el misterio», ¿De qué misterio se trata, qué misterio le duele? Lo explica en seguida: «el misterio es para cada uno de nosotros un secreto. Dios planta un secreto en el alma de cada uno de los hombres, y tanto más hondamente cuanto más quiera a cada hombre; es decir, cuanto más hombre le haga. Y para plantarlo nos labra el alma con la afilada laya de la tribulación. Los poco atribu-lados tienen el secreto de su vida muy a flor de tierra, y corre riesgo de no prender bien en ella y no echar raíces, y por no haber echado raíces no dar ni flores ni frutos» 111. Hay una alusión y aplicación inmediata de la parábola del sembrador: Mateo 13, y de los diversos terrenos en que cae la semilla. Sigue y sigue recreando la parábola para concluir diciendo cómo «el secreio de la vida humana, el ge-neral, el secreto raíz de que todos los demás brotan, es el ansia de más vida, es el furioso e insaciable anhelo de ser todo lo demás sin dejar de ser nosotros mismos ... ; es, en una palabra, el apetito de divinidad, el hambre de Dios» 112.

    Este es don Miguel con el secreto de su vida bien implantado por Dios en su persona. Su apetito y hambre de divinidad fue su vida, fue su noche. Dios le atribuló, le dio fuerte porque le quería; justo ese mismo año 1906 en que escribía sobre el secreto de la vida decía a Federico de Onís: «cierto es que el cariño de Dios a nosotros es terrible» 113.

    Es Dios quien tiene las preguntas y, sobre todo, las respuestas sobre este hombre singular y nada fácil de comprender.

    49. Alguien se ha quejado últimamente de que, salvo algunas honrosas excepciones, «superada con el Concilio Vaticano TI la eta-pa anatematizante, Unamuno, sin embargo, sigue siendo un desco-nocido para los teólogos, tanto católicos, como protestantes» 114.

    50. En la que llamamos teología espiritual pueden ser incorpo-radas beneficiosamente muchas de las páginas de don Miguel llenas de grandes intuiciones acerca de la fe más profunda, de la esperanza

    111 OC, III, p.877-878. 112 [bid., p.884. 113 Ver en CARLOS DE ONÍS, «El magisterio de Unamuno en el hispanista

    Federico de OnÍs», en Confluencia, revista hispánica de cultura (1985), p. 3. 114 ROGELlO GARcÍA MATEO, El problema de Dios en el joven Unamuno, ob.

    cit., p. 110, nota 62.

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    más viva, del amor a Dios más acendrado, y del terna que nos ocupa aquí: la noche oscura del hombre frente a Dios con sus angustias y martirios interiores y exteriores.

    Don Miguel resulta genial y patético en la trasmisión de sus vivencias, yen una buena antología sobre la noche oscura no puede faltar su testimonio. Sus textos autobiográficos, llenos de garra, encierran la aportación más valiosa a las letras espiJituales. Habrá, sin duda, que reconocer que a veces se deja llevar por su genio literm10 y ornamentación retórica. Libres de ese equipaje las páginas que lo necesiten, serán todavía muy válidas por la fuerza expresiva y la capacidad de describir esos estados de ánimo más turbulentos en la vida de los hombres, y por reflejar con un poder extraordinario la sed de inmortalidad que come al pobre ser humano.

    51. Lo mejor de don Miguel en el universo espiritual en que nos hemos estado moviendo son acaso sus afirmaciones rotundas en tomo a la persona de Cristo, a su misión salvadora e iluminadora en la historia. Y en tomo a Cristo corno referente máximo de la que hemos llamado supernoche oscura.

    Ya se ha escrito tanto sobre Cristo en Unamuno que no hace falta volver sobre el terna. En 1897 escribía: «mi obra ha sido una continua búsqueda de Dios y de Cristo; la fe que espero me conceda no es más que el coronamiento de mi labor» lIS. Ha habido quienes ante El Cristo de Velázquez han tachado a Unamuno de panteísta 116. Pero, felizmente, el último gran estudio de Olegario sobre el poema termina con este juicio de valor: «El Cristo de Velázquez queda en la historia de la poesía y de la religiosidad españolas corno uno de los monumentos máximos, abierto en su polivalencia a una lectura que, con ciertos límites, lo puede considerar expresión válida de la fe cristiana» 117.

    52. Otro monumento de la persona de Unamuno cristiano es el famoso busto modelado por Victorio Macho. La obra de arte, para

    115 Carta a Leopoldo Jiménez Abascal: Un-Ab, p.36. 116 LUIS DE FÁTIMA LUQUE, «¿Es ortodoxo el Cristo de Unamuno?», en La

    Ciencia Tomista 64 (1943), pp. 65-83; también V. MARRERO, El Cristo de Unamuno, Madrid 1960, p.99. Rivera de Ventosa impugna certeramente esta interpretación, Unamuno y Dios, ed. cit., pp. 174-178.

    117 Cuatro poetas, ed. cit., p. 192.

  • UNAMUNO y LA NOCHE OSCURA SANJUANISTA 483

    cuya confección fue el artista a Hendaya donde se encontraba don Miguel en 1929, se la puede admirar en Salamanca en la escalera de Anaya.

    El propio escultor contó en una charla que dio en la ciudad del TOlmes, en septiembre de 1952, detalles muy interesantes. Fue el mismo Unamuno quien dibujó sobre su pecho el signo de la ClUZ. «Otra tarde, a la hora del Angelus sonaron las campanas de Fuen-terrabía. Don Miguel, hermosamente emocionado, cogió un poco de barro e hizo la cruz que figura en el busto definitivo.

    -¿Qué pretende? -le pregunté-o Eso será un enigma para todos,

    -¡Ah! -me contestó-, déjelo así. y yo lo dejé. Entonces Unamuno sacó del pecho una cruz, cruz

    que le había dado su helmana monja, y me la mostró. Acaso con aquella misma cruz entre los dedos murió cuando le llegó su hora» 118.

    Don Miguel solía visitar a su hermana monja todos los años en el mes de agosto. En una de las ocasiones cuando la aparición de alguno de sus libros peor conceptuados moralmente su hermana no pudo reprimir las lágrimas. Entonces él sacó del pecho un crucifijo grande y le gritó:

    «-¿Lo ves? Lo llevo siempre conmigo. Consuélate; amo a Cristo y nunca me separaré de él» 119,

    118 Otros detalles pueden verse en SALCEDO, Vida, ed, cit., pp, 346-347. 119 Puede verse MARiA LUISA BREY, Unamuno siempre llevaba un gran

    crucifijo sobre el pecho, Ens. III, n. 11, diciembre 1964. También dice cómo en una ocasión Unamuno «sacó del bolsillo un escapulario, me lo enseñó y dijo: «nunca me separaré de él. Me lo hizo Susana». Del amor de Unamuno a Cristo como algo muy notorio habla el benedictino Fray Ramiro de Pineda al darle en 1934 el pésame por la muerte de su mujer, doña Concha Lizanaga: «así, pues, mi querido amigo, ese Cristo a quien V. tanto ama, ese que es fiel compañero siempre, le dará a V. la resignación y los consuelos de que tanto necesita», El Eco ... , p. 171-172.