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Una Historia de mujeres
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19/12/2012
Una historia circular donde tres mujeres con diferentes vidas afrontan el hecho de su feminidad, cada una en su contemporaneidad
Ésta es una lucha de mujeres.
Atardecer lluvioso.
El encanto del agua chapoteando entre la gente que paseaba, me embarcó en un sentimiento.
En ese momento, mi corazón se llenaba de cierta nostalgia.
Mi cuerpo sin quererlo, se dirigió a la habitación y una voluntad maternal abrió el armario donde
tenia guardado mi corazón.
Una cajita donde vigilaba mí por qué...Los mechones de pelo de mi hija Lourdes y mi nieta Silva.
Los recuerdos se agolparon:
A finales de 1975, el régimen dictatorial del dictador Franco llegaba a su fin. Había comenzado la
lucha política, y yo junto con otras mujeres atrevidas utilizamos este campo de batalla para
despertar nuestra lucha . La igualdad de géneros fue, de aquella nuestro objetivo.
En 1964, comenzando la universidad, investigué sobre los hechos de dos mujeres españolas
que habían traspasados las barreras del inmovilismo: Clara Campoamor y Margarita Kent (las
primeras mujeres sufragistas).Este hecho despertó en mí una curiosidad por hallar otra razón en
el sistema, que luego seria mi motivación y cotidianidad en muchos años.
Yo, por aquel entonces estaba casada y embarazada de Lourdes. La niña había entrado a formar
parte de la familia. Este hecho hizo cambiar a mi entonces primer marido .Sin saberlo, estaba
prisionera en una cárcel conyugal y normalizada.
Todo cambió cuando una de mis más allegadas amigas me regaló un libro que provocó furor en
América. Su titulo: “Mística de la feminidad”; su autora: Friedan Bett .En la contraportada una
frase resumía el argumento: “Soy esposa de Jim y la mamá de Jaime, especialista en poner
pañales, en servir comida y en hacer de chófer ¿pero quien soy yo como persona?“.
Aquella obra despertó en mí un ansia por deshacer todos los nudos que me habían precipitado a
un mundo tan usual.
Y como todo lo que comienza a coger velocidad, se va llevando lo que molesta, así el viento de la
vida se llevo al padre de mi hija. A partir de aquí, tomé la decisión de involucrarme más en
activismo político en representación del feminismo.
Las reuniones semi-clandestinas, se hicieron cada vez más cotidianas. En éstas, habíamos
decidido radicalizar las protestas con la consigna de actuar más en el entorno social y político.
Frases como:
“trabajo fuera y en casa, ¿y luego nos llaman desocupadas?”,”La casa la hacemos solas,
¿por qué los hombres no colaboran?”,”Trabajo tanto como Tomás, pero me pagan la
mitad”.
Se convirtieron en eslogan de género, los cuales las mujeres de todas las clases, comenzaron a
tomar como suyos.
Aquel movimiento provocó una unidad y una base fundamental frente a los ataques violentos de
los hombres. La violencia doméstica estaba normalizada e incluso generalizada, aprobada por los
poderes sociales establecidos.
Reivindicamos el reconocimiento a la libertad sexual, el derecho al aborto, la despenalizacion del
adulterio (que en algunos países estaba penalizado), la aprobación de los métodos
anticonceptivos y el derecho al voto femenino.
Esas fueron algunas de nuestras importantes reivindicaciones, que en aquella época sonaban a
utopías. Creo que aquellas utopías fueron conquistadas, con mucho trabajo y sufrimiento, como la
llegada a la Democracia
Mientras tanto, Lourdes seguía estudiando arropada por mis compañeras y por mí, ya que
vivíamos independientes y libres.
Aquella nostalgia, sin darme cuenta, había pasado a formar parte de mi vida, así como parte de la
historia de un país. Todavía continúa girando como el viento en caminos de transformación social.
Parecía que la lluvia seguía.
Mi consuelo era que dentro de unos días iría a ver a Lourdes y a mi nieta. Entonces podría oler
sus cabellos y saborear su compañía, de la cual el tiempo nos estaba privando.
Había quedado con Estefan, me llamó diciendo que llegaría hoy miércoles a Madrid a la una de la
tarde.
Me alegré mucho de su llamada, ya que hacía años que no le veía.
Le conocí en un curso de Erasmus en Ámsterdam y habíamos congeniado muy bien.
Después de pasar el verano juntos, seguimos nuestra relación durante un año más. Luego, como
suele decirse en estos casos “la distancia hizo lo demás”.
Así que allí estaba arreglándome frente al espejo, en una sufrida puesta en escena. Mi
expectación por agradar era tanta que no sabía que ponerme.
En un momento de aquella santa liturgia de vanidad, me quedé mirando absorta mi cuerpo, como
si un pudor voyeur se apoderara de mí.
Por más que miraba aquella imagen, no la conocía. Hacía tiempo que no me fijaba en mi cuerpo.
Aquella no era Lourdes, la chica del curso de 1987, aquella Lourdes se me hizo irreconocible.
Me senté en la cama y el reflejo de mi imagen se hizo real. Habían pasado trece años.
Fui a la estantería del salón y cogí un álbum de fotos, donde tenía guardado parte del archivo
fotográfico de mi vida.
En uno tenía las fotografías de aquel curso en Ámsterdam y comencé a visualizar el material. A
medida que pasaba las páginas, me sentía más aturdida. De vez en cuando, miraba hacia el
cristal del mueble donde me veía reflejada intentando identificarme con la imagen de aquellas
fotografías.
¿Donde había quedado aquella Lourdes? Aquella chica del curso de 1987, fresca alegre y
dispuesta a la aventura, siempre intentando destruir las rutinas, voluntaria para los
acontecimientos, insaciable en experiencias…, realmente no la conocía.
Si conozco a la Lourdes de la actualidad, madre de una hija, que había conseguido una buena
posición social y laboral. Mi matrimonio; la rutina había deformado nuestras vidas y el aburrimiento
comenzó a introducirse en ellas como un miembro más.
Nuestro mayor logro, fue comprar un chalet a las afueras de Madrid, en un barrio que encajaba
con nuestras características sociales, provocando con el paso de los años un hábito insoportable.
Me sentía prisionera de una rutina que adornaba nuestras vidas .Consumir objetos más o menos
valorados en el mercado.
Los viajes también formaban parte de aquel estilo de vida, pero, poco a poco se volverían rutinas
sin más concepto del no sentirnos el uno al otro.
Las diferencias en la educación de nuestra hija también se sumo a la decadencia de aquella
pareja sentimentalmente frustrada y agotada.
Pero la gota que colmó el vaso de aquella situación, fue que mi vida profesional comenzó a tomar
los cauces del éxito. Algo que a él, le separó definitivamente de mí.
En realidad teníamos poco tiempo para vernos, y esto creaba un muro transparente cuando
estábamos juntos.
Mi responsabilidad me absorbía intentando conseguir para mi hija una garantía social en este
sistema tan exigente y competitivo.
En realidad, era nuestra distancia.
Al pasar las páginas del álbum, vi una fotografía donde todos estábamos saltando. Supongo que
fue un instante de felicidad, el cual pude sacar de mi archivo nostálgico y rememorarlo.
Una emoción salió de mi alma erizándome el vello. Olí aquel día, viví aquel momento, jóvenes
despiertos con ganas de sentir.
Su presente una enorme verdad, su futuro quedaba lejos y aquel futuro lejano se había
convertido en el presente actual ¡que ironía!
No teníamos nada y éramos felices, ahora tenía todo lo que se puede desear y me sentía vacía.
Nuestra creencia era un mundo mejor y más igualitario, el amor era el motor del mundo, recordé
algunos escarceos con los canutos, las fiestas…
Aquellas reuniones hacían que nos conociéramos mejor. Siempre pensé que aquellos momentos
nunca acabarían.
Miré el reloj, me di cuenta que se acercaba la hora y debía acelerar. Así que dejé el álbum, las
ideas, los recuerdos y la juventud en el sitio que le, ¿correspondía?
Me vestí apresuradamente y trabajé mi rostro para disimular el paso de la edad -¿estaría guapa
para él?-.
Baje las escaleras, cogí las llaves del recibidor, pregunte a Clarita si había llamado Silvia.
- Cuando llegue, que me llame.
Con aquella expectación por la llegada de Estefan, casi la había olvidado. Aquel egoísmo
repentino me dejó un tanto confusa, pero reaccioné sin ningún tipo de sentimentalismo.
Cogí mi Audi y me puse rumbo al aeropuerto. Aceleré para llegar pronto. Las ganas de verlo y
volver aquel pasado, me envolvían en una espiral de emociones, como el vértigo de una atracción
de feria que te coge la barriga sintiendo una levedad transparente.
Entre la gente no podía distinguir a Estefan “¿dónde estará? ¿Quién será? En un instante me
quedé mirando en la imagen de alguien, ¿no sabía? o ¿sí?
No quise reconocer que era Estefan.
Mi mundo se derrumbó, aquella persona no podía ser él.
¿Había idealizado tanto su imagen? Me sentía perpleja ante aquel ser humano. ¿Era Estefan?,
aquella persona no se ajustaba a mi canon en ese momento. Pensé en abandonar la terminal.
Una respuesta visual selló aquel encuentro. No podía echarme atrás. Le saludé con la mano. Él
apoyado en una muleta sonrió y caminó hacia mí.
Sonreí: Estefan me contó sobre su precario estado de salud.
No sabía qué decir. Mi mente fue un mundo de confusión “¿y ahora, que le digo?”, no quería
parecer inhumana, pero reconozco que siempre había vivido al margen de la desgracia. En mi
mundo no concebía aquel desatino existencial.
Pasamos aquella tarde hablando de recuerdos, ahora carentes de perspectiva. Ya nada era igual.
Mi mundo transformado, mi vida no dejaba de ser una más.
Una tristeza amorfa se apoderó de mí. “¿Quién era yo?”.
Me sentí pequeña, evidente, programable, no había sorpresas, era parte del destino.
Yo era una mujer, era un ser humano que vivía. Yo soy mi acontecimiento.
Nada sería igual.
En ese momento me invadió la calma. Mire a Estefan y la compasión mudó mi alma. Escuché su
voz, sus palabras, sólo había cordialidad. Vivíamos.
En el teléfono un mensaje de Silvia:”Mamá, no me esperes. Llegare tarde”.
“Silvia, ¿¡¡ pero tú sabes qué has hecho!!!?-una y otra vez se repetía esta frase en mi cabeza,
¿Y ahora, qué?
Como si del aire se tratara, su rostro se reflejaba en mí con una transparencia obscena. Creo que
insinuó una pequeña y maliciosa sonrisa.
Aquel farmacéutico me negó las pastillas. Su argumento: estaban pedidas al proveedor pero
todavía no las habían recibido.
La hipocresía no tenía control, pero la rotura de un preservativo suponía un macro drama en mi
estructura social y familiar.
Ni que decir tiene que a mis padres no le había informado, más concretamente a mi madre, que
sería el airbag de la indiferencia social y de la patología de mi padre.
Diecisiete años y como una criminal deambulaba por la calle. Mi crimen: se había roto el condón.
Santi no me podía acompañar. Hasta la tarde no podía venir. La inquietud y mi ansiedad hacia que
mi mundo se convirtiera en una odisea, era latente.
Me senté en un banco de un parque, mirando a la gente en su rutina diaria, y yo en mi reflejo
personal no era más que un mar de misterios y temores.
Me convertí en una ciénaga. Recuerdo haberme visto reflejada en un escaparate. No sé si era un
espejismo, pero mi rostro se había deformado, mi cuerpo parecía haberse ensanchado, mientras
mi cabeza había empequeñecido.
Qué absurdo cuerpo que podía albergar a un ser humano. En esos momentos comencé a sentir la
responsabilidad de estar gestando dentro de mí un nuevo ser. El temor me hizo estremecer.
¿Y si estoy embarazada? ¿Qué diré en casa? .Seguramente Santiago me dejaría, mis padres
dejarían de quererme, no podría seguir estudiando. ¡Dios mío! El sol se eclipsó en aquel verano
abrasador.
Pero si realmente nos quisimos, no fue repugnante, todo lo contrario fue divino. ¿Y por qué ahora
pensaba en este fracaso?, ¿y por qué ahora este castigo?, Pero si aseguran que son irrompibles.
Lo peor de todo es que mi mundo se derrumbaba por partes y yo estaba sola y no sabía a quién
acudir. Santiago trabajando y mis padres en sus que hacerse. Para colmo mi abuela vendría a
vernos dentro de unos días, ¡qué vergüenza! Como se enteraran de todo esto ¿qué hacia?
Se me ocurrió una idea: iría a una iglesia y rezaría para pedir la solución de aquel problema.
Me sentía sola en una selva de voces y rostros. Estos me miraban inquisitivamente en un coro
perverso, me culpaban de haberles traicionado. Para sus ojos era una lujuriosa.
Cualquier conversación parecía dirigida a mí.”¡Hay qué ver que fresca! -no la ves que cara tiene,
menuda chica”. Todas las conversaciones parecían hilarse en una cadena de desprecios que yo
no comprendía.
¿Y si llegara a oídos de mi padre? Espero que no se entere ya que había recorrido todas las
farmacias de la otra parte de la ciudad.
La cabeza me estallaba y no sabía parar el mundo. Parecía construido en un silencio cómplice.
Decidí ir a la iglesia.
Me senté en el último banco. Quería pasar desapercibida y me concentré rogándole a Dios que
haría lo que quisiera para que se solucionara aquel problema. Le rogué que no me abandonara y
que me permitiera seguir con mi vida como hasta ahora. Y por supuesto que mi padre no se
enterara.
En mí todo era temor que se acrecentaba con aquel silencio de aliento seco.
Mire a un lado de la iglesia y la imagen de una virgen invadió mi mirada.
Recordé una de aquellas clases de catecismo donde las chicas separadas de los chicos nos
contaron que habíamos nacido de las costillas de Adán, que Dios nos moldeó con sus manos y
con su aliento nos insufló vida.
Fui creada para que su soledad no fuera eterna, caminamos y compartimos la existencia, hasta
que un fatal día, bajo una estrategia ya dictada y creada, la serpiente me ofreció la maldad
convertida en manzana.
La inocencia de mi acción fue reprochada para la eternidad. He sido culpable y por este motivo
castigada a parir con dolor y a traer la desgracia al hombre.
Y yo me pregunto: ¿por qué el destino me tenía guardado tan ingrato porvenir? Fui creada por un
ente superior, abandonada en un cruce de caminos para cumplir la voluntad de una sociedad
demasiado hambrienta. Sin más sentido que el alimentarse con mis propios hijos.
En ese momento, mi confesión desató un optimismo que no llegaba a dominar.
Ya sé lo que hacer. Primero llamaré a mi madre y le diré que me quedaré más tiempo, y esperaré
a Santiago y luego iremos a buscar las pastillas los dos y ya que él es hombre...
Creo que mi madre no se cabreará (para estas cosas es muy social). Además he tenido buenas
notas.
Bien, eso haré, voy a buscar un lugar silencioso y la llamaré.
- Éste es el contestador de Lourdes, deja tu mensaje después de oír la señal
- ¡Jo!, qué fastidio, le mandaré un sms.
- Mamá no me esperes. Llegare tarde.