una historia de la literatura (ensayo sobre la creación literaria)- de james joyce a saul bellow

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  • 7/27/2019 Una historia de la literatura (ensayo sobre la creacin literaria)- De James Joyce a Saul Bellow

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    Una historia de la literatura (ensayo sobre lacreacin literaria)-de James Joyce a

    Saul Bellow

  • 7/27/2019 Una historia de la literatura (ensayo sobre la creacin literaria)- De James Joyce a Saul Bellow

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    (Quiero agradecer a Antoine Ferdinand la posibilidad de haber promovido un texto como ste ypretender su edicin teniendo en cuenta su extensin y su complejidad. Especialmente aSevrine Lavigne por la fatigosa traduccin al francs y por sus valiosas apreciaciones quedieron un giro al ensayo y cierta amenidad necesaria. A Daniel Ario por esas conversacionesnocturnas en la sierra de Gdar que fueron tan importantes para confrontar la solidez dealgunas apreciaciones osadas. Pido disculpas a los posible lectores por la extensin del texto,pero adentrarse en una teora de la creacin literaria con cierto rigor me exigi aunar con rigordisciplinas y saberes ajenos a la literatura y entrelazarlos con el espritu de esta tradicin

    milenaria. Aprovecho para colgar el texto en PDF a fin de que pueda ser ledo en otrosformatos ms cmodos que la pantalla de un ordenador -de momento slo habr en breveedicin francesa en papel-, tal vez convencido de la necesidad de ofrecer una lectura quepermita a cualquier lector adentrarse en un universo fascinante que si bien la literaturasiempre revel, es ahora a travs de la ciencia que cobra una relevancia demostrativa eincluso irrenunciable. Tengo la sensacin de que el equilibro debera inclinarse a nuestro favora poco que se instaure la supersticin de la medicin cientfica en todos esos saberes de laliteratura que los escritores intuyeron desde hace siglos, convencidos de su poder mgico y sualiento espiritual incuestionable. La hegemona cientfica debe servirnos por fin para algo. Porltimo darle las gracias a Antonio Tello por su inconsciente inspiracin, por ese aliento quenunca sabr agradecerle. Y por supuesto a Isabel Vila, que junto a Jorge Volpi y su libro Elcerebro y el arte de la ficcin, despertaron hace algn tiempo este renovado inters por laneurolingstica y su inevitable relacin con la historia de la literatura. Y ms que a nadie,

    gracias aMateo porque l fue la motivacin principal de ste intento de sostener un mundoen el que sigan existiendo las palabras libres de la literatura.)

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    Demasiado tiempo lejos de estas pginas, hasta que la viday la literatura ofrecen extraas lecciones y uno necesita contarlas.

    Porque ste texto iba a tratar sobre la escritura, tambinsobre la pasin por la lectura, cuando empez a fraguarse all por

    el mes de mayo. Terminaba de pasar un extraordinario fin desemana con Antonio Tello en Sitges y a la vez iniciaba el aliento deuna nueva vida sin darme cuenta, justo ese sbado y ese domingo.Los misterios de la poesa, dira Don Antonio, con esa sonrisairresistible y esa inteligencia viva reflejada en sus ojos. Metforasdel fin y del comienzo, de la extincin y el nacimiento. Conformeme adentraba en ese proceso recurr a varios libros que pensreflejaban con mayor precisin lo que deseaba contar. Libros a losque siempre vuelvo. Los procesos de fragua para la vida o laliteratura son lentos, pero llegados a un punto surgen de formaabrupta, necesitan ser expulsados, desarrollarse, expresar suintensidad y su sentido. Pero me faltaba algo ms, quiz laconstancia de un conflicto, y a poder ser un conflicto vital.

    Esta es una historia de escribir y leer. Pienso en el sutil latidode este arte. Tambin en la ptina sombra de ciertos efectosacumulados, sus capas superpuestas y sus quejidos existenciales,los que he ido sufriendo a lo largo de todos estos aos de lector

    empedernido, como si en todo lector consciente pudiera revivirse lahistoria de la literatura. El despertar lento y paulatino cuandosobrevienen las primeras luces del da y el mundo se abre a travsde las palabras, y ese particular afn de pronunciar alguna vez queno se es nada ms que esa esencia, el latido que construye la frase,el lmpio ritmo de la sangre que fluye entre las palabras y las une.

    Eso era lo que anhelaba.Que la vida fuera el empeo del verbo por crear la carne de la

    ficcin.

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    Fue por estas fechas. Julio sofocante y hmedo en Valencia,de una sensualidad excesiva; las gotas de sudor por el cuello y elpecho, el cansino paso del tiempo y la falta de hambre queendurece la piel en apenas semanas. Verano de hace tantos aosque me cuesta precisar la fecha: tal vez el ao 96 o el 97, cuando

    la vida era todava una promesa. Ser el 96, por algunas pistas queacuden. Estaba a punto de orientar sin consciencia este mapa amedio recorrido, de darle ese giro irreversible que impide a la vidacambiar radicalmente, que slo acepte a partir de ese momentopequeos sobresaltos o tibias grandezas, y siempre ese temor alpensar que en vez de ese diminuto progreso llegue el dolor, elautntico e insoportable dolor.

    Un mes despus de terminar ese primer esbozo de ensayo,me fui encontrado una y otra vez con referencias que deseabaintroducir, hasta que las primeras veinte pginas fueronengordando y construyendo un texto amorfo, demasiado pleno yamplio, a la vez impreciso, excesivo. La historia que quera contarhaba derivado en tres o cuatro que se entrelazaban. En vez de unaargumentacin sobre la creacin literaria, haba iniciado casi unanovela cuyos caminos alargaban sus efectos incesantes hastadejarme una aguda sensacin de descontrol y exceso.

    As que comenc a pensar que me haba equivocado, y que

    faltaban algunos elementos que dotaran de cohesin a todo lo quedeseaba contar.Primero afirm sin pudor que haba tenido suerte. Tambin

    que, de alguna forma, cuando menos importancia pblica tiene talvez, haba comprendido algunas esencias de la literatura y unascuantas, muy pocas, de la vida. O al menos de mi vida, que al fin yal cabo es mi nica responsabilidad absoluta.

    El transito de Antonio Tello, su poesa, su excepcional ejemplovital y humano, haban despertado caminos inesperados, largos

    trayectos que estaban en m mucho antes, pero que tal vez no serevelaron tan ntidos hasta ese momento. Pens en los miedos ypnicos inconcebibles que haba sufrido, tambin en esas valentasinesperadas, bellas hazaas cumplidas, en la esperanza quemantena en vilo mis cuitas e ilusiones. Porque era eso: la ilusin.Esa luz que nos habita, que nos permite aprender, creer yexpandirnos, sentir, avanzar conscientes. Lo que tambin contienea la sombra oriental, a su elogio de la penumbra rasgada de luz,haces iluminadores de frescura y aire limpio. Mi querido Tanizaki.

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    Porque esa luz no es la luz cegadora y extensa, la luz en esa

    condicin del brillo y el color, sino la luz secreta e invisible quehabita en todo ser humano, tan a menudo hecha de sombras comode intensa y deslumbrante claridad. Escrib convencido que laexistencia haba sido soportable, a menudo hermosa, por algo quea veces me aterra: nunca he sentido ese dolor desgarrador queanega toda vida posible.

    Tal vez, entre los pliegues de ciertos prrafos del Ulyses deJoyce, una oracin en latn se apoder de m hace tantos aos. Laendiablada agitacin verbal de Joyce, esa prosa que, al igual que

    dijera de Dante Umberto Eco, de su Divina Comedia, precedi a lared, la sinuosa reverberacin de un objeto que cae al agua yextiende esa onda, ese ligero expandirse circular en la superficie.Joyce provoca esa reverberacin con una amplitud enorme, y esoque el tiempo es ya lejano: aquella Irlanda de principios del XX. Esaltima gran oracin laica, la ltima fe totalizadora de la literaturapara adquirir su decadencia paulatina, el reconocimiento posteriorde sus lmites y sus siguientes escondites y sombras.

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    Omphalos de letras en estos templos ruinosos que todavasostienen el tiempo. Buscaba tambin eso entonces, que lareverberacin de algn texto manuscrito pertrechado en los aosanteriores lograra esa extensin que Joyce alcanz en su arteliterario; ese modo de revelar en cada prrafo una onda de

    significados y referencias capaces de construir un mundoautnomo, real a la vez, rituales de fe verbal que retaran al tiempolineal. Pero en aquel verano lejano no estaba preparado para ello,tal vez ese fue el error, aunque fuera consciente de lo que deseaba.Escribiendo este texto, con el que pretenda regresar al blogdespus de los meses dedicados a corregir y terminar Eclipses y Laluz, pens que el anhelo de aquel esto del ao 96 y el que meempujaba a componer estas palabras era el mismo. Adentrarme enesa totalidad mgica, tan dificil de explicar al profano, al que nocree en el espritu. Ese espritu que entrev tambin como unaherencia milagrosa, de siglos a nuestra espalda y antepasadospunzantes llenos de osadas y culpas. A su vez de intencionesinconscientes que nos hacen ser lo que somos o lo que anhelamosser. Entonces y ahora, tena la intuicin de que la literatura era elcdigo capaz de descifrar la totalidad del secreto o al menosacercarse a l. Que, en efecto, haba otros modos de hacerlo, peroquiz no con esa capacidad globalizadora, completa, extensa y

    fabulosa, hecha de la materia prima del pensamiento: la palabra.Cada palabra clave, cada aliento hecho de palabras, cada idea quequiere ser expresada. Tal vez quera regresar al lugar en el que losmdicos chinos en pocas milenarias antiguas recetaban la msicade los versos como remedio curativo y terapia. Eso que supo MarcelProust de su padre, mdico y divulgador de hbitos saludables. Noslo historias o imaginacin, sino ese ritmo sanador de la prosa o lapoesa elevada que nadie logra explicar con suficiente precisin.

    Entonces, en una cena veraniega hace apenas un mes, un

    viejo amigo lcido, a veces excesivo, que no lee literatura, me mira los ojos y me dijo que para comprender la vida haba que vivirla.

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    Uno guarda en su interior muchas cosas, las utiliza cuandopuede, esgrime sus espadas y sus afectos, tratando de componercon la historia vivida algo coherente. Cualquiera que escriba siendoconsciente del significado de ese acto aunque sea tan slo porintuicin, ese punto sin retorno en el que el ser humano se ve

    abocado a cumplirlo pase lo que pase o tenga la repercusin quetenga, sabe que lo que alimenta cualquier intento literario es lavida. Lo que ensea a escribir, me refiero a la utilizacin de unlenguaje preciso o correcto, el aprendizaje de las estructuras yestilos literarios, eso que permite contar de otra manera o de mejormanera, alcanzar la posiblidad de componer un texto digno o unaidea acertada o hermosa, es la literatura, pero el verdadero alientode cualquier escritura es la vida.

    Medio ebrio por una botella de Calvados apurada hasta laparte de los ngeles, las palabras de mi amigo provocaron un breveconflicto, siendo sin embargo una perogrullada de haber sidopronunciadas ante alguien como Joyce o Dostoiesvki.

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    Tal vez como lector, adems del placer esttico desmesuradoque a partir de cierto momento obtuve de la literatura cuandoaprend a leer, me top de bruces con la constancia de que una vidaes limitada por ms que la ampliemos por encima de nuestrasposibilidades o nos adentremos en ella a conciencia, aprovechando

    cada segundo y cada instante, cada oportunidad y cada camino quesurge, algo improbable incluso para el ms valiente, decidido yhbil de los humanos que pudiramos imaginar, lo que me empuja buscar el testimonio de otras experiencias, reflejos sinceros deesas vivencias, variadas y profundas, que me permitieran ser msconsciente de mi propia existencia y la del mundo que me rodeaba.La literatura consegua un dilogo profundo con seres humanosalejados en el tiempo y el espacio, tambin con contemporneos,conversaciones humanas dificilmente alcanzables en la vida real,donde apenas profundizamos vagamente en nosotros mismos ydesde luego demasiado poco en los dems. Utilizaba a su vez lamateria prima de nuestro pensamiento: la palabra. Y posea laestructura ms corriente que tiene a su alcance el ser y los pueblospara expresar su propia esencia: las historias, los ejemplos, lasancdotas, las parbolas, el relato ms o menos simblico de loshechos.

    La novela hizo posible que comprendiera aquellos mecanismo

    emocionales o humanos que no me pertenecen, ponerme en la pielde un hombre poderoso o sentir la miseria de un ser deshecho,marginal y roto en pedazos, sin necesidad de vivir esas vidas, sinposibilidad de hacerlo por factores humanos, suertes o herencias demis antepasados; entender los condicionantes sociales y biogrficosde cualquier hombre, adentrarme en lugares y rincones de la tierra,incluso en pocas muy lejanas, en civilizaciones desconocidas,sentir la pasin desmesurada y el dolor insoportable que todo loanega, abrumarme con el miedo, asimilar el herosmo extrao que

    a veces ocurre, solicitar un grito moral en medio de siglos dehistoria toda ella condenando a los hombres que la vivieron a lamuerte. Era la palabra literaria aquella que esbozaba con su brilloparticular, tan raro, tan slo pleno en algunos autores capaces deconstruir con las frases un ritmo y una cadencia extraordinarias, dehacer que de la ficcin surgiera la turgencia de la carne, laexhuberancia de lo sensible.

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    Ya saba entonces de la dificultad de alcanzar esamajestuosidad en la escritura, comn tan slo a ciertos clsicos,esa mezcla inconsciente entre las palabras elegidas, el punto devista escogido y la profundidad del significado incluso cuando sedescribe la ms anodina de las acciones humanas. Eso que se nota

    al leer y comparar entre una obra maestra y un texto tan slocorrecto, mutilado de esa magia, de ese latido tan a menudoinexplicable. Leer unas pginas de Saul Bellow frente a cualquierprrafo de Michel Crichton o de Jorge Bucay: esa diferencia. Unainmersin en la seora Dalloway mientras se lanza una miradaescptica hacia cualquier texto de Luca Etxebarria o al Diario deBrigette Jones.

    Ulyses de nuevo.Ah estaba. Cmo un hombre afeitndose en lo alto de una

    torre -una especie de faro- poda revelar rituales centenarios de laIglesia catlica que dirigieron el mundo durante siglos, acercarse alos griegos con una sola mirada al mar, entrar de lleno en elsignificado de la muerte, pero no slo en el significado general deesa extincin, sino su efecto en la identidad y su relacin con laaparicin edpica para ser y devenir, y encima provocar la sonrisa,la jocosa sensualidad de la luz frente a las olas, el arrebatoexistencial de unos personajes de ficcin construyendo un mundo

    deslumbrante y vital.Esa belleza inexplicable que uno llega a sentir ante el latidodel lenguaje literario.

    A eso me refiero: dos personajes iniciales en el Ulyses, unoque se afeita y otro que mira esa rutinaria actividad, terminan porestablecer un eco universal, aunque sea incomprensible para quienno tiene la intencin ni la curiosidad de adentrarse en el poderesencial de la literatura. Curiosidad e intencin de adentrarse enuno mismo tal vez. Ese miedo a mirarnos en el espejo, como la

    incomodidad de Dedalus ante el cristal partido que refleja su rostro.Esa es la diferencia entre la historia de la literatura y la infantilnarracin simple de los hechos. Eso que se ve tan poco, que resultatan complejo de explicar con estos lenguajes envilecidos,acortados, sesgados, manipulados y balbuceantes.

    Siempre entrev en esa literatura perdurable un hlito delibertad.

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    Eso quise decirle a mi amigo, al que siempre he querido yrespetado. Contarle que hay hombres ms inclinados que otros a laaccin, es verdad, o que tal vez todos somos un compendionecesario de los extremos que a veces desconocemos o que inclusodetestamos. Que su afirmacin era cierta porque yo mismo, hace

    mucho, pens que para escribir era necesario no slo leer sino vivir.Pero que la amplitud o el complemento que poda suponer la lecturade la gran literatura para un ser humano fuera cual fuese sucondicin, temperamento, inteligencia o circunstancias, erainmenso. Incluso me hubiera gustado decirle que el placer que losdos sentamos ante la complejidad de un vino tino como los queterminbamos de degustar, era similar al deleite esttico que apartir de cierto momento lector uno experimenta con la literatura.

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    Poco ms de siete aos antes, en el ao 89, como si el ciclotuviera que alcanzar un cifra impar, alguien dijo de esta prosaentonces balbuceante que luca pizpireta y sonora, y de aquellosversos entreguardados, con olor a pan viejo y a mantequillacaducada, que valan la pena. Fue una editorial hoy ya

    desaparecida, evaporada como tantas cosas de la vida, la quealumbr con papel reciclado y tosca portada mi primer libroeditado: El espejo salvaje o las formas de no volarte la cabeza.

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    Hoy en da me arrepiento de aquello sin flagelarme, merefiero a que reniego tozudo de esa edicin, tal vez por vanidad opor exigencia quizs, y slo la constancia de su insignificancia, desu escasa repercusin, me alivian las rojeces en las mejillas encuanto mis ojos reconocen esos versos. Era un poemario tan malo

    como otros muchos que se publicaban entonces y se publicanahora, pero para m era el clmen de un proceso vital azaroso yvvido que conclua un periodo y provocaba el aleteo de unamariposa desatando maremotos en los mares del sur, el fragordescarnado de una tempestad y la msica ruidosa de undesvirgamiento lozano y prepotente, ms tarde tmido yavergonzado. Demasiada vanidad creo, y poco contenido, y eso losupe ya en esos aos ms tarde, en el transcurso de ese veranoque inicia este relato, cuando me empe en convertirme en laletana slida del discurso literario, en su balanceo sagrado, en laespesa lateralidad de una msica secreta e inaccesible, apenasrozada de uvas a peras con un esfuerzo desmesurado.

    Intentar eso era una especie de quimera terrible que slopoda traerme cierta deformidad, cuando en ese ao 96 me dispusea repasar el fruto de mis antiguas exposiciones editadas en ladecada anterior. En esos aos haba aprendido ya que la literaturaera otra cosa que la retahla intermitente y banal de ciertos

    regocijos de la autobiografia, que el yo-yo vacilante no daba params y que El espejo salvaje o las formas de no volarte lacabeza tena un vuelo demasiado corto para semejante titulo.

    Y qu eleg?Porque en la eleccin est la cuestin esencial, una eleccin

    que depende de los aos que uno arrastra juntando palabras, perotambin en parte de una inexplicable inspiracin, o algo que vienede la madurez, o de la interpretacin de esa voz interior que todosllevamos dentro y que desea expresarse de la mejor manera

    posible: entonces an aguardaba ese imposible destino, llegar aentresacar ese aliento particular que dotaba a las palabras de unamsica perdurable.

    Convencido, en ese da o dos en los que fui preparndomepara el encierro, me di cuenta que el poemario de 1989 eramediocre, sin embargo, tal vez recosido y reajustado por el tiempoy el oficio que crea tener en esa poca, podra ofrecer el espejo deun tiempo, el lugar de donde vena esa imagen del nico poemaque salv con los aos y que me acompa durante dcadas: Losperros de la lluvia.

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    Un puente de piedra ligeramente abombado y de color grisblancuzco, escoltado sino recuerdo mal por cuatro estatuas y almenos cuatro salientes para tomar asiento; los muchachos alamanecer renaciendo; la larga noche en vela, esa niebla de excesosy testosterona alterada, ese gris graduado de variedad cromtica

    pero siempre gris, y esa comparsa adicta cruzando el puente; y yodetrs, fijo en ese deambular incomprensible por un instante, entrelas risas, las canciones y los rituales familiares; el amordeslizndose entre mis dedos, la soledad absoluta de ese instanteacompaado en que lejos de ser protagonista, era el testigo que apocos metros miraba y escriba sin tener lpiz ni una hoja enblanco.

    Uno escribe siempre si nace con esta maldicin.

    Sent la desilusin de leer esos poemas antes de comenzarsu resurreccin y encontrar que les faltaba esa sangre, ese ritmo,ese ro o esa corriente latiendo. Tratndose de literatura quedabanpocas opciones, como le sucede a la vida tarde o temprano, como silo predeterminado nos delimitara hasta dejar apenasoportunidades: se escribe para alcanzar la belleza o expresar deforma precisa y profunda la metfora de una idea, de unsentimiento, de una obsesin. Tambin para superarla.

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    Qu me obsesionaba entonces, en el 89, y despus en el96, y ahora, dicecisete aos despus?

    Ahora creo saberlo, y tengo la sensacin de haberlo sabidosiempre. Esa frase que, al igual que una formula matemticacompleja y exacta, pretende llegar a englobar en su enunciado el

    orden del mundo. Dan ganas de rer, pero as era. Ese deseo decomprender el orden inalcazable que rige el universo y que noscontiene, que a la vez forma parte con sus designios prefijados denuestra propia identidad y que es comn a cualquier vida incluso ala ms osada y estpida existencia hecha de la ignorancia o de lavoluntad.

    As sea. Como ese Mulligan afirmaba en la torre joyceana.Admiro a quienes desde la ciencia siguen buscando ese orden

    y se inclinan por el cerebro, por ese misterioso lugar qumico en elque aletean todas las ideas y emociones humanas, sus sueos ypesadillas, su imaginacin y sus proyecciones, la memoria de lahumanidad heredada generacin tras generacin, paso a paso,biografa a biografa. Esa ciencia adquiere rigor por su inmensacuriosidad intelectual. Me despeja del escepticismo lgico ante lamedicin, cuyos excesos resuenan tan sombros en el mundocontemporneo despus de un siglo largo de predominio de latecnologa y la ciencia frente a cualquier otra forma de sabidura

    humanas. Y no somos ms felices, a lo sumo ligeramente distintos.Tampoco somos mejores, slo eso, algo diferentes.El viejo escritor que aparece en Eclipses durante algunas

    pginas, justo tras su muerte a la orilla de un camino embarrado,fue mi modesto homenaje a una persona que conoc hace mucho.Hay tres cosas de l que no he podido olvidar. La cantidad decigarrillos que poda fumarse en una hora, tambin todos y cadauno de los poetas que amaba, cuyos libros fundamentales me fueregalando en el transcurso de los tres aos que lo frecuent, y

    sobre todo lo que me dijo una vez paseando a la orilla de la playa,un atardecer oscuro de otoo.

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    -No creo en casi nada, Jimarino, por no decir descaradamenteque en nada, pero la verdad es esa. Cualquier parafernaliasimplona de usos y rituales para alcanzar la felicidad o los objetivosde la vida agreden mi capacidad intelectual, no s si me explicobien. No quiero decir por supuesto que yo sea feliz o que me sienta

    capaz de ofrecer nada de mi existencia que pueda servir a otros.No, nada de eso. Slo que la vida es lo que es, y no existe ningnmanual de uso ni ninguna religin ni doctrina o teora que meconvezca de lo contrario. Eso s, y te puedo asegurar que le hedado muchas vueltas a ese asunto. Cuando una persona llega apercibir que la literatura recorre a lo largo del tiempo la historia delhombre y contiene su interminable discurso humano, sus anhelos einvenciones, la imaginacin y los dolores insoportables esparcidos alo largo de siglos y siglos de miserias y humanidad hacinada,descubre que tal vez no existe un arte igual, que cualquier formaliteraria escrita anhela expresar el modo en que los hombrespensaron y sintieron para disear espejos del mundo y del espritu,y en eso s creo. No me venden otra cosa que el placer de la lecturay de la comprensin. El manual no existe, pero si el interminable rode vidas y experiencias que nos preceden, a nuestro alcanceEl dilogo lo adapto, ocurri hace mucho, pero la idea central fueesa: el viejo escritor y amigo que morira pocos meses despus, un

    hombre ntegro, divertido, ligeramente amargado por el amor y lahumanidad, que llevaba ms de diez aos pretendiendo ocultarsepara mirar mejor, habl de todo eso. Luego insisti en que, no envano, la religin no fue otra cosa que una especie de aplicacinprctica de la literatura, cuando la historia de la literatura todavaera un camino corto, comprensible y recin nacido. El relatoimaginativo de lo humano, el susurro del hombre frente a losmovimientos descomunales de la historia hecho uso. Un anhelo deescritores en el fondo. Que la obra literaria alcanzase en un proceso

    imparable de repeticin y oracin, templo de la incertidumbreconvertida en carne, en grado de ritual, y que se extendiese entrecientos y cientos de miles de seres humanos. Eso fue la religin,una metafora convertida en templo, en construccin, en norma,rezo y costumbre.

    Tiempos oscuros como los nuestros generan eso, malaliteratura pretendiendo al fin y al cabo lo mismo, con la inevitabledistorsin de la existencia. A veces ni siquiera mala literatura, sinotristes simulacros de sabidura demasiado corta y con escaso vuelo.

    Hemos perdido, y los sntomas son claros, lo que no quiere decirque bajemos los brazos.

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    Mi respuesta ante esa afirmacin que el amigo pronunci alfin y al cabo para defenderse de mi excesivo apasionamiento por laliteratura debi haber sido otra distinta, parecida a la que trato deargumentar ahora. Frente a las simplonas metforas anhelandoexplicar el mundo mediante gestos y actos, la respuesta tena que

    ser clara y positiva. Su propio descremiento era una frase literariademasiado manida, una sentenecia de usos adheridos a suidentidad desde siglos y generaciones.

    Eso ya estaba en la literatura expresado, desde hace tiempo,pero no lo miramos, o no queremos hacerlo. Se busca el alivio deuna vez y a un grupo de gente cumpliendo el mismo quehacer. Esotranquiliza. Cualquiera hombre avispado y convencido puede ser ungur, y los libros de Dostoiesvki o La Divina Comedia de Dante, oese Ulyses que dia a da me fascina ms, huelen a polvo viejo, aestante desvencijado, a olvidada hilera de libros en papel y cartnsustituida por un futuro de flamantes kindle o E-book electrnicos,por una luminosa tableten la que situamos todo al mismo nivel: eltriste solitario de windows y La metamorfosis de Kafka, a punto dela yema erizada, envueltos en una creencia, que casi essupersticin, de que all est todo.

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    Pero volviendo al asunto del que no debera desviarmetanto al abrir estos caminos, como si deslizara ventanasinformticas y ecos de google, lo cierto es que decid justo locontrario a lo que los pragmticos postulados del pensamientolimpio, de la programacin neurolingistica, aconsejaran. En vez de

    programar racionalmente, quise ampliar los espacios mentales,tratar de alcanzar esa parte atvica, secreta, misteriosa, quesiempre ser la horma de zapato de lo cientfico por ms queexpurgue, delimite y diseccione el cerebro o cualquier rgano oexpresin de lo humano. No deseaba reunir fuerzas cognitivas paraempujar aquellos malos poemas antiguos y convertirlos en algomejor, siempre controlado por el consciente, sino romper lasbarreras que separan el pensamiento racional de la expresinonrica, indirecta y determinante al tiempo de cualquier ser.Deseaba despojarme de la razn para alcanzar ese ritmo que habapercibido en los grandes maestros de la prosa y la poesa, esadiferencia entre un libro cualquiera y un libro que sirviera paradescubrir un hecho esencial del hombre a travs de una metforahermosa -que no complaciente-, de su latido vivo, de esa sangrehiperblica y lingstica.

    Estaba convencido de que, despojndome de las barrerasracionales que ataban el destino del ser humano a su cerebro

    utilitario, podra encontrar en verdad una voz similar a la de esosescritores que admiraba. Crea empecinado que la inteligenciaprctica, la paulatina especializacin y la reduccin constante de lasaptitudes intelectuales humanas hacia tareas o mbitos concretos,especializados, era contraproducente sino se acompaaba de unmovimiento contrario, de una necesidad de comprender y percibirel mundo en su globalidad, unido a su vez a ese intento afanoso dela literatura por ahondar en el secreto de lo humano. Al fin y alcabo, de esa mezcla est compuesta nuestro cerebro. Que el origen

    de esa grandeza y esa sabidura, era un misterioso lugar de nuestraidentidad que ellos, los grandes escritores, lograban entresacar demodo natural, al violar las ataduras del yo consciente y dejarsellevar por el fragor determinante del inconsciente.

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    Me fijo mucho en los nios, en el proceso por el cualatrapan el mundo y construyen su identidad. En ellos, la lnea entresu esencia interior, la magia humana y el aprendizaje racional de larealidad, est difuminada, se confunde, o mejor, es permeable; lofantastico y lo imaginario tienen la misma intensidad que los

    hechos reales o los actos automticos o aprehendidosmaquinalmente de sus mayores, y, sin embargo, distinguen larealidad de la ficcin. Adems, el nio aprende ms de los gestosinconscientes que ve o intuye en los adultos que le rodean querealmente del discurso consciente con el que tratamos de hacer quese defiendan de la vida o esquiven el peligro. Mucho ms de lo queescondemos que de esas ideas sobre el mundo que expresamos ynos parecen slidas a fin de adherirlos a nuestras causas. Loinconsciente es lo que marca su actitud la mayor parte del tiempoincluso cuando fijan la atencin en actividades prcticas o seconcentran en habilidades manuales. Miran ms all de laexplicacin directa o la argumentacin racional en la que nosempeamos los adultos, astiban la emocionalidad, el tono, laimportancia inconsciente de nuestros consejos expresada en lo queno es verbal nicamente.

    Siempre he credo que para avanzar en la neurolingsticaera necesario conocer la historia de la literatura, porque en sus

    palabras estn parte de las claves del proceso. Lo mismo que lesucedi al psicoanlisis hace ahora ms de cien aos. Al fin y alcabo, cada libro perteneci a un contexto lingstico, ideolgico ysocial, a una manipulacin del lenguaje concreto en todas laspocas en las que la obra literaria pretendi siempre resistir, a uncdigo de palabras clave propias de cada tiempo, siempre comouna resistencia del individuo y del lenguaje libre, hecho de tradiciny tambin de presente, contra lo estipulado, insincero o artificial,contra lo dominante o lo impuesto por la fuerza. Y a su vez, cada

    uno de esos autores sobresalientes quiso trasmitir aquello quecrey comn a todos los hombres y en todos los tiempos de lahumanidad, para que ahora, tantos siglos despus, los griegos senos aparezcan todava cercanos, reconocibles e inclusocontemporneos. Las palabras de los griegos; Psique, Ego. Es muycomplicado pretender fijar una letana verbal positiva sin haberatrapado y degustado las grandes palabras de la mayor creacinlingustica e intelectual inventada por el hombre, representada porun puado de obras maestras que recorren la vida en la tierra

    desde hace siglos.

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    Era inocente todava, lo reconozco. El largo camino no habahecho ms que empezar, y de alguna forma, la fortuna, comosucede hasta hoy, nunca me fue adversa del todo, s a vecesesquiva o cuesta arriba, o empecinada en no dejarse ver, peronunca adversa por completo, hasta que cruzo los dedos en ste

    clido amanecer de agosto, mientras escribo.Hay que agradecer a lo divino, al orden secreto, semejante

    concesin, y yo decid buscar ese agradecimento en m mismo. Elviejo poemario ajado, con olor a naftalina, a mis ojos nublados deentonces. Cmo traspasar esa barrera de la consciencia que elrecin llegado mundo adulto converta en un lmite rgido einfranqueable?

    Ahora entiendo mejor porqu intent romper esa artificialidadde ese modo.

    De dnde viene esa consistencia de la palabra en ciertostextos literarios, la exactitud en la escena o el punto de vistaelegidos, su endiablado ritmo que dibuja una realidad que roza loexacto y lo bello sin saber porqu, sin que las palabras seannecesariamente bellas, sino insertadas en el conjunto de esa formade sabidura?

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    Saba, sin pensarlo en profundidad, sin razonarlo, que laliteratura llegaba de un lugar secreto y oscuro, cuya fijacinquedaba marcada por un factor fundamental, un oculto misterio, unaliento heredado, una facilidad desconocida instalada en el cerebrode todos los genios que hacan del inconsciente una herramienta, y

    del lugar de la escritura una especie de lmite oscilante entre laconsciencia y el punto del inconsciente en el que se desarrolla larelacin entre lo imaginario, lo atvico y lo onrico, y su contactoinevitable con lo tangible.

    Ese punto era la clave de la literatura y de la mayor partede las cosas extraordinarias del hombre, tambin el lugar de reposoy escondite de sus monstruos y sus pesadillas ms insostenibles. Elmomento en que la mente consciente se adecua al silbido interior yla prosa cobra vida, tan raro a veces el instante, tan dificil deconvocar, tan inexplicable.

    Por qu ese mismo cerebro es capaz en ocasiones deanhelar esa transcendencia de la escritura que avanza y otrasapenas puede esbozar la correccin linguistica o sintctica paraadentrarse en la expresin verbal de algo con levedad?Era la lectura s, y tambin la pericia en la escritura despus dehoras y horas cumpliendo con los rituales de la palabra, pero eraalgo ms, ese punto de convulsa inspiracion verbal que permite

    desenrrollar el ovillo, que asocia palabras, imgenes, ideas yobjetos, hechos, historias, como si en el cerebro cupiera toda esainfomacin atemporal y la trajera a un instante presente quepermite el desarrollo de la escritura.

    Eso buscaba; hallar esos resquicios, llegar a comprenderalgo de ese proceso.

    Haba dos momentos preferidos para la escritura. Elamanecer, esa luz plida que desbroza el da, que despeja debrumas el paisaje e ilumina paulatinamente los objetos, las salas,

    las habitaciones, las calles, los bosques y las playas. El momentodel nacimiento, de la luz que baa el mundo. Ese instante en el quenace el da y todo es posible. El momento en el que se inicia lacreacin.

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    Frente al amanecer siempre la creacin. Porque en 1996ya tena cierta consciencia del hecho de escribir, principalmente porlas abundantes lecturas acumuladas en esos aos, y aunque sentael desarrollo de la escritura todava como un proceso abrupto,verborrico e imperfecto, mucho ms que ahora, comprenda la

    magnitud de ese amanecer que se asemejaba sin remedio al efectode los signos y las grafias que empiezan a llenar la hoja en blanco.La escritura tambin en el momento en que el amor y el deseonacen, tambin cuando quedan saciados. La punzada desensualidad retenida que inicia la chispa de esa atraccin, yposteriormente el aleteo de lo fsico, el ejercicio que endurece y elplacer que se derrama. Esa fuerza de la sensualidad inconsciente,de la incendiada respuesta de los msculos y los sexos, e inclusodespus, cuando he deseado morir sobre el sudor de un cuerpodesnudo, de una musculatura agitada y satisfecha de placer hastaprovocar el destello de celebracin y alegra que el cerebro necesitapara afrontar cualquier creacin con optimismo y confianza.Nacimiento y deseo. Y siempre la literatura en ese intervalo,aunque entonces no pudiera explicarlo.

    Era una celebracin, una fiesta de los sentidos y lainteligencia, un espejo luminoso en el que lo oscuro quedaaclarado, a veces sin poder ser argumentado, simplemente surgido

    de esa intuicin de haber asimilado algo necesario. Lo mismo que laescritura. Como una placentera eyaculacin y el abundante retozoamoroso, la dicha de ese placer, y entonces esa pausa extraa en laque la cabeza detiene toda su violencia presente y obliga a saltarde la cama y acercarnos al ordenador y teclear hasta que laspalabras expulsadas colmen esa excitacin vital.

    Algunos prrafos de otros tenan la sinuosa sensualidad deun seno o una cadera de mujer. Siempre sent que lalectura/escritura eran las expresiones finales de procesos cuyo

    desarrollo se asemejaba a las fases y aprendizajes de lasensualidad, del erotismo, o que afectaban o movilizaban partessimilares del cerebro, algo que seguramente alcanzar a saber elhombre tarde o temprano a travs de la neurologa. Leer con esaatencin, tan similar a acariciar con los dedos los objetos, adivinarlas texturas, aproximarse al olfato de las plantas y las flores, sentirla temperatura en la piel, el brillo y la penumbra del mundo visibleacariciado por la luz particular de cada momento del da. El mismoimpulso sensual de acariciar y ser acariciado y la lectura de ciertos

    prrafos memorables de la literatura universal. Proust, Tolstoi,Flaubert

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    El acto de la escritura y la lectura como un acto sensual,capaz de excitar al cerebro hasta su invisible eyaculacin dedichosas neuronas atrapando el universo.

    Y qu mejor forma de hacerlo que aferrndose a esteespritu que mi generacin apur no s si como forma de rebelda o

    como nica aportacin posible al mundo. Era como si intuyeramosdesde muy jvenes que no pintaramos absolutamente nada, que lateora/presagio de Ortega y Gasset sobre las generaciones, lareferida a que cada quince aos aproximadamente una generacintomaba el relevo de la otra, y comenzaba una dura pugna y unconflicto que determinaba la derrota de lo anciano frente a lonuevo, a veces mediante ruptura, otras por medio de acuerdos, seiba a truncar definitivamente. Tal vez por eso la ebriedad, el santoexceso de Blake que desemboc en los mitos del sexo drogas yrock and rollque tantos cadveres insatisfechos dej a su paso. Porque esa era la cuestin, sin valorar la parte de culpa que noscorresponde, sin examinar en profundidad porqu variasgeneraciones dejaron de tener acceso al poder, siquiera pudieronmodificarlo un pice, convirtiendo la madurez en un extrao caminode insatisfaccin perpetua, de aleteos de Peter Pan mundanos ymelanclicos, con calvicie y patetismo crnico, y el sueo deaquella gloria en un cementerio de hombres e ilusiones.

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    Yo estaba slo en esa casa y necesitaba hallar todo lo que

    tena dentro guardado de las experiencias de esos aos, un sentidoposible de la existencia que rescatar de las catacumbas del abismo,de las adicciones y los cantos de sirena. Senta orgullo de estarvivo, tal vez el nico orgullo que con discrecin poda defender unavez disipada la tormenta y calmado en apariencia el mar tras elnaufrgio.

    Tena un poemario imperfecto y rgido cuyas ideas resumanen verdad una poca salvaje a punto de desaparecer, pero suescritura era balbuceante, torpe, llena de mitos banales, dereferencias errneas y escasa enjundia literaria e intelectual.Entonces me dije que debamos creer al viejo Blake de nuevo,dando otra vuelta de tuerca. Era como si necesitara recuperar elviejo espritu, no traicionar, aunque fuera por ltima vez, al mundoque dejaba, pero con otra intencin y otra profundidad.

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    Intua que tal vez buceando en el exceso podra alcanzar lallave que comunicaba el lenguaje racional, controlado y anodino dediario, con el lenguaje secreto que tal vez yo guardaba en miinterior, mi voz, mi ritmo, mi propia expresin vital. Y no eravanidad, puedo asegurarlo. No quera lectores que se asomaran a

    mis abismos ni a mis parasos para aplaudirlos, deseaba ms bienpoder encontrar en cada una de las frases que escribiera mi propioespritu y su reflejo del mundo, hacia el mundo, que la frase escritaen verdad expresara algo profundamente mo capaz de alcanzar locomn a todos los hombres. Eso estaba dentro, muy adentro de m,en lo ms profundo.

    Me senta como el minero que desciende a las galerias paraseguir cavando y cavando en esa roca oscura, incomprensible einaccesible desde la superficie, justo lo que el mundo haba decididono hacer. Esta tierra y los hombres que la conforman renunciaronhace mucho a ese afn. No quera los signos externos osuperficiales, sino el acervo comn y la herencia de siglos, lasvoces que se acumulaban en m, las palabras que surgieran de loms esencial, aunque contase la ficcin ms alejada a mi realidad,pero que tuviera ese eco de la identidad irrenunciable, eso que meperteneca y era posible ser expresado y comprendido por otros.Hice un esquema esa primera tarde de soledad, con el da alargado

    en el mes de julio y el sudor cayendo a goterones por el torso y laespalda. Sentado en el despacho, frente al ventanal que daba alclaustrofbico patio de luces, oyendo la tos del viejo vecino dearriba, que pese al asma y a los problemas respiratorios violaba laprohibicin de fumar fijada por los mdicos y su mujer,solicitndome con un susurro hasta la amistad un pitillo salvadorque era la muerte, un ltimo placer de la adiccin aspirando unacalada de nicotina y alquitrn. O su tos y entonces escribi bajo eseinflujo, a punto de llamarme si me oa, este esbozo que encontr

    hace apenas dos semanas, buscando entre los ms de cincuentacuadernos de escritura comenzados en el ao 1990 y alargadoshasta hoy mismo.

    No he cambiado mucho, slo soy mas viejo, mas consciente,ms cobarde, menos inocente.

    -47 poemas y 126 pginas: El espejo salvaje o las forma de no volarte la cabeza

    -32 das previstos

    -500 pesetas de marihuana

    -botella diaria de vino. Total 32 botellas. 3-4 de reserva.

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    -botella de ginebra: 1 cada tres das

    -tnica, 2 botes al da

    -1 gramo de polvo cuando el cansancio requiera de un despejarse, de cierto

    nerviosismo.

    -Algn alucingeno posible una vez por semana-una tableta de anfetaminas para las noches que puedan alargarse (tal vez 8-10

    pastillas a lo sumo)

    -Msica preparada para sonar durante horas entre los muros del apartamento,

    musica lisrgica a poder ser y mucha msica clsica.

    -Algun opiaceo (rastraer los camellos habituales). Nada de agujas, eso es demasiado

    marginal y estpido

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    Durante esos das, el telfono qued sordo, ni una solarespuesta a nadie, quieto en ese encierro de horas, ebrio,sollozante a menudo, mojado por el hmedo verano, altanerofrente a los poemas. Cuarenta y siete poemas antiguos de otrotiempo, que no me gustaban, sumido en la irrealidad de intentar

    inventar un destino nuevo para ellos. Es verdad que cada latido delo que haba escrito responda a un impulso que fue real y que, enmuchos casos, se mantena en el tiempo. No era nostalgia -no lauso en exceso-, sino ms bien recreacin de lo vivido con palabrasque fueran capaces de recuperar la vibracin y el sentid0 y traeresa poca de mi existencia al presente.

    Para empezar lea el poema. Si me encontraba demasiadosumido en la realidad, intoxicado de ruido presente, de esa nieblacon la que caminamos a veces sonmbulos para poder soportar laexistencia, empezaba con el vino blanco fro, tal vez con lamarihuana si la noche era avanzada y requera de ese estado deconcentracin particular. La concentracin de la sensibilidad quepermite la hierba, el xtasis de los sentidos, cuando las hojasverdes quemndose nos recuerdan que tenemos un cuerpo y unossentidos extraordinarios para atrapar la riqueza de cuanto nosrodea, para intensificar lo que sentimos. La concentracin de lamarihuana es sensual, sensorial, y al fin y al cabo, incluso para los

    positivistas o aquellos que ritualizan el pensamiento, toda ideaproviene de una experiencia sensible, incluso las ms tcnica ocientfica, de una intuicin que llega, de un contraste entre lasemociones y las fabulosas conexiones del cerebro humano.

    Ha pasado el tiempo y creo que el mundo es un poco peorque entonces, aunque la verdad, suelo dudar a menudo de misimpresiones. Tal vez sea yo el que lo mira de peor forma, no lo s.En ese verano cre ser capaz de adivinar otra posibilidad que sloera personal, seguramente intransferible y dificil de explicar a los

    otros, sin ms pretensin que alcanzar ese ritmo secreto, propio,original, que deba surgir de la inconsciencia para alcanzar otroorden, otro discurso, un latido mejor construido de palabras msduraderas y esenciales.

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    En esa niebla irreal que viv esos das, cre ser consciente dellugar del que proceda la literatura. Lo percib de sopetn, comouna revelacin que qued entre la lengua y el paladar, que no pudeexplicar y qued guardada en m sin palabras, ms bien como unaaceptacin silenciosa, intuitiva. Porque la renovada msica de las

    frases surga de un rincn de mi cerebro que oscilaba entre loconsciente y lo inconsciente, conectaba la memoria y el tiempo, laexperiencia acumulada y el mundo onrico y simblico que mehabitaba.

    A veces, menos de lo que deseara, escribiendo entro en unaespecie de trance en el que todo mi ser se concentra sinperturbacciones de ninguna ndole en un escritura que surge aborbotones incontrolable para quedar fijada en un instante delucidez y de expectacin para m sublime, aunque los resultadosms tarde nunca sean similares al placer y la satisfaccin delmomento. Y adems, todo ese entramado de relaciones, despusde los aos lectores acumulados, posee una forma novelesca,narrativa o potica, hecha de lenguaje interiorizado. Es en verdaduna especie de hipnosis parcial y autoinducida. Cierto que lacorreccin es siempre racional, necesita de una distancia y de un

    juicio crtico que relacione lo escrito en esa insconsciencia parcialcon todo lo que uno ha digerido y experimentado con la literatura y

    la vida, afina las imprecisiones de ese lenguaje desde la sintxis yla consciencia, pero no lo es el impulso que aletea entre mis dedosy me hace apretar las letras del teclado anhelando un relato.

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    Lo que las teclas marcan en la pantalla blanca son palabrassurgidas de un misterioso rincn de nuestra mente, tal vez un nudode ramificaciones neuronales en el cual todo lo vivido seentremezcla; elementos biogrficos, identitarios e inconscientes,herencias impredecibles y proyecciones adquiridas, escenas tan

    nitidas y a veces inconscientes de todo lo transcurrido; un puntodel lenguaje, pero del lenguaje construido con afn esencial ymetafrico, incluso onrico, capaz de la ficcin, incluso de lafalsificacin de la memoria a fin de construir una identidadconsistente o satisfactoria, sea de la ndole que sea, literatura talvez, pero tambin eso: el lugar donde construimos la propia ficcinque trata de explicar quines somos. Tiene algo de divino o demgico. Un lugar donde se centrifuga y se mezcla la experienciahumana, agrupndose en un mismo orden, en igualdad decondiciones, simplemente juntando variadas piezas de lapercepcin, con sus elementos tan dispares, para elaborar unahistoria propia o todas esas que algunos pretendemos contar. Unrecorrido que funciona como un hilo enrollado del que se estira yas se desmadeja el ovillo, surgiendo la asociacin.

    Teniendo en cuenta que todos lo seres humanos sin excepcin,manejan, aunque sea a nivel elemental, el don de contar historias oancdotas, quizs en ese nudo cerebral est ya la literatura desde

    el nacimiento. Los nios las cuentan en cuanto se sienten capacesde manejar el lenguaje oral, su sentido, y en funcin de sudesarrollo ejercen su capacidad de generar espejos de la realidad.

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    Y en ese instante lo supe. Comprob que la sinuosa perfeccinverbal de Proust construa su hlito incansable desde el mismolugar en el que yo poda imaginar la tersura de unos pechosladeados en un cuerpo suave de mujer o vislumbrar la luzmilagrosa y reconfortante que producen los relatos. La sinuosa

    perfeccin de un adjetivo, la reminiscencia exacta de la palabraanhelando su sgnificado, la punzante idea capaz de desbrozar lasmalas hierbas de la conciencia para dar un salto hacia un dilogoms despierto, ms sabio; la emocin de deleitarme con esasescenas que Joyce o Tolstoi escribieron, la presunta facilidad de unprrafo de Chejov diseando en unas cuantas lneas de papel lamayor complejidad del mundo hasta acercarnos a su idea. Elcosquilleo de esa constancia, repentino, seductor, que hace esbozarla sonrisa, llegaba de all, de ese sitio, en cada cual respondiendo ala medida de su talento, de sus posiblidades. Del lugar en el que losensual modela el cerebro. Lo sensual referido a los sentidos y aese punto tangente con la idea o el pensamiento.

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    Pensamos desde las emociones, incluso en la raznaparentemente ms firme y con visos de voluntad frrea quecreemos tener, sta acude desde las emociones experimentadassobre todo en la infancia. Para algunos, ese proceso comienzadesde el vientre materno. Sentimos primero para luego pensar. El

    placer sobre todo. Tambin el dolor, como concepto opuesto alplacer o a la falta del mismo. Toda esa sensualidad de sentir queobra su climax en el tacto, la vista, el oido, el olfato y el gustohasta ortorgarnos en un complejo proceso la idea del mundo quesostendremos. Comer con los sentidos y leer. Oler el luminosopaisaje de una primavera en la montaa, en la provenza francesacon su perfume de lavanda y mar, o sea el sobrio horizonteerosionado y verde de la sierra de Gdar, del Teruel ancestral,envuelto en la clida satisfaccin de que todo nace, crece y muere,y leer. El tacto de la gata bien alimentada, cuyo pelo construye eninvierno la seda calida de contacto irrepetible y sedoso, y leer. Elgusto y el olor y el tacto y el sonido del cuerpo al que uno cubre derituales sagrados para la ascensin al placer supremo de lasensualidad; olor entre los muslos, en los pechos y en el vientre, yel tacto suave de la nalga, suavidad de mujer, suavidad rocosa dehombre, y de rostro, y los labios y la lengua, y el sabor de esahendidura sonrosada de humedad donde lamer o de esa hinchazn

    caliente y tersa que arrebata el hueco carnoso que es llenado,saciado, ese otorgar el placer de excavar suavemente entre lospliegues, de horadar con la extensa y sangunea corola dehipersensibles ramificaciones neuronales; y leer. Y escribir como unacto de potencia, jams constante, imposible, pero en ese ruedo,acto de potencia sensual, en el que surge la tentacin masculina dela procreacin y la luz en medio de la oscuridad estril de unmundo agotado, y leer.

    Y escribir.

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    Todas esas cosas quise descubrir en esos treinta y dos dasde encierro que comenzaban. No deseaba mirar atrs con laemocin superficial, sino adentrarme en el entramado de esemundo, en el efecto que haba depositado en m la existencia y susinterminables relaciones, en las asociaciones que conformaban mi

    identidad, asociaciones complejas, vibrantes, vivas y simblicas.Confiaba en las teoras que crea sostener con solemnidad,

    seguro, no slo las que comprend entonces, sino intuyendo las quellegaran despus, con los aos, con la victoria del silencio y lamodulacin del carcter orgulloso e inconformista hasta convertiresos arrebatos antiguos, ese sublime incendio de la insanidad y looscuro, en una especie de canto silencioso que anhela rinconesprofundos. Reinventar esos poemas de un tiempo que cre gloriosoy que vea reflejado, aunque mal, en esos versos de finales de losochenta. Cada trago y cada gradacin del alcohol quemado, y cadahumareda y cada inspiracin y expiracin hmeda en esa soledadencerrada y bochornosa. Tena la confianza indirecta de creer queestaba alcanzando esa cima anhelada durante muchos aos, sinimportarme ni la repercusin ni el final, slo intentando apurar esaespecie de grito que me empujaba a considerar ese acto como algoirrenunciable.

    Me daba cuenta de que cada poema no slo vena del lejano

    tiempo en el que fue compuesto, de aquella letra fijada y esaemocin antigua, sino que lograba materializarsefragmentariamente en el presente variando su significado, en esaceremonia incendiaria y delirante de la santa ebriedad y susoraciones laicas, y su origen resultaba indescifrable y unido a latotalidad del tiempo, un tiempo que se dilataba y se confunda, seentrelazaba al presente, e incluso se contraa en ocasiones, yentonces comprend que tal vez yo fuera tambin la eternainsatisfaccin de mi padre o las juerguistas pendencias del abuelo

    correteando por los caminos polvorientos de la sierra en pos de unbaile, de mujeres y de esos atardeceres y noches vividos; o tal veztuviera dentro al otro abuelo represaliado y dolorido, a ese poetasilencioso y grave por obligacin que dibujaba puentes, o queincluso la superioridad fsica del bisabuelo fuera ma, quin sabe -yoese prspero leador que tuvo la mala fortuna de caerse de unrbol con apenas cuarenta aos-, o la llama jams saciada deaquella tatarabuela vuida que quiso amar y no pudo, hastaexpresar en m ese deseo sin cortapisas, liberado, capaz de la

    trascendencia y la levedad a la vez.

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    Hasta hoy no he perdido ese efecto imposible. El olor del marque se asemeja al origen de la concha marina fragante y capaz deesconder las olas en su oreja de viento. De proteger el origen delmundo. Los siglos en los que los hombres contemplaron extasiadosde dnde vena la vida en ese deleite del sexo femenino.

    Nunca olvidar esos das de verano pretendiendo la absurdaanulacin de la razn, exagerando las poses y los excesos de laadolescencia y la juventud hasta el ridculo, afilando los dientes enel dolor y la humedad, hasta que la respiracin llegaba aentrecortarse y la visin se nublaba, sumido en esos poemas, enesa especie de salto al otro lado morrisoniano. Las puertas de lapercepcin. Y no crean que me tomaba en serio por completo, novaya a ser que los graciosos y los cnicos se burlen y con razn.Ninguna pose asegura la escritura, ningn artificio, ningun disfraz.Eso son mscaras para los bailes de carnaval, nada ms, aunque elmundo contemporneo prefiera y consuma lo externo con mayorprofusin que lo profundo.

    Las palabras provienen de un escondido rincn del hombreque no se puede desentraar ni con los mitos ni con elempecinamiento moderno acerca de la superioridad de la imagen.Esa escritura no tiene que ver ni con el xito ni con la admiracinde los otros, tampoco con el fracaso o el silencio. Surge en todos

    los seres humanos que puedan imaginar, hasta en la mirada fiera yavariciosa de un banquero que en medio de su arrebato pecuniarioesboza un gesto de poesa, una palabra autntica que se le escapasin darse cuenta. Esa liberacin del yo y de la voluntad que seretrata en un sentir a veces spero, lleno de la condolencia y lacelebracin del universo. Nada que ver con los roles sociales y susmarcados espejos de exclusin.

    Eso sucedi, aunque como era de esperar por lo dicho, elresultado de aquellos das lejanos no fuese el esperado.

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    Porque no bastaba para alcanzar esa literatura anheladacomprender la relacin entre la vida y la literatura que entoncesqued fijada y ntida en mi memoria, en mi existencia, entre misobsesiones. El origen estaba all, lo que hace de ciertos prrafos ungesto no slo de la inteligencia o del placer completo, sino actos de

    salud. La salud del cerebro que avispea en esa seda lingistica: elverbo que se hace carne -eso era-, verbo vibrante que construye enla mente aquello que debe ser el placer y el reto de la inteligencia,la razn y la emocin confabulndose en ese describir el mundo, enesa profundidad de la visin que los maestros nos dejaron, como elcimbreante y sensual movimiento de dos cuerpos entrelazados porel baile de la cadera y el ertico acomodo de la humedad y la pielen un verano bochornoso como aquel.

    Es evidente que no pude aguantar ese rgimen 32 das. Miduende se fatiga en exceso, vaguea, hace su aparicin cuando lesale de las narices, se esconde una temporada, resurge ante unaemocin inesperada que lo empuja a exigir la escritura, inclusoaunque la convoque a menudo sin suerte todos los das del mundo,de buena maana.

    Pero no aguantar fue lo mejor que me pudo pasar. De habercumplido ese itinerario suicida, mi vida hubiese sido otra cosa,porque aquel fue el final de los excesos, no por completo, pero s

    con la medicin del sentido comn. Una madurez que tuvo sureflejo en el resultado, o que comenz en ese punto y final. Elexceso no poda ser un fin en s mismo, slo una limpieza de esaclaridad que tanto perjudica a los escritores, que los convierte encastradores, en caricaturas de s mismos alejadas de lo oscuro. Esos: la felicidad -como la desesperacin-, nunca fueron buenoscrticos literarios. Era imposible pretender alcanzar lo que buscabaen ese estado, el ro claro y transparente, ese ritmo de lascorrientes subterrneas que deban construir la literatura. Los

    nervios afilados por la ebriedad y el calor, los dolores muscularesque todas las maanas punzaba mi carne, los calambres intensosque me empujaban a saltar de la cama y pisar el suelo aullando dedolor, me conducan al cansancio perpetuo y a la confusin. Lashoras encerrado que fueron modificando mi lenguaje, sin nada quepudiera corregirlo. La falta de sueo perpetuo que las drogasnerviosas provocaban hasta hacer de los das un veloz duermevelacontinuo, demasiado oscuro, inaccesible y, en cierto modo,tenebroso. Beber y beber en ese zambullirme en las palabras y

    aguardar el sentido escondido.

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    No podra expresar el valor de esto a nadie que fuese un lectorsuperficial o que no leyera o no escribiera, o que estuviese pocofamiliarizado con la historia de este arte, de este oficio misteriosoque irremediablemente asociaba entonces semejante anhelo con lamarginacin. La literatura requiere de cierta moda perdida, de algoque la convierta en tema de conversacin cotidiano, de unaimportancia en una sociedad cargada de carsimos y variados ociosque le roban terreno, cuerpo, que le exigen transformaciones,

    sufrimientos, silencios prolongados, no de excesos incomprensiblespara la gente normal si es que hay alguien normal, o mejor para lagente con menos capacidad para comprender las abruptastempestades de lo humano, esa tendencia a salirnos del tiesto, aretar las normas y vivir de otro modo, que suelen producir juiciossolemnes, prejuicios argumentados, miedos inconfesables

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    A quien poda yo entonces contar sinceramente que pensabapasarme 32 das escribiendo y alcanzando la completa sensualidadde la ebriedad y la soledad, para que esa escritura torpe de aosatrs alcanzara el latido interior libre de lo racional y los prejucios,y lograr as una presunta grandeza similar a la de los escritores que

    adoraba?Parte de este arte es incomprensible, bastara corroborarlo con

    echar un vistazo a muchas de esas vidas que conforman con sumitologa la liturgia de los escritores. Por qu ese afn tan lleno deabismos, qu sentido cultivar un arte cuya repercusin, y msahora, es tan pequea otorgando tanto de uno mismo a cambio? Aqu se deben las horas, los esfuerzos y el empeo por algo tanpequeo en el fondo, tan desmitificado? No resulta grotesco?

    Y sin embargo, para m, entonces, no lo era.Ni siquiera los sobrios editores, o esos escritores instalados por

    entonces en elestablismenth oficial, que solan dirigir las corrientesen este pas en funcin de sus parcelas de poder, sus adscripcionespolticas y sus insostenible entregas con la cabeza gacha, con susventas importantes en esa poca, con sus apariciones televisivas ysu aprovechamiento de los medios, escritores profesionales que enlas fotografas parecan expresar ideas fundamentales y acertadassobre el mundo y sus congneres, eran una referencia para ese

    intento, para que aquel hombre a punto de romper con su juventudpretendiera hallar la esencia de este arte en el exceso, a solas, sinimportarle nada, o tan slo ese intento de alcanzar el ritmo, laexactitud, la profundidad. Era tan pretencioso que deseaba dilogarcon el pasado. Pretencioso e inocente. Lleno de mitos.

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    Bien poda ser eso: mitos de la cultura acumulada, por esosautores fetiches de juventud, los que recuperaron la voraz pasinde la niez por leer aunque luego quedaran demasiado lejos de losque adoro de verdad: Bukoswki, Jack Kerouack, Henry Miller, AnasNn, William Burroughs, Allen Ginsberg, Poe, Baudelaire y Verlaine,

    Rimbaud, Blake, Malcom Lowry escritores destruidos por unaintencin esttica, destrozados muchos de ellos, o viviendo lamitificacin del xito como una constancia de su acierto sin darmecuenta de lo circunstancial de todo. Escritores arrebatados como yoen esos das -y ahora, aunque con mayor mesura y algo de sentidodel humor que tanto protege- por la literatura y el dolor, todavalejos de ese temible dolor que puede enterrarnos en vida, saliendodel huevo para encontrarme con el mundo a travs de las palabraslibres y despojadas de miedo, y descubrir algo que muy pocospodan llegar a asimilar. Esa era la ambicin.

    El experimento fue un fracaso, pero indirectamente aprendque ningn arte vala una vida. Que la sensualidad de la literaturatal vez tuviera ms que ver con la vitalidad luminosa de unamaana soleada en el monte, a solas bajo un poderoso cielo azul, o

    con la salud del cuerpo y la chispa vital de una lectura atenta con lacabeza despejada, que con aquellos abismos mitificados y adoradoshasta el fanatismo.

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    Los cadveres nunca escribieron.Aquellos das fueron mi lnea de la sombra, el cruce inevitable

    entre los viejos tiempos y los nuevos a travs de un poemario quereescriba y que trataba de hallar la esencia de esa poca llena denaufragios y despedidas.

    Sostena esa imagen de los muchachos correteando por elpuente, profiriendo gritos, rodeados por esas piedras milenarias yesas estatuas que a duras penas haban resistido el paso de lossiglos, la ligera inclinacin en la acera de granito, una leveascensin que abombaba el firme a mitad del puente, la luz del dasurgiendo para dejar sin sentido a esa vieja comparsa denoctmbulos sin rumbo, a Los Perros de la lluvia que aullaran parasiempre en esa visin eterna que convert en palabras, hasta hacerde esos versos los nicos perdurables del libro, el nico poema queno me avergenza incluso hoy, que se sostiene en esas palabrasque valoro precisamente por comparacin y por entereza.

    LOS PERROS DE LA LLUVIA(Valencia, 1989)

    Ebrios,cogidos de los hombros.Sombras.

    Una rueda de vrtigo e inconsciencia,

    un comps alterado.

    Por el puente de los perros de la lluviala absurda comparsa se desgaitaal antojo de los signos.Qu seales aguardan?

    Ahora lo s.En el puente de los perros de la lluvia

    llueve cuando sale el solo al revs.

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    Copyright Jimarino1989

    Pero lo cierto es que comprend muchas cosas de aquel fiasco,que lejos de durar treinta y dos das, apenas aguant quince aduras penas, hasta que ese medioda, al despertar de una siestamortecina y sudorosa a eso de las cuatro de la tarde e intentarposar un pie en el suelo, not un agudo dolor en la pierna izquierda-un dolor que todava me acompaa de vez en cuando pararecordarme los caminos que no debo escoger-, e inmediatamenteuna punzada inesperada en el estmago, un pinchazo virulento, yenseguida comenc a vomitar todo lo que haba tragado durantedos semanas y un da, toda esa literatura mediocre que quisetransformar en ese latido breve y conciso de la poesa, esa que s aestas alturas que jams encontrar en los versos, y que sloacariciar a veces en alguna prosa, en algn prrafo iluminado.

    Vomit pastillas, humo, alcoholes de distintas gradaciones,comida basura, sudor tragado, desobediencia, memoria, bilis,impotencia, mitos, dolor, hambre y amor, mucho deseo maldirigido, todo eso. De golpe de una sola vez. Plido como unmuerto, tembloroso y dbil, avanc hasta la ducha sin mirar atrs,a punto de caerme varias veces en los dos o tres metros deltrayecto. Tena en los labios eso que ahora s. Pero entonces, loque me provoc esa reaccin, esa constancia, fue un agudomalestar sin explicacin, una sensacin irremediable de prdida de

    tiempo. No iba a ser capaz de renunciar a la vida por la literatura,sobre todo cuando el resultado poda ser tan pobre como el queobtuve en esos das, y entonces no saba ni por asomo la bendicinque supuso semejante fracaso para mi existencia.

    Vivir, por Dios. Vivir por encima de todo. Leer como una formade vida y escribir lo que se pudiera, cuando me apeteciera o elimpulso fuese intenso, cuando me dejaran.

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    Bajo la ducha empec a recordar que de 47 poemas habareescrito treinta y cinco, y me dije que los nuevos eran tan maloscomo los primeros que edit en aquella editorial hoy enterrada ydesaparecida. Que mi nombre segura siendo el mismo,aquelJimarino que adquir en los tiempos de ese Madrid de

    principios de los noventa, cuando Fruta Fresca, cuando El canto dela tripulacin y Heterognea en Valencia o Cavidades en Barcelona.Cuando el chico popular llevaba del brazo a la mujer ms hermosay pensaba que la tierra cobrara forma para adaptarse a mis sueosms luminosos y felices.

    Un personaje de Cormac McCarthy aseguraba en lanovela Ciudades de la llanura, que la gente ms miserable quehaba conocido era aquella a la que todo le haba salido bien en lavida. Dudo que a alguien le salga todo bien en esta existenciacuyas energas, sin remedio, juegan a un equilibrio entre las partes,pero entend lo que quiso decir ese personaje de McCarthy. A los

    triunfadores frecuentes, como a los eternos perdedores, siempre lesfalta algo. Al fin y al cabo no somos ms que un compendio deequilibrios universales como los que sostienen el mundo. A vecesnos sobra de una cosa porque seguro nos falta de otra, y aseternamente, como sucede en la tierra, que sigue sobreviviendo apesar de la maldad, como si la bondad pusiera siempre lmitespoderosos aunque nunca gane del todo, y no dejara que el horrorfuese constante y eterno hasta hacernos sucumbir a todos. En lamiseria siempre hay alguien que sonre, lo mismo que en la

    exhuberancia y en el placer, en el poder y en la alegria, alguien,siempre, siempre, llora.

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    En este camino que concluye, me encuentro con Saul Bellow,escritor norteamericano y Premio Nobel de literatura. Con Bellowme ha sucedido como con las seales del misticismo o lassupersticiones de la casualidad: siempre aparece cuando ms lonecesito. La primera vez que leHerzog comprend que la literatura

    era algo ms que aquel exceso aventurero que mi imaginacinconstruy en la niez, otro momento clave en el que apareci consu chistera mgica. Algo similar aconteci cuando hace apenassiete aos leLas aventuras de Auggie March, Ravelstein o Eldiciembre del decano.

    Elaborar una teora de la creacin literaria es una tarea rduapara un texto de estas dimensiones. Los avances cientficos, laneurolingistica, los estudios semiolgicos o la lingisticatradicional, excenden mis capacidades, pero actuar como unnovelista tiene sus ventajas. La metfora, o tal vez mejor, lainteligencia asociativa que sostiene la literatura, que surge en eldesarrollo de la narrativa, supone un campo amplio si tenemoscierto rigor y sabemos enriquecerla con otras disciplinas de laciencia o el saber humano. Supongo que por eso releer los cuentosde Bellow, adentrarme en su literatura para continuar este texto.

    El prlogo de Janis Bellow sobre su marido, que encabeza laseleccin de sus relatos en la edicin espaola de bolsillo, alcanz a

    revelarme aquellos detalles inesperados que uno halla de bruces eneste misterioso arte cuando ms los necesita.Bellow es norteamericano y judo. En apariencia, hasta que no

    leUna historia de amor y oscuridad, extraordinario libro de deAmos Oz, no entend con suficiente profundidad lo que suponacargar a las espaldas con una herencia tan onerosa, antigua ycompleja como la juda. Amos Oz se acercaba al suicidio de sumadre rastreando a travs de una amplia biografa de su familiaexpresada mediante la literatura, reconstruyendo una herencia, un

    presente, y el efecto posterior de semejante acto en l mismo. Esposible que sea uno de esos libros que expresan sin darnos cuentatodo el poder sanador, emptico e iluminador de la literatura, sinnecesidad de filtros o demasiada argumentacin terica, y altiempo se insertan con un lenguaje propio y una solidez duraderaen el devenir de una tradicin que no slo es literaria sino en estecaso participa del desenlace de un pueblo entero.

    Si en aquel verano lejano comenc a ser consciente delprofundo lugar del cerebro en el que la literatura extrae su sentido,

    su contenido, tan a menudo su razn de ser, todava no podaexpresar algo coherente al respecto.

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    Porque Bellow se senta norteamericano, y sin embargohaba nacido envuelto por una vieja cultura europea incrustada ensu herencia juda. Su respuesta al pesar de una comunidadreligiosa como la juda es distinta al lgico tremendismo europeotras todas esas persecuciones y horrores que llegaban de una

    historia terrible y desgraciada. En su caso, se acerc a todo ello conuna fina irona intelectual y humana, unos elementos de lucidez yentusiasmo que poblaban su literatura y eran muy propios de la

    joven cultura americana, hasta conseguir que en Bellow el dramase conviertiera en una sonrisa que trat de sostener a toda costa enmedio del avance vertiginoso y alocado que convirti a su pas en laprimera potencia mundial.

    Su mujer afirmaba que, mientras escriba, pasara lo quepasase, siempre sostena un cielo azul luminoso, y en aquel procesoen el que se suma posedo, fueran cuales fuesen suscircunstancias, pareca manejar bolas luminosas como unprestidigitador que asociaba en sus juegos malabares hechos,historias, leyendas, noticias, la vida propia, hasta conseguir que,elementos y luces dispares, brillos y sombras inesperadas, distintoscolores, tonalidades e intensidad, conformaran la gota esencial desus escritos, como si el escritor fuese un alquimista de loacumulado en el cerebro, no slo en la experiencia vital directa,

    sino en una serie incesante de relaciones mentales, a menudofsicas en ese proceso de composicin, espirituales, capaces degenerar personajes, acciones y espejos del mundo. Su metafricadescripcin no lo parece en su breve introduccin.

    Eso es lo fascinante, que Janis describiera ese proceso conpalabras narrativas, que en realidad lo que nos cuenta suceda, lomismo que cuando revela que en la poca en que su maridoescriba uno de sus relatos ms conocidos, un maltrecho Bellow acausa de una cada, un golpe, y ciertos problemas de salud, se

    quedaba detenido frente a la mquina de escribir durante horas,incluso con la nariz sangrando, la camisa manchada, despojndosepaulatinamente de ropa ante la energa que surga incesante. Eracomo si fuera capaz de sentir el desplegar constante de la luzalrededor de Saul, que en verdad ella era capaz de observar todoeso a su alrededor, o incluso de examinar los cambios detemperatura, las punzadas neuronales que acompaaban a Bellowen su teclear frentico frente a la mquina de escribir.

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    Esa introduccin entroncaba directamente, de un modo muysencillo, con los mecanismo de la creacin literaria, con la forma enque un escritor extraordinario como Sal Bellow se adentra en laescritura de ficcin, y los resortes que se ponen en marcha encuanto el folio en blanco comienza a ser rellenado de las palabras

    que conforman las historias. Janis Bellow indag en ello coninocencia pero a su vez con exactitud. Ese Bellow alto y flaco, conla nariz sangrante, cubra las hojas de papel con palabrasinconscientes, en momentos de absoluta concentracin, casi unaespecie de xtasis, que le provocaba reacciones fsicas -los caloresque le acudan y le obligaban a quitarse prendas-, e iba ms all delas meras impresiones superficiales, de los gestos que ella atisbabaen l mientras escriba. Adems, al adentrarse en las referenciasreales que construyeron la estructura narrativa, los personajes y loshechos de ese famoso relato, poda hallar historias vividas deprimera mano por ella y Sal, junto con noticias de prensa,leyendas familiares y ecos de la genealoga, relatos de otros, deamigos, o de conocidos, referencias librescas, elementos histricos,conversaciones en apariencia anodinas con personas no muyprximas que surgan como nubes en el cielo, que seentremezclaban para construir un mundo imaginario slido ycoherente.

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    La colonizacin cultural americana es inmensa, constante,absolutamente desmedida, pero los ojos literarios de Bellow mirande otro modo: es una norteamerica ms erudita, ms profunda ysabia. Sus cuentos recogen el eco del ascenso y susparticularidades aventureras. El vertiginoso recorrido de un pas

    grandilocuente, poderoso y joven. De alguna forma su literatura seopuso a la idiosincrasia esencial de la literatura norteamericana poresa extraa herencia que lo habitaba, la que a veces l mismonegaba con su propia nacionalidad reinvicada a pesar de su sentidocrtico. Sin embargo, las historias de Bellow llegaban de una largatradicin, no slo derivada de su adscripcin a la historia de laliteratura, sino incluso sobrevenida de su pertenencia al pueblo

    judio, de sus referencias familiares, de los relatos acumulados ensu memoria, o el cmulo de acontecimientos vividos a lo largo desu extensa vida.

    Los hroes de Bellow son distintos, jocosos, rdculos a veces,llenos de dignidad otras, a menudo confusos personajes, nada quever con los valientes adalides de la conquista y la liturgia incesantedel individuo sobreponindose al destino tan propia de la literaturade los USA. Es adems uno de esos autores que slo hablan atravs de su literatura. En su aparente normalidad plena de hechosextraordinarios se erige el sentido. Su mundo de ficcin esta

    compuesto de variadas asociaciones temporales y humanas.Su inteligencia le permiti escapar casi siempre a esa exageracintan propia de los americanos. Su mirada es juda, irnica, pero

    jams cnica. Es aguda, plagada de sutilezas y llena de humanidad.La sonrisa que provocan sus textos es similar a la que Bellow ofreceen sus fotos, alto y elegante, espigado como un junco, esa suavesonrisa afable que sabe pero no quiere que se note. Es una sonrisaamable. No es una literatura de ruido, sino de pausa y silencio. Aveces recargada sin embargo, llena de detalles psiclogicos y

    evoluciones espirituales que no debemos pasar por alto, porque enocasiones parece que en sus novelas no pasa nada -sus cuentosson ms dinmicos, con ms accin sin saber el motivo de esadiferencia-.

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    Sin miedo a equivocarme, Bellow es uno de los grandesescritores del siglo XX norteamericano, con permiso de Fitzgerald,Capote o McCarthy, tal vez por eso que yo buscaba durante aquelverano de exceso programado, por algo inconsciente que conformaen su mente un universo amplio, rico, dotado de capacidades de

    relacin extraordinarias, por hechos inconscientes que acompaansu pasin por contar, por supuesto tambin derivado de su voluntadde hacerlo, de su sabidura de historias, por ser judio en parte a suvez y escribir desde una historia y una tradiccin, por sernorteamericano y mirar con ojos agudos el presente y lo queaconteca en su existencia, por acumular toda ese bagaje que en lconforma una varita mgica capaz de iluminar la existencia. Nadaprogramado sin duda, a excepcin de su curiosidad intelectual yhumana, y su evidente voluntad de utilizar la novela y el relatopara tratar de acercarse y explicar lo que supo de la vida.

    De alguna forma el joven que quiso encerrarse ms de unmes en una urna de cristal etlico y alucingeno, a punto deatravesar la dura traza entre la perpetua adolescencia tan comnen nuestra poca y en mi generacin, y la nueva madurezdespiadada que acuda, haba comprendido que el lugar de laliteratura era de una brevedad dolorosa, un orden de la conscienciadetenido para siempre en el sinuoso despertar de un prrafo, y que

    adems deba ganarse al lector, de una u otra manera una tareatitnica, tremenda -cmo hacerlo-, ajena por supuesto al hechoensimismado del arte, sino ms bien unida al brote perpetuo de esacapacidad humana que hace surgir ideas, belleza y emocin.

    Bellow escribi un breve eplogo para la primera edicin desus cuentos reunidos, esa maravillosa coleccin de relatos querecorran Estados Unidos desde los aos treinta hasta el principiode los ochenta, como si a partir de esas fecha, con la vejezinstalada, el mundo que le haba sobrevenido ya no le interesara.

    Eso pasa a veces, y estoy seguro de que l hubiera reconocido quea partir de cierto momento todo se le hizo ya dificilmentecomprensible.

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    Esos cuentos, mejor novelas breves, concisas, extraordinarias,tenan como colofn un corto ensayo sobre la brevedad y laprecisin del lenguaje. Bellow afirmaba que el escritor se enfrenta aun ruido ensordecedor, a cientos de ocios alternativos, llenos deluces atractivas y deslumbrantes, a la prensa escrita que hoy va

    perdiendo peso pero entonces haba logrado ese lugar de podernecesario, a la publicidad, al mundo de la imagen, televisores ypantallas gigantescas, al cine. Ahora sera a los ordenadores y elsinfn de aparatos tecnolgicos que nos subyugan en un costantedeambular de la vista, la atencin y los dedos. Un mundo abocadoa la ceguera por exceso e incontenencia deca l, que haceinevitable una seleccin, una pausa, un orden capaz de detener esavoragine, sobre todo porque las masas deciden dejarse llevar porese fragor incansable y determinan el destino con su consumo y suspreferencias, como si nada slido pudiese quedar atado a la tierramucho tiempo, y todo quedara al mismo nivel, ese de usar y tirar, yvolver a comprar para expulsar, en esa pretendida modernidad dela renovacin perpetua, de la juventud resistiendo, una ilusinenfermiza e instisfactoria a todas luces, y regresar una y otra vez ala vida nueva hasta la muerte. Los aparatos que fueron vanguardiatecnolgica quedan obsoletos a los pocos aos, a veces apenasunos meses despus de proclamar su imperiosa necesidad. Lo

    mismo que los msicos de moda, o los pintores, o las pelculas mstaquilleras que se van transmutando en otras igual de extraas ymalas en cada una de las carteleras de los cines, pero su ruido esconstante, ensordece sin criterio, slo por apabullamiento. Siempreun intento de hacer perdurar la misma infancia adormecida ysimplona, que no es infancia de esencias o de cartografas slidas,bien asentadas, sino simulacros de vida superficial, poco probable.

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    El sutil argumento de Bellow en ese breve texto era susurrarque la literatura poda englobar en funcin de la inteligencia y lacapidad del escritor todo ese caos, su explicacin o al menos unintento de clarificarlo, de graduarlo. Incluso resguardaba en su senolas absurdas teoras que ensayan ahora sus consignas de la

    felicidad y el comportamiento positivo como si descubrieran unhecho esencial jams pensado o argumentado a fin de alcanzar laposiblidad de fijar la orientacin de la vida, de convertirla en unmanual que ofende por su escasa enjundia intelectual y su limitadaprofundidad vital. Es poco probable que alguna de esa doctrinas enapariencia innovadoras, mezclas chirriantes de ingredientesreligiosos, positivismo sin muchas luces y el ms bsico sentidocomn, logren aliviar de un plumazo con sus renovadas simplezasel triste lamento del hombre contemporaneo, que parece un loboatrapado, cuyos gemidos son similares al aullido del loboarrinconado, anhelando un tiempo en que el espritu, o la vidaprofunda, no fue el deshecho mundano que convertimos ahora encarne de psiquiatrico, de forzada espiritualidad o en latido deautoayuda y de gurs sinvergenzas o inocentes como conejos enel bosque.

    Saul Bellow pregonaba la brevedad por una simple razn desupervivencia. Ellos, los norteamericanos, siempre piensa en cmo

    sobrevivir. Eso s: saba que hay gentes ms capaces que otras dedesbrozar la maraa y hallar un sentido a la pulsin del mundo. Esedeseo era su escritura. Eso que provoca que el lector asegure queleer al escritor valdr la pena. Ese instante en que un novelista o unnarrador fija la existencia a travs de las palabras y conmueve eilumina a un tiempo, sin saber cmo, sin ostentaciones niintervenciones innecesarias, porque al fin y al cabo, lo que hace eseso, slo eso: escribir. Escribir con rigor. Nada ms y nada menos.

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    Bellow saba perfectamente que detrs de este oficio habauna magia; se puede observar en sus historias, en sus personajes.Tambin un destino, mezcla de humildad por ser tan poco en unatradicin de siglos, y de ligera vanidad o confianza en uno mismopara poder seguir alimentando el espejo y la historia con

    minsculas del mundo. Pero el destino deba ser longevo y laescritura concisa. Era consciente de que las personas menoseducadas se saturan con enorme facilidad con las nubes de gastxico de la opinin, la creencia o la mentira. Se trataba demantener y sostener el orden interno en una escritura que notuviese vanidad -o que no se note- ni ecos de manipulacin, nititubeos innecesarios, ni afirmaciones redundantes o de cortorecorrido.

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    Despus de esa ducha volv al dormitorio. Ese dolor delexceso es productivo si se sabe reposar, si se logra detener atiempo las veleidades adictas del cuerpo. Me ech sobre la camacon temblores y fiebres. No llam a nadie, ni siquiera a mi hermanoo a mi madre. En esa poca confiaba en mi salud, en la

    regeneracin de las clulas, en la reaccin del cuerpo ante elavance txico. A nadie.

    Dorm durante dos das seguidos, con algn intervalo brevede insomnio extasiado. Pesadillas, calenturas hasta la aparicin depupas en los labios. A veces me despertaba entre las brumas deaquel calor gaseoso e infernal que me haca sudar y toser, quedificultaba la respiracin y me estremeca de fro sin embargo,cuando aquella humedad se enfriaba y se apoderaba de la piel.Abra un ojo unos segundos, silbaba, pronunciaba mi nombre parasaber que estaba vivo, y volva a dormirme. En los sueos seentremezclaron los mitos de la literatura ms arraigados en m, susargumentos y smbolos, con el paisaje onrico entrescado de mipropia existencia. Asi ha sido desde hace mucho, hasta el punto deque, aos despus, en una mudanza, mientras prepaba las casiveinte cajas de libros que tuve que trasladar, fui capaz de asociar lamayor parte de las novelas que depositaba despacio en losembalajes con periodos concretos de mi existencia, con amigos de

    cada poca, con amores y lugares geogrficos en los que viv, eincluso con estados anmicos muy marcados. La vida y la literaturase unieron en algn momento de mi devenir y quedaron igualadasen un largo dilogo consciente y a un tiempo inconsciente.

    Al tercer da despert. Un creador esculido que no lleg alsptimo, que esboz una mueca de fatiga y decidi regresar almundo y abandonar la absurda idea de reconstruir el pasadomediante el lenguaje.

    Cuando una semana despus de aquel sueo reparador me

    decid, recuperado fsicamente y lleno de temor, a leer lo que habaescrito, me di cuenta de que el poemario no slo no era mejor queel original editado, sino que probablemente poda considerarsepeor. La soledad y la ebriedad haban generado un hbridomonstruoso en el que casi ningn verso poda sostenerse ante laverdadera luz del da.

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    La bsqueda de mi voz, a pesar de los mitos y la juventudcontenida en aquella nube gaseosa que surgi de la nada paradeshacerse en un simulacro a todas luces infructuoso, debacambiar de orientacin. No puse en duda que mi verdaderavocacin, ese sentido que siempre aletea en todos nosotros y que

    trata de apoderarse de todas las dems prioridades de laexistencia, sean ilusiones interiores o actos externos que prolongannue