un tizon sacado del fuego

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Un Tizon Sacado Del Fuego

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Un TizónSacado

del Fuego

Alcyon Ruth FleckTraductores:

Maria DelgadoRosiris Quinteros

Gehovanny QuinterosFlor Wilham

Gloria-Silvia SuárezEditora: Joyce Young

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World rights reserved. This book or any portion thereof may not be copied or reproduced in any formor manner whatever, except as provided by law, without the written permission of the publisher, exceptby a reviewer who may quote brief passages in a review. The author assumes full responsibility for the accuracy of all facts and quotations as cited in this book.The opinions expressed in this book are the author’s personal views and interpretations, and do notnecessarily reflect those of the publisher. This book is provided with the understanding that the publisher is not engaged in giving spiritual, legal,medical, or other professional advice. If authoritative advice is needed, the reader should seek thecounsel of a competent professional. Copyright © 2014 TEACH Services, Inc.ISBN-13: 978-1-4796-0263-6 (Paperback)ISBN-13: 78-1-4796-0264-3 (ePub)ISBN-13: 978-1-4796-0265-0 (mobi)Library of Congress Control Number: 013955839

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EPrefacio

sta fascinante biografía que nos habla sobre la búsqueda de la verdadpor un sacerdote católico romano, es auténtica en todos sus detalles.

Los nombres de los personajes principales han sido cambiados por razonesobvias. Hoy Andrés es un ministro exitoso.

La autora está personalmente familiarizada con muchas de lasexperiencias relatadas en este volumen. Los hechos han sido verificadoscuidadosamente para asegurarnos que la historia es auténtica.

No hay búsqueda más fascinante en la vida que la búsqueda espiritual dela respuesta de Dios a los problemas no solucionados del alma. Es un actode valentía cuando un hombre o una mujer rompe con las tradiciones y lascostumbres de su familia por causa de una fe sincera en la que él o ella creeestar en lo cierto.

Esta es una historia espiritual que debería ser de inspiración para todocristiano que está parado firme en sus convicciones religiosas.

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EDedicación

n la preparación de esta historia estoy, primero que todo, en deudacon Andrés. Sin reservas, él cooperó de todas las maneras posibles

brindando la información necesaria. Al ser informado que su historia seríapublicada, contestó: “Si contar mi historia puede ayudar a alguien aencontrar esta maravillosa verdad que yo he encontrado, entonces, deseguro doy el consentimiento con todo el corazón.”

Contemplar la transformación del corazón y de la mente de este hijo deDios ha sido una de las más emocionantes experiencias personales en laganancia de almas. Oramos para que Dios pueda dar a Andrés la victoria enel futuro así como lo hizo en el más grande conflicto de su vida cuando “lainteligencia humana tuvo que humillarse ante la Divina Palabra de Dios.”

Ayuda y apoyo me han sido dados por mi esposo Kenneth. Su vida,ilimitadamente devota a ser un pescador de hombres, es una inspiraciónconstante para mí. Es a él a quien amorosamente le dedico, Un TizónSacado del Fuego.

La autora

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Contenido

Tapa del libro

Título

Derechos de autor

Prefacio

Dedicación

1—Los Hijos de María

2—Travesuras de la Niñez

3—Sueños de la Juventud

4—Comenzando el Entrenamiento Para Sacerdocio

5—Disciplina en el Seminario

6—Tiempos Difíciles en el Hogar

7—A Través de Dificultad y Prueba

8—Ordenado al Sacerdocio

9—En el Corazón de China

10—Mu Yuin Ho

11—Las Colinas del Hogar

12—Un Fanático en Costa Rica

13—Como un Padre en Guatemala

14—Una Mente Perturbada

15—El Sacerdote Va a Visitar

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16—El Conflicto Amargo

17—Una Decisión es Tomada

18—Una Visión de Felicidad

19—En el Campamento Juvenil

20—Creciendo en la Fe

21—¡Un Día Glorioso!

Al Corriente

TEACH Services, Inc.

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C

1

Los Hijos de María

lop, clop, clop, se escuchó el sonido galopante de un caballo, abajoen la silenciosa calle de la aldea, en un brillante atardecer de

primavera. La tía Marta regresaba de la pequeña ciudad vecina, dondehabía ido al mercado. Con ella, en el caballo, llevaba una lata de cincogalones de leche y una canasta grande con alrededor de diez docenas dehuevos. La tía Marta, una mujer corpulenta y jovial, se podía escucharcantando mientras se acercaba a la casa de su hermana. María y sus doshijos, Andrés y José, de nueve y once años respectivamente, vivían con lospadres de María en una aldea antigua en las montañas del norte de España.

Los dos muchachos habían estado practicando el arco y la flecha, undeporte popular entre los chicos de esta comunidad rural. José habíacolocado una gorra vieja sobre un tronco en el patio como blanco. Desdeadentro de la casa, a través de una puerta abierta, los chicos tomaban turnospara disparar sus flechas al blanco.

“¡Oh, Andrés, escuché a la tía Marta regresar del mercado!” exclamóJosé.

“¡Vamos a recibirla!” contestó Andrés. “Pero primero, voy a darle a lagorra una vez más.”

En ese mismo momento, la tía Marta dobló la esquina de la casa y entróen el patio. El tiro de Andrés fue tan a tiempo que la flecha, en vez de daren la gorra, penetró en una de las patas traseras del caballo de su tía.

Cómo pudo pasar tanto en un tiempo tan corto es un misterio. Elaterrorizado animal, a pesar de su pasajero y la preciosa carga de leche yhuevos, dio una serie de saltos y patadas en un esfuerzo por deshacerse dela tan dolorosa flecha en su pata. Pobre tía Marta, totalmente no preparadapara la reacción del caballo, se encontró de momento en una zanja llena de

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lodo causado por el deshielo de primavera del riachuelo; la leche y loshuevos mezclados como ponche encima de ella.

La madre de los chicos, oyendo la conmoción, vino corriendo desde lacocina. Acababa de poner lo último de veinte panes en su horno holandésluego de remover el carbón caliente. ¿Qué pudo haber sucedido? sepreguntaba María mientras se recogía su falda y corría en dirección de lasbufonadas del caballo. “Tía Marta, ¿qué ha sucedido?” preguntó mientrasayudaba a la mujer a salir del reguero fangoso.

“Esos dos chicos deben saber algo sobre esto,” dijo la tía Marta mientrasse reponía.

“José, ve llama a tu hermano. Creo que hay algo aquí que debe seraclarado,” María encargó a su hijo mayor.

El joven Andrés salió de su escondite temblando de miedo. Habiendotenido experiencias previas con la disciplina de su madre, él sabía que elcastigo vendría de seguro. Se acercó a su madre, la culpa escrita sobre todosu rostro. “¿Me llamaste, Mamá?”

“Andrés, ¿le pegaste al caballo de la tía Marta con una flecha?”“Si, Mamá, yo lo hice, pero no fue con intención—estaba tratando de

pegarle a la gorra,” Andrés intentó desesperadamente de explicar.“Eso puede ser cierto, hijo, pero tú necesitas tener precaución al jugar

con arcos y flechas y más que eso, fuiste cobarde y huiste.”El castigo que María administró no fue olvidado pronto. Con su esposo

en la lejana Argentina, María a menudo encontraba pesada la carga deadministrar el hogar y la finca, y educar a sus dos hijos. Los padres de ellapodían ayudar, aun cuando la abuela no era tan alerta como acostumbrabaser. Ella ayudaba con el trabajo de la casa y la crianza de los chicos.Durante la época de plantar y cosechar, la responsabilidad de guiar el viejoarado de mano detrás del toro, sembrar el grano, y plantar las papas,garbanzos, lentejas, frijoles, y otros vegetales caía sobre los hombros deMaría.

Su papá, incapacitado para hacer trabajo pesado, se encargaba de cuidarel rebaño de ovejas de la familia. En los meses de invierno, cuando las

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montañas estaban cubiertas de nieve, él llevaba las ovejas a zonas másbajas donde se podía encontrar pasto verde.

Para la gente de esta aldea rural en las montañas rocosas de las alturasde León, la vida era difícil. Ellos subsistían meramente del producto de latierra. Viviendo como vivían, donde muchas de las montañas parecían serrocas sólidas, sus casas estaban construidas de rocas cementadas con barro.Por causa del invierno severo, cuando sus puertas eran frecuentementeobstruidas por las tormentas de nieve, era la costumbre construir casas dedos niveles. El piso de abajo era usado como granero para almacenar elgrano, la paja, y el maíz; y como refugio para los animales.

El segundo nivel servía como la vivienda para la familia. La casa deMaría tenía una cocina espaciosa, con una estufa construida en casa derocas y cemento. El horneado era hecho en un enorme horno holandésconstruido en la pared; los muebles eran labrados a mano, fuertementeconstruidos. La cocina de María tenía una mesa larga que servía como lamesa familiar, y aunque el dinero era escaso, la comida era abundante,como resultado de la economía de María.

Además de otros dos cuartos que servían de dormitorios, había unpequeño cuarto apartado como sitio de oración. A pesar de las largas ytediosas horas usadas en el sembrado, y la carga de ser padre y madre parasus hijos, María nunca descuidó la vida religiosa de su familia. Losrosarios y las oraciones eran fielmente aprendidos y repetidos. Andrés yJosé eran dirigidos al cuarto de oración y enseñados a arrodillarse y a deciroración a los varios santos cuyas imágenes y retratos eran encontrados enlas paredes. Las velas estaban encendidas en el altar del hogar, y durante elverano, se colocaban flores allí. Todo estaba hecho para proveer unaatmósfera religiosa para los chicos.

Cuando otras responsabilidades llevaban a María lejos de la casa, laabuela tomaba el lugar de ella como instructora religiosa. Entre lasenseñanzas que quedaban en la mente de Andrés, estaba el énfasis de laabuela en la doctrina que un juicio individual toma lugar a la muerte.

“Luego que una persona muere,” ella decía, “el alma va a reunirse con

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Dios, pero Satanás lo detiene en el camino y pregunta, ‘Mi amigo, ¿a dóndeva?’ El alma buena responde: ‘Amigo tuyo, no; siervo de Dios, sí. Siemprehe guardado los mandamientos de Dios. Amén.’ Pero Satanás lo sigue,preguntando cuáles son los diez mandamientos desde el primero hasta elúltimo: Si el alma los conoce, entonces es un amigo de Dios; si no, eldiablo lo ata con diez cadenas y lo lleva al infierno.”

Desde sus primeros años, Andrés estuvo lleno de temor al infierno. Fueconstantemente recordado de sus obligaciones morales y él buscaba escaparde los tormentos que esperaban al pecador; sin embargo, siendo un chicocon ideas traviesas, a menudo caía en tentación.

Un día de verano, el joven Andrés encontró que el tiempo pasado muylento, sin tener mucho que hacer. La mamá y José no estaban y la abuela sehabía quedado dormida en su silla. La atmósfera vaga del día, interrumpidasolamente por el canto de los pájaros, el ruido de los animales, y elzumbido monótono de las abejas, no parecía satisfacer la mente activa delchico. El buscaba algo excitante que hacer.

Yendo por el camino polvoriento que llevaba al río, removió un pedazode rama del camino, no deteniéndose, cruzó el puente rústico y continuóhacia el otro lado.

Repentinamente, su atención fue atraída a un sembrado de árboles deduraznos en un lado del camino. Sabía que los árboles pertenecían a JoséVásquez, un agricultor anciano, que era a menudo visto en uno de lossalones de vino de la ciudad.

La conciencia de Andrés no le falló. Mientras se le hacía agua la bocapor la fruta jugosa y deliciosa que vio en el árbol cargado, el dudó,recordando el mandamiento, No robarás.

“El viejo don José no echará de menos un durazno o dos; no hay un almaa la vista,” dijo, tratando de callar sus pensamientos perturbadores.

Tan rápido como un rayo, estaba sobre la cerca y trepado en el árbol máscercano. Su chaqueta servía de contenedor para cargar la fruta robada, yantes de mucho ya la había llenado.

Cuando el chico se preparó para bajar del árbol con su carga, se

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asombró de escuchar un gritó, “¡Oye, fuera de mi árbol!” Era el viejo José.El terror se apoderó de la garganta del muchacho y su corazón latía

salvajemente mientras, medio se deslizaba y medio brincaba del árbol. Elenojado agricultor se aproximaba rápidamente, intentando atrapar elculpable que se había atrevido a traspasar su propiedad. Sin embargo, lajuventud tuvo la ventaja y Andrés pasó la cerca y pronto se alejó del río ydejó el puente a la distancia en un arranque furioso para llegar a laseguridad de su casa.

“¡Andrés! ¿Cuál es el problema?” exclamó María mientras su hijo jovenpasó por su lado, corriendo hacia su dormitorio.

María cerró la puerta y siguió a Andrés, pero se regresó cuando escuchóun golpe duro en la puerta. Mientras su mamá fue a abrirla, Andrés hizo suescape a un lugar más apartado de la casa.

“¡Ese hijo suyo!” gritó el hombre airado. “¡Estaba robando mis duraznos!Mire, ¿no es ésta su chaqueta? La dejó en el árbol mientras corría.”

“Lo lamento mucho, Señor, y sí, es la chaqueta de Andrés, pero por favorperdónelo. El será castigado, no tema,” contestó María, disculpándose.Habiendo cumplido su propósito, el hombre se fue y Andrés pronto se viofrente a una madre muy seria llevando con ella la chaqueta reveladora.

“Andrés,” habló ella lentamente.“Si, Mamá,” el muchacho arrepentido contestó, sus ojos hacia el piso.“¿Eres un ladrón, hijo mío?” María le levantó la cara hacia ella mientras

le preguntaba.“No sé,” sollozó el chico, “prometo que no lo volveré a hacer.”Para asegurase que su arrepentimiento era sincero y que no olvidaría su

lección, guió a Andrés al lugar donde se guardaba la vara y le dio sucastigo con su firme, pero tierna mano.

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“¡J

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Travesuras de la Niñez

osé! Llama a tu hermano para que nos ayude. Este saco de trigo debelimpiarse antes que podamos llevar el trigo al molino. Nuestro

suministro está casi vacío,” María le indicó a su hijo mayor. “¿Dónde estáAndrés?”

“¡Creo que está jugando canicas con Pedro, en la calle!” contestó José.“¿Te refieres a Pedro Martínez?” exclamó su madre.“Sí,” contestó José. “Los vi en la calle, sólo unos minutos atrás.”“Yo les he dicho a ustedes, muchachos, que Pedro no es una compañía

buena: El nunca va a la iglesia; además, gasta su tiempo metiéndose enproblemas en la calle. Por favor, trae a Andrés aquí en este momento,” lamujer dijo firmemente.

María y su mamá estaban sentadas a la mesa en la cocina, limpiando lasdoradas gavillas de trigo que habían sido recogidas de la siembra. Ese díaellas llevarían un saco al molino de la aldea que estaba construido sobrelas rápidas y claras aguas del arroyo que venía desde la montaña.

“¿Tú me quieres a mí?” preguntó Andrés mientras entraba en el cuarto.“Seguro que te quiero, jovencito. ¿Dónde has estado?” preguntó María.“El estaba en la calle jugando con Pedro,” le dijo José, quien como

muchos hermanos y hermanas, estaba contento de dar información sobre suhermano delincuente.

María suspiró mientras miraba a su joven hijo parado con su cabezacolgando descuidadamente. El había sido bien instruído sobre quién sumamá consideraba una compañía buena. Algunos de los muchachos de laaldea, quienes gastaban su tiempo en travesuras, no eran cuidadosamenteinstruído como eran Andrés y José. María estaba ansiosa que sus hijos semantuvieran apartados de influencias malas.

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La madre decidió que algún castigo debía ser aplicado, y sabiendocuánto Andrés disfrutaba de ir al molino con ella, dijo: “Por tudesobediencia, Andrés, tendrás que quedarte aquí y terminar de limpiar eltrigo. No podrás salir de la casa mientras yo no estoy aquí.”

La cara de Andrés se ensombreció. Desde la mañana él había estadoesperando ir al molino. Sabía, sin embargo, que las lágrimas de persuasiónno lograrían nada, ya que experiencias pasadas le habían enseñado quecuando Mamá hacía una decisión, no había manera de cambiarla.

Cuando el resto de su familia se había ido y la matraca de la carreta debueyes se desvaneció, la casa parecía extrañamente callada. El estaba en lacasa muy pocas veces cuando su madre y su abuela no se encontraban.

Bueno, debo mejor comenzar, se dijo a sí mismo. En verdad, no quedamucho por limpiar.

Luego que el último grano de trigo cayera en la cacerola, Andréscomenzó a ir de un cuarto a otro, buscando algo que hacer para ocupar sutiempo y ayudarse a olvidar el silencio opresivo. Se sentó en los escalonesque llevaban al patio, la barbilla en sus manos.

De repente, un rayo atravesó el patio con Brinco, su perro pequeño,siguiendo en rápida persecución. Brinco parecía encontrar su gran placer enperseguir el gato de su vecino.

Me pregunto por qué los gatos y los perros no pueden ser amigos,reflexionó Andrés. Una luz brilló en sus ojos y una sonrisa se cruzó en surostro mientras un plan comenzaba a formularse en su mente, que conseguridad, le traería nada más que problemas.

Rápidamente fue al cuarto donde la comida era guardada y encontró ungran saco, luego atrapó su pequeño perro. Hasta ahí, el plan estabafuncionando bien, pero ganarse la confianza del gato era más que unproblema. “Ven, gatito,” persuadió.

Finalmente, con el perro y el gato acorralados, puso primero el gato en elsaco y luego puso a Brinco, y allí ocurrieron los más aterradores y rarosaullidos y gruñidos mientras perro y gato se preparaban para pelear hasta lamuerte. Una vez juntos en el saco, el daño estaba hecho. Aunque Andrés

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pronto se arrepintió de su idea estúpida, comprendió que era imposibleremediar la situación.

Oh, ¿qué puedo hacer? pensó Andrés desesperadamente.Las garras del gato probaron ser armas viciosas y la sangre comenzó a

salir del saco mientras se retorcía y rodaba por el suelo. Los vecinosllegaron trayendo palos y estacas. A este punto, Andrés no vio otraalternativa que poner cierta distancia entre él y la conmoción terrible alfrente de su hogar.

Velando desde su escondite, Andrés tembló al ver llegar al alcalde de laciudad. Era el trabajo de éste mantener la paz. En medio de la conmoción,la madre y la abuela de Andrés llegaron en su carreta. Viendo el gentíocongregado en su patio, María temió que algo le hubiera sucedido a Andrés.“¿Qué ha sucedido?” le preguntó a uno de los espectadores.

Entonces notó la causa del disturbio. Alguien logró agarrar una de lasesquinas del saco y Brinco salió temblando, sus músculos desgarrados ysangrando. El dueño del gato logró rescatarlo y cargarlo a la casa, haciendocomentarios sobre los muchachos que son crueles con los animales.

Una mirada dura se reflejó en la cara de María mientras buscaba Andrés.¿Qué haré con ese muchacho? pensó ella.

Cuando el último de los espectadores curiosos se dispersó, Andrés seaventuró fuera de su escondite.

“¡Ahí estás, Andrés! ¿Por qué te estabas escondiendo?” su mamápreguntó.

Andrés no tenía nada que decir, pero la mirada culpable en su rostrohablaba elocuentemente. Más tarde él se disculpaba con Brinco en susbrazos diciendo, “Lo siento, Brinco. No tenía el propósito que salieraslastimado. Me pregunto por qué cada cosa que hago sale mal.”

Las noches se tornaron más frías al acercarse el otoño. Era la época quea José y Andrés más les gustaba, pues los almacenes estaban llenos y lacomida estaba preparada para los largos meses de invierno. Mamá yAbuela parecían apurarse desde la salida del sol hasta mucho después quelos chicos se metían bajo las frazadas en la noche.

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Frijoles y otras legumbres fueron peladas, el maíz fue secado yalmacenado; las papas fueron cavadas, lavadas, y llevadas a los cajones; yla provisión de combustible para el invierno fue puesta en su lugarcorrespondiente.

A pesar de las cargas y responsabilidades de María de alimentar y vestira la familia y entrenar a sus hijos moral y religiosamente, ella llevaba unpeso de dolor del cual nunca podría escapar. En el cementerio que estabaen el terreno de la iglesia en la colina, se encontraban dos tumbas pequeñasdonde dos de sus hijos yacían en el sueño de la muerte; el primero era unaniña pequeña cuya vida se desvaneció por una enfermedad misteriosa a laedad de un mes. No había disponibilidad de ayuda médica adecuada en laaldea la cual estaba aislada en ciertos periodos durante el invierno. Cuandolas epidemias llegaban, causaban terror en el corazón de las personas,especialmente en los padres de niños pequeños.

Luego de la desilusión de perder su hija, María fue confortada con lallegada de un varón regordete; sin embargo, su gozo no duraría mucho.Cuando él tenía siete años de edad, la fiebre tifoidea golpeó la aldea, y elgran tesoro de María estuvo entre aquellos que fueron cargados arriba de lacolina hasta el cementerio.

De acuerdo a las creencias de María, ella tenía la idea de que losespíritus de sus amados nunca estaban lejos. Muchas misas eran dichas ypagadas para asegurarle que sus bebés estaban seguros en el cielo; peroella también creía que ellos podían estar cerca de ellos cuando ellos lodesearan.

José tenía cinco años de edad cuando su hermano murió y Andrés teníatres. Aunque Andrés no lo recordaba, él muchas veces había escuchadohistorias que su mamá y su abuela le habían contado.

El siempre estaba consciente de los espíritus, especialmente de aquellosque estaban sufriendo en el purgatorio. Había un lago pequeño no lejos dela aldea el cual Andrés trataba de evitar, especialmente cuando estaba solo.Algunos de los de la villa habían dicho que cuando ellos pasaban por ahípodían escuchar los llantos de las almas atormentadas en el purgatorio. En

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los años de su niñez, Andrés formó la impresión que Dios no era un padreamoroso, sino un gobernador estricto que estaba siempre listo para aplicarcastigo.

En España era costumbre común que las personas cavaran y sacaran loshuesos de los amados y los llevaran a sus casas, en un esfuerzo para traer suespíritu de vuelta. Un día María fue al cementerio donde el pequeño niñoestaba enterrado y recobró sus huesos. Los puso en una urna de cristal quehabía comprado con ese propósito, entonces los llevó a la casa y los colocóen una tablita sobre el improvisado altar rodeado de algunas velas.Llamando a Andrés y a José hacia ella, les dijo: “Esta noche ustedes sontres hermanos y no dos.”

“¿Qué quieres decir, Mamá?” preguntaron ellos mientras se miraban eluno al otro sorprendidos.

“Quiero decir que esta noche tenemos a su hermano con nosotros,”explicó, señalando los huesos, claramente visibles en la urna de cristal. Enel cuarto iluminado por velas, José y Andrés estaban asombrados ytemerosos. Se sintieron aliviados, sin embargo, cuando su madre llevó loshuesos de su hermano de vuelta al cementerio al día siguiente.

Conforme a la costumbre hispana, cada niño tiene una madrina,usualmente una amiga cercana a la familia. María era la madrina de un niñoque vivía en una casa vecina. Por causa de su larga amistad con la madredel pequeño Juan, y el hecho que ella era su madrina, María había sidocomo una segunda madre para el niño. Cuando Juan se enfermó seriamente,su familia estaba alarmada. María estaba preocupada y se encontrabaocupada todo el día con pensamientos del niño pequeño acostado en sucama, afiebrado y agonizante. “Voy a ver a Juancito otra vez,” le dijo a sumamá, mientras tiraba su chal de lana alrededor de su cabeza y hombros.

“¡Sí, tú debes de ir!” contestó la abuela. “Aun cuando no hay nada quepuedas hacer para ayudarlo, quizás puedas consolar la familia.”

Andrés y José se habían ido a la cama y la oscuridad había caído sobreel valle. La enfermedad siempre parece peor durante las horas oscuras de lanoche. Cuando María entró en la casa, vio las caras grises del papá y la

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mamá de Juan. “¿Cómo está?” preguntó en voz baja.“Está peor,” contestó la madre de Juan, con sus ojos llenos de lágrimas.

La cara del niño estaba enrojecida por la fiebre y se revolvía en delirio.María recordaba las vigilias largas que había pasado con su propio niñoque murió y el dolor que ella sufrió mientras miraba a su hijo irse sin poderhacer nada. No creo que el pequeño Juan se recupere, pensó ella, perohabló palabras de ánimo a sus padres. Entonces fue a la cocina a prepararalgo caliente para que ellos tomaran.

Más tarde, dando vueltas en la cama, María pensó que el sueño nuncallegaría; su corazón estaba con la familia de la casa del lado. Finalmente sedurmió pero de repente despertó, creyendo haber escuchado pasos pesadossobre el techo. En algunos minutos, hubo unos golpes en la puerta. Cuandoella la abrió, había un miembro de la familia de Juancito, para decirle queel niño pequeño había dado su último suspiro. María estaba segura quehabía escuchado los espíritus viniendo por el pequeño Juan esa noche; y ala mañana siguiente, envió a alguien arriba del techo para ver si las tejashabían sido rotas.

Más tarde, mientras se ponía el sol, Andrés vio a su mamá poniéndose suabrigo y su chal. “Mamá, ¿a dónde vas?” preguntó.

“Voy al cementerio, hijo. Sabes que con frecuencia voy allá para orar porlos espíritus de las almas pobres en el purgatorio.”

“¿Puedo ir contigo, Mamá?” A él no le gustaba el cementerio en la noche,pero pensó que no tendría miedo yendo con su mamá. Ellos fueron mano enmano por la calle que dirigía a la silenciosa y oscura iglesia rodeada detumbas. Mientras María encontraba su lugar acostumbrado de oración,Andrés hizo un poco de investigación por sí mismo. Las estatuas y figurasde piedra blanca eran misteriosas y grotescas a la luz de la luna.Inconscientemente, Andrés se encontró pisando de puntillas por el camino;cada ruido de hoja seca o ramita rota debajo de sus pies lo hacía saltar. Demomento, Andrés se detuvo petrificado. Vio lo que parecía ser chispas defuego que aparentemente venían de una de las tumbas cercanas a donde élestaba parado. Abrió su boca para llamar a su mamá, pero no pudo articular

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ningún sonido. Mirando alrededor para ver donde estaba ella, pudo versólo líneas de tumbas y estatuas. Comprendiendo que estaba perdido, lejosde su mamá, su próximo pensamiento fue correr. Dirigiéndose a la carreterapor donde había venido, Andrés voló salvajemente abajo de la colina,aterrorizado por el miedo, algunas veces tropezando en la oscuridad yenredándose su ropa en una cerca mientras cruzaba el campo. Finalmentetropezó con los escalones de su casa, gritando histéricamente.

“Andrés, ¿qué significa esto? ¿Y dónde está tu mamá?” La abuela estabaasustada al ver a Andrés en tal condición y sin su madre.

Cuando él se recuperó lo suficiente, trató de explicar, “Yo me alejé demamá y me perdí y entonces vi algunos espíritus. ¡Nunca he estado tanasustado en mi vida!” Al día siguiente, en la escuela, Andrés le habló a lamaestra sobre su experiencia horrorizada. “¡Había chispas reales! ¡Yo lasvi con mis propios ojos! ¿Usted piensa que fueron los espíritus?”

“No soy muy creyente de los espíritus, jovencito. Supongo que lo queviste era algo llamado fósforo que es lanzado por los huesos viejos,”explicó su maestra.

“Bueno, cualquier cosa que haya sido, espero no tener que ir allá otra vezdurante la noche,” declaró Andrés enfáticamente.

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“¡E

3

Sueños de la Juventud

l desayuno está listo!” llamó María a sus jóvenes hijos cuando sepreparaban a prisa para la escuela.

Andrés y José, sus caras lavadas y sus cabellos peinados, se sentaron ala mesa larga con el resto de la familia. Ya servidos había platos de cerealcaliente y una taza de chocolate al lado de cada plato, y otro plato conpapas junto al pan horneado de María. Estos proveían un desayunosaludable para un apetito agudo.

María se paró a la puerta y contempló a sus hijos marcharse a la escuela,meciendo sus bolsas del almuerzo. “Son muchachos buenos,” se dijo. “Esverdad que son traviesos, pero son buenos. ¡Mi Dios, dame sabiduría parahacer algo de ellos!”

Más tarde, cuando el trabajo de la mañana estaba terminado, María dijoa su madre, “No hay nadie para limpiar la iglesia esta semana, Mamá, asíque voy a ir para despolvorear y barrer. Si los chicos regresan antes que yoesté en casa, diles que cumplan con sus tareas de la casa. Parece quesiempre hay que recordárselo.”

“Ve, María, y no te preocupes por los muchachos. Velaré por ellos y porsus tareas. No sé qué el padre Antonio haría sin ti. Algunos de los otrosparroquianos deberían poner más interés en la iglesia,” comentó la abuela.

“Eso puede ser verdad,” contestó la más joven, “pero realmente disfrutohaciendo lo que puedo.”

Alcanzando las llaves de la iglesia que se les habían entregado, comenzósu camino. María, ahora en mitad de sus treinta, todavía estaba delgada yágil. Estaba vestida con el acostumbrado modo de vestir de la aldea: faldalarga y ancha, y blusa colorada. Usaba sobre sus hombros un chal bordado

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con el cual también cubría su cabeza. Su rostro era de ninguna maneraordinario. Tenía facciones delicadas, combinadas con una complexiónrosada y ojos de azul profundo. Aunque arreglaba su cabello en dos tranzasque acomodaba alrededor de su cabeza, tenía rizos que no se dejabandomar.

“¡Ahí va María para la iglesia!” dijo una anciana a otra, las cualesestaban sentadas hilando.

“Esa María,” comentó la otra, “siempre está ocupada en algo. Nuncatiene tiempo para detenerse a conversar.”

“Ella es una mujer buena,” contestó la primera. “La conozco desde queera una niña. No ha sido fácil para ella, pero nunca la escucharás quejarse.Hablando de coraje, ella es una a la que nunca le falta. Intentaría cualquiercosa si piensa que es correcto.”

María caminó a través de la aldea, saludando y sonriendo a los aldeanosque encontraba a su paso. La brisa que daba en su rostro era refrescante, ylos problemas que la habían abatido el día anterior, parecían desvanecerse.En el momento cuando trabajaba en la iglesia, moviendo las duras bancasde madera para limpiar debajo de ellas, el padre Antonio llegó para hablarcon ella.

“Buenos días, doña María. ¿Cómo están las cosas para usted hoy?”“Yo y mi familia estamos bien, Padre, gracias,” contestó ella,

continuando con su trabajo.“Doña María, si puede tener unos minutos, me gustaría hablar con usted.

Hay algo en mi mente que quisiera comentarle,” continuó el sacerdote.“Claro, Padre. ¿Qué es? Estoy a su servicio.”“Estoy pensando en sus dos hijos. ¿Qué entrenamiento está planeando

darles?” preguntó el sacerdote.“Siempre ha sido mi sueño que uno de mis hijos tenga el deseo y pruebe

ser digno de entrar el sacerdocio,” le confió María. “El tiempo dirá cuál deellos será, pero de alguna manera pienso que será el menor, Andrés.”

“Yo he observado al joven Andrés,” comentó el sacerdote. “Siempre sele ve atento y reverente en la iglesia. Usted sabe, el sacerdocio demanda

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una vida de dedicación; tomará mucha preparación aun ahora, cuandotodavía es muy joven.”

“¿Tiene alguna sugerencia, Padre?” preguntó María.“Bueno, doña María, me he estado preguntando si usted permitiría que él

sirviera en la iglesia como monaguillo. Desde que el joven Ramiro se fue,no ha habido nadie. Yo estaría feliz de entrenarlo.”

“¡Padre, eso sería magnífico! ¡Gracias!” María replicó entusiasmada.“Le hablaré a Andrés tan pronto como regrese de la escuela.”

María se apresuró a terminar la limpieza, y se las arregló para estar en lacasa cuando los chicos regresaran.

“¿Cómo estuvieron sus clases hoy?” preguntó mientras los chicos sequitaban sus gorras y sus chamarras.

“Estuvieron bien, pienso,” contestó José sin entusiasmo. “Estarécontento, sin embargo, cuando sea grande y no tenga que ir a la escuela nadamás. Quiero ser un soldado e ir a tierras extranjeras a pelear por mi país.”

“La vida de un soldado podrá parecer emocionante, hijo, pero no es unavida fácil. Como tienes muchos años todavía para decidir, veamos quépiensas cuando estés más grande,” sugirió su madre. “Y tú, Andrés, ¿quévas a ser?”

“Quizás un agricultor, Mamá. No sé,” contestó el más joven,pensativamente.

“Bueno. No nos preocuparemos por eso todavía, hijo; de hecho tengobuenas noticias para ti, Andrés. Yo estaba limpiando la iglesia hoy cuandoel padre Antonio me habló sobre ti.”

“¿Sobre mí? ¿Qué dijo?” Andrés estaba curioso.“Quiere que seas un monaguillo como lo era Ramiro,” declaró María.“¿Quiere que yo sea un monaguillo?” exclamó el joven Andrés.“El padre dijo que te entrenaría para servir en la iglesia. También dijo

que si te decidieras a ser un sacerdote, ésta experiencia te ayudaría,”aseguró la mamá.

“¿Cuándo puedo comenzar?” Andrés estaba ansioso.“Puedes hablar con el padre Antonio hoy, hijo. El te dirá que hacer.”

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Con la rapidez de un rayo, Andrés se puso su gorra y su chaqueta y estabafuera de la puerta, corriendo a través de la aldea y arriba del caminosinuoso hasta la iglesia. Llegó a la puerta de la iglesia sin aliento. Antes deabrir la puerta pesada, de repente comprendió que no sabía que le diría alpadre. El siempre se sentía golpeado por la admiración en la presencia delsacerdote. Llenándose de valor, haló la puerta y entró.

El padre Antonio estaba al frente de la iglesia, acomodando algunasvelas. Al sonido de la puerta cuando se abrió, volteó para ver a Andrés queahora tenía diez años de edad.

“Bueno Andrés, ¿cómo estás?” preguntó el sacerdote, caminando haciadonde estaba parado Andrés. “Tu madre te debe haber dicho acerca de misugerencia. ¿Has venido para hablar acerca de tu trabajo nuevo?”

“¡Si, Padre! Mi mamá me dijo que usted me necesita.”“Ven conmigo y te enseñaré cual será tu trabajo.” El padre Antonio

caminó hacia el frente de la iglesia con Andrés siguiéndole. “Estarás aquítemprano el domingo en la mañana para tocar las campanas; otro día teenseñaré cómo preparar el pan de la comunión y el vino, las velas quedeberán ser encendidas; y otras responsabilidades vendrán más adelante.¿Suena difícil?”

“Haré lo mejor que puedo, Padre, y aprenderé todo lo que me enseñe,”replicó Andrés, y habiendo sido despachado por el padre, se bajócorriendo esa colina para decirle a su familia acerca de su nuevo trabajo;difícilmente podía esperar por el día en que lo comenzara.

El primer día que Andrés iba a desempeñar su trabajo como monaguillo,estaba fuera de la cama antes que los demás miembros de la familia, ya queel padre Antonio había dicho que estuviera allí temprano. Puesto que laprimera misa era a las seis en punto, él estaría en la iglesia antes que el solsaliera. Hasta que él aprendiera, el sacerdote le ayudaría a preparar el pany el vino. Encender las velas era fácil y le encantaba subir al campanariopara sonar las campanas.

Cuando los primeros adoradores comenzaron a llegar, Andrés ayudó alsacerdote a ponerse sus batas que usaba para la misa del domingo, con

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ornamentos y medallas a las cuales Andrés ojeaba con admiración.Tal vez yo también sea un sacerdote algún día, pensaba; entonces podré

usar batas elegantes como éstas.Pronto Andrés estaba desempeñando sus responsabilidades

eficientemente y había aprendido a cantar respuestas en latín durante lasmisas. Los meses de invierno pasaron rápido y la primavera llegónuevamente.

Era siempre un tiempo feliz para los chicos cuando su abuelo regresabadel campo donde alimentaba las ovejas durante el invierno. Este año sumadre había recibido noticias en las que se les indicaba el día cuandoesperaban que su abuelo regresara. José y Andrés se levantaron temprano.Luego que su desayuno había sido devorado, María les dio permiso de ir ala cresta de la primera colina, donde podrían ver el rebaño con mayorventaja.

“¡Te ganaré a llegar al tope!” gritó José cuando los chicos cruzaron elpuente y comenzaron a ascender hacia el otro lado.

Alcanzaron la cresta de la colina casi al mismo tiempo, y la carrera fuepronto olvidada mientras ansiosamente escudriñaban el horizonte poralguna señal del regreso del rebaño.

“¿Cuándo será que llegarán?” suspiró Andrés luego de esperar toda lamañana, interrumpida sólo para perseguir a algunos conejos.

El sol estaba ahora directamente sobre sus cabezas y todavía no habíaseñales de vida en el camino que llevaba a la próxima aldea y arriba de lasrudas montañas del fondo.

“Debemos ir a casa para almorzar,” sugirió el mayor de los chicos. “Elabuelo tal vez no regrese hasta tarde, en la noche o hasta mañana.”

Los muchachos corrieron abajo la colina, sabiendo que el almuerzoestaría listo. Cuando entraron la casa, sus narices les hicieron saber que noestaban equivocados. Recibieron el aroma delicioso de pan fresco, y de losgarbanzos que estaban burbujeando en el sartén de hierro en la parte deatrás de la estufa. La madre estaba terminando de servir las papas,colocando crema sobre ellas.

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“¿Qué sucede, chicos? ¿No han visto señas del abuelo y las ovejas aún?”preguntó María.

“Nada, Mamá. ¿Supones que realmente vienen hoy?” preguntó José.“Bueno, yo no me daría por vencida todavía, si fuera ustedes,” contestó

la mamá. “Todavía queda toda la tarde. Sin duda que aparecerán antes delanochecer.”

“¿Vamos a tener esa torta para el almuerzo?” preguntó Andrés.“No, hijo,” su madre respondió. “La abuela la ha preparado para

celebrar la llegada del abuelo. El estará hambriento de buena comida hechaen casa, y quizás estará aquí para la cena.”

Luego del almuerzo los jóvenes subieron la colina una vez más dondepodían mirar por el abuelo y por las ovejas.

Cerca del anochecer, José forzó sus ojos porque pensó que habíadetectado algún movimiento en la loma distante.

“Andrés, ¿ves algo moviéndose al final de la colina?” preguntó a suhermano.

Andrés miró por largo rato y forzando sus ojos, entonces contestó, “¡Si,José, lo veo! Mira—hay muchos objetos moviéndose. ¡Son ellos! ¡Sonellos!”

Dirigiéndose camino abajo en una carrera a muerte, los chicos finalmentellegaron cansados y sin aliento a donde estaba el rebaño.

“¡Bueno, bueno, aquí están mis muchachos!” exclamó el abuelo. “Mepreguntaba si ustedes estarían velando por nuestro regreso.” Les abrazó alos dos de una vez.

Esa tarde, las ovejas descansaron en el corral del hogar mientras María ysu familia celebraron un feliz reencuentro. Las dos mujeres habían horneadomuchas delicias y la gran mesa estaba rebosante de platos sabrosos. Una delas gallinas gordas de María había sido preparada para la ocasión. Habíaademás papas majadas, fideos hechos en casa, repollo con crema y, comosiempre, el delicioso pan con jalea de fresas negras. José y Andrés fueroncuidadosos de reservar espacio para el pastel delicioso con relleno defrutas de la abuela, que hacía la boca agua.

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“¡Qué bueno es estar en casa!” suspiró el abuelo al colocar la sillasuspendida en sus patas traseras. “Madre, tú y María deben estar muyorgullosas por la comida de hoy. No me acuerdo cuando la cena haya estadomás sabrosa.”

“Estamos muy contentas y agradecidas de Dios que has vuelto seguro alhogar otra vez,” dijo la abuela, “pero cuéntanos sobre tus aventuras durantelos pasados meses.”

Los tres adultos se sentaron y hablaron de todo lo que había sucedidodesde que el abuelo estuvo en el hogar la última vez. José y Andrés fueronfinalmente enviados a la cama cuando el sueño comenzó a vencerlos.

Ese verano en particular, fue un tiempo feliz para José y Andrés, uno paraser recordado por largo tiempo. Pasaron felices días sin preocupacionescon su abuelo, pastoreando las ovejas en las colinas que rodeaban la aldea.

Una mañana cálida de verano, Andrés estaba solo con el rebaño y nohabía nada para romper la calma, sólo el balido de las ovejas. Un buitrebatió sus alas cerca de él y luego se lanzó en vuelo en la cercana llanura. Elchico se sentó en una roca grande sobre el pasto claro donde las ovejasestaban comiendo alegremente.

¿Cómo será ser un sacerdote? Andrés pensó.Llevado a la acción por su imaginación, brincó y se puso en pie sobre la

roca donde había estado sentado y comenzó a predicar con todo vigor elsermón que había escuchado al padre Antonio predicar el domingo anterior.Tan dinámico y elocuente llegó a ser que las ovejas dejaron de comer ymiraron en la dirección del jovencito entusiasta.

Absorbido en su sermón, Andrés no se percató que su abuelo habíallegado por la parte de atrás donde él estaba. “¿Qué pasa con el pastorjoven ahora?” el anciano le reprendió. “¿Piensas que las ovejas necesitanque se les recuerden sus pecados?”

“¡Oh, Abuelo! ¡Me sorprendiste!” Andrés descendió rápidamente de supedestal con una sonrisita embarazosa.

“¿Es al sacerdocio al que estás aspirando, hijo?” preguntó el ancianocanoso.

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“No sé, Abuelo. Mamá quiere que sea un sacerdote, y el padre Antoniodijo que es el camino más seguro para complacer a Dios.”

“Es una ambición que vale la pena, Andrés, pero haz con tu vida lo que tedice tu corazón. Ahora, creo que tu madre está esperando con tu almuerzo.”

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4

Comenzando el Entrenamiento Para Sacerdocio

os años llegaron y se fueron. El abuelo pasó al descanso y la abuelase volvió más débil. Pasaba la mayor parte de su tiempo remendando

y tejiendo. Una tarde, cuando Andrés tenía trece años, María anunció a lafamilia, reunida para la cena, “Escuché hoy que algunos misionerosfamosos vienen hacia acá. Se cree que ellos estarán ofreciendo reuniones enuna aldea cercana, la cual es más central.”

“Yo siempre quise ver y escuchar algunos misioneros,” dijo Andrés.“¿Podemos ir, Mamá?”

“Si no es muy lejos, claro que iremos, hijo. Le pediré al padre Antoniomás información sobre eso cuando lo vea.”

Algunos días más tarde, María recibió noticias de que dos misionerostendrían reuniones por una semana en la iglesia de la villa próxima, a cuatromillas de distancia. Las reuniones comenzarían el domingo siguiente, laprimera a las cinco de la mañana. En el día ya anunciado, mucho antes de lasalida de sol, María, José, y Andrés estaban en camino a la iglesia. Lestomó casi dos horas para caminar las cuatro millas, y llegaron a tiempo.Andrés se sentó con sus ojos fijos en el predicador, profundamenteimpresionado por las historias de aventura que contaba.

En la jornada de regreso a casa esa tarde, él le confió a la madre,“Mamá, si yo pudiera ser un misionero como ese hombre, entonces megustaría ser un sacerdote. Piensas que puedo serlo?”

“No sé, hijo, pero podemos hablar con uno de ellos acerca de eso.”“¿Podríamos hacerlo mañana?” preguntó Andrés.

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A la mañana siguiente, hicieron otra vez la jornada a la iglesia, pues loschicos estaban ansiosos por no perderse ni una reunión. Cuando entraron aledificio, uno de los misioneros estaba a la puerta para saludarles y les dijo,“Necesito alguien para que toque las campanas. ¿Cuál de ustedes,jovencitos, quisiera el trabajo?”

“Yo lo haré,” ofreció Andrés, “o ¿tú quieres hacerlo, José?” preguntó,volviéndose a su hermano.

“Hazlo tú,” replicó el hermano mayor, pensando que la tarea estaría pordebajo de la dignidad de un joven de quince años como él.

“Muy bien. Entonces tú tocarás la campana antes de cada reunión,” elhombre le instruyó a Andrés.

Más tarde durante la semana, uno de los misioneros encontró una ocasiónpara hablar con María. “Usted tiene dos chicos buenos ahí, señora; ¿quéeducación planea darles?”

“Yo he estado planeando hablar con ustedes,” contestó María. “El mayorde ellos parece estar interesado en la vida militar, pero el más joven, megustaría que fuera sacerdote.”

“Yo lo he notado durante estas reuniones,” continuó el misionero, “queparece estar religiosamente inclinado. ¿Cuántos años tiene?”

“Andrés pronto cumplirá catorce años. ¿Qué arreglos se pueden hacerpara que mi hijo entre a un seminario?”

“Si tiene catorce años, sugiero que entre al seminario este verano puesuna clase nueva comenzará en agosto. Si quiere, enviaré el nombre deljoven, y usted recibirá instrucciones acerca de cuándo podrá venir.”

“Gracias, Padre. Será un gran sacrificio para mí enviarlo lejos del hogar,pero estoy dispuesta a hacerlo si eso es la voluntad de Dios,” dijo María.

“Le puedo dar un consejo, señora,” el misionero añadió. “Comience ya aprepararlo para las dificultades y los sacrificios que le esperan. Dele pocacomida ocasionalmente. Usted sabe que la comida en el seminario no esmuy buena algunas veces. Le ayudará a no estar insatisfecho si seacostumbra a la comida sencilla antes de irse.”

En los días que siguieron, Andrés pensó a menudo acerca de cómo sería

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dejar el hogar y vivir en una escuela con otros chicos.“¿Tú vendrás a verme, verdad, Mamá?” le preguntó un día.“Sera un viaje muy largo para mí,” contestó María de manera evasiva.La pregunta le causó dolor a María al recordar que el misionero le había

dicho que sería mejor para ella no ir a visitarlo nunca, pues el visitarloharía que el joven se sintiera con deseos de regresar a casa.

María atesoró cada día que pasó con Andrés en los meses antes de irse alseminario. Muchas noches pasó despierta pensando en el día terriblecuando le diría adiós. Sólo su convicción profunda de que ese era su deberreligioso le habilitaba para llevar a cabo los planes de partida.

La carta llegó, indicándoles cuando Andrés debía estar en el seminario.Los arreglos finales fueron hechos, y María preparó la ropa de su hijo. Eldomingo, el día antes de la partida, la familia, como acostumbraba, fue a laiglesia en la colina. Sería el último día de servicio de Andrés comomonaguillo. Cuando el padre Antonio comenzó la misa, muchos ojosestaban posados en el joven. Estas personas, que lo habían visto crecer y sehabían acostumbrado a verlo en los servicios religiosos, se entristecieroncon el pensamiento de que no estaría con ellos por mucho tiempo.

Cuando el último de los parroquianos salió de la iglesia, el padre hablócon Andrés. “Bueno, hijo, te voy a extrañar. La vida que has escogido noserá una fácil, pero estoy seguro que alcanzarás el éxito. No permitas quenada te desanime. Quizás, la próxima vez que te vea, tu curso de estudioshabrá terminado y estarás aquí para celebrar tu primera misa como PadreAndrés.”

“Gracias, Padre, por todo lo que ha hecho y por su paciencia conmigo.Espero no defraudarlo.” Entonces, mientras Andrés salía por la puerta,añadió, “Creo que debo irme ahora.”

“¡Adiós, Andrés! ¡Que Dios te bendiga!”El muchacho bajó lentamente la colina, su mente llena de pensamientos

serios. Conocía cada pulgada de esa área, pues no podía recordar algúnotro ambiente más que esa aldea y su despreocupada vida. El había sidocobijado de los vientos fuertes de la vida por el cuidado amoroso de su

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madre. Casi deseó que pudiera olvidar la idea de ir al lejano seminario;sería mejor quedarse en su lugar y en la buena vida que conocía.

Cuando María vio la cara de sueño de su hijo la mañana siguiente, sucorazón casi se congeló. Memoria tras memoria corrieron por su mente: lasveces cuando lo mecía en su cuna, las muchas veces cuando ella habíabesado sus lágrimas. Todavía era un niño pequeño para ella.

“Andrés, es tiempo de levantarte, es de mañana.” Ella tocó suavementesu frente y él abrió sus ojos.

Cuando comprendió que ésta era su última mañana en su hogar, lamañana que ellos habían estado planeando, saltó de la cama. Con cadanueva mañana viene nuevo ánimo, y Andrés estaba entusiasmado por estaren su camino a su primer viaje en tren y descubrir qué tenía la vida paraofrecerle.

Su madre había acomodado su ropa cuidadosamente la noche anterior, ycuando él se presentó ya listo para salir, María se sintió orgullosa. Su sacoera marrón al igual que sus pantalones, su camisa blanca con cuello alto, ysu gorra marrón en combinación con su traje.

“Ven hijo, desayuna,” dijo la abuela, al colocar el cereal y el chocolatecaliente sobre la mesa. Además, había papas fritas y huevos con elacostumbrado pan cortado en finas rebanadas con mantequilla. “María, tútambién debes comer. Tienes un largo viaje por delante,” continuó laanciana.

En los últimos momentos antes de partir, María guio al joven al pequeñocuarto que servía de capilla adornado con imágenes y velas. Se arrodillaronambos ante el altar humilde y recitaron el rosario. María ofreció unaoración especial a la virgen María por el más joven de sus hijos quepartiría lejos.

“José, es tiempo de tener los animales listos. Tráelos a la puerta,” Maríale dijo a su hijo mayor.

Andrés dio una última mirada a través de la casa mientras su hermanoensillaba el caballo y el burro que habían tomado prestado de su tío para elviaje a la estación. En unos pocos minutos las valijas estaban atadas a los

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animales y Andrés se despidió de su abuela.“Adiós, mi abuelita,” dijo en el momento en que su abuela le dio un

fuerte abrazo.Lágrimas rodaban por sus mejillas al darle ella su bendición. “Dios te

bendiga, hijo. No te olvides de nosotros. Haremos oraciones por ti cadadía.”

Había un nudo en la garganta en el momento que Andrés se despedía desu hermano.

Unos minutos más tarde, él y su madre cabalgaban sobre los animales porel camino que les llevaría a la estación.

El camino familiar, las casas, y la iglesia: todo se quedó en la distanciamientras iban por el camino polvoroso. Era un viaje de seis horas yendosobre colinas, a través de valles, y cruzando arroyos pequeños.

Acercándose a la orilla de un riachuelo, Andrés pidió, “Madre, comamosnuestro almuerzo aquí. Es un lugar muy hermoso.”

“Muy bien, Andrés, nos detendremos aquí, pero no podremos estar pormucho tiempo pues tendremos que apurarse para no perder el tren.”

Los cansados animales bebieron de las aguas cristalinas y luegomasticaron de la yerba verde que crecía a la sombra de los altos árboles.Luego de comer su almuerzo, Andrés se quitó sus zapatos y sus calcetines ysumergió sus pies en el agua fría. El día estaba caluroso y los viajeros sedeleitaron en el corto respiro del calor.

“Es tiempo de seguir nuestro camino,” le dijo María al chico.“Ya voy, Madre,” le respondió, aligerándose a ponerse sus calcetines y

sus zapatos, y subir al burro.María, en un fuerte caballo marrón, y Andrés en el burro, hicieron su

travesía sobre el angosto camino de montaña, animando a los animales a irmás rápido, o perderían el tren.

“¡Mira, Mamá, el tren ya está ahí!” Andrés le dijo a su madre conemoción.

La plataforma de la estación estaba atestada de personas. El tren, convapor saliendo del motor, estaba listo para salir. Cuando los animales

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fueron atados al lugar destinado, Andrés y su mamá tomaron las valijas y sedirigieron hacia el tren.

“Perdone, señora, ¿es usted la madre de Andrés Díaz?” preguntó unhombre en cuello clerical.

“Sí, soy María de Díaz, a su servicio,” respondió María.“Y soy Padre Jerónimo. Estoy a cargo de los jovencitos que van al

seminario. Tengo el nombre de su hijo en mi lista.”“Estoy muy feliz de tener el placer de conocerle. Este es mi hijo,

Andrés.” Y volviéndose al joven, continuó, “Andrés, éste es PadreJerónimo. El te cuidará hasta que llegues a la escuela. Espero que le seasmuy obediente.”

“Sí, Madre, seguro.”Cuando el llamado fue hecho para que los pasajeros abordaran el tren,

María abrazó a su hijo. Ella había tratado de darse valor para este momentoy de ahorrar las lágrimas para el solitario camino de vuelta a la casa, peroel momento de la partida pareció romper su corazón, y las lágrimasaparecieron.

Aunque el joven Andrés no podía comprender los años largos que seencontraban entre él y su madre, aun así parecía que esta despedida era másde lo que podía soportar. El momento no podría ser pospuesto nada más, yel joven subió al carro del tren. Se mantuvo mirando y diciendo adiós consu mano hasta el momento cuando el tren dobló en una curva y no pudo vermás a su madre.

Andrés encontró su asiento y se sentó calladamente por un largo rato. Unsentimiento de soledad se apoderó de él y deseó estar cabalgando con sumadre sobre las colinas de vuelta a casa.

Luego de un rato, sin embargo, su atención se enfocó en sus alrededores.Los otros chicos, veinticinco en total, estaban haciendo todo vívido. Era ungrupo interesante pues cada uno estaba vestido de manera diferente. Era lacostumbre de cada aldea usar su vestimenta típica. Como los muchachosvenían de diferentes villas, había un inusual despliegue de diferentes estilosde vestimenta.

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“Hola, ¿cuál es tu nombre?” Un jovencito con rostro placentero, ojosazules, y cabello que parecía melena de león le habló de manera amistosa.

“Andrés,” contestó. “¿Cuál es el tuyo?”“Mi nombre es Felipe. He estado en este tren desde anoche.”Los dos jóvenes tuvieron un entendimiento mutuo inmediatamente, y éste

fue el principio de una amistad larga y profunda. Felipe dio informaciónpertinente acerca de su familia.

“Mi padre es un pescador y vivimos en la costa norte,” dijo. “Somos seishijos en nuestra familia, y yo soy el mayor. Algunas veces mi padre melleva a sus viajes de pesca, y eso sí me gusta mucho. ¿Qué hace tu papá?”

Andrés miró hacia sus pies. “Mi padre vive en Sudamérica, y no lohemos visto por mucho tiempo.” Luego su rostro se iluminó al continuar,“Pero mi mamá, mi hermano, y yo vivimos con mi abuela. Sembramosgranos, papas, garbanzos, y otros alimentos. También tenemos ovejas yvacas, pero desde que el abuelo murió mi tío mantiene nuestras vacas yovejas junto con sus rebaños.”

El grupo de estudiantes presuntos estuvieron en el tren por dos noches.La travesía se hizo cansadora al tercer día cuando ya se acercaban a sudestino.

“Es hora de tener sus cosas listas para dejar el tren,” anunció elsacerdote al grupo. “Estaremos allí en media hora.”

La emoción prevaleció cuando cada joven recogía sus pertenencias yobservaban a través de la ventana cuando la estación se hacía visible.Andrés notó que este lugar no era particularmente diferente de su tierranativa. Se podían ver montañas, aunque no eran tan escarpadas comoaquellas alrededor de su hogar.

Un autobús esperaba por los chicos en la estación, y pronto estuvieron encamino al viejo monasterio que sería su hogar durante los próximos cincoaños.

“¿Cómo piensas que serán las cosas aquí?” preguntó Andrés.“No sé,” contestó el otro chico. “Siento miedo por dentro, ahora que

estamos tan cerca del monasterio.”

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Mientras el autobús daba brincos en la carretera rústica, cada chicomiraba intensamente para ver las primeras señales de la escuela.

“¿Es esa que está ahí?” un chico preguntó.“Si, aquí estamos,” contestó Padre Jerónimo.Los edificios, viejos y grises, se levantaban como un grupo en el valle,

rodeados de árboles hermosos, colinas suaves, y una llanura verde. Losedificios apretados en un círculo parecían tener apariencia medieval. Alcontemplarlos, daban la impresión como que el tiempo había vuelto atráspor cientos de años.

“Se parece a un castillo en mi libro de historia,” le dijo Andrés a Felipe.Los jovencitos, hablando y riendo ruidosamente, se encaminaron a través

del arco de piedras, pero fueron sorprendidos y dejados con la bocaabierta. Enfrentaron un grupo de sacerdotes en batas largas, que estabanlentamente pasando con solemne seriedad los corredores que teníanapariencia de tumbas. Andrés y sus compañeros pronto aprendieron que seesperaba de ellos que fueran silenciosamente en una fila india a través delos corredores.

“Tú, en el traje marrón,” una de las figuras en batas habló a Andrés enuna voz cortante, “baje tu voz. Este no es sitio para frivolidades.”

Los chicos fueron llevados al tercer piso de uno de los edificios queenfrentaba un patio hermoso. Ahí encontraron un salón grande con filas yfilas de camas estrechas. Al lado de cada cama, había algo que seasemejaba a un librero con tablillas. Encima de cada conjunto de tablillashabía una vasija para lavarse.

“Andrés Díaz, ésta será su cama. Felipe, ven al otro lado del cuartoconmigo.”

“Oh, Padre, por favor,” habló Andrés. “Felipe y yo somos amigos. Hayuna cama vacante aquí, cerca de mí. ¿Podría usted, por favor, dejarloaquí?”

“Joven, en este sitio usted recibe órdenes, no las da. Ven conmigo,Felipe.”

Andrés sintió lágrimas calientes bajando por sus ojos. ¿Por qué será este

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padre nuevo tan rudo? El no había hecho nada equivocado. Separado deFelipe, se sintió solo y asustado.

Aquella noche, dando vueltas en su cama estrecha, con paja dura porcolchón, Andrés pensó en su hogar. Deseó sentir el toque leve de los labiosde su madre en su frente cuando ella lo besaba y los dejaba a él y a suhermano en la cama.

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Disciplina en el Seminario

uando la campana para levantarse sonó a las cinco de la mañana aldía siguiente, Andrés despertó sorprendido y atemorizado para

encontrarse en un ambiente extraño. De alguna manera, él había esperadodespertarse en el dormitorio que compartía con José. Recobrando suspensamientos, brincó de la cama y se vistió, ansioso para no dar al padre acargo ninguna razón para que lo regañara.

De varios cientos de estudiantes en la escuela, sesenta y cinco estaban enla nueva clase. A las cinco y media en punto, cuando Andrés y su grupo sealinearon para ir a la iglesia para recibir misa, él se las arregló paracaminar con Felipe. En voz baja Felipe preguntó, “¿Qué piensas de lascosas hasta ahora?”

“No es nada como yo lo había pensado,” Andrés contestó.“No cuchicheen ustedes dos ahí,” dijo el padre en voz alta por sobre la

cabeza de lo demás. Al llegar a la iglesia, la cual estaba cerca de los otrosedificios, a cada jovencito se le asignó un lugar para arrodillarse y poderrecitar el rosario. Ellos fueron instruidos a permanecer en el lugar enoración hasta que se les dijera que se podían levantar. Aunque Andrés fueenseñado desde la infancia a decir sus oraciones cada día, nunca habíapasado media hora de una sola vez sobre sus rodillas.

Me pregunto cuánto tiempo ellos nos harán estar aquí, se dijo a símismo luego que quince minutos habían transcurrido.

Cuando al fin la orden de levantarse les fue dada, sus rodillas estabanadoloridas. Cada hora del día estaba regimentada, con muy poco tiempopara recrearse. Había un sitio de juego detrás del edificio donde los cortosperíodos de tiempo libre eran usados en juego de pelota y otras actividades.

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En el edificio no había risas, bromas, o conversaciones innecesarias. Estosestudiantes tenían que aprender disciplina en su forma más severa.

Cuando algunos días habían pasado, uno de los maestros anunció: “Cadadía un ‘acusador’ será apuntado de entre ustedes. Se le entregará libreta ylápiz, y durante el día él anotará cada delito cometido y el nombre delculpable, y en un tiempo designado cada tarde, el acusador leerá su lista, ycastigos serán aplicados.”

Una tarde un poco más adelante, el acusador estaba leyendo su listacuando Andrés quedó asombrado de oír su propio nombre. “Andrés Díaz,mientras estaba en línea esperando el turno de su almuerzo, se volteó y lesonrió al chico detrás de él.”

“Andrés, para enseñarte la seriedad de la vida que estás aprendiendo, sete requerirá que repitas El Padrenuestro veinticinco veces en la misamañana temprano,” replicó el padre. Andrés no dijo nada, pero sintióresentimiento creciendo dentro de él, mas no había nada que él pudierahacer sino conformarse y recibir el castigo.

Otra tarde, el acusador leyó los nombres de Felipe y de Andrés juntos.“Estos dos muchachos fueron vistos en el patio solos durante el tiempo derecreo.”

“Pero, Padre, ¿qué hay de malo en andar con alguien en el patio?”preguntó Andrés.

“Joven,” exclamó el padre, “¿quién le dio permiso para tratar dedefenderse usted mismo? Porque nos habló de vuelta, su castigo será doble.En esta escuela ni aun la apariencia de mal es permitida. De ahora enadelante, te estarás con el grupo.” Continuando, dijo: “Felipe, no te serádado postre por dos días, pero Andrés pasará cuatro días sin postre.”

Para entonces, los chicos habían llegado a ansiar cosas tan simples comouna cucharada de miel luego de las comidas las cual eran pobrementecocidas, simples, sin gusto, y frecuentemente insuficiente para satisfacer elapetito de los muchachos en crecimiento.

Luego de varias semanas de disciplina estricta, Andrés estaba resignadoa aceptar lo que viniera. Ya no protestaba sobre los castigos injustos, aun

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cuando algunas veces, él no era culpable en la manera más remota. Durantela temporada de la cuaresma, había muchos días de ayuno cuando la comidaera medida en onzas. Los chicos, que no tenían edad suficiente para ayunarcon un espíritu religioso genuino, sufrían gran hambre. La hora de comer ylas comidas llegaron a ser casi una obsesión.

También durante este tiempo de períodos especiales de religión, eranforzados a estar de rodillas en oración por períodos de tiempo más y máslargos hasta que estaban en sus rodillas dos o tres horas a la vez. Despuésde estas ocasiones, Andrés tenía dificultad para caminar porque sus rodillasestaban dolorosamente inflamadas.

Una mañana, mientras los chicos hacían sus camas, Raúl, quien habíallegado de un distrito remoto, gritó mientras miraba a través de una ventana,“¡Miren a ese animal extraño que viene por la calle! Tiene ojos y hace unruido extraño.”

Cuando los chicos fueron a ver, se rieron a carcajadas al descubrir que el“animal” de Raúl era sólo un automóvil. En ese momento, el superior entrópor la puerta. “¡No habrá postre hoy!” decretó.

Las caras de los jóvenes cayeron, recordando que uno del grupo habíaespiado en la cocina esa mañana y trajo de vuelta la noticia que habría mielen la cena.

Mientras los muchachos estaban parados en línea para la cena, elsuperior señaló a uno de los chicos, “Santiago, ven conmigo.”

Santiago siguió al superior a otro salón y más tarde, uno de los chicospreguntó, “¿Qué sucedió con Santiago? ¿Dónde está él?”

Santiago fue enviado a casa por un delito que nadie conocía y no le fueposible decirle adiós a sus compañeros. Había sido escoltado afuera sinceremonias, y puesto en un autobús de vuelta a casa.

Cuando llegó el invierno, el edificio viejo de piedra se pusoincómodamente frío. Como no había sistema de calentamiento en el frio yhúmedo edificio, todo lo que los muchachos podían hacer era ponerse más ymás ropa para mantenerse tibios. Antes de irse a la cama cada noche, cadachico llenaba su vasija de lavado y la colocaba en la tablilla al lado de su

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cama, y muchas veces, hielo se formaba en la vasija durante la noche, asíque en la mañana tenían que romper el hielo para poder lavar sus manos ysu cara.

El verano era más agradable. Si un jovencito pasaba sus pruebas,disfrutaba de una vacación de las clases y trabajaba en el jardín y la huertadetrás de la escuela. Los jovencitos que no pasaban sus pruebas, pasaban elverano estudiando para poder continuar con sus clases el próximo término.

Los días monótonos parecían arrastrarse pero Andrés de alguna manerase acostumbró al pesado programa de estudios y a la disciplina estricta.

Tres años de vida monasterial lo llevaron a sus diecisiete años de edad,y un día Felipe encontró a Andrés y le dio noticias emocionantes. “¡Andrés!Adivina qué. ¡Recibí una carta de casa y mi mamá y papá vienen avisitarme este fin de semana! ¿Cómo podré esperar?”

“¡Eso es maravilloso, Felipe!” el otro chico contestó. “Yo deseo….”Andrés no terminó la oración, ya que él sabía que su mamá no tenía manerade hacer ese viaje largo; pero ella le escribía fielmente, y cada carta querecibía le llevaba en espíritu de vuelta al hogar que amaba.

Había un pequeño salón de recepción en la entrada del monasterio dondelos estudiantes recibían sus visitantes, los pocos que venían. Los visitantesnunca eran permitidos en la propiedad de la escuela en sí, solamente en esesalón. Ese domingo, cuando Felipe fue llamado al salón de recepción,Andrés estaba con tal deseo de ver a su mamá que casi decidió correr deallí y encontrar el camino de vuelta a casa. Sin embargo alejó elpensamiento, reconociendo que sería una gran desilusión para su mamá siregresaba a casa fracasado.

Pienso que me escurriré para ver si puedo tener un vistazo de lospadres de Felipe; me pregunto cómo son, dijo para sí mismo.

Rápida y calladamente, Andrés se deslizó bajo las dos líneas deescaleras, a un gran corredor y a una puerta que abría a un salón pequeño ala entrada de la escuela. Felipe estaba sentado entre un hombre de caraamable y una mujer que parecía muy dulce. Todos estaban hablando ysonriendo. Sin haber sido notado, Andrés lentamente caminó de vuelta el

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pasillo triste y silencioso. Su corazón se sentía tan vacío como el friocorredor que parecía una tumba. La vida que había conocido de niñoparecía haber sido en otro mundo, un rosado, cálido mundo donde el amor yel afecto lo habían envuelto. Ahora, su espíritu parecía estar muerto, puesmuy pocas veces escuchaba una palabra de afecto o recibía una sonrisa deaprobación. Durante tres años, él había aprendido disciplina. Podíacaminar en línea, pararse en atención sin voltear la cabeza, y estar callado amenos que le hablaran. Tomaba sus comidas automáticamente y sin gusto.

Sobre su deseo de ser sacerdote apenas conocía su propio corazón;probablemente el temor de hacer algo diferente era su motivación principal.En algunas ocasiones, se sentía poco más que una máquina, cumpliendo consus responsabilidades asignadas en el momento indicado. Por fin, el tiempollegó para los ejercicios de graduación. Los primeros cinco años de susestudios habían pasado.

Uno de sus maestros hablando con él le dijo, “Andrés, tú has hecho muybien aquí. Ahora casi la mitad de tu entrenamiento ha pasado, y sentimosque tendrás éxito. Toma algo de hierro en el carácter para perseverar yllegar a ser sacerdote. ¿Has visto como sólo unos pocos de los miembrosde tu clase original continúan aquí?”

“Si, Padre, estaba pensando que éramos sesenta y cinco de nosotroscuando comenzamos, pero ahora somos sólo quince. Muchas veces mesorprendo que todavía estoy aquí.”

“El próximo año será la verdadera prueba,” el padre continuó. “Tendrásque ser muy fuerte; nunca deberás considerar renunciar. Cuando tussuperiores parezcan ser duros e irrazonables, recuerda que es por unpropósito. Los débiles y vacilantes deben ser eliminados. Realmente, haysolamente unos pocos que tienen el material para llegar a ser sacerdotes;pero yo creo que tú eres uno de ellos, así que nunca te rindas.”

Andrés apreció las palabras de ánimo de su maestro. Ahora un joven,casi hombre en sus veinte años de edad, se sentía maduro y en condición depensar por sí mismo. Como su fe era la única verdad, ¿qué dedicación másgrande en la vida podía escoger?

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La excitación prevalecía durante el fin de semana en que se ejecutaríanlos ejercicios de clausura. Muchos de los padres llegaron para disfrutar delprograma y para visitar a sus hijos. De alguna manera, el joven Andréshabía mantenido una esperanza leve que alguien de su hogar llegara en elúltimo momento, pero su nombre nunca fue llamado al cuarto de las visitas.El se sentó en un dormitorio casi vacío mientras el cuarto de recepción, albajar las escaleras, zumbaba con excitación.

“¡Lamento mucho, amigo, que tu familia no pudo venir!” Felipe le dijo ensincera simpatía.

“No importa. Yo sabía que ellos no estarían aquí,” Andrés respondió casicortantemente.

“¿Por qué no bajas y visitas a mis padres?” su amigo preguntó. “Mamá yPapá estarán contentos de verte.”

Andrés forzó una sonrisa. “Gracias, Felipe. Eres en verdad un amigo. Yoaprecio la propuesta—realmente la aprecio—pero pienso que me quedaréaquí.”

Felipe se fue de mala gana, pensando mientras bajaba las escaleras,Extraña cosa, luego de todos estos años, él nunca ha tenido ni una visita;pareciera que su mamá no podría encontrar alguna manera de llegarhasta aquí. Siempre habla de su gente con profundo afecto y respeto; peroen verdad yo sé muy poco de su familia.

Andrés se preguntaba por qué él era el único que nunca había recibido unvisitante. Sabía que su madre era pobre, pero él tenía tíos que podríanhaberle ayudado con los gastos. ¿Cuál sería la verdadera razón por la cualella nunca vino a visitarlo?

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Tiempos Difíciles en el Hogar

l día que Andrés se fue para el seminario, María quedó como siestuviera paralizada, mirando el tren mientras se volvía más y más

pequeño, y finalmente tomó una curva y desapareció de la vista. Laslágrimas que fluyeron fácilmente algunos minutos antes ahora se secaron ensu fuente. Sus ojos estaban secos y dolientes. Silenciosamente, sus labios semovieron. “Dios sabe que he hecho lo mejor; le he dado a El, mi hijo. Notengo un regalo más precioso.”

Mecánicamente, desamarró los animales, ató las riendas del burro a lasilla del caballo, lo montó y se dirigió en dirección de su casa.

“María, querida, debes dejar de perturbarte,” su mamá le dijo algunosdías más tarde. “Apenas has sonreído desde que Andrés se fue.”

“Lo siento, Mamá. No quiero entristecer la vida de los demás. Essolamente que, bueno, algunas veces me pregunto por qué lo envié lejos. Eles tan joven; no sabía lo que todo eso significaba. Yo quisiera estar seguraque lo que hice fue lo correcto.”

“No te atormentes con esos pensamientos, niña. Sabes que siempre hasido enseñada que un sacerdote en la familia trae salvación a toda la casa.Estarás feliz y orgullosa cuando todos llamen a tu hijo Padre.”

La vida tiene una manera de ir a pesar de todo. Las responsabilidades dela finca mantenían a María ocupada, por lo menos. Ese otoño, losgarbanzos, un ingrediente importante en la dieta de todo Español, junto a laslentejas y otros vegetales, debían ser cosechados. La madre trabajabalargas horas, y José ayudaba aún más de lo usual, sintiendo el dolor de sumadre.

“¿Qué estás planeando para José?” La abuela se aventuró a preguntarle a

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María. Desde que Andrés se fue, María deliberadamente había pospuestouna decisión concerniente al futuro de José. Para entonces ya tenía dieciséisaños y en un año más, terminaría la escuela en la aldea.

“Esa es una pregunta la cual no estoy ansiosa por contestar,” replicóMaría. “El todavía parece estar inclinado por la carrera militar, y supongoque esa será su decisión. Por ahora, estoy contenta que puede estar connosotros un año más.”

“¿Dónde estás, Mamá?” llamó José con excitación, mientras empujaba lapuerta para abrirla.

María se apresuró hacia a José. “Aquí estoy. ¿Qué es?”“Mamá hay noticias, de las que todos están hablando: dicen que los

ejércitos rebeldes están tomando control de más y más aldeas en el norte, yel gobierno está llamando voluntarios para el servicio militar. ¡Yo debo ir!”Sus palabras cayeron en rápida sucesión.

El temor se apoderó del corazón de María, pues ella sabía que el díahabía sido pospuesto lo más posible. El espíritu inquieto de José no estaríacallado por más tiempo. Respondería a este urgente llamado a supatriotismo. “Muy bien, José. Si esto es lo que realmente quieres, debes ir;sin embargo, tengo un pedido que hacerte.”

“¿Qué es, Mamá?” José preguntó con respeto.“Es que entres a una escuela militar y seas entrenado apropiadamente. No

puedo pensar que te apresures a pelear sin un entrenamiento apropiado.”José estaba contento de complacer este pedido. De hecho, su ambición

había sido ser un oficial bajo la bandera de España.Una vez más, María preparó un hijo para dejar el nido del hogar. Cuando

él se había ido, el hogar era casi insoportable, callado y vacío. El trabajode rutina en la finca continuaba, pero las mujeres ya no tenían tantosanimales. Con sólo ella y la abuela, no era necesario almacenar tantacomida para el invierno, así que las dos mujeres pasaban algo de su tiempocociendo para familiares.

Un día, la alarma llenó la aldea. “¿Realmente se espera que los rebeldesinvadan nuestra aldea?” María preguntó, porque apenas podía creer lo que

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se decía.“Sí,” su primo contestó. “Han estado robando y destruyendo ciudad tras

ciudad según lo que dicen los que vienen desde el norte. No están a más desesenta kilómetros de distancia ahora mismo. Todos tenemos que dejarnuestros hogares o arriesgarnos a ser muertos.” María se apresuró a la casapara discutir la situación con su madre.

“Madre, debemos prepararnos para dejar el hogar. Ya no es seguropermanecer aquí. Estamos en el paso de los rebeldes, quienes vienen desdeel norte.”

“Pero, María,” contestó la anciana, estrujándose sus manos, “¿cómo nospodemos ir? ¿A dónde iremos?”

“¿Recuerdas a nuestros primos, Helena y Mateo, quienes viven enaquella pequeña aldea a unos treinta kilómetros de camino? Será muchomás seguro allí aunque tendremos que caminar mucho,” María le aseguró.

Fue una prueba dolorosa tener que dejar atrás sus posesiones terrenales,las cuales significaban mucho para ellas. María se preguntaba si algún díalas volverían a ver. Cuando las dos mujeres comenzaron a subir la primeracuesta, dejando su aldea querida atrás, sus corazones estaban tristes.Estaban vestidas con faldas largas, con chales oscuros alrededor de suscabezas y hombros. María había amarrado algunas cosas en una frazada delana. Podrían usar la frazada como protección si encontraban mal tiempo.Usaban la ropa extra en lugar de cargarla.

El primer día fue prácticamente bien aunque no cubrieron muchas millas,pues la anciana abuela se cansaba fácilmente y era necesario detenerse confrecuencia para descansar.

La primera noche fueron afortunadas de llegar a un hogar humilde al ladodel camino donde una pareja de ancianos le dio la bienvenida.

En la mañana, luego de un desayuno simple pero nutritivo, Maríanuevamente animó a su madre a aventurarse de nuevo en el camino. Laanciana estaba rígida e inflamada por el esfuerzo del día anterior, yencontró difícil seguir. Cuando estaban comenzando la parte más difícil desu jornada, María estaba genuinamente alarmada por la condición de su

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madre. Ella comprendió que la abuela no iba a poder caminar las millasque estaban entre ellas y su destino. Al paso que iban, estarían muchos díasen el camino. En la tarde, con el temor de que no encontrarían dondecobijarse antes que el día cayera, María, en desesperación, dijo a su madre,“Mamá, yo me voy a bajar y tú te vas a subir a mi espalda. Te voy acargar.”

“No, niña, tú no eres fuerte lo suficiente. ¿Por qué no me quedo yenfrento los rebeldes?”

“Eso no tiene sentido, Mamá. Yo nunca te dejaría. Tú lo sabes. Te puedocargar descansando ocasionalmente y podríamos ir más rápido. Después detodo, ya no pesas mucho.”

De alguna manera, María se las arregló para cargar a su madre y alpaquete que llevaban. Se movió tan rápido como pudo, deteniéndose adescansar cuando sus fuerzas se disminuían. Cuando ya al final de sujornada alcanzaron la finca de sus familiares, María estaba agotada.

Helena estaba parada a la puerta cuando las dos desaliñadas viajeras seaproximaron. Ella habló a su esposo, Mateo: “¿Conoces esas dos personasque vienen por el camino? Son dos mujeres, deben haber hecho un largoviaje.”

Helena saludó a las viajeras. “¿Buenas tardes, por qué no entran?”“Perdone, señora,” se aventuró María, “¿es usted Helena? Soy María de

Díaz. Esta es mi mamá.”“¡María, Tía! ¿Qué ha sucedido? ¿Cómo llegaron aquí?” Helena no podía

creer lo que veían sus ojos.“Es una larga historia, Helena. Ya te la diremos a su tiempo. Primero,

¿hay espacio para Mamá? El viaje ha sido muy duro para ella.”En un corto tiempo, con la hospitalidad cálida y buen cuidado de Helena,

María era la misma otra vez. La abuela nunca se recuperó completamentedel agotamiento y la dificultad de su viaje a las montañas.

Una mañana, Mateo vino a la casa con noticias serias. “Debes estaragradecida de estar aquí en lugar de estar en tu propia aldea, María. Me handicho que los rebeldes han hurtado y demolido el campo entero y sus

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aldeas, destruyendo edificios y quemando otros.”“Dios ha sido muy bueno con nosotros,” María contestó, pero su corazón

estaba cargado con el pensamiento de su aldea pequeña y linda en ruinas.María y su madre se adaptaron a la rutina de la vida en la finca de Mateo

y Helena. Les fue dado un dormitorio y se les hizo estar cómodas.Una mañana, mientras la abuela estaba sostenida en una silla cerca del

fuego y María y Helena estaban preparando vegetales para la cena, Maríadijo, “Debemos contactarnos con mis hijos. Andrés y José estaránfrenéticos cuando escuchen lo que ha pasado con nuestra aldea. Necesitodarles la seguridad que Mamá y yo estamos bien.”

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A Través de Dificultad y Prueba

uando Andrés escuchó que llamaron su nombre al repartir lacorrespondencia, estaba contento y emocionado. Varias semanas

habían pasado que no había escuchado de su madre y de su abuela ni de suseguridad durante la guerra civil. Era un alivio ver una carta con laescritura de su mamá. Descuidadamente abrió el sobre, y leyó:

Mi Querido Hijo,Como probablemente has escuchado, la gente de

nuestra aldea ha tenido que huir del ejército invasor delnorte. De alguna manera, Dios ayudó a tu abuela y a mía escapar y llegamos seguras aquí a casa de la primaHelena en las montañas. Ellos se han ofrecido acompartir su hogar con nosotras por tanto tiempo comosea necesario. Pueda el Señor recompensarles.

José está haciendo bien en la escuela militar. Meescribe ocasionalmente. Oro para que todos losproblemas de nuestra nación sean arreglados antes queél termine su entrenamiento. No puedo pensar en que élesté en medio de la batalla.

Es un alivio para mi saber que tú estás en las manosde Dios. Oro por ti todos los días. Nosotras estamos bieny cómodas, pero la abuela está decayendo en salud, y nosé cuánto más tiempo estará con nosotros.

Pienso en ti y en tu graduación y estoy muy orgullosaque hayas sido fiel y que estés terminando tu curso deestudios.

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Amorosamente, tu madre

Luego de leer la carta de su madre, Andrés estaba perdido en suspensamientos. Ya no disfrutaba pensar en su madre y abuela en el cálidohogar de la aldea. Mientras se preguntaba si la casa todavía estaba en pie,la urgencia antigua de regresar al hogar se apoderó de su corazón.Necesitaba ir y cuidar de su madre y su abuela. Durante todo ese día, estuvojugueteando con la idea en su mente; pero para el atardecer, él sabía quehabía tomado un camino del cual no podía haber desvíos ni retorno.

Pronto luego de los ejercicios de graduación, los quince jóvenes quehabían terminado sus primeros cinco años de entrenamiento hicieron planespara dejar los viejos edificios de piedra a los cuales ya se habíanacostumbrado. Andrés había escuchado historias fantásticas acerca delentrenamiento de noviciado. Era considerado la prueba verdadera para uncandidato al sacerdocio, porque su carácter y fortaleza mental seríanpuestas en el crisol. En su propia mente él tenía pocas dudas de que podríasoportar la prueba. El sentía que había llegado al lugar donde podíansoportar cualquier cosa. Sin embargo, en los meses que siguieron, vendría adescubrir que había un límite para las fuerzas humanas.

El pequeño grupo que quedaba de la clase original hizo su jornada portren a la nueva escuela. El grupo de hombres era mucho más serio que loque eran los chicos que hicieron la jornada cinco años atrás. Durante granparte del viaje, Andrés estuvo ocupado con su libro de oraciones, o seasomaba por la ventana para ver el variado paisaje. Unas horas antes que elgrupo alcanzara su destino, dejaron el hermoso paisaje montañoso atrás yencontraron sólo millas de desierto extendiéndose ante ellos. El calor en elcarro sin ventilación era deprimente.

“Bueno, ¿qué piensas del país?” Felipe le preguntó a Andrés cuando sesentó junto a su amigo.

“Me he estado preguntando si hay alguna cosa viva en este desierto,porque si afuera es tan caliente como lo es adentro del tren, dudo quealguna persona o alguna cosa sobreviva,” respondió Andrés.

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“Estamos supuestos a estar sólo a dos horas de distancia de nuestrodestino,” Felipe informó a su amigo. “Me pregunto si este es el ambiente enel cual viviremos durante el próximo año.”

“Si llegamos en dos horas, no tendremos que esperar mucho paraenterarnos,” respondió Andrés.

Los dos amigos presentaban un contraste en apariencia. Felipe, que habíasido el chico de pelo de león y ojos azules cuando él y Andrés seconocieron por primera vez, era ahora un joven apuesto y alto cuyos ojosazules reflejaban sinceridad y simpatía. El pelo rubio que había sido tanajado y revoltoso cuando era un chico, estaba domesticado en ondasparejas. En contraste, Andrés tenía cabello oscuro en rizos perdidos quealgunas veces buscaban su propia forma. Sus ojos continuaban siendo de unazul honesto. Rasgos finos reflejaban la integridad y buen carácter quehabía desarrollado en su vida como resultado de la crianza cuidadosa deMaría. Andrés era más bajo que Felipe y un poco menos fornido.

En el tiempo debido, el tren llegó a detenerse en la aldea calurosa ypolvorosa donde los jóvenes pasarían el siguiente año. En vez de edificiosde piedras, como a los que ellos estaban acostumbrados, Andrés y Felipeencontraron las casas y negocios edificados de adobe del color de la tierra.Muy poca vegetación se podía ver, y sólo aquí y allá un árbol flaco y débil,que alguien había mimado, daba alivio al paisaje monótono. La genteparecía tan seca y sin vida como sus alrededores. Verdaderamente, la vidaparecía detenida bajo el terrible calor de la tarde. Aún los perros de laaldea estaban muy soñolientos para molestarse en ladrar a los extraños quecaminaban en sus calles.

“Señor, ¿puede usted, por favor, decirnos dónde queda el seminario?”uno de los amigos de Andrés preguntó a alguien que pasaba.

“Sigan caminando derecho hacia el norte en la próxima calle y llegaránallí,” contestó el hombre.

Cuando se acercaban al final de la calle, Andrés vio un gran edificio deladrillo en forma rectangular, sin alguna sombra de árboles cerca. El y suscompañeros fueron admitidos y se les mostró su nuevo cuartel. En contraste

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con el seminario anterior, donde los estudiantes vivían en un cuarto grande,esta escuela ofrecía a cada estudiante un pequeño cuarto privado. Andrés seencontró en un cubículo grande suficiente para acomodar una mesa pequeña,una silla, y una cama estrecha con tablas sobre las cuales un colchóndelgado de paja se había colocado. Había una ventana pequeña, pero estabasituada muy cerca del techo para ofrecer una vista de lo que había afuera.Le fue dicho que no había llaves; de hecho, era contrario a las reglasasegurar su cuarto. Debía estar siempre abierto para inspección delacusador, el que tenía el trabajo de velar por delitos y faltas.

Casi inmediatamente, Andrés se encontró iniciado en la nueva vida.Aprendió que los primeros quince días se pasarían en preparación parausar la bata sacerdotal. Estos quince días eran devotos primeramente a laoración y a la meditación solitaria. Ni visitas ni conversaciones eranpermitidas. Andrés hacía tiempo se había acostumbrado a pasar horas ensus rodillas, pero hasta el momento la oración y los ejercicios religiososhabían sido llevados a cabo en un grupo. Ahora serían llevados a cabo demanera muy personal en la cual cada individuo debía aprender a desarrollarsus propios ejercicios espirituales y levantarse sobre sus deseos ypensamientos terrenales.

Cuando el día especial llegó en que estos nuevos candidatos tomarían susbatas, Andrés estaba temblando de la emoción. Consideraba esto una señalen su carrera. Como la conversación era prohibida, mucho menos dejararrastrar la mente fuera de la atmosfera espiritual, Andrés no podía tenerninguna confidencia con Felipe; pero cuando se cruzaban los dos en elcorredor, intercambiaban miradas de entendimiento. Este entendimiento erauna fuerza para ambos jóvenes.

La impresionante ceremonia comenzó con una misa conducida por elpadre superior en la cual los quince candidatos cantaban las respuestasluego del sacerdote. Cuando el rosario fue dicho, cada joven pasaba susdedos a través de su propio rosario. En el momento cuando la bata negrafue puesta sobre Andrés, él sabía que un día sería un padre y, así su madre,hermano, y sus otros familiares le verían como el padre Andrés.

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Durante los meses que siguieron, Andrés pasó a través de grandespruebas, aprendiendo abnegación propia. A través de supervisión constante,con acusadores siempre en vigilancia, fue enseñado a considerar cadaviolación de las reglas como un pecado. Una tarde, el acusador reportó queAndrés había sido frívolo: había sonreído a uno de sus compañeros cuandoentraban en las clases. “Como castigo comerás tu desayuno estando en tusrodillas,” anunció el superior.

En las comidas, nadie estaba permitido pedir alimento para sí mismo;pues sería una negación de la humillación verdadera. En cambio, ellosdebían sentarse pacientemente, esperando que alguno a su derecha notaraque no tenía comida, golpeara suavemente su botella de vino con sucuchillo y dijera, “Mi amigo aquí necesita un poco de sopa” o cualquieracosa que él imaginara que le hiciera falta.

En una ocasión, Andrés fue pasado por alto al servir la comida. Elestudiante a su derecha estaba ocupado con otros pensamientos y olvidómirar si él necesitaba algo. Andrés se sentó, mirando los otros comer,deseando que alguien notara que su plato estaba vacío; pero la cena terminóy todos se levantaron para irse sin Andrés haber probado ni un bocado.Sólo tuvo su vino, el cual estaba siempre servido delante de cada platoantes de las comidas.

Los estudiantes no estaban permitidos estar juntos, y los que encontrabana pares eran inmediatamente suspendidos bajo la sospecha de pensamientoso acciones malas. Sólo las tareas que eran necesarias para el mantenimientodel edificio, eran llevadas a cabo en grupos. Ocasionalmente, todos losestudiantes eran llevados al campo. Luego de los días extenuantes deconfinamiento en el monasterio, era un gran alivio pasar un día en lascolinas cercanas. Un día muy caluroso ellos subieron una distanciaconsiderable, y todos esperaban encontrar un arroyo, y finalmente, llegarona un arroyo de aguas ondeantes. El superior se volteó a uno de losestudiantes y preguntó, “¿Tienes sed? ¿Te gustaría un trago?”

“Oh sí, Padre,” contestó el joven, sin sospechas.“¡Tú no sabes nada de la mortificación propia!” contestó el superior

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duramente. “No has comenzado a aprender la lección de la negación propia:Tú no mereces un trago.”

Volviéndose a otro en el grupo, el superior preguntó otra vez, “¿Tegustaría algo de agua? Debes estar muy sediento.”

El segundo contestó cautelosamente, “No, gracias, Padre,” aunque sugarganta estaba abrasada y seca.

“¡Eres un mentiroso!” gritó el enojado superior. “Has contestado sólopara aparecer que eres santo. Tú no mereces un trago tampoco.”

Volviéndose a Andrés, el superior preguntó otra vez. Buscando en sumente por la respuesta correcta, Andrés respondió respetuosamente, “Sólocomo usted desee, Padre.”

Su cara se enrojeció e irritado pronunció otro reproche mordaz, “¡Tú notienes mente ni decisión propia! ¡No eres digno!”

El grupo caminó con sed, ninguno atreviéndose a pedir por agua.Había períodos de ‘acusación propia’ cuando a los estudiantes se les

pedía confesar públicamente sus faltas y debilidades. Como había pocasoportunidades para pecados serios, los jóvenes buscaban en sus mentes poralgún pensamiento remoto o acción que pudiera posiblemente tenerdebilidad en su condición espiritual. Los sermones contenían advertenciasconcentradas en los castigos que esperan al pecador, la condición delhombre en la muerte, y la necesidad de tener la mente completamente librede pensamientos malos y de ambiciones.

La nueva técnica de desarrollar la consciencia tenía un efecto profano enla mayoría de los estudiantes. Andrés comenzó a experimentar la másprofunda tortura mental.

Había dejado todo detrás de él en su dedicación y ahora habíacomenzado a comprender que una vida sin pecado era algo que él siemprehabía tanteado y buscado pero que nunca la alcanzaría. En algunasocasiones, pensaba que no podría salvar su propia alma, mucho menossalvar a otros. Noche tras noche se acostaba en su catre duro, atormentadocon el pensamiento de que el fuego del infierno le esperaba. Dios parecíaser un juez cruel que estaba ansioso por condenar al pecador desesperado.

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Muchos días habían pasado desde que los jóvenes habían sonreído otenido un pensamiento alegre; el mundo entero parecía oscuro. En esteestado mental, Andrés a veces sentía que perdería la razón.

No era raro para los estudiantes levantarse en medio de la noche, buscaruno de sus superiores, y confesar alguna pequeña infracción que le habíallegado al pensamiento, con la esperanza que este acto acallaría laconsciencia atormentada.

A cada estudiante se le entregaban instrumentos de disciplina. Andréstenía una ‘disciplina’ o ‘gato de nueve rabos’, hecho de sogas retorcidas yenceradas, reforzadas en los extremos con otras sogas. En la privacidad desu dormitorio, se desnudaba la espalda y se azotaba a sí mismo en unesfuerzo de sacar el pecado de su alma y obtener indulgencia.

Había períodos cuando el grupo, incluyendo los superiores, se parabanen un círculo con sus espaldas desnudas. Cada uno tenía un azote en susmanos, y cantaban al unísono los versos del salmo cincuenta y uno en untono triste y lamentable mientras que los azotes caían al mismo ritmo:

Ten piedad de mí, O Dios, conforme a Tu misericordia amorosaConforme a la multitud de Tus bondades borra mis rebeliones.Lávame más y más de mi maldad y límpiame de mi pecado.Porque reconozco mis rebeliones; y mi pecado está siempre

delante de mí….Purifícame con hisopo y seré limpio: Lávame y seré más blanco

que la nieve.La mordida del látigo era aguda y la sangre fluía de la espalda hasta el

piso y las paredes.Andrés llegó a estar tan obsesionado en su búsqueda de perdón y

salvación, que aun en sus sueños era perseguido por su temor del infierno yla muerte. Por primera vez, se les dio a los noviciados biblias y se lesenseñó cómo usarlas. Sin embargo, sólo algunas porciones—Los Salmos yla vida de Cristo—eran estudiados. Durante este tiempo de confusiónmental, Andrés encontraba aliento en el estudio de la Biblia. Encontrabaque el Nuevo Testamento presentaba un evangelio sencillo.

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El leía en Romanos 5:1: Justificados pues por la fe, tenemos paz conDios por medio de nuestro Señor Jesucristo. Y otra vez, en Romanos 8:32,leía: El que no perdonó aun a su propio hijo, sino que le entregó portodos nosotros, ¿Cómo no nos dará también todas las cosas?

Andrés no podía conciliar estos pensamientos con su propia concepciónde Dios. Cuando habló de eso con uno de sus superiores, este le dijofirmemente, “Joven, no trate de formar su propia interpretación de lasEscrituras. Roma ha interpretado las Escrituras por nosotros; así que Romaes la única autoridad.”

Con la excepción de un día a la semana, cuando cuatro horas eranpermitidas para la conversación, era permitido conversar con uncompañero estudiante sólo durante períodos de una hora y media al día; eltiempo restante era para ser pasado en meditación silenciosa, oración, oestudio.

Otro instrumento de tortura propia que Andrés usaba era un ‘cilicio’, uncinto de dos pulgadas de ancho hecho de pequeños lazos de alambre. Elfinal de cada lazo apuntaba hacia adentro por un cuarto de pulgada parapinchar al que lo usaba. Podía ser usado alrededor de la cintura desnuda osobre las rodillas, ajustando y entrando en la carne cuando el que lo usabaestaba arrodillado.

Cinco más del grupo dejaron su entrenamiento durante el año denoviciado. Algunos de ellos regresaron a sus casas, quebrantados en salud yen espíritu, incapaces para algún otro camino en la vida. De alguna manera,por un esfuerzo y una determinación mental suprema, Andrés alcanzó elfinal de su año de novicio, todavía firme en su deseo de ser un sacerdote.

Otros quince días de ejercicios espirituales, silencio completo, ayuno, yoración pasaron antes de tomar los votos para su orden. En estos votos, élprometió vivir una vida de pobreza, castigo propio, obediencia, y celibato.

Luego de tomar sus votos, Andrés era miembro de la orden y podía serllamado Padre Andrés, aunque todavía tenía otros seis años de estudiodelante de él, antes que pudiera desempeñar alguno de los ritos de laiglesia.

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Ordenado al Sacerdocio

ndrés se paró en el centro del pequeño cuarto, perdido en suspensamientos. Había terminado de empacar sus pocas pertenencias en

preparación para mudarse a otro monasterio, donde seis años más deestudio lo esperaban. Durante muchas horas oscuras del pasado año, losvestigios de su espíritu independiente parecían haber desaparecido. Habíaaprendido vivir un día a la vez, siguiendo humildemente las órdenes dadaspor sus superiores, caminando en obediencia estricta a las muchas reglas yrestricciones de la vida sumisa.

Parado en el cuarto donde había soportado tantas horas de agonía yconflicto mental, reconocía que algo de su ser estaba sin sentimientos. Lapregunta para la cual nunca había encontrado respuesta había sido enterradaen la parte más oscura de su mente. Había puesto a un lado fuera de sumente todo deseo y ambición personal, y había confesado sus pecados.

Aunque nunca había alcanzado paz mental, su mente no sufría el trastornoque había padecido previamente. Había aprendido sumisión. Había unarespuesta general para cada confusa pregunta: Roma era la autoridad final.A Roma Dios había confiado la revelación de Su voluntad. Roma erainfalible.

Andrés ya no sentía la impaciencia de sus días de juventud. Cuandomiraba hacia adelante comprendía que seis años más era un largo tiempo,pero no importaba. Aceptaría lo que viniera día tras día.

“¿Estás listo para partir?” preguntó Felipe al pasar por su puerta. “¡Eltren saldrá en una hora!”

“Sí, Felipe, todas mis cosas están empacadas,” contestó Andrés.Como de costumbre, los jóvenes fueron en un grupo a la estación, pero

había poca oportunidad para la conversación privada. A pesar de la

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soledad, Andrés y Felipe sentían un vínculo fuerte de amistad yentendimiento y lo habían abrigado a través de los años.

Mientras el tren se encaminaba hacia el oeste otra vez, el país desértico ygastado fue dejado atrás. Andrés mantuvo su rostro hacia la ventana,embebido en la belleza de las verdes colinas y acogedores valles. Devuelta en las montañas que siempre había amado, su espíritu parecía reviviry sintió la emoción de la vista familiar: la verde carpeta en la llanura,rodeada de árboles majestuosos. El clima se volvía más refrescante cuandoganaban altura.

Al alcanzar su destino, encontraron otro antiguo monasterio Franciscanocubierto de musgo. Tantos años de su vida habían pasado en un ambientesimilar que pronto Andrés se sintió parte de su nuevo medio ambiente. Erauna bienvenida al cambio del depresivo país desértico.

Los días eran ocupados en actividades religiosas y en clases. Losestudiantes que alcanzaron este monasterio en su preparación para elsacerdocio eran jóvenes de mente seria que entraron al pesado programacon toda voluntad. Largas horas eran gastadas en estudios intensivos defilosofía, teología, sociología, doctrinas de la iglesia, lenguajes, política,leyes civiles y la Biblia. Cuando la Santa Biblia era estudiada, un hecho erasiempre enfatizado: Roma era la intérprete de lo que se leía y en realidad,les fue dicho que la Biblia fue escrita para los doctores en teología deRoma.

Durante su quinto año en el monasterio, la situación política en Españallegó a ser crítica. Una mañana, el superior anunció: “Parece ser que haypeligro que aun los que están estudiando en los seminarios sean reclutadosen el ejército. Parece conveniente que todos los estudiantes que no quierenir a la guerra planeen transferirse a otros países.”

Más tarde ese día, Andrés discutió su situación con el superior. “PadreAndrés, ya que su graduación está a sólo siete meses, la facultad ha tomadoun voto y decidido ordenarlo ahora y luego usted podrá terminar susestudios en Portugal. Su orden le ha destinado para ser misionero en China.Cuando sus estudios sean completados, tendremos planes listos para que

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usted pueda ir a su campo de misión.”Andrés estaba lleno de emociones mezcladas. Partir para un campo

misionero a mitad del globo naturalmente apelaba a él como un jovenambicioso; pero por otro lado, él había soñado con ir de vuelta a su hogar yministrar en la aldea donde pudiera estar cerca de su madre. Sería durodecirle a ella que tendría que partir otra vez y no verla por muchos años.

La ordenación fue programada para el siguiente domingo en la mañana.Los padres y las amistades fueron invitados, pero una vez más, Andrés seencontró solo en este día tan significativo. Y de la clase original, sólollegaron siete hasta el día de la ordenación.

Luego de un sermón corto por el arzobispo, que había venido para esteservicio especial, los candidatos formaron un semicírculo, postrándose.Fueron cubiertos con ropas negras, significando muerte al mundo. Luego sepusieron de rodillas y cantaron al unísono. El arzobispo, luego de poner elaceite de la unción en sus manos, las puso sobre las cabezas de los jóvenesarrodillados delante de él y los consagró uno a uno al sacerdocio. La batasacerdotal fue luego colocada en ellos, junto con varios ornamentos ymedallas. Luego que sus votos fueron repetidos al unísono, participaron enuna misa. El arzobispo dirigió y los candidatos recientes ordenadoscantaron las respuestas. Finalmente, un sermón corto fue dicho por cada unode los jóvenes.

Luego del servicio, los otros estudiantes del colegio felicitaron yabrazaron a sus amigos. Hubo lágrimas al llegar el día cuando buenosamigos tendrían que partir, y aquellos que habían terminado su curso deestudios comprendieron que los largos años de preparación habían llegadoa su fin.

Antes de partir para Portugal, a Andrés le fue dado tiempo para visitar asu gente. En esa ocasión también celebró su primera misa en su aldea natal.

Cuando María vivía en la casa de su prima en las montañas, la abuela sevolvió más débil y finalmente murió. Triste y sola, María llegó a pensar quetenía pocas razones para vivir, pero la esperanza retornó y ella comenzó aplanear su propia vida. Una mañana le dijo a su prima, “¡Helena, creo que

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es tiempo para mí de volver a mi aldea!”“Pero, María,” protestó la mujer. “¡No puedes vivir sola! Tú casa tal vez

ni siquiera esté en pie.”“Siento que debo ir, sabes, ¡es mi hogar! Sin duda, algunos de mis

familiares ya han retornado a sus hogares allá; por lo menos, debo ir y ver.”La semana siguiente, los tres hicieron la jornada sobre los lomos de

mulas a través de las montañas hasta la aldea de María.“¡Mira, ahí está mi casa! ¡Todavía está en pie!” María lloró, cuando ella,

Helena, y Mateo se acercaron a la casa vieja.“Sí,” observó Mateo, “sigue en pie. Pronto veremos si tiene algún daño.”Entrando al patio, María se apuró hacia la puerta. Ella había dejado la

puerta cerrada y obstruida, pero ahora estaba completamente abierta ycolgando sobre sus gonces. Las lágrimas llenaron sus ojos cuando vio elcaos que había adentro. La mesa y las sillas estaban rotas y algunosladrillos sacados de lugar de su estufa y horno, y aún las tablas del pisohabían sido cortadas.

“No te preocupes, María. Nosotros ayudaremos a arreglarla. Por lomenos, las paredes están en pie y eso no se puede decir de algunas otrascasas en la aldea,” Helena le animó.

“Gracias, Helena. Estoy tan agradecida que ustedes dos vinieronconmigo; hubiera sido muy duro enfrentar esto sola.” María se secó laslágrimas y, con sus primos, comenzó a hacer planes para restaurar el orden.

Cuando las reparaciones habían sido terminadas, Helena y Mateoregresaron a la casa y María comenzó a retomar el hilo de su vida anterior.Un día María fue hasta la vieja iglesia en la colina, donde encontró lascosas en un estado triste. Las imágenes yacían rotas y el polvo cubría todo.La iglesia había estado sin sacerdote durante el tiempo de conflicto y elcementerio detrás de la iglesia estaba abandonado y cubierto de malezas.María pasó muchos días restaurando la iglesia y el cementerio a su estadoanterior. Otro sacerdote llegó a la aldea y una vez más, la iglesia en lacolina era el centro de las actividades religiosas.

Una mañana cuando María fue al correo a buscar su correspondencia,

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encontró una carta de Andrés. Rápidamente rompió el sobre y leyó:

Queridísima Madre,Cuan contento he estado de saber que estás de vuelta

en nuestro viejo hogar. Yo he soñado y deseado por eldía cuando yo también estaré contigo. Por causa de lasituación política, el día de mi ordenación ha sidoadelantado, y terminaré mis estudios en Portugal.

El servicio de ordenación será del próximo domingo enuna semana y sería maravilloso si tú pudieras venir, perono me atrevo a esperar eso. Estaré saliendo para la casael mismo día luego del servicio para pasar algunos díascontigo. El superior aquí está arreglando todo para queyo conduzca mi primera misa en nuestra iglesia de laaldea mientras estoy en casa.

Los días parecerán años desde ahora hasta esemomento. Cuando pienso en volver a casa, escasamenteme puedo contener. Hasta entonces, me mantengo comosiempre,

Tu amado hijo,Andrés

Cuando María comprendió que pronto vería a su hijo luego de once añosde ausencia, lágrimas de felicidad fluyeron de sus ojos. Una de las mujeresde la aldea, la cual María había conocido casi toda la vida, notando laslágrimas, le preguntó: “¿María, qué ha pasado? ¿Hay alguna mala noticia?”

“Oh, no, Doña Cristina, es la mejor noticia que haya tenido alguna vez,¡Andrés estará aquí la próxima semana!”

“Entonces un poco de llanto te hará bien,” dijo la señora mientrasconsolaba a la sollozante María.

Los siguientes días estuvieron llenos de actividad mientras que Maríarestregó y brilló su hogar humilde. El viejo horno holandés, recientementereparado, era mantenido caliente horneando las cosas buenas que Andréssiempre había disfrutado cuando niño. Se hizo todo lo posible para

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asegurarle a él un gozoso regreso a casa. Familiares y amigos pasaron horascon María, revisando detalles y planeándolo todo para los pocos días queAndrés estaría con ellos.

Cuando el joven sacerdote se acercaba a la aldea, notó un grupo depersonas paradas al lado del camino. Acercándose, se sorprendió encontrarque un gran arco de flores y ramas de árboles se había construido. Su madreestaba entre el grupo de aldeanos listos para darle la bienvenida.

“¡Mi niño, mi niño!” exclamó la mamá, mientras se colgaba de su cuello.Muchos de los amigos de su niñez estaban presentes y fue un día de fiesta

para todos en la aldea. Hubo un festín y un baile en la calle. Como era lacostumbre que un sacerdote joven celebrara su primera misa en la iglesiade su aldea, todos los arreglos habían sido hechos para la ocasión.

El corazón de Andrés fue lleno de emoción mientras conducía la misa.María se sentó con una sonrisa radiante en su rostro mientras contemplabaeste joven templado desempeñar sus responsabilidades con perfección. Ellaapenas podía creer que era el mismo muchacho que había enviado lejoshacía mucho tiempo atrás. De acuerdo a sus creencias, la posición deAndrés como sacerdote aseguraría salvación a todos en la familia. Cuandoel servicio terminó, el joven sacerdote se sentó en el confesionario yescuchó confesiones.

Sus días en el hogar pasaron rápidamente. Aunque los días estuvieronllenos de visitas con familiares y amigos, cenas y fiestas, Andrés encontrótiempo para hacer algo de las cosas que él soñaba durante los añossolitarios que estuvo lejos. Caminó a través de la aldea, cruzó el viejopuente, y subió al molino. Sonrió cuando pasó la siembra de duraznos delseñor Vásquez, recordando el día en que había hecho el descenso tremendodel árbol y había dejado atrás la chaqueta delatadora. Encontró tiempo undía para ascender las colinas cercanas, donde había pasado muchas horasde despreocupación mirando las ovejas pastar.

Andrés no había revelado su asignación como misionero en China. Lafelicidad de María era completa, pensando que ya no sería separada de suhijo otra vez. De alguna manera él no le rompería su felicidad con la

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noticia, así que lo pospuso lo más posible.En su último día en casa, cuando los familiares habían venido a cenar y a

festejar en su honor, Andrés tuvo unos minutos a solas con su madre.“¿Qué hay en tu mente, hijo? ¿Me has estado ocultando algo?”“¡No es nada, Mamá, creo que es que debo irme otra vez!” contestó.“Pero esta vez no será tan lejos y podrás venir frecuentemente,” continuó

María.Sabiendo que la verdad debía ser dicha, Andrés dijo gentilmente,

“¡Madre, tendré que estar muy lejos por un tiempo largo!”“¡Andrés, dime lo que has estado escondiendo! Debe haber algo que yo

no sé.” La voz de María era urgente.“Bueno, Madre, cuando tomé los votos sacerdotales, la obediencia fue

uno de los requisitos. Como le he dado mi vida a la iglesia, debo irdondequiera ellos me envíen.”

“Claro, hijo, eso es cierto. Pero de seguro que será algún lugar enEspaña y podrás visitarme ocasionalmente,” María añadió con nostalgia.

“Yo desearía que eso fuera cierto,” respondió Andrés, “pero handecidido enviarme como misionero a China.”

El asombro de esta revelación asustó María, aunque no dijo nadainmediatamente. Andrés continuó, “No quisiera decirte esto, Madre, peromañana debo irme.”

“Sí, debes irte. La decisión fue tomada hace mucho tiempo atrás,” dijo lamamá. “Yo debo haber sabido, pero de alguna manera tenía esperanza.”María bajó la cabeza en sufrimiento y sumisión.

La noticia pronto se corrió entre los invitados y el resto del día la mayorparte de la conversación se centró en el viaje a China. Para estas personas,que muchos de ellos ni siquiera habían visitado Madrid, China parecíapertenecer a otro mundo remoto e irreal.

Un joven entre los invitados había traído su guitarra y para suacompañamiento se cantaron canciones de despedida en honor a Andrés.

Andrés, que siempre le había gustado la música, compuso un verso dedespedida para expresar el dolor y la tristeza en su corazón. El cantó

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mientras el joven rasgó las notas en su guitarra. Estas son las palabras deaquel canto:

Solo, con mi corazón pesado, yo marcharé.Aún vi las flores en el jardín sollozando por mí;¡Sollozando, sí, las flores por mí, sollozan por mí!¡Todas las flores sí, sollozan por mí!

Andrés cantó una segunda canción que había compuesto en honor a sumadre:

Madre, marchar y cruzar el océano,Causa que mi ardiente corazón casi se rompa.Fortuna infeliz, porque debo partir;Ahora, no veré a mi pobre madre, nunca más.Si un día regreso a mi querido país,Si un día regreso cansado de sollozar,Mírame Madre, desde el cielo,Porque yo nunca dejaré de orar por ti.El día siguiente, Andrés recogió sus pertenencias, y con su mamá y un

grupo de cincuenta amigos y familiares, caminó cuatro millas a dondetomaría el autobús. Los últimos momentos conmovedores que Andrés pasócon su mamá, su brazo alrededor de su cuello y su cara en su hombro,vivirían para siempre en su memoria.

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En el Corazón de China

os siete meses en Portugal pasaron rápidamente para Andrés. En elseminario, asiduamente estudió el idioma, y en cuatro meses luego de

su llegada predicó en portugués. Luego de sus exámenes, Andrés fuellamado a la oficina de uno de sus superiores.

“Como sabes, Andrés, la situación política presente causa muchosproblemas. Dos estudiantes que les falta un año para terminar su curso,están en peligro de ser reclutados para el ejército. Ellos también irán aChina, así que ha sido decidido que irán contigo, bajo tu cuidado, paraterminar su entrenamiento en el seminario allá.”

“Si ese es el deseo de los superiores, entonces haré lo mejor para ayudara los jóvenes,” dijo Andrés, en realidad aliviado de saber que no haría sujornada larga solo.

“Ustedes procederán de aquí hacia Francia; allí harán arreglos para sulargo viaje. Sin duda habrá un retraso por algunos meses, pero puedes usarese tiempo para avanzar en el aprendizaje del Francés,” instruyó elsuperior.

Andrés sintió un entusiasmo extraño, comprendiendo que algunos de sussueños llegarían a realizarse. Los largos y duros años de entrenamientos yestudios ya habían pasado y la aventura estaba por delante.

Ese mismo día, Andrés fue presentado con los estudiantes que serían suscompañeros en la jornada. Pepe era un joven jovial; sus doscientas libras ledaban suficiente relleno en todas partes. El otro joven; Francisco, era másserio, pero bastante amigable. Los tres jóvenes hicieron arreglos para elviaje. Ellos se despidieron de sus amigos en Lisboa, donde abordaron elbote para Burdeos, Francia.

Parados en la plataforma del bote y mirando las costas de Portugal

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desaparecer de la vista, Pepe dijo: “Es realmente un poco de suerte pasarun tiempo en Francia; siempre quise ver París.”

“Por lo que he oído, hay muchas cosas interesantes en Francia,” dijoAndrés. “Siempre he querido visitar la famosa Villa de Lourdes; aunpudiera ser posible que veamos un milagro ocurrir mientras estamos ahí.”

“¿Usted cree que realmente sucedan milagros ahí, Padre Andrés?”preguntó Francisco.

“Si la iglesia da seguridad de ello, entonces debe ser verdad,” dijoAndrés discretamente.

Llegando a Burdeos, los jóvenes visitaron un monasterio de su orden,donde encontraron acomodo. Andrés encontró un libro de la gramáticaFrancesa, el cual mantuvo con él constantemente en un esfuerzo paraaprender el lenguaje rápidamente.

“¡Eres muy ambicioso, Andrés!” comentó Pepe un día.Sin embargo, Andrés tuvo ocasión de sonreír para sí mismo en las

semanas que siguieron. Pepe venía a él y decía, “¿Qué estás haciendo hoy,Andrés? ¿Tendrás tiempo de venir conmigo? No puedo lograr que estehombre francés me entienda.”

Antes del día en que debían embarcarse para China, los tres jóvenesvisitaron Lourdes. Cuando paseaban por la Villa, fueron impresionados porlos muchos turistas. Había filas de tiendas con chucherías de todas claseslas cuales supuestamente eran bendecidas. Andrés se sintió decepcionadopor la comercialización desplegada en todas partes del lugar. Si éste era unlugar sagrado, parecía un sacrilegio usarlo para hacer ganancia.

Andrés miró los enfermos que eran traídos a las aguas donde era dichoque la Virgen había aparecido; pero otra vez, fue decepcionado al no verocurrir ninguna cosa espectacular.

En la tarde hubo una procesión religiosa con una imagen cargada desdela iglesia a través de las calles. Miles de personas le siguieron, llevandovelas encendidas.

Para mitad del verano, Andrés aseguró pasajes para ellos tres en unbarco llevando dos mil pasajeros. En el barco había bebidas, bailes y

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festividad entre los pasajeros y los tres clérigos se sintieron fuera de lugara dondequiera que iban dentro del barco. Andrés pasó mucho tiempo en sucuarto estudiando y leyendo. Una mañana, cuando se acercaban al norte deafrica, Francisco y Pepe llegaron corriendo al camarote donde Andrésestaba estudiando.

“¡Andrés, algo terrible ha sucedido, la guerra ha comenzado! ¡Nuestrobarco posiblemente no podrá continuar!” Pepe exclamó, tratando derecuperar su respiración.

“¿Guerra?” Andrés estaba realmente alarmado. “¿Estás seguro que lanoticia es verdadera?”

Los tres hombres, ansiosos por conocer las últimas noticias, se unieron alos otros pasajeros en la plataforma. El paquebote con sus pasajeros fueanclado en el Golfo de Adén en espera de un paso seguro. Luego detornarse oscuro, hubo apagones y ninguna luz era permitida. Ansiedad ytensión se apoderó de los pasajeros. Donde anteriormente el vino y la danzaera la orden del día, ahora rosarios y Biblias podían ser vistos. Muchoscatólicos buscaron a Andrés, pidiéndole que escuchara sus confesiones yque orara por ellos.

“No me gusta rehusarme a escuchar confesiones,” le dijo a suscompañeros, “pero esta gente solamente está buscando la religión portemor, mientras menos tenga que hacer con tales personas, mejor para mí.”

Luego de una semana en la bahía, el barco estaba en su rumbo una vezmás y fue anunciado que serían escoltados por un buque de guerra.

Tres meses de viaje terminaron para los tres jóvenes cuando llegaron aHanói y encontraron acomodo en una misión conducida por algunossacerdotes de su orden. Andrés entró en amistad con Padre Pablo y de élaprendió todo lo que pudo sobre las costumbres de los chinos. El estabaconstantemente sorprendido de los extraños sonidos y vistas que había enese lugar. Un día Pablo le preguntó a Andrés: “¿Les gustaría a ti y a tusamigos visitar una de nuestras misiones de las afuera? Sólo nos tomará doso tres horas en carro.”

“Gracias, Padre, eso es lo que he estado ansioso de hacer, pues me

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gustaría ver algo de la vida real de los chinos. Y estoy seguro que a Pepe yFrancisco le gustaría ir también con nosotros.”

En este viaje los visitantes nuevos vieron muchas cosas que atrajeron suinterés. Manejaron a través de millas de campos de arroz, de campospantanosos amontonados a ambos lados del camino.

“¡Miren a esos niños trepando sobre ese búfalo de agua!” exclamó Pepe.“¿Hay algún peligro de que sean lastimados?”“¡No!” contestó Pablo. “Los búfalos son muy domésticos. Las familias

que son lo suficientemente afortunadas para costear un búfalo para trabajarsus campos de arroz, lo convierten en sus mascotas.”

“¡Por favor, deténgase un momento, Pablo, quiero ver al búfalo más decerca!” pidió Pepe, y luego se bajó del automóvil y caminó frente alvehículo. Cuando Pepe se acercó a los niños, les hizo señales que queríaacariciar al búfalo de agua; pero en ese momento, el búfalo comenzó abufar y golpear el piso. Luego se volteó y persiguió a Pepe, quien a pesarde sus doscientas libras, desarrolló una velocidad notable hacia el carro.Corriendo a velocidad completa, con el animal enojado tras él, Pepe pasóel automóvil y se dirigió a un árbol pequeño a una corta distancia.

Como no había suficiente espacio para que el animal pasara, éste empujóal pequeño automóvil fuera del camino y dentro del pantano de arroz. Parael momento que el búfalo alcanzó el árbol, Pepe había trepado a la ramamás alta desde donde miraba al animal. El viejo búfalo pateó el suelo ybufó, pero encontrando que no podría alcanzar al temblante Pepe, sedevolvió y caminó hacia los niños.

Pepe finalmente descendió de la rama y volvió donde que estaban susamigos, batallando por sacar el automóvil fuera del fango. Hasta entonces,Pepe no entendía por qué sus amigos habían estado desbordados de la risa.

“¡Pepe!” remarcó Francisco, “¡Nunca soñé que alguna cosa te haríamover tan rápido! ¿Desde cuándo te convertiste en un trepador de árbolesprofesional?”

“¡Ustedes, hombres, encontrarían que tendrían que correr también, situvieran un búfalo enojado tras de ustedes!” comentó secamente Pepe.

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Cuando estuvieron nuevamente en el camino, Andrés preguntó seriamentea Pablo: “¿Qué pasó con el búfalo, los niños no parecían temerosos de él?”

Pablo explicó, “Tengo que admitir que es la primera vez que he visto unbúfalo de agua tan enojado; evidentemente, el viejo búfalo pensó que Pepetrataba de robarse uno de los niños y fue al rescate.”

“Bueno,” añadió Pepe, “de aquí en adelante estaré contento con miraresas criaturas a la distancia.”

Luego de una semana en la misión de Hanói, Andrés y sus amigosreasumieron su jornada, esta vez por tren. El tren francés que viajaba deKunming era cómodo, pero su progreso era lento y peligroso, alrededor decurvas traicioneras de montañas. Andrés se estremeció al mirar abajo delos cañones a cientos de pies de profundidad.

En Kunming, los tres viajeros disfrutaron de la hospitalidad delarzobispo, y Andrés se sorprendió de ver sacerdotes con barbas y usando elvestido sencillo chino en vez de la acostumbrada túnica. El entendió larazón para esto luego de haber soportado algunos días en el clima húmedo ycaliente.

Cuando hacía arreglos para el viaje al interior, Andrés se aproximó alarzobispo y le preguntó: “Padre, ¿podemos conseguir bicicletas aquí? Seme ha dicho que no hay servicio de tren desde aquí en adelante.”

El superior sonrió y contestó: “Apenas creo que ustedes quieranbicicletas; yo arreglaré la transportación para ustedes.”

En la mañana de salida para el interior de China, Andrés llamó, “¿Estáscasi listo, Pepe?” La transportación prometido por el arzobispo estabaesperándolos afuera en forma de tres mulas.

“Voy ahora mismo, Andrés, tan pronto como este último paquete estéamarrado,” contestó Pepe.

“Francisco y yo tenemos todas nuestras cosas listas para partir,” urgióAndrés. “El resto de nuestro grupo está congregado en la calle y la ordenpara partir será dada en cualquier momento.”

Andrés, Francisco, y Pepe montaron en sus mulas y se unieron al grupocon el cual harían la jornada. No era considerado seguro para las personas

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viajar solas en los caminos de montañas por causa de los bandidos y lasbestias salvajes. En el grupo había más de sesenta y cinco personas, lamayoría de ellos extraños unos para los otros.

Veinticinco millas fueron cubiertas el primer día, y para Pepeespecialmente, el día fue una experiencia torturadora. Desacostumbrado amontar caballos, comenzó a tener dolores temprano en el día y cuando elcamino iba sobre senderos empinados y estrechos, él se atemorizaba y enocasiones desmontaba y seguía a pie. “Me pregunto, qué clase de hotelesencontraremos en este lugar,” dijo cuando la caravana entró a la calleprincipal de una villa pequeña. “Estaré agradecido con un baño frio y unacama.”

Llegaron a un gran edificio con techo de paja y con un patio, parecido aun establo. ” ¿Me supongo que aquí es donde mantendrán a los animales?”preguntó Andrés, notando que los otros pasajeros estaban desmontando yremoviendo sus paquetes de sobre los animales. “Averiguaré cuál es el planpara la noche.”

Incapacitado por no conocer el idioma chino, Andrés no pudo hablar conel guía; sin embargo, el sacerdote encontró un doctor joven y su esposa quepodían hablar francés. “Dr. Wong, ¿sabe dónde pasaremos la noche?”preguntó.

“Aquí mismo, Padre, hay mucho espacio y usted puede seleccionar ellugar que le guste, y tender su cama.”

Andrés inspeccionó la paja sucia en el piso de tierra y la mezcla depersonas y animales. “¿Es éste el mejor lugar que se pudo encontrar?”preguntó.

“Sí,” contestó el doctor, “éste es el lugar donde siempre se quedan losviajeros; al menos estaremos a salvo de bandidos y de tigres.”

Lentamente, Andrés regresó a donde estaban sus dos compañeros. A él nole gustaría la recepción que sabia le darían Pepe y Francisco al escuchar elplan para el acomodo.

“Bueno, muchachos, prepárense. Esto es. Estamos en el hotel dondepasaremos la noche.”

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“¿Qué quieres decir, Andrés? ¡No hagas bromas!”“Esto no es una broma,” dijo el sacerdote. “Tendremos que hacer

nuestras camas aquí, en este establo. Creo que vamos a ser pioneros comoverdaderos misioneros en China.”

“Si no hay otra alternativa, es mejor que comencemos a prepararnos parala noche,” comentó Francisco, el calmado y práctico.

Andrés y sus amigos encontraron un fuego ardiendo en el centro delpatio, con una inmensa olla de arroz cocinándose. Los tres clérigossiguieron el ejemplo de sus compañeros de viaje y aceptaron servirse elarroz en la taza de barro que les fue ofrecida, y palillos para comerlo. Ellostrataron de servirse el arroz con los palillos, pero pronto se dieron cuentaque estos eran sin uso para ellos, así que tomaron la manera más fácil ysencilla—lo devoraron usando sus dedos.

Se les dieron colchones de paja mugrientos con humo y tierra. Alguiencasualmente les informó que la paja en el piso era cambiada cada diezaños, por causa de una razón supersticiosa; así que encontrando la esquinamás solitaria posible, Andrés y los dos bajo su cargo, se acostaron,cansados y adoloridos por el viaje, para descansar de la mejor manera quepudieran, con chinches, piojos, y pulgas que les molestaban.

La caravana seguía día tras día, y aquellos en la parte trasera eranmolestados con la nube de polvo que era levantada por los que estabanadelante. Parecía, generalmente, que el lugar de Andrés y su grupo era alfinal de la línea, pues Pepe tenía muchas dificultades. El hombre pesadonunca estaba cómodo en su silla, y no podía caminar lo suficientementerápido para seguir el paso de la caravana. Una tarde, nubes negrasaparecieron y una fuerte lluvia acompañada de truenos empapó al grupo.Las mulas se asustaron y era difícil manejarlas, pero continuaron caminandopenosamente pues no había lugar para refugiarse. Los tres clérigos estabana la merced de los elementos atmosféricos y pasaron el resto del día consus ropas empapadas.

En el cuarto día, cuando viajaban a través de unos arbustos, el guía chinogritó: “¡Lao fu!” Instantáneamente todos se tornaron tensos y nerviosos.

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Andrés pronto aprendió que lao fu significa tigre. La caravana se detuvo ytodos se mantuvieron quietos tratando de ver a través de los arbustos.Alguien vio el tigre, pero éste desapareció en el espesor de la maleza. Sinembargo, las mulas captaron la presencia de la bestia salvaje y estabanasustadas, así que tomó algún tiempo para reorganizar la caravana ycomenzar a moverse de nuevo.

El camino empeoró. “Andrés, mira este sendero; simplemente no puedoseguir. Un mal paso y la mula irá derecho hacia abajo cientos de pies,” dijoPepe, con terror genuino en su voz.

“No hay otra cosa que hacer, Pepe. No te atemorices; deja que la mula seguie por su propio instinto y siga el camino. No puedes voltear aquí en estesendero tan estrecho, y no puedes regresar solo: Tendrás que seguir.”

El sendero estrecho llevaba hacia abajo por el costado de la montaña pormillas hasta que alcanzaron la orilla del Rio Amarillo.

“¿Tendremos que cruzar ese rio?” preguntó Francisco, apuntando hacia elrío que era varias millas de ancho.

“Puedo ver algunos de los botes primitivos remados por nativos,”explicó Andrés.

“Pero esas balsas se ven tan pequeñas y tan frágiles. Nosotros no iremosen ellas, ¿verdad?” preguntó Pepe, quien estaba alarmado.

“Creo que no tenemos alternativa,” contestó Andrés. “No hay otro mediode cruzar.”

Cuando el último de la caravana fue transportado al otro lado en botesllevando veinte pasajeros cada uno, los viajeros encontraron el reto desubir un empinado sendero a una elevación de cinco mil pies. Este subíabruscamente desde la orilla del rio, y tomaba mucho ánimo de parte de loscabalgantes para lograr que las mulas treparan la subida empinada yresbalosa.

Sólo el temor de ser dejado atrás mantuvo a Pepe continuando. El estabaadolorido en cada músculo y débil por la difteria que contrajo al consumiragua y comida contaminadas.

Débil y desanimado, sentía que simplemente no podía terminar la

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jornada; pero Andrés y Francisco, también al punto de agotamiento,constantemente le animaban a seguir.

Andrés y Francisco manejaron sus mulas sobre una subida rocosa yempinada y, mirando atrás, gritaron palabras de ánimo a Pepe. La mula deéste perdió su equilibrio al pisar una roca resbalosa y cayó hacia atrás.

“¡Francisco, mire!” Andrés gritó. “¡La mula de Pepe se ha caído! ¡Venrápido; tenemos que ayudarlo!”

Andrés hizo una bajada rápida hasta donde Pepe y la mula yacían. Elsacerdote notó que la mula había caído cerca del borde del precipicio.

“¡Espera Pepe! Voy para ayudarte. ¿Estás herido?”“No sé Andrés; mi espalda se siente destrozada.”Los dos hombres finalmente tuvieron éxito en poner la mula en pie con su

silla y los bultos en su lugar, pero nada podía inducir a Pepe a montar elanimal nuevamente.

Encontrando un sitio nivelado en el sendero, se detuvieron a descansar,aun cuando la caravana había continuado.

“Andrés, éste es el fin. Ahora puedo ver que yo no fui hecho para ser unmisionero; me regresaré con la primera caravana que encontremos yendohacia la costa. Me regreso a España.”

“¡Pepe, no puedes hacer eso! Estamos sobre lo peor del camino ahora.”Andrés, tocado por las lágrimas que llenaban los ojos de su amigo,continuó: “Sólo piensa en Jesús dejando el cielo y viniendo a este mundo asalvarnos. China no puede ser peor para nosotros que lo que este mundo fuepara El. Si El estuvo dispuesto a sufrir la muerte, tú debes estar dispuesto asufrir por su causa.”

Pepe miró atrás sobre el camino rastreando abajo hacia el gran río.Finalmente dijo con resignación: “Creo que tienes razón, Andrés. Hemostomado un camino en el cual no hay modo de ir atrás; comencemos denuevo.”

Los tres amigos encontraron la caravana descansando en una planiciepastosa en el tope de la montaña. El sendero se dirigía hacia abajo otra vezy cuando se volvía empinado, Pepe se asustaba, pensando que la silla se

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resbalaría sobre la cabeza de la mula. En un instante, el cincho de la sillade Andrés se rompió y éste se encontró sujetado alrededor del cuello de lamula, con sus pies en el aire. Andrés se aferró por su vida hasta quellegaron a un sitio donde la mula pudo detenerse. Aún Pepe no pudo resistirreírse al verlo.

Luego de veinticinco días de viajar, el grupo llegó a la estación de lamisión, donde les esperaba la hospitalidad. El sacerdote a cargo dirigió lasmulas a un establo y llevó a los hombres hacia un baño.

“¿Alguna vez disfrutaste tanto un baño en tu vida?” Pepe preguntó. “Mesiento como una persona nueva.”

Una buena comida esperaba por ellos en el comedor y luego se lesmostró a los tres sus dormitorios. Ellos durmieron la mayor parte deltiempo durante los dos días siguientes.

“Tengo que quedarme aquí ahora,” Pepe les confió a sus amigos con unaguiñada de ojos. Yo no iría de vuelta a ese sendero por ninguna causa.”

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Mu Yuin Ho

uego de un período de descanso, Francisco y Pepe fueron alseminario, donde estudiaron otro año para completar su curso. Andrés

hizo su centro de operación en la misión, donde encontró que la vidatomaba un nuevo significado. Comenzó a estudiar el lenguaje Chino,ansioso por el día en que pudiera ir entre la gente como un misionero real.

La misión estaba idealmente situada en un valle fértil rodeado pormontañas majestuosas. Un lago claro se encontraba a una corta distancia delcomplejo de la misión y Andrés tomó muchos paseos por el camino quedirigía al agua.

En seis meses, Andrés pudo predicar su primer sermón en chino. Pasómuchas horas preparando y memorizando su predicación.

“Hiciste muy bien, joven, en tu primer sermón en chino. Yo pude entenderpor lo menos tres palabras,” le dijo un misionero viejo que había venido afelicitarlo.

La cara de Andrés se enrojeció. ¡Tres palabras en un sermón de mediahora! pensó para sí mismo.

“Pero no te desanimes, joven. Cuando prediqué mi primer sermón,muchos años atrás, las personas pudieron entender sólo dos.”

Un día el misionero a cargo de la misión dijo: “Padre Andrés, es tiempode que usted consiga un nombre chino. Su nombre hispano será muy difícilde pronunciar para los chinos.”

Luego de discutir varios nombres, decidió tomar el nombre Mu Yuin Ho,que significa Amor, Paz Eternal.

Luego de un año, el joven sacerdote podía llevar una conversación enchino, y viajaba solo de lugar en lugar como un misionero itinerante,viviendo a la manera de la gente. Vestido con ropa china, con sandalias de

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paja en sus pies y un paquete de quince libras en su espalda, Andrés iba dealdea en aldea. Sus días de viaje eran arreglados para que siempre llegara auna aldea antes de caer la noche.

Andrés llegó a una aldea en el campo donde pasaría un año haciendotrabajo misionero. Encontrando la iglesia en muy malas condiciones, sededicó a repararla con la ayuda de la gente joven del lugar. Luego anuncióque estaría presentando reuniones en la iglesia. La asistencia eradesalentadora en algunas ocasiones, pero el entusiasmo del joven misioneronunca disminuyó. Cada semana encontraba que asistía más gente a la misa, ytambién venían a él con sus problemas.

Un día un hombre joven dijo, “Mu Yuin Ho, si me perdona, tengo unapregunta.”

“Claro, joven amigo; ¿qué te está molestando?”“Usted sabe, Mu Yuin Ho,” continuó disculpadamente, “en la aldea

cercana hay otra misión. No hay imágenes en las paredes, no hay velasencendidas y no hay confesionario. Un hombre se para adelante y hablasobre un hombre maravilloso llamado Jesús. El dice que nosotros sólonecesitamos creer en este hombre que vino al mundo hace muchos años ymurió para que tengamos salvación. Nosotros encontramos la misión suyamás como nuestra religión budista. Nosotros también tenemos sacerdotesque usan batas, llevan rosarios, y se afeitan el tope de sus cabezas. Nuestrasiglesias tienen ídolos y agua bendita, procesiones y muchas otrasceremonias. Pero esta otra misión es muy diferente. Los misioneros enseñanque un Dios mucho más allá del firmamento puede escuchar y contestarnuestras oraciones cuando oramos. La gente de la aldea llaman a la misiónsuya ‘la misión de María,’ pero llaman a esta otra misión ‘la religión deJesús’.”

Andrés estaba pensativo y turbado, no sabiendo qué contestar al sincerohombre. El sacerdote pensó acerca de las muchas dudas que se habíanlevantado en su propia mente, especialmente durante los días de sunoviciado. “Imagino que esa otra misión está haciendo un buen trabajo,”contestó, “pero claro, sólo hay una verdadera religión: esa es Roma—nunca

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olvide eso.”Cuando el tiempo llegó para Andrés de dejar la iglesia pequeña y los

amigos que había hecho en la aldea, estaba triste. Una vez más seríandejados solos para hacer lo mejor que pudieran, entendiendo muy poco elsignificado de la religión que los había separado de la fe de susantepasados.

Luego de un descanso corto en el cuartel de la misión, el sacerdote fuepor tren hasta el borde de Tibet. Allí encontró otra iglesia pequeña quenecesitaba reavivamiento. Encontró muchos paralelos entre la religiónpagana y su propia. Sus templos eran como las catedrales grandes deEspaña. Había imágenes paganas, con cajones al frente donde se podíandepositar ofrendas que traerían méritos al dador. Había tambiénmonasterios para los monjes y conventos para las monjas, y días especialesde significado religioso, incluyendo un período de cuarenta días similar a laPascua.

Luego de cuatro años en las hermosas montañas de Tibet, Andrés estabarenuente a irse, pero le fueron dadas órdenes de ir a China Central.Encontró al padre de la aldea en una comunidad pequeña en Changtu. Conenergía incansable edificó la iglesia muriente, condujo clases para la gentejoven, y celebró los varios días de los santos y los festivales.

“Mu Yuin Ho, ¿qué piensa de las personas que son poseídas por losespíritus?” uno de los parroquianos le preguntó.

“Pienso que es producto de la imaginación de alguna persona,” replicóAndrés. “Probablemente no hay nada de eso.”

“Me gustaría llevarlo a una aldea de montaña donde hay una mujer que sedice ser poseída con espíritus,” persistió el parroquiano.

“¡Vamos entonces!” contestó Andrés rápidamente. “Me gustaría ver a esamujer.”

Cuando el sacerdote y su acompañante llegaron a la aldea, encontraron ala mujer poseída con espíritus afuera en su patio. Trituraba arroz teniendoun bebé atado a la espalda. Doblándose sobre su trabajo, parecía no notarlos visitantes cuando entraron al patio. Ellos la saludaron en su lengua

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natal, pero ella se rehusó a notarlos. Andrés caminó hasta ella y gentilmentedio unas palmaditas al bebé. El estaba horrorizado de que cuando le tocó albebé, los ojos de la mujer sobresalían con una mirada vidriosa. Esperandopara asegurarse que ella no lo podía notar, otra vez tocó al niño un pocomás suave. Una vez más los ojos de la mujer tomaron la misma horrorizantemirada. Convencido que eso era una demostración de algo más allá de lohumano, Andrés se fue triste. No tenía nada que decir a su acompañanteacerca de este incidente.

En dos años más Andrés fue transferido a Peiping. En su jornada fueacompañado por otro sacerdote, Padre Fernando. Cuando se acercaban aShanghai, Padre Fernando se enfermó repentinamente. El sabía que era unataque de la vesícula, porque había estado enfermo antes con los mismossíntomas. En Shanghai, Fernando le suplió a Andrés que le ayudara aencontrar un doctor. Ellos localizaron un hospital católico y a un doctor.Pero cuando el doctor recomendó a Fernando operarse inmediatamente, seenteró que le costaría como mil dólares.

“Yo no puedo gastar tanto en una operación,” le dijo a Andrés. “No tengodinero y estoy seguro que mi orden nunca estará de acuerdo con estacantidad. Encontremos otro hospital; dicen que hay varios en la ciudad.”

Los dos fueron de hospital en hospital, sólo para escuchar la mismahistoria y finalmente Andrés dijo, “Alguien me habló acerca otro hospital,pero es una institución protestante y no queríamos ir allá.”

“¿Por qué no?” preguntó el hombre enfermo, que para ahora estaba muydesesperado. “No me importa de qué religión sean si me pueden ayudar.”

Andrés acompañó a su amigo al hospital protestante, que era unainstitución adventista del séptimo día. Un doctor bondadoso examinó aPadre Fernando y también firmemente aconsejó una operación como laúnica posible cura.

“¿Cuánto me va a costar?” preguntó Fernando. “Resulta que me encuentrosin recursos.”

“Estamos aquí para ayudar a la gente,” el doctor comenzó. “Usted está enel trabajo misionero también; estaremos contentos de atenderlo sin algún

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cargo.”Fernando estaba sin habla. Con lágrimas en los ojos, dijo, “Nunca sabrá

cuanto aprecio esto, doctor. Usted debe ser un verdadero cristiano.”Andrés también estaba sorprendido. Se quedó en Shanghai para estar con

Fernando durante su enfermedad, visitándolo cada día al hospital. Un díadurante la convalecencia de Fernando, Andrés le preguntó, “¿Qué piensa deeste lugar hasta ahora, Fernando?”

“¡Es maravilloso, Andrés! No conozco mucho acerca de estas personas;pero de una cosa estoy seguro, ellos son cristianos verdaderos. Antes de mioperación, el doctor bajó su cabeza y ofreció una oración. Cada tarde, unaenfermera viene hasta mi cama y ofrece hacer una oración por mí, antes deapagar las luces. El señor Lee, muy versado en la Biblia, me visita ytenemos algunas conversaciones interesantes.”

El señor Lee vino al cuarto de Fernando en una ocasión mientras Andrésestaba visitando y él también estaba impresionado con las maneras sincerasde este hombre.

Como Fernando fue asignado a trabajar en otra ciudad, Andrés lo dejócuando ya estaba recuperado. Los dos sacerdotes continuaron escribiéndosey las cartas de Fernando estaban llenas de noticias acerca del Señor Lee ylas enseñanzas adventistas que él estaba aprendiendo.

Andrés encontró que Peiping era una ciudad de encanto y belleza. Condieciséis universidades, muchos jardines hermosos, y monumentoshistóricos, probó ser un centro cultural. Mientras trabajaba allí, una ola decomunismo se extendió desde el norte. Al principio no había una alarmareal, pues la gente pensaba que los invasores serían rechazados y vueltosatrás; sin embargo, mientras el peligro avanzaba, hubo agitación,especialmente en las universidades. En estas circunstancias se le pidió aAndrés que hablara contra los invasores en algunas de las escuelas y él lohizo con celo.

El peligro aumentó hasta que, finalmente, hubo un gran éxodo deextranjeros, pero los sacerdotes y monjas se quedaron. Cuando elembajadora español se fue, pidió a su amigo, el embajador Americano, que

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ayudara a cualquier ciudadano Español que quedara.Una tarde, Andrés recibió una llamada telefónica del embajador

Americano. “Tengo información, Padre Andrés, que su nombre ha sidoenlistado con los comunistas como un criminal de guerra, así que un aviónestá preparado para el resto de los misioneros de esta sección del país y measeguraré que usted tenga un lugar en este.”

“Gracias, Señor Embajador,” Andrés replicó. “Estoy profundamenteagradecido con usted.”

“Esté listo para irse en el momento que se le notifique,” le instruyó elembajador.

Al día siguiente, el embajador llamó otra vez, informándole a Andrés queun carro oficial de la legación Americana estaría a su puerta temprano a lamañana siguiente. Los comunistas estaban a sólo unas horas. En las griseshoras de la madrugada, el sacerdote hizo su escape en un ricksha, escoltadopor el carro del embajador. Cuando fue necesario pasar los centinelas, elembajador informó que el carro del ricksha estaba de su parte y les estabapermitido pasar.

Escoltado a un campo de aviación privado, Andrés encontró un avión queya estaba calentando los motores. Había como treinta personas—misioneros y trabajadores religiosos de varias denominaciones—listos parapartir. Cuando el avión estaba ya alto en el aire, el sacerdote se relajó en suasiento. Entendió que su trabajo misionero en China había terminado, peroestaba triste de dejar la gente a la cual había aprendido a amar.

El avión no había estado mucho tiempo en vuelo cuando sus alascomenzaron a congelarse y el piloto no pudo alcanzar un aeropuerto.Abrochen sus cinturones, y no fumen, se vio en las señales. El pilotohabló: “¡Vamos a aterrizar de emergencia!”

Aunque no había histeria, los pasajeros esperaron tensos y sin respirar.Andrés notó que los sacerdotes y monjas pasaban sus dedos por losrosarios, mientras que otros misioneros sujetaban sus Biblias y oraban.Profesionalmente, el piloto los llevó a tierra en una llanura amplia, y elhielo fue rápidamente quitado de las alas. Una vez más, el avión tomó vuelo

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y esta vez, llegó a salvo a Shanghai.En un vuelo de Hong Kong a Roma, Andrés se encontró con siete

católicos y treinta y tres protestantes. Fuertes tormentas amenazaron elavión mientras voló sobre Indo-China y Burma, pero pasó seguro. Hubo unaparada corta en Calcuta para tomar combustible y otra parada durante lanoche en Nueva Delhi.

Volando sobre la Tierra Santa fue una experiencia emocionante paraAndrés. Aunque no hicieron alguna parada, el piloto circuló algunos lugaresde interés. Uno de los pasajeros, un ministro protestante, explicó a losdemás el significado religioso de algunos de esos lugares. “Ahí está lamontaña donde Abraham fue llamado a tomar su hijo, Isaac, y ofrecerlecomo sacrificio, pero en el momento crucial, una voz del cielo le dijo queno lo hiciera, que había pasado la prueba,” explicó el ministro.

Cuando el avión estaba para aterrizar en el aeropuerto de Roma, Andréssintió cuando las ruedas tocaron el suelo. Luego con un nuevo resurgimientode poder, el avión se levantó a las nubes otra vez. Un aterrizaje exitoso fueconseguido en el siguiente intento y entonces, los pasajeros supieron queuna roca había estado en el paso del avión. El piloto había disparado susmotores justo a tiempo para no tocarla. Andrés dijo en voz baja: “¡Cuanagradecido estoy! Dios ha estado conmigo todo el tiempo desde Peiping.”

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Las Colinas del Hogar

ndrés fue a un monasterio en Roma que pertenecía a la orden de sureligión. Esperaba poder ver a Felipe, su amigo de los días de

seminario.“¡Andrés! ¡Qué sorpresa!” Felipe exclamó cuando vio a Andrés parado a

la puerta. “Yo pensé que estabas en China.”“Estuve allá hasta unos días atrás,” replicó Andrés, mientras los dos

viejos amigos se abrazaron.“¡Entra, Andrés, y cuéntame lo que ha sucedido contigo!” Felipe le

ofreció a Andrés una silla en el salón pequeño el cual era su hogar en elmonasterio.

“Déjame retomar la respiración, viejo amigo. Hay mucho que contar.”Andrés se sentó en su silla, mirando con cuidado a su amigo sacerdote.Felipe no ha cambiado, pensó.

“¡Estás delgado, Andrés! ¿Ha sido la vida dura en China?” Felipepreguntó.

“Pienso que la vida de un misionero nunca es fácil, aunque no laconsidero una dificultad. Pero las últimas semanas han sido extenuantes,hasta aparecí enlistado como un criminal de guerra por los comunistas.Quizás, debería considerarme afortunado de estar vivo. De paso, ¿cómoestás; qué haces?”

“Ahora estoy enseñando en una escuela durante el día: prefiero trabajarcon gente joven,” contestó Felipe.

Felipe estaba emocionado con las historias de las aventuras misionerasque Andrés le contaba.

Por último, Felipe miró su reloj y dijo, “¡Es tarde! Y tú debes estar muycansado. Mañana es otro día, y haremos turismo. Hay muchas cosas

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interesantes que debes ver.”En la mañana, Andrés estaba ansioso por comenzar el paseo por Roma.

“Las catacumbas son uno de los lugares más interesantes, desde mi manerade pensar,” observó Felipe, mientras los dos clérigos dejaban elmonasterio. “Vayamos por ahí primero.”

Mientras Felipe y Andrés siguieron al guía a través del corredor de losantiguos subterráneos, hablaron de los primeros cristianos que habíanvivido en estos lugares secretos para preservar su fe en Dios. “Dígame,señor,” Andrés preguntó al guía, “¿dónde están los confesionarios de esosprimeros cristianos?”

“No habían confesionarios,” contestó el guía. El confesionario fueinstituido muchos años más tarde por la iglesia católica.

Andrés estaba sorprendido de esta información. Había sido enseñado quesu religión había sido entregada directamente desde el tiempo de losapóstoles y que Pedro fue el primer papa, pero tiró esas frescas dudas enuna esquina de su mente, planeando secretamente hacer una investigación dela historia y de los origines de los confesionarios así como de algunas otrasprácticas de su iglesia.

Mientras los hombres iban caminando a través de las catacumbas, Andréssintió que ellos eran casi atrapados por los espíritus de los hombres ymujeres nobles quienes habían sacrificado tanto por lo que creían. Cuandoél y Felipe comenzaron su regreso al monasterio esa tarde, Andrés seencontró a sí mismo tratando de armonizar el cuadro de los humildes,verdaderos cristianos escondidos en túneles oscuros y cuevas parapreservar su libertad de conciencia, con las ceremonias pomposas, iglesiaselaboradas, y actitud intolerante de su iglesia como él la conocía.

‘Bueno, mi amigo,” Felipe se dirigió a Andrés algunos días más tardecuando entró a la habitación donde el huésped se quedaba, “somosafortunados: pude conseguir boletos para una audiencia mañana con SuSantidad.”

“¿De verdad?” preguntó Andrés. “¡Eso realmente es una buena noticia!¡Temía que tuviera que dejar Roma sin tener ese privilegio!”

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La mañana siguiente, mucho antes de la hora acordada, Andrés y Felipeestaban en el salón de espera del palacio con otros visitantes esperando lallegada del papa. Andrés se sintió emocionado y ansioso mientras elmomento se acercaba.

Finalmente, el momento llegó; las cortinas se abrieron y la silla real,cargando un hombre que tomaba el lugar de Dios para millones en la tierra,fue llevada adentro, en los hombros de guardias reales. La silla fue puestaen su pedestal y aquellos que habían venido a ver al papa fueron hacia él ensus rodillas.

Andrés se encontró a sí mismo besando humildemente el botón dorado deuno de los zapatos del papa y permaneció en esa posición hasta que SuAlteza le dio permiso para levantarse. Luego de recibir la bendición,Andrés y Felipe caminaron silenciosamente afuera del palacio. En la calle,Andrés rompió el silencio y dijo, “El no parece diferente de otros hombres,¿no crees?”

Andrés analizó dentro de sí, resucitando algunas de sus dudas viejas quelo habían molestado durante sus días de seminario. Si solamente pudieraestar seguro que el papa era infalible. ¿Cómo podía él, un mero hombre, serinvestido con el mismo poder de Dios? ¿Cómo podía él hacer y cambiarleyes de conciencia y perdonar pecados? Casi deseó no haber visitado elpalacio, porque la visita había levantado viejas dudas y molestado su pazmental. Algo en su naturaleza se había rebelado cuando se arrodilló frenteal papa, esperando el permiso para ponerse en pie.

Por su larga amistad con Felipe, Andrés se atrevió a preguntarle:“¿Alguna vez has tenido dudas sobre la divinidad del papa?”

“¡Sí!” replicó su amigo. “Supongo que la mayoría de los estudiantes deteología las tienen en algún momento. Sin embargo, decidí mucho tiempoatrás que creo más de lo que no creo; no sé nada mejor. Creo que hayalgunas cosas que tienen que tomarse sin pruebas; esas cosas no parecenmolestarme más.”

Andrés decidió que como no parecía encontrar una solución, la mejorcosa para hacer era alejar el problema de su mente.

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Al partir, se despidió de Felipe y viajó a España. Viajando en tren através de los campos hermosos cerca de Barcelona, Andrés sentía laemoción y la alegría de la llegada a casa. Muchas cosas habían pasadodesde que le dijera adiós a su madre diez años antes. De vuelta en el viejoambiente familiar de su tierra natal, China parecía muy lejos; se preguntabacuánto su familia había cambiado.

La última hora antes de alcanzar Barcelona parecía interminable.Nerviosamente el sacerdote miraba su reloj y se paseaba a través de loscarros. Cuando el tren entró en la estación, Andrés ya tenía su bolsa, y fueuno de los primeros pasajeros en bajarse. Sabía que nadie le iba a estaresperando; aun así, sus ojos buscaron entre la multitud en la plataforma poralguna cara familiar. Los conductores de taxis rivalizaban unos a otros porel negocio. Andrés seleccionó uno y se acomodó en el asiento.

“¿Hacia dónde va, señor?” el conductor redondeado y bajo, con su bigotenegro y copioso, preguntó.

“Lléveme a la base militar,” Andrés instruyó.Moviéndose a través del tráfico, llegaron a la base aérea. Andrés

preguntó en la oficina por su hermano, pero la chica en el escritorio leinformó que Teniente Díaz no estaba en la base.

“¿Sabe dónde vive?” preguntó Andrés.“No tengo su dirección exacta,” informó la joven, “pero vive en la

colonia militar. Quizás pueda preguntar allí por él.”Una vez más Andrés instruyó al conductor, “¡A la colonia militar, por

favor!”Llegando a la sección de la ciudad que había sido construida para que

habitara el personal militar y sus familias, Andrés se preguntaba dóndecomenzaría a buscar por su hermano.

Viendo un hombre parado en una esquina, le pidió al conductor que sedetuviera. “¿Sabe usted dónde vive el teniente José Díaz?” preguntó elsacerdote. “No, lo siento,” contestó el extraño. “Nunca he escuchado sunombre.”

El conductor del taxi volteó y preguntó: “Perdóneme señor, ¿usted dijo

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Teniente José Díaz?”“Sí, ése es el hombre por el cual estoy buscando,” respondió Andrés.“Pues lamento mucho el no saber eso anteriormente,” dijo el conductor.

“Yo le puedo llevar directamente a su casa.”“¡En verdad!” exclamó Andrés. “Esto es tener un poquito de suerte;

nunca pensé en preguntarle a usted.”Con emociones mixtas, Andrés miró intensamente la casa que el

conductor apuntó como el hogar de su hermano. Había dos niños jugando enla acera. Deben ser los niños de José, se dijo a sí mismo. Son alrededor deesa edad.

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Un Fanático en Costa Rica

on Andrés en China y José en la escuela militar, María continuabaviviendo en su casa vieja, pero la vida era solitaria para ella, y más

tarde, cuando José se casó y estableció su propio hogar, ella fue a vivir conél y su esposa. Era la costumbre en España que los padres o abuelos fueranbienvenidos en el hogar de la generación más joven. Las canas eranhonradas y respetadas y el consejo de los mayores no se rechazaba. Laesposa de José, Elena, era buena con María, y cuando la pequeña Victoria yRoberto nacieron, María estaba feliz.

María ansiosamente esperaba las interesantes cartas que enviaba Andrésdesde China, en las cuales le contaba con detalles sus experiencias yaventuras.

“¡Estoy realmente preocupado por mi hermano en China!” José le confióa Elena un día, cuando no le llegaban cartas por muchas semanas. “No meatrevo a decirle nada a Mamá, pero se han escuchado historias desacerdotes y misioneros que han sido encarcelados y aún asesinados.Espero que podamos escuchar algo de él muy pronto.”

“Yo espero que nada le haya ocurrido,” replicó Elena, mostrandoansiedad en su rostro.

Una tarde, José llegó a la casa desde el trabajo en estado de excitación.“¡Mamá, Elena, hay noticias! ¡Vengan y escuchen!” gritó.

“¿Qué es, José? ¡Dinos rápidamente!” Elena urgió.“¡Es Andrés, mi hermano!”“¿Andrés? ¡Dime! ¿Qué ha pasado con él?” María demandó en tono

preocupante.“No es nada malo, Mamá, sólo que alguien que vino en un avión ayer

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desde Roma, dejó un mensaje para mí. El mensaje dice que mi hermano, elpadre Andrés, vino con esta persona a Roma y se detuvo allí. Estarállegando a Barcelona en algunos días.”

María cubrió su cara y comenzó a sollozar. Muchas habían sido lassemanas inciertas, sin cartas de su hijo, soportando gran ansiedad.“¡Andrés!” dijo llorando. “Tenía temor de no volver a ver a mi muchacho.”

“Calma, calma, Mamá,” José la consoló. “Este es un tiempo pararegocijarse, no para sollozar.”

“¡Yo sé, yo sé!” dijo ella en medio de las lágrimas.Una semana pasó y para el final de la siguiente semana, José y su familia

estaban ansiosos. “No entiendo por qué no hemos escuchado nada de él,”José le dijo a Elena. “Si algo le pasara, temo que Mamá no puedasoportarlo.”

“Debe estar atrasado,” Helena dijo asegurándole.María y Elena estaban preparando la cena tarde ese día, cuando Elena

exclamó, “¡Hay un taxi en frente de nuestra casa! Me pregunto quién es.”Mientras miraba por la ventana de la sala vio un hombre que salió del taxi yse dirigió a los niños los cuales estaban jugando en la acera. Ese hombrelevantó a Roberto y lo sostuvo en sus brazos: ¿Podría ser Andrés? pensó.Debemos descubrirlo antes de emocionar a Mamá.

Caminando fuera de la puerta, llegó hasta donde estaba el hombrehablando con los niños.

“¿Lo conocemos, señor?” preguntó al extraño.“¿Eres tú Elena, la esposa de mi hermano?” Andrés le preguntó.“¡Entonces, tú eres Andrés!” Elena dijo. “Estaba segura cuando vi tu

cara. Eres muy parecido a José.”“¿Está mi mamá aquí?” preguntó Andrés.“¡Claro! Entra. Ella ha estado esperando por ti desde que escuchamos

que vendrías.” Entraron a la casa con los niños siguiéndolos. “¡Mamá,Mamá, hay alguien que quiere verte!” Elena llamó con excitación.

María vino desde la cocina y preguntó, “¿Es mi hijo Andrés?” Conlágrimas y un abrazo largo, recibió a su hijo, declarando, “Tanto que he

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esperado por este día.”El gozo reinó en el hogar de José esa tarde. Elena se escurrió a la cocina,

a preparar un pastel, mientras que María y José estaban sentados en el salónbombardeando a Andrés con preguntas. Victoria y Roberto, sentados al ladode su tío, escuchaban las historias. El sacerdote estaba sorprendido al darsecuenta que disfrutaba contando las experiencias que le habían sido tandifíciles cuando pasaron por ellas. La familia se mantenía boquiabierta,deleitados en sus relatos.

“Andrés, ¿cuál será tu próxima asignación?” María se aventuró apreguntar un día, con temor de la respuesta que él le daría.

Los días desde que regresó Andrés habían estado felices, pero todosestaban seguros que no podían durar mucho.

“No he recibido nada definitivo todavía, Mamá, pero espero estar enEspaña por un corto tiempo.”

Un domingo, Andrés fue invitado a predicar y a conducir la misa en laiglesia a la cual María asistía regularmente. Cuando su hijo se paró detrásdel púlpito hablando de la vida en la misión de China, la madre fue tocadapor la misma emoción que movió a la audiencia. Se sintió recompensada engran medida por el sacrificio que había hecho muchos años antes cuandovio a su niño pequeño irse lejos de su vida.

Andrés pasó los próximos dos años en España, predicando en variasiglesias. Entonces el día llegó cuando recibió órdenes para su próximamisión.

“Parece extraño que vas al lugar donde naciste,” dijo María a Andrésluego de escuchar la noticia.

“¡Dime, Mamá! ¿Cómo fue que yo nací en Costa Rica, en CentroAmérica?” Andrés evitó hablar sobre cualquier cosa que envolviera a supadre, pues sabía que ese era un tema que le causaba pesar a su madre.

“Bueno, hijo … cuando José era bebé, fui a Argentina a estar con tupadre. Pero de alguna manera, él nació con un espíritu incansable y nopodía establecerse en ningún lugar. Me encontré sin seguridad ni lugardonde criar a mi familia de la manera correcta. No había nada que yo

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pudiera hacer sino regresar a mi hogar en España. Tenemos familiares enCosta Rica y los visité por un tiempo en mi viaje de regreso a España. Asíes como llegaste a nacer allá.”

“Mamá, tengo un gran deseo antes de irme otra vez.”“¿Qué es, hijo?” preguntó ella.“Cuando estaba en China y pensaba en mi hogar, siempre pensé en la

aldea donde crecí; podía ver cada pulgada de esa aldea y deseaba el díacuando yo pudiera caminar por sus calles otra vez y mirar esas colinas.¿Podríamos ir todos allá para visitar?”

“Es una idea maravillosa, Andrés,” replicó María con entusiasmo. “Yomisma muchas veces deseo volver a ese hogar. Mi tío y su familia estánusando la casa y yo sé que ellos nos recibirán.”

El fin de semana en el viejo hogar fue un tiempo para recordarlo por todala vida. Andrés revivió tiempos viejos y sus ojos se dieron un festínreviviendo escenas de su niñez. Cuando madre e hijo regresaron al hogar deJosé, el sacerdote estaba satisfecho.

Su familia fue en el tren con Andrés hasta Madrid, donde abordó unavión para Centro América. Cuando vio a su madre diciéndole adiós con sumano, su cabello plateado brillando a la luz del sol, se preguntó, ¿La veréotra vez? Entonces, Mi vida parece constar de una serie de despedidas.

Luego de detenerse en la isla de Cuba, Andrés tomó otro avión paraCosta Rica. Un sacerdote, representando su orden, lo encontró en elaeropuerto Juan Santa María en San José.

“¿Padre Andrés?”“Sí, soy Andrés Díaz,” replicó él.“Y soy Santiago Rivera,” su amigo nuevo le informó. “¿Puedo ayudarle

con sus cosas? Hay un carro esperando por nosotros.”Andrés disfrutó el viaje a través de la ciudad capital de Costa Rica.

Manejaban hacia una aldea pequeña en el campo donde él estabamaravillado de ver las carretas coloradas de bueyes que estaban pintadasen varios colores brillantes, con diseños elaborados. El pensó que losagricultores debían competir unos a otros para ver cuál era la carreta más

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original. El campo era lujoso con follaje tropical. Andrés encontró que elclima era placentero. No había calor opresivo tal como el que habíasoportado en China; ni tampoco era el invierno tan frio como en el sur deEspaña.

“¿Qué es este lugar?” le preguntó al padre Santiago, mientras pasaban ungrupo de edificios donde se veían jóvenes paseando por el campus.

“Esa es una espina en nuestra carne,” le informó. “Ese es el colegioadventista. Es protestante, claro, y está recibiendo mucha atención aquí. Nosé dónde ellos están parados, pero están ganando muchos conversos;necesitamos encontrar una manera de detenerlos.” El padre Santiago estabamuy intranquilo y preocupado por ese problema.

Cuando los sacerdotes llegaron al monasterio, le fue dado un cuarto aAndrés. Iba a involucrarse en el trabajo misionero en diferentes partes delpequeño país de Centro América, y aunque Andrés no estuvo en Costa Ricamucho tiempo, entendió que su vida allí sería un contraste placentero conrelación a las dificultades de China: podía hablar su propio idioma, y lagente tenía mucho en común con España.

Santiago estaba leyendo el periódico un día cuando exclamó: “Andrés,¿has visto esto? El colegio adventista está pidiendo al gobierno que loreconozca como una escuela acreditada. El pedido está siendo consideradopor el Ministerio de Educación. ¿No te dije que necesitaban vigilancia?”

“Bueno, ¿se puede hacer algo para detenerlos?” preguntó Andrés.“¡Claro! Pero hay que ser muy cuidadoso al tratar con el gobierno,”

explicó Santiago.“No sería difícil mezclar sentimientos públicos; entonces la gente

pondría presión en el gobierno,” sugirió Andrés.“Si piensas que algo se puede hacer, ¿por qué no haces tú el trabajo?”

Santiago dijo con tacto, pasando su responsabilidad a Andrés.Siendo un hombre de espíritu y acción, Andrés comenzó a elaborar un

plan para cortar el progreso del colegio adventista.El director, que había trabajado arduamente para conseguir que el

colegio cumpliera con los reglamentos para que los graduados fueran

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reconocidos por el gobierno, fue desanimado cuando escuchó unapresentación por el padre Andrés a través de la radio. El sacerdote llamó atodos los leales católicos a ayudar a evitar que los odiados protestantesllenaran el país con sus escuelas y que siguieran convirtiendo prosélitos.Esta presentación fue seguida por cartas al periódico local escritas porAndrés. El tema fue discutido en las esquinas, de las calles, y en loshogares. Grande fue el desaliento de la facultad y los estudiantes delcolegio adventista cuando la campaña lanzada por el padre Andrés fueexitosa al prevenir que la escuela recibiera su acreditación.

Andrés fue alabado y aplaudido por sus compañeros de trabajo por sutriunfo. Hablando de él, uno de los superiores dijo, “Padre Andrés tienefuego dentro de sí. Si quieres algo hecho, ponlo a él al frente.”

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Como un Padre en Guatemala

uando Andrés dejó el comedor del monasterio y caminó a través delpatio hacia su dormitorio, Victoria, la niña de servicio, lo llamó,

“¡Padre Andrés! Aquí está su correspondencia.”Parado en el patio, bajo los tibios rayos del sol, el sacerdote miró a cada

carta para determinar de quien venía cada una de ellas. Notando un sobregrande de correo aéreo, sus ojos se abrieron en sorpresa. Era del padresuperior, al cual él era directamente responsable. Apresurándose a sucuarto, puso las otras cartas sobre la mesa y rápidamente abrió el sobre.Luego del saludo acostumbrado, llegó al propósito real de la carta:

“Por favor haga arreglos para terminar su trabajo en Costa Rica lo antesposible y prepárese para ir a la República de Guatemala. Allí recibiráinformación en cuanto a sus futuras responsabilidades.”

Andrés se hundió en el único asiento con respaldo que había en el cuarto,para organizar sus pensamientos. No consideraba ésta una mala noticia; porel contrario, en su solitaria y, de alguna manera vida monótona, le daba labienvenida a un cambio algunas veces. Pero odiaba dejar sus amigos enCosta Rica, el país más hermoso que había conocido, aunque habíaescuchado también sobre Guatemala, tierra de montañas, volcanes, yterremotos. Era conocida como la tierra de la primavera eternal. Sí, élesperaba esta misión nueva.

Cuando la gigante Constelación dio paso al aeropuerto moderno deGuatemala, Andrés notó las montañas majestuosas a la distancia. El campoera verde y hermoso, la escena pintoresca. Emergiendo de la rutina de laacostumbrada inspección, Andrés vio que la mayoría de los pasajeros eransaludados y abrazados por sus amados y amigos. Con un sentimiento de

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soledad, comprendió que nadie le estaba esperando.Tomó un taxi, dando al conductor la dirección del monasterio.

Acomodándose en la parte trasera de la limosina, disfrutó de la vista de laciudad extraña. Al lado de la calle vio dos mujeres indígenas descalzas conun niño pequeño, todos vestidos de manera similar; con blusas largas sinforma y un chal apretado alrededor de las faldas. Ambas mujeresbalanceaban canastas sobre sus cabezas, mientras tenían los brazos llenoscon otras cosas y se movían en un trote. Dos bueyes halaban una carga demadera en una carreta con ruedas también de madera. Un hombre y un niño,ambos descalzos, caminaban al frente de la carga, el hombre aguijoneandolos bueyes ocasionalmente.

Le parecía a Andrés que la calle estaba llena de carros, motocicletas,bicicletas y carretas—algunas de ellas haladas por hombres. La gente semovía de prisa a un lado y a otro para llegar a algún lugar. El taxi tomó unacurva para detenerse al frente de un edificio blanco que se veía imponenteel cual ocupaba un bloque completo de la ciudad. Andrés tomó su pocoequipaje, pagó al conductor luego de una discusión pequeña en la cual elconductor trató de cobrarle más de lo debido, y entró a través de la puertadoble del monasterio.

“Soy Andrés Díaz, de Costa Rica,” le dijo al sacerdote que conociófrente a la puerta.

“Espere un momento, por favor, mientras llamo al superior.”Pronto Andrés conoció al hombre que sería su superior mientras

estuviera en Guatemala. Luego que se saludaron, el superior, un sacerdotecalvo, de cara redonda, dijo: “Necesitará quedarse aquí en la capital porunos días para arreglar sus papeles de residencia, y luego puede tomar untren para la costa. La aldea donde va no es grande, pero hay una granpoblación en las regiones alrededor. Como la iglesia ahí no ha sido servidapor sacerdote por algún tiempo, temo que usted encontrará las cosas enmalas condiciones; así que haga lo que pueda por la iglesia allá.”

Andrés reconoció un reto en las palabras desalentadoras y pensó para símismo, si hay algo que construir, pagaré el costo.

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En algunos días, el padre Andrés se encaminó a su nueva parroquia. Eraun viaje de todo un día en tren con un trecho corto en autobús a la aldeaaislada donde haría su hogar y llevaría a cabo el trabajo de la iglesia. Parasu consternación, Andrés encontró un edificio gastado y viejo donde sóloalgunas ancianas podrían ser consideradas miembros fieles. Entre los otroslugareños, él vio una indiferencia hacia la iglesia. Andrés encontró uncuarto en un edificio de adobe detrás de la iglesia, el cual él lo hizoapropiado para su propio uso. No le tomó mucho acomodarse. Barrió ylimpió el cuarto, colocó algunos clavos donde colgar su poca ropa, y buscóalrededor por una cama, una mesa, y una silla.

A pesar de su desalentador principio, Andrés entró en su trabajo nuevocon entusiasmo.

Unas semanas más tarde, al anochecer, Osberto Córdova llegó a la casadesde su tienda, y dijo a su esposa, “Querida, parece que este padre nuevoestá sacudiendo algún polvo aquí alrededor. Ya tiene organizada una clasede niños la cual tiene bastantes alumnos y la gente de la cuidad estácomentando sobre lo que hace. Quizá debamos comenzar a ir a la iglesiaotra vez y descubrir qué está sucediendo. Verdaderamente, él parece ser unapersona sincera.”

“Estoy contenta de escucharte decir eso, Osberto,” respondió su esposa.“Temo que nuestros hijos casi han olvidado lo que es confesarse.”

Cada domingo se encontraban más y más personas llenando la capilla,hasta que parecía que la vida de la aldea giraba alrededor de la que hacíapoco atrás, iglesia olvidada. No solamente la gente del pueblo apreciabalos sermones que Padre Andrés daba los domingos, pero también venían aél cuando estaban en situaciones difíciles.

“Yo acostumbraba pensar que los sacerdotes estaban más interesados enel plato de ofrendas que en nada más,” comentó uno de los miembros, “peroeste padre nuevo parece preocuparse de nosotros; he escuchado que ofrecemisas libre de costo para los pobres.”

En medio de tanta pobreza, Andrés frecuentemente se sentía lleno deremordimiento si cobraba algo por sus servicios y puso las tarifas por

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debajo de la cantidad usual.Algunas de las personas de negocio, entendiendo lo mucho que el nuevo

padre estaba haciendo sin remuneración, se sintieron preocupadas por subienestar material. Ellos notaron que su ropa estaba raída. Fue, entonces, unplacer para ellos planear una fiesta sorpresa para su padre en sucumpleaños. Cientos de tamales deliciosos fueron preparados para lacomida y los lugareños vinieron con regalos para el padre que había ganadoel camino a sus corazones.

Mientras la congregación creció y Andrés llegó a tener una mejorrelación con los miembros bajo su cuidado, él se encontró ocupado desdela mañana hasta la tarde. Muchas veces fue llamado en las noches paravisitar a los enfermos o a los moribundos y caminó muchas millas bajo todaclase de condiciones del tiempo.

Una noche, en la soledad de su cuarto, reflexionaba en el problema:¿Cómo podré llevar todo esto solo? Hay trabajo para varios sacerdotes;debo desarrollar un método para organizar mejor mi trabajo.

Así que desarrolló un método que probó ser exitoso. Seleccionandoalgunos jóvenes que él consideraba prometedores, condujo una clase deentrenamiento. En la clase, Pedro parecía sobresalir como un jovenreligioso, brillante y dispuesto.

“Pedro, ¿te gustaría presentar el sermón el próximo domingo en lamañana?” el padre Andrés le preguntó al joven un día.

“Oh Padre, yo no sé si podré.”“Si necesitas ayuda preparando el sermón, puedes venir a verme.

Realmente, me gustaría que trataras,” Andrés urgió.Luego del sermón el domingo siguiente, el padre fue hasta Pedro y,

agarrando su mano, le dijo, “Estoy orgulloso de ti, Pedro. Hiciste un trabajomuy bueno. Vas a ser mi mano derecha aquí.”

Un día, cuando Pedro visitaba al padre Andrés, el sacerdote le preguntó,“¿Podrás asistir al Congreso de Movimiento en Acción? Se celebrarádentro de tres semanas.”

“Nunca he escuchado sobre eso, Padre Andrés. ¿Qué es?”

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“Es una organización de la iglesia especialmente para los jóvenes. Lacosta sur de Guatemala está organizada en una federación y los miembros sereúnen en un lugar central una vez al año. Pienso que debes ir, Pedro.”

“Suena interesante, y seguramente iré, si puedo,” le contestó el joven.Cuando el día para el Movimiento en Acción llegó, un grupo de jóvenes,

incluyendo a Pedro, representaron la iglesia de Andrés. Durante el día hubouna elección de oficiales para el entrante término, y fue una sorpresa paraAndrés cuando su nombre fue leído como nuevo presidente. En esta reuniónun canto tema debía ser elegido entre algunos que habían sido enviados alos jueces. Andrés, que amaba la música, había escrito y enviado uno.

“Nuestro nuevo canto tema ha sido escrito por el nuevo presidente electo,Padre Andrés Díaz,” los jueces anunciaron.

Algunos meses más tarde, Andrés estaba estudiando en su cuarto cuandoalguien tocó a la puerta. Andrés estaba muy sorprendido de ver al padreSebastián, sacerdote de una capilla cercana, acompañado de un joven queél había conocido en la conferencia de jóvenes.

“Entren. Estoy contento de verles otra vez.”“Yo voy para el país de los indios, Momostenango,” dijo Sebastián, “y

me detuve aquí para ver si te gustaría ir conmigo. Dicen que es un viajeinteresante.”

“Es muy bueno de su parte pensar en mí, mi amigo. No puedo darlealguna razón por la cual no ir.” Luego de un momento de duda, Andrés dijo,“Sí, pienso que iré. Estaré listo en unos minutos.”

Los hombres viajaron en un Jeep que manejaba Sebastián. La carreteraera ruda, pero luego de algunos lomos, hoyos de lodo, polvo, montañasempinadas, y algunos paisajes hermosos, llegaron a la ciudad primitiva deMomostenango. Rodeando el valle en el cual la ciudad reposaba, habíacolinas arboleadas, con remiendos de maíz verde a los lados de las colinas.

De vez en cuando una choza con techo de paja podía ser vista, o losmosaicos rojos hechos en casa de una cabaña de adobe. El camino bajabamuy inclinado hasta la aldea, la cual tenía calles de adoquín. Los indiosvestidos con colores brillantes estaban por todas partes.

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“Vayamos a la iglesia primero y veamos al padre. El probablementepuede decirnos que hay aquí que podamos ver,” sugirió Sebastián, cuandoel Jeep firme se movía a través de calles angostas.

El padre de la aldea, Padre José, era amigable y dio a los visitantes unacordial bienvenida. Cuando visitaron el cementerio, él ofreció cigarrillos aAndrés y a Sebastián, pero ellos no fumaban. Andrés había conocido otrospadres que fumaban y entendía que no era prohibido, pero de alguna manerasentía que no era apropiado para un padre, y nunca adquirió el hábito.

El padre José sugirió, “¿Les gustaría ver algunas cosas de interésalrededor? Hay una colina llamada ‘la colina de los botes rotos’.”

“¡‘La colina de los botes rotos’!” repitió Andrés. “¿Qué será eso?”Cuando los tres clérigos caminaban arriba a la colina, José explicó

algunas de las costumbres de los indios. “Los indios aquí nunca se hanretirado de sus creencias paganas. Son muy supersticiosos. En verdad,muchos de ellos son adoradores del diablo.”

“Yo nunca pensé encontrar adoradores del diablo en el campo,” comentóAndrés, recordando las prácticas paganas que había visto en China.

“Cuando alguien muere, esta gente cree que deben atraer el espíritu lejosde la casa donde la persona muerta vivía; de otra manera, se cerneráalrededor y cazará la familia. Ellos tienen fiesta para los amigos yfamiliares. Luego toman un bote que ha sido usado por la persona que muriódurante su vida y lo cargan, con una gran ceremonia, arriba de la colina.Uno de los doctores brujos practica conjuros y rompe el bote encima de lapila donde miles de otros han sido rotos a través de los años. De esamanera el espíritu del muerto se dice que fue liberado. Entonces, el restodel día lo pasan festejando, comiendo y bebiendo.”

“Bueno, esa es una costumbre rara,” remarcó Sebastián.Andrés estaba silencioso, pensando en su propio corazón sobre los

conceptos de los católicos acerca los espíritus de los amados que partieron.Después de todo, ¿qué clase de lugar es el purgatorio?

Andrés, Sebastián, y José se pararon al pie de la colina mirando lamontaña de botes rotos, cada uno ocupado con sus propios pensamientos.

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En China, Andrés había sido plagado por las similitudes entre algunas delos ritos y costumbres del budismo y aquellas practicadas por su propiaiglesia. Otra vez encontró similitudes entre las creencias de esta gentepagana y aquellas de su iglesia.

Caminando de vuelta a la aldea, Padre José habló otra vez de su gente.“Ustedes pueden ver mucho alcoholismo aquí; esta gente bebe alcohol comosi fuera agua. En los días de fiesta, los pueden ver por docenas gritando yoscilando frente a las puertas. A menudo veo un hombre y su mujer, ambostan tomados que uno se pregunta cuál de los dos necesita más ayuda y,eventualmente, terminan en una cuneta al lado de la calle.”

“Saben, en una ocasión yo tuve temor de llegar a ser un alcohólico,” dijoAndrés. “Comencé con el vino de la comunión; al poco tiempo, me encontrétomando más y más en cada ocasión posible, hasta que llegué a alarmarme ydecidí tomar acción para cambiar la situación.”

Sebastián había estado escuchando a los otros dos hombres, y ahoraañadió: “Bueno, en la vida solitaria que vivimos, no veo nada malo entomar un poco de alcohol, mientras te mantengas bajo control.”

“Yo no podría pasar sin él. Pienso que algunas personas podrían decirque soy de alguna manera un borracho,” el padre José admitió, “pero noparece haberme causado algún daño.”

Cuando doblaron la esquina, escucharon un grito que cortaba la sangre.Andrés y Sebastián dieron un salto como si le hubieran disparado. “Oh, nose alarmen; es sólo otro indio borracho,” dijo el padre José, riendo. “Loque toman es puro alcohol.”

Acercándose a la iglesia, vieron personas que iban y venían por lapuerta. Los que entraban cargaban paquetes de velas y otras cosaspequeñas. Los tres sacerdotes entraron al edificio, y cuando sus ojos seacostumbraron a la oscuridad del interior del edificio, Andrés y Sebastiánestaban asombrados de ver estas personas encendiendo las pequeñas velasy colocándolas en el piso de la iglesia. El cuarto había sido vaciado de losbancos con excepción de algunos en la parte del frente. Cuando los indiosencendían sus velas, regaban pétalos de rosas y murmuraban sus oraciones.

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Algunos ‘afortunados’ tenían un doctor brujo que hacía las oraciones porellos. Luego de la ceremonia y de encender las velas, se postraban delantede las varias imágenes de santos en las paredes de la iglesia y luego orabana la virgen María.

“¿Por qué estas personas actúan así en una iglesia católica?” Andréspreguntó en indignación justa.

“¿Bueno, qué puedes hacer?” dijo el sacerdote local. “Si prohibes eso,ellos no vendrán a la iglesia. Después de todo, ellos continúan adorando ala Virgen y continúan pagando dinero al cofre de la iglesia.”

Sin decir nada más, Andrés se fue a una esquina del cuarto y comenzó acaminar a estampidas a través de las velas encendidas, pateándolasmientras iba, gritando a los pobres indios desorientados que sacaran elpaganismo fuera de la iglesia católica. Los indios se dispersaron y en pocotiempo los tres sacerdotes fueron dejados solos en el santuario lleno dehumo. Andrés estaba blanco y sin habla, pero pensaba que había hecho unbuen acto. Los otros dos sacerdotes sacudieron sus cabezas pero nohicieron ningún comentario.

Luego los tres tuvieron una larga conversación concerniente a la obra dela iglesia en tierras que son dominantemente paganas. Andrés se sintiódefraudado cuando se dio cuenta que, en gran extensión, la iglesia se habíacomprometido con el paganismo.

Más tarde, Padre José tuvo otra sugerencia: “Aquí hay una escuelaprotestante para los indios que probablemente disfrutarías en visitarla. Eldirector, un Señor Tahay, es un buen amigo mío. Aun cuando representamosdiferentes puntos de vista religiosos, yo lo respeto como hombre y por eltrabajo que está haciendo.”

Andrés estaba sorprendido de que el padre José hubiera socializado conprotestantes, pero no dijo nada: Sería interesante ver como ellos operaban.

“¡Buenos días! Señor Tahay,” saludó Padre José cuando se encontró conel hombre pequeño que tenía una gran sonrisa.

“Entre, don José. Estoy contento que haya venido,” el señor Tahay dijocálidamente.

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“He traído algunos amigos para conocerlo y para visitar su escuela,”explicó Padre José. “Estos son Padre Andrés y Padre Sebastián.”

“Me da mucho placer conocerlos. Pasen y siéntense, por favor.” Luegode mostrarles algunas sillas en el patio, el director entró en su viviendapara informarle a su esposa que habían llegado visitantes.

Cuando el señor Tahay regresó a donde los tres sacerdotes estaban, elpadre local comenzó a explicar aún más. “Les estaba diciendo a mis amigoslo que usted está haciendo por los indios. Ellos están interesados enconocer más sobre su escuela.”

“Estaré muy contento de contestar sus preguntas, caballeros,” el directoramigable ofreció. “Estamos aquí para servir.”

“¿Cuál es el propósito verdadero de su escuela?” preguntó Sebastián,yendo al punto.

“El propósito verdadero de nuestra escuela,” replicó el señor Tahay,escogiendo sus palabras cuidadosamente, “es ayudar a esta gente a conoceral Cristo que murió por ellos, y encontrar un mejor medio de vivir. Comoustedes saben, el futuro de cualquier pueblo está en sus jóvenes. Si a estagente se le puede enseñar el camino cristiano, sus hogares serán edificadossobre principios diferentes.”

“¿Ellos siguen manteniendo sus costumbres paganas cuando se unen a sumisión?” preguntó Andrés.

“No, no puede haber alguna relación entre cristianismo y paganismo.Como saben, uno es de Dios y el otro es del maligno. Los jóvenes quevienen aquí deben dejar sus costumbres paganas y cambiar su manera devivir. Nosotros les enseñamos una manera de vivir saludable, con limpiezay otras cosas prácticas.”

“Dígales sobre la industria en la escuela,” interrumpió Padre José.“Nosotros sentimos que toda persona joven debería ser entrenado en un

trabajo. Tal entrenamiento les ayudará a vencer la pobreza en su comunidad.Tenemos algunas industrias a través de las cuales los estudiantes puedenganar parte de sus gastos. Hay entrenamiento para hacer muebles, porejemplo; las sillas en las que están sentados fueron hechas por los

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estudiantes. También lo fueron las camas y los colchones en losdormitorios. Las chicas aprenden a cocinar y a coser, y ahora estamoscomenzando una industria de frazadas.”

Mientras los tres sacerdotes escuchaban sentados al director, la campanasonó y las clases fueron despedidas. El grupo de jóvenes emergiendo de lossalones de clases presentaban un contraste con las personas que elloshabían visto en las calles. Ellos estaban limpios, bien vestidos, con rostrosbrillantes.

En este momento, la esposa del director llegó con una bandeja conlimonada fría. El señor Tahay la presentó a sus visitantes y ella extendióuna bienvenida a cada uno de ellos.

“Mi esposa es una mujer muy ocupada,” explicó el director cuando lamujer dejó el patio. “Ella supervisa las comidas y está a cargo de otrasactividades en la escuela.”

“No le tomaremos más de su tiempo hoy,” dijo Padre José, levantándosede su silla. “Muchas gracias, mi amigo, por su bondad.”

“Estamos contentos de haberlo conocido y de saber más de su escuela,”declaró Andrés mientras estrechaba la mano con el señor Tahay.

Caminando de vuelta al carro, Andrés les dijo a sus amigos: “Yo teníauna opinión baja de los protestantes; pero en verdad, ese hombre parecemuy sincero y bueno. ¿Cuál dijiste es el nombre de esta misión?”

“Pertenece a la Misión Adventista,” informó Padre José.“¡Adventista! Ese es el mismo nombre de la escuela en Costa Rica.”Andrés no dijo nada más, pero muchas preguntas se agrupaban en su

mente. ¿Habían sido justificadas sus acciones en contra del colegioadventista en Costa Rica?

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Una Mente Perturbada

uego de preparar su propia comida en su dormitorio por algún tiempo,Andrés hizo arreglos con la familia Córdova para cenar en su hogar.

Ellos habían llegado a ser buenos amigos, y Osberto y su esposa apoyabanfielmente a la iglesia.

“¿Ha conocido a nuestra amiga, la señora González?” Osberto lepreguntó a Andrés una tarde cuando celebraban el cumpleaños de uno desus hijos.

“No, no he tenido el placer,” contestó el padre Andrés.Cuando Andrés fue presentado con la señora Gonzales, él comprendió

que ella nunca había estado en alguno de los servicios de la iglesia. Cuandoel sacerdote tuvo la oportunidad unos minutos más tarde, le preguntó por suafiliación religiosa.

“Pertenezco a la iglesia pequeña al otro lado de la aldea,” le informóella. Andrés no había pensado que hubiera otra iglesia en la aldea, pero demomento recordó un edificio pequeño en el distrito que la señora ledescribió.

“Tenemos nuestros servicios en el sábado, el día de descanso bíblico,”ella continuó.

“¿Cuál es el nombre de su iglesia?” Andrés preguntó.“¡Es la Iglesia Adventista del Séptimo Día!” contestó ella sin titubear.Notando que otros en el lugar lo estaban observando cuando entraba en

conversación con esta mujer protestante, Andrés no continuó discutiendo eltema. Sin embargo, más tarde en esa semana, Andrés se sorprendió cuandoalguien tocó a la puerta y al abrirla, vio a la señora Gonzales, a quien habíaconocido en el cumpleaños.

“No quiero molestarlo, Señor Díaz. Pero luego de pensar en las

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preguntas que usted hizo la otra noche, decidí traerle esta revista. Le daráuna buena idea de lo que creo,” dijo ella mientras le entregaba la revista ElCentinela. Ella sonrió y se marchó.

Andrés tomó la revista y le agradeció, con la intención de destruirla en laprimera oportunidad. Sin embargo, mientras la hojeaba, un artículo capturósus ojos. Se sentó y leyó el artículo sobre la segunda venida de Cristo y,antes de destruir la revista, ya la había leído de tapa a tapa.

Un corto tiempo luego de haber leído El Centinela, Andrés se encontrócon la señora Gonzales en el hogar de los Córdova. Esta vez, ella estabaacompañada de su madre, una anciana llamada Señora Martínez, la cual élencontró que era una persona interesante.

Durante la conversación, él se sorprendió cuando la mujer bondadosadijo, “Señor Díaz, usted parece ser un hombre sincero. ¡Qué pena que estáen la iglesia equivocada y se perderá!”

La cara de Andrés se sonrojó y preguntó, “¿Qué la hace pensar que meperderé?”

“Mi Biblia dice que aquellos que aceptan a Jesucristo y guardan losmandamientos de Dios serán salvos,” dijo ella francamente.

“¿Y cuál mandamiento usted imagina que yo no estoy guardando?”Andrés preguntó, secretamente sospechando que alguna vieja chismosa dela aldea había creado algún escándalo sobre él.

“¿Por qué no abrimos la Biblia y leemos los mandamientos, y así puedever por usted mismo, Señor Díaz?”

Andrés pidió permiso para ir a su dormitorio y traer su propia Biblia. Laanciana aceptó su Biblia católica y la abrió en el capítulo veinte del librode Éxodo. Luego de leer el segundo mandamiento, ella se detuvo y dijo:“Aquí está un mandamiento que usted está violando. ¿No ve que nodebemos hacernos imágenes, mucho menos postrarnos ante ellas yadorarlas?”

Andrés no contestó por un momento. En su propia mente sintió que éstaera una pregunta difícil para contestar. “Claro señora, usted encontrará quenosotros realmente no adoramos imágenes, adoramos lo que ellas

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representan.”Sin presionar el asunto más adelante, la señora Martínez continuó

leyendo. Cuando llegó al cuarto mandamiento lo leyó lenta y claramente.Luego, mirando al joven sacerdote, le dijo, “Aquí está el otro, Señor Díaz.”

Andrés leyó el cuarto mandamiento otra vez. Estaba desconcertado.¿Cómo podía ser que él nunca hubiera notado la palabra séptimo antes?Buscando por algo que decir, ofreció la tonta sugerencia de que podríamoscomenzar nuestra semana el lunes, haciendo que el domingo quede como elséptimo día. Pero la señora Martínez fue rápida al apuntar al calendariocolgado de la pared, llamando su atención al hecho de que el primer día dela semana es el domingo y que el séptimo es el sábado.

Finalmente, Andrés le dijo a la mujer, “Si usted me perdona, Señora,estas cosas nunca han sido traídas a mi atención anteriormente. Necesitoalgún tiempo para estudiarlas antes de contestar sus preguntas. Estoy seguroque hay una respuesta.”

“Tengo excelente material de lectura que le brindará luz con este tema,Señor Díaz, y veré que usted lo reciba,” aseguró la señora Martínez.

En el silencio de su cuarto, Andrés tomó su Biblia y la abrió en elcapítulo veinte de Éxodo y releyó los Diez Mandamientos. El había estadoperturbado por años a causa de las imágenes en las iglesias. Sabía que lamayoría de las personas adoraban la imagen de madera delante de la que searrodillaban. Siempre había silenciado esa duda en su mente con elpensamiento de que eso era una doctrina de autoridad divina dada por elpapa. Pero ahora, el pensamiento persistía, ¿Por qué las enseñanzas de laiglesia contradicen las enseñanzas de la Biblia?

El séptimo día como el sábado de reposo era algo nuevo para él. Decidióque, para satisfacer su propia mente, estudiaría el tema completamente porsí mismo. Comenzó esa tarde leyendo la historia de la iglesia desde los díasde los apóstoles para encontrar cómo el primer día vino a ser el día dedescanso. Luego de días de estudiar cuidadosamente, encontró que no hayregistro de que los apóstoles hayan tenido por sagrado el primer día de lasemana. Más bien, encontró que el guardar el domingo no se hizo oficial en

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la iglesia cristiana hasta la cuarta centuria, cuando, en el concilio deLaodicea, un intento fue hecho por votación de traspasar la santidad delsábado del séptimo día al primer día de la semana.

Antes de dejar la aldea para ir a la suya propia, la señora Martínez sedetuvo en el dormitorio del sacerdote. “Tengo dos libros que me gustaríaprestarle. Señor Díaz, creo que usted es un hombre honesto y yo quisieraque los leyera y los evaluara.” Le dejó El Camino a Cristo y La GranControversia.

Esa noche, Andrés se encontró a sí mismo tan interesado en el pequeñolibro, El Camino a Cristo, que lo leyó completo antes de acostarse. “Estees un libro maravilloso,” admitió en voz alta. “No hay nada objetable sobreél. De hecho, creo que prepararé un sermón basado en el capítulo acerca dela fe.”

En los meses que siguieron, Andrés se encontró volviendo una y otra vezal libro pequeño por inspiración y fuerza espiritual. Los pensamientos demuchos de sus sermones fueron sacados de sus páginas.

En cuanto al otro libro, La Gran Controversia, devoró cada una de suspalabras. Estaba estremecido con la historia de los primeros mártires de laiglesia cristiana y de los valdenses en las montañas. Rebeló de primeraintención las falacias y los errores de su iglesia. Sin embargo, estuvodispuesto a seguir leyendo y ganó un nuevo concepto de cómo losprincipios eternos de la fe cristiana habían sido preservados durante años.La mayor parte de su lectura fue hecha durante las altas horas de la nochepara que nadie lo descubriera leyendo libros cristianos, y cuando no losusaba, los guardaba en el fondo de su baúl.

Cuando Andrés terminó la última página de La Gran Controversia, seencontró en un dilema. El no había perdido completamente su fe en laiglesia de Roma, pero ahora tenía grandes dudas. El conflicto era grande,pero su deseo por la verdad era sincero, así que se levantó por encima desu tradición y el entrenamiento que había recibido. Estaba convencido queel séptimo día es el sábado de la Biblia y que Jesús y los apóstoles nihabían conocido ni guardado otro día.

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Parecía que la chispa que siempre había tenido para el trabajo delsacerdote se apagó e iba desempeñando sus obligaciones en la iglesia demanera mecánica. Ofrecía misas por los muertos y los moribundos yescuchaba confesiones. Aún tenía una procesión en la semana santa, endonde las imágenes de María y de Cristo eran decoradas y cargadas en loshombros de muchos hombres por las calles, al vaivén y ritmo sombrío deuna banda de música solemne. Los parroquianos pagaban una cuota por elprivilegio de cargar las imágenes o de usar disfraces en la procesión. Aunasí, Andrés podía ver falsedad en muchas de sus actividades.

Mientras más tiempo y más profundo estudiaba, más se sentía perseguidopor el temor que, luego de todo, la iglesia de Roma no era infalible. Lacreencia de la infalibilidad de la iglesia había sido reforzada en su menteuna y otra vez en el seminario; pero ahora dudaba de la doctrina. Llegó acreer que el papa era otro ser mortal, que tenía que depender de la sangrede Cristo para su propia salvación.

En su hogar, la señora Martínez no había olvidado a Andrés. Ella lehabló a su esposo acerca de la conversación que había tenido con elsacerdote. “De alguna manera tengo el presentimiento que él es un hombrehonesto y creo que leerá los libros que le dejé.”

“Debemos orar ardientemente por él,” contestó su esposo. “Oremosdiariamente para que Dios le muestre la verdad.”

“Creo que le voy a enviar una tarjeta para enrolarlo en las lecciones porcorrespondencia de La Voz de la Esperanza,” la señora Martínez añadió.“No le hará daño y hay una posibilidad de que las estudie.”

Al día siguiente, ella le envió a Andrés más literatura junto con la tarjetapara enrolarse en el curso gratuito de La Voz de la Esperanza.

Andrés estaba secretamente agradecido con lo que llegó en el paquete.Luego de decidir que las lecciones le llegarían bajo un nombre ficticio,envió la tarjeta y esperó por la primera lección.

Estudiar la Biblia de un modo sistemático probó ser una experienciagrata para Andrés, y acabó cada lección con entusiasmo. Estaba convencidoque el sábado era el séptimo día y que ese día era el que habían guardado

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por los primeros cristianos. En cuanto a cómo él lo podía guardar, todavíano sabía. También estaba convencido que Elena G. de White había sidoinspirada por Dios para escribir sus mensajes.

Un día el padre Andrés tuvo la ocasión de visitar un sacerdote viejo enuna ciudad cercana. Mientras visitaba, hubo un toque en la puerta y elanciano la abrió para encontrar una mujer anciana pobremente vestida.

“Padrecito, mi esposo murió anoche. Quiero que venga y tenga una misapor él.” Sus ojos estaban llenos de lágrimas cuando añadió, “¿Cómo puedoestar segura que será llevado al cielo? El siempre fue tan bueno connosotros; era un hombre bueno.”

El anciano, mirándola muy de cerca, contestó, “Sí, señora, yo iré. ¿Cuálmisa desea usted que diga por él?”

“No sé qué quiere decir, Padre. ¿No son las misas que hacen por losmuertos todas las mismas?”

“Oh no,” dijo el sacerdote. “Hay tres clases: primera clase, segundaclase, y tercera clase.”

La anciana preguntó, “¿Cuál es la diferencia?”Para el asombro de Andrés, que había escuchado cada palabra, el

anciano padre contestó, “Bueno, señora, hay una gran diferencia: La misade primera clase llevará a su esposo fuera del purgatorio donde él estáahora, y lo pondrá seguro en el cielo. Entonces nunca tendrá quepreocuparse de él. Eso le costará $100.” Ignorando la expresión deasombro en la cara de la anciana, continuó: “La misa de segunda clase no estan buena porque no requiere tanto sacrificio. Sacará a su esposo delpurgatorio sólo desde su cintura hacia arriba. Esto le costará $50. La misade tercera clase lo sacará del purgatorio sólo desde la punta de la cabezahasta su boca y cuesta $25.”

La anciana se retiró muy desanimada y dijo, “Soy una mujer pobre,Padre. No tengo dinero, pero nunca podré dormir bien al pensar en mipobre esposo sufriendo en el purgatorio; así que tendré que ir a pedirdinero prestado. Cuando tenga suficiente, regresaré. Adiós hasta más tarde,Padre.”

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Al volverse hacia Andrés, luego de ver a la anciana irse cojeando, elsacerdote tenía una expresión de satisfacción propia. Pareció irritadocuando Andrés le dijo, “Padre, ¿cómo puede hacer tal cosa?”

Sorprendido, el anciano preguntó, “¿Hacer qué? ¿Qué quiere decir?”“¿Cómo pudo engañar a esa pobre alma? ¿No pudo ver que ella está en

mucha necesidad? ¿Cómo espera que ella pague $25? Ese negocio de sacara su esposo fuera del purgatorio hasta la boca no tiene algún sentido.’’

“Bueno, joven,” dijo el viejo sacerdote, “si tú no miras por ti mismo eneste mundo, nadie más va a hacerlo. Eso es puro negocio.”

Andrés estaba asombrado. Antes de terminar con el asunto, dijo: “Metemo que si eso es lo que hay que hacer para sobrevivir en este mundo, yosiempre seré pobre. Cuando cobro por las misas, tomo en consideración lascircunstancias de las personas.”

Esta experiencia con su compañero sacerdote, sirvió solamente paraconfundir a Andrés aún más y para levantar nuevamente las dudas que habíaen su mente concerniente a las prácticas de la iglesia católica. ¿Cómo podíacreer la gente que tales prácticas tenían alguna relación con las enseñanzasdel manso y humilde Jesús? De acuerdo al sistema católico romano,mientras más riquezas tengas, más seguridad tienes de poder ganar el cielo.Andrés recordaba que Jesús dijo que era más fácil a un camello pasar porel ojo de una aguja que el hombre rico entrar en el cielo. En las últimassemanas, él había leído la Biblia más que nunca antes en su vida, y estabaviendo un contraste vívido entre las enseñanzas de Jesucristo y losapóstoles, y las tradiciones de la iglesia a la cual él había dado su vida.Ahora, en las enseñanzas bíblicas, había encontrado la sanción de unaadoración fría y formal; además, el Maestro no cobraba por su ministerio.Los evangelios hablaban de la vida pobre de Cristo y de su amor y cuidadodesinteresados, sin mencionar nunca alguna forma de remuneración.

Regresando a la casa ese día, Andrés resolvió que continuaría estudiandosu Biblia, comparando la verdad que encontraría con las enseñanzas de laIglesia Romana. Después de todo, él debería tener la seguridad que estabasiguiendo al Señor, y sentirse satisfecho de ello.

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Andrés fue sobresaltado una mañana por un golpe en la puerta. Para susorpresa, estaban dos de las mujeres que reconocía como protestantes a lapuerta. El las saludó, y luego de una conversación corta, una de las mujeresle informó discretamente que eran adventistas del séptimo día. “Tenemosuna campaña de recolección cada año para ayudar a mantener nuestrotrabajo de las misiones mundial,” explicó ella. “Hay escuelas, hospitales,colonias de leprosos y clínicas para los pobres, y estoy segura que ustedreconoce que éste es un trabajo digno.”

“¡Claro, señora! De hecho yo he estado en China y he visto lo que losmisioneros están haciendo. Estaré contento de dar una donación.” Andréspensó en su experiencia en Shanghai con el padre Fernando.

Le dio a la mujer cinco dólares y se fue al cuarto adjunto donde se estabaquedando un sacerdote visitante e invitó a su amigo a donar a esta causajusta. El otro sacerdote sacudió la cabeza mientras una mirada rara cruzó sucara.

Al pasar las semanas, Andrés encontró más difícil e incómododesarrollar las actividades de su iglesia. Sentía gran satisfacciónministrando las necesidades de su congregación, y su corazón se enternecíapor aquellos en problemas o dolor; pero se debatía entre creer en lasenseñanzas de la Biblia y las tradiciones de la iglesia donde decía misas,escuchaba confesiones, y honraba a varios santos.

Tengo que hacer algo por aclarar las cosas en mi mente, se dijo a símismo. ¡Si tan sólo pudiera hablar con un ministro adventista!

La solución a su problema llegó antes de lo que esperaba. Un día, cuandoestaba en la estación de correo se encontró con una de las mujeres que lehabían solicitado donación. Intercambiaron saludos, y ella preguntó si élhabía leído la literatura que ellas le habían entregado. Evitó contestar, perocon ánimo preguntó, “Señora, ¿quién es su obispo?”

Sonriendo, ella contestó, “Señor Díaz, nosotros no tenemos un obispo,pero tenemos un hombre, un americano, quien es el presidente de todasnuestras iglesias en Guatemala. Claro, tenemos muchos pastores localestambién.”

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Andrés estaba ansioso y le preguntó, “¿Este americano, dónde vive?”“Bueno,” replicó la mujer, “nuestra oficina de la misión está en Ciudad

de Guatemala. Usted lo podrá encontrar allí.”Andrés siguió preguntando, “¿Dijo usted que es un americano? ¿Puede

hablar Español?”Andrés había estudiado un poco de inglés, pero no podía entablar una

conversación fluidamente.“Oh sí, el pastor Lawson habla buen español. El siempre nos predica en

nuestro propio lenguaje.”“Una pregunta más, señora,” continuó Andrés. “Noté que usted llamó a

este hombre pastor. ¿Cuál es la razón para eso?”“Nosotros creemos que el término padre, usado en el sentido religioso,

debe ser reservado para Dios, el Padre. De hecho, hay un verso en la Bibliaque nos instruye a no llamar a ningún hombre padre. Yo supongo que eltérmino pastor es usado porque los ministros están para cuidar susrebaños.”

Luego de obtener la dirección de la oficina de la misión, el padre Andrésregresó a su dormitorio e hizo planes para visitar la capital. Estaba ansiosopor una entrevista con el pastor Lawson.

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El Sacerdote Va a Visitar

ra un día típico en la vida del misionero Lawson. Luego del desayunoy del culto con su familia, manejó la camioneta Jeep a través del

portón de metal que mantenía a los intrusos afuera y a los niños adentro delpatio del hogar modesto.

Marina, la chica que ayudaba a su esposa en la casa, cerró de vuelta elportón luego de llamar hacia adentro uno de los grandes perros que se habíasalido. Parecía sabio mantener perros en la ciudad, especialmente luego dela revolución, pues había habido un brote de crímenes y violencia. PastorLawson sentía que los perros brindaban alguna protección a su familiacuando él se iba en viajes largos para visitar las iglesias.

Cuando viajaba por la ocupada calle mayor de Ciudad de Guatemala,esquivando carretas y peatones perdidos que insistían en caminar por lacalle, sus pensamientos iban rápidamente delante de él a las muchasactividades y problemas que le esperaban en la oficina. Bajó la velocidadpues un rebaño de cabras, pastoreado por un niño, se detuvo frente a unacasa cuando las personas trajeron calderos para comprar leche fresca. Elniño ordenaría una de las cabras, usando el envase que los consumidores leofrecían.

Los trabajadores de la oficina, ministros, y encargados del ministerio dela literatura, se reunieron con el pastor Lawson en su oficina para el cultomatutino. Muchas veces había problemas, especiales los cuales ofrecíanuna razón para orar. Siempre el cuidado de Dios era pedido por cadaministro, por los que hacían el evangelio de literatura, y por los maestros,sin olvidando a los fieles obreros laicos quienes daban pródigamente de sutiempo para ganar a otros para Cristo.

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Dos colportores estaban afuera de la oficina esperando por el pastorLawson, cuando salió de la hora del culto. El los saludó cálidamente.“¿Cómo estás, Pedro? Es bueno verte. ¿Cómo está la venta de libros? Notéque tuviste un buen reporte el mes pasado.”

“Sí, Pastor, el Señor me bendijo mucho, pero tengo un problemapequeño,” contestó el colportor. El presidente de la misión discutió elproblema con Pedro y le ayudó a encontrar una solución.

Luego de dos o tres entrevistas, el pastor Lawson le dijo a María, susecretaria, “Voy al palacio para ver si puedo resolver el problema connuestras escuelas. Si alguien quiere verme, dile que regreso a las dos enpunto.”

El pastor Lawson se había ido hacía unos minutos cuando Raquel, lasecretaria que actuaba como recepcionista afuera de la oficina, vio entrarun hombre usando un cuello clerical.

¿Qué traerá a un sacerdote a la oficina de la misión? se preguntó a símisma, medio asustada.

“¿Puedo hablar con el pastor Lawson, señorita?” preguntó el visitante.“Lo siento, señor, el pastor Lawson se fue hace unos minutos. Lo

esperamos de vuelta esta tarde a las dos,” contestó Raquel.El sacerdote que no era otro que el padre Andrés, estaba visiblemente

decepcionado, aparentemente indeciso sobre cuál sería su próximomovimiento. Dudó antes de decir, “Bien, entonces le dejaré la direccióndonde puedo ser encontrado en esta ciudad, por favor. ¿Le puede decir queme busque a su más pronta conveniencia?”

“¡Claro, señor! Le daré su mensaje al pastor Lawson,” la secretaria leaseguró.

Luego que él se había ido, Raquel se apresuró a las otras oficinas paradecirles a las secretarias acerca del visitante. “¿Supones que ha venidopara causar problemas?” dijo a María, la secretaria del pastor Lawson.

“Nunca antes escuché de un sacerdote que pisara terreno hereje,” dijouna de las secretarias. “Desearía que el pastor Lawson estuviera aquí.”

Cuando el presidente llegó a la oficina un poco antes de las dos, Raquel

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le dijo, “Pastor, tuvimos una visita inusual esta mañana. Un sacerdote vinoaquí, buscándolo.”

“¿Un sacerdote? ¿Estás segura?” replicó el asombrado americano.“¡Oh sí, Pastor! Estoy segura. Dejó su nombre y dirección y pidió que

usted le buscara.” Raquel le alcanzó la tarjeta que Andrés había dejado.“Bueno,” balbuceó el misionero. “Uno nunca sabe que esperar. Esto es

algo nuevo. Creo que le buscaré de inmediato.”El pastor Lawson localizó la calle mencionada en el pedazo de papel y

comenzó a buscar por el número. Finalmente, descubrió que el número quebuscaba estaba sobre la puerta de una gran iglesia católica. Seguramente,él no me habrá pedido que venga a la iglesia para verme, pensó elmisionero. ¿Podrá ser esto un truco?

Vaciló frente a la puerta por un momento y le preguntó a la primerapersona que vio por el “Padre Andrés Díaz,” el nombre que estaba escritoen el pedazo de papel. El joven dijo que llamaría al padre.

Mientras el pastor Lawson esperaba, miró a su alrededor. “¡Que iglesiahermosa!” dijo en voz poco audible. Había tallados de imágenes de tamañonatural recargados y hermosamente adornados. Había paneles de cortinasde encajes desde el techo hasta el piso; los muebles y la pintura habían sidoseleccionadas con gusto. Una atmósfera callada se extendía en el santuario,cuando algún adorador de vez en cuando se deslizaba adentro y searrodillaba en un banco o delante de las imágenes. Qué gran efecto todaesta solemnidad y belleza debe causar en las mentes de aquellos queadoran aquí, pensó el misionero. Muchos de los miembros tienensolamente pisos de barro en sus hogares. El había parado en la secciónmás pobre del cementerio de la ciudad y vio a una familia bajar a un seramado a la tumba sin el beneficio de un clérigo, sin una canción o unaoración, porque no podían pagar la cuota demandada.

Sus pensamientos fueron detenidos cuando un hombre como de su edad separó delante de él. El pastor Lawson estaba impresionado con el rostrohonesto y nítido que veía.

“¿Señor Lawson?” preguntó el joven sacerdote, extendiendo su mano.

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“Sí. ¿Es usted Andrés Díaz?”“Gracias por venir, Señor Lawson. He estado muy ansioso por

conocerle,” dijo animosamente.“Estoy contento si puedo ser de algún beneficio,” replicó el presidente

de la misión.Luego de mirar alrededor para asegurarse que nadie estuviera

escuchando, Andrés explicó en voz suave, “Alguien me dio algunos librosadventistas. Los he leído, y ahora tengo muchas preguntas en mi mente y seme ha dicho que usted puede ayudarme.”

¡Esto es interesante! pensó el pastor Lawson. En voz alta dijo: “Estarécontento de hacer todo lo que pueda, Señor Díaz. ¿Sería bueno para ustedvenir a mi oficina donde podemos hablar en privado? Este es un sitio muypúblico.”

“Usted está en lo correcto,” dijo Andrés, respirando con alivio. “Leencontraré allá en un ratito.”

Tras la puerta, en la oficina del pastor Lawson, el sacerdote y elmisionero comenzaron su conversación.

“Tengo la curiosidad de saber, Señor Díaz, como usted llegó a estarinteresado en estas cosas. Usted debe saber que esto es muy raro,” dijo elpresidente.

“Sí, me supongo que lo es,” respondió Andrés. “En verdad comenzó unatarde cuando conocí a una dama de su iglesia que estaba visitando en lacasa de uno de algunos de mis miembros. Su nombre es la señora Gonzales.¿Usted la conoce?”

“Seguramente que sí. ¿Qué sucedió?” preguntó el misionero.“Esta señora Gonzales me trajo una revista, El Centinela, la cual disfruté

al leerla. Más tarde, conocí a su madre, Señora Martínez, y ellaverdaderamente me puso a pensar. Ella me dijo que yo no estaba guardandolos Diez Mandamientos. Naturalmente, no iba a bajar la guardia e insistí enconocer cuales mandamientos no estaba guardando. Ella me los leyó yapuntó que yo estaba quebrantando ambos el segundo y el cuartomandamientos y que estaba enseñando a otros a hacer lo mismo. Siempre he

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tratado de hacer la voluntad de Dios y ser honesto en mi religión, así que yotenía que arreglar las cosas en mi mente; pero mientras más estudiaba, másconfundido estaba.”

Los dos hombres se lanzaron en una discusión de las doctrinasprincipales adventistas. El pastor Lawson se sorprendió al saber que elsacerdote creía que debía guardar el sábado y también que estabaconvencido que Elena G. de White fue inspirada por Dios; sin embargo,concerniente el estado del hombre al morir, el sacerdote aún estabagrandemente confundido. No podía entender como el hombre pierdeconciencia en el sueño de la muerte. Aun cuando el pastor Lawson le leyómuchos textos de la Biblia, mostrando que los muertos están en estado deinconciencia y que no saben nada, Andrés no podía aceptar esta doctrinanueva.

“Si usted es honesto con Dios, mi amigo, y ora por entendimiento, SuEspíritu iluminará su mente con las verdades de Su palabra. Manténgaseestudiando y orando,” el pastor Lawson le aconsejó.

“Por favor, ore por mí, Pastor Lawson. Debo encontrar la verdad. Mideseo más grande es que Dios me la muestre. No puedo posiblementeimaginar otro curso de vida alejado del sacerdocio al que he dedicado mivida desde la niñez. De hecho, pensar en dejarlo me llena de tristeza ytemor; pero Dios conoce mi corazón. Mi deseo sincero es seguirle donde Elme guíe.” Una expresión de temor y preocupación estaba escrita en la caradel sacerdote cuando habló.

“El amor de Dios por sus hijos está más allá de nuestra comprensión.Ponga su confianza en El, ore por la dirección divina cada día y busquesabiduría para entender Su palabra. No necesita temer; debe tomar sólo unpaso a la vez.”

Luego de una corta oración, Andrés y el pastor Lawson se estrecharon lasmanos. Seleccionando algunos libros de su biblioteca, el misionero se losdio al sacerdote, diciendo, “Quizás esto sea de alguna ayuda mientras sigueestudiando; y recuerde, estamos listos para ayudarle en todo lo quepodamos. Estaremos orando por usted.”

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A la mañana siguiente, el sábado, Andrés tenía un deseo intenso devisitar la iglesia de los adventistas. Luego de su devoción temprana en laiglesia católica de Ciudad de Guatemala, caminó a la simple capillaadventista, que conectaba con la oficina donde había visitado al presidenteel día anterior. Mientras se acercaba a la iglesia tenia temor de ser visto.Caminó más lentamente, mirando a derecha y a izquierda, y esperando quenadie le reconociera cuando entraba en la iglesia.

Alguien estaba enseñando la lección de Escuela Sabática. Andrés noentendía el procedimiento, pero un joven simpático vino desde el frentehasta la parte de atrás donde estaba parado el visitante y le explicó cadaparte del servicio. Andrés estaba impresionado, pues le recordó losmétodos usados en la temprana iglesia apostólica: No había repeticionesmonótonas de frases sin sentido; por el contrario, había una atmósfera dedevoción y dedicación al estudio de la Palabra de Dios. La gente jovenparecía conocer las respuestas a varias preguntas concernientes a lasescrituras.

Había una sensación templada en la Iglesia de la Segunda Avenida en laCiudad de Guatemala ese día al tener un sacerdote visitando el servicio.Aquellos que miraron alrededor y notaron el cuello clerical que Andrésestaba usando codearon a los que estaban a su lado. ¿Qué puede traer a unsacerdote dentro de una iglesia protestante?” era la pregunta en la mentede las personas. Muchos ofrecieron oraciones silenciosas para que no sedijera o se hiciera nada que fuera a dejar una impresión equivocada en lamente del visitante.

“¿No le gustaría sentarse?” invitó un joven alto.“No, gracias. Creo que mejor me quedaré aquí,” contestó Andrés,

sintiéndose más desapercibido en la parte trasera del santuario.El joven permaneció a su lado durante todo el servicio, contestando sus

preguntas, compartiendo su himnario, y haciendo todo lo que pudo parahacerlo sentir en casa. Cuando el plato de la ofrenda fue pasado, algunosmiembros se sorprendieron al ver al visitando depositar un billete de undólar en el plato. Durante los cantos congregacionales, él también se les

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unió.Tengo un sentimiento extraño, pensó Andrés. Me siento como si

estuviera en una reunión de los primeros cristianos en los días de losapóstoles. Siento que esta gente son cristianos verdaderos, no herejescomo siempre pensaba.

La señora Lawson, la esposa del pastor, con sus niños, se sentaba en laprimera banca, cerca del piano. Su esposo estaba visitando otra iglesia esamañana; pero éste le había dicho a ella de su visita emocionante con elsacerdote. Cuando ella vio al sacerdote parado cerca de la puerta, estabasegura que debía ser Andrés Díaz.

Al final del servicio la señora Lawson se apresuró a la parte de atrás dela iglesia, donde algunos de los jóvenes habían envuelto a Andrés en unaconversación. Ella le dio la bienvenida. “¡Estamos muy contentos de tenerleaquí con nosotros esta mañana, Señor Díaz! Yo soy la señora Lawson. Miesposo me comentó de su visita ayer.”

“¿Oh, usted es la esposa del pastor Lawson? Estoy muy contento deconocerle.”

“¿Disfrutó usted el servicio?”“Mucho, señora. Ha sido una experiencia estremecedora. ¿Dónde está el

pastor Lawson?” Andrés estaba desilusionado de no ver a su amigo nuevoen el servicio.

“Está predicando en Escuintla esta mañana y sé que estará triste de nohaberlo visto. ¿Vendrá usted otra vez?” la señora Lawson preguntó.

“No, tengo que dejar la ciudad esta tarde.” Entonces añadió conentusiasmo, “Por favor, ore por mí. Estoy teniendo una gran lucha.”

La esposa del misionero fue rápida en responder, “Nuestra familia ytodos los miembros de la iglesia oraremos por usted. Pueda Dios guiarle ybendecirle.”

Cuando la señora Lawson llegó a la casa, preparó la cena para el sábadoy esperó por su esposo. Los niños estaban ansiosos de decirle a su padresobre la visita del sacerdote. Robert, de trece años, fue el primero en ver elcarro de su padre doblar la esquina y se apresuró a ir a la casa para buscar

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las llaves y abrir el portón.“¡Adivina qué, Papá!” exclamó. “¡El sacerdote estaba en la iglesia hoy!”“¿Es eso posible?” preguntó su padre con asombro. “Entremos a la casa;

quiero escuchar más acerca de eso.”“¿El padre Díaz realmente vino a la iglesia?” preguntó Pastor Lawson

mientras saludaba a su esposa.“Sí, él vino,” contestó ella. “Fue una experiencia emocionante para la

congregación. Creo que este padre Díaz está en problema serio. Hablamoscon él luego del servicio y me pidió que ore por él; me dijo que estáteniendo una lucha grande. ¿No sería maravilloso si él aceptara la feadventista?”

“¡Sí, sería una de las emociones más grandes en nuestra experiencia! Sinembargo, él está todavía muy lejos. Hay algunas barreras que necesitaquebrantar.”

“Sí, pero debemos tener fe. Pudiera verse como que es imposible, perono hay nada demasiado difícil o imposible para Dios. Después de todo, setoma un milagro para cambiar la vida de cualquier persona,” dijo la señoraLawson, con ánimo en su voz.

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A

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El Conflicto Amargo

ndrés regresó a su parroquia con un corazón acongojado. En la iglesiaadventista, escuchando la verdad bíblica y compartiendo de la

hermandad cristiana, el camino adelante no parecía muy difícil para él.Pero cuando se encontró solo, nubes de dudas se posaron sobre él. Algunasveces estaba tentado a desear que nunca hubiera escuchado acerca delsábado y otras verdades bíblicas que trajeron su mente a esta confusión.Cada momento desocupado, lo pasaba estudiando la Biblia. La santidad delséptimo día, el sábado, había sido clara para él casi desde el principio ycomprendió que debía encontrar una manera de guardarlo. Ya no creía en laconfesión a un sacerdote o en postrarse ante los santos, aunque era forzadopor las circunstancias a llevar a cabo estos servicios en su iglesia.Modificó el orden en sus servicios, y amonestaba a su congregación aestudiar la Biblia. El material en El Camino a Cristo era usado más y másen los sermones de los domingos, y las velas fueron usadas menos y menosen las misas.

Sin embargo, cuando consideraba el tema del estado de los muertos,estaba confundido. ¿Cómo puedo creer tal teoría tan materialista? Si nofuera por algunos de estos textos en la Biblia, yo lo olvidaría.

Una y otra vez leía los pasajes que se les habían mostrado. EnEclesiastés 9:5,6, él reflexionó en el significado de las palabras, Porquelos vivos saben que han de morir; pero los muertos nada saben, ni tienenninguna recompensa; porque su memoria es puesta en olvido. También suamor y su odio y su envidia han perecido; ya no tienen parte en ningunacosa que se hace debajo del cielo.

Unas semanas más tarde, el pastor Lawson fue sorprendido por una visitadel padre Andrés. “¡Pase adelante!” el misionero lo saludó cálidamente.

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“¡Estoy tan contento de verle!”En la privacidad de la oficina del pastor, Andrés inmediatamente

comenzó una discusión sobre las doctrinas que había estado estudiando.“Pastor Lawson, he leído todos los libros que me ha dado. He leído yestudiado muchas otras cosas en el tema, pero parece que no puedo aceptarla doctrina de la inconsciencia del ser humano al morir.”

“Estoy seguro que no es fácil cambiar ideas que se han tenido toda lavida,” el misionero replicó. “Sin embargo, no son nuestras ideas las quecuentan; la Palabra de Dios es la única guía segura, así que leamos otrotexto: Que guardes el mandamiento sin macula ni reprensión, hasta laaparición de nuestro Señor Jesucristo: la cual a su tiempo mostrará elBienaventurado y sólo Poderoso, Rey de reyes y Señor de señores; quiensólo tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ningunode los hombres ha visto ni puede ver; al cual sea la honra y el imperiosempiterno. 1 Timoteo 6:14-16.

“Ves, mi amigo, la Biblia enseña que la inmortalidad es un regalo quedebe darse a los justos a la venida de Cristo. En 1 Corintios 15:51-53leemos: He aquí os digo un misterio: Todos ciertamente no dormiremos,mas todos seremos transformados. En un momento, en un abrir de ojos, ala final trompeta; porque será tocada la trompeta, y los muertos en Cristoserán levantados sin corrupción, y nosotros seremos transformados.Porque es menester que esto corruptible sea vestido de incorrupción yesto mortal sea vestido de inmortalidad.”

Por tres horas los hombres discutieron esta doctrina importante. Andrésparecía no estar dispuesto a aceptar un pleno Así dice el Señor. Eraargumentativo y defensivo en su actitud. Luego de lo que pareció ser unadiscusión sin fruto, Andrés dejó la oficina de la misión. Pastor Lawson ledio más libros para leer y le animó a buscar a Dios por guía y por luz.

Más adelante esa noche, relatándole la experiencia a su esposa, elmisionero dijo, “Me temo que el paso es muy grande para él darlo. Yo séque nada es muy difícil para Dios, pero, de alguna manera, luego de ladiscusión de hoy, me temo que no le veremos más. Pero continuemos orando

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por él, pues el poder de Dios es ilimitado.”Andrés volvió a su aldea desanimado y desilusionado. Comprendió que

había ido al pastor adventista más bien para vindicar sus propias ideas quepara recibir ayuda. Se había sorprendido de los textos que el misioneropodía encontrar para contestar sus argumentos. ¿Podría ser que en estotambién había estado siempre equivocado?

La señora Martínez y su esposo continuaban escribiéndole, animándole aestudiar y buscar la verdad. Discusiones largas tomaron lugar a través desus cartas entre la pareja y el sacerdote. Según pasaron las semanas, Andréscomprendió que una tras otra sus pasadas ideas eran remplazadas por lasverdades de las Sagradas Escrituras. Estaba convencido que los adventistasestaban enseñando la verdad bíblica concerniente al alma y la condicióndel hombre en la muerte. Cuando fue convencido, los rituales, las misas porlos muertos, y las oraciones a los santos llegaron a ser sin significado. Peroaunque ahora creía las doctrinas de la Biblia, no las había hecho parte de suvida.

Cambiar su modo de vida ahora, dejar la única cosa que era familiarpara él, parecía impensable. Algunas veces casi se convence a sí mismoque debía olvidar las cosas molestas que había aprendido y seguir en suvieja manera de vivir. ¿No aceptaría el Señor tal vida de sacrificio?

Aun así, cuando leía su Biblia, sabía que no podía seguir enseñando ypracticando cosas que no creía.

En este tiempo crucial, Andrés decidió pasar diez días en ejerciciosespirituales especiales y resolver este problema de una vez y para siempre.El no vio a nadie en ese tiempo y consumió muy poco alimento. Puso laBiblia y la literatura adventista en un lado y los libros de doctrina ytradiciones de su iglesia en el otro lado. Leyendo primero uno y luego elotro, los comparó punto tras punto. Mientras leía las doctrinas de la IglesiaCatólica Romana, se sintió cargado, perplejo, e infiel; pero cuando sevolvía a la Biblia y la literatura adventista, el peso se levantaba de sucorazón.

Al final de los diez días, Andrés se sintió constreñido a ir donde

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trabajaba un amigo, otro sacerdote, para confesarse.“¿Dices que has estado leyendo propaganda protestante?” preguntó el

hombre de cabello canoso.“Sí, Padre, he estado; pero eso no es lo peor. Yo creo lo que he leído.”“¡Ah, mi hijo!” continuó el anciano. “Has cometido un error grave. ¿Qué

te empujó a hacer tal cosa?”“Bueno, Padre, es de esta manera,” Andrés explicó. “Por algún tiempo yo

he estado preocupado acerca de las diferencias en doctrinas entre la iglesiay las Santas Escrituras. Mi mente ha estado plagada con dudas por meses.¿Usted nunca ha tenido dudas, Padre?”

“¡Claro! Todos tenemos dudas,” dijo el sacerdote anciano, “pero decidíaños atrás poner esos pensamientos fuera de mi mente; después de todo, lamadre iglesia es la autoridad final. Le dejo esas cosas a ella.”

El viejo sacerdote pensó que había resuelto el problema para el másjoven y menos experimentado; después de todo, el anciano había dicho,“Hay algunas cosas que no pueden ser explicadas.”

Andrés dejó su amigo, lejos de estar satisfecho y pensando, El podrádejar su salvación en las manos de la iglesia; pero yo sé que tengo quecontestar por mí mismo. Esto es algo entre mí y Dios. Con Su ayuda,encontraré la respuesta.

Desde entonces, Andrés sabía en su corazón que debía dejar elsacerdocio; no podía vivir una mentira. Era más y más difícil para élpredicar con sinceridad y desempeñar los ritos sin sentido de la iglesia.

¡Pero, esta gente! se decía a sí mismo. ¡Toda esta gente en mi parroquia!Tiene tanta confianza en mí. ¿Qué será de ellos si yo me voy? Alejarsesecretamente era impensable. Debo orar que Dios me ayude a encontraruna manera de hacer este cambio en mi vida.

El próximo problema grande que enfrentaba era qué hacer cuando dejarasu congregación y renunciara a la iglesia. Estaría solo, sin amigos niamados. Sabía que su familia nunca entendería su posición. No conocía otracosa que el sacerdocio y no tenía otro entrenamiento en ninguna materia detrabajo práctico de la vida.

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Junto a la posibilidad de estar sin hogar y desempleado, estaba el hechode que había dedicado su vida a Dios: El le había servido en el mejor de suconocimiento todos estos años y no tenía otro deseo que pasar el resto de suvida en el trabajo misionero. Decidió que el único curso de acción eraponerse en las manos de Dios y esperar que el Señor le indicara el camino.

Durante el tiempo que Andrés había servido en esta comunidad costerade Guatemala, había sido amigo de Osberto Córdova y su familia, con quientomaba sus comidas. Osberto era la única persona de la congregación quesospechaba que el padre podría simpatizar con los protestantes.Demorándose en la mesa luego de las comidas, disfrutaban discutir sobremuchos tópicos. Durante algunas de estas discusiones Andrés había aludidoa sus lecturas de las Escrituras. Osberto tenía fe en la sinceridad del padrey creía que si el sacerdote estaba examinando las doctrinas de su iglesia, loestaba haciendo por alguna buena razón.

Un día, luego de un viaje fuera de la ciudad, Andrés estaba disgustado alsaber que no había podido ver a su amigo, el pastor Lawson, quien habíallegado a la villa buscándolo a él.

“¿Dijo él que regresará? le preguntó a la señora Córdova.“No creo pues está de camino a la capital; pero dejó esta nota para

usted,” dijo ella, pasándole la nota a Andrés.“Lamento no haberle visto,” la nota leía. “Hemos estado preguntándonos

y orando por usted.” La nota añadía que el misionero estaría hablandodurante unas reuniones en una ciudad vecina esa tarde.

¡Cómo me gustaría ir a esas reuniones! Andrés pensó, pero no meatrevería—soy muy conocido en esta parte del país.

La tremenda lucha continuó en el corazón de Andrés. Su mente nuncaestaba en reposo, y muchas veces se encontró que no podía dormir en lanoche por causa de su perplejidad. Cada día oraba: “Señor, ayúdame aencontrar el camino, dame una oportunidad, abre una puerta para mí en lapared impenetrable que enfrento; pero más que todo, dame el coraje y lafuerza para seguir Tu dirección.”

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¡U

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Una Decisión es Tomada

na carta de los superiores! ¿Ahora? ¿De qué se tratará esto? Andrésse preguntó a sí mismo mientras miraba su correspondencia.

Rompiendo el sobre leyó: “Usted puede hacer planes para tomar unasvacaciones en México. Saldrá para Ciudad de Guatemala el miércoles 15de octubre. En la capital, puede arreglar su pasaporte y otros papeles.”

Esto era una sorpresa para Andrés, porque no había recibido avisoanteriormente que unas vacaciones llegarían pronto. Sin embargo, unaposible vacación de algunas semanas en México era placentera. Una de lashermanas de su madre vivía en Ciudad de México y él disfrutaría visitarla.

Andrés hizo todos los arreglos necesarios para que los servicios de laiglesia fueran conducidos propiamente en su ausencia, y en la tarde deoctubre 15, dijo adiós a Osberto y subió al autobús viejo que parecía estarya sobrecargado con humanos, equipaje, y gallinas. En la próxima aldea,Andrés planeaba tomar el tren de la noche para la Ciudad de Guatemala.Llegó a buen tiempo a la estación y estaba por comprar su boleto, cuandovio tres rostros familiares: uno de ellos su superior y otros dos sacerdotescon caras serias.

“Padre Andrés, hemos estado esperando por usted,” dijo el superior.“Estoy aquí a sus órdenes,” replicó Andrés. “Se me dijo que hiciera los

preparativos para una vacación en México y eso es lo que he hecho.”“Estamos aquí para informarle que usted está bajo sospecha de mostrar

simpatía a los demonios protestantes, y de darles dinero.”La usual buena naturaleza de Andrés se desvaneció y el color abandonó

su rostro. “Es cierto que he donado algo de dinero a personas paraservicios a otros y para trabajo misionero. Esta es una buena causa de la

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cual puedo testificar por observación personal luego de muchos años enChina. Y eso de ser demonios protestantes, no he encontrado nada sobre suobra o conducta que pueda clasificarlos como demonios.”

Estando en un lugar público, el superior no bajaría su dignidad paradiscutir sobre el asunto. Dijo, “Aparentemente usted está ya biencontaminado por estos hijos de Lutero. No irá a un viaje a México; por elcontrario, será expedido a otro país para ver si se arrepiente y olvida esaherejía. Usted se reportará al monasterio en Ciudad de Guatemala. Allíarreglará sus papeles e irá a El Salvador.”

Mientras Andrés estaba parado aturdido y atontado, uno de los trespadres le ordenó abrir su maleta para inspección, sin duda buscando poralguna literatura protestante. En este gesto, el fanático fue desalentado.Entonces tomó una de las maletas que Andrés había compradorecientemente, haciendo el comentario, “Usted no necesitará esto.”

Cuando Andrés consiguió un asiento en el tren, sentía que su cara todavíaardía con el aguijón de las palabras y el mal trato que había recibido. ¿Estaera la gratitud que recibía por todos sus años de servicio? El había dadolos mejores años de su vida sin alguna consideración por su propiobienestar o felicidad. Nunca en esos años recibió un salario, sino sólo unaremuneración para sus escasas necesidades. Se sentó, mirando a través dela ventana, alejado de todo, menos de sus propios pensamientos. Apenasnotó cuando el tren comenzó a moverse, o cuando había ocurrido elalboroto usual de partida.

Mientras el tren se movía por los campos, los pensamientos de Andrés seaclararon. ¿Podría ser ésta la respuesta a sus oraciones? El había pedido aDios la oportunidad de seguir sus convicciones. Parecía increíble que fueracontestada por este inesperado cambio de eventos. Había orado para queDios le mostrara el camino. Ahora, la respuesta parecía evidente. ¿Iba él enverdad a hacer este cambio tremendo en su vida?

Si renuncio a mi fe y a mi presente posición, rompo mis conexiones ydesato toda mi seguridad que he conocido. ¿Y que luego? El pastorLawson nunca me ha prometido nada más que la seguridad que Dios

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proveerá un medio.Cuando llegue a la Ciudad de Guatemala, no iré al monasterio, se dijo

a sí mismo. Iré a las oficinas de la misión, encontraré al pastor Lawson yle diré de mi decisión. Estoy seguro que él sabrá lo que debo hacer. Pero,¿que si el pastor Lawson no está ahí? Yo sé que él algunas veces va aviajes que le llevan fuera de la ciudad por algunos días.

El último pensamiento trajo alarma a Andrés. Ahora que su decisiónhabía sido hecha, debía tener todo preparado pronto. “Señor,” oró,“pareciera que estoy pidiendo mucho, pero por favor, permite que el pastorLawson esté allí.”

Andrés ahora se sentía más feliz que lo que había estado por meses. Sucorazón estaba puesto en las manos de Dios.

¡No importa lo que el futuro traiga! se recordaba a sí mismo. Si puedosentir el calor de una sonrisa de aprobación, estoy seguro que la vida notraerá algo muy duro para mí.

“Bueno, Padre Andrés, ¿Cómo está? Usted debe estar muy contento estanoche cantando para usted mismo.” Era uno de los feligreses de Andrésquien le saludó.

“Pedro, estoy contento de verte. Sí, estoy muy feliz hoy.” Andrés lecontestó a su acompañante de viaje sin divulgar los pensamientos quellenaban su mente.

Mientras el tren, lleno con pasajeros cansados, se aproximaba a laciudad en la madrugada, Andrés estaba perturbado con un pensamientonuevo: ¿Qué si me están esperando en el monasterio? ¿Qué si hanenviado a alguien a encontrarme en la estación?

Sería mejor, decidió, dejar el tren en la estación pequeña a orilla de laciudad y evitar la posibilidad de futuras complicaciones. Cuando el tren sedetuvo, Andrés y algunos otros pasajeros se bajaron. Andrés le hizo señasal taxista más cercano y fue a un hotel pequeño cerca de las oficinas de lamisión. ¡Era un sentimiento extraño, esta nueva independencia!

Andrés estaba desalentado cuando llegó a la oficina más tarde esamañana, para encontrar que el pastor Lawson no estaba allí; sin embargo, se

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sintió aliviado al saber que el presidente estaría en su oficina en las horasde la tarde.

Andrés regresó a la oficina de la misión. “Buenas tardes, señorita, ¿Hallegado el pastor?” preguntó a la joven en el escritorio de recepción.

“¡Oh sí, Señor Díaz! El pastor Lawson está aquí y lo está esperando.”Mientras seguía a la secretaria a dentro de la oficina, Andrés hizo una notamental: Aún las secretarias aquí irradian una atmósfera cristiana.

“Bueno, ¡que sorpresa más agradable!” El pastor Lawson saludó alsacerdote cálidamente.

Reanimado por la bienvenida cordial del misionero, Andrés se sumergióinmediatamente en el propósito real de su visita. “Pastor Lawson, he estadomuy ansioso de verle, esta vez. He venido para decirle sobre mi decisión.”

El pastor Lawson escuchó, estudiando la expresión del hombreintensamente. “¿Qué decisión ha hecho, mi amigo? ¡Dígame!”

“Pastor, desde que le vi algunos meses atrás, he estado pasando por unacrisis. Encontraba todo argumento posible para excusarme de la obligaciónde aceptar la nueva doctrina aprendida, pero no ha funcionado. Mi menteretornaba una y otra vez al mismo punto. Finalmente he reconocido que todolo encontrado en la Biblia es cierto. Hoy he venido para decirle que, siusted cree en mi sinceridad y me acepta, consideraré un gran privilegio sersu hermano en la fe. Desde este día en adelante, con la ayuda de Dios, es mideseo sincero y determinación ser un adventista del séptimo día.”

Por un momento el pastor adventista estuvo sin palabras para expresar laemoción y el gozo que llenaba su corazón. Pensó, ¡Este es el milagro másgrande que alguna vez he deseado ver! Y en voz alta dijo, “¡HermanoDíaz, esto es maravilloso! Por favor, dígame la historia completa.”

Andrés recontó su experiencia, yendo sobre algunos puntos de doctrinaque habían sido vallas grandes para él. Le contó sobre las noches sindormir, la tormenta del espíritu, las horas de dudas y desesperación, losestudios y búsquedas sin final, el sentimiento de un futuro inseguro, y elconocimiento de lo que esta decisión significaría para su familia.

No conociendo Andrés personalmente ni nada acerca de su pasado, el

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misionero sintió que era su responsabilidad interrogarlo en cuanto a losmotivos para hacer este cambio drástico. Ha habido casos, el recordaba,cuando la decepción había sido practicada.

Sin embargo, no había dudas en la mente del pastor Lawson de lasinceridad del sacerdote o de su carácter, porque algunos de los miembrosadventistas del distrito donde Andrés había trabajado habían reportado suconocimiento del sacerdote y ninguno de ellos había intimidado alguna cosacontra su buen nombre. El misionero fue por encima de todos los puntosprincipales de doctrina y se aseguró que el sacerdote estaba plenamenteconvencido de su firmeza.

Luego de una conversación larga e intensa, el pastor Lawson preguntó,“Y ahora, Hermano Díaz, ¿cuáles son sus planes?”

Andrés contestó, “No tengo ningún plan, Pastor. Como usted sabe, estepaís no es mi hogar. Vine aquí como misionero y ahora que Dios me hadesviado de mis previos planes y propósitos, parece que debo comenzar denuevo. ¿Cómo le voy a hacer? Eso no lo entiendo todavía.”

“Estoy seguro que el futuro parece muy inseguro ahora, mi amigo, perodebe tener fe que Dios tiene un plan para su vida,” dijo el misionero. “Si lededica su vida completamente a El, estoy seguro que encontrará el caminoque El quiere que siga; mientras tanto, nosotros estamos aquí para ayudarle.Puede contar con nosotros como sus amigos.

Antes de Andrés dejar la oficina del pastor, se arrodillaron para orar.Andrés ofreció una oración sincera de consagración y sumisión a lavoluntad de Dios, una oración de agradecimiento a Dios por su SantoEspíritu que había guiado su vida, iluminado su mente, y transformado sucorazón.

Al terminar la oración, el misionero dio la bienvenida a Andrés a lafamilia de la fe con el acostumbrado abrazo latino. Cada uno notó lágrimassaliendo de sus ojos.

Andrés dejó la oficina de la misión tarde esa noche. ¡Dios es tan bueno!se dijo a sí mismo. Yo sé con seguridad que El me ha dirigido. Puede queahora no vea claramente el futuro, pero con Jesús a mi lado, sé que todo

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será maravilloso.

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E

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Una Visión de Felicidad

l pastor Lawson tenía una gran sonrisa cuando saludó a su familia. Suesposa lo tomó por la solapa del abrigo, diciendo, “Ahora, cariño,

¿cuál es la gran noticia? Está escrita en toda tu cara.”“¡Andrés, el sacerdote, está aquí!” el misionero dijo con entusiasmo.

“¡Estuvo en mi oficina toda la tarde y va a ser un adventista!”“¡El va a ser un adventista!” La señora Lawson repitió las palabras en

asombro. “Andrés ha sido mencionado en las oraciones familiares pormeses; pero últimamente, casi se había perdido la esperanza y su nombre noha sido incluido tan a menudo como se acostumbraba.”

Esa tarde, luego que los niños habían ido a dormir, el ministro y suesposa se sentaron frente al resplandor de la chimenea, discutiendo loseventos del día. El hombre contó las largas conversaciones que habíatenido con Andrés.

“El problema que él y todos nosotros confrontamos ahora es que hará élde aquí en adelante.”

“¿Dónde se está quedando?” preguntó la señora Lawson.“Por ahora se está quedando en un hotel pequeño cerca de las oficinas,

pero sólo tiene como 60 dólares y eso no durará mucho. ¿Sabes que élnunca ha recibido un salario? De su cuota él tomó sólo dinero suficientepara sus gastos actuales y el resto lo entregó a sus superiores. Supongo quelos 60 dólares es dinero que pensó necesitaría en su viaje a Méjico.”

“¿Está interesado en algún trabajo en particular?”“No, pienso que no, sólo en ser misionero. Durante estos años él se ha

dedicado a ser un misionero para Dios y sigue teniendo el mismo deseo.Ahora desea predicar el mensaje adventista.”

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“Dios ha obrado un milagro maravilloso en su vida. El le ha traído unacrisis en su experiencia y de seguro, debe tener un plan para su futuro.”

“¡Eso es verdad!” continuó el pastor. “Creo que Dios tiene un plan paraél, así que debemos orar con fervor para saber cómo aconsejarlesabiamente.”

“¿Le dijiste a Andrés que la mayoría de nuestros ministros son graduadosde nuestros colegios?”

“Si,” contestó su esposo. “Le expliqué eso y él tiene un espíritumaravilloso. Está listo para vender libros o hacer cualquier cosa quepueda. Claro, su deseo real es ser un ministro, pero entiende que eso nopuede llegar en un día.”

A la mañana siguiente, cuando los Lawson estaban desayunando, laconversación se turnó hacia Andrés. El tema estaba en la mente de todos.“He estado pensando, querido,” dijo su esposa. “Creo que sería mejorinvitar a Andrés a pasar el fin de semana con nosotros. Sabes que éste serásu primer sábado; sería muy solitario para él pasarlo en el hotel. Pienso quedisfrutaría el culto del viernes con nosotros y el compañerismo cristiano ensábado.”

“¡Pienso que es una idea maravillosa!” su esposo respondió conentusiasmo. “Significaría mucho para Andrés. ¿Cómo arreglarás las cosas?”

“Hay una cama extra en el dormitorio de Robert. ¿No te molestaría tenerun compañero de cuarto, verdad Bob?”

“¿Yo molestarme? ¡Pienso que no! Será algo grande tener a un sacerdotecomo compañero de cuarto.”

“Claro que él no es un sacerdote nada más, Bob,” corrigió su padre.“Estoy seguro que ustedes dos serán buenos amigos.”

Luego del culto de la mañana, el pastor Lawson salió para la oficina y elresto de la familia hizo planes para recibir su invitado. La señora Lawsonplaneó el trabajo del día con sus dos ayudantes adventistas: Marina, quienhabía estado con la familia por algún tiempo, era indispensable preparandolas comidas, yendo al mercado, y haciendo el lavado; y Elena, una jovenalta con ojos brillantes quien estaba estudiando en el colegio de negocios,

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hacía algunos trabajos para pagar por su cuarto y su alimento.Cuando las responsabilidades fueron distribuidas y todos estaban

ocupados, la señora Lawson se cambió su ropa, agarró su canasto demercado y fue a hacer sus compras. Como no había comida congelada oenlatada disponible a los precios que los misioneros pudieran costear, lacomida para el fin de semana debía ser seleccionada, comprada ypreparada con anterioridad.

El pastor Lawson encontró a Andrés en la oficina, esperándolo al llegar.“¿Cómo le fue anoche?” el misionero preguntó.

“¡Muy bien!” contestó Andrés con una amplia sonrisa. “Descansé lomejor que he descansado en semanas. Es un gran alivio tener mi mente enpaz con Dios.”

“De paso,” el pastor continuó, “mi esposa le ha invitado a pasar unosdías con nosotros. Será un placer para nosotros si usted viene.”

“¡Oh, gracias!” Andrés replicó mientras su rostro se iluminó. “Si no es uninconveniente para usted y su familia, lo consideraré un gran placer.”

“Entonces, está arreglado. Pasaré por su hotel esta tarde en mi carro,”añadió el misionero.

Andrés regresó a su hotel para esperar la hora cuando el pastor Lawsonlo recogería. Tenía una tarea importante que cumplir—tendría que escribiruna carta de renuncia a su superior. No sería una carta fácil de escribir,pero estaba ansioso que llegara a las autoridades antes que ellos conocierande su paradero. Reflexionó mucho acerca de esa carta. Estaba ansioso dehacerles claro que su decisión era final y definitiva. También quería que seentendiera que sus razones para dejar la iglesia eran doctrinal. Finalmente,estaba satisfecho con los resultados: selló y envió la carta. Andréscomprendía que estaba quemando el último puente detrás de él. No habríavuelta atrás.

La tarde del viernes, la casa vieja donde los Lawson vivían resplandecíade arriba a abajo. Robert había limpiado su dormitorio y Elena habíapulido los mosaicos del piso hasta que brillaban. Los niños, vestidos conropa limpia luego de un baño, eran tentados por el aroma fragante que

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provenía de la cocina. Había pan recién horneado refrescándose en lastablillas frente a la ventana. Marina sacaba el pastel de manzana fuera delhorno, mientras que los últimos de los vegetales traídos del mercado,desinfectados y restregados con jabón, estaban listos para guardarse en elrefrigerador. Como siempre, una generosa cantidad de plátanos madurosestaban en la despensa, igual que una canasta de aguacates. Dulces ydeliciosas piñas y papayas estaban alineados en las tablillas de ladespensa.

“Creo que todos están listos ahora, Marina,” dijo la señora Lawson.“Hay suficiente tiempo antes de la puesta de sol para que te prepares túpara el sábado. Tendremos sopas, pan hecho en casa, aguacates rellenos, yfrutas frescas para la cena. El pastor Lawson estará aquí pronto con elhermano Andrés.”

“Esto será emocionante, señora. ¿Quién iba a pensar que yo estaríapreparando sopas para un sacerdote? Bueno, de todas maneras un ex-sacerdote,” Marina añadió con una sonrisita.

“Sí,” afirmó la señora Lawson, “ésta será una nueva experiencia paratodos nosotros.”

El sol colgaba sobre los picos de los altos volcanes de Guatemala esatarde de viernes, cuando Andrés se encontraba como parte de una felizfamilia reunida en la sala. La única luz era de los rayos del sol mientras sefiltraban por las ventanas y se mezclaban con el fuego brillante en lachimenea.

El pastor Lawson comenzó a leer: “Dios es nuestro amparo y fortaleza,”y los otros miembros de la familia se le unieron repitiendo el Salmocuarenta y seis en español para el beneficio especial de Marina y Andrés.

Luego hubo los acostumbrados cantos de viernes en la tarde, concanciones en inglés y en español. Andrés parecía particularmente disfrutaresta parte de la hora del culto y cuando fue el tiempo para orar, el pastorLawson explicó que era la costumbre que cada miembro de la familiaofreciera una oración corta, comenzando con Rony y yendo alrededor.

Cuando era el turno de Andrés, oró como uno que conocía a Dios,

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diciendo: “Te agradezco con todo mi corazón, mi Soberano, que me hastraído al conocimiento del verdadero día de reposo, y en este primersábado en mi experiencia, estoy feliz más de lo que puedo expresar deencontrarme en medio de este rebaño de creyentes y buenos pastores.Acepta mi vida y úsala de acuerdo con tu divina voluntad.”

Cuando el culto y la cena se habían terminado y los niños se habían ido ala cama, Andrés se sentó con el pastor y la señora Lawson en la quietud dela noche del sábado. Ellos repasaron la felicidad de los meses recientes yAndrés recontó más acerca de la lucha que había experimentado.Discutieron sobre su futuro y lo que éste tendría para él. Cuando, no debuena voluntad, dejaron la muriente chispa de fuego para ir a su descanso,Andrés pensó, ¿Qué podría estar más cercano al cielo que un feliz hogarcristiano? Esta noche sentí la paz, el calor, y la seguridad que he ansiadopor tantos años.

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19

En el Campamento Juvenil

os miembros de la iglesia adventista de Ciudad de Guatemala estabansorprendidos de ver en la Escuela Sabática al sacerdote que había

visitado el servicio meses atrás, esta vez sin su cuello clerical. Andrésdisfrutó la Escuela Sabática inmensamente. Se sentó con la familia Lawsony el ministro le explicó el programa. Disfrutó la lección de EscuelaSabática y siguió el estudio de la Biblia con gran interés. En su mente, élcomparaba lo que veía con las costumbres que siempre conoció. Comenzó aentender por qué los adventistas parecían conocer sus Biblias, pues lastenían abiertas durante la Escuela Sabática, listos para leer los textos ycontestar las preguntas. Luego, durante el culto, sus Biblias continuabanabiertas y los miembros seguían los textos que el ministro leía.

Antes de la hora del sermón, el pastor Lawson relató a la congregaciónalgunas de las experiencias que el sacerdote había pasado, y de su decisiónde ser un adventista. Luego pidió a Andrés que diera su propio testimonio.

Andrés se paró frente al púlpito y comenzó a decir: “Mis estimadoshermanos y hermanas adventistas, aunque esto es realidad, parece como unsueño al estar aquí con ustedes. El domingo pasado yo era un sacerdotecatólico y prediqué mi último sermón en mi iglesia de la costa. Hoy meencuentro en una iglesia adventista. He venido dos veces a esta iglesia. Laprimera vez vine para observar, y pude ver el orden del servicio, el espíritude los miembros, y el culto sincero. Fui convencido por ustedes y sus vidasque ésta es la iglesia verdadera.

“Esto, sin embargo, no fue suficiente para mi conversión. Es muy difícilcambiar la mente de una persona que ha estudiado por trece años teología,filosofía, y las ciencias; pero la inteligencia humana debe doblegarse antela divina Palabra. Aunque mi mente no fue fácilmente convencida, fue en sí,

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una lucha. Pero la ciencia humana no se puede comparar con la cienciadivina, y Dios puede ayudar al más humilde a soportar los ataques másfuertes.

“Mis hermanos y hermanas, Dios ha hecho una obra maravillosa en mí.Como algunos de ustedes a lo mejor saben, una señora de apellido Martínezcomenzó a hablarme de la Biblia. Me quedé sorprendido de ver cuánto ellaconocía de las escrituras, me habló acerca de muchas doctrinas, algunas lasacepté y otras las rechacé.

“Luego que ella se fue, las palabras que ella había hablado concernienteal sábado permanecieron en mi corazón. Yo estaba parado en lastradiciones de la iglesia, porque desde mi juventud no conocí otra cosa,pero había algunas creencias que no podían armonizar con la Biblia. Noquiero decir que la iglesia católica no tiene nada bueno en ella, pero yohabía sido convencido que no había salvación fuera de la iglesia católica yque el papa era infalible; sin embargo, algunos ritos de la iglesia siempreme desconcertaron.

“El estudio de la Biblia y las oraciones del pueblo de Dios me hanayudado grandemente. Un hermano adventista tomó tiempo para explicarmepunto tras punto las doctrinas bíblicas, pero cuando llegó al estado de losmuertos yo no podía creer que la muerte es un sueño. El hermano Martínezme escribió cartas explicándome específicamente esta doctrina adventistaen relación con las enseñanzas y tradiciones católicas y no fue fácil, lesaseguro, cambiar de las doctrinas católicas a las enseñanzas adventistas.

“Puedo decir sinceramente que la conversión es un trabajo de Dios. La feno es el resultado de la ciencia o la cultura, sino que viene al alma que sehumilla ante la Palabra de Dios. Soy como Pablo en el hecho que heperseguido los protestantes. Repito las palabras que él dijo: ‘Que habiendoperseguido los cristianos y habiendo predicado sermones en contra de lostales,’ hoy quiero ser un discípulo. Aunque debo ser el último en entrar alcielo, para mí la cosa más importante es, un día entrar y sentarme entre loshijos de Dios.

“Tres días atrás, cuando estaba llegando a la ciudad en tren, me sentía

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muy triste; tenía un gran deseo de ver al pastor Lawson. Sin embargo, teníatemor que él estuviera fuera de la ciudad, pero finalmente lo encontré,gracias a Dios. Le presenté mi caso, con su montaña de obstáculos queparecía inconquistable. Finalmente, con su ayuda, decidí ser uno de sushermanos. Oramos junto y nos dimos un abrazo fraternal.

“¡Estoy contento de estar aquí con ustedes! Estaría feliz aun si tuviera ellugar más bajo en el reino de los cielos. Le doy gracias a Dios que El memostró la luz y que un día podré entrar por las puertas de ese reino.”

Cuando Andrés se sentó, no había un ojo seco en el atestado salón. Eraun día de gran regocijo para los miembros de la iglesia, un día dereconsagración y rededicación de ellos al precioso mensaje adventista.

Más tarde, el pastor Lawson dijo a Andrés, “Desde su última visita aquí,estas personas han estado orando por usted, y hoy ellos han visto larespuesta a sus oraciones y sus corazones están llenos de gozo.”

El domingo por la mañana, todo era actividad en la casa de los Lawson,porque éste era el día de apertura del campamento para la gente joven deGuatemala. Se estarían reuniendo desde las tierras altas hasta la costa y detodas las aldeas entre ellas. Robert había esperado esta reunión la cualsería celebrada en una escuela rural perteneciente al gobierno. Durante eltiempo de vacaciones, este campamento, al lado de un arroyo y asentadoentre pinos altos, estaba disponible para los jóvenes adventistas.

“¿Tienes todo empacado, Robert?” preguntó la mamá desde la entradadel dormitorio del chico. “¿Examinaste la lista que preparamos?”

“Si, Mamá, pienso que tengo todo. ¿Qué frazadas quieres que me lleve?”“Deja ver,” contestó la madre, mientras buscaba entre la ropa de cama.

“Tu papá y Andrés se estarán quedando parte del tiempo, así que tenemosque asegurarnos que tienen suficientes frazadas para todos. Aquí están lassábanas, una cobija y dos frazadas calientes. Eso debe ser suficiente.”

“¡Gracias, Mamá! Pienso que estoy listo. Debemos salir a la una enpunto.”

Luego de un almuerzo rápido, los tres campistas llenaron el auto y seunieron al grupo de jóvenes. Robert fue en el autobús; Andrés y el pastor

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Lawson manejarían más tarde con una carga de suministros para la cocina.Los detalles para el campamento habían sido muy bien planificados y

cuando el grupo llegó, cada joven fue asignado a una unidad con unconsejero. Los dormitorios estaban arreglados alrededor de un espaciosopatio de cemento: el edificio de las damas en un lado, y el de los caballerosen el otro lado. Los dormitorios eran en forma de barracas, con las camasalineadas en salones grandes. Pronto las camas estaban listas, las maletaspuestas a un lado, y los campistas listos para las actividades.

Andrés quedó impresionado con el campamento. La hora de la cenaencontró a un entusiasta grupo de sesenta y cinco jóvenes dentro delcomedor, comiendo junto a sus unidades. Al terminar de comer, lavaron suspropios platos en baldes de agua con jabón y las enjuagaron en un balde deagua hirviendo suspendido sobre el fuego.

Andrés fue en una caminata con los jóvenes. Escuchó con interés sustestimonios durante el período devocional y rió con ellos cuando dejaronsus energías en la piscina. A través de toda su estadía allí, él fueimpresionado una y otra vez con la limpieza y la cortesía cristiana de losjóvenes.

En la mañana del sábado, los campistas se reunieron para la EscuelaSabática en la “Catedral de los Pinos.” Muchos padres y amigos de losjóvenes llegaron para pasar el día con ellos. Fue emocionante escuchar lacongregación cantar melodías bellas que se escuchaban a través del bosque.El pastor Lawson habló durante la hora del culto e hizo una apelaciónespecial a los jóvenes para que rededicaran sus vidas a Dios. Fue una horapara ser recordada por mucho tiempo. Andrés sintió una gran felicidad alcomprender que él era una de estas personas, y pudo ver una religióngenuina en acción cambiando y dirigiendo las vidas de los jóvenes.

Cuando la mayoría de los campistas se reunieron en el comedor para elalmuerzo, la señora Lawson, Marina, y Elena rápidamente pusieron sucomida en una de las mesas vacías. “Mami, ¿podemos ir con los campistasa una caminata por la naturaleza esta tarde?” suplicaron Jeanne y Margaret.“No nos dirán a dónde vamos; tenemos que sospecharlo y esperar. Además,

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en esta caminata nadie está supuesto a hablar. ¿Podemos ir?”La señora Lawson contestó, “Suena muy misterioso, pero sí, niñas,

pueden ir, si prometen estar en línea y hacer lo que se les pide.”“¡Oh, qué bueno!” las dos gritaron, mientras salían a la carrera.Andrés se unió a los jóvenes en la caminata en la naturaleza. Disfrutó

toda la tarde inmensamente, sintiendo que esta reunión al lado de lamontaña era un escenario perfecto para el día sábado, su segundo desde quese había unido al pueblo que guarda los mandamientos.

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20

Creciendo en la Fe

apá, hay un hombre parado frente al portón. ¿Lo dejo pasar?” Robertllamó a su padre un domingo de tarde. Era una de esas ocasiones

raras cuando toda la familia estaba en la casa junta.“Espera un minuto, Bob; ya voy. Tengo las llaves aquí,” su padre

respondió.Un corto tiempo atrás el misionero y su esposa habían sospechado de un

hombre que se había acercado al portón con el pretexto de estar buscandopor alguien. El hombre había regresado en tres diferentes ocasiones. Volvióotra vez a las tres de la madrugada con una pistola y trató de pasar por elalto portón. Desde ese momento, se les daba instrucciones a los niños y laschicas de servicio de no abrir el portón cuando algún extraño apareciera.

“¡Buenas tardes, Señor! Estoy buscando por el padre Andrés Díaz. ¿Estáaquí?” preguntó el hombre cuando el pastor Lawson llegó al portón.

“Sí, está aquí. No creo que tenga el placer de conocerlo.” El pastorLawson pensó que era mejor investigar un poco acerca del visitante y estarseguro que Andrés quería verlo, antes de abrir el portón.

“Yo soy Osberto Córdova. Soy un amigo del padre Andrés.”Cuando uno de los niños le dijo a Andrés sobre el visitante, él envió a

decir de vuelta que estaba ansioso de hablar con su amigo. Cuando el señorCórdova era guiado dentro de la casa, Andrés se adelantó a darle unabienvenida cordial. A los dos hombres se les permitió la privacidad de lasala; sin embargo, el señor Córdova los sorprendió, diciendo, “Por favor,¿se pueden unir a nosotros? Lo que tengo que decir es para que ustedes loescuchen también.”

Cuando se sentaron en una esquina de la sala, Andrés explicó a losLawson que el señor Córdova era el dueño de un negocio en la ciudad

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donde él había servido como sacerdote, añadiendo que Osberto era elpresidente del comité de la iglesia.

Osberto comenzó a decirles, “Ustedes, sin duda, se preguntarán para quévine—pensarán que fui enviado aquí para persuadir al padre Andrés quevuelva, pero ese no es el caso; por el contrario, he venido paraencomendarlo en sus manos. El ha sido un buen padre y sirvió a nuestracomunidad incondicionalmente. Esperamos que ustedes lo amen de lamisma manera que nosotros lo amamos.”

Era obvio para el pastor Lawson y su esposa que Andrés estabaprofundamente tocado y ellos entendieron un poco porqué le había costadotanto dejar el rebaño que había establecido.

El pastor Lawson contestó, “¡Gracias, Señor Córdova! Estamoscontentos que haya venido y puede estar seguro que nosotros estamos másque interesados en el bienestar de nuestro hermano. A él le ha tomado granvalor tomar esta decisión, pero Dios le ha guiado y El no le fallará.”

Osberto entonces reveló que él también había estado leyendo yestudiando literatura adventista. “No estoy seguro, pero esa puede ser laverdad,” confesó. “De hecho, ya he comenzado a guardar el sábado, elséptimo día. Si tan sólo Padre Andrés pudiera regresar a nuestra aldea yenseñarnos las doctrinas Bíblicas, estoy seguro que mucha de la gente leescucharía.”

El misionero y su esposa intercambiaron miradas, ambos pensando en laexperiencia de un exsacerdote que había sido aceptado en una de lasiglesias protestantes. En una aldea no lejos de la casa de ellos, esesacerdote comenzó a predicar sus nuevas creencias, pero una turba enojadaforzó su entrada a la reunión y mató al hombre con machetes ante laaudiencia horrorizada. El pastor y la señora Lawson sabían que Andrésestaba en peligro por causa de la gente fanática y prejuiciosa.

“¡Pudiera ser que un evangelista fuera enviado a su aldea! SeñorCórdova,” el misionero explicó. “Ahora sería mejor para Andrés estudiarun poco más.”

Andrés preguntó a su amigo acerca de sus cosas personales que había

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dejado atrás. Para la sorpresa de los Lawson y de Andrés, Osbertocontestó, “Bueno, Padre, luego que usted se fue aquel día, tuve lapremonición que algo fuera de lo ordinario estaba pasando y fui a sudormitorio esa tarde, puse todas sus pertenencias en mi camión y las moví ami casa. A la mañana siguiente, tres sacerdotes llegaron a mi puerta. Ellosquerían saber dónde estaban sus cosas. Cuando yo les pregunté qué queríancon sus pertenencias, ellos dijeron que querían enviárselas a usted.Entonces yo les dije que me encargaría de eso personalmente. Ellos fueronmuy insistentes y casi abusivos. Yo no les entregué nada ni les dije dondesus cosas estaban. Les pregunté por qué lo habían tratado a usted en esamanera tan traicionera; quise saber por qué usted había sido llevado sindarle la oportunidad de despedirse de su gente. Para eso, no teníanrespuesta. Les pregunté además si ellos eran ministros de Dios, y dijeronque sí, los eran. Entonces les dije que los ministros de Dios no mentiríancomo ellos lo habían hecho. Nosotros en nuestra aldea nos sentimos muytristes por esta situación. Personalmente, mi fe en la iglesia ha tambaleado.Apenas sé lo que creer o lo que pensar.”

El pastor Lawson le aseguró a Osberto que el hombre no puede poner sufe en otras personas. “Debemos estudiar la verdad por nosotros mismos enla Palabra de Dios y luego seguir a Jesús.”

Antes de irse, Osberto dijo, “Si hubiera algún intento que se hiciera paradifamar al padre Andrés, nosotros que somos de sus anterioresparroquianos defenderemos su carácter en el periódico con mil firmas.”

“Gracias, Señor Córdova,” dijo el pastor Lawson. “Estamos agradecidospor su visita y estamos seguros que ha sido de mucho beneficio para nuestrohermano Andrés. Estamos contentos de haberlo hecho pasar. Por favor,considérenos sus amigos y venga a nuestra casa cuando esté en la ciudad.”

Luego de hacer arreglos con Andrés para enviarle sus pertenencias,Osberto se marchó.

El pastor Lawson discutió los eventos con Andrés. “Luego del relato delseñor Córdova acerca de los sacerdotes que vinieron por sus cosas, mesiento un poco preocupado. Usted conoce su manera de pensar y de tratar

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los asuntos mejor que nosotros. ¿Qué piensa, Andrés? ¿Cuán lejos piensaque pueden llegar?”

Andrés reflexionó. “Claro que lo que he hecho es una gran ofensa paraellos. Me supongo que yo podría desaparecer si ellos consiguen lo quequieren. La verdad es que no me gustaría estar bajo su poder en estemomento.”

“Creo, Andrés, que sería mejor que tomáramos todas las precaucionesposibles, especialmente cuando usted está en la calle solo,” le advirtió elamericano.

En los días siguientes, Andrés a veces acompañaba al pastor Lawson asu oficina. En una ocasión Andrés y el pastor Lawson manejaron a laoficina de la misión exactamente en el momento en que otro hombre llegó.El usaba cuello clerical y Andrés lo reconoció como su superior en suorden en América, así que el misionero subió a su oficina y dejó a Andrésque conversara en el patio con el sacerdote.

“¿Quién es ese hombre con quien venía?” preguntó su superior.“Oh, ese es mi amigo, el pastor Lawson,” replicó Andrés.“No, quiero decir, ¿quién es él? ¿Qué hace?” persistió el superior.“Bueno,” Andrés comenzó a explicar otra vez, “él es el presidente de

esta misión y está a cargo de todas las iglesias en Guatemala.”“Pero, ¿Cuál es su título?” presionó el superior.Finalmente, Andrés contestó de una manera que pareció satisfacer al

sacerdote: “Pienso que se puede decir que él es algo así como un obispo.”El visitante se lanzó en las razones para su visita. “Yo he venido, Padre

Andrés, para ayudarle a ver la locura del curso que usted ha tomado.Cuando recibí noticias que usted había renunciado a sus santos votos yhabía aun renunciado a su fe, me quedé traumado más allá de las palabras.No lo podía creer, así que decidí venir y ver por mí mismo, y estoy seguroque debe haber un mal entendido.”

Andrés replicó rápidamente, “Hubo un mal entendido, claro, un malentendido que posiblemente aceleró mi decisión.”

Andrés recontó la manera indigna e injusta que había sido tratado en la

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estación de ferrocarril por los tres sacerdotes.“No permita que esa experiencia le afecte demasiado,” aconsejó el

sacerdote, atentando suavizar la situación. “El superior que manejó lasituación ha sido severamente censurado; de hecho, él ha sido movido, yusted no tendrá que tratar con él nada más. Queremos que regrese y ledaremos la bienvenida con los brazos abiertos.”

“No, creo que es imposible,” contestó Andrés amablemente. “En verdad,la experiencia amarga de ser enviado lejos de la congregación que yoamaba no fue la razón verdadera para dejar la iglesia; me fui porque ya nocreo las cosas que la iglesia enseña. Ser expulsado de Guatemala sóloproveyó la experiencia por la cual yo estaba orando como una señal paracambiar mi vida. No hay vuelta atrás para mí: He experimentado un grangozo en seguir las simples enseñanzas de Jesús; y para mí, el pasado pareceoscuro.”

“Padre Andrés, debe reconsiderar. Sabe tanto como yo que hay sólo unaiglesia y que no hay salvación fuera de la iglesia. Usted ha sidoterriblemente engañado,” el superior le dijo, muy sincero en su apelación.

“No,” habló Andrés con convicción. “Cuando descubrí que lasenseñanzas de la iglesia y las de la Biblia no están en armonía, decidí quedebía tomar mi posición por la Biblia y la Biblia sola.”

“Su orgullo ha sido herido, Padre,” el superior persistió. “No debe tomaruna decisión tan rápidamente. Si usted regresa, toda esta situación seráolvidada y también podrá escoger su trabajo.” Le suplicó, “Reconsidérelo.”

Andrés no fue tentado a regresar. Atentó a responder; sintió, sin embargo,que la atención y el interés de su antiguo superior eran sinceros. En sucorazón deseó compartir su nueva fe con el hombre. Se aventuró a tratar:“Padre, mi decisión es final; sin embargo, quisiera que entendiera algunasde las razones para este cambio en mi vida. ¿Nunca ha notado lainconsistencia de doctrinas de la iglesia comparadas con la Biblia?”

“Yo no me preocupo de eso,” dijo el sacerdote, encogiendo los hombros.“La iglesia es la última autoridad, el papa es infalible, y además, la Bibliafue escrita sólo para que los doctores y colegiales puedan interpretarla—y

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si no está dispuesto a escuchar razón, me debo ir.”Cuando estuvo solo otra vez, Andrés repasó en su mente la conversación

con el superior. Se sintió triste al pensar en la oscuridad espiritual quenublaban la mente de sus anteriores compañeros de trabajo. De algunamanera, un rayo de luz había penetrado la oscuridad de su propia mente ygradualmente, la oscuridad había sido disipada. Deseaba decir las cosasque había en su corazón, para ayudar a otros a ver qué simple es seguir aCristo Jesús, y por eso determinó dedicar el resto de su vida a dar lasbuenas noticias de la Biblia a aquellos en oscuridad.

Andrés recibió muchas cartas, principalmente de otros sacerdotes.Algunos lo denunciaban, otros le suplicaban que regresara, y una carta enparticular tocó al exsacerdote, porque vino de un amigo querido. La mismaexpresaba la angustia del amigo por el paso que Andrés había dado. Andrésanheló mostrarle a su amigo la verdad plena de la Palabra de Dios ycontestó la carta con las palabras siguientes:

Mi muy estimado amigo:Recibí tu carta muy afectuosa, la cual leí con mucho

interés. Te agradezco por los sentimientos quemanifiestas hacia mí. En tu carta muestras unapreocupación grave acerca de mi decisión de comenzarun camino nuevo en la vida cristiana, pero te debo decirsinceramente que me encuentro muy feliz siendo unadventista del séptimo día. Esta no es solamente otrareligión protestante inventada por Lutero. No se levantóen el siglo dieciséis y no es una secta inventada porfilosofía humana.

La religión adventista está basada en la verdad queDios les dio a los patriarcas y profetas en el AntiguoTestamento. Descansa en las enseñanzas del Hijo deDios, Jesucristo, quien por sus palabras y ejemplodurante los tres años en su vida misionera dio la palabrade vida a los hombres, palabra sin sombra ni error. En el

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día de Pentecostés, los apóstoles entendieron lacompleta doctrina de su Maestro divino, y la suma de lapredicación de sus discípulos es conocer a Cristo por fe;para dar testimonio de esta fe con obras buenas; paramantener la mente libre de todo error, superstición, eidolatría; para conocer a Cristo como el únicomediador; para reclamar redención de perdición eternapor su sangre derramada en el Calvario; para permitirleque limpie nuestros corazones de todo pecado; y que nospreparemos para su segunda venida y la resurrección.

Esta es la religión adventista que ha sido mantenida puray sin alteraciones, y los Diez Mandamientos sonobservados sin cambios ni modificaciones. Entre lacongregación de los fieles adventistas, el término‘hermano’ es usado como era costumbre entre losprimeros apóstoles; la misma caridad reina entre ellosde manera espiritual y económica; y el vicio y el pecadoson enérgicamente mantenidos fuera de la iglesia. Hayamor de Dios y entendimiento de su misericordia y suaborrecimiento del mal. Hay una vigilancia estricta paraapoyar los principios cristianos a través de un constantey cuidadoso estudio de las Sagradas Escrituras.

Resumiendo, hay un perfume de puras enseñanzas dela Biblia sin la adulteración por ritos humanos. Portodo esto, yo me siento muy feliz de pertenecer alpequeño rebaño que con toda fe guarda y conserva eltrascendente decálogo del Sinaí.

Sinceramente tú amigo,Andrés

Un domingo en la tarde, cuando Andrés se había unido a un grupo dejóvenes en una hora social en el patio de la oficina de la misión, el amigoque le había escrito al exsacerdote vino buscándolo. Había venido areconvenir a Andrés y a tratar de rescatarlo de la herejía protestante, y en

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esta ocasión el pastor Lawson invitó a los dos hombres a usar su oficinaprivada para conversar.

Cuando los hombres discutían doctrinas y teología, uno de los jóvenesadventistas tuvo que ir a un pequeño cuarto de almacén al lado de la oficinadel presidente y pudo escuchar la conversación de manera clara. Estereportó al presidente, “¡Pastor Lawson! El hermano Andrés está citandotexto tras texto, y el pobre hombre no le puede contestar. El hermano Andrésle dijo que cualquiera de los niños adventistas de diez o doce años lepodría poner contra la pared cuando se trataba de conocer la Biblia.”

Como este sacerdote en particular había sido su amigo especial, Andréstrató de hacerlo ver que en el juicio él tendría que responder ante Dios porsus creencias. No podría haber nada escondido detrás de las enseñanzas decualquier iglesia o cualquier hombre y le rogó a su amigo que estudiara laBiblia por sí mismo y que tuviera el coraje de seguir sus enseñanzas.

“No,” contestó el visitante. “Tengo que tomarme mis riesgos como estoyahora, porque mi vida está muy firmemente plantada y cimentada y aunquepuedo dudar, no puedo cambiar.”

“Pastor Lawson,” dijo Andrés una tarde cuando se envolvieron en unaconversación, sentados a la mesa para la cena, “¿cuándo puedo serbautizado? Estoy ansioso por ser un miembro de la iglesia remanente deDios.”

“¡Estoy feliz que dijo eso!” contestó el misionero. “Para ser bautizado,simplemente la persona entrega su corazón a Dios, entiende y cree lasdoctrinas y está dispuesta a hacer de Jesús el centro de su vida. Nosotros yahemos ido por sobre las doctrinas y prácticas de la iglesia, pero iremossistemáticamente sobre ellas otra vez; quizá haya algo que usted deseeestudiar más profundamente.”

Luego de algunos días de estudios bíblicos especiales y muchas máshoras de estudio privado, Andrés estaba listo para ser bautizado. Habíacuatro personas más en la clase bautismal de la iglesia. Entre ellos estabaRobert, el hijo del pastor Lawson. Un sábado fue apartado para el servicioespecial, y Andrés esperaba con ansias por ese día como un momento muy

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significativo en su vida.A la hora anunciada, la iglesia estaba llena. Para el pastor y la señora

Lawson era un gran día en sus vidas. Luego que el presidente de la misiónofreció un sermón corto en cuanto al bautismo y las responsabilidades de lamembresía de la iglesia, los candidatos fueron llamados al frente.

Los últimos dos candidatos fueron Robert y Andrés. Cuando elexsacerdote se presentó para el bautismo, pensó acerca de la batalla y eldesánimo que había enfrentado. Parecía como que estaba pasando de unmundo a otro. Aunque el futuro era incierto, su fe iba creciendo cada día, ysintió una serenidad en su alma mientras seguía en las huellas de suMaestro.

De acuerdo con sus costumbres, los miembros formaron una fila ysiguieron a los dirigentes de la iglesia para dar una bienvenida a todos losnuevos miembros bautizados. El corazón de Andrés estaba cálido cuandoestos hermanos y hermanas en la fe le daban la bienvenida con amorcristiano. El servicio terminó cuando todos se unieron a cantar el himno,“Sagrado es el amor.”

La única nube en el horizonte de Andrés era el pensamiento de su madrey su hermano en España que no sabían nada de su nueva fe y de los cambiosen su vida. El debía encontrar la manera de llevarles el mensaje de verdad.

Como la familia Lawson había pasado cinco años en Guatemala, eratiempo para ellos de regresar a América según lo indicaba su licencia. Losarreglos fueron hechos para que Andrés los acompañara hasta Ciudad deMéxico. Desde ahí, él iría al colegio adventista en Montemorelos yesperaría por sus papeles para entrar a los Estados Unidos, pues era suambición prepararse para servir en la iglesia adventista.

“No parece posible que ésta sea nuestra última noche en Guatemala,¿verdad?” a señora Lawson le dijo a su esposo mientras caminaban por losvacíos cuartos de la gran casa entre los árboles.

“Da una sensación de soledad cuando se piensa en irnos,” replicó elpastor.

Los Lawson y Andrés se habían mudado a un hotel pequeño por esa

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última noche. Los arreglos finales para irse habían sido hechos y la últimavalija empacada. A casi las dos de la mañana, Marina y la señora Lawsonterminaron de limpiar la casa. El pastor Lawson llevó a Marina a la casa deunos amigos, dejó a su esposa en el hotel, donde los niños estabandurmiendo y, arrastrando sus pies, fue a la oficina a completar los últimosdetalles. Cerca de las cuatro de la mañana, él se acostó en una cama durapero bienvenida en el hotel.

El vuelo partió a las siete y treinta de la mañana. Decir adiós no es unaexperiencia placentera en ningún momento, pero cuando misioneros dejansu campo donde han vivido y trabajado por un número de años, los lazosfuertes no son fáciles de romper. El salón de recepción del aeropuertoestaba lleno con muchos miembros de iglesia que habían venido paradesearle a la familia Lawson un buen viaje.

Andrés, también, sintió un nudo en su corazón al dejar la gente que lehabía dado la bienvenida en sus vidas con brazos abiertos; sin embargo, elreloj no espera por momentos importantes y muy pronto la llamada llegó através de los altoparlantes: “El avión partirá en unos minutos.”

Los viajeros se levantaron y abordaron el avión. Los amigos, en laterraza del aeropuerto, se podían ver diciendo su último adiós con susmanos cuando el avión se levantó de la pista y se dirigió al norte.

En Ciudad de México, el tiempo llegó para Andrés decir adiós y buenviaje a la familia Lawson. Los lazos entre ellos se habían fortalecido, y fuecon tristeza y con esfuerzo que partieron. “No te preocupes, Andrés,” dijoel pastor Lawson. “Todo saldrá bien; muy pronto tendrás tus papelesarreglados y estarás en camino a los Estados Unidos. Estaremos anhelandoverte.”

“Yo sé, Pastor, y mi fe es fuerte. Es sólo que he llegado a amarlo a ustedy a su familia como si fueran la mía propia,” dijo Andrés.

“Nos sentimos de la misma manera respecto a ti, Andrés,” la señoraLawson añadió. “No permitas que nada te desanime, porque el Señor tienealgo muy bueno preparado para tu vida.”

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“¡M

21

¡Un Día Glorioso!

ira, Mamá, lo que he encontrado!” Un niño Pedrito le pasó a sumadre un volante de anuncios que había recogido de su balcón.

“¿Gobernará el Comunismo al Mundo?” la señora Vázquez leyó elvolante atractivo que su hijo le dio. En la parte de abajo de la hoja, vio algoque le causó sus ojos abrirse en sorpresa: “El exsacerdote, Padre AndrésDíaz, hablará todas las noches.” La señora le mostró el volante a los otrosmiembros de su familia: Pancho, su genial esposo, y los tres niñosadolescentes. “¡Vamos a escucharlo!” dijo ella. “Si él ha sido un sacerdote,entonces debe ser bueno escuchar lo que tiene que decir.”

El siguiente domingo en la tarde encontró a la familia Vázquez en elsalón anunciado, con muchas otras personas que hablaban español.

Andrés había sido llamado por la denominación de los Adventistas delSéptimo Día para hacer trabajo evangélico para las personas de hablahispana en la conferencia del medio oeste estadounidense. Durante losúltimos meses Andrés había estado asociado con el pastor Castillo. Este ysu familia habían sido de gran ayuda para el nuevo trabajador en el distrito.Noche tras noche, el salón estaba lleno de personas interesadas enescucharlo. Una de ellas era la familia Vázquez que venía casi todas lasnoches. Andrés hacia un gran esfuerzo y pasaba las mañanas estudiandodiligentemente y preparando sermones. En las tardes visitaba los hogares delas personas, repasando los puntos de doctrina que ellos no entendían yanimándoles a seguir buscando la verdad.

Andrés alquilaba un cuarto modesto y tomaba sus comidas con unafamilia en la vecindad. El estaba feliz y contento con su vida ocupada en elservicio de Dios. Recibía cartas regularmente de la familia Lawson, cuyointerés y ánimo nunca cesaron.

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Cuando las reuniones terminaron, el pastor Castillo condujo el serviciobautismal y Andrés sintió un estremecedor gozo cuando cada uno de loscandidatos era bajado a las aguas.

“Pastor Castillo, ¿qué podremos hacer para tener una iglesia fija paraestos nuevos creyentes?” Andrés preguntó luego del bautismo. “El salóndonde se reúnen no es un lugar apropiado para los servicios del sábado.”

“Eso es cierto, Andrés. Necesitamos una iglesia. Déjame consultar con elpresidente de la conferencia; veremos qué se puede hacer.”

En sábados, un grupo de la cercana iglesia de habla inglesa continuabaayudando a Andrés en los servicios. Entre aquellos que venían había unajoven, Carol Andrews, la cual había adquirido un interés especial en eldepartamento de niños—habían siempre muchos niños interesados en laEscuela Sabática. También, durante el servicio ella tocaba el piano.

Un sábado, la madre de Carol le dijo a Andrés, “Hermano Díaz, hay unajoven llamada Angela trabajando en nuestro hogar, la cual habla muy pocoinglés; he estado pensando que si usted la podría visitar, puede ser posibleque ella esté interesada en estudiar el mensaje.”

“Claro, estaré contento de visitar a Angela. ¿Cuándo será un tiempoconveniente?”

“Bueno; ella está en nuestra casa la mayor parte del tiempo,” contestó laseñora. “Venga cuando le sea conveniente.”

Andrés visitó a Angela y encontró que estaba interesada en estudiar laBiblia, así la ayudó a inscribirse en los cursos por correspondencia de LaVoz de La Esperanza. Luego de considerar la necesidad, el comité de laconferencia le dio a Andrés permiso de ir adelante con los planes yrecolección de fondos para edificar un templo apropiado. Con lacooperación de todos los miembros, el edificio pronto estuvo en el procesode construirse, y el día llegó cuando la iglesia estaba lista para el serviciode dedicación. Los miembros y sus familiares estaban presentes y además,había amigos interesados. Esta fue una hora emocionante para Andrés.

Sin embargo, el evangelista se sentía solo, y este sentimiento eraacentuado cuando iba a las reuniones de los trabajadores o a reuniones

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sociales, o visitaba a los miembros en sus hogares. Se preguntaba si podíaencontrar una joven cristiana para que fuera su compañera, una queestuviera con él en su ministerio. Los sábados daba miradas en dirección deCarol Andrews la cual tocaba el piano.

Ahora, la chica estaba sentada en la primera banca, la cual quedaba a laparte atrás del piano, sus ojos puestos en el predicador. Ella era una chicaatractiva: rubia, delgada, y no muy alta. Mientras que sus atributos físicos lellamaban la atención a Andrés, había algo más en Carol que él admiraba:Ella era una cristiana sincera. Su mayor interés era en la iglesia y su vestidoy su porte eran apropiados para una chica adventista. También era unaenfermera graduada, la cual había dedicado su entrenamiento a servir a lahumanidad.

En verdad, Andrés pensó para sí mismo, no tengo razones para teneresperanzas con Carol. Ella nunca me ha dado alguna razón; pero, bueno,ella podría ser la esposa ideal para un ministro.

La próxima vez que Andrés fue a visitar el hogar de los Andrews, llegó ala hora cuando pensaba que Carol no estaría trabajando en el hospital, y nofue decepcionado. Luego de estudiar con Angela, Andrés trató de envolvera Carol en una conversación; pero su inglés era pésimo, y además, erainadecuado para hablar muy socialmente con mujeres jóvenes.

Carol, percibiendo su incomodidad, hizo lo que pudo para suavizar lasituación. Antes de irse, él tomó ánimo y le preguntó, “¿Consideraría irconmigo a la reunión de distrito el próximo sábado?” Andrés habíacomprado un auto de un modelo no muy reciente luego de entrar en losEstados Unidos.

“Bueno, sí, hermano Díaz, disfrutaré ir con usted, gracias,” contestóCarol.

“Si no le molesta, Carol, llámeme Andrés. Hermano Díaz suena muyformal.”

Carol sonrió. “Bien, Andrés.”Cuando Andrés llegó a la puerta de la casa de Carol el sábado de

mañana, se dijo a sí mismo, Me pregunto qué es lo que pasa conmigo:

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¡Nunca me sentí tan nervioso y asustado en toda mi vida!La señora Andrews lo invitó a entrar y Carol pronto apareció lista para

irse. Mientras la miraba, pensó, Ella es aún más hermosa de lo que yopensaba, especialmente su sonrisa. Carol, en verdad tenía una sonrisahermosa la cual mostraba dientes perfectos. Su expresión, también, parecíaplacentera, y conociéndola, uno pensaría que nunca había tenido maladisposición ni aun por un minuto.

El día pasó muy rápido para Andrés, quien había soportado tantos añosde soledad, dondequiera sólo. Sentado al lado de Carol en las reuniones,supo que esa sería la manera como construiría una nueva vida, si ellaconsentía. El hombre ahora tenía un incentivo verdadero para trabajardiligentemente en el inglés. Una tarde, cuando Andrés trajo a Carol devuelta al hogar desde una fiesta, le dijo, “Carol, yo sé que no soy digno depreguntarte, pero te amo y desearía que tú fueras mi esposa. No tengomucho que ofrecer, pero necesito tu dulzura, tu influencia cristiana, y tuamor. Nos dos confiamos en Dios y somos devotos a Su trabajo. Pienso quepodemos estar felices juntos.”

Carol no contestó de momento. Ella miró hacia adelante, su cara seria.Luego, con una sonrisa se volvió en la dirección de Andrés y contestó: “Túhas llegado a significar mucho para mí, Andrés. Sin embargo, es unaresponsabilidad seria ser la esposa de un ministro. El matrimonio es algotan solemne y de tanta importancia que me gustaría pedirte un poco detiempo para considerarlo y para orar sobre el asunto. Quiero estar seguraque eso es la voluntad de Dios.”

“Será como tú dices, Carol. Esperaré, aunque no muy pacientemente, portu decisión. He estado orando y continuaré orando para que Dios nos dirija.¿Cuándo puedo regresar por tu respuesta?”

“Esperemos una semana desde hoy, Andrés,” contestó ella.La semana propuesta pasó lentamente y arrastradamente para el hombre,

y fue duro para concentrarse en su trabajo. ¿Qué haría si la respuesta de ellafuera no?

Cuando el emocionado y temeroso Andrés finalmente se encontró en la

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casa de Carol, la chica abrió la puerta y le invitó adentro. La sala estabavacía, pero había sonidos de platos en la cocina donde Angela estabatrabajando.

Carol y Andrés se sentaron en el sofá en un silencio extraño. Finalmenteel hombre joven dijo abruptamente: “Carol, ésta ha sido una semana larga:Dime, por favor, ¿cuál es tu respuesta?”

“La respuesta es sí,” dijo Carol simplemente.Había planes que llevar a cabo. Andrés estaba ansioso que la boda fuera

lo antes posible. Carol no quería una boda grande, así que planearon unaceremonia sencilla y callada en el hogar de sus amigos mutuos, la familiaCastillo.

El pastor Castillo se paró enfrente de un banco de flores en la sala de sucasa. Carol y Andrés estaban uno frente al otro, con muchos miembros de laiglesia y familiares como testigos de la ceremonia. La pareja hizo sus votosy recibió la bendición del cielo. Andrés sintió que su mundo del pasado—los días de su juventud y del sacerdocio—desaparecía de la memoria. Elhabía rodado por el mundo, pero al final, Dios había trabajado las cosaspara su bien y su felicidad. El camino adelante parecía derecho y claro.Mano a mano con Carol enfrentaría el futuro, sabiendo que el Maestro losestaba dirigiendo. Dios lo había sacado de las tinieblas y le había dado unlugar en Su obra y una compañera cristiana para estar a su lado. En verdad,él era “un tizón sacado del fuego.”

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DAl Corriente

espués de su conversión, Andrés cambió su nombre al de RafaelAngel González por temor a represalias por su salida abrupta del

sacerdocio. El y su esposa, Kathleen Robb (la linda enfermera del piano),fueron bendecidos con una hija, de nombre Patty, quien actualmente es unaprofesora de enfermería y tiene un hijo y una hija adultos.

Como la madre del Pastor González murió antes de que éste seconvirtiera, ella no sufrió la vergüenza y remordimientos que los otrosmiembros de la familia vivieron al pensar que habían perdido su pase“heredado” a la salvación. Alrededor de cada siete años Rafael viajaba aEspaña para visitar a su familia; también visitaba el monasterio de Asturiasdonde estuvo los años de su juventud: ¡Se alegró al saber que ya no eran tanestrictos como antes!

Rafael compartió con regocijo el amor y la gracia salvadora de Dios conmiles cuando trabajaba como pastor en las iglesias Adventistas del SéptimoDía en los estados de New Jersey, Pennsylvania, Michigan, Colorado, yCalifornia. Después de la muerte de su esposa, los dos últimos años de suvida los vivió con su hija en el estado de Georgia. En 2001, a la edad de 87años, el Pastor González pasó al descanso; fue sepultado en Reading,Pennsylvania, al lado de su esposa, y ahí espera la resurrección.

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Como sacerdote, Andrés trabajó para su Señor en China, 1936-46; España, 1946-47;Costa Rica, 1947-48; y Guatemala, 1949.

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Andrés sintió muy bendecido recibir una hija a su familia.

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La dulce enfermera americana

Como ministro adventista, Andrés compartió el Evangelio en varios partes de losEstados Unidos.

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Visitando la iglesia en España donde Andrés había servido como un monaguillo

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En frente del hogar de su niñez

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La pareja contenta a una cena

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A la edad de 87 en 2001, con su hija Patty González en Georgia

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