un recorrido introductorio por las diversas corrientes … · diferentes epistemologías feministas...

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UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA SIMPOSIO INTERNACIONAL 200 AÑOS “Hacia un nuevo contrato social en ciencia y tecnología para un desarrollo equitativo” Medellín, Mayo 18 al 21 de 2003 UN RECORRIDO INTRODUCTORIO POR LAS DIVERSAS CORRIENTES Y EPISTEMOLOGÍAS FEMINISTAS Zayda Sierra 1 Andrés Klaus Runge P. 2 I. INTRODUCCIÓN Para iniciar este diálogo es importante aclarar que no existe algo así como un solo feminismo, por tanto no se puede considerar ese espacio de reflexión ni como un discurso unitario, ni como un asunto exclusivo de mujeres. Esto es válido también para los términos “critica feminista” y “epistemología feminista”, cuya pluralidad de enfoques depende, además, de los diferentes movimientos sociales y políticos que las originaron y les dieron vida. En lo que se refiere al caso específico de las epistemologías feministas, autoras como Sandra Harding (1996) ya habían empezado a hablar también de diferentes posiciones epistemológicas sobre las que volveremos más adelante. Es decir, que si bien en términos generales “el” feminismo se caracteriza por develar y rebelarse contra la opresión del patriarcado 3 , socavado en su legitimidad por la incorporación masiva de las mujeres al mercado laboral y al trabajo remunerado, las respuestas a esta opresión van a variar. Puesto que las discusiones que aquí se van a presentar, tienen una lucha de fondo en contra de la inequidad, la discriminación, la intolerancia frente a los otros y otras, y en contra de la fe ciega en muchas supuestas certezas y sobreentendidos reconocidos en la actualidad como androcéntricos 4 , que se han tenido por inamovibles durante mucho tiempo, entonces los 1 Doctora en Psicología Educativa, Universidad de Georgia, Estados Unidos. Profesora de la Facultad de Edu cación y coordinadora del Grupo de Investigación en Pedagogía, Sistemas Simbólicos y Diversidad Cultural (DIVERSER) de la Universidad de Antioquia. Dirección electrónica: [email protected]. 2 Doctor en Ciencia de la Educación, Universidad Libre de Berlín, Alemania. Profesor de la Facultad de Educación y coordinador del Grupo de Investigación sobre Formación y Antropología Pedagógica e Histórica (FORMAPH). Dirección electrónica: [email protected]. 3 “El patriarcado es una estructura básica de todas las sociedades contemporáneas. Se caracteriza por la autoridad, impuesta desde las instituciones, de los hombres sobre las mujeres y sus hijos en la unidad familiar. Para que se ejerza esta autoridad, el patriarcado debe dominar toda la organización de la sociedad, de la producción y el consumo a la política, el derecho y la cultura. Las relaciones interpersonales y, por tanto, la personalidad, están también marcadas por la dominación y la violencia que se originan en la cultura y las instituciones del patriarcado” (Castells, 1998:159). 4 El androcentrismo se refiere al énfasis unilateral en “el hombre” y en “lo masculino”, en sus normas, val ores y contextos de vida. Una ciencia androcéntrica ha de entenderse entonces como una ciencia cuyas teorías, métodos

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Page 1: UN RECORRIDO INTRODUCTORIO POR LAS DIVERSAS CORRIENTES … · diferentes epistemologías feministas que surgen al interior de dichas agendas. 2.1 Feminismo democrático liberal Durante

UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA

SIMPOSIO INTERNACIONAL 200 AÑOS “Hacia un nuevo contrato social en ciencia y tecnología

para un desarrollo equitativo” Medellín, Mayo 18 al 21 de 2003

UN RECORRIDO INTRODUCTORIO POR LAS DIVERSAS CORRIENTES Y EPISTEMOLOGÍAS FEMINISTAS

Zayda Sierra1 Andrés Klaus Runge P.2

I. INTRODUCCIÓN

Para iniciar este diálogo es importante aclarar que no existe algo así como un solo feminismo, por tanto no se puede considerar ese espacio de reflexión ni como un discurso unitario, ni como un asunto exclusivo de mujeres. Esto es válido también para los términos “critica feminista” y “epistemología feminista”, cuya pluralidad de enfoques depende, además, de los diferentes movimientos sociales y políticos que las originaron y les dieron vida. En lo que se refiere al caso específico de las epistemologías feministas, autoras como Sandra Harding (1996) ya habían empezado a hablar también de diferentes posiciones epistemológicas sobre las que volveremos más adelante. Es decir, que si bien en términos generales “el” feminismo se caracteriza por develar y rebelarse contra la opresión del patriarcado3, socavado en su legitimidad por la incorporación masiva de las mujeres al mercado laboral y al trabajo

remunerado, las respuestas a esta opresión van a variar. Puesto que las discusiones que aquí se van a presentar, tienen una lucha de fondo en

contra de la inequidad, la discriminación, la intolerancia frente a los otros y otras, y en contra de la fe ciega en muchas supuestas certezas y sobreentendidos reconocidos en la actualidad como

androcéntricos4, que se han tenido por inamovibles durante mucho tiempo, entonces los

1 Doctora en Psicología Educativa, Universidad de Georgia, Estados Unidos. Profesora de la Facultad de Edu cación y coordinadora del Grupo de Investigación en Pedagogía, Sistemas Simbólicos y Diversidad Cultural (DIVERSER) de la

Universidad de Antioquia. Dirección electrónica: [email protected]. 2 Doctor en Ciencia de la Educación, Universidad Libre de Berlín, Alemania. Profesor de la Facultad de Educación y coordinador del Grupo de Investigación sobre Formación y Antropología Pedagógica e Histórica (FORMAPH).

Dirección electrónica: [email protected]. 3 “El patriarcado es una estructura básica de todas las sociedades contemporáneas. Se caracteriza por la autoridad, impuesta desde las instituciones, de los hombres sobre las mujeres y sus hijos en la unidad familiar. Para que se ejerza esta autoridad, el patriarcado debe dominar toda la organización de la sociedad, de la producción y el

consumo a la política, el derecho y la cultura. Las relaciones interpersonales y, por tanto, la personalidad, están también marcadas por la dominación y la violencia que se originan en la cultura y las instituciones del patriarcado” (Castells, 1998:159). 4 El androcentrismo se refiere al énfasis unilateral en “el hombre” y en “lo masculino”, en sus normas, val ores y

contextos de vida. Una ciencia androcéntrica ha de entenderse entonces como una ciencia cuyas teorías, métodos

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planteamientos y aportes feministas han de ser vistos, más bien, como una perspectiva de

indagación y de crítica que convoca a todos aquellos que se hacen -se han hecho, se pueden y se quieren hacer- más sensibles y autorreflexivos frente a lo dado (frente a una sociedad con unas

instituciones y prácticas androcéntricas, patriarcales, racistas, discriminadoras y excluyentes). En ese sentido, los diversos feminismos fomentan ante todo una actitud de sospecha

frente a las condiciones de un pasado y, sobre todo, de un presente problemáticos que, además, se nos han presentado como algo necesario e ineluctable. Esta actitud, que remite de alguna manera a las posiciones críticas frente a la sociedad de pensadores como Montaigne y Rousseau, y que inscribe las reflexiones y críticas feministas dentro de la tradición del Marxismo y de la Teoría Crítica, no lleva, como lo dijera Foucault (en: Erdmann, Forst y Honneth, 1990) refiriéndose a su propio punto de vista, a la apatía, sino a un “activismo” que no excluye el pesimismo y que se debe mantener bordeando constantemente los límites. Siguiendo a Foucault, lo que acá nos sigue vinculando todavía a todos y a todas con la Ilustración es la “permanente reactivación... de un ethos filosófico que se puede describir como la crítica permanente a nuestro ser histórico... La crítica consiste precisamente en el análisis de los límites y su reflexión... De allí que [s e]

caracterice el ethos filosófico, propio de la ontología crítica de nosotros mismos, como una

prueba histórico-práctica de los límites que podemos sobrepasar y, por tanto, como un trabajo de nosotros mismos sobre nosotros mismos en tanto seres libres” (45, 48, 50).

2. TRES AGENDAS DEL FEMINISMO Retomando lo expuesto por Madeleine Arnot (1995) y Manuel Castells (1998), podemos

agrupar, desde el punto de vista histórico, en tres agendas o enfoques feministas las diversas respuestas a la inconformidad y al malestar que se generaron por el trato discriminatorio hacia la mujer y que se hicieron más manifiestas a partir de los cambios profundos que vivió la sociedad humana desde la revolución industrial. Dichas agendas son: el feminismo democrático liberal, el

feminismo de la diferencia y el feminismo postmoderno (polifónico, postcolonial, multicultural). No debemos olvidar, sin embargo, que bajo la diversidad del feminismo, “se encuentra una

comunidad fundamental: el esfuerzo histórico, individual y colectivo, formal e informal, para redefinir la condición de la mujer en oposición directa al patriarcado” (Castells, 1998:202). En lo

que sigue se mantendrá el esquema de las tres agendas mencionadas y se mostrarán las diferentes epistemologías feministas que surgen al interior de dichas agendas.

2.1 Feminismo democrático liberal Durante el siglo XIX y, en especial, durante el siglo XX, las luchas de las mujeres se basaron

en conquistas insatisfechas o ignoradas por la Ilustración, por los Derechos del Hombre y por las

y esquemas de pensamiento se basan en sus propias creencias, prejuicios, visiones de mundo, etc. y que investiga, por tanto, sólo sus aspectos vitales. De all í que el conocimiento obtenido de hombres sobre hombres sea visto como objetivo, racional y con validez general, y esté basado en una visión jerárquica del mundo en la que lo femenino -la

mujer- es infravalorado. Además, cuando se hace ciencia de este tipo no sólo se fomenta un cierto desprecio por lo que se considera femenino, sino que a los hombres mismos se los encasil la dentro de una concepción de hombre patriarcal, eurocéntrica, capitalista y racionalista, a la que se le da también el carácter de universal. Para una deconstrucción de lo masculino en favor de las “masculinidades múltiples” véase: Cornell, 1995 y Cornwall &

Lindisfarne, 1994.

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constituciones de las nacientes repúblicas europeas y americanas que dejaron por fuera los más

elementales derechos de ciudadanía de las mujeres. Hablamos de derechos civiles como la libertad de la persona, la libertad de expresión, de pensamiento y de creencia, el derecho a la

propiedad y el derecho a celebrar contratos válidos, y el derecho a la justicia; derechos políticos como el derecho a participar en el ejercicio del poder por medio de representantes políticos o

como electoras; y derechos sociales como el derecho a un mínimo de bienestar y de seguridad económica (Arnot, 1995:313). Desde esa época y aún hasta la década de los sesenta, el feminismo liberal se centró en la lucha por la igualdad de derechos para la mujer en todas las esferas de la vida social, económica e institucional. En países como Estados Unidos se lograron, de este modo, cambios legislativos sustanciales que iban desde el derecho a una remuneración igual por un trabajo igual y el derecho al acceso a todas las ocupaciones e instituciones, hasta los derechos sexuales y reproductivos. “Estos logros impresionantes, en menos de dos décadas, se obtuvieron mediante una hábil presión política, campañas en los medios de comunicación y apoyo a las candidatas femeninas o a los candidatos que defendían a las mujeres... Fue particularmente importante la presencia en los medios de comunicación de mujeres periodistas que eran

feministas o apoyaban las causas feministas” (Castells, 1998:204). Por su parte, en Europa,

durante las tres últimas décadas, las estrategias para atender a las demandas de los movimientos de mujeres han sido variadas. Éstas han estado enfocadas hacia la mejora de su participación en la vida pública, hacia la supresión de la discriminación laboral, hacia la creación de provisiones especiales para el cuidado de los niños pequeños y, en especial, hacia la facilitación del acceso de las mujeres a las instituciones educativas estatales, en especial, a las de educación superior (Arnot, 1995:308-309)5.

La principal crítica a la agenda democrática liberal feminista es que, a pesar de los logros obtenidos con respecto a una mayor inclusión de la mujer en campos que habían sido de dominancia masculina, no se ha cuestionado verdaderamente a la sociedad patriarcal, sino que, en la búsqueda de igualdad de condiciones, se ha pretendido vanamente mejorarla. Como

afirmara Arnot (1995), el trabajo de las feministas liberales mediante su rechazo a una educación de segunda clase que se daba a las niñas y mediante su lucha en favor de la mujer para tener

acceso a las formas masculinas de educación de categoría superior, tuvo éxito al desafiar algunas de las instituciones más elitistas y jerárquicas. Al demostrar con estadísticas las desigualdades

sexuales en el sistema educativo y la segregación laboral según el sexo, las feministas liberales pusieron en evidencia las grietas de las sociedades democráticas, las cuales, para ser

consideradas como tales, requerirían de serias reformas. El Estado tenía que entrar a desempeñar allí el papel de promotor de la reforma progresiva y a ocuparse de las mujeres y de sus intereses. Pero, como lo revela esta autora con base en informes contemporáneos en las

Comunidades Europeas, las mujeres todavía no han podido lograr una participación equiparable a la de los varones en los procesos de decisión y su posición en la familia sigue siendo

problemática, pues, a pesar de las diferentes legislaciones y reformas, no ha sido posible que la mujer se libere de su destino doméstico, es más, su jornada laboral se duplicó. “La estrategia de

las feministas liberales para eliminar las diferencias según el género no ha conseguido cuestionar

5 Estos movimientos se han extendido a otras partes del mundo debido, en parte, a la globaliza ción de la economía, pero, como lo describe Castells, con una intensidad diferente según la cultura y el país. Las referencias al caso

colombiano serán desarrolladas en un próximo trabajo.

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la estructuración más fundamental del discurso democrático... no ha conseguido descubrir

obstáculos mucho más profundos para la igualdad sexual” (316). Aunque resquebrajada, la estructura patriarcal permanece, ya que el pensar y la acción de los varones no han sido

cuestionados. Poco o nada se comparten las tareas domésticas y el control masculino continúa prevaleciendo en el ámbito público.

A pesar del difícil avance de las luchas feministas democrático liberales en el campo de la ciencia, no se puede dudar de su contribución con la promoción de más mujeres científicas, con el señalamiento y caída de obstáculos que impiden su participación total en los ámbitos académicos, así como con la ruptura de la invisibilidad de los aportes de las mujeres en la historia de las ciencias. El ingreso de investigadoras y teóricas al campo de las ciencias sociales, biológicas, físicas, médicas y naturales ha permitido desarrollar una serie de interrogantes que han contribuido enormemente al cuestionamiento de la pretendida neutralidad o imparcialidad de la ciencia; cuestionamientos como, por ejemplo, por qué la prelación a estudiar ciertos problemas y no otros, a quién benefician dichas decisiones, o cuál ha sido el manejo ético en el trato dado a los sujetos investigados. Como lo señala Harding (1996), fueron las mujeres científicas y no los

hombres, quienes probablemente se percataron más del sesgo androcéntrico en el quehacer

científico, tanto en la definición de los problemas científicos como en los conceptos, teorías, métodos e interpretaciones de las investigaciones.

2.2 Feminismo de la diferencia Mientras el feminismo liberal se centra en la igualdad de derechos para la mujer en todas

las esferas de la vida social, económica e institucional, el feminismo de la diferencia o radical emerge como reacción al sexismo dominante y a la dominación masculina que se continuaba en la familia, en la esfera pública e, inclusive, en organizaciones revolucionarias que se suponía estaban por la transformación social (Arnot, 1995; Castells, 1998). El gran problema radicaba en que no era posible obtener cambio alguno dentro de la democracia liberal si sus estructuras

sociales y de pensamiento continuaban siendo masculinas. Emergen, entonces, una serie de teorías feministas que resaltan la experiencia social de las mujeres en oposición a la opresión y a

la violencia ejercidas por los hombres durante años. En este caso son de gran influencia las investigaciones de Carol Gilligan y Sara Ruddick (ver Richmond, 2001:95), que les llevara a ellas y

a otras a afirmar que la relación madre-hijo implica una manera especial de reflejarse en la moral -una ética del ‘cuidado’, opuesta a la ética de la ‘justicia’-; un modo de ‘pensamiento maternal’,

distintivo y pacifista. Para las feministas que apoyan las ideas de la diferencia entre masculino y femenino, en tanto formas distintas de conocer y de evaluar el mundo, existe la posibilidad de construir un marco político alternativo al de la democracia liberal:

Las escuelas tendrían que reemplazar los valores más violentos, competitivos y

militaristas de las sociedades democráticas liberales, resaltando los valores y la ética femeninos... El currículum subrayaría la importancia de la subjetividad, la imaginación, la

estética y la emoción, la comunicación y la colaboración o la empatía, en vez de los estilos de debate conflictivos y combativos... Una universidad basada en este orden femenino, por

ejemplo, transformaría sus modos de enseñanza, aprendizaje y evaluación de manera que la cooperación, colaboración y apoyo mutuo serían aspectos fundamentales del

aprendizaje. (Arnot, 1995:318)

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El feminismo de la diferencia se reconoce como esencialista al proclamar la diferencia esencial de las mujeres frente a los hombres, arraigada en la biología y en la historia, y la

superioridad moral/cultural de la feminidad como modo de vida. Esto significa reconstruir la identidad del ser mujer en virtud de la especificidad de sus cuerpos y sus experiencias personales

y culturales, para escapar así de una definición que ha sido hecha por los hombres. El feminismo de la diferencia se reconoce entonces como radical o separatista cuando propone como solución a la identidad alienada de la mujer la necesidad de alejarse del mundo de los hombres y recrear la vida y la sexualidad en hermandad femenina (Castells, 1998:223, 201). A nivel epistemológico esta perspectiva se traduce en las teorías del punto de vista feminista a las que nos referiremos luego.

El esencialismo ha sido duramente cuestionado al interior del mismo movimiento feminista, pues algunas teóricas plantean que sostener las diferencias entre hombres y mujeres le hace el juego a los valores tradicionales del patriarcado y con ello se desconoce que el sexo anatómico es una construcción social y se olvida que es la opresión la que crea el género, no el

género la opresión: “la feminidad es una categoría masculina y la única liberación consiste en

quitar todo género a la sociedad, suprimiendo la dicotomía hombre/mujer” (Castells, 1998:224). Otras teóricas ven el concepto de cultura femenina como problemático, pues universaliza la influencia del maternalismo de manera inaceptable, además de que no reconoce la enorme diversidad de las experiencias y las circunstancias de las mujeres, asunto este que lleva a ocultar, incluso, las desigualdades sociales (mujeres de clase alta vs. clase trabajadora; mujeres blancas vs. mujeres negras o de otro origen étnico; mujeres del primer mundo vs. mujeres del denominado tercer mundo) (Arnot, 1995:323; Wylie, 2001:194).

2.3 Feminismo postmoderno

De acuerdo con Whittier (citada por Castells, 1998), “un movimiento social cambia a

medida que entran en él nuevos participantes y redefinen su identidad colectiva” (208). Las teorías feministas de la igualdad y de la diferencia vienen requiriendo de otras aproximaciones

que den cuenta, de una manera más amplia, de la complejidad de las identidades, experiencias, culturas y posiciones sociales de las mujeres. Como se sabe, todos estos aspectos se han vuelto

más complicados en un mundo postmoderno, afectado por “el rápido crecimiento del capitalismo de las compañías de ámbito mundial, el resurgimiento de la derecha, el colapso del

socialismo, el surgimiento del nacionalismo y las crecientes desigualdades sociales, tanto entre como dentro de las economías aparentemente avanzadas” (Arnot, 1995:321-322).

Después de realizar un recorrido por movimientos feministas en diferentes contextos

(Estados Unidos, Gran Bretaña, Italia, Europa Oriental, Asia industrializada y el denominado mundo en vías de desarrollo), mostrando los diversos altibajos que han vivido y que viven el

feminismo y las luchas de las mujeres, Castells (1998) reconoce en la actualidad una polifonía de movimientos que van desde la defensa de los derechos de la mujer, el feminismo cultural, el

feminismo esencialista en sus versiones espiritualista y ecofeminista, el feminismo lesbiano, el reconocimiento de identidades específicas de las mujeres hasta el feminismo práctico. Se trata

de una multiplicidad de identidades feministas que, como lo sostiene Castells, no deben considerarse como una fuente de debilidad, sino de fortaleza, sobre todo, en una sociedad

caracterizada por redes flexibles y alianzas variables en la dinámica de los conflictos sociales y las

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luchas de poder. “Bajo diferentes formas y mediante caminos diferentes, el feminismo diluye la

dicotomía patriarcal hombre/mujer tal como se manifiesta en las instituciones y la práctica sociales. Al hacerlo, construye no una, sino muchas identidades, cada una de las cuales, mediante

su existencia autónoma, se incauta de micropoderes en la red mundia l de las experiencias vitales” (225, 228). Ello viene generando el desarrollo y construcción de nuevas definiciones de

ciudadanía, más adaptadas a la especificidad y multiplicidad de las demandas de las mujeres. En las últimas décadas han surgido una miríada de organizaciones locales alternativas de la comunidad de mujeres, como clínicas, centros de formación, librerías, centros de prevención de la violencia contra las mujeres, grupos de teatro, grupos de música, clubes de escritoras, y toda una gama de expresiones culturales. “Organizaciones feministas que, en su diversidad y flexibilidad, han proporcionado las redes de apoyo, la experiencia y los materiales discursivos para que surja una cultura de la mujer, socavando de este modo el patriarcado donde es más poderoso: la mente de las mujeres” (Castells, 1998:207).

Lo anterior ha llevado, igualmente, a replantear y a concebir el ser masculino de nuevas maneras que van desde el cuestionamiento al imperativo patriarcal, los planteamientos sobre

otras maneras de expresar el afecto y la sexualidad, la petición de jornadas laborales especiales

para compartir las responsabilidades domésticas y de crianza, hasta la exploración de otras alternativas de aproximación al conocimiento, diferentes a las establecidas.

Este ha sido, a grandes rasgos, el recorrido por los tres grandes movimientos feministas contemporáneos. La ciencia no se escapó a su escrutinio crítico. Pasemos entonces a las diferentes corrientes de epistemología feminista que se configuran de acuerdo a es tas tres grandes agendas mencionadas.

3. LAS EPISTEMOLOGÍAS FEMINISTAS Las epistemologías feministas que describiremos a continuación, se alimentan y a su vez

vienen contribuyendo con las diferentes discusiones epistemológicas post-popperinas y post-kuhnianas, que giran alrededor de temas centrales como la crítica a la neutralidad y objetividad

de la ciencia, su carácter histórico, social y generizado, y el problema de la intersubjetividad de la verdad. Para una mejor comprensión de estas discusiones, revisemos brevemente los aportes

de Popper y Kuhn a la mirada relativa e histórica de la ciencia.

3.1 Los cambios en la concepción de la ciencia a partir de Popper y Kuhn En la historia de la ciencia Occidental6 la concepción que ha predominado es aquella

denominada positivista, en donde se ve a la ciencia como libre de valor y como instancia suprema

en lo que respecta al conocimiento y la verdad. Desde esta perspectiva, la ciencia se ha asociado a la imparcialidad, a la neutralidad, a la objetividad y a la autonomía (Guba & Lincoln, 1994).

Muchos defensores de la ciencia en su sentido positivista sostienen entonces que estos deben

6 Al hablar de ciencia, nos referimos al proceso sistemático de construcción del conocimiento en Occidente, sea en

las ciencias naturales, formales y humanas, sin privilegiar unas u otra. Incluye “el complejo de actividades, prácticas e instituciones sociales, parte de cuyos resultados son conocimientos científicos –muchos de los cuales se plasman en las teorías científicas–, y que tiene también consecuencias que transforman la realidad” (Olivé, 2000:26). Las reflexiones y análisis críticos a la ciencia se vienen haciendo también extensivos al campo de la tecnología, pero, por

l imitaciones de espacio, presentaremos estas discusiones en trabajos futuros.

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ser los valores constitutivos de las prácticas científicas y de sus instituciones. Cuando se hace

referencia a la imparcialidad se quiere decir que las teorías científicas tienen que ser susceptibles de ser evaluadas a la luz de criterios internos a la ciencia (lógica de la investigación, lógica de la

ciencia, teoría de la ciencia), criterios que no deben tener nada que ver con asuntos ligados a valoraciones de índole moral o social. Cuando se habla de neutralidad en la ciencia se quiere decir

que los criterios de evaluación y la aplicación de la ciencia misma no pueden favorecer una perspectiva en particular. La ciencia es, pues, objetiva en la medida en que se abstiene de formular apreciaciones o estimaciones personales o partidistas. Finalmente, cuando se plantea el carácter autónomo de la ciencia se hace alusión con ello al hecho de que la ciencia, su metodología, sus prácticas y sus instituciones no pueden darle cabida a asuntos de tipo moral y valorativo y que, por tanto, la ciencia no tiene que verse interferida o perturbada por estos últimos.

Trabajos de corte epistemológico como los de Karl Popper (1971) contribuyeron con ampliar nuestra mirada a la ciencia, diferente a la del positivismo, al mostrar que ésta no sólo se encontraba apoyada en un trasfondo de creencia no demostrable, sino que el verificacionismo

era insustentable (autocontradictorio) e impracticable7, pues los enunciados de base, los

presupuestos y axiomas de los que partía o a los que llegaba toda teoría no se podían comprobar completa y universalmente8. Aunque sin adentrarse propiamente en los problemas externos de la ciencia, fue por ello que Karl Popper desarrolló su propuesta falsacionista o demostración del error. El falsacionismo sigue inscrito dentro de la orientación lógico-deductiva de la ciencia positivista, pero rompe con el verificacionismo al proponer que, si bien los axiomas y proposiciones universales no pueden ser verificados, no obstante, sí pueden ser falsados mediante la experiencia. De allí resulta entonces que para el racionalismo crítico una teoría es científica cuando es falsable. Una teoría puede ser falsada completamente, pero no verifi cada. Según el racionalismo crítico, sólo hay aproximaciones a la verdad y una teoría sólo puede ser juzgada si es mejor o peor que otra para dar cuenta de un aspecto del mundo. La falsación es lo

que permite darle el carácter de empírico a la investigación científica y lo que da el criterio de demarcación entre teorías científicas y no científicas. De allí se concluye entonces que cuando

una teoría no es falsable es porque es metafísica o cualquier otra cosa, menos ciencia. Tampoco las “experiencias subjetivas” y los “sentimientos de convicción” pueden justificar algún

enunciado científico (Popper en Mardones, 1994). Como la verdad no es alcanzable de un modo absoluto mediante la experiencia, la objetividad de un enunciado viene dada ahora por su

posibilidad de ser contrastado intersubjetivamente. La objetividad de la ciencia es, por tanto, un ‘asunto social de una crítica recíproca’: “Lo que puede ser calificado de objetividad científica radica única y exclusivamente en la tradición crítica, esa tradición que a pesar de todas las

7 Con el principio de verificación se sostiene que todo enunciado o proposición, para que sea verdadero, tiene que ser verificado mediante la experiencia o la observación. Tal principio debe ser válido para todas las ciencias, sean éstas formales, naturales o humanas. Eso significa, igualmente, que las proposiciones fi losóficas, religiosas,

metafísicas, éticas que no pueden ser verificadas y que no tienen un contenido empíric o directo, carecen, por tanto, de sentido y no se puede decir nada sobre su verdad o falsedad. 8 Inclusive, desde Descartes, se venía planteando esta idea: en la medida en que ninguna ciencia está en capacidad de demostrar de un modo científico la solidez de sus propios basamentos, entonces debe recurrir a algún axioma no

verificable científicamente -en su caso a Dios.

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resistencias permite a menudo criticar un dogma dominante” (Popper en Mardones, 1994:176) -

de allí también el nombre de racionalismo crítico9. En lo que respecta a la neutralidad valorativa, Popper reconoce por ello que es inevitable

dejar de lado los intereses extracientíficos. Sin embargo, propone que el interés puramente científico por la verdad debe primar sobre los otros. Así, dice él, aunque la “pureza de la ciencia”

parezca más bien un “ideal”, no por ello es vana la empresa de excluir todo tipo de valoraciones extracientíficas que obstaculicen el interés por la verdad. “Es, por supuesto, imposible excluir tales intereses extracientíficos de la investigación científica; y no deja de ser menos imposible excluirlos de la investigación científico-natural… como de la científico social…. Lo que es posible e importante y confiere a la ciencia su carácter peculiar no es la exclusión, sino la diferenciación entre aquellos intereses que no pertenecen a la búsqueda de la verdad y el interés puramente científico por la verdad…. Esto no puede, desde luego, llevarse a cabo de una vez para siempre por decreto, sino que es y seguirá siendo una de las tareas duraderas de la crítica científica recíproca. La pureza de la ciencia pura es un idea l…, pero por el que la crítica lucha y ha de luchar ininterrumpidamente” (Popper en Mardones, 194:177).

De esta toma de conciencia frente a los factores externos que determinan a las ciencias

fue de donde emergen nuevas epistemologías que comenzaron a prestarle atención a los aspectos históricos y sociales de las ciencias y se inauguró un espacio de reflexión denominado respectivamente historia y sociología de las ciencias. Gracias a los nuevos aportes, se comenzó a hablar de la ciencia como un fenómeno social e histórico, es decir, que toda experiencia de quien investiga y hace ciencia se encuentra mediada y condicionada por factores de tipo histórico, social y cultural (Cf. Kuhn, 1992; Toulmin, 1977). En esa medida, no puede haber conceptualización o tematización de un aspecto de la realidad -ciencias, disciplinas o teorías- que no esté atravesado por una teoría previa, y, en un sentido más amplio, por diferentes creencias, valoraciones sociales, visiones de mundo y conocimientos previamente determinados por un contexto social e histórico. En otras palabras, siempre que se hable de ciencia, ésta no puede

aparecer desligada de lo social y de lo histórico. Este tipo de reflexiones abrieron así un espacio en torno a tendencias historicistas ya existentes dentro de la filosofía de la ciencia (p.e.

Bachelard, Canguilhem) y que habían sido poco tenidas en cuenta hasta ese entonces. Visto históricamente, todo esto representó un momento determinante para la recuperación del sujeto

social e histórico. Ello dio luces, además, sobre la importancia e insoslayabilidad de este último para la epistemología.

En esta discusión sobre el rescate del sujeto de y en la ciencia jugaron también un papel de gran importancia las reflexiones sobre la ciencia realizadas por teóricas feministas, quienes profundizaron aún más en el “aspecto subjetivo de la objetividad” (Kéller, 1994). Bajo esta nueva

óptica, la ciencia aparece ahora como una configuración de dominación y de poder patriarcal que, con sus aspiraciones de neutralidad científica, validez universal y objetividad, se camufla, o

mejor, camufla sus intereses androcéntricos. Se puede decir entonces que una de las contribuciones más importantes de las teorías y filosofías de la ciencia feministas ha sido la de

haber sacado a la luz la subjetividad generizada del científico que se encontraba escondida detrás de la objetividad de la ciencia y la de haber comenzado así con la “deconstrucción” de categorías

9 Aunque la sociedad de críticos racionales no existe como tal. Más bien, la ciencia se encuentra sometida a un

control social que no es necesariamente racional (Cf. Kuhn,1992 y Feyerabend, 1982).

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como naturaleza, sexo, mujer y hombre, al introducir el género como categoría crítico-analítica.

La gran denuncia desde las epistemologías feministas es que detrás de la apariencia de racionalidad de la ciencia se esconden los intereses masculinos –concientes o inconscientes. Bajo

esta perspectiva, la racionalidad de la ciencia no resulta ser más que una forma de “ideologización” masculina que los hombres llevan a cabo para justificar su propio hacer y su

teorizar. De allí que una de las grandes tareas de la epistemología feminista sea “deconstruir” la ciencia para ver la gramática androcéntrica que le subyace. En términos generales, las epistemologías feministas se constituyen en un movimiento de reflexión y crítica que permite visualizar las jerarquizaciones y asimetrías que se producen y reproducen en el mundo de la ciencia por causa del androcentrismo.

3.2 Posiciones y corrientes en la epistemología feminista En lo que se refiere propiamente al trabajo sobre “la ciencia” en tanto objeto de análisis,

existen diferentes perspectivas de reflexión feminista que la ven como un discurs o y como una

práctica generizada y discriminadora. Como se dijo al comienzo, el espectro de reflexiones y

trabajos que se ubican bajo el rótulo de “feminismo” es variado. De allí que no se pueda hablar simplemente de “feminismo” y que haya que distinguir diferentes posiciones y corrientes. Harding (1996:23 y ss), por ejemplo, diferencia tres corrientes de epistemología feminista, a saber: el empirismo feminista (feminist empiricism), el punto de vista feminista (feminist standpoint theory) y el postmodernismo feminista (feminist postmodernism). Existen otros enfoques que cobran cada vez mayor fuerza y que no se pueden pasar por alto como el feminismo negro (black feminism), el feminismo chicano (chican feminism) y los estudios sobre homosexualidad (gay and queer theories), que no entraremos en este trabajo a detallar. Esbocemos entonces los aspectos generales de las tres posiciones epistemológicas más significativas.

3.2.1 Empirismo feminista

Harding (1996) denominó empirismo feminista al esfuerzo epistemológico de varias teóricas y científicas por dar respuesta al sesgo androcéntrico y por garantizar, al mismo tiempo,

su participación en el quehacer científico bajo igualdad de condiciones. Según estas autoras, la visión sesgada se resolvería al corregir la “mala ciencia”, entendida como aquella que no se ha

hecho de un modo ajustado a las normas y los ideales objetivistas y fundamentistas del empirismo liberal que han sido constitutivos de las diferentes disciplinas.

El empirismo feminista se inscribe entonces dentro del programa de “ciencia tradicional”.

La pretensión de las defensoras de esta posición es la de tomar parte, de igual a igual, en los debates científicos y en la producción de conocimiento científico. Expresado grosso modo el

problema se torna acá en un asunto de participación que, en consecuencia, pasa por alto ingenuamente los aspectos socio-estructurales que precisamente determinan el modo en que se

controla dicha participación. Si a la ciencia le faltan mujeres no es porque estas últimas adolezcan de algo así como falta de capacidad, motivación o compromiso, sino porque la ciencia misma las

excluye sistemáticamente -como sujetos de investigación y como objetos de investigación. Como se puede notar, el empirismo feminista todavía no pone en entredicho el “dogma de la ciencia”.

Por el contrario, el compromiso de este enfoque es con la “objetividad” y por ello se presupone

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una adecuación del lenguaje con la realidad y la posibilidad de leyes universales. “Mala ciencia”

es entonces aquella ciencia que todavía no ha podido lograr la neutralidad, la claridad y la imparcialidad en sus observaciones. “Si la ciencia sexista es mala ciencia y llega a las conclusiones

a las que llega porque utiliza una metodología inadecuada, habrá una metodología buena o mejor que nos impedirá obtener conclusiones sesgadas” (Longino y Doell en Harding, 1996:91). Acá, al

problema de la participación de más académicas en el quehacer de la ciencia y a la inclusión de la categoría de género como objeto de estudio, se le suma la pretensión de hacer “ciencia buena y mejor”. Por eso, para que la identidad social del investigador no se inmiscuya en los resultados de la investigación, es necesaria una aplicación más sistemática y rigurosa de los métodos de la ciencia existente. De esta manera sería posible identificar y corregir los sesgos androcéntricos en la interpretación de los datos (Harding, 1996; Wylie, 2001).

Para el empirismo feminista lo anterior significa que su tarea ha de consistir en hacer “mejores” teorías para dar una mejor cuenta de la realidad (por ejemplo, del género, de la mujer). Las pretensiones del feminismo empirista siguen siendo iguales, en cierto modo, a las del “Círculo de Viena”, a saber: las de eliminar toda “basura” metafísica de la ciencia, sólo que ahora no se

habla propiamente de “basura metafísica”, sino de “androcentrismo y sexismo”.

Esta perspectiva ha generado críticas fuertes al interior de las mismas feministas. Para Harding (1996), el intento de decantar la ciencia a partir de sí misma, es decir, de dejar de hacer “mala ciencia” sin cuestionar la “estricta adhesión a las normas metodológicas vigentes de la investigación científica” (21) hace que el proyecto mismo de una ciencia buena, neutral y no generizada se vuelva sospechoso. El gran error acá, como lo sostiene Harding, es que la “ciencia no puede hacerse neutral con respecto a los valores en el sentido de bloquear los valores e intereses políticos en relación con los esquemas conceptuales y metodologías que dirigen la investigación científica... Hay, y debe haber, una constante interacción entre la tendencia de la ciencia a reflejar la vida social y la tendencia de la vida social a reflejar la ciencia” (205). En esa medida, los “proyectos sociales de las culturas en las que se desarrolla la investigación científica,

así como la ignorancia y las falsas creencias de los investigadores individuales son los responsables de la selección de los problemas científicos, de los tipos de hipótesis propuestas,

de la determinación de lo que se consideran pruebas y del modo de utilizarlas para apoyar o refutar las hipótesis” (91).

Al seguir aferradas a la visión tradicional de objetividad y al no reflexionar sobre las condiciones históricas y sociales del hacer científico, las defensoras del empirismo feminista no

hacen más que reproducir los esquemas y las estructuras de la ciencia androcéntrica y europea tradicionales. Su posición llega hasta hacer explícitos los aspectos sociológicos, históricos y psicológicos de la ciencia, pero los deja por fuera del análisis al no considerarlos como parte de

su dominio. Harding cuestionó esta perspectiva argumentando precisamente que son la ciencia en uso y la atenencia a normas metodológicas establecidas de investigación las que generan

resultados androcéntricos. Similar al feminismo liberal democrático, que no logra derrumbar al patriarcado, la postura empirista deja intacta a la ciencia imperante, al pretender que un

seguimiento riguroso de comprobación de hipótesis e interpretación de los datos puede mantener libre de contexto a la investigación, cuando no han sido libres de contexto los procesos

que llevaron a la identificación y definición de los problemas objeto de estudio. En ese sentido las empiristas feministas perpetúan el divorcio, como lo hiciera Hans

Reichenbach (1971), entre el trabajo “propiamente” científico y el trabajo previo a ello, es decir,

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entre el “contexto de justificación” y el “contexto de descubrimiento”10. Pero como se ha

demostrado en otros trabajos, tal diferenciación de dominios no es suficiente para asegurarle imparcialidad a la actividad científica y salvar con ello el problema del trasfondo de creencia que

ya Popper había logrado identificar a mediados del siglo pasado. Si bien tal distinción es analíticamente factible, resulta bastante artificial para dar cuenta de una actividad científica

“pura”. Para el caso de las empiristas feministas lo anterior supondría que el investigador o la investigadora estaría en capacidad de dejar “en la casa” el mundo de la vida con s us creencias antes de entrar en el laboratorio.

3.2.2 Teorías del punto de vista feminista Las teorías del punto de vista feminista le conceden una importancia capital a los

contextos sociales y políticos de la investigación, en particular, a las prácticas y experiencias propias de las mujeres que le confieren al conocimiento de la naturaleza y la vida social dimensiones que no son posibles desde la perspectiva de la actividad y la experiencia típica de los hombres (Harding, 1996:124). Esta corriente de pensamiento contribuyó a llamar la atención

sobre problemas de investigación que hacían parte de los movimientos de las mujeres y que

habían sido subestimados, tales como problemas biológicos y médicos como la menstruación, el aborto y la revisión y cuidado de la salud a cargo de la misma interesada (125); así como ideas alternativas sobre la relación entre organismo y el medio ambiente (131). A su vez, teóricas feministas en este campo abrieron la posibilidad de “una epistemología que sostiene la legitimidad de las apelaciones a lo subjetivo, la necesidad de unir los campos intelectual y emocional, la sustitución del predominio del reduccionismo y la linealidad por la armonía del

holismo y la complejidad, cuyos orígenes pueden detectarse en lo que Foucault llamaría ‘saberes subyugados’ -ideas sumergidas en la historia de la ciencia” (126).

El punto de vista epistemológico feminista, siguiendo con la descripción de Harding, es entonces una posición social comprometida, que otorga a quienes la ocupan una ventaja

científica y epistémica:

La subyugación de la actividad sensual, concreta y relacional de las mujeres les permite captar aspectos de la naturaleza y de la vida social inaccesibles a las investigaciones

basadas en las actividades de los hombres. La visión fundada en las actividades de los hombres es, a la vez, parcial y perversa; ‘perversa’ porque invierte de forma sistemática

el orden de las cosas: sustituye la realidad concreta por lo abstracto; por ejemplo, hace del peligro de muerte, en vez de la reproducción de la forma de vida de nuestra especie,

el acto humano paradigmático. (129)

La pregunta por si puede haber un punto de vista feminista cuando la experiencia social

de las mujeres (o de las feministas) está dividida según la clase social, el origen étnico y la cultura, además de la necesidad de utilizar un fundamento adecuado para investigar las identidades

10 De acuerdo con Reichenbach (1971), el “contexto de descubrimiento” hace referencia a todos los aspectos subjetivos y sociales que determinan a quien investiga. Este comprende los estilos cognitivos , los intereses y expectativas del investigador o la investigadora, así como otros factores “externos” a la actividad investigativa misma. El “contexto de justificación” se refiere a los aspectos propios de la lógica de la investigación científica como

son las relaciones entre teorías, conceptos, métodos y criterios de evaluación.

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fragmentadas que crea la vida moderna, llevó a varias teóricas a distanciarse de la teoría del

punto de vista y a aceptar, en cambio, el pleno relativismo de la posición postmoderna, que reconoce que todo conocimiento es situado y se da desde una perspectiva, y que toda ciencia es

“irreductiblemente social” (Wylie, 2001:195). Sin embargo, no puede dejar de reconocerse que fueron el feminismo de la diferencia y la teoría del punto de vista lo que dejaron entrever los

mecanismos mediante los cuales las relaciones de género influyen en nuestros puntos de vista epistémicos, posibilitando un marco de análisis sin el cual las prácticas y el pensamiento característicos de las mujeres seguirían formando parte del mundo creado por la dominación masculina.

3.2.3 Epistemología postmoderna feminista De acuerdo con Harding (1996), la epistemología postmoderna feminista comparte con

pensadores posmodernos como Derrida, Foucault, Rorty y otros, un profundo escepticismo respecto a los enunciados universales (o universalizadores) sobre la existencia, la naturaleza y las fuerzas de la razón, el progreso, la ciencia, el lenguaje y el ‘sujeto/yo’ (26). El feminismo

postmoderno es anti-fundacionalista y rechaza el universalismo y la idea de verdad. Siguiendo en

ello a Lyotard, el feminismo postmoderno también habla del fin de los “grandes relatos”. En la medida en que todo se encuentra atravesado por el lenguaje y que la relación entre éste y la realidad es variable, el problema ahora es el de analizar los “juegos de lenguaje” (Wittgenstein) y sus “efectos de realidad” (Foucault) y de verdad. Sin embargo, el reconocimiento del hecho de que la ciencia sea un producto social, de que sus proyectos y alusiones al conocimiento llevan las huellas de sus productores humanos, no significa una exaltación por parte del feminismo de la subjetividad relativista. De acuerdo con Harding, las feministas no plantean que las descripciones androcéntricas y feministas sean equiparables, “como tampoco Kuhn dice que su explicación sea tan aceptable como cualquiera de las que critica... Cuando la razón y las pruebas respaldan un enunciado feminista, se pretende que éste sustituya los enunciados androcéntricos y no que

coexistan en pie de igualdad” (90, 96). Para Harding:

El salto al relativismo malentiende también los proyectos feministas. Las teóricas feministas de primera fila no intentan reemplazar un conjunto de lealtades de género por

otro –las hipótesis ‘centradas en el hombre’ por las ‘centradas en la mujer’... El objetivo de la búsqueda feminista del saber consiste en elaborar teorías que representen con

precisión las actividades de las mujeres como actividades sociales, y las relaciones sociales entre los géneros como un componente real –importante, desde el punto de vista explicativo– de la historia humana. (121)

Así como el feminismo no es una teoría única consolidada, el posmodernismo tampoco

es una aproximación al conocimiento monolítica. Para Christine Shea (1998), los esfuerzos de trascender el modernismo ha resultado en tres agendas postmodernas muy diferentes: la

nihilista deconstructiva, la postestructuralista y la constructiva, las cuales describimos brevemente aquí, para contribuir a comprender mejor las tensiones y propuestas de la

epistemología feminista posmoderna.

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1) El paradigma nihilista deconstructivo, inspirado por Heidegger y Nietzsche, y

popularizado por Derrida y Baudrillard, ofrece un balance pesimista, negativo y sombrío de la condición humana, argumentando que la era postmoderna es una era de fragmentación,

desintegración y malestar, ausente de cualquier compromiso moral. Su línea más nihilista habla de la desaparición del sujeto, la imposibilidad de la verdad y el no reconocimiento de la

representación. Cuando nos hablan de “desaparición del sujeto” no significa que desean ser más objetivos, sino que, cuestionan el ideal humanista liberal de un sujeto racional, efectivo y unificado. Plantean, en cambio, la subjetividad como algo múltiple, contradictorio e irracional, afirmando que el sujeto es sólo una máscara, un rol, una víctima, un constructo ideológico... que todo es cruel, alienante, sin esperanza, malo, desagradable y ambiguo.

En su crítica deconstructiva a las ciencias objetivas, los postmodernos nihilistas ven al universo imposible de comprender, y hablan de “indeterminantes”, “incontrolables” (teoría fractal), “catástrofes” y “paradojas” (v. Lyotard y Latour). Argumentan que la realidad es pura ilusión: cada cosa es intertextual, no causal o predecible. El relativismo y la incertidumbre caracterizan su visión. Dudan del valor de la razón y sostienen que es imposible establecer

criterios o estándares objetivos”. Como el tiempo y el espacio se consideran incontrolables e

impredecibles, el tiempo se convierte en algo disparatado, entrecruzado, seccionado, y maligno, en vez de homogéneo, evolucionario, determinado y regular. Puesto que el tiempo y el espacio se disuelven, nada puede asumirse; nada vale la pena de comprometerse; nada tiene bases; en nadie se puede confiar. El peligro de esta corriente es que todo relativismo a ultranza lleva a un “todo vale” (“anything goes”, Feyerabend) que, al no permitir un criterio evaluador de los diferentes puntos de vista, termina por justificar también la injusticia, el sexismo, el racismo y la discriminación. (Shea, 1998: 340-341).

2) El pensamiento posmoderno postestructuralista cuestiona también la legitimidad de

cualquier metanarrativa autoritaria, estándar social, o estructura social. Sus teóricos y teóricas

atacan la suposición de que las sociedades son hechas coherentemente por su forma interna o estructura y rechazan la noción de una verdad universal o de que la mente tiene una estructura

innata interna. Plantean, en cambio, la premisa de que el lenguaje/discurso constituye la realidad en vez de reflejarla. La “realidad” es el producto de modos de darle sentido al mundo, construidos

histórica y socialmente. Sostienen que los grupos dominantes (especialmente los hombres blancos de origen europeo - occidental) han controlado no sólo el acceso al poder social, sino

también el acceso a los estándares mediante los cuales la sociedad determina que es valioso y legítimo. Por tanto, ponen gran énfasis en la presentación de “voces múltiples” y “realidades múltiples” para explicar o interpretar cualquier evento o situación, especialmente, las voces de

los miembros menos poderosos del sistema social—mujeres, minorías y estudiantes. A partir de los trabajos de Foucault y Lacan, el paradigma postestructuralista está

especialmente diseñado para criticar el poder inherente en los discursos y en las instituciones que los detentan (por ejemplo, la educación). Trata de exponer las políticas insertas en nuestra

vida cotidiana, cuestionar las jerarquías institucionales, y trabajar en contra de la hegemonía de cualquier sistema discursivo único. Los y las postestructuralistas enfocan su trabajo,

especialmente, dentro de un marco políticamente crítico hacia el cuestionamiento de las anticuadas instituciones e ideologías de la ciencia social positivista de la Ilustración. Así, en el

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campo educativo, dieron luz las teorías de hegemonía ideológica y reproducción social, y el

análisis de la escuela como espacio de control social y dominación. El concepto de poder fue definido como una fuerza negativa que solo trabaja en función

de los intereses de la dominación. Sin embargo, a partir de los planteamientos de Foucault, los teóricos e historiadores críticos de la educación comenzaron a considerar los espacios escolares

como sitios de conflicto más activos para la confrontación e intervención relacionada con asuntos de clase, étnicos, raciales, y de género. Para Foucault, el poder es más que una mera fuerza represiva, también produce cosas, induce al placer, formas de conocimiento, produce discursos. Necesita ser considerado como una cadena productiva que recorre todo el cuerpo social.

El postestructuralismo crítico cuestiona el discurso postmoderno nihilista y propone, en cambio, un “regreso al sujeto” el cual, a diferencia del “ciudadano” de la agenda instrumental de la Ilustración, orientado hacia la búsqueda del dominio y el control, es un sujeto que lucha contra la opresión, la humillación y la sujeción. Aunque cuestiona también la idea de una verdad universal a la espera de ser descubierta, y argumenta que “lo real” está mediado por el lenguaje, no plantea su desaparición. Plantea, en cambio relativizar (contextualizar) los juegos del lenguaje

dentro de las formas específicas locales, personales y comunitarias de praxis social. Ciertas

verdades pueden tener valor para una comunidad en un tiempo y espacio específico. Cuestiona, entonces la hegemonía intelectual de una gran teoría, y se apoya más bien en las micronarrativas y genealogías siempre cambiantes de una comunidad y de una praxis social de base. No niega la representación, pero aboga por más y mejores formas de representación.

En el campo educativo, esta perspectiva ha influenciado la búsqueda de instituciones y procesos más democráticos, incluyendo en su agenda problemáticas del feminismo y el multiculturalismo, y la generación de estrategias críticas y compromisos hacia políticas de empoderamiento. La subjetividad no es más la búsqueda de esencias, pero sí el reconocimiento de nuestro ser como un terreno de conflicto y lucha, de liberación y subyugación (ver los trabajos de Henry Giroux, por ejemplo). El resultado será una práctica social que incluya el examen de

procesos de opresión al interior de una/o misma/o y de grupos que han sido marginalizados y silenciados. (Shea, 1998:342-344).

3) La orientación postmoderna constructiva y ecológica reconoce los logros de los

postmodernos críticos, pero considera que es un paradigma de crítica, oposición y emancipación, más que uno de creación y construcción. El énfasis de los críticos en subvertir la agenda de la

Ilustración no ha permitido considerar el poder y el lenguaje de otras agendas más transformativas, visionarias y futuristas, en especial, aquellas preocupadas por ayudarnos a ver nuestras relaciones humanas y con la naturaleza dentro de marcos más holísticos, dinámicos y

dialógicos. Hasta 1970, muy poco se nos había preparado para comprender la “carrera global hacia un holocausto ecológico”. La magnitud de la crisis ecológica, nos confronta con el desafío

de cuestionar y reconstituir completamente los marcos ideológicos y epistemológicos que nos guían, entre ellos, a reconocer al medio ambiente como contexto esencial e ir más allá del ser

antropocéntrico. El pensamiento antropocéntrico concibe el crecimiento individual, el progreso social y la creatividad humana en un sentido de tiempo y espacio que comienza y termina con las

expectativas del individuo. La propuesta postmoderna constructiva, al reconocer la interconexión de la realidad y la unidad fundamental del universo, sugiere el desarrollo de formas más

responsables de organización social.

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En el campo educativo, este paradigma propone construir una educación postmoderna

que interrelacione el discurso crítico necesario para emanciparnos del discurso derivado de la Ilustración, que sostiene una perspectiva de privilegios de clase y es eurocéntrico-masculino, con

un discurso más visionario y constructivo necesario para situarnos significativamente en la emergente economía global, multicultural y sensible al ecosistema. (Shea, 1998:344-348).

4. APORTES RECIENTES, DESDE LA PERSPECTIVA DE GÉNERO, PARA PENSAR EL

CONOCIMIENTO, LA CIENCIA Y EL DESARROLLO Los movimientos feministas y sus diversas epistemologías, al introducir la categoría de

género en los análisis de las diversas actividades y expresiones humanas, entre ellas la ciencia, han contribuido con propuestas que convocan a re-mirar, re-evaluar y re-construir la manera positivista occidental predominante de concebir la realidad, el conocimiento y al sujeto que conoce. Presentaremos brevemente, entre otras, reflexiones sobre el conocimiento situado, los estudios sobre masculinidades, perspectivas postcoloniales, la crítica al concepto de desarrollo,

el reconocimiento a la diversidad cultural y el llamado a fortalecer sistemas de conocimiento

locales. 4.1 Conocimiento situado Independientemente de los matices de las actuales tendencias feministas en

epistemología, en especial, de las orientaciones de Helen Longino, Sandra Harding y Donna Haraway, un punto de convergencia es su interés por lo situado, lo local y lo complejo. Longino, por ejemplo, ubicada dentro de la corriente empirista, incluye aspectos de la epistemología del punto de vista feminista y viene desarrollando lo que se denomina “empirismo contextual” (en Cudd, 2000). Para ella ninguna metodología es lo suficientemente fuerte como para evitar la influencia de los valores sociales y culturales en la estructuración del conocimiento. Al examinar

algunas teorías sobre la evolución humana, sobre las diferencias cognitivas entre hombres y mujeres, y sobre las orientaciones sexuales, Longino muestra cómo la descripción, presentación

e interpretación de los datos y observaciones se encuentran cargadas de valoraciones socio-culturales. Longino plantea entonces que en la relación entre teoría y evidencia se establece una

brecha lógica. No es posible, entonces, mantener la objetividad de la ciencia. La ciencia debe entonces buscar “aclarar las preferencias y los prejuicios perniciosos que evitan su pretensión de

explicación coherente y fructífera” (306). En síntesis, si la ciencia es un bien público y social, entonces “se requiere que, como sociedad, ofrezcamos una oportunidad igual a las personas de todas las razas y de todos los géneros para crear e influenciar la dirección de la ciencia” (307).

Harding (en Cudd, 2000), por su parte, plantea la idea de conocimiento complejo desarrollado con base en una “objetividad fuerte”. Tal objetividad es “fuerte” porque trabaja

sobre lo complejo en su complejidad. No se puede confundir esta objetividad fuerte con la pretendida de la ciencia tradicional, basada en la supuesta simplicidad y universalidad. En ese

sentido, la epistemología desde el punto de vista feminista desarrollada por Harding rechaza la existencia de universales desligados de valoraciones e intereses históricos y sociales. Acá la

complejidad y lo local se han de considerar, más bien, como aliciente y como fuente para la investigación y no como un obstáculo para el hacer y éxito científicos. Finalmente, Harding aboga

por un conocimiento situado, localizable y crítico que combata el relativismo a ultranza –para el

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cual todo es válido– y en cambio sea capaz de diferenciar y considerar la perspectiva de quienes

sufren la opresión, visibilizando lo que les afecta pero también sus resistencias, búsqueda de soluciones y propuestas, estableciendo redes de solidaridad y comunicación.

Haraway (1991), siguiendo acá muy de cerca a Harding, habla en favor de una “ciencia sucesora”, cuyo punto medio viene representado precisamente por el conocimiento y conocedor

situados. Como lo dice esta autora: “Me gustaría una doctrina de la objetividad incorporada (embodied) que acomodara los proyectos de ciencia feminista críticos y paradójicos: objetividad feminista querría decir, de una manera muy simple, conocimientos situados” (188). Así pues, las epistemologías feministas del punto de vista que siguen esta orientación se basan en las nociones de conocimiento y conocedor situados. Con el conocimiento situado se plantea entonces que el conocimiento se percibe de una manera diferente según el punto de vista. Es decir, que el hecho de enfrentar el mundo desde un punto de vista social, histórico e individual particular se constituye entonces en una de las condiciones para exigir prioridad frente a otras posiciones “descorporalizadas”, esto es, supuestamente asépticas y neutrales. El conocimiento situado es un conocimiento encarnado, incorporado, y, por ello, tiene que ser visto y analizado de acuerdo

con los sistemas específicos en los que se produce.

Según esta orientación, sólo los y las que viven en carne propia la opresión y la discriminación quienes están en capacidad de generar, producir y dar cuenta de la -su- realidad de una manera más clara y acorde. Sin embargo, esto no puede llevar a malentendidos, a posiciones ingenuas y a “relativismos fáciles” (Haraway, 1991), y en ello Haraway es enfática, pues si bien es claro que quien participa y sufre en carne propia por algo debe tener una visión privilegiada de dicho asunto (privilegio epistémico), de ello no se sigue que pueda reclamar para sí un derecho exclusivo. Es más, incluso el estar imbuido en un asunto problemático en vez de permitir mayor apertura y visibilidad, lo que puede ocasionar es un mayor dogmatismo y ceguera. “Hay una demanda por establecer la capacidad de ver desde las periferias y profundidades. Pero aquí yace el grave peligro de romantizar y/o apropiarse de la visión del menos poderoso al exigir

ver desde su posición. El ver desde abajo ni se aprende fácilmente, ni carece de problemas, y más aún, si ‘nosotros’ habitamos ‘naturalmente’ el gran terreno subterráneo de los conocimientos

subyugados” (191). Es necesario entonces que quienes estén en ese lugar de privilegio también estén abiertos

al diálogo y la relativización del propio punto de vista en caso de que se presenten razones más convincentes. Para ello, de acuerdo con Elizabeth Anderson (2001), una teoría del punto de vista

completa tendría que especificar: 1) la ubicación social de la perspectiva privilegiada; 2) el ámbito de su privilegio; 3) el aspecto de la ubicación social que genera un conocimiento superior; 4) la razón de su privilegio: de qué se trata ese aspecto que justifica la demanda a ese privilegio; 5) el

tipo de superioridad epistémico que demanda; 6) las otras perspectivas en relación con las cuales se demanda superioridad epistémica y 7) los modos de acceso a esa perspectiva.

El ejercicio anterior permite no sólo criticar las visiones y prácticas dominantes en las ciencias que han desfavorecido y desfavorecen a las mujeres -en tanto sujetos y objetos de

conocimiento-, sino que se presenta también como un campo de reflexión al servicio de otros grupos subordinados y discriminados (Harding 2000). El conocimiento situado plantea entonces

nuevas exigencias en el campo de la responsabilidad ética en la investigación, tanto en quienes proponen proyectos como en las agencias que los financian. No basta preguntarse sobre los

riesgos o no que puedan sufrir los “sujetos-objetos de una investigación” sino sobre cómo ese

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conocimiento puede contribuir a privilegiar el estatus de quién conoce. Para Harding, un principio

ético importante a internalizar en la ciencia sería que “aquellas personas que deben soportar las consecuencias de las decisiones científicas y tecnológicas deben compartir la toma de estas

decisiones” (256). La misma reflexión ética se podría aplicar a la enseñanza de las ciencias a través de preguntas similares: ¿quién enseña, qué enseña y por qué privilegia unos saberes, mientras

ignora, niega o invisibiliza otros? 4.2 Estudios sobre masculinidades El conocimiento situado va a contribuir también con el replanteamiento de las

conceptualizaciones predominantes sobre el ser hombre y lo masculino, en particular, a partir del profundo cuestionamiento a las perspectivas androcéntricas y patriarcales que han enmarcado las diversas esferas del pensamiento y acción humanas. (Sobre los avances y perspectivas que ofrecen estos estudios ver el artículo de John Bayron Ochoa, “Panorama general de los estudios sobre las masculinidades”, en este mismo documento).

4.3 Perspectivas postcoloniales y crítica al concepto de desarrollo

La introducción de la categoría de género para el análisis no sólo de cómo se construye el conocimiento sino cómo de éste se derivan políticas y acciones ha contribuido con el cuestionamiento de los supuestos aportes de la ciencia al desarrollo de las sociedades humanas actuales, en especial, en los países denominados del Tercer Mundo. Usualmente hablamos de la ciencia y del conocimiento como “claves para el desarrollo” sin preguntarnos de qué desarrollo estamos hablando. Una revisión del papel desempeñado por la mujer en el desarrollo y del efecto de las políticas de desarrollo sobre ella en países de África, Asia y Latinoamérica, durante la monumental implementación de políticas y recursos en pro de su inclusión a la modernidad a partir de la Segunda Guerra Mundial, muestra que su situación no ha mejorado sino que se ha deteriorado en las últimas décadas.

De acuerdo con Harding (2000), “desde la Segunda Guerra Mundial, las agencias del Norte han tratado de modernizar las llamadas sociedades subdesarrolladas del Sur, de tal manera que

sus estándares de vida alcancen a los del Norte. Sin embargo, hay un común consenso en que los estándares de vida se han deteriorado durante las décadas del desarrollo para la mayoría de

aquellas personas que viven en las sociedades subdesarrolladas –específicamente, en aquellos más vulnerables económica y políticamente. Reevaluaciones de la ciencia moderna y su filosofía

hacen parte de estas apreciaciones, pues el desarrollo fue conceptualizado como la transferencia a las agencias del Sur, de las ciencias, tecnologías y filosofías del Norte, pues se asumía que éstas eran las responsables del desarrollo industrial de Europa y Norteamérica durante los siglos XIX y

XX. La ciencia moderna está también en discusión por el terrible escalamiento de la destrucción ambiental en el Sur, así como globalmente. Las filosofías del Norte sobre la naturaleza parecen

estar implicadas en tal debacle” (240). Escobar (1998) documenta como los discursos modernos han negado el papel productivo

de la mujer, problema general al cual las estudiosas feministas habían prestado atención especial por un buen número de años. Este autor muestra cómo el desarrollo no sólo ha hecho invisible

la contribución de la mujer a la economía, sino que ha tenido un efecto perjudicial sobre su posición y estatus social. Como resultado de los programas de desarrollo, las condiciones de vida

de la mujer se han agravado y su carga de trabajo ha aumentado. En muchos casos, el estatus del

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trabajo de la mujer ha empeorado como resultado de su exclusión de programas agrícolas. La

razón de esta exclusión se relaciona con el prejuicio patriarcal tanto del modelo escogido, la agricultura de los Estados Unidos, como del desarrollo en sí (325). En la mayoría de la literatura

sobre el desarrollo no se reconoce el papel de la mujer como agricultora y, en cambio, se ha considerado su rol únicamente como reproductora. “Hasta finales de los años setenta, la mujer

aparecía en el aparato del desarrollo sólo como madre encargada de alimentar al niño, embarazada o lactante, o dedicada a buscar agua para cocinar y limpiar, o tratando las enfermedades de los hijos o, en el mejor de los casos, cultivando algunos alimentos en la huerta casera para complementar la dieta familiar. Sólo el hombre se consideraba ocupado en actividades productivas, y por consiguiente los programas orientados a mejorar la producción agrícola y la productividad estaban dirigidos a él. Si había capacitación para la mujer, era en áreas consideradas naturales a ella, como la modistería o la artesanía” (326).

La evaluación del impacto de las políticas del desarrollo en las mujeres ha ido de la mano con discusiones acerca del desarrollo global y la crisis ambiental a través de los análisis que articulan la perspectiva de género con medio ambiente (ecología) y desarrollo sostenible (GED11).

De acuerdo con Harding (2000), los debates sobre GED están íntimamente ligados a las críticas

sobre los aspectos androcéntricos, economicistas y a espaldas de la naturaleza que han caracterizado al pensamiento desarrollista, lo cual cuestiona profundamente la epistemología y filosofía de la ciencia que soñaba la Ilustración (241). Esta autora identifica cuatro temas principales en las críticas al desarrollo desde la perspectiva GED:

1. Las mujeres fueron dejadas de lado por las políticas del desarrollo,

mientras que programas de alfabetización y entrenamiento laboral fueron diseñados principalmente para hombres, quienes a su vez fueron mayormente favorecidos con acceso a trabajos que generaran ingresos. A menudo, la atención oficial que recibieron las mujeres de los planeadores del desarrollo estuvo orientada al control de la

reproducción sexual. Al integrarse los hombres a la manufactura urbana o a la agricultura extensiva, las mujeres debieron asumir solas la responsabilidad del cuidado de los

pequeños, los ancianos, los enfermos y discapacitados, sin recursos sociales y ambientales suficientes. Otros análisis demuestran como las políticas nacionales de

modernización requerían, a su vez, la labor de mujeres para atender labores domésticas, trabajos de manufactura o agrícolas con poca o ninguna remuneración. Muchas de ellas

perdieron así, el derecho al acceso a tierras heredadas de sus antecesores (242).

2. Aproximaciones más complejas y comprensivas sobre el género, que

incluyen ahora las relaciones de género, y no simplemente la discriminación hacia las mujeres, comenzaron a ser objeto desde la perspectiva GED. Ello significó que para

comprender las situaciones de las mujeres y los significados de lo relacionado con el ser mujer o lo femenino en las políticas y prácticas del desarrollo, era necesario mirar también

a las situaciones de los hombres y los significados de ser hombre o la masculinidad. Esto permitió la integración de GED a otros análisis críticos de otros grupos marginados y de la

periferia, que también venían cuestionando los aspectos estructurales y

11 En el original en inglés, gender, environment, and sustainable development (GED). (N de la T).

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representacionales de los supuestos de la Ilustración, tales como los estándares sobre lo

humano, lo bueno, el progreso, el bienestar social, el crecimiento económico, así como, la objetividad, la racionalidad, el buen método y todo aquello considerado como

problemas científicos importantes, en términos de los intereses y significados masculinos burgueses (243).

3. Se muestra cómo las estructuras y significados androcéntricos sobre la

ciencia moderna y el mundo tecnológico han modelado también el pensamiento de las agencias de desarrollo internacionales, nacionales y locales. De esta manera, GED contribuye a evidenciar como las políticas del desarrollo han venido discriminando sistemáticamente a las poblaciones más vulnerables económica y políticamente. Además, las preguntas y problemas que trataban de resolver la problemática del desarrollo nunca fueron definidas por las mujeres ni contemplaron la experiencia y punto de vista de las mujeres (244).

4. Finalmente, discusiones desde GED, al coincidir con análisis de mujeres

negras o de otro color en los centros deprimidos urbanos de Norteamérica, ha hecho posible coaliciones, que a su vez vienen contribuyendo en la redefinición de los sujetos del conocimiento como personas con identidades múltiples y, a veces, conflictivas por causa de su origen étnico, clase, género, sexualidad e historias personales. Ello revela la multiplicidad de sistemas de conocimiento y el papel que juega el empoderamiento de grupos marginalizados, debido a su origen étnico, de clase o género, como condición para el diálogo democrático y la generación de alianzas. Tanto la diferencia como la afinidad deben ser reconocidas y respetadas (244). Para Harding (2000:245-246), la concepción del desarrollo como crecimiento económico

generó los siguientes problemas: En primer lugar, la conceptualización del desarrollo y el progreso humano sólo en términos de producción económica hizo más susceptibles a las mujeres

y al trabajo del hogar para ser explotados. En segundo lugar, la teoría de la modernización ha pensado rutinariamente el crecimiento de la población en los países denominados en vías de

desarrollo como un obstáculo mayor al mejoramiento de los estándares de vida. El crecimiento de la población crea la pobreza, dice esta teoría, lo cual llevó a métodos coercitivos sobre el

cuerpo de la mujer y a considerarla como un obstáculo para el desarrollo. A partir de 1990, se reconoce lo que las feministas y economistas progresistas venían diciendo, que es la pobreza la que causa el crecimiento de la población, no al revés. Un tercer aspecto es que la naturaleza en

sí misma presenta límites al crecimiento económico, pues el mundo no tiene suficientes recursos para sostener el crecimiento global de la población, aún en los niveles moderados de las clases

medias del Tercer Mundo. Finalmente, conceptuar el desarrollo en términos de una mayor productividad económica y consumo ignora y devalúa otros “bienes” que las mujeres y otras

culturas priorizan tales como valores éticos, políticos, estéticos y espirituales (245-246). Agregaríamos acá, la reflexión de la antropóloga mexicana Lourdes Arizpe (en Escobar,1998:359-

360) quien sostiene como el discurso del desarrollo ve a la mujer campesina como mera “productora de alimentos”, lo cual fragmenta la vida campesina de acuerdo con una

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compartimentalización que la misma gente del campo no experimenta y a la cual se opone. De

allí la importancia de crear espacios para que las mujeres rurales puedan hablar y ser escuchadas. A partir de las consideraciones anteriores emerge la pregunta, ¿justifica seguir hablando

de un desarrollo que no incluye a las grandes mayorías del planeta y ha puesto en riesgo a la naturaleza? Para Max-Neef, Elizalde y Hopenhayn (1986), el desarrollo consiste para muchos en

alcanzar los niveles materiales de vida de los países más industrializados, “cabe preguntarse hasta qué punto esos intentos de emulación tienen sentido. En primer lugar, no existen evidencias de que en aquellos países las personas vivan sus necesidades de manera integrada. En segundo lugar, en los países ricos, la abundancia de recursos y de bienes económicos no ha llegado a ser condición suficiente para resolver el problema de la alineación” (51).

4.4. Reconocimiento a la diversidad cultural y fortalecimiento de sistemas de

conocimiento local La situación ecológica y social del planeta ha llegado a niveles de riesgo y destrucción tan

altos que no es posible pensar en soluciones únicas para enfrentarlos. La perspectiva de género

llamó la atención sobre la participación creativa de cada miembro y grupo humano en la

búsqueda de soluciones. Escobar (1998) sostiene que en el fondo de la investigación de alternativas yace el hecho claro de la diferencia cultural: como de situaciones culturales híbridas o minoritarias pueden surgir otras formas de construir la economía, de asumir las necesidades básicas, de conformarse como grupos sociales. Escobar denomina posdesarrollo a los modelos que emergen de estas búsquedas alternas al desarrollismo:

La defensa de lo local como prerrequisito para articularse con lo global, la crítica

de la propia situación, valores y prácticas de grupo como manera de clarificar y fortalecer la identidad, la oposición al desarrollo modernizante, y la formulación de visiones y propuestas concretas en el contexto de las restricciones vigentes parecen ser los

elementos principales para la construcción colectiva de alternativas que dichos grupos están buscando (423).

En la defensa de modelos alternativos, Max-Neef, Elizalde y Hopenhayn (1986), proponen

el rescate de la diversidad como algo fundamental para la realización de las necesidades humanas, sin olvidar la articulación de la dimensión personal del desarrollo con su dimensión

social y la promoción de la autodependencia: “Fomentar la autodependencia en múltiples espacios exige, en cambio, considerar el desarrollo ya no como expresión de una clase dominante ni de un proyecto político único en manos del Estado, sino como producto de la diversidad de

proyectos individuales y colectivos capaces de potenciarse entre sí” (60-62). Para Harding (2000), las filosofías de la Ilustración estuvieron preocupadas por eliminar lo

local de los procesos científicos para así proclamar un conocimiento transcultural y universalmente válido (254). Las condiciones de la producción del conocimiento actual e ideal

requieren de un modelo (o, mejor, varios modelos) de conocedores y sistemas de conocimiento diferentes de los que nos son familiares y a la vez, preparar a los y las ciudadanas para que puedan

tomar decisiones inteligentes e informadas sobre cuál sistema de conocimiento servirse de acuerdo a las circunstancias. Por ejemplo, saber decidir cuándo recurrir a la acupuntura, la

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etnobotánica, o la medicina occidental. “Las nuevas filosofías requieren explorar otros modelos

posibles que reconozcan la diversidad científica como un valor científico muy importante” (255).

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