un oficial australiano agregado al 3
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Personería Jurídica IGJ nº 1071/06
Marcos Zar nº 454 – Ushuaia – Tierra del Fuego
“Las Islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur fueron, son y serán argentinas”
Full Back
Luego de la inesperada y feroz lucha en Fly Half, el comandante Argue retiró los
pelotones 4 y 5, y el 29º Regimiento Comando dirigió el fuego de artillería hacia el
cerro desde el Monte Kent, después de lo cual el área estaba flanqueada por la
izquierda. Bajo el fuego pesado, los remanentes de los pelotones 4 y 5, bajo las
órdenes el teniente Mark Cox avanzaron hacia el objetivo Full Back, sufriendo
algunas bajas a manos del pelotón de Castañeda en su avance.
Mientras estaba despejando la posición argentina, el soldado Gray fue herido por un
disparo en la cabeza, pero se negó a ser evacuado hasta que el comandante Argue
hubiera consolidado sus tropas adecuadamente en sus posiciones en Fly Half. El
soldado Kevin Connery mató personalmente a tiros a tres soldados argentinos
heridos en esta acción. Los soldados británicos no podían seguir avanzando sin
sufrir pérdidas inaceptables, por lo que fueron retirados al extremo occidental del
Monte Longdon, con las órdenes de que la Compañía A del mayor David Collett se
moviera a través de la Compañía B y atacara, desde el oeste, el objetivo oriental de
Full Back, una posición muy defendida, con fuego de cobertura otorgado por la
compañía de apoyo.
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“Las Islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur fueron, son y serán argentinas”
Los subtenientes John Kearton y Ian Moore —un oficial australiano agregado al 3
Para— reunieron a sus pelotones, cerca de la cima occidental y les informaron cómo
tratar con el enemigo. Pronto se atacó la cima oriental de Longdon en otro amargo
combate cuerpo a cuerpo, despejando la posición de los defensores argentinos con
fusil, granada y bayoneta. Mientras que la Compañía A estaba eliminando las últimas
posiciones defensivas, el cabo McLaughlin
fue seriamente herido por una ronda de
cañón sin retroceso Czekalski disparado
por dos suboficiales —los cabos Julio
César Canteros y Jorge Norberto González
de la Sección de Exploración del
subteniente Francisco Ramón Galíndez
Matienzo— desde posiciones adelantados
en el punto fuerte Rough Diamond en
Wireless Ridge. El suboficial británico fue
muerto poco después por una bomba de
mortero disparado desde de la Compañía C
del RI 7 en Rought Diamond mientras
McLaughlin se dirigía hacia el puesto de socorro británico.
En algún momento del combate con los hombres de Castañeda, el avance británico
es nuevamente detenido por un largo rato y el mayor Collett pensó que los refuerzos
de la Compañía A podrían verse obligados a retirarse con la noche prácticamente
acabando. El teniente coronel Pike describió sus impresiones acerca de la
desesperada situación.
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Los argentinos defendieron rigurosamente Full Back. El cabo Manuel Adan Medina del
pelotón de Castañeda se hizo cargo de un cañón antitanque y disparo contra la Compañía
de Apoyo británica en la cima occidental de Longdon, matando a tres paras, incluyendo el
para Peter Heddicker, quien recibió un impacto directo de la ronda antitanque, el cual hirió
a otros tres paras. El mayor Carrizo Salvadores solamente abandonó su puesto de comando
en Full Back cuando un misil Milan se estrelló contra unas rocas justo detrás de él. En el
puesto de comando argentino el mayor Collett encontró dos mil cigarrillos que reparte entre
los fumadores en su compañía.
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Qué diferente era todo esto, mientras nos agachamos detrás de un enorme afloramiento de
granito en esa montaña. Junto a nosotros, en la tenue luz de la luna, hay una colección de
cadáveres argentinos; hay varios francotiradores que se mueven entre las rocas adelante,
causando problemas considerables [...] Peor que los francotiradores, una serie de
ametralladoras pesadas no serán silenciadas por nuestro poder de fuego superior, ni
ametralladoras, ni misiles MILAN, ni morteros, ni artillería. [...] Detrás de nosotros, una gran
explosión que creemos que al principio es un impacto de mortero de gran precisión es
identificado como un cañón sin retroceso de 105 mm que abre fuego contra el equipo MILAN
del cabo McCarthy con efecto mortífero cuando intentan establecer una mejor posición: tres
son muertos por un solo proyectil. Los intentos de superar estas fuertes posiciones
moviéndonos por las laderas del norte de la montaña no tienen éxito [...] Parece que nos
hemos quedado sin opciones. Es un momento negro en una noche larga y espantosa.
Hew Pike
Fin de la batalla
La batalla y el fuego inmediato que le siguió al amanecer, —proveniente de Wireless
Ridge y ordenado por el
capitán Daneri—, duró
doce horas y fue costosa
para los británicos. El
regimiento británico 3 de
paracaidistas (3 PARA)
tuvo diecisiete muertos
durante la batalla,
también fue muerto un
ingeniero real agregado
al 3 Para. Tres de los
paracaidistas muertos –los soldados rasos, Ian Scrivens, Jason Burt y Neil Grose–
solo tenían diecisiete años; el soldado Grose murió en batalla el día de su
cumpleaños.
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Un total de cuarenta paracaidistas británicos resultaron heridos durante la batalla.
Otros cuatro paracaidistas —inluyendo a Richard Absolon, un soldado
neozelandés—, agregado a la Compañía D) y un ingeniero real (REME) agregado
al 3 Para murieron y siete paracaidistas resultaron heridos en el bombardeo de dos
días que siguió y que fue dirigido por el Teniente de Navío Marcelo de Marco del
Batallón de Infantería de Marina Nº 5 en la montaña de Tumbledown y el capitán
Rodrigo Alejandro Soloaga del Escuadrón de Exploración de Caballería Blindado 10
"Coronel Isidoro Suárez" en el Valle Moody Brook. Un comando zapador de los
Marines Reales (Sargento Peter Thorpe) también fue herido en las laderas del Monte
Longdon en las horas diurnas del 12 de junio, cuando fue enviado para rescatar a
los miembros de una batería de artillería atrapada dentro de un vehículo Snowcat
en un campo minado cerca del Puente Murrell. En la noche del 13 al 14 de junio, 3
Para sufrió más bajas cuando fue objeto de fuertes bombardeos argentinos. Los
argentinos sufrieron 31 muertos, 120 heridos y 50 combatientes tomados
prisioneros. Entre los heridos sobrevivientes estaban inicialmente los soldados
conscriptos Ramón Quintana y Manuel Gramisci.
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Unas pocas balas zumbaron en lo alto y se estrellaron contra las rocas. Un cabo gritó que
Tumbledown nos estaba disparando. Nos topamos con una brecha estrecha en el camino
[y] nos detuvimos bruscamente, ya que era un callejón sin salida. Cuatro o cinco cuerpos
yacían tendidos allí, juntos. Esta vez eran nuestros propios hombres: las camufladas batas
de PARA golpearon mis ojos de inmediato. CSM [Compañía-Sargento Mayor] Weeks estaba
sobre ellos como un tutor, gritándole a algunos de sus hombres que cubrieran el final del
camino y una pequeña cresta. El CSM y el Sargento P [Pettinger] intercambiaron palabras
rápidas. Yo no estaba escuchando; mi mente estaba totalmente ocupada mirando los riscos
en busca del enemigo. Me di la vuelta y miré a nuestros propios muchachos, muertos en el
suelo, segados cuando intentaban atravesar esta brecha. Sentí a la vez ira y tristeza. El
rostro del CSM mostró la tensión de haber visto a la mayoría de su compañía herida o
muerta a tiros. La pelea de esa noche estaba escrita en cada línea de su rostro.
Vincent Bramley
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Consecuencias
Cuando en 1993 se publicó el libro "Viaje al Infierno" del ex paracaidista británico
Vincent Bramley que denunció el fusilamiento de soldados argentinos en Monte
Longdon, el soldado Néstor Flores contó su historia. Relató que en aquella
madrugada en Monte Longdon, vio como los paracaidistas mataron a balazos a
Quintana y mataron con una bayoneta a Gramisci.
Gramisi había suplicado horas antes que no lo dejaran solo en la montaña, pero el
soldado conscripto Sergio Sánchez quien lo había encontrado en la oscuridad, no
pudo cumplir con su promesa de volver por el herido.
El cabo británico Vincent Bramley recuerda estar patrullando la mitad occidental del
Monte Longdon, cuando se confrontó con todo el horror del combate nocturno. El
suboficial del 3 PARA y empeñoso escritor tropezó con los cuerpos de cuatro o cinco
paracaidistas atrapados y muertos a manos del pelotón de Neirotti.
El cabo McLaughlin, —combatiente británico muerto por un proyectil de mortero
cuando caminaba hacia el puesto de socorro a causa de una herida anterior—, era
muy respetado por su pelotón. Según sugiere el escritor Jim Keys, no fue propuesto
para un reconocimiento post mortem debido a que al recuperar su cuerpo se
encontró una colección de orejas enemigas en una de sus bolsas de municiones. Si
bien la práctica de mutilación de cadáveres no fue investigada, en una publicada en
The Independent un excombatiente británico señaló que podría haber sucedido
luego de un enfrentamiento cuerpo a cuerpo.
Es la única manera de mantenerte cuerdo. Comenzás a actuar de manera inhumana, como
si estuvieras desconectado de tu manera de ser normal. Vi a algunos saqueando los
cadáveres o escarbando dentro de los búnkeres. Yo mismo lo hice. Es como si hubiese sido
lo más normal del mundo hurgarle los bolsillos a alguien y llevarte sus cartas.
Vincent Bramley. Regimiento de paracaidistas, Monte Longdon.
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La Proeza del Cabo Primero Roberto Basilio Baruzzo
El periodista VGM Nicolás Kasanzew nos envía una historia real, relacionada con un Suboficial del Ejército Argentino, que protagonizó heroicas acciones en combate en la Guerra de Malvinas.
Nos dice que de todos los suboficiales del Ejército que estuvieron en Malvinas, solo dos recibieron la máxima distinción a que puede aspirar un hombre de armas argentino: la Cruz al Heroico Valor en Combate. Una de ellas al Sargento Primero Mateo SBERT, muerto en el combate de Top Malo House.
El Jefe de su sección, el Capitán José Vercesi, se ha encargado de que la historia de Sbert se haya publicado en la revista “Soldados” y en general tuviera cierta divulgación. (Aunque, claro, muy por debajo de la que amerita a nivel nacional).
El destinatario de la otra sigue siendo un perfecto desconocido, incluso para muchos estudiosos del tema Malvinas.
Si uno quiere averiguar por qué le fue conferido tan alto galardón, hasta ahora, no se va a enterar ni buscándolo en Google.
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Se trata del entonces Cabo Primero Roberto Basilio Baruzzo, Regimiento 12 de Infantería de Mercedes.
¡Y vaya si su historia, de ribetes cinematográficos, vale la pena ser contada!
Nos manifiesta Kasanzew, que tuvo el honor de conocer a Baruzzo, oriundo del pueblo de Riachuelo, provincia de Corrientes, en el 2009, cuando el Centro de Ex-Combatientes de esa provincia lo invitó a dar allí una charla.
Descubrió a un hombre de rostro aniñado, sin ínfula alguna, de perfil muy bajo, puro y transparente hasta rayar en la ingenuidad.
Su unidad había sido ubicada primero en el monte Kent, para después ser enviada a Darwin, pero una sección compuesta mayormente de personal de cuadros, con
Baruzzo incluído, se quedó en la zona, al mando del Teniente Primero Gorriti.
En los días previos al ataque contra monte Longdon, los bombardeos ingleses sobre esa área se habían intensificado. El mismo Baruzzo fue herido en la mano por una esquirla.
En una de las noches, el cabo oyó gritos desgarradores, a pesar del cañoneo, salió de su pozo de zorro y encontró a un soldado con la pierna destrozada por el fuego naval enemigo.
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Sin titubear, dejó su fusil y cargó al herido hasta el puesto de enfermería, tratando de evitar que se desangrara. Lo peor aún estaba por venir.
Kasanzew, en la noche del 10 al 11 de junio, estuvo observando desde Puerto Argentino el espectáculo fantasmagórico que ofrecía la ofensiva británica.
En medio de un estruendo ensordecedor, los montes aledaños eran cruzados por una miríada de proyectiles trazantes e intermitentemente iluminados por bengalas.
Se le estremecía el alma de imaginar que allí, en esos momentos, estaban matando y muriendo muchos bravos soldados argentinos.
Allí, en medio del fragor, la sección de Baruzzo ya se había replegado hacia el monte Harriet, sobre el cual los ingleses estaban realizando una acción envolvente.
Varios grupos de soldados del Regimiento 12 y 4 quedaron aislados.
El Teniente Primero Jorge Echeverría, un oficial de inteligencia de esta última unidad, los agrupa y encabeza la resistencia; Baruzzo se suma a ellos y ve al oficial parapetado detrás de una roca, disparando su FAL.
Baruzzo despoja a uno de los caídos británicos de su visor nocturno. “Ahora la diferencia en recursos ya no será tan despareja”, piensa.
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Con el visor va ubicando las cabezas de los ingleses que asoman detrás de las rocas, y tanto Baruzzo como su jefe afinan la puntería.
Los soldados de "Su Majestad", por su parte, los rocían de plomo e insultos.
Las balas trazantes pegan a centímetros del cuerpo del oficial, hasta que finalmente este es herido en la pierna y cae en un claro, ya fuera de la protección de la roca.
Cuando Baruzzo se le quiere acercar, un inglés surge de la oscuridad y le tira al cabo.
Yerra el primer disparo, aunque la bala pega muy cerca, pero antes de que pueda efectuar el segundo, Echeverría, disparando desde el suelo, lo abate.
Otro inglés le tira a Echeverría, pero Baruzzo lo mata de un certero disparo.
Cerca de ellos, el Soldado Conscripto Gorosito pelea como un león. Los adversarios están a apenas siete u ocho metros uno del otro y sólo pueden verse las siluetas en los breves momentos en que alguna bengala ilumina la zona.
Echeverría está sangrando profusamente: tiene tres balazos en la pierna.
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El joven Cabo Primero -de apenas 22 años- con el cordón de la chaquetilla del oficial, le hace un torniquete en el muslo. La pierna de Echeverría parece teñida de negro y también luce negra la nieve a su alrededor.
El Teniente Primero dice empero, que no siente nada, solo frío; Baruzzo trata de moverlo.
Echeverría se levanta y empiezan a caminar por un desfiladero, mientras a su alrededor siguen impactando las trazantes.
De repente, detrás de un peñasco, entre la neblina y las bengalas, surge la silueta de un inglés, quien dispara, y le da de lleno a Echeverría; Baruzzo contesta el fuego y el atacante se desploma muerto.
Esta vez Echeverría había sido herido en el hombro y el brazo: una sola bala le causo dos orificios de entrada y dos de salida.
El Teniente Primero cae boca abajo y Baruzzo ve que le está brotando sangre por el cuello.
“Se me está desangrando!”, se desespera el cabo.
Aún hoy, el suboficial no puede hablar de su jefe sin emocionarse:
“El es uno de mis más grandes orgullos. Un hombre de un coraje impresionante. Allí, con cinco heridas de bala, estaba íntegro, tenía una tranquilidad increíble, una gran paz. Con total naturalidad, me ordenó que yo me retirara, que lo dejara morir allí, que salvara mi vida. Me eché a llorar. ¿Como iba a hacer eso? ¡Yo no soy de abandonar! ¡Y encima a este hombre, que era mi ejemplo de valentía!”
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Tenía conmigo intacta la petaquita de whisky que la superioridad nos había dado junto a un cigarrillo; es que yo no bebo ni fumo.
Y le di de tomar. "Eso si que está bueno", me comentó.
En cierto momento, no me hablaba más, había perdido el conocimiento. La forma en que sangraba, era una guarangada.
Lo cubrí, lo agarré de la chaquetilla y empecé a arrastrarlo.”
En esas circunstancias, súbitamente, Baruzzo se vio rodeado por una sección de Royal Marines del Batallón 42.
Sin amilanarse, desenvainó su cuchillo de combate, pero uno de los ingleses con el caño de su fusil le pegó un ligero golpe en la mano, como señalándole que ya todo había terminado.
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Baruzzo, cubierto de pies a cabeza con la sangre de Echeverría, dejó caer el arma y el mismo soldado enemigo lo abrazó con fuerza, fraternalmente. “Eran unos señores”, comenta el cabo.
Al amanecer, al ver que no tenía heridas graves, sus captores le ordenaron que, con otros argentinos, se dedicara a recoger heridos y muertos. “Yo personalmente junté 5 ó 6 cadáveres enemigos”, me cuenta Baruzzo. “¡Pero en Internet los ingleses dicen que en ese combate sólo tuvieron una baja!”
Echeverría fue aerotransportado en helicóptero por los británicos al buque hospital HMS “Uganda”; sobrevivió, recibió del Ejército Argentino la medalla al Valor en Combate y hoy vive con su mujer y dos hijas en Tucumán (la menor tenía dos añitos en 1982).
Baruzzo también tiene dos hijas, a las que bautizó Malvina Soledad y Mariana Noemí, y vive en su Corrientes natal.
En su pago chico ha tenido un par de halagos que merecía: hay una calle con su nombre y hasta le fue erigido un busto en vida pero, aun así, nadie repara en su existencia, ni conoce su proeza.
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Poco después de la guerra, el 15 de noviembre del 1982, Baruzzo recibió una carta del Teniente Primero, donde éste le agradece su “resolución generosa y desinteresada, su sentido del deber hasta el final, cuando otros pensaron en su seguridad personal.
Toda esa valentía de los “changos”, son suficiente motivo para encontrar a Dios y agradecerle esos últimos momentos. Pero, así él lo decidió, guardándome esta vida que Usted supo alentar con sus auxilios”.
El oficial le cuenta que lo ha propuesto para la máxima condecoración al valor y le manifiesta su “alegría de haber encontrado un joven suboficial que definió el carácter y el temple de aquellos que forman Nuestro Glorioso Ejercito, y de los cuales tanto necesitamos.”
Personalmente, Baruzzo volvió a encontrarse con Echeverría recién 24 años después de aquella terrible noche.
Ambos lloraron, el oficial le mostró sus heridas, dijo que el Cabo Primero había sido su ángel de la guardia, y le regaló una plaquetita, con la inscripción: “Estos últimos 24 años de mi vida testimonian tu valentía”.
También le contó que en el buque hospital los médicos británicos dejaron que le siguiera manando sangre un buen rato, para que así se
lavara el fósforo de las balas trazantes.
“You have very good soldiers” (“Usted tiene muy buenos soldados”), le espetaron los militares ingleses al ensangrentado Teniente Primero.
Dice Kasanzew, un reconocimiento que la sociedad argentina, en pleno, aún le debe a Echeverría, Baruzzo, a Gorosito, a Pinzos y a tantos otros callados y acallados Héroes de Malvinas.
El encuentro de Roberto Baruzzo y Jorge Echeverría
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Echeverría y Baruzzo. El reencuentro 24 años después.
El cabo Roberto Baruzzo en Malvinas, junto a sus compañeros cuando finalizó la guerra
y quedó prisionero de los ingleses en Fitz Roy
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La Guerra de Malvinas y los Cañones de La Calera
Fuente: Diario La Voz del Interior
"Esta es la historia del Grupo de Artillería Aerotransportado 4, una historia de
heroísmo, valor, sangre, sudor y lágrimas, pero sobre todo de amor por nuestra
tierra, por nuestra patria. Cada uno de los que integramos sus filas conocemos esta
historia y nos preparamos día y noche para cuando el clarín de la patria nos llame".
La frase es parte del crudo y emotivo relato que escribió el subteniente Juan Pablo
Pérez Arrieu, oficial del Grupo de Artillería Paracaidista 4, para recordar el 11 de
junio, día en el que tuvo lugar una de las batallas más duras de la Guerra de
Malvinas.
Aquel día, los soldados ingleses avanzaron sobre las fuerzas argentinas, que
estuvieron protegidos (hasta que pudieron) por cañones cordobeses.
Se trató del Grupo de Artillería Paracaidista 4, que partió desde el aeropuerto de
Pajas Blancas el 22 de abril de 1982 y participó en los combates que se desarrollaron
en la isla Soledad.
El recuerdo del Ejército (por el oficial Pérez Arrieu)
Corría el día 22 de abril de 1982, y las Fuerzas Armadas se encontraban realizando los
preparativos para un eventual enfrentamiento armado entre las fuerzas argentinas y las
británicas en aquellas gélidas islas del Atlántico sur, 20 días después de la Operación
Rosario.
A las 22.30, el jefe del entonces Grupo de Artillería Aerotransportado 4, teniente coronel
Carlos Alberto Quevedo, recibía la orden del inmediato traslado de la unidad hacia las Islas
Malvinas.
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Así comenzaron rápidamente los preparativos y el alistamiento. Luego de 24 frenéticas
horas, 22 oficiales, 65 suboficiales y 273 soldados partieron desde el aeropuerto Pajas
Blancas rumbo a Comodoro Rivadavia, para luego cruzar hacia las islas Malvinas.
Causa emoción el solo hecho de pensar qué pasó por la cabeza de esos 360 hombres
durante esas 24 horas. Muchos se despidieron de sus padres, esposas e hijos como
pudieron; otros, quizá, no tuvieron el tiempo ni los medios para hacerlo.
De todas formas, cada uno de ellos sabía que el destino los había puesto en un camino
lleno de desafíos, sacrificio y sobre todo incertidumbre. No todos regresarían.
17 obuses Oto Melara 105
milímetros acompañarían a
estos artilleros de La Calera a
las heladas latitudes del
Atlántico sur. La misión era
clara: repeler al enemigo con
el poder de sus cañones,
piezas de 1200 kilogramos
que efectuaban tiros a más de
10 kilómetros con una notable
precisión.
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El día 28 de abril, la unidad se encontraba en el aeropuerto de Puerto Argentino, que recibió
a todas las tropas provenientes del continente, por lo cual estaba repleto de una gran
variedad de material bélico: camiones, cajones de munición, cañones, helicópteros y
cocinas de campaña.
Entre todo ello, se encontraban los artilleros del 4, quienes, por orden del jefe de Unidad,
tendieron sus carpas a un kilómetro y medio del aeropuerto.
Días más tarde, la pista de aterrizaje sería bombardeada por más de 21.000 libras de
bombas lanzadas por aviones Avro Vulcan de la Royal Air Force.
Pasada una semana, el Grupo de Artillería sería trasladado al este del arroyo Moody Brook,
que se encontraba a dos kilómetros de las primeras casas de los suburbios de Puerto
Argentino.
La vista panorámica desde las posiciones de artillería argentinas permitía divisar las
numerosas elevaciones que circundaban la capital malvinense.
Los montes Longdon, Dos Hermanas y Tumbledown eran los más próximos. Se iniciaba
entonces una larga espera por la llegada de las fuerzas terrestres británicas a las islas.
Durante esos 31 días, los soldados argentinos conocieron el verdadero rigor de las
condiciones climáticas; y conocieron el invierno malvinense, que distaba considerablemente
del cordobés.
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Las temperaturas variaban entre los -5 y los 7 grados centígrados, los vientos rozaban los
50 kilómetros por hora y se encontraban en la temporada de más precipitaciones del año,
que usualmente caían en forma de nieve, mojando el equipo, los refugios y el frío acero de
las piezas de artillería.
El alba se producía a las nueve de la mañana y el sol se ponía a las cinco de la tarde.
No se divisaba a los 360 grados un solo árbol del cual obtener leña para calentarse ni
cocinar, por lo cual el único combustible era el propio suelo malvinense. La turba de las islas
es un tipo de suelo esponjoso y con gran capacidad de retención de agua. Una vez
desecada, era utilizada en las cocinas de campaña para producir el alimento para las tropas.
Dicho racionamiento se concentraba a las 15 para disminuir los desplazamientos nocturnos
y, sobre todo, para evitar luces que pudiesen ser detectadas por el enemigo.
El combate no se haría esperar. A partir de las dos y media
de la mañana del 27 de mayo, piezas del Grupo que habían
sido enviadas al Istmo de Darwin se emplearían en el
combate de Pradera del Ganso.
Efectuaron apoyo de fuego a los regimientos argentinos
que defendieron el aeródromo que funcionaba en ese lugar.
El combate duró más de 33 horas en las que el fuego de
artillería causó eficaces efectos sobre las tropas británicas.
Fue el 29 de mayo la finalización del combate más largo del
conflicto del Atlántico sur.
A pesar de esta primera derrota, la moral de los hombres que integraban la Unidad se
encontraba alta y continuamente preparaban sus posiciones para detener el avance
británico. Los soldados, aunque jóvenes y sin
experiencia, estaban bien instruidos y tenían plena
fe en que cumplirían la misión.
Sin dudas, el espíritu combativo estaba presente y
era acompañado de la buena camaradería que
caracteriza al soldado argentino.
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Primera línea
Los días pasaron y finalmente la noche del 11 de junio las tropas enemigas se habían
acercado y ya se encontraban combatiendo contra la primera línea de defensas argentinas.
Fue en ese momento cuando las piezas de artillería abrieron fuego sobre la infantería
británica causando con su eficacia cuantiosas bajas.
Mediante sus piezas, los artilleros
del 4 aerotransportado cumplieron
misiones de fuego continuamente,
apoyando a las tropas argentinas
que ocupaban posiciones en los
montes que circundaban la capital.
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En los últimos momentos del combate, las posiciones artilleras llegaron a efectuar tiro
directo sobre tropas enemigas que se aproximaban a escasos quinientos metros.
Un párrafo especial merece el recuerdo de nuestros 3 caídos en acción producto del fuego
enemigo: los soldados Jorge Romero, Eduardo Vallejo y Néstor Pizarro; los tres cordobeses.
Valientes soldados que dejaron su sangre derramada en la turba malvinense,
inmortalizándose y convirtiéndose en eternos centinelas de aquellas tierras argentinas,
esperando que algún día el Pabellón nacional vuelva a flamear en las Islas.
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El viaje de Juan Pablo II a la Argentina
El 11 de junio de 1982 y durante el conflicto de las Malvinas, el papa Juan Pablo II
visitaba la Argentina. Eran las 8.50 cuando aterrizó en el aeropuerto internacional de
Ezeiza el avión que lo conducía.
Se apresuraron a saludarlo una vez que las puertas del avión se abrieron el
arzobispo de Buenos Aires,
cardenal Juan Carlos Aramburu, y
el nuncio apostólico.
Luego de besar el suelo, fue
recibido por el presidente de facto
general Leopoldo Fortunato Galtieri
y por autoridades civiles y militares.
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Durante los 40 kilómetros de su viaje hacia la catedral de Buenos Aires por las
autopistas Ricchieri y 25 de Mayo, miles de personas, a pesar del frío invierno,
saludaron con entusiasmo al Santo Padre, que respondía visiblemente emocionado
a los saludos de la multitud.
En la catedral metropolitana lo esperaban sacerdotes, seminaristas, religiosos,
religiosas y miembros de movimientos eclesiales, junto con los obispos argentinos y
presidentes de las conferencias episcopales de Latinoamérica. Luego de orar ante
el Santísimo Sacramento, pronunció una alocución e impartió la bendición a los
presentes.
A su vez, en la Casa Rosada, fue recibido por el Presidente y tuvo un encuentro con
los miembros de la Junta Militar. Luego pasó a la capilla de la Casa de Gobierno
donde oró unos momentos. Antes de retirarse el Santo Padre se asomó al balcón
para saludar a la inmensa muchedumbre que colmaba la Plaza de Mayo. Poco
después de las 14 el Santo Padre inició su viaje a Luján.
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“Las Islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur fueron, son y serán argentinas”
En la Basílica Nacional, ante la imagen de la Patrona de la Argentina, oró por la paz,
luego le ofreció a la histórica imagen la “Rosa de Oro” que le había traído desde
Roma. Concelebró la Misa con los cardenales, obispos y sacerdotes presentes, ante
una multitud calculada en una cifra cercana a las 700.000 personas.
Testimonio gráfico de la visita del Papa al país durante el conflicto armado
El Papa pronunció una homilía en la que exhortó a imitar a Cristo, pidió por los
muertos en la guerra con Gran Bretaña y por la rápida terminación del conflicto. El
día siguiente, en la Curia Metropolitana tuvo un encuentro con los cardenales y
obispos argentinos, tras orar en la capilla de la Curia, les dirigió un mensaje a puertas
cerradas a los obispos.
Luego de saludar a la multitud desde los balcones de la Curia arzobispal se dirigió
en «papamóvil» hasta Palermo, donde junto al Monumento de los Españoles se
había levantado un gigantesco altar cubierto en el que se concelebró la Santa Misa
ante una inmensa multitud, en su mayoría jóvenes.
Personería Jurídica IGJ nº 1071/06
Marcos Zar nº 454 – Ushuaia – Tierra del Fuego
“Las Islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur fueron, son y serán argentinas”
Juan Pablo II
Después de una conversación a solas con el Presidente Galtieri, de unos 20 minutos,
el Pontífice pronunció el discurso de despedida, el sábado 12 de junio, día de Corpus
Cristi:
“Queridos hermanos y hermanas, 1. Estoy a punto de concluir la visita a vuestro querido país,
que he emprendido en nombre de la paz en momentos dolorosos de vuestra historia.
Este viaje y el realizado antes a Gran Bretaña me han
permitido cumplir con mi deber de Pastor de la Iglesia
universal, y a la vez interpelar las conciencias para que,
en momentos de enfrentamientos bélicos, se restablezcan
en las dos partes en conflicto sentimientos de pacificación,
que van más allá del silencio de las armas. Pido a Dios
que se traduzca en realidad operante la profunda
convicción de que es necesario poner todos los medios
posibles para lograr una paz justa, honrosa y duradera.
En los contactos tenidos en estas ocasiones he podido
constatar que los dos pueblos, doloridos por los estragos
de la guerra y apenados sobre todo por la pérdida de
jóvenes vidas, que ponen lágrimas y luto en tantas
familias, ansían la paz y la piden con insistencia.
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Marcos Zar nº 454 – Ushuaia – Tierra del Fuego
“Las Islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur fueron, son y serán argentinas”
Quieran, por ello, los responsables de los dos países y de la comunidad internacional, que
también mira con fundada aprensión al momento presente de tensiones y luchas, devolver
por encima de todo a las familias de las dos naciones lo que ellas más anhelan: la vida y
serenidad de sus hijos o seres queridos, antes que nuevos sacrificios agraven los ya
provocados. No se dude en buscar soluciones, que salven la honorabilidad de ambas partes
y restablezcan la paz.
2. Os dejo como fruto de mi visita a la noble nación argentina el mensaje proclamado ante
vuestros Pastores, almas consagradas y ante todos vosotros. Sea la plegaria elevada a la
Madre de Luján y la fuerza del amor que brota de la Eucaristía, inspiración constante en los
senderos de fidelidad a Cristo que El os pide.
Por estas intenciones continuaré rogando con insistencia, unido a vosotros, para que cese
pronto la prueba actual.
3. A las supremas autoridades y a todos los argentinos, de quienes he recibido tantas
muestras de estima, deferencia y cordial cercanía durante mi visita, agradezco
profundamente todas las exquisitas atenciones recibidas, que hallan en mí sentimientos de
ininterrumpida benevolencia hacia los hijos de este amado pueblo.
Gracias por vuestro conmovedor entusiasmo que, a pesar del delicado momento que
atraviesa vuestra nación, me ha prestado esta acogida tan elocuente y calurosa.
Las cordiales y vistosas manifestaciones de afecto que he recibido al cruzar vuestras plazas,
avenidas – 9 de Julio, Rivadavia – sobre todo y ante todo vuestra presencia en los lugares
de oración ha dejado en mí una impresión que llevo muy marcada en mi alma. Vuestras
oraciones, aplausos, sonrisas, eran una constante imploración de paz, una continua prueba
de vuestro amor a la paz.
Seguid por ese camino al que os he exhortado sin cesar. En un cartel a lo largo de mi recorrido
he visto este escrito: “Queremos ser tu alegría”. Pues bien, queridos amigos: sed la alegría
de Cristo con vuestra fidelidad a la fe; sed la alegría de la Iglesia, sed la alegría de la juventud
del mundo, viviendo y proclamando sin cesar vuestra labor de paz. Sed la alegría del Papa,
que os quiere jóvenes auténticos destructores de odio y constructores de un mundo mejor.
Con un ¡hasta pronto!, me despido de todos, bendiciendo a cada argentino, sobre todo a los
enfermos y a los que sufren o lloran por las víctimas de la guerra.
Dios bendiga a Argentina, Dios bendiga a América Latina, Dios bendiga al mundo.
¡Hasta la vista!”