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1925: ¿Dónde quedó la bolita? Contribución al estudio de la ideología de la revolución mexicana* Víctor Díaz Arciniega UAM - Azcapotzalco, Departamento de Humanidades El arribo de Plutarco Elias Calles a la presidencia de la Repú- blica está acompañado de una serie de incertidumbres políti- cas consecuentes al modo en que es “elegido”, al “carisma” de su personalidad y a la tónica “radicar’ de la orientación de su política. En sus seis primeros meses de mandato se observa que los partidarios e impugnadores, y los observadores y arribistas intentan disipar dudas y delimitar áreas de poder por medio del enfrentamiento verbal e ideológico. Son meses en que se discuten y polemizan asuntos económicos, cultura- les, religiosos y, por supuesto, políticos. A través de las pala- bras se buscan caracterizaciones y, también, acomodos. En ello se explica que el origen de las razones son pasiones y el principio de los enfrentamientos, necesidades. El radi callis- mo se comienza a perfilar desde antes de que Calles asuma la presidencia: Seguramente que los primeros encargados de crearle obstácu- los [al presidente Calles] serán, en primer término, aquellos que se conceptúan a sí mismos o que son conceptuados por otras personas como más radicales —vaticina Luis N. Morones en septiembre de 1924. Van a venirse una serie de agitaciones constantes, va a venirse una serie de transtornos interiores, va a ver un desencadenamiento de pasiones que haga imposible gobernar a este hombre. Van a tratar de exigir de él, hombres que se consideren más radicales, grupos que se consideren más avanzados, el cumplimiento rápido y perentorio del programa revolucionario social.1 *Este trabajo es una versión abreviada y esquemática de otro que actual- mente realizo.

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1925: ¿Dónde quedó la bolita?Contribución al estudio de la ideología de la

revolución mexicana*

Víctor Díaz Arciniega UAM - Azcapotzalco, Departamento de Humanidades

El arribo de Plutarco Elias Calles a la presidencia de la Repú­blica está acompañado de una serie de incertidumbres políti­cas consecuentes al modo en que es “elegido”, al “carisma” de su personalidad y a la tónica “radicar’ de la orientación de su política. En sus seis primeros meses de mandato se observa que los partidarios e impugnadores, y los observadores y arribistas intentan disipar dudas y delimitar áreas de poder por medio del enfrentamiento verbal e ideológico. Son meses en que se discuten y polemizan asuntos económicos, cultura­les, religiosos y, por supuesto, políticos. A través de las pala­bras se buscan caracterizaciones y, también, acomodos. En ello se explica que el origen de las razones son pasiones y el principio de los enfrentamientos, necesidades. El radicallis- mo se comienza a perfilar desde antes de que Calles asuma la presidencia:

Seguramente que los primeros encargados de crearle obstácu­los [al presidente Calles] serán, en primer término, aquellos que se conceptúan a sí mismos o que son conceptuados por otras personas como más radicales —vaticina Luis N. Morones en septiembre de 1924. Van a venirse una serie de agitaciones constantes, va a venirse una serie de transtornos interiores, va a ver un desencadenamiento de pasiones que haga imposible gobernar a este hombre. Van a tratar de exigir de él, hombres que se consideren más radicales, grupos que se consideren más avanzados, el cumplimiento rápido y perentorio del programa revolucionario social.1

*Este trabajo es una versión abreviada y esquemática de otro que actual­mente realizo.

Estos enfrentamientos repercuten y cobran importancia en la historia política, cultural y social de México. Baste recordar los habidos entre los obreristas y éstos contra los agraristas, entre los tribunos de la Suprema Corte y los miembros del Congreso y, sobre todo, entre callistas y obre- gonistas. Entre éstos destacan dos por la calidad y cantidad de sus participantes, y por los temas y el tono que se expresan dentro de la discusión. Uno ocurre entre escritores y el otro entre abogados.

El primero es la polémica literaria que transcurre en el primer semestre de 1925. Conocida con el nombre de “El des­cubrimiento de Los de abajo de Mariano Azuela”, se ha empleado como frontera para la Novela de la Revolución en tanto “género” literario; alguien ha llegado a decir que es la fecha “pórtico”. Antes de estos meses dicho “género” sólo existía como vaga intención en algunos pocos escritores; los “antecedentes” de la novela revolucionaria, la novela “pre- rrevolucionaria”, aparecieron después de descubierta la No­vela de la Revolución.

Entre las interpretaciones que algunos críticos propo­nen como límite en el origen de la nueva corriente narrativa, se indica esta polémica, también llamada “El afeminamien- to de la literatura mexicana”, y se aduce al “descubrimiento” de Los de abajo (1915). Entre los investigadores que la han estudiado hay quien atribuye la repercusión del cambio de Presidente, y quien abunda sobre la importancia del cambio de gobierno, sobre todo del Ministro de Educación, José Ma­nuel Puig Casauranc. También hay quien indica la repercu­sión indirecta de los Estridentistas sobre los cambios que se proponen para la elaboración de una nueva literatura nacio­nal.2 Sin embargo, estos análisis se han quedado en lo super­ficial y anecdótico y, además, la han abordado de manera parcial tanto en lo relativo a los participantes y artículos, como en los asuntos en ella tratados. En ninguno de los casos se reconsidera el ambiente general de discusión suscitado por el cambio de gobierno y la consecuente reorientación po­lítica y el consiguiente reacomodo en lo administrativo.

El segundo es la polémica que se suscita en la Escuela Nacional de Jurisprudencia entre autoridades, maestros, alumnos y exalumnos quienes discurren públicamente en

torno de las características del derecho revolucionario y su forma de enseñanza. Hasta ahora esta discusión no ha sido reconsiderada ni crítica ni históricamente.

Esto es: las páginas de los periódicos del Distrito Federal registran el enfrentamiento generacional e ideológico origi­nado por la pretensión de hacer concordantes a la literatura y al Derecho con la revolución. Se discute, por una parte, cómo debería ser la literatura y la cultura revolucionarias; se quiere sustituir el “afeminamiento” por la “virilidad” litera­ria. Por otra parte, se cuestionan las características que debe tener el Derecho para que esté acorde con la Constitución de 1917 y los intereses sociales que defiende; se desea concreti- zar el “ p e n sa m ie n to n u e v o ” o “ r e v o lu c io n a r io ” .3

1) L as p a r tes en juego

En los jóvenes veinteañeros la “prisa en el vivir” y la “exis­tencia agitada” se suman al vivo deseo por participar en la reconstrucción nacional; con Obregón algunos habían co­menzado a mostrar sus habilidades y a disfrutar el sueño del filósofo-rey. En los “viejos” cuarentones el afán por (recon­quistar o conservar sus puestos gubernamentales los lleva a hacer públicas sus ambiciones; critican y descalifican las ra­zones y conductas qué observan entre sus jóvenes adversa­rios. Esto deriva en problemas que atañen tanto a las cuali­dades del pensamiento, como a las características de la sub­sistencia. A su vez, el marco del cambio de gobierno es propi­ciatorio: son meses de acomodos administrativos para los cuales es necesario hacerse presente; “la politiquería propor­cionaba la mayor propaganda del nombre” —observa An­drés Iduarte.

Los literatos pleitean más por reputaciones que por asun­tos estéticos; en el principio se agreden e insultan los jóvenes entre sí y, también, entre éstos y los viejos, y viceversa. Los abogados disputan titularidades y representaciones de la co­rriente de pensamiento revolucionaria; en el principio se ob­jeta el “fracaso de la revolución” porque en la Escuela de Ju­risprudencia han vuelto profesores “reaccionarios” a impartir clases.

Entre diciembre de 1924 y mayo de 1925, principalmen­

te, los amantes de las buenas letras emplean las peores para, pretendidamente, definir la nueva literatura:

Nuestros poetistas de caras polveadas, de cejas depiladas, de uñas pulidas y de femenina delicadeza, están desde luego en peores condiciones que los románticos del siglo pasado: es mil veces preferible el sombrero aludo y la corbata gigantesca, acompañados de la lucha en contra del hambre y de la pugna física, que esa plucritud en que se refinan y se quintaesencian las más asquerosas degeneraciones de las clases zánganas, esa pulcritud que hace de cada poeta joven una señorita de la alta sociedad mexicana.4

Simultáneamente aparece la pugna generacional en la que el desdén de los muchachos hacia lo viejo, hace que los hombres entrados en años respinguen con franca antipatía hacia los escritores noveles y sus expresiones estéticas, sobre todo en sus rasgos vanguardistas:

Cesen pues, las rimas desquebrajadas, los símbolos oscuros, las incoherencias desconcertantes, los jeroglíficos indescifra­bles, los acertijos líricos, los rompecabezas asonantados, los exquisitismos incomprensibles, todo ese bagaje en fin, que se ha presentado con la etiqueta presuntuosa de una nueva litera­tura pero que no es en realidad, la descomposición y fermenta­ción de la refinada y elegante, pero definitivamente muerta poesía porfiriana.5

La confrontación entre los abogados ocurre entre media­dos de febrero y junio. Ella se inicia con el cambio de director de la Facultad de Derecho; Manuel Gómez Morín es sustitui­do por Aquiles Elorduy. Juan Bustillo Oro recuerda el am­biente general suscitado en enero de 1925 por el relevo y por las diferencias en las personalidades y creencias de los di­rectores:

Un joven inteligente acababa de abandonar la dirección de la Escuela de Leyes, y entregarla al nuevo director. La facultad había resentido el cambio porque se marchaba un joven des­pierto y muy querido por los estudiantes, y llegaba un hombre alejado de la juventud, con resabios de doctrinas y disciplinas anacrónicas. El nuevo había venido con despótica actitud y

“pose” de jefe: ordenaba en tono desagradable y prohibía mu­chas cosas absurdamente, destruyendo el ambiente liberal y comprensivo de los días del joven. Desempolvó viejos maestros de ideas viejas y postergó un tanto a los jóvenes profesores amados por los estudiantes...6

A partir de este hecho comienzan los reclamos y las defensas: los jóvenes demandan una educación revolucio­naria actualizada dentro de los “senderos del socialismo” e impartida por profesores igualmente revolucionarios, y los inculpados de reaccionarismo sólo se defienden ante la ma­rejada incontenible:

¿Revolucionario contra el régimen porfirista, muerto y sepulta­do? Valiente espíritu de revolución. ¿Revolucionario contra el régimen actual? Esto sí sería timbre de revolucionario; pero si no es esto (que no creo que sea), ser hoy profesor revolucionario es ser profesor gobiernista, declarado y vergonzante —escribe Francisco de P. Herrasti. Y es muy fácil el saltar de revolucio­nario a gobiernista, al son de la política; pero el conforme con el régimen no puede llamarse revolucionario airosamente, si no ha contribuido a establecerlo. Además de que ser revoluciona­rio puede ser airoso, no ante la mirada severa del Derecho, salvo si es en defensa real de éste, si no ora ante el peligro de la mirada del verdugo de la facción enemiga, ora ante los ojos lúbricos de la facción propia.7

Si se hacen a un lado los aspectos anecdóticos —que son los que le dan vida al enfrentamiento— de las polémicas, se puede observar que ambas tienen en común la cualidad que identifica a los jóvenes: los arrestos impulsivos por querer participar activamente en la re-construcción nacional. Su vitalidad es, también, parte de su confusión. Los muchachos pretenden limpiar a la Revolución de sus manchas y corrup­ciones, y engrandecerla a partir de las bases que sienten estar fincando. En estos cimientos sobresale un sincretismo político con el que la rebeldía veinteañera intenta identificar­se; se amalgaman los movimientos literarios de vanguardia, el realismo social soviético, la economía política con bases en el pensamiento liberal, socialista, comunista, anarquista y hasta el conservador; y se tiene el deseo de poseer un gobier­no civil apegado a las normas de la legalidad constitucional:

“los militares quebrantaban los ideales democráticos de Ma­dero” —recuerda Bustillo Oro. El propósito es dar coherencia e identidad a lo que todavía no lo tiene: la literatura y la ideología de la Revolución.

Por una parte, los hechos de armas concluyen definitiva­mente en 1920 —el pasaje delahuertista de 1923-24 indigna y hasta desanima a la mayoría, pero se tolera y justifica por su fin: la “transmisión pacífica del poder”. Por otra, las huestes revolucionarias dejaron de ser campesinas para convertirse en urbanas y egresadas de las escuelas. Angel Carvajal resume el empuje juvenil de 1925:

Es sencillamente la congregación de la juventud que, sin distin­gos de clase o condición, sin prejuicios políticos o religiosos, haciendo armas de la tolerancia, acude al llamado propio, a la estimulación poderosa de la necesidad de mejor vida; que viene solícita a podar el árbol nacional y a sembrar a tiempo en la tierra removida por nuestra Revolución. Es la juventud nuestra, que por primera vez se siente cuerpo y comienza a dar los primeros pasos, ésta que viene hoy a llenar una función que nunca había llenado conscientemente, gritando detrás de los hombres maduros para ayudarlos, sugerirles y pedirles, y de­lante de los niños nuestros para guiarlos [...] Somos nosotros que comenzamos a ensayar la vida que queremos vivir, para luego darla a probar a nuestros hermanos.8

Daniel Cosío Villegas explica la sensibilidad juvenil de 1925:

[...] porque el triunfo de la Revolución quiso confiarse a políti­cos y militares, y porque éstos jamás podrán realizar la parte esencial de un movimiento social, la Revolución no podría triun­far. Para que un movimiento social de esta naturaleza triunfe, se necesita el nacimiento de una ideología, de una nueva men­talidad, de un nuevo punto de vista para pensar y sentir las cosas. En el lenguaje de Ortega y Gasset diríamos que la Revolución no puede triunfar si no cambia la sensibilidad vital, si no surge una nueva generación. Esta generación so­mos nosotros y por eso afirmamos que nosotros somos la Revo­lución.9

Todo este espíritu de rebeldía y renovación es el

que alimenta a las dos polémicas. En ellas se vierten inquietudes y preocupaciones, deseos y temores, ejemplos y promesas, seguridades e incertidumbres, pero, sobre todo, un impulso creador cuyo único horizonte es el porvenir. Los jóvenes se saben representantes del futuro y para él preten­den construir el presente, cuyo principal sostén es el pasado inmediato, el revolucionario; ellos son los herederos y los heraldos de la Revolución. Ellos son los depositarios de una Tradición y los que irán en rescate de sus raíces. Por ello el debate posee cualidades contables y legales: es la auditoría general y recapitulación; es el balance inventariado al térmi­no de un ejercicio y la nueva propuesta normativa conse­cuente de la auditoría. Esto se observa en las características de cada una de las polémicas.

En la literaria se puede encontrar una secuencia relati­vamente jerarquizada: 1] Enfrentamientos entre grupos y personas; envidias por el reconocimiento público y guberna­mental motivan las agresiones; “artimañas políticas man­tienen frecuentemente ciertas reputaciones literarias” —sen­tencia Puga y Acal. 2] Pugnas generacionales: los jóvenes desdeñan lo viejo por el simple hecho de ser viejo y éstos miran con desdén a los muchachos que de tan rebeldes les parecen inmaduros; los mayores de cuarenta se sienten des­plazados en la Historia por los menores de treinta. 3] Los jóvenes escritores se sienten auténticos y responsables; lu chan por conseguir su reconocimiento como literatos, como políticos y como hombres. 4] La búsqueda de reconocimien­to es también la obtención de un modo de subsistencia econó­mica, en la que el Gobierno es la más inmediata alternativa; se les ataca de “empleómanos”, “servirles” y “oportunis­tas”: “El que quiera vivir bajo el amparo del Estado, tiene que resignarse a ser un acróbata que, sobre un alambre, ejercita toda clase de piruetas” —sentencia Nemesio García Naranjo. 5] Reconocimiento de que la “literatura” —que no los literatos, según opinan— se encuentra en un período de crisis. 6] Reconocimiento de que se carece de casas editoria­les y órganos de difusión adecuados y no improvisados. 7] Puntualización de características específicas para hacer que la literatura sea “revolucionaria”: a] debe cumplir con un fin práctico y social; b] no debe improvisarse, pero tam­

poco debe ser “libresca” o producto de “culturas indigestas”; c] debe ser para el üueblo: d] debe ser concordante con la “cultura revolucionaria”; e] debe luchar contra el “precio­sismo” literario de los escritores de “torre de marfil”; f) debe ser producto del conocimiento del “alma del pueblo” para que pueda ser “verdadera”; gj debe tener “asuntó njexica- no”; h] debe apegarse a las tradiciones nacionales; i] debe “traducir” “el pensamiento” de Marx, Lenin y Tolstoi; j] de­be ser “moderna”, “nacionalista” y “comprometida” con el “proletariado”; k] debe ser “reflejo” de los acontecimientos ocurridos en la década de 1910; 1] debe ser concordante con la revolución y defenderla.

Asimismo, en las características de la polémica entre los abogados también se observa cierta j erar quiz ación; el índice de frecuencia con que son abordados los diferentes temas permite corroborarlo: 1] Identificación e identidad de la nueva generación. 2] Definición de conceptos: a] cómo ha de ser el Derecho Revolucionario; b] por qué los educadores del Derecho han de ser revolucionarios y no reaccionarios; c] por qué es importante que en ese momento el “pensamien­to revolucionario” se convierta en un dogma y que los revolu­cionarios se sujeten a ese principio disciplinario. 3] La liber­tad de pensamiento existe, siempre y cuando el individuo se apegue a las “normas revolucionarias” y, consecuentemente, quien no se apegue es reaccionario: “el Gobierno combate a golpes de legalidad” —advierte Gilberto Valenzuela, Secre­tario de Gobernación. 4] La reacción demanda: a] la prácti­ca de una oposición crítica, b] la coherencia ideológica en pensamiento y obra entre los hombres de la revolución, c] li­bertad y autonomía educativa para contrarrestar el “pensa­miento sectario”.

2] Se im ponen las reglas

AJ El centenar de artículos que conforman la polémica lite­raria muestran el deseo de los jóvenes por traducir la convul­sión del “momento presente”. Esto los conduce tanto a una búsqueda en la historia pasada y presente de obras y autores que sean representativos de las demandas, como a la formu­lación de una propuesta colectiva en que se contengan las

cualidades anheladas para la literatura. La búsqueda crista­liza, en la parte más anecdótica y analizada de la discusión, en el “descubrimiento” de Los de abajo de Mariano Azuela. La propuesta encuentra en la literatura soviética un ejemplo paradigmático. En esas obras —explican— se “refleja” una nación “agitada, revuelta, en plena locura creadora, en ac­ción constante, [con un] pueblo de perfiles netos, colorido, brillante y trágico”; son obras que encierran un sentir “masculino” en toda la acepción de la palabra”.10

La aspiración común de la nueva generación de escrito­res es crear una obra representativa de su propio tiempo y del país; “la literatura de la revolución debe ser consonante con la revolución” —tautologiza Carlos Gutiérrez Cruz. En este sentido se encaminan las propuestas y, a partir de ellas, se observa la confusión: hay quienes conciben el ser revolucio­nario de la literatura en función del contenido: apego al sentimiento del pueblo —para el que dirigen todas las obras—, a los hechos de la década de 1910, al “pensamiento revolu­cionario”; y, en lo formal, empleo de una expresión simple y llana, sin “condecoraciones porfirianas” ni “culturas extra­vagantes que nadie entiende”. Y hay quienes la conciben como un cambio radical en la forma y el contenido simultá­neamente; en la que se rescaten y fundan los valores nacio­nales y universales; en que se integren la tradición popular, la cultura] y la modernidad de las vanguardias: y en que la seriedad y el rigor reemplace las improvisaciones.11

Sin embargo, los hechos demuestran que tanta verbo­rrea no se encaminaba a discernir asuntos estéticos, sino políticos y, además, que en el enfrentamiento ya se sabía cuál iba a ser la propuesta ganadora. Antes de anotar el dictum estético triunfante, conviene observar dos análisis que conducen y facilitan el triunfo de un criterio artístico. Uno es sobre el Gobierno y los artistas y el otro es sobre los intelectuales y su conducta política. El primero indica:

Es inútil discutir por qué en México los artistas y los poetas tienen que asirse a los faidones del poder público. La razón es muy sencilla: porque en una sociedad pobre y de una reducidísi­ma minoría de gastos intelectuales, los cultivadores de las flores exquisitas han menester del único sol que brilla en el horizonte y se llama Estado.12

El segundo señala:

Desgraciadamente en la intelectualidad mexicana existen el mismo caudillaje que presenta la política, con todos sus carac­teres y con todas sus aberraciones. Todavía más, la intelectua­lidad mexicana es hija legítima de la política palaciega. Cada uno de los figurones que dictan sobre gusto estético, sobre acierto crítico y hasta sobre ciencia, es un hombre que en el fondo de su conciencia sabe que no ha ganado legítimamente el lugar que ocupa. Todos se han levantado en virtud del favoritis­mo de los altos personajes políticos o en virtud de los altos puestos que han desempeñado en la compleja administración de los intereses públicos.13

El 6 de diciembre de 1924, veinte días antes de que se inicie la polémica literaria, Puig Casauranc, en un discurso radiofónico, indica el criterio a seguir en asuntos estéticos y literarios:

La Secretaría de Educación editará y ayudará ala divulgación de toda obra literaria mexicana en que la decoración amanera­da de una falsa comprensión esté substituida por la otra deco­ración, hosca y severa, y a veces sombría pero siempre cierta de nuestra vida misma, obra literaria que, pintando el dolor, ya no el dolor frecuentemente fingido por los poetas melancólicos a perpetuidad, sino *el dolor ajeno”, y buscando sus orígenes, y asomándose a la desesperanza, fruto de nuestra pésima organi­zación social, y entreabriendo las cortinas que cubren el vivir de los condenados a la humillación y a la tristeza por nuestros brutales egoísmos, trate de humanizarnos, de refinarnos en comprensión, de hacernos sentir, no las mieles de un idilio, ni las congojas de un fracaso espiritual amoroso, sino las saluda­bles rebeldías o las suaves ternuras de la compasión que nos lleven a buscar mejoramientos colectivos; obra literaria cuyos autores cifren su ilusión en provocar sacudidas en los espíritus más cerrados a la inteligencia de las cosas, y aspiren, antes que a proveer un deslumbramiento entre los muy pocos “elegidos” de nuestro medio, un desmayo entre jovencitas románticas, a producir en todos los lectores un pliegue de entrecejo que sig­nifique meditación, y responsabilidad, y deber, y comprensión, y análisis.14

B] Entre los abogados la discusión toma varios cauces. La

requisitoria original contra el director Elorduy se suma a otro asunto y se transforma. Primero la parte anecdótica: Calles, por medio del Ministro de Educación y el Rector de la Universidad, ordena el cese de Eduardo Pallares, quien im­parte la cátedra de Derecho Mercantil en la Escuela Nacio­nal de Jurisprudencia, y quien había venido haciendo un análisis severo y sistemático del nuevo régimen revoluciona­rio; su rigor toca el límite de la intolerancia: critica la corrup­ción administrativa durante el gobierno de Obregón e indica: “los simuladores han tenido una bandera común: la revolu­ción, y se han llamado a sí mismos revolucionarios”.15 La decisión provoca enfrentamientos y contradicciones entre las diferentes posturas políticas, las airadas protestas y los elogios solidarios: se clama por una libertad de pensamiento y prensa y se aplaude una medida disciplinaria.

Segundo, la transformación de la requisitoria. Aparece con motivo de una conferencia de Narciso Bassols, secreta­rio de la Escuela, en la que explica cuál es el nuevo concepto del Derecho revolucionario. La tesis fundamental tiene su sustrato en la economía política: “El Estado necesita pasar de órgano político a entidad económica [...] Si las historia no es todo economía, el Estado sin la economía [...] no es nada”; y tiene una proyección eminentemente social(ista) en su in­terpretación de la Constitución.16 La conferencia la reseña García Naranjo con propósito de agredir a la persona y polemizar sobre el asunto:

[...] en todo el discurso [...] no hizo sino repetir doctoralmente, aunque en forma destartalada, las doctrinas que los teorizan­tes franceses de la extrema izquierda estuvieron repitiendo, durante los cincuenta años que precedieron a la conflagración mundial de 1914. [...] no deja de ser una genuflexión rendida a los gobiernos revolucionarios que ha tenido el país desde el año de 1917.17

Llega más lejos en sus cuestionamientos. La severidad con que valora al “pensamiento joven” se hace aún más intensa cuando valora la labor de Elorduy. García Naranjo rechaza las “nuevas teorías” ‘impuestas oficialmente. Por ello, caracteriza la tónica administrativa de la Escuela, “se

' mostró a los nuevos profesores el pretendido nuevo credo,

como el domador de un circo, puede mostrar a una fiera el arco de llamas por donde habrá de saltar”. Más lamentable considera que esta imposición, “sostenida por la fuerza bru­ta”, implique la renuncia y el abandono de las viejas ense-* ñanzas del Derecho Universal en la concepción liberal indi­vidualista. Pero lo que en el fondo preocupa a García Naranjo, como a otros de los “reaccionarios”, es la orienta­ción “socialista” del gobierno, sobre todo porque éste se ampara y justifica con la Constitución de 1917, contra la que están en completo desacuerdo, especialmente en lo contenido en los artículos 27, 123 y 130.

Entre las réplicas que reciben Pallares y García Naranjo sobresalen dos. La primera está firmada por el presidente Calles; es la “explicación” con que justifica el cese ordenado contra el profesor de Derecho Mercantil:

El Ejecutivo Federal estima que los funcionarios y empleados que no se hallen absolutamente identificados con nuestra Ley Fundamental, con el programa de la revolución y con los proce­dimientos seguidos para el desarrollo del mismo, por respeto a sí mismos y por un deber de elemental honradez debe renunciar a la mayor brevedad sus respectivos cargos y comisiones evi­tando de esta suerte el penoso caso de obligar al Ejecutivo a hacer uso de su autoridad para poner coto al desarrollo de sus maquinaciones de deslealtad y de obstrucción al programa revolucionario.18

La segunda respuesta la firma Justo A. Santa Anna, Diputado miembro del “Bloque Radical” de la Cámara. Es una carta abierta dirigida a Calles. En ella alude una confe­rencia ofrecida con motivo del principio de actividades de la Academia Nacional de Historia y Geografía:

García Naranjo plena Universidad lánzanos anoche insolente reto cantando hossanas huertismo, denigrando revolución. Hablaba representando Rector Universidad quien debiendo estar solidarizado con la revolución escogiólo para hablarle juventud. Quienes conservamos íntegra fe en usted, estamos seguros obrará enérgicamente, poniéndole término criminales complacencias tiénense con estos representativos tenebroso pasado, quienes no contentos injuriarnos diariamente prensa,

asaltan Paraninfo Universitario para desde allí anatematizar­nos. Muy afectuosamente. Diputado Justo A. Santa Anna.19

Este enfrentamiento tiene dos resultados. Uno es el espí­ritu de solidaridad que se establece entre los jóvenes y los revolucionarios; se identifican por pertenencia generacio­nal y por principios ideológicos. El otro aparece hasta el 3 de enero de 1926: Calles da un plazo de 72 horas para que Nemesio García Naranjo abandone el país; se le involucra en supuestas campañas subversivas que, se cree, llevan por fin de derrocar al Presidente.

3] La otra dimensión

En el enfrentamiento periodístico sobresalen algunas carac­terísticas que permean y unifican a las dos polémicas. En ellas se comienza a dibujar el proyecto de un tipo de pensa­miento revolucionario que se quiere para la sociedad mexi­cana. De hecho, lo que se pretende es dilucidar el significado y las características del concepto de “revolucionario”, no como idea o doctrina única para la rectoría del gobierno y para dar cohesión a la sociedad mexicana, sino como identi­ficación de un criterio político e ideológico que evolucione según las necesidades de cada momento histórico.

Es conveniente puntualizar que los conceptos expuestos en la polémica no son ni concluyentes ni definitivos, sino que pretenden ser definitorios, aunque sujetos a los cambios del sistema métrico sexenal, sobre todo durante los años deno­minados de la “reconstrucción nacional”, 1920-1940, en que se crean, estructuran y afianzan las Instituciones más repre­sentativas del país. Por esto resulta significativo el año de 1925: es el momento de transición en que se ponen a prueba las características de la Revolución ya en forma de gobierno. “La transmisión pacífica del poder”, como se pregona en 1924 para justificar las decisiones de Alvaro Obregón ante la rebelión de Adolfo de la Huerta, es la razón con que se ampa­ra y presenta el gobierno de Plutarco Elias Calles. Es el inicio de una nueva era.

Esta transición se acentúa ante los primeros meses de la administración de Calles. En ellos el clima general de discu-

sión y enfrentamiento adquieren una nueva dimensión si se observan como parte del proceso de legitimación política, como ejemplo del ejercicio de la democracia y como instru­mento que precipita y decanta reacciones políticas ante el indefinido y divulgado concepto de “radical”. Asimismo, el debate da muestra de la madurez del régimen y de la Revolu­ción.

Sin embargo, en las dos polémicas aquí comentadas y en el clima general de discusión es conveniente observar la interacción de los diferentes niveles y propósitos de los pole­mistas. En la parte superficial se localizan dos veneros que convergen en un proceso de selección evidente. El primero de ellos, el inmediato, se integra con los acomodos dentro del gobierno, única alternativa para la sobrevivencia económi­ca y la práctica política.

El segundo de los veneros, el mediato, se integra con la serie de propuestas políticas, ideológicas y culturales que hacen los participantes. En los aspectos literarios destacan las características indicadas por Puig Casauranc y secunda­das por un grueso número de “simpatizantes”. Por ejemplo, Julio Jiménez Rueda reclama: “Ir al pueblo, comprenderlo, expresar sus ideas, sus sentimientos y crear un arte robusto, fuerte, alimentado con la sangre y con la carne que palpita en goces y dolores de nuestra raza”.20 En los aspectos jurídi­cos ocurre lo equivalente. Bassols es el estandarte del “pen­samiento nuevo”:

Ya no hay discusión posible, las ideas revolucionarias (léasela conferencia de Bassols), han triunfado, la intuición insupera­ble de que poseemos la verdad en nuestro credo socialista, podrá abatirse pasajeramente como sucede en Norte América y Europa, pero nunca podrá ser vencida y mucho menos extin­guirse.21

Pero conviene puntualizarlo, ellos desean rebasar la frontera de las propuestas: desean serlos protagonistas, los realizadores de ellas dentro de sindicatos, universidades, escuelas y del gobierno, muy principalmente.

En una parte más oculta se observa que la polémica se convierte en un crisol en que se precipitan y cristalizan dos

reacciones. Por una parte, se crea una atmósfera de concien­cia generacional en que se afianzan lazos de identidad res­pecto a las concepciones generales de nacionalismo y revo­lucionario y a las de cultura y literatura; a la importancia de la educación “revolucionaria” como una forma de creación y prolongación de una sensibilidad y un pensamiento; y al reconocimiento de que la realización práctica de la política revolucionaria debe recaer sobre los civiles, los jóvenes estu­diantes, los auténticos herederos de la Revolución.

Por otra parte, se consolida el criterio de que la teoría debe estar en función de una praxis cuyos afluentes no nece­sariamente tienen que ser políticos, aunque sí vinculados a los puestos de dirigencia o caudillaje intelectual. Consecuen­temente, abogan por la abolición del empirismo e improvisa­ción, sobre todo en lo que respecta a la planeación y reali­zación de empresas de servicio público. Esto resalta por su culto al pragmatismo manifiesto en el criterio de que el reali­zar hechos es más importante que el reflexionar abstraccio­nes.

No obstante las alianzas y conciencias generacionales que propicia la polémica, entre ellos también se revelan dife­rencias significativas, aunque algunas sean sólo de matiz. Esto es evidente en las propuestas estéticas manifestadas dentro de la polémica literaria; en la polémica política apare­ce en los modos de concebir los problemas y sus soluciones. Esto aflora a través las características de la nueva genera­ción. Los muchachos poseen como rasgo común con sus maestros ateneístas la conciencia de la importancia de la historia. Por ello se entregan a escribir la suya propia, con lo que crean la mitología de sí mismos. Esto los lleva a elaborar un recuento de las experiencias comunes que los identifica: las vivencias y la formación educativa durante “las horas supremas”. Asimismo, los conduce a la precisión de sus propósitos y sus recursos: quieren participar dentro del proceso político, económico y cultural de la reconstruc­ción nacional, y tienen la ciencia, la cultura y el talento como para emprender las tareas que demanda la hechura de la Re­volución. Se apegan a dos axiomas determinantes: el saber “deja de ser fetiche para convertirse en modesto auxiliar” y “no se vivirá ya para la cultura, se hará cultura para vivir mejor”.

Sin embargo, hay otros muchachos con mayores intere­ses pragmáticos, políticos, que intelectuales. Samuel Ramos resume las diferencias entre ambos grupos:

Cuando en México alguien se pone a predicar la Doctrina de la Inteligencia, luego lo aplastan respondiéndole que lo que nues­tro país necesita es trabajo y no teorías, hechos y no palabras. Casi puede reputarse como mexicana la creencia de que la teo­ría y la práctica son dos mundos diversos e incomunicados en­tre sí: o se vive en el uno o en el otro. Es una distinción consola­dora para los perezosos que creen poder pensar sin trabajar y para los imbéciles que creen trabajar sin pensar. Los primeros creen que piensan cuando en realidad están soñando. No saben que el pensamiento de lo real cuesta trabajo. Y los otros, los hombres prácticos creen vivir en medio de realidades, de he­chos, cuando viven en medio de duperies de su ceguera. La realidad de la que está más seguro el hombre práctico, que es él mismo, es un estupendo bovarismo que lo hace creer sano cuando está enfermo, honesto cuando es un ladrón, digno cuan­do es un lacayo, sincero cuando es un esclavo. Finalmente llama verdades a todos estos embustes.22

Si bien estas asimetrías son reveladoras del proceso de fundición y refundición de discrepancias con que se integra, por una parte, la literatura, y por otra más amplia y simbóli­camente, la ideología y praxis revolucionarias, ellas mismas conllevan una serie de señales de identificación comunes. Entre los literatos se manifiesta en el criterio conjunto de emprender una transformación sustancial en la expresión li­teraria nacional; desean romper los modelos decimonónicos para crear otros acordes con el siglo veinte. Entre los aboga­dos aparece en la interpretación que se hace de la Constitu­ción de 1917; emprenden el rescate de los intereses sociales contenidos en los artículos 27,123 y 130, y proclaman, con la Carta Magna en mano, el triunfo de un socialismo mexicano.

La suma de estos aspectos revelan en la polémica una di- mensión que rebasa el mero ámbito de la discusión pura de conceptos o posturas, o el enfrentamiento agresivo de perso­nas; pese a su importancia, es la parte menos rica en el conjunto de artículos, notas y conferencias de las disputas colectivas. En el transfondo subyace una serie de reacciones

históricas, sociales, políticas y culturales que conviene re­considerar a la luz de su repercusión política y sociológica. No hay que perder de vista que los jóvenes protagonistas se convertirán en destacadas personalidades en la vida pública.

En primer término sobresalen dos hechos. Por un lado, la polémica representa un proceso de selección. A través de ella se hace una reconsideración del pasado nacional del que eligen aquello que quieren conservar como cimiento sobre el cual afianzar y construir lo que se quiere como Tradición.23 A través de ella se filtran los gérmenes embrionarios de las Ins­tituciones —reales o imaginarias— que puedan funcionar como entidades independientes y /u orgánicas del gobierno; desde la ideación de una casa editorial hasta la de un partido político.24 A través de ella se traslucen las inquietudes colec­tivas de una generación de jóvenes que aspira a la consuma­ción de una identidad propia individual, colectiva y nacio­nal; el caos, la inseguridad, la falta de identidad y la provi- sionalidad que vivieron como quinceañeros en la década de 1910, la desean revertir en una madurez ordenada, segura, estable y conservando la identidad de su niñez, la revolucio­naria.

Por otro lado, la polémica representa todo un proceso de reproducción. En ella se discuten las características que de­ben tener la literatura revolucionaria y la enseñanza del De­recho; en un ámbito más amplio: se busca consolidar un proyecto educativo cultural específico.25 Sobre ella se proyec­tan los hechos y cualidades del pasado de México que puedan servir para consolidar una Tradición: se recupera el pasado con objeto de legitimar el presente. Sobresalen tres ejemplos: se escribe y se enseña “historia patria” según los cánones re­volucionarios; se elige como modelo literario a Los de abajo de Mariano Azuela, porque está más cerca del realismo del siglo XIX que de la modernidad del XX; se marginan las vías alternativas emergentes —se califica a poetas y a juriscon­sultos de “reaccionarios”, “conservadores”, “librescos” y “europeizantes”—, pero no se les destruye: sirven para com­pletar y contrastar la cuadratura revolucionaria.

En segundo término destaca la identificación de cuatro elementos básicos empleados a lo largo de la doble polémica: Revolución (o revolucionario), Literatura, Derecho y Cultu­

ra. Otros que no se considerarán aquí operan como conse­cuentes o derivados de los básicos.

A] Los polemistas no pretenden definir el término Revo­lución. El concepto se usa bajo el presupuesto de que todos conocen su significado; es señal de identidad cercana a mu­chos. Esto hace que su dimensión extensiva abarque un amplio espacio sígnico, semántico, discursivo más rigurosa­mente, en donde los posibles significados son tomados como presupuestos, categorías y valores; la carencia de un signifi­cado único ofrece al concepto de Revolución o revolucionario una mayor flexibilidad autosuficiente y modificable con el tiempo. En frecuentes “acepciones” semánticas, revolucio­nario también significa, según el uso, “verdadero”, “nacio- nal(ista)”, “mexicano”, “viril” y hasta “moderno”.

Sin embargo, revolucionario es más que un concepto, es un deber ser:

Llamarse revolucionario —escribe Narciso Bassols— es identi­ficarse con esas dos formas de nuestro pasado; con la lucha con­tra el español y la lucha contra el cura, y hoy, cambiando los problemas, apareciendo nuevas urgencias en la vida, es conser­var de los predecesores el procedimiento, el método, la volun­tad, el propósito de seguir reformando a toda costa, sin ilusas tentativas de una armonía imposible. Es bañarse a los veinte años en la lucha y aprestarse a vivirla.26

Sobra indicarlo: el ser revolucionario es una actividad práctica y constitutiva; no está en las reflexiones abstractas, sino en los hechos concretos. El calificativo cumple la fun­ción de elemento cohesionador entre una facultad y un uso, entre un instrumento y un fin. Como discurso extensivo el adjetivo se emplea como unidad activa de signos y señales internas de una conciencia social, cuyos significados y refe­rentes son abstracción pura autolegitimante; la contradic­ción y la tautología son parte de sus características. Ante todo esto, el “pensamiento revolucionario” se convierte no en un concepto, sino en una práctica constitutiva y constituyen­te de un gobierno y, así se pretende, de una sociedad. Por lo tanto, el ser revolucionario es una manera “verdadera”, “na­cionalista)” y “moderna” de la identidad nacional.

B] El concepto de literatura se entiende a partir de la re­consideración de lo que ha sido durante el porfirismo —extra­ñamente la etapa de los hechos bélicos no se toma en cuenta, es como un vacío—, lo que ya es en la etapa revolucionaria y, sobre todo, lo que puede llegar a ser. Sin embargo, en la discu­sión del concepto “literatura” va implícita la discusión de la función de la obra y del escritor en la sociedad. Por momen­tos esta discusión tiene mayor relieve que lo literario mismo, debido a la importancia pragmática que se le atribuye.

Por esta razón, la literatura se concibe dentro de catego­rías de uso y no de valores estéticos. Es medio para un fin, aquí radica su razón de ser. Es una manera de producción y de reproducción de nociones y categorías sociales e históri­cas que puedan servir como distintivas del concepto de revo­lucionario. Evidentemente no se cuestionan gustos ni valo­res estéticos. Lo que Puig Casauranc y sus seguidores hacen es la demanda de obras literarias “objetivas”, que tengan re­sultados prácticos, inmediatos y concretos, y donde la histo­ria cercana y la realidad local se sobrepongan sobre la litera­tura “literaturizada”. Para obtener esta literatura-para-el- pueblo, los proponedores indican el camino del reformismo y no el de la innovación: la novela deberá ser como el Corazón de Amicis: memorias sentimentalonas, chovinistas y llenas de conmiseración hacia los pobres, con estructuras dramáti­cas lineales y desarrollos temporales progresivos y cronoló­gicos.

C] El concepto de Derecho, pese a la magnitud de la po­lémica en que se pretende definir en su acepción de “revolu­cionario”, se entiende como fundamento doctrinal orienta­do, eminentemente, hacia una política social que modifique la relación social y el régimen de propiedad, principalmente. Se presenta como una estrecha conexión entre Derecho y po­lítica, tanto que su principio es el de convertirse en instru­mento de la política; es el doble y convergente proceso de estatalización del Derecho y de juridificación del Estado. S.G. Flores, en un confuso intento de precisión, caracteriza al Derecho con el sinónimo de revolucionario en estos términos y con esta elocuencia:

“reaccionarios” de viejo cuño son aquellos miopes de la inteli­gencia que sostienen y predican el dominio del capital sobre el

trabajo o cuando menos conceptúan el capital como el factor principal de la producción de la riqueza; más, “revoluciona­rios’' son la inmensa mayoría del pueblo, clase media y proleta­rio intelectual que defienden y luchan por “el dominio del tra­bajo sobre el capital”, por ser aquel el factor principal en la pro­ducción, llevando a la práctica un justo principio de Economía Política. “Reaccionario estorbo”, y no otra cosa son, todos los propietarios de la propiedad privada de la tierra, régimen que creó el feudalismo en China, Japón y Europa entera y ha originado en México todas nuestras desgracias; pero “revolu­cionarios son”, aquí y en todo el mundo, los que quieren, opo­niéndose a esta causa de esclavitud, y proclaman “la propie­dad colectiva del suelo”, hacia la cual camina muy de prisa la humanidad en sus nuevas tendencias.27

Lo más importante en la concepción del Derecho Público es el cambio de enfoque consecuente a los artículos sociales —27, 123 y 130— de la Constitución de 1917. Se argumenta que las doctrinas individualistas que protegía la Constitu­ción de 1857 son sustituidas por los principios socialistas de la de 1917. Simultáneamente, la interpretación del Derecho tiende a irradiarse y convertirse en un fundamento ideológi­co y doctrinal —nunca explícito— de una praxis que deriva­ría, pasado el tiempo, en una norma pedagógica de carácter economicista (por no decir materialista, debido a su connota­ción) y en una noción civilista del quehacer político.

Esto explica la ausencia de definiciones conceptuales con arraigo en la realidad nacional, concreta e inmediata, y la multiplicidad de interpretaciones teóricas y filosóficas con fundamento en la economía política marxista. De hecho, el debate muestra el procedimiento como se articula una filo­sofía del derecho público y una noción de praxis. Entre am­bas se estructuran y consolidan rasgos de identidad grupal. El diputado Víctor Lorandi escribe: “La Revolución hecha Gobierno tiene que defender su obra, proceder de otra mane­ra sería imbécil”. El joven Alfonso Romandía Ferreira rea­firma: “[Esto] ha ganado la Revolución con la polémica: po­ner al desnudo a sus detractores y reafirmar las filas de sus defensores”.

D] El concepto de Cultura aparece como un implícito y un sobreentendido que se entrevera a lo largo de la doble po-

lémica. Puig Casauranc, en su discurso de inauguración de cursos universitarios, indica cómo el gobierno revoluciona­rio la concibe. En su exhortación apunta: “Estamos conven­cidos de que la realidad presente de nuestro país y las doloro- sas enseñanzas de nuestra historia [...] obligan [...] a hacer a un lado todo alarde de vana erudición y todo artificio litera­rio [...] poniendo en saludable olvido brillos a menudo orope­lescos”. Reitera una tesis: “cumplir con el deber histórico y patriótico” y comprometerse con la realidad mexicana. E in­siste en que los “fondos de la Nación” no seguirán sirviendo para formar “aliados y cómplices de explotadores”.28

La dimensión más cercana del concepto de Cultura es meramente simbólica; está dentro de un espacio discursivo. Ello aparece, sobré todo, en la distinción manifiesta en la di­sociación entre la facultad del lenguaje para nombrar, defi­nir, y el uso humano (político) que de él se hace para con formar un espacio de creencias. Así, “Revolución”, más que un con­cepto, es toda una serie de categorías y significados represen­tados por un solo signo. En sí misma, la palabra es un len­guaje: identifica una “ideología” y, debido a un proceso re- ductivo fermentado por el uso, se convierte en un código.

En este sentido y rearticulando en una sola dimensión a los diferentes elementos que se desarrollan en la doble polé­mica, la noción de “Cultura Revolucionaria” comprendería una síntesis entre la normatividad jurídica de la sociedad, la expresividad artística de los individuos y el proyecto educati­vo propuesto por el gobierno.

En esta dimensión simbólica de la discusión cobran es­pecial importancia dos elementos en juego: la autoproclama juvenil de ser ellos la única y legítima generación revolucio­naria, y la autoconciencia de ser quienes construirán el futu­ro de México y encabezarán su porvenir. En la proyección a futuro se norma el criterio generacional puesto a prueba en 1925: reconocen lo relevante del poder civil ante el militar, lo esencial del cambio de la improvisación empírica por la pla- neación científica, y lo vital de transformar la imagen de la nación. En palabras de Luis González: “Todos quieren ha­cerlo todo; conocer la realidad mexicana, diseñar planes sal­vadores, poner en práctica las soluciones halladas. Todos quieren hacerlo a la vez: el diagnóstico, la medicina y la apli­

cación del remedio. Al unísono tratan de asir simultánea­mente el binocular, la pluma y la pala”.29

4] La repercusión sim bólica

La importancia de la doble polémica no estriba en los hechos específicos que en ella se presentan, sino en los que sobre ella coinciden y en los que de ella se desprenden. Su valor es fun­damentalmente simbólico. Por una parte, lo conciso, tumul­tuoso y representativo del debate le confiere una cualidad in­sospechada hasta para los propios participantes. En ella los involucrados vierten sus pasiones, ventilan sus criterios, depuran sus conceptos y afianzan sus amistades; gestan un futuro propio y nacional. Por otra, el hecho de que se suscite durante los primeros seis meses del primer gobierno revolu­cionario elegido “democráticamente”, por medio del sufra­gio popular, hace que el enfrentamiento se convierta en un significativo ángulo de inflexión coyuntural: subraya las di­ferencias en las orientaciones y propuestas políticas entre los gobiernos de Obregón y Calles, pese a que éste insiste en que su gobierno es continuación del antecesor. Con Obregón concluye el período bélico. Con Calles se inicia el período de las Instituciones.

En el transcurso de la polémica se hace patente el proce­so discursivo que conviene tener presente. En lo que es pro­piamente el contenido es posible observar un proceso “analí­tico” basado en un sistema de exclusión evidente: se es revo­lucionario o se es reaccionario, cualesquiera que sean sus matices y manifestaciones. En el análisis más que discernir cualidades, se hacen pronunciamientos o proclamas. En las conductas de los polemistas manifiestas en sus recursos arguméntales y en la secuencia de la polémica, se observa el apego a las pautas “ideológicas” indicadas por las autorida­des, la encamación viva y en funciones de la Revolución. La suma de estos procesos discursivos cristalizan suficiente­mente en cuatro elementos simbólicamente representativos: Nemesio García Naranjo, Los de abajo de Mariano Azuela, la proclama de nueva generación y el análisis interpretativo de la Constitución de 1917. Entre éstos se entreveran otros

cuya importancia no radica en su individualidad, sino en su capacidad de integración y cohesión.

A] La presencia de García Naranjo es fundamental y decisiva dentro de la polémica entre los abogados. En él se encuentran las siguientes cualidades. Por una parte, su pe­netración crítica como observador, su afán polémico como escritor y su prestigio como representante del conservaduris­mo liberal decimonónico lo llevan a estar presente en un primerísimo lugar dentro de la opinión pública; sus editoria­les periodísticos no son pasados por alto. Por la otra y ante los ojos de los revolucionarios, representa a la reacción por antonomasia.30

Simultáneamente, García Naranjo representa ante las autoridades el principio de disensión y de desobediencia civil que pueda llegar a reproducirse. Pero más que el posible peligro de la subversión generalizada, el polemista es peli­groso en la medida que cuestiona directamente a la Ley, al cimiento de la Revolución. Esto es, increpa a la legitimidad de un régimen cuyo sustento no se basa en el sufragio popu­lar sino en el poder autoritario; a la legitimidad que requiere autoprotegerse por medio de calificar como ilegítima a la oposición; a la legitimidad que demanda y promueve la ho- mogeneización de criterios para consolidarse; a la Jegitimi- dad de una representación social cuyos representados no poseen opciones.

En la orden de expulsión dictada por Calles se deben tener presentes las cualidades del polemista y los anteceden­tes del “caso” Pallares. El Presidente es rotundo y definitivo en su resolución respecto al profesor de Derecho Mercantil, y, más enfáticamente, respecto a todos los servidores públicos o empleados del gobierno:

La obligación fundamental que tiene el Ejecutivo Federal de velar por el imperio absoluto y estricto cumplimiento de nues­tras leyes, que consagran la consolidación de los postulados re­volucionarios, reclama como una medida de urgente necesidad que los enemigos de las instituciones j nuestra Carta Magna, no fortalezcan ni encubran sus actividades de constante oposi­ción y de obstrucción sistemática al programa de la Revolu­ción, con cargos o comisiones del propio Gobierno, aceptados y desempeñados deslealmente.31

En términos coloquiales esto es “tirar línea”. Así, los se­guidores —convencidos o no— deberán jurar votos de radica- llismo y, ante todo, jurar votos de lealtad revolucionaria. García Naranjo, ante ello y no obstante el escándalo que se hace en la prensa respecto a la libertad de pensamiento y de imprenta ocasionado por el cese de Pallares, no sólo no toma en cuenta la advertencia de la autoridad mostrada en el castigo ejemplar impuesto a su amigo, sino que se empeña, más severa y lacerantemente, en su crítica contra el régimen revolucionario, sus personas y sus instituciones. Calles, fren­te a la desobediencia, elige la “radical” medida del destie­rro.32

El castigo, repito, es ejemplar: Nemesio García Naranjo representa aquello que se combate y se desea abolir. La deci­sión presidencial, insisto, es el llamado a la sujeción a una “línea” de pensamiento y conducta que conlleva un doble efecto: indica la dirección del sentido de la política y demarca el continente de quienes la practiquen. Por una parte Calles es claro en su indicación del contenido: busca hacer concor­dar y coordinar elementos disímbolos que integren y forta­lezcan al “pensamiento revolucionario” y, consecuentemen­te, que sirvan para justificar y estructurar al gobierno. Por otra, la expresión “familia revolucionaria”, recién acuñada por Calles, indica el continente: los revolucionarios velan por el bien de la Revolución, como lo ilustra el llamado del Diputado Santa Anna.33

B] La novela de Los de abajo de Mariano Azuela tam­bién tiene una importancia fundamental dentro de la polémi­ca literaria. Sus virtudes son tan amplias y flexibles que ad­miten, sin menoscabo de sí mismas, cualquier tipo de carac­terísticas que se les quiera atribuir. Azuela y su novela poseen la solidez de una integridad a toda prueba, sobre todo si ésta es demagógica. Por ello pueden adquirir las características suficientes como para representar el ideal al que se aspira para la obra y el escritor revolucionarios. En esta conjunción se observan parte de las cualidades demandadas por el Mi­nistro de Educación; demanda multiplicada entre la mayo­ría de los polemistas.

Por ejemplo, como “obra literaria mexicana”, en Los de abajo se encuentran cada uno de los puntos indicados por

Puig Casauranc: hay una “decoración” “hosca”, “severa”, “sombría” de “nuestra vida misma”; “pinta” “el dolor aje­no” que es “fruto” de la “desesperanza” ante “la pésima desorganización social”; “entreabre las cortinas que cubren el vivir de los condenados a la humillación y a la tristeza por nuestros brutales egoísmos”; trata de “humanizarnos”, “de refinarnos en comprensión”, “de hacernos sentir” “las salu­dables rebeldías y las suaves ternuras de la compasión que nos llevan a buscar mejoramientos colectivos”, “cifra su ilu­sión en provocar sacudidas en los espíritus más cerrados”.

Si bien éstas no se indican directamente, las cualidades que entonces se subrayan de Los de abajo casi remiten a ellas. Es el caso de los rasgos de “autenticidad” tan pregonados; hay quien dice “fidelidades de folklorista”. Entre estos atri­butos los comentadores de la novela destacan: verismo, rea­lismo, apego a los hechos, perfección descriptiva, objetivi­dad y otros tantos conceptos más encauzados a precisar que en la novela se mira “el reflejo fiel” de una época, unas cir­cunstancias, una geografía, unas tradiciones y unos hom­bres muy caros en la historia contemporánea de México. Esto es, se resaltan las características de una literatura más cercana a los principios del realismo del siglo XIX, que no a los de una acorde con el XX.

Junto a estas atribuciones indudablemente bien resalta­das por los críticos, conviene señalar que en Los de abajo la expresión del autor no se reduce a algo tan estrecho como las “fidelidades de folklorista”, en el sentido en que se le toma co­lectivamente. Si, efectivamente, su pretensión es escribir una obra que fuera “reflejo fiel” de una realidad, también es la de rebasar las superficialidades meramente anecdóticas. Su interés es el de penetrar en el pathos del hombre dentro de las circunstancias morales, sociales y éticas propiciadas por una crisis política donde se ve involucrado. Quiero insistir; Azuela plasma en su novela los rasgos míticos de una gesta épica; todas las cualidades intrínsecas convergen sobre esta aspecto. Sin embargo, esto que engrandece a la novela es lo que menos se toma en cuenta, lo que no se valora directamen­te, pese a ser lo que le otorga su dimensión universal.

Lo que se exalta en Los de abajo son los aspectos más tri­viales, los más rentables. Sobre ellos se proyectan las carac­

terísticas que representen los valores más convencionales de la época. Se le atribuyen cuatro calificativos básicos: revolu­cionaria, nacionalista, mexicana y realista; y otros dos más complementarios: moderna y viril. Con ellos se teje una ce­rrada trama que impide observar la obra restante del autor.34 De hecho, lo que importa de Los de abajo es su potencialidad para satisfacer las necesidades de una carencia, de una de­manda: la Novela de la Revolución mexicana.

La elección de Mariano Azuela y de sólo su novela Los de abajo entre los muchos autores y obras que para entonces existían conlleva un valor simbólico. En relación al autor, su distanciamiento “respecto a los medios y cenáculos litera­rios” le permitió estar cerca del “infierno revolucionario”, del campo y del pueblo —interpreta Eduardo Colín. Pero, también, esta distancia lo hace vulnerable: se le identificará con grupos y tendencias, y se le endosarán atributos que no le pertenecen. En relación a la novela, ella satisfacerá las propuestas estéticas reformistas: contrarrestará el vigoroso impulso innovador vanguardista y contrarrestará la inercia fatigada de un realismo sensiblero y costumbrista. A esto se añaden las circunstancias coyunturales de la polémica: son los jóvenes escritores quienes hacen el hallazgo del viejo no­velista, lo nuevo revalora lo viejo y en ello se cimenta, con lo cual se representa la continuidad de la Tradición.

Sin embargo, en forma simultánea al rescate y propug­nación de la moderna Tradición, en la polémica se manifies­tan los mecanismos de cómo se efectúa otra manera de selec­ción. En la demanda mayoritaria y oficial hay una sola exi­gencia: ser simpatizante del pensamiento revolucionario. Esta premisa explica (que no justifica) las persecuciones que derivarán en el fomento de un tipo de literatura apegada a las normas “consecuentes” de la Revolución. Así, Carlos Gu­tiérrez Cruz indica respecto a los no creyentes: “Os doy el único consejo salvador: las Islas Marías”. Uno de los indis­ciplinados, José Gorostiza, recuerda un año más tarde: en­tonces “teníamos los perros detrás de la alambrada”.

C] La (auto)proclama generacional presenta múltiples perspectivas aunque todas ellas coinciden en un solo hecho: el debate produce un espíritu solidario entre los jóvenes. Los matices y discrepancias que hay entre ellos se encuentran en

una doble característica que aparece simultáneamente: se proclaman tanto los “hacedores” como los “defensores” de la Revolución. Asimismo, cualquiera que sea su característi­ca, se autodenominan los representantes del “pensamiento nuevo”. Estas virtudes se manifiestan en las distintas cuali­dades y pretensiones de los entonces veinteañeros.

La diferencia más evidente entre estos muchachos se ob­serva tanto en las publicaciones para las que escriben sus artículos,35 como en el tono de éstos. En sus escritos el grupo de los “hacedores” tiende a la reflexión y análisis de la reali­dad inmediata; ponderan los problemas nacionales en fun­ción de propuestas específicas. En sus análisis del pasado también hacen el recuento de sus propias experiencias; iden­tifican vivencias y pasajes educativos que capitalizan en provecho de su propia mitologización. Conviene aclarar que para entonces la mayoría de ellos ya había empezado a hacer algo por México desde algún puesto administrativo y /o do­cente dentro del gobierno o de la universidad, y continuaban desempeñando otro.

En el lado opuesto, los muchachos con mayores arrestos pragmáticamente políticos y empeñados en “defender” a la Revolución, se caracterizan por su carencia de ideas origina­les, su capacidad de repetición y adecuación ante las circuns­tancias y, muy sobresalientemente, su potencialidad belico­sa: cambian la razón por la pasión. Su objetivo es hacer capi­talizar la politiquería periodística en chambas gubernamen­tales.

Volved los ojos a vuestro rededor y encontrareis a un buen nú­mero de vuestros compañeros, prematuramente inmiscuidos en actividades políticas de partido, convertidos (¡oh tristeza!) ya, de un modo lastimoso, en vulgares ordeñadores del presu­puesto, royendo tempranamente su hueso burocrático, esterili­zante y corruptor.36

La importancia de estas diferencias y enfrentamientos radica en la gestación de una diáspora que conforme se consolida también se dispersa. Entre los literatos surgen ramificación en que se acentúan simetrías y asimetrías en las concepciones estéticas/políticas de la actividad artística;

antipatías y simpatías de las que surgirán grupos rivales. Entre los abogados se precipitan y radicalizan individuali­dades; quienes luchan contra la improvisación y el empiris­mo derivarán en líderes, y quienes defienden la chamba se obligarán a admiraciones filiales.

Por lo tanto, el efecto de la polémica sobre estos jóvenes es el de afianzar el espíritu generacional de solidaridad, especialmente en cuanto a la identificación de problemas co­munes en lo individual y fines sociales y /o culturales en lo colectivo. Igualmente, la radicalización del “pensamiento nuevo” obligado por las circunstancias, conduce a la severi­dad e intransigencia hacia sí mismos entre los pocos que tienen más en claro sus propias metas; su sensación de vacío durante la infancia se convierte en la austeridad personal que caracteriza la generosidad y riqueza de sus obras. En contraparte, la radicalización vociferante de los jóvenes con arrestos pragmáticos/políticos deriva en ambiciones des­medidas; su empuje belicoso caracteriza lo desproporciona­do e insustancial de sus actos.

D] Plutarco Elias Calles pone el ejemplo a seguir cuan­do ordena el cese de Eduardo Pallares. Primero invoca en su defensa a dos elementos legitimantes de su gobierno: la “Ley Fundamental” y el “programa de la revolución”. Después indica que su función como “Ejecutivo” es hacer respetar estos elenentos. Concluye señalando que se ve “penosamen­te obliga lo” a “hacer uso de su autoridad” sólo en los casos de “maquinaciones de deslealtad y de obstrucción al progra­ma revo ucionario”. En suma: la Constitución ampara a la autoridad del Presidente. Ella, a su vez, es la norma rectora que amf.ira al pensamiento revolucionario y él, por lo tanto, es su más preclaro defensor e intérprete. Asimismo, como ilustra el Diputado Santa Anna, los revolucionarios son aquellos que se acogen a la Ley Fundamental y a la Autori­dad Suprema para normar sus criterios y conductas. En otros términos: la Constitución se convierte en el Verbo, el Presidente es su encarnación y los revolucionarios so \ los apóstoles exegetas que interpretan, divulgan y hacen que se respete la Revolución. Esto explica por qué Hilario Medi­na, entonces profesor de Derecho Constitucional en la Escue­la Nacional de Jurisprudncia, se aboca a precisarlas carac­

terísticas más sustanciales déla de 1917 en comparación con la de 1857, y a insistir que “de su comprensión exacta y de su justa estimación, depende el encauzamiento que se le dé y los resultados que produzca”.37

Sin embargo, la disensión de Pallares, también conoce­dor del Derecho, muestra otras posibles opciones para inter­pretar la Constitución. Su objetivo es proponer considera­ciones alternativas no con propósitos de sabotaje político, sino con la intención de ponderar la legalidad de las leyes. No obstante, su análisis también conlleva una crítica no sólc hacia la Constitución, sino, más severamente, hacia quienes ejecutan la ley. Es la autoridad pública contra la que endere­za su objeción, como es el caso de la licencia concedida por Alvaro Obregón a un particular para que construyera y ex­plorara durante 99 años carreteras desde Nogales hasta la frontera con Guatemala.38

El cese del profesor de Derecho Mercantil suscita una discusión en torno a la libertad de pensamiento, de prensa y de cátedra. La opinión común gobiernista señala que éste no debe pagar a quien lo critica y que ese, por “lealtad”, no debe cobrar con una mano y con la obra aventar la piedra. Calles es por demás elocuente en su advertencia:

Persiguiendo esta finalidad [de división, de claudicación y des­lealtad], los rotativos de la reacción [El Universal y el Excél- sior] han aplaudido siempre todas las traiciones a la causa popular y han dado rienda suelta al canto de las sirenas, procu­rando fomentar ambiciones malsanas, ceius injustificados e in­disciplinas criminales entre los hombres representativos del movimiento político social, que en forma imperturbable y sere­na se consolida y avanza.

Se impone acabar cuanto antes con esta farsa jesuítica; es preciso exhibir al desnudo la táctica cobarde de los enemigos del pueblo; debemos demostrar a la reacción que no encontrará ya, en el campo revolucionario, instrumentos inconscientes para la realización de sus planes.39

La suma de estos elementos conduce a una vigorización de la Ley Fundamental y de la autoridad. Es evidente que la disensión reaccionaria se convierte en un favorable cataliza­dor social e ideológico. Por una parte y en cuanto al cuestio-

namiento, la crítica tiene aspiraciones de desligitimación y desestabilización del régimen de gobierno; con un comporta­miento moderadamente negativo pretende articular una de­manda política encauzada hacia una reorientación de la actuación política gubernamental. Por otra parte y en cuan­to al reforzamiento del régimen, la oposición se convierte en un aglutinante que, por exclusión, integra a los revoluciona­rios; el disenso reaccionario genera el consenso revoluciona­rio que conduce a una estabilidad política.

La integración y reordenación de estas características descubren a la Constitución como norma y programa de la Revolución, y al Ejecutivo como su más fiel intérprete. La Constitución de 1917 introduce modificaciones fundamenta­les respecto a la de 1857; los artículos 27 y 123 acentúan la instancia social y el mecanismo de intervención pública con objeto de satisfacer y conciliar tanto a la demanda social como a la garantía individual dentro del marco jurídico de igualdad. Simultáneamente, el Ejecutivo ejerce su autoridad sobre la sociedad en nombre de la Ley Fundamental; la con­vierte en instrumento justificante de decisiones políticas.

El valor simbólico de la Constitución aparece en el uso que se hace de ella. En su nombre y en el del programa revo­lucionario derivado de ella se consolida una homogeneidad política que reemplaza a las mayorías, a la sociedad. Esta homogeneidad la representa un grupo restringido en que se concentra el poder político; sus criterios y decisiones se su­ponen normados y condicionados sobre la base de la legis­lación sintetizada en la Constitución. Sin embargo, la reali­dad es otra y ésta es la que cuestionan los reaccionarios: los funcionarios públicos en sus actos no se apegar! rigurosa­mente a la Ley. Lo cual significa que ella sólo es una fuente de validez y legitimación de un sistema; garantiza la unidad política, permite la individualización en los matices para su encauzamiento, facilita su continuidad y autoriza las muta­ciones consecuentes. Todo esto se cristaliza siempre y cuan­do la Ley se conserve como parámetro de referencia y los resultados sean en provecho del programa de la revolución.

Calles resume el proyecto político en dos frases hoy este­reotipadas. Por una parte, para acentuar la continuidad den­tro del cambio y viceversa, dice: “La revolución, generosa y

dignificadora, está siempre en marcha”. Por otra, para nom­brar y resaltar al grupo de hacedores y conductores del go­bierno, acuña el sustantivo compuesto de “familia revolucio­naria” refiriéndose a quienes ya sabemos. Así, por lo tanto, la buscada estabilidad política requiere de un principio de le­gitimidad que, en este caso, no surge del reconocimiento de las mayorías, sino del apego a la Ley. Esto se subraya en el interés presidencial por allegarse la adhesión de los grupos antagónicos y de los contrarios, y por fomentar como autori­dad fundamental a la Constitución, a 1a. Institución por ella representada, y no a la persona más preclara que la repre­senta, el Presidente, cuya encarnación viva es, entonces, Alvaro Obregón.

5) H acia una interpretación de conjunto

Los efectos de la doble polémica son relativos: en ninguna de las dos aparecen como resultados últimos proclamas forma­les de algún tipo de pronunciamiento; ni se firman estatutos ni reglamentos, ni se instituyen objetivos ni procedimientos. La doble polémica sólo tiene valor en una dimensión estricta­mente simbólica; su representatividad radica en la calidad y cantidad de los participantes, de los escritos y de los temas tratados. Su importancia estriba en la circunstancialidad temporal en la que ocurre: marca un ángulo de inflexión co­yuntura! entre dos formas de concebir y realizar el gobierno. Alfonso Reyes, con gran tino en las motivaciones implícitas en el enfrentamiento aunque con cierta ingenuidad en la in­terpretación de los hechos, valora estos meses: “el primer año de cada nuevo presidente es el año de la ‘lucha por la vi­da’, de la envidia y todo eso...”

Las motivaciones económicas, políticas y de prestigio dentro de las polémicas son los estimulantes más fuertes del enfrentamiento; motivos personales y razones de autoridad inician eso que rebasa sus propios límites. Carlos Díaz Dufoo indica una verdad a la que entonces se enfrenta ineludible­mente el intelectual o escritor: “La poesía es la pobreza y la política el dinero”. Reyes lo admite con estas palabras: “No sé cómo conquistar mi independencia económica”. Luis G. Urbina recuerda la época de Porfirio Díaz: “Eramos los mú­

sicos del regimiento”. Y Julio Jiménez Rueda califica como “la epopeya de nuestros días” la obtención de un ingreso eco­nómico digno y suficiente. Entre los abogados no aparece ex­plícitamente esta preocupación: la mayoría desempeña o está por desempeñar algún tipo de actividad dentro de la Ad­ministración Pública o Universitaria, aparte de la que reali­zan en sus despachos particulares. Esto es, a los abogados no les causa conflicto el hecho de trabajar en o para el gobierno, mientras que a los literatos ello se les presenta como una disyuntiva que casi todos la superan por medio de su elimina­ción: trabajan en el gobierno o la Universidad.

Sin embargo y no obstante el conflicto implícito entre el estar o no dentro de la Administración, el común de los jóve­nes polemistas coincide con esta puntualizacion ae Jiménez Rueda:

No es misión del intelectual laborar egoístamente en búdica adoración de su propia sabiduría. Por naturaleza debe consti­tuirse en clase directora, no desde un puesto público, sino desde el modesto lugar que la suerte le depare, predicar con la palabra y con el ejemplo una fe sincera y noble, haciendo que participen en su conciencia todos los que han menester de ella.40

Este interés tiene por fundamento la convicción de sa­berse, como conjunto generacional, los conductores futuros del Poder y de la Cultura de México. Si bien tienen incerti- dumbres respecto a cómo y desde dónde ejercerán dicha conducción, no las tienen respecto a que lo enfrentarán por medio de su trabajo intelectual, artístico o político: “La cien­cia y la literatura —admite Jiménez Rueda— se convierten en medios de hacer política”.

Estas razones aunadas a todo lo expuesto anteriormente convergen en un hecho que subyace a lo largo de las polémi­cas: los jóvenes quieren encontrar la caracterización y fun­ción de tres elementos que consideran esenciales: el intelec­tual, la cultura y el gobierno. La circunstancialidad histórica denominada “período de reconstrucción nacional” promovi­do por Alvaro Obregón y continuado por Plutarco Elias Calles, acentúa el espíritu pragmatista orientado hacia las realizaciones prácticas en provecho de “la clase trabajado­

ra” y del “pueblo”. Alfonso Pruneda, Kector de la Universi­dad Nacional de México, señala la función de la Casa de Estudios y de los estudiantes:

Necesita estar cada día más cerca de la realidad social, y parti­cipar activamente en la lucha enérgica que los hombres bien in­tencionados y amantes del pueblo están haciendo, en apreta­das filas, para mejorar sus condiciones, y para resolver los hon­dos problemas que afligen a nuestra República [...] Necesita [...] acercarse al pueblo, estableciendo así relaciones más estrechas entre las diversas clases y, en particular, entre los elementos la­borantes y los intelectuales, apartados muchas veces unos de otros, cuando no desconfiados o enemigos.41

Asimismo, estos tres elementos conducen no sólo a una solidaridad generacional, sino, más aún, a una homogenei­dad (en lo posible) de criterios y a una conciencia de su propia función dentro de la organización, administración y conduc­ción del país; como grupo se convierte en una élite política es­pecializada. El principio fundamental que los rige es el de “acercarse al pueblo”, el de prestar un servicio público y el de orientar sus acciones hacia el interés colectivo; se socializan las motivaciones cualesquiera que sea el área de interés, el grado de especialización o la calidad del talento. El intelec­tual, la cultura y el gobierno se funden con el solo propósito de reconstruir a la Nación.

Sin embargo, el afán integracionista, homegemzador y hegemonizante que se realiza en nombre de la Constitución —Entidad Suprema, Norma y Programa de la Revolución—, del nacionalismo revolucionario —rasgo de identidad, espa­da justiciera y escudo protector—, de la “reconstrucción na­cional” —gesto sentimental y aglutinante— y de la juventud —“porvenir de una cosecha magnífica”— deriva en forma inmediata en la intolerancia radicallista: en nombre de ac­ciones revolucionarias se justifican persecusiones, expulsio­nes, expropiaciones y hasta asesinatos. En forma mediata el “pensamiento revolucionario” se convierte en una atmósfe­ra generalizada de tolerancia restringida.

A su paso y mientras se consolida, la Ideología de la Revolución arrasa o margina a las individualidades y a las

disensiones. En su nombre se fomentan obras y acciones que si bien no concuerdan con el tiempo, sí concuerdan con los propósitos políticos. Un ejemplo son los efectos de la edición masiva del libro Corazón de Edmundo de Amicis, a cuyos va­lores chovinistas y sentimentales se agregan los que objeta José Gorostiza: “[El libro es un] regreso al realismo tosco y a la burguesía intelectual; al realismo que reproduce innecesa­riamente los dolores primarios, la miseria, la enfermedad y la muerte; al sentimiento de conmiseración orgullosa que gusta de propagar la burguesía”.42 Otro y último ejemplo es el éxito de la novela Los de abajo frente a la condenación de “hermética” y “oscura” de La malhora, ambas de Mariano Azuela. En síntesis: en la Novela de la Revolución triunfa la propuesta reformista y se cancela la alternativa verdadera­mente revolucionaria.

También a su paso y mientras se consolida, la Ideología de la Revolución emprende una serie de acciones que cristali­zan en la normatividad jurídica. Se crean nuevas leyes, nor­mas y códigos; se crean y se fomentan organizaciones políti­cas, laborales y administrativas; se erigen monumentos y se escriben historias abocadas a consolidar a las Instituciones emergentes. Como práctica hegemónizante sujeta al conti­nuo histórico, se modifica conforme recibe contribuciones e iniciativas que la transforme paulatinamente en su propio ser; contradictoriamente se concretiza con símbolos genera­les y abstractos, con un lenguaje cifrado y obvio, con un sistema de ideas y creencias y de significados y valores. En suma: la Ideología de la Revolución se convierte en una en- telequia autocratizante.

No es fortuito que el último artículo que podría conside­rarse dentro de todo este contexto de discusión pública resul­te simbólico. Su título hace evidente la demanda, “Cómo de­mostraremos nuestro revolucionarismo”. En uno de sus párrafos centrales se lee la tesis fundamental: “Obra de edu­cación, en los momentos actuales es y será obra de revolu­ción; formar, crear la grandeza de la patria futura. Todos los esfuerzos, todos los entusiasmos de los buenos mexicanos deben tender a esa finalidad suprema”.44 Esta manera de “demostración” es significativa: encierra la aspiración más alta de la Ideología de la Revolución, la de convertirse en cri­

terio. hegemónico institucional e institucionalizante de la sociedad. Esto es: la Revolución es una línea política cuyo dictado perpetra una forma de pensar y actuar, y cuyo objeti­vo es perpetuarse en forma de una tradición que se reproduz­ca en un mismo ámbito y con un mismo sentido.

[septiembre-octubre de 1985]

NOTAS

1. México, Cámara de Diputados, Diario de los Debates, 27 de septiembre de 1924.

2. Aludo, respectivamente, a los siguientes trabajos: Aurora M. Ocampo (Ed.), La crítica de la novela mexicana contemporánea, México, UNAM,

1982; John E. Englekirk, El descubrimiento de “Los de abajo”de Maria­no Azuela, México, u n a m , 1935; Luis Mario Schneider, ElEstridentismo, México, INBA, 1970; Adalbert Dessau, La novela dé la revolución mexi­cana, México, FCE, 1973; John Rutherford, La sociedad mexicana duran­te la revolución, México, Caballito, 1978.

3. El total de participantes son 120 aproximadamente y el de artículos y notas rebasan los 350. Los polemistas pertenecen a las generaciones de 1873-1888 y 1889-1905 —según las cuentas de Luis González, La ronda de las generaciones, México, SEP, 1984.

4. Carlos Gutiérrez Cruz, “El afeminamiento literario”, La Antorcha, 7 de febrero de 1925.

5. Nemesio García Naranjo, “De la corte al pueblo”, El Universal, 18 de marzo de 1925.

6. Juan Bustillo Oro, Germán de Campo. Una vida ejemplar, México, [s.p.i.], 1954, 2a. ed.

7. Francisco P. Herrasti, "Tirios y troyanos en Jurisprudencia”, El Globo, 12 de marzo de 1925.

8. Angel Carvajal, “El Congreso Nacional de Jóvenes contesta el mensaje del Dr. Alfredo Palacios, Decano de la Facultad de Derecho del Plata”, La Antorcha, 30 de mayo de 1925.

9. Daniel Cosío Villegas, “La riqueza de México”, La Antorcha, 30 de ma­yo de 1925.

10. Julio Jiménez Rueda, “El afeminamiento en la literatura mexicana”, El Universal, 21 de diciembre de 1924.

11. Autores como Guillermo de Luzuriaga y /o Carlos Gutiérrez Cruz repre­sentan a la primera propuesta. José Gorostiza a la segunda.

12. Carlos Díaz Dufoo, “Pobreza y poesía”, Excélsior, 23 de junio de 1925.13. Carlos Gutiérrez Cruz, “Celebridades intelectuales”, El Demócrata, 13

de marzo de 1925.

14. El discurso completo se publica en todos los penodicos el 7 de diciembre de 1924.

15. Inmediatamente después califica a éstos de “vividores audaces y mal­vados que se han puesto el ropaje de la revolución para enriquecerse, co­meter atentados, satisfacer venganzas o simplemente ocultar su propia ignorancia y miseria moral”. Eduardo Pallares, “La simulación revolu­cionaria”, El Universal, 24 de marzo cte 1925.

16. El discurso se publica en varias revistas de la época; se encuentra reco­gido en Narciso Bassols, Obras, México, f c e , 1963.

17. Nemesio García Naranjo, “Los avanzados” y “La filosofía del presu­puesto”, El Universal, 6 y 9 de mayo de 1925 respectivamente.

18. Plutarco Elias Calles, “Contesta el Ejecutivo a los estudiantes”, El Uni­versal, 31 de marzo de 1925.

19. Víctor Lorandi, “Una positiva afrente para la Revolución”, El Univer­sal, 23 de mayo de 1925.

20. Julio Jiménez Rueda, “La literatura y el pueblo”, Excélsior, 21 de marzo de 1925.

21. José Zapata Vela, “Los críticos de la Revolución. Lo que piensan los es­tudiantes revolucionarios”, El Demócrata, 29 de junio de 1925.

22. Samuel Ramos, “El evangelio de la inteligencia”, La Antorcha, 18 de abril de 1925.

23. Entre algunos literatos se observa una búsqueda en el pasado colonial. Entre algunos abogados la reconsideración del liberalismo de la Refor­ma.

24. Cf. Cornelius Castoriadis, La institución imaginaria de la sociedad, Barcelona, Tusquets Eds., 1983. Respecto a la casa editorial aludo al Fondo de Cultura Económica fundado por Daniel Cosío Villegas y res­pecto al partido político aludo a Acción Nacional fundado por Manuel Gómez Morín.

25. Cf. Josefina Vázquez, Nacionalismo y educación en México, México, El Colegio de México, 1979.

26. Bassols, Op. cit.27. S.G. Flores, “Revolucionarios y reaccionarios”, El Demócrata, 20 de

marzo de 1925.28. Se publicó en todos los periódicos de la ciudad el 17 de febrero de 1925.29. Luis González, Op. cit., p. 87.30. En su trayectoria política se suelen subrayar los siguientes hechos: ata­

có a Madero y a Carranza, defendió a Díaz, y fue Ministro de Educación con Huerta; se exilió en San Antonio, Texas, durante “las horas supre­mas”, y desde ahí combate a las facciones revolucionarias por medio de

su Revista Mexicana, a su regreso, ataca a Obregón y a Calles y defíende a Adolfo de la Huerta. Respecto a su carácter y personalidad se le conoce por sus convicciones firmes e, incluso, obstinadas: nunca se desdice, y, por el contrario, acepta públicamente todos los cargos en su contra sin lamentarse de ellos.

31. Calles, Art. Cit.32. Se puede decir que Calles actúa como el normalista que fue durante su

juventud sonorense y pre-revolucionaria. Ambas decisiones pueden ver­se así —y perdón por lo burdo del ejemplo: Don Plutarco, como educador, regaña al alumno Pallares por no saber la lección; lo sienta aparte y le pone orejas de burro. Pero al alumno García Naranjo, quien no está ins­crito en el curso y además no sabe la lección, no toma en cuenta el casti­go a su compañero y más aún, sigue alborotando a sus compañeros. El maestro, entonces, impone una pena más drástica y también ejemplar: lo corre del salón de clases. Las medidas disciplinarías de Calles cuando actúa como general son finales: ordena la liquidación de sus adversa­rios, como lo hizo en 1927 en los casos de los generales Arnulfo Gómez y Francisco Serrano.

33. Sin embargo, conviene observar un poco parte del origen de la “indisci­plina” de García Naranjo. Su sistemático análisis crítico del “pensa­miento nuevo” se origina en un temor fundado en el conocimiento de ex­periencias pasadas: observa que la “ideología de la revolución” se con­vertirá en un dogma sectario que justifique y ampare las acciones guber­namentales. En los jóvenes políticos encuentra la reencarnación de los Científicos y en el “pensamiento revolucionario” la sustitución del posi­tivismo. Hay un antecedente: en 1913, en la Cámara de Diputados y en calidad de Ministro de Educación, propone la suspensión del positivis­mo como doctrina pedagógica gubernamental: “[...] el positivismo ha sido durante medio siglo, una filosofía de Estado, y ya es justo acabar para siempre con los sectarismos oficiales, que siempre estorban el desa­rrollo libre de la inteligencia”. En 1925, ante el cese de Pallares, observa:“El sello revolucionario que se imprime a los políticos se imprime tam­bién en el alma de los pedagogos. Todos los empleados oficiales deben llevar la misma marca, todos los espíritus deben vestir la misma librea”. Nemesio García Naranjo, Discursos, San Antonio, Texas, Casa Edito­rial Lozano, 1923 y “La Universidad sectaria”, El Universal, 1 de abril de 1925.

34. Por ejemplo, si se hubieran conocido las dos más cercanas a la famosa, Tribulaciones de una familia decente (1918 y La malhora (1923), ellas hubieran sido suficientes como para ponderar tanto a la novela como al autor recién “descubiertos”.

35. Los jóvenes con fundamentos y pretensiones más intelectuales que polí­ticas colaboran en La Antorcha, El Universal y El Universal Ilustrado.

Los que poseen aspiraciones eminentemente políticas hacen llegar sus escritos a El Demócrata y, muy ocasionalmente, a Revista de Revistas o Excélsior.

36. José Romano Muñoz, “El pensamiento de la nueva generación, en la Escuela Nacional Preparatoria”, La Antorcha, 13 de junio de 1925.

37. Hilario Medina, “La constitución político-social”, El Universal, 5 de ju­nio de 1925.

38. Eduardo Pallares, “Simulación revolucionaria”, El Universal, 24 de marzo de 1925.

39. Plutarco Elias Calles, “los rotativos de la reacción han aplaudido siem­pre todas las traiciones a la causa popular”, El Globo, 14 de marzo de 1925.

40. Julio Jiménez Rueda, “la cobardía intelectual”, El Universal, 6 de enero de 1925.

41. “Discurso leído por el Rector de la Universidad en la ceremonia con que se conmemoró el XV aniversario de la fundación de la misma Universi­dad” [27 de septiembre de 1925], México, UN de M..1925, 8 pp.

42. José Gorostiza, “Clásicos para niños. Filosofía del Hada Madrina. Bur­guesía y realismo”, Excélsior, 22 de marzo de 1925.

43. Editorial, “Cómo demostraremos nuestro revolucionarismo”, El Demó­crata, 24 de julio de 1925.