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Trayectorias de dolor y resistencia XXXIX Despertar la conciencia y construir la

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Trayectorias de dolor y resistencia

XXXIX

Despertar la conciencia y construir la

Trayectoria de vida

La guerrilla amenazante y el Ejército abusivo

Trayectoria de vida de una mujer que vive el reclutamiento forzado de uno de

sus hijos y ante el miedo de perder a los otros tiene que salir desplazada

[...] pues yo me vine en el 93 porque ya llegó la

guerrilla que dónde estaban los chinos que no sé

qué, que se los iba a llevar, que si no, que yo le

estaba era colaborándole al Ejército, pero era

para ver qué yo decía, dónde estaban los

chinos... si no, que venían al otro día y que me

daban veinticuatro horas pa’ que me viniera de

ahí... todo era quizás para los vecinos pa’

apoderarse de la finca y endespués fue donde ya

caí en cuenta, pero entonces yo dejé a otro

muchacho ahí cuidando, no pudo cuidar, como al

año yo subí y ya me dijeron que ya dejaban

solo... regalé porque eran dos hectáreas y no me

dieron ni cuatro millones.

Entrevistada No 27

“Nosotros nunca tuvimos una niñez”

Ella nace en la década de 1950 y es la tercera de cuatro hijos. Sus padres, unos

labriegos que cultivaban casi de todo “no nos tocaba comprar sino el mero arroz y

la sal, el resto se daba en la finca”, provienen de una tradición conservadora en el

sentido partidista de la palabra, aunque su madre, a diferencia de su padre, lleva

tal conservatismo al detalle en todas las cuestiones de la vida. De su madre, por

ejemplo, recibe las tundas más severas cuando se ennovia por primera y única

vez:

[...] mis suegros no me querían, ni mi mamá quería al muchacho, cuando yo le

dije un día que yo tenía de novio a él, me dieron una tanda, pero demasiado, eso

le daban era con un rejo, mi mamá consiguió un rejo de esos de cuero de vaca,

los torcían y dejaban que se secara... era que mi mamá todo lo más era muy

rígida, mi papá antes no... pues mi papá no era tanto como mi mamá... yo no me

acuerdo que mi papá me hubiera pegado ese día, mi mamá sí.

Por boca de sus padres oye, inicialmente, aquellas historias sobre La

Violencia que han marcado el imaginario colectivo de los colombianos:

Entrevistada: cuando peliaban... los liberales con los conservadores, inclusive

ahí el pueblo mío era conservador y el otro pueblo [omitido] era liberal, no se

podían ver, lo mismo una vereda con la vereda mía, no se podían ver, pero

nunca hubieron muertos... mi papá participó en eso, mi mamá no tenía sino el

pelao grande que es mi hermano, le tocaba pu’ allá esconderse porque llegaban

los del otro lado a darsen... mi papá era conservador pero con el tiempo se

arregló eso y ahora último ya…... sí, ya se hablan, van los de uno a un lao y los

del otro al otro, no, eso ahora por ese lao no hay problema.

Investigador: ¿pero su papá le decía por qué era la guerra?

Entrevistada: que porque allá por la política, porque era que en [omitido] le

ayudaban mucho a Rojas Pinilla, yo me acuerdo cuando votaban por la tal María

Eugenia esa.

Cuando le preguntamos por su niñez, reconoce que ésta no es muy

alentadora, pues a los ocho años de edad tiene que hacerse cargo, junto con su

hermana, de las labores domésticas que desempeña su madre, quién a razón de

una trombosis tiene que permanecer tres meses hospitalizada y un año en silla de

ruedas.

[...] pues mi niñez no voy a decir que sea muy alentador porque teníamos

nosotros ocho años, mi mamá le dio una enfermedad y duró tres meses aquí

abajo en el hospital... a mí me tocó cocinar pa’ obreros, de ocho años, comida

pa’ obreros, pa’ diez, doce obreros, nunca tuvimos una niñez, que jugar, que

eso, nunca... de las mujeres sí soy yo la menor, ahí mi papá nos dividía, una

semana tenía que hacer una cosa y otra semana otra, por ejemplo, una semana

una tenía que cocinar y la otra llevar ropa a obreros y lavar y así

sucesivamente.[...] no, los hombres trabajando en la agricultura, nosotras las

dos.

Estas jornadas de trabajo comienzan a las cuatro de la mañana y se

extienden hasta las ocho, nueve o diez de la noche, según hayan acabado de

arreglar la totalidad de la cocina y dejado todo listo para el desayuno del día

siguiente. Por esta razón ni ella, ni su hermana, ni sus hermanos, pueden terminar

sus estudios. El que más avanza es su hermano menor quién hace hasta quinto

primaria. Ello le bastó a él, en aquel tiempo, para entrar a la Policía. Su otro

hermano, con un poco menos de estudio, se incorpora al Ejército. Ella ni siquiera

puede terminar el tercero, pues lo está cursando cuando su madre cae enferma.

Sin embargo, mediante unos programas comunitarios desarrollados al interior del

asentamiento en el que actualmente reside, hace más o menos dos años logra

aprobar el tercero primaria. Afirma que quiere seguir estudiando si encuentra el

apoyo para hacerlo, no obstante, el sueño de niña, de ser contadora pública, ya le

causa un poco de risa.

Lo que recuerda con inmensa alegría de esta etapa de su vida son las ferias

y fiestas de su pueblo natal. Rememora con mucho entusiasmo esos agostos y

diciembres de otrora, sin duda, afirma ella, antes mucho mejores que ahora.

[...] muy lindo, eso venían todas las veredas y participaban, nunca había ningún

problema, el seis de enero lo hacen, presentan en vivo el seis de enero, todavía

hacen pero no igual... a nosotros nos tocaba presentar lo del pesebre... allá nos

nombraban tal día los aguinaldos de tal vereda, nos tocaba... presentábamos lo

que era el misterio del Niño Jesús... y por ahí bailes, por ahí presentaciones, eso

durábamos hasta la madrugada... habían dos competencias que eran [nombres

de vereda omitidos]... a ver cuál hacía mejor el aguinaldo [risas].

Esta prodigalidad en las fiestas y celebraciones se ve reflejada en su

matrimonio. Después de un año de noviazgo, decide casarse con el muchacho por

el cual sus padres le han dado más de un rejonazo. Parece que al final ellos

terminan aceptando la relación y ella no quiere repetir el ejemplo de su hermana,

quien termina volándose para poderse casar, “yo le dije [se refiere al que era su

novio y luego fue su esposo] que esa brutalidad si no hacía, no, yo le dije que me

casaba y que me casaba”. Su mamá llega a pensar que tanta determinación por

casarse se debe a que estaba embarazada, idea de la cual hoy ella se ríe y dice

“no, tampoco”. Con todo y los obstáculos casa a los diecinueve años de edad, en

la iglesia del pueblo y vestida de blanco; el festejo dura dos días y hay gallina y

carne suficiente para todos los invitados. Cuando advertimos que fue una fiesta

bastante prolongada ella jocosamente responde “ahora son dos horas y se

separan”. Cuando le preguntamos cómo fue ese momento, ella responde con el

humor que le caracteriza: “pues, como toda novia ¿no?, feliz, después vendrían

los dolores”.

La vida durante el matrimonio

Recién casados se van a vivir a la casa de la mamá de ella. Posteriormente

se mudan a un ranchito aparte y luego a la finca de los papás de él. Como ésta

última queda bastante distante de la familia de ella, su mamá decide anticiparle la

herencia para que se devuelvan y cohabiten con ellos en el mismo predio. Desde

ahí en adelante, hasta la fecha del desplazamiento, residen en el mismo lugar. Los

hermanos de ella emprenden rumbos distintos, su madre fenece años después, su

esposo pierde la vida en un accidente de tránsito y posteriormente su padre muere

por un infarto cardíaco. En últimas, de toda su familia, ella y sus hijos quedan a

cargo de la finca.

Al primer año de casada nace su primera hija y luego año tras año van

naciendo nueve hijos más, entre hombres y mujeres. De estos nueve han muerto

tres: uno muere recién nacido; otro, de pulmonía a los tres años; y el tercero,

perece a los dieciséis años a causa del conflicto armado interno colombiano.

Mientras su esposo está vivo se dedican a la agricultura, especialmente a la

siembra de papa y frijol, y un poco también a la lechería. A mediados de los años

de 1980, una entidad oficial, interesada en incentivar la agricultura en la región

pero rechazada por muchos campesinos de la zona, contacta a su esposo y otros

vecinos más para adelantar un programa agrícola piloto en el que estimulan a los

participantes a levantar huertas caseras y les ofrecen una vaca a cambio de

sembrar cierto tipo de árboles. Esta misma entidad los asistie en la construcción o

mejoramiento de sus unidades residenciales, llevándoles ladrillos o tejas de zinc, y

les enseña a desarrollar algunos cultivos con técnica, como el caso de la mora.

Por ser la de ella una de las primeras familias en abrirle las puertas a esta entidad,

su finca cuenta con gran apoyo.

Dentro del convenio con dicha corporación ella administraba un fondo

común. Un día cualquiera se suscita la necesidad de ir a comprar unos insumos y

le pide a su marido que vaya a traerlos. Yendo él de camino, el automóvil en el

que se transporta se vuelca, ocasionándose la muerte de manera casi inmediata.

Acaecido este suceso la vida le cambia irremediablemente. Su familia la apoya,

mientras la familia del difunto la culpa porque, por ella haberlo mandado a hacer

dicho encargo. Él muere muy joven, alrededor de los treinta años cuando le ocurre

el mortal accidente. El matrimonio, por otro lado, también es joven, pues ella y él

no llevan más de doce años de casados; la partida de él, por consiguiente, le

significa la carga de sietes hijos que efectivamente son muy niños: la mayor aún

no tiene trece y el menor todavía no cumple el año.

Recién muerto su esposo, una de las complicaciones más difíciles con las

que tiene que lidiar es el asunto de las deudas, en especial, las que ponen en

riesgo la propiedad de la finca:

[...] yo me veía mucho cortica porque yo el trabajo material del campo no sabía,

yo sabía solo cocinar y todo eso, pero un día, dígame, mi esposo... sacó un

préstamo en [entidad financiera omitida] y metió lo de la finca, claro no se había

acabado de pagar cuando llegaron a reclamar, entonces yo le dije al señor de

[entidad financiera], le dije, ‘pues usté verá, entonces yo me voy allá pa’ [entidad

financiera] y que me mantengan los chinos porque yo pa’ dónde cojo’, entonces

me llamaron a conciliar que pa’ pagar cuotas pequeñas.

Sin embargo, ante las nuevas circunstancias, la economía no da ni para

pagar las mentadas cuotas pequeñas. Es ahí cuando un conocido, que transporta

productos de la vereda a los mercados citadinos, le propone que abra en su casa

una venta de cerveza:

[...] la casa era el punto de llegar todo el mundo de la vereda... entonces dijo [se

refiere al conocido que era transportador]... ‘ponga una venta de cerveza’, ‘pero

a mí me da miedo’, entonces dijo: ‘vamos a traer una pa’ probar, a ver pa’ que

usté se pueda defender y defender la finca’... entonces dije: ‘usté verá si el

próximo lunes me trae lo de dos cajas, me lo deja fiado que no las venda, a ver

si las vendo’, ¡hum! eso fueron vísperas, ya lo último vendía veinte, cuarenta

cajas el día... y de eso salí y de eso le di estudio a los chinos, pagué a [entidad

financiera]... yo seguí cultivando, porque todos los días no la tienda, no, era la

mera cerveza el día lunes o el día sábado, hacia empanadas el día lunes,

sesenta empanadas y yo las vendía”.

A pesar de esta situación ella afirma que nunca pone a sus hijos a trabajar

sino a estudiar. Sin embargo, avanzados los años, la única que estudia es la

menor de las mujeres y los otros hijos, o no lo desean, o ella no los puede apoyar

totalmente.

“ustedes tienen que darse es con el gobierno no con nosotros”: la entrada

de la guerrilla y los abusos del Ejército Nacional

La guerrilla llega al municipio comenzando la década de 1990. Según la

entrevistada, los insurgentes entran en las madrugadas a las casas y amenazan a

los habitantes de matarlos si delatan su presencia en la zona. Esa es una de las

razones por las que ella un día les grita: “nosotros qué tenemos que ver, qué

nosotros tenemos entre ustedes y el gobierno, nosotros somos aparte, ustedes

tienen que darse es con el gobierno no con nosotros”. La respuesta a esta

reclamación, según la entrevistada, es que ellos, el Ejército de Liberación Nacional

tiene que comenzar con la comunidad, con los civiles. Sin embargo, ella no

recuerda que esta organización haya llegado con un discurso político o un ideario

que justifique su alzamiento en armas. Se acuerda sí de los recurrentes juicios,

que a pesar de tener formas de espacios asamblearios, en los que incluso los

alcaldes son emplazados a rendir cuentas delante de todo el pueblo, muchos

vecinos los utilizan para granjearse beneficios o resolver asuntos del orden

personal, aprovechando su favorabilidad con la guerrilla. Ella cree, incluso, que

detrás de su salida de la finca, operan dichos intereses, por lo menos así lo deja

entrever cuando narra la toma del pueblo por parte del grupo guerrillero:

[...] Investigador: ¿sumercé estuvo en la toma de ese pueblo, cuando ellos

tomaron el pueblo?

Entrevistada: sí... pues yo vivía ahí arriba en la finca, pero se escuchaba, como

siempre la finca mía quedaba detrás de una loma, pero a los bombazos se

estremecía ahí la tierra, eso fue terrible.[...] pues los vecinos no decían nada,

porque ellos se llevaban de maravilla, todo lo más yo creo que a mí me corrieron

porque ellos se querían apoderar de la finca... pero entonces yo retractaba duro,

yo les decía ‘de aquí no me sacan’, entonces ya me echaron a los otros y

entonces por culpa de ellos se llevaron al chino.

Con esta dinámica pronto el poblado queda polarizado entre los que apoyan

al Ejército y los que apoyan a la guerrilla. El apoyo consiste, más que todo, según

la entrevistada, en entregar información de los unos y los otros. Como casi

siempre sucede en la guerra, los que se encuentran en la mitad de la disputa son

los que más sufren sus consecuencias. Así, la narradora de esta trayectoria,

viuda, con siete hijos a cargo, con una finca de cultivos artesanales y una venta de

cerveza ocasional, tiene que asistir a la desintegración del programa agrícola que

adelanta la entidad oficial, verse en más de una oportunidad en la encrucijada de

estigmatizaciones provenientes de guerrilleros o militares, soportar el asesinato de

una prima suya a mano de estos últimos y sobrellevar el reclutamiento y

desplazamiento forzados por parte de los primeros, entre otras situaciones.

La casa, cuya ubicación estratégica ha servido para montar la venta de

cerveza, por cuanto es un lugar de descanso para todos los transeúntes en la

vereda, con el incremento del conflicto armado en la zona se vuelve en un

paradero de desconfianzas de parte y parte.

[...] como era una planada el Ejército llegaba y campaba ahí, yo cómo les decía

‘váyase’, como a la guerrilla, cómo les decía ‘váyase’, entonces llegaba la

guerrilla y llegaba como a intimidarme, inclusive un día ahí vinieron y dijeron que

las chinas pequeñas eran novias del Ejército, les dije ‘cómo se les ocurre’... en

veces llegaban seis, en veces... eso pasaban la manada, en veces pasaban

veinte, a veces llegaban dos, eso no tenían… lo único que nunca llegaron a una

casa a donde yo, nunca llegaron de noche, el Ejército sí llegó de noche, el

Ejército llegaba y robaba lo que había, cogían las chinas, a una prima hermana

la mató el Ejército.

El espacio de relacionamiento que representa su casa da lugar en más de

una ocasión a interacciones directas con los distintos grupos armados. Un día el

ELN secuestra al alcalde de un municipio cercano con motivos extorsivos, una vez

pagado el rescate, dicho grupo deja al mencionado alcalde en la casa de la

narradora. Ese día, según cuenta ella, los subversivos le compran unos pollos

grandes además de cerveza y gaseosa, para el almuerzo de toda la cuadrilla que

escolta al alcalde secuestrado, porque a diferencia de los del Ejército, tal y como

ella lo manifiesta, los guerrilleros no robaban, piden o compran. Este episodio

termina cuando ella hace entrega del alcalde ante una ONG. Al otro día, como es

de esperarse, el Ejército pasa por su casa: “’que aquí no sé qué… que aquí

tuvieron…’, ‘pa’ qué no llegaron cuando estaban’, les decía yo”. Cuando le

preguntan por qué se ha ofrecido a entregar al alcalde responde con su impávida

sinceridad: “porque yo dije pa’ que no lo mataran y yo me vine porque yo creí que

lo iban a matar”.

Con esa misma sinceridad responde ante un juicio al que los guerrilleros la

convocan por ser la testigo principal en el caso de un alcalde del pueblo:

Yo estuve presente en un juicio de un alcalde, que supuestamente los que le

estaban ayudando a la guerrilla eran en contra del alcalde, que el alcalde estaba

haciendo robando, que habían echado la luz y que le estaba haciendo, haciendo

política con ese transformador que habían puesto en mi finca, eso fue cosa

tremenda y nos hicieron un cabildo abierto en el pueblo los guerrilleros, eso

sacaron a to’o mundo de las casas, de ahí del pueblo, y como yo era la principal

del trasformador, me llevaron, llegaron veinte guerrilleros me trajeron al pueblo,

me tocó dejar chinos ahí en la casa solos, eso lo obligaban a uno, y ya le habían

hecho todo y me faltaba era la… lo que yo diciera, cómo es, el concepto que yo

dijera por qué ese señor estaba haciendo eso, entonces yo le dije: ‘qué pena

pero ese señor no está haciendo nada’, que como era la política de él, dije ‘no

soy de la política, pero yo no me gusta decir mentiras’, dije yo así, dije yo, ‘el

transformador que tanto pelean ese sí se quemó’, le dijo yo así, ‘se había caído

un rayo y tenga’, les dije yo, ‘lo demás es que lo que pasa aquí es que es pura

política’, les dije yo así... era que a ese señor no lo querían ver los unos de una

política no podían ver y era el alcalde, pero yo no era de la política de él pero a

mí no me había hecho nada, nada, qué podía yo hacer, cuando ya llegaron los

de la… a mí me tocó venir a atestiguar que él no estaba haciendo política con

nadie, era que como yo vendía cerveza y llegaban juntos políticos ahí a hacer

política, yo por vender cerveza yo les dejaba la casa pa’ que hicieran las

reuniones [risas].

Pero lo que le pasa a ella de manera particular, le sobreviene a casi toda la

población de manera general. En una de las fiestas del pueblo, el obispo de la

Diócesis va a visitar la parroquia; sin duda, el personaje denota de una

importancia significativa toda vez que los lugareños han sido históricamente

católicos, no obstante, toda la gente se sale de la misa cuando en pleno sermón,

el referido obispo afirma de manera peyorativa y furiosa, que todos los

parroquianos presentes en ese lugar son una “tanda de guerrilleros”.

Ante sendas aseveraciones del sacerdote, el Ejército encuentra justificados

sus desmanes, intimidaciones, violaciones de mujeres y niñas, asesinatos, robos

de los bienes de los pobladores, etc., más aun cuando goza de legitimidad entre

un importante sector de la población que siente antipatía por la guerrilla. Sin

embargo, ante tales abusos de los militares, la comunidad civil se organiza y logra

que instituciones venidas desde Bogotá presionen para que se impida la entrada

del Ejército al sitio. Este logro, sin embargo, es capitalizado por el grupo guerrillero

que opera en la zona, el cual aprovecha la circunstancia para reclutar, de manera

forzada, jóvenes, entre hombres y mujeres, los cuales, según cuenta la

entrevistada, caen muertos a los seis meses o al año, entre ellos, su hijo.

El reclutamiento forzado

[...] el chino mío se lo llevaron de un momento a otro, se despareció, yo le

pregunté al vecino, que yo no sabía que le estaba ayudando a la guerrilla ‘¿usté

no ha visto al chino mío pa’ dónde se fue?’, ‘¡hum! yo lo vi pu’ ahí con unos

muchachos’, ‘y usté por qué no le dijo que se viniera pa’ la casa’, me dijo, ‘pero

para qué’. Cuando llegó, como a los tres días llegó la guerrilla y yo le comenté a

un muchacho, le dije yo, ‘¿el chino mío se lo llevaron?’, y dijo ‘sí, se lo llevaron

antier’, le dije ‘por qué no me dijeron’ y dijo ‘es que eso no se cuenta’, inclusive le

dije yo ‘y en dónde lo tienen’, me dijeron que estaba pa’l lado de la [no se

entiende] en un campamento que tenían por allá lejísimos, entonces yo le dije a

una vecina, ‘cuídeme los otros chinos’, mientras yo me fui con un guerrillero y me

les dentré allá al campamento, dijeron que sí, lo mandaron, pero qué, a los tres

días volvieron y se lo llevaron.

Ella es contundente en decir que de ninguna manera su hijo se fue para la

guerrilla de forma voluntaria. Asegura que su reclutamiento fue forzado y que él no

fue el único al que la guerrilla coaccionó de este modo. Por otra parte, aunque su

hijo no había cumplido los dieciseis años de edad cuando lo enlistaron, ella

atestigua que en aquellas redadas el ELN se llevó niños y niñas todavía mucho

menores que el suyo, que tenían a lo sumo entre diez y doce años.

El reclutamiento de su hijo sucede en mayo. Además de los tres días ya

mencionados en los que lo sueltan y lo vuelven a reclutar, la guerrilla le permite al

joven otro corto retorno a la casa de su madre a finales de octubre. En esa

ocasión, él le indica a ella que no quiere seguir más en las filas guerrilleras, sin

embargo, le expone que no puede quedarse porque los subversivos amenazan

con matar a toda la familia si él no regresa. Ella, al oír su drama, le pide que

espere “tantico” mientras reune un dinero para que él pueda ir a Bogotá. Sin

embargo, el tiempo no le alcanza. Hoy ella no sabe si la guerrilla lo mandó matar

al enterarse de sus planes de fuga, o si fue el Ejército en operaciones de combate,

o por fuera de éstas, el que le dio de baja. La cuestión es que a los pocos días de

haberse ido su hijo, el funcionario de Telecom recibe la nefasta noticia de que lo

han encontrado muerto en un municipio cercano junto con otro hombre. El

telefonista manda un muchacho para que a escondidas del Ejército le dé la razón

a la entrevistada. Dicha encomienda le cuesta a este muchacho la vida, pues

según ella cuenta, el Ejército lo asesinó por no querer confesar quién había

mandado el mensaje. Ella tampoco sabe quién llama a Telecom. No obstante,

hace caso del recado y viaja hasta el municipio donde supuestamente lo han

encontrado. Allí le dicen que el cadáver del joven, junto con el otro occiso, se halla

en el anfiteatro de una ciudad cercana. Se traslada allí en compañía de una

hermana suya y un cuñado, y en el cuarto frío de los que mueren sin nombre

reconoce el cuerpo de su hijo.

[...] eso al ver tantísimos muertos yo me asusté, pero entonces yo vi al fondo,

vide un ramazón encima de un cuerpo, entonces yo le pregunté el señor que

había y ‘¿ese que está allá atrás?’. Dijo, ‘ese lo dejaron ayer... pa’ que cuando

vinieran los familiares se dieran cuenta que era ese’, me fui a mirar y era ese. Lo

conocí porque tenía aquí un lunar, en la mano izquierda, el tiro lo pegaron fue en

la boca y le salió por aquí [no se entiende] la cara y la cabeza... fue un tiro de

gracia.

En el anfiteatro nunca le dan razón de quién o quiénes han llevado el cuerpo

a ese lugar. Cuando le reclama a la organización guerrillera por la muerte de su

hijo, los comandantes fríamente le dicen que averigüe quién ha sido. Los del

Ejército le proponen algo similar. Incluso, recuerda que por aquellos días, un

suboficial afrodescendiente le repite continuamente, “¡ah! es que a usted los voy a

matar porque son todos guerrilleros”, desde ahí, cuenta ella, “le tengo una rabia a

los negros”. Ella no quiere recibir dinero por su hijo, solo quiere saber la verdad

sobre su muerte, una verdad que a medida que pasa el tiempo parece menos

alcanzable, solo sabe que la organización guerrillera es responsable, que el

Ejército algo tiene que ver, que su hijo viste de civil cuando lo matan, que no porta

armas ni uniformes, supone que es un tiro de gracia el que le cega la vida, pero

por sobre todo, sabe que él no quería ser carne de la guerra.

Lo entierra en la misma ciudad distante donde lo encuentra. No fue posible

llevar el cadáver al pueblo porque el Ejército, según ella, tenía el paso “guardiado”.

Cuando regresan a la finca, después de los oficios fúnebres, los militares se burlan

sin la más mínima conmiseración: “dijeron que qué estaban buscando los

guerrilleros, les dije ‘no sé, ‘taba enterrando era a mi hijo, no estaba a la pata de

los guerrilleros ¿pues no los tienen pa’ que los busquen? pues vayan búsquelos’,

les dije yo así”. Sin embargo, los advenimientos de la guerra no paran ahí.

El desplazamiento forzado

Cualquiera pensaría que después de lo que acabamos de relatar y ante la

dimisión de la responsabilidad que les cabe, la organización guerrillera en cuestión

dejaría tranquila a la narradora de esta trayectoria junto a los seis hijos que le

quedan. No obstante, no es así.

[...] yo me vine en el 93, porque ya llegó la guerrilla, que dónde estaban los

chinos que no sé qué, que se los iba a llevar, que si no, que yo le estaba era

colaborándole al Ejército, pero era para ver que yo decía dónde estaban los

chinos, yo los había mandado pa’ [omitido], y si no, que venían al otro día y que

me daban veinticuatro horas pa’ que me viniera de ahí.

Ella, previendo la situación, ya ha mandado a tres de sus hijos más grandes hacia

una de las ciudades cercanas, después de la amenaza del grupo guerrillero, con

los “meros chiros” que tienen puestos, arranca con los otros tres hacia el mismo

lugar. Como es ya común entre muchas víctimas de desplazamiento, llega a un

barrio marginal y se hospeda en la primera casa que encuentra en arriendo.

Alguien le aconseja que no traiga a sus hijos mayores a ese barrio y después que

la roban entiende por qué. Se traslada entonces a otro barrio, no tan lejano, donde

puede instalarse con todos sus hijos. Sin embargo, allí también le llega la guerrilla.

[...] ellos llegaron de un momento a otro, llegaron ahí, pero las chinas ya estaban

trabajando, como estaban trabajando pequeñas, no vivía yo sino con el pequeño

que estaba ahí, y les dije ‘ellos no están conmigo, ellos se fueron, no sé dónde

estarán’, ‘que no que a yo me dijeron…’, ‘no sé quién sería quien les dijo’, ‘que

usté los tenía aquí otra vez’, y dije yo ‘no’, me tocó que llamarlos a ‘onde

estaban... yo me tocó salir de ahí rápido, entonces yo llamé a mi hermana y le

dije que si no había por ahí, entonces, por ahí había un familiar de ella, le dijo en

tal parte hay uno pero es un sótano, le dije a mí no me importa, yo me meto allá,

yo duré como seis meses ahí.

En ese sótano la estadía es desagradable, ella poco sale y sus hijos e hijas,

mientras viven en aquel lugar, no pueden estudiar. Son ellos precisamente los

primeros en cansarse de esta situación y pedirle a su mamá que se salga de allí.

Una hermana suya le informa que hay un “apartamentico” no tan costoso en un

municipio cercano, lo toma y se mudan. En este nuevo lugar sus muchachos y

muchachas retoman las actividades escolares. Allí permanecen durante dos años

y para subsistir ella se dedica a la lavandería en casas de familia. El llanto y el

dolor de las tragedias remotas y recientes los conmuta por el compromiso de

levantar esas seis vidas que dependen de ella. Claro está que llora, casi siempre a

solas y rezando, sola o en la misa, pidiéndole a Dios mucha fortaleza y una

vivienda más “civilizada”.

La súplica de una vivienda más civilizada se debe esencialmente al sitio al

que se van a vivir al cabo de algunos años. Uno a uno los hijos y las hijas fueron

saliendo de la casa, quedando ella, hasta hoy, con un par de nietos y su hijo

menor quien la sustenta. Durante este tiempo cambian una vez más de residencia

y para su hijo menor, quien se desempeña como ayudante de mecánica

automotriz, le es cada vez más difícil mantener los gastos de la casa.

[...] él desde diez años está aprendiendo a mecánica, él aprendió a mecánica, él

está en eso, dijo mamá yo ‘toy cansado que la mecánica, como era ayudante...

de pagar arriendo, eso tocaba pagar casi doscientos por la casa, entonces ese

día me vine con mi hermana, entonces yo lo llamé, ‘que aquí le dan un lote, aquí

en una invasión’, entonces dijo ‘vámonos de una vez para allá’ , yo creí que no

se venía, pero yo a los dos meses dije que me iba, pero ya había entregado.

En definitiva, vivir en la invasión no le ha sido fácil. Durante los diez años que

llevan en esta condición en más de una vez ella ha querido irse. Además de la

Policía, que en el primer mes trata de sacarlos, atropellando a la gente y

tumbando los ranchos con hacha, la naturaleza también ha hecho de las suyas: en

cierta ocasión una copiosa lluvia empantana a tal punto el pedazo de tierra que

ella habita, que es necesario que una de las lideresas del asentamiento le asigne

un nuevo espacio.

[...] pues yo me vine y me dieron un lote fue arriba, pero arriba llovió quince

días... traía ya los nietos, este que ‘tá aquí y el pelaíto que está estudiando,

cuando eso estaban chiquiticos, eso les daba hasta la rodilla, entonces un día

llegó la difunta [nombre omitido], que fue la que fundó [asociación omitida], un

día madrugaron, pu’ allá llovió muchísimo y me vieron allá y me dijeron, ‘no,

usted no puede vivir aquí, váyase pa’ abajo’, entonces me dieron este lote, aquí

vive mi sobrino y pu’ ahí los amigos.

Hoy por hoy está en curso un proceso en el que la municipalidad, a cambio

de que ellos desalojen, les promete la construcción de unas viviendas de interés

social en el mismo paraje. Hasta que las garantías de dicha promesa no se den,

ella dice que no piensan irse.

[...] aquí hay un compromiso que hubo, los que somos censaos firmamos una

carta que nos tienen que reubicar en otra parte mientras construyen... pero

entonces nosotros dijimos que no salíamos hasta cuando nos dieran una

garantía que al salir nosotros teníamos que volver otra vez... por eso es que

estamos ahí hasta que no nos llegue ese papel... eso hace como cinco años.

“mala suerte”: interpretaciones del conflicto

Cuando le preguntamos por las razones que ella consideraba causantes del

conflicto armado interno colombiano, nos responde divagando entre “la falta de

oportunidades para el trabajo” y “la falta de conciencia de la gente”. Cree que la

lucha guerrillera es mero afán por el poder y ve pocas posibilidades de paz en la

negociación que hoy por hoy se adelanta entre la FARC-EP y el gobierno nacional.

No sabe muy bien por qué le pasa lo que le pasa: “mala suerte”, concluye.

Tampoco sabe a ciencia cierta qué tiene ese terruño de donde ella es oriunda, que

hace que los grupos armados se lo disputen, “mandar en el pueblo porque qué

más”, deduce. Lo cierto es que su familia no es la única que se desplaza: muchos

de sus vecinos, ya por la guerrilla, ya por el Estado, también tienen que salir de

sus tierras y venderlas a precios ínfimos. No obstante, después que ella se viene y

liquida su propiedad, nunca más vuelve a saber de sus vecinos, es más, ni

siquiera le interesa conocer lo que ha sido de sus vidas. La sospecha de que ellos

coadyuvaban en los intereses de los armados todavía la hacen desconfiada de

que éstos sean buenos vecinos, por lo menos para con ella. Hoy día, incluso, su

actitud es parca frente a su nuevo vecindario.

En la actualidad vive con dos nietos y su hijo menor. Una de sus hijas,

aunque en otro rancho, se ha asentado en la misma invasión con su propio núcleo

familiar. Nunca vuelve a involucrarse sentimentalmente con otro hombre pues

siempre teme que sus hijas sean vulneradas. Como a veces se muestra en esta

trayectoria, la narradora, además de ser amable y serena, es muy sonriente, no

obstante, dice tenerle resentimiento a la guerrilla, sin que ello signifique que

aprecie al Ejército, pues como lo ha señalado en su relato, éste ha sido en muchas

ocasiones igual o más cruel que la insurgencia. Considera que el Estado no les ha

cumplido a las víctimas, no solo en los asuntos administrativos, sino en lo que

respecta a los derechos de verdad y garantías de no repetición. Para ella, estos

son propósitos mucho más fundamentales que el dinero, pues le sigue pareciendo

algo desagradable que lleguen a darle plata por su hijo: “un poco me da como feo

decir por el chino me dieron esto, me voy a comer esto, no, como que no, como

que no quisiera”.