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NATALIA DE CARLI
63673
TP FINAL
El individuo y sus cinco siglos de fama.
Taller de Reflexión Artística III
Elsa Pesce
Diseño de interiores T.T.
2do. 04/12/2015
Trabajo Práctico Final. Diciembre 2015 Taller de Reflexión Artística III. Prof. Elsa Pesce
Natalia De Carli [1]
ÍNDICE
1 Objetivo. Pág. 2
2 Introducción. Pág. 2
3 Desarrollo teórico. Pág. 3
3.1 Descubrimiento Pág. 3
3.2 Auge Pág. 5
3.3 Caída Pág. 9
4 Desarrollo práctico. Pág. 10
4.1 Presentación del objeto Pág. 10
4.2 Imágenes del objeto Pág. 11
5 Conclusión. Pág. 12
6 Anexo. Pág. 13
7 Bibliografía. Pág. 22
Trabajo Práctico Final. Diciembre 2015 Taller de Reflexión Artística III. Prof. Elsa Pesce
Natalia De Carli [2]
El individuo y sus cinco siglos de fama.
Una reflexión sobre el hombre moderno.
1 OBJETIVO.
En el presente ensayo, abordaré una breve reflexión sobre el individuo desde
su propio descubrimiento, hacia el final de la Edad Media, hasta el siglo XIX cuando su
obra superó a su propia imagen. Serán desplegados aquellos aspectos ligados a la
relación consigo mismo, sus pares y demás actores sociales que lo rodearon a lo largo
de su progreso. La vanidad, el poder y la ambición se verán develados mediante las
características más simbólicas del arte que los representó.
En las páginas subsiguientes, autores como Fromm, Casullo y Berger, entre
otros, serán expuestos como notarios de las cuestiones emprendidas y, al final de este
estudio, una breve reseña de mi autoría buscará comparar y demostrar que la
modernidad no ha terminado realmente y que somos nosotros mismos, como
individuos, los que aún no logramos resolver dichas cuestiones.
2 INTRODUCCIÓN.
Desde la prehistoria, el hombre se ha concebido a sí mismo como un ser
diferente. Sin importar el ámbito que lo rodeara, incansablemente buscó las razones,
las excusas o las explicaciones para justificarse distinto a aquel entorno. Pero, ¿Qué
sucede cuando todo aquello se acaba, y sólo queda el hombre contra el hombre?
Surge allí la verdadera cara del ser humano.
Tras el agotamiento de la Edad Media como sistema y el inevitable desenlace
ante el cese de batallas, el hombre finalmente fue librado de los feudos –como alguna
vez abandonó la seguridad de las cavernas– en busca de un destino incierto. Pero
aquello que descubrió, fue no sólo más complejo de lo que imaginaba, sino que
representaría a un laberinto del que aún hoy no logra salir. Se redescubrió a sí mismo,
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se descubrió independiente de quien se posaba a su lado, se permitió anhelar un
destino distinto al que el Clero y sus Señores alguna vez le habían asignado y ante
todo, se valoró como tal.
Dice Fromm al respecto que “el hombre se descubre a sí mismo y a los demás
como individuos, como entes separados; descubre la naturaleza como algo distinto a
él mismo en dos aspectos: como objeto de dominación teórica y práctica y, por su
belleza, como objeto de goce.” (2005). Pero no olvidemos que todo gran poder
conlleva una gran responsabilidad. En un mundo hostil, éste se encontrará solo y
deberá luchar por sus ideales y por el lugar que cree merecer dentro de la pirámide
social.
Desde el Renacimiento hasta el Cinematógrafo, el “apasionado anhelo de
fama” (2005) se ira desencadenando en una serie de movimientos pictóricos,
arquitectónicos y sociales que, como tapas de una revista de actualidades, nos
permitirán desentrañar al individuo.
3 DESARROLLO TEÓRICO.
3.1 DESCUBRIMIENTO
El antiguo sistema medieval había comenzado a caer ya en el siglo XII. Las
sociedades mudaban sus intereses desde el encierro hacia los burgos y la palabra
dinero comenzaba a cobrar fuerza y renombre.
El gran poder, fundamentado en el miedo a Dios omnipotente y omnipresente,
estaba en realidad en manos de unos pocos eclesiásticos que administraban las
comunicaciones con Él. Hasta el siglo XV, y en dicha dinámica de falta de información,
de falta de interés por cualquier otra cuestión que no refiriera a la guerra, claro está
que no quedaba lugar para planteos sociales ni mucho menos, individuales.
Luego del chato y deshumanizado arte Románico, el Gótico fue el puente que
los nuevos actores sociales tendieron entre el oscurantismo medieval y las nuevas
luces de la modernidad. Los temas religiosos siguieron siendo el eje pictórico y
arquitectónico pero en una decreciente medida. Su principal causa, fue que a nivel
social se había producido uno de los quiebres más importantes en la historia humana:
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El descubrimiento del hombre como un ente independiente y diferente del prójimo.
(Ver imagen 1)
Provenientes de una sociedad donde todo estaba preestablecido, donde las
posibilidades de modificar el destino propio eran prácticamente nulas –tanto a nivel
social, como comercial y geográfico– el hombre estaba “encadenado a una
determinada función dentro del orden social.” (Fromm, 2005). Era esta falta de libertad,
desde una mirada meramente moderna, la que no dejaba ningún lugar a la duda, y la
misma por la cual resulta casi increíble que hoy nos refiramos al mismo hombre,
capturado en una semejante transformación.
Los nuevos conceptos como el capital, la iniciativa económica individual y la
competencia no sólo desarrollaron una diferenciación de clases, sino que generaron
una consciencia del hombre en sí mismo, quien dejó de considerarse parte de una
raza, de una familia, etc. Para definir su yo individual frente a un yo ajeno. (2005)
El primero de los movimientos artísticos consecuentes fue el Renacimiento.
(Ver imagen 2) Desarrollado en Italia gracias a que el derrumbamiento del sistema
anterior se diera primeramente allí, tanto por su ubicación geográfica y la influencia
que ésta tuviera en el comercio, como por otros tantos factores políticos y religiosos;
fue rápidamente impulsado por una creciente clase adinerada producto de “la lucha
entre el papado y el imperio de la cual resultó la existencia de un gran número de
unidades políticas independientes” (Fromm, 2005).
En principio, dice el autor que “el Renacimiento fue la cultura de una clase rica
y poderosa, colocada sobre la cresta de una ola levantada por la tormenta de nuevas
fuerzas económicas” (2005). Como arte de pocos, podemos afirmar que no solamente
las grandes masas quedaban excluidas, sino que además comenzaba a generarse
una suerte de despotismo individualista.
Las relaciones humanas fueron paulatinamente abandonando la solidaridad
para formar parte del complejo sistema de reacomodamiento económico. Los mejor
ubicados acudían a cualquier medio –físico o psicológico– para acallar su naciente
soledad y disfrazarla de un carácter dominante sin límites y un ferviente goce de la
vida.
En un mundo donde la moneda se convertía en el pasaporte al el éxito y el
poder, la casta fue siendo dejada de lado –aunque a regañadientes– y a partir de la
intervención de este elemento como condición ajena al nacimiento, es que comenzó la
verdadera lucha, la del hombre contra el hombre y la del hombre contra sí mismo. La
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libertad también era poseedora de una incertidumbre indómita, que condujo a la
sociedad por un camino de egocentrismo, voracidad, ambición y soledad; y donde la
angustia por el escepticismo fue ligada al comportamiento público, creando un rasgo
particular del Renacimiento: El anhelo de fama como herramienta suficiente para
acallar a los demonios.
Aun así, no fueron los métodos Italianos los que signaron el destino universal
de la modernidad, sino más bien lo que sucedía en Europa central. A pesar de las
nuevas configuraciones económicas, sociales y políticas, y a pesar del intento de
expulsar al linaje e igualarlos ante el flamante capital, eran las monarquías quienes
darían un último golpe de gracia.
3.2 AUGE
En esta era moderna que criticará constantemente lo establecido, que se
preguntará incansablemente sobre las cuestiones más profundas y misteriosas de
nuestra existencia, y de la cual la sociedad cobrará consciencia recién a partir de los
siglos XVII y XVIII, los nuevos participantes conllevaron a la creciente fama del retrato
como símbolo de elite. Los artesanos ahora tenían la oportunidad de ser considerados
artistas y de que su firma también cobrara un valor propio, gracias a la aparición de la
figura del mecenas durante la época renacentista.
Casullo, en su teórico La modernidad como autorreflexión (2011), afirma que
esta nueva era se organiza en esferas que ocupan sus saberes en asuntos
específicos, y dentro de la esfera expresiva, responsable por el buen arte y la estética,
es indispensable destacar al mecenas. Según la definición proporcionada por la Real
Academia Española, se trata de una “persona que patrocina las letras o las artes”.
Pero la colaboración de este individuo durante los primeros siglos modernos fue
mucho más allá de estas pocas palabras.
Finalizada la Edad Media, el Renacimiento permitió el florecimiento de un sinfín
de artistas que buscaban representar en sus cuadros aquello que el movimiento
planteaba. Los burgueses, por su parte, aspiraban a ser inmortalizados en todo su
esplendor. Entre ellos, surgió el financista capaz de transformar cualquier potencial
pictórico en una colección de refinada propaganda personal. Y como resultado de la
relación entre retratado y retratista, también podemos afirmar que es mérito de los
mecenas que hoy podamos apreciar el auge artístico de la época y aún admirar a sus
principales referentes.
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Podemos destacar a la familia Medici como padrinos del Renacimiento y
dedicarles un ensayo propio (ver imagen 3), pero concierne aquí que como parte de
los nuevos acomodados, no eran ajenos a la misma acción donde los diferentes
actores sociales se oponían, dejando a la vista que sus intereses diferían aunque se
relacionaran en un ámbito de dependencia.
La caducidad del paso del hombre por este mundo, y su consciencia de
fugacidad demostraban una vez más que, descubiertos individuos, toda relación se
veía reemplazada por el permanente intercambio mercantil en pos de un objetivo
personal.
Otro factor fundamental en este análisis, resulta de la existencia y la
diferenciación perenne entre hombres y mujeres, obligándonos a preguntarnos qué rol
ocupaban estas últimas a nivel social y por qué eran frecuentemente protagonistas de
las obras de arte.
Por el 1600, y en el marco del poderío absoluto de las monarquías –
principalmente la francesa–, el barroco servía como propaganda de nobles y marcaba
el tono de la construcción de sus palacios, parques y demás aspectos ornamentales.
(Ver imagen 4) Dentro de éstos, y como las mismísimas máscaras invisibles que
cargaban sus principales ocupantes –dejando ocultas las miserias del ser humano–
existían dos tendencias estéticas. Una naturalista, que ejecutaba sus obras de un
modo más crudo y buscaba reflejar la realidad a través de efectos lumínicos
particulares (ver imagen 5); y una clasicista, que sostenía las técnicas tradicionales en
pos de plasmar la verdadera belleza. (Ver imagen 6)
Hago esta salvedad, porque creo que en cada ser humano existe una versión
naturalista y una clasicista –también llamada política o socialmente correcta– que se
acentúa en el trato que se da a sí mismo y a sus pares, en especial a los femeninos.
Dice John Berger en el tercer capítulo de su libro Modos de ver, que la
presencia de un hombre difiere a la de la mujer respecto de su actitud social. “La
presencia de un hombre depende de la promesa de poder que él encarne (…), y
sugiere lo que es capaz de hacer para ti o de hacerte a ti (…).” mientras que “la
presencia de una mujer expresa su propia actitud hacia sí misma, y define lo que se le
puede o no hacer” (2005). En efecto, la mujer se convirtió a lo largo de su existencia
en objeto de observación, ya sea para admirarla o para juzgarla.
Como individuo examinado, ha sido forzada a ser consciente de su yo externo
a fin de definir su yo interior, o al menos aparentarlo. Su aspecto ha sido el foco de las
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más grandes controversias y preceptos culturales. De hecho, la cultura
contemporánea, en cualquiera de sus etapas, puede ser analizada solamente desde el
trato otorgado a la mujer y con ello proporcionarnos una imagen lo suficientemente
vasta de la sociedad que la rodeaba.
Ahora bien, relacionando el arte barroco, un arte femenino en cuanto a
propaganda personal refiere, y el eterno enjuiciamiento al que la mujer ha sido
sometida, podemos asegurar que la mirada que recibe ésta última siempre ha sido
muy lejana de la de su espectador.
Así, el mundo femenino fue siempre ligado a la esclavitud frente al espejo,
elemento que según nos dice el autor, “estaba destinado a que la mujer accediera a
tratarse a sí misma principalmente como un espectáculo” (Berger, J. 2005 p. 59) (ver
imagen 7). Para lograr el éxito personal, “su propio sentido de ser ella misma es
suplantado por el sentido de ser apreciada como tal por otro.” y “en consecuencia, el
aspecto o apariencia que tenga una mujer para un hombre puede determinar el modo
en que este la trate.” (p. 54). Por el contrario, en el mundo masculino el individuo fue
apreciado y admirado por sus hazañas, como cómplice del juicio eterno a su
compañera y determinando históricamente “no sólo la mayoría de las relaciones entre
hombre y mujeres sino también la relación de las mujeres consigo mismas.” (p. 55).
Entrado el siglo XVIII, el mando fue paulatinamente trasladado desde la
nobleza a la burguesía, desencadenando la caída monárquica y la disolución de las
cortes. Las ciudades, principalmente París, ahora poseían todo el poder social, político
y económico y sus habitantes centraron el foco en el mercado y ante todo, la razón.
Pero a pesar de todo ello, y ante una inevitable cadena de revoluciones, los
burgueses continuaban siendo un tema de conversación despectiva. Las medidas
tomadas incluyeron el comercio de títulos nobiliarios y la erradicación de los privilegios
que se adjudicaba la sangre azul. Los castillos también fueron víctimas de la
migración, siendo abandonados y posteriormente ocupados como propiedades de
veraneo y descanso.
En lo que concierne al arte, los temas relacionados con el sentimiento humano,
el cortejo y las escenas galantes emplazadas en grandes escenarios desconocidos
para la mayoría, iban ganando terreno mientras se acentuaba –y resurgía– un notorio
miedo al vacío. No obstante, la preocupación por la espiritualidad había desaparecido
y era reemplazada por una alevosa hipocresía comunitaria. (Ver imagen 8)
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Mientras en el siglo anterior era preocupación exclusiva de la mujer ser
hipócrita en público para alcanzar un éxito personal digno de una dama, es evidente
que esta situación fue generalizada aumentando la disputa por el poder y la autoridad,
separando a su vez a las diversas clases y provocando una insatisfacción general que
pronto estallaría.
Y como nada es absoluto, lejos de la falsa trinidad conformada por aquellos
agitadores de la bandera de la inducción como método de dominio social, William
Blake y William Hogarth planteaban, dentro del disgusto general, una mirada crítica
tanto a las teorías lógicas de los grandes pensadores contemporáneos, como a la
falsedad a la que se veían forzados a adherir. (Ver imagen 9)
Estos magníficos escritores y artistas, fueron autores de obras provenientes de
un mundo interior, imaginario e intangible el cual creían necesario y fundamental para
la creación de cualquier acto humano. Blake, de hecho, creo su propio mundo
simbólico donde una parte era represora y la otra rebelde, metaforizando las corrientes
ideológicas que eran propagadas desde la realeza.
Finalmente, y así como el centro se había trasladado a las ciudades, hubo una
forma de esparcimiento que selló este monopolio. El circo, creado por Philip Astley,
marca el paso del entretenimiento rural, en el cual los espectáculos se dirigían hacia
su público; al espectáculo burgués, que obligaba al público a desplazarse hacia él.
(Ver imagen 10) Reuniendo actividades como la acrobacia a caballo y la presentación
de payasos y arlequines, allí la sociedad se distendía y se permitía un descanso del
permanente protocolo.
Como en una paradoja, el individuo se encontraba encerrado entre el mundo
que aparentaba y el mundo que pretendía. Mientras el show estuviera en marcha, el
viejo conocido miedo al vacío y la incertidumbre provocada por su libertad –y su
soledad– sería ineludiblemente oculto. Pero es acaso el mundo de la luz interior, de la
razón y la producción mental la que deseaba siempre demostrar. El rococó y el
romanticismo fueron fieles retratistas de esta lucha. Entonces, ¿Era el hombre quién
controlaba a la imagen, o era la imagen quién controlaba al hombre?
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3.3 CAÍDA
Si bien Hogarth y Blake buscaron oponerse a los preceptos establecidos por la
burguesía y desenmascarar la hipocresía refugiada en el romanticismo; el iluminismo,
el enciclopedismo y todo lo que pudiera ser relacionado a la razón finalmente triunfó.
La revolución industrial fue sin dudas la cereza del postre, la concreción de una
tendencia imparable a la que la nuevamente agotada sociedad no pudo frenar. El
hombre occidental se volvía cada vez más opuesto al oriental, y su necesidad de
acción y pasión desencadenarían una serie de hechos que conducirían al fin de la
modernidad y al inicio de la contemporaneidad.
Con ella, se destacó la aparición de una nueva clase dirigente, los cuellos
blancos o burgueses industriales, que lejos de buscar un ámbito de calma y estabilidad
social –aquel que pudiera evitar una nueva reorganización piramidal–, se mostraban
sedientos del caos y la maquinaria que acompañaba a la nueva conformación del
mundo, y la cual aún es vigente.
En lo que al dominio de la imagen respecta –tan concreta y abstracta a la vez–,
los hermanos Lumière supieron leer el juego iniciado años atrás y aprovechar las
fichas desplazadas por su adversario –el otro– para dar el salto que incluso a nosotros
nos sigue deslumbrando. En el marco de la invención de diversos y complejos
artefactos cuyo fin era embaucar al ojo sobre la falsa movilidad de cada cuadro, fue
una noche de insomnio la que permitió superar el kinetoscopio de Edison (ver imagen
11), creando el cinematógrafo (ver imagen 12) y colocándose como el último eslabon
de una cadena que iniciaría el fisionotrazo en 1786. (ver imagen 13)
Pero volviendo al hilo que me condujo a lo largo de todas estas reflexiones,
debo repreguntarme qué es de un ilustre ciudadano si no deja una huella permanente
en la historia de la que fue participe. Concluyo que esta nueva revolución también
supo alcanzar a la vanidad humana y es por eso que cabe destacar que los hermanos
de luz no sólo inmortalizaron sus rostros, sino su obra, el más poderoso de todos los
bastiones del hombre moderno. Ya no necesitar un retrato por solicitud propia, sino ser
digno de que aquel adversario quiera retratarlo, como un primer autógrafo y, ante todo,
como el gran logro de la tan anhelada fama. (Fromm, 2005).
Queda destacar una vez más, que el hombre no ha dejado ni dejará de ser
efímero. Que su obra es la única capaz de transgredir esta regla y que aun así, su
autoría no es fácilmente reconocible. Si encuestáramos a la población actual,
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probablemente encontraríamos que un porcentaje considerable desconoce la historia y
a los creadores de la revolución dentro de la revolución; a aquellos que consiguieron
manipular la imagen y plasmar su progreso, que culminaron con el quiebre definitivo
hacia el presente, siendo capaces de participar en todas las imágenes que provinieran
en un futuro. Hoy, este inquieto individuo se alza invicto a pesar de los avances
posteriores. El lienzo, el soporte o la pantalla continúan simbolizando su presencia y
representando a los receptores eternos del gran espectáculo del arte.
4 DESARROLLO PRÁCTICO
4.1 PRESENTACIÓN DEL OBJETO
¿Qué vemos cuando vemos? ¿Qué interpretamos cuando creamos? Fueron
algunas de las preguntas que me hice cuando decidí qué objeto sellaría la
investigación iniciada tiempo atrás. Ese capaz de resumir a este individuo tan complejo
que fue el hombre moderno y que somos todos nosotros.
Creí que debí enfocarme en su mismísima individualidad, en la subjetividad que
nos vuelve tan humanos y tan únicos. El espejo fue frecuentemente aliado del juicio
social, pero no hay que olvidar que es un eterno reproductor de nuestra mirada, hacia
nosotros mismos, y que ofrece una pequeña muestra de esa mirada sobre el mundo.
El ángulo en el cual se posicionen los ojos es tan singular y tan subjetivo como
nuestras intenciones.
Las grandes obras de arte, en cualquiera de sus disciplinas o soportes son una
mera imitación de aquello que vieron sus ejecutores, de aquello que interpretamos sus
espectadores y es por eso que hoy, libro a quien tome este espejo en sus manos a
apuntar hacia donde desee compartiendo su punto de vista visual, a jugar con las
luces y las sombras que proyecte, a intentar imitar cualquier retrato burgués y a hacer
de esa imagen algo efímero, exclusivo, genuino.
Finalmente, y como ninguna de nuestras obras es perfecta, este espejo se
conforma de partes ensambladas, de defectos y de un marco inexistente, como la
inexistencia del límite que pudiera determinar su fin. Es nuestra vida la que se
conforma de experiencias y enseñanzas, de historias y de progresos que iniciaron
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otros. Somos el espejo que se niega a declararse terminado, que ansía a unir más
fragmentos y a seguir ambicionando, la codiciada perfección.
4.2 IMÁGENES DEL OBJETO
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5 CONCLUSIÓN.
A lo largo de estas hojas, de estos meses que tanto me enseñaron sobre
nuestro antecesor más cercano, descubrí que la ambición humana, lejos de cesar a
medida que nuestras herramientas se amontonan, aumenta enviciándonos en lo que
creemos que alguna vez podremos alcanzar, el absolutismo.
El conocimiento, la razón, el dominio sobre nuestros pares y sobre el entorno
que nos rodea no es más que nuestra firma, nuestra huella sobre el mundo. Creer que
esto es posible habla de una fe ciega, la misma que alimenta a las religiones y a las
creencias en cualquiera de sus formas; y de una virtud irremplazable y exclusiva de
nuestra especie.
Un escenario de índole medieval es prácticamente impensable e inimaginable
para nosotros, los individuos modernos y contemporáneos. Pero creo que en éste
largo trayecto de progresos, aciertos y errores cometidos, hay cuestiones perdidas que
no sólo serían útiles para aliviar nuestra mente acelerada, sino que nos permitiría
recuperar una parte de lo que realmente somos, seres sociales. En la vorágine de la
individualidad, hemos olvidado el sentido de solidaridad y el carácter necesario de las
relaciones entre hombres, tan distintivo del medioevo. (Fromm, 2015)
Y con ello no quiero apuntar a que el sistema medieval era absolutamente
perfecto, pues ninguna de nuestras creaciones lo es, pero sí creo en un equilibrio que
nos permita preguntarnos, y a la vez permitirnos la duda, el desconocimiento y la
tranquilidad que ello pudiera brindarnos, en vez del miedo al desconcierto y la eterna
búsqueda de respuestas que –en su mayoría– nos exceden.
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6 ANEXO
Imagen 1: Crucifixión de Cristo, Misal de Wiergarten. Las figuras religiosas
comenzaron a representarse más humanizadas que divinas, y con rasgos de
sentimiento como el dolor.
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Imagen 2: Fresco de la trinidad, Masaccio. Con una mirada plenamente
antropocentrista, los renacentistas apuntaron a recuperar el arte grecorromano y el
estudio del hombre, como creación más perfecta de Dios.
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Imagen 3: Retrato de Giovanni di Bicci de’Medici. Considerado el creador de la fortuna
familiar y el patrón de las artes, Giovanni fue un hombre ambicioso y un
despreocupado de la política. Tras su muerte fue reemplazado por su hijo, Cosimo.
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Imagen 4: El palacio de Versalles. Ejecutado por Luis XIV esta dominante residencia
resulta uno de los emblemas constructivos de la época.
Imagen 5:
Baco, Caravaggio.
Dentro de la línea naturalista
del Barroco, Caravaggio fue
evidentemente uno de los
artistas más destacados.
Con una impronta realista, sus
representaciones fueron
destacadas por los efectos
lumínicos y la complejidad de
sus composiciones, atrapando
al espectador y llevándolo por
diversas escenas de igual
impacto visual.
Fue reiteradamente repudiado
por la utilización de mendigos o
prostitutas para la encarnación
de figuras mitológicas o
religiosas.
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Imagen 6: Triunfo de Baco y Ariadna, fresco de la cúpula del Palacio Farnesio. A
diferencia del Barroco naturalista, al cual culpaban de haberse descarrilado del camino
correcto, principalmente por culpa de Caravaggio, los clasicistas utilizaron colores más
claros, y temáticas cortesanas, con escenas más banales, festivas y mitológicas.
Imagen 7:
La venus
del espejo,
Velázquez.
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Imagen 8: El palacio real de Madrid, España. Salón Gasparini. El Rococó con sus
recargados ornamentos no permite distinguir prácticamente ningún detalle a simple
vista, conformando una gran masa de información homogénea.
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Imagen 9: Marriage à-la-mode, William Hogarth. El segundo cuadro de una serie de
seis, titulado El tête a tête, donde el artista apuntó a relatar diversos escenarios de la
vida cotidiana. Acentuando el tono burlesco de la situación, deja entrever las perlitas
de los matrimonios de la alta sociedad inglesa del siglo XVIII.
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Imagen 10: Una litografía que promociona la lucha del alma en el anfiteatro real de
Philip Astley.
Imagen 11:
El kinetoscopio de Edison.
Basado en el concepto del
fonógrafo, Edison y su ayudante
Dickson desarrollaron un
artefacto capaz de reproducir
películas de 18mm y 35mm.
Fue presentado en su versión
definitiva el 9 de Mayo de 1983.
Imagen 12:
El cinematógrafo de los
hermanos Lumière.
Gracias al descubrimiento de la
persistencia retiniana, y
basándose en artefactos como
el kinetoscopio, crearon lo que
sería una cámara y un
proyector a la vez. Además de
poder extenderse a películas
más prolongadas que las de
Edison, también convirtieron
sus proyecciones en un evento
social comparable al del Circo.
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Imagen 13: Fisionotrazo. En una época donde el tiempo era oro, los grabados
obtenidos mediante la utilización de este artefacto permitían a la sociedad portar
retratos de pequeñas dimensiones con una asombrosa claridad de imagen y en cortos
períodos de elaboración, principalmente para el modelo.
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7 BIBLIOGRAFÍA.
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