tomsawyer

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Mark Twain Tom Sawyer CAPÍTULO I ¡Tom! Silencio. -¡Tom! Silencio. -¡Dónde andará metido ese chico!... ¡Tom! La anciana se bajó los anteojos y miró, por encima, alrededor del cuarto; después se los subió a la frente y miró por debajo. Rara vez o nunca miraba a través de los cristales a cosa de tan poca importancia como un chiquillo: eran aquéllos los lentes de ceremonia, su mayor orgullo, construidos por ornato antes que para servicio, y no hubiera visto mejor mirando a través de un par de mantas. Se quedó un instante perpleja y dijo, no con cólera, pero lo bastante alto para que la oyeran los muebles: -Bueno; pues te aseguro que si te echo mano te voy a... No terminó la frase, porque antes se agachó dando estocadas con la escoba por debajo de la cama; así es que necesitaba todo su aliento para puntuar los escobazos con resoplidos. Lo único que consiguió desenterrar fue el gato. -¡No se ha visto cosa igual que ese muchacho! Fue hasta la puerta y se detuvo allí, recorriendo con la mirada las plantas de tomate y las hierbas silvestres que constituían el jardín. Ni sombra de Tom. Alzó, pues, la voz a un ángulo de puntería calculado para larga distancia y gritó: -¡Tú! ¡Toooom! Oyó tras de ella un ligero ruido y se volvió a punto para atrapar a un muchacho por el borde de la chaqueta y detener su vuelo. -¡Ya estás! ¡Que no se me haya ocurrido pensar en esa despensa!... ¿Qué estabas haciendo ahí? -Nada. -¿Nada? Mírate esas manos, mírate esa boca... ¿Qué es eso pegajoso? -No lo sé, tía. -Bueno; pues yo sí lo sé. Es dulce, eso es. Mil veces te he dicho que como no dejes en paz ese dulce te voy a despellejar vivo. Dame esa vara. La vara se cernió en el aire. Aquello tomaba mal cariz. -¡Dios mío! ¡Mire lo que tiene detrás, tía! La anciana giró en redondo, recogiéndose las faldas para esquivar el peligro; y en el mismo instante escapó el chico, se encaramó por la alta valla de tablas y desapareció tras ella. Su tía Polly se quedó un momento sorprendida y después se echó a reír bondadosamente. -¡Diablo de chico! ¡Cuándo acabaré de aprender sus mañas! ¡Cuántas jugarretas como ésta no me habrá hecho, y aún le hago caso! Pero las viejas bobas somos más bobas que nadie. Perro viejo no aprende gracias

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Las aventuras de Tom Sawyer

Mark Twain

Tom Sawyer

CAPTULO I

Tom!

Silencio.

Tom!

Silencio.

Dnde andar metido ese chico!... Tom!

La anciana se baj los anteojos y mir, por encima, alrededor del cuarto; despus se los subi a la frente y mir por debajo. Rara vez o nunca miraba a travs de los cristales a cosa de tan poca importancia como un chiquillo: eran aqullos los lentes de ceremonia, su mayor orgullo, construidos por ornato antes que para servicio, y no hubiera visto mejor mirando a travs de un par de mantas. Se qued un instante perpleja y dijo, no con clera, pero lo bastante alto para que la oyeran los muebles:

Bueno; pues te aseguro que si te echo mano te voy a...

No termin la frase, porque antes se agach dando estocadas con la escoba por debajo de la cama; as es que necesitaba todo su aliento para puntuar los escobazos con resoplidos. Lo nico que consigui desenterrar fue el gato.

No se ha visto cosa igual que ese muchacho!

Fue hasta la puerta y se detuvo all, recorriendo con la mirada las plantas de tomate y las hierbas silvestres que constituan el jardn. Ni sombra de Tom. Alz, pues, la voz a un ngulo de puntera calculado para larga distancia y grit:

T! Toooom!

Oy tras de ella un ligero ruido y se volvi a punto para atrapar a un muchacho por el borde de la chaqueta y detener su vuelo.

Ya ests! Que no se me haya ocurrido pensar en esa despensa!... Qu estabas haciendo ah?

Nada.

Nada? Mrate esas manos, mrate esa boca... Qu es eso pegajoso?

No lo s, ta.

Bueno; pues yo s lo s. Es dulce, eso es. Mil veces te he dicho que como no dejes en paz ese dulce te voy a despellejar vivo. Dame esa vara.

La vara se cerni en el aire. Aquello tomaba mal cariz.

Dios mo! Mire lo que tiene detrs, ta!

La anciana gir en redondo, recogindose las faldas para esquivar el peligro; y en el mismo instante escap el chico, se encaram por la alta valla de tablas y desapareci tras ella. Su ta Polly se qued un momento sorprendida y despus se ech a rer bondadosamente.

Diablo de chico! Cundo acabar de aprender sus maas! Cuntas jugarretas como sta no me habr hecho, y an le hago caso! Pero las viejas bobas somos ms bobas que nadie. Perro viejo no aprende gracias nuevas, como suele decirse. Pero, Seor!, si no me la juega del mismo modo dos das seguidos, cmo va una a saber por dnde ir a salir? Parece que adivina hasta dnde puede atormentarme antes de que llegue a montar en clera, y sabe, el muy pillo, que si logra desconcertarme o hacerme rer ya todo se ha acabado y no soy capaz de pegarle. No; la verdad es que no cumplo mi deber para con este chico: sa es la pura verdad. Tiene el diablo en el cuerpo; pero, qu le voy a hacer! Es el hijo de mi pobre hermana difunta, y no tengo entraas para zurrarle. Cada vez que le dejo sin castigo me remuerde la conciencia, y cada vez que le pego se me parte el corazn. Todo sea por Dios! Pocos son los das del hombre nacido de mujer y llenos de tribulacin, como dice la Escritura, y as lo creo. Esta tarde se escapar del colegio y no tendr ms remedio que hacerle trabajar maana como castigo. Cosa dura es obligarle a trabajar los sbados, cuando todos los chicos tienen asueto; pero aborrece el trabajo ms que ninguna otra cosa, y, o soy un poco rgida con l, o me convertir en la perdicin de ese nio.

Tom hizo rabona, en efecto, y lo pas en grande. Volvi a casa con el tiempo justo para ayudar a Jim, el negrito, a aserrar la lea para el da siguiente y hacer astillas antes de la cena; pero, al menos, lleg a tiempo para contar sus aventuras a Jim mientras ste haca tres cuartas partes de la tarea. Sid, el hermano menor de Tom o mejor dicho, hermanastro, ya haba dado fin a la suya de recoger astillas, pues era un muchacho tranquilo, poco dado a aventuras ni calaveradas. Mientras Tom cenaba y escamoteaba terrones de azcar cuando la ocasin se le ofreca, su ta le haca preguntas llenas de malicia y trastienda, con el intento de hacerle picar el anzuelo y sonsacarle reveladoras confesiones. Como otras muchas personas, igualmente sencillas y candorosas, se envaneca de poseer un talento especial para la diplomacia tortuosa y sutil, y se complaca en mirar sus ms obvios y transparentes artificios como maravillas de artera astucia. As, le dijo:

Haca bastante calor en la escuela, Tom; no es cierto?

S, seora.

Muchsimo calor, verdad?

S, seora.

Y no te entraron ganas de irte a nadar?

Tom sinti una vaga escama, un barrunto de alarmante sospecha. Examin la cara de su ta Polly, pero nada sac en limpio. As es que contest:

No, ta; vamos..., no muchas.

La anciana alarg la mano y le palp la camisa.

Pero ahora no tienes demasiado calor, con todo.

Y se qued tan satisfecha por haber descubierto que la camisa estaba seca sin dejar traslucir que era aquello lo que tena en las mientes. Pero bien saba ya Tom de dnde soplaba el viento. As es que se apresur a parar el prximo golpe.

Algunos chicos nos estuvimos echando agua por la cabeza. An la tengo hmeda. Ve usted?

La ta Polly se qued mohna, pensando que no haba advertido aquel detalle acusador, y adems le haba fallado un tiro. Pero tuvo una nueva inspiracin.

Dime, Tom: para mojarte la cabeza no tuviste que descoserte el cuello de la camisa por donde yo te lo cos? Desabrchate la chaqueta!

Toda sombra de alarma desapareci de la faz de Tom. Abri la chaqueta. El cuello estaba cosido, y bien cosido.

Diablo de chico! Estaba segura de que habras hecho rabona y de que te habras ido a nadar. Me parece, Tom, que eres como gato escaldado, como suele decirse, y mejor de lo que pareces. Al menos, por esta vez.

Le dola un poco que su sagacidad le hubiera fallado, y se complaca de que Tom hubiera tropezado y cado en la obediencia por una vez.

Pero Sid dijo:

Pues mire usted: yo dira que el cuello estaba cosido con hilo blanco y ahora es negro.

Cierto que lo cos con hilo blanco! Tom!

Pero Tom no esper el final. Al escapar grit desde la puerta:

Siddy, buena zurra te va a costar.

Ya en lugar seguro, sac dos largas agujas que llevaba clavadas debajo de la solapa. En una haba enrollado hilo negro, y en la otra, blanco.

Si no es por Sid no lo descubre. Unas veces lo cose con blanco y otras con negro. Por qu no se decidir de una vez por uno a otro! As no hay quien lleve la cuenta. Pero Sid me las ha de pagar, reconcho!

No era el nio modelo del lugar. Al nio modelo lo conoca de sobra, y lo detestaba con toda su alma.

An no haban pasado dos minutos cuando ya haba olvidado sus cuitas y pesadumbres. No porque fueran ni una pizca menos graves y amargas de lo que son para los hombres las de la edad madura, sino porque un nuevo y absorbente inters las redujo a la nada y las apart por entonces de su pensamiento, del mismo modo como las desgracias de los mayores se olvidan en el anhelo y la excitacin de nuevas empresas. Este nuevo inters era cierta inapreciable novedad en el arte de silbar, en la que acababa de adiestrarle un negro, y que ansiaba practicar a solas y tranquilo. Consista en ciertas variaciones a estilo de trino de pjaro, una especie de lquido gorjeo que resultaba de hacer vibrar la lengua contra el paladar y que se intercalaba en la silbante meloda. Probablemente el lector recuerda cmo se hace, si es que ha sido muchacho alguna vez. La aplicacin y la perseverancia pronto le hicieron dar en el quid y ech a andar calle adelante con la boca rebosando armonas y el alma llena de regocijo. Senta lo mismo que experimenta el astrnomo al descubrir una nueva estrella. No hay duda que en cuanto a lo intenso, hondo y acendrado del placer, la ventaja estaba del lado del muchacho, no del astrnomo.

Los crepsculos caniculares eran largos. An no era de noche. De pronto Tom suspendi el silbido: un forastero estaba ante l; un muchacho que apenas le llevaba un dedo de ventaja en la estatura. Un recin llegado, de cualquier edad o sexo, era una curiosidad emocionante en el pobre lugarejo de San Petersburgo. El chico, adems, estaba bien trajeado, y eso en un da no festivo. Esto era simplemente asombroso. El sombrero era coquetn; la chaqueta, de pao azul, nueva, bien cortada y elegante; y a igual altura estaban los pantalones. Tena puestos los zapatos, aunque no era ms que viernes. Hasta llevaba corbata: una cinta de colores vivos. En toda su persona haba un aire de ciudad que le dola a Tom como una injuria. Cuanto ms contemplaba aquella esplendorosa maravilla, ms alzaba en el aire la nariz con un gesto de desdn por aquellas galas y ms rota y desastrada le iba pareciendo su propia vestimenta. Ninguno de los dos hablaba. Si uno se mova, se mova el otro, pero slo de costado, haciendo rueda. Seguan cara a cara y mirndose a los ojos sin pestaear. Al fin, Tom dijo:

Yo te puedo.

Pues anda y haz la prueba.

Pues s que te puedo.

A que no!

A que s!

A que no!

Sigui una pausa embarazosa. Despus prosigui Tom:

Y t, cmo te llamas?

Y a ti que te importa?

Pues si me da la gana vas a ver si me importa.

Pues por qu no te atreves?

Como hables mucho lo vas a ver.

Mucho..., mucho..., mucho!

T te crees muy gracioso; pero con una mano atada atrs te podra dar una tunda si quisiera.

A que no me la das?...

Vaya un sombrero!

Pues atrvete a tocrmelo.

Lo que eres t es un mentiroso.

Ms lo eres t.

Como me digas esas cosas agarro una piedra y te la estrello en la cabeza.

A que no!

Lo que t tienes es miedo.

Ms tienes t.

Otra pausa, y ms miradas, y ms vueltas alrededor. Despus empezaron a empujarse hombro con hombro.

Vete de aqu dijo Tom.

Vete t contest el otro.

No quiero.

Pues yo tampoco.

Y as siguieron, cada uno apoyado en una pierna como en un puntal, y los dos empujando con toda su alma y lanzndose furibundas miradas. Pero ninguno sacaba ventaja. Despus de forcejear hasta que ambos se pusieron encendidos y arrebatados los dos cedieron en el empuje, con desconfiada cautela, y Tom dijo:

T eres un miedoso y un cobarde. Voy a decrselo a mi hermano grande, que te puede deshacer con el dedo meique.

Pues s que me importa tu hermano! Tengo yo uno mayor que el tuyo y que si lo coge lo tira por encima de esa cerca. (Ambos hermanos eran imaginarios.)

Eso es mentira.

Porque t lo digas!

Tom hizo una raya en el polvo con el dedo gordo del pie y dijo:

Atrvete a pasar de aqu y soy capaz de pegarte hasta que no te puedas tener. El que se atreva se la gana.

El recin venido traspas en seguida la raya y dijo:

Ya est: a ver si haces lo que dices.

No me vengas con sas; ndate con ojo.

Bueno, pues a que no lo haces!

A que s! Por dos centavos lo hara.

El recin venido sac dos centavos del bolsillo y se los alarg burlonamente.

Tom los tir contra el suelo.

En el mismo instante rodaron los dos chicos, revolcndose en la tierra, agarrados como dos gatos, y durante un minuto forcejearon asindose del pelo y de las ropas, se golpearon y araaron las narices, y se cubrieron de polvo y de gloria. Cuando la confusin tom forma, a travs de la polvareda de la batalla apareci Tom sentado a horcajadas sobre el forastero y molindolo a puetazos.

Date por vencido!

El forastero no haca sino luchar para libertarse. Estaba llorando, sobre todo de rabia.

Date por vencido! y sigui el machacamiento.

Al fin el forastero balbuce un me doy, y Tom le dej levantarse y dijo:

Eso, para que aprendas. Otra vez ten ojo con quin te metes.

El vencido se march sacudindose el polvo de la ropa, entre hipos y sollozos, y de cuando en cuando se volva moviendo la cabeza y amenazando a Tom con lo que le iba a hacer la primera vez que lo sorprendiera. A lo cual Tom respondi con mofa, y se ech a andar con orgulloso continente. Pero tan pronto como volvi la espalda, su contrario cogi una piedra y se la arroj, dndole en mitad de la espalda, y en seguida volvi grupas y corri como un antope. Tom persigui al traidor hasta su casa, y supo as dnde viva. Tom posiciones por algn tiempo junto a la puerta del jardn y desafi a su enemigo a salir a campo abierto; pero el enemigo se content con sacarle la lengua y hacerle muecas detrs de la vidriera. Al fin apareci la madre del forastero, y llam a Tom malo, tunante v ordinario, ordenndole que se largase de all. Tom se fue, pero no sin prometer antes que aquel chico se las haba de pagar.

Lleg muy tarde a casa aquella noche, y al encaramarse cautelosamente a la ventana cay en una emboscada preparada por su ta, la cual, al ver el estado en que traa las ropas, se afirm en la resolucin de convertir el asueto del sbado en cautividad y trabajos forzados.

CAPTULO II

Lleg la maana del sbado y el mundo estival apareci luminoso y fresco y rebosante de vida. En cada corazn resonaba un canto; y si el corazn era joven, la msica suba hasta los labios. Todas las caras parecan alegres, y los cuerpos, anhelosos de movimiento. Las acacias estaban en flor y su fragancia saturaba el aire.

El monte de Cardiff, al otro lado del pueblo, y alzndose por encima de l, estaba todo cubierto de verde vegetacin y lo bastante alejado para parecer una deliciosa tierra prometida que invitaba al reposo y al ensueo.

Tom apareci en la calle con un cubo de lechada y una brocha atada en la punta de una prtiga. Ech una mirada a la cerca, y la Naturaleza perdi toda alegra y una aplanadora tristeza descendi sobre su espritu. Treinta varas de valla de nueve pies de altura! Le pareci que la vida era vana y sin objeto y la existencia una pesadumbre. Lanzando un suspiro, moj la brocha y la pas a lo largo del tabln ms alto; repiti la operacin; la volvi a repetir, compar la insignificante franja enjalbegada con el vasto continente de cerca sin encalar, y se sent sobre el boj, descorazonado Jim, sali a la puerta haciendo cabriolas, con un balde de cinc y cantando Las muchachas de Bffalo. Acarrear agua desde la fuente del pueblo haba sido siempre a los ojos de Tom una cosa aborrecible; pero entonces no le pareci as. Se acord de que no faltaba all compaa. All haba siempre muchachos de ambos sexos, blancos, mulatos y negros, esperando vez; y entretanto, holgazaneaban, hacan cambios, rean, se pegaban y bromeaban. Y se acord de que, aunque la fuente slo distaba ciento cincuenta varas, Jim jams estaba de vuelta con un balde de agua en menos de una hora; y aun entonces era porque alguno haba tenido que ir en su busca. Tom le dijo:

Oye, Jim: yo ir a traer el agua si t encalas un pedazo.

Jim sacudi la cabeza y contest:

No puedo, amo Tom. El ama vieja me ha dicho que tengo que traer el agua y no entretenerme con nadie. Ha dicho que se figuraba que el amo Tom me pedira que encalase, y que lo que tena que hacer yo era andar listo y no ocuparme ms que de lo mo..., que ella se ocupara del encalado.

No te importe lo que haya dicho, Jim. Siempre dice lo mismo. Djame el balde, y no tardo ni un minuto. Ya vers cmo no se entera.

No me atrevo, amo Tom... El ama me va a cortar el pescuezo. De veras que s!

Ella?... Nunca pega a nadie. Da capirotazos con el dedal, y eso a quin le importa? Amenaza mucho, pero aunque hable no hace dao, a menos que se ponga a llorar. Jim, te dar una canica. Te dar una de las blancas.

Jim empez a vacilar.

Una blanca, Jim; y es de primera.

Anda! De sas se ven pocas! Pero tengo un miedo muy grande del ama vieja.

Pero Jim era de dbil carne mortal. La tentacin era demasiado fuerte. Puso el cubo en el suelo y cogi la canica. Un instante despus iba volando calle abajo con el cubo en la mano y un gran escozor en las posaderas. Tom enjalbegaba con furia, y la ta Polly se retiraba del campo de batalla con una zapatilla en la mano y el brillo de la victoria en los ojos.

Pero la energa de Tom dur poco. Empez a pensar en todas las diversiones que haba planeado para aquel da, y sus penas se exacerbaron. Muy pronto los chicos que tenan asueto pasaran retozando, camino de tentadoras excursiones, y se reiran de l porque tena que trabajar... ; y esta idea le encenda la sangre como un fuego. Sac todas sus mundanales riquezas y les pas revista: pedazos de juguetes, tabas y desperdicios heterogneos; lo bastante quiz para lograr un cambio de tareas, pero no lo suficiente para poderlo trocar por media hora de libertad completa. Se volvi, pues, a guardar en el bolsillo sus escasos recursos, y abandon la idea de intentar el soborno de los muchachos. En aquel tenebroso y desesperado momento sinti una inspiracin. Nada menos que una soberbia magnfica inspiracin. Cogi la brocha y se puso tranquilamente a trabajar. Ben Rogers apareci a la vista en aquel instante: de entre todos los chicos, era de aqul precisamente de quien ms haba temido las burlas. Ben vena dando saltos y cabriolas, seal evidente de que tena el corazn libre de pesadumbres y grandes esperanzas de divertirse. Estaba comindose una manzana, y de cuando en cuando lanzaba un prolongado y melodioso alarido, seguido de un bronco y profundo tiln, tiln, tiln; tiln, tiln, porque, vena imitando a un vapor del Misisip.Al acercarse acort la marcha, enfil hacia el medio de la calle, se inclin hacia estribor y tom la vuelta de la esquina pesadamente y con gran aparato y solemnidad, porque estaba representando al Gran Misuri y se consideraba a s mismo con nueve pies de calado. Era buque, capitn y campana de las mquinas, todo en una pieza; y as es que tena que imaginarse de pie en su propio puente, dando rdenes y ejecutndolas.

Para! Tiln, tiln, tiln! (La arrancada iba disminuyendo y el barco se acercaba lentamente a la acera.) Mquina atrs! Tilnlinlin! (Con los brazos rgidos, pegados a los costados.) Atrs la de estribor! Tilnlinlin! Chuchuchu! .... (Entretanto el brazo derecho describa grandes crculos porque representaba una rueda de cuarenta pies de diametro.) Atrs la de babor! Tiln tiln, tiln!... (El brazo izquierdo empez a voltear.) Avante la de babor! Alto la de estribor! Despacio a babor! Listo con la amarra! Alto! Tiln, tiln, tiln! Chistsss!... (Imitando las llaves de escape.)

Tom sigui encalando, sin hacer caso del vapor. Ben se le qued mirando un momento y dijo:

Je, Je! Las ests pagando, eh?

Se qued sin respuesta. Tom examin su ltimo toque con mirada de artista; despus dio otro ligero brochazo y examin, como antes, el resultado. Ben atrac a su costado. A Tom se le haca la boca agua pensando en la manzana; pero no cej en su trabajo.

Hola, compadre! le dijo Ben.Te hacen trabajar, eh?

Ah!, eres t, Ben? No te haba visto.

Oye, me voy a nadar. No te gustara venir? Pero, claro, te gustar ms trabajar. Claro que te gustar.

Tom se le qued mirando un instante y dijo:

A qu llamas t trabajo?

Qu! No es eso trabajo?

Tom reanud su blanqueo y le contest, distradamente:

Bueno; puede ser que lo sea y puede que no. Lo nico que s es que le gusta a Tom Sawyer.

Vamos! Me vas a hacer creer que a ti te gusta?

La brocha continu movindose.

Gustar? No s por qu no va a gustarme. Es que le dejan a un chico blanquear una cerca todos los das?

Aquello puso la cosa bajo una nueva luz. Ben dej de mordisquear la manzana. Tom, movi la brocha, coquetonamente, atrs y adelante; se retir dos pasos para ver el efecto; aadi un toque all y otro all; juzg otra vez el resultado. Y en tanto Ben no perda de vista un solo movimiento, cada vez ms y ms interesado y absorto. Al fin dijo:

Oye, Tom: djame encalar un poco.

Tom reflexion. Estaba a punto de acceder; pero cambi de propsito:

No, no; eso no podra ser, Ben. Ya ves..., mi ta Polly es muy exigente para esta cerca porque est aqu, en mitad de la calle, sabes? Pero si fuera la cerca trasera no me importara, ni a ella tampoco. No sabes t lo que le preocupa esta cerca; hay que hacerlo con la mar de cuidado; puede ser que no haya un chico entre mil, ni aun entre dos mil que pueda encalarla de la manera que hay que hacerlo.

Qui!... Lo dices de veras? Vamos, djame que pruebe un poco; nada ms que una miaja. Si t fueras yo, te dejara, Tom.

De veras que quisiera dejarte, Ben; pero la ta Polly... Mira: Jim tambin quiso, y ella no le dej. Sid tambin quiso, y no lo consinti. Ves por qu no puedo dejarte? Si t fueras a encargarte de esta cerca y ocurriese algo!...

Anda..., ya lo har con cuidado. Djame probar. Mira, te doy el corazn de la manzana.

No puede ser. No, Ben; no me lo pidas; tengo miedo...

Te la doy toda!

Tom le entreg la brocha, con desgano en el semblante y con entusiasmo en el corazn. Y mientras el ex vapor Gran Misuri trabajaba y sudaba al sol, el artista retirado se sent all, cerca, en una barrica, a la sombra, balanceando las piernas, se comi la manzana y plane el degello de los ms inocentes. No escase el material: a cada momento aparecan muchachos; venan a burlarse, pero se quedaban a encalar. Para cuando Ben se rindi de cansancio, Tom haba ya vendido el turno siguiente a Billy Fisher por una cometa en buen estado; cuando ste se qued aniquilado, Johnny Miller compr el derecho por una rata muerta, con un bramante para hacerla girar; as sigui y sigui hora tras hora. Y cuando avanz la tarde, Tom, que por la maana haba sido un chico en la miseria, nadaba materialmente en riquezas. Tena, adems de las cosas que he mencionado, doce tabas, parte de un cornetn, un trozo de vidrio azul de botella para mirar las cosas a travs de l, un carrete, una llave incapaz de abrir nada, un pedazo de tiza, un tapn de cristal, un soldado de plomo, un par de renacuajos, seis cohetillos, un gatito tuerto, un tirador de puerta, un collar de perro (pero sin perro), el mango de un cuchillo y una falleba destrozada. Haba, entretanto, pasado una tarde deliciosa, en la holganza, con abundante y grata compaa, y la cerca tena tres manos de cal! De no habrsele agotado la existencia de lechada, habra hecho declararse en quiebra a todos los chicos del lugar.

Tom se deca que, despus de todo, el mundo no era un pramo. Haba descubierto, sin darse cuenta, uno de los principios fundamentales de la conducta humana, a saber: que para que alguien, hombre o muchacho, anhele alguna cosa, slo es necesario hacerla difcil de conseguir. Si hubiera sido un eximio y agudo filsofo, como el autor de este libro, hubiera comprendido entonces que el trabajo consiste en lo que estamos obligados a hacer, sea lo que sea, y que el juego consiste en aquello a lo que no se nos obliga. Y esto le ayudara a entender por qu confeccionar flores artificiales o andar en el treadmill1 es trabajo, mientras que jugar a los bolos o escalar el MontBlanc no es ms que divertimiento. Hay en Inglaterra caballeros opulentos que durante el verano guan las diligencias de cuatro caballos y hacen el servicio diario de veinte o treinta millas porque el hacerlo les cuesta mucho dinero; pero si se les ofreciera un salario por su tarea, eso la convertira en trabajo, y entonces dimitiran.

CAPTULO III

Tom se present a su ta, que estaba sentada junto a la ventana, abierta de par en par, en un alegre cuartito de las traseras de la casa, el cual serva a la vez de alcoba, comedor y despacho. La tibieza del aire estival, el olor de las flores y el zumbido adormecedor de las abejas haban producido su efecto, y la anciana estaba dando cabezadas sobre la calceta..., pues no tena otra compaa que la del gato y ste se hallaba dormido sobre su falda. Estaba tan segura de que Tom habra ya desertado de su trabajo haca mucho rato, que se sorprendi de verle entregarse as, con tal intrepidez, en sus manos. l dijo:

Me puedo ir a jugar, ta?

Qu! Tan pronto? Cunto has enjalbegado?

Ya est todo, ta.

Tom, no me mientas. No lo puedo sufrir.

No miento, ta; ya est todo hecho.

La ta Polly confiaba poco en tal testimonio. Sali a ver por s misma, y se hubiera dado por satisfecha con haber encontrado un veinticinco por ciento de verdad en lo afirmado por Tom. Cuando vio toda la cerca encalada, y no slo encalada sino primorosamente reposado con varias manos de lechada, y hasta con una franja de aadidura en el suelo, su asombro no poda expresarse en palabras.

Alabado sea Dios! dijo. Nunca lo creyera! No se puede negar: sabes trabajar cuando te da por ah. Y despus aadi, aguando el elogio. Pero te da por ah rara vez, la verdad sea dicha. Bueno, anda a jugar; pero acurdte y no tardes una semana en volver, porque te voy a dar una zurra.

Tan emocionada estaba por la brillante hazaa de su sobrino, que lo llev a la despensa, escogi la mejor manzana y se la entreg, juntamente con una edificante disertacin sobre el gran valor y el gusto especial que adquieren los dones cuando nos vienen no por pecaminosos medios, sino por nuestro propio virtuoso esfuerzo. Y mientras terminaba con un oportuno latiguillo bblico, Tom le escamote una rosquilla.

Despus se fue dando saltos, y vio a Sid en el momento en que empezaba a subir la escalera exterior que conduca a las habitaciones altas, por detrs de la casa. Haba abundancia de terrones a mano, y el aire se llen de ellos en un segundo. Zumbaban en torno de Sid como una granizada, y antes de que ta Polly pudiera volver de su sorpresa y acudir en socorro, seis o siete pellazos haban producido efecto sobre la persona de Sid y Tom haba saltado la cerca y desaparecido. Haba all una puerta; pero a Tom, por regla general, le escaseaba el tiempo para poder usarla. Sinti descender la paz sobre su espritu una vez que ya haba ajustado cuentas con Sid por haber descubierto lo del hilo, ponindolo en dificultades.

Dio la vuelta a toda la manzana y vino a parar a una calleja fangosa, por detrs del establo donde su ta tena las vacas. Ya estaba fuera de todo peligro de captura y castigo, y se encamin apresurado hacia la plaza pblica del pueblo, donde dos batallones de chicos se haban reunido para librar una batalla, segn tenan convenido. Tom era general de uno de los dos ejrcitos; Joe Harper (un amigo del alma), general del otro. Estos eximios caudillos no descendan hasta luchar personalmente eso se quedaba para la morralla, sino que se sentaban mano a mano en una eminencia y desde all conducan las marciales operaciones dando rdenes que transmitan sus ayudantes de campo. El ejrcito de Tom gan una gran victoria tras rudo y tenaz combate. Despus se contaron los muertos, se canjearon prisioneros y se acordaron los trminos del prximo desacuerdo; y hecho esto, los dos ejrcitos formaron y se fueron, y Tom se volvi solo hacia su morada.

Al pasar junto a la casa donde viva Jeff Thatcher vio en el jardn a una nia desconocida: una linda criaturita de ojos azules, con el pelo rubio peinado en dos largas trenzas, delantal blanco de verano y pantaln con puntillas. El hroe, recin coronado de laureles, cay sin disparar un tiro. Una cierta Amy Lawrence se disip en su corazn y no dej ni un recuerdo detrs. Se haba credo locamente enamorado, le haba parecido su pasin, un fervoroso culto, y he aqu que no era ms que una trivial y efmera debilidad. Haba dedicado meses a su conquista, apenas haca una semana que ella se haba rendido, l haba sido durante siete breves das el ms feliz y orgulloso de los chicos; y all en un instante la haba despedido de su pecho sin un adis.

Ador a esta repentina y serfica aparicin con furtivas miradas hasta que not que ella le haba visto; fingi entonces que no haba advertido su presencia, y mpez a presumir haciendo toda suerte de absurdas a infantiles habilidades para ganarse su admiracin. Continu por un rato la grotesca exhibicin; pero al poco, y mientras realizaba ciertos ejercicios gimnsticos arriesgadsimos, vio con el rabillo del ojo que la nia se diriga hacia la casa. Tom se acerc a la valla y se apoy en ella, afligido, con la esperanza de que an se detendra un rato. Ella se par un momento en los escalones y avanz hacia la puerta. Tom lanz un hondo suspiro al verla poner el pie en el umbral; pero su faz se ilumin de pronto, pues la nia arroj un pensamiento por encima de la valla, antes de desaparecer. El rapaz ech a correr y dobl la esquina, detenindose a corta distancia de la flor; y entonces se entold los ojos con la mano y empez a mirar calle abajo, como si hubiera descubierto en aquella direccin algo de gran inters. Despus cogi una paja del suelo y trat de sostenerla en equilibrio sobre la punta de la nariz, echando hacia atrs la cabeza; y mientras se mova de aqu para all, para sostener la paja, se fue acercando ms y ms al pensamiento, y al cabo le puso encima su pie desnudo, lo agarr con prensiles dedos, se fue con l renqueando y desapareci tras de la esquina. Pero nada ms que por un instante: el preciso para colocarse la flor en un ojal, por dentro de la chaqueta, prxima al corazn o, probablemente, al estmago, porque no era ducho en anatoma, y en modo alguno supercrtico.

Volvi en seguida y rond en torno de la valla hasta la noche presumiendo como antes; pero la nia no se dej ver, y Tom se consol pensando que quiz se habra acercado a alguna ventana y habra visto sus homenajes. Al fin se fue a su casa, de mala gana, con la cabeza llena de ilusiones.

Durante la cena estaba tan inquieto y alborotado, que su ta se preguntaba qu es lo que le pasara a ese chico. Sufri una buena reprimenda por el apedreamiento, y no le import ni un comino. Trat de robar azcar, y recibi un golpe en los nudillos.

Tadijo, a Sid no le pegas cuando la coge.

No; pero no la atormenta a una como me atormentas t. No quitaras mano al azcar si no te estuviera mirando.

A poco se meti la ta en la cocina, y Sid, glorioso de su inmunidad, alarg la mano hacia el azucarero, lo cual era alarde afrentoso para Tom, a duras penas soportable. Pero a Sid se le escurrieron los dedos y el azucarero cay y se hizo pedazos. Tom se qued en suspenso, en un rapto de alegra; tan enajenado, que pudo contener la lengua y guardar silencio. Pensaba que no dira palabra, ni siquiera cuando entrase su ta, sino que seguira sentado y quedo hasta que ella preguntase quin haba hecho el estropicio; entonces se lo dira, y no habra cosa ms gustosa en el mundo que ver al modelo atrapado. Tan entusiasmado estaba que apenas se pudo contener cuando volvi la anciana y se detuvo ante las ruinas lanzando relmpagos de clera por encima de los lentes. Ahora se arma! pens Tom. Y en el mismo instante estaba despatarrado en el suelo. La recia mano vengativa estaba levantada en el aire para repetir el golpe, cuando Tom grit:

Quieta! Por qu me zurra? Sid es el que lo ha roto!

Ta Polly se detuvo perpleja, y Tom esperaba una reparadora compasin. Pero cuando ella recobr la palabra, se limit a decir:

Vaya! No te habr venido de ms una tunda, se me figura. De seguro que habrs estado haciendo alguna otra trastada mientras yo no estaba aqu.

Despus le remordi la conciencia, y ansiaba decir algo tierno y carioso; pero pens que esto se interpretara como una confesin de haber obrado mal y la disciplina no se lo permiti; prosigui, pues, sus quehaceres con un peso sobre el corazn. Tom, sombro y enfurruado, se agazap en un rincn, y exager, agravndolas, sus cuitas. Bien saba que su ta estaba, en espritu, de rodillas ante l, y eso le proporcionaba una triste alegra. No quera arriar la bandera ni darse por enterado de las seales del enemigo. Bien saba que una mirada ansiosa se posaba sobre l de cuando en cuando, a travs de lgrimas contenidas; pero se negaba a reconocerlo. Se imaginaba a s mismo postrado y moribundo y a su ta inclinada sobre l, mendigando una palabra de perdn; pero volva la cara a la pared, y mora sin que la palabra llegase a salir de sus labios. Qu pensara entonces su ta? Y se figuraba trado a casa desde el ro, ahogado, con los rizos empapados, las manos flccidas y su msero corazn en reposo. Cmo se arrojara sobre l, y llorara a mares, y pedira a Dios que le devolviese su chico, jurando que nunca volvera a tratarle mal! Pero l permanecera plido y fro, sin dar seal de vida...; pobre mrtir cuyas penas haban ya acabado para siempre! De tal manera excitaba su enternecimiento con lo pattico de esos ensueos, que tena que estar tragando saliva, a punto de atosigarse; y sus ojos enturbiados nadaban en agua, la cual se derramaba al parpadear y se deslizaba y caa a gotas por la punta de la nariz. Y tal voluptuosidad experimentaba al mirar y acariciar as sus penas, que no poda tolerar la intromisin de cualquier alegra terrena o de cualquier inoportuno deleite; era cosa tan sagrada que no admita contactos profanos; y por eso, cuando su prima Mary entr dando saltos de contenta, encantada de verse otra vez en casa despus de una eterna ausencia de una semana en el campo, Tom se levant y, sumido en brumas y tinieblas, sali por una puerta cuando ella entr por la otra trayendo consigo la luz y la alegra. Vagabunde lejos de los sitios frecuentados por los rapaces y busc parajes desolados, en armona con su espritu. Una larga almada de troncos, en la orilla del ro, le atrajo; y sentndose en el horde, sobre el agua, contempl la vasta y desolada extensin de la corriente. Hubiera deseado morir ahogado; pero de pronto, y sin darse cuenta, y sin tener que pasar por el desagradable y rutinario programa ideado para estos casos por la Naturaleza. Despus se acord de su flor. La sac, estrujada y lacia, y su vista acrecent en alto grado su melanclica felicidad. Se pregunt si ella se compadecera si lo supiera. Llorara? Querra poder echarle los brazos al cuello y consolarlo? O le volvera framente la espalda, como todo el resto de la humanidad? Esta visin le caus tales agonas de delicioso sufrimiento, que la reprodujo una y otra vez en su magn y la volva a imaginar con nuevos y variados aspectos, hasta dejarla gastada y pelada por el uso. Al fin se levant dando un suspiro, y parti entre las sombras. Seran las nueve y media o las diez cuando vino a dar a la calle ya desierta, donde viva la amada desconocida. Se detuvo un momento: ningn ruido lleg a sus odos; una buja proyectaba un mortecino resplandor sobre la cortina de una ventana del piso alto. Estaba ella all? Trep por la valla, march con cauteloso paso, por entre las plantas, hasta llegar bajo la ventana; mir hacia arriba largo rato, emocionado; despus se ech en el suelo, tendindose de espaldas, con las manos cruzadas sobre el pecho y en ellas la pobre flor marchita. Y as quisiera morir..., abandonado de todos, sin cobijo sobre su cabeza, sin una mano querida que enjugase el sudor de su frente, sin una cara amiga que se inclinase sobre l, compasiva, en el trance final. Y as lo vera ella cuando se asomase a mirar la alegra de la maana..., y, ay! dejara caer una lgrima sobre el pobre cuerpo inmvil, lanzara un suspiro al ver una vida juvenil tan intempestivamente tronchada?

La ventana se abri; la voz spera de una criada profan el augusto silencio, y un diluvio de agua dej empapados los restos del mrtir tendido en tierra.

El hroe, medio ahogado, se irgui de un salto, resoplando; se oy el zumbido de una piedra en el aire, entremezclado con el murmullo de una imprecacin; despus, como un estrpito de cristales rotos; y una diminuta forma fugitiva salt por encima de la valla y se alej, disparada, en las tinieblas.

Poco despus, cuando Tom, desnudo para acostarse examinaba sus ropas remojadas, a la luz de un cabo de vela, Sid se despert; pero si es que tuvo alguna idea de hacer alusiones personales, lo pens mejor y se estuvo quedo..., pues en los ojos de Tom haba un brillo amenazador. Tom se meti en la cama sin aadir a sus enojos el de rezar, y Sid apunt en su memoria esta omisin.

CAPTULO IV

E1 sol se levant sobre un mundo tranquilo y lanz sus esplendores, como una bendicin, sobre el pueblecito apacible. Acabado el desayuno, ta Polly reuni a la familia para las prcticas religiosas, las cuales empezaron por una plegaria construida, desde el cimiento hasta arriba, con slidas hiladas de citas bblicas, trabadas con un dbil mortero de originalidad; y desde su cspide, como desde un Sina, recit un adusto captulo de la ley mosaica.

Tom se apret los calzones, por as decirlo, y se puso a trabajar para aprenderse sus versculos. Sid se los saba ya desde das antes. Tom reconcentr todas sus energas para grabar en su memoria cinco nada ms, y escogi un trozo del Sermn de la Montaa porque no pudo encontrar otros versculos que fueran tan cortos.

Al cabo de media hora tena una idea vaga y general de la leccin, pero nada ms, porque su mente estaba revoloteando por todas las esferas del pensamiento humano y sus manos ocupadas en absorbentes y recreativas tareas. Mary le cogi el libro para tomarle la leccin, y l trat de hacer camino entre la niebla.

Bienaventurados los .... los...

Pobres...

S, pobres; bienaventurados los pobres de..., de...

Espritu...

De espritu; bienaventurados los pobres de espritu, porque ellos .... ellos...

De ellos...

Porque de ellos... Bienaventurados los pobres de espritu porque de ellos..., ser el reino de los cielos. Bienaventurados los que lloran, porque ellos .... porque ellos...

Re...

Porque ellos re...

Reci...

Porque ellos reci... No s lo que sigue!

Recibirn...

Ah! Porque ellos recibirn..., recibirn.... los que lloran. Bienaventurados los que recibirn, porque ellos... llorarn, porque recibirn... Qu recibirn? Por qu no me lo dices, Mary? Por qu eres tan tacaa?

Ay, Tom, simple! No creas que es por hacerte rabiar. No soy capaz. Tienes que volver a estudiarlo. No te apures, Tom: ya vers cmo lo aprendes; y si te lo sabes, te voy a dar una cosa preciosa. Anda!, a ver si eres bueno.

Bien; pues dime lo que me vas a dar, Mary. Dime lo que es!

Eso no importa, Tom. Ya sabes que cuando prometo algo es verdad.

Te creo, Mary. Voy a darle otra mano.

Y se la dio; y bajo la doble presin de la curiosidad y de la prometida ganancia, lo hizo con tal nimo que tuvo un xito deslumbrador. Mary le dio una flamante navaja Barlow que vala doce centavos y medio; y las convulsiones de deleite que corrieron por su organismo lo conmovieron hasta los cimientos. Verdad es que la navaja era incapaz de cortar cosa alguna; pero era una Barlow de las de verdad, y en eso haba imponderable grandiosidad... aunque de dnde sacaran la idea los muchachos del Oeste de que tal arma pudiera llegar a ser falsificada con menoscabo para ella, es un grave misterio y quiz lo ser siempre. Tom logr hacer algunos cortes en el aparador, y se preparaba a empezar con la mesa de escribir, cuando le llamaron para vestirse y asistir a la escuela dominical.

Mary le dio una jofaina de estao y un trozo de jabn, y l sali fuera de la puerta y puso la jofaina en un banquillo que all haba; despus moj el jabn en el agua y lo coloc sobre el banco; se remang los brazos, verti suavemente el agua en el suelo, y en seguida entr en la cocina y empez a restregarse vigorosamente con la toalla que estaba tras de la puerta. Pero Mary se la quit y le dijo:

No te da vergenza, Tom? No seas tan malo. No tengas miedo al agua.

Tom se qued un tanto desconcertado. Llenaron de nuevo la jofaina, y esta vez Tom se inclin sobre ella, sin acabar de decidirse; reuniendo nimos, hizo una profunda aspiracin, y empez. Cuando entr a poco en la cocina, con los ojos cerrados, buscando a tientas la toalla, un honroso testimonio de agua y burbujas de jabn le corra por la cara y goteaba en el suelo. Pero cuando sali la luz de entre la toalla an no estaba aceptable, pues el territorio limpio terminaba de pronto en la barbilla y las mandbulas, como un antifaz y ms all de esa lnea haba una oscura extensin de terreno de secano que corra hacia abajo por el frente y hacia atrs, dando la vuelta al pescuezo. Mary le cogi por su cuenta, y cuando acab con l era un hombre nuevo y un semejante, sin distincin de color, y el pelo empapado estaba cuidadosamente cepillado, y sus cortos rizos ordenados para producir un general efecto simtrico y coquetn (a solas, se alisaba los rizos con gran dificultad y trabajo, y se dejaba el pelo pegado a la cabeza, porque tena los rizos por cosa afeminada y los suyos le amargaban la existencia). Mary sac despus un traje que Tom slo se haba puesto los domingos, durante dos aos. Le llamaban el otro traje, y por ello podemos deducir lo sucinto de su guardarropa. La muchacha le dio un repaso despus que l se hubo vestido; le aboton la chaqueta hasta la barbilla, le volvi el ancho cuello de la camisa sobre los hombros, le coron la cabeza, despus de cepillarlo, con un sombrero de paja moteado. Pareca, despus, mejorado y atrozmente incmodo; y no lo estaba menos de lo que pareca, pues haba en el traje completo y en la limpieza una sujecin y entorpecimiento que le atormentaban. Tena la esperanza de que Mary no se acordara de los zapatos, pero result fallida; se los unt concienzudamente con una capa de sebo, segn era el uso, y se los present. Tom perdi la paciencia, y protest; de que siempre le obligaban a hacer lo que no quera. Pero Mary le dijo, persuasiva:

Anda, Tom; s un buen chico.

Y Tom se los puso, gruendo. Mary se arregl en seguida, y los tres nios marcharon a la escuela dominical, lugar que Tom aborreca con toda su alma; pero a Sid y a Mary les gustaba.

Las horas de esa escuela eran de nueve a diez y media, y despus segua el oficio religioso. Dos de los nios se quedaban siempre, voluntariamente, al sermn, y el otro siempre se quedaba tambin..., por razonees ms contundentes. Los asientos, sin tapizar y altos de respaldo, de la iglesia podran acomodar unas trescientas personas; el edificio era pequeo e insignificante, con una especie de cucurucho de tablas puesto por montera, a guisa de campanario. Al llegar a la puerta, Tom se ech un paso atrs y abord a un compinche tambin endomingado.

Oye, Bill, tienes un vale amarillo?

S.

Qu quieres por l?

Qu me das?

Un cacho de regaliz y un anzuelo.

Ensalos.

Tom los present. Eran aceptables, y las pertenencias cambiaron de mano. Despus hizo el cambalache de un par de canicas por tres vales rojos, y de otras cosillas por dos azules. Sali al encuentro de otros muchachos, segn iban llegando, y durante un cuarto de hora sigui comprando vales de diversos colores. Entr en la iglesia, al fin, con un enjambre de chicos y chicas, limpios y ruidosos; se fue a su silla e inici una ria con el primer muchacho que encontr a mano. El maestro, hombre grave, ya entrado en aos, intervino; despus volvi la espalda un momento, y Tom tir del pelo al rapaz que tena delante, y ya estaba absorto en la lectura de su libro cuando la vctima mir hacia atrs; pinch a un tercero con un alfiler, para orle chillar, y se llev nueva reprimenda del maestro. Durante todas las clases Tom era siempre el mismo: inquieto, ruidoso y pendenciero. Cuando lleg el momento de dar las lecciones ninguno se la saba bien y haba que irles apuntando durante todo el trayecto. Sin embargo, fueron saliendo trabajosamente del paso, y a cada uno se le recompensaba con vales azules, en los que estaban impresos pasajes de las Escrituras. Cada vale azul era el precio de recitar dos versculos; diez vales azules equivalan a uno rojo, y podan cambiarse por uno de stos; diez rojos equivalan a uno amarillo, y por diez vales amarillos el superintendente regalaba una Biblia, modestamente encuadernada (vala cuarenta centavos en aquellos tiempos felices), al alumno. Cuntos de mis lectores hubieran tenido laboriosidad y constancia para aprenderse de memoria dos mil versculos, ni aun por una Biblia de las ilustradas por Dor? Y sin embargo Mara haba ganado dos de esa manera: fue la paciente labor de dos aos; y un muchacho de estirpe germnica haba conquistado cuatro o cinco. Una vez recit tres mil versculos sin detenerse; pero sus facultades mentales no pudieron soportar tal esfuerzo y se convirti en un idiota, o poco menos, desde aquel da: dolorosa prdida para la escuela, pues en las ocasiones solemnes, y delante de compaa, el superintendente sacaba siempre a aquel chico y (como deca Tom) le abra la espita. Slo los alumnos mayorcitos llegaban a conservar los vales y a persistir en la tediosa labor bastante tiempo para lograr una Biblia; y por eso la entrega de uno de estos premios era un raro y notable acontecimiento. El alumno premiado era un personaje tan glorioso y conspicuo por aquel da, que en el acto se encenda en el pecho de cada escolar una ardiente emulacin, que sola durar un par de semanas. Es posible que el estmago mental de Tom nunca hubiera sentido verdadera hambre de uno de esos premios, pero no hay duda de que de mucho tiempo atrs haba anhelado con toda su alma el clat que traa consigo.

Al llegar el momento preciso el superintendente se coloc en pie frente al plpito, teniendo en la mano un libro de himnos cerrado y el dedo ndice inserto entre sus hojas, y reclam silencio. Cuando un superintendente de escuela dominical pronuncia su acostumbrado discursito, un libro de himnos en la mano es tan necesario como el inevitable papel de msica en la de un cantor que avanza hasta las candilejas para ejecutar un solo, aunque el porqu sea un misterio, puesto que ni el libro ni el papel son nunca consultados por el paciente. Este superintendente era un ser enjuto, de unos treinta y cinco aos, con una sotabarba de estopa y pelo corto del mismo color; llevaba un cuello almidonado y tieso, cuyo borde le llegaba hasta las orejas y cuyas agudas puntas se curvaban hacia adelante a la altura de las comisuras de los labios; una tapia que le obligaba a mirar fijamente a proa y a dar la vuelta a todo el cuerpo cuando era necesaria una mirada lateral. Tena la barbilla apuntalada por un amplio lazo de corbata de las dimensiones de un billete de banco, y con flecos en los bordes, y las punteras de las botas dobladas hacia arriba, a la moda del da, como patines de trineo: resultado que conseguan los jvenes elegantes, con gran paciencia y trabajo, sentndose con las puntas de los pies apoyados contra la pared y permaneciendo as horas y horas. Mister Walters tena un aire de ardoroso inters y era sincero y cordial en el fondo, y consideraba las cosas y los lugares religiosos con tal reverencia y tan aparte de los afanes mundanos que, sin que se diera cuenta de ello, la voz que usaba en la escuela dominical haba adquirido una entonacin peculiar, que desapareca por completo en los das de entre semana. Empez de esta manera:

Ahora, nios os vais a estar sentados, todo lo derechitos y quietos que podis, y me vais a escuchar con toda atencin por dos minutos. As, as me gusta! As es como los buenos nios y las nias tienen que estar. Estoy viendo a una pequea que mira por la ventana: me temo que se figura que yo ando por ah fuera, acaso en la copa de uno de los rboles, echando un discurso a los pajaritos. (Risitas de aprobacin.) Necesito deciros el gozo que me causa ver tantas caritas alegres y limpias reunidas en un lugar como ste, aprendiendo a hacer buenas obras y a ser buenos...

Y sigui por la senda adelante. No hay para qu relatar el resto de la oracin. Era de un modelo que no cambia, y por eso nos es familiar a todos.

El ltimo tercio del discurso se malogr en parte por haberse reanudado las pendencias y otros escarceos entre algunos de los chicos ms traviesos, y por inquietudes y murmullos que se extendan cada vez ms llegando su oleaje hasta las bases de aisladas a inconmovible rocas, como Sid y Mary. Pero todo ruido ces de repente al extinguirse la voz de mister Walters, y el trmino del discurso fue recibido con una silenciosa explosin de gratitud.

Buena parte de los cuchicheos haba sido originada por un acontecimiento ms o menos raro: la entrada de visitantes. Eran stos el abogado Thatcher, acompaado por un anciano decrpito, un gallardo y personudo caballero de pelo gris, entrado en aos, y una seora solemne, que era, sin duda, la esposa de aqul. La seora llevaba una nia de la mano. Tom haba estado intranquilo y lleno de angustias y aflicciones, y aun de remordimientos; no poda cruzar su mirada con la de Amy Lawrence ni soportar las que sta le diriga. Pero cuando vio a la nia recin llegada el alma se le inund de dicha. Un instante despus estaba presumiendo a toda mquina: puadas a los otros chicos, tirones de pelos, contorsiones con la cara, en una palabra: empleando todas las artes de seduccin que pudieran fascinar a la nia y conseguir su aplauso. Su loca alegra no tena ms que una mcula: el recuerdo de su humillacin en el jardn del ser anglico, y ese recuerdo, escrito en la arena, iba siendo barrido rpidamente por las oleadas de felicidad que en aquel instante pasaban sobre l. Se dio a los visitantes el ms encumbrado asiento de honor, y tan pronto como mister Walters termin su discurso los present a la escuela. El caballero del pelo gris result ser un prodigioso personaje, nada menos que el juez del condado; sin duda el ser ms augusto en que los nios haban puesto nunca sus ojos. Y pensaban de qu sustancia estara formado, y hubieran deseado orle rugir y hasta tenan un poco de miedo de que lo hiciera. Haba venido desde Constantinopla, a doce millas de distancia, y, por consiguiente, haba viajado y haba visto mundo; aquellos mismos ojos haban contemplado la Casa de Justicia del condado, de la que se deca que tena el techo de cinc. El temeroso pasmo que inspiraban estas reflexiones se atestiguaba por el solemne silencio y por las filas de ojos abiertos en redondo. Aqul era el gran juez Thatcher, hermano del abogado de la localidad. Jeff Thatcher se adelant en seguida para mostrarse familiar con el gran hombre y excitar la envidia de la escuela. Msica celestial hubiera sido para sus odos escuchar los comentarios.

Mrale, Jim! Se va arriba con ellos. Mira, mira!, va a darle la mano. Ya se la da! Lo que daras t por ser Jeff?

Mister Walters se puso a presumir con toda suerte de bullicios y actividades oficialescas, dando rdenes, emitiendo juicios y disparando instrucciones aqu y all y hacia todas partes donde poda encontrar un blanco. El bibliotecario presumi corriendo de ac para all con brazadas de libros, y con toda la baranda y aspavientos en que se deleita la autoridadinsecto. Las seoritas instructoras presumieron inclinndose melosamente sobre escolares a los que acababan de tirar de las orejas, levantando deditos amenazadores delante de los muchachos malos y dando amorosas palmaditas a los buenos. Los caballeretes instructores presuman prodigando regainas y otras pequeas muestras de incansable celo por la disciplina, y unos y otros tenan grandes quehaceres en la librera, que los obligaban a ir y venir incesantemente y, al parecer, con gran agobio y molestia. Las nias presuman de mil distintos modos, y los chicuelos presuman con tal diligencia que los proyectiles de papel y rumor de reyertas llenaban el aire. Y cernindose sobre todo ello, el grande hombre segua sentado, irradiaba una majestuosa sonrisa judicial sobre toda la concurrencia y se calentaba al sol de su propia grandeza, pues estaba presumiendo tambin. Slo una cosa faltaba para hacer el gozo de mister Walters completo, y era la ocasin de dar el premio de la Biblia y exhibir un fenmeno. Algunos escolares tenan vales amarillos, pero ninguno tena los necesarios: ya haba l investigado entre las estrellas de mayor magnitud. Hubiera dado todo lo del mundo, en aquel momento, porque le hubieran restituido, con la mente recompuesta, aquel muchacho alemn.

Y entonces, cuando haba muerto toda esperanza, Tom Sawyer se adelant con nueve vales amarillos, nueve vales rojos y diez azules, y solicit una Biblia. Fue un rayo cayendo de un cielo despejado. Walters no esperaba una peticin semejante, de tal persona, en los prximos diez aos. Pero no haba que darle vueltas: all estaban los vales y eran moneda legal. Tom fue elevado en el acto al sitio que ocupaban el juez y los dems elegidos, y la gran noticia fue proclamada desde el estrado. Era la ms pasmosa sorpresa de la dcada; y tan honda sensacin produjo, que levant al hroe nuevo hasta la altura misma del hroe judicial. Todos los chicos estaban muertos de envidia; pero los que sufran ms agudos tormentos eran los que se daban cuenta, demasiado tarde, de que ellos mismos haban contribuido a aquella odiosa apoteosis por ceder sus vales a Tom a cambio de las riquezas que haba amontonado vendiendo permisos para enjalbegar. Sentan desprecio de s mismos por haber sido vctimas de un astuto defraudador, de una embaucadora serpiente escondida en la hierba.

El premio fue entregado aTom con toda la efusin que el superintendente, dando a la bomba, consigui hacer subir hasta la superficie en aquel momento; pero le faltaba algo del genuino surtidor espontneo, pues el pobre hombre se daba cuenta, instintivamente, de que haba all un misterio que quiz no podra resistir fcilmente la luz. Era simplemente absurdo pensar que aquel muchacho tena almacenadas en su granero dos mil gavillas de sabidura bblica, cuando una docena bastaran, sin duda, para forzar y distender su capacidad. Amy Lawrence estaba orgullosa y contenta, y trat de hacrselo ver a Tom; pero no haba modo de que la mirase. No, no adivinaba la causa; despus se turb un poco; en seguida la asalt una vaga sospecha, y se disip, y torn a surgir. Vigil atenta; una furtiva mirada fue una revelacin, y entonces se le encogi el corazn, y experiment celos y rabia, y brotaron las lgrimas, y sinti aborrecimiento por todos, y ms que por nadie, porTom.

El cual fue presentado al juez; pero tena la lengua paralizada, respiraba con dificultad y le palpitaba el corazn; en parte, por la imponente grandeza de aquel hombre, pero sobre todo, porque era el padre de ella. Hubiera querido postrarse ante l y adorarlo, si hubieran estado a oscuras. El juez le puso la mano sobre la cabeza y le dijo que era un hombrecito de provecho, y le pregunt cmo se llamaba. El chico tartamude, abri la boca, y lo ech fuera:

Tom.

No, Tom, no...; es....

Thomas.

Eso es. Ya pens yo que deba de faltar algo. Bien est. Pero algo te llamars adems de eso, y me lo vas a decir, no es verdad?

Dile a este caballero tu apellido, Thomas dijo Walters; y dile adems seor. No olvides las buenas maneras.

Thomas Sawyer, seor.

Muy bien! As hacen los chicos buenos. Buen muchacho! Un hombrecito de provecho! Dos mil versculos son muchos, muchsimos. Y nunca te arrepentirs del trabajo que te cost aprenderlos, pues el saber es lo que ms vale en el mundo; l es el que hace los grandes hombres y los hombres buenos;.t sers algn da un hombre grande y virtuoso, Thomas, y entonces mirars hacia atrs y has de decir: Todo se debo a las ventajas de la inapreciable escuela dominical, en mi niez; todo se lo debo a mis queridos profesores, que me ensearon a estudiar; todo se lo debo al buen superintendente, que me alent y se interes por m y me regal una magnfica y lujosa Biblia para m solo: todo lo debo a haber sido bien educado! Eso dirs, Thomas, y por todo el oro del mundo no daras esos dos mil versculos. No, no los daras. Y ahora querrs decirnos a esta seora y a m algo de lo que sabes? Ya s que nos lo dirs, porque a nosotros nos enorgullecen los nios estudiosos. Seguramente sabes los nombres de los doce discpulos. No quieres decirnos cmo se llamaban los dos primeros que fueron elegidos?

Tom se estaba tirando de un botn, con aire borreguil. Se ruboriz y baj los ojos: Mister Walters empez a trasudar, dicindose a s mismo: No es posible que el muchacho contestase a la menor pregunta... En qu hora se le ha ocurrido al juez examinarlo. Sin embargo, se crey obligado a intervenir, y dijo:

Contesta a este seor, Thomas. No tengas miedo.

Tom continu mudo.

Me lo va a decir a m dijo la seora. Los nombres de los primeros discpulos fueron...

David y Goliat!

Dejemos caer un velo compasivo sobre el resto de la escena.

CAPTULO V

A eso de las diez y media la campana de la iglesita empez a taer con voz cascada, y la gente fue acudiendo para el sermn matinal. Los nios de la escuela dominical se distribuyeron por toda la iglesia, sentndose junto a sus padres, para estar bajo su vigilancia. Lleg ta Polly, y Tom, Sid y Mary se sentaron a su lado. Tom fue colocado del lado de la nave para que estuviera todo lo lejos posible de la ventana abierta y de las seductoras perspectivas del campo en un da de verano. La multitud iba llenando la iglesia: el administrador de Correos, un viejecito venido a menos y que haba conocido tiempos mejores, el alcalde y su mujer pues tenan all alcalde, entre las cosas necesarias; el juez de paz. Despus entr la viuda de Douglas, guapa, elegante, cuarentona, generosa, de excelente corazn y rica, cuya casa en el monte era el nico palacio de los alrededores, y ella la persona ms hospitalaria y desprendida para dar fiestas de las que San Petersburgo se poda envanecer; el encorvado y venerable comandante Ward y su esposa; el abogado Riverson, nueva notabilidad en el pueblo. Entr despus la ms famosa belleza local, seguida de una escolta de juveniles tenorios vestidos de dril y muy peripuestos; siguieron todos los horteras del pueblo, en corporacin, pues haban estado en el vestbulo chupando los puos de sus bastones y formando un muro circular de caras bobas, sonrientes, acicaladas y admirativas, hasta que la ltima muchacha cruz bajo sus bateras; y detrs de todos, el nio modelo, Willie Mufferson, acompaando a su madre con tan exquisito cuidado como si fuera de cristal de Bohemia. Siempre llevaba a su madre a la iglesia, y era el encanto de todas las matronas. Todos los muchachos le aborrecan: a tal punto era bueno; y adems, porque a cada uno se lo haban echado en cara mil veces. La punta del blanqusimo pauelo le colgaba del bolsillo como por casualidad. Tom no tena pauelo, y consideraba a todos los chicos que lo usaban como unos cursis. Reunidos ya todos los fieles, toc una vez ms la campana para estimular a los rezagados y remolones, y se hizo un solemne silencio en toda la iglesia, slo interrumpido por las risitas contenidas y los cuchicheos del coro, all en la galera. El coro siempre se rea y cuchicheaba durante l servicio religioso. Hubo una vez un coro de iglesia que no era mal educado, pero se me ha olvidado en dnde. Ya hace de ello muchsimos aos y apenas puedo recordar nada sobre el caso, pero creo que debi de ser en el extranjero.

El pastor indic el himno que se iba a cantar, y lo ley deleitndose en ello, en un raro estilo, pero muy admirado en aquella parte del pas. La voz comenzaba en un tono medio, y se iba alzando, alzando, hasta llegar a un cierto punto; all recalcaba con recio nfasis la palabra que quedaba en la cspide, y se hunda de pronto como desde un trampoln:

He de llegar yo a los cielos pisando nardos

y rosas

Mientras otros van luchando entre mares

Borrascosas?

Se le tena por un pasmoso lector. En las fiestas de sociedad que se celebraban en la iglesia, se le peda siempre que leyese versos; y cuando estaba en la faena, las seoras levantaban las manos y las dejaban caer desmayadamente en la falda, y cerraban los ojos y sacudan las cabezas, como diciendo: Es indecible; es demasiado hermoso: demasiado hermoso para este msero mundo!

Despus del himno, el reverendo mister Sprague se troc a s mismo en un tabln de anuncios y empez a leer avisos de mtines y de reuniones y cosas diversas, de tal modo que pareca que la lista iba a estirarse hasta el da del juicio: extraordinaria costumbre que an se conserva en Amrica, hasta en las mismas ciudades, aun en esta edad de abundantes peridicos. Ocurre a menudo que cuanto menos justificada est una costumbre tradicional, ms trabajo cuesta desarraigarla.

Y despus el pastor or. Fue una plegaria de las buenas, generosa y detalladora: pidi por la iglesia y por los hijos de la iglesia; por las dems iglesias del pueblo; por el propio pueblo; por el condado, por el Estado, por los funcionarios del Estado; por los Estados Unidos; por las iglesias de los Estados Unidos; por el Congreso; por el Presidente; por los empleados del Gobierno; por los pobres navegantes, en tribulacin en el proceloso mar; por los millones de oprimidos que gimen bajo el taln de las monarquas europeas y de los dspotas orientales; por los que tienen ojos y no ven y odos y no oyen; por los idlatras en las lejanas islas del mar; y acab con una splica de que las palabras que iba a pronunciar fueran recibidas con agrado y fervor y cayeran como semilla en tierra frtil, dando abundosa cosecha de bienes. Amn.

Hubo un movimiento general, rumor de faldas, y la congregacin, que haba permanecido en pie, se sent. El muchacho cuyos hechos se relatan en este libro no sabore la plegaria: no hizo ms que soportarla, si es que lleg a tanto. Mientras dur, estuvo inquieto; llev cuenta de los detalles, inconscientemente pues no escuchaba, pero se saba el terreno de antiguo y la senda que de ordinario segua el cura por l, y cuando se injertaba en la oracin la menor aadidura, su odo la descubra y todo su ser se rebelaba con ello. Consideraba las adiciones como trampas y picardas. Hacia la mitad del rezo se pos una mosca en el respaldo del banco que estaba sentado delante del suyo, y le tortur el espritu frotndose con toda calma las patitas delanteras; abrazndose con ellas la cabeza y cepillndola con tal vigor que pareca que estaba a punto de arrancarla del cuerpo, dejando ver el tenue hilito del pescuezo; restregndose las alas con las patas de atrs y amoldndolas al cuerpo como si fueran los faldones de un chaquet pulindose y acicalndose con tanta tranquilidad como si se diese cuenta de que estaba perfectamente segura. Y as era en verdad, pues aunque Tom senta en las manos una irresistible comezn de atraparla, no se atreva: crea de todo corazn que sera instantneamente aniquilado si haca tal cosa en plena oracin. Pero al llegar la ltima frase empez a ahuecar la mano y a adelantarla con cautela, y en el mismo instante de decirse el Amn la mosca era un prisionero de guerra. La ta le vio y le oblig a soltarla.

El pastor cit el texto sobre el que iba a versar el sermn, y prosigui con montono zumbido de moscardn, a lo largo de una homila tan apelmazada que a poco muchos fieles empezaron a dar cabezadas: y sin embargo, en el sermn se trataba de infinito fuego y llamas sulfurosas y se dejaban reducidos los electos y predestinados a un grupo tan escaso que casi no vala la pena salvarlos. Tom cont las pginas del sermn; al salir de la iglesia siempre saba cuntas haban sido, pero casi nunca saba nada ms acerca del discurso. Sin embargo, esta vez hubo un momento en que lleg a interesarse de veras. El pastor traz un cuadro solemne y emocionante de la reunin de todas las almas de este mundo en el milenio, cuando el len y el cordero yaceran juntos y un nio pequeo los conducira. Pero lo pattico, lo ejemplar, la moraleja del gran espectculo pasaron inadvertidos para el rapaz: slo pens en el conspicuo papel del protagonista y en lo que se lucira a los ojos de todas las naciones; se le ilumin la faz con tal pensamiento, y se dijo a s mismo todo lo que dara por poder ser l aquel nio, si el len estaba domado.

Despus volvi a caer en abrumador sufrimiento cuando el sermn sigui su curso. Se acord de pronto de que tena un tesoro, y lo sac. Era un voluminoso insecto negro, una especie de escarabajo con formidables mandbulas: un pillizquero, segn l lo llamaba. Estaba encerrado en una caja de pistones. Lo primero que hizo el escarabajo fue cogerlo de un dedo. Sigui un instintivo papirotazo; el escarabajo cay dando tumbos en medio de la nave, y se qued panza arriba, y el dedo herido fue, no menos rpido, a la boca de su dueo. El animalito se qued all, forcejeando intilmente con las patas, incapaz de dar la vuelta. Tom no apartaba de l la mirada, con ansia de cogerlo, pero estaba a salvo, lejos de su alcance. Otras personas, aburridas del sermn, encontraron alivio en el escarabajo y tambin se quedaron mirndolo.

En aquel momento un perro de lanas, errante, lleg con aire desocupado, amodorrado con la pesadez y el calor de la cancula, fatigado de la cautividad, suspirando por un cambio de sensaciones. Descubri el escarabajo; el rabo colgante se irgui y se cimbre en el aire. Examin la presa; dio una vuelta en derredor; la olfate desde una prudente distancia; volvi a dar otra vuelta en torno; se envalenton y la oli de ms cerca; despus ense los dientes y le tir una dentellada tmida, sin dar en el blanco; le tir otra embestida, y despus otra; la cosa empez a divertirle; se tendi sobre el estmago, con el escarabajo entre las zarpas, y continu sus experimentos; empez a sentirse cansado, y despus, indiferente y distrado, comenz a dar cabezadas de sueo, y poco a poco el hocico fue bajando y toc a su enemigo, el cual lo agarr en el acto. Hubo un aullido estridente, una violenta sacudida de la cabeza del perro, y el escarabajo fue a caer un par de varas ms adelante, y aterriz como la otra vez, de espaldas. Los espectadores vecinos se agitaron con un suave regocijo interior; varias caras se ocultaron tras los abanicos y pauelos, y Tom estaba en la cspide de la felicidad. El perro pareca desconcertado, y probablemente lo estaba; pero tena adems resentimiento en el corazn y sed de venganza. Se fue, pues, al escarabajo, y de nuevo emprendi contra l un cauteloso ataque, dando saltos en su direccin desde todos los puntos del comps, cayendo con las manos a menos de una pulgada del bicho, tirndole dentelladas cada vez ms cercanas y sacudiendo la cabeza hasta que las orejas le abofeteaban. Pero se cans, una vez ms, al poco rato; trat de solazarse con una mosca, pero no hall consuelo; sigui a una hormiga, dando vueltas con la nariz pegada al suelo, y tambin de eso se cans en seguida; bostez, suspir, se olvid por completo del escarabajo... y se sent encima de l! Se oy entonces un desgarrador alarido de agona, y el perro sali disparado por la nave adelante; los aullidos se precipitaban, y el perro tambin; cruz la iglesia frente al altar, y volvi, raudo, por la otra nave; cruz frente a las puertas; sus clamores llenaban la iglesia entera; sus angustias crecan al comps de su velocidad, hasta que ya no era ms que un lanoso cometa, lanzado en su rbita con el relampagueo y la velocidad de la luz. Al fin, el enloquecido mrtir se desvi de su trayectoria y salt al regazo de su dueo; ste lo ech por la ventana, y el alarido de pena fue hacindose ms dbil por momentos y muri en la distancia.

Para entonces toda la concurrencia tena las caras enrojecidas y se atosigaba con reprimida risa, y el sermn se haba atascado, sin poder seguir adelante. Se reanud en seguida, pero avanz claudicante y a empellones, porque se haba acabado toda posibilidad de producir impresin, pues los ms graves pensamientos eran constantemente recibidos con alguna ahogada explosin de profano regocijo, a cubierto del respaldo de algn banco lejano, como si el pobre prroco hubiese dicho alguna gracia excesivamente salpimentada. Y todos sintieron como un alivio cuando el trance lleg a su fin y el cura ech la bendicin.

Tom fue a casa contentsimo, pensando que haba un cierto agrado en el servicio religioso cuando se intercalaba en l una miaja de variedad. Slo haba una nube en su dicha: se avena a que el perro jugase con el pillizquero, pero no consideraba decente y recto que se lo hubiese llevado consigo.

CAPTULO VI

La maana del lunes encontr a Tom Sawyer afligido. Las maanas de los lunes le hallaban siempre as, porque eran el comienzo de otra semana de lento sufrir en la escuela. Su primer pensamiento en esos das era lamentar que se hubiera interpuesto un da festivo, pues eso haca ms odiosa la vuelta a la esclavitud y al grillete.

Tom se qued pensando. Se le ocurri que ojal estuviese enfermo: as se quedara en casa sin ir a la escuela. Haba una vaga posibilidad. Pas revista a su organismo. No apareca enfermedad alguna, y lo examin de nuevo. Esta vez crey que poda barruntar ciertos sntomas de clico, y comenz a alentarlos con grandes esperanzas. Pero se fueron debilitando y desaparecieron a poco. Volvi a reflexionar. De pronto hizo un descubrimiento: se le mova un diente. Era una circunstancia feliz; y estaba a punto de empezar a quejarse, para dar la alarma, como l deca, cuando se le ocurri que si acuda ante el tribunal con aquel argumento su ta se lo arrancara, y eso le iba a doler. Decidi, pues, dejar el diente en reserva por entonces, y buscar por otro lado. Nada se ofreci por el momento; pero despus se acord de haber odo al mdico hablar de una cierta cosa que tuvo un paciente en cama dos o tres semanas y le puso en peligro de perder un dedo. Sac de entre las sbanas un pie, en el que tena un dedo malo, y procedi a inspeccionarlo: pero se encontr con que no conoca los sntomas de la enfermedad. Le pareci, sin embargo, que vala la pena intentarlo, y rompi a sollozar con gran energa.

Pero Sid continu dormido, sin darse cuenta.

Tom solloz con ms bro, y se le figur que empezaba a sentir dolor en el dedo enfermo.

Ningn efecto en Sid.

Tom estaba ya jadeante de tanto esfuerzo. Se tom un descanso, se provey de aire hasta inflarse, y consigui lanzar una serie de quejidos admirables.

Sid segua roncando.

Tom estaba indignado. Le sacudi, gritndole: Sid, Sid! Este mtodo dio resultado, y Tom comenz a sollozar de nuevo. Sid bostez, se desperez, despus se incorpor sobre un codo, dando un relincho, y se qued mirando fijamente a Tom. El cual sigui sollozando.

Tom! Oye, Tom! le grit Sid.

No obtuvo respuesta.

Tom! Oye! Qu te pasa? y se acerc a l, sacudindole y mirndole la cara, ansiosamente.

No, Sid, no! gimote Tom. No me toques!

Qu te pasa? Voy a llamar a la ta.

No; no importa. Ya se me pasar. No llames a nadie.

S; tengo que llamarla. No llores as, Tom, que me da miedo. Cunto tiempo hace que ests as?

Horas. Ay! No me muevas, Sid, que me matas.

Por qu no me llamaste antes? No,Tom, no! No te quejes as, que me pones la carne de gallina! Qu es lo que te pasa?

Todo te lo perdono, Sid (Quejido.) Todo lo que me has hecho. Cuando me muera...

Tom! Que no te mueres! Verdad? No, no! Acaso...

Perdono a todos, Sid. Dselo. (Quejido.) Y, Sid, le das mi falleba y mi gato tuerto a esa nia nueva que ha venido al pueblo, y le dices...

Pero Sid, asiendo de sus ropas, se haba ido. Tom estaba sufriendo ahora de veras con tan buena voluntad estaba trabajando su imaginacin, y as sus gemidos haban llegado a adquirir un tono genuino.

Sid baj volando las escaleras y grit:

Ta Polly, corra! Tom se est muriendo!

Muriendo?

S, ta...! De prisa, de prisa!

Pamplinas! No lo creo.

Pero corri escaleras arriba, sin embargo, con Sid y Mary a la zaga. Y haba palidecido adems, y le temblaban los labios. Cuando lleg al lado de la cama, dijo sin aliento:

Tom! Qu es lo que te pasa?

Ay ta, estoy ..!

Qu tienes? Qu es lo que tienes?

Ay ta, tengo el dedo del pie irritado!

La anciana se dej caer en una silla y ri un poco, llor otro poco, y despus hizo ambas cosas a un tiempo. Esto la tranquiliz, y dijo:

Tom, qu rato me has dado! Ahora, basta de esas tonteras, y a levantarse a escape.

Los gemidos cesaron y el dolor desapareci del dedo. El muchacho se qued corrido, y aadi:

Ta Polly, pareca que estaba irritado, y me haca tanto dao que no me importaba nada lo del diente.

El diente? Qu es lo que le pasa al diente?

Tengo uno que se menea y me duele una barbaridad.

Calla, calla; no empieces la murga otra vez. Abre la boca. Bueno, pues se te menea; pero por eso no te has de morir. Mary, treme un hilo de seda y un tizn encendido del fogn.

Por Dios, ta! No me lo saques, que ya no me duele! Que no me mueva de aqu si es mentira! No me lo saques, ta! Que no es que quiera quedarme en casa y no ir a la escuela.

Ah!, de veras? De modo que toda esta trapatiesta ha sido por no ir a la escuela y marcharse a pescar, eh? Tom, Tom, tanto como yo te quiero, y t tratando de matarme a disgustos con tus bribonadas!

Para entonces ya estaban prestos los instrumentos de ciruga dental. La anciana sujet el diente con un nudo corredizo y at el otro extremo del hilo a un poste de la cama. Cogi despus el tizn hecho ascua, y de pronto lo arrim a la cara de Tom casi hasta tocarle. El diente qued balancendose en el hilo, colgado del poste.

Pero todas las penas tienen sus compensaciones. Camino de la escuela, despus del desayuno, Tom caus la envidia de cuantos chicos le encontraron porque la mella le permita escupir de un modo nuevo y admirable. Fue reuniendo un cortejo de rapaces interesados en aquella habilidad, y uno de ellos, que se haba cortado un dedo y haba sido hasta aquel momento un centro de fascinante atraccin, se encontr de pronto sin un solo adherente, y desnudo de su gloria. Sinti encogrsele el corazn y dijo, con fingido desdn, que era cosa de nada escupir como Tom; pero otro chico le contest: Estn verdes!, y l se alej solitario, como un hroe olvidado.

Poco despus se encontr Tom con el paria infantil de aquellos contornos, Huckleberry Finn, hijo del borracho del pueblo. Huckleberry era cordialmente aborrecido y temido por todas las madres, porque era holgazn, y desobediente, y ordinario, y malo..., y porque los hijos de todas ellas lo admiraban tanto y se deleitaban en su velada compaa y sentan no atreverse a ser como l. Tom se pareca a todos los muchachos decentes en que envidiaba a Huckleberry su no disimulada condicin de abandonado y en que haba recibido rdenes terminantes de no jugar con l. Por eso jugaba con l en cuanto tena ocasin. Huckleberry andaba siempre vestido con los desechos de gente adulta, y su ropa pareca estar en una perenne floracin de jirones, toda llena de flecos y colgajos. El sombrero era una vasta ruina con media ala de menos; la chaqueta, cuando la tena, le llegaba cerca de los talones; un solo tirante le sujetaba los calzones, cuyo fondillo le colgaba muy abajo, como una bolsa vaca, y eran tan largos que sus bordes deshilachados se arrastraban por el barro cuando no se los remangaba. Huckleberry iba y vena segn su santa voluntad. Dorma en los quicios de las puertas en el buen tiempo, y si llova, en bocoyes vacos; no tena que ir a la escuela o a la iglesia y no reconoca amo ni seor ni tena que obedecer a nadie; poda ir a nadar o de pesca cuando le vena la gana y estarse todo el tiempo que se le antojaba; nadie le impeda andar a cachetes; poda trasnochar cuanto quera; era el primero en ir descalzo en primavera y el ltimo en ponerse zapatos en otoo; no tena que lavarse nunca ni ponerse ropa limpia; saba jurar prodigiosamente. En una palabra: todo lo que hace la vida apetecible y deleitosa lo tena aquel muchacho. As lo pensaban todos los chicos, acosados, cohibidos, decentes, de San Petersburgo. Tom salud al romntico proscrito.

Hola, Huckleberry!

Hola, t! Mira a ver si te gusta.

Qu es lo que tienes?

Un gato muerto.

Djame verlo, Huck. Mira qu tieso est! Dnde lo encontraste?

Se lo cambi a un chico.

Qu diste por l?

Un vale azul y una vejiga que me dieron en el matadero.

Y de dnde sacaste el vale azul?

Se lo cambi a Ben Rogers hace dos semanas por un bastn.

Dime: para qu sirven los gatos muertos, Huck?

Servir? Para curar verrugas.

No! Es de veras? Yo s una cosa que es mejor.

A que no? Di lo que es.

Pues agua de yesca.

Agua de yesca! No dara yo un pito por agua de yesca.

Que no? Has hecho la prueba?

Yo no. Pero Bob Tanner la hizo.

Quin te lo ha dicho?

Pues l se lo dijo a Jeff Thatcher, y Jeff se lo dijo a Johnny Baker, y Johnny a Jim Hollis, y Jim a Ren Rogers, y Ben se lo dijo a un negro, y el negro me lo dijo a m. Conque ah tienes!

Bueno, y qu hay con eso? Todos mienten. Por lo menos, todos, a no ser el negro: a se no lo conozco, pero no he conocido a un negro que no mienta. Y dime, cmo lo hizo Bob Tanner?

Pues fue y meti la mano en un tronco podrido donde haba agua de lluvia.

Por el da?

Por el da.

Con la cara vuelta al tronco?

Puede que s.

Y dijo alguna cosa?

Me parece que no. No lo s.

Ah! Vaya un modo de curar verrugas con agua de yesca! Eso no sirve para nada. Tiene uno que ir solo en medio del bosque, donde sepa que hay un tronco con agua, y al dar la media noche tumbarse de espaldas en el tronco y meter la mano dentro y decir:

Tomates, tomates, tomates y lechugas;

agua de yesca, qutame las verrugas!

y, en seguida dar once pasos deprisa, y despus dar tres vueltas, y marcharse a casa sin hablar con nadie. Porque si uno habla, se rompe el hechizo.

Bien; parece un buen remedio; pero no es como lo hizo Bob Tanner.

Ya lo creo que no. Como que es el ms plagado de verrugas del pueblo, y no tendra ni una si supiera manejar lo del agua de yesca. As me he quitado yo de las manos ms de mil. Como juego tanto con ranas, me salen siempre a montones. Algunas veces me las quito con una juda.

S, las judas son buenas. Ya lo he hecho yo.

S? Y cmo lo arreglas?

Pues se coge la juda y se parte en dos, y se saca una miaja de sangre de la verruga, se moja con ella un pedazo de la juda, y se hace un agujero en una encrucijada hacia media noche, cuando no haya luna; y despus se quema el otro pedazo. Pues oye: el pedazo que tiene la sangre se tira para juntarse al otro pedazo, y eso ayuda a la sangre a tirar de la verruga, y en seguida la arranca.

As es, Huck; es verdad. Pero si cuando lo ests enterrando dices: Abajo la juda, fuera la verruga!, es mucho mejor. As es como lo hace Joe Harper, que ha ido hasta cerca de Coonville, y casi a todas partes. Pero, dime: cmo las curas t con gatos muertos?

Pues coges el gato y vas y subes al camposanto, cerca de medianoche, donde hayan enterrado a alguno que haya sido muy malo; y al llegar la medianoche vendr un diablo a llevrselo o puede ser dos o tres; pero uno no los ve, no se hace ms que or algo, como si fuera el viento, o se les llega a or hablar; y cuando se estn llevando al enterrado les tiras con el gato y dices: Diablo, sigue al difunto; gato, sigue al diablo; verruga, sigue al gato, ya acab contigo! No queda ni una.

Parece bien. Lo has probado, Huck?

No; pero me lo dijo la ta Hopkins, la vieja.

Pues entonces verdad ser, porque dicen que es bruja.

Dicen? Si yo s que lo es! Fue la que embruj a mi padre. l mismo lo dice. Vena andando un da y vio que le estaba embrujando, as es que cogi un peasco y, si no se desva ella, all la deja. Pues aquella misma noche rod por un cobertizo, donde estaba durmiendo borracho, y se parti un brazo.

Qu cosa ms tremenda! Cmo supo que le estaba embrujando?

Mi padre lo conoce a escape. Dice que cuando le miran a uno fijo le estn embrujando, y ms si cuchichean. Porque si cuchichean es que estn diciendo el Padre nuestro al revs.

Y dime, Huck, cundo vas a probar con ese gato?

Esta noche. Apuesto a que vienen a llevarse esta noche a Hoss Williams.

Pero le enterraron el sbado. No crees que se lo llevaran el mismo sbado por la noche?

Vamos, hombre! No ves que no tienes poder hasta medianoche, y para entonces ya es domingo. Los diablos no andan mucho por ah los domingos, creo yo.

No se me haba ocurrido. As tiene que ser. Me dejas ir contigo?

Ya lo creo..., si no tienes miedo.

Miedo! Vaya una cosa... Maullars?

S, y t me contestas con otro maullido. La ltima vez me hiciste estar maullando hasta que el to Hays empez a tirarme piedras y a decir: Maldito gato! As es que cog un ladrillo y se lo met por la ventana; pero no lo digas.

No lo dir. Aquella noche no pude maullar porque mi ta me estaba acechando; pero esta vez maullar. Di, Huck, qu es eso que tienes?

Nada; una garrapata.

Dnde la has cogido?

All en el bosque.

Qu quieres por ella?

No s. No quiero cambiarla.

Bueno. Es una garrapatilla que no vale nada.

Bah! Cualquiera puede echar por el suelo una garrapata que no es suya. A m me gusta. Para m, buena es.

Hay todas las que se quiera.

Poda tener yo mil si me diera la gana.

Y por qu no las tienes? Pues porque no puedes. Esta es una garrapata muy temprana. Es la primera que he visto este ao.

Oye, Huck: te doy mi diente por ella.

Ensalo.

Tom sac un papelito y lo desdobl cuidadosamente. Huckleberry lo mir codicioso. La tentacin era muy grande. Al fin dijo:

Es de verdad?

Tom levant el labio y le ense la mella.

Bueno dijo Huckleberry, trato hecho.

Tom encerr a la garrapata en la caja de pistones que haba sido la prisin del pellizquero, y los dos muchachos se separaron, sintindose ambos ms ricos que antes.

Cuando Tom lleg a la casita aislada de madera donde estaba la escuela, entr con apresuramiento, con el aire de uno que haba llegado con diligente celo. Colg el sombrero en una percha y se precipit en su asiento con afanosa actividad. El maestro, entronizado en su gran butaca, desfondada, dormitaba arrullado por el rumor del estudio. La interrupcin lo despabil:

Thomas Sawyer!

Tom saba que cuando le llamaban por el nombre y apellido era signo de tormenta.

Servidor!

Ven aqu. Por qu llega usted tarde, como de costumbre?

Tom estaba a punto de cobijarse en una mentira, cuando vio dos largas trenzas de pelo dorado colgando por una espalda que reconoci por amorosa simpata magntica, y junto a aquel pupitre estaba el nico lugar vacante, en el lado de la escuela destinado a las nias.

Al instante dijo:

He estado hablando con Huckleberry Finn.

Al maestro se le paraliz el pulso y se qued mirndole atnito, sin pestaear. Ces el zumbido del estudio. Los discpulos se preguntaban si aquel temerario rapaz haba perdido el juicio. El maestro dijo:

Has estado... haciendo... qu?

Hablando con Huckleberry Finn.

La declaracin era terminante.

Thomas Sawyer, sta es la ms pasmosa confesin que jams o: no basta la palmeta para tal ofensa. Qutate la chaqueta.

El maestro solfe hasta que se le cans el brazo, y la provisin de varas disminuy notablemente. Despus sigui la orden:

Y ahora se va usted a sentar con las nias. Y que le sirva de escarmiento.

El jolgorio y las risas que corran por toda la escuela parecan avergonzar al muchacho; pero en realidad su rubor ms provena de su tmido culto por el dolo desconocido y del temeroso placer que le proporcionaba su buena suerte. Se sent en la punta del banco de pino y la nia se apart bruscamente de l, volviendo a otro lado la cabeza. Codazos y guios y cuchicheos llenaban la escuela; pero Tom continuaba inmvil, con los brazos apoyados en el largo pupitre que tena delante, absorto, al parecer, en su libro. Poco a poco se fue apartando de l la atencin general, y el acostumbrado zumbido de la escuela volvi a elevarse en el ambiente soporfero.

Despus el muchacho empez a dirigir furtivas miradas a la nia. Ella le vio, le hizo un hocico y le volvi el cogote por un largo rato. Cuando, cautelosamente, volvi la cara, haba un melocotn ante ella. Lo apart de un manotazo; Tom volvi a colocarlo, suavemente, en el mismo sitio; ella lo volvi a rechazar de nuevo, pero sin tanta hostilidad; Tom, pacientemente, lo puso donde estaba, y entonces ella lo dej estar. Tom garrapate en su pizarra: Tmalo. Tengo ms. La nia ech una mirada al letrero, pero sigui impasible. Entonces el muchacho empez a dibujar, en la pizarra, ocultando con la mano izquierda lo que estaba haciendo. Durante un rato, la nia no quiso darse por enterada; pero la curiosidad empez a manifestarse en ella con imperceptibles sntomas. El muchacho sigui dibujando, como si no se diese cuenta de lo que pasaba. La nia realiz un disimulado intento para ver, pero Tom hizo como que no lo adverta. Al fin ella se dio por vencida y murmur:

Djame verlo.

Tom dej ver en parte una lamentable caricatura de una casa, con un tejado escamoso y un sacacorchos de humo saliendo por la chimenea. Entonces la nia empez a interesarse en la obra, y se olvid de todo. Cuando estuvo acabada, la contempl y murmur:

Es muy bonita. Hay un hombre.

El artista erigi delante de la casa un hombre que pareca una gra. Poda muy bien haber pasado por encima del edificio; pero la nia no era demasiado crtica, el monstruo la satisfizo, y murmur:

Es un hombre muy bonito... Ahora pntame a m llegando.

Tom dibuj un reloj de arena con una luna llena encima y dos pajas por abajo, y arm los desparramados dedos con portentoso abanico. La nia dijo:

Qu bien est! Ojal supiera yo pintar!

Es muy fcil murmur Tom. Yo te ensear.

De veras? Cundo?

A medioda. Vas a tu casa a almorzar?

Si quieres, me quedar.

Muy bien, al pelo! Cmo te llamas?

Becky Thatcher. Y t? Ah, ya lo s! Thomas Sawyer.

As es como me llaman cuando me zurran. Cuando soy bueno, me llamo Tom. Llmame Tom, quieres?

S.

Tom empez a escribir algo en la pizarra, ocultndolo a la nia. Pero ella haba ya abandonado el recato. Le pidi que se la dejase ver. Tom contest:

No es nada.

S, algo es.

No, no es nada; no necesitas verlo.

S, de veras que s. Djame.

Lo vas a contar.

No. De veras y de veras y de veras que no lo cuento.

No se lo vas a decir a nadie? En toda tu vida lo has de decir?

No; a nadie se lo he de decir. Djame verlo.

Ea! No necesitas verlo.

Pues por ponerte as, lo he de ver, Tom y cogi la mano del muchacho con la suya, y hubo una pequea escaramuza. Tom finga resistir de veras, pero dejaba correrse la mano poco a poco, hasta que quedaron al descubierto estas palabras: Te amo.

Eres un malo! y le dio un fuerte manotazo, pero se puso encendida y pareci satisfecha, a pesar de todo.

Y en aquel instante preciso sinti el muchacho que un torniquete lento, implacable, le apretaba la oreja y al propio tiempo lo levantaba en alto. Y en esa guisa fue llevado a travs de la clase y depositado en su propio asiento, entre las risas y befa de toda la escuela. El maestro permaneci cernindose sobre l, amenazador, durante unos instantes trgicos, y al cabo regres a su trono, sin aadir palabra. Pero aunque a Tom le escoca la oreja, el corazn le rebosaba de gozo.

Cuando sus compaeros se calmaron, Tom hizo un honrado intento de estudiar; pero el tumulto de su cerebro no se lo permita. Ocup despus su sitio en la clase de lectura, y fue aquello un desastre; despus en la clase de geografa, convirti lagos en montaas, montaas en ros y ros en continentes, hasta rehacer el caos; despus, en la de escritura, donde fue rebajado por sus infinitas faltas y colocado el ltimo, y tuvo que entregar la medalla de peltre que haba lucido con ostentacin durante algunos meses.

CAPTULO VII

Cuanto ms ahnco pona Tom en fijar toda su atencin en el libro, ms se dispersaban sus ideas. As es que al fin, con un suspiro y un bostezo, abandon el empeo. Le pareca que la salida de medioda no iba a llegar nunca. Haba en el aire una calma chicha. No se mova una hoja. Era el ms sooliento de los das aplanadores. El murmullo adormecedor de los veinticinco escolares estudiando a la vez aletargaba el espritu como con esa virtud mgica que hay en el zumbido de las abejas. A lo lejos, bajo el sol llameante, el monte Cardiff levantaba sus verdes y suaves laderas a travs de un tembloroso velo de calina, teido de prpura por la distancia; algunos pjaros se cernan perezosamente en la altura, y no se vea otra cosa viviente fuera de unas vacas, y stas profundamente dormidas.

Tom senta enloquecedoras ansias de verse libre, o al menos de hacer algo interesante para pasar aquella hora tediosa. Se llev distradamente la mano al bolsillo y su faz se ilumin con un resplandor de gozo que era una oracin, aunque l no lo saba. La caja de pistones sali cautelosamente a la luz. Liber a la garrapata y la puso sobre el largo y liso pupitre. El insecto probablemente resplandeci tambin con una gratitud que equivala a una oracin, pero era prematura; pues cuando emprendi, agradecido, la marcha para un largo viaje, Tom le desvi para un lado con un alfiler y le hizo tomar una nueva direccin.

El amigo del alma de Tom estaba sentado a su vera, sufriendo tanto como l, y al punto se interes profunda y gustosamente en el entretenimiento. Este amigo del alma era Joe Harper. Los dos eran ua y carne seis das de la semana y enemigos en campo abierto los sbados. Joe sac un alfiler de la solapa y empez a prestar su ayuda para ejercitar a la prisionera. El deporte creca en inters por momentos. A poco Tom indic que se estaban estorbando el uno al otro, sin que ninguno pudiera sacar todo el provecho a que la garrapata se prestaba. As, pues, coloc la pizarra de Joe sobre el pupitre y traz una lnea por el medio, de arriba abajo.

Ahora dijo, mientras est en tu lado puedes azuzarla y yo no me meter con ella; pero si la dejas irse y se pasa a mi lado, tienes que dejarla en paz todo el rato que yo la tenga sin cruzar la raya.

Est bien; anda con ella... agujala.

La garrapata se le escap a Tom y cruz el ecuador. Joe la acos un rato y en seguida se le escap y cruz otra vez la raya. Este cambio de base se repiti con frecuencia. Mientras uno de los chicos hurgaba a la garrapata con absorbente inters, el otro miraba con inters no menos intenso, juntas a inclinadas las dos cabezas sobre la pizarra y con las almas ajenas a cuanto pasaba en el resto del mundo. Al fin la suerte pareci decidirse por Joe. La garrapata intentaba ste y aqul y el otro camino y estaba tan excitada y anhelosa como los propios muc