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Edición Especial Tlaloc

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DirectoraLic. Martha Beatriz

Velázquez Valdés

Consejo EditorialGuillermo Ravest Santís

Arqlogo. Gustavo

Coronel Sánchez

An. Fis. Beatriz Ramírez Meza

ColaboradoresDr. Jeffrey R. Parsons

Sandra Rozental

Arqlogo. Victor Arribalzaga

Etnólogo Ángel Ulises

Velázquez Valdés

Diseño M.A.V. Carlos A. Cortés Mtz,

L.D.G. Mónica V. Villalpando F.

AgradecimientosGeneral Luis Antonio Morales

Timoteo Hernández Valdéz

Anastasio Hernández

Dr. Jeffrey R. Parsons

Mary Parsons

En portadaFotos de archivo varios autores

y Foto principal del Dr. Jeffrey

Parsons 1962.

© Texcoco Cultural es una publicación bimestral independiente con domicilio en Primer Retorno núm. 8, C. P. 56170, San Lorenzo, Texcoco, Estado de México. Pub-licación en internet: www.texcococultural.com. Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio físico o electrónico sin el permiso expreso de los autores y editor responsable. Los contenidos de los artículos y colaboraciones firmados son responsabilidad de los autores. Editor responsable M. Beatriz Velázquez Valdés. Distribución en toda la República Mexicana por Keroda en la Red de Librerías Educal, Gandhi y El Sótano. La presentación y disposición en conjunto y de cada página de Texcoco Cultural son propiedad del editor. Todos los derechos reservados 2010.

“Esta revista cuenta con apoyo otorgado por el Programa “Edmundo Valadés” de Apoyo a la Edición de Revistas Independientes 2009 del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.”

Hecho en Texcoco – Chiua pan Tezcuco

Carta del Editor

Tláloc, deidad primordial, y su monte patronímico, desde tiempos inmemoriales, han acompañado a los habitantes del Anahuac y en especial a los texcocanos. Desde su aún verde altitud deben haber sonreído cuando alguien le ayudaba a juntar nubes, truenos, humedades, para su labor de hacedor de lluvias, de renovador de la vida.Pero eso ya es historia. Sus principales colaboradores eran los campesinos, sector social en proceso de extinción, y unos contados graniceros. En esta edición, dos de éstos cuentan cómo son sus dones o poderes.En aras del supuesto progreso, se desecó el lago Texcoco; talamos la foresta (sólo cabe recordar que en las crónicas coloniales aún se hablaba de “el bosque de Chapingo”); impávidos observamos cómo la otrora vivible ciudad de México se transformó en una voraz mancha urbana que extinguió ejidos, milpas, ranchos lecheros.

Hoy Tláloc no deja de increparnos por tantas ofensas contra sus valores.Lógicamente no somos unos nostálgicos del pasado que creen poder retrotraer a voluntad la edad de oro de nuestros pueblos originarios. Sí entendemos por qué ellos, inmersos en conocimientos aún primarios de los fenómenos naturales, acudían a los mitos y a la magia cuando sobrevenía la sequía.Pero las normas de vida y de dominación que nos rigen, siguen destruyendo los bienes que nos otorgó la naturaleza. Ya en 1973 el Club de Roma nos advertía que si proseguía el actual sistema de depredación de bienes naturales y de hombres, la humanidad se encamina al colapso. Desde 1992, a la cita mundial de la Tierra le ha seguido una media docena de “cumbres” que, salvo la reciente Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra, realizada en Bolivia, todas las anteriores han significado meras aspirinas para evitar las catástrofes del calentamiento global, la deforestación, la desertificación y el envilecimiento de las tierras agrícolas, el abandono de los campesinos y la cesantía de millones de trabajadores en todo el planeta. Una gran mayoría de analistas vaticinan que las próximas guerras serán por el agua y por la apropiación de los recursos naturales.

Esta edición tiene ese contenido. Con una mirada desde nuestro pasado hasta hoy, queremos decirle a Tláloc, a Chalchiuhtlicue que aún habemos personas con un resto de humanismo y que nos importa nuestra región, nuestra nación, nuestro planeta.

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Debate sobre el monolito de Coatlinchan:¿Dios

o diosa?El género de una piedra

Como estaba el idolo antes de mis excavaciones.

Imagen tomada del libro “Exploración arqueológica del oriente del Valle de México” por Leopoldo Batres,

TLALOC? 1903

Sandra Rozental*

* Universidad de Nueva York

Por más que los habitantes de Coatlinchan supieran desde siempre la existencia de una gran piedra labrada en su territorio, este monolito fue “descubierto” –mucho antes que los estudiosos-, por aficionados a la arqueología a finales del siglo XIX.

Desde su primera aparición en una publicación científica, Anales del Museo

Nacional de 1886, donde un texto de Jesús Sánchez y un grabado hecho por José María Velasco, describen con detalle su identidad, y en particular su género, ellos han sido sujetos de debate. Muchos han asegurado que la figura nunca fue terminada, otros que la destruyeron ya sea la erosión provocada por elementos naturales o la lucha de los españoles contra la idolatría indígena durante la colonia.

Lo cierto es que la ambigüedad existe, porque la figura carece de características claramente asociadas ya sea con personajes o deidades prehispánicas masculinas o femeninas . Popularmente es conocida como “Tláloc,” en parte debido a la insistencia de uno de los estudiosos más influyentes de monumentos de la antigüedad mexicana en el siglo XIX, en parte porque así la nombraron en los medios cuando se efectuó su traslado de Coatlinchan—cerca del monte Tláloc— a la entrada del Museo Nacional de Antropología en la ciudad de México en 1964. Sin embargo, tanto al-gunos arqueólogos como habitantes de Coatlinchan aseguran que se trata de una deidad: la diosa del agua Chalchiuhtlicue.

Representación de Tláloc según José María Velasco

Esta estampa es copia fiel de la que se publicó en el tomo 34 de “Los Anales del Museo Nacional” y después en la

pag. 664 de “Méxicoa través de los Siglos”.

El dibujo de esta ilustración es mera-mente fantástico, obra del señor D.

José María Velasco profesor de dibujo del Museo Nacional y de pintura de la

Academia de Bellas Artes.

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En 1903 Leopoldo Batres los exhumó totalmente.

Así, un debate que empezó en el siglo XIX entre estudiosos de la historia prehispánica, sigue generando interpretaciones y visiones encontradas hasta hoy en día.

Para Jesús Sánchez, quién estudió el monumento en 1882, después de haber leído en un periódico el reportaje escrito por Juan W. Butler (quien se cree fue un misionero que vivía en la región de Texcoco), la figura representa claramente una mujer: ”faltando al ídolo las manos (…) nos faltan los principales elementos para la identificación, pues consideramos de importancia secundaria los detalles del traje y los adornos, que en esta diosa, lo mismo que en otros ídolos, variaban según las distintas advocaciones en que las representaban; sin embargo, el tocado peculiar de la diosa del agua que se encuentra siempre en sus simulacros, la vemos también aquí con esa semejanza al velo o calántica de algunas estatuas egípcias” (pág.30).

En México a Través de los Siglos, publicado en 1889, citando la descripción de Sánchez y la litografía de Velasco, el historiador Alfredo Chavero escribe que el monolito de Coatlinchan representa a Chalchiuhtlicue, porque la calántica que porta corresponde al tocado de la diosa que tiene una especie de tina sobre la cabeza donde captaría aguas pluviales, al igual que los dos monolitos que sostenían el templo de la Cruz en Palenque.

En 1903, Leopoldo Batres , Inspector de Monumentos de la Secretaría de Justicia e Instrucción Pública en esa época, realizó una excavación en el lugar donde se encontraba la mole para intentar identificarla por medio de la cien cia y no sólo por sus características físicas. En la publicación de su estudio, en cuyo título, ¿Tláloc?, anuncia l a importanc i a d e l a identificación de la piedra como la de idad mascul ina de l a lluvia, Batres usa dos argumentos para desmantelar las conclusiones de Chavero, de quien asegura “trastorna los sexos” (Batres tenía una rivalidad histórica con Chavero, a quién criticó por no haber realizado ningún trabajo de campo para llegar a sus

conclusiones). Primero, explica que la vestimenta que porta la figura es un maxtlatl, indumentaria descrita como únicamente masculina por cronistas como Torquemada y Sahagún, quienes afirman que las representaciones de deidades femeninas llevaban más bien enaguas. Su segundo argumento está sostenido por hallazgos arqueológicos in situ: osamentas de niños y juguetes de barro característicos de las ofrendas a Tláloc, también descritas por los cronistas como fray Diego Durán.

En el XIV Congreso de Americanistas en 1904, el acalorado debate entre Batres y Chavero acerca del género de la piedra continuó. Chavero presentó un trabajo sobre el monolito en el que afirma que

Batres está equivocado y que la figura no es Tláloc sino Chalchiuhtlicue. Empieza por explicar que no puede tratarse de Tláloc ya que carece de los elementos característicos de esta deidad descritos por los mismos cronistas citados por Batres y presentes en las representaciones de la deidad en los códices: espejuelos, orejeras redondas, grandes dientes, ojos rodeados de grandes círculos de alto relieve, y un diseño que parece bigote.

Chavero describe las particularidades del monolito de Coatlinchan: “el tocado, cuya forma tiene por base un plano horizontal sobre la cabeza,

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del cual bajan en ángulo recto dos planos verticales de igual forma y tamaño, y como veremos después este tocado es característico de cierta clase de deidades: la lengua cuadrangular con doce agujeros, cuyo objeto procuraremos explicar: la posición de los brazos, los cuales son paralelos, extienden los antebrazos hacia adelante, y presentan las palmas de las manos de una manera simétrica: y la enagua cuyo borde inferior se introduce entre las dos piernas del ídolo, a cuyo cuerpo está sujeta por un ancho cinturón, del cual cae sobre el centro de la falda una franja más ancha abajo que arriba” (p.13). Afirma que esta indumentaria no es un maxtlatl, porque la cinta que cae entre las piernas está sobre una falda o enagua que sólo portarían las mujeres. Chavero concluye que es Chalchiuhtlicue y no Tláloc,

también porque se encontraba en la llanura y no en el monte, como acostumbran situar las representaciones de Tláloc.Termina su análisis con una descripción de cómo pudo haber sido su culto: “alzado estaba sobre un altísimo momoztli, para que pudiera verse a distancia. Cuando las aguas bajaban, porque después de la estación de las lluvias habían transcurrido largo tiempo de secas, los campos estaban quemados, en la laguna se arrastraban contra el fondo las canoas, los torrentes eran solamente montones de rocas y los arroyos se miraban vacíos. Todo tenía sed: lo mismo la naturaleza que los hombres. Entonces los mexicas hacían gran fiesta a los dioses del agua y de la lluvia, con muchos sacrificios de niños. Los pueblos del valle contemplaban con ansia la sierra que desde el Iztacihuatl se extiende hasta el

Tláloc, la cual, según sus creencias, era un inmenso depósito de agua y se dirigían presurosos a la vertiente de Coatlinchan, por donde venía esa agua para alimentar el lago, regar los campos y calmar su sed... Y los pueblos iban a pedir agua a la deidad de Coatlinchan. La contemplaban angustiados... de repente de la boca de la diosa comenzaba a salir el agua. Para aquellos indios era toda aquella encerrada en la sierra, que brotaba al fin, para calmar su sed y darles vida, para regar los campos y producir cosechas, y para llenar la laguna sagrada. Y de todos los labios salía inmenso clamoreo, que retumbaba en la cuenca del valle; y todos extendían los brazos hacia la diosa; y todas las voces exclamaban con los himnos mexica: Malinalla nomactemi, açan teumilco chicauaztica motlaquechizca. Otlacatqui çenteutl, atl, yayaui cani tlaca pillachiualoya chalchimichuacan, yyao, yantala, yatanta, a yyao, ayyaue tlil yao, ayyaue, oayyaue” (p.26).

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Durante los siguientes cincuenta años, el monolito se convirtió en un sitio arqueológico visitado por curiosos y era conocido como “el ídolo de Coatlinchan” en numerosas guías de viajeros. En los años de la década de 1960, volvió a surgir el antiguo debate a raíz de una nueva aparición de la piedra en la luz pública: la decisión del arquitecto Pedro Ramírez Vázquez y del presidente López Mateos de trasladarla al nuevo Museo Nacional de Antropología que se inauguraría en Chapultepec en 1964. Miguel Covarrubias, en un libro panorámico de las civilizaciones mesoamericanas, se coloca del lado de Batres y describe a la mole como una deidad masculina, seguramente Tláloc, portando una falda corta, y lo que el autor identifica como los restos de la mascara característica del dios de la lluvia (p.147). Uno de los arqueólogos que asesoraban en la curaduría del nuevo museo, Eduardo Noguera, sin embargo, se posiciona del lado de Chavero, y asegura su clasificación como Chalchuihtlicue por su semejanza con la pieza llamada “La Diosa del Agua” que fue traslada de Teotihuacan al Museo Nacional en 1890.

En su trabajo de 1903, Batres menciona un dato que no analiza como parte de su estudio y que podría ser fundamental para la identificación de la figura. Como telón de fondo para su descripción del paisaje de la cañada donde se ubicaba el monumento, Batres explica que los “sencillos campesinos” de Coatlinchan le decían la Piedra de los Tecomates, la Zocaca, o la Esquila, todos términos femeninos. Un año más tarde, Chavero le da mucha más importancia al dato etnográfico al explicar que “los indios por diosa del agua tenían al ídolo,” pero tampoco usa esta información como prueba clave en su argumentación. Hoy en día, los habitantes de Coatlinchan, quienes conocen los debates académicos acerca de la identidad del monolito y quizás hasta toman partido en el asunto, siguen refiriéndose a la mole como “la Piedra de los Tecomates” o solamente “La Piedra”, y suelen utilizar pronombres femeninos cuando se refieren a la figura.

En el 2007, al inaugurarse en la plazuela principal del pueblo una réplica a escala, el Grupo Cultural Coatl-I-Chan generó varios folletos acerca de la identidad del monolito. Uno de estos folletos hace una crítica feroz a los estudiosos que vinieron al pueblo para llevarse al supuesto Tláloc en 1964: “Lo asombroso es que no hayan notado el error los antropólogos y arqueólogos que desfilaron frente a ella, nadie se preocupó por aclarar su verdadera identidad, sólo los pobladores de Coatlinchan repetían una y otra vez ´…¡No es Dios, es Diosa, nuestra piedra de los Tecomates!´” En un folleto más re-ciente, publicado por un miembro de otra asociación local, el Calpulli Macoyolotzin, el autor escribe que se trata en reali-

Foto Leopoldo Batres 1903. Tomada de: Archivo del Gobierno del Estado de México

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Bibliografía:

Batres, Leopoldo. 1903. ¿Tláloc?, Secretaría de Justicia e Instrucción Pública, Inspección y Conservación de

Monumentos Arqueológicos.México.

Chavero, Alfredo. 1904. El Monolito de Coatlinchan. Imprenta del Museo Nacional. México.

Covarrubias, Miguel. 1961. Arte Indígena de México y Centroamérica. Universidad Autónoma de México.

México.

Noguera, Eduardo. 1964. “El Monolito de Coatlinchan”. Anales de Antropología, Instituto de Investigaciones

Históricas, UNAM 1: 131-143. México.

Sánchez, Jesús. 1886. “Estatua Colosal de la Diosa del Agua.” Anales del Museo Nacional 2: 27-30. México.

Ortiz Sánchez, Marcelo, con la colaboración de Juan Manuel Garay Cadena, Israel Martínez, Salvador Suárez

Hernández, Guadalupe Villarreal Galicia, y S. Elías Rojas. 2008 “Coatlinchan: Su Morada de la Serpiente, Su

Morada de la Sabiduría, Lugar Donde Habita Gente Sabia”. Ed. Calpulli Macoyolotzin. México.

Programa La Esencia de Xalxiuhtlicue. 2007.“La Diosa del Agua, la Piedra de los Tecomates, la

Chalchiuhtlicue”. Ed. Grupo Cultural Coatl-I-Chan. México.

dad de la diosa del agua (cuyo nom-bre escribe con ‘x’ por ser más fiel a la pronunciación en náhuatl): “En 1886, José María Velasco pintó un monolito que se encontraba en las cercanías del pueblo pensando que era Xalxiuhtlicue (acertadamente) . En 1903, Leopoldo Batres afirmó que se trataba de Tláloc (erróneamente). Para los moradores del señorío de Coatlichan, los antiguos acolhuas, una cosa era la ‘lluvia’ y otra era el ‘agua,’ la diferencia es evidente: a Tláloc lo pintan los códices con sus atributos característicos, dos ser-

pientes torcidas entre sí formando la nariz; sus cuerpos se enroscan alrededor de sus anteojeras y las colas forman sus bigotes, y a la Xalxiuhtlicue la pintan con enaguas y de ella sale un caudal de agua que tiene piedras preciosas.” El autor del folleto explica que “ha existido una g r a n p o l é m i c a s o b r e s u identidad, la gente se pregunta si es hombre o mujer, cabe decir que no estaba definido por el género, eran simplemente una dualidad, como la noche es la dualidad del día, el frío del calor, así era

Xalxiuhtlicue y su contraparte era Tláloc. Los que escribimos estamos convencidos de su iden-tidad -Xalxiuhtlicue, la diosa del agua-, pero respetamos la idea de la gente que la llama Tláloc, aunque para la mayoría de los habitantes de Coatlinchan es y seguirá siendo la piedra de los tecomates (Tecomitl), como la nombraron los abuelos.”

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en TexcocoArqueología de Alta Montaña…Una de las disciplinas más complejas e interesantes del conocimiento humano es la arqueología. En nuestro país, particularmente, desde finales del siglo XIX y principio del siglo XX, las exploraciones arqueológicas en la región de Texcoco, Estado de México, han sido abundantes.La región de Texcoco tiene antecedentes muy antiguos: lugares con megafauna extinta (camellos, mamutes, tigres dientes de sable); restos de hombres de hace 10 mil años, y presencia de las primeras culturas mesoamericanas, hasta la época de oro con su gobernante poeta, Nezahualcóyotl.

Los rituales realizados en los cerros antes de la llegada de los europeos al

continente americano dejaron huellas materiales, entre otras, arquitectura, petrograbados, espacios para ofrendas, e incluso campamentos de quienes participaron en ellas, elementos que nos hablan del pensamiento prehispánico sobre el mundo.

La arqueología de alta montaña ha sido un tema de debate en muchos aspectos: al ser subdisciplina de la arqueología comparte praxis, teoría y metodología. La diferencia, por ejemplo, entre la arqueología subacuática y la de montaña es sólo de aplicación de técnicas, ya sea de buceo o montañismo, ambas para la exploración; sin embargo como subdisciplinas mantienen los protocolos de investigación de la arqueología.

Otra de las discusiones es sobre la pertinencia de nombrarla alta, media o baja. En México llamamos arqueología de alta montaña a la actividad que se realiza sobre los 3900 msnm1; este límite está

determinado por causas i so t é rmicas que no permiten el crecimiento del bosque a mayor altura.

La definición más común de la arqueología de alta montaña es: el estudio sistemático de los restos materiales como un reflejo de las culturas humanas en las montañas, en alturas donde los requerimientos del ser humano son sólo con intenciones rituales2.

La arqueología y la montaña en TexcocoEl registro de ascensos a las montañas mexicanas nos llega a partir de la época prehispánica, principalmente a través de los códices (véase figura 1).

Figura 1. Representación del cerro Tláloc en el Códice Borgia.

Arqlgo. Víctor Arribalzaga*

1. Metros sobre el nivel del mar.

2. Los rituales representan los conjuntos

de reglas establecidas para el culto y ceremonias religiosas.

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Los adoratorios en las cumbres de los cerros, nos indican la presencia del hombre desde la época teotihuacana3. Aproximadamente entre los años 900-950 d. C., se presentó una gran sequía en México; en ese tiempo, los toltecas constituían la potencia cultural. Ellos subieron en forma masiva a las montañas a construir adoratorios y dejar diversas ofrendas para pedir lluvia.

En 1519 Hernán Cortés envía soldados al volcán Popocatépetl (5465 msnm) a buscar azufre para la pólvora. Posteriormente, los cronistas de la época colonial, registran ceremoniales en las montañas, que para los españoles eran idolatrías.

En las crónicas del siglo XVI se menciona que los indígenas llevaban a cabo peregrinaciones a santuarios localizados en los cerros; uno de esos registros lo hizo Hernando Ruiz de Alarcón en su obra Tratado de las supersticiones y costumbres gentilicias que oy viven los indios naturales desta Nueva España. Como hemos señalado anteriormente, las fuentes históricas se refieren a hechos que, de una manera u otra, involucraban a las montañas; uno de los casos más documentados es el del monte Tláloc, y sus alrededores. A partir del censo solicitado por Felipe II en 1582, Juan Bautista Pomar elabora su obra titulada Relación de Texcoco, en la que narra la destrucción sistemática de la memoria histórica llevada a cabo por Hernán Cortés; en el relato Bautista Pomar describe los ídolos que se encontraban en la cima del monte Tláloc.

Fernando de Alva Ixtlixóchitl en Obras Históricas, menciona que Xólotl subió al monte Tláloc y pudo inspeccionar desde su cumbre los valles de México y Puebla. En la historiografía del siglo XVI, Xólotl es señalado como el primer gobernante del Posclásico que sube a la cima de dicha montaña. Juan de Torquemada (1975) menciona en Monarquía Indiana que a la llegada de Xólotl a la zona, el l íder chichimeca fue a cazar con sus gentes a Poyauhtla4, nombre por el que también en algunas fuentes se denomina al monte Tláloc.

El historiador tlaxcalteca, Diego Muñoz Camargo, en su obra Historia de Tlaxcala (1978) menciona el arribo de las tribus chichimecas que se establecieron en un lugar llamado Poyauhtitlan, territorio de Texcoco, y de acuerdo con las anotaciones de Chavero este hecho se ubica en el siglo IX, lo cual concuerda con lo dicho por Pomar (1975: 14) al afirmar que el culto a Tláloc ya estaba presente en el monte Tláloc cuando llegaron los chichimecas.

En los Anales de Cuauhtitlán (1992), se narra parte de la historia de Nezahualcóyotl (1402-1472), señor de Texcoco, en cuya niñez fue guiado por los dioses a la cima del monte Tláloc, donde hizo penitencia al dios de la lluvia, hecho definitivo en su vida para las empresas que haría en el futuro.Fray Diego Durán, en su obra Historia de las Indias de Nueva España e Islas de la Tierra Firme, que terminó en 1581, describe el templo ubicado en la cumbre, muy parecido a la estructura que se encuentra

actualmente en el sitio (véase foto 1), y nos relata la ceremonia realizada en honor del dios Tláloc.

En el final del relato de la ceremonia a Tláloc, Durán menciona que los señores de Tlacopan, Texcoco, Tenochtitlan y Xochimilco terminaban su ceremonia en el remolino de Pantitlán, que se ubicaba en el desaparecido lago de Texcoco, donde sacrificaban una niña de más o menos la misma edad del niño que había sido sacrificado en la cúspide del monte Tláloc, con la misma solemnidad y cantidad de ofrendas.

Desde el siglo XVI se tenía noticia de la existencia del monolito de Coatlinchan, por el padre Juan de Mendieta en su obra Historia eclesiástica (Noguera, 1964: 138; Heizer, 1965: 57).

El sitio arqueológico en la cima del monte Tláloc, representaba la materialización del Tlalocan, adonde subían los señores de la Triple Alianza en un ascenso ceremonial que describe fray Diego Durán, como el lugar donde se “fraguan las lluvias y las tormentas”, pero también el paraíso de Tláloc.

Este templo monumental se construyó en la época mexica, pero tenemos datos arqueológicos que nos mencionan (Felipe Solís, Richard Townsend y Alejandro Pastrana, 1989) que se localizaron materiales, pertenecientes a la época teotihuacana.

3. En el templo ubicado en la cima del monte Tláloc (4 150 msnm), en contexto

de excavación, se obtuvo cerámica correspondiente al período Tlamimilolpa

(300-450 d.C.).

4. Al parecer el nombre de Poyauhtla lo aplicaban indistintamente a varias

montañas con características similares; véase Torquemada (1975), Muñoz Camargo

(1978: 27) y Morante (1998: 149).

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Cuando Constantine Rickards (1929), vicecónsul inglés en la Ciudad de México, subió al cerro Tláloc, levantó un croquis de la mayor parte del templo y tomó fotografías de un fragmento de ídolo que se encontraba situado al centro de las ruinas del Tlalocan.

El croquis levantado por Rickards (véase croquis izquierdo de la figura 2), quizá por alguna falla técnica, presenta un desacierto en cuanto a la orientación, ya que coloca el Norte al Oeste. Años después, Charles Wicke y Fernando Horcasitas (1957) realizan un trabajo más completo con la información histórica disponible en

Figura 2. El croquis de la izquierda fue hecho por C. Rickards en 1927. El croquis de la derecha fueelaborado por R. Wicke y F. Horcasitas en 1953. En ambos, el Norte no está en la orientación correcta.

Las dimensiones del templo se acercan a las reales, como se puede ver en las figuras 3 y 4 levantados porIwaniszewski y Gómez Rueda, respectivamente. Composición de dibujos V. Arribalzaga (2004).

ese momento, y también registran el fragmento de ídolo, pero no lo pusieron bajo protección. El ídolo desapareció y hasta la fecha no se ha encontrado: robaron parte de la historia de los mexicanos.

Estos investigadores también realizaron un croquis (véase croquis derecho de la figura 2) donde se observan los elementos

que identificaron en el templo, pero cometen el mismo error de Constantine Rickards con respecto a la orientación del templo de Tláloc.

Rubén Morante (1992, 1997 y 1998) hace una comparación entre el fragmento del ídolo de Tláloc que se encontraba en la cumbre del monte Tláloc, fotografiada en 1928 por un montañista mexicano, y la

escultura de Tláloc hallada por Roberto García Moll (1968) en el cerro La Malinche en Naucalpan, Estado de México, al norte de la Sierra de las Cruces.

Jeffrey R. Parsons (1971), reitera las conclusiones de las investigaciones anteriormente referidas, pero además indaga sobre el acueducto que se abastece en los manantiales del Llano de Tula, ubicado en la ladera sur del monte Tláloc, bajando por el extremo norte de la Sierra del Quetzaltépetl hasta Tequexquinahuac.

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Fig ura 3. Plano elaborado por Stanislaw Iwa niszewsk i (1994: 163) donde la orien tación del templ o es corre cta; las dimen siones de la calzada es de 15 0.5 m de largo y 5 m de ancho ; el Tetzacualco (el

cuadrángulo) tiene 50X60 m. Dib ujo de S. Iwan iszewsk i (1994).

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Posteriormente, Stanislaw Iwaniszewski (1986, 1994 y 2004) realiza las primeras mediciones arqueoastronómicas del sitio ubicado en la cima de la montaña, así como un levantamiento topográfico que proporciona la configuración precisa del tamaño y forma del templo dedicado a Tláloc (véase figura 3).

Antes de la intervención de Iwaniszewski sólo se habían elaborado croquis parciales, como podemos observarlo en los planos de C. Rickards y C. Wicke, y de F. Horcasitas (véase figura 2), los cuales no consideraron otro tipo de enfoques como el arqueoastronómico.

Cuando suben al Tlalocan Felipe Solís, Richard Townsend, Hernando Gómez Rueda y Alejandro Pastrana (1989) también realizan un levantamiento topográfico (véase figura 4), y además un pozo de exploración donde identifican materiales del Posclásico así como un disco con mosaicos de turquesas que puede atribuirse a la cultura teotihuacana5, en el período Clásico.

Figura 5. Mientras las sociedades dependan de la agricultura, los campesinos seguirán ritualizando en las montañas. Fotografía V. Arribalzaga (2006).

Figura 3. Plano elaborado por Stanislaw Iwaniszewski (1994: 163)donde la orientación del templo es correcta; las dimensiones de la calzada es de 150.5 m de largo y

5 m de ancho; el Tetzacualco (el cuadrángulo) tiene 50X60 m. Dibujo de S. Iwaniszewski (1994).

Figura 4. Plano elaborado por Hernando Gómez Rueda (1989) a esc 1:300, 54X81 cm; archivo del autor y Colección Permanente de la sala mexica, del Museo Nacional

de Antropología. Cortesía de H. Gómez Rueda.

5. Información corroborada por comunicación personal con los arqueólogos

Felipe Solís y Alejandro Pastrana; el material extraído en las exploraciones de 1989

se encuentra actualmente en el MNA.

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En el siglo XXI se iniciaron trabajos de exploraciones sistemáticas en la sierra de Río Frío, localizando alrededor de 160 sitios con elementos arqueológicos dispersos en el Monte Tláloc, majestuosa montaña sagrada de Texcoco.

Figura 5. Mientras las sociedades dependan de la agricultura, los campesinos seguirán ritualizando en las montañas. Fotografía V. Arribalzaga (2006).

En este sentido, Stanislaw Iwaniszewski y Víctor Arribalzaga, en las diversas incursiones realizadas en el cerro Tláloc, localizaron varios sitios arqueológicos de los que no se tenían antecedentes históricos, excepto uno de ellos que era citado por fray Diego Durán (1984: 82-85).

Los sitios localizados son arqueológicos, aunque algunos presentan vestigios de rituales contemporáneos de las poblaciones rurales de los alrededores de la Ciudad de México, y que aún mantienen un vínculo con la producción agrícola. Se tenía que hacer una revisión histórica sobre la montaña dedicada al dios de la lluvia.

Desde hace varios años a la fecha, grupos de la mexicanidad suben al cerro Tláloc el 3 de mayo, o el sábado o domingo más cercanos a esa fecha, para realizar una ceremonia en el templo de Tláloc; estos grupos no tienen plena conciencia

de las dimensiones del sitio, ni es su interés conocerlo. A ese respecto, las manifestaciones materiales de los rituales en diferentes lugares del cerro, se llevan a cabo por grupos perfectamente diferenciados entre sí. El vestigio dejado por los especialistas en rituales tanto de los pueblos cercanos, como de grupos urbanos populares de la mexicanidad, y otros no conocidos,

que siguen manifestándose con un sincretismo o apropiación de los símbolos católicos y de la religión prehispánica, es totalmente identificable. En relación con esta evidencia, es necesario hacer breves comentarios sobre los grupos presentes hoy día en los sitios sagrados del cerro Tláloc.

La persistencia de la civilización

mesoamericana puede ser observada en la reproducción material y ritual de las comunidades rurales presentes, las cuales realizan sus ceremonias en las cuevas, barrancas, manantiales y ojos de agua de los cerros que circundan la Ciudad de México; lejos de que su mundo sea pasivo y estático, viven en tensión permanente, dinámica e incorporadora del ritmo cultural del

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México del siglo XXI, pero siempre guardando rasgos, elementos y conceptos de vida provenientes de su herencia prehispánica, como las limpias, la medicina herbolaria y los propios ascensos rituales a los cerros. Para ellos no importa que existan, por ejemplo, los grandes hospitales o cualquier estilo de vida característico de la modernidad, ya que de ello sólo se apropian o incorporan lo que es útil y práctico para sí y para su pueblo, dentro del proceso histórico que están viviendo y de acuerdo con su tradición cultural.El mal de ojo, el espanto, el empacho, el aire y otros tipos de enfermedades son las que ellos curan, y las enfermedades de “blancos” las cura el médico alópata.

Por otro lado, actualmente, está la presencia de los grupos urbanos populares de la mexicanidad que

obedecen a los vacíos religiosos e institucionales sobre la espiritualidad y la identidad nacional, conceptos que, de acuerdo con su discurso propagandístico,pretenden incorporar como si fuera una reminiscencia de la materia y el espíritu del hoy extinto Estado-religión precolombino.

Esto es, en los vacíos de los sistemas de ideas y reflejos condicionados por la práctica del ser social y las organizaciones o instituciones donde se instrumenta la forma de reproducción y/o transformación de la base material de la sociedad (Bate, 1998: 62-66), los grupos sociales elaboran el conjunto de ideas y valores que corresponden a las condiciones de vida e intereses de una clase social.A esa búsqueda del sentimiento de pertenencia a un grupo que llene esos vacíos, se debe la existencia del

movimiento de la mexicanidad, que si bien tiene una composición de escasamente 61 años, ha encontrado tierra fértil en las grandes ciudades donde la mayoría de sus habitantes tienen un origen rural y se convierten en parte de esa reproducción cultural de las danzas concheras, que tienen presencia desde los primeros años de la Colonia.

En este sentido, también los especialistas en rituales de los grupos sociales rurales, llamados graniceros, acuden actualmente a los sitios prehispánicos aislados u olvidados.

Los graniceros ya eran citados en “Magos y saltimbanquis” de Ángel María Garibay K. traducido por él mismo, de las notas de fray Bernardino de Sahagún en su Historia General de las Cosas de la Nueva España, donde se menciona que:

Dicen que para nacer cuatro veces desaparecía del seno de su madre, como si ya no estuviera encinta y luego se dejaba ver. Cuando había crecido y era ya mancebillo, luego se manifestaba cuál era el arte y manera de acción./Se decía conocedor del lugar de los muertos, conocedor del cielo. Sabía cuando ha de llover o si no ha de llover./Daba esfuerzo y consejo a los príncipes, a los reyes, a los plebeyos. Les declaraba, les decía: Oíd, se han enojado los dioses de la lluvia. Páguese la deuda. Hagamos preces6 instantes al Señor del Tlalocan./ [...] De modo igual alcanzaba a ejercer el oficio de brujo. Si tenía odio a un pueblo, a un rey […] así pronosticaba: Va a helar, o va a caer granizo./ […] de este modo pronosticaba el conjurador de granizo./ […] Este no tenía mujer alguna, nomás estaba en el templo, haciendo vida de penitencia se pasaba allí. Por esto se llamaba brujo, Astrólogo (Sahagún, 1999: 904-905).

Lo anterior documenta la existencia, antes de la conquista europea, de los graniceros o conjuradores del granizo dentro de las instituciones sacerdotales. La adaptación sufrida por los graniceros después de la conquista, para su sobrevivencia dentro de una civilización agresiva a sus orígenes, dio como resultado, dentro de su proceso histórico, la creación de corporaciones de graniceros que perviven en la actualidad con una serie de sincretismos y apropiaciones de la religión católica y del espiritismo (Bonfil, 1995: 239-270); esto es, con aspectos mágico-religiosos en una superestructura por desentrañar.Como parte de la antropología, no sólo se registran los trabajos arqueológicos, sino también se tiene el compromiso de documentar las manifestaciones humanas que dejan huellas materiales, así como aquellas operaciones mentales conscientes o inconscientes, parte de los hechos presentes pero que difícilmente podemos encontrar en su ausencia. Con el Proyecto Arqueológico Cerro Tláloc (PACT), hoy en la cumbre de la montaña se están restituyendo los muros del

6. Oraciones, ruegos.

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Texcoco Cultural15 6. Oraciones, ruegos.

Figura 6. Maqueta del Templo de Tláloc grabada en roca a unos 500 metros del sitio. Hallazgo realizado por recorrido sistemático en la Temporada 2007 del PACT.

Fotografía V. Arribalzaga (2009).

Figura 7. Posición de la maqueta a 500 m del Templo de Tláloc a una altura aproximada de 4 100 msnm. Fotografía V. Arribalzaga (2007).

templo más grande de Mesoamérica a mayor altura. Como se puede observar en las figuras del templo prehispánico, en total presenta poco más de 4 mil metros cuadrados; la estructura principal cuadrangular mide 60x50 metros, los muros tienen un ancho de 2.40 metros y una altura probable de 2.80 metros. Está conectado con una calzada de 150 metros de largo y un ancho de 7.20 metros. Otro de los hallazgos significativos del PACT es la maqueta en piedra del citado templo, que replica la forma en su disposición en el espacio (véanse figuras 6 y 7).

Las temporadas de trabajo arqueológico, requieren una gran logística, donde arqueólogos, estudiantes de arqueología y trabajadores manuales, conviven por espacio de un mes, en un campamento base de alta montaña a 3900 msnm.

La actividad científica es realizada con extremo cuidado para no destruir el dato que ayude a recuperar el patrimonio cultural de los mexicanos y entender el proceso social involucrado en el culto a los cerros manifiesto en este espacio sagrado para nuestros antepasados y nuestra historia. Así, la arqueología de alta montaña está presente en Texcoco, capital cultural del noreste de la cuenca de México.

*Dirección de Estudios Arqueológicos-INAH [email protected]

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FOTOGALERÍAArqlogo. Victor Arribalzaga (2008).

Imagen del Templo de Tláloc en la cima de lamontaña a 4150 msnm. La estructura cuadrangular es llamada Tetzaculaco, según el cronista del silgo XVI fray Diego Durán.Arqlogo. Victor Arribalzaga (2008).

Etnólogo Ángel Ulises Velazquéz Valdes

Etnólogo Ángel Ulises Velazquéz Valdes

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Aspecto de la calzada con nieve en el acceso

al templo de Tláloc. V. Arribalzaga (2008).

FOTOGALERÍA Etnólogo Ángel Ulises Velazquéz Valdes

Etnólogo Ángel Ulises Velazquéz Valdes

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SÓLO DIOS(Y TLÁLOC)

Testimonio de dos graniceros con Texcoco Cultural:

Martha Beatriz Velázquez Valdés

Aún sorprende que, a cinco siglos de la conquista hispana, sigan vivos algunos contados mexicanos que creen o actúan como si fuesen Tlaloques, esos celestes ayudantes de Tláloc, el dios de la lluvia. Son los graniceros, tezihutecatl, como se los nombra en lengua náhuatl. Se trata de una expresión de tradiciones prehispánicas que

posteriormente se injertaron al catolicismo (sincretismo, le llaman a esta simbiosis). Ellos no se consideran ni magos ni brujos. Pero, asistidos de dones o intuiciones especiales, son personajes importantes en el México rural cuando los campesinos claman por acabar la sequía, controlar el temporal o combatir las granizadas. Por ello siguen siendo personajes importantes. Sin embargo, no han sido lo suficientemente estudiados por antropólogos y otros especialistas en las ciencias del hombre.

De hecho, nuestros actuales graniceros son los supervivientes de aquellos ancestros indígenas, de esos primeros sabios desaparecidos que estudiaron el clima y de los primitivos macehuales que, cultivando la tierra por generaciones y miles de años, acumularon conocimientos empíricos de cómo iba a estar el temporal sólo mirando las nubes.Texcoco Cultural tuvo el privilegio de compartir muchas horas de conversación y asistir a sus ritos con una familia de graniceros.La familia Hernández Valdéz es originaria de la comunidad de Tequexquinahuac en el Municipio de Texcoco, Estado de México. Es campesina, pero su vida transcurre de manera es-pecial. Dos de sus integrantes son graniceros: los encargados, -por mandato divino, nos explican- de controlar el temporal. No les agrada que se los consideren magos, ni brujos, por eso aseguran: “El que manda es Dios, sólo él hace llover”.

A doña Marta Valdéz, madre de Timoteo Hernández, le cayó un rayo mientras estaba embarazada. Su esposo, Anastasio Hernández, cabeza de la familia, narró para Texcoco Cultural cómo fue que su hijo Timoteo se convirtió en granicero, aún

hacen llover…hacen llover…

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antes de que él y su esposa supieran si-quiera que iba a nacer.Don Anastasio comenta que percibió que algo pasaría:“Primeramente nos hicieron saber lo que nos iba a suceder. Se puso la nubería aquí arriba, se cerró del suelo al cielo cuando yo venía del monte. Creí que se iba a acabar el mundo: tronaba, tronaba y tronaba. Pensé que ya no iba a encontrar a mi familia. Pero después se quitó la nublazón, salió una lumbrada pero grande en el cerro Tecampano, que está allá”. Tres meses después, sucedió: “Tras encaminar a una visita llegué con mi mujer a casa. Ella se metió al cuarto, yo a la cocina por la cusquería de comer y tomar un pulque. Entonces se oyó el tronidazo que le pegó a ella: parecía como llovizna, pero de pura lumbre. Me salí a verla y ella ya estaba tirada. Fui a ver a los vecinos para que me acompañaran a cuidarla mientras yo iba por el granicero, porque dicen que no es bueno tocarlas luego, luego…”El que acudió en ayuda de doña Martha fue Julio Balcázar, de la co-munidad de Nativitas. Cuenta don

Anastasio que el granicero comenzó a rezar y “pidió permiso a las dei-dades que en su tradición alaban”, luego recostaron a la señora y notaron que ésta no tenía ni una sola herida. La madre de Timoteo usaba una ligera faja, cuando el granicero la revisó vio que bajo ésta tenía unas maderitas “en manojitos”, eran as-tillas de la puerta de madera que el trueno había derribado. “Le pu-sieron esas señales, ¿por qué se las pondrían?, reflexiona don Anastasio y sigue recordando: “Vamos a ver. Le sobó el vientre y dijo el granicero: -No, lo que le sucedió no es por ella, es por la criatura que v iene. Tiene cuatro meses de embarazo la señora. Es niño y está vivo. La criatura va a ser compañero mío y muy mi compañero, pero el va a ser el más bueno porque es granicero de nacimiento…”Don Anastasio cuenta que cuando su esposa volvió en sí, no reconocía nada ni a nadie y no hablaba. El granicero le advirtió: “-no le hable, a ella todavía la tienen los de arriba y no lo haga hasta que baje bien su espíritu. No se espante. Los de arriba van a trabajar por ella para que regrese su espíritu”. Don Anastasio recuerda que su esposa comenzó a hablar un mes después de haber sido impactada por el rayo.

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Texcoco Cultural20

“El Señor dice que te vas a convertir en granicero.

Sí, porque los chalanes ya me dijeron que tengo que trabajar, disolver

la nube cuando esté fuerte, fuerte…”

A temprana edad Timoteo ya tenía experiencias y sensaciones poco usuales. Comenta su padre: “se le iba la vista, cuando se ponía la nube encima de la casa él se tendía en el piso, hincadito se meneaba pa´ allá y pa´ aca. Cuando se iba la nube, ponía los ojos en blanco y luego yo le decía: come hijo. No –replicaba él-, los chalanes estaban comiendo y ya me dieron de comer allá arriba. Decía que los chaneques o chalanes -como él les llamaba en su inocen-cia-, le daban a veces calabazas, a veces chicharos, y bien barrigoncito que quedaba. Se privaba de alimen-tos a ratos porque decía que los cha-lanes subieron a darme de comer”.“Tlaloques”, “chaneques”, “chan-ates”, “niñitos”, “duendes”… Mu-chos nombres se les han dado a los seres que Timoteo, durante su niñez, llamaba chalanes. Según él “son como bolas de fuego de colores que no se pueden ver” y que entran a su casa para llamarle a disipar las nubes. Y afirma: “Cuando no quiero salir a trabajar viene la nube. Debo espantar la tempestad, se meten los traque-lazos en forma de bolas de lumbre hasta mi cuarto y salgo, entonces ya me dejan en paz”A los 14 años de edad Timoteo fue llevado a Amecameca por su padre, acompañado del granicero don Ju-lio Balcázar, para ser recibido en el pueblo de San Pedro. “Allá se es-trenó para trabajar. El señor Luis Conde y su hija Hermelinda.

Los Chaneques

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Rituales de herencia prehispánica

21

Conde, ellos son los que lo enseñaron a trabajar, bajo una nube en aquella cañada”. Más de quince graniceros estuvieron presentes durante esta ceremonia de iniciación.

El 3 de mayo está marcado en el santoral católico como el día de la Santa Cruz. Esta fecha corresponde al día náhuatl Huey Tozoztli que significa “la gran vela o vigilia” en el cual se llevan a cabo los rituales de adoración a Tláloc. Un granicero tiene como tarea organizar la festividad del día de la Santa Cruz, enflorar el sitio y tributar. En Tequexquinahuac ese día la cruz sale de casa de Timoteo. En caravana, la gente del pueblo camina hacia el paraje de Las Mercedes, que está a las orillas del pueblo, a mitad de la ruta a Coatlinchán. En este paraje, que antaño fue una hacienda, se pone la cruz de madera bajo un pirul, sobre un monolito de piedras. Se engalana con flores y ofrendas de frutas, comida, semillas, bebida y dulces que el mismo Timoteo pone, al igual que sus vecinos. El ritual es minucioso. Al llegar a Las Mercedes Timoteo limpia el sitio donde será colocada la cruz. Junto con encender el sahumador con copal y carbón, pide que las lluvias no falten, agradece el año,

Rituales de herencia prehispánica

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las cosechas y la vida. Enseguida comienza a tributar poniendo todo lo que se preparó para la ocasión. Las flores, las frutas y demás atavíos tornan multicolor la cruz. Al finalizar, la ofrenda se deja ahí para que las deidades y espíritus compartan su sabor, su aroma y esencia. Luego viene el regocijo en común: la comida consistente en tortillas, arroz, fr ijoles, chiles, mole, aguas, refrescos y pulquito. Tras la convivencia se dejan pasar aproximadamente dos horas antes de levantar la ofrenda de la cruz. Por último, Timoteo reparte, con ayuda de los comensales, lo que se ofrendó, parten la fruta, la comen entre todos y guardan sus dulces y galletas.

El granicero Timoteo Hernández con la cruz que engalanó y las ofrendas.

Para la mayoría de las festividades que se celebran en Tequexquinahuac, ya sean patronales u oficiales como el 15 de Septiembre, los delegados le piden a Timoteo realizar sus rogativas para que esos días no llueva. Él les pide, únicamente, que le lleven agua

bendita de la iglesia, palma y veladoras para pedir y, en estos casos, desviar la lluvia. Y explica Timoteo Hernández:“-Ser granicero es hacer llover o no hacer llover. Si quieren que caiga, que llueva y si me dicen no queremos que llueva, pues también. Saco mi palma, mi sahumador y empiezo a trabajar para un lado y otro para que

se vaya la nube. La Cruz la tenemos en Las Mercedes porque así me indicó mi madrina de Amecameca, la que me enseñó, la que me recibió de granicero: que la pusiera ahí, adonde cada año vamos a enflorarla y a pedir que llueva.”Los graniceros saben manejar la lluvia, el viento, la tormenta y el granizo. También saben curar los

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males que esos fenómenos provocan. Según la tradición la mayoría, como en el caso de Timoteo, adquieren su don tras haber sido alcanzados por un rayo, son “los rayados”.Don Anastasio y su hijo Timoteo aseguran que han curado a muchas personas de su pueblo y de otras comunidades como Coatlinchan, San Pablo Ixáyoc, San Dieguito, San Andrés Rivapalacio y Belem. Ellos señalan que, afortunadamente, nunca se les ha muerto nadie en sus manos. “Nos dieron el don para curar, curamos a los que se rayan, si están quemados, primero les ponemos la c lara de huevo, después bálsamo”.Timoteo debe controlar toda clase

de nubes, relámpagos, vientos o granizo, armado con sus utensilios: pa lma , agua bend i t a y un sahumador. El método para despejar los nubarrones del horizonte parece sencillo pero requiere de habilidades o capacidades especiales y únicas de las que aseguran, están revestidos los graniceros. Primero, trazar una cruz en el aire con el sahumador, después apuntar a los cuatro puntos cardinales y finalmente mover las manos como si se paseara por la nube. Reitera sus explicaciones:“-Visto la cruz, la adorno, la floreo. Mi papá y los que nos acompañan están rezando, y llueve después o algunos días después”.La cruz que Timoteo tiene en su casa es azul y está adornada con

flores. A sus alrededores están colocadas imágenes de Cristo, la Virgen de Guadalupe, la Virgen del Rayo, San Martín de Porres y San Miguel Arcángel, entre otros. Don Anastasio tiene también su propio altar, en la casa contigua a la de su hijo, con imágenes y veladoras con flores casi todo el año.Las investigadoras Johanna Broda y Beatriz Albores definen así a los graniceros: ‘’Son especialistas en rituales de origen prehispánico y forman parte de una compleja tradición heredada. Son los que cuentan y controlan el tiempo”.

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En el verano de 1962 yo trabajé como ayudante de campo en el proyecto arqueológico

“Valle de Teotihuacan,” dirigido por el Prof. William Sanders. Tenía 22 años, y fue mi segunda temporada en México. Durante la temporada de campo solíamos hacer visitas a sitios arqueológicos en los fines de semana. Un día fuimos a visitar a la Diosa de Coatlinchan –Sanders y una docena de jóvenes estudiantes. Subimos a pie desde la plaza del pueblo. Nadie conocía el camino; solamente tuvimos algunas direcciones muy vagas de un viejo libro, y unas palabras de consejo general de un campesino local. Caminamos perdidos una hora. Por fin llegamos, subiendo una barranca hacia la gran piedra esculpida que quedaba algo visible desde una distancia de unos cien metros. Acercándonos, tuvimos una vista verdaderamente impresionante e inolvidable. Saqué tres fotos.

Exclusivo para Texcoco Cultural:

Desde hace casi cincuenta años la Diosa de Coatlinchan ha marcado la entrada al Museo Nacional de Antropología en la Ciudad de México. Sin embargo, esta magnífica y gigante escultura originalmente se encontró en las lomas arriba de Coatlinchan, unos cuantos kilómetros al sureste de Texcoco y más de 30 kilómetros al oriente de su presente hogar. Se le llevó a México a la fuerza en 1964, y pocos la han visto en su lugar original.

La Diosa quedó en una posición horizontal en el fondo de la barranca, todavía encadenada a la peña gigante donde se formó hace unos mil quinientos años. Nadie sabe por qué sus creadores la dejaron así, sin liberarse. ¿Fue su intento por llevarla hasta Teotihuacan? ¿Se la olvidaron cuando la gran ciudad se perdió su posición de poder primaria en el siglo siete? Cualquiera que sea, había quedado muchos siglos allí en la barranca. Una visión a la vez magnífica y triste.

Era obvio que su largo descanso en la barranca no fue totalmente tranquilo para la Diosa: me dio mucha pena ver que se habían borrado, con pólvora o dinamita una mano entera y parte del rostro, y que se habían grabado varias letras de los nombres de visitantes incultos. Dando la vuelta desde la Diosa hacia el oeste, tuvimos una magnifica vista del Lago de Texcoco con su gran llano, y, a la distancia, los altos edificios de la Ciudad de México –aunque muchos menos en aquel tiempo que hoy en día; también, había mucho menos smog-.

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Por Jeffrey R. Parsons*

Comimos nuestros sándwiches, descansamos un rato, y después bajamos otra vez al pueblo. Pasaron las semanas, los meses, los años y las décadas. A lo largo del camino he tenido otros proyectos, otros viajes, otros encuentros, otras investigaciones, otros intereses y otras tareas.Regresé una vez más a las lomas de Coatlinchan, en 1967, pero ya se habían llevado a México la Diosa; me quedé con mis memorias y mis viejas fotos. Aunque ya han pasado muchos años, nunca he olvidado mi encuentro de joven con la Diosa de Coatlinchan en su domicilio original.

¡Ojalá que todavía viva allí!

Una colaboración que nos enorgullece

*El autor, Doctor en Ciencias y Antropólogo estadounidense, por su dilatada dedicación, estudios, su intenso y sostenido trabajo de campo que le han significado la autoría de numerosos textos esenciales, es en la actualidad una de las máximas autoridades acerca del conocimiento antropológico, cultural y arqueológico de la Cuenca de México y, en especial, de la región de Texcoco. A su apasionada labor científica le ha dedicado más de cuarenta años de su vida.

Hasta hace pocos meses atrás, acompañado de un equipo de especialistas –que incluyó a algunos mexicanos -ha seguido excavando los restos culturales que subyacen en el borde del lago Texcoco, proyecto en el que participan la Universidad de Michigan –de la que es Investigador-, la Universidad Autónoma Chapingo y la revista National Geographic. Con estos trabajos arqueológicos y etnográficos Parsons trata de indagar acerca de los orígenes del hombre primordial y sus posteriores poblamientos en la región costera del lago. Es un trabajo que le apasiona y que, relativamente, ha merecido pocos estudios. A este tema Parsons ha dedicado los últimos años: investigar cómo el lago Texcoco fue una esencial fuente de recursos de vida y económicos para sus primeros pobladores. Fruto de esos trabajos son varias monografías referidas a los pescadores y chinamperos en los lagos Chalco y Xochimilco; de los pobladores originales que explotaban las salinas en Nexquipayac; de

los pescadores de Chimalhuacán, entre otros. Sus largas y esforzadas excavaciones de décadas abarcan más de 70 kilómetros cuadrados.

Pero Parson, con la misma pasión y empeño que empleara desde 1961 en sus primeros trabajos en Teotihuacan, los volcó luego en recorrer toda la región de Texcoco. Desde Tepetlaoxtoc hasta Chimalhuacan, desde Coatepec en el llano hasta la Sierra, pasando por Chalco Amecameca, incluyendo todos los vestigios de las edificaciones prehispánicas existentes en Texcoco entre las cuales están, lógicamente, las obras hidráulicas del Tetzcotzinco, en un exhaustivo trabajo de superficie. Su adiestrado ojo de arqueólogo se enriquece con las conclusiones etnográficas de sus obras sobre nuestra región y que siguen siendo imprescindibles para estudiosos y profanos.

Texcoco Cultural se enorgullece y agradece esta gentileza del Dr. Parsons de habernos entregado esta colaboración que nos enorgullece.

Artículo publicado en Texcoco Cultural no. 4, vol.

1, Febrero 2003.

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