the phantom menace
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La Amenaza Fantasma
Por: César León Quillas (*)
El terrible problema de nuestros días radica en el enfrentamiento de dos principios totalmente
excluyentes: el Individualismo y el Colectivismo, estos a su vez, se expresan de manera muy
sutil en la peculiar forma en la que nos expresamos; muchas veces sin saberlo, marcamos
nuestra adherencia involuntaria a uno de éstos a través de dos pronombres, Yo o Nosotros
uno es la voz de la esperanza el otro tal vez sea una terrible amenaza.
Un Individualista afirma que el hombre tiene derechos inalienables que no pueden ser
suprimidos por ninguna otra persona, grupo o colectividad, estos anteceden a la creación del
Estado, por consiguiente, el hombre existe por su propio derecho y para su propio fin. El
individuo, en cuanto se asocia libremente crea los colectivos.
Un Colectivista sostiene la tesis de que el hombre no tiene derechos; que su trabajo, su cuerpo
y su personalidad pertenecen al grupo; el colectivo puede hacer de él lo que quiera, de la
manera que desee y para cualquier fin que crea conveniente para el bienestar del grupo. El
Estado tiene preponderancia con respecto al individuo. Lo que le da sentido al individuo es la
pertenencia a determinada colectividad.
El pronombre Yo, es la primera manifestación que poseo, el colectivo me hace parte de
determinado grupo. El primero me separa, me aísla; el segundo, me une a categorías que
muchas veces desconozco. El primero me da responsabilidad y el segundo me libera de ella.
Cuando Yo soy el protagonista de la sociedad, descubro y genero diversos mecanismos de
cooperación, los cuales tienden puentes entre mis semejantes y yo; millones de individuos
similares generan y descubren medios, los cuales les permiten obtener fines que a cada
momento persiguen. La recompensa que obtendré vendrá unida a la satisfacción de otra
persona a través del servicio y la ejecución de alguna destreza o conocimiento que posea y que
sirva para satisfacer su necesidad. Así, sirviendo a los demás obtengo mis medios de
subsistencia.
El Estado, entonces, tendrá que protegerme de aquellos que quieran usarme como medio.
Tendrá que asegurarme una esfera de acción tan privada que me permita desenvolverme, de la
manera más libre y creativa posible; para así poder contribuir al progreso general desde mi
particular individualidad; de este modo en la búsqueda de mi beneficio personal, termino
generando un fin social, lejano del que yo esperaba.
Mis acciones, deben estar limitadas, solamente, por la salvaguarda de no afectar la
expectativa de otro a obtener los fines que persigue; siempre y cuando, esta se ajuste al
derecho y no a la ley, dado que la ley puede ser cualquier cosa que la mayoría elija, sabemos
que el criterio de la “mayoría” no garantiza que una propuesta sea correcta, por esto, para un
individualista es un expediente práctico y lo acepta de manera resignada, porque sabe que
detrás de ese criterio, existe un sistema que no permitirá que la mayoría aplaste a la minoría.
En un sistema individualista la democracia no es igual a la libertad ya que la primera es
limitada, no absoluta. De este modo la ley se ajusta al derecho y esta no puede obligarme a
ser medio para la obtención de fines ajenos a los que yo persiga, no puede obligarme a ser
bueno o solidario, no está en su competencia, no tiene facultades para hacerlo; estas
decisiones pertenecen a mi esfera privada que no puede ser carcomida por ninguna norma
jurídica.
Así un sistema individualista salvaguarda el derecho de las personas a ser diferentes, por eso
plantea que el derecho, lejos de ser una invención de alguien en particular o de un grupo
específico, es la invención de muchos individuos que lo van generando a través de sus
relaciones sociales; y el Estado solamente debe poner por escrito lo que ya está siendo usado
y regulado por los mismos componentes de la sociedad. Aquí, cualquier cosa no puede ser Ley
ya que está limitada a los derechos inalienables del hombre. Nadie puede decirme que es “lo
mejor” para mí y mucho menos obligarme a asumir una conducta que no quiero, esa es
potestad mía.
Ahora bien, si Nosotros somos los actores de la sociedad, el Yo pasa a un segundo plano y los
protagonistas somos Nosotros; mi individualidad se pierde en el colectivo, dejo de existir y paso
a ser parte de un grupo (a veces llamado pueblo), este generalmente se forma por la ejecución
o conocimiento de alguna destreza, habilidad o competencia y a veces, por el simple hecho de
sentirse diferentes; sucede entonces, que cuando individualmente no puedo conseguir los fines
que persigo, el colectivo me ayuda a conseguirlos; y el Estado, tendrá como funciones
proteger a esas pequeñas asociaciones y ayudarlas a sobrevivir, usando a hombres como
medio para ese fin; es fácil inferir que cuando esto sucede, termino siendo parte de algún
grupo que represente mis intereses y que a la vez me permite obtenerlos. Y, el Estado, que
debe velar por la igualdad de los ciudadanos ante la ley, termina siendo el encargado de
romperla a través de normas, al crear privilegios que satisfagan a los colectivos. El derecho
entonces se ajusta a la Ley y terminamos viviendo en un Estado de la Legalidad donde
cualquier cosa que sancione la mayoría se convierte en Ley y ¿Qué sucede si no tenemos una
mayoría ilustrada o crítica? ¿Qué pasa conmigo si la mayoría quiere imponerme algo que no
deseo hacer?
Ahora, Yo soy el medio para que Nosotros podamos desarrollarnos y que entre todos
persigamos la felicidad, es decir Nosotros conocemos lo que nos conviene a todos, siempre y
en cada momento; el colectivo puede saber y conocer exactamente la mejor manera para que
Yo pueda desarrollarme, por eso también creará y diseñará los medios que use, según lo que
la mayoría crea más conveniente, bueno o correcto ; pero ¿Cómo se puede realizar esto? la
única manera de que se pueda obtener este supuesto “fin social” o “medio social” será por
medio del acuerdo de los ciudadanos vía decisiones basadas en la mayoría, así, estas aplastan
a las minorías y Yo paso a ser un engranaje de Nosotros.
Para un colectivista, el criterio de la mayoría es un sacramento que legitima las decisiones
políticas, y que en nombre de esta, convierte cualquier enunciado en norma jurídica aunque
esta contravenga cualquier presupuesto sensato, este es el principio fundamental de las
dictaduras, de las democracias totalitarias en las que se sacraliza el voto y se santifica la
decisión de la mayoría.
Poner su vida en ese sistema es riesgoso, poner la consecución de nuestros fines, el desarrollo
y creación de nuestros medios en el criterio del número es catastrófico; ya que ese
determinado medio social o fin, termina siendo lo que el gobernante, dictador o caudillo crean.
Así se destruye la Libertad, la democracia termina siendo Liberticida en un sistema colectivista
donde Nosotros somos lo importante.
El problema a enfrentar se resumirá entre dos maneras de observar al ser humano, si es el
todo o si es una parte del engranaje, si existe y es un fin en sí mismo, o si es el medio para el
fin de muchos hombres.
Es que ¿el fin justifica los medios? o ¿los medios justifican el fin? , ¿Se puede encasillar en un
solo objetivo las preferencias de incontables hombres? ¿Será sensato creer que los colectivos
le dan sentido al individuo?, ¿Por qué tengo que relegar mis expectativas y deseos al grupo si
yo soy el verdadero protagonista del Mundo?
Nuestra encrucijada, estimado lector, se encuentra entre nuestra ignorancia y nuestro antiguo
miedo a ser libres; aunque no lo creamos, necesitamos tiranos, necesitamos a quien echarle la
culpa de nuestros errores, nuestra amada libertad no es más que la que tienen los borregos en
un corral, cercada y vigilada por un pastor. Es que hay algo que los Latinoamericanos tememos
y es la anarquía, no le tememos a ser esclavos y perder la libertad, eso es parte de nuestra
cultura, preferimos que alguien ordene y disponga de las cosas como mejor le parezca, a que
todos tengamos que involucrarnos en el problema, desde Caracas hasta Buenos Aires pasando
por Bogotá y Lima los problemas son los mismos. Hablar en Plural para liberarme de culpa o
responsabilidad se ha vuelto parte de nuestro Ideario, y es que nos hemos olvidado que la
libertad trae el presupuesto de la responsabilidad atada a sus espaldas, una responsabilidad
que se relaciona con el cumplimiento de la ley pero ¿Qué Ley? Aquella que ha nacido de
principios donde no se salvaguarda al hombre sino más bien se le convierte en una ficha
intercambiable de poder y riqueza, ó aquella que lo protege precisamente de las mayorías que
con el uso de la fuerza pueden destruir todo lo que con esfuerzo ha construido.
Ser libre requiere un compromiso que nos hace responder por nuestros actos, pero la doble
moral y la confusión imperante en nuestras Américas, nos hace ser súbditos de un Rey cuando
tenemos que responder por un deber y, ciudadanos de una República moderna, cuando
tenemos que exigir un derecho. Nuestras frágiles instituciones nos hacen temblar cada 5 o 4
años cuando en vez de elegir un presidente, congresista o senador, pareciera que eligiéramos
a un monarca absoluto. Nuestra democracia nos da miedo, y es que nosotros queremos ser
súbditos y vivir a costa de los demás, no queremos ser libres, ni responsables de nuestra vida y
destino; no suponemos ni imaginamos una sociedad donde cada uno de nosotros sea culpable
de sus pocos aciertos o de sus muchos fracasos, eso no está en nuestra agenda de vida.
La tensión es grande, elija usted en que bando está; pero hay que ser valientes y decidir, no se
puede ser un poco individualista y otro poco colectivista, la batalla esta signada, y tal vez
tengamos que ser rebeldes sin piedras, porque la rebeldía no está en tirar piedras para cambiar
el mundo, sino en pensar y dar soluciones, rebeldía no es vestir de negro con poses de
anarquista, es vestir de colores con la coherencia como bandera, ser un pensador e intelectual
sin saco y sin corbata, porque detrás de la facha, también hay cerebro y pensamiento. Seamos
valientes para decir a voz en cuello lo que nuestra alma grita en silencio, porque nuestra
misión tal vez no sólo sea la de crear un universo de ficción donde todos podemos ser héroes
o villanos, tal vez la misión enviada por los dioses a nuestra generación sea la de transformar
con la palabra lo que las armas no han podido cambiar, crear los escenarios mentales para las
revoluciones interiores del ser humano, que son las que realmente cambian al mundo, tal es
nuestra misión, y así nos tocará preferir en estos tiempos, la dulzura de los laureles en vez de
la gloria de los trofeos.
(*) Economista - Universidad Nacional Mayor de San Marcos - PerúEspecialista en Finanzas – Universidad Autónoma de Occidente – Colombia Instructor de Contabilidad y Finanzas – SENA – ColombiaProfesor de Medio Tiempo – Universidad del Valle - Colombia.