textos y pretextos sobre pedrarias dávila

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154 / Muestra de cuento y poesía del grupo literario ConFICCIO171 / Muestra de cuento, poesía y ensayo de ganadores CNE 2013 172 / Luis Rocha Urtecho: Dos poemas de Luz habitada 174 / Manuel Martínez: ¡La Gloria eres tú! (novela) 176 / Pedro Alfonso Morales: Literatura infantil en Nicaragua (ensayo) 179 / Carlos Manuel Téllez: Hay una serpiente en mi boca (novela) 182 / Carlos Luna Garay: Debajo de la cama (novela)186 / CREACIÓN 186. Rosario Aguilar: «El hombre misterioso de la moto» (cuento) 189. Benjamín Monge: «El zoológico de papel de la Señora Benson» (cuento) 191. Luis Báez: «Metempsícosis literaria» (cuento) 200. Ana Zamora: «Salón Buenos Aires»

La publicación de esta revista es posible gracias al Fondo Editorial ANE-Noruega-CNE del Programa de Apoyo a la Cultura Nicaragüense, financiado por el Ministerio

de Asuntos Exteriores de Noruega.

El hilo azul agradece el patrocinio de: Nuevo Carnic, S.A.

Supermercados La Colonia

Para correspondencia editorial: Apartado Postal LM 280. Managua. [email protected]

Para suscripciones y anuncios: Cristian Briceño, ejecutivo de ventas

Presidente Junta directiva (cne)

Anastasio Lovocoordinadora Proyecto editorial

del cne: Luz Marina Acosta

Centro Nicaragüense de Escritores (505) 2267-0304 [email protected]

www.escritoresnicaragua.com

Impresión: Ediciones Internacionales (505) 2222-2902

Año IV. N.° 8. Verano 2013.ISSN 2218-0524

Sergio Ramírez (director)Ulises Juárez Polanco (editor)

Consejo editorial

Claribel Alegría • Gioconda Belli • Ernesto Cardenal •

Carlos Fonseca Grigsby • Sergio Ramírez • Luis Rocha Urtecho

ilustraciones en este número: Fotografías de Hanzel Lacayo. (Páginas 9, 31, 124, 135, 152, 157, 161, 163,

169, 172, 180, 186, 190, 198, 201, 203)

Fotografías de Jorge Mejía Peralta.

(en entrevista con Carlos Perezalonso)

Fotografías del homenaje a Juan Aburto facilitadas por Familia de Juan Aburto.

Cada autor es responsable de

sus opiniones. no se devuelven originales no soliCitados.

Año IV. N.° 8. Verano 2013.

04/ DEl DIRECtOR: Juan Aburto, descubridor del paisaje urbano de Managua.06 / ENSAYO 06 / Víctor Ruiz: Ernesto Mejía Sánchez o la poética del conjuro 19 / Ulises Huete. Sabiduría de la poesía 24 / Roberto Carlos Pérez. Textos y pre-textos sobre Pedrarias Dávila38 / ENtrEVIstA a Carlos Perezalonso: «La poesía es la vida misma». 51 / Poemas inéditos58 / HOMENAJE a Juan Aburto, el nuevo arte de contar 60 / Sergio Ramírez: Juan Aburto en seis estancias 65 / Semblanza: Juan Aburto en pocas palabras 67 / Raúl Elvir: Juan Aburto, como salido de sus propios cuentos 69 / Ana Ilce Gómez: Juan Aburto en mi memoria 71 / Carlos Perezalonso: Sí mueren los pájaros 76 / Edwin Yllescas Salinas: Fotografía donde Cachecho 78 / Roberto Cuadra: Recuerdos de Juan Aburto 80 / Luis Rocha: La mecedora 83 / Daisy Zamora: Viaje con Juan Aburto 85 / Lizandro Chávez Alfaro: Lo que se lleva y lo que nos deja Juan Aburto 87 / Jorge Eduardo Arellano: Juanillo el Aburto: mentor de una generación 90 / José Cuadra Vega: Para el anecdotario de Juan de Jesús Aburto 92 / Franklin Caldera: Juan Aburto: Man-About-Town 95 / Yolanda Blanco: Juan Aburto y la guaca 98 / Eduardo Estrada Montenegro: La magia narrativa de Juan Aburto 100 / Luis E. Duarte: Aburto y la revolución de lo cotidiano 103 / «Mi ideal», reflexiones y cartas de Juan Aburto Cuentos de Juan Aburto 109 / Mi novia de las NN.UU. 115 / Se alquilan cuartos 118 / El chechereque 120 / 12 cartas y un amorcito 123 / Sacarse todos los huesos 126 / Madre Superiora 130 / Los amantes 130 / Los espectros de Estelí 132 / Embrujo en el supermercado 134. Caperucita y la temible abuela137 / CRítICA 137 / Begoña Camacho: Barajando recuerdos: un recorrido por la vida y obra de Claribel Alegría 137 / Luis Rocha Urtecho: El sultán y su novia de Guillermo Menocal 150 / Erick Aguirre: Puntos sobre las íes de Guillermo Rothschuh V.

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supo captar y describir en sus narraciones, abriendo una brecha transformadora. Un escritor a quien los nuevos deben aprender a conocer.

Es el Juan que aparece en las páginas del dossier que traemos en este número en homenaje

suyo, visto desde diversos ángulos: el de su propia obra, con una selección de sus cuentos; una suma de opiniones de los escritores que fueron beneficiados por su incansable y agudo magisterio, y por su amistad; algunas cartas

donde él mismo reflexiona sobre su propia obra narrativa, y fotos que lo muestran en las diversas

etapas de su vida. Damos las gracias a las hijas de Juan, Alfonsina, Gilda y Eunice, por todo el apoyo que

nos han brindado para reunir documentos y materiales.

La entrevista de este número corresponde al poeta Carlos Perezalonso, ahora afincado en León, de quien traemos también una muestra de sus poemas; fue preci-samente Carlos, y el poeta Napoleón Fuentes, quienes recibieron y acompañaron a Juan en sus últimos días en la Ciudad de México, donde se produjo su muerte repentina.

Presentamos también una antología de poemas y cuentos de los integrantes del grupo ConFICCIO, uno

de los más nuevos surgidos en Nicaragua gracias a los talleres del Centro Nicaragüense de Escritores, y un manifiesto donde explican su posición frente al arte y la literatura. Así también, una muestra de los trabajos ganadores del Concurso del Centro Nicaragüense de Escritores para este año 2013, en novela, poesía y ensayo. Y cuentos y textos

críticos de escritores de diversas generaciones, así como el trabajo fotográfico del poeta Hanzel Lacayo

que ilustra este número, con los que seguimos devanando .

Juan Aburto, descubridor delpaisaje urbano de Managua

sergio ramírez

Juan Aburto (1918-1988) se presenta en el panorama de la literatura nicaragüense como una figura inolvidable que sirvió de puente

para comunicar a dos generaciones, una de ellas ya distante, la generación de Vanguardia, y la otra la de los años sesenta del siglo veinte, sobre la que él ejerció un indudable y sabio magisterio. Fue, además, un magisterio singular, ex cátedra, en su propia modesta casa de los barrios orientales de la Managua anterior al terremoto, en tertulias de mesas de cantina, en su propia oficina de atildado empleado bancario, a través de cartas, y hasta en caminatas y excursiones.

Un magisterio generoso, dispuesto siempre Juan a dar todo de sí, lo que sabía de la literatura y de las reglas de contar; sus criterios siempre rigurosos sobre la poesía; sus libros todo el tiempo a disposición de sus discípulos, que fuimos muchos; y a comunicar su experiencia de vida cerca de los poetas de Vanguardia, una relación que se dio también en mesas de cantina, que sustituían a las mesas de redacción, pues aquellos poetas, entre ellos Joaquín Pasos, cuyo centenario de nacimiento se cumple el año que entra, y Manolo Cuadra, eran también periodistas bohemios.

Cuentista ejemplar y maestro de cuentistas, Juan Aburto descubrió para la literatura nicaragüense ese incipiente paisaje urbano de Managua, una capital que aún no dejaba su aire provinciano, atrapada entre dos terremotos y una larga dictadura, y que él

DEL D

IRECTOR

Dibujo de Chilo Barahona.

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roberto Carlos Pérez

Textos y pre-textos sobre Pedrarias Dávila

Introducción

Hace apenas doce años, el 16 de junio de 2001, y entre las ruinas de León Viejo, el Instituto Nicaragüense de Cultura develó el «Monumento a la resistencia indígena». De tamaño natural, dos figuras se enlazan dramáticamente: la de

Tapaligüi, o cacique guerrero, sosteniendo en alto dieciocho calabazas, nueve en cada mano, y la de un perro de asalto. El fornido indígena mira al frente con rebel-día mientras trata de mantener el equilibrio y superar el dolor que le causan los colmillos del perro, aferrados a uno de sus talones.

Las monumentales figuras son parte de una secuencia narrativa incompleta, poco conocida en el mundo hispano, incluyendo España. Para completarla harían falta 17 indígenas más, varios perros y la estatua de Pedro Arias Dávila, el conquis-tador a quien en 1523 le fuera asignada la gobernación de Nicaragua, y que en 1528 promulgó el decreto de muerte por aperreamiento a los 18 indígenas.

Sólo quienes en Nicaragua conocen a fondo los comienzos de su propia historia colonial pueden citar el hecho, pues es un lugar común en los textos especializados. A finales del siglo XIX, el creador de la moderna historiografía nicaragüense, José Dolores Gámez (1851-1918), usó el relato tanto para ejemplificar la crueldad de Pedrarias y la actitud de los colonos: «como si se tratara de una corrida de toros, lo más escogido de la sociedad leonesa concurrió á presenciar la ejecución» (Historia de Nicaragua, Managua: Fondo de Promoción Cultural Banic, 1993, p. 109). Gámez insiste en la cantidad de muertos que sembró a su paso la administración de Pedra-rias y otro tanto hace Jorge Eduardo Arellano, el más prolífico de los historiadores nicaragüenses del siglo XX, quien menciona como fuente del primer volumen de su Historia básica de Nicaragua a Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés.

También Arellano usa el aperreamiento para apuntar la nefasta administración de Pedrarias e inmensa cantidad de muertes violentas. En su texto asoman más detalles que en otros contemporáneos y se ofrecen las razones del castigo:

Uno de los más refinados actos de crueldad lo ejecutó Pedrarias, hacia media-dos de 1528 y en la plaza de León, a raíz de la venganza de unos indios en sus propios pueblos contra seis o siete españoles —para los cuales trabajaban gratuita y forzadamente— ocasionándoles la muerte. El martes 16 de junio —narra Fernández de Oviedo y Valdés— fueron ajusticiados así: a cada uno le daban un garrote para defenderse de cinco o seis perros cachorros o «canes nuevos» y, por lo tanto, no experimentados en su oficio (Managua: Fondo Editorial CIRA, 1993, p. 50).

Y siempre citando a Oviedo, Arellano continúa narrando el fin de los dieciocho caciques en las fauces de los perros veteranos que soltaban después de haberles permitido a los cachorros que se entrenaran con los condenados a muerte. Pero al igual que la de sus predecesores nicaragüenses, la Historia de Arellano omite el hecho de que los indígenas eran antropófagos y se habían comido a los espa-ñoles —en trabajos recientes de Arellano aparece mencionada la antropofagia—, hecho este que, en oposición a los historiadores nicaragüenses de los siglos XIX y XX, Oviedo sí refiere, aunque brevemente, en su Historia general y natural de las Indias, como preámbulo a su descripción del aperreamiento del que venimos hablando:

Siguióse que el año de mill quinientos e veinte y ocho salieron de la cibdad de León el tesorero Alonso de Peralta, e un hidalgo llamado Zúñiga, e otros dos mancebos, hermanos, llamados los Baezas; y éstos e otros, hasta seis o siete, cada uno fué por su parte a visitar sus plazas e indios que los servían; pero ninguno dellos dejaron que no se los comiesen, e aun a su caballos (Madrid: Biblioteca de autores españoles, 1959. Vol. 4: p. 419).

Es Oviedo quien, paradójicamente y aunque de manera breve, hace lo que no llegan a hacer los historiadores nicaragüenses: en su texto transforma la «violen-cia» de la antropofagia en un rito religioso que tiene por fin apoderarse de la fuerza de los enemigos.

Así, podemos concluir que en el «Monumento a la resistencia indígena» están ausentes dos elementos fundamentales: el primero, la severa mirada de Pedra-rias Dávila, seguramente cernida, desde algún ángulo de la plaza, sobre el cacique que levanta las calabazas, las cuales son símbolo de los indios caídos en el aperreamiento y que fueron incorporadas a la estatua «porque son uno de los objetos de la colonia que aún perduran» (Joaquín A. Torrez, «Inaugurado monumento a Resistencia Indígena», El Nuevo Diario. 17 de junio, 2001).

El segundo elemento, tan importante como la ausencia de Pedrarias, es la secuencia narrativa referente a la resistencia indígena, incompleta si no se alude a la antropofagia.

ENSAYO

Estatua de Federico Matus, Ricardo Gómez, Alberto Torres, Sócrates Martínez y Ediluz Tellería, Monumento a la resistencia indígena, León Viejo,

Nicaragua. Imagen tomada de www.manfut.org.

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El «Monumento a la resistencia indígena», tal como fue diseñado, representa un extracto y una visión muy parcial ofrecida al público por el Instituto Nicara-güense de Cultura. El texto inscrito en él sólo podría completarse añadiéndole la presencia de la antropofagia y de Pedrarias. La primera está en contradicción con la sensibilidad de nuestra época y la idealización del indígena necesita excluirla, pero por qué, preguntamos, si no es por cuestiones estéticas, se mantiene a Pedrarias en la sombra, a pesar de que en Nicaragua, él es el paradigma del conquistador, el antihéroe por excelencia, la figura que revierte la epopeya en una urdimbre de traiciones y asesinatos.

Objetivo y propósitos del ensayoEn su artículo «El sujeto colonial y la construcción de la alteridad», Rolena

Adorno se formula la siguiente pregunta: «¿Cómo puede ser el sujeto colonial una versión de la alteridad y al mismo tiempo conocible y visible?» (Revista de crítica literaria latinoamericana, 14.28, 1988, p. 55). La pregunta, ligada a la forma en que el conquistador y el conquistado se verían uno al otro y por lo tanto, se conocían (o reconocían), puede responderse, para los europeos e indígenas lectores y produc-tores de textos, sustentando que «ciertas familias discursivas, cuyos referentes eran determinadas categorías sociales y grupos étnicos específicos, facilitaban méto-dos familiares y materias conocidas para conceptualizar y descubrir la humanidad recién encontrada» (p. 56).

Tal afirmación da lugar a extrapolaciones: a) El historiador colonial europeo ¿convierte a aquellos conquistadores de

quienes habla en sujetos coloniales? ¿Se coloca a sí mismo como sujeto? ¿Produce no sólo esa visión de la otredad que le dedica al indio sino una visión también de otredad sobre los conquistadores?

b) En cuanto a la historiografía nicaragüense de los siglos XIX y XX ¿usa la historia colonial (tomada de Oviedo en su gran mayoría) para construir una imagen parcial pero nacionalista o integrativa de la nación, haciendo de Pedrarias un otro inasequible (en virtud de su desmesurada avaricia y crueldad) y del indígena, tal como muestra el monumento mencionado, una entidad asimilable, transitiva y simbólica?

Entre las familias discursivas a las que alude Rolena Adorno aparece la de la epopeya: «el amerindio ocupaba la misma categoría habitada antes, en la tradición poética, por el moro en su enemistad con el pueblo cristiano» (p. 58). Si supone-mos que Pedrarias se convierte en el otro, cabe preguntarse: ¿por qué permanece totalmente ausente, tanto en el pasado como hoy en día, la posibilidad de ver en él al aguerrido soldado que había luchado contra el invasor musulmán y ayudado a que la cristiandad triunfara? ¿Acaso ya no existía a comienzos del siglo XVI, cuando Pedrarias llega a Castilla de Oro —el expansionismo turco fue frenado en 1571—, la categoría social del soldado heroico, fiel a su rey y a su religión, nacida en la lite-ratura con el Cid Campeador?

Rolena Adorno termina su exposición afirmando que «Los discursos creados sobre —y por— el sujeto colonial no nacieron sólo con el deseo de conocer al otro sino por la necesidad de diferenciar jerárquicamente al sujeto del otro» (p. 66).

De cara a esta conclusión, nos proponemos examinar las versiones de «otre-dad» que la historia, tanto colonial como contemporánea, nos ofrece sobre Pedro Arias Dávila.

Pedrarias en Nicaragua: dos textos, una sola historiaLos ya citados textos de Gámez y Arellano se complementan pues no existen

entre ellos serias discrepancias, desarrollando así una historia lineal que con más o menos detalles, muestra la fundación de la provincia de Nicaragua como un acto pasional, interesado y violento que, llevado a cabo por Pedrarias, no sólo destruye las culturas indígenas existentes en la región, sino a los mismos conquistadores, sujetos a la autoridad de Pedrarias y presuntamente aliados y compañeros suyos.

El discurso historiográfico nicaragüense sobre Pedrarias, comienza, por lo tanto, con un acto de traición y su extracto, tomado de las Historias de Gámez y Arellano, es el siguiente.

Pedrarias asumió el cargo de gobernador de la provincia de Nicaragua en 1528, donde se encontraba desde 1526, luego de ser sustituido en Castilla del Oro por Pedro de los Ríos. Ese mismo año mandó a ejecutar a su lugarteniente y socio en la conquista de Nicaragua, Francisco Hernández de Córdoba, a quien acusó de traición. Tanto Pedrarias como Hernández de Córdoba habían financiado en 1523 —junto a otros tres que trabajaban para el gobernador en Castilla del Oro— la expedición al norte de Panamá, en busca de nuevas riquezas.

Meses antes, Gil González Dávila y Andrés Niño zarparon de Castilla del Oro en dirección al norte. La expedición ancló en la actual Costa Rica, donde el cacique Nicoya le habló de una zona inmediata mucho más rica en oro, gobernada por el poderoso cacique Nicaragua. Ante él se presentó Gil González. Después de conver-sar con el conquistador sobre temas cosmogónicos y filosóficos, Nicaragua, que ya tenía noticia sobre los españoles, le obsequió oro en abundancia y permitió bauti-zar a miles de indios. La zona del Pacífico nicaragüense había sido descubierta.

Gil González siguió siempre hacia el norte, donde se topó con otro cacique que no aceptó el bautismo. Diriangén inició el combate al frente de cuatro mil indios, hiriendo a varios españoles. El descubridor logró huir de la zona y regresar a los dominios del cacique Nicaragua, donde numerosos indios les salieron al ataque. González arremetió contra ellos reconociendo a varios que antes lo habían reci-bido pacíficamente. Entonces llegaron tres emisarios de Nicaragua anunciándole que ni ellos ni su rey habían iniciado el combate sino la gente de otro cacique que se encontraba en la región.

Gil González aceptó la paz no sin antes advertirles que, de hacerle la guerra de nuevo, les daría grandes escarmientos. «Continuaron los españoles su penosa

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marcha sin encontrar impedimento hasta llegar al golfo de San Vicente —narra José Dolores Gámez— en donde los aguardaba Andrés Niño con los buques» (p. 89).

González fue obligado por sus hombres a regresar a Panamá. Al ver Pedrarias que llegaba cargado de rique-zas, y aprovechando que éste se disponía a marchar a España para pedirle al rey el gobierno que por descu-bridor le correspondía, el gobernador de Castilla del Oro no tardó en unir fuerzas con Hernández de Córdoba para eclipsar su expedición y de paso obtener todo el oro posible de la recién descubierta zona.

Partió entonces Hernández de Córdoba siguiendo la ruta de Gil González, sosteniendo grandes combates pero logrando esta vez en gran medida, según Jorge Eduardo Arellano, llevar a cabo «la verdadera pacifica-ción de Nicaragua» (p. 40).

En 1524 fundó las primeras ciudades nicaragüense, León y Granada. Enviados los primeros botines de oro y esclavos a Panamá, con la noticia de los nuevos asenta-mientos españoles, el recelo de Pedrarias volvió a quedar en evidencia: la misión de Hernández de Córdoba no era la fundar ciudades, sino la de despojar a los indios de sus tierras, repartiéndolos en encomiendas para ser envia-dos a Castilla del Oro.

Por eso, en 1526, Pedrarias Dávila llegó a la ciudad de Granada para encarcelar a su lugarteniente y luego trasladarlo a León en donde lo procesó y decapitó, tal como en 1519 lo hiciera con Vasco Núñez de Balboa, a quien también ejecutó, acusándolo de intentar robarse unos navíos para con ellos explorar las regiones al sur de Castilla del Oro.

Al final, en 1525, el rey sustituyó a Pedrarias Dávila por Pedro de los Ríos. Sin embargo, Pedrarias volvió a recibir el favor del rey al otorgarle la gobernación de Nicaragua, debido a que para 1526 ya se encontraba en la región.

Cabe destacar que en los libros de historia colonial nicaragüenses se utiliza como fuente principal a Oviedo y escasamente a Bartolomé de las Casas. Se centran, por lo tanto, en los temas de la traición y disputas entre conquistadores.

Oviedo, las Casas y Herrera y tordesillas: tres historias, un solo personaje Es importante primero definir el género de la historia, puesto que la imagen

original de Pedrarias Dávila, aparte de las que nos ofrecen los nicaragüenses

contemporáneos, tiene su génesis en tres fuentes principales: Historia general y natural de las Indias, de Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés, Historia de las Indias, de Bartolomé de las Casas e Historia general de los hechos de los castellanos en las islas y tierrafirme del mar océano, de Antonio de Herrera y Tordesillas.

En el siglo XVI la historia o crónica se utilizarán con poca o ninguna distinción. Sin embargo en sus orígenes la primera se ocupaba en recoger sucesos de vital importancia y por lo tanto contemporáneos (no tenía sentido temporal), mientras que la crónica se encargaba de estructurar los hechos del presente. Walter Mignolo en su ensayo «Cartas, crónicas y relaciones del descubrimiento y la conquista» dice lo siguiente:

En el momento en que ambas actividades y ambos vocablos coexisten, es posi-ble encontrar al parecer crónicas que se asemejen a las historias; y al asemejarse a la historia, según los letrados de la época, proviene del hecho de escribir cróni-cas no sujetándose al seco informe temporal sino hacerlo mostrando más apego a un discurso bien escrito en el cual las exigencias de la retórica interfieran con el asiento temporal de los acontecimientos. Las dos actividades que designan ambos vocablos tienden, con el correr de los tiempos, a resumirse en la historia la cual, por un lado, incorpora el elemento temporal y, por el otro, desplaza a la crónica como actividad verbal (Historia de la literatura hispanoamericana, Tomo I. Madrid: Ediciones Cátedra, 198, pp. 255-56).

Así, las Historias de Oviedo y las Casas (el caso de Herrera y Tordesillas es muy particular, pues nació en 1549, es decir, dieciocho años después de la muerte de Pedrarias; por lo tanto narró los sucesos a posteriori, reconstruyéndolos en base a las fuentes históricas existentes) relatan un presente del cual fueron testigos de primera mano, en el que el gobernador juega un papel fundamental.

En Fernández de Oviedo’s Chronicle of America: A New History for a New World Kathleen Ann Myers asegura que, en relación a la Historia de Oviedo, aunque con diferencias, «la única Historia comparable de la época [es] Historia de las Indias, del fraile dominico Bartolomé de las Casas» (Austin: University of Texas Press, 2007, p. 2). De manera que son dos historias que corren caminos paralelos aunque, como veremos más adelante, persiguen fines distintos.

Oviedo, en primer en lugar, se sitúa como modelo, como agente de la Corona que busca llevar a cabo el proyecto conquistador, ejemplificando con sus actos la justicia y la lealtad hacia el rey, lealtad que no observará en Pedrarias. Tal vez por eso defiende su historia, la cual no tiene otro propósito sino el de servir al «Empe-rador e a su real silla e ceptro de Castilla, cuyo es aqueste grandísimo imperio, dándome a mí por ejercicio, en esto que escribo, una materia tan famosa e alta e copiosa» (Historia general y natural de las Indias, Vol. 1: p. 142).

Ubicándose en el centro de la narración (como sujeto) sobre todo en los libros 26 y 29, dos de los más autobiográficos («Algunos amigos míos, a quien he comunicado lo que escribo, me han querido estorbar que no hiciese mención en estas historias de mis trabajos, e yo soy de otro parescer, por todas estas razones: lo primero e hacer justicia...» [Vol. 3: p. 275]), sus intereses como conquistador,

«El discurso historiográfico nicaragüense

sobre Pedrarias, comienza, por

lo tanto, con un acto de traición...»

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siempre en busca de un puesto importante en alguna de las regiones del Nuevo Mundo, quedan en evidencia.

Como sostiene Myers, «aparte de ser un dedicado escritor sensible al dilema que representaba la Conquista para un historiador de las Indias, Oviedo era un ambicioso y controversial burócrata en busca de su propia fama y fortuna en América... los burócratas, como Martyr y Oviedo, mostraban sus escritos como un servicio a la Corona, casi siempre promoviendo sus propios intereses, mientras se abrían camino a importantes posiciones políticas en América» (pp. 7,30). Y siem-pre colocándose en la mejor posición posible ante el rey, perfila el comportamiento y mal manejo de Pedrarias en el que él, como ejemplo a seguir, no debe participar. Así, va dejando al descubierto lo que él percibe como actos de corrupción.

El primer episodio en el que el cronista entra en conflicto con Pedrarias, es cuando éste bautiza una ensenada descubierta antes por Colón, dándole el nombre de Bahía de Fonseca. Con ello Pedrarias se congraciaba con el presidente del Consejo de las Indias y capellán del rey, el obispo Joan Rodríguez de Fonseca quien, según Oviedo, había hecho posible el nombramiento de Pedrarias Dávila como goberna-dor de Castilla del Oro.

Bien sé yo —dice Oviedo— que el obispo de Palencia, don Joan Rodríguez de Fonseca, presidente del Consejo Real de Indias en aquella sazón, fue causa que este gobernador fuese elegido para este oficio; y así, por se congraciar con él, le pareció a Pedrarias que era bien plantar el apellido Fonseca en aquella bahía; pero yo no dejaré de decir la verdad, y desengañaré de tales nombres do quiera que los topare, e viere que injustamente los muda quien no debe, como fiel escriptor (Vol. 3: p. 223).

Lo que parece irritar aún más a Oviedo es el hecho de que el gobernador actúe en contra de los mismos españoles, que equivale a ir en contra de la Corona. Así, enfatiza el proceder de Pedrarias al ejecutar a uno de sus servidores, Sanct Martín, por retrasarse tras el llamado de cañones para que todos se reunieran y así conti-nuar el camino hacia Castilla del Oro:

Pedrarias, enojado, sin más atender, envió allá al capitán Gaspar de Morales, su primo e criado, e mandole que sin oir ni antender palabras le hiciese enconti-nente ahorcar de un árbol... Esta justicia cruel e acelerada dió a muchos temor; e sospecharon que el gobernador que llevábamos había de ser muy riguroso, e que había de hacer otras cosas de hecho, sin atender derecho ni procesos, y que convenía cada uno mirar cómo asentaba el pie, pues que en sus criados comen-zaba a mostrar cómo había de castigar a otros» (Vol. 3: pp. 224-225).

El gobernador es presentado nuevamente como el villano y es una amenaza para el proyecto conquistador. «Es en relación a la administración de Pedrarias en Castilla del Oro —dice Kathleen Myers— donde vemos por primera vez la feroz lealtad de Oviedo hacia la monarquía y su propia ambición... En su Historia, como protagonista histórico en la conquista y asentamiento en Tierra Firme, Oviedo generalmente se describía a sí mismo como un hombre sabio, justo y leal» (pp. 16,45). Esto lo llevará ante la corte de Carlos V a denunciar las arbitrariedades llevadas a cabo por Pedrarias.

Oviedo a su vez denuncia la crueldad del gobernador con los indios a quienes permite masacrar casi siempre sin previo aviso o lectura del requerimiento, docu-mento que daba a los indígenas la opción de aceptar el bautismo y rendirse ante la Corona española o, en caso contrario, ser atacados y sometidos.

E vino a la cosa a tanto, que yo le dije que él [Pedrarias] despoblaba aque-lla cidad, y le hice ciertos requerimientos e protestaciones; y él me replicó que qué manera me parescía a mí que se debía tener para que la cibdad del Darién se sostuviese e no se perdiese ni despobladose, e yo le dije: «Señor, si yo fuese gobernador, bien sabría hacerlo, y vos lo podríades hacer si quisié-sedes» (Vol. 3: p. 68).

Pero hay algo en lo que al principio tanto Pedrarias como Oviedo poco difie-ren: los dos miran al indio como un ser inferior, carente de razón y poseído por el demonio debido a ciertas costumbres, entre ellas la antropofagia. Sin embargo para Oviedo el indio vivo es la posibilidad de la encomienda y por eso ataca al gober-nador cuando éste arremete indiscriminadamente contra ellos, y le recuerda las ordenanzas del rey:

Para lo que adelante se siguió, digo que, entre las ordenanzas y capítulos que el Rey Católico proveyó e mandó a Pedrarias, su gobernador, que tuviese especial cuidado, fueron estas cuatro cosas: la primera, que con mucha atención y vigi-lancia entendiese en la conversión y buen tractamiento de los indios... Pero salió al revés (Vol. 3: p. 222).

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Es aquí donde Bartolomé de las Casas entra en un debate con Oviedo para quien la Conquista es vista como un acontecimiento positivo, con anti-modelos como Pedrarias, es verdad, pero siempre defendiendo el sistema de encomiendas. Por eso, las Casas lo ataca fuertemente en su Historia de las Indias:

...como ya su Historia vuela, engañando a todos los que la leen y poniéndolos, sin porqué ni causa alguna, en aborrecimiento de todos los indios, y que no los tengan por hombres, y las horrendas inhumanidades que el mismo Oviedo en ellos cometió... Y que Oviedo haya sido partícipe de las crueles tiranías que en aquel reino de Tierra Firme, que llamaron Castilla del Oro, desde el año de 14 que fue, no a gobernado, sino a destruirlo, Pedrarias... e imponiéndoles abomi-nables vicios que ellos no podían saber, sino siendo participantes o cómplices en ellos, de todo esto bien se hallará llena su Historia. ¡Y no las halla Oviedo ser éstas mentiras, y afirma que su Historia será verdadera y que le guarde Dios de aquel peligro que dice sabio, que la boca que miente mata el ánima! (Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1986. Vol. 3: pp. 524-525).

Este es apenas un pequeño extracto de todo cuanto las Casas acusa a Oviedo, quien en 1535 publicó la primera parte de su Historia. Sin embargo, ya para el libro 29 Oviedo comienza a ver en los conquistadores, por sus masacres y crueldades que habían hecho desaparecer a casi toda la población indígena en Tierra Firme —Pedrarias es su mejor ejemplo—, un problema para los intereses de la Corona.

Este cambio de visión en Oviedo, dice Myers, «invierte el discurso sobre la Conquista y posteriormente subraya su excesivo celo en torno a la administración de las Indias. Aquellos que impiden el buen gobierno, no los indios, son ahora el problema» (p. 131). No obstante, para las Casas el problema no es simplemente burocrático, sino de carácter moral. Su discurso no formula intereses personales. Al contrario, al ejemplificar la crueldad de los conquistadores lo que pretende es centrar la atención en el exterminio de los indios y hacer un llamado a la Corona. De modo que no duda en atacar al que él considera uno de los grandes villanos: Pedra-rias Dávila. las Casas ruega a Dios que «nunca se asomara a aquella tierra [Castilla del Oro] porque no fue sino una llama de fuego que muchas provincias abrasó y consumió, por cuya causa lo llamábamos furor Domini» (Vol. 3: p. 198).

Pedrarias Dávila, de acuerdo a las Casas, echa por tierra tanto la Iglesia de Cristo como esa utopía en la que Tomás Moro había proyectado cierta esperanza. Dentro de la visión humanista de las Casas, los actos de Pedrarias no son propios de un hombre racional y cristiano, por lo tanto crea un desorden mayor que el que Oviedo vislumbra porque ataca y aniquila a seres que para él son tan racionales como los españoles.

Es aquí donde difiere radicalmente las Casas con los conquistadores y con Oviedo, quienes no alteraron sustancialmente su postura ante los indios. La irra-cionalidad, para las Casas, es la que lleva a cabo el conquistador. «Por consiguiente —dice el sacerdote dominico— hizo cosas en su gobernación que nos las hiciera más irracionales un hombre insensible mentecato. Destas sus cosas, no dignas de un hombre cristiano ni aun gentil racional, la historia dirá, de mucho, algo» (Vol. 3: p. 198).

Para las Casas, Pedrarias ya no es el descubridor, a quien se le pueden perdonar ciertas cosas, como por ejemplo a Cristóbal Colón. La ceguera que le imputa al Almirante no se le debe exonerar al gobernador. Por eso, Rolena Adorno, en su artículo «The Intellectual Life of Bartolomé de las Casas: Framing the Literature Classroom» (Approaches to Teaching the Writings of Bartolomé de las Casas. The Modern Language Association of America, New York, 2008) asegura que:

Para las Casas, Cristóbal Colón no es ni héroe ni villano de su propia historia, sino más bien el caso ejemplar de un hombre que, como muchos otros, fracasa al no entender la seriedad de los intereses de la empresa en la que se ve envuelto, o las consecuencias a gran escala de sus más rutinarias decisiones (p. 30).

Pedrarias tiene conciencia de lo que hace. Sin embargo, de lo que no tiene conciencia el furor Domini es de que, al exterminar a los indios, como narra las Casas en el capítulo 63 del tercer libro, la maldad se le revierte por castigo divino. Masacrados los indios y despobladas las tierras de seres que jamás habían presenciado «disminución tan nunca oída del linaje humano» (Vol. 3: p. 373), Pedrarias pasa hambre por la destrucción que él mismo provoca al convertirse en «verdugo de aquellas miserandas gentes» (Vol. 3: p. 198).

Pero el gobernador, lejos de la fe cristiana y de Dios, insiste en obtener riquezas. La fuerza que lo mueve es el oro. Y es esta fuerza la que lo hará continuar su proyecto conquis-tador en Tierra Firme donde, según las Casas, no gobernada sino que «desgobernaba» (Vol. 3: p. 415).

Sin embargo, a pesar del castigo de Dios que presupone las Casas sobre Pedrarias —«veía que no ponía en cosa mano que no se le deshacía, puesto que no dejaba de recoger el oro robado y esclavos hechos tan contra de Dios y su ley, cuanto para sí aplicar podía; pero el ciego infeliz ser la causa de los reveses que padecía el mal estado en que él y todos los españoles que en aquella tierra estaban vivían, destruyendo aquellas innocuas gentes, no advertía» (Vol. 3: p. 230)— el gobernador no se detiene.

En 1552, mucho antes de Historia de las Indias, la cual no llegó a publicarse sino hasta el siglo XIX, las Casas publicó otra obra que tuvo un impacto inmediato: Brevísima rela-ción de la destrucción de las Indias, cuyo objetivo había sido, desde 1542, cuando escribió un primer texto, persuadir a la Corona de que aboliera el sistema de encomiendas. Como era

«Pedrarias Dávila, de acuerdo a las Casas, echa por tierra tanto la Iglesia de Cristo como esa utopía en la que Tomás Moro había proyectado cierta esperanza.»

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de esperarse, Pedrarias figura en este texto que alimentaría, más que ningún otro, la leyenda negra.

El año de mil y quinientos y veinte y dos o veinte y tres pasó este tirano a sojuz-gar la felicísima provincia de Nicaragua, el cual entró en ella en triste hora... hízoles aquel tirano, con sus tiranos compañeros que fueron con él, todos los que a todo el otro reino [Castilla del Oro] habían ayudado a destruir, tantos daños, tantas matanzas, tantas crueldades, tantos captiverios e injusticias que no podría lengua humana decirlo (México: Ediciones Cátedra, 1988, p. 96).

Sobre la visión de Herrera y Tordesillas en cuanto a Pedrarias en Historia general de los hechos de los castellanos en las islas y tierrafirme del mar océano, cabe señalar que, nombrado cronista mayor a finales del XVI, tuvo acceso a la obra de las Casas y a otras tantas. La edición madrileña de 1934 publicada por la Academia de la Historia, con prólogo y notas de Antonio Ballesteros, ofrece detalles al pie de la página de los capítulos que imitan la obra del sacerdote domi-nico y los demás textos, entre ellas historias (la de Francisco López de Gómara y la de Bernal Díaz del Castillo, por ejemplo), cartas y relaciones que utilizó para construirla.

André Saint-Lu, en su prólogo a la Historia de las Casas asegura que:No poco provecho sacó Herrera, como es sabido, de la rica mina de informa-ciones que así se le deparaba, y lo hizo con tanto desembarazo que llegaron algunos críticos a acusarle de plagiario... Por cierto que dejó a un lado muchos rasgos de crueldad en su relación de las conquistas, muchos abusos inherentes a la explotación colonial (Vol. 1: pp. xlv-xlvi).

Irónicamente, vemos en los capítulos referentes a Pedrarias a un gobernador aislado de la corrupción que enfatiza Oviedo o de la ambición desmedida por el oro y las atrocidades que comete contra los indios por la cual Bartolomé de las Casas alza la voz. Herrera y Tordesillas, historiador de corte desvinculado de los aconte-cimientos, no ofrece juicios. A diferencia de Oviedo y las Casas, historiadores que participan en los sucesos que narran, como sujetos y objetos, Herrera y Tordesillas ve la historia desde el tiempo y la distancia.

A lo más que llega es a «denunciar», por decirlo de alguna manera, la ejecución de Hernández de Córdoba por orden de Pedrarias:

En llegando a la ciudad de León, prendió a Francisco Hernández y le cortó la cabeza; cosa que dió mucho sentimiento a los amigos de Francisco Hernández, que negaban estar alzado, y afirmaba que cuando lo estuviera se defendería de Pedrarias, de manera que no le hubiera fácilmente a las manos (Vol. 7: p. 356).

Nada habla de las masacres, los aperreamientos o ejecuciones ordenadas por el gobernador.

Pues bien, ante la imagen corrupta, viciosa y dañina para el proyecto conquis-tador que muestra Oviedo, y ante el perfil sanguinario que las Casas resalta de

manera estremecedora, ¿dónde está la voz de Pedrarias, el antihéroe por antono-masia y la encarnación del mal para los historiadores nicaragüenses?

Andrés Vega Bolaños (1890-1986), autor de la Colección de documentos para la historia de Nicaragua, en la que presenta documentos extraídos del Archivo Gene-ral de las Indias, nos ofrece siete cartas de Pedrarias dirigidas a Carlos V y una relación de las tierras descubiertas en Nicaragua.

En la primera carta escrita desde Castilla del Oro, con fecha del 7 de octubre de 1520, Pedrarias se defiende de la fama que lo persigue:

Muy humildemente suplico a Vuestra Majestad, pues desde que nací he servido a vuestra Corona Real y en esto tengo de vivir y morir, mande mirar allá por doña Isabel de Bovadilla mi mujer y mis hijos, y por mis cosas pues todo lo he desamparado para servir a Vuestra Alteza y como tengo escrito a Vuestra Majestad muchas veces, son otros mis servicios que las siniestras relaciones que de mí se han hecho... Suplico a Vuestra Sacra Majestad aunque yo no sea mere-cedor, cuando algo de mi se dijere se oído antes que condenado, tienen cargo de Justicia cuando la hacen no son bien justos de todos. Y cuando en estas tierras estamos tan lejos cada uno firma lo que quiere porque no se puede averiguar la verdad tan presto como se averigua en estos sus reinos» (Managua: Colección Somoza, 1954. Vol. 1: p. 82).

Pedrarias en la contemporánea Nicaragua Clemente Guido Martínez en su libro Pedrarias Dávila: primer gobernador de

Nicaragua 1527-1531 (Managua: Alcaldía de Managua, 2011), es el primer histo-riador nicaragüense que remite directamente y sin rodeos a la antropofagia la condena y muerte de los 18 caciques aperreados (p. 156). Su visión de Pedrarias, sin embargo, no presenta ninguna considerable diferencia con respecto a las de sus predecesores.

A finales del siglo pasado, siendo Guido Martínez director del Instituto Nica-ragüense de Cultura, se dio a la tarea de buscar los restos de Pedrarias bajo el liderazgo de un grupo de arqueólogos. En el año 2000, entre las ruinas del altar mayor de la Iglesia La Merced, en León Viejo, fueron encontrados dichos restos junto a los de Francisco Hernández de Córdoba, identificados estos por la ausencia de la cabeza. Ambos fueron exhumados y depositados en el Memorial de los Funda-dores en la Plaza de León Viejo.

Como fundador de las primeras ciudades nicaragüenses, a Hernández de Córdoba se le rindieron grandes homenajes y en su honor se dispararon veintiún cañonazos. Sin embargo y como acto de justicia, las autoridades nicaragüenses depo-sitaron los restos de Pedrarias a los pies de su víctima. «Con esto hemos absuelto a Francisco Hernández de Córdoba —dijo entonces Guido Martínez— y a Pedrarias le hemos dicho que no es precisamente el tipo de gobierno ni de gobernante que queremos en Nicaragua» (Hilda Rosa Maradiaga C., «INC hará más estudios sobre restos de Pedrarias». La Prensa. 29 de mayo, 2000).

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ConclusionesDe los discursos coloniales aquí estudiados,

el de Oviedo y el de las Casas resaltan la diferencia del sujeto (productor de textos) con el otro. Oviedo postula esta relación como personal, haciendo de Pedrarias su opuesto, un enemigo del «honor», un caballero que no muestra misericordia con los débi-les indígenas ni con los principios de honestidad y verdad que deben regir las relaciones entre los caba-lleros o superiores.

Por su parte, las Casas convierte a Pedrarias en notable ejemplo de los errores que plagan a los conquistadores. Para él, atenido a la legalidad y al derecho canónico, el problema consiste en que la Conquista se produce dentro de una secuencia equí-voca, pues la conversión al cristianismo antecede a la transformación del «bárbaro» en súbdito del rey.

«Apoyándose en sus convicciones políticas y religiosas —dice Rolena Adorno—, las Casas defen-dió el derecho a la soberanía de los indígenas tanto antes como después de aceptar el cristianismo» («The Intellectual Life» p. 28). Y así, la fuerza —herramienta principal del conquistador, extremada en la crueldad— siembra la irracionalidad pues se altera la cadena jerárquica del mundo cristiano: la de Dios sobre el rey y la de éste sobre sus súbditos.

La racionalidad cristiana de las Casas muestra a su opuesto en el centro de lo mismo, del europeo (e incluye a Oviedo) cuya civilización, se supone desde el Renacimiento, es superior a las demás. No hay superiores entre los conquistadores. Dentro de la jerarquía de las Casas, están prácticamente todos fuera de la ley, pues ya no están cegados como Colón y tienen conocimiento del lugar en el que se desatan sus excesos.

La fragilidad de los indios —tal como señala Adorno en «El sujeto colonial» (p. 60)— suprime la visión de Pedrarias como héroe de la epopeya, puesto que el indio no es propiamente enemigo, a diferencia del musulmán, sino aquél sobre el que puede expan-dirse el cristianismo. Aún así, Pedrarias defiende su obra como gesta ante el rey, transformando así en una continuidad, una falta de diferenciación, su lucha

musulmana y su conquista y gobierno en el Nuevo Mundo: todos son infieles para él. Tordesillas, por su parte, minimiza las crueldades de Pedrarias y la gesta redentora de las Casas para construir una visión pro-activa y exitosa de la Conquista, creando una continuidad entre el rey y su Estado al otro lado del Atlántico.

La historiografía nicaragüense, que usa como guía principal a Oviedo, subraya la traición de Pedrarias con los suyos, convirtiendo a estos en sujetos de mayor jerarquía que los nativos. Sin embargo, el «Monumento a la resistencia indígena» es un monumento donde se funden tanto lo que Adorno llama la lectura del testi-monio indígena (la valentía de los aborígenes) como las lecturas que de Pedrarias llevan a cabo Oviedo y las Casas.

La ausencia de Pedrarias en el monumento tiene su explicación, puesto que el texto que él ofrece sobre sí mismo no goza de credibilidad en Nicaragua. Ausente también está el hecho de que los perros eran soldados y Pedrarias su líder de guerra. Pues, como dice Oviedo, al perro «se le daba tanta parte como a un compañero en el oro y en los esclavos, cuando se repartían» (Vol.3: p. 211). A su vez, John Grier Varner y Jeannette Johnson Varner, en su libro Dogs of the Conquest nos aseguran que «‘el mejor amigo del hombre’ se desempeñó en la Conquista como un arma letal» (Oklahoma: University of Oklahoma Press, 1983, p. xiv).

Finalmente, el mismo gobierno nicaragüense que ordena levantar el monu-mento del aperreamiento, convierte a Pedrarias en el primero de una larga serie de dictadores del país, apropiándolo de este modo a la historia de Nicaragua.

roberto Carlos pérez (Granada, 1976). Músico, narrador y ensayista, autor del libro de relatos Alrededor de la medianoche y otros relatos de vértigo en la historia (2012), que incluye el relato «El aperreamiento». Estudió la trom-peta en la escuela de bellas artes Duke Ellington School of the Performing Arts, y se licenció en música clásica por Howard University, Washington, D.C., EE.UU., país donde vive desde los once años.

Nota: Todas las traducciones de este estudio han sido hechas por el autor.

«Como fundador de las primeras

ciudades nicaragüenses, a Hernández de

Córdoba se le rindieron grandes

homenajes y en su honor se

dispararon veintiún cañonazos. Sin

embargo y como acto de justicia, las autoridades nicaragüenses

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a los pies de su víctima.»

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