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TEORIZACIÓN EN TORNO A LA FEMINIDAD DE LAS PROSTITUTAS Jordi Luengo López Enfoque de género Universitat Jaume I de Castelló [email protected] 96 362 84 15

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TEORIZACIÓN EN TORNO A LA FEMINIDAD DE LAS PROSTITUTAS

Jordi Luengo López Enfoque de género

Universitat Jaume I de Castelló [email protected]

96 362 84 15

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ÍNDICE 1.- Resumen....................................................................................................... 3

2.- Abstract ......................................................................................................... 3

3.- Palabras clave............................................................................................... 3

4.- Comunicación ............................................................................................... 4

5.- Bibliografía .................................................................................................. 13

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1.- RESUMEN

Durante el primer tercio del siglo XX, aún pesaba sobre el imaginario colectivo el modelo decimonónico de «perfecta casada», a partir del cual, se valoraba la feminidad que cada mujer podía tener. Las prostitutas se alejaban de ese ideal de ama de casa enclaustrada en el recinto del hogar doméstico, sumida en la esfera de lo privado, quedando por lo tanto exentas de cualquier concesión de feminidad. Por esa razón, se les otorgó la categorización de «hembras» o «bestias» concediéndoles cierto estigma de animalidad que, en modo alguno, respondía a su auténtica existencia, porque las prostitutas estaban dotadas de una conciencia social y política que les concedía la libertad suficiente para autodefinir su propia identidad y subjetividad como individuos.

2.- ABSTRACT During the first third of the 20th century, there still weighed over the collective

imagination, the 19th century model of “perfectly married”, on which, the femininity that every woman could have was valued. Prostitutes moved away from this ideal of the housewife enclosed in the domestic home, submerged in the private sphere, finding themselves therefore, exempt from any female concessions. As a consequence, they were categorised as “females” or “beasts” attributing them with a certain animal stigma which, in some way, responded to their real existence, because the prostitutes were gifted with a social and political conscience which granted them enough freedom to self-define their own identity and subjectivity as individuals.

3.- PALABRAS CLAVE Feminidad, animalidad, proxenetismo, enfermedades venéreas y sexualidad.

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4.- COMUNICACIÓN Durante el primer tercio del siglo XX, ni la prensa local, ni la prensa femenina

destinada a aquellas damas bien-pensantes ofrecían información directa acerca de aquella categoría de mujeres en la que se englobaba a las prostitutas. Éstas se encontraban por completo silenciadas, postergadas y excluidas de los medios de comunicación, fenómeno que resultaba ser sinónimo de la existencia de un estado de marginalidad aún más amplio y profundo del que estas mujeres pudieran hallarse (Perinat; Marrades, 1989: 194; Ramos Palomo, 1996: 436-437). La influencia que sobre la opinión pública tenía el modelo de la «perfecta casada» pesaba demasiado como para que se permitiera la difusión de la antítesis de esta imagen cultural. A partir de este arquetipo de mujer se valoraba la feminidad que cada una de ellas pudiera tener. Obviamente, las prostitutas se alejaban del ideal de mujer enclaustrada en el recinto del hogar doméstico, sumida en la esfera de lo privado, quedando por lo tanto exentas de cualquier concesión de feminidad.

A las prostitutas que «hacían la calle» o trabajaban en los cabarets, los cafés

de camareras y/o los music-halls se las conocía con el sobrenombre de «mariposas nocturnas o papallones», en tanto que, iban «alternando de flor en flor»: «las retocadas y desvestidas maripositas de la boite, que fingen en sus labios un corazón, para evitar suspicacias á los que dudasen de su incapacidad en merecerlo, se han enseñoreado libremente del salón caro y frívolo, é imprimen en él la alocada alegría de su grácil volubilidad» (Imagen 1) (Andrenio, 1908; Anónimo, 1925; Franco de Espés, 1928; Palacio, 1904: 7; Sirval, 1918a: 4; Villar, 1996: 58). Las «papallones» —mariposas en catalán— eran aquellas mujeres encargadas de alternar y sacar a bailar a los clientes en los cafés de camareras, cuando éstos entraban al local. Se trataba de una categoría inferior a la de las camareras, pues no recibían propinas por sus «servicios» (Villar, 1996: 58). Esta metáfora podía extrapolarse a otras características que éstas compartían con las mariposas, al ser sumamente delicadas, pues vivían al margen de cualquier medida higiénica; llamar mucho la atención, al menos, durante los años de su juventud; o, tener una existencia relativamente corta(1).

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Imagen 1

Franco de Espés, Luis (Dibujo de Mora, Barón de) (1928, 16 de noviembre). El alma vale más. Apunte de una noche de Otoño. Nuevo Mundo: Periódico Ilustrado, 1.815.

No obstante, la animalidad que sutilmente se les concedía a aquellas

mujeres que se dedicaban a la compraventa de su cuerpo, en realidad, poseía un trasfondo mucho más profundo del que cualquier concesión poética podía otorgarle. La ética puritana convertía la sexualidad de las mujeres en aliadas de la bestialidad al responder «al objeto de canalizar esta sexualidad hacia formas de expresión que servían a los intereses del hombre en lugar de a las necesidades de la mujer» (Benstock, 1992: 326). Este juicio de valor tuvo su pronta repercusión en el mundo de la prensa donde, al referirse a las prostitutas, no se hacía con la denominación de «mujeres» sino con la de «hembras». Se suplantaba así su intrínseca «feminidad» por una «animalidad» impropia de un ser abastecido de razón, sentimientos y dignidad, sino, más bien, inherente a alguien de ínfima consistencia física y moral(2) (De L., 1935; Lillo Lutteroth, 1928; Marquina, 1900: 1; Phillips, 1999: 82-83). Por lo tanto, a éstas se las concebía como bestias dotadas de un instinto animal, nacidas para la voluptuosidad y el deseo sexual (Imagen 2), estériles por los excesos de vida llevados y peleándose como fieras por satisfacer a los clientes (Imagen 3).

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Imagen 2

López Cabrera, R. (Exposición Nacional de Bellas Artes) (1924, 31 de mayo). La pintura contemporánea. Mal camino.

La Esfera: Ilustración Mundial Semanal, 543.

Imagen 3 Marín, Ricardo (1920, 4 de septiembre). Páginas Artísticas. En el “cabaret”», La Esfera: Ilustración

Mundial Semanal, 349. La apropiación que los hombres hacían del cuerpo de las mujeres, el uso

que éstos mismos hacían de la sexualidad femenina, formaba parte de un proceso de objetivación sexual(3) en el que a las prostitutas no se las trataba como sujetos sino, más bien, como a simples objetos de usar y tirar (Morant, 1995: 49). En consecuencia, no importaba que a este tipo de mujeres se las degradara, explotara y/o menospreciaría bajo cualquier forma de vejación o crueldad cometida contra su identidad y su subjetividad como ser humano, ya que, a fin de cuentas, se las consideraba como a meras «bestias mansas, perros estúpidamente generosos que lamen la mano que los castigaban sin razón» (Imagen 4) (Ferragut, 1933: 15). Por ese motivo se las marcaba como a animales, rajándoles la cara o «cosiéndolas» a navajazos, siendo las causas más comunes para que algunos hombres actuaran así sobre sus cuerpos el engañar al amante con otro individuo de su misma clase, el ser confidente de la policía o, simplemente, el no acatar la autoridad de su chulo (Gómez de la Serna, 1919: 11; Phillips, 1999: 174; Villar, 1996: 31, 78). Las cicatrices provocaban una sensible alza en su valor económico, en tanto que, se las consideraba mucho más exóticas(4) y al verse éstos con licencia de hacer lo que otros ya habían hecho sobre su piel.

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Imagen 4

Martorell, Ramón (Fotografía de Videa y Dibujo de Peinador, Ramón) (1935, 24 de noviembre). El XVII Salón de Humoristas. Carteles, caricaturas, humorismo … Obras desde treinta y cinco céntimos hasta cuatro mil pesetas.

Crónica: Revista de la Semana, 315. Puede que las meretrices que mejor se acoplaran a esa asociación

concebida entre ellas y la animalidad fueran las «putas de calle», fundamentalmente, por esa vida errante que llevaban al deambular con libertad en busca de un servicio rápido, pero, sin tener la protección física de un chulo que evitara que terminaran siendo víctimas de algún homicidio (Imagen 5 y 6). Este fenómeno resulta curioso en la medida que las mujeres no podían ser libres ni aún trabajando como prostitutas, pues, si intentaban «independizarse económicamente», quedaban expuestas a perder la vida en cualquiera de sus salidas nocturnas. Añádase que las mujeres modernas también deseaban disfrutar de la libertad suficiente para definirse así mismas, por lo que, entre ambas, existía cierto anhelo común por desprenderse de la opresiva influencia patriarcal(5).

Imagen 5

Anónimo (1932, 3 de marzo). Nota del día. Los atracos. La Gaceta Galante: Diario Semanal de la Vida Alegre, 2,

16.

Imagen 6 Carrère, Emilio (Dibujo de Echea) (1926, 30 de abril). Madrid flamenco. Nuevo Mundo: Periódico Ilustrado,

1.684.

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A cambio de gran parte de la recaudación de las prostitutas, más los favores sexuales que les pudieran prestar, sus «protectores» les regaban una vida repleta de frecuentes palizas y amenazas de muerte, obligándolas a aceptar cualquier tipo de cliente (Anónimo, 1917: 2). Entre éstas encontramos a las «grisetas» o entretenidas con oficio propio; las «pajilleras» o «busconas de gran representación», viejas y desdentadas que bien hacían su trabajo por medio de felaciones o a «mano completa»; o, las «carreristas» que, al igual que las demás, hacían sus servicios al aire libre (Imagen 7) (Capel, 1986: 278; Cieza, 1989: 74-75; De Miguel, 1999: 193; Rioyo, 2003: 290; Villar, 1996: 80). Durante la dictadura de Primo de Rivera, la actividad de estas mujeres fue muy intensa, tal y como lo ratificaban las confesiones de un ciego del momento, cuyos recuerdos recogía el historiador Juan Villarín y plasmaba del siguiente modo:

La Florera cobraba dos reales por un dao por culo … después de que te hacía el servicio, se lavaba en una boca de riego que había al lado del Cuartel, y siempre estaba rodeada por un montón de tíos … La Carola era más joven y más fina. En los jardines del Cuartel de la Montaña había de to. Estaban muy oscuros y no pasaba casi nadie, excepto los que se sabían el tinglao. Por ejemplo, aquello se llenaba de soldados que iban a despacharse, antes de entrar en los cuarteles. Y las lumis de allí, porque no estaban sólo la Carola y la Florera, tenían tanta clientela que había que pedir la vez pa poder cepillártelas … (Rioyo, 2003: 335).

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Imagen 7

Carral, Ignacio (Dibujo de Rivero Gil) (1930, 21 de enero). Los otros. Cómo me hice hampón. Estampa: Revista Gráfica y Literaria de Actualidad Española y Mundial, 106.

Todas estas mujeres corrían constantemente el riesgo de coger cualquier

tipo de infección en la vía pública o en aquellos lugares donde solían satisfacer a sus clientes, además de contraer alguna que otra «enfermedad venérea» y, por ende, contagiársela a quienes con ellas mantenían relaciones sexuales. Era una realidad que el «amor mercenario», sobre todo el realizado en la intemperie, traía consigo todo un cúmulo de riesgos de contraer cualquier enfermedad de las llamadas «secretas»(6) por falta de higiene. Por lo tanto, era necesario determinar las medidas pertinentes para evitar su contagio y su posterior propagación. Así pues, para cumplir lo prevenido en el art. 19 de la instrucción general de Sanidad de 12 de enero de 1904, el Real Consejo de Sanidad redactó un Reglamento especial del Servicio de Higiene de la Prostitución, que fue aprobado por Real Orden de 24 de enero de 1907, dirigida a los gobernadores civiles (Nash, 1983: 281). Años más tarde, en 1918, se llevaron a cabo varias iniciativas similares a la señalada, pero, terminaron modificándose parcialmente, en mayo de 1930, con las nuevas Bases para la reorganización de la profilaxis pública de las enfermedades venerosifilíticas, momento en el que, la lucha antivenérea quedaba planteada con completa

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independencia de los servicio de higiene de la prostitución. Finalmente, la inserción en 1933 de las competencias de Sanidad en la cartera del renovado Ministerio de Trabajo, Sanidad y Previsión significó una atención especial a la sífilis, junto a las otras dos enfermedades sociales por excelencia de la época, la tuberculosis y el alcoholismo. En julio de ese mismo año, entraba en función en Madrid el Instituto Nacional de Venereología, solicitado por Jiménez de Asúa e inscrito en el proyecto de ley para la lucha contra las enfermedades venéreas (art. 20), dando lugar a que la Junta Central de Lucha Antivenérea pasara a denominarse Junta Central de Lucha social contra enfermedades venéreas (Guereña, 2003: 386-387, 394).

Una de las obligaciones que estas disposiciones legales establecían para las

casas de lenocinio era el tener un médico, que cuidara del estado sanitario de las mujeres que se prostituían y de la higiene del lugar. Éste llevaba consigo un libro-registro en el que constaba, por hoja dedicada a cada una de las meretrices, además del retrato de la interesada, su afilización y el resultado de cada uno de los reconocimientos que se les había practicado, haciendo constar la fecha y autorizando la diligencia con su firma (Nash, 1983: 283-284). Concepción Arenal da testimonio del modo en que estos doctores trataban a las prostitutas, reafirmándose así ese desalmado criterio que se les concedía al vincularlas más al mundo animal que al humano. Para la escritora feminista, la mujer que se dedica a la compraventa de su cuerpo «a nadie inspira compasión, donde a todos causa desprecio y asco, donde se la cura para que vuelva a servir, como un animal que enferma y curado puede ser útil”. Rara vez se queja, dice, sino que intenta disimular sus sufrimientos físicos y morales con obscenidades, blasfemias y “carcajadas que, como las de un loco, hacen llorar”» (Capel, 1986: 279; Scanlon, 1986: 105). Quienes con mayor motivo debían entender su mísera situación y sus tristes circunstancias, en esas frías revisiones médicas, las terminaban privando de cualquier consideración que les permitiera seguir creyéndose mujeres con algo de dignidad o, al menos, de «feminidad».

Las prostitutas empezaban a sentirse viejas cuando pasaban la barrera de

los treinta y cinco años, momento en el que entendían que, poco a poco, con el transcurso del tiempo, aunque ellas mantuvieran todavía latente su apetito sexual, eran mucho menos deseadas por los parroquianos del burdel en el que laboraban. Las mentalidades de la época no concebían que, más allá de cierta edad, las mujeres pudieran tener apetencias sexuales, siendo concebidas sus inclinaciones como «amor de vieja» o «enfermedad senil». Pronto no servirían más que para fregar los suelos de esa casa de donde hasta entonces habían sido pupilas, puesto que, en expresión del periodista y escritor Eduardo San Juan, se estaban convirtiendo en «repugnantes momias vivientes atacadas de escrofulismo y consumidas por la tisis» (Anónimo, 1921; Carrère, 1924; Castrovido, 1900: 1; De Miguel, 1999: 82-83; Marquina, 1900: 1; Peregrino Curioso, 1933; Villar, 1996: 145). Ya ni siquiera se les atribuía la concesión de

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«hembras» o «bestias», sino, únicamente, se hablaba de ellas como «trozos de carne» de animales muertos.

A mi juicio, no podía otorgarse ese estado de animalidad a unas mujeres que

estaban dotadas de conciencia social y política. En efecto, a pesar de que Ana Díaz, cierta elegante cortesana que había terminado su carrera, aconsejara a las prostitutas en su Guía para cortesanas en Madrid, escrita en 1921, que se alejaran de la política, de los movimientos sociales y de toda organización, puesto que, su única patria debía ser «su coño» (Rioyo, 2003: 324-327); algunas de ellas ya habían participado de forma activa en los sucesos acaecidos durante la llamada Semana Trágica de Barcelona, entre el 25 de julio y 2 de agosto de 1909, como fue el caso de La Valenciana; La Larga; la general en jefe de la calle Conde de Asalto, La Bilbaína, Josefa Prieto; y, su ayudante de campo, Encarnación Avellaneda, La Castiza, quienes movilizaron a varios piquetes para construir barricadas contra la policía; o, la Quaranta Céntims, María Llopis Berges, quien dirigió «un grupo de huelguistas fuertemente armados que recorría el Paralelo forzando a los comerciantes a que cerrase sus tiendas si no querían ver destruidos sus escaparates y mobibliario» (García de Fagoaga, 2002: 48; Kaplan, 2003: 163, 172-173, 175-177; Villar, 1996: 31). Las prostitutas estaban muy familiarizadas con la policía y sus métodos, por lo que, era lógico que mostraran buenas aptitudes como líderes de las propuestas; además, la gente de los barrios pobres las consideraba parte de su comunidad a pleno derecho y, en consecuencia, escuchaba sus proclamas. Hubo también a lo largo del primer tercio del siglo XX, putas que se confesaban republicanas(7) y/o sindicalistas(8), y concurrentes a las manifestaciones feministas(9). Por lo tanto, no podía tacharse de animales a estas mujeres, pues, tras su actividad como prostitutas se encontraba también cierta ansia reivindicativa hacia los mismos ideales por los que cualquier mujer luchaba, destacando entre todos ellos, el evitar permanecer en esa situación de inferioridad que el entramado patriarcal las había ubicado.

Notas

1. No hay que olvidar el alarmante número de prostitutas que amanecían muertas en las calles de ciudades como Barcelona o Madrid (Villar, 1996: 79).

2. El escritor J. Pérez de Rozas en su obra La mujer soñada, aparecida en la revista quincenal Atlántico, se refería a una tanguista con la acepción de «piltrafa social con hechura de mujer» (Pérez de Rozas, 1930: 89).

3. Aún sin dar el nombre de la casa de lenocinio ubicada en el barrio del Raval de Barcelona, Vásquez Yepes, periodista colombiano de principios del siglo XX, informaba que, en lugares análogos al aludido, se llevaban a cabo rifas de mujeres como si de objetos de feria se tratase (Villar, 1996: 75-77).

4. Quien fuera considerada como reina del Barrio Chino de Barcelona, María Guerrero, tenía el cuerpo adornado con treinta cicatrices (Ferragut, 1933: 6; Ibídem: 143).

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5. No en balde, el término garçonne etimológicamente proviene del apelativo francés garce que significa ramera (Bard, 2000: 141).

6. Conocidas también como «enfermedades secretas» que, según Gregorio Marañón, al ser anunciadas «con carteles en el balcón de los doctores, […] el enfermo —perdía— su secreto con sólo atravesar el portal» (Guereña, 2003: 397).

7. Normalmente, porque a sus chulos los explotaban los patronos y, en consecuencia, preferían vivir con la República, por lo que, ellas también se declaraban partidarias de ésta (García de Fagoaga, 2002: 50).

8. Siendo las más destacadas las que intervinieron en las huelgas, acaecidas en 1934, ante la represión de los mineros asturianos (Idem).

9. Habían también prostitutas asomadas a los balcones de los burdeles cuando pasaba la marcha feminista, mirando a éstas, con sonrisas despectivas, aunque también de complicidad (Idem).

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