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Temperamento y Psicopatología Lic. Mariano Scandar 1 El presente artículo explora el vínculo entre el temperamento y la aparición de sintomatología psiquiátrica en la infancia. Se definirá el concepto de temperamento, se darán cuenta de las dimensiones en las que diversos autores acuerdan en dividirlo. En segundo lugar, se detallarán las diferentes teorías explicativas que actualmente intentan dar luz sobre el vínculo entre psicopatología y temperamento. Finalmente reseñaremos de forma sucinta la relación encontrada entre temperamento y los cuadros clínicos de mayor prevalencia en la infancia. Hacia una Definición de Temperamento Al intentar definir el temperamento, aparecen una serie de términos relacionados que que se necesitan diferenciar:: el vínculo entre temperamento y emoción; la relación con el sustrato biológico; y su relación con el concepto de personalidad. En cuanto al vínculo con la emoción, mientras que algunos autores vinculan de forma excluyente temperamento con respuesta emocional, otros lo ligan a aspectos conductuales en un sentido amplio (Strelau 2002). Las definiciones 1 Licenciado en Psicología. Master en Neuropsicología Infantil y Neuroeducación. Departamento de Neuropsicología, Fundación ETCI. Contacto: neuropsicologí[email protected] centradas en la emoción tienen su inicio en las conceptualizaciones de Gordon Allport (Allport, 1937) quien señaló: Temperamento se refiere al fenómeno característico de la naturaleza emocional de una persona, incluyendo su susceptibilidad a la estimulación emocional, la fuerza y velocidad de su respuesta, su ánimo predominante y todas las peculiaridades de las fluctuaciones y la intensidad del ánimo. Estos fenómenos se consideran dependientes de aspectos constitucionales y, por lo tanto, ampliamente hereditarios en su origen”. (Allport, 1937; citado en Strelau, 2002 p. 29) Este énfasis en lo emocional puede rastrearse hasta las teorías contemporáneas y ha dado lugar a numerosas investigaciones, tanto en niños (Goldmith y Campos, 1990) como en adultos (Mehrabian, 1991). En estas teorías la visión del temperamento está restringida al campo de los estados de ánimo, sea como un estado emocional característico o un rasgo de la respuesta emocional. Este tipo de conceptualizaciones se oponen a las esbozadas por otros autores, entre los cuales se destacan Thomas y Chess (1977), que asocian fuertemente el concepto con variables conductuales: “El temperamento puede ser visto como un término general referido al cómo de la conducta. Difiere de la habilidad, que puede conceptualizada como el qué o el cuan bien del comportamiento y también de la motivación, que puede responder sobre el por qué una persona hace lo que hace. Temperamento, en contraste, se ocupa de la forma en que un individuo se comporta”.

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Temperamento y Psicopatología

Lic. Mariano Scandar1

El presente artículo explora el vínculo

entre el temperamento y la aparición de

sintomatología psiquiátrica en la infancia.

Se definirá el concepto de temperamento,

se darán cuenta de las dimensiones en las

que diversos autores acuerdan en dividirlo.

En segundo lugar, se detallarán las

diferentes teorías explicativas que

actualmente intentan dar luz sobre el

vínculo entre psicopatología y

temperamento. Finalmente reseñaremos

de forma sucinta la relación encontrada

entre temperamento y los cuadros

clínicos de mayor prevalencia en la

infancia.

Hacia una Definición de Temperamento

Al intentar definir el temperamento,

aparecen una serie de términos

relacionados que que se necesitan

diferenciar:: el vínculo entre

temperamento y emoción; la relación con

el sustrato biológico; y su relación con el

concepto de personalidad.

En cuanto al vínculo con la emoción,

mientras que algunos autores vinculan de

forma excluyente temperamento con

respuesta emocional, otros lo ligan a

aspectos conductuales en un sentido

amplio (Strelau 2002). Las definiciones

1 Licenciado en Psicología. Master en Neuropsicología Infantil y Neuroeducación. Departamento de Neuropsicología, Fundación ETCI. Contacto: neuropsicologí[email protected]

centradas en la emoción tienen su inicio en

las conceptualizaciones de Gordon Allport

(Allport, 1937) quien señaló:

“Temperamento se refiere al fenómeno

característico de la naturaleza emocional

de una persona, incluyendo su

susceptibilidad a la estimulación

emocional, la fuerza y velocidad de su

respuesta, su ánimo predominante y todas

las peculiaridades de las fluctuaciones y la

intensidad del ánimo. Estos fenómenos se

consideran dependientes de aspectos

constitucionales y, por lo tanto,

ampliamente hereditarios en su origen”.

(Allport, 1937; citado en Strelau, 2002 p.

29)

Este énfasis en lo emocional puede

rastrearse hasta las teorías

contemporáneas y ha dado lugar a

numerosas investigaciones, tanto en niños

(Goldmith y Campos, 1990) como en

adultos (Mehrabian, 1991). En estas

teorías la visión del temperamento está

restringida al campo de los estados de

ánimo, sea como un estado emocional

característico o un rasgo de la respuesta

emocional.

Este tipo de conceptualizaciones se oponen

a las esbozadas por otros autores, entre los

cuales se destacan Thomas y Chess (1977),

que asocian fuertemente el concepto con

variables conductuales: “El temperamento

puede ser visto como un término general

referido al cómo de la conducta. Difiere de

la habilidad, que puede conceptualizada

como el qué o el cuan bien del

comportamiento y también de la

motivación, que puede responder sobre el

por qué una persona hace lo que hace.

Temperamento, en contraste, se ocupa de

la forma en que un individuo se comporta”.

(Thomas & Chess 1977, citado en Strelau

2002, p. 31)

La definición citada tiene un fuerte énfasis

en lo fenomenológico y carece de

implicaciones sobre la estabilidad de la

conducta y la etiología de la misma. El

temperamento es visto como una

conducta reactiva a los estímulos,

diferenciable de la motivación, la

capacidad y la personalidad. Hay que

destacar que, sobre todo en escritos

tardíos, es claro que Thomas y Chess

comparten la idea de que el

temperamento es estable y genéticamente

determinado (Strelau, 2002), aunque

simplemente no consideran dicho aspecto

central en sus investigaciones.

Otra cuestión en la cual se observan

diferencias de criterio entre autores es

respecto al rol de la biología y la genética

en el temperamento. En este sentido

parecería ser algo extendido que la

característica constitucional es implícita al

concepto en sí, aunque con matices

claramente variables. La forma más lineal

de ver la relación entre determinantes

biológicos y temperamento probablemente

sea la de la escuela rusa, que desde los

trabajos de Pavlov y hasta la caída del

muro siempre trabajaron bajo el supuesto

de que el temperamento es una expresión

de la actividad nerviosa superior, es decir,

que se trata de la manifestación

conductual de una característica del

sistema nervioso central. (Templov 1972;

Strelau, 2002)

Otra forma de conceptualizar el vínculo

entre biología y temperamento, que no

excluye a la anterior, es la adoptada por

Diamont (1957) que consideró al

temperamento como un componente o

rasgo hereditario de la personalidad. En

esta definición, que fue adoptada luego

por otros (ver por ejemplo los trabajos de

Buss y Plomin, 1984), se vincula con la

transmisión genética de los rasgos

temperamentales.

Un último asunto de importancia es el

vínculo entre temperamento y

personalidad. Originalmente, autores

como Allport (1937), Eysenck (1967) o Gray

(1973), considerados con razón pioneros

en los estudios de la personalidad, tendían

a utilizar el término temperamento y el de

personalidad de forma intercambiable. En

forma paralela, otros autores (Diamont

1957; Rutter 1994) consideraron al

temperamento como base de la

personalidad, concepto que incluía además

aspectos vinculados a la adaptación de

cada individuo al ambiente y aspectos

relacionados a la crianza. Esta última

postura fue tornándose hegemónica y es

hoy la más aceptada. Sin embargo,

investigaciones recientes han ido

mostrando que varias características del

temperamento se superponen con la

personalidad (Nigg, 2006). Los aspectos

más salientes de esta superposición son:

(a) Aparecen tempranamente en la vida (b)

tienen patrones de heredabilidad

semejantes (c) tienen los mismos niveles

de estabilidad y (e) están ligados a

aspectos del comportamiento emocionales

y motivacionales. Es por esto que, sobre

todo en el caso de adultos, los estudios han

comenzado a integrar ambos conceptos.

Al considerar los matices repasados en los

párrafos anteriores, podemos extraer

ciertas generalidades: en primer lugar el

temperamento implica características

conductuales en las que los individuos

difieren, pero se mantienen siempre

dentro del campo formal la intensidad, el

tiempo de respuesta, etc. El temperamento

no implica respuestas específicas ante

estímulos específicos. Aunque la ligazón

con el estado de ánimo es marcada

también engloba aspectos no

necesariamente ligados al mismo (por

ejemplo, el nivel de actividad y la velocidad

de respuesta). Parecería, entonces, más

correcto conceptualizar al temperamento

como un sistema innato bio-conductual de

respuesta a estímulos e incentivos

específicos (Nigg, 2006).

Finalmente, el temperamento es algo

estable, que está presente desde la

infancia y que moderado o exacerbado por

situaciones ambientales, acompaña a los

individuos a lo largo de su vida.

Dimensiones del temperamento en la

infancia

Un método altamente utilizado para

discriminar diferentes variantes en el

temperamento infantil es el uso de escalas

administradas a los padres en las que se

analizan un amplio espectro de

comportamientos observables, que son

sometidos luego a análisis factoriales,

permitiendo de este modo arribar a

dimensiones independientes del

temperamento.

Por ejemplo, el estudio pionero, de

carácter longitudinal , realizado de Thomas

y Chess (1977) utilizó una escala en la que

se incluían las siguientes dimensiones:

nivel de actividad, umbral de sensibilidad

(nivel de estimulación requerido para

evocar una respuesta), estado del ánimo,

regularidad (ritmicidad), aproximación y

retraimiento (vinculado con el modo de

respuesta ante estímulos novedosos),

adaptabilidad, distractibilidad, span

atencional/ persistencia (tiempo en que el

niño acomete una actividad),

distractibilidad e intensidad de la

respuesta, sin embargo, a nivel factorial

existe un solapamiento de varias de estas

categorías. Rothbart y Mauro (1990),

tomando como base los datos de Thomas y

Chess y sometiéndolos a análisis

estadísticos encuentran las siguientes

dimensiones: disconfort e inhibición ante

la novedad, irritabilidad, afecto positivo y

conductas de aproximación, nivel de

actividad, y persistencia. Las nueve

categorías iniciales podían entonces

agruparse en solo seis.

Por su parte, Garstein y Rothbart (2003)

realizaron un estudio con padres sobre

una lista expandida de comportamientos

infantiles durante el primer año de vida (de

tres a doce meses) y encontraron que tres

dimensiones daban cuenta de los

comportamientos en los niños:

extraversión y afecto positivo, afecto

negativo y conductas de orientación. La

extraversión se caracterizada por

conductas de aproximación, búsqueda de

placer y estimulación, sonrisas, risas, etc. El

afecto negativo está caracterizado por

tristeza, frustración y miedo. Finalmente,

las conductas de orientación y regulación

se vinculan con la duración de la

orientación y la realización de actividades

placenteras de baja intensidad.

Todo el trabajo realizado por Rothbard y

su equipo (Rothbart, Ahadi y Evans, 2000;

Rothbart y Derriberry, 2002) muestra que

en la primera infancia, la mayoría de las

escalas pueden agruparse en seis

dimensiones: afecto positivo, dos tipos de

afecto negativo (miedo/ ansiedad e ira/

irritabilidad), nivel de actividad y

regularidad. A su vez estas dimensiones

podían ser agrupadas en tres factores:

extaversión/afecto positivo, afecto

negativo/neuroticismo y afiliación

(capacidad de ser confortado y de

calmarse, así como también orientación).

Sin embargo luego de la primera infancia

este último factor comenzaba a estar

altamente influido por el control atencional

y es etiquetado como “control esforzado”,

concepto estrechamente ligado a las

funciones ejecutivas. En la adolescencia,

afiliación vuelve a separarse como un

cuarto factor, distinto de control

esforzado.

En resumen, existen múltiples

clasificaciones dependientes por un lado

de las conceptualizaciones teóricas y por

otro de la edad en que se realizan los

estudios. Sin embargo parecen existir tres

grandes dimensiones. La primera involucra

la propensión a experimentar sentimientos

negativos (ira o miedo) ante estímulos

aversivos; aquí agrupamos categorías como

emoción negativa, neuroticismo,

introversión, etc. En segundo lugar la

tendencia a buscar estimulación positiva;

aquí entrarían categorías como búsqueda

de estimulación, extraversión,

acercamiento, emoción positiva, etc.

Finalmente existe una dimensión ligada a la

autorregulación, que es la más susceptible

de evolucionar a lo largo del tiempo y que

se vincula con conceptos tales como

control esforzado, orientación, rigidez, etc.

Temperamento y patología

De la concepción misma del temperamento

pueden inferirse dos consecuencias lógicas

a considerar: en primer lugar, las

características individuales del

funcionamiento mental serán

inevitablemente un producto de la

interacción entre estas bases

constitucionales y el ambiente. En segundo

término, como consecuencia de lo anterior,

todo aquello que denominamos

“enfermedad mental” es en alguna medida

resultado de esta misma interacción entre

temperamento y ambiente.

Rothbart, Posner y Hershey (1995; 2006)

identifican una serie de formas en las que

esta interacción tiene lugar:

Diferencias individuales extremas que

pueden constituir una psicopatología o

predisponer a una persona a ella. Se trata

en este caso de rasgos temperamentales

que por sí mismos resultan

extremadamente disfuncionales. Podemos

ejemplificar este tipo de casos con niños

extremadamente rígidos, con muy baja

capacidad de adaptarse a los cambios del

ambiente y que reaccionan en

consecuencia ante los mismos con

comportamientos disruptivos o con

reacciones emocionales

desproporcionadas.

Características que evocan en los demás

reacciones que pueden aumentar o

disminuir el riesgo de trastornos

psicopatológicos. En este caso el énfasis

está puesto en la forma en que el ambiente

responde al sujeto. Las diferencias en el

temperamento de un niño interaccionan

con las del padre, que puede responder de

forma tal de favorecer o no la aparición de

una patología. Niños difíciles de confortar

presumiblemente evocarán más hostilidad

y viceversa.

Características que predisponen al

individuo a realizar determinado tipo de

conducta: Diversos autores han sugerido

(Strelau 2002, Rothbart et al 2002; 2006)

que una característica esencial del

temperamento es la búsqueda o evitación

de estimulación. Pacientes con necesidad

de estimulación tenderán a emprender

actividades riesgosas, que pueden facilitar

la aparición de determinados cuadros tales

como adicciones y trastornos de conducta.

Por otro lado, la evitación excesiva de

estimulación se asociará a cuadros

ansiosos y depresivos.

El temperamento influencia la forma del

trastorno, su curso y su probabilidad de

recurrencia. Una vez instalada la

enfermedad mental (por ejemplo un

cuadro depresivo, o un trastorno por estrés

postraumático), el temperamento jugará

un rol importante en la presentación de la

misma.

Características temperamentales en la

forma de procesar la información sobre sí

mismo y el mundo aumentan o disminuyen

la aparición de patologías. Por ejemplo,

pacientes impulsivos, caracterizados por

patrones de respuesta ante los estímulos

rápidos e irreflexivos, poseen bajo nivel

de conciencia sobre el impacto de su

conducta en el medio, lo que por un lado

podría protegerlos de trastornos como la

ansiedad y la depresión, sin embargo, más

frecuentemente pueden acabar

padeciendo trastornos de conducta (Nigg,

2006).

Regulación temperamental o

amortiguación contra los efectos del estrés.

Así como hay características desfavorables,

existen ciertas características que

favorecen la resiliencia. (Connor y Zhang,

2006;Wachs, 2006)

Alta responsibidad temperamental ante los

estímulos ambientales. Aquellos

individuos que desde pequeños tienen

patrones altos de activación pueden, de

forma opuesta a lo visto en el punto 6, ser

altamente susceptibles a ambientes con

altos niveles de estimulación (Compas,

Connor-smith y Jaser 2004).

Interacción entre diferentes sistemas del

temperamento. Todas las teorías del

temperamento, lo muestran como un

constructo multidimensional. La

combinación de algunas dimensiones

pueden actuar de forma protectora ante la

emergencia de psicopatología, mientras

que otras podrían potenciar el riesgo. Por

ejemplo existe un vínculo aparente entre

altos niveles de introversión y bajos niveles

de control esforzado en el desarrollo de

trastornos de ansiedad. (Lonigan et. al.

2004)

Las características temperamentales y las

características de los cuidadores pueden

hacer contribuciones independientes al

desarrollo o no de una psicopatología o

pueden interactuar de forma de aumentar

o disminuir el riesgo.

Los trastornos en sí mismo pueden ser

responsables de aspectos del

temperamento.

Nigg (2006) por su parte reúne las teorías

que ligan al temperamento con la

psicopatología en cuatro modelos básicos:

el modelo de espectro o causa común; el

modelo de vulnerabilidad o resiliencia, el

efecto “patoplástico” (el temperamento

modela la enfermedad) y el efecto

“cicatriz” (la enfermedad modela el

temperamento). Los dos primeros

enfoques merecen teorizaciones más

profundas.

El modelo de espectro supone que tanto

las variantes normales del temperamento

como los trastornos psicopatológicos caen

en diferentes lugares de un único continuo.

Esto parecería ser cierto al menos para

algunos tipos de psicopatologías, que

parecerían representar extremos de

comportamientos normales, tales como la

ansiedad o la hiperactividad, que

representan exacerbaciones de

comportamientos normales.

Por otra parte, el modelo de vulnerabilidad

o resiliencia considera al temperamento

como una fuente de propensión o

protección frente a la psicopatología, pero

asume que otros factores deben co- ocurrir

para que la misma se manifieste o que

múltiples rasgos deben conjugarse en los

individuos para que esto ocurra. A favor de

esta hipótesis está en primer lugar la

moderada tasa de correlación entre el

temperamento y la psicopatología, que

parecería indicar que sólo la mitad de la

varianza de los trastornos mentales

pueden ser atribuidas a variables

temperamentales. Si temperamento y

patología fueran continuos de un espectro,

la relación entre ambos debería ser mayor.

En segundo lugar, la psicopatología

involucra muchas veces anormalidades en

el procesamiento de la información que

no pueden de forma lineal atribuirse al

temperamento. En algunos casos,

entonces, parecería haber una

discontinuidad entre lo normal y lo

anormal en el desarrollo.

En conclusión, podemos afirmar que el

vínculo entre temperamento y patología es

complejo y que no puede explicarse de

forma lineal e inequívoca. Por el contrario,

existen determinaciones bidireccionales

entre ambos constructos.

Datos empíricos

La literatura es consistente en señalar la

correlación entre determinadas

características temperamentales y la

emergencia de trastornos mentales en

niños.

Un aspecto especialmente indagado es la

relación entre el afecto negativo y la

emergencia de síntomas. En ese sentido

diversos autores (Rothbart, et. al .2006,

Keiley, Lofthouse, Bates, Dodge and Pettit

2003) indican la importancia de subdividir

este factor en dos sub-dimensiones: afecto

negativo vinculado con el miedo, y afecto

negativo vinculado con la irritabilidad.

Keiley et.al (2006) encontraron que la

presencia de un temperamento temeroso

predecía la presencia mayores niveles de

problemas de internalización y menores

niveles de problemas de externalización,

mientras que la presencia de un alto nivel

de afecto negativo pero con

comportamientos más irritables se

vinculaban a sintomatología mixta

internalizante y externalizante.

Biederman (1990) realizó un estudio

longitudinal siguiendo a los dos extremos

del continuo inhibición, es decir, los niños

extremadamente inhibidos y los

extremadamente desinhibidos. Encontró

que los primeros tendían a desarrollar con

alta frecuencia trastornos de ansiedad, en

especial fobias. Mientras que la

prevalencia de Trastorno Negativista

Desafiante era significativamente elevada

en el grupo de niños con muy bajos niveles

de inhibición. Sin embargo ambos grupos

presentaban excepciones con diagnósticos

cruzados (desinhibidos ansiosos o inhibidos

negativistas) lo que apoya la idea de que

los temperamentos influyen de forma

estrecha en la emergencia de

psicopatologías pero no son la única

variable interviniente.

También se han registrado asociaciones

entre la variable de control esforzado y la

emergencia de psicopatología. La pobre

capacidad de demorar la gratificación, por

ejemplo, evaluada en niños pequeños a

través de tareas de demora forzada, ha

sido asociada como un factor de riesgo

para la aparición de comportamientos

agresivos y delincuenciales, mientras que

por el contrario, un buen desempeño en

esta capacidad se ha visto asociado a

conductas adaptativas (Krueger, Caspi,

Moffitt, White y Stouthamer-Loeber,

1996).

Temperamento y trastornos específicos

Trastornos de Conducta y psicopatía

Nigg (2006) destaca la presencia de dos

vías temperamentales diferentes,

vinculadas con la presencia de dos tipos de

psicopatías la tipo I, caracterizada por

falta de empatía y sensibilidad hacia el otro

y la tipo II, de carácter reactivo.

En el caso de estudios en adultos que

presentaban falta de empatía y sensibilidad

interpersonal, tendientes a iniciar

agresiones de forma instrumental; los

mismos aparecen ligados a temperamentos

con bajos niveles de introversión, bajos

niveles de emoción negativa, altos niveles

de extraversión y bajos niveles de evitación

del peligro (Benning et al. 2003). Aunque

la identificación de estos rasgos en la

infancia es algo más compleja, Lynam

(2002) encontró resultados comparables

en una muestra de sujetos de entre 13 y 16

años, al ver que aquellos que ejercían

violencia instrumental tenían bajo nivel de

afiliación, bajo nivel de control esforzado y

bajo afecto negativo.

Aquellos que catalogan como tipo II, es

decir, que ejercen violencia de forma

reactiva, tendían a tener altos niveles de

afecto negativo, bajo nivel de afiliación y

bajo nivel de control esforzado (Lynam,

2002).

Trastorno por Déficit de Atención e

Hiperactividad (TDAH)

Nigg, Blaskey, Huang-Pollock y John (2002)

encontraron que el control esforzado,

estaba relacionado con los síntomas de

inatención, mientras que los síntomas de

hiperactividad e impulsividad se asociaban

a la presencia de afecto negativo de tipo

irritable.

Goldsmith, Lemery y Essex (2004),

siguieron niños desde el nacimiento hasta

la vida adulta y encontraron que el TDAH

estaba asociado con pobre control

esforzado, altos niveles de

hostilidad/agresividad.

El TDAH parecería entonces estar asociado

a múltiples vías temperamentales (Nigg,

Goldsmith y Sachek, 2004). Una vía se

vincula con el control esforzado, sobre

todo en el caso de la inatención, una

segunda vía involucra altos niveles de

aproximación, sobre todo lo vinculado a la

hiperactividad. Sobre esta última vía,

parecería existir una superposición con los

trastornos de conducta.

Ansiedad y Depresión

Watson (Watson, Gamez y Simms, 2005)

realizó numerosos trabajos indagando el

vínculo entre temperamento, ansiedad y

depresión. De dichos estudios se

desprende un modelo explicativo de esta

constelación sintomática. Según el autor,

en la depresión se presentan altos niveles

de retraimiento (afecto negativo) y bajos

niveles de conductas de aproximación

(afecto positivo). Esto explicaría tanto los

síntomas de pesar y tristeza como la falta

de capacidad para emprender actividades y

sentir placer. En el caso de la ansiedad

generalizada, se observan altos niveles de

retraimiento de forma aislada.

Lonigan et al. (2004) sugieren que la

relación entre la emoción negativa y la

aparición de la ansiedad estaría mediada

por los niveles de control esforzado de la

persona, es decir, que la capacidad de

autorregulación podría moderar los efectos

del retraimiento sobre la conducta. Esto se

daría fundamentalmente debido a la

importancia de la dirección de la atención

hacia los estímulos en el incremento o

disminución de los síntomas ansiosos

(Lonigan y Phillips, 2001). Un estudio

reciente (Vervoort, et al, 2011) encontró

resultados similares con el agregado de

verificar, como era esperable, que cuando

los niveles de emoción negativa son muy

bajos, el rol mediador del control esforzado

sobre la ansiedad desaparece.

Trastorno Bipolar Infantil

Hirshfeld- Becker et al. (2003) sugieren que

los niños con trastorno bipolar podrían

exhibir de forma premórbida dificultades

temperamentales. Específicamente en

dos áreas: desinhibición conductual y

regulación emocional. La primera puede

ser definida como la tendencia a

experimentar excitación en respuesta a

estímulos novedosos, generando

conductas exploratorias, decisiones

impulsivas, aproximación ante indicios de

posibles recompensas y una baja tolerancia

a la frustración (West, Schenkel y Pavuluri,

2008). En cuanto a la desregulación

emocional, puede ser definida como la

respuesta no-modulada a un estímulo. Es

decir, la dificultad de un individuo para

regular la respuesta emocional a estímulos

internos o externos (West et. al. 2008).

Chang, Blasey, Ketter y Steiner (2003)

evaluaron el temperamento de 53 hijos de

padres bipolares sin diagnóstico y

encontraron que diferían

significativamente del grupo control en

flexibilidad cognitiva, emoción negativa y

persistencia hacia la tarea. Hirshfeld-

Becker y colaboradores (2006) realizaron

un estudio de características similares pero

realizando observaciones de los hijos de

padres bipolares en el laboratorio.

Encontraron que tenían tasas

significativamente aumentadas de

desinhibición conductual en comparación

a hijos de padres sin trastorno bipolar.

Dado que se trataba de niños sin

diagnóstico psiquiátrico al momento de la

evaluación, este estudio es interesante en

señalar al temperamento como un posible

fenotipo intermedio (endofenotipo) del

trastorno bipolar.

West y colaboradores (2008) estudiaron

retrospectivamente el temperamento en la

primera infancia de a tres grupos de niños:

25 niños con trastorno bipolar I, 25 niños

con TDAH y 25 controles sanos. Todos los

niños se encontraban estabilizados y

respondiendo favorablemente a

medicación psiquiátrica. Los autores

encontraron que los niños con trastorno

bipolar tenían un temperamento más difícil

durante los primeros años de vida

(dificultades de sueño, dificultad para ser

confortados, llanto excesivo) que los

sujetos control y que los niños con TDAH.

Estos últimos a su vez diferían

significativamente del grupo control. Los

autores sugieren que estos resultados

parecerían indicar la presencia de un

espectro en las dificultades

temperamentales.

Conclusiones

El temperamento puede conceptualizarse

como una serie de patrones

constitucionales y estables de respuestas a

los estímulos ambientales. Los estudios

muestran que existe una correlación entre

dicho constructo y la emergencia o no de

psicopatología psiquiátrica en la infancia.

Sin embargo, el nivel de correlación es

moderado, dando lugar a una fuerte

intervención del ambiente.

La forma en que temperamento y

ambiente interaccionan en el surgimiento

de posibles patologías sigue un modelo

multicausal en el cual no es apropiado

hablar de determinismos. Por un lado es

claro que determinadas características

temperamentales constituyen una

vulnerabilidad mientras que otras resultan

protectoras. Pero no menos cierto es que,

en muchos casos, son las consecuencias

ambientales del temperamento (por

ejemplo, la sobrecarga de los cuidadores)

las que resultan en sí patogénicas.

Finalmente también puede pensarse que,

de forma inversa, determinadas patologías

del desarrollo modelan el temperamento.

Como se ha destacado en el presente

trabajo al referirnos al Trastorno Bipolar

Infantil, parecería haber en determinados

cuadros clínicos suficiente evidencia para

hablar de un temperamento pre-mórbido.

Este hecho puede tener relevancia tanto

clínica como científica. Si es posible

identificar niños en alto riesgo de padecer

determinados trastornos, es factible

diseñar intervenciones de tipo preventivo.

Por otro lado aquellas características

presentes en un sujeto antes del

surgimiento de la enfermedad podrían ser

tanto pródromos de la misma como

características que aumentan su

posibilidad de ocurrencia. Sobre estas

posibilidades las investigaciones aún son

escazas y es de esperar que futuros

trabajos permitan una mayor comprensión

sobre el curso evolutivo de las

enfermedades mentales.

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