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Estimado colaborador: Ante todo, le damos la bienvenida al equipo de Talleres Distinguidos MAPFRE para la atención a los socios del Club MAPFRE del Automóvil. A partir de este momento, la calidad de servicio que usted ofrece en su taller queda refrendada por la compañía que lidera el mercado asegurador en España. Y, por supuesto, obtiene una serie de importantes ventajas para que su negocio prospere cada día más. Ante todo, le damos la bienvenida al equipo de Talleres Distinguidos MAPFRE para la atención a los socios del Club MAPFRE del Automóvil. A partir de este momento, la calidad de servicio que usted ofrece en su taller queda refrendada por la compañía que lidera el mercado asegurador en España. Y, por supuesto, obtiene una serie de importantes ventajas para que su negocio prospere cada día más. En este lote de bienvenida encontrará todo lo necesario para comenzar su andadura. Cuenta con el apoyo y asesoramiento de los especialistas de MAPFRE para cualquier duda, consulta o sugerencia que desee formularnos. Estamos seguros de que este es sólo el principio de una larga y fructífera relación para ambos. Reciba mi más cordial saludo, Fdo.: Xxxxxxx Xxxxxxxxx Xxxxxxxx Xxxxxxxxx

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Estimado colaborador:

Ante todo, le damos la bienvenida al equipo de Talleres Distinguidos MAPFRE para la atención a los sociosdel Club MAPFRE del Automóvil. A partir de este momento, la calidad de servicio que usted ofrece en sutaller queda refrendada por la compañía que lidera el mercado asegurador en España. Y, por supuesto, obtieneuna serie de importantes ventajas para que su negocio prospere cada día más.

Ante todo, le damos la bienvenida al equipo de Talleres Distinguidos MAPFRE para la atención a los sociosdel Club MAPFRE del Automóvil. A partir de este momento, la calidad de servicio que usted ofrece en sutaller queda refrendada por la compañía que lidera el mercado asegurador en España. Y, por supuesto, obtieneuna serie de importantes ventajas para que su negocio prospere cada día más.

En este lote de bienvenida encontrará todo lo necesario para comenzar su andadura.Cuenta con el apoyo y asesoramiento de los especialistas de MAPFRE para cualquier duda, consulta osugerencia que desee formularnos.

Estamos seguros de que este es sólo el principio de una larga y fructífera relación para ambos.

Reciba mi más cordial saludo,

Fdo.: Xxxxxxx XxxxxxxxxXxxxxxxx Xxxxxxxxx

Manuel Mira

ilustrado por Alex F. Cornejo

ucía era una niña muy especial. Ya lo pensó Manu, a los pocos minutos de nacer. Su abuelo se pasaba horas y

horas mirándola, asombrado, como si leyera elmapa de un tesoro escondido en su pielsonrosada.

–Se parece a ET, el alienígena.

La verdad es que a Manu no le faltaba razón. Elbebé no tenía pelo y su cuerpo era delgado yfrágil como el de un cervatillo cuando pone suspatas por primera vez en tierra. Sus ojos erangrandes y redondos. Cuando les daba la luztenían el color de la miel.

Tic-tac tic-tac, tic-tac. Sus pupilas se movían tanrápidas como las manecillas de un reloj, siemprealertas. Parecían dispuestas a fotografiar todoslos objetos a su alrededor. Y como eran tan claras,las personas y las luces se reflejaban en su interiora modo de risueños fantasmas que se movían

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como pececitos en una pecera.

Había en aquel rostro algo mágico.

–Parece que quiera contarte historias -se decíaManu, mirándola sonriente.

Naturalmente, no podía hacerlo de verdad porqueno sabía hablar. Pero algo de cierto había enesas palabras del abuelo. “Un duendecillo, sí”,pensaba Manu mientras observaba atentamenteaquellos ojos que resplandecían como estrellas.Sin duda que intentaban transmitirle un mensaje,pero no era capaz de entenderlo.

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uando a Lucía le llegó el tiempo de hablar, la primera palabra que pronunció no fue “papá”, ni “mamá”, ni

“caca”, ni “ajo”.

A todos les hizo gracia que una buena mañanade primavera abriera su boquita, con doscolmillitos cuadrados (mejor dos perlaspulimentadas) despuntando en la encía inferior,para gritar:

–¡Loro!

Lo más sorprendente es que ningún lorosobrevolaba el lugar en el instante en que Lucíaapuntó con su índice hacia un punto en el espacio.

Pronunció la palabra con tanta claridad como unprofesor de lengua.

–¡Loro! -exclamó por segunda vez.

Sus padres y Manu giraron la cabeza, pero sólo

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vieron un par de nubes corriendo en la autopistadel cielo a toda velocidad (1).

Manu pensó que su nieta deseaba contar lashistorias que él había adivinado en sus ojos a laspocas horas de nacer. Pero, ¿qué tenía que verel loro con aquel brillo de estrellas que había ensus ojos?

Con el paso del tiempo, aquella palabra, ¡Loro!,se hizo la reina de las palabras en el vocabulariode Lucía. La flor más radiante en el jardín de lossignos e imágenes que la pequeña empleabapara comunicarse con los demás. Cuando lapronunciaba le brillaban aún más los ojos y hastale temblaba la voz.

No era una simple palabra. Era también unmisterio.

Nadie se explicaba los motivos de aquellaobsesión de la niña por un animal que no había

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visto en su corta vida. Es lo que decía Yola, sumadre, que no sabía muy bien si tomarse a guasalas ocurrencias de su pequeña:

–Pero si nunca estuvo en un zoo, ni sabe cómoes un loro… -comentaba Yola moviendo lacabeza y sin poder ocultar su sorpresa.

La verdad es que Lucía aún no había tenidoocasión de ver un loro. La gente se preguntaba:“Si no lo ha visto, ni sabe que existe, ni nadie leha hablado de él, ¿cómo es posible que pronunciesu nombre?”

Manu era el único familiar que se tomaba muyen serio aquellas “ocurrencias” de Lucía.

–Por algo lo dirá -respondía Manu a los demás.

Cuando la gente hablaba y hablaba intentandoencontrar un sentido a lo que ocurría, Manu seponía muy pensativo y decía: “Tal vez Lucía hayaconocido al Loro antes de nacer”. Quienes le

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escuchaban lo miraban medio entornando losojos y preguntándose extrañados: “¿Pero quétonterías dice este hombre?”

Y Manu respondía:

–No son tonterías, no.

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¿Por qué crees que las nubes puedenir en el cielo a toda velocidad?

Recorta una foto de una nube en unarevista y pégala aquí.

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anto sus padres como sus abuelos, pero sobre todo Manu, iniciaron entonces una especie de investigación

para descubrir si había alguna razón oculta quepudiera aclarar el misterio.

Primero rebuscaron en los armarios y cajones dejuguetes, por si aparecían estampaciones odibujos de algún loro. Luego revisaron, una a una,las prendas del vestuario de Lucía, por si en algúnvestido, pijama o babero se reproducía la imagendel dichoso pájaro o de cualquier otro que pudieraparecérsele. Pero nada. Todos los esfuerzosresultaron baldíos.

Manu recurrió incluso a un psicólogo amigo suyo,de nombre don Florencio, por si le podía dar unaexplicación.

–Si consiguieras que Lucía dibujara a ese Lorodel que tanto habla, quizá yo podría sacar algoen claro -le dijo don Florencio.

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Los psicólogos son capaces de adivinar elpensamiento de los niños con tan sólo ver lo quedibujan. Emplean para ello una técnica que sóloellos conocen…

Pero, claro está, para llevar a cabo esainvestigación era necesario que Lucía supieradibujar, y era imposible que una niña a su edadpudiera hacerlo.

No obstante, Manu siguió las instrucciones de suamigo el psicólogo y aprovechó la primeraocasión que tuvo para pedirle a su nieta que ledibujara el Loro del que hablaba. Así que un buendía que fue a visitarla, le prestó su bolígrafo y unpapel y le dijo con tono amable y cariñoso:

–A ver, Lucía, dibuja cómo es el Loro. Y tal comotú lo has visto.

–Sí -respondió Lucía moviendo la cabeza dearriba abajo.

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Lucía no se lo pensó dos veces. Con su manoizquierda, pues era zurda, trazó sobre el papelque le había entregado su abuelo tres líneas unpoco torcidas. Y un punto. (2)

–Así -dijo, sin más (la verdad es que poco máspodía decir porque apenas sabía hablar), yextendió la mano para mostrarle a su abueloel papel garabateado. Lo hizo muy orgullosa,como si hubiera dibujado una obra de arte.

Manu se quedó pasmado, pero no hizocomentario alguno. Sólo arqueó las cejas y lasmantuvo así varios segundos.

–Te ha salido muy bien -dijo.

La verdad es que Manu se quedó perplejomirando el dibujo. ¿Qué quería decir aqueljeroglífico? Tres rayas y un punto.

Tan sorprendido estaba que Lucía quiso aclararlesus dudas, así que le dio una explicación:

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–Son tres colores (3).

–Claro, claro que sí -asintió Manu.

–¿Los ves?

–Sí… -respondió Manu llevándose la mano ala barbilla-. ¿Y el punto?

–El corazón del Loro. Es redondo. ¿Lo sabías?

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color 1 color 2 color 3

¿Te atreverías a adivinar cúales sonesos tres colores?Colorea los cuadrados con los colores

a los que se refiere Lucía.

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Antes de seguir leyendo, ¿cómointerpretarías tú el dibujo? Ten en

cuenta que se trata de un loro dibujadopor una niña pequeña. Dibuja tu loro.

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anu le comentó esas respuestas a su amigo el psicólogo. Don Floren le escuchó con mucha atención, sin hacer

comentarios y moviendo la cabeza como unsonajero. Después de un largo rato en silencio,dijo:

–Los colores del paraíso, vaya usted a saber,amigo mío… Los colores del bien y del mal. (4)

Cuando don Floren vio el dibujo (lo hizo con calmay cierto regodeo) le dijo a Manu que era imposibleaveriguar lo que su nieta pretendía decir conaquellos tres palotes:

–Parece la escritura de un faraón egipcio -comentó don Floren.

A continuación, el psicólogo le dijo a Manu queprobablemente su nieta había querido expresaralgo importante al dibujar tres palotes, tres, y nodos, ni uno, ni veinte. Solamente tres.

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–Es curioso -comentó don Floren -. Si nosatenemos a lo que le dijo la pequeña, es posibleque el número tenga que ver, efectivamente,con los colores, o con las luces, o con los estadosde ánimo, tal vez de la alegría, del optimismoy de la bondad. Con el número tres.

–¿Y el punto? -preguntó Manu.

–¡Ah! -exclamó el psicólogo.

Manu le dio las gracias por su colaboración. Yase despedían cuando don Florencio habló porúltima vez y en tono solemne:

–Hay gato encerrado en todo esto, amigo mío.Nuestras mentes complicadas apenas aciertana entender lo que hay dentro del universofantástico de un niño. Pero no pierda usted laesperanza de averiguarlo. Tenga paciencia ycomprensión. Y no olvide usted que los orígenesde los loros se pierden en la memoria de los

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tiempos. Algunos investigadores llegan inclusoa establecer un paralelo entre el origen de losloros y el de la vida misma. No lo dude, donManuel; en la visión de su nieta hay algomágico. Cuando, antaño, los poetas decían “yohe visto un loro verde” querían decir que habíandescubierto el alma de las cosas (5).

Don Floren se detuvo y observó atentamente elrostro boquiabierto de su amigo.

–Sepa usted, mi buen amigo, que aunque nolo parezca, hay luz antes de que salga el sol.

El psicólogo volvió a sacudir la cabeza como unsonajero y dijo a continuación:

–¡Su nieta ha visto el arco iris antes de nacer!

Manu pensó enseguida que Lucía había visto doscosas antes de nacer: el loro y los colores.

–¡Pero ella habla de un loro! -replicó, excitado.

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–Es lo mismo -contestó don Floren.

A Manu le impresionaron tanto aquellas palabrasque estuvo durante varios días pensando en ellas,y prometió seguir al pie de la letra los sabiosconsejos de su amigo: Tener paciencia ycomprensión…

“El alma de las cosas”, cavilaba Manu mientrascaminaba.

“¿Pero cómo es posible que una criaturita comoLucía haya visto el alma de las cosas?”, siguiópensando en sus adentros.

Aquella noche pasó a ver a Lucía antes de dormir.

–¿Me ocultas algún secreto? -le preguntó.

–No -respondió ella.

–¿Y tú sabes lo que es el alma de las cosas? -preguntó Manu con cara muy seria.

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–Creo que sí –contestó Lucía sin vacilar.

–¿Y cómo te imaginas el alma de las cosas? -insistió Manu.- ¿Podías dibujarla?

Lucía estaba en su camita dibujando. Le hizo unaseñal a Manu para que aguardase. Fijó sus ojossobre el papel y tardó un buen rato en trazar ungarabato, sin pestañear. Cuando terminó lo quetanto parecía haberle costado hacer, le enseñóa Manu su dibujo.

–¿Un círculo? -preguntó Manu.

–Sí. Las luces están dentro.

–¿Dentro?

–Cuando los loros duermen, las luces, ¡pum!,se apagan.

–¿Qué luces?

–¡Las de los loros!

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–Podían ser las luces de las estrellas -dijo Manu.-

–O las de los semáforos -dijo Lucía.

–¿Tú crees que son iguales?

–Pues claro.

–¿Y dónde está el alma, pues?

–¡En las luces, tonto! Las luces parecen mudas,pero te hablan. ¿Y sabes qué? Brillan hastacuando duermen. Lo que pasa es que tú no lasves. Yo sí…

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¿Crees en realidad que hay coloresbuenos y malos, que representan el

bien y el mal? En cuestiones detráfico, cuál es el color “malo”?Colorea el cuadro del “colorbueno” y el del “color malo”.

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Aunque se trata de la explicación deun psicólogo, ¿te atreverías a explicar

lo que dice con otras palabras? Sobretodo lo del “alma de las cosas”.

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color malocolor bueno

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asaron los meses. Cada vez que la mágica palabra brotaba de su garganta, Lucía miraba a lo lejos y

permanecía unos segundos callada, como si elloro al que ella se refería se detuviera a su ladoy pudiera acariciarle las plumas.

A veces, Manu creía que lo hacía, de tanconcentrada como se ponía.

Recién cumplidos los tres años, en cierta ocasiónManu preguntó a Lucía poco después de darlelas buenas noches, con los labios muy cerca desu frente:

–¿Dónde vive el Loro?

–Lejos -respondió Lucía apuntando con su índiceal cielo.

–¿Pero tú lo ves?

–Sí.

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–¿Y dónde vives tú?

–En la Casa del Loro.

–¿Y cómo es esa casa?

–Grande. Con nubes en las paredes.

–Las nubes sólo corren por el cielo.

–Aquí están paradas. Pegadas en los techos yenganchadas en las copas de los árboles.

–Entonces, ¿tiene jardín esa casa?

–Muchos jardines. Con muchos animales. Ymuchos coches.

A Manu le sorprendió que hubiera coches enaquel paraíso.

–¿También coches?

–¡Grandes y pequeños! Y luces.

–¿Luces?

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–Se encienden y se apagan. (6)

Manu se quedó muy pensativo.

–Entonces, si hay muchos coches es probableque se produzcan accidentes, ¿verdad?

–¡No! -contestó Lucía enérgicamente,incorporándose en el cabezal de la cama -¡ElLoro no consiente que haya accidentes! Y todoslos animales le obedecen.

Manu guardó silencio y pensó que la fantasía deLucía había incorporado novedades interesantes,pero no quiso averiguar de golpe en quéconsistían. Le dio un beso en la frente paratranquilizarla. Ella se revolvió, alargó el brazo ycogió una cuartilla y el lápiz con ánimo de dibujar.

–Déjalo para mañana -dijo Manu.

–No; ahora -respondió Lucía algo enfadada.Permaneció unos segundos mirando el techo,

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con la punta del lapicero en la boca, y luegoempezó a dibujar sin tomarse un respiro.

Manu observó el papel que le entregaba Lucía,a quien ya se le cerraban los ojos. Comprobó quelos palotes no eran tan rectos como la primeravez que los vio. Ahora, algunos de ellosempezaban a tener formas redondeadas.

Manu quiso preguntar a Lucía por qué algunosde sus loros empezaban a ser diferentes, estoes, algo redondos, pero la niña había cerrado losojos.

Al darle el último beso en la frente, se despertó:

–Ten cuidado al salir– dijo Lucía, llevándose eldedo índice a los labios, como si fuera a chistar–,no sea que se despierte el Loro.

Luego giró su cabecita sobre la almohada y quedóprofundamente dormida.

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esde entonces, Lucía empezó a hablarde la Casa del Loro como si se tratasedel único lugar que existía en el mundo.

En realidad, se trataba del mundo y sus luces,puesto que ella también aseguraba haber vistoen la Casa del Loro luces que se encendían yapagaban constantemente.

–¿Como las estrellas o como los semáforos?–le preguntaba Manu.

–¡Los semáforos son estrellas, Manu!

La obsesión de Lucía por la Casa del Loro resultabacuriosa y preocupante. Sus seres más queridos(incluyendo a sus padres y abuelos) vivían paraella en la Casa del Loro, y no daba explicacionesde por qué era así. También sus amiguitosjugaban con ella en la Casa del Loro. Su guarderíaestaba junto a la Casa del Loro. El mar estabamuy cerca de la Casa del Loro. Los avionessobrevolaban la Casa del Loro… Las fiestas de

su cumpleaños se celebraban en la Casa delLoro.

Unos meses después de cumplir los cuatro años,Lucía le hizo una revelación a Manu:

–¿Sabes, Manu, que ayer me visitó por la nocheel Loro?

–¿De veras?

–Con todos sus amigos.

Al principio, sus amigos eran un pez, al que ellallamaba Diego, y una tortuga, a la que ellallamaba Marina.

Pero sólo unas semanas más tarde (suimaginación se propagaba a la velocidad de laluz), el grupo de los amigos del Loro empezó acrecer de manera espectacular. Todos, eso sí,vivían en la Casa del Loro y se escapaban por lanoche de sus habitaciones para visitarla en lasuya y dormir con ella.

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El Loro y sus amigos contaban historias que ellatransmitía al día siguiente a Manu. Su abuelodesorbitaba las cejas de tan increíbles que leparecían algunas.

–¿Sabes, Manu? Ayer llegó a la Casa del Loroun nuevo barco, grande, muy grande, tangrande como un parque, con muchos animalesdentro. Se abrió la puerta del barco y salierontodos de golpe. Y subieron en un autobús queconducía el Loro.

–¿Un barco en la Casa del Loro?

–El segundo que llega, fíjate.

–¿Y cuándo llegó el primero?

–¡Uff! Por lo menos hace estos años -dijo Lucíamostrando los diez dedos de sus manos. Sinduda que ella quería decir muchos más años,pero no sabía cómo expresarlo.

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Manu le siguió la corriente.

–Por lo que me dices, podrían ser los animalesdel Arca de Noé -dijo Manu, dispuesto a abrirnuevas puertas en el fantástico mundo de sunieta.

ero a Lucía no le sonaba para nada aquella historia del Arca de Noé. Pusolos ojos en blanco y por un momento

Manu creyó que se había enfadado.

–Esto fue hace miles de años, tantos que no serecuerdan -explicó Manu-. Noé era un señormuy viejo y muy listo. Un día supo que seacercaba una gran tormenta con truenos yrayos y que estaría lloviendo sin parar tantosdías como dedos tienes tú en las manos y enlos pies, y muchos más -Lucía se miró las manosy los pies; sonrió-.

Entonces, para evitar que los animales seahogasen, porque muchos de ellos no sabíannadar, decidió meter a cuantos más mejor enun barco, y se hizo a la mar con todos ellos.

–¿Dices que no sabían nadar?

–Eso dije.

–¿No sería que no sabían conducir? -insistióLucía.

–Desde luego, no sabían conducir -respondióManu, siguiendo el juego.

–Pues si es así, serían ellos los que llegaron ala Casa del Loro hace unos días -dijo Lucía,pensativa–. Tendrían mucha hambre…

–Imagino -dijo Manu.

–El Loro se los llevó a un restaurante. Y después,a hacer prácticas -dijo Lucía.

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–¿Prácticas de conducir? -preguntó con asombroManu.

–Para que no se ahogaran. ¿Por qué los pecesno se ahogan?

–No lo sé -respondió Manu.

–Porque saben conducir -aclaró Lucía.

–Pero no tienen coches -porfió Manu.

–Sus coches son invisibles, como el agua -dijoLucía -. Por eso no se ven. ¿A que Noé no sabíaconducir?

–Supongo…

–El Loro no me habló de Noé. ¡A lo mejor Noées un amigo de ET! -gritó alborozada lapequeña.

Manu movió la cabeza sin pronunciar palabra.Desde que Lucía vio la película de ET (en realidad

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sólo vio los minutos finales, pero fue suficientepara alimentar su insaciable imaginación), todoslos personajes, amigos o animales que noencajaban en la Casa del Loro (por razones quelos mayores desconocían) los relacionaba con ET.El extraterrestre creado por Spielberg se habíaconvertido en otro de sus héroes desde que seelevara vertiginosamente del suelo sobre elmanillar de una bicicleta surcando el espacio (7).

–¿Dónde está Noé? -preguntó Lucía.

–Desapareció.

–Ya. Tendría algún accidente.

–Lo desconozco.

–En la Casa del Loro todos los animalesaprenden a conducir.

–Eso está muy bien.

–O puede que se haya marchado con ET en su

nave que viaja por el espacio y que por la nocheaterriza en el tejado de la Casa del Loro.

–Es posible.

–La nave de ET no sufre accidentes.

A partir de ese momento, Manu no hacía másque preguntarse sobre las obsesiones de su nietapor los coches y la conducción de vehículos.También imaginaba que tendría que existir unarelación entre el Loro y los accidentes de tráfico,pero no acertaba a dar con la clave del misteriodel Loro, es decir, el alma de las cosas de la quele hablaba su amigo el psicólogo.

Había sacado algo en claro: “Las luces que seencienden y parpadean pueden ser estrellas,pero también semáforos”, pensaba.

Lo que más le extrañaba era que Lucía en ningúnmomento le hubiera pedido visitar el zoo paraver de cerca a uno de aquellos pájaros de

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orígenes prehistóricos que poblaban su mente.

Más aún: estaba convencido de que su nieta, apesar de los años transcurridos desde quepronunciara por primera vez la palabra ¡Loro! nohabía visto a uno de estos animales cuyainteligencia, según dicen algunos ornitólogos,está tan desarrollada como la de los delfines.

Manu le daba vueltas y más vueltas a las fantasíasde su nieta. Si al menos Lucía pudiera explicarlepor qué su mente había escogido la imagen deun loro, precisamente de un loro de tres palotes,y no de otro animal…, pensaba cuando estabaa solas.

Desde luego, hay pocos animales tan hermososcomo un loro, reconoció Manu.

Se acordó de lo que le dijo su amigo don Floren:¿Y si el alma de las cosas estaba en la bondadde todas las criaturas, en su belleza?

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¿O en las formas ordenadas de la naturaleza?“En la conciencia”, pensó Manu.

Pero, ¿cómo una niña que acaba de cumplircuatro años puede llegar a pensar esas cosas?“Imposible”, se decía Manu. “O tal vez sí, pero asu manera”, siguió cavilando.

Manu llegó a la conclusión de que tal vez todasesas cosas juntas se encerraban en la cabecitade Lucía como la esencia de un perfume en unabotella. “Quizá la pequeña está viendo cosas quelos mayores no acertamos a ver”, le decía Manua su corazón.

“Por ejemplo, el horror que producen losaccidentes de tráfico”, siguió pensando Manu.Guardó silencio mucho tiempo y se dijo algo envoz alta: “Para Lucía, los accidentes descomponenel orden natural de la naturaleza. Así es. ¡Claroque sí!”, se dijo alborozado. (8)

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