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KI Flr Generated on 2013-12-21 19:20 GMT / http://hdl.handle.net/2027/nnc1.0036696412 Public Domain, Google-digitized / http://www.hathitrust.org/access_use#pd-google

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  • SIGLOS DEL CRISTIANISMO.

    HISTORIA

    DE

    LA IGLESIA

    DESDE SD ESTABLECIMIENTO HASTA EL PONTIFICADO DE PI IX.

    BIOGRAFAS DE LOS SUMOS PONTFICES , CONCILIOS GENERALES T LOS

    PARTICULARES DE LA IGLESIA DE ESPAA, SANTOS PADRES Y DOCTORES , HEREJAS , CISMAS ,

    GUERRAS DE RELIGIN, SANTOS PRINCIPALES QUE HA PRODUCIDO CADA SIGLO

    T DEMAS ACONTECIMIENTOS DIGNOS DE NOTARSE.

    UDACTADA

    CON PRESENCIA DE LAS ERUDITAS OBRAS

    DE ARIAUD DE MONTOH, BERAULT-BEKCASIEL, HENKION, NOVAES, ALZOG,

    J.. DE MAISTRE, MIGNE, LA. FUENTE ( D. VICENTE). P. ELOBEZ ,

    Y OTROS AUTORES NACIONALES Y EXTRANJEROS,

    POR EL PRESBTERO

    D. EMILIO MORENO CEBADA,

    Predicador de Su Majestad y dei Arzobispado de To'edo, Examinador Sinodai de ia Dicesis de Jaen, autor y

    traductor de carias obras cientificas j reiigiosas.

    CENSOR ECLESISTICO NOMBRADO POR EL EXCMO. ILHO. SR. CB.sPO DE ESTA DICESIS

    M. I. SR. DE. D. TOMS SIVILLA,

    canonigo doctoral de la Santa Iglesia catedral.

    ILUSTRADA CON PRECIOSAS LAMINAS.

    : : TOMO I.

    - -BARCELONA.

    BIBLIOTECA ILUSTBADA DE ESPASA HERMANOS, EDITORES,

    CALLE DE ROBADOR, NUMERO 39.

    1867.

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  • (40 13778

    KS PROriKIlAD DE l.OS EDITSE*.

    parceioira impronta (.'c Jaime Jeps, calle de Potrlliol, nmero ii, principal.1S61.

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  • Vo

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    INTRODUCCIN.

    No desconocemos la magnitud de la empresa que vamos acometer, pero

    si bien es ardua y de difcil desempeo, confiamos en la divina Providencia

    que, atendiendo la bondad de nuestros deseos, y ms aun la importancia

    del asunto que varaos dedicar nuestras tareas, nos ilustrar para poder

    llevar feliz trmino este nuevo trabajo.

    En nuestro deseo de desagraviar Jesucristo de los ultrajes que lti-

    mamente ha recibido por parte de la moderna incredulidad, hemos escrito

    la historia de su vida, de sus hechos admirables, de su predicacion y de su

    doctrina, refutando los sofismas de que se ha valido la impiedad en su deseo

    de menoscabar su gloria hacindole aparecer la faz del mundo como un

    puro hombre y no como verdadero Dios. Cmplenos ahora fijar nuestra aten-

    cion en la historia de la Iglesia, examinar las grandes luchas sostenidas du-

    rante su penosa infancia contra el poder de los emperadores romanos, des-

    pus contra las herejas y ms tarde contra el espritu filosfico, para hacer

    de este modo visible su verdad y hacer conocer cun slidos son los funda-

    mentos sobre los que est sostenida.

    Destinada la Iglesia vivir tanto como el mundo, su infancia fue peno-

    sa, su desarrollo lento tanto como la realizacion de las esperanzas humanas,

    como el producir su fruto la palmera. La Iglesia, que hasta la consumacion

    de los tiempos ha de resistir siempre firme, siempre gloriosa, los formidables

    huracanes de las conlradicciones y persecuciones suscitadas por el infierno y

    sus agentes, tuvo una infancia de tres siglos durante los cuales vivi en la

    opresion, pero viendo salir nuevos profesores de la doctrina del Crucificado

    del Glgotha del centro mismo del paganismo. Ms de una vez los emperado-

    res lieron sus manos con la sangre de los Pontfices. Diez persecuciones

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    cual ms sangrientas pesaron sucesivamente sobre la Iglesia en los tiempos

    de Neron, Dorniciano, Trajano, los Antoninos, Severo, Maximino, Decio, Va-

    leriano, Aureliano y Diocleciano. A travs de estas persecuciones de los tres

    primeros siglos la Iglesia goz algunas treguas de paz, y durante tan larga

    srie de aos resonaron en el circo y en los demas lugares destinados al tor-

    mento de los cristianos los nombres de Jesus de Nazareth y de Mara su ma-

    dre, que eran escuchados por aquellos en cuyos oidos habia resonado tantas

    veces el Morituri tesalutant que pronunciaban los paganos, dirigindose los

    Csares que les sacrificaban.

    Al gran emperador Constantino estaba reservado el sacar la religion de las

    catacumbas, sentndola en su mismo trono, reconociendo la autoridad supre-

    ma del legtimo sucesor del Pescador de Galilea.

    Habia terminado la infancia de la Iglesia.

    Desde entnces la Cruz empieza enseorearse del mundo y recibir p-

    blicos y debidos homenajes. No debera esperar ya la Iglesia otra cosa que

    paz y tranquilidad? Terminaron sus luchas con la gran victoria que alcan-

    zara en los dias de Constantino ? No : Jesucristo habia ofrecido terminante-

    mente su representante en la tierra que todo el poder del infierno jams

    prevaleceria contra la Iglesia. Al pronunciar estas palabras: T eres Pedro

    y sobre esta piedra edificar mi Iglesia, y las puertas del infierno no preva-

    lecern contra ella (1), ofreca y anunciaba luchas y batallas de las que habian

    de resultar triunfos y victorias. Ved, dijo los Apstoles, que os envio como

    ovejas en medio de lobos... los hombres os harn comparecer en sus audiencias

    y os azotarn en sus sinagogas... y seris aborrecidos de todos por mi nom-

    bre (2). Si tales son las palabras de Jesucristo, cmo no habian de seguir las

    persecuciones contra la Iglesia ? Cmo el papado no habia de experimentar

    conatos hostiles, contradicciones y guerras? Apoyado el pontificado en la pa-

    labra del Pontfice Eterno Jesucristo, permaneci siempre tranquilo en las lu-

    chas, en la certeza de que cada una de ellas habia de servirle para aumentar

    sus triunfos y sus admirables victorias.

    Al partir Jesucristo al cielo despus que hubo consumado la grande obra

    de la reparacion humana, dej en la tierra un Vicario que en l y en sus su-

    cesores le representase hasta la consumacion de los tiempos, dndole poder,

    autoridad y doctrina para regir y gobernar ovejas y pastores, constituyn-

    dole Jefe supremo de la gran familia humana y Maestro universal de las na-

    ciones. El Papa es este personaje que no muere en el rden moral, y claro es

    que cuando Jesucristo le dijo en la persona de Pedro: Sigueme (3), le di

    (1! Mateo, cap. XVI, v. 18.

    () Id. cap. X, v. 18, f y M.

    (3) S. Juan, cap. XXI, v. tt.

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    otro aviso de que haba de sufrir contradicciones como l, de que habia de

    ser objeto del odio y de las persecuciones mundanales.

    Fijemos nuestra vista en el Pontificado durante la dominacion de Constan-

    tino; el sistema que se propusieron seguir los emperadores y los reyes br-

    baros no fue otro que esclavizar el Pontificado : justamente la mision de este

    era abolir la esclavitud, llevar cabo la unidad del gnero humano, civili-

    zar los brbaros, formar de todos los pueblos uno solo guiado por el Evan-

    gelio, cdigo el ms sublime de moral que han visto ni vern los siglos, por-

    que la palabra que contiene es la palabra de Dios. El Papa, anunciador de

    la verdadera libertad, del verdudero progreso, fomentador en todo tiempo de

    las ciencias y de las artes, tuvo su poca de esclavitud; no tenia ya necesidad

    de esconderse en las lbregas catacumbas para celebrar los grandes miste-

    rios de la Religion : sin embargo, los emperadores dilataban su capricho

    los interregnos abrogndose al mismo tiempo la facultad de aprobar las elec-

    ciones. Alguno de ellos hace morir un Papa,-nombrando por si mismo el que

    le habia de suceder. A aquellos tres primeros siglas de luchas y persecucio-

    nes, que produjeron tan gran nmero de mrtires, sucedieron otros tres de

    afrenta y de humillaciones, que hubieran sido suficientes concluir con la

    Iglesia si hubiese sido institucion humana.

    Dios con una admirable providencia dispona todos los sucesos. El gran

    Carlomagno, conociendo los grandes beneficios que el mundo reciba y podia

    recibir del Papado, se propuso, demostrando de este modo su piedad, romper

    las cadenas que esclavizaban al sucesor de Pedro, queriendo que fuese inde-

    pendiente y que no estuviese sujeto autoridad alguna , y para esto termin

    la obra empezada anteriormente por Pipino.

    El Pontfice fue rey.

    Entnces se consolid este poder temporal que han respetado los siglos y

    contra el que hoy se ha levantado la ms terrible persecucion. El Jerarca

    supremo de la Iglesia desde la antigua capital de los Emperadores extiende

    por todas partes los brillantes rayos de la civilizacion , marchando siempre

    al frente de los destinos del mundo. Qu inescrutables son los designios de

    la Providencia! La ciudad que ms resisti el recibir la luz del Evangelio,

    la soberbia capital de los Csares, la majestuosa ciudad de las siete colinas,

    que erigiera altares los ms asquerosos dolos, y en la que se formaran

    leyes por las que habia de regirse la multitud de pueblos sujetos su do-

    minio, fue destinada por la Providencia para metrpoli de la cristiandad.

    All elevando su sagrada mano el sucesor de Pedro, con autoridad suprema,

    bendice urbi et orbi allegando su ctedra infalible toda clase de hombres,

    sea cualquiera su nacionalidad condicion.

    Hablamos de la poca en que el Papa reuni su poder espiritual el tem-

    poral, siendo declarado y reconocido rey de Roma; justamente tocamos una

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    cuestion en el dia palpitante y objeto de los ms encarnizados combates. Si

    es no conveniente la conservacion del poder temporal del Pontfice: tal es

    el asunto privilegiado de las actuales discusiones. Que la Iglesia necesita la

    completa independencia de su Jefe supremo, es una verdad suficientemente

    demostrada por los ms sabios escritores y aun por algunos de entre los mis-

    inos protestantes. No obstante que durante el curso do la presente obra ten-

    dremos ms de una vez ocasion de entrar extensamente en esta cuestion ba-

    tallosa, sanos permitido dedicar al presente algunas lneas asunto de

    tamaa importancia.

    Ya hemos visto que" clasa de libertad gozaron los Papas cuando carecan

    del poder temporal. Si hoy llegasen conseguir su objeto los que se han pro-

    puesto quitar Roma su ttulo de capital del mundo cristiano para sustituirlo

    por el de capital de un nuevo reino, posible seria que se renovaran las tris-

    tes y lamentables escenas que tuvieron lugar en el siglo XI. El Papa, dicen

    los enemigos del poder temporal de la Santa Sede, podra gobernar digna-

    mente la Iglesia en los oslados y bajo la proteccion de cualquier rey cat-

    lico. A los que de tal modo hablan podemos preguntar qu sucedi cuando

    los Papas trastadaron su silla Avignon? Con ms mnos fundamento el

    mundo los consider bajo la influencia francesa, y esto que Avignon pertene-

    ca al Papa en pleno seoro por donacion de la reina Juana de Npoles, se-

    oro que conserv la Santa Sede hasta los tratados de 181o. Bast que el

    Papa fuese considerado sujeto la influencia de un monarca para que se

    suscitase un cisma lamentable, de las ms funestas consecuencias. En aque-

    lla poca tuvieron los soberanos Pontfices diversos rivales. Los romanos por

    una parte lamentaban el cisma que pesaba sobre la Iglesia, y por otra haban

    palpado los beneficios que la libertad debieran; clamaron por que Roma

    volviese ser residencia de los Papas, y dirigindose los cardenales cuando

    se hallaban reunidos en cnclave despues de la muerte de Gregorio XI les

    suplicaron eligiesen un Papa italiano, y aun si era posible romano. fin de que

    restituyese Roma la silla pontificia.

    Terribles fueron entnces las luchas del Papado, pero sin embargo ndie

    le ocurri la peregrina idea de quererle privar del poder temporal. Ni en el

    concilio de Constanza ni ntes en el de Pisa se suscit esta cuestion, y eso

    que es menester tener presente que el primero de estos concilios se declar

    superior al Papa. Esto estaba reservado los hombres del progreso del si-

    glo xix! Ya tendremos ocasion de examinar esta cuestion bajo todos sus as-

    pectos.

    Veamos ahora cul fue la suerte de la institucion divina, luego que hubo

    pasado su poca de esclavitud de la que nos hemos ocupado. Despues de la

    caida del imperio Carlovingio los Papas tuvieron que experimentar nuevas

    penalidades. Los magyares, normandos y sarracenos hacan la guerra Roma,

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  • que se hallaba rodeada de bandidos : ya veremos , cuando de esta poca nos

    ocupemos, morir algunos Papas vilmente asesinados, alguno acabar sus dias

    en un calabozo, vctima de la miseria, no faltando algun otro que tuvo que

    huir de sus terribles enemigos.

    Una gran figura que destaca majestuosa en el grupo de los soberanos Pon-

    tfices encontramos en el gran Hildebrando, que al ascender al trono pontifi-

    cio en el ao 1073 lom el nombre de Gregorio VII. Sus grandes hechos fue-

    ron admirados por el mundo, y la Iglesia, atendiendo sus grandes virtudes,

    le ha elevado al honor de los altares. La Iglesia, dice oportunamente M. de

    Maistre, se hallaba, humanamente hablando, en la agona : no tenia ya forma

    ni disciplina, y en breve hubiera perdido hasta su nombre sin la intervencion

    extraordinaria de los Papas, que sustituyndose autoridades extraviadas

    corrompidas, gobernaron de un modo ms inmediato para restablecer el

    rden (1).

    Reservado estuvo por disposicion de la Providencia S. Gregorio VII hacer

    completamente independiente el Pontificado, ejerciendo un poder mplio,

    que por espacio de doscientos aos disfrutaron sus sucesores.

    Pasada que fue esta larga poca, en el Pontificado de Clemente V fue tras-

    ladada la Silla Avignon, donde permaneci por espacio de 71 aos. Las tris-

    tes consecuencias y funestos resultados que esta trastacion produjera hemos

    tenido ocasion de indicarlo.

    El regreso de la Silla Roma fue un nuevo triunfo para el supremo Pon-

    tificado.

    El gran cisma de Occidente, fruto amargo de la anterior ausencia de Roma

    de la Santa Sede, vino despues afligir la Iglesia. Cuando lleguemos en

    nuestra narracion esta poca ver el lector cuantas zozobras afligieron en-

    tonces la Iglesia. La autoridad pontificia fue disputada por tres rivales la

    vez, siendo uno de ellos el espaol D. Pedro de Luna. Esto no obstante, la

    Iglesia consigui un nuevo triunfo, y Martino V, Eugenio IV, el espaol Ca-

    listo III y otros pontfices supieron elevar el Pontificado al mayor grado de

    gloria y de esplendor.

    Pasemos ya al siglo XVIII, padre y maestro de este en que vivimos y en el

    cual la moderna filosofa levant una terrible persecucion antisocial y anti-

    cristiana. Cuando Pio VI se hallaba preso en Valence bati palmas la impie-

    dad, asegurando formalmente que con l moria el Papado y por consiguiente

    la Islesia. Pio VI falleci lleno de merecimientos, y Federico, coronado sofista,

    convidaba Vollaire para que celebrase las exequias de la Iglesia. Tendris

    el consuelo, le decia, de componerle el epitafio; porque ya slo puede salvar-

    la un milagro (2).

    (ii M. de Maistre. Del Papa, I.

    (1) Tan credo estaba Federico que era inevitable la ruina de la Iglesia, que no dudo en dirigir al ln-

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  • 8

    El milagro que, segun confesion del mismo Federico, era necesario que se

    obrase, si la Iglesia habia de salvarse en lucha tan formidable, se verific. En

    tanto que la impiedad se felicitaba, creyendo consumada la obra de destruc-

    cion se verifica en Venecia bajo la proteccion del Emperador de Alemania la

    eleccion de un nuevo Papa. El cardenal Ghiaramonti ci en su frente la

    triple diadema: el Papado consigui un nuevo triunfo, la impiedad un des-

    engao y el mundo entero una leccion !...

    Tambien Pio VII estaban reservados grandes padecimientos : durante su

    Pontificado la barca misteriosa, cuyo timon le haba sido confiado, fluctu

    en las horrendas tempestades que agitaron la Europa, barrenada en lo inte-

    rior por el jansenismo, batida por fuera por la filosofa, chocando con los es-

    collos todos del sofisma, del interes, de las pasiones y del poder humano. El

    coloso del siglo, aquel clebre conquistador que supo reunir en su persona

    los rasgos que distinguieran los ms grandes conquistadores de quienes

    nos habla la Historia universal y de los legisladores de todas las edades, se

    propuso despojar al sucesor de Pedro de sus legtimos derechos; mas este su-

    po permanecer firme ante las exigencias de Napoleon, sufriendo con el ma-

    yor valor y denuedo los grandes trabajos y penalidades consiguientes al des-

    tierro, siendo por su mansedumbre y constancia la admiracion de Florencia,

    Savona y Fontainoblau. Sin embargo, el Sol que ilumina la Iglesia la hace

    brillar con nuevos resplandores: sin armas que hagan respetar su autoridad,

    sin necesidad de manos que reedifiquen sus muros, de mediadores que con-

    cillen sus intereses, sin tratados, ni alianzas que arreglen sus relaciones,

    consigue un nuevo triunfo. El Coloso que realiz los planes del rey sofista,

    cuva gloria pereci con la desmembracion de sus estados y del miserable que

    se tuvo s mismo por ms sabio y poderoso que el mismo Jesucristo (

  • 9

    Al tiempo que Pio Vil entr triunfante en Roma en medio de las ms

    entusiastas ovaciones, en la roca de Sta. Elena quedaron sepultadas las vic-

    torias de su perseguidor que concluy sus dias no vista de su denoda-

    do ejrcito, ni bajo la dorada techumbre de imperial alczar, sino en la ms

    humillante emigracion Leccion elocuente, que debian estudiar los que

    hoy se proponen de nuevo dirigir dardos envenenados al corazon de la

    Iglesia.

    No menos terrible que las anteriores es la persecucion que hoy experi-

    menta la Iglesia en persona de su actual bondadoso inmortal Pontfice

    Pio IX. Los mismos que en los primeros dias de su Pontificado le bendecan

    voz en grito, los que cubran de flores las calles por las que habia de tran-

    sitar se convirtieron en enemigos suyos. Dos aos despues de su elevacion al

    trono pontificio, en 1848 tuvo que abandonar la ciudad eterna y refugiarse en

    Gaeta, ciudad de los dominios del rey de Npoles. Con la tranquilidad del

    justo y confiado en las promesas divinas que recuerda los fieles animando

    la firmeza de la fe, anuncia al Universo la libertad y la victoria y en dias de

    tama calamidad , cuando por todas partes se escucha el ruido imponente de

    la ms rcia tempestad se ocupa en informarse sobre el sentimiento de los

    pueblos cristianos acerca del misterio de la Concepcion Inmaculada de Mara,

    preparando el acontecimiento que ms tarde tuviera lugar en Roma de decla-

    rar como verdad dogmtica este mismo misterio. Pio IX entr de nuevo

    triunfante en Roma como habia sucedido Pio VII. Nuevas y terribles per-

    secuciones experimenta en estos dias; el absurdo derecho de la fuerza se ha

    proclamado en todas parles: la usurpacion ha conculcado derechos incontro-

    vertibles y la revolucion que ha arrojado de sus tronos monarcas amados de

    sus pueblos, tiene su vista fija en Roma la que quiere hacer capital de un

    nuevo reino. Ronu es del Papa , es del Catolicismo entero : all est la cuna

    de nuestras creencias y all estn fijas las miradas de los catlicos esparci-

    dos por el mundo. Aquel anciano lleno de fe est siendo un espectculo

    admirable al mundo , los ngeles y los hombres. Deberemos temer hoy

    por la suerte del Pontificado ? tal vez el empuje de la revolucion que nada

    respeta le arroje lejos del Capitolio. pero estamos seguros que ser para con-

    seguir nuevos triunfos. Tal vez al dar trmino al trabajo que emprendemos

    tendremos la dicha de consignarlo como un hecho.

    Cerca de diez y nueve siglos de triunfos y victorias es suficiente experien-

    cia para que los nuevos perseguidores de la Iglesia se convenciesen de que

    nada pueden contra ella todos los esfuerzos del poder humano. Triunf del

    paganismo; triunf de los esfuerzos de los emperadores y los reyes brbaros,

    de la hereja, del istamismo, de la envidia de algunos poderosos conquista-

    dores y del espritu filosfico y triunfar hasta la consumacion y el fin de

    cuantas persecuciones contra ella se susciten, porque est as consignado por

    2

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  • 10

    el orculo divino : las puertas del infierno no prevalecern contra la Igle-

    sia (1).

    Estas palabras pronunciadas por Aquel cuya cabeza era el centro de la

    sabidura eterna dicen mas que cuanto se pudiera expresar en miles de vo-

    lmenes que podremos aadir ellas? Nada absolutamente. Vamos desen-

    volver una srie inmensa de acontecimientos de grande enseanza. Ante la

    vista del lector haremos pasar todos los siglos del Cristianismo con sus

    Pontfices, sus Padres y Doctores: fijaremos nuestra atencion en los con-

    cilios generales, en los cismas , herejas , en las cruzadas , misiones y dems

    hechos notables que encierra la historia de la Iglesia. La breve narracion

    que acabamos de hacer creemos ser suficiente para preparar el nimo del

    lector y hacerle entrar con gusto en la lectura del texto de la obra.

    Creemos oportuno hacer aqu algunas advertencias sobre el plan y mtodo

    que hemos adoptado para su composicion.

    Muy lejos estamos de abrigar la pretension de constituirnos maestros de

    nuestros amadsimos compaeros los sacerdotes, cuando ocupamos el ltimo

    y el ms humilde lugar, pero si, creemos ayudarles en sus tareas, presen-

    tndoles con mtodo cuantos acontecimientos dignos de notarse se han veni.

    do sucediendo desde el establecimiento del cristianismo y ofrecindoles bajo

    un solo golpe de vista lo que se halla consignado en diversas y voluminosas

    obras, cuya adquisicion no est ciertamente al alcance de todas las fortunas.

    Nos debemos todos y como esta obra ser leida no solamente por sacerdotes

    sino tambien por fieles de todas capacidades, usamos un lenguaje claro y sen-

    cillo, procurando huir asi de la sublimidad de estilo que seria incomprensi-

    ble para las capacidades poco privilegiadas y la que por otra parte no est

    acomodada la nuestra, como del lenguage tan humilde que pudiese causar

    hastio los hombres entendidos. Objeto de nuestra particular atencion son

    los jvenes que se dedican al estudio de las ciencias eclesisticas : dignos son

    del mayor elogio los que en la poca presente aspiran al honor del sacerdo-

    cio : no se dir ciertamente de ellos que buscan comodidades la sombra

    del Santuario: la Iglesia de Espaa puede confiadamente esperar mucho de

    esa juventud que acude nuestros seminarios donde bajo la vigilancia de

    nuestros sabios prelados recibe la mas slida instruccion eclesistica. A esa

    juventud digna de aprecio dedicamos tambien nuestras tareas , abrigando

    la confianza de que encontrarn en esta obra una lectura amena al par que

    instructiva.

    Siendo nuestras miras catlicas, acudiremos siempre en busca de doctrina

    las mas puras fuentes , los autores mas ortodoxos , huyendo precipitada-

    mente de toda doctrina que pueda tener algun olor hertico.

    (1) Maleo, cap. XVI 18.

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  • 11

    Creemos oportuno terminar esta introduccion presentando para conoci-

    miento de los lectores la cronologa de los sumos Pontfices que han gober-

    nado la Iglesia desde S. Pedro hasta nuestros dias. Trabajo es este que qui-

    siramos poder desempear con exactitud, pero debemos advertir que entre

    las diversas cronologas que se han formado hay algunas disidencias. Varios

    escritores se han ocupado con el mayor empeo en disipar las dudas que

    sobre el nmero de Papas existen , pero no han logrado ponerse de acuerdo

    en esto , como ni tampoco en la duracion de algun reinado. Lo cierto es que

    desde que Jesucristo eligi S. Pedro por vicario suyo en la tierra han exis-

    tido Papas en la Iglesia: de ms mnos duracion los interregnos, siempre ha

    provisto Dios de Jefe visible su Iglesia Santa y la srie de los Pontfices

    Romanos forma una cadena no interrumpida que empezando en Pedro llega

    Pio IX y durar hasta la consumacion de los tiempos. Fatigoso mas que

    til seria el examinar aqu las cronologas de Novaes, Baronio, Bellarmino,

    Sandini, Tillemont y otros no menos eruditos escritores.

    La cronologa mas generalmente aceptada por los modernos es la de Bury,

    la que ha completado hasta el actual Pontificado de nuestro santsimo Padre

    Pio IX, Artaud de Montor. Este ltimo escritor no solamente ha completado

    como acabamos de decir la cronologa de Bury, sino que la ha reformado con

    arreglo la que publica el diario almanaque de Roma. Segun la cronologa

    de Bury sin reformar, resultaran hasta Pio IX 264 Papas en vez de 259 que

    cuenta el peridico oficial de Roma.

    H aqu la

    CRONOLOGA

    DE LOS

    SUMOS PONTFICES,

    SEGN EL MAMO ALMANAQUE DE BOMA.

    Alio

    Afn

    creacion.

    de su

    creacion.

    de su

    1 San Pedro, prncipe de

    7 San Sixto I

    119

    los Apstoles. . . .

    42

    8 San Telesforo

    127

    2 San Lino

    67

    9 San Higinio Legino.

    139

    78

    10 San Pio I

    142

    i San Clemente I. . . ,

    91

    157

    100

    168

    6 San Alejandro I. . . .

    109

    13 San Eleuterio

    177

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  • 12

    14 San Vctor I

    15 San Ceferino

    16 San Caliste I

    17 San Urbano I

    18 San Ponciano

    19 San Antero. ......

    20 San Fabian

    21 San Cornelio

    22 San Lucio I

    23 San Estban I

    24 San Sixto II

    2o San Dionisio

    26 San Flix I

    27 San Eutiquiano. . . .

    28 San Cayo

    29 San Marcelino

    30 San Marcelo I

    31 San Eusebio

    32 San Melquades. . . .

    33 San Silvestre I

    34 San Marcos

    35 San Julio I

    36 San Liberio

    37 San Flix II

    38 San Dmaso I (espaol)

    39 San Siricio

    40 San Anastasio I. . . .

    41 San Inocencio I. . . .

    42 San Zsimo

    43 San Bonifacio I. ...

    44 San Celestino I. . . .

    45 San Sixto II1

    46 San Leon 1, el Magno.

    47 San Hilario

    48 San Simplicio

    49 San Flix 1II

    50 San Gelasio I

    51 San Anastasio II.. . .

    52 San Si maco

    53 San Hormisdas. . . .

    54 San Juan I

    55 San Flix IV

    56 Bonifacio II

    57 Juan II

    58 San Agapito I

    59 San Siiverio

    60 Vigilio

    61 Pelagio I.-

    62 Juan III.

    3 Benedicto 1

    AfiO

    de su

    creacion.

    193

    202

    219

    223

    230

    235

    230

    251

    232

    233

    237

    259

    269

    273

    283

    296

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  • 13

    112 Estban VI. .

    113 Fornioso. . . .

    114 Bonifacio VI. .

    H5 Estban VII. .

    116 Romano. . . .

    117 Teodoro II. . .

    118 Juan IX. . . .

    119 Benedicto IV. .

    120 Leon V

    121 Cristbal. . .

    122 Sergio III. . .

    123 Anastasio III..

    124 Lando Lando.

    12o Juan X

    16 Leon VI. . . .

    127 Estban VIH..

    128 Juan XI. . . .

    129 Leon Vil.. . .

    130 Estban IX. .

    131 Martin III. . .

    132 Aeapilo II. . .

    133 Jian XII.. . .

    134 Benedicto V. .

    135 Juan XIII. . .

    136 Benedicto VI..

    137 Dono II

    138 Benedicto VIL

    139 Juan XIV. . .

    140 Juan XV.. . .

    141 Juan XVI. . .

    142 Greeorio V..

    143 Silvestre II. .

    144 Juan XVIII (1).

    145 Juan XIX. . .

    146 Sergio IV. . .

    147 Benedicto VIII.

    148 Juan XX.. . .

    149 Benedicto IX.

    150 Gregorio VI. .

    151 Clemente II. .

    152 Dmaso II. . .

    153 San Leon IX..

    154 Vctor II. . . .

    lo Estban X. . .

    156 Benedicto X. .

    157 Nicols II. . .

    138 Alejandro II. .

    Alio

    de su

    creacion.

    885

    891

    896

    896

    898

    898

    898

    900

    903

    903

    904

    911

    913

    914

    928

    929

    931

    936

    939

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    Alio

    de su

    creacion.

    206 Inocencio VII

    1404

    207 Gregorio XII

    1406 l|

    208 Alejandro V

    1409

    209 JuanXXlII

    1410

    210 Marn V

    1417

    1431

    212 Nicols V

    1447

    213 Calisto III (espaol.).

    1455

    214 Pio 11

    1458

    215 Paulo 11

    1464 !

    216 Sixto IV

    1471

    217 Inocencio VIII

    1484

    218 Alejandro VI (espaol.)

    1492

    220 Julio II

    1503

    221 Leon X

    1513

    222 Adriano VI

    1522

    223 Clemente VII

    1523

    224 Paulo II1

    1534

    225 Julio III

    1550

    226 Marcelo II

    1555

    227 Paulo IV

    1555

    228 Pio IV

    1559

    1566

    229 San Pio V

    230 Gregorio XIII

    1572

    231 Sixto V

    1585

    232 Urbano Vil

    1590

    233

    234

    235

    236

    237

    23 S

    239

    240

    241

    242

    243

    244

    245

    246

    247

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  • SIGLOS DEL CRISTIANISMO.

    SIGLO PRIMERO.

    DESDE EL ESTABLECIMIENTO DE LA IGLESIA HASTA LA PERSECUCION

    DE TRAJANO.

    CAPITULO PRIMERO.

    Eleccion de los Apostoles hecha por Jesucristo.San Pedro constituido Jefe visible de

    la Iglesia.Preliminares.Primer concilio Apostolico.Venida del Espritu Santo.

    Primer sermon de San Pedro , en el que convierte tres mil judios.Segundo ser-

    mon de San Pedro y conversion de cinco mil hombres.Pedro y Juan ante el Sane-

    drin.Disciplina de 'a Iglesia en su origen.Medios de suelentacion que ha te-

    nido desde su establecimiento,Castigo de Ananias y Zafira.Pedro y Juan puestos

    en prision y libertados por su ngel.Segundo concilio Apostolico.Martirio de

    San Estban.Simon Mago.El eunuco de Candaces.

    Triste y lamentable era el estado que presentaba el mundo cuando so-

    n en el reloj de la eternidad la hora sealada en los consejos eternos

    para que apareciese en el horizonte de la Judea el astro brillante y de ce-

    lestiales resplandores, que debia iluminar al mundo cadavrico y enfer-

    mo. El cuadro social de aquella poca no puede pintarse sin los ms

    negros colores. En vano hubiera sido buscar moralidad con slidos ci-

    mientos, pudor en las costumbres, justicia en las leyes, vnculos en la

    familia, ni dignidad en los individuos. Roma, seora del mundo y cen-

    tro al mismo tiempo de todos los errores, aprisionaba su terrible carro

    el resto de la humanidad, que humillada al pi del Capitlio servia de

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    alfombra los soberbios Csares y de sangrienta pira al fuego de las

    vestales: la sangre humana corria en horrorosas hecatombes que llena-

    ban de placer una sociedad reputada la mas culta, empero que, cual

    el enfermo que lucha con los ltimos embates de la muerte, pareca to-

    car su prximo aniquilamiento, pues que por sus venas corria el grmen

    emponzoado de las ms corruptoras doctrinas, de las ms perniciosas

    enseanzas.

    Cuando un estado tal de abyeccion habia llegado la familia humana;

    cuando el mundo de la razon y de la inteligencia se hallaba envuelto en

    el negro manto de los ms groseros errores , apareci en el mundo el

    Mesas anunciado desde el Gnesis de la Creacion y del que los profetas

    habian repetidamente vaticinado sus distintivos caracteres.

    La mision divina de Jesucristo no era tan slo redimir el mundo con

    el sacrificio de su vida, sino tambien regenerar la sociedad, ante la cual

    se present como Legislador y Maestro. La doctrina celestial y divina vi-

    no echar por tierra los absurdos que eran emanacion de las escuelas

    de los filsofos paganos. Durante el tiempo de su predicacion verificada

    por los pueblos de la Judea di una clara nocion de Dios y sus atributos

    que eran ntes un caos de confusion. Revestido de todas las miserias de

    la humanidad, excepto el pecado , manifiesta que es hombre verdadero:

    verificando prodigios admirables, hacindose obedecer del mar y de los

    vientos, prueba que es al mismo tiempo verdadero Dios , el libertador

    que hacia 4000 aos esperaba el mundo, el Cristo cuya voluntaria inmo-

    lacion habia de imprimir en su persona el sello de un sacerdocio y rei-

    nado eterno. Este gran sacerdote para con Dios su Padre, luego que di

    principio la carrera de su predicacion se rode de apstoles los que

    quiso hacer testigos de su enseanza y milagros, constituyendo con ellos

    un sacerdocio que habia de perpetuarse de siglo en siglo, hasta la con-

    sumacion de los tiempos. No se dirigi para este objeto al Arepago,

    al Prtico ni al Liceo; no busc hombres de gran reputacion en la rep-

    blica de las letras, ni aquellos que por sus riquezas y posicion social

    pudieran haber adquirido gran reputacion en las masas populares. Hu-

    mildes pescadores, sin otros bienes que sus propias redes y barquillas,

    sin conocimiento alguno de las ciencias, fueron llamados por el Divino

    Salvador que plugo convertirles en pescadores de hombres (1).

    (1) Al terminar nuestra ltima obra que escribimos en refutacion del libro-no-

    vela de Mr. Renan, llamado Y ida de Jess , dedicamos un captulo exponer lo contenido

    en el Sagrado libro de los Hechos de los Apstoles. Si entonces hubieramos pensado en es -

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    Los apstoles elegidos por el Salvador fueron: Simon, al que di el so-

    brenombre de Pedro, y Andrs, su hermano; hijos de Jon; Santiago

    el mayor y Juan, su hermano, hijos del Zebedeo; Felipe y Bartolom;

    Mateo, hijo de Alfeo; Toms, por otro nombreDidimo; Santiago el me-

    nor, Judas Tadeo, Simon el cananeo y Judas IscMriote el que entreg

    Jesucristo en manos de sus enemigos. Los tres evangelistas que refieren

    la vocacion de los Apstoles nombran el primero Pedro y San Mateo

    nota que era el primero, es decir, la cabeza del Colegio apostlico.

    San Pedro, prncipe de los apstoles y primer Pontfice de la Iglesia Ca-

    tlica , fue presentado Jesucristo por su hermano Andrs, el cual le

    dijo: Hemos hallado al Mesas (que quiere decir el Cristo), y como le

    condujese la presencia de Jess, ste le dijo: T eres Simon, hijo de

    Jon: t sers llamado Cefas, que se interpreta Pedro. Era entnces el

    Santo Apstol como de 40 aos de edad.

    Siguiendo fielmente Jesucristo fue testigo de los extraordinarios pro-

    digios con los que confirmara su predicacion. Veamos de qu manera fue

    hecha su eleccion para jefe del Apostolado y piedra fundamental de la

    Iglesia. Luego que Jesucristo hubo efectuado la curacion milagrosa de un

    ciego en Bethsaida, se dirigi acompaado de los Apstoles y seguido de

    las turbas recorrer los pueblos de Cesarea y de Filippo. Cuando el Sal-

    vador se hubo acercado la ciudad se retir con los Apstoles un sitio

    solitario, y aun de ellos se apart algun trecho para orar, lo que acos-

    tumbraba hacer siempre que se preparaba ejercer algun acto solemne

    de su ministerio entre los hombres. La obra que se preparaba entnces

    era elegir de entre sus discpulos el que habia de ser cabeza de todos

    los dems, encomendndole el cuidado de todos ellos y el gobierno su-

    premo de la Iglesia. Luego que Jesucristo hubo concluido su oracion,

    volvi reunirse con sus discpulos los cuales dirigi la siguiente pre-

    gunta: Quin dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?

    Ellos respondieron: Unos dicen que Juan el Bautista; otros que Elias;

    oros que Jeremas; otros que alguno de los antiguos profetas que ha re-

    sucitado.Y Jess les dijo: Y vosotros quin decs que soy yo?

    cribir esta nueva obra, aquella materia nos hubiera servido para su primer capitulo, por

    versar precisamente sobre el establecimiento de la Iglesia. Ahora no nos es posible dejar

    pasar desapercibido lo que all deciamos, por formar los fundamentos de cuantos aconte-

    cimientos han de ir apareciendo cu el curso de los Siglos del cristianismo. De otro modo el

    que la lea, no a continuacion de la otra sino aisladamente, encontraria un vacio.

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    Respondi Simon Pedro con la mayor prontitud diciendo: T eres

    el Cristo, el Hijo del Dios vivo. Oh confesion gloriosa! Pedro, cuyo

    entendimiento fue divinamente iluminado, vi en su Maestro, no un pro-

    feta, sino el mismo Dios de los profetas. El que tuvo la gloria de ser el

    primero en confesar pblicamente la divinidad de Jesucristo, recibe de este

    una magnfica recompensa. Apnas el Salvador escucha el testimonio que

    de l da el Santo Apstol, le habla de este modo: Bienaventurado eres

    Simon, hijo de Juan: porque no te lo revel carne ni sangre, sin mi Pa-

    dre que est en los cielos, / Yo le digo que t eres Pedro, y sobre esta pie-

    dra edificar mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecern contra

    ella (1).

    Dedcese claramente de las palabras que acabamos de citar y que lite-

    ralmente copiamos del Evangelio la elevacion de Pedro, que despues de

    Jesucristo es la piedra angular sobre la cual ha de descansar siempre el

    majestuoso edificio de la Iglesia, del que Jesucristo es primer funda-

    mento. Por la palabra Pedio, con la cual el Salvador llama Simon, dice

    San Juan Crisstomo, le manifiesta que es real y verdaderamente una pie-

    dra anuncindole al mismo tiempo que muchos abrazaran la misma fe

    que l acababa de confesar, y constituyndole pastor de su Iglesia, le ase-

    gur que las puertas del infierno no prevaleceran contra ella; esto es,

    que aunque todo el poder del infierno se reuniese, no podrian derribar-

    la. Por estas palabras se prueba el primado de San Pedro, y de todos sus

    legtimos sucesores sobre la Iglesia universal.

    La Iglesia ha tenido apologistas involuntarios en los mismos herejes,

    de cuyos labios se han escapado favorables confesiones las creencias

    catlicas que forman la confusion de sus autores. Con mucha oportuni-

    dad cita un historiador, tan profundo como elocuente (2) el siguiente tes-

    timonio de Lutero: Nadie niega que Pedro es el primero entre los

    Apstoles: y este otro: Conozco el honor y la sumision que son debi-

    das al Soberano Pontfice y la Silla de Roma: jams he negado el pri-

    mado de honor San Pedro y sus sucesores; al contrario lo he confesado

    constantemente y lo he defendido con firmeza. Considerada la importan-

    cia de esta primaca se ve que no debemos romper la unidad de la Igle-

    sia. (Contra los Anabaptistas.) De este modo se expresaba un da el

    funestamente clebre apstata del Catolicismo que puesto al frente de la

    (1) S. Mateo, cap. XVI, v. 13-18.

    (2) M. C. F. Chevc. Dictionaire de Papes.

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    llamada reforma protestante se propuso todo trance pervertir el Cris-

    tianismo. El autor citado continua exponiendo otros testimonios del mis-

    mo Lutero, de Calvino y de algun otro. Es indudable, y claramente se

    desprende del texto evanglico que hemos aducido, que en Pedro y en

    sus legtimos sucesores reside, no solamente el primado de honor, sin

    tambien el de jurisdiccion. Las palabras las puertas del infierno, es

    decir, cuantas persecuciones, cismas, herejas y contradicciones que

    puedan suscitarse contra la Iglesia no la derrocarn, orecian la perpetui-

    dad de la misma Iglesia, y de aqu la necesidad de que la autoridad de

    Pedro haya pasado sus sucesores, y que su ctedra sea siempre el

    centro de la unidad, de la que no puede separarse el que no quiera dejar

    de ser hijo de la Iglesia. En vano los protestantes presentaron argumen-

    tos para justificar su ruptura con la Silla apostlica: apstatas del cato-

    licismo que han roto los lazos que les unian coa el Jerarca supremo de

    la Iglesia no son ni pueden llamarse hijos ni miembros de tan amorosa

    madre.

    Segun se ve claramente en las narraciones evanglicas, el Divino Maes-

    tro distingui siempre Pedro entre todos los Apstoles por su cualidad

    de representante suyo sobre la tierra. Poco hacia que el Salvador habia

    verificado el gran prodigio de la multiplicacion de los panes y los peces,

    con los cuales saci una turba de ms de cinco mil personas, cuando

    mand los Apstoles que entrasen en un barco y fuesen Bethsaida, que

    estaba situada la otra orilla del lago. En aquel corto viaje tenia que

    ponerse prueba la fe de los Apstoles, y muy particularmente la de

    Pedro: siendo ya casi de noche descendieron los discpulos al mar, y

    habiendo entrado en un barco pasaron hcia la parte de Cafarnaum: el

    mar se habia alborotado, y cuando hubieron remado como legua y media

    vieron Jess andando sobre las aguas y que se acercaba al barco; y

    como se llenasen de temor, Jess les dijo-Yo soy, no temais.Viendo

    San Pedro que era el Maestro exclam:Seor, si eres t, mndame ir

    ti sobre las aguas.Entnces el Seor le dijo ven; y bajando del barco

    andaba sobre las aguas para llegar Jess; mas como observase lo rcio

    del viento tuvo miedo y empez hundirse, por lo que exclam:Yaled-

    me, Seor; y luego extendiendo el Seor la mano para sostenerle le dijo:

    Hombre de poca fe, por qu dudaste? y en el momento en que entra-

    ron en el barco ces el viento, y los que estaban en la embarcacion

    adoraron Jess exclamando: Verdaderamente este es hijo de Dios.

    Pedro fu uno de los tres apstoles los cuales llev Jess consigo

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    la cumbre del Tabor para que tuviesen la dicha de presenciar su Transfi-

    guracion. Lleno Pedro de admiracion al ver aquel trasunto de la celes-

    tial Jerusalen, pues que el rostro de su Divino Maestro apareci brillante

    como el sol y sus vestiduras blancas como la nieve, y Moiss y Elias

    que hablaban con el Seor, no pudo menos de exclamar: Seor, bueno

    es que permanezcamos aqu: si quieres hagamos en este lugar tres tiendas,

    una para t, otra para Moiss y otra para Elias. Entnces apareci una

    nube que los cubri y reson una voz en la cumbre de la montaa que

    dijo: Este es mi Hijo amado en quien yo me he complacido: odle. La

    vision desapareci y Jess encarg los que habian tenido la dicha de

    presenciara que nadie comunicasen lo que habian visto hasta despues

    de su Resurreccion: Santiago y Juan fueron los otros dos apstoles que

    fueron testigos de la Transfiguracion.

    Luego que el Divino Redentor resucit triunfante de la muerte, como

    lo habia predicho, distingui Pedro entre los dems apstoles como

    destinado representarle en la tierra. El ngel que Magdalena y las

    otras Maras encontraron vestido de blanco sobre la losa del sepulcro

    les habl de este modo: No os asusteis: buscais Jess Nazareno, el

    que fue crucificado; ha resucitado, no est aqu; ved el lugar en donde

    le pusieron. Mas id y decid sus discpulos y Pedro que va delante de

    vosotras Galilea: all le vereis como os dijo. Esta distincion y Pedro

    es muy notable, pues que da entender claramente que no slo no le

    tenia olvidado, aunque le habia negado por tres veces, sin que le dis-

    tingua entre todos para consolarle en la gran pena y amargura de co-

    razon que senta por su pecado.

    La tercera vez que, segun el evangelista San Juan, se manifest el Sal-

    vador sus discpulos, estando reunidos despues de su Resurreccion, pi-

    di Pedro tres protestas de su amor para que reparase sus tres nega-

    ciones, como dice San Bernardo. Despues de la pesca milagrosa el Seor

    les hizo comer pan y peces, y ninguno de ellos se atrevi preguntarle

    quin era, conociendo que era el Seor.

    Cuando hubieron comido dijo Jess Simon Pedro: Simon, hijo de

    Juan, me amas ms que estos?A cuya pregunta respondi: Si, Seor,

    t sabes que te amo. Le dice el Seor: apacienta mis corderos. Segunda

    vez le pregunta: Simon, hijo de Juan, me amas? Este le responde: S,

    Seor, t sabes que te amo.Como ntes, le dijo: apacienta mis corde-

    ros. Tercera vez le dirigi la palabra el Soberano Maestro, dicindole:

    Me amas? Pedro se entristeci y le dijo: Seor, t sabes todas las cosas:

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    t sabes que te amo. Y el Seor le dijo: apacienta mis ovejas. Pedro te-

    nia muy presente la cobarda con que le habia negado; aquella flaqueza

    que tan amargamente llor todo el resto de su vida era el tormento de

    su corazon: por esto no contesta ahora con aquellas arrogantes palabras:

    aunque fuese necesario morir contigo, no te negar. A la primera pregun-

    ta del Salvador responde con la mayor modestia, poniendo al mismo

    Seor por testigo de su amor, y sise entristece la tercera vez que

    el Seor le repite la pregunta de si le ama, es como expone el P. San

    Bernardo, temiendo con lo que ya otra vez le habia acontecido que el

    Seor registrase en su corazon un amor mucho ms remiso de lo que

    l le pareca. Entnces es cuando Jesucristo constituye Pedro cabeza

    universal de toda la Iglesia y pastor de todos los fieles sin excepcion al-

    guna, pues que en aquellas palabras corderos y ovejas se hallan com-

    prendidos hasta los mismos pastores. Jess anuncia Pedro luego que le

    ha elevado la suprema dignidad de la Iglesia, que por amor suyo habia

    de morir crucificado como l, prometiendo estar con su Iglesia por me-

    dio de su asistencia continua hasta la consumacion de los siglos, decla-

    rndole que no debian dar principio los apstoles la obra de la predi-

    cacion del Evangelio para que les habia excogido hasta tanto (pie recibie-

    sen con el Espritu Santo los dones sobrenaturales que habian de dispo-

    nerlos, prepararlos y fortalecerlos para el efecto. Despues de esto los

    bendijo y se elev los cielos con todo el esplendor y magnificencia de

    su gloria, cuarenta dias despues de su Resurreccion, retirndose los aps-

    toles Jerusalen en cumplimiento del solemne mandato que habian reci-

    bido , pasando diez dias en el retiro y en la oracion. La Iglesia quedaba

    pues constituida, y aqu es donde verdaderamente empieza su historia.

    Primer concilio apostlico para la eleccion ele un apstol que ocupase el

    lugar de Judas.

    El primer acto de jurisdiccion pontificia de San Pedro fue convocar una

    reunion concilio en Jerusalen con el objeto de elegir un apstol que

    ocupase el lugar del inicuo Judas, que se habia ahorcado despues de co-

    meter el horrendo crimen de vender al Divino Maestro. He aqu de qu

    modo se halla consignada la historia de este concilio en el sagrado libro

    de los Hechos de los Apstoles: En aquellos dias, levantndose Pedro en

    medio de los hermanos (y eran los que estaban all juntos como unos

    120 hombres), dijo: Varones hermanos, era necesario que se cumpliese

    la Escritura que predijo el Espritu Santo por boca de David acerca de

    Judas, que fue el caudillo de aquellos que prendieron Jess; el que

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    era contado con nosotros y tenia suerte en esto ministerio. Este, pues,

    posey un campo del precio de la iniquidad, y colgndose revent por

    medio derramndose todas sus entraas. Y se hizo notorio todos los

    moradores de Jerusalen que fue llamado aquel campo en su propia

    lengua Haceldama, que quiere decir Campo de Sangre. Porque escrito

    est en el libro de los Salmos: sea hecha desierta la habitacion de ellos

    y no haya quien more en ella y tome otro su obispado. Conviene, pues,

    que de estos varones que han estado en nuestra compaa todo el tiom-

    po que entr y sali (1) con nosotros el seor Jess, desde el bautismo

    de Juan hasta el dia en que fue tomado arriba de entre nosotros, que

    uno sea testigo con nosotros de su resurreccion. Y sealaron dos,

    Jos, que era llamado Harsabas y tenia por sobrenombre el Justo, y

    Matas. Y orando dijeron: T, Seor, que conoces los corazones de to-

    dos, mustranos do estos dos cul has excogido para que tome el lugar

    de este ministerio y apostolado, del cual por su prevaricacion cay Ju-

    das para ir su lugar. Y echaron suertes y cay la suerte sobre Matas

    y fue contado con los once Apstoles (-2). Fue esto el ao 33 de Jesu-

    cristo, segun la cronologa ordinaria.

    Tal fu el primer acto de jurisdiccion pontificia que ejerci el Principe

    de los Apstoles. Con la eleccion de San Matas quedaron llenas las doce

    sillas, en las que, segun la palabra del Salvador, debian sentarse los pas-

    tores enviados las doce tribus de Israel, las cuales por su increduli-

    dad habian de suceder otras naciones mas dciles. Es digna de notarse

    la interpretacion que en su discurso hizo Pedro de las palabras de David,

    que veia cumplidas en el horrendo crimen que llevara cabo el traidor

    discpulo Judas. Aun ntes do venir sobro el colegio apostlico el Esp-

    ritu Santo, Dios ilumina al que ya es cabeza visible de su Iglesia, para

    que pueda hablar dignamente en presencia de aquella asamblea, donde se

    hallaban los que habian de difundir por el mundo las claras y refulgen-

    tes luces de la verdad evanglica.

    Por espacio de diez das permanecieron retirados y entregados al ejer-

    cicio de la oracion, al cabo de los cuales lleg el de Pentecosts de la

    oblacion de las priminencias del trigo, que era una de las tres fiestas

    ms principales del pueblo de Dios (3).

    (1) Es una expresion hebrea que quiere dccir: vivio y converse') con nosotros. P. Scio.

    (i) Hechos de los Apostoles, cap. I, v. 15-46.

    (3) Las otras dos tiestas principales de los judios eran la de la Pasrim en recuerdo de

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    En dicho da por la maana, en el momento en ijue se ofrecan en el

    templo los panes del trigo nuevo, se oy en el lugar de la asamblea un

    gran ruido como de un viento impetuoso, y al mismo tiempo se vieron

    como unas lenguas de fuego que descendieron del cielo sobre la cabeza

    de los que all estaban congregados (1).

    La prodigiosa obra del Espritu Santo qued consumada: cuantos le

    recibieron experimentaron una transformacion extraordinaria: de hombres

    toscos y carnales se convirtieron en sbios dotados de los ms sublimes

    sentimientos. Impulsados por la llama del amor divino, trataron de dar

    principio en el momento predicar pblicamente Jesucristo.

    No solamente los habitantes de Jerusalen, sino tambien la multitud de

    extrangeros que se encontraban en aquella populosa capital, los Partos y

    los Medos, los Elamitas, los que moraban en Mesopotamia, en Judea y en

    Capadocia, en el Ponto y en el Asia, en Friggia y en Panfilia, Egipto y

    Tierra de la Libia que est comarcana Cyrene, y losquehabian llegado

    de Roma, judios tambien y proslitos, Cretenses y Arabes, todos se lle-

    naron de admiracion y quedaban pasmados al oir los apstoles predi-

    car las grandezas de Dios en las lenguas de todos, no faltando sin em-

    bargo (piienes les tuvieran por embriagados.

    En esta ocasion predic San Pedro su primer sermon. A presencia de

    tan inmenso auditorio empez explicar los misterios que se babian

    cumplido en la persona de Jess de Nazareth, haciendo ver que Aquel

    quien los judos habian hecho morir con la nota de infamia en el pat-

    bulo de la Cruz, era el Mesas anunciado por los profetas. Con la mayor

    energa y fuerza de razon, siendo perfectamente entendido por los hom-

    bres de los diversos pases all reunidos, se explic del modo ms admi-

    rable: A este Jess, deca, resucit Dios, de lo cual somos lestigos lodos

    nosotros. Asi que ensalzada por la diestra de Dios, que habiendo recibido

    del Padre la promesa del Espritu Santo, ha derramado sobre nosotros

    este quien vosotros veis y os. El fruto de este primer sermon del prn-

    cipe de los Apstoles fue la conversion de tres mil personas (pie conven-

    cidas de la verdad pidieron el bautismo y se alistaron en las banderas

    haber sido los israelitas libres de la espada del ngel exterminador cuando esle quito la vida en

    una noche los primognitos del Egipto, y la de los Taberntirulos, que servia para recordar

    las tiendas y tabeliones en que habian vivido durante los 40 aos que pennacieron en el

    de*erto. La de Pentecosts tenia por objeto celebrar la memoria de la ley dada por Dios a

    Moiss en el Sinai.

    (1: Hechos de los Apostoles. Cap. II.

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  • 24

    de Jesucristo. La nueva doctrina debia necesariamente ser confirmada

    con milagros, y el Seor los obraba continuamente por medio de sus

    Apstoles.

    San Pedro en compaa del discpulo amado subi poco despues de

    los acontecimientos que quedan referidos al templo la oracion la

    hora de nona (1). En la puerta llamada Hermosa, que segun el historia-

    dor Josefo era de metal de Corinto, ms brillante que el oro y la plata,

    y estaba situada en el atrio llamado de los judos, habia un pobre, cojo

    de nacimiento, al que diariamente colocaban en aquel sitio para que pi-

    diese limosna. Cuando este mendigo vi Pedro y Juan que iban

    entrar en el templo extendi hcia ellos su mano, rogndoles socorriesen

    su necesidad. Dios habia determinado obrar un nuevo prodigio que habia

    de servir para que se aumentase considerablemente el nmero de los fie-

    les seguidores del Evangelio. Fijando Pedro los ojos juntamente con

    Juan, le dijo: mininos. As lo hizo el cojo, y Pedro le habl de esta

    manera: no tengo oro ni plata; pero lo que tengo esto te doy: cu el nombre

    de Jesucristo Nazareno levntate y anda (2); y diciendo esto le tom de la

    mano derecha, le levant y en el momento fueron consolidados sus pis,

    y echando anclar lleno de gozo entr en conpaa de Pedro y Juan en

    el templo. Grande fue ciertamente la alegra de aquel hombre al verse

    con el libre uso de sus pis, pudindose sostener sobre ellos por pri-

    mera vez.

    Pedro, Juan y el que habia sido cojo entraron en la Sinagoga y tras

    ellos una multitud que anciosa deseaba escuchar los apstoles sobre lo

    que acababa de acontecer. Viendo San Pedro el inmenso gento que se

    aglomeraba en el prtico de Salomon, empez hablar de este modo:

    Hijos de Israel cul es la causa de vuestro espanto? por qu os admi-

    rais de nosotros, como si por nuestro propio poder hubisemos sanado

    este hombre? No, no es obra nuestra sin de Jesucristo, Hijo unig-

    nito del Padre, el mismo que entregsteis Poncio Pilatos obligando

    este gobernador infiel que le condenase: este es el Hijo de David vues-

    tro Cristo y vuestro rey verdadero quien ahora ha glorificado el Dios

    de Abraham, de Israel y de Jacob: Vosotros le pospusisteis un ladron

    infame y homicida, cuando solicitsteis con tanta pertinacia la libertad del

    (1) Mientras existio la Sinagoga los fieles circuncisos asislian olla practicando los ejercicios

    de la ley mosaica. Joseph. Lib. XIV, antiq. cap. VIII.

    (2) Hechos de los Apost. cap. III., ver. 4 y 6.

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    prfido Barrabs hicisteis morir al Autor mismo de la vida quien

    Dios ha resucitado de entre los muertos; como nosotros lo hemos visto

    con nuestros propios ojos en la gloria de su resureccion y de su triun-

    fo. Por la fe en Jesucristo, este hombre quien todos veis y conoceis

    acaba de conseguir una curacion perfecta presencia de tantos testigos.

    Pero, hermanos mios, si os recuerdo lo que habeis hecho al justo por

    excelencia y al Mesas, no es por injuriaros, ntes conozco que obrasteis

    por ignorancia, como vuestros magistrados, vuestros ancianos y los prn-

    cipes de los sacerdotes; y el Seor ha dispuesto que todo sirva al cum-

    plimiento de los designios de su misericordia y la consumacion del sa-

    crificio de Jesucristo anunciado por los profetas. Haced, pues, penitencia,

    para no ser excluidos de la bendicion prometida nuestros padres y

    toda la tierra en el linaje de Abraham. Ya hemos llegado al trmino de-

    cisivo que fue predicho por los santos orculos de todas las edades y

    del cual habl Moiss muy especialmente cuando dijo: que el Seor le-

    vantara un profeta del medio de vuestros hermanos, cuya doctrina con-

    firmara la suya, llevndola hasta la perfeccion, advirtiendo (pie le oye-

    seis con cuidado, que os sujetaseis en todo sus leyes y que si alguno

    rehusase obedecerle fuese exterminado del medio de su pueblo (1). No

    fue menor que del primero el fruto que sac de este segundo sermon

    toda vez que fueron cinco mil hombres sin contar las mujeres y nios

    los que se convirtieron, dando crdito sus palabras, disponindose

    entrar por medio del bautismo en el gremio de la Iglesia.

    Vamos ya ver perseguida la Iglesia cuando aun se halla, digmoslo

    as, envuelta en las fajas de la infancia; pero esto nos servir para ad-

    mirar los grandes triunfos que ha venido consiguiendo desde su mismo

    establecimiento y que forman en la srie de los siglos una no interrum-

    pida cadena de victorias.

    Si bien el sermon de San Pedro di por resultado la conversion de

    tanta multitud de personas, produjo un efecto diametralmente opuesto

    en otra parte del auditorio, compuesta de los sacrificadores y guardias

    del templo, como asimismo de los saduceos, entre los que habia muchos

    sacerdotes. Sabido es que los saduceos no creian en la resurreccion de

    los cuerpos, y por consiguiente se irritaron y se llenaron de indignacion

    al or hablar con tanta energa al santo apstol de la resurreccion de

    Jesucristo, por la prueba que envolva de la resurreccion futura de

    (1) Hechos de los Apost. cap. III.

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    los dems hombres. Apoderronse, pues, de Pedro, Juan y el que

    habia sido cojo, y los pusieron en prision hasta la maana del dia si-

    guiente, en la que, reunindose el Sanedrn del que formaban parte Ans,

    el prncipe de los sacerdotes, Caifs y todos cuantos eran de linaje sa-

    cerdotal, hicieron comparecer los dos apstoles y al que por ellos ha-

    bia recobrado la salud. La pregunta que dirigieron aquellos fue la si-

    guiente: Con qu poder en nombre de quin habeis hecho esto?

    Entonces Pedro lleno del Espritu Santo les contest de este modo:

    Prncipes del pueblo, y vosotros ancianos, escuchad: Puesto que hoy so

    nos pide razon del beneficio hecho un hombre enfermo y de qu ma-

    nera ha sido este sanado, sea notorio todos vosotros y todo el pue-

    blo de Israel que en el nombre de Nuestro Seor Jesucristo Nazareno,

    quien vosotros crucificasteis y quien Dios resucit de entre los muer-

    dos, por su virtud est sano este hombre en vuestra presencia. Esta es

    a piedra que ha sido reprobada por vosotros los arquitectos, que ha si-

    do puesta por cabeza de ngulo; y no hay salud en ningun otro: porque

    no hay otro nombre debajo del cielo en quien podamos ser salvos.

    La ms refinada malicia no podia encontrar objeciones que presentar

    al razonamiento de Pedro. A la vista de todos estaba el qu habia sido

    curado: no habia quien no le conociese por verle diariamente las puer-

    tas del templo. Tenia ms de cuarenta aos de edad (1) y su enfermedad

    era de nacimiento, circunstancias todas que hacan ms evidente el mila-

    gro, no habiendo medio posible de negarlo ni aun de ocultarlo. El con-

    sejo mand salir los apstoles sin tomar determinacion alguna, y luego

    discutieron entre s cmo deberan obrar. Qu haremos, decian, estos

    hombres? porque han hecho un milagro notorio cuantos moran en

    Jerusalen: patente es y no lo podemos negar; empero para que no se

    divulgue ms en el pueblo amenacmosles para que no hablen ms

    hombre alguno en este nombre. As lo hicieron en'efecto: volvieron

    hacer entrar en su presencia los apstoles y les intimaron con grandes

    amenazas fin de que nunca ms hablasen ni enseasen en nombre de

    Jesucristo. Terrible cargo el que envuelven estas palabras y estas ame-

    nazas contra aquellos hombres obcecados, que conociendo la verdad se

    resistan abrazarla. Aquella intimacion, dice muy oportunamente el

    P. Scio, era como decirles que, no obstante estar convencidos de la vir-

    tud poderosa que habia tenido el divino nombre de Jess para curar al

    (1) Ib., cap. IV, v. .

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  • - 27

    cojo de nacimiento, no queran que fuese invocado para consuelo y ali-

    to de los pueblos, ni que estos fuesen instruidos, temiendo que los

    tendran por unos hombres obcecados, impostores y perversos por ha-

    ber hecho crucificar al que era reconocido por el Cristo Salvador de

    Israel (1).

    Lleno de valor los dos apstoles contestaron las amenazas y la

    orden que les dieron de no invocar el nombre de Jesus, que jams de-

    jaran de predicar la verdad, manifestando en todas partes cuanto habian

    visto y oido, porque no era justo que obedeciesen ellos ntes que

    Dios. Ciertamente los apstoles no buscaban su propia gloria, ni esos

    laureles que los mundanos ansian y cuya duracion es como la flor del

    heno, que nace por la maana para morir en el mismo da: buscaban tan

    solamente la gloria de Dios en la extencion del imperio de Jesucristo. La

    maledicencia, impulsada por el espritu de las tinieblas daba principio

    la lucha que al travz de XIX siglos viene hoy sosteniendo: mas la na-

    ciente Iglesia, destinada pasar una infancia de penalidades y de luchas

    las ms crueles, estaba sostenida por el dedo de su Fundador divino y sus

    glorias pasando por encima de la pequeez del odio y de la envidia so

    trasmiten y aumentan de generacion en generacion, y tan imposible es al

    hombre el oscurecerlas como arrancar del firmamento el astro que nos

    alumbra.

    Pedro y Juan fueron puestos en libertad.

    Su primer cuidado fue dar cuenta los fieles de cuanto les habia

    acontecido, y conociendo todos que las persecuciones habian de ir en

    aumento hicieron fervorosa oracion, suplicando al Omnipotente que con-

    cediese los predicadores de la verdad espritu de fortaleza para resistir

    las luchas y combates y el don de hacer milagros para testificacion de

    la doctrina que enseaban.

    Aquella oracion subi al cielo en olor de suavidad y el Seor quiso

    demostrarles cun grata le habia sido. El lugar donde estaban congrega-

    dos tembl y fueron llenos del Espritu Santo. Este fuego divino les ani-

    m para trabajar ms y ms en la propagacion del cristianismo.

    No creemos estar de mas digamos aqu cuatro palabras sobre la dis-

    ciplina de la Iglesia en su origen: empero dejarmos hablar uno de los

    ms sbios historiadores de la Iglesia: Dedicbanse los apstoles cul-

    tivar los frutos de la gracia, especialmente en los proslitos que aumen-

    [1] Padre Scio. Anotacion al verso 18 cap. IV. dlos Hech. de los Apst

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    taban de dia en dia el nmero de los fieles. Fortalecan su fe, que no

    habia de disfrutar de paz por mucho tiempo, y arreglaban con esmero

    das costumbres y la disciplina. Congregaban los hermanos para practi-

    car los ejereicios de la Religion en las casas de algunos de los ms

    virtuosos discpulos. All se celebraba el sacrificio adorable, recibian

    los sacramentos, y se trataba en fervorosas plticas de los misterios y

    doctrina del Redentor. En breve tiempo se multiplicaron tanto sus ado-

    radores, que no era posible reunirse en un solo lugar y lue necesario

    que se dividiesen las asambleas en distintos sitios de Jerusalen. Tenia

    cada una sus ancianos que cuidaban del buen rden, y lo mnos un

    sacerdote ordenado segun la ley nueva, con algunos ministros inferio-

    res que le asistan. Sabemos por S. Epifanio (1) que en estos primeros

    tiempos establecieron los apstoles en unas partes obispos y diconos

    sin presbiteros, y en otras presbiteros y diconos sin obispos. Las fun-

    ciones ordinarias del primer rden del sacerdocio episcopado eran

    anunciar el Evangelio con ms solemnidad, confundir los incrdulos,

    confirmar los fieles en la fe, visitar las nuevas iglesias para evitar los

    abusos, hacer nuevas conquistas para Jesucristo y perfeccionar las ya

    hechas (2).

    La verdad de tal razonamiento est demostrada en las siguientes pala-

    bras de los Hechos de los Apstoles: y de- la multitud de los creyentes

    el corazon era uno y el alma una, y ninguno de ellos decia ser suyo pro-

    pio nada de lo que poseia, sino que todas las cosas eran comunes y no

    habia ninguno necesitado entre ellos; porque cuantos poseian campos

    casas las vendan y ponan su precio al pi de los apstoles, los cuales

    repartan cada uno lo que necesitaba (3). De este modo resplandeca

    en ellos la seal el distintivo por el cual quiere Jesucristo que sean co-

    nocidos sus discpulos (4): la caridad, que es el slido cimiento sobre el

    cual se sostiene el edificio de la verdadera y slida piedad.

    Los que sistemticamente combaten hoy la Iglesia, los que claman

    por que carezca de toda clase de bienes con que poder atender las

    solemnidades del culto y al socorro de los desgraciados, recordando

    cada momento que nada poseia la Iglesia en sus primeros tiempos, vol-

    (i) Kpiph Tracl. Hieres.

    2) Remult-Barcastel. Historia gen. de la Iglesia, libro I, nnin. 20.

    (3 Hechos de los Apostoles, cap. IV, v. 32-35.

    i*) S. Juan. cap. XIII, v. 35.

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  • 29

    veran gustosos aquellos felices dias? venderan sus palacios y elegan-

    tes carrozas para poner su precio al pi de los sucesores de los apsto-

    les ?Kn este caso nada necesitara la Iglesia y desaparecera toda clase

    de necesidad. Los, tiempos han variado, y falla de oblaciones volunta-

    rias suficientes para el sostenimiento del culto, la Iglesia es indudable

    que necesita de bienes para sostener su culto. Esta verdad se presenta

    la imaginacion mnos lince; de otro modo cmo podra proveerse de

    ornamentos, vasos sagrados y de lo necesario para el culto y sosteni-

    miento de sus ministros? Los primeros bienes fueron las oblaciones de

    los fieles; en los tiempos apostlicos, cuando aun la Iglesia puede de-

    cirse que estaba en su cuna y el nmero de los afiliados las banderas

    de Jesucristo era todava escaso, se creian todos en el deber de atender

    con sus propios bienes la subsistencia de la nueva sociedad. As aca-

    bamos de ver, citando palabras textuales de los Hechos de los Apstoles,

    que los fieles vendan sus bienes y ponan su precio en manos de los

    apstoles, y que estos cumplan con la mayor exacfitud los preceptos de

    la caridad cristiana distribuyndolo entre los ministros y los pobres.

    Expongamos aqu, siquiera sea grandes rasgos, los medios de subsis-

    tencia que desde entnces basta la poca presente ba tenido la Iglesia.

    En los tiempos posteriores los apstoles se conocieron varias clases de

    oblaciones, unas que se hacan al altar, otras fuera del altar y las ter-

    ceras al administrar los sacramentos y al efectuar exequias en sufragio

    por los difuntos: las primeras eran conocidas tambien con el nombre

    de oblaciones eucarsticas, pues consistan en que los fieles al tiempo del

    sacrificio ofrecian pan y vino las espigas y uvas en tiempos de nuevos

    frutos y tambien aceite incienso, de lo cul se tomaba lo indispensable,

    distribuyndose lo restante entre los ministros del altar y los pobres.

    Estas oblaciones no eran obligatorias, pero era muy mal mirado el que

    dejaba de ofrecerlas. Las oblaciones fuera del altar consistan en dinero,

    aves, frutos cosas semejantes. En suma, desde muy antiguo empezaron

    los fieles hacer alguna oblacion en dinero en especies cuando reci-

    ban algun sacramento, y esto, que era un acto piadoso pero voluntario,

    vino hacerse obligatorio cuando faltaron los ministros del altar otros

    medios de sustentacion (I).

    Estas oblaciones, que equivalen to que hoy llamamos derechos de es-

    tufo pi de ultar, en nada se oponen al mandato de Jesucristo gratis

    \\) Conr. IV de Letran, cnp. IV de Simonia

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    accepistis, gratis date, porque estos derechos no se miran como recom-

    pensa al trabajo, sino como medio de sustentacion de los ministros del

    altar. En cuanto bienes raices no pudo tenerlos la Iglesia en los tres

    primeros siglos, porque no teniendo existencia legal en el imperio, no

    era reconocida, y por lo tanto no podan ser tampoco reconocidos sus

    derechos. Despues dela paz dada la Iglesia por Constantino, ya pudo

    adquirirlos donde quiera que era reconocida. Nos dilataramos demasiado

    si hubiramos ahora de hablar extensamente de diezmos y primicias.

    Dirmos tan slo que la prestacion decimal, que se llamaba as porque

    consista en la dcima parte de los frutos de la tierra, fue una de las

    leyes dadas por Dios al pueblo judo, como consta del Levtico, cap. XXXVI.

    En el cristianismo nada se habl de diezmos en los cuatro primeros si-

    glos: mas luego que las oblaciones no fueron suficientes, tal vez por

    haberse enfriado algo la caridad de los fieles, algunos Santos Padres, entre

    ellos San Jernimo y San Agustn, empezaron recordar los fieles la

    ley de Moiss sobre los diezmos que empez ponerse en prctica

    aunque voluntariamente por parte de los fieles. Despues el pago de los

    diezmos se elev ley, y hasta lleg imponerse pena de excomunion

    los contumaces. En Espaa fueron suprimidos los diezmos por una

    ley, siendo snstituidos por la contribucion llamada de culto y cle-

    ro. Esta es muy exigua y ni el culto ni los ministros, principalmente

    si hablamos del culto parroquial, podra sostenerse si llegasen supri-

    mirse , como muchos desean, los que llamamos derechos parroquiales.

    Mucho nos alegraramos de que llegase un da en que, atendidas debida-

    mente estas apremiantes necesidades, no sean necesarios esos derechos

    que tanto lastiman los que se olvidan de que, segun la expresion de

    Jesucristo, dignus est operarius cibo suo.

    Hemos interrumpido nuestra narracion histrica, y no ser esta tan

    slo la vez que tengamos que hacerlo en nuestro deseo de ilustrar los

    lectores sobre puntos de importancia, y mucho ms sobre aquellos de

    que se valen los enemigos de la Iglesia para sustentar doctrinas err-

    neas. Continuemos ya nuestro propsito.

    El terrible castigo que recibieron Ananas y Zafira por haber preten-

    dido engaar al prncipe de los Apstoles, y la maravillosa conversion de

    Saulo en el camino de Dmasco, son asuntos de los que nos hemos

    ocupado en nuestra ltima obra, en el captulo dedicado dar una noti-

    cia de lo contenido en el sagrado libro de los Hechos de los Apstoles.

    Mas como quiera que no nos sea lcito el dejar de consignarlos en este

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    lugar, por exigirlo as el buen rden y mtodo de la historia, ambos

    hechos los tratarmos, pues que principalmente el segundo es de una

    gran importancia.

    Ananas se habia propuesto pasar por cristiano celossimo y fervoroso,

    y puesto de acuerdo con su mujer Zafira (1), intent engaar S. Pedro.

    Vendi sus tierras, y reservando una parte del precio, puso el restante

    los pis de los Apstoles. Pedro penetr su corazon y le di en rostro

    con su mal modo de obrar y su avaricia, pues nadie le habia hecho vio-

    lencia para que vendiese su campo, y l usando de la mentira y dominado

    por la avaricia aspir una honra vana de haberlo vendido todo. En el

    momento en que hubo acabado de hablar muri repentinamente Ananas.

    Tres horas despues su mujer Zafira, ignorante de lo que habia acaecido

    l, se present S. Pedro, al cual minti del mismo modo que aquel,

    experimentando la misma suerte, pues que muri en el acto.

    En aquellos dias Pedro y los otros Apstoles hacan multitud de mila-

    gros, y por esto y por su vida irreprensible eran la admiracion de todos,

    de suerte que se verificaban continuas