stengers - la propuesta cosmopolítica

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DOSSIER: “Cosmopolíticas” Israel Rodríguez-Giralt, Cosmopolíticas David Rojas e Ignacio Farías ARTÍCULOS INVITADOS Isabelle Stengers La propuesta cosmopolítica Bruno Latour ¿El cosmos de quién? ¿Qué cosmopolítica?: Comentarios sobre los términos de paz de Ülrich Beck ARTÍCULOS Martín Tironi, Pablo El prototipo como dispositivo cosmopolítico: Etnografía de prácticas de diseño Hermansen y José Neira en el Zoológico Nacional de Chile José Manuel de Cózar ¿Una cosmopolítica de lo salvaje?: La composición técnica del mundo natural Escalante Ignacio Farías Planes maestros como cosmogramas: la articulación de fuerzas oceánicas y formas urbanas tras el tsunami de 2010 en Chile Francisco Tirado, Enrique Cosmopolítica y biopolítica en los regímenes de bioseguridad de la Unión Europea Baleriola, Andrés Gómez, Tiago M. do A. Giordani y Pedro Torrejón Manuel Tironi Hacia una política atmosférica: Químicos, afectos y cuidado en Puchuncaví RECENSIONES Fernando Beresñak Problemáticas cosmopolíticas frente al orden físico-matemático NÚMERO 14 | JULIO-DICIEMBRE 2014 | ISSN: 0718-655X Revista Pléyade

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Traduccion española del articulo publicado en el libro: Latour, Making Things Public

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  • DOSSIER: Cosmopolticas Israel Rodrguez-Giralt, CosmopolticasDavid Rojas e Ignacio Faras

    ARTCULOS INVITADOS

    Isabelle Stengers La propuesta cosmopoltica

    Bruno Latour El cosmos de quin? Qu cosmopoltica?: Comentarios sobre los trminos de paz de lrich Beck

    ARTCULOS

    Martn Tironi, Pablo El prototipo como dispositivo cosmopoltico: Etnografa de prcticas de diseoHermansen y Jos Neira en el Zoolgico Nacional de Chile

    Jos Manuel de Czar Una cosmopoltica de lo salvaje?: La composicin tcnica del mundo naturalEscalante Ignacio Faras Planes maestros como cosmogramas: la articulacin de fuerzas ocenicas y formas urbanas tras el tsunami de 2010 en Chile

    Francisco Tirado, Enrique Cosmopoltica y biopoltica en los regmenes de bioseguridad de la Unin EuropeaBaleriola, Andrs Gmez, Tiago M. do A. Giordani y Pedro Torrejn

    Manuel Tironi Hacia una poltica atmosfrica: Qumicos, afectos y cuidado en Puchuncav

    RECENSIONES

    Fernando Beresak Problemticas cosmopolticas frente al orden fsico-matemtico

    NMERO 14 | JULIO-DICIEMBRE 2014 | ISSN: 0718-655X

    Revista

    Plyade

  • REVISTA PLYADE 14 / ISSN: 0718-655X / JULIO-DICIEMBRE 2014 / PP. 17-41

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    La propuesta cosmopoltica*1

    Isabelle Stengers**2Universidad Libre de Bruselas (Blgica)

    Cmo presentar una propuesta cuyo cometido [enjeu] no sea decir lo que es, ni tampoco decir lo que debe ser, sino hacer pensar? Que no pida ms veriicacin que la manera en que habr ralentizado los razonamientos, en que habr creado la ocasin de una sensibilidad un poco diferente frente a los problemas y situaciones que nos mueven. Cmo separar esta propuesta, pues, de los problemas de autoridad y generalidad que se disponen [agencent] en torno a la nocin de teora? Cuestin tanto ms importante cuanto que la propuesta cosmopoltica, as como voy a tratar de caracterizarla, no se dirige ante todo a los generalistas. Solamente puede cobrar sentido en situaciones concretas, all donde trabajan los especialistas [praticiens], y requiere de especialistas que y este es un problema poltico y no cosmopoltico hayan aprendido a encogerse de hombros ante las pretensiones de los tericos generalizadores que tienden a deinirlos como ejecutores, encargados de aplicar una teora, o a capturar su prctica como ilustracin de una teora.

    Esta diicultad es una primera presentacin de lo que ser un tema de este texto: la distincin, y la inseparabilidad, de las propuestas polticas y cosmopolticas. Esto es lo que trato de transmitir: en la medida misma en que las propuestas relativas a lo que podramos llamar la ecologa poltica se vuelven pertinentes (entendiendo la ecologa poltica como la politizacin * Los coordinadores del dossier y el comit editorial de Revista Plyade agradecen a la autora

    el haber aceptado la invitacin a publicar en esta edicin. Artculo traducido por Ernesto Feuerhake y revisado por Editores Monogrico.

    ** Isabelle Stengers es ilsofa, profesora de ilosofa de la ciencia en la Universidad Libre de Bruselas (ULB). Graduada en qumica de la ULB, Stengers ha ocupado un lugar central en discusiones relativas a la historia y ilosofa de la ciencia. Tambin ha sido una muy inluyente voz en debates concernientes a las pretensiones de autoridad de la ciencia moderna. Su obra ha sido ampliamente reconocida desde sus tempranas colaboraciones con Ilya Prigogine con quien public libros tales como La nueva alianza (1979, publicado en castellano en 1997) y Entre el tiempo y la eternidad (1988, publicado en castellano en 1998). Autora individual de ms de diez libros y co-autora de catorce volmenes adiciones, su trabajo aborda problemticas que van desde la historia de la qumica hasta la relacin entre dinmicas capitalistas y las ciencias modernas. El conjunto de su obra ha sido reconocido con el gran premio de la Academia Francesa (1993) y el premio Ernest-John Solvay en ciencias humanas y sociales (2010). Adems de su trabajo puramente acadmico, Isabelle Stengers ha enseado y colaborado con militantes tales como Starhawk. Correo electrnico: [email protected]

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    [mise en politique] de saberes positivos o prcticas relativas a cosas), en esa misma medida la propuesta cosmopoltica tambin puede llegar a ser pertinente. Dicho de otro modo: en la mayora de las situaciones concretas de hoy, esta propuesta no tiene estrictamente ningn sentido, pero se propone acompaar a aquellos y aquellas que ya han efectuado el movimiento poltico asociado a la ecologa poltica, y que por lo tanto han aprendido a rerse no de las teoras, ciertamente, sino de la autoridad que se les asocia. Y otro tema de este texto, conectado con el primero, ser la cuestin de la vulnerabilidad de las propuestas de este gnero, expuestas a todos los malos entendidos posibles, y ante todo a su muy previsible captura terica.

    Preveo que se me dir: entonces no haba que retomar un trmino kantiano. Acaso no es Kant, en efecto, el que renov el antiguo tema del cosmopolitismo, dirigindolo hacia un proyecto de tipo poltico, en particular el proyecto de una Paz perpetua en que cada quien se pensara enteramente como miembro de la sociedad civil mundial, conforme a los derechos de los ciudadanos? Aqu tengo que declararme culpable, porque yo ignoraba el uso kantiano cuando, en 1996, mientras trabajaba en el primer volumen de lo que iba a llegar a ser una serie de siete Cosmopolitiques1, este trmino se me impuso. Y cuando descubr que el trmino cosmopoltica airmaba la conianza kantiana en un progreso general del gnero humano, que hallara su expresin en la autoridad de un ius cosmopoliticum, ya era demasiado tarde. Para m la palabra ya haba adquirido su vida y su necesidad propias. Por lo tanto, en la acepcin que yo le doy, adolece de entrada de un hndicap. Un hndicap que acepto porque, de todas maneras, lo nico que hace es acentuar la cuestin que se le plantea a todo nombre que se le d a una propuesta desde el momento en que se trata de un nombre retomado: incluso si se trata de un verdadero neologismo, tal nombre ser vulnerable siempre, como es normal. Por lo tanto yo no me presento como propietaria, encargada de transmitir el verdadero signiicado de esta palabra, cosmopoltica: ms bien me presento como una protagonista interesada. Interesada en la posibilidad de que, entre la libertad de retomarla sin coaccin, y la obligacin de idelidad que se asociara a un derecho

    1 Los siete volmenes fueron publicados en La Dcouverte/Les mpecheurs de Penser en Rond, Pars, 1996-1997, y vueltos a publicar en dos tomos en La Dcouverte, 2003. Ver STENGERS, Isabelle, Cosmopolitiques, vol. I, La guerre des sciences. Linvention de la mcanique: pouvoir et raison. Thermodynamique: la ralit physique en crise (Pars: La Dcouverte; Les mpecheurs de penser en rond, 1996). STENGERS, Isabelle. Cosmopolitiques, vol. II, Mcanique quantique: la in du rve. Au nom de la lche du temps: le di de Prigogine. La vie et lartiice: visages de lmergence (Pars: La Dcouverte; Les mpecheurs de penser en rond, 1997). Existen tambin las versiones en ingls, publicadas en University of Minesota Press (tomo I en 2010, tomo II en 2011). STENGERS, Isabelle. Cosmopolitics I: The Science Wars, the Invention of Mechanics, Thermondynamics (Minneapolis: University of Minnesota Press, 2010) y STENGERS, Isabelle. Cosmopolitics II: Quantum Mechanics, In the Name of the Arrow of Time, Life and Artiice, The Curse of Tolerance (Minneapolis: University of Minnesota Press, 2011).

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    de propiedad intelectual, se puedan construir prcticas que conjuguen libertad y trazabilidad [traabilit], es decir que pongan explcitamente en escena lo que el retomar le hace a lo retomado.

    En particular, debo airmar por lo tanto que la propuesta cosmopoltica, tal como la voy a presentar, reniega explcitamente de todo parentesco con Kant, y tambin con el pensamiento antiguo. El cosmos, tal como intentar mostrarlo, tiene poco que ver con el mundo en que el ciudadano antiguo se airmaba a s mismo, en todas partes, como estando en casa [chez soi], ni tampoco con una tierra por in uniicada de la que todos seran ciudadanos. Muy por el contrario. De hecho, la propuesta cosmopoltica bien podra tener ainidades con un personaje conceptual que el ilsofo Gilles Deleuze hizo existir con una fuerza que me marc: el idiota.

    En sentido griego, el idiota es el que no habla la lengua griega, y que por lo tanto est separado de la comunidad civilizada. Encontramos este mismo sentido en la palabra idioma, un lenguaje cuasi-privado, que excluye as una comunicacin regida por la transparencia y la anonimizacin, es decir la intercambiabilidad de los locutores. Pero el idiota, que Deleuze toma prestado de Dostoievski para transformarlo en un personaje conceptual, es el que siempre ralentiza a los dems, el que se resiste a la manera en que se presenta la situacin, o en que las urgencias movilizan el pensamiento o la accin. Y esto no porque la presentacin sea falsa, ni porque las urgencias sean engaosas, sino porque hay algo ms importante. Que no se le pregunte qu. El idiota no responder, no discutir. El idiota hace presencia, o, como dira Whitehead2, hace intersticio. No se trata de pedirle que rinda cuentas: qu es eso ms importante?. No sabe. Pero su eicacia no consiste en abismar los saberes, en crear una noche en que todos los gatos son pardos. Sabemos, hay saberes, pero el idiota exige que no nos precipitemos, que no nos sintamos autorizados a pensar que disponemos del signiicado de lo que sabemos.

    No pretendo elevarme a la altura de un personaje conceptual. Como todo el mundo, la mayor parte del tiempo creo que s lo que s. Pero esta palabra, cosmopoltica, me vino en un momento en que la inquietud me agarr, en que necesit bajar la velocidad ante la posibilidad de que, con la mejor buena voluntad, estuviese yo corriendo el riesgo de reproducir aquello que, desde que comenc a pensar, supe que era una de las debilidades de la tradicion a la que pertenezco: transformar en clave universal neutra, es decir vlida para todos, un tipo de prctica de la que nos enorgullecemos especialmente. Haba dedicado bastantes pginas a meter a las ciencias en poltica, lo cual no signiica disolverlas como diciendo que no son ms que poltica disfrazada, sino, por el contrario, conirindole a lo que entendemos por poltica una signiicacin suicientemente abstracta como

    2 Vase STENGERS, Isabelle. Penser avec Whitehead (Paris: Le Seuil, 2002).

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    para que pudiera acoger, a ttulo de concretizacin particular, las prcticas cienticas. Las ciencias llamadas modernas seran una manera de responder a la pregunta poltica por excelencia: quin puede hablar de qu, quin puede ser el portavoz de qu, representar qu?3 Pero corra el riesgo de hacer de esta pregunta poltica una clave para lo que haba llegado a nombrar ecologa de las prcticas, invencin de las maneras en que prcticas diferentes podran aprender a coexistir respondiendo a obligaciones divergentes. Corra el riesgo de olvidar que la categora poltica con la que trabajaba haca parte de nuestra tradicin, extraa sus propios recursos de invencin de esta tradicin.

    Tentador habra sido buscar una categora verdaderamente neutra, antropolgica, se dir. Desgraciadamente, la antropologa tambin somos nosotros, tanto como la ambicin de deinir-descubrir lo que de humano hay en el hombre. Darse cabezazos tratando de formular una propuesta annima, igualmente vlida para todos, es, de hecho, embrollarse, prolongar la esperanza de Mnchhausen, que quera servirse de sus propios recursos para trascenderlos4.

    Por lo tanto eleg conservar el trmino poltica, que airma que la propuesta cosmopoltica es una propuesta irmada, una cosa de la que eventualmente podramos hacernos capaces, que podra volvrsenos cosa buena de pensar, y articularla con este trmino enigmtico: cosmos.

    3 Vase STENGERS, Isabelle. Linvention des sciences modernes (Paris: Flammarion, 1995). No obstante ser intil, es igualmente necesario precisar que la construccin de esta posicin ha tenido lugar en estrecho dilogo con el trabajo de Bruno Latour.

    4 Bruno Latour sigue una pista complementaria distinta, alejndose de la antropologa en sentido usual, cuya categora central es lo humano, y dirigindose hacia la cuestin de los regmenes de enunciacin tal como se distinguen de las instituciones histricas y de sus pretensiones auto-justiicativas generales, y ello no segn una relacin de tipo trascendental (condiciones de posibilidad) sino emprica, en el sentido de un despliegue aventurero de la manera en que cada rgimen conmociona, cada vez de manera especica, las distribuciones del buen sentido moderno entre el sujeto (que acta, juzga, conoce, cree, etc) y sus objetos (formados, juzgados, conocidos, fantasmeados, etc). El rgimen de enunciacin no permite juzgar las instituciones que le corresponden, no es el ideal al que algunas se acercaran ms que otras, sino que propone enfocarlas desde un ngulo que pone en escena su irreductibilidad a todo tipo de razones generales, culturales, simblicas o sociales. Vistas segn este ngulo, todas habrn de aparecer asombrosas, de tal manera que dejemos de asombrarnos de que los otros hayan sido capaces de dotarse de instituciones tan diferentes. Por lo tanto se trata de desorientarnos, de desconcertarnos, para que los otros dejen de resultar exticos para nuestra mirada. De resultar, un enfoque de este tipo debera separar [dtacher] de manera suicientemente radical el rgimen de enunciacin poltico de las prcticas, instituciones, ideales, controversias que asociamos con la poltica, como para que dejemos de presentarnos como habiendo inventado la poltica, y ello sin que por eso lleguemos a la conclusin de que los otros pueblos hacen poltica sin saberlo (posicin tradicional que implica que nosotros los entendemos mejor que lo que ellos se entienden a s mismos). Esta empresa, delicada y riesgosa, debe ser concebida como una empresa distinta de la propuesta cosmopoltica, pero ambas estn unidas por una relacin de recproca inter-prueba [entre-preuve], pues comparten una preocupacin comn: salir, de manera no trivial (post-moderna), de los relatos del progreso que lleva hasta nosotros.

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    Aqu la propuesta arriesga un malentendido, porque el atractor kantiano puede inducir la idea de que se trata de una poltica que buscara hacer existir un cosmos, un buen mundo comn. Ahora bien, justamente se trata de aminorar la marcha de la construccin de este mundo comn, de crear un espacio de vacilacin respecto de lo que hacemos cuando decimos buen. Cuando se trata del mundo, las preguntas, las amenazas, los problemas cuyas repercusiones se presentan como planetarias, son nuestros saberes, los hechos producidos por nuestros equipamientos tcnicos, pero tambin son los juicios asociados a nuestras prcticas los que estn comprometidos en primera instancia. La buena voluntad, el respeto por los otros no bastan para borrar esta diferencia, y negarla en nombre de una igualdad de derecho de todos los pueblos de la tierra no impedir que enseguida se condene el enceguecimiento fantico o el egosmo de los que se negasen a admitir que no pueden abstraerse de los asuntos [enjeux] planetarios. La proposicin cosmopoltica es incapaz de dar una buena deinicin de los procedimientos que podran permitir alcanzar la deinicin buena de un buen mundo comn. Es idiota, en el sentido de que se dirige a los que piensan bajo esta urgencia, sin negarla para nada, pero murmurando que quiz haya algo ms importante.

    Hay que distinguir aqu al cosmos de todo cosmos particular, o de todo mundo particular, tal como pudiese pensarlo una tradicin particular. No designa tampoco un proyecto que buscara englobarlos a todos, porque es siempre una mala idea designar un englobante para lo que se niega a ser englobado por otra cosa. El cosmos, tal como igura en el trmino cosmopoltica, designa lo desconocido de estos mundos mltiples, divergentes; las articulaciones de las que podran llegar a ser capaces, contra la tentacin de una paz que se quisiera inal, ecumnica, en el sentido en que una trascendencia tendra el poder de exigirle a lo que diverge que se reconozca como una expresin meramente particular de lo que constituye el punto de convergencia de todos. En tanto tal, no tiene representante, no exige nada, no autoriza ningn y entonces. Y por tanto su pregunta se dirige ante todo a los maestros del y entonces, a nosotros, que, a punta de y entonces bien podramos, con toda buena voluntad, volvernos los representantes de problemas que, lo queramos a no, se les imponen a todos.

    Podra decirse que el cosmos es un operador de igualdad, a condicin de disociar radicalmente igualdad de equivalencia, lo que implica una medida comn, y que tambin implica la intercambiabilidad de las posiciones. Porque de esta igualdad no se sigue ningn y entonces, sino, muy por el contrario, su suspensin. Operar, aqu, es crear una inquietud de las voces polticas, una sensacin de que no estn deiniendo la cosa sobre la que discuten, una sensacin de que la arena poltica est poblada por las sombras de lo que no tiene, no puede tener, o no quiere tener voz poltica: lo cual tan fcilmente podra obliterar la buena voluntad poltica, desde

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    el momento en que no habra respuesta alguna ante la exigencia que dice: exprsate, explicita tus objeciones, tus propuestas, tu aporte al mundo comn que estamos construyendo.

    De modo que la propuesta cosmopoltica no tiene nada que ver con un programa, y s tiene mucho que ver con un sentimiento de espanto que hace mascullar las seguridades. Es este espanto lo que se puede or en el grito que, segn se dice, alzara un da Cromwell: Mis hermanos, por las entraas de Cristo, les ruego que piensen que puede que estn equivocados!. Citar aqu a Cromwell, a este brutal poltico, verdugo de Irlanda, dirigindose a sus hermanos puritanos, habitados por una verdad segura y vengativa, es insistir en que el balbuceo no es que se merezca, no es que traduzca alguna grandeza de algn alma particular, sino que ocurre [arrive]. Ocurre como indeterminacin, es decir como acontecimiento al que nada sigue, ningn y entonces, pero que hace que todos se pregunten cmo lo van a hacer para recibirlo. Por cierto que Cromwell se dirige a sus hermanos en tanto que cristianos, y su llamado, de tener xito, habr de hacer existir entre ellos la presencia de Cristo. Pero Cristo aqu no es portador de algn mensaje particular, sino que su eicacia consiste en ser una presencia sin interaccin, que no apela a ninguna transaccin, a ninguna negociacin respecto de la manera en que hubiese que asumirla.

    Si bien la propuesta cosmopoltica tiene como enganche, en nuestras experiencias, el acontecimiento de este espanto, qu estamos haciendo?, que hace intersticio en el suelo de las buenas razones que tenemos para hacerlo, no se reduce a este tipo de acontecimiento. Los intersticios vuelven a cerrarse rpido, o peor, acallar el sentimiento de espanto a menudo entraa un redoblamiento de las razones para una ruindad suplementaria que vendra a taponar la vacilacin. Esto es lo que, a su manera, nos cuenta la historia del abogado que, en la clebre novela corta de Herman Melville, se vio confrontado al I would prefer not to de su escribiente Bartleby.

    La novela corta de Melville es muy interesante a este respecto, porque el narrador, el abogado que lleg [est arriv] a tomar a Bartleby como escribiente, es una igura de lo que la cosmopoltica tiene que evitar. Es testarudo, quiere que Bartleby salga de su abstencin, que se una al mundo comn en que los seres humanos aceptan comprometerse. Poco a poco llega a estar a punto de volverse loco, atrapado en su propio juego, y decide desalojar los lugares porque Bartleby ha preferido no vivir en otro lugar que en su oicina. Y al hacer esto les deja a los nuevos arrendatarios la responsabilidad de la que es incapaz: forzar a Bartleby a hacer lo que preiere no hacer.

    El personaje de Bartleby opera un pasaje al lmite: nunca conoceremos el sentido de una indiferencia que lo lleva inalmente a la muerte (preso por vagabundaje, preferir no comer). Por el contrario, podemos

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    comprender el trayecto del abogado hasta el enigma. Choca, se atribula, est profundamente atribulado, dispuesto a todo, no llega a no sentirse responsable pero tampoco puede abandonar las reglas del juego social que Bartleby desarticula. No puede imaginar ms salida que el retorno de Bartleby al mundo comn. Cuando los clientes se ofuscan por el rechazo de este escribiente lojo [dsouvre] que preiere no hacerles los servicios que piden, no considera compartir con ellos su idiocia, y es esto sin duda lo que lo condena a la ruindad: mudarse, para poder lavarse las manos ante la suerte de este irresponsable, sabiendo que otros van a arreglar el asunto en su lugar.

    Hay que precaverse de la buena voluntad individual. Conferirle una dimensin cosmopoltica a problemas que pensamos polticamente, no remite al registro de las respuestas, sino que plantea una pregunta sobre cmo habrn de ser susceptibles de entenderse colectivamente, en el agenciamiento [agencement] en el cual se propone una cuestin poltica, el grito de miedo o el murmullo del idiota. Ni el idiota, ni Cromwell asustado ni el abogado obsesionado por Bartleby lo saben. La cosa no es dirigirse a ellos, sino disponer [agencer] el conjunto, de tal manera que el pensamiento colectivo se construya en presencia de quienes hacen existir su insistencia. Darle un nombre a esta instancia, cosmos, inventar la manera en que la poltica, que es nuestra irma, pudiese hacer existir su doblez csmica, las repercusiones de lo que se va a decidir, de lo que construye sus razones legtimas, sobre lo que se mantiene sordo a esta legitimidad, eso es la propuesta cosmopoltica.

    Querra citar aqu un ejemplo concreto de lo que pudiese signiicar este en presencia. Este ejemplo concierne a la cuestin, desde hace un tiempo politizada, de la experimentacin animal. Dejemos de lado los mltiples casos en que podemos decir que hay abuso, crueldad intil y ciega, o reduccin sistemtica de los animales al estatuto de carne con patas. Lo que me interesa son los casos difciles, en que se equiparan la experimentacin y una causa que se dira legtima, la lucha contra una epidemia por ejemplo. Algunos han buscado crear escalas de valor que permitan medir el inters humano, establecer la posibilidad de poner dicho inters en relacin con una medida de los sufrimientos inligidos a tal tipo de animal (el sufrimiento de un chimpanc cuenta ms que el de una rata). Pero esta equivalencia de tipo utilitarista abre a todas las ruindades: incita a que todos pongan a cuenta comn la responsabilidad de las consecuencias de su propia medicin. Otros, los que me han interesado, han designado un punto de enganche inesperado. Sabemos que en los laboratorios en que se practica la experimentacin animal hay todo tipo de ritos, maneras de hablar, de designar a los animales, que dan cuenta de la necesidad que los investigadores tienen de protegerse. Por otra parte, podra uno preguntarse si las grandes evocaciones del progreso de los

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    saberes, de la racionalidad, de las necesidades del mtodo, no forman parte tambin de estos ritos, que rellenan los intersticios en los que insiste el Qu estoy haciendo?5. La necesidad de decidir respecto de la legitimidad de una experimentacin tendra entonces como correlato la invencin de coacciones dirigidas activamente contra estas maniobras de proteccin, que forzaran a los investigadores a exponerse, a decidir en presencia de lo que eventualmente ser la vctima de su decisin. Por lo tanto la propuesta va en el sentido de una auto-regulacin, pero su inters es poner en escena la cuestin del auto, de darle su plena signiicacin a lo desconocido de la cuestin: qu decidira el investigador por s mismo si este s mismo se despojase activamente de lo que las actuales decisiones parecen requerir.

    Una cuestin de este tipo depende de una perspectiva que llamo eto-ecolgica, que airma la inseparabilidad del ethos, de la manera de comportarse propia de un ser, y del oikos, del hbitat de este ser, de la manera en que este hbitat satisface o se opone a las exigencias asociadas a tal ethos, o les brinda incluso la ocasin de actualizarse en unos ethos inditos6. Quien dice inseparabilidad no dice dependencia funcional. Un ethos no es funcin de su ambiente, de su oikos, sino siempre del ser que se muestra capaz de l. No se lo lograr transformar previsiblemente mediante una transformacin de su ambiente. Pero, en s mismo, ningn ethos posee su propia signiicacin, ningn ethos domina sus razones. No sabemos de qu es capaz un ser, de qu puede llegar a ser capaz. Se podra decir que el ambiente propone, pero es el ser el que dispone de esta propuesta, el que le da o le niega una signiicacin etolgica. No sabemos de qu es capaz un investigador, uno que airme hoy da la legitimidad e incluso la necesidad de tal o cual experimentacin animal, no sabemos de qu podra llegar a ser [devenir] capaz en un oikos que le exija que piense en presencia de las vctimas de su decisin. Lo que importa es que este devenir ser el de un investigador, y es en este sentido que podremos hablar de un acontecimiento, y en que se volver posible nombrar lo que llamo cosmos. Localmente, en caso de que una exigencia ecolgica fuese eicaz, se habr creado una articulacin entre lo que pareca contradecirse: las necesidades de la investigacin, y sus consecuencias para los animales que son sus vctimas. Acontecimiento csmico.

    5 En DEVEREUX, Georges. De langoisse la mthode dans les sciences du comportement (Pars: Flammarion, 1980). Georges Devereux vincula la importancia del mtodo en las ciencias del comportamiento, es decir las ciencias que abordan a seres que a su vez abordan un mundo, con la necesidad de protegerse de una angustia que ni el fsico ni el qumico conocen (qu le estoy haciendo?). Es por eso que, en las ciencias, el mtodo acaba siempre, de una u otra manera, por rebajar insensatamente lo observado (p. 80), pero tambin por descerebrar al investigador, que se presentar como sometido al mtodo, y obtendr su gloria de las economas de pensamiento y sensibilidad que ste exige.

    6 Sobre este asunto vase el bello libro de DESPRET, Vinciane. Quand le loup habitera avec lagneau (Paris: Les Empcheurs de Penser en Rond, 2002).

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    Puede que este ejemplo ayude a percibir la razn por la cual enfatizaba yo que el idiota no niega los saberes articulados, no los denuncia diciendo que mienten, ni es la fuente oculta de un saber que los trascendiese. Las coacciones propuestas son idiotas en el siguiente sentido: no designan rbitro ninguno capaz de juzgar si son legtimas o no las urgencias que alegan quienes experimentan, toman en serio, a ttulo hipottico (eso puede no resultar), el hecho de que el ethos de los experimentadores, que los adversarios de la experimentacin animal deinen como cosa problemtica, parece tener necesidad de un ambiente aseptizado, y les niegan el derecho a un ambiente como ese: podramos aceptar escuchar sus argumentos una vez que estemos seguros de que estn ustedes plenamente expuestos a sus consecuencias.

    El problema no son los saberes articulados, sino la pretensin que los redobla: los que saben se presentan como pretendiendo saber lo que saben, como capaces de saber independientemente de su situacin ecolgica, independientemente de lo que su oikos les impone tomar en cuenta o por el contrario les permite ignorar. Lo que el idiota murmura no trasciende los saberes ni tiene por s mismo ninguna signiicacin. Lo que puede hacer venir [faire advenir] esta signiicacin es la manera en que este murmullo eventualmente [eventuellement] modiicar (como acontecimiento [vnement]) no las razones, sino la manera en que se presentan las razones de los que discuten.

    Me limitar aqu a una mera alusin, pero sera muy interesante prolongar este ejemplo hacia otros casos en que la anestesia parece ser parte interesada [partie prenante] de una situacin. Porque estamos saturados de discursos que nos exigen que aceptemos que los cierres de fbricas y que los despidos de miles de trabajadores son consecuencia dura aunque inevitable de la guerra econmica. Si nuestras industrias no pueden hacer los sacriicios que la competitividad exige entonces las van a vencer, y todos habremos perdido. Muy bien, pero entonces hay que nombrar y honrar a los cesantes como vctimas de guerra, ellos cuyo sacriicio nos permite sobrevivir: ceremonias, medallas, desiles anuales, placas conmemorativas, todas las manifestaciones del reconocimiento nacional, en resumen, todas las manifestaciones de una deuda que ninguna ventaja inanciera bastar para compensar: todo eso se les debe. Pero cuntas repercusiones habra si a todos los sufrimientos y mutilaciones impuestas por la guerra (econmica) se las celebrase de esta manera, se las recordara, activamente protegidas del olvido y de la indiferencia, y no anestesiadas por los temas de la lexibilidad necesaria, de la abrasadora movilizacin de todos en pos de una sociedad de conocimiento en que todo el mundo tendr que aceptar la rpida obsolescencia de lo que sabe, y asumir la responsabilidad de su auto-reciclaje permanente. El hecho de que estemos metidos en una guerra sin perspectiva de paz concebible quiz se volvera intolerable. Propuesta

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    idiota, porque no se trata de un programa para otro mundo, de un enfrentamiento entre razones, sino de un diagnstico sobre el modo de estabilidad eto-ecolgica de este.

    Quisiera desarrollar ahora la propuesta cosmopoltica en su relacin con el tema de la ecologa poltica, tal como permiten verlo Bruno Latour (Politiques de la Nature) o Michel Callon y sus co-autores (Agir dans un monde incertain). No se trata ni de criticar ni de airmar suplir una falta, sino de insistir explcitamente. La cultura activa de la incertidumbre, tal como la proponen sobre todo Callon y sus co-autores, es ya un desafo formidable y, sin embargo, idiotamente, hay que complicar la cuestin. Y enfatizar el hecho de que vivimos en un mundo peligroso, y que son peligros lo que hay que tomar en cuenta explcitamente.

    Ante todo tengo que destacar el desafo formidable que constituye en s misma la ecologa poltica, la idea, para decirlo rpido, de una produccin pblica, colectiva, de saberes en torno a situaciones que ninguna experticia particular basta para deinir, y que requieren de la presencia legtima activa, objetora, propositiva, de todos los concernidos. Como dice Bruno Latour, se trata de procurar que la situacin escape a las razones autorizadas por asuntos de hecho [matters of fact], como tambin a los valores que se pueden deducir de un inters general que permita el arbitraje. La situacin debe producirse como asuntos de inters [matter of concern], lo que signiica que tiene que reunir [collecter] en torno a s a todos los concernidos. Ahora bien, como sabemos, hay muchos medios para fabricar una situacin aparentemente abierta, en que se acojan todos los poderes de objetar y de proponer, pero en condiciones tales que, de hecho, los dados estn cargados, y las fuerzas son desiguales. Por ejemplo las modiicaciones que habrn de afectar a una propuesta sostenida por una experticia que goce de medios desmesurados en comparacin con los otros, esas modiicaciones solo sern cosmticas. Es un desafo poltico, y no podemos hacer ms que entrever la extensin y el alcance de sus consecuencias. En Francia en particular, todo el rol del Estado es lo que est en cuestin especialmente, junto a una transformacin de la cultura poltica de sus funcionarios.

    Que unos funcionarios encargados de asegurar que sus propuestas ya lastradas por una legitimidad de hecho, por una alianza formulada ya con el inters general, se sometiesen a debate pblico, funcionarios cuya grandeza sera mantener una posicin de no saber radical respecto del inters general, y cuya tarea sera asegurar que toda propuesta se presente de modo tal que lo exponga efectivamente, lo ms efectivamente posible, y que todos los que objetan-proponen dispongan de los medios para desplegar plenamente su posicin, ese paso, qu exigira? Habra que revisar especialmente toda la poltica de investigacin pblica.

    En tanto tal, la ecologa poltica constituye ya una apuesta eto-ecolgica. En efecto, la idea, propiamente poltica, de la posibilidad de

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    una transformacin del Estado, tiene como inters primario proponer una forma de enfrentar los fracasos y los remedos del debate pblico, como tambin la manera en que las buenas intenciones tienen consecuencias perversas de una manera que se aleja de toda conclusin general, y que remite a ineludibles generalidades (la ciencia, la experticia, el inters general, las coacciones administrativas) la responsabilidad del fracaso, del remedo o de la perversin. Se trata de suscitar un ambiente recalcitrante ante generalidades fatalistas como esas: no hay lugar para decepcionarse, como si vivisemos en un mundo en que las buenas intenciones proclamadas pudieran tenerse por iables. Pero s hay lugar para aprender a describir con precisin la manera en que historias que uno habra pensado que eran prometedoras viran hacia al fracaso, el remedo o la perversin, es decir que se trata de constituir una experiencia y una memoria activas, compartibles, creadoras de exigencias polticas. Para esto, evidentemente ser necesario que los investigadores interesados corran el riesgo de construir sus saberes de modo tal de volverse ellos mismos polticamente activos, comprometidos con la experimentacin de lo que puede hacer la diferencia entre xito y fracaso o remedo. Jams se construir ninguna memoria ni ninguna experiencia bajo el auspicio de una neutralidad metodolgica. Lo que no signiica abandonar la ciencia. Nunca habra habido ciencia experimental si los investigadores de laboratorio no se hubiesen interesado apasionadamente por la diferencia entre lo que funciona [marche], lo que crea una relacin pertinente, lo que produce un saber que importa, que puede interesar, y una observacin metodolgicamente impecable pero incapaz de crear diferencia o consecuencia ninguna.

    Pero la apuesta eto-ecolgica asociada a la ecologa poltica supone igualmente que las prcticas que producen saber no requieren de ningn rbitro externo que tenga la responsabilidad de hacer prevalecer el inters general. Sin lo cual la cuestin de la diferencia entre xito y fracaso o remedo sera vaca, y la cuestin poltica no se planteara. Esta apuesta supone entonces la posibilidad de un proceso en que la situacin problemtica en torno a la que se renen los expertos, los que disponen de medios para objetar y proponer, tenga el poder de obligarlos. Por eso es que desde el comienzo avanc que nada de lo que proponga tiene el menor sentido si aquellos a quienes me dirijo no han aprendido a alzarse de hombros ante el poder de unas teoras que los deinen como ejecutantes. Porque el poder de las teoras consiste en deinir toda situacin como mero caso, es decir que les prohbe a sus representantes estar obligados a pensar, que tal o cual caso los ponga en riesgo. La apuesta eto-ecolgica implica por lo tanto que el ethos asociado al investigador que sea incapaz de abandonar la posicin de portavoz de una teora (o de un mtodo) que se supone que hace de l un cientico no es en absoluto un problema grave o irremontable (del tipo de problema, pues de esto se trata, en que recaeramos al nivel de la

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    opinin). Es cosa del medio [milieu]. Este ethos, en el medio actual, permite hacer carrera; pero si el medio cambia, de modo que lo transforme en un hndicap risible, puede modiicarse.

    De manera que la ecologa poltica se sita en la perspectiva de lo que podra llamarse utopa. Pero hay toda especie de utopas. Algunas permiten ahorrarse [faire lconomie] este mundo en nombre de una promesa que lo trasciende. Otras, y este es, me parece, el caso, incitan a abordar [saddresser] este mundo con otras preguntas, a resistir a las consignas que lo presentan como aproximadamente normal. La utopa, por tanto, no autoriza a denunciar este mundo en nombre de un ideal, sino que propone una lectura que indica por dnde podra pasar una transformacin que no dejase indemne a nadie, es decir que ponga en cuestin todos los solo bastara que que indican la victoria demasiado simplista de los buenos contra los malos. Y la propuesta cosmopoltica exagera este tipo de utopa, encargada de recordarnos que vivimos en un mundo peligroso en que nada resulta obvio.

    Recuerdo que Michel Callon vino a hablar aqu, en Crisy, de los foros hbridos, esa igura emblemtica de la transformacin de una situacin en asunto de interes colectivo. Todo lo que dijo caa justo, era muy pertinente, muy bien pensado, pero eso no impidi el arreglo. Todo el mundo lo saba, lo reconoca, lo practicaba ya. Un museo se poda presentar como foro hbrido, una conferencia interdisciplinaria tambin, hasta las comisiones encargadas del plan quinquenal. Y triunfalmente dijo un economista: Pero esto nosotros lo conocemos bien: el frum hbrido por excelencia es el mercado! Y no es acaso el mercado, en efecto, lo que rene a todos los concernidos, a todos los que tienen un inters por la situacin, a todos cuyos intereses contradictorios le dan su relieve a la situacin y que, inalmente, y sin arbitraje exterior, hacen emerger la solucin que los articular a todos?

    Yo ya haba tenido esta impresin de horror casi surrealista cuando haba descubierto cmo un tema que yo tena asociado a las prcticas de los activistas americanos (particularmente a los que aspiran a ser capaces de acciones no violentas), el empoderamiento, desde entonces lo haban retomado casi por todas partes. Se trataba desde entonces de restituirle a los stakeholders, a los que tienen inters por una situacin, la responsabilidad de decidir por s mismos, liberados de las pesanteces coactivas de reglas que les impiden determinar lo mejor para ellos. Es intil precisar que las reglas de las que hay que liberarse son lo que va quedando de unas creaciones polticas destinadas a limitar las relaciones de fuerza, a impedir que las desigualdades se profundicen, a crear una relativa solidaridad contra la plena explotacin de las ventajas de una situacin. Tenemos derecho a mejorar nuestra situacin, reclamamos que se nos restituya la posibilidad de sacar la mxima ventaja: en esto fue que se convirti el empoderamiento, y no cabe duda de que el mismo destino espera a cualquier otro cuestionamiento de la relacin entre Estado y

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    arbitraje que se haga en nombre del inters general. Del mismo modo que una empresa privada fatalmente estar mejor administrada que una empresa pblica, asimismo una buena gobernanza emerger fatalmente del hecho de que el Estado renuncie a la inoportuna pretensin de mezclarse en los asuntos de los stakeholders.

    Vivimos en un mundo peligroso. Y aqu podramos pensar en el viejo anlisis de Joseph Needham7, cuando se pregunta por qu, en Europa, las invenciones tcnicas absorbidas por China podan ser consideradas como origen de lo que se ha llamado la revolucin industrial. Muchos decan esto, y lo he vuelto a escuchar hace poco: lo que hace la diferencia es la fsica, el gran descubrimiento de la fecundidad de las matemticas a la hora de describir el mundo. Needham no se detuvo ah: embrilogo, saba hasta qu punto la fecundidad era limitada. Los trabajos de Galileo o de Newton no explicaban nada: lo que haba que explicar es que hubiesen podido hacer acontecimiento. Y la explicacin con que se qued es la que pone en escena la libertad de la que entonces disfrutaban los emprendedores europeos, a los que ms tarde Latour describiera activados en la construccin de redes cada vez ms amplias, a despecho de toda estabilidad ontolgica, amarrando sin temblar los intereses humanos con los de los no-humanos cada vez ms numerosos y dispares. Galileo es, en efecto, un constructor de red: su saber, a in de cuentas, concerna ante todo a la manera en que algunas bolas bien lisas ruedan a lo largo de un plano inclinado, y este saber, sumado a las observaciones ayudadas con lentes, le permitieron aportar argumentos para apoyar una hiptesis astronmica, pero todo eso lo puso en comunicacin directa con la gran cuestin de la autoridad, de los derechos del saber que emprenda frente a las tradiciones ilosicas y teolgicas. Y nada fren su condena en la Europa dividida entre estados rivales, mientras que en el Imperio uniicado que era China no cabe duda de que habran procurado que no estuviese en condiciones de emprender lo que haca.

    Los stakeholders, los interesados en un emprendimiento nuevo, y a los que este emprendimiento conecta, no han de ser limitados por nada exterior a sus empresas: el mundo emerge de la multiplicidad de sus conexiones dispares, y esta emergencia tiene por sola mecnica los inter-impedimentos que constituyen unos para los otros. A menudo se ha hecho notar el vnculo entre esta concepcin de la libre emergencia, fuera de la trascendencia, con la mecnica. Los emprendedores (y el consumidor es igualmente un emprendedor) componen, a la manera de las fuerzas mecnicas, por adicin, y la emergencia no es ms que la consecuencia de los obstculos fcticos que constituyen unos para los otros. Cada emprendedor, por tanto, se mueve por unos intereses bien deinidos que son los suyos. Ciertamente puede estar abierto a todo lo que pueda hacerlos avanzar

    7 NEEDHAM, Joseph. La science chinoise et lOccident (Pars: Le Seuil, 1973).

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    (vense los mecanismos de reclutamiento descritos por Bruno Latour en La science en action). Pero lo esencial es que sea hombre de oportunidad, sordo y ciego a la pregunta por el mundo de cuya construccin sus esfuerzos participan. En efecto, es precisamente esta desconexin de las escalas, la de los individuos y la de lo que juntos hacen emerger, lo que permite la matematizacin del mercado como composicin automtica que maximiza una funcin que los economistas decidirn asimilar al bien colectivo. Toda intrusin en nombre de otro principio de composicin, pero tambin toda alianza, es decir todo intento de alejar la sordera, se pueden echar desde entonces al mismo saco: no se las describir, sino que se las condenar, porque el efecto de todas es la disminucin de lo que el mercado libre maximiza (poder del teorema matemtico).

    Esto lo entendi bien Greenpeace, cuando a los stakeholders les opuso lo que llam los shareholders [accionistas de una empresa], palabra poco afortunada porque tener participacin en el mercado es tener un inters bien deinido, pero palabra que vale por su contraste: se trata de darles voz a los que pretenden tomar parte, participar, pero en nombre de lo que emerge, en nombre de las consecuencias, de las repercusiones, de todo aquello que los diferentes intereses se ahorran. En resumen, se trata de oponerles a los emprendedores, que se deinen por sus intereses, por lo que les concierne [regarde], otros que se meten en lo que no debiera concernirle a nadie, en lo que no debe intervenir en la composicin de las fuerzas.

    Por supuesto que la cuestin es poltica, y el derecho de emprender sigue siendo hasta hoy, a este respecto, la primera palabra. El principio de precaucin tiende a limitarlo un poco, pero lo respeta de entrada: para limitarlo hace falta que estn en juego la salud humana o bien daos graves y/o irreversibles al ambiente. No hay espacio para la pregunta de los shareholders: en qu mundo queremos vivir?, sino solo planiicacin de la posibilidad de una posicin defensiva. Por supuesto que la idea de durabilidad va ms lejos, pero no nos asombremos de que se trate de una mera idea: su puesta en prctica efectiva transformara el derecho de emprender en propuesta, e implicara que las ideas de la ecologa poltica se han vuelto realidad institucional.

    En nuestro mundo peligroso, el primer sentido de la propuesta cosmopoltica es completar, es decir complicar explcitamente, la idea de ecologa poltica, de tal manera que se vuelva (quiz) inasimilable para los stakeholders, de tal manera que ya no tengan los medios para reconocerla, ni para enrolarla en su oposicin ora la composicin de los intereses, ora la intrusin, para nada bienvenida, de una trascendencia, Estado, plan, en nombre de un saber que no le pertenece a nadie (el mercado sabe ms).

    He hecho hincapi en el carcter mecnico de la emergencia de intereses por composicin. Voy a seguir esta pista para poder ver si las ciencias de la naturaleza nos ofrecen otros modelos de emergencia sin trascendencia.

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    Por supuesto, el primero que se presenta es el modelo biolgico: la vida democrtica podra asimilarse a la participacin armoniosa de todos en un cuerpo nico Vieja idea, muy seductora, a la cual no obstante conviene resistir. Porque este cuerpo, a cuyo servicio todos hallaran su verdad y su logro, es una mala mezcla, anti-poltica, de naturalismo y religin.

    No es para nada seguro que un cuerpo vivo funcione con esta armona lase sobre esto Ni Dios ni gen de Kupiek y Sonigo8, que han tratado de liberar a la biologa del ideal de una coincidencia inmediata, para cada parte, entre realizarse y contribuir al bien comn. Sino que el cuerpo, sin importar la descripcin de ste que nos d la biologa, no es un modelo poltico, pues lo que a su respecto hay que entender, aquello de lo cual depende su supervivencia, es una relativa estratiicacin, lo que podra llamarse un desacoplamiento de escalas (clulas, rganos, organismos). Cuando el cuerpo est enfermo se hace mucho ms difcil de describir, porque la estratiicacin desaparece, y era ella la que permita la estabilidad de las referencias descriptivas. De una u otra manera, las escalas existentes en las sociedades humanas estn correlacionadas: el individuo piensa su sociedad. Cada vez que prevalece la referencia biolgica el pensamiento se vuelve un enemigo, porque difumina las escalas.

    El ideal de una composicin armnica podra caracterizarse como el otro del espritu de emprendimiento, un sueo (las sociedades tradicionales no funcionan as) que se vuelve pesadilla cuando busca su propia realizacin, porque se limita a invertir los polos del modelo mecnico manteniendo una invariante. Lo que no vara es que la composicin no tiene necesidad de pensamiento poltico, de duda, ni de imaginacin respecto de sus consecuencias. El cuerpo sabe ms, es el cosmos, un cosmos realizado, no lo que insiste en el murmullo del idiota, del que duda. Y, previsiblemente, la intuicin, el instinto, el sentir inmediato, sern celebrados contra el artiicio del pensamiento.

    Si el cosmos puede protegernos de una versin empresarial de la poltica, que nada ms acoge los intereses bien deinidos con sus medios de impedirse entre s, ahora vemos que la poltica puede protegernos de un cosmos misntropo, de un cosmos que comunica directamente con algo verdadero que se opone a los artiicios, vacilaciones, divergencias, desmesuras y conlictos asociados a los desrdenes humanos. El modelo de la armona biolgica es harto, demasiado aplastante. Pensar lo que emerge es resistir tanto a la descomposicin mecnica de fuerzas indiferentes como a la composicin armnica de lo que solo halla su verdad haciendo cuerpo.

    Pero existe otro modelo de emergencia ms, que no remite ni a la fsica, ciencia de las leyes que ha veriicado la consigna de Obedecer a la naturaleza para someterla, ni a la biologa, ciencia de los modos de mantener junto

    8 KUPIEC, Jean-Jacques y SONIGO, Pierre. Ni Dieu ni gne (Paris: Le Seuil, 2003).

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    aquello de lo que depende la vida o la muerte del cuerpo. Se trata del arte de los qumicos, que comprenden su quehacer a partir de aquello para lo cual tienen medios para hacerle hacer.

    Hablar del arte del qumico no es volverse hacia la qumica contempornea, que por lo general se piensa como una especie de fsica aplicada, sino hacia esa qumica del siglo XVIII que algunos pensadores de la Ilustracin (Diderot en particular, y por cierto no Kant, que es ms bien la persiana de esta aventura de las Luces) haban opuesto al modelo mecnico, al ideal de una deinicin terica de los cuerpos qumicos de la que habra de deducirse la manera en que entrarn en reaccin (este ideal est lejos de haber sido alcanzado por la qumica contempornea). Si es que hay arte es porque los cuerpos qumicos estn deinidos como activos, pero no es posible atribuirle a ellos su actividad, sino que depende de las circunstancias, y al arte de los qumicos pertenece crear el tipo de circunstancias en que se volvern capaces de producir lo que el qumico quiere: arte de catlisis, de activacin, de moderacin.

    Si ustedes leen el bello libro de Franois Jullien La propension des choses9 van a descubrir un arte de lo emergente muy prximo al del qumico. Se describe all la manera en que los chinos honran lo que nosotros despreciamos, la manipulacin, el arte de la disposicin que permite obtener beneicios de la propensin de las cosas, plegarlas de tal manera que cumplan espontneamente lo que el artista, el guerrero o el poltico desean. Fuera de la oposicin entre sumisin y libertad, un pensamiento cuyo eje es la eicacia.

    Se dir que es un extrao modelo para lo poltico, pero este sentimiento de extraeza traduce nuestra idea de que la buena poltica tendra que encarnar una forma de emancipacin universal: Levantad la alienacin que separara a los humanos de su libertad, y obtendris algo parecido a una democracia. La idea de un arte, incluso de una tcnica poltica, se vuelve anatema, artiicio que separa a lo humano de su verdad. Referirse al arte del qumico es airmar que la agrupacin poltica no tiene nada de espontneo. Lo que llamamos democracia es o bien la manera menos peor de administrar el rebao humano, o bien una apuesta cuyo eje no es qu sean los humanos, sino aquello de lo que pueden llegar a ser capaces. Es la pregunta que John Dewey puso como centro de su vida: cmo favorecer, cultivar, los hbitos democrticos? Y esta pregunta, dado que la referencia a la qumica propone plantearla tcnicamente, puede ser prolongada por la cuestin cosmopoltica: cmo, mediante qu artiicios, mediante qu procedimientos, ralentizar la ecologa poltica, conferirle una eicacia al murmullo del idiota, a este hay algo ms importante tan fcil de ignorar debido a que no es posible tomarlo en cuenta, debido a que el idiota no

    9 Hay una versin castellana: JULLIEN, Franois. La propensin de las cosas: para una historia de la eicacia en China (Barcelona: nthropos, 2000).

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    propone nada que cuente. La cuestin es eto-ecolgica: qu oikos puede darle lugar a la emergencia de aquello que ser capaz de hacer importar lo que no puede imponerse en la cuenta.

    No es cuestin de buena voluntad, ni individual ni colectiva, porque lo que hay que pensar es del orden del acontecimiento. Pero, por cierto, el acontecimiento no remite a la inspiracin inefable, a la revelacin sbita, ni se opone a la explicacin. Lo que se transforma es el alcance de la explicacin, articulada ahora en el registro del arte y no en el de la deduccin. Un acontecimiento no es algo que haya que explicar, sino que el acontecimiento se explica a partir de aquello para lo cual habr sabido crear un lugar. Y me parece que un tal arte opera en dispositivos que es fcil descaliicar como supersticiosos, porque parecen apelar a una trascendencia.

    Pienso especialmente en lo que he podido aprender del dispositivo de parlamentar, [palaver]10 y de la manera en que ste hace intervenir lo que para ir rpido llamar el orden del mundo. Lo que este dispositivo ritual tiene de interesante es que parece suponer la existencia de un orden del mundo que le dar su justa solucin a una situacin problemtica, pero no le coniere ninguna autoridad a este orden. Si se parlamenta es que los que se renen, los que se reconocen como sabiendo algo de este orden, no saben cmo, en este caso, pasar. Si se renen es debido a una situacin frente a la cual ninguno de sus saberes basta. De modo que el orden del mundo no es un argumento: es lo que les coniere a los participantes un rol que los depsicologiza, que hace que ya no se presenten como propietarios de sus opiniones, pero en tanto que todos estn igualmente habilitados para dar testimonio de que el mundo tiene un orden. Es por eso que nadie le discute al otro lo que dice, nadie contesta ni pone en cuestin a la persona.

    Desde el punto de vista de los saberes de los antiguos qumicos, el hecho de que el parlamentar no pida que sus protagonistas decidan, sino que determinen cmo pasa aqu el orden del mundo, le coniere un rol que sera el del cido que desagrega el cuerpo y le permite entrar en proximidad, y del fuego que los activa. En pocas palabras, se la puede caracterizar en trminos de eicacia: obliga a todos a producirse, a fabricarse a s mismos, de acuerdo con un modo que le otorga al problema en torno al que se renen el poder de causar pensamiento, un pensamiento que no le pertenecer a nadie, ni le va a dar a nadie la razn.

    10 La autora alude a un sistema de negociacin propio de las sociedades africanas pre-coloniales, que los mercaderes portugueses bautizaron como palavra, mediante el cul dichas sociedades resolvan diferencias y establecan acuerdos. En dicho sistema, al parecer, la norma era la elevada participacin, el dinamismo y las formas deliberativas de establecer acuerdos/consensos, y en las que se sumaban voces y fuentes de conocimientos muy variadas. En castellano, la RAE incluye una acepcin del verbo parlamentar que nos parece recoge parte de esta acepcin de la voz en ingls: Entablar conversaciones con la parte contraria para intentar ajustar la paz, la rendicin, un contrato o zanjar cualquier diferencia [Nota del Traductor].

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    Segundo ejemplo, y segundo recuerdo. Parece que todava se habla de esto en las mediaguas parisinas. Aqu, en Crisy, invitaron a una bruja! Starhawk, para colmo californiana: ni siquiera una autntica vieja venida de las profundidades de la antigua Berry, sino una de esas americanas que se creen que pueden hacer cualquier cosa, que piensan que uno puede escoger darle la espalda a la modernidad que es nuestro destino. Una activista que se presenta a s misma y a los suyos como productores de rituales, que experimentan lo que osan llamar magia, deinida no en trminos de poderes sobrenaturales sino en trminos de eicacia.

    En registros diversos, seguimos hablando de magia. Se hablar de la magia negra de los grandes rituales nazis, pero tambin de la magia de un momento, de un libro, de una mirada, de todo lo que lo vuelve a uno capaz de pensar y sentir de otro modo. El trmino magia, no obstante, no est pensado, y lo mismo ocurre con todas las palabras asociadas a su eicacia. Para las brujas, llamarse brujas y deinir su arte mediante la palabra magia son ya actos mgicos, que crean una experiencia incmoda para todos los que viven en un mundo en que se supone que ya dejamos atrs deinitivamente, con la erradicacin de todo lo que ha sido descaliicado, despreciado, destruido, mientras que triunfaba un ideal de racionalidad pblica, de un Hombre idealmente amo de sus razones, pronto acompaado de la trivialidad de la psicologa llamada cientica con sus pretensiones de identiicar aquello a lo que las razones humanas obedecen. Osar llamar magia al arte de suscitar acontecimientos en que lo que est en juego es volverse capaz, es aceptar dejar resonar en nosotros un grito que puede recordar al de Cromwell: qu hemos hecho, qu seguimos haciendo cuando utilizamos palabras que hacen de nosotros los herederos de los que erradicaron a las brujas.

    La magia que han cultivado las brujas activistas americanas en el dominio poltico es un arte experimental cuya piedra de toque es un xito indeterminado respecto de su contenido. En efecto, este arte se aferra a lo que se podra llamar convocacin, el ritual apela a una presencia, pero lo convocado lo que las brujas llaman Diosa no dice (como tampoco el Cristo de Cromwell) lo que hay que hacer, no da una respuesta sobre la decisin que hay que tomar, no ofrece ninguna visin proftica. Su eicacia ms bien consiste en catalizar un rgimen del pensar y del sentir que le coniere a lo que importa, a aquello en torno de lo cual hay reunin, el poder devenir causa de pensamiento. La eicacia del ritual no es, pues, la convocacin de una Diosa que inspirara la respuesta, sino la convocacin de aquello cuya presencia transforma las relaciones que cada protagonista mantiene con sus propios saberes, esperanzas, temores, memorias, y le permite al conjunto hacer emerger lo que cada uno por separado habra sido incapaz de producir. Empoderamiento, produccin gracias al colectivo, de partes capaces de lo que no haban sido capaces sin l. Arte de inmanencia

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    radical, pero la inmanencia es precisamente lo que hay que crear. El rgimen usual de pensamiento es la trascendencia, que autoriza posicin y juicio.

    Es evidente que ni las parbolas ni los rituales de las brujas son modelos, sino solo casos cuya importancia es liberarnos de los o bien o bien que desmiembran nuestras imaginaciones. Pienso en particular en la gran alternativa entre o bien ciudadanos desnudos, cada uno armado nada ms que de su buena voluntad supuestamente desinteresada, y confrontados todos a la pregunta por el inters general, o bien triunfo de los intereses corporativos indiferentes a este inters general. Esta alternativa aparece como insuperable mientras que prevalece la generalidad, mientras que el inters general es el nico que puede imponer legtimamente que los intereses (egostas) se sometan. Por el contrario, en la perspectiva de la ecologa poltica aparece completamente desplazada, en la medida en que lo que rene es cualquier cosa menos una generalidad (cules son nuestros valores?) sino un problema que no solamente no se deja disociar en trminos de hechos-valores, sino que tiene necesidad de la puesta en presencia [mise en prsence] activa de los que, sobre l, tienen un saber pertinente.

    La ecologa poltica airma que un saber no puede ser a la vez pertinente y desligado. Lo que podemos necesitar no es una deinicin objetiva de un virus ni de una inundacin, sino a aquellos cuya prctica ha hecho que se involucren de mltiples modos con este virus o con esta ribera. Pero le atae a la perspectiva cosmopoltica plantear la cuestin de la eicacia que se podra asociar al no hay de la ecologa poltica, y concebir la escena poltica a partir de esta pregunta. Cmo procurar que el proceso de emergencia de la decisin poltica est activamente protegido de la iccin segn la cual los hombres de buena voluntad deciden en nombre del inters general? Y cmo procurar a la vez que lo active la obligacin de plantear el problema asociado al virus o a la ribera en presencia de aquello que, de no ser as, arriesga ser descaliicado como inters egosta, como algo que no tiene nada que proponer, que obstaculizara la cuenta comn en formacin?

    Lo que voy a describir a este respecto, y que prolonga las tesis desarrolladas en el sptimo volumen de Cosmopolitiques, Pour en inir avec la tolrance, es un enfoque parcial. Prolonga la asociacin propuesta entre emergencia y arte del qumico de una manera un poco diferente de los casos ya mencionados (parlamentar, ritual de brujas), porque la manera en que he considerado estos casos tena ms que nada la intencin de hacer sentir el arte, all donde uno habra estado tentado de hablar de creencia o de supersticin. He puesto el acento sobre la dimensin activacin, sobre lo que le coniere a un problema el poder de obligar a pensar. La cuestin de la activacin es experimental, y requiere de un aprendizaje efectivo de las recetas, de las maneras de proceder, cosas que ninguna propuesta tiene

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    el poder de anticipar11. Pero el arte del qumico tiene otro aspecto que nos puede guiar: es un arte de la heterogeneidad, de la puesta en presencia de cuerpos en tanto que heterogneos. En el parlamentar se toma en cuenta este aspecto (prohibicin de remontar hacia las intenciones del que habla, es decir al en comn que permite que uno pretenda comprender al otro), y ha sido objeto de mucha atencin en todos los grupos en que, como es el caso de las brujas, est en juego el empoderamiento. Se han creado roles, cuyas obligaciones crean las cortapisas que protegen la emergencia de los tipos de alianza o de desacuerdo espontneos que dominan nuestras reuniones de buena voluntad. Lo que voy a prolongar ahora es esta nocin de roles heterogneos.

    El artiicio que constituye el rol que hay que tener hace que exista lo heterogneo, y lo hace contra la tentacin, tan poderosa, de tomar posicin en nombre de lo que autoriza la cuenta comn (inters general, racionalidad, progreso, etc). Un rol tal no es una mentira, salvo si recordamos que todo mentiroso se ve transformado por su mentira. Hay una eicacia propia del rol, que los comediantes conocen bien: no es que meramente tenga uno un rol, sino que el rol posee a quien lo encarna.

    Cmo distribuir los roles? Aqu hay que evitar pensar en trminos de roles estereotipados, porque, en los trminos de la ecologa poltica, tienen que determinarse en torno de cada problema. En Para acabar con a la tolerancia [Pour en inir avec la tolrance] propuse distinguir, ante todo, la igura del experto de la del diplomtico.

    El experto es ese cuya prctica no se ve amenazada por el problema que est en discusin, y su rol va a exigirle que se presente, y que presente lo que sabe, de manera tal que no prejuzgue de la manera en que se tomar en cuenta su saber. Una coaccin como esta constituye una prueba [fait preuve], porque se opone activamente al conjunto de las retricas que vinculan un saber con pretensiones que usualmente hacen cortocircuito con la poltica, con temas tales como deinicin objetiva del problema, enfoque racional, progreso, etc. Lo enfatizado ser el saber en el sentido en que se propone como pertinente, susceptible de articular otros saberes, necesitado de otros saberes para poder hallar un signiicado en relacin con el problema planteado, que es acogido, y toda pretensin de conferirle una autoridad, de presentarlo como aquello a partir de lo cual debiera poderse deducir

    11 No es imposible que la categora de lo que se llama lo pblico pueda llegar a jugar un rol importante aqu, ms o menos anlogo al rol del coro en las tragedias griegas. El coro le haca eco a la situacin trgica, se interrogaba, se espantaba, pensaba con el despliegue implacable de sus peripecias, y ello de una manera a veces aparentemente insulsa para los amantes de la insuperable tragedia, una manera que haca existir activamente la ciudad [cit] como aquello que ha de protegerse contra este tipo de tragedia. Podramos avanzar que los jueces ciudadanos tienen un rol de este tipo: en la medida en que rechazan involucrarse en las batallas de saber, su presencia le impone a los beligerantes que no se deinan unos contra otros, sino respecto de unas cuestiones que no le pertenecen a ninguna de las partes.

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    la decisin: el experto, salindose de su rol, suscitar dudas sobre la iabilidad de su contribucin. De modo que el rol constituye una verdadera prueba, y resulta intil decir que esta prueba implica una modiicacin harto drstica del oicio del investigador: el tipo de seguridad conferido por un paradigma, en el sentido de Kuhn, aqu se vuelve un hndicap, porque el experto bajo paradigma ver que toda esta situacin le coniere un lugar central a su paradigma.

    La apuesta eto-ecolgica es que el experto puede aceptar esta coaccin porque, sea cual sea la manera en que la decisin haya de integrar su saber, ste mismo no se pone en cuestin. Por contraposicin, el diplomtico est ah para darles voz a todos esos cuya prctica, cuyo modo de existencia, lo que por lo general se llama identidad, se ve amenazado por una decisin. Si ustedes deciden eso nos van a destruir es un enunciado corriente, y puede provenir de cualquier parte, incluso de grupos que en otros casos delegan a expertos. Pero ms corriente todava es escuchar relejo identitario o expresin de intereses corporativistas (y por tanto egostas), y la respuesta es: ese es el precio del progreso, o del inters general. La diplomacia por lo general interviene entre la guerra probable y la paz posible, y su enorme inters reside en que deine a los beligerantes potenciales a partir de la igualdad. El rol de los diplomticos por lo tanto es ante todo revertir la anestesia que produce la referencia a un progreso o al inters general, darle voz a los que se deinen como amenazados, de manera tal de hacer vacilar a los expertos, a obligarlos a pensar la posibilidad de que su decisin sea un acto de guerra.

    La paz se hace de a dos. Para que sea posible la diplomacia es necesario que los representados por los diplomticos admitan la posibilidad de una paz, y se deinan por lo tanto como capaces de participar en su invencin. La condicin es pesada, porque implica una capacidad de consulta durante el retorno de los diplomticos, la capacidad de considerar, frente a lo propuesto, la diferencia entre lo que se puede aceptar lo cual podra imponer una modiicacin de ciertos hbitos, pero no destruir lo que sostiene, lo que apega u obliga y lo que no traicin de los diplomticos. As, en el caso de la experimentacin animal que mencion ms arriba, la propuesta diplomtica consiste en que los investigadores habrn de poder soportar, sin protegerse, las consecuencias de la experimentacin que emprenden. Es decir, que no tendran que deinir los rituales que los protegen como algo que nadie les puede quitar, con el pretexto de que, de quitrselos, se los destruira.

    Eleg el trmino consulta porque puede resultar conveniente tanto en el dominio poltico como all donde existen unos invisibles que no comparten las razones humanas, que son insensibles a los compromisos, pero a los que hay que consultar porque su existencia signiica que los humanos no son los detentores de lo que hace su identidad. Nos enfrentamos de nuevo a una apuesta eto-ecolgica, que corresponde al riesgo de darle su oportunidad

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    a la paz. Que a un pueblo se lo consulte solemnemente en trminos que cuestionan su identidad, o que se consulte a un invisible, en ambos casos el oikos propio de la consultacin suspende los hbitos que nos hacen pensar que sabemos lo que sabemos y lo que somos, que disponemos del sentido de lo que nos hace existir. Entonces la identidad no es un obstculo, sino una condicin del ejercicio diplomtico, o al menos la identidad civilizada, que sabe cmo consultar, cmo crear el momento de la interrogacin sobre lo que la sostiene (interrogacin no relexiva, en el sentido de que no se relexiona sobre, sino que se interroga lo que sostiene juntos, lo que obliga, lo que importa, puesto a prueba con la modiicacin propuesta).

    Que los diplomticos solo puedan representar a quienes saben cmo consultar es el correlato de la deinicin del ejercicio diplomtico como algo que supone la igualdad de las partes, y de la necesidad de diferenciar expertos de diplomticos en cada situacin problemtica. No hay diferencia de naturaleza entre los que delegan a expertos y los que mandan diplomticos, sino solo una diferencia respecto de la situacin. Incluso los fsicos pueden requerir de diplomticos, si sienten que una decisin amenaza su prctica. Pero esta condicin es restrictiva, porque excluye a aquellos sobre los que recae la amenaza de un trastorno de su vida, sin que nada los haya preparado para eso, esos a los que los van a acusar del clebre rechazo: NIMBY (not in my backyard)12, porque lo nico que quieren saber de la situacin es que su backyard va a estar en peligro o que se los van a destruir. As, cuando se reintroduce al lobo, podemos concebir que los pastores manden diplomticos, porque su prctica, a diferencia de un backyard, tiene una identidad, modos de transmisin, de evaluacin, y los hbitos de los pastores, su manera de deinirse a s mismos, dependen de toda una ecologa compleja que incluye subvenciones pblicas. Pero cuando un pueblo que no ha pedido nada ve que se lo amenaza con un aeropuerto cercano, ah la situacin es diferente, y entonces hay que poder hablar no de una situacin vacilante entre guerra y paz, sino de una situacin que va a dejar vctimas. La puesta en escena diplomtica resulta insultante para los que no quieren deinirse como iguales debido a que esta deinicin disfrazara el hecho de que estn en una situacin de debilidad, y condenados a soportar. El peligro est en hallarse, como el abogado frente a Bartleby, frente a aquellos que con toda fuerza querramos hacer nuestros interlocutores, productores de contra-propuestas constructivas, mientras que ellos preferiran simplemente que los dejaran tranquilos.

    Las vctimas necesitan testimonios capaces de hacer existir su presencia, la de aquellos cuyo mundo podra darse vuelta. Quiz ese sea un rol especicamente conveniente para los que por lo general se llaman

    12 La expresin se traducira como no en mi patio. Se reiere a actos de protesta, generalmente en contra de intervenciones externas que afectan el entorno inmediato de un grupo (su patio).

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    artistas, porque se trata de hacer pasar algo que no es del orden de una posicin, de darle su dignidad e importancia a lo que atae ante todo a la sensacin.

    No ms que la puesta en escena diplomtica, la presencia de las vctimas evidentemente no garantiza nada: la propuesta cosmopoltica no tiene nada que ver con el milagro de decisiones que ponen de acuerdo a todo el mundo. Lo que importa en este caso es la prohibicin del olvido, o, peor, de la humillacin. Sobre todo la que produce la idea indigna de que una compensacin inanciera tendra que bastar, el intento obsceno de dividir a las vctimas, de aislar a los que son reacios y abordar primero a los que, por una u otra razn, aceptan plegarse ms fcilmente. Quiz todo termina con dinero, pero no debido al dinero, porque el dinero no cierra la cuenta. Los que se renen tienen que saber que nada podr borrar la deuda que vincula su eventual decisin con sus vctimas.

    Al comienzo de este texto yo haba presentado el cosmos como un operador de igualdad, por oposicin a toda nocin de equivalencia. Los roles que acabo de caracterizar corresponden sumariamente a esta idea. Ninguna situacin problemtica aborda a protagonistas deinidos como intercambiables, como si entre ellos pudiera haber alguna medida comn que permitiera balancear los intereses y los argumentos. La igualdad no signiica que todos tienen voz pareja en el captulo, sino que todos tienen que estar presentes de manera de darle a la decisin su mximum de diicultad, que prohbe todo atajo, toda simpliicacin, toda diferenciacin a priori entre lo que cuenta y lo que no. As como igura en la propuesta cosmopoltica, el cosmos no tiene representante, nadie habla en su nombre, ni puede ser objeto de ningn procedimiento de consultacin. Su modo de existencia se traduce por el conjunto de las maneras de hacer, de los artiicios, cuya eicacia es exponer a los que van a tener que decidir, a obligarlos a este miedo que yo asociaba al grito de Cromwell. En resumen: abrir la posibilidad de que el murmullo del idiota tenga respuesta. Pero que no sea, claro, la deinicin de algo ms importante, sino la ralentizacin sin la cual no puede haber creacin.

    Enfatizaba yo que la propuesta cosmopoltica no es ninguna propuesta todo terreno, que pudiramos nosotros presentarle a todos como si fuera igualmente aceptable para todos. Es ms bien una manera de civilizar, de hacer presentable esa poltica que tenemos tendencia a pensar como un ideal neutro, bueno para todos. Es harto evidente, y jams se lo subrayar suicientemente, que esta propuesta no tiene nada que ver con un programa, pero no es intil subrayar a su vez que todo lo que, harto evidentemente, la obstaculiza, la remite a la utopa, es igualmente lo que obstaculiza la politizacin, en sentido clsico, de nuestros problemas. Y quiz esa sea su eicacia aqu y ahora. No es ninguna innovacin en el diagnstico de los obstculos, de lo que destina a nuestra poltica a ser solo un arte (semejante

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    ms bien a la magia negra) de dirigir rebaos humanos, sino que le pide a los que luchan que no le den a la lucha el poder de deinir una unidad por in lograda del gnero humano. El llamado, que sola erigirse, a la unidad de los trabajadores del mundo, y que hoy se dirige a los ciudadanos de un nuevo rgimen cosmopoltico de tipo kantiano13, hace comunicar precipitadamente el grito otro mundo es posible! con la deinicin de la legitimidad de quienes habrn de ser sus iables autores.

    No somos iables! Y eso sobre todo cuando pretendemos participar en la creacin necesaria de un common sense cosmopoltico, de un espritu de reconocimiento de la alteridad del otro, capaz de aprehender las tradiciones tnicas, nacionales y religiosas, y de procurar que se beneicien de sus mutuos intercambios14. Y eso sobre todo cuando la necesidad de esta creacin de un buen mundo comn en que todo el mundo tendra aptitudes para ver con los ojos del otro15 tiene como fundamento algo que deben aceptar todos: no un inters general siempre discutible, sino el contundente argumento que constituye la urgencia por excelencia, la sobrevivencia de la humanidad misma.

    lrich Beck, a quien he citado, lo presiente. El paso de un cierto miedo resuena al inal de su libro. Y se entiende. Este moralismo de la reciprocidad, que cuando lo pensamos nos hace tan bien, acaso no est destinado a denunciar a los malos, a aquellos para quienes, por ejemplo, ver con los ojos del otro es robarle el alma? No acabar acaso, esta falsa simplicidad de una buena voluntad sedienta de intercambios mutuos, denunciando y tratando de paciicar lo que la obstaculiza? Pero es demasiado tarde, el intersticio se cierra y el proyecto queda intacto, necesitado de que se lo distinga de la pesadilla que sera el cosmopolitismo realmente existente, gobernado y tiranizado por sus consecuencias secundarias, ni intencionales ni percibidas16. El autor se lava las manos: el proyecto que ha presentado como dotado de razones valederas para todos no habr que reescribirlo, inocente como es, aparentemente, de las consecuencias secundarias no obstante perceptibles desde ya.

    Pensar a partir de las consecuencias llamadas secundarias, con miedo ante la idea de que algn sentido comn fuera capaz de allanar, de paciicar la cuestin, delicada siempre, vacilante entre la guerra y la paz, que plantea todo encuentro entre heterogneos: por cierto que eso no es responder a la urgencia. Es hasta idiota, no solamente desde el punto de vista de las movilizaciones que se proclaman en nombre de la urgencia, sino tambin

    13 La autora menciona pasajes exactos que se corresponden con la versin francesa del libro de lrich Beck. Ver BECK, lrich. Pouvoir et contre-pouvoir lre de la mondialisation (Paris: Flammarion-Aubier, 2003). Existe tambin una versin en castellano: BECK, lrich. Poder y contrapoder en la era global (Barcelona : Paids, 2004).

    14 BECK, lrich. op. cit., 13.15 BECK, lrich. op. cit., 12.16 BECK, lrich. op. cit., 557.

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    considerando la urgencia misma, innegable. Hay que atreverse a decir que el murmullo del idiota csmico es indiferente al argumento de la urgencia, tanto como a cualquier otro argumento. No lo niega, consiste solamente en una suspensin de los y entonces en los que nosotros, tan llenos de buena voluntad, tan emprendedores, siempre listos a hablar en nombre de todos, tenemos maestra.

    Referencias Bibliogrficas:

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