speroni, juan & marrón, gabriela (2012) mitos grecolatinos y latinoamericanos. un contrapunto para...

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3 RAS JORNADAS REGIONALES DE PRÁCTICA Y RESIDENCIA DOCENTE Formación inicial y comienzos de la docencia en diversos contextos educativos Departamento de Humanidades - Universidad Nacional del Sur Bahía Blanca, 8 al 10 de agosto de 2012 MITOS GRECOLATINOS Y LATINOAMERICANOS Un contrapunto para pensarnos A lo largo de los siglos, América Latina no sólo ha sufrido el despojo del oro y de la plata, del salitre y del caucho, del cobre y del petróleo: también ha sufrido la usurpación de la memoria. Eduardo Galeano MATERIALES DEL TALLER a cargo de Juan Speroni y Gabriela Marrón

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Cuadernillo que reúne una selección de textos utilizados en el Taller titulado "Mitos grecolatinos y latinoamericanos. Un contrapunto para pensarnos", que fuera dictado por Juan Speroni y Gabriela Marrón durante las 3ras Jornadas Regionales de Práctica y Residencia Docente "Formación inicial y comienzos de la docencia en diversos contextos educativos", desarrolladas en el Departamento de Humanidades de la Universidad Nacional del Sur, en la ciudad de Bahía Blanca, del 8 al 10 de agosto de 2012.

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  • 3RAS JORNADAS REGIONALES DE PRCTICA Y RESIDENCIA DOCENTE

    Formacin inicial y comienzos de la docencia en diversos contextos educativos Departamento de Humanidades - Universidad Nacional del Sur

    Baha Blanca, 8 al 10 de agosto de 2012

    M ITOS GRECOLATINOS Y LAT INOAMERICANOS Un contrapunto para pensarnos

    A lo largo de los siglos, Amrica Latina no slo ha sufrido el despojo del oro y de la plata, del salitre y del caucho, del cobre y del petrleo: tambin ha sufrido la usurpacin de la memoria.

    Eduardo Galeano

    MATERIALES DEL TALLER

    a cargo de Juan Speroni y Gabriela Marrn

  • 2 awpa, awpa pachMITOS E IDENTIDADES

  • MITOS GRECOLATINOS Y LATINOAMERICANOS

    Un contrapunto para pensarnos 1

    Americanos

    Cuenta la historia oficial que Vasco Nez de Balboa fue el primer hombre que vio, desde una cumbre de Panam, los dos ocanos. Los que all vivan, eran ciegos?

    Quines pusieron sus primeros nombres al maz y a la papa y al tomate y al chocolate y a las montaas y a los ros de Amrica? Hernn Corts, Francisco Pizarro? Los que all vivan, eran mudos?

    Lo escucharon los peregrinos del Mayflower: Dios deca que Amrica era la Tierra Prometida. Los que all vivan, eran sordos?

    Despus, los nietos de aquellos peregrinos del norte se apoderaron del nombre y de todo lo dems. Ahora, americanos son ellos. Los que vivimos en las otras Amricas, qu somos?

    Eduardo Galeano Espejos. Una historia casi universal,

    Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2008.

  • 2 MITOS GRECOLATINOS Y LATINOAMERICANOS Un contrapunto para pensarnos

  • MITOS GRECOLATINOS Y LATINOAMERICANOS

    Un contrapunto para pensarnos 3

    ndice

    Quetzalcatl pg. 05 Ixquic pg. 06 Viracocha pg. 09 Coquena pg. 11 Ca-Yar pg. 12 Thav-lil pg. 13 Calafate pg. 15 Kooch y Tons pg. 17 Elal pg. 19 Choiols pg. 21 La isla pg. 23 Kaagadi pg. 25 El muchacho y la araa pg. 27 Jual, Taachij y Tapiatzol pg. 29 Calisto pg. 31

  • 4 MITOS GRECOLATINOS Y LATINOAMERICANOS Un contrapunto para pensarnos

  • MITOS GRECOLATINOS Y LATINOAMERICANOS

    Un contrapunto para pensarnos 5

    Quetzalcatl (origen azteca)

    Ometecuhtli y Omecihuatl, el Seor y la Seora de la Dualidad en la religin

    azteca, tuvieron cuatro hijos. Cuatro encarnaciones del Sol. A ellos les encomendaron la tarea de crear el mundo, de dar vida a los otros

    dioses y finalmente a la raza humana que los adorara. Cada hermano representaba un orden, un tiempo, un espacio, un punto

    cardinal y un color. El rojo se llam Xipe Totec. El negro, Tezcatlipoca. El azul, Huitzilopochtli. Y el

    blanco, Quetzalcatl. Quetzalcatl, a quien los hombres tambin llamaron gemelo precioso, fue el

    dios civilizador y de los sortilegios. Inventor de las artes, de la orfebrera y del tejido era, por su enorme sabidura, de piel y barba blancas. Tambin fue llamado Seor de todo lo que es doble.

    A diferencia de su hermano azul, Huitzilopochtli, que era un dios guerrero y reclamaba continuamente derramamientos de sangre, o del negro Tezcatlipoca, que era amo y seor de la noche, Quetzalcatl no deseaba sacrificios humanos en su honor. Su reino era el claro atardecer.

    Cuando los hermanos comenzaron su tarea, cuatro mundos, cuatro soles y cuatro humanidades fueron sucesivamente creadas y destruidas. La primera humanidad fue devorada por tigres. La segunda, convertida en monos. La tercera, transformada en pjaros. La cuarta, convertida en peces.

    Quetzalcatl, acompaado de una de sus encarnaciones gemelas llamada Xolotl, descendi a los infiernos, de donde alcanz a robar una astilla de hueso de una de las humanidades anteriores para crear la nuestra, rocindola con su propia sangre.

    El Seor de la Morada de los Muertos no pudo detenerlo, ni aun arrojando a su paso bandadas de codornices.

    Los demonios nunca dejaron de intentar engaarlo para que ordenara sacrificios humanos y justificara las guerras floridas que reclamaba su hermano Huitzilopochtli.

    Pero el amor de Quetzalcatl por los hombres no le permiti sacrificar en su nombre ms que animales, culebras, pavos o mariposas, todos ellos consagrados al Sol.

    En su encarnacin como Nanahuatzin, un dios tan pobre que slo poda ofrendarse a s mismo, se arroj sin dudar al fuego sagrado. Por ello fue designado para alumbrar el da, mientras que su competidor, generoso en ofrendas pero temeroso de las llamas, slo alcanz el rango de Luna.

    Por su cobarda, otro dios le tir a la cara un conejo. Quien quiera verlo, slo tiene que esperar que salga la Luna y contemplar su

    rostro, marcado para siempre.

    ADAPTACIN: Melantoni, Enrique, en AA.VV., El libro de los Dioses, los Hroes y los Mitos, Buenos Aires, Editorial Ateneo, 2003.

  • 6 MITOS GRECOLATINOS Y LATINOAMERICANOS Un contrapunto para pensarnos

    Ixquic (origen maya)

    Esta es la historia de una joven llamada Ixquic, que haba odo a su padre hablar del jcaro y conoca la prohibicin de acercarse a l. Sin atender las advertencias, ella se dirigi hacia el rbol y, cuando estuvo frente a l, escuch una voz que le deca:

    Estos no son frutos, son calaveras Quieres una? S respondi Ixquic. Bien, entonces extiende tu mano pidi la voz, y cuando Ixquic lo hizo, un

    poco de saliva vol hacia su palma y apenas la toc ya haba desaparecido. T sers la madre de mis descendientes sigui la voz ante el asombro de

    la joven. Pero debo advertirte algo: pronto tu vida correr peligro y ser preciso que subas a la Tierra. All estars a salvo.

    Quien hablaba era Hun-Hunahp, cuya cabeza haba sido colgada en ese rbol por los Seores de Xibalb, luego de asesinarlo.

    Meses ms tarde, el padre de Ixquic advirti el vientre dilatado de su hija. Al

    ser interrogada, ella neg una y otra vez que hubiese estado con un hombre. Aconsejado por los gobernantes de Xibalb, el padre orden a los cuatro bhos que la llevasen al bosque y la sacrificaran.

    Triganme su corazn les dijo a los mensajeros de la muerte. Los Seores desearn quemarlo.

    De inmediato, los bhos partieron con la joven, llevando una jcara y el cuchillo de pedernal para el sacrificio. En el camino, Ixquic les cont la historia del inslito encuentro con el rbol y les rog que no la mataran.

    Mi corazn no pertenece a los Seores les dijo la joven y ellos tampoco tienen el derecho de convertirlos a ustedes en unos victimarios.

    Conmovidos, los bhos prometieron salvarla. Pero, qu mostraremos en el fondo de nuestro recipiente? se lamentaron.

    Como respuesta a esas palabras, de un rbol que se hallaba junto a ellos brot un chorro de savia roja que fue a caer en la jcara y tom la forma de un corazn. Los bhos se apresuraron a recogerla y alzaron vuelo. Ixquic qued sola junto al rbol.

  • MITOS GRECOLATINOS Y LATINOAMERICANOS

    Un contrapunto para pensarnos 7

    Sin sospechar nada, los gobernantes recibieron el corazn de savia y lo arrojaron a una hoguera de la que sali un aroma muy dulce. Mientras eso suceda, cuatro mensajeros abandonaban los abismos para siempre, como escoltas de una joven en su huda hacia la Tierra.

    Tiempo despus, Hunbatz y Hunchoun, los hijos mayores de Hun-Hunahp, se hallaban bailando para regocijo de Ixmucan, su abuela, cuando unos pasos lentos se detuvieron frente a su casa.

    Quin eres t? pregunt Ixmucan. Soy su nuera comenz a decir Ixquic. Qu dices? la interrumpi la abuela. Acaso mis hijos viven? Vivirn en lo que traigo conmigo respondi Ixquic. Estoy embarazada de

    Hun-Hunahp. Al or esto, Hunbatz y Hunhoun se sintieron sbitamente amenazados y

    patearon el piso en seal de desafo. Vete, mentirosa, no tengo necesidad de ti replic Ixmucan, y una y otra

    vez intent expulsarla, pero al ver que Ixquic no se mova, decidi ponerla a prueba. Est bien, demustralo. Ve a la milpa y treme una red rebosante de maz.

    Ixquic sonri con agradecimiento. No obstante, al llegar a la milpa, descubri que sta consista slo en una mata de maz con una mazorca, y comenz a llorar, implorando a las diosas de la lluvia y las cosechas que la llevasen consigo. De pronto, tuvo un impulso irresistible y, quitando las barbas de la nica mazorca, las dispuso sobre la red que, sin demora, se llen de maz. Admirados de esta proeza, los animales del ampo cargaron por ella la red y la depositaron en la casa.

    Qu has hecho? grit Ixmucan al ver la generosa colecta. Has arrancado toda la milpa que Hunbatz y Hunchoun cultivan con tanta dedicacin para m. Y sali corriendo a examinar sus sembrados, pero al notar que la mata de maz segua intacta, regres pensativa y se dirigi a su nuera:

    Ahora slo espero reencontrar la imagen de mis hijos en lo que llevas en el vientre.

    Cuando lleg el momento, Ixquic dio a luz sola. En la oscuridad del monte. Aqu estn, madre dijo al volver a la casa: Hunahp, un cazador;

    Ixbalanqu, pequeo tigre, pequeo brujo. La abuela casi ni mir a los gemelos de ojos rasgados y brillantes, y sigui con

    sus quehaceres. Como advirtieran el mal recibimiento, los nios se inquietaron y no consiguieron dormirse.

    Afuera con ellos! grit Ixmucan. Hunbatz y Hunchoun se apresuraron a cargar a sus medio-hermanos hasta

    un cono de tierra del que salan largas columnas de hormigas. Curiosamente, los nios durmieron con placidez. Entonces Hunbatz y Hunchoun los pusieron sobre espinas, pero tambin all descansaron. Ixquic respir aliviada: no tendra que preocuparse por sus hijos, parecan tener la capacidad de vivir en armona con todas las cosas.

    IMAGEN: John Jude Palencar ADAPTACIN: Lujan, Jorge, Lo que cuentan los mayas, Buenos Aires, Sudamericana, 2011. Fuente de la adaptacin: Asturias, M. A. & Gonzlez de Mendoza, J. M. (traduccin de), Popol Vuh, Mxico, Losada, 2001.

  • 8 MITOS GRECOLATINOS Y LATINOAMERICANOS Un contrapunto para pensarnos

  • MITOS GRECOLATINOS Y LATINOAMERICANOS

    Un contrapunto para pensarnos 9

    Viracocha (origen incaico)

    Al principio no haba nada. Nada de nada. No haba mundo. No haba luz. Desde las puras tinieblas, montado en

    Katachillay una estrella de la constelacin Osa Mayor vino Kon Illa Tecce, el Creador, el origen del Universo, la Luz Eterna, el Dios de Pira.

    Este mundo, sobre el que estamos parados; el mundo de arriba, que llamamos cielo, y el mundo de abajo, que est bajo la tierra o recubre el agua, los hizo Kon. Lleg desde el norte, el septentrin. Era alto. No tena huesos. Haba pasado la edad de mozo. Vesta una tnica blanca, larga hasta los pies, ceida al cuerpo. Era flaco, y sobre el cabello llevaba una corona. Caminaba a paso vivo, y en la mano llevaba una vara. Para acortar camino bajaba las sierras al nivel de los valles o suba los valles con su sola voluntad. De su palabra atronadora surgi todo lo que existe.

    Kon hizo los dems dioses para que le hagan compaa, y los puso en el cielo. Hizo la Luz, el Sol, y las estrellas. Hizo la Luna. Cre el alba. Hizo los colores. Al Sol le dio la inmensa luz que irradia y poder sobre los das, los tiempos, los aos, los veranos; todas las cosas. Le dio la Luna por esposa. Kon la hizo seora del mar y de los vientos, de las reinas y princesas, del cielo nocturno y de las mujeres parturientas. Los incas la llaman Colla, reina. A la aurora la hizo seora de la madrugada, de los crepsculos y de los celajes. Cuando sacuda la cabeza esparca roco sobre la tierra. Los incas la llaman Chasca, estrella.

    Despus Kon hizo un gesto con la mano, y las sombras se apartaron. Frunci el ceo un instante, y surgi el hombre. Seal hacia un costado, y, dibujada en el aire, apareci la mujer. Kon quera a los hombres y los regal muchos frutos y panes, todo lo que necesitaban para vivir. Pero los hombres, apenas creados, se trenzaron en guerras sangrientas. Para castigarlos, les quit la lluvia, y la Tierra se abri en grietas, llorando de sed. Las plantas murieron en sus surcos y la tierra se convirti en arenales desrticos y estriles, como estos de las costas del ocano.

    Los hombres tambin hubiesen muerto, pero Kon les dej los ros, para que con su agua pudiesen regar y cultivar lo que necesitaban para vivir. Desde entonces, los hombres trabajan para comer.

    Caminando, caminando, un da Kon que su pueblo ahora llamaba Viracocha lleg al valle del Cuzco. Plant en la tierra la vara que llevaba e hizo que construyeran una huaca, un templo, en su honor. Donde el dios se sent, hicieron un escao de oro. Sobre l pusieron un dolo de piedra de cinco varas de largo y una vara de ancho, y en esa piedra esculpieron esta historia. Ese fue el templo mayor, el Coricancha, donde los fieles acudan a consultar los orculos y hacer sacrificios.

    Viracocha sigui andando y estableciendo pueblos. Un da lleg a Puerto Viejo y se meti en el mar, caminando sobre el agua como si estuviera encima de la tierra. Un da volver, dijo. Y se alej mar adentro a grandes pasos.

    ADAPTACIN: Marcusse, Ada, Lo que cuentan los incas, Buenos Aires, Sudamericana, 2011.

  • 10 MITOS GRECOLATINOS Y LATINOAMERICANOS Un contrapunto para pensarnos

  • MITOS GRECOLATINOS Y LATINOAMERICANOS

    Un contrapunto para pensarnos 11

    Coquena (origen colla)

    A veces, en los cerros se ve a lo lejos que una tropilla de vicuas se mueve

    sola, como si la arreara un pastor invisible, y se escuchan unos gritos y unos silbidos laaaargos. Despus, de all viene un repiqueteo de cencerro. Entonces no hay dudas: es el Coquena que anda dando vueltas.

    El Coquena es muy petiso, tiene la cara blanca y unos pies chiquitos, que casi no dejan huella cuando camina. Es fcil reconocerlo, adems, porque se pone un sombrero de color tostado y tan aludo, que parece que anduviera con sombrilla. Lleva poncho de lana de vicua, camisa blanca y chaqueta y pantaln de barracn, ese gnero hecho en telar. Anda en ojotas, unas sandalias que de tan simples apenas necesita cuero para hacrselas l mismo.

    Entre los collas, todo el mundo sabe cmo es el Coquena, pero la verdad es que pocos lo han visto. Porque cuando alguien le pasa cerca, casi siempre se oye como un suspiro, como un soplo, y desaparece enseguida. Y es que l no es una persona: es ni ms ni menos que el dueo de todos los animales que viven en el campo. Se pasa el da y la noche cuidndolos, nunca descansa!

    Parece que las vicuas son sus preferidas. Mis llamitas, les dice, y para l estos bichos salvajes son como el ganado para la gente: los lleva de ac para all, les busca lugares con pasto, vigila que nos les hagan dao ni se pierdan. Por es chifla y grita a cada rato, igual que un arriero. Ese cencerro que a veces se oye es de oro puro, y es el que lleva su vicua madrina. Adems, el Coquena usa un chicote, un ltigo muy largo que hace sonar en el aire para arrear a los animales ms alborotadores; pero no se crean que se es un chicote comn, de cuero trenzado, no seor: es una tremenda vbora que se deja usar, mansita, cuando l le pone la mano encima.

    El Coquena tambin cuida a los guanacos; a los suris o avestruces, que a veces le sirven de caballo; a las vizcachas, que ms de una vez lo siguen como perritos; a los cuises y a todos los dems animales del campo.

    Con tanto cuidado que pone, no le gustan ni medio los cazadores. Y qu hace? Lo ms suave es no dejarlos cazar nada: abre un hueco en el erro, esconde ah sus llamitas y lo cierra. Y si no, les hace errar los tiros. Pero si est en un da de mal humor, se pone bravo en serio y, como es tan poderoso, puede traer una tormenta de viento, lluvia y granizo; o hacer que los cazadores se desbarranquen, o que se pierdan; y tambin es capaz de atarlos a un peasco y dejar que se mueran de hambre.

    Por eso, el que quiere cazar, le pide permiso. Cmo? Dejndole regalos. Hace un pozo en el suelo y ah entierra unas tortitas de harina de maz y unas hojas de coca, porque al Coquena, igual que a los collas, le encanta mascar esas hojitas para sacarse el hambre y el cansancio. Encima de todo eso, el cazador vuelva una botella de vino y despus va hasta la punta de un cerro y quema bastante incienso. Entonces, ya puede cazar tranquilo, pero lo que necesita para comer y nada ms.

    ADAPTACIN: Palermo, M. ngel, Lo que cuentan los collas, Bs. As., Sudamericana, 2011.

  • 12 MITOS GRECOLATINOS Y LATINOAMERICANOS Un contrapunto para pensarnos

    Ca-Yar (origen guaran)

    La luna se mora de ganas de pisar la tierra. Quera probar las frutas y baarse en algn ro.

    Gracias a las nubes, pudo bajar. Desde la puesta del sol hasta el alba, las nubes cubrieron el cielo para que nadie advirtiera que la luna faltaba.

    Fue una maravilla la noche en la tierra. La luna pase por la selva del alto Paran, conoci misteriosos aromas y sabores y nad largamente en el ro. Un viejo labrador la salv dos veces. Cuando el jaguar iba a clavar sus dientes en el cuello de la luna, el viejo degoll a la fiera con su cuchillo; y cuando la luna tuvo hambre, la llev a su casa. Te ofrecemos nuestra pobreza, dijo la mujer del labrador, y le dio unas tortillas de maz.

    A la noche siguiente, desde el cielo, la luna se asom a la casa de sus amigos. El viejo labrador haba construido su choza en un claro de la selva, muy lejos de las aldeas. All viva, como en un exilio, con su mujer y su hija.

    La luna descubri que en aquella casa no quedaba nada que comer. Para ella haban sido las ltimas tortillas de maz. Entonces ilumin el lugar con la mejor de sus luces y pidi a las nubes que dejasen caer, alrededor de la choza, una llovizna muy especial.

    Al amanecer, en esa tierra haban brotado unos rboles desconocidos. Entre el verde oscuro de las hojas, asomaban las flores blancas.

    Jams muri la hija del viejo labrador. Ella es la duea de la yerba mate y anda por el mundo ofrecindola a los dems. La yerba mate despierta a los dormidos, corrige a los haraganes y hace hermanas a las gentes que no se conocen.

    IMAGEN: Juan Lima ADAPTACIN: Galeano, Eduardo. Memoria del Fuego, Tomo I: Los nacimientos, Madrid, Siglo XXI Editores, 1982. Fuentes de la adaptacin de Galeano: Granada, Daniel, Supersticiones del ro de la Plata, Buenos Aires, Guillermo Kraft, 1947. Morales, Ernesto, Leyendas guaranes, Buenos Aires, El Ateneo, 1929.

  • MITOS GRECOLATINOS Y LATINOAMERICANOS

    Un contrapunto para pensarnos 13

    Thav-lil (origen tehuelche)

    Un da, los hombres vieron cmo el sol comenzaba lentamente a palidecer. Algo terrible estaba sucediendo: un enorme puma alado lo persegua y amenazaba con devorarlo.

    Al ver que el sol esquivaba los zarpazos de animal, pero no lograba vencerlo, los hombres acudieron en su ayuda y comenzaron a lanzar flechas para matar al agresor. Finalmente, uno de los flechazos logr herir al animal, impactando en su pecho. El puma cay sobre su vientre y la punta de la flecha atraves su lomo.

    Extendido sobre su cuerpo, moribundo, an segua rugiendo de ira. Era tan enorme, que ninguno de los hombres se animaba a acercarse para

    terminar de matarlo. Lo miraban aterrados, desde lejos. El sol, agradecido por la ayuda recibida, comenz a ocultarse en el horizonte. El cielo fue tindose de rojo y luego de violeta, hasta que las sombras

    cayeron sobre la llanura y la luna se elev en el firmamento. Incluso entonces podan escucharse an los bramidos del puma, iracundo y

    convaleciente. Entonces la luna decidi ponerle fin a su agona y comenz a lanzar piedras

    para matarlo. Tantas y tan grandes fueron las piedras que arrojaba, que no slo cubrieron

    totalmente el cuerpo del animal, dejando visible nicamente la punta de la flecha que sobresala por su lomo, sino que tambin formaron una sierra sobre la llanura.

    La ltima de las gigantescas piedras lanzadas por la luna qued clavada sobre el filo de la flecha.

    Segn cuentan, du-rante siglos, cada vez que el sol surcaba el cielo, el maligno espritu del puma, oculto bajo las piedras, se estremeca de rabia.

    Su corazn, al latir enfurecido, haca oscilar la enorme roca clavada sobre la flecha.

    Hace cien aos, cuando el corazn oculto bajo la piedra dej de latir, una leve brisa de-rrib la mole, partin-dola en tres pedazos. Bajo uno de ellos, yace, intacta, la punta de la flecha. IMAGEN: OKeefe ADAPTACIN: Marrn, Gabriela. Fuente de la adaptacin: Garrido de Rodrguez, Nelli, Leyendas argentinas, Buenos Aires, Plus Ultra, 1985.

  • 14 MITOS GRECOLATINOS Y LATINOAMERICANOS Un contrapunto para pensarnos

  • MITOS GRECOLATINOS Y LATINOAMERICANOS

    Un contrapunto para pensarnos 15

    Calafate (origen mapuche)

    Hace millones de inviernos, cuando el fuego del sol recin estaba naciendo, ms all del sur de la Tierra, en Santa Cruz, vivan los gigantes.

    Eran tiempos de noches con estrellas, de ballenas cantando en el mar, de cuevas para abrigarse.

    En una de esas cuevas viva Huenuln., el gran jefe. Y con l vivan sus tres esposas y su nica hija, Calafate.

    Calafate tena los ojos dorados y una cabellera del color de las uvas oscuras. Todas las noches se peinaba con el viento, en la orilla de las olas. Por las maanas, el sol se apuraba a llegar y las gaviotas danzaban en el cielo cuando escuchaban su canto.

    Un da, desde el aire lleg a las tierras de Huenuln un gigante de las tierras ms al sur del sur. Se llamaba Aoniqun y montaba un hermoso cisne de cuello negro. Apenas vio a la joven supo que no quera separarse de ella hasta el final de los das y las noches. Lo mismo sinti ella.

    A Huenuln le molest el forastero. Amaba demasiado a su hija como para soportar que se alejara hacia otra tribu. Amaba demasiado a su tribu como para permitir que entrara un extrao. As que, como se aproximaba el tiempo de la nieve, orden a su gente marchar hacia el norte.

    De nada sirvieron los ruegos de Calafate. Aoniqun no poda ir con ellos y ella no poda quedarse all.

    Esa misma noche, mientras el gran jefe dorma, Aoniqun y Calafate subieron juntos al cisne de cuello negro, se cubrieron con la mejor manta que haba fabricado la joven y escaparon hacia las tierras de los bosques, de los ros y de los lagos con peces, donde ellos crean que nunca iran a buscarlos.

    A la maana siguiente, cuando Huenuln not que su hija no estaba, bram como un puma herido y orden a la hechicera que la hiciera regresar.

    La bruja encendi una fogata de fuego eterno, ech en una vasija plumas de and, patas de zorro colorado, tallos de totora y agua del tronco del caldn. Poco a poco, un vapor azulado fue trepando hacia el cielo. La vieja sigui su recorrido. Despus llev a su oreja la caracola de los murmullos marinos.

    Pronto supo del vuelo del cisne y cmo ubicarlo. Entonces, solt una bandada de feroces pjaros violetas que volaron en la direccin exacta.

    Cerca de los bosques de ires y lengas, los pjaros de la bruja encontraron a la pareja montada en el cisne. Con sus largos picos atacaron al animal, que, enloquecido de dolor, empez a curvarse. Calafate cay cerca de los rboles y Aoniqun un poco ms all, en la orilla del lago.

    Cuando Huenuln lleg al sitio donde haba cado su hija slo encontr una planta desconocida de flores amarillas como los ojos de la joven, de frutos violceos como sus cabellos y de sabor tan dulce como su canto. Es el calafate, que hoy crece en la Patagonia.

    El joven gigante haba sobrevivido, pero al conocer el destino de su amada, se le hel el corazn y rpidamente todo l fue un muro de hielo azul. Es el glaciar que an hoy, cuando se acuerda de ella, grita como el trueno y se rompe de amor.

    ADAPTACIN: Rosello, Anah. http://blogs.educared.org/labibliodeloschicos

  • 16 MITOS GRECOLATINOS Y LATINOAMERICANOS Un contrapunto para pensarnos

  • MITOS GRECOLATINOS Y LATINOAMERICANOS

    Un contrapunto para pensarnos 17

    Kooch y Tons (origen tehuelche)

    Hace muchsimo tiempo no haba mares ni ros; no haba das ni noches, ni

    soles ni perros. Todo era un oscuro remolino de niebla. All andaba Kooch, alguien que siempre existi, esperando que algo, alguna vez, le pasara.

    Pero como nada nunca ocurra, prob ponerse a llorar. Y tanto llor cuando llor, que sus lgrimas formaron el ocano. Y tanto creci el agua cuando creci, que Kooch casi se ahoga. Y tanto se asust cuando estuvo a punto de ahogarse, que se olvid de llorar. Y el mar se olvid de crecer. Entonces Kooch suspir aliviado y se origin el primer viento.

    Despus de tantas emociones, Kooch quiso conocer qu haba provocado y separ las tinieblas como quien abre un teln. El movimiento de su mano hizo una chispa y esa chispa redonda se convirti en el sol. Xaleshen como llaman al sol los tehuelches se alz sobre el mar y dio luz al paisaje. Aspir el agua de esos mares y form las nubes. El viento sopl entre las nubes y le dio movimiento. Algunas chocaron y cayeron como lluvia. Otras quedaron deambulando.

    Imparable, Kooch sigui jugando con sus poderes hasta que hizo brotar una isla en medio del ocano. Y en esa isla dio vida a los animales que l mismo dise.

    Slo entonces, y ya un poco cansado, el creador se alej hacia el horizonte. A su paso hizo surgir otras tierras, tambin en medio del mar.

    Tons era el nombre de la Oscuridad y, al igual que Kooch, exista desde siempre. Pero estaba enojada con l. Odiaba sus creaciones: qu era eso de que un sol iluminara el da y una luna la noche? Le queran quitar su poder?

    La cuestin es que tuvo doce hijos gigantes y los mand a destruir la Gran Isla de Kooch. Uno de ellos Noshtex, se enamor de la nube Teo, la secuestr y la encerr en su caverna.

    Las hermanas buscaron a Teo sin pausa hasta que en un arranque de furia desataron una gran tormenta. El agua cay sin parar desde lo alto, arrastr rocas, inund cuevas y destruy nidos.

    Despus de tres das y tres noches de espanto, el sol se hizo presente entre las nubes para averiguar a qu se deba tanto enojo. Y ah noms se enter. Esa misma tarde se reuni con Kooch en el horizonte y le cont lo que estaba pasando.

    Quien haya raptado a Teo dijo Kooch ser castigado. La nube tendr un hijo del gigante, pero este hijo ser ms poderoso que su padre.

    A la maana siguiente, apenas sali, el sol le cont a las nubes lo que haba hablado con Kooch y las nubes, aliviadas, se lo contaron al viento. El viento vol hacia la isla a desparramar la noticia. Y as fue como el chingolo se la repiti al guanaco. El guanaco al and, el and al zorrino, el zorrino a la liebre. El mensaje lleg a todo el mundo, pero claro, tambin a los gigantes, y esto fue lo que pas.

    De un golpe certero, Noshtex parti en dos a la nube y le arranc el hijo que llevaba adentro. Y estuvo a punto de comrselo, cuando una rata sin cola (la tuco tuco) le mordi el dedo gordo con todas sus fuerzas. Aprovechando el desconcierto del gigante, la rata agarr al beb y se meti con l bajo la tierra.

    ADAPTACIN: Schujer, Silvia, Mitos y Leyendas de la Patagonia, Bs. As., Guadal, 2008.

  • 18 MITOS GRECOLATINOS Y LATINOAMERICANOS Un contrapunto para pensarnos

  • MITOS GRECOLATINOS Y LATINOAMERICANOS

    Un contrapunto para pensarnos 19

    Elal (origen tehuelche)

    La tuco tuco tena su casa bajo la tierra. Ah escondi a Elal, el hijo de Teo, cuando Noshtex trat de comrselo. Pero saba que su cueva no alcanzaba para defenderse de los gigantes, as que reuni a los otros animales de la isla y les pidi ayuda.

    Existe otra tierra dijo el chorlo. La cre el propio Kooch antes de irse a descansar al horizonte.

    Muy bien acordaron entonces. A esas tierras llevaremos al beb. Y ah noms empezaron los preparativos. Sera una fuga secreta. Cuando todo

    estuvo listo para el viaje, la rata llev al beb a orillas de una laguna y lo escondi entre los juncos. Desde ah llam al chingolo y le dijo: Es hora de irnos, chingolo. Que todos los animales se acerquen, as acompaan a la criatura.

    El chingolo le avis al puma, el puma le cont al flamenco, el flamenco al and y el and al zorrino. Y t an contento se puso el zorrino con la proximidad del viaje, que empez a correr hacia la laguna. Corra distrado cuando se choc con el gigante; el gigante le pregunt adnde iba y l no supo qu contestar. Ejem, ajum, etctera, eso fue todo. Pero entre una mentira y la otra, Noshtex descubri la verdad y a grandes zancadas se fue a buscar al beb.

    Un pjaro de pecho colorado que haba presenciado el encuentro vol sobre la cabeza de Noshtex y empez a picotearle la cara. Picotazo va, picotazo viene, lo molest con tanto entusiasmo que logr retrasarlo. Por eso no lleg a tiempo. Ni siquiera para ver cmo el cisne se acercaba nadando a la orilla, acomodaba al bebito en su lomo y levantaba vuelo.

    Elal lleg a la Patagonia volando. Un cisne lo traslad sobre su lomo hasta el cerro del Chaltn y all le arm su guarida. Detrs del cisne viajaron el resto de los pjaros; los peces los siguieron por el agua y los animales terrestres cruzaron el ocano a bordo de unos y otros (o sea por aire y por mar). As la nueva tierra se llen de guanacos, liebre y zorros. Los patos y los flamencos ocuparon las lagunas y los chingolos, los chorlos y los cndores se quedaron en el cielo.

    Elal no estuvo solo en el mund. Durante tres das y tres noches, se qued en la cumbre disfrutando del paisaje mientras que los pjaros le traan alimento y le daban abrigo entre sus plumas. Y todo anduvo lo ms bien hasta que decidi bajar de la montaa. Entonces empezaron los problemas: apenas dio un paso, escuch un trueno espantoso, horrible! Era el vozarrn de Maip, que anunciaba su llegada; vena acompaado por She, la nieve, y el fro, Kokeake. stos ltimos eran hermanos y casi siempre andaban con Maip, un viento asesino, un espritu maligno que con su aliento congelaba los pjaros. Como hasta entonces haban dominado la Patagonia, atacaron furiosos a Elal.

    Me tengo que defender, pens el hroe. As que sac dos piedras de la montaa y empez a golpearlas una contra otra en seal de amenaza. Se pas horas golpeando sin que esto asustara a nadie. Hasta que de las piedras brotaron chispas, las chispas se multiplicaron y, en contacto con las ramas, provocaron una hoguera. El calor alej al fro, el fro alej a la nieve y la nieve ahuyent al viento asesino. Fuera ya de peligro, Elal baj de la montaa, tranquilo y abrigado, porque haba descubierto el fuego.

    ADAPTACIN: Schujer, Silvia, Mitos y Leyendas de la Patagonia, Bs. As., Guadal, 2008.

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    Un contrapunto para pensarnos 21

    Choiols (origen tehuelche)

    Dicen las abuelas tehuelches que todo ha nacido de alguna manera, ya sea

    queriendo o sin querer, y que la mayora de las cosas ha aparecido hace tantos aos que no se puede contar. Tal es, por supuesto, el caso de la cruz del sur, que en tierras tehuelches recibe el nombre de choiols. Y en ese nombre est cifrado su origen. Esta es la historia.

    Una tarde, hace muchsimos aos, un grupo de hombres estaba cazando con boleadoras (iatchicoi). Iban tras el rastro de un gran and macho (kank) que se les vena escapando desde haca tiempo. Muy arisco, no bien presenta la presencia humana hua velozmente hasta quedar fuera del alcance de sus perseguidores. Esa tarde en particular acababa de llover y entre las nubes haba salido el sol que se iba poniendo lentamente.

    Los hombres lo fueron cercando, pero el and se escap otra vez y enfil hacia el sur. Los cazadores corrieron tras de l, arrojndole flechas y boleadoras. Pero ninguna pudo alcanzar al escurridizo animal.

    La persecucin sigui. Ms all, sobre el filo de la meseta, hacia donde se diriga el and, el sol haba pintado un hermoso arcoris (gijer). Justo en ese momento, el ms ligero y resistente de los cazadores, llamado Korkoronke, se acerc bastante. Pero el and astuto, sabindose acorralado en el borde del abismo, gir brus-camente y, como si se lanzara al vaco, apoy una de sus patas sobre el arcoris que surga justamente desde all. Y empez a trepar por ese camino de colores con sus largas y elsticas zancadas.

    Korkoronke qued azora-do. Pero se recuper rpido y lanz su boleadora de tres bolas en un ltimo y desesperado intento por atraparlo. El viejo and hizo un paso al costado y las boleadoras pasaron de largo. As escap para siempre de sus perseguidores quienes, al volver esa noche tuvieron que soportar las burlas de todo el campamento. Nadie les crey la fantstica huida del and por el camino del arco iris. Cuando cay la noche el cielo les dio la razn, porque vieron brillar varias nuevas estrellas.

    Dicen las abuelas tehuelches que una de las huellas que el and dej en su carrera sobre el arco iris qued para siempre grabada en el cielo, dibujada con cuatro estrellas. La llamaron choiols, que significa huella de and en el cielo. Esta constelacin no es otra que la cruz del sur, el inevitable punto de referencia de todos los caminantes y marinos del hemisferio austral. Korkoronke no pudo hallar sus boleadoras en el suelo. Pero las descubri en el cielo, convertidas en una nueva constelacin que recibi el nombre de cheljeln. Que no es otra que las Tres Maras.

    ADAPTACIN: Echeverra Baleta, Mario. Cuadernillos de Leyendas Tehuelches, (9 volmenes) Ro Gallegos, 1992.

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    Un contrapunto para pensarnos 23

    La isla (origen ona)

    En los tiempos de los antepasados, cuando el mundo todava no estaba bien acabado, el agua dulce que sirve para tomar no se reparta como ahora en una gran cantidad de ros, arroyos y lagos, sino que estaba junta, en un solo lago enorme. All iban todos a buscar agua.

    Pero un da apareci una mujer malsima y poderossima, con una fuerza mgica que nadie poda vencer. Se llamaba Taita y se apoder del lago. Lo tap todo con un manto gigante, de cuero, y no dejaba que nadie sacara agua. Vigilaba todo el tiempo, y al que se acercaba lo mataba con un gran cuchillo que tena, hecho con una piedra blanca muy filosa.

    La gente empez a sufrir; si seguan as, en poco tiempo se iban a morir todos de sed. Entonces fueron a pedirle consejo a Kauj el bho, que era un hombre muy viejo y

    muy inteligente. Kauj les dijo que el nico que poda salvarlos era su sobrino Taiyin el picaflor, un hombre de cuerpo chiquito pero muy, muy fuerte. Taiyin era valiente, gil y gran tirador con la onda.

    Un mensajero fue a buscarlo a su casa, y Taiyin lleg en secreto, a escondidas, para que Taita no se enterar y se pusiera a la defensiva.

    Cuando supo lo que pasaba, el hombre prepar su honda, junt unas piedras bien grandes y se acerc al lago con mucho cuidado, bien agachado, arrastrndose entre el pasto. Cuando estuvo bastante cerca, se par y tir una buena piedra con su honda. Taita lo vio, levant el cuchillo y se prepar para echarse encima de Taiyin, pero ya era tarde. La pedrada le dio con la mejor puntera, y con tanta fuerza que la piedra hizo una explosin como la de una bomba. La mujer monstruo revent.

    Medio muertos de sed, todos corrieron al lago. Cortaron el manto que lo tapaba y se metieron para tomar agua. Pero con tanto pisoteo y tanto manoteo, enseguida el agua se puso turbia, barrosa, y no sirvi mas.

    Entonces Taiyin junt un montn de piedras y empez a tirarlas para todos lados con su honda. Ah donde pegaba, volaban por el aire tierra y rocas y se formaba un enorme hueco, que mgicamente se llenaba de agua. Y si la piedra daba de refiln, se haca una gran grieta y apareca un ro.

    Desde ese da, hubo agua para tomar en todas partes. Las ltimas piedras de Taiyin eran tan grandes que no caban en la onda. El hombre

    cito agarr una con las dos manos, la levant por encima de la cabeza y la tir con toda su fuerza hacia el sur. El piedrn vol, con un zumbido impresionante, y donde cay hizo una grieta tan grande que la llen el mar.

    Tir la otra piedra en la misma direccin, peg en la orilla y separ una gran cantidad de tierra hacia el mar. As se form el canal de Beagle.

    Despus tir otra hacia el oeste, y se hizo otro enorme hueco que tambin se llen de mar. La siguiente piedra fue en la misma direccin, dio en la costa recin formada y resquebraj la tierra. Apareci as esa gran cantidad de islas que hay al oeste de Tierra del Fuego, en el ocano Pacfico.

    Una nueva piedra que tir hacia el este hizo que el Atlntico avanzara por all. Otra piedra fue para el norte y abri el estrecho de Magallanes. Ah, el to Kauj le grit: Basta, mhijo, basta! Par! Par, que nos vamos a quedar sin tierra! Taiyin dej de tirar. Desde entonces, Tierra del fuego es una isla.

    ADAPTACIN: Palermo, M. ngel, Lo que cuentan los onas, Bs.As., Sudamericana, 2011.

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    Kaagadi (origen toba)

    En los tiempos viejos, las primeras personas que haba en el mundo no tenan fuego. Y era un gran problema, porque por eso tenan que comer todo crudo y, claro, no toda la comida cruda es buena: el pescado daba asco, la carne era horrible y otras cosas eran dursimas sin cocinar.

    Para colmo, estos hombres y mujeres estaban encerrados en una gran isla, rodeada de un agua profunda. Y esa agua estaba gobernada por un viborn enorme y malsimo, que no dejaba que nadie entrara ni saliera de ah. Cada vez que alguno trataba de pasar, se asomaban del agua unos garrotes y empezaban a apalearlo.

    La estaban pasando tan mal, que un cacique dijo que haba que ir a buscar a Kaagadi, el carancho: slo l poda acabar con tantos problemas. Y como aquel hombre tena poderes mgicos, consigui cruzar el agua que rodeaba la isla y llegar sin problemas a la otra orilla. Despus camin y camin hasta que encontr a Kaagadi y le pidi ayuda.

    Al da siguiente, cuando sali el sol, el Carancho abri las alas y se fue volando para la isla. Apenas lleg, el agua lo ataj. Se encresp toda y le grit de mal modo:

    Un momento! Adnde vas? Por ac no se pasa! Soy Kaagadi y voy a pasar. Esa pobre gente necesita fuego. Mi jefe es el Viborn y no deja entrar a nadie con fuego. No traigo fuego, y voy a pasar. Bueno, te dejo pasar dijo el agua, pero si les das fuego a los que viven en la

    isla, te vamos a matar. Kaagadi vol hasta la isla, aterriz y la gente corri a verlo. Por fin! gritaban. Queremos fuego! Trajo fuego? No, porque no haca falta dijo Kaagadi. Ahora van a ver. Ustedes

    triganme dos palos. Se los trajeron y l se puso a trabajar. Primero les sac la corteza, y a uno le

    dio forma de tabla, lo acost en el suelo y le hizo un agujerito en el medio. Despus, calz la punta del otro palo en ese hueco y lo hizo dar vueltas y vueltas con las manos, muy rpido, hasta que la madera se calent y empez a salir humo. Cuando vio el humo, acerc pasto bien seco a los palos, y sali una llama. La sopl, para que creciera, y le agreg unas ramitas. Cuando ardieron, trajo ramas gruesas y arm un gran fuego.

    Ahora saben cmo encender fuego y ya pueden cocinar les dijo. Entonces pidi una lanza, meti la punta en el fuego y cuando se calent bien

    fue corriendo y la puso en el agua mala que rodeaba la isla. Sali un montn de vapor, como nube revuelta. Se levantaron unas olas furiosas y aparecieron los garrotes para apalear al Carancho, sin suerte, porque ya se iba de la orilla.

    Volvi a calentar la lanza y la meti de nuevo en el agua. Sali ms vapor. Y tantas veces hizo esto, que al final el agua se evapor toda y se perdi en el aire. En lo que haba sido el fondo, quedaron los garrotes tirados. Y el Viborn, que se retorci como un pescado fuera del ro hasta quedar duro, panza arriba y enseando los dientes. Kaagadi se acerc y lo tante con el pie: estaba muerto. Entonces la gente qued libre y pudo desparramarse por los montes del Chaco.

    ADAPTACIN: Palermo, M. ngel, Lo que cuentan los tobas, Bs. As., Sudamericana, 2011.

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    El muchacho y la araa (origen mapuche)

    Cuentan los que saben que una vez, hace muchos, pero muchos aos, en el tiempo de los abuelos de nuestros abuelos, un grupito de mapuches sali para hacer un viaje largo. Eran cinco o seis noms, y llevaban muchos cabellos cargados con bolsas de sal para cambiarlas con otra gente por ponchos y mantas.

    Ese viaje lo hacan todos los aos, pero esta vez sali mal. Porque era una poca de guerra con los blancos y justo tuvieron la mala suerte de encontrarse con una partida de soldados, que los atac enseguida. Eran demasiados para pelearlos, as que los mapuches dejaron sus animales de carga y salieron a todo galope, entre los balazos que les zumbaban por encima de la cabeza. Uno de ellos, un muchachito de catorce aos, iba en un caballo muy rpido que se asust y corri ms que nunca. Todo el mundo qued atrs: amigos y enemigos. No haba manera de hacerlo parar.

    Tanto corri ese caballo desbocado, que al final el muchacho qued solo. Y cuando el animal se cans y se detuvo, desmont, mir para todos lados y se dio cuenta de que se haba perdido. Ni idea tena de dnde estaba! Miraba y miraba y todo era puro horizonte, y algn cerrito a lo lejos. Cuando fue a montar de nuevo, el caballo, que segua muy nervioso, se espant y sali disparando.

    Esta s que es buena! dijo el muchacho. Perdido y de a pie! Y tanto como para ir a alguna parte, empez a caminar para el lado del cerrito.

    Pero estaba ms lejos de lo que pareca, as que lo agarr la noche antes de llegar. Qu noche fue esa! Se acurruc junto a unas mantitas, se tap como pudo con el

    poncho y se durmi. Cuando estaba saliendo el Sol, se despert, con el cuerpo dolorido y muerto de hambre. Qu iba a hacer? Se levant, se sacudi la tierra y empez a caminar de nuevo. En un rato lleg al cerro. No vio a nadie, pero encontr un hueco en la piedra; pareca la entrada de una cueva. Con un poco de suerte, ah vivira alguno que lo podra ayudar.

    Permiso! dijo. Hay alguien ac? Se puede pasar? Como no oy nada, se agach y se meti por el hueco. La cueva no era muy

    grande, y estaba vaca. Salvo por una araa de patas largas, que caminaba por el piso, cerca de la entrada. El muchacho corri el pie para no pisarla y sali. Y en ese mo-mento, oy un ruido de caballos, levant la vista y vio que venan tres soldados, miran-do al suelo como si le siguieran las huellas. Ah noms se meti de vuelta en la cueva.

    Ahora s que me embrom! dijo entre dientes. Seguro que me encuentran! No, no te van a encontrar nada le contest una voz chiquitita, pero medio

    malhumorada y chirriante. Era la araa. Vos fuiste educado, pediste permiso para entrar y no me quisiste pisar sigui diciendo el bicho. Ahora yo te ayudo. And para el fondo y quedate quieto. No hagas ruido que nadie te va a ver.

    Y entonces, en una carrerita la araa lleg hasta la entrada, se trep y empez a tejer a toda velocidad. Un hilo desde arriba hasta un costado, despus otro de all para el suelo, y de nuevo para arriba, y despus ms y ms pasadas. En un minuto, dej una buena red que tapaba la boca de la cueva.

    Justo en ese momento pasaron los soldados. Se oyeron las patas de los caballos y una voz que dijo:

    Una cueva! No estar ah? No, hombre! No ve la telaraa? contest otro. Ah hace rato que no entra

    nadie. Vmonos. ILUSTRACIN: Aldo Chiappe y Alberto Pez ADAPTACIN: Palermo, M. ngel, Cuentos y Leyendas de mi pas. Vol. 1, Bs. As., AGEA, 2005.

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    Un contrapunto para pensarnos 29

    Jual, Taachij y Tapiatzol (origen wich)

    Hace muchsimo tiempo, la gente no saba cmo conseguir comida por su cuenta, ni cmo encender fuego. Qu problema, si no hubiera sido porque contaban con una gran ayuda! Era la de Jual, que viva encima de una montaa y cocinaba para todos. Desde abajo se lo vea brillar todo el da, pero cuando uno se acercaba notaba que era un hombre muy gordo, de cara redonda y colorada, con los pelos largos, revueltos y rojizos.

    Jual era generoso y a sus visitantes les convidaba cosas venas para comer. De su chacra sacaba zapallos gordos y ajes lustrosos, choclos de granos dulzones y porotos tiernos, y tambin tena carne. Pero era un tipo muy serio y malhumorado, que no quera or una sola palabra y no soportaba ruidos. Ni pensar en que alguien se fuera a rer! Haba que esperar en el silencio ms absoluto que l terminara de cocinar. Jual no usaba cocina ni fogn en el suelo para preparar la comida, sino nada ms que una olla enorme de barro. Cmo la calentaba entonces? Muy simple y muy raro tambin: se sentaba sobre el cacharro y largaba llamaradas por el trasero.

    Todas las maanas, una fila de personas bien calladitas suba la montaa, cada una con su plato bajo el brazo. Los que no podan llegar porque eran muy chicos o demasiado viejos, o estaban enfermos, se quedaban abajo y los dems les llevaban su parte.

    Arriba de todo encontraban a Jual, siempre serio, y a medida que pasaban de a uno delante de l, lo saludaban inclinando la cabeza, el les contestaba igual y echaba a la olla con agua algo para el visitante. Despus, los recin llegados se iban sentando en el suelo, muy silenciosos, a esperar.

    Cuando se acababa la fila, el Sol se levantaba el taparrabos y se sentaba sobre la olla. Bien tapada quedaba! Haca fuerza, se pona ms colorado que nunca y empezaba a soltar llamas, que iban a parar sobre la comida. Despus de un momento, Jual se paraba, se acomodaba la ropa y agarraba un cucharn de madera. Entonces los otros formaban una hilera otra vez e iban desfilando de nuevo uno por uno frente a l. As, les llenaba el plato con un guiso que tena un poco de todo. Ellos le agradecan inclinando la cabeza y empezaban a bajar la montaa con mucho cuidado, para no volcar nada.

    Pero haba alguien a quien no podan llevar a donde viva el Sol. Se llamaba Taachij y era un muchacho que tena la risa demasiado fcil. Por cualquier cosa se tentaba y, para colmo, le salan unas carcajadas estridentes y largas, que se oan desde lejos. Por eso, los dems le traan la comida, pero no queran que Taachij subiera la montaa, aunque l insista en que quera ir con ellos.

    Djenme ir! Yo tengo que ver! se pona cargoso. No, que te vas a rer y Jual se va a enojar! le contestaban. Y l que no y que no, y que iba a estar callado, y que quera subir para

    conocer al Sol. Al fin, tanto porfi, que para no escucharlo ms, un da lo dejaron ir. Pero le hicieron prometer que iba a estar serio todo el tiempo.

    A la maana siguiente, l tambin se puso en la fila, con su plato, y acompa a los dems. Cuando ya casi estaban llegando al lugar del Sol, varios agarraron a Taachij y le recomendaron portarse bien.

    Tanto insistirle con ese tema, que en realidad sucedi peor, porque empez a darle risa. Pero se aguant. Cuando le toc pasar junto al Sol, lo vio tan serio que casi le larg una carcajada en la cara. Pero el que vena detrs en la fila le peg en

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    un brazo y lo hizo seguir rpido. Despus, Taachij se sent en el suelo a esperar. Con disimulo, todos le hacan seas de que fuera juicioso. Y se port bien, noms hasta que el Sol se sent en la olla. Apenas lo vio, el hico apret los labios, se tap la nariz con una mano y se pellizc una pierna hasta lagrimear de dolor, para sacarse la risa. Pero no sirvi de nada. No pudo ms y se le escap una carcajada.

    Jual se par, volc la olla de una patada, se arranc un mechn de la cabeza y se lo tir a las visitas. En el aire, los pelos se hicieron llamas. Todos salieron corriendo, con el otro que los persegua, tirndoles ms manojos de fuego. As bajaron la montaa, medio chamuscados y gritando de miedo.

    El Sol se qued arriba, pero abajo sus llamaradas encendieron el pasto, los rboles, las casas, todo. La gente corra de un lado para otro entre esa quemazn, y muchos quedaron hechos carbn. Hasta que alguien vio un agujero en el piso y ah se meti de cabeza para escapar del fuego. Los dems lo siguieron y, como el hoyo se ensanchaba en una cueva, entraron todos.

    As pasaron tres das, apretujados, viendo por el agujero de arriba el resplandor del fuego y el holln que llevaba el viento. Y al cuarto da, se dieron cuenta de que el fuego haba terminado. Entonces, un hombrecito menudo que se llamaba Tapiatzol trep hasta arriba. Apenas pis el suelo, not que el cuerpo se le llenaba de plumas y que se converta en un pajarito jaspeado de negro, con el pecho blanco.

    Lo sigui otro hombre y enseguida qued hecho sur, el primero que hubo en el mundo. Despus sali una muchacha y fue la primera perdiz. Y as fue pasando con los dems, que se hicieron animales y fueron los antepasados de todos los animales que haya ahora. Taachij fue el hornero, un pjaro que cuando canta parece que carcajeara; es de color tostado, por las llamas del Sol.

    Todos se haban salvado, pero no quedaban ms que cenizas. Ni la montaa de Jual quedaba y l se haba ido al cielo para siempre. Los animales hurgaban la tierra quemada buscando algo para comer. Pero no haba nada. Entonces Tapiatzol sac un tamborcito mgico que tena y empez a tocar, despacio, pero sin parar, hasta que eso hizo que se nublara y empez a llover.

    Enseguida, entre el gris de la cenia apareci algo verde. Era un brote, que a cada golpe de tambor creca un poco ms. El pjaro sigui tocando y al da siguiente ya haba un rbol. Era un algarrobo, el primero que hubo, y tena vainas buenas para comer. Despus, alrededor, empez a crecer pasto, que tap el suelo, y ms all salieron otras plantas nuevas. En unos das, la tierra fue verde otra vez y de a poco se fue llenando con los hijos y los nietos de los animales que se formaron al salir del pozo despus del incendio.

    ADAPTACIN: Palermo, M. ngel, Cuentos y Leyendas de mi pas, Buenos Aires, AGEA, 2005.

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    Un contrapunto para pensarnos 31

    Calisto (origen grecolatino)

    La osa supo que haba llegado la hora de retirarse a su sueo invernal. Estaba contenta: haba conseguido una cueva grande, cubierta de hojarasca, y poda descansar a sus anchas. Antes de entrar, comi abundantes frutos y hojas tiernas par estar bien alimentada hasta que llegara la primavera.

    Una vez adentro, lo oy hablar. Era Arcas, el cazador. Sinti ganas de verlo una vez ms, as que asom apenas la nariz para espiar y, cuando l pas cerca del refugio, el corazn pareci saltarle dentro de su enorme pecho, qu hermoso era!

    Calisto se dijo a s misma, no hay otro muchacho como Arcas ni en el bosque ni el mundo entero.

    Y sus ojos renegridos brillaban de ternura debajo de la mata de pelo castao. Veinte aos atrs ella, la osa Calisto, haba sido un ser humano. Haba sido

    una joven de tal belleza que todos la admiraban. Pero un da se encontr con Jpiter, que recorra el bosque y se enamoraron perdidamente. As comenz su desgracia. Se quisieron mucho. Por eso, meses ms tarde, ella y el dios se abrazaron emocionados cuando naci su hijo, el hermoso Arcas. Era un beb adorable, con la boca de la madre y el mentn del padre.

    Y si la diosa Juno no hubiera sido tan celosa y vengativa, tal vez los tres todava viviran juntos y dichosos.

    Pero la diosa se haba enterado del nacimiento del nio y se enfureci. Todo el mundo saba que amaba a Jpiter y se sinti despechada. Ciega de odio y de celos, esper alguna ausencia del dios. Y un da, sorprendi solos a la madre y al hijo.

    Calisto! grit. Ahora vas a ver quin soy! Te condeno hasta en convertirte en osa. El resto de tu vida vagars como un animal salvaje. Jpiter no podr cambiar este mandato. Tu hijo nunca sabr dnde est su madre, y el da que lo sepa, mi castigo ser terrible.

    En cuando termin de hablar, los brazos de la joven madre se arquearon y se retorcieron hasta convertirse en patas macizas. Su cuerpo se cubri de pelos. Toda ella se hinch y se ensanch. Su cara se afil, tom la forma de un hocico, y sus pequeas orejas se transformaron.

    De pronto, haba dejado de ser Calisto, la joven de belleza nica. Se haba vuelto una osa imponente. As, durante muchos aos, vago por bosques y llanuras, muerta de pena y de miedo. Adems, ese no era el peor de sus problemas, porque como era un magnfico espcimen, muchos cazadores queran capturarla para vender su piel. Despus, gracias a su instinto, a la piedad de los animales o al favor se otros dioses, se adapt a ese nuevo estado y pudo sobrevivir.

    Al principio, pens que Jpiter la ayudara, pero en ningn momento el poderoso dios logr deshacer el dao que Juno haba ocasionado.

    Nadie pudo explicar a Arcas por qu haba desaparecido su madre. Nunca logr comprender cmo ella no estaba con l y con su padre, porque siempre ignor la maldicin de Juno.

    Tampoco supo que Calisto lo espi toda la vida y que lo vio crecer hasta llegar a ser un cazador poderoso. Muchas personas que lo conocan decan que l era el mejor cazador del mundo.

    Este ltimo pensamiento caus tanto placer a la osa que cerr los ojos, casi sin darse cuenta se qued dormida.

  • 32 MITOS GRECOLATINOS Y LATINOAMERICANOS Un contrapunto para pensarnos

  • MITOS GRECOLATINOS Y LATINOAMERICANOS

    Un contrapunto para pensarnos 33

    Un da, tres meses ms tarde, el canto de los pjaros la despabil. Se desperez y gru de hambre. Entonces, supo que la primavera se acercaba.

    Sali de la cueva y camin un largo trecho hasta encontrar las castaas y los brotes que tanto le gustaban. Una vez satisfecho su apetito, tuvo sed y se dirigi al arrollo. El agua corra fresca y tentadora, as que se agach para tomar un poco.

    Mientras beba oy un ruido de ramas quebradas y se levant con rapidez. No bien se dio vuelta, sus miradas se cruzaron, llena de amor la suya; cargada de dureza, la del cazador. Era l, Arcas, su hijo, con el arco tenso y la flecha lista.

    Sin piedad, le apunt al corazn, convencido de que esa iba a ser su primera presa del da. Ignoraba cmo poda saberlo? que esa presa era su propia madre.

    El pecho de la osa era un blanco perfecto; ni siquiera se mova ms, ella misma pareca invitarlo a disparar con un gesto afectuoso y extrao.

    Pero antes de que pudiera arrojar la flecha, Jpiter apareci en medio de los dos y cubri el cuerpo del animal con el suyo.

    No dispares, hijo mo dijo, esta osa es tu madre. Y enseguida le cont la historia de la venganza de Juno. Cmo pudiste decrselo! grito Calisto. Juno jur que, cuando supiera la

    verdad, iba a castigarlo tambin a l. Entonces, el dios se compadeci y quiso protegerlos. Primero transform a

    Arcas en oso, y al instante, sin prdida de tiempo, convirti a la madre y al hijo en dos agrupaciones de estrellas, en dos constelaciones: La Osa Mayor y La Osa Menor. Despus, los elev al espacio.

    Todava estn all, cualquiera puede verlos. Cada noche brillan ms juntos que nunca en el cielo. Estn all, en el cielo, donde no los alcanza ninguna venganza, donde ya nadie puede hacerle mal alguno.

    ADAPTACIN: Drennen, Olga Noem, Mitos Antiguos de Grecia y de Roma, Buenos Aires, Longseller, 2007.

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