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sociología y política

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sociología y política

EL CUIDADO INFANTIL EN EL SIGLO XXImujeres malabaristas en una sociedad desigual

eleonor faur

grupo editorialsiglo veintiuno

siglo xxi editores, méxico siglo xxi editores, argentinaCERRO DEL AGUA 248, ROMERO DE TERREROS GUATEMALA 4824, C 1425 BUP

04310 MÉXICO, D.F. BUENOS AIRES, ARGENTINA

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Faur, EleonorEl cuidado infantil en el siglo XXI: Mujeres malabaristas en una sociedad desigual.- 1ª ed.- Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2014.272 p.; 14 x 21 cm.- (Sociología y política) ISBN 978-987-629-397-6 1. Sociología.CDD 301

© 2014, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.

Diseño de cubierta: Eugenia Lardiés

ISBN 978-987-629-397-6

Impreso en Altuna Impresores // Doblas 1968, Buenos Aires,en el mes de julio de 2014

Hecho el depósito que marca la ley 11.723Impreso en Argentina // Made in Argentina

Agradecimientos 11

Introducción 13

1. La organización social y política del cuidado 25

2. Mujeres malabaristas. Entre el cuidado familiar, el mercado y los servicios públicos 55

3. La conciliación familia-trabajo. Derechos en tensión 117

4. El maternalismo en su laberinto. Las políticas de alivio a la pobreza 161

5. Modelo para armar. El cuidado fuera de casa 195

Consideraciones finales 245

Bibliografía 259

Índice

Para Anita, con la felicidad de acompañar su crecimiento y verla desplegar sus propias alas

Agradecimientos

El cuidado infantil en el siglo XXI. Mujeres malabaristas en una sociedad desigual es fruto de una larga historia de investigación, de reflexión, de debates y lecturas, y también de aprendizajes que llegan con la vida cotidiana y de la mano de una extensa red de colegas, amigos, maestros, colaboradores y afectos cercanos.

Para empezar, el libro reúne los resultados de investigaciones rea-lizadas durante más de siete años, entre las cuales se incluye mi tesis de doctorado en ciencias sociales. Tesis que fue dirigida por Rosalía Cortés, una voz lúcida e inspiradora en la orientación del proce-so investigativo. Muchos fueron también los colegas y amigos que me alentaron en los tiempos de escritura. Algunos atendieron mis dilemas o conocieron fragmentos del texto. Otros, aportaron mira-das críticas que develaron matices dignos de ser de sarrollados para profundizar la enunciación original del texto. Otros, simplemente, estuvieron cerca y aportaron su compañía, alegría y afecto, com-bustibles indispensables para acompañar una tarea. Especial men-ción merecen Elizabeth Jelin, Valeria Esquivel y Shahra Razavi, con quienes compartí seminarios, talleres, proyectos, conversaciones e inquietudes que contribuyeron a la investigación original. También Marcela Cerrutti, quien, con la dedicación y el cuidado que le son propios, leyó un manuscrito final de este texto y aportó enriquece-dores comentarios. Y mi amigo de siempre, Gabriel Kessler, quien ha sido un brillante consejero e interlocutor durante el camino.

En distintos momentos de la investigación, conté con colegas y colaboradoras de lujo que compartieron conmigo el compromiso de disponer de la mejor información posible. Me refiero a Nina Zamberlin, Sara Niedzwiecki, Marina Luz García, Marina Medan y Lovissa Ericson.

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Gracias a cada una de las personas entrevistadas, por permi-tirme acceder a sus ideas, sus historias y sus sueños. También a quienes desde sus instituciones me facilitaron información secun-daria según mis necesidades: Martha Muchiutti, del Ministerio de Educación de la Nación, Augusto Trombetta y Carolina Ruggero, del Ministerio de Educación y del Ministerio de Desarrollo Social de la Ciudad de Buenos Aires respectivamente. Agradezco tam-bién a Bárbara Belloc, por animarme a incorporar “burbujas de oxígeno” en la escritura.

Un viejo proverbio africano establece que, “para criar a un niño, hace falta toda una aldea”. Además de mi familia –y de su familia–, tantas amigas (y amigos), y tantas mujeres a lo largo de la vida contribuyeron a la crianza de mi hija. Agradezco a esta “aldea” que resultó clave para poder dedicar parte de mis horas al trabajo profesional y a la indagación académica. A mis padres, Perla Taranto y Roberto Faur: a ella, por alentar mis recorridos; a él, porque me enseñó que hasta los hijos varones de una cultura tradicional son capaces de transformarse y aprender a cuidar a los suyos con ternura y alegría. Y a mis hermanas, Emilce y Vanesa.

Y, por último, agradezco de corazón a mi más preciado sol, a mi hija Ana Minujin, a quien dedico este libro.

Introducción

Yo, particularmente, entiendo que las políticas de edu-cación inicial tienen mucho, muchísimo que ver con la mujer. Porque es la mujer la que es madre, la que tam-bién sale a trabajar, y la que además tiene que pensar qué hace con sus crías…directora nacional de nivel inicial, Ministerio de Educación de la Nación

Políticas públicas, instituciones privadas; trabajo pro-ductivo, reproductivo y doméstico; transformaciones familiares, legislación y derechos laborales; condiciones de acceso a los ser-vicios de educación y cuidado infantil, derechos de los niños y niñas; reformulaciones del rol “materno” y del “jefe de hogar”; mujeres y “crías”. Elementos heterogéneos de un complejo calei-doscopio que comienza a transformarse en un problema social y político concreto (además de ser una problemática académica), que en este trabajo procuro explorar a partir de un conjunto de interrogantes que buscan reponer, en el curso de la investigación, la relación entre las partes. ¿Cómo regulan las políticas sociales los víncu los entre el cuidado familiar, el trabajo remunerado y las relaciones de género? ¿Qué derechos se establecen en esta construcción? ¿De qué forma las de sigualdades sociales se trans-forman (o reproducen) en la organización social del cuidado in-fantil en la Argentina? Y, en relación con la cuestión de género: ¿cómo operan las distintas políticas públicas en la configuración de responsabilidades diferenciales según el género? ¿Cuáles son sus supuestos acerca del cuidado y hasta qué punto los de safían?

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(¿O el cuidado de los niños es, para el Estado, competencia casi exclusiva de las madres?) Por último, ¿es necesariamente la mujer –madre, tutora o encargada– quien “tiene que pensar qué hace con sus crías”?

La frase del epígrafe sintetiza con eficacia la trama –y el conflic-to– del tiempo actual. Una época que entrecruza viejas y nuevas miradas sobre la organización del cuidado de niños y niñas. Suje-tos que parecen aferrarse a la idea de las madres como responsa-bles “naturales” de su atención –o de su gestión– y que, al mismo tiempo, entienden las políticas públicas como dispositivos nece-sarios para proveer cuidados. Un tiempo que invita a dirigir la mirada social sobre un tema que históricamente fue considerado como parte de la esfera individual, doméstica y privada.

Este libro coloca el cuidado infantil en el centro de atención, comprendiéndolo como una actividad vital para el bienestar de la población y como parte esencial de una organización social y política en la que intervienen, además de sujetos individuales, ins-tituciones públicas y privadas. Se trata de conocer y explicar la interacción entre la organización doméstica del cuidado infantil y la oferta de servicios públicos accesibles en la Argentina con-temporánea (en forma de normas vinculadas con el cuidado, con servicios de atención de la primera infancia o de transferencia de ingresos a los hogares). También se trata de indagar el modo en que los hogares de distintos niveles socioeconómicos y sus miem-bros (en función de su género) acceden a dichos servicios. Se tra-ta, en última instancia, de comprender la organización social del cuidado en la Argentina contemporánea para identificar los de-safíos que permitan proponer transformaciones hacia una nueva forma de organización, atenta a los derechos y las necesidades de mujeres, hombres, niños y niñas.

A lo largo de la historia, el cuidado fue considerado una actividad predominantemente femenina y maternal. Al atribuir este hecho a un rasgo propio de las mujeres –su capacidad de procreación–, la división sexual en la responsabilidad del cuidado se extendió mucho más allá de los de signios biológicos, y se tornó uno de los nudos críticos de la construcción social del género. Sustentado

introducción 15

en el amor y en el mito del “instinto maternal”, el cuidado de los niños quedó amparado por el trabajo cotidiano y silencioso de las madres, constituyéndose en el imaginario colectivo en un rasgo característico de la figura del “ama de casa”, y confinado, junto con ellas, al espacio doméstico, privado.

Un determinado modelo de familia, con papeles y territorios diferenciados para hombres y mujeres, sostenía este ordenamien-to. Los hombres eran los encargados de la provisión económica del hogar, de las decisiones políticas de la comunidad, del de-sarrollo de las artes y las ciencias, y de todo aquello que formara parte de la esfera “pública”. El contrato social (o, más bien, el “contrato sexual”, como lo caracterizó Pateman en 1988) estable-cía que serían reconocidos por de sempeñar esos deberes de un modo eficaz, y sancionados cuando así no lo hicieran. El “jefe de hogar”, trabajador de tiempo completo durante su ciclo de vida adulta, se constituía, según la lógica de ese orden, en el titular responsable de los beneficios y los derechos sociales para su es-posa e hijos. A su vez, las mujeres debían responder a las expec-tativas adscriptas a lo que se llegó a denominar “rol emocional” (Parsons y Bayles, 1955), que incluía, en el discreto encanto de la vida doméstica, la responsabilidad de mantener la casa limpia y la familia alimentada, saludable y feliz. De esta manera, el modelo de familia con “varón proveedor” y “mujer ama de casa” sentó las bases funcionales de determinada economía social y política, cuyo correlato fue una ideología de franca división entre las esferas de lo público y lo privado, que establece, además de fronteras, jerar-quías entre hombres y mujeres: la valoración de la esfera pública y del papel atribuido a los hombres era significativamente mayor. Todo esto, justificado por un único modelo de familia y pareja; léase: nuclear, monógama, legalmente constituida, heterosexual y “para toda la vida”.

El andamiaje simbólico cooperó de forma eficaz con esta divi-sión sexual del trabajo y su consiguiente distribución de sigual de poder entre hombres y mujeres, sazonando las instituciones y las prácticas cotidianas con la conformación de imágenes de masculi-nidades asociadas a un modelo de productividad y racionalidad, e imágenes sobrevaloradas de lo que significa ser una “buena esposa

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y madre” –presunta aspiración de cualquier mujer “decente” y “de buen corazón”–. Hasta bien avanzado el siglo XX, el de sarrollo de las instituciones de gobierno acompañó este régimen de género mediante leyes de familia (que depositaban la responsabilidad de la patria potestad y el establecimiento del domicilio familiar en los varones) y laborales (en las que las mujeres eran vistas sobre todo como “madres”, mientras que no establecían relación alguna entre la responsabilidad de la paternidad y la del “trabajador”), y por medio de la provisión de servicios de bienestar, incluidos los educativos y de salud (que no buscaban adecuarse a los horarios de jornadas laborales, al presuponer la disponibilidad de las mu-jeres para adaptarse a ellos).

Las mujeres eran concebidas ante todo como madres, y las ma-dres, como “las mejores cuidadoras posibles”. Así, el ideal mater-nalista y la “maternalización de las mujeres” filtraron institucio-nes, prácticas y representaciones sociales durante largo tiempo, por medio de un conjunto de políticas públicas afines a esta ideo-logía (Nari, 2004). Quizá la eficacia de esta construcción consis-tió en establecer cierto sentido común que hizo pensar que este ordenamiento gravitaba sobre determinado “equilibrio” social (Esping-Andersen, 2009).

Pero, ya se sabe, las mujeres y los hombres son diversos, y las identidades y las relaciones de género están sujetas a cambios y conflictos. Porque tanto las personas como las familias de-sarrollan sus vidas en ciertos contextos histórico-sociales –que son dinámicos–, y en esa urdimbre es inevitable que lleguen a revelar texturas lo suficientemente complejas como para superar ese or-denamiento estereotipado de individuos, grupos familiares y rela-ciones sociales de género.

En las décadas más recientes, en la Argentina y en buena parte de los países de América Latina, las mujeres ingresaron en forma masiva al mundo del trabajo, a partir de las sucesivas crisis econó-micas, pero también de su mayor autonomía. En la actualidad, el modelo de mujer que se de sempeña como madre y ama de casa de tiempo completo (es decir, como “cuidadora” exclusiva) dejó de ser extendido, y aun de seable para buena parte de la población.

introducción 17

El porcentaje de mujeres cónyuges cuya ocupación principal son los quehaceres domésticos descendió casi un 20% en menos de diez años en la región, donde pasó del 53% en 1994 al 44,3% en 2002 (Cepal, 2004). A su vez, entre 1990 y 2007, la proporción de mujeres entre los 25 y los 54 años que trabajan o buscan hacerlo se incrementó un 20% (Cepal, 2009). Y las familias también cam-biaron. Aumentaron los hogares encabezados por mujeres en casi todos los países y en los distintos estratos sociales, engrosando la proporción de aquellos en que las mujeres son las únicas percep-toras de ingresos. Crecieron globalmente las uniones consensua-les y los divorcios, y en la Argentina se sancionaron las leyes de “matrimonio igualitario” y de “identidad de género”, que garanti-zan derechos a homosexuales, travestis y transexuales. Asimismo, se incrementó la esperanza de vida, mientras que descendieron las tasas de fecundidad, lo que ha transformado –y puede hacerlo aún más, prospectivamente– la estructura etaria de la población.

En conjunto, todas estas transformaciones dejaron atrás aque-lla forma de organización social y familiar: el modelo de mujeres que actúan como madres, cuidadoras y amas de casa de tiempo completo como forma de estructuración del cuidado extendida o incluso de seable para buena parte de la población. Por supuesto, semejantes cambios generaron nuevas demandas y requerimien-tos a las instituciones públicas y privadas. ¿En qué medida el Es-tado, mediante arreglos normativos e institucionales, se adaptó a las nuevas necesidades surgidas a partir de las transformaciones sociales? A lo largo de las próximas páginas exploraremos dicho interrogante. Pero antes, cabe señalar someramente qué entende-mos por “cuidado”.

El cuidado es un elemento central del bienestar humano, pero sus límites son particularmente difíciles de establecer en una defi-nición. Si hasta la década de 1980 la noción de “cuidado infantil” se enmarcaba en los estudios sobre el trabajo reproductivo, y su consideración en la esfera de lo público estaba asociada en mayor medida a la dotación de servicios para mujeres trabajadoras, en los años noventa comenzó a delinearse un giro en su conceptua-lización. El cuidado fue pensado en términos de una ética en las

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relaciones interpersonales, y por último fue reconocido con un enfoque más amplio e integrador, que consideraba la acción y la agencia de las personas en el sostenimiento de su entorno. Así, Joan Tronto (1993: 103) definió el cuidado como “las actividades de la especie que incluyen todo lo que hacemos para mantener, continuar y reparar el mundo en el que vivimos, haciéndolo lo mejor posible”. Una descripción interesante y extensa, que en-tiende el cuidado como toda acción que pueda ser calificada como sustantiva para mejorar nuestro entorno y que excede las relaciones interpersonales. En 2000, Mary Daly y Jane Lewis pre-sentaron una definición del concepto de “cuidado social” algo más acotada, que abarca las distintas interacciones personales e institucionales. Para ellas, el cuidado involucra: “Las actividades y relaciones orientadas a alcanzar los requerimientos físicos y emo-cionales de niños y adultos dependientes, así como los marcos normativos, económicos y sociales dentro de los cuales estas son asignadas y llevadas a cabo”.

Con esta interpretación, asumimos que en las actividades de cuidado participan, de forma directa o indirecta, no sólo las fami-lias y hogares, sino también el Estado –mediante la provisión de servicios, la regulación de los tiempos del trabajo remunerado o la transferencia de ingresos–, el mercado, las empresas –por me-dio de la provisión de empleo y servicios mercantiles– y diversas organizaciones de la comunidad (Razavi, 2007; Faur, 2009). Parti-mos del supuesto de que, aun cuando en la provisión de cuidado intervienen distintas instituciones públicas y privadas, el Estado cumple un papel central, ya que actúa simultáneamente como un agente proveedor de servicios y como un ente regulador de las contribuciones de otros “pilares del bienestar” (en términos de Esping-Andersen, 1990): el mercado, las familias o las asociacio-nes civiles en dicha oferta. De modo que el objeto del libro no es el cuidado definido como una tarea y una práctica individual (o a lo sumo interpersonal), sino más bien como el tramado social que interviene y atraviesa esas actividades.

Nos adentraremos, entonces, en la exploración de la organiza-ción social y política del cuidado infantil en la Argentina, entendido este como la configuración que surge del cruce entre las institu-

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ciones que regulan y proveen servicios de cuidado y los modos en que los hogares de distintos niveles socioeconómicos y sus miem-bros acceden, o no, a ellos (Faur, 2009).

Este abordaje convierte el cuidado en una categoría relevante del análisis social. Al mismo tiempo, supone una mirada crítica sobre cómo inciden las políticas sociales en la dinámica de los hogares y en las relaciones de género. En primer lugar, introduce la cuestión del cuidado en el examen de dichas políticas, incluso cuando estas no lo plantean en su diseño ni en su implementa-ción. En segundo término, vuelve visible el impacto de género que estas intervenciones acarrean, en la medida en que –por ac-ción u omisión– o bien asocian a las mujeres-madres con el cui-dado infantil y el cuidado infantil con una actividad propia del ámbito privado-familiar, o bien buscan garantizar la provisión de servicios que permitan delegar parte de esos cuidados en otras instancias, lo que facilita una mayor autonomía de las mujeres y su posible inserción en el mercado de trabajo remunerado.

La categoría de cuidado nos coloca frente a un problema clásico de la sociología: la relación entre sujetos y estructuras, entre perso-nas e instituciones, que cobra otro carácter cuando incorporamos un enfoque de género. Por un lado, la orientación de las políti-cas estatales se sustenta en determinados supuestos acerca de los sujetos a quienes están destinadas, imágenes que delimitan sus derechos y responsabilidades (por ejemplo, los de las madres tra-bajadoras o los de las madres pobres). En ese acto, las instituciones determinan qué roles, funciones y responsabilidades atañen a los distintos grupos (en ocasiones, amplían derechos sobre la base de la universalidad; otras veces, agudizan de sigualdades preexisten-tes). De modo complementario, son los individuos (de acuerdo con sus necesidades y posibilidades) quienes, en última instancia, interpretan y resignifican esas estructuras, de modo que el orden definido por medio de las instituciones es materia de constante transformación.

La propuesta del libro, entonces, invita a comprender la organi-zación social y política del cuidado infantil en el contexto argen-tino, entendida esta como la configuración dinámica de la ofer-

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ta de servicios estatales, mercantiles, comunitarios y familiares, y como el modo en que distintos actores y hogares se benefician de ellos. Esta perspectiva coloca al cuidado como una puerta de en-trada que nos permitirá examinar el estado de la protección social en nuestro contexto, los supuestos sobre los cuales se sustenta, cómo se definen las relaciones sociales de género ya entrado el tercer milenio, y cómo se persigue –o no– la igualdad de opor-tunidades y derechos entre géneros, y entre mujeres y niños de distintas clases sociales.

Nuestra principal hipótesis es que, en la Argentina, la organiza-ción social del cuidado infantil refleja y reproduce de sigualdades de clase entre mujeres (al asignar diferentes responsabilidades y beneficios a madres de distintos grupos socioeconómicos) y entre niños (al proveer distintos tipos y calidades de servicios de cuidado a niños de distinta inscripción social, en lugar de proveer “igualdad de oportunidades”). En el plano de la realidad, debemos tener en cuenta que, en un país que se ha tornado altamente de sigual en el terreno socioeconómico y que, pese a las significativas mejoras recientes, continúa albergando un alto porcentaje de la población en situación de pobreza, la intervención estatal presenta una di-versidad de rostros para el abordaje de distintos grupos y sujetos. Desde esta perspectiva, el cuidado infantil aparece como un terri-torio en el que las históricas de sigualdades de género se acentúan, en especial entre la población más pobre, a riesgo de reproducir de sigualdades socioeconómicas. De ahí se desprende la metáfora que se integra al título de este volumen, y que sintetiza su argumen-to: los malabares, las mujeres malabaristas. Hoy en día, las políticas públicas descansan en los verdaderos malabares que, de forma co-tidiana, realizan las mujeres. Por consiguiente, es necesario revisar esos supuestos, esas dinámicas, esa configuración.

El primer capítulo del libro es conceptual, presenta los antece-dentes teóricos en torno al cuidado, así como sus víncu los con la literatura sobre los regímenes de bienestar y las teorías feministas, y propone establecerlo como una categoría de análisis social. Así, se busca poner en diálogo la perspectiva teórica y el contexto so-cioeconómico y demográfico de la coyuntura nacional, a fin de

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aportar el mapa conceptual necesario para profundizar el aná-lisis de la organización social y política del cuidado para el caso argentino.

En el capítulo 2, la investigación se ubica en el nivel microso-cial, para indagar cómo los hogares, las familias y especialmente las mujeres-madres organizan el cuidado de sus hijos e hijas me-nores de 5 años, compatibilizándolo –o no– con su participación en el mercado de trabajo remunerado. Ese estudio refleja un con-junto de estrategias que van desde la persistencia del modelo de “madres de tiempo completo” hasta la institucionalización de la atención de los niños por medio de jardines de infantes estatales o privados. Desde las perspectivas de los hogares, esa exploración permitirá identificar la participación de las instituciones públicas y privadas en el cuidado de niños y niñas menores de 6 años, y contrastar la oferta de servicios con el análisis de su demanda real y potencial, lo que destaca la situación particular de los sectores populares urbanos en el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA). A partir de ahí es posible dilucidar en qué medida las mujeres del AMBA se perciben como sujetos de derecho en torno al cuidado infantil.

En los capítulos 3, 4 y 5 se realiza un ejercicio de lectura trans-versal sobre una serie de políticas, planes y programas sociales implementados en la Argentina entre 2002 y 2010. El objeto de esta revisión es evaluar las respuestas institucionales disponibles frente a las nuevas necesidades de cuidado social, y explorar en qué medida el Estado regula o provee servicios para garantizar el cuidado infantil. Se analizan el diseño y la implementación de acciones o intervenciones políticas que funcionan en distintos ni-veles y con distintos destinatarios, e impactan, de forma directa o indirecta, en la organización del cuidado. Dicho análisis permite indagar cómo las políticas sociales contemporáneas definen –o no– el cuidado como un derecho.

En el capítulo 3, se examina la regulación legal del víncu lo entre mercado de trabajo y cuidado. Se analiza, en particular, la legislación laboral argentina en relación con los derechos protegi-dos para el cuidado infantil: la regulación de servicios, beneficios o transferencias, los criterios de elegibilidad para acceder a ellos,

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y los resultados de su puesta en práctica en torno a la estratifica-ción (o fragmentación) de los derechos de ciudadanía. Asimismo, se explora su relación con los arreglos de trabajo y cuidado de trabajadores del sector formal de la economía.

El capítulo 4 se adentra en el análisis de tres programas de alivio de la pobreza aplicados en la Argentina en la primera década del siglo XXI, y destinados a hogares pobres con hijos menores de 18 años: el Plan Jefes y Jefas de Hogar Desocupados, el Programa Fa-milias por la Inclusión Social y la Asignación Universal por Hijo. Partiendo de un análisis de género de dichas intervenciones, se reconstruye el modo en que el Estado interviene en la interacción entre familia, trabajo y políticas sociales, y define responsabilida-des en torno al cuidado.

El capítulo 5 abre un nuevo espectro al indagar el diseño, las regulaciones, las lógicas institucionales y la cobertura de los ser-vicios de cuidado infantil en el país. Se trata de instituciones del sector educativo en el nivel inicial –jardines de infantes y ma-ternales– y algunas ofertas alternativas, como los centros de de-sarrollo infantil y los jardines comunitarios. Se entiende el “cui-dado fuera de casa” como un “modelo para armar”. El análisis empírico concluye explorando las oportunidades y los de safíos para la provisión de servicios públicos que permitan desfami-liarizar y desmercantilizar el cuidado de niños y niñas hasta los 5 años. En este punto, contaremos con la información (a nivel macro) necesaria para reinterpretar los datos empíricos recaba-dos en el AMBA y analizados en los capítulos 2 y 3, e hilvanar las distintas partes del libro.

De esta manera, El cuidado infantil en el sigo XXI explora, desde distintos intersticios y perspectivas, cómo se organizan los cuida-dos de niños y niñas desde el nacimiento hasta los 5 años en la Argentina contemporánea. El texto propone un análisis dinámi-co de la oferta y demanda de servicios de cuidado infantil en el país, y hace foco sobre las necesidades y estrategias de las familias de sectores populares y medios, con hijos pequeños. Forma parte de su de sarrollo el examen del diseño, los enfoques prevalentes, los derechos protegidos y las coberturas de servicios de cuidado infantil de la oferta institucional (sin descontar los modos en que

introducción 23

estos “proveedores de cuidado” entienden el papel social que de-sempeñan). Y, por último, en las conclusiones, se recuperan los principales hallazgos de la investigación y se identifican los desa-fíos en torno a la construcción de una política de cuidado infantil integral, sustentada en los principios de derechos universales para niños, niñas, hombres y mujeres en la Argentina contemporánea.

estrategia metodológica

La investigación se basa en la producción y el análisis de infor-mación primaria y secundaria a partir de una triangulación me-todológica. Los diseños y coberturas de políticas se examinaron a partir del análisis de leyes, regulaciones, planes y programas estatales, y la sistematización y análisis de datos cuantitativos. El análisis sobre planes y políticas educativas se complementó, a su vez, con diez entrevistas en profundidad a actores vinculados al proceso de discusión de la Ley Nacional de Educación (deci-sores) y con trece funcionarios y directivos a cargo de políticas, principalmente educativas, lo que suma un total de veintitrés entrevistas a decisores. Estas entrevistas fueron financiadas por el UNRISD y desarrolladas con la asistencia de Lovissa Ericson.

Para ahondar en la relación entre la oferta y la demanda de servicios de cuidado, recuperamos el relevamiento de dos inves-tigaciones previas, de corte cualitativo, de sarrolladas entre 2007 y 2009.

Por un lado, recorrimos dos barrios del AMBA (La Boca y Ba-rrufaldi). Allí entrevistamos a treinta y un hombres y mujeres con niños de hasta 5 años para conocer las estrategias de cuidado que de sarrollaban, y a veinte mujeres que se de sempeñaban en ser-vicios de cuidado (directoras, docentes, supervisoras y adminis-trativas de jardines de infantes, centros de de sarrollo infantil y jardines comunitarios). Por otro lado, recuperamos un corpus de treinta y dos entrevistas a trabajadores y trabajadoras de distintos niveles ocupacionales, incluidos responsables de áreas de gestión de recursos humanos, en ocho empresas del AMBA, que permiten

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enriquecer la perspectiva, ampliar el abanico socioeconómico de los entrevistados y sumar la mirada de la gestión de las empresas.1

En ese entretejido, identificar y analizar la relación entre la oferta de servicios de cuidado infantil y su demanda nos permiti-rá conocer las condiciones de vida de las mujeres y los niños, las formas en que el Estado se ha adaptado (o no) a los nuevos roles sociales, públicos y familiares de las mujeres contemporáneas, e iluminar la situación de las instituciones y la cultura (en térmi-nos de la valoración del cuidado como bien social, y de la igual-dad de derechos como horizonte político) en nuestro contexto particular.

A lo largo del análisis, se procuró de sarrollar un lenguaje inclusi-vo pero, a fin de no hacer tediosa la lectura, en muchos casos se optó por el uso del masculino sin distinción de género.

1 La primera de estas investigaciones se enmarca en un proyecto lleva-do adelante en el Instituto de Desarrollo Económico y Social (IDES), Unpfa y Unicef (véase Faur, 2012). La segunda, en una investigación del Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social y la Cepal (véa-se Faur y Zamberlin, 2008).