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Andrzej Krzanowski SITIOS AMURALLADOS O FORTALEZAS CHANCAY EN LA COSTA CENTRAL DEL PERÚ * El Período Intermedio Tardío (1000−1450 d.C.) es considerado unánimemente por los investigadores del Perú precolombino el período de la desintegración política y el incremento de conflictos locales y guerras endémicas (p. ej. Conlee et al. 2004; Lum- breras 1999; Moseley 2001). Esto demuestra una gran importancia que le concedían a la seguridad, lo que se manifestaba en la difusión de distintas construcciones de carácter defensivo. Sin embargo, el caso de la cultura Chancay que se desarrolló en aquella época en la costa central peruana (valles de Chancay y Huaura y parcialmente de Chillón y Supe) parece romper con este esquema. En primer lugar los asentamien- tos de la cultura Chancay no tenían carácter defensivo. La población de esta cultura no defendía sus asentamientos ni ciudades, ni siquiera los situaba en los lugares que por su ubicación pudieran considerarse defensivos, ni tampoco levantaba construc- ciones que facilitaran su defensa (Krzanowski 1991). El hecho de que la gente de Chancay no construyera poblados fortificados y sus asentamientos tenían un carácter abierto resulta ser desconcertante dado que en las cuencas altas de los ríos Huaura y Chancay dominaba en aquel tiempo un modelo totalmente distinto. Por ejemplo, casi todos los asentamientos de la cultura Cayash tenían carácter defensivo (Krzanowski 1986, 1988). Construían allí poblados alta- mente fortificados, situados en cumbres y crestas, protegidos además por un sistema cerrado de construcción en altas terrazas, con trincheras y murallas. Independiente- mente construían atalayas y fortalezas-refugios. Hasta ahora no se ha abordado la cuestión de la defensa con respecto a la cultura Chancay 1 . El único sitio conocido, mencionado en este contexto fue Acaray (HU-56). Únicamente tras haber llevado a cabo un reconocimiento detallado en los valles de * Fuente: A. Krzanowski, Kultura Chancay: środkowe wybrzeże Peru u schyłku epoki prekolumbijskiej (X−XVI w.), Kraków−Warszawa 2009. Es la versión corregida y aumentada del capítulo 5 del libro. 1 P. ej. P. Van Dalen Luna (2004) en el resumen sobre la arqueología del período tardío en el valle de Chancay enumera distintas categorías de los sitios de la cultura Chancay, sin embargo no hay entre ellas fortificaciones.

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Andrzej Krzanowski

SITIOS AMURALLADOS O FORTALEZAS CHANCAY EN LA COSTA CENTRAL DEL PERÚ*

El Período Intermedio Tardío (1000−1450 d.C.) es considerado unánimemente por los investigadores del Perú precolombino el período de la desintegración política y el incremento de confl ictos locales y guerras endémicas (p. ej. Conlee et al. 2004; Lum-breras 1999; Moseley 2001). Esto demuestra una gran importancia que le concedían a la seguridad, lo que se manifestaba en la difusión de distintas construcciones de carácter defensivo. Sin embargo, el caso de la cultura Chancay que se desarrolló en aquella época en la costa central peruana (valles de Chancay y Huaura y parcialmente de Chillón y Supe) parece romper con este esquema. En primer lugar los asentamien-tos de la cultura Chancay no tenían carácter defensivo. La población de esta cultura no defendía sus asentamientos ni ciudades, ni siquiera los situaba en los lugares que por su ubicación pudieran considerarse defensivos, ni tampoco levantaba construc-ciones que facilitaran su defensa (Krzanowski 1991).

El hecho de que la gente de Chancay no construyera poblados fortifi cados y sus asentamientos tenían un carácter abierto resulta ser desconcertante dado que en las cuencas altas de los ríos Huaura y Chancay dominaba en aquel tiempo un modelo totalmente distinto. Por ejemplo, casi todos los asentamientos de la cultura Cayash tenían carácter defensivo (Krzanowski 1986, 1988). Construían allí poblados alta-mente fortifi cados, situados en cumbres y crestas, protegidos además por un sistema cerrado de construcción en altas terrazas, con trincheras y murallas. Independiente-mente construían atalayas y fortalezas-refugios.

Hasta ahora no se ha abordado la cuestión de la defensa con respecto a la cultura Chancay1. El único sitio conocido, mencionado en este contexto fue Acaray (HU-56). Únicamente tras haber llevado a cabo un reconocimiento detallado en los valles de

* Fuente: A. Krzanowski, Kultura Chancay: środkowe wybrzeże Peru u schyłku epoki prekolumbijskiej (X−XVI w.), Kraków−Warszawa 2009. Es la versión corregida y aumentada del capítulo 5 del libro.

1 P. ej. P. Van Dalen Luna (2004) en el resumen sobre la arqueología del período tardío en el valle de Chancay enumera distintas categorías de los sitios de la cultura Chancay, sin embargo no hay entre ellas fortifi caciones.

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Huaura y Chancay, respaldado por una análisis de fotografías aéreas y satelitales, fui capaz de identifi car una serie de sitios de carácter defensivo que, o antes permanecían desconocidos o no se los vinculaba a la cultura Chancay (Fig. 1).

En términos generales, fueron considerados como tales los sitios amurallados de cumbres. No obstante hay que dejar claro que la función de este tipo de sitios, por otro lado conocidos de otras regiones de Perú, no es un asunto evidente. Por una parte, poseen una construcción y localización de valores “defensivos”, pero por otra, muchas características que cuestionan este propósito. Últimamente esta cuestión se ha convertido en el tema de polémica entre los arqueólogos andinos. Hasta ahora no han llegado a un acuerdo, por lo consiguiente, merece la pena aportar argumentos a favor y en contra de la función defensiva de tales sitios.

El debate consiste esencialmente en como comprender e interpretar confl ictos y guerras andinas de los tiempos prehispánicos, o sea, en el contexto de las fuentes arqueológicas. Se sabe que el imperio Inca disponía de un ejército poderoso apoyado por una compleja infraestructura militar: caminos, almacenes, fortalezas (D’Altroy 2002; Hyslop 1984; Raffi no 1981). En las crónicas españolas que describen la his-toria de los Incas se menciona también que antes de la fundación del imperio hubo una época de frecuentes guerras y batallas entre los habitantes de los valles e incluso entre los pueblos vecinos (Cieza de León 1984 [1553]: p. II, cap. IV; Garcilaso de la Vega 1976 [1609]: 121−123; Guaman Poma 1980 [1613]: 52). No obstante, la cuestión de las fortalezas incaicas (llamadas pucaras) no está del todo clara. El ejemplo más espectacular puede ser Sacsayhuamán cerca de Cuzco, considerado la mayor forta-leza de los Incas. Hoy en día hay cada vez más investigadores que opinan que esta impresionante construcción fue erigida como un templo, y no una fortaleza, aunque en ciertas circunstancias puede que cumpliera este papel (D’Altroy 2002: 121−124; Gasparini, Margolies 1977: 291−300; McEwan 2006: 76; Rostworowski 1988: 60).

Los sitios rodeados de murallas, por tanto, con una probable función defensiva, aparecen a fi nales del Horizonte Temprano. Por consiguiente, todo eso demuestra que la guerra fue un elemento constante en la vida de las sociedades andinas desde por lo menos I milenio a.C. Sin embargo, un gran número de arqueólogos cuestiona las funciones defensivas de tales sitios considerando que tienen carácter simbólico--religioso (p. ej. Parsons, Hastings, Matos 2000: 167; Topic, Topic 1997a, 1997b). Se señala aquí un fuerte aspecto religioso de la guerra sobre lo que tenemos sufi cientes informaciones con respecto a los Incas (p. ej. Szemiński, Ziółkowski 2006: 188−205; Ziółkowski 1997: 215 y sig.), pero también en lo que se refi ere a los períodos más tempranos. El carácter ritual de la guerra se refl eja por ejemplo en la iconografía de las culturas costeñas Moche y Nazca. Las escenas de batallas presentes en la cerámica muestran que se trata aquí más bien de batallas rituales de los grupos seleccionados específi camente para este propósito, y no de las verdaderas batallas entre numerosos grupos de enemigos (p. ej. Bawden 1996; Hocquenghem 1987). La probabilidad de esta interpretación parecen confi rmar también numerosos informes etnográfi cos acer-ca de la práctica, entre las comunidades campesinas de los pueblos quechuas, de las batallas rituales llamadas tinkus (Hartmann 1972; Platt 1987; Urton 1993), durante

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las cuales pudo tener lugar la conquista de las fortalezas, frecuentemente construidas para este fi n (Topic, Topic 1997a: 578). El objetivo ritual fue asegurar la fertilidad de la tierra rociada con la sangre de los guerreros, pero asimismo es signifi cativo el as-pecto social que unía a los participantes dentro de las márgenes de una comunidad. Sin embargo, a menudo en una rivalidad directa de las comunidades o sus parcia-lidades se resolvían confl ictos por tierra o pertenencias. La consecuencia del desa-rrollo de esta tesis es aceptar que muchos de los sitios “fortifi cados” pudieron haber sido erigidos con el fi n de organizar combates rituales, por lo consiguiente, servían como templos o sitios para ejercer prácticas rituales, y no para defender pobladoso territorios.

Fig. 1. Sitios amurallados en la costa central mencionados en el texto

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Los propagadores más destacados de esta tesis son John Topic y Th eresa Topic (1987, 1997a, 1997b). También esgrimen numerosos argumentos relacionados prin-cipalmente con la misma construcción de las “fortalezas”, cuyo objetivo es desbaratar su función militar. Los más importantes son los siguientes:

a) la localización a una distancia considerable de los poblados, lo que signifi -ca que los campos y las moradas junto con los bienes estaban expuestos a la merced de los agresores sin posibilidad de su protección p. ej. a través de los ataques desde la fortaleza;

b) la falta del fuente del agua en el interior lo que signifi ca que en el caso de un asedio se pudo haber sobrevivido máximo unos días;

c) en las murallas que rodean los asedios se hallan frecuentemente unas cuantas entradas lo que no habría facilitado la defensa; asimismo, se conocen los casos que indican que las puertas se cerraban por fuera (p. ej. Chankillo);

d) en repetidas ocasiones las murallas no rodean completamente la colina, sino dejan una parte sin defensa contra el enemigo;

e) en varias murallas faltan parapetos (o existen solamente en tramos cortos), es decir, construcciones que garantizan protección a los defensores y permiten la observación del baluarte; en la mayoría de los casos las murallas son de-masiado estrechas como para poder desplazarse por su parte superior;

f) la falta de restos de armas y piedras que pudieron ser utilizadas como proyec-tiles de hondas;

g) adentro no se encuentran huellas de cualquier presencia humana (o bien son muy escasas).

J. Topic y T. Topic (1987) dicen que la misma localización encima de una lomay el hecho de haber rodeado el terreno con unas cuantas murallas no son sufi cientes como para poder reconocer que un sitio funcionaba como fortaleza. Enumeran otras condiciones que se tienen que cumplir para poder confi rmar su carácter defensi-vo. Así como, parapetos en las murallas o terraplenes, trincheras y piedras para las hondas. En consecuencia, si aceptan criterios tan severos junto con la hipótesis de la frecuencia del hábito de batallas rituales, quiere decir que consideran que la mayoría de los sitios de este tipo tenía funciones ceremoniales2.

La opinión totalmente opuesta a la presentada por J. Topic y T. Topic manifi estan Elizabeth Arkush y Charles Stanish (2005). Apoyándose en numerosos ejemplos de otras partes del mundo les acusan de un punto de vista demasiado “eurocéntrico”, sin tomar en cuenta una diferente técnica bélica y criterios defensivos de las sociedades primitivas o antiguas como es el caso de los pueblos andinos. La siguiente cita pre-senta sus ideas:

Andean states, for all their impressive accomplishments, had military technology very diff erent from European and Near Eastern types because of the lack of professional standing armies, draft animals, and heavy wheeled armaments […]. In addition, small-scale, decentralized so-cieties and regional chiefdoms fl ourished before the emergence of Andean states and in the

2 Fíjese también en el comentario de T. Topic al artículo de E. Arkush y Ch. Stanish en Current Anthropology (2005).

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spatial and temporal interstices between them. In these nonstate contexts (as elsewhere in the world) we should expect that war parties would have been smaller, defenses less impressive, and attacks more likely aimed at raiding, harassment, or the capture of prisoners and trophies rather than the conquest of territory and subjects […]. Th is does not mean that warfare in the Andes involved low casualties or low stakes. However, fortifi cations did not need to look like Old World citadels to be eff ective. Cross-cultural ethnographic and historical sources demon-strate repeatedly that smaller and less impregnable defenses like those seen in many parts of the pre-Hispanic Andes were used in similar premodern contexts around the world. By and large, these sites were perfectly defensible in their social context. Many of the criteria used to argue against military functions of settlements in the Andes and elsewhere are incorrect when com-pared with ethnographic and historical data from organizationally and technologically similar societies (Arkush, Stanish 2005: 7).

En su artículo se muestran críticos con la mayoría de los argumentos de los Topic. Señalan que en los sitios que están rodeados de murallas incompletas, suelen faltar partes de murallas del lado que está protegido de forma natural (p. ej. precipicio), por lo mismo, no se puede cuestionar la función defensiva. Lo que se refi ere a la falta de parapetos se citan varios ejemplos etnográfi cos del uso de empalizadas para proteger las aldeas (p. ej. en la Amazonía) que también son conocidas de los poblados preco-lombinos de la América del Norte y los neolíticos de Europa. Igualmente que las mu-rallas sin parapetos, ellas tampoco aseguraban una buena visibilidad para lanzar pro-yectiles. Su papel consistía sobre todo en bloquear el acceso al poblado asegurando la protección contra un inesperado ataque. Los parapetos o plataformas para disparar podían ser construidas únicamente en lugares descubiertos o expuestos al ataque.

La existencia de las múltiples entradas no cuestiona la función defensiva del sitio. E. Arkush y Ch. Stanish creen que su papel consistía en asegurar a los defensores la posibilidad de atacar o escapar. Las entradas solían ser estrechas, fáciles de ser rápi-damente bloqueadas, por eso su existencia no favorecía mucho a los agresores. Para apoyar esta tesis se mencionan, entre otras cosas, ejemplos de las antiguas fortalezas de este tipo en la cuenca del Mediterráneo.

La ubicación lejos de los poblados y la falta de los vestigios de presencia humana les parecen lógicas, siempre y cuando se los considere como refugios, utilizados sólo en el momento de peligro. Su objetivo no era defender campos u hogares, sino per-sonas y animales.

La falta de fuentes de agua interiores es una característica común para la mayoría de los sitios fortifi cados de los Andes. Esta situación debió de ser particularmente difícil para los defensores de la costa, ya que es una región que prácticamente care-ce de precipitaciones. De todos modos, la falta del agua habría sido crucial solo en caso de un asedio duradero. Pero por lo visto, casos como este eran excepcionales. De la historia de los Incas que disponían de un notable ejército y una compleja logística (almacenes, caminos) conocemos apenas cinco episodios de este tipo durante toda la campaña de la conquista de los Andes, de los que sólo uno ocurrió en la costa3. En

3 Se trata de la conquista de Topa Inca del señorío Guarco en el valle de Cañete (Rostworowski 1980).

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el Período Intermedio Tardío, cuando existían muchos señoríos, parece aún menos probable que los mismos estuvieran dispuestos a este tipo de operaciones. E. Arkush y Ch. Stanish (2005: 9−10) proporcionan ejemplos (entre otros de Nueva Zelanda, Indonesia y Nueva Guinea) que muestran que si no se trataba de un país centralizado con una logística desarrollada, no se acudía a los asedios, y las fortalezas o poblados defensivos sin fuentes de agua o sus depósitos eran comunes.

En general, no es posible negar la función defensiva de los sitios amurallados. Lo que no signifi ca que no se pueda reconocer que cumplieran funciones ceremoniales o incluso funcionaran como templos. Ambas funciones no necesariamente se exclu-yen, lo que muestran numerosos ejemplos de diferentes épocas y partes del mundo. Eso quiere decir que al interpretar los sitios como estos deberíamos tomar en consi-deración las dos funciones4.

Según lo mencionado más arriba en relación al área de investigación, a la cate-goría de los sitios de carácter defensivo han sido incluidos todos los sitios situados encima de los cerros y rodeados de murallas. Ninguno de ellos es un poblado, ni tiene rastros de cualquier presencia humana, excepto uno (Acaray). Han decidido aplicarles funciones defensivas, ya que son las únicas construcciones que pudieron haberlas desempeñado. Optar por la tesis de que son los asentamientos exclusiva o principalmente de carácter ceremonial, signifi caría en consecuencia considerar de que la gente de la cultura Chancay no prestaba atención a la defensa, lo que parece muy poco probable para esta época y región.

Según mi punto de vista, los Chancay no subestimaban la amenaza militar, pero solucionaban las cuestiones de seguridad de otra manera que sus vecinos de la sierra. En vez de fortalecer los poblados construían en su proximidad distintos tipos de construcciones defensivas. Basándome en el análisis de una serie de establecimientos defensivos que he podido identifi car en la región, propongo clasifi carlos en tres clases principales. Es decir, ciudadelas, fortalezas y atalayas. Cada uno se caracterizaba por distinta construcción y desempeñaba un papel diferente en el sistema defensivo de los valles.

CIUDADELAS

La verdad es que en el área central del dominio Chancay solo un sitio se puede cla-sifi car como ciudadela – Acaray (HU-56) en el valle de Huaura. Es conocido desde hace tiempo, inicialmente como Fortaleza de Huaura (Horkheimer 1965: 42; Ruiz Estrada, Torero 1978). A partir de 2004 el asentamiento de Acaray es investigado por Margaret Brown de University of Illinois, sin embargo los resultados de su trabajo no

4 La posibilidad de que los sitios amurallados tuvieran carácter ceremonial y al mismo tiempo defensivo la aceptan tanto E. Arkush y Ch. Stanish como J. Topic y T. Topic.

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Fig. 2. Vista aérea de la ciudadela Acaray (HU-56) desde el noreste. Foto Google Earth

Fig. 3. Plano de la ciudadela Acaray (HU-56) a base de imágenes satelitales.El color gris marca campos de cultivo

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están publicados y estoy familiarizado exclusivamente con noticias lacónicas (Brown Vega 2007) y un informe de la primera temporada5.

El sitio está situado encima de una loma alargada que entra en forma de un cabo entre los campos de cultivo localizados en la orilla derecha del río Huaura. La ciuda-dela domina ligeramente el valle (unos 50 m), pero su localización garantiza una vista extensa tanto aguas arriba como en dirección del océano (Fig. 2). Las construcciones ocupan las culminaciones del cabo, formando una clara división en tres sectores, de los cuales cada uno está rodeado por una muralla. Están marcados en el plano (Fig. 3) con las letras A, B y C6.

El sector A, ubicado en la parte occidental del asentamiento está rodeado de dos murallas. El exterior, mejor conservado, mide unos 550 metros de longitud y rodea el área de 1,5 ha. Por el lado exterior, desde noroeste, junto a la muralla fue construido un edifi cio compuesto por unas piezas. La muralla principal tiene grosor de 1−2 my su altura alcanza en algunos sitios 2,5 m. Está construido con piedras sin labrar que forman la fachada y el relleno está compuesto por el barro con piedritas, ladrillos adobe y restos de plantas. Otras murallas de este sitio están construidas de manera similar.

La muralla interior no rodea toda la colina, ya que en su parte occidental y austral se une con los afl oramientos rocosos que constituyen su natural prolongación. En la parte superior se encuentra una construcción cuadrangular con una plaza cercada. Asimismo en la parte occidental se pueden ver ruinas de edifi cios.

El sector B está formado por tres concéntricas murallas que rodean la cumbre (Fig. 4). Es la parte más compleja, probablemente la parte principal de la ciudadela. La muralla exterior de longitud de unos 700 m rodea el área de 3 ha.

Por el lado occidental está construida junto a la muralla una estructura cuadri-lateral. En el noroeste se ven huellas de edifi caciones a decenas de metros de la mu-ralla. En el espacio entre la muralla exterior y central también hay una construcción cuadrilateral.

Las dos siguientes murallas – central e interior rodean el cerro de manera concén-trica. En la muralla interior que rodea sólo la cumbre del cerro, en una parte se ve el parapeto. En la cumbre hay una construcción grande, pero arruinada que en el pasado debió haber medido unos metros de altura. M. Brown encontró en su interior una gran cantidad de guijarros probablemente usados como proyectiles (Brown Enrile, Rivas Panduro 2004: 17).

El sector C es una zona rodeada por una sola muralla, está construido junto al sector B compartiendo con él la muralla exterior. La longitud de la muralla (junto con el tramo común) es de unos 500 m y la superfi cie rodeada mide unos 1,5 ha. Se hallan aquí ruinas de varios edifi cios asi como de plataformas.

5 Gracias a la cortesía de Margaret Brown he tenido oportunidad de conocer el informe preparado para el Instituto Nacional de Cultura del Perú (Brown Enrile, Rivas Panduro 2004).

6 El plano más detallado de Acaray lo ha hecho el equipo de M. Brown. Contiene una serie de objetos invisibles en la imagen satelital en la que se basa mi croquis. Sin embargo, también aquí se pueden ver los elementos más destacados que son parte de este sitio.

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Fig. 4. Vista a las tres murallas de la ciudadela Acaray (sector B)

Fig. 5. Plano de la ciudadela Collique a base de imágenes satelitales

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En todos los sectores, aunque menos en el B, se puede observar en la superfi cie los restos que demuestran que el terreno antiguamente estaba poblado: fragmentos de cerámica, herramientas de piedra, fragmentos de conchas, telas, etc. M. Brown que documentó numerosas huellas de asentamiento humano (murallas, terrazas, basureros) en las laderas, detrás de las murallas, considera que allí se encontraban las principales concentraciones de la población (Brown Enrile, Rivas Panduro 2004: 10−13, 25).

Existen numerosos elementos que señalan que Acaray fue construido con el fi n de cumplir el papel defensivo. Lo demuestra la distribución de los edifi cios, pero también el hecho de haber construido los parapetos en la muralla más elevada del sector B, y la existencia del depósito de guijarros-proyectiles encontrados en el lugar.M. Brown informa también que en otras partes de la ciudadela y en las laderas encon-tró sueltos guijarros. Asimismo, se puede notar que las murallas fueron arregladas en algunos lugares, probablemente como consecuencia de los daños causados por alguna guerra. Igualmente, en el cementerio cercano M. Brown encontró numerosas calaveras que presentaban señales de daños que pudieron haber sido resultado de alguna batalla (Brown Enrile, Rivas Panduro 2004: 25).

Con respecto al fechado de Acaray no hay duda de que fue construido y habitado principalmente en el Período Intermedio Tardío. Hay abundancia de cerámica de la cultura Chancay tanto en estilo Lauri/Quillahuaca como en blanco y negro. Además Brown informa que ha encontrado algunas piezas de cerámica de los fi nales del Ho-rizonte Medio y Horizonte Temprano. Éstas se encontraban en el relleno de las mu-rallas lo que puede signifi car que Acaray fue levantado en el asentamiento temprano o el material de construcción fue traído de otro lugar. No obstante, basándose en 10 análisis de radiocarbono M. Brown cree que Acaray fue habitado en el Horizonte Temprano y en el Período Intermedio Tardío7. Entonces, quizás las primeras cons-trucciones defensivas pueden tener sus raíces tempranas.

En el valle de Huaura, el sitio Acaray resulta ser el único en su especie. Tampoco existe uno parecido en el valle de Chancay. Sin embargo, los asentamientos parecidos a Acaray se pueden encontrar en los valles vecinos. Son Chimucapac en el valle de Supe y Colique en el valle de Chillón. El primero es considerado el sitio del Horizonte Medio, pero únicamente a base del material obtenido por M. Uhle en 1925 del pobla-do y del cementerio situado a los pies del cerro fortifi cado (Menzel 1977: 29−36; Uhle 1925). En la misma ciudadela, hasta donde yo sé, no se realizaban, ni entonces ni más tarde, ningunos estudios. Me parece poco probable que pueda ser cronológicamente más tardío de lo que se considera en actualidad. Al igual que en Acaray disponemos aquí de dos culminaciones de cerros, una próxima a la otra, rodeadas de triples con-céntricas murallas cada una. Además, todo está rodeado por una cuarta muralla de

7 Se menciona el tema en el resumen de la conferencia, sin entrar en detalles sobre el contexto de las fechas (Brown Vega 2007).

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unos 2 km de longitud que abarca el área de unos 22 ha8. Entre las murallas se sitúan edifi caciones de diferentes tamaños.

En lo que se refi ere a la ciudadela Collique no hay dudas de que fue utilizada en el Período Intermedio Tardío, y luego también por los mismos Incas, lo que de-muestra el abundante material monumental en la superfi cie (Dillehay 1977: 400). El sitio de Collique está compuesto por un cerro rodeado de unas cuantas murallas, entre las que dos están casi completas y las otras (¿dos?) sólo parcialmente conserva-das (Fig. 5)9. En la cumbre, pero también en el espacio entre las murallas superiores se hallan numerosas construcciones de carácter residencial y de almacenamiento,y también plazas10. El conjunto ocupa el área de 12,5 ha.

Si comparamos estos tres sitios de los valles de Huaura, Supe y Chillón, nos damos cuenta de que tienen muchas similitudes, presentando un modelo común. Eso quiere decir que Acaray no es nada excepcional, sino que pertenece al grupo de sitios, deno-minados aquí ciudadelas, las que existían también en otros valles de la costa peruana en el Período Intermedio Tardío. Los rasgos comunes son, primero, la localización encima de un cerro lo que permite dominar visualmente casi todo el valle y asegura vistas panorámicas. La localización preferida es un cerro no muy alto, situado en el centro del valle, en la cercanía de los regadíos. Por otra parte, una construcción com-pleja, compuesta por unas cuantas murallas que rodean la cumbre del cerro, y nume-rosas edifi caciones dentro, y a veces fuera del recinto. Finalmente, estaban habitadas de forma permanente, lo que demuestran los basurales.

Las ciudadelas desempeñaban seguramente funciones no sólo, o tal vez no sobre todo defensivas. Probablemente eran las sedes fortifi cadas de los soberanos locales11. De las fuentes etnohistóricas resulta que la ciudadela de Collique pudo haber sido la sede del soberano del señorío Colli que ocupaba casi todo el valle de Chillón (Dille-hay 1977: 400; Rostworowski 1970: 14−16, 1977: 48−50; 1988: 78−79). En lo que se refi ere a Acaray y Chimucapac desafortunadamente no tenemos ningunas informa-ciones en las fuentes etnohistóricas.

Para apoyar esta tesis hay que servirse del ejemplo del sitio Cerro Arena de la costa norte (Lambayeque). Data del Período Intermedio Tardío y está vinculadoa la cultura Chimú. Tiene rasgos que permiten incluirlo sin duda alguna en la cate-goría de las ciudadelas, destacada aquí para la costa central. Está situado en un cerro,

8 Valores aproximados porque se conservaron sólo tres segmentos de la muralla que parecen constituir más de la mitad de su longitud original.

9 Se conoce el croquis de este sitio, diseñado en el siglo XIX por G. Squier. Se ven en él tres murallas que rodean toda la cumbre del cerro, y dos adicionales, que parcialmente limitan el acceso desde el noroeste (Squier 1877: 88).

10 En el croquis detallado hecho en 1969 por F. Engel (1987: 153) se puede notar lo espesa y compleja que era la construcción entre murallas. Desafortunadamente, la reproducción de su croquis que está en su libro es de tan mala calidad que he decidido adjuntar mi propio, simplifi cado croquis de este asentamiento.

11 Una tesis de este tipo la planteó Julio C. Tello refl exionando sobre la función de la ciudadela de Cerro Sechín en el valle de Casma. Entre otros ejemplos, enumeró también Collique y Chimucapac (Tello 1956: 87).

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entre los campos de cultivo, rodeado de cuatro murallas concéntricas, se encuentran aquí numerosas edifi caciones y basureros. A. Figueroa y F. Hayashida (2004) en su informe preliminar sobre las investigaciones de este sitio expresan varias dudas en lo que se refi ere a su carácter exclusivamente defensivo. El hecho de que el cerro no esté bien fortifi cado de todos sus lados, que le falten torres u otras construcciones en las murallas que pudieran haber facilitado la defensa y de que no se hayan encontrado ni proyectiles ni elementos de cualquier tipo de arma niega la función defensiva del sitio. Según su opinión fue el centro administrativo relacionado con la vigilancia de la actividad agrícola en el valle. La localización encima de un cerro iba a asegurar el control visual de las tareas campestres y del uso de los canales de riego. Las murallas, no sólo iban a limitar el acceso, sino también hacer de la ciudadela un lugar fácil de distinguir desde lejos. El carácter de las edifi caciones y el hallazgo de objetos peculia-res en los sitios cercanos (p. ej. de metal, o nácar) puede sugerir que en Cerro Arena vivió un grupo de élite local que tenía el control o poder sobre los habitantes (Figue-roa, Hayashida 2004: 369−370).

Resumiendo lo dicho anteriormente, parece justifi cada la conclusión de que la ciudadela Acaray en el valle de Huaura fue una sede fortifi cada de algún soberano local. En caso de que él mismo no viviera aquí de forma permanente, sino sus repre-sentantes, la fortaleza representaba, gracias a su magnitud y una localización estraté-gica, un símbolo incuestionable de su poder sobre el valle. Sin duda, su localización hacía posible el control visual de cualquier actividad en un territorio considerable del valle, incluyendo la mayoría de los campos irrigados en aquel tiempo. Frente a una amenaza, fue posible defenderse, asegurando también refugio a la población vecina junto con sus pertenencias.

FORTALEZAS

Bajo el nombre de la fortaleza han agrupado sitios situados en los cerros rodeados de murallas concéntricas. Por lo tanto, desde el punto de vista arquitectónico se pa-recen a las ciudadelas, no obstante, hay algunas características que las distinguen. Sobre todo, no están presentes restos de edifi cios o son escasos. Por lo consiguiente, los espacios entre murallas mayormente están vacíos. El segundo rasgo signifi cativo es la falta de huellas de una estancia permanente. Generalmente, en las fortalezas no encontramos casi nunca el material mueble arqueológico, lo que difi culta de manera signifi cativa la posibilidad de determinar la edad de estos sitios. Según parece, mu-chos de ellos pudieron ser construidos en el Período Intermedio Temprano u Ho-rizonte Medio, pero más tarde fueron utilizadas por comunidades locales hasta los tiempos de los Incas12. Lo que puede ser resultado del hecho de que en cada valle

12 Con respecto a la edad de las fortalezas en el valle de Cañete M. Rostworowski comparte esta idea (1981: 163).

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existía una cantidad limitada de sitios estratégicamente importantes, y que las mane-ras de hacer la guerra no cambiaron tanto como para que las fortifi caciones antiguas perdieran su valor.

Así como en las ciudadelas, también en las murallas de las fortalezas hay algu-nas entradas, situadas a veces de una forma que sugiere la intención de difi cultar el acceso. Las murallas, casi sin excepción, están construidas de piedras sin labrar y su construcción no se distingue de la descrita en caso de Acaray.

Tomando en cuenta la importancia de la localización y del tamaño destacan tres fortalezas situadas a orillas del océano. En el valle de Huaura es Cerro Colorado (HU-1)localizado en el extremo austral (izquierdo) del valle, a unos 3,5 km del Pacífi co. De aquí hay vistas panorámicas a la desembocadura del río y a toda parte costeña del valle Huaura (Fig. 6). La fortaleza está compuesta por tres murallas concéntricas. En la muralla exterior, de unos 690 m de longitud, la entrada principal está situada en el lado sur-este, y las otras dos, probablemente en el lado norte. En el interior se ven contornos de dos edifi cios. Las murallas, central y superior no están construidas de forma continua, ya que fueron utilizadas naturales afl oramientos rocosos. En la cum-bre se ven contornos de algunas edifi caciones, incluyendo una redonda en la línea de la muralla (Fig. 7). Todo sitio ocupa el terreno de 3,5 ha.

Al mismo tipo de fortalezas pertenece el sitio Cerro Pasamayo (CH-3) en el valle de Chancay. Así como el anterior, éste también está localizado en el extremo austral

Fig. 6. Vista aérea de la fortaleza Cerro Colorado (HU-1) desde el suroeste. Foto Google Earth

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(izquierdo) del valle, a unos 3,5 km del Pacífi co. Ocupa una colina bastante baja que penetra las tierras de cultivo. De aquí hay vistas panorámicas tanto hacia arriba del valle como hacia la desembocadura del río y las orillas del océano (Fig. 8). El cerro está totalmente rodeado de dos concéntricas murallas, de las que la superior llega a medir 2 m de grosor. La parte superior fue dividida en dos partes con una muralla de un pasadizo en zigzag. A los pies del cerro hay una tercera muralla, hoy en día conservada en casi la mitad de su longitud. En el norte y este se ven contornos de dos edifi cios cercanos a la muralla exterior (Fig. 9). La superfi cie rodeada por la muralla es de unos 15,6 ha.

El tercer ejemplo es la fortaleza Cerro de San Pedro (CH-7) situada en las cerca-nías del pueblo de Ancón, en la zona entre los valles de Chancay y Chillón. Es la que está situada más cerca del océano (1,2 km), en un cerro, próximo al enorme cemen-terio de Ancón. La constituyen tres concéntricas murallas, de las que la exterior rodea el terreno de unos 1,4 ha. Más abajo se puede ver otra muralla que puede que fuera la cuarta que rodeaba el cerro (es visible en un poco más de la mitad de su probable longitud). No hay ningunos vestigios de edifi cios (Fig. 10).

Fig. 7. Plano de la fortaleza Cerro Colorado (HU-1) a base de imágenes satelitales

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Fig. 8. Vista aérea de la fortaleza Cerro Pasamayo (CH-3) desde el este. Foto Google Earth

Fig. 9. Plano de la fortaleza Cerro Pasamayo (CH-3) a base de foto aérea SAN 1002-16 tomada en 1945.El color gris marca campos de cultivo

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Estas tres fortalezas seguramente desempeñaban una función excepcional. Lo de-muestran tanto una localización estratégica como una superfi cie y un tamaño con-siderable de las construcciones. El hecho de que prácticamente no haya restos de edifi cios, y de que sea difícil encontrar aquí vestigios de la presencia humana puede indicar que las fortalezas no disponían de una guarnición permanente o tal vez fuera muy escasa. Por lo consiguiente, parece que eran utilizadas sólo en los momentos de amenaza, funcionando como refugios para los habitantes del valle. Puede que des-empeñaran funciones religiosas, ya que si en algún lugar fueran a tener lugar batallas rituales, habría sido precisamente aquí. Además, llama la atención la localización de las fortalezas próxima al océano, lo que permite observar una gran parte de la costa y del océano. Esto sugiere que su propósito consistía en controlar también lo que ocurría en el agua. Pudo haberse tratado de la actividad de los pescadores, aunque personalmente pienso que, sobre todo, se trataba del control de embarcaciones de comerciantes o agresores.

Sabemos que las balsas de troncos de árboles y de haces de caña eran utilizados por los habitantes de la costa tanto para la pesca como para el trasporte de gentey mercancías (Urteaga 1978). El señorío Chincha, situado en la costa sur de Perú, que se dedicaba al comercio costero a gran distancia, fue en los últimos siglos antes de la conquista una “potencia” marítima (Rostworowski 1977: 97−140). Sobre el hecho de

Fig. 10. Plano de la fortaleza Cerro de San Pedro (CH-7) a base de imágenes satelitales

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Fig. 11. Plano de la fortaleza García Alonso (CH-14) a base de imágenes satelitales.El color gris marca campos de cultivo

Fig. 12. Plano de la fortaleza La Viña (CH-21) a base de imágenes satelitales.El color gris marca campos de cultivo

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que emprendían expediciones marítimas informan, por ejemplo, los recuerdos sobre las invasiones desde el mar que permanecieron en la memoria de la costa norte13.

Los ejemplos de las fortalezas situadas de la misma forma que las descritas aquí, se pueden encontrar en muchos lugares del Perú. Al norte son p. ej. Caleta Vidal en el valle de Supe o Playa El Castillo en el valle de Culebras (Prządka, Giersz 2003: 32−33), y al sur Cerro Azul en el valle de Cañete. M. Rostworowski, tras haber ana-lizado esta última también cree que su función era de defender contra los ataques desde el mar (1980: 160).

Las otras fortalezas, García Alonso (CH-14) y La Viña (CH-21) en el valle de Chancay, y probablemente HU-38 en el valle de Huaura, situadas en el interiorde la región ya no son tan majestuosas. Las tres ocupan elevaciones bastante peque-ñas (30−40 m por encima del fondo del valle), localizadas entre las tierras de cultivo. En el sitio García Alonso se puede ver una muralla de piedra que rodea la cumbre junto con unas edifi caciones. La segunda muralla se encuentra a los pies del cerro y se puede ver únicamente desde el lado norte. En su exterior se hallan numerosas edifi caciones (Fig. 11). H. Horkheimer (1965: 44) informa que también en el lado sur hubo edifi caciones (hoy en día destruidas), las que él defi nía como incaicas.

El sitio La Viña está compuesto por dos murallas concéntricas (Fig. 12). H. Hork-heimer indica que una de ellas contiene un parapeto (1965: 47). La muralla exterior (parcialmente destruida por los cultivos contemporáneos) rodeaba el terreno de unas 3 ha.

En ambos valles, Chancay y Huaura, 6 sitios fueron identifi cados como fortalezas. Se encuentran o cerca del océano o a una distancia no muy grande (hasta 10 km). Ninguno de ellos se encuentra en la parte central del valle, es decir, en la zona fronte-riza con los señoríos de las partes serranas de las cuencas. A primera vista, este hecho parece ser sorprendente, sobre todo, a la luz de la existencia de numerosas informa-ciones etnohistóricas sobre los confl ictos de los costeños con los serranos. Aunque no disponemos de esta clase de informaciones para los valles de Huaura y Chancay, pero en lo que se refi ere al valle de Chillón, han publicado y analizado textos que cer-tifi can confl ictos armados entre el señorío costeño Colli y el serrano Canta (Dillehay 1987; Rostworowski 1977). Sin embargo, a pesar de una detallada prospección ar-queológica del valle de Chillón, T. Dillehay identifi có en la zona “fronteriza” sólo una fortaleza. Declara entonces que “a pesar de la existencia de las pruebas etnohistóricas de la conquista de estos terrenos, faltan datos arqueológicos que puedan confi rmar su ocupación a través de una guerra exitosa” (Dillehay 1987: 431).

13 El cronista M. Cabello Valboa anotó en 1586 una leyenda sobre la llegada a la región de Lambayeque una enorme fl ota de balsas bajo los órdenes de un tal Naymlap que se asentó allí junto con sus hombres (Cabello Valboa 1951: 327-330). De manera parecida, se considera que Taycanamo que llegó también en una balsa fue el legendario fundador del estado Chimú (Rowe 1970: 323−324).

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LAS ATALAYAS

En esta categoría fueron incluidos los sitios de pequeña superfi cie, compuestas por una muralla individual o raras veces una doble muralla concéntrica. En la mayoría de los casos se sitúan en las cumbres de los cerros ubicados alrededor del valle, muy por encima de su fondo. Desde las cumbres hay vistas panorámicas no sólo al valle sino también a una parte considerable de la sierra. Como regla general, ocupan un terreno no superior a 100−200 m2.

En el valle de Huaura fueron identifi cados 7 sitios de este tipo (Fig. 13). Él más notable resulta ser el conjunto de dos atalayas en Cerro Eriazo (1750 m s.n.m.). Están situadas a menos de 300 m una de la otra, ocupando dos culminaciones de un cerro. Cerro Eriazo A (HU-80) tiene una gruesa muralla, en cuyo interior se encuentran dos edifi cios, cada uno de dos piezas. Cerro Eriazo B (HU-82) es también una gruesa muralla con un edifi cio circular en el interior. Las dos atalayas están situadas muy alto, a más de 1000 m por encima del fondo del valle, ocupando un excelente punto de observación. De aquí hay vistas tanto hacia arriba del valle, como hacia abajo, hasta el océano.

Dos otras atalayas de este valle distingue una doble muralla concéntrica. El sitio Vista Alegre (HU-53) se encuentra en el estuario de los ríos Huaura y Huanangue, sin embargo HU-51 aguas arriba de este último, en Cerro Mina Alta (1622 m s.n.m.).

Los otros tres sitios son HU-35, HU-37 y HU-96. Se sitúan a una altitud de 850−1050 m s.n.m. y se caracterizan por una ubicación topográfi ca “estratégica”, pa-recida a las mencionadas más arriba. No obstante, los sitios carecen de claras cons-

Fig. 13. Ejemplos de atalayas en el valle de Huaura. Croquis a base de imágenes satelitales

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trucciones de murallas que rodeen todo el conjunto, aunque se ven edifi cios y áreas rodeadas de murallas. Por lo consiguiente, no se puede excluir que son grupos de corrales y chozas de pastores que son frecuentes en la zona, si bien no en lugares topográfi camente tan expuestos.

Todas las atalayas descritas del valle Huaura están ubicadas en la parte central del valle formando cierto tipo de franja que separa el valle habitado de las montañas desérticas que funcionaban como una eventual zona “de contacto” con los grupos étnicos que vivían en la cuenca alta.

A esta línea “defensiva” le pertenece la atalaya en Cerro Las Ondas (CH-58), ubica-da casi exactamente en el divisorio entre los ríos Huaura y Chancay (1762 m s.n.m.), lo que seguramente permitía controlar cualquier tráfi co que circulara por esta cima14.

La localización de las otras atalayas del valle de Chancay es distinta a las del valle de Huaura. Por lo general, están más abajo (300−770 m s.n.m.) y próximas a pobla-dos grandes (Fig. 5−14). P. ej. la atalaya CH-60 está ubicada en la cresta de Cerro La Calera que sobresale directamente por encima del centro administrativo-ceremonial Lauri, CH-54 en Cerro Gorgona, justo al lado de Lumbra, en el estuario de los ríos Chancay y Lumbra, y CH-43 en Cerro San Cristóbal que se eleva encima del enor-me centro Pisquillo Chico. En el valle de Huaura sólo las atalayas en Cerro Eriazo se pueden vincular con los poblados de Chancay, ya que están situadas entre dos grandes centros Quintay y Cañas, y enfrente del conjunto Casa Blanca. Sin embargo, se ubican mucho más lejos y más arriba de los poblados que las atalayas del valle de Chancay.

El tema del sitio Cerro Huayán (CH-32), en el valle de Chancay requiere ser abor-dado individualmente porque es imposible clasifi carlo directamente a alguno de los grupos de las construcciones defensivas, mencionados anteriormente. Está ubicado en la cumbre de la montaña Huayán (643 m s.n.m.) que se eleva muy alto por encima del fondo del valle. Las construcciones están situadas en tres culminaciones y en las crestas que las unen (Fig. 15). La parte principal (señalada con la letra A) está com-puesta por dos murallas concéntricas con elementos de edifi caciones en el interior. Por el lado norte y oeste es visible otra, tercera muralla que rodea la cumbre. Dos murallas que rodean la culminación oriental (no totalmente) constituyen la parte B. También se ven elementos de edifi caciones dentro de los muros. La parte C, la más austral, es una muralla que rodea la cumbre, con las edifi caciones adentro. Las mural-las también se ven en las crestas que unen la parte A con las B y C.

El sitio en la parte A se parece a una fortaleza pero midiendo apenas 0.8 ha es muy pequeño en comparación con otros. Por otro lado, las partes B y C son aún más pequeñas y se podrían clasifi car más bien como atalayas. No obstante, todo el conjunto es bastante extenso, ya que las construcciones ocupan unos 750 m la cresta.

14 Lo recorre una antigua ruta desde la sierra hasta la costa, a las cercanías del oasis de neblina Lomas de Lachay. También hoy en día, en la temporada de fl orecimiento de las lomas, los habitantes de la sierra bajan por este camino para pastar, recolectar plantas y cazar (Shoobridge 2004). A lo largo de esta ruta, hay muchas cabañas y cercas, de las que algunas probablemente vienen de los tiempos prehispánicos.

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Fig. 14. Ejemplos de atalayas en el valle de Chancay. Croquis a base de imágenes satelitalesy fotos aéreas (CH-43, CH-60)

Fig. 15. Plano del conjunto de atalayas (?) en el Cerro Huayán (CH-32) a base de imágenes satelitales.Las líneas grises marcan las crestas

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Probablemente tenemos que ver aquí con un grupo complejo de atalayas, aunque el propósito de tanta agrupación no está claro.

En general, las atalayas parecen ser demasiado pequeñas y a menudo situadas demasiado lejos de los poblados o fuentes de abastecimiento para poder tener una guarnición numerosa y defenderse de forma efi caz de los ataques. No obstante, el cuidado con que fueron construidas en la mayoría de los casos, indica su importancia en el sistema defensivo. Seguramente tenían funciones de observatorios y puntos de señalización para los poblados ubicados en el valle. Parece que en el momento de ele-gir la localización de las atalayas, y también las fortalezas tomaban en cuenta no sólo una buena visibilidad del valle, sino también un buen contacto visual entre ellas. Lo demuestra por ejemplo el hecho de que prácticamente de cada uno de estos puntos se puede ver algunas de las atalayas vecinas, pero también los poblados. Eso quizás fuera a facilitar el envío de señales entre las atalayas, y a los habitantes del valle15. Eso quiere decir que disponían de un sistema defensivo de advertencia temprana a los habitantes en caso de la llegada de enemigos, y quizás también del envío de señales.

CONCLUSIONES

Los centros administrativos y los poblados Chancay no tenían carácter defensivo:no los localizaban en lugares que por su n aturaleza tuvieran carácter defensivo, ni tampoco levantaban las construcciones que fueran a facilitar la defensa.

Se garantizaban la seguridad no a través de la fortifi cación de los poblados, sino gracias al levantamiento en su proximidad construcciones defensivas que constituían un complejo sistema que abarcaba todo el valle. Se han distinguido tres tipos de estas construcciones: ciudadelas, fortalezas y atalayas.

En el área central del dominio Chancay el sitio de carácter defensivo más impor-tante fue la ciudadela Acaray – un cerro bien fortifi cado, rodeado de algunas mural-las, situado en el valle de Huaura. Lo más probable es que algún soberano local tuvo allí su sede, y la ciudadela – incluso en caso de que él no residiera allí de forma per-manente – gracias a su magnitud y una localización estratégica constituía un símbolo indudable de su poder sobre el valle. Las ciudadelas parecidas existen también en los valles vecinos, una en Supe y otra en Chillón.

En cuanto a las fortalezas, este nombre lo recibieron las cumbres de cerros ro-deadas de murallas. Distintamente de las ciudadelas, no hay allí restos de edifi cios, ni vestigios de presencia humana. Lo más seguro es que funcionaban como refugios; también podían ser utilizados con el fi n de organizar allí batallas rituales. Las forta-

15 Un interesante análisis cartográfi co de visibilidad (viewshed analysis) para las tres atalayas (el Período Intermedio Temprano) en el valle de Culebras ha hecho M. Giersz (2007: 190−193) demostrando una alta correlación de mutua visibilidad entre ellas y los poblados.

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lezas más majestuosas fueron construidas a orillas del océano, quizás con el fi n de defender contra el ataque de esta dirección.

Las atalayas son sitios de tamaño reducido compuestas en su mayoría por una muralla concéntrica. Construidas en las cumbres montañosas que rodean el valle, muy alto por encima de su fondo; funcionaban como observatorios y puntos de se-ñalización para los poblados ubicados en el valle.

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NOTA DEL AUTOR A LA REEDICIÓN DE 2016

En los años 2009−2013 continué mis estudios sobre las fortalezas y sitios amurallados de la cultura Chancay. Por lo consiguiente, era posible visitar en el campo estos sitios que anterior-mente fueron identifi cados y descritos únicamente a base de imágenes satelitales. Lo funda-mental fue prospección del sitio Cerro Huayán (CH-32), ya que su carácter despertaba tantas dudas. Actualmente pienso que pertenece al grupo de ciudadelas con un complejo sistema de murallas defensivas y numerosos vestigios de edifi caciones adentro. Eso quiere decir que el valle de Chancay no era una excepción, ya que como los valles vecinos, también disponía de una ciudadela.

Durante las investigaciones fueron conseguidos algunos fechados por radiocarbono para las fortalezas (entre otras Cerro Pasamayo, Cerro San Pedro) que confi rmaron totalmente que habían sido construidas en el Período Intermedio Tardío. También mi hipótesis sobre la edad de Chimucapac resultó apropiada: la muestra obtenida de la muralla dio el resultado de 1395−1480 calAD (68,2%) lo que signifi ca que hay que fechar esta ciudadela no al Horizonte Medio, como se ha hecho hasta ahora, sino precisamente al Período Intermedio Tardío.

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