sinopsis - weebly · 2018. 8. 31. · 5 1 traducido por lizc corregido por nanis iré fijamente mi...

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  • 2

    Sinopsis

    lex y Lila están huyendo, tratando desesperadamente de mantenerse un paso por delante de La Unidad, la cual está de

    alguna manera siguiendo todos sus movimientos. Mientras que Alex está decidido a mantener a salvo a Lila y en secreto su habilidad a toda costa, el único pensamiento de Lila es de encontrar una manera de regresar a California para que pueda rescatar a su hermano y madre de la base militar donde están detenidos.

    Luchando por controlar tanto su creciente poder y la profundización de sus sentimientos por Alex, Lila decide que ha llegado el momento finalmente para dejar de correr y empezar a luchar. Junto con Alex, Demos, y los demás que ha venido a considerar como una familia, los planes de Lila no son sólo para salvar a su hermano y su madre, sino también para destruir completamente La Unidad y todo lo que representa. Sin embargo, el plan requiere que Lila regrese a California sola, y hacer amistad con el enemigo; y, al hacerlo, corre el riesgo de perderlo todo: a Alex, su familia... incluso su vida.

    Segundo Libro de la Saga Lila

    A

  • 3

    Contenido Sinopsis

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Capítulo 15

    Capítulo 16

    Capítulo 17

    Capítulo 18

    Capítulo 19

    Capítulo 20

    Capítulo 21

    Capítulo 22

    Capítulo 23

    Capítulo 24

    Capítulo 25

    Capítulo 26

    Capítulo 27

    Capítulo 28

    Capítulo 29

    Capítulo 30

    Capítulo 31

    Capítulo 32

    Capítulo 33

    Capítulo 34

    Capítulo 35

    Capítulo 36

    Capítulo 37

    Capítulo 38

    Capítulo 39

    Capítulo 40

    Capítulo 41

  • 4

    Capítulo 42

    Capítulo 43

    Capítulo 44

    Capítulo 45

    Capítulo 46

    El Momento

    Biografía

  • 5

    1 Traducido por LizC

    Corregido por Nanis

    iré fijamente mi reflejo en el espejo del baño. Tenía el cabello suelto, los ojos en oscuros círculos. Estaba pálida y un poco

    demacrada. Alex estaba de pie detrás de mí, con el torso desnudo y en jeans, con las manos descansando ligeramente sobre mis hombros. El moretón en su mejilla se había desvanecido y sólo había la menor huella de una cicatriz en un ángulo a través de su mejilla hasta su ojo. Se le veía cansado también. La tensión de la semana pasada estaba empezando a mostrarse.

    —Sólo hazlo —le dije.

    Él envolvió mi cabello, retorciéndolo hacia arriba como una cuerda, a continuación, presionó las tijeras contra la nuca de mi cuello y cortó. Hebras rubias cayeron al suelo, pero mantuve mis ojos en Alex, tan centrado en el trabajo en mano. Lo único que me mantenía cuerda, impidiéndome correr directo de vuelta a California para encontrar a mi mamá y Jack, era él. Ocho días zigzagueando al sur de la frontera, tratando de sacudirnos a La Unidad de nuestros talones, nos había traído hasta aquí, al calor sofocante de la ciudad de México, y a esta pequeña habitación de hotel.

    Después que Alex terminó, puso las tijeras y se inclinó para besar mi cuello desnudo. Me robó el aliento, la piel de gallina onduló en mi espalda, y me agarré del borde del estrecho lavabo. Alex levantó la vista, capturó mi mirada en el espejo y me dio una de sus medias sonrisas.

    —Te ves hermosa —dijo.

    Me miré en el espejo. Mi cabeza se sintió más ligera de repente. Mis ojos se veían enormes en el pálido óvalo de mi rostro. Esperaba verme más como una niña, pero me veía más adulta de alguna manera. Los ángulos de mi rostro eran más nítidos, mi cuello más largo. Era como si hubiera perdido los últimos vestigios

    M

  • 6

    de infancia junto con mi cabello. Alex bajó la cabeza una vez más, trazando besos lentamente por mi cuello hacia mi mandíbula, sus dedos recorriendo a través de mi cabello corto.

    Me dio la vuelta y, sosteniendo mi rostro, me besó de lleno en los labios.

    A pesar de todo lo que estaba sintiendo —una mezcla espeluznante, difícil de manejar de miedo y esperanza desesperada— no pude dejar de responder. Puse mis brazos alrededor de su cuello y me empujé más cerca en su contra.

    Desde la noche en Joshua Tree, cuando nos habíamos enfrentado a La Unidad y Jack había sido herido, me sentí como si hubiera perdido el equilibrio; que el mundo estaba rodando bajo mis pies. Alex era la barrera, el ancla que me estaba impidiendo flotar a la deriva. Al igual que lo había sido cuando mi madre murió. Pero ella no estaba muerta, me recordé. Ella estaba viva. Igual que Jack. Me había convencido de eso, aunque sólo sea para evitar los sentimientos aplastantes de la pérdida y culpa que me amenazaba con hundir cada vez que pensaba en lo que podría haber sucedido.

    No, me dije por enésima vez. Los dos estaban vivos y nosotros íbamos a encontrar una manera de rescatarlos.

    Alex de repente rompió el beso, los músculos de sus hombros y brazos tensándose. Miré hacia él, confundida. Él estaba mirando por encima hacia la puerta del baño, como si hubiera oído algo.

    —Quédate aquí —dijo, empujándose más allá de mí y tratando de alcanzar la manija de la puerta. Yo también lo escuché entonces: un chirrido de neumáticos, los portazos de los autos.

    Mi corazón empezó a latir fuerte, mi estómago a contraerse. Alex me dejó allí de pie y se acercó hacia el dormitorio, su mano moviéndose automáticamente a su pistola que estaba atascada en la parte posterior de sus jeans. Miré alrededor del cuarto de baño —ante la falta de un lugar para esconderse o cosas para arrojar— y luego lo seguí.

    Alex estaba de pie junto a la ventana abierta, poniéndose una camiseta mientras escudriñaba la calle. Se volvió a mirarme por encima del hombro.

    —Nos han encontrado —dijo.

  • 7

    La barrera sacudiéndose dentro de mí. Por la expresión de su rostro era evidente que nos habían encontrado.

    —¡Ven, vamos! —Alex me agarró de la mano y me empujó hacia la puerta. Las palabras seguían hundiéndose en mí y mis pies seguían sin responder—. ¡Lila, vamos! —gritó—. ¡No hay tiempo, muévete!

    La Unidad nos había encontrado. ¿Cómo diablos nos habían encontrado?

    Dejé que Alex me empujara a través de la puerta de nuestra habitación de hotel. Arrojó nuestro bolso al hombro y empezamos a correr por el pasillo hacia la salida de incendios en el otro extremo. Justo antes de ella había un armario de limpieza. Alex lo abrió, descolgó el bolso, lo arrojó arriba sobre el estante más alto, y luego cerró la puerta detrás de él. El bolso contenía la mayor parte de nuestro dinero, un par de pistolas y nuestra ropa. Antes de que pudiera preguntarle qué estaba haciendo, él había tomado mi mano una vez más y me estaba arrastrando hacia la salida de incendios.

    Entreabrió la puerta un centímetro. El auge de pasos tronando por las escaleras de escape de incendios nos golpeó. Los hombres de La Unidad estaban a dos pisos debajo de nosotros, y moviéndose rápidamente hacia nosotros.

    Alex maldijo entre dientes y se volvió a mirarme con el ceño fruncido. Odiaba ese ceño fruncido. Luego respiró hondo, empujó la puerta para abrirla a lo ancho y me llevó a través de ella detrás él. De espaldas al ras de la pared, eludimos subir las escaleras tan silenciosamente como nos fue posible. Los hombres de abajo estaban acercándose a nosotros; el ruido de sus botas de punta de acero golpeando los escalones de concretos se hacía eco en las paredes, zumbando en nuestros oídos.

    Mi respiración estaba entrecortada en mi garganta. Abracé a la pared, esperando, con cada paso, sentir mi cabeza estallar de dolor y mis piernas ceder debajo de mí. Vendría pronto. Sabía que lo haría. Y sabía que cuando lo hiciera, caería de rodillas. Alex afianzó su agarre en mí como si estuviera esperándolo también y estuviera a punto de atraparme.

    Llegamos al sexto piso al mismo tiempo que los hombres por debajo de nosotros irrumpieron el cuarto, dispersándose a través de la salida por la que acabábamos de venir. La puerta se abrió de golpe contra la pared con un

  • 8

    tormentoso crujido y Alex abrió la puerta que daba al techo al mismo tiempo, el ruido ensordecido por los gritos y pasos por debajo de nosotros.

    Di un paso por delante de él en la azotea del hotel. A lo lejos podía ver la cúpula de la catedral, pero ningún modo de llegar a la calle de abajo.

    Estábamos atrapados en una extensión abierta de hormigón del tamaño de una cancha de baloncesto.

    —¿Qué camino ahora? —le pregunté.

    Alex corrió hasta el borde del edificio, se arrodilló y examinó el callejón de abajo. Se agachó inmediatamente, recostándose contra la pared fuera de la vista de quien o lo que fuera que estaba abajo. El resto de La Unidad estaba probablemente allí cubriendo las salidas. Éramos peces en un barril. Miré a Alex y vi un pánico tan real en su rostro que mis entrañas se disolvieron.

    Me di la vuelta. No había manera de salir de la azotea. Corrí hacia la puerta. Los pasos se dirigían hacia nosotros ahora. Voces gritaban, ladrando órdenes. Ellos sabían que estábamos aquí. Maldita sea. Maldita sea.

    Miré fijamente a la puerta, enfocando mi mente, y ésta se cerró de golpe con un estrépito. Había un tablón de madera yaciendo descartado a una veintena de metros de distancia. Lo hice girar a través del techo y en mis manos extendidas, entonces lo estrellé debajo de la manija de la puerta, esperando que nos comprara unos segundos más.

    —¡Lila!

    Alex estaba en el otro lado de la azotea. Corrí hacia él y miré por encima del borde. Había un bote de basura vacío en el callejón corriendo por el costado del edificio. La Unidad no parecía estar custodiándolo, pero no había manera de conseguir llegar hasta allí. Estábamos a seis pisos de altura. Miré a Alex, preguntándome en qué estaría pensando. Aunque, no estaba mirando hacia abajo. Estaba mirando hacia el techo opuesto.

    —Tenemos que saltar —dijo.

    —¿Estás bromeando?

    Él no estaba bromeando. El golpe del metal golpeando contra metal nos hizo a los dos echar un vistazo alrededor. El tablón de madera que había colocado

  • 9

    contra la puerta estaba sacudiéndose. Había todo un ejército de hombres en el otro lado de la salida de incendios. Teníamos quizás unos diez segundos para salir del techo antes de que estuviéramos mirando a los torturadores de mi madre a la cara.

    Retrocedí unos pocos metros y luego despegué, golpeando el borde y arrojándome hacia adelante, con los pies pedaleando el vacío hasta que los sentí hacer contacto con el ladrillo. Tropecé y rodé hasta quedar tendida de espaldas, sin aliento. Levanté la vista y vi la parte superior de la cabeza de Alex. Él me miraba con incredulidad. Luego saltó. Fue un salto fácil para él. Aterrizó a mi lado en cuclillas.

    Él negó con la cabeza hacia mí, levantándome a mis pies, y corrimos hacia una puerta al otro lado, agachándonos detrás de ella justo cuando escuchamos el sonido de metal siendo hendido. La Unidad había irrumpido a través de la salida de incendios. Podíamos oír sus pasos corriendo hacia los lados del edificio para mirar hacia abajo, en busca de nuestra ruta de escape.

    —¿Por qué no están disparando? —susurré. No estaba hablando de balas. Me refería a, ¿por qué no estaban disparando el arma que hacía que mi cabeza explotara como un enjambre de avispas atrapadas en el interior de mi cráneo?

    —Sólo tienen un disparo —susurró Alex en respuesta—. Ellos querrán guardarlo hasta que te tengan a la vista.

    Un disparo. Eso sería todo lo que se necesitaría para derribarme hasta mis rodillas de todos modos. Y luego tendría un minuto antes de que pudieran disparar otra ronda. No es que hubiera necesidad. Yo estaría retorciéndome en el hormigón en agonía después de la primera.

    —Por aquí —dijo Alex.

    Nos trasladamos al borde, todavía muy por fuera de la vista. El techo de este edificio corría directamente hacia el próximo, con sólo una repisa baja separándolos. Nos dejamos caer por la borda y bordeamos un montón de basura hasta que estuvimos en el tejado adyacente. Había una salida de incendios en este, pero estaba cerrada con llave desde el interior.

    Alex la golpeó con el puño y maldijo de nuevo.

    —¡Por aquí! —gritó una voz masculina detrás de nosotros.

  • 10

    Miré alrededor de la pared. Cuatro hombres en el tejado del primer edificio estaban ejecutando saltos para borrar la distancia al techo siguiente.

    —Lila, ¿puedes abrir la puerta?

    Oh Dios. La miré. Era una puerta contra incendios de metal. Normal, sin manija en este lado. Normalmente tenía que ver algo con el fin de que se mueva. Traté de visualizar la manija en el otro lado.

    No pasó nada.

    —Es posible que desees darte prisa.

    —Lo estoy intentando —susurré.

    —Esfuérzate más —dijo Alex entre dientes. Estaba aplastado de espaldas a la pared, con el arma apoyada en ambas manos. Cerré los ojos con fuerza y traté de visualizar la manija otra vez. Imaginé cómo se sentiría empujarla hacia abajo.

    La puerta se impulsó con estrépito y se abrió. Le sonreí a Alex. Él me devolvió la sonrisa y nos lanzamos a través de ella en una oscura y húmeda escalera. Cerré la puerta de golpe detrás de nosotros. Llegamos a la planta baja a la carrera y nos detuvimos, sin aliento, antes de la última puerta a la calle. Asentí a Alex. Abrió la puerta una fracción con el pie y miró hacia fuera.

    —Está bien, está despejado. Yo voy primero. Mantente contra la pared, vamos a la izquierda. Muévete rápido, quédate agachada.

    El callejón al que llegamos era un escondrijo de ratas, sólo de unos metros de ancho. Levanté la mirada. Estábamos en sombra parcial. Una cornisa sobresalía justo por encima de nuestras cabezas, dándonos unos quince centímetros de cubierta. Una piedra o algo cayó del techo, levantando un poco de basura cerca de mi pie.

    —¡Cuidado! —gritó Alex, cuando me di cuenta que no era una piedra, sino una bala. La Unidad estaba en el techo, disparando sobre nosotros. El brazo de Alex me estaba sujetando de espaldas contra la pared, por si acaso me sentía con ganas de jugar con una semi-automática.

    —No son balas de verdad. Son de goma —dijo—. No quieren matarnos. Quieren llevarnos vivos.

  • 11

    Eché un vistazo hacia él. ¿Estaba tratando de hacerme sentir mejor?

    En ese momento oímos gritos proviniendo a la vuelta de la esquina. Se acercaban a nosotros desde todas las direcciones. Miré por encima del hombro de Alex y fijé mi mirada en el contenedor de basura de metal al final del callejón. Me imaginé empujándolo por el terreno desigual, y de repente sentí la derivación de ello mientras rodaba lentamente por el callejón. Cuando sentí que encontró la pared de enfrente, empujé con más fuerza, acuñándolo firmemente entre los dos lados del callejón, creando una barrera metálica entre nosotros y La Unidad. Sonreí ampliamente a Alex ante el ruido sordo de las balas comenzando a rebotar del metal.

    —¡Corre! —grité, agarrando de la mano a Alex. Y así lo hicimos, tratando de pegarnos tan cerca de la pared como fuera posible, balas danzando alrededor de nuestros talones, escupiendo tierra y grava.

    Doblamos una esquina a otra callejuela, ésta más amplia que la anterior. Después de treinta metros Alex gritó que me detuviera, y arrojó su peso contra una puerta de madera que se astilló abriéndose con un fuerte golpe. Pasé tropezando a través de la puerta, mi boca abierta. Dos hombres medio desnudos, con toallas colgando de sus cinturas, estaban de pie delante de una fila de armarios metálicos maltratados. Un banco de madera corría por el centro de lo que era obviamente algún tipo de vestuario. Las nubes de vapor se elevaban por encima de nosotros, pero apenas lo noté. Alex se había detenido en el centro de la sala para mirar hacia atrás, hacia mí, y ahora me estaba gritando que me moviera. Esquivé pasando a los dos hombres, murmurando una disculpa mientras lo hacía, saltando alrededor de un montón de toallas sucias y agarrando la mano de Alex.

    Entramos por una puerta que daba a un largo pasillo de servicio, corrimos más allá de varias personas que llevaban lo que parecían uniformes de empleados, y finalmente nos estrellamos a través de otra puerta, esparciéndonos en el silencio de un gran lujoso vestíbulo de hotel. Varios invitados sentados en la zona del bar adyacente miraron hacia nosotros, y el conserje nos gritó una advertencia para que nos detuviéramos. De la nada apareció un hombre de seguridad, bloqueando el camino. Miré por encima de mi hombro, al borde del llanto, el pánico echando raíces, pero Alex se apoderó firmemente de mi mano, asintió a la pistola que tenía en la mano, y el hombre de seguridad saltó a un lado.

  • 12

    Nos abrió paso a través de la puerta giratoria, saliendo a una calle que estaba repleta de turistas, todos dirigiéndose hacia el Zócalo: la plaza gigante en frente de la catedral.

    —Camina delante de mí —murmuró Alex, disminuyendo su ritmo al instante a una caminata casual y agachando la cabeza—. Mantente al lado de esa gente. —Él asintió a un grupo de turistas justo por delante de nosotros que estaban siguiendo a un guía turista con un paraguas amarillo. Me metí en medio de ellos, manteniendo la cabeza gacha, las orejas erguidas por cualquier grito o disparo.

    Una vez que entramos en la amplia plaza de la catedral, Alex me alcanzó. Lo sentí justo detrás de mí, su aliento abrasando la parte trasera de mi cuello.

    —Sigue caminando, sigue caminando —dijo en voz baja—. Sigue al grupo dentro de la catedral.

    Requerí de toda mi fuerza de voluntad para no correr. La plaza era demasiado brillante, demasiado expuesta; estábamos demasiado visible entre esta banda de turistas con cámaras y guías a la mano. Quería deslizarme por una de las calles oscuras y desaparecer entre el caos de la ciudad, pero escuché a Alex, manteniendo mi ritmo constante a medida que avanzábamos como una manada hacia la catedral.

    La luz dentro era turbia, y estaba lo suficientemente frío como para hacerme temblar. Se sentía como estar atrapado en una cueva submarina. Mis ojos estaban todavía adaptándose a la oscuridad cuando Alex deslizó su mano por debajo de mi codo y me empezó a dirigir a lo largo de un pasillo lateral hacia una capilla en el otro extremo.

    Sin decir una palabra, me empujó en un confesionario con cortinas.

    Nos quedamos uno frente al otro en la celosía oscuridad. Me presioné contra su pecho y sentí su brazo envolverse a mi espalda, su mano plana contra mi columna vertebral.

    —¿Estás bien? —susurró.

    —Sí —asentí.

    —No puedo creer que hiciste ese salto.

    —No puedo creer que nos encontraran. ¿Qué vamos a hacer?

  • 13

    Él no contestó, sólo me abrazó con más fuerza. Nos quedamos allí durante unos segundos en silencio. El corazón me latía tan fuerte que casi no lo escuché al principio.

    —Debe de ser uno de nosotros —murmuró él.

    —¿Qué? —Lo miré sin comprender.

    —Nos siguieron hasta aquí. Ellos sabían exactamente dónde estábamos. Exactamente. Bajo la habitación en la que estábamos. Se detuvieron en el cuarto piso.

    Negué con la cabeza, apartándome de sus brazos. No estaba segura de lo que quería decir.

    —Tiene que ser uno de nosotros. —Estaba pensando, sus ojos escaneándome de pies a cabeza—. No puedes ser tú. No han tenido la oportunidad de plantar nada en ti. —Dejó de hablar y luego nos miramos fijamente el uno al otro. Capté su pensamiento. Se refería a un dispositivo de rastreo.

    —No está en mi ropa. —Sus ropas y relojes eran nuevos, comprados hace dos días en una ciudad fronteriza—. No está en el bolso. El bolso estaba en el auto de Jack. Era uno no autorizado. La Unidad no sabía que lo tenía allí. Era sólo para emergencias. Revisé todo.

    Alex se detuvo por un segundo, pensando, luego me entregó su arma, y en un rápido movimiento, se sacó su camiseta por la cabeza. Los dos nos volvimos para mirar a su brazo. En la oscuridad sólo pudimos dilucidar el tatuaje de las espadas cruzadas, las palabras Semper Fi en tinta indeleble encima. Pasó los dedos sobre él. Yo hice lo mismo.

    —¿Hablas en serio? ¿Crees que plantaron un dispositivo de rastreo en ti? Quiero decir, ¿en ti?

    —Aquí, aquí, siente esto. —Agarró mis dedos y los apretó en el músculo. Había un pequeño bulto debajo de la piel, casi imperceptible, como una cicatriz elevada. Mis ojos se abrieron de par en par.

    —He visto hacer esto —susurró Alex, trazando el pequeño bulto de nuevo con sus dedos—. No en nosotros, sino cuando alguien hace encubierta. Plantan un

  • 14

    dispositivo debajo de la piel para que puedan realizar su seguimiento. Es casi indetectable. Simplemente no pensé ni por un segundo… —Negó con la cabeza, poniéndose su camiseta de nuevo.

    —Pero si han sido capaces de rastrearte todo este tiempo, ¿por qué no vinieron por nosotros desde el principio? —pregunté—. Cuando creían que Demos nos había atrapado, cuando ambos desaparecimos, ¿por qué no sólo siguieron el rastreador entonces? ¿Por qué esperar hasta que estuviéramos en un país diferente?

    No tenía ningún sentido.

    —No lo sé. —Alex negó con la cabeza, frunciendo el ceño a su brazo.

    —¿Qué vas a hacer? —pregunté, pasando mi mano por debajo de su manga y sobre el minúsculo bulto.

    Él no respondió. En su lugar, sacó una navaja del bolsillo trasero. Di un paso hacia atrás, mis hombros golpeando la reja detrás de mí.

    Alex rodó la manga de la camiseta en alto y levantó la cuchilla a su brazo. Y entonces la puerta se abrió de golpe.

    Un sacerdote de túnica negra estaba de pie allí, con la boca abierta cuando vio la escena ante él: Alex sosteniendo un cuchillo y yo agarrando un arma.

    Tomó el rosario que colgaba de su cuello y comenzó a graznar en voz alta en español, con sus ojos rodando al cielo. Eché un vistazo a la capilla detrás de él. Varias personas se habían vuelto a mirar.

    —Lo siento —murmuré al sacerdote al pasar irrumpiendo junto a él fuera de la cabina. El sacerdote gritó algo a nuestras espaldas a medida que salíamos de la capilla y nos dirigimos hacia la nave central de la catedral, la cual estaba abarrotada de gente. Agarré la pistola contra mi muslo y traté de parecer poco sospechosa, pero podía sentir el ondular de los ojos y el giro de cabeza a nuestro paso.

    Alex se deslizó a una parada repentina en frente de mí, casi tirando de mi brazo de su zócalo. Él nos dio la vuelta ciento ochenta grados y empezó a dirigirse de nuevo por el camino que acabábamos de tomar, hacia el sacerdote enojado. Miré por encima del hombro a la entrada. Seis hombres en uniforme de combates

  • 15

    negros habían irrumpido a través de la multitud reunida allí. Se detuvieron para dejar que sus ojos se acostumbraran a la penumbra y aprovechamos la oportunidad para empujar nuestro camino por una longitud de bancas y desaparecer en una manada de turistas de pie y admirando el altar. Arriesgué otra mirada hacia atrás sobre mi hombro. Dos de los hombres de La Unidad se habían dirigido a las capillas a cada lado de la entrada, dos más se dirigían al otro lado de la iglesia lejos de nosotros, y los dos últimos se movían por el pasillo central directamente hacia nosotros. Uno de ellos sostenía un pequeño dispositivo del tamaño de la palma de su mano al cual no dejaba de lanzar miradas.

    Con un último esfuerzo, nos abrimos paso a empujones a través de la multitud hacia una pequeña puerta lateral detrás del altar. Alex alcanzó la manija y yo eché una última mirada alrededor de la catedral. Me fijé en lo que estaba buscando en una capilla en el lado lejano, lejos de las multitudes que se habían reunido. Una estatua de un santo de pie en un pequeño rincón por encima de la entrada. No había nadie debajo de él así que dije una pequeña oración y luego incliné la estatua de su pedestal. Cayó con un estrépito que rompió a través del murmullo silencioso de la iglesia como un maremoto. Al instante, las personas empezaron a gritar y correr hacia las salidas y, en la confusión del ruido y el caos, Alex y yo nos deslizamos en silencio por la puerta pequeña.

    La habitación en la que entramos era una especie de vestidor. Un crucifijo gigante dominaba una de las paredes y los trajes del coro colgaban de ganchos en otras dos paredes. Varias velas ardían debajo del crucifijo.

    —Me voy a ir definitivamente al infierno —dije, mirando alrededor.

    —Bueno, me voy contigo —respondió Alex.

    Se empujó en alto la manga de su camiseta una vez más y miré con horror mientras corría la hojilla rápidamente a través de la llama de una vela antes de presionar la punta de la misma en la piel de su brazo.

    —Oh Dios. —Me incliné contra la puerta, sintiéndome de repente mareada, pero incapaz de apartar los ojos de la navaja.

    La sangre comenzó a correr por el brazo de Alex. Hizo una mueca, y entonces agarré una cosa larga como una bufanda colgando de un gancho detrás de mí y se la entregué. Alex sostuvo el cuchillo hacia mí. En la punta sangrienta estaba una bola de metal pequeña.

  • 16

    —¿Eso es todo? —pregunté.

    —Sí —dijo él, sacudiendo el cuchillo y dejando que la pequeña bola cayera sobre las losas a sus pies. Él la aplastó bajo sus botas antes de agarrar la tela de mis manos y envolverla alrededor de su brazo, atándola con un nudo.

    —Bien, vamos —dijo cuando terminó.

    Corrimos de nuevo, a través de las puertas, debajo de los arcos y por las habitaciones vacías, hasta que llegamos a una pesada puerta de madera que daba al lado de la catedral. El sol comenzaba a bajar y las sombras se alargaban, salpicando la plaza con rectángulos y pirámides de oscuridad.

    Colgamos allí, en las sombras, esperando. Alex se apretó contra mí, refugiándome contra la pared. Después de un minuto, cambió de posición.

    —Aquí vienen —dijo en voz baja.

    Me asomé por debajo de su brazo, viendo a los hombres de La Unidad a medida que se acercaban corriendo de la catedral, como arañas desembocando de un nido.

    Examinaban la plaza, en busca de nosotros, las personas dispersándose en pánico fuera de su camino. El que sostenía el dispositivo negro en la mano tenía el ceño fruncido y negaba con la cabeza.

    Vimos cuando se dirigieron a una camioneta negra que se había detenido al otro lado de la plaza, y se metieron. Después de un minuto se alejaron y desaparecieron en el flujo del tráfico.

    —¿Y ahora qué? —le pregunté a Alex, sintiendo de pronto que necesitaba descansar.

    —Regresamos al hotel. Necesitamos ese bolso. Tiene todo nuestro dinero en él.

    Técnicamente no era realmente nuestro dinero. Era el dinero que habíamos conseguido con la venta del nuevo auto de Jack en California. Pero era todo lo que teníamos e íbamos a necesitar hasta el último centavo de lo que quedaba para sacarnos de aquí a algún lugar que La Unidad no pudiera encontrar.

  • 17

    —¿Estás seguro de que es una buena idea volver al hotel? ¿No van a buscarnos allí?

    Él negó con la cabeza.

    —Asumieron que no seríamos tan estúpidos. Es probablemente el lugar más seguro para ir ahora mismo.

    Suspiré.

    —De acuerdo. Así que, ¿volvemos y conseguimos el bolso y luego qué? ¿Buscar otro sitio para dormir?

    —No. No dormir. Tenemos una cosa más que hacer esta noche.

    Estudié su rostro. Se veía sombrío. Estaba suponiendo que el asunto de una cosa más, no era una cena con velas y una película.

  • 18

    2 Traducido por Vettina

    Corregido por Nanis

    ecuperamos la bolsa del armario de limpieza e irrumpimos en una habitación vacía en el piso superior del hotel, con una vista de la

    calle de abajo. Alex estaba ahora ocupado clasificando a través de la bolsa, poniendo todo sobre la cama junto a mí. Lo estaba mirando. Había unos cincuenta mil dólares, más o menos unos pocos miles, tres pistolas, varios clips de balas; nuestros pasaportes, y una muda de ropa para los dos. Alex guardó todo de nuevo, vaciando una pila de dólares en su billetera. Habíamos arreglado su brazo con un poco de cinta quirúrgica y un vendaje. Extendí una mano y acaricié su brazo. Dejó lo que estaba haciendo y me miró. Luego empujó la bolsa a un lado y se tumbó en la cama, poniendo su brazo ileso alrededor de mí. Me acurruqué contra él.

    —¿Cómo estás?

    No le respondí. ¿Cómo estaba? No estaba segura. Intenté pinchar mi cerebro como si fuera carne y pude sentir donde estaban los moretones, pero no funciona así. Sólo se cerraba como una almeja donde quiera que pinchara. Estaba tratando de no pensar en otra cosa que no fuera Alex aquí, a mi lado, sosteniéndome.

    —Él va a estar bien, Lila.

    Jack. Se refería a Jack.

    —Oye, no llores.

    No me había dado cuenta de que lo estaba haciendo, pero las lágrimas corrían por mis mejillas y en su pecho. Intenté detenerlas, pero seguían viniendo.

    —Lo dejamos. Sólo lo dejamos, Alex.

    El agarre de Alex en mí se apretó. Sus dedos fueron debajo de mi barbilla y la obligo moverse hacia arriba de modo que lo estaba mirando a los ojos.

    R

  • 19

    —Tuvimos que hacerlo, Lila.

    Me quedé mirándolo. ¿Tuvimos?

    —Era lo único que podíamos hacer —dijo—. Si alguno de los dos hubiera ido a ayudar, nos habrían disparado también. Hemos hablado de esto. Jack habría hecho lo mismo. Él hubiera querido que estuvieras a salvo.

    Una parte de mí sabía que lo que Alex estaba diciendo era verdad, pero no era suficiente para eliminar los nudos de culpabilidad que se habían formado en mi estómago.

    —Pero Alex, qué pasa si él…

    Pensé en Ryder muerto en la tierra y Jack a su lado con una herida de bala en el pecho y fruncí mis ojos cerrados. Él no estaba en buen estado. Eso es lo que Key había dicho. Estaba en estado de coma. Podría estar paralizado. Podría estar muerto. Y no lo sabía porque estaba aquí. Y Jack estaba allá. Y también lo estaba mi mamá. Y no había manera de llegar a cualquiera de ellos, porque entre nosotros y ellos, estaba La Unidad.

    Alex puso sus manos a cada lado de mi cara. Abrí mis ojos. Estaba mirándome directamente.

    —Jack está bien —dijo él—. Lo sé. Es demasiado fuerte para no estarlo. Y de cualquier forma, Jack tiene una muy buena razón para estar vivo.

    —¿Mi mamá? —Era una buena razón. Habíamos pensado que estaba muerta, pero no lo estaba.

    —Eso —dijo Alex, una sonrisa tirando de las esquinas de su boca—, pero estaba pensando más que él querrá la oportunidad de patear mi trasero.

    Me reí a través de mis lágrimas.

    —Sí, no estaba muy feliz, ¿verdad?

    —No más de lo que merezco.

    —No, no digas eso. —Me removí para sentarme—. No puedes hacerme eso de nuevo. No puedes dejarme otra vez a causa de Jack. Porque estás asustado de lo que él piensa. No puedo, no pasaré por eso de nuevo.

  • 20

    Pensé de vuelta en los días justo antes de que todo esto comenzara. La promesa de Alex de no lastimarme, y la manera en que me había dejado tan fácilmente, pensando que estaba haciendo lo correcto. Cuando pensaba en ello, me hacía sentir como si La Unidad hubiera disparado esa arma suya justo a mi corazón.

    Alex se sentó también y tomó mis manos entre las suyas.

    —Lila, te prometo nunca dejarte otra vez, nunca. Te prometo que te mantendré a salvo y que encontraremos a Jack y a tu mamá, y te prometo que si incluso Jack patea mi trasero, lo que un día espero que haga, aun así nunca te dejaré.

    Sopesé sus palabras, analizando su contenido. Alex había sabido cómo cambiar el significado de las cosas. Me había engañado de esa manera antes. Lo consideré: los ojos azul ártico, las sombras de golpes debajo de ellos, el corte rubio oscuro creciendo, la suave curva de sus labios, la familiar línea de su ceño corriendo entre sus ojos que siempre me hacia querer alcanzarlo y borrar.

    —Lo prometo, Lila —dijo él—. Sin significados ocultos. No voy a dejarte.

    Se inclinó hacia adelante y me besó, aún sonriendo. Todo mi cuerpo derritiéndose, los músculos volviéndose tan suaves como esponjas sumergidas en un baño caliente, toda la culpa y preocupación desapareciendo en las esquinas de mi conciencia, donde prefería que se quedaran.

    Después de unos minutos Alex me apartó de él. Me senté a regañadientes mientras él movía sus piernas fuera de la cama y miraba mientras se inclinaba para conectar de vuelta la luz en el enchufe. Habíamos desconectado el equipo eléctrico como una precaución cada vez que nos movíamos a una nueva habitación de hotel. Cuando se refería a aproximarme a Alex, no podía controlar mi habilidad y no necesitábamos más anuncios de nuestra presencia a La Unidad con una presentación estilo las Vegas de sonido y luz.

    —En serio, tenemos que enfocarnos —dijo él, acomodando su camiseta y pasando una mano a través de su cabello.

    —¿En qué tenemos que enfocarnos? —Había pensado que la cama era una buena cosa en la que concentrarse.

    —Levántate —dijo Alex.

  • 21

    Entrecerré mis ojos en sospecha, pero lentamente me levanté de la cama y me paré enfrente de él.

    —Bien, necesitamos practicar.

    Gemí.

    —Estoy tan cansada.

    —Lo sé —dijo—, pero realmente necesitas ser capaz de defenderte por ti misma si tienes que hacerlo. Así que no discutas, ¿está bien? Sólo tenemos una cosa más que hacer, entonces saldremos de la ciudad y encontraremos algún lugar seguro para esperar por Demos y los otros.

    Me congelé, mirándolo.

    —Tenemos que esperar aquí. Están viniendo aquí. —No pude ocultar la nota de pánico en mi voz.

    Alex movió su cabeza hacia mí.

    —No podemos quedarnos en la Ciudad de México. La Unidad nos estará buscando aquí. —Su voz se suavizó—. No te preocupes, Nate y Key nos encontrarán a donde vayamos.

    Esperaba que tuviera razón. Esperaba que no hubieran sido atrapados. Cuando los habíamos dejado atrás en California, habían estado tratando de atraer a La Unidad al norte, lejos de nosotros. Un ejercicio bastante inútil porque La Unidad nos había rastreado todo este tiempo de cualquier manera. Pero habían sido más de ocho días desde la última vez que habíamos tenido contacto con Demos. Cuando sugerí que sería buena idea intercambiar números de teléfono, Alex había puesto en blanco sus ojos y me había dado una rudimentaria introducción a tácticas de evadir y resistir, las cuales aparentemente decían desechar todos los objetos electrónicos y rastreables. No había aún apuntado que debería también haber desechado su brazo. Debía de lucir aún preocupada, porque Alex tomó mi mano.

    —Nos encontrarán —repitió él—. Nos han encontrado antes, ¿cierto? —Me puso de pie—. Ahora vamos, practica.

    ¿Cómo podía resistir una cara como esa? Cualquier cosa, podía preguntarme cualquier cosa, y lo haría.

  • 22

    Se giró en un instante y recogió el arma de la cama. Sus dedos estaban en el gatillo antes de que la arrojara fuera de su agarre y de vuelta a la almohada.

    —Bien —dijo él, estirándose para levantarla—. Pero necesitas ser más rápida.

    Más rápida, ¿eh? Giré el arma fuera de su alcance al pie de la cama.

    Me miró con una irónica sonrisa y le sonreí de vuelta.

    —¿Suficientemente rápido?

    Me consideró por un largo rato y sentí mi pulso acelerarse. Finalmente caminó alrededor y se paró directamente detrás de mí. Me quedé donde estaba, sintiendo su respiración cosquillear la parte trasera de mi cuello y tratando de no dejar que me distrajera.

    —Entonces, si alguien viene detrás de ti así, ¿qué haces? —preguntó Alex, colocándose más cerca, sus labios rozando el borde de mi oreja.

    —¿Golpearlo en la cabeza con algo? —sugerí, tratando de enfocarme en la pregunta y no en la sensación de sus labios.

    —No —dijo él—. No puedes dejar que las personas sepan acerca de tu habilidad. Intenta esto en su lugar. —Puso su mano en mi hombro y entonces, alcanzando con su otra mano, tomó mi mano izquierda y la puso encima de la suya—. Ahora gira, así. —Me mostró y yo practiqué hasta que fui capaz de sacarme a mí misma de la llave de cabeza. Y luego seguimos practicando, puramente porque me gustaba la sensación de sus brazos envueltos alrededor de mí, aunque le dije a Alex que era porque estaba tratando de aprenderme el movimiento de memoria.

    Alex finalmente puso un alto a la lección y volvió a pararse frente a mí.

    —¿Quieres intentar moverme? —preguntó.

    Puse los ojos en blanco.

    —Sabes que no puedo. Ya hemos intentado.

    —Tú puedes. Sé que puedes hacerlo. Mira lo que has hecho hoy, mover el basurero. Sólo necesitas intentarlo.

  • 23

    Suspiré hacia él.

    —No soy Demos, Alex. No puedo detener a la gente en sus pasos con sólo mirarlos.

    —Tal vez no, pero te he visto mover objetos, objetos grandes.

    Él estaba hablando del Humvees, los autos tan grandes como tanques que La Unidad utilizaba. Sin embargo, no estaba segura cómo había hecho eso, excepto que ellos habían estado dirigiéndose hacia nosotros y no había habido ninguna otra opción que un futuro como accidente en la carretera.

    —Puedes mover a un hombre —dijo—. Sólo necesitas practicar.

    Él extendió el brazo delante de mí. Me quedé mirándolo. Pero lo único que vi fue su brazo —bronceado y suavemente musculoso— y todo lo que podía pensar era en cómo se sentía cuando ese brazo me sostenía en la noche. Alex se aclaró la garganta.

    —Es demasiado distractor —dije, ruborizándome y encogiéndome de hombros al mismo tiempo—. Es tu brazo. No me puedo concentrar.

    Él trató de no sonreír.

    —Está bien, prueba esto. —Se puso detrás de mí y puso su brazo alrededor de mi cuello en una llave.

    —Es todavía tu brazo.

    Apretó un poco hasta que fue incómodo. Me concentré en tratar de romper su agarre. No pasó nada.

    —Imagina que soy Rachel —susurró Alex en mi oído.

    Su brazo casi se arrancó de su zócalo al arrojarlo fuera de mí. Se tambaleó hacia atrás, lejos.

    Me di la vuelta.

    —Dios, lo siento, ¿estás bien? Maldición… no fue mi intención… tú sólo… realmente no deberías mencionar su nombre…

  • 24

    Alex estaba sobando su hombro, con los ojos muy abiertos por la sorpresa o shock posiblemente. Luego su rostro se dividió en una amplia sonrisa.

    —De nuevo —dijo, envolviendo ambos brazos alrededor de mi cintura.

    Cerré los ojos y visualicé el hermoso rostro burlón de Rachel, y la sonrisa cuando ella me dijo que mi madre aún estaba viva. Tomó unos segundos pero el agarre de Alex se rompió con la misma facilidad como si estuviera pelando un plátano.

    Abrí los ojos y me giré. Alex me estaba evaluando ahora con algo parecido a asombro. Por lo menos esperaba que fuera asombro. Dio un paso hacia mí, sus brazos extendidos. Rachel. Golpeé su brazo lejos con mi mente y este se sacudió hacia atrás. Esto podría ser divertido. Ahora que lo tenía, era fácil. Y a todo lo largo, Rachel era la clave. No estaba segura de por qué estaba sorprendida, o por qué no lo había descubierto antes. Cada vez que me enojaba o de otro modo me ponía emocional, perdía el control de mi habilidad, así que tenía sentido que Rachel fuera mi más grande gatillo.

    Alex estaba guardando su distancia ahora y su sonrisa se había desvanecido. Parecía casi demasiado nervioso para hacer otro movimiento hacia mí. Y allí… ¿era esa leve mueca de irritación lo que estaba en sus ojos? Se desvaneció tan pronto como me di cuenta y me dio una breve sonrisa.

    Me pregunté de pronto si podía hacerle dar un paso hacia mí. ¿Poner sus brazos alrededor de mí? ¿Quitarle la camiseta? ¿Acostarlo en la cama otra vez? ¿Darme un beso? No pude evitar la sonrisa que se apoderó de mi cara. Todo un mundo de oportunidades se abrió de repente, involucrando mucha menos ropa ente él y yo y un claro camino pasando de la determinación de Alex.

    No, Lila mala, me dije. Mala, mala Lila. Control.

    —No necesitas hacerme hacer eso —dijo Alex en voz baja, moviéndose hacia mí y deteniéndose a pocos centímetros de mí. La atracción era demasiado grande. Me incliné hacia él, pasando mis manos por el borde de su estómago y pecho, hasta que los enrollé detrás de su cuello.

    —Maldita sea, realmente puedes leer mi mente —murmuré.

    —No. Sólo te conozco. —Sonrió y me besó en la oreja, luego el hueco en la base de mi garganta y sentí el temblor en todo mi cuerpo mientras mi pulso se

  • 25

    aceleró. Empujé mi frente contra su hombro y respiré profundamente. En todo este lío, con esta pesadilla pasando alrededor de nosotros, al menos tenía esto.

  • 26

    3 Traducido por Vanehz y Kira.godoy

    Corregido por Nanis

    l taxista preguntó si estábamos seguros.

    —Si1 —replicó Alex.

    Sólo seguí una pizca de la conversación, mi español es corregible como mucho. Podía ordenar un burrito y pedir una habitación doble y eso era todo.

    —¿Por qué sigue preguntando si estamos seguros? —le susurré a Alex.

    —Porque los turistas usualmente no piden ir a esa parte del barrio.

    —No puedo pensar en por qué —murmuré para mí misma, mirando hacia afuera por la ventana. Había un montón de luces rojas y callejones oscuros y signos destellantes de Negra Modelo y Corona. Eran casi las dos de la mañana y las calles estaban inquietantemente vacías. Incluso los locales obviamente tenían más sentido para salir después de que oscureciera.

    Me giré para mirar a Alex al otro lado del asiento trasero.

    —Entonces, recuérdame una vez más, ¿por qué estamos aquí?

    —Ambos necesitamos nuevos pasaportes. Y los necesitamos rápido. No podemos usar nuestros pasaportes antiguos para cruzar de regreso a los Estados Unidos. En este momento La Unidad tendrá una OBC2 sobre nosotros.

    —Y pasaportes ilegales no es algo que vendan en el supermercado. Lo entiendo, pero, ¿por qué estamos aquí? —No veía un aviso destellante de tienda de pasaportes.

    —Le pedí al conductor que nos llevara a la peor parte de la ciudad.

    1 Si: En español, en el original. 2 OBC: Orden de busca y captura.

    E

  • 27

    —Está bien —dije como si entendiera.

    Alex se giró hacia el conductor, le habló en español fluido y lo miré sorprendida, preguntándome cuántas otras habilidades tenía que no conocía.

    —¿Aquí3? —dijo el conductor, gesticulando al área alrededor de nosotros como si fuera una zona de plaga. Estaba del lado del conductor. No se veía como un lugar demasiado seguro para salir a pasear, incluso con Alex y la compañía de su pistola.

    Hablaron por unos minutos más antes que el conductor, sacudiendo la cabeza, tomara el dinero que Alex le tendía y apagara el motor. Estábamos situados al lado de una carretera estrecha, estacionados entre otros dos autos. Cerca de cincuenta metros calle abajo, estaba un edificio con ventanas tapiadas. Una luz rojiza escapaba a través de las tablillas.

    Nos sentamos en la oscuridad por otros diez minutos hasta que noté que Alex estaba mirando a un hombre medio oculto en las sombras. Estaba cernido en una entrada, y de vez en cuando, un auto subía y el hombre se inclinaba a hablar con el conductor. Un intercambio sucedía y entonces el auto se marchaba.

    —Pensé que vinimos por pasaportes, no drogas —le susurré a Alex.

    —Sigue la calle del crimen, lo que te conduce el líder local, lo que te lleva al jefe.

    —¿Qué clase de jefe? ¿Para quién trabajan?

    —La Mafia —dijo Alex, sin quitar sus ojos del hombre en las sombras—. En Centroamérica hay varios cárteles. Lo controlan todo: drogas, lavado de dinero, armas, pasaportes.

    Lo miré, con los ojos abiertos, procesando sólo la palabra Mafia. No se veía como si estuviera bromeando. Asentí lentamente.

    —Así que, seguimos al lindo hombre en la esquina —dije—, lo convencemos en español de llevarnos a su jefe de Mafia, y le pedimos educadamente que nos de nuevos pasaportes. Buen plan.

    —Gracias —dijo Alex, ignorando mi sarcasmo.

    3 Aquí: En español, en el original.

  • 28

    —Está bien —dije, tomando una profunda respiración—. ¿Vamos a quedarnos aquí toda la noche, o vamos a presentarnos al hombre en la esquina con las drogas?

    Alcanzamos las manijas del auto, pero entonces Alex se giró repentinamente hacia mí, colocando una mano sobre mi pierna. Está bien, podemos quedarnos aquí toda la noche. Me senté de vuelta en el asiento.

    —Lila… —empezó Alex, entonces se detuvo.

    —¿Qué?

    Sacudió su cabeza y quitó su mano.

    —Nada. Iba a decirte que te quedaras cerca de mí, pero no creo que necesite decirte cómo cuidarte a ti misma.

    La misma mirada de irritación que había destellado antes, atravesó sus ojos, haciendo al azul oscurecerse momentáneamente. Tenía un instinto sobre qué causaba esto. Me incliné, colocando mi mano sobre la suya.

    —Aún te necesito, Alex —susurré.

    Me dio una sonrisa en respuesta, pero no alcanzó sus ojos, y entonces se giró y abrió su puerta. Me senté allí por algunos segundos más antes de seguirlo afuera. El taxi aceleró con un chirrido de caucho quemado tan pronto como cerré la puerta.

    Miré alrededor de la calle oscura y me armé de valor, entonces seguí a Alex hacia el hombre parado en la esquina. Nos vio venir, y sus ojos se dispararon hacia arriba y abajo en la calle, como si estuviera esperando que la policía saltara en cualquier momento desde detrás de los autos estacionados. Nos paramos delante de él.

    Nos dio una especie de sonrisa nerviosa, revelando un agujero negro donde sus dientes delanteros deberían haber estado. Sus pies estaban inquietos en la acera. Lo miré de arriba abajo por alguna señal de un arma o cuchillo, dándome cuenta que en algún punto de los meses pasados, la comprobación de armas escondidas se había convertido en mi reacción inmediata al encontrarme con alguien por primera vez. Vi un bulto familiar bajo su camisa y la pierna derecha de

  • 29

    su pantalón estaba arrugada hacia arriba como si tuviera algo enfundado en su tobillo. Decidí que iría hacia la pistola en su cintura si lo necesitara.

    Alex y el hombre tuvieron una breve conversación. El hombre no parecía estar jugando a la pelota. Seguía sacudiendo su cabeza. Atrapé una mirada de Alex deslizando al hombre un fajo plegado de dólares. El hombre lo miró y finalmente se encogió de hombros, murmurando algo bajo su aliento y comenzó a caminar bajando la calle. Lo seguimos.

    —¿Qué dijo? —le susurré a Alex.

    —Dijo: “Es tu funeral”, pero nos llevará con el jefe.

    —Genial —dije.

    —No debería haberte traído —murmuró Alex, frunciendo el ceño mientras miraba sobre su hombro.

    —No tuviste elección, Alex —le recordé, empujándolo con mi codo—. No tienes permitido dejarme, ¿recuerdas?

    Puso su brazo alrededor de mí en respuesta, tirándome apretadamente a su lado, pero pude ver la forma en que su mandíbula se tensaba.

    Nos dirigimos hacia un callejón y nos detuvimos en frente de una pesada puerta reforzada. El distribuidor tocó fuertemente por tres minutos. Un pestillo se deslizó hacia atrás en el otro lado, y entonces la puerta crujió abriéndose una fracción. Hubo voces elevándose adentro: el líder estaba hablando con alguien más tras la puerta.

    Quienquiera que fuera, no sonaba demasiado feliz. Apreté la mano de Alex más fuerte y rogué que supiera suficiente español para hacernos pasar por esto. Y que si no lo hacía, tuviera suficientes balas en su arma.

    La puerta finalmente crujió abriéndose unos centímetros y el distribuidor salió del camino, dejando que la luz del interior cayera en una franja sobre Alex y yo. Tiré hacia atrás mis hombros y traté de parecer tan relajada como Alex. Él giraba en la indiferencia, actuando como si confrontar a distribuidores de drogas fuera algo que hacía cada día de su vida. Hubo un momento de silencio y entonces la puerta osciló abierta en sus bisagras. Entramos y la puerta se cerró de golpe detrás de nosotros con un sólido clang.

  • 30

    Antes de que pudiera dar una mirada a la habitación o quién estaba en ella, una mano me empujó rudamente contra la pared. Otras manos empezaron a palpar mis piernas hacia arriba, haciendo su camino por mis caderas y mi cintura; donde el toque se volvió más tanteo. Dejé salir un grito mientras una mano apretaba mi trasero, entonces respiré profundamente, tratando de recordar lo que Alex había dicho acerca de no revelar mi habilidad a menos que fuera absolutamente necesario hacerlo. La mano se deslizó por mi caja torácica y apreté los dientes, preguntándome hasta qué punto llegaba absolutamente.

    —¡La chica no tiene armas4! —gritó Alex—. ¡Está desarmada! Ambos estamos desarmados.

    ¿Alex estaba desarmado? Giré mi cabeza para verlo, olvidando todo sobre las manos que me tanteaban. Alex estaba contra la pared de piernas abiertas junto a mí, mientras el hombre más grande que ni siquiera había visto sostenía una pistola en la parte baja de su espalda y lo tanteaba en busca de armas. Boqueé hacia Alex. Por toda la semana había estado quirúrgicamente atado a su arma, y entonces, cuando pagamos una visita al jefe de la Mafia, ¿decide que es tiempo de desprenderse de las armas? Sacudió su cabeza hacia mí muy ligeramente, con una mirada de advertencia en sus ojos.

    El hombre sosteniéndome contra la pared me dejó ir finalmente y me sacudí. Estaba lista para lanzar golpes, podía sentir la rabia enrollándose en mi interior, mientras trataba de hacer caso omiso a la persistente sensación de los dedos gordos presionándose en mis piernas, pero se evaporó instantáneamente, cuando miedo helado inundó mi sistema en cambio mientras notaba a los cuatro hombres frente a nosotros.

    El que me había tanteado, tenía una cicatriz corriendo a lo largo de su mejilla. Era arrugada como un pañuelo de seda que se hubiera enganchado en una esquina. Estaba mirándome, con ojos vidriosos, su lengua asomándose entre sus dientes. El que estaba junto a él tenía un tatuaje floreciendo de su pecho y retorciéndose alrededor del cuello, era de una serpiente enroscándose alrededor de una desnuda mujer con grandes pechos. El tercer hombre, el que había estado tanteando a Alex, era una solida montaña de músculos. Tomaría un ariete solo para llegar a través de él, sin importar la puerta. Me incliné cerca de Alex instintivamente mientras mis ojos finalmente llegaron al cuarto hombre.

    4 La chica no tiene armas: En español, en el original.

  • 31

    Él estaba sentado detrás de una mesa al fondo de la habitación. Era más viejo que los otros, su cabello afeitado al ras, y tenía unos agudos pómulos debajo de ojos hundidos y oscuros como pozos. Su camisa estaba abierta hasta el ombligo y un largo crucifijo colocaba contra su pecho tatuado. No lucía exactamente como Tony Soprano, pero era, sin dudarlo, lo que mi padre llamaría persuasión criminal.

    Él definitivamente podría haber pasado por un jefe de la Mafia. O un psicópata asesino. Cualquiera de ellos. Alex tomó un pequeño paso adelante, como si de alguna manera pudiera bloquearme de la mirada sin pestañear del hombre, similar a una serpiente.

    —¿Americanos? —preguntó el hombre, mirándome directamente a mí.

    —Sí —respondió Alex.

    —He escuchado que estás buscando algo. —Sus ojos viajaron lentamente a Alex, estrechándose como pequeños puntos.

    —Sí —dijo Alex nuevamente, manteniendo su voz nivelada—. Me han dicho que tú eres el hombre al que preguntarle.

    —Puedo serlo —dijo el hombre, frotando su mano sobre su mentón sin afeitar—. Depende de quién está preguntando. Y cuánto están pagando. ¿Bebida? —dijo, cabeceando hacia la botella sin marcar que se encontraba frente a él sobre la mesa.

    —Seguro —respondió Alex.

    Vi su cabeza girar mientras estudiaba la habitación. ¿Estaba evaluando nuestras salidas? ¿O las posibilidades de nosotros de salir vivos? No podía decirlo, pero estaba comenzando a cuestionar su juicio al traernos aquí, y más particularmente, la sabiduría de beber lo que fuese que hubiese en esa botella, parecía que un arrugado gusano estaba flotando en el fondo de ella.

    Finalmente, Alex caminó hacia la mesa y yo lo seguí, sentándome en la silla junto a él, extremadamente consciente de los tres hombres justo tras de nosotros. Ellos estaban todos armados, dos con armas, uno con un cuchillo del tamaño de una espada. Nuestra salida estaba bloqueada. Había solo otra puerta directamente detrás del escritorio, pero estaba cerrada y posiblemente con seguro. La habitación donde estábamos claramente era donde los tratos se llevaban a cabo. No estaba segura qué clase de tratos, pero por los trozos de papel aluminio y las básculas

  • 32

    para pesar dispuestas en la mesa frente a nosotros, no era demasiado difícil de adivinar. Mi pie comenzó a tamborilear y descansé mi mano en el muslo para tratar de mantenerlo quieto.

    El hombre sirvió lo que fuese que había en la botella en tres manchados vasos de chupito. Empujó uno sobre la mesa hacia mí. Yo miré a Alex.

    Sus ojos estaban fijos en el hombre y, a pesar de que su cara estaba impasible como siempre, pude sentir la tensión en su cuerpo. Lo podía ver también, en la recta línea de su mandíbula, el conjunto de su boca y el bulto de tendones en su antebrazo, descansando casualmente sobre la mesa.

    —Salud5 —dijo el hombre, bebiendo el líquido y golpeando su vaso contra la mesa. Sus ojos nunca dejaron mi cara y pude sentir mi piel comenzando a hormiguear como si hormigas de fuego estuviesen comiéndose mi cuello. Alex tomó su vaso y se lo bebió de un trago sin quitar sus ojos del hombre.

    —¿Y usted? —preguntó el hombre, cabeceando a mi vaso sin tocar—. ¿Cuál es su nombre, Señorita6?

    —Lila —dije, enviando una indecisa mirada hacia Alex, preguntándome si debería haber dado mi nombre real.

    —¿No vas a beberte tu trago, Lila? —preguntó el hombre, cabeceando hacia mi casi rebosante vaso.

    ¿Cuál era la etiqueta aquí?

    —Um, no estoy sedienta —me aventuré.

    —Yo creo que deberías beber —dijo el hombre.

    Era una orden. Por un segundo pensé desobedecerla, pero luego recordé a los tres hombres detrás de mí de modo que levanté el vaso e incliné lo que fuese que tenía dentro y abajo por mi garganta. ¡Quema, quema! Escupí y tosí. Alex comenzó a darme fuertes palmadas entre las paletas de mis hombros.

    El hombre se rió mientras yo trataba de respirar a través de los vapores que llenaban mi boca y nariz.

    5 Salud: En español, en el original. 6 Señorita: En español, en el original.

  • 33

    —Mi nombre es Carlos —dijo.

    Genial, estaba en términos de primer nombre y bebiendo Tequila con un jefe de la Mafia. Mi padre estaría extasiado.

    —Así que, ¿ustedes quieren papeles? ¿Pasaportes?

    —Sí —dijo Alex.

    Carlos gruñó. Luego se volvió hacia mí.

    —¿Estás huyendo de algo, Lila?

    Sostuve su mirada.

    —Ya no más —respondí. Su expresión mostró un instante de perplejidad antes de que sus ojos sin vida regresaran.

    —Diez mil dólares americanos —le dijo Carlos a Alex—. Pagas ahora.

    —La mitad ahora, la mitad cuando lo recibamos —replicó Alex.

    Carlos lo evaluó lentamente mientras yo me sentaba ahí, agarrando el asiento, deseando que Alex simplemente sacara su billetera y lo pagase todo para que pudiésemos irnos con todas nuestras partes del cuerpo aún unidas.

    Carlos finalmente rió bajo su aliento.

    —Para ser un gringo7 tienes bolas. De acuerdo, sí, la mitad ahora, la mitad más tarde. —Él encendió un cigarrillo, sus ojos cayendo nuevamente en mí mientras soltaba una larga bocanada de humo.

    —¿Cuánto tiempo? —preguntó Alex.

    —Asumo que quieren la entrega exprés, así que digamos veinticuatro horas. ¿Tienen fotos? Los nombres… no van a elegirlos. Obtienen lo que les damos, lo que tenemos en reserva, pero van a ser pasaportes Americanos. Realmente lindos. No tendrán ningún problema.

    Alex alcanzó dentro de su bolsillo trasero y sacó un sobre. Tenía fotos de pasaporte de ambos dentro, tomadas solo un par de horas atrás en una estación de metro. Contó los cinco mil dólares y los colocó sobre la mesa. Carlos revisó que 7 Gringo: En español, en el original.

  • 34

    todo estuviese allí. Luego le dijo algo a uno de sus hombres, el que tenía el tatuaje de la mujer desnuda retorciéndose con una serpiente tatuada en su pecho, se acercó, tomó el dinero y las fotografías y desapareció a través de la puerta interior.

    —Se los entregaremos mañana.

    —A la medianoche, en el McDonalds cerca de la Catedral —dijo Alex, poniéndose de pie y empujando atrás su silla. Lo seguí, enviando miradas nerviosas a la puerta interior. ¿Cómo podíamos saber que ellos realmente lo harían y no solo se quedarían con el dinero? Realmente no quería tener que regresar y pedirles que nos regresen nuestros cinco mil dólares.

    —¿No te vas a quedar? —me preguntó Carlos—. Tomar otro trago.

    —No, estamos bien, gracias —respondí, tomando la mano de Alex y acercándome de regreso a través de la puerta—. Deberíamos irnos.

    —Está bien, está bien, ya veo que ustedes tienen una cosa. Eres un hombre afortunado, Sr. Americano.

    Alex no dijo nada. Me volteé hacia la puerta. El hombre que lucía como un dislocado cerdo gigante estaba quitándole el cerrojo, lentamente. El otro hombre le dijo algo a Carlos en español y Alex apretó el agarre de mi mano mientras me tiraba más cerca de él, sus ojos plantados fijamente en la puerta, que aún no había sido abierta.

    Una carcajada estalló en mi oído y un olor apestoso cubrió mi cara. Grité mientras una mano grande me atrapaba por atrás, dedos apretando mi cintura, tratando de liberarme del agarre de Alex. Alex gritó algo y a la distancia oí el raspado del metal, pero antes de que alguien pudiese hacer un movimiento, yo había volteado al tipo con el tatuaje de serpiente fuera de mí y lo había enviado al otro lado de la habitación. Él chocó en contra de la pared más alejada, la cabeza primero, luego se desplomó en el suelo. Él gimió y rodó de lado, agarrando su cabeza entre sus manos, sangre corriendo a través de los huecos de sus dedos.

    Uh-oh. No podía encontrar los ojos de Alex. No estaba segura de si él estaba de acuerdo en que lo que acababa de ocurrir, había sido algo absolutamente necesario.

    En vez de eso, me volteé hacia Carlos. Él me estaba mirando, sin parpadear, su vaso de tequila colgando precariamente de su mano.

  • 35

    —Por favor dile a tu amigo que se aparte del camino —dije indicando al hombre enorme detrás de nosotros que estaba custodiando la puerta—. No quiero herirlo.

    Carlos me estudió por un momento y la habitación se sintió totalmente silenciosa. Incluso el hombre en el suelo dejó de quejarse. Entonces Carlos echó su cabeza hacia atrás y comenzó a reír como un hombre loco, sus puños golpeando la mesa.

    —¿Quieres trabajo? —me preguntó cuando finalmente se recobró y limpió las lágrimas de sus ojos.

    Calculé mi respuesta cuidadosamente.

    —No gracias.

    Él cambió su mirada a Alex.

    —Ya veo por qué la trajiste hasta aquí —dijo, asintiendo con aprobación—. Es una buena guardaespaldas.

    —Sí —dijo Alex, sonriendo tensamente—. Es bastante ninja. No quieres sacar su lado malo.

  • 36

    4 Traducido por magdaa

    Corregido por Julieta_Arg

    omó doce horas, manejando justo debajo del límite de velocidad, para llegar a la costa, un lugar tan hermoso que se veía como el

    escenario para cada anuncio de protectores solares alguna vez filmado. La arena blanca, el mar topacio y el sol ardiendo eran tal contraste con el antro de drogas de Carlos y la Ciudad de México que me tomó un tiempo absorberlo. Permanecí de pie con mis dedos hundidos en la arena, mirando a las tres cabañas de paja ubicadas debajo de una arboleda de palmeras, esperando por Alex que había ido a reservar una habitación. Incluso a través de la niebla de agotamiento, no pude evitar mirar sobre mi hombro y fijarme en la playa desierta, convencida de que en cualquier momento La Unidad iba a aparecer, hombres en uniformes negros corriendo hacia mí.

    Me di vuelta, bizqueando por el sol, y vi que Alex estaba caminando hacia mí sobre la arena ardiente, un brazo levantado para escudar sus ojos. Yo usaba sus Ray-Bans. Él no me los había pedido de vuelta.

    —Nos conseguí una habitación —gritó.

    Apuntó sobre su hombro hacia una de las cabañas con techo de paja y una hamaca estirada sobre el balcón. Tenía una clara vista hacía el Mar Caribe y enfrentaba a la playa. Las otras cabañas parecían desocupadas.

    Si alguien me hubiera dicho hace un par de semanas que iba a estar en México con Alex y que él iba a estar caminando a través de la playa con una sonrisa en su cara, habiéndonos reservado una habitación, me habría caído muerta de la emoción. Habría necesitado desfribiladores para traerme de vuelta. Pero aquí estaba él, caminando a través de la arena hacía mí, y era mío. Y no había caído muerta. Al contrario, me sentía muy, muy viva.

    —Sólo tenían una doble —dijo, cuando me alcanzó.

    T

  • 37

    Me encontré con sus ojos; el ámbar en el aguamarina brillaba.

    —Eso es muy malo —dije, tratando de sonar molesta.

    —Uh-huh —asintió, una ceja levantada con diversión. Él no estaba cayendo. Ah, el problema de no tener una cara de póker.

    —¿Cómo sabías de este lugar? —pregunté mientras vagábamos hacia la habitación.

    —Mis padres han estado viniendo aquí desde su luna de miel. Necesitábamos algún lugar para descansar y esperar. —Se encogió de hombros—. Este lugar apareció en mi mente.

    —Así que, ¿cuánto tiempo nos vamos a quedar? —pregunté. Hermoso como era, tanto como esto hubiera sido una fantasía hace un par de semanas, ahora no era donde quería estar. Necesitaba estar en California. Quería estar haciendo algo para tener de vuelta a mamá y a Jack. Esperar era una tortura.

    —Nos quedamos hasta que tengamos un plan. Y hasta que Demos nos encuentre.

    Miré a Alex. Él estaba tan confiado en que nos encontrarían, pero ellos nos estarían buscando en la Ciudad de México, no aquí en una playa en el medio de la nada. Seguro, tenían maneras de encontrarnos, pero Nate y Key no podían volar alrededor del globo como satélites tratando de detectarnos, y Suki y Alicia no podían leer cada mente en el mundo hasta encontrarnos de casualidad aquí construyendo castillos de arena.

    Alex evitó mi mirada y en cambio me guió por las escaleras.

    —Ven y comprueba la hamaca. —Fue todo lo que dijo.

    Nos recostamos juntos, moviéndonos pacíficamente y hablando tranquilamente, hasta que el sol se disolvió en el mar y las estrellas alumbraron el cielo. Era tan hermoso y tal contraste con las últimas semanas que seguía teniendo que apretar mis ojos y pincharme para estar segura de que no era todo un sueño, que mi cerebro no había sido freído por una de las armas de La Unidad en la Ciudad de México, y me había dejado alucinando.

  • 38

    —¿Por qué no dispararon esa cosa hacía mí? —pregunté, girándome en la hamaca para así poder ver la cara de Alex—. Cuando estábamos escapando... tuvieron la oportunidad, pero no lo hicieron. ¿Por qué?

    —Me he estado preguntando lo mismo —dijo Alex—, y la única razón en la que puedo pensar es que todavía no saben acerca de ti. No estábamos seguros, no después de lo que pasó en el Joshua Tree, pero si no te dispararon cuando tuvieron la oportunidad, significa que no saben lo que eres.

    Levanté una ceja y me apoyé sobre un codo para mirarlo.

    —Pero si no saben de mí, acerca de lo que soy y de lo que puedo hacer, ¿entonces por qué siquiera nos están disparando? ¿Por qué incluso se molestan en perseguirnos?

    Una expresión de dolor cruzó su cara. Miró hacía otro lado, hacía el cielo.

    —Rompí mi juramento, Lila. Irrumpí en la base y secuestré a dos prisioneros.

    —No eran prisioneros, eran rehenes —repliqué enojada.

    —No es así como lo ven —suspiró—. Y les disparé a mis propios hombres.

    Me hundí en la hamaca. No era justo. ¿Qué opción había tenido?

    Sentí sus labios presionados en contra de mi frente y supe que trataba de decirme en su propia manera de que no importaba, pero lo hacía. Él había sido forzado a hacer todas esas cosas por mí. Si La Unidad me atrapaba, descubrirían muy probablemente lo que era, y luego experimentarían en mí, pero si atrapaban a Alex, ¿qué le harían a él? No me atrevía a preguntar. En cambio cambié de tema.

    —Así que ahora eres John Bartlett y yo soy Emily Roberts —dije, refiriéndonos a nuestros nuevos nombres en los pasaportes—. ¿Estás seguro de que no van a ser capaces de encontrarnos?

    —Sí —respondió Alex—, pero todavía vamos a necesitar ser cuidadosos cuando crucemos de vuelta a los Estados. Ellos van a estar vigilando las fronteras de cerca, ahora que saben que estamos en México.

    Nos hamacamos en silencio por otro minuto, luego Alex giró su cara hacía la mía.

  • 39

    —Así que, cuéntame otra vez que pasó cuando estabas con Demos.

    Paré, recorriendo la conversación en mi cabeza. Había pensado mucho en ella mientras escapábamos. Ya le había dicho a Alex acerca de Demos y mi mamá. De cómo buscaba venganza en La Unidad por matarla, de que la había amado y ella había ido con él cuando necesitó ayuda, justo días antes de que La Unidad la matara... o pretendiera matarla. Yo todavía no podía entender cómo habían fingido el asesinato. Aunque esa era una de las últimas cosas en la que quería concentrarme. Hace diez días ni siquiera había sabido que gente como yo existía y luego, en el espacio de un par de horas, todo lo que alguna vez había entendido fue expuesto como una mentira. Creo que todavía era una sorpresa para Alex también, razón por la cual me preguntaba otra vez.

    —Demos la amaba. No pude creerlo hasta que me mostró la foto de ellos dos juntos. Luego todo tuvo sentido. Lo podía ver en sus ojos, Alex. La manera en la que me miraba, como si le hiciera recordarla. Como si todo este amor todavía estuviera ahí debajo.

    —Te ves como ella. Te lo dije.

    Me senté de repente, lanzando mis piernas al costado de la hamaca, haciéndola moverse salvajemente.

    —¿Qué le están haciendo a mi mamá, Alex?

    Era una pregunta de la que me sentía muy asustada para preguntar hasta ahora. Esperé, mi estómago cerrado tan duramente como una roca. Alex se acercó y puso su brazo alrededor de mis hombros.

    —No lo sé —dijo tranquilamente—. Honestamente, nunca supimos que ellos estaban experimentando. Pensamos que sólo contenían personas como… —Se detuvo.

    —¿Como yo? —terminé por él.

    —Sí —suspiró—. Sí, como tú, pero personas que habían cometido crímenes, Lila, como creíamos, y no podían ser encarcelados en instalaciones normales…

    —Lo vi —dije, interrumpiéndolo.

    Alex cayó en silencio, pero sabía que él pensaba en Thomas también; en el manojo de harapos que Jack había sacado del auto, con forma de zombie,

  • 40

    arrastrando los pies y encorvado. Thomas había pasado cinco años contenido —encarcelado— por La Unidad. Sólo Dios sabe que le habían hecho en sus esfuerzos por entender cómo podía proyectarse fuera de su cuerpo. Había tratado de imaginar cómo se verían esos experimentos, pero cada vez se sentía como si estuviera presionando mi cara contra la ventana de un auto accidentado. No quería saber los horrores que estaban adentro.

    Escuché a Alex suspirar otra vez. Se tiró de vuelta sobre la hamaca detrás de mí y me giré para así poder verlo. Su rostro lucía abstraído y plateado debajo de la luz de la luna.

    —Lo que sea que le hicieron a Thomas se lo están haciendo a ella, ¿no? —pregunté.

    Vaciló antes de responder. Podía ver que sus ojos estaban cerrados.

    —Sí, probablemente —dijo después de un tiempo.

    Me levanté y caminé temblorosamente hacia el borde del balcón, escuchando a las olas chocar en la playa como si estuvieran tratando de alcanzarnos todo el camino hasta aquí arriba. Alex vino y se me unió, sus brazos serpenteando alrededor de mi cintura.

    —Está viva, Lila. Tienes que enfocarte en eso. Hace una semana pensabas que estaba muerta. —Se inclinó para susurrarme en el oído—. La volverás a ver de nuevo.

    —¿Cómo? —grité, retorciéndome fuera de sus brazos.

    Era imposible. ¿Cómo íbamos a volver alguna vez a la base? ¿Cómo íbamos a llegar a algún lugar cerca de ella? La Unidad era un pequeño ejército. Nosotros éramos sólo nosotros. E incluso si Demos y los otros nos encontraban, todavía no éramos los suficientes para ganarle a La Unidad, eso se había probado en Joshua Tree. Ryder había muerto; ¿cuántas personas más iban a arriesgar sus vidas por una pelea que no era suya? Demos tenía una razón… él amaba a mi mamá. ¿Pero Suki? ¿Nate? ¿Key? ¿Amber? ¿Por qué Amber querría tener algo que ver con nosotros ahora que el hombre que amaba había sido asesinado?

    Lágrimas empezaron a deslizarse por mi cara. Ryder había sido tan bueno conmigo. Y ahora estaba muerto. Asesinado por La Unidad justo en frente de mí.

  • 41

    —¿Cómo vamos a llegar a la base, Alex? Es imposible.

    Alex miraba hacía la oscura expansión del mar.

    —Siempre hay un camino de entrada —dijo, girándose lentamente para encararme—. Eso es lo que nos enseñaron. Siempre hay una grieta en la armadura. Sólo necesitamos encontrarla.

  • 42

    5 Traducido por MaryLuna

    Corregido por Julieta_Arg

    e amo —susurré.

    Había dicho las palabras sólo una vez antes, la primera noche que habíamos huido desde Joshua Tree, dejando a Jack tendido desangrándose en la suciedad y a Ryder muerto a su lado. Alex había deslizado el auto en una parada de camiones a una hora de la carretera. Estaba temblando, mis brazos envueltos alrededor de mí, tratando de contener los espasmos, los sollozos atrapados en mi pecho, haciéndome jadear en busca de aire. Alex había desabrochado mi cinturón de seguridad, alargó la mano y me llevó a su regazo, balanceándome, sosteniéndome, tratando de conseguir que me calmara. Me había aferrado a él con fuerza, mis dedos en garras, y él había tomado mi cara entre sus manos y, con sus labios contra los míos, me susurró en la oscuridad, una y otra vez, que todo iba a estar bien.

    Había tomado un tiempo para que los temblores se detuvieran, para que mis manos aflojaran su agarre sobre sus hombros y para calmar mi respiración. Me sostuvo todo el tiempo, su voz baja y constante en mi oreja, con las manos calientes contra mi piel, y cuando había encontrado mi voz, con mis labios contra su cuello y mi cuerpo desplomado contra él, le susurré las mismas palabras que susurraba ahora: Te amo.

    Incluso a pesar de que en los últimos diecisiete años las he susurrado en mi cabeza —demonios, las he vociferado, chillado, cantado, gritado en mi cabeza la mayor parte de ese tiempo— las palabras eran tan nuevas entre nosotros, prácticamente tenían la etiqueta del precio adherida todavía. El calor inundó mi cara y mis piernas se volvieron de gelatina, incluso aunque estaba recostada.

    —Te amo —dije de nuevo, esta vez sosteniendo su mirada.

    —T

  • 43

    —Lo sé —respondió Alex, apagando la luz con su mano libre y acercándome a él—. Desde que tenías cinco años.

    Le doy un codazo en las costillas.

    —No puedo creer que nunca lo vi.

    Sí, yo tampoco podía. No podría haber sido más obvia si hubiera tatuado su nombre y un corazón de amor a través de mi frente.

    —Nunca en un millón de años esperé que yo te gustara a ti —murmuré, pasando la mano sobre su pecho. Era una acción que nunca, jamás me cansaría de hacer.

    —¿Por qué?

    —Porque... —Me encogí de hombros. Como si necesitara explicarlo.

    Se rió y luego pasó un dedo por mi mejilla y a través de mis labios, dejando un bajo, ardiente estremecimiento a su paso.

    —No tienes ni idea de lo duro que era resistirte. No cuando tenías cinco años —agregó rápidamente—. Tan linda como puedes haber sido en aquel entonces, tengo que decir que nunca pensé en ti de esa manera hasta que regresaste hace unas semanas.

    —Sí, bueno, podrías haberme engañado. No actuaste como que pensabas algo de mí.

    —¿Qué puedo decir? —Alex se encogió de hombros—. Estoy entrenado en evasivas. ¿Recuerdas esa noche cuando te quedaste en mi casa? ¿Después de que la alarma fuera apagada en la base? Estuve despierto toda la noche.

    —¿Hablas en serio? —Me reí y rodé sobre mi espalda. Me había estado torturando a mí misma esa noche con la creencia de que a Alex le gustaba Rachel y había pasado ocho horas sin dormir deseando que Rachel contorneara su cuerpo perfecto en frente de un autobús—. Pero al día siguiente en la cena, en el bar incluso, fuiste tan frío conmigo —dije, sentándome para poder verlo mejor—. Actuaste como si no existiera.

    —Sí, lo siento. —Su rostro se tornó culpable—. Trataba de alejarme. Nunca esperé… —Se interrumpió de repente.

  • 44

    —¿Esperaste qué? —pregunté.

    Tomó una respiración profunda antes de dejar que saliera en un suspiro.

    —Esto —dijo. Entonces, tras otra pausa—. Siempre has estado en mi vida, Lila. Te conocí antes incluso de que pudieras hablar. —Su cabeza se dejó caer sobre la almohada—. Dios, echo de menos aquellos días.

    Le di un codazo en las costillas otra vez.

    —Lo que quiero decir es —dijo, volviéndose hacia mí, tomando mi mano entre las suyas y sujetándola con fuerza—, estaba acostumbrado a pensar en ti de una manera: como la hermana pequeña de Jack, y entonces —rió suavemente—, ahí estabas tú. Ya no pequeña. Ya no la hermana pequeña de Jack. Estabas toda crecida. —Sus ojos recorrieron la longitud de mi cuerpo antes de establecerse en mis labios—. Y demasiado sexy para tu propio bien —agregó—. Eso no me lo esperaba. —Corrió la palma de su mano por mi brazo—. Supongo que esto demuestra que no puedes luchar contra lo inevitable —dijo, con el menor encogimiento de hombros.

    Entrecerré los ojos hacia él.

    —Lo inevitable, ¿eh?

    Hizo una pausa y me dio una de sus miradas, de esas que me derriten como si fuera mantequilla en una sartén caliente.

    —Sí, lo inevitable. Tal vez tengas razón. Tal vez fue ese momento cuando tenías cinco años, cuando te rompiste la pierna. Lo viste antes que yo, eso es todo.

    Traté de suprimir la sonrisa, acostándome de nuevo y acomodando mi cabeza debajo de su barbilla.

    —¿Cuándo lo supiste? —pregunté—. ¿Fue mi gran entrada? ¿Cuándo caí por las escaleras? ¿Es eso lo que quisiste decir?

    La última cosa que Alex me había dicho antes de que me fuera con Demos fue: Cuando caíste por las escaleras, ese fue el momento.

    —Porque, sabes —continué—, ese fue un movimiento orquestado por mi parte. No tuvo absolutamente nada que ver con la torpeza o los nervios. Tenía la firme intención de aterrizar a tus pies.

  • 45

    Alex se rió por lo bajo.

    —Sí, eso es lo que quise decir. Las escaleras. No quería dejarte ir cuando caíste sobre mí. —Sus dedos acariciaban suavemente mi brazo.

    —Pero lo hiciste —murmuré, cerrando los ojos.

    Le oí suspirar entre mi cabello.

    —Tuve que hacerlo. Jack estaba allí.

    —Inevitable. —Jugueteé con la palabra en mi boca. Se sentía bien. Incliné la cabeza hacia atrás para poder mirarlo y sonreí lo que esperaba fuera una sonrisa seductora, a pesar de que hasta ahora no habían tenido el efecto deseado—. Entonces, si esto es inevitable, como dices forzado, completamente y absolutamente destinado a ser. —Recorrí suavemente mis dedos sobre las líneas tensas de los músculos de su estómago mientras decía cada palabra—. ¿Por qué estás luchando contra ello ahora?

    —¿Qué?

    Oh, esto era vergonzoso.

    —Ya sabes lo que quiero decir —murmuré, deseando por primera vez que todavía tuviera el cabello largo y pudiera ocultarme detrás de él.

    Me miró, confundido. Miré fijamente la sábana. Estaba bordada con buen gusto.

    Finalmente se da cuenta.

    —Porque, Lila —dijo, acariciando mi mejilla—, estás cansada, hay muchas cosas pasando aquí… —Tocó el costado de mi cabeza —... demasiadas... y hay un momento adecuado. No es ahora. Además —añadió—, todavía es ilegal en el estado de California. No tienes dieciocho años por otros cuatro meses.

    Me apoyé sobre un codo.

    —No estamos en California —dije, frunciendo el ceño hacia él. Y además, ¿por qué estaba preocupándose por las ilegalidades de eso cuando habíamos roto por lo menos otras cincuenta leyes y nos fugamos de un equipo de Marines de

  • 46

    operaciones especiales que querían matarnos? No era como que iba a presentar una denuncia policial en el evento. Pero Alex sólo se rió de mí.

    —Me lo agradecerás más tarde —dijo.

    No se lo agradecería más tarde, pero no tenía sentido discutir.

  • 47

    6 Traducido por Aria25

    Corregido por Julieta_Arg

    stamos interrumpiendo algo?

    —¡Suki! ¡Es Suki!

    Alex ya estaba a medio camino a través de la habitación. Me revolví como un cangrejo sobre la superficie de la cama, tirando las sábanas a mí alrededor, luego salté tras él.

    Ella golpeaba la puerta. Alex abrió y entró. Tropecé locamente hacia ella, empujando a Alex fuera del camino y lanzando mis brazos alrededor de la pequeña chica Japonesa con gafas de sol del tamaño de los platos de la cena y un vestido tan mini que apenas cubriría a una muñeca Bratz.

    —¡Suki! ¡Nos has encontrado! ¡Nos has encontrado!

    Me devolvió el abrazo.

    —Por supuesto que los hemos encontrado. ¿Qué esperaban? —Empujó las gafas de sol hacia abajo y me miró por encima de ellas—. ¿Qué le has hecho a tu cabello? —chilló.

    —Hola, Lila. —Demos se encontraba de pie detrás de ella, en la entrada.

    Me desprendí de los brazos de Suki y me volví hacia Demos.

    —Hola —dije.

    Me sonrió. Sin embargo, había poca alegría en ellos. Echó un vistazo a mi sábana en forma de toga y luego a Alex en calzoncillos. Una sonrisa irónica se formó en sus labios. Luego agarró a Suki del codo.

    —Vamos, Suki. —La empujó hacia la puerta—. Nos vemos abajo —dijo por encima del hombro.

    —¿E

  • 48

    —Adiós —gritó Suki, sus ojos tan pegados al pecho denudo de Alex que no pudo ver a donde iba y se dirigió directamente al marco de la puerta. La oímos reír todo el camino hasta la escalera.

    * * *

    —¿Dónde está Nate? ¿Dónde está Key? —pregunté, mirando alrededor y sintiendo toda mi alegría mermar al instante.

    Demos, Suki, Alicia y Harvey estaban sentados en tumbonas a la sombra de una palmera, confiriendo en silencio. No había señal de Nate o Key. Fruncí el ceño e hice otro recuento. Faltaban Amber y Bill también.

    Demos se puso de pie y caminó hacia nosotros.

    —Nate está en su habitación, descansando —dijo—. Key ha regresado para ver si puede averiguar qué está pasando con Jack.

    Al oír el nombre de Jack, sentí una punzada familiar en el estómago. Demos debió darse cuenta de cómo me sentía porque sentí su mano en mi hombro. Miré a sus ojos azules planos y algo pasó entre nosotros; algún tipo de confirmación de que él entendía como me sentía y que todo iba a estar bien. O tal vez estaba haciendo alguna especie de truco-mental Jedi en mí, no estaba segura, pero me sentí más tranquila.

    —¿Dónde están los demás? —pregunté finalmente.

    —En Ciudad de México —dijo Demos.

    —¿Qué están haciendo ahí?

    —Thomas necesitaba ayuda médica. —Miró sombríamente en dirección a Alex y di un paso ligeramente delante de él como si pudiera bloquear la ira de Demos. Alex no había sabido lo que La Unidad le hacía a Thomas; era difícilmente justo culparlo.

    —¿Y Amber? ¿Bill? —pregunté.

    La expresión de Demos se volvió más sombría todavía. Me miró.

    —Amber no está en un buen estado. Bill está haciendo todo lo posible para cuidar de los dos.

  • 49

    Por supuesto que Amber no estaba en un buen estado… había visto al hombre que amaba ser asesinado delante de sus ojos. No sabía qué decir a eso.

    —Demos.

    Levanté la mirada. Alex dio un paso adelante y le tendió la mano.

    —Soy Alex Wakeman. Nunca llegamos a conocernos adecuadamente.

    Hubo un momento en el que nadie respiró. Todos miramos a Alex, preguntándonos qué haría Demos. Cualquiera que sea la forma en que lo miraras, Alex y Demos habían luchado en diferentes bandos de la guerra hasta hace poco más de una semana. Nadie estaba seguro de si la tregua había sido temporal o se mantendría.

    Miré a Demos. Sus ojos eran iguales a los de Alex en los dos el azul y la mirada tan-inescrutable-como-una-roca. Consideró a Alex durante unos segundos antes de tomar su mano y apretarla. Todos respiramos a unísono.

    —Gracias por luchar con nosotros allí —dijo Demos.

    Alex asintió.

    —Era lo menos que podía hacer. Lo siento.

    —No lo sabías. Siento haber secuestrado a Lila de ti.

    Un ceño fruncido cruzó la cara de Alex. Luego respiró hondo y se acercó a donde Alicia estaba sentada. Ella levantó la vista hacia él. El moratón de su cara todavía seguía ahí. Se había suavizado a un color amarillento, pero todavía era un claro recordatorio de su reciente encarcelamiento.

    Alex se arrodilló en la arena delante de ella.

    —Lo siento —dijo.

    Alicia sonrió hacia él.

    —Disculpa aceptada. Y gracias por sacarme de ese lugar. Estamos bien.

    Alex le sonrió de vuelta y se levantó. Demos le presentó a Harvey y vi a los tres caer en un montón pequeño y empezar a hablar como si hace quince días no hubiesen estado tratando de matarse los unos a los otros.

  • 50

    —¿Nos encontraste bien? —pregunté, volviéndome hacia Suki.

    Ella levantó una ceja perfecta.

    —Estamos aquí, ¿no?

    —Quiero decir, ¿fue difícil? Tuvimos que irnos de Ciudad de México. La Unidad nos encontró. Había un rastreador en el brazo de Alex.

    —Lo sabemos. Nate estaba ahí en la catedral; no dejaba de hablar sobre ello, sobre todo la parte en la que Alex se quitó la camiseta.

    Mi boca cayó abierta. ¿Nate había estado en el confesionario con nosotros?

    —Los siguió aquí también —siguió Suki, sin hacer una pausa para respirar—, pero para cuando volvió a nosotros, estábamos muy por detrás de ustedes. Nos tomó un tiempo para conducir hasta aquí, bonito lugar por cierto, y tuvimos que parar en Ciudad de México, por supuesto. —Su cara se arrugó.

    —¿Cómo está Amber? —pregunté.

    —No está bien —dijo Suki con un suspiro—. Está enfadada. Muy enfadada. Con Demos. Con La Unidad. Con todo el mundo. No quiso venir con nosotros.

    —¿Cómo consiguieron que La Unidad les perdiera la pista? —dije, cambiando de tema cuando vi temblar el labio de Suki.

    —Nunca la tuvieron —dijo—. Condujimos al norte, pero ellos fueron al sur casi de inmediato. Los seguían a ustedes desde que se fueron. Una vez que nos dimos cuenta, dimos la vuelta directamente y tratamos de llegar a ustedes antes que ellos, pero no fue tan fácil. Fuimos detenidos tres veces por la policía y trataron de detenernos en la frontera también.

    —¿Qué pasó? —pregunté—. ¿Cómo pasaron?

    —Demos. —Suki se encogió de hombros—. Él simplemente los congeló y nosotros pasamos.

    No por primera vez sentí una punzada de celos por la habilidad de Demos. Hacía las cosas mucho más fáciles. Nunca tendría que hacerse amigo de un psicótico narcotraficante de la Mafia o ser maltratado por sus secuaces.

  • 51

    —¿Un qué? —estalló Suki—. ¿Qué acabas de decir sobre un narcotraficante de la Mafia maltratando a tus secuaces?

    —Nada. —Fruncí el ceño hacia ella—. No he dicho nada.

    Me estaba haciendo preguntarme ahora por qué nos habíamos molestado con los pasaportes falsos. Podríamos haber esperado a Demos y cruzar la frontera con él.

    —¿De qué estás hablando? —preguntó Suki, su frente lisa arrugándose.

    —No importa —dije rápidamente—. Vamos, enséñame en dónde está Nate. Quiero saludarlo.

    Se puso de pie de un salto, sonriendo, su cabello negro aleteando como las alas de un cuervo.

    —Él va a estar tan enfadado por no llegar a ver a Alex en ropa interior.

    —Detente, espera un segundo —dije, agarrándola por la muñeca—. ¿Qué hay de Rachel?

    Me di cuenta de que todos se habían quedado en silencio. La cabeza de Alex se había levantado con el sonido del nombre de Rachel. La última vez que habíamos visto a Rachel, había estado luchando con uñas y dientes mientras era arrastrada hacia el autobús.

    —Urgh, ella —gruñó Suki—. Sí, todavía está con nosotro