siddharta

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Hermann Hesse Siddaharta

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es una novela alegórica escrita por Hermann Hesse en 1922 tras la primera guerra mundial.

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Hermann Hesse - Siddharta

Hermann Hesse Siddharta Hermann Hesse Siddharta Hermann Hesse Siddharta Hermann Hesse

Siddaharta

A mi esposa Ninn

PRIMERA PARTE EL HIJO DEL BRAHMN Siddharta, el agraciado hijo del brahmn, el joven halcn, creci junto a su amigo Govinda al lado de la sombra de la casa, con el sol de la orilla del ro, junto a las barcas, en lo umbro del bosque de sauces y de higueras. EI sol bronceaba sus hombros brillantes al borde del ro, en el bao, en las abluciones sagradas, en los sacrificios religiosos. La sombra se adentraba por sus negros ojos en el boscaje de mangos, en los juegos de los nios, en el canto de su madre, en los sacrificios religiosos, en las enseanzas de su padre y sus maestros, en la conversacin de los sabios. Ya haca mucho tiempo que Siddharta participaba en las conferencias de los sabios. Con Govinda se entrenaba en las lides de Ja palabra, en el arte de la contemplacin, de saber ensimismarse. Ya poda pronunciar quedamente el Om la palabra por excelencia. Haba conseguido decirlo en silencio, aspirando hacia adentro; aprendi a enunciarlo calladamente, aspirando hacia afuera, concentrando su alma y con la frente envuelta en el brillo de la inteligencia. Ya saba entender el interior de su atman indestructible en el mundo material. La alegra invada el corazn de su padre al ver al hijo inteligente, con deseos de saber; observaba cmo creca en Siddharta un gran sabio y sacerdote, un prncipe entre los brahmanes. Una deliciosa sensacin llenaba el pecho de su madre cuando le vea andar, sentarse y levantarse. Siddharta el fuerte, el hermoso, el que caminaba sobre piernas delgadas, el que saludaba con perfectos modales. EI corazn de las hijas de los brahmanes rebosaba amor cuando Siddharta paseaba por las callejuelas de la ciudad con la frente iluminada, con mirada real, con caderas estrechas. Pero Govinda era el que ms amaba a Siddharta, su amigo, el hijo del brahmn. Senta afecto por la mirada de Siddharta y por su clida voz; gustaba de su manera de andar y de sus armoniosos movimientos; apreciaba todo lo que Siddharta haca y deca. Pero lo que veneraba ms era su inteligencia, sus altos pensamientos ardientes, su frrea voluntad y su vocacin sublime. Govinda lo presenta: Este no ser un brahmn corriente, ni un oscuro funcionario de los sacrificios, ni un vido comerciante de frmulas mgicas, ni tampoco un orador vano y vaco, o un sacerdote malicioso. Sin embargo, tampoco ser una mansa y estpida oveja entre la masa del rebao. No, y tampoco l, Govinda, quera ser as, un brahmn como hay diez mil. Quera seguir a Siddharta, el amado, el maravilloso. Y si Siddharta un da se converta en dios, si un da entraba en el imperio de la luz, Govinda le seguira entonces, como su amigo, su acompaante, su criado, su escudero, su sombra. Todos queran as a Siddharta. A todos daba alegra y gozo. No obstante, el propio Siddharta no senta alegra ni gozo de s mismo. Su corazn no comparta ese jbilo general cuando andaba por los caminos rosados del jardn de higueras, o se hallaba sentado a la sombra azul del bosque de la contemplacin, cuando lavaba sus miembros en el diario bao propiciatorio, o haca sacrificios entre las profundas sombras del bosque de mangos. Incesantemente se le aparecan sueos y pensamientos en que vea la corriente del ro, el brillo de las estrellas nocturnas, el resplandor del sol. El nimo se le intranquilizaba con pesadillas salidas del humo de los sacrificios, de los versos del Rig Veda, de las doctrinas de los viejos brahmanes. Siddharta haba empezado a alimentar el descontento en su interior. Comenz por comprender que el amor de su padre, el cario de su madre, y tambin el afecto de su amigo, Govinda, no le haran feliz para toda la vida. No le satisfaca ni le bastaba. Haba empezado a presentir que su venerable padre y los otros profesores, junto con los sabios brahmanes, ya le haban comunicado la parte ms importante de su sabidura. Adivinaba que ya haban henchido hasta la pltora el

Hermann Hesse Siddharta

3 recipiente, y, sin embargo, el recipiente no se encontraba lleno. El espritu no se hallaba satisfecho, el alma no estaba tranquila, el corazn no se senta saciado. Las abluciones eran buenas, pero eran agua; no lavaban el pecado, no curaban la sed del espritu, no tranquilizaban el temor del corazn. Los sacrificios y la invocacin de los dioses eran excelentes... Pero, lo eran todo? Daban los sacrificios la felicidad? Y qu suceda con los dioses? Realmente era Prajapati el creador del mundo? No era el atman, lo nico, lo indivisible? Acaso los dioses no eran unos seres creados como yo y como t, sbditos del tiempo, pasajeros? Tena sentido, entonces, ofrecer sacrificios a los dioses? A quin ms se deban ofrecer sacrificios y mostrar devocin, que no fuera al nico, al atman? Y dnde se poda encontrar el atman? Dnde viva, dnde lata su corazn eterno? Dnde sino en el propio yo, en nuestro interior, en lo indestructible que cada uno lleva dentro de s? Pero dnde se hallaba este yo, este interior, este ltimo? No es carne ni es hueso, no es pensamiento ni conciencia: as lo ensean los grandes sabios. Entonces, dnde? Dnde se encontraba? Exista otro camino para llegar al yo, al atman..., un camino que vala la pena buscar? Pero nadie enseaba ese camino! Nadie lo conoca! Ni el padre, ni los profesores y sabios, ni los sagrados ritos de los sacrificios! Todo lo saban los brahmanes y sus libros religiosos. Lo conocan todo. Se haban preocupado de todo; lo referente a la creacin del mundo, al origen de la oracin, de los elementos, de la aspiracin, de la espiracin, a las rdenes de los sentidos, a los hechos de los dioses. Saban infinidad de cosas. Pero, tena algn valor saber todo eso, si se desconoca al Uno, al Unico, al ms Importante, al nicamente Importante? Ciertamente, muchos versos de los libros sagrados, sobre todo los Upanishandas de Samaveda, hablaban de este interior y ltimo. Maravillosos versos. Tu alma es el mundo entero, se lea all. Y escrito est que el hombre, mientras duerme, durante el sueo profundo, entra en su propio interior y vive en el atman. Qu maravillosa sabidura entraaban esos versos! Todo el conocimiento de los grandes sabios se haba reunido en estas palabras mgicas, puras como la miel de las abejas. No, no se deban menospreciar los enormes conocimientos que aqu se guardaban, reunidos por innumerables generaciones de sabios y penitentes, que haban logrado no slo conocer este profundo saber, sino tambin vivirlo. Dnde se encontraba el experto que era capaz de retener el atman desde el sueo hasta el despertar, durante la vida, con cada paso, palabra o hecho? Siddharta conoca a muchos brahmanes venerables, sobre todo a su padre, el puro, el sabio, el ms reverenciado. Su padre era digno de admiracin; su comportamiento resultaba sosegado y noble, su vida era pura, su palabra sabia, los pensamientos de su frente delicados y aristocrticos. Pero l, que saba tanto, viva en la bienaventuranza, tena la paz? Acaso no era tambin uno de los que buscan siempre, sedientos? No necesitaba beber continuamente en las fuentes sagradas, en los sacrificios, en los libros, en los dilogos con los brahmanes? Por qu l, que era irreprochable, tena que lavar diariamente sus pecados, esforzarse cada da en la purificacin, repetirla cotidianamente? No estaba el atman en l, no flua la primera fuente de su propio corazn? Esa primera fuente deba, tena que encontrarse en el propio yo! Era necesario poseerla! Todo lo restante era una simple bsqueda, un rodeo, un desvaro. Tales eran los pensamientos de Siddharta. Esa era su sed, su sufrimiento. A menudo pronunciaba las palabras de un Chandogya-Upanishad: -Quizs el nombre del brahmn sea Satyam... Quien lo sabe con certeza entra diariamente en el mundo celestial. Siddharta pareca estar a menudo cerca del mundo celeste, pero nunca lo haba alcanzado completamente, jams haba saciado la ltima sed. Tampoco ninguno de todos los ms sabios que Siddharta conociera, y de cuyas enseanzas disfrut, haba conseguido ese mundo celestial que apaga la sed eterna para siempre. -Govinda -dijo Siddharta a su amigo-, Govinda, ven conmigo a la higuera de los banianos. Tenemos que practicar el arte de la meditacin. Se fueron a la higuera de los banianos. Se sentaron. Aqu Siddharta y veinte pasos ms all Govinda. Acomodado y dispuesto a decir el Om, Siddharta repiti el verso murmurando: Om es el arco, la flecha, es el alma, la meta de la flecha es el brahmn, al que sin cesar se debe alcanzar. Cuando haba pasado el tiempo acostumbrado para el ejercicio del arte de ensimismarse, Govinda se levant. Se haba hecho tarde; ya era la hora de efectuar la ablucin de la noche. Llam a Siddharta por su nombre. Siddharta no contest. Siddharta se hallaba sentado, con la mirada fija en una meta lejana, con la punta de la lengua saliendo un poco entre los dientes; pareca que no respiraba. As sentado, logrado el arte de ensimismarse, pensaba en el Om, enviaba su alma como una flecha hacia el brahmn. Un da, por la ciudad de Siddharta pasaron unos samanas, ascetas peregrinos; eran tres hombres enjutos y apagados, ni viejos ni jvenes, con hombros ensangrentados y llenos de polvo, casi desnudos, quemados por el sol, rodeados de soledad, forasteros y enemigos del mundo, extraos y flacos chacales en un reino de hombres. Tras ellos vena un ardiente hlito de silenciosa pasin, de servicio destructivo, de despersonalizacin implacable. Por la noche, despus de la hora de la contemplacin, Siddharta declar a Govinda: -Maana de madrugada, amigo, Siddharta ir con los samanas. Ser un nuevo samana. Govinda palideci al or tales palabras y al leer en la cara inmvil de su amigo aquella decisin imposible de desviar, como la flecha disparada por el arco. De pronto, y con la primera mirada, Govinda se dio cuenta: esto es slo el principio; ahora Siddharta iniciar su camino, ahora empieza a despertar su destino. Y con el suyo, tambin el mo. Y se tom lvido como la piel seca de un pltano. -Siddharta -invoc-. Te lo permitir tu padre? Siddharta le observ como uno que empieza a despertarse. Raudo como una flecha ley en el alma de Govinda, adivin el miedo, advirti la sumisin. -Govinda -afirm en voz baja-, no debemos malgastar palabras. Maana de madrugada empezar la vida de los samanas. No se hable ms. Siddharta entr en la habitacin donde se encontraba su padre sentado encima de una estera de maguey; se coloc tras l y aguard hasta que se diera cuenta de que alguien se hallaba a sus espaldas. El brahmn pregunt: -Eres t, Siddharta? Pues manifiesta lo que has venido a decirme. Empez Siddharta: -Con tu permiso, padre. He venido a comunicarte que deseo abandonar maana tu casa para irme con los ascetas. Mi deseo es convertirme en un samana. Espero que mi padre no se oponga. El brahmn qued en silencio y permaneci as tanto tiempo que, por la pequea ventana, pasaron las estrellas y cambiaron su figura antes de que se rompiera el silencio de aquella habitacin. Callado y sin moverse se hallaba el hijo, con los brazos cruzados; callado y sin moverse el padre segua sentado sobre la estera. Y las estrellas pasaban por el cielo. Entonces declar el padre: -No es conveniente que un brahmn pronuncie palabras violentas y furiosas. Pero la indignacin estremece mi alma. No quiero or de tu boca este deseo por segunda vez. Lentamente se levant el brahmn. Siddharta continuaba callado, con los brazos cruzados. -Qu esperas? -pregunt el padre. Siddharta contest: -T ya sabes. Busc su cama y se tendi en ella lleno de ira. Despus de una hora, el sueo no haba conseguido cerrarle los ojos, se levant el brahmn, pase de un lado a otro y por fin sali de la casa. A travs de la pequea ventana de la habitacin mir hacia el interior y vio a Siddharta en el mismo sitio, con los brazos cruzados. Plido, con su clara tnica reluciente. El padre regres a su lecho con el corazn intranquilo. Despus de una hora sin conseguir conciliar el sueo, se levant otra vez, pase de un lado a otro, sali de la casa y observ que la luna haba salido. A travs de la ventana de la alcoba contempl el interior; y all se encontraba Siddharta sin haberse movido, con los brazos cruzados, con la luz de la luna reflejndose en sus desnudas piernas. Con el corazn abrumado, regres a su cama. Y volvi despus de una hora, de dos horas; mir a travs de la pequea ventana y vio a Siddharta a la luz de la luna, de las estrellas, en la oscuridad. Y lo repiti a cada hora, en silencio; miraba hacia la alcoba y vea que Siddharta no se mova. Su corazn se llen de ira, se colm de intranquilidad, se satur de miedo, se nutri de pena. Y en la ltima hora de la noche, antes de que empezara el da, regres; entr en el cuarto y observ al joven, que le pareci ms alto, como un extrao. - Siddharta - invoco-. Qu esperas? -T ya sabes. -Te quedars siempre as y aguardars hasta que se haga de da, hasta el medioda, hasta la noche? -Me quedar as y esperar. -Te cansars, Siddharta. -Me cansar. -Te dormirs, Siddharta. -No me dormir. -Te morirs, Siddharta. -Me morir. -Y prefieres morir antes que obedecer a tu padre? -Siddharta siempre ha obedecido a su padre. -As pues, deseas abandonar tu idea? -Siddharta har lo que su padre le diga. La primera luz del da entr en la habitacin. El brahmn vio que las rodillas de Siddharta temblaban. Sin embargo, en el rostro de su hijo no vio ninguna duda, sus ojos miraban hacia muy lejos. Entonces el padre se dio cuenta de que Siddharta ya desde ahora no se hallaba a su lado, en su tierra. Ahora ya le haba abandonado. El padre toc el hombro de Siddharta. -Irs al bosque -dijo-, y sers un samana. Si encuentras la bienaventuranza en el bosque, regresa y ensamela. Si hallas el desengao, vuelve y de nuevo sacrificaremos juntos ante los dioses. Ahora ve, besa a tu madre y dile adnde vas. Ya es mi hora de ir al ro, a efectuar la primera ablucin. Retir la mano del hombro de su hijo y sali. Siddharta vacil en el momento en que intent andar. Domin sus miembros, se inclin ante su padre y se dirigi hacia su madre para obrar tal como le haba pedido el progenitor. Con la primera luz del da, Siddharta abandon lentamente la silenciosa ciudad, con las piernas entumecidas an. En la ltima choza apareci una sombra que se haba escondido all, y que se uni al peregrino: era Govinda. -Has venido -declar Siddharta, sonriente. -He venido -respondi Govinda. CON LOS SAMANAS El mismo da, por la noche, alcanzaron a los ascetas, los enjutos samanas, y les ofrecieron su compaa y obediencia. Fueron aceptados. Siddharta regal su tnica a un pobre de la carretera. Desde entonces, slo visti el taparrabos y la descosida capa de color tierra. Comi solamente una vez al da y jams alimentos cocinados. Ayun durante quince das. Ayun durante veintiocho das. La carne desapareci de sus muslos y mejillas. Ardientes sueos oscilaban en sus ojos dilatados; en sus dedos huesudos crecan largas uas, y del mentn le naca una barba reseca y despeinada. La mirada se le tornaba fra cuando una mujer cruzaba por su camino; la boca expresaba desprecio, cuando atravesaba la ciudad con personas vestidas elegantemente. Vio negociar a los comerciantes, y cazar a los prncipes; presenci el llanto de los familiares de un difunto; advirti cmo las prostitutas se ofrecan, cmo los mdicos se preocupaban de los enfermos, cmo los sacerdotes determinaban el da de la siembra, se percat de que los amantes se queran, de que las madres daban el pecho a sus hijos. Y todo ello no era digno de la mirada de sus ojos, todo menta, todo apestaba; ola todo a hipocresa, todo aparentaba tener sentido y felicidad y belleza, mas, sin embargo, todo era ignorancia y putrefaccin. Siddharta tena un fin, una meta nica: deseaba quedarse vaco, sin sed, sin deseos, sin sueos, sin alegra ni penas. Deseaba morirse para alejarse de s mismo, para no ser yo, para encontrar la tranquilidad en el corazn vaco, para permanecer abierto al milagro a travs de los pensamientos despersonalizados: se era su objetivo. Cuando todo el yo se encontrase vencido y muerto, cuando se callasen todos los vicios y todos los impulsos en su corazn, entonces tendra que despertar lo ltimo, lo ms ntimo del ser, lo que ya no es el yo, sino el gran secreto. Siddharta permaneca en silencio bajo el calor vertical del sol ardiente de dolor, de sed; y se quedaba as hasta que ya no senta dolor ni sed. Se hallaba en silencio durante la estacin lluviosa el agua corra desde su cabello hasta sus hombros que sentan el fro hasta sus caderas y hasta sus piernas heladas, y el penitente continuaba as hasta que los hombros y las piernas ya no sentan fro, hasta que se acallaban Se mantena sentado en silencio sobre el bardal, hasta que le goteaba sangre de la piel caliente, y despus de las lceras. Y Siddharta continuaba erguido, inmvil, hasta que ya no le goteaba la sangre, hasta que nada le punzaba hasta que nada le quemaba. Siddharta estaba sentado con rigidez y trataba de ahorrar aliento de vivir con poco aire, de detener la respiracin. Aprenda a tranquilizar el latido de su corazn con el aliento, aprenda a disminuir los latidos de su corazn hasta que eran mnimos, casi nulos. Instruido por el ms anciano samana, Siddharta se entrenaba en la despersonalizacin, en el arte de ensimismarse segn las nuevas reglas de los samanas. Una garza vol sobre el bosque de bamb y Siddharta absorbi a la garza en su alma; vol con ella sobre el bosque y las montaas; era garza, coma peces, sufra el hambre de la garza, hablaba el idioma de la garza, senta la muerte de la garza. Un chacal muerto se hallaba en la orilla arenosa, y Siddharta entraba en el cadver: era chacal muerto, yaca en la playa, se hinchaba, apestaba, se descompona; sintise descuartizado por las hienas, decapitado por los cuervos; se tom esqueleto, y polvo, y el vendaval se lo llev. El alma de Siddharta regres; haba muerto, se haba convertido en polvo..., haba probado la triste borrachera del ciclo. Ahora aguardaba con una sed nueva, como un cazador, el hueco donde podra escapar del ciclo, donde empezara el fin de las causas y de la eternidad, del dolor. Mataba sus sentidos, destrozaba su memoria, sala de su yo y entraba en mil configuraciones extraas: era animal, carroa, piedra, madera, agua. Y cada vez se encontraba as mismo al despertar; brillaba el sol o la luna, de nuevo era l, se mova en el ciclo, senta sed, venca la sed, y volva a tener sed. Siddharta estudi mucho con los samanas. Aprendi a andar por diversos caminos para alejarse del yo. Anduvo por el camino de la despersonalizacin a travs del dolor, a travs del sufrimiento voluntario y del vencimiento del dolor, del hambre, de la sed, del cansancio. Camin por la despersonalizacin a travs del pensamiento, de vaciar la mente de toda imaginacin. Se enter de estos y otros mtodos, mil veces abandon su yo; durante horas y das permaneca en el no-yo. Pero aunque los caminos se alejaban del yo, su final conduca siempre de nuevo hacia el yo. Aunque Siddharta huy mil veces del yo, permaneca en el vaco, en el animal, en la piedra, no poda evitar el regreso, como era imposible escapar de la hora en que vuelve uno a encontrarse bajo el brillo del sol o de la luz de la luna, en la sombra o en la lluvia. Y de nuevo era el yo y Siddharta, y senta otra vez la tortura del ciclo impuesto. A su lado viva Govinda, su sombra; iba por los mismos caminos, se someta a los mismos ejercicios. Pocas veces hablaban juntos de otra cosa que no fuera lo que exiga el servicio y los ejercicios. A veces los dos paseaban por los pueblos para pedir alimentos para ellos y sus profesores. -Qu piensas, Govinda? -inquiri Siddharta en ocasin de una de estas salidas-. Crees que hemos adelantado? Hemos logrado algn fin? Govinda contest: -Hemos aprendido y seguiremos aprendiendo. T sers un gran samana, Siddharta. Has aprendido rpidamente todos los ejercicios, y a menudo has dejado admirados a los viejos samanas. Algn da sers un santo, Siddharta. Y Siddharta replic: -No soy de la misma opinin, amigo. Lo que hasta el da de hoy he aprendido de los samanas, Govinda, lo hubiera podido aprender ms rpidamente y con mayor sencillez en otro lugar. Se puede aprender en cualquier taberna de un barrio de prostitutas, amigo mo, entre arrieros y jugadores. Govinda exclamo: -Siddharta, quieres burlarte de m? Cmo hubieras podido aprender el arte de abstraerte, de contener la respiracin, de insensibilizarte contra el hambre y el dolor all, entre aquellos miserables? Y Siddharta dijo en voz baja, como si hablara consigo mismo: -Qu significa el arte de ensimismarse? Qu es el abandono del cuerpo? Qu representa el ayuno? Qu se pretende al detener la respiracin? Se trata slo de huir del yo. Es un breve escaparse del dolor de ser yo, una breve narcosis contra el dolor y lo absurdo de la vida. La misma huida, la misma breve narcosis encuentra el arriero en el albergue cuando bebe algunas copas de aguardiente de arroz o de leche de coco fermentada. Entonces ya no siente su yo, ya no experimenta los dolores de la vida; en aquel momento ha encontrado una breve narcosis. Dormido sobre su copa de aguardiente de arroz alcanza lo mismo que Siddharta y Govinda despus de largos ejercicios: escapar de su cuerpo y permanecer en el no-yo. As sucede, Govinda. Govinda repuso: -As hablas, amigo, y sin embargo sabes que Siddharta no es ningn arriero y que un samana no es un borracho. Verdad es que el borracho encuentra su narcosis, alcanza una breve huida y un descanso, pero regresa de la vana ilusin y se halla igual; no se ha hecho ms sabio, no ha ganado conocimientos. Siddharta declar sonriente: -No lo s, nunca he estado borracho. Pero s s que yo, Siddharta, en mis ejercicios y en el arte de ensimismarme slo encuentro una breve narcosis, y me hallo tan alejado de la sabidura y de la redencin como cuando de nio, en el vientre de mi madre. Govinda, esto puedo afirmarlo. Y en otra ocasin, cuando abandon el bosque Siddharta con Govinda a fin de pedir alimentos en el pueblo para sus hermanos y profesores, empez a hablar de nuevo. -Govinda -dijo-, cmo podemos saber si vamos por el buen camino? Nos acercamos a la ciencia? Aceleramos nuestra redencin? O, acaso andamos en crculo, nosotros, los que pretendemos evadirnos del ciclo? Govinda aleg: -Hemos aprendido mucho, Siddharta, y mucho queda por aprender. No damos vueltas, vamos hacia arriba; las vueltas son en espiral y ya hemos subido muchos peldaos. Siddharta pregunto: -Cuntos aos crees que tiene el ms anciano de los samanas, nuestro venerable profesor? Dijo Govinda: -Quiz tenga unos sesenta. Y Siddharta: -Tiene sesenta aos y no ha llegado al nirvana. Tendr setenta, y ochenta aos, como t y yo los tendremos, y seguiremos con los ejercicios y ayunaremos, y meditaremos. Pero nunca llegaremos al nirvana. Ni l, ni nosotros. Govinda, creo que seguramente ni uno de todos los samanas llegar al nirvana. Ni uno. Encontramos consuelo, alcanzamos la narcosis, aprendemos artes para engaarnos. Pero lo esencial, el camino de los caminos, se no lo hallaremos. Insinu Govinda: -Deseara que no pronunciaras palabras tan horribles, Siddharta. Por qu ninguno encontrar el camino de los caminos de entre tantos sabios, tantos brahmanes, tantos rgidos samanas venerables, tantos hombres que buscan, tantos dedicados a profundizar, tantos hombres sagrados? Sin embargo, Siddharta contest en voz baja, en tono triste e irnico a la vez: -Govinda, tu amigo abandonar pronto la senda de los samanas, por la que tanto tiempo ha caminado contigo. Sufr sed, Govinda, y durante este largo trayecto con los samanas mi sed nada ha disminuido. Siempre me hall sediento de ciencia y lleno de preguntas. He interrogado a los brahmanes ao tras ao, he indagado entre los sagrados Vedas ao tras ao. Quiz, Govinda, si hubiera preguntado al clao o al chimpanc me habran instruido tan bien, tan tilmente, con tanta inteligencia. Govinda, he necesitado tiempo para aprender, y an no he conseguido entender que no se puede aprender nada! Creo que realmente no existe eso que nosotros llamamos aprender. Slo existe, amigo mo, un saber que est en todas partes, es decir, el atman. Este se halla en m y en ti, y en cada ser. Y empiezo a creer que este saber no tiene peor enemigo que el querer saber, que el desear aprender. Entonces Govinda se detuvo en el camino, levant las manos y exclam: -Siddharta, deseara que no intranquilizaras a tu amigo con semejantes palabras! Tus teoras despiertan verdadero temor en mi corazn. Y piensa nicamente: Qu sera de la santidad, de las oraciones, de la venerable clase de los brahmanes, de la religiosidad de los samanas, si sucediera como t dices, si no existiese el aprender? Qu sera, Siddharta, de todo lo que es sagrado, valioso y venerable en este mundo? Y Govinda murmur unos versos de un Upanishanda: Al que medite con la mente purificada y se absorba en el atman, la bienaventuranza de su corazn no ser explicable con palabras. Pero Siddharta permaneca callado. Pensaba en las palabras que Govinda le haba dicho, y las medit en lo ms recndito de su significado. S, pens Siddharta con la cabeza inclinada. Qu quedara de todo lo que parece sagrado? Qu quedara? Qu respondera a las esperanzas? Y sacudi la cabeza. Una vez, cuando los jvenes haca ya aproximadamente tres aos que vivan con los samanas y haban participado en todos sus ejercicios, les lleg de lejos una noticia, un rumor, una leyenda: haba surgido un hombre, llamado Gotama, el majestuoso, el buda, que en su persona haba superado el dolor del mundo y haba parado la rueda de las reencarnaciones. Enseando, rodeado de discpulos, recorra el pas sin propiedades, sin casa, sin mujer, tan slo con el ropaje amarillo del asceta, pero con la frente alegre, como un bienaventurado, y los brahmanes y los prncipes se inclinaban ante l y se convertan en sus discpulos. Esta leyenda, este rumor, este cuento son en el aire, perfum la atmsfera aqu y all. Los brahmanes hablaban de ello en las ciudades, los samanas en el bosque; siempre se repeta el nombre de Gotama, el buda, a los odos de los jvenes, para bien y para mal, en alabanzas e improperios. Como cuando una nacin sufre la peste y se dice que all o all hay un hombre, un sabio, un experto cuya palabra y aliento es suficiente para curar a todos los enfermos, y esta noticia recorre el pas y todos hablan de ella, unos la creen, otros dudan, pero muchos se ponen rpidamente en camino para buscar al sabio, al salvador, as tambin con aquel rumor perfumado de Gotama, el buda, el sabio de la tribu de los Sakias. Los creyentes decan que Gotama posea la mxima ciencia, se acordaba de sus vidas pasadas, haba alcanzado el nirvana y jams volvera al ciclo, jams se hundira de nuevo en la turbia corriente de las configuraciones. Se deca de l muchas cosas maravillosas e increbles, haba hecho milagros, haba superado al demonio, haba hablado con los dioses. Pero sus enemigos y los incrdulos afirmaban que este Gotama era un vano seductor, que pasaba sus das, holgadamente, despreciaba los sacrificios, no era sabio y desconoca los ejercicios y la mortificacin. La leyenda del buda era dulce, los informes llevaban el perfume del encanto. Ciertamente el mundo se hallaba enfermo y la vida era difcil de soportar. Y no obstante, pongan atencin: una fuente parece sonar como un suave mensaje, lleno de consuelo y de nobles promesas. En todas partes adonde llegaba la voz del buda, en todas las regiones de la India, los jvenes escuchaban con inters, sentan anhelo, esperanza; cualquier peregrino o forastero reciba excelente acogida entre los hijos de los brahmanes de las ciudades, si traa noticias de Gotama, el majestuoso, el Sakiamuni. La leyenda tambin haba llegado hasta los samanas del bosque, hasta Siddharta y Govinda. Lentamente, goteando. Cada gota iba cargada de esperanza, de duda. Hablaban poco de ese asunto, ya que el ms anciano de los samanas no era amigo de la leyenda. Haba odo que aquel presunto buda haba sido antes un asceta y haba vivido en el bosque, pero que despus haba vuelto a la vida holgada y a los placeres mundanos, y su opinin sobre este Gotama era negativa. -Siddharta -dijo un da Govinda a su amigo-. Hoy he estado en el pueblo, y un brahmn me invit a entrar en su casa, y en ella estaba el hijo de un brahmn de Magada que haba visto con sus propios ojos al buda, y le haba odo predicar. Con certeza me dola el aliento en el pecho, y pens: Que yo tambin, que nosotros dos, Siddharta y yo, podamos vivir la hora en que escuchemos la doctrina de los labios de aquel perfecto! Dime, amigo, no deberamos ir asimismo nosotros hacia all para escuchar las enseanzas de los mismos labios del buda? Siddharta contest: -Govinda, siempre pens que Govinda se quedara con los samanas; siempre haba imaginado que su meta era tener sesenta y setenta aos, y seguir con las artes y los ejercicios que ennoblecen a un samana. Pero mira por dnde no conoca bien a Govinda, saba muy poco de su corazn. As pues, querido amigo, ahora quieres tomar un sendero y marchar hacia donde el buda predica su doctrina. Govinda aleg: -Te gusta burlarte! Pues brlate como siempre, Siddharta! Acaso no se ha despertado tambin en tu interior un deseo, una aficin por escuchar semejante doctrina? Y no dijiste una vez que ya no pensabas andar mucho tiempo por el camino de los samanas? Entonces Siddharta ri de la ocurrencia. Luego en su voz, apareci una sombra de tristeza y de irona, y declar: -Bien, Govinda, has hablado con mucha propiedad, te has acordado con suma agudeza. Sin embargo, deseara que tambin recordaras el resto de lo que oste de m; o sea, que desconfo de todo porque estoy cansado de las doctrinas y de aprender, y que es muy pequea mi fe en las palabras que nos llegan de profesores. Pero adelante, querido amigo, estoy dispuesto a escuchar aquellas enseanzas, aunque dentro de mi corazn creo que ya hemos probado el mejor fruto de esa doctrina. Govinda manifest: -Tu decisin alegra mi alma. Pero dime, cmo es posible? Cmo puede darnos su mejor fruto Ja doctrina de Gotama, aun antes de haberla escuchado? Siddharta afirm: -Gocemos de ese fruto y esperemos la continuacin, Govinda! Lo que hemos de agradecer a Gotama, en primer lugar, es que nos aleje de los samanas! Si adems nos puede dar otra cosa mejor, amigo, esperemos con el corazn tranquilo. Ese mismo da, Siddharta hizo saber al ms anciano samana su decisin de abandonarles. Se lo revel con la cortesa y modestia que corresponden a un joven discpulo. No obstante, el samana se enfureci porque los dos jvenes le queran abandonar, y empez a vociferar y a maldecir. Govinda se asust y desconcert. Pero Siddharta acerc su boca a la oreja de Govinda y musit en voz baja: -Ahora le demostrar al viejo que he aprendido algo de sus enseanzas. Se coloc ante el samana y concentr su alma; capt la mirada del anciano con sus ojos, la paraliz, le hizo callar, le dej sin voluntad, le someti a su razn y le orden ejecutar en silencio lo que le exiga. El anciano enmudeci, sus ojos se quedaron fijos, su voluntad paralizada, sus brazos relajados e impotentes junto a su cuerpo: haba sido vencido por el hechizo de Siddharta. Y los pensamientos de Siddharta se apoderaron del samana y ste tuvo que hacer lo que los dos le mandaban. Y as, el anciano se inclin varias veces, hizo gestos de bendicin y pronunci vacilante un piadoso deseo para el viaje. Y los jvenes replicaron agradeciendo las reverencias: devolvieron el deseo, y tras saludar, se marcharon. Por el camino coment Govinda: -Siddharta, has aprendido de los samanas ms de lo que yo crea. Es difcil, muy difcil hechizar a un viejo samana. Seguro que site quedas all, pronto habras aprendido a andar por encima del agua. -No deseo andar por encima del agua -confes Siddharta- Que los viejos samanas se contenten con semejantes artimaas! GOTAMA En la ciudad de Savathi todos los nios conocan el nombre del majestuoso buda, y cada casa estaba preparada para llenar el plato de limosnas a los discpulos de Gotama, que pedan en silencio. Cerca de la ciudad se encontraba el lugar preferido de Gotama, el bosque Jetavana, que haba sido regalado para Gotama y los suyos por el rico comerciante Anathapindika, un devoto admirador del majestuoso. Hacia aquella regin tambin se haban encaminado, gracias a los relatos y respuestas que recibieron, los dos jvenes ascetas en su bsqueda del Gotama. Y cuando llegaron a Savathi, ya en la primera casa ante cuya puerta se detuvieron se les ofreci comida, y ellos la aceptaron. Siddharta pregunt a la mujer que les daba de comer: -Buena mujer, nos gustara mucho que nos dijeras dnde se halla el buda, el ms venerable, pues somos dos samanas del bosque y hemos venido para ver al perfecto, y escuchar la doctrina de sus labios. La mujer contest: -Realmente os habis detenido aqu, en el lugar preciso, samanas del bosque. Debis saber que el majestuoso se encuentra en Jetavana, en el jardn de Anathapindika. All, peregrinos, podris pasar la noche, pues hay suficiente espacio, incluso para los incontables que llegan a escuchar la doctrina de sus labios. Esto alegr a Govinda, que lleno de gozo exclam: - Bien, pues hemos llegado a nuestra meta, y nuestro camino ha terminado! Pero dinos t, madre de los peregrinos, conoces al buda, le has visto con tus propios ojos? La mujer repuso: -Muchas veces he visto al majestuoso. Muchos das le he observado cuando pasa por las callejuelas, en silencio, con su ropaje amarillo, cuando presenta en silencio su plato de limosnas en la puerta de las casas, y cuando se lleva el plato lleno. Govinda escuchaba encantado y quera preguntar y or mucho mas. Pero Siddharta acord seguir el camino. Dieron las gracias y se fueron. Ni siquiera tuvieron que preguntar por el lugar, pues eran muchos los peregrinos y monjes de la doctrina de Gotama que hacan el camino hacia Jetavana. Y cuando de noche arribaron all, observaron que haba un continuo llegar, exclamar y hablar entre aquellos que buscaban y reciban albergue. Los dos samanas, acostumbrados a la vida del bosque, encontraron rpidamente y en silencio un amparo, y descansaron all hasta la manana siguiente. Al salir el sol, vieron con asombro el gran nmero de fieles y curiosos que haban pernoctado en aquel lugar. Por todas las sendas del maravilloso bosque caminaban monjes con su vestidura amarilla; estaban sentados debajo de los rboles, entregados a la contemplacin o dedicados a la conversacin intelectual. Los umbrosos jardines parecan una ciudad llena de personas, que pululaban como abejas. La mayora de los monjes salan con el plato de limosnas, a buscar en la ciudad alimento para la hora de la comida del medioda, la nica de la jornada. Tambin el mismo buda, el inspirado, sola pedir limosnas por la maana. Siddharta le vio y le conoci en seguida, como si un dios se lo hubiera mostrado. Lo contempl: un hombre modesto, con su hbito amarillo, con el plato de las limosnas en la mano, caminando en silencio. -Mira all! -grit Siddharta en voz baja a Govinda-. Ese es el buda. Govinda mir con atencin al monje de vestiduras amarillas, que no pareca diferenciarse en nada de los centenares de otros monjes. No obstante, reconoci tambin Govinda: Este es. Y le siguieron y le observaron. El buda continu su camino modestamente, entregado a sus pensamientos; su rostro sereno no era ni alegre ni triste: pareca sonrer levemente en su interior. Caminaba el buda con una sonrisa escondida, sosegada, tranquila, parecida a la de un nio sano; llevaba el hbito y haca sus pasos igual que todos los monjes, segn unas reglas exactas. Pero su cara y su manera de andar, su mirada tranquila y discreta, su mano lacia y colgante, y aun cada dedo de esa mano hablaban de paz, de perfeccin; no buscaba, no imitaba; respiraba suavemente, con una tranquilidad imperturbable, con una luz imperecedera, con una paz intangible. As caminaba Gotama hacia la ciudad para pedir limosnas y los dos samanas slo le conocieron por la perfeccin de su alma, por el sosiego de su figura, en la que no haba bsqueda, ni voluntad, ni imitacin, ni esfuerzo, slo luz y paz. -Hoy escucharemos la doctrina de sus labios -coment Govinda. Siddharta no contest. Senta poca curiosidad por esa doctrina, no crey que llegara a ensearle nada nuevo, ya que l, al igual que Govinda, haba escuchado una y otra vez el contenido de esa doctrina del buda, aunque por informes que haban pasado en general de boca en boca. Pero ahora mir con atencin la cabeza de Gotama, sus hombros, sus pies, su mano tranquilamente relajada; y a Siddharta le pareci que cualquier miembro de cualquier dedo de esa mano era doctrina; respiraba y brillaba todo l verdad. Ese hombre era un santo. Jams Siddharta haba admirado y amado tanto a un hombre como a aqul. Los dos siguieron al buda hasta la ciudad y volvieron en silencio, pues ellos mismos pensaban renunciar a los alimentos de aquel da. Contemplaron a Gotama de regreso; lo observaron rodeado de sus discpulos, tomando el almuerzo; lo que coma ni siquiera bastaba a un pjaro, y vieron cmo se retiraba luego a la sombra de los mangos. Pero por la noche, cuando se apag el calor y el campamento se llen de vida, escucharon la doctrina del buda. Oyeron su voz, que tambin era perfecta, tranquila y llena de sosiego. Gotama ense la doctrina del sufrimiento; habl sobre el origen del dolor y sobre el camino para reducir ese dolor. Su oracin era sencilla y serena. La vida era dolor, el mundo estaba lleno de sufrimiento, pero se haba hallado la liberacin del dolor: tal liberacin estaba en manos del que segua el camino del buda. El majestuoso predicaba con voz suave, pero firme, enseaba las cuatro frases principales, mostraba el octavo sendero, repeta con paciencia y constancia la enseanza, los ejemplos; su voz flotaba clara y sosegada sobre los oyentes, como una luz, como un cielo de estrellas. Ya era de noche cuando el buda termin su oracin. Muchos peregrinos se le acercaron y rogaron que les aceptara en la comunidad, pues queran refugiarse en la doctrina. Y Gotama los acept diciendo: -Se os ha enseado la doctrina y vosotros la habis escuchado con atencin. Acercaos, pues, y caminad hacia la santidad, para preparar el fin de todos los dolores. Tambin se adelant Govinda, el tmido, y declar: -Yo tambin me refugio en el majestuoso y su doctrina. Y as Govinda pidi que le aceptaran entre los discpulos, y fue admitido. Inmediatamente despus, cuando el buda ya se haba retirado para descansar durante la noche, Govinda se dirigi a Siddharta y manifest con solicitud: -Siddharta, no tengo derecho a reprocharte nada. Los dos hemos escuchado al majestuoso, los dos nos hemos enterado de su doctrina. Govinda ha odo la predicacin y se ha refugiado en ella. Pero t, a quien admiro, acaso no quieres caminar por el sendero de la liberacin? Prefieres vacilar? Deseas esperar an? Siddharta despert como de un sueo, al escuchar semejantes palabras de Govinda. Durante largo tiempo observ el rostro del amigo. Luego habl en voz baja, sin irona. -Govinda, mi amigo -le dijo-, ahora has dado el paso, ahora has elegido tu camino. Siempre, Govinda, has sido mi amigo, siempre has andado un paso tras de m. A menudo he pensado: No dar Govinda nunca un paso solo, sin m, por su propia iniciativa? Y ahora te has hecho hombre y eliges t mismo el camino. Que lo andes hasta el fin, amigo! Que encuentres la liberacin! Govinda, que an no comprenda bien la situacin, repiti su pregunta con tono impaciente: -Por favor, habla! Te lo ruego, amigo! Dime que no me engao, que t tambin, mi sabio amigo, te refugiars junto al majestuoso buda! Siddharta coloc una mano sobre el hombro de Govinda y repuso: -No has escuchado mi bendicin, Govinda? Te la repito: Que recorras ese sendero hasta el fin! Que encuentres la liberacin! En ese momento, Govinda se percat de que su amigo le abandonaba, y empez a llorar. - Siddharta! - exclam entre sollozos. Siddharta se expres con cario: -No olvides, Govinda, que ahora perteneces a los samanas del buda! Has renunciado a tu casa y a tus padres; has negado tu origen y tu propiedad, has repudiado tu propia voluntad, has rechazado la amistad. As lo quiere la doctrina, as opina el majestuoso. As has elegido tu mismo. Maana, Govinda, me marchar. Todava caminaron durante mucho tiempo los dos amigos por el bosque; se tendieron por largo tiempo sin encontrar el sueo. Govinda no dejaba de insistir una y otra vez a su amigo para que le dijera por qu no se refugiaba en la doctrina de Gotama, qu falta encontraba a esa doctrina. Pero Siddharta cada vez le rechazaba alegando: -Qudate contento, Govinda! Muy buena es la doctrina del majestuoso, cmo podra encontrarle una objecin? De madrugada, un seguidor del buda, uno de sus ms antiguos monjes, pas por el jardn y llam a todos aquellos que se haban refugiado en la doctrina, como novicios, para ponerles las vestiduras amarillas e instruirlos en las primeras enseanzas y obligaciones de su clase. Y Govinda se levant, abraz una vez ms al amigo de su juventud y sigui a los restantes novicios. Siddharta, sin embargo, se qued meditando en el bosque. Entonces se cruz en su camino Gotama, el majestuoso; le salud con profundo respeto y al ver la mirada del buda tan llena de paz y bondad, el joven tuvo valor para solicitar al venerable que le permitiera hablarle. En silencio, el majestuoso le concedi el permiso. Siddharta balbuce: -Ayer, majestuoso, tuve el honor de escuchar tu singular doctrina. Vine desde muy lejos con mi amigo para escucharte. Y ahora mi amigo se quedar con los tuyos, se ha refugiado en ti. Yo, sin embargo, empiezo de nuevo mi peregrinacin. -Como t prefieras -dijo el venerable, con cortesa. -Quiz mis palabras resulten demasiado atrevidas -continu Siddharta-, pero no quisiera abandonar al majestuoso sin haberle comunicado mis pensamientos con sinceridad. Quiere an prestarme el venerable un momento de atencin? En silencio el buda se lo concedi. Siddharta explic: -Venerable, he admirado sobre todo una cosa en tu doctrina. Todo en ella est perfectamente claro y comprobado; muestras el mundo como una cadena perfecta que nunca se interrumpe, como una eterna cadena hecha de causas y efectos. Jams se haba visto eso con tanta claridad, nunca haba sido demostrado tan indiscutiblemente; en verdad, el corazn del brahmn palpita con ms fuerza cuando ve el mundo a travs de tu doctrina, como perfecta relacin, ininterrumpida, lcida como un cristal, independiente de la casualidad, libre de los dioses. Queda en tela de juicio si el mundo es bueno o malo, si la vida en l es sufrimiento o alegra; quiz sea porque ello no es esencial. Pero la unidad del mundo, la relacin entre todo lo que sucede, el enlace de todo lo grande y lo pequeo por la misma corriente, por la misma ley de las causas del nacer y morir, todo eso brilla con luz propia en tu majestuosa doctrina. No obstante, segn tu propia teora, esa unidad y consecuencia lgica de todas las cosas, a pesar de todo se encuentra cortada en un punto, en un pequeo vaco donde entra en este mundo de la unidad algo extrao, algo nuevo, algo que antes no exista, y que no puede ser enseado ni demostrado: sa es tu doctrina de la superacin del mundo, de la redencin. Pero con este pequeo vaco, con esa pequea fisura, la eterna ley uniforme del mundo queda destruida y anulada otra vez. Perdname, si pongo tal objecin. Gotama le haba escuchado con tranquilidad, sin moverse. Con voz bondadosa, corts y clara le contest ahora: -T has escuchado la doctrina, hijo de brahmn Dichoso de ti por haber pensado en ella! T has encontrado un vaco, una falta. Sigue pensando en la doctrina. Pero deja que te avise, t que tienes tanto afn por saber acerca de la dificultad de las opiniones y la desavenencia de las palabras. No importan las opiniones, sean buenas o malas, inteligentes o insensatas; cualquiera puede defenderlas o rechazarlas. Pero la doctrina que has odo de mis labios no es mi opinin, ni su objetivo es explicar el mundo para los que tienen afn de saber. Su fin es otro: es la redencin de los sufrimientos. Eso es lo que ensea Gotama, nada ms. -No me guardes rencor, majestuoso -exclam el joven-. No te he hablado as para buscar un desacuerdo o la desavenencia con palabras. Desde luego, tienes razn, y poco importan las opiniones. Pero djame decir una cosa ms: ni un momento he dudado de ti. Ni un momento he dudado de que t fueras el buda, de que hubieras llegado a la meta, al mximo, hacia el que tantos brahmanes e hijos de brahmanes se hallan en camino. Has encontrado la redencin de la muerte. La has hallado con tu misma bsqueda, con tu propio camino, a travs de pensamientos, ensimismaciones, ciencia, reflexin, inspiracin. Pero no la has encontrado a travs de una doctrina! Yo pienso, majestuoso, que nadie encuentra la redencin a travs de la doctrina! A nadie, venerable, le podrs comunicar con palabras y a travs de la doctrina lo que te ha sucedido a ti en el momento de tu inspiracin! Mucho es lo que contiene la doctrina del inspirado buda, a muchos les ensea a vivir honradamente, a evitar lo malo. Pero esta doctrina tan clara y tan venerable no contiene un elemento: el secreto de lo que el majestuoso mismo ha vivido, l solo, entre centenares de miles de personas. Esto es lo que he pensado y comprendido cuando escuchaba tu doctrina. Y por ello, contino mi peregrinacin. No para buscar otra doctrina mejor, pues s que no la hay, sino para dejar todas las doctrinas y a todos los profesores, y para llegar solo a mi meta, o morirme. Sin embargo, a menudo me acordar de este da, majestuoso, y de esta hora en que mis ojos vieron a un santo. Los ojos del buda miraron sosegadamente hacia el suelo; en su rostro impenetrable resplandeca la tranquilidad del alma. -Que tus creencias no sean errneas! -invoc el venerable lentamente-. Que alcances tu fin! Pero antes dime: Has visto el conjunto de mis samanas, de mis muchos hermanos, que se han refugiado en la doctrina? Y crees t, samana forastero, que para todos ellos sera mejor abandonar la doctrina y volver a la vida del mundo y de los placeres? -Tal pensamiento se encuentra muy distante de m -aleg Siddharta-. Que todos ellos se queden con la doctrina, que alcancen su meta! No tengo derecho a juzgar la vida de otro! Tan slo para m, nicamente para m he de juzgar, elegir, rechazar. Nosotros, los samanas, buscamos la redencin del yo, majestuoso. Si ahora fuera uno de tus discpulos, venerable, temo que me ocurriera que slo aparentemente mi yo consiguiera la tranquilidad y la redencin; pero me engaara, pues vivira con la verdad y me hara ms importante, ya que entonces escondera dentro de mi yo la doctrina, la imitacin, mi amor hacia ti y hacia la comunidad de los monjes. Con media sonrisa y con una amabilidad clara e inalterable, Gotama fij sus ojos en la mirada del forastero y le despidi con un gesto apenas perceptible. -Eres inteligente, samana -declar el venerable-; sabes hablar muy bien, amigo. Gurdate de una inteligencia demasiado grande! El buda continu su camino. Su mirada y su media sonrisa se grabaron para siempre en la memoria de Siddharta. As todava no he visto mirar ni sonrer, sentarse o caminar a ninguna persona -pens Siddharta-; de verdad, que tambin me gustara poder mirar y sonrer, sentarme y caminar tan libremente, con tanta veneracin, tan escondido, abierto, infantil y misterioso a la vez. Es verdad que slo mira y camina as una persona que ha penetrado en lo ms interior de su propio ser. Bien, tambin yo intentar penetrar en lo ms recndito de m mismo. He visto a una persona -medit Siddharta-, a una sola, ante la cual he tenido que bajar la mirada. Ante nadie ms quiero bajar mis ojos, ante nadie ms. Ninguna doctrina me tentar, ya que la doctrina de este hombre no me ha tentado. EI buda me ha robado -reflexion Siddharta-. Me ha robado, pero ms an me ha regalado. Me ha robado un amigo que crea en m y que ahora cree en l, que era mi sombra y que ahora es la sombra de Gotama. Pero me ha regalado a Siddharta, a m mismo.

DESPERTAR Cuando Siddharta abandon el bosque, dej al buda, el perfecto, y tambin a Govinda; sinti que en ese bosque se quedaba asimismo su vida actual, que se separaba de l. Caminando despacio, pens en este sentimiento que le llenaba por completo. Razon hondamente, se dej deslizar como a travs de unas aguas profundas, dejse caer hasta el fondo de ese sentimiento, hasta all donde se encuentran las causas. Crea que comprender las causas era precisamente pensar, y que slo a travs de la razn, los sentimientos pueden convertirse en comprensin, es decir, que no se pierden, sino que se transforman en sustancias y empiezan a derramar su contenido. Mientras caminaba lentamente, Siddharta medit. Se dio cuenta de que ya no era un joven, sino que se haba convertido en hombre. Senta que algo le haba abandonado, como la vieja piel desampara a la serpiente; comprendi que algo ya no exista en l, algo que siempre le haba acompaado y que haba sido parte interesante de su ser durante toda su juventud: el deseo de tener profesores y de recibir enseanzas. Incluso haba abandonado al buda, el ltimo profesor que se cruzara en su camino; tambin l, el ms grande y ms sabio de los profesores, el ms sagrado se vio obligado a separarse de l, no haba podido aceptar su doctrina. Pensativo, Siddharta retras todava ms su paso, mientras se preguntaba a s mismo: Qu has querido aprender de las doctrinas y de los profesores? Qu es lo que ellos no han podido ensearte, a pesar de lo mucho que te han ilustrado? Y se contest: Era el yo, cuyo sentido y carcter quera aprender. Era el yo, del cual me quera librar, al que quera superar. Pero no lo consegu, tan slo poda engaarlo, nicamente poda huir de l, esconderme. Ciertamente, ninguna cosa del mundo me ha obsesionado tanto como este mi yo, este enigma de vivir: que soy un individuo separado y aislado de todos los dems, que soy Siddharta! Y de ninguna otra cosa del mundo s tan poco como de m, de Siddharta! El pensador, que caminaba lentamente, se detuvo dominado por esta idea; y de pronto, salt de este pensamiento a otro, uno nuevo que deca: Unicamente hay una causa, una sola causa que explique por qu yo no s nada de m, que Siddharta me sea tan extrao y desconocido: Yo tena miedo de m mismo, hua de m mismo! Buscaba el atman a Brahma; estaba dispuesto a despedazar y a descamar mi yo para encontrar en su interior el ncleo de todo, el atman, la vida, lo divino, lo ltimo. Pero me he perdido a m mismo. Siddharta abri los ojos y mir a su alrededor; una sonrisa ilumin su rostro y recorri todo su cuerpo, hasta la yema de los dedos: era el profundo sentimiento del despertar, despus de largos sueos. De repente se encontr andando otra vez, con paso rpido, como el de un hombre que sabe lo que tiene que hacer. Oh! -pens respirando profundamente-. Ahora ya no permitir que se escape Siddharta! Ya no quiero empezar mis reflexiones y mi vida con el atman y con la pena del mundo. Ya no deseo matarme ni despedazarme para hallar un misterio detrs de las ruinas. Ya no me ensear el yogaveda, ni el atharva-veda, ni los ascetas, ni cualquier otra doctrina. Quiero aprender de m mismo, deseo ser mi discpulo, conocerme, adentrarme en el misterio de Siddharta. Miraba a su alrededor, como si viese al mundo por primera vez. Era hermoso el mundo, y de variados colores! El mundo se le presentaba curioso y enigmtico. Aqu azul, all amarillo, all verde, el cielo y el ro corran, el bosque y el monte mezclaban su belleza, misteriosa y mgica, y all, en medio, Siddharta, que se despertaba, que se pona en camino hacia s mismo. A travs del ojo de Siddharta entr por primera vez todo eso, el amarillo y el azul, el ro y el bosque, ya no era la magia de Mara, ni el velo de Maja; ya no era la multiplicidad intil y casual del mundo visible y despreciable para el brahmn profundo, que desprecia lo mltiple y busca la unidad. Azul, era azul, ro era ro, aunque dentro del azul y del ro y de Siddharta viva escondido lo nico y lo divino; precisamente, pues, el carcter y la esencia de lo divino era el ser aqu amarillo, all azul, all cielo, acull bosque y aqu Siddharta. El sentido y el carcter no estaban detrs de las cosas, estaban dentro de ellos, dentro de todo. Qu sordo y torpe he sido! -medit a paso ligero-. Si alguien lee un escrito para buscarle un sentido, no desprecia los signos y las letras, ni los llama engao, casualidad o cscara intil; al contrario, los lee, los estudia, los ama letra por letra. Sin embargo, yo quera leer el libro del mundo y el de mi propio carcter; sin embargo, he despreciado los signos y las letras en favor de un sentido imaginado ya de antemano; llamaba al mundo visible un engao, consideraba mi ojo y mi lengua como apariencias casuales y sin valor. No, esto ha pasado ya: ahora me he despertado, realmente he conseguido desvelarme; y hoy, por fin, he nacido. Mientras Siddharta reflexionaba as, de nuevo se detuvo, ahora de repente, como si se le hubiera cruzado una serpiente en el camino. Y es que de improviso haba comprendido tambin lo siguiente: l, realmente, era como una persona que se despierta o como un recin nacido, tena que comenzar de nuevo su vida desde un principio. Aquella misma maana, al abandonar el bosque de Jatavana, el de aquel majestuoso, y empezar a despertarse, a caminar hacia s mismo, le haba parecido natural su intencin de regresar a su tierra y a su casa paterna, despus de los aos de ascetismo. Pero ahora, en este momento, cuando se detuvo como si se le hubiera cruzado una serpiente en el camino, tambin se despertaron sus sospechas. Ya no soy el que fui -se dijo-; ya no soy asceta, ni sacerdote, ni brahmn. Qu hara en casa de mi padre? Estudiar? Sacrificar? Ejercer el arte de reflexionar? Todo ello ya es pasado, ya no se halla en mi camino. Siddharta estaba inmvil y, por un momento, su corazn sinti fro; cuando se dio cuenta de lo solo que se hallaba, sinti en su pecho un escalofro, como si se tratara de un animal pequeo, un pjaro o una liebre. Durante aos no haba tenido casa, y no la haba necesitado. Ahora si. Siempre, incluso en la mxima entrega, haba sido el hijo de su padre, haba sido brahmn, de elevada casta, un sacerdote. Ahora, nicamente era Siddharta, el que se haba despertado: nada ms. Respir profundamente y, por un momento, al sentir fro, se estremeci. Nadie estaba tan solo como l. No exista el noble que no perteneciese a la nobleza, ni el artesano que no formara parte del gremio de los artesanos y que no encontrara refugio entre ellos, que no participase en su vida y hablase su idioma. Todos los brahmanes se hallaban entre los brahmanes y vivan con ellos; el asceta, que no encuentra refugio en la clase de los samanas, e incluso el ermitao perdido en el bosque, no era un solitario: tambin a ste le rodeaba su pertenencia, tambin comparta con una casta, que era el suelo patrio. Govinda se haba convertido en monje, y mil monjes eran sus hermanos, llevaban su mismo vestido, tenan su misma fe, hablaban su idioma. Pero l, Siddharta, a qu perteneca? La vida de quin compartira? Qu idioma hablara? A partir de este momento surgi un Siddharta con un yo ms profundo, ms concentrado; y fue precisamente en el instante en que el mundo de su alrededor se funda, cuando se encontr solo como una estrella en el firmamento, al experimentar fro y desaliento. Siddharta perciba; haba sido el ltimo estremecimiento del despertar, la ltima contraccin del parto. Y de pronto, volvi a caminar, ech a andar rpidamente, con impaciencia; ya no se diriga a su casa, ni iba hacia su padre, ni marchaba hacia atrs. SEGUNDA PARTE KAMALA A cada paso del camino aprenda Siddharta cosas nuevas, pues el mundo se encontraba cambiado, y su corazn se solazaba. Vea salir el sol por encima de los montes verdes y lo vea ponerse sobre la lejana playa de palmeras. Por la noche contemplaba las estrellas, ordenadas en el cielo, y la luna creciente flotando en el azul, como una barca. Observaba los rboles, los astros, los animales, las nubes, las lejanas y altas montaas, azules y suaves; los pjaros y las abejas que zumbaban, el viento que soplaba sobre los campos de arroz. Todo ello siempre haba existido de mil maneras diferentes y en multitud de colores, siempre haba brilIado el sol y la luna; siempre los ros haban murmurado y las abejas haban zumbado. Sin embargo, en otros tiempos, todo ello no fue ms que un velo pasajero y engaoso para el ojo de Siddharta, que observaba con desconfianza; como penetraba en todo con el pensamiento, y no queriendo destruir lo que no era sustancia, result que la sustancia se le coloc ms all de lo visible. Pero ahora, su ojo libre vea ms cerca, observaba y comprenda lo que se hallaba ante su vista; buscaba su patria en este mundo, y no en la sustancia; su fin ya no estaba en el ms all. El mundo era bello, si se lo contemplaba con la sencillez de un nio. Hermosas eran la luna y las estrellas, el riachuelo y la orilla, el bosque y la roca, la oveja y el crabo dorado, la flor y la mariposa. Bello y gozoso era el caminar por este mundo, de manera tan infantil, tan despierta, tan abierta a lo cercano, tan confiada. El calor del sol sobre la cabeza era diferente, igual que el frescor de la sombra del bosque, el sabor del riachuelo y de la cisterna, de la calabaza y del pltano. Los das eran cortos, y tambin las noches; cada hora hua con rapidez, como una vela sobre el mar, la de un barco repleto de riquezas, de alegras. Siddharta vea una familia de monos saltando por las copas de los rboles y escuchaba un canto vido y salvaje. Siddharta miraba cmo un carnero persegua a una oveja y cmo luego se juntaron. En el lago cubierto de caas observ al lucio hambriento cazando de noche; delante de l saltaban en el agua los peces jvenes, llenos de miedo, y los remolinos que originaba el impetuoso cazador llevaban el hlito imperioso de la fuerza y la pasin. Todo eso siempre haba existido, y l no se haba percatado, no haba participado del mundo. Ahora s. Por su ojo pasaba la luz y la sombra, por su corazn circulaban las estrellas y la luna. Por el camino, Siddharta tambin record todo lo que haba vivido en el jardn de Jetavana, la doctrina que haba escuchado all, de labios del divino buda, la despedida de Govinda, la conversacin con el majestuoso. Acordse de nuevo de las propias palabras que haba dirigido al majestuoso, de cada frase, comprendi con asombro que haba dicho cosas que hasta entonces realmente no saba. Lo que dijera a Gotama: que el tesoro y el secreto del buda no eran la doctrina, sino lo inexplicable, lo que no poda ensearse, lo que l haba vivido en la hora de su inspiracin, esto era precisamente lo que l pensaba vivir ahora, lo que en aquel momento comenzaba a vivir. Ahora tena que existir consigo mismo. Incluso antes supo que su propio yo era atman, hecho de la misma sustancia eterna del Brahma. Pero nunca haba encontrado ese yo, realmente, porque quera pescarlo con la red del pensamiento. No obstante, lo ms seguro es que el cuerpo no fuera el yo, ni en el juego del sentido tampoco lo era el pensar, ni la inteligencia ni la sabidura aprendida, ni la enseanza en el arte de sacar conclusiones y de construir nuevos pensamientos por entre las teoras ya enunciadas. No, tambin el mundo de los pensamientos se encontraba an de este lado, y no conduca a ningn fin; se mataba al fugaz yo de los sentidos, y, sin embargo, se alimentaba al fugaz yo de las reflexiones y la sabidura. Ambos, los pensamientos como los sentidos, eran cosas hermosas; detrs de ambas se esconda el ltimo sentido; deba escucharse a los dos, se tena que jugar con ambos, no se deba menospreciar ni atribuir demasiado valor a ninguno de ellos; era necesario escuchar las voces interiores y secretas de ambos. Tan slo deseo que la voz no me mande detenerme en otra parte que no sea la que desee la voz, pensaba. Porqu Gotama en la hora de las horas se haba sentado bajo aquel rbol donde tuvo la inspiracin? Haba odo una voz, un grito en su propio corazn que le ordenaba descansar debajo de aquel rbol; y Gotama no haba preferido la mortificacin, ni el sacrificio, ni el bao, ni la oracin, ni la comida ni la bebida, ni el sueo, sino que haba obedecido a la voz. Obedecer as, no era doblegarse a una orden exterior, sino slo a la voz interior; estar tan dispuesto era lo mejor, lo necesario, lo ms conveniente. Durante la noche, cuando dorma en la choza de paja de un barquero, junto al ro, Siddharta tuvo un sueo: Govinda estaba delante de l con su vestidura amarilla de asceta. Govinda tena un aspecto triste y con melancola le preguntaba: Por qu me has abandonado? Entonces Siddharta abraz a Govinda, lo tom entre sus brazos, lo estrech contra su pecho y lo bes... ya no era Govinda, sino una mujer, y del vestido le sala un seno turgente. Tendiase Siddharta, y beba. La leche de ese pecho saba dulce y fuerte. Su sabor era de mujer y de hombre, de sol y de bosque, de flor y de animal, de todas las frutas y todos los placeres; embriagaba y haca perder el sentido. Cuando Siddharta despert, el ro plido brillaba a travs de la puerta de la choza, y en el bosque se oa grave y sonoro el grito sombro de un bho. Al amanecer, Siddharta rog a su anfitrin, el barquero, que le llevara al otro lado del ro. El barquero le traslad en su balsa de bamb. El agua ancha resplandeca con el color cobrizo del crepsculo matutino. -Este es, en verdad, un hermoso ro -dijo a su acompaante. -S -respondi el barquero-; es un ro esplndido. Es lo que ms quiero. A menudo le he escuchado, me he mirado en sus ojos, y siempre he aprendido algo nuevo de l. Se puede aprender mucho de un ro. -Te doy las gracias, mi bienhechor -exclam Siddharta, cuando salt a la otra orilla-. No tengo ningn regalo para darte, amigo, ni puedo pagarte. Soy un vagabundo, un hijo de un brahmn y un samana. -Ya me di cuenta de ello -contest el barquero-. Y no esperaba de ti sueldo ni regalo. Me hars el obsequio en otra ocasin. As lo crees? -pregunt alegre Siddharta. -Desde luego. Tambin eso lo he aprendido del ro: todo vuelve! T tambin volvers, samana. Ahora, adis! Que tu amistad sea mi paga. Que pienses en m, cuando sacrifiques ante los dioses! Sonrientes se despidieron. Siddharta sintise contento por la amistad y la amabilidad del barquero. Es como Govinda -pens Siddharta, jocoso-: todos los que encuentro en mi camino son como Govinda. Todos son agradecidos, a pesar de que ellos mismos podran pedir agradecimiento. Todos son sumisos, a todos les gusta ser amigos, les agrada obedecer, pensar poco. Los hombres son como nios. Al medioda pas por un pueblo. Delante de las cabaas de barro, los pequeos se revolcaban en la calle, jugaban con pipas de calabazas y con caracolas, se gritaban y se peleaban, pero todos huan tmidos ante el samana forastero. Al final del pueblo, en el camino por el que cruzaba un riachuelo, una joven estaba arrodillada, lavando vestidos a la orilla del torrente. Cuando Siddharta la salud, la muchacha alz la cabeza y le mir con una sonrisa que hizo brillar la blancura de sus dientes. Siddharta pronunci la bendicin de los peregrinos y pregunt cunto faltaba para llegar a la gran ciudad. Entonces la joven levantse y se le acerc; el brillo de su boca hmeda resplandeca en el rostro juvenil. Ech a andar junto a Siddharta y entre bromas le pregunt si ya haba comido, y si era verdad que los samanas dorman solos por la noche en el bosque, y que no podan tener una mujer. En esto, la muchacha coloc su pie izquierdo sobre el derecho de Siddharta, e hizo un ademn, el que hace la mujer cuando invita al hombre al placer sensual que los libros llaman la subida al rbol. Siddharta sinti cmo se le caldeaba la sangre, y en aquel instante record su sueo. Inclinse un poco hacia la mujer y bes con los labios el botn oscuro de su pecho. Luego levant la mirada y vio que la joven le sonrea con vivo anhelo, y que con los ojos le suplicaba. Tambin Siddharta sinti el deseo y not cmo en su interior brotaba la fuente del sexo: nunca haba tocado a una mujer. Vacil un momento, a pesar de que sus manos ya estaban dispuestas a tomarla. Y en aquel mismo instante, escuch estremecido la voz de su interior; y la voz dijo no. Entonces desapareci el encanto del rostro de la joven; Siddharta tan slo vea la hmeda mirada de una hembra animal en celo. Afectuosamente pas la mano por su mejilla y se separ de la muchacha. Con pasos ligeros desapareci por el bosque de bamb, dejando atrs a la joven desengaada. El mismo da, antes de hacerse de noche, lleg a una gran ciudad y se alegr, pues tena ganas de hallarse entre personas. Haba vivido mucho tiempo en el bosque, y la choza de paja del barquero, donde durmiera la noche pasada, haba sido su primer lecho despus de mucho tiempo. Delante de la ciudad, junto a un hermoso bosque rodeado por una vala, el caminante se encontr con un grupo de criados y siervos cargados de cestos. En medio del grupo iba el ama, una mujer reclinada en una litera adornada y que llevaban cuatro esclavos; iba encima de rojos almohadones, y bajo una sombrilla de colores. Siddharta se detuvo a la entrada del bosque y observ el espectculo: vio a los criados, las siervas, los cestos, la litera; observ a la dama dentro de su silla de mano. Debajo de sus cabellos negros, recogidos en un alto peinado, pudo ver un rostro muy blanco, muy delicado, muy inteligente; y una boca de un rojo plido, como un higo recin abierto; tambin vio unas cejas cuidadas y pintadas en forma de alto arco, unos ojos inteligentes y despiertos; un cuello esbelto que sala de un vestido verde y oro; unas manos largas y delgadas, con anchos aros de oro en las muecas. Siddharta se dio cuenta de lo hermosa que era aquella dama, y su corazn sonri. Cuando se acerc la litera, inclinse y, seguidamente, al enderezarse, vio el rostro bello y sereno; por un momento ley en sus ojos inteligentes, bajo las altas cejas, y aspir un perfume que desconoca. La hermosa dama sonri un instante y luego desapareci en el parque, y con ella los criados. Siddharta entr en la ciudad bajo un signo mgico. Tuvo deseos de entrar inmediatamente en el parque, pero reflexion y record cmo le haban observado los criados y criadas; con qu desprecio, desconfianza, repulsin. Pens que era un samana, un asceta, un mendigo. No puedo seguir as, no -se dijo-. Me sera imposible entrar en el parque. Y se ech a rer. A la primera persona que se cruz en su camino le pregunt por el parque y por el nombre de aquella mujer; as se enter de que aqul era el parque de Kamala, la famosa cortesana, y que, adems del parque, ella posea una casa en la ciudad. Seguidamente entr en la poblacin. Ahora tena un objetivo. Siguiendo su meta se dej absorber por la ciudad; sigui por las callejuelas, se detuvo en las plazas, descans en las escaleras de piedra, a la orilla del ro. Por la noche hizo amistad con un barbero al que haba visto trabajar a la sombra, en una bodega, y que volvi a encontrar rezando en un templo de Vishn; le narr entonces la historia de Vishn y de los Laksmios. Durante la noche durmi junto a las barcas del ro, y por la maana, de madrugada, antes de que llegaran los primeros clientes a su tienda, el barbero le cort el cabello, le afeit la barba, le pein y le dio fricciones con aceites perfumados. Luego Siddharta se fue a baar al ro. Cuando por la tarde la bella Kamala se acerc al parque, en su litera, a la entrada se encontraba Siddharta, el cual hizo una reverencia y recibi el saludo de la cortesana. Siddharta hizo una seal al ltimo criado del squito y le rog que comunicara a su ama que un joven brahmn deseaba hablar con ella. Despus de un tiempo regres el criado y le rog que le siguiera. En silencio le condujo a un pabelln donde Kamala descansaba sobre un divn, y le dej a solas con ella. -No estabas ya ayer ah fuera, y me saludaste? -pregunt Kamala. -S, te vi ayer y te salud. -Pero ayer no llevabas barba, y el cabello largo y lleno de polvo? -Observaste bien, no perdiste ningn detalle. Viste a Siddharta, al hijo del brahmn, que abandon su casa para convertirse en samana, y que durante tres aos ha sido un samana. Pero ahora he abandonado aquel camino y he venido a esta ciudad. La primera persona que se cruz en mi senda, aun antes de entrar en la poblacin, fuiste t. He venido a decirte todo esto, Kamala! Eres la primera mujer a la que Siddharta habla sin bajar la vista. Nunca jams quiero bajar mi vista cuando me encuentre con una mujer hermosa. Kamala sonrea y jugaba con su abanico de plumas de pavo real. Le pregunt: -Y para decirme eso has venido hasta m, Siddharta? -Para decirte eso, y para darte las gracias por ser tan bella. Y si no te disgustara, Kamala, te rogara que fueras mi amiga y maestra, pues todava no s nada del arte que t dominas. Entonces Kamala se ech a rer. -Jams me haba ocurrido, amigo, que un samana del bosque viniera a aprender de m! Jams me haba sucedido que un samana de cabellos largos, vestido con un taparrabos viejo y rado se me acercara! Muchos jvenes vienen a verme, y entre ellos tambin los hay que son hijos de brahmanes; pero vienen con atavos elegantes, con finos zapatos, cabellos perfumados y dinero en el bolsillo. As son, samana, los jvenes que me visitan. Siddharta contesto: -Ya empiezo a aprender de ti. Tambin ayer me enseaste algo. Ya me he afeitado la barba, me he peinado, y llevo aceite en el cabello. Es poco lo que me falta: vestidos elegantes, finos zapatos, dinero en el bolsillo. Quiero que sepas que Siddharta se ha propuesto cosas ms difciles que esas pequeeces, y lo ha logrado. Por qu no voy a conseguir lo que me propuse ayer, ser tu amigo y aprender de ti los placeres del amor? Me vers dcil, Kamala; he aprendido cosas ms difciles que lo que t me puedas ensear. Y ahora, dime: No te basta con Siddharta tal como est, con aceite en el cabello, pero sin vestidos, ni zapatos, ni dinero? Kamala exclam riendo: -No, querido, no me basta. Tienes que ir vestido con ropas elegantes, y debes llevar finos zapatos y mucho dinero encima, y traer tambin regalos para Kamala. Vas aprendiendo? Te fijas, samana del bosque? -Naturalmente, me fijo -repuso Siddharta-. Cmo podra desatender las palabras de esa boca? Tus labios son como un higo recin abierto, Kamala. Tambin mi boca es roja y fresca y har juego con la tuya, lo vers. Pero dime, bella Kamala, no temes ni siquiera un poco al samana del bosque, que ha venido a aprender el amor? -Cmo podra tener miedo de un samana? De un necio samana del bosque, que habita con los chacales y que todava desconoce lo que es una mujer? -Ah! Pero el samana es fuerte y no se arredra ante nada. Podra forzarte, bella muchacha. Robarte, hacerte dao. -No, samana, no temo nada de eso. Alguna vez un samana o un brahmn ha temido que alguien le pudiera robar su sabidura, su devocin o su profundidad de pensamiento? No, pues es suyo, y slo da lo que quiere dar y a quien quiere. Lo mismo, exactamente, pasa con Kamala y las alegras del amor. La boca de Kamala es bonita y encarnada, pero intenta besarla contra la voluntad de Kamala, y no disfrutars ni una sola gota de la dulzura que sabe dar. T tienes facilidad para aprender, Siddharta, pues aprende tambin esto: el amor se puede suplicar, comprar, recibir como obsequio, encontrar en la calle, pero no se puede robar! El camino que te has imaginado es errneo. Sera una lstima que un joven tan agraciado como t, empezara tan mal. Siddharta se inclin sonriendo y contest: -Sera una lstima! Ti enes razn! Sera una verdadera lstima. No, de tu boca no se debe perder ni una sola gota de dulzura, ni t de la ma! Quedamos, pues, as, en que Siddharta volver cuando tenga lo que le falta: vestidos, zapatos, dinero. Pero antes, bella Kamala, no podras darme un pequeo consejo, todava? -Un consejo? Por qu no? Quin se negara a dar un consejo a un pobre e ignorante samana que viene de los chacales del bosque? -Dime, pues, querida Kamala: Dnde debo ir para encontrar rpidamente esas cosas? -Amigo, eso es lo que muchos quisieran saber. Debes hacer lo que has aprendido, y exigir por elIo dinero, vestidos y zapatos. De otra forma, un pobre no logra tener dinero. Qu sabes hacer? -S pensar. Esperar. Ayunar. Nada ms? -Nada ms... Pues s, tambin s hacer poesas. Quieres darme un beso por una poesa? -Si me gusta la poesa, s. Cmo se llama? Siddharta, despus de pensar un instante, empez a recitar estos versos: En un umbro parque entr la bella Kamala, a la entrada de la fronda hallbase el moreno samana. Al ver la flor de loto se inclin profundamente, y, sonriendo, se lo agradeci Kamala. A ella prefiero, en vez de sacrificar ante los dioses, pens el joven. S, prefiero ofrecer los sacrificios a la bella Kamala. Kamala aplaudi tan fuerte que sus pulseras de oro resonaron argentinas. -Me gustan tus versos, moreno samana. Y, en verdad, no pierdo nada, si te doy un beso. Con los ojos le atrajo; Siddharta inclin el rostro sobre el de Kamala y deposit su boca sobre la del higo recin abierto. El beso de Kamala fue largo; con profundo asombro, Siddharta se dio cuenta de que le enseaba, pues era sabia; le dominaba, le rechazaba, le atraa, y tras el primer beso le esperaba una larga sucesin de besos bien ordenados, bien probados, cada uno distinto del siguiente. Respir profundamente y en ese momento sintise sorprendido como un nio, ante la abundancia de cosas nuevas y dignas de aprender que se descubran ante sus ojos. -Tus versos son muy bellos -exclam Kamala-; si yo fuera rica te los pagara a precio de oro. Pero te ser difcil ganar con versos tanto dinero como el que t necesitas. Pues necesitars mucho, si quieres ser amigo de Kamala. -Cmo sabes besar, Kamala! -balbuci Siddharta. -S, eso lo s hacer; por ello tampoco no me faltan vestidos, ni zapatos ni pulseras, ni otras cosas bonitas. Pero qu ser de ti? No sabes otra cosa que pensar, ayunar y hacer poesas? -Tambin s las canciones de los sacrificios -coment Siddharta-, pero ya no las quiero cantar. Tambin conozco las frmulas mgicas, pero ya no las quiero pronunciar. He ledo las escrituras... -Alto! -le interrumpi Kamala-. Sabes leer? Sabes escribir? -S, naturalmente. Hay muchos que saben. -La mayora no. Tampoco yo lo s. Es muy interesante que sepas leer y escribir, muy interesante. Tambin te servirn las frmulas mgicas. En ese instante entr corriendo una sirvienta y dijo unas palabras al odo de su ama. -Tengo visita -exclam Kamala-. Date prisa! Vete, Siddharta, nadie debe encontrarte por aqu, no lo olvides! Maana te ver de nuevo. Y orden a la sierva que entregara al devoto brahmn una tnica blanca. Sin saber lo que ocurra, Siddharta se vio conducido por la criada a otro pabelln, a travs de un camino desconocido; luego fue obsequiado con una tnica, y ya en la espesura, le dijeron que se alejara del parque tan pronto como pudiera, y sin ser visto. Contento hizo lo que se le haba mandado. Acostumbrado al bosque, sali del parque por encima del seto, sin hacer ruido. Alegre regres a la ciudad, con la tnica bajo el brazo. En un albergue frecuentado por viajeros, se coloc a un lado de la puerta y pidi comida con un gesto; recibi un trozo de pastel de arroz. Quiz maana ya no tenga que pedir ms comida, se dijo. De repente, se le encendi el orgullo. Ya no era un samana, ya no deba pedir limosnas. Arroj el pastel de arroz a un perro y se qued sin comer. La vida que se vive en este mundo es simple -reflexion Siddharta-. Cuando todava era un samana, todo era difcil, y al final desesperado. Ahora todo es fcil, tan sencillo como las enseanzas en el arte de besar, que me ofrece Kamala. Necesito vestidos y dinero, nada ms; son dos metas pequeas y cercanas, que no quitan el sueo. Hace tiempo que se haba enterado del lugar en que estaba la casa de Kamala, en la ciudad, y all se present al da siguiente. -Todo va bien -le dijo Kamala-. Te espera Kamaswami, el ms rico comerciante de la ciudad. Si le gustas, te emplear. S inteligente, moreno samana. He hecho que otros le hablaran de ti. S amable con l, es muy influyente. Pero no seas demasiado modesto! No quiero que te conviertas en su criado; has de ser su igual, si no, no estar contenta de ti. Kamaswami empieza a envejecer y a volverse comodn. Si le gustas, te confiar muchos asuntos. Siddharta le dio las gracias y sonri. Cuando Kamala se enter que en dos das no haba comido, mand traer pan y fruta y se las ofreci. -Has tenido suerte -coment Kamala, al despedirse-; se te abre una puerta tras otra. Por qu ser? Eres un mago? Siddharta replic: -Ayer te cont que s pensar, esperar y ayunar, y t encontraste que todo ello no serva para nada. Sin embargo, sirve para mucho. Te dars cuenta de que los ignorantes samanas aprenden en el bosque y saben muchas cosas hermosas, que vosotros no sabis. Anteayer todava era un mendigo sucio; ayer bes a Kamala; y pronto ser un comerciante y tendr dinero y todas las cosas que a ti te gusten. -Eso es cierto -reconoci Kamala-. Pero, qu sera de ti, si no fuera por Kamala? Qu seras t sin mi ayuda? -Querida Kamala -manifest Siddharta, al tiempo que se incorporaba-, cuando entr en tu parque, di el primer paso. Me haba propuesto aprender el amor de la ms bella de las mujeres. Y desde el momento en que me lo propuse, tambin saba que lo lograra. Saba que t me ibas a ayudar; lo supe desde tu primera mirada, a la entrada del bosque. -Y si yo no hubiese querido? -Pero has querido. Mira, Kamala: si echas una piedra al agua, sta se precipita hasta el fondo por el camino ms rpido. Lo mismo ocurre cuando Siddharta tiene un fin, cuando se propone algo. Siddharta no hace nada, slo espera, piensa, ayuna, sin hacer nada, sin moverse: se deja llevar, se deja caer. Su meta le atrae, pues l no permite que entre en su alma nada que pueda contrariar su objetivo. Eso es lo que Siddharta ha aprendido de los samanas. Es lo que los necios llaman magia y creen que es obra de demonios. Nada es obra de los malos espritus, stos no existen. Cualquiera puede ejercer la magia si sabe pensar, esperar, ayunar. Kamala le escuch. Amaba su voz, le gustaba la mirada de sus ojos. -Quiz sea as como dices, amigo -musit en voz baja-. Pero quiz tambin es porque Siddharta es hermoso, porque su mirada gusta a las mujeres, y por ello tiene suerte. Siddharta se despidi con un beso. -As sea, profesora ma. Que mi mirada te agrade siempre! Que a tu lado siempre tenga suerte! CON LOS HUMANOS Siddharta march a casa del comerciante Kamaswami. Le haban enviado a una rica mansin; los criados le guiaron sobre valiosas alfombras hasta un saln, donde deba esperar al dueo de la casa. Entr Kamaswami. Era un hombre gil y atltico, con el cabello muy canoso, unos ojos sabios y prudentes, una boca exigente. Amablemente se saludaron anfitrin y husped. -Me han dicho -empez el comerciante- que t eres un brahmn, un sabio, pero que buscas empleo en casa de un comerciante. Acaso te encuentras en la miseria, brahmn, y por eso buscas empleo? -No -contest Siddharta-, no me encuentro en la miseria, y jams me he encontrado as. Has de saber que vengo de entre los samanas con los que he vivido mucho tiempo. -Si vienes de los samanas, cmo no vas a estar en la miseria? Los samanas no poseen nada, verdad? -Nada tengo -repuso Siddharta-, si es lo que quieres decir. Desde luego que no. Sin embargo, eso ocurre porque as lo quiero; por lo tanto, no estoy en la miseria. -Pero, de qu piensas vivir, si no posees nada? -Nunca he pensado en ello, seor. Durante ms de tres aos no he posedo nada, y jams pens de qu deba vivir. -Es decir, que has vivido a expensas de los dems. -Supongo que as es. Tambin el comerciante vive a expensas de los otros. -Bien dicho. Pero no les quita a los otros lo suyo sin darles nada: en compensacin les entrega mercancas. -As parecen ir las cosas. Todos quitan, todos dan: sa es la vida. -Conforme, pero, dime, por favor: si no posees nada, qu quieres dar? -Cada uno da lo que tiene. El guerrero da fuerza; el comerciante, mercanca; el profesor, enseanza; el campesino, arroz; el pescador, peces. -Muy bien. Y qu es, pues, lo que t puedes dar? Qu es lo que has aprendido? Qu sabes hacer? -S pensar. Esperar. Ayunar. -Y eso es todo? -Creo que es todo! -Y para qu sirve? Por ejemplo, el ayuno... Para qu vale? -Es muy til, seor. Cuando una persona no tiene nada que comer, lo ms inteligente ser que ayune. Si, por ejemplo, Siddharta no hubiera aprendido a ayunar, hoy mismo tendra que aceptar cualquier empleo, sea en tu casa o en cualquier otro lugar, pues el hambre le obligara. Sin embargo, Siddharta puede esperar tranquilamente, desconoce la impaciencia, la miseria; puede contener el asedio del hambre durante mucho tiempo y, adems, puede echarse a rer. Para eso sirve el ayuno, seor. -Tienes razn, samana. Espera un momento. Kamaswami sali y al momento regres con un papel enrollado que entreg a su husped al tiempo que le preguntaba: -Sabes leer lo que dice aqu? Siddharta observ el documento, que contena un contrato de compra, y empez a leerlo. -Perfecto -exclam Kamaswami-. Quieres escribirme algo en este papel? Le entreg una hoja y un lpiz; Siddharta escribi y le devolvi la hoja. Kamaswami ley: Escribir es bueno, pensar es mejor. La inteligencia es buena, la paciencia es mejor. -Sabes escribir excelentemente -alab el comerciante-. An tenemos que hablar de muchas cosas. Por hoy te ruego que seas mi invitado y que te alojes en esta casa. Siddharta le dio las gracias y acept; y se aloj en casa del comerciante. Le entregaron vestidos y zapatos, y un criado le preparaba diariamente el bao. Dos veces al da servan un gape abundante, pero Siddharta tan slo asista una vez, y nunca coma carne ni beba vino. Kamaswami le habl de sus negocios, le ense la mercanca y los almacenes, le mostr las cuentas. Siddharta lleg a conocer muchas cosas nuevas, escuchaba mucho y hablaba poco. Sin desatender las palabras de Kamala, jams se subordin al comerciante, sino que le oblig a que le tratara como a un igual, e incluso como a un superior. Kamaswami llevaba sus negocios con cuidado, y a menudo, incluso, con pasin; Siddharta, por el contrario, lo observaba todo como si se tratara de un juego cuyas reglas se esforzaba por aprender, pero sin que afectase a su corazn el contenido. No haca mucho tiempo que se encontraba en casa de Kamaswami, cuando ya participaba en los negocios del dueo de la casa. Pero diariamente, a la hora indicada, visitaba a la bella Kamala con vestidos elegantes, finos zapatos, y pronto tambin le llev regalos. Aprenda mucho de la roja boca inteligente. Mucho le ense la mano suave y delicada. Siddharta, en el amor, todava era un chiquillo inclinado a hundirse con ceguera insaciable en el placer, como en un precipicio. Kamala le ense, desde el principio, que no se puede recibir placer sin darlo; que todo gesto, caricia, contacto, mirada, todo lugar del cuerpo, tiene su secreto, que al despertarse produce felicidad al entendido. Tambin le dijo que los amantes, despus de celebrar el rito del amor, no pueden separarse sin que se admiren mutuamente, sin sentirse a la vez vencido y vencedor; de ese modo, ninguno de los dos notar saciedad, monotona, ni tendr la mala impresin de haber abusado o de haber padecido abuso. Pasaba Siddharta maravillosas horas con la bella mujer; se convirti en su discpulo, su amante, su amigo. All, junto a Kamala, encontraba el valor y el sentido a su vida, no en los negocios de Kamaswami. El comerciante encargaba a Siddharta las cartas y los contratos importantes, y se acostumbr a pedirle consejo en todos los asuntos trascendentales. Pronto se dio cuenta de que Siddharta entenda poco de arroz y de lana, de navegacin y de negocios; y, no obstante, la ayuda de Siddharta era eficaz, e incluso superaba al comerciante en tranquilidad, serenidad y en el arte de saber escuchar y penetrar en el alma de los extraos. -Este brahmn -coment Kamaswami a un amigo- no es un verdadero comerciante, y jams lo ser; los negocios nunca apasionan a su alma. Pero posee el secreto de las personas que tienen xito sin esforzarse, ya sea por su buena estrella, por magia, o por algo que habr aprendido de los samanas. Siempre parece que juega a los negocios; jams se siente ligado o dominado por ellos; nunca teme al fracaso, ni le preocupa una prdida. El amigo aconsej al comerciante: -De los negocios que te lleva, entrgale una tercera parte de los beneficios, pero deja que tambin pague la misma participacin en las prdidas que se produzcan. As logrars que se interese ms. Kamaswami sigui su consejo. No obstante, Siddharta se inmut muy poco. Si consegua beneficios, los reciba con indiferencia; si exista una prdida, se echaba a rer y exclamaba: -Pues mira, esto no ha salido bien! A decir verdad, Siddharta continuaba siendo indiferente con los negocios. En una ocasin fue a un pueblo a comprar una gran cosecha de arroz. Sin embargo, al llegar, supo que el arroz ya haba sido vendido a otro comerciante. A pesar de ello, Siddharta se qued varios das en la aldea, invit a los campesinos, regal monedas de cobre a sus hijos, asisti a una de sus bodas y regres contentsimo del viaje. Kamaswami le reprob por no volver en seguida y por haber malgastado tiempo y dinero. Siddharta contest: -No te enfades, amigo! Jams se ha logrado nada con enfados. Si hemos tenido una prdida, asumo la responsabilidad. Estoy contento de ese viaje. He conocido a muchas personas, un brahmn me otorg su amistad, los nios han cabalgado sobre mis rodillas, los campesinos me han enseado sus campos; nadie me tuvo por comerciante. -Todo eso est muy bien -exclam Kamaswami indignado-. Pero en realidad eres un comerciante, o al menos eso creo yo! O acaso has viajado por placer? -Naturalmente -sonri Siddharta-, naturalmente que he viajado por placer. Por qu, si no? He conocido nuevas personas y lugares, he recibido amabilidad y confianza, he encontrado amistad. Mira, amigo, si yo hubiese sido Kamaswami, al ver frustrada la venta habra regresado en seguida, fastidiado y con prisas; entonces s que realmente se habra perdido tiempo y dinero. Ahora, sin embargo, he pasado unos das gratos, he aprendido, he tenido alegra y no he perjudicado a nadie con mi fastidio y mis prisas. Y si alguna vez vuelvo all, quiz para comprar otra cosecha o con cualquier otro fin, me recibirn personas amables, llenas de alegra y cordialidad, y yo me sentir orgulloso por no haber demostrado entonces prisa o mal humor. As, pues, amigo, s bueno y no te perjudiques con enfados. El da que creas que ese Siddharta te perjudica, di una sola palabra y Siddharta se marchar. Pero hasta entonces, deja que vivamos mutuamente contentos. Tambin eran vanos los intentos del comerciante por convencer a Siddharta de que se coma su pan, el de Kamaswami. Siddharta coma su propio pan -deca l-, o ms bien, ambos coman el pan de otros, el de todos. Jams Siddharta prest odos a las preocupaciones de Kamaswami, y eso que tena muchos problemas. Nunca Kamaswami pudo convencer a su colaborador de la utilidad de gastar palabras en regaos o aflicciones, de fruncir el ceo o dormir mal cuando algn negocio amenazaba con un fracaso, o si se presentaba la prdida de una cantidad de mercancas, o cuando pareca que un deudor no poda pagar. Si en alguna ocasin Kamaswami le reprochaba que todo lo que Siddharta sabia, lo haba aprendido de l, ste contestaba: -Veo que te gustan las bromas. De ti he aprendido cunto vale un cesto de pescado y cunto inters se puede pedir por un dinero prestado. Estas son tus ciencias. Pero pensar, eso no lo he aprendido de ti, amigo Kamaswami; mas t haras muy bien, si lo aprendieras de m. Realmente, el alma de Siddharta no se hallaba en el comercio. Los negocios eran buenos para lograr el dinero para Kamala, y le proporcionaban mucho ms de lo que necesitaba. Por lo dems, el inters y la curiosidad de Siddharta slo recaa en las personas, mas sus negocios, oficios, preocupaciones, alegras y necedades, podan serle tan extraos y lejanos como la luna. A pesar de la facilidad que tena para alternar con todos, para vivir y aprender de todos, Siddharta notaba que exista algo que le separaba de los otros: su ascetismo. Observaba que los humanos vivan de una manera infantil, casi animal, que l a la vez amaba y despreciaba. Los vea esforzarse, sufrir y encanecer por asuntos que no merecan ese precio: por dinero, pequeos placeres y discretos honores; contemplaba cmo se insultaban mutuamente, se quejaban de sus penas, de las que un samana se rea, y sufran por algo que a un samana tiene sin cuidado. Siddharta acoga a todas las personas. Daba la bienvenida al comerciante que le ofreca tela, al que estaba cargado de deudas y buscaba un crdito, al mendigo que durante una hora le explicaba la historia de su pobreza, a pesar de que no era la mitad de pobre que un samana. No diferenciaba en el trato a un rico comerciante extranjero, del barbero que le afeitaba o del vendedor ambulante que le engaaba en el cambio de las pequeas monedas. Cuando Kamaswami se le quejaba de sus preocupaciones o le reprochaba algn negocio, l escuchaba con curiosidad, serenamente; luego se asombraba, intentaba entenderle, le daba un poco la razn -nicamente la que le pareca imprescindible-, y le dejaba para ocuparse del siguiente asunto. Y eran muchos, muchos los que llegaban a la ciudad para negociar con Siddharta, para engaarle o sondearle; muchos tambin para suscitar su compasin, o escuchar su consejo. Siddharta los compadeca, aconsejaba, regalaba, y se dejaba engaar un poquito. Y ahora ocupaba su pensamiento todo ese juego y la pasin con que lo jugaban los seres humanos, como antes lo ocuparon los dioses y Brahma. A veces le llegaba del fondo de su pecho una dbil voz, casi moribunda, que le avisaba y se lamentaba; pero era tan endeble que apenas se notaba. Cuando la oa, por una hora tena conciencia de que llevaba una vida especial, de que haca cosas que nicamente eran un juego; s, se senta sereno y aveces alegre, pero la verdadera vida pasaba de largo y no le tocaba. Como un jugador de pelota domina su arte, as tambin Siddharta jugaba con sus negocios, con las personas que haba a su alrededor; los observaba, y ellos le alegraban. No obstante, su corazn, la fuente del ser, no participaba. La fuente corra por alguna parte, pero lejos de l, se deslizaba invisible, y ya no perteneca en nada a su propia vida. Ante tales pensamientos alguna vez se asust; entonces dese participar tambin, en lo posible, en la actividad pueril del da, con ardor y con el corazn: quera vivir de verdad, obrar autnticamente, disfrutar realmente, vivir en