realidad¡sicos en español...advertencia de luarna ediciones este es un libro de dominio público...

588
Realidad Novela en cinco jornadas Benito Pérez Galdós Obra reproducida sin responsabilidad editorial

Upload: others

Post on 15-Apr-2020

6 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

RealidadNovela en cinco jornadas

Benito Pérez Galdós

Obr

a re

prod

ucid

a si

n re

spon

sabi

lidad

edi

toria

l

Advertencia de Luarna Ediciones

Este es un libro de dominio público en tantoque los derechos de autor, según la legislaciónespañola han caducado.

Luarna lo presenta aquí como un obsequio asus clientes, dejando claro que:

1) La edición no está supervisada pornuestro departamento editorial, de for-ma que no nos responsabilizamos de lafidelidad del contenido del mismo.

2) Luarna sólo ha adaptado la obra paraque pueda ser fácilmente visible en loshabituales readers de seis pulgadas.

3) A todos los efectos no debe considerarsecomo un libro editado por Luarna.

www.luarna.com

DRAMATIS PERSONAE

FEDERICO VIERA.OROZCO.JOAQUÍN VIERA, padre de Federico.CORNELIO MALIBRÁN.MANOLO INFANTE.VILLALONGA.EL MARQUÉS DE CÍCERO.EL CONDE DE MONTE CÁRMENES.CALDERÓN DE LA BARCA.AGUADO.EL SEÑOR DE PEZ.EL EXMINISTRO.TRUJILLO.EL OFICIAL DE ARTILLERÍA.DON CARLOS DE CISNEROS.

SANTANITA.LA SOMBRA DE OROZCO.AUGUSTA, mujer de Orozco.LEONOR (La Peri).CLOTILDE VIERA, hermana de Federico.LA VIUDA DE CALVO.TERESA TRUJILLO.FELIPA, criada de Augusta.CLAUDIA, criada de Federico.BÁRBARA, su hermana.

La acción es contemporánea, y pasa enMadrid.

Jornada primera

La representa tres habitaciones de la casa deOrozco; gran salón en el centro y dos salas late-rales, las tres piezas comunicadas entre sí ydecoradas con elegancia y riqueza. Por la puer-ta del fondo del salón en entran los personajesque vienen del exterior. La sala de la derecha,en la cual se ven las mesas de tresillo, comunicapor el fondo con el comedor y billar de la casa;la de la izquierda con gabinetes y dormitorios.Es de noche. El salón y sala de la derecha estánprofusamente alumbrados. En la sala de la iz-quierda, decorada a estilo japonés, sólo hay doslámparas, ambas con grandes pantallas.

Escena primera

Sucesivamente, conforme lo indica el diálo-go, entran por la puerta del fondo del salóncentral VILLALONGA, EL MARQUÉS DECÍCERO, AGUADO, CISNEROS, EL CONDEDE MONTE CÁRMENES.

VILLALONGA.- (con displicencia.) ¡Malditotiempo! Vamos, que ni esto es invierno, ni estoes Madrid, ni esto es nada. ¡Por vida de...!¿Cuándo se han visto aquí, en la última decenade Enero, estas noches tibias, este aire húmedoy templado, este cielo benigno...? Otros años, enlos días que corren de cátreda a cátreda, comodicen los paletos, el tiempo suele ser tan duro,tan destemplado y variable que cae la gentecomo moscas. Pero llevamos un invierno... ¡ay,qué invierno pastelero! Con esta temperatura

de estufa, los viejos y gastados se agarran a lapícara existencia, y como no se les dé estrigni-na... ¡Vaya, que desdicha como esta!...

EL MARQUÉS DE CÍCERO.- (entrando.)Buenas noches. ¿Qué dice el amigo Villalonga?

VILLALONGA.- (con hastío.) Que no se mue-re nadie, y que así no se puede vivir.

CÍCERO.- No lo entiendo.

VILLALONGA.- Considere usted, queridoMarqués, que suspiro por la senaduría vitalicia,como término y descanso de una vida de an-siedades... en fin, usted me entiende. Somoscincuenta candidatos. El Presidente, agobiadode compromisos, no puede disponer, hoy porhoy, más que de once vacantes. Si el condenadoEnero se portara como teníamos derecho a es-perar de su formalidad, nos traería esos viente-cillos de rechupete, esos cambios bruscos queson la gala de Madrid. Lo que yo le he dicho

hoy al Presidente: «¿Pero dónde están aquellasheladitas, que de una barredura, ras, se lleva-ban a seis o siete carcamales, de esos que noaciertan ya ni a ponerse los pantalones?». Élconvenía conmigo en que el tiempo se nos hapuesto en contra. ¡Once vacantes, por junto!Nada, amigo Marqués, con tres o cuatro más,podría el Presidente lanzarse a la combinación,y de seguro entraría yo en ella...

CÍCERO.- (riendo.) Es gracioso... Pero, hijomío, todos hemos de vivir...

VILLALONGA.- Calle usted, calle usted porDios. Yo no hago más que leer la prensa, a versi anuncia algún ciclón muy gordo. Y lo anun-cia, claro que lo anuncia; pero el ciclón no vie-ne. Créame usted, hay que quitarle al Guada-rrama su reputación; tenemos que destituirle ymandarle a donde fue el padre Padilla. ¡Pero sies un dolor, querido Marqués; si podría yo de-signarlo a usted cuatro o cinco Matusalenes,

que están como la fruta muy madura, esperan-do un vientecillo, un soplo ligero para caerse...!

CÍCERO.- Y caerán, día más día menos. ¿Y amí se me cuenta también en el número de losmaduritos?

VILLALONGA.- (abrazándole.) ¡A usted no...caramba! Está usted hecho un roble... Que sea-mos compañeros, y por muchos años, es lo quedeseo.

AGUADO, alias el CATÓN ULTRAMARI-NO.- (entrando muy erguido y fachendoso.) Felices,señores y milores. Poca gente todavía... ¡Quétarde comen en esta casa! ¿Han visto ustedeslos periódicos de la noche?

CÍCERO.- Aquí me traigo El Correo.

VILLALONGA.- Y yo El Resumen.

AGUADO.- ¿Se han enterado ya de ese nue-vo escándalo? ¡Otra falsificación de billetes del

Banco Español! Si lo vengo anunciando, si yaestán hartos de oírmelo decir. De la pillería queallá mandaron hace tres meses, amigo Villalon-ga, no podía esperarse otra cosa. (Con énfasis.)Esto indigna, esto subleva, esto abochorna.

CÍCERO.- Tiene razón. ¡Pobre país!

VILLALONGA.- (a Aguado.) Ínclito Aguado,calma, calma... filosofía.

AGUADO.- Pero ¿usted no se indigna?

VILLALONGA.- Hombre, ¿de qué? No megusta hacer mala sangre y malas tripas... Luego,la hidalga nación, maldito si agradece que nosindignemos en su defensa.

AGUADO.- Yo sostengo que ni esto es país,ni esto es patria, ni esto es gobierno, ni aquí hayvergüenza ya. Pues digo: lo mismo que ese otrogatuperio, el crimencito de la calle del Baño; la

curia vendida, y un personaje gordo metido depatitas en ese fregado indecente.

CÍCERO.- Poco a poco. ¿Hemos de admitirtodos los chismes que corren por ahí? Señor deAguado, no nos confundamos con el vulgo;respetemos las reputaciones.

AGUADO.- Que empiecen ellas por hacerserespetables. Señor Marqués, usted es un ángel,y no ha tenido, como yo, la desgracia de ver decerca la podredumbre política y administrativa.Por supuesto, lo de ahora es ya el acabose. Alpaso que vamos, llegará día en que, cuandopase un hombre honrado por la calle, se alqui-len balcones para verle. ¿Es esto cierto o no?Hay momentos en que hasta llego a dudar siseré yo persona decente, y sospecho si estarétambién contaminado...

VILLALONGA.- Y por fin, ¿cuándo vuelveusted a Cuba?

CISNEROS.- (que entra despacio, sonriendo, lasmanos a la espalda.) ¿Que cuándo vuelve a Cu-ba? Toma, cuando le manden. Él está ya con laespuerta al hombro.

AGUADO.- ¿Don Carlos, ya viene usted conla suya llena de chinitas? Bien saben todos queno quiero ir, a menos que no me den las facul-tades que...

CISNEROS.- Eso es lo que usted quiere, fa-cultades... facultades... venga de ahí. Por míque se las den.

AGUADO.- Facultades, o poderes para lim-piar de orugas aquella administración.

VILLALONGA.- Somos ahora muy Catones,¿verdad?

AGUADO.- Díganoslo usted al revés: Taco-nes. Un Tacón es lo que hace falta allí.

CISNEROS.- Y como Tacón quiere usted quele manden. ¡Pobre isla! Todos dicen que van deTacón, y de lo que van es de zapatilla. Perdoneusted, Aguadito de mi alma, y ya sabe que nole quiero mal; pero siempre que oigo tronarmuy recio contra la inmoralidad, instintiva-mente me llevo la mano al bolsillo. Yo no cen-suro a nadie; es más, deseo que usted vuelvaallá, para que esté contento y se le siente la bi-lis. Vamos, que si el hombre se viera otra vez enaquella bendita Aduana, ¡ay qué gusto, more-na!, pues en aquella Aduana de Dios, con lasmanos bien arremangadas, pues...

AGUADO.- A este D. Carlos hay que dejarle.

CISNEROS.- ¿Pero esta gente no va a con-cluir de comer en toda la noche? Hasta luego,señores.

Se interna en la casa por la sala de la derecha.

VILLALONGA.- Es la peor lengua de Espa-ña, y la intención más aviesa del mundo.

CÍCERO.- Pesimista incorregible; pero en elfondo buena persona.

AGUADO.- Como que todo eso es jarabe depico.

VILLALONGA.- La postura pesimista esmuy socorrida y de muy buen aire cuando setienen cuarenta mil duros de renta para matarel gusanillo. Sosteniendo que todo es malo, yno casándose con nadie, no se comprometeuno, y vive en la comodidad de su egoísmo,contemplando las fatigas de los que luchan porla existencia. Los pesimistas sistemáticos, comolos optimistas furibundos, son por lo comúnpersonas que tienen amasado el pan de la vida,y adoptan esas actitudes para que no les moles-ten los que están con las manos en la masa. Y si

no que lo diga Monte Cármenes, que aquí vie-ne.

EL CONDE DE MONTE CÁRMENES.- (queentra risueño, alargando las manos.) Aquí está yatodo lo bueno. ¿Qué hay?, ¿qué pasa?, ¿qué mecuentan ustedes?

CÍCERO.- Pues apenas hay tela. Escándalos,inmoralidad en Ultramar y en la Península,pero mucha, muchísima inmoralidad; nuevosdatos horripilantes del crimen de la calle delBaño, y por último, crisis. ¿Le parece poco?Como no pida usted el diluvio universal.

MONTE CÁRMENES.- (con expresión de di-cha.) Suceda lo que suceda, todo va bien, peromuy bien.

AGUADO.- Es una delicia la falsificación debilletes.

MONTE CÁRMENES.- Yo sostengo que loque llamamos falsificación es una idea relativa.

VILLALONGA.- Y los falsificadores unoshonrados... relativos.

CÍCERO.- (con alarma cómica.) ¡Que hay cri-sis, Conde!

MONTE CÁRMENES.- Mejor. Conviene quetodos coman.

AGUADO.- ¿Ha oído usted que en el infun-dio del crimen están metidos dos ministros?

MONTE CÁRMENES.- Ya saldrán. ¡Cuandodigo que todo va como una seda...! Nada, nohay quien me rinda. Yo soy un hombre que, allevantarse por la mañana, hace el firme propó-sito de encontrarlo todo muy bien, perfecta-mente bien.

VILLALONGA.- También yo lo haría si tu-viera esa bicoca de renta que usted tiene.

Pondría en el oratorio de mi casa la imagen dePangloss, y le rezaría al acostarme y al levan-tarme. Querido Conde, usted y Cisneros son losseres más felices que conozco. Prescinden de larealidad, y ven el mundo conforme a su deseo.¡Ay!, los que tienen que ganarse la condenadarosca, los que corren afanados tras una posicióno un honor equivalente a tantas o cuantas ra-ciones para la familia, no pueden menos demirarle la cara a la realidad, y ver si la trae fea obonita para ajustar a ella sus acciones.

Entran en el salón el Exministro, el señor de Pez(de levita), el señor de Trujillo (de frac), anciano y

valetudinario, apoyado en el brazo de su hijo, el cualviste uniforme de artillería.

Escena II

Los mismos. Aparece AUGUSTA en la sala de laderecha, dando el brazo a MALIBRÁN.

MALIBRÁN.- Aunque usted me riña, aun-que me mande apalear y me arroje de su casa,persistiré... Soy la terquedad personificada, yme crezco al castigo. Y bien podrá suceder quela desesperación me lleve al suicidio, a la locu-ra... ¡Qué responsabilidad para usted!

AUGUSTA.- (riendo.) ¡Para mí! ¡Ay, qué gra-cioso! ¿Yo qué culpa tengo de que usted sehaya vuelto tonto?... ¿Pero de veras se va usteda matar?

MALIBRÁN.- No bromee usted con una pa-sión verdadera.

AUGUSTA.- Pero diga usted: ¿es volcánica ono es volcánica? Vamos, nunca creí que a per-sona de tan buen gusto se le ocurriera que porlo trágico me había de impresionar. Me fasti-dian las tragedias.

MALIBRÁN.- ¿Cuáles?, ¿las representadas?

AUGUSTA.- Y las reales. Eso de matarse, seapor amor, sea por otra causa, me parece suma-mente cursi... Además, me le figuro a ustedrefractario a la extravagancia, aun a esa, por sertodo corrección, formas exquisitas y arte de lavida. ¡Pasiones usted, pasiones hondas! No locreeré aunque me lo diga ante notario... ¡Ah!,qué hipócritas nos hizo Dios, amigo Malibrán...Con esa mónita ha hecho usted su carrera, y haengañado a mucha gente; pero lo que es a mí...

MALIBRÁN.- ¡Ay, Dios mío! Casi me agradaque usted me injurie. A falta de otro sentimien-to, venga esa bendita enemistad. La prefiero ala indiferencia.

Pasan al salón central, donde Augusta es rodeadapor Villalonga, Cícero, Monte Cármenes, Aguado, elexministro, el señor de Pez y los Trujillos. Malibrán

se aparta de este grupo.

AUGUSTA.- (al exministro.) ¿Qué tal? ¿Te-nemos crisis al fin? Diga usted que sí, para queesta gente se alegre.

EXMINISTRO.- Por mí que la haya. Un ven-daje a la situación no vendría mal. (Con malicia.)¿Verdad, Jacinto?

VILLALONGA.- Sobre todo si te ponen a tide esparadrapo.

PEZ.- (coleando y nervioso.) No hay crisis másque en la mente de los que la desean. ¡Pues nofaltaba más sino que se cambiara de políticaporque Fulanito está mal humorado, o porque

hay otros a quienes la tranquilidad del país lescoge sin dinero!

AUGUSTA.- Así me gusta a mí la gente, oser ministerial de coraje o no serlo.

VILLALONGA.- Exactamente como yo.

AUGUSTA.- (a Trujillo.) Bien venidos losTrujillos. ¿Y Teresa?

OFICIAL DE ARTILLERÍA.- No la espereusted tan pronto. No saldrá de casa hasta queacabe de leer la prensa.

TRUJILLO.- Mi mujer está fanatizada con elcrimen. Hoy me atreví a poner en duda las ten-dencias Saraístas, y por poco me pega.

AUGUSTA.- Pues conmigo no sé cómosaldrá, porque yo me he propuesto hacer subirel papel Cuadradista.

OFICIAL.- Por Dios, que no lo sepa mamá.

AUGUSTA.- ¿Pero viene esta noche?

OFICIAL.- Sí, en cuanto despache los perió-dicos.

VILLALONGA.- Eso se llama empaparse enla opinión.

AUGUSTA.- Justamente... Villalonga, ya meha contado Tomás que está usted furioso contrala temperatura suave. ¡Cuánto nos hemos reí-do!

VILLALONGA.- Amiga mía, vivo bajo la in-fluencia de un sino fatal. Usted es mi mala es-trella.

AUGUSTA.- ¡Yo! (riendo).

VILLALONGA.- Sí, y tenemos que reñir deveras... Ríase de mi superstición; pero lo ciertoes que siempre que la veo a usted y le hablo,buen tiempo.

AUGUSTA.- Ya sabía yo eso. El Padre Eter-no me ha dado vara alta para dirigir las esta-ciones. ¿No lo había usted notado? Y para cas-tigar a los deseosos del mal ajeno, he dispuestoque no hiele, para que se fastidie usted y nopueda ser senador vitalicio. Tampoco mi mari-do lo será, por la misma razón.

VILLALONGA.- Pues acabe usted de unavez, y dé las órdenes para que caiga un rayo ynos parta a los dos.

AUGUSTA.- Todo se andará. (A MonteCármenes.) ¿Qué tal? ¿Vamos bien?

MONTE CÁRMENES.- Perfectamente bien,y sobre tantas dichas, la de verla a usted tanguapa. ¿Y Tomás?

AUGUSTA.- En el billar, fumando. Me dijoque le espera a usted para echar unas carambo-las. Señores fumadores, señores carambolistas,mi marido y Pepe Calderón están solos allá. Ea,

señor Catón pasado por agua, usted que es una denuestras primeras chimeneas, al billar.

TRUJILLO.- Yo también; tengo que hablarcon Tomás,

AUGUSTA.- (a Monte Cármenes.) Usted,Conde, el primer taco de Madrid, allá también.Distráiganme a Tomás, que no está bien de sa-lud. (Al exministro.) Cuidado con el oficialete,que se jacta de darle a usted codillo cuantasveces quiera.

EXMINISTRO.- Lo veremos esta noche. Se-ñor oficial, todo el que sea tresillista que mesiga (Dirígense a la sala de juego.)

Aguado, Monte Cármenes y Trujillo padre pasanpor la sala de juego para entrar en el billar, a puntoque sale Cisneros. Óyese el chasquido de las bolas de

marfil.

CISNEROS.- ¡Malditos carambolistas, cómole marean a uno!... ¿Y los fumadores? ¡Quéatmósfera, qué aburrimiento! Busquemos quienme haga la partida. (A Malibrán, que ha vuelto aaproximarse al grupo principal.) ¡Eh!... diplomáti-co de chanfaina, ¿la echamos o no la echamos?

MALIBRÁN.- Amigo D. Carlos, lo sientomucho; pero tengo que retirarme pronto. Tra-bajamos ahora por las noches en el Ministerio...un asunto urgentísimo.

AUGUSTA.- Sí, corra, corra allá, no se vayaa alterar el equilibrio europeo... Me parece a míque entre él y ese pillo Bismark están tramandoalgo. ¡Buen par!

MALIBRÁN.- ¡Ay qué mala, qué burlona!

VILLALONGA.- Esos trabajos nocturnos enEstado, me figuro lo que son, unas juerguecitasmuy disolutas en donde yo me sé.

AUGUSTA.- Claro, y a eso llaman el arbitra-je de España en la cuestión entre Nicaragua y...qué sé yo qué. Todo lo arreglan estos con cañi-tas de manzanilla.

MALIBRÁN.- ¿Y por qué no?

CISNEROS.- (cogiendo por el brazo a Malibrány llevándosele.) Ande usted, perdido.

MALIBRÁN.- Don Carlos, a sus órdenes. Pe-ro hasta las once y media nada más. Sin broma,tenemos que trabajar en el Ministerio. Busqueusted quien nos haga el pie.

AUGUSTA.- (dirigiéndose a la sala japonesa,seguida de Villalonga y Cícero.) ¿Qué es eso de lasfrancachelas de Malibrán?

VILLALONGA.- Él se lo contará a usted. Noes corto de genio. Pertenece a la escuela mo-derna de la sinceridad.

MALIBRÁN.- (aparte, en el salón, mientrasCisneros trata de reclutar otro tresillita.) Esta con-denada... hasta se permite ponerme en solfa... ¡amí! No se rinde, no. ¿Si acertará Infante, que latiene por la virtud más incorruptible y la forta-leza más inexpugnable...? Eso lo veremos... ¡Yahora tengo que aguantar las latas de este buenseñor, y dejarme ganar cinco o seis duros, ado-rando la peana por el santo! Lo peor es que entoda esta quincena, en los almuercitos del papá,nunca he podido cogerla sola. ¡Siempre allí eltontín de Infante, o Federico Viera! Y la únicavez que faltaban convidados, hizo el vejete cas-tellano la gracia de no quedarse dormido, comode costumbre. A este tío quisiera yo darlo undisgusto, por ejemplo, probándole que el Grecoque ha adquirido ahora no es tal Greco, sino un

Mayno de los peores, y el que supone ValdésLeal un Antolínez el Malo.

CISNEROS.- Ea... ya tenemos tercero, elamigo Pez. (Pasan a la sala de la derecha y juegan.Trujillo, padre e hijo, y el exministro hacen otrapartida en la mesa próxima.)

Escena III

Los mismos. MANOLO INFANTE entra en elsalón y lo recorre, observando con precaución. Atis-

ba por la puerta de la izquierda.

INFANTE.- Está en la sala japonesa conCícero, Villalonga y no sé quién más. Malibránha comido aquí hoy. ¿Se habrá marchado ya?Probablemente; es de los invitados esta noche

por la Peri... (Mirando por la puerta que da a lasala de juego.) ¡Ah!, no; está haciéndole la parti-da a Cisneros, y dejándose ganar. ¡Cómo leadula fingiendo creer que son de grandes maes-tros las tablas viejas y podridas que el otrocompra en el Rastro, y soportando sus tresi-llos!... Por allí suena la voz de Villalonga di-ciendo graciosos disparates... Y Orozco ¿dóndeandará? Oigo el chasquido de las bolas...Huyamos por esta noche de los carambolistas.A Federico no le veo ni le oigo; pero no ha detardar. Observaremos...

MONTE CÁRMENES.- (que sale del billar yatraviesa la sala de juego y el salón.) Dios le guar-de.

INFANTE.- A la orden, mi conde.

MONTE CÁRMENES.- ¿Qué ha habido estatarde?

INFANTE.- Nada; una sesión aburridísima.El consabido chubasco de preguntas rurales,hasta las cinco, y en la orden del día la insufri-ble lata de Petróleos en bruto. ¿No fue usted?

MONTE CÁRMENES.- No. Me revienta eltema de estos días en aquellos pasillos. Tantohablar de inmoralidad le revuelve a uno loshumores. Y luego que si hay crisis, que si nodebe haberla, que si vira, que si torna... Estodivierte un día, dos; pero luego marea. Y esoque yo gasto la gran pachorra: a cada cual ledoy por su gusto, y al que me dice que no po-demos vivir sin crisis, le contesto que me pare-ce bien, y al otro lo mismo, y siempre bien,siempre en el mejor de los mandos posibles.

INFANTE.- Es verdad.

MONTE CÁRMENES.- Vamos a ver qué haypor aquí. (Entran ambos en la sala japonesa.)

AUGUSTA.- (a Infante.) Manolo, dichosos losojos... Hoy hemos hablado muy mal de ti... ¿Porqué no viniste a comer?

INFANTE.- ¡Desdichado de mí!, he tenidoque comer con una comisión de mi distrito queviene a gestionar la rebaja del cupo de consu-mos. Me gustaría que probaras un convite deestos, para que vieras lo resalado que es.

AUGUSTA.- Gracias, me lo figuro. ¡Y hastenido que aguantar... pobre ángel!

INFANTE.- Y oírles, y agasajarles, y fingirque estoy muy indignado con el Ministro, yprometer, dándome un golpe de pecho... así,que si el Ministro no me complace, le pondréverde con una preguntita sobre la corta de pi-nos en Rebollar. Y añade a esto los chismes dealdea que he tenido que oír. Al fin pude zafar-me de ellos, diciendo que me había citado elDirector de Obras Públicas para ponernos deacuerdo sobre el emplazamiento de la estación

del ferrocarril en construcción, y con esto les diel esquinazo, y se fueron tan ternes a ver unafuncioncita en Lara.

AUGUSTA.- ¡Pobres baturros, cómo te di-viertes con su inocencia! Pues mira, eso es unagran inmoralidad. (Entra Aguado bruscamente.)¡Ay!, me ha asustado usted. En cuanto se hablade inmoralidad se nos presenta este hombrecomo caído del cielo.

AGUADO.- Señora, no caigo del cielo, sinoque entro en él, pues entro donde usted está.

AUGUSTA.- ¡Ave María Purísima! ¡Cuántafinura! ¡Qué metafórico está el tiempo!

AGUADO.- Yo no las gasto menos.

AUGUSTA.- Hablaban aquí de política, ydecían que esto está muy perdido.

AGUADO.- (a Infante.) ¿Qué ha habido estatarde en esa leonera?

INFANTE.- Pues nada. No se puede ir allí,porque ha salido una plaga de honrados... va-mos, es cosa de mandarles a la cárcel... por hon-rados, precisamente por honrados del géneroinaguantable. ¡Dichosa moralidad!

AUGUSTA.- Muy bien dicho. Y usted (aAguado), ¿no sale a defender la clase?

AGUADO.- ¿Qué clase?

AUGUSTA.- La de los honrados, hombre.

INFANTE.- Esto no va con él. Me he referidoa la clase peninsular, y respeto la ultramarina ode la Vuelta Abajo, pues de ésa nada tengo quedecir.

AGUADO.- Este es un ministerial de la clasede Isidros, o del montón anónimo. Todo lo en-cuentran bien, y cuando se les habla del cáncerde la inmoralidad, alzan los hombros y se que-dan tan frescos.

AUGUSTA.- Tiene razón Aguado: lo mismoles da a estos el país que la carabina de Ambro-sio... No se ría usted, Conde, que contra ustedvoy; usted no tiene patriotismo, usted no seindigna, como debiera indignarse, y esa sonrisi-ta, esa santa pachorra es un insulto a la moral.

MONTE CÁRMENES.- Si fuera una necesi-dad que yo me indiznase, me indiznaría. Pero siotros lo hacen, y lo hacen muy bien, ¿a quécuento viene que yo me enfurruñe y haga ma-las digestiones? Máxime cuando veo que todose arregla al fin, y que los más severos hoy sonmañana los más condescendientes.

AGUADO.- O en otros términos, que todosson lo mismo, y vamos tirando. Hoy por ti ymañana por mí.

CÍCERO.- (con buena fe.) No es malo que sehable tanto de nuestros vicios, porque así loscorregiremos.

AUGUSTA.- ¡Ay, Marqués, no sea ustedcándido! Eso de la moralidad es cuestión demoda. De tiempo en tiempo, sin que se sepa dedónde sale, viene una de estas rachas de opi-nión, uno de estos temas de interés contagiosoen que todo el mundo tiene algo que decir.¡Moralidad, moralidad! Se habla mucho duran-te una temporadita, y después seguimos tanpillos como antes. La humanidad siempre iguala sí misma. Ninguna época es mejor que otra.Cuando más, varía un poco la forma o el estilode la maldad; pero lo de dentro, crean ustedesque poco o nada varía.

VILLALONGA.- ¡Eh! ¿Se explica la niña?¡Qué talentazo!

AGUADO.- (con hinchazón.) Perdóneme us-ted, señora. No me compare esta época conotras. Yo recuerdo... por ejemplo, cuando fui aCuba la primera vez...

AUGUSTA.- (con viveza.) Cuando usted fue aCuba la primera vez, vendían la carne humana,y usted, creyendo que no hacía nada malo, afa-naba algunas hilachas de aquella carne... No, nole censuro; era cosa corriente...

AGUADO.- Perdone usted...

AUGUSTA.- Está usted perdonado; perodéjeme acabar... Pues en aquel tiempo se de-fraudaba tanto como ahora, o quizás más, mu-cho más. Cierto que usted fue siempre de lospuros, en eso estamos... Si lo sabemos, si esartículo de fe: no se apure. Yo reconozco queusted se enfurece ahora con muchísima razón,y que si quiere volver allá es para corregir to-das aquellas infamias, que antes no corrigió.

AGUADO.- Permítame...

AUGUSTA.- ¡Día feliz el día en que ustedvuelva!

INFANTE.- Se extirpará de raíz el cáncer.

MONTE CÁRMENES.- Y aquello será la de-licia del mundo.

VILLALONGA.- (mandando callar.) Dejarla,dejarla.

AUGUSTA.- Pues haría muy mal el señor deAguado en meterse a cirujano de cánceres. Di-rían de él los horrores que ahora dicen de losotros.

AGUADO.- Pero como yo desprecio la ca-lumnia...

AUGUSTA.- Justo es despreciarla. En fin, yoreconozco, todos reconocemos que usted haceallí mucha falta; y si yo fuera Ministro delCáncer... digo, de Ultramar, ahora mismo ex-tendía la credencial.

AGUADO.- Gracias... estimando.

AUGUSTA.- Y usted me mandaría, por elprimer correo, cigarros para mi marido, y paramí cascarilla, de esa tan buena que usan allí lasseñoras.

AGUADO.- ¡Quia! Usted no la necesita... conese cutis.

AUGUSTA.- O dulces, piñas, guayaba.

AGUADO.- Si es usted más dulce que todaslas jaleas del mundo.

AUGUSTA.- En fin, váyase usted pronto aver si arreglando aquello, no se vuelve a men-tar la dichosa inmoralidad. Ya empalaga. Megusta más oír hablar del crimen famoso, que almenos interesa por sus lances dramáticos y susmisterios de folletín.

AGUADO.- Eso a mí no me divierte. Mien-tras ustedes desmenuzan el crimen, voy a echarun vistazo a los tresillistas. (Pasa al salón.)

VILLALONGA.- ¡Adelante con el crimen!...En el Casino he oído novedades estupendas.

AUGUSTA.- ¿Qué se dice?... ¿A ver?

Escena IV

Los mismos; FEDERICO VIERA.

INFANTE.- (aparte, retirándose del gru-po.)¡Qué hermosa está, qué simpática y quémona es esta maldita, y cómo me fascina y en-loquece!... ¡Ah!, paréceme que oigo la voz deFederico en el salón. (Entra en el salón FedericoViera, y habla con Aguado.) Él es, sí. Observaré lacara que pone mi prima cuando él entre. ¿Por

qué mis sospechas, sin fundamento formal,sobreviven a todas las razones y se rebelan con-tra las pruebas en contrario? Acechando rostrosy palabras espero sorprender algún indicio, ycoger la punta del hilo por donde se saque elovillo de la realidad. Este bendito Marqués deCícero me servirá de garita para ponerme decentinela. (Llevándole hacia la consola que estájunto a la puerta.) Querido Marqués, el domingosentí mucho no ir a pasar el día en las Charcas.

CÍCERO.- Pues acertó usted quedándose,porque el día, que amaneció hermosísimo, senos puso infernal. Tomás no fue tampoco, niMalibrán; sólo estuvimos Villalonga y yo; peroJacinto, viendo el mal cariz, se metió en la casa.Yo, siempre impertérrito, me corrí hacia elpuesto con el guarda, porque me daba la cora-zonada de que habían de venir las perdices. Loque venía, hijo de mi alma, era el chubasconúmero uno. Pero yo... impertérrito con mi ca-pote de monte. El macho que llevamos es un

macho que no nos lo merecemos, ni se lo mere-cen ellas las muy correntonas; ¡venga agua!, yel macho impertérrito, cantando que se las pe-laba, chíquili. Por fin, ¿creerá usted que parecie-ron por allí las muy...?

INFANTE.- (aparentando atender al Marqués, ycontestándole con cabezadas.) Yo... ¡oh!, yo nocreo... (Aparte.) Ya se acerca. Disimulo, y muchoojo a la cara de esa hipócrita. Que no se me es-cape ni la inflexión más ligera.

AUGUSTA.- (para sí, fingiendo prestar atencióna lo que dice Villalonga.) Ahí está ya. Cara mía,ojos míos, haceos de piedra. Que ninguna sus-picacia, ninguna curiosidad os sorprendan enun descuido de expresión. Ese pillo de Manolome está observando... A buena parte viene. Elcorazón me salta en el pecho; pero la cara, bienprevenida, se mantiene firme; y aquí no pasanada. Indiferencia afectuosa... distracción... nole siento entrar. (Entra Federico.)

INFANTE.- (para sí.) No repara en él...

FEDERICO.- (saludando.) Aunque usted noquiera... Augusta...

AUGUSTA.- (fingiéndose sorprendida, y sinninguna emoción visible.) ¡Ah!... parece que entrausted como los ladrones. ¡Cuánto tiempo...! ¿Haestado usted malo?

FEDERICO.- Un poquillo.

AUGUSTA.- Pues no se le conoce en la cara.Me alegro de verle. ¿Nos trae usted noticiasnuevas del crimen?

INFANTE.- (para sí.) Pues señor, cualquierales descubre a estos. ¿Tocaré yo el violón a todaorquesta? ¿Correré tras un fantasma?

FEDERICO.- (sentándose.) Traigo noticias...para chuparse los dedos. Esta tarde se dice quela muerta no es quien se creía, sino otra perso-

na. ¿Qué tal? ¡Equivocarse en la identificación!Esta si que es gorda.

AUGUSTA.- ¿Pues quién era?

FEDERICO.- Una señora recién venida deCuba, y cuyo nombre nadie sabe.

AUGUSTA.- Vamos, eso es ya delirar.

VILLALONGA.- Ganas de aumentar la con-fusión. No, sobre la persona de la víctima nopuede caber duda. Estas bolas las hacen correrlos curiales con la idea de desorientar al públi-co, a fin de que no se fije en los verdaderos ase-sinos.

AUGUSTA.- (convencida.) Para mí, el mata-dor es Segundo Cuadrado, ese pillo a quienalgunos quieren hacer pasar por santo, porqueayuda a misa y se reza tres o cuatro rosarios aldía. Creo además que es instrumento de perso-nas muy altas.

FEDERICO.- He oído que algunos vecinosvieron entrar en la casa, horas antes del crimen,a un cura.

AUGUSTA.- ¡También un cura!

FEDERICO.- Por las trazas debía de ser al-guien disfrazado de sacerdote, quizás una mu-jer.

MONTE CÁRMENES.- La madrastra... Sidigo que...

FEDERICO.- ¿Por qué no?

CÍCERO.- Eso no puede ser.

INFANTE.- Es un disparate.

MONTE CÁRMENES.- (aburrido.) Ea, seño-res, es mucho crimen para mí. Volveré cuandohayan ustedes pescado la verdad, y la trinquenbien para que no se escape. (Vase.)

AUGUSTA.- Pues ustedes dirán lo que quie-ran; pero a mí, la madrastra, esa doña Sara, meparece una buena persona. Manolo, ¿tú quépiensas?

INFANTE.- Que es un crimen adocenado, yque ni hay madrastra, ni intoxicación, ni altopersonaje, ni influencia, sino la vulgarísimatragedia del sirviente que roba, y al verse sor-prendido mata; ni más ni menos.

FEDERICO.- Vamos, tú eres sensato, y teatienes a la versión de rúbrica, que nos presentalos hechos como arregladitos a un patrón deconveniencias curiales. Hasta el crimen debeser correcto, y los asesinos han de tener su po-quito de ministerialismo.

AUGUSTA.- Muy bien dicho.

INFANTE.- No es eso. Pero me parece ridí-culo mezclar en asuntos tan bajos a personas

respetables. Hasta han dicho que el criaducho,ese Segundo, es hijo natural de...

FEDERICO.- ¿Quién podrá afirmarlo ni ne-garlo? Si los misterios de la conciencia indivi-dual rara vez se descubren a la mirada humana,también la sociedad tiene escondrijos y profun-didades que nunca se ven, así como en el inter-ior de las masas rocosas hay cavernas dondejamás ha entrado un rayo de luz. Pero de re-pente ocurre un cataclismo, una convulsión delterreno, un derrumbamiento, y la roca se parte,descubriendo el hueco que nadie hasta enton-ces había visto... En cuestión de enigmas socia-les, yo no afirmo nada de lo que la malicia su-pone; pero tampoco lo niego sistemáticamente.

AUGUSTA.- Yo no soy sistemática; pero meinclino comúnmente a admitir lo extraordina-rio, porque de este modo me parece que inter-preto mejor la realidad, que es la gran invento-ra, la artista siempre fecunda y original siem-pre. Suelo rechazar todo lo que me presentan

ajustado a patrón, todo lo que solemos llamarrazonable para ocultar la simpleza que encierra.¡Ay!, los que se empeñan en amanerar la vidano lo pueden conseguir. Ella no se deja ¿qué seha de dejar? Este Manolo, empapado en esatontería del ministerialismo, no quiere ver másque la corteza oficial o pública de las cosas. Esla mejor manera de acertar una vez y engañarsenoventa y nueve. Nadie me quita de la cabezaque en ese crimen hay algo extraordinario yanormal. Sería ridículo y hasta deshonroso parala humanidad que los delitos fuesen siempre agusto de los jueces. Admito lo del personajeinfluyente que protege al asesino; me inclino acreer que el móvil fue amor y no robo, y encuanto a la madrastra, esa doña...

VILLALONGA.- Cuidado con defender a lamadrastra, que aquí está Teresa Trujillo, ysegún parece, va a negar el saludo a los que noopinen como ella.

AUGUSTA.- Es furibunda madras... trista; di-ficilillo es de pronunciar, pero no hay más re-medio que admitir la palabreja.

Escena V

Los mismos; TERESA TRUJILLO, de edad ma-dura, vivaracha, el pelo pintado de rubio.

AUGUSTA.- Las trae acabaditas de coger.

TERESA.- Vengo a buscarlas. (Saludando atodos.) Manolito, buenas noches. Jacinto, Fede-rico, Marqués... de fijo ustedes saben algo nue-vo. Hoy me he leído una arroba de prensa.¡Qué buena viene! Por supuesto, al que sosten-

ga que no fue la madrastra, le diré que ha to-mado dinero de los Cuadradistas.

AUGUSTA.- Pues yo la defiendo, y de mí nocreerá usted que me he vendido.

TERESA.- Pero estás influida por estos, queen su afán de sacar del pantano al juez, hacen lacausa del Cuadradismo, sosteniendo que el cria-do mojó. ¡Qué infamia! ¡Pobre Segundo, un mu-chacho honrado y decente, devoto de la Vir-gen!... Yo no puedo ver esto con paciencia. Tejuro que si a esa bribona no la llevan al palo...va a haber aquí un cataclismo.

INFANTE.- ¡Qué la han de llevar, señora, sidoña Sara es una santa, devotísima de San José!

TERESA.- Quite allá el muy tonto... Usted esde los que trabajan porque triunfe la farsa. Yase ve; defiende al gobierno, que tiene interés enechar tierra... Una horca en la Puerta del Sol,

para ir colgando en ella ministros y pájarosgordos, es lo que hace falta.

AUGUSTA.- ¡Hija, por Dios...!

TERESA.- O la guillotina. Aquí no hay justi-cia ni vergüenza. Es cosa probada que los queandan en el ajo le han asegurado la vida a esebendito Segundo para que declare en formaque no comprometa a doña Sara. Esto es unespanto. Yo puedo asegurar a ustedes una cosa,y es que unas amigas mías la vieron un día enla Palma comprando cintas para sombreros...

VILLALONGA.- ¿Y qué?

TERESA.- Si no me ha dejado usted concluir.Iba con ella un hombre de barba rubia.

INFANTE.- ¿Y qué?

TERESA.- ¡Y qué!... ¡Y qué! (Exaltándose.) Esesujeto es el hombre con barba postiza que los

vecinos vieron bajar, momentos antes del cri-men.

FEDERICO.- ¡Si el que bajó iba vestido decura!

INFANTE.- De anchas caderas, bajito él, pe-cho abultado... Era la propia doña Sara disfra-zada de sacerdote.

TERESA.- No echemos la cosa a barato, ami-guitos, que esto es muy serio.

AUGUSTA.- Pongámonos en lo razonable.

TERESA.- Eso es, en lo razonable.

FEDERICO.- (a Augusta, vivamente.) ¿Pero nodecía usted que es enemiga de lo razonable,porque lo razonable es el amaneramiento de loshechos?

AUGUSTA.- Sí; pero hay que distinguir...

FEDERICO.- No, no crea usted que voy acondenar sus ideas. Convengo en que la reali-dad es fecunda y original, en que la verdadartificiosa que resulta de las conveniencias polí-ticas y sociales nos engaña. Pero no nos lance-mos por sistema a lo novelesco; ni por huir deun amaneramiento, caigamos en otro, amigamía. Usted tiene viva imaginación, y lo dramá-tico y extraordinario la seduce, la fascina. Lavida, por desgracia, ofrece bastantes peripecias,lances y sorpresas terribles, y es tontería echar-nos a buscar el interés febriscitante, cuandoquizás lo tenemos latente a nuestro lado,aguardando una ocasión cualquiera para sal-tarnos a la cara.

AUGUSTA.- En eso estamos conformes. Pe-ro yo no busco el interés febriscitante. Es que,sin darme cuenta de ello, todo lo vulgar meparece falso: tan alta idea tengo de la realidad...como artista; ni más ni menos.

VILLALONGA.- (aplaudiendo.) Admirableparadoja. ¡Qué maravilloso talento!

Todos aplauden.

AUGUSTA.- (soltando la risa.) Gracias, ama-do pueblo.

FEDERICO.- Tiene usted toda la sal de Dios.

AUGUSTA.- (para sí.) ¡Qué zalamerito vieneesta noche! ¡Ah!, grandísimo pillo, tú me la pa-garás. No sabes tú la culebra que tengo enros-cada aquí. Deja que yo te coja...

TERESA.- No entiendo de estas zarandajas.Yo sigo siempre el criterio del pueblo. ¿Es estolo que llaman ustedes vulgo? Pues sea: no menegarán que el pueblo tiene un instinto...

VILLALONGA.- Sí; pero es profundamentesugestivo y fascinable. Los milagros ¿qué sonmás que fenómenos de hipnotismo? Todas lasreligiones, incluso la cristiana, se fundan en eso.

TERESA.- (amoscándose.) ¡Eh!, cuidado: nome toquen a la religión. De las falsas hablenustedes lo que gusten; pero de la verdadera...

INFANTE.- Y usted, ¿cómo siendo tan abso-lutista...?

TERESA.- (irritada.) Sí, señor, muy absolutis-ta, muy católica, apostólica, romana, y al mis-mo tiempo muy popular, muy populachera.¿Qué, no lo entiende usted, angelito?

MONTE CÁRMENES.- (asomándose a la puer-ta.) ¿No ha concluido todavía el crimen?

AUGUSTA.- Sí, sí; basta ya. Tilín, tilín; sesuspende esta discusión. Orden del día...

Entra Monte Cármenes. La conversación se ge-neraliza y se deslíe, subdividiéndose.

Escena VI

OROZCO, CALDERÓN y AGUADO apare-cen en la sala de la derecha. En una de las mesas de

esta, continúan jugando al tresillo CISNEROS,MALIBRÁN y PEZ. En otra juegan el EXMINIS-

TRO y los TRUJILLOS padre e hijo.

OROZCO.- (a Aguado.) No es exacto, repito,y buen tonto sería yo si tal hiciese.

AGUADO.- Pues a mí me han dicho que, ano ser por usted, el Correccional de jóvenes delin-cuentes no se habría construido nunca.

OROZCO.- Habladurías. He contribuido aesta obra benéfica en la misma medida que losdemás iniciadores, y desempeño el cargo detesorero de la Junta.

AGUADO.- Ahí es donde cae usted, amigomío. ¡Si todo se sabe! La Junta no recauda lobastante para continuar con método las obras.Llega un sábado y faltan fondos para pagar losjornales de la semana. Pero no hay que apurar-se: el buen Orozco tira del talonario, y...

OROZCO.- (risueño y calmoso.) Pues estaríayo lucido. No, esas generosidades caen ya de-ntro del fuero de la tontería, y francamente, yoaspiro a que se tenga mejor idea de mí. El atri-buirle a uno méritos que no posee, y que, por lodisparatados, no deben lisonjear a nadie, cons-tituye una especie de calumnia, sí señor, unacalumnia de benevolencia, que si no se cuentaentre los pecados, no debe contarse tampocoentre las virtudes.

AGUADO.- ¿De modo que, según ese crite-rio, yo soy un calumniador... al revés? Pues mecorregiré, pierda usted cuidado; diré que esusted un pillo, un hombre sin conciencia; dirémás; diré que el tesorerito este se da sus mañaspara distraer cantidades del fondo del Correc-cional, y aplicarlas a sus vicios.

OROZCO.- Basta; no tanto. (Con jovialidad.)Pues mire usted, si se dijera eso, alguien lo cre-ería más fácilmente que lo otro, siendo ambascosas falsas.

AGUADO.- No crea usted que la opiniónpública se deja extraviar tan fácilmente por losdifamadores. Ya ve usted las atrocidades quehan dicho de mí. Que si me traje media isla deCuba en los bolsillos; que si vendía los blancoscomo antes se vendían los morenos; mil tonter-ías. Pues si al principio se formó contra mí unaatmósfera tan densa que se podía mascar, notardó en disiparla con mi desprecio, y al fin laopinión me hizo justicia.

CALDERÓN.- ¿Qué duda tiene? (Con ironía.)La reputación de usted es como el sol, que disi-pa las nieblas, y resplandeciendo en el zenit dela fama...

OROZCO.- No te metas a hacer figuras, Pe-pe, que armas unos líos... Por supuesto, yo des-confío siempre de la voz pública, así cuandovitupera como cuando alaba, y creo que rarísi-ma vez acierta.

AGUADO.- Pues aguantar el chubasco, se-ñor mío. De usted se dicen horrores: que costeasolo o casi solo las obras del Correccional parachicos; que le comen un codo las Hermanitas dela Paciencia; que viste todo el Hospicio dos ve-ces al año, y qué sé yo...

OROZCO.- Más vale que les dé por ahí. Yotambién pienso echarme a panegirista de losamigos, diré que el señor de Aguado fundaráun asilo para cesantes de Ultramar.

AGUADO.- ¿Yo? Que los parta un rayo. Esosí que no lo creerá bicho viviente. Para que measilen estoy yo, no para asilar a nadie. Desnudofui y desnudo vine.

CISNEROS.- (terminando una jugada.) Ea...entregarse... No puede usted conmigo.

MALIBRÁN.- (paga, disimulando cortésmentesu mal humor.) Ahí va... D. Carlos, he tenido elhonor de que me gane usted seis duros.

CISNEROS.- El honor de jugar conmigo sepaga caro.

MALIBRÁN.- Pero con gusto. (Aparte.) Mal-dita sea tu estampa, pícaro viejo. (Alto.) D. Car-los, dispénseme y deme de alta: tengo que mar-charme. Calderón me sustituirá en el papel devíctima. (Se levanta; Calderón ocupa su sitio.)

CALDERÓN.- No, lo que es a mí no me tras-tea D. Carlos. Prepárese usted, que le voy aabrasar vivo.

CISNEROS.- (barajando.) Este Calderón es decuidado; pero no puede conmigo. ¿Tienes dine-ro? Si no lo tienes, dile al benéfico Orozco quete llene los bolsillos, porque ahora la entregas.(Juegan.)

MALIBRÁN.- (a Orozco.) ¡Ah, qué cabeza...!¿Pues no me iba sin decirle a usted lo que máspresente tenía...? Aquel muchacho que ustedme recomendó... ¿No se acuerda? Ya le hemosmetido en un viceconsulado de Asia.

OROZCO.- Bien... Pues francamente, yotampoco me acordaba. Ha hecho usted unabuena obra: Ese joven es hijo de una pobre viu-da...

MALIBRÁN.- No tiene que agradecerme sucolocación... Yo lo he hecho por usted.

OROZCO.- ¡Por mí!... Si apenas le conozco.Me lo recomendó... (Haciendo memoria.) Pues nome acuerdo, ni hace al caso. Ello es que haytanta miseria en este mundo, que se llega aperder la cuenta de los desfavorecidos de lasuerte que pordiosean en una u otra forma.

AGUADO.- Es verdad; el desequilibrio entrelas necesidades y las posiciones es tal, que elsablazo ha venido a ser continuo y denso, comouna granizada; y no cae sólo sobre la cabeza delrico, sino también sobre los que vivimos conmodesto pasar. Sablazos en la calle y en la casa,por la mañana y por la tarde, en pleno día y a lamelancólica hora del crepúsculo; sablazos dedinero, de recomendaciones, de influencias.Aseguro a usted que comemos de milagro.

OROZCO.- (distraído.) De milagro...

AGUADO.- Admiro la paciencia de usted ysu longanimidad. (Siguen hablando. Malibrán

pasa al salón y se encuentra con Villalonga, que hasalido de la sala japonesa.)

VILLALONGA.- ¿Te vas ya?

MALIBRÁN.- Sí, voy a despedirme de la in-grata.

VILLALONGA.- ¿Y cómo va eso?

MALIBRÁN.- Desastrosamente. No he ade-lantado ni un solo palmo de terreno. Me con-firmo cada día más en la certeza de lo quehablábamos anoche.

VILLALONGA.- ¿Crees que hay moros porla costa?

MALIBRÁN.- Como creo en Dios. Y esa mo-risma hace tiempo que piratea. Nada, Augustatiene su enredito. Y ten por cierto que tiro de lamanta y se lo descubro.

VILLALONGA.- (con sorna.) Sí; véngate. Aestas virtudes enfatuadas hay que arrancarles laaureola. ¡Cuidado si será tonta esa mujer!, noquererte a ti, tan buena figura, tan sacadito decuello, entendidito en pintura, familiarizadocon la política extranjera, y muy fuerte en todolo que sea triples alianzas. Por supuesto, yo creoque te idolatra y lo disimula; también ella tienesus puntas de diplomática.

MALIBRÁN.- No te burles. Y que está ena-morada no ofrece ya duda para mí. ¡Ah!, tengoyo un olfato...! He rastreado mil síntomas infa-libles. Cualquier día se me escapa a mí una pie-za de esta clase.

VILLALONGA.- Grandísimo adúltero, dequien está prendada es de ti.

MALIBRÁN.- No, no.

VILLALONGA.- ¿En quién te fijas, pues?

MALIBRÁN.- Qué sé yo. En Calderón, la os-tra de la casa, en el artillerito ese, en FedericoViera, en Manolo Infante.

VILLALONGA.- El más verosímil me pareceInfante. Ese las mata callando.

MALIBRÁN.- Pues no sé qué te diga. Déja-me proseguir mis estudios, y mis... diligencias.Ahora... (bajando la voz) la estoy acechando ensus salidas de casa, y créelo, le deshago el tapa-dijo; créelo como esta es noche.

VILLALONGA.- Estás trastornado, Corne-lio.

MALIBRÁN.- Chico, cuestión de amor pro-pio. Todas las pasiones son eso y nada más queeso. Llámalo el diablo. Tal como están hoy lassociedades, con las religiones abatidas y la mo-ral llena de distingos, el amor propio nos go-bierna. ¿Ves a Orozco, a quien todos llaman lamejor persona del mundo? Pues es que se ha

impuesto ese papel, y lo sostiene por algo quese asemeja a la vanidad del artista. Si estuvié-ramos en época en que la santidad fuera moda,ese se haría canonizar por pintarla, y extremar-ía sus actos benéficos hasta el sacrificio y lamortificación, todo por orgullo, por el culto delarrastrado Yo. Ley primaria del mundo es elamor propio. Todos hacemos un altar dondenos ponemos a nosotros mismos, y nos adora-mos con un dogma cualquiera. Mi dogma esvencer en empeños amorosos.

VILLALONGA.- Vencerás. Así tuviera yotan seguros el cielo y mi canonjía del Senado.Por cierto que el empeño de meter a Orozco enla combinación me ha hecho bajar un puesto enla lista.

MALIBRÁN.- Tontería. ¡Si Tomás no lo des-ea!

VILLALONGA.- No te fíes de apariencias.Ya sabes que tengo a nuestro amigo por un

poquitín hipócrita. Esa modestia, esos ascos albombo son afectados. Cada cual se busca sutoque o manera en la sociedad, y el toque deese es decir «no quiero, no quiero», para que selo den todo, y tres más.

MALIBRÁN.- Puede que tengas razón... Enfin, es muy tarde, y yo me voy.

VILLALONGA.- ¿A casa de Leonor?

MALIBRÁN.- Después. Sobre la una. Abur.(Entra en la sala japonesa, se despide y sale de lacasa.)

Escena VII

Los mismos, menos MALIBRÁN.

OROZCO.- (pasando con Aguado al salón.)Apuesto a que todavía están apurando el temadel crimen.

MONTE CÁRMENES.- (que sale de la sala ja-ponesa.) ¡Crimen y siempre crimen! Augustaquiso entrar en la orden del día; pero Teresa serebeló contra la presidencia, y ahora estáhaciendo una excursión patibulario-comparativa al campo de la historia, analizan-do la vida y milagros de la Bernaola, VicentaSobrino, y otras tales.

OROZCO.- Mi mujer se pirra por los críme-nes, y Teresa es capaz de traerse el verdugo enel bolsillo. Yo que el Gobierno, crearía con ellas

y otras damas la policía judicial que tanta faltanos hace. ¿Verdad, Villalonga?... Venga ustedpara acá. Parece que está usted de puntas con-migo. Le prevengo que no he dado paso algunopara entrar en la combinación. Es cosa de losamigos de usted. Yo lo agradezco, sin solicitar-lo, y lo aceptaré si me lo dan, así como me que-daré tan fresco si me lo niegan.

VILLALONGA.- (para sí.) ¡Valiente jesuitónestás tú! (Alto.) Para mí es cuestión de amorpropio, y ¿a qué negarlo?, de conveniencia.Necesito el cargo para bandearme. Estoy can-sado de luchar; tengo, como cada hijo de veci-no, mi serie de lamentables equivocaciones. Lláme-lo usted mala cabeza, vértigo político, llámelousted temperamento anárquico, si le parecemejor. Pero ya voy para viejo, y solicito esaposición para formalizarme y adquirir los hábi-tos de consecuencia que no tengo. ¿Soy sincero?

OROZCO.- Sí. Sólo por su sinceridad mereceusted la breva. Yo siento mucho que, sin comer-lo ni beberlo, hayamos venido a ser rivales.

VILLALONGA.- Rivales no. En este caso,hay que hacer justicia al mérito, y quitarle elsombrero. La posición, la riqueza de usted justi-ficarían mi preterición, si no hubiera otros mo-tivos.

EL EXMINISTRO.- (que ha salido poco antescon ambos Trujillos de la sala de juego, y ha oído lodicho últimamente por Villalonga, le coge por lasolapa y con desentono le dice:) Pero ven acá, im-pertinente, ¿para qué quieres tú la senaduríavitalicia? ¿Crees que eso se puede cambiar poruna Dirección? ¿Crees que eso se da a la genteinsegura y a los veletas como tú?

VILLALONGA.- ¿Y para qué querías tú lacartera, grande hombre pequeñísimo?

EXMINISTRO.- ¡Yo!, ¡si yo no la quería...!

VILLALONGA.- Que no... ¡angelito! Comoque si no te la dan te mueres. ¡Cuántas veces,en días de crisis me dijiste: «Jacinto, por Dios,¿le has hablado al Presidente? ¿Crees tú que iréyo ahora?»! Y al fin fuiste. Y te ayudamos losamigos, jaleándote hasta tres meses después, ydándote un bombo fenomenal. Conque pru-dencia; que yo no me muerdo la lengua, y enhistoria contemporánea no me gana nadie.

EXMINISTRO.- Ni en hablar más de la cuen-ta tampoco. Siempre disolvente, a donde quieraque vas. Parece mentira que teniendo tantotalento, te hayas empeñado en probar tu inuti-lidad.

VILLALONGA.- Pues te diré que... (Conte-niéndose.) En fin, no quiero enfadarme.

EXMINISTRO.- Aunque te enfadaras...

OROZCO.- Vaya, señores, envainen los ace-ros.

AGUADO.- (apartando a Orozco del grupo.)Deje usted a los compadres que se peleen. Buenpar de chanchulleros están los dos. Y Jacintohace bien en tomarle el pelo al otro. Me ha con-tado que le tuvo hace quince años en la redac-ción del Fanal, trabajando de tijera. Explíquemeusted estas elevaciones. ¡Qué país! (Villalonga yel exministro siguen disputando con viveza, pero sinfaltar a la cortesía.)

OROZCO.- Jacinto es muy listo y vale mu-cho; pero su inconstancia la pierde. Habría sidoya Ministro, si no tuviera la desgracia de encon-trarse mal donde quiera que está.

TRUJILLO padre.- (con displicencia.) Todos lomismo. Unos por consecuentes, otros por in-consecuentes, ¡bueno tienen el país, bueno!

VILLALONGA.- (disputando con el exminis-tro.) No hay quien te baraje. Los hombres detalento, cuando dan en desbarrar...

EXMINISTRO.-¡Si quien desbarra eres tú!¡Lo repito; parece mentira que teniendo tantí-simo talento...!

VILLALONGA.- No te haces cargo de na-da... Pero escucha.

EXMINISTRO.-Permíteme, bruto...

TERESA TRUJILLO.- (que sale de la sala japo-nesa y busca a su hijo.) ¿En dónde está mi artille-ro? ¡Ah! (Cogiéndole del brazo.) Ven acá, hijo demi alma. Vámonos, sácame de aquí.

OROZCO.- ¿Pero se va usted? No lo con-siento.

TERESA.- ¡Ay, Tomás, tiene usted su casainfestada de Cuadradismo! Aquí no puede estaruna persona que se interesa por la justicia.

OROZCO.- Pues yo creí que usted habíaconvertido a mi mujer a la sana doctrina Saraís-ta.

TERESA.- (picada.) ¡Quia!, siempre ha de lle-varme la contraria. Si siguiéramos disputando,acabaríamos por reñir, como este par de tontos.(Por el exministro y Villalonga.)

INFANTE.- (que sale con el Marqués de Cícerode la sala Japonesa.) ¿Qué rebullicio es este? Lode siempre, discutiendo sobre cuál ha hechomás tonterías.

MONTE CÁRMENES.- Diciéndoles que haycrisis, puede que se pongan de acuerdo.

INFANTE.- (interviniendo en la disputa.) Se-ñores, cese la discordia. El Ministerio está decuerpo presente.

Los disputadores no se aplacan; Infante y MonteCármenes se ingieren en la discusión, y Orozco,

Cícero, Teresa Trujillo, su esposo y su hijo les con-templan sonriendo. En la sala de la izquierda se

quedan solos Augusta y Federico.

AUGUSTA.- (en pie, airada.) Al fin se ha idoManolo, el centinela de vista, y podemos hablarun instante. Tengo que decirte que te estás por-tando indignamente.

FEDERICO.- Yo, ¿por qué? (Va a la puerta,atisba y retrocede.) También yo deseaba que es-tuviéramos solos, para poder decirte...

AUGUSTA.- No quiero saber nada. ¡Seisdías sin verme!

FEDERICO.- Por culpa tuya.

AUGUSTA.- No; tuya, mil, veces tuya... Nosé qué tienes en esos ojos... la traición, la menti-ra y el cinismo. (Muy agitada.) Ya me estoy acos-tumbrando a la idea de que te vas de mí, atraí-do por personas indignas, que no quiero ni de-bo nombrar.

FEDERICO.- No digas disparates. ¿Te espe-ro mañana?

AUGUSTA.- No, repito que no. (Mirando alsalón con recelo.) No vuelvo más; no me mere-ces.

FEDERICO.- Que no te merezco ya lo sé;¡pero tiene uno tantas cosas que no merece!¡Dios es tan bueno!... ¿Irás?

AUGUSTA.- No quiero. Bien claro te lo digo.

FEDERICO.- ¡Y yo que tenía que contartetantas cosas!

AUGUSTA.- (con viva curiosidad.) ¿Qué co-sas? Cuéntamelas ahora.

FEDERICO.- Ahora no puede ser. Te esperoallá, ¿sí o no?

AUGUSTA.- He dicho que no voy. (Aturdi-da.) Lo pensaré... No, no, y mil veces no. Si fue-

ra, iría para injuriarte, para decirte que te meestás haciendo aborrecible.

FEDERICO.- Pues para eso. Vas, y allí, muytranquilamente, nos tiraremos los trastos a lacabeza.

AUGUSTA.- Cállate... Pueden oír... (Conmiedo.) Te escribiré dos letras... No, no te escri-bo ni media letra; no me da la gana.

FEDERICO.- Pero...

AUGUSTA.- Basta... cállate... salgamos.(Aparece en la puerta del salón.)

OROZCO.- (a su mujer.) Si tú no calmas a es-tos energúmenos, no sé qué ya a pasar aquí.Siéntate al piano, que la música a las fieras do-mestica.

OFICIAL DE ARTILLERÍA.- (a Augusta.) Esgracioso: los cuatro son ministeriales, y vea

usted cómo están. Música, música, (Augusta sesienta al piano y preludia.)

AGUADO.- (aparte.) Música tenemos. Tocaráseguramente esas cosas que a mí me aburren.De buena gana me plantaría en la calle. ¡Beet-hoven, Chopín! Os cambio por una de aquellashabaneritas... Pero si lo digo, me llamarán vul-go. Fingiré que estoy en éxtasis.

INFANTE.- (corriendo hacia el piano.) Augus-ta, por amor de Dios, la sonata 14, el clair delune...

EXMINISTRO.- Música, arte. Parta un rayo ala política.

VILLALONGA.- Tiene la palabra el Sr. deBeethoven.

Todos ríen, se alegran, y algunos se sientan paradisfrutar de la buena música.

AUGUSTA.- (para sí, tocando.) ¡Para tocatasestoy yo! Dios tenga piedad de mí.

Escena VIII

Alcoba en casa de Orozco. Dos camas, una a cadalado de la estancia.

OROZCO, sentado, meditabundo. AUGUSTAque entra, vestida aún de sociedad.

OROZCO.- (para sí.) Ya deseaba que se fue-ran. Me siento esta noche más fatigado quenunca.

AUGUSTA.- (para sí.) Gracias a Dios que mehe quedado sola. ¡Tener que sonreír y tocar elpiano para que los demás se diviertan...!

OROZCO.- (alto.) La música me pone tristeesta noche. ¿A qué lo atribuyes tú?

AUGUSTA.- (absorta, no contesta si no despuésde una pausa.) Perdona: estaba distraída.

OROZCO.- Te digo que la música me hapuesto triste...

AUGUSTA.- ¿Tú triste?... ¿por qué?... ¡Ah!,la pícara imaginación. Es que de algún tiempo aesta parte cavilas demasiado, y te fijas más delo conveniente en asuntos que por tu posicióndebieras mirar con calma. Ahí tienes por qué tedesvelas tan a menudo. Cuando no se duermebien, querido, toda la máquina anda mal, y elespíritu más valiente se desmaya.

OROZCO.- De veras que duermo mal, y nosé a qué atribuirlo. Ello debe de ser contagioso,porque tú también, al menos anoche, estuvistemuy despabilada.

AUGUSTA.- Es que cuando te siento des-pierto, yo no puedo dormir... No creas, a mí nome importa. Resisto perfectamente el insomnio.Este cerebro mío no trabaja ordinariamente loque el tuyo. A ti te pasa lo que a muchos que,hallándose dotados de grandes energías, nosaben en qué emplearlas, por haberse encon-trado resueltos los principales problemas de lavida. No hay ningún asunto grave, de tu propiointerés, que ocupe tu ánimo, y para llenar estevacío buscas fuera mil extrañas cosas, y te lasapropias, y les das un calor que no debierantener para ti.

OROZCO.- (aparte, ensimismado.) ¡Qué lejosde mí, pero qué lejos, veo a mi mujer!

AUGUSTA.- Ya te afanas porque los mucha-chos delincuentes tengan un asilo en que se lescorrija; ya te interesas por las niñas abandona-das, como si fueran tuyas. O bien das en prote-ger a ingratos, en salvar de la miseria a los quese han arruinado por informales o tramposos...No, yo no te censuro que seas caritativo y ayu-des al prójimo. Pero todo tiene su límite, hastala bondad. Para todo hay una medida en lohumano.

OROZCO.- Vida mía, me juzgas mejor de loque soy. Mira tú, si cavilo a ratos, es porquerecelo no cumplir bien los deberes que me im-pone mi posición. Algunas noches he dormidomal porque la conciencia intranquila y comoquisquillosa me turbaba el sueño...

AUGUSTA.- (sorprendida.) ¡Tú... con la con-ciencia intranquila... tú!... el hombre mejor delmundo. ¡Alabado sea Dios!... (persignándose.)Tomás, tú no sabes lo que te dices.

OROZCO.- En esto de la conciencia, hijamía, cada triunfo que se alcanza trae nuevosanhelos de alcanzar más. Cuando uno se dejaentumecer por el egoísmo, la conciencia se atro-fia, como órgano sin uso, y hasta llegamos acometer mil iniquidades sin advertirlo. Perocuando nos aficionamos, por esta o la otra cau-sa, a la contemplación de la idea moral y a re-crearnos en ella, ¡ay!... entonces, Augusta,mientras más horizontes se ven, más nos gustaavanzar para reconocer, descubrir y conquistarespacios nuevos.

AUGUSTA.- (para sí.) Ya tenemos en plantala idea fija de estas últimas noches...

OROZCO.- Mi mayor satisfacción sería quemi mujer comprendiera esto... Creo que al fin loentenderás.

AUGUSTA.- (acaricíandole.) Mira, hijito,acuéstate y procura dormirte. Si la conciencia te

quita el sueño a ti, a ti, que eres tan bueno,¿quién, dímelo, quién dormirá en este mundo?

OROZCO.- Los muertos y los egoístas, quevienen a ser lo mismo. (Con jovialidad.) Oye,Augustilla, esta noche deseo el descanso, y mepropongo arrojar de mi cerebro toda idea queno sea la de mi propio bien. Ea, durmamos. (Sedispone a acostarse.)

La doncella aparece en la puerta, y Augusta pasacon ella a otra habitación para cambiar de ropa.

OROZCO.- (solo, acostándose.) Sí, es precisodescansar, transigir con este mecanismo brutaly tonto en que estamos metidos. Aquí, solodentro del círculo de mis pensamientos, apar-tado del mundo, ante el cual represento el pa-pel que me señalan, restablezco mi personali-dad, me gozo en mí mismo, examino mis ideas,

y me recreo en este sistema... lo llamaré religio-so... en este sistema que me he formado, sinauxilio de nadie, sin abrir un libro, indagandoen mi conciencia los fundamentos del bien ydel mal... ¡Qué placer descubrir la fuente eter-na, aunque no podamos beber en ella sino al-gunas gotas que nos salpican a la cara! Hay enel mundo más de cuatro necios que me creenfanatizado por las prácticas de esta o la otrareligión positiva. Su error me encubre. No lessacaré de él... Una sola idea me aflige, y es quemi mujer está aún distante, pero muy distantede mí. Miro para atrás, y apenas la distingo.Cada noche, al quedarnos solos en este dulceretiro, libres de la estolidez humana, arrojo a suentendimiento algunas ideas... hoy esta, maña-na aquella, como el novio que tira chinitas albalcón de su amada para llamar la atención. Nolas recibe mal; pero no se halla todavía en esta-do de asimilárselas. Creo que al fin se enterará.Es buena, y su corazón está preparado para

limpiarse de egoísmo... ¡limpieza en extremodifícil!... ¡vaya si es difícil!... (Se adormece.)

AUGUSTA.- (entrando de puntillas, en traje denoche.) Dormido ya; pero esto no es más que elprimer sueño, breve y profundo, que lo duraapenas media hora. Y yo ¿por qué me acuesto sisé que no he de dormir? ¡Habla de concienciaintranquila!... Este bienaventurado no sabe loque es vivir con los pies sobre la tierra. Él tienealas. (Se sienta junto a su lecho, y apoya el brazo enél y la frente en la mano.) Si mi fe religiosa fueramás viva... me consolaría. Pero mis creenciasestán como techo de casa vieja, llenas de gote-ras. De esto tiene la culpa el trato social, lo queuna piensa, y lo que oye, y lo que ve... Por eselado no hay esperanza. (Mirando a su marido queduerme.) Si Dios se ocupa de nuestras pequeñe-ces, sabrá que quiero tiernamente a este hom-bre, que su salud me interesa más que la mía;sabrá también que esta unión no satisface mialma, que otro cariño me salió al paso y lo

tomé, porque me llena la vida hasta los bordes.Esto ha venido a ser esencial en mí. Mi concien-cia es voluble, y suele regirse por las impresio-nes que recibo y por los movimientos del áni-mo. Cuando estoy contenta y satisfecha, y loscelos no me punzan, mi conciencia se relaja, sehace la tonta, y me dice que mi falta no es falta,sino ley del espíritu y de la naturaleza. Perocuando mi pasión se alborota con las contrarie-dades, y el alma se me revuelve, y se enturbiacon sus propias heces que suben, pierdo latranquilidad y me tengo por mala, por indignade perdón... ¿Qué es lo que siento esta noche?Inquietud, temor de no ser amada. El despechoy la ira se me vuelven remordimientos. Casicasi me dan impulsos de abrir el alma delantede mi marido, y contarle todo lo que me pasa.¿Y para qué? ¿Para renegar de mi error y pro-meter la enmienda? No, no tendré fuerzas paraenmendarme, ni hipocresía para hacer promesatan imposible de cumplir. Me confesaría, sim-plemente por el consuelo de vaciar un secreto

que ahoga... (Irguiendo la cabeza.) ¡Dios mío, quédisparates pienso! Paréceme que tengo fiebre.A estas horas, el insomnio y las cavilacionesnos llevan a una verdadera locura. ¡Confesarmea Tomás! No me comprendería, como yo nocomprendo las sutilezas de su conciencia, quepor querer adelgazarse tanto, se quiebra; incu-rriría en las vulgaridades de la moral gruesa ycomún, de esa que parece que se compra porkilos. ¡Ay!, digan lo que quieran, estamos go-bernados por leyes estúpidas... hechas pararegularizar lo irregularizable, para contener endistancias muy medidas el vuelo de las almas...porque yo también tengo plumas. (Hace con lasmanos movimientos de aleteo.) ¡Vaya que se meocurren unas cosas cuando cavilo a estashoras!... Sí, ardo en calentura; como que dudo aveces si estoy despierta o estoy soñando... yhasta me parece que un diablillo gracioso mesopla al oído lo que he de pensar... Despiertaestoy, y discurro claramente que la sociedad ysus leyes son obra de la tontería. (Accionando

como si hablara con alguien.) Y lo digo y lo sos-tengo: si no nos encontrásemos atados por estosnudos del convencionalismo, yo podría tenerun gran consuelo. Ante la razón grande, hablode la grandísima, de la que anda por allá arribasin que nadie la pueda coger, ¿qué inconve-niente habría en que este hombre, que mirocomo hermano de mi alma, este hombre deentendimiento superior, de gran corazón, todonobleza, supiera lo que me está pasando, y quelo oyera de mi propia boca?... Esto que pareceabsurdo... ¿por qué lo es?, mejor dicho, ¿porqué lo parece? No; lo absurdo no es esto quepienso, sino lo otro, todo el armatoste social...(Sonriendo.) ¿Por qué me río?... No me río: esrabia; es que mi sabiduría, esta ciencia que meentra por las noches, me hace reír... de rabia.

OROZCO.- (para sí, despertando súbitamente, yvolviéndose.) Tengo la cabeza tan despejada co-mo a las doce del día. Y francamente, no veo lanecesidad de dormir toda la noche. Después de

un breve letargo reparador, no hace falta más.En vez de embrutecernos en el sueño, ¡cuántomejor es meditar sobre los graves problemasque nos rodean, examinar nuestras acciones deldía pasado, preparar las del siguiente!... (Pau-sa.) Lo que más me enoja es que me aplaudan,como si fuera yo un cómico. Quiero que misactos sean tan secretos que nadie los penetre;más aún, quiero que resulten con aparienciasde maldad, para que el mundo los censure y losridiculice. Pero esto es difícil, muy difícil. Elmaldito tiene un gran olfato para rastrear laverdad, y no es fácil engañarle... Porque el bienno es tal bien, si no se le disfraza, para que vayapor la calle bien enmascaradito. Y lo peor esque no puede uno evitar que los favorecidossalgan por ahí con mucho bombo y mucho cas-cabel, pregonando el bien que uno les hace,mientras yo... no sé qué daría porque me for-maran una reputación de tacaño y cruel. Nadame molesta tanto como la gratitud, y las mani-festaciones de ella... Verdad que hay muchos

ingratos, y esto ya es un consuelo... (Pausa.)También me gusta cavilar sobre los términosprecisos de este orden de creencias que yo heencontrado en mi propio pensamiento y en micorazón; obra mía es todo, y la primera necesi-dad que experimento es recatarla del mundo.Aquí no cabe propaganda, ni yo he de hacerlamás que con mi mujer. Sólo a una persona tier-namente amada comunicaré esta creencia hon-da, que proporciona al alma tan grandes con-suelos... Sólo a mi pobrecita Augusta... (repa-rando en su esposa sentada junto al lecho.) Augus-tilla, hija mía, ¿qué haces que no duermes?

AUGUSTA.- Ya estaba acostándome, cuan-do me pareció notarte inquieto. ¿Te sientesmal?

OROZCO.- No, hija de mi alma. Estoy muybien; he dormido un rato, y no necesito descan-sar más. Déjame que medite sobre cosas que teiré comunicando en forma tal que puedas com-prenderlas.

AUGUSTA.- (para sí.) Vuelta a lo de ano-che... (Alto.) No pienses en eso. Eres bueno, ypor ser mejor te estás dando muy malos ratos.Es hasta un rasgo de soberbia el pretender sa-lirse de la imperfección humana.

OROZCO.- Desconoces los verdaderos gra-dos del bien. Tu inteligencia es grande; pero nove la verdad. No me extraña eso. Yo te iniciaré.Eres la persona que más quiero en el mundo, yes preciso que vengas tras de mí, ya que noconmigo. Según mis creencias, la primera demis obligaciones es proporcionarte todos losplaceres lícitos, rodearte de las comodidades yencantos que nuestra fortuna nos permite. Hoypor hoy, no cuadra a mis ideas el cambiar devida. Me conviene que continúe este lazo que almundo nos une, y aparentar que, lejos de haberen mí perfecciones, soy lo mismo que los de-más.

AUGUSTA.- (para sí, confusa.) ¿Estoy segurade entender lo que me dice? (Alto.) Eso me

agrada; pues si tuvieras tú vocación de anacore-ta, yo no creo tenerla nunca.

OROZCO.- (algo excitado.) No, no es eso. Enel mundo, en plena sociedad activa, es donde sedebe luchar por el bien. Nada de ascetismo: losque se van a un páramo no tienen ningún méri-to en ser puros. Sigamos aquí... Cabalmente esaes la dificultad: realizar cuanto me piden miscreencias en medio de este tráfago, y en el tor-bellino de maldades que nos envuelve. Jamás teapartaré del medio social en que vives. La re-generación no puede ser eficaz sino dentro deese medio. Nada de privaciones materiales,nada de vida de cartujo; eso es de caracteresmediocres.

AUGUSTA.- (para sí.) Pues lo que ahora diceme parece muy razonable. (Alto.) Todo eso estámuy bien; pero vale más que lo dejes para ma-ñana, y que duermas ya y descanses.

OROZCO.- ¡Si no tengo sueño, ni me hacefalta dormir! (Inquieto.) Mejor será que me le-vante y me pasee por el gabinete.

AUGUSTA.- (corriendo a él y deteniéndole.)No, no hagas tal. Te lo prohíbo.

OROZCO.- Bueno, pues yo no puedo con-sentir que estés desvelada por acompañarme.Ya que no tienes nada en qué pensar, porque tuconciencia no chista, recógete y duérmete. Nome levantaré, para que no estés inquieta pormí. Acuéstate, y si no te entra sueño, hablare-mos un poco de cama a cama. (Augusta se acues-ta.)

OROZCO.- ¿Sabes en lo que pienso ahora?En la carta que he recibido hoy de Joaquín Vie-ra, el padre de Federico.

AUGUSTA.- (con viveza.) ¿Sí?... ¿y qué es?

OROZCO.- Pues me dice que llegará aquídel 26 al 28, y que viene a tratar conmigo de unasunto de intereses.

AUGUSTA.- Sablazo seguro. Por amor deDios, Tomás, ponte en guardia.

OROZCO.- No caigo en qué podrá ser.Dejémosle venir.

AUGUSTA.- ¡Qué trasto ese Joaquín...! No separece nada a su hijo, que aunque mala cabezay desordenado, tiene un fondo de caballerosi-dad que...

OROZCO.- Es verdad. El papá es tal, que notiene el diablo por dónde desecharle.

AUGUSTA.- Y abusa de tu bondad siempreque quiere. Mucho cuidado, Tomás; ponle malacara cuando le recibas. Recuerda que Joaquín,hace dos años, después de explotarte indigna-mente, dijo de ti horrores.

OROZCO.- Debemos perdonar las ofensas.

AUGUSTA.- ¿Crees tú que toda ofensa sedebe perdonar?

OROZCO.- Todas, en absoluto, y sin reservade ninguna clase.

AUGUSTA.- ¿Estás dispuesto tú a perdonartoda ofensa que se te haga?

OROZCO.- Sin género alguno de duda. Meagravias sólo con dudarlo. Pues qué, ¿no tienestú en tu alma la misma decisión?

AUGUSTA.- (vacilante.) No sé. Eso no puedeasegurarse sino frente a los hechos. La resisten-cia moral, como el grado de tensión de unacuerda, no se conoce hasta que se prueba... Perome parece que hemos hablado bastante, hijito.Ahora, a dormir.

OROZCO.- A dormir tú, yo no.

AUGUSTA.- Los dos... (Para sí.) ¡Ay, cuántome molesta este diálogo!... Quiero estar sola, ypensar lo que a mí me dé la gana, sin tener quellevar a cuestas el pensamiento ajeno... Fingiréque duermo, para que se calle.

OROZCO.- Como si lo viera, Joaquín mepresentará algún antiguo y olvidado crédito...¡Pero si por mi cuenta no hay ninguno que noesté satisfecho...! (Suspirando) ¡Ay!, esa malditaHumanitaria ha dejado tras sí un rastro vergon-zoso. Yo no soy responsable; pero disfruto delcapital que se amasó con aquel negocio, en quetrabajaron juntos mi padre (que Dios perdone)y este Joaquín Viera, que es de la piel del dia-blo. No juzgo lo que hicieron. Después Joaquínse arruina, se va al extranjero y se dedica alchantage y a mil trapisondas. ¡Quién sabe si sedescolgará ahora con algún enredo...! ¿No creestú que...? (Observando a su mujer que no chista.)Vaya... se ha dormido. ¡Pobrecilla!

AUGUSTA.- (para sí.) Me cree dormida. Deeste modo me rodeo de soledad, me meto enmí. (Atendiendo sin mirar.) Parece que discuteconsigo mismo en voz baja. Yo pensaré en si-lencio. Los dos padecimos con el insomnio;pero por ¡cuán distintos motivos! A mí me de-sasosiega el pecado y a él la perfección... No lesiento ahora; no sé qué daría porque se durmie-se profundamente. También yo... empiezo anotar, así, cierta torpeza, como si las ideas seme cuajaran... (Pausa.) Pero no se calma la in-quietud que siento en mi corazón, este temor,esta ira, los celos. Se calmaría quizás si lo conta-se a alguien. Consuelo del espíritu turbado es laconfesión; pero la confesión religiosa no acabade satisfacerme. A un cura tendría yo que pro-meterle la enmienda, y esto no puede ser. Leengañaría si la prometiera; sería estafar la abso-lución, que es lo que hacen la mayor parte delos penitentes, figurándose de buena fe queestán arrepentidos y creyendo que no reinci-dirán. Como no me gusta engañar, empiezo por

no engañarme a mí misma. El que a mí me con-fiese ha de ser un sacerdote extraordinario, ide-al, superior a cuantos hombres andan por elmundo, de un saber tan grande y de una sensi-bilidad tan fina para tomar el pulso a las pasio-nes, que pueda yo mostrarle con sinceridadhasta los últimos dobleces de la conciencia...(Agitándose en el lecho.) ¿Pero yo estoy dormidao despierta? Porque esto que pienso no es undespropósito de los que solemos soñar... estoque se me ocurre indica talento... vaya si lo in-dica... Pues sí, ese confesor que me hace falta,ya lo siento venir. Parece que lo traigo yo mis-ma con la fuerza de mi pensamiento... (Aparecela Sombra de Orozco, sentada junto al lecho. Es unaforma indeterminada, cuyo ropaje no se percibe:distínguense claramente la cara y las manos.) Aquíestá ya. Lo que yo me figuraba: su rostro es elmismo de mi marido; sus ojos, que me mirancon tanto cariño y dulzura, revelan el sabertotal y la piedad eterna... (Le mira fijamente.) ¿Yqué?... (Pausa.) No dice nada. No hace más que

clavarme su mirada, que me penetra hasta lomás hondo. No, no mentiré, no te ocultaré na-da. Confesor, no me causas miedo, sino con-fianza... (Agitándose más.) Ya, ya sé qué es loprimero que debo decir: cuándo empezó miinfidelidad y la razón de ella. ¡La razón de ella!¿Yo qué sé? Esas cosas no tienen razón. Le tratéalgún tiempo, ya casada, sin sospechar que lequería con amor. No caí en la cuenta de queestaba prendada de él sino cuando me declaróque se había prendado de mí. Tres días de an-siedades y de lucha precedieron a uno memo-rable para mí. ¡Vaya un diita, Señor! No meacuerdo bien de lo que sentí aquel día. La vidase me completó. Le amé locamente, y cuandome fui enterando de sus desgracias, de las ca-denas ocultas que arrastra el pobrecito, le quisemás, le adoré. Declaro que hay dentro de mí,allá en una de las cuevas más escondidas delalma, una tendencia a enamorarme de lo queno es común ni regular. Las personas más alle-gadas a mí ignoran esta querencia mía, porque

la educación me ha enseñado a disimularla.Pues sí, tengo antipatía al orden pacífico delvivir, a la corrección, a esto mismo que llama-mos comodidades. Esto de hacer un día y otrolas mismas cosas, el tenerlo todo previsto, elencontrar todo a punto, me entristece, me fati-ga. Bendito sea lo repentino, porque a ello de-bemos los pocos goces de la existencia. ¿Hemosnacido acaso para este tedio inmenso de labuena posición, teniendo tasados los afectoscomo las rentas? No, para algo nos habéis dadola facultad de imaginar y de sentir, por algosomos un alma que ama los espacios libres yquiere dar un paseíto por ellos. Este compássocial, esta prohibición estúpida del más allá nome hace a mí maldita gracia. Y lo peor es que laeducación puritana y meticulosa nos amolda aesta vida, desfigurándonos, lo mismo que elcorsé nos desfigura el cuerpo. De este modoaprendemos la hipocresía, y buscamos com-pensación al fastidio, trayendo a nuestra vidaalgún elemento secreto, algo que no esté a la

vista ni aun de los más próximos. Tener unsecreto, burlar a la sociedad, que en todo quiereentrometerse, es un recreo esencial de nuestrasalmas con corsé, oprimidas, fajadas... Sin miste-rio, el alma se encanija. Aborrezco esa vida, queno vacilo en llamar pública, o si se quiere, legal,muy santa y muy buena para quien se puedaamoldar a ella, pero que no es para mí... Queme quite Dios las ideas que me andan por de-ntro del cráneo, que me quite los nervios, y mevolveré la burguesa más pánfila de la clase... (Seagita de nuevo y contempla con estupor la Sombra.)Veo que me miras con ojos benévolos. No pod-ía ser de otra manera. Declaro todo lo que sien-to, y me someto al fallo tuyo... ¿Soy pecadora oqué soy? No me dices nada. ¿Por qué callas?¿Te asombras de que no me disculpe? No sien-to en mí la disculpa. Creo que al principio in-tenté sofocar el amor hacia un hombre que noes mi marido. Pero pronto me convencí de queera inútil intentarlo. Me encantaban la personay sus palabras, el sonido de su voz, su carácter

noble, su susceptibilidad, sus desgracias, lapobreza disimulada con tanta gallardía; y nopuedo dejar de amarlo, ni en rigor, aquí dentrode mí, me avergüenzo de ello. ¿Qué tienes queobjetarme? Dirás que estoy unida por la ley aese amigo sin par, a ese hombre extraordina-riamente bueno y amable. Yo reconozco susméritos y virtudes, yo le admiro. Tú que meoyes, ¿eres él o has tomado su rostro para ins-pirarme más respeto? Porque si eres él mismo,y vienes a oírme en confesión, te traerás larazón grande, el metro elástico para medirme,habrás dejado fuera de aquí las reglas chiquitas,hechas a gusto del medidor... Dime al fin eljuicio que te merezco; háblame, para que yo nocrea que es mi propio pensamiento quien tepone delante de mí. (Sofocada.) ¡Dios mío, eltalento que saco en estas horas de insomnio mehace padecer! (A la Sombra.) ¿Qué piensas demí? ¿No me dices una palabra consoladora?Cuando entraste, me mirabas con indulgencia,y ahora... (La Sombra principia a desvanecerse.)

¿Te vas?, aguarda... En verdad, que no puedoasegurar que estoy despierta ni que estoy dor-mida... ¿Crees que no he sido bastante sincera?No te vayas, no... (La Sombra desaparece.) ¡Dispa-rates como los que yo pienso! (Llevándose la ma-no a los ojos.) ¡Pero si yo no dormía! Despiertaestaba, y qué sé yo... puedo jurar que le he vistoahí... una persona, un sacerdote, un ser extraño,con la cara y los ojos de... ¡Qué desatinos en-gendra la fiebre!... Sí, en mi juicio estoy. (Gol-peándose el cráneo.) No tengo duda. Mi maridoduerme tranquilamente. Y yo imaginaba confe-sarme con él!... ¡Vaya, que es de lo más absur-do!... En el fondo no deja de tener cierta gra-cia... (Se incorpora.) ¡Qué suplicio el de estar enla cama sin sueño!...

Pausa larga. Permanece un rato con las ideasobscurecidas, murmurando frases deshilvanadas.

Restrégase los ojos. Por fin se aclara su juicio, y sereconoce en la realidad.

Difícil es que pueda precisar si he dormido ono... Lo que es ahora bien despabilada estoy...¡Ay, amor mío, cuánto me haces sufrir! Quieroverte, quiero dolerme de tus agravios, y que mepidas perdón y desvanezcas este enojo quesiento contra ti. No puedo soportar tu amistadcon esa mujer indigna. No te vale decirme quelas visitas son inocentes. ¿Qué objeto tienenentonces? No escucho tus explicaciones, no lasadmito. Esta noche me has parecido amable,como pesaroso de ofenderme y con deseos dedesagraviarme. ¿De veras quieres que nosveamos mañana en nuestro asilo? ¡Y yo, tonta,respondí que no! ¡Tenemos a veces unos arran-ques de dignidad tan ridículos!... (Pausa.) Nada,mañana le escribo en cuanto me levante; le diré:«Aunque tú no lo mereces, grandísimo pillo,necesito oír tus descargos; y acudiré a la horade costumbre. Si tardas te araño». No, no, estoes humillante. Debo fingirme muy incomoda-da, ¡uy, qué genio tengo!, y con pocas ganas de

perdonar. Él es el que debe humillarse. Coque-tearemos. Le diré: «Amigo mío, es preciso queesto concluya, y vale más que tratemos, sere-namente y sin atufarnos, de nuestra separacióndefinitiva». Esto, esto; magnífico. ¡Qué felizidea! Quisiera tener aquí lápiz y papel paraapuntarla, no sea que se me olvide de aquí amañana... ¡Señor, qué ansiedad, y cómo se esti-ran las horas de la noche! Me dan ganas de sal-tar de la cama volando, y escribir la esquelaantes que se me escape del cerebro aquella ideafelicísima. No; aguantareme aquí. Tomás noduerme. Se sorprendería de verme levantada.¡Ay, qué tumulto dentro de mí! Esa Peri, esaPeri; no la puedo ver. He de obligarle a que meprometa no poner más los pies en su casa. No,no le escribo lo que pensé. Más fuerte, másfuerte, y unos morros así... Le diré: «Imposibleperdonarte tus visitas a esa mujerzuela. Entretú y yo no puede haber ya ni siquiera amistad,si no me juras...». Sí, que jure, que jure, que sefastidie... Esto es lo que he de escribirle... ¡Ah!,

se me ocurre ahora otra idea estupenda. Unacarta llena de ternura es lo mejor, pues si memuestro arisca y exigente, puede que se inco-mode. ¡Es tan orgulloso! Nada, nada, muchasuavidad, quejas dulces... «Eres un ingrato, ycorrespondes mal al inmenso cariño que te ten-go. No debiera verte más; pero soy débil, y midebilidad te necesita. No me faltes esta tarde, sino quieres que me muera». Esto escribiré...¡lástima no tener lápiz!... porque si no lo apun-to, de fijo que se me olvida... Estoy llorando, yno había notado que lloro... (Pausa.) Me pareceque Tomás descansa. Su respiración indicasueño... (Poniendo atención.) Sí, duerme. Me le-vantaré. Las sábanas son de fuego... Me levan-to, voy al gabinete, y endilgo esa carta, antesque se me borre la idea... No, esperaré, a quesea más tarde, a que apunte el día, que ya nopuede tardar. Y nada de ternura, nada de mi-mos. Hay que tratarle a la baqueta. Pero ¿y si secrece al castigo? No, no se crecerá... Lo que hayes que no puedo seguir acostada. Arriba, pues.

En mi gabinete escribiré. Hora tremenda es estapara el cerebro. Creo que me vuelvo loca si sigoasí. (Salta del lecho, se pone la bata, mete los pies enlas pantuflas, y de puntillas recorre la alcoba.) ¡Ah!Gracias a Dios, me siento más serena. En cuan-to salí de las abrasadas sábanas, soy más dueñade mí. Las ideas se me aclaran. No, no escriboahora. Tengo la seguridad de que lo que escri-biese hoy me parecería mal mañana, y romper-ía la carta. Al medio día le pondré cuatro líneas,muy secas, citándole... ¡Qué frío hace! Cuatropalabras, y luego, charlando cara a cara, le dirémuchas cosas, pero muchas cosas... (Después dedar algunos pasos, detiénese junto al lecho de Oroz-co, y contempla a éste dormido.) Mañana romperéla regularidad enervante de esta vida, mañanaprobaré lo misterioso y secreto, que arroja al-gunos granos de sal sobre la insipidez de lolegal y público. El corazón apasionado se ali-menta de la flor de lo desconocido. Envidio alos que, al abrir los ojos, dicen: «¿Qué me pa-sará hoy?, ¿qué comeré hoy?...». Hombre santo

y ejemplar, tus luchas son como una comediaque compones y representas tú mismo en elteatro de tu conciencia para conllevar el fastidiodel puritanismo. El bien y el mal, esos dos gue-rreros que nunca acaban de batirse, ni de ven-cerse el uno al otro, ni de matarse, no cruzansus espadas en tu espíritu. En ti no hay más quefantasmas, ideas representativas, figuras vesti-das de vicios y virtudes, que se mueven concuerdas. Si eso es la santidad, no sé yo si debodesearla. Duerme... (Volviéndose hacia un cuadrode la Virgen, Murillo auténtico.) Pero, lo que yodigo, los santos deben estar en el Cielo. La tie-rra dejárnosla a nosotros los pecadores, los im-perfectos, los que sufrimos, los que gozamos,los que sabemos paladear la alegría y el dolor.(Contemplando otra vez a Orozco.) Los puros, quese vayan al otro mundo. Nos están usurpandoen este un sitio que nos pertenece. (Principia aamanecer.)

Jornada segunda

Escena primera

Antesala de un círculo de recreo. Sucesivamentecambia en escalera, en calle y en café, según se indi-

ca.

FEDERICO VIERA, MANOLO INFANTE.

FEDERICO.- (que sale por el fondo.) ¡Malditasea mi suerte! ¡Necio de mí! Debí prever estedesastre, pues cuando nos amenaza un día deprueba, la noche que le precede es siempre unanoche de perros. Las desdichas, como las ven-turas, no vienen nunca solas: vienen en parejas,como la Guardia civil. Si mañana (debo decirhoy, porque son las dos) ha de ser para mí undía tremendo, ¿cómo no calculé que esta nocheno podía ganar? Las vísperas de los días malosson... peores. (Un lacayo le pone el abrigo.)

INFANTE.- (que entra por la derecha, como vi-niendo de la calle.) ¡Hola... Federico el Grande...qué oportunidad!...

FEDERICO.- Infantillo, ¿venías a buscarme?

INFANTE.- Justamente, a eso vengo... Salíade mi honrado Círculo de Ingenieros, y dije:«voy a subir un momento allá, a ver si está eseperdío y le arranco al nefando tapete, para

llevármele a tomar chocolate, y echar un párra-fo con él».

FEDERICO.- ¡Cuánto te hubiera agradecidoque me arrancaras al nefando tapete!... ¡Nochemás infame!... Vámonos, vámonos. (Bajan laescalera.) ¿Tenías que decirme algo concreto, osimplemente charlar?

INFANTE.- Nada concreto.

FEDERICO.- ¿De veras? Tú eres muy ladino,y con esa apariencia de bon enfant, tienes tustrapacerías, y en la conversación un ganchoinvisible para extraer las ideas.

INFANTE.- Me juzgas a mí por ti mismo.Indeliberadamente, atribuimos a los demásnuestras propias cualidades.

FEDERICO.- En este caso, el listo eres tú... yyo también un poco, porque adivino de quéquieres hablarme.

INFANTE.- Mejor; así no necesitaré exordio.Cuando nos atormenta una idea fija, nos arri-mamos a las personas que pueden darle pábu-lo. Es una necesidad del alma. Sí... confieso quete busco para charlar, pero siempre con ánimode que la conversación recaiga en lo de siem-pre, en mi prima.

FEDERICO.- Creí que con lo que te dije hacedos días quedabas convencido y satisfecho.

INFANTE.- Lo estoy por lo que a ti se refie-re. Te he borrado de la lista de sospechosos;pero puedes volver a ella cuando menos lopienses. Te absuelvo libremente, pero quedassujeto a las resultas del proceso... Y en cuanto aella, ¡qué bien defiende su enigma! Mas yo hejurado ante la laguna Estigia descifrárselo, y selo descifraré. Estas noches he puesto variastrampas. Hubo momentos en que creí ver caeren ellas a Malibrán, a ti, al oficialito de artiller-ía, al propio Calderón de la Barca... Pero no

cayó nadie. Todos los indicios son tan vagos,que nada racional puedo fundar en ellos.

Calle.

FEDERICO.- ¡Qué noche tan clara y serena!Se ensancha el alma mirando el cielo estrellado,y espaciándose por ese azul inmenso. Las no-ches de Madrid son mejores y más bellas quelos días, y en mi opinión, toda la vida, la políti-ca, los negocios, el comercio y la poca industriaque hay, debiera hacerse de noche.

INFANTE.- A eso vamos.

FEDERICO.- ¡Mira ese cielo; pero míralo,hombre! ¡Observa qué templado ambiente!

INFANTE.- Sí, sí; pero no varíes la conversa-ción. Oye una cosa. Dice Schopenhauer quecuando sufrimos un fuerte dolor físico, si nos

ponemos a analizarlo, aplicando a él todo nues-tro espíritu con insistencia, el dolor se alivia.

FEDERICO.- ¿Te has consolado así? Vaya,menos mal.

INFANTE.- Déjame concluir. Verás cómohago mi análisis. Empiezo por preguntarme:«¿pero estoy yo realmente enamorado? ¿Estoque siento es lo que llaman amor? ¿Hállomedispuesto al sacrificio, a la abnegación, a pos-ponerlo todo al objeto amado?». ¡Ay!, me temoque si tocaran a sacrificarse mucho, yo, franca-mente... vamos, que no. De lo cual deduzco quelo que siento es una pasión de amor propio, lapasión de las sociedades refinadas, como diceMalibrán. Lo que tomamos por amor no es másque el afán de vencer y de halagar nuestro or-gullo. Te confieso que quiero a esa mujer comose quiere lo que llega a constituir un gran em-peño de nuestra vida, lo que representa untriunfo, una gloria, el colmo de nuestros afanes.

He dado con el vocablo: no debo decir que amoa mi prima, sino que la ambiciono.

FEDERICO.- Lo comprendo; pero como enmí se ha extinguido hace bastante tiempo todaambición, no siento bien lo que me dices. Va-mos, tú corres detrás de ella como otros detrásde un acta, de una gran cruz o de una cartera.

INFANTE.- No es enteramente lo mismo;pero en fin; hay alguna semejanza.

FEDERICO.- Pasión de vanidad, o si quieres,pasión de gloria. Vencer, ganar una batalla,descubrir un territorio, inventar una máquina.

INFANTE.- Algo así, algo así... Y en suma, loque me trae a mal traer es la rivalidad, senti-miento profundamente humano, la envidia(demos a las cosas su nombre), el temor de quela batalla que yo debía ganar la tenga ya gana-da otro, que otro inventor haya descubierto loque yo inventar quise. Y persigo a mi rival con

ensañamiento. Si eres tú el que busco, dímelopor Dios; si sabes algo de otro, dímelo también.

FEDERICO.- (fríamente.) Pues sí sé... Vaya silo sé... y contando con tu discreción, voy adecírtelo.

INFANTE.- Bendita sea tu boca, si no te sa-les con alguna extravagancia.

FEDERICO.- Pues sí, Augusta está enamo-rada... de su marido.

INFANTE.- ¡Ay, qué pillín! Como si no su-piéramos con cuánta sandunga concilian ellassus deberes con sus caprichos. Estiman a susmaridos, los respetan, hasta les aman; pero lue-go hacen en la trastienda de su alma unas dis-tinciones jesuíticas, que son lo que hay que ver.

FEDERICO.- Eso no reza con nuestra amiga,que tiene a su marido un cariño firme y leal.

INFANTE.- Te diré... Razonemos. A mí meparece que Augusta estima a su marido, y lequiere, y no le pondrá en ridículo por nada delmundo. No hay miedo de que dé escándalos, ysi tiene, como pienso, algún drama íntimo deestos imposibles de evitar en las altas clasessociales, uno de estos... llámalos errores, lláma-los derivaciones espiritualistas, o materialida-des que nacen de la excitación de la vida ele-gante, en fin, dales el nombre que quieras...pues digo, que si se sale de la vía legal, ha deser con sensatez y buenas formas, guardándolea su marido todo el respeto, y hasta el cariño...que... Mira tú, para aclarar esto, sería precisoque antes fijáramos todas las categorías y for-mas del amor, las cuales son tantas que no secuentan nunca, y cada día encontramos unacategoría y una forma nuevas.

FEDERICO.- ¡Cuánto sabe este chico, Dios!...Pues yo no admito esas filosofías de estira y

afloja, y me atengo a la idea de que Augusta eshonrada.

INFANTE.- Es que la honestidad tambiéntiene sus categorías.

FEDERICO.- No, no las tiene. Veo, Infantillo,que siendo yo un mala cabeza, como dicen, y túuno de los niños más formalitos de estos tiem-pos, estoy menos corrompido que tú. Pues tedigo otra cosa: tus pretensiones son una malaacción y una deslealtad.

INFANTE.- Si pones la cuestión en el terrenode la moral del Amigo de los Niños...

FEDERICO.- Que es la única. Si yo me vieraen tu caso, me haría infeliz la idea de agraviar ydeshonrar a un hombre tan bondadoso, tandigno de respeto y amistad. Dime, ¿eres tú delos que ven en Orozco un hipócrita, un egoistónlleno de camándulas?

INFANTE.- No, yo no creo eso: le tengo porpersona estimabilísima. Pero te diré... Yo nohago la sociedad. La pícara está formada ya. Siahora me dijeran a mí: «Infante: ahí tiene ustedel caos. Fabrique usted la sociedad como creeque debe ser, bien ajustadita a los principioseternos», cuenta que lo arreglaría a gusto tuyo,a gusto de todos los sensatos y escrupulosos.Pero como me la encuentro hecha, y vieja ya,con multitud de repliegues y arrugas; como lamoral existe, y es otro vejestorio entrado ensiglos, con sus reservas, sus distingos, sus on-dulaciones, yo no he de ponerme en ridículo,haciéndome el apóstol de la línea recta. Juraríaque piensas lo mismo que yo; pero por afán deoriginalidad, te las das ahora de Catón inflexi-ble.

FEDERICO.- Cree de mí lo que quieras.Aquí donde me ves, tan desquiciado, tengo yomis preferencias por la línea recta. Me dirás queno la sigo; pero en estos tiempos, hasta el cono-

cerla sin andar por ella viene a ser un mérito.Soy bastante testarudo, y poseo pocas ideasmorales, pero firmes y claras. Aborrezco lasinterpretaciones farisaicas. Bien sé que no tengoautoridad. Lo que es autoridad, maldita la quehay acá; por eso te digo lo que los curas dicen:«Haz lo que te predico y no lo que yo hago...».¡Pero si hallarás por ahí mil mujeres a quienespuedes aplicarte...! Busca otra, que las hay conmaridos tontos o merecedores de que se lesburle. Pero a esa déjala... déjala.

INFANTE.- ¿Crees en conciencia, no en con-ciencia estrecha, sino en conciencia amplia, laúnica que podemos tener... ¿crees en concienciaamplia, que es villanía engañar sin escándalo aOrozco?

FEDERICO.- En conciencia de todos tama-ños lo creo. Dejemos la moral alta, y vengamosa la rastrera. Hasta la moral menuda te loprohíbe.

INFANTE.- ¿Lo crees tú? He dicho sinescándalo.

FEDERICO.- Con escándalo o sin él, seráuna indignidad.

INFANTE.- En ti se comprendería esto, por-que tienes obligaciones de cierta clase conOrozco. Pero yo no las tengo. Conmigo es unamigo de tantos. Le debo las atenciones usualesy corrientes en sociedad; pero nada más. Tú noestás en ese caso. A ti te quiere mucho; tienepor ti verdadera debilidad. ¿Sabes lo que medijo ayer? Te lo repito textualmente: «Es precisoque entre todos hagamos un esfuerzo para re-gularizar la vida de ese pobre Federico,arrancándole sus hábitos viciosos. Es un exce-lente corazón, y un carácter hidalgo debajo desu capa de libertino con embozos de bohemio».

FEDERICO.- ¿Eso dijo? (Con sequedad y so-berbia.) ¡Pero qué empeño de reformarme! Estos

amigos reformadores y redentoristas me fasti-dian. ¿Por qué no me dejan como soy?

INFANTE.- Hombre, agradece la intención.

FEDERICO.- Sí, la agradezco.

INFANTE.- Por lo demás, ya sabemos que ati no te baraja nadie.

FEDERICO.- (con ira disimulada.) Pues no va-cilo en decir que si yo estuviese, como tú, pren-dado de Augusta, y no supiera contenerme enuna actitud completamente platónica, sería unhombre indigno... Si te parece, entraremos en lachocolatería. Luego daremos otro paseo hastami casa.

Chocolatería.

(Toman asiento, y son servidos por un mozo.)

INFANTE.- ¿De modo que tu consejo es quedesista?

FEDERICO.- (ensimismado.) Sí; el honor lopide así.

INFANTE.- ¡El honor! Ahí tienes otra cosaque no se ha definido bien todavía, y que tienemuchos arrumacos. ¿Y si yo te probara que elhonor, precisamente, me manda no desistir?

FEDERICO.- Dirías un disparate.

INFANTE.- Sobre esto hemos de hablar mu-cho. ¿Quieres que me pase mañana por tu casa?

FEDERICO.- (con amargura fría, dando fuertepalmada sobre la mesa.) Calla por Dios; mañanaserá para mí un día nefasto, con dificultades detal magnitud que no veo cómo saldré de ellas.Mi sistema, ante estos tremendos compromisos,consiste en la ausencia de toda previsión. En elmomento crítico, discurro lo que debo hacer, y

lo hago. Obro por inspiración, y la inspiración yel cálculo no son compatibles. En presencia delenemigo que me acosa, siento en mí algo delgenio militar, y me descuelgo súbitamente conuna combinación ingeniosa y salvadora.

INFANTE.- ¡Tremenda vida! ¿Por qué noeres franco con los amigos? ¿Por qué no acep-tas...?

FEDERICO.- (interrumpiéndole.) Porque mequedaría sin amigos. Déjame a mí. Yo me ban-deo solo. (Tratando de arrojar de su mente las pe-nosas ideas que le abruman.) No hablemos de eso.Tengo por sistema no apurarme por nada. Tedigo que no hablemos de eso.

INFANTE.- ¿Y si yo insistiera en hablar y enpedirte que me confiaras tus afanes, y en ayu-darte a vencerlos?...

FEDERICO.- Te lo agradecería; pero franca-mente, no quiero perder tu amistad.

INFANTE.- ¡Perderla!

FEDERICO.- Sí, perderla. Déjame a mí. Losfavores de cierta clase se pagan con el aborre-cimiento. ¿Recuerdas aquel verso: inglés te abo-rrecí, héroe te admiro?... Pues viene que ni demolde. Querido Infantillo, tú no sabes de lamisa la media. Cuando uno tiene la fatalidad deser insolvente, si quiere conservar a los amigos,lo primero que debe hacer es no deberles nada.Inglés te aborrezco. Yo no puedo evitar que seapodere de mí una aversión insana hacia todapersona decente que viene en mi auxilio... Enfin, no quiero tocar este punto. No lo toques tútampoco, y déjame. Lo único que te diré es queno vayas mañana a casa. Estaré fuera casi todoel día.

INFANTE.- (para sí.) ¡Qué hombre este! Elorgullo le acabará.

FEDERICO.- Ahora, vámonos pian pianino adar otro paseo.

Calle.

Siguen paseando y charlando. Llegan a la calle deLope de Vega.

INFANTE.- ¡Qué noche tan serena y delicio-sa!... Te acompañaré hasta tu casa.

FEDERICO.- Esta es la hora de las confiden-cias, la hora de la amistad. Me estaría yo char-lando contigo, de calle en calle, hasta el día. Notengo sueño ni ganas de acostarme.

INFANTE.- Dios quiera que mañana salgasbien de tus conflictos.

FEDERICO.- Saldremos, sí. Hay fe en laProvidencia. Como si yo no tuviera hoy bastan-tes pesadumbres sobre mi alma, me ha caídouna que... Vamos, te la cuento.

INFANTE.- Gracias a Dios que me confíasalgo.

FEDERICO.- Y la cosa es grave. (Avanzanhacia el extremo de la calle.) Sigamos hablandohasta el Prado, y luego volveremos. Esta es micasa. (Señalando a la derecha.)

INFANTE.- Noticia fresca. Como no digasmás...

FEDERICO.- Quedamos en que esta es micasa. Bueno. Mira ahora la de enfrente.

INFANTE.- La miro, y no veo en ella nadade particular.

FEDERICO.- Fíjate en la planta baja... en latienda...

INFANTE.- Veo un rótulo de Ultramarinosque dice: Santana. Géneros del Reino y extranjeros.

FEDERICO.- Perfectamente. Más arriba,verás dos ventanas que corresponden al entre-suelo de la derecha. Ahí tiene su escritorio eseanimal.

INFANTE.- Todo lo veo, menos la relaciónque eso pueda tener contigo.

FEDERICO.- Te lo diré. En el escritorio tra-baja un chiquillo como de veinte años, un hor-tera que le hace guiños a mi hermana.

INFANTE.- ¡Ah!, ya...

FEDERICO.- Y no es eso lo peor, sino que lamuy tonta se deja querer de semejante meque-trefe. Lo descubrí ayer, y me volé... Escena te-rrible en mi casa. Tengo que hacer un escar-miento con esas lagartonas que me sirven, yplantarlas en la calle.

INFANTE.- Cuestión delicada es esa pararesolverla ab irato. Considera que tu hermana

no vive en la esfera social que le corresponde.Está en la edad crítica del amor... No ve a na-die... Ha visto a ese chico...

FEDERICO.- (irritándose.) Cállate. No puedosoportarlo... ¡Mi hermana dejándose impresio-nar por un tipo de esos...! Tú conoces mis ideas.Soy un botarate, un vicioso... pero hay en mialma un fondo de dignidad que nada puededestruir. Llámalo soberbia, si te parece mejor.No me resigno a que ese vil hortera haya pues-to los ojos en Clotilde. Soporto menos que ellaguste de vérselos encima. Te aseguro que habrála de San Quintín en mi casa. A mi hermanita lameteré en un convento de Arrepentidas, y aldanzante ese, como yo lo coja a mano, como lesorprenda en la escalera de mi casa... tengosospechas de que hay aproximaciones... comole sorprenda, te juro que no le quedarán ganasde volver.

INFANTE.- Moderación. Esas ideas son delsiglo XVII, clavaditas. Comprendo que no te

agrade la elección de tu hermana; pero fíjate enlas circunstancias. ¿Acaso la has puesto tú encondiciones de elegir?

FEDERICO.- (nervioso.) No me vengas a mícon esa clase de reflexiones. La tapadera de lascircunstancias sirve para encubrir los ultrajes alhonor. Que mis ideas son anticuadas en esteparticular, lo sé, lo sé; pero son así, y no admitootras. Aunque me llames extravagante, te diréque no me cabe en la cabeza la igualdad. Yo nosoy de esta época, lo confieso; no encajo, noajusto bien en ella. Ya sabes mi repugnancia aadmitir ciertas ideas hoy dominantes. Eso queen lenguaje político se llama pueblo, yo lo de-testo, qué quieres que te diga, y no creo que conla gente de baja extracción vayan las sociedadesa nada grande, hermoso ni bueno. Soy aristó-crata hasta la médula... no lo puedo remediar...Eso de la democracia me ataca los nervios. Gra-cias que no es verdad, ni hay tal democracia,pues si la hubiera... ¡Dios nos asista!

INFANTE.- Tú podrás pensar lo que gustes;pero como los hechos se sobreponen a las ideas,si tu hermanita se empeña en democratizarse,se democratizará... a despecho de tu aristocra-cia.

FEDERICO.- Prefiero verla muerta.

INFANTE.- Piénsalo bien... esas cosas se di-cen pronto... pero luego, la realidad... (Aproxí-mase a la puerta de la casa.)

FEDERICO.- ¿Dónde estará ahora ese maldi-to sereno? Quizás durmiendo la mona en elhueco de alguna puerta. (Suena la cerradura, yobservan que la puerta se abre por dentro.) ¡Ah!,escucha, mira. Alguien sale...

Escena II

Los mismos, SANTANITA.

Ábrese la puerta y aparece Santanita, el cual, alver a los dos amigos, retrocede asustado y como si

quisiera volver a meterse en el portal.

FEDERICO.- (con súbita ira.) ¡Rayos y demo-nios!... ¡Eh!... ¿Quién es usted? (Echándole manoal pescuezo.)

SANTANITA.- (con terror suplicante.) ¡Ay!,¡ay!... por Dios, D. Federico, no me mate usted.

FEDERICO.- Badulaque, mequetrefe, tú vie-nes de mi casa. (Le sujeta con nerviosa energía.Infante interviene en ademán pacífico.)

INFANTE.- ¡Por Dios... Calma...! ¡Qué atro-cidad! (Tratando de calmar a su amigo.)

FEDERICO.- Si no fuera quien soy, le aho-garía... ¡Miserable! ¿Qué hacías en esta casa?

SANTANITA.- ¡Señor, óigame usted...!(Anonadado y trémulo.) Subí sin más objeto quahablarle... por el ventanillo... nada más. Yo se lojuro... y puede usted comprobarlo arriba.

INFANTE.- Basta... Retírese usted.

FEDERICO.- (soltándole.) Sí... que se vaya...La escena es repugnante. (Mirando a Santanitacon desprecio.) ¡Qué ignominia! Si en vez de serun bicho, fuera un hombre, acabaría con él,puesto que no hay tribunales que castiguenestas infamias.

INFANTE.- Concluyamos. (A Santanita.)¿Todavía está usted aquí?

FEDERICO.- Ya has oído, muñeco, que nome rebajo a castigarte. Otra cosa será si llego acogerte en mi casa.

INFANTE.- Largo... Se acabó la cuestión.

SANTANITA.- (recogiendo su sombrero, que enla refriega se le ha caído.) Don Federico, ustedabusa de su posición. No es caballero todo elque lo parece, ni para serlo basta llevar sombre-ro de copa. Puesto que usted se pone en eseterreno, a él iremos todos. (Se aleja.)

FEDERICO.- (sin poder contenerse.) ¡Pues nose atreve...!, ¡ni me provoca...!

INFANTE.- (sujetándole.) Déjale, por Dios. Yaves que huye.

SANTANITA.- (desde lejos.) Don Federico,usted se empeña en luchar con la corriente,imponiendo a todo el mundo su quijotismo, yusted se fastidiará. (Vase, calle abajo.)

Escena III

FEDERICO, INFANTE.

INFANTE.- Pero hombre, ¿estás en ti? Si lemaltrataras gravemente, ¿no sabes que podríacostarte la torta un pan?

FEDERICO.- Iré a la cárcel... ¡Qué vergüen-za, qué leyes! Si esto se llevara a la justicia, a míme condenarían, y a ellos les casaban. ¡Y a estollaman organismo social! La ley protege la des-honra, y el Estado es el amparador de los cri-minales. (Entra en el portal.)

INFANTE.- No me despido. En la calle te helibrado de hacer un disparate, y ahora entrocontigo para impedirte hacer otro en tu casa.

FEDERICO.- A esa chiquilla sin seso y decondición villana, le enseñaré yo el respeto quedebe a su nombre. ¡Qué falta de pudor! ¡Quévileza!

INFANTE.- ¡Ay, amigo mío (ambos enciendencerillas y suben), no echas de ver que se hanquedado muy atrás los tiempos calderonianos!

FEDERICO.- Sí, y también echo de ver lagran diferencia en favor de aquellos. ¿Pero túcrees que si en nuestra edad se usara el ceñirespada, se me escapa ese tipo asqueroso? Leatravieso en el acto.

INFANTE.- Más vale que no usemos armas.

FEDERICO.- (llega a su habitación y llama.)Verás, verás como ahora resulta que nadie ha

visto nada, que todo es figuración mía y ganasde reñir. Estas canallas de mujeres me la han depagar.

Escena IV

Los mismos, CLAUDIA.

CLAUDIA.- (abriendo la puerta.) Buenas no-ches.

FEDERICO.- Oye, ¿qué hacia en casa esesinvergüenza que acaba de salir?

CLAUDIA.- (soñolienta.)¿Quién? ¿Está ustedloco? Bah; ya viene con sus remontazones. Aquíno ha entrado nadie.

FEDERICO.- Tú y tu hermana sois unasgrandísimas alcahuetas... ¿Y la señorita?

CLAUDIA.- Acostada y durmiendo.

FEDERICO.- Pasa, Infante. (Entran en la sala.)

INFANTE.- Mira, deja el asunto para maña-na. Ya debes suponer que te han de negar todo.Ten calma, soporta el hecho, y búscale soluciónde la manera más práctica.

FEDERICO.- ¡Qué tonto eres! (A Claudia.)Mañana os ponéis en la calle con toda vuestraindigna parentela, y mi hermana irá a las Arre-pentidas... ¡Qué bajeza de espíritu y de senti-mientos!... No quiero verla... Que no se pongadelante de mí. No podría contenerme...

INFANTE.- (sentándose.) Eso me parece muybien: no hables con nadie esta noche. Aplaza lacuestión para otro día.

FEDERICO.- (a Claudia, con vivo enojo.) Estacasa es una sentina, y vosotras alimañas in-mundas.

INFANTE.- Bien, desahógate...

FEDERICO.- (a Claudia.) Quítate de mi pre-sencia... Vete... con mil pares de demonios.

CLAUDIA.- (para sí.) Ya se le pasará el enfa-do... Este señorito fantasioso cree que estamosen tiempos como los de esas comedias en quesalen las cómicas con manto, y los cómicos conaquellas espadas tan largas, y hablando en con-sonante. ¡Válgate Dios con la quijotería!

FEDERICO.- (paseándose.) ¡Esto es horrible!¡Qué bochorno! ¡Aquí tienes tu dichosa idea deigualdad, que todo lo encanalla! Ese pelandrus-cas se río de mí en mis barbas, ultraja un nom-bre respetable, y tengo las manos atadas contraél.

INFANTE.- Has hecho bien en aplazar lafunción. Y ahora puedo irme tranquilo.

FEDERICO.- Retírate si quieres. (Recogiendotres cartas que hay en el velador.) ¿Tres cartas?¿Apostamos a que en ellas vienen nuevas cala-midades? Nada, que sigue la mala. (Abre una.)¿Lo ves?... Una desgracia, un golpe en la nuca...Mi padre me anuncia que llega pasado maña-na... ¿Y a qué viene?... Es mi padre y no puedodecir contra él ninguna palabra ofensiva. (Conira.) Te juro, amigo Infante, que soy el hombremás digno de lástima que hay bajo el sol. Nopuedo echar de mí esta susceptibilidad deli-cadísima, y a donde quiera que me vuelvo noencuentro sino agudas puntas que me la hiereny me la chafan. ¡Este hombre...! (Estruja la cartay la arroja al suelo.) Si no fuera mi padre, creoque le... ¿Pero a qué vendrá a Madrid? Me lofiguro, y la rabia me ahoga. ¿Por qué no se es-tará allá, en su libre América, olvidado y ol-vidándonos? No me bastaba con el sofoco que

me ha dado Clotilde, sino que también esteazote había de caer sobre mí.

INFANTE.- Lee las demás cartas. La suertesuele darnos sorpresas... Quizás en alguna deellas encuentres un bien inesperado.

FEDERICO.- (examinando otra carta.) Sí... parabienes inesperados está el tiempo. Conozco laletra. Es de Torquemada... (La abre.) Maldita seatu alma... (Lee.) «Pongo en su conocimiento quesi mañana a las doce...».

INFANTE.- Lo que es por ese lado... Entéra-te de la otra. ¿Conoces también la letra del so-bre?

FEDERICO.- (que sonríe examinando el sobre.)Pues mira, estos garabatos me producen unadulce impresión entre tantas desventuras. Es deuna mujer... ¿Para qué hacer misterios? Es de LaPeri... ¡Pobrecilla!... (Lee para sí.) Nada, me con-

vida a almorzar. Tiene que hablarme... Sí; el díaes a propósito para almuercitos...

INFANTE.- Yo me retiro... No olvides misconsejos. Siento dejarte tan preocupado y cavi-loso. ¿Acaso, en medio de las agitaciones deesta noche, has visto un rayo de luz, un indiciode salvación?

FEDERICO.- (después de una pausa.) ¡Quiénsabe! Tal vez sí. (Se dan las manos cariñosamente.)

INFANTE.- Pues buenas noches... digo,buenos días. Pronto amanecerá.

FEDERICO.- Adiós. (Vase Infante. Federico pa-sa a la alcoba.)

Escena V

Gabinete lujoso en casa de la Peri. Es de día.

FEDERICO, LEONOR.

FEDERICO.- (entrando precedido de una cria-da.) Pásale recado en seguida. Si hay alguien ytengo que hacer antesala, me marcho, porqueno estoy de humor de plantones.

CRIADA.- No hay nadie; digo, sí, está ese,que es lo mismo que decir nadie. Pero al mo-mento se va... (Poniendo atención.) ¿Oye usted?Ya sale... como siempre, metiendo mucho rui-do.

FEDERICO.- Pues anda, dile a tu ama queestoy aquí, y que si no sale pronto me colaréadentro.

CRIADA.- Siéntese usted un ratito. Leonorsabe que es usted, porque me dijo: «corre aabrir, que debe de ser ese...». Ahora saldrá. (Va-se.)

FEDERICO.- Aquí todos somos eses. ¡Bueno,bueno, bueno!

LEONOR.- (que sale presurosa, muy maja, conbata negra de seda, adornada de lazos rosa-té, la cararecién empolvada, el pelo recogido con horquillas deconcha.) Niño, buenos días. Hay que echartememoriales para verte. (Poniéndole la mano en lacabeza.) ¿Cómo estás? ¿A ver esa carátula? Pali-dez tenemos, y ojeritas... ¡Ay, ay! Habrás dor-mido mal... ¡Pobrecito de mi alma!

FEDERICO.- (estrechándole la mano.) Yo, asíasí. ¿Y tú, cómo estás? (Se sientan juntos. Leonorle pasa la mano por el pelo.)

LEONOR.- ¿Recibiste mi papel?

FEDERICO.- Sí, esta madrugada, al llegar acasa. Te agradezco mucho la buena voluntad.

LEONOR- El agradecimiento está demás.Pues oye: supe ayer por Torquemada lo que tepasa, y la que te tenían armada para hoy esepillo y su compinche Bailón. Me entraron ganasde echar un capote por ti, como tú lo has echa-do por mí, cuando me he visto en la cuna de lafiera.

FEDERICO.- Conozco tu buen corazón y tusdesplantes de generosidad. Puesto que entre losdos hay confianza, hablemos. Nunca sientoante ti el embarazo que estas materias me pro-ducen ante otras personas con quienes tengoamistad.

LEONOR.- Es que yo soy tu amiga de... de laentraña, y los demás lo son de aquí. (Tocándosela punta de la lengua.) Estoy contenta; esta ma-ñana te eché las cartas, y en ellas vi que saldríasbien del soponcio.

FEDERICO.- ¡Qué célebre! (Riendo.) ¿Y quéte dijeron los naipes?

LEONOR.- Primero salió disgusto grande... yasabes, el siete de espadas, en un corto camino,cuerpo y pensamiento de un hombre moreno. Lacosa era bien clara...

FEDERICO.- (burlándose.) Clarísima; ya locreo.

LEONOR.- No lo tomes a broma. Pues reza-dos los tres padre-nuestros con muchísima de-voción, y encendida la lamparilla a San Anto-nio, volví a echar lo que ha de venir, y ¿qué cre-erás que salió? Pues recelo por la mañana, el ca-ballo de bastos, que eres tú, la mujer de buencolor, y por fin, el as de oros. ¿No sabes lo quesignifica el as de oros?

FEDERICO.- (impaciente.) Signifique lo quequiera, vamos al grano, Leonorilla. No hay

tiempo que perder, y es preciso plantear lacuestión lisa y crudamente. ¿Tienes dinero?

LEONOR.- ¡Dinero...! (Mirándose las uñas.)Lo que es dinero, muy poco tengo disponible;pero se puede agenciar de aquí a la noche.

FEDERICO.- Imposible esperar de aquí a lanoche.

LEONOR.- Tienes razón. Salió el dos de bas-tos, que quiere decir corto camino... Bueno; puespara no cansar, empeñaré todas mis alhajas, olas que sean menester. ¿Qué quiere decir la sotade copas junto al as de oros sino que la mujer debuen color llevará a Peñaranda sus joyas? ¿Teparece bien?

FEDERICO.- Paréceme atroz, y lo acepto porla terrible ley de la necesidad, con pena, perosin rubor. Pásmate, como se pasmaría el mundosi lo supiera. ¡Qué extrañas relaciones estas! Nosomos amantes: lo fuimos. Somos tan sólo ami-

gos; pero esta amistad nuestra es un fenómenopsicológico... ¿Sabes lo que es psicológico? Puesquiere decir del alma, un fenómeno...

LEONOR.- Mira, (con ademán de pegarle) nome llames a mí fenómeno, ni tampoco a nuestraamistad...

FEDERICO.- Quiero decir que esto nadie loentiende más que nosotros. Por nada del mun-do acepto yo, de un amigo de mi clase, ciertosfavores. ¿Por qué los acepto de ti, sin que midecoro se sienta herido? No puedo explicárme-lo claramente. ¿Qué significa esta fraternidadque entre nosotros existe? ¿Se funda quizás ennuestra degradación? Yo degradado, tú tam-bién, nos entendemos en secreto... Quizás si tusauxilios se hicieran públicos, yo los rechazaríacon horror. Pero es el caso que de otras perso-nas, bien seguro estoy de ello, no los recibiría niaun ocultándolos con el mayor sigilo. Mi orgu-llo tiene esta debilidad contigo, quizás porqueentre tú y yo hay un parentesco espiritual, algo

de común, que no es honroso sin duda, la des-gracia, Leonor, el envilecimiento... Esto me con-funde.

LEONOR.- (sin entender estas psicologías.) No,tonto; es que nos sale de dentro el ser amigos.

FEDERICO.- Amistad es esta que Dios debi-era tener en cuenta. En ella se funda algo, que,si no es virtud, se le parece; en ella puede haberabnegaciones y hasta sacrificios. No es por ala-barme; pero conviene recordar que yo tambiénsupe ayudarte en trances críticos de tu vida,como tú me ayudas ahora. Me compadeces,como yo te he compadecido. Pues aunque sea-mos un par de pícaros tú y yo, este sentimientoque uno a otro nos inspiramos, ¿no es de lamejor ley?

LEONOR.- Yo no sé lo que me pasa contigo.Bueno debe de ser esto, porque yo, aunque co-rra mis temporales de amor, siempre tiro haciati como la cabra al monte. Cuando pasan mu-

chos días sin verte, estoy intranquila, y si oigodecir que estás enfermo, me pongo de maltemple. Me enamoro de este y del otro, mechapuzo, me emborracho; pero no me importaengañar al que más me entusiasma y encajarleuna mentira. Pues no teniendo amores contigo,como no los tengo, primero me corto la lenguaque decirte una falsedad. Esto sí que es rarísi-mo. No sé... pero como vivo sin familia, meparece que tú eres para mí algo como hermano,como padre... y si tú dices: «Leonorilla, tal cosate conviene», lo hago con los ojos cerrados.¿Consiste en que tú sólo me hablas con verdad?Por esto debe de ser. Eres el perdis más caballe-ro que hay bajo el sol.

FEDERICO.- Y tú la perdida más señora quehay bajo la luna. Te profeso un cariño fraternal.¡Caso extraño! En cuestión de amores, tú vaspor tu lado, yo por el mío. Después de rodarcada cual por distinta órbita, venimos a juntar-nos en este punto inexplicable de nuestra con-

fianza, que es para mi alma un gran consuelo.(Para sí.) ¿Será verdad lo que estoy diciendo, ome engaño y me ilusiono con palabras artificio-sas? ¿Será que me he connaturalizado con ladegradación, como los seres que viven en unasentina, y no pueden respirar si se les saca delaire corrupto? Es triste que haya venido a en-contrar el único afecto reposado y noble en eltrato de esta mujer envilecida.

LEONOR.- (que le ha observado cariñosamente,tratando de penetrar el objeto de su meditación.)¿En qué piensas, monín?

FEDERICO.- En cosas que a mí me pasan.

LEONOR.- ¿Amores? ¡Ah!, pizpireto, no melo niegues. Como entre tú y yo no hay lío, pue-des contarme tus penitas. Dime. ¿A qué señoratrasteas, pillo? Porque señora ha de ser, y de lasbuenas.

FEDERICO.- Pues... algo hay. Pero la con-fianza contigo tiene su excepción, y lo que es elnombre no hay para qué sacarlo a relucir.

LEONOR.- Bueno; guárdate el nombre. Nole vaya a dar el aire. ¿La quieres mucho?

FEDERICO.- Te diré... Me gusta. Es mujerhermosa, apasionada, y tan buena por todosestilos, que no me la merezco. Pero...

LEONOR.- Ese pero es muy salado. Di queno te entusiasma.

FEDERICO.- No es eso; despierta en mí ilu-sión grandísima; mas no sé qué barrera, no séqué zanja la separa de mí... Sería mi felicidad sientre ella y yo se estableciese, como entre noso-tros, esta confianza, esta sinceridad, este aban-dono de los secretos penosos de la vida... Mialma se divide... la parte que tengo aquí mehacía falta llevarla allá para completar lo otro.

LEONOR.- (tirándole del pelo.) ¿Y piensas lle-varla, canallita?

FEDERICO.- Es que no puedo. Estas cosasson fatales, superiores a nuestra voluntad. Asíes que faltando allá un ligamento esencial ynecesario, aquello tiene que concluirse.

LEONOR.- ¡Qué cosas!

FEDERICO.- Ya ves que te hablo de misamores. Cuéntame ahora los tuyos. ¿Sigues conel Marqués de La Cerda? ¿No te has cansado yadel pollo malagueño?

LEONOR.- Chico, el Marqués está cada díamás chocho por mí; sólo que de algún tiempo aesta parte se me ha vuelto muy cicatero, y hacemuchos números. En cuanto al pollo, verás. Heestado apasionadísima, chochísima duranteunos meses. No podía vivir sin él. Ya me voyenfriando, porque me ha hecho dos o tres ju-diadas buenas. ¡Y cómo me tira el dinero el

muy tuno! ¡Pero paso por todo, porque es tanguapo, tan zalamero!... Hace dos días tuvimosuna bronca un poco más fuerte que las de tan-da. Le tiré una bota a la cabeza y le hice sangreen la frente. Después no tenía yo consuelo.Ayer y anoche estuvimos de monos; pero al fintocamos a reconciliación.

FEDERICO.- ¡Qué vida, chica! ¡Qué misterioen los afectos humanos! Y hay tontos que quie-ren reducirlos a reglas, y encasillarlos como lasmuestras de una tienda.

LEONOR.- Sí que es raro lo que le pasa auna. Mírame chiflada por ese gitano, y sin mal-dita confianza en él; no le fiaría el valor de unapeseta, ni nada tocante a las cosas formales.

FEDERICO.- Pues a mí me pasan hoy,además de lo que te he dicho, cosas muy des-agradables. Si tuviéramos tiempo te las contar-ía.

LEONOR.- Sí que hay tiempo. Son las diez ymedia. Yo me visto volando, y arreglo eso en loque se persigna un cura loco. Cuenta.

FEDERICO.- Pues he descubierto que mihermana me ha salido enamoriscada de un mu-chacho de Ultramarinos. Créelo: esto me pro-duce el mismo efecto que si me dieran de bofe-tadas en mitad de la calle. ¿Y qué voy a haceryo ahora? No lo sé. Me acostumbraré a la ideade que se ha muerto mi hermana.

LEONOR.- ¡Vaya un disparate, niño! Si lapobrecita le tiene ley a ese facha, déjales que secasen. Guárdate el orgullo para otras cosas.Puede que sea más feliz con él que con cual-quier fantoche de esos que andan por ahí. Yotuve un novio barbero. ¡Ay, mi Lucas! Se lla-maba Lucas... Si me hubiera casado con él, envez de escaparme de casa de mis tíos con eltenientillo de infantería que me perdió, hoysería yo una mujer honrada; mira tú, tendría lamar de chiquillos y... Pero no nos descuidemos.

Ya me parece hora de ocuparnos de nuestrosnegocios. Saldré a eso, y luego almorzaremosjuntos... Vamos a ver; ¿quedamos en que em-peño las alhajas? Si se pudiera aguardar a ma-ñana, yo le pediría a mi Marqués de La Cerdaesa cantidad, amenazándole con sacarle los ojossi no vomitaba.

FEDERICO.- No... eso no. Malo es lo de lasalhajas; pero lo prefiero.

LEONOR.- Pues manos a la obra. Por unacasualidad, tuve noticia de este apurillo tuyo.Fui a ver a Torquemada, para pagarle mil realesque le debía mi pollancón maldecido, y me dijoaquel esperpento que ya no te da más prórro-gas, que si hoy no le pagas te echa al juez. Porél supe también la cantidad. Dime, si yo no tehubiera llamado hoy, ¿habrías venido tú a con-tarme tu compromiso, y a pedirme que echarael resto por sacarte?

FEDERICO.- (después de vacilar.) Creo que sí.

LEONOR.- ¡Viva la confianza! Ahora a la ca-lle, Leonor. Voy a echarme una falda... Al mo-mento estoy lista. (Vase saltando.)

FEDERICO.- (solo.) ¡Qué criatura, qué arran-ques! Lo mismo absorbe una fortuna que laregala. Ha arruinado a tres ricachos, y a mí mecomió lo que heredé de mi madre. ¡Pero quésimpático desorden!

LEONOR.- (que entra en traje de calle, conmantilla y manguito.) Ya estoy. No te muevas deaquí. Yo te lo arreglaré todo. Torquemada estáa dos pasos, calle de Tudescos... Me parece quellevo bastante... género. (Mostrando varios estu-ches envueltos en un pañuelo.) Llevo los tres soli-tarios, el collar de perlas, los pendientes, la ma-riposa de brillantes... Con esto creo poder llegara las trece mil pesetas. Si no es bastante, Va-lentín me dará lo que falte, prometiendo llevar-le alguna alhaja más.

FEDERICO.- Haz lo que quieras. Te pintassola para estas cosas. Aquí te aguardo.

LEONOR.- Si viene el Marqués, no me le en-tretengas, a ver si se larga. Dices que no me hasvisto, que cuando llegaste, ya había salido yo.Si le hablas del crimen ese, te advierto que esCuadradista rabioso, y que quiere ahorcar a todoel género humano, menos a la madrastra. Dalepor ahí mucho jabón. Si cuando yo venga, estáél aquí, salúdame como si no me hubieras vistohoy. Ya buscaré un pretexto para escaparnos,dejándolo en el chiquero.

Escena VI

FEDERICO, solo, paseándose.

¿Esto qué es? ¿Es la mayor de las degrada-ciones, o acaso hay en esta amistad algo de bienmoral, tan legítimo como lo más legítimo queen el mundo existe? ¿Es cierto que acepto estosauxilios en reciprocidad de otros prestados pormí, y es cierto que no encuentro en ellos nadade vergonzoso? Escudriño en mi concienciallena de susceptibilidades, y ningún remordi-miento descubro por tales actos. Busco y re-vuelvo más, y mi orgullo no parece por ningu-na parte. Anda huido por los rincones y escon-drijos del alma. ¿Será que el tal orgullo es leytiránica ante la sociedad, y todo licencia y anar-quía para las acciones desconocidas de la gen-te? Entonces, el culto de la dignidad será, ni

más ni menos, el arte de no dejar traslucir nues-tro rebajamiento... Hay en mí dos hombres, elFederico Viera que todo el mundo conoce, y elamigo de La Peri. ¿Cuál es el verdadero y cuálel falsificado? Me marea esta duda, y no sé quépensar de mí. (Pausa. Trata de ordenar sus ideas.)¿En qué consiste que cuando me agobia un pe-sar, lo primero que se me ocurre es venir acontárselo a esta mujer? Para todos es ella elvicio, el embuste y la dilapidación; para mí escomo un apoyo moral... Me espanto de decirlo.¿Acaso le tengo amor? No, no es eso, porquesus amantes no me infunden celos. Amistad es,sí, y de las más atractivas. ¡Enigma tremendo!¿Por qué me inspira esta mujer una confianza,que no siento por ninguna otra?... (Herido por unrecuerdo.) ¡Ah!, ya no me acordaba. Esta tarde,entrevista con Augusta. Parece que la idea de lacita ha brotado en mi mente con un ligero chis-pazo de disgusto. ¿Qué significa esto? ¿La quie-ro, sí o no? No puedo dudar que me interesa, yno obstante, desearía que ella se cansase y me

propusiese el rompimiento... Pero no lo hará.Mujer soñadora y altanera, tiene entusiasmo, laexaltación temeraria de las almas de com-plexión robusta. Bien sabe Dios que no quisieralastimarla. Me gusta, me ilusiona, me embriagaa ratos; pero no me inspira la dulce familiari-dad con que estoy ligado a esta bribona deLeonorilla. La otra pertenece a la sociedad, yante ella, por una serie de actos maquinales, merevisto de mi orgullo, me lo pongo (haciendoademán de vestirse), como me pondría el frac.Soy su amante, su amigo no. Por nada delmundo le confiaría los abrumadores aprietos enque me veo una semana sí y la otra también.Por nada del mundo admitiría de ella lo queadmito de esta pobrecilla y despreciada Peri. Laquise y la seduje por estímulos obscuros de laimaginación y de los sentidos, y por ella hefaltado a la consideración que debo a un amigo.¿No es esto más villano que empeñar las alhajasde La Peri para pagar mis deudas? (Con rabia.) Ysin embargo, el mundo no lo ve así. Por lo que

aquí ha pasado hoy, algunos quizás dejarían desaludarme, por lo otro me envidiarían... (Agi-tadísimo.) Lo indudable para mí es que con unasy otras cosas, la vida se me va haciendo muypesada, y me cuesta ya trabajo cargar con ella.No hay en mi existencia un rato de tranquili-dad, y a donde quiera que me vuelvo, doy conmi cara en un poste. Y para acabar de anona-darme, viene mi padre, como llovido, a turbarmás mis ideas, y a ponerme en el disparadero.Porque, no tengo duda, el objeto de este viaje esun bien combinado ataque al bolsillo de Oroz-co. ¡Esto me faltaba! (Pateando.) Luego la cas-quivana de Clotilde... No, no soporto tantamengua. No puedo más; mi resistencia se aca-bará pronto. (Se sienta. Larguísima pausa.) Ya, yasé la cantinela de Augusta esta tarde. Me pareceque la oigo: que desea regenerarme; que debopensar en vivir de un modo regular; el estribillode la última tarde que nos vimos. Y para esome ofrecerá sus riquezas. ¡Qué oprobio!, ¡acep-tar tal cosa, vivir y vivir bien con la fortuna del

hombre a quien ultrajo! Esto no lo haré yojamás. Prefiero mil veces pedir públicamente,delante de todos mis amigos, cinco duros a LaPeri, y tomarlos sabiendo que ella los sustraedel bolsillo de sus amantes; prefiero esto a reci-bir de la mujer de Orozco esos medios de vidahonrada que me ofrece. ¡Vaya una honradez!Antes me ganaría yo la vida con los oficios másvergonzosos, en esta casa o en otra cualquiera,envileciéndome, pero sin engañar a nadie...(Vuelve a pasear.) ¡Cuánto tarda Leonor! Si noviene pronto, creo que enloqueceré. No puedoestar solo. Necesito compañía constante. ¿Peroa quién descubrirme totalmente? ¿Cómo con-tarle a la otra lo que hoy he hecho? ¿Cómo de-cirle: «tengo una amiga del alma, una socia mo-ral que hace los mayores desatinos por librarmede las uñas de mis acreedores?». En cuanto yole refiriera esto, ¡buena se pondría! ¡Qué esceni-ta de celos y recriminaciones! No, entre Augus-ta y yo, las dulzuras inefables de la confianzano pueden existir. A Leonor si le confío lo que

es de cierto orden, mis deudas, mis apuros. Ellalo siente, lo comprende, y me conforta y me dala mano cuando voy a hundirme. ¡Compañe-rismo misterioso! Pero si le declarara mis rela-ciones con Augusta, la repugnancia con quemiro sus ofertas, y la inquietud inmensa queme produce el ultraje a Orozco, de seguro no locomprendería, ni sabría consolarme. De modoque a una y a otra he de ocultarles algo; conninguna puedo tener la comunicación plena ytotal, consuelo del alma... Mi vida ha venido adividirse en dos esferas irreconciliables. Tengoque seguir en esta incertidumbre, partiendo elalma sin poder darla entera a nadie, y ni amigani amigo encuentro que me ayuden a soportartodo el peso de tristeza que llevo sobre mí.Adelante con él; iré hasta donde pueda... Meparece que ya viene Leonor, este diablillo debondad.

Escena VII

FEDERICO, LEONOR.

LEONOR.- (entrando presurosa.) Hecho todo.Dame un abrazo... en premio de mi virtud.

FEDERICO.- Ahí va. (La abraza y la besa.) Tuvirtud, sí. No creas que has dicho una broma.

LEONOR.- Basta de matemáticas, o sea deagradecimiento. No dirás que he tardado mu-cho. Fui a casa de ese puerco de Torquemada, ydesde la puerta me volví... Se me ocurrió queera imprudencia retirar yo misma los pagarás.Podría contarlo el muy tuno, y tus amigos cre-erían horrores de ti; que yo te pago las trampas.

FEDERICO.- Has tenido una feliz idea. Nohabía yo pensado en eso. De modo que...

LEONOR.- Te traigo los santos cuartos paraque tú mismo vayas a casa de ese judío. Échatepronto a la calle, y a ver dónde nos reunimosluego para almorzar juntos...

FEDERICO.- (tomando el dinero.) Donde túquieras. Estoy a tus órdenes.

LEONOR.- ¡Ah! ¿No ha venido el Marqués,ni ningún otro de esos cataplasmas?

FEDERICO.- No ha venido nadie.

LEONOR.- De buena lata te has librado. Mi-ra, chiquío, conviene que tomemos soleta antesque se nos plante aquí algún punto fuerte.

FEDERICO.- Sí; ¿te parece que almorcemosen un sitio reservado, en un bodegoncito, don-de nos sirvan cordero u otro plato español delos que a ti tanto te gustan?

LEONOR.- ¡Ah, pillastre!, te avergüenzas deque te vean conmigo, y buscas un sitio solitario

para esconderte. Bien, iremos a casa de Botín, elde la Cava.

FEDERICO.- No; es que...

LEONOR.- Te veo, besugo... Tu señora,quien quiera que sea, estará celosa, y puede quete ande buscando las vueltas.

FEDERICO.- No es eso, tonta. Pero no nosdetengamos.

LEONOR.- A la calle. (Cantando.) ¡Españoles,venid! Nos separaremos en el portal, y luego,fíjate bien, te espero en la Plaza Mayor. No medes plantón.

En la escalera.

FEDERICO.- ¡Quita!, ¡pues no faltaba más...!

LEONOR.- ¡Ah!, me olvidaba de contarte...¿Sabes a quién me encontré ahora? Al abueloCisneros. ¡Qué terne está! Me paró y me dijoque fuese a verle. Mira tú, a ese tío marrullerole sacaría yo de buena gana diez mil realetespara dártelos a ti... No seas tonto y no pongasesa cara. ¡Vaya!, ¿lo que ya hice una vez, porqué no repetirlo ahora?

FEDERICO.- (contrariado.) Por Dios, Leonor;que se te quite eso de la cabeza.

LEONOR.- ¿Escrupulitos tenemos? ¡Quétonto te me has vuelto, chico! Déjame a mí, queentiendo el tinglado del mundo mejor que tú.¿Para qué quiere tanto dinero ese viejo chinche,más malo que la sarna? Nosotras somos lasrepartidoras de la riqueza, y niveladoras de lasfortunas mal distribuidas. No, no te rías. Cisne-ritos me tiene que pagar la última que me hizo,cuando me prometió el tapiz, y luego se llamóAndana. Se la guardo, sí, porque es la únicapersona que me ha engañado en este mundo.

Déjale venir, tonto, y como yo le dé unos cuan-tos pases, el tapiz es mío, y luego lo empeña-mos si nos hace falta dinero, o lo vendemos site conviniere...

FEDERICO.- (con hondo disgusto.) Leonorilla,no me mezcles a mí en esas historias...

LEONOR.- ¡Ay, qué guasa! El diablo hartode carne...

FEDERICO.- No es que me meta a fraile, si-no que... Cállate, cállate.

LEONOR.- ¿Pues sabes lo que se me ocurreen este momento? Que yo, preparando contiempo una combinación, podría agenciarte, enel golfo que jugamos en casa por las noches,alguna cantidad gorda.

FEDERICO.- (apartándose de ella.) ¡Qué ig-nominia! Me causa horror tu proposición.

LEONOR.- (con calma bonachona.) Pero qué,¿tu tranquilidad no vale una trampa?...

FEDERICO.- (aterrado.) Ni en broma me lodigas... ¡Si esto lo oyera alguien! ¡Si esto se su-piera...!

LEONOR.- ¡Pero como nadie lo ha de sa-ber!... El honor y el deshonor dependen de quelas cosas se sepan o no se sepan. De forma ymanera que si lo que debe quedar secreto, que-dara siempre, esas palabrillas, honor y des-honor, habría que suprimirlas de la conversa-ción.

FEDERICO.- Filosófica estás... (Llegan al por-tal.) Bueno; no nos entretengamos charlando.

LEONOR.- ¡Eh, niño!, no vayas a distraerte ya darme un esquinazo. Porque tú las gastas así.

FEDERICO.- Descuida. Seré puntual. (Se se-paran en la calle.)

Escena VIII

Dos habitaciones comunicadas, pequeñas, pues-tas con dudosa elegancia. En la de la derecha, sofá,

butacas, un secreter, velador con tapete, un entredóscon lámpara de bronce, cortinas de seda, chimenea

encendida, sobre la cual hay un gran espejo. En la dela izquierda, tocador con colgadura, una silla larga,banquetas de pelouche, armario de luna, lavabo. Enel fondo de este gabinete la puerta que comunica con

una alcoba. Es de día.

AUGUSTA, FELIPA.

AUGUSTA.- (en la sala de la derecha, en pie,mirando su reloj.) Las cuatro y veinticinco. Meretrasé con aquella visita... ¡Qué ansiedad! Yo

creí encontrarle aquí. Hoy estaba más obligadoque nunca a la puntualidad...

FELIPA.- (entrando con una bata.) ¿No se po-ne la señorita la bata?

AUGUSTA.- No... Pero sí; tienes razón, mela pondré. (Pasa a la otra estancia. Se quita el abri-go y el sombrero.) Hace mucho calor aquí. Noeches ya más leña en esa chimenea, que pareceel infierno. (Para sí.) Pero es tontería pedirlepuntualidad. ¡Cuánto me hace padecer! (Ayúda-la Felipa a quitarse el vestido y a ponerse la bata.Después la descalza, poniéndole chinelas de raso,negras.) Ya estoy cómoda. Ahora, sólo falta quevenga a las tantas. No, lo que es hoy no se loperdonaría. (Alto.) Por Dios, Felipa, ten cuidadocon la puerta, para abrir en cuanto sientas elcoche. Otra cosa: a eso de las seis, te vas a casade la tía Serafina, y preguntas cómo sigue, yqué personas han estado allí. Me harás ahorauna naranjada bien cargadita de azúcar. (VaseFelipa. Augusta se acerca al balcón, y mira a la calle,

al través del visillo.) ¿Pero por qué tardará tantoeste hombre, el primer desocupado de Ma-drid?... ¡Pobrecillo!, sabe Dios si esos demoniosde ingleses le habrán armado hoy alguna tram-pa de la cual no pueda escapar. ¡Ah!, otro cochepor Santa Engracia. Él es... Me lo dice el co-razón. (Atenta al ruido del carruaje. Pausa.) No,no será este. ¡Qué tristeza! No dobla la esqui-na... Sigue para arriba... (Se pasea por la habita-ción.) ¡Qué rato tan triste este de la espera, de laincertidumbre, del temor de que no venga!(Vuelve al balcón, y levanta un poco el visillo.) Porla calle solitaria no pasa un alma... El pregóndel aguador, que va con el burro cargado debotijos, me suena como un de profundis. Pues elmachacar de los herreros que hay más abajo,me late en las sienes como mi propia sangre.¡Ah!, otro coche. ¿Será...? No; por el ruido debede ser un carromato, de estos de siete mulas,que están pasando media hora. ¡Qué pesadez,qué monotonía y qué sobresalto! (Se echa en unabutaca, la cabeza hacia atrás.) Esperaremos así. El

corazón me dice que el primer coche que sesienta en el Paseo será el suyo. ¡Qué silencioahora!... Otra vez ruido de ruedas; pero lejano,por la Ronda... Si me durmiera, se me haríamenos sensible el plantón... Pero lo que yo di-go, ¿qué quehaceres tendrá este hombre para...?(Aguzando el oído.) ¡Ahora, ahora! (Levántase.) Sino es este, me entrará la desesperación. Se acer-ca. ¡Ay!, no sé qué tiene el coche en que vieneél, que hace siempre más ruido que los demás.¡Ah!, gracias a Dios, se para en la esquina...Vamos, ya estoy contenta. Ya sube... Esa Felipa,¡cómo tarda en abrir!... ¡Felipa!

Escena IX

AUGUSTA, FEDERICO.

FEDERICO.- (entrando en la sala.) Perdóna-me, hija de mi alma, si he tardado un poco.

AUGUSTA.- ¿Cómo un poco? Hace mediahora que estoy aquí. Ya pensé que no venías. Ycomo yo me pongo siempre en lo peor, creí queesta tardanza era... la del humo...

FEDERICO.- ¡Pero qué calor hace aquí! (Quí-tase gabán y sombrero.) ¿Con que la del humo?...¡Qué bromas tiene mi nena! (Se sientan ambos enel sofá.)

AUGUSTA.- Quita allá, embustero, farsante.No me engatusas ya. A fe que estoy contentahoy. Ha sido una debilidad darte esta cita, des-pués de las perrerías que me haces.

FEDERICO.- ¿Pero qué perrerías ni qué...?¡Cuidado con tus cavilaciones! No, gata salada,no hay ningún motivo para que te enojes con tuperdis. Tengo en ese punto la conciencia tantranquila, que anoche, cuando me pusiste devuelta y media, me decía: «Ya se amansará. Lareconciliación ha de venir, pues nada ocurre enque fundarse pueda un agravio». Esta mañana,al recibir tu carta, me dije: «paces tenemos».

AUGUSTA.- No hay que hablar de paces to-davía. Antes conteste usted a mis preguntas.

FEDERICO.- ¿Me tratas de usted? Cuandoyo digo que paces tenemos.

AUGUSTA.- Será con su cuenta y razón.Empiezo a preguntar. Primero: ¿por qué hastardado tanto hoy?

FEDERICO.- ¡Dale!... Cosas mías; asuntosque no pueden interesarte.

AUGUSTA.- ¿Cómo no han de interesarmetus asuntos? ¡Qué herejías echas por esa boca!Si el amor tuviera su Inquisición, serías tú con-denado a la hoguera por las atrocidades quedices contra el dogma... Yo no debí escribirtehoy. Repito que ha sido una flaqueza mía. Ano-che no dormí, pensando en tus traiciones!...

FEDERICO.- (riendo.) Pero sepamos cuálesson mis traiciones. No me he enterado de ellastodavía.

AUGUSTA.- Hazte ahora el tonto. Esa mujerindigna, a cuya casa vas con tanta frecuencia...

FEDERICO.- (interrumpiéndola.) Te lo habrádicho Malibrán, que se dedica a desacreditar-me.

AUGUSTA.- Quien me lo dijo, añadió queese trasto de La Peri tiene gran influjo sobre ti.

FEDERICO.- (con frialdad, y un poco distraído.)¡Qué disparate!

AUGUSTA.- Nada es disparate. El disparateno existe. Los hechos pueden ser o no ser; perono es la mejor manera de negarlos el decir queson absurdos. Convénceme, pues, de otra ma-nera.

FEDERICO.- ¿Cómo?

AUGUSTA.- Demostrándome que me quie-res. Si me lo pruebas, se aplacarán mis celos,pues queriéndome a mí, no podrás querer aotra.

FEDERICO.- (abrazándola con cariño, pero rece-loso.) ¡Pues si eso te lo tengo probado ya hastala saciedad!... Vida mía, no pienses en infideli-dades que sólo están en tu imaginación, o en lamalicia de amigos que me quieren mal.

AUGUSTA.- (dejándose abrazar, y correspon-diéndole con cariñosas ternezas.) Soy débil, y meentrego a tus engaños, para asegurar siquiera ladicha del momento presente. Te confesaré confranqueza una cosa, y es que esta mañana, des-pués de una noche de martirio y de cavilacio-nes que me pusieron demente, se me despejó lacabeza y se me aclararon las ideas. Me dio porargumentar en favor tuyo. Verás lo que dije:«¡Si no puede ser, si no cabe en cabeza humanaque, habiéndole yo sacrificado mi honor, y que-riéndole como le quiero, me sustituya con unamujer de esa clase y de esa vida!». Pero al pen-sar esto, no las tenía todas conmigo, porque losllamados disparates me parecen a mí lo másnatural y verosímil. De todos modos, habíasganado en mi alma el terreno que por la nocheperdiste, y me ablandé, chico, te tuve lástima,tuve lástima de ti y de mí, y te cité para hoy,diciéndome: «¡Qué demonio!, si estoy rabiandopor verle y porque me haga fiestas, ¿a qué tantagazmoñería?».

FEDERICO.- (besándola.) Sí, vale más que nosveamos, y que hablemos como buenos amigos.

AUGUSTA.- Y ahora siguen las preguntas.

FEDERICO.- ¡Ay! Déjalas para otro día.Convéncete de que no te engaño. ¿Quieres quete hable con completa sinceridad? Pues La Peries amiga mía... La conozco hace tres o cuatroaños. Ya sabes que tuvimos nuestro devaneo.Pues aquello no dejó rastro alguno; sólo quedauna amistad, así... (Con embarazo.) así, ¿cómo tela explicaría yo? Ella me consulta alguna vezsus asuntos... Charlamos; yo, si se me ocurre, ledoy un buen consejo, y... ¿Quieres más fran-queza?... Pues alguna que otra vez voy a sucasa. No... no frunzas el ceño. ¡Pero, hija mía, sile hablo delante de su amante! El que te hayadicho otra cosa ha mentido, créemelo. Yo tejuro, chiquilla, que amor no hay entre ella yyo... amistad sí, una amistad... yo no sé cómohacértela comprender.

AUGUSTA.- (seria.) No te canses, que no laentenderé nunca. Comprendo que te enamoresde una mujer perdida, prefiriéndola a mí. Elamor no tiene lógica, ni entiende de clases. Perola amistad no es tan independiente, señor mío;está más ligada con las condiciones sociales,con la decencia y la opinión. ¿No te parece a tique la amistad formal con una mujer de esas esdegradante para un caballero? ¿Y no se te ocu-rre que la gente la interprete mal, y suponga enti ignominias que no existen, sin duda; peroque parecen la consecuencia natural de tu tratocon personas de tal estofa?

FEDERICO.- (con acritud y ligeramente turba-do.) ¡Ignominias! ¡Qué absurdo! ¿Acaso sehabrá atrevido alguien a calumniarme...?

AUGUSTA.- No, no he oído nada... Era unadeducción que yo hacía de esas amistades con-fesadas por ti.

FEDERICO.- (impaciente.) ¡Qué tontería in-vertir estas cortas horas en divagar sobrehechos imaginarios, querida mía! Tú tienes laculpa, con tus celos y tus cavilaciones. Y enúltimo caso, si yo te quiero a ti sola, si por másque rebusque tu suspicacia, no podrá encontrarun dato en contra, ¿qué te importa lo demás?

AUGUSTA.- (con cariño.) ¿Pues no ha de im-portarme? Cuando se ama de veras, gusta mu-cho absorber toda la vida de la persona amada.Tú no me ofreces más que la flor de la vida, yeso no me satisface: yo quiero también lashojas, el tronco, las raíces... ¿Qué te parece lafigurilla?

FEDERICO.- Buena, buena.

AUGUSTA.- ¿El amor es acaso una ilusiónpasajera? No, si es de ley, ha de completarsecon la compañía y el apoyo moral recíproco,con la confianza absoluta, sin ningún secretoque la merme, y con la comunidad de penas y

de alegrías... Una queja he tenido siempre de ti,y es que nunca has querido confiarme secretospenosos que te oprimen el corazón. Yo sé quehay esos secretos, yo sé que padeces callanditopor la falsa idea que tienes de la dignidad. ¿Pa-ra qué sirve el amor si no sirve para que losamantes se consulten y se apoyen en sus des-gracias? Dices que me quieres. Pues pruébame-lo... ¿Cómo? Clavando en mi corazón parte delas espinas que tienes clavadas en el tuyo. ¡Si nopuedes negar que las tienes, si todo el mundolo sabe! ¡Ay!, algunas de esas espinas, verás quepronto me las sacudo yo.

FEDERICO.- (para sí.) Corazón inmenso, nomerezco poseerte. (Alto, abrazándola.) ¡Qué bue-na eres, qué talento tienes, vida mía, y qué in-digno soy de ti!

AUGUSTA.- ¡Embustero!... Si me quieres deverdad, confíate a mí. Ya sé los argumentos quete haces a ti mismo para no confiarte. ¿Creesque no tengo penetración, que no sé leer en tu

alma? Pues sí que leo, y lo vas a ver. Tú piensasque, en ley de decoro, un caballero pobre nopuede confiar a una señora casada y rica, conquien tiene relaciones, ciertas contrariedades desu vida. Temes parecer indelicado, innoble.¡Qué tontería! El verdadero amor debe ahogarel orgullo y acabar con él, como el pez grandese come al chico. Yo aspiro a vencer tu orgulloy a devorarlo, avivando el amor y dándole,tontín, las grandes tragaderas. Pero ayúdametú. Para animarte, te diré una cosa: Yo te quieropor desgraciado, por bohemio, por el abandonoque hay en ti, por lo que padeces en silencio, ypor las amarguras que pasas sin chistar. (Conveleidad graciosa.) Pues oye; se me ocurre unatransacción: que gastes con todos esa delicade-za, y la suprimas para mí. Es mi enemiga, mirival y tengo celos de ella. Le clavaría las uñas.Para que lo sepas todo, tu vida angustiosa, tupobreza, sí, empleemos la palabra terrible, hansido un incentivo más del amor que te tengo.(Sonriendo.) Si fueras capitalista, yo no te habría

querido. Si fueras un hombre metódico, quellevaras tus cuentas por partida doble, créelo,me serías antipático.

FEDERICO.- (soltando la risa.) ¡Monísima! Mehaces mucha gracia.

AUGUSTA.- Yo soy así: estoy cansada de laregularidad. Me ilusiona el desorden.

FEDERICO.- (con viveza.) ¡Ah! Ya te cogí.¡Contradicción! Si eres como dices, ¿a qué eseempeño de poner orden en mí?

AUGUSTA.- (confundida.) Pues si hay con-tradicción que la haya. No retiro nada de lodicho. Ea, hablemos claro. Yo deseo ser,además de tu amante, tu consejera y tu admi-nistradora. No quiero que pases tantas agonías.Dame tu confianza; destruye esta muralla quehay entre nosotros.

FEDERICO.- (con seriedad.) Augusta, vidamía, lo que ignoras de mí se revela a tu imagi-nación soñadora como algo interesante, nove-lesco, dramático, y no es eso; es de lo más pro-saico y vulgar. ¿Y si yo te dijera que derribandoesta muralla de la China perdería quizás tuestimación?

AUGUSTA.- No, no; la pobreza no deshonraa nadie. Comprendo, aunque nunca las he pa-sado, las humillaciones que trae la falta de di-nero; pero eso se remedia fácilmente, queridomío.

FEDERICO.- Yo no merezco el interés que tetomas por mí. ¿Pero no es mejor que dejemosen la sombra y detrás de nosotros toda esa rea-lidad fastidiosa, que al fin, al fin, puede quediera al traste con el amor mismo? Eso que ig-noras te seduce porque es misterio. Si dejara deserlo, lo mirarías quizás con repugnancia.

AUGUSTA.- Es cierto que me atrae el miste-rio, lo desconocido. Lo claro y patente me abu-rre.

FEDERICO.- Vuelvo a señalarte la contra-dicción. Si eres así, ¿cómo se te antoja penetraren mi vida íntima, para que yo también te abu-rra?

AUGUSTA.- No, no es eso... ¿Me dejas ex-plicarme?

FEDERICO.- Sí, estoy encantado oyéndote.

AUGUSTA.- Pues verás. Tú me conocesbien; tengo, no sé si por dicha mía o por des-gracia, una imaginación exaltada. El peligromismo me atrae, y aun eso que llaman dispara-te me seduce también. Eso de que siempre hande pasar las cosas con arreglo a pliego de con-diciones, como si la vida fuera una continuasubasta, me carga.

FEDERICO.- Veo en ti algunas de las ideasde tu padre.

AUGUSTA.- Mi padre tiene mucho talento,y se anticipa a su época.

FEDERICO.- También tú.

AUGUSTA.- Yo apetezco lo extraño, eso quecon desprecio llaman novelesco los tontos, juz-gando las novelas más sorprendentes que larealidad. ¿Por qué me enamoraste tú, grandí-simo tunante? Porque eres una realidad nomuy clara, porque no veo tu vida cortada por elpatrón de este puritanismo inglés que aborrez-co, porque llevas en ti el gustillo ese del dispa-rate, que a mí me sabe tan bien.

FEDERICO.- Y ahora pretendes destruir to-do ese encanto que, según dices, tengo, y cor-tarme a patrón y ponerme la marca ordinaria.Si me amas por absurdo, ¿a qué combates mi

desequilibrio, que según tú, es una cosa tanbonita?

AUGUSTA.- Ven acá, tonto, mamarracho; esque te quiero locamente: a nadie he querido niquiero sino a ti, y este amor primero y últimohace una revolución en mi naturaleza y en todami alma. ¿Que desmiento mi carácter? ¿Que mecontradigo? Bueno. Deseo hacerte burgués,vulgarizarte. ¿Que destruyo ese encanto, esapoesía, llamémosla así, de tu pobreza disfraza-da? Mejor; por eso no dejaré de quererte. Es elgran paso, que yo no he dado hasta ahora, en elproceso, o como quiera que eso se llame, de losafectos; el paso del periodo soñador al periodopráctico, del noviazgo al matrimonio; la grancrisis del amor; el tránsito de la época legenda-ria a la época clásica. ¿Qué tal? Esto se llamaerudición. Tontín, ¿no me comprendes? Es queme transformo, es que aspiro a fundir la ilusióncon la razón, a hacerte feliz en todos los terre-nos, a establecer tu vida junto a la mía en con-

diciones de estabilidad. ¿No lo entiendes,grandísimo gaznápiro? (Le da muchos besos.)

FEDERICO.- Lo entiendo... en principio loentiendo. Pero veo que no cuentas con la reali-dad. Esa aspiración tuya es un sueño. Olvidasque estás ya casada.

AUGUSTA.- Es cierto. Con esa idea me traesa la vida real. Iba yo por los espacios imagina-rios, como las brujas que vuelan montadas enuna escoba. Pero, en fin; el que no podamoshacer vida normal no estorba para que yo in-tente mejorar tu existencia, y librarte de ciertossuplicios. ¿Te lo digo más claro? Pues guardan-do las formas y respetando lo que debo respe-tar, quiero que participes de los bienes materia-les que yo disfruto. La desigualdad entre mibienestar y tu malestar me mortifica. Hay querepetirlo cien veces: es preciso que nos volva-mos muy prosaicos, muy caseros. (Sonriendo.)Sin duda esto es efecto de la edad. Ya voy sien-do vieja.

FEDERICO.- (con exaltada pasión.) ¡Vieja tú!Eres la juventud eterna, la gracia infinita, y latentación del mundo entero.

AUGUSTA.- (riendo y abandonándose.) ¡Borri-co!

Intermedio largo.

Escena X

La misma decoración.

Los mismos personajes. FEDERICO en elgabinete, reclinado en la silla larga. AUGUSTAdentro de la alcoba. No se la ve al principio de laescena. Es de noche. La lámpara está encendida.

FEDERICO.- (mirando su reloj.) Yo creí queera más tarde: las siete menos diez.

AUGUSTA.- (desde la alcoba.) ¿Qué? ¿Deseasque corra el tiempo? ¿Tienes prisa de que mevaya?

FEDERICO.- Al contrario; cuento los minu-tos, y si pudiera, pondría por delante los que yaestán a la espalda.

AUGUSTA.- Esta noche podré estar hasta lasocho menos cuarto pero ya sabes que no has deentretenerme cuando llegue la hora de mar-charme. Llegando a casa a las ocho, ocho yquince, no hay temor. Resultará que he pagadola tarde en casa de la tía Serafina. Para saber loque debo decir, he mandado a Felipa a que seentere de lo que ha ocurrido esta tarde allá.

FEDERICO.- ¿Y si tu marido ha ido a ver a laenferma?

AUGUSTA.- Casi nunca va.

FEDERICO.- No te fíes, no te fíes.

AUGUSTA.- (apareciendo en la puerta de la al-coba.) Veo que eres tú más receloso que yo.

FEDERICO.- Pues digo, si pudiera realizarselo que antes me proponías, todas las precaucio-nes serían inútiles, y el disimulo absolutamenteimposible.

AUGUSTA.- No es imposible... Monín, déja-te guiar por esta loca. (Acercándose a él.) Lo di-cho, dicho. Acábese el romanticismo, y empiecela época positiva, positivista o como quierasllamarla. Es menester, amigo de mi alma, quenos pongamos en prosa. Yo pienso mucho enello, y se me ocurren mil planes.

FEDERICO.- Cuéntamelos. Me gusta oírtedivagar con tanto donaire sobre lo imaginario y

lo imposible, y admiro en ti la voluntad másindependiente que existe en el mundo.

AUGUSTA.- (sentándose junto a Federico enuna banqueta, y reclinando su cabeza sobre el pechode él.) Te contaré una cosa interesante. Esta ma-ñana me dijo el Santo: «Tengo un proyecto paramodificar la vida de ese pobre Federico y li-brarle de la plaga de sus acreedores».

FEDERICO.- (agitado.) Por Dios, no mehables de eso. No sabes el daño que me causas.

AUGUSTA.- (vivamente.) Considera que, sialgo hacemos por ti, no es él quien lo hace sinoyo.

FEDERICO.- No puedo considerar tal cosa.Querida mía, si me amas, impide por cuantosmedios estén a tu alcance los favores de esehombre, a quien yo por mil motivos deberíareverenciar... (con mucha inquietud) de un hom-

bre a quien tú y yo ofendemos gravemente.(Augusta da un suspiro y cierra los ojos.)

AUGUSTA.- (después de una pausa.) ¿Sabesque me dormiría yo aquí, tan ricamente? Sientoel latido de tu corazón, ¡pum pum!, y el chiqui-chiqui de tu reloj. Con ambos arrullos y el sue-ño que tengo, me quedaría como piedra en unpozo. ¡Ay, qué gusto, si el tiempo maldito nome aguijonara el pensamiento, para mantener-me en vela!

FEDERICO.- (para sí, meditabundo.) Almaambiciosa de lo desconocido, de lo ilegislado,no puedo seguirte en tu vuelo. En ti no hayidea moral, al menos la idea mía, elemental yrutinaria, la que a mí me argumenta sin descan-so. Hay entre tú y yo algo inconciliable, irre-ductible, y la tremenda muralla se alza cuandomenos lo pienso. La belleza, la gracia de estamujer me trastornan. Por ese lazo nos unimos.De la conciencia de ambos parte lo que eterna-

mente nos separa. ¿Cómo decírselo sin ofender-la?

AUGUSTA.- (suspira otra vez y levanta la cabe-za.) Habíamos convenido en no hablar nuncade mi falta, o lo que sea. Legalmente no tengodisculpa. ¿Pero no habíamos hecho nosotros, enla embriaguez primera, un código, de estos quehacen todos los amantes, unas Tablas muy mo-nas, en que derogábamos toda la legislaciónque anda por esos mundos?

FEDERICO.- (para sí.) Su valor es tan grandecomo su pasión. Defiende sus faltas como sifueran méritos. ¡Con qué brío se lanza por esecamino de vértigo y de sofismas! Mis ideas sonclaras; pero sin duda alcanzan poco. Me gustar-ía deslumbrarme como ella, y poder seguirlahasta los abismos del disparate, que sin dudaestán llenos de flores.

AUGUSTA.- Pero no necesitas decirme nadapara que yo respete al hombre cuyo nombre

llevo, para que le profese un cariño fraternal. Élse merece más: yo le doy lo que puedo. Laequidad es letra muerta en cosas de amor.

FEDERICO.- (con sequedad.) Está bien. Perono me hables a mí de favores de ese hombre,porque no puedo admitirlos.

AUGUSTA.- ¿Ni míos tampoco los admites?

FEDERICO.- Tampoco.

AUGUSTA.- De modo que la pared vuelve aalzarse, y tú la haces más fuerte y más gruesa,recordando que somos pecadores. ¡Qué moralestá el tiempo, querido mío!

FEDERICO.- Te diré... Si he sacado a relucirla cuestión moral, no ha sido por petulancia nipor gazmoñería. Me propuse no ocuparme deella; pero desde el momento en que me hablasde generosidades de tu marido hacia mí, y desus proyectos de favorecerme, la cuestión mo-

ral se me impone, y plantea un dilema que tan-to tú como yo debemos mirar con la mayor se-riedad.

AUGUSTA.- (inquieta y mal humorada.) Ya, yaveo venir el sermoncito. El otro día apuntastealgo... sí, y ya me esperaba yo hoy un chubascode moral. ¿Es verdadera virtud, o simplementefalta de valor?... Bueno, déjame a mí el pecadoentero, y coge para ti los escrúpulos. No meimporta; tengo fuerzas para cargar toda la cul-pa, con tal de verte contento, tranquilo, y hechoun varón santo. Tú no me quieres, y por noquererme, me das la leccioncita de buena con-ducta. Yo estoy enamorada, y por eso no podréquizás entenderla. Te contaré todo lo que pasaen mi interior, y luego, vengan sermones. (Sedan las manos.) Yo siento a veces en mi concien-cia tumultos de reprobación, pero en seguidasalen, por aquí y por allá, mil ideas que me ab-suelven. Conforme a la ley, yo no debiera que-rerte. La religión manda que combata y ahogue

este loco amor. Y las fuerzas para combatirlo yahogarlo, ¿dónde están? Yo no las tengo, ni meparece que las tendré nunca. Es como si al quecarece de vigor muscular le mandan que levan-te un peso de tantos quintales. Reconozco comonadie el mérito de mi marido, y en cuanto a subondad, sólo yo, que a su lado vivo, sé bientoda la extensión de ella. Me inspira un cariñoacendrado y puro, una gran admiración; peroDios ha establecido la diferencia entre el amorque debemos a la divinidad, a la perfecciónmoral, y el amor terreno, el que tenemos anuestro igual, al semejante a nosotros por elpecado y la impureza. Yo reverencio a Tomás,le rezaría, ¿sabes?... pero te amo a ti. Me casésin saber lo que es amor, y no lo supe hasta quetú no me lo enseñaste. Todavía no me he con-vencido de que esto sea una cosa muy mala,rematadamente mala. Qué quieres; soy muytorpe, y quizás de condición perversa. Lo que síte digo es que cuando me sermonees, no necesi-tas hacer el panegírico de la persona que co-

nozco mejor que tú y mejor que nadie. Bien séque no hay otro que se le asemeje, aunque... tediré una cosa que hasta ahora no he queridodecirte.

FEDERICO.- (para sí.) ¿Qué será ello?

AUGUSTA.- Pues de algún tiempo a estaparte, noto en la bondad de mi marido ciertaexaltación de mal agüero, algo así como... va-mos, que la virtud ha llegado a ser en él unamanía, un tic.

FEDERICO.- (irónicamente.) ¡Qué salida! Esolo dices por rebajarle a tus propios ojos, pordisminuir la inmensa diferencia de talla queentre él y nosotros hay.

AUGUSTA.- No; no me juzgues así. Lo digoporque es verdad. Como quiera que sea, la exa-geración no destruye lo extraordinario, lo ex-cepcional de su bondad. (Dando un gran suspi-ro.) Él es un santo, y yo te quiero a ti. Ahí tienes

las dos verdades capitales. No creas que tratode buscar entre ellas una componenda hipócri-ta. Dejo los hechos como están. Tú eres cobardey huyes. Yo soy valiente, y me quedo delantede estas dos verdades, mirándolas cara a cara.

FEDERICO.- (para sí.) Me abruma con suadmirable tesón.

AUGUSTA.- (después de una pausa.) No tienesnada que contestarme, o necesitas pensar mu-cho tus argumentos. ¡Ay qué sesudo se me havuelto mi borriquito, y qué gran moralizador!

FEDERICO.- Vamos a cuentas, vida mía.¿No has dicho que estamos en la gran crisis,que salimos del periodo soñador para entrar enel práctico? ¿No quieres tú regularizarme?

AUGUSTA.- ¡Ah, pillo, y te vengas ahora,proponiéndome a mí la regularidad! ¡Ingrato!Quita allá. (Le rechaza cariñosamente.)

FEDERICO.- No, alma mía. Te expongo estaidea, como una mirada al porvenir. Supón túque, por unas u otras causas, esto no pudieracontinuar sin escándalo. No habría más reme-dio entonces que sacrificar nuestras relaciones.

AUGUSTA.- Por mí nunca las sacrificaría.

FEDERICO.- No lo digas tan pronto. Eso nose puede afirmar tan de ligero. Yo te quierodemasiado para llevarte al escándalo y a ladeshonra. A ti te corresponde, como mujer, lapasión irreflexiva; a mí la serenidad. Si hablode esto, si suscito la grave cuestión moral, túhas tenido la culpa, hablándome de favores quepiensa hacerme tu marido, de protecciones quesólo se dispensan a un hijo, a un hermano. Esopone la cuestión en el terreno de lo insoluble. Sino le impides que esos propósitos se manifies-ten, te dejo... no puedo tolerar situación tandegradante, tan vergonzosa. ¿No lo compren-des? ¿Es posible que no lo comprendas?

AUGUSTA.- (con exaltación.) No; debo de sertonta. Siento rabia de que te empeñes enhacérmelo comprender. Para mí la situación esotra. Tú me perteneces, yo te amo más que a mivida, y quiero que participes de los bienes ma-teriales que yo poseo. Soy rica. ¿Cómo he desoportar que vivas en la miseria y que te veassujeto a mil humillaciones? Yo quiero compar-tir contigo mi bienestar, a la faz del mundo, sies preciso. No me avergüenzo de ello.

FEDERICO.- ¿Y pretendes que no me aver-güence yo?

AUGUSTA.- ¡Debilidad, tontería! ¡Si otros lohacen...!

FEDERICO.- (exaltándose también.) Pues si in-sistes en eso, he de hablarte con claridad, comono lo he hecho nunca. Hace tiempo que yo sien-to una pena, un sobresalto... más claro, ¡un re-mordimiento por el ultraje que infiero al hom-bre más generoso, más digno que existe en el

mundo...! Quisiera que fueses siempre mía;pero las cosas de la vida ¿van por ventura alcompás de nuestros deseos?... ¿Ya no hay ley,ya no hay principio alguno que deba ser respe-tado? Todo tiene su límite, y yo sería un mise-rable si no te dijese ahora que intentes, que lointentes siquiera, consagrar a tu marido todoslos afectos de tu corazón. Ya sé que el amor esextravagante. Ya. sé que cabe en lo humano,mejor dicho, que es muy humano no amar a unhombre de grandes cualidades, y prendarse deun cualquiera. Pues bien: protestando de queme gustas hoy lo mismo que ayer, tengo el va-lor de incitarte a que me sacrifiques, a que en-tres en la ley, a que vuelvas los ojos a aquelhombre tan superior a mí... superior a mí hastafísicamente, para colmo de lo absurdo.

AUGUSTA.- (con rabia.) ¡Qué manera tansuavecita de decirme que no me quieres ya!Ningún hombre enamorado sugiere a su queri-da la idea de volver al deber. Dímelo, háblame

claro, porque esa moralidad tuya de últimahora es ridícula y hasta poco delicada.

FEDERICO.- No, porque yo, al proponertecon honrada convicción lo que te propongo,estoy dispuesto, si no lo aceptas, a ir contigohasta donde quieras, menos a la ignominia derecibir beneficios materiales de tu marido.

AUGUSTA.- Está bien. (Llorando.)

FEDERICO.- (con súbito arranque.) Me rebeloa ti con absoluta ingenuidad. Te diré que mecreo bastante indigno, y no quiero serlo más.

AUGUSTA.- ¡Indigno tú! Recurres al argu-mento de sensación para apartarme de ti. No,no, tú no eres indigno.

FEDERICO.- (amargamente.) No sabes lo quedices; no me conoces. Por algo te oculto las mi-serias de mi vida. Si conocieras ciertos oprobiosque hay en mí, quizás no tendría yo que hacerte

ningún argumento para que me dejaras y vol-vieras a la ley.

AUGUSTA.- (arrojándose a él.) ¡No, dejarte,nunca! Porque si fueras el último de los bandi-dos, te querría lo mismo que te quiero.

FEDERICO.- (con cierto desvarío.) Yo no temerezco. Regenérate huyendo de mí, y entre-gando los tesoros de tu alma al hombre másdigno de poseerlos.

AUGUSTA.- (con exaltación sublime.) No meda la gana. Cuéntame tus cosas. Unámonosresueltamente en todas las esferas de la vida.Todo lo mío es tuyo.

FEDERICO.- Eso jamás.

AUGUSTA.- Arreglaremos nuestras entre-vistas con un misterio tal, con un arte tan sobe-rano, que sólo Dios pueda saberlas.

FEDERICO.- No puede ser. Orozco las des-cubrirá; ya verás como las descubre. Y cuandopienso en esto, la terrible muralla se levantaentre nosotros más fuerte, más alta que nunca.

AUGUSTA.- (estrechándole en sus brazos.)Pues yo la destruyo, yo la hago pedazos, larompo con mil y mil besos. Y si tú eres un pre-sidiario, yo seré una presidiaria; si tú eres unpillo, yo seré una bribona; seré lo que tú quie-ras que sea, menos...

FEDERICO.- (para sí, confuso.) Nada puedocontra este corazón monstruoso. Las ideas mo-rales se estrellan en él, como migas de pan arro-jadas contra el blindaje de un acorazado...

AUGUSTA.- ¿Qué piensas?

FEDERICO.- (con pasión.) Pienso que no haynada mejor que condenarse contigo. (Para sí.) ¡Yqué hermosa la muy...! Toda la legalidad delmundo no vale lo que sus ojos.

AUGUSTA.- ¿No me quieres ya?

FEDERICO.- ¿Y tú a mí?

AUGUSTA.- ¡Borricote!

Jornada tercera

Escena primera

Sala en casa de Federico.

CLAUDIA, BÁRBARA, la primera con un chi-quillo en brazos, la segunda con manto, como si

entrara de la calle.

BÁRBARA.- Cuéntame, mujer. Es particularque todos los lances gordos han de ocurrirsiempre en los días que yo estoy fuera.

CLAUDIA.- Pst... chitito... Habla bajo... Fe-dero no duerme, aunque está en la cama.Además, ha venido el papá.

BÁRBARA.- ¡El señor!

CLAUDIA.- Anoche entró por esa puerta. Lasemana pasada, cuando empezamos a ver en elcielo la estrella con rabo, me dijo Pepe: «Algunadesgracia vendrá sobre el universo mundo». Yya ves cómo no se equivocó. Pepe tiene muchotalento, y también anunció lo de Clotilde. «Esaniña -me decía- os va a dar un disgusto».

BÁRBARA.- Francamente, no la creí capazde una resolución tan fuerte. Cuéntame... ¡Po-bre niña! Ni pensé que la apretaran tanto lasganas de marido. ¿Es cierto que no está ya en lacasa?

CLAUDIA.- Chist... (Vigilando las puertas.)Pues voló. ¡Valiente chasco nos ha dado! Yo

tampoco la creí con alma para arrancarse así.Federo, rabioso, te echa a ti la culpa.

BÁRBARA.- ¡A mí! En el nombre del Padre...

CLAUDIA.- Dice que tú le has dado alas, yque cuando el chiquillo ese empezó a hacerlegaratusas, con la pluma en la oreja, desde elentresuelo de enfrente, tú y yo debimos cerrarlos balcones y no permitir a la niña que se aso-mase. Claro, quería que fuéramos verdugas de lainfeliz señorita.

BÁRBARA.- Verdugos se dice... Es un egoís-ta, un tirano, y no se hace cargo de que Clotil-de, por vivir aquí sin trato con sus iguales, nohabía de librarse de la regla de amor. Llegadala edad en que el corazón hace cosquillas, lasmujeres necesitamos querer y que nos quieran,y si no se presentan duques, apencamos con loque sale, aunque sea un suda-tinta. No sé paraqué quiere el señorito el talento que tiene, si no

le sirve para hacerse cargo de una cosa tan sen-cilla.

CLAUDIA.- Eso no tiene vuelta de hoja. Pe-ro no lo entiende. Ayer nos ha puesto a ti y a míque no había por donde cogernos... Que si tú letraías las cartas a Clotilde; que si... ¡Josús!

BÁRBARA.- Pues no me pesa... ea. ¿A quién,como no fuera de bronce, no se le partiría elalma viendo las miradas de pólvora que seechaban los pobrecitos de balcón a balcón? Erauna contracaridad dejarles consumirse sin elconsuelo de un papelito. Francamente, yo no henacido para ver padecer a nadie. Traje la primercarta... y la segunda y la tercera. Por cierto quetiene una letra preciosa, y que pone la plumacon muchísima sal.

CLAUDIA.- Pues de mí dice que merezco lahorca y el presidio y hasta el infierno, porque leabrí la puerta al otro para que entrase a ver decerca a su novia... Que se ponga en mi caso. Los

chicos, con el carteo y las miradas, estaban tanbabosos, que no se les podía aguantar. Ella nidormir, ni comer, ni hacer cosa ninguna al de-recho. Intenté quitarle de la cabeza su locura, yme puse ronca de tanto predicarle. Pues comosi hablara con esta mesa. «Clotilde, mira que tuhermano no consiente esto... mira que...». Mien-tras más le chillaba, peor. Cosa perdida. ¿Quéíbamos ganando con cerrarle la puerta al joven-cito ese?

BÁRBARA.- Nada; que no pudiendo entrarpor la puerta entrase por la ventana. Un hom-bre ciego de amor es temible. Hasta pudo suce-der que pegase fuego a la casa para poder en-trar disfrazado de bombero. Se han dado casos.

CLAUDIA.- Esa misma cuenta echeme yo.Pero a Federo no le entran razones, y lo que esyo bien tranquila tengo la conciencia, porque siabrí... (Suena el timbre de la puerta.) Llaman. De-be de ser alguna fiera. Aguarda un momento.(Sale.)

BÁRBARA.- (sola.) ¡Ay!, qué egoístas son es-tos hombres. Todo lo bueno ha de ser paraellos, y para nosotras, las del bello sexo, traba-jos, hambres de amor y el no gozar de nada.Ellos se divierten con cuanta mujer encuentran,y a nosotras, si un hombre nos mira o le mira-mos, ya nos cae encima la deshonra, y empiezael run run de si lo eres o no lo eres... ¿Pues quéquería ese tonto? ¿Que mientras él se daba lagran vida su hermana se pudriera en casa comouna monja? No, la chiquilla, aunque parece tanpara poco, tiene el moño muy tieso, y ha de-mostrado que sabe dejar bien puesto nuestropabellón. ¡Ay bello sexo! ¡Qué falta te hacenmuchas así, resueltas y con garbo para darle elquiebro a la tiranía!

CLAUDIA.- (entrando.) Lo que dije: era uninglés... el de las alfombras. Le he dado el jabónque usamos aquí... ¡Qué tronitis en esta casa!Pues te decía que si abrí la puerta a ese mocosoha sido con la mejor intención del mundo, y si

se vieron algunos ratitos fue delante de mí.Otra cosa no hubiera yo consentido. ¿Qué pudopasar?, que cuando yo me distraía o daba unavuelta a la cocina, se pegaban de besos; perocomo yo estaba con mucho ojo, y... Ya sabescómo las gasto. Les reprendía, les ponía caramuy dura, diciéndoles que no me comprome-tieran, y el chico tan agradecido... «Doña Clau-dia -me decía- cuando nos casemos, usted seránuestra segunda madre».

BÁRBARA.- ¡Pobres criaturas! No les enten-derá quien no sepa lo que es un primer amor.¿Qué sabe Federico de esto, si él no ha tenidoprimer amor, y todos los que gasta son segun-dos? Yo me acuerdo de cuando me emperré porValeriano el cochero, que me dio palabra decasarse conmigo... ¡Qué amarguras y qué dul-zuras!... Pero esto no viene al caso. Cuéntame lode la fuga. Yo me imagino que se engolosina-ron con la besuquina, y con verse las caras de

cerca... es cosa que marea... y que resolvieronmorir o casarse.

CLAUDIA.- Así debió de ser. Los pícaros latramaron por cartas, pues delante de mí nuncahablaban más que soserías, como si tuvieranvergüenza el uno del otro. Pues señor, anteano-che sentí a Clotilde levantada. Como suele ve-lar para coserse la ropa, no me extrañó. La bri-bona, según después comprendí, estaba reco-giendo y empaquetando en dos o tres líos susvestidos y la poca ropa blanca que tiene. Por lamañana temprano, la sentí andando con pisa-das de gato por los pasillos, y me alarmé. Díjelea Pepe que aquellos andares me olían a escapa-toria, y Pepe, que es muy largo, rezongó:«¡Cuando digo yo que...!». Levanteme; pero porpronto que acudí, ya el pájaro había salido de lajaula. Echábame yo la enagua, cuando la sentídescorriendo el cerrojo con mucho cuidado,como lo descorren los rateros. Salí al pasillo... y

ya iba ella echando chispas por las escalerasabajo. Se llevó la ropa en tres paquetes grandes.

BÁRBARA.- ¿Y cómo sabes que fue en tres?

CLAUDIA.- Porque me lo dijo la portera quevio salir a Santanita, primero con un paquete,luego con dos, y después con Clotilde: total,cuatro paquetes... Yo me quedé como puedessuponer. Pero me tranquilicé pensando: «Loque había de ser, que sea de una vez». Sobre lamesa del comedor dejó la chiquilla una cartapara su hermano; pero este no se enteró de lafuga hasta la hora de almorzar. ¡Qué mal ratopasé, hija! Nada, que me echó a llorar, y de lamedrana que sentí, se me fijó un dolor de clavoen la sien, ¡ay!, que no se me ha quitado todav-ía. No te quiero decir cómo se puso el hombreal leer la carta. Tuvo que salirme y dejarle solo:la cama retemblaba de la fuerza de los aspa-vientos que hacía. Y después de despotricarsecontra mí, la emprendió contigo, y a esta quieroa esta no quiero, nos zarandeó bien. Pues nada,

que inmediatamente nos habíamos de plantaren la calle, porque éramos unas... alcahuetasetcétera...

BÁRBARA.- (riendo.) ¡Qué bobo! Sí; cual-quier día nos echa a nosotras, debiéndonos,como nos debe, tres mil y pico de reales.

CLAUDIA.- Y aunque no nos los debiera...¿Pero tú crees que puede vivir sin nuestras re-verendísimas personas? Le somos tan necesa-rias como el aire.

BÁRBARA.- No encontraría otras que le so-portaran. Es un niño mimoso, y seríamos tontassi hiciéramos caso de sus rabietas. Yo, mientrasno le pase esta calentura, me guardaré deponérmele delante, porque francamente, si medice pitos, le contesto flautas. No tengo la pa-ciencia que tú para aguantar sus desvergüen-zas, y me desboco. Ayer no quise venir en todoel día, porque temo a mi dignidad, que no se

anda en chiquitas; y hoy me marcharé antes deque su señoría se levante.

CLAUDIA.- Hoy debe de estar más aplaca-do, porque el señorito Infante pasó ayer con éltoda la tarde y le sermoneó de firme, diciéndoleunas verdades como puños. Yo le escuchaba,poniendo la oreja en el agujero de la llave, y teaseguro que le leyó bien la cartilla. (Enumerandopor los dedos.) Que él era el causante de todo portener a su hermana abandonada y fuera de sualimento...

BÁRBARA.- De su elemento diría.

CLAUDIA.- Eso es, de su elemento... Que lachica no es de palo, y que a alguien había dequerer, porque la edad, el sexo, la ilusión etcéte-ra... Pero el otro, más orgulloso que D. Rodrigoen la horca, no se daba a partido, y dijo quejamás haría a Santanita el honor de mirarle.¡Anda!

BÁRBARA.- ¡Palabrería! Esas bravuras seconvierten en humo. Al fin tendrá que apencarcon el hortera y llamarle su hermano; y llegarádía, acuérdate de lo que te digo, en que sevuelvan las tornas, y este señorito tan orgullosoirá a pedirle a su cuñado un pedazo de pan. Losmuy soberbios acaban siempre a los pies de loshumildes.

CLAUDIA.- (con incredulidad.) Me parece amí que eso no lo veremos. Primero se muere élde hambre en un rincón, que rebajarse. No escomo su papá, no...

BÁRBARA.- ¿Y cuándo dices que llegó elseñor?

CLAUDIA.- Anoche. Parece que el demoniolo hace. Figúrate que oigo llamar a la puerta;salgo creyendo que era el carbonero, y me en-cuentro con D. Joaquín. Pegué un grito como sime viera delante un toro de Miura. No sé porqué me da miedo ese hombre, que es amable y

la trata a una como a señora... Me acuerdo de loque padeció por él nuestra pobrecita ama, y suszalamerías me ponen carne de gallina.

BÁRBARA.- ¡Ay, qué hombre! Créete que noviene a nada bueno. ¿Y qué hablaron hijo ypadre? ¿Cómo le recibió Federo? Cuéntame...Pero me sentaré, que ahora estamos solas ypodemos charlar todo lo que queramos. MiVicente me espera para almorzar; pero déjaloque aguarde, que bastantes plantones me hadado él a mí en esta vida.

CLAUDIA.- Pues cuando le vio entrar, que-dose más blanco que el papel. Se abrazaron.Luego cerró Federo la puerta, y yo, más listaque él, arrimé la oreja y oí... D. Joaquín pre-guntó por la niña, extrañando no verla, y elotro, mascando mucha hiel, le contó la ocurren-cia. ¿Crees tú que el padre se remontó, echandolos pies por alto? No, hija; lo tomó con calma,con mucha calma. Yo me hacía cruces, oyéndo-le decir que si los chicos se quieren, no hay

razón ninguna para oponerse al casorio, y queél es partidario de que no haya clases, porqueeso de las clases es un maricronismo.

BÁRBARA.- Ana... cronismo me parece quese dice; pero no estoy segura... Pues ese hombreserá un tarambana; pero lo que es talento, ¡vayasi lo tiene!

CLAUDIA.- Es que se hace cargo de la razónde las cosas, y no lleva en la cabeza tanto vientocomo el hijo. ¡Buena está la familia para gastarhumos! El padre hecho un judío errante poresas tierras; Federo sin una mota, viéndolasvenir, y comido de deudas. (Suena la campani-lla.) ¡Ay!, llaman otra vez. Espérame un mo-mento. (Sale.)

BÁRBARA.- (sola, abanicándose.) Bien mere-cido le está a ese botarate lo que le pasa; peromuy bien requetemerecido. ¡Empeñarse en queha de haber clases, cuando la realidad ha dis-puesto que no las haiga! ¡Cabeza más dura! Y

que no las hay, no las hay, aunque lo pida elSursum corda. Lo que dice mi Vicente: «Con lalibertad todos somos todo, y nadie es nada».Ese tonto de Federo bien sé yo lo que pretende:vivir él como un duque y que Clotilde sea suesclava. Bien sabe él ponerse su frac todas lasnoches para ir a comer a las casas grandes... Yla niña hecha un pingo, sin tratar con personasfinas. Eso es, como dijo el otro, abrir un abis-mo... Anda, fachendoso, para que vuelvas otravez a jugar con abismos. O hay igualdad o nohay igualdad. Santanita vale tanto como tú omás que tú, porque sabe la partida doble, y túno entiendes más libro que el de las cuarentahojas.

CLAUDIA.- (entrando.) Otra fiera. Esto no esvivir. Ya no sé qué decirles. Pero al fin este lle-va cuerda para veinticuatro horas... Pues, comote decía, el padre está blando, pero muy blan-do. Dijo que pensaba ver a Clotilde mañanamismo (por hoy), y Federo, sacando la voz de

los talones, le contestó: «Véala usted si quiere.Para mí es como si se hubiera muerto».

BÁRBARA.- ¡Habrá pillo!... ¿Y tú has visto aClotilde?

CLAUDIA.- (en voz muy baja.) Sí que la hevisto. Cállate la boca. Cuidado cómo te das porentendida. Anoche di un salto a casa de la viu-da de Calvo, donde está depositada, ¿sabes?,aquella señora tan vieja y tan acartonadita queparece de caoba. Según dicen, es muy sabia,pero muy sabia, y más antigua que Jerusalén.Vive ahí en la calle de Atocha. Rabiaba yo porver a la niña y decirle que ha llegado su papá,que viene tierno, y que le dará el consentimien-to. No pude hablar con ella más que dos pala-bras, porque la de Calvo estaba presente, y meponía una jeta que daba escalofríos. Pero, enfin, allá le soplé lo que más importaba. El papádebe de estar allá. Salió muy temprano... seríanlas ocho... y dijo que vendría a almorzar. Ano-che estuvo Federo hasta las tantas escribiendo

cartas. Cosas de mujeres, y líos mil que traesiempre entre manos. Hombre de más enreditisno creo que exista, y lo mismo se aplica a lasaltas que a las bajas.

BÁRBARA.- ¿Qué es eso de altas y bajas?Todas somos iguales. El arrastrar terciopelos oajustarse una mala saya de tartán no significadiferencia más que en lo de fuera. Como nosalgan diferencias en el honor, créete que en lostrapos no la hay... ¿Y dices que escribió muchascartitas? ¡Valiente trapacero! ¡A quién engañaráahora!

CLAUDIA.- Vete a saber.

BÁRBARA.- Si se acostó tarde, no se levan-tará en todo el día, y podrá estar aquí. Franca-mente, temo encararme con él.

CLAUDIA.- Pues mira, hija, me parece que...(Acércase a la puerta del foro y aplica el oído.) ¿Sa-bes que me parece que anda ya por ahí?

BÁRBARA.- (levantándose azorada.) ¡Ay, hija,no me lo digas!

CLAUDIA.- Bien puedes echar a correr. Le-vantado está.

Escena II

Las mismas, FEDERICO, que entra por el foro.

BÁRBARA.- (tratando de escapar por la dere-cha.) Por aquí me escabullo.

FEDERICO.- ¡Eh!... ¿Quién es esa que huyede mí? Bárbara.

CLAUDIA.- Quédate, mujer, que no te co-merá.

BÁRBARA.- (medrosa y turbada.) Mi maridome espera.

FEDERICO.- Tu conciencia no te permiteponerte delante de mí.

BÁRBARA.- ¿Mi conciencia? Yo no tengoculpa de nada. (Temblando.) Bastante le dije a laniña que no hiciera locuras.

FEDERICO.- ¡Valiente hipócrita estás tú! En-tre las dos me habéis jugado una partida serra-na. Debiera poneros en la calle, después de da-ros una mano de azotes.

CLAUDIA.- ¡Pues no dice que nosotras...!¡Josús!, ¡no me incomode... después que...!

FEDERICO.- Silencio. Ya sé que me aborrec-éis. ¡Bien merecido lo tengo por lo bien que mehe portado con vosotras!

BÁRBARA.- ¡Aborrecerle! Eso sí que no,aunque usted no nos puede ver.

FEDERICO.- ¿Cómo está Vicente?

BÁRBARA.- Mejor; pero no puede seguir enla ambulancia. Es preciso que le asciendan,llevándole a la central. Usted puede hacerlo.

FEDERICO.- ¡Yo!

BÁRBARA.- Sí, usted. Pero no se interesanada por quien bien le sirve. Que vivamos oque nos muramos, lo mismo le da.

FEDERICO.- (con desvío.) ¡Así reventarais!...Efectos de contagio. Hablando con ellas, mesiento también grosero.

BÁRBARA.- (para sí.) Está de buenas. Aquíque no peco. (Alto.) Asciéndame usted a mimarido.

FEDERICO.- ¡Que te le ascienda yo!

BÁRBARA.- Si usted quiere, bien podráhacerlo; pero lo dicho, no nos hace caso, y estodo ingratituz. Con que me le empuja, ¿sí o no?Basta con que le pida una recomendación al Sr.de Orozco, que es tan amigo del director deCorreos.

FEDERICO.- (con desabrimiento.) ¿Y qué ten-go yo que ver con el Sr. de Orozco?

BÁRBARA.- Toma; que son ustedes uña ycarne.

FEDERICO.- Vete al diablo, y déjame en paz.(A Claudia.) ¿Quién ha venido hoy?

CLAUDIA.- Los del jubileo de todos losdías. Inglesitis.

FEDERICO.- ¿Ninguno se ha roto la crismaal subir o al bajar?

CLAUDIA.- Ninguno. Yo sí que ya no tengocrisma de tanto calcular las respuestas que de-bo darles.

FEDERICO.- ¿Y papá ha salido?

CLAUDIA.- Sí, señor; pero viene a almorzar.

FEDERICO.- Pues vete a la cocina, que estarde. Ea, dame acá ese chiquillo. (Toma de losbrazos de Claudia el niño, y le mima y zarandea.)Ven acá, Fefé, ángel de Dios. ¡Qué gusto tenerun amigo inocente y puro, que no se permiteotra malicia que tirarnos de las barbas! (El chi-quillo suelta la risa.) Bien, bien, eres feliz conmi-go. Esto consuela.

CLAUDIA.- (al chiquillo.) Sol del mundo, so-berano pontífice, regente del reino... no le beses,que es muy malo. Pégale, pégale.

FEDERICO.- (besando al niño.) Me quiere másque a ti. Lo que él dice ahora con esos gruñidi-

tos es que desea estar solo conmigo, y que oslarguéis pronto.

CLAUDIA.- Gloria patri, ¿verdad que no?

BÁRBARA.- (para sí.) Acariciando al niño,nos engatusa este perro, y hace de nosotras loque quiere.

CLAUDIA.- (para sí.) Es un buenazo. ¡Lásti-ma que no tenga dinero! Es lo único que le fal-ta.

FEDERICO.- ¿Qué rezongáis allí? A la coci-na, tarascas, dejarme en paz con mi amigo Fefé.

BÁRBARA.- (para sí.) Ahí te quedas. No hayquien le sufra. Y sin embargo, ni él puede vivirsin nuestros mordiscos, ni nosotras sin sus ras-guños. (Vanse las dos.)

Escena III

FEDERICO, con el chiquillo en brazos, despuésJOAQUÍN VIERA.

FEDERICO.- ¡Qué noche he pasado! Esta vi-leza de mi hermanita ha concluido de anona-darme. (Se pasea.) ¿Tendrá razón Infante soste-niendo que toda la culpa es mía? Pues aunquecien veces lo sea, no transijo con ese cursi mal-dito. ¿No es verdad, Fefé, que debo mantener-me inflexible? Tú estás en lo cierto. Yo soy co-mo soy, y no puedo ser de otra manera... (Con-fuso.) Y en verdad que no puedo entender porqué causa me es insoportable este vilipendio,mientras que acepto otros y los llevo conmigo,acustumbrándome a su peso, como al peso dela ropa que me cubre. Lo que llamamos digni-dad ¿será función social antes que sentimiento

humano? ¿Será ley de ella escandalizarnos de laignominia que se hace pública, y apechugar conla que permanece secreta...?

VIERA.- (entrando por la izquierda.) Bien porlos hombres madrugadores. ¡Levantado a lasdoce del día! Yo pensé que almorzaría solo, yalmorzaremos juntos. All right. (Se en un sofá.)¡Pero, chico, qué cambiado está nuestro viejoMadrid! Hasta pisos de madera me le hanpuesto. El lugareño con botas de charol. Hesalido a dar una vuelta, y el plum-plum de lascaballerías sobre el entarugado, el sordo ruidode los coches y el olor de la creosota me dabanla impresión de Londres o París.

FEDERICO.- Sí; ha cambiado algo Por fueraen los últimos tiempos. Pero por dentro estácomo tú lo dejaste.

VIERA.- Siempre es el perdido de buenasombra y de muchas trazas, que se contenta conlas apariencias del vivir, viviendo en realidad

muy mal... ¿Sabes lo que pareces tú ahora? UnSan Cristóbal, de esos que hay en las catedrales.Y el nene es precioso. ¿A quién sale, siendo supadre más feo que su madre, que es cuanto hayque decir...? No, (observando al chiquillo.) nopuede ser obra de Pepe. (Alzando la voz, mirahacia la puerta de la derecha.) ¡Ah, Claudia, Clau-dia, veo que siguen los descuidos...! (A Federicoque se pasea meditabundo.) Dame pronto de al-morzar, que tengo muchísimo que hacer. Y teadvierto que mi primera diligencia es ir a ver aClotilde. No, no te enfurruñes. No puedo se-guirte por el camino de la intolerancia caballe-resca. Cada uno obra según su carácter y elmedio en que respira. ¡Vivimos en atmósferatan distinta!, yo en un país democrático y rico,donde los apellidos y las posiciones aparentesno suponen nada; tú en un país sin dinero,donde la exterioridad lo suple todo, y donde lasposiciones oficiales hacen las veces de riqueza.Nunca aspiré a que mi hija se casara con unnoble, con un millonario. Modestísimo en mis

pretensiones, y conociendo el país, me ilusio-naba con verla esposa de un capitancito de arti-llería o ingenieros, o con un abogadillo de chis-pa, que andando el tiempo se hiciera diputado,y quizás ministro. A ti, que hacías veces de pa-dre, te correspondía el arreglarlo de este modo.¿Pero qué pasó? Que dejaste a la niña entrega-da a sí misma, y la pobre tuvo que elegir entrelo que veía. Si en vez del capitancito de artiller-ía nos ha resultado un chico de mostrador... essensible; pero ya no tiene remedio. Claro queno me gusta; pero yo no forcejeo con la reali-dad. ¿Qué?, ¿hemos de abandonar a la pobreniña? ¿Estamos en el caso de hilar muy fino,muy fino? ¿Quién sabe si el joven ese saldrálisto y trabajador, y poseerá el arte de estostiempos, que consiste en traer legalmente a lasarcas propias el dinero que anda por las ajenas?¡Quién sabe si Clotilde habrá labrado, sin saber-lo, su porvenir, y el tuyo y el mío, y estará enestos instantes preparándonos una vejez deco-rosa y tranquila! Ea, no seamos intransigentes

ni pesimistas. Aceptemos la realidad, y dentrode ella, saquemos el mejor partido posible delos hechos que no dependen de nuestra inicia-tiva.

FEDERICO.- No me decido a conceder quetengas razón, ni afirmaré que no la tienes. Sealo que quiera, yo no transijo. Es cuestión detemperamento. Ciertas ideas me dominan a mí,antes que yo pueda ni aun siquiera formar elpropósito de dominarlas.

VIERA.- Ya hablaremos de eso más despa-cio.

FEDERICO.- (para sí.) Ha perdido toda ideadel decoro de su nombre. (Se sienta, y pone alniño sobre sus rodillas. Entra Bárbara y da unacarta a Viera.)

VIERA.- (examinando el sobre.) Es de Tomás.Conozco su letra jesuítica. (La abre.) Me cita

para las tres. Eso sí: no es de los que huyen elbulto.

FEDERICO.- (mal humorado.) Bárbara, llévateeste chiquillo, que molesta.

BÁRBARA.- (aparte.) Tan pronto se entu-siasma con las criaturas como se cansa de ellas.¡Ay!, de todo se cansa. (Tratando de coger al chi-quillo, que grita, patalea y se resiste a pasar a susmanos.)

FEDERICO.- Fefé, no seas malo. Vete con tíaBárbara.

VIERA.- Prefiere estar con nosotros. El ange-lito gusta de la sociedad. Ea, dámele acá. (Letoma en brazos.) Conmigo. ¡Qué bien! Mira quécontento. Tú eres de casta de señores. Bárbara,puedes marcharte y que nos den pronto de al-morzar. Dispongo de poco tiempo, y hay mu-cho que hacer esta tarde. (Sale Bárbara.)

FEDERICO.- ¿Qué ocupaciones son esas, di?Por Dios, yo te suplicaría... yo te agradeceríamucho que dejases en paz a Orozco. Es unhombre excelente.

VIERA.- (zarandeando al niño y haciéndole ca-balgar sobre sus rodillas.) No niego su excelencia;pero que me la pruebe pagando lo que debe...Anda, caballo... agárrate, valiente.

FEDERICO.- ¿Pero qué crédito es ese? Sinofenderte, yo dudo mucho que sea un créditoreal y efectivo.

VIERA.- (con socarronería.) Buena idea tienesde mí. Aquí no entendéis de negocios, y rendíshomenajes demasiado serviles a la delicadeza,madre del no comer y amparadora de la insol-vencia. Los negocios son negocios, y se tratancon la crudeza que enseñan los números, locual nada quita a las efusiones de la amistad.

FEDERICO.- (inquieto.) Cuéntame, ¿quédiantre de negocio es ese?

VIERA.- Una deuda.

FEDERICO.- Orozco no tiene deudas. Comono hayas descubierto alguna póliza olvidada yprescrita de la Humanitaria...

VIERA.- Eres más inocente que este niño quegalopa en mis rodillas, y se cree que monta acaballo. ¿Me juzgas tú a mí capaz de presen-tarme a Orozco sin refuerzo de documentoslegales? ¿Por quién me tomas?

FEDERICO.- (con embarazo.) Es que... mecausa pena recordarlo; pero debo decirte que,en otras ocasiones, Tomás te ha dado dineropor conmiseración, y por evitarse disgustos.Los hombres de orden temen a los pleiteantesenredosos y sin ningún derecho, más que a losque de buena fe reclaman su propiedad.

VIERA.- En primer lugar, nadie da dineropor conmiseración, ni aun en este país tan estú-pidamente platónico. En segundo lugar, yovengo aquí a sostener un derecho claro y ter-minante, no a poner una trampa de derechosilusorios para que caigan en ella los incautos. Yte diré de paso, que tienes de Orozco una ideaequivocada. ¿Crees tú que en él no hay más quebondad y mansedumbre, y que lleva su abne-gación hasta el extremo de dejarse explotar?¡Qué tonto eres! Bajo aquella dulzura de carác-ter, se esconden todas las marrullerías de uningenio vividor. Posee el arte de hacerse pasarpor generoso cuando se ve en el caso de transi-gir con el derecho ajeno.

FEDERICO.- Me parece que le conoces máspor referencias del vulgo que por propia obser-vación. Tomás no es así.

VIERA.- Lo he conocido niño, lo vi crecer yhacerse hombre. Sa padre y yo éramos comohermanos. ¡Ah! Pepe Orozco, grande hombre

para los negocios, sin entrañas, duro, y econó-mico en su vida interior hasta la sordidez, tam-bién algo zorro y de doble fondo como su hijo.Créeme a mí, que he visto mucho mundo, y heasistido al paso de una generación a otra... granenseñanza. Tomás se ha encontrado la fortunahecha, y le ha sido fácil sentar plaza de virtuo-so, de varón justo y magnánimo. (Con sarcasmo.)El otro trabajó como un negro, sacrificó a lasganancias su reputación, para que ahora este sehaga pasar por santo. Los padres se condenanpara que los hijos puedan labrarse un hueque-cito en el cielo. La suerte que no hay cielo niinfierno, pues si existieran esos... locales, sóloservirían para hacer eterna la injusticia.

FEDERICO.- (tristemente.) Estás desvarian-do, y no te puedo seguir.

VIERA.- Te has pasado al enemigo. Míramecara a cara. (Observándole con suspicacia.) Notoen ti no sé qué... Me sorprende mucho ese in-terés por una persona con quien no tienes más

que relaciones superficiales, de esas que se es-tablecen entre un estómago agradecido y elanfitrión que convida martes y jueves.

FEDERICO.- Le debo mil atenciones. Biensabes que somos amigos de la infancia.

VIERA.- ¿Te ha señalado dietas por hacerlela rueda a su mujer? ¿Cobras a tanto la frase, atanto la anécdota y el chascarrillo?

FEDERICO.- (conteniendo su ira.) No mehables de ese modo... No puedo tolerarlo.

VIERA.- (riendo.) ¡Cándido! Déjame a mí,déjame, que si le saco a tu anfitrión este platitode lentejas, realizaré un acto de justicia, por dosrazones: primera, porque es de ley que me dé loque reclamo; segunda, porque sus bienes fue-ron mal adquiridos, y deben volver a la masa,al despojado imponente, a quien representamosen este instante nosotros, los desfavorecidos dela fortuna.

FEDERICO.- Me hacen padecer horrible-mente tus sofisterías. Haz lo que quieras, y nome comuniques ni tus planes ni el resultadoque obtengas. Nada pretendo saber. Tratándosede esto, no quiero que haya entre nosotros ni laconfianza natural entre hijo y padre.

VIERA.- Gracias. Tu tontería me anonada,porque yo pensaba pagarte tus deudas, si salíabien de este negocio... quiero decir, siempre quetus deudas se limitaran a una cifra razonable.

FEDERICO.- Cuídate de las tuyas. (Para sí.)Dios mío, ¡qué hombre! No hace ni dice cosaalguna que no sea para humillarme y herirmeen lo más delicado. ¡Es fuerte cosa que no po-damos aborrecer a un padre sin atropellar lasleyes de la Naturaleza!

VIERA.- No te pareces a mí más que en la fi-gura. Eres un sonámbulo, un cata-humos, y tepasas la vida mirando a las estrellas, viendo lafortuna pasar, rozándote las puntas de los de-

dos, sin que se te ocurra oprimir la mano yatraparla. Podrías sacar partido inmenso de tusrelaciones, de tu buen parecer, de tu arte social,que no debe servirnos sólo para divertir a losricos, como los bufones antiguos divertían a losreyes, sino para compartir con ellos el imperiodel mundo. La opulencia está en el deber decompartirse con el ingenio, y cuando no lo hacede grado, hay que llamarse a la parte, como elgalleguito del cuento, diciéndole: «¿cuánto voyganando?».

FEDERICO.- (para sí.) No le contesto, porqueperderé la serenidad.

CLAUDIA.- (entrando.) Señores... almuerzitis.(Cogiendo al chico de los brazos de Joaquín.) Vencon tu madre, rey de los cielos y la tierra, ángelde amor, hijo pródigo, patriarca de las Indias.

VIERA.- Lo que es este no pasa, Claudia. Esmuy bonito para ser de tu marido.

CLAUDIA.- (soltando la risa.) ¡Qué cosas tie-ne el señor! Por estas cruces le juro que es dePepe.

VIERA.- Vamos, que estás tú buena pieza...A la mesa. Tengo sobre mi cuerpo toda el ham-bre española. (Vase.)

FEDERICO.- (abrumado.) ¡Que este hombresea mi padre! ¡Ay!, me dio su rostro, me puso elsello de su casta, para que ni un momento pue-da dejar de avergonzarme de ser su hijo.

Escena IV

Comedor en casa de Orozco.

AUGUSTA, OROZCO, INFANTE, MA-LIBRÁN y VILLALONGA, sentados a la mesa,

almorzando.

OROZCO.- ¿Pues qué quería ese terco deFederico? ¿Que viviendo Clotilde como vivía,fuese a pedir su mano un Hohenzollern o unHapsburgo? Anoche le vi tan excitado, que noquise contradecirle por no aumentar su pena.Tuve con él la consideración de apoyar débil-mente sus quejas; pero ahora que no está pre-sente, declaro que no tiene razón.

AUGUSTA.- Creo lo mismo. Mil veces lehablé de su hermana, augurándole lo que ha

pasado. Mal que nos pese, somos arrolladospor... la ola democrática. ¿Qué tal la figura? Loque hay es que nos gusta más verla reventar enla cabeza del vecino que en la propia.

MALIBRÁN.- Como figura del género bal-neario, no está mal. Eso lo aprendió usted esteverano en Arcachón... Pues volviendo a Federi-co, opino que es un desequilibrado de marcamayor, aristócrata por las ideas y los gustos, sinlos medios materiales de que toda idea necesitadisponer para manifestarse dignamente. Abso-lutista por temperamento, reniega de verse go-bernado por el parecer de la multitud, y su or-gullo tropieza a cada instante con las garruler-ías de la igualdad. Es una contradicción viva,una antítesis...

AUGUSTA.- ¡Jesús de mi vida, qué sabiosvenimos hoy!

MALIBRÁN.- Quiero decir que por efecto deesa radical contradicción entre la época y el

hombre, todos los actos de este resultarán in-congruentes, no dará un paso que no sea untropezón, y será al fin envuelto por la ola deque antes nos hablaba usted, ya que no se deci-de a sortearla, como hacemos los demás.

INFANTE.- Pues yo, sin meterme en filosof-ías, voy a dar noticias concretas. Esta mañanase presentó en mi casa el trovador de Clotilde.

AUGUSTA.- (con viveza.) ¿Y cómo es?

OROZCO.- Según me han dicho, atrevidillo,y no peca de corto.

INFANTE.- Simpático; pero muy simpático,y parece despejadísimo. En cuatro palabras meha contado su historia. Es huérfano, tiene vein-titrés arios, y desde los dieciséis se bandea solo.Es sobrino de un tal Santana, tendero en la callede Lope de Vega, y de otro en la Plaza Mayor,que le llaman Jáuregui, y de otro cuyo nombrey señas no recuerdo. En fin, que cuenta media

docena de tíos, detallistas de comestibles. Sabeal dedillo la partida doble, y escribe cartas co-merciales en francés; tiene título de perito mer-cantil, y se ganó un premio de Economía políti-ca.

AUGUSTA.- (con animación.) ¡Ángel deDios!... Señores, es preciso que le protejamosentre todos.

INFANTE.- El tío Santana le ocupaba en lle-var la contabilidad y la correspondencia; y enmedio de esta prosaica tarea nacieron los castosamores con la hermana de Federico. Pero ¡veanustedes qué desgracia!, casi en los mismos díasen que los tórtolos se lanzaban de cabeza en loideal, el tío Santana, por la paralización de losnegocios y la necesidad de economías, despidióal chico, que a la sazón vive al amparo de su tíoJáuregui, sin sueldo. ¡Ah!, otro detalle. Nuncaha servido en el mostrador, que repugna a sushábitos y a su educación; pero está decidido atodo, hasta a fregar copas en una taberna, con

tal de ganarse el pan para mantener a la elegidade su corazón.

AUGUSTA.- Decididamente, le, hemos deproteger.

MALIBRÁN.- ¿Le encuentra usted chiste a lahistoria?

AUGUSTA.- La encuentro hasta poética. Porlo que veo, el verdadero amor, el principio acti-vo que gobierna el mundo, no existe ya másque en la clase de dependientes de comercio.No podemos abandonar a ese joven. ¿Verdad,Tomás? (Orozco sonríe sin decir nada.)

INFANTE.- Contome también cómo nacie-ron y se formalizaron sus amores. Durante unmes, no hacían más que mirarse, mirarse,hechos un par de bobos. Por fin, movido de uninstinto irresistible, escribía con letras gordasen un pliego abierto, al modo de cartel, frasesde ternura, y desde su balcón se las mostraba a

la niña, que al principio huía ruborizada, solta-ba la risa después, y últimamente ponía unacara muy triste cuando él no estaba.

AUGUSTA.- ¿Y cómo, no estando en elbalcón, sabía él que la chiquilla ponía la caratriste?

INFANTE.- Esa misma pregunta le hice yo,y me contestó ¡miren si es pillo!, que entornabalas maderas de modo que pareciese no estarallí, y por un agujerito observaba en la cara dela niña el efecto de su fingida ausencia.

VILLALONGA.- ¿Sabe o no sabe el pájaroese?

AUGUSTA.- Hay que casarles, aunque nosea sino para premiar esa manera primitiva ypura de hacerse el amor. Eso es de lo que no seve ya.

INFANTE.- Luego vinieron las cartitas, deque fueron conductores, por dicha de ambos,las criadas de Federico, hasta que una nochelogró Santana colarse en la casa.

MALIBRÁN.- (vivamente.) Sí; hay que casar-les: en eso estamos conformes, Augusta, aun-que no por las razones que usted alega, sinopor otras de un orden muy diferente.

AUGUSTA.- Cállese usted, mal pensado.¿Qué hay en estos amores que no sea la mismainocencia? ¡Bah, que entraba de noche en lacasa! ¿Y qué?

VILLALONGA.- Nada, nada, que entraba atomarle las medidas del cuerpo, para encargarel traje de boda.

AUGUSTA.- (conteniendo la risa.) Cállese us-ted también, groserote: no dice más que dispa-rates.

INFANTE.- Y por fin, después de referirmesu historia, me suplicó que le consiguiera undestinito de oficial quinto, para poder casarse.

OROZCO.- ¿Y qué hace usted que no lo pideal momento?

AUGUSTA.- Yo que tú, volvía loco a todo elMinisterio hasta obtener la plaza.

INFANTE.- En estas alturas, es más difícilsacar una plaza de oficial quinto que una Di-rección general. Pero algo haré, porque el chicoese me ha entrado por el ojo derecho. «Pidausted informes a mis tíos acerca de mi honra-dez -decía- y como no se los den buenos, medejo cortar la cabeza». No quiere el destino másque como ayuda en los primeros tiempos, hastaque pueda tomar rumbos mejores. Y vean uste-des si el nene es activo y sabe apreciar el valordel tiempo. Por las mañanas emplea dos horitasen llevar las cuentas de una tienda de huevosde la Cava de San Miguel. De tarde, la misma

faena en un establecimiento de ropas en liqui-dación, y por las noches se pasa tres o cuatrohoras escribiendo al dictado en casa de un no-tario. Con esto reúne el pobrecillo sus treintaduretes al mes, que le saben a gloria, por el tra-bajo que le cuesta ganarlos; mas para casarse lehace falta otro tanto, o por lo menos la mitad.Ha echado bien la cuenta, y es de los que nogastan un real sin saber de dónde ha de salir.¿Qué tal? ¿Es este, sí o no, un hombre predesti-nado a capitalista?

VILLALONGA.- (dando una palmada en la me-sa.) Acuérdense todos los presentes de lo quedigo. Si vivimos, a ese monigote le hemos dever con más dinero que nosotros.

OROZCO.- Pues tiene, tiene, sí señor, la fi-bra económica.

AUGUSTA.- ¡Cuando digo que es precisodarle la mano!

INFANTE.- Aunque no quieran ustedes,tendrán que protegerle, porque es de los que semeten por el ojo de una aguja, y sabiendo queaquí hay buenos corazones, no tardará en lla-mar a esta puerta. Por si no cuaja lo de oficialquinto, quiere entrar de tenedor de libros enuna casa de Banca. De ello me habló también,rogándome... ya ven ustedes como no pierderipio... que intercediera con el Sr. de Orozcopara que este le recomendara a Trujillo y RuizOchoa, en cuyo escritorio hay, según parece,una vacante de tenedor.

OROZCO.- Sí que la hay; pero no seré yoquien le recomiende...

AUGUSTA.- (con gracejo.) Tomás de mi vida,no te me hagas el feroz tirano.

OROZCO.- ¡Pero hija de mi alma, si ya herecomendado a tres... a tres!

INFANTE.- Yo, no sólo prometí hablar coninterés al amigo Orozco, sino que invité a San-tana a que viniera a verle...

OROZCO.- Ángel de Dios, ¿le parece a ustedque no tengo ya bastantes jaquecas?

INFANTE.- Es que yo quiero que conozcausted a este rey de las hormigas.

OROZCO.- ¿Para qué, si no puedo hacer na-da por él? Dígale usted que no se moleste.

INFANTE.- Ya será tarde; porque, o muchome engaño, o ese es de los que obran rápida-mente, y detestan el mañana. Hoy le tendrá us-ted aquí.

OROZCO.- (benévolamente.) Mi casa es unhospicio, y no puedo verme libre de postulan-tes, que me marean pidiéndome lo que darlesno puedo: este una credencial, el otro una fian-za, aquél dinero para salir de un apuro, el de

más allá ropas usadas; y no falta quien me pidabilletes de teatro, o una recomendación paraobtener la cruz de Beneficencia. La suerte míaes que cantando se vienen y cantando se van.

MALIBRÁN.- Amigo mío, aunque usted seempeñe en desacreditarse, no lo conseguirá.

AUGUSTA.- (a su marido.) Hijo, en este caso,has de desmentir tu fiereza, tu crueldad y tutacañería, recibiendo bien al pobre Santana, yprocurándole el destino en casa de Trujillo. Lonecesita para casarse. De ti depende la venturade esa familia en ciernes. ¡Casarse así, con todaslas ilusiones del amor, y con esas ansias de tra-bajar, previendo los hijitos que habrá de man-tener! Estos son los seres verdaderamente pro-videnciales, los que aumentan la raza humana,los que hacen poderosas y ricas a las naciones.Verán ustedes cómo Clotilde se carga de fami-lia en pocos años, y cómo ese marido modelogana para mantener el pico a toda la prole.

INFANTE.- ¡Vaya que tiene un gancho esejoven! Me decía: «Si no consigo la plaza de te-nedor de libros o la de oficial quinto, me pasarélas mañanas vendiendo tomates o pimientos encualquier plazuela. Trescientas sesenta y cincomañanas dan mucho de sí».

VILLALONGA.- (con vehemencia.) ¿Ese...ese?... Le hemos de ver firmando letras de cam-bio por miles de miles.

AUGUSTA.- (con entusiasmo.) Amparémosleentre todos. Juremos ampararle. Es el hombredel porvenir, y todos los presentes están en eldeber de prestar apoyo al que les da esta lec-ción de arte de la vida.

VILLALONGA.- Acepto la lección, y admiroa ese tipo, por lo mismo que es el reverso de mimedalla, mi revés moral.

OROZCO.- Ese es de los que no necesitanayuda de nadie. Su propio instinto y su acome-tividad social le abrirán camino.

MALIBRÁN.- Protejámosle, lo que quieredecir que le proteja Orozco en nombre de to-dos. Usted lo favorece, y él nos lo agradecerá alos demás.

Sirven el café.

UN CRIADO.- Un joven está ahí, que pre-gunta por el señor.

TODOS.- Él, él es.

INFANTE.- ¿Delgadito, mal color, ojos ne-gros, el pelo al rape, gabán muy viejo?

CRIADO.- El mismo.

OROZCO.- (un poco molesto.) ¡Que todos losmoscones de Madrid han de caer sobre mí!

AUGUSTA.- (al criado.) Dile que pase al des-pacho. El señor le recibirá... (A su marido.) Ea,fastídiate, corazón de granito.

OROZCO.- (fingiendo buen humor.) Como re-cibirle, sí... ¡Pobre tonto! No es cosa de ponerleen la calle. Pero se irá como ha venido. (PorInfante.) Este, este métome-en-todo es quien meha echado el mochuelo.

INFANTE.- Yo no. Recuerdo muy bien quele dije: «Vaya usted mañana»; pero ese es de losque no padecen la enfermedad española delmañana; profesa la teoría de que mañana quieredecir hoy.

VILLALONGA.- ¡Hoy! Dichoso el que sabeagarrarse al hoy antes que pase, porque ese lle-gará primero que los demás.

MALIBRÁN.- Y encontrando los mejores si-tios desocupados, se apoderará de ellos.

AUGUSTA.- No le dejes ir sin esperanzas.Hazlo por mí, por todos los presentes, que to-mamos al gran Santanita, al futuro millonario,bajo nuestra alta protección.

OROZCO.- (sonriendo.) Esperanzas sí; todaslas que quiera, pero realidades no podrá sacarde mí. Me sacudiré la mosca... No sé qué sefiguran... Francamente, es cosa de traer a casauna pareja de Orden Público. Yo aseguro a us-tedes que este impertinente no volverá más poraquí. (Toma el café de un sorbo y sale.)

Escena V

Los mismos, menos OROZCO.

AUGUSTA.- ¿Pero ustedes se han creído quele va a echar a cajas destempladas?

MALIBRÁN.- ¡Cómo he de creer yo tal cosa!Felicitemos a nuestro protegido, porque le estácayendo el maná.

AUGUSTA.- Si Tomás dice que no hace na-da por él, no le lleven ustedes la contraria. Fin-jan, más bien, creer que le ha echado por la es-calera abajo. I promesi sposi están de enhorabue-na. No les faltará pan para sus hijitos, y segu-ramente tendrán uno cada año, porque estosmatrimonios ilusionados, que se afanan por elnido antes de tenerlo, son horriblemente fecun-dos.

MALIBRÁN.- Lo que a mí se me ocurre, se-ñora mía, es que con estas filantropías van us-tedes a perder a uno de los amigos más leales yconsecuentes. Federico, cegado por la soberbia,dirá: «El amigo de mis enemigos es mi enemi-go».

AUGUSTA.- Una cosa es decirlo y otra...¡Ay!, ante la soberanía de los hechos, no hayorgullo que no se rinda tarde o temprano... Estaes mi opinión. Y por mi parte he de hacer losimposibles por que Federico se reconcilie consu hermana. No es mal sermón el que le esperaesta noche, si parece por aquí.

VILLALONGA.- No le reducirá usted consermones. Está fuera de sí. Anoche creí que mepegaba, porque se me antojó disculpar a Clotil-de.

MALIBRÁN.- Corazón fiero, orgullo indo-mable, ideas anticuadas y consistentes, de esasque desafían con su firmeza el empuje de la

opinión vulgar; ideas macizas, que serían muybuenas en una época de acción y de unidad;pero que se vuelven ineficaces y hasta ridículasen una época de inestabilidad, de polémicas yde dudas.

AUGUSTA.- ¡Cuando digo que estamos hoymuy sabios!...

MALIBRÁN.- No lo puedo remediar. Mipedantería es hija de los desengaños, que mehan obligado a estudiar la vida. Compadézca-me usted en vez de zaherirme por lo que sé. Ysé más, (con fineza de dicción y de intención) mu-cho más de lo que usted cree.

AUGUSTA.- No, si yo no he puesto límitesni fronteras a su sabiduría. Es que, francamen-te, me pareció que había examinado usted conbuena crítica las ideas de Federico.

MALIBRÁN.- De quien nada ofensivo dije.Conste. No hay motivo, pues, para que usted sealtere.

AUGUSTA.- (ligeramente desconcertada.)¡Yo!... ¡Alterarme yo!

MALIBRÁN.- Un poquitín, aun antes de queyo completara mi juicio. Me faltaba añadir quede su mismo orgullo, de su susceptibilidad ex-trema y de la pugna entre sus ideas y sus me-dios sociales, nacen los hábitos de envilecimien-to que a pesar suyo le dominan, y que son sudesgracia irremediable y su problema insolu-ble.

AUGUSTA.- (devorando su ira.) Todas esascosas, ¿por qué no se las cuenta usted a él?

INFANTE.- (con sequedad.) Habla usted dehábitos de envilecimiento, y me parece que nose ha fijado usted en la significación de la pala-

bra. De otro modo, haría mal en sostenerla. Yoafirmo que Federico es un caballero.

MALIBRÁN.- (rectificando.) No lo he dudadonunca... Esos hábitos, que todo el mundo cono-ce, deben de ser calificados quizás de un modomás suave, tratándose de un amigo. Emplea-remos otra palabra.

AUGUSTA.- Mejor sería no haberla pronun-ciado.

MALIBRÁN.- No fue mi intención ofender-le.

INFANTE.- (para sí.) Decididamente, el ita-liano este es de una blandura fenomenal. Noentra, no entra, por más que se le pongan picashasta el hueso.

AUGUSTA.- Vamos, usted quiso decir queFederico no es caballero.

INFANTE.- (para sí.) ¡Qué bien me le capeaesta!... pero no entra... Cada vez más huido.

MALIBRÁN.- Perdone usted, amiga mía.Jamás califico yo acerbamente a una personacon quien me une amistad. (Para sí.) ¿Quieresuna estocada? Pues allá va. (Alto.) Lo que yoquise decir es que caballerosidad y necesidadrara vez se llevan bien. ¡Ay de aquel en quienestos dos estímulos se reúnen! En público sonmuy difíciles de conciliar, y sólo en la esferaprivada pueden algunos armonizarlos. En elmisterio, en los escondites que labran el miedoy la prudencia, se hacen cosas que, a la clara luzdel día, son condenadas con cierto énfasis. Haydos esferas o mundos en la sociedad: el visibley el invisible, y rara es la persona que no des-empeña un papel distinto en cada uno de ellos.Todos tenemos nuestros dos mundos, todoslabramos nuestra esfera oculta, donde desmen-timos el carácter y las virtudes que nos infor-man en la vida oficial y descubierta.

AUGUSTA.- (vivamente.) Perdone usted, Ma-librán; todos no: la tendrá usted; pero eso detodos es un poco fuerte. (Para sí, con ira disimu-lada.) ¿No habría quien le parara los pies a estemajadero?...

MALIBRÁN.- (para sí.) Vuelve por otra. (Selevanta.)

AUGUSTA.- Pero qué, ¿nos deja usted ya?

MALIBRÁN.- Ya debiera estar en el Ministe-rio.

AUGUSTA.- No me acordaba... (Irónicamen-te.) Es tan grata su compañía, y nos adormecede tal modo el encanto de su conversación, queolvidamos lo necesaria que es su presencia en elMinisterio para que marchen bien los asuntosexteriores.

MALIBRÁN.- (para sí.) Búrlate todo lo quequieras. Ya me la pagarás.

AUGUSTA.- (estrechándole la mano.) Váyaseusted prontito. No le retengo, no quiero tener laresponsabilidad de una catástrofe europea.

MALIBRÁN.- Tema usted las domésticas, nolas internacionales. Y cuando se dispare el pri-mer cañonazo, avise usted a los buenos amigos.¿Llamar, eh?

VILLALONGA.- Dos toques y repique.(Dándole la mano.) Adiós, diplomático. Memo-rias al Marqués de Salisbury.

MALIBRÁN.- De tu parte. Adiós, Infante.(Vase.)

Escena VI

Los mismos, OROZCO.

OROZCO.- (entrando, con semblante risueño.)Vamos, le despaché... Se va el pobrecillo muydescorazonado. Pero yo ¿qué le he de hacer?Pues sólo faltaba que...

AUGUSTA.- (con gracejo.) Eso es: fuertecillo.¡Qué genio vas echando, hijo de mi alma!

OROZCO.- Lo siento; pero no he podidodarle ni esperanzas siquiera.

AUGUSTA.- Sí, te lo conozco en la cara.

VILLALONGA.- Su cara revela satisfacción.

INFANTE.- La satisfacción de las malas ac-ciones.

OROZCO.- Ni buenas ni malas.

AUGUSTA.- (en voz baja a Infante.) ¿Pero túle crees?

INFANTE.- ¿Qué le hemos de creer? Para míSantanita se ha puesto las botas.

VILLALONGA.- Permítame usted, amigoOrozco, que no dé crédito a su modestia. Lomismo nos dijo usted el otro día, cuando vino aimportunarle aquel vejete arruinado de la PlazaMayor, y después supimos que a la calladita lepuso usted una tienda nueva, un comercio degorras.

OROZCO.- (excitado.) ¿Quién ha dicho eso?¡Es calumnia!

VILLALONGA.- ¡Calumnia!

OROZCO.- (dominándose y riendo.) El que taldiga falta a la verdad. ¿Con que de gorras, eh?Tiene gracia.

AUGUSTA.- (hace señas a Villalonga para quese calle.) ¡Eh!, chitón, indiscreto.

INFANTE.- Son voces que hace correr la ma-ledicencia.

AUGUSTA.- No se hable más de eso. En re-sumidas cuentas, puesto que tú no quieres pro-teger al rey de las hormigas, le echaremos noso-tros un cable.

OROZCO.- ¡Bueno estoy yo para proteccio-nes! ¿Quién me defenderá a mí de la fiera queme amenaza hoy, y que no tardará en presen-tarse?

INFANTE.- Ya sé quién es. Joaquín Viera, elpapá de Federico, que llegó anoche.

VILLALONGA.- ¡Demonio! Cuidado conese, que es el primer sable de América... y deEuropa.

INFANTE.- ¿Quiere usted que le recibamosVillalonga y yo, y le paremos la estocada?

AUGUSTA.- (con viveza.) Eso sería lo mejor.Si, sí, Tomás, que le reciban estos y le ponganlas peras a cuarto.

OROZCO.- No puede ser. A ese maestro demaestros, no le sabe parar nadie más que yo.Dejádmele a mí.

AUGUSTA.- Hijo de mi vida, tiemblo por ti;temo a tu bondad, a tu miedo al escándalo.

OROZCO.- ¡Quia! Que escandalice todo loque quiera. No sé qué lío se traerá. Ya lo vere-mos.

AUGUSTA.- Estoy en ascuas. No tendrétranquilidad hasta que no le vea salir de casa.¿A qué hora viene?

OROZCO.- A las tres. (Hablan aparte Orozco yVillalonga.)

AUGUSTA.- Faltan diez minutos. Siento es-calofríos.

INFANTE.- ¿Te pones mala?

AUGUSTA.- Creo que sí, y si la visita se pro-longa, quizás... Me bullen en la cabeza presen-timientos de no sé qué desdicha.

INFANTE.- Si no sales a paseo, te acompa-ñaré en casa.

AUGUSTA.- No, no salgo. Pero no meacompañes; te aburrirías. Tengo muy malhumor esta tarde.

INFANTE.- Yo lo tengo pésimo. Si dos nega-ciones afirman, de dos displicencias puede salirun rato de agradable entretenimiento.

AUGUSTA.- No; de dos displicencias que sefunden, sale de seguro la hora negra, la hora dela contradicción y del tirarse los trastos a lacabeza. Hoy es un día en que me peleo yo con

el lucero del alba, a poco que me exciten. Que-rido Manolo, si aprecias mi amistad, echa acorrer y no aportes por acá hasta la noche.

INFANTE.- Se me figura que Malibrán te hapuesto de mal humor.

AUGUSTA.- (fingiendo tranquilidad.) A mí,no. Estoy acostumbrada a sus tonterías, y laoigo como si leyera los chascarrillos de la sec-ción amena de un periódico.

INFANTE.- Mucho cuidado con él.

AUGUSTA.- Ya lo tengo... ¡ah!, vaya si lotengo. Con que, Infantito de mi vida, ¿me quie-res hacer un favor? Te lo agradeceré mucho.

INFANTE.- Pide por esa boca.

AUGUSTA.- (con zalamería.) Que te marches,y perdona la grosería. Quiero estar sola con mimarido.

INFANTE.- El egoísmo matrimonial es talvez el más respetable. Me sacrifico, hija, mesacrifico a tu deseo, y te ofrezco mi ausenciacomo el más fino de los homenajes. (Le estrechala mano.)

AUGUSTA.- Oye, Infantito mío: para que tufineza sea colmada, y yo tenga algo que añadira la gratitud que te debo, llévate a Villalonga.

INFANTE.- Si no quiere irse por su pie, me lellevaré a cuestas.

AUGUSTA.- Gracias. Vales un imperio.

INFANTE.- (a Villalonga.) Eso es, entreténga-se usted charlando, y la comisión de reformadel catastro sin poderse reunir por falta de vo-cales.

VILLALONGA.- Tiene usted razón. Vamosallá. (A Augusta.) Patrona, ¿será usted tan bue-na que me deje marchar?

AUGUSTA.- No debiera hacerlo. Por migusto le pondría a usted habitación en esta ca-sa, y no le permitiría salir sino para dar un cor-to paseíto higiénico... Pero como se trata delcatastro, que es una cosa muy buena, no quieroque me llamen rémora, no debo ser obstáculo alos progresos de la administración, y le doy austed permiso para que se largue con vientofresco, cuanto más pronto mejor. (Villalonga eInfante se despiden de Augusta. Un criado entra yhabla en voz baja con Orozco.)

AUGUSTA.- Ya está ahí. Tenemos el cometaen casa. Tomás, por Dios, mucho pulso. Con-tente. Pon frenos y más frenos a tu bondad.Trátale como merece. (Para sí.) ¡Dios mío, quéintranquila estoy, y qué extraños, qué indefini-bles temores me acechan en las revueltas de miconciencia!

Escena VII

Despacho en casa de Orozco.

OROZCO, JOAQUÍN VIERA.

VIERA.- (abrazándole con efusión.) ¡Tomás demi alma...!

OROZCO.- Joaquín.

VIERA.- ¿De salud bien? ¿Y tu mu-jer?¡Siempre tan guapa, tan buena...! Lástimaque no tengáis hijos. La felicidad parece que noes completa en el matrimonio, cuando no hayfamilia menuda que lo alegre, lo adorne y losantifique. Pero aún puede ser que... Sois muyjóvenes... ¡Qué placer me causa verte! Te conocí

niño, después mozo, hombre por fin; y las afec-ciones primeras se renuevan en el alma cuandoenvejecemos. Tu padre y yo, más que amigos,fuimos hermanos, y a ti te he mirado siemprecomo hijo. Abrázame otra vez. Sé que no metienes gran afecto; mas no por eso te retiro elmío, y me sirve de consuelo el corresponder atu tibieza con el ardor de mi cariño. Yo soy así.

OROZCO.- Gracias. ¿Y qué es de la vida deusted...?

VIERA.- Hijo mío, mi vida es la continuaprivación de los bienes que apetece mi alma.Nada más conforme a mi carácter que la estabi-lidad. Pues heme aquí privado de los goces delhogar, errante por naciones extranjeras, sin oírla voz de un ser amado, sin ver el rostro de unapersona de mi sangre y de mi raza. ¡Qué sino elmío, Tomás! Tres grandes atractivos tiene laexistencia para un hombre de mi temple y misinclinaciones: la familia en primer término;después la tierra, o sea la propiedad; después

los libros, o sea el estudio y la contemplaciónde la Naturaleza. (Con ternura y acento firme.) Miideal de vida sería este: mis hijos conmigo; de-bajo de mis pies, un triste pedazo de suelo quecultivar, sin ambición, ni envidioso ni envidia-do; y como solaz, media docena de libros bue-nos. Créelo, estos son los únicos bienes apeteci-bles y además las únicas amistades fecundas yverdaderas: la familia, manantial de goces infi-nitos, la tierra que te devuelve generosa loscuidados que pones en ella, y el libro sano yameno, que te deleita, te calma y te instruye.Pues nada de esto me concede Dios a mí. Sinduda me priva de lo que más amo, para con-cedérmelo en otro mundo mejor.

OROZCO.- Si los hechos correspondieran alas intenciones o a las palabras, no dudo quetendría usted todo eso que desea.

VIERA.- ¡Los hechos, los hechos! ¿Sabes túlo que has dicho? ¡Los hechos! Eres feliz; here-daste una gran fortuna; te viste encarrilado

desde la niñez en la vida regular, y andas aúncon la velocidad que te imprimieron. Todo loencuentras llano, fácil... Los hechos son para tiuna serie de movimientos maquinales, instinti-vos. Para los que se impulsan a sí propios, loshechos son el movimiento externo, los encon-tronazos, las sinuosidades del camino, pues delos obstáculos mismos hay que valerse para darun paso. Mis hechos, Tomás querido, no sonmíos, y es injusticia juzgar estas cosas aislada-mente. Aprécialas en conjunto, abarca de unamirada el mecanismo social, y fíjate en la posi-ción que tenemos en él los desheredados de lafortuna. Es preciso que todos vivamos, Tomás:no se ha hecho el mundo sólo para que lo dis-fruten los capitalistas. Has visto en mí accionesque te desagradan. ¿Pero tú, talento superior,alma elevada, aplicas a todos los casos la moralcominera y menuda? No, hijo mío, a ti te co-rresponde medir con la gran regla. Lo harías sintrabajo, si te hubieras formado en la adversi-dad; pero tu talento debe suplir la experiencia,

que te falta. No me juzgues, por Dios, con elcriterio del vulgo necio. Tú no eres vulgo,Tomás, ni la serás nunca, aunque vivas en laatmósfera creada por él.

OROZCO.- (con benevolencia.) ¡Lástima queese gran ingenio no se emplee mejor! Sueleofrecernos la humanidad este contraste, y esque la gente ordenada se cae de sosa, y los tra-viesos y desarreglados tienen toda la sal deDios. Sin duda, la vida aventurera, de arbitriossutiles y de combinaciones muy calculadas,fomenta en los hombres el donaire. No sé siDios tendrá dispuesto que la bohemia y loscaracteres picarescos desaparezcan al fin con laaplicación completa de la disciplina moral. Siasí fuera, ¡qué lástima!, porque lo picarescoparece un elemento indispensable en el orga-nismo humano.

VIERA.- Sí, sí; es preciso que haya de todo,querido, y cree que el mundo no ha de variargran cosa en sus aspectos generales, por mucho

que lo pulimente el saber de los hombres, y esoque los periódicos llaman conquistas de la civi-lización. La diversidad de medios de vivir hade corresponder siempre a la variedad y mu-chedumbre de caracteres y de móviles. (Conagudeza.) Si la moral de los catecismos llegara aimperar en absoluto, y se acabaran la bohemiay la raza picaresca, como tú has dicho, el mun-do sería insoportable de insulsez. En tal caso, lahumanidad, harta de sí misma, se suicidaría, nopor individuos, sino por naciones; emplearían-se cantidades enormes de dinamita para volarcontinentes enteros; nos aborreceríamos porpueblos y por castas; nos cargaríamos tanto,que nuestras guerras serían mil veces más fero-ces que las de los tiempos primitivos.

OROZCO.- (riendo.) Original, graciosísimo.Pero no perdamos tiempo, Joaquín, y sepamosel objeto de su visita y de su viaje que, segúnparece, son uno mismo.

VIERA.- (con emoción, estrechándole las ma-nos.) Mucho me duele que todas mis aproxima-ciones a ti tengan siempre un objeto... poco gra-to, al menos en apariencia. No puedes figurartela pena que esto me causa.

OROZCO.- (con serenidad.) No se apure us-ted, y vea cuán tranquilo estoy. Si he de serfranco, sus arranques de sensibilidad no meconmueven. Los miro como un medio de insi-nuación, lo mismo que sus alardes de ingenio.

VIERA.- (bajando los ojos.) ¡Oh!, no, te lo juro.Cree que siento en este instante una pena...

OROZCO.- ¿Por qué?

VIERA.- Por lo desagradable del asunto queaquí me trae... Pero no creas; también yo, conauxilio de mi razón, sé rehacerme y quitar a lapena o todo fundamento lógico, poniendo elacto este en su verdadero terreno. Vamos a ver,si yo te asegurase que el asunto que aquí me

trae, me parece, cuando pienso mucho en él,que envuelve un vivo interés hacia ti, ¿qué di-rías?

OROZCO.- (riendo.) Pues diría que me pare-ce una cosa muy rara, y que sería preciso queme lo probara usted para creerlo.

VIERA.- Te lo probaré si tú me ayudas contu buen juicio y tu manera amplia de ver lascosas. El criterio vulgar diría que yo vengo amolestarte. Si tú no fueras quien eres, lo creer-ías así. Siendo Tomás Orozco, no lo puedescreer.

OROZCO.- Para que yo forme juicio, loprincipal es que sepa claramente de qué se tra-ta.

VIERA.- Paciencia, amigo mío, paciencia.Eres un hombre superior. Si yo no lo supierapor mi observación directa, lo sabría por la fa-ma de que gozas. (Enfáticamente.) Inteligencia

clara, puntos de vista elevados, conocimientode la realidad, ideas tolerantes; además, grancorazón, abierto siempre a la indulgencia y a lapiedad, honradez a toda prueba, sentimientovivo del decoro y de la posición; aptitud grandepara ver lo íntimo de las cosas...

OROZCO.- (interrumpiéndole.) Basta, bastade incienso.

VIERA.- Concluyo... ya sé que el incienso teasfixia. Lo empleo como argumento para decir-te que siendo tú quien eres, la conciencia máspura que hay bajo el sol, no has de tolerar nadacontrario a la ley, ni has de convertir en prove-cho tuyo la propiedad ajena; en suma, que hasde tener a gala y orgullo el devolver a sus ver-daderos poseedores lo que ilegítimamente, porolvido o negligencia, no por malicia, está en tupoder.

OROZCO.- (agriamente.) ¿Y qué es eso queno me pertenece, y que yo retengo en mi po-der? Sepámoslo.

VIERA.- (con la mano sobre el pecho.) ¿Dudasde mi palabra?

OROZCO.- ¿Pues no he de dudar?

VIERA.- Pues mi palabra sola te ha de con-vencer, sin necesidad de apelar a la prueba le-gal. Quiero darme el gusto de que te persuadaspor lo que yo te diga, porque tus dudas acercade mi lealtad me lastiman profundamente.Escúchame. ¿Te acuerdas de las obligaciones deProctor y Barry?

OROZCO.- (reconcentrando sus ideas.) Sí queme acuerdo. Todas fueron canceladas, partehace diez años, parte hace cinco. Sobre esto notengo duda.

VIERA.- Todas menos una, Tomás; aguza lamemoria. No se diga que estoy más enteradode tus asuntos que tú mismo.

OROZCO.- Menos una, es cierto, que habíasido reservada por el viejo Proctor para su hijamayor, la cual tenía, además, una póliza deseguro en la Humanitaria. Y la obligación esa,que no se presentó en tiempo oportuno, se li-quidó después, al liquidar la póliza... Espereusted, a ver si recuerdo bien. (Confuso.) ¡Ah!, laliquidamos cuando murió la hija de Proctor,allá en...

VIERA.- En Bombay. Pero no fue como túdices, Tomás de mi vida; haz memoria... no fueasí. Liquidasteis la póliza; pero la obligación,que era de las de ocho mil libras, quedó pen-diente, por no encontrarse el documento origi-nal. Se hizo una información, que no resultóclara, y el asunto quedó en tal estado. Los Proc-tor murieron todos en una serie de catástrofes ydesgracias de familia. ¿No lo recuerdas? Wig-

ham, afectado de locura, se tiró al mar en latravesía de Boulogne a Folkstone; Guillermo,falleció de la disentería en Nueva Zelanda; Isa-ac, pereció en un naufragio...

OROZCO.- Sí, todo lo recuerdo, y la herma-na murió a consecuencia de haberse tragado unhuesecillo de ave.

VIERA.- Sólo queda Benjamín, que ha reco-gido a los hijos de Adelaida Proctor.

OROZCO.- ¿Y ese Benjamín es el que descu-brió la obligación trasconejada?

VIERA.- Cierto.

OROZCO.- Comprendido. A ver... Venga.(Con impaciencia.) Quiero ver qué trazas tieneese documento.

VIERA.- (flemático.) Aguárdate un poco. De-seo prevenir todas tus suspicacias. Como nopodrás dudar de la autenticidad del documen-

to, me vas a decir que ha prescripto; pero yo teprobaré que no.

OROZCO.- Seguramente ha prescripto. Nohabiéndose presentado en el arreglo de 1874...

VIERA.- Veo que tu memoria es flaca, que-rido Tomás, y que además, por querer contra-decirme, incurres en graves errores, de los cua-les tu clara inteligencia saldrá sin esfuerzo, apoco que yo te ilumine. Recuerda el caso aquel,bastante parecido a este, en que creíamos todosque la obligación del Banco de Navarra habíaprescripto, y el Tribunal Supremo declaró queel plazo de prescripción de estas obligacionesno podía depender de los plazos de arreglo quefijaran los liquidadores de la Humanitaria. Esesto cierto, ¿sí o no?

OROZCO.- (meditabundo.) Cierto es; peroenséñeme usted...

VIERA.- (sacando un papel.) Ahí está. Examí-nalo con la prolijidad que quieras. (MientrasOrozco examina con profunda atención el documen-to presentado por Viera, este se levanta, y con lasmanos en los bolsillos se pasea por la habitación,hablando para sí.) A ver por qué registro salesahora, jesuitón, cuákero de mil demonios. Estáscogido. La red es hermosa, y admirablementetejida con hilos legales; y por más que la bus-ques no encontrarás malla rota para escabullir-te. (En alta voz.) ¿Qué piensas de eso? ¿Cabe enti la sospecha o el recelo de que la obligaciónpueda ser falsa?

OROZCO.- No; es legítima.

VIERA.- Luego, yo no soy un falsario, que-rido Tomás. Devuélveme tu estimación, por-que... dilo con franqueza... cuando te anunciémi visita, pensaste que yo te armaba algunatrampa como esas que se estudian en los presi-dios, y que se llaman entierros.

OROZCO.- No pensé eso, aunque sí una co-sa semejante.

VIERA.- (suspirando.) Estoy en desgraciacontigo. Con todo, acabarás por reconocer queeste acto entraña un profundo interés hacia ti.(Orozco hace un gesto de asombro.) No, no hayque asustarse de lo que digo, ni tratarme comoa un loco que trastorna el sentido de los con-ceptos. Con la mayor entereza y sinceridad delmundo, digo y repito que este paso que doy,más debe ser por ti agradecido que vituperado.Tomás, te estoy haciendo un notable servicio enla ocasión presente. (Con gravedad suma.) Esteviaje mío, y la presentación del documento queacredita una deuda sagrada, son prueba clarí-sima de amistad y de la parte que tienes en misafectos, porque obrando así, te ahorro mil dis-gustos, y te facilito la solución de lo que podíaocasionarte un grave conflicto.

OROZCO.- (irónicamente.) Gracias, gracias...Me enternece tamaña bondad. No le creí a us-ted tan magnánimo, amigo Viera.

VIERA.- (con afectada resignación.) Júzgamecomo se te antoje.

OROZCO.- ¿Cuánto tiempo ha empleadousted en Londres, preparando este negocio? Ypara lanzarse a perseguir la obligación perdida,¿vino usted de New-York a Inglaterra hace tresmeses? ¿Por cuánto la ha vendido BenjamínProctor?

VIERA.- (secamente.) No la he comprado.Tengo poderes del poseedor para gestionar elpago... ¿quieres verlos?... y para proponerte unarreglo que te facilite la cancelación.

OROZCO.- La deuda es legal: yo no lo nie-go; pero surge la duda de que esta obligaciónesté comprendida en el arreglo que se hizo en1874. La cuestión no resulta tan clara como us-

ted supone. Es, por lo menos, discutible el de-recho de Benjamín Proctor a realizar este crédi-to.

VIERA.- Él lo juzga clarísimo, y quería, des-de luego, ponerte en un aprieto, planteando lacuestión jurídica. Yo, que te conozco y sé tuhorror a la curia y al papel sellado, quise pres-tarte un servicio, y propuse a Benjamín intentardirectamente un arreglo amistoso. Discutimosel caso, hícele ver las dificultades y dispendiosde un pleito en España, le ponderé tu carácterconciliador, inclinado siempre a la justicia, ypor fin convino en contentarse con la mitad,cuarenta mil libras, al contado... Te juro, amigode mi alma, que he puesto de mi parte, en esteasunto, una desinteresada adhesión a tu perso-na y una defensa leal de tus intereses, pues lacomisión que me da Proctor, en caso de éxito,apenas me basta para los gastos de viaje. Ahoraresuelve tú. (Se sienta.)

OROZCO.- (levantándose, entrega la obligacióna Viera.) Tome usted su papel.

VIERA.- ¿Qué decides?

OROZCO.- (con frialdad y aplomo.) Decido...no pagar.

VIERA.- ¿No reconoces la legalidad de ladeuda?

OROZCO.- La reconozco; pero la declaroprescripta.

VIERA.- (desconcertado.) Reflexiona, Tomás;no te arrebates... Piensa en la sentencia aquelladel Supremo. Benjamín pleiteará, y te verásmetido en un lío espantoso, y perderás con cos-tas.

OROZCO.- (paseándose y mirando al suelo.) Loveremos. La cuestión es muy problemática,pues podremos sostener que la sentencia del

Supremo sólo comprendía las obligaciones dela serie D.

VIERA.- (clavándole la mirada.) Eso no puedesostenerse, Tomás; eso es absurdo. Reconoce lalealtad de la intención con que me presento a ti,y confórmate con el arreglo que te propongo.

OROZCO.- No quiero. (Plantándose ante él, yresistiendo con fría tranquilidad la penetrante mira-da de Viera.) Y voy a explicarle a usted la razónde esta resistencia que, según veo, le sorprendetanto. Es que me he cansado del papel de hom-bre recto y juicioso, que la opinión pública seha empeñado en hacerme representar. He vistoque la rectitud, practicada tan en absoluto, metrae más males que bienes. Y resulta una cosa,amigo Viera: antes que los atenienses se abu-rran de oír llamar justo a Arístides, el mismoArístides se ha cansado de serlo, y quiere igua-larse a los demás. Yo había dado en la manía deno ir con el vulgo, y ahora caigo en la cuenta deque se va mejor por el camino que traza la mu-

chedumbre. ¿Qué tal? Esta salida ha desconcer-tado al amigo Viera, al ingenioso arbitrista, alaventurero sagaz. (Con cruel humorismo.) ¡Ah!,usted no contaba con esta, ¿verdad?, dígalo confranqueza; usted fiaba en la decantada severi-dad de mis principios, en esa fama que me handado algunos tontos, la cual ha venido a car-garme tanto, pero tanto, que me propongo noperdonar ocasión de desmentirla.

VIEIRA.- (para sí, confuso y atortolado.) ¿Peroeste hombre se está burlando de mí, o qué esesto? (Alto.) Juraría que tu cerebro no está enperfecto estado de equilibrio.

OROZCO.- (volviendo a pasear sin agitación, aratos deteniéndose ante el otro.) Con el pensa-miento me será muy fácil transportarme alánimo del astuto Viera, y reproducir la serie dejuicios que han determinado este acto. Vamos aver: usted entendió que el amigo Orozco era unardiente puritano, capaz de dejarse desollarvivo antes que retener un maravedí que no le

perteneciese, y se dijo: «Este es el hombre queme conviene a mí. Compro la obligación poruna bicoca, y de fijo no vacilarán en dármela,porque la cuestión es compleja y obscura, y losingleses pasan por todo antes que pleitear enEspaña; me presento con mis papeles en regla;el hombre se asusta; la conciencia se sobreponeen él al interés; su inflexible noción del derechohace mi negocio; cobro a toca-teja, y hastaotra». ¿Es este, sí o no, el verídico proceso de laintención y las ideas de usted?

VIERA.- (redoblando su astucia.) Te veo cie-gamente entregado a tu imaginación, queridoTomás, y cuanto has dicho es una fantasía loca.En mí no hubo ni hay más intento que el deservirte y ahorrarte penas y dinero.

OROZCO.- Pues ahora resulta que el virtuo-so y rígido, el hombre de conciencia intachableno existe más que en la infundada creencia delos tontos que han querido suponerle así; resul-ta que Orozco es como todos los que le rodean,

ni perverso, ni tampoco santo; que desea man-tenerse en el justo medio entre la tontería delbien absoluto y el egoísmo brutal de otros queno quiere dejarse explotar, sosteniendo el dere-cho estricto y la moral pura en cuestiones deintereses; que defiende su peculio, hasta dondepueda, con el criterio de la mayoría de loshombres de negocios; de todo lo cual resultatambién que al trapisonda que me escucha le hasalido el tiro por la culata, y que por esta vez sumaniobra ha sido un verdadero fracaso.

VIERA.- (tragando saliva.) Tú harás lo quegustes, y podrás sostener, en lo referente a pagode deudas, ese criterio tan distinto de tus ideasde toda la vida, y que no es, por más que digas,el criterio de la mayoría de los hombres de ne-gocios. Yo he cumplido contigo. Fracasadas misgestiones conciliadoras, te entenderás con Ben-jamín Proctor, que inmediatamente entablará laacción contra ti.

OROZCO.- (resueltamente.) Ese señor hará loque le acomode, y yo también, y si quiere plei-tear, que pleitee, pues el asunto no es claro nimucho menos.

Escena VIII

Los mismos, AUGUSTA, que entreabre cautelo-samente la puerta del foro y permanece indecisa

escuchando, sin atreverse a entrar.

AUGUSTA.- (para sí.) Mi marido alza la voz.No puedo vencer mi curiosidad. ¿Entraré? Nome atrevo. Parece que el cometa lleva la peorparte, y que no se sale con la suya. Su cara reve-

la contrariedad, la rabia del reptil que se sientepisado.

VIERA.- (con sofocada ira.) ¡Ay! Mi situaciónes sumamente penosa, pues si tú no fuerasquien eres, un amigo de toda la vida, casi unhijo para mí, yo te diría lo que pienso acerca deesa singular manera de entender el derecho, yde apreciar la oportunidad para el pago de de-udas sagradas.

OROZCO.- Es lo que me faltaba, que ustedme diese lecciones de conducta.

VIERA.- Me vería obligado a dártelas si nocayeras pronto en la cuenta del daño que tehaces a ti mismo. Yo espero que serás razona-ble, Tomás, y que no consentirás que yo vayaahora a Benjamín Proctor y le diga: «aquelhombre a quien creíamos la conciencia máspura del mundo es un negociante vulgar, quese aprovecha de las obscuridades de la ley, y seapoya en los embrollos de la curia para no pa-

gar. E a él hay más astucia que virtud, y tienetodas las marrullerías de un tendero insolventeo de un zurupeto intrigante». Y a pesar mío,habré de ayudar a tu acreedor a apretarte lasclavijas, porque no puedo negarme a poner alservicio de la justicia mi conocimiento de lacuria española y de cómo se llevan aquí losnegocios de cierta clase.

OROZCO.- Muy bien. Póngase usted al ser-vicio de Benjamín, y ármeme todas las trampascurialescas que quiera. Todavía, si se me antoja,seré yo capaz de cancelar la obligación por unacantidad doble de lo que dio usted por ella...

VIERA.- ¿Ya vienes con miserias? Tomás,me ofendes con proposición tan humillante. Meequivoqué al suponerte prendas extraordina-rias; no quisiera equivocarme también, tenién-dote por generoso y viendo la mezquindad conque le regateas a este infeliz un pedazo de pan.Nada, no hay arreglo posible. Pleitearemos; túlo has querido. Si sobre quedar por los suelos y

echar al arroyo tu fama, tienes que pagar eltotal de la obligación, y de añadidura las costas,no me culpes a mí, que me propuse hacerte unfavor, y evitar el desdoro de tu nombre.

OROZCO.- Gracias... En pago de esa abne-gación, ¿sabe usted a lo que me hallo dispues-to? Pues muy sencillo. Si usted insiste en abu-rrirme y en amenazarme, yo, el hombre come-dido, el puritano, la conciencia recta y pura, notendré empacho de tomarme la justicia por micuenta, (parándose ante él y accionando sin afecta-ción y con flemática tranquilidad.) ni de romperlea usted el bautismo, así, muy sencillamente, alo santo, sin escándalo y como quien no hacenada.

AUGUSTA.- (para sí, con alegría.) Bien, muybien.

VIERA.- (levantándose, demudado.) Tomás. Nopuedo tolerar eso... No lo admito sino comobroma... una broma de mal género.

AUGUSTA.- (que avanza decidida, presentán-dose.) Y si hace falta otro guapo, aquí está.

VIERA.- (inclinándose con afectada etiqueta.)Augusta, señora mía... ¡Qué a tiempo llega us-ted, como enviada por el Cielo, para librarmede esta fiera que tiene usted por esposo...

AUGUSTA.- Aquí la fiera no es él...

VIERA.- (con servilismo, y como queriendoecharlo a broma.) Hija mía, si hasta se ha permi-tido amenazarme de palabra y de obra. ¡Québromas gasta este modelo de ciudadanos y es-pejo de maridos! No sabe usted bien cómo seha puesto. ¡Caramba! Todo por una mala inter-pretación de mis rectas intenciones... Por Dios...Sea usted juez de esta contienda, Augusta, us-ted, que es un ángel.

AUGUSTA.- ¿Juez yo? No he pensado entrarnunca en la magistratura.

VIERA.- ¡Ay! Horrible tortura es para míverme mal juzgado por personas a quienes tan-to quiero; por personas que son en mi ánimo loprimero del mundo, la crema, el cogollito de lahumanidad. (Aturdido y descompuesto.) Augusta,¿quiere usted que la entere del asunto que metrae aquí? Apuesto mi cabeza a que lo ha dejuzgar con más serenidad que su digno esposo,el cual ha sido hoy muy cruel con el compañeroy socio de su padre... ¿Le parece a usted quemerezco yo, el primer amigo de la casa, ser tra-tado como un...? No, Tomás, no es propio de tiensañarte con el débil. Tu misma superioridadte obligaba a la benevolencia.

OROZCO.- Evitemos discusiones. (Con des-agrado.) Todo lo que cabe decir sobre esto, di-cho está ya por una parte y otra. Se me hahecho una proposición, y yo no he querido ad-mitirla.

VIERA.- Augusta, intervenga usted con subuen juicio, con su templanza, con su apacible

y dulce trato, más propio de ángeles que demujeres. Si en ninguno de los dos encuentro laconsideración que creo merecer, si ambos merechazan con la misma dureza, sólo me restadecirles que aunque los dos se empeñen en ello,no conseguirán tener en mí un enemigo. Amigosoy y amigo seré siempre, y pruebas he de dar-les de mi cariño, superior a todas las injusticiasy desdenes. Yo tendré mis defectos; no quierohacer mi apología; pero nadie conoció en mí laingratitud. Yo no puedo olvidar que debo milatenciones a esta pareja feliz; no puedo olvidartampoco que mi hijo, que mi querido hijo, esmirado en esta casa como un miembro de lafamilia...

AUGUSTA.- (para sí, con sobresalto.) ¿Adónde irá a parar este tunante?

VIERA.- Los favores que el hijo merece des-agravian al padre... y me consuelo del mal tra-to, viendo que en él se deposita la confianzaque a mí se me niega.

AUGUSTA.- No habiendo semejanza en laconducta, no puede haberla en... lo demás.

OROZCO.- Tiene razón.

VIERA.- Augusta siempre la tiene. Es la pu-ra discreción, y yo acepto los juicios que se dig-ne formar de mí. Tomás, no debe ser implaca-ble con los débiles el hombre que ha recibido dela Providencia tantos beneficios. Yo quisierasaber si hay algún bien de los concedidos a lahumanidad que tú no disfrutes. Y el mayor detodos, el que remata y compendia todas tusfelicidades es esta perla, este galardón del Cie-lo, esta mujer incomparable que más parecesobrenatural que humana.

AUGUSTA.- Basta de flores... No me gustanfuera de tiempo.

VIERA.- Lo supongo. Si no fuera usted mo-desta, no sería lo que es. (Con refinada habilidad.)Tomás, la presencia de este ángel suaviza las

asperezas entre tú y yo. No me lo niegues. Tehas humanizado desde que ella entró.

OROZCO.- ¡Válganos Dios! Si no es eso... Mimujer, siempre que usted me hace alguna visi-ta, teme que yo le reciba con demasiada bene-volencia.

VIERA.- ¿Es cierto eso, Augusta?

AUGUSTA.- Ciertísimo.

VIERA.- No me doy por vencido. ¡De estemodo, ingrata, paga usted los elogios que lohice, y los piropos que le eché!... ¡Ay, qué malase va usted volviendo! Tomás, Tomás, ten cui-dado con ella.

AUGUSTA.- (para sí.) No puedo resistir elcinismo de este hombre.

VIERA.- Paciencia. He caído en esta casa conmala suerte. Recibís como a enemigo al queviene con bandera de paz... (Para sí.) Si no reco-

jo velas estoy perdido. (Alto.) Tomás, ¿quieresque aplacemos para otro día la cuestión que hadado motivo a estas diferencias, y no pensemosmás que en renovar nuestra antigua amistad,en gozar de ella, como de un bien inapreciable?Yo tengo debilidad por ti, Tomás, yo te quierocomo a mi hijo...

OROZCO.- La comparación no resulta, por-que es dudoso que usted quiera bien a sushijos.

VIERA.- (aparte.) Este cuákero maldito metapa todas las brechas... (Alto.) ¡Si me niegashasta los sentimientos primordiales del hom-bre, entonces...! (Con pena.) Amigo mío, quizássin mala intención, me estás agraviando, sí, converdadera saña. Tú no sabes lo que es amor dehijos, porque no los tienes. En tu hogar falta laalegría, que es fuente de la piedad y de la in-dulgencia. Augusta, ¿por qué no ha dado ustedfamilia menuda a este hombre? Amiga mía, yoquería encontrar a usted un defecto, y al fin he

dado con él. Si en este hogar hubiera hijos, elpobre amigo menesteroso no sería recibido tanmal.

AUGUSTA.- Si doy o no doy hijos a mi ma-rido, eso no es cuenta de usted.

VIERA.- ¡Quién sabe si se los dará todavía!Yo espero que sí. Hago votos porque así sea.

AUGUSTA.- (para sí.) Su sarcasmo me enve-nena la sangre. (Alto.) Me parece que esta con-versación es bastante impertinente.

VIERA.- (para sí, con rabia.) ¡Grandísima tal,hállome atado de pies y manos ante ti, por des-conocer los enredos que de fijo tienes!

OROZCO.- Demos por terminado este asun-to, y que esta conferencia sea la primera y laúltima. Yo escribiré a usted, y le haré una pro-posición. Si la acepta, bien, y si no, tiene el ca-mino libre para proceder como quiera.

VIERA.- All right... He tenido la desgracia deencontrar aquí los corazones abroquelados con-tra mi cariño. El uno con su desconfianza y laotra con su huraña virtud, no han sabido com-prender el celo y la abnegación con que les sir-vo. (Afectado dignidad.) Está bien; por eso nodejaré yo de ser quien soy. Mi conducta no va-riará. Soy incapaz de venganza, y aunque sin-tiera estímulos de maldad, no los dirigiría nun-ca contra personas para mí tan caras, contrapersonas que considero buenas, deplorando suobcecación. Tomás, no te molestará más esteamigo, a quien no quieres comprender. Aguar-do en mi casa, hasta mañana, la proposiciónque te dignes hacerme. Quédate con Dios... (Dala mano a Orozco. Este se la estrecha con frialdad.)¡Qué triste me voy... y qué daño me has hecho!(Con emoción muy bien fingida.) Dios te lo perdo-ne. Y usted, Augusta, sea feliz, ignore siemprecuánto me duelen sus palabras incisivas y des-deñosas, y siga siendo compañera de este buenhombre, siga siendo ornamento de la sociedad

y orgullo de su familia y de sus amigos. Diosquiera que pueda apreciar algún día que esteinfeliz no merece ser recibido tan mal. Adiós.(Retírase afectando profunda aflicción. Para sí, en lapuerta.) ¡Negocio destripado...! ¡Maldita sea misuerte, y mala peste os devore, cuákero inde-cente y virtud relamida! Si buen punto es él,buena punta es ella... Volveré. (Sale.)

Escena IX

AUGUSTA, OROZCO.

OROZCO.- ¿Has visto qué farsante, quémonstruo de astucia?

AUGUSTA.- (recostándose en un sillón.) Deja,deja que me reponga del terror que me causa.No lo puedo remediar.

OROZCO.- ¿Terror por qué? A mí me causarisa. Es un histrión perfecto; pero yo le calo laintención, la máscara que usa se transparenta amis ojos, y veo la cara del truhán verdaderobajo las muecas del falso amigo.

AUGUSTA.- ¡Qué hombre! Cuéntame. ¿Quéte proponía? Yo rabiaba de curiosidad, y abríun poco la puerta. Pero no pude enterarmebien... Creí entender algo de una obligaciónolvidada.

OROZCO.- De las que llamamos Proctor yBarry.

AUGUSTA.- ¿Pero es legítima? Porque esepillo sería capaz de falsificar la escritura comofalsifica los sentimientos.

OROZCO.- (pensativo.) Es legítima. No creasque me pesa su descubrimiento. Puesto que laobligación existía, vale más que se presente deuna vez. Tengo la seguridad de que no hayninguna otra. Respecto a si ha prescripto o no,puede haber dudas, y de fijo un abogado tra-vieso, con el sin fin de leyes y disposiciones querigen sobre la materia, encontraría fundamen-tos legales en qué apoyar la no cancelación.

AUGUSTA.- Yo temí que tu bondad te lleva-ra a transigir; recelé que tus escrúpulos de con-ciencia pudieran más que el sentido práctico dela justicia. Pero he visto con gusto que por estavez has puesto a un lado tus filosofías, y que teresistes a pagar una deuda prescripta.

OROZCO.- (después de una pausa.) Hija mía,estás en un error. No has penetrado mi pensa-miento.

AUGUSTA.- (alarmada.) Pues ¿entonces...?

OROZCO.- Aunque, contando con el dédalode nuestras leyes, pudiera sostenerse la pres-cripción, yo no la admito, no puedo admitirla, yel crédito ese como deuda sagrada, debe pagar-se.

AUGUSTA.- Dios mío, ten piedad de mi po-bre marido, que ha perdido la razón.

OROZCO.- No digas disparates, ni juzguestan de ligero lo que no has comprendido bientodavía. Voy a explicarte mi pensamiento, y elplan que he concebido...

AUGUSTA.- Tomás de mi alma, ¿serás ca-paz de dejarte coger en las malvadas redes deese miserable? ¿Serás capaz de dejarte conmo-ver por su refinada astucia y por su adulacióninfame?

OROZCO.- No te acalores antes de enterartebien...

AUGUSTA.- Es que te veo al borde delabismo de tu bondad, de esa bondad que esuna desdicha, créelo, un pecado, una sugestiónSatánica...

OROZCO.- Ten calma, mujer.

AUGUSTA.- (levantándose.) No puedo tener-la. Tu filantropía ha venido a ser una verdaderademencia. ¡Tomás, Tomás!

OROZCO.- Si no te callas y me oyes, no nosentenderemos.

AUGUSTA.- (disparada.) Imposible que nosentendamos, si no te curas de esa manía de labondad y de la indulgencia... Consulta el casocon papá, con Manolo Infante, con todos nues-tros amigos, y verás como todos me dan larazón, verás como te aconsejan no reconocer lavalidez de ese papelote que te ha presentado elmonstruo. Esas deudas fiambres, obscuras yantediluvianas no se reconocen nunca, Tomás.

Sólo los inocentes, los dejados de la mano deDios, incurren en la tontería de hacer de ellasun caso de conciencia. (Con sarcástico acento.) Enuna palabra, que quieren darte un timo, y tú,como esos que creen en la paparrucha del dine-ro enterrado, aceptas el negocio.

OROZCO.- Estás graciosa, vida mía, y te oi-go con muchísimo placer. Pero todo te lo dicestú, y así no ha discusión posible.

AUGUSTA.- Pues habla... explícate.

OROZCO.- Ante todo, no apoyes tu idea conel argumento de que debo hacer tal cosa porquela hacen los demás. Hija de mi alma, sería inso-portable este plantón de la vida terrestre, si nose permitiera uno, de vez en cuando, la humo-rada de hacer algo diferente de las accionescomunes y vulgares. El papel de comparsa nome ha gustado nunca. Tampoco debes ponermedelante de los ojos, como un emblema de sabi-duría, la opinión de tu padre, de Manolo Infan-

te, y de otros amigos. Sin ser vanidoso, me pre-cio de entender estas cosas mejor que ellos.

AUGUSTA.- Pues si esas opiniones no valen,valga la mía, y la mía es que no pagues a esepillo.

OROZCO.- (sereno y sonriente.) Pero si yo note he dicho que pagaré a ese pillo, ni a ningúnpillo.

AUGUSTA.- Has dicho que la deuda es sa-grada...

OROZCO.- Y lo repito. Y añado que esaobligación pendiente pesa sobre mi conciencia,y que no estaré tranquilo hasta que de ella nome descargue.

AUGUSTA.- ¡La conciencia! Grandes y be-llas cosas ha hecho la humanidad en su nom-bre; pero también, también hay que poner ton-terías muy gordas en el haber de los espíritus

menguados, de esos que adoran la letra de laley... Explícate. ¿Quieres decir que alivias tuconciencia pagando...?

OROZCO.- Pagando, sí; pero no he dichoque a Viera.

AUGUSTA.- Eso sí que no lo entiendo. ¿Es ono Viera poseedor legítimo de la obligación?

OROZCO.- Lo es. Antes que él entrase averme, ya sabía yo a qué venía, porque hoyrecibí carta de Horacio Miller, en la cual medice que Viera compró esta obligación por unquince por ciento de su valor nominal. Lo supopor confidencia del propio Benjamín.

AUGUSTA.- ¡Ah!... ¿Y piensas, para evitardisgustos, recogerla de manos de Viera por elmismo quince por ciento y un poquito más,como comisión? Falta que él quiera; pero enestos términos, sólo en estos términos admito la

idea de pagar. ¿Es esto lo que piensas tú?...Dímelo pronto.

OROZCO.- No es eso. Pienso pagar ínte-gramente el valor nominal.

AUGUSTA.- ¡Íntegramente! (Consternada.)¡Ay!, hijo de mi vida, yo voy a buscar un médi-co. Tú estás malo de la cabeza... Por Dios, nohagas tal disparate. (Con ternura.) Ya ves; nuncahemos reñido. Todos tus actos han sido apro-bados y aplaudidos por mí. Verdad que siem-pre fueron buenos; pero aunque no lo hubiesensido, el cariño que te tengo me los habría hechover como la misma perfección. Este acto deahora resulta de tal modo contrario a lo que yoentiendo por bondad, que me veo en el caso dereprobártelo con todas mis fuerzas. Y muy apesar mío, sintiendo mucho disgustarte, meenfadaré contigo, disputaré, chillaré, no te de-jaré vivir; y ya no habrá en nuestra vida comúnla paz de que hemos gozado durante ocho

años; y todo será discordia, rozamientos, tú porun lado, yo por otro, siempre de puntas...

OROZCO.- ¡Quién sabe! Puede que no.

AUGUSTA.- Me haré insoportable. Tendrásen mí un censor agrio, displicente, quisquillo-so... En fin, Tomás, que me tendrás que preferira tu conciencia con tal de no ver tu casa conver-tida en una jaula de leones.

OROZCO.- (sonriendo.) Sentiré mucho que teme insubordines; pero si lo haces, lo llevaré conpaciencia. He meditado bien la solución de esteasunto, y puedes tener la seguridad de que seráun hecho.

AUGUSTA.- ¿Contra mi voluntad?

OROZCO.- (cariñosamente.) De acuerdo conella, porque he de convencerte, y en vez de te-ner en ti una censora impertinente, tendré unapoyo decidido. Ven acá. Siéntate aquí. (Se sien-

tan ambos.) ¿Hay mayor gloria, hay dicha mayorque poder realizar un acto, en el cual resplan-dezca ese ideal de justicia que rara vez se nosofrece en el mundo en condiciones fácilmentepracticables? Hablo con una persona que sabeelevarse sobre las ideas y las pasiones del vul-go, y me parece que seré comprendido. Si no,peor para ti.

AUGUSTA.- Hasta ahora, no entiendo nipizca.

OROZCO.- Esta aparición del cometa Vieraes un hecho feliz, dispuesto para la rectificaciónde uno de esos errores o anomalías de la exis-tencia humana, que nos hacen dudar de la Pro-videncia. Vemos cosas en el mundo, que pare-cen organizadas por el mal y para el mal; injus-ticias que por su enormidad repugnan a larazón y al sentimiento; los perversos impo-niéndose a los honrados, y obligándoles a dejarde serlo; los de condición benigna incapacita-dos de obrar bien, por las influencias que les

rodean. No desconocerás el poder y la impor-tancia de los bienes materiales, en el orden dela vida. Las materialidades mal repartidas, co-mo por desgracia lo están, trastornan y aniqui-lan el bien espiritual; y así, cuando se consiguerectificar, siquiera sea mínimamente, esta cala-mitosa distribución del bienestar positivo, sepresta a la humanidad un servicio inmenso.

AUGUSTA.- (para sí.) No estoy segura decomprender a dónde va a parar con esto. ¿Tienealgún sentido lo que dice, o es una sinrazón,una efervescencia del talento descompuesto?(Alto.) Querido, lo que dices significa, si no soytonta, que en el mundo hay muchos que care-cen de lo que a otros les sobra. Eso ya lo sabía-mos, y es cosa resuelta que no está en manoshumanas el remediar ciertas desigualdades.

OROZCO.- A veces falla esa regla pesimista,y es lástima no intentar el remedio cuando deello hay ocasión. Examinemos el caso este con-cretamente y con la pura lógica. Después

vendrá su aplicación a la práctica. Fíjate bien: lasuma que representa la obligación de BenjamínProctor es una cantidad negativa en nuestrariqueza, un menos tanto. Esa cantidad debió serabonada íntegra por mí, y no lo ha sido. Luegola retengo indebidamente en mi poder, no mepertenece... Esto es claro como el agua.

AUGUSTA.- En absoluto sí.

OROZCO.- Ya llegaremos a lo relativo.Sígueme ahora y calla. Conste que, en princi-pio, esa suma no me pertenece. La razón esrazón, y la lógica, lógica, y los números, núme-ros.

AUGUSTA.- Pero...

OROZCO.- Cállate. Que Benjamín Proctorhaya vendido su deuda a Joaquín Viera, eso noes cuenta mía. El valor legal del crédito no creceni mengua por los contratos a que da lugar, nipor las condiciones morales del poseedor. Que

este sea un modelo de honradez o un pícaroredomado, no da ni quita la más mínima cifraal valor numérico de la deuda. Nada podrásobjetar a esto. Por consiguiente, la cantidadrepresentada por la obligación no es mía en esteinstante, sino de Joaquín Viera.

AUGUSTA.- (rebelde a la lógica.) Pero, hijomío, en la vida, en esta vida humana tan com-pleja, ¿se puede razonar de ese modo? ¿Se hantratado así los negocios alguna vez? Los escri-torios de las casas de banca y de comercio,¿están poblados de ángeles, o son hombres losque en ellos trabajan?

OROZCO.- Yo sé lo que son, tonta. Déjameconcluir. Quedamos en que soy deudor de Joa-quín Viera, que este es mi inglés neto, y que nohay lógica divina ni humana que me libre deldeber de darle lo suyo. Cierto que yo podría,sin escandalizar al mundo, defenderme delpago amparándome en la ley, mejor dicho,haciéndome el perdidizo en la selva intrincada

de nuestras leyes. Estas, y más aún la curia, consus tramitaciones y diligencias inacabables y elembrollo que de ellas resulta, me favorecerían,bien para no pagar, bien para hacer un arregloque redujese el desembolso a una mínima can-tidad. Esto se hace siempre. Alegando mil ra-zones jurídicas y veinte mil argumentos de so-fistería forense, conseguiríamos no pagar o pa-gar muy poco. De seguro que Joaquín llevaríala peor parte en una contienda ante los tribuna-les, y no sabría salir, como yo, del bosque es-pesísimo de nuestro enjuiciamiento civil. Peroyo, en conciencia, no puedo ni debo aminorarmis obligaciones pleiteando. Prefiero pagaríntegramente a pagar un poco al acreedor y unmucho a la curia. Dejo a un lado el amo propio,reconozco el crédito, y lo que no es mío no debeestar en mi poder.

AUGUSTA.- Volvemos a lo mismo, a quecaes en las redes del monstruo ese, y le rega-las... (con irritación) porque esto es regalar,

Tomás, esto es proteger a los caballeros de in-dustria.

OROZCO.- No, vida mía, porque yo no pa-garé al caballero de industria sino poco más,muy poco más de lo que él ha dado a BenjamínProctor.

AUGUSTA.- Entonces no pagas íntegramen-te.

OROZCO.- Sí, pagaré íntegramente; pero noa Joaquín.

AUGUSTA.- (confusa.) No te entiendo. ¿Puesno dices que es el único poseedor legítimo?

OROZCO.- Sí, hija mía. Pero aquí entra lo re-lativo; aquí cesa de funcionar la letra de la leymoral, y entra en funciones el espíritu, ¿Nohemos convenido en que Joaquín es un mons-truo? Entro las muchas responsabilidades quetiene ante Dios y los hombres, la más notoria es

la perversa educación que a sus hijos dio, elabandono en que los ha tenido, faltos de me-dios de subsistencia. Esta penuria ha motivadolentamente en Federico ciertos hábitos de malgénero, el desorden y angustias humillantes desu vida; en Clotilde, su indecorosa manera debuscar marido. El enmendar la obra de JoaquínViera ¿no es por ventura un acto de alta justicia,de esa justicia que antes llamó relativa, y queviene a resultar absoluta, de lo más absolutoque podemos concebir? (Augusta no dice nada.Su estupefacción la hace enmudecer.) ¿Compren-des ahora mi pensamiento, tonta? Yo pro-pondré al monstruo pagarle el veinticinco porciento de su crédito, y tengo la seguridad deque acepta. Gana un diez por ciento, si es quellegó a dar el quince, que yo lo dudo. La aspe-reza con que le recibí le habrá quitado todaesperanza de mejor arreglo, y no se lanza él alos azares de un pleito obscuro y de éxito du-doso. Como hombre muy necesitado, que vivesiempre al día, es de los que prefieren pájaro en

mano a ciento volando. Le conozco bien, y es-toy segurísimo de que aceptará. Pues bien, conel resto, hasta el total del importe de la obliga-ción, constituiré un fondo que asegure a Fede-rico y a Clotilde una renta decorosa, poniéndo-lo a su nombre en títulos intransferibles. Fede-rico podrá vivir de este modo en modesta hol-gura, y si es hombre capaz de apreciar los bene-ficios de la vida ordenada, no dudo que sunueva situación bastará a corregirle de ciertosresabios. He pensado también que la distribu-ción no debe, en justicia, hacerse por partesiguales, porque Federico tiene deudas y Clotil-de no. Además, el que será marido de esta dis-pone de otros medios de vivir, que a su cuñadole faltan, por lo cual juzgo equitativo asignar aFederico dos partes y una a Clotilde. Detalle eseste discutible, y que podrá modificarse con losreparos que pongas a mi plan, del cual has di-cho tantas perrerías antes de conocerlo.

AUGUSTA.- (en un rapto de entusiasmo.)Tomás, hay que rendirse a tu bondad y a tuentendimiento, que ya me parecen sobrenatura-les... ¡Qué hombre! ¡Qué gloria para mí tener-te...! (Le abraza con efusión.) Debo adorarte derodillas... ¡Qué grande eres!

OROZCO.- ¿Apruebas mi plan?

AUGUSTA.- ¿Cómo no? (Llora.) ¿Ves? Se mesaltan las lágrimas de alegría... de admiración...(Para sí, conteniéndose.) ¡Dios mío... me estoyvendiendo... qué indiscreta soy! (Alto.) Perono... Si tu increíble generosidad me entusiasma,como rasgo de exaltada simpatía humana, conla fría razón, como esposa tuya, debo decir queme parece un acto de... de hermosa locura... undisparate que raya en lo sublime. (Confundida.)En fin; todo lo que quieras. Nunca me opondréa tu voluntad en cosas de esta naturaleza.Cuanto imagines será acertado y merecerá miaprobación.

OROZCO.- Ahora sólo falta que el tontín deFederico, con su carácter susceptible y vidrioso,nos suscite dificultades. Todo podría ser. Hayque salirle al encuentro. Háblale tú. Preséntalela cuestión con tacto y diplomacia.

AUGUSTA.- ¿Yo...? (Cortada.)

OROZCO.- Y te encargo expresamente queprocures alejar de su ánimo toda idea de grati-tud.

AUGUSTA.- ¡Por María Santísima, Tomás!¿Cómo pretendes que no agradezca...? ¿Quieresque sea tan monstruo como su padre?

OROZCO.- No es eso. Que agradezca en sufuero interno todo cuanto le plazca; pero queno lo manifieste a nadie, y menos a mí. Me gus-taría que no viese en esto una generosidad mía,sino un caso legal. Persuádase de que el dona-tivo le viene de su padre, no por voluntad deeste, sino por una combinación que los favore-

cidos no deben examinar ni discutir... En fin,que no puedo descender a estos pormenores.Fácilmente, concibo una idea, y la convierto enhecho con poderosa voluntad; pero en la apli-cación flaqueo... lo reconozco. (Con inquietud.)Encárgate tú de estas menudencias de la reali-dad. Hazle ver que esto no es donación, que esmás bien una triquiñuela encaminada a fines dejusticia... (Nota que Augusta, profundamente pen-sativa, no presta atención a sus palabras.) ¿Te ente-ras de lo que digo? ¿En qué estás pensando?

AUGUSTA.- (turbada.) Nada... pensaba... Si...te escucho... Justo, una triquiñuela... Perfecta-mente. Estamos conformes.

OROZCO.- Mis pretensiones van más lejosaún. Yo aspiro a que Federico y Clotilde se re-concilien, a que vivan juntos los dos, es decirlos tres, y que Santanita y Federico se mirencomo lo que deben ser, como hermanos.

AUGUSTA.- Paréceme mucho pretender,Tomás.

OROZCO.- Te advierto que Santana es unagran capacidad para la administración. Yo queFederico, me entregaría a él en cuerpo y almapara el gobierno de mi casa y de mis intereses.Conviene indicarle esto para que se vaya acos-tumbrando a la idea de las paces con sus her-manos.

AUGUSTA.- (dando un gran suspiro.) ¡Ay,nobles ideas; pero qué inmateriales, querido!Son como formas vaporosas que parecen figu-ras. Intentamos cogerlas, y se nos desvanecenentre los dedos.

OROZCO.- Sutil estás.

AUGUSTA.- ¿Quién no lo estará oyéndote?Inspiración contagiosa. Tu pensamiento brillademasiado para que en mí no se refleje algo desu luz. Mi desgracia es que no puedo seguirte a

esas esferas del bien supremo. Veo la realidadmejor y más de cerca que tú, porque soy peorque tú, claro está, y porque vivo más próximaal suelo. Tu proyecto de reconciliar a Federicocon Santanita, y de que vivan juntos y confun-dan sus intereses, me parece un delirio.

OROZCO.- Soluciones que en principio nosparecen irrealizables, en la práctica y por suavegradación llegan a ser posibles y aun fáciles. Séque Federico, al pronto, se sublevará; pero hayque empezar por manifestarle este proyecto ysugerirle la reconciliación. Abordemos la deli-cada empresa... (Con una idea repentina.) Con-vendría enterarle por escrito...

AUGUSTA.- (vivamente.) ¡Ah!, sí, yo le escri-biré... Es mejor; así se expresan las ideas conclaridad y se dice lo que conviene. Déjalo de micuenta. (Turbada y desanimándose.) Pero no... nosé... ¡Ah! Tomás, yo dudo mucho que ese hom-bre...

OROZCO.- La rutina se rebela contra el bien,harto lo sé, como el niño que se resiste a tomarlas medicinas. Pero es nuestro deber mandarleque las tome. Se me figura que dando a todoslos medios de vivir bien y de ser felices, es im-posible que ellos se obstinen en amarrarse a ladesgracia. El bienestar lleva en sí mismo unafuerza persuasiva incontrastable. Yo tengo fe, ynadie me quita este placer íntimo, este regocijode conciencia, por haber intentado corregir, conmedios prácticos, una grave anomalía social.Créelo, hija mía, el único goce efectivo es este.Lo demás es miseria, pequeñez, satisfacción deantojos pueriles... (Se sienta junto a la chimenea, ycontemplando el fuego, cae en profunda meditación.)

AUGUSTA.- (para sí, observándole con fijeza ytemor.) Inquietud vivísima llena mi alma. No séqué siento; no sé qué temo. ¿Esto que veo esgrandeza de alma en su grado mayor, o ebulli-ción intelectual producida por un desquicia-miento del cerebro? ¿Serás tú la perfección

humana, y no podré yo comprenderte por ser,como soy, tan imperfecta? (Con exaltación.) Im-pulsos siento de adorarte, como adoramos a losseres sobrenaturales; y de rodillas ante ti, comosi estuvieras en un altar, te diría que nada hayentre tú y yo que nos una, nada que humana-mente nos ligue, nada más que el lazo del cultoque te debo y que te tributaré. Soy poco para tien el orden espiritual, porque soy simplementeuna mujer. Eres mucho para mí porque hasdejado de ser un hombre.

Pone la mano sobre la cabeza de Orozco, el cual,profundamente abstraído, parece no darse cuenta de

la proximidad de su esposa.

Jornada cuarta

Escena primera

Vestíbulo del teatro Real.

MALIBRÁN.- (paseándose de largo a largo, abs-traído. Saluda a algunas de las personas que entran,dirigiéndose a la puerta central de butacas o a laescalera de palcos.) ¡Cuánto tarda! Si no vendrá...(Mira su reloj.) No son más que las nueve y me-dia. Rabio por darle a entender con un par dereticencias buenas, pero buenas, de las que yoecho... cuando me pisan... que le he descubiertola madriguera. ¡Caramba! ¡No me ha costado

pocos plantones, ni han sido breves los ratos deespionaje! Y yo me pregunto: ¿qué sentimientome impulsa a obrar así? ¿Será el despecho? ¿Yqué quiere decir despecho? No; muéveme lasuprema ley de amor propio, reguladora detodo el vivir humano... Esa tonta me desairó; nosupo apreciarme en lo que valgo, y debo hacer-le comprender que no se juega impunementecon una persona como esta que aquí se pasea.Lo mejor es que, sin habérmelo propuesto, rea-lizo un acto de justicia, y heme aquí persi-guiendo el crimen, desenmascarándolo, y po-niéndoselo delante a quien debe y puede casti-garlo. Porque yo no pararé hasta no abrir losojos a ese Orozco bendito, que para todo tienevista de lince y sólo para las desviaciones de sumujer padece de cataratas. ¡Yo se las batiré,como hay Dios!... (Frunciendo el ceño.) ¿Pero quévocecilla impertinente se permite susurrar de-ntro de mí que esta es una empresa de perfidiay traición? ¡Bah! Resabios de la moral infantil,de todo ese estúpido fárrago de instrucción

primaria, que le meten a uno en el cuerpo antesde poder distinguir racionalmente el mal delbien. No; seamos justos con nosotros mismos:en lo que traigo entre manos, veamos unpropósito de reparación y de alta moralidad...¡Cuidado si es torpe la conducta de esa mujer!Si al menos faltase conmigo a sus deberes,conmigo, que descuello sobre el vulgo por lasuperioridad y la extensión de mis talentos, pormi figura... (Parándose brevemente ante un espejo,al dar la vuelta.) Sobre esto no cabe duda. Yosostengo que una de las cosas más relativas quehay en el mundo es la moral del amor y delmatrimonio. Las faltas de más grave aparienciadejan de serlo, o se atenúan, cuando ponen demanifiesto el buen gusto de la culpable. ¡Perocaerse del lado de ese vulgar y trapacero, de esezángano de ese ignorantón de Federico...! ¡Quéignominia! El grado de responsabilidad de lamujer que se desvía, depende de la buena omala mano que tenga para elegir. ¡Gallardainterpretación de la ley, que sólo podemos

hacer los que gastamos filosofías muy finas ymuy hondas! Me atrevería yo a desarrollar estatesis y a convencer a la humanidad del altosentido que encierra... (Parándose otra vez ante elespejo.) Para eso se necesita talento, y tú le tie-nes... (Sigue paseando.) ¡Qué guapo soy! Y sobreser tan guapo, llevo estampada en esta cara lasutileza y finura de mi crítica moral y social. Ya modales, ¿quién me gana? ¡Caracoles, quémodales y qué distinción! Yo mismo, con estasrutinas cursis de la modestia, no me doy cuentade mis atractivos personales sino por los efectosque causo en el mujerío. ¡Ay! Esta tontuela deAugusta me pagará su necedad... La he cogido,¡pero qué bien!, en su propia trampa. ¡Y cuida-do si tomaron precauciones los muy zorros!¡Escondrijitos a mí! No, conmigo no os valdríael ocultaros en el centro de la tierra... ¡Vaya quetiene suerte ese botarate de Federico! A lo queél va, ya lo sé yo: a buscar quien le pague lastrampas. Ya estoy viendo las partidas que laseñora le carga en cuenta a su marido por el

capítulo de alfileres... No están malos alfileres,bribona, los que tú gastas... ¡Qué obcecación demujer!... ¡Simpleza mayor que no quererme amí! Lo que yo digo: es estúpida, de lo másestúpido, de lo más negado que Dios ha echadoal mundo. Sólo tiene aquel barnicillo de cultu-ra, graciosa y chispeante... ¿Pero qué puedeesperarse de una mujer que dice que le gusta elbarroquismo, de una mujer que aborrece el arteojival, que detesta a los místicos y a los drama-turgos, y pone en solfa a Rafael y a Racine...?

Escena II

El mismo; CISNEROS, VILLALONGA.

CISNEROS.- (por Malibrán.) Aquí le tiene us-ted. Con esa carita de santi boniti barati, es elmás desorejado galopín que anda por estastierras.

VILLALONGA.- Y el corruptor de las per-sonas graves y sesudas como yo. Este fue el queme arrastró a la juerga de anoche, de que lehablaba a usted hace un momento.

MALIBRÁN.- No, D. Carlos, él fue mi Me-fistófeles. Yo estoy en mi oficina tan tranquilo,y se aparece allí este genio del mal, y me sacapor los cabellos para llevarme a lugares nefan-dos. No hay defensa contra él, y esas canas que

gasta le sirven para engañar más fácilmente alos jóvenes inexpertos como yo.

CISNEROS.- Buen par de tomos están losdos, el uno con sus honradas canas y el otro consus cuernecitos o sortijillas sobre la frente...(Observando el pelo de Malibrán.) Y a mí no me lada usted, Cornelio; usted se tiñe el pelo y labarba.

MALIBRÁN.- (bromeando.) Ya lo creo. Con latinta del tintero. Vaya, no sea usted envidioso,Carlitos, y resígnese a su vejez caduca, Villa-longa y yo somos pollos tiernos todavía, aun-que usted no quiera.

CISNEROS.- Sí, ya sé que anoche os habéispuesto como pellejos en casa de La Peri.

MALIBRÁN.- ¿Quién se lo ha contado a us-ted?

CISNEROS.- Este felpudo. Por supuesto, nome digáis a mí que os divertís los muchachos oviejos verdes de esta generación. Ya no hayalegría, ya no existe el dulce humor, ni el deli-rio de bacanal de otros tiempos. Desde que hacundido esto que llaman ilustración, los mu-chachos, ya sean jóvenes absolutos, ya jóvenesrelativos como vosotros, no saben divertirse. Seha perdido la norma del escándalo gracioso yde los desatinos con donaire...

VILLALONGA.- ¡Vamos, que si hubiera us-ted venido con nosotros anoche...!

CISNEROS.- ¿Yo? Me divertí en mi tiempomás de lo que quise, y con una intensidad dealegría de que no podéis tener idea. Porque yano hay buen humor; es más, yo sostengo que yano hay mujeres.

VILLALONGA.- (con malicia.) Pues mire us-ted, este nos refirió anoche cosas, que pruebanque las hay.

CISNEROS.- Hola, hola...

MALIBRÁN.- No fue nada, D. Carlos; bro-mas de este bigardón.

VILLALONGA.- Bien sabe usted que es ungran investigador de Bellas Artes, punto fuerteen pintura antigua. Pues ahora se ha dedicado adescubrir cuadros vivos.

CISNEROS.- ¡Ah, pillo!

VILLALONGA.- Y tiene un ojo de perito,que vale cualquier cosa. Aquí donde usted leve, con su diplomacia y su... equilibrio europeo,tiene la intención de un Veragua; y como le dépor los descubrimientos, crea usted que hemosde ver cosas muy buenas.

CISNEROS.- (con buena sombra.) Hablad conclaridad, hijos míos, que el lenguaje enigmáticoya sabéis que no se ha hecho para mí. Me gustaexpresar las ideas directamente, y detesto los

rodeos y parábolas. ¿De qué nefando contuber-nio se trata? Decídmelo; ya sabéis que lo admi-tiré, porque en su propia naturaleza lleva elhecho la verosimilitud. Y si me apuráis, no sólolo admito, sino que lo disculpo, porque de me-nos nos hizo Dios. Somos frágil barro.

VILLALONGA.- ¡Y tan frágil...! Que le cuen-te a usted Cornelio...

MALIBRÁN.- (con socarronería.) Nada, D.Carlos, es que descubrí un cuadro de los mu-chos que hay ocultos y perdidos. Y no es deautor anónimo, ¡caracoles!... asunto erótico...Las figuras no las conoce usted...

CISNEROS.- Como si las conociera. ¿Y qué?Sois los mayores mentecatos que me he echadoa la cara. ¿Creéis que yo me asusto de vuestrosdescubrimientos? ¿Qué podría resultar?, ¿quefueran personas conocidas, amigas mías o demi familia?

MALIBRÁN.- (vivamente.) No, no lo son.

CISNEROS.- Pues entonces... (Restregándoselas manos.) Contar, contar. Vengan ratas.

VILLALONGA.- Muy sencillo, este dio enbuscarle las vueltas a la mujer de un amigonuestro, que tiene fama de virtud arisca, la mu-jer, se entiende.

CISNEROS.- ¿Mujer de un amigo nuestro...?

MALIBRÁN.- ¡Si aunque se vuelva loco nolo ha de acertar usted...!

Entran de la calle Orozco y Augusta.

Escena III

Los mismos; OROZCO, AUGUSTA.

CISNEROS.- ¡Qué horas de venir!

AUGUSTA.- ¿En qué acto están?

MALIBRÁN.- Han empezado el segundo.

OROZCO.- Hemos comido tarde... Día paramí de ocupaciones fastidiosas... No me dejanvivir. Son como las moscas, que si uno se lassacude, se irritan y vuelven con más coraje.

CISNEROS.- No se puede ser modelo de na-da en estos tiempos. Como den en llamarle auno modelo de cualquier cosa, aunque sea deciudadanos, ya se puede encomendar a Dios.¡Ah!, y a propósito. Yo decía: «le tengo que con-

tar una cosa a Tomás» y no acertaba con lo queera. Ya me acuerdo. ¿Sabes que estuvo JoaquínViera a despedirse de mí?

OROZCO.- ¿Sí? Pues por casa no ha pareci-do.

Augusta toma el brazo de Malibrán para subir alpalco. A su lado, Villalonga. Detrás, a bastante dis-

tancia, suben Cisneros y Orozco.

CISNEROS.- Está furioso contra ti. Dice quele recibiste como a un perro.

OROZCO.- Como se merecía. (Con satisfac-ción.) Y hablará perrerías de nosotros.

CISNEROS.- Lo que no puedes figurarte.Que eres un ingrato, un egoísta sin entrañas, yno sabes comprender la abnegación con quemira por tus intereses.

OROZCO.- No creo que exista tunante másgracioso.

CISNEROS.- Dice que por no chocar, y pordarte una prueba más de benevolencia, aceptala proposición denigrante que le hiciste.

OROZCO.- Denigrante... eso es. Así la llamaen la esquela que me escribió cerrando el trato.¿Pues qué quería? He sido con él generoso has-ta la esplendidez.

CISNEROS.- Habías de oírle. ¡Qué lengua!Ya sabes que yo no me espanto de nada. Puestuve que suplicarle mudara de conversación.En fin, que se marcha mañana.

OROZCO.- Ya lleva cuerda para algúntiempo. No tiene motivos de queja, pues poruna obligación prescripta le he dado casi eldoble de lo que pagó por ella... ¿Y habló conusted algo de su hija Clotilde? Porque tengocuriosidad de saber...

CISNEROS.- ¡Ah!, sí... Pues contentísimo. Eshombre de una llaneza patriarcal. Ni asomos delos escrúpulos de su hijo. Por él, si la niña quie-re casarse con el verdugo, que se case. En me-dio de su extravagancia, tiene rasgos de ingeniodonosísimos. Asegura que en la determinaciónde Clotilde influye el instinto de renovación dela raza española, repugnando los entronquesaristocráticos y similares, y prefiriendo el crucecon las razas inferiores, que son las más sanas.

OROZCO.- Tiene chiste.

CISNEROS.- Vamos, que me reí un rato conél; y al fin volvió a vomitar denuestos contra ti,llamándote jesuitón, cuákero, chupador de lasangre del pobre, rico avariento, y qué sé yoqué.

OROZCO.- Bien, bien, bien.

Augusta y Malibrán entran en el palco. Villa-longa, Orozco y Cisneros se detienen en el pasillo,

donde aparece el conde de Monte Cármenes.

Escena IV

OROZCO, CISNEROS, VILLALONGA,MONTE CÁRMENES.

MONTE CÁRMENES.- Aquí estoy esperan-do a que se acabe el dúo. No puedo resistir altenor, con ese braceo como si estuviera cogien-do moscas, y esa voz que parece la de un gatocuando le pisan la cola.

VILLALONGA.- ¿Y cómo no dice usted bien,perfectamente bien?

MONTE CÁRMENES.- Yo no juzgo al tenor,y si lo he juzgado, me desdigo. No me gustanjuicios temerarios. Sólo que no me diviertooyéndole, y mientras él se gana el pan pegandogritos, yo salgo a fumar un cigarro.

OROZCO.- ¿Y Pepita?

MONTE CÁRMENES.- Más animada. Ennuestro palco está. Pase usted a verla y se loagradeceré, que allí tenemos a nuestro pobreCícero dándole matraca. Entre él y ese tenor dela clase de grillos, me hacen la vida infeliz lasnoches de ópera.

CISNEROS.- Dígame, Conde, ¿fue ustedtambién de los que anoche se subieron a la pa-rra en casa de La Peri?

MONTE CÁRMENES.- ¡Yo! D. Carlos, nome confunda con usted mismo. Yo no voy aesos sitios execrables y pecaminosos.

OROZCO.- Si anduvo usted en malos pasos,¿por qué negarlo ahora? Nosotros no se lohemos de decir a Pepita.

CISNEROS.- ¡Oh!, yo sí, yo se lo diría, si estepillín no me asegurara bajo su palabra que noestuvo.

VILLALONGA.- No, el Conde no va sinocuando no hay nadie... como usted.

MONTE CÁRMENES.- (mascando el cigarro.)¿Yo?... ¡Buenos estamos D. Carlos y yo parafiestas! Nos hemos cortado la coleta.

CISNEROS.- Es mucho decir. Que uno seahonesto y cumpla la ley de Dios, no significaque se corte nada.

OROZCO.- ¿Entramos o no?

MONTE CÁRMENES.- Me parece que haconcluido el dúo. (Tira el cigarro.) Voy al palcode mi primo. (Se aleja, y retrocede llamando aOrozco.) ¡Ah! Tomás, se me olvidaba. Usted¿cuándo piensa ir a las Charcas?

OROZCO.- El sábado por la noche. Vienendos días de fiesta, domingo y lunes, la Candela-ria. ¿Se anima usted?

MONTE CÁRMENES.- Es posible. (Se dirigehacia el extremo del pasillo curvo. Orozco, Cisnerosy Villalonga entran en el palco de Monte Cárme-nes.)

Escena V

Interior del palco de Orozco.

AUGUSTA en el antepecho, MALIBRÁNdetrás. En el antepalco, la SEÑORA DE TRUJI-LLO leyendo La Correspondencia.

AUGUSTA.- Ya, ya sé... me lo ha dichoAguado, que es, como usted sabe, el denuncia-dor de todas las inmoralidades. Es usted unlibertino, un escandalizador, está usted dandomalos ejemplos.

MALIBRÁN.- Efectos de la murria y la de-sesperación. Deseo aturdirme. Quiérame usted,y seré un modelo de templanza y virtud.

AUGUSTA.- ¿Que le quiera yo? (Con displi-cencia.) No sea usted mamarracho.

MALIBRÁN.- Pues acabaré por perderme...De seguro me pierdo.

AUGUSTA.- ¿No está todavía bastante per-dido?

MALIBRÁN.- Por usted... Pensaba contarlemis aventuras, para que se vaya persuadiendode que corro al abismo, y se compadezca y mesalve.

AUGUSTA.- ¡Que le salve yo!...

MALIBRÁN.- Pero no quiero escandalizar ami virtuosa amiga, refiriéndole mis maldades...(Para sí.) ¡Caray, que no acierto a deslizar entrelas flores la flecha envenenada! Veremos si poreste otro lado... ¡Ah!, sí. (Alto.) Nosotros losperdidos sabemos respetar la susceptibilidadde las almas puras, a cuyo oído no debe llegarjamás una frase maliciosa. (Para sí.) Allá va lapunta, salga como saliere. (Alto.) Es usted unacriatura angelical, encanto, y desesperación de

los hombres imperfectos y frágiles que tenemosla desgracia de adorarla.

AUGUSTA.- ¡Ave María Purísima, hastacursi se está volviendo este hombre!

MALIBRÁN.- Pertenece usted a la escuelade su marido, que, fingiéndose insensible a lasdesdichas humanas, realiza en secreto las obrasde caridad más admirables.

AUGUSTA.- (con cierto temor.) ¿Qué...?

MALIBRÁN.- (aguzando su ingenio.) Nada,amiga mía; que no le valen a usted sus disimu-los ni sus artimañas de modestia para asegurar-se la indiferencia pública. La admiración, comola envidia, engendra la curiosidad, y la curiosi-dad acecha la virtud para descubrirla y sacarlade las tinieblas. Hay espionajes que los mismosángeles no desdeñarían, porque tienden a in-dagar los pasos más silenciosos de la virtud,para denunciarlos al agradecimiento de la

humanidad; y este espionaje santo la sigue austed hasta descubrir las guaridas apartadas yexcéntricas, a donde va secretamente en buscade miserias que aliviar y lástimas que socorrer,cumpliendo la obra misericordiosa de consolaral triste.

AUGUSTA.- (para sí, turbada, mirando con losgemelos a la escena.) Maldito seas tú y toda tucasta.

MALIBRÁN.- (para sí.) Sacúdete la banderi-lla, tontaina... (Alto.) ¿Qué dice usted?

AUGUSTA.- No he dicho nada. Pensaba queestá el diplomático esta noche más tonto que decostumbre, o como dicen en la ópera, che dall'u-sato, piu noioso voi siete; pero no me determiné adecírselo.

MALIBRÁN.- Sí, estoy yo muy tonto... (Parasí.) Vamos, que si me apuras te suelto el nom-bre de la calle, el numerito y hasta el piso... (Al-

to.) Admirable cosa es la modestia, y adornolindísimo de la verdadera virtud. Pero no levale, no le vale... no puede usted evitar nues-tros homenajes.

AUGUSTA.- (que mira a los palcos para disimu-lar su ira, y crispa los dedos, oprimiendo los geme-los. Para sí.) Ya te daría yo a ti homenajes, y teestrellaría en la cara los gemelos.

MALIBRÁN.- Es natural que mi ilustre ami-ga se enoje conmigo porque le descubro lasperfecciones.

AUGUSTA.- ¿Enojarme yo? ¿Piensa ustedque escucho sus bobadas? (Sonriendo sin espon-taneidad, y queriendo dar a su despecho un acentode broma.) ¡Antipático!

Se adelanta la señora de Trujillo.

MALIBRÁN.- Se habrá enterado usted deque el papel Cuadradista está muy en baja.

TERESA.- Y tan en baja... que ya no lo quierenadie ni regalado. ¿Ha leído usted la declara-ción del cura de San Lorenzo, según el cual,Cuadrado confesaba una semana sí y otra no?

AUGUSTA.- (con hastío.) ¡Ay, Teresa!, ya elcrimen apesta.

TERESA.- Pues para mí no perderá su in-terés hasta que no vaya al palo esa tarasca...Pero dejémoslo ahora. ¿Sabes que el tenor esteparece el sereno de mi calle? Tenemos un em-presario que también debería ir al palo. ¡Quéadefesios nos trae! ¡Quién oyó esta ópera por laLagrange, Fraschini y aquel Varessi...! (A Ma-librán.) ¿Alcanzó usted a Varessi?

MALIBRÁN.- Le oí en Italia. ¡Qué pedazo debarítono!

TERESA.- (llamando la atención de Augusta.)Dime, ¿qué promontorio es aquel que se trae enla cabeza la de Barragán?

AUGUSTA.- (sin dejar de mirar con los geme-los.) Estoy estudiándolo y no puedo entenderlo.Es un tocado Directorio, de una exageración...¡Qué mamarracho!

MALIBRÁN.- No quieren comprender queestos prendidos Directorio y Primer Imperio,hoy tan en boga, exigen un corte de busto muyairoso, y las que no tienen arte para saber adap-tarse las modas, se ponen hechas unos esper-pentos.

AUGUSTA.- Cierto. Y algunas, con tantoplumacho, vienen hechas unos milicianos na-cionales. (Dando los gemelos a la de Trujillo.) Te-resa, por Dios, mire usted el escote que se hatraído la de Tellería. ¡Qué escandalosa!

TERESA.- (mirando.) ¡En el nombre del Pa-dre...! No le falta más que la manzana en lamano. (Suenan grandes aplausos.) ¡Pero qué ton-tos!... ¿cómo aplauden estas borricadas?

MALIBRÁN.- La claque está insoportable.

TERESA.- Pero si son los de butacas los quealborotan.

AUGUSTA.- Es que la alabarda de abajo esla peor.

Entra Monte Cármenes, que saluda a las dos se-ñoras. Trábase conversación entre Teresa Trujillo y

los caballeros.

AUGUSTA.- (para sí, dirigiendo los gemelos auna parte y otra.) Miro y remiro, y no le veoarriba ni abajo. ¡Qué inquieta estoy! En el palcode los gorriones no está... ni tampoco en el deSan Bernardino... ni en butacas. ¡Si no vendrá,

después de habérmelo prometido tan formal-mente! Quiero ponerle en guardia contra elespionaje de este arrastrado Malibrán, que pa-rece nos sigue los pasos, y que si no nos ha vis-to aún... digo, yo creo que no nos ha visto... nosverá el mejor día. (Alto, tomando parte en la con-versación general.) ¡Enteramente un fiasco; ycuidado si anunciaban a este tenor como estrelladel arte! (Para sí.) ¿Será aquel? (Mirando.) No, noes. No creo que deje de venir. ¡Ay!, no vivo has-ta no saber lo que piensa de la proposición deTomás. ¿Cómo tomará la idea de reconciliarsecon Clotilde? Hice bien en decírselo por escrito,meditando muy bien la forma, y pensando bienlos conceptos. La carta era un modelo de saga-cidad diplomática. ¿Aceptará? Dios quiera queno se alborote... ¡Ah!, allí está... en el palco deSan Bernardino. Me ha visto. (Mirando a otrolado.) Ahora no vendrá. Veremos si en el tercerentreacto... Nunca como esta noche he deseadoverle y hablarle. ¿Saldrá por el registro de ladignidad? Mucho me lo temo... ¡Ay, gracias a

Dios que empieza el acto! (Entra Aguado y lasaluda. Se entabla animada conversación sobre pun-tos diferentes. Al llegar al entreacto tercero, sóloestán en el palco Aguado y el marqués de Cícero, quehablan con Teresa Trujillo. Augusta pasa al antepal-co.)

Escena VI

AUGUSTA, en el antepalco, FEDERICO.

AUGUSTA.- Nunca, como esta noche, hedeseado verte...

FEDERICO.- Ni nunca nos hemos visto ensitio menos a propósito para hablar de cosas

graves. (Atisbando por un lado de la cortina.)¿Quién está ahí?

AUGUSTA.- Cícero, que duerme, y Aguadoque habla con Teresa de la moralidad. Siénta-te...

FEDERICO.- ¿Nos darán tiempo para decircuatro palabras?

AUGUSTA.- Sí, sí... y también ocho. (Impa-ciente.) Di, ¿qué te pareció mi carta? ¿Qué efectote ha hecho?

FEDERICO.- Ya puedes suponerlo.

AUGUSTA.- (con ansiedad.) ¿Qué dices res-pecto al punto principal? ¿Aceptas? ¿Qué? ¿Note parece bien?... Por Dios, no me lo digas; nome des el disgustazo de... (Federico, en pie, fijoslos ojos en el suelo, deniega suavemente con la cabe-za.) ¡Qué ideas tan estrambóticas! ¿Pero quémal hay en esto? Dímelo.

FEDERICO.- Pero ven aca, ¿cómo ha podidoocurrírsete el absurdo de que yo lo acepte...mediando...?

AUGUSTA.- ¡Qué aflicción me causas...!¡Qué ingrato eres!

FEDERICO.- Por Dios, no llames a esto in-gratitud... (Preocupadísimo.) Yo te explicaré...¿Has reflexionado tú en la gravedad de lo queme pides? Respecto al otro punto que tratas entu carta, o sea mi reconciliación con Clotilde, tecontesto que accedo a hacerle una visita.

AUGUSTA.- ¿De veras? (Con alegría.) ¿Me loprometes?

FEDERICO.- Prometido. Mañana mismo iréa casa de la señora de Calvo. Haremos pacescon Clotilde; pero con él, con ese pelagatos notransigiré nunca.

AUGUSTA.- Todo es empezar...

FEDERICO.- Con ella sí. Ya ves cómo tecomplazco cuando me pides cosas razonables.

AUGUSTA.- Bueno... Eh, cuidadito; que va-yas... (Para sí.) Lo que importa es restablecer enél los vínculos de familia, única manera de do-mesticarle. Lo demás vendrá por sus pasos con-tados. (Alto.) Quedamos en que visitarás a tuhermanita. ¿Qué sabes tú lo que harás después?El tiempo y la derivación natural de los hechoste marcarán la conducta. Y no hablemos másahora de asuntos tan difíciles de tratar no es-tando solos. (Observa, levantando un poco la cor-tina, a los que están en el palco.) Otra cosa tengoque decirte, aprovechando este corto ratito.Malibrán nos sigue los pasos. Parece mentiraque haya seres tan viles, que se dediquen alespionaje por el infame placer de ver que noson buenos los que lo parecen.

FEDERICO.- ¿Te ha dicho algo?

AUGUSTA.- Indicaciones breves; pero bas-tante intencionadas y maliciosas. Cree, hijomío, que nos ha descubierto.

FEDERICO.- Lo dudo mucho... Tendrá sos-pechas.

AUGUSTA.- ¡Ay!, no; me parece que sonmás que sospechas.

FEDERICO.- En ese caso... (Alarmados ambos,miran con recelo al palco, y atienden a las voces quese sienten en el pasillo.)

AUGUSTA.- Calla... No podemos hablaraquí. ¡Qué angustia, teniendo tanto que decir!Espérame allá...

FEDERICO.- ¿Cuándo?

AUGUSTA.- El sábado... pasado mañana. Tepondré dos letras el mismo día, temprano. Si esel sábado, estaré hasta más tarde y cenaremosjuntos.

FEDERICO.- ¿No puedes decidirlo desdeahora?

AUGUSTA.- (bajando más la voz.) No... De-pende de que él vaya a las Charcas. Te escri-biré... Ahora, chitón. Entra a saludar a Teresa.(Pasa Federico al palco. Agitado sale, a punto queentran Orozco y Villalonga.)

Escena VII

Gabinete en casa de la Peri. Es de día.

FEDERICO, LEONOR.

FEDERICO.- Buenos días, Leonorilla.

LEONOR.- Bonyú, mon ti cherí... ¿Qué te cre-ías tú, que yo no sé francés? El marqués me loestá enseñando. Ya sé porción de frases, y conellas y con decir a todo pagardón, pagardón,podré entenderme con el franchute que sepamás.

FEDERICO.- (sin prestarle atención.) Bien.

LEONOR.- Pero qué ¿tienes mal humor?

FEDERICO.- De mil diablos.

LEONOR.- Ya... La condenada sota, ¿ver-dad? ¡Cuando te digo yo que no te fíes de esa...!Es más mala que el cólera.

FEDERICO.- Pues no, no se ha portado mal.(Saca un puñado de billetes.) Mira.

LEONOR.- (cruzando las manos y dando ungrito de alegría.) ¡Billetes! ¡Ay qué calorcito me

corre por todo el cuerpo! Déjame que los toque.Me muero por ellos.

FEDERICO.- Son para ti. Hace dos nochesque me sopla un poco la musa. Es una rachaque pasará pronto. Por eso, antes que venga lamala, quiero cumplir contigo. Toma esos ochomil realetes, y ve reuniendo para sacar tus al-hajas.

LEONOR.- (echando la zarpa a los billetes.) Ay,hijo de mi alma, ¡qué bueno eres! Dame acá. Mehace una falta atroz. ¿Y tú cómo estás de tram-pas y trópicos?

FEDERICO.- Absolutamente desahuciado.No tengo salvación. Los compromisos son tales,y se van enredando de tal manera, que prontodaré el barquinazo gordo.

LEONOR.- Ganarás, mico.

FEDERICO.- Gane o pierda, no puedo salir aflote. Me ahogo sin remedio. No veo ni aunprobabilidades de evitar la insolvencia y ladeshonra.

LEONOR.- (con alma.) No te apures. Confíaen Dios. Puede que te caiga alguna herencia.

FEDERICO.- ¡Herencias a mí!

LEONOR.- ¿Sabes que se me ha ocurrido ungran negocio, que podríamos emprender losdos? ¿No aciertas lo que es? Pues te lo diré:consiste en poner tres o cuatro casas de citas demuchísimo lujo, pero de un lujo... asiático, to-das ellas combinadas con una timba tremenda,y de muchísimo lujo también, como esas quehay en Badén y en Montecarlo... Te explicaré lacombinación... Es cosa de ganar millones.

FEDERICO.- (displicente.) No, no me expli-ques nada. No sé cómo se te ocurren tales dis-parates.

LEONOR.- Pues, hijo, yo tengo que inventaralgún negocio. Debo más que el Gobierno, y esecondenado pollo va a dar con mis pobrecitoshuesos en un hospicio. Cuentas de sastre, cuen-tas de café, cuentas de la Taurina, y cuentas dela santísima carandona de su madre. Todo lotengo que pagar yo, y ya me voy cansando,como hay Dios.

FEDERICO.- (tirándole suavemente de una ore-ja.) Eso le pasa a esta pájara por no hacer casode mí. Bien te dije que ese pollo era una cala-midad. ¿Por qué no te fiaste de mí en eso, comoen todo?

LEONOR.- Chico, porque cuando tocan aenamorarse pierde una el sentido. Eso del amores capítulo aparte, y los consejos y la amistadson para otras cosas. Ya sabes que me dio muyfuerte, que me cegué por él, y me puse comolos mismos hornos. Pero ya me voy enfriando,y conozco que es un grandísimo lipendi... Otromás carantoñero y de más figuras no lo hay.

Ahora está conmigo hecho un merengue. Comoque necesita cuartos. Pues dice que soy yo otracomo la Traviatta, y que él me va a redimir y avolverme honrada... ¡qué risa! Parece que ahorava a venir su padre, para quitarle de mí yllevársele, y él pretende que, cuando su papávenga a verme, haga yo el papel de tísica arre-pentida, tosiendo con sentimiento, y pintán-dome ojeras... vamos, como la Traviatta, paraque el buen señor se ablande y nos eche su san-ta bendición... ¡qué risa! Con estas farsas, ello esque me está dejando por puertas. (Federico vuel-ve a mostrarse triste y caviloso, sin prestar atencióna su amiga.) ¿Pero qué ocurre hoy? ¿Qué te pa-sa?

FEDERICO.- Ya debes figurarte que no es-taré para ponerme a tocar las castañuelas. Túsabes bien lo que me sucede. Tengo una her-mana que es mi desesperación, mi vergüenza;tengo un padre que me abochorna siempre queviene a Madrid.

LEONOR.- Anoche contaron aquí que vino acobrarle a Orozco unas cuentas que debía. ¿Sa-bes?, cosas allá muy gordas, de ingleses... perode Inglaterra; y que el otro fue más listo que ély le engañó, recogiéndole el papel por un peda-zo de pan. Ese Orozco se pierde de vista, y gas-ta unas como caretas de hombría de bien, conlas cuales emboba a la gente.

FEDERICO.- (caviloso.) No creas nada de eso.Es un desatino.

LEONOR.- ¿Pero a ti qué te importa que seaOrozco el engañado o que lo sea tu padre? Alláellos. Y en cuanto a lo de tu hermanita, yo ladejaría casarse con el Nuncio si le gustaba, di-go, con el monago de la Nunciatura... (Tirándolesuavemente de la oreja.) También tú, con tantopesquis como tienes, necesitas que te enseñe avivir una tonta como yo. ¡Haces y piensas cadasimpleza...! El casarse, hijo mío, debe ser unacosa muy liberal; quiero decir que la mujer de-be escoger a quien le entre por el ojo derecho, y

nada más. Ya no estamos en los días de la In-quisición... no sé si me explico. Anoche dijeronaquí que tú eres un hombre del tiempo en quehabía Inquisición, y cadenas, y despotismo, yotras cosas muy malas...

FEDERICO.- (sonriendo con tristeza.) Tienegracia.

LEONOR.- Pero a mí no me la pegas tú. Lacausa de que estés ahora tan cabistivo y pensiba-jo, no es ni lo de tu padre ni lo de tu hermana.Es otra cosa. Si yo te calo muy bien, si yo teentiendo. Tú guardas un secreto, que no quie-res confiarme, y haces mal, porque yo, que soyuna pública, tengo corazón, y no me faltan en-tendederas para decirte esto y lo otro que tepudiera consolar. Sé lo que son penas, y en lotocante a penas de amor, no hay quien me bara-je a mí. Podía poner cátedra de esto en la Uni-versidad, y saldría yo, con mi birrete color derosa y mi toga de batista, a explicar a los chicos

el tratado de las fatigas de amor con todos suspelos y señales.

FEDERICO.- ¡Qué mona! Figúrate si eres sa-lada, que me haces reír hoy a mí.

LEONOR.- (poniéndose en la cabeza, ladeado, elhongo de Federico.) Con que, o hay confianza ono hay confianza entre este par de peines. ¿Note cuento yo a ti hasta mis pensamientos másíntimos? ¿Por qué no has de hacer tú lo mismocon esta pájara? A ver, desembucha. Tú tienesamores, y amores muy por lo alto. Mira que sino te explicas, saco las cartas y te descubro todoel enredo.

FEDERICO.- Cierto que entre nosotros debi-era existir una confianza sin límites. Mi decorono padece nada en mis tratos contigo, que noson nada buenos. ¡Excepción inexplicable! Yotan meticuloso, fuera de aquí, en cuestiones dedignidad, en tu casa soy tu propia imagen. Nolo entiendo, pero es así. Sin embargo, te soy

franco, hay cosas mías, secretos si quieres, quedejo siempre de la puerta afuera, cuando entroa visitarte.

LEONOR.- (impaciente.) ¿Cantas o no cantas?Un hombre como tú no pone esos morros sinopor una pasión fuerte. Yo sé lo que es apasio-narse, irse del seguro. Lo pruebo todos los se-mestres.

FEDERICO.- Seguramente, si yo fuera conti-go menos reservado en eso que deseas saber,no me comprenderías. Es difícil que esto lo en-tienda nadie, Leonorilla. Las cosas que me an-dan a mí por dentro, en mi conciencia y en todomi espíritu, son de tal calidad que sólo Dios yyo las entendemos.

LEONOR.- Y yo también porque soy diosa.¡Vaya!, así me lo llamó bien clarito ese poeta,ese Bardal, en los versos que me hizo la otranoche. Con que, claréate.

FEDERICO.- Bueno, pues concediéndote yoque hay algo de lo que sospechas, a ver si en-tiendes la explicación que voy a darte, sinnombrar personas. Esos amores no me satisfa-cen, y más bien son para mí un motivo de pena.¿Por qué?, dirás tú. Porque se relacionan conciertos estados de mi espíritu, y de tal relaciónviene a resultar que son amores incompletos ysuperficiales. ¿Me explico bien? La facultadimaginativa lleva la mejor parte, y el corazón sequeda vacío, porque no hay confianza, ni lapuede haber entre esa mujer y yo. La confianzaconsiste en entregar toda nuestra existencia alconocimiento de la persona querida, y a esapersona no puedo yo revelarle ciertas fealdadesy humillaciones de mi vida angustiosa. Mequiere con locura, para mayor desgracia mía, yyo no puedo corresponderle. Hay momentos enque hasta se me figura que la aborrezco, porquenuestra alma tiende a odiar a las personas antequienes no podemos descubrirnos sin que elamor propio se lastime. Ya ves que te confío

mis secretos más delicados; te lo confío todomenos el nombre.

LEONOR.- (para sí, con malicia.) ¡Como si yono lo supiera, mico! (Alto, amenazándole con lamano.) Te voy a matar.

FEDERICO.- Ese amor no me satisface, por-que mi corazón no se ha entregado a él, porquepara completarlo me sería preciso añadirle laconfianza, este compañerismo que contigo ten-go, tan dulce, tan práctico. No, no te envanez-cas: el sentimiento inexplicable que nos une a tiy a mí tampoco es completo. Le falta algo, laimaginación, que está allá.

LEONOR.- (satisfecha.) El corazón por micuenta, ¿verdad? FEDERICO.- Gran parte de él,créelo. No puedo completarme aquí ni comple-tarme allá. La mitad de mi ser en cada lado. ¿Loentiendes? (Leonor, meditabunda, hace signosafirmativos con la cabeza.) Si estas dos mitades sepudieran juntar y fundir, ¡qué bueno sería! ¡Si

yo pudiera llevarme allá la confianza con susenvilecimientos y todo...! ¡Si yo pudiera traer-me aquí el recreo de la imaginación y de lossentidos...!

LEONOR.- (reflexionando.) De todo esto, loque saco en consecuencia es que somos los na-cidos una cosa muy rara. Hombres y mujeressomos guitarras, que no sabemos cómo se tem-plan ni cómo no... De lo que resulta que esto delas pasiones es un fandango pastelero. (Coge lascartas y empieza a barajarlas.) Ahora voy a adivi-narte los pensamientos. (Sonriendo.) Estoy ins-pirada. Ojo a la diosa. Se me ha puesto entreceja y ceja que el santísimo naipe me va a decirel nombre de tu adorado tormento.

FEDERICO.- ¿A que no?

LEONOR.- Y me dirá también si saldrás consuerte del corto camino en que te has metido.

FEDERICO.- (con cierto interés.) Veremos.Tan trastornado estoy, que hasta me voy vol-viendo supersticioso.

LEONOR.- (poniendo los naipes sobre el sofá, engrupos, y haciendo sobre ellos, con mucha gracia,signos estrambóticos.) ¡Ah!, mira; en las tres vuel-tas sale siempre encima la mujer de buen color.¡Ay, Dios mío, lo que veo aquí! ¿Sabes lo quequiere decir el seis de copas?, pues significaSanto Domingo... y en seguida el siete del mismopalo. ¡Jesús, Madrecita mía de las Angustias!...Y en seguida el ocho, que declara camino can-sado, como si dijéramos, una cuesta. (Con so-lemnidad.) La mujer por quien penas, camaraíta,vive en la cuesta de Santo Domingo, número 7,y es casada.

FEDERICO.- (tirando las cartas con displicen-cia.) Ea, deja esas tonterías... (Levántase inquietí-simo.) ¿Quién te lo ha dicho?

LEONOR.- (con naturalidad.) ¡Pero hijo mío,si lo saben hasta los perros!

FEDERICO.- No, no. Si lo sabe alguien, seráde poco tiempo acá. Verdad que estas noticiascunden con rapidez eléctrica.

LEONOR.- (muy cariñosa.) No te enfurruñes;no hay motivo para ponerse así. Esas cosas sesaben siempre, miquito. Siéntate a mi lado, y tecontaré algo que debes saber. Anoche hablaronaquí largamente de la de Orozco y de ti.

FEDERICO.- ¿Quién?

LEONOR.- Amigos tuyos. (Mirándose lasuñas.) Ya sabes que en eso de hablar, no hayamigo para amigo. Se sueltan mil borricadas,sin intención de ofender. ¿Te lo cuento? ¿Meprometes no enfadarte? Es de clavo pasadoque, tratándose de señora rica y de amante po-bre, lo primero que se diga es que ella le paga aél las trampas.

FEDERICO.- No, no dirían tal atrocidad.(Paseándose agitado.) ¿Qué amigo mío es capazde suponer...? Como no sea Malibrán...

LEONOR.- El mismo...

FEDERICO.- ¿Y tú te callaste...?

LEONOR.- Buena soy yo para callarme,tratándose de tu honor, que es lo mismito queel mío...

FEDERICO.- (deteniéndose ante ella.) Tu honorlo mismo que el mío... es decir, el mío como eltuyo...

LEONOR.- He dicho una sandez. No hagascaso... Ahora caigo... (suspirando.) en que yo notengo honor. Quise decir... Pero tú ya me en-tiendes.

FEDERICO.- Sí, comprendido.

LEONOR.- Pues te defendí diciendo que túno eras capaz de tomar dinero de ninguna mu-jer... (Bajando la voz.) Que nosotros tengamosacá nuestros cambalaches, es cosa que nadiesabe, que a nadie le importa, y que entre noso-tros se queda. Claro, de ti para mí, lo ganamoscomo podemos, y nos ayudamos. No es des-honra, digan lo que quieran... ¡Pero arrimarte túa una casada rica para que te mantenga...!, esono lo puede decir quien te conozca.

FEDERICO.- Sin embargo, los que mejor meconocen lo dirán. ¡Le parece a uno fácil excep-tuarse de la lógica vulgar de la vida, y es tandifícil, pero tan difícil...! (Con abatimiento,sentándose.) Leonorilla, estoy dejado de la manode Dios.

LEONOR.- No hagas caso de esas tonterías...

FEDERICO.- Que no pararon seguramenteen lo que me has contado. Malibrán debió dedecir algo más.

LEONOR.- Sí; pero te advierto que se le fueun poco la mano en la bebida, y no hay quetomar al pie de la letra lo que habló. ¿Te locuento? Sí, más vale que lo sepas, para queestés prevenido. Pues dijo que se había pro-puesto averiguar dónde os veis tú y esa señora;que estuvo muchos días trabajándolo como unpolizonte, y que por fin... os ha descubierto elnido.

FEDERICO.- Bonita ocupación la de ese ton-to... ¿Y dónde, dónde...?, a ver... ¿dónde dijoque...?

LEONOR.- Se lo calló muy bien callado, pormás que le mareamos para que nos lo dijera.

FEDERICO.- Es que no lo sabe...

LEONOR.- ¡Ay!, no te hagas ilusiones. Losabe. Se le conoce en la manera de decirlo.

FEDERICO.- Pues que lo sepa. Mejor. Estascosas se saben siempre.

LEONOR.- Mira, niño, ándate con tiento,porque es fácil que te veas envuelto en unacuestión muy mala. Yo estoy inquieta, y temoque haya lance.

FEDERICO.- ¿Con ese zángano perverso deMalibrán? Puede.

LEONOR.- Me parece que la bronca del siglova a ser con Orozco. Dijo Malibrán que el buenseñor tiene los ojos cerrados, y que él se los va aabrir.

FEDERICO.- Pues que se los abra... Mejor...

LEONOR.- No; no digas tal. El que no quierever, que no vea.

FEDERICO.- (exaltado.) ¿Pues qué piensastú? Si siento vivos deseos de abrírselos yo mis-mo...

LEONOR.- ¿Qué dices?... Chico, tú no tienesla cabeza buena. ¿Tú? ¿De manera que tú mis-mo acusarás a la que te quiere tanto?

FEDERICO.- Tienes razón... Tú conservas elsentido claro de las cosas, y yo lo he perdidocompletamente. Siento y pienso y digo los ma-yores despropósitos... Leonorilla, estoy desqui-ciado por dentro. Me desplomo; verás cómo mehundo. LEONOR.- (humorísticamente.) Puesavisa, mico, para que no me cojas debajo...

FEDERICO.- (con ternura.) Tú eres la únicapersona que veo con gusto a mi lado en estaruina de mi espíritu. Cuantas personas tratomás o menos íntimamente se me revisten deantipatía en esta desgana que me aniquila; to-das, incluso ella, y lo digo porque es verdad,sintiéndolo mucho, pues no se lo merece la in-feliz. Entre tantas caras que me ponen mal ce-ño, sólo la tuya resplandece. ¿Verdad que esraro? Pero siempre ha de haber algo que no seentiende, y lo que no entendemos, adviértelo,

es lo que más consuela. Las cosas muy resabi-das y muy estudiadas hastían el alma. Las quese nos presentan en términos vagos, confun-diendo nuestra razón, son las que nos confortany nos alientan.

LEONOR.- (fingiendo comprender.) Es verdad,verdad. Yo me intereso por ti, y por ayudarte ysacarte de un apuro, soy capaz de comprome-terme. Pídeme lo que quieras. Mándame quehaga trampas en el juego, y las haré.

FEDERICO.- No, eso no. ¡Quita allá!

LEONOR.- Pues las he hecho, para que losepas. Tu tranquilidad vale más que un poco demoral de timba, tratándose de estos bobalico-nes que vienen aquí a divertirse conmigo. Enun día de gran ahogo, y antes que verte pade-cer por cochinos mil reales, le doy yo el pego allucero del alba.

FEDERICO.- (enojado.) Cállate. Me lastimasprofundamente.

LEONOR.- Déjate proteger, mico. ¿No medas tú parte de lo que ganas?

FEDERICO.- Sí; pero yo no hago trampas.

LEONOR.- Cada uno es cada uno. Yo no soytú; yo soy pública, aunque para ti sea muy par-ticular.

FEDERICO.- (echándose a reír.) Chica, comoquiera que seas, me envanezco de tu amistad.Es lo único que me queda en este mundo. (Laabraza.) ¡Lástima que no puedas salvarme! Yono tengo remedio ya. (Con profunda tristeza,levantándose.) Soy hombre al agua.

LEONOR.- Pero ven acá. ¿Tan mal andas?¿Temes no poder seguir viviendo como vives?¿No podríamos arreglar que tuvieras un tantofijo...?

FEDERICO.- (sombrío.) No hay posibilidadde que cambie mi manera de vivir.

LEONOR.- (con agudeza.) Se me ocurre unaidea. ¿Te la digo? Pero no has de enfadarte.Pues... allá voy... Me parece una atrocidad quepases tantas amarguras teniendo esa amiga tanricachona.

FEDERICO.- (espantado.) ¡Leonor! ¡Tambiéntú...!

LEONOR.- No, monín; si yo no digo que túle pidas... Digo que de ella debiera salir el ofre-certe una cantidad gorda, para que de unavez...

FEDERICO.- (irritado.) Quita, quita. Déjameen paz.

LEONOR.- Anda... tonto... Fuera escrúpulosy bobadas... (Remedándole.) ¡El honor... la dizni-daz!... ¿Qué importa que...? Vamos, que buenos

miles podría darte; y algo me había de tocar amí.

FEDERICO.- (excitadísimo.) Me voy, me voypor no oírte.

LEONOR.- (alarmada.) Chico, no te me pon-gas así. Tú tienes alguna mala idea y no quieresdecírmela.

FEDERICO.- (tomando su sombrero.) Me voy.Déjame. LEONOR.- No me gusta verte salir deestampía.

FEDERICO.- Se me había olvidado que heprometido visitar hoy a mi hermana, visita queno significa reconciliación ni mucho menos.(Con enojo.) ¿Pues no pretenden también que yodé el nombre de hermano a ese?... ¡Estúpidaexigencia!

LEONOR.- Vamos, perdona a tu hermanilla.Te estás atormentando... ¡Qué manías tienes tantontas!... ¡Pobre niña! Haz las paces... y a vivir.

FEDERICO.- ¡Tú también!... Vuelvo. (Retírasemuy agitado.)

LEONOR.- (alarmada, viéndole salir y sin atre-verse a seguirle.) ¡Pobre mico, no me gusta sucariz!... Su cabeza está llena de nubarrones.Diera yo algo por poder despejársela.

Escena VIII

Sala en casa de la Viuda de Calvo.

LA VIUDA DE CALVO, señora de edad avan-zadísima, pero bien conservada, vestida de negro,

con espejuelos, gorro a la francesa. Sale por la dere-cha apoyándose en un bastón; CLOTILDE, que estájunto al balcón de la izquierda, mirando a la calle.

VIUDA DE CALVO.- ¿Qué haces ahí?

CLOTILDE.- ¿No ha concluido Santana deconferenciar con ese señor?

VIUDA DE CALVO.- Aún tienen para un ra-tito. ¿Qué miras? ¿A quién esperas?

CLOTILDE.- A mi hermano, que prometióvenir a verme. No puedo apartar de la calle misojos, esperando verle, entre los que pasan.

VIUDA DE CALVO.- (separándola del balcón.)No te aflijas, chiquilla, ni te impacientes, que yaparecerá, si es cierto que ha manifestadopropósitos y deseos de verte.

CLOTILDE.- Díjome Bárbara que vendríapor la tarde, y la tarde se acaba.

VIUDA DE CALVO.- ¿Tan pronto? ¿Cómose ha de concluir el día antes de las cuatro de latarde?

CLOTILDE.- (señalando al balcón.) Ya lo veusted, es casi de noche. El sol se pone.

VIUDA DE CALVO.- ¡Qué se ha de poner,bobilla! No te empeñes en acelerar la carreradel sol, que bastante de prisa andan los días,sobre todo para los que ya los vemos pasar sinninguna ilusión. Tu hermano vendrá, si no detarde, de noche, o cuando quiera venir.

CLOTILDE.- ¡Ay! ¡Cuánto deseo verle! Sietedías hace que de él me separé, y me parecensiete años. ¡Pobre hermano mío! Cuando salí desu casa, la fiebre de la resolución que tomé nome dejaba presentir la pena de esta ausencia.Federico tiene sus defectos, como todos; perosu corazón es noble. En los últimos días quepasé con él, sus defectos se abultaban a misojos, y sus cualidades disminuían. Pues ahora

me pasa lo contrario: las cualidades crecen y losdefectos me parecen insignificantes.

VIUDA DE CALVO.- Es caballeroso, inteli-gente, simpático y de buen natural; pero has deconvenir conmigo en que no sirve para criarhermanas. Descuellan en él estímulos de alta-nera dignidad, instintos de nobleza que luciríanbien en una posición opulenta, como piedraspreciosas montadas en oro; pero que se despe-gan del cobre dorado de la penuria vergonzan-te en que se empeña en ponerlos. ¡Ay, hija demi alma! La realidad, con sus lecciones doloro-sas, me ha enseñado a mí lo que es decadencia.Ideas de vanagloria tuve yo también, y conellas posición muy distinta de la que tengo aho-ra. Pero caí, y me encontré con que las talesideas, y el puntillo de honor y todo lo demás,eran de muy mal ver sobre las ruinas que merodeaban. Aprendí a ver mayores extensionesde mundo; la necesidad me hizo viajar por re-giones bajas, que son las más interesantes y las

que más vida encierran, y descubrí que el reinode la humanidad tiene muchas más provinciasy comarcas de las que yo creía. Por eso abracétu causa, sin asustarme del escándalo que da-bas, ni de tu desigual elección, ni del caminotorcido que escogías para llegar al matrimonio.Cuando se miran las cosas desde arriba, se ve lagrandeza de los móviles humanos, y no se dis-tingue la pequeñez microscópica de los trámi-tes sociales. Os protegí y os protegeré mientraspueda, sin hacer caso de los furores de tu her-mano, ni de los asombros de lo que llaman opi-nión, asombros que no vienen a ser más que unmovimiento de curiosidad, detrás del cual estála indiferencia.

CLOTILDE.- ¡Ay, cuánto sabe usted, señora!(Con entusiasmo.) Habla lo mismito que un li-bro.

VIUDA DE CALVO.- Los años, hija mía, sonmis libros, el tiempo mi biblioteca, y mi estudioel vivir... (Suena un timbre: se sienten pasos.) Pero

alguien ha entrado... Si será al fin el caballerode los imposibles. (Clotilde corre a la puerta delfondo.)

Escena IX

Las mismas; FEDERICO.

VIUDA DE CALVO.- (viéndole entrar.) ¿No lodije?

CLOTILDE.- ¡Hermanito...! (Abrazándole.)¡Gracias a Dios!

FEDERICO.- ¡Ingrata! (Saluda a la señora deCalvo.)

VIUDA DE CALVO.- Desde que la niña su-po que usted vendría, la ansiedad y el contentono la han dejado vivir. Los siete días de ausen-cia se le antojaban siglos, impaciente por ver asu hermano y oír de él palabras de concordia yperdón.

CLOTILDE.- (que besa las manos de Federico,llorando.) ¿No es verdad que me perdonas, queolvidas, la pena que te di?

FEDERICO.- No soy rencoroso. Te perdonoel mal que me hiciste, emancipándote de mí, yhuyendo de mi lado sin consultarme tu inclina-ción. Si me hubieras pedido consejo, yo te habr-ía quitado de la cabeza ese error deplorable.

CLOTILDE.- ¿Aún insistes en que es error?Yo no te consulté, persuadida de que me habíasde decir nones. Era cuestión grave. Me sentíasola en el mundo, y creí que estaba en mi dere-cho eligiendo por mí misma al que había de sermi marido.

FEDERICO.- Creíste mal. Pero no he de vol-ver ya sobre lo que no tiene remedio. El errorestá cometido, y yo, aunque te perdono, novario de modo de pensar respecto al fondo deél. Lo hecho, hecho está. Me someto a la reali-dad, pero dentro de la medida que me marcami criterio. Te perdono; te miraré siempre comohermana; pero no me pidas más de lo quehumanamente puedo darte.

CLOTILDE.- (con tristeza.) Eso quiere decirque transiges conmigo; pero no con el que va aser mi esposo.

FEDERICO.- Así es.

CLOTILDE.- (a la señora de Calvo.) ¿Le parecea usted...? ¡Qué crueldad, qué orgullo!

VIUDA DE CALVO.- (festivamente.) Hijamía, él es así; pero pierde cuidado, que se mo-dificará.

CLOTILDE.- ¿Cuándo?

VIUDA DE CALVO.- Cuando tenga misaños. Si tan largo me lo fías... Sr. de Viera, esusted un chiquillo, y piensa y obra como tal.

FEDERICO.- ¡Qué quiere usted, señora! Nopodemos ser de otra manera que como somos.Perdóneme la perogrullada.

VIUDA DE CALVO.- No tema el caballerode los imposibles que yo me ponga a sermone-arle. No acostumbro predicar a quien no quiereoír. Lo único que le diré, para que vaya abrien-do los ojos, es que Clotildita ha demostradobuen tino en la elección de marido, porque San-tana, sin ser un Gutibamba ni un Mucibarrena,es mozo de muy buen natural y de gran talentopara cultivar la ciencia del vivir. Hoy por hoy,no tiene sobre qué caerse muerto; pero acuér-dese usted de lo que le dice esta vieja: llegarádía en que el caballero de los melindres, aban-donado de todo el mundo, y sin tener donde

guarecerse, llame a la puerta de su hermana,pidiendo un asilo y un pedazo de pan. Y sucuñado, que es un alma de Dios, aunque novista elegante, se lo dará. Y usted tan... agrade-cido.

FEDERICO.- No dudo de que posea usted eldon de la profecía, señora. Lo que ha dichopodrá suceder... (Para sí.) Parece propiamenteuna bruja esta buena señora.

VIUDA DE CALVO.- Vamos, no se enfadeporque le diga la buena ventura. Sr. de Viera,leo en su pensamiento. En este instante estáusted diciendo para sí: «Parece una bruja estabuena señora».

FEDERICO.- ¡Oh!, no, no he pensado tal co-sa. Usted habla como la experiencia, yo contes-to como la terquedad y las preocupaciones.¿Qué culpa tengo de no convencerme? Estánmis ideas muy remachadas, y no hay quien melas arranque. No nos traslademos al siglo que

viene; estamos donde estamos, y en este mo-mento, yo no quiero ni oír hablar de la personaque me ha quitado el cariño de mi hermana,tomándose una mujer que no merece ni se me-recerá nunca, aunque llegue a reunir los millo-nes de Rostchild.

CLOTILDE.- (enojada.) Pues sí que me mere-ce. Vale más que yo, mucho más.

FEDERICO.- No disputemos sobre eso. Sepuede discutir todo, menos sobre las simpatíasy antipatías personales. Lo que pertenece alorden de los sentimientos, sea cariño, sea ren-cor, es sagrado. Dejémoslo como está.

VIUDA DE CALVO.- Es cierto. Los odiosestán erizados de picos, y por mucho que laspalabras froten sobre ellos no los suavizarán.Las palabras son blandas, los odios son duros.Las asperezas de la vida, ayudadas del tiempo,sí que liman bien. Déjale, déjale. Si no quierehacer las paces con tu futuro, que no las haga.

Por de pronto las ha hecho contigo, y esto ya esalgo.

CLOTILDE.- ¿Serás tan ingrato, tan duro,tan orgulloso, que no asistas a mi boda?

FEDERICO.- No asistiré. No puede unodesmentirse a sí mismo en tan breve tiempo.Sostengo que no es decoroso para mí ni para élque yo asista.

VIUDA DE CALVO.- (irónicamente.) Tienerazón. En ley de caballería, no se olvidan dehecho las ofensas tan pronto como se dice. Queno se vean. Vale más que no se vean... no vayaa resultar que se coman.

CLOTILDE.- (animosa.) Pues yo digo que sehan de ver. Que quieras que no, has de darle lamano.

FEDERICO.- (para sí.) Me despediré... (Salu-dando a la viuda de Calvo.) Señora mía...

CLOTILDE.- (cogiéndole de una mano.) No, note dejo ir. Un momentito... En seguida sale. Estáen ese gabinete con el señor de Orozco.

FEDERICO.- ¡Con Tomás!

CLOTILDE.- ¿A qué viene ese espanto? ConOrozco, sí, con tu amigo, un señor muy bueno,que nos protege, y no nos abandonará nunca.

FEDERICO.- (desasosegado.) Adiós.

CLOTILDE.- (tirándole del brazo.) Que no tevas, digo.

VIUDA DE CALVO.- Más vale que le dejes.Le molesta sin duda ver a los que le dan unaleccioncita de tolerancia.

FEDERICO.- Es la verdad, y como me mo-lesta me voy.

Escena X

Los mismos; OROZCO, SANTANITA, que sa-len por la derecha.

OROZCO.- ¡Tanto bueno por aquí!

FEDERICO.- (cohibido.) Lo bueno estaba an-tes de venir yo: lo bueno eres tú.

OROZCO.- (queriendo hacerse el insignifican-te.) El amigo Santana y yo tratábamos de unasunto... menudencias, nada en suma. Me gustaverte aquí. Eso me prueba que corren vientosconciliadores.

CLOTILDE.- Paces, D. Tomás, paces tene-mos. Pero la fiera no está aún domesticada, y espreciso pasarle la mano por el lomo un poquitomás.

OROZCO.- (festivamente.) Cese la ruin dis-cordia. Que esto sea como el tableau con queacaban las comedias. Reconciliación, tolerancia,y lo pasado pasado. Haya aquello de ¡hermanomío!, y abrácense todos, y caiga el telón sobreun final de buenos propósitos.

FEDERICO.- (con escepticismo.) Pues si en lascomedias el telón volviera a levantarse, se veríaque los buenos propósitos eran conversación.

CLOTILDE.- (aparte a Federico.) Da la mano ami Luis. Mira, el pobrecillo está asustado, y nose atreve a dirigirte la palabra. Háblale tú.

FEDERICO.- ¿Que le hable yo?... ¡Tonta!

OROZCO.- (observando a Federico y a Santani-ta.) ¿Qué pasa? ¡Ah!, que no se doblan esosrígidos caracteres. Uno y otro se encariñan consu agravio, y no quieren echarlo de sí. ¡Bonitacosa guardáis! Sois un par de majaderos. Sí,

defended vuestros rencores, como si fueran unhallazgo precioso, que alguien os disputa.

VIUDA DE CALVO.- Señor de Orozco, us-ted que es tan cristiano, y posee, como nadie, elarte de mover los corazones, ponga en paz aestos desdichados, pues de fijo, a usted le haránmás caso que a nosotras. Yo por vieja, con unpie en la sepultura, y esta por niña, acabada denacer, carecemos de autoridad.

OROZCO.- (con fingido egoísmo.) Señora mía,nunca me ha gustado ser redentor de nadie, niquiero meterme en libros de caballería.Además, conviene respetar las disensiones defamilia, que en algo se fundan, cuando existen.Cada uno tiene bastante con sus propios afanes.¿A qué afanarse por el mal ajeno?

FEDERICO.- (para sí.) ¡Hipócrita!

OROZCO.- Fijaos bien en este principio: loque cada cual no haga por sí mismo no debe

esperarlo de los demás. Con que, jóvenes in-flexibles y caballerescos, si no simpatizáis, buenprovecho os haga. No seré yo el que se desvivapor zurciros las voluntades. Si esperáis a que yoos reconcilie, medrados estáis.

FEDERICO.- (para sí.) ¡Farsante! (Alto, a laviuda de Calvo.) ¿Lo ve usted?

VIUDA DE CALVO.- De los dichos a las ac-ciones hay a veces mayor distancia que entre lofingido y lo real.

CLOTILDE.- Pues yo insisto en que des lamano a Luis. ¿Te irás sin darme ese gusto?

FEDERICO.- (secamente.) Todo lo que yopodía hacer por ti, ya lo he hecho.

OROZCO.- (burlándose.) Eso es: carácter,firmeza, tesón. No se empeñe usted, Clotilde,en abatir esa fortaleza inexpugnable. Que no leda la mano, que no se la da...

SANTANITA.- (queriendo aparecer sereno.)Pero es preciso hacer constar que yo no he de-seado que me la dé. Conste esto.

OROZCO.- Sí, hombre, constará todo lo queusted quiera. Tratándose de tonterías por una yotra parte, hay aquí mucho que apuntar, paraenseñanza de las generaciones futuras.

SANTANITA.- Y conste también que nadaabsolutamente tenemos que agradecer Clotildey yo a las personas que más debieran mirar porella, ya que no por mí...

OROZCO.- Vamos, también eso constará, sise empeñan en ello.

SANTANITA.- Y que toda nuestra gratitud,toda nuestra consideración, y nuestro cariñoson para usted, que se ha conducido con noso-tros como un padre.

OROZCO.- (riendo.) ¡Ave María Purísima!¡Que exageración, qué tontería, qué final decomedia cursi!

SANTANITA.- (con efusión.) Y nosotros lereverenciaremos como hijos amantes y sumisos,porque nos ha dado medios de vivir honrada-mente y de combatir la miseria. La felicidadque llevábamos, como en germen, en nosotrosmismos, usted nos la hace patente y efectiva.

OROZCO.- (llevándose las manos a la cabeza.)¿Yo? Pues no me había enterado... ¡Qué manerade delirar!... No deis importancia a lo que no latiene.

FEDERICO.- (para sí.) ¡Hipócrita! Ya te cayóque hacer. ¿No querías ingratitud? Pues estos,con su gratitud impertinente, te dan taza y me-dia.

OROZCO.- (muy contrariado.) No, no cantéisvictoria, ni me atribuyáis vuestra felicidad. La

plaza en casa de Trujillo, al mismo Trujillo ladebéis... casi, casi a disgusto mío, que la habíapedido para otro.

VIUDA DE CALVO.- No le creáis, no le cre-áis. Su modestia es tal que no parece de estemundo.

OROZCO.- (ligeramente incómodo.) Repitoque no he sido yo... vamos. ¿Cómo lo diré? (ASantanita.) Lo que hemos hablado hace un mo-mento, no lo considere usted como efectivo.Vaya, que el niño se entusiasma por adelanta-do. No es más que un proyecto, una hipótesis,que tampoco me pertenece. Sólo soy interme-diario, y lo que vaya a poder de los hijos deViera, no saldrá seguramente de mi bolsillo.

VIUDA DE CALVO.- No le creáis... que estelas gasta así. (Con efusión.) Si os ha prometidoalgo que aumente vuestro bienestar, creed queos lo dará, y no le hagáis maldito caso si os diceque no es él quien da. ¡Otro más marrullero no

existe bajo el sol, que alumbra tantas maravillasde Dios! Le conozco y a mí no me trastea. Ospondrá mala cara siempre que os encaje algúnbeneficio, y procurará haceros creer que lo deb-éis a otro.

FEDERICO.- (para sí.) Toma ingratitud.

OROZCO.- (a la viuda de Calvo.) Señora, us-ted me está faltando.

VIUDA DE CALVO.- Sí, le falto a usted, mele subo a las barbas, no le permito echárselas dehombre malo, y le arranco la careta. Conmigo,(enarbolando el palo) no le valen a usted sus ma-quinaciones infernales.

CLOTILDE.- (colgándose de un brazo de Oroz-co.) Es nuestro padre, nuestro verdadero padre,y le debemos gratitud eterna, y un cariño sinfin.

OROZCO.- (sacudiéndose.) Niña, por Dios,esto ya parece burla.

SANTANITA.- (intentando besar la mano aOrozco, el cual la retira.) Nuestro padre será,aunque se enoje, y diga lo que dijere, como talle tendremos.

OROZCO.- (sofocado.) Basta, moscones, bas-ta. Os juro que sois los mayores tontos que hevisto en mi vida.

VIUDA DE CALVO.- Sí, adoradle, que biense lo merece. No toméis en serio sus farándulas.Es el santo más pillo y más embustero que hayen la tierra.

OROZCO.- Me voy... No puedo resistir esto.

VIUDA DE CALVO.- Pues mal que le pese,le diremos que es un santo, y se lo haremosconfesar... Duro en él; besadle las manos, (Clo-tilde y Santanita hacen esfuerzos por besarle las

manos; pero él no se deja) y si se resiste, le ama-rraremos, y con este palo... (renqueando hacia él,con el bastón levantado) le convenceré de que esun farsante... y una mala persona... así... toma,toma. (Le toca en los hombros suavemente conla punta del palo.)

OROZCO.- (cogiendo del brazo a Federico.)Vámonos de aquí. Parece que están todos locosen esta casa... ¡Almas de cántaro...!

VIUDA DE CALVO.- (corre tras ellos, tamba-leándose.) Adiós, adiós.

Escena XI

Calle.

OROZCO, FEDERICO.

OROZCO.- ¿Has visto qué gente más fasti-diosa?

FEDERICO.- Fastidiosos por agradecidos.

OROZCO.- Quita allá. No es para tanto.Cuando las acciones comunes se consideranactos dignos de alabanza, es que el nivel moraldesciende hasta lo increíble. Y ahora que esta-mos solos, hablaremos. Tenía yo ganas de queechásemos un párrafo.

FEDERICO.- (sombrío.) Y yo también.

OROZCO.- Por cierto que... y perdona queme entrometa en tus asuntos... creo que debistecontemporizar con ese pobrecillo Luis, tu futu-ro cuñado. Ya no puedes impedir el parentesco.La sociedad sanciona los matrimonios desigua-les en cuanto se convence de que no puede im-pedirlos. ¿Por qué has de ser tú menos que lacolectividad?

FEDERICO.- (con ardor.) ¿Otra vez el mismoasunto? Soy un anticuado, y no admito en laintimidad de mi familia a personas de esa clase,de esos hábitos y de esos procedimientos amo-rosos, los cuales acusan una extracción villana ygrosera. Y no tengo más que decir.

OROZCO.- Bueno; no es preciso acalorarse.Hártate de aborrecer... saborea las hieles delalma. Hay personas a quienes gusta el dolorpropio con tal de producir el ajeno. No tearriendo la ganancia. Has hablado de extrac-ción villana, tontería impropia de ti.

FEDERICO.- Pues que lo sea; mejor. Tonteríaconstitutiva, contra la cual no puedo nada, co-mo nada podemos contra nuestro temperamen-to.

OROZCO.- No insisto en ello. Entiéndetecon tus errores. Te estás labrando tu infelicidad.

FEDERICO.- ¿Y qué?

OROZCO.- No conceptúo la infelicidad te-rrestre como un mal absoluto; pero debemosevitarla.

FEDERICO.- (muy displicente.) Pues a mí seme antoja no luchar contra ella. ¿Qué quieres?Será porque me he convencido de que me ha devencer.

OROZCO. Pesimista estás. La vida es un be-neficio y no una carga.

FEDERICO.- Para mí no vale esa regla... niotras.

OROZCO.- Porque no quieres hacerla va-ler... Pero, en fin, no divaguemos, y vamos a loconcreto. ¿Adivinas el asunto de que quierohablarte?

FEDERICO.- (para sí.) ¡Dios mío, ahora esella! (Alto.) Sí, me lo figuro.

OROZCO.- Augusta se encargó de tantear elterreno. Yo no quise hacerlo. Me asustaban esosrelinchos que da tu falsa dignidad salvaje, yrecalco la figura, porque verdaderamente escomo un caballo sin desbravar... Adelante: mimujer me ha dicho que no aceptas.

FEDERICO.- Es cierto.

OROZCO.- Dame una razón.

FEDERICO.- (después de vacilar.) Porque nopuedo, porque es absolutamente imposible queacepte.

OROZCO.- Pero eso no es razón... Dameuna, siquiera sea del tamaño de una lenteja.

FEDERICO.- Las tengo del tamaño de cala-bazas.

OROZCO.- Pues vengan. Porque no com-prendo yo delicadezas extremadas hasta la sin-razón. Eso ya es ingratitud y orgullo satánico.

FEDERICO.- ¡Orgullo satánico! Es que yosostengo que Lucifer no fue malo al rebelarse...era un ángel muy delicado.

OROZCO.- Pase como chascarrillo. Trate-mos la cuestión formalmente. ¿Qué agraviorecibe tu decoro con adoptar una manera devivir que te libre de amarguras, y te asegure lapaz moral para toda la vida? Empieza por con-siderar que lo que se te ofrece no es mío, es detu padre.

FEDERICO.- Imposible considerarlo así. Lascosas son lo que son.

OROZCO.- Bueno, pues sea de quien sea.Explícame por qué te humillan los favores deun amigo.

FEDERICO.- (turbado.) No es que me humi-lle; es que... (Para sí.) Este hombre me está ase-sinando.

OROZCO.- ¿Qué orgullo es ese?¡Qué castade dignidad tan incomprensible! ¿Te rebaja elbeneficio otorgado por un amigo, por un com-pañero de la infancia, y no te envilecen otrascosas? ¿Cómo entiendes tú el honor? Tus arbi-trios angustiosos y degradantes de buscarte lavida no te sonrojan, y te sonroja lo que te pro-pongo.

FEDERICO.- Es que mis arbitrios degradan-tes son hábitos, y ya no puedo vivir sin ellos.Tomás, Tomás, me duele mucho decírtelo; pero

te lo diré. Soy vicioso. La idea de una vida sosay correcta, con el bienestar acompasado de unmodesto rentista, me horroriza. No quiero esavida, no la quiero. El veneno se ha adaptado ami naturaleza, y no puedo existir sin él.

OROZCO.- Palabrería ingeniosa. Tú no sien-tes lo que dices. Me engañas, y yo, al menos,merezco de ti la sinceridad. ¿Cómo pretendeshacerme creer a mí que prefieres esa vida desobresaltos a...?

FEDERICO.- (interrumpiéndole.) Créelo, sí.Me carga la tranquilidad. No sé cómo explicár-telo. Los conflictos diarios, las angustias, el norespirar, el no vivir, la excitante lucha, me pro-ducen placer insano. ¿No lo comprendes? Soycomo el borracho incorregible, que se sienteenvenenado por el alcohol, y lo apetece contodas las energías de su naturaleza. Yo apetez-co el mal, el picor terrible de las dificultadespecuniarias, las emociones del azar, con susdesmayos hondos y sus alegrías delirantes.

OROZCO.- Nada de eso pertenece a la reali-dad. O es desvarío de enfermo, o una manerahábil de argumentar. Otras razones te muevena despreciar lo que te ofrezco. Dímelas, yquizás me sea fácil rebatirlas. Imposible quedejes de comprender las ventajas de la vidadecente y sosegada. ¿Sabes cuál es mi aspira-ción y la de Augusta, que en esto, como en to-do, está de acuerdo conmigo? Pues que te en-tiendas con tus hermanos, y viváis juntos. Poreso te escribió mi mujer suplicándote que visi-taras a Clotilde. Accediste, y pensamos que tuaquiescencia en este punto era señal de cedertambién en el otro. Te propusimos el vivir contu familia, calculando que de este modo os lu-ciría más el pequeño capital que debéis a lastravesuras de Joaquín. Porque a él, fíjate bien, aél en primer término debéis agradecerlo másque a mí.

FEDERICO.- ¡No nombres a mi padre, porDios! ¿Qué tiene él que ver con esto?

OROZCO.- Sí, porque él, inconscientemente,nos ha proporcionado los medios para estacombinación feliz.

FEDERICO.- (espontaneándose.) Tuya, tuya ysólo tuya es esta idea, que tiene una cara divinay un reverso diabólico. Todo lo hermoso de ellate pertenece; bien lo sé. Conmigo no te valentus farsas de modestia; conmigo no te sirve eldesprenderte de tu corona sublime. Te conozcoy sé apreciarte en lo que vales. Desgracia mía esno poder corresponder a tanta... no sé cómollamarlo. Tomás, despréciame, no hagas casode mí. Yo no merezco ni que me mires, siquie-ra.

OROZCO.- No te escapes por ese registro delos elogios, para aturdirme y apartar la cuestiónde sus verdaderos términos. Por reducirte yablandarte, soy capaz hasta de transigir con loque más detesto, que es la vanidad, y llenarmede ella, y atribuirme virtudes y méritos, con talque accedas a nuestra pretensión. ¿Te conviene

este trato? Dime que aceptas, y yo diré que soytu protector si así te acomoda. Por el contrario,¿te molesta mi protección?, ¿tu orgullo se sub-leva contra lo que crees humillante? Pues meanularé. Nada habrá en mí que te recuerde lasituación de favorecido. Es más: si quieres mos-trarte ingrato conmigo, mejor, tanto mejor. Si teda por mostrarte olvidadizo, no creas que esome incomoda: al contrario...

FEDERICO.- (con viva emoción.) Tomás, si tedigo que te tengo por sobrenatural, no expresotodo lo que siento. Cállate y déjame; no puedooírte...

OROZCO.- (deteniéndose en un portal.) Piensaen lo que te he dicho. Yo me quedo aquí.

FEDERICO.- (deseando escapar.) Pues adiós...Sí; pensaré...

OROZCO.- Adiós. (Entra en una casa. Federicosigue.)

Escena XII

FEDERICO, solo, vagando por las calles, en es-tado de vivísima agitación.

¡Ay, qué descanso!... ¡Libre de ese hombre!Huiré y me esconderé donde no pueda oír suvoz, donde su mirada noble y profunda no meanonade. Imposible vivir así... Si otra vez mehabla, mi sinceridad se desbordará, y le diré laverdadera causa de mi... ¡Enorme y absurdapretensión que yo acepte tal cosa! Me morirécien veces antes. (Reflexionando.) ¿Pero a quérevelarle yo los motivos de mi rebeldía, si él hade saberlos pronto? Yo confiaba ¡menguado demí!, en que este secreto no se descubriría fácil-mente, y ahora resulta que no tardarán en co-nocerlo todos nuestros amigos, medio Madrid,y él... ¡Pero qué hombre, santo Dios! ¿Por qué le

hiciste de tan rara perfección, para ponérmeledelante en la más crítica hora de mi vida? ¿Porqué no es un malvado, un egoísta sin entrañas,un envidioso, un falso al menos, siquiera unhombre vulgar, de estos que se encuentran acentenares, a millares más bien?... No, no iréesta noche a ninguna parte donde pueda verle.No comeré en su casa. Me acosa su presencia;su voz me persigue; me espanta la idea de quesi hoy consigo evitarle, no lo conseguiré maña-na. ¡Tal suplicio, un día y otro, y al fin...! Por-que lo ha de saber. (Inquietísimo.) ¿No valdríamás que yo se lo dijera? «Amigo mío, estoyimposibilitado para aceptar tus beneficios, por-que te he robado a tu mujer». ¡Qué locura! Estosería denunciarla cobardemente. Vale más es-perar a pie firme a que algún malicioso le reve-le la terrible y afrentosa verdad. Sucederá en-tonces lo que es de rúbrica: el hombre ofendidome exigirá reparación; se la daré con la estúpi-da forma del duelo, y... ¡Cuán grotesca es lasociedad! Debiéramos todos pintarnos la cara

con albayalde como los clowns, o colgarnos cas-cabeles de las orejas como los antiguos bufones,pues somos unos grandes mamarrachos...!(Fijándose en un transeúnte que pasa.) Es Villalon-ga. Me meteré en este portal para que no mevea. Quiero estar solo. No me agrada más con-versación que la mía, y sólo estoy a gusto con-migo, como con un ser amado que se despide...Porque yo me marcho; yo no puedo vivir así.La vida, tal como la voy arrastrando ahora, esimposible. Recibir mi salvación del hombre aquien he ultrajado, imposible también. ¡Oh,quién fuera uno de estos de conciencia ancha,que sólo miran su provecho! ¿Por qué hay enmi alma esta antipatía contra la protección, yesta invencible repugnancia de la generosidadajena? Ciertos agradecimientos le sumergen auno en la inferioridad servil, y le subordinan yle rebajan. No sé por qué, me inclino a detestara los que quieren ampararme. (Reparando enalguna persona.) ¿No es aquel Infantillo? Aquíme escondo. No quiero ver a nadie. La voz de

un amigo me molesta, como si todo el que a míse acerca viniera con intenciones de proteger-me. Es Infante, sí. Y entra en el Casino. Yo pen-saba comer hoy allí; pero comeré en otra parte.¿En dónde? Lo mismo da. ¡Lo que puede larutina de sentarse a la mesa a determinadahora! ¡Si no tengo apetito...! ¡Si hasta me repug-na la idea de alimentarme...! (Aturdido.) Iré acasa, y Claudia me dará algo de lo que ellastienen para sí. Ahora me entran ganas... Vamos,comería yo esta noche una cosa muy salada,muy salada... no sé qué... y muy agria, muyagria... y después tomaría café bien cargadito...(Entrando en un coche: al cochero.) Lope de Vega,57 triplicado.

Escena XIII

Salones en casa de San Salomó.

FEDERICO, después LA SOMBRA DEOROZCO.

FEDERICO.- Aquí me refugio esta noche.No sé a dónde ir. En esta casa no es probableque encuentre al Santo, cuya sublimidad pesasobre mí, como un peñasco que se me ha pues-to sobre los hombros. Casi nunca viene aquí...No sé qué hay en mi cabeza esta noche; nopuedo precisar bien lo que veo, ni estoy segurode reconocer a las personas que a mi lado pa-san. ¿No es aquel Monte Cármenes? Creo quesí; pero no lo juraría. Y aquella ¿no es VictoriaTrujillo? Tampoco puedo responder de que sea.

¿He saludado a alguien al entrar? No lo asegu-ro. Me parece que sí, me parece que no. Daréuna vuelta por los salones. ¡Cuánta gente!, na-die me mira. ¡Qué placer no ser advertido! Meapartaré a un sitio solitario, y me distraeréviendo caras de personas, a quienes no se les haocurrido protegerme... ¡Oh, maldito de mí! (Consúbito terror.) ¿No es aquel Orozco? Y me havisto. Desde lejos me descubre, y me clava susojos que despiden lumbre. Viene hacia mí. Yano me escapo. Que me coge, que me coge.

La Sombra de Orozco, con perfecta aparienciahumana y vestida de etiqueta, avanza hacia Federi-

co, y le coge del brazo.

FEDERICO.- Ya, ya te veo...

LA SOMBRA.- Parece que huyes de mí.

FEDERICO.- ¿Yo?, no lo creas. Tanto gustoen verte. Siempre mucho gusto en verte,muchísimo.

LA SOMBRA.- Apártate aquí; charlaremos.(Le lleva a un gabinete próximo.)

FEDERICO.- (irónicamente.) Es lo que deseo,charlar contigo, para que me aconsejes, paraque me ilumines. Eres el alma más grande queconozco.

LA SOMBRA.- ¿Has reflexionado en lo quete dije?

FEDERICO.- ¡Ya lo creo! Desde que nos vi-mos esta tarde no ha hecho tu amigo otra cosaque reflexionar. Como que con tantas reflexio-nes, no he tenido tiempo de comer. No ha en-trado en mi cuerpo esta noche más que un pu-ñado de sal, una taza de café, y después doscopas de coñac, digo, tres.

LA SOMBRA.- La sal aviva las ideas, y elcafé las ennoblece.

FEDERICO.- Pues sí, he reflexionado, y... meconfirmo en lo que hace poco te dije. No hayarreglo: déjame en la indigencia y en la degra-dación. El bienestar me rebajaría a mis propiosojos; necesito privaciones y padecimientos pararegenerarme. Además, temo mucho que la florde la gratitud no quiera nacer en mi huerto, yque al encontrarme favorecido, no pueda amara mi favorecedor. Vale más que busque en lapenuria y en el sufrimiento los estímulos quemi alma necesita para purificarse. Quiero serpobre, Tomás, pobre. Dirás tú: «¡qué gusto tanraro!» y yo respondo que más sabe el loco en sucasa que el cuerdo en la ajena. Añadiré unaidea que quizás te sorprenda. Aunque noshemos tratado desde la infancia, apenas meconoces, y bajo estas apariencias insustanciales,escondo una austeridad de principios, que a mímismo me asusta cuando atentamente la consi-

dero. ¡No faltaría más si no que pretendieras túmonopolizar la práctica de una moral rígida!

LA SOMBRA.- (con benevolencia.) ¿Yo? ¿Quéhabía yo de monopolizar nada, hombre? Tran-quilízate, y ten toda la rigidez de principios quegustes, sin temor a mi competencia. Eso meparece muy bien, pero muy bien. (Dándole pal-madas en el hombro.) Pero, si me lo permites, hede rogarte me digas qué principios, de esos tanseveros que tú profesas, son los que te impidenentenderte conmigo.

FEDERICO.- (lleno de confusión.) Es que conmis principios, y como complemento de ellos,se enlaza un desprecio absoluto de los bienesmateriales.

LA SOMBRA.- (sonriendo.) Vocación de peni-tente y de anacoreta.

FEDERICO.- Tampoco es eso. He parece queno estás tú hoy tan lúcido como otras veces. Si

acertaré a explicarme. Profeso la teoría de quesi somos siempre y en todo caso autores denuestro propio mal, también debemos ser auto-res de nuestro bien, y debérnoslo todo a noso-tros mismos.

LA SOMBRA.- (con acento ligeramente burlón.)¿Piensas trabajar?

FEDERICO.- ¿Por qué no? ¿Me crees incapa-citado para el trabajo?

LA SOMBRA.- No por cierto. Pero no acabode comprender tus principios. Seamos forma-les, y hablemos con absoluta sinceridad.

FEDERICO.- (palideciendo y temblando.) Esoes... Sinceridad es lo que nos hace falta.

LA SOMBRA.- Me vas a explicar un enigmaque observo en ti. ¿Cómo es que la aceptaciónde un favor mío subleva tus austeros princi-

pios, y no los contraria tu trato infame con per-sona de tan bajo nivel moral como La Peri?

FEDERICO.- (aterrado.) ¡Yo! ¿Qué dices? ¿Dedónde has sacado eso? ¿Por dónde lo sabes? Esabsurdo y no tiene fundamento alguno.

LA SOMBRA.- De esa pájara aceptas tú auxi-lios que te envilecen a ti tanto como a ella, puesya sabes que Leonor, cuando estás ahogado yno halla modos hábiles de socorrerte, se va delseguro y hace trampas en el juego... le sustrae asu marqués billetes, escamoteándole la carteraque lleva en el bolsillo... y por fin, imagina pla-nes industriales asociada contigo, estableci-mientos de infame comercio, timbas a estilo deMontecarlo...

FEDERICO.- (dando diente con diente.) Eso noes verdad. Lo dice, sí, lo dice, pero ten por cier-to que no lo hace. Es que da bromas, como tú,fingiendo codicia y maldad. Te propones humi-llarme con esas historias, y no lo conseguirás,

no lo conseguirás. Que La Peri y yo nos auxi-liemos recíprocamente, nada tiene que ver conmis principios. Tú, como la generalidad de laspersonas, no ves más que la moral de relación.La absoluta, la moral fina, no la ves: eres muymiope. (Con grandísima zozobra.) Y otra cosa,Tomás: ¿Qué idea te has formado tú de Leonor?La idea vulgar, la idea de los cortos de vista,que no ven más que el bulto de las cosas. LaPeri es una señora... para mí al menos... Y pon-go mi cabeza a que no ha sido ella quien te hacontado eso. Es en este punto la discreción per-sonificada. ¿Acaso lo has pensado, lo has discu-rrido tú, sin que te lo dijera nadie? (La Sombracontesta afirmativamente con la cabeza.) No, nohas formado idea exacta de mis relaciones conLeonor... Sería preciso que yo te las explicase...y lo haría si ahora mi cabeza no propendiese aembarullar las ideas. No lo veo claro yo tampo-co, no lo veo muy claro; pero te diré que Leonores mi amiga, la única persona en el mundo conquien tengo verdadera amistad, y esa confian-

za, Tomás, esa flor humilde y casera, que nonace sino en el terreno de la comunidad de sen-timientos. Entre Leonor y yo hay un lazo moral,que será, visto desde fuera, muy feo, pero quepor dentro es de lo más puro, créelo, de lo máspuro que puede existir. (Inquietísimo, observandoexpresión de incredulidad y burla en el rostro de LaSombra.) ¿Pero no lo entiendes?

LA SOMBRA.- (festivamente.) Eso no lo en-tiende nadie.

FEDERICO.- ¡Nadie! ¿Y si yo te dijera que,existiendo entre los dos esa leal confianza, notengo amores con ella? Los amores van por otrolado ¡ay!, amores sin raíces, como los que con-traemos con las mujeres de vida ligera, paradistraernos y engañar las penas, amores deimaginación, que producen ratos deliciosos;pero que dejan el corazón vacío y el alma se-dienta. Tampoco entiendes esto, ¿verdad?

LA SOMBRA.- Eso sí.

FEDERICO.- Te estoy contando lo que nodebes saber; pero la culpa es tuya. ¿Para quéexcitas mi sinceridad? Queda siempre en pie elmisterio inexplicable para ti: ¿por que no acep-to tu donativo? Pues sencillamente porque nome da la gana. ¿Lo quieres más claro? (Acalora-do y descompuesto.) Y si te empeñas en que ri-ñamos, reñiremos. Por mí no ha de quedar.Prepárate, y elige la forma de reñir que más teagrade y en que veas más probabilidad de ven-cerme. Porque tú debes triunfar, y yo debo su-cumbir.

LA SOMBRA.- (flemáticamente.) No veo porqué razón ha de haber en esto vencedores nivencidos. Tú eres dueño de tu voluntad y de tuporvenir. No me siento ofendido por tu aficióna la pobreza, ni por tus simpatías hacia La Peri.Buen provecho te hagan.

FEDERICO.- Lo que yo sé es que así no pue-do vivir.

LA SOMBRA.- (con afecto.) Explícate mejor;no tengas para mí secretos.

FEDERICO.- (doloridamente.) No te canses,Tomás. Yo no puedo declararme a ti. Pero loque mi lengua no acierta a decirte, cien lenguasdel mundo te lo dirán. Francamente, no meimporta nada que me mates.

LA SOMBRA.- ¿Matarte? Si tu vida es unsuplicio, quitártela es hacerte un bien, y comotú no quieres aceptar de mí favor alguno, tedejará vivo y pobre. (Riendo.) ¿No es ese tu gus-to?

FEDERICO.- (aturdido.) Sí, sí. Y ahora... tehablaré con franqueza. ¡Cuánto te agradeceríaque te marchases! Tu presencia me mortificahorriblemente, y si no he huido de ti, es porqueno puedo moverme. Yo no sé lo que tengo.

LA SOMBRA.- (levantándose.) No deseo másque complacerte.

FEDERICO.- ¿No te gusta a ti la ingratitud?Pues en mí tienes lo que más puede agradarte.¿Estás contento de mí?

LA SOMBRA.- No, porque la ingratitud quea mí me entusiasma es la de los que reciben unbeneficio mío, y tú lo rechazas.

FEDERICO.- Pues hazme el beneficio in-menso de no ocuparte de mí. No me mires, nome hables.

LA SOMBRA.- (sonriendo.) ¡Ingrato! Si nodeseo más que tu bien...

FEDERICO.- (suplicante.) Por Cristo, olvídatede mí.

LA SOMBRA.- Yo te digo a ti que no me ol-vides. (Con humorismo.) Soy algo pesado, ¿ver-dad? Vaya, descansa de mí un momento... Peronos veremos otra vez. (Estrechándole la mano.)

Sabes cuanto se te estima... (La Sombra se aleja.Federico sale del salón.)

Escena XIV

Calle.

FEDERICO.- (solo, andando muy a prisa.)¡Cómo está mi cabeza! ¿Pues no me entra laduda más espantosa que jamás agitó mi espíri-tu? ¿He hablado yo con Orozco en casa de SanSalomó, o es ficción y superchería de mi mente?No puedo asegurar nada. Yo le he visto, yo hehablado con él... La realidad del hecho, en mí lasiento; pero este fenómeno interno ¿es lo quevulgarmente llamamos realidad? Lo que yo he

dicho cien veces: no hay bastantes palabraspara expresar las ideas, y deben inventarse mu-chas, pero muchas más. Que yo le vi y le hablé,no es dudoso para mí, y me parece que le oigotodavía. Pero un sentimiento vago de las cosasexteriores me dice que aquel encuentro es obrade mis propias ideas... (Escudriñando en su espí-ritu.) ¿Pero es cierto que hablamos Orozco y yoen esa casa? ¿Estuve yo realmente en ella? Va-mos a ver: concretemos. (Parándose.) ¿En dóndehas estado desde las diez?... No acierto a preci-sarlo. Sea lo que quiera, realidad por realidad,lo mismo da una que otra... Despéjate, cabeza.¿A dónde iré, para calmar mi afán? ¿Cómo pa-saré las horas de esta triste noche, que no seacaba nunca? Cien veces he mirado el reloj sinenterarme... Mirémoslo con la atención debida:las once y media. ¡Temprano, siempre tempra-no! (Vuelve a andar presuroso.) Necesito desaho-gar mi corazón, confiando mis inquietudes aalguien. ¿Pero a quién? Se las contaría yo aLeonorilla; pero no es hora de ir allá. De noche,

no puedo, no sé ver en ella a mi amiga querida.A estas horas, encontraré la casa toda llena de...hombres. ¡Desgracia inmensa para mí, que laúnica persona a quien declararme puedo no mesirve para el caso si no cuando no parece lo quees!... ¿Iré a que me consuele la otra, Augusta?Tampoco es ocasión. Esta por ser honrada denoche, aquella por no serlo, ambas me cierransus puertas en las horas de mayor soledad ytristeza. Además, Augusta es la persona aquien menos puedo confiarme, porque ella, ellame ha lanzado a esta lucha, a este vértigo...¡Pobre mujer! Alucinada por el amor, has per-dido de vista la ley de la dignidad, o al menos,desconoces en absoluto la dignidad del varón.¡Ay, tus palabras, tan gratas para mí en otrotiempo, ahora serán como instrumentos de su-plicio! Me embriagarás con tus avasalladorasseducciones; disiparás durante un rato grandeo chico las tinieblas de mi vida; pero no derra-marás en mi corazón ese bálsamo de ternura yconsuelo, que es la única medicina de este mal

espantoso de la conciencia... ¡A estas horas, yala malicia se cebará en la verdad descubiertapor Malibrán, y mientras Orozco cree y diceque La Peri me ayuda a vivir, nuestros amigosdirán que Augusta me mantiene y me paga lastrampas! Esto me subleva. (Con desesperación.)Romperé con ella; rechazaré las ofertas deTomás, y después, que me devoren la miseria yla usura... (Pausa.) ¿Iré a pedir consuelos a mihermana? No, porque me encontraría con esefacha innoble, a quien detesto. Sólo de verle, seme crispan las manos, y siento anhelos de des-trozar a alguien. No, allá no iré por nada deeste mundo. Ya no tengo hermana, ya no tengofamilia; estoy solo, y la compañera que me hacefalta, ni puede dármela la amistad ni dármelapuede el amor... Vagaré por las calles hasta quesea hora de entrar en mi casa... Pero el tiempono avanza. ¡Demonio, siempre las once y me-dia! Me canso ya de este paseo febril. (Detiéneseindeciso y fatigado.) ¿En dónde me metería yopara reposarme y distraerme un rato? No iré a

ningún sitio donde pueda encontrarme con elSanto, pues su sola presencia me causa lasagonías de la muerte. ¡Ah, qué idea feliz! Merefugiaré en un teatro. ¿En cuál? En este, que esdel género picante. No me reiré porque nopuedo reírme; pero mis ideas se desviarán unrato de la fijeza congestiva que me atormenta.(Párase a la puerta de un teatro; toma localidad yentra.) Están en el entreacto; pero pronto empe-zará la función, que ojalá sea una pieza muydisparatada, muy absurda, muy cínica... (Dirí-gese al pasillo de butacas.)

Escena XV

Teatro.

FEDERICO, OROZCO, que se le presenta deimproviso al dar los primeros pasos en el patio. Unpoco más lejos, el MARQUÉS DE CÍCERO y el

CONDE DE MONTE CÁRMENES.

FEDERICO.- (para sí, estremeciéndose al verle.)¡Orozco! Esto parece cosa del Infierno.

OROZCO.- Hola, sonámbulo... ¿Qué es eso?,¿te asombras de verme aquí?

FEDERICO.- No esperaba...

OROZCO.- Ese chiflado (señalando a MonteCármenes, que mira con gemelos hacia los palcos) se

empeñó en que entráramos aquí. Y la verdad,nos hemos divertido. Me gusta mucho el géne-ro cómico, aun con toques tan chillones y pican-tes como los que aquí se usan. ¿Y tú...? Tienesmala cara, chico; estás pálido...

FEDERICO.- (trémulo.) No me siento bien es-ta noche.

OROZCO.- ¿Qué tienes?

FEDERICO.- Aquí, en el corazón... no sé qué.No es dolor, no es punzada. Es una extrañasensación, que al anochecer empezó a moles-tarme, y que se acentuó terriblemente al entraraquí.

OROZCO.- ¿Te duele...?

FEDERICO.- Exactamente dolor, no, no... Esmás bien un estímulo, como ganas instintivasde meter los dedos por aquí; aquí, no sé si en elcorazón o un poco más abajo. Lo que más me

mortifica es la idea... sí, no te rías, la idea deque me aliviaré introduciendo los dedos hastatocar la parte dolorida, mejor dicho, la parteafectada.

OROZCO.- (sonriendo.) Te diré lo que se dicesiempre en tales casos: eso es nervioso. Pocomal y bien quejado. Quizás falta de sueño,quizás un poco de dispepsia. Sanarás cuando tuánimo se tranquilice. Federico, haz caso de mí,regulariza tu vida, para lo cual te basta dejartequerer, y verás cómo desaparece esa molestia,que no es más que una acción refleja, partiendodel cerebro. Corta de raíz tus malos hábitos, yverás qué bien te va.

FEDERICO.- (con tristeza.) ¡Qué pronto se di-ce eso, Tomás!

OROZCO.- Tonto, tú no has pensado en ello;no te has hecho cargo todavía del bien que teespera... A nuestra edad, pasados los treinta ycinco, un vivir metódico y sin sobresaltos es el

único vivir posible... Y no me vengas con que laociosidad te aburrirá, y que necesitas un pocode movimiento. Yo te daré ocupación; yo meencargo de que no te aburras, y con algo queganes, y algo que recibirás de Joaquín (porquehemos convenido en que esto es de tu padre),vivirás como un príncipe. Tú créeme y déjatellevar. Confíate a mí; verás cómo te arreglo tuaurea mediocritas. Luego la tranquilidad de laconciencia... ¿Sabes tú lo que eso vale?

FEDERICO.- (para sí.) Insisto en que este queme habla no es el Orozco de carne y hueso.Hállome en el vértice de una gran alucinación,y lo que veo y oigo es hechura de mi propiaidea.

OROZCO.- Entrégate a mí sin temor, a mí,que te quiero de veras, y miro por tu bien...

FEDERICO.- (para sí, trastornado.) Basta. Nopuedo soportar esto. (Alto.) Adiós, Tomás; mesiento mal y tengo que retirarme.

OROZCO.- Cuídate, métete en tu casa. ¡De-testable costumbre esta de hacer de la nochedía! Yo, no creas, tampoco me siento bien. Nosé qué me pasa. Pero con un par de días decampo me repondré.

FEDERICO.- ¿Te vas a las Charcas?

OROZCO.- Pasaré allí los dos días de fiesta.

FEDERICO.- ¿Vas solo?

OROZCO.- Estoy reclutando gente. Nuestrobuen Cícero, el moderno Nemrod, no puede ir.Hasta ahora, sólo cuento con Malibrán.

FEDERICO.- ¡Ah! ¿Vas con Malibrán?...

OROZCO.- ¿Quieres agregarte?

FEDERICO.- No, gracias. Abur, abur. (Salepresuroso del teatro.)

Escena XVI

Gabinete en casa de Federico. Es de noche.

FEDERICO, BÁRBARA; después LA SOM-BRA DE OROZCO.

FEDERICO.- (echado en el sofá, junto al vela-dor, en el cual hay una lámpara.) Gracias a Diosque me encuentro solo. ¿Qué mejor refugio quemi propia casa? Creí no poder llegar a ella; detal modo se me trastornó la cabeza en aquellacorrería por las calles. El cansancio me abruma;pero lo que es sueño, no siento maldito. Ape-tezco el dormir como el mayor bien imaginable;pero la manera de lograrlo es lo que no se mealcanza... Y sigue molestándome la sensacionci-ta en el corazón, aquí... donde debe estar el

vértice de esa condenada máquina. Aguanta-remos... La cabeza es la que anda peor. ¡Cuida-do que la alucinación de esta noche...! ¡Figu-rarme que vi a Orozco en el teatro, y que lehablé! ¡Si me parece que oyéndole estoy aún!Ha sido un fenómeno subjetivo, determinadopor cierta idea diabólica que me escarba en lamente... la idea de transigir, de dejarme que-rer... ¡Oh, tentación insana! Degradarme, perovivir... Porque... razón tiene Orozco, ¡qué bienestaría yo si...! ¡Idea maldita, que hace vacilarmi dignidad, y trastorna mi conciencia! No,Tomás; no insistas, no me tientes. Si me estimascomo dices, no me envilezcas más de lo que yalo estoy.

BÁRBARA.- (entrando de puntillas.) ¿Se leofrece algo? Claudia no puede levantarse: estácon un dolor en la cadera. Me rogó que mequedase aquí esta noche, por si el señorito volv-ía malo.

FEDERICO.- Nada se me ofrece. Puedesacostarte.

BÁRBARA.- (para sí.) Esa cabeza no andabien. ¡Qué hombres estos! Comidos de vicios,no se hartan nunca de gozar, y cuando no pue-den tenerse, vienen a que una les cuide. Las defuera para la diversión y el jaleíto, las de casapara atenderles cuando están malos... (Con-templándole.) ¡Y qué guapín, qué simpático!Como todos los pillos.

FEDERICO.- ¿Qué haces ahí, fantochona?

BÁRBARA.- Ya me voy... Estaré con cuidadopor si usted llama. (Detiénese en la puerta, y desdeella le observa.) ¡Qué desmejorado y qué alicaí-do!... Esas bribonas le consumen. Si las cogierayo... Pero él es el primer causante de su males-tar. ¡Ay, qué hombres estos! Son como las vele-tas. Hoy apuntan para aquí, mañana para allá.

La Sombra de Orozco aparece sentada frente aFederico. Este la contempla un rato sin pestañear.

Después habla.

FEDERICO.- Dispensa, Tomás, no te habíavisto. Me adormecí un poco. ¡Cuánto te agra-dezco que vengas a visitarme! ¡Si vieras quémalo estoy!

LA SOMBRA.- No te acobardes. Mal deimaginación, desasosiego del espíritu y nadamás. Tranquilízate, hazte dueño de tu volun-tad, y te sentirás bien.

FEDERICO.- Lo que anda peor es la cabeza,que a veces se me trastorna de una manera...Figúrate que esta noche me aluciné hasta elpunto de verte y hablar contigo en un teatro...Tan claras fueron las falsas percepciones de missentidos, que aún me cuesta trabajo diferenciar-las de las percepciones reales... He pensado enlo que hablamos en casa de San Salomó. No

puede ser, Tomás, no puede ser. Te lo agradez-co infinito.

LA SOMBRA.- ¡Es lástima; porque estaríastan bien...!

FEDERICO.- (acometido de nerviosa risa.) Co-mo estar bien, ya lo creo. Si otra cosa he dicho...no hagas caso... charla, sofistería. ¡Ay, no sabescuánto apetezco la tranquilidad, aunque mivida resulte de las más modestas, trabajar algo,tener seguros el hoy y el mañana, y luego unafamilia en cuyo seno encontrar el amor y la paz!

LA SOMBRA.- Todo eso y mucho máspodrás tener.

FEDERICO.- ¿Pero cómo pretendes tú que loacepte de ti, habiéndote burlado como te burlé,habiendo pervertido a lo que más amas en elmundo, que es tu mujer?

LA SOMBRA.- (con frialdad suma, sin accio-nar.) Empequeñeces el asunto subordinando suresolución a las fragilidades de una mujer.Elevémonos sobre las ideas comunes y secun-darias. Vivamos en las ideas primordiales y enlos grandes sentimientos de fraternidad; ycuando hayas acostumbrado tu espíritu a estaluz superior, comprenderás que el amor mate-rial queda en la categoría de instinto, y es ente-ramente libre.

FEDERICO.- Por Dios que te explicas bien, yme consuelas con tus explicaciones. Pero oye:ese disparate, también se me había ocurrido amí.

LA SOMBRA.- Has dicho que me habíasofendido quitándome mi mujer. ¿Qué quieredecir eso? Augusta no es mía. Considera que enesta esfera de las ideas puras a donde noshemos subido, los seres todos gozan de omní-moda libertad. Nadie es de nadie. La propiedades un concepto que se refiere a las cosas; pero a

nada más... Los términos mío y tuyo no rezancon las personas. Nadie pertenece a nadie, yAugusta, como todo ser, dueña es de sí misma.(Con ligera inflexión humorística en su acento.)Hemos convenido tú y yo en que se quedaronallá abajo, en las capas donde el vulgo rastrea,todos esos convencionalismos pueriles, y losaparatos legales que arma la sociedad por elgusto ridículo de dificultarse su propia vida.

FEDERICO.- ¡Ah, Tomás, toda esa argumen-tación ya ha pasado por mi cerebro, que hierve!Tú me estás engañando; tú me estás echandocloroformo en la conciencia para luegoarrancármela sin que yo lo note, y envilecerme.No, no me dejo adormecer por ti. Estoy biendespabilado.

BÁRBARA.- (observándole desde la puerta.)Pobrecito. ¡Qué agitación la suya! Parece quedelira, y que sueña, pero con los ojos abiertos.Si se dejara arrullar por mí, yo le tranquilizaría.

LA SOMBRA.- (inclinándose hacia él enademán cariñoso.) No te engaño... Deseo tu bien,y que reformes tu vida. Te daré asimismo unaocupación para que no estés ocioso.

FEDERICO.- (riendo desentonadamente.) Medarás un estanco, y tendré por colega al maridode Claudia.

LA SOMBRA.- (riendo también.) No es eso.Badulaque, tú y yo podemos emprender untrabajo común, que nos distraiga, y al mismotiempo nos sostenga el espíritu a constante al-tura sobre las miserias humanas.

FEDERICO.- Nos haremos pastores,marchándonos a una región distante y sosega-da, donde impere la verdad absoluta.

LA SOMBRA.- Eso es.

FEDERICO.- ¿Y dónde se toma billete paraese viaje? Porque yo estoy dispuesto a irmeahora mismo contigo.

LA SOMBRA.- (con acento revelador.) Paratrasladarse a esa región de paz y de justicia nose toma billete. Todos los humanos tenemosbajo el corazón, aquí, en semejante parte... (Setoca el pecho en la parte inferior del costado izquier-do.)

FEDERICO.- Sí... justamente donde yo sientoese estímulo indefinible.

LA SOMBRA.- Pues ahí tenemos un lóbulo,una concreción... Tócate y verás. Es algo seme-jante al botón de un timbre eléctrico. Nada, telo aprietas con un poco de coraje, y te trasladasen un abrir y cerrar de ojos.

FEDERICO.- (riendo.) ¿Me traslado... suave-mente... sin que me pase nada en el camino?

LA SOMBRA.- Sin sentirlo.

FEDERICO.- ¡Excelente idea! Porque aquílos dos vivimos deshonrados, yo por haberseducido a la que el mundo llama tu mujer, y túpor ser ley que se deshonre el que pierde a sucompañera, aunque ella sola sea responsable dela falta. ¡Caramba! Se ven cosas en este mundoque si uno las contara en el otro, no las creerían.

LA SOMBRA.- (con humorismo.) Es cierto; túy yo hemos perdido lo que aquí se llama elhonor, una especie de cédula o cartilla, sin lacual no se puede vivir en estos barrios, quealumbran el sol y la luna. Tontería insigne es latal cédula; pero como la piden a cada paso quedas, ello es que, no teniéndola, no podemosvivir. Debemos, pues, largarnos pronto. (Selevanta.)

FEDERICO.- Yo estoy listo. Ve tú por delan-te. (Oprimiéndose el costado izquierdo.) Tomás,Tomás, yo aprieto, yo oprimo el condenado

botón, y no siento que me traslade a ningunaparte. Sigo aquí... Espera.

LA SOMBRA.- (dando vueltas por la habita-ción.) No te apures. Lo mismo da hoy que ma-ñana. Aprieta más fuerte; todo lo fuerte quepuedas.

FEDERICO.- ¿Te has ido tú? No te veo.

LA SOMBRA.- (desde lejos.) Estoy aún aquí.

FEDERICO.- (removiéndose inquieto en el sofá.)Tomás, cualquiera diría que deliramos tú y yo...Sea lo que quiera, conste que yo no acepto nipuedo aceptar tu donativo. Mi dignidad lo re-chaza.

LA SOMBRA.- (volviendo hacia él, rápidamen-te.) Imbécil, ya no evitas eso que los puritanosllamamos deshonra, pues todos nuestros ami-gos dicen que Augusta te paga las trampas y teda para tus gastos. Ya no te libras de esa opi-

nión, ni adelantas nada con delicadezas deúltima hora. Tu ignominia no crece ni menguaporque aceptes o dejes de aceptar.

FEDERICO.- (llevándose las manos a la cabeza.)No me lo digas, que me vuelves loco de pena.

LA SOMBRA.- (remedando su movimiento.)¡Pobre hombre! Vives de ideas circunstancialesy de artificios jurídicos.

FEDERICO.- Siento una ansiedad que meanonada. Yo quiero morirme. Espérate. ¡Pero sipor más que oprimo el botón, y me introduzcolos dedos hasta el alma no puedo dar el salto!Aguárdate; no me dejes en esta soledad.

LA SOMBRA.- (con naturalidad.) Pero qué,¿crees tú que yo no tengo nada que hacer? Mimujer me aguarda.

FEDERICO.- (burlándose.) ¡Tu mujer! Pero sitú apenas haces ya vida marital con ella. Lo sé,

tonto, lo sé... Tu perfección moral te ha elevadosobre las miserias del mundo fisiológico. ¡Méri-to grande! Pero Augusta no entiende de esasperfecciones: me lo ha dicho. Es humana, y nole hace maldita gracia parecerse a los serafines.

LA SOMBRA.- ¡Simple, confundes a Augus-ta con La Peri!

FEDERICO.- Yo no tengo líos con La Peri,fuera del trato de amistad y de las relacioneseconómicas. Leonor para mí rivaliza en purezacon los arcángeles.

LA SOMBRA.- (gravemente.) Cuestión deapreciación. Todas son ángeles cuando no estánen contacto con nosotros, que las humanizamosy las corrompemos... Y no me detengas más.Abur.

FEDERICO.- No te vayas. Tu compañía, queantes me era tan desagradable ahora me gusta.

LA SOMBRA.- No puedo entretenerme. ¿Noves que viene el día? Me voy con la noche.(Desaparece.)

FEDERICO.- (fijándose en la claridad que entrapor el balcón.) Pues es verdad. ¡Amanece, y yosin acostarme! ¡Oh, qué luz tan viva! ¡Si yodormir pudiera...! Tomás, Tomás, ¿tú no duer-mes? (Cierra los ojos, apretando los párpados.)

BÁRBARA.- (arropándole.) ¡Pobrecito! Leatormenta su propio pensar. ¡Cómo castañetealos dientes!... ¡Ay, bueno le han puesto esasbribonas! Todo por la manía de que hay clases,pues si se persuadiera de que se acabaron lastales clases y de que todas somos lo mismo, searreglaría de otra manera, y la felicidad reinaríaen su casa. Señorito, ¿quiere una taza de té?...Nada, no responde. Inmóvil y frío. Le daré frie-gas... (Se las da.) ¡Señorito!

FEDERICO.- ¡Ay!, me lastimas. ¿Se fueTomás?... No le vi salir. (Abriendo los ojos y

mirándola estupefacto.) ¡Ah! Bárbara. Eres unángel... digo, precisamente un ángel, lo que sellama un ángel, no; pero...

BÁRBARA.- (para sí.) ¡Qué simpático, quémono!

FEDERICO.- Pero sí una hembra mestiza;hermosa y espiritual mula, nacida de la yeguahumana y del asno divino. Dime, ¿quién mesalvará a mí? ¿Dónde encontraré yo la compa-ñera de mi vida, la que reúna en un solo senti-miento el amor y la confianza, la ilusión y laamistad?

BÁRBARA.- Pues eso... en cualquiera de lasque pertenecen al bello sexo, lo podría encon-trar. ¡Somos tantas...! Pero olvide sus preocupa-ciones, y tire el orgullo por la ventana. ¿Quiereque le acueste?

FEDERICO.- Sí... sálvame tú... líbrame de es-ta opresión. Quiero decir que me desabrochesel chaleco y me quites las botas.

Bárbara le sirve de ayuda de cámara.

Jornada quinta

Escena primera

La misma decoración de la escena VIII de laSegunda Jornada. En el gabinete de la izquier-da, mesa puesta con dos cubiertos. Anochece.

Luz artificial.

FEDERICO, que entra cabizbajo y sombrío; FE-LIPA, tras él, esperando órdenes.

FELIPA.- (para sí.) ¡Virgen de Atocha, quécara se trae hoy este señorito! Ni un reo en capi-

lla la tiene peor. ¿Qué mosca le habrá picado?...¡Ya; que apuntó mal anoche, y como las cartasno tienen entrañas...! ¡Lástima de hombre, en-tregado a un vicio tan feo...!

FEDERICO.- (para sí.) Vengo prevenido. Siese trasto nos acecha esta noche a la salida, ledejo seco. (Alto.) Dime, Felipa...

FELIPA.- Señorito.

FEDERICO.- ¿Has notado tú que, por la tar-de o al anochecer, mientras estamos aquí laseñorita y yo, ronde la casa alguna personasospechosa, quiero decir, algún quídam quecuriosee o esté a la mira de quién entra y sale?

FELIPA.- ¡Ah!, no señor, no he visto nada; nicreo que...

FEDERICO.- ¿Ni te ha dicho nada la porte-ra? Yo me figuro que el que fisgonea vendrá

muy embozadito, y se situará en la esquina, ojunto a la valla de la casa en construcción.

FELIPA.- Por esta calle, que no es más queun deseo de calle, no pasa alma viviente, comono sean los tíos que viven en los muladares, yesos... ¡pobrecitos!, ya quisieran ellos embozar-se, y lo harían si tuvieran en qué.

FEDERICO.- Con todo, conviene estar alerta.Mira, esta noche, luego que venga la señorita,sales, y con disimulo te fijas en toda personaque veas, sobre todo si esa persona se para en laesquina o en el portal próximo. Procura obser-varle la cara, y me avisas. Verás qué pronto ledespacho yo.

FELIPA.- Saldré por precisión, pues faltanalgunas cosas todavía. La señorita dispuso quecenaran ustedes aquí.

FEDERICO.- ¡Ah!, sí, no me acordaba.

FELIPA.- He traído algo de casa de Lhardy,y lo demás lo hemos arreglado entre mi herma-na y yo. La mesa está puesta en el gabinete. Allítiene usted la chimenea encendida. (Vase.)

FEDERICO.- (para sí, distraído.) Como yodescubra que nos vigilan, quien quiera que seano quedará con ganas de vigilancia. (Pasa algabinete. Saca del bolsillo del gabán un revólver, y looculta detrás del reloj de la chimenea. Se quita gabány sombrero.) No tardará... Cogería yo a ese Ma-librán y le ahogaría, así... como a un pájaro...(Apretando los puños.) No nos hagamos ilusio-nes. Orozco no puede ignorar mucho tiempo suafrenta... Quizás la sepa ya... ¡y ella impávida!...Me parece que ya está ahí. (Entra Augusta y seabrazan.)

Escena II

FEDERICO. AUGUSTA.

AUGUSTA.- Perdis mío del alma... ¡Qué ca-rita tienes tan, tan... no sé cómo! ¿Has dormidomal anoche? ¿Por qué no fuiste a comer a casa?¡Qué sola estuve, y qué triste! Pero ya tocan aolvidar penas pasadas. ¡Qué consuelo verte!...¡Ah!, ¿sabes?... No sé por dónde empezar...Tantas cosas tengo que decirte, que las palabrasse me enredan en la lengua. Lo primero: sabrásque Tomás fue a las Charcas.

FEDERICO.- ¿Solo?

AUGUSTA.- Con Malibrán.

FEDERICO.- ¡Y tú tan tranquila!

AUGUSTA.- ¡Oh!, no, no estoy tranquila nimucho menos. ¿Crees tú que...? ¡Ay! Por tu

vida, no me asustes. Esta noche quiero ser feliz,o hacerme la ilusión de que lo soy. La dichapasa tan pronto, que debemos andar muy lis-tos, y cogerla y gozarla antes de que vengan lascomplicaciones. Y aún espero yo que las vence-remos. ¿No lo crees tú así? Dime que las vence-remos; confórtame, anímame.

FEDERICO.- (sombrío.) Ten por seguro quenuestro secreto no puede defenderse ya.

AUGUSTA.- ¡Ay, qué pesimista! Yo rabian-do por hacer aquí un paréntesis, un refugio, unmundo aparte, y tú empeñado en traer a esterinconcito los afanes de allá. Aislémonos; cor-temos la comunicación con el mundo, querido.

FEDERICO.- No es posible cortar la comuni-cación, cuando nos amenazan graves sucesos.

AUGUSTA.- ¡Ay, qué miedo! Bueno, hijomío, si quieres que llore, lloraré; ¡yo que veníadispuesta a reírme y hacerte reír! Y no creas,

traigo muy pensados mis argumentos. Hoy mepropongo convencerte, y para ello no habrámonería que yo no emplee.

FEDERICO.- (tedioso.) Convencerme... ¿dequé?

AUGUSTA.- De que debes someterte a mivoluntad, grandísimo pillo. (Acariciándole.)¿Qué tienes tú que hacer más que vivir exclusi-vamente para mí? Yo soy para ti el mundo en-tero, y agradarme y tenerme contenta es tu úni-co fin. Si me dices que no, te arranco todo elpelo, y te dejo más calvo que la ocasión... pin-tada.

FEDERICO.- (abatido.) Palabras muy bonitas,pero inoportunas. Tú no te has hecho cargo delpeligro que nos acecha. Mi opinión es que tumarido sabe ya esto. El viaje a las Charcas escapcioso, una ausencia figurada para sorpren-dernos aquí.

AUGUSTA.- (ocultando la cara en el pecho desu amigo.) ¡Oh, qué espanto! De sólo pensarlo,paréceme que pierdo el sentido... (Rehaciéndose.)Pero no puede ser. No me metas miedo. ¡Cuán-to me haces sufrir! No nos sorprenderá.

FEDERICO.- Por mí no me importa. Estoydispuesto a todo. A quien quiera que entre poresa puerta, le suelto seis tiros.

AUGUSTA.- (temblando.) ¡Ay, qué horror!Por la Virgen Santísima, no hables de tiros, nide que aquí va a entrar alma viviente. Tú estásalucinado, nervioso. Sueñas con peligros queno existen, y ves fantasmas en tus propios de-dos. ¿Qué te pasa?

FEDERICO.- (levantándose como con necesidadde expansión.) ¡Ay, Augusta! Yo no puedo vivirasí; yo tengo sobre mi alma un peso insoporta-ble. Déjame explayarme contigo, y no te asustessi digo algún despropósito... algo que no ha deserte grato. Se ha complicado esto de tal modo,

que es preciso echar una víctima al monstruo,al problema, y la víctima, o mucho me engaño,o seré yo.

AUGUSTA.- ¡Por Dios, querido mío, nohables de víctimas! Es hasta de mal gusto... Entodo caso, la víctima sería yo, como la más cul-pable: tú eres hombre, eres libre. Yo soy mujercasada, y falto a mis deberes.

FEDERICO.- Tú no. Por alborotada que estétu conciencia, no hay en ella las luchas que agi-tan la mía. Yo no puedo acabar en bien. Lo me-nos malo que me podrá pasar es que perezca.Por desgracia mía, quizás la víctima que pre-siento será Tomás. (Con desvarío.) Porque, tenlopor cierto, si me insulta, creo que le mato. Elderecho suyo a injuriarme, y la justicia con quelo haría, si lo hiciera, me son insoportables.

AUGUSTA.- (horrorizada.) ¡No hables así,por Cristo! Me pones enferma. ¿Pero qué ideastraes hoy, querido mío?

FEDERICO.- Tú, contéstame a lo que te pre-gunto: Si yo matara a tu marido, bien en duelo,bien en defensa propia, ¿qué harías?

AUGUSTA.- (cubriéndose el rostro con las ma-nos.) Cállate, que me vuelves loca. ¿Y si él tematase a ti? Esa es otra. ¡Jesús de mi vida! Noquiero pensarlo. ¡Pesadilla horrenda!

FEDERICO.- ¿Y si te matara a ti? Según lajusticia vulgar, eso sería lo más derecho.

AUGUSTA.- (con aflicción.) ¿A mí? ¿Por qué?¿Porque te quiero? ¡Oh!, no... no es motivo sufi-ciente. La idea de morir me horroriza. El senti-miento místico no cabe en mí. Quiero vivir ¡ay!,y gozar de la vida que Dios me dio. Me sonantipáticas las ideas trágicas y las emocioneslúgubres: las proscribo de mi cerebro y de micorazón, como algo que no es de buen tono.Cállate, si quieres que yo no me arrepienta dehaber venido a pasar este rato contigo.

FEDERICO.- (caviloso, con idea fija.) Pues delos tres, tenlo por seguro, alguno ha de caer.

AUGUSTA.- Por Dios, basta ya de cosaslúgubres. Yo quiero vivir y que vivan todos:que viva él, tan bueno, tan humano; que vivastú, perdulario mío, porque te quiero y me hacesfalta. Tu existencia me es tan necesaria como lamía propia. Que viva yo; también soy de Dios,y aunque mala, no me resigno a morirme... ¡Ay,la vida me gusta!

FEDERICO.- (con gran desaliento.) También amí me gustaba cuando te enamoré y me corres-pondiste. Pero ya me pesa, me hastía... ¿No locomprendes? ¿Te parece un vislumbre de ro-manticismo trasnochado? Esto de que el vivir lecargue a uno se ha hecho algo cursi; mas nodeja de ser verdad en ciertos casos. Figúrate tú:cuando las dificultades de la vida se complicande modo que no ves solución por ninguna par-te; cuando, por más que te devanes los sesos,no encuentras sino negaciones; cuando nada se

afirma en tu alma; cuando las ideas que hasvenerado siempre se vuelven contra ti, la exis-tencia es un cerco que te oprime y te ahoga.

AUGUSTA.- Alma mía, estás trastornado detanto cavilar en pamplinas. ¿Has pasado malasnoches? ¿Estás enfermo? Cuéntame. Descansaen mí. Reposa tu cabecita sobre mi hombro, yéchame para acá, una por una, esas terriblespenas. Verás cómo resulta que todas ellas sonunas grandes necedades. ¿Tienes o no confian-za con tu dama?

FEDERICO.- (para sí.) Si le digo que no, mecomprenderá menos. Más vale callar. (Recuestala cabeza sobre el hombro de su amada, y cierra losojos.)

AUGUSTA.- Serénate. Yo te refrescaré lasideas, que están irritadas y ardientes, de tantasvueltas como les has dado en el cerebro. Nohay cosa peor que no tener un amigo a quiencontarle todo lo que nos pasa. Tú te empeñas en

ser reservadito con tu dama, y ahí tienes, ahítienes el resultado. (Pausa.) ¿Por qué callas?¿Misterios tenemos, y conmigo? No salgas aho-ra con la evasiva de que estás así por el asuntode tu hermana. No es para tanto.

FEDERICO.- Mucha parte tiene en mi aba-timiento.

AUGUSTA.- ¡Oh, no!, hay algo más. Un pa-jarito que a mí me lo cuenta todo, me lo ha di-cho así.

FEDERICO.- Mis cosas no están al alcancede los pajaritos cuenteros.

AUGUSTA.- Yo te digo que sí lo están.Además, yo no necesito que las aves me traigansecretos al oído, para saber los tuyos. La cienciasola del amor me da suficiente penetración paracomprender que tus afanes de estos días, y tutristeza de reo en capilla, obedecen a... (Conarranque.) ¿Pero a qué vienen esas delicadezas y

esos tapujos, tratándose de mí, que soy tu ami-ga del alma...

FEDERICO.- (para sí.) Mi amiga no, mi ami-ga no.

AUGUSTA.- ...y estoy en la obligación decompartir tus penas? Sean comunes nuestrosbienes y nuestros males, como es común la res-ponsabilidad. Juntos vamos por el camino de lavida, y resulta monstruoso que mientras yo nocarezco de nada, vivas tú como vives. No, no loeches a broma: tú estás mal, muy mal, y sinduda has llegado a una situación insostenible,ahogadísima, de naufragio irremediable... (Fe-derico deniega enérgicamente con la cabeza.) PorDios, no me atormentes; no me prives del ma-yor placer de mi vida, goce del alma tan puro,que no cabe mayor pureza; no me quites estailusión, que me compensa de los malos ratosque paso por ti, la ilusión de favorecerte... Y nodiré favorecerte, porque te molesta la palabra. Sila idea de protección te humilla, diré... lo que

quieras. Yo pongo los hechos: pon tú las pala-bras. Considera que no te doy nada, sino quetomas lo tuyo, porque lo mío es tuyo... Di unacosa: si tú fueras rico y yo pobre, ¿no me daríastodo lo que yo necesitase?

FEDERICO.- Es diferente. Yo quisiera, vidamía, que no hablaras de estas cosas. No sécómo responderte sin lastimarte. Tu bondad meconfunde. Si te contesto que nada necesito, quemi situación es buena, creerás que miento, yque sobrepongo mi orgullo a mi necesidad, porno rebajarme... ¿crees eso?

AUGUSTA.- (impaciente.) Palabrería, chico,palabrería. Estamos haciendo frases estúpida-mente, cuando lo que importa es hablar conclaridad. Por mucho que disimules conmigo tumala situación, no te vale. ¡Ni que fuéramoscriaturas...! Ea, confianza, pues sin confianza nohay amor. Fuera caretas, perdis mío. Oye lapalabra de Dios que sale de mis labios. (Consecreteo cariñoso.) ¡Tengo una hucha... más ri-

ca!... En previsión de tus ahogos, que tambiénson míos, vengo llenándola tiempo ha... Siquieres que no riñamos, di a todo que sí, y déja-te guiar, muñeco.

FEDERICO.- (soriendo con tristeza.) Cuandome ahogue, te avisaré. Sigue engordando lahucha. Por ahora, floto perfectamente.

AUGUSTA.- ¡Qué has de flotar, mico, quéhas de flotar si llevas al pescuezo una piedramuy gorda!... (Echándole los brazos al cuello.)¿Ves?, aquí tienes la piedra: ahógate, ahogué-monos juntos, y despertaremos, como dicen losamantes suicidas, en un mundo mejor... Eh,¿qué suspiro tan grande es ese? ¿Qué tienes túdentro de ese pecho que no quiere salir?

FEDERICO.- (sin aliento, oprimiéndose el cos-tado.) Nada, es cosa puramente física, un doloraquí. No, no es dolor, una opresión; tampoco esopresión; un estímulo, no sé qué...

AUGUSTA.- Pobretín. ¿Dónde? ¿Aquí? (Lefrota suavemente el costado izquierdo.) ¿Se pasóya...?

FEDERICO.- No se pasa, no. Sensación másrara no creo que exista. Me gustaría poder me-terme los dedos por aquí, hasta tocarme el co-razón.

AUGUSTA.- ¡Mimoso, aprensivo...! Pero es-tamos hechos aquí un par de tontos, olvidandola cenita que he mandado preparar. Tengohambre. ¿Y tú?

FEDERICO.- ¿Yo? Pues mira que sí. Mi des-gana se ha convertido súbitamente en un apeti-to brutal.

AUGUSTA.- (riendo.) ¡Vaya con tus enfer-medades...! ¡Bobalicón, cuánto te quiero, quéloca estoy por ti! Ea, cenemos, y después sehablará otra vez de lo mismo. (Pasan al gabinetey se sientan a la mesa. Les sirve Felipa.)

FEDERICO.- ¿Sabes que me siento ahoramuy bien? Se me despeja la cabeza. ¡Ay, hijamía, no te he contado...! ¡Terribles horas las deanoche! No puedes figurártelo. Tuve alucina-ciones; vi a tu marido, como te estoy viendoahora a ti... ¡Fenómeno extraño y por demásespantoso! Pues todavía tengo mis dudas de sifue realidad o ficción de mi mente lo que vieronmis ojos, y escucharon mis oídos...

AUGUSTA.- Eso no es más que debilidad.¡Pobrecito mío, si ni siquiera tienes quien tecuide! Paso muy malos ratos pensando en lomal que te tratan esas criaduchas. ¿Por qué nofuiste a comer con nosotros anoche...?

FEDERICO.- Porque... (Confuso.) porque tu-ve compromiso de comer en otra parte.

AUGUSTA.- ¡Qué bien estamos aquí! ¡Quésoledad tan deliciosa, qué mundo este, aparte ypequeñito, pero grande por el sentimiento!

FEDERICO.- (distraído.) Hermoso es esto, sí.

AUGUSTA.- Y ese corazoncito, ¿cómo anda?

FEDERICO.- Calmado. ¡Qué bien me sientoahora! El amor evapora las penas, aunque deuna manera fugaz.

AUGUSTA.- (con calor.) Fugaz no, mil vecesno.

FEDERICO.- (bebiendo fuerte.) Embriaguezpasajera de los sentidos; pero aun así, buena es,ayuda a vivir...

AUGUSTA.- ¿Qué es eso de embriaguez pa-sajera, chiquillo tonto?

FEDERICO.- Ni sé lo que digo.

AUGUSTA.- ¿Me tomas a mí por una deesas, a quienes se adora durante media noche?

FEDERICO.- (para sí.) Si le dijera que sí, con-cluiríamos mal. (Alto.) No, vida mía; quierodecir que esta excitación, si durara, sería peno-sa.

AUGUSTA.- Déjala que dure. ¡Ay, quieresacortar los pocos instantes deliciosos de la vida!Olvidemos lo de fuera, y revolvámonos libres ygozosos dentro del mundo que encierran estascuatro paredes. El otro universo se queda allá,navegando en el piélago inmenso de su insipi-dez.

FEDERICO.- (ligeramente excitado.) Quédeseallá, y divirtámonos nosotros en este, mientrasnos dure. Aceptemos el engaño, y alarguémoslotodo lo posible.

AUGUSTA.- Perdis, loco, botarate, ¿mequieres mucho? Dime que no amas ni puedesamar a nadie más a que mí. Siéntome ahorapenetrada de un egoísmo brutal, y quiero ali-mentarlo, oyéndote repetir que me adoras a mí

sola, a mí sola, sin desviación alguna chica nigrande en tus afectos.

FEDERICO.- (maquinalmente.) A ti sola, a tisola. (Beben champagne.)

AUGUSTA.- (chocando las copas.) Pertenéz-came todo lo que te constituye; la persona visi-ble y el espíritu, que no se palpa y se siente; lasmiradas y el alma; el carácter y la figura; lascualidades y los defectos, que adoro por igual;y hasta la ropa, hasta la ropa, todo ha de serpara mí. Quisiera vivir contigo en un rincón delmundo, y cuidarte, y coserte un botón si se tecaía, y arreglarte la ropita... y aunque fuéramospobres, no me importaría nada. Esto de ser rica,y hacer un día y otro las mismas cosas, aburre...Pero no; vale más que tengamos dinero tú y yo,y que nos demos la gran vida. (Con exaltación.)¿De veras que me quieres a mí sola, y que notienes mirada ni pensamiento para ningunaotra mujer? ¿Verdad que esa Peri no es querida

tuya, ni le haces maldito caso?... Tu amiga, tuPeri soy yo y nadie más que yo.

FEDERICO.- (delirante.) Eres mi Peri, y mi nosé qué, y yo soy tu perdis y tu chulo, y tu quésé yo qué... Cuando me prendan por estafador,¿irás tú a llevarme la comida a la cárcel, chavalamía?

AUGUSTA.- Sí; me pongo mi mantón, y alláme voy. Luego, cuando te suelten, nos iremosdel bracete por esas calles, y entraremos en lastabernas, siempre juntitos, a beber unas copas...¡Ay, qué feliz soy esta noche!

FEDERICO.- Y yo más que tú. Esta embria-guez nerviosa renueva y entona la vida.Aceptémosla con júbilo: vivamos.

Pausa muy larga.

AUGUSTA.- ¿Duermes, vida?

FEDERICO.- No; despierto estoy.

AUGUSTA.- ¿Te sientes mal?

FEDERICO.- (inquieto.) Siento aquello... loindefinible de que te hablé antes. (Se levanta ypasea por la habitación.) ¡Triste de mí, con quéfuria me acometen mis ideas, estos centinelasincansables que me vigilan, que me cercan dedía y de noche! Pasó la efervescencia nerviosa,se apagó la ilusión de momento, y ya estamosotra vez en el suplicio de la rueda obscura.

AUGUSTA.- ¿Qué hablas ahí?

FEDERICO.- No digo nada.

AUGUSTA.- Cuéntame lo que piensas.

FEDERICO.- (secamente.) No es bueno para tique intervengas en mis asuntos. Contra mi vo-luntad, por efecto de no sé qué fatales emer-

gencias de la vida, una muralla se levanta entretu persona y la mía. El amor la destruye a ve-ces... no es que la derribe; es que la transparen-ta. El amor cree haberla destruido porque seve... nos vemos las caras de una parte a otra;pero no podemos juntarnos: la muralla es duracomo el diamante.

AUGUSTA.- (recelosa.) ¿Qué chifladurasestás rumiando ahí? Chico mío, hemos conve-nido en que no tienes ya por qué darle a lascavilaciones. (Echándolo a broma.) Estás comoquieres, tonto, gandul. Recuerda que eres michulo, y que te llevo la comida a la cárcel.

FEDERICO.- (nervioso y afectado.) Esa bromaes de muy mal gusto.

AUGUSTA.- No te lo parecía antes... (Con se-riedad.) En resolución, no te permito poner esacara de deudor insolvente. Ya no tienes quien teahogue. La confianza ha establecido la manco-munidad de nuestros bienes. Con lo que he

guardado para ti, cátate resuelto el problemadel momento, ¿sabes? Y luego, tu desconcerta-da administración se regularizará con aquelingenioso arbitrio que discurrió Tomás, des-pués de la entrevista con tu padre.

FEDERICO.- Fácilmente, con tu jarabe de pi-co, arreglas tú todas las cosas, aun aquellas queno tienen arreglo.

AUGUSTA.- (enérgicamente.) No; no puedocreer que persistas en la simpleza de rechazareso. Si lo haces, es que no me quieres, ni esti-mas en nada mi felicidad. No me cabe en lacabeza tal obstinación, ni esa clase de orgullotan tonto y tan... finchado.

FEDERICO.- ¡Ay, querida mía!... (Con aflic-ción.) Mucho siento tener que decírtelo: tu sen-tido de la dignidad es muy incompleto; tus ide-as morales no se ajustan a la razón.

AUGUSTA.- ¿Qué significa eso? ¡Ah, lasideítas morales! Nos las encontramos en el ca-mino al volver de la excursión del amor; a laida, hijo de mi alma, las ideas esas andarán porallí, pero no las vemos. Eres un ingrato, puesaun considerando que no es bueno lo que tepropongo, debes aceptarlo y comulgar conmigoen esta maldad... Dilo de una vez. (Alborotándo-se.) ¿Es que no me quieres; y tomas eso por pre-texto para separarte de mí?

FEDERICO.- No, tonta, no. (Con cariño.) Peroven acá, sé razonable sin dejar de ser apasiona-da. ¿Cómo quieres tú que yo reciba tal beneficiode aquellas manos que...?

AUGUSTA.- Hazte cuenta que no lo recibesde aquellas sino de estas.

FEDERICO.- No puedo hacer esas cuentasgalanas. Y aunque las haga, la monstruosidadno desaparece.

AUGUSTA.- ¡Fantasmón, esclavo de la letray de la forma! Sacrificas tu felicidad y la mía alrespeto social, a esa paparrucha del qué dirán, ala opinión de cuatro estúpidos, que censuran loque ellos harían si pudieran.

FEDERICO.- Prescindo de la opinión, si gus-tas, y no veo frente a nosotros más que a tumarido sólo. Sin que yo me precie de austero,mi conciencia no puede soportar la contradic-ción horrible de ultrajarle gravemente, y recibirde él limosnas de tal magnitud. ¿Es posible queno lo comprendas así? ¿Cabe en tu mente abe-rración semejante?

AUGUSTA.- (ligeramente desconcertada.) Yono pienso ni siento más sino que tú padeces, yque por este medio no padecerás.

FEDERICO.- Pero hay otra razón más pode-rosa que las razones de honor. ¿Crees que tumarido va a ignorar mucho tiempo esto?

AUGUSTA.- No, verás como no.

FEDERICO.- ¡Inocente! ¿A qué crees tú queha ido Malibrán a las Charcas?

AUGUSTA.- (pensativa.) ¡Si sucediera lo quetemes...! No, no sucederá: el corazón me diceque Tomás no sabrá nada, y el corazón no meengaña nunca a mí.

FEDERICO.- Y aún no sabemos si el viajecitoal monte será simulado, con el piadoso objetode sorprendernos. (Mirando con recelo a las puer-tas cerradas.)

AUGUSTA.- (con pavor, agarrándose a él.) Portu salvación, no me asustes. ¡Sorprendernos!¿Te has propuesto martirizarme esta noche?(Rehaciéndose.) No, no puede ser. Peligros quesólo están en tu imaginación. Esos viajes fingi-dos y esas sorpresas por escotillón sólo ocurrenen los dramas.

FEDERICO.- Y también en la vida.

AUGUSTA.- (con gravedad.) Oye tú: voy arevelarte un secreto. Me determino a ello... porser cosa importante, que tal vez modifique tusideas y te quite ese sobresalto.

FEDERICO.- ¿Qué es?

AUGUSTA.- Algo que te indiqué otras vecescomo sospecha; pero que ya es evidencia.

FEDERICO.- ¿Referente a mí?

AUGUSTA.- Referente a Tomás. La observa-ción atenta de estos últimos días me lo ha com-probado. Ese afán de prodigar y repartir bene-ficios, ocultándolos como si fueran faltas; esehorror al agradecimiento; ese anhelo de unafalsa reputación de egoísmo, vienen a ser...¡Ay!, no te lo quería decir, porque me causainmensa pena, y... Pues bien, eso que pareceuna exaltación de bondad, no es sino locura,

hijo mío, locura que no se manifiesta aún anteel mundo, pero que en la intimidad de la vidadoméstica resulta bastante clara para que yo lacomprenda y la deplore. No lo dudes, Tomástiene un principio de parálisis general. Consana razón, no puede existir virtud semejante...¿Y qué más? (Bajando la voz.) El mismo casosobre que estamos disputando, la sutil combi-nación para darte a ti lo que, según él, corres-ponde legalmente a tu padre, ¿no es obra de uncerebro enfermo? ¿Qué persona medianamentesensata ha podido discurrir cosa semejante?Dar por válida, en conciencia, una deuda quelos tribunales no acertarían a poner en claro;reconocer como acreedor a tu padre, que ad-quirió el crédito por una bicoca; darle a él partemínima, y lo demás a ti y a tu hermana... esoque, presentado así, en pocas palabras, resultahermoso y hasta sublime, es, no lo dudes, ebu-llición de la mente, atacada del delirio humani-tario.

FEDERICO.- ¡Ay, la pícara idea moderna,contra la cual yo estoy a matar! A todo el quepiensa o hace algo extraordinario, le llamanloco. Es que esta innoble sociedad sin religión,sin ningún principio, no comprendo nadagrande. El genio poético y la inspiración, locu-ra; locura las acciones maravillosas; locos loscriminales, para dejarles impunes; locos losgrandes hombres, para empequeñecerles. ¿Pre-tenden sin duda establecer un nivel de tonteríay vulgaridad, del cual no rebase nadie? No, yoprotesto contra esa idea. ¡Orozco demente! ¡Oh,Dios de justicia! ¿Y por qué? ¡Porque imaginóaquel plan admirable en beneficio mío y de mihermana! Idea encantadora original y atrevida;idea tan alta que no se puede uno elevar hastaella y hacerse digno del que la concibió, sino noaceptándola. Sí, rechazarla es merecerla, queri-da mía, y aceptarla es una indignidad... Créelo,si aquí hay locos, somos nosotros, tú y yo, queestamos discutiendo una cosa tan clara y senci-lla.

AUGUSTA.- (contrariada.) Lo claro y sencilloes que no tienes sentido común... o en ti no haymás que orgullo, soberbia, hinchazón, caballer-ía andante y ganas de hacer el paladín.

FEDERICO.- Ni comprendo yo cómo podríaser amado un hombre capaz de envilecerse has-ta ese punto. Yo mujer... ¡quita allá!, sentiríaasco del hombre que, en un caso semejante, noprocediera como yo procedo.

AUGUSTA.- (retirándose de la mesa y arroján-dose en un sofá.) Será que estoy imposibilitadade verlo así por mi ceguera, porque todas laspotencias del alma me las tiene secuestradas elamor. (Con arrogancia.) No me pesa ser así: nime concibo de otra manera. Pudo asustarmeesta falta mía cuando a ella me vi lanzada; perouna vez en el camino, las cuestas y aun los des-peñaderos no me asustan. Todas las consecuen-cias que pudieran sobrevenir, yo las soporto. Aveces me doy a imaginarlas muy terribles, ycréelo, las miro sin pestañear. Queriéndote yo,

y queriéndome tú, para nada me faltan alientos.Paréceme que no hay ningún interés superior alde tu tranquilidad, y que la logres por mi me-diación será mi mayor dicha.

FEDERICO.- (agitado y hosco.) No puede ser,repito que no puede ser.

AUGUSTA.- (con súbita energía.) Pues lo será,quiéraslo o no. ¿Se ha de hacer siempre lo que ati se te antoje?

FEDERICO.- En cosas que a mí sólo atañen,sí. ¡Pues no faltaba más...!

AUGUSTA.- (con exaltación.) Tienes el deberde complacerme, de sacrificarme tu orgullo, amí, a mí, que me he deshonrado por quererte...Vengamos a cuentas. ¿No puedes tú deshonrar-te un poco por mí?

FEDERICO.- Augusta, mi sacrificio, en esecaso, sería superior al tuyo.

AUGUSTA.- Egoísta.

FEDERICO.- Egoísta tú...

AUGUSTA.- (levantándose poseída de furor.)Pues tiene que ser, porque yo te lo mando...Necio, si ya no puedes evitarlo. Estás cogido.Te lo diré, para que te sometas a los hechosconsumados. Esta mañana, han estado en casados de tus acreedores. Les citó mi marido paratratar con ellos de la manera de recoger tus pa-garés.

FEDERICO.- (con menosprecio.) ¡Mujer!...Déjame en paz. Usas un argumento capciosopara doblegarme.

AUGUSTA.- Te doblegarás, aunque no quie-ras. Lo hecho, hecho está, y que patalee tu ridí-culo orgullo. Y si te obstinas en luchar con no-sotros, te aborrezco, te abandono a tu suerte...(Nerviosa y trémula coge una copa de champagne,como con intención de beber; pero de improviso la

estrella contra la pared próxima.) ¡Maldita sea yomil veces!

FEDERICO.- Estás loca, loca... y yo también.

AUGUSTA.- (rompiendo a llorar.) ¡Dios mío,qué desgracia querer a este hombre, quererleasí... y no poder yo arrancarle de mi alma, co-mo debo y como él se merece!

FEDERICO.- (aproximándose a ella.) Aborré-ceme de una vez. Y así quedaremos francospara hacer cada cual nuestra santa voluntad.

AUGUSTA.- (con vivísima expresión en la vozy gesto.) No sé aborrecer... pero sabré arrancartede mi corazón, y arrojarte a la indiferencia.Estúpido, tú te lo pierdes. Consúmete en la mi-seria; vive como los tramposos, sin familia, sinhogar casi, acechando la suerte, perseguido deacreedores, sin saber por qué calle pasar, por-que en todas temes que salga una fiera con lasgarras afiladas; anda, sigue, corre, diviértete;

devánate los sesos calculando cómo aplacar aeste usurero, cómo entretener al otro, cómoengañarles a todos; pásate la vida aparentandobienestar y alegría, de casa en casa, y en reali-dad más pobre y más angustiado que los infeli-ces harapientos que piden limosna por las ca-lles.

FEDERICO.- (que se sienta al otro extremo de lamesa, volviendo la espalda a Augusta.) Sí, ese es midestino. Qué quieres; viviré así... mientras viva.

AUGUSTA.- Buen provecho. Imposiblehacer carrera de ti. Esto me desilusiona de unamanera horrible. Hemos concluido. Ya eratiempo... Por culpa tuya es... Esta noche nosdespedimos para siempre.

FEDERICO.- Concluiremos, sí... Yo lo deseo.

AUGUSTA.- ¡Lo deseas! (Conteniendo su fu-ror.) Ya lo conocía yo... Pues mira; yo tambiénlo deseaba. No me decidía por lástima de ti.

FEDERICO.- Y yo también vacilaba, por lamisma razón.

AUGUSTA.- Pues mejor... (Rabiosa.) Esto seacabó. Ya era tiempo.

FEDERICO.- (para sí, apoyando la cabeza en lasmanos.) ¡Nada me queda ya, ni esto siquiera!Hasta el recreo de la imaginación se me acaba.Ya, ni aun podré engañar las soledades de mivida llamando a la mujer seductora y diciéndo-le: «vente a pasar un rato conmigo». Rompere-mos.

AUGUSTA.- (altanera y sarcástica.) Tenía queser. Somos incompatibles. Tu quijotismo no seaviene con mi llaneza... Puede que te lo sufranesas mujerzuelas con quienes tratas, las Peris yotros tipos semejantes, porque esas, por sumisma inferioridad, hasta pueden socorrertesin herir tu soberbia...

FEDERICO.- (llena de champagne una copa y labebe.) ¡Dios mío, qué mal me siento! (Pausa. Au-gusta le contempla sin chistar.)

Escena III

LOS MISMOS; LA SOMBRA DE OROZCO,que entra por la puerta de la derecha, y se sienta a la

mesa frente a Federico. Viste traje de cazador concapote de monte. Augusta no le ve.

FEDERICO.- (mirándola con estupor.) ¿Yaestás aquí?... Te esperaba.

LA SOMBRA.- (tiritando.) ¡Hace un frío enaquel monte!... (Se sirve y bebe.) Parece que tecauso miedo. No temas; soy tu amigo. Desde la

calle se oyen las voces que das, maltratando aesa pobrecita Peri. (Contemplando a Augusta conlástima.) ¿Ves cómo lloriquea? Eres un bruto, yno te mereces tal joya.

FEDERICO.- (con ironía delirante.) ¡Valientejoya!... Reñíamos porque se empeña en deshon-rarme.

LA SOMBRA.- ¡Deshonrarte a ti, el Amadísde la delicadeza y de la dignidad! Sobreponte alas hablillas del vulgo. Estoy contento de ti,porque has apechugado con mi favor. Así secumple con los amigos y con la humanidad.

FEDERICO.- Tu protección me abruma.

AUGUSTA.- ¡Pues con dejarla...! Hemosconcluido.

LA SOMBRA.- Ya no puedes volverte atrás,porque dijiste que la aceptabas.

FEDERICO.- Yo no he dicho eso.

AUGUSTA.- Pues lo digo yo.

LA SOMBRA.- Ya sabe todo el mundo queaccedes, y se te alaba justamente por tu condes-cendencia. Con lo que yo te doy, y lo que teofrece Augusta para tus gastos mensuales, yalgo que te supla también esa... (mirando a Au-gusta) La Peri, tienes para vivir como un prínci-pe. Nadie te censurará; al contrario, dirán:«¡qué listo es!». De mí sí que oirás horrores.Pero mejor, eso me gusta.

FEDERICO.- (furioso.) Repito que no acepto.Antes moriré cien veces.

AUGUSTA.- Bueno, bueno. No soy sorda.Te daré recibo si es preciso.

LA SOMBRA.- Aceptas, sí, porque ya nopuedes evitarlo. Lo hecho, hecho está, y quepatalee tu ridículo orgullo. (Con atroz firmeza.)Tu papel en la sociedad te hace sucumbir a mideseo. Y tu aceptación realiza un ideal de justi-

cia suprema, pues con ella te pones al nivel detu bajeza. Estás en carácter. Tu deslealtad nece-sitaba un estigma, algo exterior que la patenti-zase, y mi dádiva te lo graba en la frente. Situvieras conciencia, diría que es un castigo;pero no hay castigo en quien carece de sensibi-lidad.

FEDERICO.- (arrebatado y fuera de sí.) ¡Maldi-ta sea tu alma! (Coge una copa y se la tira, apun-tando a la cabeza. La copa se hace mil pedazos en elrespaldo de la silla frontera, y el champagne salpicaal rostro de Augusta.)

AUGUSTA.- (limpiándose la cara.) Eso es, laspobres copas lo pagan. ¡Qué culpa tendrán ellasde tu tontería!... No creas: tus violencias no meinquietan nada.

LA SOMBRA.- La pobre Peri se escandalizade tus arrebatos. Mira cómo se limpia la carita.Quiere quitarse hasta el último átomo de ver-

güenza. No frotes más, hija, que ya no quedanada.

AUGUSTA.- ...pero nada.

FEDERICO.- (despejándose un poco, se pasa lamano por los ojos.) No; esto no es, esto no puedeser real... (A Augusta.) Leonor, ¿tú le ves?

AUGUSTA.- (sorprendida.) ¿A quién?

FEDERICO.- Está ahí...

LA SOMBRA.- (desvaneciéndose.) Esa tontadirá que no me ve; pero viéndome está.

AUGUSTA.- (con ira.) ¿Qué nombre me hasdado?

LA SOMBRA.- (con risita impertinente.) El su-yo... ¿Pues cómo quiere que la llamen?

FEDERICO.- (desesperado.) ¿Estoy yo loco, oqué es esto, razón mía?

LA SOMBRA.- (que se acerca a Federico y le to-ca en el hombro.) Haz las paces con ella, sométetea su tirana voluntad. Tiene más talento que tú...Desecha esa idea que te acosa días ha.

FEDERICO.- No quiero.

LA SOMBRA.- Deséchala. ¿A qué te atosigascon tal idea si te falta valor para realizarla?

FEDERICO.- ¡Mal rayo! ¡Cara de Judas!, nome falta valor.

LA SOMBRA.- Tu destino es encenegarte enla deshonra. No sabes ni sabrás nunca morir.¿Por qué vuelves la cara? ¿Es que no quieresverme? Si ya me voy... Mírame, mírame salir.(Abre la puerta y sale tranquilamente.)

Escena IV

FEDERICO, AUGUSTA.

FEDERICO.- (dejándose caer en un sillón.) ¡Ayde mí!

AUGUSTA.- (corriendo hacia él, amorosa.)¿Qué tienes?

FEDERICO.- ¡Amiga de mi vida, si vierasqué mal me siento! Esta ansiedad, este... estoque rebulle aquí... (oprimiéndose el costado iz-quierdo) sensación que no tiene nombre... pruri-to de meterme la mano hasta muy adentro, yseparar algo que me estorba, que me impidepensar y sentir.

AUGUSTA.- No os nada... Estás nervioso. Tehas excitado tontamente. Perdóname si te hedicho algunas cosillas desagradables. En cam-

bio tú, extraviado sin duda por la bebida, mediste un nombre que es una injuria.

FEDERICO.- (como volviendo en sí.) ¿Yo...yo...?

AUGUSTA.- Sí, tú... Me has llamado Leonor.

FEDERICO.- (mirándola con extravío.) ¿Yqué...? Amiga mía, haz el favor de darme unvaso de agua. (Augusta se dirige al aparador, ymientras echa agua en una copa, Federico se acerca ala chimenea y coge el revólver.) No más padecer.(Se dispara un tiro en el costado izquierdo.)

AUGUSTA.- ¡Ay! (Paralizada de terror.)

FEDERICO.- (cayendo en un sillón, desvaneci-do.) Nada, nada... Ya estoy bien.

Escena V

Los mismos, FELIPA.

AUGUSTA.- (horrorizada, las manos en la cabe-za.) ¿Qué es esto?... Federico... Felipa.

FELIPA.- (sin aliento.) ¡Jesús...! (Ambas searrojan sobre él.)

AUGUSTA.- ¿Qué has hecho... vida mía?...(Palpándole y buscando la herida.) ¡Ah!, no seránada...

FELIPA.- No veo sangre... (Se mancha de san-gre la mano.) ¡Ah!, sí... mire usted. Por aquí, eneste costado.

AUGUSTA.- (consternada.) Amor mío, ¿quéhas hecho? Estás herido... Pero no, no será de

gravedad. Respiras, vives... ¡Mírame, por Dios...mírame y háblame!

FEDERICO.- (tratando de apartarla de sí.)Déjame... No ha sido nada. Me siento bien aho-ra. (Con rápido movimiento recoge del suelo elrevólver.)

AUGUSTA.- ¿Qué quieres, qué buscas? Da-me acá. (Las dos tratan de quitarle el arma. Entá-blase violentísima lucha, en la cual Federico desarro-lla considerable fuerza muscular. Consigue desasirsede ellas.)

FEDERICO.- Déjame, o te mato.

AUGUSTA.- (que ha caído al suelo, se pone derodillas, y le interpela llorando.) ¿Qué haces?¿Estás loco? Amor mío, cálmate... Te has heri-do... pero sanarás; es cosa ligera... sé razonable,no escandalices... vendrá gente. ¡Qué deshon-ra!... Oye... te quiero mucho: haré todo lo que túmandes... Tu voluntad es mi voluntad. ¡Pero no

te mates, por Cristo crucificado, no te mates!...Me moriré de pena.

FEDERICO.- (con entereza, dominándose.) Sélo que debo hacer. Voy a lo que voy, y pido aDios que me perdone.

FELIPA.- Llamaré a los vecinos.

AUGUSTA.- No, aguarda... calla. Federico,por Dios, apiádate de mí... Oye, sosiégate, hijode mi alma; traeremos un médico, un médicodiscreto... te curará, y luego nos vamos... tran-quilamente...

FEDERICO.- (con sequedad.) Vete a tu casa...y pronto. (Da varias vueltas atontado, como bus-cando la salida, y por fin pasa al otro gabinete.) Alque se me ponga por delante, le dejo seco...(Sale precipitadamente, sin sombrero. Las dos muje-res, aterrorizadas, no se atreven a detenerle.)

AUGUSTA.- (corriendo detrás por el pasillo.) Semata, se mata de seguro... ¡Dios tenga piedadde él y de mí!...

FELIPA.- (corriendo detrás de su señora.) Vadisparado: no le podemos seguir. (Baja la escale-ra.)

Escena VI

Calle obscura. Casas a la derecha: a la iz-quierda; vallas de madera y solares abiertos; en

el fondo un declive del terreno.

AUGUSTA.- No veo nada. ¿Por dónde va?

FELIPA.- (señalando al fondo.) Por allí... Pare-ce que se cae... Señorito, por Dios, no sea loco.(Ambas tratan de seguirle.)

AUGUSTA.- (avanzando decidida en la obscu-ridad.) No le abandono, suceda lo que quiera...Alma mía, ¿dónde estás? Aguarda. Tengo quehablarte... escucha...

FEDERICO.- (cuya voz se oye muy lejana.)Leonorilla, no me sigas. Procura ser buena. Yo...así. (Suena el tiro. Las dos mujeres se detienen es-pantadas.)

AUGUSTA.- Me muero... ¡Jesús, ampárame!

FELIPA.- (avanzando, se inclina y palpa el te-rreno.) ¡Por aquí está!... (Tocando el cuerpo exáni-me.) ¡Qué miedo!... (Para sí.) Más muerto que miabuelo... ¡Eh!, ¿qué es esto?... la condenada pis-tola. (Recoge el revólver.)

AUGUSTA.- (da algunos pasos despavorida, ycae de rodillas.) Yo también...

FELIPA.- Señorita, ¿dónde está usted? Noveo. (Buscándola. Recuerda que lleva en su mano elrevólver.) ¿Y qué hago yo con este chisme? Nose me vaya a disparar. (Lo arroja por detrás deuna empalizada próxima.) Señorita, deme la ma-no... (Encontrándola, la levanta del suelo con vigo-roso esfuerzo, tirándole de los brazos.) Vámonos deaquí... pronto... Puede venir gente.

AUGUSTA.- Que venga. No me importa.

FELIPA.- ¡No me comprometa, por Dios!...Vámonos. (Tirando de ella.) Si ya no tiene reme-dio... Que no nos cojan aquí.

AUGUSTA.- (atolondrada, insensible.) ¿Adónde me llevas?

FELIPA.- Por aquí... vamos... pronto...(Quitándose una toquilla que lleva sobre los hom-

bros.) Póngase esto por la cabeza. Así... (se lapone) para no llamar la atención. Ahora... sere-nidad. Cogeremos un coche, y a mi casa.

AUGUSTA.- Lo que quieras. Me dejo llevar.No tengo voluntad... no tengo alma. (Huyen porla izquierda.)

Escena VII

Salones en casa de Orozco. La misma deco-ración de la primera jornada. Es de noche.

MALIBRÁN, VILLALONGA, en la sala de laderecha.

VILLALONGA.- Da gracias a Dios, amigoCornelio, por haberte librado de la desagrada-bilísima operación de batir las cataratas a nues-tro buen Orozco. Ni comprendo yo cómo sepuede acometer a sangre fría tal empresaquirúrgica. Llegarse a un hombre, a un amigo,y decirle a boca de jarro: «mira, Fulano, yo séque tu mujer, etc... y te ofrezco medios de com-probación material cuando gustes», es cosafuerte, pero tan fuerte, que si yo me hallara enel triste caso de ser operado así, cree que miprimer impulso habría de ser romperle los ojosal... oculista.

MALIBRÁN.- La verdad es que se me hacíadificilísimo el primer pinchazo. En la mañanadel domingo, hallándonos los dos en el solitariomonte, vi la ocasión propicia y quise lanzarme,pero no hallé manera de abordar el peligrosotema. Toca por aquí, escarba por allá, y nada.Mi conocimiento de las mil emboscadas de laconversación resultaba inútil. Luchaban en mí

el deber de conciencia mandándome hablar, yla gravedad del asunto poniéndome cien mor-dazas.

VILLALONGA.- No veo tan claro, franca-mente, lo del deber de conciencia. La mía nome ha inducido nunca a ilustrar a mis amigossobre puntos tan delicados.

MALIBRÁN.- Cada cual ve las cosas a sumanera. No soy gazmoño en asuntos de moralconyugal. Tengo acá mis ideas... quizás un pocoextravagantes; y para metértelas en la cabeza,necesitaría explanar con alguna extensión miteoría de que el grado de culpabilidad adulteri-na depende de la elección de cómplice, resul-tando una escala que va desde lo disculpable,por no decir plausible, hasta lo que merece lamayor execración. Pero no me parece oportunoahora...

VILLALONGA.- No; déjalo para otra vez.

MALIBRÁN.- Sea lo que quiera, me alegromucho de que el Acaso, el socorrido Fatum melibrara del compromiso fastidioso de tener quecantar. Y se me quitó un peso de encima cuan-do llegó el telegrama de Calderón anunciandoa Tomás la inesperada tragedia. Los dos nosquedamos, al leer el parte, como quien ve vi-siones, y celebré para mi sayo que la divinaProvidencia se encargase de la misión difícilque yo me había impuesto (Bajando la voz.) Por-que tengo para mí que, en presencia de estehecho elocuentísimo, Orozco no puede permi-tirse seguir ignorando... ¿Qué te parece? Desdeque se conoció la catástrofe en Madrid, el nom-bre de Augusta figura en todas las versionesque corren de boca en boca.

VILLALONGA.- No sé, no sé... (Meditabun-do.) ¿Y tú que piensas de esta desgracia?

MALIBRÁN.- Para mí, el pobre Viera sehallaba en una situación ahogadísima, en decla-rada, irremediable bancarrota. Enormes deudas

de juego, de esas que no admiten prórroga, leabrumaban. Augusta le había auxiliado hastaahora en la medida razonable; pero las exigen-cias de él llegaron a ser tales, que la pobre mu-jer no quiso o no pudo satisfacerlas. De estaresistencia de Augusta, y de las tremendas ra-zones con que Federico apoyaba sus demandasde dinero, hubo de resultar un vivo altercado,amenazas, demasías de lenguaje, qué sé yo...Federico, en un rapto de furia y desesperación,harto de padecer, viéndose sin honra, insolven-te, comido de acreedores, rechazado de susamigos, liquidó con la vida. En rigor era la úni-ca liquidación posible.

VILLALONGA.- Es verosímil.

MALIBRÁN.- Tan verosímil, que yo me re-presento la escena como si la estuviera viendo,y escuchara la voz de ambos personajes.

VILLALONGA.- Pero hay algo que no estáclaro, ni creo que lo esté nunca. No tengo yo

por seguro que la pobre Augusta se hallarapresente en el acto del suicidio.

MALIBRÁN.- Para mí es indudable que sí.

VILLALONGA.- ¡Pobre mujer! Cree que meinspira lástima, y que daría yo cualquier cosaporque su nombre no figurara en este misterio-so asunto.

MALIBRÁN.- Déjala, déjala que pague suerror. Estas damas que presumen de inteligen-tes son atroces en sus deslices. Escogen siemprelo peorcito, y luego se llaman desgraciadas y seencomiendan a la Virgen. El mejor auxilio queles puede dar el Espíritu Santo es sugerirles unabuena elección.

VILLALONGA.- (con seriedad.) Amigo Ma-librán, como amigos de la casa, debemos desearque se corte el escándalo y se eche tierra alasunto. No sé si Orozco se dará por entendidoante el público del descarrilamiento de su mu-

jer. Es probable que la discordia conyugal, con-secuencia segura de este mal paso, quede en lassombras de la vida íntima. Orozco es muy cir-cunspecto, muy metido en su concha, y sabetragarse en silencio la cicuta. Se me figura, poralgo que he olfateado esta tarde, que Cisnerosintriga subterráneamente a fin de ahogar elescándalo. A nosotros, amigos leales de la fami-lia, nos corresponde coadyuvar a esta obrabenéfica del gran castellano viejo. Desmintamoslas especies terroríficas que circulan por ahí;defendamos el honor de esta casa, y saquemosa la pobre Augusta del pantano en que ha caí-do.

MALIBRÁN.- ¡Diantre! (Caviloso.) Pues siella lo agradeciera...

VILLALONGA.- Claro que lo agradecerá. Lainfeliz es una bendita. Ha padecido una aluci-nación... ¡Ah!, el mal de la época, la diátesis denuestros tiempos de refinamiento social. Amigomío, la vida esta de recepciones, galantería,

sibaritismo, comidas, y el charlar ingenioso ypérfido entre los dos sexos, es un excitantedesmoralizador. No hay familia posible consemejante vida. Perdona que esté tan filósofo,yo, el último de los desmoralizados, pero tam-bién el primero de los alumnos de la gran pro-fesora, la experiencia.

MALIBRÁN.- Sí yo contara con la gratitudde Augusta, sería el primero en llevar mi es-puerta de tierra al montón que ha de cubrir elescándalo. Pero dudo que...

VILLALONGA.- (poniéndose serio.) No seasidiota. Y en último caso, el agravio que la opi-nión infiere a nuestro amigo Orozco, lo hago yomío; vamos, que me meto a paladín, sí señor.Cuidado, pues, Malibrancito: ten juicio, puesbien pudiera suceder que yo me amoscara...Todo está en que me dé por ahí.

MALIBRÁN.- ¿Pero tú qué tienes que ver...?

VILLALONGA.- Tengo y no tengo... En fin,que me carga tu intervención, tu espionaje y tulamentable oficiosidad en este asunto.

MALIBRÁN.- (con mal humor.) Ea, déjame amí... (Cediendo.) Pero, en fin, ¿qué es lo que túquieres?

VILLALONGA.- Que hagas propagandasensata. Aquí no ha pasado nada. Nuestra con-ducta ha de corresponder a los agasajos de estaexcelente familia. Augusta se merece un sin finde homenajes, ¡y Orozco es tan bueno, tan ge-neroso...! Te diré: yo le debo el grandísimo fa-vor de haberme cedido su puesto en la combi-nación de senadores. ¡Caray, si no es por él, mequedo también ahora en la calle, muerto derisa!

MALIBRÁN.- ¡Ah, mameluco, that is thequestion! Ya veo la clave de tu sensatez.

VILLALONGA.- Este pastelero mundo esuna cadena, un collar, un toisón de oro, en elcual las personas, remachadas con las ideas,somos los eslabones, y no podemos escoger larelación o argolla que nos une al eslabón veci-no. ¿Qué tal? ¿Estoy yo filosófico esta noche?Mentecato, ¿tú qué te creías?... Y punto en bocaque viene aquí el grande hombre.

Escena VIII

Los mismos; OROZCO, CALDERÓN, que sa-len del billar. Al propio tiempo, van entrando en elsalón del centro los amigos de la casa que se indi-

carán después.

OROZCO.- (dando la mano a Malibrán y a Vi-llalonga.) Está mejor; pero aún no se le ha pasa-do la tremenda jaqueca de ayer. Este majadero(por Calderón) le espetó de golpe la noticia...como si se tratara de cualquier suceso insignifi-cante.

CALDERÓN.- La verdad, yo no creí... Tanafectado estaba, que no supe lo que me hacía.

VILLALONGA.- ¡Pero qué bruto eres, Pepe!

OROZCO.- La pobre Augusta salía tranqui-lamente para ir a misa, después de haber pasa-do una mala noche al lado de su tía enferma,cuando recibió el jicarazo. Se afectó, como esnatural, tratándose de un amigo a quien quer-íamos tanto, y más por lo repentino y desastro-so del caso.

MALIBRÁN.- ¿Y no tendremos el gusto deverla esta noche?

OROZCO.- Esta noche no. Aunque ha pasa-do la fuerza de la cefalalgia, le molestan el rui-do y la claridad.

MALIBRÁN.- (para sí.) ¡El ruido y la luz! Esoprecisamente es lo que la mata.

OROZCO.- Voy a saludar a esa gente. (Parasí.) ¡Curioso estudio el de esta noche, el examende las caras de los que entran aquí! En todasveo cierto temor, y como el deseo de sorpren-der en la mía alguna emoción desusada. Pero loque es en ésta... ¡aviados están! Mi cara es demármol. (Dirígese al salón donde han entrado Tere-sa Trujillo, Aguado, Monte Cármenes, el exminis-tro, el Sr. de Pez. En la sala de tresillo quedan Villa-longa, Malibrán y Calderón.)

VILLALONGA.- (a Calderón.) Ven acá, taga-rote. ¿Sabe tu pariente los disparates que correnpor Madrid acerca del suceso de la noche del1.º?

CALDERÓN.- Todo lo sabe. Se lo he dichoyo. ¡Cuánta infamia, y qué sociedad tan nau-seabunda!

MALIBRÁN.- Sí, muy nauseabunda.

CALDERÓN.- Tomás me llamó esta tarde yme rogó que le enterara de lo que se dice porahí. No me anduve en chiquitas. Sé cuánto leagrada la verdad, y a la buena de Dios le in-formé de todo, empezando por las versionesnecias, y acabando por las horripilantes. Valemás que lo sepa, y que entienda que algunos desus amigos no merecen serlo. ¿Pero has visto,Villalonga, qué tonta es esta humanidad?

VILLALONGA.- Sí, hijo mío, es más tontaque tú, que es cuanto hay que decir.

Escena IX

Los mismos; CISNEROS, que aparece en la salajaponesa, viniendo del interior de la casa.

CISNEROS.- (para sí.) ¡Pobrecita mía, cuántopadece! ¡Verse calumniada, zarandeada portanto imbécil!... Esto es un horror... (Con rabia.)¡Bendito sea Nerón! Comprendo su deseo deque la humanidad no tuviese más que una solacabeza para cortarla... Hasta los periodiquillosse atreven a deslizar malévolas alusiones a estacasa. Ya os daría yo una buena mano de azotessi pudiera. ¡Habrase visto otra! ¡Reticenciascontra mi hija...! Estoy que trino. (Atraviesa elsalón sin saludar a nadie, y entra en la sala de tresi-llo.)

VILLALONGA.- Aquí está D. Carlos. ¡Quéfea vitola trae! D. Carlos, ¿qué nos cuenta?...¿Qué se dice?

CISNEROS.- (sofocando su rabieta.) Se dice...pues se dice que este es un país de idiotas.

VILLALONGA.- Eso ya lo sabía yo. Detestoa mi patria, la hidalga nación del garbanzo, deRecaredo y de la gramática parda. ¡Pues si yopudiera metamorfosearme en inglés o enalemán...!

CISNEROS.- Como no te metamorfosees túen el moro de los dátiles. Este es un país lilipu-tiense. Dan ganas de andar sobre él así... (pisafuerte) destruyéndolo a pisotones, como a lashormigas. Les juro a ustedes que esta nochedormiría yo muy tranquilo si tuviera ocasiónde dar un par de linternazos a alguien.

VILLALONGA.- Pues déselos usted a Ma-librán que dice...

CISNEROS.- (con viveza, apretando los puños.)¿Qué dice?

MALIBRÁN.- Pues que la tabla que ha com-prado usted anteayer como de Memling, no esni siquiera flamenca. La tengo por una imita-ción francesa de las peores.

CISNEROS.- Váyase usted al cardo con sustablas. Entiende usted de pintura lo que yo deempollar mosquitos. Lo que hacía falta aquí,créanlo, era un Nerón. ¡Qué hombre tan simpá-tico, y qué buena persona! Ya podían echarleperiódicos a ese.

CALDERÓN.- ¡Fuertecillo está usted, D.Carlos!

VILLALONGA.- Desengaños amorosos. ¿Lodigo?

CISNEROS.- ¿Qué?

VILLALONGA.- Lo diré: entre barbianes nodebe haber misterios. Pues esta tarde le hanvisto a usted salir de la gruta de Calipso, o seade la casa de Leonor.

CISNEROS.- Toma. ¿Y qué?

VILLALONGA.- Es que creíamos que ustedno sirve ya ni para novilladas de invierno, yque ya no sabe ni marcar una banderilla.

CISNEROS.- ¡Monigotes!... Generación men-guada y raquítica: los viejos toreamos mejorque vosotros. Preguntádselo a cualquier res. Noservís para nada, y con estas canas os dejo yotamañitos siempre que queráis.

MALIBRÁN.- ¡Buen punto está usted! ¡Consu carga de años, visititas a La Peri...!

CISNEROS.- Porque se puede. Fastidiarse...Ea, fantoches, vuestra conversación me revien-ta.

CALDERÓN.- ¿No quiere echar una partidi-ta?

CISNEROS.- No estoy de humor de juegos.No tengo tranquilidad, no puedo estarme quie-to; necesito moverme, correr, ir de aquí paraallá, empujar al que se me ponga delante, y sialguien se desmanda, ¡por vida de la tía Cotilla!le... le pulverizo. (Sale de estampía por la puertadel billar.)

CALDERÓN.- ¡Es mucho D. Carlos...!

MALIBRÁN.- Se me figura que he calado elobjeto de sus visitas a La Peri.

VILLALONGA. Y yo también. (Pasan alsalón, formando grupos que entablan animados co-loquios.)

OROZCO.- (a Calderón.) Nada más divertidoesta noche que el examen de caras, Pepe. La deTeresa Trujillo deliciosa, incomparable. Expresa

curiosidad febril y el arrobamiento artístico delque asiste a una función dramática con buenosactores. Me ha mirado con impertinencia, meha leído en la frente y en los ojos, con tanto in-terés como si fuera yo un folletín espeluznante.¿Pues y la carátula de Aguado? Es un puro res-plandor de júbilo, como faz vergonzosa que seconsuela con la vergüenza ajena. El rostro abe-sugado del buen Pez, radiante de cordura yministerialismo. Parece descargar todo el pesode su severidad contra la opinión pública, di-ciéndole: «tus historias son ridículas y despre-ciables». Pues ¿y el palmito de Monte Cárme-nes? La imposibilidad de soltar ahora el todo vabien le da una contracción violenta, que le des-figura, y le hace parecer otro hombre. La caradel exministro, entre benévola y disgustada,con vislumbres de protección, como si dijera:«si yo fuese poder, no pasarían estas cosas». Teaseguro que me he divertido delante de estemuseo de la opinión expectante y muda. ¡Oh!¡Si hablaran...! ¡Cuánto daría yo por oírles!

CALDERÓN.- Si tú has gozado con el estu-dio de caras, ellos se habrán divertido fotogra-fiándote la tuya.

OROZCO.- No, porque en ésta nada puedennotar que no adviertan todos los días. La caramía que expresa y siente ¡ay!, es la que mirapara adentro. (Llegan más personas.) Parece queesta noche carga el gentío que es un primor.Naturalmente, el crimen misterioso despiertainmenso interés: el público necesita emociones,contemplar rostros de víctimas, o de criminales,o de testigos; examinar el lugar de la catástrofe;ver los sitios por donde vaga el ánima del inter-fecto, olfatear la sangre, tocar los objetos quellevan impresa la huella del delito... (Con amar-gura.) En suma, el drama está en mi casa, y ten-go esta noche un lleno completo. (Dirígese asaludar a los que llegan.)

CALDERÓN.- (para sí.) Hombre sin igual eseste. Todo lo sabe, y parece que lo ignora todo.

Escena X

Tocador de Augusta. Es de noche.

AUGUSTA, doliente, recostada en un sofá; FE-LIPA, en pie, delante de ella.

AUGUSTA.- ¡Gracias a Dios que vienes atranquilizarme!

FELIPA.- Dos veces estuve aquí esta maña-na; pero la señorita dormía y no quise molestar-la.

AUGUSTA.- ¡Dormir! No he descansadodesde aquel momento terrible... No sé si esto esdormir o no; ignoro si mis impresiones son fin-gidas o reales; estoy como idiota, Felipa, y eltemor que llena mi alma no me permite orde-nar los recuerdos ni apreciar lo sucedido. Ni

aun puedo formar juicio de mis acciones desdeaquel instante ni de cómo vine aquí. Cuéntamelo que ha pasado después. Estoy en ascuas.¿Qué hiciste? ¿Se ha descubierto? Dímelo todo,sin ocultarme cosa alguna, por terrible que sea.

FELIPA.- (bajando la voz.) Tranquilícese laseñorita. No se ha descubierto ni se descubriránada. En cuanto dejé a la señorita aquí, despuésde lavarle las manchas de barro, y una muychiquita de sangre que había en la manga, mevolví allá. ¡Nos habíamos olvidado del sombre-ro, el sombrero del pobre...!

AUGUSTA.- (dando un gran suspiro.) ¡Ay!

FELIPA.- Afortunadamente, en cuanto entré,lo vi sobre una silla.

AUGUSTA.- ¿Lo tiraste a la calle?

FELIPA.- Bajé, y asegurándome de que nohabía nadie, le tiré junto a la valla. Después

corrí en busca de mi hermana, y entre las doslavoteamos las manchas de sangre de la alfom-bra, muy poquita cosa... Examinamos con re-muchísimo cuidado la escalera, temiendo en-contrar en ella gotas de sangre; pero no halla-mos... ni esto. Los vecinos del principal, únicosque hay en la casa, como si estuviesen en Babia.No se enteraron de cosa ninguna. Verdad queel tiro retumbó muy poco. Lo habrían oído losvecinos si hubieran estado encima; pero, claro,al otro piso no llegó la bulla. Los porteros sor-dos, mudos y ciegos: de ellos respondo, y nohay nada que temer. Ya les pueden echar jue-ces. Les he prometido que la señorita les libraráde quintas al hijo.

AUGUSTA.- ¿Uno, un hijo sólo?... Les li-braré más: todos los que tengan.

FELIPA.- Uno tan sólo. Con esto y la gratifi-cación, tan contentos los pobres. Son unas al-mas de Dios.

AUGUSTA.- ¡Ay!, habla más bajo... Tengoun miedo horrible... Mira si hay alguien en elgabinete.

FELIPA.- (que se asoma al gabinete y vuelve.)Ni una mosca. Podemos hablar sin recelo. Estamañana, fui y ¿qué hice? Llevé allá a mi her-mana con toda su chiquillería, y atesté de mue-bles la sala, y ya está Rafael trabajando. Quita-mos primero la alfombra, desmontamos la ca-ma, me llevé las botas, el sombrero y vestido dela señorita... saqué del pupitre los papeles, car-tas a medio escribir, cigarros de él; en fin, todolo que había me lo llevé a mi casa...

AUGUSTA.- Mejor sería que lo quemarastodo...

FELIPA.- Lo que pudiera comprometer, ce-niza es ya. De la casa, tan cierto como Dios esmi padre, no sacará el juez ni tanto así de luz.Por donde puede flaquear la trama es por ellado de doña Serafina, quiero decir, que si van

y averiguan que la señorita no estuvo aquellanoche...

AUGUSTA.- (secreteando.) Ya está prevenidaRamona, y bien recompensada. Esta mañanavino a verme. Confío en que no me faltará. Si lacuria hiciera alguna tontería, corriéndose en lasaveriguaciones, mi padre lo arreglará. Habla-mos esta noche: no cree nada malo de mí; peroesto de que los periódicos me lancen chinitas lesubleva. Es amigote del juez, y quedó enhablarle mañana mismo.

FELIPA.- (casi entre dientes.) Todo irá comoen las propias manos del Silencio, y aquí el quemás mira menos ve.

AUGUSTA.- ¡Ay, Felipa, qué buena eres! Loque has hecho por mí, de ningún modo podrérecompensarlo. Me serviste fielmente hasta quete casaste. Cierto que te he protegido; pero misbeneficios son muy cortos en comparación de la

lealtad y la adhesión con que me los estás pa-gando.

FELIPA.- No hablemos de eso, Por usted medejaría yo matar, si fuera preciso.

AUGUSTA.- (conmovida.) No merezco tantaabnegación... Déjame que llore. ¡Ay de mí! To-davía no acierto a dominar la situación en queme encuentro. A ti, que me has ayudado a ocul-tar mi falta, a ti que sabes la verdad de estadeshonra sin necesidad de que yo te la expli-que, puedo decirte a boca llena que me reco-nozco mala, muy mala; pero que considero elcastigo desproporcionado a la culpa. Esto nopuede ser castigo, porque si fuera castigo, noresultaría tan terrible. No merezco tanto, no.¡Verle morir así, sin que en su agonía tuvierapara mí una palabra de ternura...!, ¿no teacuerdas?, parecía que me despreciaba... ¡a míque le he querido tanto, que estaba dispuesta asacrificarle mi posición, mi honor...! El desdéncon que me trató después de atentar a su vida

por primera vez, me ha destrozado el alma,dejándome una herida que no se cerrará nunca.Recordarás que me dio un nombre ofensivo,ultrajante, el apodo de esa mujerzuela...

FELIPA.- El trastorno, la ofuscación... Si nosupo lo que hacía, menos había de saber lo quehablaba.

AUGUSTA.- Pero la proximidad de la muer-te, aun muriendo por la propia mano, aviva enel alma los sentimientos dominantes en ella.¿Por qué no me dijo una palabra cariñosa, queyo pudiera recordar después como consuelo?

FELIPA.- No olvide usted que dijo: «Sé loque debo hacer, y pido a Dios que me perdo-ne».

AUGUSTA.- Eso es, perdón a Dios, y a míque me partiera un rayo. ¿Por qué no me habíade pedir perdón también a mí, aunque no fuerasino por este rastro de deshonra que tras sí de-

ja? ¿Sabes? Hay quien dice que le maté yo. ¡Quéinfamia tan estúpida!... Yo estoy muerta de pe-na y desconsuelo; de pena por él, porque leamé, quizás más de lo que se merecía; descon-solada porque no lo volveré a ver, porque mu-rió queriéndome poco o nada, dejándome afli-gida y celosa... sí, celosa... ¡Si yo pudiera olvi-dar esta terrible pesadilla...! ¿Crees tú que eltiempo me hará perder la memoria? No, no haytiempo bastante largo para borrar esto. No séqué será de mí.

FELIPA.- (con agudeza.) El tiempo es muybueno; trabaja sin que se sienta, y del fin deunas cosas hace el principio de otras.

AUGUSTA.- Cada hora que pasa me sientomás acongojada, y padezco más. Aquella no-che, cuando me dejaste aquí, la misma turba-ción, el terror mismo, me daban cierta energía.Creí salir del paso haciéndome la valiente. Porla mañana me vestí para ir a misa, y cuandoPepe me dio la noticia, me asusté como si fuera

una novedad para mí. Hízome el efecto de vertraducida a la realidad una cosa soñada. Desdeaquel momento, perdí el valor y me descompu-se. Postrada en este sofá, pasé un día horrible, ytuve que dominar ante mi marido mi pena in-mensa, aparentando otra pena muy distinta ymenor. Fingir lo pequeño para ocultar lo gran-de es trabajo de prueba. Más fácilmente fingi-mos los sentimientos muy vivos que los ligerosy superficiales. Figúrate tú que, cuando se te hamuerto un hijo, te hubieras visto obligada aaparentar que sólo llorabas al gato de la casa.

FELIPA.- ¡Ay, no me lo diga! Reviento yoantes que hacer tal comedia.

AUGUSTA.- Pues considera si sufriré. Poreso te digo que el castigo es desproporcionadoa la falta. ¡Luego, de la situación esta se derivantantos suplicios diferentes! La presencia de mimarido despierta en mí sentimientos tan extra-ños, que me pongo a morir cuando entra aquíy me habla. A veces me figuro que no hay entre

los dos nada de común, y su serenidad ni melastima ni me inquieta; a veces paréceme que leadmiro todo lo que admirarse puede, y mepondría de rodillas delante de él para adorarle,como a un ser que no participa de nuestras mi-serias.

FELIPA.- (advirtiendo que Augusta tiene unamano envuelta en un pañuelo.) ¿Qué es esto?

AUGUSTA.- La magulladura que me hice enla muñeca, cuando forcejeamos para quitarleaquel maldito revólver. No la noté hasta la ma-ñana siguiente.

FELIPA.- A mí también me dejó en este bra-zo un cardenal que me duele bastante.

AUGUSTA.- He dicho que me quemé la-crando una carta. Pero aunque nadie lo hapuesto en duda, se me antoja que llevo aquí unespantoso dato para los que me creen asesina.

FELIPA.- El miedo, el miedo hace ver visio-nes. No seamos tontas. D. Tomás se creerá lodel lacre.

AUGUSTA.- (con profunda tristeza.) ¡Ay! ¡Sivieras tú qué recelosa estoy de que lo sabe todo,aunque aparenta ignorarlo! Tengo mil motivospara conocer su penetración que, en ciertoscasos, supera a cuanto se puede decir. No obs-tante, su tranquilidad que me hace dudar... «Silo sabe, me pregunto yo, ¿por qué no me lodice? Su calma ¿es la expresión más refinadadel desprecio que le merezco, o significa unasituación de espíritu muy diferente?». Anocheme pasó lo que no me ha pasado nunca: tenerpesadillas horribles, una tras otra, y no poderdiscernir después lo real de lo soñado. Creí queFederico estaba aquí, y vi reproducida la terri-ble escena, lo mismo, Felipa, lo mismo que lavimos tú y yo. De que esto fue imaginario notengo duda. Pero después... y aquí entran misdudas, porque el recuerdo que ha quedado en

mí, aunque turbio y calenturiento, es vivísimoen las imágenes. Pues oye. Me levanté... fui aldespacho de Tomás y llamé a la puerta. Él dijodesde dentro: «¿quién es?» y yo respondí: «soyLa Peri». Abrió, entré, y sentándome a su lado,confesé sin omitir nada. ¡Qué atrocidad! Pueshe pasado todo el día de hoy revolviendo en micabeza aquel acto, y trabajando por poner enclaro si fue real o no. Tengo los sesos derretidosde tanto cavilar. Me parece que estoy viendo aTomás cuando yo le contaba aquellos horrores.Ponía una cara de conmiseración que me lasti-maba enormemente, y yo le decía: «Soy La Peri;no vayas a creer que soy tu mujer»; y luego,vuelta a contarle cómo y por qué se mató Fede-rico. Lo que me atormenta y me confunde es laduda de si este delirio sólo tuvo realidad de-ntro de mi cerebro, o si, en efecto, yo me le-vanté de mi cama, y fui al despacho de Tomás,y él me abrió, y hablamos, y...

FELIPA.- Señorita, ¡por los clavos de Cristo!,eso no se hace nunca sino en sueños.

AUGUSTA.- Pero en el trastorno en que yoestuve anoche, trastorno de los sentidos y delalma toda, no sé... ¿No sabes tú que hay perso-nas que dormidas andan y hablan, y repiten loque les ha pasado recientemente?

FELIPA.- Sí, y a esos llaman sonámbulos.

AUGUSTA.- Yo no me he tenido nunca porsonámbula. ¡Oh, no, imposible que este recuer-do amarguísimo sea recuerdo de un acto real!¿Verdad que no? La impresión del hecho quellevo en mí es de pesadilla, de esas que a vecesse quedan dentro de nosotros tan bien estam-padas como los hechos positivos. Pero... todopodría ser. Anoche deliraba yo como un tifoi-deo, y tenía fiebre muy alta. Yo cerraba los ojos,y al abrirlos, de tiempo en tiempo, Tomás juntoa mí, mirándome sin pestañear. Sus miradasme penetraban hasta el fondo del alma. No

puedo asegurarte si le veía despierta o le veíadormida. ¿Hablé yo? ¿Me levanté y anduve?Conservo una idea vaga de haber sentido suspasos alejándose hacia el despacho, a no sé quéhora de la noche. También ha quedado en míuna obscura reminiscencia de lo que me ator-mentó la idea de ser yo La Peri, ese trasto, y delos esfuerzos que hice para no ser ella, sinoquien soy. ¡Lucha espantosa entre un nombre ymi conciencia!... Pero nada puedo afirmar concerteza. No sé qué daría por disipar esta dudahorrible, cerciorándome de que no hablé, deque no me vendí. (Pasándose la mano por la fren-te.) ¡Cómo está esta cabeza!

FELIPA.- (atisbando a la puerta.) Me pareceque el señor viene. (Se levanta.)

Escena XI

Las mismas; OROZCO.

OROZCO.- (a su mujer.) Querida, aunque noes tarde, harías bien en irte a descansar. ¿Porqué no te acuestas?

AUGUSTA.- Espero a tener sueño. ¡He dor-mido tanto en este sofá!...

OROZCO.- La conversación no te conviene.(Tomándole el pulso.) Ni pizca de fiebre; pero lacharla puede hacerte daño, y has picoteadobastante esta noche; primero con tu papá, des-pués con Manolo Infante, ahora con Felipa.

AUGUSTA.- Hablar me distrae. Di, ¿se hanido todos ya?

OROZCO.- Todos. Como no estabas tú, lareunión, cansada de su propia insipidez, se hadisuelto temprano. Y ahora nos quedaremossolos, porque esta se marchará también. Felipa,retírate, que algo tendrás que hacer en tu casa.

FELIPA.- (para sí, turbada.) Parece que meecha. Sabe más que Merlín el señor este... Impo-sible que deje de... (Alto.) Con permiso...

AUGUSTA.- Felipa, quedamos en que ma-ñana recogerás en casa de Sobrino veinticuatrovaras, que con las diez y media que tienes...

FELIPA.- (oficiosamente.) Ocho y poco más,señorita... Pues hacen treinta y dos.

AUGUSTA.- Eso es; pero antes de cortar, metraes la batista para verla, porque si no es iguala la otra, la devolveremos.

FELIPA.- Bueno. ¿Me manda algo más?

AUGUSTA.- Que te des mucha prisa. ¡Ah! Yque no me olvides los visillos...

FELIPA.- Estamos en ellos. Buenas noches.Que ustedes descansen. (Vase.)

OROZCO.- Si no tienes sueño, pasa a midespacho y hablaremos un ratito.

AUGUSTA.- Sí que pasaré. ¿Piensas velar?

OROZCO.- Es posible.

AUGUSTA.- (recelosa.) ¿Tienes que hacer?¡Qué afán de calentarte los cascos en cosas queno nos importan!

OROZCO.- Si nos importan o no, lo vere-mos... Allí te aguardo.

AUGUSTA.- Iré. (Se incorpora.)

Escena XII

Despacho de Orozco.

AUGUSTA, envuelta en su cachemira, se aco-moda en una butaca, junto a la chimenea muy car-gada de lumbre; OROZCO, junto a la mesa, en la

cual hay una lámpara encendida.

OROZCO.- ¿Qué... tienes frío?

AUGUSTA.- Un poco; pero ya voy entrandoen calor. (Para sí.) No sé por qué tiemblo. Sumirada me desconcierta.

OROZCO.- No es tarde. Si te encuentrasbien, hablaremos un poco de asuntos que aentrambos nos interesan.

AUGUSTA.- ¿Asuntos...? Tú siempre discu-rriendo empresas o aventuras humanitarias...

OROZCO.- (interrumpiéndola.) No es eso...

AUGUSTA.- Vale más que te acuestes y des-canses.

OROZCO.- (acercándose a ella.) Descansaría sipudiera. Pero por mucho dominio que uno ten-ga sobre sí propio, por grande que sea nuestraenergía para disciplinar las ideas, hay ocasio-nes, querida, en que las ideas ahogan la necesi-dad de reposo, y el sueño es imposible.

AUGUSTA.- (para sí, con espanto.) Llegó elmomento de las explicaciones. Estoy perdida.¿Lo sabe o desea saberlo? (Mirándole fijamente alos ojos.) ¿Quién podrá descifrar el jeroglífico deese rostro de mármol?

OROZCO.- (para sí, mirándola a su vez conatención profunda.) ¿Será capaz de confesar? Metemo que no.

AUGUSTA.- (para sí.) No nos acobardemos.Me adelantaré gallardamente a sus preguntas.(Alto.) ¿Por qué me miras así? ¿Es que quieresdecirme algo y no te atreves?

OROZCO.- Te observo temerosa, y esperaréa que te tranquilices.

AUGUSTA.- ¡Temerosa yo! (Para sí.) Fingiréun valor que no tengo... Hasta para confesar lonecesitaría, pues si me rindo, conviénemehacerlo con dignidad.

OROZCO.- Ya sé que eres valiente. No nece-sitas demostrármelo con palabras. Yo tambiénlo soy, más que tú, mucho más, pues tengoánimo suficiente para poner la verdad por en-cima de los afectos grandes y chicos, para redu-

cir a la insignificancia las pasiones, cuando con-tradicen el sentimiento universal.

AUGUSTA.- (para sí.) Desvaría. El deliriohumanitario se ha apoderado de él. Esto meenvalentona. Veámosle venir.

OROZCO.- Yo había pensado educarte enestas ideas, iniciarte en un sistema de vida queempieza siendo espiritual y difícil, y acaba porser fácil y práctico. Ahora no sé si debo insistiren mi propósito. Se me figura que no ha de gus-tarte esta creencia mía, adquirida en la soledada fuerza de meditaciones y de magnas luchas.

AUGUSTA.- (para sí.) ¡Ay, Dios mío, cómo seevapora el pensamiento de este hombre! Si mehablase en lenguaje humano, que moviera micorazón y mi conciencia, me impresionaría;pero estas cosas tan etéreas no se han hechopara mí, amasada en barro pecador. (Alto.) Yasé que eres un hombre sin segundo, al menosentre los que yo conozco. Has cultivado, a la

calladita y sin que nadie se entere, la vida inter-ior; has conseguido lo que parece imposible enla flaqueza humana, a saber: no tener pasiones,subirte a las alturas de tu conciencia eminente,y mirar desde allí los actos de tus semejantes,como el ir y venir de las hormigas; aislarte y nopermitir que te afecte ninguna maldad, pormuy próxima que la tengas. ¿Es esto así? ¿Te hecomprendido bien? (Orozco hace signos afirmati-vos con la cabeza.) ¿Y quieres que yo te acompa-ñe en esa purificación? ¡Ay!, bien quisiera; perono sé si podré. Soy muy terrestre; peso mucho,y cuando quiero remontarme, caigo y me estre-llo.

OROZCO.- La gravedad se disminuye lim-piando el corazón de malos deseos, y el pensa-miento de toda inclinación mala.

AUGUSTA.- ¡Ay!, yo limpio, limpio; pero sevuelven a ensuciar cuando menos lo pienso.

OROZCO.- Yo te enseñaré la manera detriunfar, si te confías a mí; pero por entero; con-fianza ciega, absoluta. Revélame todo lo quesientes, y después que yo lo sepa... hablaremos.

AUGUSTA.- (para sí.) ¡Confesar!, esto meaterra. Si él fuera más hombre y menos santo,tal vez...

OROZCO.- ¿No contestas a lo que te digo?Descúbreme tu interior; pero con efusión com-pleta.

AUGUSTA.- Lo sabe, y quiere arrancarme laconfesión. ¿Cómo lo habrá sabido? ¿Se lo dijeyo? Esta duda me vuelve loca. Tomemos laofensiva. (Alto.) ¿Qué quieres que te descubra?¿Sospechas de mí? Empieza por decirme en quése funda tu suspicacia, y yo veré lo que debocontestarte.

OROZCO.- (con determinación.) Inútiles yridículos escarceos. Vale más que hablemos con

claridad. Desde que apareció muerto Federico,tu nombra anda en lenguas de la gente. Nonecesito añadir más. Lo que haya de verdad enesto, tú me lo has de decir. Si es falso, desmién-telo; si no lo es, que yo lo sepa por ti misma.Esta ocasión es solemne, y en ella he de saberquién eres y lo que vales.

AUGUSTA.- (turbada.) ¿Pero tú... crees...?

OROZCO.- Yo no creo ni dejo de creer nada.Espero a que tú hables.

AUGUSTA.- (para sí.) ¡Confesar!... ¡Antesmorir!... ¡Siento un pavor...! (Alto.) Pues te diré:extraño mucho que des asentimiento a esasinfamias.

OROZCO.- (flemáticamente.) Luego es falso loque se dice.

AUGUSTA.- ¿Y lo dudas?

OROZCO.- No afirmo ni niego. Aplazo mijuicio, porque te veo cohibida por el temor, y teincito a sosegarte y reflexionar. Tiemblas. Tucara es como la de un muerto.

AUGUSTA.- Estoy enferma.

OROZCO.- Enferma de susto. Tranquilízate:tómate el tiempo que quieras para pensarlo: estemprano. Estamos solos, y nadie nos molesta.Mira, yo me siento en esta butaca a leer un po-co, y en tanto, tú recoges tu conciencia, y deci-des, delante de ella, lo que debes responderme.(Se sienta junto a la en que está la luz, toma un libroy lee.)

AUGUSTA.- (para sí, la cabeza inclinada sobreel pecho, y arrebujada en su abrigo.) Lo sabe... Eselenguaje claramente lo indica. ¡Qué actitud tanextraña la suya! Por grande que sea la sereni-dad de espíritu de un hombre, no la comprendoen grado tal. Imposible que su cerebro no sufraalguna alteración honda. La humanidad, ni aun

en los ejemplares más perfectos, puede ser así...Y no obstante, ¿qué hay en esa actitud, que mecausa una especie de alivio, y me inspira con-fianza? Todo esto ¿será para oírme y perdo-narme? Y pregunto yo: «¿Ese perdón vale? Elperdón de quien no siente, ¿es tal perdón?¿Puede un alma consolarse con semejante in-dulgencia, venida de quien no participa denuestras debilidades?». ¡Oh!, no; su santidadme hiela. Yo no confieso, no confesaré... ¡Y sitras esa mansedumbre rebulle el propósito deimponerme un castigo severo...! ¡Si en su siste-ma, para mí no bien comprensible, entra tam-bién el trámite de matarme...! ¡Ay, siento esca-lofrío mortal!... ¡No, no confieso!

OROZCO.- (apartando la vista del libro.)¿Piensas, Augusta, o es que te has quedadodormida?

AUGUSTA.- No duermo, no. Pensaba en esatontería que me has dicho, en tu sospecha.¿Quién te la sugirió? ¿Te habló alguien?

OROZCO.- Curiosidad por curiosidad, creoque la mía debe llevar la preferencia. Habla túprimero.

AUGUSTA.- Sin duda, algún amigo nuestro,de los que te tienen envidia y mala voluntad, oamiga mía chismosa y visionaria, te ha... (Impa-ciente.) ¿Por qué medio adquiriste esas ideas?

OROZCO.- (con ligera inflexión festiva.) Poradivinación.

AUGUSTA.- No creo en las adivinaciones.(Para sí.) Virgen Santa, mis temores se confir-man... Anoche, en aquel delirio estúpido,canté... ¡Si lo tengo bien presente...! ¡Si no se meha borrado del cerebro la impresión de lo quehice y dije...! ¡Miserable de mí, vendida necia-mente! Si ahora me obstino en negar... (Alto,tragando saliva.) Explícame ese misterio de lasadivinaciones.

OROZCO.- Tú lo has dicho: misterio es denuestra alma. Pero, en este caso, el poder míorevelador ha tenido auxiliares.

AUGUSTA.- ¿Alguien me acusó?

OROZCO.- Quizás.

AUGUSTA.- (para sí.) ¡Dios mío, sácame deesta incertidumbre, y separa en mi espíritu lasacciones reales de las fingidas por el cerebroenfermo. (Rehaciéndose.) ¡Oh, no es posible queyo hablara; no puede ser! Me estoy atormen-tando con un recelo pueril, hijo del miedo.Ánimo... y no confesar.

OROZCO.- (para sí, fingiendo leer.) Esto sí quees difícil de extirpar. El desgarrón de este sen-timiento, que me arranco para echarlo en elpozo de las miserias humanas, ¡cómo me duele!Al tirar, me llevo la mitad del alma, y temo quemi serenidad claudique. Si salgo triunfante deesta prueba, ya no temeré nada; dominaré el

mundo, y nada terrestre me dominará. ¡Perocómo me duele esta amputación! (Mirando fur-tivamente a su mujer.) Era el encanto de mi vida.Inferior a mí por su inconsistencia moral, suamor me daba horas felices, su compañía meera grata, y la idea de igualarla a mí, purificán-dola, me enorgullecía. La pierdo. Quizás seráun bien esta viudez que me espera; quizás estelazo me ataba demasiado a las bajezas carna-les... Me convendrá seguramente perder el úni-co afecto que me ligaba al mundo. ¿Y si no loperdiera...? Si con un acto de hermosa contri-ción se eleva hasta mí... (Volviendo a fijar los ojosen el libro.) ¡Ah!, no tiene alma para nada gran-de. Si me confiesa la verdad, toda la verdad, laperdono y procuraré regenerarla.

AUGUSTA.- (para sí, sofocada y limpiándose elsudor de la frente.) No sé qué siento en mí... unprurito irresistible de referir cuanto me ha pa-sado, mi falta, mi pena inconsolable... ¡Pero siya se lo revelé...! Sí; no tengo duda. Paréceme

que viéndome estoy en el acto inconsciente deanoche; oigo mis propias palabras; me retum-ban aquí, como si ahora mismo las pronunciara.Todo lo canté bien claro... Y si lo sabe, ¿a quéme lo pregunta? ¿A qué humillarme con unasegunda confesión?

OROZCO.- ¿Has pensado, Augusta?

AUGUSTA.- No, no pienso. Todo está pen-sado ya. (Para sí, con tenacidad.) No confieso, nopuedo, no quiero. Me fata valor. Siento en mialma la expansión religiosa; pero el dogma fríoy teórico de este hombre no me entra. Prefieroarrodillarme en el confesonario de cualquieriglesia... Y si despierta niego, después dehaberme delirando, ¿qué pensará de mí? Nadiees responsable de lo que dice en sueños... Perolos delirios suelen ser el espejo turbio y moviblede la vida real... ¡Qué combate dentro de mí!No sé qué hacer ni por dónde escurrirme.

OROZCO.- ¿Has examinado tu conciencia,Augusta?

AUGUSTA.- (sacando fuerzas de flaqueza.)Déjame en paz. Mi conciencia no tiene nadaque examinar.

OROZCO.- ¿Está tranquila? ¿No te acusa deninguna acción contraria al honor, a las leyesdivinas y humanas?

AUGUSTA.- (para sí.) Me confieso a Dios,que ve mi pensamiento; a ti no...

OROZCO.- ¿Qué dices?

AUGUSTA.- No he dicho nada. (Para sí, conbrutal entereza.) Me arriesgo a todo... Salga loque saliere, negare...

OROZCO.- ¿Insistes en llamar disparatado yabsurdo el rumor de que presenciaste la muerteviolenta de Federico?

AUGUSTA.- (para sí, desconcertada.) ¿Poseeráalguna prueba material?

OROZCO.- ¿Callas?

AUGUSTA.- (enfrenándose.) No, no callo... Esque me asombro de que creas semejante desati-no. (Para sí.) Si tiene pruebas, que las tenga. Yano me vuelvo atrás.

OROZCO.- ¿De modo que lo niegas?

AUGUSTA.- Lo niego terminantemente.

OROZCO.- ¿Y lo juras?

AUGUSTA.- ¿A qué viene eso de jurar?... Sies preciso... lo juro también.

OROZCO.- (para sí.) Me engaña miserable-mente. Peor para ella. Desgraciada, quédate entu miseria y en tu pequeñez.

AUGUSTA.- No es propio de ti dar crédito alas invenciones de la gente maliciosa.

OROZCO.- (gravemente.) Yo no anticipo jui-cio alguno. Me atengo a lo que tú declares.

AUGUSTA.- (para sí, recelosa.) ¿Me crees?¿Crees lo que digo?

OROZCO.- Sí... (Se aparta de ella, y pasea por lahabitación, mirando al suelo. Para sí.) Me he que-dado solo, solo como el que vive en un desierto.

AUGUSTA.- (para sí.) No me ha creído... ¡Yyo noto un vacío en mi alma...! Me siento di-vorciada, sola, como si viviera en un páramo.

OROZCO.- (para sí.) Mi mujer ha muerto.Soy libre. Ningún cuidado me inquieta ya, sinoes el de mi propia disciplina interior, hasta lle-gar a no sentir nada, nada más que la claridaddel bien absoluto en mi conciencia.

AUGUSTA.- (para sí.) He mentido... Su vir-tud no me convence ni despierta emoción enmí. ¡Divorciados para siempre...! Si viera en élla expresión humana del dolor por la ofensaque le hice, yo no mentiría, y después de confe-sada la verdad, le pediría perdón. Ningún rayoceleste parte de su alma para penetrar en lamía. No hay simpatía espiritual. Su perfección,si lo es, no hace vibrar ningún sentimiento delos que viven en mí.

OROZCO.- (para sí.) ¡Pero qué solo estoy!Murió el encanto de mi vida. ¿Flaqueará miánimo en esta crisis tremenda? La conmocióninterior es grande. ¿Conseguiré dominarla, ome dejaré arrastrar de este impulso malignoque en mí nace, o más bien resucita, porque esresabio de mis dominadas pasiones de hombre?(Detiénese detrás de Augusta contemplándola. Ellano le ve.) ¿Por qué no te impongo el castigo quemereces, malvada mujer? ¿Por qué no te...?(Apretando los puños.)

AUGUSTA.- (para sí, sobresaltada y recelosa, alsentirle parado detrás de ella.) ¿Qué hace? No meatrevo a moverme, ni a mirar siquiera paraatrás. ¡Dios me ampare!

OROZCO.- (para sí, venciéndose con supremoesfuerzo.) No, no te iguales a lo más miserable yrastrero de la humanidad. Déjala...

AUGUSTA.- (volviéndose aterrada.) ¿Qué?¿Qué hay?

OROZCO.- Nada, no he dicho nada. (Para sí,paseando de nuevo.) No, los brutales instintos nodestruirán, en un instante de flaqueza, la sere-nidad que adquirí a fuerza de mutilar y mutilarpasiones y afectos miserables. Elévate, alma,otra vez, y mira de lejos estas bastardías lilipu-tienses. Nada existe más innoble que los bra-midos del macho celoso por la infidelidad de suhembra.

AUGUSTA.- (para sí.) Si en él viera yo el no-ble egoísmo del león que se enfurece y luchapor defender su hembra... me sería fácil humi-llarme y pedirle perdón.

OROZCO.- (para sí.) Ánimo, y adelante. Vol-vamos a esta vida externa, cuya estupidez mees necesaria, como la esterilidad glacial delyermo en que habito. Vivamos en esta aridezpedregosa, como si nada hubiera ocurrido.Despierto de un sueño en que sentí reverdecermis amortiguadas pasiones, y vuelvo a mi ruti-na de fórmulas comunes, dentro de la cual fa-brico, a solas conmigo, mi deliciosa vida espiri-tual. (Alto y con resolución.) Augusta.

AUGUSTA.- ¿Qué?

OROZCO.- ¿Pero no te acuestas, hija? Esmuy tarde.

AUGUSTA.- (para sí.) El mismo acento desiempre. (Alto.) Sí, me acostaré. ¿Y tú?

OROZCO.- Yo también. Oye una cosa: ma-ñana, recuérdame que hay que comprar el rega-lo para Victoria Trujillo, cuya boda es el jueves.

AUGUSTA.- Es verdad. ¿Qué le comprare-mos?

OROZCO.- Lo que tú quieras. Tienes mejorgusto que yo para elegir cachivaches. ¡Ah! Otracosa: si mañana estás bien, hemos de visitar aClotilde Viera.

AUGUSTA.- ¡Ah!, sí... Mañana estaré bien, ysaldré; saldremos.

OROZCO.- Daremos una vuelta en cochepor el Retiro y la Castellana. Te llevaré que veaslos cuadros que ha comprado últimamente tupapá.

AUGUSTA.- Bueno... (Para sí.) Como si talcosa. El mismo hombre, el mismo, inalterable,marmóreo, glacial. ¿Qué significa esto? (Alto.)

Francamente, no tengo muchas ganas de ver loscuadros que ha comprado papá, pues me dijoMalibrán que eran cosa de muertos, y santos enoración, flacos, sucios y amarillos. Todo eso mees antipático.

OROZCO.- Por cierto que ayer estuve a pun-to de comprarte una imitación de Watteau muylinda... Pastorcitos, elegantes marquesas concayado, mucho lazo en la frente y hombros,zapatito de raso, y luego amorcillos jugandocon las ovejas.

AUGUSTA.- ¡Ay, eso me encanta! ¿Por quéno me lo trajiste?

OROZCO.- Pensé consultar contigo la com-pra antes de hacerla; pero como estuviste mala,no quise molestarte.

AUGUSTA.- (que se levanta y tira del cordón dela campanilla.) Pues no dudes que te agradezcode todas veras regalito tan de mi gusto. (Mirán-

dole fijamente y con alarma.) ¿Qué significa estaindiferencia, grave y hermosa, que raya en losobrenatural? Esto no es grandeza de alma.Esto es...

OROZCO.- (para sí.) Expláyate, hombre,expláyate en el páramo de la vida externa. Esoconforta.

AUGUSTA.- Una nueva pena, una nuevainquietud. Será preciso consultar con los mejo-res especialistas en perturbaciones cerebrales.(La criada aparece en la puerta. Augusta se retiracon ella.)

Escena última

OROZCO, solo.

¡Dominada la pavorosa crisis!... Pero andanpor dentro de mí los girones de la tempestad, ynecesito dispersarlos, no sea que se junten ycondensen de nuevo, y me pongan otra vez alborde del abismo de la tontería... Fuera locuri-llas impropias de mí. Los celos, ¡qué estupidez!Las veleidades, antojos o pasiones de una mu-jer, ¡qué necedad raquítica! ¿Es decoroso para elespíritu de un hombre afanarse por esto? No:elevar tales menudencias al foro de la concien-cia universal es lo mismo que si, al ver unahormiga, dos hormigas o cuatro o cien, llevan-do a rastras un grano de cebada, fuéramos adar parte a la Guardia civil y al juez de primerainstancia. No: conservemos nuestra calma fren-

te a estas agitaciones microscópicas, para des-preciarlas más hondamente. Figúrate que noexisten para ti; muéstrate indiferente, y nohagas a la sociedad y a la opinión el inmerecidohonor de darles a entender que te inquietas porellas. Que nadie advierta en ti el menor cuida-do, la menor pena por lo que ha ocurrido en tucasa. Para tus amigos serás el mismo de siem-pre. Que te juzgue cada cual como quiera, y túsé para ti mismo lo que debes ser en ti, compe-netrándote con el bien absoluto. (Asómase a unaventana que da al patio de la casa.) ¡Hermosa no-che, tibia y serena, de las que ponen a Villalon-ga fuera de sí! ¡Cómo lucen las estrellas! ¡Quédiría esa inmensidad de mundos si fuesen acontarle que aquí, en el nuestro, un gusanilloinsignificante llamado mujer quiso a un hom-bre en vez de querer a otro! Si el espacio infini-to se pudiera reír, cómo se reiría de las bobadasque aquí nos revuelven y trastornan!... Peropara reírse de ellas era menester que las supie-ra, y el saberlas sólo le deshonraría. (Abre los

cristales y apoya los codos en el antepecho. En lapared opuesta del patio rectangular se ven las ven-tanas de la escalera de la casa.) Da gusto respirarel aire libre: su frescura despeja la cabeza y suti-liza la imaginación... (Pausa.) Siéntome otra vezasaltado de la idea que ha sido mi suplicio ayery hoy, la maldita representación del trágicosuceso, y la manía de reconstruirlo con elemen-tos lógicos. ¿Qué pasó, cómo fue, qué móvileslo determinaron? Me había propuesto expeler ydispersar estos pensamientos; pero no es fácil.Se apoderan de mi mente con despótico empu-je, y tal es su fuerza plasmadora, que no dudopuedan convertirse en imágenes perceptibles, apoco que yo lo estimulara. (Agitado.) Debo re-cogerme y procurar el reposo. (Cierra la ventanay se retira. Discurre por varias habitaciones de lacasa, las unas obscuras, alumbradas las otras. Largointermedio, al fin del cual vuelve a encontrarseOrozco, por efecto de una traslación inconsciente, enla ventana que da al patio.) ¿Cómo es esto? ¿To-davía luz en la escalera? Y parece que entra

alguien y sube. (Fijándose en las ventanas de enfrente.) Sí, una persona sube con paso lento,como fatigada. ¡Ya! Será Juan, que se retiradespués de haber cerrado el portal y apagadolas luces. ¡Pero si el gas está encendido aún...!El tal sigue subiendo... y es persona a quiencreo conocer... aunque no puedo asegurarquién sea. Juan se ha dormido, ¡qué posma!, ydeja entrar a todo el que llega. (Llamando.)¡Juan!... No me oye... Iré a ver qué intruso eseste. (Se aparta de la ventana, atraviesa el despacho,luego el billar, y sale a la sala de tresillo.) ¿Pero quées esto? ¿El salón también encendido? (Sorpren-dido de ver luces en todas las estancias.) Vamosque... Saldremos por aquí a la antesala y a laescalera, a ver quién... a estas horas... (Asómase ala puerta de la antesala, y retrocede después de unabreve inspección.) Nadie, nadie. Era mi idea,queriendo convertirse en imagen. (Atraviesa elsalón y la sala japonesa, pasa al gabinete próximo,que comunica con el tocador y la alcoba conyugal, yal entrar en esta, siente pasos detrás de sí, vuélvese y

ve una imagen subjetiva, representación fidelísimade persona viviente. La imagen viste de frac. Sem-blante triste y afectuoso.)

OROZCO.- (levantando el cortinón de la puertaque da a la alcoba.) ¡Ah! ¿Eres tú? Acabáramos...Yo decía: «¿pero quién sube a estas horas?».¿Estaba Juan dormido cuando entraste?

LA IMAGEN.- Sí; todos duermen a estashoras; tú también.

OROZCO.- Yo no. ¿No me ves en pie?

LA IMAGEN.- ¡Qué has de estar en pie,hombre! Por cierto que tienes una postura mo-lestísima. ¿Negarás que te duelen el brazo de-recho y el cuello?

OROZCO.- Sí que me duelen.

LA IMAGEN.- Ponte de otra manera y respi-rarás más fácilmente. ¿Por qué no duermestranquilo? ¡Pobre cerebro, atormentado noche y

día por las fórmulas algebraicas de la concien-cia universal! Si no te calentarás los cascosdormido y despierto, no vendría yo a molestar-te.

OROZCO.- No me molestas. Pasa aquí. (En-tran en la alcoba.)

LA IMAGEN.- Se me ocurrió venir porquepensabas en mí más de lo que yo merezco, re-produciendo en tu mente mi persona y misactos con una fuerza tal que hacías vibrar misinertes huesos. En medio de tus extraordinariasperfecciones, tuviste flaquezas impropias de unhombre de tu altura moral; reconstruiste, al parde la terrible escena de mi muerte, las escenasamorosas que la precedieron.

OROZCO.- (con tristeza.) Es verdad: ayer yhoy, a pesar de mis esfuerzos por encastillarmeen un vivir superior, no he podido menos deser a ratos tan hombre como cualquiera. Pensémucho en ti y en ella. Y tú me dirás: «¿cómo

has llegado a conocer la verdad de mi desastro-sa muerte?». Te contestaré que he pasado rápi-damente de la presunción a la certidumbre.

LA IMAGEN.- ¿Te lo ha dicho esa?

OROZCO.- Anoche, calenturienta y trastor-nada, articuló delante de mí palabras ininteligi-bles. Pero no vendió su secreto. Esta noche,despierta y en posesión de su juicio, no ha teni-do grandeza de alma, para confesarme la ver-dad. La muy tonta se ha perdido mi perdón,que es bastante perder, y la probabilidad deregenerarse.

LA IMAGEN.- (acercándose al lecho de Augus-ta y contemplándola dormida.) Duerme, como tú,intranquila, y también me trae a su lado.

OROZCO.- ¿Pero la ves a ella? Yo creí queme veías a mí solo, como hechura mía que eres.Y te equivocas al pensar que duermo. Ni si-quiera estoy en el lecho: me veo en pie, como

tú, vestido; aún no me he quitado el frac. Acér-cate acá. ¿Qué haces ahí mirando a mi mujer?¿No la has visto bastante? Es una falta de aten-ción que me dejes con la palabra en la boca,habiendo venido a visitarme... Pero qué, ¿tevas? (Se pasa la mano por los ojos.)

LA IMAGEN.- No; aquí me tienes. Te tocopara que no dudes de mi presencia.

OROZCO.- (cogiéndole una mano.) No he con-cluido de contarte cómo se determinó en mí elconocimiento de esa triste verdad. El rumorpúblico acerca de la culpabilidad de Augustafue principio y fundamento de mis presuncio-nes. Oí todas las hablillas, y de su variedad ygarrulería saqué la certidumbre de que esadesdichada te amó, y de que tú la amaste.Completaron mi conocimiento diversos acci-dentes; las visitas de Felipa, algo que advertí enla cara de esta, la turbación de Augusta, la ro-zadura de su mano, y un no sé qué, un miste-rioso sentido testifical notado en la luz de sus

ojos, en el eco de su voz, y hasta en el calor desu aliento. Ahora, respecto a tu muerte, nadaconcreto sé. No puedo decir que poseo la ver-dad; pero tengo una idea, interpretación pro-piamente mía, hija de mi perspicacia y de miestudio de la conciencia universal e individual.Esta interpretación atrevida no concuerda conninguna de las versiones vulgares, patrocina-das por los comentaristas del ruidoso y san-griento caso; es mía exclusivamente y voy acomunicártela. (La Imagen se sienta al borde dellecho en que yace Orozco, y se inclina sobre este.)Pero no peses tanto sobre mí. Me sofocas, meoprimes, no me dejas respirar... Oye lo quepienso de tu muerte... ¡Ay!, por Dios, no teapoyes en mi pecho. La más grande montañadel mundo no pesa lo que tú... Pues mi opiniónes que moriste por estímulos del honor y de laconciencia; te arrancaste la vida porque se tehizo imposible, colocada entre mi generosidady mi deshonra. Has tenido flaquezas, has come-tido faltas enormes; pero la estrella del bien

resplandece en tu alma. Eres de los míos. Tumuerte es un signo de grandeza moral. Te ad-miro, y quiero que seas mi amigo en esta regiónde paz en que nos encontramos. Abracémonos.(Se abrazan.)

Madrid, Julio de 1889.

FIN DE LA NOVELA