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Semiología Cátedra di Stefano Cuadernillo 1. En torno a los signos Sede Ciudad Universitaria María Cecilia Pereira (coordinadora) 2020

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Semiología Cátedra di Stefano

Cuadernillo 1.

En torno a los signos

Sede Ciudad Universitaria

María Cecilia Pereira (coordinadora)

2020

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Índice

Presentación de la materia, María Cecilia Pereira 1

La cocina del sentido, Roland Barthes 5

La perspectiva estructuralista

Ferdinand de Saussure, iniciador de la lingüística moderna, Pabla Diab 7

Curso de lingüística general, Ferdinand de Saussure 10

Guía de lectura del Curso de lingüística general de F. de Saussure, Verónica Zaccari y

Diego Bentivegna 35

El círculo de Bajtín

Voloshinov: el signo ideológico, Daniela Lauría 36

La semiótica de Charles Peirce

El pragmatismo y la perspectiva semiótica de Charles Peirce, María Cecilia Pereira 39

Charles Sanders Peirce (1839-1914): el signo y sus tricotomías, Roberto Marafioti 41

El signo según Peirce, Victorino Zecchetto 44

Carta a Lady Welby, Charles Sanders Peirce 50

La ciencia de la semiótica, Charles Sanders Peirce 54

La imagen y la teoría semiótica, Martine Joly 57

La lingüística de la enunciación

La perspectiva de la Lingüística de la enunciación, María Cecilia Pereira 60

Semiología de la lengua, Émile Benveniste 63

Materiales para el análisis

Lecturas complementarias 74

Trabajos prácticos 81

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Presentación de la materia María Cecilia Pereira

La materia Semiología (Cátedra di Stefano) se ocupa de enseñar a analizar críticamente los

discursos sociales a partir de los aportes de diferentes enfoques teóricos provenientes de las

Ciencias del Lenguaje.

Sus objetivos son promover:

• la reflexión teórica sobre los lenguajes y la discursividad;

• el análisis de textos desde la perspectiva de las Ciencias del Lenguaje.

El programa de la sede Ciudad Universitaria para el curso 2020 se detendrá especialmente en

diversas perspectivas teóricas que estudian los signos y los discursos con el fin de mostrar el modo

en que esas perspectivas recortan sus objetos de estudio y conciben su análisis.

Para examinar las teorías y los métodos de estudio, tenemos en cuenta los planteos pioneros

de Saussure que subrayan el hecho de que es el punto de vista el que construye el objeto a

considerar. Así, se destacará que son las teorías las que recortan las porciones del mundo que

jerarquizan para su estudio, y que ese recorte y esa jerarquización responden a los problemas y los

intereses de las ciencias del lenguaje en distintos momentos de su historia.

Nuestro objetivo –como hemos explicitado– es doble: leer críticamente esas perspectivas y

servirnos de ellas para analizar, también de manera crítica, diversos discursos sociales actuales y del

pasado. En función de esto, en los cursos se estimula una lectura que relacione la bibliografía

propuesta con sus contextos históricos de producción y con las preocupaciones e interrogantes a los

que los estudiosos procuraron dar respuesta; una lectura que permita establecer puntos en común y

diferencias entre los distintos abordajes, confrontar distintos posicionamientos en el campo

científico según las épocas y ubicar el valor que tienen las teorías en el campo académico actual. El

estudio de los enfoques y concepciones del lenguaje y de la discursividad posibilita distintos

análisis de los discursos sociales, entre los que privilegiaremos la publicidad, la fotografía

periodística, el cine y la crítica cinematográfica.

Las perspectivas teóricas seleccionadas, que tuvieron su desarrollo a lo largo del siglo XX y

se continúan hasta nuestros días, se distancian de los estudios tradicionales sobre el lenguaje cuyas

ideas, no obstante, están presentes de alguna manera en el sentido común y muchas veces

obstaculizan la reflexión crítica sobre los aportes de teorías más recientes.

En primer lugar, y a diferencia de los estudios tradicionales, las diversas perspectivas sobre

las que reflexionaremos no proponen un estudio de tipo prescriptivo que busque revelar lo que el

lenguaje y sus usos “deben ser”, sino un abordaje descriptivo que busca explicar distintos aspectos

del lenguaje y su articulación con los espacios en los que este interviene. En segundo lugar, los

enfoques considerados han concebido una relación no transparente entre las palabras y las cosas, y

entre los enunciados y el mundo que representan. A diferencia de los antiguos estudios sobre

etimología, por ejemplo, que partían de la hipótesis de que las palabras de algún modo revelaban la

naturaleza de lo nombrado (lo que los llevó a estudiar su origen y evolución para acceder a una

“verdad” de la naturaleza), las perspectivas actuales muestran el carácter convencional, o en otros

casos, el vínculo con el hábito y las creencias que son la base de estas relaciones. Por eso conciben

los discursos como opacos, pues inevitablemente muestran algunos rasgos del mundo y de las

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relaciones representadas, y ocultan otros. Un tercer aspecto que caracteriza las teorías de las que nos

ocuparemos es que abandonan los estudios particulares o aislados de una palabra, de un fonema o

de un texto para encarar un abordaje que dé cuenta de sus relaciones con las unidades del conjunto

en que dichos elementos se integran.

Como veremos, algunos de estos rasgos fueron destacados por los estudios estructuralistas o

por el pragmatismo; otros, por el análisis del discurso, desde sus lecturas de la teoría de la

enunciación o de la retórica. Los estudiantes profundizarán los conceptos centrales de estas

perspectivas a partir de la lectura domiciliaria de la bibliografía que será objeto de debate en las

comisiones, donde también se mostrarán sus aportes para el análisis de materiales verbales

seleccionados que figuran al final de cada unidad.

Recorrido de la cursada 2020

La primera unidad del programa acerca a los estudiantes a las teorías fundacionales de la

reflexión sobre los signos, que dieron origen a desarrollos actuales en el campo de la semiología y

del análisis del discurso. A partir de una presentación que hace Roland Barthes de la problemática

del sentido, se aborda el estudio básicamente lingüístico de los signos con el pensamiento de

Ferdinand de Saussure, que ha sido el punto de partida de una serie de enfoques que suelen

integrarse en la denominada perspectiva estructuralista de los estudios sobre el lenguaje. Esta

perspectiva se orienta inicialmente a la descripción del sistema lingüístico, es decir, al estudio de la

lengua. Las nociones saussureanas de lengua y habla marcan el rumbo de una investigación sobre el

lenguaje centrada en la descripción de los signos, de sus propiedades y de sus relaciones. Si bien la

posición saussureana reconoce la necesidad del habla como base informante para la descripción de

la lengua, es esta la que se constituye en objeto de estudio de la Lingüística, por ser social,

homogénea, por ser lo esencial; mientras que el habla es concebida como individual, heterogénea y

aleatoria. Con la definición de ese objeto de estudio, la lingüística estuvo orientada al

establecimiento de un inventario sistemático de unidades distintivas de la lengua de distinto nivel

que permitían describirla e integrarla en una ciencia mayor, la semiología, que –tal como la definió

Saussure– estudiaría la “vida de los signos en el seno de la vida social”. La aproximación de

Saussure al estudio de la lengua y de los signos lingüísticos fue cuestionada desde una perspectiva

materialista del estudio del lenguaje proveniente de un grupo de lingüistas conocido como “el

círculo de Bajtín”. Junto con las reflexiones de Mijail Bajtin, incluimos los planteos críticos de

Valentín Voloshinov, integrante clave de dicho círculo.

La unidad busca luego diferenciar la postura saussureana de la del pragmatismo de Charles

Peirce, que aborda el estudio de los signos de todo tipo teniendo en cuenta los usos y las

potencialidades de sentido que adquieren en cada momento histórico en la sociedad. Con el nombre

de “semiótica”, Peirce se propone estudiar el mundo pensado como un mundo de signos en el que

cada signo es, a la vez, interpretante e interpretado: interpretante del que le antecede e interpretado

por el que le sigue, en un proceso inferencial propio de la disciplina denominado semiosis.

Dado que nos interesa especialmente el modo en que los signos significan en los discursos, la

unidad concluye con las reflexiones de Emile Benveniste. Estableciendo continuidades y diferencias

con los planteos saussureanos y los de Peirce, en el año 1966 Benveniste publica su obra Problemas

de lingüística general en la que se interroga nuevamente sobre los lenguajes y sus propiedades. En

uno de sus capítulos centrales, “La semiología de la lengua”, presenta su tesis sobre la doble

significancia, semiótica y semántica, de los lenguajes naturales, que provee herramientas para

analizar los enunciados desde la perspectiva de la teoría de la enunciación. Esta perspectiva

reformula la dicotomía saussureana lengua-habla en términos de las relaciones entre la lengua, el

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enunciado y la enunciación. Al señalar que los enunciados son el producto de la enunciación,

rechaza la idea de que las estructuras de los enunciados sean exteriores o ajenas a la actividad de su

enunciación, que dominaba en el estructuralismo anterior. Si la enunciación es la puesta en

funcionamiento de la lengua, esta no es concebida como un proceso caótico e impredecible, sino

que muchos de sus aspectos pueden ser descriptos mediante los nuevos conceptos que el autor

propone. La semiología –tal como la describe Benveniste– posee herramientas para caracterizar los

distintos tipos de signos, tanto los de la música como los de la pintura, los lenguajes de los sordos,

las señales de tránsito o de cualquier otro tipo, según los modos de significancia sobre los que se

construyen los discursos que integran.

En la segundaunidad estudiaremos los esquemas generales de la enunciación, nos

detendremos en las huellas de la actividad valorativa del sujeto de la enunciación que se registran en

los enunciados (deícticos, subjetivemas, modalidades, uso de los tiempos verbales), en la polifonía

y en el modo en que cada enunciado representa a su enunciador, a su enunciatario, el espacio y el

tiempo. La problemática de la enunciación no será abordada únicamente a través del estudio de los

discursos verbales, sino también de los fenómenos propios de la enunciación en la imagen, tales

como el encuadre y la perspectiva, por mencionar algunos de los más importantes. La unidad II

propondrá un diálogo entre el estudio de la enunciación y el estudio del discurso a partir de los

aportes de la perspectiva del análisis de discurso. Esta perspectiva se desarrolla a fines de los años

60 (Maingueneau recientemente ha destacado que en el año 1969 se publican La arqueología del

saber de Michel Foucault, el libro de Michel Pêcheux, Análisis automático del discurso, y el

número 13 de la revista Langages, dedicados enteramente al análisis del discurso) e integra distintas

corrientes provenientes de la lingüística (entre las que privilegiaremos la teoría de la enunciación),

los aportes de la tradición retórica, la reflexión sobre los géneros y la teoría de la argumentación,

entre otros, para profundizar en las relaciones entre los enunciados y las situaciones sociohistóricas

en las que son producidos. Eso lleva al análisis del discurso a no centrar el estudio en los

enunciados, sino en las regularidades que poseen y en las prácticas que los hacen posibles en cada

período histórico. Entre otros aspectos, el análisis del discurso indaga en el modo en que los

discursos se vinculan con el interdiscurso, en las relaciones entre lenguaje y poder, en la ideología y

la construcción histórica de la subjetividad.

Desde los aportes del análisis del discurso, la unidad profundiza en la teoría de los géneros

del discurso, de los marcos escénicos en los que la enunciación se lleva a cabo y las escenografías

que esta construye. En ese contexto se estudia el ethos, la imagen del enunciador construida en los

discursos, y los modos de interpelación a los enunciatarios a través de las emociones. El análisis del

discurso se ha ocupado más recientemente de estudiar estos aspectos en la multimolidad y en las

textualidades que se desarrollan en la Web, que son los temas que cierran la unidad.

El recorrido culmina con la terceraunidad sobre el estilo, un aspecto que el análisis del

discurso ha retomado de la tradición retórica de la elocutio. La unidad indaga sobre el estilo en las

nuevas textualidades de la web, retoma la problemática de las emociones a través del concepto de

pathos y profundiza en el estudio de las figuras retóricas entendidas como una suerte de

equipamiento del discurso para lograr los objetivos comunicativos deseados. El tramo final del

recorrido se ocupa tanto de las figuras en el discurso verbal como del estudio de dichas figuras en la

imagen.

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Bibliografía de referencia

ARNOUX, Elvira (2006): Análisis del Discurso. Modos de abordar los materiales de archivo,

Buenos Aires, Santiago Arcos.

ARNOUX, Elvira y José DEL VALLE (2010): “Las representaciones ideológicas del lenguaje.

Discurso glotopolítico y panhispanismo”, Spanish in Context, Amsterdam/Philadelphia, John

Benjamins Publishing Company, vol. 7, n.° 1, pp. 1-24.

CALSAMIGLIA, Helena y Amparo TUSÓN (1999): Las cosas del decir. Manual de análisis del

discurso, Barcelona, Ariel.

CHARAUDEAU, Patrick y Dominique MAINGUENEAU (dirs.) (2005): Diccionario de análisis del

discurso, Buenos Aires, Amorrortu.

GUESPIN, Louis y Jean-Baptiste MARCELLESI (1986): “Pour la glottopolitique”, Langages, n.º 83,

pp. 5-34.

MAINGUENEAU, Dominique (2014): Discours et analyse du discours, París, Armand Colin.

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La cocina del sentido Roland Barthes Le Nouvel Observateur, 10 de diciembre de 1964.

Un vestido, un automóvil, un plato cocinado, un gesto, una película cinematográfica, una

música, una imagen publicitaria, un mobiliario, un titular de diario, he ahí objetos en apariencia

totalmente heteróclitos.

¿Qué pueden tener en común? Por lo menos esto: son todos signos. Cuando voy por la calle –

o por la vida– y encuentro estos objetos, les aplico a todos, sin darme cuenta, una misma actividad,

que es la de cierta lectura: el hombre moderno, el hombre de las ciudades, pasa su tiempo leyendo.

Lee, ante todo y sobre todo, imágenes, gestos, comportamientos: este automóvil me comunica el

status social de su propietario, esta indumentaria me dice con exactitud la dosis de conformismo, o

de excentricidad, de su portador, este aperitivo (whisky, pernod, o vino blanco) el estilo de vida de

mi anfitrión. Aun cuando se trata de un texto escrito, siempre nos es dado leer un segundo mensaje

entre las líneas del primero: si leo en grandes titulares “Pablo VI tiene miedo”, esto quiere decir

también: “Si usted lee lo que sigue, sabrá por qué”.

Todas estas “lecturas” son muy importantes en nuestra vida, implican demasiados valores

sociales, morales, ideológicos, para que una reflexión sistemática pueda dejar de intentar tomarlos

en consideración: esta reflexión es la que, por el momento al menos, llamamos semiología. ¿Ciencia

de los mensajes sociales? ¿De los mensajes culturales? ¿De las informaciones de segundo grado?

¿Captación de todo lo que es “teatro” en el mundo, desde la pompa eclesiástica hasta el corte de

pelo de los Beatles, desde el pijama de noche hasta las vicisitudes de la política internacional? Poco

importa por el momento la diversidad o fluctuación de las definiciones. Lo que importa es poder

someter a un principio de clasificación una masa enorme de hechos en apariencia anárquicos, y la

significación es la que suministra este principio: junto a las diversas determinaciones (económicas,

históricas, psicológicas) hay que prever ahora una nueva cualidad del hecho: el sentido.

El mundo está lleno de signos, pero estos signos no tienen todos la bella simplicidad de las

letras del alfabeto, de las señales del código vial o de los uniformes militares: son infinitamente más

complejos y sutiles. La mayor parte de las veces los tomamos por informaciones “naturales”; se

encuentra una ametralladora checoslovaca en manos de un rebelde congoleño: hay aquí una

información incuestionable; sin embargo, en la misma medida en que uno no recuerda al mismo

tiempo el número de armas estadounidenses que están utilizando los defensores del gobierno, la

información se convierte en un segundo signo ostenta una elección política.

Descifrar los signos del mundo quiere decir siempre luchar contra cierta inocencia de los

objetos. Comprendemos el francés tan “naturalmente”, que jamás se nos ocurre la idea de que la

lengua francesa es un sistema muy complicado y muy poco “natural” de signos y de reglas: de la

misma manera es necesaria una sacudida incesante de la observación para adaptarse no al contenido

de los mensajes sino a su hechura: dicho brevemente: el semiólogo, como el lingüista, debe entrar

en la “cocina del sentido”.

Esto constituye una empresa inmensa. ¿Por qué? Porque un sentido nunca puede analizarse

de manera aislada. Si establezco que el blue-jean es el signo de cierto dandismo adolescente, o el

puchero, fotografiado por una revista de lujo, el de una rusticidad bastante teatral, y si llego a

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multiplicar estas equivalencias para constituir listas de signos como las columnas de un diccionario,

no habré descubierto nada nuevo. Los signos están constituidos por diferencias.

Al comienzo del proyecto semiológico se pensó que la tarea principal era, según la fórmula

de Saussure, estudiar la vida de los signos en el seno de la vida social, y por consiguiente

reconstituir los sistemas semánticos de objetos (vestuario, alimento, imágenes, rituales, protocolos,

músicas, etcétera). Esto está por hacer. Pero al avanzar en este proyecto, ya inmenso, la semiología

encuentra nuevas tareas: por ejemplo, estudiar esta misteriosa operación mediante la cual un

mensaje cualquiera se impregna de un segundo sentido, difuso, en general ideológico, al que se

denomina “sentido connotado”. Si leo en un diario el titular siguiente: “En Bombay reina una

atmósfera de fervor que no excluye ni el lujo ni el triunfalismo”, recibo ciertamente una

información literal sobre la atmósfera del Congreso Eucarístico, pero percibo también una frase

estereotipo, formada por un sutil balance denegaciones que me remite a una especie de visión

equilibrada del mundo; estos fenómenos son constantes; ahora es preciso estudiarlos ampliamente

con todos los recursos de la lingüística.

Si las tareas de la semiología crecen incesantemente es porque de hecho nosotros

descubrimos cada vez más la importancia y la extensión de la significación en el mundo; la

significación se convierte en la manera de pensar del mundo moderno, un poco como el “hecho”

constituyó anteriormente la unidad de reflexión de la ciencia positiva.

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La perspectiva estructuralista Ferdinand de Saussure, iniciador de la lingüística moderna Pabla Diab

En el campo de las ciencias del lenguaje, particularmente en la lingüística, hay acuerdo en

considerar al lingüista suizo Ferdinand de Saussure (1857-1913) como el “padre de la lingüística

moderna”. Esta afirmación encuentra su fundamento en los tres cursos que el lingüista dictó en la

Facultad de Letras y Ciencias Sociales de Ginebra entre 1907 y 1911. Sin embargo, el trabajo en

esas aulas ha llegado a nuestros días no por los escritos del maestro sino a partir del ya clásico

Curso de lingüística general (CLG) elaborado sobre borradores de los alumnos de sus cursos por

dos de sus discípulos: Charles Bally y Albert Sechehaye, con la colaboración de Albert Riedlinger,

en 1916. En el prefacio a la primera edición, afirman:

Todos cuantos tuvieron el privilegio de seguir tan fecunda enseñanza lamentaron que de

aquellos cursos no saliera un libro. Después de la muerte del maestro, esperábamos hallar en sus

manuscritos, obsequiosamente puestos a nuestra disposición por madame de Saussure, la imagen

fiel o por lo menos suficiente de aquellas lecciones geniales, y entreveíamos la posibilidad de una

publicación fundada sobre un simple ajustamiento de las notas personales de Ferdinand de Saussure

combinadas con las notas de los estudiantes. Grande fue nuestra decepción: no encontramos nada o

casi nada que correspondiera a los cuadernos de sus discípulos. ¡Ferdinand de Saussure iba

destruyendo los borradores provisionales donde trazaba día a día el esquema de su exposición!

(1959: 31)

A esta dificultad respecto de la difusión de las ideas de Saussure se debe sumar, por una

parte, el pasaje de la enseñanza impartida oralmente a la escritura de una obra que integrara esos

tres cursos, que como tales, tienen un carácter enteramente didáctico. Para explicar su modo de

concebir el lenguaje, Saussure recurre, por ejemplo, a analogías, a metáforas y a una adjetivación

poco técnica (el pensamiento es una masa amorfa; el lenguaje es multiforme y heteróclito) que

derivan de las restricciones que impone a toda teorización la explicación con fuerte finalidad

pedagógica. Por otra, obstáculo tanto más difícil, Saussure “era uno de esos hombres que se

renuevan sin cesar; su pensamiento evolucionaba en todas direcciones sin caer por eso en

contradicción consigo mismo” (De Saussure, 1959: 33). Para resolver estas cuestiones, los

discípulos intentaron, según sus propias palabras, “una reconstrucción, una síntesis […] Esto sería

una recreación, tanto más difícil cuanto que tenía que ser enteramente objetiva” (De Saussure, 1959:

33). Como leerán en los capítulos seleccionados en la bibliografía, algunas marcas propias del

discurso didáctico se conservan en el CLG, lo que hace que haya sido considerado esquemático y

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poco fiel al propio pensamiento de Saussure registrado posteriormente en el análisis de sus cartas y

los borradores de otros alumnos a los que no accedieron en su momento Bally y Sechehaye1.

¿Qué es lo que hace del CLG una obra fundante en el terreno de las ciencias que trabajan con

signos?

Si bien la idea de que las lenguas poseen una organización propia data del siglo XVIII, la

novedad de Saussure radica en considerar a la lengua un sistema de signos arbitrarios, es decir,

signos que unen de manera inmotivada un significado (idea, concepto, por ejemplo, rosa) y un

significante (imagen acústica, la sucesión de sonidos r-o-s-a ) y que se relacionan diferencialmente

unos con otros (por ejemplo, rosa se diferencia de risa, de rusa, de rasa). El concepto de

arbitrariedad, central en la teoría de Saussure, no era desconocido en la época. De hecho, ya había

sido aceptado por los lingüistas del siglo precedente, e incluso había sido materia de discusión

desde la Antigüedad griega: “Él [Saussure] ofrece su solución al viejo problema planteado por

Plantón en el Cratilo. En efecto, Platón opone dos versiones de las relaciones entre naturaleza y

cultura: Hermógenes defiende la posición según la cual los nombres asignados a las cosas son

arbitrariamente elegidos por la cultura, y Cratilo ve en los nombres un calco de la naturaleza, una

relación fundamentalmente natural. Este viejo y recurrente debate encuentra en Saussure a la

persona que va a dar la razón a Hermógenes con su noción de lo arbitrario del signo” (Dosse, 2004:

61).

De acuerdo con el lingüista francés Oswald Ducrot, “la aportación propia de Saussure al

estructuralismo lingüístico consiste en el hecho de presuponer el sistema en el elemento” (1975:

51). Es decir que lo fundamental de esta teoría es la concepción de la lengua como sistema en el

que los elementos no tienen ninguna realidad tomados de manera independiente de su relación con

el resto de los que componen el sistema o, como dio en llamarse en lo sucesivo, la estructura. En

consonancia con la consideración de la lengua como sistema se halla la noción de valor, que se

puede comprender como el producto de la relación de unos signos con otros, y también como el

método con el que se demuestra que la lengua es un sistema. Si tomamos, por ejemplo, la forma

verbal estudió, a ella asociamos virtualmente las formas estudie, estudiarías, hemos estudiado, y

todas aquellas que completan el paradigma verbal en español. Vemos así que los signos lingüísticos

se asocian en la memoria y también se combinan unos con otros para construir sintagmas, por

ejemplo, Estudió física en la escuela secundaria. Puesto que el interés de Saussure hace foco en el

estudio de la lengua como sistema, es compresible que el lingüista privilegie lo que llama

lingüística sincrónica, esto es, el estudio de un estado de lengua (por ejemplo, el español

rioplatense a comienzos del siglo XX) y relegue a un segundo plano la lingüística diacrónica, que

trabaja con el estudio de los cambios históricos de un elemento del sistema. Se trata pues de otra

novedad en el abordaje del estudio de la lengua: el interés no está puesto en el seguimiento de una

palabra a lo largo de la historia, en su etimología, sino en la visión de la totalidad, en diferentes

sincronías.

En síntesis:

Lo esencial de la demostración consiste en fundar lo arbitrario del signo, en mostrar que la

lengua es un sistema de valores constituido no por los contenidos o lo vivido sino por puras

diferencias. Saussure ofrece una interpretación de la lengua que la coloca decididamente del lado de

la abstracción para arrancarla del empirismo y de las consideraciones psicologizantes. Funda así una

1 En 1996 se descubrieron los manuscritos de Saussure de un libro sobre la lingüística general que se

creían definitivamente perdidos. Estos manuscritos, publicados en 2002 (de Saussure, Escritos de lingüística

general, París, Gallimard) permiten reconocer un pensamiento más complejo y flexible que el que se

difundió a través del texto surgido de sus clases, que respondía, como señalamos, a una finalidad

pedagógica.

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disciplina nueva, autónoma respecto del resto de las demás ciencias humanas: la lingüística. Una

vez establecidas sus reglas propias, y gracias a su rigor y su grado de formalización, va a arrastrar a

todas las demás disciplinas haciéndoles asimilar su programa y sus métodos (Dosse, 2004: 62).

Ahora bien, la fundación saussureana surge de una voluntad de otorgar a los estudios

lingüísticos un estatuto científico. Para el lingüista, puesto que la lengua es un sistema riguroso, la

teoría debe ser también un sistema tan riguroso como la lengua; debió recortar, entonces, el objeto

de la lingüística y proponer un método. Es por esa razón que Saussure recorta, desglosa del

lenguaje su parte esencial, la lengua, y “sacrifica” el estudio sistemático del uso individual, el

habla: “El individuo es expulsado de la perspectiva científica saussureana, víctima de una

reducción formalista en la que ya no tiene lugar” (Dosse, 2004: 70). Ya en el Prólogo a la edición

española, Amado Alonso reconocía: “Todo se paga: la lingüística de Saussure llega a una

sorprendente claridad y simplicidad, pero a fuerza de eliminaciones, más aun, a costa de descartar lo

esencial en el lenguaje (el espíritu) como fenómeno específicamente humano” (1959: 12).

Esta imagen del lingüista ginebrino como un hombre “modelo” del paradigma positivista

propio de su época, que, como afirma Alonso, hace a un lado cuestiones fundamentales para que la

lingüística alcance estatuto científico, es la que a menudo queda en quienes inician sus estudios en

materias que operan con sistemas significantes. Sin embargo, la figura “fría” y “falta de vida” puede

ser contrarrestada o compensada en primer lugar con el conocimiento que Saussure tenía del latín,

el griego, el sánscrito, el persa, el irlandés antiguo, el inglés, el francés, el lituano, el alemán, y el

antiguo alto alemán... No solo con las lenguas como tales, sino con la poesía en esas lenguas. En

1904, por ejemplo, da un curso acerca del poema épico Cantar de los Nibelungos, y también se

interesa, en una investigación de carácter cabalístico, por los anagramas en textos poéticos sagrados

de la India y de Roma, “llevó a cabo toda una investigación cabalística para ver si había un nombre

propio diseminado en el interior de estos textos que fuese a la vez el destinatario y el destino último

del mensaje” (Dosse, 2004: 68). Lejos está de los estereotipos del autor del CLG este amante de la

poesía. Incluso, el espíritu de investigación y de conocimiento y la pasión por las lenguas y la

poesía ha llevado a algunos a hablar de “Los dos Saussure”2. Sin embargo, pensamos que no hay

“dos saussures” sino que es justamente su interés por las lenguas y la poesía lo que lo conduce a la

elaboración de una teoría compleja y dinámica capaz de explicarlas, una teoría que no llegó a ser

publicada por su autor pero que hubiera seguido derroteros sorprendentes si éste no hubiera

encontrado la muerte a los 56 años.

Bibliografía DE SAUSSURE, Ferdinand (1916): Curso de lingüística general, publicado por Ch. Bally y A.

Sechehaye, con la colaboración de A. Riedlinger, traducción, prólogo y notas de Amado

Alonso, Buenos Aires, Losada, 1959 (tercera edición en español); p. 31.

DOSSE, François (2004): Historia del estructuralismo, tomo I: El campo del signo 1845-1966,

Madrid, Akal ediciones.

DUCROT, Oswlad (1968): ¿Qué es el estructuralismo? El estructuralismo en lingüística, Buenos

Aires, Losada, 1975; p. 51.

2 La revista Recherches titula su número 16, de septiembre de 1974, “Les deux Saussures”.

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Curso de lingüística general (selección) Ferdinand de Saussure Traducción, prólogo y notas de Amado Alonso, Buenos Aires,

Losada, 1945 (10ª edición)

Introducción Capítulo III. Objeto de la lingüística

§ 1. La lengua; su definición

¿Cuál es el objeto a la vezintegral y concreto de la lingüística? La cuestión es particularmente

difícil; ya veremos luego por qué; limitémonos ahora a hacer comprender esa dificultad.

Otras ciencias operan con objetos dados de antemano y que se pueden considerar en seguida

desde diferentes puntos de vista. No es así en la lingüística. Alguien pronuncia la palabra española

desnudo: un observador superficial se sentirá tentado de ver en ella un objeto lingüístico concreto;

pero un examen más atento hará ver en ella sucesivamente tres o cuatro cosas perfectamente

diferentes, según la manera de considerarla: como sonido, como expresión de una idea, como

correspondencia del latín (dis)nūdum, etc. Lejos de preceder el objeto al punto de vista, se diría que

es el punto de vista el que crea el objeto, y, además, nada nos dice de antemano que una de esas

maneras de considerar el hecho en cuestión sea anterior o superior a las otras.

Por otro lado, sea cual sea el punto de vista adoptado, el fenómeno lingüístico presenta

perpetuamente dos caras que se corresponden, sin que la una valga más que gracias a la otra. Por

ejemplo:

1° Las sílabas que se articulan son impresiones acústicas percibidas por el oído, pero los

sonidos no existirían sin los órganos vocales; así una n no existe más que por la correspondencia de

estos dos aspectos. No se puede, pues, reducir la lengua al sonido, ni separar el sonido de la

articulación bucal; a la recíproca, no se pueden definir los movimientos de los órganos vocales si se

hace abstracción de la impresión acústica.

2° Pero admitamos que el sonido sea una cosa simple: ¿es el sonido el que hace al lenguaje?

No; no es más que el instrumento del pensamiento y no existe por sí mismo. Aquí surge una nueva

y formidable correspondencia: el sonido, unidad compleja acústico-vocal, forma a su vez con la

idea una unidad compleja, fisiológica y mental. Es más:

3° El lenguaje tiene un lado individual y un lado social, y no se puede concebir el uno sin el

otro. Por último:

4° En cada instante el lenguaje implica a la vez un sistema establecido y una evolución; en

cada momento es una institución actual y un producto del pasado. Parece a primera vista muy

sencillo distinguir entre el sistema y su historia, entre lo que es y lo que ha sido; en realidad, la

relación que une esas dos cosas es tan estrecha que es difícil separarlas. ¿Sería la cuestión más

sencilla si se considerara el fenómeno lingüístico en sus orígenes, si, por ejemplo, se comenzara por

estudiar el lenguaje de los niños? No, pues es una idea enteramente falsa esa de creer que en materia

de lenguaje el problema de los orígenes difiere del de las condiciones permanentes. No hay manera

de salir del círculo.

Así, pues, de cualquier lado que se mire la cuestión, en ninguna parte se nos ofrece entero el

objeto de la lingüística. Por todas partes topamos con este dilema: o bien nos aplicamos a un solo

lado de cada problema, con el consiguiente riesgo de no percibir las dualidades arriba señaladas, o

bien, si estudiamos el lenguaje por muchos lados a la vez, el objeto de la lingüística se nos aparece

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como un montón confuso de cosas heterogéneas y sin trabazón. Cuando se procede así es cuando se

abre la puerta a muchas ciencias –psicología, antropología, gramática normativa, filología, etc.–,

que nosotros separamos distintamente de la lingüística, pero que, a favor de un método incorrecto,

podrían reclamar el lenguaje como uno de sus objetos.

Anuestro parecer, no hay más que una solución para todas estas dificultades: hay que

colocarse desde el primer momento en el terrenode la lengua y tomarla como norma de todas las

otrasmanifestaciones del lenguaje. En efecto, entre tantas dualidades, la lengua parece ser lo único

susceptible de definición autónoma y es la que da un punto de apoyo satisfactorio para el espíritu.

Pero ¿qué es la lengua? Para nosotros, la lengua no se confunde con el lenguaje: la lengua no

es más que una determinada parte del lenguaje, aunque esencial. Es a la vez un producto social de la

facultad del lenguaje y un conjunto de convenciones necesarias adoptadas por el cuerpo social para

permitir el ejercicio de esa facultad en los individuos. Tomado en su conjunto, el lenguaje es

multiforme y heteróclito; a caballo en diferentes dominios, a la vez físico, fisiológico y psíquico,

pertenece además al dominio individual y al dominio social; no se deja clasificar en ninguna de las

categorías de los hechos humanos, porque no se sabe cómo desembrollar su unidad.

La lengua, por el contrario, es una totalidad en sí y un principio de clasificación. En cuanto le

damos el primer lugar entre los hechos de lenguaje, introducimos un orden natural en un conjunto

que no se presta a ninguna otra clasificación.

A este principio de clasificación se podría objetar que el ejercicio del lenguaje se apoya en

una facultad que nos da la naturaleza, mientras que la lengua es cosa adquirida y convencional que

debería quedar subordinada al instinto natural en lugar de anteponérsele.

He aquí lo que se puede responder. En primer lugar, no está probado que la función del

lenguaje, tal como se manifiesta cuando hablamos, sea enteramente natural, es decir, que nuestro

aparato vocal esté hecho para hablar como nuestras piernas para andar. Los lingüistas están lejos de

ponerse de acuerdo sobre esto. Así, para Whitney, que equipara la lengua a una institución social

con el mismo título que todas las otras, el que nos sirvamos del aparato vocal como instrumento de

la lengua es cosa del azar, por simples razones de comodidad: lo mismo habrían podido los hombres

elegir el gesto y emplear imágenes visuales en lugar de las imá- genes acústicas. Sin duda, esta tesis

es demasiado absoluta; la lengua no es una institución social semejante punto por punto a las otras;

además, Whytney va demasiado lejos cuando dice que nuestra elección ha caído por azar en los

órganos de la voz; de cierta manera, ya nos estaban impuestos por la naturaleza. Pero, en el punto

esencial, el lingüista americano parece tener razón: la lengua es una convención y la naturaleza del

signo en que se conviene es indiferente. La cuestión del aparato vocal es, pues, secundaria en el

problema del lenguaje.

Cierta definición de lo que se llama lenguaje articulado podría confirmar esta idea. En latín

articulus significa 'miembro, parte, subdivisión en una serie de cosas'; en el lenguaje, la articulación

puede designar o bien la subdivisión de la cadena hablada en sílabas, o bien la subdivisión de la

cadena de significaciones en unidades significativas; este sentido es el que los alemanes dan a su

gegliederte Sprache. Ateniéndonos a esta segunda definición, se podría decir que no es el lenguaje

hablado el natural al hombre, sino la facultad de constituir una lengua, es decir, un sistema de

signos distintos que corresponden a ideas distintas.

Broca ha descubierto que la facultad de hablar está localizada en la tercera circunvolución

frontal izquierda: también sobre esto se han apoyado algunos para atribuir carácter natural al

lenguaje. Pero esa localización se ha comprobado para todo lo que se refiere al lenguaje, incluso la

escritura, y esas comprobaciones, añadidas a las observaciones hechas sobre las diversas formas de

la afasia por lesión de tales centros de localización, parecen indicar: 1° que las diversas

perturbaciones del lenguaje oral están enredadas de mil maneras con las del lenguaje escrito; 2° que

en todos los casos de afasia o de agrafia lo lesionado es menos la facultad de proferir tales o cuales

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sonidos o de trazar tales o cuales signos, que la de evocar por un instrumento, cualquiera que sea,

los signos de un lenguaje regular. Todo nos lleva a creer que por debajo del funcionamiento de los

diversos órganos existe una facultad más general, la que gobierna los signos: ésta sería la facultad

lingüística por excelencia. Y por aquí llegamos a la misma conclusión arriba indicada.

Para atribuir a la lengua el primer lugar en el estudio del lenguaje, se puede finalmente hacer

valer el argumento de que la facultad –natural o no– de articular palabras no se ejerce más que con

la ayuda del instrumento creado y suministrado por la colectividad; no es, pues, quimérico decir que

es la lengua la que hace la unidad del lenguaje.

§ 2. Lugar de la lengua en los hechos de lenguaje

Para hallar en el conjunto del lenguaje la esfera que corresponde a la lengua, hay que situarse

ante el acto individual que permite reconstruir el circuito de la palabra. Este acto supone por lo

menos dos individuos: es el mínimum exigible para que el circuito sea completo. Sean, pues, dos

personas, A y B, en conversación:

El punto de partida del circuito está en el cerebro de uno de ellos, por ejemplo, en el de A,

donde los hechos de conciencia, que llamaremos conceptos, se hallan asociados con las

representaciones de los signos lingüísticos o imágenes acústicas que sirven a su expresión.

Supongamos que un concepto dado desencadena en el cerebro una imagen acústica correspondiente:

éste es un fenómeno enteramente psíquico, seguido a su vez de un proceso fisiológico: el cerebro

transmite a los órganos de la fonación un impulso correlativo a la imagen; luego las ondas sonoras

se propagan de la boca de A al oído de B: proceso puramente físico. A continuación, el circuito

sigue en B un orden inverso: del oído al cerebro, transmisión fisiológica de la imagen acústica; en el

cerebro, asociación psíquica de esta imagen con el concepto correspondiente. Si B habla a su vez,

este nuevo acto seguirá –de su cerebro al de A– exactamente la misma marcha que el primero y

pasará por las mismas fases sucesivas que representamos con el siguiente esquema:

Este análisis no pretende ser completo. Se podría distinguir todavía: la sensación acústica

pura, la identificación de esa sensación con la imagen acústica latente, la imagen muscular de la

fonación, etc. Nosotros sólo hemos tenido en cuenta los elementos juzgados esenciales; pero nuestra

figura permite distinguir en seguida las partes físicas (ondas sonoras) de las fisiológicas (fonación y

audición) y de las psíquicas (imágenes verbales y conceptos). Pues es de capital importancia

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advertir que la imagen verbal no se confunde con el sonido mismo, y que es tan legítimamente

psíquica como el concepto que le está asociado.

El circuito, tal como lo hemos representado, se puede dividir todavía:

a) en una parte externa (vibración de los sonidos que van de la boca al oído) y una parte

interna, que comprende todo el resto;

b) en una parte psíquica y una parte no psíquica, incluyéndose en la segunda tanto los hechos

fisiológicos de que son asiento los órganos, como los hechos físicos exteriores al individuo;

c) en una parte activa y una parte pasiva: es activo todo lo que va del centro de asociación de

uno de los sujetos al oído del otro sujeto, y pasivo todo lo que va del oído del segundo a su centro

de asociación.

Por último, en la parte psíquica localizada en el cerebro se puede llamar ejecutivo todo lo que

es activo (c → i) y receptivo todo lo que es pasivo (i → c).

Es necesario añadir una facultad de asociación y de coordinación, que se manifiesta en todos

los casos en que no se trate nuevamente de signos aislados; esta facultad es la que desempeña el

primer papel en la organización de la lengua como sistema.

Pero, para comprender bien este papel, hay que salirse del acto individual, que no es más que

el embrión del lenguaje, y encararse con el hecho social.

Entre todos los individuos así ligados por el lenguaje, se establecerá una especie de

promedio: todos reproducirán –no exactamente, sin duda, pero sí aproximadamente– los mismos

signos unidos a los mismos conceptos.

¿Cuál es el origen de esta cristalización social? ¿Cuál de las dos partes del circuito puede ser

la causa? Pues lo más probable es que no todas participen igualmente.

La parte física puede descartarse desde un principio. Cuando oímos hablar una lengua

desconocida, percibimos bien los sonidos, pero, por nuestra incomprensión, quedamos fuera del

hecho social.

La parte psíquica tampoco entra en juego en su totalidad: el lado ejecutivo queda fuera,

porque la ejecución jamás está a cargo de la masa, siempre es individual, y siempre el individuo es

su árbitro; nosotros lo llamaremos el habla (parole).

Lo que hace que se formen en los sujetos hablantes acuñaciones que llegan a ser

sensiblemente idénticas en todos es el funcionamiento de las facultades receptiva y coordinativa.

¿Cómo hay que representarse este producto social para que la lengua aparezca perfectamente

separada del resto? Si pudiéramos abarcar la suma de las imágenes verbales almacenadas en todos

los individuos, entonces toparíamos con el lazo social que constituye la lengua. Es un tesoro

depositado por la práctica del habla en los sujetos que pertenecen a una misma comunidad, un

sistema gramatical virtualmente existente en cada cerebro, o, más exactamente, en los cerebros de

un conjunto de individuos, pues la lengua no está completa en ninguno, no existe perfectamente

más que en la masa.

Al separar la lengua del habla (langue et parole), se separa a la vez: 1° lo que es social de lo

que es individual; 2° lo que es esencial de lo que es accesorio y más o menos accidental.

La lengua no es una función del sujeto hablante, es el producto que el individuo registra

pasivamente; nunca supone premeditación, y la reflexión no interviene en ella más que para la

actividad de clasificar.

El habla es, por el contrario, un acto individual de voluntad y de inteligencia, en el cual

conviene distinguir: 1° las combinaciones por las que el sujeto hablante utiliza el código de la

lengua con miras a expresar su pensamiento personal; 2° el mecanismo psicofísico que le permita

exteriorizar esas combinaciones.

Hemos de subrayar que lo que definimos son cosas y no palabras; las distinciones

establecidas nada tienen que temer de ciertos términos ambiguos que no se recubren del todo de

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lengua a lengua. Así en alemán Sprache quiere decir lengua y lenguaje; Rede corresponde bastante

bien a habla (fr. parole), pero añadiendo el sentido especial de 'discurso'. En latín, sermo significa

más bien lenguaje y habla, mientras que lingua designa la lengua, y así sucesivamente.

Ninguna palabra corresponde exactamente a cada una de las nociones precisadas arriba; por

eso toda definición hecha a base de una palabra es vana; es mal método el partir de las palabras para

definir las cosas.

Recapitulemos los caracteres de la lengua:

1° Es un objeto bien definido en el conjunto heteróclito de los hechos de lenguaje. Se la

puede localizar en la porción determinada del circuito donde una imagen acústica viene a asociarse

con un concepto. La lengua es la parte social del lenguaje, exterior al individuo, que por sí solo no

puede ni crearla ni modificarla; no existe más que en virtud de una especie de contrato establecido

entre los miembros de la comunidad. Por otra parte, el individuo tiene necesidad de un aprendizaje

para conocer su funcionamiento; el niño se la va asimilando poco a poco. Hasta tal punto es la

lengua una cosa distinta, que un hombre privado del uso del habla conserva la lengua con tal que

comprenda los signos vocales que oye.

2° La lengua, distinta del habla, es un objeto que se puede estudiar separadamente. Ya no

hablamos las lenguas muertas, pero podemos muy bien asimilarnos su organismo lingüístico. La

ciencia de la lengua no sólo puede prescindir de otros elementos del lenguaje, sino que sólo es

posible a condición de que esos otros elementos no se inmiscuyan.

3° Mientras que el lenguaje es heterogéneo, la lengua así delimitada es de naturaleza

homogénea: es un sistema de signos en el que sólo es esencial la unión del sentido y de la imagen

acústica, y donde las dos partes del signo son igualmente psíquicas.

4° La lengua, no menos que el habla, es un objeto de naturaleza concreta, y esto es gran

ventaja para su estudio. Los signos lingüísticos no por ser esencialmente psíquicos son

abstracciones; las asociaciones ratificadas por el consenso colectivo, y cuyo conjunto constituye la

lengua, son realidades que tienen su asiento en el cerebro. Además, los signos de la lengua son, por

decirlo así, tangibles; la escritura puede fijarlos en imágenes convencionales, mientras que sería

imposible fotografiar en todos sus detalles los actos del habla; la fonación de una palabra, por

pequeña que sea, representa una infinidad de movimientos musculares extremadamente difíciles de

conocer y de imaginar. En la lengua, por el contrario, no hay más que la imagen acústica, y ésta se

puede traducir en una imagen visual constante. Pues si se hace abstracción de esta multitud de

movimientos necesarios para realizarla en el habla, cada imagen acústica no es, como luego

veremos, más que la suma de un número limitado de elementos o fonemas, susceptibles a su vez de

ser evocados en la escritura por un número correspondiente de signos. Esta posibilidad de fijar las

cosas relativas a la lengua es la que hace que un diccionario y una gramática puedan ser su

representación fiel, pues la lengua es el depósito de las imágenes acústicas y la escritura la forma

tangible de esas imágenes.

§ 3. Lugar de la lengua en los hechos humanos. La

semiología

Estos caracteres nos hacen descubrir otro más importante. La lengua, deslindada así del

conjunto de los hechos de lenguaje, es clasificable entre los hechos humanos, mientras que el

lenguaje no lo es.

Acabamos de ver que la lengua es una institución social, pero se diferencia por muchos

rasgos de las otras instituciones políticas, jurídicas, etc. Para comprender su naturaleza peculiar hay

que hacer intervenir un nuevo orden de hechos.

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La lengua es un sistema de signos que expresan ideas, y por eso comparable a la escritura, al

alfabeto de los sordomudos, a los ritos simbólicos, a las formas de cortesía, a las señales militares,

etc., etc. Sólo que es el más importante de todos esos sistemas.

Se puede, pues, concebir una ciencia que estudie la vida de los signosen el seno de la vida

social. Tal ciencia sería parte de la psicología social, y por consiguiente de la psicología general.

Nosotros la llamaremos semiología1(del griego sēmeîon'signo'). Ella nos enseñará en qué consisten

los signos y cuáles son las leyes que los gobiernan. Puesto que todavía no existe, no se puede decir

qué es lo que ella será; pero tiene derecho a la existencia, y su lugar está determinado de antemano.

La lingüística no es más que una parte de esta ciencia general. Las leyes que la semiología descubra

serán aplicables a la lingüística, y así es como la lingüística se encontrará ligada a un dominio bien

definido en el conjunto de los hechos humanos.

Al psicólogo toca determinar el puesto exacto de la semiología;2 tarea del lingüista es definir

qué es lo que hace de la lengua un sistema especial en el conjunto de los hechos semiológicos. Más

adelante volveremos sobre la cuestión; aquí sólo nos fijamos en esto: si por vez primera hemos

podido asignar a la lingüística un puesto entre las ciencias es por haberla incluido en la semiología.

¿Por qué la semiología no es reconocida como ciencia autónoma, ya que tiene como las

demás su objeto propio? Es porque giramos dentro de un círculo vicioso: de un lado, nada más

adecuado que la lengua para hacer comprender la naturaleza del problema semiológico; pero, para

plantearlo convenientemente, se tendría que estudiar la lengua en sí misma; y el caso es que, hasta

ahora, casi siempre se la ha encarado en función de otra cosa, desde otros puntos de vista.

Tenemos, en primer lugar, la concepción superficial del gran público, que no ve en la lengua

más que una nomenclatura, lo cual suprime toda investigación sobre su naturaleza verdadera. Luego

viene el punto de vista del psicólogo, que estudia el mecanismo del signo en el individuo. Es el

método más fácil, pero no lleva más allá de la ejecución individual, sin alcanzar al signo, que es

social por naturaleza.

O, por último, cuando algunos se dan cuenta de que el signo debe estudiarse socialmente, no

retienen más que los rasgos de la lengua que la ligan a otras instituciones, aquellos que dependen

más o menos de nuestra voluntad; y así es como se pasa tangencialmente a la meta, desdeñando los

caracteres que no pertenecen más que a los sistemas semiológicos en general y a la lengua en

particular. Pues el signo es ajeno siempre en cierta medida a la voluntad individual o social, y en

eso está su carácter esencial, aunque sea el que menos evidente se haga a primera vista.

Así, ese carácter no aparece claramente más que en la lengua, pero también se manifiesta en

las cosas menos estudiadas, y de rechazo se suele pasar por alto la necesidad o la utilidad particular

de una ciencia semiológica. Para nosotros, por el contrario, el problema lingüístico es

primordialmente semiológico, y en este hecho importante cobran significación nuestros

razonamientos. Si se quiere descubrir la verdadera naturaleza de la lengua, hay que empezar por

considerarla en lo que tiene de común con todos los otros sistemas del mismo orden; factores

lingüísticos que a primera vista aparecen como muy importantes (por ejemplo, el juego del aparato

fonador) no se deben considerar más que de segundo orden si no sirven más que para distinguir a la

lengua de los otros sistemas. Con eso no solamente se esclarecerá el problema lingüístico, sino que,

al considerar los ritos, las costumbres, etc., como signos, estos hechos aparecerán a otra luz, y se

sentirá la necesidad de agruparlos en la semiología y de explicarlos por las leyes de esta ciencia.

1 No confundir la semiología con la semántica, que estudia los cambios de significación, y

de la que Ferdinand de Saussure no hizo una exposición metódica, aunque nos dejó formulado su

principio tímidamente en la pág. 140. (Nota de B. y S.)

2 Cfr. A. NAVILLE, Classification des sciences, 2a edición, pág. 104.

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Primera parte. Principios generales Capítulo I. Naturaleza del signo lingüístico

§ 1. Signo, significado, significante

Para ciertas personas, la lengua, reducida a su principio esencial, es una nomenclatura, esto

es, una lista de términos que corresponden a otras tantas cosas. Por ejemplo:

Esta concepción es criticable por muchos conceptos. Supone ideas completamente hechas

preexistentes a las palabras; no nos dice si el nombre es de naturaleza vocal o psíquica, pues arbor

puede considerarse en uno u otro aspecto; por último, hace suponer que el vínculo que une un

nombre a una cosa es una operación muy simple, lo cual está bien lejos de ser verdad. Sin embargo,

esta perspectiva simplista puede acercarnos a la verdad al mostrarnos que la unidad lingüística es

una cosa doble, hecha con la unión de dos términos.

Hemos visto, a propósito del circuito del habla, que los términos implicados en el signo

lingüístico son ambos psíquicos y están unidos en nuestro cerebro por un vínculo de asociación.

Insistamos en este punto.

Lo que el signo lingüístico une no es una cosa y un nombre, sino un concepto y una imagen

acústica.3 La imagen acústica no es el sonido material, cosa puramente física, sino su huella

psíquica, la representación que de él nos da el testimonio de nuestros sentidos; esa imagen es

sensorial, y si llegamos a llamarla "material" es solamente en este sentido y por oposición al otro

término de la asociación, el concepto, generalmente más abstracto.

El carácter psíquico de nuestras imágenes acústicas aparece claramente cuando observamos

nuestra lengua materna. Sin mover los labios ni la lengua, podemos hablarnos a nosotros mismos o

recitarnos mentalmente un poema. Y porque las palabras de la lengua materna son para nosotros

imágenes acústicas, hay que evitar el hablar de los "fonemas" de que están compuestas. Este

término, que implica una idea de acción vocal, no puede convenir más que a las palabras habladas, a

la realización de la imagen interior en el discurso. Hablando de sonidos y de sílabas de una palabra,

evitaremos el equívoco, con tal que nos acordemos de que se trata de la imagen acústica.

El signo lingüístico es, pues, una entidad psíquica de dos caras, que puede representarse por

la siguiente figura:

3 El término de imagen acústica parecerá quizá demasiado estrecho, pues junto a la

representación de los sonidos de una palabra está también la de su articulación, la imagen

muscular del acto fonatorio. Pero para F. de Saussure la lengua es esencialmente un depósito, una

cosa recibida de fuera. La imagen acústica es, por excelencia, la representación natural de la

palabra, en cuanto hecho de lengua virtual, fuera de toda realización por el habla. El aspecto

motor puede, pues, quedar sobreentendido o en todo caso no ocupar más que un lugar

subordinado con relación a la imagen acústica. (B. y S.)

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Estos dos elementos están íntimamente unidos y se reclaman

recíprocamente. Ya sea que busquemos el sentido de la palabra latina

arboro la palabra con que el latín designa el concepto de 'árbol', es

evidente que las vinculaciones consagradas por la lengua son las únicas

que nos aparecen conformes con la realidad, y descartamos cualquier

otra que se pudiera imaginar.

Esta definición plantea una importante cuestión de terminología. Llamamos signo a la

combinación del concepto y de la imagen acústica: pero en el uso corriente este término designa

generalmente la imagen acústica sola, por ejemplo, una palabra (arbor, etc.). Se olvida que si

llamamos signo a arbor no es más que gracias a que conlleva el concepto 'árbol', de tal manera que

la idea de la parte sensorial implica la del conjunto.

La ambigüedad desaparecería si designáramos las tres nociones aquí presentes por medio de

nombres que se relacionen recíprocamente al mismo tiempo que se opongan. Y proponemos

conservar la palabra signo para designar el conjunto, y reemplazar concepto e imagen acústica

respectivamente con significado y significante; estos dos últimos términos tienen la ventaja de

señalar la oposición que los separa, sea entre ellos dos, sea del total de que forman parte. En cuanto

al término signo, si nos contentamos con él es porque, no sugiriéndonos la lengua usual cualquier

otro, no sabemos con qué reemplazarlo.

El signo lingüístico así definido posee dos caracteres primordiales. Al enunciarlos vamos a

proponer los principios mismos de todo estudio de este orden.

§ 2. Primer principio: lo arbitrario del signo

El lazo que une el significante al significado es arbitrario; o bien, puesto que entendemos por

signo el total resultante de la asociación de un significante con un significado, podemos decir más

simplemente: el signolingüístico es arbitrario.

Así, la idea de sur no está ligada por relación alguna interior con la secuencia de sonidos

s-u-r que le sirve de significante; podría estar representada tan perfectamente por cualquier otra

secuencia de sonidos. Sirvan de prueba las diferencias entre las lenguas y la existencia misma de

lenguas diferentes: el significado 'buey' tiene por significante bwéị a un lado de la frontera franco-

española y böf (boeuf) al otro, y al otro lado de la frontera francogermana es oks (Ochs).

El principio de lo arbitrario del signo no está contradicho por nadie; pero suele ser más fácil

descubrir una verdad que asignarle el puesto que le toca. El principio arriba enunciado domina toda

la lingüística de la lengua; sus consecuencias son innumerables. Es verdad que no todas aparecen a

la primera ojeada con igual evidencia; hay que darles muchas vueltas para descubrir esas

consecuencias y, con ellas, la importancia primordial del principio.

Una observación de paso: cuando la semiología esté organizada se tendrá que averiguar si los

modos de expresión que se basan en signos enteramente naturales –como la pantomima– le

pertenecen de derecho. Suponiendo que la semiología los acoja, su principal objetivo no por eso

dejará de ser el conjunto de sistemas fundados en lo arbitrario del signo. En efecto, todo medio de

expresión recibido de una sociedad se apoya en principio en un hábito colectivo o, lo que viene a

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ser lo mismo, en la convención. Los signos de cortesía, por ejemplo, dotados con frecuencia de

cierta expresividad natural (piénsese en los chinos que saludan a su emperador prosternándose

nueve veces hasta el suelo), no están menos fijados por una regla; esa regla es la que obliga a

emplearlos, no su valor intrínseco. Se puede, pues, decir que los signos enteramente arbitrarios son

los que mejor realizan el ideal del procedimiento semiológico; por eso la lengua, el más complejo y

el más extendido de los sistemas de expresión, es también el más característico de todos; en este

sentido la lingüística puede erigirse en el modelo general de toda semiología, aunque la lengua no

sea más que un sistema particular.

Se ha utilizado la palabra símbolo para designar el signo lingüístico, o, más exactamente, lo

que nosotros llamamos el significante. Pero hay inconvenientes para admitirlo, justamente a causa

de nuestro primer principio. El símbolo tiene por carácter no ser nunca completamente arbitrario; no

está vacío: hay un rudimento de vínculo natural entre el significante y el significado. El símbolo de

la justicia, la balanza, no podría reemplazarse por otro objeto cualquiera, un carro, por ejemplo.

La palabra arbitrario necesita también una observación. No debe dar idea de que el

significante depende de la libre elección del hablante (ya veremos luego que no está en manos del

individuo el cambiar nada en un signo una vez establecido por un grupo lingüístico); queremos

decir que es inmotivado, es decir, arbitrario con relación al significado, con el cual no guarda en la

realidad ningún lazo natural.

Señalemos, para terminar, dos objeciones que se podrían hacer a este primer principio:

1ª Se podría uno apoyar en las onomatopeyas para decir que la elección del significante no

siempre es arbitraria. Pero las onomatopeyas nunca son elementos orgánicos de un sistema

lingüístico. Su número es, por lo demás, mucho menor de lo que se cree. Palabras francesas como

fouet' látigo' o glas 'doblar de campanas' pueden impresionar a ciertos oídos por una sonoridad

sugestiva; pero para ver que no tienen tal carácter desde su origen, basta recordar sus formas latinas

(fouet deriva de fāgus 'haya', glas es classicum); la cualidad de sus sonidos actuales, o, mejor, la que

se les atribuye, es un resultado fortuito de la evolución fonética.

En cuanto a las onomatopeyas auténticas (las del tipo glu-glu, tic-tac, etc.), no solamente son

escasas, sino que su elección ya es arbitraria en cierta medida, porque no son más que la imitación

aproximada y ya medio convencional de ciertos ruidos (cfr. francés ouaoua y alemán wauwau,

español guau guau).4 Además, una vez introducidas en la lengua, quedan más o menos engranadas

en la evolución fonética, morfológica, etc., que sufren las otras palabras (cfr. pigeon, del latín

vulgar pīpiō, derivado de una onomatopeya): prueba evidente de que ha perdido algo de su carácter

primero para adquirir el del signo lingüístico en general, que es inmotivado.

2ª Las exclamaciones, muy vecinas de las onomatopeyas, dan lugar a observaciones análogas

y no son más peligrosas para nuestra tesis. Se tiene la tentación de ver en ellas expresiones

espontáneas de la realidad, dictadas como por la naturaleza. Pero para la mayor parte de ellas se

puede negar que haya un vínculo necesario entre el significado y el significante. Basta con

comparar dos lenguas en este terreno para ver cuánto varían estas expresiones de idioma a idioma

(por ejemplo, al francés aïe!, esp. ¡ay!, corresponde el alemán au!). Y ya se sabe que muchas

exclamaciones comenzaron por ser palabras con sentido determinado (cfr. fr. diable!, mordieu!=

mort Dieu, etcétera).

En resumen, las onomatopeyas y las exclamaciones son de importancia secundaria, y su

origen simbólico es en parte dudoso.

4 [Nuestro sentido onomatopéyico reproduce el canto del gallo con quiquiriquí, el de los

franceses coquerico (kókrikói), el de los ingleses cock-a-doodle-do. A.A.]

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§ 3. Segundo principio: carácter lineal del significante

El significante, por ser de naturaleza auditiva, se desenvuelve en el tiempo únicamente y

tiene los caracteres que toma del tiempo: a) representa una extensión, y b) esa extensión es

mensurable en una sola dimensión; es una línea.

Este principio es evidente, pero parece que siempre se ha desdeñado el enunciarlo, sin duda

porque se le ha encontrado demasiado simple; sin embargo, es fundamental y sus consecuencias son

incalculables: su importancia es igual a la de la primera ley. Todo el mecanismo de la lengua

depende de ese hecho. Por oposición a los significantes visuales (señales marítimas, por ejemplo),

que pueden ofrecer complicaciones simultáneas en varias dimensiones, los significantes acústicos

no disponen más que de la línea del tiempo; sus elementos se presentan uno tras otro; forman una

cadena. Este carácter se destaca inmediatamente cuando los representamos por medio de la

escritura, en donde la sucesión en el tiempo es sustituida por la línea espacial de los signos gráficos.

En ciertos casos, no se nos aparece con evidencia. Si, por ejemplo, acentúo una sílaba,

parecería que acumulo en un mismo punto elementos significativos diferentes. Pero es una ilusión;

la sílaba y su acento no constituyen más que un acto fonatorio; no hay dualidad en el interior de este

acto, sino tan sólo oposiciones diversas con lo que está a su lado.

Capítulo II. Inmutabilidad y mutabilidad del signo

§ 1. Inmutabilidad

Si, con relación a la idea que representa, aparece el significante como elegido libremente, en

cambio, con relación a la comunidad lingüística que lo emplea, no es libre, es impuesto. A la masa

social no se le consulta si el significante elegido por la lengua podría tampoco ser reemplazado por

otro. Este hecho, que parece envolver una contradicción, podría llamarse familiarmente la carta

forzada. Se dice a la lengua "elige", pero añadiendo: "será ese signo y no otro alguno". No

solamente es verdad que, de proponérselo, un individuo sería incapaz de modificar en un ápice la

elección ya hecha, sino que la masa misma no puede ejercer su soberanía sobre una sola palabra; la

masa está atada a la lengua tal cual es.

La lengua no puede, pues, equipararse a un contrato puro y simple, y justamente en este

aspecto muestra el signo lingüístico su máximo interés de estudio; pues si se quiere demostrar que

la ley admitida en una colectividad es una cosa que se sufre y no una regla libremente consentida, la

lengua es la que ofrece la prueba más concluyente de ello.

Veamos, pues, cómo el signo lingüístico está fuera del alcance de nuestra voluntad, y

saquemos luego las consecuencias importantes que se derivan de tal fenómeno.

En cualquier época que elijamos, por antiquísima que sea, ya aparece la lengua como una

herencia de la época precedente. El acto por el cual, en un momento dado, fueran los nombres

distribuidos entre las cosas, el acto de establecer un contrato entre los conceptos y las imágenes

acústicas, es verdad que lo podemos imaginar, pero jamás ha sido comprobado. La idea de que así

es como pudieron ocurrir los hechos nos es sugerida por nuestro sentimiento tan vivo de lo

arbitrario del signo.

De hecho, ninguna sociedad conoce ni jamás ha conocido la lengua de otro modo que como

un producto heredado de las generaciones precedentes y que hay que tomar tal cual es. Ésta es la

razón de que la cuestión del origen del lenguaje no tenga la importancia que se le atribuye

generalmente. Ni siquiera es cuestión que se deba plantear; el único objeto real de la lingüística es

la vida normal y regular de una lengua ya constituida. Un estado de lengua dado siempre es el

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producto de factores históricos, y esos factores son los que explican por qué el signo es inmutable,

es decir, por qué resiste toda sustitución arbitraria.

Pero decir que la lengua es una herencia no explica nada si no se va más lejos. ¿No se pueden

modificar de un momento a otro leyes existentes y heredadas?

Esta objeción nos lleva a situar la lengua en su marco social y a plantear la cuestión como se

plantearía para las otras instituciones sociales. ¿Cómo se transmiten las instituciones? He aquí la

cuestión más general que envuelve la de la inmutabilidad. Tenemos, primero, que apreciar el más o

el menos de libertad de que disfrutan las otras instituciones, y veremos entonces que para cada una

de ellas hay un balanceo diferente entre la tradición impuesta y la acción libre de la sociedad. En

seguida estudiaremos por qué, en una categoría dada, los factores del orden primero son más o

menos poderosos que los del otro. Por último, volviendo a la lengua, nos preguntamos por qué el

factor histórico de la transmisión la domina enteramente excluyendo todo cambio lingüístico

general y súbito.

Para responder a esta cuestión se podrán hacer valer muchos argumentos y decir, por

ejemplo, que las modificaciones de la lengua no están ligadas a la sucesión de generaciones que,

lejos de superponerse unas a otras como los cajones de un mueble, se mezclan, se interpenetran, y

cada una contiene individuos de todas las edades. Habrá que recordar la suma de esfuerzos que

exige el aprendizaje de la lengua materna, para llegar a la conclusión de la imposibilidad de un

cambio general. Se añadirá que la reflexión no interviene en la práctica de un idioma; que los

sujetos son, en gran medida, inconscientes de las leyes de la lengua; y si no se dan cuenta de ellas

¿cómo van a poder modificarlas? Y aunque fueran conscientes, tendríamos que recordar que los

hechos lingüísticos apenas provocan la crítica, en el sentido de que cada pueblo está generalmente

satisfecho de la lengua que ha recibido.

Estas consideraciones son importantes, pero no son específicas; preferimos las siguientes,

más esenciales, más directas, de las cuales dependen todas las otras.

1. El carácter arbitrario del signo. Ya hemos visto cómo el carácter arbitrario del signo nos

obligaba a admitir la posibilidad teórica del cambio; y si profundizamos, veremos que de hecho lo

arbitrario mismo del signo pone a la lengua al abrigo de toda tentativa que pueda modificarla. La

masa, aunque fuera más consciente de lo que es, no podría discutirla. Pues para que una cosa entre

en cuestión es necesario que se base en una norma razonable. Se puede, por ejemplo, debatir si la

forma monogámica del matrimonio es más razonable que la poligámica y hacer valer las razones

para una u otra. Se podría también discutir un sistema de símbolos, porque el símbolo guarda una

relación racional con la cosa significada; pero en cuanto a la lengua, sistema de signos arbitrarios,

esa base falta, y con ella desaparece todo terreno sólido de discusión; no hay motivo alguno para

preferir soeur a sistero a hermana, Ochs a boeufo a buey, etcétera.

2. La multitud de signos necesarios para constituir cualquier lengua. Las repercusiones de

este hecho son considerables. Un sistema de escritura compuesto de veinte a cuarenta letras puede

en rigor reemplazarse por otro. Lo mismo sucedería con la lengua si encerrara un número limitado

de elementos; pero los signos lingüísticos son innumerables.

3. El carácter demasiado complejo del sistema. Una lengua constituye un sistema. Si, como

luego veremos, éste es el lado por el cual la lengua no es completamente arbitraria y donde impera

una razón relativa, también es éste el punto donde se manifiesta la incompetencia de la masa para

transformarla. Pues este sistema es un mecanismo complejo, y no se le puede comprender más que

por la reflexión; hasta los que hacen de él un uso cotidiano lo ignoran profundamente. No se podría

concebir un cambio semejante más que con la intervención de especialistas, gramáticos, lógicos,

etc.; pero la experiencia demuestra que hasta ahora las injerencias de esta índole no han tenido éxito

alguno.

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4. La resistencia de la inercia colectiva a toda innovación lingüística. La lengua –y esta

consideración prevalece sobre todas las demás– es en cada instante tarea de todo el mundo;

extendida por una masa y manejada por ella, la lengua es una cosa de que todos los individuos se

sirven a lo largo del día entero. En este punto no se puede establecer ninguna comparación entre ella

y las otras instituciones. Las prescripciones de un código, los ritos de una religión, las señales

marítimas, etc., nunca ocupan más que cierto número de individuos a la vez y durante un tiempo

limitado; de la lengua, por el contrario, cada cual participa en todo tiempo, y por eso la lengua sufre

sin cesar la influencia de todos. Este hecho capital basta para mostrar la imposibilidad de una

revolución. La lengua es de todas las instituciones sociales la que menos presa ofrece a las

iniciativas. La lengua forma cuerpo con la vida de la masa social, y la masa, siendo naturalmente

inerte, aparece ante todo como un factor de conservación.

Sin embargo, no basta con decir que la lengua es un producto de fuerzas sociales para que se

vea claramente que no es libre; acordándonos de que siempre es herencia de una época precedente,

hay que añadir que esas fuerzas sociales actúan en función del tiempo. Si la lengua tiene carácter de

fijeza, no es sólo porque esté ligada a la gravitación de la colectividad, sino también porque está

situada en el tiempo. Estos dos hechos son inseparables. En todo instante la solidaridad con el

pasado pone en jaque a la libertad de elegir. Decimos hombre y perro porque antes que nosotros se

ha dicho hombre y perro. Eso no impide que haya en el fenómeno total un vínculo entre esos dos

factores antinómicos: la convención arbitraria, en virtud de la cual es libre la elección, y el tiempo,

gracias al cual la elección se halla ya fijada. Precisamente porque el signo es arbitrario no conoce

otra ley que la de la tradición, y precisamente por fundarse en la tradición puede ser arbitrario.

§ 2. Mutabilidad

El tiempo, que asegura la continuidad de la lengua, tiene otro efecto, en apariencia

contradictorio con el primero: el de alterar más o menos rápidamente los signos lingüísticos, de

modo que, en cierto sentido, se puede hablar a la vez de la inmutabilidad y de la mutabilidad del

signo.5

En último análisis, ambos hechos son solidarios: el signo está en condiciones de alterarse

porque se continúa. Lo que domina en toda alteración es la persistencia de la materia vieja; la

infidelidad al pasado sólo es relativa. Por eso el principio de alteración se funda en el principio de

continuidad.

La alteración en el tiempo adquiere formas diversas, cada una de las cuales daría materia para

un importante capítulo de lingüística. Sin entrar en detalles, he aquí lo más importante de destacar.

Por de pronto no nos equivoquemos sobre el sentido dado aquí a la palabra alteración. Esta palabra

podría hacer creer que se trata especialmente de cambios fonéticos sufridos por el significante, o

bien de cambios de sentido que atañen al concepto significado. Tal perspectiva sería insuficiente.

Sean cuales fueren los factores de alteración, ya obren aisladamente o combinados, siempre

conducen a un desplazamiento de la relación entre el significado y el significante.

Veamos algunos ejemplos. El latín necāre 'matar' se ha hecho en francés noyer 'ahogar' y en

español anegar. Han cambiado tanto la imagen acústica como el concepto; pero es inútil distinguir

5 Sería injusto reprochar a F. de Saussure el ser inconsecuente o paradójico por atribuir a la

lengua dos cualidades contradictorias. Por la oposición de los términos que hieran la imaginación,

F. de Saussure quiso solamente subrayar esta verdad: que la lengua se transforma sin que los

sujetos hablantes puedan transformarla. Se puede decir también que la lengua es intangible, pero

no inalterable. (B. y S.)

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las dos partes del fenómeno; basta con consignar globalmente que el vínculo entre la idea y el signo

se ha relajado y que ha habido un desplazamiento en su relación.

Si en lugar de comparar el necāre del latín clásico con el francés noyer, se le opone a necāre

del latín vulgar de los siglos IV o V, ya con la significación de 'ahogar', el caso es un poco

diferente; pero también aquí, aunque no haya alteración apreciable del significante, hay

desplazamiento de la relación entre idea y signo.

El antiguo alemán dritteil 'el tercio' se ha hecho en alemán moderno Drittel. En este caso,

aunque el concepto no se haya alterado, la relación se ha cambiado de dos maneras: el significante

se ha modificado no sólo en su aspecto material, sino también en su forma gramatical; ya no implica

la idea de Teil 'parte'; ya es una palabra simple. De una manera o de otra, siempre hay

desplazamiento de la relación.

En anglosajón la forma preliteraria fōt 'pie' siguió siendo fōt (inglés moderno foot), mientras

que su plural *fōti 'pies' se hizo fēt (inglés moderno feet). Sean cuales fueren las alteraciones que

supone, una cosa es cierta: ha habido desplazamiento de la relación, han surgido otras

correspondencias entre la materia fónica y la idea.

Una lengua es radicalmente incapaz de defenderse contra los factores que desplazan minuto

tras minuto la relación entre significado y significante. Es una de las consecuencias de lo arbitrario

del signo.

Las otras instituciones humanas –las costumbres, las leyes, etc.– están todas fundadas, en

grados diversos, en la relación natural entre las cosas; en ellas hay una acomodación necesaria entre

los medios empleados y los fines perseguidos. Ni siquiera la moda que fija nuestra manera de vestir

es enteramente arbitraria; no se puede apartar más allá de ciertos límites de las condiciones dictadas

por el cuerpo humano. La lengua, por el contrario, no está limitada por nada en la elección de sus

medios, pues no se adivina qué sería lo que impidiera asociar una idea cualquiera con una secuencia

cualquiera de sonidos.

Para hacer ver bien que la lengua es pura institución, Whitney ha insistido con toda razón en

el carácter arbitrario de los signos; y con eso ha situado la lingüística en su eje verdadero. Pero

Whitney no llegó hasta el fin y no vio que ese carácter arbitrario separa radicalmente a la lengua de

todas las demás instituciones. Se ve bien por la manera en que la lengua evoluciona; nada tan

complejo: situada a la vez en la masa social y en el tiempo, nadie puede cambiar nada en ella; y, por

otra parte, lo arbitrario de sus signos implica teóricamente la libertad de establecer cualquier posible

relación entre la materia fónica y las ideas. De aquí resulta que cada uno de esos dos elementos

unidos en los signos guardan su vida propia en una proporción desconocida en otras instituciones, y

que la lengua se altera, o mejor, evoluciona, bajo la influencia de todos los agentes que puedan

alcanzar sea a los sonidos sea a los significados. Esta evolución es fatal; no hay un solo ejemplo de

lengua que la resista. Al cabo de cierto tiempo, siempre se pueden observar desplazamientos

sensibles.

Tan cierto es esto que hasta se tiene que cumplir este principio en las lenguas artificiales. El

hombre que construya una de estas lenguas artificiales la tiene a su merced mientras no se ponga en

circulación; pero desde el momento en que la tal lengua se ponga a cumplir su misión y se convierta

en cosa de todo el mundo, su gobierno se le escapará. El esperanto es un ensayo de esta clase; si

triunfa ¿escapará a la ley fatal? Pasado el primer momento, la lengua entrará probablemente en su

vida semiológica; se transmitirá según leyes que nada tienen de común con las de la creación

reflexiva y ya no se podrá retroceder. El hombre que pretendiera construir una lengua inmutable que

la posteridad debería aceptar tal cual la recibiera se parecería a la gallina que empolla un huevo de

pato: la lengua construida por él sería arrastrada quieras que no por la corriente que abarca a todas

las lenguas.

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La continuidad del signo en el tiempo, unida a la alteración en el tiempo, es un principio de

semiología general; y su confirmación se encuentra en los sistemas de escritura, en el lenguaje de

los sordomudos, etcétera.

Pero ¿en qué se funda la necesidad del cambio? Quizá se nos reproche no haber sido tan

explícitos sobre este punto como sobre el principio de la inmutabilidad; es que no hemos

distinguido los diferentes factores de la alteración, y tendríamos que contemplarlos en su variedad

para saber hasta qué punto son necesarios.

Las causas de la continuidad están apriori al alcance del observador; no pasa lo mismo con

las causas de alteración a través del tiempo. Vale más renunciar provisionalmente a dar cuenta cabal

de ellas y limitarse a hablar en general del desplazamiento de relaciones; el tiempo altera todas las

cosas; no hay razón para que la lengua escape de esta ley universal.

Recapitulemos las etapas de nuestra demostración, refiriéndonos a los

principios establecidos en la Introducción.

1 ° Evitando estériles definiciones de palabras, hemos empezado por

distinguir, en el seno del fenómeno total que representa el lenguaje, dos factores: la

lengua y el habla. La lengua es para nosotros el lenguaje menos el habla. La lengua

es el conjunto de los hábitos lingüísticos que permiten a un sujeto comprender y

hacerse comprender.

2° Pero esta definición deja todavía a la lengua fuera de su realidad social, y

hace de ella una cosa irreal, ya que no abarca más que uno de los aspectos de la

realidad, el aspecto individual; hace falta una masa parlante para que haya una

lengua. Contra toda apariencia, en momento alguno existe la lengua fuera del hecho

social, porque es un fenómeno semiológico. Su naturaleza social es uno de sus caracteres internos;

su definición completa nos coloca ante dos cosas inseparables, como lo muestra el esquema

siguiente:

Pero en estas condiciones la lengua es viable, no viviente; no hemos tenido en cuenta más

que la realidad social, no el hecho histórico.

3° Como el signo lingüístico es arbitrario, parecería que la lengua, así definida, es un sistema

libre, organizable a voluntad, dependiente únicamente de un principio racional. Su carácter social,

considerado en sí mismo, no se opone precisamente a este punto de vista. Sin duda la psicología

colectiva no opera sobre una materia puramente lógica; haría falta tener en cuenta todo cuanto hace

torcer la razón en las relaciones prácticas entre individuo e individuo. Y, sin embargo, no es eso lo

que nos impide ver la lengua como una simple convención, modificable a voluntad de los

interesados: es la acción del tiempo, que se combina con la de la fuerza social; fuera del tiempo, la

realidad lingüística no es completa y ninguna conclusión es posible.

Si se tomara la lengua en el tiempo, sin la masa hablante –supongamos un individuo aislado

que viviera durante siglos– probablemente no se registraría ninguna alteración; el tiempo no

actuaría sobre ella. Inversamente, si se considerara la masa parlante sin el tiempo no se vería el

efecto de fuerzas sociales que obran en la lengua. Para estar en la realidad hace falta, pues, añadir a

nuestro primer esquema un signo que indique la marcha del tiempo:

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Ya ahora la lengua no es libre, porque el tiempo permitirá a las fuerzas sociales que actúan en

ella desarrollar sus efectos, y se llega al principio de continuidad que anula a la libertad. Pero la

continuidad implica necesariamente la alteración, el desplazamiento más o menos considerable de

las relaciones.

Segunda parte. Lingüística sincrónica Capítulo IV. El valor lingüístico

§ 1. La lengua como pensamiento organizado en la materia fónica

Para darse cuenta de que la lengua no puede ser otra cosa que un sistema de valores puros,

basta considerar los dos elementos que entran en juego en su funcionamiento: las ideas y los

sonidos.

Psicológicamente, hecha abstracción de su expresión por medio de palabras, nuestro

pensamiento no es más que una masa amorfa e indistinta. Filósofos y lingüistas han estado siempre

de acuerdo en reconocer que, sin la ayuda de los signos, seríamos incapaces de distinguir dos ideas

de manera clara y constante. Considerado en sí mismo, el pensamiento es como una nebulosa donde

nada está necesariamente delimitado. No hay ideas preestablecidas, y nada es distinto antes de la

aparición de la lengua.

Frente a este reino flotante, ¿ofrecen los sonidos por sí mismos entidades circunscriptas de

antemano? Tampoco. La substancia fónica no es más fija ni más rígida; no es un molde a cuya

forma el pensamiento deba acomodarse necesariamente, sino una materia plástica que se divide a su

vez en partes distintas para suministrar los significantes que el pensamiento necesita. Podemos,

pues, representar el hecho lingüístico en su conjunto, es decir, la lengua, como una serie de

subdivisiones contiguas marcadas a la vez sobre el plano indefinido de las ideas confusas (A) y

sobre el no menos indeterminado de los sonidos (B). Es lo que aproximadamente podríamos

representar en este esquema:

El papel característico de la lengua frente al pensamiento no es el de crear un medio fónico

material para la expresión de las ideas, sino el de servir de intermediaria entre el pensamiento y el

sonido, en condiciones tales que su unión lleva necesariamente a deslindamientos recíprocos de

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unidades. El pensamiento, caótico por naturaleza, se ve forzado a precisarse al descomponerse. No

hay, pues, ni materialización de los pensamientos, ni espiritualización de los sonidos, sino que se

trata de ese hecho en cierta manera misterioso: que el "pensamiento-sonido" implica divisiones y

que la lengua elabora sus unidades al constituirse entre dos masas amorfas. Imaginemos el aire en

contacto con una capa de agua: si cambia la presión atmosférica, la superficie del agua se

descompone en una serie de divisiones, esto es, de ondas; esas ondulaciones darán una idea de la

unión y, por así decirlo, de la ensambladura del pensamiento con la materia fónica.

Se podrá llamar a la lengua el dominio de las articulaciones, tomando esta palabra en el

sentido definido en la página 52 [pág. 12 de este cuadernillo], cada término lingüístico es un

miembro, un articulus donde se fija una idea en un sonido y donde un sonido se hace el signo de

una idea.

La lengua es también comparable a una hoja de papel: el pensamiento es el anverso y el

sonido el reverso: no se puede cortar uno sin cortar el otro; así tampoco en la lengua se podría aislar

el sonido del pensamiento, ni el pensamiento del sonido; a tal separación sólo se llegaría por una

abstracción y el resultado sería hacer psicología pura o fonología pura.

La lingüística trabaja, pues, en el terreno limítrofe donde los elementos de dos órdenes se

combinan; esta combinación produce una forma, nouna sustancia.

Estas miras hacen comprender mejor lo que hemos dicho sobre lo arbitrario del signo. No

solamente son confusos y amorfos los dos dominios enlazados por el hecho lingüístico, sino que la

elección que se decide por tal porción acústica para tal idea es perfectamente arbitraria. Si no fuera

éste el caso, la noción de valor perdería algo de su carácter, ya que contendría un elemento

impuesto desde fuera. Pero de hecho los valores siguen siendo enteramente relativos, y por eso el

lazo entre la idea y el sonido es radicalmente arbitrario.

A su vez lo arbitrario del signo nos hace comprender mejor por qué el hecho social es el

único que puede crear un sistema lingüístico. La colectividad es necesaria para establecer valores

cuya única razón de ser está en el uso y en el consenso generales; el individuo por sí solo es incapaz

de fijar ninguno.

Además, la idea de valor, así determinada, nos muestra cuan ilusorio es considerar un término

sencillamente como la unión de cierto sonido con cierto concepto. Definirlo así sería aislarlo del

sistema del que forma parte; sería creer que se puede comenzar por los términos y construir el

sistema haciendo la suma, mientras que, por el contrario, hay que partir de la totalidad solidaria para

obtener por análisis los elementos que encierra.

Para desarrollar esta tesis nos pondremos sucesivamente en el punto de vista del significado o

concepto (§2), en el del significante (§3) y en el del signo total (§4).

No pudiendo captar directamente las entidades concretas o unidades de la lengua, operamos

sobre las palabras. Las palabras, sin recubrir exactamente la definición de la unidad lingüística, por

lo menos dan de ella una idea aproximada que tiene la ventaja de ser concreta; las tomaremos, pues,

como muestras equivalentes de los términos reales de un sistema sincrónico, y los principios

obtenidos a propósito de las palabras serán válidos para las entidades en general.

§ 2. El valor lingüístico considerado en su aspecto

conceptual

Cuando se habla del valor de una palabra, se piensa generalmente, y sobre todo, en la

propiedad que tiene la palabra de representar una idea, y, en efecto, ése es uno de los aspectos del

valor lingüístico. Pero si fuera así, ¿en qué se diferenciaría el valor de lo que se llama significación?

¿Serían sinónimas estas dos palabras? No lo creemos, aunque sea fácil la confusión, sobre todo

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porque está provocada menos por la analogía de los términos que por la delicadeza de la distinción

que señalan.

El valor, tomado en su aspecto conceptual, es sin duda un elemento de la significación, y es

muy difícil saber cómo se distingue la significación a pesar de estar bajo su dependencia. Sin

embargo, es necesario poner en claro esta cuestión so pena de reducir la lengua a una simple

nomenclatura.

Tomemos primero la significación tal como se suele presentar y tal

como la hemos imaginado en la página 129 [pág. 18 de este cuadernillo]. No

es, como ya lo indican las flechas de la figura, más que la contraparte de la

imagen auditiva. Todo queda entre la imagen auditiva y el concepto, en los

límites de la palabra considerada como un dominio cerrado, existente por sí

mismo.

Pero véase el aspecto paradójico de la cuestión: de un lado, el concepto se nos aparece como

la contraparte de la imagen auditiva en el interior del signo, y, de otro, el signo mismo, es decir, la

relación que une esos dos elementos es también, y de igual modo, la contraparte de los otros signos

de la lengua.

Puesto que la lengua es un sistema en donde todos los términos son solidarios y donde el

valor de cada uno no resulta más que de la presencia simultánea de los otros, según este esquema:

¿cómo es que el valor, así definido, se confundirá con la significación, es decir, con la contraparte

de la imagen auditiva? Parece imposible equiparar las relaciones figuradas aquí por las flechas

horizontales con las que están representadas en la figura anterior por las flechas verticales. Dicho de

otro modo –para insistir en la comparación de la hoja de papel que se desgarra–, no vemos por qué

la relación observada entre distintos trozos A, B, C, D, etc., no ha de ser distinta de la que existe

entre el anverso y el reverso de un mismo trozo, A/A', B/B', etcétera.

Para responder a esta cuestión, consignemos primero que, incluso fuera de la lengua, todos los

valores parecen regidos por ese principio paradójico. Los valores están siempre constituidos:

1 ° por una cosa desemejante susceptible de ser trocada por otra cuyo valor está por

determinar;

2° por cosas similares que se pueden comparar con aquella cuyo valor está por ver.

Estos dos factores son necesarios para la existencia de un valor. Así, para determinar lo que

vale una moneda de cinco francos hay que saber: 1° que se la puede trocar por una cantidad

determinada de una cosa diferente, por ejemplo, de pan; 2° que se la puede comparar con un valor

similar del mismo sistema, por ejemplo, una moneda de un franco, o con una moneda de otro

sistema (un dólar, etc.). Del mismo modo una palabra puede trocarse por algo desemejante: una

idea; además, puede compararse con otra cosa de la misma naturaleza: otra palabra. Su valor, pues,

no estará fijado mientras nos limitemos a consignar que se puede "trocar" por tal o cual concepto, es

decir, que tiene tal o cual significación; hace falta además compararla con los valores similares, con

las otras palabras que se le pueden oponer. Su contenido no está verdaderamente determinado más

que por el concurso de lo que existe fuera de ella. Como la palabra forma parte de un sistema, está

revestida, no sólo de una significación, sino también, y sobre todo, de un valor, lo cual es cosa muy

diferente.

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Algunos ejemplos mostrarán que es así como efectivamente sucede. El español carnero o el

francés mouton pueden tener la misma significación que el inglés sheep, pero no el mismo valor, y

eso por varias razones, en particular porque al hablar de una porción de comida ya cocinada y

servida a la mesa, el inglés dice mutton y no sheep. La diferencia de valor entre sheep y moutono

carnero consiste en que sheep tiene junto a sí un segundo término, lo cual no sucede con la palabra

francesa ni con la española.

Dentro de una misma lengua, todas las palabras que expresan ideas vecinas se limitan

recíprocamente: sinónimos como recelar, temer, tenermiedo, no tienen valor propio más que por su

oposición; si recelar no existiera, todo su contenido iría a sus concurrentes. Al revés, hay términos

que se enriquecen por contacto con otros; por ejemplo, el elemento nuevo introducido en décrépit

("un vieillard décrépit") resulta de su coexistencia con décrépi ("un mur décrépi").6 Así el valor de

todo término está determinado por lo que lo rodea; ni siquiera de la palabra que significa 'sol' se

puede fijar inmediatamente el valor si no se considera lo que la rodea; lenguas hay en las que es

imposible decir "sentarse al sol".

Lo que hemos dicho de las palabras se aplica a todo término de la lengua, por ejemplo, a las

entidades gramaticales. Así, el valor de un plural español o francés no coincide del todo con el de

un plural sánscrito, aunque la mayoría de las veces la significación sea idéntica: es que el sánscrito

posee tres números en lugar de dos (mis ojos, mis orejas, mis brazos, mis piernas, etc., estarían en

dual); sería inexacto atribuir el mismo valor al plural en sánscrito y en español o francés, porque el

sánscrito no puede emplear el plural en todos los casos donde es regular en español o en francés; su

valor depende, pues, verdaderamente de lo que está fuera y alrededor de él.

Si las palabras estuvieran encargadas de representar conceptos dados de antemano, cada uno

de ellos tendría, de lengua a lengua, correspondencias exactas para el sentido; pero no es así. El

francés dice louer (une maison) y el español alquilar, indiferentemente por 'tomar' o 'dar en alquiler,

mientras el alemán emplea dos términos: mieten y vermieten; no hay, pues, correspondencia exacta

de valores. Los verbos schätzen y urteilen presentan un conjunto de significaciones que

corresponden a bulto a las palabras francesas estimer y juger, esp. estimar y juzgar. Sin embargo,

en varios puntos esta correspondencia falla.

La flexión ofrece ejemplos particularmente notables. La distinción de los tiempos, que nos es

tan familiar, es extraña a ciertas lenguas; el hebreo ni siquiera conoce la distinción, tan fundamental,

entre el pasado, el presente y el futuro. El protogermánico no tiene forma propia para el futuro:

cuando se dice que lo expresa con el presente, se habla impropiamente, pues el valor de un presente

no es idéntico en germánico y en las lenguas que tienen un futuro junto al presente. Las lenguas

eslavas distinguen regularmente dos aspectos del verbo: el perfectivo representa la acción en su

totalidad, como un punto, fuera de todo desarrollarse; el imperfectivo la muestra en su desarrollo y

en la línea del tiempo. Estas categorías presentan dificultades para un francés o para un español

porque sus lenguas las ignoran: si estuvieran predeterminadas, no sería así. En todos estos casos,

pues, sorprendemos, en lugar de ideas dadas de antemano, valores que emanan del sistema. Cuando

se dice que los valores corresponden a conceptos, se sobreentiende que son puramente diferenciales,

definidos no positivamente por su contenido, sino negativamente por sus relaciones con los otros

términos del sistema. Su más exacta característica es la de ser lo que los otros no son.7

6 [O con nuestro ejemplo español: el elemento nuevo introducido en el uso argentino de

latente ("un entusiasmo latente") resulta de su coexistencia con latir ("un corazón latiente"). A.A.]

7 [Por ejemplo: para designar temperaturas, tibio eslo que no es frío ni caliente; para

designar distancias, ahí es lo que no es aquí ni allí; esto lo que no es eso ni aquello. El inglés, que

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Ahora se ve la interpretación real del esquema del signo. Así quiere decir que en español un

concepto 'juzgar' está unido a la imagen acústica juzgar; en una palabra,

simboliza la significación; pero bien entendido que ese concepto nada tiene

de inicial, que no es más que un valor determinado por sus relaciones con

los otros valores similares, y que sin ellos la significación no existiría.

Cuando afirmo simplemente que una palabra significa tal cosa, cuando me

atengo a la asociación de la imagen acústica con el concepto, hago una

operación que puede en cierta medida ser exacta y dar una idea de la realidad; pero de ningún modo

expreso el hecho lingüístico en su esencia y en su amplitud.

§ 3. El valor lingüístico considerado en su aspecto

material

Si la parte conceptual del valor está constituida únicamente por sus conexiones y diferencias

con los otros términos de la lengua, otro tanto se puede decir de su parte material. Lo que importa

en la palabra no es el sonido por sí mismo, sino las diferencias fónicas que permiten distinguir una

palabra de todas las demás, pues ellas son las que llevan la significación.

Quizá esto sorprenda, pero en verdad ¿dónde habría la posibilidad de lo contrario? Puesto que

no hay imagen vocal que responda mejor que otra a lo que se le encomienda expresar, es evidente,

hasta a priori, que nunca podrá un fragmento de lengua estar fundado, en último análisis, en otra

cosa que en su no-coincidencia con el resto. Arbitrario y diferencial son dos cualidades correlativas.

La alteración de los signos lingüísticos patentiza bien esta correlación; precisamente porque

los términos a y b son radicalmente incapaces de llegar como tales hasta las regiones de la

conciencia –la cual no percibe perpetuamente más que la diferencia a/b–, cada uno de los términos

queda libre para modificarse según leyes ajenas a su función significativa. El genitivo plural checo

žen no está caracterizado por ningún signo positivo; sin embargo, el grupo de formas žena: žen

funciona también como el de žena: žen ъ que le ha precedido; es que lo único que entra en juego es

la diferencia de los signos; žena vale sólo porque es diferente.

Otro ejemplo que hace ver todavía mejor lo que hay de sistemático en este juego de las

diferencias fónicas: en griego éphēn es un imperfecto y estēn un aoristo, aunque ambos están

formados de manera idéntica; es que el primero pertenece al sistema del indicativo presente phēmí

'digo', mientras que no hay presente *stēmi; ahora bien, la relación phēmí-éphēn es justamente la

que corresponde a la relación entre el presente y el imperfecto (cfr. deíknūmi-edeíknūn), etc. Estos

signos actúan, pues, no por su valor intrínseco, sino por su posición relativa.

Por lo demás, es imposible que el sonido, elemento material, pertenezca por sí a la lengua.

Para la lengua no es más que una cosa secundaria, una materia que pone en juego. Todos los valores

convencionales presentan este carácter de no confundirse con el elemento tangible que les sirve de

soporte. Así no es el metal de una moneda lo que fija su valor; un escudo que vale nominalmente

cinco francos no contiene de plata más que la mitad de esa suma; y valdrá más o menos con tal o

cual efigie, más o menos a este o al otro lado de una frontera política. Esto es más cierto todavía en

el significante lingüístico; en su esencia, de ningún modo es fónico, es incorpóreo, constituido, no

por su sustancia material, sino únicamente por las diferencias que separan su imagen acústica de

todas las demás.

Este principio es tan esencial, que se aplica a todos los elementos materiales de la lengua,

incluidos los fonemas. Cada idioma compone sus palabras a base de un sistema de elementos

tiene dos términos, this y that, en lugar de nuestros tres, este, ese, aquel, presenta otro juego de

valores. A.A.]

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sonoros, cada uno de los cuales forma una unidad netamente deslindada y cuyo número está

perfectamente determinado. Pero lo que los caracteriza no es, como se podría creer, su cualidad

propia y positiva, sino simplemente el hecho de que no se confunden unos con otros. Los fonemas

son ante todo entidades opositivas, relativas y negativas.

Y lo prueba el margen y la elasticidad de que los hablantes gozan para la pronunciación con

tal que los sonidos sigan siendo distintos unos de otros. Así, en francés, el uso general de la r uvular

(grasseyé) no impide a muchas personas el usar la r apicoalveolar (roulé); la lengua no queda por

eso dañada; la lengua no pide más que la diferencia, y sólo exige, contra lo que se podría pensar,

que el sonido tenga una cualidad invariable. Hasta puedo pronunciar la r francesa como la ch

alemana de Bach, doch [= j española de reloj, boj],mientras que un alemán (que tiene también la r

uvular) no podría emplear la ch como r, porque esa lengua reconoce los dos elementos y debe

distinguirlos. Lo mismo, en ruso, no habría margen para una t junto a una t' (t mojada, de contacto

amplio), porque el resultado sería el confundir dos sonidos diferentes para la lengua (cfr. govorit'

"hablar" y govorit "él habla"), pero en cambio habrá una libertad mayor del lado de la th(t aspirada),

porque este sonido no está previsto en el sistema de los fonemas del ruso.

Como idéntico estado de cosas se comprueba en ese otro sistema de signos que es la

escritura, lo tomaremos como término de comparación para aclarar toda esta cuestión. De hecho:

1° los signos de la escritura son arbitrarios; ninguna conexión, por ejemplo, hay entre la letra

t y el sonido que designa;

2° el valor de las letras es puramente negativo y diferencial; así una misma persona puede

escribir la t con variantes tales como

Lo único esencial es que ese signo no se confunda en su escritura con el de la l, de la d,

etcétera;

3° los valores de la escritura no funcionan más que por su oposición recíproca en el seno de

un sistema definido, compuesto de un número determinado de letras. Este carácter, sin ser idéntico

al segundo, está ligado a él estrechamente, porque ambos dependen del primero. Siendo el signo

gráfico arbitrario, poco importa su forma, o, mejor, sólo tiene importancia en los límites impuestos

por el sistema;

4° el medio de producción del signo es totalmente indiferente, porque no interesa al sistema

(eso se deduce también de la primera característica). Escribamos las letras en blanco o en negro, en

hueco o en relieve, con una pluma o con unas tijeras, eso no tiene importancia para la significación.

§ 4. El signo considerado en su totalidad

Todo lo precedente viene a decir que en la lengua no hay más quediferencias. Todavía más:

una diferencia supone, en general, términos positivos entre los cuales se establece; pero en la lengua

sólo hay diferencias sin términos positivos. Ya se considere el significante, ya el significado, la

lengua no comporta ni ideas ni sonidos preexistentes al sistema lingüístico, sino solamente

diferencias conceptuales y diferencias fónicas resultantes de ese sistema. Lo que de idea o de

materia fónica hay en un signo importa menos que lo que hay a su alrededor en los otros signos. La

prueba está en que el valor de un término puede modificarse sin tocar ni a su sentido ni a su sonido,

con sólo el hecho de que tal otro término vecino haya sufrido una modificación.

Pero decir que en la lengua todo es negativo sólo es verdad en cuanto al significante y al

significado tomados aparte: en cuanto consideramos el signo en su totalidad, nos hallamos ante una

cosa positiva en su orden. Un sistema lingüístico es una serie de diferencias de sonidos combinados

con una serie de diferencias de ideas; pero este enfrentamiento de cierto nú- mero de signos

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acústicos con otros tantos cortes hechos en la masa del pensamiento engendra un sistema de

valores; y este sistema es lo que constituye el lazo efectivo entre los elementos fónicos y psíquicos

en el interior de cada signo. Aunque el significante y el significado, tomado cada uno aparte, sean

puramente negativos y diferenciales, su combinación es un hecho positivo; hasta es la única especie

de hechos que comporta la lengua, puesto que lo propio de la institución lingüística es justamente el

mantener el paralelismo entre esos dos órdenes de diferencias.

Ciertos hechos diacrónicos son muy característicos a este respecto: son los innumerables

casos en que la alteración del significante acarrea la alteración de la idea, y donde se ve que en

principio la suma de las ideas distinguidas corresponde a la suma de los signos distintivos. Cuando

dos términos se confunden por alteración fonética (por ejemplo, décrépit =decrepitus y décrépi de

crispus), las ideas tenderán a confundirse también por poco que se presten a ello. ¿Se diferencia un

término (por ejemplo, fr. chaise y chaire [dos variantes fonéticas de una misma palabra 'silla', del

latín cathedra])?8 Infaliblemente, la diferencia resultante tenderá a hacerse significativa, sin

conseguirlo ni siempre ni al primer intento. Inversamente, toda diferencia ideal percibida por el

espíritu tiende a expresarse por significantes distintos, y dos ideas que el espíritu deja de distinguir

tienden a confundirse en el mismo significante.

Cuando se comparan los signos entre sí –términos positivos–, ya no se puede hablar de

diferencia; la expresión sería impropia, puesto que no se aplica bien más que a la comparación de

dos imágenes acústicas, por ejemplo, padre y madre, o a la de dos ideas, por ejemplo, la idea 'padre'

y la idea 'madre'; dos signos que comportan cada uno un significado y un significante no son

diferentes, sólo son distintos. Entre ellos no hay más que oposición. Todo el mecanismo del

lenguaje, de que hablaremos luego, se basa en oposiciones de este género y en las diferencias

fónicas y conceptuales que implican.

Lo que es verdad respecto al valor lo es también respecto a la unidad. Es un fragmento de la

cadena hablada correspondiente a cierto concepto; uno y otro son de naturaleza puramente

diferencial. Aplicado a la unidad, el principio de diferenciación se puede formular así: los

caracteres de la unidad se confunden con la unidad misma. En la lengua, como en todo sistema

semiológico, lo que distingue a un signo es todo lo que lo constituye. La diferencia es lo que hace la

característica, como hace el valor y la unidad.

Otra consecuencia, bien paradójica, de este mismo principio: lo que comúnmente se llama

"un hecho de gramática" responde en último análisis a la definición de la unidad, porque expresa

siempre una oposición de términos; sólo que esta oposición resulta particularmente significativa,

por ejemplo, la formación del plural alemán del tipo Nacht: Nächte. Cada uno de los términos

enfrentados en el hecho gramatical (el singular sin metafonía y sin -e final, opuesto al plural con

metafonía y con -e) está constituido por todo un juego de oposiciones en el seno del sistema;

tomados aisladamente, ni Nacht ni Nächte son nada: luego todo es oposición. Dicho de otro modo,

se puede expresar la relación Nacht: Nächte con una fórmula algebraica a/b, donde a y b no son

términos simples, sino que resulta cada uno de un conjunto de conexiones. La lengua, por decirlo

así, es un álgebra que no tuviera más que términos complejos. Entre las oposiciones que abarca hay

unas más significativas que otras; pero unidad y "hecho de gramática" no son más que nombres

diferentes para designar aspectos diversos de un mismo hecho general: el juego de oposiciones

lingüísticas. Tan cierto es esto, que se podría muy bien abordar el problema de las unidades

comenzando por los hechos de gramática. Planteando una oposición como Nach: Nächte, por

ejemplo, nos preguntaríamos cuáles son las unidades puestas en juego en esta oposición. ¿Son

8 [Por ejemplo, en español conciencia y consciencia, cuyos significados se polarizan

respectivamente en el terreno moral y en el cognoscitivo. A. A.]

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únicamente estas dos palabras o la serie entera de palabras análogas? ¿O bien a y ä? ¿O todos los

singulares y todos los plurales?, etcétera.

Unidad y hecho de gramática no se confundirían si los signos lingüísticos estuvieran

constituidos por algo más que por diferencias. Pero siendo la lengua como es, de cualquier lado que

se la mire no se encontrará cosa más simple: en todas partes y siempre este mismo equilibrio

complejo de términos que se condicionan recíprocamente. Dicho de otro modo, lalengua es una

forma y no una sustancia. Nunca nos percataremos bastante de esta verdad, porque todos los errores

de nuestra terminología, todas las maneras incorrectas de designar las cosas de la lengua provienen

de esa involuntaria suposición de que hay una substancia en el fenómeno lingüístico.

Capítulo V. Relaciones sintagmáticas y relaciones asociativas

§ 1. Definiciones

Así, pues, en un estado de lengua todo se basa en relaciones; ¿y cómo funcionan esas

relaciones?

Las relaciones y las diferencias entre términos se despliegan en dos esferas distintas, cada una

generadora de cierto orden de valores; la oposición entre esos dos órdenes nos hace comprender

mejor la naturaleza de cada uno. Ellos corresponden a dos formas de nuestra actividad mental,

ambos indispensables a la vida de la lengua.

De un lado, en el discurso, las palabras contraen entre sí, en virtud de su encadenamiento,

relaciones fundadas en el carácter lineal de la lengua, que excluye la posibilidad de pronunciar dos

elementos a la vez. Los elementos se alinean uno tras otro en la cadena del habla. Estas

combinaciones que se apoyan en la extensión se pueden llamar sintagmas.9 El sintagma se compone

siempre, pues, de dos o más unidades consecutivas (por ejemplo: re-leer; contra todos; la vida

humana; Dios es bueno; si hace buen tiempo, saldremos, etc.). Colocado en un sintagma, un

término sólo adquiere su valor porque se opone al que le precede o al que le sigue o a ambos.

Por otra parte, fuera del discurso, las palabras que ofrecen algo de común se asocian en la

memoria, y así se forman grupos en el seno de los cuales reinan relaciones muy diversas. Así la

palabra francesa enseignement, o la española enseñanza, hará surgir inconscientemente en el

espíritu un montón de otras palabras(enseigner, renseigner, etc., o bien armement, changement, etc.,

o bien éducation, apprentisage);10

por un lado o por otro, todas tienen algo de común.

Ya se ve que estas coordinaciones son de muy distinta especie que las primeras. Ya no se

basan en la extensión; su sede está en el cerebro, y forman parte de ese tesoro interior que

constituye la lengua de cada individuo. Las llamaremos relaciones asociativas.

La conexión sintagmática es in praesentia; se apoya en dos o más términos igualmente

presentes en una serie efectiva. Por el contrario, la conexión asociativa une términos in absentia en

una serie mnemónica virtual.

Desde este doble punto de vista una unidad lingüística es comparable a una parte determinada

de un edificio, una columna por ejemplo; la columna se halla, por un lado, en cierta relación con el

arquitrabe que sostiene; esta disposición de dos unidades igualmente presentes en el espacio hace

pensar en la relación sintagmática; por otro lado, si la columna es de orden dórico, evoca la

9 Casi es inútil hacer observar que el estudio de los sintagmas no se confunde con la

sintaxis; la sintaxis no es más que una parte de este estudio. (B. y S.)

10 [Si se toma la palabra española enseñanza, las palabras asociadas serán enseñar, o bien

templanza, esperanza, etc., o bien educación, aprendizaje, etc. A. A.]

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comparación mental con los otros órdenes (jónico, corintio, etc.), que son elementos no presentes en

el espacio: la relación es asociativa.

Cada uno de estos dos órdenes de coordinación exige ciertas observaciones particulares.

§ 2. Relaciones sintagmáticas

Nuestros ejemplos ya dan a entender que la noción de sintagma no sólo se aplica a las

palabras, sino también a los grupos de palabras, a las unidades complejas de toda dimensión y

especie (palabras compuestas, derivadas, miembros de oración, oraciones enteras).

No basta considerar la relación que une las diversas partes de un sintagma (por ejemplo,

contra y todos en contra todos, contra y maestre en contramaestre); hace falta también tener en

cuenta la relación que enlaza la totalidad con sus partes (por ejemplo,contra todos opuesto de un

lado a contra y de otro a todos, o contramaestre opuesto a contra y a maestre).

Aquí se podría hacer una objeción. La oración es el tipo del sintagma por excelencia. Pero la

oración pertenece al habla, no a la lengua; ¿no se sigue de aquí que el sintagma pertenece al habla?

No lo creemos así. Lo propio del habla es la libertad de combinaciones; hay, pues, que preguntarse

si todos los sintagmas son igualmente libres.

Hay, primero, un gran número de expresiones que pertenecen a la lengua; son las frases

hechas, en las que el uso veda cambiar nada, aun cuando sea posible distinguir, por la reflexión,

diferentes partes significativas (cfr. francés àquoi bon?, allonsdonc!, etc.).11

Y, aunque en menor

grado, lo mismo se puede decir de expresiones como prendre la mouche, forcer la main à

quelqu'un, rompre une lance, o también avoir mal à (latête, etc.), à force de (soins, etc.), que vous

en semble?, pas n'est besoin de..., etc.,12

cuyo carácter usual depende de las particularidades de su

significación o de su sintaxis.

Estos giros no se pueden improvisar; la tradición los suministra. Se pueden también citar las

palabras que, aun prestándose perfectamente al análisis, se caracterizan por alguna anomalía

morfológica mantenida por la sola fuerza del uso (cfr. en francés difficulté frente a facilité, etc.,

mourrai frente a dormirai, etc.).13

Y no es todo esto: hay que atribuir a la lengua, no al habla, todos los tipos de sintagmas

construidos sobre formas regulares. En efecto, como nada hay de abstracto en la lengua, esos tipos

sólo existen cuando la lengua ha registrado un número suficientemente grande de sus especímenes.

Cuando una palabra como fr. Indécorable o esp. Ingraduable surge en el habla, supone un tipo

determinado, y este tipo a su vez sólo es posible por el recuerdo de un número suficiente de

palabras similares que pertenecen a la lengua (imperdonable, intolerable, infatigable, etc.).

Exactamente lo mismo pasa con las oraciones y grupos de palabras establecidos sobre patrones

regulares; combinaciones como latierra gira, ¿qué te ha dicho?, responden a tipos generales que a

su vez tienen su base en la lengua en forma de recuerdos concretos.

Pero hay que reconocer que en el dominio del sintagma no hay límite señalado entre el hecho

de lengua, testimonio del uso colectivo, y el hecho de habla, que depende de la libertad individual.

11 [En español tienen esa condición frases como ¡Vamos, hombre!, arg. ¡salí de ahí! como

negativa en oposición al interlocutor; ¿y a ti qué?, etc. A. A.]

12 [Frases de carácter equivalente en español: ganar de mano, arg. pisar el poncho, romper

una lanza, a fuerza de (cuidados, etc.), no hay por qué (hacer tal cosa), soltar la mosca ('dar el

dinero a pesar de la resistencia o repugnancia'). A. A.]

13 [En español querré frente a moriré, dificultad frente a facilidad. A. A.]

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En muchos casos es difícil clasificar una combinación de unidades, porque un factor y otro han

concurrido para producirlo y en una proporción imposible de determinar.

§ 3. Relaciones asociativas

Los grupos formados por asociación mental no se limitan a relacionar los dominios que

presentan algo de común; el espíritu capta también la naturaleza de las relaciones que los atan en

cada caso y crea con ello tantas series asociativas como relaciones diversas haya. Así en

enseignement, enseigner, enseignons, etc. (enseñanza, enseñar, enseñemos),hay un elemento común

a todos los términos, el radical; pero la palabra enseignement (o enseñanza)se puede hallar

implicada en una serie basada en otro elemento común, el sufijo (cfr. enseignement, armement,

changement, etc.; enseñanza, templanza, esperanza, tardanza, etc.); la asociación puede basarse

también en la mera analogía de los significados (enseñanza, instrucción, aprendizaje, educación,

etc.), o, al contrario, en la simple comunidad de las imágenes acústicas (por ejemplo, enseignement

y justement, o bien enseñanza y lanza).14

Por consiguiente, tan pronto hay comunidad doble del

sentido y de la forma, como comunidad de forma o de sentido solamente. Una palabra cualquiera

puede siempre evocar todo lo que sea susceptible de estarle asociado de un modo o de otro.

Mientras que un sintagma evoca en seguida la idea de un orden de sucesión y de un número

determinado de elementos, los términos de una familia asociativa no se presentan ni en número

definido ni en un orden determinado. Si asociamos dese-oso, calur-oso, temer-oso, etc., nos sería

imposible decir de antemano cuál será el número de palabras sugeridas por la memoria ni en qué

orden aparecerán. Un término dado es como el centro de una constelación, el punto donde

convergen otros términos coordinados cuya suma es indefinida.

14 Este último caso es raro y puede pasar por anormal, pues el espíritu descarta

naturalmente las asociaciones capaces de turbar la inteligencia del discurso; pero su existencia

está probada por una categoría inferior de juegos de palabras que reposa en las confusiones

absurdas que pueden resultar de la homonimia pura y simple, como cuando se dice en francés:

“Les musiciens produisent les sons et les grainetiers les vendent” *o cuando el niño sorprendido en

viña ajena suplica para evitar el castigo: “No me pegue usted, que tengo la barriga llena de

granos”]. Este caso debe distinguirse bien del otro en que una asociación, aunque sea fortuita, se

pueda apoyar en un contacto de ideas (cfr. francés ergot :ergoter, alem. blau :durchbläuen, 'moler

a palos', [esp. señor : señero, migaja : miaja (*medalia), terror : aterrar];se trata aquí de una

interpretación nueva de uno de los términos de la pareja; éstos son casos de etimología popular;

el hecho es interesante para la evolución semántica, pero desde el punto de vista sincrónico cae

simplemente en la categoría enseigner : enseignement, arriba mencionados. (B. y S.)

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Sin embargo, de estos dos caracteres de la serie asociativa, orden indeterminado y número

indefinido, sólo el primero se cumple siempre; el segundo puede faltar. Es lo que ocurre en un tipo

característico de este género de agrupaciones, los paradigmas de la flexión. En latín, en dominus,

dominī, dominō, etc., tenemos ciertamente un grupo asociativo formado por un elemento común, el

tema nominal domin-; pero la serie no es indefinida como la de enseignement, changement, etc.; el

número de casos es determinado; por el contrario, su sucesión no está ordenada espacialmente, y si

los gramáticos los agrupan de un modo y no de otro es por un acto puramente arbitrario; para la

conciencia de los sujetos hablantes el nominativo no es de modo alguno el primer caso de la

declinación, y los términos podrán surgir, según la ocasión, en tal o cual orden.

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Guía de lectura del Curso de lingüística general de

F. de Saussure

(Elaborado por los profesores Verónica Zaccari y Diego Bentivegna)

1. Exponga la posición de Saussure con respecto a la relación entre la semiología y la

lingüística.

2. Releve las reflexiones de Saussure sobre la necesidad de encarar el estudio del lenguaje

desde una perspectiva científica. Elabore un texto expositivo que dé cuenta de esta

problemática desde la postura de Saussure.

3. Rastree todas las definiciones de “lengua” que encuentre en el Curso de lingüística

general y elabore un texto en donde explique este concepto.

4. Caracterice la lengua y el habla en términos de Saussure. Distíngalas.

5. Para Saussure, ¿qué significa que el individuo sea pasivo respecto de la lengua y activo

respecto del habla?

6. ¿El signo lingüístico es una entidad psicofísica? Justifique su respuesta.

7. ¿La imagen acústica es equiparable a los sonidos? Justifique su respuesta.

8. ¿Por qué Saussure reemplaza los términos “imagen acústica” y “concepto” por

“significado” y “significante”?

9. Exponga los principios de arbitrariedad del signo y linealidad del significante.

10. Explique la noción de valor de Saussure, dando ejemplos.

11. Distinga las nociones de valor y de significado. Ejemplifique.

12. ¿Qué son las relaciones sintagmáticas según Saussure? Dé ejemplos.

13. Defina y distinga relaciones asociativas. Dé ejemplos.

14. Analice la siguiente comparación que establece Saussure para explicar el "mecanismo

de la lengua". Para aclarar el concepto, ilustre con ejemplos propios.

En la lengua, todo se reduce a diferencias, pero todo se reduce también a

agrupaciones. Este mecanismo, que consiste en un juego de términos sucesivos,

se parece al funcionamiento de una máquina cuyas piezas tienen acción

recíproca, aunque estén dispuestas en una sola dimensión.

15. Imagine que se encuentra en una situación de examen y debe contestar una pregunta en

la que se le pide que exponga el principio de arbitrariedad del signo. Relea el apartado 2

"Primer principio: lo arbitrario del signo" del capítulo I y el apartado 3 "Lo arbitrario

absoluto y lo arbitrario relativo" del capítulo VI para completar la siguiente respuesta de

parcial:

Para Saussure, el signo lingüístico es arbitrario, ya que

................................................................................................................................

................................................................................................................................

No obstante, Saussure piensa que la arbitrariedad del

signo.......................................................................................................................

................................................................................................................................

................................................................................................................................

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El círculo de Bajtín Voloshinov: el signo ideológico Daniela Lauría

Una de las críticas que recibió la concepción de signo lingüístico propuesta por Saussure

provino del lingüista ruso, de orientación marxista, Valentin Voloshinov quien, en el año 1929, en

Moscú, publicó el libro El marxismo y la filosofía del lenguaje. En esa obra, el estudioso realiza

varias objeciones a la lingüística contemporánea que entendía el signo lingüístico como una entidad

abstracta y la lengua como un sistema de normas de carácter invariable. Al respecto, Voloshinov

dice:

La lengua como sistema estable de formas normativamente idénticas no es más que

una abstracción científica, que resulta productiva solo en relación con ciertos objetivos

particulares, teóricos y prácticos. Esta abstracción no se adecua a la realidad concreta

del lenguaje. La lengua es un proceso generativo continuo realizado en la interacción

socio-verbal de los hablantes (p. 123).

En particular, en los dos primeros capítulos del mencionado libro, Voloshinov parte de la

idea de que el lenguaje (y la lengua) es la expresión material de la conciencia y, por consiguiente,

no solo puede ser estudiado científicamente, sino que es a través de él que se debe abordar el

examen de la conciencia humana. Y, además, dado que el lenguaje, según su punto de vista, es

eminentemente social en tanto lo concibe como un instrumento de comunicación, una herramienta

de intercambio, un medio de transmisión de determinadas representaciones y visiones acerca del

mundo para una determinada comunidad lingüística en el que se reflejan y refractan el modo de

producción dominante, las contradicciones de clase y la organización jerárquica de esa sociedad

concreta, constituye la vía de acceso al análisis de la ideología. Dicho de otra manera, la conciencia,

concebida como un hecho ideológico-social, no puede ser registrada sino a través de los signos y,

particularmente, de los signos lingüísticos.

Para Saussure, los signos lingüísticos son las unidades formales del sistema de la lengua que

solo pueden definirse negativamente por oposición a otros signos e independientemente de quien

los emplea. Voloshinov concibe dicha noción de signo como estática, fija y muy distante de la

realidad del funcionamiento del lenguaje en una sociedad. De acuerdo con su argumentación, los

signos no significan siempre lo mismo, no tienen idéntico sentido. Es decir: el valor de un signo no

deriva –como se ha estudiado en Saussure− de la posición relativa de ese signo en el sistema, sino

que depende fundamentalmente del enunciado único, concreto e irrepetible en el que se emite y de

las circunstancias de enunciación, así como de las coordenadas históricas y sociales que dieron

lugar a dicha emisión. La vida del signo, para el autor, se encuentra en el entorno social dentro del

cual circula. Se trata, así, de una entidad viva, porque es usada por hablantes concretos que

producen enunciados situados; porque está sujeta al cambio histórico y se encuentra también

determinada, como ya se señaló, por el modo de producción dominante en la comunidad lingüística

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específica. Asimismo, por su carácter ideológico, los signos, las palabras, no son unívocos ni

neutros en la medida en que varían históricamente. Las diferentes clases sociales que coexisten en

una comunidad utilizan la misma lengua, pero los acentos valorativos que le asignan a cada palabra

no son los mismos. Los acentos valorativos no resultan del sistema, sino que derivan del uso

efectivo. Y en el seno de la sociedad se suscita una lucha ideológica por la imposición de

determinados acentos. Sobre ese punto, Voloshinov afirma:

Este carácter multiacentuado del signo ideológico es su aspecto más importante. En

realidad, es tan solo gracias a este cruce de acentos que el signo permanece vivo, móvil

y capaz de evolucionar. Un signo sustraído de la tensa lucha social, un signo que

permanece fuera de la lucha de clases inevitablemente viene a menos, degenera en una

alegoría, se convierte en el objeto de la interpretación filológica, dejando de ser centro

de un vivo proceso social de la compresión. […] La clase dominante busca adjudicar al

signo ideológico un carácter eterno por encima de las clases sociales, pretende apagar y

reducir al interior la lucha de valoraciones sociales que se verifica en él, trata de

convertirlo en signo monoacentual.

Pero en realidad todo signo ideológico vivo posee, como Jano bifronte, dos caras.

Cualquier injuria puede llegar a ser elogio, cualquier verdad viva inevitablemente

puede llegar a ser para muchos la mentira más grande. Este carácter internamente

dialéctico del signo se revela hasta sus últimas consecuencias durante las épocas de

crisis sociales y de transformaciones revolucionarias. En las condiciones normales de

vida social esta contradicción implícita en cada signo ideológico no puede manifestarse

plenamente, porque un signo ideológico es, dentro de la ideología dominante, algo

reaccionario y trata de estabilizar el momento inmediatamente anterior en la dialéctica

del proceso generativo social, pretendiendo acentuar la verdad de ayer como si fuera la

de hoy (p. 50).

Para ilustrar esta idea, pueden considerarse los acentos en pugna de una palabra en momentos

de crisis social y su posterior estabilización. Por ejemplo, las palabras “cartonero”, “cartoneo”,

durante el año 2001 en Buenos Aires, fueron el escenario de una disputa de tipo ideológico entre (a)

los rasgos que hacían de la actividad una práctica casi delictiva y que, además, atribuían a quienes

la realizaban la condición de cirujas y (b) los rasgos de una actividad laboral que posibilitaba la

supervivencia en el marco de la gran crisis del momento. La investigadora argentina Rosa Inés

Pietra registra los siguientes usos en diarios porteños de la época:

(a) El cirujeo ocupa a unas 20.000 familias… Uno de los rostros más vergonzosos de la

pobreza argentina, […] los cartoneroshan realizado su insalubre tarea subrepticiamente…

(b) Existe un circuito informal que recoge papel y cartón. Hay unas 140.000 personas que

viven de esta actividad. Los cartoneros…

Las disputas por los distintos acentos no fueron ajenas a conflictos de la época vinculados

con el control actividades económicas de producción y comercialización de papel. En la actualidad,

los usos de la palabra “cartonero” están más estabilizados y remiten al oficio de recolector de papel

y cartón.

En definitiva, el planteo de Voloshinov recupera la idea de lenguaje (y de lengua) como un

todo, sin separar significantes materiales de significados conceptuales. Su teoría materialista del

lenguaje se aleja de lo que él califica como “objetivismo abstracto”, de su carácter autónomo, e

intenta abarcarlo como fenómeno y como instrumento integrado a varias funciones esencialmente

humanas y sociales: la comunicación, el pensamiento, la ideología. La preocupación principal no

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está centrada, entonces, en la descripción de un objeto homogéneo sino en la explicación de la

totalidad de los factores sociales que lo rodean, influyen y condicionan.

Referencias bibliográficas

VOLOSHINOV, Valentín N. (1992): El marxismo y la filosofía del lenguaje, Madrid, Alianza Editorial.

PIETRA, Rosa Inés (2013): Cartoneo y concepto de trabajo. Una lucha social en el campo semántico.

Tesis. Mimeo.

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La semiótica de Charles Peirce El pragmatismo y la perspectiva semiótica de Charles Peirce María Cecilia Pereira

Charles Peirce (1839-1914) fue un lógico, un epistemólogo y un gran divulgador de las

teorías científicas de su época. Numerosos investigadores lo ubican como uno de los padres del

pragmatismo norteamericano por sus aportes a la teoría del conocimiento, a la lógica y por su teoría

del significado.

Para el pragmatismo, el conocimiento se vincula con la experiencia. Ahora bien, la

experiencia que esta perspectiva considera es más una apertura hacia el futuro que algo del pasado.

Por eso, el análisis de la experiencia no implica el cotejo con el inventario del patrimonio

acumulado, sino la previsión o anticipación de los desarrollos o la utilización posible de ese

patrimonio. La previsión de ese uso y la determinación de sus límites son las que definen el

significado y, en última instancia, la verdad misma, para el pragmatismo. En consecuencia, la

verdad no es tal por ser cotejable con los datos de la experiencia pasada, sino por ser susceptible de

un uso cualquiera en la experiencia futura (Abbagnano,1982: 517). Así, una hipótesis científica –el

descubrimiento del litio, por ejemplo– accede al estatuto de un saber y, por lo tanto, de signo, sobre

la base del conocimiento de lo que serían los efectos de ese saber –las particularidades y las

propiedades físicas y químicas del litio– que permitirían reconocerlo y utilizarlo.

Como veremos en las reflexiones de sus cartas a Lady Welby, la experiencia humana

se organiza para Peirce en tres niveles que denomina: (a) “primeridad”, (b) “segundidad” y

(c)“terceridad”, y que corresponden, grosso modo,(a) a las cualidades sentidas, (b) a la

experiencia del esfuerzo, cuando una cosa actúa sobre otra y (c) a los signos (Ducrot y

Todorov, 1972:114-16). Como la experiencia implica siempre una apertura hacia el futuro,

un postulado central de esta corriente de pensamiento es que el signo es una acción, el lugar

de una actividad de producción de nuevas significaciones. La posición pragmática sobre los

signos podría ser pensada en un sentido amplio del modo siguiente: una idea emitida o

representada, algo percibido accede al estatuto de signo solo si su comprensión incluye todo

lo que esa idea pueda devenir en la vida semiótica posterior. Desde las miradas actuales

provenientes del campo cultural, que es el que nos interesa especialmente, conocer un texto,

una pintura, o cualquier otra cosa consistiría en estimar lo que serían potencialmente sus

prolongaciones: sus lecturas, sus interpretaciones, su relación con otras pinturas, con la

música o con otros textos (Fisette, 1996: 36-37).

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Para diferenciarse de otras corrientes del pragmatismo (la de James Schiller, por

ejemplo), Peirce prefirió designar a su filosofía como “pragmaticismo”. Como hemos

señalado, Peirce era un científico y se interesaba por explicar el modo en que conocemos y

actuamos. De ahí que cualquier cosa, si comunica algo para alguien, es un signo: una

palabra, un texto, una imagen, un artefacto del mundo, una idea, incluso el hombre mismo

es un signo. Como veremos, un signo desencadena un proceso que implica una relación

entre tres elementos vinculados con los niveles de experiencia, tal como la concibe Peirce:

el “representamen” (algo que está presente) remite a un “objeto” (lo presenta de algún

modo) para alguien. El representamen es un “primero” que remite a un “segundo”, su

objeto, pero además desencadena otros signos equivalentes o más desarrollados (“tercero”).

Ese tercer elemento del signo, el “interpretante”, construye una representación de ese

representamen (Fisette, 1996: 56-57). La naturaleza triádica del signo tal como lo concibe

Peirce busca especialmente dar cuenta del conocimiento humano, no solo del conocimiento

científico, sino también del que proviene del sentido común, de las manifestaciones

estéticas u otras, y busca dar cuenta de las complejas relaciones que los signos establecen

con lo real (Marafioti, 1998: 35).

Analizaremos su reflexión sobre los signos a partir de las lecturas de Roberto

Marafioti, de Victorino Zacceto y de fragmentos del propio Peirce. Luego incluimos una

reflexión sobre los íconos de Martine Joly que retoma la perspectiva de Peirce.

Bibliografía de referencia

ABBAGNANO, Nicolás (1982): “Pragmatismo y pragmaticismo”, Historia de la filosofía, vol

III, Barcelona, Hora.

DELLADALLE, Gérard (1990): Leer a Peirce hoy, Barcelona: Gedisa.

DUCROT, Osvald y TzvtanTODOROV (1979): “Sémiotique”, Dictionnaire encyclopédique

des sciences du langage, París, Seuil.

FISETTE, Jean (1996): Pour une pragmatique de la signification, Québec, XYZ éditeur.

MARAFIOTI, Roberto (1998): “Charles Sanders Peirce (1839-1914): el signo y sus

tricotomías”, Recorridos semiológicos, Buenos Aires, EUDEBA.

ZECCHETTO, Victorino (2012): “Charles Sanders Peirce 1939/1914”, Seis semiólogos en

busca de un lector, Buenos Aires, La Crujía.

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Charles Sanders Peirce (1839-1914): el signo y sus tricotomías Roberto Marafioti (comp.) Recorridos semiológicos. Signos, enunciación y argumentación,

Buenos Aires, Eudeba, 1998 (fragmento)

“Siempre que llegamos a conocer un hecho es porque se nos resiste.”

Dos datos pueden extraerse de esta afirmación de Peirce: el primero es que le interesa

reflexionar sobre el conocimiento; el segundo es que afirma, por la existencia misma del

conocimiento, la prioridad de lo real. Enigma, problema u obstáculo, la realidad es aquello con que

los seres humanos se enfrentan. Aquello (“hecho”) que aparece como obstáculo. Sería la

segundidad, o experiencia del mundo lo que hace que se deba responder, a su vez, con la propia

resistencia. Si, por ejemplo, nos tropezamos con una piedra, ese tropezarse, ese encontrarse con un

hecho, segundidad en tanto encuentro, nos hará reconocer su dureza, primeridad, en tanto cualidad

específica de ese obstáculo (que puede formar parte, no obstante, de lo especifico de otros objetos).

Pero tanto el reconocimiento de la cualidad o primeridad del objeto (hecho que vivimos como

resistencia) o segundidad, por el encuentro, sólo pueden conocerse una vez establecida la relación

(entre el obstáculo y su cualidad que lo hace resistente-dureza en este caso). La relación es la

terceridad. Cualidad, hecho, ley son las primeras denominaciones de la semiosis o relación sígnica

inherente a todo tipo de conocimiento (no sólo científico y racional sino vulgar) que le preocupaba a

Peirce.

El Diccionario... de Ducrot y Todorov ubica históricamente el término semiótica y sintetiza

los aportes fundamentales de Peirce en la constitución contemporánea de una ciencia de los signos.

La semiótica. Historia La semiótica (o semiología) es la ciencia de los signos. Como los signos verbales siempre

representaron un papel muy importante, la reflexión sobre los signos se confundió durante mucho

tiempo con la reflexión sobre el lenguaje. Hay una teoría semiótica implícita en las especulaciones

lingüísticas que la Antigüedad nos ha legado: tanto en China como en la India, en Grecia como en

Roma. Los modistas de la Edad Media también formulan ideas sobre el lenguaje que tienen un

alcance semiótico. Pero sólo con Locke surgirá el nombre mismo de “semiótica”. Durante todo este

primer período, la semiótica no se distingue de la teoría general –o de la filosofía– del lenguaje.

La semiótica llega a ser una disciplina independiente con la obra del filósofo norteamericano

Charles Sanders Peirce (1839-1914). Para él, es un marco de referencia que incluye todo otro

estudio: “Nunca me ha sido posible emprender un estudio –sea cual fuere su ámbito: las

matemáticas, la moral, la metafísica, la gravitación, la termodinámica, la óptica, la química, la

anatomía comparada, la astronomía, los hombres y las mujeres, el whist, la psicología, la fonética,

la economía, la historia de las ciencias, el vino, la metrología– sin concebirlo como un estudio

semiótico”. De allí que los textos semióticos de Peirce sean tan variados como los objetos

enumerados.

Nunca deje una obra coherente que resumiera las grandes líneas de su doctrina. Esto ha

provocado durante mucho tiempo y aún hoy cierto desconocimiento de sus doctrinas, tanto más

difíciles de captar puesto que cambiaron de año en año.

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La primera originalidad del sistema de Peirce consiste en su definición del signo. He aquí una

de sus formulaciones:

“Un Signo o Representamen, es un Primero que mantiene con un Segundo, llamado su Objeto,

tan verdadera relación triádica que es capaz de determinar un Tercero, llamado su Interpretante,

para que éste asuma la misma relación triádica con respecto al llamado Objeto que la existente

entre el Signo y el Objeto".

Para comprender esta definición debe recordarse que toda la experiencia humana se organiza,

para Peirce, en tres niveles que él llama la primeridad, la segundidad y la terceridad y que

corresponden, en líneas muy generales, a las cualidades sentidas, a la experiencia del esfuerzo y a

los signos. A su vez, el signo es una de esas relaciones de tres términos: lo que provoca el proceso

de eslabonamiento, su objeto y el efecto que el signo produce, es decir, el interpretante. En una

acepción vasta, el interpretante es pues el sentido del signo: en una acepción más estrecha, es la

relación paradigmática entre un signo y otro; así, el interpretante es siempre un signo que tendrá su

interpretante, etc.: hasta el infinito. en el caso de los signos “perfectos”.

Podríamos ilustrar este proceso de conversión entre el signo y el interpretante mediante las

relaciones que mantiene una palabra con los términos, que en el diccionario podrá formularse, pero

que siempre estará compuesta de palabras. “El signo no es un signo si no puede traducirse en otro

signo en el cual se desarrolla con mayor plenitud.”

Es preciso subrayar que esta concepción es ajena a todo psicologismo: la conversión del

signo en interpretante(s) se produce en el sistema de signos no en el espíritu de los usuarios (por

consiguiente, no deben tomarse en cuenta algunas fórmulas de Peirce, como él mismo lo sugiere,

por lo demás: “He agregado „sobre una persona‟ como para echarle un hueso al perro, porque

desespero de hacer entender mi propia concepción, que es más vasta”).

El segundo aspecto notable de la actividad semiótica de Peirce es su clasificación de las

variedades de signos. Ya hemos advertido que la cifra tres representa aquí un papel fundamental

(como el dos en Saussure); el número total de variedades que Peirce distingue es de sesenta y seis.

Algunas de sus distinciones son hoy corrientes, como, por ejemplo, la de signo-tipo y signo-

ocurrencia (type y token, o legisign y sinsing).

Otra distinción conocida; pero con frecuencia mal interpretada, es la de ícono. índice y

símbolo. Esos tres niveles del signo todavía corresponden a la gradación primeridad, segundidad,

terceridad, y se definen de la siguiente manera: “Defino un ícono como un signo determinado por su

objeto dinámico en virtud de su naturaleza interna. Defino un índice como un signo determinado

por su objeto dinámico en virtud de la relación real que mantiene con él. Defino un símbolo como

un signo determinado por su objeto dinámico solamente en el sentido en que será interpretado”. El

símbolo se refiere a algo por la fuerza de una ley: es, por ejemplo, el caso de las palabras de la

lengua. El índice es un signo que se encuentra en contigüidad con el objeto denotado, por ejemplo,

la aparición de un síntoma de enfermedad, el descenso del barómetro, la veleta que indica la

dirección del viento, el ademán de señalar. En la lengua, todo lo que proviene de la deixis es un

índice, palabras tales como yo, tú, aquí, ahora, etc. (son, pues, “símbolos indiciales”). Por fin, el

ícono es lo que exhibe la misma cualidad, o la misma configuración de cualidades, que el objeto

denotado, por ejemplo, una mancha negra por el color negro; las onomatopeyas; los diagramas que

reproducen relaciones entre propiedades. Peirce esboza una subdivisión de los íconos en imágenes,

diagramas y metáforas. Pero es fácil ver que en ningún caso pueda asimilarse (como suele hacerse,

erróneamente) la relación de ícono a la de parecido entre dos significados (en términos retóricos, el

ícono es una sinécdoque, más que una metáfora: ¿puede decirse que la mancha negra se parece al

color negro?). Es menos posible aun identificar la relación de índice con la contigüidad entre dos

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significados (en el índice, la contigüidad existe entre el signo y el referente, no entre dos entidades

de la misma naturaleza). Por lo demás, Peirce llama la atención contra tales identificaciones.

La primera publicación sistemática, en inglés, de los textos de Peirce se realizó recién en

1958. En castellano comenzó a conocérselo en 1974. Dada su fragmentariedad y el hecho de que en

diferentes etapas de su reflexión cambió la terminología, todavía se esté discutiendo y

reinterpretando su sistema que denominó Gramática Especulativa, Lógica o Semiótica, según los

textos. A veces lo más claro, sin embargo, consiste en citar al mismo Peirce.

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El signo según Peirce Victorino Zecchetto (coord.) Seis semiólogos en busca del lector.

Saussure/Peirce/Barthes/Greimas/Eco/Verón,

Buenos Aires, La Crujía, 2012 (fragmento)

Uno de los puntos más destacados de la semiótica de Peirce es su peculiar concepción del

signo. Las reflexiones que hace al respecto son bastante complejas, de modo que, para facilitar su

comprensión, nosotros nos esforzaremos en presentarlas de manera simplificada, pero sin quitarles

lo esencial.

Peirce aplica al signo la triada lógica que ya había utilizado para indagar el resto de la

realidad.

a. Los tres componentes del signo

La función del signo –afirma Peirce– consiste en ser “algo que está en lugar de otra cosa bajo

algún aspecto o capacidad. El signo es una representación por la cual alguien puede mentalmente

remitirse a un objeto. En este proceso se hacen presentes tres elementos formales de la triada a

modo de soportes y relacionados entre sí: el primero es el “representamen”, relacionado con su

“objeto” (lo segundo) y el tercero, que es el “interpretante”.

- El representamen es la representación de algo; o sea, es el signo como elemento inicial de

toda semiosis.

Siendo el representamen la expresión que muestra alguna cosa (la que aparece como signo),

casi siempre es fruto del artificio o de la arbitrariedad de quienes lo crean, como sucede con las

lenguas. Según Peirce, el representamen se dirige a alguien en forma de estímulo, como lo que está

“en lugar de otra cosa” para la formación de otro signo equivalente que será el interpretante.

A veces, las propiedades expresivas del representamen son ambiguas y originan sentidos e

interpretaciones diversas.

En resumen, el representamen es simplemente el signo en sí mismo, tomado formalmente en

un proceso concreto de semiosis, pero no debemos considerarlo un objeto, sino una realidad teórica

y mental.

- El interpretante es lo que produce el representamen en la mente de la persona. En el fondo,

es la idea del representamen, o sea, del signo mismo. Peirce dice que “un signo es un representamen

que tiene un interpretante mental”.1

Esto significa que el interpretante es la captación del significado en relación con su

significante; en definitiva, el interpretante es siempre otro signo y, por lo tanto, algo le agrega al

objeto del primero. Y como dentro del modelo triádico la gestación semiósica es continua, el

1 Col. Papers 2.274, ES 148; de Semiótica, Ed. Einaudi, op. cit.

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“interpretante” puede estar constituido por un desarrollo de uno o más signos. Peirce distingue el

“interpretante inmediato” del “interpretante dinámico”, según la función que desempeña en el

proceso de la semiosis.

El “interpretante inmediato” es aquel que corresponde al significado del signo, a lo que él

representa; mientras que el “interpretante dinámico” es el efecto que el interpretante produce en la

mente del sujeto, es la cadena de repercusiones en la mente del sujeto. Pongamos este ejemplo: si le

digo a un amigo: “Gané la lotería”, el interpretante inmediato es la idea que él se hace en ese

instante de la expresión “ganar la lotería”; en cambio, el interpretante dinámico es el efecto que

produce la frase que escucha. Ese efecto son otras ideas o signos, tales como “¡Qué suerte la tuya!”,

“Yo nunca me saco nada”, “¿No estará mintiendo?”.

No hay que imaginar al interpretante como una persona que lee el signo, sino que se trata

únicamente de la repercusión de dicho signo en la mente. La noción de interpretante, según Peirce,

encuadra perfectamente con la actividad mental del ser humano, donde todo pensamiento no es sino

la representación de otro: “El significado de una representación no puede ser sino otra

representación”.

- El objeto es aquello a lo que alude el representamen y –dice Peirce–: “Este signo está en

lugar de algo: su objeto”. Debemos entonces, entender por objeto la denotación formal del signo en

relación con los otros componentes de este. A este objeto, Peirce lo denomina “objeto inmediato”

porque está dentro de la semiosis: debe distinguirse del “objeto dinámico” o “designatum”, que está

fuera del signo y es el que sostiene el contenido del representamen: “Debemos distinguir el Objeto

Inmediato, que es el Objeto tal como es representado por el signo mismo, y cuyo Ser es, entonces,

dependiente de la Representación de él en el Signo; y, por otra parte, el Objeto Dinámico, que es la

Realidad que, por algún medio, arbitra la forma de determinar el Signo a su Representación”.

Esta “realidad que arbitra” no forzosamente debe ser sólo el referente al estilo saussureano,

sino que puede incluir otros significantes conocidos por nuestra mente y que ya forman parte del

bagaje cognoscitivo, engrosando de esta manera el espesor del “objeto”.

Sin embargo, no debemos pensar que el Objeto Dinámico sea fuente de conocimiento. No

puede serlo, porque la realidad en cuanto tal no dice nada a nuestra mente si ésta no posee ya

algunos otros signos de donde recabar otros conocimientos.

La tríada del signo se puede graficar con un triángulo:

Objeto

Representamen Interpretante

Pongamos un ejemplo: tomemos el signo de un caballo (figura o palabra): el representamen

corresponde a ese primer signo percibido por alguien; el objeto es el animal aludido; el

interpretante es la relación mental que establece el sujeto entre el representamen y su objeto, o sea,

otra idea del signo.

Un conocido texto de Peirce describe la tríada de la siguiente manera:

“Un representamen es el sujeto de una relación triádica con un segundo llamado su

objeto, para un tercero llamado su interpretante. Esta relación triádica es tal que el

representamen determina a su interpretante a establecer la misma relación triádica con

el mismo objeto para algún interpretante.

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Un signo, o representamen, es cualquier cosa que existe para alguien en lugar de otra

cosa, sea cual fuere su acepción o ámbito. El signo va dirigido a alguien y crea en la

mente de esta persona otro signo equivalente, o quizás más desarrollado. El signo que

se crea lo llamamos interpretante del primer signo. Este signo existe por alguna razón,

el propio objeto. Tiene sentido por ese objeto, no en todas sus acepciones, sino

enfocado a una clase de idea particular a la que alguna vez me he referido como el

terreno de la representación.”2

Recordemos que, para Peirce, los tres elementos de la tríada del signo no son entes

independientes, sino que se trata de relaciones o funciones para explicar la realidad viva de cada

semiosis. Esto tiene sus consecuencias en toda la cadena semiótica. En efecto, la función de

interpretante en un determinado signo puede cambiar de valencia y convertirse en representamen

de otro signo en otra semiosis. Puede suceder que a un signo, por ejemplo, la foto de un deportista,

se le cambie de valor sígnico con la intención de usarla para denotar otra cosa.

Notemos, además, que estos tres aspectos son “lógicos o formales”; solo existen en la mente

del sujeto en el momento concreto de percibir el signo. La distinción o separación de cada momento

es meramente mental, porque en la práctica la tríada no se puede separar: constituye un mismo

proceso.

Podemos darnos cuenta, entonces, que el signo –según Peirce– es ante todo una categoría

mental, es decir, una idea mediante la cual evocamos un objeto, con la finalidad de aprehender el

mundo o de comunicarnos. En este juego se produce la “semiosis”, que es un proceso de inferencia

propio de cualquier persona. La semiótica es la teoría de la práctica semiótica; de allí que el “signo”

constituya el núcleo de ese estudio teórico.

Para concluir, digamos que de esta idea de signo se desprende también el concepto de

semiosis infinita. En efecto, según Peirce, el interpretante de un signo refleja siempre los hábitos

mentales de la persona que entra en contacto con el representamen o, dicho de otra forma, traduce

las reacciones del individuo ante la provocación y el estímulo del signo, denotando sus

comportamientos y experiencias. Se alude aquí a la necesaria relación que existe entre la recepción

del signo y los hábitos culturales de los perceptores, sus experiencias previas de los objetos y de las

cosas del mundo. Los individuos, en el momento de leer un signo, lo interpretan a partir de lo que

ya tienen formado en su mente, es decir, las ideas, las valoraciones sociales, las visiones de la

realidad y los prejuicios que, por cultura, costumbres o tradición poseen de antemano. A partir de

allí se van generando nuevas configuraciones. Es este proceso el que da lugar a una “semiosis

infinita", es decir, a una continua sucesión de producción de signos mediante la cual los sujetos van

pensando la verdad de las cosas y del mundo. La acción del conocimiento humano, cuya base es la

actividad sígnica, nos coloca dentro de una cadena sin fin de mediaciones que nos remiten de signo

en signo, entrelazando un lenguaje con otro, arrastrándonos en la corriente de una semiosis

tumultuosa en el río llamado “cultura”. Como afirma un estudioso:

“Puesto que tanto el objeto como el interpretante de cualquier signo son forzosamente

también signos, no es de sorprender que Peirce afirmara que todo este universo esté

sembrado de signos, y se pegunta si no estará compuesto exclusivamente de signos”.3

Es a partir de aquí que se genera la semiosis infinita. Leamos estas citas de Peirce:

2 lbidem, n° 228.

3 Sebeok, Thomas, en AA.VV.: El signo de los tres, Ed. Lumen, Barcelona, España. 1989, p.

29.

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La semiótica

“La lógica, en sentido general, es sólo otro nombre de la semiótica (semiotiké), la

doctrina cuasi-necesaria, o formal, de los signos. Al describir la doctrina como „cuasi-

necesaria‟ o formal, quiero decir que observamos los caracteres de los signos y a partir

de tal observación, por un proceso que no objetaré sea llamado Abstracción, somos

llevados a aseveraciones, en extremo falibles, y por ende en cierto sentido innecesarias,

concernientes a lo que deben ser los caracteres de todos los signos usados por una

inteligencia científica, es decir por una inteligencia capaz de aprender a través de la

experiencia.” (227)

Representamen, interpretante, objeto

“Un signo, o representamen, es algo que, para alguien, representa o se refiere a algo en

algún aspecto o carácter. Se dirige a alguien, esto es, crea en la mente de esa persona

un signo equivalente, o tal vez, un signo aún más desarrollado. Este signo creado es lo

que yo llamo el interpretante del primer signo. El signo está en lugar de algo, su objeto.

Está en lugar de ese objeto no en todos los aspectos, sino sólo con referencia a una

suerte de idea, que a veces he llamado el fundamento del representamen. (…)

La palabra Signo seré usada para denotar un Objeto perceptible, o solamente

imaginable, o aun inimaginable en un cierto sentido. (…) Un signo puede tener más de

un Objeto.” (228)

“Para que algo sea un signo, debe “representar‟, como solemos decir, a otra cosa,

llamada su Objeto, aunque la condición de que el Signo debe ser distinto de su Objeto

es, tal vez, arbitraria.” (230)

“El Signo puede solamente representar al Objeto y aludir a él. No puede dar

conocimiento o reconocimiento del Objeto. Esto es lo que se intenta definir en este

trabajo por Objeto de un Signo, vale decir: Objeto es aquello acerca de lo cual el signo

presupone un conocimiento para que sea posible proveer alguna información adicional

sobre el mismo.” (231).4

b. La clasificación del signo

En la tríada del signo es posible ver también el reflejo de la división triádica fundamental que

citamos arriba: el representamen, siendo el punto de arranque de la semiosis, remite a la

primeridad; el objeto a la secundidad y el interpretante a la terceridad. Desde aquí y enlazando estas

categorías con cada elemento del signo, es posible obtener su división según la siguiente expresión

triádica:

4 Peirce, Charles S., La Ciencia...op. cit.

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Primeridad Secundidad Terceridad

Representamen Cualisigno Sinsigno Legisigno

Objeto Ícono Índice Símbolo

Interpretante Rema Dicisigno Argumento

Se trata de una división del signo que toma en cuenta su triple relación: consigo mismo, con

el objeto al cual alude y con el interpretante.

División del signo en relación con sí mismo, es decir, con el Representamen

- Cualisigno: es el signo en su aspecto de cualidad (por ej., el “color” del caballo, el tono de

voz de un discurso o poesía, el estilo de un grafismo, etc.). Es lo general del signo, pero que le

permite subsistir en cuanto tal, sin ser todavía la totalidad del signo.

- Sinsigno: es la presencia concreta del signo (por ej., la presencia del color del caballo en

este signo L concreto). Es lo particular del signo.

- Legisigno: es la norma o modelo sobre el cual se construye un sinsigno (por ej., lo que

establece el diccionario para la definición semántica de la palabra “caballo").

U. Eco explica con un ejemplo esta división:

“Un billete de banco es un sinsigno cuyo legisigno establece su equivalencia con una

cantidad exacta de oro: pero a partir del momento en que la réplica se estudia como

provista de características cualisígnicas (la filigrana, la numeración), también en un

cualisigno y, por lo tanto, irreproducible como tal. Se objetará que el oro es cualisignoa

causa de su rareza, y en cambio el billete se ha convencionalizado como dotado de

valor, por arbitrio legisígnico; pero es que también el billete es cualisigno a causa de su

rareza, y también el oro se ha convencionalizado como parámetro de valor de una

manera arbitraria (podría llegar a ser abandonado como patrón, y sustituido por el

uranio).”5

División del signo en relación con su Objeto

Esta es una de las clasificaciones más conocidas de Peirce y que ha suscitado también no

pocos debates teóricos. Según el objeto al cual se dirige, Peirce distingue tres clases de signos:

- Ícono: es el signo que se relaciona con su objeto por razones de semejanza: “... relación de

razón entre el signo y la cosa significada”. Para Peirce, el ícono es una imagen mental, o sea, de un

representamen que representa su objeto, al cual se le parece. El ícono de la palabra “frío” es la

imagen que se forma en nuestra mente y que se asemeja a nuestra experiencia del frío. Pero también

es un ícono un cuadro de paisaje, una fotografía o un diagrama.

- Índice: es el signo que conecta directamente con su objeto: las huellas de un caballo sobre el

camino, o bien, el pronombre “tú” para indicar la persona con la que se habla. El índice es, pues,

indicativo, y remite a alguna cosa para señalarla, como sucede con el mercurio de un termómetro,

que esté para señalar la temperatura o el humo para indicar la presencia del fuego.

- Símbolo: es el signo simplemente arbitrario, como las palabras: ellas, en efecto, tienen

significado por una ley de convención arbitrariamente establecida.

La dificultad para comprender esta clasificación se disipa si recordamos una vez mas que,

para Peirce, el signo es una entidad triádica y, por lo tanto, el ícono, el índice y el símbolo no son

5 Eco, Umberto. Signo, Ed. Labor, Barcelona, España, 1994, p. 56.

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sino representámenes (signos con algún soporte) que se relacionan con el objeto desde diferentes

puntos de vista. En cambio, en otra vertiente de problemas, es sobre todo el tema del iconismo el

que sigue provocando polémicas, ya que el pensamiento de Peirce no es del todo claro al respecto.

Peirce dice que “el único modo de comunicar directamente una idea es por medio de un

ícono”, lo cual equivale a afirmar que todo ícono es una imagen mental, o sea, algo que existe en el

interior de la persona, a manera de imágenes, de esquemas, de formas y colores de las cosas. El

conocimiento humano –según Peirce– se genera siempre mediante una relación de signos, de modo

que también un ícono es un producto mental, construido mediante la relación de percepciones

sígnicas y operando con ellas. Es lógico, entonces, que él considere ícono no sólo una fotografía,

sino también una onomatopeya o un diagrama. Los diagramas son íconos, porque representan una

equivalencia proporcional, un espacio lógico, precisamente aquel que se forma en la mente acerca

del diagrama mismo. Como vemos, su concepción de iconismo es muy particular y parece que, en

el fondo, Peirce maneja dos conceptos de iconismo. El primero es el que se caracteriza por ser una

percepción mental común a cualquier elaboración sígnica durante el proceso de conocimiento

humano: entonces, en rigor de lógica, según Peirce, el cuadro de un caballo no es un ícono sino un

índice que atrae nuestra atención sobre el animal allí representado, pero por comodidad –afirma él–

se suele extender también a la cosa representada.

Otro concepto más específico de ícono tiene que ver con aquel signo que genera en el

individuo una imagen semejante a las cosas representadas. Sin embargo, lo que produce semejanza

no es el objeto, sino la construcción sígnica convencional. Así, por ejemplo, el caballo del cuadro se

relaciona con su objeto no por una semejanza física entre la imagen y el animal, sino por una

“homología proporcional”, es decir, debido a la similitud de proporciones, en donde cada punto de

la figura está colocado en el mismo orden que corresponde al objeto representado y cuya

convención semiótica aceptamos.

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Carta a Lady Welby Charles Sanders Peirce Traducción castellana de Ignacio Redondo, 2006 (fragmentos)

Milford, Pennsylvannia

12 de octubre de 1904

Mi querida Lady Welby:

No ha pasado un solo día desde que recibí su última carta en el que no haya

lamentado las circunstancias que me impidieron escribir ese mismo día la carta que estaba

intentando escribirle, no sin haberme prometido a mí mismo que eso debería estar hecho

pronto. […]

Pero quería escribirle acerca de los signos, que en su opinión y en la mía son

cuestiones de gran consideración. Creo que más en mi caso que en el suyo. Puesto que, en

mi caso, el más alto grado de realidad sólo se alcanza por medio de signos, esto es,

mediante ideas tales como las de Verdad, Justicia y el resto. Suena paradójico, pero cuando

le haya explicado mi teoría de los signos en su totalidad lo parecerá menos. Creo que hoy le

explicaré los esbozos de mi clasificación de los signos.

Usted sabe que apruebo especialmente la invención de palabras nuevas para nuevas

ideas. No sé si el estudio que llamo Ideoscopia puede considerarse una idea nueva, pero la

palabra Fenomenología se usa en un sentido muy diferente. La Ideoscopia consiste en la

descripción y clasificación de las ideas que pertenecen a la experiencia ordinaria, o que

surgen de modo natural en conexión con la vida ordinaria, sin considerar su validez o

invalidez o su psicología. En la búsqueda de este estudio, después de tan sólo tres o cuatro

años de investigación, fui conducido tiempo atrás (1867), a clasificar todas las ideas en las

tres clases de Primeridad, Segundidad y Terceridad. Esta especie de clasificación es tan

desagradable para mí como lo es para cualquiera, y durante años me esforcé por

menospreciarla y refutarla; pero hace tiempo que me ha conquistado por completo. Tan

desagradable como es atribuir tal significado a los números, y sobre todo, a una tríada, es

no obstante tan desagradable como verdadero. Las ideas de Primeridad, Segundidad y

Terceridad son suficientemente simples. Dando al ser el más amplio sentido posible como

para incluir tanto ideas como cosas, e ideas que imaginamos tener así como ideas que

realmente tenemos, definiría la Primeridad, la Segundidad y la Terceridad como sigue:

La Primeridad es el modo de ser de aquello que es como es, positivamente y sin referencia a

ninguna otra cosa.

La Segundidad es el modo de ser de aquello que es como es, con respecto a una segunda

cosa, pero con independencia de toda tercera.

La Terceridad es el modo de ser de aquello que es como es, en la medida en que pone en

mutua relación a una segunda cosa con una tercera.

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[…] Las ideas típicas de primeridad son cualidades de sentimiento, o meras

apariencias. El color escarlata de sus libreas reales, la cualidad misma, independientemente

de que sea percibida o recordada, es un ejemplo; con lo que no quiero decir que usted deba

imaginar que no la percibe o la recuerde, sino que debe discriminar aquello con que la

cualidad puede estar conectada en la percepción o en el recuerdo, pero que no pertenece a

la cualidad misma. Por ejemplo, cuando usted la recuerda, se dice que su idea es borrosa, y

cuando está ante sus ojos, que es vívida. Pero la oscuridad o la vivacidad no pertenecen a su

idea de la cualidad. Podrían hacerlo, sin duda, si las consideráramos simplemente como un

sentimiento; pero cuando usted piensa en la vivacidad no la considera desde ese punto de

vista. Piensa en ella como un grado de perturbación de su conciencia. La cualidad de rojo

no es pensada como perteneciente a usted, o como vinculada a los uniformes. Es

simplemente una posibilidad cualitativa peculiar con independencia de cualquier otra cosa.

Si usted pregunta a un minerólogo qué es la dureza, le dirá que es lo que se predica de un

cuerpo que no se puede rayar con un cuchillo. Pero una persona simple pensará en la dureza

como una posibilidad positiva simple cuya realización hace que un cuerpo sea como un

pedernal. Esa idea de dureza es una idea de Primeridad. La impresión total sin analizar que

produce cualquier complejo, no pensado como hecho efectivo, sino simplemente como

cualidad, como una posibilidad de aparición positiva simple, es una idea de Primeridad.

[…]

El tipo de una idea de Segundidad es la experiencia del esfuerzo, prescindida de la

idea de un propósito. Se puede decir que no hay tal experiencia, que siempre hay un

propósito a la vista en cuanto se piensa en un esfuerzo. Esto puede estar sujeto a duda, pues

en el esfuerzo continuado enseguida apartamos la atención del propósito. Sin embargo, me

abstengo de la psicología, que nada tiene que ver con la ideoscopia. […] La experiencia del

esfuerzo no existe sin la experiencia de la resistencia. El esfuerzo sólo es esfuerzo en virtud

de su oponerse a otra cosa; y no se introduce ningún tercer elemento. Advierta que hablo de

la experiencia, no del sentimiento, del esfuerzo. Imagínese a sí misma, sentada sola en la

noche sobre la cesta de un globo, muy lejos del suelo y disfrutando de la calma absoluta y

el sosiego. De pronto, el punzante alarido de un silbato humeante le golpea, y continúa

durante un buen tiempo. La impresión de la quietud era una idea de Primeridad, una

cualidad de sentimiento. El penetrante silbido no le permite pensar o hacer otra cosa que

sufrir. Así que eso también es absolutamente simple. Otra Primeridad. Pero la ruptura del

silencio por el ruido fue una experiencia. La persona, en su inactividad, se identifica a sí

misma con el estado de sentimiento precedente, y el nuevo sentimiento que viene a su pesar

es el no-ego. Tiene una consciencia de dos caras, de un ego y un no-ego. Esa consciencia de

la acción de un nuevo sentimiento al aniquilar el antiguo sentimiento es lo que yo llamo una

experiencia. Generalmente, la experiencia es lo que el decurso de los acontecimientos me

ha obligado a pensar.[…] De manera general, se puede decir que la segundidad genuina

consiste en una cosa que actúa sobre otra -acción bruta. Digo bruta, porque en cuanto

aparece la idea de una ley o razón, aparece la idea de Terceridad. Cuando una piedra cae al

suelo, la ley de la gravitación no actúa haciéndola caer. La ley de la gravitación es el juez

que, sobre el banquillo, puede dictaminar la ley hasta el Día del Juicio; pero a menos que el

brazo fuerte de la ley, el brutal alguacil, haga la ley efectiva, no sirve para nada. La caída

efectiva de la piedra es puramente el darse la piedra y la tierra a un mismo tiempo. Se trata

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de un caso de reacción. Y por tanto, de existencia, que es el modo de ser de lo que

reacciona con otras cosas. Pero hay también acción sin reacción. Tal es la acción del

antecedente sobre el consecuente. Es una cuestión difícil si la idea de esta determinación

unilateral es una pura idea de segundidad o si implica terceridad. […]

Llego ahora a la Terceridad. Para mí, que he considerado durante cuarenta años la

cuestión desde todos los puntos de vista que pude encontrar, la inadecuación de la

Segundidad para cubrir todo lo que hay en nuestras mentes es tan evidente que apenas sé

cómo comenzar a persuadir de ello a cualquier persona que no esté ya de antemano

convencida. Sin embargo, veo un gran número de pensadores que están intentando construir

un sistema sin colocar en él ninguna terceridad. Entre ellos se encuentran algunos de mis

mejores amigos, quienes se confiesan en deuda conmigo por sus ideas, aunque nunca

aprendieron la lección principal. Muy bien. Es altamente conveniente que la Segundidad

deba buscarse en su fondo auténtico. Sólo así se puede comprender la necesidad e

irreductibilidad de la terceridad, aunque para aquel que posea el entendimiento capaz de

comprenderlo es suficiente decir que no se obtiene una ramificación de una línea de colocar

una línea al final de otra. […] En su forma genuina, la Terceridad es la relación triádica

existente entre un signo, su objeto y el pensamiento interpretante –él mismo un signo–

considerado como lo que constituye su modo de ser un signo. Un signo [o representamen]

media entre el signo interpretante y su objeto. Tomando el signo en su sentido más amplio,

su interpretante no es necesariamente un signo. Cualquier concepto es un signo, por

supuesto. Ockham, Hobbes y Leibniz ya lo han dicho suficientemente. Pero podemos tomar

un signo en un sentido tan amplio que su interpretante no sea un pensamiento, sino una

acción o experiencia, o podemos incluso extender el significado de signo de tal manera que

su interpretante sea una mera cualidad de sentimiento. Un Tercero es algo que pone a un

Primero en relación con un Segundo. Un signo es un tipo de Tercero. ¿Cómo lo

caracterizaremos? ¿Diremos que un Signo pone a un Segundo, su Objeto, en una relación

cognitiva con un Tercero? ¿Que un Signo pone a un Segundo en la misma relación con un

primero en la que él mismo está con respecto a ese Primero? Si insistimos en la conciencia,

debemos decir lo que queremos decir con conciencia de un objeto. ¿Diremos que nos

referimos al Sentimiento? ¿Diremos que queremos decir asociación, o Hábito? Estas son,

en su superficie, distinciones psicológicas que particularmente evitaré. ¿Cuál es la

diferencia esencial entre un signo que se comunica a una mente y uno que no se comunica

de ese modo? Si el problema fuese simplemente lo que entendemos realmente por signo

ésta se resolvería pronto. Pero esa no es la cuestión. Estamos en la misma situación de un

zoólogo que quiere saber cuál debería ser el significado de “pez” para hacer de los peces

una de las grandes clases de vertebrados. Me parece que la función esencial de un signo es

hacer eficientes relaciones ineficientes –no para ponerlas en acción, sino para establecer un

hábito o regla general por medio de la cual actuarán cuando sea oportuno–. De acuerdo a la

doctrina física, nunca pasa nada excepto las continuas velocidades rectilíneas con las

aceleraciones que acompañan a las diferentes posiciones relativas de las partículas. Todas

las demás relaciones, de las que conocemos tantas, son ineficientes. De algún modo, el

conocimiento las hace eficientes; y un signo es algo por lo que conocemos algo más. Con la

excepción del conocimiento, en el instante presente, de los contenidos de conciencia en ese

instante (la existencia de cuyo conocimiento está abierta a duda), todo nuestro pensamiento

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y conocimiento se da en signos. Por consiguiente un signo [o representamen] es un objeto

que por un lado está en relación con su objeto y por el otro con un interpretante, de tal

modo que pone al interpretante en una relación con el objeto que se corresponde con su

propia relación con el objeto. Podría decir "similar a la suya propia", ya que una

correspondencia consiste en una similitud; pero tal vez correspondencia es más adecuado.

Ahora estoy preparado para ofrecer mi división de los signos, tan pronto como haya señalado

que un signo tiene dos objetos, su objeto tal y como está representado [objeto inmediato], y su

objeto en sí mismo [objeto dinámico]. […] Ahora, los signos se pueden dividir en función de su

propia naturaleza material, en función de sus relaciones con sus objetos y en función de la relación

con sus interpretantes. […]

Con respecto a las relaciones con sus objetos dinámicos, divido los signos en Iconos, Índices

y Símbolos (una división que di en 1867). Defino un Icono como un signo que está determinado por

su objeto dinámico en virtud de su propia naturaleza interna. […] Una visión, ―o el sentimiento

que despierta una pieza de música considerada como aquello que representa lo que pretendía el

compositor. Puede ser […] un diagrama individual; pongamos, una curva de distribución de errores.

Defino un Índice como un signo determinado por su objeto dinámico en virtud de su estar en una

relación real con éste. Por ejemplo, un nombre propio; tal es la aparición de un síntoma de una

enfermedad. […] Defino el Símbolo como un signo que está determinado por su objeto dinámico

sólo en virtud de que será interpretado de esa manera. Por lo tanto, depende, o bien de una

convención, o bien de un hábito, o bien de una disposición natural de su interpretante, o del campo

de su interpretante (aquel del cual el interpretante es una determinación).

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La ciencia de la semiótica Charles Sanders Peirce Buenos Aires, Nueva visión, 1974 (fragmentos)

228. Un signo, o representamen, es algo que, para alguien, representa o se refiere a algo en

algún aspecto o carácter. Se dirige a alguien, esto es, crea en la mente de esa persona un signo

equivalente, o, tal vez, un signo aún más desarrollado. Este signo creado es lo que yo llamo el

interpretante del primer signo. El signo está en lugar de algo, su objeto. Está en lugar de ese objeto,

no en todos los aspectos, sino sólo con referencia a una suerte de idea, que a veces he llamado el

fundamento del representamen. "Idea" debe entenderse aquí en cierto sentido platónico, muy

familiar en el habla cotidiana; quiero decir, en el mismo sentido en que decimos que un hombre

capta la idea de otro hombre, en que decimos que cuando un hombre recuerda lo que estaba

pensando anteriormente, recuerda la misma idea, y en que, cuando el hombre continúa pensando en

algo, aun cuando sea por un décimo de segundo, en la medida en que el pensamiento concuerda

consigo mismo durante ese lapso, o sea, continúa teniendo un contenido similar, es "la misma idea",

y no es, en cada instante del intervalo, una idea nueva.

229. Como consecuencia del hecho de estar cada representamen relacionado con tres cosas, el

fundamento, el objeto y el interpretante, la ciencia de la semiótica tiene tres ramas. La primera es

[…] la gramática pura. Tiene por cometido determinar qué es lo que debe ser cierto del

representamen usado por toda inteligencia científica para que pueda encarnar algún significado. La

segunda rama es la lógica propiamente dicha. Es la ciencia de lo que es cuasi-necesariamente

verdadero de los representámenes de cualquier inteligencia científica para que puedan ser válidos

para algún objeto, esto es, para que puedan ser ciertos. […] La tercera rama, la llamaré retórica

pura, imitando la modalidad de Kant de conservar viejas asociaciones de palabras al buscar la

nomenclatura para las concepciones nuevas. Su cometido consiste en determinar las leyes mediante

las cuales, en cualquier inteligencia científica, un signo da nacimiento a otro signo y, especialmente,

un pensamiento da nacimiento a otro pensamiento.

Una tricotomía de los signos 243. Los signos son divisibles según tres tricotomías: primero, según que el signo en sí

mismo sea una mera cualidad, un existente real o una ley general; segundo, según que la relación

del signo con su objeto consista en que el signo tenga algún carácter en sí mismo, o en alguna

relación existencia con ese objeto o en su relación con un interpretante; y tercero, según que su

Interpretante lo represente como un signo de posibilidad, como un signo de hecho o como un signo

de razón.

Una segunda tricotomía de los signos 247. Conforme con la segunda tricotomía, un Signo puede ser llamado ícono, índice o

símbolo.

Un Icono es un signo que se refiere al Objeto al que denota meramente en virtud de

caracteres que le son propios, y que posee igualmente exista o no exista tal Objeto. Es verdad que, a

menos que haya realmente un Objeto tal, el ícono no actúa como signo; pero esto no guarda relación

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alguna con su carácter como signo. Cualquier cosa, sea lo que fuere, cualidad, individuo existente o

ley, es un ícono de alguna otra cosa, en la medida en que es como esa cosa y en que es usada como

signo de ella.

248. Un índice es un signo que se refiere al Objeto que denota en virtud de ser realmente

afectado por aquel Objeto. […] En la medida en que el índice es afectado por el Objeto, tiene,

necesariamente, alguna Cualidad en común con el Objeto, y es en relación con ella como se refiere

al Objeto. En consecuencia, un índice implica alguna suerte de Icono, aunque un icono muy

especial; y no es el mero parecido con su Objeto, aun en aquellos aspectos que lo convierten en

signo, sino que se trata de la efectiva modificación del signo por el Objeto.

249. Un Símbolo es un signo que se refiere al Objeto que denota en virtud de una ley,

usualmente una asociación de ideas generales que operan de modo tal que son la causa de que el

Símbolo se interprete como referido a dicho Objeto. En consecuencia, el Símbolo es, en sí mismo,

un tipo general o ley. […] En carácter de tal, actúa a través de una Réplica. No sólo es general en sí

mismo; también el Objeto al que se refiere es de naturaleza general. Ahora bien, aquello que es

general tiene su ser en las instancias que habrá de determinar. En consecuencia, debe

necesariamente haber instancias existentes de lo que el Símbolo denota, aunque acá habremos de

entender por "existente", existente en el universo posiblemente imaginario al cual el Símbolo se

refiere. […]

Representar 273. Estar en lugar de otro, es decir, estar en tal relación con otro que, para ciertos propósitos,

se sea tratado por ciertas mentes como si se fuera ese otro. Consecuentemente, un vocero, un

diputado, un apoderado, un agente, un vicario, un diagrama, un síntoma, un tablero, una

descripción, un concepto, una premisa, un testimonio, todos representan alguna otra cosa, de

diversas maneras, para mentes que así los consideran. Cuando se desea distinguir entre aquello que

representa y el acto o relación de representar, lo primero puede ser llamado el "representamen" y lo

segundo la "representación". […]

Signo 303. Cualquier cosa que determina a otra cosa (su interpretante) a referirse a un objeto al cual

ella también se refiere (su objeto) de la misma manera, deviniendo el interpretante a su vez un

signo, y así sucesivamente ad infinitum.

304. Un signo es o bien un ícono, o un índice, o un símbolo. Un ícono es un signo que

poseería el carácter que lo vuelve significativo, aun cuando su objeto no tuviera existencia; tal como

un trazo de lápiz en un papel que representa una línea geométrica. Un índice es un signo que

perdería al instante el carácter que hace de él un signo si su objeto fuera suprimido, pero que no

perdería tal carácter si no hubiera interpretante. Tal es, por ejemplo, un pedazo de tierra que muestra

el agujero de una bala como signo de un disparo; porque sin el disparo no habría habido agujero;

pero hay un agujero ahí, independientemente de que a alguien se le ocurra o no atribuirlo a un

disparo. Un símbolo es un signo que perdería el carácter que lo convierte en un signo si no hubiera

interpretante. Es tal cualquier emisión de habla que significa lo que significa sólo en virtud de poder

ser entendida como poseedora de esa determinada significación. […]

Índice 305. Un signo, o representación, que se refiere a su objeto no tanto a causa de cualquier

similitud o analogía con él, ni porque esté asociado con los caracteres generales que dicho objeto

pueda tener, como porque está en conexión dinámica (incluyendo la conexión espacial] con el

objeto individual, por una parte, y con los sentidos o la memoria de la persona para quien sirve

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como signo, por la otra. Ninguna aseveración fáctica puede hacerse sin recurrir a algún signo que

sirva como índice. Si A le dice a B "Hay un incendio", B preguntará "¿Dónde?", como

consecuencia de lo cual A deberá forzosamente recurrir a un índice, aun cuando sólo quiera

referirse a algún lugar no definido del universo real, pasado y futuro. De lo contrario, s61o habrá

expresado que hay una idea tal como la de incendio, la cual no daría ninguna información, porque,

salvo que ya fuera conocida, la palabra "incendio" sería ininteligible. Si A señala con su dedo el

fuego, el dedo se conecta dinámicamente con el incendio, tanto como si una alarma de incendio

automática lo hubiera dirigido indicando dicha dirección; y, al mismo tiempo, promueve que los

ojos de B se vuelvan a esa dirección, que su atención se concentre en el incendio y que su

entendimiento reconozca que se ha dado respuesta a su pregunta. Si, en cambio, la respuesta de A

hubiera sido "A mil metros de acá, más o menos", la palabra "acá" es un índice, dado que tiene

exactamente la misma fuerza que si hubiera señalado un punto preciso del terreno entre A y E. Más

aún: la palabra "metros", aunque representa a un objeto de clase general, es indirectamente indicial,

dado que las varas métricas en sí mismas son signos de una norma oficial […]. Las letras de uso

común en álgebra que no presentan peculiaridades son índices. También lo son las letras A, B, C,

etcétera, asignadas a una figura geométrica. Los abogados y otros profesionales que se ven en la

necesidad de expresar algún asunto complicado con total precisión recurren a letras para distinguir a

los entes individuales. Las letras, cuando son usadas así, no son sino versiones mejoradas de los

pronombres relativos. Mientras que los pronombres demostrativos y personales son, tal como se los

usa generalmente, "índices genuinos", los pronombres relativos son "índices degenerados", dado

que, aunque en forma accidental e indirecta puedan referirse a cosas existentes, ellos en realidad se

refieren en forma directa, y sólo necesitan referirse a las imágenes mentales que las palabras

precedentes hayan creado.

306. Los índices pueden ser distinguidos de otros signos, o representaciones, por tres rasgos

característicos: primero, que carecen de todo parecido significativo con su objeto; segundo, que se

refieren a entes individuales, unidades individuales, conjuntos unitarios de unidades o continuidades

individuales; tercero, que dirigen la atención a sus objetos por una compulsión ciega. Pero sería

harto difícil, si no imposible, mencionar un índice que fuera absolutamente puro, o hallar algún

signo absolutamente desprovisto de cualidad indicial. Desde el punto de vista psicológico, la acción

de los índices depende de asociaciones por contigüidad, y no de asociaciones por parecido o de

operaciones intelectuales.

Símbolo 307. Un Signo (como se vio) que está constituido como signo mera o fundamentalmente por

el hecho de que es usado y entendido como tal, sea por el hábito natural o nacido por convención, y

con prescindencia de los motivos que originalmente llevaron a su selección.

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La imagen y la teoría semiótica Martine Joly Introducción al análisis de la imagen, Buenos Aires, La Marca, 2012

(fragmentos)

La imagen como signo

En lo que concierne a la imagen, Peirce la hace entrar en su tipología del signo como una

subcategoría del ícono. En efecto, si considera que el ícono corresponde a la clase de signos cuyo

significante [representamen] tiene una relación analógica con lo que representa, también considera

que se pueden distinguir distintos tipos de analogía y, entonces, distintos tipos de ícono, que son la

imagen propiamente dicha, el diagrama y la metáfora.

La categoría de la imagen se asemeja, entonces, a los íconos que mantienen una relación de

analogía cualitativa entre el significante [representamen] y el referente [objeto dinámico]. Un

dibujo, una foto, una pintura figurativa retoman las cualidades formales de su referente: formas,

colores, proporciones, que permiten reconocerlo.

El diagrama, a su vez, utiliza una analogía relacional, interna al objeto; así, el organigrama de

una sociedad representa su organización jerárquica, el plano de un motor representa la interacción

de las distintas piezas, mientras que la fotografía sería la imagen de ello.

Finalmente, la metáfora sería un ícono que trabaja a partir de un paralelismo cualitativo.

Recordemos que la metáfora es una figura retórica. En la época en la que Peirce trabajaba, aún se

consideraba que la retórica no concernía sino a un tratamiento particular de la lengua. Luego se

descubrió que la retórica era general y que sus mecanismos podían concernir a todo tipo de

lenguaje, verbal o no. Pero en eso también Peirce es un pionero al considerar que los hechos de la

lengua, para él en principio “símbolos”, utilizan sin embargo procesos generalizables, de los cuales

algunos, según él, competen a la categoría de ícono. Recordemos que en el ejemplo de metáfora que

dimos anteriormente, el término “león”, explícitamente formulado, ponía implícitamente en paralelo

(comparaba) las cualidades del león (fuerza y nobleza) con las de Víctor Hugo.11

Si recapitulamos entonces la definición teórica de imagen, según Peirce, constatamos que no

corresponde a todos los tipos de íconos, que sólo es visual, pero que se corresponde bien con la

imagen visual que debatirán los teóricos cuando hablen de signo icónico. La imagen no es lo

importante del ícono, pero toda ella es un signo icónico, al igual que el diagrama y la metáfora.

Aunque la imagen sea solo visual, está claro que, cuando se quiso estudiar el lenguaje de la

imagen y apareció la semiología de la imagen, hacia mediados de este siglo, esta semiología se

dedicó esencialmente al estudio de los mensajes visuales. La imagen se convirtió, entonces, en

sinónimo de “representación visual”. La pregunta inaugural de Barthes, “¿Cómo les llega el sentido

1 La “imagen”, en la lengua, podríamos decir que es el nombre común que se le da a la metáfora. (…) Lo

que sabemos de la metáfora verbal, o del hablar por medio de “imágenes”, es que consiste en emplear

una palabra por otra dada su relación analógica o comparativa. Cuando Juliette Drouet le escribe a

Víctor Hugo: “Eres mi león soberbio y generoso”, no significa que efectivamente sea un león sino que

ella le atribuye, por comparación, cualidades de nobleza y prestancia del león, rey de los animales.

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a las imágenes?”2 correspondería a la pregunta: “¿Los mensajes visuales utilizan un lenguaje

específico”? “Si es así, ¿cuál es, de qué unidades se constituye, en qué se diferencia del lenguaje

verbal?, etcétera”. Esta reducción a lo visual no por ello simplificó las cosas, y rápidamente se

percibió que incluso una imagen fija y única, que podía constituir un mensaje mínimo en relación

con la imagen en secuencia, fija y sobre todo animada (donde la semiología del cine mostrará toda

su complejidad), constituía un mensaje muy complejo. El objetivo de esta obra es precisamente

recordar algunos de sus grandes principios de funcionamiento.

El primer gran principio para retener es, sin duda, para nosotros, que eso que llamamos

“imagen” es heterogéneo. Es decir que se asemeja y coordina en el seno de un marco (de un límite),

distintas categorías de signos; “imágenes” en el sentido teórico del término (signos icónicos,

analógicos), pero también signos plásticos: colores, formas, composición interna, textura, y la

mayor parte del tiempo también signos lingüísticos, del lenguaje verbal. Es su relación, su

interacción lo que produce el sentido que aprendimos de manera más o menos consciente a descifrar

y que una observación más sistemática nos ayudará a comprender mejor.

Antes de abordar este tipo de observación, hace falta reexaminar eso que algunos

instrumentos de la teoría semiótica que hemos evocado nos permiten discernir acerca del uso

múltiple y aparentemente babélico del término imagen.

Cómo ayuda la teoría a comprender el uso de la palabra “imagen”

El punto común entre las distintas significaciones de la palabra “imagen” (imágenes visuales

/ imágenes mentales / imágenes virtuales) parece ser ante todo la analogía. Material o inmaterial,

visual o no, natural o fabricada, una “imagen” es, antes que nada, algo que se asemeja a otra cosa.

Incluso cuando se trata de una imagen mental y no concreta, hasta el criterio de semejanza la

define: ya sea que se asemeje a la visión natural de las cosas (el sueño, la fantasía) o que se

construya a partir de un paralelismo cualitativo (metáfora verbal, imagen de sí, imagen concreta).

La primera consecuencia de esta observación es constatar que ese denominador común que es

la analogía, o la semejanza, ya de entrada ubica a la imagen en la categoría de las representaciones.

Si se asemeja, es que no es la cosa misma; su función es, entonces, la de evocar, la de significar otra

cosa que ella misma utilizando el proceso de la semejanza. Si la imagen se percibe como

representación, esto quiere decir que la imagen se percibe como signo.

Segunda consecuencia: se percibe como signo analógico. La semejanza es su principio de

funcionamiento. Antes de seguir preguntándonos acerca del proceso de semejanza, podemos en

efecto constatar que el problema de la imagen es el mismo que el de la semejanza, que las dudas

que suscita surgen precisamente de las variaciones de la semejanza: la imagen puede volverse

peligrosa tanto por exceso como por defecto de semejanza. Una gran semejanza provocaría la

confusión entre la imagen y lo representado. Muy poca semejanza, una ilegibilidad molesta e inútil.

Vemos, entonces, que la teoría semiótica, que propone considerar la imagen como ícono, es

decir como signo analógico, está de acuerdo con su uso y puede permitirnos comprenderlo mejor.

Si la imagen se percibe como un signo, como representación analógica, podemos sin embargo

notar entonces una distinción mayor entre los distintos tipos de imágenes: existen las imágenes

fabricadas y las imágenes como registro. Se trata de una distinción fundamental.

2 Barthes, Roland; “Rhétorique de l’image” en Communications, N 4, Seuil, 1964.

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Imitación / huella / convención

Las imágenes fabricadas imitan más o menos correctamente un modelo o, como en el caso de

las imágenes científicas de síntesis, lo proponen. Su mayor capacidad es, entonces, la de imitar con

tanta perfección que puedan volverse “virtuales” y dar incluso una ilusión de realidad no obstante

sin serlo. Resultan, así, perfectos “análogos” de lo real. Íconos perfectos.

Las imágenes como registro a menudo se asemejan a lo que representan. La fotografía, el

video, el cine se consideran imágenes perfectamente semejantes, íconos puros, tanto más fiables en

cuanto son registros hechos a partir de ondas emitidas por las cosas mismas.

Lo que distingue a estas imágenes de las imágenes fabricadas es que son huellas. En teoría,

entonces, son índices antes de ser íconos. Su fuerza viene de aquí. Hemos visto, en particular en lo

que se refiere a la imaginería científica, que estas imágenes-huella abundan. Aunque en la mayoría

de los casos son identificables para el que no es un especialista, extraen su poder de convicción a

partir de su aspecto indicatorio y ya no de su carácter icónico. La semejanza deja paso al indicio. En

este caso, la opacidad otorga entonces a la imagen la fuerza de la cosa misma y provoca el olvido de

su carácter representativo. Y ya veremos que es este olvido (mucho más que una semejanza

excesiva) lo que más incita a la confusión entre imagen y cosa.

En efecto, no hay que olvidar que, si toda imagen es representación, esto implica que

necesariamente utiliza reglas de construcción. Si estas representaciones llegan a comprenderlas

otros que los que las inventaron es porque hay en ellas un mínimo de convención sociocultural;

dicho de otra forma, porque le deben una gran parte de su significación a su aspecto de símbolo,

según la definición de Peirce. Al estudiar esta circulación de la imagen entre semejanza, huella y

convención, es decir, entre ícono, índice y símbolo, la teoría semiótica nos permite comprender no

sólo la complejidad sino también la fuerza de la comunicación a través de la imagen. […]

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La Lingüística de la enunciación La perspectiva de la Lingüística de la enunciación María Cecilia Pereira

Émile Benveniste (1902-1976) es considerado el fundador de la Lingüística de la

enunciación, una perspectiva surgida en los años 60 como respuesta una serie de interrogantes sobre

el sentido y el uso del lenguaje que no se habían planteado desde el estructuralismo. El proyecto

semiológico de Saussure, es decir, la creación de una ciencia dedicada a estudiar “la vida de los

signos en el seno de la vida social”, dio lugar en Francia a una corriente que llevó el mandato

saussureano hasta sus últimas consecuencias. Así, tomando la lingüística como modelo de la

semiología, y a la lengua como modelo de sistema semiológico, el estructuralismo se propuso

reconstruir los sistemas abstractos y generales subyacentes a las diversas manifestaciones del

inconsciente (en el psicoanálisis), de la cultura (en la antropología), de las estructuras sociales (en la

sociología), de los procesos históricos (en la historiografía), etc.

En el ámbito de la lingüística, el estructuralismo permitió realizar grandes aportes en el

campo de la lingüística histórica –o diacrónica-, del análisis léxico, de la morfología y la fonología.

Sin embargo, al tiempo que el estructuralismo avanzaba en un camino de abstracción progresiva

que se interesaba por el sistema de la lengua en sí independientemente de su uso, otros

investigadores se interrogaban por los rasgos del sistema lingüístico que hacen a la producción de

sentidos en el discurso. Es en este punto donde Benveniste hace un primer aporte: logra distinguir

en la lengua dos modos de significancia. En primer lugar, la significancia semiótica, que es la que

adquieren los signos en el sistema. Este modo de significancia fue el estudiado por de Saussure y

consiste en una significancia cerrada, cuyas unidades significantes son binarias, se oponen unas a

otras en el seno del sistema y requieren ser reconocidas por el conjunto de miembros de la

comunidad lingüística. Ahora bien, la lengua posee, además de la significancia semiótica que

comparte con otros sistemas como el de las señales de tránsito o el de los tres colores del semáforo,

una significancia engendrada por el discurso en la cual el sentido de las unidades se actualiza en el

seno del enunciado producido. Este modo de significancia denominado semántico, que también es

propio de los lenguajes artísticos, no opera por el reconocimiento de los signos sino por la

comprensión de la significación de cada enunciado nuevo. La lengua, concluye Benveniste, es el

único sistema que posee esta doble significancia semiótica y semántica, y la lingüística de la

enunciación es la que debe proveer las categorías para estudiarla.

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Julia Kristeva destaca en el prólogo a la edición de los últimos cursos dictados por

Benveniste en el Collège de France (1968-1969) los ejes de su reflexión y los rasgos de la doble

significancia de la lengua:

La búsqueda del sentido en su especificidad lingüística es lo que dirige el discurso sobre la

lengua en las últimas lecciones [de Benveniste].[…]

El [estudio del] sentido ha sido dejado “fuera de la lingüística” (PLG II, 1967, p. 216): o bien

se lo ha “separado”, por considerarlo sospechoso de ser demasiado subjetivo, huidizo, indescriptible

como forma lingüística; o bien se lo ha reducido a sus invariantes estructurales morfosintácticas,

“distribucionales” dentro de un “corpus dado”. Según Benveniste, al contrario, “significar”

constituye un principio interno del lenguaje. Con esta “idea nueva”, subraya, “hemos sido

impulsados hacia una problemática mayor, que involucra la lingüística y más allá de ella”. Si

algunos precursores (John Locke, Saussure y Charles Sander Peirce) demostraron que “vivimos en

un universo de signos” entre los cuales los de la lengua son los primeros, seguidos de los signos de

escritura, […] Benveniste busca mostrar cómo el aparato formal de la lengua hace posible no

solamente nombrar los objetos y las situaciones, sino sobre todo “generar” discursos con

significaciones originales […]

Desde un principio, Benveniste propone una lingüística general que se aleje tanto de la

lingüística estructural como de la gramática generativa que dominaban el paisaje lingüístico de la

época, y avanza hacia una lingüística del discurso. […] Entablando una discusión con Saussure y su

concepción de los elementos distintivos del sistema lingüístico que son los signos, Benveniste

propone dos tipos en la significancia del lenguaje: “lo” semiótico y “lo” semántico.

Lo “semiótico” (de semeion, o signo, caracterizado por su lazo “arbitrario” – resultado de una

convención social- entre el “significante” y el “significado”) es un sentido clausurado, genérico,

binario, intralingüístico, sistematizante e institucional que se define por una relación de

“paradigma” y de “sustitución”. Lo “semántico” se expresa en la frase que articula el “significado”

del signo o el “intento” [la intención]. […] Se define por la relación de “conexión”, o de

“sintagma”, donde el “signo” (lo semiótico) deviene en palabra [mot] por la “actividad del locutor”.

Este pone en acción la lengua en una situación de discurso dirigido por la “primera persona” (yo) a

la “segunda persona” (tú, vos), situando la “tercera persona”(él) fuera del discurso.”

(Kristeva, “Preface”, en: Benveniste, E. Dernières leçons, Seuil/Gallimard, 2012: 19-20.

Adap.)

La preocupación por la naturaleza significante de la lengua y por dar cuenta de estas nuevas

dimensiones de la lingüística general lleva a Benveniste a poner el foco en la enunciación,

entendida como “puesta en funcionamiento de la lengua por un acto individual de utilización”. Este

es el segundo aporte que destacamos de Benveniste: el lenguaje no se reduce a un instrumento

neutro que permite a los hablantes transmitir información. Ese “acto individual de uso” de la lengua

le permite al hombre comunicar su subjetividad. La enunciación es una actividad realizada entre dos

protagonistas –el enunciador y el enunciatario– por medio de la cual el enunciador se sitúa en

relación con el enunciatario, y se posiciona respecto del mundo y los enunciados anteriores. Por eso,

los signos no son pensados como portadores de un sentido independiente de su empleo en la

enunciación, sino que los signos en los enunciados dan cuenta de los rasgos de la enunciación

misma. Benveniste se interesa en estudiar los esquemas invariantes generales presentes en una

multiplicidad de actos de enunciación que exhiben la subjetividad.

En síntesis, la Lingüística de la enunciación profundiza en tres aspectos que no habían sido

considerados hasta ese momento: el de la semantización de la lengua (la significancia semántica); el

propio de la realización verbal o gráfica de la lengua (y las complejas relaciones entre el enunciado

y la enunciación) y el que consiste en estudiar el cuadro formal de las categorías de la lengua que se

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actualizan en la enunciación (y que Benveniste desarrolla como un “aparato formal” distintivo del

lenguaje humano que permite la constitución de la subjetividad) (Bres, 2013).

En esta parte unidad, leeremos fragmentos de los trabajos de Benveniste dedicados a explicar,

primero, la compleja naturaleza significante de la lengua y, luego, la subjetividad propia del

lenguaje que se manifiesta en las huellas en el enunciado de la actividad del sujeto de la

enunciación. El estudio de estas huellas permite describir y explicar el modo en que se representa en

los enunciados el propio enunciador, su enunciatario, el tema, el espacio y el tiempo. Finalmente,

nos detendremos en desarrollos posteriores que sistematizan los aportes de Benveniste referidos a la

deixis personal, las actitudes de locución y las modalidades.

Bibliografía

BRES, Jacques (2013): “Énonciation et dialogisme: un couple improbable?”. En: Dufaye,

Lionel et Gournay, Lucie (éds). Benveniste après un demisiècle. Regards sur

l'énonciationaujourd´hui, París, Ophrys.

KRISTEVA, Julia (2012): “Preface”. En: Benveniste, E. Dernières leçons, París,

Seuil/Gallimard.

MAINGUENEAU, Dominique (1999): L´énonciation en linguistique française. París,

Hachette.

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Semiología de la lengua3 Émile Benveniste Problemas de lingüística general II, capítulo 3, Buenos Aires, Siglo XXI,

1999 (fragmentos)

La semiología tendrá mucho que hacer sólo para ver dónde acaba su dominio.

Ferdinand de Saussure4

Desde que aquellos dos genios antitéticos que fueron Peirce y Saussure concibieron,

desconociéndose por completo y más o menos al mismo tiempo,5 la posibilidad de una

ciencia de los signos, y laboraron para instaurarla, surgió un gran problema, que aún no ha

recibido forma precisa y ni siquiera ha sido planteado con claridad, en la confusión que

impera en este campo: ¿cuál es el puesto de la lengua entre los sistemas de signos?

Peirce, volviendo con la forma semeiotic a la denominación σημειωτική que John

Locke aplicaba a una ciencia de los signos y de las significaciones a partir de la lógica

concebida, por su parte, como ciencia del lenguaje, se dedicó toda la vida a la elaboración

de este concepto. Una masa enorme de notas atestigua su esfuerzo obstinado de analizar en

el marco semiótico las nociones lógicas, matemáticas, físicas, y hasta psicológicas y

religiosas. Llevada adelante durante una vida entera, esta reflexión se construyó un aparato

cada vez más completo de definiciones destinadas a distribuir la totalidad de lo real, de lo

concebido y de lo vivido en los diferentes órdenes de signos. Para construir esta “álgebra

universal de las relaciones”, Peirce estableció una división triple de los signos en íconos,

indicios y símbolos, que es punto más o menos lo que se conserva hoy en día de la inmensa

arquitectura lógica que subtiende.

Por lo que concierne a la lengua, Peirce no formula nada preciso ni especifico. Para él

la lengua está en todas partes y en ninguna. Jamás se interesó en el funcionamiento de la

lengua, si es que llegó a prestarle atención. Para él la lengua se reduce a las palabras, que

son por cierto signos, pero no participan de una categoría distinta o siquiera de una especie

constante. Las palabras pertenecen, en su mayoría, a los “símbolos”; algunas son

“indicios”, por ejemplo los pronombres demostrativos, y a este título son clasificadas con

los gestos correspondientes, así el gesto de señalar. Así que Peirce no tiene para nada en

cuenta el hecho de que semejante gesto sea universalmente comprendido, en tanto que el

demostrativo forma parte de un sistema particular de signos orales, la lengua, y de un

sistema particular de lengua, el idioma. Además, la misma palabra puede aparecer en

distintas variedades de “signo”: como qualisign, como sinsign, como legisign. No se ve,

3 Semiotica, La Haya, Mouton& Co., I (1969), 1, pp. 1-12, y 2, pp. 127-135. Hemos suprimido algunas notas

al pie de la versión original. 4 Nota manuscrita publicada en los Cahiers Ferdinand de Saussure, 15 (1957), p. 19.

5 Charles S. Peirce (1839-1914); Ferdinand de Saussure (1857-1913).

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pues, cuál sería la utilidad operativa de semejantes distinciones ni en qué ayudarían al

lingüista a construir la semiología de la lengua como sistema. La dificultad que impide toda

aplicación particular de los conceptos peircianos, fuera de la tripartición bien conocida,

pero que no deja de ser un marco demasiado general, es que en definitiva el signo es puesto

en la base del universo entero, y que funciona a la vez como principio de definición para

cada elemento y como principio de explicación para todo conjunto, abstracto o concreto. El

hombre entero es un signo, su pensamiento es un signo, su emoción es un signo. Pero a fin

de cuentas estos signos, ¿de qué podrían ser signos que no fuera signo? ¿Daremos con el

punto fijo donde amarrar la primera relación de signo? El edificio semiótico que

construye Peirce no puede incluirse a sí mismo en su definición. Para que la noción de

signo no quede abolida en esta multiplicación al infinito, es preciso que en algún sitio

admita el universo una diferencia entre el signo y lo significado. Hace falta, pues, que todo

signo sea tomado y comprendido en un sistema de signos. Ahí está la condición de la

significancia. Se seguirá, contra Peirce, que todos los signos no pueden funcionar

idénticamente ni participar de un sistema único. Habrá que constituir varios sistemas de

signos, y entre esos sistemas explicitar una relación de diferencia y de analogía.

Es aquí donde Saussure se presenta, de plano, tanto en la metodología como en la

práctica, en el polo opuesto de Peirce. En Saussure la reflexión procede a partir de la lengua

y la toma como objeto exclusivo. La lengua es considerada en sí misma, a la lingüística se

le asigna una triple tarea: 1) describir en sincronía y diacronía todas las lenguas conocidas;

2) deslindar las leyes generales que actúan en las lenguas; 3) delimitarse y definirse a sí

misma.6 […]

[En la última tarea] reside la condición previa a todo otro itinerario activo y cognitivo

de la lingüística, y lejos de estar en el mismo plano que las otras dos y de suponerlas

cumplidas, esta tercera tarea –“delimitarse y definirse a sí misma”–, da a la lingüística la

misión de trascenderlas hasta el punto de suspender su consumación por medio de su

consumación propia. Ahí está la gran novedad del programa saussuriano. La lectura del

Cours confirma fácilmente que para Saussure una lingüística sólo es posible con esta

condición: conocerse al fin descubriendo su objeto.

Todo procede entonces de esta pregunta: “¿Cuál es el objeto a la vez íntegro y

concreto de la lingüística?”,7 y la primera misión aspira a echar por tierra todas las

respuestas anteriores: “de cualquier lado que se mire la cuestión, en ninguna parte se nos

ofrece entero el objeto de la lingüística”.8 Desbrozado así el terreno, Saussure plantea la

primera exigencia metódica: hay que separar la lengua del lenguaje. ¿Por qué? Meditemos

las pocas líneas en donde se deslizan, furtivos, los conceptos esenciales:

Tomado en su conjunto, el lenguaje es multiforme y heteróclito; a caballo en

diferentes dominios, a la vez físico, fisiológico y psíquico, pertenece además al

dominio individual y al dominio social, no se deja clasificar en ninguna de las

categorías de los hechos humanos, porque no se sabe cómo desembrollar su unidad.

6 F. de Saussure, Cours de linguistique générale (abreviado C. L .G.), 4ª ed., p. 216.

7 C. L. G., p. 23 (trad. de A. Alonso).

8 C. L. G., p. 24.

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La lengua, por el contrario, es una totalidad en sí y un principio de

clasificación. En cuanto le damos el primer lugar entre los hechos de lenguaje,

introducimos un orden natural en un conjunto que no se presta a ninguna otra

clasificación.9

La preocupación de Saussure es descubrir el principio de unidad que domina la

multiplicidad de los aspectos con que nos aparece el lenguaje. Sólo este principio permitirá

clasificar los hechos de lenguaje entre los hechos humanos. La reducción del lenguaje a la

lengua satisface esta doble condición: permite plantear la lengua como principio de unidad

y, a la vez, encontrar el lugar de la lengua entre los hechos humanos. Principio de la unidad,

principio de clasificación –aquí están introducidos los dos conceptos que por su parte

introducirán la semiología.

Uno y otro son necesarios para fundar la lingüística como ciencia: no se concebiría

una ciencia incierta acerca de su objeto, indecisa sobre su pertenencia. Pero mucho más allá

de este cuidado de rigor está en juego el estatuto propio del conjunto de los hechos

humanos.

Tampoco aquí se ha notado bastante la novedad del camino saussuriano. No es cosa

de decidir si la lingüística está más cerca de la psicología o de la sociología, ni de hallarle

un lugar en el seno de las disciplinas existentes. El problema es planteado en otro nivel, y

en términos que crean sus propios conceptos.

La lingüística forma parte de una ciencia que no existe todavía, que se ocupará de los

demás sistemas del mismo orden en el conjunto de los hechos humanos, la semiología. Hay

que citar la página que enuncia y sitúa esta relación:

La lengua es un sistema de signos que expresan ideas, y por eso comparable a la

escritura, al alfabeto de los sordomudos, a los ritos simbólicos, a las formas de

cortesía, a las señales militares, etc. Sólo que es el más importante de todos esos

sistemas.

Se puede, pues, concebir una ciencia que estudie la vida de los signos en el

seno de la vida social. Tal ciencia seria parte de la psicología social, y por

consiguiente de la psicología general. Nosotros la llamaremos semiología (del

griego sēmeîon ‘signo'). Ella nos enseñará en qué consisten los signos y cuáles

son las leyes que los gobiernan. Puesto que todavía no existe, no se puede

decir qué es lo que ella será; pero tiene derecho a la exigencia, y su lugar está

determinado de antemano. La lingüística no es más que una parte de esta

ciencia general. Las leyes que la semiología descubra serán aplicables a la

lingüística, y así es como la lingüística se encontrará ligada a un dominio bien

definido en el conjunto de los hechos humanos.

Al psicólogo toca determinar el puesto exacto de la semiología;10 es tarea del

lingüista definir qué es lo que hace de la lengua un sistema especial en el

9 C. L. G., p. 25.

10 Aquí Saussure remite a Ad. Naville, Classification des sciences, 2ª ed., p. 104.

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conjunto de los hechos semiológicos. Más adelante volveremos sobre la

cuestión; aquí sólo nos fijamos en esto: si por vez primera hemos podido

asignar a la lingüística un puesto entre las ciencias es por haberla incluido en la

semiología.11

Del largo comentario que pediría esta página, lo principal quedará implicado en la

discusión que emprendemos más adelante. Nos quedaremos nada más, a fin de realzarlos,

con los caracteres primordiales de la semiología, tal como Saussure la concibe, tal, por lo

demás, como la había reconocido mucho antes de traerla a cuento en su enseñanza.12

La lengua se presenta en todos sus aspectos como una dualidad: institución social, es

puesta a funcionar por el individuo; discurso continuo, se compone de unidades fijas. ¿Es la

lengua su unidad y el principio de su funcionamiento? Su carácter consiste en “un sistema

de signos en el que sólo es esencial la unión del sentido y la imagen acústica, y donde las

dos partes del signo son igualmente psíquicas”.13

¿Dónde halla la lengua su unidad y el

principio de su funcionamiento? En su carácter semiótico. Por él se define su naturaleza,

por él también se integra a un conjunto de sistemas del mismo carácter.

Para Saussure, a diferencia de Peirce, el signo es ante todo una noción lingüística, que

más ampliamente se extiende a ciertos órdenes de hechos humanos y sociales. A eso se

circunscribe su dominio. Pero este dominio comprende, a más de la lengua, sistemas

homólogos al de ella. Saussure cita algunos. Todos tienen la característica de ser sistemas

de signos. La lengua es sólo el más importante de esos sistemas. ¿El más importante vistas

las cosas desde dónde? ¿Sencillamente por ocupar más lugar en la vida social que no

importa cuál otro sistema? Nada permite decidir.

El pensamiento de Saussure, muy afirmativo a propósito de la relación entre la lengua

y los sistemas de signos, es menos claro acerca de la relación entre la lingüística y la

semiología, ciencia de los sistemas de signos. El destino de la lingüística será vincularse a

la semiología, que a su vez formará una parte de la psicología social y, por consiguiente, de

la psicología general. Pero hay que esperar que la semiología, ciencia que estudia “la vida

de los signos en el seno de la vida social”, esté constituida para que averigüemos “en qué

consisten los signos y cuáles son las leyes que los gobiernan”. Saussure encomienda pues a

la ciencia futura la tarea de definir el signo mismo. Con todo, elabora para la lingüística el

instrumento de su semiología propia, el signo lingüístico: “Para nosotros... el problema

lingüístico es primordialmente semiológico, y en este hecho importante cobran

significación nuestros razonamientos.”14

Lo que vincula la lingüística a la semiología es el principio, puesto en el centro de la

lingüística, de que el signo lingüístico es “arbitrario”. De manera general, el objeto

principal de la semiología será “el conjunto de sistemas fundados en lo arbitrario del

11

C. L. G., pp. 33-34. 12

La noción y el término estaban ya en una nota manuscrita de Saussure publicada por R. Godel,

Sourcesmanuscrites, p. 46, y que data de 1894 (cf. p. 37). 13

C. L. G., p. 32. 14

C. L. G., pp. 34-35.

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signo”.15

En consecuencia, en el conjunto de los sistemas de expresión, la superioridad toca

a la lingüística:

Se puede, pues, decir, que los signos enteramente arbitrarios son los que

mejor realizan el ideal del procedimiento semiológico; por eso la lengua, el

más complejo y el más extendido de los sistemas de expresión, es también el

más característico de todos; en este sentido la lingüística, puede erigirse en el

modelo general de toda semiología, aunque la lengua no sea más que un

sistema particular.16

Así, sin dejar de formular netamente la idea de que la lingüística tiene una relación

necesaria con la semiología, Saussure se abstiene de definir la naturaleza de esta relación, de no

ser a través del principio de la “arbitrariedad del signo” que gobernaría el conjunto de los sistemas

de expresión y ante todo de la lengua. La semiología como ciencia de los signos no pasa de ser en

Saussure una visión prospectiva, que en sus rasgos más precisos es modelada según la lingüística.

En cuanto a los sistemas que, con la lengua, participan de la semiología, Saussure se

limita a citar de pasada algunos, sin siquiera agotar la lista, ya que no adelanta ningún

criterio delimitativo: la escritura, el alfabeto de los sordomudos, los ritos simbólicos, las

formas de cortesía, las señales militares, etc.17

Por otro lado, habla de considerar los ritos, las costumbres, etc., como signos.18

Volviendo a este gran problema en el punto en que Saussure lo dejó, desearíamos insistir

ante todo en la necesidad de un esfuerzo previo de clasificación, si se quiere promover el

análisis y afianzar los fundamentos de la semiología.

Nada diremos aquí de la escritura; reservamos para un examen particular ese

problema difícil. Los ritos simbólicos, las formas de cortesía, ¿son sistemas autónomos?

¿De veras es posible ponerlos en el mismo plano que la lengua? Sólo mantienen una

relación semiológica por mediación de un discurso el “mito” que acompaña al “rito”; el

“protocolo” que rige las formas de cortesía. Estos signos, para nacer y establecerse como

sistema, suponen la lengua, que los produce e interpreta. De modo que son de un orden

distinto, en una jerarquía por definir. Se entrevé ya que, no menos que los sistemas de

signos, las relaciones entre dichos sistemas constituirán el objeto de la semiología.

Es tiempo de abandonar las generalidades y de abordar por fin el problema central de

la semiología, el estatuto de la lengua entre los sistemas de signos. Nada podrá ser

asegurado en teoría mientras no se haya aclarado la noción y el valor del signo en los

conjuntos donde ya se le puede estudiar. Opinamos que este examen debe comenzar por los

sistemas no lingüísticos.

II

15

C. L. G., p. 100. 16

C. L. G., p. 101. 17

Antes, p. 51. 18

C. L. G., p. 35.

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El papel del signo es representar, ocupar el puesto de otra cosa, evocándola a título de

sustituto. Toda definición más precisa, que distinguiría en particular diversas variedades de

signos, supone una reflexión sobre el principio de una ciencia de los signos, de una

semiología, y un esfuerzo de elaborarla. La más mínima atención a nuestro

comportamiento, a las condiciones de la vida intelectual y social, de la vida de relación, de

los nexos de producción y de intercambio, nos muestra que utilizamos a la vez y a cada

instante varios sistemas de signos: primero los signos del lenguaje, que son aquellos cuya

adquisición empieza antes, al iniciarse la vida consciente; los signos de la escritura; los

“signos de cortesía”, de reconocimiento, de adhesión, en todas sus variedades y jerarquías;

los signos reguladores de los movimientos de vehículos; los “signos exteriores” que indican

condiciones sociales; los “signos monetarios”, valores e índices de la vida económica; los

signos de los cultos, ritos, creencias; los signos del arte en sus variedades (música,

imágenes; reproducciones plásticas) –en una palabra, y sin ir más allá de la verificación

empírica, está claro que nuestra vida entera está presa en redes de signos que nos

condicionan al punto de que no podría suprimirse una sola sin poner en peligro el equilibrio

de la sociedad y del individuo. Estos signos parecen engendrarse y multiplicarse en virtud

de una necesidad interna, que en apariencia responde también a una necesidad de nuestra

organización mental. Entre tantas y tan diversas maneras que tienen de configurarse los

signos, ¿qué principio introducir que ordene las relaciones y delimite los conjuntos?

El carácter común a todos los sistemas y el criterio de su pertenencia a la semiología

es su propiedad de significar o significancia, y su composición en unidades de

significancia o signos. Es cosa ahora de describir sus caracteres distintivos.

*…+

Dos sistemas pueden tener un mismo signo en común sin que resulte sinonimia ni

redundancia, o sea que la identidad sustancial de un signo no cuenta, sólo su diferencia

funcional. El rojo del sistema binario de señales de tránsito no tiene nada en común con el

rojo de la bandera tricolor, ni el blanco de ésta con el blanco del luto en China. El valor de

un signo se define solamente en el sistema que lo integra. No hay signo transistemático.

Los sistemas de signos ¿son entonces otros tantos mundos cerrados, sin que haya

entre ellos más que un nexo de coexistencia acaso fortuito? Formularemos una exigencia

metódica más. Es preciso que la relación planteada entre sistemas semióticos sea por su

parte de naturaleza semiótica. Sera determinada ante todo por la acción de un mismo medio

cultural, que de una manera o de otra produce y nutre todos los sistemas que le son propios.

He aquí otro nexo externo, que no implica necesariamente una relación de coherencia entre

los sistemas particulares. Hay otra condición: se trata de determinar si un sistema semiótico

dado puede ser interpretado por sí mismo o si necesita recibir su interpretación de otro

sistema. La relación semiótica entre sistema interpretante y sistema interpretado. Es la

que poseemos en gran escala entre los signos de la lengua y los de la sociedad: los signos

de la sociedad pueden ser íntegramente interpretados por los de la lengua, no a la inversa.

De suerte que la lengua será el interpretante de la sociedad.19

En pequeña escala podrá

considerarse el alfabeto gráfico como el interpretante del Morse o el Braille, en virtud de la

19

Este punto será desarrollado en otra parte.

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mayor extensión de su dominio de validez, y pese al hecho de que todos sean mutuamente

convertibles.

*…+

Es tiempo de enunciar las condiciones mínimas de una comparación entre sistemas de

órdenes diferentes. Todo sistema semiótico que descanse en signos tiene por fuerza que

incluir: 1) un repertorio finito de signos, 2) reglas de disposición que gobiernan sus

figuras, 3) independientemente de la naturaleza y del número de los discursos que el

sistema permita producir. Ninguna de las artes plásticas consideradas en su conjunto parece

reproducir semejante modelo. Cuando mucho pudiera encontrarse alguna aproximación en

la obra de tal o cual artista; entonces no se trataría de condiciones generales y constantes,

sino de una característica individual, lo cual una vez más nos alejaría de la lengua.

Se diría que la noción de unidad reside en el centro de la problemática que nos ocupa

y que ninguna teoría seria pudiera constituirse olvidando o esquivando la cuestión de la

unidad, pues todo sistema significante debe definirse por su modo de significación. De

modo que un sistema así debe designar las unidades que hace intervenir para producir el

“sentido” y especificar la naturaleza del “sentido” producido.

Se plantean entonces dos cuestiones:

1) ¿Pueden reducirse a unidades todos los sistemas semióticos?

2) Estas unidades, en los sistemas donde existen, ¿son signos? La unidad y el signo

deben ser tenidos por características distintas. El signo es necesariamente una unidad, pero

la unidad puede no ser un signo. Cuando menos de esto estamos seguros: la lengua está

hecha de unidades y esas unidades son signos. ¿Qué pasa con los demás sistemas

semiológicos?

Consideramos primero el funcionamiento de los sistemas llamados artísticos, los de la

imagen y del sonido, prescindiendo deliberadamente de su función estética. La “lengua”

musical consiste en combinaciones y sucesiones de sonidos, diversamente articulados; la

unidad elemental, el sonido, no es un signo; cada sonido es identificable en la estructura

escalar de la que depende, ninguno está provisto de significancia. He aquí el ejemplo típico

de unidades que no son signos, que no designan, por ser solamente los grados de una escala

cuya extensión es fijada arbitrariamente. Estamos ante un principio discriminador: los

sistemas fundados en unidades se reparten entre sistemas de unidades significantes y

sistemas de unidades no significantes. En la primera categoría pondremos la lengua; en la

segunda, la música.

En las artes de la figuración (pintura, dibujo, escultura) de imágenes fijas o móviles,

es la existencia misma de unidades lo que se torna tema de discusión. ¿De qué naturaleza

serían? Si se trata de colores, se reconoce que componen también una escala cuyos

peldaños principales están identificados por sus nombres. Son designados, no designan; no

remiten a nada, no sugieren nada de manera unívoca. El artista los escoge, los amalgama,

los dispone a su gusto en el lienzo, y es sólo en la composición donde se organizan y

adquieren, técnicamente hablando, una “significación”, por la selección y la disposición. El

artista crea así su propia semiótica: instituye sus oposiciones en rasgos que él mismo hace

significantes en su orden. De suerte que no recibe un repertorio de signos, reconocidos

tales, y tampoco establece ninguno. El color, un material, trae consigo una variedad

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ilimitada de matices que pasan uno a otro y ninguno de los cuales hallará equivalencia con

el “signo” lingüístico.

En cuanto a las artes de la figura, ya participan de otro nivel, el de la representación,

donde rasgo, color, movimiento, se combinan y entran en conjuntos gobernados por

necesidades propias. Son sistemas distintos, de gran complejidad, donde la definición del

signo no se precisará sino con el desenvolvimiento de una semiología todavía indecisa.

Las relaciones significantes del “lenguaje” artístico hay que descubrirlas dentro de

una composición. El arte no es nunca aquí más que una obra de arte particular, donde el

artista instaura libremente oposiciones y valores con los que juega con plena soberanía, sin

tener “respuesta” que esperar, ni contradicción que eliminar, sino solamente una visión que

expresar, según criterios, conscientes o no, de los que la composición entera da testimonio

y se convierte en manifestación.

O sea que se pueden distinguir los sistemas en que la significancia está impresa por el

autor en la obra y los sistemas donde la significancia es expresada por los elementos

primeros en estado aislado, independientemente de los enlaces que puedan contraer. En los

primeros, la significancia se desprende de las relaciones que organizan un mundo cerrado,

en los segundos, es inherente a los signos mismos. La significancia del arte no remite

nunca, pues, a una convención idénticamente heredada entre copartícipes.20

Cada vez hay

que descubrir sus términos, que son ilimitados en número, imprevisibles en naturaleza, y así

por reinventar en cada obra –en una palabra, ineptos para fijarse en una institución. La

significancia de la lengua, por el contrario, es la significancia misma, que funda la

posibilidad de todo intercambio y de toda comunicación, y desde ahí de toda cultura.

No deja de ser válido, pues, con algunas metáforas de por medio, asimilar la

ejecución de una composición musical a la producción de un enunciado de lengua; podrá

hablarse de un “discurso” musical, que se analiza en “frases” separadas por “pausas” o

“silencios”, señaladas por “motivos” reconocibles. También se podrá, en las artes de la

figuración, buscar los principios de una morfología y de una sintaxis.21

Cuando menos, una

20

Mieczyslaw Wallis, “Mediaeval Art as a Language”, Actes du 5eCongrés International d’Esthétique

(Amsterdam, 1964), p. 427, n.: “La notion de champsémantique et son application a la théorie de l’Art”,

Sciences de l'art, núm. especial (1966), pp. 3 ss., hace útiles observaciones acerca de los signos icónicos,

especialmente en el arte medieval: discierne en él un “vocabulario” y reglas de “sintaxis”. Es verdad que

puede reconocerse en la escultura medieval cierto repertorio icónico que corresponde a ciertos temas

religiosos, a ciertas enseñanzas teológicas o morales. Pero son mensajes convencionales, producidos en

una topología igualmente, convencional donde las figuras ocupan puestos simbólicos, conformes a

representaciones familiares. Por lo demás, las escenas figuradas son la trasposición icónica de relatos o

parábolas; reproducen una verbalización inicial. El verdadero problema semiológico, que no ha sido

planteado, que sepamos, sería el buscar cómo se efectúa esta trasposición de una enunciación verbal a

una representación icónica, cuáles son las correspondencias posibles entre un sistema y otro y en qué

medida esta confrontación podría ser perseguida hasta la determinación de correspondencias entre

signos distintos. 21

La posibilidad de extender las categorías semiológicas a las técnicas de la imagen, y particularmente al

cine, es debatida de manera instructiva por Chr. Metz, Essais sur la significationauCinéma (París, 1968),

pp. 66s, 84 ss., 95s. J. L. Scheffer, Scénographied’untubleau (París, 1969), inaugura una “lectura”

semiológica de la obra pintada y propone un análisis suyo análogo al de un “texto”. Estas indagaciones

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cosa es segura: ninguna semiología del sonido, del color, de la imagen, se formulará en

sonidos, en colores, en imágenes. Toda semiología de un sistema lingüístico tiene que

recurrir a la mediación de la lengua, y así no puede existir más que por la semiología de la

lengua y en ella. El que la lengua sea aquí instrumento y no objeto de análisis, no altera

nada de la situación, que gobierna todas las relaciones semióticas; la lengua es el

interpretante de todos los demás sistemas, lingüísticos y no lingüísticos.

[…]

La lengua nos ofrece el único modelo de un sistema que sea semiótico a la vez en su

estructura formal y en su funcionamiento:

1) Se manifiesta por la enunciación, que alude a una situación dada; hablar es siempre

hablar de.

2) Consiste formalmente en unidades distintas, cada una de las cuales es un signo.

3) Es producida y recibida en los mismos valores de referencia entre todos los

miembros de una comunidad.

4) Es la única actualización de la comunicación intersubjetiva.

Por estar razones, la lengua es la organización semiótica por excelencia. Da la idea de

lo que es una función de signo, y es la única que ofrece la fórmula ejemplar de ello. De ahí

procede que ella sola pueda conferir –y lo hace en efecto– a otros conjuntos la calidad de

sistemas significantes informándolos de la relación de signo. Hay pues un modelado

semiótico que la lengua ejerce y del que no se concibe que su principio resida en otra pacte

que no sea la lengua. La naturaleza de la lengua, su función representativa, su poder

dinámico, su papel en la vida de relación, hacen de ella la gran matriz semiótica, la

estructura, modeladora de la que las otras estructuras reproducen los rasgos y el modo de

acción.

¿A qué se debe esta propiedad? ¿Puede discernirse por qué la lengua es el

interpretante de todo sistema significante? ¿Es sencillamente por ser el sistema más común,

el que tiene el campo más vasto, la mayor frecuencia de empleo y –en la práctica– la mayor

eficacia? Muy a la inversa: esta situación privilegiada de la lengua en el orden pragmático

es una consecuencia, no una causa, de su preeminencia como sistema significante, y de esta

preeminencia puede dar razón un principio semiológico sólo. Lo descubriremos

adquiriendo conciencia del hecho de que la lengua significa de una manera específica y que

no es sino suya, de una manera que no reproduce ningún otro sistema. Esta investida de una

doble significancia. He aquí propiamente un modelo sin análogo. La lengua combina dos

modos distintos de significancia, que llamamos el modo semiótico por una parte, el modo

semántico por otra.

Lo semiótico designa el modo de significancia que es propio del signo lingüístico y

que lo constituye como unidad. Por medio del análisis pueden ser consideradas por

separado las dos caras del signo, pero por lo que hace a la significancia, unidad es y unidad

queda. La única cuestión que suscita un signo para ser reconocido es la de su existencia, y

ésta se decide con un sí o un no: árbol - canción - lavar - nervio - amarillo - sobre, y no

*ármol - *panción - *bavar - *nertio - *amafillo - *sibre. Más allá, es comparado para

muestran ya el despertar de una reflexión original sobre los campos y las categorías de la semiología no

lingüística.

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delimitarlo, sea con significantes parcialmente parecidos: casa : masa, o casa : cosa, o casa

: cara, sea con significados vecinos: casa : choza, o casa : vivienda. Todo el estudio

semiótico, en sentido estricto, consistirá en identificar las unidades, en describir las marcar

distintivas y en descubrir criterios cada vez más sutiles de la distintividad. De esta suerte

cada signo afirmará con creciente claridad su significancia propia en el seno de una

constelación o entre el conjunto de los signos. Tomado en sí mismo, el signo es pura

identidad para sí, pura alteridad para todo lo demás, base significante de la lengua, material

necesario de la enunciación. Existe cuando es reconocido como significante por el conjunto

de los miembros de la comunidad lingüística, y evoca para cada quien, a grandes rasgos, las

mismas asociaciones y las mismas oposiciones. Tal es el dominio y el criterio de la

semiótica.

Con lo semántico entramos en el modo específico de significancia que es engendrado

por el discurso. Los problemas que se plantean aquí son función de la lengua como

productora de mensajes. Ahora, el mensaje no se reduce a una sucesión de unidades por

identificar separadamente; no es una suma de signos la que produce el sentido, es, por el

contrario, el sentido, concebido globalmente, el que se realiza y se divide en “signos”

particulares, que son las palabras. En segundo lugar, lo semántico carga por necesidad

con el conjunto de los referentes, en tanto que lo semiótico está, por principio,

separado y es independiente de toda deferencia. El orden semántico se identifica con el

mundo de la enunciación y el universo del discurso.

El hecho de que se trata, por cierto, de dos órdenes distintos de nociones y de dos

universos conceptuales, es algo que se puede mostrar también mediante la diferencia en el

criterio de validez que requieren el uno y el otro. Lo semiótico (el signo) debe ser

reconocido; lo semántico (el discurso) debe ser comprendido. La diferencia entre

reconocer y comprender remite a dos facultades mentales distintas: la de percibir la

identidad entre lo anterior y lo actual, por una parte, y la de percibir la significación de un

enunciado nuevo, por otra. En las formas patológicas del lenguaje, es frecuente la

disociación de las dos facultades.

La lengua es el único sistema cuya significancia se articula, así, en dos dimensiones.

Los demás sistemas tienen una significancia unidimensional: o semiótica (gestos de

cortesía; mudrās), sin semántica; o semántica (expresiones artísticas), sin semiótica. El

privilegio de la lengua es portar al mismo tiempo la significancia de los signos y la

significancia de la enunciación. De ahí proviene su poder mayor, el de crear un nuevo nivel

de enunciación, donde se vuelve posible decir cosas significantes acerca de la significancia.

Es en esta facultad metalingüística donde encontramos el origen de la relación de

interpretancia merced a la cual la lengua engloba los otros sistemas.

Cuando Saussure definió la lengua como sistema de signos, echó el fundamento de la

semiología lingüística. Pero vemos ahora que, si el signo corresponde en efecto a las

unidades significantes de la lengua, no puede erigírselo en principio único de la lengua en

su funcionamiento discursivo. Saussure no ignoró la frase, pero es patente que le creaba una

grave dificultad y la remitió al “habla”,22

lo cual no resuelve nada; es cosa precisamente de

22

Cf. C. L. G., pp. 148, 172, y las observaciones dc R. Godel, CurrentTrends in Linguistics, III, Theoretícal

Foundatíons, 1966, pp. 490ss.

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saber si es posible pasar del signo al “habla”, y cómo. En realidad, el mundo del signo es

cerrado. Del signo a la frase no hay transición ni por sintagmación ni de otra manera. Los

separa un hiato. Hay pues que admitir que la lengua comprende dos dominios distintos,

cada uno de los cuales requiere su propio aparato conceptual. Para el que llamamos

semiótico, la teoría saussureana del signo lingüístico servirá de base para la investigación.

El dominio semántico, en cambio, debe ser reconocido como separado. Tendrá necesidad

de un aparato nuevo de conceptos y definiciones.

La semiología de la lengua ha sido atascada, paradójicamente, por el instrumento

mismo que la creó: el signo. No podía apartarse la idea del signo lingüístico sin suprimir el

carácter más importante de la lengua; tampoco se podía extenderla al discurso entero sin

contradecir su definición como unidad mínima.

En conclusión, hay que superar la noción saussureana del signo como principio único,

del que dependerían a la vez la estructura y el funcionamiento de la lengua. Dicha

superación se logrará por dos caminos:

En el análisis intralingüístico, abriendo una nueva dimensión de significancia, la del

discurso, que llamamos semántica, en adelante distinta de la que está ligada al signo, y que

será semiótica.

En el análisis translingüístico de los textos, de las obras, merced a la elaboración de

una metasemántica que será construida sobre la semántica de la enunciación.

Sera una semiología de “segunda generación”, cuyos instrumentos y método podrán

concurrir asimismo al desenvolvimiento de las otras ramas de la semiología general.

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Materiales para el análisis Lecturas complementarias

Los siguientes textos abordan temas como el cine, la indumentaria, la realidad virtual o la

pintura desde perspectivas diversas. Las preguntas que figuran a continuación de cada texto le

proponen el desafío de pensar el modo en que algunos de sus planteos podrían ser interpretados

desde la perspectiva estructuralista de Ferdinand de Saussure y desde el abordaje de Peirce de los

signos.

Texto 1. Sexe, Néstor (2007): Casos de comunicación y cosas de diseño, Buenos Aires, Paidós, pp.49-51 (adaptación)

Objetos modernos El traje y el jean son objetos-pretextos para señalar dos aspectos de la modernidad.

Con frecuencia se define la modernidad como un conjunto de valores, entre los cuales

se citan la secularización de la sociedad (pérdida de influencia de las confesiones religiosas

y sus instituciones), las formas de poder republicano y la racionalidad administrativa. La

modernidad ubica al hombre en el centro de la escena y le asigna dos virtudes: la razón y la

voluntad.

Caracterizaremos al traje como un indumento moderno. El traje es moderno porque

representa, como veremos, cierto conjunto de valores que corresponden a esta etapa.

La modernidad también cree y apuesta al progreso. La expectativa de cambio, la

percepción dinámica de la secuencia espacio-temporal, la búsqueda de una actualización

permanente son rasgos que la caracterizan. El jean con su dinámica de fabricación y de uso

es otro objeto que representa los valores de la modernidad.

El traje moderno

Cierta perspectiva de análisis de la modernidad contempla la tendencia cultural hacia

la secularización: el quiebre de la ley de Dios como único recurso de legitimidad y, por

consiguiente, la construcción de una mediación cultural reglamentada. De este modo, la

administración se articula entre leyes y base social productora. Esta organización da lugar a

la burocracia y, concretamente, a la subjetividad que se condensa en la noción de

ciudadano. En ese contexto, el traje moderno fue el indumento del personal administrativo

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de las fábricas, de los profesionales liberales, de los oficinistas de la banca y de los

profesores que transmitían la nueva “razón”.

A partir del siglo XIX y principios del XX se alarga el pantalón y se estandarizan las

medidas tal como las conocemos en la actualidad. La tradición de la moda inglesa, mucho

más clásica, consiste en mantener las hechuras desde hace décadas, mientras que los

franceses y, sobre todo, los italianos van imponiendo nuevas formas. Los trajes más

elegantes eran (y son) los de colores como el negro, la gama del gris oscuro y azul marino o

noche. Se utilizaban lanas de gran pesaje, con tejidos muy tupidos, que se fueron

reemplazando por una diversa oferta de telas más livianas (como el lino y mezclas de fibras

poliéster-algodón y poliéster- viscosa).

El traje moderno se construyó como un dispositivo del hombre burocrático, un

indumento ordenador que guardaba cierta lógica de distribución de bolsillos. Podemos

enumerar tres bolsillos exteriores y tres interiores del saco, de cuatro a seis en el pantalón y

dos en el chaleco. Se diseñaban entre doce y quince bolsillos - según el modelo-, cuyo uso

se justificaba como los “lugares” para lapiceras, llaves, monedas, pañuelos, cigarrillos,

reloj, etc. Los bolsillos llevan los instrumentos y dan una idea de la actividad del

ciudadano. El uso del traje supone cierta razón instrumental, que opera según un repertorio

de maniobras análogas a las del pescador con su chaleco especial: llevar la mano al bolsillo

es una acción “espontánea” hacia la utilización de su contenido. Por ejemplo, veces el ícono

representativo de caballeros en un baño público muestra a un hombre con la mano en el

bolsillo de su pantalón, y esta pose nunca fue interpretada como desgano.

El hombre de la producción también tiene su traje. Consiste en un conjunto de

pantalón, camisa y campera corta de algodón. En telas cerradas y resistentes, la ropa de

trabajo mantuvo sus formas y sus colores beige, azul aviación y verde oliva, que son

tradicionales. Estos colores fueron siempre el signo de distinción de los rangos jerárquicos

(capataces, técnicos, encargados) según los códigos internos de cada empresa. Por su parte,

el obrero moderno utiliza el overol (overall: cubre todo): otro dispositivo de bolsillos para

otras herramientas modernas.

El traje es una representación de usos y valores de la modernidad. Pero, como puede

verse, durante más de cien años el traje masculino no ha cambiado mucho. La dinámica de

cambio solo se puso de manifiesto en el reemplazo de la sastrería personal “a medida” por

la confección en serie.

El traje resiste, tal como lo moderno persiste en la palabra posmodernidad.

1) Analice la información paratextual para contextualizar el texto (autor, obra, fecha y

lugar de publicación, título del fragmento, subtítulos, etc.). Caracterice a partir de

esos datos y de la información que pueda obtener de la web la perspectiva desde la

que aborda su objeto de estudio el texto leído.

2) Tomando en cuenta el texto leído, caracterice el traje como ícono, como índice y

como signo, de acuerdo con la perspectiva de Peirce.

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3) Tomando en cuenta la noción de sistema de la perspectiva estructuralista,

caracterice las relaciones entre el traje y la ropa de trabajo descriptos en el texto

leído.

4) Sexe afirma: “La modernidad también cree y apuesta al progreso. La expectativa de

cambio, la percepción dinámica de la secuencia espacio-temporal, la búsqueda de

una actualización permanente son rasgos que la caracterizan. El jean con su

dinámica de fabricación y de uso es otro objeto que representa los valores de la

modernidad.”. Desde su punto de vista, ¿qué rasgos del jean podrían fundamentar

la afirmación de Sexe?

Texto 2. Román Gubern (1996): Del bisonte a la realidad virtual. La escena y el laberinto, Barcelona, Anagrama, pp. 23-25

Iconismo en debate El debate más prolongado y profundo acerca de la naturaleza de la imagen icónica se

ha centrado en dilucidar si se trata de una representación motivada , nacida de una voluntad

imitativa o analógica que pretende copiar las apariencias ópticas del mundo visible o, por el

contrario, si se trata de una representación enteramente arbitraria, producto de una

convención social según la cual, en palabras de Nelson Goodman, “cualquier cosa puede

representar cualquier cosa” , como ocurre con los signos del lenguaje verbal. El más ilustre

opositor de las tesis convencionalistas de Goodman ha sido el historiador del arte E.H.

Gombrich, cuyas teorías nos parecen más razonables y convincentes. Gombrich nunca ha

negado que las representaciones icónicas estén formalizadas con convenciones propias de

cada cultura, de cada época, de cada género y de cada escuela, pero de su estudio perspicaz

de la historia del arte (estudio que Goodman ignora olímpicamente) y de la observación del

comportamiento de los animales, deduce que la iconicidad no es una pura arbitrariedad

social.

Especialmente interesantes resultas las investigaciones de los etólogos acerca de la

percepción animal, sobre todo las realizadas con señuelos (simulacros visuales de

animales), como las efectuadas por Niko Tinbergen. En efecto, los animales reaccionan

ante simulacros icónicos adecuados (la imagen de la madre, de la pareja sexual, o del

enemigo) y algunos posen eficaces mecanismos de camuflaje para engañar a sus

depredadores con sus cambios de imagen, simulando una roca o una rama y corroborando

que la iconicidad no es una convención humana arbitraria y artificial.

Los señuelos utilizados por los cazadores ,tanto como algunos espantapájaros

campesinos, confirman esta realidad de la naturaleza, que se ha sometido a prueba

experimental por parte de los etólogos, utilizando representaciones visuales

progresivamente abstractas o simplificadas de estímulos desencadenantes para cada

especie, a fin de establecer, a través de sus reacciones o ausencia de ellas, los umbrales de

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similitud o de iconicidad funcional para cada especie, más allá de los cuales el estímulo

visual deja de activar el instinto del individuo por haber perdido su propiedad icónica para

él.

Cuando postulamos que la imagen es una convención motivada (o una convención no

enteramente arbitraria), afirmamos que los significados son universales, pero no así las

convenciones, por lo que son significados los que motivan las convenciones y no al revés.

Es menester afirmar, por lo tanto, que la imagen icónica es una convención plástica

motivada (es decir, una convención plástica no arbitraria), que combina en diferente grado

el principio del isomorfismo perceptivo y ciertas aportaciones simbólicas del tipo

intelectual propias de cada cultura, que plasman propiedades de los sujetos representados.

1. Analice la información paratextual para contextualizar el texto (autor, obra, fecha y

lugar de publicación, título del fragmento, etc). Caracterice a partir de esos datos y

de la información que pueda obtener de la web la perspectiva desde la que aborda

su objeto de estudio el texto leído.

2. ¿Cuál de las posiciones enfrentadas en el debate en torno del iconismo podría

tomar el pensamiento de Peirce sobre el ícono para fundamentar su punto de vista?

Proponga un argumento en favor de esa posición a partir de su lectura de Peirce.

Texto 3. Román Gubern (1996): Del bisonte a la realidad virtual. La escena y el laberinto, Barcelona: Anagrama

Frente a la escena La progresiva difusión de la tecnología de la realidad virtual, irradiada desde los

centros de investigación informática de las sociedades posindustriales, ha coincidido con

una creciente colonización del imaginario mundial por parte de las culturas transnacionales

hegemónicas, que presionan para imponer una uniformización estética e ideológica

planetaria. La rápida difusión manos de laboratorios universitarios, gabinetes militares,

industrias del entretenimiento y del espectáculo y talleres de cyberartistas, está iluminando

con nueva luz, inesperadamente, el sentido y la evolución de las imágenes a lo largo de la

historia occidental, movida por su aspiración hacia el ilusionismo referencial más perfecto

posible. La difusión generalizada de la realidad virtual podrá hacer que percibamos en el

futuro nuestras representaciones icónicas tradicionales- desde la pintura al fresco hasta la

televisión- como imperfectos y poco satisfactorios artificios planos, tal como hoy suelen

percibirse generalmente las pinturas de la era preperspectivista.

A la luz de esta evolución, se detecta sin mucho esfuerzo que la producción de

imágenes en Occidente ha estado dominada por una doble y divergente preocupación

intelectual. Por una parte, por la voluntad de perfeccionamiento cada vez mayor de su

función mimética, por la exaltación de la capacidad ostensiva de la imagen como copia

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fidelísima de las apariencias ópticas del mundo visible, en una ambición que culmina en el

hiperrealismo de la realidad virtual. Esta ambición ha sido la del engaño a los sentidos y a

la inteligencia, como ya avanzó Platón, pues quiere hacer creer al observador colocado ante

la imagen que está en realidad ante su referente y no ante su copia.

Pero en contraste con esta función de la imagen como doble ostensivo, como

simulacro y como imitación realista , nos encontramos también con otra tradición no

extinguida de la imagen críptica , como símbolo intelectual y como laberinto, una tradición

hermética cultivada por el simbolismo del arte paleocristiano, por los alquimistas, por las

sociedades secretas y por los códigos pictográficos de muchos profesionales actuales

(arquitectos, ingenieros , geólogos , meteorólogos , etc.) que constituyen verdaderos

sociolectos icónicos cerrados de estas nuevas hermandades profesionales que han

reemplazado, en parte a las sociedades secretas de antaño.

De manera que frente a la transparencia ostensiva e isomórfica de la imagen-escena

en la cultura de masas, se abriría un inmenso territorio ocupado por la imagen-laberinto, por

aquella que no dice lo que muestra o lo que aparenta, pues ha nacido de una voluntad de

ocultación, de conceptualidad o de criptosimbolismo. Y la hemos llamado imagen-laberinto

porque, a diferencia de la explicitud sensorial y simbólica de la escena, el laberinto (del

griego y del latín, laberinthus) es definido por el diccionario como “construcción llena de

rodeos y encrucijadas, donde era muy difícil orientarse”.

Para entender esta evolución resulta útil recordar la leyenda, recogida por Plinio el

Viejo en su Historia natural, acerca del invento del arte de la pintura. Según esta leyenda

fundacional, una doncella de Corinto trazó sobre una pared la silueta del rostro de su

amado, proyectada como sombra, para gozar de la ilusión de su presencia durante su

ausencia (este episodio, de fuerte impregnación mágica, sería inmortalizado por el pintor

David Allan en su lienzo The Originof Paintingen 1775). No habrá de extrañar, por tanto,

que algunas lenguas antiguas, como el latín, utilicen la misma palabra (imago) para

designar la imagen, la sombra y el alma. Ni que en griego Eidos signifique a la vez idea

(como proyecto o modelo) y apariencia (como imagen u objeto), convertida en el origen

etimológico del ídolo, idolatría, idolomanía y de las imágenes eidéticas. Y del gesto

fundacional de la doncella de Corinto derivaría la práctica de pintar lo ausente mediante su

imagen virtual, ya sea su reflejo (la imagen de los reyes en el espejo de Las Meninas de

Velázquez), o su sombra (en el primer término del lienzo Coming Events, de William

Collins, de 1833). […]

El psicoanálisis se ha extendido acerca de la pulsión escópica, acerca de ese

irresistible apetito de ver que es tan característico de la inteligencia humana y que, como

toda fuerza biológica, sería contemplado con sospecha por todos los rigorismos religiosos,

como ejemplariza el castigo bíblico infligido a la mujer de Lot. Leonardo Da Vinci, que

tanto nos ha ayudado a entender la visión humana , expresó antes que Freud la naturaleza

de esta pulsión, al relatar su sueño entrando en una cueva oscura “al cabo de un momento-

escribe Leonardo- , dos sentimientos me invadieron: miedo y deseo , miedo de la gruta

oscura y amenazadora, deseo de ver si no contiene alguna maravilla extraordinaria” Este

natural apetito de ver, que cuando se ha convertido en excluyente ha dado origen a la

patología del voyerismo, mironismo, escopofilia, escopolangia o mixoscopia, ha sido a

veces hiperbolizado poéticamente por algunos artistas , con claras connotaciones mágicas,

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como hace Goddard con sus protagonistas de Les Carabiniers, quienes acumulan fotos,

grabados y postales de todos los lugares del mundo para poseerlos vicariamente, en un acto

que confunde su glotonería óptica y su deseo de posesividad de todas las bellezas del

mundo. Mientras en la novela El Crimen del señor E. Karma, de Abe Kobe, un hombre

absorbe con su mirada un paisaje representado en una fotografía. En estos ejemplos nos

hallamos, en realidad, ante casos extremos de iconomanía, iconofilia o idolomanía, pues se

trata de imágenes representadas sobre un soporte.

Pero el apetito visual humano posee todavía un grado más elevado de formalización

cognitiva, manifestada en la que podríamos denominar pulsión icónica, que hace que

veamos formas figurativas en los perfiles aleatorios de las nubes, en los puntos luminosos

de las constelaciones o en las manchas de las paredes. Confirmando esta conducta, la

autoridad de Plinio el Viejo nos explica, de nuevo, que el rey Pirro poseía una piedra ágata

en cuyos meandros aparecía sin que hubiera intervenido ningún artificio humano, Apolo

con una cítara y las nueve musas con sus atributos. La pulsión icónica revela la tendencia

natural del hombre a imponer orden y sentido a sus percepciones mediante proyecciones

imaginarias, si bien tales orden y sentido aparecen ampliamente diversificados según el

grupo cultural al que pertenezca el sujeto preceptor y según la historia personal que se halla

tras cada mirada. Basta con inventariar todas las interpretaciones icónicas que ha recibido el

conjunto sideral que nosotros identificamos como Osa Mayor (pero que en otras épocas o

culturas ha sido el Carro del rey Arturo, la Pata Delantera para los egipcios o el Jabalí para

los sirios). O analizar el aprovechamiento por el artista rupestre primitivo de las formas

naturales en las paredes de las cuevas del paleolítico superior para construir la imagen de

un bisonte o un jabalí.Mientras que la litolatría, focalizada a veces hacia la adoración de

piedras de origen metorítico como enviadas por la divinidad, invitaba a generar a partir de

sus formas arbitrarias percepciones icónicas sacras en sus fieles adoradores. Y el propio

Leonardo observaría que cuando se arroja un trapo embebido de pintura contra una pared,

se forma en ella una mancha en la que puede descubrirse un hermoso paisaje. La pulsión

icónica surge de la necesidad de otorgar sentido a lo informe, de dotar de orden al desorden

y de semantizar los campos perceptivos aleatorios, imponiéndoles un sentido figurativo. La

aplicación clínica más conocida de este principio psicológico en la actualidad lo constituye

el test proyectivo Rorschach, utilizado para el diagnóstico psicopatológico. Pero varios

siglos antes de que Hermann Rorschach desarollara en Zurich su famoso test, esta

imperiosa facultad proyectiva era ya bien conocida por quienes, en el lejano Kyoto,

erigieron el Templo de los Mil Budas (Sanjugasendo), en el que el visitante es invitado a

reconocer entre las mil estatuas su doble búdico y a identificarse con él, operación que sólo

puede efectuarse con un ejercicio proyectivo muy refinado.

1. ¿Qué tipo de signos considera el texto “Frente a la escena”? ¿Desde qué punto de

vista los analiza?

2. ¿Qué diferencias se registran entre la “imagen mimética” y la “imagen laberinto”?

Si consideramos a las imágenes como signos, en el sentido de Peirce, ¿cuáles serían las

relaciones entre el representamen y el objeto dinámico en cada caso?

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3.¿Qué funciones cognitivas le atribuye el autor a lo que denomina la “pulsión

icónica”?

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Trabajos prácticos 1. Ferdinand de Saussure y el estructuralismo

Lea el texto que sigue y responda las preguntas que figuran a continuación.

La lengua; su definición

¿Cuál es el objeto a la vez íntegro y concreto de la lingüística?

La cuestión es particularmente difícil; más tarde veremos por qué; limitémonos ahora

a hacer comprender esta dificultad.

Otras ciencias operan sobre objetos dados de antemano y que pueden considerarse

luego desde diferentes puntos de vista; en nuestro campo no ocurre eso. Alguien pronuncia

la palabra francesa nu: un observador superficial estaría tentado a ver en ella un objeto

lingüístico concreto, pero un examen más atento hará ver sucesivamente tres o cuatro cosas

completamente diferentes, según la manera en que se la considere: como sonido, como

expresión de una idea, como correspondiente del latín nüdum, etc. Lejos de preceder el

objeto al punto de vista, se diría que es el punto de vista quien crea el objeto, y además

nada nos dice de antemano que una de esas maneras de considerar el hecho en cuestión es

anterior o superior a las otras.

Por otro lado, cualquiera que sea la que se adopte, el fenómeno lingüístico presenta

perpetuamente dos caras que se corresponden; además, cada una de ellas sólo vale gracias a

la otra. Por ejemplo:

1°. Las sílabas que se articulan son impresiones acústicas percibidas por el oído, pero

los sonidos no existirían sin los órganos vocales; así, una no existe más que por la

correspondencia de esos dos aspectos. Por tanto, no se puede reducir la lengua al sonido, ni

separar el sonido de la articulación bucal; y a la recíproca, no se pueden definir los

movimientos de los órganos vocales si se hace abstracción de la impresión acústica.

2°. Admitamos, sin embargo, que el sonido sea una cosa simple: ¿es él quien hace el

lenguaje? No, no es más que el instrumento del pensamiento y no existe por sí mismo.

Surge ahí una nueva y temible correspondencia: el sonido, unidad compleja acústico-vocal,

forma a su vez con la idea una unidad compleja, fisiológica y mental. Y esto no es todo

aún.

3°. El lenguaje tiene un lado individual y un lado social, y no puede concebirse uno

sin el otro. Además:

4°. En cada instante implica a la vez un sistema establecido y una evolución; en cada

momento, es una institución actual y un producto del pasado. A primera vista parece muy

sencillo distinguir entre este sistema y su historia, entre lo que es y lo que ha sido; en

realidad, la relación que une esas dos cosas es tan estrecha que cuesta mucho separarlas.

¿Sería más sencilla la cuestión si consideráramos el fenómeno lingüístico en sus

orígenes, si, por ejemplo, se comenzara estudiando el lenguaje de los niños? No, porque es

una idea completamente falsa creer que en materia de lenguaje el problema de los orígenes

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difiere del problema de las condiciones permanentes; no hay manera, pues, de salir del

círculo.

Así, sea el que fuere el lado desde el que se aborda la cuestión, en ninguna parte se

ofrece a nosotros el objeto íntegro de la lingüística; por todas partes volvemos a encontrar

este dilema: o bien nos aplicamos a un solo lado de cada problema, y entonces corremos el

riesgo de no percibir las dualidades señaladas más arriba, o bien, si estudiamos el lenguaje

por varios lados a la vez, el objeto de la lingüística se nos aparece como un amasijo confuso

de cosas heteróclitas sin vínculo entre sí.

Procediendo de este modo se abre la puerta a varias ciencias -psicología,

antropología, gramática normativa, filología, etc.-, que nosotros separamos netamente de la

lingüística, pero que, aprovechando un método incorrecto, podrían reivindicar el lenguaje

como uno de sus objetos.

A nuestro parecer no hay más que una solución a todas estas dificultades: hay que

situarse desde el primer momento en el terreno de la lengua y tomarla por norma de todas

las demás manifestaciones del lenguaje. En efecto, entre tantas dualidades sólo la lengua

parece ser susceptible de una definición autónoma y proporciona un punto de apoyo

satisfactorio para el espíritu.

Pero, ¿qué es la lengua? Para nosotros, no se confunde con el lenguaje; no es más que

una parte determinada de él, cierto que esencial.

Es a la vez un producto social de la facultad del lenguaje y un conjunto de

convenciones necesarias, adoptadas por el cuerpo social para permitir el ejercicio de esta

facultad en los individuos.

Tomado en su totalidad, el lenguaje es multiforme y heteróclito; a caballo de varios

dominios, a la vez físico, fisiológico y psíquico, pertenece además al ámbito individual y al

ámbito social; no se deja clasificar en ninguna categoría de los hechos humanos, porque no

se sabe cómo sacar su unidad.

F. de Saussure (1916). Curso de lingüística general, Capítulo III “El

objeto de la lingüística”, España, Planeta Agostini, 1994, pp. 33-36.

1. ¿Cuál es la obra a la que pertenece el fragmento leído? ¿Tiene alguna información sobre

esa obra y sobre su autor? A partir de la lectura del texto y de la información sobre la obra,

determine:

a. ¿Es una obra en la que el autor desarrolla un punto de vista propio sobre un tema o

explica las perspectivas que otros han desarrollado?

b. ¿Es un texto teórico en el que se proponen nuevos conceptos para abordar un problema o

es un texto de análisis de casos particulares a partir de teorías ya desarrolladas?

c. Al final del fragmento se ofrece la referencia bibliográfica de la obra: ¿qué información

aporta?

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2. ¿Cuál es el tema general que se trata en el texto? ¿El título del fragmento se relaciona

con el tema general que aborda? Explique esa relación.

3. ¿Qué problema relativo a la lingüística como disciplina científica plantea de Saussure en

este texto?

4. ¿Qué noción propone para resolver el problema identificado?

5. En el fragmento leído se emplean formas verbales y pronombres de primera persona del

plural. Determine en los siguientes casos, cuándo ese uso remite al enunciador y al

enunciatario (yo + usted) y cuándo remite al enunciador en tanto miembro de la comunidad

científica. Justifique su respuesta.

6. Observe el uso de bastardillas y explique las funciones que desempeña esa marca gráfica

en cada caso.

7. En la primera parte del texto se concluye: “Lejos de preceder el objeto al punto de vista,

se diría que es el punto de vista quien crea el objeto, y además nada nos dice de antemano

que una de esas maneras de considerar el hecho en cuestión es anterior o superior a las

otras.” ¿Cómo se fundamenta esta conclusión en el texto?

8. En el texto se afirma: “el fenómeno lingüístico presenta perpetuamente dos caras que se

corresponden”. ¿Cómo se justifica esa afirmación?

9. Defina, de acuerdo con el planteo de Ferdinand de Saussure, la noción de “lengua”.

10. Lea los siguientes fragmentos del Curso de Lingüística General y amplíe la definición

anterior de “lengua”:

Recapitulemos los caracteres de la lengua: 1° Es un objeto bien definido en el

conjunto heteróclito de los hechos de lenguaje. Se la puede localizar en la

porción determinada del circuito donde una imagen acústica viene a asociarse

con un concepto. La lengua es la parte social del lenguaje, exterior al individuo,

que por sí solo no puede ni crearla ni modificarla; no existe más que en virtud

de una especie de contrato establecido entre los miembros de la comunidad. Por

otra parte, el individuo tiene necesidad de un aprendizaje para conocer su

funcionamiento; el niño se la va asimilando poco a poco. Hasta tal punto es la

lengua una cosa distinta, que un hombre privado del uso del habla conserva la

lengua con tal que comprenda los signos vocales que oye. 2° La lengua, distinta

del habla, es un objeto que se puede estudiar separadamente. Ya no hablamos

las lenguas muertas, pero podemos muy bien asimilarnos su organismo

lingüístico. La ciencia de la lengua no sólo puede prescindir de otros elementos

del lenguaje, sino que sólo es posible a condición de que esos otros elementos

no se inmiscuyan. 3° Mientras que el lenguaje es heterogéneo, la lengua así

delimitada es de naturaleza homogénea: es un sistema de signos en el que sólo

es esencial la unión del sentido y de la imagen acústica, y donde las dos partes

del signo son igualmente psíquicas. (…)

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La lengua es un sistema en donde todos los términos son solidarios y donde el

valor de cada uno no resulta más que de la presencia simultánea de los otros.

(…)

Dentro de una misma lengua, todas las palabras que expresan ideas vecinas se

limitan recíprocamente: sinónimos como recelar, temer, tener miedo, no tienen

valor propio más que por su oposición; si recelar no existiera, todo su contenido

iría a sus concurrentes. (…)

El valor de los signos es puramente diferencial, definido no positivamente por

su contenido, sino negativamente por sus relaciones con los otros términos del

sistema. Su más exacta característica es la de ser lo que los otros no son.

11. ¿Conoce cuáles son los rasgos característicos del estructuralismo? ¿Reconoce en el

texto de de Saussure algunos de ellos? ¿Cuáles? Enumérelos. Puede revisar algunos de los

rasgos del estructuralismo en el siguiente fragmento:

Sabemos que la palabra estructura deriva del latín structura, derivado del verbo

struere, “construir”. Tiene, pues, inicialmente un sentido arquitectónico;

designa “la manera en la que está construido un edificio”. Pero desde el siglo

XVII su uso se fue ampliando cada vez más en una doble dirección: hacia el

hombre, cuyo cuerpo puede ser comparado con una construcción (coordinación

de los órganos, por ejemplo), y hacia sus obras, en particular, su lengua

(coordinación de las palabras en el discurso, composición del poema).

L. Bernot observa que, desde sus comienzos, “el término designa a la vez: a) un

conjunto, b) las partes de ese conjunto, c) las relaciones de esas partes entre sí”,

lo cual explica por qué ha seducido tan fácilmente a los “anatomistas” y a los

“gramáticos” y, a partir de ellos, en el curso del siglo XIX, a “todos aquellos

que se interesaban por las „ciencias exactas‟, las ciencias de la naturaleza y las

del hombre”. [...]

La noción de estructura podría, entonces, definirse así:

1. Sistema-ligado, de modo tal que el cambio producido en un elemento

provoca un cambio en los otros elementos.

2. El sistema (es lo que lo distingue) está “latente” en los objetos que lo

componen–de allí la expresión “modelo” empleada por los estructuralistas– y es

justamente porque se trata de un modelo que permite la predicción y hace

inteligibles los hechos observados.

3. El concepto de estructura aparece como un concepto “sincrónico”. Sobre

todo si se remiten los distintos tipos de estructuras a estructuras mentales (o

incluso a estructuras culturales como “conciencias colectivas”).

Bastide, R., Lévi-Strauss, C., Lagache, D., Lefebvre, H. y otros,

Sentidos y usos del término estructura en las ciencias del hombre,

Buenos Aires, Paidós, 1978, pp. 10 y 14. Adaptación.

12. Exponga en un escrito para la comunidad académica (de alrededor de una carilla) el

planteo central del texto leído. Incluya en su exposición un marco en el que ubique al autor,

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la obra y la corriente teórica en la que este se inscribe. Destaque el problema que el autor se

plantea en este texto y la respuesta a la que arriba.

2. Los signos desde la perspectiva de Charles Peirce

2.1. Relacione los textos que ha leído sobre Perice y la carta a Lady Welvy con el siguiente

fragmento de La ciencia de la Semiótica de Peirce.

Los signos y sus objetos

La palabra Signo será usada para denotar un Objeto perceptible, o solamente

imaginable, o aun inimaginable en un cierto sentido. […]. Para que algo sea un

Signo, debe "representar", como solemos decir, a otra cosa, llamada su Objeto,

aunque la condición de que el Signo debe ser distinto de su Objeto es, tal vez,

arbitraria, porque, si extremamos la insistencia en ella, podríamos hacer por lo

menos una excepción en el caso de un Signo que es parte de un Signo. […] Un

Signo puede tener más de un Objeto. […] Pero puede considerarse que el

conjunto de Objetos constituye un único Objeto complejo. En lo sucesivo, y a

menudo en otros futuros textos, los Signos serán tratados como si cada uno

tuviera únicamente un solo Objeto, a fin de disminuir las dificultades del

estudio.

2.2. Indique en qué parte del fragmento leído incorporaría los siguientes ejemplos:

A: Una cruz puede remir a la crucifcción histórica, a la religión….

B: Una imagen de una sirena o de un monstruo de mil cabezas

C.: Un cuadro dentro de un cuadro

2.3. Proponga una interpretación del siguiente texto tomando en cuenta las lecturas

realizadas sobre la semitótica de Peirce y su concepción de los signos.

Las ciudades y los signos

“Nadie sabe mejor que tú, sabio Kublai, que no se debe

confundir nunca la ciudad con las palabras que la describen.”

Al llegar a Lòhjos, la ciudad escrita, el viajero ha atravesado un océano seco

con restos fósiles de especies de moluscos y edificios confeccionados en roca

volcánica, algunos con formas de bivalvos, lo que ha generado la hipótesis

descabellada de que la ciudad, en sus bosquejos, era submarina e inverosímil.

Por calles, se detiene a contemplar suburbios bajos y mercados de trueque en

plazas que contrastan con la aridez y las expectativas. El viajero ha maquinado

en el desierto marino la fantasía de que una ciudad escrita había de ser un

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artificio que sólo podía ser leído. La ansiedad por arribar le engendra

finalmente la idea de que la ciudad, a ciencia real, es un texto. La comprobación

de todos sus miedos puede acarrear, ya en Lòhjos, una certeza más apabullante:

la ciudad no difiere de cualquier otra.

Su período fundacional se estipula en una serie de relatos míticos que se

incrustan crudamente en el inframundo pobre y estéril que habitaron las

primeras familias, como una metáfora de la cruda metonimia que supone.

Historias de peregrinos nómades, y un minotauro salvaje que corría libre por la

salina. Cuentan que una mujer alada los guió hasta arenas seguras que hacían

prever sentidos ajenos al paisaje. Cuentan que los primeros años fueron arduos,

que una tormenta de arena y piedras destruyó el poblado y mató a los más

ancianos y hubo que reescribir casi todo. Cuentan que hay, en un valle fértil de

ríos cristalinos, una ciudad idéntica y original, de la que Lòhjos es impúdica

copia. Pero hay quien se jacta de que Lòhjos, sólo por eso, es por mucho

superior.

La ciudad, en rigor, posee una entidad dual: a la ciudad con sus cimientos y

construcciones y calles y negocios y parques y casas y ciudadanos, le acontecen

la materialidad de una ciudad hipotética que el viajero, sin saberlo, trae consigo,

y que contrasta con las partes de la Lòhjos real. El resultado es una tercera

Lòhjos, la única visible, y cuyo registro es tan misterioso como beligerante: por

sus calles, los elementos de una y de otra persisten en constante tensión y

disputa de matices. Así, con cada viajero, la Lòhjos invisible e idéntica para

todos deviene en ciudades cuyas características se pierden en interpretaciones,

valoraciones, malentendidos y supuestos. Los oriundos se quejan de que, con

cada oleada turística, se hallan en situación embarazosa de compartir un mismo

espacio (y hasta un mismo cuerpo) con seres desiguales que actúan de modo

similar, piensan casi igual y, con el tiempo, suelen acentuar sus diferencias.

Actualmente, se ven llegar hordas de extranjeros que ocupan las vidas de la

Lòhjos escrita y perdurable.

Limitada a una geografía precisa y discreta, la ciudad es potencialmente

infinita. Me había intimado a mí mismo a no volver a Lóhjos desde mi última

visita. Pero un afán por calles tristes y mercados exóticos me indujo una vez

más a armarme de equipaje y atravesar el desierto que quizás nunca fue un mar

como dicen, nomás para ensalzar su pasado. Veo el pórtico enorme, tallado en

marfil, que da la bienvenida y se abre en suburbios. Casa por casa, las palabras

son saqueadas brutalmente.

Italo Calvino, Las ciudades invisibles, Madrid, Siruela, 2007.

2.4. A continuación se presentan varias imágenes referidas a la película “Las alas del

deseo” de WinWenders, cuya presentación puede ver en

https://www.youtube.com/watch?v=13kPsa1j8I8. Identifique en ellas los signos e indique

el objeto y el interpretante de cada uno. Para ello, observe especialmente los siguientes

aspectos:

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Colores

Gestos

Posturas

Miradas

Encuadres

Vestimenta

Las relaciones entre los signos que integran el afiche

El afiche como signo

¿Los afiches proponen distintas lecturas del film? ¿Cuáles?

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Imagen 4

Imagen 3

Imagen 2

Imagen 1

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5. Establezca las diferencias entre los signos seleccionados en las imágenes anteriores y los

de las siguientes imágenes del filmEl ángel enamorado, basado en la misma novela de P.

Hanke.

6. Analice las siguientes fotografías de prensa de la marcha de la mujer del 8 de marzo de

2017. Considere:

Colores

Gestos

Posturas

Miradas

Encuadres

Vestimenta

Los signos verbales

¿Qué representación del evento privilegia cada una?

Imagen 5

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Imagen 6:La Nación. http://www.lanacion.com.ar/1991224-las-mejores-fotos-de-la-marcha-de-las-mujeres

Imagen 7:Clarín. http://www.clarin.com/revista-n/ideas/paro-mujeres-feminismos-ideologia_0_SyfmgOlsx.html

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Imagen 8: The Clinic. https://www.theclinic.cl/2015/03/08/america-se-moviliza-para-pedir-avances-concretos-en-igualdad-de-genero/

Imagen 9: Infobae. http://www.infobae.com/fotos/2017/03/08/41-fotos-de-la-marcha-de-mujeres-a-plaza-de-mayo/

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Imagen 10:TN. http://tn.com.ar/sociedad/la-marcha-de-las-mujeres-en-fotos_778080

Imagen 11:Página12. https://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-205116-2012-10-08.html

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Semiología

CBC

Ciudad Universitaria

Universidad de Buenos Aires

2020