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Semiología Cátedra di Stefano
Cuadernillo 1.
En torno a los signos
Sede Ciudad Universitaria
María Cecilia Pereira (coordinadora)
2020
2
Índice
Presentación de la materia, María Cecilia Pereira 1
La cocina del sentido, Roland Barthes 5
La perspectiva estructuralista
Ferdinand de Saussure, iniciador de la lingüística moderna, Pabla Diab 7
Curso de lingüística general, Ferdinand de Saussure 10
Guía de lectura del Curso de lingüística general de F. de Saussure, Verónica Zaccari y
Diego Bentivegna 35
El círculo de Bajtín
Voloshinov: el signo ideológico, Daniela Lauría 36
La semiótica de Charles Peirce
El pragmatismo y la perspectiva semiótica de Charles Peirce, María Cecilia Pereira 39
Charles Sanders Peirce (1839-1914): el signo y sus tricotomías, Roberto Marafioti 41
El signo según Peirce, Victorino Zecchetto 44
Carta a Lady Welby, Charles Sanders Peirce 50
La ciencia de la semiótica, Charles Sanders Peirce 54
La imagen y la teoría semiótica, Martine Joly 57
La lingüística de la enunciación
La perspectiva de la Lingüística de la enunciación, María Cecilia Pereira 60
Semiología de la lengua, Émile Benveniste 63
Materiales para el análisis
Lecturas complementarias 74
Trabajos prácticos 81
1
Presentación de la materia María Cecilia Pereira
La materia Semiología (Cátedra di Stefano) se ocupa de enseñar a analizar críticamente los
discursos sociales a partir de los aportes de diferentes enfoques teóricos provenientes de las
Ciencias del Lenguaje.
Sus objetivos son promover:
• la reflexión teórica sobre los lenguajes y la discursividad;
• el análisis de textos desde la perspectiva de las Ciencias del Lenguaje.
El programa de la sede Ciudad Universitaria para el curso 2020 se detendrá especialmente en
diversas perspectivas teóricas que estudian los signos y los discursos con el fin de mostrar el modo
en que esas perspectivas recortan sus objetos de estudio y conciben su análisis.
Para examinar las teorías y los métodos de estudio, tenemos en cuenta los planteos pioneros
de Saussure que subrayan el hecho de que es el punto de vista el que construye el objeto a
considerar. Así, se destacará que son las teorías las que recortan las porciones del mundo que
jerarquizan para su estudio, y que ese recorte y esa jerarquización responden a los problemas y los
intereses de las ciencias del lenguaje en distintos momentos de su historia.
Nuestro objetivo –como hemos explicitado– es doble: leer críticamente esas perspectivas y
servirnos de ellas para analizar, también de manera crítica, diversos discursos sociales actuales y del
pasado. En función de esto, en los cursos se estimula una lectura que relacione la bibliografía
propuesta con sus contextos históricos de producción y con las preocupaciones e interrogantes a los
que los estudiosos procuraron dar respuesta; una lectura que permita establecer puntos en común y
diferencias entre los distintos abordajes, confrontar distintos posicionamientos en el campo
científico según las épocas y ubicar el valor que tienen las teorías en el campo académico actual. El
estudio de los enfoques y concepciones del lenguaje y de la discursividad posibilita distintos
análisis de los discursos sociales, entre los que privilegiaremos la publicidad, la fotografía
periodística, el cine y la crítica cinematográfica.
Las perspectivas teóricas seleccionadas, que tuvieron su desarrollo a lo largo del siglo XX y
se continúan hasta nuestros días, se distancian de los estudios tradicionales sobre el lenguaje cuyas
ideas, no obstante, están presentes de alguna manera en el sentido común y muchas veces
obstaculizan la reflexión crítica sobre los aportes de teorías más recientes.
En primer lugar, y a diferencia de los estudios tradicionales, las diversas perspectivas sobre
las que reflexionaremos no proponen un estudio de tipo prescriptivo que busque revelar lo que el
lenguaje y sus usos “deben ser”, sino un abordaje descriptivo que busca explicar distintos aspectos
del lenguaje y su articulación con los espacios en los que este interviene. En segundo lugar, los
enfoques considerados han concebido una relación no transparente entre las palabras y las cosas, y
entre los enunciados y el mundo que representan. A diferencia de los antiguos estudios sobre
etimología, por ejemplo, que partían de la hipótesis de que las palabras de algún modo revelaban la
naturaleza de lo nombrado (lo que los llevó a estudiar su origen y evolución para acceder a una
“verdad” de la naturaleza), las perspectivas actuales muestran el carácter convencional, o en otros
casos, el vínculo con el hábito y las creencias que son la base de estas relaciones. Por eso conciben
los discursos como opacos, pues inevitablemente muestran algunos rasgos del mundo y de las
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relaciones representadas, y ocultan otros. Un tercer aspecto que caracteriza las teorías de las que nos
ocuparemos es que abandonan los estudios particulares o aislados de una palabra, de un fonema o
de un texto para encarar un abordaje que dé cuenta de sus relaciones con las unidades del conjunto
en que dichos elementos se integran.
Como veremos, algunos de estos rasgos fueron destacados por los estudios estructuralistas o
por el pragmatismo; otros, por el análisis del discurso, desde sus lecturas de la teoría de la
enunciación o de la retórica. Los estudiantes profundizarán los conceptos centrales de estas
perspectivas a partir de la lectura domiciliaria de la bibliografía que será objeto de debate en las
comisiones, donde también se mostrarán sus aportes para el análisis de materiales verbales
seleccionados que figuran al final de cada unidad.
Recorrido de la cursada 2020
La primera unidad del programa acerca a los estudiantes a las teorías fundacionales de la
reflexión sobre los signos, que dieron origen a desarrollos actuales en el campo de la semiología y
del análisis del discurso. A partir de una presentación que hace Roland Barthes de la problemática
del sentido, se aborda el estudio básicamente lingüístico de los signos con el pensamiento de
Ferdinand de Saussure, que ha sido el punto de partida de una serie de enfoques que suelen
integrarse en la denominada perspectiva estructuralista de los estudios sobre el lenguaje. Esta
perspectiva se orienta inicialmente a la descripción del sistema lingüístico, es decir, al estudio de la
lengua. Las nociones saussureanas de lengua y habla marcan el rumbo de una investigación sobre el
lenguaje centrada en la descripción de los signos, de sus propiedades y de sus relaciones. Si bien la
posición saussureana reconoce la necesidad del habla como base informante para la descripción de
la lengua, es esta la que se constituye en objeto de estudio de la Lingüística, por ser social,
homogénea, por ser lo esencial; mientras que el habla es concebida como individual, heterogénea y
aleatoria. Con la definición de ese objeto de estudio, la lingüística estuvo orientada al
establecimiento de un inventario sistemático de unidades distintivas de la lengua de distinto nivel
que permitían describirla e integrarla en una ciencia mayor, la semiología, que –tal como la definió
Saussure– estudiaría la “vida de los signos en el seno de la vida social”. La aproximación de
Saussure al estudio de la lengua y de los signos lingüísticos fue cuestionada desde una perspectiva
materialista del estudio del lenguaje proveniente de un grupo de lingüistas conocido como “el
círculo de Bajtín”. Junto con las reflexiones de Mijail Bajtin, incluimos los planteos críticos de
Valentín Voloshinov, integrante clave de dicho círculo.
La unidad busca luego diferenciar la postura saussureana de la del pragmatismo de Charles
Peirce, que aborda el estudio de los signos de todo tipo teniendo en cuenta los usos y las
potencialidades de sentido que adquieren en cada momento histórico en la sociedad. Con el nombre
de “semiótica”, Peirce se propone estudiar el mundo pensado como un mundo de signos en el que
cada signo es, a la vez, interpretante e interpretado: interpretante del que le antecede e interpretado
por el que le sigue, en un proceso inferencial propio de la disciplina denominado semiosis.
Dado que nos interesa especialmente el modo en que los signos significan en los discursos, la
unidad concluye con las reflexiones de Emile Benveniste. Estableciendo continuidades y diferencias
con los planteos saussureanos y los de Peirce, en el año 1966 Benveniste publica su obra Problemas
de lingüística general en la que se interroga nuevamente sobre los lenguajes y sus propiedades. En
uno de sus capítulos centrales, “La semiología de la lengua”, presenta su tesis sobre la doble
significancia, semiótica y semántica, de los lenguajes naturales, que provee herramientas para
analizar los enunciados desde la perspectiva de la teoría de la enunciación. Esta perspectiva
reformula la dicotomía saussureana lengua-habla en términos de las relaciones entre la lengua, el
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enunciado y la enunciación. Al señalar que los enunciados son el producto de la enunciación,
rechaza la idea de que las estructuras de los enunciados sean exteriores o ajenas a la actividad de su
enunciación, que dominaba en el estructuralismo anterior. Si la enunciación es la puesta en
funcionamiento de la lengua, esta no es concebida como un proceso caótico e impredecible, sino
que muchos de sus aspectos pueden ser descriptos mediante los nuevos conceptos que el autor
propone. La semiología –tal como la describe Benveniste– posee herramientas para caracterizar los
distintos tipos de signos, tanto los de la música como los de la pintura, los lenguajes de los sordos,
las señales de tránsito o de cualquier otro tipo, según los modos de significancia sobre los que se
construyen los discursos que integran.
En la segundaunidad estudiaremos los esquemas generales de la enunciación, nos
detendremos en las huellas de la actividad valorativa del sujeto de la enunciación que se registran en
los enunciados (deícticos, subjetivemas, modalidades, uso de los tiempos verbales), en la polifonía
y en el modo en que cada enunciado representa a su enunciador, a su enunciatario, el espacio y el
tiempo. La problemática de la enunciación no será abordada únicamente a través del estudio de los
discursos verbales, sino también de los fenómenos propios de la enunciación en la imagen, tales
como el encuadre y la perspectiva, por mencionar algunos de los más importantes. La unidad II
propondrá un diálogo entre el estudio de la enunciación y el estudio del discurso a partir de los
aportes de la perspectiva del análisis de discurso. Esta perspectiva se desarrolla a fines de los años
60 (Maingueneau recientemente ha destacado que en el año 1969 se publican La arqueología del
saber de Michel Foucault, el libro de Michel Pêcheux, Análisis automático del discurso, y el
número 13 de la revista Langages, dedicados enteramente al análisis del discurso) e integra distintas
corrientes provenientes de la lingüística (entre las que privilegiaremos la teoría de la enunciación),
los aportes de la tradición retórica, la reflexión sobre los géneros y la teoría de la argumentación,
entre otros, para profundizar en las relaciones entre los enunciados y las situaciones sociohistóricas
en las que son producidos. Eso lleva al análisis del discurso a no centrar el estudio en los
enunciados, sino en las regularidades que poseen y en las prácticas que los hacen posibles en cada
período histórico. Entre otros aspectos, el análisis del discurso indaga en el modo en que los
discursos se vinculan con el interdiscurso, en las relaciones entre lenguaje y poder, en la ideología y
la construcción histórica de la subjetividad.
Desde los aportes del análisis del discurso, la unidad profundiza en la teoría de los géneros
del discurso, de los marcos escénicos en los que la enunciación se lleva a cabo y las escenografías
que esta construye. En ese contexto se estudia el ethos, la imagen del enunciador construida en los
discursos, y los modos de interpelación a los enunciatarios a través de las emociones. El análisis del
discurso se ha ocupado más recientemente de estudiar estos aspectos en la multimolidad y en las
textualidades que se desarrollan en la Web, que son los temas que cierran la unidad.
El recorrido culmina con la terceraunidad sobre el estilo, un aspecto que el análisis del
discurso ha retomado de la tradición retórica de la elocutio. La unidad indaga sobre el estilo en las
nuevas textualidades de la web, retoma la problemática de las emociones a través del concepto de
pathos y profundiza en el estudio de las figuras retóricas entendidas como una suerte de
equipamiento del discurso para lograr los objetivos comunicativos deseados. El tramo final del
recorrido se ocupa tanto de las figuras en el discurso verbal como del estudio de dichas figuras en la
imagen.
4
Bibliografía de referencia
ARNOUX, Elvira (2006): Análisis del Discurso. Modos de abordar los materiales de archivo,
Buenos Aires, Santiago Arcos.
ARNOUX, Elvira y José DEL VALLE (2010): “Las representaciones ideológicas del lenguaje.
Discurso glotopolítico y panhispanismo”, Spanish in Context, Amsterdam/Philadelphia, John
Benjamins Publishing Company, vol. 7, n.° 1, pp. 1-24.
CALSAMIGLIA, Helena y Amparo TUSÓN (1999): Las cosas del decir. Manual de análisis del
discurso, Barcelona, Ariel.
CHARAUDEAU, Patrick y Dominique MAINGUENEAU (dirs.) (2005): Diccionario de análisis del
discurso, Buenos Aires, Amorrortu.
GUESPIN, Louis y Jean-Baptiste MARCELLESI (1986): “Pour la glottopolitique”, Langages, n.º 83,
pp. 5-34.
MAINGUENEAU, Dominique (2014): Discours et analyse du discours, París, Armand Colin.
5
La cocina del sentido Roland Barthes Le Nouvel Observateur, 10 de diciembre de 1964.
Un vestido, un automóvil, un plato cocinado, un gesto, una película cinematográfica, una
música, una imagen publicitaria, un mobiliario, un titular de diario, he ahí objetos en apariencia
totalmente heteróclitos.
¿Qué pueden tener en común? Por lo menos esto: son todos signos. Cuando voy por la calle –
o por la vida– y encuentro estos objetos, les aplico a todos, sin darme cuenta, una misma actividad,
que es la de cierta lectura: el hombre moderno, el hombre de las ciudades, pasa su tiempo leyendo.
Lee, ante todo y sobre todo, imágenes, gestos, comportamientos: este automóvil me comunica el
status social de su propietario, esta indumentaria me dice con exactitud la dosis de conformismo, o
de excentricidad, de su portador, este aperitivo (whisky, pernod, o vino blanco) el estilo de vida de
mi anfitrión. Aun cuando se trata de un texto escrito, siempre nos es dado leer un segundo mensaje
entre las líneas del primero: si leo en grandes titulares “Pablo VI tiene miedo”, esto quiere decir
también: “Si usted lee lo que sigue, sabrá por qué”.
Todas estas “lecturas” son muy importantes en nuestra vida, implican demasiados valores
sociales, morales, ideológicos, para que una reflexión sistemática pueda dejar de intentar tomarlos
en consideración: esta reflexión es la que, por el momento al menos, llamamos semiología. ¿Ciencia
de los mensajes sociales? ¿De los mensajes culturales? ¿De las informaciones de segundo grado?
¿Captación de todo lo que es “teatro” en el mundo, desde la pompa eclesiástica hasta el corte de
pelo de los Beatles, desde el pijama de noche hasta las vicisitudes de la política internacional? Poco
importa por el momento la diversidad o fluctuación de las definiciones. Lo que importa es poder
someter a un principio de clasificación una masa enorme de hechos en apariencia anárquicos, y la
significación es la que suministra este principio: junto a las diversas determinaciones (económicas,
históricas, psicológicas) hay que prever ahora una nueva cualidad del hecho: el sentido.
El mundo está lleno de signos, pero estos signos no tienen todos la bella simplicidad de las
letras del alfabeto, de las señales del código vial o de los uniformes militares: son infinitamente más
complejos y sutiles. La mayor parte de las veces los tomamos por informaciones “naturales”; se
encuentra una ametralladora checoslovaca en manos de un rebelde congoleño: hay aquí una
información incuestionable; sin embargo, en la misma medida en que uno no recuerda al mismo
tiempo el número de armas estadounidenses que están utilizando los defensores del gobierno, la
información se convierte en un segundo signo ostenta una elección política.
Descifrar los signos del mundo quiere decir siempre luchar contra cierta inocencia de los
objetos. Comprendemos el francés tan “naturalmente”, que jamás se nos ocurre la idea de que la
lengua francesa es un sistema muy complicado y muy poco “natural” de signos y de reglas: de la
misma manera es necesaria una sacudida incesante de la observación para adaptarse no al contenido
de los mensajes sino a su hechura: dicho brevemente: el semiólogo, como el lingüista, debe entrar
en la “cocina del sentido”.
Esto constituye una empresa inmensa. ¿Por qué? Porque un sentido nunca puede analizarse
de manera aislada. Si establezco que el blue-jean es el signo de cierto dandismo adolescente, o el
puchero, fotografiado por una revista de lujo, el de una rusticidad bastante teatral, y si llego a
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multiplicar estas equivalencias para constituir listas de signos como las columnas de un diccionario,
no habré descubierto nada nuevo. Los signos están constituidos por diferencias.
Al comienzo del proyecto semiológico se pensó que la tarea principal era, según la fórmula
de Saussure, estudiar la vida de los signos en el seno de la vida social, y por consiguiente
reconstituir los sistemas semánticos de objetos (vestuario, alimento, imágenes, rituales, protocolos,
músicas, etcétera). Esto está por hacer. Pero al avanzar en este proyecto, ya inmenso, la semiología
encuentra nuevas tareas: por ejemplo, estudiar esta misteriosa operación mediante la cual un
mensaje cualquiera se impregna de un segundo sentido, difuso, en general ideológico, al que se
denomina “sentido connotado”. Si leo en un diario el titular siguiente: “En Bombay reina una
atmósfera de fervor que no excluye ni el lujo ni el triunfalismo”, recibo ciertamente una
información literal sobre la atmósfera del Congreso Eucarístico, pero percibo también una frase
estereotipo, formada por un sutil balance denegaciones que me remite a una especie de visión
equilibrada del mundo; estos fenómenos son constantes; ahora es preciso estudiarlos ampliamente
con todos los recursos de la lingüística.
Si las tareas de la semiología crecen incesantemente es porque de hecho nosotros
descubrimos cada vez más la importancia y la extensión de la significación en el mundo; la
significación se convierte en la manera de pensar del mundo moderno, un poco como el “hecho”
constituyó anteriormente la unidad de reflexión de la ciencia positiva.
7
La perspectiva estructuralista Ferdinand de Saussure, iniciador de la lingüística moderna Pabla Diab
En el campo de las ciencias del lenguaje, particularmente en la lingüística, hay acuerdo en
considerar al lingüista suizo Ferdinand de Saussure (1857-1913) como el “padre de la lingüística
moderna”. Esta afirmación encuentra su fundamento en los tres cursos que el lingüista dictó en la
Facultad de Letras y Ciencias Sociales de Ginebra entre 1907 y 1911. Sin embargo, el trabajo en
esas aulas ha llegado a nuestros días no por los escritos del maestro sino a partir del ya clásico
Curso de lingüística general (CLG) elaborado sobre borradores de los alumnos de sus cursos por
dos de sus discípulos: Charles Bally y Albert Sechehaye, con la colaboración de Albert Riedlinger,
en 1916. En el prefacio a la primera edición, afirman:
Todos cuantos tuvieron el privilegio de seguir tan fecunda enseñanza lamentaron que de
aquellos cursos no saliera un libro. Después de la muerte del maestro, esperábamos hallar en sus
manuscritos, obsequiosamente puestos a nuestra disposición por madame de Saussure, la imagen
fiel o por lo menos suficiente de aquellas lecciones geniales, y entreveíamos la posibilidad de una
publicación fundada sobre un simple ajustamiento de las notas personales de Ferdinand de Saussure
combinadas con las notas de los estudiantes. Grande fue nuestra decepción: no encontramos nada o
casi nada que correspondiera a los cuadernos de sus discípulos. ¡Ferdinand de Saussure iba
destruyendo los borradores provisionales donde trazaba día a día el esquema de su exposición!
(1959: 31)
A esta dificultad respecto de la difusión de las ideas de Saussure se debe sumar, por una
parte, el pasaje de la enseñanza impartida oralmente a la escritura de una obra que integrara esos
tres cursos, que como tales, tienen un carácter enteramente didáctico. Para explicar su modo de
concebir el lenguaje, Saussure recurre, por ejemplo, a analogías, a metáforas y a una adjetivación
poco técnica (el pensamiento es una masa amorfa; el lenguaje es multiforme y heteróclito) que
derivan de las restricciones que impone a toda teorización la explicación con fuerte finalidad
pedagógica. Por otra, obstáculo tanto más difícil, Saussure “era uno de esos hombres que se
renuevan sin cesar; su pensamiento evolucionaba en todas direcciones sin caer por eso en
contradicción consigo mismo” (De Saussure, 1959: 33). Para resolver estas cuestiones, los
discípulos intentaron, según sus propias palabras, “una reconstrucción, una síntesis […] Esto sería
una recreación, tanto más difícil cuanto que tenía que ser enteramente objetiva” (De Saussure, 1959:
33). Como leerán en los capítulos seleccionados en la bibliografía, algunas marcas propias del
discurso didáctico se conservan en el CLG, lo que hace que haya sido considerado esquemático y
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poco fiel al propio pensamiento de Saussure registrado posteriormente en el análisis de sus cartas y
los borradores de otros alumnos a los que no accedieron en su momento Bally y Sechehaye1.
¿Qué es lo que hace del CLG una obra fundante en el terreno de las ciencias que trabajan con
signos?
Si bien la idea de que las lenguas poseen una organización propia data del siglo XVIII, la
novedad de Saussure radica en considerar a la lengua un sistema de signos arbitrarios, es decir,
signos que unen de manera inmotivada un significado (idea, concepto, por ejemplo, rosa) y un
significante (imagen acústica, la sucesión de sonidos r-o-s-a ) y que se relacionan diferencialmente
unos con otros (por ejemplo, rosa se diferencia de risa, de rusa, de rasa). El concepto de
arbitrariedad, central en la teoría de Saussure, no era desconocido en la época. De hecho, ya había
sido aceptado por los lingüistas del siglo precedente, e incluso había sido materia de discusión
desde la Antigüedad griega: “Él [Saussure] ofrece su solución al viejo problema planteado por
Plantón en el Cratilo. En efecto, Platón opone dos versiones de las relaciones entre naturaleza y
cultura: Hermógenes defiende la posición según la cual los nombres asignados a las cosas son
arbitrariamente elegidos por la cultura, y Cratilo ve en los nombres un calco de la naturaleza, una
relación fundamentalmente natural. Este viejo y recurrente debate encuentra en Saussure a la
persona que va a dar la razón a Hermógenes con su noción de lo arbitrario del signo” (Dosse, 2004:
61).
De acuerdo con el lingüista francés Oswald Ducrot, “la aportación propia de Saussure al
estructuralismo lingüístico consiste en el hecho de presuponer el sistema en el elemento” (1975:
51). Es decir que lo fundamental de esta teoría es la concepción de la lengua como sistema en el
que los elementos no tienen ninguna realidad tomados de manera independiente de su relación con
el resto de los que componen el sistema o, como dio en llamarse en lo sucesivo, la estructura. En
consonancia con la consideración de la lengua como sistema se halla la noción de valor, que se
puede comprender como el producto de la relación de unos signos con otros, y también como el
método con el que se demuestra que la lengua es un sistema. Si tomamos, por ejemplo, la forma
verbal estudió, a ella asociamos virtualmente las formas estudie, estudiarías, hemos estudiado, y
todas aquellas que completan el paradigma verbal en español. Vemos así que los signos lingüísticos
se asocian en la memoria y también se combinan unos con otros para construir sintagmas, por
ejemplo, Estudió física en la escuela secundaria. Puesto que el interés de Saussure hace foco en el
estudio de la lengua como sistema, es compresible que el lingüista privilegie lo que llama
lingüística sincrónica, esto es, el estudio de un estado de lengua (por ejemplo, el español
rioplatense a comienzos del siglo XX) y relegue a un segundo plano la lingüística diacrónica, que
trabaja con el estudio de los cambios históricos de un elemento del sistema. Se trata pues de otra
novedad en el abordaje del estudio de la lengua: el interés no está puesto en el seguimiento de una
palabra a lo largo de la historia, en su etimología, sino en la visión de la totalidad, en diferentes
sincronías.
En síntesis:
Lo esencial de la demostración consiste en fundar lo arbitrario del signo, en mostrar que la
lengua es un sistema de valores constituido no por los contenidos o lo vivido sino por puras
diferencias. Saussure ofrece una interpretación de la lengua que la coloca decididamente del lado de
la abstracción para arrancarla del empirismo y de las consideraciones psicologizantes. Funda así una
1 En 1996 se descubrieron los manuscritos de Saussure de un libro sobre la lingüística general que se
creían definitivamente perdidos. Estos manuscritos, publicados en 2002 (de Saussure, Escritos de lingüística
general, París, Gallimard) permiten reconocer un pensamiento más complejo y flexible que el que se
difundió a través del texto surgido de sus clases, que respondía, como señalamos, a una finalidad
pedagógica.
9
disciplina nueva, autónoma respecto del resto de las demás ciencias humanas: la lingüística. Una
vez establecidas sus reglas propias, y gracias a su rigor y su grado de formalización, va a arrastrar a
todas las demás disciplinas haciéndoles asimilar su programa y sus métodos (Dosse, 2004: 62).
Ahora bien, la fundación saussureana surge de una voluntad de otorgar a los estudios
lingüísticos un estatuto científico. Para el lingüista, puesto que la lengua es un sistema riguroso, la
teoría debe ser también un sistema tan riguroso como la lengua; debió recortar, entonces, el objeto
de la lingüística y proponer un método. Es por esa razón que Saussure recorta, desglosa del
lenguaje su parte esencial, la lengua, y “sacrifica” el estudio sistemático del uso individual, el
habla: “El individuo es expulsado de la perspectiva científica saussureana, víctima de una
reducción formalista en la que ya no tiene lugar” (Dosse, 2004: 70). Ya en el Prólogo a la edición
española, Amado Alonso reconocía: “Todo se paga: la lingüística de Saussure llega a una
sorprendente claridad y simplicidad, pero a fuerza de eliminaciones, más aun, a costa de descartar lo
esencial en el lenguaje (el espíritu) como fenómeno específicamente humano” (1959: 12).
Esta imagen del lingüista ginebrino como un hombre “modelo” del paradigma positivista
propio de su época, que, como afirma Alonso, hace a un lado cuestiones fundamentales para que la
lingüística alcance estatuto científico, es la que a menudo queda en quienes inician sus estudios en
materias que operan con sistemas significantes. Sin embargo, la figura “fría” y “falta de vida” puede
ser contrarrestada o compensada en primer lugar con el conocimiento que Saussure tenía del latín,
el griego, el sánscrito, el persa, el irlandés antiguo, el inglés, el francés, el lituano, el alemán, y el
antiguo alto alemán... No solo con las lenguas como tales, sino con la poesía en esas lenguas. En
1904, por ejemplo, da un curso acerca del poema épico Cantar de los Nibelungos, y también se
interesa, en una investigación de carácter cabalístico, por los anagramas en textos poéticos sagrados
de la India y de Roma, “llevó a cabo toda una investigación cabalística para ver si había un nombre
propio diseminado en el interior de estos textos que fuese a la vez el destinatario y el destino último
del mensaje” (Dosse, 2004: 68). Lejos está de los estereotipos del autor del CLG este amante de la
poesía. Incluso, el espíritu de investigación y de conocimiento y la pasión por las lenguas y la
poesía ha llevado a algunos a hablar de “Los dos Saussure”2. Sin embargo, pensamos que no hay
“dos saussures” sino que es justamente su interés por las lenguas y la poesía lo que lo conduce a la
elaboración de una teoría compleja y dinámica capaz de explicarlas, una teoría que no llegó a ser
publicada por su autor pero que hubiera seguido derroteros sorprendentes si éste no hubiera
encontrado la muerte a los 56 años.
Bibliografía DE SAUSSURE, Ferdinand (1916): Curso de lingüística general, publicado por Ch. Bally y A.
Sechehaye, con la colaboración de A. Riedlinger, traducción, prólogo y notas de Amado
Alonso, Buenos Aires, Losada, 1959 (tercera edición en español); p. 31.
DOSSE, François (2004): Historia del estructuralismo, tomo I: El campo del signo 1845-1966,
Madrid, Akal ediciones.
DUCROT, Oswlad (1968): ¿Qué es el estructuralismo? El estructuralismo en lingüística, Buenos
Aires, Losada, 1975; p. 51.
2 La revista Recherches titula su número 16, de septiembre de 1974, “Les deux Saussures”.
10
Curso de lingüística general (selección) Ferdinand de Saussure Traducción, prólogo y notas de Amado Alonso, Buenos Aires,
Losada, 1945 (10ª edición)
Introducción Capítulo III. Objeto de la lingüística
§ 1. La lengua; su definición
¿Cuál es el objeto a la vezintegral y concreto de la lingüística? La cuestión es particularmente
difícil; ya veremos luego por qué; limitémonos ahora a hacer comprender esa dificultad.
Otras ciencias operan con objetos dados de antemano y que se pueden considerar en seguida
desde diferentes puntos de vista. No es así en la lingüística. Alguien pronuncia la palabra española
desnudo: un observador superficial se sentirá tentado de ver en ella un objeto lingüístico concreto;
pero un examen más atento hará ver en ella sucesivamente tres o cuatro cosas perfectamente
diferentes, según la manera de considerarla: como sonido, como expresión de una idea, como
correspondencia del latín (dis)nūdum, etc. Lejos de preceder el objeto al punto de vista, se diría que
es el punto de vista el que crea el objeto, y, además, nada nos dice de antemano que una de esas
maneras de considerar el hecho en cuestión sea anterior o superior a las otras.
Por otro lado, sea cual sea el punto de vista adoptado, el fenómeno lingüístico presenta
perpetuamente dos caras que se corresponden, sin que la una valga más que gracias a la otra. Por
ejemplo:
1° Las sílabas que se articulan son impresiones acústicas percibidas por el oído, pero los
sonidos no existirían sin los órganos vocales; así una n no existe más que por la correspondencia de
estos dos aspectos. No se puede, pues, reducir la lengua al sonido, ni separar el sonido de la
articulación bucal; a la recíproca, no se pueden definir los movimientos de los órganos vocales si se
hace abstracción de la impresión acústica.
2° Pero admitamos que el sonido sea una cosa simple: ¿es el sonido el que hace al lenguaje?
No; no es más que el instrumento del pensamiento y no existe por sí mismo. Aquí surge una nueva
y formidable correspondencia: el sonido, unidad compleja acústico-vocal, forma a su vez con la
idea una unidad compleja, fisiológica y mental. Es más:
3° El lenguaje tiene un lado individual y un lado social, y no se puede concebir el uno sin el
otro. Por último:
4° En cada instante el lenguaje implica a la vez un sistema establecido y una evolución; en
cada momento es una institución actual y un producto del pasado. Parece a primera vista muy
sencillo distinguir entre el sistema y su historia, entre lo que es y lo que ha sido; en realidad, la
relación que une esas dos cosas es tan estrecha que es difícil separarlas. ¿Sería la cuestión más
sencilla si se considerara el fenómeno lingüístico en sus orígenes, si, por ejemplo, se comenzara por
estudiar el lenguaje de los niños? No, pues es una idea enteramente falsa esa de creer que en materia
de lenguaje el problema de los orígenes difiere del de las condiciones permanentes. No hay manera
de salir del círculo.
Así, pues, de cualquier lado que se mire la cuestión, en ninguna parte se nos ofrece entero el
objeto de la lingüística. Por todas partes topamos con este dilema: o bien nos aplicamos a un solo
lado de cada problema, con el consiguiente riesgo de no percibir las dualidades arriba señaladas, o
bien, si estudiamos el lenguaje por muchos lados a la vez, el objeto de la lingüística se nos aparece
11
como un montón confuso de cosas heterogéneas y sin trabazón. Cuando se procede así es cuando se
abre la puerta a muchas ciencias –psicología, antropología, gramática normativa, filología, etc.–,
que nosotros separamos distintamente de la lingüística, pero que, a favor de un método incorrecto,
podrían reclamar el lenguaje como uno de sus objetos.
Anuestro parecer, no hay más que una solución para todas estas dificultades: hay que
colocarse desde el primer momento en el terrenode la lengua y tomarla como norma de todas las
otrasmanifestaciones del lenguaje. En efecto, entre tantas dualidades, la lengua parece ser lo único
susceptible de definición autónoma y es la que da un punto de apoyo satisfactorio para el espíritu.
Pero ¿qué es la lengua? Para nosotros, la lengua no se confunde con el lenguaje: la lengua no
es más que una determinada parte del lenguaje, aunque esencial. Es a la vez un producto social de la
facultad del lenguaje y un conjunto de convenciones necesarias adoptadas por el cuerpo social para
permitir el ejercicio de esa facultad en los individuos. Tomado en su conjunto, el lenguaje es
multiforme y heteróclito; a caballo en diferentes dominios, a la vez físico, fisiológico y psíquico,
pertenece además al dominio individual y al dominio social; no se deja clasificar en ninguna de las
categorías de los hechos humanos, porque no se sabe cómo desembrollar su unidad.
La lengua, por el contrario, es una totalidad en sí y un principio de clasificación. En cuanto le
damos el primer lugar entre los hechos de lenguaje, introducimos un orden natural en un conjunto
que no se presta a ninguna otra clasificación.
A este principio de clasificación se podría objetar que el ejercicio del lenguaje se apoya en
una facultad que nos da la naturaleza, mientras que la lengua es cosa adquirida y convencional que
debería quedar subordinada al instinto natural en lugar de anteponérsele.
He aquí lo que se puede responder. En primer lugar, no está probado que la función del
lenguaje, tal como se manifiesta cuando hablamos, sea enteramente natural, es decir, que nuestro
aparato vocal esté hecho para hablar como nuestras piernas para andar. Los lingüistas están lejos de
ponerse de acuerdo sobre esto. Así, para Whitney, que equipara la lengua a una institución social
con el mismo título que todas las otras, el que nos sirvamos del aparato vocal como instrumento de
la lengua es cosa del azar, por simples razones de comodidad: lo mismo habrían podido los hombres
elegir el gesto y emplear imágenes visuales en lugar de las imá- genes acústicas. Sin duda, esta tesis
es demasiado absoluta; la lengua no es una institución social semejante punto por punto a las otras;
además, Whytney va demasiado lejos cuando dice que nuestra elección ha caído por azar en los
órganos de la voz; de cierta manera, ya nos estaban impuestos por la naturaleza. Pero, en el punto
esencial, el lingüista americano parece tener razón: la lengua es una convención y la naturaleza del
signo en que se conviene es indiferente. La cuestión del aparato vocal es, pues, secundaria en el
problema del lenguaje.
Cierta definición de lo que se llama lenguaje articulado podría confirmar esta idea. En latín
articulus significa 'miembro, parte, subdivisión en una serie de cosas'; en el lenguaje, la articulación
puede designar o bien la subdivisión de la cadena hablada en sílabas, o bien la subdivisión de la
cadena de significaciones en unidades significativas; este sentido es el que los alemanes dan a su
gegliederte Sprache. Ateniéndonos a esta segunda definición, se podría decir que no es el lenguaje
hablado el natural al hombre, sino la facultad de constituir una lengua, es decir, un sistema de
signos distintos que corresponden a ideas distintas.
Broca ha descubierto que la facultad de hablar está localizada en la tercera circunvolución
frontal izquierda: también sobre esto se han apoyado algunos para atribuir carácter natural al
lenguaje. Pero esa localización se ha comprobado para todo lo que se refiere al lenguaje, incluso la
escritura, y esas comprobaciones, añadidas a las observaciones hechas sobre las diversas formas de
la afasia por lesión de tales centros de localización, parecen indicar: 1° que las diversas
perturbaciones del lenguaje oral están enredadas de mil maneras con las del lenguaje escrito; 2° que
en todos los casos de afasia o de agrafia lo lesionado es menos la facultad de proferir tales o cuales
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sonidos o de trazar tales o cuales signos, que la de evocar por un instrumento, cualquiera que sea,
los signos de un lenguaje regular. Todo nos lleva a creer que por debajo del funcionamiento de los
diversos órganos existe una facultad más general, la que gobierna los signos: ésta sería la facultad
lingüística por excelencia. Y por aquí llegamos a la misma conclusión arriba indicada.
Para atribuir a la lengua el primer lugar en el estudio del lenguaje, se puede finalmente hacer
valer el argumento de que la facultad –natural o no– de articular palabras no se ejerce más que con
la ayuda del instrumento creado y suministrado por la colectividad; no es, pues, quimérico decir que
es la lengua la que hace la unidad del lenguaje.
§ 2. Lugar de la lengua en los hechos de lenguaje
Para hallar en el conjunto del lenguaje la esfera que corresponde a la lengua, hay que situarse
ante el acto individual que permite reconstruir el circuito de la palabra. Este acto supone por lo
menos dos individuos: es el mínimum exigible para que el circuito sea completo. Sean, pues, dos
personas, A y B, en conversación:
El punto de partida del circuito está en el cerebro de uno de ellos, por ejemplo, en el de A,
donde los hechos de conciencia, que llamaremos conceptos, se hallan asociados con las
representaciones de los signos lingüísticos o imágenes acústicas que sirven a su expresión.
Supongamos que un concepto dado desencadena en el cerebro una imagen acústica correspondiente:
éste es un fenómeno enteramente psíquico, seguido a su vez de un proceso fisiológico: el cerebro
transmite a los órganos de la fonación un impulso correlativo a la imagen; luego las ondas sonoras
se propagan de la boca de A al oído de B: proceso puramente físico. A continuación, el circuito
sigue en B un orden inverso: del oído al cerebro, transmisión fisiológica de la imagen acústica; en el
cerebro, asociación psíquica de esta imagen con el concepto correspondiente. Si B habla a su vez,
este nuevo acto seguirá –de su cerebro al de A– exactamente la misma marcha que el primero y
pasará por las mismas fases sucesivas que representamos con el siguiente esquema:
Este análisis no pretende ser completo. Se podría distinguir todavía: la sensación acústica
pura, la identificación de esa sensación con la imagen acústica latente, la imagen muscular de la
fonación, etc. Nosotros sólo hemos tenido en cuenta los elementos juzgados esenciales; pero nuestra
figura permite distinguir en seguida las partes físicas (ondas sonoras) de las fisiológicas (fonación y
audición) y de las psíquicas (imágenes verbales y conceptos). Pues es de capital importancia
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advertir que la imagen verbal no se confunde con el sonido mismo, y que es tan legítimamente
psíquica como el concepto que le está asociado.
El circuito, tal como lo hemos representado, se puede dividir todavía:
a) en una parte externa (vibración de los sonidos que van de la boca al oído) y una parte
interna, que comprende todo el resto;
b) en una parte psíquica y una parte no psíquica, incluyéndose en la segunda tanto los hechos
fisiológicos de que son asiento los órganos, como los hechos físicos exteriores al individuo;
c) en una parte activa y una parte pasiva: es activo todo lo que va del centro de asociación de
uno de los sujetos al oído del otro sujeto, y pasivo todo lo que va del oído del segundo a su centro
de asociación.
Por último, en la parte psíquica localizada en el cerebro se puede llamar ejecutivo todo lo que
es activo (c → i) y receptivo todo lo que es pasivo (i → c).
Es necesario añadir una facultad de asociación y de coordinación, que se manifiesta en todos
los casos en que no se trate nuevamente de signos aislados; esta facultad es la que desempeña el
primer papel en la organización de la lengua como sistema.
Pero, para comprender bien este papel, hay que salirse del acto individual, que no es más que
el embrión del lenguaje, y encararse con el hecho social.
Entre todos los individuos así ligados por el lenguaje, se establecerá una especie de
promedio: todos reproducirán –no exactamente, sin duda, pero sí aproximadamente– los mismos
signos unidos a los mismos conceptos.
¿Cuál es el origen de esta cristalización social? ¿Cuál de las dos partes del circuito puede ser
la causa? Pues lo más probable es que no todas participen igualmente.
La parte física puede descartarse desde un principio. Cuando oímos hablar una lengua
desconocida, percibimos bien los sonidos, pero, por nuestra incomprensión, quedamos fuera del
hecho social.
La parte psíquica tampoco entra en juego en su totalidad: el lado ejecutivo queda fuera,
porque la ejecución jamás está a cargo de la masa, siempre es individual, y siempre el individuo es
su árbitro; nosotros lo llamaremos el habla (parole).
Lo que hace que se formen en los sujetos hablantes acuñaciones que llegan a ser
sensiblemente idénticas en todos es el funcionamiento de las facultades receptiva y coordinativa.
¿Cómo hay que representarse este producto social para que la lengua aparezca perfectamente
separada del resto? Si pudiéramos abarcar la suma de las imágenes verbales almacenadas en todos
los individuos, entonces toparíamos con el lazo social que constituye la lengua. Es un tesoro
depositado por la práctica del habla en los sujetos que pertenecen a una misma comunidad, un
sistema gramatical virtualmente existente en cada cerebro, o, más exactamente, en los cerebros de
un conjunto de individuos, pues la lengua no está completa en ninguno, no existe perfectamente
más que en la masa.
Al separar la lengua del habla (langue et parole), se separa a la vez: 1° lo que es social de lo
que es individual; 2° lo que es esencial de lo que es accesorio y más o menos accidental.
La lengua no es una función del sujeto hablante, es el producto que el individuo registra
pasivamente; nunca supone premeditación, y la reflexión no interviene en ella más que para la
actividad de clasificar.
El habla es, por el contrario, un acto individual de voluntad y de inteligencia, en el cual
conviene distinguir: 1° las combinaciones por las que el sujeto hablante utiliza el código de la
lengua con miras a expresar su pensamiento personal; 2° el mecanismo psicofísico que le permita
exteriorizar esas combinaciones.
Hemos de subrayar que lo que definimos son cosas y no palabras; las distinciones
establecidas nada tienen que temer de ciertos términos ambiguos que no se recubren del todo de
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lengua a lengua. Así en alemán Sprache quiere decir lengua y lenguaje; Rede corresponde bastante
bien a habla (fr. parole), pero añadiendo el sentido especial de 'discurso'. En latín, sermo significa
más bien lenguaje y habla, mientras que lingua designa la lengua, y así sucesivamente.
Ninguna palabra corresponde exactamente a cada una de las nociones precisadas arriba; por
eso toda definición hecha a base de una palabra es vana; es mal método el partir de las palabras para
definir las cosas.
Recapitulemos los caracteres de la lengua:
1° Es un objeto bien definido en el conjunto heteróclito de los hechos de lenguaje. Se la
puede localizar en la porción determinada del circuito donde una imagen acústica viene a asociarse
con un concepto. La lengua es la parte social del lenguaje, exterior al individuo, que por sí solo no
puede ni crearla ni modificarla; no existe más que en virtud de una especie de contrato establecido
entre los miembros de la comunidad. Por otra parte, el individuo tiene necesidad de un aprendizaje
para conocer su funcionamiento; el niño se la va asimilando poco a poco. Hasta tal punto es la
lengua una cosa distinta, que un hombre privado del uso del habla conserva la lengua con tal que
comprenda los signos vocales que oye.
2° La lengua, distinta del habla, es un objeto que se puede estudiar separadamente. Ya no
hablamos las lenguas muertas, pero podemos muy bien asimilarnos su organismo lingüístico. La
ciencia de la lengua no sólo puede prescindir de otros elementos del lenguaje, sino que sólo es
posible a condición de que esos otros elementos no se inmiscuyan.
3° Mientras que el lenguaje es heterogéneo, la lengua así delimitada es de naturaleza
homogénea: es un sistema de signos en el que sólo es esencial la unión del sentido y de la imagen
acústica, y donde las dos partes del signo son igualmente psíquicas.
4° La lengua, no menos que el habla, es un objeto de naturaleza concreta, y esto es gran
ventaja para su estudio. Los signos lingüísticos no por ser esencialmente psíquicos son
abstracciones; las asociaciones ratificadas por el consenso colectivo, y cuyo conjunto constituye la
lengua, son realidades que tienen su asiento en el cerebro. Además, los signos de la lengua son, por
decirlo así, tangibles; la escritura puede fijarlos en imágenes convencionales, mientras que sería
imposible fotografiar en todos sus detalles los actos del habla; la fonación de una palabra, por
pequeña que sea, representa una infinidad de movimientos musculares extremadamente difíciles de
conocer y de imaginar. En la lengua, por el contrario, no hay más que la imagen acústica, y ésta se
puede traducir en una imagen visual constante. Pues si se hace abstracción de esta multitud de
movimientos necesarios para realizarla en el habla, cada imagen acústica no es, como luego
veremos, más que la suma de un número limitado de elementos o fonemas, susceptibles a su vez de
ser evocados en la escritura por un número correspondiente de signos. Esta posibilidad de fijar las
cosas relativas a la lengua es la que hace que un diccionario y una gramática puedan ser su
representación fiel, pues la lengua es el depósito de las imágenes acústicas y la escritura la forma
tangible de esas imágenes.
§ 3. Lugar de la lengua en los hechos humanos. La
semiología
Estos caracteres nos hacen descubrir otro más importante. La lengua, deslindada así del
conjunto de los hechos de lenguaje, es clasificable entre los hechos humanos, mientras que el
lenguaje no lo es.
Acabamos de ver que la lengua es una institución social, pero se diferencia por muchos
rasgos de las otras instituciones políticas, jurídicas, etc. Para comprender su naturaleza peculiar hay
que hacer intervenir un nuevo orden de hechos.
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La lengua es un sistema de signos que expresan ideas, y por eso comparable a la escritura, al
alfabeto de los sordomudos, a los ritos simbólicos, a las formas de cortesía, a las señales militares,
etc., etc. Sólo que es el más importante de todos esos sistemas.
Se puede, pues, concebir una ciencia que estudie la vida de los signosen el seno de la vida
social. Tal ciencia sería parte de la psicología social, y por consiguiente de la psicología general.
Nosotros la llamaremos semiología1(del griego sēmeîon'signo'). Ella nos enseñará en qué consisten
los signos y cuáles son las leyes que los gobiernan. Puesto que todavía no existe, no se puede decir
qué es lo que ella será; pero tiene derecho a la existencia, y su lugar está determinado de antemano.
La lingüística no es más que una parte de esta ciencia general. Las leyes que la semiología descubra
serán aplicables a la lingüística, y así es como la lingüística se encontrará ligada a un dominio bien
definido en el conjunto de los hechos humanos.
Al psicólogo toca determinar el puesto exacto de la semiología;2 tarea del lingüista es definir
qué es lo que hace de la lengua un sistema especial en el conjunto de los hechos semiológicos. Más
adelante volveremos sobre la cuestión; aquí sólo nos fijamos en esto: si por vez primera hemos
podido asignar a la lingüística un puesto entre las ciencias es por haberla incluido en la semiología.
¿Por qué la semiología no es reconocida como ciencia autónoma, ya que tiene como las
demás su objeto propio? Es porque giramos dentro de un círculo vicioso: de un lado, nada más
adecuado que la lengua para hacer comprender la naturaleza del problema semiológico; pero, para
plantearlo convenientemente, se tendría que estudiar la lengua en sí misma; y el caso es que, hasta
ahora, casi siempre se la ha encarado en función de otra cosa, desde otros puntos de vista.
Tenemos, en primer lugar, la concepción superficial del gran público, que no ve en la lengua
más que una nomenclatura, lo cual suprime toda investigación sobre su naturaleza verdadera. Luego
viene el punto de vista del psicólogo, que estudia el mecanismo del signo en el individuo. Es el
método más fácil, pero no lleva más allá de la ejecución individual, sin alcanzar al signo, que es
social por naturaleza.
O, por último, cuando algunos se dan cuenta de que el signo debe estudiarse socialmente, no
retienen más que los rasgos de la lengua que la ligan a otras instituciones, aquellos que dependen
más o menos de nuestra voluntad; y así es como se pasa tangencialmente a la meta, desdeñando los
caracteres que no pertenecen más que a los sistemas semiológicos en general y a la lengua en
particular. Pues el signo es ajeno siempre en cierta medida a la voluntad individual o social, y en
eso está su carácter esencial, aunque sea el que menos evidente se haga a primera vista.
Así, ese carácter no aparece claramente más que en la lengua, pero también se manifiesta en
las cosas menos estudiadas, y de rechazo se suele pasar por alto la necesidad o la utilidad particular
de una ciencia semiológica. Para nosotros, por el contrario, el problema lingüístico es
primordialmente semiológico, y en este hecho importante cobran significación nuestros
razonamientos. Si se quiere descubrir la verdadera naturaleza de la lengua, hay que empezar por
considerarla en lo que tiene de común con todos los otros sistemas del mismo orden; factores
lingüísticos que a primera vista aparecen como muy importantes (por ejemplo, el juego del aparato
fonador) no se deben considerar más que de segundo orden si no sirven más que para distinguir a la
lengua de los otros sistemas. Con eso no solamente se esclarecerá el problema lingüístico, sino que,
al considerar los ritos, las costumbres, etc., como signos, estos hechos aparecerán a otra luz, y se
sentirá la necesidad de agruparlos en la semiología y de explicarlos por las leyes de esta ciencia.
1 No confundir la semiología con la semántica, que estudia los cambios de significación, y
de la que Ferdinand de Saussure no hizo una exposición metódica, aunque nos dejó formulado su
principio tímidamente en la pág. 140. (Nota de B. y S.)
2 Cfr. A. NAVILLE, Classification des sciences, 2a edición, pág. 104.
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Primera parte. Principios generales Capítulo I. Naturaleza del signo lingüístico
§ 1. Signo, significado, significante
Para ciertas personas, la lengua, reducida a su principio esencial, es una nomenclatura, esto
es, una lista de términos que corresponden a otras tantas cosas. Por ejemplo:
Esta concepción es criticable por muchos conceptos. Supone ideas completamente hechas
preexistentes a las palabras; no nos dice si el nombre es de naturaleza vocal o psíquica, pues arbor
puede considerarse en uno u otro aspecto; por último, hace suponer que el vínculo que une un
nombre a una cosa es una operación muy simple, lo cual está bien lejos de ser verdad. Sin embargo,
esta perspectiva simplista puede acercarnos a la verdad al mostrarnos que la unidad lingüística es
una cosa doble, hecha con la unión de dos términos.
Hemos visto, a propósito del circuito del habla, que los términos implicados en el signo
lingüístico son ambos psíquicos y están unidos en nuestro cerebro por un vínculo de asociación.
Insistamos en este punto.
Lo que el signo lingüístico une no es una cosa y un nombre, sino un concepto y una imagen
acústica.3 La imagen acústica no es el sonido material, cosa puramente física, sino su huella
psíquica, la representación que de él nos da el testimonio de nuestros sentidos; esa imagen es
sensorial, y si llegamos a llamarla "material" es solamente en este sentido y por oposición al otro
término de la asociación, el concepto, generalmente más abstracto.
El carácter psíquico de nuestras imágenes acústicas aparece claramente cuando observamos
nuestra lengua materna. Sin mover los labios ni la lengua, podemos hablarnos a nosotros mismos o
recitarnos mentalmente un poema. Y porque las palabras de la lengua materna son para nosotros
imágenes acústicas, hay que evitar el hablar de los "fonemas" de que están compuestas. Este
término, que implica una idea de acción vocal, no puede convenir más que a las palabras habladas, a
la realización de la imagen interior en el discurso. Hablando de sonidos y de sílabas de una palabra,
evitaremos el equívoco, con tal que nos acordemos de que se trata de la imagen acústica.
El signo lingüístico es, pues, una entidad psíquica de dos caras, que puede representarse por
la siguiente figura:
3 El término de imagen acústica parecerá quizá demasiado estrecho, pues junto a la
representación de los sonidos de una palabra está también la de su articulación, la imagen
muscular del acto fonatorio. Pero para F. de Saussure la lengua es esencialmente un depósito, una
cosa recibida de fuera. La imagen acústica es, por excelencia, la representación natural de la
palabra, en cuanto hecho de lengua virtual, fuera de toda realización por el habla. El aspecto
motor puede, pues, quedar sobreentendido o en todo caso no ocupar más que un lugar
subordinado con relación a la imagen acústica. (B. y S.)
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Estos dos elementos están íntimamente unidos y se reclaman
recíprocamente. Ya sea que busquemos el sentido de la palabra latina
arboro la palabra con que el latín designa el concepto de 'árbol', es
evidente que las vinculaciones consagradas por la lengua son las únicas
que nos aparecen conformes con la realidad, y descartamos cualquier
otra que se pudiera imaginar.
Esta definición plantea una importante cuestión de terminología. Llamamos signo a la
combinación del concepto y de la imagen acústica: pero en el uso corriente este término designa
generalmente la imagen acústica sola, por ejemplo, una palabra (arbor, etc.). Se olvida que si
llamamos signo a arbor no es más que gracias a que conlleva el concepto 'árbol', de tal manera que
la idea de la parte sensorial implica la del conjunto.
La ambigüedad desaparecería si designáramos las tres nociones aquí presentes por medio de
nombres que se relacionen recíprocamente al mismo tiempo que se opongan. Y proponemos
conservar la palabra signo para designar el conjunto, y reemplazar concepto e imagen acústica
respectivamente con significado y significante; estos dos últimos términos tienen la ventaja de
señalar la oposición que los separa, sea entre ellos dos, sea del total de que forman parte. En cuanto
al término signo, si nos contentamos con él es porque, no sugiriéndonos la lengua usual cualquier
otro, no sabemos con qué reemplazarlo.
El signo lingüístico así definido posee dos caracteres primordiales. Al enunciarlos vamos a
proponer los principios mismos de todo estudio de este orden.
§ 2. Primer principio: lo arbitrario del signo
El lazo que une el significante al significado es arbitrario; o bien, puesto que entendemos por
signo el total resultante de la asociación de un significante con un significado, podemos decir más
simplemente: el signolingüístico es arbitrario.
Así, la idea de sur no está ligada por relación alguna interior con la secuencia de sonidos
s-u-r que le sirve de significante; podría estar representada tan perfectamente por cualquier otra
secuencia de sonidos. Sirvan de prueba las diferencias entre las lenguas y la existencia misma de
lenguas diferentes: el significado 'buey' tiene por significante bwéị a un lado de la frontera franco-
española y böf (boeuf) al otro, y al otro lado de la frontera francogermana es oks (Ochs).
El principio de lo arbitrario del signo no está contradicho por nadie; pero suele ser más fácil
descubrir una verdad que asignarle el puesto que le toca. El principio arriba enunciado domina toda
la lingüística de la lengua; sus consecuencias son innumerables. Es verdad que no todas aparecen a
la primera ojeada con igual evidencia; hay que darles muchas vueltas para descubrir esas
consecuencias y, con ellas, la importancia primordial del principio.
Una observación de paso: cuando la semiología esté organizada se tendrá que averiguar si los
modos de expresión que se basan en signos enteramente naturales –como la pantomima– le
pertenecen de derecho. Suponiendo que la semiología los acoja, su principal objetivo no por eso
dejará de ser el conjunto de sistemas fundados en lo arbitrario del signo. En efecto, todo medio de
expresión recibido de una sociedad se apoya en principio en un hábito colectivo o, lo que viene a
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ser lo mismo, en la convención. Los signos de cortesía, por ejemplo, dotados con frecuencia de
cierta expresividad natural (piénsese en los chinos que saludan a su emperador prosternándose
nueve veces hasta el suelo), no están menos fijados por una regla; esa regla es la que obliga a
emplearlos, no su valor intrínseco. Se puede, pues, decir que los signos enteramente arbitrarios son
los que mejor realizan el ideal del procedimiento semiológico; por eso la lengua, el más complejo y
el más extendido de los sistemas de expresión, es también el más característico de todos; en este
sentido la lingüística puede erigirse en el modelo general de toda semiología, aunque la lengua no
sea más que un sistema particular.
Se ha utilizado la palabra símbolo para designar el signo lingüístico, o, más exactamente, lo
que nosotros llamamos el significante. Pero hay inconvenientes para admitirlo, justamente a causa
de nuestro primer principio. El símbolo tiene por carácter no ser nunca completamente arbitrario; no
está vacío: hay un rudimento de vínculo natural entre el significante y el significado. El símbolo de
la justicia, la balanza, no podría reemplazarse por otro objeto cualquiera, un carro, por ejemplo.
La palabra arbitrario necesita también una observación. No debe dar idea de que el
significante depende de la libre elección del hablante (ya veremos luego que no está en manos del
individuo el cambiar nada en un signo una vez establecido por un grupo lingüístico); queremos
decir que es inmotivado, es decir, arbitrario con relación al significado, con el cual no guarda en la
realidad ningún lazo natural.
Señalemos, para terminar, dos objeciones que se podrían hacer a este primer principio:
1ª Se podría uno apoyar en las onomatopeyas para decir que la elección del significante no
siempre es arbitraria. Pero las onomatopeyas nunca son elementos orgánicos de un sistema
lingüístico. Su número es, por lo demás, mucho menor de lo que se cree. Palabras francesas como
fouet' látigo' o glas 'doblar de campanas' pueden impresionar a ciertos oídos por una sonoridad
sugestiva; pero para ver que no tienen tal carácter desde su origen, basta recordar sus formas latinas
(fouet deriva de fāgus 'haya', glas es classicum); la cualidad de sus sonidos actuales, o, mejor, la que
se les atribuye, es un resultado fortuito de la evolución fonética.
En cuanto a las onomatopeyas auténticas (las del tipo glu-glu, tic-tac, etc.), no solamente son
escasas, sino que su elección ya es arbitraria en cierta medida, porque no son más que la imitación
aproximada y ya medio convencional de ciertos ruidos (cfr. francés ouaoua y alemán wauwau,
español guau guau).4 Además, una vez introducidas en la lengua, quedan más o menos engranadas
en la evolución fonética, morfológica, etc., que sufren las otras palabras (cfr. pigeon, del latín
vulgar pīpiō, derivado de una onomatopeya): prueba evidente de que ha perdido algo de su carácter
primero para adquirir el del signo lingüístico en general, que es inmotivado.
2ª Las exclamaciones, muy vecinas de las onomatopeyas, dan lugar a observaciones análogas
y no son más peligrosas para nuestra tesis. Se tiene la tentación de ver en ellas expresiones
espontáneas de la realidad, dictadas como por la naturaleza. Pero para la mayor parte de ellas se
puede negar que haya un vínculo necesario entre el significado y el significante. Basta con
comparar dos lenguas en este terreno para ver cuánto varían estas expresiones de idioma a idioma
(por ejemplo, al francés aïe!, esp. ¡ay!, corresponde el alemán au!). Y ya se sabe que muchas
exclamaciones comenzaron por ser palabras con sentido determinado (cfr. fr. diable!, mordieu!=
mort Dieu, etcétera).
En resumen, las onomatopeyas y las exclamaciones son de importancia secundaria, y su
origen simbólico es en parte dudoso.
4 [Nuestro sentido onomatopéyico reproduce el canto del gallo con quiquiriquí, el de los
franceses coquerico (kókrikói), el de los ingleses cock-a-doodle-do. A.A.]
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§ 3. Segundo principio: carácter lineal del significante
El significante, por ser de naturaleza auditiva, se desenvuelve en el tiempo únicamente y
tiene los caracteres que toma del tiempo: a) representa una extensión, y b) esa extensión es
mensurable en una sola dimensión; es una línea.
Este principio es evidente, pero parece que siempre se ha desdeñado el enunciarlo, sin duda
porque se le ha encontrado demasiado simple; sin embargo, es fundamental y sus consecuencias son
incalculables: su importancia es igual a la de la primera ley. Todo el mecanismo de la lengua
depende de ese hecho. Por oposición a los significantes visuales (señales marítimas, por ejemplo),
que pueden ofrecer complicaciones simultáneas en varias dimensiones, los significantes acústicos
no disponen más que de la línea del tiempo; sus elementos se presentan uno tras otro; forman una
cadena. Este carácter se destaca inmediatamente cuando los representamos por medio de la
escritura, en donde la sucesión en el tiempo es sustituida por la línea espacial de los signos gráficos.
En ciertos casos, no se nos aparece con evidencia. Si, por ejemplo, acentúo una sílaba,
parecería que acumulo en un mismo punto elementos significativos diferentes. Pero es una ilusión;
la sílaba y su acento no constituyen más que un acto fonatorio; no hay dualidad en el interior de este
acto, sino tan sólo oposiciones diversas con lo que está a su lado.
Capítulo II. Inmutabilidad y mutabilidad del signo
§ 1. Inmutabilidad
Si, con relación a la idea que representa, aparece el significante como elegido libremente, en
cambio, con relación a la comunidad lingüística que lo emplea, no es libre, es impuesto. A la masa
social no se le consulta si el significante elegido por la lengua podría tampoco ser reemplazado por
otro. Este hecho, que parece envolver una contradicción, podría llamarse familiarmente la carta
forzada. Se dice a la lengua "elige", pero añadiendo: "será ese signo y no otro alguno". No
solamente es verdad que, de proponérselo, un individuo sería incapaz de modificar en un ápice la
elección ya hecha, sino que la masa misma no puede ejercer su soberanía sobre una sola palabra; la
masa está atada a la lengua tal cual es.
La lengua no puede, pues, equipararse a un contrato puro y simple, y justamente en este
aspecto muestra el signo lingüístico su máximo interés de estudio; pues si se quiere demostrar que
la ley admitida en una colectividad es una cosa que se sufre y no una regla libremente consentida, la
lengua es la que ofrece la prueba más concluyente de ello.
Veamos, pues, cómo el signo lingüístico está fuera del alcance de nuestra voluntad, y
saquemos luego las consecuencias importantes que se derivan de tal fenómeno.
En cualquier época que elijamos, por antiquísima que sea, ya aparece la lengua como una
herencia de la época precedente. El acto por el cual, en un momento dado, fueran los nombres
distribuidos entre las cosas, el acto de establecer un contrato entre los conceptos y las imágenes
acústicas, es verdad que lo podemos imaginar, pero jamás ha sido comprobado. La idea de que así
es como pudieron ocurrir los hechos nos es sugerida por nuestro sentimiento tan vivo de lo
arbitrario del signo.
De hecho, ninguna sociedad conoce ni jamás ha conocido la lengua de otro modo que como
un producto heredado de las generaciones precedentes y que hay que tomar tal cual es. Ésta es la
razón de que la cuestión del origen del lenguaje no tenga la importancia que se le atribuye
generalmente. Ni siquiera es cuestión que se deba plantear; el único objeto real de la lingüística es
la vida normal y regular de una lengua ya constituida. Un estado de lengua dado siempre es el
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producto de factores históricos, y esos factores son los que explican por qué el signo es inmutable,
es decir, por qué resiste toda sustitución arbitraria.
Pero decir que la lengua es una herencia no explica nada si no se va más lejos. ¿No se pueden
modificar de un momento a otro leyes existentes y heredadas?
Esta objeción nos lleva a situar la lengua en su marco social y a plantear la cuestión como se
plantearía para las otras instituciones sociales. ¿Cómo se transmiten las instituciones? He aquí la
cuestión más general que envuelve la de la inmutabilidad. Tenemos, primero, que apreciar el más o
el menos de libertad de que disfrutan las otras instituciones, y veremos entonces que para cada una
de ellas hay un balanceo diferente entre la tradición impuesta y la acción libre de la sociedad. En
seguida estudiaremos por qué, en una categoría dada, los factores del orden primero son más o
menos poderosos que los del otro. Por último, volviendo a la lengua, nos preguntamos por qué el
factor histórico de la transmisión la domina enteramente excluyendo todo cambio lingüístico
general y súbito.
Para responder a esta cuestión se podrán hacer valer muchos argumentos y decir, por
ejemplo, que las modificaciones de la lengua no están ligadas a la sucesión de generaciones que,
lejos de superponerse unas a otras como los cajones de un mueble, se mezclan, se interpenetran, y
cada una contiene individuos de todas las edades. Habrá que recordar la suma de esfuerzos que
exige el aprendizaje de la lengua materna, para llegar a la conclusión de la imposibilidad de un
cambio general. Se añadirá que la reflexión no interviene en la práctica de un idioma; que los
sujetos son, en gran medida, inconscientes de las leyes de la lengua; y si no se dan cuenta de ellas
¿cómo van a poder modificarlas? Y aunque fueran conscientes, tendríamos que recordar que los
hechos lingüísticos apenas provocan la crítica, en el sentido de que cada pueblo está generalmente
satisfecho de la lengua que ha recibido.
Estas consideraciones son importantes, pero no son específicas; preferimos las siguientes,
más esenciales, más directas, de las cuales dependen todas las otras.
1. El carácter arbitrario del signo. Ya hemos visto cómo el carácter arbitrario del signo nos
obligaba a admitir la posibilidad teórica del cambio; y si profundizamos, veremos que de hecho lo
arbitrario mismo del signo pone a la lengua al abrigo de toda tentativa que pueda modificarla. La
masa, aunque fuera más consciente de lo que es, no podría discutirla. Pues para que una cosa entre
en cuestión es necesario que se base en una norma razonable. Se puede, por ejemplo, debatir si la
forma monogámica del matrimonio es más razonable que la poligámica y hacer valer las razones
para una u otra. Se podría también discutir un sistema de símbolos, porque el símbolo guarda una
relación racional con la cosa significada; pero en cuanto a la lengua, sistema de signos arbitrarios,
esa base falta, y con ella desaparece todo terreno sólido de discusión; no hay motivo alguno para
preferir soeur a sistero a hermana, Ochs a boeufo a buey, etcétera.
2. La multitud de signos necesarios para constituir cualquier lengua. Las repercusiones de
este hecho son considerables. Un sistema de escritura compuesto de veinte a cuarenta letras puede
en rigor reemplazarse por otro. Lo mismo sucedería con la lengua si encerrara un número limitado
de elementos; pero los signos lingüísticos son innumerables.
3. El carácter demasiado complejo del sistema. Una lengua constituye un sistema. Si, como
luego veremos, éste es el lado por el cual la lengua no es completamente arbitraria y donde impera
una razón relativa, también es éste el punto donde se manifiesta la incompetencia de la masa para
transformarla. Pues este sistema es un mecanismo complejo, y no se le puede comprender más que
por la reflexión; hasta los que hacen de él un uso cotidiano lo ignoran profundamente. No se podría
concebir un cambio semejante más que con la intervención de especialistas, gramáticos, lógicos,
etc.; pero la experiencia demuestra que hasta ahora las injerencias de esta índole no han tenido éxito
alguno.
21
4. La resistencia de la inercia colectiva a toda innovación lingüística. La lengua –y esta
consideración prevalece sobre todas las demás– es en cada instante tarea de todo el mundo;
extendida por una masa y manejada por ella, la lengua es una cosa de que todos los individuos se
sirven a lo largo del día entero. En este punto no se puede establecer ninguna comparación entre ella
y las otras instituciones. Las prescripciones de un código, los ritos de una religión, las señales
marítimas, etc., nunca ocupan más que cierto número de individuos a la vez y durante un tiempo
limitado; de la lengua, por el contrario, cada cual participa en todo tiempo, y por eso la lengua sufre
sin cesar la influencia de todos. Este hecho capital basta para mostrar la imposibilidad de una
revolución. La lengua es de todas las instituciones sociales la que menos presa ofrece a las
iniciativas. La lengua forma cuerpo con la vida de la masa social, y la masa, siendo naturalmente
inerte, aparece ante todo como un factor de conservación.
Sin embargo, no basta con decir que la lengua es un producto de fuerzas sociales para que se
vea claramente que no es libre; acordándonos de que siempre es herencia de una época precedente,
hay que añadir que esas fuerzas sociales actúan en función del tiempo. Si la lengua tiene carácter de
fijeza, no es sólo porque esté ligada a la gravitación de la colectividad, sino también porque está
situada en el tiempo. Estos dos hechos son inseparables. En todo instante la solidaridad con el
pasado pone en jaque a la libertad de elegir. Decimos hombre y perro porque antes que nosotros se
ha dicho hombre y perro. Eso no impide que haya en el fenómeno total un vínculo entre esos dos
factores antinómicos: la convención arbitraria, en virtud de la cual es libre la elección, y el tiempo,
gracias al cual la elección se halla ya fijada. Precisamente porque el signo es arbitrario no conoce
otra ley que la de la tradición, y precisamente por fundarse en la tradición puede ser arbitrario.
§ 2. Mutabilidad
El tiempo, que asegura la continuidad de la lengua, tiene otro efecto, en apariencia
contradictorio con el primero: el de alterar más o menos rápidamente los signos lingüísticos, de
modo que, en cierto sentido, se puede hablar a la vez de la inmutabilidad y de la mutabilidad del
signo.5
En último análisis, ambos hechos son solidarios: el signo está en condiciones de alterarse
porque se continúa. Lo que domina en toda alteración es la persistencia de la materia vieja; la
infidelidad al pasado sólo es relativa. Por eso el principio de alteración se funda en el principio de
continuidad.
La alteración en el tiempo adquiere formas diversas, cada una de las cuales daría materia para
un importante capítulo de lingüística. Sin entrar en detalles, he aquí lo más importante de destacar.
Por de pronto no nos equivoquemos sobre el sentido dado aquí a la palabra alteración. Esta palabra
podría hacer creer que se trata especialmente de cambios fonéticos sufridos por el significante, o
bien de cambios de sentido que atañen al concepto significado. Tal perspectiva sería insuficiente.
Sean cuales fueren los factores de alteración, ya obren aisladamente o combinados, siempre
conducen a un desplazamiento de la relación entre el significado y el significante.
Veamos algunos ejemplos. El latín necāre 'matar' se ha hecho en francés noyer 'ahogar' y en
español anegar. Han cambiado tanto la imagen acústica como el concepto; pero es inútil distinguir
5 Sería injusto reprochar a F. de Saussure el ser inconsecuente o paradójico por atribuir a la
lengua dos cualidades contradictorias. Por la oposición de los términos que hieran la imaginación,
F. de Saussure quiso solamente subrayar esta verdad: que la lengua se transforma sin que los
sujetos hablantes puedan transformarla. Se puede decir también que la lengua es intangible, pero
no inalterable. (B. y S.)
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las dos partes del fenómeno; basta con consignar globalmente que el vínculo entre la idea y el signo
se ha relajado y que ha habido un desplazamiento en su relación.
Si en lugar de comparar el necāre del latín clásico con el francés noyer, se le opone a necāre
del latín vulgar de los siglos IV o V, ya con la significación de 'ahogar', el caso es un poco
diferente; pero también aquí, aunque no haya alteración apreciable del significante, hay
desplazamiento de la relación entre idea y signo.
El antiguo alemán dritteil 'el tercio' se ha hecho en alemán moderno Drittel. En este caso,
aunque el concepto no se haya alterado, la relación se ha cambiado de dos maneras: el significante
se ha modificado no sólo en su aspecto material, sino también en su forma gramatical; ya no implica
la idea de Teil 'parte'; ya es una palabra simple. De una manera o de otra, siempre hay
desplazamiento de la relación.
En anglosajón la forma preliteraria fōt 'pie' siguió siendo fōt (inglés moderno foot), mientras
que su plural *fōti 'pies' se hizo fēt (inglés moderno feet). Sean cuales fueren las alteraciones que
supone, una cosa es cierta: ha habido desplazamiento de la relación, han surgido otras
correspondencias entre la materia fónica y la idea.
Una lengua es radicalmente incapaz de defenderse contra los factores que desplazan minuto
tras minuto la relación entre significado y significante. Es una de las consecuencias de lo arbitrario
del signo.
Las otras instituciones humanas –las costumbres, las leyes, etc.– están todas fundadas, en
grados diversos, en la relación natural entre las cosas; en ellas hay una acomodación necesaria entre
los medios empleados y los fines perseguidos. Ni siquiera la moda que fija nuestra manera de vestir
es enteramente arbitraria; no se puede apartar más allá de ciertos límites de las condiciones dictadas
por el cuerpo humano. La lengua, por el contrario, no está limitada por nada en la elección de sus
medios, pues no se adivina qué sería lo que impidiera asociar una idea cualquiera con una secuencia
cualquiera de sonidos.
Para hacer ver bien que la lengua es pura institución, Whitney ha insistido con toda razón en
el carácter arbitrario de los signos; y con eso ha situado la lingüística en su eje verdadero. Pero
Whitney no llegó hasta el fin y no vio que ese carácter arbitrario separa radicalmente a la lengua de
todas las demás instituciones. Se ve bien por la manera en que la lengua evoluciona; nada tan
complejo: situada a la vez en la masa social y en el tiempo, nadie puede cambiar nada en ella; y, por
otra parte, lo arbitrario de sus signos implica teóricamente la libertad de establecer cualquier posible
relación entre la materia fónica y las ideas. De aquí resulta que cada uno de esos dos elementos
unidos en los signos guardan su vida propia en una proporción desconocida en otras instituciones, y
que la lengua se altera, o mejor, evoluciona, bajo la influencia de todos los agentes que puedan
alcanzar sea a los sonidos sea a los significados. Esta evolución es fatal; no hay un solo ejemplo de
lengua que la resista. Al cabo de cierto tiempo, siempre se pueden observar desplazamientos
sensibles.
Tan cierto es esto que hasta se tiene que cumplir este principio en las lenguas artificiales. El
hombre que construya una de estas lenguas artificiales la tiene a su merced mientras no se ponga en
circulación; pero desde el momento en que la tal lengua se ponga a cumplir su misión y se convierta
en cosa de todo el mundo, su gobierno se le escapará. El esperanto es un ensayo de esta clase; si
triunfa ¿escapará a la ley fatal? Pasado el primer momento, la lengua entrará probablemente en su
vida semiológica; se transmitirá según leyes que nada tienen de común con las de la creación
reflexiva y ya no se podrá retroceder. El hombre que pretendiera construir una lengua inmutable que
la posteridad debería aceptar tal cual la recibiera se parecería a la gallina que empolla un huevo de
pato: la lengua construida por él sería arrastrada quieras que no por la corriente que abarca a todas
las lenguas.
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La continuidad del signo en el tiempo, unida a la alteración en el tiempo, es un principio de
semiología general; y su confirmación se encuentra en los sistemas de escritura, en el lenguaje de
los sordomudos, etcétera.
Pero ¿en qué se funda la necesidad del cambio? Quizá se nos reproche no haber sido tan
explícitos sobre este punto como sobre el principio de la inmutabilidad; es que no hemos
distinguido los diferentes factores de la alteración, y tendríamos que contemplarlos en su variedad
para saber hasta qué punto son necesarios.
Las causas de la continuidad están apriori al alcance del observador; no pasa lo mismo con
las causas de alteración a través del tiempo. Vale más renunciar provisionalmente a dar cuenta cabal
de ellas y limitarse a hablar en general del desplazamiento de relaciones; el tiempo altera todas las
cosas; no hay razón para que la lengua escape de esta ley universal.
Recapitulemos las etapas de nuestra demostración, refiriéndonos a los
principios establecidos en la Introducción.
1 ° Evitando estériles definiciones de palabras, hemos empezado por
distinguir, en el seno del fenómeno total que representa el lenguaje, dos factores: la
lengua y el habla. La lengua es para nosotros el lenguaje menos el habla. La lengua
es el conjunto de los hábitos lingüísticos que permiten a un sujeto comprender y
hacerse comprender.
2° Pero esta definición deja todavía a la lengua fuera de su realidad social, y
hace de ella una cosa irreal, ya que no abarca más que uno de los aspectos de la
realidad, el aspecto individual; hace falta una masa parlante para que haya una
lengua. Contra toda apariencia, en momento alguno existe la lengua fuera del hecho
social, porque es un fenómeno semiológico. Su naturaleza social es uno de sus caracteres internos;
su definición completa nos coloca ante dos cosas inseparables, como lo muestra el esquema
siguiente:
Pero en estas condiciones la lengua es viable, no viviente; no hemos tenido en cuenta más
que la realidad social, no el hecho histórico.
3° Como el signo lingüístico es arbitrario, parecería que la lengua, así definida, es un sistema
libre, organizable a voluntad, dependiente únicamente de un principio racional. Su carácter social,
considerado en sí mismo, no se opone precisamente a este punto de vista. Sin duda la psicología
colectiva no opera sobre una materia puramente lógica; haría falta tener en cuenta todo cuanto hace
torcer la razón en las relaciones prácticas entre individuo e individuo. Y, sin embargo, no es eso lo
que nos impide ver la lengua como una simple convención, modificable a voluntad de los
interesados: es la acción del tiempo, que se combina con la de la fuerza social; fuera del tiempo, la
realidad lingüística no es completa y ninguna conclusión es posible.
Si se tomara la lengua en el tiempo, sin la masa hablante –supongamos un individuo aislado
que viviera durante siglos– probablemente no se registraría ninguna alteración; el tiempo no
actuaría sobre ella. Inversamente, si se considerara la masa parlante sin el tiempo no se vería el
efecto de fuerzas sociales que obran en la lengua. Para estar en la realidad hace falta, pues, añadir a
nuestro primer esquema un signo que indique la marcha del tiempo:
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Ya ahora la lengua no es libre, porque el tiempo permitirá a las fuerzas sociales que actúan en
ella desarrollar sus efectos, y se llega al principio de continuidad que anula a la libertad. Pero la
continuidad implica necesariamente la alteración, el desplazamiento más o menos considerable de
las relaciones.
Segunda parte. Lingüística sincrónica Capítulo IV. El valor lingüístico
§ 1. La lengua como pensamiento organizado en la materia fónica
Para darse cuenta de que la lengua no puede ser otra cosa que un sistema de valores puros,
basta considerar los dos elementos que entran en juego en su funcionamiento: las ideas y los
sonidos.
Psicológicamente, hecha abstracción de su expresión por medio de palabras, nuestro
pensamiento no es más que una masa amorfa e indistinta. Filósofos y lingüistas han estado siempre
de acuerdo en reconocer que, sin la ayuda de los signos, seríamos incapaces de distinguir dos ideas
de manera clara y constante. Considerado en sí mismo, el pensamiento es como una nebulosa donde
nada está necesariamente delimitado. No hay ideas preestablecidas, y nada es distinto antes de la
aparición de la lengua.
Frente a este reino flotante, ¿ofrecen los sonidos por sí mismos entidades circunscriptas de
antemano? Tampoco. La substancia fónica no es más fija ni más rígida; no es un molde a cuya
forma el pensamiento deba acomodarse necesariamente, sino una materia plástica que se divide a su
vez en partes distintas para suministrar los significantes que el pensamiento necesita. Podemos,
pues, representar el hecho lingüístico en su conjunto, es decir, la lengua, como una serie de
subdivisiones contiguas marcadas a la vez sobre el plano indefinido de las ideas confusas (A) y
sobre el no menos indeterminado de los sonidos (B). Es lo que aproximadamente podríamos
representar en este esquema:
El papel característico de la lengua frente al pensamiento no es el de crear un medio fónico
material para la expresión de las ideas, sino el de servir de intermediaria entre el pensamiento y el
sonido, en condiciones tales que su unión lleva necesariamente a deslindamientos recíprocos de
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unidades. El pensamiento, caótico por naturaleza, se ve forzado a precisarse al descomponerse. No
hay, pues, ni materialización de los pensamientos, ni espiritualización de los sonidos, sino que se
trata de ese hecho en cierta manera misterioso: que el "pensamiento-sonido" implica divisiones y
que la lengua elabora sus unidades al constituirse entre dos masas amorfas. Imaginemos el aire en
contacto con una capa de agua: si cambia la presión atmosférica, la superficie del agua se
descompone en una serie de divisiones, esto es, de ondas; esas ondulaciones darán una idea de la
unión y, por así decirlo, de la ensambladura del pensamiento con la materia fónica.
Se podrá llamar a la lengua el dominio de las articulaciones, tomando esta palabra en el
sentido definido en la página 52 [pág. 12 de este cuadernillo], cada término lingüístico es un
miembro, un articulus donde se fija una idea en un sonido y donde un sonido se hace el signo de
una idea.
La lengua es también comparable a una hoja de papel: el pensamiento es el anverso y el
sonido el reverso: no se puede cortar uno sin cortar el otro; así tampoco en la lengua se podría aislar
el sonido del pensamiento, ni el pensamiento del sonido; a tal separación sólo se llegaría por una
abstracción y el resultado sería hacer psicología pura o fonología pura.
La lingüística trabaja, pues, en el terreno limítrofe donde los elementos de dos órdenes se
combinan; esta combinación produce una forma, nouna sustancia.
Estas miras hacen comprender mejor lo que hemos dicho sobre lo arbitrario del signo. No
solamente son confusos y amorfos los dos dominios enlazados por el hecho lingüístico, sino que la
elección que se decide por tal porción acústica para tal idea es perfectamente arbitraria. Si no fuera
éste el caso, la noción de valor perdería algo de su carácter, ya que contendría un elemento
impuesto desde fuera. Pero de hecho los valores siguen siendo enteramente relativos, y por eso el
lazo entre la idea y el sonido es radicalmente arbitrario.
A su vez lo arbitrario del signo nos hace comprender mejor por qué el hecho social es el
único que puede crear un sistema lingüístico. La colectividad es necesaria para establecer valores
cuya única razón de ser está en el uso y en el consenso generales; el individuo por sí solo es incapaz
de fijar ninguno.
Además, la idea de valor, así determinada, nos muestra cuan ilusorio es considerar un término
sencillamente como la unión de cierto sonido con cierto concepto. Definirlo así sería aislarlo del
sistema del que forma parte; sería creer que se puede comenzar por los términos y construir el
sistema haciendo la suma, mientras que, por el contrario, hay que partir de la totalidad solidaria para
obtener por análisis los elementos que encierra.
Para desarrollar esta tesis nos pondremos sucesivamente en el punto de vista del significado o
concepto (§2), en el del significante (§3) y en el del signo total (§4).
No pudiendo captar directamente las entidades concretas o unidades de la lengua, operamos
sobre las palabras. Las palabras, sin recubrir exactamente la definición de la unidad lingüística, por
lo menos dan de ella una idea aproximada que tiene la ventaja de ser concreta; las tomaremos, pues,
como muestras equivalentes de los términos reales de un sistema sincrónico, y los principios
obtenidos a propósito de las palabras serán válidos para las entidades en general.
§ 2. El valor lingüístico considerado en su aspecto
conceptual
Cuando se habla del valor de una palabra, se piensa generalmente, y sobre todo, en la
propiedad que tiene la palabra de representar una idea, y, en efecto, ése es uno de los aspectos del
valor lingüístico. Pero si fuera así, ¿en qué se diferenciaría el valor de lo que se llama significación?
¿Serían sinónimas estas dos palabras? No lo creemos, aunque sea fácil la confusión, sobre todo
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porque está provocada menos por la analogía de los términos que por la delicadeza de la distinción
que señalan.
El valor, tomado en su aspecto conceptual, es sin duda un elemento de la significación, y es
muy difícil saber cómo se distingue la significación a pesar de estar bajo su dependencia. Sin
embargo, es necesario poner en claro esta cuestión so pena de reducir la lengua a una simple
nomenclatura.
Tomemos primero la significación tal como se suele presentar y tal
como la hemos imaginado en la página 129 [pág. 18 de este cuadernillo]. No
es, como ya lo indican las flechas de la figura, más que la contraparte de la
imagen auditiva. Todo queda entre la imagen auditiva y el concepto, en los
límites de la palabra considerada como un dominio cerrado, existente por sí
mismo.
Pero véase el aspecto paradójico de la cuestión: de un lado, el concepto se nos aparece como
la contraparte de la imagen auditiva en el interior del signo, y, de otro, el signo mismo, es decir, la
relación que une esos dos elementos es también, y de igual modo, la contraparte de los otros signos
de la lengua.
Puesto que la lengua es un sistema en donde todos los términos son solidarios y donde el
valor de cada uno no resulta más que de la presencia simultánea de los otros, según este esquema:
¿cómo es que el valor, así definido, se confundirá con la significación, es decir, con la contraparte
de la imagen auditiva? Parece imposible equiparar las relaciones figuradas aquí por las flechas
horizontales con las que están representadas en la figura anterior por las flechas verticales. Dicho de
otro modo –para insistir en la comparación de la hoja de papel que se desgarra–, no vemos por qué
la relación observada entre distintos trozos A, B, C, D, etc., no ha de ser distinta de la que existe
entre el anverso y el reverso de un mismo trozo, A/A', B/B', etcétera.
Para responder a esta cuestión, consignemos primero que, incluso fuera de la lengua, todos los
valores parecen regidos por ese principio paradójico. Los valores están siempre constituidos:
1 ° por una cosa desemejante susceptible de ser trocada por otra cuyo valor está por
determinar;
2° por cosas similares que se pueden comparar con aquella cuyo valor está por ver.
Estos dos factores son necesarios para la existencia de un valor. Así, para determinar lo que
vale una moneda de cinco francos hay que saber: 1° que se la puede trocar por una cantidad
determinada de una cosa diferente, por ejemplo, de pan; 2° que se la puede comparar con un valor
similar del mismo sistema, por ejemplo, una moneda de un franco, o con una moneda de otro
sistema (un dólar, etc.). Del mismo modo una palabra puede trocarse por algo desemejante: una
idea; además, puede compararse con otra cosa de la misma naturaleza: otra palabra. Su valor, pues,
no estará fijado mientras nos limitemos a consignar que se puede "trocar" por tal o cual concepto, es
decir, que tiene tal o cual significación; hace falta además compararla con los valores similares, con
las otras palabras que se le pueden oponer. Su contenido no está verdaderamente determinado más
que por el concurso de lo que existe fuera de ella. Como la palabra forma parte de un sistema, está
revestida, no sólo de una significación, sino también, y sobre todo, de un valor, lo cual es cosa muy
diferente.
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Algunos ejemplos mostrarán que es así como efectivamente sucede. El español carnero o el
francés mouton pueden tener la misma significación que el inglés sheep, pero no el mismo valor, y
eso por varias razones, en particular porque al hablar de una porción de comida ya cocinada y
servida a la mesa, el inglés dice mutton y no sheep. La diferencia de valor entre sheep y moutono
carnero consiste en que sheep tiene junto a sí un segundo término, lo cual no sucede con la palabra
francesa ni con la española.
Dentro de una misma lengua, todas las palabras que expresan ideas vecinas se limitan
recíprocamente: sinónimos como recelar, temer, tenermiedo, no tienen valor propio más que por su
oposición; si recelar no existiera, todo su contenido iría a sus concurrentes. Al revés, hay términos
que se enriquecen por contacto con otros; por ejemplo, el elemento nuevo introducido en décrépit
("un vieillard décrépit") resulta de su coexistencia con décrépi ("un mur décrépi").6 Así el valor de
todo término está determinado por lo que lo rodea; ni siquiera de la palabra que significa 'sol' se
puede fijar inmediatamente el valor si no se considera lo que la rodea; lenguas hay en las que es
imposible decir "sentarse al sol".
Lo que hemos dicho de las palabras se aplica a todo término de la lengua, por ejemplo, a las
entidades gramaticales. Así, el valor de un plural español o francés no coincide del todo con el de
un plural sánscrito, aunque la mayoría de las veces la significación sea idéntica: es que el sánscrito
posee tres números en lugar de dos (mis ojos, mis orejas, mis brazos, mis piernas, etc., estarían en
dual); sería inexacto atribuir el mismo valor al plural en sánscrito y en español o francés, porque el
sánscrito no puede emplear el plural en todos los casos donde es regular en español o en francés; su
valor depende, pues, verdaderamente de lo que está fuera y alrededor de él.
Si las palabras estuvieran encargadas de representar conceptos dados de antemano, cada uno
de ellos tendría, de lengua a lengua, correspondencias exactas para el sentido; pero no es así. El
francés dice louer (une maison) y el español alquilar, indiferentemente por 'tomar' o 'dar en alquiler,
mientras el alemán emplea dos términos: mieten y vermieten; no hay, pues, correspondencia exacta
de valores. Los verbos schätzen y urteilen presentan un conjunto de significaciones que
corresponden a bulto a las palabras francesas estimer y juger, esp. estimar y juzgar. Sin embargo,
en varios puntos esta correspondencia falla.
La flexión ofrece ejemplos particularmente notables. La distinción de los tiempos, que nos es
tan familiar, es extraña a ciertas lenguas; el hebreo ni siquiera conoce la distinción, tan fundamental,
entre el pasado, el presente y el futuro. El protogermánico no tiene forma propia para el futuro:
cuando se dice que lo expresa con el presente, se habla impropiamente, pues el valor de un presente
no es idéntico en germánico y en las lenguas que tienen un futuro junto al presente. Las lenguas
eslavas distinguen regularmente dos aspectos del verbo: el perfectivo representa la acción en su
totalidad, como un punto, fuera de todo desarrollarse; el imperfectivo la muestra en su desarrollo y
en la línea del tiempo. Estas categorías presentan dificultades para un francés o para un español
porque sus lenguas las ignoran: si estuvieran predeterminadas, no sería así. En todos estos casos,
pues, sorprendemos, en lugar de ideas dadas de antemano, valores que emanan del sistema. Cuando
se dice que los valores corresponden a conceptos, se sobreentiende que son puramente diferenciales,
definidos no positivamente por su contenido, sino negativamente por sus relaciones con los otros
términos del sistema. Su más exacta característica es la de ser lo que los otros no son.7
6 [O con nuestro ejemplo español: el elemento nuevo introducido en el uso argentino de
latente ("un entusiasmo latente") resulta de su coexistencia con latir ("un corazón latiente"). A.A.]
7 [Por ejemplo: para designar temperaturas, tibio eslo que no es frío ni caliente; para
designar distancias, ahí es lo que no es aquí ni allí; esto lo que no es eso ni aquello. El inglés, que
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Ahora se ve la interpretación real del esquema del signo. Así quiere decir que en español un
concepto 'juzgar' está unido a la imagen acústica juzgar; en una palabra,
simboliza la significación; pero bien entendido que ese concepto nada tiene
de inicial, que no es más que un valor determinado por sus relaciones con
los otros valores similares, y que sin ellos la significación no existiría.
Cuando afirmo simplemente que una palabra significa tal cosa, cuando me
atengo a la asociación de la imagen acústica con el concepto, hago una
operación que puede en cierta medida ser exacta y dar una idea de la realidad; pero de ningún modo
expreso el hecho lingüístico en su esencia y en su amplitud.
§ 3. El valor lingüístico considerado en su aspecto
material
Si la parte conceptual del valor está constituida únicamente por sus conexiones y diferencias
con los otros términos de la lengua, otro tanto se puede decir de su parte material. Lo que importa
en la palabra no es el sonido por sí mismo, sino las diferencias fónicas que permiten distinguir una
palabra de todas las demás, pues ellas son las que llevan la significación.
Quizá esto sorprenda, pero en verdad ¿dónde habría la posibilidad de lo contrario? Puesto que
no hay imagen vocal que responda mejor que otra a lo que se le encomienda expresar, es evidente,
hasta a priori, que nunca podrá un fragmento de lengua estar fundado, en último análisis, en otra
cosa que en su no-coincidencia con el resto. Arbitrario y diferencial son dos cualidades correlativas.
La alteración de los signos lingüísticos patentiza bien esta correlación; precisamente porque
los términos a y b son radicalmente incapaces de llegar como tales hasta las regiones de la
conciencia –la cual no percibe perpetuamente más que la diferencia a/b–, cada uno de los términos
queda libre para modificarse según leyes ajenas a su función significativa. El genitivo plural checo
žen no está caracterizado por ningún signo positivo; sin embargo, el grupo de formas žena: žen
funciona también como el de žena: žen ъ que le ha precedido; es que lo único que entra en juego es
la diferencia de los signos; žena vale sólo porque es diferente.
Otro ejemplo que hace ver todavía mejor lo que hay de sistemático en este juego de las
diferencias fónicas: en griego éphēn es un imperfecto y estēn un aoristo, aunque ambos están
formados de manera idéntica; es que el primero pertenece al sistema del indicativo presente phēmí
'digo', mientras que no hay presente *stēmi; ahora bien, la relación phēmí-éphēn es justamente la
que corresponde a la relación entre el presente y el imperfecto (cfr. deíknūmi-edeíknūn), etc. Estos
signos actúan, pues, no por su valor intrínseco, sino por su posición relativa.
Por lo demás, es imposible que el sonido, elemento material, pertenezca por sí a la lengua.
Para la lengua no es más que una cosa secundaria, una materia que pone en juego. Todos los valores
convencionales presentan este carácter de no confundirse con el elemento tangible que les sirve de
soporte. Así no es el metal de una moneda lo que fija su valor; un escudo que vale nominalmente
cinco francos no contiene de plata más que la mitad de esa suma; y valdrá más o menos con tal o
cual efigie, más o menos a este o al otro lado de una frontera política. Esto es más cierto todavía en
el significante lingüístico; en su esencia, de ningún modo es fónico, es incorpóreo, constituido, no
por su sustancia material, sino únicamente por las diferencias que separan su imagen acústica de
todas las demás.
Este principio es tan esencial, que se aplica a todos los elementos materiales de la lengua,
incluidos los fonemas. Cada idioma compone sus palabras a base de un sistema de elementos
tiene dos términos, this y that, en lugar de nuestros tres, este, ese, aquel, presenta otro juego de
valores. A.A.]
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sonoros, cada uno de los cuales forma una unidad netamente deslindada y cuyo número está
perfectamente determinado. Pero lo que los caracteriza no es, como se podría creer, su cualidad
propia y positiva, sino simplemente el hecho de que no se confunden unos con otros. Los fonemas
son ante todo entidades opositivas, relativas y negativas.
Y lo prueba el margen y la elasticidad de que los hablantes gozan para la pronunciación con
tal que los sonidos sigan siendo distintos unos de otros. Así, en francés, el uso general de la r uvular
(grasseyé) no impide a muchas personas el usar la r apicoalveolar (roulé); la lengua no queda por
eso dañada; la lengua no pide más que la diferencia, y sólo exige, contra lo que se podría pensar,
que el sonido tenga una cualidad invariable. Hasta puedo pronunciar la r francesa como la ch
alemana de Bach, doch [= j española de reloj, boj],mientras que un alemán (que tiene también la r
uvular) no podría emplear la ch como r, porque esa lengua reconoce los dos elementos y debe
distinguirlos. Lo mismo, en ruso, no habría margen para una t junto a una t' (t mojada, de contacto
amplio), porque el resultado sería el confundir dos sonidos diferentes para la lengua (cfr. govorit'
"hablar" y govorit "él habla"), pero en cambio habrá una libertad mayor del lado de la th(t aspirada),
porque este sonido no está previsto en el sistema de los fonemas del ruso.
Como idéntico estado de cosas se comprueba en ese otro sistema de signos que es la
escritura, lo tomaremos como término de comparación para aclarar toda esta cuestión. De hecho:
1° los signos de la escritura son arbitrarios; ninguna conexión, por ejemplo, hay entre la letra
t y el sonido que designa;
2° el valor de las letras es puramente negativo y diferencial; así una misma persona puede
escribir la t con variantes tales como
Lo único esencial es que ese signo no se confunda en su escritura con el de la l, de la d,
etcétera;
3° los valores de la escritura no funcionan más que por su oposición recíproca en el seno de
un sistema definido, compuesto de un número determinado de letras. Este carácter, sin ser idéntico
al segundo, está ligado a él estrechamente, porque ambos dependen del primero. Siendo el signo
gráfico arbitrario, poco importa su forma, o, mejor, sólo tiene importancia en los límites impuestos
por el sistema;
4° el medio de producción del signo es totalmente indiferente, porque no interesa al sistema
(eso se deduce también de la primera característica). Escribamos las letras en blanco o en negro, en
hueco o en relieve, con una pluma o con unas tijeras, eso no tiene importancia para la significación.
§ 4. El signo considerado en su totalidad
Todo lo precedente viene a decir que en la lengua no hay más quediferencias. Todavía más:
una diferencia supone, en general, términos positivos entre los cuales se establece; pero en la lengua
sólo hay diferencias sin términos positivos. Ya se considere el significante, ya el significado, la
lengua no comporta ni ideas ni sonidos preexistentes al sistema lingüístico, sino solamente
diferencias conceptuales y diferencias fónicas resultantes de ese sistema. Lo que de idea o de
materia fónica hay en un signo importa menos que lo que hay a su alrededor en los otros signos. La
prueba está en que el valor de un término puede modificarse sin tocar ni a su sentido ni a su sonido,
con sólo el hecho de que tal otro término vecino haya sufrido una modificación.
Pero decir que en la lengua todo es negativo sólo es verdad en cuanto al significante y al
significado tomados aparte: en cuanto consideramos el signo en su totalidad, nos hallamos ante una
cosa positiva en su orden. Un sistema lingüístico es una serie de diferencias de sonidos combinados
con una serie de diferencias de ideas; pero este enfrentamiento de cierto nú- mero de signos
30
acústicos con otros tantos cortes hechos en la masa del pensamiento engendra un sistema de
valores; y este sistema es lo que constituye el lazo efectivo entre los elementos fónicos y psíquicos
en el interior de cada signo. Aunque el significante y el significado, tomado cada uno aparte, sean
puramente negativos y diferenciales, su combinación es un hecho positivo; hasta es la única especie
de hechos que comporta la lengua, puesto que lo propio de la institución lingüística es justamente el
mantener el paralelismo entre esos dos órdenes de diferencias.
Ciertos hechos diacrónicos son muy característicos a este respecto: son los innumerables
casos en que la alteración del significante acarrea la alteración de la idea, y donde se ve que en
principio la suma de las ideas distinguidas corresponde a la suma de los signos distintivos. Cuando
dos términos se confunden por alteración fonética (por ejemplo, décrépit =decrepitus y décrépi de
crispus), las ideas tenderán a confundirse también por poco que se presten a ello. ¿Se diferencia un
término (por ejemplo, fr. chaise y chaire [dos variantes fonéticas de una misma palabra 'silla', del
latín cathedra])?8 Infaliblemente, la diferencia resultante tenderá a hacerse significativa, sin
conseguirlo ni siempre ni al primer intento. Inversamente, toda diferencia ideal percibida por el
espíritu tiende a expresarse por significantes distintos, y dos ideas que el espíritu deja de distinguir
tienden a confundirse en el mismo significante.
Cuando se comparan los signos entre sí –términos positivos–, ya no se puede hablar de
diferencia; la expresión sería impropia, puesto que no se aplica bien más que a la comparación de
dos imágenes acústicas, por ejemplo, padre y madre, o a la de dos ideas, por ejemplo, la idea 'padre'
y la idea 'madre'; dos signos que comportan cada uno un significado y un significante no son
diferentes, sólo son distintos. Entre ellos no hay más que oposición. Todo el mecanismo del
lenguaje, de que hablaremos luego, se basa en oposiciones de este género y en las diferencias
fónicas y conceptuales que implican.
Lo que es verdad respecto al valor lo es también respecto a la unidad. Es un fragmento de la
cadena hablada correspondiente a cierto concepto; uno y otro son de naturaleza puramente
diferencial. Aplicado a la unidad, el principio de diferenciación se puede formular así: los
caracteres de la unidad se confunden con la unidad misma. En la lengua, como en todo sistema
semiológico, lo que distingue a un signo es todo lo que lo constituye. La diferencia es lo que hace la
característica, como hace el valor y la unidad.
Otra consecuencia, bien paradójica, de este mismo principio: lo que comúnmente se llama
"un hecho de gramática" responde en último análisis a la definición de la unidad, porque expresa
siempre una oposición de términos; sólo que esta oposición resulta particularmente significativa,
por ejemplo, la formación del plural alemán del tipo Nacht: Nächte. Cada uno de los términos
enfrentados en el hecho gramatical (el singular sin metafonía y sin -e final, opuesto al plural con
metafonía y con -e) está constituido por todo un juego de oposiciones en el seno del sistema;
tomados aisladamente, ni Nacht ni Nächte son nada: luego todo es oposición. Dicho de otro modo,
se puede expresar la relación Nacht: Nächte con una fórmula algebraica a/b, donde a y b no son
términos simples, sino que resulta cada uno de un conjunto de conexiones. La lengua, por decirlo
así, es un álgebra que no tuviera más que términos complejos. Entre las oposiciones que abarca hay
unas más significativas que otras; pero unidad y "hecho de gramática" no son más que nombres
diferentes para designar aspectos diversos de un mismo hecho general: el juego de oposiciones
lingüísticas. Tan cierto es esto, que se podría muy bien abordar el problema de las unidades
comenzando por los hechos de gramática. Planteando una oposición como Nach: Nächte, por
ejemplo, nos preguntaríamos cuáles son las unidades puestas en juego en esta oposición. ¿Son
8 [Por ejemplo, en español conciencia y consciencia, cuyos significados se polarizan
respectivamente en el terreno moral y en el cognoscitivo. A. A.]
31
únicamente estas dos palabras o la serie entera de palabras análogas? ¿O bien a y ä? ¿O todos los
singulares y todos los plurales?, etcétera.
Unidad y hecho de gramática no se confundirían si los signos lingüísticos estuvieran
constituidos por algo más que por diferencias. Pero siendo la lengua como es, de cualquier lado que
se la mire no se encontrará cosa más simple: en todas partes y siempre este mismo equilibrio
complejo de términos que se condicionan recíprocamente. Dicho de otro modo, lalengua es una
forma y no una sustancia. Nunca nos percataremos bastante de esta verdad, porque todos los errores
de nuestra terminología, todas las maneras incorrectas de designar las cosas de la lengua provienen
de esa involuntaria suposición de que hay una substancia en el fenómeno lingüístico.
Capítulo V. Relaciones sintagmáticas y relaciones asociativas
§ 1. Definiciones
Así, pues, en un estado de lengua todo se basa en relaciones; ¿y cómo funcionan esas
relaciones?
Las relaciones y las diferencias entre términos se despliegan en dos esferas distintas, cada una
generadora de cierto orden de valores; la oposición entre esos dos órdenes nos hace comprender
mejor la naturaleza de cada uno. Ellos corresponden a dos formas de nuestra actividad mental,
ambos indispensables a la vida de la lengua.
De un lado, en el discurso, las palabras contraen entre sí, en virtud de su encadenamiento,
relaciones fundadas en el carácter lineal de la lengua, que excluye la posibilidad de pronunciar dos
elementos a la vez. Los elementos se alinean uno tras otro en la cadena del habla. Estas
combinaciones que se apoyan en la extensión se pueden llamar sintagmas.9 El sintagma se compone
siempre, pues, de dos o más unidades consecutivas (por ejemplo: re-leer; contra todos; la vida
humana; Dios es bueno; si hace buen tiempo, saldremos, etc.). Colocado en un sintagma, un
término sólo adquiere su valor porque se opone al que le precede o al que le sigue o a ambos.
Por otra parte, fuera del discurso, las palabras que ofrecen algo de común se asocian en la
memoria, y así se forman grupos en el seno de los cuales reinan relaciones muy diversas. Así la
palabra francesa enseignement, o la española enseñanza, hará surgir inconscientemente en el
espíritu un montón de otras palabras(enseigner, renseigner, etc., o bien armement, changement, etc.,
o bien éducation, apprentisage);10
por un lado o por otro, todas tienen algo de común.
Ya se ve que estas coordinaciones son de muy distinta especie que las primeras. Ya no se
basan en la extensión; su sede está en el cerebro, y forman parte de ese tesoro interior que
constituye la lengua de cada individuo. Las llamaremos relaciones asociativas.
La conexión sintagmática es in praesentia; se apoya en dos o más términos igualmente
presentes en una serie efectiva. Por el contrario, la conexión asociativa une términos in absentia en
una serie mnemónica virtual.
Desde este doble punto de vista una unidad lingüística es comparable a una parte determinada
de un edificio, una columna por ejemplo; la columna se halla, por un lado, en cierta relación con el
arquitrabe que sostiene; esta disposición de dos unidades igualmente presentes en el espacio hace
pensar en la relación sintagmática; por otro lado, si la columna es de orden dórico, evoca la
9 Casi es inútil hacer observar que el estudio de los sintagmas no se confunde con la
sintaxis; la sintaxis no es más que una parte de este estudio. (B. y S.)
10 [Si se toma la palabra española enseñanza, las palabras asociadas serán enseñar, o bien
templanza, esperanza, etc., o bien educación, aprendizaje, etc. A. A.]
32
comparación mental con los otros órdenes (jónico, corintio, etc.), que son elementos no presentes en
el espacio: la relación es asociativa.
Cada uno de estos dos órdenes de coordinación exige ciertas observaciones particulares.
§ 2. Relaciones sintagmáticas
Nuestros ejemplos ya dan a entender que la noción de sintagma no sólo se aplica a las
palabras, sino también a los grupos de palabras, a las unidades complejas de toda dimensión y
especie (palabras compuestas, derivadas, miembros de oración, oraciones enteras).
No basta considerar la relación que une las diversas partes de un sintagma (por ejemplo,
contra y todos en contra todos, contra y maestre en contramaestre); hace falta también tener en
cuenta la relación que enlaza la totalidad con sus partes (por ejemplo,contra todos opuesto de un
lado a contra y de otro a todos, o contramaestre opuesto a contra y a maestre).
Aquí se podría hacer una objeción. La oración es el tipo del sintagma por excelencia. Pero la
oración pertenece al habla, no a la lengua; ¿no se sigue de aquí que el sintagma pertenece al habla?
No lo creemos así. Lo propio del habla es la libertad de combinaciones; hay, pues, que preguntarse
si todos los sintagmas son igualmente libres.
Hay, primero, un gran número de expresiones que pertenecen a la lengua; son las frases
hechas, en las que el uso veda cambiar nada, aun cuando sea posible distinguir, por la reflexión,
diferentes partes significativas (cfr. francés àquoi bon?, allonsdonc!, etc.).11
Y, aunque en menor
grado, lo mismo se puede decir de expresiones como prendre la mouche, forcer la main à
quelqu'un, rompre une lance, o también avoir mal à (latête, etc.), à force de (soins, etc.), que vous
en semble?, pas n'est besoin de..., etc.,12
cuyo carácter usual depende de las particularidades de su
significación o de su sintaxis.
Estos giros no se pueden improvisar; la tradición los suministra. Se pueden también citar las
palabras que, aun prestándose perfectamente al análisis, se caracterizan por alguna anomalía
morfológica mantenida por la sola fuerza del uso (cfr. en francés difficulté frente a facilité, etc.,
mourrai frente a dormirai, etc.).13
Y no es todo esto: hay que atribuir a la lengua, no al habla, todos los tipos de sintagmas
construidos sobre formas regulares. En efecto, como nada hay de abstracto en la lengua, esos tipos
sólo existen cuando la lengua ha registrado un número suficientemente grande de sus especímenes.
Cuando una palabra como fr. Indécorable o esp. Ingraduable surge en el habla, supone un tipo
determinado, y este tipo a su vez sólo es posible por el recuerdo de un número suficiente de
palabras similares que pertenecen a la lengua (imperdonable, intolerable, infatigable, etc.).
Exactamente lo mismo pasa con las oraciones y grupos de palabras establecidos sobre patrones
regulares; combinaciones como latierra gira, ¿qué te ha dicho?, responden a tipos generales que a
su vez tienen su base en la lengua en forma de recuerdos concretos.
Pero hay que reconocer que en el dominio del sintagma no hay límite señalado entre el hecho
de lengua, testimonio del uso colectivo, y el hecho de habla, que depende de la libertad individual.
11 [En español tienen esa condición frases como ¡Vamos, hombre!, arg. ¡salí de ahí! como
negativa en oposición al interlocutor; ¿y a ti qué?, etc. A. A.]
12 [Frases de carácter equivalente en español: ganar de mano, arg. pisar el poncho, romper
una lanza, a fuerza de (cuidados, etc.), no hay por qué (hacer tal cosa), soltar la mosca ('dar el
dinero a pesar de la resistencia o repugnancia'). A. A.]
13 [En español querré frente a moriré, dificultad frente a facilidad. A. A.]
33
En muchos casos es difícil clasificar una combinación de unidades, porque un factor y otro han
concurrido para producirlo y en una proporción imposible de determinar.
§ 3. Relaciones asociativas
Los grupos formados por asociación mental no se limitan a relacionar los dominios que
presentan algo de común; el espíritu capta también la naturaleza de las relaciones que los atan en
cada caso y crea con ello tantas series asociativas como relaciones diversas haya. Así en
enseignement, enseigner, enseignons, etc. (enseñanza, enseñar, enseñemos),hay un elemento común
a todos los términos, el radical; pero la palabra enseignement (o enseñanza)se puede hallar
implicada en una serie basada en otro elemento común, el sufijo (cfr. enseignement, armement,
changement, etc.; enseñanza, templanza, esperanza, tardanza, etc.); la asociación puede basarse
también en la mera analogía de los significados (enseñanza, instrucción, aprendizaje, educación,
etc.), o, al contrario, en la simple comunidad de las imágenes acústicas (por ejemplo, enseignement
y justement, o bien enseñanza y lanza).14
Por consiguiente, tan pronto hay comunidad doble del
sentido y de la forma, como comunidad de forma o de sentido solamente. Una palabra cualquiera
puede siempre evocar todo lo que sea susceptible de estarle asociado de un modo o de otro.
Mientras que un sintagma evoca en seguida la idea de un orden de sucesión y de un número
determinado de elementos, los términos de una familia asociativa no se presentan ni en número
definido ni en un orden determinado. Si asociamos dese-oso, calur-oso, temer-oso, etc., nos sería
imposible decir de antemano cuál será el número de palabras sugeridas por la memoria ni en qué
orden aparecerán. Un término dado es como el centro de una constelación, el punto donde
convergen otros términos coordinados cuya suma es indefinida.
14 Este último caso es raro y puede pasar por anormal, pues el espíritu descarta
naturalmente las asociaciones capaces de turbar la inteligencia del discurso; pero su existencia
está probada por una categoría inferior de juegos de palabras que reposa en las confusiones
absurdas que pueden resultar de la homonimia pura y simple, como cuando se dice en francés:
“Les musiciens produisent les sons et les grainetiers les vendent” *o cuando el niño sorprendido en
viña ajena suplica para evitar el castigo: “No me pegue usted, que tengo la barriga llena de
granos”]. Este caso debe distinguirse bien del otro en que una asociación, aunque sea fortuita, se
pueda apoyar en un contacto de ideas (cfr. francés ergot :ergoter, alem. blau :durchbläuen, 'moler
a palos', [esp. señor : señero, migaja : miaja (*medalia), terror : aterrar];se trata aquí de una
interpretación nueva de uno de los términos de la pareja; éstos son casos de etimología popular;
el hecho es interesante para la evolución semántica, pero desde el punto de vista sincrónico cae
simplemente en la categoría enseigner : enseignement, arriba mencionados. (B. y S.)
34
Sin embargo, de estos dos caracteres de la serie asociativa, orden indeterminado y número
indefinido, sólo el primero se cumple siempre; el segundo puede faltar. Es lo que ocurre en un tipo
característico de este género de agrupaciones, los paradigmas de la flexión. En latín, en dominus,
dominī, dominō, etc., tenemos ciertamente un grupo asociativo formado por un elemento común, el
tema nominal domin-; pero la serie no es indefinida como la de enseignement, changement, etc.; el
número de casos es determinado; por el contrario, su sucesión no está ordenada espacialmente, y si
los gramáticos los agrupan de un modo y no de otro es por un acto puramente arbitrario; para la
conciencia de los sujetos hablantes el nominativo no es de modo alguno el primer caso de la
declinación, y los términos podrán surgir, según la ocasión, en tal o cual orden.
35
Guía de lectura del Curso de lingüística general de
F. de Saussure
(Elaborado por los profesores Verónica Zaccari y Diego Bentivegna)
1. Exponga la posición de Saussure con respecto a la relación entre la semiología y la
lingüística.
2. Releve las reflexiones de Saussure sobre la necesidad de encarar el estudio del lenguaje
desde una perspectiva científica. Elabore un texto expositivo que dé cuenta de esta
problemática desde la postura de Saussure.
3. Rastree todas las definiciones de “lengua” que encuentre en el Curso de lingüística
general y elabore un texto en donde explique este concepto.
4. Caracterice la lengua y el habla en términos de Saussure. Distíngalas.
5. Para Saussure, ¿qué significa que el individuo sea pasivo respecto de la lengua y activo
respecto del habla?
6. ¿El signo lingüístico es una entidad psicofísica? Justifique su respuesta.
7. ¿La imagen acústica es equiparable a los sonidos? Justifique su respuesta.
8. ¿Por qué Saussure reemplaza los términos “imagen acústica” y “concepto” por
“significado” y “significante”?
9. Exponga los principios de arbitrariedad del signo y linealidad del significante.
10. Explique la noción de valor de Saussure, dando ejemplos.
11. Distinga las nociones de valor y de significado. Ejemplifique.
12. ¿Qué son las relaciones sintagmáticas según Saussure? Dé ejemplos.
13. Defina y distinga relaciones asociativas. Dé ejemplos.
14. Analice la siguiente comparación que establece Saussure para explicar el "mecanismo
de la lengua". Para aclarar el concepto, ilustre con ejemplos propios.
En la lengua, todo se reduce a diferencias, pero todo se reduce también a
agrupaciones. Este mecanismo, que consiste en un juego de términos sucesivos,
se parece al funcionamiento de una máquina cuyas piezas tienen acción
recíproca, aunque estén dispuestas en una sola dimensión.
15. Imagine que se encuentra en una situación de examen y debe contestar una pregunta en
la que se le pide que exponga el principio de arbitrariedad del signo. Relea el apartado 2
"Primer principio: lo arbitrario del signo" del capítulo I y el apartado 3 "Lo arbitrario
absoluto y lo arbitrario relativo" del capítulo VI para completar la siguiente respuesta de
parcial:
Para Saussure, el signo lingüístico es arbitrario, ya que
................................................................................................................................
................................................................................................................................
No obstante, Saussure piensa que la arbitrariedad del
signo.......................................................................................................................
................................................................................................................................
................................................................................................................................
36
El círculo de Bajtín Voloshinov: el signo ideológico Daniela Lauría
Una de las críticas que recibió la concepción de signo lingüístico propuesta por Saussure
provino del lingüista ruso, de orientación marxista, Valentin Voloshinov quien, en el año 1929, en
Moscú, publicó el libro El marxismo y la filosofía del lenguaje. En esa obra, el estudioso realiza
varias objeciones a la lingüística contemporánea que entendía el signo lingüístico como una entidad
abstracta y la lengua como un sistema de normas de carácter invariable. Al respecto, Voloshinov
dice:
La lengua como sistema estable de formas normativamente idénticas no es más que
una abstracción científica, que resulta productiva solo en relación con ciertos objetivos
particulares, teóricos y prácticos. Esta abstracción no se adecua a la realidad concreta
del lenguaje. La lengua es un proceso generativo continuo realizado en la interacción
socio-verbal de los hablantes (p. 123).
En particular, en los dos primeros capítulos del mencionado libro, Voloshinov parte de la
idea de que el lenguaje (y la lengua) es la expresión material de la conciencia y, por consiguiente,
no solo puede ser estudiado científicamente, sino que es a través de él que se debe abordar el
examen de la conciencia humana. Y, además, dado que el lenguaje, según su punto de vista, es
eminentemente social en tanto lo concibe como un instrumento de comunicación, una herramienta
de intercambio, un medio de transmisión de determinadas representaciones y visiones acerca del
mundo para una determinada comunidad lingüística en el que se reflejan y refractan el modo de
producción dominante, las contradicciones de clase y la organización jerárquica de esa sociedad
concreta, constituye la vía de acceso al análisis de la ideología. Dicho de otra manera, la conciencia,
concebida como un hecho ideológico-social, no puede ser registrada sino a través de los signos y,
particularmente, de los signos lingüísticos.
Para Saussure, los signos lingüísticos son las unidades formales del sistema de la lengua que
solo pueden definirse negativamente por oposición a otros signos e independientemente de quien
los emplea. Voloshinov concibe dicha noción de signo como estática, fija y muy distante de la
realidad del funcionamiento del lenguaje en una sociedad. De acuerdo con su argumentación, los
signos no significan siempre lo mismo, no tienen idéntico sentido. Es decir: el valor de un signo no
deriva –como se ha estudiado en Saussure− de la posición relativa de ese signo en el sistema, sino
que depende fundamentalmente del enunciado único, concreto e irrepetible en el que se emite y de
las circunstancias de enunciación, así como de las coordenadas históricas y sociales que dieron
lugar a dicha emisión. La vida del signo, para el autor, se encuentra en el entorno social dentro del
cual circula. Se trata, así, de una entidad viva, porque es usada por hablantes concretos que
producen enunciados situados; porque está sujeta al cambio histórico y se encuentra también
determinada, como ya se señaló, por el modo de producción dominante en la comunidad lingüística
37
específica. Asimismo, por su carácter ideológico, los signos, las palabras, no son unívocos ni
neutros en la medida en que varían históricamente. Las diferentes clases sociales que coexisten en
una comunidad utilizan la misma lengua, pero los acentos valorativos que le asignan a cada palabra
no son los mismos. Los acentos valorativos no resultan del sistema, sino que derivan del uso
efectivo. Y en el seno de la sociedad se suscita una lucha ideológica por la imposición de
determinados acentos. Sobre ese punto, Voloshinov afirma:
Este carácter multiacentuado del signo ideológico es su aspecto más importante. En
realidad, es tan solo gracias a este cruce de acentos que el signo permanece vivo, móvil
y capaz de evolucionar. Un signo sustraído de la tensa lucha social, un signo que
permanece fuera de la lucha de clases inevitablemente viene a menos, degenera en una
alegoría, se convierte en el objeto de la interpretación filológica, dejando de ser centro
de un vivo proceso social de la compresión. […] La clase dominante busca adjudicar al
signo ideológico un carácter eterno por encima de las clases sociales, pretende apagar y
reducir al interior la lucha de valoraciones sociales que se verifica en él, trata de
convertirlo en signo monoacentual.
Pero en realidad todo signo ideológico vivo posee, como Jano bifronte, dos caras.
Cualquier injuria puede llegar a ser elogio, cualquier verdad viva inevitablemente
puede llegar a ser para muchos la mentira más grande. Este carácter internamente
dialéctico del signo se revela hasta sus últimas consecuencias durante las épocas de
crisis sociales y de transformaciones revolucionarias. En las condiciones normales de
vida social esta contradicción implícita en cada signo ideológico no puede manifestarse
plenamente, porque un signo ideológico es, dentro de la ideología dominante, algo
reaccionario y trata de estabilizar el momento inmediatamente anterior en la dialéctica
del proceso generativo social, pretendiendo acentuar la verdad de ayer como si fuera la
de hoy (p. 50).
Para ilustrar esta idea, pueden considerarse los acentos en pugna de una palabra en momentos
de crisis social y su posterior estabilización. Por ejemplo, las palabras “cartonero”, “cartoneo”,
durante el año 2001 en Buenos Aires, fueron el escenario de una disputa de tipo ideológico entre (a)
los rasgos que hacían de la actividad una práctica casi delictiva y que, además, atribuían a quienes
la realizaban la condición de cirujas y (b) los rasgos de una actividad laboral que posibilitaba la
supervivencia en el marco de la gran crisis del momento. La investigadora argentina Rosa Inés
Pietra registra los siguientes usos en diarios porteños de la época:
(a) El cirujeo ocupa a unas 20.000 familias… Uno de los rostros más vergonzosos de la
pobreza argentina, […] los cartoneroshan realizado su insalubre tarea subrepticiamente…
(b) Existe un circuito informal que recoge papel y cartón. Hay unas 140.000 personas que
viven de esta actividad. Los cartoneros…
Las disputas por los distintos acentos no fueron ajenas a conflictos de la época vinculados
con el control actividades económicas de producción y comercialización de papel. En la actualidad,
los usos de la palabra “cartonero” están más estabilizados y remiten al oficio de recolector de papel
y cartón.
En definitiva, el planteo de Voloshinov recupera la idea de lenguaje (y de lengua) como un
todo, sin separar significantes materiales de significados conceptuales. Su teoría materialista del
lenguaje se aleja de lo que él califica como “objetivismo abstracto”, de su carácter autónomo, e
intenta abarcarlo como fenómeno y como instrumento integrado a varias funciones esencialmente
humanas y sociales: la comunicación, el pensamiento, la ideología. La preocupación principal no
38
está centrada, entonces, en la descripción de un objeto homogéneo sino en la explicación de la
totalidad de los factores sociales que lo rodean, influyen y condicionan.
Referencias bibliográficas
VOLOSHINOV, Valentín N. (1992): El marxismo y la filosofía del lenguaje, Madrid, Alianza Editorial.
PIETRA, Rosa Inés (2013): Cartoneo y concepto de trabajo. Una lucha social en el campo semántico.
Tesis. Mimeo.
39
La semiótica de Charles Peirce El pragmatismo y la perspectiva semiótica de Charles Peirce María Cecilia Pereira
Charles Peirce (1839-1914) fue un lógico, un epistemólogo y un gran divulgador de las
teorías científicas de su época. Numerosos investigadores lo ubican como uno de los padres del
pragmatismo norteamericano por sus aportes a la teoría del conocimiento, a la lógica y por su teoría
del significado.
Para el pragmatismo, el conocimiento se vincula con la experiencia. Ahora bien, la
experiencia que esta perspectiva considera es más una apertura hacia el futuro que algo del pasado.
Por eso, el análisis de la experiencia no implica el cotejo con el inventario del patrimonio
acumulado, sino la previsión o anticipación de los desarrollos o la utilización posible de ese
patrimonio. La previsión de ese uso y la determinación de sus límites son las que definen el
significado y, en última instancia, la verdad misma, para el pragmatismo. En consecuencia, la
verdad no es tal por ser cotejable con los datos de la experiencia pasada, sino por ser susceptible de
un uso cualquiera en la experiencia futura (Abbagnano,1982: 517). Así, una hipótesis científica –el
descubrimiento del litio, por ejemplo– accede al estatuto de un saber y, por lo tanto, de signo, sobre
la base del conocimiento de lo que serían los efectos de ese saber –las particularidades y las
propiedades físicas y químicas del litio– que permitirían reconocerlo y utilizarlo.
Como veremos en las reflexiones de sus cartas a Lady Welby, la experiencia humana
se organiza para Peirce en tres niveles que denomina: (a) “primeridad”, (b) “segundidad” y
(c)“terceridad”, y que corresponden, grosso modo,(a) a las cualidades sentidas, (b) a la
experiencia del esfuerzo, cuando una cosa actúa sobre otra y (c) a los signos (Ducrot y
Todorov, 1972:114-16). Como la experiencia implica siempre una apertura hacia el futuro,
un postulado central de esta corriente de pensamiento es que el signo es una acción, el lugar
de una actividad de producción de nuevas significaciones. La posición pragmática sobre los
signos podría ser pensada en un sentido amplio del modo siguiente: una idea emitida o
representada, algo percibido accede al estatuto de signo solo si su comprensión incluye todo
lo que esa idea pueda devenir en la vida semiótica posterior. Desde las miradas actuales
provenientes del campo cultural, que es el que nos interesa especialmente, conocer un texto,
una pintura, o cualquier otra cosa consistiría en estimar lo que serían potencialmente sus
prolongaciones: sus lecturas, sus interpretaciones, su relación con otras pinturas, con la
música o con otros textos (Fisette, 1996: 36-37).
40
Para diferenciarse de otras corrientes del pragmatismo (la de James Schiller, por
ejemplo), Peirce prefirió designar a su filosofía como “pragmaticismo”. Como hemos
señalado, Peirce era un científico y se interesaba por explicar el modo en que conocemos y
actuamos. De ahí que cualquier cosa, si comunica algo para alguien, es un signo: una
palabra, un texto, una imagen, un artefacto del mundo, una idea, incluso el hombre mismo
es un signo. Como veremos, un signo desencadena un proceso que implica una relación
entre tres elementos vinculados con los niveles de experiencia, tal como la concibe Peirce:
el “representamen” (algo que está presente) remite a un “objeto” (lo presenta de algún
modo) para alguien. El representamen es un “primero” que remite a un “segundo”, su
objeto, pero además desencadena otros signos equivalentes o más desarrollados (“tercero”).
Ese tercer elemento del signo, el “interpretante”, construye una representación de ese
representamen (Fisette, 1996: 56-57). La naturaleza triádica del signo tal como lo concibe
Peirce busca especialmente dar cuenta del conocimiento humano, no solo del conocimiento
científico, sino también del que proviene del sentido común, de las manifestaciones
estéticas u otras, y busca dar cuenta de las complejas relaciones que los signos establecen
con lo real (Marafioti, 1998: 35).
Analizaremos su reflexión sobre los signos a partir de las lecturas de Roberto
Marafioti, de Victorino Zacceto y de fragmentos del propio Peirce. Luego incluimos una
reflexión sobre los íconos de Martine Joly que retoma la perspectiva de Peirce.
Bibliografía de referencia
ABBAGNANO, Nicolás (1982): “Pragmatismo y pragmaticismo”, Historia de la filosofía, vol
III, Barcelona, Hora.
DELLADALLE, Gérard (1990): Leer a Peirce hoy, Barcelona: Gedisa.
DUCROT, Osvald y TzvtanTODOROV (1979): “Sémiotique”, Dictionnaire encyclopédique
des sciences du langage, París, Seuil.
FISETTE, Jean (1996): Pour une pragmatique de la signification, Québec, XYZ éditeur.
MARAFIOTI, Roberto (1998): “Charles Sanders Peirce (1839-1914): el signo y sus
tricotomías”, Recorridos semiológicos, Buenos Aires, EUDEBA.
ZECCHETTO, Victorino (2012): “Charles Sanders Peirce 1939/1914”, Seis semiólogos en
busca de un lector, Buenos Aires, La Crujía.
41
Charles Sanders Peirce (1839-1914): el signo y sus tricotomías Roberto Marafioti (comp.) Recorridos semiológicos. Signos, enunciación y argumentación,
Buenos Aires, Eudeba, 1998 (fragmento)
“Siempre que llegamos a conocer un hecho es porque se nos resiste.”
Dos datos pueden extraerse de esta afirmación de Peirce: el primero es que le interesa
reflexionar sobre el conocimiento; el segundo es que afirma, por la existencia misma del
conocimiento, la prioridad de lo real. Enigma, problema u obstáculo, la realidad es aquello con que
los seres humanos se enfrentan. Aquello (“hecho”) que aparece como obstáculo. Sería la
segundidad, o experiencia del mundo lo que hace que se deba responder, a su vez, con la propia
resistencia. Si, por ejemplo, nos tropezamos con una piedra, ese tropezarse, ese encontrarse con un
hecho, segundidad en tanto encuentro, nos hará reconocer su dureza, primeridad, en tanto cualidad
específica de ese obstáculo (que puede formar parte, no obstante, de lo especifico de otros objetos).
Pero tanto el reconocimiento de la cualidad o primeridad del objeto (hecho que vivimos como
resistencia) o segundidad, por el encuentro, sólo pueden conocerse una vez establecida la relación
(entre el obstáculo y su cualidad que lo hace resistente-dureza en este caso). La relación es la
terceridad. Cualidad, hecho, ley son las primeras denominaciones de la semiosis o relación sígnica
inherente a todo tipo de conocimiento (no sólo científico y racional sino vulgar) que le preocupaba a
Peirce.
El Diccionario... de Ducrot y Todorov ubica históricamente el término semiótica y sintetiza
los aportes fundamentales de Peirce en la constitución contemporánea de una ciencia de los signos.
La semiótica. Historia La semiótica (o semiología) es la ciencia de los signos. Como los signos verbales siempre
representaron un papel muy importante, la reflexión sobre los signos se confundió durante mucho
tiempo con la reflexión sobre el lenguaje. Hay una teoría semiótica implícita en las especulaciones
lingüísticas que la Antigüedad nos ha legado: tanto en China como en la India, en Grecia como en
Roma. Los modistas de la Edad Media también formulan ideas sobre el lenguaje que tienen un
alcance semiótico. Pero sólo con Locke surgirá el nombre mismo de “semiótica”. Durante todo este
primer período, la semiótica no se distingue de la teoría general –o de la filosofía– del lenguaje.
La semiótica llega a ser una disciplina independiente con la obra del filósofo norteamericano
Charles Sanders Peirce (1839-1914). Para él, es un marco de referencia que incluye todo otro
estudio: “Nunca me ha sido posible emprender un estudio –sea cual fuere su ámbito: las
matemáticas, la moral, la metafísica, la gravitación, la termodinámica, la óptica, la química, la
anatomía comparada, la astronomía, los hombres y las mujeres, el whist, la psicología, la fonética,
la economía, la historia de las ciencias, el vino, la metrología– sin concebirlo como un estudio
semiótico”. De allí que los textos semióticos de Peirce sean tan variados como los objetos
enumerados.
Nunca deje una obra coherente que resumiera las grandes líneas de su doctrina. Esto ha
provocado durante mucho tiempo y aún hoy cierto desconocimiento de sus doctrinas, tanto más
difíciles de captar puesto que cambiaron de año en año.
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La primera originalidad del sistema de Peirce consiste en su definición del signo. He aquí una
de sus formulaciones:
“Un Signo o Representamen, es un Primero que mantiene con un Segundo, llamado su Objeto,
tan verdadera relación triádica que es capaz de determinar un Tercero, llamado su Interpretante,
para que éste asuma la misma relación triádica con respecto al llamado Objeto que la existente
entre el Signo y el Objeto".
Para comprender esta definición debe recordarse que toda la experiencia humana se organiza,
para Peirce, en tres niveles que él llama la primeridad, la segundidad y la terceridad y que
corresponden, en líneas muy generales, a las cualidades sentidas, a la experiencia del esfuerzo y a
los signos. A su vez, el signo es una de esas relaciones de tres términos: lo que provoca el proceso
de eslabonamiento, su objeto y el efecto que el signo produce, es decir, el interpretante. En una
acepción vasta, el interpretante es pues el sentido del signo: en una acepción más estrecha, es la
relación paradigmática entre un signo y otro; así, el interpretante es siempre un signo que tendrá su
interpretante, etc.: hasta el infinito. en el caso de los signos “perfectos”.
Podríamos ilustrar este proceso de conversión entre el signo y el interpretante mediante las
relaciones que mantiene una palabra con los términos, que en el diccionario podrá formularse, pero
que siempre estará compuesta de palabras. “El signo no es un signo si no puede traducirse en otro
signo en el cual se desarrolla con mayor plenitud.”
Es preciso subrayar que esta concepción es ajena a todo psicologismo: la conversión del
signo en interpretante(s) se produce en el sistema de signos no en el espíritu de los usuarios (por
consiguiente, no deben tomarse en cuenta algunas fórmulas de Peirce, como él mismo lo sugiere,
por lo demás: “He agregado „sobre una persona‟ como para echarle un hueso al perro, porque
desespero de hacer entender mi propia concepción, que es más vasta”).
El segundo aspecto notable de la actividad semiótica de Peirce es su clasificación de las
variedades de signos. Ya hemos advertido que la cifra tres representa aquí un papel fundamental
(como el dos en Saussure); el número total de variedades que Peirce distingue es de sesenta y seis.
Algunas de sus distinciones son hoy corrientes, como, por ejemplo, la de signo-tipo y signo-
ocurrencia (type y token, o legisign y sinsing).
Otra distinción conocida; pero con frecuencia mal interpretada, es la de ícono. índice y
símbolo. Esos tres niveles del signo todavía corresponden a la gradación primeridad, segundidad,
terceridad, y se definen de la siguiente manera: “Defino un ícono como un signo determinado por su
objeto dinámico en virtud de su naturaleza interna. Defino un índice como un signo determinado
por su objeto dinámico en virtud de la relación real que mantiene con él. Defino un símbolo como
un signo determinado por su objeto dinámico solamente en el sentido en que será interpretado”. El
símbolo se refiere a algo por la fuerza de una ley: es, por ejemplo, el caso de las palabras de la
lengua. El índice es un signo que se encuentra en contigüidad con el objeto denotado, por ejemplo,
la aparición de un síntoma de enfermedad, el descenso del barómetro, la veleta que indica la
dirección del viento, el ademán de señalar. En la lengua, todo lo que proviene de la deixis es un
índice, palabras tales como yo, tú, aquí, ahora, etc. (son, pues, “símbolos indiciales”). Por fin, el
ícono es lo que exhibe la misma cualidad, o la misma configuración de cualidades, que el objeto
denotado, por ejemplo, una mancha negra por el color negro; las onomatopeyas; los diagramas que
reproducen relaciones entre propiedades. Peirce esboza una subdivisión de los íconos en imágenes,
diagramas y metáforas. Pero es fácil ver que en ningún caso pueda asimilarse (como suele hacerse,
erróneamente) la relación de ícono a la de parecido entre dos significados (en términos retóricos, el
ícono es una sinécdoque, más que una metáfora: ¿puede decirse que la mancha negra se parece al
color negro?). Es menos posible aun identificar la relación de índice con la contigüidad entre dos
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significados (en el índice, la contigüidad existe entre el signo y el referente, no entre dos entidades
de la misma naturaleza). Por lo demás, Peirce llama la atención contra tales identificaciones.
La primera publicación sistemática, en inglés, de los textos de Peirce se realizó recién en
1958. En castellano comenzó a conocérselo en 1974. Dada su fragmentariedad y el hecho de que en
diferentes etapas de su reflexión cambió la terminología, todavía se esté discutiendo y
reinterpretando su sistema que denominó Gramática Especulativa, Lógica o Semiótica, según los
textos. A veces lo más claro, sin embargo, consiste en citar al mismo Peirce.
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El signo según Peirce Victorino Zecchetto (coord.) Seis semiólogos en busca del lector.
Saussure/Peirce/Barthes/Greimas/Eco/Verón,
Buenos Aires, La Crujía, 2012 (fragmento)
Uno de los puntos más destacados de la semiótica de Peirce es su peculiar concepción del
signo. Las reflexiones que hace al respecto son bastante complejas, de modo que, para facilitar su
comprensión, nosotros nos esforzaremos en presentarlas de manera simplificada, pero sin quitarles
lo esencial.
Peirce aplica al signo la triada lógica que ya había utilizado para indagar el resto de la
realidad.
a. Los tres componentes del signo
La función del signo –afirma Peirce– consiste en ser “algo que está en lugar de otra cosa bajo
algún aspecto o capacidad. El signo es una representación por la cual alguien puede mentalmente
remitirse a un objeto. En este proceso se hacen presentes tres elementos formales de la triada a
modo de soportes y relacionados entre sí: el primero es el “representamen”, relacionado con su
“objeto” (lo segundo) y el tercero, que es el “interpretante”.
- El representamen es la representación de algo; o sea, es el signo como elemento inicial de
toda semiosis.
Siendo el representamen la expresión que muestra alguna cosa (la que aparece como signo),
casi siempre es fruto del artificio o de la arbitrariedad de quienes lo crean, como sucede con las
lenguas. Según Peirce, el representamen se dirige a alguien en forma de estímulo, como lo que está
“en lugar de otra cosa” para la formación de otro signo equivalente que será el interpretante.
A veces, las propiedades expresivas del representamen son ambiguas y originan sentidos e
interpretaciones diversas.
En resumen, el representamen es simplemente el signo en sí mismo, tomado formalmente en
un proceso concreto de semiosis, pero no debemos considerarlo un objeto, sino una realidad teórica
y mental.
- El interpretante es lo que produce el representamen en la mente de la persona. En el fondo,
es la idea del representamen, o sea, del signo mismo. Peirce dice que “un signo es un representamen
que tiene un interpretante mental”.1
Esto significa que el interpretante es la captación del significado en relación con su
significante; en definitiva, el interpretante es siempre otro signo y, por lo tanto, algo le agrega al
objeto del primero. Y como dentro del modelo triádico la gestación semiósica es continua, el
1 Col. Papers 2.274, ES 148; de Semiótica, Ed. Einaudi, op. cit.
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“interpretante” puede estar constituido por un desarrollo de uno o más signos. Peirce distingue el
“interpretante inmediato” del “interpretante dinámico”, según la función que desempeña en el
proceso de la semiosis.
El “interpretante inmediato” es aquel que corresponde al significado del signo, a lo que él
representa; mientras que el “interpretante dinámico” es el efecto que el interpretante produce en la
mente del sujeto, es la cadena de repercusiones en la mente del sujeto. Pongamos este ejemplo: si le
digo a un amigo: “Gané la lotería”, el interpretante inmediato es la idea que él se hace en ese
instante de la expresión “ganar la lotería”; en cambio, el interpretante dinámico es el efecto que
produce la frase que escucha. Ese efecto son otras ideas o signos, tales como “¡Qué suerte la tuya!”,
“Yo nunca me saco nada”, “¿No estará mintiendo?”.
No hay que imaginar al interpretante como una persona que lee el signo, sino que se trata
únicamente de la repercusión de dicho signo en la mente. La noción de interpretante, según Peirce,
encuadra perfectamente con la actividad mental del ser humano, donde todo pensamiento no es sino
la representación de otro: “El significado de una representación no puede ser sino otra
representación”.
- El objeto es aquello a lo que alude el representamen y –dice Peirce–: “Este signo está en
lugar de algo: su objeto”. Debemos entonces, entender por objeto la denotación formal del signo en
relación con los otros componentes de este. A este objeto, Peirce lo denomina “objeto inmediato”
porque está dentro de la semiosis: debe distinguirse del “objeto dinámico” o “designatum”, que está
fuera del signo y es el que sostiene el contenido del representamen: “Debemos distinguir el Objeto
Inmediato, que es el Objeto tal como es representado por el signo mismo, y cuyo Ser es, entonces,
dependiente de la Representación de él en el Signo; y, por otra parte, el Objeto Dinámico, que es la
Realidad que, por algún medio, arbitra la forma de determinar el Signo a su Representación”.
Esta “realidad que arbitra” no forzosamente debe ser sólo el referente al estilo saussureano,
sino que puede incluir otros significantes conocidos por nuestra mente y que ya forman parte del
bagaje cognoscitivo, engrosando de esta manera el espesor del “objeto”.
Sin embargo, no debemos pensar que el Objeto Dinámico sea fuente de conocimiento. No
puede serlo, porque la realidad en cuanto tal no dice nada a nuestra mente si ésta no posee ya
algunos otros signos de donde recabar otros conocimientos.
La tríada del signo se puede graficar con un triángulo:
Objeto
Representamen Interpretante
Pongamos un ejemplo: tomemos el signo de un caballo (figura o palabra): el representamen
corresponde a ese primer signo percibido por alguien; el objeto es el animal aludido; el
interpretante es la relación mental que establece el sujeto entre el representamen y su objeto, o sea,
otra idea del signo.
Un conocido texto de Peirce describe la tríada de la siguiente manera:
“Un representamen es el sujeto de una relación triádica con un segundo llamado su
objeto, para un tercero llamado su interpretante. Esta relación triádica es tal que el
representamen determina a su interpretante a establecer la misma relación triádica con
el mismo objeto para algún interpretante.
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Un signo, o representamen, es cualquier cosa que existe para alguien en lugar de otra
cosa, sea cual fuere su acepción o ámbito. El signo va dirigido a alguien y crea en la
mente de esta persona otro signo equivalente, o quizás más desarrollado. El signo que
se crea lo llamamos interpretante del primer signo. Este signo existe por alguna razón,
el propio objeto. Tiene sentido por ese objeto, no en todas sus acepciones, sino
enfocado a una clase de idea particular a la que alguna vez me he referido como el
terreno de la representación.”2
Recordemos que, para Peirce, los tres elementos de la tríada del signo no son entes
independientes, sino que se trata de relaciones o funciones para explicar la realidad viva de cada
semiosis. Esto tiene sus consecuencias en toda la cadena semiótica. En efecto, la función de
interpretante en un determinado signo puede cambiar de valencia y convertirse en representamen
de otro signo en otra semiosis. Puede suceder que a un signo, por ejemplo, la foto de un deportista,
se le cambie de valor sígnico con la intención de usarla para denotar otra cosa.
Notemos, además, que estos tres aspectos son “lógicos o formales”; solo existen en la mente
del sujeto en el momento concreto de percibir el signo. La distinción o separación de cada momento
es meramente mental, porque en la práctica la tríada no se puede separar: constituye un mismo
proceso.
Podemos darnos cuenta, entonces, que el signo –según Peirce– es ante todo una categoría
mental, es decir, una idea mediante la cual evocamos un objeto, con la finalidad de aprehender el
mundo o de comunicarnos. En este juego se produce la “semiosis”, que es un proceso de inferencia
propio de cualquier persona. La semiótica es la teoría de la práctica semiótica; de allí que el “signo”
constituya el núcleo de ese estudio teórico.
Para concluir, digamos que de esta idea de signo se desprende también el concepto de
semiosis infinita. En efecto, según Peirce, el interpretante de un signo refleja siempre los hábitos
mentales de la persona que entra en contacto con el representamen o, dicho de otra forma, traduce
las reacciones del individuo ante la provocación y el estímulo del signo, denotando sus
comportamientos y experiencias. Se alude aquí a la necesaria relación que existe entre la recepción
del signo y los hábitos culturales de los perceptores, sus experiencias previas de los objetos y de las
cosas del mundo. Los individuos, en el momento de leer un signo, lo interpretan a partir de lo que
ya tienen formado en su mente, es decir, las ideas, las valoraciones sociales, las visiones de la
realidad y los prejuicios que, por cultura, costumbres o tradición poseen de antemano. A partir de
allí se van generando nuevas configuraciones. Es este proceso el que da lugar a una “semiosis
infinita", es decir, a una continua sucesión de producción de signos mediante la cual los sujetos van
pensando la verdad de las cosas y del mundo. La acción del conocimiento humano, cuya base es la
actividad sígnica, nos coloca dentro de una cadena sin fin de mediaciones que nos remiten de signo
en signo, entrelazando un lenguaje con otro, arrastrándonos en la corriente de una semiosis
tumultuosa en el río llamado “cultura”. Como afirma un estudioso:
“Puesto que tanto el objeto como el interpretante de cualquier signo son forzosamente
también signos, no es de sorprender que Peirce afirmara que todo este universo esté
sembrado de signos, y se pegunta si no estará compuesto exclusivamente de signos”.3
Es a partir de aquí que se genera la semiosis infinita. Leamos estas citas de Peirce:
2 lbidem, n° 228.
3 Sebeok, Thomas, en AA.VV.: El signo de los tres, Ed. Lumen, Barcelona, España. 1989, p.
29.
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La semiótica
“La lógica, en sentido general, es sólo otro nombre de la semiótica (semiotiké), la
doctrina cuasi-necesaria, o formal, de los signos. Al describir la doctrina como „cuasi-
necesaria‟ o formal, quiero decir que observamos los caracteres de los signos y a partir
de tal observación, por un proceso que no objetaré sea llamado Abstracción, somos
llevados a aseveraciones, en extremo falibles, y por ende en cierto sentido innecesarias,
concernientes a lo que deben ser los caracteres de todos los signos usados por una
inteligencia científica, es decir por una inteligencia capaz de aprender a través de la
experiencia.” (227)
Representamen, interpretante, objeto
“Un signo, o representamen, es algo que, para alguien, representa o se refiere a algo en
algún aspecto o carácter. Se dirige a alguien, esto es, crea en la mente de esa persona
un signo equivalente, o tal vez, un signo aún más desarrollado. Este signo creado es lo
que yo llamo el interpretante del primer signo. El signo está en lugar de algo, su objeto.
Está en lugar de ese objeto no en todos los aspectos, sino sólo con referencia a una
suerte de idea, que a veces he llamado el fundamento del representamen. (…)
La palabra Signo seré usada para denotar un Objeto perceptible, o solamente
imaginable, o aun inimaginable en un cierto sentido. (…) Un signo puede tener más de
un Objeto.” (228)
“Para que algo sea un signo, debe “representar‟, como solemos decir, a otra cosa,
llamada su Objeto, aunque la condición de que el Signo debe ser distinto de su Objeto
es, tal vez, arbitraria.” (230)
“El Signo puede solamente representar al Objeto y aludir a él. No puede dar
conocimiento o reconocimiento del Objeto. Esto es lo que se intenta definir en este
trabajo por Objeto de un Signo, vale decir: Objeto es aquello acerca de lo cual el signo
presupone un conocimiento para que sea posible proveer alguna información adicional
sobre el mismo.” (231).4
b. La clasificación del signo
En la tríada del signo es posible ver también el reflejo de la división triádica fundamental que
citamos arriba: el representamen, siendo el punto de arranque de la semiosis, remite a la
primeridad; el objeto a la secundidad y el interpretante a la terceridad. Desde aquí y enlazando estas
categorías con cada elemento del signo, es posible obtener su división según la siguiente expresión
triádica:
4 Peirce, Charles S., La Ciencia...op. cit.
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Primeridad Secundidad Terceridad
Representamen Cualisigno Sinsigno Legisigno
Objeto Ícono Índice Símbolo
Interpretante Rema Dicisigno Argumento
Se trata de una división del signo que toma en cuenta su triple relación: consigo mismo, con
el objeto al cual alude y con el interpretante.
División del signo en relación con sí mismo, es decir, con el Representamen
- Cualisigno: es el signo en su aspecto de cualidad (por ej., el “color” del caballo, el tono de
voz de un discurso o poesía, el estilo de un grafismo, etc.). Es lo general del signo, pero que le
permite subsistir en cuanto tal, sin ser todavía la totalidad del signo.
- Sinsigno: es la presencia concreta del signo (por ej., la presencia del color del caballo en
este signo L concreto). Es lo particular del signo.
- Legisigno: es la norma o modelo sobre el cual se construye un sinsigno (por ej., lo que
establece el diccionario para la definición semántica de la palabra “caballo").
U. Eco explica con un ejemplo esta división:
“Un billete de banco es un sinsigno cuyo legisigno establece su equivalencia con una
cantidad exacta de oro: pero a partir del momento en que la réplica se estudia como
provista de características cualisígnicas (la filigrana, la numeración), también en un
cualisigno y, por lo tanto, irreproducible como tal. Se objetará que el oro es cualisignoa
causa de su rareza, y en cambio el billete se ha convencionalizado como dotado de
valor, por arbitrio legisígnico; pero es que también el billete es cualisigno a causa de su
rareza, y también el oro se ha convencionalizado como parámetro de valor de una
manera arbitraria (podría llegar a ser abandonado como patrón, y sustituido por el
uranio).”5
División del signo en relación con su Objeto
Esta es una de las clasificaciones más conocidas de Peirce y que ha suscitado también no
pocos debates teóricos. Según el objeto al cual se dirige, Peirce distingue tres clases de signos:
- Ícono: es el signo que se relaciona con su objeto por razones de semejanza: “... relación de
razón entre el signo y la cosa significada”. Para Peirce, el ícono es una imagen mental, o sea, de un
representamen que representa su objeto, al cual se le parece. El ícono de la palabra “frío” es la
imagen que se forma en nuestra mente y que se asemeja a nuestra experiencia del frío. Pero también
es un ícono un cuadro de paisaje, una fotografía o un diagrama.
- Índice: es el signo que conecta directamente con su objeto: las huellas de un caballo sobre el
camino, o bien, el pronombre “tú” para indicar la persona con la que se habla. El índice es, pues,
indicativo, y remite a alguna cosa para señalarla, como sucede con el mercurio de un termómetro,
que esté para señalar la temperatura o el humo para indicar la presencia del fuego.
- Símbolo: es el signo simplemente arbitrario, como las palabras: ellas, en efecto, tienen
significado por una ley de convención arbitrariamente establecida.
La dificultad para comprender esta clasificación se disipa si recordamos una vez mas que,
para Peirce, el signo es una entidad triádica y, por lo tanto, el ícono, el índice y el símbolo no son
5 Eco, Umberto. Signo, Ed. Labor, Barcelona, España, 1994, p. 56.
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sino representámenes (signos con algún soporte) que se relacionan con el objeto desde diferentes
puntos de vista. En cambio, en otra vertiente de problemas, es sobre todo el tema del iconismo el
que sigue provocando polémicas, ya que el pensamiento de Peirce no es del todo claro al respecto.
Peirce dice que “el único modo de comunicar directamente una idea es por medio de un
ícono”, lo cual equivale a afirmar que todo ícono es una imagen mental, o sea, algo que existe en el
interior de la persona, a manera de imágenes, de esquemas, de formas y colores de las cosas. El
conocimiento humano –según Peirce– se genera siempre mediante una relación de signos, de modo
que también un ícono es un producto mental, construido mediante la relación de percepciones
sígnicas y operando con ellas. Es lógico, entonces, que él considere ícono no sólo una fotografía,
sino también una onomatopeya o un diagrama. Los diagramas son íconos, porque representan una
equivalencia proporcional, un espacio lógico, precisamente aquel que se forma en la mente acerca
del diagrama mismo. Como vemos, su concepción de iconismo es muy particular y parece que, en
el fondo, Peirce maneja dos conceptos de iconismo. El primero es el que se caracteriza por ser una
percepción mental común a cualquier elaboración sígnica durante el proceso de conocimiento
humano: entonces, en rigor de lógica, según Peirce, el cuadro de un caballo no es un ícono sino un
índice que atrae nuestra atención sobre el animal allí representado, pero por comodidad –afirma él–
se suele extender también a la cosa representada.
Otro concepto más específico de ícono tiene que ver con aquel signo que genera en el
individuo una imagen semejante a las cosas representadas. Sin embargo, lo que produce semejanza
no es el objeto, sino la construcción sígnica convencional. Así, por ejemplo, el caballo del cuadro se
relaciona con su objeto no por una semejanza física entre la imagen y el animal, sino por una
“homología proporcional”, es decir, debido a la similitud de proporciones, en donde cada punto de
la figura está colocado en el mismo orden que corresponde al objeto representado y cuya
convención semiótica aceptamos.
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Carta a Lady Welby Charles Sanders Peirce Traducción castellana de Ignacio Redondo, 2006 (fragmentos)
Milford, Pennsylvannia
12 de octubre de 1904
Mi querida Lady Welby:
No ha pasado un solo día desde que recibí su última carta en el que no haya
lamentado las circunstancias que me impidieron escribir ese mismo día la carta que estaba
intentando escribirle, no sin haberme prometido a mí mismo que eso debería estar hecho
pronto. […]
Pero quería escribirle acerca de los signos, que en su opinión y en la mía son
cuestiones de gran consideración. Creo que más en mi caso que en el suyo. Puesto que, en
mi caso, el más alto grado de realidad sólo se alcanza por medio de signos, esto es,
mediante ideas tales como las de Verdad, Justicia y el resto. Suena paradójico, pero cuando
le haya explicado mi teoría de los signos en su totalidad lo parecerá menos. Creo que hoy le
explicaré los esbozos de mi clasificación de los signos.
Usted sabe que apruebo especialmente la invención de palabras nuevas para nuevas
ideas. No sé si el estudio que llamo Ideoscopia puede considerarse una idea nueva, pero la
palabra Fenomenología se usa en un sentido muy diferente. La Ideoscopia consiste en la
descripción y clasificación de las ideas que pertenecen a la experiencia ordinaria, o que
surgen de modo natural en conexión con la vida ordinaria, sin considerar su validez o
invalidez o su psicología. En la búsqueda de este estudio, después de tan sólo tres o cuatro
años de investigación, fui conducido tiempo atrás (1867), a clasificar todas las ideas en las
tres clases de Primeridad, Segundidad y Terceridad. Esta especie de clasificación es tan
desagradable para mí como lo es para cualquiera, y durante años me esforcé por
menospreciarla y refutarla; pero hace tiempo que me ha conquistado por completo. Tan
desagradable como es atribuir tal significado a los números, y sobre todo, a una tríada, es
no obstante tan desagradable como verdadero. Las ideas de Primeridad, Segundidad y
Terceridad son suficientemente simples. Dando al ser el más amplio sentido posible como
para incluir tanto ideas como cosas, e ideas que imaginamos tener así como ideas que
realmente tenemos, definiría la Primeridad, la Segundidad y la Terceridad como sigue:
La Primeridad es el modo de ser de aquello que es como es, positivamente y sin referencia a
ninguna otra cosa.
La Segundidad es el modo de ser de aquello que es como es, con respecto a una segunda
cosa, pero con independencia de toda tercera.
La Terceridad es el modo de ser de aquello que es como es, en la medida en que pone en
mutua relación a una segunda cosa con una tercera.
51
[…] Las ideas típicas de primeridad son cualidades de sentimiento, o meras
apariencias. El color escarlata de sus libreas reales, la cualidad misma, independientemente
de que sea percibida o recordada, es un ejemplo; con lo que no quiero decir que usted deba
imaginar que no la percibe o la recuerde, sino que debe discriminar aquello con que la
cualidad puede estar conectada en la percepción o en el recuerdo, pero que no pertenece a
la cualidad misma. Por ejemplo, cuando usted la recuerda, se dice que su idea es borrosa, y
cuando está ante sus ojos, que es vívida. Pero la oscuridad o la vivacidad no pertenecen a su
idea de la cualidad. Podrían hacerlo, sin duda, si las consideráramos simplemente como un
sentimiento; pero cuando usted piensa en la vivacidad no la considera desde ese punto de
vista. Piensa en ella como un grado de perturbación de su conciencia. La cualidad de rojo
no es pensada como perteneciente a usted, o como vinculada a los uniformes. Es
simplemente una posibilidad cualitativa peculiar con independencia de cualquier otra cosa.
Si usted pregunta a un minerólogo qué es la dureza, le dirá que es lo que se predica de un
cuerpo que no se puede rayar con un cuchillo. Pero una persona simple pensará en la dureza
como una posibilidad positiva simple cuya realización hace que un cuerpo sea como un
pedernal. Esa idea de dureza es una idea de Primeridad. La impresión total sin analizar que
produce cualquier complejo, no pensado como hecho efectivo, sino simplemente como
cualidad, como una posibilidad de aparición positiva simple, es una idea de Primeridad.
[…]
El tipo de una idea de Segundidad es la experiencia del esfuerzo, prescindida de la
idea de un propósito. Se puede decir que no hay tal experiencia, que siempre hay un
propósito a la vista en cuanto se piensa en un esfuerzo. Esto puede estar sujeto a duda, pues
en el esfuerzo continuado enseguida apartamos la atención del propósito. Sin embargo, me
abstengo de la psicología, que nada tiene que ver con la ideoscopia. […] La experiencia del
esfuerzo no existe sin la experiencia de la resistencia. El esfuerzo sólo es esfuerzo en virtud
de su oponerse a otra cosa; y no se introduce ningún tercer elemento. Advierta que hablo de
la experiencia, no del sentimiento, del esfuerzo. Imagínese a sí misma, sentada sola en la
noche sobre la cesta de un globo, muy lejos del suelo y disfrutando de la calma absoluta y
el sosiego. De pronto, el punzante alarido de un silbato humeante le golpea, y continúa
durante un buen tiempo. La impresión de la quietud era una idea de Primeridad, una
cualidad de sentimiento. El penetrante silbido no le permite pensar o hacer otra cosa que
sufrir. Así que eso también es absolutamente simple. Otra Primeridad. Pero la ruptura del
silencio por el ruido fue una experiencia. La persona, en su inactividad, se identifica a sí
misma con el estado de sentimiento precedente, y el nuevo sentimiento que viene a su pesar
es el no-ego. Tiene una consciencia de dos caras, de un ego y un no-ego. Esa consciencia de
la acción de un nuevo sentimiento al aniquilar el antiguo sentimiento es lo que yo llamo una
experiencia. Generalmente, la experiencia es lo que el decurso de los acontecimientos me
ha obligado a pensar.[…] De manera general, se puede decir que la segundidad genuina
consiste en una cosa que actúa sobre otra -acción bruta. Digo bruta, porque en cuanto
aparece la idea de una ley o razón, aparece la idea de Terceridad. Cuando una piedra cae al
suelo, la ley de la gravitación no actúa haciéndola caer. La ley de la gravitación es el juez
que, sobre el banquillo, puede dictaminar la ley hasta el Día del Juicio; pero a menos que el
brazo fuerte de la ley, el brutal alguacil, haga la ley efectiva, no sirve para nada. La caída
efectiva de la piedra es puramente el darse la piedra y la tierra a un mismo tiempo. Se trata
52
de un caso de reacción. Y por tanto, de existencia, que es el modo de ser de lo que
reacciona con otras cosas. Pero hay también acción sin reacción. Tal es la acción del
antecedente sobre el consecuente. Es una cuestión difícil si la idea de esta determinación
unilateral es una pura idea de segundidad o si implica terceridad. […]
Llego ahora a la Terceridad. Para mí, que he considerado durante cuarenta años la
cuestión desde todos los puntos de vista que pude encontrar, la inadecuación de la
Segundidad para cubrir todo lo que hay en nuestras mentes es tan evidente que apenas sé
cómo comenzar a persuadir de ello a cualquier persona que no esté ya de antemano
convencida. Sin embargo, veo un gran número de pensadores que están intentando construir
un sistema sin colocar en él ninguna terceridad. Entre ellos se encuentran algunos de mis
mejores amigos, quienes se confiesan en deuda conmigo por sus ideas, aunque nunca
aprendieron la lección principal. Muy bien. Es altamente conveniente que la Segundidad
deba buscarse en su fondo auténtico. Sólo así se puede comprender la necesidad e
irreductibilidad de la terceridad, aunque para aquel que posea el entendimiento capaz de
comprenderlo es suficiente decir que no se obtiene una ramificación de una línea de colocar
una línea al final de otra. […] En su forma genuina, la Terceridad es la relación triádica
existente entre un signo, su objeto y el pensamiento interpretante –él mismo un signo–
considerado como lo que constituye su modo de ser un signo. Un signo [o representamen]
media entre el signo interpretante y su objeto. Tomando el signo en su sentido más amplio,
su interpretante no es necesariamente un signo. Cualquier concepto es un signo, por
supuesto. Ockham, Hobbes y Leibniz ya lo han dicho suficientemente. Pero podemos tomar
un signo en un sentido tan amplio que su interpretante no sea un pensamiento, sino una
acción o experiencia, o podemos incluso extender el significado de signo de tal manera que
su interpretante sea una mera cualidad de sentimiento. Un Tercero es algo que pone a un
Primero en relación con un Segundo. Un signo es un tipo de Tercero. ¿Cómo lo
caracterizaremos? ¿Diremos que un Signo pone a un Segundo, su Objeto, en una relación
cognitiva con un Tercero? ¿Que un Signo pone a un Segundo en la misma relación con un
primero en la que él mismo está con respecto a ese Primero? Si insistimos en la conciencia,
debemos decir lo que queremos decir con conciencia de un objeto. ¿Diremos que nos
referimos al Sentimiento? ¿Diremos que queremos decir asociación, o Hábito? Estas son,
en su superficie, distinciones psicológicas que particularmente evitaré. ¿Cuál es la
diferencia esencial entre un signo que se comunica a una mente y uno que no se comunica
de ese modo? Si el problema fuese simplemente lo que entendemos realmente por signo
ésta se resolvería pronto. Pero esa no es la cuestión. Estamos en la misma situación de un
zoólogo que quiere saber cuál debería ser el significado de “pez” para hacer de los peces
una de las grandes clases de vertebrados. Me parece que la función esencial de un signo es
hacer eficientes relaciones ineficientes –no para ponerlas en acción, sino para establecer un
hábito o regla general por medio de la cual actuarán cuando sea oportuno–. De acuerdo a la
doctrina física, nunca pasa nada excepto las continuas velocidades rectilíneas con las
aceleraciones que acompañan a las diferentes posiciones relativas de las partículas. Todas
las demás relaciones, de las que conocemos tantas, son ineficientes. De algún modo, el
conocimiento las hace eficientes; y un signo es algo por lo que conocemos algo más. Con la
excepción del conocimiento, en el instante presente, de los contenidos de conciencia en ese
instante (la existencia de cuyo conocimiento está abierta a duda), todo nuestro pensamiento
53
y conocimiento se da en signos. Por consiguiente un signo [o representamen] es un objeto
que por un lado está en relación con su objeto y por el otro con un interpretante, de tal
modo que pone al interpretante en una relación con el objeto que se corresponde con su
propia relación con el objeto. Podría decir "similar a la suya propia", ya que una
correspondencia consiste en una similitud; pero tal vez correspondencia es más adecuado.
Ahora estoy preparado para ofrecer mi división de los signos, tan pronto como haya señalado
que un signo tiene dos objetos, su objeto tal y como está representado [objeto inmediato], y su
objeto en sí mismo [objeto dinámico]. […] Ahora, los signos se pueden dividir en función de su
propia naturaleza material, en función de sus relaciones con sus objetos y en función de la relación
con sus interpretantes. […]
Con respecto a las relaciones con sus objetos dinámicos, divido los signos en Iconos, Índices
y Símbolos (una división que di en 1867). Defino un Icono como un signo que está determinado por
su objeto dinámico en virtud de su propia naturaleza interna. […] Una visión, ―o el sentimiento
que despierta una pieza de música considerada como aquello que representa lo que pretendía el
compositor. Puede ser […] un diagrama individual; pongamos, una curva de distribución de errores.
Defino un Índice como un signo determinado por su objeto dinámico en virtud de su estar en una
relación real con éste. Por ejemplo, un nombre propio; tal es la aparición de un síntoma de una
enfermedad. […] Defino el Símbolo como un signo que está determinado por su objeto dinámico
sólo en virtud de que será interpretado de esa manera. Por lo tanto, depende, o bien de una
convención, o bien de un hábito, o bien de una disposición natural de su interpretante, o del campo
de su interpretante (aquel del cual el interpretante es una determinación).
54
La ciencia de la semiótica Charles Sanders Peirce Buenos Aires, Nueva visión, 1974 (fragmentos)
228. Un signo, o representamen, es algo que, para alguien, representa o se refiere a algo en
algún aspecto o carácter. Se dirige a alguien, esto es, crea en la mente de esa persona un signo
equivalente, o, tal vez, un signo aún más desarrollado. Este signo creado es lo que yo llamo el
interpretante del primer signo. El signo está en lugar de algo, su objeto. Está en lugar de ese objeto,
no en todos los aspectos, sino sólo con referencia a una suerte de idea, que a veces he llamado el
fundamento del representamen. "Idea" debe entenderse aquí en cierto sentido platónico, muy
familiar en el habla cotidiana; quiero decir, en el mismo sentido en que decimos que un hombre
capta la idea de otro hombre, en que decimos que cuando un hombre recuerda lo que estaba
pensando anteriormente, recuerda la misma idea, y en que, cuando el hombre continúa pensando en
algo, aun cuando sea por un décimo de segundo, en la medida en que el pensamiento concuerda
consigo mismo durante ese lapso, o sea, continúa teniendo un contenido similar, es "la misma idea",
y no es, en cada instante del intervalo, una idea nueva.
229. Como consecuencia del hecho de estar cada representamen relacionado con tres cosas, el
fundamento, el objeto y el interpretante, la ciencia de la semiótica tiene tres ramas. La primera es
[…] la gramática pura. Tiene por cometido determinar qué es lo que debe ser cierto del
representamen usado por toda inteligencia científica para que pueda encarnar algún significado. La
segunda rama es la lógica propiamente dicha. Es la ciencia de lo que es cuasi-necesariamente
verdadero de los representámenes de cualquier inteligencia científica para que puedan ser válidos
para algún objeto, esto es, para que puedan ser ciertos. […] La tercera rama, la llamaré retórica
pura, imitando la modalidad de Kant de conservar viejas asociaciones de palabras al buscar la
nomenclatura para las concepciones nuevas. Su cometido consiste en determinar las leyes mediante
las cuales, en cualquier inteligencia científica, un signo da nacimiento a otro signo y, especialmente,
un pensamiento da nacimiento a otro pensamiento.
Una tricotomía de los signos 243. Los signos son divisibles según tres tricotomías: primero, según que el signo en sí
mismo sea una mera cualidad, un existente real o una ley general; segundo, según que la relación
del signo con su objeto consista en que el signo tenga algún carácter en sí mismo, o en alguna
relación existencia con ese objeto o en su relación con un interpretante; y tercero, según que su
Interpretante lo represente como un signo de posibilidad, como un signo de hecho o como un signo
de razón.
Una segunda tricotomía de los signos 247. Conforme con la segunda tricotomía, un Signo puede ser llamado ícono, índice o
símbolo.
Un Icono es un signo que se refiere al Objeto al que denota meramente en virtud de
caracteres que le son propios, y que posee igualmente exista o no exista tal Objeto. Es verdad que, a
menos que haya realmente un Objeto tal, el ícono no actúa como signo; pero esto no guarda relación
55
alguna con su carácter como signo. Cualquier cosa, sea lo que fuere, cualidad, individuo existente o
ley, es un ícono de alguna otra cosa, en la medida en que es como esa cosa y en que es usada como
signo de ella.
248. Un índice es un signo que se refiere al Objeto que denota en virtud de ser realmente
afectado por aquel Objeto. […] En la medida en que el índice es afectado por el Objeto, tiene,
necesariamente, alguna Cualidad en común con el Objeto, y es en relación con ella como se refiere
al Objeto. En consecuencia, un índice implica alguna suerte de Icono, aunque un icono muy
especial; y no es el mero parecido con su Objeto, aun en aquellos aspectos que lo convierten en
signo, sino que se trata de la efectiva modificación del signo por el Objeto.
249. Un Símbolo es un signo que se refiere al Objeto que denota en virtud de una ley,
usualmente una asociación de ideas generales que operan de modo tal que son la causa de que el
Símbolo se interprete como referido a dicho Objeto. En consecuencia, el Símbolo es, en sí mismo,
un tipo general o ley. […] En carácter de tal, actúa a través de una Réplica. No sólo es general en sí
mismo; también el Objeto al que se refiere es de naturaleza general. Ahora bien, aquello que es
general tiene su ser en las instancias que habrá de determinar. En consecuencia, debe
necesariamente haber instancias existentes de lo que el Símbolo denota, aunque acá habremos de
entender por "existente", existente en el universo posiblemente imaginario al cual el Símbolo se
refiere. […]
Representar 273. Estar en lugar de otro, es decir, estar en tal relación con otro que, para ciertos propósitos,
se sea tratado por ciertas mentes como si se fuera ese otro. Consecuentemente, un vocero, un
diputado, un apoderado, un agente, un vicario, un diagrama, un síntoma, un tablero, una
descripción, un concepto, una premisa, un testimonio, todos representan alguna otra cosa, de
diversas maneras, para mentes que así los consideran. Cuando se desea distinguir entre aquello que
representa y el acto o relación de representar, lo primero puede ser llamado el "representamen" y lo
segundo la "representación". […]
Signo 303. Cualquier cosa que determina a otra cosa (su interpretante) a referirse a un objeto al cual
ella también se refiere (su objeto) de la misma manera, deviniendo el interpretante a su vez un
signo, y así sucesivamente ad infinitum.
304. Un signo es o bien un ícono, o un índice, o un símbolo. Un ícono es un signo que
poseería el carácter que lo vuelve significativo, aun cuando su objeto no tuviera existencia; tal como
un trazo de lápiz en un papel que representa una línea geométrica. Un índice es un signo que
perdería al instante el carácter que hace de él un signo si su objeto fuera suprimido, pero que no
perdería tal carácter si no hubiera interpretante. Tal es, por ejemplo, un pedazo de tierra que muestra
el agujero de una bala como signo de un disparo; porque sin el disparo no habría habido agujero;
pero hay un agujero ahí, independientemente de que a alguien se le ocurra o no atribuirlo a un
disparo. Un símbolo es un signo que perdería el carácter que lo convierte en un signo si no hubiera
interpretante. Es tal cualquier emisión de habla que significa lo que significa sólo en virtud de poder
ser entendida como poseedora de esa determinada significación. […]
Índice 305. Un signo, o representación, que se refiere a su objeto no tanto a causa de cualquier
similitud o analogía con él, ni porque esté asociado con los caracteres generales que dicho objeto
pueda tener, como porque está en conexión dinámica (incluyendo la conexión espacial] con el
objeto individual, por una parte, y con los sentidos o la memoria de la persona para quien sirve
56
como signo, por la otra. Ninguna aseveración fáctica puede hacerse sin recurrir a algún signo que
sirva como índice. Si A le dice a B "Hay un incendio", B preguntará "¿Dónde?", como
consecuencia de lo cual A deberá forzosamente recurrir a un índice, aun cuando sólo quiera
referirse a algún lugar no definido del universo real, pasado y futuro. De lo contrario, s61o habrá
expresado que hay una idea tal como la de incendio, la cual no daría ninguna información, porque,
salvo que ya fuera conocida, la palabra "incendio" sería ininteligible. Si A señala con su dedo el
fuego, el dedo se conecta dinámicamente con el incendio, tanto como si una alarma de incendio
automática lo hubiera dirigido indicando dicha dirección; y, al mismo tiempo, promueve que los
ojos de B se vuelvan a esa dirección, que su atención se concentre en el incendio y que su
entendimiento reconozca que se ha dado respuesta a su pregunta. Si, en cambio, la respuesta de A
hubiera sido "A mil metros de acá, más o menos", la palabra "acá" es un índice, dado que tiene
exactamente la misma fuerza que si hubiera señalado un punto preciso del terreno entre A y E. Más
aún: la palabra "metros", aunque representa a un objeto de clase general, es indirectamente indicial,
dado que las varas métricas en sí mismas son signos de una norma oficial […]. Las letras de uso
común en álgebra que no presentan peculiaridades son índices. También lo son las letras A, B, C,
etcétera, asignadas a una figura geométrica. Los abogados y otros profesionales que se ven en la
necesidad de expresar algún asunto complicado con total precisión recurren a letras para distinguir a
los entes individuales. Las letras, cuando son usadas así, no son sino versiones mejoradas de los
pronombres relativos. Mientras que los pronombres demostrativos y personales son, tal como se los
usa generalmente, "índices genuinos", los pronombres relativos son "índices degenerados", dado
que, aunque en forma accidental e indirecta puedan referirse a cosas existentes, ellos en realidad se
refieren en forma directa, y sólo necesitan referirse a las imágenes mentales que las palabras
precedentes hayan creado.
306. Los índices pueden ser distinguidos de otros signos, o representaciones, por tres rasgos
característicos: primero, que carecen de todo parecido significativo con su objeto; segundo, que se
refieren a entes individuales, unidades individuales, conjuntos unitarios de unidades o continuidades
individuales; tercero, que dirigen la atención a sus objetos por una compulsión ciega. Pero sería
harto difícil, si no imposible, mencionar un índice que fuera absolutamente puro, o hallar algún
signo absolutamente desprovisto de cualidad indicial. Desde el punto de vista psicológico, la acción
de los índices depende de asociaciones por contigüidad, y no de asociaciones por parecido o de
operaciones intelectuales.
Símbolo 307. Un Signo (como se vio) que está constituido como signo mera o fundamentalmente por
el hecho de que es usado y entendido como tal, sea por el hábito natural o nacido por convención, y
con prescindencia de los motivos que originalmente llevaron a su selección.
57
La imagen y la teoría semiótica Martine Joly Introducción al análisis de la imagen, Buenos Aires, La Marca, 2012
(fragmentos)
La imagen como signo
En lo que concierne a la imagen, Peirce la hace entrar en su tipología del signo como una
subcategoría del ícono. En efecto, si considera que el ícono corresponde a la clase de signos cuyo
significante [representamen] tiene una relación analógica con lo que representa, también considera
que se pueden distinguir distintos tipos de analogía y, entonces, distintos tipos de ícono, que son la
imagen propiamente dicha, el diagrama y la metáfora.
La categoría de la imagen se asemeja, entonces, a los íconos que mantienen una relación de
analogía cualitativa entre el significante [representamen] y el referente [objeto dinámico]. Un
dibujo, una foto, una pintura figurativa retoman las cualidades formales de su referente: formas,
colores, proporciones, que permiten reconocerlo.
El diagrama, a su vez, utiliza una analogía relacional, interna al objeto; así, el organigrama de
una sociedad representa su organización jerárquica, el plano de un motor representa la interacción
de las distintas piezas, mientras que la fotografía sería la imagen de ello.
Finalmente, la metáfora sería un ícono que trabaja a partir de un paralelismo cualitativo.
Recordemos que la metáfora es una figura retórica. En la época en la que Peirce trabajaba, aún se
consideraba que la retórica no concernía sino a un tratamiento particular de la lengua. Luego se
descubrió que la retórica era general y que sus mecanismos podían concernir a todo tipo de
lenguaje, verbal o no. Pero en eso también Peirce es un pionero al considerar que los hechos de la
lengua, para él en principio “símbolos”, utilizan sin embargo procesos generalizables, de los cuales
algunos, según él, competen a la categoría de ícono. Recordemos que en el ejemplo de metáfora que
dimos anteriormente, el término “león”, explícitamente formulado, ponía implícitamente en paralelo
(comparaba) las cualidades del león (fuerza y nobleza) con las de Víctor Hugo.11
Si recapitulamos entonces la definición teórica de imagen, según Peirce, constatamos que no
corresponde a todos los tipos de íconos, que sólo es visual, pero que se corresponde bien con la
imagen visual que debatirán los teóricos cuando hablen de signo icónico. La imagen no es lo
importante del ícono, pero toda ella es un signo icónico, al igual que el diagrama y la metáfora.
Aunque la imagen sea solo visual, está claro que, cuando se quiso estudiar el lenguaje de la
imagen y apareció la semiología de la imagen, hacia mediados de este siglo, esta semiología se
dedicó esencialmente al estudio de los mensajes visuales. La imagen se convirtió, entonces, en
sinónimo de “representación visual”. La pregunta inaugural de Barthes, “¿Cómo les llega el sentido
1 La “imagen”, en la lengua, podríamos decir que es el nombre común que se le da a la metáfora. (…) Lo
que sabemos de la metáfora verbal, o del hablar por medio de “imágenes”, es que consiste en emplear
una palabra por otra dada su relación analógica o comparativa. Cuando Juliette Drouet le escribe a
Víctor Hugo: “Eres mi león soberbio y generoso”, no significa que efectivamente sea un león sino que
ella le atribuye, por comparación, cualidades de nobleza y prestancia del león, rey de los animales.
58
a las imágenes?”2 correspondería a la pregunta: “¿Los mensajes visuales utilizan un lenguaje
específico”? “Si es así, ¿cuál es, de qué unidades se constituye, en qué se diferencia del lenguaje
verbal?, etcétera”. Esta reducción a lo visual no por ello simplificó las cosas, y rápidamente se
percibió que incluso una imagen fija y única, que podía constituir un mensaje mínimo en relación
con la imagen en secuencia, fija y sobre todo animada (donde la semiología del cine mostrará toda
su complejidad), constituía un mensaje muy complejo. El objetivo de esta obra es precisamente
recordar algunos de sus grandes principios de funcionamiento.
El primer gran principio para retener es, sin duda, para nosotros, que eso que llamamos
“imagen” es heterogéneo. Es decir que se asemeja y coordina en el seno de un marco (de un límite),
distintas categorías de signos; “imágenes” en el sentido teórico del término (signos icónicos,
analógicos), pero también signos plásticos: colores, formas, composición interna, textura, y la
mayor parte del tiempo también signos lingüísticos, del lenguaje verbal. Es su relación, su
interacción lo que produce el sentido que aprendimos de manera más o menos consciente a descifrar
y que una observación más sistemática nos ayudará a comprender mejor.
Antes de abordar este tipo de observación, hace falta reexaminar eso que algunos
instrumentos de la teoría semiótica que hemos evocado nos permiten discernir acerca del uso
múltiple y aparentemente babélico del término imagen.
Cómo ayuda la teoría a comprender el uso de la palabra “imagen”
El punto común entre las distintas significaciones de la palabra “imagen” (imágenes visuales
/ imágenes mentales / imágenes virtuales) parece ser ante todo la analogía. Material o inmaterial,
visual o no, natural o fabricada, una “imagen” es, antes que nada, algo que se asemeja a otra cosa.
Incluso cuando se trata de una imagen mental y no concreta, hasta el criterio de semejanza la
define: ya sea que se asemeje a la visión natural de las cosas (el sueño, la fantasía) o que se
construya a partir de un paralelismo cualitativo (metáfora verbal, imagen de sí, imagen concreta).
La primera consecuencia de esta observación es constatar que ese denominador común que es
la analogía, o la semejanza, ya de entrada ubica a la imagen en la categoría de las representaciones.
Si se asemeja, es que no es la cosa misma; su función es, entonces, la de evocar, la de significar otra
cosa que ella misma utilizando el proceso de la semejanza. Si la imagen se percibe como
representación, esto quiere decir que la imagen se percibe como signo.
Segunda consecuencia: se percibe como signo analógico. La semejanza es su principio de
funcionamiento. Antes de seguir preguntándonos acerca del proceso de semejanza, podemos en
efecto constatar que el problema de la imagen es el mismo que el de la semejanza, que las dudas
que suscita surgen precisamente de las variaciones de la semejanza: la imagen puede volverse
peligrosa tanto por exceso como por defecto de semejanza. Una gran semejanza provocaría la
confusión entre la imagen y lo representado. Muy poca semejanza, una ilegibilidad molesta e inútil.
Vemos, entonces, que la teoría semiótica, que propone considerar la imagen como ícono, es
decir como signo analógico, está de acuerdo con su uso y puede permitirnos comprenderlo mejor.
Si la imagen se percibe como un signo, como representación analógica, podemos sin embargo
notar entonces una distinción mayor entre los distintos tipos de imágenes: existen las imágenes
fabricadas y las imágenes como registro. Se trata de una distinción fundamental.
2 Barthes, Roland; “Rhétorique de l’image” en Communications, N 4, Seuil, 1964.
59
Imitación / huella / convención
Las imágenes fabricadas imitan más o menos correctamente un modelo o, como en el caso de
las imágenes científicas de síntesis, lo proponen. Su mayor capacidad es, entonces, la de imitar con
tanta perfección que puedan volverse “virtuales” y dar incluso una ilusión de realidad no obstante
sin serlo. Resultan, así, perfectos “análogos” de lo real. Íconos perfectos.
Las imágenes como registro a menudo se asemejan a lo que representan. La fotografía, el
video, el cine se consideran imágenes perfectamente semejantes, íconos puros, tanto más fiables en
cuanto son registros hechos a partir de ondas emitidas por las cosas mismas.
Lo que distingue a estas imágenes de las imágenes fabricadas es que son huellas. En teoría,
entonces, son índices antes de ser íconos. Su fuerza viene de aquí. Hemos visto, en particular en lo
que se refiere a la imaginería científica, que estas imágenes-huella abundan. Aunque en la mayoría
de los casos son identificables para el que no es un especialista, extraen su poder de convicción a
partir de su aspecto indicatorio y ya no de su carácter icónico. La semejanza deja paso al indicio. En
este caso, la opacidad otorga entonces a la imagen la fuerza de la cosa misma y provoca el olvido de
su carácter representativo. Y ya veremos que es este olvido (mucho más que una semejanza
excesiva) lo que más incita a la confusión entre imagen y cosa.
En efecto, no hay que olvidar que, si toda imagen es representación, esto implica que
necesariamente utiliza reglas de construcción. Si estas representaciones llegan a comprenderlas
otros que los que las inventaron es porque hay en ellas un mínimo de convención sociocultural;
dicho de otra forma, porque le deben una gran parte de su significación a su aspecto de símbolo,
según la definición de Peirce. Al estudiar esta circulación de la imagen entre semejanza, huella y
convención, es decir, entre ícono, índice y símbolo, la teoría semiótica nos permite comprender no
sólo la complejidad sino también la fuerza de la comunicación a través de la imagen. […]
60
La Lingüística de la enunciación La perspectiva de la Lingüística de la enunciación María Cecilia Pereira
Émile Benveniste (1902-1976) es considerado el fundador de la Lingüística de la
enunciación, una perspectiva surgida en los años 60 como respuesta una serie de interrogantes sobre
el sentido y el uso del lenguaje que no se habían planteado desde el estructuralismo. El proyecto
semiológico de Saussure, es decir, la creación de una ciencia dedicada a estudiar “la vida de los
signos en el seno de la vida social”, dio lugar en Francia a una corriente que llevó el mandato
saussureano hasta sus últimas consecuencias. Así, tomando la lingüística como modelo de la
semiología, y a la lengua como modelo de sistema semiológico, el estructuralismo se propuso
reconstruir los sistemas abstractos y generales subyacentes a las diversas manifestaciones del
inconsciente (en el psicoanálisis), de la cultura (en la antropología), de las estructuras sociales (en la
sociología), de los procesos históricos (en la historiografía), etc.
En el ámbito de la lingüística, el estructuralismo permitió realizar grandes aportes en el
campo de la lingüística histórica –o diacrónica-, del análisis léxico, de la morfología y la fonología.
Sin embargo, al tiempo que el estructuralismo avanzaba en un camino de abstracción progresiva
que se interesaba por el sistema de la lengua en sí independientemente de su uso, otros
investigadores se interrogaban por los rasgos del sistema lingüístico que hacen a la producción de
sentidos en el discurso. Es en este punto donde Benveniste hace un primer aporte: logra distinguir
en la lengua dos modos de significancia. En primer lugar, la significancia semiótica, que es la que
adquieren los signos en el sistema. Este modo de significancia fue el estudiado por de Saussure y
consiste en una significancia cerrada, cuyas unidades significantes son binarias, se oponen unas a
otras en el seno del sistema y requieren ser reconocidas por el conjunto de miembros de la
comunidad lingüística. Ahora bien, la lengua posee, además de la significancia semiótica que
comparte con otros sistemas como el de las señales de tránsito o el de los tres colores del semáforo,
una significancia engendrada por el discurso en la cual el sentido de las unidades se actualiza en el
seno del enunciado producido. Este modo de significancia denominado semántico, que también es
propio de los lenguajes artísticos, no opera por el reconocimiento de los signos sino por la
comprensión de la significación de cada enunciado nuevo. La lengua, concluye Benveniste, es el
único sistema que posee esta doble significancia semiótica y semántica, y la lingüística de la
enunciación es la que debe proveer las categorías para estudiarla.
61
Julia Kristeva destaca en el prólogo a la edición de los últimos cursos dictados por
Benveniste en el Collège de France (1968-1969) los ejes de su reflexión y los rasgos de la doble
significancia de la lengua:
La búsqueda del sentido en su especificidad lingüística es lo que dirige el discurso sobre la
lengua en las últimas lecciones [de Benveniste].[…]
El [estudio del] sentido ha sido dejado “fuera de la lingüística” (PLG II, 1967, p. 216): o bien
se lo ha “separado”, por considerarlo sospechoso de ser demasiado subjetivo, huidizo, indescriptible
como forma lingüística; o bien se lo ha reducido a sus invariantes estructurales morfosintácticas,
“distribucionales” dentro de un “corpus dado”. Según Benveniste, al contrario, “significar”
constituye un principio interno del lenguaje. Con esta “idea nueva”, subraya, “hemos sido
impulsados hacia una problemática mayor, que involucra la lingüística y más allá de ella”. Si
algunos precursores (John Locke, Saussure y Charles Sander Peirce) demostraron que “vivimos en
un universo de signos” entre los cuales los de la lengua son los primeros, seguidos de los signos de
escritura, […] Benveniste busca mostrar cómo el aparato formal de la lengua hace posible no
solamente nombrar los objetos y las situaciones, sino sobre todo “generar” discursos con
significaciones originales […]
Desde un principio, Benveniste propone una lingüística general que se aleje tanto de la
lingüística estructural como de la gramática generativa que dominaban el paisaje lingüístico de la
época, y avanza hacia una lingüística del discurso. […] Entablando una discusión con Saussure y su
concepción de los elementos distintivos del sistema lingüístico que son los signos, Benveniste
propone dos tipos en la significancia del lenguaje: “lo” semiótico y “lo” semántico.
Lo “semiótico” (de semeion, o signo, caracterizado por su lazo “arbitrario” – resultado de una
convención social- entre el “significante” y el “significado”) es un sentido clausurado, genérico,
binario, intralingüístico, sistematizante e institucional que se define por una relación de
“paradigma” y de “sustitución”. Lo “semántico” se expresa en la frase que articula el “significado”
del signo o el “intento” [la intención]. […] Se define por la relación de “conexión”, o de
“sintagma”, donde el “signo” (lo semiótico) deviene en palabra [mot] por la “actividad del locutor”.
Este pone en acción la lengua en una situación de discurso dirigido por la “primera persona” (yo) a
la “segunda persona” (tú, vos), situando la “tercera persona”(él) fuera del discurso.”
(Kristeva, “Preface”, en: Benveniste, E. Dernières leçons, Seuil/Gallimard, 2012: 19-20.
Adap.)
La preocupación por la naturaleza significante de la lengua y por dar cuenta de estas nuevas
dimensiones de la lingüística general lleva a Benveniste a poner el foco en la enunciación,
entendida como “puesta en funcionamiento de la lengua por un acto individual de utilización”. Este
es el segundo aporte que destacamos de Benveniste: el lenguaje no se reduce a un instrumento
neutro que permite a los hablantes transmitir información. Ese “acto individual de uso” de la lengua
le permite al hombre comunicar su subjetividad. La enunciación es una actividad realizada entre dos
protagonistas –el enunciador y el enunciatario– por medio de la cual el enunciador se sitúa en
relación con el enunciatario, y se posiciona respecto del mundo y los enunciados anteriores. Por eso,
los signos no son pensados como portadores de un sentido independiente de su empleo en la
enunciación, sino que los signos en los enunciados dan cuenta de los rasgos de la enunciación
misma. Benveniste se interesa en estudiar los esquemas invariantes generales presentes en una
multiplicidad de actos de enunciación que exhiben la subjetividad.
En síntesis, la Lingüística de la enunciación profundiza en tres aspectos que no habían sido
considerados hasta ese momento: el de la semantización de la lengua (la significancia semántica); el
propio de la realización verbal o gráfica de la lengua (y las complejas relaciones entre el enunciado
y la enunciación) y el que consiste en estudiar el cuadro formal de las categorías de la lengua que se
62
actualizan en la enunciación (y que Benveniste desarrolla como un “aparato formal” distintivo del
lenguaje humano que permite la constitución de la subjetividad) (Bres, 2013).
En esta parte unidad, leeremos fragmentos de los trabajos de Benveniste dedicados a explicar,
primero, la compleja naturaleza significante de la lengua y, luego, la subjetividad propia del
lenguaje que se manifiesta en las huellas en el enunciado de la actividad del sujeto de la
enunciación. El estudio de estas huellas permite describir y explicar el modo en que se representa en
los enunciados el propio enunciador, su enunciatario, el tema, el espacio y el tiempo. Finalmente,
nos detendremos en desarrollos posteriores que sistematizan los aportes de Benveniste referidos a la
deixis personal, las actitudes de locución y las modalidades.
Bibliografía
BRES, Jacques (2013): “Énonciation et dialogisme: un couple improbable?”. En: Dufaye,
Lionel et Gournay, Lucie (éds). Benveniste après un demisiècle. Regards sur
l'énonciationaujourd´hui, París, Ophrys.
KRISTEVA, Julia (2012): “Preface”. En: Benveniste, E. Dernières leçons, París,
Seuil/Gallimard.
MAINGUENEAU, Dominique (1999): L´énonciation en linguistique française. París,
Hachette.
63
Semiología de la lengua3 Émile Benveniste Problemas de lingüística general II, capítulo 3, Buenos Aires, Siglo XXI,
1999 (fragmentos)
La semiología tendrá mucho que hacer sólo para ver dónde acaba su dominio.
Ferdinand de Saussure4
Desde que aquellos dos genios antitéticos que fueron Peirce y Saussure concibieron,
desconociéndose por completo y más o menos al mismo tiempo,5 la posibilidad de una
ciencia de los signos, y laboraron para instaurarla, surgió un gran problema, que aún no ha
recibido forma precisa y ni siquiera ha sido planteado con claridad, en la confusión que
impera en este campo: ¿cuál es el puesto de la lengua entre los sistemas de signos?
Peirce, volviendo con la forma semeiotic a la denominación σημειωτική que John
Locke aplicaba a una ciencia de los signos y de las significaciones a partir de la lógica
concebida, por su parte, como ciencia del lenguaje, se dedicó toda la vida a la elaboración
de este concepto. Una masa enorme de notas atestigua su esfuerzo obstinado de analizar en
el marco semiótico las nociones lógicas, matemáticas, físicas, y hasta psicológicas y
religiosas. Llevada adelante durante una vida entera, esta reflexión se construyó un aparato
cada vez más completo de definiciones destinadas a distribuir la totalidad de lo real, de lo
concebido y de lo vivido en los diferentes órdenes de signos. Para construir esta “álgebra
universal de las relaciones”, Peirce estableció una división triple de los signos en íconos,
indicios y símbolos, que es punto más o menos lo que se conserva hoy en día de la inmensa
arquitectura lógica que subtiende.
Por lo que concierne a la lengua, Peirce no formula nada preciso ni especifico. Para él
la lengua está en todas partes y en ninguna. Jamás se interesó en el funcionamiento de la
lengua, si es que llegó a prestarle atención. Para él la lengua se reduce a las palabras, que
son por cierto signos, pero no participan de una categoría distinta o siquiera de una especie
constante. Las palabras pertenecen, en su mayoría, a los “símbolos”; algunas son
“indicios”, por ejemplo los pronombres demostrativos, y a este título son clasificadas con
los gestos correspondientes, así el gesto de señalar. Así que Peirce no tiene para nada en
cuenta el hecho de que semejante gesto sea universalmente comprendido, en tanto que el
demostrativo forma parte de un sistema particular de signos orales, la lengua, y de un
sistema particular de lengua, el idioma. Además, la misma palabra puede aparecer en
distintas variedades de “signo”: como qualisign, como sinsign, como legisign. No se ve,
3 Semiotica, La Haya, Mouton& Co., I (1969), 1, pp. 1-12, y 2, pp. 127-135. Hemos suprimido algunas notas
al pie de la versión original. 4 Nota manuscrita publicada en los Cahiers Ferdinand de Saussure, 15 (1957), p. 19.
5 Charles S. Peirce (1839-1914); Ferdinand de Saussure (1857-1913).
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pues, cuál sería la utilidad operativa de semejantes distinciones ni en qué ayudarían al
lingüista a construir la semiología de la lengua como sistema. La dificultad que impide toda
aplicación particular de los conceptos peircianos, fuera de la tripartición bien conocida,
pero que no deja de ser un marco demasiado general, es que en definitiva el signo es puesto
en la base del universo entero, y que funciona a la vez como principio de definición para
cada elemento y como principio de explicación para todo conjunto, abstracto o concreto. El
hombre entero es un signo, su pensamiento es un signo, su emoción es un signo. Pero a fin
de cuentas estos signos, ¿de qué podrían ser signos que no fuera signo? ¿Daremos con el
punto fijo donde amarrar la primera relación de signo? El edificio semiótico que
construye Peirce no puede incluirse a sí mismo en su definición. Para que la noción de
signo no quede abolida en esta multiplicación al infinito, es preciso que en algún sitio
admita el universo una diferencia entre el signo y lo significado. Hace falta, pues, que todo
signo sea tomado y comprendido en un sistema de signos. Ahí está la condición de la
significancia. Se seguirá, contra Peirce, que todos los signos no pueden funcionar
idénticamente ni participar de un sistema único. Habrá que constituir varios sistemas de
signos, y entre esos sistemas explicitar una relación de diferencia y de analogía.
Es aquí donde Saussure se presenta, de plano, tanto en la metodología como en la
práctica, en el polo opuesto de Peirce. En Saussure la reflexión procede a partir de la lengua
y la toma como objeto exclusivo. La lengua es considerada en sí misma, a la lingüística se
le asigna una triple tarea: 1) describir en sincronía y diacronía todas las lenguas conocidas;
2) deslindar las leyes generales que actúan en las lenguas; 3) delimitarse y definirse a sí
misma.6 […]
[En la última tarea] reside la condición previa a todo otro itinerario activo y cognitivo
de la lingüística, y lejos de estar en el mismo plano que las otras dos y de suponerlas
cumplidas, esta tercera tarea –“delimitarse y definirse a sí misma”–, da a la lingüística la
misión de trascenderlas hasta el punto de suspender su consumación por medio de su
consumación propia. Ahí está la gran novedad del programa saussuriano. La lectura del
Cours confirma fácilmente que para Saussure una lingüística sólo es posible con esta
condición: conocerse al fin descubriendo su objeto.
Todo procede entonces de esta pregunta: “¿Cuál es el objeto a la vez íntegro y
concreto de la lingüística?”,7 y la primera misión aspira a echar por tierra todas las
respuestas anteriores: “de cualquier lado que se mire la cuestión, en ninguna parte se nos
ofrece entero el objeto de la lingüística”.8 Desbrozado así el terreno, Saussure plantea la
primera exigencia metódica: hay que separar la lengua del lenguaje. ¿Por qué? Meditemos
las pocas líneas en donde se deslizan, furtivos, los conceptos esenciales:
Tomado en su conjunto, el lenguaje es multiforme y heteróclito; a caballo en
diferentes dominios, a la vez físico, fisiológico y psíquico, pertenece además al
dominio individual y al dominio social, no se deja clasificar en ninguna de las
categorías de los hechos humanos, porque no se sabe cómo desembrollar su unidad.
6 F. de Saussure, Cours de linguistique générale (abreviado C. L .G.), 4ª ed., p. 216.
7 C. L. G., p. 23 (trad. de A. Alonso).
8 C. L. G., p. 24.
65
La lengua, por el contrario, es una totalidad en sí y un principio de
clasificación. En cuanto le damos el primer lugar entre los hechos de lenguaje,
introducimos un orden natural en un conjunto que no se presta a ninguna otra
clasificación.9
La preocupación de Saussure es descubrir el principio de unidad que domina la
multiplicidad de los aspectos con que nos aparece el lenguaje. Sólo este principio permitirá
clasificar los hechos de lenguaje entre los hechos humanos. La reducción del lenguaje a la
lengua satisface esta doble condición: permite plantear la lengua como principio de unidad
y, a la vez, encontrar el lugar de la lengua entre los hechos humanos. Principio de la unidad,
principio de clasificación –aquí están introducidos los dos conceptos que por su parte
introducirán la semiología.
Uno y otro son necesarios para fundar la lingüística como ciencia: no se concebiría
una ciencia incierta acerca de su objeto, indecisa sobre su pertenencia. Pero mucho más allá
de este cuidado de rigor está en juego el estatuto propio del conjunto de los hechos
humanos.
Tampoco aquí se ha notado bastante la novedad del camino saussuriano. No es cosa
de decidir si la lingüística está más cerca de la psicología o de la sociología, ni de hallarle
un lugar en el seno de las disciplinas existentes. El problema es planteado en otro nivel, y
en términos que crean sus propios conceptos.
La lingüística forma parte de una ciencia que no existe todavía, que se ocupará de los
demás sistemas del mismo orden en el conjunto de los hechos humanos, la semiología. Hay
que citar la página que enuncia y sitúa esta relación:
La lengua es un sistema de signos que expresan ideas, y por eso comparable a la
escritura, al alfabeto de los sordomudos, a los ritos simbólicos, a las formas de
cortesía, a las señales militares, etc. Sólo que es el más importante de todos esos
sistemas.
Se puede, pues, concebir una ciencia que estudie la vida de los signos en el
seno de la vida social. Tal ciencia seria parte de la psicología social, y por
consiguiente de la psicología general. Nosotros la llamaremos semiología (del
griego sēmeîon ‘signo'). Ella nos enseñará en qué consisten los signos y cuáles
son las leyes que los gobiernan. Puesto que todavía no existe, no se puede
decir qué es lo que ella será; pero tiene derecho a la exigencia, y su lugar está
determinado de antemano. La lingüística no es más que una parte de esta
ciencia general. Las leyes que la semiología descubra serán aplicables a la
lingüística, y así es como la lingüística se encontrará ligada a un dominio bien
definido en el conjunto de los hechos humanos.
Al psicólogo toca determinar el puesto exacto de la semiología;10 es tarea del
lingüista definir qué es lo que hace de la lengua un sistema especial en el
9 C. L. G., p. 25.
10 Aquí Saussure remite a Ad. Naville, Classification des sciences, 2ª ed., p. 104.
66
conjunto de los hechos semiológicos. Más adelante volveremos sobre la
cuestión; aquí sólo nos fijamos en esto: si por vez primera hemos podido
asignar a la lingüística un puesto entre las ciencias es por haberla incluido en la
semiología.11
Del largo comentario que pediría esta página, lo principal quedará implicado en la
discusión que emprendemos más adelante. Nos quedaremos nada más, a fin de realzarlos,
con los caracteres primordiales de la semiología, tal como Saussure la concibe, tal, por lo
demás, como la había reconocido mucho antes de traerla a cuento en su enseñanza.12
La lengua se presenta en todos sus aspectos como una dualidad: institución social, es
puesta a funcionar por el individuo; discurso continuo, se compone de unidades fijas. ¿Es la
lengua su unidad y el principio de su funcionamiento? Su carácter consiste en “un sistema
de signos en el que sólo es esencial la unión del sentido y la imagen acústica, y donde las
dos partes del signo son igualmente psíquicas”.13
¿Dónde halla la lengua su unidad y el
principio de su funcionamiento? En su carácter semiótico. Por él se define su naturaleza,
por él también se integra a un conjunto de sistemas del mismo carácter.
Para Saussure, a diferencia de Peirce, el signo es ante todo una noción lingüística, que
más ampliamente se extiende a ciertos órdenes de hechos humanos y sociales. A eso se
circunscribe su dominio. Pero este dominio comprende, a más de la lengua, sistemas
homólogos al de ella. Saussure cita algunos. Todos tienen la característica de ser sistemas
de signos. La lengua es sólo el más importante de esos sistemas. ¿El más importante vistas
las cosas desde dónde? ¿Sencillamente por ocupar más lugar en la vida social que no
importa cuál otro sistema? Nada permite decidir.
El pensamiento de Saussure, muy afirmativo a propósito de la relación entre la lengua
y los sistemas de signos, es menos claro acerca de la relación entre la lingüística y la
semiología, ciencia de los sistemas de signos. El destino de la lingüística será vincularse a
la semiología, que a su vez formará una parte de la psicología social y, por consiguiente, de
la psicología general. Pero hay que esperar que la semiología, ciencia que estudia “la vida
de los signos en el seno de la vida social”, esté constituida para que averigüemos “en qué
consisten los signos y cuáles son las leyes que los gobiernan”. Saussure encomienda pues a
la ciencia futura la tarea de definir el signo mismo. Con todo, elabora para la lingüística el
instrumento de su semiología propia, el signo lingüístico: “Para nosotros... el problema
lingüístico es primordialmente semiológico, y en este hecho importante cobran
significación nuestros razonamientos.”14
Lo que vincula la lingüística a la semiología es el principio, puesto en el centro de la
lingüística, de que el signo lingüístico es “arbitrario”. De manera general, el objeto
principal de la semiología será “el conjunto de sistemas fundados en lo arbitrario del
11
C. L. G., pp. 33-34. 12
La noción y el término estaban ya en una nota manuscrita de Saussure publicada por R. Godel,
Sourcesmanuscrites, p. 46, y que data de 1894 (cf. p. 37). 13
C. L. G., p. 32. 14
C. L. G., pp. 34-35.
67
signo”.15
En consecuencia, en el conjunto de los sistemas de expresión, la superioridad toca
a la lingüística:
Se puede, pues, decir, que los signos enteramente arbitrarios son los que
mejor realizan el ideal del procedimiento semiológico; por eso la lengua, el
más complejo y el más extendido de los sistemas de expresión, es también el
más característico de todos; en este sentido la lingüística, puede erigirse en el
modelo general de toda semiología, aunque la lengua no sea más que un
sistema particular.16
Así, sin dejar de formular netamente la idea de que la lingüística tiene una relación
necesaria con la semiología, Saussure se abstiene de definir la naturaleza de esta relación, de no
ser a través del principio de la “arbitrariedad del signo” que gobernaría el conjunto de los sistemas
de expresión y ante todo de la lengua. La semiología como ciencia de los signos no pasa de ser en
Saussure una visión prospectiva, que en sus rasgos más precisos es modelada según la lingüística.
En cuanto a los sistemas que, con la lengua, participan de la semiología, Saussure se
limita a citar de pasada algunos, sin siquiera agotar la lista, ya que no adelanta ningún
criterio delimitativo: la escritura, el alfabeto de los sordomudos, los ritos simbólicos, las
formas de cortesía, las señales militares, etc.17
Por otro lado, habla de considerar los ritos, las costumbres, etc., como signos.18
Volviendo a este gran problema en el punto en que Saussure lo dejó, desearíamos insistir
ante todo en la necesidad de un esfuerzo previo de clasificación, si se quiere promover el
análisis y afianzar los fundamentos de la semiología.
Nada diremos aquí de la escritura; reservamos para un examen particular ese
problema difícil. Los ritos simbólicos, las formas de cortesía, ¿son sistemas autónomos?
¿De veras es posible ponerlos en el mismo plano que la lengua? Sólo mantienen una
relación semiológica por mediación de un discurso el “mito” que acompaña al “rito”; el
“protocolo” que rige las formas de cortesía. Estos signos, para nacer y establecerse como
sistema, suponen la lengua, que los produce e interpreta. De modo que son de un orden
distinto, en una jerarquía por definir. Se entrevé ya que, no menos que los sistemas de
signos, las relaciones entre dichos sistemas constituirán el objeto de la semiología.
Es tiempo de abandonar las generalidades y de abordar por fin el problema central de
la semiología, el estatuto de la lengua entre los sistemas de signos. Nada podrá ser
asegurado en teoría mientras no se haya aclarado la noción y el valor del signo en los
conjuntos donde ya se le puede estudiar. Opinamos que este examen debe comenzar por los
sistemas no lingüísticos.
II
15
C. L. G., p. 100. 16
C. L. G., p. 101. 17
Antes, p. 51. 18
C. L. G., p. 35.
68
El papel del signo es representar, ocupar el puesto de otra cosa, evocándola a título de
sustituto. Toda definición más precisa, que distinguiría en particular diversas variedades de
signos, supone una reflexión sobre el principio de una ciencia de los signos, de una
semiología, y un esfuerzo de elaborarla. La más mínima atención a nuestro
comportamiento, a las condiciones de la vida intelectual y social, de la vida de relación, de
los nexos de producción y de intercambio, nos muestra que utilizamos a la vez y a cada
instante varios sistemas de signos: primero los signos del lenguaje, que son aquellos cuya
adquisición empieza antes, al iniciarse la vida consciente; los signos de la escritura; los
“signos de cortesía”, de reconocimiento, de adhesión, en todas sus variedades y jerarquías;
los signos reguladores de los movimientos de vehículos; los “signos exteriores” que indican
condiciones sociales; los “signos monetarios”, valores e índices de la vida económica; los
signos de los cultos, ritos, creencias; los signos del arte en sus variedades (música,
imágenes; reproducciones plásticas) –en una palabra, y sin ir más allá de la verificación
empírica, está claro que nuestra vida entera está presa en redes de signos que nos
condicionan al punto de que no podría suprimirse una sola sin poner en peligro el equilibrio
de la sociedad y del individuo. Estos signos parecen engendrarse y multiplicarse en virtud
de una necesidad interna, que en apariencia responde también a una necesidad de nuestra
organización mental. Entre tantas y tan diversas maneras que tienen de configurarse los
signos, ¿qué principio introducir que ordene las relaciones y delimite los conjuntos?
El carácter común a todos los sistemas y el criterio de su pertenencia a la semiología
es su propiedad de significar o significancia, y su composición en unidades de
significancia o signos. Es cosa ahora de describir sus caracteres distintivos.
*…+
Dos sistemas pueden tener un mismo signo en común sin que resulte sinonimia ni
redundancia, o sea que la identidad sustancial de un signo no cuenta, sólo su diferencia
funcional. El rojo del sistema binario de señales de tránsito no tiene nada en común con el
rojo de la bandera tricolor, ni el blanco de ésta con el blanco del luto en China. El valor de
un signo se define solamente en el sistema que lo integra. No hay signo transistemático.
Los sistemas de signos ¿son entonces otros tantos mundos cerrados, sin que haya
entre ellos más que un nexo de coexistencia acaso fortuito? Formularemos una exigencia
metódica más. Es preciso que la relación planteada entre sistemas semióticos sea por su
parte de naturaleza semiótica. Sera determinada ante todo por la acción de un mismo medio
cultural, que de una manera o de otra produce y nutre todos los sistemas que le son propios.
He aquí otro nexo externo, que no implica necesariamente una relación de coherencia entre
los sistemas particulares. Hay otra condición: se trata de determinar si un sistema semiótico
dado puede ser interpretado por sí mismo o si necesita recibir su interpretación de otro
sistema. La relación semiótica entre sistema interpretante y sistema interpretado. Es la
que poseemos en gran escala entre los signos de la lengua y los de la sociedad: los signos
de la sociedad pueden ser íntegramente interpretados por los de la lengua, no a la inversa.
De suerte que la lengua será el interpretante de la sociedad.19
En pequeña escala podrá
considerarse el alfabeto gráfico como el interpretante del Morse o el Braille, en virtud de la
19
Este punto será desarrollado en otra parte.
69
mayor extensión de su dominio de validez, y pese al hecho de que todos sean mutuamente
convertibles.
*…+
Es tiempo de enunciar las condiciones mínimas de una comparación entre sistemas de
órdenes diferentes. Todo sistema semiótico que descanse en signos tiene por fuerza que
incluir: 1) un repertorio finito de signos, 2) reglas de disposición que gobiernan sus
figuras, 3) independientemente de la naturaleza y del número de los discursos que el
sistema permita producir. Ninguna de las artes plásticas consideradas en su conjunto parece
reproducir semejante modelo. Cuando mucho pudiera encontrarse alguna aproximación en
la obra de tal o cual artista; entonces no se trataría de condiciones generales y constantes,
sino de una característica individual, lo cual una vez más nos alejaría de la lengua.
Se diría que la noción de unidad reside en el centro de la problemática que nos ocupa
y que ninguna teoría seria pudiera constituirse olvidando o esquivando la cuestión de la
unidad, pues todo sistema significante debe definirse por su modo de significación. De
modo que un sistema así debe designar las unidades que hace intervenir para producir el
“sentido” y especificar la naturaleza del “sentido” producido.
Se plantean entonces dos cuestiones:
1) ¿Pueden reducirse a unidades todos los sistemas semióticos?
2) Estas unidades, en los sistemas donde existen, ¿son signos? La unidad y el signo
deben ser tenidos por características distintas. El signo es necesariamente una unidad, pero
la unidad puede no ser un signo. Cuando menos de esto estamos seguros: la lengua está
hecha de unidades y esas unidades son signos. ¿Qué pasa con los demás sistemas
semiológicos?
Consideramos primero el funcionamiento de los sistemas llamados artísticos, los de la
imagen y del sonido, prescindiendo deliberadamente de su función estética. La “lengua”
musical consiste en combinaciones y sucesiones de sonidos, diversamente articulados; la
unidad elemental, el sonido, no es un signo; cada sonido es identificable en la estructura
escalar de la que depende, ninguno está provisto de significancia. He aquí el ejemplo típico
de unidades que no son signos, que no designan, por ser solamente los grados de una escala
cuya extensión es fijada arbitrariamente. Estamos ante un principio discriminador: los
sistemas fundados en unidades se reparten entre sistemas de unidades significantes y
sistemas de unidades no significantes. En la primera categoría pondremos la lengua; en la
segunda, la música.
En las artes de la figuración (pintura, dibujo, escultura) de imágenes fijas o móviles,
es la existencia misma de unidades lo que se torna tema de discusión. ¿De qué naturaleza
serían? Si se trata de colores, se reconoce que componen también una escala cuyos
peldaños principales están identificados por sus nombres. Son designados, no designan; no
remiten a nada, no sugieren nada de manera unívoca. El artista los escoge, los amalgama,
los dispone a su gusto en el lienzo, y es sólo en la composición donde se organizan y
adquieren, técnicamente hablando, una “significación”, por la selección y la disposición. El
artista crea así su propia semiótica: instituye sus oposiciones en rasgos que él mismo hace
significantes en su orden. De suerte que no recibe un repertorio de signos, reconocidos
tales, y tampoco establece ninguno. El color, un material, trae consigo una variedad
70
ilimitada de matices que pasan uno a otro y ninguno de los cuales hallará equivalencia con
el “signo” lingüístico.
En cuanto a las artes de la figura, ya participan de otro nivel, el de la representación,
donde rasgo, color, movimiento, se combinan y entran en conjuntos gobernados por
necesidades propias. Son sistemas distintos, de gran complejidad, donde la definición del
signo no se precisará sino con el desenvolvimiento de una semiología todavía indecisa.
Las relaciones significantes del “lenguaje” artístico hay que descubrirlas dentro de
una composición. El arte no es nunca aquí más que una obra de arte particular, donde el
artista instaura libremente oposiciones y valores con los que juega con plena soberanía, sin
tener “respuesta” que esperar, ni contradicción que eliminar, sino solamente una visión que
expresar, según criterios, conscientes o no, de los que la composición entera da testimonio
y se convierte en manifestación.
O sea que se pueden distinguir los sistemas en que la significancia está impresa por el
autor en la obra y los sistemas donde la significancia es expresada por los elementos
primeros en estado aislado, independientemente de los enlaces que puedan contraer. En los
primeros, la significancia se desprende de las relaciones que organizan un mundo cerrado,
en los segundos, es inherente a los signos mismos. La significancia del arte no remite
nunca, pues, a una convención idénticamente heredada entre copartícipes.20
Cada vez hay
que descubrir sus términos, que son ilimitados en número, imprevisibles en naturaleza, y así
por reinventar en cada obra –en una palabra, ineptos para fijarse en una institución. La
significancia de la lengua, por el contrario, es la significancia misma, que funda la
posibilidad de todo intercambio y de toda comunicación, y desde ahí de toda cultura.
No deja de ser válido, pues, con algunas metáforas de por medio, asimilar la
ejecución de una composición musical a la producción de un enunciado de lengua; podrá
hablarse de un “discurso” musical, que se analiza en “frases” separadas por “pausas” o
“silencios”, señaladas por “motivos” reconocibles. También se podrá, en las artes de la
figuración, buscar los principios de una morfología y de una sintaxis.21
Cuando menos, una
20
Mieczyslaw Wallis, “Mediaeval Art as a Language”, Actes du 5eCongrés International d’Esthétique
(Amsterdam, 1964), p. 427, n.: “La notion de champsémantique et son application a la théorie de l’Art”,
Sciences de l'art, núm. especial (1966), pp. 3 ss., hace útiles observaciones acerca de los signos icónicos,
especialmente en el arte medieval: discierne en él un “vocabulario” y reglas de “sintaxis”. Es verdad que
puede reconocerse en la escultura medieval cierto repertorio icónico que corresponde a ciertos temas
religiosos, a ciertas enseñanzas teológicas o morales. Pero son mensajes convencionales, producidos en
una topología igualmente, convencional donde las figuras ocupan puestos simbólicos, conformes a
representaciones familiares. Por lo demás, las escenas figuradas son la trasposición icónica de relatos o
parábolas; reproducen una verbalización inicial. El verdadero problema semiológico, que no ha sido
planteado, que sepamos, sería el buscar cómo se efectúa esta trasposición de una enunciación verbal a
una representación icónica, cuáles son las correspondencias posibles entre un sistema y otro y en qué
medida esta confrontación podría ser perseguida hasta la determinación de correspondencias entre
signos distintos. 21
La posibilidad de extender las categorías semiológicas a las técnicas de la imagen, y particularmente al
cine, es debatida de manera instructiva por Chr. Metz, Essais sur la significationauCinéma (París, 1968),
pp. 66s, 84 ss., 95s. J. L. Scheffer, Scénographied’untubleau (París, 1969), inaugura una “lectura”
semiológica de la obra pintada y propone un análisis suyo análogo al de un “texto”. Estas indagaciones
71
cosa es segura: ninguna semiología del sonido, del color, de la imagen, se formulará en
sonidos, en colores, en imágenes. Toda semiología de un sistema lingüístico tiene que
recurrir a la mediación de la lengua, y así no puede existir más que por la semiología de la
lengua y en ella. El que la lengua sea aquí instrumento y no objeto de análisis, no altera
nada de la situación, que gobierna todas las relaciones semióticas; la lengua es el
interpretante de todos los demás sistemas, lingüísticos y no lingüísticos.
[…]
La lengua nos ofrece el único modelo de un sistema que sea semiótico a la vez en su
estructura formal y en su funcionamiento:
1) Se manifiesta por la enunciación, que alude a una situación dada; hablar es siempre
hablar de.
2) Consiste formalmente en unidades distintas, cada una de las cuales es un signo.
3) Es producida y recibida en los mismos valores de referencia entre todos los
miembros de una comunidad.
4) Es la única actualización de la comunicación intersubjetiva.
Por estar razones, la lengua es la organización semiótica por excelencia. Da la idea de
lo que es una función de signo, y es la única que ofrece la fórmula ejemplar de ello. De ahí
procede que ella sola pueda conferir –y lo hace en efecto– a otros conjuntos la calidad de
sistemas significantes informándolos de la relación de signo. Hay pues un modelado
semiótico que la lengua ejerce y del que no se concibe que su principio resida en otra pacte
que no sea la lengua. La naturaleza de la lengua, su función representativa, su poder
dinámico, su papel en la vida de relación, hacen de ella la gran matriz semiótica, la
estructura, modeladora de la que las otras estructuras reproducen los rasgos y el modo de
acción.
¿A qué se debe esta propiedad? ¿Puede discernirse por qué la lengua es el
interpretante de todo sistema significante? ¿Es sencillamente por ser el sistema más común,
el que tiene el campo más vasto, la mayor frecuencia de empleo y –en la práctica– la mayor
eficacia? Muy a la inversa: esta situación privilegiada de la lengua en el orden pragmático
es una consecuencia, no una causa, de su preeminencia como sistema significante, y de esta
preeminencia puede dar razón un principio semiológico sólo. Lo descubriremos
adquiriendo conciencia del hecho de que la lengua significa de una manera específica y que
no es sino suya, de una manera que no reproduce ningún otro sistema. Esta investida de una
doble significancia. He aquí propiamente un modelo sin análogo. La lengua combina dos
modos distintos de significancia, que llamamos el modo semiótico por una parte, el modo
semántico por otra.
Lo semiótico designa el modo de significancia que es propio del signo lingüístico y
que lo constituye como unidad. Por medio del análisis pueden ser consideradas por
separado las dos caras del signo, pero por lo que hace a la significancia, unidad es y unidad
queda. La única cuestión que suscita un signo para ser reconocido es la de su existencia, y
ésta se decide con un sí o un no: árbol - canción - lavar - nervio - amarillo - sobre, y no
*ármol - *panción - *bavar - *nertio - *amafillo - *sibre. Más allá, es comparado para
muestran ya el despertar de una reflexión original sobre los campos y las categorías de la semiología no
lingüística.
72
delimitarlo, sea con significantes parcialmente parecidos: casa : masa, o casa : cosa, o casa
: cara, sea con significados vecinos: casa : choza, o casa : vivienda. Todo el estudio
semiótico, en sentido estricto, consistirá en identificar las unidades, en describir las marcar
distintivas y en descubrir criterios cada vez más sutiles de la distintividad. De esta suerte
cada signo afirmará con creciente claridad su significancia propia en el seno de una
constelación o entre el conjunto de los signos. Tomado en sí mismo, el signo es pura
identidad para sí, pura alteridad para todo lo demás, base significante de la lengua, material
necesario de la enunciación. Existe cuando es reconocido como significante por el conjunto
de los miembros de la comunidad lingüística, y evoca para cada quien, a grandes rasgos, las
mismas asociaciones y las mismas oposiciones. Tal es el dominio y el criterio de la
semiótica.
Con lo semántico entramos en el modo específico de significancia que es engendrado
por el discurso. Los problemas que se plantean aquí son función de la lengua como
productora de mensajes. Ahora, el mensaje no se reduce a una sucesión de unidades por
identificar separadamente; no es una suma de signos la que produce el sentido, es, por el
contrario, el sentido, concebido globalmente, el que se realiza y se divide en “signos”
particulares, que son las palabras. En segundo lugar, lo semántico carga por necesidad
con el conjunto de los referentes, en tanto que lo semiótico está, por principio,
separado y es independiente de toda deferencia. El orden semántico se identifica con el
mundo de la enunciación y el universo del discurso.
El hecho de que se trata, por cierto, de dos órdenes distintos de nociones y de dos
universos conceptuales, es algo que se puede mostrar también mediante la diferencia en el
criterio de validez que requieren el uno y el otro. Lo semiótico (el signo) debe ser
reconocido; lo semántico (el discurso) debe ser comprendido. La diferencia entre
reconocer y comprender remite a dos facultades mentales distintas: la de percibir la
identidad entre lo anterior y lo actual, por una parte, y la de percibir la significación de un
enunciado nuevo, por otra. En las formas patológicas del lenguaje, es frecuente la
disociación de las dos facultades.
La lengua es el único sistema cuya significancia se articula, así, en dos dimensiones.
Los demás sistemas tienen una significancia unidimensional: o semiótica (gestos de
cortesía; mudrās), sin semántica; o semántica (expresiones artísticas), sin semiótica. El
privilegio de la lengua es portar al mismo tiempo la significancia de los signos y la
significancia de la enunciación. De ahí proviene su poder mayor, el de crear un nuevo nivel
de enunciación, donde se vuelve posible decir cosas significantes acerca de la significancia.
Es en esta facultad metalingüística donde encontramos el origen de la relación de
interpretancia merced a la cual la lengua engloba los otros sistemas.
Cuando Saussure definió la lengua como sistema de signos, echó el fundamento de la
semiología lingüística. Pero vemos ahora que, si el signo corresponde en efecto a las
unidades significantes de la lengua, no puede erigírselo en principio único de la lengua en
su funcionamiento discursivo. Saussure no ignoró la frase, pero es patente que le creaba una
grave dificultad y la remitió al “habla”,22
lo cual no resuelve nada; es cosa precisamente de
22
Cf. C. L. G., pp. 148, 172, y las observaciones dc R. Godel, CurrentTrends in Linguistics, III, Theoretícal
Foundatíons, 1966, pp. 490ss.
73
saber si es posible pasar del signo al “habla”, y cómo. En realidad, el mundo del signo es
cerrado. Del signo a la frase no hay transición ni por sintagmación ni de otra manera. Los
separa un hiato. Hay pues que admitir que la lengua comprende dos dominios distintos,
cada uno de los cuales requiere su propio aparato conceptual. Para el que llamamos
semiótico, la teoría saussureana del signo lingüístico servirá de base para la investigación.
El dominio semántico, en cambio, debe ser reconocido como separado. Tendrá necesidad
de un aparato nuevo de conceptos y definiciones.
La semiología de la lengua ha sido atascada, paradójicamente, por el instrumento
mismo que la creó: el signo. No podía apartarse la idea del signo lingüístico sin suprimir el
carácter más importante de la lengua; tampoco se podía extenderla al discurso entero sin
contradecir su definición como unidad mínima.
En conclusión, hay que superar la noción saussureana del signo como principio único,
del que dependerían a la vez la estructura y el funcionamiento de la lengua. Dicha
superación se logrará por dos caminos:
En el análisis intralingüístico, abriendo una nueva dimensión de significancia, la del
discurso, que llamamos semántica, en adelante distinta de la que está ligada al signo, y que
será semiótica.
En el análisis translingüístico de los textos, de las obras, merced a la elaboración de
una metasemántica que será construida sobre la semántica de la enunciación.
Sera una semiología de “segunda generación”, cuyos instrumentos y método podrán
concurrir asimismo al desenvolvimiento de las otras ramas de la semiología general.
74
Materiales para el análisis Lecturas complementarias
Los siguientes textos abordan temas como el cine, la indumentaria, la realidad virtual o la
pintura desde perspectivas diversas. Las preguntas que figuran a continuación de cada texto le
proponen el desafío de pensar el modo en que algunos de sus planteos podrían ser interpretados
desde la perspectiva estructuralista de Ferdinand de Saussure y desde el abordaje de Peirce de los
signos.
Texto 1. Sexe, Néstor (2007): Casos de comunicación y cosas de diseño, Buenos Aires, Paidós, pp.49-51 (adaptación)
Objetos modernos El traje y el jean son objetos-pretextos para señalar dos aspectos de la modernidad.
Con frecuencia se define la modernidad como un conjunto de valores, entre los cuales
se citan la secularización de la sociedad (pérdida de influencia de las confesiones religiosas
y sus instituciones), las formas de poder republicano y la racionalidad administrativa. La
modernidad ubica al hombre en el centro de la escena y le asigna dos virtudes: la razón y la
voluntad.
Caracterizaremos al traje como un indumento moderno. El traje es moderno porque
representa, como veremos, cierto conjunto de valores que corresponden a esta etapa.
La modernidad también cree y apuesta al progreso. La expectativa de cambio, la
percepción dinámica de la secuencia espacio-temporal, la búsqueda de una actualización
permanente son rasgos que la caracterizan. El jean con su dinámica de fabricación y de uso
es otro objeto que representa los valores de la modernidad.
El traje moderno
Cierta perspectiva de análisis de la modernidad contempla la tendencia cultural hacia
la secularización: el quiebre de la ley de Dios como único recurso de legitimidad y, por
consiguiente, la construcción de una mediación cultural reglamentada. De este modo, la
administración se articula entre leyes y base social productora. Esta organización da lugar a
la burocracia y, concretamente, a la subjetividad que se condensa en la noción de
ciudadano. En ese contexto, el traje moderno fue el indumento del personal administrativo
75
de las fábricas, de los profesionales liberales, de los oficinistas de la banca y de los
profesores que transmitían la nueva “razón”.
A partir del siglo XIX y principios del XX se alarga el pantalón y se estandarizan las
medidas tal como las conocemos en la actualidad. La tradición de la moda inglesa, mucho
más clásica, consiste en mantener las hechuras desde hace décadas, mientras que los
franceses y, sobre todo, los italianos van imponiendo nuevas formas. Los trajes más
elegantes eran (y son) los de colores como el negro, la gama del gris oscuro y azul marino o
noche. Se utilizaban lanas de gran pesaje, con tejidos muy tupidos, que se fueron
reemplazando por una diversa oferta de telas más livianas (como el lino y mezclas de fibras
poliéster-algodón y poliéster- viscosa).
El traje moderno se construyó como un dispositivo del hombre burocrático, un
indumento ordenador que guardaba cierta lógica de distribución de bolsillos. Podemos
enumerar tres bolsillos exteriores y tres interiores del saco, de cuatro a seis en el pantalón y
dos en el chaleco. Se diseñaban entre doce y quince bolsillos - según el modelo-, cuyo uso
se justificaba como los “lugares” para lapiceras, llaves, monedas, pañuelos, cigarrillos,
reloj, etc. Los bolsillos llevan los instrumentos y dan una idea de la actividad del
ciudadano. El uso del traje supone cierta razón instrumental, que opera según un repertorio
de maniobras análogas a las del pescador con su chaleco especial: llevar la mano al bolsillo
es una acción “espontánea” hacia la utilización de su contenido. Por ejemplo, veces el ícono
representativo de caballeros en un baño público muestra a un hombre con la mano en el
bolsillo de su pantalón, y esta pose nunca fue interpretada como desgano.
El hombre de la producción también tiene su traje. Consiste en un conjunto de
pantalón, camisa y campera corta de algodón. En telas cerradas y resistentes, la ropa de
trabajo mantuvo sus formas y sus colores beige, azul aviación y verde oliva, que son
tradicionales. Estos colores fueron siempre el signo de distinción de los rangos jerárquicos
(capataces, técnicos, encargados) según los códigos internos de cada empresa. Por su parte,
el obrero moderno utiliza el overol (overall: cubre todo): otro dispositivo de bolsillos para
otras herramientas modernas.
El traje es una representación de usos y valores de la modernidad. Pero, como puede
verse, durante más de cien años el traje masculino no ha cambiado mucho. La dinámica de
cambio solo se puso de manifiesto en el reemplazo de la sastrería personal “a medida” por
la confección en serie.
El traje resiste, tal como lo moderno persiste en la palabra posmodernidad.
1) Analice la información paratextual para contextualizar el texto (autor, obra, fecha y
lugar de publicación, título del fragmento, subtítulos, etc.). Caracterice a partir de
esos datos y de la información que pueda obtener de la web la perspectiva desde la
que aborda su objeto de estudio el texto leído.
2) Tomando en cuenta el texto leído, caracterice el traje como ícono, como índice y
como signo, de acuerdo con la perspectiva de Peirce.
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3) Tomando en cuenta la noción de sistema de la perspectiva estructuralista,
caracterice las relaciones entre el traje y la ropa de trabajo descriptos en el texto
leído.
4) Sexe afirma: “La modernidad también cree y apuesta al progreso. La expectativa de
cambio, la percepción dinámica de la secuencia espacio-temporal, la búsqueda de
una actualización permanente son rasgos que la caracterizan. El jean con su
dinámica de fabricación y de uso es otro objeto que representa los valores de la
modernidad.”. Desde su punto de vista, ¿qué rasgos del jean podrían fundamentar
la afirmación de Sexe?
Texto 2. Román Gubern (1996): Del bisonte a la realidad virtual. La escena y el laberinto, Barcelona, Anagrama, pp. 23-25
Iconismo en debate El debate más prolongado y profundo acerca de la naturaleza de la imagen icónica se
ha centrado en dilucidar si se trata de una representación motivada , nacida de una voluntad
imitativa o analógica que pretende copiar las apariencias ópticas del mundo visible o, por el
contrario, si se trata de una representación enteramente arbitraria, producto de una
convención social según la cual, en palabras de Nelson Goodman, “cualquier cosa puede
representar cualquier cosa” , como ocurre con los signos del lenguaje verbal. El más ilustre
opositor de las tesis convencionalistas de Goodman ha sido el historiador del arte E.H.
Gombrich, cuyas teorías nos parecen más razonables y convincentes. Gombrich nunca ha
negado que las representaciones icónicas estén formalizadas con convenciones propias de
cada cultura, de cada época, de cada género y de cada escuela, pero de su estudio perspicaz
de la historia del arte (estudio que Goodman ignora olímpicamente) y de la observación del
comportamiento de los animales, deduce que la iconicidad no es una pura arbitrariedad
social.
Especialmente interesantes resultas las investigaciones de los etólogos acerca de la
percepción animal, sobre todo las realizadas con señuelos (simulacros visuales de
animales), como las efectuadas por Niko Tinbergen. En efecto, los animales reaccionan
ante simulacros icónicos adecuados (la imagen de la madre, de la pareja sexual, o del
enemigo) y algunos posen eficaces mecanismos de camuflaje para engañar a sus
depredadores con sus cambios de imagen, simulando una roca o una rama y corroborando
que la iconicidad no es una convención humana arbitraria y artificial.
Los señuelos utilizados por los cazadores ,tanto como algunos espantapájaros
campesinos, confirman esta realidad de la naturaleza, que se ha sometido a prueba
experimental por parte de los etólogos, utilizando representaciones visuales
progresivamente abstractas o simplificadas de estímulos desencadenantes para cada
especie, a fin de establecer, a través de sus reacciones o ausencia de ellas, los umbrales de
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similitud o de iconicidad funcional para cada especie, más allá de los cuales el estímulo
visual deja de activar el instinto del individuo por haber perdido su propiedad icónica para
él.
Cuando postulamos que la imagen es una convención motivada (o una convención no
enteramente arbitraria), afirmamos que los significados son universales, pero no así las
convenciones, por lo que son significados los que motivan las convenciones y no al revés.
Es menester afirmar, por lo tanto, que la imagen icónica es una convención plástica
motivada (es decir, una convención plástica no arbitraria), que combina en diferente grado
el principio del isomorfismo perceptivo y ciertas aportaciones simbólicas del tipo
intelectual propias de cada cultura, que plasman propiedades de los sujetos representados.
1. Analice la información paratextual para contextualizar el texto (autor, obra, fecha y
lugar de publicación, título del fragmento, etc). Caracterice a partir de esos datos y
de la información que pueda obtener de la web la perspectiva desde la que aborda
su objeto de estudio el texto leído.
2. ¿Cuál de las posiciones enfrentadas en el debate en torno del iconismo podría
tomar el pensamiento de Peirce sobre el ícono para fundamentar su punto de vista?
Proponga un argumento en favor de esa posición a partir de su lectura de Peirce.
Texto 3. Román Gubern (1996): Del bisonte a la realidad virtual. La escena y el laberinto, Barcelona: Anagrama
Frente a la escena La progresiva difusión de la tecnología de la realidad virtual, irradiada desde los
centros de investigación informática de las sociedades posindustriales, ha coincidido con
una creciente colonización del imaginario mundial por parte de las culturas transnacionales
hegemónicas, que presionan para imponer una uniformización estética e ideológica
planetaria. La rápida difusión manos de laboratorios universitarios, gabinetes militares,
industrias del entretenimiento y del espectáculo y talleres de cyberartistas, está iluminando
con nueva luz, inesperadamente, el sentido y la evolución de las imágenes a lo largo de la
historia occidental, movida por su aspiración hacia el ilusionismo referencial más perfecto
posible. La difusión generalizada de la realidad virtual podrá hacer que percibamos en el
futuro nuestras representaciones icónicas tradicionales- desde la pintura al fresco hasta la
televisión- como imperfectos y poco satisfactorios artificios planos, tal como hoy suelen
percibirse generalmente las pinturas de la era preperspectivista.
A la luz de esta evolución, se detecta sin mucho esfuerzo que la producción de
imágenes en Occidente ha estado dominada por una doble y divergente preocupación
intelectual. Por una parte, por la voluntad de perfeccionamiento cada vez mayor de su
función mimética, por la exaltación de la capacidad ostensiva de la imagen como copia
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fidelísima de las apariencias ópticas del mundo visible, en una ambición que culmina en el
hiperrealismo de la realidad virtual. Esta ambición ha sido la del engaño a los sentidos y a
la inteligencia, como ya avanzó Platón, pues quiere hacer creer al observador colocado ante
la imagen que está en realidad ante su referente y no ante su copia.
Pero en contraste con esta función de la imagen como doble ostensivo, como
simulacro y como imitación realista , nos encontramos también con otra tradición no
extinguida de la imagen críptica , como símbolo intelectual y como laberinto, una tradición
hermética cultivada por el simbolismo del arte paleocristiano, por los alquimistas, por las
sociedades secretas y por los códigos pictográficos de muchos profesionales actuales
(arquitectos, ingenieros , geólogos , meteorólogos , etc.) que constituyen verdaderos
sociolectos icónicos cerrados de estas nuevas hermandades profesionales que han
reemplazado, en parte a las sociedades secretas de antaño.
De manera que frente a la transparencia ostensiva e isomórfica de la imagen-escena
en la cultura de masas, se abriría un inmenso territorio ocupado por la imagen-laberinto, por
aquella que no dice lo que muestra o lo que aparenta, pues ha nacido de una voluntad de
ocultación, de conceptualidad o de criptosimbolismo. Y la hemos llamado imagen-laberinto
porque, a diferencia de la explicitud sensorial y simbólica de la escena, el laberinto (del
griego y del latín, laberinthus) es definido por el diccionario como “construcción llena de
rodeos y encrucijadas, donde era muy difícil orientarse”.
Para entender esta evolución resulta útil recordar la leyenda, recogida por Plinio el
Viejo en su Historia natural, acerca del invento del arte de la pintura. Según esta leyenda
fundacional, una doncella de Corinto trazó sobre una pared la silueta del rostro de su
amado, proyectada como sombra, para gozar de la ilusión de su presencia durante su
ausencia (este episodio, de fuerte impregnación mágica, sería inmortalizado por el pintor
David Allan en su lienzo The Originof Paintingen 1775). No habrá de extrañar, por tanto,
que algunas lenguas antiguas, como el latín, utilicen la misma palabra (imago) para
designar la imagen, la sombra y el alma. Ni que en griego Eidos signifique a la vez idea
(como proyecto o modelo) y apariencia (como imagen u objeto), convertida en el origen
etimológico del ídolo, idolatría, idolomanía y de las imágenes eidéticas. Y del gesto
fundacional de la doncella de Corinto derivaría la práctica de pintar lo ausente mediante su
imagen virtual, ya sea su reflejo (la imagen de los reyes en el espejo de Las Meninas de
Velázquez), o su sombra (en el primer término del lienzo Coming Events, de William
Collins, de 1833). […]
El psicoanálisis se ha extendido acerca de la pulsión escópica, acerca de ese
irresistible apetito de ver que es tan característico de la inteligencia humana y que, como
toda fuerza biológica, sería contemplado con sospecha por todos los rigorismos religiosos,
como ejemplariza el castigo bíblico infligido a la mujer de Lot. Leonardo Da Vinci, que
tanto nos ha ayudado a entender la visión humana , expresó antes que Freud la naturaleza
de esta pulsión, al relatar su sueño entrando en una cueva oscura “al cabo de un momento-
escribe Leonardo- , dos sentimientos me invadieron: miedo y deseo , miedo de la gruta
oscura y amenazadora, deseo de ver si no contiene alguna maravilla extraordinaria” Este
natural apetito de ver, que cuando se ha convertido en excluyente ha dado origen a la
patología del voyerismo, mironismo, escopofilia, escopolangia o mixoscopia, ha sido a
veces hiperbolizado poéticamente por algunos artistas , con claras connotaciones mágicas,
79
como hace Goddard con sus protagonistas de Les Carabiniers, quienes acumulan fotos,
grabados y postales de todos los lugares del mundo para poseerlos vicariamente, en un acto
que confunde su glotonería óptica y su deseo de posesividad de todas las bellezas del
mundo. Mientras en la novela El Crimen del señor E. Karma, de Abe Kobe, un hombre
absorbe con su mirada un paisaje representado en una fotografía. En estos ejemplos nos
hallamos, en realidad, ante casos extremos de iconomanía, iconofilia o idolomanía, pues se
trata de imágenes representadas sobre un soporte.
Pero el apetito visual humano posee todavía un grado más elevado de formalización
cognitiva, manifestada en la que podríamos denominar pulsión icónica, que hace que
veamos formas figurativas en los perfiles aleatorios de las nubes, en los puntos luminosos
de las constelaciones o en las manchas de las paredes. Confirmando esta conducta, la
autoridad de Plinio el Viejo nos explica, de nuevo, que el rey Pirro poseía una piedra ágata
en cuyos meandros aparecía sin que hubiera intervenido ningún artificio humano, Apolo
con una cítara y las nueve musas con sus atributos. La pulsión icónica revela la tendencia
natural del hombre a imponer orden y sentido a sus percepciones mediante proyecciones
imaginarias, si bien tales orden y sentido aparecen ampliamente diversificados según el
grupo cultural al que pertenezca el sujeto preceptor y según la historia personal que se halla
tras cada mirada. Basta con inventariar todas las interpretaciones icónicas que ha recibido el
conjunto sideral que nosotros identificamos como Osa Mayor (pero que en otras épocas o
culturas ha sido el Carro del rey Arturo, la Pata Delantera para los egipcios o el Jabalí para
los sirios). O analizar el aprovechamiento por el artista rupestre primitivo de las formas
naturales en las paredes de las cuevas del paleolítico superior para construir la imagen de
un bisonte o un jabalí.Mientras que la litolatría, focalizada a veces hacia la adoración de
piedras de origen metorítico como enviadas por la divinidad, invitaba a generar a partir de
sus formas arbitrarias percepciones icónicas sacras en sus fieles adoradores. Y el propio
Leonardo observaría que cuando se arroja un trapo embebido de pintura contra una pared,
se forma en ella una mancha en la que puede descubrirse un hermoso paisaje. La pulsión
icónica surge de la necesidad de otorgar sentido a lo informe, de dotar de orden al desorden
y de semantizar los campos perceptivos aleatorios, imponiéndoles un sentido figurativo. La
aplicación clínica más conocida de este principio psicológico en la actualidad lo constituye
el test proyectivo Rorschach, utilizado para el diagnóstico psicopatológico. Pero varios
siglos antes de que Hermann Rorschach desarollara en Zurich su famoso test, esta
imperiosa facultad proyectiva era ya bien conocida por quienes, en el lejano Kyoto,
erigieron el Templo de los Mil Budas (Sanjugasendo), en el que el visitante es invitado a
reconocer entre las mil estatuas su doble búdico y a identificarse con él, operación que sólo
puede efectuarse con un ejercicio proyectivo muy refinado.
1. ¿Qué tipo de signos considera el texto “Frente a la escena”? ¿Desde qué punto de
vista los analiza?
2. ¿Qué diferencias se registran entre la “imagen mimética” y la “imagen laberinto”?
Si consideramos a las imágenes como signos, en el sentido de Peirce, ¿cuáles serían las
relaciones entre el representamen y el objeto dinámico en cada caso?
80
3.¿Qué funciones cognitivas le atribuye el autor a lo que denomina la “pulsión
icónica”?
81
Trabajos prácticos 1. Ferdinand de Saussure y el estructuralismo
Lea el texto que sigue y responda las preguntas que figuran a continuación.
La lengua; su definición
¿Cuál es el objeto a la vez íntegro y concreto de la lingüística?
La cuestión es particularmente difícil; más tarde veremos por qué; limitémonos ahora
a hacer comprender esta dificultad.
Otras ciencias operan sobre objetos dados de antemano y que pueden considerarse
luego desde diferentes puntos de vista; en nuestro campo no ocurre eso. Alguien pronuncia
la palabra francesa nu: un observador superficial estaría tentado a ver en ella un objeto
lingüístico concreto, pero un examen más atento hará ver sucesivamente tres o cuatro cosas
completamente diferentes, según la manera en que se la considere: como sonido, como
expresión de una idea, como correspondiente del latín nüdum, etc. Lejos de preceder el
objeto al punto de vista, se diría que es el punto de vista quien crea el objeto, y además
nada nos dice de antemano que una de esas maneras de considerar el hecho en cuestión es
anterior o superior a las otras.
Por otro lado, cualquiera que sea la que se adopte, el fenómeno lingüístico presenta
perpetuamente dos caras que se corresponden; además, cada una de ellas sólo vale gracias a
la otra. Por ejemplo:
1°. Las sílabas que se articulan son impresiones acústicas percibidas por el oído, pero
los sonidos no existirían sin los órganos vocales; así, una no existe más que por la
correspondencia de esos dos aspectos. Por tanto, no se puede reducir la lengua al sonido, ni
separar el sonido de la articulación bucal; y a la recíproca, no se pueden definir los
movimientos de los órganos vocales si se hace abstracción de la impresión acústica.
2°. Admitamos, sin embargo, que el sonido sea una cosa simple: ¿es él quien hace el
lenguaje? No, no es más que el instrumento del pensamiento y no existe por sí mismo.
Surge ahí una nueva y temible correspondencia: el sonido, unidad compleja acústico-vocal,
forma a su vez con la idea una unidad compleja, fisiológica y mental. Y esto no es todo
aún.
3°. El lenguaje tiene un lado individual y un lado social, y no puede concebirse uno
sin el otro. Además:
4°. En cada instante implica a la vez un sistema establecido y una evolución; en cada
momento, es una institución actual y un producto del pasado. A primera vista parece muy
sencillo distinguir entre este sistema y su historia, entre lo que es y lo que ha sido; en
realidad, la relación que une esas dos cosas es tan estrecha que cuesta mucho separarlas.
¿Sería más sencilla la cuestión si consideráramos el fenómeno lingüístico en sus
orígenes, si, por ejemplo, se comenzara estudiando el lenguaje de los niños? No, porque es
una idea completamente falsa creer que en materia de lenguaje el problema de los orígenes
82
difiere del problema de las condiciones permanentes; no hay manera, pues, de salir del
círculo.
Así, sea el que fuere el lado desde el que se aborda la cuestión, en ninguna parte se
ofrece a nosotros el objeto íntegro de la lingüística; por todas partes volvemos a encontrar
este dilema: o bien nos aplicamos a un solo lado de cada problema, y entonces corremos el
riesgo de no percibir las dualidades señaladas más arriba, o bien, si estudiamos el lenguaje
por varios lados a la vez, el objeto de la lingüística se nos aparece como un amasijo confuso
de cosas heteróclitas sin vínculo entre sí.
Procediendo de este modo se abre la puerta a varias ciencias -psicología,
antropología, gramática normativa, filología, etc.-, que nosotros separamos netamente de la
lingüística, pero que, aprovechando un método incorrecto, podrían reivindicar el lenguaje
como uno de sus objetos.
A nuestro parecer no hay más que una solución a todas estas dificultades: hay que
situarse desde el primer momento en el terreno de la lengua y tomarla por norma de todas
las demás manifestaciones del lenguaje. En efecto, entre tantas dualidades sólo la lengua
parece ser susceptible de una definición autónoma y proporciona un punto de apoyo
satisfactorio para el espíritu.
Pero, ¿qué es la lengua? Para nosotros, no se confunde con el lenguaje; no es más que
una parte determinada de él, cierto que esencial.
Es a la vez un producto social de la facultad del lenguaje y un conjunto de
convenciones necesarias, adoptadas por el cuerpo social para permitir el ejercicio de esta
facultad en los individuos.
Tomado en su totalidad, el lenguaje es multiforme y heteróclito; a caballo de varios
dominios, a la vez físico, fisiológico y psíquico, pertenece además al ámbito individual y al
ámbito social; no se deja clasificar en ninguna categoría de los hechos humanos, porque no
se sabe cómo sacar su unidad.
F. de Saussure (1916). Curso de lingüística general, Capítulo III “El
objeto de la lingüística”, España, Planeta Agostini, 1994, pp. 33-36.
1. ¿Cuál es la obra a la que pertenece el fragmento leído? ¿Tiene alguna información sobre
esa obra y sobre su autor? A partir de la lectura del texto y de la información sobre la obra,
determine:
a. ¿Es una obra en la que el autor desarrolla un punto de vista propio sobre un tema o
explica las perspectivas que otros han desarrollado?
b. ¿Es un texto teórico en el que se proponen nuevos conceptos para abordar un problema o
es un texto de análisis de casos particulares a partir de teorías ya desarrolladas?
c. Al final del fragmento se ofrece la referencia bibliográfica de la obra: ¿qué información
aporta?
83
2. ¿Cuál es el tema general que se trata en el texto? ¿El título del fragmento se relaciona
con el tema general que aborda? Explique esa relación.
3. ¿Qué problema relativo a la lingüística como disciplina científica plantea de Saussure en
este texto?
4. ¿Qué noción propone para resolver el problema identificado?
5. En el fragmento leído se emplean formas verbales y pronombres de primera persona del
plural. Determine en los siguientes casos, cuándo ese uso remite al enunciador y al
enunciatario (yo + usted) y cuándo remite al enunciador en tanto miembro de la comunidad
científica. Justifique su respuesta.
6. Observe el uso de bastardillas y explique las funciones que desempeña esa marca gráfica
en cada caso.
7. En la primera parte del texto se concluye: “Lejos de preceder el objeto al punto de vista,
se diría que es el punto de vista quien crea el objeto, y además nada nos dice de antemano
que una de esas maneras de considerar el hecho en cuestión es anterior o superior a las
otras.” ¿Cómo se fundamenta esta conclusión en el texto?
8. En el texto se afirma: “el fenómeno lingüístico presenta perpetuamente dos caras que se
corresponden”. ¿Cómo se justifica esa afirmación?
9. Defina, de acuerdo con el planteo de Ferdinand de Saussure, la noción de “lengua”.
10. Lea los siguientes fragmentos del Curso de Lingüística General y amplíe la definición
anterior de “lengua”:
Recapitulemos los caracteres de la lengua: 1° Es un objeto bien definido en el
conjunto heteróclito de los hechos de lenguaje. Se la puede localizar en la
porción determinada del circuito donde una imagen acústica viene a asociarse
con un concepto. La lengua es la parte social del lenguaje, exterior al individuo,
que por sí solo no puede ni crearla ni modificarla; no existe más que en virtud
de una especie de contrato establecido entre los miembros de la comunidad. Por
otra parte, el individuo tiene necesidad de un aprendizaje para conocer su
funcionamiento; el niño se la va asimilando poco a poco. Hasta tal punto es la
lengua una cosa distinta, que un hombre privado del uso del habla conserva la
lengua con tal que comprenda los signos vocales que oye. 2° La lengua, distinta
del habla, es un objeto que se puede estudiar separadamente. Ya no hablamos
las lenguas muertas, pero podemos muy bien asimilarnos su organismo
lingüístico. La ciencia de la lengua no sólo puede prescindir de otros elementos
del lenguaje, sino que sólo es posible a condición de que esos otros elementos
no se inmiscuyan. 3° Mientras que el lenguaje es heterogéneo, la lengua así
delimitada es de naturaleza homogénea: es un sistema de signos en el que sólo
es esencial la unión del sentido y de la imagen acústica, y donde las dos partes
del signo son igualmente psíquicas. (…)
84
La lengua es un sistema en donde todos los términos son solidarios y donde el
valor de cada uno no resulta más que de la presencia simultánea de los otros.
(…)
Dentro de una misma lengua, todas las palabras que expresan ideas vecinas se
limitan recíprocamente: sinónimos como recelar, temer, tener miedo, no tienen
valor propio más que por su oposición; si recelar no existiera, todo su contenido
iría a sus concurrentes. (…)
El valor de los signos es puramente diferencial, definido no positivamente por
su contenido, sino negativamente por sus relaciones con los otros términos del
sistema. Su más exacta característica es la de ser lo que los otros no son.
11. ¿Conoce cuáles son los rasgos característicos del estructuralismo? ¿Reconoce en el
texto de de Saussure algunos de ellos? ¿Cuáles? Enumérelos. Puede revisar algunos de los
rasgos del estructuralismo en el siguiente fragmento:
Sabemos que la palabra estructura deriva del latín structura, derivado del verbo
struere, “construir”. Tiene, pues, inicialmente un sentido arquitectónico;
designa “la manera en la que está construido un edificio”. Pero desde el siglo
XVII su uso se fue ampliando cada vez más en una doble dirección: hacia el
hombre, cuyo cuerpo puede ser comparado con una construcción (coordinación
de los órganos, por ejemplo), y hacia sus obras, en particular, su lengua
(coordinación de las palabras en el discurso, composición del poema).
L. Bernot observa que, desde sus comienzos, “el término designa a la vez: a) un
conjunto, b) las partes de ese conjunto, c) las relaciones de esas partes entre sí”,
lo cual explica por qué ha seducido tan fácilmente a los “anatomistas” y a los
“gramáticos” y, a partir de ellos, en el curso del siglo XIX, a “todos aquellos
que se interesaban por las „ciencias exactas‟, las ciencias de la naturaleza y las
del hombre”. [...]
La noción de estructura podría, entonces, definirse así:
1. Sistema-ligado, de modo tal que el cambio producido en un elemento
provoca un cambio en los otros elementos.
2. El sistema (es lo que lo distingue) está “latente” en los objetos que lo
componen–de allí la expresión “modelo” empleada por los estructuralistas– y es
justamente porque se trata de un modelo que permite la predicción y hace
inteligibles los hechos observados.
3. El concepto de estructura aparece como un concepto “sincrónico”. Sobre
todo si se remiten los distintos tipos de estructuras a estructuras mentales (o
incluso a estructuras culturales como “conciencias colectivas”).
Bastide, R., Lévi-Strauss, C., Lagache, D., Lefebvre, H. y otros,
Sentidos y usos del término estructura en las ciencias del hombre,
Buenos Aires, Paidós, 1978, pp. 10 y 14. Adaptación.
12. Exponga en un escrito para la comunidad académica (de alrededor de una carilla) el
planteo central del texto leído. Incluya en su exposición un marco en el que ubique al autor,
85
la obra y la corriente teórica en la que este se inscribe. Destaque el problema que el autor se
plantea en este texto y la respuesta a la que arriba.
2. Los signos desde la perspectiva de Charles Peirce
2.1. Relacione los textos que ha leído sobre Perice y la carta a Lady Welvy con el siguiente
fragmento de La ciencia de la Semiótica de Peirce.
Los signos y sus objetos
La palabra Signo será usada para denotar un Objeto perceptible, o solamente
imaginable, o aun inimaginable en un cierto sentido. […]. Para que algo sea un
Signo, debe "representar", como solemos decir, a otra cosa, llamada su Objeto,
aunque la condición de que el Signo debe ser distinto de su Objeto es, tal vez,
arbitraria, porque, si extremamos la insistencia en ella, podríamos hacer por lo
menos una excepción en el caso de un Signo que es parte de un Signo. […] Un
Signo puede tener más de un Objeto. […] Pero puede considerarse que el
conjunto de Objetos constituye un único Objeto complejo. En lo sucesivo, y a
menudo en otros futuros textos, los Signos serán tratados como si cada uno
tuviera únicamente un solo Objeto, a fin de disminuir las dificultades del
estudio.
2.2. Indique en qué parte del fragmento leído incorporaría los siguientes ejemplos:
A: Una cruz puede remir a la crucifcción histórica, a la religión….
B: Una imagen de una sirena o de un monstruo de mil cabezas
C.: Un cuadro dentro de un cuadro
2.3. Proponga una interpretación del siguiente texto tomando en cuenta las lecturas
realizadas sobre la semitótica de Peirce y su concepción de los signos.
Las ciudades y los signos
“Nadie sabe mejor que tú, sabio Kublai, que no se debe
confundir nunca la ciudad con las palabras que la describen.”
Al llegar a Lòhjos, la ciudad escrita, el viajero ha atravesado un océano seco
con restos fósiles de especies de moluscos y edificios confeccionados en roca
volcánica, algunos con formas de bivalvos, lo que ha generado la hipótesis
descabellada de que la ciudad, en sus bosquejos, era submarina e inverosímil.
Por calles, se detiene a contemplar suburbios bajos y mercados de trueque en
plazas que contrastan con la aridez y las expectativas. El viajero ha maquinado
en el desierto marino la fantasía de que una ciudad escrita había de ser un
86
artificio que sólo podía ser leído. La ansiedad por arribar le engendra
finalmente la idea de que la ciudad, a ciencia real, es un texto. La comprobación
de todos sus miedos puede acarrear, ya en Lòhjos, una certeza más apabullante:
la ciudad no difiere de cualquier otra.
Su período fundacional se estipula en una serie de relatos míticos que se
incrustan crudamente en el inframundo pobre y estéril que habitaron las
primeras familias, como una metáfora de la cruda metonimia que supone.
Historias de peregrinos nómades, y un minotauro salvaje que corría libre por la
salina. Cuentan que una mujer alada los guió hasta arenas seguras que hacían
prever sentidos ajenos al paisaje. Cuentan que los primeros años fueron arduos,
que una tormenta de arena y piedras destruyó el poblado y mató a los más
ancianos y hubo que reescribir casi todo. Cuentan que hay, en un valle fértil de
ríos cristalinos, una ciudad idéntica y original, de la que Lòhjos es impúdica
copia. Pero hay quien se jacta de que Lòhjos, sólo por eso, es por mucho
superior.
La ciudad, en rigor, posee una entidad dual: a la ciudad con sus cimientos y
construcciones y calles y negocios y parques y casas y ciudadanos, le acontecen
la materialidad de una ciudad hipotética que el viajero, sin saberlo, trae consigo,
y que contrasta con las partes de la Lòhjos real. El resultado es una tercera
Lòhjos, la única visible, y cuyo registro es tan misterioso como beligerante: por
sus calles, los elementos de una y de otra persisten en constante tensión y
disputa de matices. Así, con cada viajero, la Lòhjos invisible e idéntica para
todos deviene en ciudades cuyas características se pierden en interpretaciones,
valoraciones, malentendidos y supuestos. Los oriundos se quejan de que, con
cada oleada turística, se hallan en situación embarazosa de compartir un mismo
espacio (y hasta un mismo cuerpo) con seres desiguales que actúan de modo
similar, piensan casi igual y, con el tiempo, suelen acentuar sus diferencias.
Actualmente, se ven llegar hordas de extranjeros que ocupan las vidas de la
Lòhjos escrita y perdurable.
Limitada a una geografía precisa y discreta, la ciudad es potencialmente
infinita. Me había intimado a mí mismo a no volver a Lóhjos desde mi última
visita. Pero un afán por calles tristes y mercados exóticos me indujo una vez
más a armarme de equipaje y atravesar el desierto que quizás nunca fue un mar
como dicen, nomás para ensalzar su pasado. Veo el pórtico enorme, tallado en
marfil, que da la bienvenida y se abre en suburbios. Casa por casa, las palabras
son saqueadas brutalmente.
Italo Calvino, Las ciudades invisibles, Madrid, Siruela, 2007.
2.4. A continuación se presentan varias imágenes referidas a la película “Las alas del
deseo” de WinWenders, cuya presentación puede ver en
https://www.youtube.com/watch?v=13kPsa1j8I8. Identifique en ellas los signos e indique
el objeto y el interpretante de cada uno. Para ello, observe especialmente los siguientes
aspectos:
87
Colores
Gestos
Posturas
Miradas
Encuadres
Vestimenta
Las relaciones entre los signos que integran el afiche
El afiche como signo
¿Los afiches proponen distintas lecturas del film? ¿Cuáles?
88
Imagen 4
Imagen 3
Imagen 2
Imagen 1
89
5. Establezca las diferencias entre los signos seleccionados en las imágenes anteriores y los
de las siguientes imágenes del filmEl ángel enamorado, basado en la misma novela de P.
Hanke.
6. Analice las siguientes fotografías de prensa de la marcha de la mujer del 8 de marzo de
2017. Considere:
Colores
Gestos
Posturas
Miradas
Encuadres
Vestimenta
Los signos verbales
¿Qué representación del evento privilegia cada una?
Imagen 5
90
Imagen 6:La Nación. http://www.lanacion.com.ar/1991224-las-mejores-fotos-de-la-marcha-de-las-mujeres
Imagen 7:Clarín. http://www.clarin.com/revista-n/ideas/paro-mujeres-feminismos-ideologia_0_SyfmgOlsx.html
91
Imagen 8: The Clinic. https://www.theclinic.cl/2015/03/08/america-se-moviliza-para-pedir-avances-concretos-en-igualdad-de-genero/
Imagen 9: Infobae. http://www.infobae.com/fotos/2017/03/08/41-fotos-de-la-marcha-de-mujeres-a-plaza-de-mayo/
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Imagen 10:TN. http://tn.com.ar/sociedad/la-marcha-de-las-mujeres-en-fotos_778080
Imagen 11:Página12. https://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-205116-2012-10-08.html
93
94
Semiología
CBC
Ciudad Universitaria
Universidad de Buenos Aires
2020