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FanFic MACA Y ESTHER Autor: Adri-HC

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Page 1: Seguir o Adiós

Seguir o Adiós

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Seguir o Adiós

Frente a la puerta de aquella consulta, guardaba silencio mientras que con las piernas cruzadas movía el pie derecho, sin ritmo, sin nada marcado, solo exteriorizando una vez más su nerviosismo.

Cuando el ruido de la manivela le avisaba de que ya llegaba su turno suspiró. A unos metros, y habiéndose despedido del anterior paciente, la esperaba con una medio sonrisa hasta que pocos segundos después la observaba ponerse en pie y caminar con decisión, pasar por su lado sin decir una palabra para más tarde sentarse en su diván.

-Hola a ti también.

-Hola.

-¿Qué tal el día? –se sentaba frente a ella.

-Un desastre… como viene siendo habitual en mí. –giraba su rostro para mirarla unos segundos para después volver al techo- ¿Hoy no usa libreta?

-¿Para apuntar qué? No has dicho una sola palabra en las cinco veces que nos hemos visto. Y no es que me moleste cobrar por mirarte, pero creo que deberías aprovechar esto.

-¿Hará que todo vuelva a ser como antes si le cuento algo?

-De eso solo puedes encargarte tú… yo puedo aconsejarte, escucharte… hacer de muro para todas esas lamentaciones que parece que tienes y no sueltas.

El silencio se instalaba sin previo aviso. Desde el diván miraba al techo, se lo sabía ya de memoria, podría decir prácticamente cada detalle que había en él y sabía que estaba perdiendo el tiempo de aquella manera. A su lado, y sin romper aquello que ella decidía mantener se dedicaba a esperar.

-Nunca voy a poder.

-¿Por qué?

-Porque es lo único que me queda y si lo dejo salir… entonces sí estaré sola.

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-¿Y por qué no lo tomas como una liberación? –se acomodaba sobre sus rodillas- Quizás todo eso que guardas es lo que no te deja volver a vivir.

-No sé si entenderá esto pero… desde hace tiempo mi vida son mis recuerdos. No me queda nada más que estos recuerdos y es como si…

-Vivieses en ellos.

-Sí. –se giraba sorprendida- Exactamente eso.

-Hagamos una cosa… -se levantaba hacia su escritorio- Te voy a recetar las pastillas para dormir… -elevaba su rostro un segundo- Pero con una condición.

-¿Cuál?

-Ya que aquí no hablas y estás malgastando el dinero de una forma tonta… quiero que escribas todo lo que a mí no me cuentas. Cómprate un paquete de folios, hazlo a ordenador, en una libreta… donde quieras, pero escribe todo lo que tienes en la cabeza y haz que salga.

-Nunca se me ha dado bien escribir.

-No te estoy pidiendo una novela… te estoy diciendo que escribas tu vida, y nadie mejor que tú podrá escribir eso. –le tendía la receta- Espero que cuando sea que estés lista vengas y me sonrías al decirme que vuelves a levantarte feliz.

- Usted será la primera en saberlo si eso pasa. –bajaba la mirada con tristeza.

Tras aparcar el coche cogió de la parte trasera la bolsa con lo poco que había comprado para comer, y sacando las llaves de su chaqueta se encaminó hasta el portal. Abrió la puerta escuchando el indiscutible sonido de las bisagras ya oxidadas y se encaminó por la escalera a paso lento.

Sin mirar nada más que la cerradura, introducía la llave para girarla y pasar después mientras cerraba de nuevo sin alzar la vista. Dejando la bolsa escuchó un ruido y se giró con una sonrisa. Una paloma comenzó a aletear nerviosa haciendo que sorprendida retrocediese antes de reparar en que era. Suspiró y fue hasta la ventana, elevándola con ambos brazos hasta dejarla sujeta por el seguro.

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-Te irás… como todos.

Después de preparar un sándwich, cogió un refresco de la nevera y llegó hasta el sofá. Tras dar el primer mordisco sintió que nada pasaba hasta su estomago. Lo dejó de nuevo sobre el plato y tras dar un trago reclinó la cabeza mirando fijamente como a bastantes metros se dibujaba el techo.

-Así estás… sola, sin amigas, sin familia, sin ella…

Las palabras de la psiquiatra llegaron como un resorte a su cabeza. Se irguió sentándose correctamente y miró todo aquel espacio. Finalmente se levantaba e iba hasta la cama, sentándose en el borde para abrir el cajón de la mesilla y sacar un puñado de folios que sabía, ahí guardaba.

Con ellos fue de nuevo al sofá.

-No sé ni cómo empezar.

Aun lo recuero como su fuese ayer, como si su perfume llegase a mí solo con cerrar los ojos, como si quedándome en silencio aquellas mismas palabras me torturasen de nuevo, hiciesen que mi corazón diese un golpe seco, para desde entonces, no ser el mismo…

Antes de aquel momento mi vida era tensión, pasión, locura, dolor, pero todo podía resumirse en, ella.

Llovía, se escuchaban los truenos como si fuesen a caer justo detrás de ella. Corría con el bolso sobre la cabeza, no hacía nada pero le hacía creer que iba mas resguardada. Y ahí estaba, entrando finalmente en un portal cualquiera pero que era el que más cerca estaba, empapada hasta los huesos, sacudiéndose como si fuese un animal y sin poder apreciar como alguien la miraba y por descantado, aquel número que seguramente podría hacer reír a cualquiera…

-Y yo pensaba que iba mojada…

Sorprendida se giró, sacudiendo el abrigo con ambas manos mientras descubría aquella presencia. Sonreía, al igual que ella iba totalmente pasada por agua, haciendo que su ropa, sobre todo su camiseta, se ciñesen a su cuerpo como una segunda piel.

-Creo que te gano, sí… -sonreía dejando de mirarla.

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-¿Vas muy lejos? –la miraba de nuevo- Lo digo porque yo tengo el coche aquí al lado… bueno no es mío, tengo que devolverlo mañana por la mañana… -detuvo sus palabras al ver como la miraba extrañada- Bueno que… que puedo acercarte… me colé aquí para descansar un poco de la carrera.

-Ni siquiera me conoces, podría ser una asesina en serie…

-No me das esa impresión, la verdad.

Poco podía ella saber en ese momento que ver por primera vez su sonrisa me traería después, quizás los mejores momentos en los peores meses de mi vida.

Finalmente aceptó su ayuda, informándole ya bajo el techo del coche que debía llevarla a la estación de autobuses, pues vivía bastante lejos de allí. Más tarde descubrían que por la lluvia, habían varias carreteras cortadas, claro estaba, la que su autobús debía cruzar, también…

-Pues… tendremos que ir a mi casa.

-Déjame en algún hotel de por aquí cerca…

Después de unos veinte minutos llegaban a su casa, se sentía bastante incómoda, no conocía a esa mujer, por no saber, no sabía ni su nombre.

-Ahí tienes el teléfono…

Algo nerviosa se acercaba hasta el mismo y marcaba el teléfono de casa. Mientras esperaba comenzó a mirar a su alrededor, era como un gran estudio sin paredes, podía verse todo, salvo lo que supuso el baño tras la única puerta que encontraba a la vista.

-¿Si?

-Cariño… soy mamá, ¿Está papá por ahí?

-Sí, ¡Papá! –le escuchó gritar antes de que dejase de hablarle.

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Mientras el sonido de sus pasos le hacía pensar que iba con el teléfono en las manos hasta alguna parte de la casa, se quedó impresionada, muy, impresionada… Con total naturalidad, aquella mujer caminaba en sujetador pero sin quitarse los vaqueros, secando su pelo con una toalla que cubría mínimamente parte de sus hombros. Aun así podía apreciar a la perfección el agua que aun quedaba por su espalda, haciendo que brillase llamando demasiado su atención.

-Cariño.

-¿Eh? –reaccionaba al escuchar su voz al otro lado del teléfono- Sí, sí… que… la lluvia ha hecho que no salgan autobuses y no podré llegar a casa hoy.

-Vaya… ¿Qué harás entonces?

-No te preocupes, tengo donde quedarme… lo que sí, acuérdate de darle la medicación al niño antes de acostarse y dejarle el monitor encendido.

-Claro, no te preocupes por eso. ¿Cuándo podrás venir?

-No sé, supongo que mañana ya estará todo mejor y podré coger el autobús. Ya te llamo yo mañana por la mañana.

-Vale, pues voy a preparar algo de cena para nosotros.

-Está bien… con lo que sea tengo el móvil también, no dudes en llamarme.

-Sí.

-Hasta mañana. –separaba el teléfono para colgar cuando escuchaba de nuevo su voz.

-Esther.

E: Dime. –volvía a acercarlo.

-Que te quiero. –susurraba con cariño.

E: Y yo a ti. –sonreía colocándose el pelo tras la oreja cuando la veía a ella volver ya vestida- Hasta mañana. –colgaba entonces mientras se incorporaba sin saber qué hacer.

-Te he dejado toallas limpias en el baño para que te duches… y ropa seca, te vendrá un poco grande pero es mejor que nada. –sonrió con tranquilidad.

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E: Vale, pero una cosa… -se quitaba entonces el abrigo mientras ella la miraba esperando- No sé cómo te llamas, ni a que te dedicas, ni cuántos años tienes… -colocaba los brazos en jarra haciéndola sonreír aun mas- Y creo que es lo mínimo para usar tu ducha y tu ropa.

-Maca, restauradora, treinta y dos años. –extendió su mano.

E: Esther, madre y ama de casa a tiempo completo, treinta y tres. –sonreía estrechando su mano mientras ella asentía.

M: Un placer, Esther. –se cruzaba de brazos entonces.

E: Bien, pues ahora que ya sabemos una de la otra, sí te aceptaré esa ducha y esa ropa seca ya que mis huesos empiezan también a estar mojados.

M: Vale. –sin cambiar su postura comenzó a girarse mientras no quitaba los ojos de su cuerpo, el cual se perdía finalmente en el baño.

Mientras me duchaba recuerdo que miraba todo a mí alrededor. Había un gran estante en aquella enorme ducha, varias cremas, botellas de champú, gel de mil olores… Escuchaba los ruidos de fuera, incluso me adelanté a pensar que estaba preparando algo para comer, y sinceramente, me moría de hambre en aquel momento.

Secándome descubrí una de las paredes en las que no había reparado al entrar. Era toda de cristal, tan grueso que era imposible apreciar algo, pero aun así, estaba claro que mi silueta estaba libre a quien mirase tras aquella pared. Así me quedé unos segundos mirándola, en silencio, pensando entonces que ya no escuchaba ningún ruido, y aunque con algo de dificultad también pude apreciar su cuerpo a varios metros, sin moverse. Creyendo que al igual que miraba yo hacia fuera, ella miraba hacia mí. Comenzó a recorrerme un calor demasiado intenso para no reparar en él. Mis mejillas, presas de la temperatura del baño y la de mi cuerpo, comenzaron a ponerse de un rojo demasiado fuerte tal y como pude ver después quedando frente al espejo.

E: Pues ya soy otra vez un ser humano. –salía remangándose.

M: He preparado algo de picar… a ti no sé, pero a mí esto de mojarme y correr me ha dado hambre. –tomaba la bandeja para caminar hasta la mesa del centro.

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E: Sí, el hambre también ha llegado a mi estomago.

M: Pues genial entonces… -servía café en una taza- Tienes de todo, pastel, galletas, bizcocho… no sabía que te podría gustar más.

E: Gracias, ya haces bastante para no conocernos. –se sentaba al otro lado.

M: Bueno, no me cuesta nada… ya ves que todo el espacio que tengo para mí sola. –sonreía mínimamente.

E: La verdad es que me gusta tu casa. –miraba todo con la taza entre sus manos- Nunca había visto algo así…

M: Antes era un almacén, lo remodelé al comprarlo y no sé… es distinto, no es la típica casa.

E: Está bastante bien. –asentía no sabiendo como continuar aquella conversación.

M: Cuéntame… ¿De dónde eres?

E: Vivo a las afueras, en una de las zonas residenciales… vine aquí para arreglar un papeleo esta mañana pero entre unas cosas y otras me he tirado aquí todo el día.

Durante varios minutos, recuerdo que nos mantuvimos en silencio. Supongo que al igual que yo, ella no sabía que tema sacar o a que referirse para entablar una conversación. Mientras tanto yo me dedicaba a mirar todo aquel espacio sintiéndome nerviosa. Miré su cama, que a bastantes metros se dejaba ver aun deshecha, era bastante grande y no había ningún espacio entre el suelo y el somier, por lo que quedaba baja en la altura. En la pared había una fotografía, la cual miré durante unos segundos para descubrir que se trataba de dos mujeres desnudas. De nuevo sentía como mis mejillas comenzaban a acalorarse y girando mi rostro comencé a frotar mi nuca justo cuando me crucé con sus ojos, sonreía haciéndome sentir casi ridícula.

M: ¿Te incomoda?

E: No, no. –se apresuraba en contestar- Tranquila…

M: Es de una amiga, me la regaló hace un par de años… -ella también la miraba- La verdad es que es bastante buena.

E: Sí. –contestaba bajando la mirada hacia el suelo.

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M: Te da vergüenza. –se acomodaba con un brazo en el sofá para mirarla fijamente mientras sonreía.

E: No, de verdad que no…

M: Entonces ¿No te incomoda? ¿Nada de nada?

E: Que no. –comenzaba a sonreír nerviosa- Ni que fuera la primera vez que veo algo así.

M: Ya, supongo que no… -hablaba más calmadamente sin cambiar su postura- ¿Has estado alguna vez con una mujer?

E: ¿Quién? ¿Yo? –preguntó sorprendida- No, que va… -negaba con decisión- ¿Tú sí?

M: Yo nunca he estado con un hombre… -sonreía de nuevo- Digamos que no nos entendemos.

E: Te gustan las mujeres.

M: ¿Cómo no hacerlo? Son lo mejor y lo único bueno que tiene este mundo. –se acomodaba aun mas colocando la palma de la mano sobre su mejilla.

E: Ya… -giró su rostro- Pues qué bien… supongo que una mitad estará feliz y la otra no. –colocaba ambas manos bajo sus piernas.

M: No tienes que ponerte nerviosa… no voy a hacerte nada ¿eh? –buscaba sus ojos.

E: No he dicho que piense que fueses a hacerlo.

M: Nada que no quieras que te haga, claro. –sonrió levantándose- Voy a preparar algo de comida de verdad para cenar.

En aquel momento si me hubieran preguntado mi nombre hubiera contestado con un “¿eh?” De aquella forma me dejó en el sofá, con la mirada perdida mientras sus palabras resonaban una tras otra, todas juntas, sin darme ninguna tregua. Tenía una personalidad demasiado fuerte, nunca había conocido a nadie así, y sorprendiéndome, despertaba algo que desconocía. Pensé en Luis, en mi hijo, en que a esa hora debería estar preparando la cena, escuchando lo que el niño me contaba sentado en la cocina conmigo mientras mi marido terminaba el trabajo en su despacho. Cuando quise darme cuenta ya tenía un plato de pasta frente a mí esperándome.

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Aquella cena fue sobre todo, y en una palabra, silenciosa. Gracias a lo que fuese se le ocurrió encender el televisor, lo que hizo que me relajase lo suficiente para comer y no sentir su mirada en mí en más de una ocasión.

M: Yo dormiré en el sofá, tú usa la cama… ya la he arreglado y he cambiado las sabanas, tranquila. –se para frente a ella.

E: No hace falta, ya duermo yo en el sofá.

M: Que no. –cogiéndola por el brazo hacia que levantase- Eres mi invitada y no puedo permitir que duermas en un sofá que destrozará tu espalda en un par de horas. Yo estoy acostumbrada.

E: Bueno… -contestó con timidez- Gracias.

M: Buenas noches.

E: Buenas noches.

Caminando despacio comenzó a ir hasta la cama. Destapó uno de los lados y con timidez se quedó de lado cubriéndose tan solo hasta la cintura. Desde su posición podía ver a la perfección como aquella mujer se echaba en el sofá cubriéndose con una manta, dando varias vueltas hasta quedar finalmente en una postura con la que le daba la espalda.

Y por una parte lo agradecí, de aquella forma la miraba sin reparo mientras mi cabeza trabajaba en toda aquella tarde hasta llegar donde estaba. Suspirando miré la fotografía, la oscuridad me lo ponía difícil, pero al saber de qué se trataba y con la poca luz que entraba por la ventana podía distinguirla casi perfectamente. Y allí estaban de nuevo, desnudas, abrazándose, no se veía más que sus costados y parte del pecho, pero igualmente me pareció una fotografía de lo más erótica, tanto que me di la vuelta para mirar hacia el otro lado.

Poco duré así hasta que me levanté no queriendo despertarla. No podía dormir y solo hacia dar vueltas y más vueltas sobre aquella cama. Aburrida llegué hasta la ventana, mirando hacia la calle. Entonces pensé que en aquella zona habría varios bares o algo, pues había mucha gente caminando y riendo. No pude pasar de aquel pensamiento cuando me giré al sentir el calor de su respiración tras de mí.

M: ¿Qué haces despierta?

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E: Yo… no… no podía dormir. –alejaba su vista mientras con ambas manos se pegaba en la ventana separándose de ella, tras unos segundos volvía a mirarla- ¿Qué haces?

M: No sé… ¿Qué quieres que haga? –preguntaba acercándose apenas un par de centímetros más.

E: ¿Por qué tendría que querer que hicieses algo? –preguntaba nerviosa.

M: No sé… -negaba con tranquilidad- ¿Quieres que haga algo?

Lo siguiente que recuerdo es que pasaron unos segundos hasta que me lancé sobre ella para besarla. No sabía ni por qué lo hacía, solo que era lo único que quería. Sentía una presión tan intensa bajo mi cintura que comenzaba a volverme loca, lo que conseguía que aquel beso fuera de todo menos tranquilo. Abría mi boca todo cuanto podía, encontrando como ella me imitaba colando su lengua sin ningún pudor haciendo así, que cualquier razonamiento llegase a mi cabeza.

Rodeándola por el cuello comenzó a caminar hacia atrás, de espaldas a la cama, justo donde aquella mujer parecía guiarla. Cuando llegaron y sin separase, cayeron sobre ella sin dejar de besarse, intensificando incluso más aquel momento.

Sin pensarlo, Maca llevó su mano hasta el interior de la camiseta que cubría su cuerpo, acariciando su abdomen en dirección ascendente sin llegar a rozar su pecho. Acariciando con sus uñas la piel bajo su mano, consiguiendo así que la inexperiencia mezclada con la impaciencia, Esther mordiese su labio arrancándole un gemido que no hizo otra cosa que excitarla aun mas.

Mi mente en aquel momento no concebía ninguna otra cosa que no fuese aquella boca o aquellas manos recorriéndome. Nunca antes había experimentado una sensación igual, la sangré bombeaba casi bruscamente a la altura de mi sexo, me daba igual respirar o no mientras sus labios estuvieran pegados a los míos. Mi familia ni siquiera existía mientras yo miraba entonces al techo sintiendo como se apoderaba de mi pecho con sus labios, estaba literalmente, volviéndome loca.

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Despacio, fue quitando la camiseta que aun cubría su cuerpo teniendo entonces lo que quería de ella con mayor facilidad. Mientras con una mano aprisionaba uno de sus pechos, con sus labios se apoderaba del otro, jugando con su pezón que comenzaba a endurecerse al máximo presa de sus caricias.

Tras saciarse de aquel lugar siguió con una línea de besos hacia su ombligo, sus manos cogían el borde del pantalón tirando de él hacia abajo junto a su ropa interior, prendas que tardaron escasos segundos en desaparecer por completo. Así, mirándola en su desnudez, comenzó a desvestirse sin apartar sus ojos de ella mientras veía su mirada fija en su cuerpo, sus dientes atrapar su labio haciendo que sonriese antes de volver a colocarse sobre la cama.

Nunca había tenido la imagen de una mujer desnuda de aquella forma, nunca había fantaseado con una relación sexual así, nunca me habían llamado la atención, pero allí estaba…excitándome por sus caricias, por verla desnudarse para mí, por imaginarme que vendría después mientras se colocaba encima de mi cuerpo haciendo que notase el calor del suyo sin dejar de mirarme en ningún momento.

M: No hay prisa ¿Vale? –susurró mientras se acercaba a su cuello- Tenemos toda la noche…

Suspirando por la calidez de aquel susurro llevó las manos hasta su espalda, encontrando una suavidad que le hacía querer recorrerla mientras cerraba los ojos queriendo sentir aquella caricia de sus labios. Los abría despacio, dejando el calor en el recorrido al cerrarlos, dejando que su aliento se colase por cada poro de aquella piel que se estremecía en silencio.

Sintiendo como no movía las manos puestas sobre su espalda, llevó la suya hasta una de ellas, moviéndola despacio hasta dejarla sobre una de sus nalgas mientras sonreía sin despegarse, notando como segundos después llevaba también la otra hacia el mismo lugar.

M: Puedes tocar lo que quieras… -susurraba de nuevo separándose para quedar frente a su rostro.

E: Yo no…

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Despacio volvía a inclinarse para llegar a sus labios, cogiendo de nuevo la mano que había guiado con anterioridad, la hacía llegar hasta su pecho, dejando la suya encima hasta que segundos después comenzaba a moverla con curiosidad.

Nunca hubiera creído que tocar un pecho, cuando ya estaba aburrida de ver y tocar los míos, hiciese incluso que intentase cerrar las piernas sin pensarlo. Pero ahí, teniendo la mano sobre su pecho, acariciarlo, sentir como se excitaba bajo mi palma, que yo conseguía producir aquello, me gustaba, tanto que en un segundo y sin pensar hice que girásemos quedando yo encima queriendo hacerme con él pero con otra parte del cuerpo. Cuando lo atrapé entre mis labios y escuché su voz complacida, supe que aquello no quedaría en una simple noche de descubrimientos en el mundo del sexo lésbico.

Tras varias rotaciones mas, muchos minutos en un beso que parecía eterno y caricias para conseguir que poco a poco se fuese relajando y tomando parte del control, Maca se incorporaba quedando sentada, obligándola a quedar de igual forma para después hacer que una de sus piernas quedase por encima de las suyas mientras con la mano en su cintura la pegaba a ella haciendo unir sus sexos por completo. Momento en el que Esther gimió sin control cuando quedaba a escasos centímetros de su rostro.

M: Esto lo hacemos las dos…

Tomando su cuerpo por la cintura comenzaba a moverse haciendo la justa presión, acercándose a sus labios pero sin tocarlos mientras Esther colocaba ambas manos sobre el colchón para reclinarse lo justo mientras también empezaba a mover su cintura. Momento en el que Maca aprovechó para inclinarse hacia su pecho y besarlo sin miramientos, paseando su lengua por él hasta llegar a su cuello, gesto que llamó su atención para volver a incorporarse y besarla.

Nunca había tenido tantos orgasmo en una misma noche, y mucho menos quedándome después con la sensación de que necesitaba más, cosa que a ella parecía gustarle ya que solo tenía que buscarla aunque fuese con esa timidez que me costaba dejar, para que tan solo un segundo después me fuese guiando de nuevo hasta conseguir que fuese yo quien tomase las riendas sobre su cama.

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Cuando desperté ella seguía durmiendo frente a mí, dejándome ver su cuerpo desnudo sin ninguna dificultad. Yo estaba en igual de condiciones sin importarme que una gran cantidad de luz se colase ya por la ventana. Pinzándome el labio alcé la mano despacio, acercándola poco a poco hasta su cuerpo, dirección; su pecho. Antes de llegar la cerré arrepintiéndome y cuando quise alejarla ella me sorprendió cogiéndola con fuerza.

M: Te dije que podías tocar lo que quisieras… -sonrió abriendo los ojos.

E: Pensé que dormías.

M: Y lo hacía… -moviéndose sin prisa se acercó a ella hasta quedar con el rostro apoyado en su pecho.

E: ¿No trabajas?

M: No tengo horario… trabajo aquí. –comenzaba a pasear los dedos por su vientre- ¿Y tú no tendrías que volver a tu casa?

E: Debería… -suspiraba.

M: ¿Lo vas a hacer? –preguntaba sin moverse.

En ese momento sentí la culpabilidad, una que se debatía por el deseo de no levantarme de aquella cama. Sentirla de aquella manera, creer que ejercía en ella el deseo que me demostraba desde que llegamos a esa casa, haber conocido una forma tan completamente distinta del sexo, hacia que no me conociese ni a mí misma en aquel momento. Y aun menos cuando pocos minutos después busqué y conseguí volver a lo que tan loca me volvía.

Casi llegada la hora de comer se vestía sin prisa mientras Maca recogía los restos del desayuno que habían tomado sin levantarse de la cama. Colocándose el abrigo cogió su bolso para comenzar a caminar hasta la puerta seguida en todo momento hasta girarse antes de salir.

M: Toma… -girándose cogía una pequeña libreta y apuntaba sobre una de las hojas para dársela después.

E: Maca… -suspiraba mirando aquellos números- Yo… estoy casada. –volvía a mirarla- Y…

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M: No digo que me llames si no quieres… -sonreía acariciando su mejilla- Solo si tú quieres ¿Vale? –despacio se inclinó hasta llegar a sus labios dejando un beso lento pero que a Esther le supo a poco una vez se separaba.

De camino a casa no podía dejar de pensar en ella. Me asaltaban las imágenes de aquella noche como si aun tuviese sus manos por mi cuerpo. Tuve que cerrar los ojos con fuerza a la vez que con ambas manos sobre mis rodillas unía las piernas queriendo que desapareciese lo que nuevamente me hacia removerme en mi asiento. Sonreí nerviosa mientras tapaba mis labios con una mano avergonzaba por verme de aquella manera, mirando por la ventanilla en un intento por sacarla de mi cabeza.

Cuando llegué a casa me quedé parada en la puerta, ¿Cómo iba a mirar a Luis a la cara después de lo que había hecho? Le quería, en ese momento le quería, tanto como el primer día, y le había fallado, había faltado a mi palabra de serle fiel y no engañarle, ¿Cómo miraría a mi hijo? ¿Cómo sería capaz de no pensar en ella?

E: ¡Ya estoy en casa! –dejaba las cosas en la entrada.

-¡Mami! –corría hacia ella.

E: Cariño, cariño… -se agachaba con rapidez- No corras, no puedes hacerlo campeón. –lo abrazaba cogiéndolo en brazos después- ¿Y papá?

-En el jardín peleándose.

E: ¿Peleándose con quien? –preguntó extrañada.

-Con una cosa del coche, creo. –sonreía bajándose de sus brazos- No para de decir palabrotas y gritar…

Dejándolo en el suelo finalmente lo veía volver al salón con sus cosas y abría la puerta que daba al jardín. Nada más salir al porche lo vio sentado con algo entre sus piernas mientras parecía rebuscar en su interior. Con una pequeña sonrisa se quedó frente a él hasta un par de segundos después en el que levantaba la mirada descubriéndola.

L: Ya estás aquí.

E: Sí. –se inclinaba lo justo para besarle- ¿Qué te pasa? Dice Cristian que no paras de decir palabrotas. –sentándose junto a él le colocaba de forma ordenada el pelo.

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L: Es el carburador del cortacésped… -suspiraba- Luego sigo con él. –lo dejaba a un lado- ¿Qué tal? –rodeaba su cuerpo con el brazo- ¿Dónde has dormido?

E: En un hotel… aproveché para descansar… -esquivó su mirada durante la contestación.

L: ¿No pasaste miedo? –la besaba- Porque a ti las tormentas te asustan… -sonreía con cariño.

E: Bueno, estaba tan mojada que no podía pararme a pensar en si me daba miedo o no. ¿Vosotros que tal?

L: Bien, somos dos hombres bien avenidos que no tenemos problemas cuando no está la jefa. –se levantaba- Estarás cansada… te preparo un baño y ya me encargo de la comida ¿vale?

En cierto modo lo agradecí, y no por el cansancio, sino porque la culpa me comía por dentro cada segundo que permanecía frente a él. Durante el rato que estuve en el baño nuevamente me atacaba el recuerdo de la noche anterior. Podía percibir hasta el olor de aquel lugar mezclado con su piel, con su perfume… me frustraba verme así, pues nunca antes había sentido nada como aquello. Jamás viví la ansiedad por tan solo un recuerdo, ni que mi cuerpo reaccionase con tanto impulso.

Aquella tarde la dediqué a estar con Cristian. Estando con mi niño, todo parecía desaparecer, solo su sonrisa y sus ojos conseguían devolverme a un mundo donde no había nadie más que él y yo, aunque la preocupación que vivía en mi corazón desde que nació siguiese ahí cada día.

Cr: ¿Me has echado de menos?

E: Claro que sí, si yo no puedo vivir sin ti. –besó su pelo- ¿Y tú me has echado de menos?

Cr: Sí. –asentía mirando su juguete- Papá no me tapa como tú, y su comida sabe rara… -arrugó la nariz mirando a su madre.

E: Jajaja ¿y dormiste bien? ¿No te despertaste malito?

Cr: No.

E: Bien. –sonrió- ¿Quieres que pongamos una peli y nos echamos los dos en el sofá?

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Cr: Vale… ¿pero podemos ver Peter Pan?

E: Podemos ver lo que tú quieras. –lo cogía en brazos- Y hacer palomitas y coger una manta para que no tengamos frio.

Cr: Yo quiero palomitas.

E: Venga, pues al sofá mientras yo las preparo y vengo ahora mismo. –tras dejarlo sentado llegaba hasta la cocina, donde Luis bebía un vaso de agua antes de marcharse- ¿A qué hora vendrás?

L: No sé cariño, espero que para la hora de la cena.

E: Bueno, llámame antes si puedes y me lo dices para dejarte la cena lista o ponerla en la mesa.

L: Vale. –se inclinaba para besarla- Hasta luego.

E: Hasta luego.

Durante la película, Cristian se quedó dormido haciendo que ella aprovechase el momento para organizar la ropa seca que había doblado sobre la cama después de comer. Mientras lo hacía no se paraba a pensar que por aquellos minutos su mente se quedaba en blanco dándole una tregua. Aquel espacio la protegía de sus pensamientos hasta que dejando su abrigo sobre una de las perchas caía un papel que supo al instante de que se trataba. Suspiró y dejó la prenda donde debía estar para después agacharse a tomar el papel, leyendo de nuevo aquel nombre…

Recuerdo que los días que sucedieron a ese yo andaba como una fiera enjaulada. Solo estar con mi hijo me ayudaba a olvidar lo que realmente quería hacer. Me encerraba con él por horas, jugábamos, veíamos películas, e incluso me forzaba a mí misma a acostarme con Luis, sorprendiéndole incluso del afán que había pasado a tener por hacer el amor. Lo que él no sabía y yo intentaba negarme, era que en esos momentos lo único que buscaba era borrar mi deseo por ella, hacerme ver de nuevo que era a mi marido a quien deseaba realmente.

Aguanté, aunque una semana después me subí al coche aprovechando que él tenía el día libre, y excusándome con la mala excusa de que debía hacer algo y me tendría todo el día ocupada. La falsa mudanza de una amiga me daría varias horas para ir hasta ella.

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Varias vueltas por aquel barrio me hicieron falta para finalmente pararme frente a la puerta del viejo edificio. Pero entonces algo me detuvo y no podía soltar mis manos del volante. Cada vez la fuerza que ejercía en él era más fuerte, haciendo ver el estado de nervios en el que se había acomodado mi cuerpo. Tenía la mirada fija al frente, tan siquiera escuchaba mi respiración hasta que…

Escuchando unos ruidos en el cristal se giró sorprendida, aun mas cuando frente a ella, Maca rodeaba una bolsa de la compra con un brazo mientras se inclinaba para mirarla con una sonrisa.

M: Hola.

E: Hola. –contestó de forma nerviosa.

M: ¿Vienes? Vengo de hacer la compra y se me descongelan las espinacas. –seguía sonriendo.

Tras ella caminaba por el pasillo que daba a su casa. Cruzando después la puerta mientras la mantenía abierta para cerrarla más tarde. De aquella misma forma la siguió hasta la cocina quedándose a un lado sin tan siquiera mirarla.

M: ¿Qué tal? –preguntó guardando ya las cosas.

E: Bien, bien… -apretaba los labios recorriendo aquel espacio con la mirada- Tenía que hacer unas cosas por aquí y…

M: ¿Comes conmigo? –se giró entonces- He comprado pescado y te aseguro que me sale de muerte.

Mientras ella preparaba y se centraba en el pescado, Esther a su lado organizaba todo para preparar una ensalada. Se sonreían de tanto en cuando dejando ver así, el claro nerviosismo que se podía respirar en aquel momento. Era Maca la que en casi todas las ocasiones buscaba su mirada y dejaba leves caricias cuando hacía por coger o buscar algo que había junto a ella.

M: Bueno, pues a esto le quedan diez minutos más en la sartén y está listo. –se limpiaba las manos mientras se colocaba a su lado sin dejar de mirarla- Pensé que no sabría nunca más de ti… -susurró acercándose a ella.

E: Si te digo la verdad mi intención era eso mismo. –contestaba sin mirarla.

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M: Pero si has venido es por algo ¿no? –Despacio comenzó a colocarse tras ella para rodear su cintura con ambas brazos- Y me alegro de que lo hayas hecho.

E: ¿Sí? –preguntó con media sonrisa girándose apenas para poder mirarla.

M: Mucho. –acortó distancias para dejar un beso ejerciendo la justa presión.

Después, llevándolo todo a la mesa, tomaban asiento alrededor de la misma para comenzar a degustar lo que ambas habían dispuesto. En un primer momento era Maca la única que entablaba algo de conversación, viendo claramente como le costaba que fuese al menos fluida.

M: Háblame de algo. –sonrió encogiéndose de hombros- No sé… ¿Qué hiciste ayer?

E: Ayer… -suspiraba haciendo memoria- Pues me levanté, desperté al niño… le di de desayunar…

M: ¿Cómo se llama? –preguntó interesada mientras pinchaba de su plato.

E: Cristian, se llama Cristian… luego… estuvimos viendo un rato la televisión hasta que llego su profesora y yo me puse a ordenar la casa.

M: ¿No va al colegio?

E: Está enfermo. –dijo mirándola- Tiene que estar en casa, no puede hacer la vida normal de un niño. Pasa medio día monitorizado y con una constante medicación que le hace salir poco y siempre con alguno de nosotros.

M: ¿Qué le pasa? –habló con tacto.

E: Nació con un problema en los pulmones… y cada vez es peor, solo intentamos que tenga una vida medianamente normal y hacemos lo que podemos…

M: Lo siento. –cogió su mano sobre la mesa- Debe ser duro.

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E: Lo es, pero… dentro de todo es feliz. –la miró sonriendo- Y yo soy feliz por verle a él así… es muy listo y sabe lo que pasa, antes costaba más trabajo explicarle por qué no podía salir como los demás niños a jugar… por eso nos fuimos a las afueras, es más tranquilo.

M: Bueno, no nos pongamos tristes. –se limpiaba con la servilleta- Voy a traer el postre que seguro que te gusta. –le guiñaba un ojo antes de levantarse.

Fue ahí cuando empecé a comprender que hacia allí, que me llamaba a mirarla y ansiar besarla y hacer el amor con ella. Tenía el poder de hacerme olvidar, de hacerme vivir por unas horas una vida que no era la mía y que aunque fuese por aquel rato, no habían preocupaciones a las que prestar toda mi atención.

M: Es una pastel que hacen en una cafetería de aquí cerca. –se sentaba junto a ella colocando tan solo un plato frente a ellas- Es de café y bizcocho y está para chuparse los dedos.

Despacio y con la cuchara entre sus dedos cogió un poco de aquel dulce para después y con cuidado, acercarlo lentamente hasta sus labios mientras no dejaba de mirarla con una sonrisa.

M: Verás cómo te gusta.

Mirando fijamente aquellos labios, vio como finalmente Esther atrapaba la cuchara entre ellos. Relamiéndolos después con la punta de la lengua mientras sabía que era observada, y de qué manera. Tras unos segundos, Maca repetía la misma operación pero acercándose aun mas a ella.

E: ¿Tú no tomas? –susurraba.

M: Sí… -asentía imitándola- Sí que tomo.

Dejando la cuchara llegaba hasta sus labios, recorriendo estos con su lengua primero, saboreando aquel gusto a café, mirándola fijamente antes de abrir entonces su boca terminando por volver a llegar hasta ella mientras Esther ya la esperaba y apenas un segundo después buscaba su lengua. Soltando un leve gemido al sentir la intromisión, una que comenzaba a apoderarse de ella en todos sus sentidos.

M: Ven…

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Separándose lo justo para llamarla, se iba sentando correctamente mientas con sus manos la invitaba a acomodarse sobre sus piernas. A horcajadas, Esther tomaba aquel rostro entre sus manos, no queriendo abandonar sus labios, queriendo intensificar aun más aquel calor que ya teñía sus mejillas y agitaba su pecho.

Cuando menos lo esperaba y haciendo que todo aquello se incrementase aun mas, sintió las manos de Maca ir hasta el botón de su pantalón, deshacerse de él con a una velocidad asombrosa y tras eso colar poco a poco sus dedos por su ropa interior, haciendo que suspirase y se separase para mirarla, descubriendo entonces como se pinzaba el labio justo antes de sentir ella misma como llegaba hasta su sexo. Haciendo que cerrase los ojos y moviese sus caderas sin tan siquiera pensarlo.

M: Mírame… -susurraba rodeando su cintura con el otro brazo- Quiero mirarte….

Intentando mantener un mínimo de control mientras sentía aquellos dedos recorrer su humedad, bajó la vista un instante, no pudiendo evitar querer mirar aquello, ver como movía su mano dentro de su pantalón.

M: Mírame a mí.

De nuevo su voz a la vez que se apoderaba de su labio inferior. Así, con sus ojos puestos en ella y viendo incluso su clara excitación, sintió como hundía sus dedos en ella, gesto que le hizo agarrarse a sus hombros con fuerza para moverse con más necesidad y su voz salía incontrolable mientras no dejaba de mirarla. Acercándose a ella pero sin llegar a tocarla se quedaba a escasos centímetros.

E: No pares… -se humedecía los labios.

Moviéndose sobre aquella mano, hacia que sus dedos rozasen el limite. Maca la observaba, la dejaba ir a su ritmo mientras ella ejercía presión para no dejar que la fuerza de aquel momento aminorase. Se miraban en todo momento, y el sudor en el cuello y frente de Esther se veía ya con claridad cuando se movía buscando el final. De ese modo rodeó con más fuerza su cuerpo para ir hasta sus labios, apoderándose de ellos con casi un salvajismo improvisado. Apoderándose de su lengua hasta que finalmente un lánguido gemido se colaba en su boca haciendo que detuviese su mano para segundos después y poco a poco, separase de ella para volver a mirarla.

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Me miraba como nadie antes. Podía hacerme sentir avergonzada, tímida o cohibida, pero por todo lo contrario me excitaban sus ojos en mí. Verla en un estado de satisfacción por el simple hecho de haberme hecho llegar al orgasmo de aquella manera, disfrutar simplemente porque yo lo había hecho, y eso era algo que empezaba a gustarme.

M: ¿Vamos a la cama?

Por varias horas y sin apenas descanso, sobre aquella cama se sucedió el encuentro que Esther había ido a buscar. Cuando mas disfrutaba de aquel cuerpo, mas necesitaba hacerlo y menos separarse o alejarse de allí. Era tal la pasión que lograba hacerle sentir que ésta en vez de disminuir aumentaba con cada caricia y beso.

Completamente desnuda había descubierto el placer de ser observaba, el nerviosismo que se cogía en su estomago mientras respiraba con dificultad sentada sobre su cuerpo, llegando a otro de la lista de orgasmos durante aquellas horas.

Cuando el cansancio comenzaba a apoderarse de sus cuerpos, se quedaron en silencio con sus piernas entrelazadas mientras la mano de Maca bordeaba su abdomen despacio y en una suave caricia.

M: ¿Cuándo tienes que marcharte?

E: Aun es pronto… -suspiró mirando la hora- Mientras llegue para la hora de cenar no hay problema. –se acomodaba para poder mirarla- Cuéntame algo de ti.

M: ¿Algo de mí?

E: Sí, yo te he contado de mi vida pero no sé nada de la tuya.

M: No hay mucho que contar tampoco… -acariciaba su cuello- Mi vida es bastante aburrida.

E: ¿Tú? Alguien que va seduciendo mujeres casadas bajo la lluvia no puede tener una vida aburrida. –sonrió haciéndola reír- No te rías que lo digo en serio.

M: Yo no te seduje bajo la lluvia. –se acercaba aun mas a ella.

E: Sí que lo hiciste. –sonreía aun- Seguro que estuviste planeándolo todo y el que no pudiese volver a casa te lo puso fácil.

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M: No voy seduciendo mujeres por ahí. –negaba acariciando sus labios.

E: ¿Entonces no traes a nadie más?

M: Eres la única que tiene las puertas de esta casa abiertas para lo que quiera. –la besaba despacio.

E: No te creo. –contestaba a su beso- Seguro que te acuestas con muchas.

M: Pues no. –volvía a negar.

E: Bueno, no nos vayamos del tema principal… que quiero que me cuentes cosas de ti. –se separaba para mirarla más fácilmente y la escuchaba suspirar- Venga…

M: ¿Qué quieres que te cuente? –colocaba el codo sobre la almohada para apoyar el rostro en la palma.

E: No sé, ¿has estado casada? ¿Has vivido siempre aquí? ¿Tienes hermanos? –se encogía de hombros.

M: Pues no, nunca he estado casada… ya te dije que lo mío con los hombres es negación de siempre… he tenido apenas dos relaciones en mi vida, relaciones largas quiero decir. –cogía su mano colándola bajo la suya en su cadera- Con mis padres no trato desde hace años… soy hija única y después de terminar la carrera llegué aquí y aquí estoy… trabajé en la universidad como profesora pero por algún problemilla lo tuve que dejar y ahora hago trabajos por mi cuenta para museos y coleccionistas privados.

E: Y dice que no tiene que contar… -susurraba haciéndola sonreír- ¿Y por qué no te hablas con tus padres?

M: Por lo mismo que dejé el trabajo en la universidad, básicamente.

E: ¿Por qué?

M: Me pillaron besándome con una de mis alumnas y el escándalo fue algo sonado. –Esther reía- ¿De qué te ríes?

E: Porque es lo primero que he pensado.

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M: No me acosté con ella ¿eh? –volvía a recostarse- Si lo hubiera hecho igual me hubiera jodido menos aquello, solo fueron dos besos tontos. Pero me despidieron, mis padres no entendían aquello de que fuese con mujeres y ya está. –se encogía de hombros.

E: Y por eso no te hablan. –Maca asentía- Pues vaya…

M: A mí me da igual, yo tengo mi vida y ellos la suya… están tranquilos sin saber de mí y yo sin saber de ellos. –comenzaba a besar su pecho- No me hacen falta.

E: ¿Te gustaba esa alumna tuya? –preguntaba con interés.

M: Claro… -susurraba subiendo por su cuello.

E: ¿Y qué tipo de mujer te gusta? –la veía separarse para mirarla.

M: ¿Y esa curiosidad? –sonreía besando sus labios.

E: No sé… por saber que te gusta. Ya te digo que no sé nada de ti y me gustaría cambiar eso.

M: La verdad es que no tengo un prototipo de mujer para que me guste… quien me gusta, me gusta y ya está… tiene que haber algo que me llame la atención.

E: ¿Y qué te llamó la atención de mí? –preguntó sonriendo.

Mirando sus ojos se mantuvo en silencio sin contestar. Bajando después la mirada hasta sus labios que se entreabrían mínimamente. Acercándose después para humedecerlos antes de introducir su lengua sin dilación sintiendo como la rodeaba entonces con sus brazos. De aquella forma, y sintiendo como volvían de nuevo a sentirse excitadas, guió su mano por su vientre hasta su sexo, rozándolo apenas para después mover sus dedos jugando en él.

M: En cuanto te vi sentí que me encantaría hacerte el amor. –susurró llegando al lóbulo de su oreja- Y no estaba equivocada…

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Tenía un poder realmente fuerte sobre mí. Podía estremecerme con tan solo una palabra y llevarme a la locura sin tan siquiera verlo venir. Pero entre toda aquella fantasía de lo prohibido, la locura, lo excitante, entre la magia que ella misma lograba dibujar y lo que yo cada vez encontraba más fascinante, comenzaba a existir algo con lo que no contaba, y era la posibilidad de no poder dejar de verla, pues era algo que creía no haber perdido, y era el control de mis actos.

Cuando comencé a vestirme me costaba tanto trabajo como me costó llegar allí. Tenía el mismo miedo de irme que de despedirme de ella sabiendo que podría ver en mis ojos que no quería hacerlo.

M: ¿La próxima vez tardarás menos en venir? ¿O me llamarás? –besaba su cuello ya en la puerta.

E: Te diría que no quiero irme. –miraba de nuevo sus ojos- Y no está bien que piense esto. –bajaba la mirada avergonzada- No puedo pensar esto…

M: Mírame. –con la mano en su barbilla elevaba su rostro- No haces nada por obligación, y no haces daño a nadie… es algo que necesitas y las dos lo sabemos. –susurraba cerca de sus labios.

E: Pero Luis… mi hijo…

M: No saben nada, y no les haces sufrir. Ellos son felices por tenerte en casa y yo lo soy porque vengas a verme cuando tú quieras hacerlo. –la besaba- También te mereces momentos para ti, y no estar siempre preocupada y pendiente de todo… –volvía a besarla.

De camino a casa y aunque mirase la carretera, mi cabeza no estaba ahí conmigo. Estaba en su mundo, repitiendo una y otra vez las palabras que Maca me había dicho, “Ellos son felices por tenerte en casa… yo porque vengas a verme…” “También te mereces momentos para ti” Y me lo repetía una y otra vez, no dejaba de hacerlo, intentando así, que la culpa que volvía a sentir se esfumase volando por la ventanilla.

¿Cómo podía sentirme tan bien estando con ella y tan mal cuando me alejaba? Pero a la vez, al llegar a casa y ver a mi hijo, escuchar la voz de Luis, me hacia tomar la iniciativa de no querer verla, intentar no volver a verla, olvidarme de ella.

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En el dormitorio principal, Luis leía uno de los periódicos de bolsa del país mientras a su lado, Esther, miraba al techo en silencio, sin poder dejar de pensar en cuanto le gustaría estar en otra cama que no era la suya, haciendo incluso que en un movimiento brusco se sentase asustando a su marido.

L: ¿Qué te pasa?

E: Luis… ¿yo te excito? –preguntó de golpe sorprendiéndolo- ¿Cuando me miras sientes excitación?

L: Cariño… ¿Estás bien? –dejó el periódico sobre sus piernas para tocar su frente- ¿Te pasa algo?

E: ¿No puedes contestarme o qué? –insistía- Si es que no, me lo puedes decir libremente, eh… -comenzaba a malhumorarse.

L: ¿Qué tonterías dices? Claro que sí, ¿a qué vienen esa pregunta?

E: Nada. –golpeaba la colcha sobre sus piernas mientras quitaba las arrugas.

L: Será por algo que lo has dicho. –se acercaba a ella- ¿Te pasa algo?

E: No me pasa nada… -suspiraba- Solo era una pregunta absurda que no tenía que haber hecho… sigue leyendo. –se giró de nuevo dándole la espalda mientras se acomodaba para dormir.

L: No me dejas nada tranquilo, cariño… -la abrazaba por detrás acomodándose a su cuerpo- Te noto rara ya varios días y no es normal que me preguntes estas cosas, admítelo.

E: Estaré en fase de baja autoestima. –contestaba irónica- Así que no te preocupes.

Moviéndose lo justo para dejar claro que no quería seguir ni la conversación ni el gesto que le había llevado a pegarse a ella, consiguió que Luis se separase y segundos después retomase su lectura. Momento en el que casi frustrada y enfadada, comenzase a imaginarse que estaba allí, que estaba con ella.

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Me asustaba ciertamente, me asustaba y me hacía creer mala esposa y mala madre. Quería encontrar aquello que Maca hacia nacer en mí en la figura de Luis, quería que sus ojos me hiciesen sentir de la misma forma y así poder pasar sin la idea de que necesitaba verla, pero conforme pasaban los días me daba cuenta de lo equivocada que estaba y de que quizás, solo ella conseguiría alguna vez hacerme sentir tal y como conseguía sin apenas esfuerzo.

-Claro, yo le dije que no pasaba nada… pero ya me ves ahí con cara de circunstancia y a medio acabar. –daba un trago de su café.

-Pues vaya puñeta, el día que Juan Diego me haga eso duerme calentito y en el sofá, bastante tengo ya con que solo sea el sábado para que encima yo me quede mirando al norte sin saber que pasa.

E: ¿Os siguen atrayendo igual que el primer día? –preguntó habiendo casi ignorado el resto de la conversación.

-Eso quisieran ellos. –reía- Los años pasan y desgastan.

-Yo si pudiera y fuese más lista se iba a enterar ese… o bueno, no se iba a enterar de lo que iba a hacer yo por ahí para alegrarme el cuerpo. –volvían a reír.

E: ¿Engañarías a tu marido?

-Si fuese más lista y menos mojigata como me enseñó mi madre por supuesto. ¿Además no lo hacen ellos continuamente y a lo mejor ni nos enteramos que vamos dando con los marcos de las puertas por donde sea?

-Yo… -hablaba con pudor- Engañé a Miguel antes de casarnos. –susurró finalmente mientras sus dos amigas la miraban- Y aun parece que fuese ayer…

-¿Pero… con quien?

-Un amigo de su facultad… él estaba terminando un máster fuera y una noche en la que los dos estábamos solos pasó… nos vimos después un par de veces más hasta que Miguel volvió y se acabó todo.

E: ¿Te enamoraste de él?

-Entonces creí que sí. Era todo distinto, más intenso y el tener que vernos a escondidas lo hacía todo como irreal, una fantasía.

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E: ¿Si le volvieses a ver…? –preguntó con cautela.

-La verdad es que no lo sé, por eso siempre he intentando que no ocurriese. Quiero a Miguel, pero aunque así sea… no sé si volvería a caer de nuevo.

Sin decir una palabra más, Esther se quedaba con la mirada perdida, interpretando aquella confesión de forma que la comparaba con su misma situación. Tras eso se despidió para ir de nuevo a casa y ya en la calle sacó el móvil para buscar aquel número camuflado en un falso nombre y apuntado en la agenda.

En el piso de Maca, el teléfono sonaba desde hacia cosa de medio minuto mientras ella tenía las manos totalmente pringadas de betún y entre sus piernas una figura de bronce esperaba a ser dejada lista para su hora. Dispuesta a dejarlo sonar llegó el sonido del contestador y tras eso su voz.

-Maca… soy Esther… no estás… -escuchó un suspiro mientras intentaba dejar aquello sobre la mesa y limpiarse las manos para llegar al teléfono a tiempo- Pensé en ti y… no sé, me apetecía hablar contigo… espero que estés bien.

M: ¡Ey! –lograba descolgar y alzaba la voz evitando así que colgase- Perdona, estaba con algo entre las manos.

E: Perdona tú entonces. –sonreía con timidez mientras miraba hacia el suelo en su camino- ¿Y qué tenias en las manos?

M: Mmm… -sonreía mientras aun las limpiaba- El pecho de una mujer. –sonrió.

E: ¿El pecho de…? –preguntó desconcertada.

M: Sí, mide cosa de cuarenta centímetros, es de bronce y la estaba envejeciendo con betún. –reía.

E: Como eres. –negaba con una sonrisa- ¿Qué tal?

M: Pues nada… trabajando un poco. ¿Y tú?

E: Acabo de tomar el café con unas amigas y me iba para casa. Luis tenía la tarde libre y he aprovechado. –se detenía para girar hacia la calle de su casa.

M: Has hecho bien.

E: Bueno pues… no te entretengo que andabas ocupada.

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M: No pasa nada tranquila… -se sentaba en el alfeizar de la ventana- ¿Cuándo vendrás otra vez?

E: No lo sé, Maca. –contestaba a media voz- No sé…

M: Vale, no te preocupes. Que tengas un buen día. –hablaba con calma.

E: Y tú también. –sonrió- Hasta luego.

M: Hasta luego.

Me arrepentí de haberla llamado casi al instante de escuchar su voz en el contestador, a la misma vez que me sentía realmente bien al hablar con ella. Era como una necesidad prohibida a la que intentaba no sucumbir mientras era lo único que quería, un mal deseo demasiado fuerte para mí.

Aquella noche, y sabiendo que me costaría conciliar el sueño, tomé la decisión de acostarme con Cristian a ver la tele en su dormitorio, así por lo menos disfrutaría de él un rato y cuando llegase a la cama, con un poco de suerte, Luis estaría dormido. Mientras aguardaba para marcharme de allí me lo quedé mirando, dormía tan tranquilamente que me tranquilizaba el alma mientras aquel pitido del monitor me recordaba que en cualquier momento podría llegar lo que más miedo me daba. De aquella forma besé su frente y fui con calma hasta el dormitorio, encontrando a mi marido dormido. Suspiré agradecida y con cuidado de no despertarle me quedé en mi lado mirando a la pared, comenzando a relajarme para poder dormir. Fue entonces que un sonido en mi móvil me hizo moverme con rapidez para cogerlo de la mesilla y meterlo bajo la almohada pidiendo y rogando que Luis no despertase, cuando el silencio volvía de nuevo lo saqué viendo aun la pantalla iluminada avisándome de un mensaje. Lo abrí.

-Espero que duermas bien, yo ando como los búhos y pensando que me gustaría tenerte aquí conmigo… me encantaría acariciarte y ver en tus ojos lo que tanto me gusta.

Me pellizqué el labio mientras cerraba los ojos. Pensaba que con tan solo esas palabras ya había conseguido revolucionarme hasta tal punto que seguramente aquella noche no dormiría. Así que con cuidado de no hacer ruido contesté su mensaje.

-Tampoco puedo dormir. Y ahora seguro que no podré hacerlo imaginándote despierta. Me encantaría estar allí.

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Nerviosa, me coloqué mirando al techo, observando a Luis un par de segundos cerciorándome de que aun dormía. Esperando ansiosa que contestase también y seguir con aquel momento, cosa que hizo.

-Yo a las malas se me ha ocurrido algo… tócate pensando que lo hago yo.

En aquel momento, y sin hacer nada más, cerré los ojos y apreté las piernas con fuerza. Llevándome después una mano a los labios mientras dejaba el móvil a un lado del colchón. Deseaba aquello, pero tener a Luis al lado me hacía sentir aun mas rastrera.

Pasados unos minutos y sin poder cerrar los ojos fui llevando mi mano despacio hasta el borde el pantalón de mi pijama, sorteando después la ropa interior hasta llegar a tocar mi sexo. Tuve que suspirar al sentirme de aquella manera, húmeda por solo pensar en ella. Comencé a recorrer con mis dedos aquel lugar, sintiendo el calor mientras mis caderas comenzaban a moverse al mismo compás, siempre con recelo para no despertar a quien dormía a mi lado. Mordí de nuevo mi labio, cerrando los ojos con fuerza, introduciendo dos dedos justo cuando pensaba en ella, imaginándola sobre mi cuerpo, mirándome, susurrando que no apartase mis ojos de ella, moviéndose mientras sentía su sudor en mis manos. Así, comencé a estimularme con rapidez, siempre con el pensamiento de que no podía tampoco dejarme llevar por completo. Poco tardé en ahogar un gemido que hizo relajar mi cuerpo hasta el punto de notar como el colchón se hundía sin remedio por mi peso.

-Me hubiese gustado más tenerte encima de verdad… intentaré ir pronto. Un beso, Esther.

Sin que pudiese verlo o imaginarlo, a muchos kilómetros de allí, Maca sacaba la mano bajo su pantalón mientras aun se recomponía y respiraba agitadamente. Sonriendo incluso mientras se giraba y con un pañuelo de la mesilla limpiaba sus dedos para volver a coger el móvil. Sonriendo ampliamente entonces.

-Yo creo que tendré que repetir, me he quedado con aun más ganas de ti. Que descanses.

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A la mañana siguiente y cuando aún era bastante temprano, Esther permanecía sentada en la entrada con una taza de café entre las manos. Mirando al frente mientras se perdía en sus pensamientos, todo y cuanto podía. Se había despertado agitada por un sueño y desde entonces no podía dejar de pensar en él, imaginar futuros encuentros con Maca, sonriendo incluso mientras se frotaba la nuca al llegar a ver imágenes que removían su cuerpo.

L: ¿Qué haces aquí? –preguntó cogiendo el periódico de la puerta para sentarse después junto a ella.

E: Hace buen día. –sonrió mirándole- ¿Y tú despierto? Aun es pronto.

L: Me han llamado de la oficina, tengo que coger un avión en un par de horas.

E: ¿Te vas? –preguntó sorprendida.

L: Solo serán cuatro días. No puedo decirles que no. –le cogía la taza para dar un trago y abrir el periódico- Llama a Nuria y que te eche una mano con Cristian.

E: Luis no lo hagas. –se acercó a él- No te vayas.

L: Pero cariño. –sonreía dejándolo todo a un lado- Son solo unos días… no notarás que me he ido.

E: Llámales y diles que el niño esta malo que no puedes irte. –lo abrazó con desesperación- No te vayas.

L: Venga, tampoco es para tanto.

Mientras se hacia la maleta yo le miraba, mientras caminaba de un lado a otro yo le miraba, doblaba sus camisas y seguía mirándole, rogándole en silencio que no se marchase, que no me dejase esa vía de escape tan fácil y clara frente a mí. Con él fuera, con él lejos, querer ver a Maca seria una impaciencia que sabía, me volvería loca hasta plantarme de nuevo en su casa. Sabía que si se marchaba, entonces ya no habría marcha atrás, no podría sacar a aquella mujer de mi cabeza.

L: Te llamo al móvil en cuanto llegue. –la besaba ya en la puerta- Y cambia esa cara anda.

Cr: ¿Me traerás algo papá?

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L: Claro. –se agachaba frente a él- Un regalo tan grande que no cogerá por la puerta. –sonreía revolviéndole el pelo- Pórtate bien con mamá.

En el sofá miraba a su hijo jugar con una pequeña video consola. Movía la pierna en un continuo estado nervioso y se pellizcaba la yema del dedo intentando calmar lo que no la dejaba estar tranquila desde que Luis se marchase.

E: ¿Te apetece que venga Nuria contigo hoy? Le diré que pida pizza y compre helado para después.

Cr: ¡Sí! –abrió los ojos emocionado- Y vemos Spiderman.

E: Vale, voy a llamarla para que venga.

Frente al espejo y aun desnuda me colocaba varias camisetas sobre el torso para decidirme por alguna. Después de varios intentos me deshice del sujetador y cogí uno que hacía que mi pecho, quedase más elevado y prominente. Sonreí y me coloqué una camiseta negra con un cuello en pico que bajaba lo justo que yo quería. Me puse los pantalones vaqueros que mas ceñidos me quedaban y tras eso las botas altas que tanto me gustaban. Me arreglé el pelo y apenas un poco de maquillaje, dejando después unas gotas de perfume en lugares estratégicos.

E: Yo me marcho, llevo el móvil… con cualquier cosa me llamas ¿Vale? –se colocaba el bolso.

N: No se preocupe. Nos lo pasaremos bien. –sonrió al niño.

E: Bien, pues luego os llamo. –fue hasta su hijo para besarle- Pórtate bien cielo.

Cr: Sí, mamá.

De camino a la ciudad me miraba de vez en cuando en el espejo, repasándome el maquillaje y el pelo. Me sudaban las manos y repasaba mentalmente la excusa que le había dado a Nuria.

Frente al edificio subía las escaleras hasta la puerta viendo como justo en ese momento alguien salía. Lo que le hizo sonreír y sostener la puerta para entrar después directamente y correr escaleras arriba hacia su casa. Frente a la puerta suspiraba y bajaba un poco su camiseta para después tocar un par de veces la puerta y escuchar su voz avisándole tras ella.

M: ¿Si?

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E: Soy yo. –habló con nerviosismo sonriendo después al verla abrir la puerta.

M: Vaya. –sonrió por igual mirándola de arriba abajo- Que sorpresa.

E: ¿Te pillo ocupada?

M: No, no. –se apresuraba en contestar- Pa… pasa. –se hacía a un lado- ¿Y eso que has venido?

E: Pues… -apretaba el bolso entre sus manos mirando a su alrededor- Luis se ha ido y… -se giraba de nuevo frente a ella- No he podido evitar venir. –suspiraba.

De aquella forma se quedaron en silencio observándose. Esther deseando una señal, y Maca totalmente ensimismada mirando su cuerpo, la piel que dejaba ver aquella camiseta y las formas que dibujaba y se adivinaban tras la tela de su pantalón. Segundos después dejaba el trapo que llevaba en las manos y se lanzaba a sus labios, encontrándolos abiertos para recibirla mientras por un impulso necesario cogía su cuerpo en peso y así llegaban hasta el mueble de la cocina, sentándola sobre él.

En aquella comodidad decidió atacar su pecho, apretarlo con ambas manos mientras lo besaba sobre la tela de aquella camiseta, sintiendo las manos de Esther en su pelo mientras ya respiraba con excitación.

M: ¿Tienes tiempo? –preguntaba sin separarse de ella.

E: Sí.

Con desesperación buscó sus labios mientras casi de manera torpe, desabotonaba la camisa que cubría su cuerpo. Quitándosela después apresuradamente para acariciar su torso sin dejar de besarla. Maca, queriendo de nuevo buscar su cuello, le quitaba entonces la camiseta y sentía como rodeaba su cintura con ambas piernas acariciando su espalda desnuda.

M: Anoche te deseaba tanto… -susurró haciéndola suspirar.

E: Odio que me tengas así. –volvió a sus labios mientras bajaba su pantalón a la vez que Maca desabrochaba el suyo bajándoselo después también- Odio desearte de esta manera.

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Enzarzándose en un nuevo beso, ambas guiaban sus manos hasta el sexo de la otra encontrándose después en un mismo gemido al sentirse. Comenzaron a mirarse, teniendo incluso que hacer un esfuerzo por mantenerse en aquella postura y así no cerrar los ojos como realmente necesitaban.

Minutos después, y acomodando la frente en su hombro, Esther suspiraba ya relajada mientras sentía la mano de Maca vagar entonces por su cuello.

M: ¿Qué te parece si nos damos una ducha y yo recojo lo que estaba haciendo? –volvía a acomodarse la ropa.

E: Vale.

M: Vamos. –sonrió cogiendo su mano sin dejar de mirarla.

Después de la ducha y habiéndole dejado ropa para estar por allí, se habían sentado con una copa de vino junto a la ventana. Esther pocos minutos después había buscado el contacto físico, colocando una pierna sobre las de ella mientras se acercaba tanto que casi estaban completamente unidas. Maca reía mientras intentaba colocar una uva en la punta de su nariz sin ninguna suerte de que se quedase ahí.

M: Estate quieta o se cae. –reía.

E: Si no se va a quedar. –ladeaba su cabeza hacia atrás- Y a la próxima me la como.

M: Calla. –susurraba intentando poco a poco soltarla- No te muevas que ahora parece que sí… -finalmente se caía.

E: Trae. –se la arrebataba y se la metía en la boca- Tanto mareo con la uva.

M: ¿Está rica? –se acercaba.

E: Mucho, sí. –asentía sonriendo.

Sin esperar ni dudarlo, Maca terminaba de acercarse para besarla, agarrándola por la cintura para que se acercase aun más mientras intensificaban aquel beso. En ese instante el teléfono de Esther sonaba haciendo que comenzase a separarse.

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E: Voy a cogerlo, puede ser el niño. –se separaba para levantarse y caminar hasta su bolso mientras Maca la seguía con la mirada- Hola… no, es que he salido… sí… sí, sí, no te preocupes… -asentía de manera nerviosa mientras le daba la espalda- ¿Tú has llegado bien?... ajá… ah bien… sí, pues mañana te llamo yo si eso ¿vale?... vale pues… hasta luego… -se giraba de nuevo- Y yo a ti. –apretaba los labios para finalizar la llamada segundos después.

M: ¿Tu marido?

E: Sí, que ha llamado a casa y no estaba. –suspiraba dejando el teléfono.

M: ¿A qué se dedica? –apoyaba ambas manos hacia atrás manteniendo su cuerpo erguido.

E: Trabaja en una firma de inversores… -volvía a tomar asiento.

M: Que aburrido.

E: Pues sí. –asentía- Pero es lo que le gusta, números, papales, calentamientos de cabeza y muchas horas en la oficina. –se encogía de hombros.

M: ¿Y a ti no te gustaría trabajar? –volvía a rodear su cintura con ambos brazos mientras sonreía acercándose- ¿Qué querías ser de niña?

E: Enfermera. –sonreía- Y con todo lo de Cristian casi que solo tenían que darme el titulo.

M: Me pondría enferma todos los días para ir a verte. –susurraba haciéndola sonreír.

E: Que tonta.

M: ¿Quieres ayudarme en una cosa? –se levantaba- Tengo que terminar algo para mañana…

E: Claro. –iba tras ella- ¿Qué es?

M: Tengo que arreglar una figura a la que se le ha caído una parte de la nariz. –se sentaba frente a una gran mesa de madera donde se veían claramente las manchas de pintura y arcilla- Ven, siéntate aquí. –abría sus piernas para ofrecerle asiento frente a ella pegando así la espalda en su pecho- Primero cogemos esto… le echamos un poco de agua… -la vertía desde una jarra- Y empezamos a moverla para que quede blanda.

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Cogiendo sus manos y sin soltarlas, las llevaba hasta la mezcla, moviendo las manos entre aquella superficie para hacer porque quedase homogénea. Esther sonreía al sentir como colocaba la barbilla en su hombro y no soltaba sus manos haciendo que entre ellas se colase la masa fría por el agua.

E: Esto le encantaría a mi hijo… le encanta pringarse las manos.

M: Bueno… pues si un día quieres lo podría hacer. –susurraba llamando su atención.

Eso hizo que la culpa llegase feroz y furiosa hasta mi cabeza. Una voz que ensordecía todo lo demás que gritaba reprochándome aquello. Días antes había estado concienciándome de que no debía verla, de que aquello estaba mal y debía acabar, y ahí, entre sus piernas, con sus manos tomando las mías se me pasaba por la cabeza que conociese a mi hijo.

M: ¿Ves? Ahora está perfecta para poder moldearla… -se extrañaba al ver que había dejado de moverse- ¿Estás bien?

E: Sí… -susurraba volviendo en si- ¿Qué hay que hacer ahora?

M: Pues… espera. –se volvía a levantar y cogiendo la figura la dejaba a un lado donde no estaba manchado y se volvía a sentar tras ella- Ahora tenemos que cubrir esto que está roto… -señalaba- Darle la misma forma y luego pintarlo para que quede igual y no se note.

E: Vale.

M: Ponemos una cantidad más grande de lo que necesitemos y ya le vamos quitando según veamos.

E: Ah, pues es fácil. –la miraba mover las manos con agilidad.

M: Si ves que lo puedes hacer, yo me acuesto y lo haces tú ¿eh? –se movía para poder mirarla a los ojos.

E: Nah… prefiero acostarme contigo si lo haces. –sonreía mirando sus labios.

M: ¿Sí?

E: Sí.

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Sonriendo ampliamente por aquella afirmación decidió por acortar distancias de nuevo y besarla. Esther correspondía aquel beso con efusividad mientras elevaba las manos queriendo coger su rostro pero sin llegar a hacerlo por llevarlas aun manchadas. No así, Maca sí tomaba sus mejillas, dejándolas marcadas por manchas blancas haciendo que Esther la imitase y así levantarse sin separase un solo centímetro.

Desnudas sobre la cama, Maca limpiaba su rostro con un trapo mientras sonreía colocada de lado en una postura que la dejaba más alta que ella.

M: Menos mal que esto salta con facilidad… -sonreía.

E: Pues tú no te quedas atrás, tienes hasta en las pestañas.

M: Ahora me limpias tú.

E: La nariz de la pobre figura se ha quedado horrible. –reía recordando.

M: No pasa nada, luego lo quito y se la pongo otra vez… -terminaba de pasar el trapo- Ya estás otra vez guapa… Voy a limpiarlo y vengo para que hagas tu trabajo. –le sonreía antes de levantarse.

Girándose hacia la mesilla, Esther veía la hora y como comenzaba a ser tarde. Se pinzó el labio y cogió el móvil para marcar el teléfono de casa.

N: ¿Si?

E: Soy Esther… ¿Cómo vais?

N: Bien, bien… ahora mismo íbamos a ponernos a cenar.

E: Vale… eh, Nuria… ¿te importaría quedarte con él a dormir?

N: ¿Dormir? No, claro que no…

E: Pues te lo agradecería, es que me es imposible volver esta noche y si lo hago llegaría de madrugada y…

N: No te preocupes.

E: Te daré algo más de lo normal por el favor.

N: De verdad, no pasa nada… cenamos y cuando le dé sueño lo llevo a la cama.

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E: Vale, pues cualquier cosa me llamas, sea la hora que sea… tienes la medicación donde siempre por si sucediese algo.

N: Está muy bien, Esther, no te preocupes. Estaremos bien.

E: Vale, dale un beso de mi parte. –decía finalmente para volver a dejar el móvil sobre la mesa y girarse descubriendo a Maca que la miraba fijamente- ¿Cuánto llevas ahí?

M: Lo suficiente.

Con una pequeña sonrisa colocó ambas rodillas sobre la cama para empezar a acercarse a ella hasta quedar sobre su cuerpo y acariciando su cuello, comenzar a besarla para mirarla después. Viendo como se llevaba la mano a la mejilla para mirar sus dedos después.

E: Me has vuelto a manchar. –reía.

M: Y eso no es nada. –besando su pecho comenzaba a bajar sin miramientos.

Estando a su lado sentía como la necesidad de querer llenarme de ella por completo crecía y crecía sin miramientos. Nunca había conocido una situación igual en mi vida, ninguna adicción tan grande como esa. Porque todo cuanto yo vivía en esos momentos era justamente eso, una adicción a ella, al tiempo a su lado, a su voz, a sus caricias, una adicción con nombre de mujer.

Aquel se podía decir que fue nuestro primer día juntas, nuestra primera noche sabiendo que tenía el tiempo a mi lado y no avisándome de que debería alejarme pasado un rato. Hacíamos el amor sintiéndonos dueñas del mundo. Pero todo era un falso aire tranquilo que respirábamos, y ambas lo sabíamos, aunque permaneciésemos casi en silencio para evadir la realidad.

M: ¿Quieres que demos un paseo? Aun podemos tomarnos una copa por ahí.

E: Vale.

M: Pues vamos.

Veinte minutos más tarde entraban en una cafetería que hacía a la misma vez de bar a esas horas de la noche. Se acomodaron en una de las mesas y tras esperar al camarero pidieron dos cervezas mientras sentadas en el mismo banco sonreían.

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M: De aquí es el pastel ese que probaste. Suelo venir a tomar café por las mañanas.

E: Entonces ya sé dónde buscarte. –se acercaba sin llegar a besarla.

M: Recuerda que aquí no estamos solas… -susurraba mirándola.

E: Aquí nadie me conoce. –susurraba también- Y menos a estas horas. –terminaba de acortar distancias para dejar un beso en sus labios.

-Aquí tienen.

M: Gracias. –tomaba su copa y daba un trago- ¿Entonces a qué hora te irás mañana?

E: Cuando me despierte… tampoco hay prisa.

M: Pues te echaré un buen somnífero en el agua esta noche para que no te despiertes en todo el día. –iba hacia su cuello- O taparé las ventanas para que no veas la luz del sol.

E: Lo peor es que te creo capaz. –se separaba con una sonrisa.

M: No dudes que lo haría. –volvía hasta su cuello para dar un leve mordisco.

E: Jajaja ¡Para!

M: ¿Por qué? Has dicho que nadie te verá. Has abierto la veda.

E: Una cosa es que te de un beso y otra que me metas mano con este descaro.

M: Yo las manos las tengo quietas… -las elevaba- Puedo hacer muchas cosas sin tener que usarlas. –atacaba de nuevo.

E: ¡Maca! –reía.

Tras más de una hora en aquel lugar decidían poner rumbo de nuevo hasta su casa. Caminaban sin prisa por las calles ya casi desiertas. Unidas por la cintura mantenían silencio mientras cruzaban la calle hasta la entrada.

E: Tengo hambre.

M: No hemos cenado… -se giraba sorprendida- Se nos ha olvidado.

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E: Normal. Con el entretenimiento este que nos hemos pillado de no parar… -pasaba sonriendo.

M: ¿Qué entretenimiento? –preguntaba junto a su oído.

E: El que seguramente retomemos enseguida.

Mas tarde y mientras ella ya dormía, yo me desperté empapada en sudor tras una pesadilla. No veía claramente todo en mi cabeza, pero sí tenía la imagen de mi hijo en brazos Luis, alejándose de mí a paso lento mientras yo no hacía nada por impedirlo.

Me levanté no queriendo despertarla. Cubrí mi cuerpo con lo primero que vi a mano y me senté a unos metros de la cama.

En silencio y como si mi imagen allí fuese la de un espectro vagabundo y sin vida, me dedicaba a mirarla. No sabía por qué, pero buscaba cualquier cosa que me hiciese alejarme de allí, cualquier cosa con el poder suficiente para renegarla con fuerza sin poder poner marcha atrás usando el arrepentimiento.

Pasé horas en aquella misma posición. Horas lamentándome de haber entrado a protegerme en aquel portal donde nos cruzamos. Pero al mismo tiempo sabía, que si tenía que volver a repetir ese día en mi vida, hubiera entrado con la convicción de querer mirar sus ojos y dejarme llevar como lo hice. Sabía que nada ni nadie me retenía allí, nada más que yo y mi necesidad, yo y mi egoísmo por ella.

E: Quiero decirte algo. –se giraba ya en la puerta.

M: Claro, dime.

E: Voy a intentar no volver, Maca. –susurraba sin dejar de mirar sus ojos- Voy a poner todo cuanto pueda por qué no nos veamos mas.

M: ¿Es lo que quieres?

E: Es lo que hay que hacer… -bajaba la vista- Es lo correcto.

Sin querer mirarla a los ojos me marché. Sin querer dejarme llevar y besarla, sin querer ver en su rostro lo que seguramente me haría replantearme aquella decisión. No ver sus ojos helados por lo que acababa de escuchar, que no traspasasen mi poca fuerza de voluntad en aquel momento, mientras arrastraba los pies hacia el coche creyendo que si ponía de mi parte, nunca más la vería.

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Cuando llegué a casa Cristian dormía. Le di el dinero correspondiente a la niñera y fui directa a la cama. Me desnudé y me dejé caer sobre el colchón queriendo por todos los medios no llorar, si lo hacía empezaría a retroceder con facilidad.

Me aferré con fuerza a la almohada de Luis. Aquella que aun olía a su champú y a su loción de afeitar. Exhalé tanto como pude pensando en él. En cuando nos conocimos, la primera cita, el primer beso. Cuando nos casamos y llegó Cristian con su fuerte llanto para conocer después aquella noticia del médico; “Seguramente su hijo no pase de los diez años”

Cr: ¿Qué vamos a hacer hoy?

E: La profesora estará a punto de venir, así que será mejor que te quedes aquí. Yo mientras ordenaré un poco y luego ya será la hora de comer.

Cr: Mamá. –la llamaba de nuevo al ver como se alejaba- ¿Estás enfadada?

E: No. ¿Por qué lo preguntas? –se sentaba junto a él viendo como se encogía de hombros.

Cr: Entonces… ¿Estás triste por qué papá aun no volvió?

E: No te preocupes, cariño. Estoy bien. –sonrió todo cuanto pudo y dejó un beso en su frente antes de marchar hasta la cocina.

Con ambas manos sobre el mármol cerró los ojos con fuerza. No, no estaba bien. Y dudaba en que pudiera estarlo en algún momento. Apretó la mandíbula frustrada y al abrir los ojos de nuevo su visión no era clara. Estaba inundada por todas las lágrimas que habían salido sin previo aviso. Enfadándola aun más. Con su brazo derecho empujó la jarra que había a unos centímetros, estrellándola con la pared y convirtiendo su formada apariencia en cientos de pequeños trozos que volaban unos segundos antes de caer al suelo.

Aquel, y los dos días que aun tuvieron que pasar a la llegada de Luis fueron sino un infierno, una tortura en vida. Los únicos momentos en que su mente dejaba de flagelarse con imágenes y el deseo de borrar lo que dijo, eran estando junto a su hijo. Se obligaba, se gritaba que estuviese bien, por él, por todo cuanto había luchado porque llegados a ese punto no temiesen el día que creía, ya no tenía por qué llegar.

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Me sentía terriblemente mal por el sentimiento que me dejaba cada noche en vela pensando en ella. Me sentía mal por haber engañado a mi marido. Pero por lo peor que me podía sentir, era por tener que casi obligarme a estar con Cristian, aunque después cuando miraba sus ojos, era todo cuanto quería realmente, estar con mi hijo.

La noche en que Luis regresó Cristian ya dormía. Yo estaba echada en la cama con los ojos abiertos, pero al escuchar sus pasos los cerré. Me quedé quieta escuchando como entraba, suponiendo después que me miraba para finalmente dejar un beso en mi frente antes de entrar en la ducha.

Aunque sin querer admitirlo, tenía una mínima esperanza de que Maca diese señales de vida. Egoístamente miraba a veces el móvil esperando un mensaje, o una llamada que nunca llegaba. Mientras escuchaba el agua caer en la ducha cogí el teléfono y busqué el número de su casa. Sin pararme a pensar si estaba bien o no, llamé.

M: ¿Diga?

E:….

M: ¿Hola? –guardaba silencio mientras Esther ya debía poner una mano en sus labios conteniendo el suspiro de su llanto- ¿Esther?

Tan rápido como escuchó su nombre detuvo la llamada. Casi temblando guardó el teléfono bajo la almohada y se apresuró a cerrar los ojos al escuchar como Luis entraba de nuevo en la habitación. Tuvo que controlar su nerviosismo, uno que le hacía casi temblar al sentir aun aquella voz al otro lado del teléfono.

Cuando desperté aquella mañana decidí que por mucho que me costase, debía continuar así. Me esforzaba en regalar la mejor de mis sonrisas. Adquirí mi habitual estado de felicidad y risueño al estar frente a mi marido y mi hijo. Todo era igual que siempre, salvo que en mi interior, y oculto tras una gruesa capa de culpabilidad, el deseo y ya necesidad de verla, me destrozaba en silencio.

Eran pasadas las ocho y media y en la mesa del salón, los tres cenaban sin ninguna clase de prisa. Luis había estado casi todo el día en casa y tras algunos documentos en su despacho, no había hecho nada más relacionado con su trabajo.

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Esther miraba su plato fijamente. Padre e hijo hablaban de vez en cuando hasta que Luis, percatándose de aquel silencio instaurado en los labios de su mujer.

L: ¿Te ocurre algo?

E: No. –sonrió- Me he quedado callada, pero no por nada. Tranquilo.

L: Llevas todo el día tristona. –acariciaba su mano sobre la mesa- Y ahora remueves la comida pero no pruebas bocado.

Fue entonces que mirando de nuevo el plato se dio cuenta de que no había probado nada de lo que ahí había. Suspiró y despacio lo tomó entre sus manos para levantarse rumbo a la cocina. Pocos minutos después salía hasta el jardín de la entrada y se sentaba en los primeros escalones abrazando sus rodillas. Un rato después Luis salía junto a ella para sentarse a su lado.

L: Hace buena noche. –miraba al frente.

E: Para ti siempre hace buena noche. –giró el rostro hacia el lado contrario, arrepintiéndose casi al segundo de haber hablado así- Perdona.

L: ¿Qué te pasa? –preguntaba con preocupación e ignorando su disculpa.

E: Nada… -suspiraba lentamente- Llevo un par de noches que no descanso bien y estoy algo cansada. –se frotaba el cuello.

L: Ven… te voy a dar un masaje. –tomando por uno de los hombros la hacía quedar de espaldas a él para retirarle el pelo de los hombros.

E: ¿Has acostado al niño?

L: Sí. Me ha dicho que te dé su beso de buenas noches.

Media hora después volvían a entrar cogidos por la cintura. Esther reposaba la cabeza en el hombro de Luis cuando juntos subían por la escalera hasta el dormitorio. Antes de poder cruzar la puerta un pitido inconfundible hacia dar un brinco al corazón de Esther, que soltándose rápidamente corría hacia el dormitorio de Cristian.

Cr: Mamá. –hablaba con dificultad mientras empezada a asfixiarse.

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E: Cálmate, cariño. –apagaba la maquina- ¿Vale? No te pongas nervioso.

L: Voy a sacar el coche.

Horas más tarde y junto a la cama del hospital, no soltaba su mano. Habían llegado a tiempo, pero las malas noticias llegaron justo cuando había empezado a respirar tranquila. Según el médico aquel seria una de las crisis que comenzaría a tener con más asiduidad. Estaba entrando en una fase crítica en la que podía estar perfectamente y cinco minutos en un estado bastante grave.

L: Puedes echarte a dormir un poco, cariño… yo no me voy a mover de aquí y todo estará bien.

E: No, Luis… no. –se levantaba conteniendo el llanto- Nada estará bien. –se quedaba frente a la ventana- Ya nada estará bien.

L: Esther… -se quedaba a su espalda- Hacemos todo cuanto podemos.

E: ¿Y por hacer todo cuanto puedo tengo que ver como mi hijo se muere? –se giraba con lágrimas en los ojos- Dime.

L: Tenemos que pasar esto juntos… Somos una familia y los tres podremos con esto. –acercándose para abrazarla veía como era esquivado- Estás nerviosa, será mejor que descanses.

E: Descansando no voy a mirarte mejor.

En el pasillo comenzaba a llorar mientras ocultaba su rostro. Sentía demasiado agitado el pecho y las manos le temblaban sin control. Respiró hondo a la vez que se levantaba y despacio volvió a entrar en la habitación. Luis permanecía tal y como lo había dejado.

E: Lo siento. No debí hablarte así.

L: Ya te has disculpado dos veces por lo mismo esta noche.

E: No pretendo pagar nada contigo, créeme. –se sentaba en uno de los sillones sin poder ver como su marido se giraba hacia ella para mirarla.

L: ¿Y qué es lo que no quieres pagar conmigo?

E: No me refería a eso. –se frotaba al rostro- No le busques la punta a todo.

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A las ocho y media de la mañana Cristian era llevado a hacer algunas pruebas. El matrimonio fue avisado de que llevaría incluso un par de horas, por lo que si querían podían salir del hospital y volver en un rato.

Junto a Luis, se dirigían en coche hasta alguna cafetería del centro. Miraba por la ventanilla dejando la mirada perdida hasta que parados en un semáforo su rostro se transformó a la vez que erguía mínimamente su cuerpo. A unos metros podía ver a Maca rebuscar entre sus bolsillos para lo que suponía, era pagar el periódico que ya llevaba bajo el brazo. Cuando creía que se iría sin poder verla girarse observó como elevaba su rostro anclando sus ojos en ella. Ni que las monedas cayesen de su mano la hizo reaccionar mientras la seguía con la mirada y veía como se alejaba en su coche.

L: Estás pálida. –removía su café.

E: Cuando duerma un poco se pasará. –susurraba sin levantar el rostro.

L: El médico me ha dicho que por lo menos estará ingresado un par de días más. Para mantener un seguimiento y ver si ha afectado algo esta crisis a como estaba anteriormente. –la miró unos segundos guardando silencio- He pensado que puedo ir a casa coger cosas, darme una ducha y ya llamar a la oficina. Cuando vuelva puedes ir y dormir allí. Mañana por la mañana vienes ya mas descansada.

Frente a él, Esther guardaba silencio mientras miraba absorta el líquido en el interior de su taza. Como si nada de lo que había dicho hubiese llegado a sus oídos.

L: Esther…

E: Sí, sí. –elevaba el rostro rápidamente- Vas ahora y luego voy yo.

Cuando ya esperaba en la habitación vio como un par de celadores entraban junto a la cama de Cristian. Se levantó con prisa y fue hasta él que ya estaba despierto. Le sonrió como solo él sabía conseguir y le acarició el pelo guardando silencio hasta que aquellos hombres se marcharon.

E: ¿Cómo está mi campeón?

Cr: Bien. Una enfermera me ha dado un comic mientras esperaba y no me he aburrido.

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E: Me alegro.

Cr: ¿Y papá? –preguntó mirando a su alrededor.

E: Ha ido a casa y en un rato viene… no te preocupes. –fue hasta la bandeja de desayuno que habían dejado rato antes- Mira, te han traído leche con cacao y galletas.

Cr: ¿Las rompes y las echas en la leche?

E: Claro. –sonrió mirándole- Voy a ponértelo cerca que aun está caliente.

En el sillón le miraba dormir mientras de nuevo había sido incapaz de no llenar sus pensamientos de ella. Podía sentir aun como su corazón palpitaba inquieto y sus ojos se clavaban en ella con aquella reacción de sorpresa.

L: Ya estoy aquí. –entraba con su maletín.

E: Hola. –lo miraba mientras comenzaba a levantarse.

L: ¿Te vas ya? –se acercaba hasta el niño- He dejado una lavadora puesta, cuando llegues habrá terminado.

E: Vale. –recogía sus cosas y se colocaba el bolso- Mañana a primera hora estoy aquí. –acercándose a él le dejaba un beso en los labios antes de marcharse.

En el coche conducía casi con prisa. Tomaba cada curva sin esperar un segundo y aparcaba casi clavando las ruedas en el asfalto. Bajó dando un portazo y en apenas cinco pasos ya estaba frente a la puerta. Llamó al timbre y no recibió voz alguna cuando ya escuchaba el sonido en la puerta para empujar. Subió la escalera aun más nerviosa hasta que se detuvo frente a su casa.

M: ¡Voy!

Mirando al suelo escuchó como la puerta se abría y elevó su rostro encontrándose con ella. Maca la miraba extrañada hasta que un par de segundos después sentía como se abalanzaba sobre ella para besarla. Como pudo comenzó a corresponder a su beso hasta que sentía como ejercía demasiada fuerza llevando incluso hacia atrás.

M: Espera, espera… -se separaba tomándola por los hombros.

E: ¿Qué pasa?

M: Eso quiero saber yo… -la miraba fijamente- ¿Qué ocurre?

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La miré tan fijamente como pude mientras comprendía que mi intento de olvidar todo lo que no me dejaba respirar en ese momento se frustraba entre los segundos en que volví a la realidad. Sentí que rompería a llorar en cualquier momento y me solté de ella furiosa mientras caminaba por la casa hasta llegar al sofá. Me senté y llevándome las manos a la cabeza comencé a llorar, momento en el que ella se sentaba a mi lado rodeándome con su brazo, lo que hizo que me sintiese aun más estúpida y me levantase mas enfadada que nunca.

M: Dime qué te pasa.

E: Quiero sacarte de mi cabeza y no puedo. –apretaba los ojos- Quiero no volver más aquí y odiarte por haber conseguido que me sienta así… -se giraba dándole la espalda- Quiero enfadarme contigo pero no eres tú la que ha fallado… y cuando mas asustada estoy porque sé que mi hijo se va a morir lloro por ti, lloro mirándolo a él y nadie entiende ni sabe por lo que estoy pasando.

M: Esther… -se acercaba a ella por la espalda- Lo siento.

E: No puedo dejar de verte, Maca. –se giraba entonces con los ojos completamente enrojecidos por el llanto- No puedo… no quiero.

Tan pronto como terminé de hablar me abracé a ella como si me agarrase a la única posibilidad de no caer y perder lo único que me mantenía en pie frente a todo. No me soltó en ningún momento, me agarraba tan fuerte como yo necesitaba y consiguió que pudiese volver a respirar. Era la primera vez desde que la conocí que creí que nada malo podía pasar. Que ella me haría olvidar todo cuanto dolía y cuando abriese los ojos, todo sería una terrible pesadilla.

E: Tengo que ir a casa… -se separaba de nuevo secándose las lágrimas- Luis está en el hospital con Cristian.

M: ¿Quieres… quieres que vaya contigo? –sostenía su rostro con ambas manos queriendo mirarla a los ojos- Puedo conducir yo, estás muy nerviosa.

Tras explicarle donde debía dirigirse tomó el control de mi coche y sin decir una palabra comenzó a recorrer el camino hasta la autovía. Yo apoyaba la cabeza sobre el cristal mientras evitaba mirarla. Sabía que su intención era apoyarme y no dejarme sola, pero inevitablemente un rumor en el interior de mi cabeza me decía que aquello tampoco estaba bien, que no estaba bien dejarla entrar en mi mundo de aquella manera.

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Antes de haber llegado giré mi cuerpo para acomodarme del otro lado. Tras unos segundos ella giró su rostro y mirando apenas unos segundos sonrió para mí y tomó mi mano para estrecharla con fuerza. Yo bajé la mirada y sin pensarlo la llevé hasta mis labios para besarla. Después cerré los ojos hasta que volvió a despertarme para preguntarme por donde seguir.

M: Tienes una casa muy bonita.

E: Sí. –contestó escuetamente mientras abría la puerta- Entra al salón mientras saco la ropa de la lavadora, vuelvo enseguida.

Sin verla caminar fue directa a la cocina para salir hacia la parte trasera y llegar al lavadero. Sacó la ropa mojada y con ella en el cesto fue hasta el jardín. Colgándola a través de las dos cuerdas que lo atravesaban a lo ancho. Con el cesto nuevamente vacio entraba en la cocina para llegar al salón.

En el umbral de la puerta la descubrió de pie frente al mueble, mirando varias fotografías enmarcadas que decoraban aquel espacio. Fue con rapidez para colocarlas bocabajo sorprendiendo a Maca que daba un paso atrás sorprendida.

M: Perdona.

E: No es culpa tuya. –susurraba mientras bajaba todas las demás.

M: Si prefieres que me marche llamo a un taxi y lo hago. –se cruzó de brazos mirándola con calma- Lo último que quiero es que te sientas peor.

E: No, no quiero que te vayas.

M: ¿Entonces?

Sin mirarla a los ojos comenzó a caminar hasta ella, pegando la frente a su pecho después mientas llevaba las manos hasta su cintura sorteando su camiseta, acariciando sus costados mientras poco a poco iba elevando su rostro acercándose a su cuello. Dejando un suave beso antes de seguir ascendiendo hasta su oído.

E: Solo necesito que me hagas el amor…

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La guié hasta la habitación de invitados que nadie usaba desde hacía años. Me desnudó sin ninguna prisa mientras yo cerraba los ojos para dibujar un mundo distinto a mi alrededor. En mi mente estábamos en una habitación oscura, fuera llovía y se escuchaba el sonido de cientos de gotas golpear los cristales. Me dejé caer sobre la cama mientras ya podía sentir el calor de su piel sobre la mía. Recorría mi cuerpo con paciencia haciéndome casi relajarme hasta el punto de creerme extasiada. Quería curarme de ella, pero aun más, envenenarme por sus caricias.

Cuando desperté de nuevo aun era media noche y ella dormía abrazada a mí. No quería moverme y tampoco despertarla. Solo observarla y mirarla en silencio. Siempre había creído que mi mundo se cernía a Luis y a mi hijo. Desde el día que me casé había vivido con la tranquilidad de saber que todo iría bien. Cuando Cristian nació pensé que nada mas me haría tan feliz, y me propuse conseguir lo mismo en él el día que conocimos la noticia de su enfermedad. Y en aquel momento supe que todo aquel tiempo había sido uno en que mi destino esperaba, la esperaba a ella. Tenía dos mundos que tiraban de mí, dos vidas completamente contrarias que me llamaban a gritos en una lucha de ofrecimientos a cual más distinto.

Colocándome la bata salí de allí, cerré la puerta con cuidado y fui hasta la habitación de Cristian. Me senté en su cama, miré a mí alrededor y una camiseta suya descansaba a los pies llamándome. La tomé con cuidado y la lleve hasta mi rostro haciendo que de nuevo me tambalease y rompiese a llorar.

El sonido de la puerta le hizo elevar el rostro de nuevo encontrándola frente a ella. En dos pasos se colocó a su lado y la rodeó con sus brazos escuchando aun más fuerte aquel ensordecedor llanto.

M: No llores… -intentaba calmarla- Odio verte llorar.

Despacio elevó su rostro para mirarla. Apretaba los labios en una mueca de angustia y dolor mientras secaba sus lágrimas.

E: No puedo dejar a Luis… no puedo hacerlo. –susurró- Pero tampoco quiero alejarme de ti.

M: Pues no lo hagas. –afirmó.

E: ¿Entonces qué hago? –preguntó angustiada.

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M: Lo que quieras hacer… Yo tampoco quiero dejar de verte, y nunca te haría hacer algo que no quieres.

E: Pero tampoco es justo para ti. –bajaba la mirada.

M: ¿Recuerdas lo que te dije en mi casa? –tomaba su rostro- Yo soy un poquito más feliz porque solo quieras venir a verme… No voy a obligarte a nada ni a pedirte algo en lo que no tengo ningún derecho.

El resto de la noche lo pasamos en aquella cama del final del pasillo. Creo recordar que dormí durante un par de horas, pero ella seguía allí firme, a mi lado, sin cerrar los ojos. Sentí sus caricias aun en sueños, recorriendo mi rostro y mis brazos. Nunca me habían intentado proteger de aquella forma, y fue cuando conocí la necesidad y el deseo de que aquello no cambiase nunca. Nunca… una palabra que era demasiado grande para mí.

Sin prisa detenía el coche frente a la puerta de su casa y paraba el motor sin girar su rostro y con la mirada fija en el volante.

M: ¿Me llamarás para contarme qué tal va?

E: Claro. –la miraba entonces.

M: Y si lo necesitas también me gustaría que lo hicieses… sea la hora que sea.

E: Vale. –sonreía mínimamente.

M: ¿Me das un beso o debo irme agonizando? –sonrió contagiándola mientras se acercaba.

Cogiendo su barbilla terminó por llegar a su rostro y besarla. Atrapando sus labios despacio y sintiendo entonces como también acariciaba su mejilla. No se separó hasta pasados unos segundos para quedar frente a ella y acariciar sus labios.

M: Pase lo que pase no dejes de sonreír… el mundo se vuelve preciosos si lo haces.

Sin dejar de hacerlo recorría el camino hasta el hospital. Sentía como si su cuerpo hubiera recogido la vida que le faltaba para poder seguir. Aparcó el coche y con una pequeña bolsa recorría el pasillo hasta la habitación. Entró y descubrió a Luis durmiendo mientras Cristian ya leía uno de sus comics y sonrió al verla. Sin dudarlo llegó hasta él para echarse a su lado y abrazarlo.

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E: ¿Cómo está mi campeón?

Cr: Bien, mami… ¿Nos iremos a casa hoy?

E: Pues no lo sé. Ya veremos que nos dice el médico. –sonrió revolviéndole el pelo- ¿Qué lees?

La mañana la pasaron sin noticias del médico. Luis se dedicaba a repasar documentos de la oficina mientras Esther se centraba al 100% en Cristian. Hacía tiempo que no reía como en aquel momento. Y aunque supiese que actuaba mal respecto a una parte importante en su vida, decidió que aquel, no era el momento para nada más que los ojos de su hijo.

-El Doctor Sandoval vendrá en diez minutos.

E: Gracias.

L: A ver si podemos irnos a casa hoy mismo.

E: Ya veremos que nos dice… -lo miró viendo como le retiraba la mirada.

Suspirando se levantó de la cama y fue hasta él. Sentándose a su lado y cogiendo su mano. La miró unos segundos para después intentar sonreír y recibir un beso en la mejilla.

E: ¿Has dormido algo esta noche?

L: Algo, sí. Ese sillón no es tan malo como parece…

E: Si volvemos a casa hoy te preparé una buena cena de esas que te gustan y descansas todo lo que puedas ¿Vale? –le ordenaba el pelo con los dedos de su mano.

L: Vale.

S: Buenas tardes. –entraba con una carpeta en la mano.

E: Hola. –se levantaba al verle.

S: ¿Me acompañan hasta mi despacho?

L: Claro. –recogía todo con rapidez mientras Esther se acercaba hasta el pequeño.

E: Venimos enseguida, cariño. –besaba su frente.

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El camino lo hicieron en silencio hasta el despacho. Una vez dentro ambos se sentaban frente a la mesa y el doctor se quitaba las gafas antes de servirse una taza de café.

S: Al final solo ha sido necesario hacerle un par de pruebas.

E: ¿Y? –preguntó nerviosa.

S: No voy a engañarles… -suspiró sentándose de nuevo- No creo que sea justo para nadie. –tomó un papel- Se lo explicaré de forma que puedan entenderlo. –comenzaba a garabatear sobre el folio para después extenderlo- Hay cuatro fases en la situación de su hijo… A, B, C y D. –señalaba cada letra- Cristian está aquí. –volvía a escribir y colocaba un dos entre las dos últimas letras- C2.

Luis se quedó en silencio mientras sus ojos temblaban mirando aquellas letras sobre el papel y Esther no pudo más que levantarse ocultando su rostro entre ambas manos mientas se mordía el labio con rabia y con el pecho encogido. Comenzó a llorar sin proponérselo, sintiendo las convulsiones de su cuerpo y los brazos de su marido rodearla segundos después. El doctor miraba todo con el control que buenamente podía encontrar mientras se levantaba despacio.

S: Ahora mismo está bien, pero no puedo decirles que el mes que viene no sufrirá otra crisis y puede ser peor que esta… Y tampoco puedo decirles que en otros dos meses, quizás tres… puedan hacer algo por él.

E: ¿Me está diciendo que mi hijo morirá en menos de seis meses? –se giró furiosa- ¿Es eso lo que me está diciendo?

S: Le estoy diciendo que su estado ahora mismo es muy delicado. Imagínese que es un alfiler sosteniéndose desde la punta en un hilo, y que cualquier brisa podría hacer que cayese sin remedio.

L: ¿No podemos hacer nada? ¿Nos tenemos que quedar de brazos cruzados?

S: Si quieren que les sea sincero… Si fuese mi hijo aprovecharía cada minuto con él. –bajaba la mirada- Es lo único humano que puede hacerse.

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Nunca creí escuchar aquello. Quizás en lo más profundo de mi corazón decidí ser ignorante y pensar que por mucho que los médicos dijesen, mi hijo nunca llegaría a ese punto. Le vería hacerse un hombre, casarse y hacerme abuela. Estaba completamente equivocada, y la voz de ese médico me lanzó con todas sus fuerzas a la realidad.

Unos golpes en la puerta le hacían dejar el bolígrafo a un lado y levantarse extrañada. Fue con rapidez hasta la puerta, una posibilidad golpeaba fuerte sus pensamientos.

Con el pomo aun en la mano descubría la imagen de quien la miraba fijamente al otro lado. Bajó la mirada y se separó de la puerta para caminar de nuevo hasta el sofá. Cogió la libreta, y cerrándola la dejó sobre la mesa para después cruzarse de brazos.

E: ¿Cómo sabes que estaba aquí?

-Tuvimos la misma idea de comprar este sitio. –contestó con calma mientras miraba a su alrededor- Llamé a la inmobiliaria y me dijeron que alguien había pagado por ella, supuse que serias tú.

E: ¿Quieres un café?

-Vale. –tras quitarse la chaqueta tomaba asiento- ¿Qué tal te va?

E: Si esperas que así tengamos una conversación normal, vas por mal camino. –contestaba sosteniendo un tono de voz neutral para después regresar hasta el sofá y ver como se disponía a coger la libreta- No… no la abras.

-Perdona. –la dejaba de nuevo.

E: Toma. –dejaba el café sobre la mesa y regresaba hasta su lugar en el sofá- La psiquiatra me ha dicho que escriba todo lo que me llena la cabeza… -susurraba guardando la libreta.

-¿Estás yendo a un psiquiatra?

E: Sí. –miraba sus manos- Aunque me diesen el alta soy incapaz de dormir, y que me tomase un bote de pastillas no ayuda para que me receten otras para conseguirlo. –sonrió amargamente.

-Esther…

E: ¿Sabes algo de ella? –la miraba entonces.

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-No. –respondía bajando la mirada- Desde la última vez que la vi no he sabido nada de ella…

E: Supongo que si fuese que sí tampoco me lo dirías. –miraba hacia la ventana- Me ha quedado claro que lo que menos quiere es saber de mí.

-No seas injusta ¿quieres? Ella no ha disfrutado, eso tenlo por seguro.

E: Pero sí ha decidido irse y…

-¿Dejar de sufrir?

Mirándola a los ojos durante unos segundos sintió como de nuevo, aquella opresión, aquella fatiga, le hacía comenzar a temblar. Se levantó y fue hasta la mesilla de noche junto a la cama. Abrió el cajón revolviendo después todo en su interior mientras buscaba el bote de las pastillas. Tras encontrarlo lo abrió sin poder evitar que la tapa cayera y tomando un par de su interior se las echó a la boca mientras intentaba por todos los medios tranquilizarse.

-¿Puedes tomarte eso? –preguntó con preocupación.

E: Si no quiero desmayarme, sí. –suspiraba- ¿A qué has venido exactamente, Cristina?

C: Quería saber cómo estabas.

E: Bueno, pues ya has visto en que gran mierda se ha convertido mi vida. –la miraba.

C: ¿Quieres que te compadezca? ¿Qué piense que mal debes estar por todo lo que ha pasado?

E: No tienes ni puta idea de nada. No puedes por mucho que lo intentes… -apretaba la mandíbula- No has perdido un hijo… no has pasado por el dolor de ver a un hombre culpándote de todo por el rencor… y no has perdido a quien únicamente podía sacarte de todo.

C: ¿Te has parado a pensar por lo que ella pasó? No fue ella la que decidió alejarse de ti, ¿eso lo recuerdas? Solo piensa como pudo sentirse.

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Cerrando los ojos un instante, tomaba aire para caminar hacia la puerta y abrirla para mantenerse a un lado mientras la invitaba a marcharse. De esa manera, Cristina se levantaba para coger su chaqueta y llegar hasta la puerta.

C: Espero que algún día puedas volver a ser feliz.

Cuando se hubo marchado cerró dando un portazo. Girándose mientras mordía su labio inferior sin poder retener las lágrimas. Cogió una de las figuras que había sobre uno de los muebles y sin pensarlo la tomó con una mano para después estrellarla contra la pared. Haciéndola mil pedazos que por un segundo no la dejaron escuchar su propio llanto.

La oscuridad ya se cernía por toda calle de aquella ciudad. Sentada frente a la ventana observaba las luces que dibujaban distintas formas, alejándose hasta donde su vista podía llegar. Cerró los ojos y giró su rostro para después encontrar de nuevo la libreta sobre la mesa. Se levantó sin ninguna prisa y cogiéndola fue hasta la cama, tapándose hasta las rodillas para disponerse de nuevo a escribir.

Después de la conversación con el médico estuve dos semanas sin salir de casa. La medicación de Cristian había aumentado y apenas pasaba un par de horas al día despierto y lo suficientemente despejado para siquiera poder hablar.

Con Luis las cosas iban cada vez peor. Todo cuando no habíamos discutido en años lo concentramos en aquellos días en que la angustia y el miedo nos envenenaban sin control. Yo me pasaba las horas junto a la cama de mi hijo, pidiendo a quien fuese que me escuchaba que no me quitase a lo único bueno que había hecho en mi vida.

L: Llevas días sin dormir.

E: No tengo sueño… Prefiero estar aquí con él.

L: El médico ha llamado. Tiene algo que puede que le siente mejor que los calmantes que nos dio la primera vez. –se sentaba a su lado- Ha dicho que fuésemos alguno de los dos.

E: Prefiero que vayas tú.

Cuando escuchó la puerta cerrarse se llevó las manos a la cara mientras sabia el motivo de aquella decisión. Si iba ella, acabaría por llegar a su casa. En aquel momento lo único que importaba era Cristian.

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Tras cambiarle los sedantes comprobaron como el niño parecía estar más despierto y activo. Esther intentaba no llorar mientras su hijo le decía lo que había soñado antes de abrir los ojos, completamente fascinado y sin borrar su sonrisa.

L: ¿Vas a dormir aquí otra vez?

E: No creo que importe donde duermo… -esquivaba su mirada.

L: Esther, ¿Por qué haces esto?

E: ¿Por qué algo el qué, Luis? –se giró bruscamente- ¿Qué hago?

L: Comportarte de esta manera… Solo cambias la cara cuando Luis está despierto. Mientras tanto parece que el mundo y yo tengamos la culpa de todo cuanto está pasando.

E: No te hagas el mártir ¿quieres?

Comenzando a enfadarse se levantó para salir del dormitorio. Comenzó a bajar por la escalera hasta llegar al salón, donde Luis llegaba segundos después para quedarse observándola.

E: ¿Qué?

L: No podemos hacer esto ahora, Esther. –llegaba hasta ella- Nos necesitamos más que nunca. –la rodeó con sus brazos- Tenemos que estar unidos.

Despacio llevó los labios hasta su cuello, comenzando a besarlo sin miramientos. Esther cerró los ojos al sentirle de aquella forma e intentó separarse.

E: Luis, no quiero.

L: Relájate, venga… -llevaba la mano hasta su pecho- Nos vendrá bien.

E: Para. –con los brazos ejercía fuerza con él.

L: Ven. –como si no hubiese escuchado nada la guiaba hasta el sofá.

E: ¡He dicho que no!

Soltándose finalmente, lo miraba a los ojos mientras apretaba los puños. Él la miraba a apenas un metro de distancia con el gesto duro.

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Sin pensarlo mucho tiempo corrió hacia la puerta para coger su bolso y salir. Subió al coche mientras sentía que las manos no dejaban de temblarle y en medio de la noche recorría el camino para salir de allí. Más de media hora más tarde llegaba al centro y apagaba el motor frente a su casa. Dudó unos minutos en bajar, hasta que lo hacía y caminaba hasta la puerta. Tocó el timbre y esperó a recibir alguna contestación.

M: ¿Quién es?

E: Soy… soy yo. –susurró apenas mientras bajaba la vista al suelo.

El silencio que inundaba la calle le hacía escuchar casi a la perfección el suspiro al otro lado del altavoz mientras llegaba a creer que no abriría la puerta. No así escuchó el sonido que le avisaba y empujándola despacio pasó al interior.

Cuando llegaba hasta la puerta de su casa parecía que los pies le pesaban cada vez más. La puerta ya estaba abierta y podía ver su cuerpo fácilmente apoyado en el marco.

M: ¿Qué haces aquí?

E: Eras tú o algún puente… -susurraba con una sonrisa triste.

Mirándola unos segundos en silencio, suspiraba para extender después el brazo que reposaba sobre la puerta para abrirla y dejar que pasase. Cuando de nuevo la cerraba se giraba viéndola parada a unos metros con la vista clavada en el suelo.

M: Una cosa es que me resigne a llevar una relación a escondidas, otra muy distinta que no sepa de ti en semanas después de decirme que no volvería a verte y luego vengas cuando se te antoje.

E: La última vez que nos vimos el médico nos dijo que Cristian no pasará de unos meses.

Apretando los labios sostenía su mirada unos segundos hasta girarse sin poder hacerlo por más tiempo.

E: Esta noche Luis ha intentado que hiciésemos el amor y… -tomaba aire- No he podido. –la miraba de nuevo dejando caer sus lágrimas- Solo pensaba en ti.

Encogiéndose en si misma comenzó a no poder respirar por el llanto mientras su cuerpo se convulsionaba. Sintió como la rodeaba entonces con sus brazos y dejándose arrastrar hasta la cama se aferró a ella con desesperación.

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Cuando por fin consiguió calmarse fue llevada de nuevo hasta el baño. Maca, en silencio, la desnudaba como si su cuerpo fuese lo más frágil que habían acariciado nunca sus dedos. Un par de minutos después la hacía entrar en la bañera, el agua caliente la hizo suspirar mientras se acomodaba entre sus piernas y era rodeada de nuevo por sus brazos.

M: Siento no poder ayudarte.

E: Haces mucho, Maca. –giró su rostro acomodándolo en su hombro- Más de lo que crees.

Lo siguiente que recuerdo es que dormí toda la noche. En cuanto me sentí relajada y tranquila con ella en la cama las fuerzas se esfumaron de mi cuerpo como el humo frente a un fuerte aire helado. Al abrir los ojos ella estaba despierta observándome y por primera vez en muchos días me hizo sonreír solo por aquel gesto.

M: Estás muy guapa cuando duermes. –intentaba excusarse al verla sonreír.

E: Eso me suena a mentira piadosa.

M: De verdad que no.

E: ¿Qué horas es? –preguntó arrastrando casi cada palabra sabiendo lo que aquello querría decir.

M: Las nueve. ¿Te vas?

E: Preferiría quedarme aquí… -suspirando se quedaba bocarriba- Pero no quiero estar lejos de Cristian tanto tiempo.

M: Ya… -bajaba la mirada.

E: Intentaré venir lo más pronto posible… -girándose de nuevo llegaba hasta su rostro- Te lo prometo. –terminaba por besarla.

M: Me gustaría saber qué es esto para ti. –la miraba fijamente.

E: ¿El qué?

M: Esto… Venir aquí. Estar conmigo.

En aquel momento descubrí una faceta desconocida en ella. No se atrevía a mirarme a los ojos y podía distinguir el miedo en cada movimiento de su cuerpo. Por un instante sentí como si se lo pidiese en aquel instante, me llevaría lejos de allí, donde fuese.

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E: Te necesito… Sin ti, yo… -buscaba las palabras adecuadas- No podría con nada de lo que está pasando. Cada segundo que no estoy centrada en mi hijo lo estoy en ti, en ti y en las ganas de estar contigo.

M: ¿Y tu marido?

E: Es una parte de mi vida… -bajaba la mirada- Y no es justo que ahora le desplace y a la vez solo puedo dejar de hacerlo.

M: No te he pedido que lo hagas. –se giraba dándole la espalda mientras se sentaba en el borde de la cama.

E: Maca…

M: Se hace tarde, será mejor que te vistas.

Despacio se levantó para ir hasta la silla y colocarse la sudadera que había en ella. Descalza comenzó a caminar hasta el mueble de la cocina y sin girarse se sirvió café. Esther se giraba para levantarse y comenzar a colocarse su ropa. Minutos después llegaba hasta ella para quedarse a su espalda.

E: ¿Y para ti? –la veía girarse sin prisa.

M: ¿Para mí?

E: ¿Que es todo esto para ti?

Acto seguido y tras unos segundos, Maca llegaba hasta sus labios mientras con los brazos rodeaba su cintura no dejando que se separase de ella. El beso comenzó tranquilo, lo cual fue cambiando hasta que la respiración volvía a descontrolarse.

M: Vete a casa o se preocuparan por ti.

De camino a casa no podía quitarme aquel beso de la cabeza. No había sido como otras veces. Me estremecía solo al recordarlo y me hacia sonreír sin proponérmelo. Hasta entonces no sabía hasta que punto valía una palabra, y hasta qué punto lo hacia una respuesta sin ella.

Cuando llegué a casa lo hice de forma muy distinta a las anteriores, una parte de mí no había vuelto conmigo.

Cr: ¡Mamá! –iba hasta ella nada más cruzar la puerta.

E: ¿Pero qué haces levantado? –preguntaba sorprendida mientras lo cogía en brazos.

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Cr: Estoy bien, mami. –sonreía- Y me he comido un tazón enorme de cereales de chocolate.

Mirando aquella sonrisa frente a ella, sintió como sus ojos volvían a humedecerse y lo abrazó con fuerza.

Me engañaba de nuevo. Me engañaba haciéndome fingir y creer que todo había pasado. Que el médico habría pasado algo por alto. Que Cristian estaba bien y siempre lo estaría.

Mientras él comía, yo le observaba. Volvía a sentirme tranquila por verle tan despierto y contento. Quizás grababa esas imágenes con fuerza en mi cabeza, porque ahora mismo puedo verlo como si estuviese aquí conmigo.

L: Esther…

E: Dime. –se giraba entonces.

L: He pensado algo… -hablaba en voz bajaba.

E: ¿El qué?

L: Que… podemos llevarle a algún sitio ¿no? Un parque de atracciones, el zoo… No sé. Donde suelen ir los niños. Darle una sorpresa.

Como respuesta, bajaba el rostro hacia su plato. Sabía por qué lo decía, y quizás por eso sintió que toda esa felicidad se esfumaba en tan solo un segundo. Comenzó a pinchar de su planto con tanta fuerza que el sonido del choque con el metal hizo que hasta su hijo la observase. Al encontrarse así, se levantó con brusquedad. Siendo seguida por Luis segundos más tarde.

E: ¿Por qué me haces esto?

L: Esther, aunque lo veas así… no cambia nada.

E: ¡¿Por qué me haces esto?! –gritaba.

L: Quiero que mi hijo disfrute de lo que no ha podido… que sea un niño normal aunque sea por unos días. –la miraba con seriedad- No creo que me convierta en un mal padre por querer eso.

Comenzando a llorar bajó la vista hasta sus manos. Luis la miraba en silencio a tan solo unos metros para preguntar algo que necesitaba desde que volviese aquella mañana. Giró su rostro unos segundos para mirarla de nuevo y tomar aire.

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L: ¿Dónde estuviste anoche? –la vio erguirse frente a él.

E: Eso es asunto mío.

Sin más, esquivó su cuerpo marchándose de allí. Llegó de nuevo al salón y se sentó junto a su hijo que aun no había terminado de cenar.

Tras acostarlo fue hasta su dormitorio. Con la luz aun encendida permanecía de medio lado sobre la cama cuando la puerta se abría dando paso a Luis. Que un par de minutos después se acostaba a su lado.

L: Mañana tengo que coger un avión. Estaré un par de días fuera…

E: Es lo que mejor se te da. –apagaba la luz.

Nunca había tomado sus viajes como algo malo o extraño. Era su trabajo, y con él, existían sus días de ausencia. En aquel momento me puse a recordar cada uno de ellos, creyendo imposible enumerarlos todos. Incluso había faltado en fechas puntuales, cumpleaños, aniversarios. Varias veces lo hacía con Cristian ingresado. Pero hasta ese momento, no había pensado o exteriorizado cuando dolor me había producido.

En las primeras horas de ausencia, recibió la visita de quien menos esperaba. Anabel, la hermana pequeña de Luis, llegaba sin avisar haciendo que incluso por sorpresa le costase unos segundos abrir la puerta. Años atrás habían roto todas sus relaciones. Lo que no sabía era por qué.

E: Hola.

A: Hola. –sonreía mínimamente- Espero no venir en mal momento.

E: Al contrario… tu hermano no está. –se hacía a un lado.

A: Lo sé, por eso he venido.

Pasaron al salón mientras el silencio de la mañana aun reinaba en la casa. Anabel tomó asiento en uno de los sillones mirándolo todo con calma.

A: Siempre me encantó esta casa.

E: ¿Quieres café? Está recién hecho… También hay tostadas y…

A: No te molestes. He venido a ver a mi sobrino. –sonrió tranquilizándola- Ven, siéntate, anda.

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E: ¿Cómo sabes lo de Cristian?

A: Tengo una amiga en el hospital… me avisa de cosas. -bajaba la mirada- Ya que él no me llama y tú tampoco.

E: Si te digo la verdad no sé porque dejasteis de hablaros… y por lo tanto de venir.

A: ¿No te lo ha contado? –la miró- No, claro… como iba a hacerlo. –sonrió con ironía- Es igual que mi padre. –espetaba mirando al frente.

E: ¿De qué hablas?

A: Dejé de venir porque discutimos. Me dijo que no pisase mas esta casa porque no era bien recibida… ¿Sabes por qué discutimos? –la miraba unos segundos- Por ti. Por eso discutimos.

E: ¿Cómo que por mí?

A: La última vez que vine, él no estaba ¿recuerdas? Se había marchado de viaje.

E: Sí. –la miraba sin comprender.

A: Cuando llegó esa noche yo lo esperé aquí, donde mismo estamos. Al verme se alegró, hasta que le dije que dejase de comportarse como nuestro padre y cuidara más de su familia.

E: No entiendo. –fruncía el ceño.

A: Se va de viaje porque no quiere estar aquí tanto tiempo, Esther… Programa sus viajes un mes antes y cuando te dice que le han llamado de improviso es mentira. –al ver su rostro de escepticismo tomó aire de nuevo- Encontré un dietario… Y se lo dije. Le dije que no era justo, que tú te quedabas aquí engañada y pensando que él es el mejor marido y el mejor padre del mundo. Cuando no es así.

E: Él no es malo.

A: Esther… sé lo mucho que quieres a mi hermano, y por eso comprendo y puedo entender que no veas ciertas cosas. –suspiraba despacio- Mi padre era igual, se pasaba días y días fuera de casa cuando nosotros éramos niños. Luis siempre estaba enfadado con él, hasta que regresaba a casa de sus viajes de trabajo. Pero mi madre no era tonta… y sabia por qué cruzaba tantas veces la puerta.

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E: ¿Qué quieres decir?

A: No digo que sea igual porque no tengo ninguna prueba ¿Vale? Pero mi padre engañaba a mi madre, continuamente. –afirmaba- Y no me extrañaría que mi hermano hiciese lo mismo. Le dije que no hiciese contigo lo mismo que hizo mi padre con mi madre… Y menos teniendo un hijo enfermo.

E: No… él no me engañaría.

A: Esther… -cogía sus manos- Quítate la venda de los ojos y no tengas a mi hermano en un altar… no se lo merece, y tampoco te merece a ti. –le daba un par de segundos- Por decirle todo esto me prohibió que viniese… seguramente temiendo que pudiese hablar contigo.

Justo en aquel momento alguien llamaba a la puerta. Cuando por fin pudo reaccionar se levantó caminando después con paso lento hasta llegar y ver a un repartidor esperando.

-¿Esther García?

E: Sí.

-Esto es para usted… Si me firma aquí, por favor. –le ofrecía un pequeño registro.

E: Claro. –tomando el bolígrafo plasmaba su firma para después coger el ramo de flores que le tendía para volver a entrar en casa.

A: Que bonitas.

E: Sí. –se sentaba de nuevo en el sofá y cogía la tarjeta para comenzar a leer.

Espero no te moleste. Lo hago porque sé que él no está. Lee la siguiente tarjeta.

Como leía pasaba a la siguiente tarjeta que se escondía detrás.

Me preguntaste que era esto para mí:

Nunca he echado tanto de menos a nadie como te echo a ti cada vez que te vas.

E: Él sería incapaz de engañarme, Anabel. –comenzaba a llorar- Él no.

A: Esther…

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E: Lo sé ¿Vale? –la miraba- Conozco a mi marido… y no digo que en lo de los viajes no tengas razón, pero… él nunca me engañaría, lo sé…

A: Porque leas una bonita dedicatoria en unas flores esto no va a cambiar.

E: No son de Luis. –las dejaba sobre la mesa para limpiar después sus mejillas.

A: ¿Cómo que no?

Sin saber de dónde sacaba el valor le conté todo desde aquel día en que la lluvia me llevó a refugiarme y dar con ella. No veía en su mirada que me juzgase. Tampoco que se avergonzase por cómo le relataba que yo sí engañaba a su hermano, y era incapaz de poner fin a aquella relación a escondidas.

Cuando terminé me quedé en silencio. Esperando un reproche o una palabra que me hiciese sentir aun peor de lo que ya lo hacía. Pero en cambio su mano apretó la mía en lo que creí un apoyo que no sabía cuanta falta me hacia hasta aquel momento

A: A veces las cosas ocurren sin que nosotros podamos evitarlo… Y dado todo lo que estás pasando… -suspiraba- Quizás sea algo lógico que quieras…

E: No. –negaba- No estuvo bien, debí pararlo pero… ahora no puedo.

A: ¿Le quieres?

No lo sabía. Por una parte creía que no, que era más ilusión y necesidad que otra cosa. Pero aun así, contesté que sí. Y nada en mí me contradijo. Ya no sentía por Luis aquello que semanas antes podía gritar creyendo cierto. Ya no estaba enamorada de mi marido, aunque si le seguía queriendo.

Cr: ¿Te quedarás todo el día?

A: Pues no lo sé… Si tú quieres, sí. Me quedo todo el día… -le sonreía.

E: Ya que estás aquí podíamos… podíamos ir a algún sitio.

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Aun sabiendo que Luis enfurecería por aquello que se le había ocurrido, prefirió no pensarlo e intentar pasar un día todo lo normal que pudiese conseguir. Una hora después sentaba a Cristian en la parte trasera del coche junto a una botella de oxigeno y el monitor. Sus ojos se iluminaban al ver la sonrisa de su hijo por saber que poco después, entrarían por la puerta del zoo.

De camino a la ciudad sostuvo otra posibilidad, una que intentó rehuir durante más de la mitad del trayecto, pero sin poder evitarlo cogió el móvil.

Dentro de veinte minutos estaré en la puerta del Zoo.

Cuando de nuevo volvía a dejarlo vio el rostro de Anabel. Le sonreía de lado haciéndole ver que sabía lo que había hecho y aquel remordimiento, parecía no querer ser tan grande.

Cr: ¡Mira!

E: Cristian, escúchame. –se arrodillaba frente a él- Intenta estar tranquilo ¿Vale? No vas a levantarte de la silla, por mucho que me lo pidas. –hablaba con tacto y toda la calma que podía reunir- Vamos a estar todo el día si quieres, pero tienes que estar tranquilo.

Cr: Vale. –asentía.

Poniéndose en pie otra vez, pudo ver como a lo lejos, un cuerpo permanecía quieto y sin dar un paso más mientras descifraba lo que estaba viendo. Incluso creyó intuir que quería darse media vuelta y alejarse de allí. Se giró hacia Anabel que asintió en silencio y comenzó a caminar hasta ella viendo como bajaba la mirada hasta el suelo.

E: ¿No pensabas acercarte?

M: No sabía en calidad de qué debía hacerlo. No quería meter la pata.

E: ¿Te apetece pasar un día con nosotros en el zoo? –sonrió mirándola- La chica que está con nosotros es Anabel, la hermana de Luis. –la veía fruncir el ceño- Lo sabe… se lo conté esta mañana. –se giraba para mirar hacia su hijo.

M: ¿Se lo has contado?

E: Sí… después de una sorprendente conversación y de que llegasen tus flores.

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M: Lo siento.

E: No lo hice por nada que no fuese querer hacerlo. Muy bonitas por cierto.

M: Me alegro de que te hayan gustado. –miraba hacia la entrada del recinto.

E: ¿Qué dices? Vienes y te presento o…

Comenzaron a caminar una al lado de la otra mientras Anabel ya las veía acercarse. Sonriendo giró la silla de ruedas en la que Cristian permanecía, y era entonces Esther la que sonreía llegando hasta él para agacharse después.

E: Te voy a presentar a una amiga, campeón. –Maca también se colocaba de rodillas- Se llama Maca.

M: Así que tú eres el famoso Cristian. –le ofrecía la mano viendo como luego se la estrechaba.

Cr: Yo no soy famoso. –sonreía.

M: Claro, ¿si no como iba a yo a saber quién eres?

Cr: Porque mi madre te lo ha dicho. –decía seguro de sí mismo.

Minutos después y cuando ya habían comprado las entradas, recorrían el primer tramo de aquel zoo mientras el pequeño miraba todo a su alrededor, completamente fascinado. Maca sonreía al verle, se sorprendía al ver como tantas cosas de aquella mujer podía estar en el rostro del niño.

En un momento dado, era Anabel quien empujaba de la silla mientras poco a poco, ellas se iban rezagando quedando a unos metros.

E: Nunca había venido.

M: Se le ve en la cara… -lo observaba por delante- Está disfrutando… gracias por invitarme.

E: Pensé que estaría bien verte en algún sitio que no fuese tu casa. –sonreía bajando la mirada.

M: Me gusta verte así de relajada. –buscaba sus ojos- Estás aun más guapa.

E: No digas tonterías. –se giraba parcialmente y ruborizada.

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M: Lo digo en serio. –sonreía- Yo nunca digo tonterías.

E: Me parece a mí que voy a tener que verte más veces fuera de esas cuatro paredes de tu casa… -la miró unos segundos mientras esta permanecía sorprendida- Cambias mucho a la luz del sol.

Adelantándola, aun la veía parada mientras no dejaba de mirarla a los ojos. Sonrió por última vez antes de llegar hasta su hijo que la llamaba frente a una de las jaulas.

Ya entrada la tarde, permanecían alrededor de una mesa mientras Luis merendaba y ellas tomaban un café. Maca se encontraba aun cohibida por la situación mientras Esther y Anabel conversaban llamando su atención de vez en cuando.

E: Si quieres luego te puedo acercar a casa. –cogía su mano por debajo de la mesa llamando su atención.

M: No te preocupes, puedo ir dando un paseo.

E: No me cuesta nada, Maca… será un momento. –intentaba que la mirase.

A: Cristian… ¿Quieres terminarte el zumo mientras vamos a buscar donde están los tigres?

Cr: ¡Sí!

A: Pues nosotros vamos buscando, os esperamos allí.

Esther los seguía con la mirada mientras poco a poco los veía alejarse y volvía a girarse hacia Maca que apretaba entonces con más fuerza su mano.

E: ¿Qué pasa?

M: Nada. –negaba sin mirarla.

E: Algo pasa… -se inclinaba para mirarla- ¿Estás bien? ¿He dicho algo que no debía?

M: No. –volvía a negar- Solo que… Me empieza a costar.

E: ¿El qué? –preguntaba extrañada.

M: Dejarte ir sin más. –la miraba entonces- Y… no quiero que eso pase. –soltaba su mano- No es lo que habíamos hablado.

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Sorprendida por aquellas palabras, Esther bajó la mirada hasta la mesa mientras varias sensaciones se peleaban en su interior. Apretó los labios.

M: Será mejor que me vaya. –se levantaba despacio.

E: Maca, espera. –la imitaba quedando frente a ella- No te vayas así. –negaba mínimamente- Por favor.

Habiendo conseguido que no se marchase, iban en busca de Cristian y Anabel. De esa forma vieron lo único que les quedaba en aquel zoo y más de media hora después regresaban hasta el coche. El pequeño junto a su tía se acomodaban en la parte trasera mientras Maca lo hacia delante girando su rostro en todo momento hacia la ventanilla.

Una vez frente a su edificio Esther no dudó en salir para ir junto a ella para despedirse.

M: No tenías que haber subido. –dejaba las llaves nada más entrar.

E: Maca, mírame. –la tomaba de la mano.

Sintiendo aquel tirón fue girándose quedando finalmente de lado para mirarla. Permanecía seria y sin decir nada mientras Esther despacio, decidió acercarse haciendo que quedase frente a ella.

El tiempo pasaba fuera de aquellos escasos centímetros en los que ambas se miraban sin pronunciar palabra. Solo aquel contacto entre sus dedos entrelazados las unía. Maca llevó la vista hasta sus labios, unos segundos en los que podía llegar a estremecerse solo por observarlos. De nuevo en sus ojos tiraba de aquella mano pegándola a su cuerpo, llegando hasta esa boca que había estado gritándole necesidad.

Debido a la fuerza que ejercía, Esther se vio obligada a dar varios pasos hacia atrás hasta quedar pegada a la única pared cercana a su cuerpo. Respondía por igual a aquel beso que estaba llevándose incluso su respiración sin ningún tipo de reparo.

Poco a poco, la calma regresaba haciendo que aun sin separarse, los labios de Maca se dedicasen a dejar besos intercalados, sin prisa, acariciando a la vez su cuello con la punta de sus dedos. Separándose lentamente permanecía aun con los ojos cerrados hasta que apretando los labios volvía a mirarla.

M: Será mejor que te vayas. –daba un paso atrás.

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Aun recuerdo ese momento y sigo sintiendo el mismo miedo con el que me fui de su casa. Aquellas palabras me llegaron casi como una advertencia antes de girarse y alejarse completamente de mí.

Aquella noche en casa no pude levantarme del sofá. Miraba aquellas flores sobre la mesa, pensando en ella, en cómo me había mirado horas antes, en su beso… Acaricié mis labios como si así pudiese volver a sentirla, pero todo aquello era inútil, tanto como creer que por estar allí en silencio podría apagar o calmar lo que me abrasaba los pies mientras no corría a su lado.

Cr: Me gustó mucho ir al zoo. –sonreía recordando.

E: Me alegro, cariño.

Cr: Tu amiga estaba triste… -la miraba como si nada- ¿Está malita?

E: ¿Triste? ¿Piensas que estaba triste?

Cr: Sí, solo sonreía cuando sabía que la mirábamos.

Rato después permanecía de pie frente a la puerta del salón mirando a Cristian fijamente. Este disfrutaba de una de sus películas echado en el sofá. Giró su rostro mirando a la puerta. En un rápido movimiento fue hasta el dormitorio de su hijo y cogió todo con decisión para salir hasta el coche y dejarlo en la parte trasera. De nuevo dentro fue de nuevo hasta él.

E: Cariño, vamos a dar un paseo ¿vale?

Cr: Vale. –sonrió ampliamente mientras se levantaba.

Tras ponerle un chándal más grueso que tenia lo llevó hasta el coche sentándolo a su lado. Colocándole el cinturón y de nuevo fue en una carrera hasta la casa. Cogió un par de películas y el maletín con todas las medicaciones y regresó al coche.

Cr: ¿Dónde vamos?

E: A ver a Maca. –giró su rostro con una sonrisa- Seguro que le hace ilusión vernos.

Cuando llegaban hasta su edificio salió dejando aun al niño dentro y sacó el móvil de su bolso mientras permanecía junto al coche. Marcó su número y elevó la vista hacia la ventana de su casa.

M: Hola. –contestaba al otro lado.

E: Hola… ¿Qué haces?

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M: Estaba pintando una cosa, ¿Qué tal?

E: Bien, hoy hace buen día… incluso diría que hace un poco de calor. –sonreía sin apartar su mirada de allí.

M: No sé, no he salido en todo el día a la calle.

E: Asómate anda, verás que buen día hace.

M: Si te creo, Esther… no hace falta que mire. –suspiraba sentándose- ¿Querías algo?

E: Quiero que te asomes a la ventana.

M: Dios mío, vale. –contestaba levantándose- Ya estoy en la ventana y sí, hace buen día.

E: ¿Puedes mirar hacia abajo? Por favor.

Extrañada por aquella petición inclinó su rostro para observar la calle hasta que sus ojos se detuvieron prácticamente en un segundo. Esther sonreía mientras Cristian sacaba la mano por la ventanilla saludándola.

E: ¿Bajas a ayudarme?

Tan rápido como pudo se vistió y cogió las llaves para después bajar con prisa por la escalera. Nada más llegar al portal vio como Esther acomodaba a Cristian en la silla y cerraba la puerta.

M: ¿Qué hacéis aquí? –susurró a su lado.

E: Pensé que podíamos comer los tres en tu casa. –se encogía de hombros mirándola- Tenía ganas de verte… -susurraba sin dejar de mirarla.

Llevándolo todo entre las dos conseguían llegar hasta la puerta mientras Maca se afanaba en abrirla cuanto antes. Mientras ella dejaba todo junto al sofá Esther empujaba la silla quedando segundos después en el centro de la casa.

Cr: Que grande. –miraba todo.

E: ¿A que está chula? –se inclinaba para mirarla- Antes era un almacén.

Cr: El Doctor F también vivía en un almacén. –recordaba impresionado.

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M: ¿Doctor F? –preguntaba extrañada.

E: Uno de los héroes de sus comics. –sonreía- Ha leído cientos… su habitación casi es un museo.

M: Ah. –asentía mirando de nuevo al pequeño.

E: Se ha hecho ya la hora de comer. –miraba su reloj- Cristian, te dejo en el sofá con una peli mientras hacemos la comida ¿vale?

Cr: Vale.

Desde el mueble de la cocina Maca giraba su rostro hacia el pequeño que miraba absorto el televisor. A su lado Esther la seguía en todo momento.

E: No me has dicho si te ha molestado que vengamos. –bajaba la vista.

M: ¿Cómo me iba a molestar? –la miraba sorprendida- Eso absurdo. –miraba de nuevo hacia sus manos.

E: ¿Entonces por qué ni me miras? –dejaba lo que hacía.

M: Sí te miro.

E: No, no me miras, Maca… y si lo haces es un segundo antes de volver a mirar a otro lado.

Dejando el cuchillo a un lado apoyó ambas manos sobre la mesa para girar su rostro y quedarse mirándola fijamente. No decía nada, solo se mantenía de aquella forma mientras Esther suspiraba y bajaba la mirada.

M: ¿Qué?

E: Nada, Maca.

M: Algo… Me dices que no te miro, lo hago y ahora tú me quitas la mirada.

E: No se trata de eso, me refería a que quisieras hacerlo… siempre lo haces, me miras y solo con eso ya me dices más que con cualquier palabra. Da igual…

Durante unos segundos la miraba mientras sentía el dolor en cada una de aquellas palabras. Bajó la mirada un instante antes de coger su mano y llevarla donde Cristian no las tenía a la vista. Colocó la mano en su mentón y volvió a mirarla a los ojos.

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M: ¿Sabes la sensación de estar en medio de algo que no es tuyo? ¿Qué cualquier cosa que digas o hagas puede dejar una huella demasiado peligrosa?

Mirándola buscaba el significado de aquello. El significado del temblor en su voz mientras no soltaba su rostro y permanecía a escasos centímetros de ella.

E: Lo único que sé es que necesito tenerte cerca, Maca. –ladeaba apenas su rostro sin dejar de mirarla- Que cada vez que estoy contigo es más difícil dejar que el tiempo pase para volver a verte. Y créeme que lo he intentado… Siento mucho haberte complicado la vida de esta manera, pero a menos que me digas con todo el odio de tu corazón que no quieres saber nada mas de mí yo seguiré intentando encontrar la manera de mirarte a los ojos como lo hago ahora.

Durante aquella comida vi en sus ojos algo distinto, desconocido para mí hasta aquel momento. Hablaba con Cristian con todo el cariño que podía ofrecerle, dándole conversación, mostrándole interés mientras este le relataba algo completamente ilusionado o emocionado. Parecían haber congeniado bien mientras yo me mantenía en un segundo plano escuchando a las dos únicas personas que conseguían sacarme por aquel entonces una sonrisa.

Más tarde en el sofá mi hijo volvía a tener la voz cantante mientras le explicaba la trama de otra de sus películas favoritas. Maca asentía y miraba la pantalla incluso preguntándole a veces.

E: Cógelo que es papá. –le tendía el móvil al pequeño.

Cr: Hola papá… -sonreía mientras Maca se giraba para mirar a Esther- Es que salimos esta mañana, hemos comido con una amiga de mamá en su casa.

Maca buscó de nuevo el rostro de Esther preocupada por las palabras del pequeño, esta negó mínimamente en un intento de que no se preocupase por aquello y se levantó para ir de nuevo hasta la cocina, siendo seguida segundos después mientras dejaba caer el agua dentro de la cafetera.

M: Esther…

E: ¿Quieres no ponerte así? –la miraba- No ha dicho nada malo, ni que no sea verdad… Que piense lo que le dé la gana. –cerraba el grifo- A mí me da igual.

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M: ¿Habéis discutido?

E: ¿Eso qué más da? –se giró para colocar la cafetera al fuego sintiendo como Maca la agarraba por el brazo- ¿Qué?

M: Dime que no me llamaste ayer y has venido hoy buscando verme solo porque te has enfadado con él.

Soltándose de su mano se quedó en silencio mirándola mientras se sorprendida por haber escuchado aquello.

E: Sí, Maca… claro, vengo a verte porque estoy enfadada con él. No es que me sienta una mierda por engañarle, no es que me sienta una hipócrita por saber que solo quiero estar contigo cuando el entra por la puerta y tengo que fingir que no pasa nada aunque a veces no pueda y me de asco de mi misma hasta cuando me toca. –arrastraba una lágrima que caía sin ninguna ayuda por su mejilla- Todo lo que hago es para herirle a él… has dado en el clavo. –se giró dándole la espalda.

M: Perdona. –suspiraba- No debí haber dicho eso.

E: Da igual.

Sintiéndose culpable cogió su mano para que volviese a girarse y poder mirarla. Momento que aprovechó para acariciar su mejilla y acercarse para dejar un tímido beso en sus labios.

M: Perdóname.

Cr: ¡Mamá dice papá que te pongas!

Sonriéndole para ver que no pasaba nada, Maca la veía dirigirse de nuevo hacia Cristian y coger el teléfono.

E: Dime.

L: ¿Le llevaste ayer al zoo, Esther?

E: Sí, fuimos tu hermana, yo y una amiga. –se erguía en su postura.

L: Esto el colmo. ¿Qué hacías con mi hermana?

E: Ir al zoo con el niño, ya te lo he dicho…

L: ¿Y tenias que hacerlo cuando yo no estoy, verdad? –espetaba enfadado.

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E: Yo no tengo la culpa de que te vayas continuamente y no estés aquí cuando el niño está bien para poder salir.

L: Sí, claro.

E: Te tengo que colgar. Hasta luego, Luis.

En aquel momento suspiró y fue con prisa hasta el bolso para dejar allí el móvil de nuevo. Maca la miraba no sabiendo muy bien cómo actuar y agradeció escuchar la voz de Cristian.

Cr: ¿Papá está enfadado?

E: No, cariño, no está enfadado. –iba de nuevo hasta la cafetera siendo seguida por Maca.

M: Esther…

E: ¿Qué? –se giraba.

M: Nada. –contestó mal humorada para girarse e ir hasta el baño.

Sin pensarlo apagó la cafetera y se encaminó también hacia allí. Abriendo la puerta mientras encontraba a Maca refrescándose el rostro antes de mirarla. La vio tomar una toalla y comenzar a secarse en silencio.

M: ¿Qué? –se erguía para mirarla.

E: No te pongas así. –cerraba tras ella para acercarse.

M: ¿Así como?

E: Así. –rodeaba su cintura con ambos brazos para abrazarla- Me paso mucho tiempo mirándote aunque no lo sepas y noto cuando te enfadas o te preocupas… -se separaba para mirarla- No quiero que te enfades.

M: Yo no estoy enfadada.

E: ¿Y preocupada? –ladeaba el rostro sin dejar de mirarla.

M: Esther… -se separaba de ella para sentarse en el borde de la bañera- Esto se está complicando demasiado… está tu hijo. –la miraba de nuevo.

E: ¿Qué quieres decir?

M: No lo sé. –bajaba la mirada.

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Desde su posición de dedicaba a mirarla con la vista en sus manos. Su barbilla comenzó a temblar mientras quería reaccionar a lo que creía que quería decir. Bajó también la vista mientras su frente comenzaba a arrugarse y Maca volvía a mirarla.

E: Vale. –asentía mirando al suelo- No te molestaré mas, tranquila. –Salia con decisión para ir hasta el sofá- Venga, cariño… que nos vamos a casa.

Cr: ¿Ya?

E: Sí. –recogía sus cosas y acercaba la silla.

M: Esther…

E: Nos vamos ya. –contestaba sin mirarla mientras sentaba a Cristian para dirigirse después hacia la puerta seguida por Maca- Adiós.

Tras poner a Cristian en la parte trasera, justo detrás de su asiento, se dedicaba a conducir intentando que toda aquella cantidad de lágrimas no obstaculizasen su visión. Apretaba los labios en un intento desesperado por ahogar el aire que peleaba por salir en un grito de dolor que poco a poco comenzaba a ahogarla.

Cuando llegué a casa dejé a Cristian en el sofá. Mi móvil sonaba dándome igual quien fuese, vi varios mensajes en el contestador pero tampoco reparé en ellos. Subí al dormitorio y nada más cruzar la puerta vi las fotos sobre el aparador. Corrí hacia ellas arrastrándolas hasta el suelo, haciendo que los cristales saltasen incluso cerca de mi rostro. Lloraba sin poder evitarlo, mas y mas sintiendo como me faltaba el aire. Tomé todo cuanto había sobre el mueble y lo lancé hasta la pared derrumbándome después mientras me dejaba caer hasta el suelo. ¿Por qué? Sabía que me había enamorado de ella, que la necesitaba demasiado, y a la vez que no se merecía pasar por todo aquello, que yo era una intrusa cargada con un hijo enfermo, casada y con la cordura pendiendo de un hilo que ni yo misma sabia cuanto podría durar.

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Sin ella poder saberlo, un coche se estacionaba frente a la casa. Accionaba la puerta del garaje y sin quitar su vista del frente aparcaba saliendo después del vehículo para entrar. Luis saludó a su hijo, unos minutos en los que se preguntó dónde estaría Esther. Decidió subir al piso superior, estaba enfadado, demasiado, y lo sabía. Con una mano terminaba de abrir por completo la puerta del dormitorio encontrándola sentada en el suelo, llorando amargamente hasta el punto de asustarle demasiado para seguir con aquel mal humor.

L: Esther… -iba hasta ella para agacharse- ¿Qué ocurre? ¿Qué pasa?

Sin decir una sola palabra se abrazaba a él, dándole igual cualquier cosa, solo necesitando que alguien la sostuviese por unos minutos mientras sentía como todo perdía fuerza, su mundo, su valor, toda su esperanza.

Aquel fue uno de los momentos en que mi vida, no era mi vida, sino una pesadilla que podía ver claramente a mi alrededor sin yo poder controlarla. Mis sentidos habían bloqueado la presencia de Luis, mis pulmones al respirar se llenaban del aroma de ella, mis brazos eran a su cuerpo a quien impedían que se alejase. Yo no era yo, esa no era mi vida, el mundo había decidido evaporarse y una extraña sensación de tinieblas y dolor era lo único a lo que mis ojos alcanzaban distinguir.

Cuando desperté lo hice en los brazos de Luis. Él aun dormía, me quedé observándole, recordando las palabras de Anabel, lo poco que me produjeron en lo referente a mí, pero si cuanto me dolió pensar que aun sabiendo que Cristian arañaba el tiempo con nosotros, él se marchaba pudiendo hacer lo contrario. Me despegué de su cuerpo, mirando fijamente al techo, reviviendo la marcha del día anterior, mi nombre en sus labios mientras me alejaba.

De nuevo mirando hacia él sentí ganas de llorar, justo cuando le veía abrir los ojos y poner su vista en mí. Apreté los labios con fuerza, los ojos, y encogiéndome en mi misma me dejé abrazar de nuevo. No podía dejar de pensar en ella, sabía que nunca podría hacerlo, pero si intentarlo.

Cr: ¿Puedo tomar tortitas, mami?

E: ¿Quieres que las prepare? –le miraba con una sonrisa.

Cr: Sí. –asentía feliz.

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E: Vale, pues vamos a la cocina y preparamos unas tortitas enormes.

Durante un rato solo se escuchaban risas, palabras con todo el amor que una madre podría ofrecer, y la sonrisa de un niño que disfrutaba viéndola feliz junto a él.

L: Mmh ¿a que huele? –entraba anudándose la corbata.

Cr: Mamá está preparando tortitas para desayunar. –sonreía- ¿Quieres?

L: No puedo campeón, papá tiene que irse a trabajar o le patearan el culo. –su hijo reía- Cariño… -llegaba hasta ella rodeando su cintura.

E: Luis… no. –aunque con tacto, retiraba sus manos mirándolo tan solo unos segundos, pero los suficientes para ver que no esperaba aquello.

Minutos después caminaba de brazos cruzados tras él hasta la puerta. Cogió su maletín y después de ponerse la chaqueta abría la puerta girándose. Mirándola a los ojos, buscando una respuesta final a lo que no le era dicho.

E: Lo siento.

L: ¿Así? Lo sientes y ya está.

E: He intentando evitarlo… pero no he podido. –volvía a mirarle.

L: Está bien. –apretaba la mandíbula- No vendré a cenar. –cerraba con enfado.

Frente a la ventana escuchaba el televisor a unos metros de ella. Se mantenía de brazos cruzados, no miraba nada, solo dejaba la mirada perdida, todo lo lejos que podía, pensando y recordando aquel día de lluvia que todo cambió sin tan siquiera saberlo.

¿Y qué podía hacer? ¿Huir? ¿Esperar? Había visto en sus ojos como la fuerza de la que yo me valía para verla desaparecía. Como al mirarme eran más las dudas que la ilusión, su voz casi quebrada por no poder o querer decirme que mi presencia había dejado de ser la que era. Tenía dos mundos, quizás un tercero que me libraría de todo. Uno con mi hijo, uno que poco tiempo le quedaba para seguir pasando, viviendo y disfrutando. Otro donde sus labios y sus ojos me tendían una mano, donde olvidaba, donde dejaba de doler y podía sonreír sin miedo. Perdida, sin saber que sería de mí.

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Miré a Cristian, sonreía, me miró y volvió su vista al televisor. Ojalá hubiera podido sonreírme así siempre.

Dos días, en los que comenzaba a volverse loca. Cristian había tenido una pequeña crisis, permaneció asustada hasta que lo escuchaba de nuevo respirar con normalidad. Volvieron a la medicación inicial, una donde el pequeño dormía más tiempo del que permanecía despierto.

Un par de botellas de whisky perecieron sin voluntad, siendo engullidas en silencio, en la oscuridad, y sin remordimiento.

Dando un último trago cogió las llaves del coche y se marchó de allí. Conducía expulsando el miedo y la fuerza por sus manos. Las luces de las calles ya iluminaban su rostro. La gente caminaba feliz, se divertían. Llegó hasta su barrio, aparcó frente a su puerta y sin dudarlo fue y llamó un par de veces desde el portal. Separándose después para mirar hacia arriba, donde ninguna luz le permitía saber que estaba en casa. Se giró frustrada mientas se llevaba una mano a la frente retirándose el flequillo. Miró a su alrededor y decidió caminar. Llegó hasta la cafetería donde habían compartido con anterioridad algún momento entre ellas, y tras el cristal, ahí estaba. Sonriendo, riendo, acariciando la mejilla de quien quiso matar en tan solo un instante.

Cinco segundos donde el tiempo se había detenido y solo podía mirar su sonrisa. Apretando los labios se vio descubierta. Maca, no pudiendo esconder su sorpresa detuvo sus movimientos hasta que la veía alejarse de allí corriendo.

Había salido por la puerta sin dudarlo. La veía a unos metros correr y correr con rabia.

M: ¡Esther, espera!

Pero no podía parar, había comenzado a llorar y aunque el pecho ya le quemaba por el esfuerzo seguía de la misma manera, corriendo con todas sus fuerzas, unas que ya ni tenía mientras la escuchaba tras ella gritar, llamarla.

M: ¡Esther, por favor!

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Justo cuando lograba alcanzarla eran sus brazos los que rodeaban su cuerpo sintiendo como se dejaba caer de rodillas, escuchando entonces su llanto. Uno que le pedía que la soltase, que la dejase. Cerró los ojos con fuerza, no pensaba hacerlo. Las personas que pasaban por allí miraban la escena, pero poco importaba. Esther seguía llorando, intentando a malas penas zafarse de ella sin conseguirlo.

M: Esther… perdóname. –comenzaba a susurrar.

E: Deja que me marche, Maca.

Un hilo de voz que apenas podía escuchar, casi suplicante, ahogado en una pena que le rompía el corazón y la hacía cogerla en brazos para caminar de aquella forma hasta su casa.

Entraba igual por la puerta, cerró con el pie y caminó hasta la cama, sentándose sin soltar su cuerpo, sintiendo como se agarraba a su cuello con fuerza y continuaba llorando, haciendo que meciese su cuerpo, que cerrase los ojos por un momento buscando la razón desesperada que le había llevado a querer sacarla de su vida. Algo imposible cuando de nuevo un leve sollozo llegaba hasta sus oídos.

E: Te quiero.

Cuando se hubo calmado la convenció para que se diese una ducha. No había vuelto a pronunciar palabra y se mantenía con la vista clavada en el suelo en todo momento.

Fue hasta su abrigo para colgarlo, movimiento que hizo que algo cayese de sus bolsillos abriéndose justo frente a ella. Se agachó despacio cogiendo su cartera y sonrió al ver a Cristian en una fotografía, sonrisa que se esfumaba al verle entonces a él. Dejó caer la chaqueta en una silla y sin quitar sus ojos de aquel rostro sacó la fotografía, manteniéndola entre sus dedos el tiempo justo antes de comenzar a romperla en silencio.

Esperaba que saliese del baño, miraba como el café comenzaba a caer sin prisa, dejando su olor envolver la casa. De aquella forma escuchaba como la puerta se abría y decidió girarse, descubriéndola parada a unos metros, envuelta en su albornoz y la mirada aun fija en el suelo.

E: ¿Quién era ella?

M: Nadie. –apretaba la mandíbula volviendo a mirar al frente.

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E: ¿Y te acuestas con nadie? –la miraba entonces.

M: ¿Te crees es disposición de preguntarme eso? –se giraba dolida- ¿Eh? ¿Crees que es justo?

E: ¿No puedes contestarme?

M: ¡No, Esther! ¡No me he acostado con ella! –alzaba la voz mirándola- Y no porque no quisiera, sino porque no puedo… -sentía como sus ojos comenzaban a humedecerse- Lo he intentado, créeme… y esa hubiese sido la tercera que me manda a la mierda en dos días cuando la tuviese en esa cama… -señalaba- Y le pidiese que se marchase después sin ser capaz de tocarla. –le mantenía la mirada- ¿Y mientras qué, eh? Tú con él, en tu casa… Y yo sintiéndome incapaz de reprocharte algo solo porque yo quisiera que fuese diferente.

E: Si sigo en esa casa es por Cristian, Maca. –comenzaba a acercarse.

M: Pero es tu marido. –endurecía el rostro no queriendo llorar- Y es él que está contigo, el que puede estar ahí cuando estés mal… cuando consigas estar bien.

E: No. –negaba- Yo a quien realmente necesito es a ti… solo a ti, Maca.

M: Por más que lo pienso y lo intento no encuentro un hueco para estar en tu vida, Esther… siempre seria yo quien sobrase. –comenzaba a llorar.

De la mano llegaron hasta la cama. Esther se tendía invitándola a hacerlo sobre ella, momento en que sus labios se encontraban como antaño, con necesidad y desesperación. Maca desanudaba el cinturón del albornoz, dejándolo libre para abrirlo y poder contemplar así su cuerpo, uno que aunque fuese por aquel rato, solo le pertenecía a ella.

Eran cerca de las seis cuando Maca se despertaba. Esther a su lado se aferraba a su cuerpo, sonrió mínimamente mientras recorría sus facciones con su dedo índice, apenas una imperceptible caricia que la hacía estremecer. Solo se detuvo cuando la vio encogerse despacio mientras comenzaba a abrir los ojos.

M: Hola. –susurraba.

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E: Hola. –suspirando se colocaba de lado para mirarla- ¿No duermes?

M: Te miraba… Deberías cuidarte esas ojeras. –las recorría con su pulgar.

E: ¿Qué hora es?

M: Pasadas las seis… aún es pronto. –se acomodaba aun más cerca de ella- Puedes dormir un poco más si quieres, yo te despierto después.

E: Prefiero estar así contigo. –sonrió de lado.

M: Como quieras.

E: Podíamos ir a desayunar a algún sitio… Ayer apenas comí algo y si no me desmayo será un milagro.

M: Vale, ahora te llevo a desayunar donde tú quieras. –rodeando su cuerpo con uno de sus brazos se acercó por completo quedando así a unos milímetros de sus labios- Te he echado mucho de menos… y… he estado a punto de llamarte mil veces, pero… -detenía sus palabras al sentir un dedo en sus labios.

Guardando silencio durante unos segundos, dejaba pasar aquel tiempo antes de acercarse a ella y besarla. Maca llevaba su mano por inercia hasta su mejilla, cerrando los ojos a su vez al sentir el calor de su cuerpo sobre ella, suspirando al sentir de nuevo su lejanía cuando se abrazaba entonces acomodándose sobre su pecho.

Cuando ya el sol se alzaba lo suficiente para crear la luz del día, decidieron salir. Esther se había aferrado a su cuerpo mientras caminaban, abrazándose a su cintura mientras Maca rodeaba sus hombros caminando junto a ella.

Llegaron a una terraza donde el calor llamaba a sentarse para combatir el leve frio de aquella mañana y una junto a la otra se sentaron alrededor de una de las mesas y pidieron dos buenas tazas de café y un par de trozos de bizcocho.

M: ¿Cómo está Cristian? –cogía su mano por encima de la mesa.

E: Ayer tuvo una crisis… aunque pequeña. –bajaba la mirada- Hemos tenido que cambiarle de nuevo la medicación y volver a la sedación para que su respiración pueda estar constante y que no ocurra otra vez.

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M: Lo siento. –se acercó para dejar un beso en su mejilla- Si hay algo que pueda hacer no dudes en pedírmelo.

E: No se puede hacer nada, Maca. –volvía a mirarla- Solo esperar… No sé si es más duro saber que mi hijo se va a morir o el que tenga que resignarme sin poder hacer nada. –comenzaba a llorar.

M: Ven aquí.

Dejándose abrazar intentaba dejar de llorar. Recuperando la respiración lentamente hasta que despacio volvía a separarse para mirarla.

E: Yo… quiero que sepas que sí me esperas … -tragaba no pudiendo terminar la frase- Dejaré a Luis, te lo prometo, Maca.

M: No pienses en eso ahora. –se separaba de ella al ver que el camarero llegaba con sus desayunos- Y comete esto, anda…

E: Maca… -hacia que la mirase otra vez- Yo no le quiero…

M: Desayuna ¿Sí? –sonrió como pudo antes de besar su frente y comenzar a remover su café para que empezase a bebérselo cuanto antes.

De aquella forma pasaban aquel rato de la mejor manera posible. Esther se dejaba cuidar, notando entonces como necesitaba aquello realmente. La sentía completamente pendiente de ella, sonriéndole y no dejando que pasase ni un segundo sin saber y recordar que estaba allí.

-¿Maca?

Esta se giraba sorprendida al escuchar su nombre, encontrando frente a ella a la persona que menos esperaba. Sonrió levantándose con rapidez.

M: ¿Pero qué haces tú aquí? –terminaba por llegar hasta ella para abrazarla.

-Llegué hace un par de días. –sonreía frotando su hombro- ¿Qué tal, cómo estás?

M: Pues… bien, bien. –asentía- Estábamos desayunando. –se giraba entonces descubriendo como Esther las miraba- Ella es Esther.

E: Hola. –se levantaba para saludarla.

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M: Es mi prima Cristina.

C: Un placer.

E: Igualmente. –sonreía mas tranquila antes de sentarse.

C: ¿Vives donde siempre? –volvía a girarse hacia Maca- Es que ahora tengo que irme que llego tarde a una cita pero puedo pasarme luego si quieres y hablamos.

M: Sí, claro.

C: Venga, pues hasta luego entonces. –le daba un pequeño abrazo- Y un placer, Esther.

E: Lo mismo digo. –estrechaba su mano- Hasta luego.

Maca miraba con una sonrisa como Cristina se marchaba de allí con paso ligero y tras unos segundos ladeaba su rostro para mirar a Esther que tenia la vista puesta en ella.

M: Hacia un montón que no la veía…

E: ¿Vive fuera?

M: Ahora no sé… antes sí. Trabaja en una compañía de teatro y siempre de allá para acá y lo último que supe de ella es que vivía en París.

E: Debe ser genial estar de un lado a otro, viendo mundo.

M: A mí no me gustaría estar así, la verdad… -la miró unos segundos para volver a bajar la vista hasta sus manos- Desde hace un par de años tengo más bien la idea de tener una familia, un hogar al que querer llegar cada día después de trabajar y encontrar la calma que ningún otro sitio pueda darme.

Cuando parecía que aquel rato volvería a desmoronarse, Maca se apresuró en que olvidase aquello que había dicho. Acercándose a ella para abrazarla y dejar un beso en un frente antes de invitarla a levantarse para regresar.

E: ¿Te puedo llamar esta noche?

M: Claro… -acariciaba su pelo mientras intentaba mantener su sonrisa- Puedes llamarme siempre que quieras.

E: Gracias.

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M: Hazme una perdida cuando llegues, me quedaré más tranquila. –besaba su mejilla.

E: Vale. –con rapidez llegaba hasta sus labios robándole un último beso que la hacia sonreír- Hasta luego.

M: Hasta luego.

Parada frente al portal de su casa veía como su coche se alejaba segundo tras segundo, haciéndole bajar la vista y girarse para entrar.

Tras aquella vez, cada día, incluso varias veces, la llamaba cuando no pudiese ir a verla. Poco a poco me costaba más alejarme de Cristian, alejarme de ella cuando encontraba un momento para ir en coche a verla aunque fuesen cinco minutos el tiempo que pudiese hacerlo. Con Luis mi postura era la misma, por una parte me sentía realmente culpable, pero por otra solo veía en él el muro que me impedía poder estar con Maca como realmente quería y necesitaba.

Pero aun así, parecía que entre ella y yo, se forjaba algo más grande, más que todo lo que yo antes había podido conocer y solo con escuchar su voz me sentía como si fuesen sus brazos los que me diesen la vida aun teniéndola lejos.

E: ¿De verdad que quieres volver a dar clase?

M: Lo pagan bastante bien, y estoy algo cansada de estar siempre aquí… me apetece volver a tener horario y de estar de allá para acá haciendo algo.

E: No sé si me gusta que estés rodeada de estudiantes…. Sobre todo del género femenino.

M: No seas tonta, anda. –sonreía- ¿Tú qué tal?

E: Ahí vamos… -se sentaba en la entrada una vez salía hasta el porche- Se me había ocurrido algo, si quieres, claro.

M: Dime.

E: ¿Quieres venir a cenar? Luis se ha ido y llegará de madrugada.

M: No sé si está bien, Esther… una cosa es que tú vengas, y me encanta… pero ir a tu casa…

E: Bueno, si no quieres no pasa nada. –susurraba.

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M: No es que no quiera, llevo dos días sin verte y es lo que más quiero, créeme… pero me parece un poco…

E: Vale, no pasa nada.

Estaba en la cocina, escurriendo la pasta de Cristian cuando escuchó como este la llamaba. Frunció el ceño mientras se secaba las manos con un trapo y salía hasta el salón.

E: ¿Qué pasa, cariño?

Cr: Hay un coche aparcado en la entrada y no es papá. –hablaba de rodillas en el sofá mientras miraba por la ventana.

Aun más extrañada fue hasta la puerta, abriéndola para ver entonces a Maca descender de un taxi y detenerse sin alejarse de él hasta que este finalmente se marchaba, haciéndola sonreír mientras no podía evitar salir hasta el exterior para llegar hasta ella.

E: ¿Qué haces aquí?

M: Una mujer que me vuelve loca me ha invitado a cenar esta tarde y… cuando me he dado cuenta ya estaba subida en un taxi. –se encogía de hombros.

Sin borrar su sonrisa agarraba su mano y comenzaba a tirar de ella hasta la casa. Nada más entrar le dijo que fuese a saludar al niño mientras ella regresaba a la cocina.

No podía borrar aquella expresión de felicidad en su rostro mientras colocaba un plato más para servir la cena y la escuchaba entrar junto a ella. La miró unos segundos en silencio hasta que, asegurándose de que el niño no podía verlas, se acercaba para besarla mientras se pegaba a su cuerpo.

E: Gracias por venir.

Abrazándose a ella finalmente, sentía como el aire que llenaba sus pulmones se escapaba haciéndola sentir como el peso de su cuerpo descendía encontrando una tranquilidad que solo aquella presencia conseguía. Se separó lo justo para mirarla e inclinarse hacia sus labios de nuevo, suspirando sin remedio.

M: Como dice la canción… -sonreía acariciando su rostro con ambas manos- Si tú te atreves, por mi vida que te sigo. –sonreía.

E: ¿Escuchas a Luis Miguel? –se separaba extrañada.

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M: Yo no, pero parece que tú sí. –sonreía aun mas recibiendo un golpe cariñoso- ¿Si no de qué lo ibas a saber?

E: Pues también lo sabes tú.

M: La he escuchado por primera vez en mi vida mientras venia en el taxi, te lo puedo asegurar… de todos modos, te digo algo así de bonito y solo te paras a pensar que escucho a Luis Miguel, curioso. –se separaba para acercarse a la mesa.

E: Tienes razón. –iba tras ella para abrazarla por detrás- Perdona. –veía como se giraba de nuevo- Gracias.

M: ¿Te echo una mano con algo?

Entre las dos sacaron todo para cenar en el comedor junto a Cristian. El pequeño, aunque no con todas sus fuerzas, sonreía y se sentía nervioso por aquella visita inesperada. Maca sonreía junto a él, prestando atención en todo momento a lo que este le relataba con total importancia para él.

Tras la cena la hora de dormir llegaba para el pequeño que era llevado por su madre hasta la cama, leyendo apenas un par de páginas de su comic favorito mientras expectante y emocionada, Maca observaba desde la puerta.

M: Eres genial.

E: No… -negaba mínimamente mientras entornaba la puerta- Le daría mi vida si pudiese… una madre no debería sobrevivir a sus hijos.

Rodeándola con su brazo, Maca comenzaba a caminar a su lado para llegar al salón. Fue la primera en sentarse mientras Esther, frente al equipo de música buscaba algo con interés.

Fueron unas primeras notas las que hicieron que sus miradas se cruzasen con una simpática sonrisa que hizo que Maca negase llevándose la mano al rostro mientras frente a ella, Esther se acomodaba en el borde del mueble para mirarla.

M: Entonces es verdad eso de que escuchas al trajeado este.

E: Te sorprenderá pero no. Es a Luis a quien le gusta… suele ponerlo los domingos por la mañana cuando limpiamos. –Maca arqueaba una ceja- De verdad te lo digo.

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Me he dado cuenta que ha ido surgiendo poquito a poco, entre los dos  una corriente que nos desborda  no contenemos ni tú ni yo  Ya todos notan cuando nos vemos  que yo te presto más atención.  

Es el momento o fuera o dentro  no hay otra forma seguir o adiós  Jamás pensamos que nos haríamos daño  no somos libres, es un error  Más quien le pone puertas al campo  Y quien le dice  Que no al amor.

E: Si tú te atreves, por mi vida que te sigo… -susurraba haciéndola sonreír.

Si tú me olvidas, te prometo que te olvido  Después de todo sólo queda un sueño roto  Y evitamos mil heridas que jamás podrían cerrar  

E: Si tú te atreves, yo renuncio al paraíso… -volvía a cantar en un susurro- Amar contigo, a soñarte a que me sueñes… y al fin y al cabo más que a nadie nos amamos… son pasiones ya tan fuertes, que lo nuestro hay que olvidarlo, si tú te atreves…  

Maca sonreía mirándola en todo momento, aguantando su rostro con la palma de la mano, encontrando algo en aquel momento.

Es el momento o fuera o dentro  No hay otra forma seguir o adiós  Jamás pensamos que nos haríamos daño  No somos libres, es un error  

E: Más quien le pone puertas al campo… y quien le dice… que no al amor…

Si tú te atreves por mi vida que te sigo  Si tú me olvidas, te prometo que te olvido  

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Esther comenzaba a caminar hacia ella, con el semblante entonces mas relajado.

Después de todo sólo queda un sueño roto  Y evitamos mil heridas que jamás podrían cerrar  Si tú te atreves, yo renuncio al paraíso  

Sentándose en sus piernas sentía como la rodeaba con sus brazos sin dejar de mirarla.

Amar contigo, a soñarte a que me sueñes  Y al fin y al cabo más que a nadie nos amamos  Son pasiones ya tan fuertes  Que lo nuestro hay que olvidarlo  

E: Si tú te atreves…

La música acababa mientras aquella frase aun en su voz se callaba con la unión de sus labios. Ladeaba su rostro mientras las manos de Maca llegaban a su cuello, reteniéndola, profundizando cuando comenzaba a notar lo agitada de su respiración.

M: En la vida me hubiera visto yo escuchando al tirillas del Luis Miguel.

E: Jajaja. –se separaba para reír.

M: Solo falta que consigas que baile a Sergio Dalma para que piense que he perdido la cabeza completamente. –besaba su cuello.

E: ¿Nunca has bailado una canción de Sergio Dalma?

M: Ni lo haré, cariño… ni lo haré. –negaba contundente.

E: Jajaja.

En silencio habían acabado sentadas en el suelo, en un rincón de aquel salón. Abrazadas mientras se dedicaban caricias y miradas que borraban la falta de palabra alguna. El sonido del monitor de Cristian rompía el silencio haciendo que los pensamientos de Esther se dividiesen de nuevo.

E: Tengo miedo…

M: ¿A qué? –la miraba mientras acariciaba su frente.

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E: A no saber vivir cuando le pierda. –aun esforzándose no conseguía retener las lágrimas.

El taxi se detenía frente a la entrada dando las luces para avisar de su llegada. Maca aun permanecía sujetando su rostro con ambas manos mientras prolongaba aquel último beso hasta la próxima vez en que se vieran. Cuando se volvían a separar, Esther se negaba a abrir los ojos mientras pegaba la frente en sus labios recibiendo un cálido beso de despedida.

En ese momento no lo sabía, pero aquel beso llevaba consigo las fuerzas que debía haber cogido tanto como hubiese podido. Aun me cuesta pensarlo, tan siquiera recordarlo sin poder contener las lágrimas que sé, se merece el dolor que siento cuando pienso en mi hijo.

Luis llegó bastante tarde, cogiendo una manta del armario para salir nuevamente del dormitorio dejándome sola, egoístamente se lo agradecía en silencio.

Cuando desperté por la mañana Cristian estaba más débil que en otras ocasiones, haciendo que tuviese que reprimirme frente a él. Mostrarme sonriente y activa para mantenerle despierto. Luis permanecía en el jardín mientras yo le bañaba. Se dejaba hacer todo mientras guardaba silencio, yo le miraba cada segundo buscando el color de sus ojos.

Sentado en mis piernas le peinaba el pelo aun mojado mientras él se sujetaba la toalla por encima de los hombros.

En un segundo en que mi mano se detuvo sin saber por qué, la suya llegó hasta mi pierna, apretándola con fuerza, clavándome las uñas haciendo que las sintiese bajo la tela con total facilidad. Cerré los ojos con fuerza mientras le giraba sin despegarlo de mí y entonces lo vi, su expresión, una completamente de angustia y terror. Intentaba respirar con todas sus fuerzas mientras su mandíbula se tensaba y miraba al techo. Yo grité, le supliqué que me mirase a mí. Lloraba mientras lo tendía en el suelo para hacerle la respiración asistida, él me agarró la mano con fuerza, clavando sus ojos en mí mientras de su garganta salía un sonido que me rompía el corazón en mil pedazos.

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Lo tomé con ambos brazos, pegándolo a mí pecho, queriendo que escuchase mi corazón, como hacia cuando era tan solo un bebé. Pero poco a poco, aquellas manos que habían cogido con fuerza mi ropa, se iban debilitando justo cuando mi llanto pasaba a ser tan desgarrador que sentía el dolor en la garganta.

E: No me hagas esto… -seguía meciéndole- No me hagas esto…

Separándolo apenas de su cuerpo miraba su rostro, viendo sus ojos aun abiertos. Con sus dedos los cerraba al igual que los suyos, apretando los labios con rabia hasta que no pudo más y gritó con todas sus fuerzas mientras acariciaba su rostro. En aquel momento Luis llegaba corriendo, deteniéndose en el umbral de la puerta al ver a su mujer de aquella manera. Un par de segundos después caía de rodillas a su lado, cogiendo la mano sin vida de su hijo mientras Esther seguía llorando, gritando y pronunciando su nombre en una llamada de absoluta agonía y dolor.

Había marcado su teléfono cuatro veces en apenas veinte minutos sin recibir respuesta. Ya caminaba nerviosa por el salón cuando la idea de llamarla a su casa resonaba con fuerza en su cabeza. Miró unos segundos al vacio hasta que finalmente lo tomaba de nuevo y comenzaba a marcar. Un tono, dos tonos… se giraba frustrada cuando por fin alguien descolgaba al otro lado.

-¿Si?

M: Ho… hola… ¿Está Esther en casa?

-No, lo siento… Esther no se encuentra aquí.

M: Ya… es que verá, estoy intentando localizarla en su teléfono móvil y no lo consigo.

-Verá… es qué… su hijo falleció esta mañana y… Soy su vecina, acabo de entrar para recogerle unas cosas, su marido y ella están en el tanatorio.

Sentada en un rincón de aquella sala, con un traje negro y los ojos con el color del sobreesfuerzo de las horas de llanto, se dedicaba a mirar a través del cristal que la separaba de su hijo. Sus labios permanecían secos y separados a causa de la respiración. Su barbilla seguía temblando desde que las lágrimas se habían secado en sus mejillas y su cuerpo se mecía por si solo en un movimiento imperceptible al ojo humano.

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Tras haber conseguido que le prestasen un coche había salido rápidamente de la ciudad. Había comenzado a llorar sin haberse dado cuenta cuando la aguja sobrepasaba los kilómetros marcados en el panel del coche. Dejaba atrás a cada coche que se colocaba por delante, el sonido del aire por la ventanilla era como el de la desesperación en estado puro.

No sabía de quien, aunque tampoco le importaba, pero sintió como unos brazos la rodeaban por los hombros mientras era incapaz de dejar de mirarle. Escuchó unas palabras de consuelo que de nada servían. Tras esa otra voz le decía que tenía que ser fuerte… ¿Cómo podía ser fuerte cuando no podía borrar el recuerdo del cuerpo de su hijo en sus brazos?

Aparcó dándole igual como y queriendo llegar lo antes posible salía en una carrera. Tras entrar miró hacia el pasillo viendo como varias personas lloraban junto a una puerta. Fue hasta ella, asomándose mientras buscaba su rostro. Reconoció a Luis en un sillón siendo consolado por una mujer y en un movimiento vio un pequeño pasillo al final, de apenas un par de metros escondido a un lado. Su pecho se encogió de tal manera al verla, que tuvo que coger aire mientras comenzaba a caminar.

Parada a su lado podría diferenciar como no se había percatado de su presencia. Se le rompía el alma al ver su rostro, completamente envuelto por el dolor mientras comenzaban a caer unas lágrimas sin falta de ayuda alguna. Cogió su mano con cuidado…

M: Estoy aquí…

La vio girar su rostro lentamente, como si aquella voz la hubiera despertado de un sueño y la hiciese buscar la razón de por qué se encontraba allí. Sus ojos se cruzaron durante los segundos en los que la mente de Esther revivía de nuevo lo que sabía nunca podría olvidar y rompiendo en un llanto que llamó la atención de los allí presentes, se aferraba a ella con fuerza, volviendo a llamar a su hijo mientras hundía el rostro en el pecho de una Maca que la rodeaba con ambos brazos como si de aquella forma, pudiese robarle aquel dolor que no podía llegar a imaginar.

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Los ojos de Luis, como los de cada persona que pudiese ver aquella escena, se habían congelado en aquel abrazo. Sus sentidos en aquel llanto. Sintiéndose de nuevo derrumbado por la situación se levantó para caminar hacia la pared y frente a ella, dar un puñetazo que hizo que varias personas fuesen hasta él para sacarle de allí.

E: En mis brazos… -conseguía hablar- Se ha muerto en mis brazos…

M: Lo siento mucho. –la apretaba mas contra su pecho- De verdad que lo siento.

E: Solo es un niño…

M: Vamos que te dé un poco el aire, venga. –sin soltarla comenzaba a caminar hacia la puerta teniendo que llevarla casi en brazos.

Despacio, y teniendo que parar en algún momento, comenzaban a salir de allí. Al llegar a la puerta fueron hasta un banco cercano, donde Maca guió su cuerpo para hacer que se sentase y hacerlo ella misma a su lado sin soltar sus manos.

M: ¿No tienes pañuelo? –la veía negar- Espera… -metiendo las manos en los bolsillos de su chaqueta sacaba finalmente un paquete de clínex para tendérselo- ¿Has tomado algo hoy?

E: No tengo ganas de nada.

M: Cariño… -se inclinaba hacia ella mientras le retiraba el pelo de la cara- Si no comes algo caerás enfermera… Y yo no quiero eso.

E: No puedo dejar de escuchar su respiración, Maca… aun siento como me clavaba los dedos mientras… -apretaba los labios comenzando de nuevo a llorar- Sus ojos abiertos cuando ya no podía hacer nada por él.

M: Sshh… -volvía a abrazarla- Ya está, cariño…

Recostándose en su hombro se dejó proteger. Hundió el rostro en su cuello mientras cerraba los ojos y sentía como besaba su pelo, su mano recorría su espalda mientras escuchaba el susurro de su voz queriendo darle apoyo. Fueron apenas unos minutos en los que su corazón aprovechó para recomponerse para poder seguir en pie.

E: Gracias por venir.

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M: No tienes que agradecérmelo… Hubiera pasado por encima del que se pusiese en mi camino, nada podría haber conseguido que no estuviese aquí contigo. –se separaba para mirarla- ¿Me oyes?

E: Eres lo único que me queda, Maca… -la miraba cuando sostenía su rostro- No tengo nada más.

Se quedó conmigo todo aquel día. Me sostuvo cuando finalmente el sueño me venció en un sillón de aquella habitación. Una de mis primas me dijo que debía permanecer junto a Luis, que me necesitaba, pero el mundo y sus necesidades se habían acabado para mí. Me daba igual como estuviera, me daba igual que pensasen y se preguntasen por qué aquella mujer no se separaba de mí y que nadie la conocía, me daba igual el dolor de los demás, el mío propio estaba consumiendo mi vida sin remedio alguno.

Cuando de nuevo amanecía lo hacía como si quisiese hacer una réplica de mi interior. El cielo, completamente oscuro y tenebroso se cubría de nubes en todo su espacio amenazando con inundar aquel silencio punzante que solo un cura rompía con sus palabras mientras tres hombres abrían el lecho que ocuparía el cuerpo de mi hijo.

Ella seguía ahí, rodeándome con sus brazos mientras yo lloraba. Sabía que si en algún momento me soltaba caería sin remedio, que si dudaba tan solo un instante me derrumbaría de nuevo con las fuerzas que me quedasen.

Recuerdo que… cuando ya solo se podía escuchar el ruido de la madera rozando con el mármol mientras lo enterraban, comenzó a llover. Pude escuchar como varios paraguas se iban abriendo, el sonido de las gotas comenzaba a ser fuerte mientras ambas nos mojábamos y aun así, seguía sin soltarme.

Un golpe seco llegó a mis oídos y supe que ya no había mas. Clavé mis ojos en aquel lecho con su nombre, mientras me acercaba lentamente y sintiendo que mis fuerzas se habían esfumado sin orden. Cogí una flor de la corona que había aun en el suelo y dejando un beso en ella la lancé, viéndola caer lentamente…

M: Tenemos que irnos… te estás empapando.

E: No puedo dejarle aquí solo… hace mucho frio. –susurró preocupándola.

M: Esther…

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Quiso mirarla entonces pero la presión en sus manos le hizo saber que debía sacar todas sus fuerzas mientras la abrazaba. Aquel cuerpo se caía sin remedio quedando echada en sus brazos.

Preocupada intentaba despertarla pero como temía, se había desmayado. Sintió como varias personas iban hasta ella, arrebatándosela sin que pudiese hacer nada. Viendo como finalmente era Luis quien la tomaba en brazos sin tan siquiera mirarla y la llevaba hasta uno de los coches.

Allí parada, bajo la lluvia, se quedaba sola viéndola marchar sin poder siquiera pedir un lugar para ella y estar a su lado. Cerró los ojos con fuerza mientras se giraba y se quedaba mirando aquella fosa ya cubierta mientras solo el sonido de la tormenta que se avecinaba sin poder detenerla la envolvía.

En un rincón de su salón permanecía sentada en el suelo, mirando el teléfono, pensando en ella en todo momento mientras sentía como si una fuerza invisible la retuviese sin poder moverse, sin ir a por ella y alejarla de todo aquel dolor. Llevaba más de un día sin dormir, sin apenas cerrar los ojos más que para parpadear a causa del su cansancio. Finalmente tomó el móvil y se dispuso a llamarla, encontrando el mensaje al otro lado de que permanecía apagado. Cerró los ojos con rabia mientras comenzaba a sentir el rastro de unas lágrimas a las que no había llamado. Pegando la frente contra una de sus rodillas flexionadas, queriendo levantarse y destrozarlo todo para liberar así todo lo que la estaba envenenando.

En los pies de la cama, Anabel miraba el rostro de su cuñada, tan relajado que podía llegar a asustar. Llevaba más de 24 horas durmiendo sin haber abierto los ojos para nada.

L: No hace falta que te quedes… -entraba- Es mi mujer y yo me encargo.

A: No es normal que esté tan dormida, Luis… no tanto tiempo.

L: Está agotada. –se giró enfadado- Mi hijo a muerto ¿Cómo quieres que esté?

A: Aun así no es normal. –giraba su rostro para mirarla- Tendría que haberse despertado en algún momento.

L: Tienes tus cosas en la puerta.

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Retándole con la mirada veía algo que le asustaba. Dudó unos segundos en levantarse de allí pero poco podía hacer contra él. Dejó un beso en su frente y se separó entonces de ella, pasando por al lado de su hermano antes de salir de aquel dormitorio.

Cuando escuchó la puerta comenzó a caminar hasta la cama, sentándose en el borde mientras empezaba a acariciar su pelo sin dejar de mirarla.

L: Te quedarás aquí… conmigo… donde tienes que estar.

Días sin dormir, sin comer y sin nada mas en la cabeza que su ausencia. No conseguía localizarla, su móvil apagado, el de casa en una continua señal de que estaba comunicando. Se estaba volviendo loca, caminaba de un lado a otro, rompiendo incluso lo que osándola se colocaba en su camino.

Apretaba los labios con fuerza cuando escuchó el sonido de la puerta y corrió con un pequeño sentimiento de esperanza.

A: Hola.

M: Hola. –miraba hacia atrás encontrándola sola.

A: Vengo sola… tenía que hablar contigo.

M: Claro pasa. –se apresuraba en hacerse a un lado dejándole espacio- ¿Esther como está?

A: Por eso vengo. –se giraba sin sacar las manos de los bolsillos de su abrigo- Un día después del entierro mi hermano me invitó amablemente a que me marcharse, y desde el día anterior Esther había estado dormida y… -guardó silencio unos segundos viendo ya la preocupación invadir su rostro- Creo que es él quien la tiene así todo el tiempo. He llamado varias veces pidiéndole hablar con ella pero me dice que sigue dormida o que está en la ducha, siempre dándome largas y estoy preocupada.

Tras una ducha rápida y saber que debía ir con ella subían al coche de Anabel rumbo a la casa de Esther. Maca se pellizcaba el labio dejando visible su nerviosismo, era observada de tanto en cuando mientras el ritmo de aquel motor no bajaba.

Llegaron deteniéndose frente a la puerta y ambas bajaron con Anabel por delante. Pasaron la pequeña entrada del jardín y llamaron con insistencia, viendo como segundos después Luis abría la puerta con un aspecto bastante deplorable.

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L: ¿Qué haces tú aquí? –miraba a Maca.

A: Viene conmigo y nos vamos a llevar a Esther. –le empujaba a un lado haciendo que ambas pudiesen pasar.

L: Estás loca si crees que se marchará de aquí.

A: Sube al dormitorio.

Sin esperar nada mas, Maca comenzaba a subir en una carrera escaleras arriba. Anabel aguantaba la mirada de su hermano sintiendo incluso un escalofrió. Llevaba la barba de varios días sin afeitar y una marca oscura bajo sus ojos.

A: Necesitas ayuda, Luis.

L: No pienso dejar que se lleve a mi mujer. Ni tú ni nadie va a conseguir separarla de mí.

Ya en la puerta del dormitorio, Maca se había detenido al ver su cuerpo en aquella cama, rodeada de penumbra y un olor desagradable. Sus ojos comenzaron a humedecerse mientras se acerca a ella y se arrodillaba teniéndola a escasos centímetros de su rostro.

M: Esther… Esther, cariño… -acariciaba su frente- Estoy aquí.

Dejando caer sus lágrimas veía como no respondía a su voz. Arrastró la humedad de sus ojos con rabia y miró a su alrededor, encontrando una taza en la mesilla junto a una pequeño bote color marrón, el cual cogió para leer de que se trataba.

M: Cabrón.

Levantándose fue hasta el armario, cogiendo toda la ropa que podía para meterla en un macuto que había encontrado en un rincón. Lo llenó hasta poder cerrarlo sin problema y se lo cruzó en los hombros para ir de nuevo hasta a ella, destapándola y viendo como las sabanas permanecían empapadas y su cuerpo mostraba una delgadez visible con tan solo mirarla. Apretó la mandíbula y la cogió en brazos con una de las mantas.

Cuando la sostenía con seguridad comenzó a caminar para salir de allí, bajando las escaleras mientras escuchaba las voces en el primer piso. Se detuvo al ver como ambos hermanos la miraban.

L: Es mi mujer.

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M: Un papel no te hace dueño de nada. –le miraba fijamente- Y te juro que como te pongas en mi camino te mataré.

Esquivando su cuerpo salía definitivamente de allí. Anabel esperó unos segundos más para darle alcance y subir al coche. Nada más arrancar miró por el retrovisor descubriendo una escena que consiguió estremecerla. Maca seguía con aquel cuerpo en brazos, mirando su rostro mientras con una mano retiraba el pelo pegado a su piel, besando sus labios con una dulzura extrema mientras lloraba seguramente no queriendo que la descubriese.

Nada más entrar en su casa agradeció a Anabel su ayuda y le prometió llamarla en cuanto recuperase la consciencia.

Con sumo cuidado, y cuando ya se encontraron a solas la desnudó y la llevó hasta la bañera que había llenado con agua caliente. No dudó en introducirse ella misma sin quitarse la ropa al ver que le era imposible mantenerla erguida.

La aseó todo cuanto creyó necesario hasta que de nuevo la sacaba y la envolvía en su albornoz. Ya sobre la cama y con ropa limpia la arropó para ir a quitarse la ropa mojada y limpiarlo todo. Minutos después regresaba y se sentaba en el suelo junto al colchón, acomodando ambos brazos y su rostro sobre él, mirándola en todo momento.

No recuerdo nada desde el momento en el que me desmayé, aquellos días fueron como si en mis sueños, unos que se encadenaban entre sí, siempre fuese tras mi hijo, viendo como corría frente a mí sin escuchar mi grito desesperado porque se detuviese.

Lo que jamás podré olvidar fue su mirada cuando por fin desperté, estaba parada, apoyada en un lado del colchón mirándome y esperando que abriese los ojos. No dijo nada cuando intenté sonreír al verla, solo la vi llorar y acercarse para dejar un beso en mis labios y susurrar aquellas dos palabras que por primera vez me decía como si al escucharlas, pudiese liberarme de todo cuanto me dolía.

M: Te quiero.

Inevitablemente, pocos fueron los minutos en los que permaneció despierta, nuevamente el sueño se apoderaba de ella pero de una forma muy diferente. Maca la rodeaba con sus brazos mientras no cesaba en sus caricias.

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Eran pasadas las siete de la tarde cuando alguien llamaba a la puerta. Se levantó con cuidado de la cama y fue algo extrañada para ver de quien se trataba, su rostro se relajó al ver que era Cristina.

C: Hola.

M: Hola.

C: ¿Vengo en mal momento? Me dejaste muy preocupada ayer. –Maca se giraba por instinto para mirar a Esther haciendo que su prima la imitase descubriéndola entonces- Vaya…

M: Pasa… no se despertará.

C: ¿Cuándo ha venido?

M: ¿Te apetece un café? –llegaba hasta la cocina- A mí sí.

Siguiéndola guardó silencio dejando que fuese ella quien eligiese el momento y la manera de comenzar a contarle lo ocurrido. Pasaron varios minutos, unos en los que Maca intentaba mantenerse fuerte, recordando algo que sabia nunca podría olvidar. Se giró con ambas tazas y tras servirlas tomó asiento a su lado.

M: Esta mañana se ha presentado aquí la hermana de su marido… estaba preocupada y hemos ido a su casa. –bajaba la mirada hasta el café- Después de que nos abriese la puerta yo subí mientras ella se quedaba abajo con él… -guardaba de nuevo silencio- Cuando la he visto ha sido como si… Estaba ahí, tendida en la cama, completamente a oscuras, con un olor a cerrado y a sudor que me revolvía el estomago… Su ropa estaba empapada, Cristina… -la miraba visiblemente destrozada- La ha estado drogando para que no se despertase… ha perdido peso y hace un par de horas se despertó como si… no hubiese pasado nada, mirándome como siempre lo ha hecho. –se limpiaba las lágrimas- Y tengo miedo a cuando se despierte recuerde todo y… que yo no sepa cómo protegerla.

C: Maca… -cogía su mano- Bastante estás haciendo así que no pienses eso… ¿vale?

Entrada la noche seguía sin moverse de aquella cama, velándola y observándola en todo momento. Acariciaba sus facciones de forma lenta y con todo el cuidado que podía ofrecerle.

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Cuando sus dedos pasaban por su barbilla la vio moverse, querer abrir los ojos, y retiró su mano dejándole su tiempo. La falta de luz no impedía que descubriese finalmente el brillo de sus ojos, como la miraba durante unos segundos sin decir una sola palabra hasta que finalmente rompía a llorar aferrándose a su cintura.

M: Estoy contigo… -la mecía con cuidado- Estoy aquí contigo.

Pasados unos minutos percibía como su llanto cesaba, dejando tan solo una leve respiración agitada. Comenzó a acariciar su pelo, besando su frente mientras pegaba su cuerpo a su pecho, rodeándola con fuerza.

E: Huelo a tu gel. –se separaba con las lágrimas aun cayendo por su rostro.

M: Te he metido en la bañera… -le retiraba el pelo de la cara- Estabas agotada y no te has dado cuenta.

E: ¿Cómo he llegado aquí? –se incorporaba despacio sin despegarse de ella.

M: Tu cuñada y yo te trajimos esta mañana.

E: Pero… -fruncía el ceño sin poder recordarlo- Luis…

M: No iba a permitir que te ocurriese algo, Esther… siento si me he equivocado al traerte, pero… -sintiendo su mano en sus labios cesaba en sus palabras sin dejar de mirarla.

E: Antes… cuando me desperté… ¿no lo soñé, verdad?

Aguantando su mirada llegaba hasta esa mano aun en sus labios, aferrándose a ella mientras dejaba un beso en la palma despacio. Volviéndola a mirar después comenzaba a acercarse, llegando a un choque contra su respiración sin llegar a rozarla, acariciando su mejilla mientras abría mínimamente sus labios para atrapar los suyos consiguiendo que cerrarse los ojos. Hizo un leve presión durante unos segundos antes de separarse lo justo y necesario para susurrar…

M: Te quiero.

Desnudas sobre aquella cama apenas se movían. Sobre su cuerpo, Maca besaba su rostro con absoluta calma, podía sentir sus manos frías y sin fuerzas recorrer su espalda estremeciéndola. Sin prisa pasó a refugiarse en su cuello, humedeciéndolo con sus labios mientras escuchaba leves suspiros junto a su oído.

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La fuerza o la pasión no estaban invitadas en aquel momento, temía que cualquier movimiento brusco pudiese deshacerla entre sus brazos, que su aliento la evaporase en tan solo un par de segundos.

De nuevo frente a su rostro comenzó a besarla, abriendo sus labios al verse invitada a hacerlo. Encontrando el calor que tanto añoraba y que se apoderaba de ella sin remedio. Despacio comenzó a recorrer su costado con sus dedos, llegando hasta su cintura mientras se separaba mínimamente para poder llegar a su sexo y comenzar a acariciarlo.

El cuerpo de Esther se onduló sin fuerzas bajo ella, la observaba en todo momento mientras sus dedos ya encontraban una tibia humedad que la hacía cerrar los ojos y comenzar a besar su pecho con devoción, un roce de sus labios con la intención de hacerla sentir en paz.

M: Te daría mi vida, Esther… Inventaría un mundo solo para ti.

Mientras sentía la tensión en sus dedos se quedó mirándola, con los ojos cerrados con fuerza mientras unas lágrimas caían por sus sienes.

El nombre de Cristian salió de sus labios en varias ocasiones mientras sacaba sus únicas fuerzas para seguir abrazada a ella.

Los días comenzaron a pasar y Esther seguía sin querer salir de la cama. Maca se dedicaba a estar con ella, convencerla para comer y bañarla con la única estrategia que servía, hacerlo junto a ella. Esos eran momentos en los que guardaba un frio silencio, dejándose acariciar y cuidar solo por ella.

E: No tengo apetito.

M: Cariño, tienes que comer… -se acomodaba junto a ella sin soltar la bandeja- Aunque solo sea un poquito ¿Vale? ¿Por mí? –intentaba sonreírle- Por favor…

Las noches eran largas, horas en las que cuando descubría que se había quedado dormida era porque Esther había comenzar a acariciar su cuerpo en busca de calor y cariño, algo que le era imposible negarle.

E: Quiero que me lleves al cementerio.

M: Esther…

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E: Quiero ir a verle. –decía con más rotundidad- Si no me llevas, iré yo sola.

Las flores, al igual que las coronas que habían dejado aquel día lluvioso, permanecían marchitas. Una leve capa de polvo y tierra cubría el mármol blanco que había comenzado a acariciar con sus dedos. Derrumbándose casi al instante y teniendo que ser cogida por Maca antes de caer al suelo.

M: Volvamos a casa…

La había dejado dormida sobre la cama cuando había decidido salir a comprar algo de comida. Regresaba sin querer perder más tiempo y cargada de bolsas cuando se detuvo frente a la puerta. Sacó las llaves para abrir y sin poder cerrarla aun pasó al interior descubriendo la cama vacía.

M: ¿Esther? –preguntaba extrañada- ¿Cariño, donde estás?

Ya asustada por no recibir respuesta fue hasta el baño, abriendo la puerta casi de un golpe para encontrar lo que había helado a su cuerpo en un escalofriante terror.

Corrió hacia ella, incorporó su cuerpo tendido en el suelo mientras las lágrimas ya comenzaban a caer.

M: Esther no me hagas esto. –comenzó dar golpes en su rostro queriendo despertarla- Mi amor, mírame. –al ver que no recibía respuesta buscó su pulso encontrándolo débil mientras repasaba con su vista el suelo del baño, encontrando un bote con varias pastillas esparcidas a su alrededor.

Siempre había pensado que querer morir era un sentimiento cobarde, desprecio a quien en la vida intenta ayudarte, pero sobre todo faltar al respeto a las personas que te quieren. Realmente en ese momento, mientras metía una tras otra todas aquellas pastillas en mi boca, lo hacía dejándome llevar por la pena y la falta del hijo que había perdido.

Pensaba en él, pero a la vez en el daño que podría causar, haciendo que los movimientos fueran lentos como si de aquella manera crease una duda a mi alrededor que alguien podría encontrar más tarde haciendo así que la culpa fuese menor.

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La imagen de Maca tampoco me abandonaba. Al igual que la del sueño que había tenido minutos antes. Me encontraba en un bosque, oscuro como la noche. En un camino se encontraba ella, esperándome al final con una sonrisa, tendiéndome su mano con seguridad, prometiéndome la vida. Al otro él, pidiéndome que no le dejase solo, que estuviese a su lado como siempre había hecho. Solo quería liberarme de la angustia que recorría por completo mi cuerpo, no querer llorar, no querer cerrar los ojos y dejarme llevar por las caricias de la única persona que conseguía mantenerme viva. Solo sentirme en paz, tranquila… pero eso tenía un precio demasiado caro como para no pagar las consecuencias.

En un estado de nervios visible, Maca caminaba de un lado a otro de aquel largo pasillo esperando las noticias del médico. La ambulancia había llegado a tiempo aunque su estado y sus fuerzas eran realmente débiles.

Escuchó unos pasos que le hicieron girarse y encontrar a Anabel que llegaba fatigada por la carrera, y sin pedirlo pero si necesitándolo, recibió un abrazo haciendo que aquel llanto que había cesado volviese a resurgir con más fuerza.

A: ¿Dónde está?

M: Está con los médicos… -se secaba las lágrimas girándose- Llevan más de una hora ahí dentro.

A: Bueno, no te preocupes… no le pasará nada.

M: Solo estuve fuera quince minutos… solo quince minutos.

Se sentó abatida mientras ocultaba su rostro con ambas manos llorando de nuevo.

A: No es culpa tuya, Maca… si lo quería hacer hubiera encontrado igualmente la forma.

M: ¿Pero no ves que lo que realmente me duele y me entristece es que lo hiciese? –elevaba su rostro- Que quisiese quitarse la vida. –bajaba la mirada- ¿De qué sirve que todo lo que hago si ella no quiere? ¿De qué sirve que la quiera si…?

A: Maca, mírame. –tomaba su mentón con firmeza- No está bien… Esther, no está bien.

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Cuando de nuevo el silencio se instalaba en aquel pasillo la puerta se abría haciendo que ambas mujeres se levantasen con rapidez viendo como el médico que había atendido a Esther se acercaba hasta ellas.

M: ¿Cómo está?

-Ahora mismo estable… Pero nos ha costado conseguirlo. –las miraba guardando silencio- Lo que ha tomado ha hecho que se produjese un principio de hemorragia interna. Su corazón debido a la arritmia producía demasiada sangre…

M: Pero… -su rostro se compungía sin poder continuar.

-Estas primeras horas son críticas. Está sedada y… -suspiraba- Debido a que ha sido un intento de suicidio hemos decidido inmovilizarla, les resultará duro verla así pero créanme que ahora mismo es lo mejor… -Maca cerraba los ojos- He tenido muchos casos así, y cuando despierte puede hacerlo de una forma agresiva y lo más seguro es que intente herirse de nuevo.

Junto a la cama acariciaba su mano, una que atada a la cama le rompía aun más el corazón. Llegada la noche Anabel se había marchado despidiéndose hasta la mañana siguiente.

De madrugada una enfermera le retiraba la sedación haciéndole saber que en unos minutos seguramente podría despertarse. Se sentó junto a ella esperando aquel momento con temor. La vio aturdida, descifrando y descubriendo el lugar donde se encontraba. Pero lo que le hacía reaccionar llegaba a ella como una punzada en el pecho, intentaba llevarse la mano al rostro encontrándose inmovilizada. Se giró asustada hacia ella.

M: Tranquila ¿Vale?

Sin contestarle comenzó a querer mover las manos, sacudiendo tanto su cuerpo que se vio obligada a bajarse para intentar sujetarla.

M: Cariño, cálmate.

E: ¿Por qué no me has dejado? –comenzaba a llorar- ¡Por qué! –gritaba mirándola.

M: Esther, por favor…

E: No debiste hacer nada. –giraba su rostro evitando sus manos- ¿Ni eso puedo ya?

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M: Mírame, por favor… -intentaba mover su rostro sin conseguirlo- ¿Por qué quieres hacerte daño? Si te pasa algo, Esther… yo me muero… -comenzó a susurrar- Me destroza verte así.

Viendo que no hacía otra cosa que llorar sin querer mirarla llamó a una enfermera que le administró algo para calmarla. Mientras la medicación no surgía efecto Esther seguía queriendo liberarse, pataleando y gritando haciendo que un par de celadores tuvieran que ir para mantenerla quieta hasta que poco a poco se iba debilitando. Maca miraba todo desde un rincón, deteniendo el temblor de sus labios con una mano mientras sus ojos se inundaban de lágrimas que se resistían en caer.

Cuando ya permanecía tranquila volvió a acercarse hasta la cama, viendo como Esther la miraba fijamente como si su mente traspasase sus ojos pidiéndole y rogándole ayuda. Se sentó a su lado, liberando una de sus manos sin importarle nada más para echarse junto a ella y abrazarla, descubriendo entonces que sus ojos no estaban puestos en ella, sino en el vacio donde se encontraba.

M: Podremos con esto ¿me oyes? –besaba su frente- Vas a volver a sonreír como solo tú sabes hacer.

Cada día resultaba ser más difícil que el anterior. El médico que la trataba había decidido pasarla a psiquiatría. Varias reacciones agresivas habían llevado a Esther a sacarse las vías, hiriéndose a sí misma frustrando aun mas a Maca que se veía al borde de un precipicio sin poder agarrarse a nada.

Había pasado a ocupar una habitación para ella sola. Una sedación casi durante todo el día y aquellas sujeciones que impedían cualquier movimiento. A su lado, Maca la miraba en todo momento, el dolor en su cuerpo a causa de las horas en aquel sillón dejaron de importarle sin apenas darse cuenta mientras veía como poco a poco, aquello se le escapaba de las manos.

C: Estás dejando tu vida a un lado, Maca.

M: Ella es mi vida, Cristina… Sin darme cuenta, sin hacer nada, ella… se ha convertido en todo lo que tengo y no quiero perder…

C: Pero… -suspiraba- No quiere que nadie la ayude, no se deja ayudar, Maca… ni por ti. –se inclinaba hacia ella- ¿Qué tiene ella de especial para que te desvivas tanto?

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M: En el tiempo que he podido estar con ella… Me ha demostrado tanto o más de lo que nadie nunca antes, Cristina. –la miraba- Ella es especial, me quiere… Y no sería justo darle la espalda ahora que me necesita… -volvía a mirar sus manos- Y tampoco quiero hacerlo.

C: Pues ármate de paciencia porque la vas a necesitar.

Permanecía sentada frente a la ventana. El sol de aquel día entraba en la habitación de manera que Maca había pensado que sería algo bueno para ella. Permanecía en silencio, mirando a través de aquel cristal mientras ignoraba como acariciaba su mano con extrema dulzura.

M: He pensado que cuando estés bien podíamos hacer un viaje… donde tú quieras… -se acercaba para mirarla- ¿Qué te parece?

Con una sonrisa que poco a poco desaparecía, veía como su respuesta no llegaba, ningún gesto que le hiciese saber que la escuchaba.

M: Esther… sé que… yo no puedo reemplazar la falta de tu hijo… que no soy suficiente para… para liberarte de ese dolor, pero… si tú me dejas, si confiases en mí, yo…

E: Es una pérdida de tiempo.

Sorprendida por escucharla elevó su rostro para mirarla. Permanecía igual que tan solo unos segundos antes pero un pequeño gesto, uno que aunque mínimo le hacía temblar, llegaba a sus sentidos. Poco a poco Esther retiraba aquella mano que sujetaba entre las suyas.

M: Querer ayudarte no es ninguna pérdida de tiempo para mí, y me igual que me grites, que te enfades y no quieres verme. Soy yo quien está a tu lado cuando duermes, viendo como me abrazas, como no permites que te suelte mientras tienes esas pesadillas… y eso, me vale más que una palabra dolida que me digas ahora.

Llorando a la par, se mantenían de nuevo en silencio, Esther mirando a la ventana y Maca a ella con dolor. Se limpió el rastro húmedo que marcaba sus mejillas y se levantó para salir de allí.

Cuando la puerta se cerró giró su rostro, su barbilla se movía por la congoja que comenzaba a inundarla y apretando los labios volvió a mirar al frente.

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Con la cuchara llena esperaba a que terminase de masticar para volver a llevarla hasta sus labios. No habían cruzado palabra desde aquel momento frente a la ventana. Maca la miraba sabiendo que lo sabía, esperando que en algún momento reaccionase.

M: El psiquiatra me ha dicho que sigues sin querer hablar con él. –le limpiaba con la servilleta- Y deberías hacerlo en algún momento. Será mejor para ti. –retiraba la bandeja mientras recogía todo- He llegado a un trato con él… -hablaba de espaldas a ella sin poder apreciar como la miraba- Me ha dejado sacarte de la habitación un rato… aquí al lado hay una sala donde entra mucha luz y te vendrá bien andar un poco… podemos sentarnos allí un rato. Aunque si vuelves a querer hacerte daño ya no me dejará hacerlo más y seguramente no podré ni entrar a verte… ¿Qué dices? –se giraba entonces.

Había vuelto a bajar la mirada con rapidez no queriendo descubrirse. Pellizcaba la sabana sobre la cama cuando comenzó a asentir con timidez dando su respuesta.

Cogiéndola de las manos la ayudaba a levantarse sin prisa. Una vez de pie le ofreció su brazo, uno al que pudo sentir que se abrazaba para comenzar a caminar. Recorrían el pasillo lentamente, cruzándose con algunos familiares y enfermeros que saludaban a Maca con una sonrisa al ver que Esther salía junto a ella.

Llegaron hasta el pequeño salón y caminaron hacia un mirador que había al final. Colocó un par de sillas donde el calor del sol se percibía con facilidad y la ayudó a sentarse para hacerlo después a su lado.

M: Ya se puede ir en manga corta por la calle… -miraba al frente- Ayer mismo cambié las mantas de la cama. He puesto una colcha más fina… es color violeta. –se giraba para mirarla- Sé que te gusta ese color.

Apenas dos segundos después volvía a mirar al suelo viendo que no conseguiría una palabra.

E: Deberías olvidarte de mí…

Frunciendo el ceño volvía a mirarla sintiendo como su corazón comenzaba a palpitar nervioso. Apretó la mandíbula con fuerza y siguió mirándola en silencio.

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E: Volver a tu vida.

En aquel momento escucharon una melodía que provenía del televisor y unas voces que les hacían averiguar entonces de que se trataba.

-Mira que es guapo este hombre.

-¿Te gusta Luis Miguel?

Sabía que no dejaba de mirarme, incluso que le había hecho daño diciéndole aquello. A día de hoy hubiera preferido arder en todo aquello que me dolía antes de perderla, de alejarla de mí. No así en aquel momento, tenerla cerca era hacerme saber débil, recordarme cuanto dolía, y cuanto odibaa seguir viva. Su compasión me hacia revolverme, su cariño hacia mí enfadarme, porque era lo único que me hacia querer seguir viva, y era lo que más odiaba.

No dijo nada, sin que lo supiera y una vez bajó la mirada la busqué, sus ojos temblaban al igual que sus manos. Pero allí y así me quedé, haciendo que mi silencio repitiese una y otra vez aquellas palabras en ella consiguiendo que incluso llorase sin que me diese cuenta.

Quizás por la canción que podíamos escuchar de fondo, elegí el peor momento para ser cruel, porque realmente y sin juzgarme por ello, le estaba obligando a tirar la toalla cuando menos quería hacerlo y mas falta me hacía.

Aquellas primeras horas de la mañana Maca debía ausentarse del hospital dejando a Esther sola. Se mantenía con la mirada perdida, fija en la pared cuando la puerta se abrió sin que se inmutase. Escuchó los pasos hasta que aquella persona se quedaba frente a ella mirándola fijamente. Por la ropa frunció el ceño mientras llegaba hasta su rostro descubriendo a quien menos esperaba allí.

L: ¿A esto has llegado por irte con ella?

E: ¿Qué haces aquí? –se retiraba hacia atrás sin dejar de mirarle- ¿Quién te ha dejado entrar?

L: Olvidas que aun soy tu marido. –comenzaba a caminar por la habitación- Cosa que yo sí tengo presente… -acariciaba la barandilla de la cama antes de sentarse en un sillón- Tienes lo que te mereces… -espetó.

E: Vete de aquí. –comenzaba a llorar.

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L: ¿Me echarás tú? Ah, no… -sonreía de lado- Que estás atada a una cama.

E: ¡Fuera! –gritaba incorporándose.

L: Cuando me dijeron que estabas aquí me sorprendí. –bajaba la mirada mientras pasaba las manos por su pantalón- Te hacía en alguna playa fallándote a esa zorra. –la veía cerrar los ojos mientras giraba el rostro- ¿No es eso lo que querías? Que Cristian muriese para poder tener la libertad y follártela a tus anchas.

E: ¡Cállate! –volvía a mirarle envuelta en rabia.

L: Me alegro que estés aquí… -se levantaba de nuevo- Tú y solo tú tiene la culpa de todo… Y sé que en el fondo es el remordimiento el que te ha vuelto loca.

E: Vete… -lloraba queriendo soltarse.

La puerta por fin se cerraba y lloraba con aun más fuerza, retorciéndose en la cama mientras tiraba de sus muñecas. La piel comenzaba a tomar un color rojizo por la presión, su voz se iba quebrando por la fuerza y un par de enfermeras entraban corriendo al escucharla. Parecía como si hubiese tomado la fuerza del mundo para luchar. Maca llegaba al pasillo escuchando el forcejeo y empezó a correr hacia allí descubriendo la escena.

M: ¡Esther!

-No nos deja. –escuchaba como una enfermera intentaba cogerla sin conseguirlo.

M: ¡Esther, tranquila! –la rodeaba con sus brazos por detrás inmovilizándola- Estoy aquí… -comenzaba a susurrar- No va a pasarte nada, cariño…

E: Vete, Maca… -tomaba aire- ¡Vete!

Con ambas manos sujetando su rostro permanecía esperando a que el psiquiatra le diese paso hasta su despacho. Aquel último incidente parecía haber tenido más repercusión que cualquier otro. La puerta se abría y sin poder ni querer intentar que su rostro no delatase su estado entraba hasta llegar a la silla frente a su mesa.

-¿Cómo estás?

M: ¿Y que más da eso? –sacaba un pañuelo de su bolsillo- ¿Cómo está?

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-Escúchame, Maca… -bajaba la mirada hasta sus manos antes de volver a mirarla- No puedes ayudarla, ni tú ni nadie puede hacerlo… Es ella la que quiere estar así.

M: ¿Entonces qué? ¿Dejamos que se quite la vida? ¿Es eso? –preguntaba enfadada.

-No, Maca… no es eso… -negaba sin apartar su vista de ella- La voy a aislar, nadie podrá verla, ni visitarla.

M: No puedes hacer eso.

-Claro que puedo, y es lo mejor ahora mismo, créeme. –se levantaba para sentarse frente a ella en el borde de la mesa- Pero te voy a dar una última oportunidad que solo ella podrá aprovechar si quiere… Pregúntale y hazle saber que no la verás hasta que no tome la decisión de dejarse ayudar, si acepta y decide que quiere que te quedes, lo voy a respetar porque será un primer paso que nos hace falta…. Si guarda silencio y deja que te marches, no dejaré que la veas.

M: Yo… -se llevaba la mano a los labios no pudiendo continuar.

-Es lo mejor, Maca. Si no quiere que la ayudemos tu presencia aquí lo único que hace es alterarla.

Frente a la puerta de la habitación caminaba de un lado a otro temiendo entrar, queriendo hacerlo y evitando que sus pasos la llevasen hasta ella.

Tomando el pomo con una mano bajaba la mirada antes de abrir y entrar, estaba tendida de medio lado mirando hacia la pared haciendo que no pudiese ver su rostro. Cerró conteniendo las ganas de llorar y se colocó en ese mismo lado, guardando silencio y viendo como permanecía con los ojos abiertos.

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M: He hablado con el médico… Llevo una hora fuera dando vueltas por el pasillo con miedo a entrar aquí porque… Nos hemos encontrado en esta misma situación varias veces pero… sé que ahora no habrá vuelta atrás, y solo tú puedes decidir… -bajaba la vista hasta sus manos- Van a llevarte a una zona aislada, no dejas que te ayudemos y… Aun así no lo harán si… si quieres que yo me quede contigo, que me quede a tu lado y ambas salgamos de esto… -arrastraba las primeras lágrimas para mirar después al techo intentando respirar- Si decides que me quede lucharemos las dos ¿Vale? Estaré contigo, cariño… -susurraba dando un paso hacia delante- Pero si… si no me quieres contigo… me tendré que ir, no podré quedarme aquí. –mirando su cuerpo se mantenía a la espera, llorando sin poder poner remedio y viendo como nada la hacía reaccionar- Esther, yo te quiero… -comenzaba a llorar con más fuerza.

Derrumbándose colocaba ambas manos sobre el colchón mientras su cuerpo comenzaba a convulsionarse. Cerraba los ojos con fuerza mientras comenzaba a sentir una sensación de ahogo que le hizo erguirse en su posición y mirarla de nuevo.

M: Adiós, mi amor.

Fue lo último que me dijo mientras yo lloraba sin que ella lo supiese. Escuché la puerta mientras aun podía respirar aquel perfume que me había dejado como recuerdo de su presencia. Con el murmullo de aquel adiós que me hundió en lo más hondo de mi tristeza mientras quería y no podía retenerla allí conmigo.

En menos de un año había pasado por lo peor de mi vida. Me crucé con la mujer a la que aun quiero con todas mis fuerzas un día lluvioso en que el destino nos cruzó bajo el mismo manto de agua. Rompí mi matrimonio antes de ni siquiera saberlo por estar con ella, por verla sonreír y poder decirle que la quería, porque la quise antes de saberlo, porque lo sentí cuando ya no había remedio. Perdí a mi hijo dejándome llevar por la angustia después, no siendo valiente y tomando el camino más fácil y en el cual ella no podía acompañarme. La perdí por no querer luchar y no dejarla estar a mi lado.

Pasé por lo peor por saberla lejos, la llamaba a gritos mientras sabía que no podía escucharme ni vendría.

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Un día, después de soñar con ella fue como si todo hubiese pasado. Abrí los ojos viéndome en una habitación donde la luz del sol no podía llegar, donde su olor ya no me llenaba los pulmones y su voz no podía hacerme saber que todo cuanto pasase, sería tan solo un tropiezo si ella estaba conmigo para cogerme y hacerme seguir caminando. Pero era tarde, demasiado tarde.

Justo once meses después recibí el alta. Anabel estaba en la puerta para recibirme y llevarme a su casa. No había vuelto a saber de Maca y en el fondo lo comprendía, había guardado silencio cuando más necesitaba escucharme, y le había fallado.

No preguntaba por ella, y Anabel tampoco me la nombraba. Hasta que un día, no pudiendo soportarlo más salí de su casa para recorrer el camino hasta el lugar donde esperaba encontrarla. Pero sin embargo, un cartel de venta me recibió en su lugar.

Ni un segundo de duda cubrió la decisión que había tomado en aquel instante. Dos semanas después me encontraba llenando aquella casa con mis cosas. Mirando todo aquel espacio como si ella fuese a salir de un rincón sonriéndome. Y a día de hoy, me descubro esperando lo mismo como si solo esa imagen, ese sueño por hacer realidad, fuese lo único que esperase en la vida.

Con aquella libreta repleta de recuerdos bajo el brazo se bajaba del coche para entrar en aquel edificio que tan bien conocía. Saludó a la secretaria que le hacía esperar unos segundos mientras la anunciaba para darle paso después.

-Que sorpresa. –sonreía frente a ella.

E: Hola doctora.

-¿Qué te trae por aquí? –se levantaba para caminar hasta ella.

E: He hecho lo que me dijo y aquí lo tiene. –se la tendía despacio- Ahí está todo tal y como lo recuerdo.

-No debías traerla, solo sacar todo cuanto tenias dentro, Esther.

E: Lo sé, pero… Quiero dárselo a usted. Esto ya es un pasado que no volverá a hacerme daño y esta es la mejor forma que se me ha ocurrido.

-Bueno… -la cogía suspirando- De acuerdo. –la dejaba sobre la mesa- ¿Cómo te encuentras?

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E: Bien. –sonreía bajando la mirada- Mejor… -asentía con timidez- He llorado mucho pasando por todo eso otra vez, pero… lo necesitaba.

-Me alegro. –sonreía- Intenta dormir sin las pastillas ¿Vale? A ver si tenemos suerte.

E: Gracias por todo. –ofrecía su mano- De verdad.

-No me las des… tú has hecho todo el trabajo, Esther… deberías estar orgullosa. –asentía antes de girarse para volver a su mesa.

E: Adiós doctora.

Mirándola con cariño la veía marchar de nuevo. Bajó la vista hasta aquella libreta y la ojeó por encima viendo como estaba prácticamente escrita hasta su finalidad. Se sorprendió de todo cuanto aquella mujer había sacado, entristeciéndose al pensar que todo eso había sido su peor veneno durante todo ese tiempo. Suspiró y descolgó el teléfono para comenzar a marcar.

-Hola cariño. –sonreía- Sí, sí… te llamaba porque me tienes que preparar la cena tú hoy… -ladeaba el rostro escuchándola- Ya, ya… pero bueno, un poquito si me lo merezco ¿no?... Está bien gamberra, espérame a las ocho… un besito.

Sin borrar su sonrisa colgó de nuevo y comenzó a terminar todo cuanto debía para poder marcharse a tiempo.

A las siete y media se levantaba con la satisfacción de poder irse y abriendo su maletín recorría parte de su trabajo, tomando aquella libreta durante unos segundos antes de meterla también. Se colocó la chaqueta y llegó hasta la mesa de su secretaria.

-Me voy que me esperan en casa para cenar.

-Buenas noches, doctora.

-Buenas noches, Lourdes. –sonrió antes de marcharse.

Aparcó frente a la puerta y cogió el maletín saliendo después. Abrió la puerta y se encaminó hasta el ascensor después de coger el correo del buzón. Negaba con la cabeza cuando por fin entraba en casa y dejaba las cartas sobre la mesa.

-¿Tú nunca puedes abrir el buzón o qué? –alzaba la voz mientras dejaba su abrigo en el perchero de la entrada.

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-Hola cariño ¿Qué tal el día? El mío bien, ¿Qué tal tú? –asomaba por la puerta de la cocina.

-Es que ya te vale. –llegaba hasta ella dejando un beso en sus labios dirigiéndose después al frigorífico- Siempre soy yo cuando llego a las tantas la que tengo que preocuparme de que nuestras facturas entren en esta casa.

-Venga renegar… Cualquiera diría que te cuesta trabajo abrir esa dichosa puertecita.

-¿Y a ti? ¿Te cuesta trabajo a ti? –se acercaba hasta ella quedando a tan solo un paso.

-Hola… -sonreía acercándose para besarla.

-Hola. –rodeó su cuello con ambos brazos mientras la abrazaba- Estás guapa.

-Tú sí que estás guapa. –ladeó su rostro profundizando en aquel beso- ¿Te duchas y cenamos o cenamos y luego te duchas?

-Cenamos y luego me ducho. –se separaba de nuevo- Hoy me ha llamado mi madre.

-¿Y qué quería?

-Pues lo de siempre… -suspiraba- ¿Susana hija, cuando conoceré a tu novia?

-¿No le valen las fotos que le mandas? –sonreía sin mirarla.

S: No seas bruta que sabes que le duele que no vayamos aunque sea un fin de semana.

-Es que eso de ir a un pueblo perdido de la mano de dios en Pontevedra no me llama, cariño… no me llama. –ponía una mueca que la hacía sonreír.

S: Lo que yo diga. –le daba un chaquete antes de salir.

Tras una agradable cena en la que se relataban el día pasaron al sofá como cada noche. Viendo apenas unos minutos la televisión antes de que su chica se marcharse a la cama dejándola sola mientras repasaba las últimas anotaciones de aquel día.

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Se encontraba sentada en el sofá con una copa de vino cuando la libreta de Esther llegó a su vista. La miró unos segundos antes de inclinarse para cogerla y llevarla hasta su regazo sin soltar su bebida. Abrió la primera página y comenzó a leer.

Las primeras líneas ya le hacían sentir la angustia de esa mujer cuando daba un trago y se veía cada vez más inmersa en sus pensamientos. Su ceño se frunció llegada a un punto en que dejó la copa sobre la mesa y leyó con más rapidez. Pensando que aquello era una locura pasó un puñado de páginas para leer una al azar…

Poco a poco elevó su rostro mientras los recuerdos de una conversación meses atrás las había llevado a estar horas en aquel mismo sofá. Cerró la libreta y la dejó caer sobre la mesa mientras se levantaba sin dejar de mirarla. Su labio comenzó a temblar mientras se giraba llevándose la mano a la frente.

El sol la encontraba sentada frente a aquella mesa y de brazos cruzados. Unos pasos la hicieron reaccionar elevando su rostro para descubrirla extrañada por encontrarla allí.

-Me he asustado al ver tu lado de la cama vacio. –comenzó a caminar hasta ella- ¿Qué pasa?

S: No, nada. –negaba bajando la mirada.

-Pasas la noche en el sofá y no pasa nada… -asentía- Vale… -se cruzaba de brazos- ¿Ahora me dices la otra versión, la que prefieres no contarme?

Mirándola de nuevo se veía entre una encrucijada de sentimientos y remordimiento que no había abandonado su cuerpo en todas aquellas horas de la noche. Tragó un nudo en su garganta y volvió a mirar al frente.

S: Siéntate, Maca.

M: Me estás asustando… -fruncía el ceño mientras se colocaba a su lado- ¿Qué pasa?

S: ¿Recuerdas que te conté que tenía una paciente que se pasaba las sesiones sin dirigirme la palabra y después se marchaba?

M: Sí, algo recuerdo, sí. –asentía mirándola.

S: Le dije que… que ya que conmigo le costaba que lo escribiese todo, todo lo que no la dejaba vivir como quisiera y… ayer me dio esto. –cogía la libreta tendiéndosela.

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M: Cariño yo no puedo leer eso… -la miraba- Y tú no deberías dármelo te puedes meter en un lio.

S: Créeme, yo apenas he leído dos páginas… eres la única con el derecho para hacerlo.

Sin entender nada de aquello tomaba aquel cuaderno entre sus manos y lo abría, mirándola a ella por última vez antes de disponerse a leer. A su lado, Susana la miraba en todo momento esperando una reacción. Una que no llegaba hasta apenas un minuto después en el que la veía abrir los labios sin pronunciar una sola palabra. La vio levantarse sin soltar aquella libreta, caminar hasta unos metros del sofá y girarse para ver entonces el temblor en sus ojos mientras intentaba decir algo sin conseguirlo.

Al verla de aquella manera se llevó la mano a los labios temiendo por el dolor que aquello podía causarle. La vio encoger su rostro en un aviso del llanto que se aproximaba.

S: Lo siento… -se levantaba despacio.

M: ¿De verdad que no lo has leído? –le preguntaba dejando caer sus lágrimas.

S: Cariño, de verdad que no. –negaba con decisión.

Tras eso la había visto llorar sin querer que se acercase a ella. Se mantenía a unos metros queriendo consolarla pero sin poder hacerlo. Se sentó en el sofá de nuevo viendo como Maca llegaba hasta la ventana dejándose caer hasta quedar sentada en el suelo, abriendo después aquellas páginas que le hacían revivir de nuevo todo el tiempo junto a Esther.

La noche llegaba y seguía manteniéndola entre sus manos después de haber leído hasta la última palabra.

S: Maca…

Su mano alzada le hacía saber que no quería escuchar nada y seguir con aquel silencio. Cerrando los ojos se levantaba para salir de allí y encerrarse en el dormitorio.

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Cogiendo el abrigo y las llaves salió de allí con lágrimas en los ojos, sabía lo que tenía que hacer por mucho que le costase. Era lo justo, lo que debía que hacerse y aunque una parte de ella le decía que no tenía por qué, que aquella era su oportunidad, había llegado a conocerla y saber que por mucho que ella pusiese de su parte, nunca podría ocupar su lugar.

Llegó a la consulta y encendió el ordenador de Lourdes, buscando después en la base de datos para anotar la dirección y volver a marcharse.

Mirando los números en cada edificio conducía a una velocidad lenta hasta que por fin daba con el portal que buscaba. Bajó del coche y buscó el timbre que daba a su casa esperando después a recibir respuesta.

E: ¿Si?

S: ¿Esther?

E: Sí, soy yo…

S: Soy… soy Susana… la doctora Pellicer. –rectificaba torpemente.

E: La… -se extrañaba.

S: ¿Puedo subir?

E: Sí, claro… le abro.

Sintiendo el nerviosismo y dándose cuenta de que no había pensado como iba a contarle aquello, llegó hasta su puerta, encontrándola en el umbral con una clara expresión de sorpresa.

S: Perdona que venga a tu casa, pero… es importante.

E: Pase. –se hacía a un lado.

S: No me hables de usted… -se giraba una vez dentro- No vengo como psiquiatra.

E: Vale… ¿Qué ocurre?

S: ¿Podemos sentarnos?

E: Claro. –asentía comenzando a caminar hasta el sofá mientras veía como aquella mujer repasaba la casa con la mirada.

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S: Verás… -suspiraba sin atreverse a mirarla- Hace diez meses, conocí a alguien… di una charla sobre psiquiatría y casualidades de la vida nos hizo coincidir y… quedar después… Al principio la veía reacia a hablar de su vida, apenas me contaba dos tonterías que no me convencían en absoluto y… digamos que mi lado más profesional se esforzaba en querer conseguir que hablase. –la miraba de nuevo- Un día lo conseguí, por aquel entonces ya teníamos una relación y vivía conmigo… Fue una larga noche en la que por primera vez vi a alguien llorar tanto y tanto que finalmente no podía ni abrir los ojos presa del cansancio…

E: No entiendo por qué me cuentas todo esto.

S: Necesito que vengas conmigo. –se levantaba.

E: ¿Contigo a donde?

S: Necesito que lo hagas y no me pidas que te explique nada ahora… solo que lo hagas, no te debo nada pero… sí a ella.

Sin saber por qué había accedido a subir en aquel coche. La miraba sin entender nada de todo aquello. Minutos después llegaban a un buen barrio casi a las afueras y la veía descender teniendo que imitarla. No decía una sola palabra y se dedicaba a caminar hasta finalmente la puerta de una casa, la que suponía era la suya.

S: Ahora necesito que te quedes aquí, perdona lo irrespetuoso de dejarte en la puerta, pero…

E: No pasa nada.

Sin quitarse en abrigo comenzó a caminar recorriendo el pasillo hasta llegar al dormitorio. Abrió la puerta encontrándola en una absoluta oscuridad que se veía rota únicamente por la luz del pasillo. Dio apenas dos pasos hasta encontrarla sentada en el borde de la cama mirando al suelo.

S: Maca…

No recibía respuesta y por lo tanto decidió ir hasta ella, arrodillándose justo delante mientras con ambas manos hacia que la mirase encontrándola en el mismo estado que aquella noche en el salón.

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S: Quiero que me hagas un favor… aunque después me odies… -suspiraba intentando sonreír- Tienes que ser muy, muy fuerte ¿vale? Pensar que puedes recuperar todo cuanto creías haber perdido.

M: ¿De qué hablas?

S: Muy en el fondo sabia que este día llegaría… y mientras tanto me has hecho ser la mujer más feliz del mundo aun sabiendo que no conseguía borrar en ti todo ese dolor que te esmerabas a esconder cada día… Sabía que yo solo había aparecido en tu vida para poder darte una mínima felicidad en el tiempo que debías esperarla.

Besando su frente dejó escapar las lágrimas que se había esforzado en retener y se separó de ella para alejarse de aquel dormitorio. Llegó de nuevo a la puerta y vio como Esther permanecía apoyada en la pared mirando al suelo.

S: Tienes que ir al dormitorio del fondo.

E: Perdona, pero es que no…

S: Confía en mí ¿vale? Solo… confía…

Haciendo que pasase al interior cerraba entones la puerta. Esther aun mas extrañada, incluso asustada por todo aquello, miró hacia el pasillo. Tomó aire y se dispuso a caminar despacio, viendo como aquel dormitorio permanecía con la luz apagada y tan solo podía distinguirse algo por la que llegaba del pasillo. Empujó la puerta levemente con su mano hasta ver un cuerpo de espaldas a ella, se detuvo y guardó silencio justo cuando la puerta sonaba a causa del movimiento de las bisagras, sonido que hizo reaccionar a Maca que se giraba descubriendo su presencia.

Esther abrió los ojos todo cuanto pudo al descubrir aquel rostro, uno que tantas veces había soñado con volver a ver, pero que muy diferente a como había imaginado, la miraba entre sorprendida y asustada. La veía e incluso la escuchaba en un llanto que no hacía otra cosa sino hacerla entender aun menos que era todo aquello, pero aun así solo tenía sentidos para no dejar de mirar sus ojos.

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Unos metros separaban a una de la otra. Maca se mantenía en silencio mientras asimilaba aquella imagen frente a ella. Si no conociese su historia podría decir incluso que estaba tal y como aquel día que la conoció, con la misma mirada con la que cada noche soñaba y en la que en aquel momento, no le costaba ningún trabajo perderse.

M: ¿Co… cómo estás? –atinaba a decir visiblemente nerviosa.

E: Muriéndome por abrazarte…

Aquella voz quebrada le hacía ver casi por arte de magia que aquel brillo que sus ojos desprendían era por las lágrimas que aun permanecían sin fuerza para caer. Bajó su vista hacia sus manos en un intento de controlar todo cuanto se agolpaba en su pecho, escuchando como los pasos le hacían volver a mirar al frente descubriendo como tan solo las separaba entonces un par de pasos.

E: Sé que no tengo ningún derecho, pero… siento mucho el daño que te hice, Maca… de verdad que lo siento. –cogía su mano con pudor- Te alejé cuando más te necesitaba…

M: No tienes que disculparte por nada, fui yo quien te falló no pudiendo ayudarte. –la miraba- No supe estar a la altura.

E: No digas eso… -negaba perdiendo la mirada un instante- Eres lo único que me ha dado fuerzas cada segundo para seguir aquí.

Mientras de nuevo la miraba recordó el motivo por el que se encontraba allí. Bajó la mirada ordenando sus pensamientos mientras Maca la observaba en todo momento. “Verás… Hace diez meses, conocí a alguien…” “por aquel entonces ya teníamos una relación y vivía conmigo…” Giraba su rostro mirando aquel dormitorio, la cama que casi podía rozar con la punta de los dedos.

E: ¿La quieres? –preguntaba sin valor a mirarla.

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Aunque con temor, comenzó a elevar su mano, viendo incluso como temblaba entre aquella oscuridad hasta que alcanzó su barbilla, haciendo girar su rostro para mirarla a los ojos y ver entonces como esperaba su posible respuesta. Apretó los labios sin dejar de mirarla y sin poder aguantar más tiempo empezó a recorrer el espacio que las separaba, mirando sus labios, de nuevo sus ojos mientras aquel último adiós llegaba a sus recuerdos, como salió de allí corriendo, como pasaría después varias semanas en un estado de ausencia completa con el mundo y todo cuanto la rodeaba.

M: Ni aunque me alejases de ti un millón de veces conseguiría poder olvidarte, Esther…

De nuevo entre aquellas paredes, entre aquella penumbra que aun recordaba los suspiros, las caricias y los segundos robados en un tiempo que no les pertenecía, entre aquella vida de susurros y recuerdos, volvían a encontrarse. La sensación de espacio entre ellas no existía, el temblor que antes juzgaba cada beso, se había perdido entre los sentimientos.

La tranquilidad, la paz encontrada, luchaba contra la necesidad de la posesión, de la falsa posesión de dos cuerpos unidos tan solo por el roce de la piel. La fuerza de las manos adueñándose de cada rincón que esperaba, que ya tanto tiempo había esperado, lo hacía marcando con fuego la añoranza y el temor que aun podían saborear entre la calidez y la humedad de sus labios.

No existía el tiempo para las disculpas, tampoco para el perdón que se llamaba a si mismo innecesario. Solo el encuentro entre lo que se creyó tener y se escapó, entre lo soñado y lo prohibido, entre lo conseguido y lo perdido de una época en la que seguir costaba una vida, en la que un adiós dejó en puntos suspensivos lo que tanto dolía.

Sentada frente a la cama la observaba dormir. Admiraba aquella piel perdida entre las sabanas, la misma que había amado horas antes con todo su empeño. Había tenido la oportunidad de entrar en sus pensamientos, aquellos que tanto quiso conocer meses atrás, descubriendo cada miedo, temor y dolor que habían hecho que se alejase, que no pudiese estar a su lado como tanto hubiese querido. Pero aun así, teniéndola o creyendo tenerla de nuevo, sentía como de nuevo le fallaba a alguien.

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Frente a la casa que la había protegido sin saberlo, se encontraba de nuevo con los pies pesados por la culpa. Con la seguridad de que alguien debía sufrir tomase el camino que tomase, que no podía borrar ninguna de aquellas dos historias que tanto la habían marcado.

Giró la llave encontrando silencio. Cerró no queriendo perturbarlo y comenzó a recorrer el camino hasta el dormitorio, donde sentada con una maleta junto a sus piernas, Susana parecía esperarla.

S: Hola.

M: Hola… -bajaba la mirada.

S: Suponía que era una tontería esperar más tiempo y he guardado tus cosas para que te las lleves. En el salón hay un par de cajas con tus libros y tu música, el portátil está en su maletín también. –comenzaba a hablar casi atropelladamente haciendo que volviese a mirarla- No me mires así, no te lo reprocho.

M: Lo siento.

S: No se puede sentir ni se debe sentir el estar tan enamorada de una persona, Maca. –se levantaba para girarse mientras parecía colocar varias cosas sobre el sinfonier- No lo hagas tú.

M: No es justo para ti y…

S: Maca. –se giraba de nuevo- Aunque me engañase a mí misma todo el tiempo sabia que esto iba a ocurrir. Te he escuchado llorar millones de veces sabiendo el por qué, he tenido que mantenerme al margen otras tantas porque sabía que en esos recuerdos yo no podía ayudarte… he visto cada semana a esa mujer que no era capaz de nombrarte por no perderte del todo, sin saber que eras tú… Por mucho que yo haya llegado a quererte no es mi lugar ni soy yo quien debe estar a tu lado. –mirándola a los ojos comenzaba a caminar hasta ella- Debes aprovechar el que haya vuelto, y el que puedas estar con ella por fin. –elevando la mano llegaba hasta su mejilla.

M: Nunca podré agradecerte todo cuanto has hecho por mí.

S: Sí… claro que podrás. –asentía con una sonrisa- Siendo feliz como mereces ser.

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Ambas sonrieron tristemente durante unos segundos, unos en los que nada más se podía decir y necesitándolo por igual, se fundían en un abrazo que sabían, haría entonces de despedida.

S: Al final mi madre se tendrá que conformar con las fotos. –sonreía arrastrando las lágrimas una vez se separaba.

M: Gracias. –inclinándose llegaba hasta su frente para dejar un beso- Gracias por todo. –mirándola con una pequeña sonrisa se separó entonces antes de marcharse.

La veía coger la maleta, caminar hacia la puerta y finalmente recorrer el pasillo para salir de aquella casa. El sonido de aquella cerradura le hizo necesitar el apoyo para su cuerpo, aferrándose al borde del colchón mientras sabia que nunca más volvería a verla.

S: Se feliz, Maca…

Cuando de nuevo llegaba a la que fuese su casa se extrañó al ver la cama vacía y perfectamente hecha. Miró a su alrededor sin escuchar ningún ruido hasta que vio una pequeña nota en la mesa de la entrada; He ido a hacer lo único que me falta, no te preocupes. Te quiero.

Sin prisa caminaba entre todos aquellos nombres, todos desconocidos, con familia, historias y también amores imposibles, destinos maltrechos por la muerte, vidas inacabadas y dejadas para siempre en el olvido. Girando entre una de todas esas calles repletas de lechos mortuorios la vio, de pie frente a su hijo, encogida bajo su abrigo mientras no apartaba la vista de aquella piedra fría.

Llegando a su lado se veía descubierta al sentir sus ojos en ella. Le regaló una pequeña sonrisa antes de detenerse justo a su izquierda llevando la vista hasta donde lo hacia ella antes.

E: Hacia demasiado tiempo que no venia…

M: Yo he venido… -aunque sin mirarla podía diferenciar como giraba su rostro- Casi cada mes, venia en domingo a ponerle flores por ti, y le decía que cuando estuvieras bien vendrías… a sonreírle para que supiera que no te habías olvidado de él y que le echas mucho de menos.

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Mirando de nuevo al frente cogía su mano, apretándola con fuerza mientras aquella pequeña fotografía sonreía para ellas. Maca la rodeaba entonces por los hombros pegándola a su cuerpo para entonces girarse y marcharse de allí.

De nuevo en casa, se mantenían en silencio bajo las sabanas de aquella cama. Maca había tomado aquel pecho de apoyo para su rostro mientras sentía las caricias en su espalda mientras ella dibujaba diferentes formas sobre su abdomen.

M: La conocí en la universidad… No paró hasta que consiguió que me tomase un café con ella. Decía que no podía desaprovechar la oportunidad de hablar con alguien tan cerrado al mundo.

E: Es buena chica.

M: Me ayudó mucho… Muchísimo… Estaba tan perdida que ni yo misma lo sabía y… me dejé, dejé que intentase hacer con mi vida lo que pudiese, me daba igual todo lo demás. –se incorporaba para echarse a un lado y poder mirarla- Tu psicólogo me dijo que le pediste que no me llamase.

E: Me dijo que lo hacía cada semana y… -bajaba la mirada- Pensé que sería mejor que tu siguieses con tu vida.

M: Pero tú eres mi vida… -susurraba acercándose a ella- Tú y nadie ni nada mas está en mi cabeza o en mi corazón, Esther… -acariciaba sus labios- Nunca ha dejado de dolerme que no pudiese ayudarte todo cuanto quise e intente.

Sentadas en el alfeizar de la ventana permanecían mirando hacia el exterior. El frio había llegado conmfuerza y abrazadas, disfrutaban de aquella insólita imagen que las hacia relajarse en el calor de aquellos brazos.

E: Yo nunca había visto nevar aquí ¿y tú?

M: No. –negaba apoyada sobre su hombro- Nunca he visto nevar, además.

E: Es bonito. –se encogía resguardándose en su cuerpo.

M: Pero aun mas verlo contigo. –sonrió girándose para mirarla y dejarle un beso en la nariz.

E: La chica de la inmobiliaria llamó esta mañana… tenemos que ir a darle las llaves el lunes. Hay que llamar a los de la mudanza para que estén aquí también a primera hora para que nos dé tiempo.

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M: Vale.

E: ¿Tienes el teléfono del dueño de la casa, verdad? –se giró de repente.

M: Que sí, cariño, que sí. –sonreía mirándola- No te preocupes que está todo arreglado.

E: Maca, que si se nos pasa algo nos vemos en la calle.

M: Mmm… dos vagabundas sin techo y sin lecho. –fruncía en ceño- Que mal suena eso.

E: Tonta. –le daba en el hombro con cariño- No quiero que algo salga mal.

M: Cariño, todo está bien, nos esperará en la puerta para darnos las llaves y una copia de la escritura, en el banco también lo tienen todo listo, los de la mudanza ya están avisados de que deben estar aquí a las ocho, la chica de la inmobiliaria ya sabe que pasaremos por allí de camino a la otra casa, no tienes que preocuparte de nada.

E: Vale. –suspiraba antes de abrazarse a ella.

M: Solo tenemos que pasar este fin de semana tranquilitas y ya el lunes dormiremos en nuestra casa… -comenzaba a balancearse pegada a su cuerpo.

E: Tengo unas ganas… Poder estar allí las dos sabiendo que es nuestra, y empezar algo nuevo juntas.

M: ¿Llamaste al médico?

E: Ajá… -susurraba- Le he dado la dirección y me ha dicho que puedo seguir yendo a verle aunque no nos toque ese hospital, que por él estaría bien.

M: Mejor.

E: Pero bueno, que ni punto de comparación, eh. –se separaba para mirarla- Que no tienes una novia loca ni nada por el estilo, solo una con leves ataques de ansiedad como muchas otras personas en el mundo.

M: Ya lo sé, ¿Quién te ha dicho a ti que yo pienso eso?

E: Nadie, solo te lo digo. –sonreía- Por si las mocas.

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M: Aunque… hay noches que si que te pones un poco loca, uhm. -iba de repente hasta su cuello- Muy loca diría yo.

E: Si bueno, pero… eso ya es otra cosa. –comenzaba a sonreír ampliamente al sentir como comenzaba a besarla- Culpa tuya, además.

M: Me encanta que te vuelvas loca cuando te hago el amor… -susurraba consiguiendo que se estremeciese.

El cielo se había convertido en un completo manto negro de nubes cargadas y amenazantes con soltar litros y litros de agua sobre todo aquello que permaneciese bajo su inestabilidad. La gente comenzaba a correr queriendo guarecerse antes de la tormenta. Los coches comenzaban a crear atasco ante la numerosa coincidencia de los conductores eligiendo aquel medio de transporte.

Se colocaba el periódico sobre la cabeza justo cuando las primeras gotas comenzaban a caer. Aquella carrera servía de más bien poco mientras comenzaba a mojarse sin remedio alguno. Varias personas se cruzaban en su camino de igual forma antes de llegar al portal a la misma vez que otra mujer que llegaba y entraba junto a ella habiendo llegado en sentido contrario.

M: Cómo llueve, eh.

E: Sí. –sonreía sacudiéndose el pelo- Aunque veo que esta vez te has mojado tú más. –la miraba con descaro.

M: Cierta mujer me ha dejado hoy sin coche y vengo corriendo tres manzanas.

E: Que malvada ¿no?

M: Pues sí. –quitándose el abrigo comenzaba a caminar hasta el ascensor siendo seguida en silencio- Tendré que hacérselo pagar después.

E: ¿Alguna idea interesante?

M: Lo meditaré mientras me prepara la cena y yo me doy una buena ducha de agua caliente… -miraba hacia el techo sonriendo.

E: ¿Cambiando papeles? –entraban en el habitáculo.

M: En la próxima tormenta te haré el amor directamente en la puerta… -se acercaba entonces a ella mientras se mordía el labio.

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E: ¿Con el frio hace? Te lo crees. –se separaba haciéndola reír- Además, no estamos pagando una hipoteca para ir haciendo cochinadas por ahí.

Entraba en el piso sintiendo como la rodeaba con sus brazos nada más entrar consiguiendo que sonriese.

E: Maca, estamos empapadas…

M: Pues por eso mismo da igual… -comenzaba a besar su cuello- Así nos vamos las dos directas a la ducha a coger un poco de calor.

E: ¿Y la cena?

M: Yo puedo pasar tiempo sin comer… pero no tanto sin ti. –hacia que se girase para besarla.

Las manos volvían dejarse llevar, desprendiendo de cada prenda aquel cuerpo que se dejaba guiar. El calor del aliento dibujando un susurro en el aire marcaba el camino que dejaban atrás entre caricias y besos entregados sin precio que pagar. Fuera seguía lloviendo creando el indiscutible tintineo contra el cristal. La piel ya dejaba verse, la ropa caía sin nada a lo que poder aferrarse, y aquel lugar se quedaba de nuevo en penumbra y soledad cuando la puerta del baño se cerraba.

Cada rincón había sido decorado de nuevos sueños, de recuerdos sin dolor, de imágenes y detalles de una vida que solo había comenzado un par de años atrás lejos de cualquier sentimiento que no fuese el amor y la ilusión.

Junto a la chimenea de aquel ático una mesa era cuidada con respeto y recuerdos imborrables. Sonreía, señalaba su primer camión de bomberos, leía aquel comic que tanto le gustaba, una tras otra dejando ver lo feliz que había sido, dejando ver que cada día de su vida había sido amado, que en los brazos de su madre había encontrado el mayor calor que podía encontrar. Allí, su madre le recordaba cada día haciendo que viviese en su corazón, que viviese con ella aquella vida que un día pudo seguir sin miedo a volver a temerla, la vida en la que el amor de Maca por ella había conseguido salvarla.

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