schwob, marcel - corazón doble

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  • 7/31/2019 Schwob, Marcel - Corazn Doble

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    Marcel Schwob

    CORAZN DOBLE

    Traduccin de Amanda Fons de Gioia

    CENTRO EDITOR DE AMERICA LATINA

    Se agradece a Rodolfo Alonso Editor la autorizacin otorgada para la publicacin de la presente versincastellana de Corazn doble.

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    1980 Centro Editor de Amrica Latina S. A. - Junn 981,Buenos Aires.

    Hecho el depsito de ley. Libro de edicin argentina. Impreso en Mayo de 1980. EMEDE. Santiago delEstero 762. Lans Oeste, Buenos Aires. Pliegos interiores compuestos en Tipogrfica del Norte S. R. L.,Reconquista 1042, Buenos Aires; impreso en Talleres Grficos FA. VA. RO. SAIC. y F. Independencia3277/79, Buenos Aires

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    PREFACIO

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    La vida humana es interesante en primer lugar per s misma; pero si el artista no quiere representaruna abstraccin, tiene que ubicarla en el medio que le corresponde. Todo organismo consciente posee

    profundas races personales; pero la sociedad ha desarrollado en l tantas funciones heterogneas quesera imposible cortar esos miles de conductos por los cuales se nutre sin provocar su muerte. En elindividuo existe un instinto egosta de conservacin; tambin la necesidad de los otros seres, entre losque se mueve.

    El corazn del hombre es doble; el egosmo es en l la contrapartida de la caridad; el individuo es lacontrapartida de las masas; para su conservacin, el ser cuenta con el sacrificio de los dems; los polos

    del corazn se hallan en el fondo del yo y en el fondo de la humanidad.As el alma va de un extremo al otro de la expansin de su propia vida a la de la vida de todos. Pero

    hay un camino que recorrer para llegar a la piedad, y este libro se propone marcar sus etapas.El egosmo vital experimenta temores personales: es el sentimiento que llamamos TERROR. El da

    en que el individuo llega a concebir en los otros seres los mismos temores que le atormentan, interpretaexactamente sus relaciones con la sociedad.

    Pero la marcha del alma por el camino que lleva del error a la piedad, es lenta y difcil.En primer lugar, el terror es exterior al hombre. Nace de causas sobrenaturales, de la creencia en

    poderes mgicos, de la fe en el destino tan magnficamente representada por la antigedad. Se ver, enLas Estrigas, el hombre que es juguete de su imaginacin.El Zueco muestra el mstico atractivo de la feen una vida gris, el renunciamiento a la actividad humana a cualquier precio, aun al del infierno. EnLosTres Aduaneros, el ideal exterior que nos induce misteriosamente al terror se manifiesta en el deseo deriquezas. Aqu el espanto nace de una sbita coincidencia, y los tres cuentos siguientes mostrarn comola superposicin fortuita de algunos accidentes, sobrenaturales todava enEl Tren 081pero reales ya en

    Los Sin-Cara,puede excitar un intenso terror provocado por circunstancias ajenas al ser humano.El terror est dentro del hombre, aunque determinado todava por causas que no dependen de

    nosotros, como la locura, la doble personalidad, la sugestin. Pero en Beatriz, Lilith, Las Puertas delOpio, el terror es provocado por el hombre mismo en su bsqueda de sensaciones, ya sea que loconduzca al ms all la quintaesencia del amor, de la literatura o del asombro.

    Cuando la vida interior lo lleva, a travs del opio, hasta el aniquilamiento de esas excitaciones,considera a las cosas terribles con algo de irona, en la que sin embargo la energa se sigue manifestando

    en una excesiva acuidad de sensaciones. La beatifica placidez de la existencia se opone vivamente en suespritu a la influencia de terrores provocados, exteriores, o sobrenaturales; mas esa existencia materialno parece ser, ni enEl Hombre Gordo ni enEl Cuento de los Huevos el ltimo objetivo de la actividadhumana, y la supersticin que en ellos se encuentra puede resultar an perturbadora.

    En El Religioso el hombre percibe el extremo inferior del terror, penetra en la otra mitad de sucorazn, trata de concebir la miseria, el sufrimiento y el miedo en los otros seres, aparta de s todos losterrores humanos y sobrehumanos para no conocer ya ms que la piedad.

    El cuento deEl Religioso introduce al lector en la segunda parte del volumen, "La Leyenda de losPordioseros". La larga serie de criminales ha ido reproduciendo, de siglo en siglo, hasta nuestros das,todos los terrores que el hombre haya podido experimentar. Las acciones de los simples y de losmiserables son causa y efecto del terror. La supersticin y la magia, la sed de riquezas, la bsqueda de

    sensaciones, la vida bestial e inconsciente, son otras tantas causas de crmenes que llevan a la visin delcadalso futuro enFlor entre Piedras, y al propio cadalso con su horrible realidad, enInstantneas.

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    El hombre se torna digno de piedad despus de haber sentido todos los terrores, despus de haberlosmaterializado encarnndolos en los pobres seres que los experimentan.

    La vida interior, hastaEl Religioso solamente objetivada, se torna de algn modo histrica al seguir laobra del terror desdeLa Vendedora de mbarhasta la guillotina.

    Se siente piedad hacia esa miseria y se intenta volver a crear la sociedad prohibiendo en ella todos losterrores mediante el Terror; se trata de construir un mundo nuevo donde no haya pobres ni pordioseros.El incendio se trasforma en algo matemtico, la explosin es razonada, la guillotina cambiante. Se mata

    por principio; especie de homeopata del asesinato. El cielo negro se llena de estrellas rojas. El fin de lanoche ser una aurora ensangrentada.

    Todo eso estara bien, sera justo, si el extremo terror no provocara otra cosa; si la piedad presentehacia lo que se suprime no fuera ms fuerte que la piedad futura hacia lo que se desea crear; si la miradade un nio no hiciera temblar a los asesinos de generaciones y generaciones de hombres; en fin, si elcorazn no fuese doble, aun en el pecho de los hacedores del terror futuro.

    As se logra el objetivo de este libro, que es llevar, por los caminos del corazn y de la historia, delterror a la piedad; mostrar que los acontecimientos del mundo exterior pueden ser paralelos a lasemociones del mundo interior; hacer presentir que en un segundo de vida intensa revivimos virtual yactualmente el universo.

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    La antigedad ha comprendido el doble papel que desempean el terror y la piedad en la vida humana.Parecera que las otras pasiones hubiesen presentado menos inters, mientras que estas dos emociones

    extremas embargaban entonces por entero al alma. En cierto modo, el alma deba ser una armona, unacosa simtrica y equilibrada. No haba que dejarla en estado de turbacin; se intentaba contrabalancearel terror con la piedad. Cuando una de esas pasiones venca a la otra, se restableca la paz espiritual y elespectador sala satisfecho. No haba moral en el arte; se buscaba equilibrar el alma. Un corazn embar-gado por una sola emocin habra sido muy poco artstico a sus ojos.

    La expiacin de las pasiones, esa purificacin del espritu, como la entenda Aristteles, no puede serms que el renacimiento de la calma en un agitado corazn. Pues en el drama slo haba dos pasiones, elterror y la piedad, que deban actuar el uno como contrapeso de la otra y su eclosin interesaba al artistadesde un punto de vista muy diferente al nuestro. El espectculo buscado por el poeta no estaba en elescenario sino en el pblico. Se preocupaba menos por la emocin experimentada por el actor que por la

    que su actuacin despertaba en el espectador. Los personajes eran en realidad gigantescas marionetas,aterradoras y dignas de piedad. No se razonaba para describir las causas, sino que se perciba laintensidad de los efectos.

    Entonces los espectadores slo experimentaban los dos sentimientos extremos que embargan elcorazn. El egosmo amenazado les provoca terror; el sufrimiento compartido, piedad. En Edipo o en losAtridas, no era la fatalidad de la historia lo que preocupaba al poeta sino la impresin que esa fatalidad

    provocaba en la multitud.El da en que Eurpides analiz el amor en un escenario se lo acus de inmoralidad; porque lo que se

    reprochaba no era la eclosin de la pasin en sus personajes sino en quienes los estaban viendo.Se podra haber concebido al amor como una mezcla de esas dos pasiones extremas que dominaban

    en el teatro por igual. Pues en l hay admiracin, ternura y sacrificio, un sentimiento de lo sublime en el

    que no falta el terror, una conmiseracin delicada y un desinters supremo originados en la piedad; a tal

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    punto que tal vez las dos mitades del amor se junten con mayor fuerza all donde por un lado haya la msaterrorizada admiracin y por el otro la piedad que ms sinceramente se inmola.

    As el amor pierde su egosmo exclusivo que convierte, uno despus de otro, a los amantes en doscentros de atraccin: pues el amado debe ser todo para su amada, as como la amada tendr que serlo

    todo para su amado. La alianza ms noble es la de un corazn embargado por lo sublime con un coraznhenchido de desinters. Las mujeres dejan de ser Fedra o Jimena para ser Desdmona, Imogenia,Miranda o Alcestes.

    El amor se ubica entre el terror y la piedad. Su representacin es el ms delicado pasaje de una a otrade esas pasiones; y despierta a ambas en el espectador, cuya alma se torna as ms interesante que la del

    personaje que se est representando.El anlisis de las pasiones en la descripcin de los hroes o en el papel de los actores es ya una

    penetracin del arte por la crtica. El examen que de ella misma hace la persona representada provocaotro examen, imitado, en el espectador. Pierde la sinceridad de sus impresiones; razona, discute,compara; las mujeres buscan en ese desarrollo los medios materiales para engaar, y los hombres losmodelos morales para descubrir; la declamacin retrica es vaca; la declaracin psicolgica perniciosa.

    Las pasiones representadas no ya para el actor sino para el espectador tienen un alto valor moral. Alescuchar los Siete Contra Tebas, dice Aristfanes, uno se senta enardecido por el dios de la guerra. Elfuror combativo y el terror de las armas conmovan a los espectadores. Luego, cuando los dos hermanosse matan y las dos hermanas los entierran desafiando rdenes crueles y una muerte inminente, la piedadreemplazaba al terror; el corazn se calmaba, el alma recuperaba su armona.

    Para lograr tales efectos es necesario una composicin especial. El sistema del drama de enredodifiere del drama complejo. Toda la situacin dramtica est en la exposicin de un estado trgico, quecontiene en potencia el desenlace. Ese estado se expone simtricamente, con una ubicacin exacta ydefinida del tema y de la forma. Por un lado esto; por el otro aquello.

    Basta con leer a Esquilo con cierto detenimiento para percibir esa permanente simetra que constituye

    el principio fundamental de su arte. El final de sus obras es para l una ruptura del equilibrio dramtico.La tragedia es una crisis, y su solucin una tregua. Simultneamente en Egina, y algo ms tarde enOlimpia, algunos escultores geniales obedeciendo a los mismos principios artsticos, adornaban losfrontones de los templos con figuras humanas y composiciones escnicas simtricamente agrupadas aambos lados de una ruptura de armona central. La crisis de las actitudes, reales aunque inmviles, seubican en una composicin cuyo total explica cada una de las partes.

    Fidias y Sfocles fueron en arte revolucionarios realistas. El tipo humano que creemos ver idealizadoen sus obras es la misma naturaleza, tal como ellos la conceban. Siguieron el movimiento de la vidahasta en sus ms suaves ondulaciones. Segn cuenta Aristteles, un actor de Esquilo reprochaba a unactor de Sfocles remedara la naturaleza, en vez de imitarla. El drama de enredo haba desaparecido dela escena artstica. El movimiento realista deba acentuarse todava ms con Eurpides.

    La composicin artstica dej de ser la representacin de una crisis. La vida humana fue interesandopor su desarrollo. El Edipo de Sfocles es una especie de novela. Se separ al drama en tramossucesivos; la crisis pas al final, en vez de estar al principio; la exposicin, que en el arte anterior era laobra misma, fue reducida para permitir que actuara la vida.

    As naci el arte posterior a Esquilo, a Polignoto y a los maestros de Egina y Olimpia. Es el arte que hallegado hasta nosotros por el teatro y la novela.

    Como toda manifestacin vital la accin, la asociacin y el lenguaje, el arte pas por perodosanlogos que se repiten a travs de las pocas. Los dos extremos entre los cuales oscila el arte son, al

    parecer, la Simetra y el Realismo. La Simetra limita a la vida dentro de reglas artsticasconvencionales; el Realismo la reproduce hasta en sus ms desarmnicas inflexiones.

    Del perodo simtrico de los siglos XII y XIII, el arte pas al perodo psicolgico, realista y naturalistade los siglos XIV, XV y XVI. En el siglo XVII, bajo el influjo de las reglas de la antigedad, se

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    desarroll un arte convencional, interrumpido por el movimiento de los siglos XVIII y XIX. Hoy en da,luego del romanticismo y el naturalismo, nos acercamos a un nuevo perodo de simetra. Pareciera que laIdea, que es fija e inmvil, tuviera que substituir nuevamente a las Formas Materiales, cambiantes yflexibles.

    En momentos en que se crea un arte nuevo, conviene no limitarse nicamente a la consideracin delflorecimiento independiente de los primitivos y de los prerrafaelinos; no hay que olvidar las bellasconstrucciones de crisis espirituales y fsicas ejecutadas por Esquilo y los maestros de Egina y Olimpia.

    En estos cuentos se encontrar la preocupacin por una composicin especial, donde a menudo seconcede a la exposicin el papel principal, donde la solucin del equilibrio es brusca y final, donde sedescriben las extraas aventuras del espritu y del cuerpo en el camino seguido por el hombre partiendode su yo para llegar al de los dems. A veces tendrn la apariencia de fragmentos; habr queconsiderarlos entonces como una parte de un todo, habindose elegido solamente a la crisis como objetode representacin artstica.

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    Antes de examinar el papel que pueden desempear en el arte esas crisis espirituales y fsicas,conviene echar una ojeada retrospectiva y en derredor nuestro hacia la forma literaria preponderante enlos tiempos modernos: la novela.

    La novela naci tan pronto como el devenir de la vida humana result interesante en s mismo, tantoen su desarrollo interior como exterior. La novela es la historia de un individuo, trtese de Encolpio,Lucius, Pantagruel, Don Quijote, Gil Blas o Tom Jones. La historia era ms bien exterior antes del fin

    del ltimo siglo y de Clarisa Harlowe; pero no por haberse hecho interior cambi la trama de la composi-cin.Historiola animae, sed historiola.

    Con Goethe, Stendhal, Benjamn Constant, Alfred de Vigny, Musset, predominaron los tormentos delalma. La libertad personal haba sido conquistada por la revolucin norteamericana y la revolucinfrancesa. El hombre libre aspiraba a todo. Era ms lo que se senta que lo que se poda. Un estudiante denotariado se mat en 1810, y dej una carta justificando su determinacin: luego de profundas re-flexiones se haba dado cuenta de que nunca podra ser tan grande como Napolen. Todosexperimentaban lo mismo en todas las ramas de la actividad humana. La felicidad personal se hallaba enel fondo de las alforjas que cada uno lleva delante y detrs de s.

    Comenz entonces la enfermedad del siglo. Todos queran ser amados por s mismos. Se torn triste

    el adulterio. Tambin la vida: era una maraa de excesivas aspiraciones que cada momento destrozaba.Algunos se sumieron en extraos misticismos, cristianos, extravagantes o inmundos; otros, movidos porel demonio de la perversidad se laceraron el ya herido corazn como quien hurga en un diente enfermo.Se pusieron de moda las autobiografas, en todas sus formas.

    La ciencia del siglo XIX, agigantndose paso a paso, lo fue invadiendo todo. El arte se hizo biolgicoy psicolgico.

    Tuvo que tomar esas formas positivas ya que Kant mat a la metafsica. Deba adquirir una aparienciacientfica, as como en el siglo XVIII tuvo una apariencia de erudicin. El siglo XIX se halla dominado

    por el nacimiento de la qumica, la medicina y la psicologa, como el XVI lo estuvo por el renacimientode Roma y de Atenas. El deseo de amontonar hechos extraos y arqueolgicos se ve reemplazado en l

    por los mtodos de asociacin y generalizacin.

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    Pero, en virtud de un extrao retroceso, habiendo sido las generalizaciones de los espritus artsticosdemasiado prematuras, las letras se encaminaron hacia la deduccin, mientras la ciencia lo haca hacia lainduccin.

    Resulta singular que en momentos en que se habla de sntesis nadie sepa hacerla. La sntesis no

    consiste en reunir elementos de una psicologa individual, o los detallas descriptivos de un ferrocarril,una mina, la Bolsa o el ejrcito.

    Interpretada as, la sntesis sera una enumeracin; y si de las semejanzas que presentan los momentosde la serie el autor tratar de extraer una idea general, sera una abstraccin trivial, ya se trate del amormundano o de los bajos fondos de Pars. La vida no est en lo general sino en lo particular; el arteconsiste en dar a lo particular el aspecto de lo general.

    Presentar as la vida de los entes parciales de la sociedad, es hacer ciencia moderna a la manera deAristteles. La generalidad engendrada por la enumeracin completa de las partes es una variante delsilogismo. "El hombre, el caballo, y la mula, viven mucho tiempo", dice Aristteles. Ahora bien, elhombre, el caballo y la mula son animales sin hiel. Por lo tanto los animales sin hiel viven muchotiempo."

    Esto no es una desesperante tautologa, sino un silogismo enumerativo que carece de rigor cientfico.Para tenerlo, en efecto, debera basarse en una enumeracin completa; y es imposible, en la naturaleza,

    poder lograrlo.La montona numeracin de detalles psicolgicos o fisiolgicos no puede servir pues para dar ideas

    generales sobre el alma y el mundo; y esa manera de comprender y de aplicar la sntesis es una forma dededuccin.

    As la novela analtica y la naturalista, al recurrir a ese procedimiento pecan contra la ciencia queambas invocan.

    Pero, si bien emplean errneamente la sntesis, aplican tambin la deduccin, en pleno desarrollo, dela ciencia experimental.

    La novela analtica plantea la psicologa del personaje, la comenta detalladamente y de ella deducetoda una vida.La novela naturalista plantea la fisiologa del personaje, describe sus instintos, su herencia, y de ello

    deduce el conjunto de sus acciones.Esa deduccin, unida a la sntesis enumerativa, constituye el mtodo tpico de las novelas analticas y

    naturalistas.Pues el novelista moderno pretende tener un mtodo cientfico, reducir las leyes naturales y

    matemticas a frmulas literarias, observar como un naturalista, experimentar como un qumico,deducir como un matemtico.

    En cambio el arte, entendido como es en realidad, pareciera separarse de la ciencia por propiadefinicin.

    Al considerar un fenmeno de la naturaleza, el sabio presupone el determinismo, busca las causas delfenmeno y sus condiciones determinantes; lo estudia desde el punto de vista del origen y de losresultados; lo somete a s mismo para reproducirlo, y lo somete al conjunto de las leyes del mundo pararelacionarlo con ellas; hace de l algo determinable y determinado.

    El artista presupone la libertad, contempla al fenmeno como un todo, lo hace entrar en sucomposicin con sus causas ms cercanas, lo trata como si fuera libre, y como si l mismo fuese libre ensu manera de considerarlo.

    La ciencia busca lo general por lo necesario; el arte debe buscar lo general por lo contingente; para laciencia el mundo est interrelacionado y determinado; para el arte el mundo es discontinuo y libre; laciencia descubre la generalidad extensiva; el arte debe hacer sentir la generalidad intensiva; si eldominio de la ciencia es el determinismo, el del arte es la libertad.

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    El objetivo del arte sern los seres vivos, espontneos, libres, cuya sntesis psicolgica y fisiolgicadepender, a pesar de ciertas condiciones determinadas, de las series que encuentren, de los medios queatraviesen. Tienen facultades de nutricin, de absorcin y de asimilacin; pero habr que tener en cuentael complicado juego de las leyes naturales y sociales que llamamos azar, que el artista no debe analizar,

    que para l es realmente el Azar, y que pone al alcance del organismo fsico y consciente las cosas de quepuede alimentarse, que puede absorber o asimilar.

    As la sntesis ser la de un ser viviente.Kant ha dicho: "Si todas las condiciones de la vida humana pudieran ser determinadas y previstas, las

    acciones de los hombres podran calcularse como los eclipses".La ciencia de las cosas humanas no ha alcanzado todava el nivel de la ciencia de los fenmenos

    celestes.Desgraciadamente, la fisiologa y la psicologa no estn mucho ms adelantadas que la meteorologa;

    y las acciones que la psicologa de nuestras novelas puede predecir son, por lo general, tan fciles devaticinar como la lluvia durante la tormenta.

    Pero hay que encontrar el medio de alimentar artsticamente al ser fsico y consciente con losacontecimientos proporcionados por el Azar. No pueden darse reglas para esa sntesis viviente. Los queno lo comprenden y que claman constantemente por la sntesis, estn atrasados en arte, como Platn loestaba en ciencia.

    "Cuando sumo uno ms unodeca Platn en suRepblica, qu es lo que se convierte en dos, launidad a la cual yo sumo, o la que es sumada?".

    Para un espritu tan profundamente deductivo, la serie de nmeros tena que nacer analticamente; elnuevo serdos tena que estar encerrado en una de las unidades cuya unin lo engendraba.

    Nosotros decimos que el nmero dos se produce por sntesis, que en la suma interviene un principiodiferente de anlisis; y Kant ha demostrado que la serie de los nmeros es el resultado de una sntesis a

    priori.

    Ahora bien, la sntesis que se opera en la vida difiere tambin radicalmente de la enumeracin generalde detalles psicolgicos y fisiolgicos o del sistema deductivo.Hay un pasaje deHamletque constituye uno de los mejores ejemplos de la representacin de la vida.La obra comprende dos acciones dramticas: una exterior a Hamlet, la otra interior. Con la primera

    tiene que ver el paso de las tropas de Fortimbras (Acto IV, esc: IV) que atraviesan Dinamarca para atacara Polonia. Hamlet las contempla pasar. Cmo se nutrir la accin interior de Hamlet con eseacontecimiento exterior? He aqu lo que Hamlet exclama:

    "Cmo! Permanezco inmvil yo,

    Que por mi padre mat a una madre deshonrada,Acicate de mi mente y de mi sangre!Y dejo todo dormir, cuando para mi vergenza veoLa muerte inminente de veinte mil hombresQue por un capricho y un sueo de gloriaMarchan a la tumba?"

    As se cumple la sntesis; y Hamlet asimila para su vida interior un hecho de la vida exterior. ClaudeBernard distingua en los seres vivientes un medio interior y un medio exterior; el artista debe consideraren ellos la vida ntima y la vida externa, y hacernos captar las acciones y reacciones sin describirlas nidiscutirlas.

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    Ahora bien, las emociones no son constantes; poseen un punto extremo y un punto muerto. En lomoral, el corazn experimenta una sstole y una distole, un perodo de contraccin y otro derelajamiento. Puede llamarse crisis o aventura al punto extremo de la emocin. Toda vez que la dobleoscilacin del mundo exterior y del mundo interior provoca un encuentro, hay una aventura o una crisis.

    Luego ambas vidas recuperan su independencia, cada una fecundada por la otra.A partir del gran renacimiento romntico, la literatura ha recorrido todos los momentos del perodo de

    relajamiento del corazn, todas las emociones lentas y pasivas. A ello deban conducir las descripcionesde la vida psicolgica y de la vida fisiolgica preestablecidas. A ello conducir la novela de masas, si se

    borra de ella al individuo.Pero tal vez el fin de siglo est regido por la divisa del poeta Walt Whitman: Uno mismo dentro de la

    Masa. La literatura glorificar las emociones violentas y activas. El hombre libre no estar sujeto aldeterminismo de los fenmenos del alma y del cuerpo. El individuo no obedecer al despotismo de lasmasas, o lo seguir voluntariamente. Se dejar llevar por la imaginacin y por su gusto de vivir.

    Si persiste la novela como forma literaria, se ampliar sin duda extraordinariamente. Serndesterrados de ella las descripciones seudocientficas y el despliegue de psicologa de manual y de

    biologa mal asimilada. La composicin se perfeccionar en las partes, como el idioma; la construccinser severa; el arte nuevo tendr que ser neto y claro.

    Entonces la novela ser, sin duda, una novela de aventuras, en la ms amplia acepcin de la palabra,novela de crisis del mundo interior y del mundo exterior, la historia de las emociones del individuo y delas masas, ya sea que el hombre indague nuevamente dentro de su corazn, o que lo haga dentro de lahistoria, de la conquista de la tierra y de las cosas, o de la evolucin social.

    MARCEL SCHWOBPars, mayo de 1891.

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    Las Estrigas

    Vobis rem horribilem narrabo...

    mihi pili inhorruerunt.

    T. P. Arbitri, Satirae

    Estbamos tendidos sobre nuestros divanes, alrededor de la mesa suntuosamente servida. Laslmparas de plata ardan con llama baja; la puerta acababa de cerrarse tras el juglar que haba terminado

    por cansarnos con sus cerdos amaestrados; el saln ola a cuero quemado, a causa de los aros de fuegopor los que haca saltar a sus gruentes bestias. Trajeron el postre: masas de miel caliente, erizos de marconfitados, huevos recubiertos con masa de buuelo, zorzales en salsa rellenos con harina de fiar, pasasde uva y nueces. Un esclavo sirio cantaba con voz de falsete mientras se servan los platos. Nuestrohusped desliz sus dedos entre los largos cabellos de su favorito, tendido junto a l, y se mond

    graciosamente los dientes con una esptula dorada. Un poco alterado por las numerosas copas de vinoaejo, que beba vidamente, sin mezclarlo, comenz a hablar, algo confuso:"Nada hay que me entristezca tanto como el fin de una comida. Debo separarme de vosotros, queridos

    amigos. Ello me recuerda Inexorablemente la hora en que debo dejaros para siempre. Ah! Qu pocacosa es el hombre! Un hombrecillo, a lo sumo. Trabajad, fatigaos, sudad, id a luchar a las Galias, aGermania, Siria, Palestina; ganaos vuestro dinero poco a poco, servid a buenos amos; pasad de la cocinaa la mesa, de la mesa al lugar de favorito; llevad vuestros cabellos tan largos como stos en los queenjugo mis dedos; ganaos vuestra libertad; poned un establecimiento con clientes como los que yotengo; especulad con las tierras y los transportes comerciales, agitaos, moveos. Desde el mismo instanteen que el gorro de hombre libre toque vuestra cabeza, os sentiris esclavos de otra ms poderosa, de laque ninguna suma de sestercios lograr libraros. Muchacho, srveme ms Falerno!".

    Se hizo traer un esqueleto de plata articulado, lo tendi en diversas posiciones sobre la mesa, suspir,se enjug los ojos, y prosigui:

    "La muerte es algo terrible, cuya idea me asalta sobre todo despus de haber comido. Los mdicos aquienes he consultado no saben qu aconsejarme. Creo que tengo mala digestin. Das hay en que mivientre muge como un toro. Hay que guardarse bien de esos inconvenientes. No os contengis, amigosmos, si os sents molestos. La anatimiasis puede subirse al cerebro y entonces se est perdido. El em-

    perador Claudio actuaba de esta suerte, y nadie se rea. Ms vale parecer grosero que poner en peligro lavida".

    Medit algunos momentos. Luego dijo:"No puedo apartarme de mi idea. Cuando pienso en la muerte, tengo ante mis ojos a todas las personas

    a quienes vi morir. Y si al menos estuvisemos seguros, de nuestro cuerpo cuando todo ha terminado!Mas somos pobres, miserables; hay poderes misteriosos que nos acechan; lo juro por mi hado. Estnaguardndonos en los recodos, bajo la forma de mujeres viejas y, por la noche, parecen pjaros. Un da,cuando an viva en la calle Estrecha, el alma se me subi al corazn de terror. Vi a una que estabaencendiendo un fuego de caas en un nicho del muro; verta vino en una escudilla de cobre, con puerrosy perejil, a los que aada avellanas que examinaba atentamente. Furia de los Dioses! Qu mirada lasuya! Luego tom algunas habas de una bolsa y las pel con los dientes, tan rpidamente como pjaro

    picoteando camo; y escupa las vainas a su alrededor, como cadveres de moscas."Era una 'estriga', a no dudarlo; si me hubiese visto me habra paralizado con su mal de ojo. Conozco

    personas que han salido por la noche y se sintieron recorridas por extraos hlitos; sacaron su espada,giraron como un molinillo batindose con las sombras. Por la maana, estaban cubiertas de heridas y la

    lengua les penda en la comisura de los labios. Haban encontrado alguna estriga. He visto a seres fuertescomo toros y hasta a ciertos hombres lobos, a los que ellas vencan.

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    "Todo esto es verdad, os lo aseguro. Adems, son hechos conocidos. No hablara, y hasta dudara deello, si a m no me hubiese ocurrido una aventura que me hizo poner los pelos de punta.

    "Cuando se vela a los muertos puede orse a las estrigas. Cantan tonadas que cautivan y a las que seobedece a pesar de uno mismo. Su voz es suplicante y plaidera, aflautada como la de un pjaro, tierna

    como los gemidos de un nio que llama. Nada puede resistirse a ella. Cuando yo serva a mi amo, elbanquero de la va Sacra, ste tuvo la desgracia de perder a su mujer. Yo estaba triste por entonces, puesla ma tambin acababa de morir hermosa criatura, a fe ma, y abundante en carnes pero yo la amabasobre todo por sus buenos modales. Todo lo que ella ganaba era para m; si no tena ms que unamoneda, me daba la mitad. Mientras iba camino de la mansin del amo, vi algunos objetos blancos quese movan entre las tumbas. Me sent morir de espanto, sobre todo porque haba dejado a una muerta enla ciudad; me precipit hacia la casa de campo y a que no sabis con lo que me encuentro al pasar elumbral? Un charco de sangre con una esponja empapada dentro.

    "Por toda la casa percibo llantos y gemidos; el ama haba muerto al caer la noche. Las sirvientas sedesgarraban la ropa y se arrancaban los cabellos. Una sola lmpara como un punto rojo, se vea en elfondo del cuarto. Una vez que se fue el amo, encend una gran tea de pino junto a la ventana; la llamachisporroteaba y humeaba tanto que el viento agitaba grises torbellinos dentro de la habitacin; la luz se

    bajaba y luego se reavivaba ante el menor soplo de viento; las gotas de resina chorreaban por la madera,crepitando.

    "La muerta yaca sobre el lecho. Tena el rostro verde, y una multitud de pequeas arrugas en torno dela boca y de las sienes. Le habamos atado una venda alrededor de las mejillas para que sus mandbulasno se abrieran. En crculo, las mariposas nocturnas batan sus amarillas alas cerca de la antorcha; lasmoscas se paseaban lentamente por la cabecera de la cama, y cada soplo de viento traa hojas secas deafuera girando en torbellinos. Yo velaba a los pies del lecho y pensaba en todas esas historias demuecos de paja encontrados por la maana en lugar de los cadveres, en los redondos agujeros que las

    brujas hacen en los rostros para chupar la sangre.

    "De pronto, entre los gemidos del viento, se elev un sonido estridente, agudo y suave a la vez; sehubiera dicho que una pequeuela cantaba suplicante. La tonada flotaba en la atmsfera y entraba, msfuerte, con las bocanadas de aire que despeinaban el pelo de la muerta. Mientras tanto, paralizado deespanto, yo no me mova.

    "La Luna comenz a brillar con luz ms plida; las sombras de los muebles y las nforas seconfundan con la obscuridad del suelo. Mis ojos, errantes, cayeron sobre el campo y vi que el cielo y latierra se iluminaban con tenue claridad en la que se esfumaban los lejanos boscajes y los lamos slodibujaban largas lneas grises. Me pareci que el viento disminua y que las hojas se aquietaban. Vi unassombras que se deslizaban tras el seto del jardn. Luego mis prpados se cerraron, pesados como el

    plomo; sent unos ligeros roces."De pronto, el canto del gallo me sobresalt y el soplo helado del viento matinal agit las copas de los

    lamos. Estaba apoyado contra el muro; por la ventana vea el cielo de un gris ms claro y, haca elnaciente, una estela rosa y blanca. Me frot los ojos... y cuando mir a mi ama... Que el cielo measista!... vi su cuerpo cubierto por negras heridas, manchas de un azul obscuro, grandes como unamoneda... s, como una moneda... por toda su piel. Grit y corr hacia la cama; el rostro era una mscarade cera bajo la que se vea la carne horriblemente carcomida; no haba nariz, ni labios, ni mejillas, niojos; los pjaros nocturnos los haban ensartado en sus acerados picos, como ciruelas. Y cada manchaazul era un agujero en forma de embudo en cuyo fondo brillaba un cogulo de sangre; no haba corazn,ni pulmones, ni ninguna otra vscera; el pecho y el vientre estaban rellenos con manojos de paja.

    "Las estrigas cantoras se lo haban llevado todo durante mi sueo. El hombre no puede resistirse alpoder de las brujas. Somos juguetes del destino".

    Nuestro husped se puso a sollozar, la cabeza apoyada sobre la mesa, entre el esqueleto de plata y lascopas vacas.

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    "Ay! Ay! lloraba; yo, el rico, yo que puedo ir a Bales a ver mis propiedades, que hago publicar undiario para mis tierras; yo, con mis actores, mis bailarines y mimos, mi vajilla de plata, mis casas decampo y mis minas de metales, no soy ms que un cuerpo miserable ... y las estrigas pronto podrn venira socavarlo". El muchacho le tendi una escudilla de plata y l se incorpor.

    Entretanto las lmparas se iban apagando; los invitados se agitaban pesadamente con vago murmullo;las piezas de la vajilla de plata se entrechocaban y el aceite derramado de una lmpara mojaba toda lamesa. Un saltimbanqui entr de puntillas, con la cara enharinada, la frente cubierta de negras rayas; ynos marchamos por la puerta abierta, entre una doble hilera de esclavos recin comprados, cuyos piesestaban an blancos de tiza.

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    El Zueco

    Doce caminos importantes atraviesan el bosque de Gvre. La vspera de la fiesta de Todos los Santos,el Sol pona an sobre las verdes hojas una franja de sangre y oro cuando por el camino del Este

    apareci, errante, una niita. Llevaba un pauelo rojo a la cabeza, anudado bajo el mentn, una camisade algodn gris con un botn de cobre, una deshilachada falda, un par de pequeas pantorrillas doradas,redondas como husos, que se hundan en unos zuecos claveteados. Al llegar a la gran encrucijada, sin sa-

    ber hacia dnde ir, se sent junto al mojn indicador de kilmetros y se ech a llorar.La pequea llor durante mucho tiempo, tanto que la noche lo fue cubriendo todo mientras las

    lgrimas corran entre sus dedos. Las ortigas inclinaban sus racimos de granos verdes. Los grandescardos cerraban sus flores violetas, el camino gris se obscureca an ms, all a lo lejos, en la bruma. Porel hombro de la pequea subieron de pronto dos garras y un hocico fino; luego todo un cuerpoaterciopelado, seguido de una cola en forma de penacho, se acurruc entre sus brazos, y la ardilla pusosu nariz en la corla manga de algodn. La niita se incorpor y penetr bajo los rboles, bajo la bveda

    de ramas entrelazadas, con espinosos matorrales salpicados de ciruelos silvestres, donde de prontosurgan, rectos, hacia el cielo, algunos avellanos. En el fondo de una de esas obscuras enramadas vio dosllamas muy rojas. La pelambre de la ardilla se eriz. Algo rechinaba los dientes y el animal salt alsuelo. Pero tanto haba andado la pequea por los caminos, que no senta miedo, y avanz hacia la luz.

    Un ser extraordinario estaba acurrucado bajo unos matorrales, con dos ojos como ascuas y una bocade color violeta obscuro. Sobre su cabeza se erguan dos puntudos cuernos en los que cascaba lasavellanas que tomaba constantemente con su larga cola. Rompa las avellanas en sus cuernos, las pelabacon sus manos secas y velludas, de palmas rosadas, y rechinaba los dientes al comerlas. Cuando vio a laniita dej de roer y se qued mirndola, guiando continuamente los ojos.

    Quin eres? pregunt ella.No ves que soy el diablo? respondi la bestia, incorporndose.

    No, seor diablo exclam la pequea. Pero, o... o... oh...! No me hagas dao. No me hagas dao,seor diablo. Yo no te conozco, sabes?; nunca o hablar de ti. Eres malo, seor?

    El diablo se ech a rer. Avanz sus afiladas garras hacia la nia y arroj sus avellanas a la ardilla.Cuando rea, las matas de pelo que crecan en sus narices y sus orejas, bailoteaban en su cara.

    Bienvenida, hija ma dijo el diablo. Me gustan las personas simples. Me parece que eres unabuena nia; pero no sabes nada de la vida. Ms tarde te dirn tal vez que yo me llevo a los hombres.Vers que no es as. No vendrs conmigo si no lo deseas.

    Yo no quiero ir, seor diablo dijo la pequea. Eres feo. En tu casa todo debe ser negro. Sabes? Yocorro al sol, por los caminos; corto flores y a veces, cuando pasan damas y seores, me las compran pormonedas. Y por la noche, siempre hay buenas mujeres que me ponen a dormir en la paja, o a veces en elheno. Slo que hoy no he comido nada porque estamos en el bosque.

    Y el diablo dijo: Escucha, pequea, y no temas. Te voy a sacar de apuros. Se te ha cado un zueco.Pntelo.

    Mientras hablaba, el diablo tomaba un avellana con su cola y la ardilla masticaba otra.La nia desliz su pie mojado dentro del pesado zueco y, de pronto, se encontr en el camino

    principal, el Sol naciendo entre franjas rojas y violetas al oriente, en medio del aire spero de la maanay de la bruma que flotaba an sobre los prados. No haba ya bosque, ni ardilla, ni diablo. Un carreteroebrio que pasaba al galope conduciendo un carro de vacas que mugan bajo una lona empapada, le dio unlatigazo en las piernas a manera de saludo. Los pinzones de cabeza azul piaban entre los setos de espinos

    blancos cubiertos de flores. La pequea, asombrada, se puso a caminar. Durmi bajo una encina en ellinde de un campo. Y al da siguiente continu la marcha. De camino en camino lleg al fin a unas landas

    pedregosas, donde el aire era alado.

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    Ms adelante encontr unos cuadrados de tierra llenos de agua salobre, con montaas de sal queamarilleaban en el cruce de los terraplenes. Algunos petreles y gaviotas picoteaban entre el estircol delcamino. Grandes bandadas de Cuervos se abatan de un campo al otro con roncos graznidos.

    Una tarde encontr sentado en el camino a un mendigo harapiento, con una vincha de viejo algodn

    sobre su frente, un cuello surcado por tensos y retorcidos tendones y prpados rojos, dados vuelta. Alverla llegar, se incorpor y le cerr el paso con sus brazos extendidos. Ella lanz un grito. Sus pesadoszuecos resbalaron en el puentecillo del arroyo que cortaba el camino: la cada y el miedo la hicierondesfallecer. El agua, silbando, le moj los cabellos; las araas rojas corran entre las hojas de losnenfares para contemplarla; acurrucadas, las ranas verdes la miraban, tragando el aire. Mientras tantoel mendigo se rascaba lentamente el pecho bajo su camisa mugrienta y continu su marcha, arrastrandolos pies. Poco a poco se fue desvaneciendo el golpeteo de su escudilla contra su bastn.

    La pequea se despert cuando el Sol estaba alto. Se haba lastimado y no poda mover el brazoderecho. Sentada sobre el puentecillo, trataba de sobreponerse a su debilidad. Luego all a lo lejos, en elcamino, se oy el tintineo de los cascabeles de un caballo; poco despus oy el rodar de un coche.Protegiendo sus ojos del Sol con una mano, vio un gorro blanco que brillaba entre dos blusas azules. Elfaetn avanzaba velozmente. Adelante trotaba un caballito bretn con la collera llena de cascabeles ydos tupidos penachos encima de las anteojeras. Cuando lleg adonde estaba la pequea, sta tendi su

    brazo izquierdo; suplicante.La mujer grit: Vaya! Se dira que ste nos juega una broma. T, Juan, detn el caballo, a ver qu le

    pasa. Sostnlo fuerte; yo bajo; que no salga al trote. Oh! Oh! Vamos pues! Vamos a ver qu tiene.Pero cuando la mir, la pequea haba vuelto al mundo de los sueos. El Sol, la ruta blanca, la haban

    enceguecido y el dolor sordo de su brazo le ahogaba el corazn dentro del pecho.Parece que se est muriendo murmur la campesina. Estar mal de la cabeza o la habr mordido

    alguna alimaa, un cocodrilo? Esos bichos son dainos. Andan de noche por los caminos. Juan, sujeta alcaballo, que no se espante. Mathurin me dar una mano para subirla.

    Y el coche la llev dando tumbos, con el caballito trotando delante con sus dos penachos que sesacudan cuando una mosca le andaba por el testuz, mientras la mujer de gorro blanco, apretada entre lasdos blusas azules, se volva de tanto en tanto hacia la pequea, muy plida an; y as llegaron al fin a lacasa de un pescador, techada de paja. El pescador, uno de los ms importantes de la comarca, tenamucho trabajo y poda enviar su pescado al mercado cargado en una carreta.

    All termin el viaje de la pequea. Pues se qued para siempre en casa de los pescadores. Y las dosblusas azules eran Juan y Mathurin; y la mujer del gorro blanco era doa Matilde; y el viejo iba a pescaren una chalupa. Se quedaron con la nia pensando que les servira para cuidar la casa. Y fue educada,como los muchachos y las chicas de los pescadores, a fuerza de azotes. Muy a menudo llovieron sobreella ramalazos y pescozones. Y cuando fue ms grande, de tanto remendar las redes, acomodar las

    plomadas, manejar los baldes, limpiar las algas, lavar los impermeables y sumergir los brazos en el agua

    sucia y salada, sus manos se enrojecieron y pasparon, sus muecas se arrugaron como el pescuezo de unlagarto, sus labios se ennegrecieron, su talle perdi esbeltez, su cuello se torn flccido y sus pies durosy callosos por haber pasado tantas veces sobre las pstulas coreceas de las algas y los montculos demoluscos violceos que cortan la piel con el filo de sus valvas. De la pequea de antao ya no quedabams que dos ojos como ascuas y un cutis de porcelana. Con sus mejillas marchitas, sus pantorrillastorcidas, su espalda encorvada por los canastos de sardinas, era una muchacha en edad de casarse. La

    prometieron, pues, a Juan; y antes de que la boda fuera comentada en todos los corrillos del pueblo, ya sehaba comentado ampliamente el compromiso. Se casaron tranquilamente: el hombre se fue a pescar consus redes y a beber, al regreso, unos vasos de sidra y unos tragos de ron.

    No era buen mozo, con su rostro huesudo y una mata de pelos amarillos entre las dos orejaspuntiagudas. Pero tena puos fuertes. Despus que l se emborrachaba, Juana apareca al da siguientellena de cardenales. Y tuvo un montn de chicos, pegados a sus faldas cuando raspaba, sobre el vano de

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    la puerta, la olla del guisado. Tambin ellos fueron educados, como los muchachos y las chicas de lospescadores, a fuerza de azotes. Los das pasaron, uno despus de otro, montonos, siempre iguales,lavando chicos y remendando redes, acostando al viejo cuando llegaba en copas y a veces, algunastardes, entretenindose con las comadres mientras la lluvia golpeteaba contra los cristales y el viento

    remova las ramitas en el hogar.Despus el hombre se perdi en el mar; Juana lo llor en la iglesia. Durante mucho tiempo anduvo

    con el rostro duro y los ojos enrojecidos. Los hijos crecieron y se fueron, unos por un lado, otros por elotro. Finalmente se qued sola, vieja, casi invlida, apergaminada, temblorosa; viva con un poco dedinero que le enviaba uno de sus hijos, que era gaviero. Y un da, al despuntar el alba, los rayos grisesque entraban por los vidrios empaados derramaron su escasa luz sobre el hogar apagado y sobre la viejaagonizante. En los estertores de la muerte, sus rodillas levantaban las cobijas.

    Cuando la ltima bocanada de aire cantaba en su garganta, se oyeron las campanas repicando amaitines y, de pronto, sus ojos se obscurecieron. Sinti que era de noche. Vio que estaba en el bosque deGvre. Acababa de ponerse el zueco. El diablo tomaba una avellana con la cola y la ardilla masticabaotra.

    Grit de sorpresa al verse nuevamente pequea, con su grito de terror: Oh! gimi persignndoset eres el diablo y vienes a llevarme. Has progresado contest el diablo, eres libre de venir.

    Cmo! dijo ella. No soy una pecadora? No vas a quemarme, Dios mo? No dijo el diablo:puedas vivir o venir conmigo. Pero Satans, estoy muerta! No, dijo el diablo; es verdad que te hehecho vivir toda tu vida, pero slo durante el instante en que te ponas el zueco. Escoge entre la vida quehas llevado y el nuevo viaja que te ofrezco.

    Entonces la pequea se cubri los ojos con la mano y medit. Record sus penas y sinsabores, su vidatriste y gris; se sinti demasiado cansada para volver a empezar.

    Y bien! le dijo al diablo, me condeno, pero te sigo.El diablo exhal un chorro de blanco vapor por su boca violeta obscuro, hundi sus garras en la falda

    de la pequea y, abriendo enormes y negras alas de murcilago se elev rpidamente por encima de losrboles del bosque. Rojas llamaradas surgan como haces de sus cuernos, de las puntas de sus alas y desus pies; la pequea penda inerte, como un pjaro herido.

    Mas de pronto, doce campanadas sonaron en la iglesia de Blain, y de los obscuros campos surgieronblancas sombras de alas transparentes que volaban suavemente por los aires. Eran los santos y las santascuya fiesta comenzaba a celebrarse en ese instante. Cubran el plido cielo resplandeciendoextraamente. Alrededor de las cabezas de los santos se vea un halo de oro; las lgrimas de las santas ylas gotas de sangre por ellas derramadas se haban convertido en diamantes y rubes que adornaban susdifanas vestiduras. Santa Magdalena desat sobre la pequea sus rubios cabellos; el diablo se encogisobre s mismo y cay a tierra como una araa que pende de su hilo. Ella tom a la nia en sus blancos

    brazos, diciendo:

    Para Dios tu vida de un segundo vale por dcadas enteras; para El no existe el tiempo y slo valora elsufrimiento. Ven a celebrar la fiesta de Todos los Santos con nosotros.

    Y cayeron los harapos de la nia; y uno despus del otro sus zuecos se perdieron en la nada de lanoche, y dos resplandecientes alas surgieron de sus hombros. Y vol, entre Santa Mara y SantaMagdalena, hacia un rojizo y desconocido astro donde estn las islas de los Bienaventurados. All vatodas las noches un misterioso segador con la luna como hoz; y en las praderas de asfdelos siega

    brillantes estrellas que va sembrando en la noche.

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    Los tres aduaneros

    Eh, Pen-Bras! No oyes ruido de remos? dijo el Viejo sacudiendo el montn de heno donderoncaba uno de los tres aduaneros guardacostas. La burda cara del durmiente se hallaba semioculta bajo

    su impermeable y algunas briznas de hierba seca se enredaban en sus cejas. Desde el ngulo entrante dela puerta de maderas claveteadas, el Viejo alumbraba con su lmpara de llama vacilante el tabln dondese hallaba tendido. El viento susurraba entre las piedras del muro, mal cubiertas por el barro endurecido.Pen-Bras se volvi, gru, y continu durmiendo. Pero el Viejo lo empuj tan bruscamente que rod deltabln, cayendo de pie bajo la horqueta del techo, con las piernas abiertas, la mirada tonta.

    Qu pasa, Viejo? pregunt.Chist!... Escucha... dijo el otro.Escucharon en silencio, escudriando en la negra bruma. Cuando el viento del Oeste se calmaba, se

    oa un suave chapoteo regular.Tenemos problemas dijo Pen-Bras. Hay que despertar a la Trtola.

    El Viejo protegi su farol con un faldn del impermeable y contornearon el muro de la cabaa que seaplastaba contra el acantilado como un techo derrumbado. La Trtola dorma del otro lado, en elextremo del galpn que miraba hacia los campos. Un tabique de estacas cubiertas de barro seco amasadocon paja, divida en dos la cabaa. Los tres aduaneros, de pie en el sinuoso sendero que bordeaba lacosta, escuchaban atentamente tratando de penetrar con sus ojos la obscuridad de la noche.

    Seguro, oigo bogar murmur el Viejo luego de un silencio; pero qu extrao!... Se dira que losremos estn envueltos... Es algo suave... No es un chapoteo seco.

    Permanecieron all un minuto, sosteniendo con la mano sus capuchas para protegerse del viento.Haca tiempo que el Viejo perteneca al servicio de aduanas; tena las mejillas hundidas, el bigote

    blanco, y escupa a menudo a derecha e izquierda. La Trtola era un mocetn bien parecido, que cantabacomo pocos, en el destacamento, cuando no estaba de ronda. Pen-Bras tena ojos hundidos, anchas

    mejillas, nariz ganchuda, y una mancha color borravino que le atravesaba el rostro desde un ngulo delojo hasta el cuello. De los tiempos en que pescaba con lneas le haba quedado el apodo de Fortachn,

    porque coma cualquier cosa y se burlaba de todo el mundo. Ahora en la comarca lo llamaban Pen-Bras.Los tres aduaneros montaban guardia en Port-Eau. Port-Eau es una amplia caleta, recortada en la costa

    bretona, a mitad de camino entre Sablons y Port-Min. Entre dos acantilados de obscuras rocas, el mar la-me con sus olas una playa de arena negra, con montculos de mejillones en descomposicin y de

    pustulosas algas. All llegan los contrabandistas provenientes de Inglaterra, a menudo de Espaa, aveces con cargamentos de fsforos, tarjetas, o aguardiente en la que bailotean partculas de oro. Eledificio blanco del destacamento asoma en el fondo del horizonte, perdido entre los trigales.

    La noche lo cubra todo. Desde lo alto del acantilado, poda observarse la larga franja de espuma quebordeaba la costa, las pequeas olas coronadas de penachos luminosos. Nada Que no fuera elmovimiento de la marejada quebraba la uniformidad del mar. Con sus fusiles en bandolera, los tresaduaneros descendieron por el largo sendero pedregoso que bajaba desde la cima del acantilado hasta elfondo de la negra playa. Sus borcegues se enterraban en el fango; por los caos de bronce de sus fusilescaan gotas de agua; uno tras del otro marchaban los tres obscuros impermeables. A mitad del camino sedetuvieron, inclinados sobre el borde; estaban petrificados de sorpresa, con los ojos desorbitados.

    A travs de la brecha de Port-Eau vean, a unos veinte cables de la costa, un barco de forma anticuada;un fanal sujeto al bauprs se balanceaba hacia uno y otro lado; el foque rojo, iluminado a ratos, brillabacomo una mancha de sangre. Cerca de la costa se haba detenido una canoa y, chapoteando en las aguashasta media pierna, unos hombres extraamente vestidos ganaban la playa, inclinados bajo el peso de losfardos que llevaban. Algunos de ellos, cubiertos por rayales con capucha, sostenan faroles cuyos

    reflejos se asemejaban a la llama del azufre. No se vea el rostro de ninguno; pero esa luz verdosailuminaba un confuso desorden de tnicas, jubones abiertos, con tajos azules y rosas, sombreros

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    emplumados, calzas y medias de seda. Bajo las capas espaolas bordadas en oro y plata, brillaban comorelmpagos las placas de esmalte de los cinturones y tahales, centelleaba la empuadura de una daga, lacazoleta de una espada; dos hileras de hombres tocados con morriones, llevando rodelas, o partesanas,escoltaban al convoy. Todo era agitacin y ajetreo; unos sealaban el acantilado con la punta de sus

    arcabuces; otros, envueltos en sus mantos, ceidos en sus jubones marineros, dirigan con gestos a loshombres que avanzaban pesadamente, cargando las cajas oblongas con zunchos de hierro. Y a pesar desus gestos y de que tendra que haberse percibido el golpeteo de las velas contra el revestimientometlico del barco, de las partesanas que se entrechocaban, de la sonora confusin, ningn ruido llegabahasta los tres aduaneros. Pareca como si los mantos desplegados y sus capes ahogaran el barullo.

    De Espaa debe venir toda esta gentuza dijo Pen-Bras a media voz. Los vamos a cercar ensemicrculo, por detrs. Despus dispararemos unos tiros para avisar a la brigada. Ahora no hay quedecir nada; hay que dejarlos que desembarquen la mercanca.

    Agachados bajo los setos de moreras crecidas al influjo del aire salino, Pen-Bras, el Viejo y la Trtolase fueron deslizando hasta el final del sendero. La luz fosforescente se filtraba a travs de las ramasespinosas. Cuando llegaban a la arena, se extingui bruscamente. Por ms que se desorbitaron mirando,los tres aduaneros no lograron advertir el abigarrado grupo de contrabandistas. No haba absolutamentenada. Corrieron hasta donde venan a morir las olas. El Viejo balanceaba su farol, mas ste sloiluminaba la estela de algas negras y los montones corrompidos de moluscos y de fucos. De pronto vio

    brillar algo en la arena; se inclin a levantarlo. Era una pieza de oro y, al acercara al farol, los aduaneroscomprobaron que no estaba acuada sino estampada con un extrao signo. Escucharon de nuevoatentamente y, entre los gemidos del viento, creyeron or una vez ms el sollozo de los remos.

    Estn levando anclas dijo la Trtola. Rpido! El bote al agua! All hay oro!Habr que verlo! respondi el Viejo.Una vez que desamarraron el bote de la aduana, saltaron los tres adentro, el Viejo al timn, Pen-Bras

    y la Trtola en los remos.

    Vamos, amigos! dijo Pen-Bras. Dmosle con ganas!El bote vol sobre las arremolinadas olas. Pronto la caleta de Port-Eau se convirti, a lo lejos, en unaobscura muesca. Ante ellos se abra la baha de Bourgneuf, cubierta de encrespadas ondas. Al fondo, a laderecha, una luz rojiza se eclipsaba a intervalos regulares; apareca, de tanto en tanto, entre los claros dela fina gara.

    Qu noche de perros! dijo el Viejo, tomando un poco de tabaco a la luz del fanal. Es una nochesin Luna. Hay que tener los ojos bien abiertos si doblamos por Saint-Gildas. Nunca se sabe por dnde

    pasan esos tramposos.Atencin all abajo! grit Pen-Bras. All estn!A unos tres cables a favor del viento, se balanceaba un barco obscuro. Pareca que haban izado el

    bote. Con las velas hinchadas por el viento, se deslizaba sobre el agua. Slo el foque se bamboleaba,

    mojando su sanguinolenta punta en el mar, a cada cabeceo de la embarcacin. El casco era alto y estabaalquitranado; completamente liso como el muro negro de una fortaleza; por las abiertas troneras, siete

    bocas de cobre rojo bostezaban a estribor.Vaya, que es alto! dijo la Trtola. Firme esos brazos! A bogar duro! Vamos a alcanzarlos.

    Estamos a menos de tres cables.

    Y ya hemos hecho uno.Qu bonito nos parece!Otro se va, se est yendo.Otro ya se ha ido.

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    Pero el barco se les escapaba insensiblemente, como un ave de presa, sin mover las alas. El castillo depopa pareca, por momentos, estar encima de ellos. El timonel, al timn, miraba fijamente la cubierta.Algunas figuras huesudas, como esqueletos, de ojos hundidos, se Inclinaban sobre la borda, tocadas conlargos gorros de lana. En la cabina Iluminada con luz roja y brumosa, resonaban maldiciones y el dinero

    tintineaba.Por todos los diablos! dijo Pen-Bras, no podremos abordarlo.Vamos a ver dijo tranquilamente el Viejo. Para m que hemos salido de las rompientes en pos de

    un barco fantasma.S no le diramos caza! exclam la Trtola. All adentro hay oro.S, seguro que hay oro all adentro repiti Pen-Bras.Tal vez sea cierto que lleve oro, a pesar de todo continu el Viejo. Cuando yo estaba en el servicio,

    los marineros del barco hablaban de un tal Juan Florn, un valiente que en los viejos tiempos se quedcon millones en oro que le enviaban al rey de Espaa. Y cuentan que no los desembarc. Hay que ver!

    Esas son historias de fantasmas, Viejo dijo Pen-Bras. Ese Florn ya debe haberse ahogado, desdelas pocas de los antiguos reyes.

    Seguro dijo el Viejo, inclinando la cabeza. Bail sus ltimas volteretas en la punta del palo mayor.Pero es de imaginarse que sus compaeros se escondieron en alguna parte, pues nunca ms se los volvia ver. Haba algunos que eran de Dieppe, otros de Saint-Malo, marineros de toda la costa, hasta vascosde San Juan de Luz.. En el mar y en la comarca de uno se conoce a los marineros. Quin sabe si no sefueron a una isla, a alguna parte? Hay islas a montones.

    Mi Dios! Una isla dijo Pen-Bras. Pero entonces, sus nietos se hicieron abuelos, y tuvieron otrosnietos que son marineros. Y son ellos los que ahora desembarcan los millones.

    Quiz. Quin puede saberlo? rezong el Viejo, parpadeando y empujando el tabaco que mascaba,con la lengua. Hay que ver! Tal vez lo hagan para esconder el oro y acuar moneda falsa.

    Por mi vieja! grit la Trtola. Aceitemos los brazos! Rememos! Estos marineros de los viejos

    tiempos no conocen las artimaas de hoy en da. Les daremos una paliza. Ah! Qu baile!Por una abertura del cielo la Luna mostr su crculo lavado. Los marineros remaban desde haca treshoras; las venas de sus brazos se dilataban; el sudor les corra por el cuello. En direccin de Noirmoutier,divisaron al enorme barco que segua huyendo impulsado por el viento, masa negra con el fanal y elfoque como una mancha de sangre. Luego la noche volvi a cerrarse sobre la Luna amarilla.

    Por todos los demonios! dijo Pen-Bras, si seguimos as vamos a pasar los Pilares! Sigue!canturre la Trtola entre dientes. Hay que ver! gru el Viejo, leemos la vela; estamos ya en altamar. Ahora s que va a soplar el viento en mar abierto. Pen-Bras, rema t solo! Trtola, t larga laescota!

    La pequea chalupa, con la vela al viento, enfil entre Noirmoutier y los Pilares; por un momento lostres aduaneros vieron el faro intermitente que giraba y el mar que salpicaba el rocoso islote con sus

    blancas crestas. Luego la completa obscuridad del negro ocano. La estela del galen se ilumin comouna cinta de agua verde de cambiantes encajes; en ella flotaban las medusas, gelatinas transparentes queagitaban sus tentculos, bolsas viscosas y translcidas, estrellas brillantes y difanas, mundo cristalinode seres radiantes y mucilaginosos. De pronto se abri una tronera en la popa del galen; unagesticulante cabeza de boca desdentada, cubierta con un dorado casco, se inclin sobre los tresaduaneros: una mano descarnada blandi una botella negra arrojndola al agua.

    Ho, ho grit Pen-Bras. A babor! Una botella al mar!La Trtola, sumergiendo la mano en una ola, pesc el frasco por el cuello; los tres aduaneros

    admiraron boquiabiertos el color anaranjado del lquido en el que an flotaban crculos tornasolados deoro. Siempre el oro! Pen-Bras, rompiendo el gollete, bebi a largos sorbos: Es aguardiente aejo

    dijo, pero apesta. Un olor nauseabundo se escapaba de la botella. Los tres compaeros bebieron a susanchas para recuperar fuerzas. Luego se levant viento; la verde marejada balance la barca; las

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    pequeas olas sacudieron los remos; la estela del galen se fue borrando insensiblemente, y la barca que-d sola, perdida en alta mar.

    Entonces Pen-Bras se puso a blasfemar, la Trtola a cantar, y el Viejo a gruir con la cabeza gacha. Lacorrentada se llev los remos. Los tres aduaneros se bambolearon de un lado al otro de la barca mientras

    las montaas de agua la zarandeaban como a una cascara de nuez. Y los aduaneros, perdidos, entraron enun maravilloso sueo de ebriedad. Pen-Bras vea un pas dorado, por el lado de Amrica, donde podra

    beber toneles de vino tinto y una encantadora mujer, en una casita blanca, entre los verdosos troncos deun castaar; y una retahla de nios mordisqueando un montn de naranjas azucaradas; y una plantacinde cocos al ron. Y el mundo vivira en paz, sin militares.

    El Viejo soaba con una ciudad redonda, rodeada de murallas, donde creceran hileras de castaos dehojas doradas y en flor; el sol del otoo los iluminara siempre con sus rayos oblicuos; tendra su

    pequea casa de recaudador de Impuestos y, al son de la msica, paseara por las murallas la cruz rojaque su mujer cosera a su chaqueta. El oro le procurara ese hermoso retiro despus de una larga carrerasin ascensos.

    La Trtola se senta transportado a una isla circundada por el mar azul, donde los bosques decocoteros baaran sus palmeras en el agua. Junto a las arenosas playas creceran praderas de enormes

    plantas, cuyas hojas se asemejaran a verdes espadas; sus anchas y sangrantes flores estaran siempreabiertas. Mujeres de tez obscura pasaran entre las altas hierbas, mirndolo con sus ojos negros, h-medos y, cantando sus alegres canciones en el aire puro y azulado del mar, la Trtola las besara a todasen sus labios rojos. En esa isla, comprada con su oro, l sera el Rey Trtola.

    Y luego, cuando el da gris despunt entre una estela de negruzcas nubes, all en el otro extremo delmar, los tres aduaneros se despertaron, con la cabeza vaca, la boca amarga, los ojos afiebrados. El cielo

    plomizo se dilataba hasta donde la vista se perda sobre la sucia y gris inmensidad del ocano; unamarejada uniforme se agitaba en derredor. El viento fro les arrojaba la bruma al rostro. Taciturnos,ovillados en el fondo de su barca, contemplaban esa desolacin. Las encrespadas olas arrastraban

    manojos de algas: las gaviotas revoloteaban gritando, presintiendo la tormenta; de ola en ola,sumergindose y volvindose a elevar, la canoa marchaba al azar, sin rumbo. Una rfaga hizo chasquearla escota; luego la vela golpe durante mucho tiempo el mstil, aplastada por las grandes olas.

    Cuando el huracn lleg, los arrastr hacia el Sur, del lado del Golfo de Gascua. Ya no vieron ms lacosta bretona a travs de los trazos de la fina lluvia y de las rfagas del vendaval. Temblaron de hambrey de fro sobre los bancos de su barca, que se pudra en la humedad. Poco a poco dejaron de achicar elagua cuyas olas negaban la chalupa; elhambre les atenaceaba el estmago y les haca zumbar los odos.Y los tres bretones se hundieron, creyendo or, en los latidos de su sangre, las campanadas de la torre deSanta Mara.

    Y el Atlntico montono arrastr en sus olas grises sus sueos dorados, el galen del capitn JuanFlorin, que nunca desembarcara el tesoro del gran Moctezuma, robado a Hernn Corts, quinto real

    destinado a Su Majestad Catlica de Espaa. Sin embargo, los grandes rabihorcados vinieron a planearsobre la resbaladiza quilla de la barca dada vuelta, y las gaviotas, volando en crculo, la rozaron con susalas, gritando: "Dua-Nero! Dua-Nero!"

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    El tren 081

    Desde el bosquecillo donde escribo, el gran terror de mi vida se me antoja lejano. Soy un viejojubilado que descansa sus piernas sobre el csped de su pequea casa; y a menudo me pregunto si soy yo

    el mismo yo, quien cumplir con el duro trabajo de maquinista en la lnea de P.L.M.1, y me asombrode no haber muerto en el acto, aquella noche del 22 de setiembre de 1865.

    Puedo decir que conozco bien ese servicio Pars-Marsella. Podra conducir la mquina con los ojoscerrados por cuestas y bajadas, pasos a nivel, empalmes y barreras, curvas y puentes. De fogonero detercera clase llegu a maquinista de primera, y eso que los ascensos son muy lentos. Si hubiera tenidoms instruccin sera subjefe de galpones. Pero, qu! en las mquinas uno se embrutece; se sufre denoche, se duerme de da. En nuestros tiempos el trabajo no estaba reglamentado como ahora; los equiposde maquinistas no existan: no tenamos turnos regulares. Cmo estudiar entonces? Y yo, sobre todo.Tendra que haber tenido muy buena cabeza para soportar la sacudida que recib.

    Mi hermano se haba enganchado en la flota. Estaba en los barcos de transporte. Entr antes de 1860,

    durante la campaa de China. Y cuando termin la guerra, no s cmo se qued en el pas amarillo, cercade una ciudad a la que llaman Cantn.

    1 Lnea Pars-Lyon-Marsella. (N. de la T.)

    Los de los ojos oblicuos lo retuvieron para que condujera sus mquinas a vapor. En una carta, querecib en 1862, me deca que se haba casado y que tenia una nia. Yo quera mucho a mi hermano ysufra al pensar que no volvera a verlo; tampoco nuestros viejos estaban contentos. Se sentan muy solosen su pequea casita, all en el campo, cerca de Dijon. Con sus dos hijos lejos, dormitaban tristemente,de a ratos, en el invierno, junto al fuego.

    Hacia el mes de mayo de 1865, en Marsella todos comenzaron a inquietarse por lo que ocurra en el

    Levante. Los barcos que llegaban traan malas noticias del mar Rojo. Decan que haba una epidemia declera en la Meca. Que millares de peregrinos se moran. Que luego la enfermedad haba pasado a Suez,a Alejandra; que lleg hasta Constantinopla. Decan que era el clera asitico. Los barcos permanecanen cuarentena en el lazareto. Todo el mundo era presa de un vago temor.

    Yo no tena mucha responsabilidad en todo eso; pero puedo asegurar que me atormentaba la idea detransportar la enfermedad. Seguro, llegara a Marsella, y luego a Pars por el rpido. Por ese entonces notenamos botones de llamada para los pasajeros. Ahora, yo s que han instalado mecanismos muyingeniosos. Hay una palanca que suelta el freno automtico y al mismo tiempo se levanta una placa

    blanca perpendicular al vagn, como una mano, que indica dnde est el peligro. Pero nada as existaentonces. Y yo saba que si a un pasajero lo atacaba esa peste del Asia que lo acaba en una hora, morirasin auxilios, y que yo transportara a Pars, a la estacin de Lyon, su cadver azul.

    A principios de junio el clera estaba en Marsella. Decan que la gente se mora como moscas. Caanen la calle, en el puerto,, en cualquier parte. El mal era espantoso; dos o tres convulsiones, un estertor, unvmito de sangre, y luego el fin. Desde el primer ataque uno se helaba como un trozo de hielo; y la carade los que se moran presentaba unas manchas marmreas anchas como monedas de cinco francos. Losviajeros salan de la sala de fumigacin exhalando de sus ropas una nube de pestfero vapor. Los agentesde la compaa estaban alertas y en nuestro triste oficio tenamos una nueva inquietud.

    Pasaron julio, agosto y mediados de setiembre; la ciudad estaba desolada, pero poco a poco bamosrecuperando la confianza. Nada en Pars hasta el momento. El 22 de setiembre, por la noche, me hicecargo de la mquina del tren 180, con mi fogonero Graslepoix.

    Los viajeros, por la noche, dorman en sus vagones, mientras que nuestro trabajo consista en velar,

    con los ojos bien abiertos, de un extremo al otro de la va. Para protegernos del sol, de da llevbamosgruesas antiparras sujetas a nuestra gorra. Las llamaban antiparras mistraleras1. Sus vidrios azules nos

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    protegan del polvo. Por la noche, las levantbamos, colocndonoslas sobre la frente. Y con nuestrasbufandas, las orejeras de nuestras gorras bajas y nuestros gruesos abrigos, parecamos diablos trepadossobre bestias de ojos encendidos. La luz de la caldera nos iluminaba y nos calentaba el estmago; elviento nos cortaba las mejillas; la lluvia nos azotaba el rostro.

    Y la trepidacin nos sacuda las tripas hasta perder el aliento. Dentro de nuestras caparazones, nossacbamos los ojos buscando en la obscuridad las seales rojas.

    1 Referencia al viento Mistral que azota el valle del Rdano. (N. de la T.)

    Encontrarn ustedes muchos hombres, envejecidos en el oficio, a quienes el Rojo ha vuelto locos.Todava ahora ese color me molesta y me provoca una angustia inenarrable. Frecuentemente medespierto sobresaltado por la noche, con un deslumbramiento rojo en los ojos: aterrorizado, miro laobscuridad me parece que todo se resquebraja a mi alrededor y un flujo de sangre se me sube a lacabeza; luego pienso que estoy en mi cama y me vuelvo a hundir entre las mantas.

    Aquella noche nos sentamos agobiados por el calor hmedo. Lloviznaba con tibias gotas; elcompaero Graslepoix meta en la caldera su carbn con paladas regulares; la locomotora bailaba ycabeceaba en las curvas cerradas, bamos a 65 por hora, buena velocidad. Estaba obscuro como una bocade lobo. Cuando pasamos la estacin de Nuits y rodbamos rumbo a Dijon, era la una de la maana. Yo

    pensaba en mis dos viejos que deban dormir tranquilamente, cuando de pronto siento el silbato de unamquina en la doble va. Entre Nuits y Dijon, a la una de la maana, no esperbamos ningn tren, ni deida ni de vuelta.

    Qu es eso, Grasiepoix? dije al fogonero. No podemos parar.No hagas escndalo dijo Graslepoix. Es en la otra va. Podemos bajar la presin.Si hubiramos tenido, como ahora, un freno de aire comprimido. De pronto, con sbito impulso, el

    tren de la otra va alcanz al nuestro y comenz a marchar a la par. Los cabellos se me erizaban alrecordarlo.

    Estaba completamente envuelto en una bruma roja. Los cobres de la mquina brillaban; el vapor, amxima presin, sala sin ruido. Dentro de la bruma, dos hombres negros se movan sobre la plataforma.Se enfrentaban a nosotros y repetan nuestros gestos. Sobre una pizarra llevbamos el nmero de nuestrotren escrito con tiza: 180. Frente a nosotros, en el mismo lugar, haba un gran cuadrado blanco con estosnmeros en negro: 081. La hilera de vagones se perda en la noche y todos los vidrios de las portezuelasestaban obscuros.

    Vaya! Qu buena historia! dijo Grasiepoix. Nunca lo habra credo!... Espera, ya vas a ver.Se agach, tom una palada de carbn y la arroj al fuego. Frente a nosotros, uno de los hombres

    negros se agach tambin y meti su pala en la caldera. Sobre la bruma rojiza vi que se recortaba lasilueta de Grasiepoix.

    Una extraa luz se hizo en mi cabeza y mis ideas desaparecieron para dar lugar a un descubrimiento

    extraordinario. Se levantaba el brazo derecho ... el otro hombre levantaba el suyo; si le haca una sealcon la cabeza ... l me responda. Luego, de pronto, lo v deslizarse hasta la escalerilla ysupe que yohaca otro tanto. Fuimos recorriendo el tren en marcha y, delante de nosotros, la portezuela del vagnA.A.F. 2551 se abri por si misma. Mis ojos percibieron nicamente el espectculo de enfrente ... y sinembargo yosabia que la misma escena se estaba produciendo en mi tren. En ese vagn estaba acostadoun hombre con el rostro tapado por un gnero de lana blanco; una mujer y una nia pequea, cubiertas desedas bordadas con flores amarillas y rojas, yacan inanimadas sobre los almohadones.Me vi ir haca elhombre y descubrirlo. Tena el pecho desnudo; la piel manchada de placas azules; los dedos crispados,arrugados y las uas lvidas; los ojos rodeados de crculos morados. Todo eso lo percib de una solamirada, y me di cuenta tambin de que tena ante m a mi hermano, muerto vctima del clera.

    Cuando recobr el sentido, me hallaba en la estacin de Dijon. Graslepoix me daba palmadas en lafrente ... Sostuvo siempre que en ningn momento dej la mquina... pero yo s que no fue as. Grit

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    inmediatamente: "Corred alcoche A.A.F. 2551!" Tambin yo llegu arrastrndome hasta l... y vi a mihermano muerto, como lo haba visto un momento antes. Los empleados huyeron espantados. En laestacin slo se oan estas palabras: "El clera azul!"

    Al da siguiente, 23 de setiembre, el clera se abati sobre Pars, despus de la llegada del rpido de

    Marsella.

    ....................................

    La mujer de mi hermano es china; tiene los ojos almendrados y la piel amarilla. Me cost muchoquererla; una persona de otra raza nos resulta siempre extraa. Pero la pequea se pareca tanto a mihermano! Ahora que soy viejo, y que la trepidacin de las mquinas me ha convertido casi en uninvlido, ellas estn conmigo. Y vivimos tranquilos, salvo cuando recordamos aquella Terrible nochedel 22 de setiembre de 1865, cuando el clera azul vino de Marsella a Pars en el tren 081.

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    El Fuerte

    El aburrimiento y el terror eran extremos. Por todas partes se poda or el eterno y metlico repiqueteode las esquirlas de metralla; y el plaidero canto de, las ojivas rotas en el aire que como un sonido

    incierto de elicas arpas helaba la sangre. Todo se perda en la noche: profunda obscuridad, cortadanicamente por el negro ms opaco de los corredores, de las bvedas y de las entradas de los tneles. Seadivinaban las tomas de aire y los agujeros de los tragaluces por el tintineo de las placas blindadas. Lasaltas bvedas tenan piedras angulares de cudruple bisel y, de tanto en tanto, a lo largo de los arcos, una

    bombilla de luz, escasamente luminosa, alumbraba el ngulo formado por tres piedras, porque las pilasya casi no funcionaban. En los estrechos pasadizos, horadados en el macizo de cemento alrededor del

    patio cuadrangular, el trepidar de las pesadas trancas de hierro que cerraban las ventanas en forma deparalelas oblicuas, atenaceaba las sienes y haca apretar el paso. Y hacia el centro, en la obscura escalera,cubierta de vidrios rotos, se perciba el gemido del taladro junto al ahogado suspiro de la bomba demaniobra. Ms arriba, por la estrecha escalera de chapa suba el jadeo de la cuadrilla, mientras que la

    torreta, levantada sobre su eje, se deslizaba circularmente con un chirrido de cadenas. Por las ranuras delenorme cilindro, se perfilaban, uno al lado del otro, iluminados por un grasiento farol, los caonesgemelos sobre sus cureas blancas; de pronto la orden de FUEGO! retumbaba en el pequeo recinto y,

    pegadas al cilindro, protegidas en sus huecos, unas siluetas humanas giraban con l; reinaba un silenciototal, interrumpido por el choque de hierros sobre la cpula; luego sala de la sombra una advertencia:APUNTEN!... y la torreta retumbaba en una doble explosin.

    Un soplo y un roce era todo lo que se senta del paso de los hombres; a veces se oa a un pelotndescender con rtmico paso por los corredores en direccin a los depsitos de proyectiles; otroscambiaban los tablones, los travesaos, por piezas de repuesto, llevndolos a las plataformas; armabanlos cabrestanes, buscaban los equipos de las cabrias, sacaban las lonas alquitranadas que cubran lascarcasas de los caones de 155 largos, que dorman en los corredores. Y los hombres, de tanto caminar

    agachados en la obscuridad, con sus manos desgastadas por las piedras de los muros y los dedosdestrozados por la fuerza requerida en la maniobras, se asemejaban a viejos caballos extenuadosavanzando pesadamente, con mirada resignada en sus ojos apagados.

    La vida slo se vea en las galeras, en la torreta, en las aisladas bateras. No conflua hacia el centroabierto bajo el cielo azul. Y haca largo rato que las inmediaciones del cuarto del comandante

    permanecan desiertas. Desde que empezara el sitio, a cada uno se le haba asignado una tarea, como enun acorazado. Los oficiales de abastecimiento, designados en los depsitos, abran y examinaban cons-tantemente las barricas de carne de cerdo, los cajones repletos de harina, las latas de conserva,transvasaban el alcohol, espichaban los toneles y probaban el vino. Pero ahora los depsitos de vveresestn vacos, con las existencias que quedaban de carbn. Charcos de agua rojiza empapaban lacarbonilla y los montones de bizcochos enmohecidos se podran cerca de las puertas arrancadas de susgoznes.

    El comandante se encogi de hombros cuando dos soldados, golpeando a la puerta, vinieron aanunciarle que los hilos del telgrafo estaban rotos, que el telfono no funcionaba, que el aparato deltelgrafo ptico haba volado hecho pedazos. Evidentemente la esperanza se alejaba, pero no lodemostraba tras sus anteojos color azul claro, y ni siquiera un leve temblor agitaba sus cortos bigotes

    blancos. El fuerte estaba aislado; la divisin, que operaba a campo abierto, amenazaba. Slo podasalvarlo un desesperado pedido de refuerzos... pero le faltaban los medios para hacerlo. Las pinturas desu celda, obra artstica de un zapador protegido en tiempos de paz, se desdibujaban en la humedad;mirando los cascarones de yeso, pensaba en sus ltimos momentos, y deseaba vivirlos con entereza.

    Al levantar la cabeza, vio que ambos soldados daban vueltas a sus quepes entre sus manos. Eran dos

    bretones, los dos de Rosporden, Gaonac'h y Palaric. Uno de ellos, Gaonac'h, tena un rostro afiladocomo la hoja de un cuchillo, anguloso y arrugado, huesos demasiado largos y articulaciones nudosas; el

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    otro, de cara imberbe, pestaas casi blancas, ojos claros, sonrisa de nia, dijo vacilando: "Micomandante, Gaonac'h y yo venimos a preguntarle si no quiere que llevemos un mensaje... conocemos

    bien el camino. Verdad Gaonac'h?.El comandante del cuerpo de ingenieros reflexion un instante. Evidentemente era algo irregular;

    careca de hombres. Pero tal vez all estaba la salvacin; podan sacrificarse dos soldados para salvarciento cincuenta. Entonces, sentado ante su mesa, escribi, frunciendo el ceo. Cuando hubo terminado,firm y sell, hizo venir a los cocineros y orden dos raciones completas y un cuarto de aguardiente; seincorpor, estrech las manos de ambos soldados y les dijo: "Id, vuestros compaeros os lo agra-decern".

    Gaonac'h y Palaric atravesaron los obscuros corredores, cerca de las cureas de repuesto, entremontones de bombas vacas pues ya no haba ni plvora suelta ni espoletas, tropezando con barrilesdesfondados, amontonados en los parapetos. Haba cado ya la noche, lo que se senta nicamente en elsilencio del enemigo; y los hombres, relevados de sus puestos, entraban de a uno a las casamatas y sereunan alrededor de un cabo de vela, tiritando de fro, a pesar de las mantas. La sombra fantasmagricaque sobre el blanco muro proyectaban los camastros de campaa, de los que colgaban las cartucheras,

    pareca la parrilla de un horno gigantesco.Los dos hombres salieron de la pieza, armados de un revlver; descendiendo por la arteria central,

    hicieron abrir la puerta de hierro y bajar lentamente el puente levadizo de cadenas engrasadas, y salieronal fro de la noche, bajo las heladas estrellas. A quinientos metros de altura, el viento ululaba entre loshilos cortados del telgrafo, melanclico sonido que pareca planear sobre la meseta desierta. Lasmalezas se estremecan sobre las laderas; ms all, las canteras abandonadas bordeaban la ruta demontculos negros. Gaonac'h y Palaric corrieron hacia all y llegaron resueltamente hasta el extremooeste para ganar el bosque. Un cuerpo de ocupacin francs deba hallarse en el puente tendido sobre elvalle que separaba la meseta de los ltimos contrafuertes de la montaa; punto estratgico convenienteque no podan haber descuidado. Por entre los bosquecillos de avellanos silvestres se escuchaba el

    murmullo del ro, all en el valle; el camino bajo, con sus dos profundas huellas, estaba cubierto debruma. Y los dos bretones, caminando sobre un manto de hojas secas, apresuraban el paso, pues sentanque se aproximaba el fin de la noche.

    Palaric dijo a Gaonac'h en voz baja:Conoces a mi madre, Gaonac'h, la molinera de Rosporden? No la veo desde que vine al ejrcito, ni

    a los dos pequeos. T eres alto, fuerte...Y Gaonac'h le respondi, ponindole una mano sobre el hombro:

    Ya llegamos. Cuando no puedas caminar, si nos persiguen, te llevar cargado un trecho.No prosigui Palaric, no tengo miedo a morir. Slo que en Rosporden, la casa estar sola; y luego

    el viento... es triste sabes? cuando sopla en la landa. Cmo se las arreglar la madre? Y aqu estamoslejos; pero no podemos hacer nada. Quisiera solamente que te quedaras conmigo, porque t tambin eres

    de Rosporden. Dos paisanos juntos hacen mucho; adems nosotros nos queremos bien.Alto! dijo Gaonac'h. Ya estamos en la punta.Algunos pasos ms all, el bosque se interrumpa en la profunda garganta. Los dos hombres estiraron

    el cuello: sobre el camino vagamente iluminado, al borde del ro, se vea confusamente una masa quedesfilaba, dirigindose hacia las laderas de la meseta y, muy cerca de ellos, se escuchaba a los caballosque piafaban subiendo la pendiente.

    Volvamos, a la carrera dijo Gaonac'h. Es el asalto. T, corre a la batera Este, yo a la Oeste... unode los dos ha de llagar...

    Entonces Palaric retom el profundo sendero, corriendo a pesar de su fatiga. Iba tan velozmente quesus pensamientos parecan saltar en su cabeza. Las alturas del bosque comenzaban a tornarse lvidas; lascimas de los rboles, hacia la derecha, ostentaban penachos rosados, y un viento ms fro sacuda lashojas. El cielo se cubra de plidos matices; se estaba preparando un hermoso da.

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    Al tiempo que entraba en las canteras, Palaric escuch, por todo el bosque, un dbil golpeteo y elruido de pasos ahogados. Se arroj entre unos matorrales. Tendido de costado, abra desmesuradamentelos ojos, inmvil, a pesar de las hmedas telas de araa que le golpeaban el rostro. Pasaban hombres,obscuros an en la bruma matinal, envueltos en sus abrigos, subiendo en formacin abierta, como un

    moviente zigzag sobre la hierba. El grueso de las fuerzas atacaba por el otro lado. Estos constituan sinduda la reserva. Se detuvieron en el linde del bosque, ocultos tras un pliegue del terreno y, apoyados ensus fusiles, jadeaban, descansando. Palaric no poda echar a correr, delante de ellos, para llegar al fuerte.Si avanzan, pensaba, contorneando la ladera, llegarn primero. Con tal que Gaonac'h les avise a tiempo!

    Bruscamente, ante una orden invisible, los soldados se formaron por el flanco y descendieron lacuesta. Palaric se dio vuelta para incorporarse, cuando un dolor agudo le atraves las entraas y cay deespaldas, con los puos crispados, los brazos extendidos. Un mercenario de la retaguardia, viendo brillarel tapn de una botella, clav en los matorrales una bayoneta abandonada. Vaci los bolsillos de Palaricy prosigui, al trote, su camino. La sangre manaba a borbotones, y el rostro terroso del pequeo bretntena los ojos dados vuelta. El Sol, saliendo por detrs de las colinas, ilumin los pelotones aislados quemarchaban a la vanguardia.

    Pero sordos ruidos retumbaron por el lado del fuerte y los obuses estallaron sobre la meseta. Se oy elbramido de los caones de bronce. Los Hotchkiss y los Nordenfelt golpearon las trincheras con ruidoininterrumpido. Los ojos moribundos del pequeo soldado vean an las lneas geomtricas del fuerte,negras contra el cielo, con la acorazada cpula giratoria de la que surgan dos penachos de humo.Entonces sinti que lo recorra una enorme sensacin de paz, mientras pensaba en Gaonac'h, y sucorazn se alegr por Rosporden.

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    Los Sin-Cara

    Los recogieron a los dos, el uno junto al otro, sobre la hierba quemada. Sus ropas haban voladohechas jirones; la detonacin de la plvora borr el color de los nmeros; las placas de latn se

    pulverizaron. Se los podra haber tomado por dos trozos de pulpa humana. El mismo fragmento afiladode chapa de acero, silbando oblicuamente, les llev el rostro, de modo que yacan sobre las matas de

    pasto como un doble tronco de roja cabeza. El ayudante del mayor que los apil en el coche los recogims que nada por curiosidad. En efecto, la herida era muy rara. No les quedaba ni nariz, ni pmulos, nilabios; los ojos sobresalan fuera de las rbitas destruidas, la boca se abra como un embudo, sangranteagujero con la lengua cortada que vibraba, estremecida. Es posible imaginar qu extrao resultaba verdos seres de la misma altura ysin rostro. Ambos crneos, cubiertos de pelo corto, ostentaban dos placasrojas, cortadas igual y simultneamente, con huecos en las rbitas y tres agujeros como nariz y boca.

    En el hospital se les dio el nombre de Sin-Cara N 1 y Sin-Cara N 2. Un cirujano ingls, que haca elservicio ad-honorem, se sorprendi ante este caso interesndose en l. Cuid y vend las heridas, las

    sutur, extrajo las esquirlas, model esa pulpa de carne dando forma a dos casquetes cncavos y rojos,igualmente perforados en el fondo, como hornillos de exticas pipas. Ubicados en dos camas, el unojunto al otro, los dos Sin-Cara manchaban las sbanas con doble cicatriz redonda, gigantesca y sinsentido. La eterna inmovilidad de esa Haga tena un mudo dolor: los msculos tronchados noreaccionaban ni con las suturas; el terrible golpe haba aniquilado el sentido del odo, a tal punto que enellos la vida slo se manifestaba por el movimiento de sus miembros y por el doble grito ronco queemerga a intervalos de entre los abiertos paladares y los temblorosos muones de lengua. Sin embargo,ambos se curaron. Lenta, pero seguramente, aprendieron a dominar sus gestos, a extender los brazos, adoblar las piernas para sentarse, a mover las encas endurecidas que ahora cubran sus mandbulassoldadas. Conocieron un placer, manifestado por sonidos agudos y modulados, mas sin poder silbico:fue el de fumar sus pipas, a cuyas boquillas se haban adosado unas piezas ovales de goma que llegaban

    a los bordes de la herida que eran sus bocas. En cuclillas bajo las mantas, aspiraban el tabaco; y loschorros de humo salan por los orificios de sus cabezas: por el doble agujero de la nariz, por los pozosgemelos de sus rbitas, por las comisuras de las mandbulas, entre el esqueleto de sus dientes. Y cadaescape de bruma gris que se exhalaba por entre las grietas de esas masas rojas, era saludado por una risasobrehumana, cloqueo de la campanilla que temblaba, mientras el resto de sus lenguas chasqueabadbilmente.

    Se produjo una conmocin en el hospital, cuando el interno de guardia llev hasta la cabecera de losSin-Cara a una mujercita en cabeza, quien mir al uno, luego al otro, con rostro aterrorizado,

    prorrumpiendo luego en llanto. Ante el escritorio del jefe mdico del hospital, explic, entre sollozos,que crea que uno de ellos era su marido. Figuraba entre los desaparecidos; pero como esos dos heridoscarecan de toda seal de identidad se hallaban en una categora especial. Y tanto la altura, como elancho de espaldas, y la forma de las manos, le recordaban sin lugar a dudas al hombre perdido. Mas sehallaba extremadamente indecisa: de los dos Sin-Cara cul era su marido?

    Esta mujercita era realmente encantadora; su peinador barato le moldeaba el seno, sus cabelloslevantados a la usanza china, le conferan un dulce aspecto infantil. Su inocente dolor y unaincertidumbre casi risible, se aunaban en su expresin, contrayendo sus rasgos como los de una niitaque acabara de romper un juguete. De modo que el jefe mdico del hospital no pudo contener una son-risa y, como hablaba con mucha claridad, dijo a la mujercita que lo miraba: "Llvatelos a tus Sin-Cara;los reconocers probndolos." Al principio ella se escandaliz y dio vuelta la cabeza con rubor de niaavergonzada; luego baj los ojos mirando a una y otra cama. Los dos tajos rojos, suturados, continuabandescansando sobre las almohadas, con esa misma ausencia del sentido que los converta en un doble

    enigma. Se inclin sobre ellos; habl al odo de uno, luego del otro. Las cabezas no demostrabanreaccin alguna, pero las cuatro manos experimentaron una especie de vibracin, tal vez porque esos dos

  • 7/31/2019 Schwob, Marcel - Corazn Doble

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    pobres cuerpos sin alma sentan vagamente que junto a ellos haba una mujercita encantadora, de suaveperfume y exquisitas y absurdas maneras de beb.

    Ella vacil durante algunos momentos todava, y termin pidiendo que tuvieran a bien confiarle a losdos Sin-Cara durante un mes. Los llevaron, siempre uno al lado del otro, a un grande y mullido coche; la

    mujercita, sentada frente a ellos, lloraba sin cesar con lgrimas ardientes. Y cuando llegaron a la casa,comenz para los tres una vida singular. Ella iba eternamente de un lado al otro, espiando unaindicacin, esperando una seal. Observaba sus superficies rojas que nunca ms se moveran. Mirabaansiosamente esas enormes cicatrices cuyos costurones iba conociendo gradualmente, como se conocenlos rasgos del rostro bienamado. Las examinaba una a una, como pruebas de fotografas, sin decidirse aelegir.

    Y poco a poco, la enorme pena que le angustiaba