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SANTA CATALINA DE SIENA Y SANTA TERESA DE JESUS POR EVA MARTINEZ CEBALLOS A seis siglos de distancia Catalina Benincasa. la santa de Siena. nos aparece con perfiles de personaje de la leyenda de Jacobo de Vo- rágine. En nuestro medio, dentro de los métodos sociales y políticos de nuestros días. resulta verdaderamente asombrosa la actuación de la sienesa durante el turbulento período de la cautividad de Babilonia y de las inquietudes que precedieron al Cisma de Occidente. Para explicar la influencia de Catalina no basta el hecho que señala Hui- zinga al hablar de la política del siglo XIV, la decisiva intervención que en los asuntos públicos se concedía a ascetas, visionarios y predicadores. Hay que reconocer que en su caso concurren circuns- tancias especiales y que este predominio de la santa. basado en el prestigio que ejerce sobre la multitud todo aquello que escapa a una comprobación material. sería incomprensible fuera del ambiente en que se produjo, fuera de ese período de intensa vida y de grandes trastornos. La larga estancia de los papas en Avignon había contri- buído a aumentar el desasosiego de los estados italianos; las luchas de las ciudades unas contra otras. las incursiones de las bandas de aventureros. la corrupción de las costumbres, la simonía del clero. la inseguridad de la vida. habían llevado los espíritus a un grado de máxima tensión que los predisponía a acoger con entusiasmo a la santa sienesa, que. precedida de la fama de sus comunicaciones ultraterrenas. de su vida de un ascetismo rayano en lo inverosímil, de sus audaces epístolas. de sus fogosas imprecaciones y de su idea- lizada feminidad. se les presentaba como una síntesis viviente. co- mo una encarnación de seres y doctrinas que habían conmovido a los siglos anteriores. Sus invocaciones y su culto al Espíritu Santo recordaban a Joa- quín de Fiore; su doctrina del conocimiento tenía estrechos puntos de contacto con la de los escolásticos; clamaba contra las costumbres corrompidas con los enérgicos acentos de un Gregorio Magno. como sus contemporáneos Santa Brígida y Petrarca; con la entereza y el ardor con que Domingo de Guzmán combatía a los herejes. combate 75

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SANTA CATALINA DE SIENA Y SANTATERESA DE JESUS

POR EVA MARTINEZ CEBALLOS

A seis siglos de distancia Catalina Benincasa. la santa de Siena.nos aparece con perfiles de personaje de la leyenda de Jacobo de Vo­rágine.

En nuestro medio, dentro de los métodos sociales y políticos denuestros días. resulta verdaderamente asombrosa la actuación de lasienesa durante el turbulento período de la cautividad de Babiloniay de las inquietudes que precedieron al Cisma de Occidente. Paraexplicar la influencia de Catalina no basta el hecho que señala Hui­zinga al hablar de la política del siglo XIV, la decisiva intervenciónque en los asuntos públicos se concedía a ascetas, visionarios y

predicadores. Hay que reconocer que en su caso concurren circuns­tancias especiales y que este predominio de la santa. basado en elprestigio que ejerce sobre la multitud todo aquello que escapa a unacomprobación material. sería incomprensible fuera del ambiente enque se produjo, fuera de ese período de intensa vida y de grandestrastornos. La larga estancia de los papas en Avignon había contri­buído a aumentar el desasosiego de los estados italianos; las luchasde las ciudades unas contra otras. las incursiones de las bandas deaventureros. la corrupción de las costumbres, la simonía del clero.la inseguridad de la vida. habían llevado los espíritus a un grado demáxima tensión que los predisponía a acoger con entusiasmo a lasanta sienesa, que. precedida de la fama de sus comunicacionesultraterrenas. de su vida de un ascetismo rayano en lo inverosímil,de sus audaces epístolas. de sus fogosas imprecaciones y de su idea­lizada feminidad. se les presentaba como una síntesis viviente. co­mo una encarnación de seres y doctrinas que habían conmovido a lossiglos anteriores.

Sus invocaciones y su culto al Espíritu Santo recordaban a Joa­quín de Fiore; su doctrina del conocimiento tenía estrechos puntosde contacto con la de los escolásticos; clamaba contra las costumbrescorrompidas con los enérgicos acentos de un Gregorio Magno. comosus contemporáneos Santa Brígida y Petrarca; con la entereza y elardor con que Domingo de Guzmán combatía a los herejes. combate

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ella a los enemigos del Papado. aun cuando estén revestidos de lapúrpura cardenalicia o lleven en sus sienes la diadema real. EnalYl0­rada de la pobreza. como Francisco de Asís. predica el desasimientode los bienes terrenales. y a semejanza del juglar de los valles de Um­bría. va de campo en campo. de ciudad en ciudad. de corte en corte.cantando el amor del Crucihcado.

Su sola presencia conmueve a los pecadores más obstinados.vence la hereza de los "condottieri". hace enmudecer a maestros y

doctores y humillarse a los príncipes. Aquella débil muchacha. des­conocida poco antes. pesa más en el ánimo del pontíhce que el con­sejo de los cardenales y que la opinión del rey de Francia; y 10 queno habían obtenido los poderosos de la tierra 10 consigue en una en­trevista la hija de un artesano de Siena. y logra. al hn. restituir alsolar de Pedro al Pastor de la Cristiandad.

Para sus entusiastas discípulos. para sus "hijos". para los"caterinatos". para esa pequeña corte que la sigue a todas partesy en la que se cuentan jóvenes artistas. poetas. pintores. señoresinfluyentes. piadosas matronas y sesudos religiosos; para esas ardien­tes imaginaciones de italianos que conocían a Dante y habían leídola Vita Nuova. Catalina. con sus ojos de iluminada brillando ensu pálido semblante. envuelta en los blancos pliegues de su túnicade terciaria. corno en un halo de gloria. es Beatrice que viene a sacar­los de las tinieblas para llevarlos a las regiones de la luz.

Catalina de Siena. trabajando por la vuelta del pontíhce a Roma.encarna una aspiración universal de la Iglesia. corno Juana de Arcorepresenta el anhelo de los legitimistas franceses por la consagraciónde Carlos y su reintegración a París.

Catalina. predicando contra la corrupción de las costumbres. esel apóstol de una Reforma ortodoxa. como tres siglos después. en laEspaña de Felipe el Prudente. Teresa de Avila simbolizará el espíritude la Contrarreforma.

No es esta la única analogía ni la única divergencia que hay en­tre estas dos extraordinarias hguras femeninas:

Catalina procede de una familia de artesanos. Su padre era tin­torero; pertenecía a aquellos gremios que por su fuerte organi­zación llegaron a constituir un nuevo poder frente a la nobleza y a laclerecía. .

Teresa es hij a de ~hidalgos. Su padre se parecía sin duda a aque­llos nobles castellanos que retrató el Greco. caballerosos. austeros.intransigentes en cuestiones de fe o de honor y que envolvían en unmismo culto la adoración a Dios y la lealtad al rey.

Las dos parecen haber heredado de sus padres. no de sus madres.

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el acendrado' sentimiento de religiosidad que orientó sus vidas ~ así, elpadre de Catalina es el primer protector que encuentra la jovenpara su vocación. En cambio, su madre, Monna Lapa, nos la pintanlos biógrafos de la santa COJIlO una excelente aJIla de casa, alnantísi­JIla de su lnarido y de sus hijos, pero COlnO un espíritu de pocos vuelos ~

ella soñaba ver a su hija casada con un acaudalado cOJIlerciante o conun lnaestro acreditado, formando un buen hogar burgués y enrique­ciendo, con esa alianza, a su falnilia; el destino extraordinario de Ca­talina es para ella un lnotivo de confusión y de continua inquietud.

De doña Beatriz de AhuJIlada, JIladre de Santa Teresa, hay lnenosnoticias que de su esposo don Alonso Sánchez de Cepeda; sabemosque JIlurió cuando la santa era todavía una niña, y su inclinación alos libros de caballerías, que heredó su hija, nos la revela rOll1ánticay soñadora, aspectos poco acordes con la gravedad que se pedíaentonces en Castilla a una dall1a cristiana.

La diversidad de su origen da al estilo y a la postura de las dossantas un sello característico.

Santa Catalina, con su enérgico "Voglio", se ill1pone con un atre­vimiento avasallador, un poco plebeyo y rústico; Santa Teresa, consu cortés "parécell1e", no ahrll1a, se insinúa discretall1ente, perocon no lnenos ehcacia.

Para sus discípulos, Catalina es la "dolce lnaJIlma"; Teresa, la••santa lnadre", o como la llamara san Pedro de Alcántara, •'la lnUYmagníhca y lnUY religiosa señora doña Teresa de Ahulnada".

Catalina, la hija del tintorero, se dirige al papa-rey en nOlnbre deCristo y en su propio nombre. La priora de Avila, Teresa santísimade Jesús, la "divina doctora" de que habla Palafox y Mendoza,escribe al rey patrono de la Iglesia, por el "grande amor que le tiene",se excusa de hacerlo, y para apelar a la benevolencia dellnonarca lerecuerda la paciencia de que la majestad de Dios usa con sus súb­ditos.

La sienesa recibirá de Cristo misll10 las lnísticas heridas queperpetuarán en sus lnanos y en sus pies el doloroso recuerdo de laPasión. Será un serafín, un enviado, un escudero de Cristo, quientraspase con un dardo de oro el corazón de Teresa.

La infltiencia del medio se revela en ellas tan clarall1ente comosu ascendencia. Catalina nace en la inquieta Siena, que había resen­tido lnás o lnenos directalnente los trastornos producidos por la luchasecular de la Iglesia con el Imperio, y que sufría, como otras ciudadesitalianas, de la larga ausencia del pontífice. Su acción será ell1inente­mente política y tenderá siell1pre a proclaTIlar la supremacía del podertemporal y espiritual del papa sobre los otros poderes. La prilnera

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vez que ve a Cristo, se le aparece revestido con las insignias ponti­hcales.

T eres~ nace en Avila, en los prim.eros años del siitlo XVI: la preo­cupación de España en aquel tiem.po era la herejía. prim.ero losm.oriscos, después los protestantes. La causa deter111inante de lo queTeresa 11am.a su conversión, es el encuentro con el •'Señor de la Co­lumna", es decir, con Cristo azotado y befado por sus enem.iitOs. com.ola Iglesia es befada por los herejes.

Catalina com.bate por la teocracia, por la jerarquía de la Iglesia.Teresa, por la ortodoxia de su doctrina.

Bajo este aspecto la acción teresiana tiene tal vez un sentido m.ásuniversal y duradero que la de la santa sienesa. Podría decirse que laacción de Catalina es un exaltado im.pulso ascensional. de superación.como las catedrales de la Edad Media. y la de la virgen abulense. co­mo la de España en el XVI. en su expansión de dom.inio y de terri­torio. un im.pulso horizontal, hrm.e. todo equilibrio, com.o las líneasdel Escorial.

La prim.era es obra de juventud. Catalina. según la expresiónde la Escritura, "corrió com.o un gigante su carrera". tuvo su prim.eravisión a los seis años, emprendió su apostolado a los veintinuevey m.urió a los treinta y cuatro. La seitunda es obra de m.adurez.Teresa pasó largos años en el interior del claustro, inició su m.isiónrefor111adora cuando estaba cerca de los cincuenta y Jnurió despuésde los sesenta.

Su reacción frente a la naturaleza tam.bién es distinta: en la be­lleza del paisaje Teresa encuentra un trasunto de la hermosura ine­fable del Suprem.o Ser. en el color encendido de las rosas Catalinaverá las llagas sangrientas del Redentor. Teniendo ante sus ojos la fér­til Toscana, Catalina empleará a m.enudo el sím.il del árbol. de laflor, de los frutos. Teresa de Avila-ciudad am.urallada, de calles flan­queadas por casas severas y sombrías, de m.uros desnudos y cieitos-.Teresa de Avila nos hablará de m.oradas y castillos; la que ha vividobajo el cielo lum.inoso de Italia no temerá hablar de los horrores delinherno, tem.a que parece evitar la m.ística doctora. que había tenidopavorosas visiones en el som.brío locutorio delm.onasterio de la En­carnación.

Las dos, m.uy fem.eninas, sienten ahción por las joyas, com.paranlos dones celestiales con brillantes riquísim.os, con gem.as deslum.­bradoras.

Para los hnes de su m.isión, am.bas utilizaron organizaciones queencontraron ya cim.entadas, pero a las que dieron una vida nueva y unnuevo im.pulso. Alm.a de la reform.a de los dom.inicos fué el discípulopredilecto y confesor de Santa Catalina, Raim.undo de Capua; agente

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el más ehcaz de la reforma carmelitana fué Jerónimo Gracián, aquien Santa Teresa llama uno de sus hijos más queridos.

Las enseñanzas. la personalidad de la virgen de Avila y de la don~

celIa de Siena se perpetuaron, mejor que por sus discípulos, por suscartas y escritos. Es digno de notarse el hecho de que la obra. todaintuición, de la hija de artesanos, que aprendíó a leer a los veinte añosy a escribir mucho después. despierta en el estudio de la literaturaprimitiva toscana un interés nada inferior a la importancia que en laliteratura mística del siglo XVI español tienen los escritos de la mon~

ja noble, cultivada por las lecturas y por un escogido trato social.

¡Cartas de la sienesa. que Gregorio XI releía para fortalecer suespíritu! ¡obras de la doctora de Avila que, editadas por primera vezen Salamanca en 1588, guardaba, como libro de consulta, en su cá­mara del Escorial, Felipe U! Esas cartas y escritos. con un poder deevocación que no alcanzan los biógrafos en sus relatos, hacen re~

vivir. ante nosotros a Catalina de Siena y a Teresa de Jesús, guiado~

ras de almas. como símbolos de elevada feminidad que superan acuanto imaginara en sus ensueños excelsos el ideal caballeresco.

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