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LA VOCACIÓN CRISTIA 2.  CONFIRMACIONES EXISTENCIALES LUIGI M. RULLA  -  FRANCO IMODA,  S. J. JOYCE RIDICK,  S. S. C.

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LA VOCACIÓN CRISTIA

2.  CONFIRMACIONES EXISTENCIALES

LUIGI M. RULLA

  -

 FRANCO IMODA,

  S. J.

JOYCE RIDICK,

 S. S. C.

8/18/2019 Rulla, L.M. Antropologia-de-la-vocacion-cristiana.pdf

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LUIGI M. RULLA, S. J.

FRANCO IMODA, S. J. - JOYCE RIDICK, S. S. C.

ANTROPOLOGÍA

DÉLA

VOCACIÓN CRISTIANA

II

Confirmaciones Existenciales

SOCIEDAD DE EDUCACIÓN ATENAS

MAYOR, 81 28 01 3 MADRID

1994

8/18/2019 Rulla, L.M. Antropologia-de-la-vocacion-cristiana.pdf

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Tradujeron: Teodoro del Arroyo, Luis M.

a

 Garc ía Domínguez y

  Adrián López Galindo

del original italiano:

Antropología della vocazione cristiana, 2.

  Conferme esistenziali.

© Ediz ion i PIEMM E DI PIE TRO Mar ie t t i, S . p . A .

Cásale Monferrato (AL)

© S O C I E D A D D E E D U C A C I Ó N A T E N AS

  ?

 V

' ><

Mayor 81 , 28013 Madr id

ISBN: 84-7020-296-0

Depósito legal: S. 308-1994

Ptinted in Spain

Imprime: Josmar, S. A.

Polígono «El Montalvo» - Salamanca, 1994

INTRODUCCIÓN

Todo cristiano está llamado a ser un testigo del amor teocéntricament

autotrascendente, es decir, a hacer de los valores autotrascendentes revela

dos y vividos por Cristo el centro de su vida. La esencia de la vocación cris

tiana es dejarse transformar en Cristo de modo que sus valores se interna

licen en m í hasta que p ueda decir: «Ya no vivo yo, sino que es Cristo qu ie

vive en mí» (Gal 2,20). Y este proceso de transformación en Cristo en úl

timo análisis — con la gracia divina que precede y asiste— tiene lugar me

diante el proceso de internalización, de asimilación de los valores de Cris

to .  Estas ideas se han expuesto ampliamente en el Vol. I

1

 del presente es

tudio.T odo cristiano está llamado a este grado de amor, de santidad, de ce

lo apostólico por el Reino de Dios, que compromete toda su persona y to

da su existencia. Por ello la vocación al sacerdocio o a la vida religiosa n

es una llam ada a u n «estado privilegiado» de sa ntidad en la Iglesia divers

de las otras formas vocacionales. No obstante es opinión común entre lo

teólogos que la vocación supone una exigencia   nueva y especial en la pers

na llamada, si bien existe divergencia de opiniones sobre lo específico d

esta nueva obligación. Se mantiene en todo caso la afirmación de que est

«llamada» propia de las vocaciones sacerdotal y religiosa compromete d

modo especial a las personas y por ello constituye un punto de referenci

particularmente útil para el estudio y la comprensión del proceso vocacio

nal cristiano. Esta utilidad se muestra con mayor evidencia cuando se con

sidera que las vocaciones sacerdotal y religiosa evolucionan siguiendo uno

pasos bastante específicos y que se concretan en los distintos mom entos de

proceso de formación vocacional. De este modo se puede verificar mejo

la validez o no validez existencial de las ideas expuestas en el Vol. I.

1. Rulla, L.M.,

  Antropología di la vocación cristiana

  I: Bases interdiscip linares. S. E. A ten

Madrid, 1990.

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Ahora bien, hablar del proceso de formación en la vocación religiosa

2

quiere decir hablar de un hecho importante de la historia reciente de la

Iglesia: el Concilio Vaticano II ha estimulado cambios en dicho proceso de

formación y este hecho ha puesto en acción discusiones, experiencias, for-

mulació n d e docu men tos a varios niveles de la vida eclesial, fenómenos es-

tos de los que todos hemos sido testigos. A ello ha seguido un periodo de

no fácil ajuste y adaptación de los programas de formación vocacional, pe-

riodo que se halla todavía en proceso de evolución.

No se pretende aquí analizar con detalle las causas, los desarrollos, las

circunstancias favorables o adversas de este proceso de renovación y de ajus-

te;   ni siquiera pretendemos fijarnos directamente en los resultados obteni-

dos. Nos limitaremos más bien a pocas y parciales consideraciones de   mé-

todo, esto es, al proceso seguido en la realización de nuevos programas de

formación vocacional.

El Concilio Vaticano II ha puesto el acento en una formación pastoral

que debe sustituir a un a formación de acento jurídico seguida antes del Va-

ticano II.

Antes del Concilio Vaticano II las casas de formación estaban fuerte-

mente estructuradas, casi «fuera del mundo», gobernadas con una autori-

dad que se ejercía en términos jurídico-jerárquicos.

El Vaticano II, sin negar  los principios  fundamentales de una formación

vocacional, se ha orientado de modo notable hacia un modelo pastoral de

formación. Baste citar el

 Decreto sobre la formación sacerdotal (Optatam to-

tius):

 «Los seminarios m ayores son necesarios para la formación sacerdo-

tal.

 Toda la educación de los alumnos en ellos debe tender a que se formen

verdaderos pastores de las almas a ejemplo de Nuestro Señor Jesucristo,

Maestro, Sacerdote y Pastor... Por lo cual, todos los aspectos de la forma-

ción: el espiritual, el intelectual y el disciplinar, han de ordenarse conjun-

tamen te a esta acción pastoral...» (n. 4). La m isma idea se repite en el n. 19

del docum ento. Este modelo pastoral de formación viene tratado en los do-

cumentos conciliares (véase en diversos pasajes de  Perfectae

 Caritatis

 para

los religiosos y en  Optatam  Totius para los sacerdotes). El mensaje general

trasmitido de m odo más o m enos explícito en los documentos es el de abrir

las casas de formación para que los formandos tengan contactos con el ex-

terior y así lograr una apropiada preparación apostólica, el de ejercer la au-

toridad como servicio a los subditos, el de no formar las personas según u n

mod elo, sino ayudarlas a desarrollar los dones recibidos de Dios para llegar

a ser aquello a lo que Dios las llama.

2.

  Aun reconociendo la existencia de diferencias teológicas entre vocación sacerdotal y   vocación

religiosa, el término «vocación religiosa» lo utilizaremos frecuentemente para expresar,   mutatis mutan-

dis,

 los dos tipos de vocación. Despué s de to do, ambas vocaciones presentan las mismas características

esenciales propias de la vocación cristiana, estudiadas en el Vol. I.

8

¿Cómo se ha intentado traducir en la práctica este paso de los proceso

formativos de un modelo estructurado jerárquicamente a un modelo pas

toral? La realidad a la que hemos asistido indica que la actuación de dicha

transición no ha sido muy apropiada; más aún, todos somos testigos de qu

el impacto de esta actuación ha sido con frecuencia muy acusado, hasta e

punto de arrancar de cuajo las estructuras sobre las que se habían apoyado

durante siglos las casas de formación. Se han eliminado las así llamadas «es

tructuras de plausibilidad», que Berger (1969) define como: «Un conjunto

de personas, de procedimientos y de procesos mentales que tienden a man

tener una definición específica de una realidad en movimiento» (p. 54). S

trata de las estructuras que sostienen una realidad a la que se atribuye sig

nificados. Baste considerar, por ejemplo, lo que significa para la supervi

vencia de una minoría étnica emigrada en tierra extranjera el ser sostenid

por un conjunto de significados, de

 símbolos,

  que llegan profundamente

corazón de las personas y las mantiene unidas y firmes en su identidad

3

.

En la formación religiosa la eliminación de las «estructuras de plausibi

lidad» ha significado, entre otras cosas, el debilitamiento de creencias fir

mes y estables que se habían convertido en símbolos de referencia

 socia

con lo que se ha comenz ado a dudar de todo y a someter casi todo a dis

cusión.

Parece que el haber eliminado  algunas de las «estructuras de plausibil

dad» haya sido uno de los factores más perniciosos que han min ado l

eficacia y hasta las estructuras básicas de programas de formación. Una pre

gunta surge espontánea:

  si

 ésta es una de las causas de la crisis vocaciona

después del Concilio Vaticano II quiere decir que las creencias y los valo

res personales de los individuos estaban en gran parte sostenidos por apo

yos sociales, externos y por lo mismo no eran convicciones interiorment

enraizadas, no eran ideales verdaderamente internalizados (según los crite

rios descritos en el Vol. I pp. 315 y  ss. y repetidos aquí en la sec. 1.2.2.B)

En tal caso se debe decir que existía en las personas (form andos, forma do

res y superiores) una fragilidad interna tal que hacía a mucha s de ellas vu

nerables a las presiones exte rnas y sociales en lo referente a la capacidad d

internalización, de asimilación de los valores vocacionales.

Semejante interpretación resulta aceptable si se tiene en cuen ta otro he

cho que ha minado la sociedad del mundo occidental, precisamente en lo

mismos años en que tenía lugar el Vaticano II: el movim iento, la revolució

3.   Nótese que n o se trata de defender indiscriminadam ente las «estructuras de plausibilidad»; é

tas no son absolutam ente necesarias para el crecimiento vocacional. En efecto, algunas pueden favo

recer una internalización o una identificación internalizante, mientras otras favorecen sólo una com

placencia o identificación no internalizante (cf. el cap. í en los conceptos de comp lacencia, identifica

ción no internalizante, etc.).

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de la contra-cultura, que emergió entre los años 1960 y 1975, que ha trata-

do de destruir los valores y las estructuras básicas de la sociedad con una

fuerza desconocida desde hacía siglos, quizá desde la Revolución francesa.

Según este movimiento de la contra-cultura, de la anti-estructura, la vi-

da debía ser experimentada, eliminando todo tipo de barreras; todo el pa-

trimonio histórico, los ideales del pasado no tenían ningún valor. El gran

valor que se pregonaba era la autorrealización

  (self-fiílfilment),

 que era si-

nónimo de unas cada vez mayores exigencias de individualismo; de aquí la

tendencia al subjetivismo, al relativismo m oral y al narcisismo (cf. Sennett,

1978).

La convergencia de los dos movimientos, el iniciado por el Concilio Va-

ticano II en su apertura apostólica al mun do y el más o menos impuesto

por la contra-cultura, no podían menos de tener efecto sobre la vida reli-

giosa en general y sobre la formación en particular. Baste pensar en algu-

nas de las posibles consecuencias que todos hemos constatado: los signifi-

cados simbólicos tradicionales de la autoridad jerárquica fueron con fre-

cuencia objeto de duros ataques, incluso de abusos, por parte de personas

de dentro y fuera de la Iglesia.

De modo semejante, el ataque contra las estructuras del pasado llegó a

ser casi una ideología, por lo que ninguna conquista del pasado podía ser

buena. D e aquí nació, para la formación, el rechazo de la tradición, de las

creencias, .de las introspecciones históricas sobre la vida religiosa y sobre la

formación.

¿Cuáles fueron las consecuencias para las personas de los formadores y

de los formandos? Diversas. Se puede mencionar, por ejemplo, el debilita-

miento, a veces notable, de la identidad personal del individuo en periodo

de formación. De aquí la frecuente pregunta: ¿Qué quiere decir ser sacer-

dote, religioso hoy? ¿Cuáles deben ser los papeles, las relaciones, con la so-

ciedad y sus exigencias? Se produjo un aumento de inseguridad personal o

institucional, la necesidad de pertenenc ia, de ser aceptado, el deseo excesi-

vo de dependencia recíproca; de aquí la búsqueda de apoyos fuera de las

instituciones religiosas y, por lo m ismo, frecuentes abandonos de la mism a,

o bien esfuerzos para construirse un «nido» dentro de las instituciones.

Hem os trazado un cuadro muy resumido e incompleto de varios fenó-

menos que han acompañado el impacto de la acción conjunta del Conci-

lio Vaticano II y del movimiento de la contra-cultura, de la anti-estructu-

ra. Estos hechos hacen más urgente la pregunta formulada anteriormente:

¿Por qué se han verificado dichos fen ómenos de distorsión de las intencio-

nes del Concilio V aticano II y de aceptación de ideologías en apoyo de di-

chas distorsiones? (cf. De Lubac, 1980). Se ha formulado una  hipótesis de

respuesta: en último análisis el porqué de dichos fenómenos hay que bus-

10

cario en una  limitación,  en una fragilidad interior presente en muchos

los miembr os de las instituciones religiosas. Esta limitación afecta  al

 proc

so

 de internalización de

 los valores vocacionales

 y por ello obstaculiza la

mación de sólidas convicciones personales. Conv iene apresurarse a añad

que la «limitación» no hay que entenderla en sentido de pecado, de ma

voluntad y mucho menos de psicopatología. No, aquí se hace la hipótes

de una fragilidad, de una vulnerabilidad presente en personas que son no

males y, al menos inicialmente, inclinadas al bien.

Pero si esto es verdad, ¿qué se ha hecho para rem ediar esta situación

insuficiente internalización? La respuesta a esta pregunta nos lleva a un

parcial discusión sobre el

  método,

  sobre cómo se ha procedido en la fo

mulación y propuesta de nuevos programas de formación vocacional.

Quizá el hecho más notable es que con frecuencia (aunque n o siempr

se han buscado nuevos modelos de organización, nuevos tipos de progr

mas para la formación, sin preocuparse suficientemente de que estuvies

en consonancia con las exigencias teológicas, filosóficas y psico-sociales pr

pias de la vocación, de una persona en proceso vocacional; más en conc

to ,

 parece que se han infravalorado las exigencias de un a antropología de

vocación cristiana que tratase de tener en su debida cuenta los aspectos t

ológicos, filosóficos y psico-sociales de la persona, que son una exigenc

de la vocación en el proceso de internalización de los valores de Cristo. Br

vemente puede formularse la siguiente

 hipótesis:

  no se ha intentado ver

ficientemente si los nuevos medios de formació n eran ap ropiado s y ad

cuados, tanto a lo que un a persona en formación debería ser, como a lo q

la misma es de hecho en sus realidades existenciales de cara al proceso

internalización. Lo que ella es de hecho, existencialmente, incluye la frag

lidad y las limitaciones de las que se ha hablado anteriormente.

De esta primera insuficiencia metodológica se han derivado otros pas

tambié n m etodológicos que, en cierto sentido y bajo ciertos diversos a

pectos, se hallan vinculados a ella.

En primer lugar, se ha buscado frecuentemente adaptar las personas

un modelo organizativo de formación, en lugar de proceder en sentido i

verso, es decir, de conocer y aceptar el ser cristiano (lo

  humanum christ

num),

  tal cual es en su totalidad, para formular después un programa

formación que lo sostenga en vistas a la internalización de los valores tra

cendentes de Cristo.

En este sentido, se pueden ofrecer dos ejemplos, que tienen como ra

común una visión parcial, reduccionista de la persona.

El primero se puede llamar psicologismo humanista. Como reacción a

exceso del tono impersonal, al legalismo y al acento exagerado en las e

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tructuras del pasado, se ha propuesto un modelo centrado en las relaciones

interpersonales, cuyo funcionam iento se basa en la participación de los in-

dividuos en la definición de las metas, de los objetivos com unes y en la de-

terminación de sus actividades. A veces parece que la vida comunitaria se

ha convertido en un fin en sí mismo, en lugar de un medio para vivir los

valores de Cris to. Los líderes son no directivos y permisivos; su función es

la de crear un clima en el que las personas puedan expresarse a sí mismas

y participar. Uno de los objetivos fundamentales es que cada uno alcance

la autorrealización (el «fulfilment»  personal) mediante el intercambio recí-

proco de aspiraciones, de objetivos, etc.

Es claro que tal modelo puede fácilmente llevar a la búsqueda de un

egocentrismo, intensificando de este mod o el individualismo. El choque

con el individualismo de los otros miembros del grupo resulta antes o des-

pués inevitable. Pero el hecho todavía más fundam ental y de consecuencias

antropológicas es que tal modelo termina por ir contra lo que la persona

humana es, esto es, un ser llamado ontológicamente, por su naturaleza, a

autotrascenderse (y de este modo realizarse); no sólo, sino que va también

contra la esencia de la vocación cristiana, que es precisamente el autotras-

cenderse media nte los valores de Cristo, de superarse a sí mismo por el rei-

no de D ios, de perder la propia vida por Cristo para encontrarla (Mt 16,

24-25). (Esta convergencia en la autotrascendencia de la «vocación» onto-

lógica y teológica del hombre se ha tratado en el Vol. I, sec. 9.2 y 9.3).

Como consecuencia de estas insuficiencias de antropología filosófica y

teológica, muchos «experimentos», introducidos y adoptados en los pro-

gramas de formación, han hecho uso de técnicas y de aproximaciones de

carácter psicológico que se han utilizado tal cual eran, sin una adecuada crí-

tica de sus presupuestos teológicos y filosóficos. Estas aplicaciones de tipo

educativo se han resentido frecuentemente, sobre todo a medio y largo pla-

zo , de la ambigüedad y del acento humanístico de estos presupuestos para

una formación de la vocación cristiana.

Por lo tanto no nos maravillaremos de que bastantes obispos y superio-

res, sobre la base de los efectos constatados, se hayan inclinado a generali-

zar y a adoptar una actitud de una comprensible desconfianza que ha ter-

minado por rechazar todo el árbol de las aportaciones psicosociales útiles

por culpa de algunos frutos estropeados. De todos m odos, u na cosa son es-

tas experiencias limitadas en su raíz y por lo mismo dañosas, y otra la in-

tegración enriquecedora de las tres antropologías teológica, filosófica y psi-

cosocial aplicadas a la form ación.

El segundo ejemplo se puede indicar como  esplritualismo

 abstracto.

  Se-

gún este modelo de formación, el crecimiento en la vocación sacerdotal o

religiosa parece como si fuera algo ya asegurado, autom ático: p or el hecho

12

de ser llamados las vocaciones son consideradas como respuestas siempr

apropiadas a la madurez que se requiere en cada paso hacia el crecimiento

Y a veces se deja casi exclusivamente a los candidatos la elección del mo d

de formación . Por ello el papel del formad or es el de ayudar a la persona

discernir los caminos y los deseos de Dios, de estar disponible de mo do ca

riñoso a los jóvenes candidatos y, finalmente, de no obstaculizar la acció

de Dios. D e m odo sem ejante, la institución (seminario, noviciado, etc.

debe procurar y ofrecer las condiciones de am biente, de p ersonas, etc., qu

permitan al individuo responder libremente a la acción de Dios.

Como se ve, se trata de un modelo que considera, y de modo relativa

mente apropiado, un aspecto de la vocación, el de la «llamada» divina. Pe

ro falta una visión suficientemente apropiada del otro aspecto: la respues

ta del hom bre al diálogo vocacional. Aquí se infravalora y se olvida un im

portante elemento antropológico: la libertad del hombre, también de

hombre ayudado por la gracia, libertad que juega un papel crucial en e

proceso de internalización de los valores vocacionales. Com o se ha visto re

petidamente en el Vol. I (cf. por ej. 9.3.2) hay fundamentos teológicos

filosóficos que indican que la libertad humana es imperfecta y limitada. E

tos fundamentos se hallan además en línea con la observación común

diaria de que uno de los aspectos más difíciles y esenciales en el crecimien

to vocacional es la libertad de sí mismo con el fin de ser libres para inter

nalizar, asimilar los valores de Dios y de este modo abandonarse en El.

Un segundo paso metodológico, que deriva de la insuficiencia de la vi

sión del proceso de internalización, ha sido la eliminación de muchas «es

tructuras de plausibilidad», es decir, de los apoyos  externos sociales; se h

hecho desaparecer bastantes de estas estructuras  sin  sustituirlas por otra

ayudas que vigorizasen las fuerzas  internas de la persona que, junt o a la pr

macía de la gracia, parecen constituir los factores cruciales del proceso d

internalización. La raíz de esta actitud hay que encontrarla de nuevo, a

igual que para las actitudes precedentemente mencionadas, en una visió

antropológica insuficiente. Como se ha insinuado en el punto precedente

no parece que dicha visión sea realista, particularmente por lo que se refie

re a las limitaciones de la libertad del hom bre.

Un tercer paso es, en algún modo, opuesto al segundo. Se ha pensad

que la renovación impulsada por el Concilio Vaticano II consistiese sobr

todo en el cambio de las estructuras externas de las instituciones.

Un ejemplo de esta tendencia se encuentra en las varias formas de «en

cuentros», como la dinámica de grupos, etc., a lo que se ha recurrido mu

chas veces como parte de este cambio institucional. Ahora bien, según da

tos de una investigación seria (Lieberman, Yalom y Miles, 1973, y Smith

1976) estos medios de formación han quedado muy lejos de favorecer un

1

8/18/2019 Rulla, L.M. Antropologia-de-la-vocacion-cristiana.pdf

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genuina internalización de los valores; más aún, han tenido efectos negati-

vos en aquellos que han tomado parte.

Se ha olvidado o infravalorado el hecho de que la persona hum ana pue-

de «filtrar», «codificar» los mensajes recibidos de las estructuras externas. Se

ha discutido repetidamente este punto en el Vol. I (cf. por ejemplo pp. 77-

79 , 32 0-322, 32 8-329): la motivación hum ana puede fácilmente hacer se-

lectivas, parciales, menos objetivas nuestra percepción, memoria, imagina-

ción, atribución de significados simbólicos a cosas, personas, aconteci-

mientos, etc. Así, puede obstaculizar más o menos seriamente la asimila-

ción, la internalización de los ideales cristianos.

Un cuarto aspecto metodológico se refiere a la confusión del criterio

«nomotético» (como generalización de hechos) con el normativo. Al for-

mular programas de formación se ha tomado como punto de referencia lo

que el hombre puede hacer y ser, en lugar de aquello que debería hacer y

ser en su vocación; los resultados de investigaciones   (surveys)  entre los

miembros de una institución se han convertido en normas. En realidad se

debe juzgar lo que la persona hace y tiende a ser en su vocación a la luz de

los valores revelados y vividos por Cristo y de su internalización. Pero es

claro que esta inalterabilidad de los valores cristocéntricos, que debe ser el

fundamento de todo m odelo de formación, permite positivamente la alte-

ración de las normas, de las reglas, de las estructuras, etc. con tal de que no

toque o no cambie «esencialmente» los valores indicado s.

Un quinto punto metodológico se refiere a los responsables directos de

la formación, los formadores, aquellos que deben favorecer la acción de la

gracia en el continuo desarrollo y en el crecimiento vocacional de los can-

didatos. La tarea más esencial y más difícil del formador no es tanto el ofre-

cer los valores de Cristo mediante conferencias, meditaciones, etc., sino

más bien el

  vivir

  en su vida dichos valores: no se puede transmitir verda-

deramente lo que uno no es; se ha de poder decir con San Pablo: «Sed mis

imitadores como yo lo soy de Cristo» (ICor 11,1).

Por ello los formadores deben haber internalizado ellos mismos los va-

lores de Cristo; es necesaria una formación de los formadores que favo-

rezca en ellos la internalización adecuada y med iante ello la eficacia apos-

tólica. Más aún, es muy importante que los formadores sepan ayudar a

los candidatos a crecer en el proceso de internalización, y esto partiendo

de una aproximación antropológica apropiada o bien mediante una ade-

cuada preparación. El interés demostrado por muchos formadores por las

ciencias psicosociales se ha limitado, por el contrario, o se limita a la ad-

quisición más bien teórica, de nociones, muchas veces sin la necesaria ex-

periencia existencial guiada, que garantice la competencia proporcio na-

da a lo delicado de la misión. Se ha limitado en muchos casos a la lectu-

14

ra de algunos libros y artículos de revistas, o bien a aplicar algunos test

psicológicos.

Por desgracia se continúa infravalorando este aspecto metodológico fun

dam ental de los programa s de formación. Se está dispues to a sacrificar tiem

po,

 dinero y situaciones para preparar profesores, enseñantes, etc.; no se es

para preparar formadores que, ante todo , deberían llevar a cabo el mism o f

esencial de Cristo que ha formado a sus apóstoles durante tres años. Quiz

no sea exagerado el afirmar que este punto metodológico es uno de los má

importantes y al mismo tiempo uno de los más descuidados.

Un sexto aspecto metodológico sería el de ver el modo de hacer y valo

rar experiencias y, a partir de estas experiencias, formular y llevar a cab

nuevos programas de formación. Este último aspecto es más sociológic

que antropológico. Por ello no lo tomamos aquí en consideración. El le

tor interesado puede encontrar las nociones elementales discutidas en un

publicación precedente (Rulla, 1971, pp. 336 y ss.).

Se puede resumir todo lo que venimos diciendo en una afirmación: l

esencial de la formación vocacional es la internalización de los valores d

Cristo.

Ahora bien, los breves análisis hechos tan to sobre las distorsiones de l

directrices del Concilio Vaticano II, como sobre las insuficiencias metodo

lógicas de varios intentos para poner en práctica dichas directrices, indica

que existe un factor común que emerge de ambos análisis: una limitació

en la internalización de los valores de Cristo en los individuos. Esta lim

tación parece que se pone de manifiesto debido a la vulnerabilidad notab

de mu chas personas a nte las presiones ideológico-sociales que provienen d

movim ientos o grupos intern os y externos a la Iglesia; la misma parece m

nifestarse también en los programas de formación según las diversas insu

ficiencias metodológicas discutidas que precisamente no toman suficient

mente en consideración el proceso de internalización de los valores de Crist

Se adm ite la hipótesis de que la limitación en la internalización tiene,

su vez,

  una

 de las raíces en la fragilidad, en las limitaciones de la pe rson

lidad de muchos individuos, sin que estas limitaciones sean necesariamen

te pecado y mucho menos patología.

Un o de los mod os posibles de verificación de esta hipótesis es el de tr

tar de ofrecer puntos de apoyo en una doble dirección: l)formular un

concepción interdisciplinar de la persona huma na, que mire a la integr

ción de las antropologías teológica, filosófica y psico-social para c omp re

der mejor la vocación cristiana en general y los pasos de la formación rel

giosa en particular; 2) concretar dicha formulación mediante investigaci

nes en personas que siguen la vocación sacerdotal o religiosa para confi

mar o no la validez de la formulación c on datos existenciales.

8/18/2019 Rulla, L.M. Antropologia-de-la-vocacion-cristiana.pdf

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El Vol. I del presente est udio se refiere a la prim era d irectriz; el Vol. II

contempla la segunda.

Este Vol. II trata de aportar una modesta contribución no sólo para co-

nocer, entender y discernir mejor el crecimiento vocacional, sino también

para constatar que es posible ayudar a superar los obstáculos a dicho creci-

miento. Es claro que se trata de una ayuda que no quiere ni puede suplan-

tar al papel indispensable y primordial de la gracia. Además, con ello no se

pretende quitar nada a todo lo que de útil hay en los medios tradicionales

de ascesis, sino que se añade a estos últim os. Pero sí puede prestar su con-

tribución particular en la superación de las limitaciones en la internaliza-

ción de los valores de Cristo, limitaciones que en general no se superan con

el sólo uso de los medios tradicionales de la ascética. Es obvio que no se tra-

ta de una aportación que haga milagros; no es panacea, pero sí es una

aportación útil.

16

1

ESQUEMA CON CEPTUAL DE REFERENCIA

Como se ha dicho en la   introducción, este Vol. II quiere ofrecer dato

existenciales que puedan confirmar o no el esquema conceptual de refe

rencia estudiado en el Vol. I. Por ello es necesario presentar b revemente es

te esquema.

Haremos esto recordando los puntos principales del Vol. I. Un mod

sencillo es retomar aquí lo que se ha dicho en el Vol. I, en la sección 9.

(pp.

 283-3 34), adaptándolo donde sea necesario

1

. En el desarrollo remit

remos al lector a los pasajes correspond ientes del Vol. I para una profund

zación más completa y precisa.

La exposición que sigue inte nta alcanzar dos objetivos a los que corre

ponderán las dos partes del tratado:

A) presentar brevem ente el cuadro general de antropología psico-social relat

vo a  la vocación cristiana, tal como lo hemos hecho en publicaciones ant

riores (Rulla, 1984 y también en Rulla, Ridick, Imoda,

 1985,

 y

 Rulla,

 Imo

Ridick, 1978), y ampliarlo sobre la base de las nociones de antropolo gía f

losófica y teológica expuestas en el Vol. I (cf. cap. 7 y 8; sec. 9.1, 9.2, 9.3

B) aplicar este cuadro general a algunos aspectos importantes de la voca

ción: su inicio, perseverancia o no en ella, su mayor o menor creci

mie nto, su eficacia apostólica, etc.

1.1. Algunas premisas

Una comprensión existencial de la vocación cristiana puede ser clarif

cada desde un estudio ya en parte expuesto anteriormente (1984) com

«teoría de la auto-trascendencia en la consistencia» y comprobado con da

1. El lector que ha visto ya estas páginas del Vol. I, puede omitir la lectura de las páginas que

guen (excluidas las pp. 41-43) y pasar al cap. 2, p. 67 y siguientes. Téngase presente que en este Vo

II se han añadido algunas cosas que no están en el Vol. I .

1

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tos de investigación (1976). Se trataba de una teoría psico-social; por ello

consideraba solamente las disposiciones psico-sociales que se veían afectadas

por la acción de la gracia divina, origen único de la vocación (en lo refe-

rente al problema de la acción recíproca de la actividad divina y humana,

cf. Vol. I, pp. 234-2 51). Aquí intentam os elaborar y desarrollar ulterior-

mente los elementos de dicha teoría. Nótese en este sentido que, mientras

en las publicaciones precedentes la teoría consideraba sólo las vocaciones

sacerdotales y religiosas, la formulación de los Vol. I y II del presente estu-

dio es válida para la vocación de todos  los cristianos; es más, en una pers-

pectiva ontológica, es válida para la persona hum ana como tal.Conviene

poner enseguida de relieve que aquí el término «teoría» se toma en sentido

científico y por lo tanto como una contribución que no se halla en oposi-

ción, sino en relación con la praxis;  como tal debe verificarse en los hechos

y redefinirse constantemente en función de los hechos que trata de expli-

car. Tal es el significado de la palabra «teoría» en el diccionario

  Grand La-

rousse.

 no un «conocimiento especulativo, ideal, independiente de las apli-

caciones», sino un «conjunto de reglas, de leyes organizadas sistemática-

mente, que sirven de base a una ciencia y que dan la explicación de gran

número de hechos».

Por ello lo que se intenta lograr es una visión comprehensiva y más o

menos completa del hombre, en lugar del estudio de algunas tendencias

psicológicas distintas y aisladas (como los resultados de algunos tests psi-

cológicos) que arbitrariamente se unen y vinculan. Además, se trata de in-

tegrar esta visión psico-social del hombre con las visiones antropológica, fi-

losófica y teológica presentadas en las sec. 9.2 y 9.3 del Vol. I. En dichas

secciones se ha visto la convergencia entre la acción inmediata y mediata de

Dios en su diálogo vocacional con el hombre y con lo que el hombre sien-

te como aspiraciones, como motivaciones fundamentales en su respuesta a

Dios.

Deseamos ampliar el discurso y ver si, y cómo, las disposiciones psico-

sociales de la «teoría de la autotrascendencia en la consistencia» pueden

converger con la visión indicada de la antropología filosófica y teológica de

la vocación y de este mod o establecer la mediación en el diálogo vocacio-

nal entre Dios y el hombre.

Formular «mediadores psico-sociales», es decir, estructuras del

  selfo

 y o

2

subyacentes a las distintas fases de la vocación, significa ha cer generaliza-

ciones de psicología social; y estas generalizaciones son un paso ulterior ha-

cia una objetivación de cada sujeto, un paso que se añade a los que hemos

2.

  El yo o  Self,  tal como se entiende en este estudio, es muy distinto, como estructura y signifi-

cado, del «ego» del psicoanálisis. Prácticamente se correspond e con el concepto de persona.

18

visto en el cap. 8 del Vol. I. Es obvio que esta objetivación es siempre

mitada; en efecto, cada hombre es irreductible, irrepetible; y además, la e

periencia religiosa de la fe de cada persona es indefinible. No obstante, c

mo veremos, existen «patterns», configuraciones motivacionales que par

cen caracterizar los momentos más importantes del camino vocacional

influir en ellos, al menos en parte.

Se ha hablado de un camino vocacional. En realidad, la vocación cri

tiana es

  también

  un proceso de desarrollo, de adaptación psico-social q

tiene un punto de partida y tiende hacia un punto de llegada; la vocació

es llamada desde lo que se es a lo que se quisiera ser. Por ello, también

una perspectiva psico-social se vuelve a encontrar

 análogamente

 la dialéct

de base vista en la perspectiva filosófica y teológica de u n  selfque  se tra

ciende (yo-ideal) y un

  self que

  es trascendido (yo-actual) (cf. Vol. I, 7.3.3

9.3.2). Después de todo, la vocación se inserta en un terreno ya formad

por el influjo de factores psico-sociales de herencia, de familia, de educació

etc., los cuales son el pu nto de partida de la ascesis, de la trascendencia v

cacional. Más aún, a veces la vocación es una conversión, en el sentido q

llama a un a revisión radical de algunas posiciones o valores precedentes.

Al presentar las ideas ya expuestas en los libros precedentes, o bviamen

nos limitaremos a recordar sólo las ideas clave. Lo mismo haremos con l

ideas expuestas en el Vol. I y que son un a nueva contrib ución o una ulteri

elaboración o clarificación de lo escrito en las publicaciones precede ntes

Adem ás, se remite al lector a dichas fuentes para definiciones, justific

ciones o explicaciones y para la presentación operativa de los diversos co

ceptos. Lo mismo decimos acerca de las muchas aplicaciones e implicaci

nes de las ideas aquí expuestas.

La presentación que sigue no considera

 directamente

 la «tercera dim e

sión» (cf. Vol. I, pp. 168-1 74), es decir la de la

 normalidad-patología;

 en e

to , por una parte el tema se refiere a la vocación y, por lo mismo, a la prim

ra y segunda dimensió n q ue se abren a los valores autotrascendentes, m ie

tras la tercera dimensión no se abre significativamente a dicho valores (cf. V

I, 8.4.1). N o obstan te se hará el debido comentario referente a la posible i

fluencia de la patología sobre la vocación cuan do se crea opo rtuno.

1.2.

  La teoría de la autotrascendencia en la consistencia

1.2.1.  Cuadro general

 de la teoría

El mensaje central

El mensaje, la aportación más im portant e de la teoría de la autotrasce

dencia en la consistencia pued e resumirse en una frase: salvados el prim ad

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y la fuerza precedente a insustituibles de la gracia divina, los dinamismos,

las fuerzas psicosociales del hombre,  conscientes y subconscientes 

3

  influyen en

la libertad para la autotrascendencia del am or pro pia de la vocación cristia-

na (cf. San Pablo, Gal 5, 13-14, comentada en el Vol. I, sec. 9.3.1) y así pue-

den afectar al proceso vocacional en m odos y grados diversos.

En el libro de 1971 las fuerzas psico-sociales son de tres clases: las intra p-

síquicas propias del yo, de la personalidad de cada individuo ; las que proce-

den de la presión de los distintos grupos con que se vive; finalmente las vin-

culadas al influjo ejercido p or las instituciones de las que se forma pa rte. Aquí

nos limitaremos a considerar el primer tipo de fuerzas, de psicodinámicas.

La expresión «libertad para la autotrascendencia del amor», tal com o se

usa en la teoría, hay que entenderla en el sentido expuesto en el Vol. I, pp.

226-263 (especialmente pp. 235-263); dicha expresión se puede sintetizar

en los tres puntos indicados en la p. 263:

1) la vocación divina es un llamamiento a la persona humana en su to-

talidad; 2) es un «sí» personal a Dios en una disponibilidad para una mi-

sión salvífica universal; 3) la totalidad de disp onibilidad se concreta en los

siguientes cinco valores  objetivos y

  revelados:

  los dos valores finales de la

unión con Dios (haciendo siempre su voluntad y con amor: cf. Mt 7, 21 -

26 ;  IJn 5,2) y del seguimiento de Cristo (amando como Jesús nos ha ama-

do ,

  Jn 13, 34-35: cf. Vol. I, pp. 224-233), juntamente con los tres valores

instrumentales de un corazón pobre, casto y obediente como el de Cristo.

Otro s valores instrum entales se especifican en el Apéndice A -4.

Por ello hay que subrayar que se habla de autotrascendencia hacia los

valores autotrascendentes (morales y religiosos) en sentido estricto, distin-

ta de la autotrascendencia hacia los valores naturales. Com o se ha dicho en

la sec. 7.2.2 del Vol. I, los valores  naturales  son aquellos que permanecen

en el exterior de lo que el hombre tiene como más suyo en cuanto que no

comprometen el ejercicio de la libertad y de la responsabilidad propia de

la persona, del yo. Ejemplos de estos valores son los económ icos, estéticos,

artísticos, sociales, etc. Por el contrario, los valores  autotrascendentes impli-

can a toda la persona humana, su yo, comprometiendo la actuación de su

libertad, de su responsabilidad, midiendo de este modo su valor en cuan-

to se refiere a su libertad y responsabilidad de autrascenderse teocéntrica-

3.   Aquí los términos de subconsciente e inconsciente se usan de modo intercambiable. Hablan-

do en sentido estricto, el subconsciente lo constituye tanto el preconsciente como el inconsciente. El

primero se distingue del segundo en cuanto puede ser evocado a la conciencia mediante un esfuerzo

voluntario, como el de una meditación bien hecha, etc. Esta voluntaria evocación a la conciencia no

es posible cuando se trata del inconsciente. La distinción más ptecisa entre preconsc iente e incons-

ciente la hemos mante nido en la investigación ya mencionad a (19 76, cap. 3). Los resultados de dicha

investigación (197 6 y 1978) indican q ue el porcentaje de preconsciente generalmente presente en una

persona no es grande; la mayor parte del subconsciente está constituido por el inconsciente.

20

mente. Los valores autotrascendentes son los valores morales y religioso

Queda, por tanto, claro que dichos valores están en relación, no con un

trascendencia egocéntrica o socio-filantrópica, es decir no con una tra

cendencia que tiene como objetivo directo el perfeccionamiento del suj

to v el de la comunidad humana; más bien se hallan en relación con un

trascendencia teocéntrica que tiene a Dios como último objetivo de la mi

ma autotrascendencia (cf. Vol. I, 7.3.2).

Los dos tipos de valores, naturales y autotrascendentes, pueden ser objet

vos o subjetivos. Los valores

 objetivos

 son los aspectos de las cosas o de las p

sonas que no son producto del pensamiento huma no, sino que actúan por

importancia intrínseca como objetivos que com prometen al hombre para qu

dé una respuesta. Los valores subjetivos son las normas de comportamien

con las cuales el hombre responde en conformidad con la importancia intrí

seca de los objetos (personas o cosas) en sus juicios y en sus acciones.

La «libertad para la autotrascendencia del amor»

  compromete,

 en el s

tido de un «debería», (cf. Vol. I, pp. 137-138 y 174-175) a

 todo el

 yo, a t

da  la persona. Este yo ha sido estudiado en los cap. 7 y 8 del Vol. I, al qu

puede acudir el lector.

Será, por tant o, suficiente hacer mención de sus constitutivos esenci

les que aquí consideramos. Estos constitutivos comprenden estructura

contenidos y dialécticas.

La s

 estructuras

Se deben considerar al menos las siguientes estructuras:

YO IDEAL

— Ideales Institucionales (II): se trata de la percepción por parte de la p

sona de los ideales que la vocación cristiana propone a quien quier

ser miembro de la comunidad cristiana. Nótese que los ideales inst

tucionales comportan diversos papeles o comportamientos tal com

los concibe o percibe el

  individuo

  (cómo percibo yo los valores pro

puestos); por ello dichos roles no corresponden necesariamente a lo

que han sido propuestos por la «revelación» cristiana o por la institu

ción religiosa; así, por ejemp lo, la percepci ón que una perso na tien

del ideal institucional de obediencia puede ser, al menos en parte,

resultado de la presión social o del grupo (Alien, 1968) o una pro

yección de percepciones subjetivas.

— Ideales Personales (IP): son los ideales que el indiv iduo elige para sí m

mo, esto es, lo que él quisiera ser o realizar en la línea de estos ideales.

El yo-ideal, que com prende los ideales institucionales (II) y los ideales pe

sonales (IP), se puede describir com o el ideal-personal-en situación (IP-II

2

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YO ACTUAL:

—  Yo Manifiesto  (YM): es el concepto de sí, esto es, el conocimiento que

la persona tiene de sí y de sus actos, lo que piensa ser o hacer habitual-

mente

  4

.

—  Yo

  Latente

  (YL): se trata de las características de la personalidad que

pueden ponerse de manifiesto por los tests o por otros instrumentos de

tipo «proyectivo». Se considera, en general, que estos instrum entos pro-

yectivos en su propi a validez revelan aspectos reales de la persona, qu e

puede n ser diferentes de las características que la persona piensa poseer

o quisiera poseer. El yo latente indica lo que soy sin saberlo; por ello ex-

presa características de la personalidad de las cuales el individuo no es

consciente y que frecuentemente son diversas de las características que

el individuo piensa o quisiera poseer.

—  Yo Social:  es el yo tomado como objeto social. Es considerado sólo in-

directamente en este libro.

Lo s

 contenidos

Los conten idos considerados son los valores, las necesidades y las acti-

tudes (específicas).

En el Vol. I (sec. 7.2, 8.2 y

 8.3.1)

 se ha tratado sobre la naturaleza y la

diferencia entre valores, necesidades y actitudes. Aquí nos limitaremos a al-

gunas nociones fundamentales. Los

 valores se

  pueden definir como ideales

abstractos y duradero s que se refieren a modos ideales de existencia (valo-

res finales) o a modo s ideales de cond ucta (valores instrumentales) (Roke-

ach, 1968); por ejemplo, la unión con Dio s (haciendo su volunt ad siem-

pre y con am or) y el seguimiento de Cris to son valores finales; los tres vo-

tos de pobreza, castidad y obediencia son valores instrum entales. Para otros

ejemplos de valores instrumentale s véase Apéndice A- 4.

Las necesidades  son tendencias a la acción que son fruto del déficit del

organismo o de inherentes potencialidades naturales que buscan realizarse

o pone rse en ejercicio. Ejemplos y descripciones de necesidades se encuen-

tran en el Apéndice A-l, que ofrece la conocida aportación de Murray

(1938) en este campo.

Según la clásica definición de Allport (1935, 1954), retomada de Mc-

Guire (1969), las actitudes

 se

  pueden definir como : «un estado mental y

neurológico de

 prontitud a  responder,

  organizado por medio de la expe-

4.

  En la investigación hecha (Rulla, 1967 y Rulla, Ridick, Imoda, 1976), se ha llegado al cono-

cimiento de los contenidos de II, IP e IM de la persona, usando un mismo cuestionario en el que el

individuo d ebía responder a cada una de las 332 preguntas según los tres aspectos de II, IP e IM (cf.

Apéndice A-2).

22

riencia, y que ejerce una influencia directiva y/o dinámica sobre la activ

dad mental y física».

Dos puntos tratados en el Vol. I son dignos de ser recordados aquí. An

te todo los valores y las necesidades motivan a una persona de modo má

generalizado y global, mientras las actitudes lo hacen de modo más espec

fico. Por ello se puede decir que una persona adulta probablemente tien

mu ltitud de actitudes, pero sólo dos o tres docenas de necesidades y lo mi

mo se puede decir de los valores (Rokeach, 1973).

Además las actitudes se apoyan en las necesidades o en los valores o e

ambos. El Apéndice A-2 ofrece ejemplos de actitudes que pueden apo

yarse en las necesidades. Pero las mismas actitudes pueden depender fun

cionalmente de los valores; así, por ejemplo, la actitud específica de sufri

por una buena y justa causa puede apoyarse en la necesidad de descon

fianza de sí, o en el valor de amor por el sufrimiento (por ejemplo, po

imitar a Cristo). De esta ambivalencia de las actitudes y de otros factore

tratados en el Vol. I, sec. 8.3.1 se sigue la ambigüedad del sistema mot

vacional del hombre. Son muy importantes porque hacen particularmen

te delicado el proceso de crecimiento de la vocación, así como «el disce

nimien to de espíritus» que pueden impulsar los pasos de nuestro camin

vocacional.

Valores, necesidades y actitudes son los contenidos de las estructura

descritas anteriormente. El yo-ideal y el yo en cuanto se trasciende, aque

llo que el individuo

  subjetivamente

 quisiera ser o llegar a ser en un a dete

minada situación, está constituido por el conjunto de los ideales, esto es

por los valores y por las actitudes propias de cada persona. El yo-actual

el yo en cuanto trascendido, lo que la persona es, lo que subjetivament

manifiesta ser, conscientemente (yo manifiesto) o subconscientemente (y

latente), comprende las necesidades y las actitudes

5

.

A propósito de los  valores,  (cf. p. 20) los hemos distinguido en nat

rales y autotrasc ende ntes , y cada uno de ellos en objetivos y subjetivo

Además, com o se ha dicho anteriorm ente, hay al menos cinco valores au

totrascendentes revelados que se pued en considerar com o el substrato ob

5. Es necesario notar que, en la investigación hecha, con vistas a una m ayor precisión (que evit

se tanto la ambigüedad de las necesidades y de los valores para la autotrascendencia, com o el hecho d

que las actitudes pueden depender funcionalmente de los valores o de las necesidades o de ambos)

la valoración psicométrica de las consistencias-inconsistencias de la primera y segun da dimensió n n

se han medido las necesidades y los valores, sino las

 actitudes

 (expresadas por sum as de actitudes esp

cíficas propias de la persona) en relación a las estructuras del yo-ideal y del yo-actual. D espués de t

do, las actitudes hacen de mediación entre la generalidad de los valores o necesidades y ío específico

las situaciones existenciales. Por ello, en la investigación el yo-ideal lo constituyen las actitudes del y

en cuanto tiende a transcenderse, mientras el yo-actual lo forman las actitudes del yo en cuanto tran

cendido. E n estos términos hay que leer la Tabla III en la p. 85 de la publicación de 19 71, donde «n

cesidad» es igual a a ctitud es del yo-actual, y «actitud» expresa las actitud es del yo-ideal.

2

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jetivo de los roles a los que aspira un cristiano: unión con Dios (cf. Mt 7

;

21-26 y lj n 5, 2), seguimiento de Cristo (amando  como Jesús nos ha am a-

do,

  Jn 15, 34-35; cf. Vol. I, pp. 224-233), y un corazón pobre, casto y

obediente a la luz del ejemplo de Cristo. Se trata de valores objetivos y re-

velados que superan las normas concretas tal cual son concebidas por los

individuos y por las comunidades cristianas de las diferentes culturas o

ambientes sociales.

Estos cinco valores son considerados como los últimos puntos de refe-

rencia para la «autotrascendencia del amor» propia de la vocación cristiana.

Por ello se toman como criterios discriminatorios según dos valoraciones:

1) distinguir las necesidades y las actitudes del hombre en disonantes o

neutras con relación a la vocación cristiana, 2) operacionalizar; es decir, defi-

nir las consistencias e inconsistencias vocacionales que implican esas necesi-

dades y actitudes, de m odo que se pueda verificar su ausencia o presencia en

el curso de la investigación. Este segundo punto será tomado en considera-

ción más adelante, cuan do hablem os del carácter estructural de la teoría.

Veamos ahora el primer pu nto. Fo rmulado en 1971 (cf., por ejemplo, p.

72 y Tabla II I, p. 85) , este aspecto de antro pología psico-social de la vocación

ha sido confirmado por la investigación (197 6 y 1978) en la que se han uti-

lizado 14 necesidades/actitudes (cf. Apéndice A-l); han sido divididas en dos

tipos según el criterio de los cinco valores indicados: siete se han considera-

do  disonantes o no neutras para la vocación y siete neutras o menos disonan-

tes

 6

. Cuando se dice que algunas necesidades/actitudes son incompatibles

con  la vocación, se quiere decir que son incompatibles —p or ejemplo— con

los dos valores de obediencia y pobreza como han sido «revelados» por Cris-

to ,  mientras otras necesidades/actitudes son neutras o compatibles con los

mismos valores. Algunos ejemplos esclarecerán más este hecho.

La necesidad/actitud  de éxito

 7

  (sobresalir en alguna cosa difícil, superar

los obstáculos y alcanzar un a po sición elevada, destacarse, etc.) o la necesi-

dad/actitud de  reacción  (superar un fracaso mediante un nuevo intento,

cancelar una humillación comenzando de nuevo la acción, dominar las

propias debilidades, reprimir el miedo, etc.) parecen ser compatibles con la

obediencia.

 Al contrario, la obediencia parece menos compatible con la ne-

6. Necesidades/actitudes vocacionalmente disonantes (entre paréntesis los términos usados por

Murray, 1938): agresividad (aggression), castidad o necesidad de gratificación sexual (sex), desconfianza

de sí (abasement), evitar el riesgo (harm avoidance), exh ibicionismo (exhibition), d ependencia afecti-

va (succorance), humildad /orgullo (defendence).

Necesidades/actitudes vo cacionalmente neutras: éxito (achievement), afiliación (aíFiliation), ayu-

da a los demás (nurturance), conocimiento (understanding), dominación (domination), orden (order),

reacción después del fracaso (cou nteraction).

7. Las definiciones de necesidades/actitudes aquí enunciadas se refieren al sistema desarrollado

por H. Murray (1938, pp. 152-226) que presenta definiciones muy precisas y elaboradas, fundadas en

numerosas aportaciones teóricas y empíricas (Jackson, 1970, p. 67; Wiggins, 1973, p. 410).

24

cesidad/actitud de agresividad  (superar con brutalidad una oposición, ve

gar un insulto, atacar, censurar, denigrar, ridiculizar con malicia, desprecia

y calumniar) o con el orgullo  manifestado con la necesidad/actitud  de e

tar la inferioridad y defenderse  (evitar las condiciones que pudieran proc

rar una humillación, ocultar o justificar un entuerto, un fracaso, una hu

millación, etc.).

(A propósito de los ejemplos que acabamos de ofrecer, se puede nota

la diferencia entre la afirmación de sí con una connotación de agresivida

presente en la necesidad/actitud definida por Murray como «agresividad

y la ausencia de esta «agresividad» en necesidad es/actitudes, c omo el «éx

to» o la «reacción»).

La mism a cosa vale para la pobreza: parece que es compatible con la n

cesidad/actitud de

  afiliación

 (trabajar junt o a otra persona, compartir b

neficios, bienes, conocimientos, etc.) o la necesidad/actitud de ayuda a

 

demás (dar afecto a una persona sin recursos y satisfacer sus necesidades, s

correr a alguien en peligro, alimentarlo, ayudarlo, etc.). Al contrario, la po

breza parece menos compatible con la necesidad/actitud de  dependenc

afectiva (atraer o buscar objetos protectore s, aceptar favores sin dudar, ap

garse íntimamente a un apoyo, etc.) o la necesidad/actitud de

 exhibicion

mo   (tratar de impresionar poniéndose en escena, vanidad en el vestir, lla

mar la atención participando en viajes o actividades mundanas, etc.) o tam

bién la necesidad/actitud de

  evitar el peligro, el sufrimiento

  (buscar lo fác

y confortable para evitar situaciones que pueden ser incómodas o peligro

sas,

  tomar precauciones que exigen gastos a fin de evitar el dolor, el dañ

físico, etc.).

En la investigación, las catorce necesidades/actitudes indicadas han s

do descubiertas en los individu os tanto a nivel consciente com o incons

ciente. Para el nivel consciente se ha seguido el cuestionario indic ado en l

nota de la p. 22; dicho cuestionario es una modificación (Rulla 1967) d

un test elaborado científicamente por Stern (cf. las numerosas publicacio

nes pertinentes citadas en Rulla, Imoda, Ridick, 1978, p.  4 6  o Rulla, R

dick, Imoda, 1976, cap. 3) que ha traducido exactamente en término

mensurables el sistema de Murray (1938).

Para el nivel subconsciente se han usado dos tests proyectivos (Test d

Apercepción Temática o TAT y Rotter FIR; cf. en Apéndice A-3) qu

han sido interpretados según las definiciones de Murray (cf. Apéndice A

1) y según las perspectivas del Yo-actual (lo que se es o se hace) del ind

viduo. De este modo se han podido comparar los dos niveles, conscien

te y subconsciente, pero según lo estudiado en las publicaciones de 1976

p.  30 y ss.

2

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La s dialécticas del yo

La llamada a la libertad para la «autotrascendencia del amor», que ca-

racteriza la vocación cristiana y que se ha sintetizado en los cinco valores de

unión co n Dios, seguimiento de Cristo, etc., com prom ete no sólo las es-

tructuras y los contenidos del yo, de la persona, sino también y, sobre to-

do,

  las dialécticas de dicho yo. Dichas dialécticas vocacionales son la ex-

presión de la dialéctica de base del hom bre, esto es, de la tensión que exis-

te en toda persona humana entre su yo como trascendente y su yo como

transcen dido, (cf. Vol. I, sec. 7.3.3).

Entre las dialécticas que parecen ser fundamentales en una antropolo-

gía psico-social de la vocación, existen las que se han definido como   con-

sistencias

 o

 inconsistencias

 (1971). C omo veremos enseguida, están consti-

tuidas o por el acuerdo (consistencias) o por la oposición (inconsistencias)

entre el yo-ideal y el yo-actual para un aspecto específico de la persona. Al-

gunos ejemplos pueden servir para presentar concretamente este concepto

de consistencia o inconsistencia vocacional.

Ciertas actitudes nacen de los valores y están al servicio de los mism os.

Así, la tendencia a ayudar a los demás puede tener su origen en la caridad

cristiana y manifestar esta caridad. Pero puede suceder que actitudes apa-

rentemente positivas puedan tener también motivaciones poco compati-

bles con el vivir la «autotrascendencia del amor» cristiano. Así, la ayuda a

los demás, cuando viene motivada por un deseo de hacerse ayudar, o por

una tende ncia a la dependen cia afectiva, no es ya una actitud al servicio de

un valor como la caridad, es decir, al servicio de una «autotrascendencia del

amor», sino una motivación que depende más bien de la necesidad de ser

ayudado y que satisface esta necesidad; el individuo da, pero para recibir;

proclama y manifiesta que quiere «estar con los otros, servir a los demás»

pero, a fin de cuentas, este valor aparente expresa sobre todo la  necesidad

que él tiene de recibir algo de ellos.

Ahora bien, una persona así motivada tenderá a tener como yo-ideal, el

«dar», lo cual está en oposición, en  contradicción con un yo-actual de «re-

cibir»; en tal caso, la persona se encuentra en una situación de inconsis-

tencia, de desarmonía. Nótese que el yo-ideal es siempre consciente, en

cuanto expresa lo que la persona quisiera hacer o ser. Por el contrario, el yo-

actual puede ser consciente (Yo-manifiesto) o subconsciente (Yo-latente);

si el yo-actual es consciente y se halla en contradicción con el yo-ideal se

tiene una inconsistencia consciente; pero si el yo-actual manifiesto (cons-

ciente) se halla de acuerdo con el yo-ideal,  mientras  el yo-actual latente

(subconscien te) está en contradicc ión con el yo-ideal, entonces se tiene

una inconsistencia inconsciente.

26

El caso es diverso si el yo-ideal y el yo-actual están en acuerdo,  no en

contradicción en lo que respecta a la ayuda a los demás propia de la cari

dad cristiana: en dicho caso se da una  consistencia  o armonía que nuev

mente puede coexistir con un yo-actual prevalentemente consciente (y en

tonces se tiene una consistencia consciente) y/o con un yo-actual preva

lentemente subconsciente). (Sobre estas posibles combinaciones, véase l

f ig. l .p.37).

Se puede poner otro ejemplo para ilustrar una inconsistencia

 inconsci

te.   Según indican nuestras investigaciones (1976, 1978), frecuentement

los novicios de instituciones religiosas y los seminaristas se atribuyen a s

mismos en los cuestionarios autodescriptivos (que presentan posibles ide

ales personales y motivos para entrar en la vida religiosa o en el seminario

ideales, es decir valores y actitudes específicos de la vocación religiosa y sa

cerdotal. Así, un novicio que manifiesta poseer una actitud de deferenci

propio de la obediencia manifestará también tener valores, como «cumpli

con mi deber» y «tener buenas relaciones con los demás»;

 pero

 puede sen

tirse impulsado, constreñido a recurrir a tal actitud de deferencia y de obe

diencia precisamente para defenderse de u n espíritu de rebeldía para él ina

ceptable y fuertemente reprimido, reciamente enraizado en una necesidad

subconsciente de autonomía agresiva, de contradependencia. En este caso

se dará una oposición entre valores o actitudes manifestados de una parte

y necesidades subconscientes de otra. La presencia de esta motivación

  in

consistente

  tiende

  a formar un yo-ideal de sumisión que se halla en con

tradicción co n el yo-actual subconsciente o latente de rebelión; en tal caso

se dará una inconsistencia inconsciente.

Como han demostrado diversas investigaciones, (Tannenbaum, 1967

1968;  Brock, 1968, que hace un recorrido por las investigaciones de Mc

Guire, 1960; Brock, 1963; Brock y Grant, 1963; Cohén, Greenbaum y

Mannson, 1963) una persona puede ignorar no sólo la existencia de estas

inconsistencias (éste es el caso cuando son inconscientes), sino también l

tensión asociada a las mismas y las actividades em prendidas para resolver

esconder la inconsistencia.

Nóte se qu e la observación psicológica revela la consistencia o inconsis

tencia entre el yo-actual y el yo-ideal de una persona basándose en los cin

co valores ya citados como término final de referencia, como parámetros

normativo s para la «autotrascendencia del amor»; por ello las consistencia

y las inconsistencias hay que considerarlas como presentes,

  a

 pesar

 de

 la d

versidad de contenidos o de presentaciones que las instituciones o los gru

[)os vocacionales adoptan como normas referidas a esos cinco valores, o qu

os individuos asumen como su propio ideal. Esto prepara al lector a darse

cuenta del carácter estructural del presente modelo teórico; este carácter lo

consideraremos a continuación.

2

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Los elementos de antropología psico-social considerados hasta el pre-

sente acerca de las estructuras, los contenidos y las dialécticas (consisten-

cias -inconsistencias) parecen quedar con firmados en su validez por las in-

vestigaciones ya publicadas. Baste citar aquí dos de ellas: las que señalan el

influjo de las consistencias-inconsistencias, especialm ente las subconscien-

tes, en el aband ono de la vocación, y las que indican su influjo sobre la po-

sibilidad o no de crecim iento en los valores y en las actitudes vocacionales;

estos resultados son válidos para ambos sexos y en cuatro condiciones am-

bientales diferentes (1976 y 1978, cap. 9, hipótesis 2, 4 y 6).

La s tres dimensiones

Tratamos ahora de ampliar el cuadro general hasta ahora presentado,

añadiendo algunas aportaciones a las publicaciones precedentes.

Uno de los puntos de antropología de la vocación cristiana que faltaba

por esclarecer en dichas publicaciones se refería a la distinción e ntre psico-

dinámicas propias de los procesos de la vocación y las psicodinámicas que

no se hallan  directamente en relación con dicha vocación. Por ello era ne-

cesaria una visión más amplia, más com pleta, de antropología filosófica, y

al mismo tiempo de una antropología que pudiese integrarse tanto con una

antropología teológica como con una antropología científica psico-social

de la vocación cristiana.

Es cuanto se ha tratado de hacer, considerando la presencia en el hom-

bre de

 las'tres

 dimensiones.

 En lo que respecta a su formación, a sus carac-

terísticas estructurales y a sus  tres horizontes remitimos al lector a una pri-

mera formulación germinal (Rulla, 1978 a), y sobre todo, a la sec. 8.4 del

Vol. I. Aquí será suficiente notar que de este modo ha sido posible dife-

renciar (a partir de fundamentos teleológicos y axiológicos inherentes a la

naturaleza humana) las psicodinámicas que caracterizan la vocación cris-

tiana de aquellas que se hallan sólo indirectam ente en relación con ella: las

primeras están constituidas por la primera y segunda dimensión, que más

explícitamente tienen los valores autotrascendentes (morales y religiosos)

como su horizonte; las segundas vienen representadas por la tercera di-

mensión, las de la normalidad-patología cuyo horizonte está prevalente-

mente formado por los valores naturales. De este modo las dialécticas vo-

cacionales de la primera y segunda dimensión son distintas (aunque n o es-

tán separadas) de las de la psicopatología de la tercera dim ensión.

En lo que respecta a las dos dialécticas vocacionales, la primera dim en-

sión tiene los valores autotrascendentes como su horizonte propio, mien-

tras la segunda dimensión tiene los valores autotrascendentes y naturales;

además, la primera dim ensión es la que predispone a la virtud o al pecado,

28

mie ntras la segun da dime nsió n dispo ne al bien real o aparente (o, si

quiere, al error no cu lpable). Esta distinción (que no es una separación) r

cuerda  en

 parte

 y en modo análogo a la del sujeto de la primera y segun

semana de los Ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola.

Además, en el Vol. I (cf. pp. 263-269) hemos visto las relaciones y la

influencias que la primera y la segunda dimensión pueden tener sobre

santidad subjetiva y objetiva, así com o sobre la eficacia apostólica en cuan

to se halla en relación con los dos tipos de santidad indicados. Esta discu

sión nos ha permitido también considerar otro importante punto de an

tropología de la vocación cristiana: la influencia que las tres dimensione

pueden tener sobre la libertad del homb re, la cual es un factor fundam en

tal de la vocación cristiana vista como llamada «a la libertad para la auto

trascendencia del amor» (cf. Vol. I, sec. 8.4.2, 9.2.2 y 9.3.2).

Finalmente, las tres dimensiones han permitido un paso más hacia un

objetivación de cada sujeto.

El proceso de simbolización

Una segunda y nueva aportación se refiere al proceso de simbolizació

propia del hom bre. E n efecto, el sistema motivacional del homb re favorec

u obstaculiza su respuesta a la «llamada» vocacional, no sólo como una con

secuencia de sus influjos posibles sobre la libertad

 y,

 por ello, sobre la aut

trascendencia de la persona, sino también porque dicho sistema, en su ten

dencia hacia Dios, que da m ediatizado por los procesos de su simbolizació

Después de todo la llamada divina a la vocación tiene lugar a través de u

complejo de procesos de simbolizaciones, representados y favorecidos po

narraciones (por ejemplo, la Biblia), por ritos, por m itos y símbolos, inclu

dos los que se hallan presentes en las relaciones interpersonales.

El estudio de esta mediación del proceso simbólico se ha hecho en

Vol. I, sec. 8.5 a la que nos remitimos. Baste recordar aquí que se han po

dido distinguir dos tipos de sím bolos presentes en el diálogo vocacional:

los dos símbolos polares, es decir, el hombre con sus valores subjetivos,

una pa rte, y Dios o los valores objetivos u otras personas, etc. de otra;

los símbolos como elaboración  («symbols as performance»); ellos expresa

tipo de relación que la persona establece, elabora entre los dos polos (o sím

bolos polares) o —m ás precisa mente— el tipo de elaboración de la rel

ción existente entre los dos polos. En las sec. 8.5.2 y 8.5.3 del Vol. I se ha

indicado distintos aspectos del influjo de los símbolos sobre el proceso d

autotrascendencia teocéntrica propia de la «autotrascendencia del amor» d

la vocación cristiana. Para no repetirnos, subrayemos aquí sólo alguno

puntos.

2

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Ante todo, símbolos y asociaciones de símbolos tienen su significado

solamente si se consideran en

  la totalidad de

  la experiencia existencial de la

motivación humana.

En segundo lugar, existen tres tipos de mediación simbólica, esto es, tres

tipos de símb olos (los de los procesos primarios, los culturales y los cultu-

rales religiosos) que análogamente  repiten la apertura a la autotrascenden-

cia presente en las tres dimensiones (cf. Vol. I, pp. 201-204).

En tercer lugar (cf. Vol. I, pp. 204-209), el proceso de simbolización

puede ofrecer una aportación progresiva o regresiva a la autotrascendencia

teocéntrica del hombre porque hay una relación entre las dialécticas de las

tres dimensiones y el proceso de simbolización; más en concreto, dentro de

las dialécticas de cada dimensión y, por medio de ellas, tienen lugar proce-

sos de simbolización (símbolos como elaboración) que son progresivos o

regresivos por lo que respecta a la autotras cendencia

 y,

 por ello mismo , a la

autotrascendencia teocéntrica en el caso de la primera y segunda dim en-

sión. Lo explicamos brevemente, remitiendo al lector a las páginas citadas

del Vol. I para una más amplia presentación, donde se ponen diversos

ejemplos.

Ante todo, sobre la base de investigaciones anteriores (Rulla, Ridick,

Imoda, 1976, pp. 378-380) conviene distinguir dos tipos de

 consistencias:

 las

no defensivas  y las defensivas.  Ambas consistencias son preferentemente

conscientes, pero se ven libres en modo diverso del

  influjo

 del inconscien-

te :

  las no defensivas son libres del influjo del inconsciente, mientras las de-

fensivas reciben un fuerte influjo del inconscie nte. En efecto, estas últi-

mas son «defensivas» precisamente porque son una defensa que el sistema

motivacional de la persona se crea para reducir el influjo de una  inconsis-

tencia inconsciente.  Por ejemplo: una persona que es impulsada por una in-

consistencia inconsciente que la hace sentirse inferior (y por ello tiene u na

fuerte necesidad de confianza en sí mismo) tiende a superar la inferioridad

creándose una consistencia defensiva de «éxito», que la impulsa a actuar pa-

ra sobresalir. Por ello, en último análisis, las consistencias defensivas son ex-

presiones de inconsistencias inconscientes; por ello hay que considerarlas

com o a estas últimas en lo que se refiere a su función dinám ica; en efecto,

en la dinámica de las personas desarrollan una función defensiva o utilita-

ria en lugar de la de expresión de los valores: cf. Vol. I,   8.3.1.  (Nuestras in-

vestigaciones, 1976 y 1978, confirman la validez de esta interpretación: cf.

en el capítulo 9 las hipótesis 2, 4, 6, que han sido confirmadas por los re-

sultados de la investigación).

Se deducen dos consecuencias importantes: 1) Las consistencias no de-

fensivas son las estructuras de la persona que tienden a favorecer la sim bo-

lización de modo progresivo, autotrascendente, mientras las defensivas y

30

las inconsistencias tiend en a favorecer la simbolización de m odo regresivo

no autotrascendente; 2) las consistencias no defensivas son las únicas qu

forman la primera dimensión, mientras las consistencias defensivas, aun

que tienen las características estructurales conscientes propias también d

la primera dimensió n, (esto es, de la dialéctica consciente entre el yo-actu

manifiesto y el yo-ideal) pertenecen a la segunda (o tercera) dimensión e

cuanto obran como inconsistencias inconscientes.

No obstante, hay que subrayar que

  la entidad áú

  uso progresivo o re

gresivo del proceso simbólico hacia la autotrascendencia teocéntrica de

pende de la mayor o me nor m adurez que la persona posee en la primera

segunda dimensión (y en algunos casos también en la tercera si hay inter

ferencia de ella con dicha autotrascendencia). Como veremos más amplia

men te a continua ción, la madurez depen de del grado de no contradic ció

o de la con tradicción existente entre el yo-actual y el yo-ideal en las distin

tas dimensiones.

De esto se puede com prender cóm o, tanto la primera como la segund

dimensión, pueden favorecer o no una autotrascendencia teocéntrica. Un

simbolización regresiva de la primera dimensión puede estar presente en e

caso del pecado, mientras una simbolización progresiva puede estar pre

sente en el caso de la virtud; una simbolización regresiva de la segunda d

mensión es lo que San Ignacio de Loyola llama bien aparente y, al contra

rio,

 una progresiva es un bien real.

En cuarto lugar, (cf. Vol. I, pp. 207-209) es posible que la misma per

sona tenga un símbolo polar que es progresivo y un símbolo como elabo

ración qu e es regresivo; o sea, es posible que proclame valores e ideales q u

son autotrascendentes para la vocación (símbolos polares subjetivos), per

que después no los viva completamente como tales (símbolos como elabo

ración). Los dos tipos de símbolos pueden coexistir en el mismo individu

sin que la persona se dé cuenta porque el símbolo regresivo en cuanto in

consciente se le escapa.

En q uinto lugar (cf. Vol. I, p. 209), además de favorecer opciones o d

cisiones o acciones vocacionales (como he mos visto más arriba) , las sim

bolizaciones progresiva y regresiva puede n actuar com o elemento s de

 e

pectativa. Es decir, una persona da a valores, personas o cosas, significad

que obran como expectativas que en general favorecen la autotrascenden

cia si estas expectativas se derivan de consistencias no defensivas, m ientra

están generalmente contra la autotrascendencia si provienen de consisten

cias defensivas y/o de inconsiste ncias.

En sexto lugar, el proceso de simbolización es también un factor qu

permite una cierta objetivación del sujeto.

3

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Tipos

 d e

 consistencias

 o

 inconsistencias intrapsíquicas

El modelo teórico completo que se ha presentado (1971) distingue  cua-

tro

 tipos generales de consistencias o inconsistencias intrapsíquicas, basán-

dose en la naturaleza de las relaciones que pueden existir entre los

  valores,

finales o instrumentales, las actitudes y las

  necesidades.

Se parte de un supuesto importante : que los

 verdaderos

 valores cristia-

nos vocacionales están siempre presentes en algún modo en la conciencia

del que emprend e un cam ino en la vocación cristiana; si los mism os, con-

tra toda probabilidad, estuviesen ausentes, la fuerza de las inconsistencias

sería evidentemente todavía mayor

8

. Un segundo presupuesto es el ya vis-

to (cf. Vol. I, pp. 144-145 ) según el cual los valores y las necesidades tie-

nen una fuerza motivadora mayor qu e la de las actitudes y por ello tienden

menos a cambiar; en lo que se refiere a las necesidades esto es particular-

mente cierto para las inconscientes (cf. Vol. I, pp. 124-129).

Describimos brevemente los cuatro tipos; se trata de dos tipos de con-

sistencias y de dos tipos de inconsistencias. Las consistencias se caracteri-

zan por el hecho de q ue los valores y las necesidades concuerd an, es decir,

no se hallan en contradicción entre sí; por el contrario, en la inconsisten-

cia se da contradicción entre los valores conscientes y las necesidades  in -

conscientes.

He aquí los cuatro tipos:

1)

  Consistencia social

 (CS): cuando un a necesidad es compatible con los

valores y también con las actitudes del individuo. Esta necesidad pue-

de ser consciente o subconsciente. Por ejemplo, una necesidad de «éxi-

to» puede ir de acuerdo con una actitud generosa de conseguir algo

orientada hacia la realización de la caridad. Esta consistencia se llama

«social» porque él individuo se halla socialmente bien adaptado, con-

trariamente a lo que sucede en el otro tipo de consistencia.

2)  Consistencia psicológica (CP): cuando una necesidad consciente o sub-

consciente es compatible con los valores, pero no con las actitudes del

individuo. Así, la necesidad de ayudar a los demás puede ir de acuerdo

con el ideal de la caridad, pero el individuo ha desarrollado, conscien-

8. Se pueden considerar, al menos, las cuatro posibilidades siguientes en las personas que se han

comprometido o que tratan de comprometerse en la vocación cristiana: 1) se hallan presentes

  verda-

deros

  valores crisrianos, esto es los valores subjetivos de la persona corresponden a los del yo-ideal co-

mo debería ser, por lo que son consistentes con los valores objetivos (cf. Vol. I , pp. 137-138 y 174-

177); 2) el individuo tiene el deseo, la aspiración de alcanzar dichos valores o ideales cristianos (cf. p.

154) ;

  3) el sujeto tiene falsos valores cristianos, esto es, valores subjetivos (que él mism o pue de haber

creado ) inconsis tentes con los valores objetivos); 4) los valores- ideales de la vocac ión cristiana están

consciente mente ausentes. El presupuesto aquí aceptado considera presentes los dos primeros tipos de

valores.

32

temente o no, actitudes contrarias, como por ejemplo, actitudes agresi-

vas.

 Aunque esté socialmente inadap tado, él es fundamentalmente, es

decir psicológicamente, con sistente respecto a la ayuda a los demás. Las

actitudes agresivas indicadas son la consecuencia de una o dos combi-

naciones posible existentes en el sistema motivacional de la persona: o

de una inconsistencia  inconsciente de agresión que puede coexistir con

la consistencia psicológica

 consciente

 de ayuda a los demás, de la carida

que se ha dicho antes; o bien de la coexistencia en la persona de dos

tendencias opuestas acerca de la agresión: una es sostenida por una in-

consistencia inconsciente, la otra por una consistencia consciente que

es una «c onsistencia defensiva» (cf. en la p. 30 la descri pción d e «con-

sistencias defensivas» que nos remite además a los datos de la investiga-

ción que comprueban estas interpretaciones).

3)

  Inconsistencia psicológica

  (IP): cuando un a necesidad

 subconsciente

 e

en desacuerdo con los valores y las actitudes. Por ejemplo, cuando una

persona tiene una necesidad subconsciente de dependencia afectiva, de

«ser ayudado por los demás» y esta necesidad es incompatible con las

actitudes y valores que él proclama tener, que se hallan orientados más

bien en la dirección opuesta (ayudar a los demás). Este individuo, que

aparece exteriormente como «un buen cristiano» y por lo tanto, social-

mente adaptado, psicológicamente es inconsistente; es decir, su buena

«fachada» está minada por una necesidad inconsciente; puede ser pa-

rangonado a un gigante con los pies de arcilla. En efecto, este tipo de

personas manifiesta generalmente una mayor o menor tendencia exter-

na a ayudar a los demás; pero su «dar» por med io de los valores y de las

actitudes externas y proclamadas está, en último análisis, al servicio de

una necesidad más o menos inconsciente de «recibir»; en una palabra,

inconscie ntem ente da para recibir. Por ello su «dar» es muy frágil, por-

que en última instancia depende y está en función del «recibir».

4)  Inconsistencia social (IS): cuando una necesidad subconsciente está en

sacuerdo con los valores de la vocación cristiana, mientras las actitudes

obedecen a las necesidades más que a los valores. Por ejemplo, una n e-

cesidad subconsciente de depend encia afectiva, de ser ayudado, que crea

actitudes no conformes con la vocación. Este individuo es inconsisten-

te no sólo psicológicamente, sino también socialmente.

A propósito de los dos tipos de inconsistencia, psicológica y social, es

interesante notar que es relativamente fácil para la misma persona pasar de

un tipo a otro. En efecto, la inconsistencia psicológica y la social son equi-

valentes en lo que se refiere a las dos principales fuerzas de motivación, ne-

cesidades inconscientes y valores que se hallan en con tradicción entre sí; di-

33

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fieren, por el contrario, en lo que respecta a las fuerzas secundarias de moti-

vación: las actitudes. Las actitudes pueden unir su fuerza a los valores (incon-

sistencia psicológica) o a las necesidades (inconsistencia social). El ejemplo m ás

evidente de este hecho ha aparecido en la vida de congregaciones religiosas

donde bastantes de sus miembros más «observantes» (por inconsistencia psi-

cológica) antes del Concilio Vaticano II se han convertido con frecuencia, des-

pués del Concilio, en los más «rebeldes» (por inconsistencia social).

Se pueden resumir los cuatro tipos de consistencias-inconsistencias in-

trapsíquicas diciendo que por diferentes aspectos específicos de su perso-

nalidad (p. ej., ayudar a los demás, dependen cia afectiva, agresividad, etc.)

un individuo pu ede ser: adaptado psicológica y socialmente, como en el ca-

so de la consistencia social; o bien adaptad o psicológicamente y mal adap-

tado socialmente, como en el caso de la consistencia psicológica; o bien,

mal adap tado psicológicamente y adaptado socialmente, como en el caso

de la inconsistencia psicológica; o finalmente, mal adaptado psicológica y

socialmente, como en el caso de la inconsistencia social

9

.

Estos cuatro tipos de consistencias-inconsistencias son óptimos puntos

de referencia. En efecto, en ellos las consistencias y las inconsistencias son

centrales por su naturaleza, esto es, funcionalmente significativas para el

conjun to de la motivación de cada persona y por ello para su adaptación y

desarrollo en la vocación cristiana. En la vida concreta encontramos estos

tipos y otros intermedios

10

.

La combin ación de las diversas consistencias e inconsistencias

 centrales

es lo que constituye la primera y la segunda dimensión según las modali-

dades descritas en el Vol. I,  8.4.1.  Estas consistencias-inconsistencias que

constituyen la primera y la segunda dim ensión son dialécticas centrales. Tie-

nen su matriz, repiten y expresan de modo análogo, pero  central,  la dialéc-

tica de base del homb re (cf. Vol. I, 7.3.3).

Centralidad de las

 consistencias-inconsistencias y

 constitución

 de

 las dimensiones

Repetidas veces se ha aludido al concepto de centralidad que indica q ue

algunas consistencias y/o inconsistencias son import antes para la motiva-

ción y por ello para la dinámica global del individuo. ¿Cuáles son los ele-

me ntos que hacen «centrales» algunas consistencias o inconsistencias de la

persona, de tal modo que adquieren una función significativamente im-

portante para ella en relación con su perseverancia y con su crecimiento en

la vocación cristiana?

9. Que da claro que cuando se habla aquí de «socialmente» nos referimos principa lmente al as-

pecto social de la institución y no tanto a la sociedad en general.

10.

  Sobre los tipos intermedios se habla más detalladamente en el cap. 3 del l ibro de 1976.

34

Los factores cruciales que determinan la centralidad de una consisten-

cia o inconsistencia se han estudiado en la literatura psicológica, pero co-

mo unidades separadas, sin cuidarse de su interdependencia y convergen-

cia en la formación de un único proceso dinámico. Además, estos factores

no se han visto y valorado en función de la motivación teleológica y axio-

lógica propia del hombre, o sea de su tendencia a la autotrascendencia en

general y a la autotrascendencia teocéntrica en particular.

Resumimos aquí los conceptos, presentados de modo más detallado en

otro lugar (Rulla, 1971), para permitir la integración de dichos factores en

un cuadro dinámico

  que tiene la autotrascendencia por

 el

 amor

 teocéntrico

 

mo

 punto de

 referencia

 (Vol. I, 9.2.1 y 9.3.1):

1) Un atributo del yo, del  self,  puede determinar una consistencia o in

consistencia funcionalmente significativa si es importante para la con-

secución de los^zw» vocacionales que la persona se propone : por ejem-

plo, no ser destructivamente agresivo es considerado importante como

ideal

 (yo-ideal) de una vida cristiana.

2) El mismo a tributo (por ejemplo, la agresión destructiva) debe ser de

importancia central como objeto de atracción o de repulsa afectiva por

parte del

 yo-actual áe

  la persona. Esta importancia central (o centrali-

dad) para el

 yo-actúalas

  dicho atrib uto puede hallarse presente a nivel

consciente o subconsciente,  y está en acuerdo o en contradicción co n

ideal  {yo-ideal) de la persona para el mismo atributo.

Así, por ejemplo, una

  inconsistencia

 central

 para,

  la vocación está pre

sente en un individuo que en su yo-actual tiene una atracción, un afecto

positivo, consciente o subconsciente, pero con importancia central en el

área de una variable, como la agresividad, si él «siente» esta agresividad co-

mo inaceptable para la realización de los ideales de la vocación cristiana; lo

que es, por un a parte, atrayente (el fuerte im pulso a la agresividad en su yo-

actual)

 es, por otra parte, «sentido» como inaceptable para su ideal de vida

cristiana (la agresividad com o objetivo vocacional de su yo-ideal); en otras

palabras, hay contradicción entre lo que es importante para mí y lo im-

portante en sí del Reino de Dios; más exactamente, entre el yo-ideal y el

yo-actual (subconsciente) de la persona hay una contradicción, una desar-

monía, una inconsistencia importante para su autotrascendencia teocén-

trica, la cual (consistencia o inconsistencia para la autotrascendencia del

amor teocéntrico)

  — nótese bien— en últim o análisis es la base, para la pe

sona, de la estima de sí mi sma

1

'. La agresividad (o cualquier otra variable

11 .  Nótese que , como se ha dicho en la p. 27, está demostrad o por muc has investigaciones, que

una persona siente el influjo de las inconsistencias inconscientes y responde en su com portam iento al

mismo,  aunque  no sea consciente de la existencia en sí de tales inconsistencias.

35

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considerada), que para este individuo es uno   de   los contenidos atrayentes

para el yo-actual de la  persona, ha sido me dida, en   nuestras investigaciones

sobre la vida religiosa (1976 , 1978),  a  nivel consciente-y, por lo tanto, en su

aspecto del  Yo manifiesto (YM) por las declaraciones d e  los sujetos  al cues-

tionario

 de

 Stern (1958, 1970): índice de las Actividades, versión Modifi-

cada (IAM, cf.  Apéndice A-2); a nivel subconsciente de l Yo latente (YL)  por

las declaraciones

  de

 los sujetos

  a

 los test proyectivos (TAT

 y

 Rotter FIR,

cf. Apéndices A -l  y  A-3)

  n

.

La inaceptabilidad

 o no

 de

 la

 agresividad, como ideal de la vida religio-

sa para el  sujeto, se deduce de  las declaraciones d e  los m ismos sujetos, he-

chas como respuesta al cuestionario (índice de las Actividades, Versión M o-

dificada) en los aspectos del Ideal Personal (IP)  y  del Ideal Institucional (II),

qu e en   conjunto forman su Yo ideal  (o  ideal de  sí en la  situación: cf. p. 16.

3)  N o   obstante, para que una consistencia  o   inconsistencia pueda ser

considerada como funcionalmente significativa,

  se

 necesita además tener

presente  un   tercer factor señalado por Arnold (1960) y  por Kelman y  Ba-

rón (1968).

  Se

 trata

 de la

 adecuación

  o

 inadecuación

  del

 control

  de las

fuerzas utilizadas por el individuo  en  su esfuerzo para la consecución de los

objetivos vocacionales. Así, por ejem plo, en el  caso de  una inconsistencia,

la atracción inaceptable toma ciertamente un  significado funcional en la vi-

da del individuo cuando

  está presente y permanece en el

 centro de  su  aten-

ción; y  esto sucede sólo cuando las fuerzas empleadas para hacer frente al

problem a de esta atracción inaceptable son inadecuadas. Si se prosigue conel ejemplo de un a atracción hacia la agresividad: com o

 el

 individuo

 no

 l o-

gra que la  agresividad cese de  ocupar el  centro de  atención  de su  emotivi-

dad, esta última viene a  encontrarse en  desacuerdo con las tendencias ra-

cionales  de la  persona

13

.

El empleo  del  concepto  de  centralidad  en la investigación se ha  hecho

utilizando las declaraciones de los sujetos que respo nden

 a

 los tres aspectos

del cuestionario índic e de Actividades, Versión Modificada (IAM), esto es,

el Ideal Personal (IP),

 el

  Ideal Institucional (II)

 y

 el Yo Manifiesto (YM) co-

mo también  las declaraciones hechas p or   los mismos sujetos  en   los tests

proyectivos (TAT

 y

 Rotter FIR).

Se puede sintetizar la  discusión sobre «centralidad» con las siguientes

afirmaciones: una variable que describe

 un

 atributo del yo (por ejemplo,

 la

agresividad) asume  un   significado funcional para  la   vocación cristiana

cuando la misma es importante  al  mismo tiempo, tanto para la realización

12.

  Acerca del Yo-manifiesto

  y

 Yo-latente, cf.

 p. 22.

13.   En la

 investigación ya menciona da,

  la

 valoración

 d e

 los puntos

  1, 2 y

  3, descritos más arriba,

se

 ha

  hecho mediante una cadena

 de

  análisis estadísticos llevados a cabo mediante

 el  calculador electró-

nico. Estas operaciones se explican detalladamente

 en el

 cap.

 3 de la

  obra original inglesa de

 1976.

36

de los ideales-valores  de   la vocación, como para la  atracción afectiva «sen

tida» por la  persona; además, es necesario verificar si las fuerzas empleadas

para controlar

  el

 efecto

  de

 esta variable son adecuadas

 o no

 para vivir lo

valores objetivos autotrascendentes. En una  frase  se  puede sintetizar: una

variable  es  vocacionalmente central para  una  persona  si  constituye una

atracción aceptable

  (en el

 caso

 de

 las consistencias)

  o no

 aceptable

 (en e

caso  de   las inconsistencias) para la consistencia vocacional, si  esta atracción

constituye  el  centro  de  atención de la  persona.

Este concepto de centralidad puede ser operacionalizado, esto es, trad

cido  en  elementos que pueden someterse a  una verificación  en la  investi

gación científica. Una discusión más completa sobre esta posibilidad ope

rativa de la  centralidad se ha llevado a  cabo en las publicaciones de 1971 y

1976. Aquí nos limitaremos  a  recordar que en la  investigación  de  1976 y

1978 se han considerado  en la  motivación humana las siguientes dialécti

cas  de  consistencias, inconsistencias y   conflictos; éstas expresan diferente

tipos de  acuerdo o de  contradicción existentes entre el   yo-ideal y  el yo-ac

tual como manifiesto (consciente)  o   como latente (inconsciente):

1

2

3

4

5

6

7

8

La

  Combinación

de A y B   da

Inconsistencia

Inconsistencia

Conflicto

Conflicto

Conflicto

Consistencia

Consistencia

Consistencia

A. Relación YM-(IP-II),

esto es, Yo manifiesto-

Ideal en la situación

consistencia

neutralidad*

inconsistencia

inconsistencia

inconsistencia

consistencia

neutralidad

consistencia

B.

 Relación YL-(IP-II),

Esto es, Yo latente-

Ideal

  en la

  situación

inconsistencia

inconsistencia

inconsistencia

neutralidad

consistencia

neutralidad

consistencia

consistencia

Adaptado

  de

  Rulla, 1971,

 p. 88.

* Neutralidad significa que en este caso  no  hay centralidad, esto es, una clara consistencia o  inconsis

tencia entre

 el

 yo-ideal

 y el

 yo-actual.

 En la

 investigación

 e n

 términos

 de

 cálculo estadístico, esta falta

 d

clara consistencia

 o

  inconsistencia

 ha

  sido considerada como presente

 si

 los componentes de

 la

 consisten

cia o de  la  inconsistencia para cada una d e las diversas variable (dependencia afectiva, agresividad, etc.) no

superaban

 u n

 tercio

 de

 la desviación media al cuadrado {standard deviation) sobre el conjunto de todas l

variables consideradas para cada individuo

  (cf.

  Rulla, Ridick, Imoda, 1976, cap.

  3).

Figura

 1.

  Dialéctica d e  las Consistencias, Conflictos  e   Inconsistencias

37

8/18/2019 Rulla, L.M. Antropologia-de-la-vocacion-cristiana.pdf

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En la perspectiva del cuadro teórico presentado hasta aquí, las com-

binaciones 1 y 2 de la clasificación de la fig. 1 deben ser consideradas

como representantes de las incoherencias o  inconsistencias centrales de

la vocación; las mismas son inconscientes dada la influencia incons-

ciente del Yo latente que es mayor o menor, pero siempre en contra-

dicción con el yo-ideal y con el Yo manifiesto consciente; en otras pa-

labras, la persona no logra identificar la raíz de la contradicción pre-

sente en su vida.

Las combinaciones 3, 4 y 5 son consideradas como

  conflictos;

  en efec-

to ,

  el Yo subconsciente o latente no es incoherente con el yo-actual

consciente o m anifiesto (3 y 4), o bien, con el yo-ideal o ideal vocacio-

nal (5); pero como hay una incoherencia o contradicción del

  Yo

  cons-

ciente o

  manifiesto con el ideal vocacional (IP-II), se habla de conflictos;

aquí la persona es más consciente de la raíz de su desarmonía o contra-

dicción. Se pueden considerar estos «conflictos» como «inconsistencias

preconscientes».

Las combinaciones 6, 7 y 8 son consistencias centrales y son prevalente-

mente conscientes.

Las combinaciones que van del 1 al 8 expresan una continuidad que va

de un máximo de inconsistencia a un máximo de consistencia vocacional.

Sólo las consistencias e inconsistencias centrales entran directamente

en la constitución de la primera y de la segunda dimensión. Pero, en este

sentido, es necesario distinguir las consistencias no defensivas de las de-

fensivas. Estas dos consistencias son centrales y por ello correspon den a las

combinaciones 6, 7 y 8 de la fig. 1 (cf. p. 37). No obstante, la función

ejercida por los dos tipos de consistencia en la motivación humana es di-

versa.

Como se ha dicho en las pp.

  29-31,

  las consistencias no defensivas son

expresión de las dialécticas prevalentemente conscientes que constituyen la

prime ra dim ensión , m ientras las defensivas son expresión de las dialécticas

prevalentemente inconsistentes que tienen su origen en la segunda dimen-

sión (y a veces también en la tercera). Por ello las consistencias no defensi-

vas pertenecen a la primera dimensión , mientras las defensivas son de la se-

gunda (o tercera) dimensión.

En concreto, la primera dim ensión está constituida por las dinámicas

de la persona que se expresan en la suma de consistencias centrales no de-

fensivas. La segunda d imensión está formada por la proporció n entre la su-

ma de las consistencias centrales no defensivas de la primera dim ensión de

una parte, y por otra por la suma de las inconsistencias centrales y por las

consistencias centrales defensivas.

La constitución de las dos dimensiones puede sintetizarse con las dos

fórmulas estructurales que siguen:

38

I

a

  dim. = Suma de YM-(IP-II) como consistencias no defensivas. Suma d

YL-(IP-II) como inconsistencias  más suma de YM- (IP-II) com

consistencias defensivas.

2

a

  dim.= Suma de YM -(IP-II) com o consistencias no defensivas.

La primera dimensión es prevalentemente consciente, la segunda ex

presa la proporc ión del influjo del inco nsciente sobre el consciente, que e

vocacionalmente inconsistente.

Madurez o inmadurez en

 las dimensiones

La motivación de cada persona sufre la influencia en su conjunto d

las disposiciones presentes en las tres dimensiones q ue forman parte d

dicha motivación. Como se ha visto, (cf. Vol. I, p. 174 y ss.) las tres di

mensiones se abren a horizontes distintos y por lo mismo disponen de

modo distinto la libertad del individuo hacia los valores naturales o auto

trascendentes. Más aún, las dinámicas subconscientes de la segunda di

mensión pueden  disponer  en modo diverso a la santidad y a la eficaci

apostólica: indirectamente para la santidad subjetiva, más directament

para la objetiva (cf. Vol. I, pp. 263-269). ¿Cuál es la fuerza de estas dis

posiciones, salvando siempre la fuerza precedente y primaria de la gracia

Dicha fuerza está en relación con la madurez presente en cada dimensión

de la persona.

Dejando aparte la tercera dimensión de la normalidad o patologí

(para lo que remitimos al Vol. I, pp. 168-174), se puede decir que la pri

mera y segunda dimensión indican tanto más madurez cuanto menor e

en cada una de ellas la contradicción total entre el yo-ideal y el yo-ac

tual, y viceversa, indican menor madurez cuanto mayor es dicha con

tradicción.

Es obvio que las distintas personas difieren  entre ellas  según un grad

continuo de madurez para cada dimensión, que

 gradualmente

 puede ir d

una contradicción o desarmonía mín ima a una m áxima en la relación ge

neral entre el yo-ideal y el yo-actual propia de cada dimensión. Así se pue

den distinguir los más «maduros» de los menos «maduros» en las tres di

mensiones; en la primera dimensión los «maduros» indican una disposició

a la virtud y los menos «maduros» u na disposición al pecado; en la segund

dimens ión los «maduros» son los inclinados el bien real mientras los meno

«maduros» están inclinados al bien aparente; finalmente, en la tercera d

mensión los primeros corresponden a aquellos que se pueden indicar com

«normales» y los segundos a los así llamados «desviados» con manifestacio

nes de naturaleza patológica. Por ello, en la tercera dimensión, «normalidad

3

8/18/2019 Rulla, L.M. Antropologia-de-la-vocacion-cristiana.pdf

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s igni f i ca madurez en d icha d imens ión; y una persona es madura en l a t erce-

ra dimensión si t iene algunas dialécticas del   self  (yo) centrales y estables (y en

los valores naturales ) , que no pre sentan n ingú n s igno de ps icopato logía

14

.

El carácter estructural de la teoría

Una de l as cual idades esenciales de l a t eor ía es l a aproximación es t ruc-

tural seguida en el es tudio de los fenómenos de l a vocación .

Es sabido que l as d i spos iciones m ot ivacionales del   self  pueden ser es tu-

d iadas anal i zando el

 contenido

  de l a personal idad o su

  estructura.

  U n e j em -

p l o d e ap ro x i m ac i ó n s eg ú n e l co n t en i d o n o s l o o f r ece E r i k s o n (1 9 5 9 ,

1 9 6 3 ) ; m i en t r a s P i ag e t ( 1 9 6 3 ) y K o h l b e rg (1 9 5 8 , 1 9 6 9 , 1 9 7 1 , 1 9 7 3 ,

1 9 7 8 -1 9 7 9 , 1 9 8 1 , 1 9 8 4 ) p u ed en s e r c i t ad o s co m o e j em p l o s d e u n en fo -

que es t ructural , que mi ra a l desarro l lo de l a in te l igencia (P iaget ) o a l desa-

rro l lo moral (Kohlberg) . Un breve anál i s i s de l as formulaciones de Erikson

y de Kohlberg , según su aspecto puramente formal , puede i luminar l a d i -

ferencia en t re un enfoque de contenidos y o t ro enfoque de lo es t ructural .

Erikson considera ocho estadios sucesivos de desarrollo del yo. Cada uno

de ellos se caracteriza por una antinomia o conflicto entre dos elementos:

confianza-desconfianza, autonomía-vergüe nza y duda, iniciativa-culpa, apli-

cación-inferioridad, identidad-difusión del rol, intimidad-aislamiento, fe-

cundidad-estancamiento, integridad personal-desesperación. Estos estadios

son tipos que describen el interés central del individuo en los diversos pe-

riodos del desarrollo; por ejem plo, el conflicto «confianza-desconfianza» es

central duran te la primera infancia, la antinomia «identidad-difusión del

rol» se convierte en central durante la adolescencia, etc. Aquí, lo que carac-

teriza a la persona que se está desarrollando es el

 contenido

 de cada periodo

sucesivo. Cada estadio viene definido por su contenido.

Kohlberg, siguiendo la tradición de Piaget, presenta seis estadios universa-

les del desarrollo del juicio mo ral, que reagru pa según tres niveles: la mo-

ral pre-convencional; la moral convencional y la moral posconvencional o

autóno ma. Lo que interesa a Kohlberg no es el contenido del juicio moral

durante los diferentes estadios, sino más bien la estructura del juicio moral.

La serie de cambios estructurales en el modo de pensar es lo que define los

estadios de Kohlberg. La cualidad del desarrollo es concebida en función de

un a estructura,  de un «cómo», más que de un contenido, de un «qué cosa».

Los es tad ios de Erikson informan sobre

  qu é  cosa

 mot iv a al ind iv iduo , s i

s e h a l l a p r eo cu p ad o p o r p ro b l em as d e co n f i an za , au t o n o m í a o cu l p a ; l o s

14. Sobr eotra s características de las tres dimensiones cf. el Vol. I , p. 164 y siguientes.

40

es tad ios de Kohlberg y de P iaget ind ican más b ien

  cómo

  v iene mot ivada es

ta persona a propós i to de sus problemas de confianza, de au tonomía y d

culpa. En el enfoque de contenidos se nos pregunta: «¿Qué es lo que pre

ocupa al ind iv iduo?»; mient ras en el enfoque es t ructural se nos p ide: ¿Po

m ed i o d e q u é e s t ru c t u ra « p i en s a en s u p ro b l em a d e m o d o c o n v en c i o n a l

p o s co n v en c i o n a l » ? . E n l a v i s i ó n e s t ru c t u ra l , t o d o n u ev o e s t ad i o d e d es a

rro l lo impl ica l a reorganización profunda de los d iversos e lementos con l

fo rm ac i ó n d e u n a n u ev a u n i d ad e s t ru c t u ra l q u e fu n c i o n a co m o u n t o d o

p o r e j em p l o , d e m o d o co n v en c i o n a l , o b i en , p o s co n v en c i o n a l

15

.

Contenido y estructura en la teoría

La teor ía de l a au to- t rascendencia en l a cons i s tencia combina el es tudi

d e l co n t en i d o co n e l d e l a e s t ru c t u ra . S i n em b arg o , cu an d o e l co n t en i d o

de l a personal idad se u t i l i za para es tudiar aspectos vocacionales , como e

comienzo de l a vocación , l a perseverancia o e l abandono de l a misma, és t

se anal i za so lamente

  en relación a la estructura

  de l a personal idad; en efec

to ,

  es la estructura, o mejor, la dialéctica entre las estructuras del yo, lo qu

i n d i ca  la función  d e aq u e l co n t en i d o en la m o t i v ac i ó n v o cac i o n a l d e u n

persona. Por e l lo e l modelo adoptado es es t ructural .

N o se pre tend e presen tar aquí los d i ferentes pasos de carácter t écnic

que se hal l an involucrados en es ta valoración es t ructural ; és tos han s id

descri tos en las pp. 86-88 del l ibro de 1971 y en el cap. 3

o

  del de 1976. Bas

t a r á r eco rd a r a l g u n o s p u n t o s fu n d am en t a l e s . A n t e t o d o , s e h ace u n a v a l o

ración de lo que el su jeto p iensa y s i en te , s i es tá o no preocupado por e

problema de l a agres iv idad , del sexo , de l a dependencia afect iva, e tc . Des

pués se es tudia s i l a agres iv idad , e l sexo , e tc . mot ivan al su jeto según un

dialéct i ca que es cons i s ten te o incons i s ten te , de acuerdo o desacuerdo con

los c inco valores fundamentales  objetivos  y au t o - t r a s cen d en t e s p ro p i o s d

la vocación cr i s t i ana (unión con Dios , seguimiento de Cri s to y un corazón

pobre, cas to y obediente) com o los revelados median te l a palabra y e l e jem

plo de Cri s to .

C o n v i en e p o n e r d e r e li eve d o s p u n t o s d e d i ch o p ro ced i m i en t o : 1 ) s o

lamente t en iendo presente los indicados cinco valores  objetivos  co m o ú l t

mos t érminos de referencia para l a au to t rascendencia (es deci r , e l ideal d

s í m i s m o t a l co m o

  debería

  ser) es como la observación ps ico lógica descu

bre las consistencias o inconsistencias entre el yo-ideal y el yo-actual de un

persona; por e l lo l as cons i s tencias o incons i s tencias son t en idas en cons i

15.   Se han descrito los enfoques de Erikson  y  Kohlberg como ejemplos de perspectiva de cont

nido y estructura. Como se verá por lo que sigue, el enfoque llevado a cabo en la teoría es, bajo mu

chos aspectos, diverso de ambo s ejemplos.

41

8/18/2019 Rulla, L.M. Antropologia-de-la-vocacion-cristiana.pdf

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deración en lo referente a los parámetros normativos de estos cinco valores

y no  a.

  las normas de hecho adoptadas por los individuos o por los grupos

de una cultura particular

16

; 2) por otra parte, las consistencias o inconsis-

tencias entre el yo-ideal y el yo-actual con referencia a los cinco valores su-

sodichos emergen de cuanto cada individuo

 subjetivamente

 dice de sí mis-

mo, esto es, presenta como su propia motivación. Por ello son las dialécti-

cas de consistencia-inconsistencia entre las estructuras las que indican la   fun-

ción

 de los diversos contenidos (agresividad, sexo, etc.) para aquel individuo

en relación a los diferentes aspectos de la vocación: inicio, a bando no, etc.

Se deduce una consecuencia imp ortan te: concebido y aplicado de este

modo, el método estructural permite definir tendencias y disposiciones vá-

lidas a pesar de las variaciones de situación y de cu ltura. La vocación no se

encuentra ciertamente inmune del influjo del ambiente, si bien no ejerce

su acción sino a través de las disposiciones estructurales. Por ejemplo: un

peligro de cam bios socio-culturales bruscos y a veces radicales pued e crear

confusión en el ámb ito de los valores y actitudes propios de la vocación, es

decir, en el ideal-de-sí-en-situación; tales cambios sociales aum entan even-

tualmente el

 número

 de las inconsistencias vocacionales y contribuyen a au-

mentar la tasa de abandonos; sin embargo, no cambian el mecanismo psi-

co-dinámico  qu e explica  la razón del abandono.

Las observaciones hechas en las investigaciones (1976 , 1978) y en con -

tactos personales indican que los mismos dinamismos de carácter estructu-

ral intervienen en el abandono por parte de hombres y mujeres, de semina-

ristas y religiosos, de personas pertenecientes a comunidades religiosas di-

versas, a países diferentes y tam bién en épocas diversas. En este sentido, el

método estructural seguido ofrece, quizá, una aportación cualitativamente

nueva en la investigación en el campo de la vocación religiosa. Ello puede

conducir a una comprensión más válida umversalmente, casi independien-

te de los factores temporales, culturales, típicos de una situación.

Esto resulta todavía más verosímil por el hecho de que el método es-

tructural propuesto incluye y se fundamenta en conceptos transituaciona-

les y transculturales: ante todo los cinco valores revelados fundamentales

de la vocación. Y además, tres datos que son ontológicos, inherentes a la

naturaleza humana: la autotrascendencia teocéntrica, la dialéctica de base

y la diferencia entre valores autotrascende ntes y valores naturales que es el

fundamento de la distinción de las tres dimensiones.

16.

  Sobr e el influjo oblig ante (en el sentid o de un «deberías») que los valores objetivos autotra s-

cendentes ejercen sobre la persona, cf. pp. 137-138 y 243-246 del Vol. I . Como se ve, la teoría está

fundada en una antropología del 70, del

  self

 teleología) y teocéntricamente axiológico y no en una a n-

tropología de los impulsos  {drives) y  de las estructuras.

42

Hay otra característica de la teoría, que se halla vinculada a su caráct

estructural: hay dos tipos de enfoque estructural en el estudio de la voc

ción cristiana.

Do s

 tipos

 de enfoque

 estructural

El método estructural descrito puede ser utilizado para estudiar la v

cación cristiana según dos m odelos, dos tipos de análisis: la tipología de v

riables o la tipología de individuos. El primer modelo, el de variables, si

ve para el estudio de los grupos de individuos, mientras el modelo de los

dividuos pued e ser utilizado para valorar cada  individuo singularmente r

pecto a su madurez o no madurez en la primera o en la segunda dime

sión por separado.

La  tipología

 d e

 variables considera uno o más grupos de personas,

ejemplo, el grupo de los que perseveran en la vocación sacerdotal o religio

comparado con el grupo de los que abandonan la vocación. Pero dich

comp aración se hace según las variables, no según las personas; esto es,

valora el grado de inconsistencia central, de conflicto o de consistencia ce

tral (cf. figura 1) en el grupo de los «perseverantes» en lo que se refiere, po

ejemplo, a la variable «desconfianza en sí», y se lo compara con el grado

inconsistencia, conflicto o consistencia para la misma variable en el grup

de «los que abandonan la vocación». La misma comparación se repite p

ra las demás variables, como la dependencia afectiva, el exhibicionism

etc.;

  (cf. la lista en la p. 24, nota 6).

Por el contrario, en la tipología

 de individuos

 se considera para

 cada

dividuo

  en

 particular

 el grado de consistencias y de inconsistencias cent

les para todas las variables según las combinaciones que caracterizan

constitución de la primera o de la segunda dimensión separadamente (c

pp .

 38-39); se valora así la «madurez» de cada individuo en lo que respe

ta a su primera o segunda dimensión (cf. pp. 39-40). Conviene notar qu

en conformidad con cua nto se ha indicado en las pp. 38 -39, acerca de

constitución de la primera o segunda dimensión, en la tipología de indiv

duos no se consideran los «conflictos» (esto es, las combinaciones 3, 4, y

de la fig. 1), sino sólo las inconsistencias centrales (co mbinaciones 1 y 2

la misma figura) y las consistencias centrales (com binaciones 6, 7 y 8); l

«conflictos» o «inconsistencias preconscientes» son importantes para la m

tivación de una perso na, pero no son «centrales» según la definición técn

ca en las pp. 34-39. Es obvio que también en el caso de la tipología de in

dividuos es posible comparar, por ejemplo, el grupo de los «perseverante

con el de «no perseverantes» utilizando los oportun os cálculos estadístico

pero aquí la comparación se sirve de los datos obtenidos por cada indiv

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dúo (para la primera o segunda dimensión), no de los datos obtenidos pa-

ra cada variable.

1.2.2.  Aplicación del cuadro general al camino vocacional en un a perspectiva

interdisciplinar

El objetivo de esta sección es estudiar algunos aspectos del proceso vo-

cacional (inicio, crecimiento o no crecimiento, etc.) tratan do de mostrar

cómo pueden ser comprendidos mejor si se consideran a la luz de los ele-

mentos de antropología teológica y filosófica discutidos precedentemente,

integrándolos con elementos de antropología psico-social.

Haremos esto considerando

 la

 vocación cristiana como un camino que tie-

ne sus pasos, sus momentos y que son también niveles crecientes de ascesis.

Estos momentos y niveles vocacionales ya se habían delineado implíci-

tame nte cu ando se trató sobre los elementos teológicos de la llamada (cf.

Vol. I, pp. 234-2 63); se habló allí de unión dinámica divina y humana en

la libertad para amar, de autotrascendencia del amor y de la fe, de ser libres

para el amor autotrascendente, del proceso de autotrascenderse, y de este

modo, autorrealizarse, de autotrascendencia del amor como transforma-

ción en C risto, de vocación a la libertad para la autotrascendencia del amo r,

del don total de sí al Otr o y a los demás. Todos estos componentes moti-

vacionales humanos examinados en la vocación cristiana se habían consi-

derado en clave de antropología filosófica. Ahora quisiéramos traducirlos

en términos concretos y existenciales, como lo sugiere la antropología psi-

co-social anteriormente presentada en esta sección.

Tocaremos los siguientes cuatro puntos: algunos pasos del camino vo-

cacional; dificultades en el camino vocacional; procesos más im portan tes

en la vocación, en la perspectiva psico-social; algunas implicaciones de las

ideas expuestas.

A) Algunos pasos del camino vocacional

El camino vocacional es un proceso en el que es posible distinguir di-

versas fases. Sin tener la pretensión de ser exhaustivos, se pueden sugerir los

siguientes pasos que pueden ser útiles como elementos

 descriptivos.

1)

  El llamamiento divino

Es un don gratuito de Dios, un misterio indefinible, no verificable, en

el que Dios «habla» en lo íntimo del hombre de la fe, de la esperanza y de

la caridad. Es Dios el que comienza la actuación en lo ínt imo de mi ser, de-

rramando en mi corazón su amor («interior intimo meo» de San Agustín,

Confesiones,  libro III, cap. 6

o

, n. 11). Es la «gratia operans», la gracia ope-

44

rante que transforma el corazón de piedra en un corazón de carne y llama

a la libertad para la autotrascendencia del amor. Por la acción de esta gra

cia se establece una unión dinámica entre Dios y el hombre por la cual la

persona tiene una aprehensión no sólo de los valores naturales, sino tam

bién de los autotrascendentes y está dispuesto a hacer el bien que anterior

mente no estaba en condiciones de llevar a cabo.

Según Rahner, la gracia puede ser operativa sin una fe explícita ( Cris

tianos anónimos

 en

 Escritos

 de

  Teología,

  VI, pp. 535-544; «Atheism and

plicit Christianity»,  Theological

 Investigations,

  IX, pp. 145-164; cf. tamb

Lonergan en  Foundations ofTheology, P.McShane, ed., 197 1, p. 227). C o

mo fe

 formada

  (esto es, que implica el amor) el llamamiento divino se di

rige a

  toda

  la persona humana que está llamada a ordenar su vida, presen

te y futura, y toda su persona en el amor a Dios.

2)  El punto de partida de la cooperación del hombre

Co n su «gratia operans», gracia operante, Dios d a tam bién la «gratia co

operans», la gracia cooperador a que ejerce su influencia en todos los paso

sucesivos del camino del hombre en la vocación.

De la experiencia del amor centrada en el misterio, propia del primer p

so,  brota el anhelo del conocim iento de dich o m isterio. Hay un a «revela

ción» divina inmediata y mediata (cf. Vol. I, pp. 224-226) de valores qu

antes no se apreciaban y hay un impulso de amor dado por Dios para  di

cernir y emitir juicios

 sobre los valores

 autotrascendentes.  El hombre es l

do a un libre aban dono para recibir la efusión del amor divino en su activ

dad. ¿Cuál es esta actividad del hombre? La de un discernimiento, un

valoración, un juicio sobre los valores autotrascendentes, pero n o todavía l

de una opción o una decisión referente a los mismos (cf. «Primer momen

to» en la fig. 1, p. 182 del Vol. I, como expresión del proceso de conoci

miento). Queda claro que esta actividad implica toda la gama de resonan

cias emotivas propias de las valoraciones emotiva y reflexiva de que se ha ha

blado en las pp. 116-120 del Vol. I; habrá emociones positivas o negativa

en relación con el mundo divino y, por ello, movimientos que producen

gozo, consuelo, entusiasmo, o por el contrario, repulsa, resistencia, distancia

miento.

3)   La

 decisión

 de emprender

 o

 no el

 camino vocacional

La persona decide aceptar algunos de los movimientos indicados y re

chazar otros. Hace una  opción de

 ideales,

 de valores y decide en consecu

cia (cf. «Segundo momento» en la fig 1, p. 182 del Vol. I, como expresió

del proceso de decisión).

4

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Por ello aquí el mediador psico-social que nos hace «entrar» o no en la

vocación cristiana es el yo-ideal o el ideal-de-sí-en situación (IP-II) como

se ha explicado en la p. 21.

Si la decisión es de iniciar el camino vocacional, este mediador psico-

social es el yo como trascendente y como expresión de un proceso simbó-

lico progresivo para la autotrascendencia teocéntrica del hombre (cf. pp.

29-31).

  Esto es siempre consciente y, como se ha visto (Vol. I, pp. 231 y

ss.),

 es el resultado del encuentro entre la fuerza estructurada

  aprioride

  la

intencionalidad consciente del hombre y la fuerza motivante de los valores

objetivos autotrascendentes.

4)

  El

 proceso

 d e

 integración

 del yo

 (que se trasciende teocéntricamente)

  con

la vida en Cristo

Este cuarto paso del camino vocacional debe integrar los nuevos ideales

autotrascendentes que el individuo va desarrollando con el resto de su perso-

na. Integrar significa aquí que la persona debe favorecer un acuerdo creciente

entre los ideales, los valores cristianos que ha decidido elegir y su vida vivida

como cristiano en el seguimiento de C risto. Por ello este cuarto estadio im-

plica el paso de la decisión a la actuación, y —co mo veremos— este paso no

es cosa fácil; se trata de realizar en la vida diaria los valores elegidos. La gracia

que m e ha creado com o sujeto de fe, esperanza y caridad, quiere establecer

conmigo una nueva alianza propia de un mu ndo nuevo en Cristo, de una

transformación en El, como sujeto libre que se autotrasciende en el amor y se

da totalmente al Otro y a los otros (cf. fig. 1, p.182 del Vol. I, por lo que se

refiere a la libertad efectiva como factor del proceso de decisión-acción).

Este proceso de integración-acuerdo comporta tres momentos que son

tres niveles de ascesis. Cada uno tiene sus mediad ores psico-sociales.

Ante todo, los valores autotrascendentes elegidos deben integrarse con

las disposiciones, ya existentes en la persona, que constituyen la prim era di-

mensión; son sus disposiciones conscientes a la virtud o al pecado las que

pueden influir sobre su crecimiento en la santidad subjetiva y en la efica-

cia apostólica correspondiente, (cf. Vol. I, pp. 263-269). Análogamente se

podría hablar del nivel de ascesis que nos presenta San Ignacio de Loyola

en la I semana de los Ejercicios espirituales.

En segundo lugar está la integración que, habiendo superado el pecado

por la virtud, se preocupa de servir a Dios imitando a Cristo con un bien

que no sea sólo aparente, sino real, y un bien qu e sea el mejor para el Reino

de Dios (San Ignacio hablaría del «magis»). Por ello, aquí entra en juego una

integración de los nuevos ideales autotrascendentes, tanto con la primera co-

mo con la segunda dimensión; esta última es la del bien real o aparente y de

46

la santidad objetiva con su correspondiente eficacia apostólica (cf. Vol. I, pp

355-367). Se podría hablar de modo análogo de un proceso de ascesis co

mo el de la II y III sem ana de los Ejercicios de San Ignacio.

Finalmente, está el nivel que busca la unión de amor con Dios por sus

perfecciones, que tiende a la entrega total de sí al Otro y a los otros, que as

pira a la libertad completa de sí mismo, de lo que nos cierra y nos limit

en nuestro trascendernos, abrirnos y darnos al Otro. Tod o esto es lo qu

análogamente presenta la IV semana de los Ejercicios espirituales.

Este tercer nivel es al mismo tiempo inicio y punto final de los tres ni

veles, es el trascendernos a nosotros m ismos, q ue está en la base de nuestr

transformación en Cristo; más aún, es el principio de la cooperación de

hombre en el camino vocacional y que influye en

  todo

 este camin o. Efect

vamente, la transformación en Cristo, en último análisis, comporta el pro

ceso de asimilar, de internalizar los valores autotrascendentes vividos po

Cristo, de modo que se pueda afirmar: «Ya no vivo yo, sino que es Cristo

quien vive en mí» (Gal 2, 2 0). Es un proceso de   internalizaciórí

L

~ , que c

porta hacer interior el corazón cristiano, recibido como don gratuito de la

gracia operante en el principio vocacional. Hacerlo interior significa ha

cerlo activo, por medio de la acción precedente y suprema de la graci

cooperante, de modo que dicho corazón de carne esté libre y no dividido

como el de Cristo y por ello disponible como el suyo para ser pobre, casto

y obediente, a entregarse sin reservas al Otro y a los otros. Como se verá

este proceso de internalización tiene sus mediadores psico-sociales.

Tres observaciones al final de la breve descripción de algunos pasos de

camino vocacional.

En primer lugar, algunos fundamentos bíblico-teológicos del camino vo

cacional se encuentra n en G al 5, 13-14; 5, 16-17; 2, 20 y en Rom 12, 2; di

chos fundamentos han sido tratados en las sec. 9.3.1 y 9.3.2 del Vol. I.

En segundo lugar, los diferentes mediadores psico-sociales del camino d

la fe en la vocación son solamente  disposiciones a la acción continua e i

sustituible de la gracia. Se trata de disposiciones que influyen en el camin

vocacional dentro de los límites señalados en la sec. 6.4.2 del Vol. I, límites

esquemáticam ente representados en la fig. 1 del Vol. I (cf. p. 182). No obs

tante, den tro de ciertos límites, su influencia puede ser notable.

En tercer lugar, los diferentes pasos del camino vocacional, que se han

descrito, se pueden leer en términos del proceso de simbolización llevado

a cabo por la persona. Se ha hecho ya referencia a ello en la p. 203 del Vo

I, a la cual nos remitimos.

17.

  El término im enalización se util iza en lugar de interiorización porque este último tiene u

significado muy diverso en la psicología profunda.

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B) Dificultades en el camino vocacional

Como se ha visto (cf. Vol. I, Elementos teológicos, sec. 9.3.1 y 9.3.2),

en la Carta a los Gálatas (5 , 3-14) San Pablo nos dice que el cristiano está

llamado a la libertad para la autotrascendencia del amor. Pero, en la mis-

ma carta (5, 16-17) Pablo nos hace notar que la libertad del cristiano es im-

perfecta, limitada; y esto es cierto igualmente para el hombre   lapsus

  et

 re -

demptus,  esto es, para el cristiano que tiene la gracia redentora de Cristo.

Por ello no es fácil para el individuo desarrollar los dones recibidos de Dios

y convertirse en la persona que Dios lo ha llamado a ser.

Esta perspectiva de antropología teológica del camino vocacional tiene

su verificación en la de la antropología filosófica que se ha presen tado (cf.

Vol. I, sec. 7.8 y 9.2). La persona humana se mueve por la autotrascen-

dencia teocéntrica (Vol. I, 7.3.2); pero en esta autotrascendencia encuen-

tra las dificultades que provienen de la dialéctica de base (Vol. I, 7.3.3), las

cuales en cada individuo se manifiestan de un modo concreto y central en

las dialécticas de las tres dimensiones y en su influjo sobre la libertad (Vol.

I, 8.4.1 y 8.4.2). En el ámb ito de u na discusión sobre la vocación cristiana

vale sobre todo para la primera y segunda dimensión.

La situación que acabamos de estudiar sobre la antropología teológica

y filosófica parece estar presente también en la perspectiva de una antro-

pología psico-social.

Co mo se ha indicado en las páginas precedentes, los primeros pasos del

camino vocacional se centran en torno al yo-ideal o —más precisamente—

al «ideal-de-sí-en situación» (IP-II) para los valores auto trascendentes, ob-

jetivos y revelados por Cristo. Es el quicio, el eje del camino futuro en la

vocación. No obstante, este yo-ideal debe ser continuam ente integrado con

el resto de la persona mediante el proceso de internalización, de asimila-

ción personal d e los valores autotrascendentes de C risto; los valores objeti-

vos y revelados por Cristo deben convertirse en subjetivos mediante la

apropiación por parte del individuo; y —como ya hemos indicado— éste

no es u n proceso fácil. Las dificultades prov ienen de las presiones del gru-

po ,

 de la sociedad, de la cultura. Pero, en ú ltimo análisis, dichas presiones

son la expresión de las dificultades, de las divisiones radicadas en   cada hom-

bre

 (cf.

  Gaudium et Spes,

  n. 10). Desarrollemos un poco este último aspec-

to psico-social de las dificultades en el camino vocacional.

El proceso de internalización de los valores autotrascendente s com por-

ta dos elementos: el primero se refiere al contenido de los valores indica-

dos;

 el segundo concierne a las funciones que estos valores tienen en la mo-

tivación de las personas.

48

Para el  contenido,  los valores hacia los que la persona busca transce

derse deben estar en acuerdo, ser consistentes con los cinco valores obje

tivos y fundamentales a los que nos hemos referido repetidas vece

unión con Dios, seguimiento de Cristo, un corazón pobre, casto y ob

diente como el de Cristo. Por ello no debe tratarse de valores subjetivo

creados por la persona, valores quizá falsos, como tampoco de valores n

turales. Por ello «el ideal-de-sí-en situación» (IP-II) debe ser  objetivo, e

to es, orientado hacia los ideales (valores y actitudes) objetivos y revela

dos por Cristo.

Para la

 junción,

  el problem a no m ira ya el «qué cosa» del contenido, s

no el «por qué» dicho contenido objetivo es aceptado y se mantiene: po

mí o por sí mismo. Por qué motivo mantengo los valores objetivos de Cri

to y vivo según ellos: porque son importantes en sí mismos en cuanto so

de Cristo, o bien porque — en último análisis— son importantes, grati

cantes para mí, para alguna de mis actitudes o necesidades que están má

o menos en oposición, son inconsistentes con los ideales de Cristo.

En el primer caso, mi ideal se orienta hacia la autotrascendencia te

céntrica; en el segundo tiende a un autocentrismo, esto es, a buscarse a

mismo. Esta última hipótesis puede ser consciente o más o menos incon

ciente. E n efecto, los valores, las actitudes ideales pue den expresarse con

cientemente, pero su función puede ser subconsciente: puedo proclam

que quiero dar algo a los demás, pero no me doy cuenta de que subcon

cientemente doy para recibir. Co mo se ha visto hablando del proceso d

simbolización (Vol. I, p. 198 y ss.), una cosa son los valores autotrasce

dentes sentidos y proclamados, y otra los mismos valores vividos como m

tivación positiva o negativa en relación con la autotrascendencia. Así

puede quizá interpretar, al menos en parte, a San Ignacio en los Ejercici

espirituales, en el n. 336: la persona que ha recibido la «consolación si

causa», que viene de Dios, puede en un  segundo  tiempo  formular «diver

propósitos y pareceres que no son dados inmediatamente de Dios».

El problema del

  contenido

 objetivo de los valores depende de la cua

dad y tipo de los mism os valores que se ofrecen a las personas me diante l

distintos medios de catequesis, de formación en la vocación cristiana. N

es nuestra intención tratar este aspecto. Por el contrario, el problema de

función que todo ideal (valor o actitud) ejerce en la motivación de la pe

sona depende de un conjunto de factores, que —e n último término— m

hacen o no libre de vivir dicho ideal en mi autotrascendencia teocéntric

por lo importante en sí mismo de los valores de Cristo y no por la impo

tancia que tienen para mí. Este ejercicio de la libertad es al mismo tiemp

condición

 y

 consecuencia del proceso de internalización de dichos valor

actitudes ideales.

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Veamos ahora en detalle este conjunto de factores que llevan a la  interna-

lización de los valores y de las actitudes y d e este mod o a u na libre utilización

para la autotrascendencia teocéntrica y para la transformación en Cristo.

Quizá sea bueno empezar por una definición existencial de «internali-

zación» como se entiende en el camino de la vocación cristiana. Yo inter-

nalizo un valor revelado o vivido por Cristo cuanto más dispuesto estoy,

cuanto más libre soy de aceptar dicho valor que me lleva a autotrascender-

me teocéntricamente (en lugar de egocéntricamente y/o sólo filantrópico-

socialmente), de dejarme cambiar por tal valor, y de hacer todo esto por

amor de la importancia intrínseca que tiene el valor y no por la importan-

cia que el mismo puede tener para mí (Gal 2, 20 con Rom 14, 7-8 y 2Cor

5,   14-15)

18

.

Ahora bien, el individuo que inicia el camino vocacional es una perso-

na que ya posee — en modo s y grados diversos de su personalidad— las si-

guientes características, que han sido presentadas en el cuadro general pre-

cedente (cf. pp. 19-44).

En primer lugar él posee ya un conjunto de consistencias e inconsis-

tencias centrales. En segundo lugar estas consistencias e inconsistencias cen-

trales son parte de la primera o segunda dimensión y confieren un mayor

o meno r grado de madurez a la persona en cada dimens ión; más aún, den-

tro de cada dimensión, la persona posee aspectos, variables (como, por

ejemplo, la dependencia afectiva, la desconfianza de sí, etc.: cf. p . 24) q ue

son más ó menos consistentes o inconsistentes. Ahora bien, todas estas ca-

racterísticas de la personalidad hacen al individuo más o menos libre, más

o menos disponible a internalizar los valores cristianos que se le ofrecen.

Así, por ejemplo, cuanto más inconsistencias centrales haya en mí entre el

yo-ideal y el yo-actual, entre los valores y las necesidades, mayor será la pre-

sencia de necesidades que me impulsarán a buscar lo importante para mí,

en lugar de lo importante en sí de los valores autotrascendentes. Se dedu-

ce de aquí una resistencia a la internalización en cuanto que el ejercicio de

la libertad queda limitado, y por ello diversos aspectos del camino voca-

cional se ven influenciados n egativamen te (cf. Vol. I, fig. 1, p. 1 82). No es

fácil «internalizar» (según la definición q ue hem os dado más arriba) cu an-

do nos encontramos apegados a nosotros mismos por necesidades de gra-

tificación personal, o por miedos, temores, incertidumbres, esto es, por un

conjunto de elementos que se deriva del hecho de estar divididos en noso-

tros mismos (Gaudium et Spes n. 10 y 13) por nuestras inconsistencias. Es-

18.   Gal 2, 20 es un ejem plo de la

  unión dinímka

  entre Dios y el hom bre presente en el proceso

de internalización; como dice Deidun (1981): «Si Pablo puede neg ar que es el sujeto de su vivir (Gal

2,

 20 a), el mo do co mo él formula la negación («vivo, pero no vivo yo» tiene un relieve considerable)

indica que el vivir del que habla es ahora

  verdaderamente su

  propio vivir» (p. 134).

50

tas divisiones minan nuestra capacidad de conocer y de entregarnos tota

ment e a Dios, de buscar lo que es importante en sí, especialmente el Sí qu

es el absolutamente Otr o.

Es importante explicar brevemente las diferencias que existen entre l

dialécticas centrales de la primera dimensión y las de la segunda como r

íces de las dificultades en el proceso de internalización. Las primeras so

conscientes y las constituyen las consistencias no defensivas; las segunda

son inconscientes (en el caso de las inconsistencias) o son consistencia

conscientes, pero defensivas; como se recordará, las consistencias defens

vas,

 aun siendo conscientes como las no defensivas, hay que considerarl

como dialécticas centrales inconscientes al igual que las inconsistencias i

conscientes a causa de su funcionalidad. Es éste un punto que merece s

subrayado en cuanto que las consistencias defensivas pueden mostrar co

mo internalización lo que no lo es; de aquí las falsas valoraciones que el in

dividuo pueda hacer de sí mismo o de otros acerca de algunos de sus ide

les,

 valores, aspiraciones, acciones, que a prime ra

 vista,

 parecen ser la exp

sión de una trascendencia real y teocéntrica, y de verdadero cambio.

Se pueden describir las cuatro diferencias siguientes entre las dialéctic

de la primera y las de la segunda dim ensión como dificultades diversas p

ra la internalización; valen, sobre todo , para los casos de men or madur

en sus dimensiones (excluidos los casos de pecadores empedernidos):

1) Ante todo, las dialécticas centrales y conscientes de la primera dimen

sión se hallan normalmente influenciadas por nuevas informaciones

si la informació n es persistente, influyen por sí (esto es, si no son ob

taculizadas por otras fuerzas) de modo durable; hay una cierta capac

dad de escucha también en los casos de menor madurez. Después d

todo,

  la «autotrascendencia es la conquista de la intencionalidad con

ciente» (Lonergan, 1973, p. 35). Al contrario, las dialécticas central

de la segunda dimensión, particularmente si son inconscientes y no só

lo preconscientes, son refractarias a nuevas informaciones; más precis

mente: la información que proviene del ambiente puede influenciarl

un poco, pero no de modo durable. Estas son las personas que d

muestran un entusiasmo vocacional transitorio después de un retiro e

piritual o a causa de una situación favorable (a la propia personalida

en las cuales viven por un cierto tiempo (por ejemplo, un noviciado,

un seminario o u na pequeña co munidad); pero sin que se haya prod

cido ningún cambio real en su personalidad, como lo demuestra su fa

ta de adaptación después de haber dejado el ambiente favorable.

2) Esta diferencia acerca de la capacidad de ser influenciad o po r las nuev

informaciones se halla en relación con el hecho d e que en la primera d

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mensión la resistencia a la internalización viene de las necesidades cons-

cientes, mientras en la segunda dimensión proviene de las necesidades

subconscientes. Por ello los individuos de la primera dimensión piensan,

razonan y toman decisiones según una valoración reflexiva y racional (cf.

Vol. I, sec. 7.2.2) que tiende a lo que es importante en sí y por ello a la

autotrascendencia. Por el contrario, la valoración reflexiva tiene una pe-

queña parte en la solución de las dialécticas subconscientes de la segun-

da dimensión. En efecto, el individuo se ve impulsado por el desear

emotivo de sus necesidades vocacionalmente disonantes y, por lo mis-

m o,

  busca automática e inconscientemente  lo qué es importante subjeti-

vamente que se opone a la internalización de los valores autotrascen-

dentes, que, sin embargo , él conscientemente proclama. La libertad efec-

tiva se

 ve,

 por tanto , más fácilmente limitada en

 d

 caso de la segunda di-

mensión que en el de la primera dimensión (c£ Vol.I, sec. 8.4.2).

3) Es cierto que la primera y la segunda dimensión están abiertas a los va-

lores naturales y a los autptrascendentes; pero la segunda dimensión se

halla más significativamente abierta a los valores naturales que a los au-

totrascendentes. De aquí que sea más fácil una resistencia a la interna-

lización de los ideales autotrascendentes. La cosa es más clara por c uan-

to en la segunda dimensión está el inconsciente, que como tal no es au-

totrascendente, y además es un inconsciente opuesto a los valores au-

totrascendentes.

4) Co mo consecuencia de las tres precedentes diferencias, se dan otras en

el

 resultado

 de las dialécticas de la prim era y segunda dimensión . Es cier-

to que los individuos no siempre resuelven las dialécticas conscientes de

la primera dimensión, aun cuando esto,

 por sí mismo,

 debería ser más

posible siendo ellos más libres que los individu os de la segunda di-

mensión. También ellos a veces eligen el no hacer lo que desean. Pero

su capacidad de internalización no queda durante mucho tiempo debi-

litada por sus dialécticas.

La situación es completamente distinta para los individuos menos ma-

duros de la segunda dimensión. Ante todo, especialmente en los casos de

dialécticas inconscientes, (y no en las preconscientes, que, por otra parte,

son menos frecuentes), estos individuos se ven obstaculizados al hacerse

conscientes de la verdadera naturaleza de sus frustraciones y lo m ismo ocu-

rre al modificarlas a través de un nuevo aprendizaje y una revalorización; la

experiencia no tiene prácticamente ningún influjo benéfico para un mejo-

ramiento. Co mo dice Santayana, el hombre que no conoce su pasado está

52

condenado a repetirlo. En segundo lugar, estas repetidas gratificaciones de

las necesidades inconscientes opuestas a la tendencia a la autotrascenden-

cia teocéntrica inheren te al hom bre, n o ofrece ningun a respuesta real íil an

helo fundamental del hombre, dejando de este modo al individuo en un

estado de frustración. Estos individuos buscan una compensación; asi, por

ejemplo su entrada en la vocación religiosa a menudo queda dominada in

conscientem ente por la esperanza de una gratificación de estas necesidade

por parte de «algún» aspecto de la vida religiosa; pero este alivio no pone

fin a la situación.

En efecto, si la persona se ve por algún tiempo aliviada de su desagra-

dable sentido de frustración, su com portamien to, n o obstante, es normal

mente ineficaz, pues no cambia las verdaderas fuentes del malestar eínoti-

vo ,  es decir, las necesidades disonantes inconscientes; a pesar de la mo

mentánea gratificación, estas necesidades continúan siendo fuente de mo-

tivación para el individuo sin que él se dé cuenta forzándolo de ordinario

con una mayor intensidad y, por ello, poniendo en peligro seriamente su

libertad, al menos en su área de influencia. Por otr a parte, las motivaciones

opuestas, es decir, la tendencia a los valores autotrascendentes, permanec en

también inmutables. El resultado es la perpetuación o el aumento gnidual

de la dialéctica , o en la misma forma, o en una forma enmascarada. Se si-

gue de aquí, o bien un proceso sin fin de amargura, de descontento, de

sentido de soledad y de bloqueo de la internalización de los valores auto-

trascendentes, o bien el abandono de la vocación.

Se han presentado dos factores que llevan o no a la internalización de

los valores: 1) las consistencias-inconsistencias y 2) la madurez o inmadu

rez en la primera y en la segunda dimensión. Es necesario añadir ahora un

tercer factor, que depende de los dos precedentes y los acompaña, pero se

añade

  a ellos en el reforzamiento o debilitamiento del proceso de creci

miento vocacional vinculado a la internalización. Ya se ha tratado de él al

hablar del proceso de simbolización (cf. Vol. I, sec. 8.4.3, especialmente pp

205-209 y Vol. II, pp. 29-31).

Bastará aquí recordar que el proceso simbólico obra en el sentido de

crear

 expectativas:

  las personas tienden a conferir a las cosas, a los valores,

otras personas, etc. significados que actúan como expectativas; por ejem

plo,

  se espera que la pertenencia a una institución o a un movimiento o a

un gr upo dentro de la Iglesia será fuente de éxito o d e prestigio, porque lo

mismos han sido elegidos subconscientemente como símbolos de éxito o

de prestigio. Para los objetivos de nue stra discusión es importan te pon er d

relieve que, cuanto más madura es una persona en la primera o en la se

gunda dimensión, tanto más tenderá a simbolizar de modo progresivo, es

to es, con expectativas que favorecen la autotrascendencia; y viceversa

53

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cuanto menos madura sea una persona tanto más su simbolización tende-

rá a ser regresiva y, por ello, opuesta a la autotrascenden cia y a la in ternali-

zación. Este es, sobre todo, el caso del pecado o de hábito s viciosos para la

primera dimensión o de las inconsistencias inconscientes y de las consis-

tencias defensivas centrales de la segunda dimensión; en estas últimas las

expectativas pueden estar muy en contraste con lo que comporta aceptar y

vivir los valores autotrascendentes propios de la internalización y, por lo

mismo, pueden ser expectativas muy poco realistas para un verdadero cre-

cimiento en el camino vocacional. En un a palabra, aun proclam ando que

se busca, más o menos inconscientemente, el Reino de Dios lo que en re-

alidad se desea es el reino del propio yo. Y de nuevo, como hemos visto

más arriba, estas expectativas poco realistas son fuente de profu ndas frus-

traciones de las personas, añadiéndose así a las que provienen de las dialéc-

ticas de la primera y segunda dim ensión para después favorecer un bloqueo

o el abandono del compromiso vocacional. No obstante, la fuerza de mo-

tivación de estas expectativas es menor que las de la primera y segunda di-

mensión en cuanto viene derivada de esta última.

Estas dificultades en el cami no vocacional, que prov ienen de las expec-

tativas poco realistas, se hallan presentes en la primera y en la segunda di-

mensión. También aquí valen, análogamente, las cuatro diferencias señala-

das para la internalización. N os referimos a las diferencias ind icadas cu an-

do se confrontan las dialécticas de la primera con las de la segunda dim en-

sión (pp. 51-53).

Un cuarto factor que ejerce su influencia en la internalización o no in-

ternalización de los valores autotrascendente s es aquel que tiene sus raíces,

no sólo en las fuerzas intrapsíquicas de la persona, sino tambié n en el in-

flujo interpers onal, social. Este factor ha sido señalado y estud iado po r

Kelman (1958, 1960, 1961), pero en un contexto completamente distin-

to del que aquí consideramos. Baste notar que dicho autor toma como tér-

mino

  último

  de referencia, no los valores objetivos, sino los subjetivos (cf.

por ejemplo, 1961, pp. 65-66). Por ello su definición de internalización es

substancialmente diversa

19

.

A pesar de todo, su aportación es muy importante por haber propues-

to el concepto de internalización; además él lo ha distinguido del de identi-

ficación y de complacencia y ha confirmado esta distinción m ediante la in-

vestigación.

Por lo que se refiere al tema de la internalización de los valores auto-

trascendentes este cuarto factor no es algo nuevo respecto a los tres prece-

19.

  Se pueden indicar otras dos diferencias entre las ideas de Kelman y lo que aquí seguirá. Kel-

man acentúa más bien las dinámicas sociales y —parece— mucho menos las intrapsíquicas. Además

no distin gue, en la identificación, la no internalizante de la internalizante.

54

dentes. Pero sí amplía y explicita conceptos presentes en ellos y los aplic

al aspecto social del  problema.

La definición existencial de internalización presentada anteriormente

subrayaba que el valor se internaliza en cua nto la persona es libre, está dis

puesta a aceptar el valor como algo que lleva a transcenderse teocéntnca

mente, como algo según lo cual la persona es transformada y, finalment

se internaliza por amor del valor intrínseco del ideal cristiano elegido.

Ahora bien, Kelman hace notar que se puede aceptar un valor sin que

rer, más aún, rechazando conscientemente (o inconscientemente) ser trans

formado por el mismo. Este proceso viene llamado

  complacencia.

  Segú

Kelman aquí el individuo acepta el influjo de otra persona o grupo con l

esperanza de sacar ventaja o de evitar algún castigo controlado por aquell

persona o grupo; se trata sólo de una aceptación

 externa

 en la que las act

tudes o valores no se adoptan porque el individuo crea en sus contenidos

sino sencillamente porque tiene incentivos externos. La persona se adapt

externamente a la situación y —por ejemplo— puede parecer un «buen re

ligioso» que es respetuoso y obediente a sus superiores, pero internamente

no cree en el contenido de lo que hace (cf. Jn 6, 26-29).

Según la teoría aq uí expuesta no es necesario que el individuo sea cons

ciente de esto; para que falte la internalización y se dé sólo complacenci

basta que todo suceda más o menos inconscientemente. Por ello, una ne

cesidad fuertemente «sentida» en las dialécticas de la primera o de la se

gund a dim ensión tiende a llevar a la complacencia; y esto, como se ha vis

to (cf. p p. 51 -53), es particularm ente cierto para las dialécticas inconscien

tes de la segunda dimensión; pues «su sentido de frustración lo llevará a

buscar fuentes actuales o potenciales de aprobación, de aceptación, de re

compensa y, viceversa, a evitar fuentes de desaprobación, de rechazo, d

castigo. En la medida en que es impulsado por dichas inconsistencias cen

trales vocacionales, se tendrá complacencia» (Rulla, 1971, p. 317). Si

guiendo la interesante investigación de Freedman, Wallington y Bless

(1967) es útil hacer notar que no es indispensable una presión externa pa

ra llegar a la complacencia; basta q ue la persona trate de reducir su sentido

interior de culpa (lo que sucede fácilmente como consecuencia de una in

consistencia central subconsciente).

En la identificación la persona a dopta las nuevas actitudes o ideales, n

porque sean importa ntes por sí mismos, sino porque son importantes pa

ra la person a. En la descripción de Kelm an, el individuo acepta   interna

mente cuanto le viene propuesto, cosa que no hacía en la complacencia

donde sólo había aceptación externa. Pero adopta estas nuevas actitudes

5

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valores, ante to do, po rque satisfacen y acrecientan la imagen, la estima que

tiene de sí mismo. Así, por ejemplo, obedece a un superior o sigue la mar-

cha de un grupo porque esto es gratificante para la imagen que tiene de sí

mismo; de modo semejante puede aceptar y vivir un papel determinado

porque eleva el concepto de sí. Nótese que esta relación gratificante con

otra persona o con su rol puede ser establecida por el individuo en la rea-

lidad presente o sólo en su fantasía. Por ejemplo, la identificación con un

grupo religioso puede tener lugar porque en la fantasía del sujeto la iden-

tificación es gratificante para la imagen de sí.

De nuevo, según las ideas expuestas anteriormente en el cuadro gene-

ral, las personas que presentan fuertes oposiciones internas en las dialécti-

cas de la primera o segunda dimensión se inclinarán a desarrollar la iden-

tificación. En efecto, están divididas interiormente y por lo mismo afecta-

das (consciente o subconscientemente) en la imagen, en la estima de sí mis-

mas y se encuentran así en necesidad, en búsqueda de cualquier relación

externa que gratifique, que aumente dicha imagen y estima.

No obstante, como se ha indicado   (1971,  p. 317), es importante dis-

tinguir un proceso de identificación que no lleva a la internalización de

otro que, por el contrario, favorece la internalización: esto es, distinguir la

identificación no internalizante de la identificación internalizante. La dife-

rencia entre las dos se encuentra en la parte del selfo  yo que queda gratifi-

cada en la relación. Citamos de la publicación de 1971, p. 317:

«a) En la medida en que  hiparte de la imagen de sí, de la estima de sí,

gratificada por la relación, puede ser integrada con los valores objetivos d e

la vocación, en la misma medid a la relación identificante llevará a la inter-

nalización de las actitudes y valores vocacionales (identificación internali-

zante);

 b) cuanto más

 la  parte

 de la imagen de sí gratificada por la relación

identificante  no puede ser integrada con los valores vocacionales objetivos,

más esta relación llevará a la complacencia o, po r lo meno s, lejos de la in-

ternalización (identificación no internalizante). La identificación es un pr o-

ceso muy fuerte de influencia social, pero ello  es  fuertemente ambivalente

como medio de influir en la internalización de las actitudes y de los valo-

res vocacionales».

Resumiendo y simplificando se puede decir que —como se ha visto al

tratar de los tres primeros factores— el proceso de internalización de los

valores objetivos autotrascendentes viene favorecido por una madurez en

la primera y en la segunda dimensión, incluso en el caso de que ello tenga

lugar mediante un proceso de identificación internalizante. Un ejemplo

puede ser la estima h acia un religioso, estima qu e le lleva a optar por la vi-

da religiosa, aunque con el tiempo la relación con aquella persona no sea

necesaria para su perseverancia y crecimiento vocacional p or cuan to ha ha -

56

bido una progresiva y genuina internalización de los valores de Cristo, o

sea, que ha habido un paso desde lo que es importante para mí a lo im

portante en sí mismo que me trasciende teocéntricamente. Al contrario

una escasa madurez en la primera y segunda dimensión bloquean el pro

ceso de identificación internalizante; mi vocación cristiana viene más o m e

nos apoyada por una búsqueda de lo que es importante para mí, por el éxi

to ,  por el apoyo social, humano, natural y no por la entrega incondiciona

a Dios el incognoscible, por amor de su Reino en mí y en los otros (cf. J

5,   41-44). Cuando dicho apoyo social disminuye, cuando hay mied

(consciente o subconsciente) de hacer un mal papel, de ser descartado

margin ado, de no tener un a vida segura, o confortable, o apreciada, es mu

posible quedarse bloqueado en la propia autotrascendencia teocéntrica,

traicionarla. En esta línea puede haber diferencias entre el influjo de la pr

mera y el de la segunda dime nsión según los cuatro pun tos indicados e

las pp.  51-53.

Cuanto se ha venido diciendo sobre los tres (o cuatro) factores que in

tervienen en el proceso de internalización indica que la mayor o meno

madurez en la primera y en la segunda dimensión influye notablemente so

bre el

  tipo defunción

  que los valores y las actitudes proclamados por mí co

mo ideales tendrán en mi motivación. ¿Pero, qué tipo de funciones se pue

den derivar?

Hablando de la ambigüedad del sistema motivacional (cf. Vol. I, sec

8.3.1)

  se indicó (siguiendo a autores como Smith, 1956, Katz, 1960 y Ro

keach, 1973) qu e los valores y las actitudes pue den desarrollar cuatro tipo

de funciones: expresar valores, favorecer nuestro conocimiento, gratificar

nos y defendernos. La discusión sobre el proceso de internalización ha in

dicado que es importante tener discreta madurez en la primera y en la se

gunda dimensión a fin de que mi expresión de valores y mi empeño por e

conocimiento puedan ser elementos motivadores para una autotrascen

dencia teocéntrica. De otro modo puedo utilizar la expresión, la procla

mación de los valores como también mi esfuerzo por el conocimiento, no

para crecimiento de la vocación cristiana, sino a lo más para una autotras

cendencia egocéntrica o filantrópico-social. Una discreta madurez en la pri

mera y en la segunda dimensión es necesaria de modo que mi yo (o

  sel

se transcienda hacia los valores objetivos y revelados por Cristo, y n o haci

los valores subjetivos q ue quizá son opuestos a los de Cristo

20

.

20. Un co nocim iento de la madur ez en la prime ra y segunda dimensión m e permite discern

más fácilmente si la función expresiva de los valores no es usada al servicio de una gratificación subje

tiva de lo que es importante para mí, más o menos opuesto a lo que es importante en sí mismo teo

céntricamente. Véase en este sentido, el uso subjetivo descrito po t Rokeach (1968, p. 132) para la fu

ción expresiva de los valores como «superordenada» a todas las demás funciones.

5

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A l co n t r a r i o , u n a e s casa m ad u re z en l a p r i m er a y en la s eg u n d a d i -

mens ión me d i sponen a usar los valores y l as act i tudes , que proclamo o v i -

v o,

  para una grat i f i cación u t i l i t ar i a o para una defensa de mí mismo; as í ,

por e jemplo , una act iv idad apos tó l i ca puede serv i r para l a función de bús-

queda de aprobación o de éx i to de modo que no puedo ser l ib re en segui r

a Cri s to para una mis ión que se me p ida por l a obediencia , o para una mi -

s ión menos remunerat iva y pres t ig iosa, aunque más ú t i l para su Reino . De

m o d o s em e j an t e , p u e d o t en e r v a lo re s y ac t i tu d es co m o e l de l co m p ro m i s o

p o r l a j u s t i c i a s o c i a l , p e ro t en e r l o s p o rq u e i n co n s c i en t em en t e q u i e ro d e -

fenderm e a m í mism o para revalor izarme; o b ien el de la cas t idad , pero des -

pués es tab lezco relaciones con los demás para a t raer los , a mí y no a Cri s to .

La importancia de una « in ternal i zación» la expresa muy b ien San Igna-

cio de Loyola en sus

  Constituciones,

  en el n . 288 (cf . Obras de San Ignacio

de Loyola , 1991) . Es un t ex to que sugiere c laramente l as d i s t inciones de

complacencia , ident i f i cación no in ternal i zante o in ternal i zante y de in ter-

nal i zación que hemos v i s to . C i témos lo :

«Todos se esfuercen de tener la intención recta, no solamente acerca del esta-

do de su vida, pero aún de todas cosas particulares, siempre pretendiendo en

ellas puramen te el servir y complacer a la Divina Bon dad por sí misma, y p or

el amor y beneficios tan singulares en que nos previno

 {internalización o iden-

tificación

  internalizante}, más que por temor de penas ni esperanza de premios

{complacencia), aunque de esto deben también ayudarse; y sean exhortados a

menudo a buscar en todas las cosas a Dios nuestro Señor, apartando, cuanto

es posible de sí el amor de todas las criaturas

 {identificación no internalizante o

internalizante),  po r ponerle en el Criador de ellas, a El en todas aman do y a to-

das en El, conforme a su santísima y divina voluntad».

1 .2 .3 .

  Procesos principales de la vocación en una perspectiva psicosocial

Cuanto se ha d icho sobre los pasos y sobre l as d i f i cu l t ades del cami-

no vocacional puede t ener una inf luencia notable sobre a lgunos procesos

i m p o r t an t e s p ro p i o s d e l a v o cac i ó n . E n co n c re t o s e q u i e r e h ab l a r d e l a s

disposicionespsico-sociales

  en cua nto afectan a a lgun os pasos suces ivos del

cam i n o v o cac i o n a l . S e l l ev a rá a cab o p ro p o n i en d o c i n co p ro p o s i c i o n es

generales , que serán comen tada s breve men te. Ya fueron p resenta das en la

formulación in icia l de l a t eorú (1971); vo lveremos sobre l as mismas y —

cu an d o s ea n eces a r i o — s e v o l v e rán a fo rm u l a r s eg ú n l a s n u ev as p e r s p ec -

t ivas in terd i scip l inares presentadas en el presente l ibro y en Vol . I .

Las t res pr imeras propos iciones se ref i eren al

 principio

  d e l cam i n o v o -

cacional . En 1971 se ap l icaron al proceso de en t ra da en l a vocació n sacer-

dotal y rel igiosa.

58

Propos ición I :

  La vocación cristiana es un proceso hacia la realización de

ideal de sí más que del concepto de sí.

Propos ición I I :  La vocación cristiana es un proceso hacia la realización de

ideal-de-sí-en-situación o delyo-ideal.

Propos ición I I I :  El yo-ideal por medio del cual

 se

  expresa el inicio del com

promiso vocacional  se caracteriza más por los valores instrumentales y finale

que por las actitudes, y el contenido de este yo-ideal (valores y actitudes) lo con

tituyen más las variables autotrascendentes que las variable naturales.

Estas propos iciones quieren poner de re l i eve algunos puntos propues

tos en muchos lugares de nues t ro t rabajo de 1971 al cual remi t imos al l ec

tor . Ante todo l a mot ivación humana es t e leo lógica y ax io lógica: e l hom

bre t i ende a real i zar valores y de es te modo a au to t rascenderse. En es te an-

h e l o d e au t o t r a s cen d en c i a l a p e r s o n a q u e em p ren d e e l c am i n o d e l a v o ca

ción cr i s t iana t ra ta de real izar el s ignif i cado onto lógico del hom bre mism

q u e e s e l d e l a au t o t r a s cen d e n c i a t eo cén t r i ca y n o u n a au t o t r a s cen d en c i

ego céntr ica o fi lantrópico-social . Por esto el yo-id eal del ho m br e com ien

za s u cam i n o v o cac i o n a l t en d i e n d o m ás a lo s v a l o re s au t o t r a s ce n d en t e

(morales y rel igiosos) que a los valores naturales.

A d em ás , e l h o m b re c r i s t i an o se si en t e ll am ad o a u n a au t o - t r a s cen d en

cia t eocént r i ca que se concreta y pasa, sobre todo , a t ravés del amor a l a

personas (y cosas ) en l a s i tuación , en el ambiente en que v ive; por e l lo t ra

ta de real i zar un ideal «s i tuado» mediante l a au to t rascendencia del amor

Es el aspecto socio-eclesia l de l a vocació n cr i s t i ana que se mani f i es ta des

d e l o s p r i m ero s m o m en t o s d e l cam i n o v o cac i o n a l .

F i n a l m en t e , e l c r i s t i an o s e s i en t e l l am ad o m ás a l a au t o t r a s cen d en c i

que a l a au torreal i zación , aunque s í se percibe —más o menos consciente

y expl íc i t amente— que los dos procesos son in terdependientes .

Las dos ú l t imas propos iciones cons ideran los aspectos de l a perseveran

cia , y t ambién los del crecimiento y ef i cacia apos tó l i ca en l a vocación  t

como se manifiestan en el proceso de internalización de los valores  y de las a

titudes autotrascendentes;

  aquí , obvi ame nte, se quiere pon er de re l i eve lo

ideales revelados por Cri s to con l a palabra y con el e jemplo .

Propos ición IV:  La perseverancia y el crecimiento en la internalización de

 

ideales autotrascendentes se halla en relación con el grado de madurez en la pr

mera y segunda dimensión, y por  ello con el tipo, grado y número de  consistenc

e inconsistencias centrales con scientes y  subconscientes del yo-ideal con elyo-actu

Un comentar io adecuado a es ta propos ición s igni f i car ía práct i cament

una repet i c ión de cuanto se ha escr i to en los cap . 7 , 8 y 9 del Vol . I . Po

el lo nos l imi taremos a a lgunas breves indicaciones .

5

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La raíz de la proposición es la dialéctica de base del hombre; por ello,

la proposición se funda en las características de esta dialéctica tal como se

manifiesta en las consistencias o inconsistencias centrales de la primera y

segunda d imens ión, las cuales se hallan significativamente abiertas al hori-

zonte de los ideales autotrascendentes.

En lo referente a la perseverancia o no en la vocación

 puede

 darse una d i-

ferencia de grado en el influjo que proviene de la primera y segunda dimen-

sión; la primera dim ensión puede ser más influyente cu ando las disposiciones

de la primera dimensión se hallan acompañadas de situaciones graves de pe-

cado o de hábitos viciosos. En el caso en que estas últimas condiciones  no se

hallen pres entes, enton ces valen las diferencias en tre las dialécticas de las dos

dimensiones, de las que hemos hablado en los cuatro puntos de las pp. 51-

52 ,  incluidas sus repercusiones sobre las expectativas y el proceso de simboli-

zación como también sobre la complacencia, sobre la identificación no in-

ternalizante, etc. (cf. pp. 53 -58). En c onjunto se puede decir que —en tales

circunstancias— la segunda dimensión tiene un influjo más duradero y más

nocivo, aunque más sutil y más ambiguo. Como consecuencia, también la

fuerza de motivación de las expectativas más o menos irreales sostenidas por

la primera dimensión debería ser claramente menor y menos eficaz que la de

las expectativas sostenidas por la segunda dimensión.

Las mismas consideraciones y conclusiones, sobre el mayor influjo de

la segunda dimensión en comparación con la primera, parecen ser válidas

también para el proceso de

  internalización.

  Por esto último se puede aña-

dir que influye en la capacidad de «escuchar» la palabra de Dios, de dis-

cernir y de amar.

En efecto, como se ha visto (Vol. I, pp. 77-86 y en el presente Vol. pp.

53-54) cua nto más em ociones inconscientes haya en la persona, más selec-

tivas se hacen la percepción, la memoria, la imaginación; y por ello, dichas

emociones condicionan más nuestro conocer, nuestra capacidad de dar sig-

nificados a informaciones, a valores, a personas, a acontecimientos, etc. Co-

mo consecuencia, los individuos pueden tener una falsa visión psicológica

de las cosas, una visión parcial y distorsionada. Resultan, de este mod o, di-

fíciles una orientación y una interpretación de la realidad que sean objeti-

vas,

  al menos por lo que se refiere a las áreas de la personalidad influencia-

das por las inconsistencias centrales inconscientes de la segunda dim ensió n.

Dichas limitaciones y distorsiones se aplican tam bién a la palabra de

Dios, q ue nos habla a través de la Escritura, la liturgia, las instituciones, las

personas y el significado profundo de la realidad. La persona «oye» pero no

«escucha»; es, en cierto sentido «sorda».

A su vez esta «sordera» pue de afectar la capacidad d e discernir los sig-

nos de Dio s en lo que se refiere a la misión a la cual El nos llama.

60

Como indica la fig. 1 del Vol. I, las emociones, especialmente las in

conscientes de la segunda dimens ión, redu cen la libertad efectiva de la pe

sona. Y esta reducción de libertad influencia no sólo el escuchar y el dis

cernir, sino también y sobre todo el amar, es decir, el hacer donación tota

de sí al Otro y a los otros. Si el yo (o   self), presenta una seria inestabilida

y falta de seguridad a causa de las inconsistencias centrales inconscientes n

le resultará fácil «perderse» totalmente en el amor. Solamente una person

madura, segura de sí misma, puede perderse a sí misma, amar realmente

del mismo m odo que lo ha hecho Cristo.

De este modo se puede comprender cómo un proceso de internaliza

ción, que está bloqueado de modo sutil en ciertas áreas de nuestra motiv

ción, especialmente de la segunda dimensión, puede influir negativamen

te en la objetividad y en la libertad del yo-ideal.

Por ello parece que la segunda dimensión puede  ejercer una influenc

notable en la formación profunda de las conciencias, al menos en los lím

tes de la santidad objetiva con su respectiva eficacia apostólica e,

 indirect

mente,

 de la santidad subjetiva y la eficacia apostólica correspo ndiente. E

ta posibilidad se expresa más explícitamente en la siguiente prop osición

Proposición V:  )Las crisis vocacionales

 que provienen de la

 escasa

 

rez de

 la

 primera y de la segunda dimensión, al principio están más presen

en las actitudes que en los valores instrumentales y finales

 autotrascenden

b) Un

 empeoramiento

 de la crisis puede

 tener su

 raíz no

 sólo

 en un em

ramiento en la primera dimensión, sino antes, en la fragilidad de

 la

 perso

debido a una condición de inconsistencias inconscientes de la segunda dim

sión, que de modo latente hacía tiempo que existía. En efecto,  esta condic

puede hacer muy frágil el

 equilibrio-desequilibrio

  entre

 la

 primera y la seg

da dim ensión; por ello, con el tiempo, puede minar

  la

 primera dimensión

mediante esta última,  algunos d e los valores instrumentales y finales autot

cendentes undamentales para la vocación.

Ha y dos partes en la proposición. La primera p arte (a) indica que l

actitudes, teniendo una fuerza de motivación menor que la de los valore

y necesidades, estimulan menos el sentido de culpa cuando son violadas

por ello pueden serlo más fácilmente. Son más «pequeñas». No obstant

en la vida del espíritu, las cosas pequeñas, aunque sean pequeñas, puede

llegar a ser importantes.

La segunda parte (b) pone de relieve, sobre todo, la relación de la pr

mera y segunda dimensión, respectivamente, con la santidad subjetiva y

objetiva. Como ya se ha visto (Vol. I, pp. 263-269) la santidad objetiv

puede afectar indirectamente a la santidad subjetiva y a la correspondien

eficacia apostólica. En segundo lugar la segunda parte recuerda   la impo

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tancia

 crucial

 del

 equilibrio-desequilibrio

 qu e

 existe

 entre

 la

 primera y segun-

da dimensión.  Influjos externos a la persona, particularmente fuertes, pue-

den alterar dicho equilibrio, al menos en los casos en los que es inestable,

a diferencia de los casos en que se halla fuertem ente estabilizado. En los ca-

sos de un  equilibrio fundamentalmente

  inestable,

  anterior al influjo externo,

es posible o una mejoría, o un empeoramiento de la situación vocacional;

habrá mejoría si el influjo externo es favorable al crecimiento vocacional y

al mismo tiemp o las fuerzas subconscientes prevalecen sólo ligeramente so-

bre las conscientes; se tenderá a un empeoramiento, por el contrario, si el

influjo externo es contrario al crecim iento vocacional y las fuerzas inco ns-

cientes antivocacionales prevalecen claramente sobre las conscientes.

El influjo externo, positivo o negativo, tendrá, por el contrario, escaso

impacto si se encuentra frente a un equilibrio-desequilibrio entre primera y

segunda dimensión que se halla ya

 fuertemente estabilizado,

 bien en el sen-

tido de una prevalencia relativa de una primera dimensión madura, bien

en el de una prevalencia relativa de una segunda dimensió n inma dura. N o

obstante, queda claro que una primera dimensión madura, reforzada po r

un fuerte influjo externo positivo, puede mejorar este equilibrio-desequili-

brio que ya es bueno; y, viceversa, una segunda dimensión inmadura, uni-

da a un fuerte influjo externo negativo, puede empeorar este equilibrio-de-

sequilibrio ya de por sí precario. La observación cotidiana parece confirmar

esta acción potencialmente destructora de la vocación que las inconsisten-

cias inconscientes de la segunda dimensión pueden ejercer en su equilibrio-

desequilibrio con la primera dimensión. Todos hemos visto personas que

siguen la vocación sacerdotal o religiosa, que du rante a ños no h an dad o se-

ñales manifiestas de debilidades en la primer a dimensión (virtud-pecado)

y tampoco en la segunda dimensión (bien real-aparente). En lo que se re-

fiere a la segunda dimensión es particularmente posible en el caso de las in-

consistencias psicológicas, en las que el individuo está

 adaptado socialmen-

¿f pero no psicológicamente (de modo latente): véase pp.   32-33.  Después

viene inesperadamente la crisis incluso en la primera dimensión y el indi-

viduo abandona la vocación. La cosa suscita admiración y —en el caso de

personas con altas responsabilidades— produce sorpresa. En realidad se

trataba de «un gigante con los pies de barro». Es cierto que, en general, la

crisis se halla acompañad a de una m enor dedicación o abandon o de la ora-

ción. Pero se puede preguntar: ¿Por qué dichas personas no oran ya? Qui-

zá la oposición subconsciente a la autotrascendencia teocéntrica tiene mu-

cho que decir y que hacer a este propósito, en cuanto la misma es un obs-

táculo del proceso de internalización, limitan do de este modo la formación

de profundas y arraigadas convicciones personales.

62

Algunas implicaciones de las ideas expuestas

Sólo mencionaremos unos pocos puntos y únicamente como recuerd

de aspectos ya implícitamente presentados.

Las tres primeras proposiciones presentadas en las páginas precedentes s

centran en el hecho ontológico propio de la persona humana de tender a l

autotrascendencia teocéntrica. Las otras dos proposiciones tienen su raíz e

otro hecho ontológico, la dialéctica de base, que se evidencia de mo do cen

tral en las consistencias-inconsistencias de la primera y segunda dimensión

Por ello las cinco proposiciones y la teoría (de la cual las primeras so

la presentación sintética) pueden ser traducidas y operacionalizadas en tér

minos de antropología científica psico-social, subrayando los dos aspecto

fundamentales de la autotrascendencia y de la consistencia, ambos com

moldes del proceso de internalización. Por todas estas razones se puede ca

lificar la teoría psico-social de la vocación expuesta aquí como «teoría de l

autotrascendencia en la consistencia».

Autotrascendencia y consistencia se influyen m utuam ente. A su vez am

bas comportan —como efecto secundario— una realización personal; ade

más, ambas son disposiciones que afectan tanto a la perseverancia como a

proceso de internalización y —a través de este último— al crecimiento y

la eficacia apostólica en la vocación. Se pueden representar estas interac

ciones e implicaciones de los diversos elementos con el esquema de la fi

gura 2 (que está tomado — con alguna modificación— de Rulla, Ridick

Imoda, 1976, p. 13).

AUTOTRANSCENDENCIA (efecto secundario) ,

I

d i s p o n e a y u d a

a la a la

I I ^

C O N S I S T E N C I A ( d i s p o n e a l a) • r e a l i z a ci ó n p e r s o n a l *

t  .1 t

dispone e fec to

a l a secu nda r io

. I .

I ( d i s p o n e a l a ) — • i n t e r n a l i z a c i ó n y p e r s e v e r a n c i a

' ( ayuda) '

* La realización personal llevará a la internalización y a la perseverancia en la medida en que la

  p

te

 del yo (o

 self)

 qu e es realizada pueda integrarse con los valores objetivos autotrascendentcs.

Figura 2.

  Síntesis de la teoría de la autotrascendencia en la consistencia

6

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La f igura indica que , ba jo la acc ión de la grac ia , en una vida voca-

c i ona l v i v i da , yo me c onv i e r t o e n va l o r e s ( c omo c ons e c ue nc i a de una

germina autotrascendencia teocéntrica)  y los va lores autot rascendentes ob-

je t ivos l legan a se r yo mismo (como consecuenc ia de la consis tenc ia ) . Se

t i e ne de e s t e modo una i n t e r na l i z a c i ón e n Cr i s t o , una t r a ns f o r ma c i ón

en E l (Gal 2 , 20) y una rea l izac ión de mí mismo, de mi capac idad de

autot rascendenc ia teocént r ica . En ot ras pa labras , la vida de fe , que acep-

ta los va lores de Cr is to, l leva a una concordanc ia ent re los idea les obje -

t ivos c r i s t ianos y mis idea les subje t ivos . A su vez , es ta concordanc ia fa -

vorece también la concordanc ia ent re mis idea les con e l r es to de toda la

pe r s ona , de l a p r i me r a y de l a s e gunda , y pos i b l e m e n t e t e r c e r a , d i me n -

s ión y  viceversa.  De aquí proviene un c rec imiento de la inte rna l izac ión,

que — a su vez — favorece el c rec im iento en la cons is tenc ia y en la au-

t o t r a s c e nde nc i a .

  Pero todo esto según el camino, lleno de dificultades, des-

crito anteriormente.

La dis t inc ión de la r espec t iva inf luenc ia de l consc iente y de l incons-

c iente en la mot ivac ión que acompaña e l camino vocac iona l , ha s ido uno

de l o s pun t os má s i mpor t a n t e s de l o d i s c u t i do p r e c e de n t e me n t e . E s t a

dis t inc ión viene exigida por e l hecho de que la vocac ión se implanta en

una persona l idad en la que los e lementos consc ientes e inconsc ientes es-

tán ya presentes , y desde la infanc ia , como componentes normales de la

persona humana . Por e l lo es necesar io hacer

  preceder

  una ident i f icac ión

de l o s c om pon e n t e s i nc ons c i e n t e s a l a de lo s c ons c i e n t e s , po r l o me n os

en e l sent ido de poder ident i f ica r e l cómo y e l porqué los pr imeros pue-

dan e je rcer una func ión de oposic ión a la autot rascendenc ia teocént r ica ,

que es ca rac te r í s t ica de los componentes de la per sona (consis tenc ias no

defensivas) .

En es ta l ínea han s ido ident i f icadas en pr imer té rmino las inconsis ten-

c ias cent ra les inconsc ientes (1971) ; después , par t iendo de dichas inconsis-

tenc ias , se han podido dis t ingui r las consis tenc ias consc ientes , en defensi -

vas y no defensivas (1976). Finalmente, en el presente estudio y en el Vol.

I se ha of rec ido pr imeramente una formulac ión de cómo dichas consis ten-

c ias e inconsis tenc ias par t ic ipan en la const i tuc ión de la pr imera y segun-

da dimensión y después , cómo las mismas desempeñan una func ión s im-

ból ica que favorece o se opo ne a la autot rascend enc ia teocén t r ica y a la in-

te rna l izac ión.

T odo e s t o pe r mi t e no s ó l o e n t e nde r me j o r l o s p r oc e s os de a u t o t r a s -

cendenc ia y de inte rna l izac ión, s ino también hacer posible y más fác i l dis-

cernir la función positiva o negativa del bien real o aparente llevado a ca-

bo por los va lores y ac t i tudes que se pueden ver en las per sonas en cami-

no vocac iona l .

64

Pero conviene nota r que es te discernimiento par te de u na ident i ficac ión

de los e lementos inconsc ientes de cada persona . En e l fondo es e l mismo

pr inc ipio a f i rmado por e l Card. Woj tyla (1979 a ) que —en un contexto

más genera l— escr ibe :

«... en realidad parece que sería imposible entend er y explicar el ser hu ma-

no ,

 su dinam ismo, co mo también su actuar consciente y sus acciones, si ba

sásemos nuestras consideraciones únicamente en nuestra conciencia. A es-

te propósito, parece que la potencialidad del subconsciente existe antes; es

primaria (antecedente) y más indispensable q ue la conciencia para la inter

pretación del dinamismo hu mano como tamb ién para la interpretación de

la actuación consciente» (p. 93).

Nótese que se trata de una prioridad estructural, la cual no signif ica su

pe r i o r i da d o p r e domi n i o .

A propósi to de l discernimiento en e l proceso de inte rna l izac ión con-

viene subrayar que durante e l camino vocac iona l una persona puede cam-

bia r sus ac t i tudes y sus va lores . Pero para un exac to discernimiento, no se

necesi ta pregunta r s i una per sona puede cambiar o s i ya ha cambiado. Es

c la ro que es to es posible . No obstante puede suceder que e l cambio se ha

ya rea l izado, no por un proceso de inte rna l izac ión de los va lores autot ras

cendentes , s ino por un proceso de complacenc ia o de ident i f icac ión no in-

ternalizante (cf . pp. 53-55). Más bien, para un exacto discernimiento es ne-

cesar io pregunta r se : ¿ha modif icado la per sona su capac id ad de cam bio se

gún una verdadera inte rna l izac ión? ¿Está

  libre

  de divis iones inte rnas y de

dependenc ia con e l exte r ior , de modo que es tá c rec iendo en su capac idad

de autot rascendenc ia teocént r ica? En ot ras pa labras : ¿puede mantenerse en

pie ella sola ante Dios y con la ayuda de su gracia?

En este punto de la presentación de los aspectos psico-sociales de la an

t ropología de la vocac ión c r i s t iana parece opor tuno recordar un conoc ido

texto de l Conc i l io Vat icano I I .

Resu me y prec isa los fines de la integrac ión de un a ant rop olog ía ps ico

soc ia l con las demás ant ropologías per t inentes a la vocac ión c r i s t iana , es

pec ia lmen te la teológica :

«Hay que reconocer y emplear suficientemente en el trabajo pastoral no só

lo los principios teológicos, sino también los descubrimientos de las cien

cias profanas, sobre todo en psicología y en sociología, llevando así a los fie

les a una más pura y madura vida de fe»

  {Gaudium et Spes,

  n. 62).

Las páginas precedentes indican que verdaderamente una vis ión ps ico

soc ia l puede se r una apor tac ión no indi fe rente para «una más pura y ma

dura vida de fe».

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8/18/2019 Rulla, L.M. Antropologia-de-la-vocacion-cristiana.pdf

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Las páginas que siguen quieren confirmar con múltiples y  convergentes

observaciones y con datos concretos la misma realidad.

La presentación se articula del modo siguiente:

Después de un capítulo (cap. 2) de premisas metodológicas, especial-

ment e sobre el proyecto experimental llevado a cabo en la presente investi-

gación, el libro verifica las bases antropológicas de qué es la persona huma-

na en el diálogo vocacional, confirmando el hecho existencia de que la per-

sona humana vive según tres dimensiones: la de la virtud o pecado, la del

bien real o bien aparente y la de la normalidad o patología (cap. 3).

El capítulo siguiente (cap. 4) trata de individualizar cuáles son los ele-

men tos psico-sociales de la persona qu e intervienen en el inicio de la voca-

ción cristiana.

En el capítulo 5 la atención se centra, sobre todo, en dos aspectos, el de

la perseverancia en la vocación y el de la internalización de los valores au-

totrascendentes de Cristo por parte de la persona. Estos dos aspectos son

analizados por su relación con los diversos factores de la personalidad en

cuanto favorecen o n o el desarrollo vocacional de las personas.

Un análisis más específico del desarrollo vocacional de las personas se

hace en el capítulo siguiente (cap. 6), considerando el influjo de la forma-

ción en el cambio de la capacidad de internalización de los valores auto-

trascendentes de Cristo, cuando se toman en consideración los distintos as-

pectos de la personalidad.

El capítulo 7 analiza, prácticamente, el mismo problema del capítulo 6,

pero estudiando los diversos aspectos del influjo del ambiente, en donde

tiene lugar la formación, en lo que se refiere a la internalización y a la per-

severancia.

En el capítulo 8 se toman en consideración dos aspectos particulares de

la vida vocacional: la capacidad de relación con los demás y la relación psi-

co-sexual. Estos dos aspectos vienen valorados por su influjo en la poten-

cialidad de internalizar los valores autotrascendentes de Cristo.

Al final de cada uno de los capítulos desde el 3 al 8 se ofrecen breves

consideraciones y aplicaciones pastorales referentes a los problemas discu-

tidos en cada capítulo.

Finalm ente, el libro se cierra (cap. 9) con unas consideraciones sobre la

importancia de la segunda dimensión en relación con los otros aspectos de

la personalidad. Este capítulo quiere poner de relieve que, a pesar de su

considerable influjo en el proceso del crecimiento vocacional, esta segunda

dimensión se halla prácticamente olvidada.

66

2

PREMISAS METODOLÓGICAS

En el capítulo I que precede se ha delineado la integración de una an-

tropología cristiana con un a teoría psico-social de la vocación. Q uisiéramos

proceder ahora a una verificación empírico-existencial de los conceptos

principales aportados en dicha integración.

Dos tipos de premisas metodológicas son útiles para introducir al lec-

tor en esta investigación empírico- existencial de verificación; ante todo una

breve discusión sobre la complem entariedad que existe entre teoría e in-

vestigación empírico-existencial  en

 general;

  además una descripción de

planteamiento experimental con sus procedimientos empírico-existencia-

les (cuestionarios, entrevistas, etc.) que han sido utilizados para poner en

relación

 de modo

 específico

 los conceptos teóricos con las valoraciones de lo

hechos observados. Las dos partes de este capítulo II expondrán estos dos

tipos de premisas metodológicas

1

.

2.1 .  Com plementariedad de la teoría y de la investigación empírico-

existencial

¿Es posible verificar a nivel de la observación empírico-existencial, al meno

en parte, el cuadro psico-social que con sus conceptos influye en un cuadro

más amplio de antropología cristiana? ¿Es posible encontrar en los hechos

según una metodología científica psico-social la misma verdad sobre la per-

sona que nos han puesto en evidencia, con sus métodos propios, la aproxi-

mación antropológica,

  ilosófica

 y teológica? Un hecho en el campo cientí-

fico, es observado y estudiado con método científico para probar y confir

mar una hipótesis de una teoría. La comprensión de los hechos, por otra

parte, se hace posible en el ámbito de una teoría.

1.

  El lector menos interesado o versado en los problemas metodológicos puede omitir lo que se

inserta en un tipo de letra pequeña, con tal de que lea lo impreso en letra normal y que resulta nece-

sario para comprender el contenido de los capítulos siguientes.

67

8/18/2019 Rulla, L.M. Antropologia-de-la-vocacion-cristiana.pdf

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El méto do científico de investigación y el de la elaboración teórica e in-

terpretación son, pues, complementarios en la búsqueda de la verdad y ca-

da uno de ellos es incompleto sin la aportación del otro.

Una teoría es un conjunto de proposiciones o afirmaciones que se re-

fieren a la realidad y comprende: 1) leyes o afirmaciones sobre las relacio-

nes existentes entre hechos de la realidad (variables); y 2) definiciones de los

términos necesarios para comprender estos hechos.

Un a teoría es científica si se apoya y sostiene en un a investigación qu e

puede llevarse a cabo en una biblioteca, en el laboratorio o en la misma re-

alidad. Las teorías científicas pueden desempeñar las funciones de: 1) or-

ganizar e integrar conocimientos e intuiciones preexistentes; 2) guiar y di-

rigir el proyecto de ulteriores investigaciones para ensanchar el campo del

saber.

La

 primera función

  de una teoría científica (organizar, sintetizar los cono-

cimientos) se desarrolla cuando la teoría indica que algunos hechos o leyes par-

ticulares (teoremas) se deduc en de otras leyes generales (axiomas) mas com -

prensivas o cuando indican cómo todas las partes, hechos o leyes se relacionan

para formar un todo, una configuración conjunta

 (pattern)

  coherente.

La teoría identifica, por ejemplo, ciertos aspectos de la «segunda di-

mensión» como la interacción entre consistencias e inconsistencias y des-

pués clarifica cómo estos aspectos entran en relación con otras dimensiones

de la personalidad : cómo influyen y son influenciados por ellos.

La  segunda función  de una teoría científica es guiar y dirigir la investi-

gación para ensanchar el saber. Una teoría indica problemas, interrogantes

no resueltos en el área del estudio elegido, y ofrece por tanto un desafío en

el orden de la investigación sugiriendo determin adas líneas según las cuales

conducir la búsqueda para construir las conexiones propias de la compren-

sión. Así, por ejemplo, el estudio de la vocación c ristiana revela que existen

diversas dimensiones en la psicodinámica presente en la persona humana.

¿Cómo puede mostrarse existencialmente que estas tres dimensiones son

verdaderamente distintas y no solamente perspectivas de la misma dimen-

sión? ¿Cuál es la aportación de cada dimen sión a la dinámica de fuerzas que

operan en la vocación, como respuesta de la persona, en lo que se refiere a

la decisión de entrar en el camino de la vocación, al crecimiento en la mis-

ma a través de la integración de los valores autotrascendentes, al perseverar

o aband onar el cam ino empre ndido? ¿Cuáles son las causas formales im-

plicadas (las configuraciones formales o  patterns,  la organización, la forma

de estructuras de la personalidad); la causa final (el fin o el bien como cau-

sa al que va dirigido el proceso de crecimiento vocacional); la causa mate-

rial (los contenidos de la estructura de la personalidad)? La investigación ex-

perimental con sus observaciones existenciales puede confirmar o no estos

aspectos formulados p or la elaboración teórica (Baltes y otros, 197 7, p. 24).

68

Una teoría científica se considera sólida y útil si desempeña de modo

sustancial ambas funciones (Baltes, p. 16 ss.).

La investigación tiende a aumentar el conocimiento y a estimular ulte-

riores preguntas teóricas que, a su vez, hay que ir clarificando con la refle-

xión y con ulteriores investigaciones.

La investigación hace fiable una teoría (en cuanto la muestra como re-

almente existente y operante en el mundo del espacio y del tiempo) y esti-

mula ulteriores reflexiones sobre la materia de estudio.

2 . 1 . 1 .

  Modelos y métodos de investigación

Al proponer afirmaciones referentes a la personalidad humano-cristia-

na, el investigador puede elegir un cierto modelo, una cierta representación

de algunos aspectos de la realidad que considera cruciales o esenciales para

comprender un problema part icular (por ejemplo, el modelo de autotras-

cendencia en la consistencia). Los modelos son, no obstante, utilizados pa-

ra representar una parte de la teoría o la teoría misma. Por ello, como pue-

de verse, los modelos son m ás o me nos generales o específicos, a opción del

investigador. Así, por ejemplo, se puede establecer o estudiar,

  a gran  escala

cuáles son las dimensiones, los aspectos de la personalidad iguales y comu-

nes a todos. ¿Cuáles son las «leyes» básicas de la personalidad de toda per-

sona (o de un grupo determinado)? Se puede pasar revista a muchos con-

ceptos para extraer algunas de estas «igualdades» válidas para todo indivi-

duo. Se trata, de este modo, de dilucidar los elementos comunes y estudiar

las características iguales en todos los individuos. Se puede comprobar la

existencia de necesidades, actitudes y valores en tod os los sujetos para estu-

diar después las configuraciones. Este es el méto do

  nomotético

 (Fiske, 1971

p.

 24). El modelo presentado incluye, en sus características comunes, todos

los miembros del género humano o todos los sujetos estudiados.

Estas no son consideradas «leyes» en el sentido estricto de la palabra, si-

no características probables de las personas estudiadas (u n estudio más pro -

fundo de ley se verá más abajo, al hablar de la probabilidad).

Nos podemos limitar, por el contrario, en

  escala reducida

 al estudio e i

terpretación de las características de un individuo particular en toda, o casi

toda, su complejidad y unicidad (Fiske, 1971, pp. 24-25). Se puede tratar

por ejem plo, de estudiar qué particulares necesidades, valores y actitudes se

hallan presentes en esta persona determinada y qué interacción se dé entre

ellas. Este procedimiento dirigido al individuo como distinto del otro, co-

mo diverso, especial, único, es el procedimiento llamado

 idiográfico

 en el e

tudio de la personalidad. El modelo teórico ofrecido representa, en este ca

so,

 las características y las configuraciones de esta persona particular.

6

8/18/2019 Rulla, L.M. Antropologia-de-la-vocacion-cristiana.pdf

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¿Qué procedimiento se ha utilizado en el presente trabajo? Uno y otro.

El individuo es estudiado primeramente en su relativa unicidad o singula-

ridad (cf. como ejemplos la valoración personal en la entrevista de lo pro-

fundo, las tres dimensiones propias de cada uno). Los individuos son estu-

diados, después, en grupos para establecer las características comunes (por

ejemplo, estudiar los factores que predisp onen a aspectos vocacionales co-

mo la perseverancia o el abandono). Estos grupos pueden ser entonces com-

parados a otros grupos para establecer entre ellos diferencias características.

El modelo teórico presentado es bastante genérico de modo que permi-

te la definición de varios sujetos que siguen la vocación (cualitativamente se-

mejantes) y lo suficientemente específico como para permitir la compren-

sión de cada sujeto en su relativa unicidad (cuantitativamente diversos).

2 .1 .2 .  Psicometría

¿Cómo se estudian las características de la persona que son de por sí in-

tangibles? ¿Cómo se pasa del plano teórico a la verificación? Una clave pa-

ra responder a la pregunta está en la psicometría. La psicometría es el pro-

ceso de medición, esto es, el proceso de organización de los objetos o he-

chos según una serie de reglas. Los números asignados se refieren a la can-

tidad (y quizá a la cualidad) de características y atributos del individuo

(Nunnally, 1967; Torgerson, 1958; Baltes y otros, 1977, p. 59). El inves-

tigador sigue un razonamiento explicativo sobre la naturaleza de las carac-

terísticas o de los atributos estudiados. El mismo investigador especifica o

define los atributos en cuanto actualizados por el individuo en las respues-

tas a un particular grupo de estímulos (Ítems) escogidos para valorar tales

características. Por ejemplo, se

 puede

  decir que una persona presenta la va-

riable de «desconfianza en sí» si se reconoce en proposiciones c omo «acep-

tar la desaprobación de alguno que amo», «ser bien educado y humilde su-

ceda lo que suceda», «confiar a los demás los errores cometidos». La medi-

ción facilita el extraer, de un conjunto, una característica o un atributo pa-

ra estudiarlo según un método estadístico.

2.1.3.

  El plan de

 investigación

Este proceso de medición o valoración psicométrica forma parte de un

proyecto de investigación trazado por el investigador para someter a la pru e-

ba de la realidad ciertas hipótesis que se deducen de la teoría. Dentro de un

proyecto de investigación u organización, haciendo uso de medios psico-

métricos, el investigador trata de valorar o examinar la naturaleza de las re-

laciones entre variables (características que son calificadas). Podemos inte-

resarnos, por ejemplo, en descubrir la influencia mayor o menor que los va-

lores tienen en el proceso de abandono de la vocación. El proyecto de in-

70

vestigación sirve tambié n pa ra dirigir la recogida y el análisis de los datos de

mod o que incert idumbres, ambigüedades o interferencias acerca de la na-

turaleza de las relaciones entre las variables, puedan ser mantenidas en ni-

veles mínimos.

El proyecto u organización de la investigación tiende por tanto a elimi-

nar la posibilidad de que se basen en diferencias observadas las causas o

efectos diversos de los estudiados o pretendidos como objeto de estudio. En

la medida, pues, en que con el proyecto de investigación se pueden elimi-

nar interpretaciones alternativas de la existencia de un cierto fenómeno, po-

demos estar más o menos seguros (probar o rechazar) que el cuadro teóri-

co está vinculado a la realidad. Ahora bien, un proyecto de investigación,

para facilitar la objetividad, debe poseer validez interna y exrerna, esto es,

exactitud u objetividad.

2.1.4

  Validez interna del

 proyecto

 d e

 investigación

La

  validez interna

  (Campbell y Stanley, 1963) es, ante todo, en

  sentido

amplio  la prueba o seguridad de que la característica o la relación bajo ob-

servación han sido identificadas e interpretadas convenientemente. La ob-

jetividad de un proyecto de investigación puede verse amenazada por ocho

factores: 1) la historia del sujeto (la presencia de h echos irrelevantes); 2) la

madurez (cambios espontáneos); 3) la medición (el proceso de observación,

esto es, las características del experimentador, etc.); 4) los instrumentos

(tests estandarizados, fiables, válidos, normalizados); 5) efectos de bidos a la

regresión estadística (un tipo de tendencia natural hacia la media de los ex-

tremos); 6) selección (falta de previa elección hecha al azar); 7) atrición

(pérdida de sujetos debida o no al experimento); 8) efectos de interacción

(entre los anteriores siete factores) (Baltes y otros, 19 77, p. 37)-

Las tácticas disponibles, capaces de superar estos peligros, son presenra-

das por muchos autores, en especial por Baltes y otros (pp. 38-47).

Entre estos ocho factores, sin embargo, la mayor parte de los autores se

centran predom inantemente en dos, cuando hablan, en sentido estricto, de

validez, estos dos factores se refieren a la validez de la instrumen tación mis

ma (el factor 4 indicado más arriba) y se llaman

  validez y fiabilidad

  en e

sentido más estricto.

La validez

 es

  la certeza de que el test (en el contexto de una teoría) mi-

de todo lo que intenta o trata de medir. Si se quieren medir

  necesidades

 i

conscientes  es necesario estar seguros de que el test utilizado no mida pri

cipalmente la inteligencia o las actitudes/necesidades conscientes. Las prue

bas más comunes de validez usadas para descubrir la pureza de relación en

tre los fines del investigador (o la decisión a tomar) y los contenidos del test

son los siguientes: validación

 predictiva u orientada a un

 criterio (se basa so

7

8/18/2019 Rulla, L.M. Antropologia-de-la-vocacion-cristiana.pdf

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bre el comportamiento futuro de una persona tal cual se puede esperar se-

gún la predicción ofrecida p or la puntuació n del test);

  validación concurrente

(correlación o no de informaciones contemporáneas obtenidas por m edio

de otros test con la puntuación presente estudiada); ésta es también una va-

lidación

  predictiva; validación de contenido

  (comparación de los items de

un test con el contenido que se desea conocer);   validación de ormulaciones

teóricas  {construct validatiom

  poner hipótesis teóricas en relación con con-

ceptos actualizados en los mismos tests). La mayor parte de los tests es con-

siderada válida en el caso de que exista tanto

  convergencia

 como

 divergencia

de factores con respecto a ellos, esto es, si existe tanto la validación conver-

gente

 como la

 divergente.

La   validación

 convergente

 está presente si otro test, distinto del primero,

mide el mismo concepto en modo significativo, esto es, por ejemplo, otro

test o entrevista dispuestos para medir un tipo de relación interpersonal se

hallan en correlación (están de acuerdo) con los resultados del test preele-

gido para medir dicho t ipo de relación. En concreto, se t iene una medida

válida de aquella relación si existe un a correlación significativa en tre un test

y una entrevista en cuanto ambos son medida de la relación estudiada.

La validación divergente,  por otra parte, se obtiene cuando uno o más

tests que miden un concepto diverso del que se ha tomado en considera-

ción, presentan efectivamente medidas diversas.

La medida de la primera dimensión, por ejemplo, expresada por las

consistencias no defensivas, no estando en correlación con la medida de la

tercera dimensión, constituye un factor por sí mismo y esta ausencia de co-

rrelación ofrece su validación divergente. Los tests miden conceptos diver-

sos si sus puntuaciones no se corresponden. Las medidas deben, pues, ser

bastante «sensibles» en captar estos conceptos de m odo diverso. Además, es

importante (tanto para esta validación como para las convergentes) que se

demuestren las correlaciones entre la medida de los tests y las variables ex-

ternas y que al menos algunas de estas variables externas, sean de compor-

tamientos deducidos independientemente de los tests (Loevinger, 1957;

Wiggins, 1973).

La segunda característica indispensable para la función de un instru-

mento es la

 fiabilidad

  del test. Después de hab er validado el test y de ha-

berse asegurado de que el test elegido mide efectivamente el concepto que

se pretende medir, el investigador puede preguntarse: ¿la característica to-

mada en consideración ha cambiado en realidad o se trata de un cambio

aparente, efecto de las limitaciones propias del instrum ento d e medida? Bal-

tes (p. 67) insiste que «se debe hacer y mantener con cuidado la distinción

entre la posibilidad de repetir la medida (fiabilidad) y la lepetibilidad del

fenómeno medido (estabilidad de la característica del sujeto)». Si el test apli-

72

cado a los mismos sujetos, en la misma situación, pero en un periodo pos-

terior, produce resultados semejantes, es probable que sea consistente in-

tername nte y realice la medida de la variable de mod o fiable. M uchos au-

tores sugieren los siguientes medios para valorar el grado de fiabilidad de

un test: repetición del test; formas paralelas; correlación de homogeneidad;

fórmula n. 20 de Kuder-Richardson (Cronbach, 1984; Downie y Headth,

1980; Guilford, 1965). En general , una correlación inferior a .70 indica

que un test podría medir en algunas de sus partes o contenidos, algo diver-

so de cuan to el investigador intente o en lo cual esté interesado; el test es en

tal caso sensible a factores ajenos a las características determinadas que se

quieren estudiar y no es por ello fiable.

Nos podemos preguntar entonces ¿cuál es la relación entre

 validez y fia-

bilidad A

los tests? ¿Un test, po r el hech o d e ser fiable, es válido y vicever

sa? Un test fiable

  no

  es necesariamente válido: si no mide el concepto que

se trata de medir (por ejemplo, una necesidad inconsciente en el contexto

de la teoría), no es válido para los objetivos que nos pro ponem os; cu alquiera

que sea el grado de fiabilidad, el test no es útil para el investigador.

Un test válido, por otra parte, es, en general, fiable a condición de que

la medida de la característica sea estable en las situaciones siguientes y esta-

ble en las distintas partes del test. Ahora bien, aunque en un test de hecho

se exija precisión (elevado grado de fiabilidad), no se necesita que el test sea

de tal modo específico y restringido hasta el grado de que algunos de sus

componentes (i tems) no añadan nuevas informaciones referentes a otros

componentes y la amplitud del concepto que se mide quede de tal modo

restringida; en tal caso el concepto propuesto no quedaría suficientemente

representado, medido en toda su amplitud. Este tipo de fiabilidad, aunque

se halle presente y en grado elevado, puede dañar la objetividad de la ins-

trum entac ión pu esto que no es al mism o tiempo válida, esto es, de alcan-

ce suficientemente amplio hasta el punto de poder medir la plenitud del

concepto buscado. El ideal, en todo caso, es disponer de un instrumento de

alta fidelidad (claridad y precisión del concepto med ido: fiabilidad) y de ex-

tensión apropiada (complejidad de información que se trata de comunicar

en un determinado espacio o test , Cronbach, 1979, pp. 180-181).

Si fiabilidad y validez se hallan presentes, la instrum entación no será un

riesgo o fuente de distracción para la eficiencia del plan de investigación.

Volviendo ahora a la discusión sobre el plan de investigación en gene-

ral, si los ocho riesgos del proyecto de investigación (indicados po r Baltes)

se hallan bajo control, los datos pueden ser reunidos y analizados. El inves-

tigador elige los análisis y las pruebas estadísticas apropiadas entre aquellas

que tiene a su disposición para probar el significado de la diferencia de los

efectos e ntre los grupos. Estas prueb as estadísticas elegidas sobre la base del

7?

8/18/2019 Rulla, L.M. Antropologia-de-la-vocacion-cristiana.pdf

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tipo de los datos obtenidos, se aplica a los datos para examinar o determi-

nar el nivel de correspondencia existente entre las predicciones de la teoría

y de las intuiciones, por un lado, y todo lo que los datos revelan en reali-

dad, por otro. Esto es «verificar hipótesis». Se comienza planteando una hi-

pótesis de diferencia nula: no existe diferencia entre los grupos estudiados;

se tiene en tal caso una verificación bilateral. Pero son posibles otras hipó-

tesis: el grupo A es superior al grupo B; en tal caso se tiene una verificación

unilateral. Gen eralme nte las hipótesis se verifican a determ inados niveles de

probabilidad, más o menos significativa. Éstas son conclusiones que indi-

can la entidad del influjo del factor estudiado: esto es, la afirmación de en

qué medida los resultados de un influjo se hallan presentes en los datos.

Desde el momento en que las hipótesis tratan sobre las características

de personas, no se puede hablar de leyes sistemáticas siempre presentes, le-

yes que una vez establecidas imperan inevitablemente, como por ejemplo

las leyes propias de las ciencias naturales, como la física. Aquí se trata, por

el contrario, de leyes no sistemáticas que son d e hecho configuraciones

  (pat-

terns)

  regulares y previsibles en la persona, pero no determinadas, como en

las ciencias na turales.

Detengámonos brevemente en estas últimas afirmaciones. Siguiendo a

Lonergan (cf. en

 Insight,

 1958, cap. 3 y 4, y

 Versaldi,

 1 981, pp. 109-120) se

puede n distinguir dos tipos de con ocimiento científico: el sistemático y el no

sistemático. En el

 conocimiento sistemático

 la realidad se reduce a pocas y con-

catenadas

 causas, a pocas causas eficientes con sus correspondientes efectos.

Así se tiene un conoc imiento sistemático, el conocim iento de u n sistema, co-

mo por ejemplo de un reloj o del sistema solar de la astronomía. El conoci-

mien to de cada parte del proceso sistemático permite predecir exactame nte

el funcionamiento del sistema en el futuro, exactamente a su funcionamien-

to en el pasado, como en el caso de un reloj perfecto.

Por el contrario en el  conocimiento no sistemático hay series de causas

complejas y no unificadas, de acontecimientos que forman grupos  casuales,

en los que cada hecho depende de otros y cuya interacción no se puede pre-

decir perfectamente, por lo que un solo hecho no se puede predecir; un

ejemplo nos lo da el conocimiento propio de la meteorología. Por ello las

cadenas de la causalidad son divergentes.

Sin embargo, en el ámbito del conocimiento no sistemático hay un ca-

so especia] en el que las series de hechos antecedentes y consiguientes for-

man como

  un círculo,

  es decir, no son divergentes. Cuando el esquema cir-

cular se pone en movimiento, la probabilidad de la combinación de los he-

chos pasa del producto a la suma de las probabil idades porque un hecho

cualquiera del esquema puede poner en movimiento el esquema; así se pa-

sa de la posibilidad a la probabilidad del

 perpetuarse

 del esquema . Este es el

74

caso —por ejemplo— de los dos círculos (uno en la mitad derecha, el otr

en la mitad izquierda) de la fig. 5 del Vol. I. En dicha figura la inteligibil

dad de la realidad se fundamenta en el dato objetivo de la

 existencia

 de l

dos círculos o de los dos

  esquemas de recurrencia

  (en cada uno con sus c

tro eleme ntos o factores), y la existencia de dos esquem as de recurre nc

puede revelarse por la

 investigación

  estadística, que indica también los n

les de probabilidad y de significatividad del perpetuarse de cada uno de lo

dos esquemas de recurrencia.

Nótese que, mientras el conocimiento o predicción sistemática es de

terminista, en c uanto que lleva a la certeza absoluta (es decir, a una cert

za que excluye la posibilidad de lo opuesto), el cono cimie nto o pred icció

no sistemático del esquem a de recurrencia no es determinista y l leva a

certeza moral (es decir, a una certeza que excluye la probabilidad de

opuesto), pero según niveles de altísima probabilidad y significación (de

9 5 % ,  99%, 99,9% según las leyes estadísticas).

¿Qué son estos niveles de probabil idad y significación? Son concl

siones que indican el grado de certeza de los resultados; la certeza o no d

que una hipótesis existe, vale. Un nivel de probabil idad .05, por ejempl

indica que hay 5 proba bil idades sobre 100 de que la diferencia observad

en los datos pue de darse por casua lidad, más bien qu e ser el efecto deb

do a un factor propuesto y estudiado por el investigador. Esto signific

que hay 95 probabil idades sobre 100 de que lo observado sea una dif

rencia real, no sólo un artificio estadístico o un hecho casual; tales dife

rencias se ponen, con suficiente seguridad, en relación con la proposició

o axioma inicialmente presentado. La hipótesis de nulidad queda pu

rechazada.

2.1.5.  Validez externa del proyecto d e investigación

En este punto, cuando se han recogido y analizado los datos es posib

una ulterior serie de inferencias. Se nos puede preguntar hasta qué punt

se pueden aplicar las conclusiones deducidas de los resultados de esta in

vestigación. Esto suscita el problema de la

  validez externa

 del proyecto d

investigación. «La validez externa toca el problema de la generalización d

una relación observada en un conjunto de datos a otros conjuntos poten

ciales de datos, que habrían podido ser observados, pero que no lo han si

do» (Baltes y otros, 1977, p. 32)

2

. En otras palabras, puede ser interesan

saber hasta qué punto los efectos observados pueden aplicarse a otros con

2.

El problema de la generalización lo consideramos aquí según la perspectiva de la investigaci

empírico-existencial (proy ecto de investigación, análisis estadístico, etc.). Para un estu dio de ia cue

tión en perspectiva filosófica cf. Vol. I, sec. 4.3.

7

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juntos de personas, situaciones, variables experimentales y variables de me-

dición. Si el proyecto de investigación posee u n elevado grado de validez ex-

terna, se puede generalizar ampliamente. Baltes (p. 53) habla de cuatro ries-

gos que hay que tener presentes de modo que un a generalización sea ade-

cuada y que quede garantizada la validez externa: 1) considerar los efectos,

reacciones o interacciones, del proceso de «testing»* (eliminando efectos

propios de la situación de «testing», adoptando otras muestras con el mis-

mo nivel experiencial de la situación de «testing», esto es, no som etidos pre -

viamente a test, etc.); 2) interacciones con variables experimentales (con-

trolar los riesgos a la validez interna señalados anteriormente, y los riesgos

a la validez del factor experim ental tam bién en estudios futuros); 3) efec-

tos de reacción debidos a situaciones experimentales (mantener igual la si-

tuación); 4) interferencias debidas a múltiples tratamientos (limitarse a un

tratamiento cada vez para eliminar efectos de interacción entre varios trata-

mientos, por ejemplo, con o sin terapia).

La cuestión de la posibilidad de generalización o de repetición depende

también del tipo de proyecto de investigación usado para obtener las prue-

bas exigidas por los axiomas teóricos. Si el investigador se halla interesado

en datos  nomotéticos, esto es, en datos comunes a todos los miembros y, por

lo mismo, en datos referentes a grupos de individuos, puede ser adoptado

un plan de investigación  extensivo. En él, todos los análisis estadísticos se

aplican a cuantificar las características interesantes, tomando los individuos

en grupos (Chassan, 1979).

Un ejemplo de plan de investigación extensivo puede ser el estudio de

la cantidad de inconsistencias en los sujetos que no perseveran en la voca-

ción, comparados con los que perseveran, análisis hechos tomando los in-

dividuos en grupos y comparando los grupos (o subgrupos). Se pueden ha-

cer así, más fácilmente, amplias generalizaciones, a partir de estos grupos,

con la condición de que los factores de validez externa vistos anteriormente

sean considerados adecuados, esto es, que se pueda esperar que otros gru-

pos de los que perseveran o no, tengan características semejantes a los es-

tudiados. A este propósito, por lo que se refiere a las investigaciones aquí

presentadas, conviene recorda r su carácter estructura l con sus implica cio-

nes (cf. pp. 41- 43).

Por otra parte, si el investigador está más interesado en datos

  idiográfi-

cos,

  características únicas del individuo como tal, se podrá usar un plan de

investigación  intensivo.  En este tipo de proyecto, todo individuo se estudia

separadamente; la interacción de componentes o características de la perso-

nalidad son observadas dentro de cada persona (no en su factor común con

* No ta del T. «Testing» se refiere a la serie o batería de tests adminis trativos a los sujetos de la in-

vestigación y cuyos resultados son utilizados en la misma, según se eiplica en las pp. 78-80.

76

otras personas o grupos). Generalizaciones más restringidas son posibles en

todo caso, porque la hipótesis experimental formulada para este individuo

queda l imitada por los términos de las otras característ icas del individuo

(edad, status socio-económico, etc.).

Pero el plan de investigación intensivo es fuertemente recomendado co-

mo medio de estudio de la personalidad, sobre todo si se quieren determi-

nar intervenciones específicas en el individuo; se conoce entonces con bas-

tante exactitud a qué individuo se aplica el tratamiento, no como en el plan

extensivo, en el que un efecto particular viene indicado como presente pa

ra el grupo, pero no se puede saber a qué individuo en el grupo es aplicable

part icularmente este efecto (Chassan, 1979, 1981; Swenson y Chassan,

1967; Baltes y otros, 1977, p. 37).

Nos p odemos preguntar, en caso de que sea posible, cómo generaliza

a partir de un solo individuo. El principio de generalización de un caso in-

dividual es que «una vez establecido un verdadero proceso o efecto (en el

caso part icular) como verdaderamente presente en una persona, se puede

razonablemente deducir que existen otras personas en las que el proceso o

efecto tendrá lugar» (Chassan, 1979, pp. 40 2-404 ; Chassan, 19 81, p. 35)

N o es pues una generalización universal, con la significación de que A es B

pero se dice que es razonable presumir que algunos A serán B. Las decisio-

nes, por otra parte, se basan en la semejanza, no en la completa identidad

(Chassan, 1981, p. 35). Colocando los mismos conceptos en una imagen

estadística como la curva normal, muchos autores están de acuerdo en que

las mejores generalizaciones pueden hacerse con datos que semejan una cur

va normal.

Shapiro (1966) cita a Sidman (1952) y a Bakan (1954) que indican có-

mo «una curva mediana puede derivarse de una serie de curvas individua

les muy diversas entre sí». Esto significa, por tanto, que aplicando sistemá-

ticamente (lógica y estadísticamente) el modelo de proyecto de investiga-

ción

  intensivo

  a otros sujetos elegidos por semejanza o desemejanza, el in-

vestigador puede deducir evidencias más claras y directas por el efecto de

las características que desea someter a prueba. Siguiendo de este modo el

modelo de proyecto

  intensivo

  y reuniendo estos individuos o sujetos estu

diados individualmente en grupos, según el modelo del proyecto extensivo

se puede llegar a generalizaciones a partir de informac iones y características

definidas en cada persona; se puede también llegar a generalizaciones más

amplias a causa del aume nto de características presentes en el grupo d e su

jetos (edad, sexo, nivel de instrucción, etc.). El lector encontrará que en es-

te libro vienen utilizados tanto el modelo de proyecto extensivo como el in-

tensivo; generalmente los modelos se utilizarán conjuntamente.

77

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tatividad de la muestra en relación con la edad, resultados escolares, nivel

socio-económico, domicilio urbano o rural; todos eran católicos. Práctica-

mente todos los sujetos religiosos y un 70-74% de los laicos aceptaron la

invitación para participar en el estudio.

Para facilitar una participación sincera y responsable se había asegura-

do el anonimato de los participantes; además se les había explicado clara-

mente que las informaciones personales recogidas no se divulgarían entre

sus compañeros, superiores o comunidad científica de modo que pudiese

permitir, de algún modo, la identificación de los individuos.

Los grupos religiosos participaron en

 tres

 sesiones de adm inistración de

tests en diversos momentos del período de formación, en el arco de cuatro

años. Cada sesión duraba tres días; los momentos de descanso entre los

tests se organizaron de tal m odo que redujesen al mín imo el cansancio y el

aburrimiento. Las tres sesiones tuvieron lugar del siguiente modo:

1) unos diez días después del ingreso en el centro de formación religiosa;

2) dos años después, aproximadamente;

3) a los cuatro años después del ingreso.

De este m odo , los mismos tests fueron aplicados tres veces a cada gru-

po religioso.

Los estudiantes laicos participaron en dos  sesiones de tests, cada una de

las cuales duró tres días; la primera sesión tuvo lugar al final de la prim era

semana de presencia en el «campus», la segunda al principio del cuarto año

del «college».

Las observaciones ofrecidas en este libro se refieren sobre todo a la pri-

mera y tercera sesión con algunas referencias tam bién a la segunda.

Ya se ha hablado del contenido de los tests. Baste mencion ar que las ins-

trucciones fueron cuidadosa y claramente explicadas de modo idéntico a

todos los sujetos. El T.A.T. fue aplicado en g rupo .

L. M. Rulla fue el que aplicó los tests en casi todos los casos, para mini-

mizar los efectos vinculados a la situación. Recogió los datos. Fue presentado

a los grupos que se quería estudiar, com o religioso, sacerdote, psicólogo que

no formaba parte de ninguna de las instituciones sobre las que se hacía la in-

vestigación. Los objetivos del estudio se expusieron, como ya se ha dicho, re-

saltando el interés científico y el conocimiento personal de los participantes.

C) Entrevista sobre la dinámica familiar y entrevista de lo profundo

Se utilizaron dos tipos de entrevista en bastantes análisis presentados en

varias secciones: una entrevista sobre la dinámica familiar (E.F.) y otra que

trataba sobre aspectos psicodinámicos de lo profundo (E.P.). Ambas fue-

ron llevadas a cabo por el primero de los autores de esta obra. Se dedicaron

dos sesiones para los religiosos y religiosas y una para los laicos.

80

El entrevistador se preparaba para la entrevista sobre  la dinámica fam

liar

  revisando por su cuenta las informaciones obtenidas en el Inventari

biográfico, administrado en el momento de entrada en el centro o casa d

formación. La entrevista tenía lugar unos cuatro meses después de la ad

ministración del Inventario biográfico, de m odo q ue se pudiera supone

que el sujeto había olvidado, al menos en parte, las informaciones más de

talladas que había po dido ofrecer sobre las relaciones intrafamiliares.

Cada encuentro duraba una media hora. En lo que se refiere al conte

nido específico, la entrevista seguía un esquema bastante estructurado, co

mo puede verse en el Apéndice B -5 del libro de 1976. La entrevista se cen

traba en la correspondencia o falta de correspondencia que puede deduci

se de las informaciones obtenidas en el Inventario biográfico, con la inten

ción de aclarar los conflictos familiares más notables, los influjos principa

les de la familia sobre el sujeto y el grado de cono cimiento por parte del su

jeto de la dinámica familiar.

La

 entrevista

 de

 lo

 profundo, segun da entrevista para los religiosos y p

mera para los estudiantes laicos, tuvo lugar para todos los sujetos despué

de casi cuatro años de formación. Antes de iniciar el encuentro y para pre

pararse, el examinador recorría rápidamente los resultados de la entrevist

sobre la dinámica familiar y los aspectos del Inventario biográfico refere

tes a los primeros años de vida familiar. Además, pasaba revista a las con

clusiones principales de algunos tests admin istrados a los sujetos en las tre

sesiones anteriores: al ingreso, a los dos años y a los cuatr o años.

El fin de la entrevista de lo profundo era valorar el grado de madure

del desarrollo de cada sujeto, esto es, llegar a establecer el  índice de mad

rez del

 desarrollo  (IMD) —cuyos resultados serán presentados en divers

partes del presente libro— por lo que era imp orta nte utilizar informacio

nes de la entrevista de lo profundo que expresasen una gran variedad de a

pectos de la personalidad.

Para ello se utilizaron los siguientes cuestionarios:

  el Inventario mul

fásico de la personalidad de Minnesota (M.M.P.I.)  de Hathaway y McKi

ley (1951), las subescalas de l mismo test descritas por Harrisy Lingoes (1

las escalas

 creadas por Finney

 (1965, 1966) para el mismo M .M.P.I.;

  e

de los 16 actores de la Personalidad de Cattell,  16 PF (1957);  las 36 es

las d el Yo manifiesto (YM) para  ell.A.M.  y el Inventario de actitudes Va

(Webster, Sanford y Freedman, 1957). El número total de variables valo

radas por los tests mencionados era de 162 en cada una de las sesiones d

aplicación de los tests.

De la lectura de los datos más objetivos de los tests se desprendían   h

pótesis sobre las mayores inconsistencias o conflictos, las defensas, las ac

tudes, los valores, rasgos y necesidades específicos .del sujeto y también so

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bre sus fundam entos en l as pr imeras exper iencias que se deducen de los da-

tos de la entrevista sobre la familia.

Una vez as imi ladas todas es tas informaciones , l a en t rev i s ta de lo pro-

fu n d o p o d í a co m en za r .

La pr imera par te de l a en t rev i s ta era más b ien   estructurada  y consist ía

en juzgar c ier tos aspectos de los comportamientos del ind iv iduo. Como se

puede ver en el «Suplemento a l a en t rev i s ta de lo profundo» (Apéndice B-

7 del l ib ro de 1976) era necesar io , an te tod o , determ inar a lgu nos rasgos

de l a in teracción del su jeto con el mae s t ro de novicios o con los super iores

y con los compañeros . Las respues tas permi t í an valorar cuant i t a t ivamente

las in teracciones y juzgar t ambién el modo con que el su jeto valoraba a su-

per iores y compañeros . Hay que notar que l a mayor par te de los inf lu jos

mutuos cons iderados aquí (por e jemplo , comunicación , afecto , conf l i c to)

son l as mismas que l as valoradas en el Inventar io b iográf ico y en l a Ent re-

v i s ta sobre d inámica fami l i ar . Teniendo presente l as informaciones ya ob-

ten idas sobre las in teracciones del su jeto con los padres , herma nos y her-

manas , e l examinador t ra taba de determinar s i l as re laciones con los supe-

r iores y compañeros eran f ru to de t ransferencias , es to es , una repet i c ión de

las t ransferencias infant i l es t en idas en su fami l i a ; s i l a respues ta era af i r -

mat iva se t ra taba de ident i f i car a l contenido del

  transferí.

  Al final de esta

par te de l a en t rev i s ta , e l exam inado r se informaba sobre l as var iab les de l a

personal idad indicadas a l f inal del «Suplemento» y l as valoraba.

La ent rev i s ta cont inuaba con una exploración   menos estructurada  de la

naturaleza y del contenido de l as incons i s tencias o de los confl i c tos , para

determinar has ta qué punto el su jeto era consciente de sus problemas y pa-

ra observar l as caracter í s t i cas personales del su jeto . Cuando el su jeto era

consciente de sus problemas , es ta par te de l a en t rev i s ta era breve. En el ca-

so cont rar io , se confrontaba al su jeto gra dualm ente c on sus d i f i cu lt ades . En

los casos l ími tes («border l ine») se t en ía cu idado de no revelar contenidos

inconscientes suscept ib les de provocar s i tuaciones t raumát icas .

La parte final de la entrevista examinaba la vida sexual del sujeto, y tra-

t aba de sus imaginaciones y acciones an tes y durante l a formación rel ig io-

s a . M ás co n c re t am en t e , e l ex am i n ad o r s e i n fo rm ab a d e l o s en cu en t ro s ,

miedos del o t ro sexo , imagen de s í como hombre o como mujer , mas tur-

bación y homosexual idad l a ten te o mani f i es ta . En general , l as preguntas se

fo rm u l ab an i n d i r ec t am en t e y d es p u és m ás d i r ec t am en t e , s eg ú n co n v en í a

en cada caso .

Toda l a en t rev i s ta duraba unas dos horas .

In m ed i a t am en t e d es p u és d e l a en t r ev i s t a , e l ex am i n ad o r r e l l en ab a u n

formular io , normalmente u t i l i zado para e l anál i s i s del T .A.T. , en el que se

expresaba un ju icio sob re l a in tens idad de los est i los emo t ivos , de l as nece-

82

s idades y de l as defensas del su jeto . Además , e l examinador es tab lecía un

clas i f i cación por categorías de in tens idad de los es tad ios de desarro l lo ps

cosexual (Er ikson , 1950, 1959) observados en el su jeto . F inalmente , se r

dactaba un resumen cl ín ico in tegrando observaciones ps icopato lógicas , ps

cogenét icas y sobre todo d inámicas .

Las e tapas seguidas en el desarro l lo de l a en t rev i s ta de lo profundo

i n d i can e s q u em á t i cam en t e en e l A p én d i ce A -5 .

1.1.1. Análisis de los datos

¿Qué se pretendía obtener de los datos de la presente investigació

Como se ha dicho precedentemente se intentaba proceder a una verific

ción empírico-existencial de los puntos principales de la integración de u

antropología cristiana con una teoría psicosocial de la vocación tal como

ha presentado en el Capítulo I.

En la investigación, se ha procedido a esta verificación con dos tipos

valoración: la valoración

  de,

 que trata de dar una

  explicación

  de hechos

sucedidos,

 y

  la valoración

 para

  cuyo objetivo es

 predecir

 acontecimientos

davía no sucedidos.

Ambas valoraciones han sido hechas uti l izando dos métodos para com

binar los datos obtenidos o las observaciones hechas: el método de la com

binación

  clínica y

 el de la combinación

  estadística.

  En el primero los d

se com bina n sobre tod o según el criterio del investigador; en el segundo

utilizan las operaciones matemático-estadísticas realizadas con el calculad

electrónico.

El procedimiento de

  combinación

 de los datos hay que distinguirlo d

de

  medida

  (o recogida) de los mismos datos. La medida o recogida de l

datos o de las observaciones se realiza haciend o pre guntas a los sujetos de

investigación; cada pre gunta trata de suscitar las respuestas de los individu

en relación a características particulares de su personalidad. Así los datos s

recogidos y después combinados y valorados.

Hay dos métodos diferentes de recogida de datos: el basado en el juic

del investigador y el de la respuesta directa de los sujetos a las preguntas

los cuestionarios o de los tests.

El primer método se puede indicar como procedimiento de juicio: aq

la medida depende del criterio del examinador; éste es el sistema que se

utilizado en las entrevistas de lo profun do y en los tests proyectivos. Las e

trevistas han sido descritas más arriba. Por lo que respecta a los tests pr

yectivos, se han usado el TAT y el Rotter FIR. Los individuos de la inve

tigación escribían breves historias en respuesta a siete figuras que se les

bía presentado (con el TAT), o bien completaban una serie de frases de l

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que sólo se indicaba el principio (en el Rotter) (cf. Apéndice A-l). Después,

dos examinadores (Maddi y Rulla, o bien Ridick y Rulla), indepe ndiente-

men te, juzgaban la presencia o ausencia en las historias y en las frases de las

diferentes necesidades, emociones y defensas incluidas en la lista del Apén-

dice A-l, (como también los ocho estadios descritos por Erikson); el análi-

sis según dicha lista requería casi una hora y media para cada caso y se ha-

cía sin que los investigadores conociesen el grupo de pertenencia (religiosa

o laica) del sujeto. Más tarde los resultados se comparaban para resolver los

desacuerdos o para confirmar la concordancia de juicio de los dos exami-

nadores. Sin embargo, antes de proceder a dicha comparación se habían lle-

vado a cabo controles periódicos acerca del grado de acuerdo en el juicio de

los dos investigadores. Para este objetivo, treinta protocolos, evaluados por

Maddi y Rulla, fueron comparados; y lo mismo treinta puntuados por

Ridick y Rulla. Los resultados señalaron concordancias que eran altamente

significativas, desde el punto de vista estadístico, a todo s los niveles

3

.

El segundo método de medida o recogida de datos se puede indicar co-

mo procedimiento mecánico; es el método de cuestionarios o tests no p ro-

yectivos. Lo constituyen preguntas específicas a la cuales los sujetos de la in-

vestigación debían responder directamente.

  Ejemplos

 de tests utilizados son

el índice de las Actividades, versión modificada (IAM), que se halla en el

Apéndice A-2 y el Inventario de los Objetivos Generales de la Vida (IOGV)

que se encuentra en el Apéndice A-4.

Resumiendo, se puede decir que la recogida (medida) de datos puede

ser según el procedim iento de juicio o el mecánico, y la combinación de da-

tos puede ser clínica o estadística. En la investigación se han utilizado todos

estos procedimie ntos. ¿Cuáles son las mejores estrategias de recogida y de

combinación de datos? Este es un problema que ha sido discutido por mu-

chos autores (p. ej ., Holt , 1958; Meehl, 1954, 1965; Goldberg, 1968).

Aquí nos limitamos a dos aportaciones. Sawyer (1966) ha analizado 45 pu-

blicaciones, que se referían a estudios de predicción, con el fin de determi-

nar si un cierro método de predicción era superior, inferior o igual a otros

métodos empleados en otros estudios. Se ha analizado este estudio de Saw-

yer en nuesrro libro de 1976 (pp. 54-56).

Aquí ofrecemos las conclusiones del autor: Sawyer enumera ocho po-

sibles métodos de estudio para hacer predicciones; son puestos en orden

de precisión decreciente como medios de predicción. Los método s usados

en la investigación del ptesente libro corresponden a los tres primeros de

la jerarquía de métodos presentada por Sawyer. Así , por ejemplo, el pri-

3.

  El lector interesado podrá enc ontrar otros detalles sobre el tema en el cap. 3 de las publicacio-

nes de 1976 y 1978.

84

mero que él llama «Mechanical Composite» (en el cual los datos son rec

gidos tanto con el procedimiento de juicio sobre los datos de tests proye

tivos como con el mecánico, y son después combinad os estadísticament

ha sido aplicado al estudio de las dos primeras dimensiones; el segund

(«Puré Statistical» en el que los datos medidos mecánicamente son inte

pretados estadísticamente) ha sido aplicado al análisis del «Ideal-de-sí-e

situación o yo-ideal y de la tercera dimensión; el tercero («Clinical Syn

hesis») se ha aplicado a la valoración del índice de Madurez del Desarr

llo (IMD) que sintetiza los resultados de las enttevistas de lo profundo. E

la «Clinical Synthesis» los datos, de juicio y/o mecánicos, se han introd

cido en el calculador electrónico. Los tesultados ofrecidos por este últim

son después examinados por el investigador que tiene tres opciones: 1) n

tomar en consideración la información del calculador electrónico; 2) ace

tada e incorporarla a su impresión cl ínica personal; 3) abandonar su im

presión clínica y mantener, por el contrario, la información del calculado

En la investigación hemos seguido, en general, la segunda posibilidad.

En una reciente publicación, Holt (1978) replantea crí t icamente el e

tudio de Sawyet y confi íma sus elementos esenciales. No obstante pie

sa que el valor de predicción de los métodos clínicos (y por lo tanto, d

«Clinical Synthesis» atriba indicado) es mayor de cuanto aparece en el e

tudio de Sawyet.

En el tem a de «Análisis de los datos» se pued en indicar a quí los tests

análisis estadísticos que, com o se verá, han sido utilizados en la presente i

vestigación: el ji cuadrado (X ), el análisis de la varianza para muchas v

riables, el test de señal

 (sign

 test), el test de Wilcoxon y Ma nn-W hitney

Siegel, 1956), la prueba de significación de una proporción, la prueba d

significación de una diferencia entre dos proporciones incluyendo la técn

ca sugerida por Wiggins (1973), la prueba de la significación de una corr

lación.

2 .2 .3  Problemas depsicometría

Como se ha d icho en 2 .1 l a ps icomet r ía t ra ta de medi r l as caracter í s t

cas de l a personal idad que no son t angib les y por e l lo ver i f i car l as propos

ciones y los conceptos formulados por una t eor ía .

Es te paso , de l a t eor ía a su medición , es un proceso que requiere

cumpl imiento de muchas y del i cadas ex igencias . Algunas ya han s ido co

s ideradas en es te Capí tu lo 2 . Aquí deseamos aludi r so lamente a a lgunas p

cas , que se hal l an v inculadas , de modo especí f i co , a una inves t igación s

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http://slidepdf.com/reader/full/rulla-lm-antropologia-de-la-vocacion-cristianapdf 43/222

bre la vocación cristiana

4

. Ante todo, un estudio sobre la vocación cristia-

na no se puede hacer partiendo de cuestionarios y de tests que han sido

confeccionados basándose en categorías prestadas por la psicopatología.

Tests así formulados pueden, como máximo, informar de modo más bien

relativo acerca de las contraindicaciones para seguir la vocación, contrain-

dicaciones de naturaleza patológica; pero no ayudan a comprender los me-

diadores psico-sociales de los procesos de autotrascendencia teocéntrica y

de internalización de los valores autotrascendentes. Por ello es necesario ele-

gir tests que de algún modo ayuden a obtener dicha comprensión.

En segundo lugar, el estudio de la vocación cristiana debe tener presente

que la m isma se basa en valores

 objetivos

 y específicos. Este hecho exige que

la formulación de una teoría sea clara, explícita y formalizada hasta el pun -

to de permitir la formulación de hipótesis por medio de una deducción

axiomática formal. Aho ra bien, estas exigencias no qued an satisfechas en

general por las teorías de la personalidad más conocidas, o por aquellas que

se orientan a la opción de una carrera, de una ocupación no religiosa; por

ello dichas teorías difícilmente pueden someterse a tests empíricos (Wig-

gins,

  1973, p. 447; Rulla, Ridick, Imoda, 1976, p. 3). De aquí la necesi-

dad de formular una adecuada teoría psicosocial compatible con la voca-

ción cristiana.

En tercer lugar, y por la misma razón, una investigación sobre la voca-

ción cristiana exige, por una parte, que se examinen a fondo las relaciones

empíricas y racionales entre sus modelos conceptuales y sus hipótesis y, por

otra, las operaciones necesarias para su medición. Ahora bien, como hace

notar Fiske (1971), en general esto no se hace. Aquí entran en juego los

conceptos de validez y de H abilidad internas presentados precedentemente

(pp.71-75). Se ha intentado satisfacer estas exigencias con oportunas in-

vestigaciones sobre la validez y fiabilidad de los tests utilizados. En otras pa-

labras, se ha llevado a cabo una peque ña investigación sobre los tests utili-

zados antes de iniciar la investigación sobre la vocación. El cap. 3 de la pu-

4.

  En respuesta a un artículo de Batson C .D. «L'experimentation en psycologie de la religión: un

réve impossible» (1 978), D econchy presenta la razones de por qué una investigación experimental en

eí campo religioso es posible, a pesar de la falta de una verdadera investigación experimental (quizá en-

tendida en sentido restrictivo). Batson parece pasar de lo que para él es carencia de investigación expe-

rimental, a la imposibilidad de la misma; desea, no obstante, que al menos utilizando métodos «casi

experimentales» se pueda ver un mayor número de investigaciones en el campo de la religión. De-

conchy (19 78) atribuye, por otra parte, la escasez de investigaciones a la dificultad de elaborar una te-

oría que —según su punto de vista— podría incluir el cuadro religioso del que ha partido la investi-

gación. Independientemente de esta discusión, que tiene el mérito de plantear el tema de las relacio-

nes entre teoría e investigación en el cam po religioso con interesantes cuestiones de carácter epistemo-

lógico y filosófico, parece posible que una teoría sea formulad a y confirmada em píricam ente en el cam-

po religioso, sin constituir un a am enaza a un a visión religiosa de la vida.

86

blicación de 1976 ofrece esta investigación previa con los pertinentes r

sultados, que establecen la validez interna de los tests utilizados en la pr

sente investigación.

En cuarto lugar, es importante considerar el problema de la validez

 

terna

  del proyecto investigativo, problema estudiado precedentemente

las pp.7 5-78 . La presentación de la investigación q ue sigue mostrará q ue

ha tratado de satisfacer estas exigencias, ampliando las observaciones h

chas a grupos diversos (religiosos, religiosas, seminaristas, laicos y laicas)

situaciones diversas (pertenencia a instituciones diversas), y con variaci

en los métodos de valoración. La

 convergencia

  de los resultados obteni

es una indicación de la validez externa requerida por las exigencias me

dológicas indicadas.

2.2.4  Estudio de la persona concreta

A diferencia de cuanto, en general, hicimos en nuestras investigacion

anteriores (1967, 1972; Maddi y Rulla, 1972, 1976, 1978), en el prese

estudio se ha adoptado un proyecto intensivo más que extensivo en el e

tudio de la vocación (cf. pp.76-78) Es decir, se ha estudiado la perso

concreta más que los grupos. Este enfoque permite objetivar en parte a c

da sujeto y poder así más fácilmente comprenderlo y ayudarlo. Por o

parte, se ha tratado de combinar este estudio de la persona según el pr

yecto intensivo con el extensivo, con las consiguientes ventajas ya indic

das en las pp.76-78 a las que nos remitimos.

2.2.5

  Significación

 estadística

 e n

 los análisis hechos

Como ya se ha indicado en la p.75, el concepto de significación es

dística indica que los resultados son atribuibles a algún factor o proceso

 

al mis  bien que a la casualidad.

Por ejemplo, en el cap. 3 se discuten las pruebas para la diferenciaci

de las tres dimensiones. En el caso de la segunda dimensión (cf. Tabla

del Apéndice C) se indica que tiene correlación con los ideales autotr

cendentes según la significación estadística del .004. Una tal relación es t

fuerte que podría ser atribuida a la casualidad sólo en 4 probabilidades e

tre 1000.

De modo semejante, en el mismo capítulo (y Tabla II), a propósito

mismo problema se indica que la primera dimensión se halla en corre

ción con los ideales autotrascendentes según la significación estadística

.01.

 Tal relación es tan fuerte que podría atribuirse a la casualidad sólo

1 caso entre 100.

Siguiendo la costumbre ampliamente aceptada en el campo de los es

dios psico-sociológicos, en este trabajo hemos considerado como nivel m

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nimo de significación estadística aceptable el de la probabilidad

< .05

  5

. Sólo en uno o dos casos se han considerado como relevantes (no

decisivos, de por sí, para una prueb a) resultados significativos a un nivel li-

geramente superior (.06), basándose en la praxis de algunos estudiosos que

consideran como aceptable para confirmar una hipótesis el nivel de proba-

bilidad <. 10.

Terminamos el cap. 2 haciendo una observación, que sirve de intro-

ducción a los capítulos siguientes. En el curso de la investigación se pon-

drán de relieve los resultados particu larm ente relevantes en la psicodiná-

mica, es decir en el aspecto antropológico de la vocación cristiana; p or ello,

en general, se pondrá un menor acento en otros componentes de una in-

vestigación posible sobre la vocación cristiana. En efecto, convicciones per-

sonales y la experiencia nos indican que el estudio directo de la persona h u-

mana, vista en su conjunto antropológico, parece ser todavía el más rele-

vante, además del más útil. Después de todo, la persona es mucho más que

la simple suma de un número indeterminado de tendencias psicológicas di-

versas. Las múltiples características individuales consideradas c omo opera-

tivamente útiles, deben ser valoradas en función de las relaciones dinámi-

cas existentes entre los aspectos más importantes de una antropología in-

terdísciplinar. Es el equilibrio dinámico y final de las estructuras más im-

portantes o su falta de equilibrio lo que caracteriza la motivación predo-

minante de una persona.

5.

  El símbolo <.05 significa que el resultado obtenido no puede ser atribuido a la casualidad con

una probabilidad superior al 5%. Por el contrario, dicho resultado ha) ' que atribuirlo a la casualidad

sólo con una probabilidad que es inferior al 5% .

3

¿QUÉ ES LA PERSONA HUMA NA

EN EL DIÁLOGO VOCACIONAL?

3.1.  Las tres dimensiones de la persona humana

Tratar de responder al interrogante que suscita este cap. 3, significaría

volver a tratar cuan to se ha expuesto en los cap. 7, 8, y 9 del Vol. I, aunqu e

dentto de los modestos límites que en ellos se intenta. Se remite, pot ello,

al lector a dichos capítulos, especialmente a la sec. 8.4. Aquí nos limitare-

mos a recordar algunos puntos referentes a los objetivos del presente capí

tulo del Vol. II.

Origen

 d e

 las tres

 dimensiones

La motivación de la persona humana, que entra en diálogo con Dios

en la vocación cristiana, es teleológica y axiológica: el homb re es im pulsa-

do por un deseo ilimitado de preguntar que constituye su  capacidad,  (co

mo distinta de actualización) de autotrascenderse por m edio de los valores

De hecho, en la vida diaria, el sujeto humano encuentra tres clases de va-

lores:

 los naturales, los autotrascendentes (morales y religiosos) y los natu

rales y autotrascend entes juntos (cf. Vol. I, 8.4.1). Se trata de valores obje

tivos que interrogan al hombre; se puede poner como ejemplo las pregun-

tas que suscitan las realidades económ icas, artísticas, estéticas, etc. (valore

naturales), o las palabras y ejemplos de la Sagrada Escritura (valores auto-

trascendentes), o los interrogantes, tanto naturales como autotrascenden

tes,  que emergen del encuentro con otras personas.

Estas tres clases de preguntas, planteadas por la fuerza motivacion al de

los valores objetivos de la realidad en que vivimos, se encuentran con las

preguntas que el hombre se hace frente a dichos valores. En efecto, la per

sona humana se mueve por la fuerza  a

 priori

  de su

  intencionalidad cons

ciente,

 la cual precisamente hace avanzar al hombre según una serie de pre

R9

8/18/2019 Rulla, L.M. Antropologia-de-la-vocacion-cristiana.pdf

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guntas: desde la experiencia de los objetos al esfuerzo de entenderlos, y des-

pués ,

  juzgarlos según la verdad, y además elegirlos según el bien, lo justo

(Lonergan 1973, p. 103); de este modo el hombre tiende a transcenderse.

Convie ne recordar que, a diferencia de los valores naturales, los valores

autotrascendentes (esto es, los valores morales y religiosos) son aquellos

que,  por una parte, tienen un fin teocéntrico y por otra interpelan y com-

prometen a toda  la persona humana con una exigencia absoluta. Empeñan

el ejercicio de la

  libertad

 del  hombre y de su responsabilidad, es decir, el

ejercicio de lo que el hombre tiene como más suyo (cf. pp. 20-21).

Este encuentro entre los valores autotrascendentes objetivos y la inten-

cionalidad consciente y continuamente trascendentes del hombre es la ba-

se de la posibilidad de   una «vocación» de la persona humana por parte de

Dios.

Pero las tres disposiciones de autotrascendencia (hacia los valores que

son, respectivamente, naturales, autotrascendentes, y naturales-autotras-

cendentes juntos), que la persona humana posee, actuando contemporá-

neamente en el mismo y único yo  o self {es  decir la persona).

Ahora bien, este yo (o  self)  está dividido en sí mismo por la dialéctica

de

 base

 propia del hombre; existe el yo  (self)  en cuanto se trasciende que

está en tensión con el yo   [self) en cuanto es ya trascendido; existe el yo-ide-

al atraído hacia el Infinito, lo perfecto que se halla en oposición c on el yo-

actual atraído hacia lo «finito» (cf. Vol. I., 7.3.3).

Por ello esta dialéctica de base despierta dialécticas «centrales» entre el

yo-ideal y el yo-actual de la persona que pueden ser un obstáculo para las

tres disposiciones de la persona misma a transcenderse hacia los valores na-

turales, autotrascendentes y naturales-autotrascendentes. Se forman de es-

te modo gradualmente, en el periodo de desarrollo, de crecimiento en edad

de la persona, tres diferentes disposiciones dialécticas para la autotrascen-

dencia; se pueden llamar  dimensiones.  La primera dimensión se forma en

relación con la fuerza de motivación de los valores autotrascendentes; la se-

gunda en relación con la fuerza motivacional de los valores autotrascen-

dentes y naturales unidos; la tercera se forma en relación con los valores na-

turales. Se designarán como primera, segunda y tercera dimensión.

Estructura, madurez y

 horizontes

 de

 las tres dimensiones

Ya se han prese ntado los conceptos básicos que se refieren a las estruc-

turas que constituyen las tres dimensiones, su madurez y los horizontes que

ante cada una se abren; cf. pp. 26-40, a las que nos remitimos.

No obstante, conviene añadir otras nociones, que son necesarias para

una mejor compren sión de las tres dimensiones y de su relación con la vo-

cación cristiana.

90

Las tres dimensiones son disposiciones habituales adquiridas po r la per-

sona humana que son cualitativamente diferentes entre sí. Cada una de ellas

debe tener su objeto formal. Ahora bien, todo objeto formal determ ina

puntos de vista según los cuales nos orientamos en nuestro comporta-

mie nto, es decir, límites de perspectiva. Por ello las tres dimensio nes deben

tener los propios límites de perspectiva, esto es, los propios horizontes.

En otras palabras, la persona humana tiende a tener una visión tridi-

mensional, según tres horizontes. En la sec. 8.4 del Vol. I se expresó este

hecho con una metáfora: «la persona tiene tres poderes visuales o, si se pre-

fiere, lentes trifocales en las que cada uno de los focos de las tres lentes, tie-

ne su propio color; así el individuo ve y responde a personas, sucesos, co-

sas según tres perspectivas diversas, y una o dos de estas perspectivas (o di-

mensiones) puede prevalecer en cada una de las diferentes situaciones de

su vida» (p. 1 77).

Co mo repetidam ente se ha dicho, los tres horizontes son los valores au-

totrascendentes en la primera dimensión, los autotrascendentes y n atura-

les,

 conjuntamente, en la segunda y los naturales en la tercera. Pero nótese

que dichas afirmaciones hay que entenderlas en sentido afirmativo y no en

sentido exclusivo; es decir, la primera dimensión tiende prevalentemente

hacia los valores autotrascendentes, pero esto no excluye también una aper-

tura a los valores naturales; y viceversa, la tercera dimensión tiende con pre-

ferencia a los valores naturales, sin que se excluya también una apertura a

los valores autotrascendentes.

¿En qué se ha fundamentado la hipótesis de que las tres dimensiones

tienen los tres horizontes indicados? Como se ha dicho ampliamente en el

Vol. I, pp. 17 4-189, este fundame nto es la libertad de la persona en gene-

ral y de su libertad hacia un a autotrascend encia teocéntrica, es decir, hacia

los valores autotrascende ntes en particular. Se trata, sobre to do, de la liber-

tad que D e Finance (1962 , pp. 287 ss) llama «vertical», distinguiéndola de

la «horizontal»: el ejercicio vertical de la libertad es el conjunto de juicios y

decisiones por m edio d e los cuales se pasa de un horizonte a otro; m ientras

el ejercicio horizontal es una decisión u opción que tiene lugar dentro de

un horizonte ya establecido.

En la sec. 8.4.2 del Vol. I se ha visto que el ejercicio de la libertad ver-

tical ejerce su influjo positivo o negativo sobre el paso, el crecimiento de

los valores naturales hacia los autotrascendentes y de aquí el continuo cre-

cimiento en el diálogo vocacional. Adem ás, se ha visto que esta libertad de

la persona de trascenderse en los valores autotrascendentes se halla presen-

te de mo do diverso en las tres dimensiones. Por esto en las pp. 17 5-176 del

Vol. I se ha admitido como hipótesis que la primera dimensión está sobre

t odo ,

  pero no exclusivamente, abierta a los valores autotrascendentes, en

91

cuanto es consciente y no presenta las desorganizaciones de las formas más

3)  la apertura de las dialécticas de cada dimensión a su horizonte específic

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graves de patología y las distorsiones de la realidad del yo infantil de las for-

mas menos graves de la tercera dimensión. La tercera dimensión, por el

contra rio, precisam ente a causa de las razones que acabamos de indicar,

tiende a estar prevalentemente, pero no exclusivamente, abierta a un hori-

zonte de valores naturales. Finalmente, está el caso de la segunda dimen-

sión; en ella están ausentes las desorganizaciones y distorsiones propias de

la tercera dimensión pero se da una mayor o menor limitación de la liber-

tad, proveniente del influjo del inconsciente en contradicción con el cons-

ciente; por ello parece plausible sentar la hipótesis de una ap ertura ta nto a

los valores autotrascenden tes c omo a los naturales.

3.2.

  Las confirmaciones existenciales buscadas en el presente capítulo

Una confirmación de la existencia y de las funciones de las tres dime n-

siones en relación con la vocación cristiana se obten drán de las múltiples y

concordantes observaci ones de la investigació n qu e se ofrecen en los capí-

tulos que siguen en el presente volumen.

Por lo que se refiere al presente cap. 3, se buscan estas líneas de confir-

mación que se refieren a los cuatro aspectos siguientes:

1)

  la

 existencia

 de

 estructuras

 específicas propias de

 cada

 dimensión.

 Estas es-

tructuras han sido directamente formuladas y estudiadas para el caso de

la primera y segunda dimensión. No parece posible hacer lo mismo pa-

ra la tercera dimensión. Para la tercera dimensión, dado el estado actual

de nuestro conocimiento (cf. Vol. I, pp. 168-174), se utilizará, no un

método estructural (como el que se ha seguido en las dos primeras di-

mensiones), sino el que se sigue comúnmente en el estudio científico

de la normalidad-patología: el método fenomenológico o sintomatoló-

gico; esto es, un juicio sobre la presencia o ausencia de síntomas pato-

lógicos, que son precisamente «derivados» o efectos de las estructuras

más o menos patológicas subyacentes;

2)

  la

 relación

  qu e

 existe

 entre

 las características

 de

 las estructuras (y sus deri-

vados)

 y la madurez de

 las tres

 dimensiones.

 Para la primera y segunda di -

mensión esta relación viene indicada por el hecho de que cuanto me-

nor es la contradicción complexiva entre el yo-ideal y yo-actual en ca-

da dimensión, tanto mayor es la madurez de  la persona en dicha di-

mensión; para la tercera dimensión se seguirá el método sintomatoló-

gico del cual se ha hablado en el n. 1);

92

de esta realidad existencial se derivan dos consecuencias: ante todo , las

tres dimensiones parecen ser un hecho existencial de antropología filo-

sófica y no un artificio. En segundo lugar, el posible mayor o menor

crecimiento de la persona humana según los tres puntos de vista de vir-

tud-pecado (primera dimensión), bien real-bien aparente (segunda di-

mensión) y normalidad-patología (tercera dimensión);

4) la existencia en la motivación de la persona huma na n o sólo de las tres

dimensiones, sino también de las

 consistencias

 defensivas, aunque no s

«dimensiones» en cuanto n o tienen un objeto formal u horizont e pro-

pio.

  Aún cuando tengan la misma estructura de la dialéctica propia de

la primera dimensión, las consistencias defensivas tienen una función

diversa en la motivación de la persona (cf. pp. 29-3 1). Este último as-

pecto de las consistencias defensivas será estudiado empíricamente en

otro lugar más adelante (cf. pp. 98-99 y 109).

3.3.  Las confirmacio nes existenciales halladas

Las confirmaciones se basan en dos series de observaciones.

Primera

 serie

 de observaciones:

las tres dimensiones y sus horizontes

Las tres dimensiones

tienen 3 horizontes

diversos  (validez

 diver

gente; correspondien-

te al  in  como especi

ficación).

Las tres dimensiones

miden tres aspectos

diversos de la madu-

rez de la persona (va-

lidez convergente; co

rrespondiente al fin

como moción).

1. cf. Tabla  11:  resultado estadístico en la I

a

  columna arriba

2.   cf. Tabla II: resultado estadístico en la 2

a

  columna arriba

3.

  cf. Tabla II: resultado estadístico en la 2

a

  columna abajo

4.   cf. Tabla II: resultado estadístico en la 3

a

  columna abajo

5.

  cf. Tabla II: resultado estadístico en la 4

a

  co lumna

Figura 3

. La existencia de las tres dimensiones

93

De la fig. 3, como tam bién de la Tabla II (cf. Apéndice C) con los datos

grupos de personas más maduras, por una parte, y menos maduras por

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más detallados con que se ha realizado la figura, es fácil constatar que existe

una relación significativa entre la  primera dimensión y los ideales autotras-

cendentes-, que existe una relación entre la segunda dimensión y los ideales tan-

to

 autotrascendentes

 como  naturales; que la

 tercera

 dimensión, por el contra-

rio,

 manifiesta una relación significativa sólo con los ideales

 naturales.

Desarrollando cuanto se ha dicho anteriormente y como comentario de

la fig. 3 y de la Tabla II se puede decir que:

a) individuos con m ás consistencias n o defensivas, o sea, más mad uros,

comparados con los que tienen menos consistencias no defensivas (menos

maduros), se diferencian significativamente en sus ideales trascendentes, es-

to es, presentan ideales autotrascendentes más elevados; la diferencia en tre

los mismos dos subg rupos n o es, por el contrario, significativa en cua nto a

los ideales naturales, com o cabía esperar;

b) los individuos, en los que la combinación entre inconsistencias y

consistencias propia de la segunda dimensión (cf. p. 39) es vocacional-

me nte más favorable (esto es, los más maduros) difieren significativamen-

te de los menos maduros tanto por sus ideales autotrascendentes como por

los naturales, y ambos son más elevados ';

c) los individuos en los que se manifiestan en mayor m edida señales de psi-

copatología, es decir, los «desviados», se diferencian significativamente de los

«normales» solamente p or sus ideales naturales y no por los autotrascendentes.

Las consistencias

 defensivas,

  aunque constituyen una realidad estructural

de la persona, no resulta que tengan alguna relación significativa ni con los

ideales autotrascendentes, ni con los naturales. En efecto, los individuos con

un más alto grado de consistencias defensivas no difieren significativamen-

te de aquellos que ofrecen un menor grado de consistencias defensivas ni en

lo que se refiere a los ideales autotrascendentes ni a los ideales naturales. Co-

mo se ha dicho en las pp. 29-31, las consistencias defensivas pertenecen a la

segunda o a la tercera dimensión en cuanto son expresión de éstas.

Se pued e resumi r el significado de las observaciones hechas en esta pri-

mera serie mediante la siguiente afirmación: el hecho de que las tres di-

mensiones manifiesten ten er diversas relaciones con los ideales, y por tan-

to ,

 aperturas a horizontes que son específicos de cada una de ellas, indica

que toda dimensión tiene su propio objeto formal y que, por tanto, las tres

dimensiones  existen y son  cualitativamente distintas.

Segunda serie de

 observaciones:

 las dimensiones y su madurez

Las verificaciones precedentes se han llevado a cabo en cuanto ha sido

posible subdividir los sujetos, en cada u na de las tres dimensiones, en sub-

1. Otros aspectos se tratan en el Apéndice   B-3.1.

94

otra. Esta subdivisión presupone, no sólo la elección de un punto de divi-

sión (entre maduros y menos maduros), sino también el hecho de que el

«continuo» expresado por las valoraciones de cada dimensión constituya

verdaderamente un continuo de

  madurez.

 ¿Cómo es posible verificar que

estas tres dimensiones expresan efectivamente en las personas que inician

su vocación diversos grados de madurez?

La realidad de las tres dimensiones como disposiciones distintas en re-

lación tanto a la autotrascendencia como a la internalización, según sus di-

versos modos de madurez, es puesta claramente en evidencia si se puede

observar que de hecho existe una correspondencia entre cada una de las tres

dimensiones y un criterio propio independiente de m adurez.

Se ha podido verificar esta correspondencia mediante los procedimien-

tos que vamos a exponer. Es importante notar que estos procedimientos

hacen referencia a criterios que son completamente independientes de las

mediciones utilizadas para las tres dimensiones (medidas con los tests) y

que tales criterios se basan sobre todo, en comportamientos de vida, inde-

pendientemente de los tests.

Como criterio independiente se han utilizado las informaciones de la

entrevista de lo profundo según dos  perspectivas diversas.

La primera perspectiva se refiere a la primera y segunda dimensión. Se

fundamenta en el índice de Madurez del Desarrollo descrito en el cap. 2,

pp.80-83.

 Este índice constituye un criterio adecuado de confrontación pa

ra establecer si —aunque desde puntos de vista distintos— la primera y se-

gunda dimensión expresan de hecho una continuidad en la madurez.

La valoración del índice de Madurez del Desarrollo ha sido hecha en un

escala de I a IV (cf. la publicación de 1976, pp. 121-127). Se ha conside-

rado la capacidad de la persona p ara afrontar las limitaciones y dificultade

más im portan tes en lo qu e se refiere a las siguientes áreas de vida concreta

la constancia en el trabajo académico, la fidelidad y el grado de compro-

miso en vivir los valores morales y religiosos cristianos, las relaciones inter-

personales. La madurez ha sido juzgada de grado I si las limitaciones y di-

ficultades de la persona eran tan fuertes que ejercían siempre una acción de

bilitadora en su funcionam iento en una de las tres áreas dichas; se consi-

deraba de grado II si se hallaba casi siempre presente; de grado III si suce

día

  frecuéntemente y

 de grado IV si sucedía  raramente. En los análisis qu

presentamos, las categorías I y II se consideran de un bajo grado de desa-

rrollo y las de III y IV como más alto o elevado.

La segunda perspectiva mira a la tercera dim ensión. El criterio inde

pendiente lo proporciona aquí un juicio de síntesis clínica comprensiva

(«Clinical Synthesis», p. 65), basado en la entrevista de lo profundo

95

(cf.  pp . 80-83), y orientado a comprobar la presencia o ausencia de sínto -

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mas que comportan una situación de desviación o de normalidad.

Conviene notar que entre las dimensiones no existe separación, sino

únicamente distinción y que, por ello, cada uno de los 200 individuos aquí

analizados es valorado en cada una de las tres formas de «madurez» carac-

terísticas de las tres dimensiones. En otras palabras, toda persona

  funciona

simultáneamente según las tres dimensiones.

Se puede ahora pasar a la presentación de las confirmaciones halladas

en cada una de las tres dimensiones en relación con su mad urez específica.

La primera dimensión

¿Cómo es posible analizar la correspondencia o no entre la madurez de

la primera dimensión, es decir la vinculada y manifestada por la mayor o

menor presencia de consistencias no defensivas, con el juicio de Madurez

del Desarrollo?

Se ha adoptado un método estadístico propuesto por Wiggins

  (1973,

pp . 24 0-257 ). El resultado de este procedimiento, aplicado a 200 sujetos

ha indicado un alto grado de correlación entre las dos diversas medidas de

madurez. El nivel de probabilidad de tal correlación, que es estadística-

mente muy significativo, ha resultado ser menor de uno por mil (< .001);

el correspo ndiente X

2

  =1 0. 66 . El grado de asociación entre las dos me-

didas es del 74 % e indica cómo prácticam ente en 3/4 partes de los casos,

los sujetos «maduros» de la primera dimensión son considerados maduros

también según el índice de Madurez del Desarrollo descubierto en la en-

trevista de lo profundo, y también ocurre lo mismo en los inmaduros. Am-

bas mediciones se refieren a los sujetos tal como eran cuando iniciaron la

vocación.

La primera dimensión aparece pues como una medida no obtenida por

casualidad, sino que es la medida de una realidad que descubre la corres-

pondencia con otra «madurez» que lógicamente debería corresponder subs-

tancialmente a la primera; es cierto que los dos casos de «madurez» no pue-

den y no deben coincidir al 100%, porque cada una de ellas aporta alguna

característica específica.

La segunda dimensión

¿Cómo es posible poner de manifiesto la relación que existe entre la

madurez vinculada a la segunda dimensión y un criterio independiente?

Esta correlación ha podido probarse estableciendo el grado de corres-

pondencia entre, por una parte, la valoración de la segunda dimensión,

considerada según su combinación propia de inconsistencias y consisten-

 

cias (cf. p. 39) y por otra parte el grado de madurez del desarrollo (IMD)

valorado por la entrevista de lo profundo. Como en la primera dimensión,

ambas m ediciones se refieren a sujetos en el comienzo de su vocación.

Siguiendo de nuevo el procedimiento de Wiggins (1973) se ha obteni-

do un X que expresa la correlación estadísticam ente significativa que exis-

te entre las dos valoraciones, de un valor de 10.84 con una probabilidad

menor de una sobre mil (< .001) y un grado de correspondencia del 74%.

Así, un mayor o menor equilibrio/desequilibrio entre inconsistencias y

consistencias centrales en la persona queda confirmado como constitutivo

de una segunda dimensión realmente existente en los individuos, según

una línea continua que se concreta en un mayor o men or grado de ma-

durez de la persona

2

.

La

 tercera

 dimensión

¿Cómo verificar que la tercera dimensión define—a su modo-— una li-

nea continua de madurez, pero en este caso según un continuo que va des-

de la normalid ad ha sta la patología? Para una explicación más detallada del

mod o en q ue la tercera dimensión h a sido medida en la presente investi-

gación con la Fórmula de Cooke (1967) aplicada al

  Minnesota Multipha-

sic Personality Inventory (MM PI), véase Apéndice B-3.2.

Hay que tener presente que esta fórmula ha resultado, en las investiga-

ciones de Cooke (1967, p. 476), particularmente válida para estudiar una

población que no entra en la categoría de pacientes psiquiátricos. Además,

corresponde notablemente a la definición de «desorden mental» (psicopa-

tología) dada por el «Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorder

(DSM III) de la «American Psychiatric Association» (1980, p. 6); en efec-

to ,  esta fórmula considera tanto las manifestaciones de desajuste personal

del individuo mism o, com o las dificultades q ue le afectan en sus relaciones

interpersonales.

La investigación ha confirm ado que existe una correlación entre las va-

loraciones de cada sujeto obtenidas por medio de la fórmula de Cooke y la

valoración de «normalidad o desviación» obtenida por un análisis inde-

pendiente de los resultados de la entrevista de lo profundo de cada sujeto.

(Para más detalles sobre el uso de la entrevista de lo profundo en este sen-

tido, cf. Apéndice B-3.2).

Los siguientes análisis se han h echo para establecer la correlación e ntre

las medidas de la tercera dimensión según la fórmula de Cooke y el crite-

rio comprobado de la entrevista de lo profundo: ante todo, siguiendo una

vez más el procedimiento indicado por W iggins (1973), k correlación en-

2. Sobre el proced imiento utilizado para la distinción de los más madu ros de aquellos que son

menos maduros en la primera

  y

  segunda dimensión, cf. Apéndice B-3.2.

97

considerarse en relación a los aspectos de la persona y acontecim ientos vo-

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tre el juicio clínico comprensivo y las medidas de la tercera dimensión ha

resultado muy elevada y estadísticamente significativa. El X

2

 obtenido es

= 16.31  con nivel de probabilidad m enor de uno por mil (<.001). El gra-

do de asociación es de 77%

 3

.

Estos resultados indican la correspondencia entre la medición de una

relativa presencia de signos patológicos expresada por la fórmula de Coo-

ke aplicada al MM PI de cada sujeto (med ida de la tercera dimensión) y

una valoración independiente de la madurez vinculada a la presencia de

psicopatología, obtenida m ediante la entrevista de lo profundo (descrita en

las pp. 80-83). Y así como el juicio de psicopatología se refería a la situa-

ción después de cuatro años de vida vocacional, ambas medidas (la fórmu-

la de Co oke y la entrevista de lo profundo) se refieren a la situación des-

pués de cuatro años. Con su correlación, los resultados confirman la vali-

dez convergente de la tercera dimensión, esto es, el hecho de que la terce-

ra dimensión no es un artificio, sino una medida real de una dimensión de

madurez según la línea continua de normalidad-desviación.

La s consistencias defensivas

Ya hem os visto que el área de la persona que se manifiesta en las con-

sistencias defensivas no co nstituye una d imensión por sí misma, puesto que

frente a ellas y a la madurez correspond iente n o se presenta un ho rizonte u

objeto formal específico (cf. p. 94). De hecho, las consistencias defensivas

pertenecen dinámicamente a la segunda o a la tercera dimensión.

Dada, no obstante, la función que pueden desempeñar en el proceso de

crecimien to y de internalizac ión (cf. Vol I, sec. 8.5 y Vol. II cap. 6) es im-

portante observar cómo su relativa presencia, que se ha establecido por las

medidas adoptadas aquí, pueda ser puesta en relación con el criterio inde-

pendiente de madurez expresado en el índice de Madurez del Desarrollo

(IMD). De esta observación puede verse que la valoración de las consis-

tencias defensivas es válida y que las estructuras que ellas representan no

son artificios sino que tienen sus raíces en la realidad y, como tales pue den

3.   Otros dos análisis se han llevado a cabo en esta línea: 1) se ha realizado una com paración di -

recta, dividiendo cada uno de los tres siguientes grupos (religiosos y seminaristas, religiosas, y todos en

conjunto), según las categorías de «normales»' y «desviados»», derivadas del juicio clínico basado en la

entrevista de lo profundo, y conttastan do las medidas de los desviados con las de los normales por me-

dio de la prueba de Mann-Whitney. Tal prueba ha confirmado las diferencias estadísticamente signi-

ficativas entre desviados y notmales en la dirección que se esperaba, es decir, con may or presencia de

patología en el caso de los desviados de la media. Los valores estadísticos obtenidos son: para los 200

sujetos, K=2.94con probabilidad <.0O2; para los religiosos y seminaristas, K=1.95 con p<.03

  y

  pata

las teligiosas, K=l .93 con

 p<.03 ;

 2) adem ás, se llevó a cabo una prueba también dirigida para ver la di-

ferencia entre desviados y normales, aplicando el t-test (ptueba t) a tod o el grupo de 200, a varones  y

mujeres. Para el grupo entero el t«2.54 con p<.O06; para los religiosos y seminaristas t=2.10 con p<.02;

pata las religiosas t=1.53 co n p<. 06. E n estos dos análisis los seminaristas no podí an ser evaluados se-

paradamente, dado el l imitado número de desviados en la muestra de 21 sujetos.

98

cacionales.

Se ha com probado la correspondencia entre la mayor o menor presen-

cia de consistencias defensivas y el grado de madurez del desarrollo (IM D) .

Siguiendo una vez más el procedimiento de Wiggins (1973), la correlación

se ha manifestado notable y estadísticamente significativa con un X

2

 = 4.62

y un nivel de probabilidad <.03. El grado de asociación entre las dos va-

riables (m adurez del desarrollo y consistencias defensivas) es de 70% .

Se puede concluir la presentación de las confirmaciones halladas ha-

ciendo algunas consideraciones.

Ante to do, se puede afirmar que las tres dimensiones tienen validez

tanto convergente com o divergente; esto es, las tres dimensiones

  miden

 tres

aspectos de la madurez de la persona (validez convergente) y las tres di-

mensiones tienen tres horizontes diversos (validez divergente). La fig. 3 in

dica en su parte derecha ambos tipos de validez. La validez divergente con -

firma el influjo del fin como especificación de la acción, y la convergente

el del fin como moción de la acción (cf. Vol. I, p. 176).

Otras pruebas de validez convergentes y divergentes de las tres dim ensio-

nes se presentarán en los análisis de los capítulos siguientes.

En segundo lugar, quizá no sea superfluo repetir que las tres dimensio-

nes se hallan simultáneamente presentes en cada persona, aunque en gra-

do de madurez diverso (cf. ejemplos concretos en Vol. I, p. 177).

Finalmente, las dos series de observaciones de que se ha hablado en las

páginas precedentes parecen ofrecer las cuatro confirmaciones existenciales

buscadas y expresadas en las cuatro afirmaciones del pre sente capítulo (cf

pp.   92-93).

3.4. Algunas aplicaciones pastorales

1.  Hemos iniciado la presentación de la investigación realizada par

nuestro estudio sobre la antropología, en este cap. 3, planteando la si

guiente cuestión: ¿quién es la persona hum ana del diálogo vocacional? Se

ha pretendido plantear esto expresamente para hacer explícito y poner de

relieve un principio metodológico implícitamente insinuado en la intro-

ducción del libro (pp. 11-12): la antropología debe preceder a la pastoral y

debe inspirarla, y no al revés.

Es claro que debe tratarse de una antropología que responda por lo me

nos a las dos siguientes exigencias: ante todo, debe tener coherencia con-

ceptual, que —tratándose de la vocación cristiana— trate de mostrar la

convergencias, no queridas por el que escribe, sino existentes de hecho en

tre sus tres aspectos, teológico, filosófico y psico-social. En segundo lugar

dicha antropología debe ser confirmada por hechos existenciales. Esta con

99

firmación —n ótese bie n— constituye una validez, no sólo de la formula-

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ción conceptual interdisciplinar, sino también de los instrumentos, de los

«tests» utilizados para verificar dicha formulación. En el presente cap. 3 he-

mos comenzado a ofrecer algunas de estas confirmaciones existenciales, a

las cuales seguirán otras.

En todo caso, dejando por el momento aparte el

  hecho

  de hasta qué

punto las indicadas condiciones quedan satisfechas en la presente aporta-

ción (se verán tambié n en lo que resta del libro), queda el principio de que

la antropología debe preceder a la pastoral; y es sobre la base de la visión

antropológica sobre la que se deben formular después los programas de for-

mación vocacional y pastoral, y no a la inversa.

Por ello —sirva de ejemplo— la cuestión no es si se debe adaptar la

persona humana a uno de los dos «modelos consistentes de opción»  (con-

sistentpatterns ofchoices)  de que habla Neal como modelos institucionales

de vida vocacional (19 75, p. 74), sino, al revés, el problem a es que se de-

be verificar una antropología formulada

  independientemente

  de estos dos

patterns

  y después proponer programas de formación vocacional-pastoral

que estén al servicio de una antropología interdisciplinar capaz de mostrar

la convergencia entre las distintas disciplinas. De otro modo, la antropolo-

gía debe basarse sobre el carácter teleológico y axiológico prop io de la m o-

tivación humana, más aún sobre una axiología que es autotrascendente en

sentido teocéntrico; por ello no puede tomar modelos sociales como sus

puntos de referencia

4

.

2.  La antropología de lo humano-cristiano, de la persona cristiana vista

en este cap. 3 corrobora la afirmación del Concilio Vaticano II en la C ons-

titución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo moderno ( Gaudium et Spes)

de que el hombre se halla dividido en sí mismo (n. 10). Conviene subra-

yar que un aspecto particular de esta división está representado no sólo por

la primera (y a veces por la tercera) dimensión, sino también —en modo

particular— por la segunda. Aquí, en efecto, la persona se halla abierta si-

multáneamente y de modo significativo tanto a los valores naturales como

a los autotrascendentes; además el inconsciente puede ocultar a la persona

mism a el hecho de que su apertura a los ideales autotrascendentes coexiste

con la apertura a los ideales naturales, que quizá son los verdaderos pun tos

de apoyo de los ideales autotrascendentes que se proclaman; por ejemplo,

el valor natural de recibir puede ser el verdadero apoyo del valor procla-

mado de entregarse a los demás.

4.

  Convien e subrayar que las confirmaciones existenciales de una antropología (como la que se

tiene con la predicción del abandono o no en el t iempo de vida vocacional, cf. sec. 5.4.) son un a pru e-

ba de la precisión de los tests usados (y esto también co mo respuesta a cuanto paiece confirmar Go-

din, al menos implícitamente: 1983, p. XIII).

100

De aquí provienen tres tipos de problemas pastorales. Ante todo la di

ficultad del «discernimiento de espíritus», esto es, de establecer cuándo un

determinado comportam iento es sólo bien aparente y no real. En segund

lugar, la dificultad de ayudar a la persona a liberarse del bien aparente en

cuanto —como se ha visto en el Vol. I, 8.4.2— el ejercicio de la libertad

efectiva de la persona queda limitado por la segunda dimensión. Final

mente, las dificultades que se derivan de las posibles distorsiones con que

la persona percibe, imagina o —sim bolizan do— atribuye significados

palabras, escritos, acontecimientos, o a otras personas. Este último proble

ma puede afectar a todo el proceso de  catequesis de dos modos: los mens

jes que se ofrecen pueden ser aceptados sólo pot complacencia o por iden

tificación no internalizante sin alcanzar verdaderamente la internalizació

de los valores autotrascendentes; o bien los mensajes recibidos favorecen

una autotrascendencia egocéntrica o filantrópica pero no una autotrascen

dencia teocéntrica (cf. Vol. I, sec. 7.3.2). Esta es la difícil problemática d

la formación p rofunda de las conciencias para favorecer la mad uración y e

establecimiento de convicciones personales y no sólo de motivaciones.

3.

  Las tres dimensiones como tres aspectos de la dialéctica fundamen

tal de la persona que coexisten en el individuo reclaman la aportación d

una pedagogía que comprenda tres tipos de intervención, que actualizados

por el contrario, separadamente terminan por no respetar la naturaleza hu

mana en su complejidad y, por lo tanto, no ofrecen una cooperación ade

cuada al plan de la redención en los límites de la disposición psico-social

Se da aquí por descontado que la acción de la gracia es precedente y pri

mordial en esta pedagogía.

Una prime ra pedagogía es la que se orienta al aspecto espiritual con

ciente sin el cual no pued e existir el desarrollo de la persona hacia los v

lores autotrascendentes. El conocim iento y la iniciación en los valores cris

tianos autotrascendentes sigue siendo el punto de punto de referencia esen

cial para todo el crecimiento en la vocación cristiana.

La lucha espiritual entre el yo en cuanto se trasciende y el yo en cuan

to trascendido, se desarrolla siempre también en el plano consciente, espi

ritual, moral entre bien y mal, virtud y vicio, pasiones centradas en el yo

amor teocéntrico, yo y Dios. Es el campo de la libertad que se puede ejer

cer dentro de sus límites para escoger el bien o para rechazarlo. Esta peda

gogía conti nuar á favoreciendo el desarrollo de la virt ud (

Optatam totiu

nn. 8-11), reforzando, por tanto, las consistencias no defensivas: llevar e

yo actual a una armonía — aunqu e en tensión consciente— con el yo-ide

al de los valores autotrascendentes.

Pero como sabe toda persona que trata de responder a la vocación,

con mayor razón todo ed ucador o director espiritual, esta lucha asume fr

im

cuentemente aspectos confusos; a pesar de los esfuerzos hechos con buena

El ámbito de su aplicación en el campo vocacional debería ser previo y

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voluntad, la lucha no logra plantearse en término correctos, con lo que la

persona gira en el vacío, pierde tiempo, se deprime, acepta soluciones de

compromiso y termina por adaptarse a una «renuncia» que se halla muy le-

jana de la cristiana. En momentos de una más aguda clarividencia se reco-

noce que hay «otra cosa», ¿pero qué cosa? No se puede decir que se está

«enfermo» y al no poder identificar «esta cosa» se termina por olvidar la

pregunta y poner fin a la búsqueda. D e aquí la utilidad de una segunda for-

ma de pedagogía.

Una segunda pedagogía se orienta a los aspectos de la persona que se

expresan, en lo que se refiere a la dialéctica fundamental entre el yo en

cuanto se trasciende y el yo en cuanto es trascendido, a través de aquellas

estructuras, de inconsistencias inconscientes y consistencias cuya dialécti-

ca se escapa a la conciencia del individuo, hace mella en el ejercicio de la

libertad, favorece una simbolización regresiva.

El objetivo es afrontar el com ponen te subco nsciente, identificar las áre-

as de inconsistencias, permitir a la libertad ejercerse a partir de experiencias

más realistas de sí mismo y del mundo , fundándose en una comprensión

y en juicios menos influenciados por la tenden cia a colocar el yo en el cen-

t ro,

 descubrir cómo es posible confundir el bien real con el aparente en el

caso concreto d e la propia vocación y de las propias opciones.

N o  se

 .trata,

 pues, solamente de un «análisis» de los compo nentes del yo

para lograr una armonía centrada sobre sí mismo, sino de hacer emerger aque-

llas configuraciones del yo trascendente y trascendido que hacen difícil o im-

posible el libre autotrascenderse hacia los valores teocéntricos y cristianos.

El punto de partida son las inconsistencias que se oponen a este proce-

so.   La comunicación pedagógica no puede reducirse sólo a verdades abs-

tractas, sino constituir una ayuda concreta para el descubrimiento de la

existencia de estas resistencias inconscientes. Los horizontes, dentro de los

cuales se mueve esta dimensión y que desde la misma son influenciados,

son los ideales autotrascendentes lo mismo que los naturales.

Sin este tipo de pedagogía que tom a en consideración la existencia de

esta segunda dimensión, los esfuerzos pedagógicos mejor intencionados

pueden terminar siendo «autoritarios» o «permisivos». Autoritarios porque

se limitan a la afirmación de unos principios válidos, pero que perm anecen

externos al proceso de internaliza ción; permisivos, porq ue en el área de las

inconsistencias inconscientes no se entra y se termina por abandonar al in-

dividuo a sus dificultades.

Una tercera pedagogía se orienta al área propiamente psico-patológica.

Es la única en la que con frecuencia —incorrecta y desdichadamente— se

piensa cuando se hace referencia a las ciencias psicológicas.

102

limitad o, es decir, las personas deberían ser ayudadas antes de entrar en las

casas de formación, o al menos, antes de ser admitidas a la ordenación sa-

cerdotal o a los votos. Puede ofrecer un a ayuda válida para la selección ini-

cial, excluyendo a los que, presentando problemas serios, no dan fundada

esperanza de recuperación.

Aun cuan do el aspecto de la psicopatología debe ser, algunas veces, ob-

jeto de atención por parte de los formadores, conviene subrayar que su ob-

jetivo no es hacer «psicoterapia», sino ayudar a las personas a desarrollar la

capacidad de internalizar los valores autotrascendentes  también  mediante

«coloquios personales de crecimiento vocacional».

Cada una de estas tres formas de pedagogía, aplicada separadamente,

presenta limitaciones en relación a sus fines, a los horizontes que a ellas es-

tán vinculadas, a los medios, al método utilizado para el crecimiento, pero

sobre todo en lo referente al aspecto de la persona que se estudia, y es por

tanto insuficiente. Sólo una pedagogía que compren da los tres mét odos

(especialmente los dos primeros) p ermite alcanzar la realidad existencia de

la persona humano-c ristiana y puede ayudarla a crecer para llegar a ser lo

que ella es y lo que está llam ada a ser.

Las páginas que siguen quisieran también contribuir a ilustrar cómo la

presencia operativa de las tres dimensione s en los diferentes acontecim ien

tos vocacionales exige la utilización de una pedagogía capaz de estar a ten

ta y de responder a los tres aspectos de la realidad existencial hum ano-cr is

tiana.

10

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4

¿QUÉ ELEMENTO DE LA PERSONA

INTERVIENE EN EL PRINCIPIO

DE SU VOCACIÓN?

4.1 .

  Origen del yo-ideal

Como se ha visto en el Vol. I (cf. sec. 7.3.2, 8.2.2, 8.3 y 8.4) la perso-

na humana está dotada de la «capacidad» de autotrascenderse. En efecto,

se mueve po r la fuerza

  apriori

  de su intencionalidad consciente que la ha

ce avanzar y transcenderse según una serie de interrogantes, los cuales se

orientan a la verdad, al bien, a lo justo (cf. en este volumen, pp. 89-90).

Estos interrogantes , que la persona se hace acerca de las realidades que

la circundan, se encuent ran con las preguntas que la realidad de los valores

objetivos pon e a la persona. El encuentro entre la fuerza motivad ora de los

valores objetivos de la realidad y la fuerza de la intencionalida d conscien

te de la persona lleva al individuo a autotrascender se, a ir más allá de s

mismo.

¿Cuál es el fin

  último

 al que el hombre tiende con su autotrascenderse?

En la sec. 7.3.2 del Vol. I, se ha visto que la persona humana puede tener

una autotrascendencia que es egocéntrica (lograr el perfeccionamiento de

sí mismo) o filantrópico-social (llegar al perfeccionamiento de la comuni-

dad hum ana) o teocéntrica (se autotrasciende a sí mismo, se aleja uno de

sí para alcanzar a Dios). Este último es el objetivo final al que el hombre

aspira en cuan to Dios es el fundam ento de todo sentido y de todo valor de

nuestra vida. Por ello, de modo análogo, se puede decir que, como objeti-

vo último, la persona humana tiende no a los valores naturales, sino a los

autotrascendentes, es decir a los valores con los cuales se aspira a Dios, tan

to implíc itamen te (valores morales) com o directam ente (valores religiosos

(cf. Vol. I, sec. 8.2.2 y en este Vol. II, pp. 19-21). Tender a los valores au-

totrascendentes hace

 posible

  la «vocación» del hombre por parte de Dios

10

es el «punto de contacto» que hace posible que el hombre establezca un

tacto con los valores cristianos, ¿está verdaderam ente presen te: 1) una ten

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diálogo con Dios (cf. Vol. I, 9.2.1); se podría decir que es su «vocación on-

tológica», la cual converge con la «teológica» de «llamada» a la libertad por

medio de la autotrascendencia del amor de Dios y del prójimo (Calatas 5,

13-14; Vol. I, 9.3.1).

Ahora bien, la trascendencia hacia los valores autotrascendentes lleva a

los individuos a desarrollar una estructura específica de la propia persona-

lidad, que obra como mediadora psico-social de dicha autotrascendencia.

Visto en la perspectiva de la vocación cristiana, cuanto se ha venido di-

ciendo indica que, con la ayuda de la gracia, este mediador de trascenden-

cia puede llevar a elegir  los ideales autotrascendentes de Cristo y a decidir

iniciar el camino vocacional. Com o se ha presupuesto en una publicación

nuestra anterior (1971) dicho mediador es el yo-ideal o «Ideal-de-sí-en si-

tuación» (IP-II) como se ha tratado en la p. 21 .

De este m odo se da una convergencia de las tres antropologías (filosó-

fica, teológica y psicosocial) hacia la autotrascendencia teocéntrica que se

expresa a través del yo-ideal.

4.2.

  Confirm aciones existenciales que se buscan

Las tres primeros proposiciones de la teoría de la «autotrascendencia en

la consistencia» (pp. 58-59) afirman:

Proposición 1: La vocación cristiana es un proceso hacia la realización

del ideal de sí más que del concepto de sí.

Proposición II: La vocación cristiana es un proceso hacia la realización

del ideal-de-sí-en-la-situación o yo ideal.

Proposición III: El yo-ideal, por medio del cual se manifiesta el inicio

del compromiso vocacional se caracteriza más por los valores instrumenta-

les y finales que por las actitudes, y el contenido de este yo-ideal (valores y

actitudes) lo constituyen más variables autotrascendentes q ue variables na-

turales.

Estas proposiciones pueden tomarse como líneas generales que sirvan

de guía en la presente búsqueda de confirmaciones existenciales concer-

nientes al proceso inicial del camino vocacional.

Ante todo es oportuno distinguir dos aspectos del inicio en el camino

vocacional. El prim ero se refiere a la vocación cristiana

  en

 general, esto es,

aquella que —de modo más indicativo que exhaustivo— el Concilio Vati-

cano II, en la Constitución Dogmática   Lumen Gentium presenta como vo-

cación de los laicos (n. 31), de los esposos (35), de los clérigos o sacerdotes

(41) y de los religiosos (31 y 43). Aquí se busca una respuesta a las si-

guiente pregunti que se refiere a dos   tendencias;  en las personas pertene-

cientes a los estados socio-eclesiales mencionados y que han tenido con-

106

dencia a autotrascenderse más que a autorrealizarse (cf. Proposición I)? 2

¿una tendencia a transcenderse más hacia los ideales (valores y actitudes

autotrascendentes que hacia los naturales (cf. Proposición III)?

El segundo aspecto desea hallar una respuesta a una pregunta diversa: ¿l

indicada tenden cia a la trascendencia hacia los ideales autotrascendentes es

tá verdaderamente en la base de una decisión de iniciar el camino vocaciona

Resulta más fácil hallar una respuesta a esta pregunta comp arando los resu

tados entre los clérigos o seminaristas, religiosos y religiosas por una parte

los laicos y laicas por otra, en cuanto que, respecto a los primeros, es posibl

especificar si ha habido una «decisión» vocacional cristiana: su «entrada» e

las casas de formación es, de algún mo do, un índice existencial de una «de

cisión».

Téngase presente que la opción de estudiar a los seminaristas y religio

sos es sólo un medio metodológico; se utiliza para poner claramente en ev

dencia el hecho existencial de una decisión; esto no implica que los laico

y laicas no hayan tomado su propia «decisión».

En el ámbito de este segundo aspecto, pueden ser investigadas distinta

confirmaciones existenciales. Aquí, siguiendo la segunda y tercera propo

sición, se presta atención a estos puntos: 1) los individuos inician el cami

no de la vocación a través de la mediación del yo-ideal más bien que por l

mediación de otros componentes estructurales de la personalidad (Propo

sición II); 2) en el ámbito de los ideales, los valores son más importante

que las actitudes y — com o conte nido — los ideales autotrascendente s so

más importantes que los naturales (Proposición III .

4.3.  Las  confirmaciones existenciales halladas

La presentación de los resultados obtenidos considerará por separad

los dos aspectos indicados en la sec. 4.2; el primero se refiere a las tende

cias en el proceso de «elección» de los ideales; el segundo al proceso de

 d

cisión de iniciar el camino vocacional. Traducido en términos de los cuat

niveles de operaciones del méto do trascendental de Lonergan (1973) se po

dría decir que el primer aspecto está entre el tercero y cuarto nivel, mien

tras el segundo aspecto se refiere más explícitamente al cuarto nivel. A pro

pósito de este últ imo y de la decisión explícita que lo caracteriza, se proce

derá según los dos puntos de confirmaciones existenciales indicados al f

nal del párrafo precedente.

Primer aspecto: tendencia a la autotrascendencia

más que a la autorrealización

En las personas que inician su camino vocacional existe una tendenci

a autotrascenderse más que a autorrealizarse. En nuestras conclusiones y

10

publicadas (c£ 1976, 1978, cap. 5 a los que remitimos al lector), aparece

IDEALES

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dicha tendencia en ambos grupos de varones y mujeres que han ingresado

en instituciones vocacionales. Esto queda probado por el hecho de que la

correlación o la armonía entre los Ideales Institucionales (II) y los Ideales

Personales (IP) es mayor que la que se da entre los Ideales Institucionales

(II) y el yo manifiesto (YM) o concep to de sí '. La tenden cia observada se

halla presente tanto en los valores com o en las actitudes.

Esta misma tendencia se halla presente también en los laicos y laicas

que ingresan en las instituciones universitarias {colleges)  católicas.

Primer aspecto: tendencia a la

 trascendencia

hacia

 ideales autotrascendentes

  más que

 hacia ideales

 naturales

Comparando por separado en cada grupo (religiosos, religiosas, semi-

naristas, laicos, laicas), los valores y las actitud es auto trasce nden tes con los

naturales, se observa u na

 tendencia

 estadísticamente significativa en los ide-

ales autotrascendentes a ser más elevados que los naturales (para los deta-

lles estadísticos cf. Apéndice B-4.1).

Con esta segunda serie de observaciones, no sólo queda confirmada la

primera, sino que queda m ás explícito el hecho de que la autotrascenden-

cia observada no es de tipo egocéntrico o filantrópico-social, como se ma-

nifiesta predominantemente en los ideales naturales, sino que tiende más

bien hacia ideales autotrascendentes qu e tienen una clara referencia a la di-

mensión teocéntrica.

Segundo aspecto: la decisión  de «entrar»

está

 mediada por el yo-ideal

Se puede plantear la siguiente pregunta: considerando las distintas di-

mensiones y estructuras de la persona que son importantes para el diálogo

vocacional cristiano (cf. cap. 3) ¿es posible observar una diferencia entre los

sujetos que han tomado la decisión de entrar en una institución vocacio-

nal y los laicos?

La respuesta es afirmativa, pero con la siguiente precisión, claramente in-

dicada en la fig. 4: la única diferencia estadísticamente significativa que se pue-

de observar,

 se

 encue ntra a nivel de la estructura del yo-ideal y

 no

 al de las dis-

tintas estructuras dialécticas que están en conexión con las tres dimensiones.

Hay que subrayar un aspecto importante de los resultados: aunque el

resultado indicado sea debido al efecto combinado de ambos ideales auto-

1. Para un a definición de Ideales Institucionale s, de Ideales Personales y del yo manifie sto, cf. pp.

21-22 .

IOS

AUTOTRANSCENDENTES

Valores

Actitudes

NATURALES

Valores

Actitudes

Figura 4. El yo-ideal como mediador del ingreso

trascendentes y naturales, son, sin embargo, los autotrascendentes los que

contribuyen de mod o determ inante, dad o que los naturales, por sí solos,

no diferencian significativamente a los laicos de los religiosos y seminaris-

tas (para más detalles cf. Apéndice B-4.2).

No se puede, pues, decir que los jóvenes que eligen el camino de la vo-

cación sean significativamente más o menos m aduros , en lo que se refiere

a la primera o segunda dimensión, ni más o menos normales o alejados de

la media en lo que respecta a la tercera dimensión en comparación con los

jóvenes laicos que no han hecho esta opción. Lo que caracteriza es la pre-

sencia de este más elevado yo-ideal especialmente por los contenidos au to-

trascendentes

  2

.

Estas observaciones so bre la ausencia de diferencias entre religiosos y lai-

cos por lo que respecta a las tres dimensiones, lejos de hacernos olvidar lo

que hemos observado en el cap. 3, nos recuerdan que las dialécticas de las

tres dimensiones se hallan presentes  en ambos grupos de jóvenes, tanto e

las instituciones vocacionales como en las instituciones universitarias para

laicos

 (colleges).ha.

  presencia evidente de un yo-ideal más elevado en los q

2.

  Los sujetos que entran e n la vida vocacional no se diferencian significa tivamente de los laicos

ni siquiera por lo que se refiere a una mayot o menor presencia de

  consistencias defensivas,

  como tam

poco en lo relativo a un mayor o menor grado de consistencias, cuando estas son valoradas global-

mente, esto es, incluyendo tanto las consistencias defensivas como las consistencias no defensivas.

109

han tomado la decisión inicial de «entrar en la vida vocacional» no elimi-

Este vínculo indica que la autotrascendencia de la vocación cristiana es un

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na la presencia de las tres dim ensiones.

Segundo aspecto: los «valores»

y

 los «ideales» autotrascendentes son los

 más

importantes para la

 decisión

 d e

  «ingreso»

Nuestros resultados indican que los valores son más importantes que las

actitudes para diferenciar a las personas qu e entran en la vida vocacional de

los laicos .

Además, existe en esta diferenciación una mayor importancia de los ide-

ales autotrascendentes (valores y actitudes) en com paración con los ideales

naturales (valores y actitudes).

La fig. 4 m uestra gráficamente estos aspectos de la decisión de entrada;

para los detalles sobre las pruebas estadísticas véase el Apéndice B-4. 3.

Se puede n resumir las confirmaciones existenciales halladas, fijándonos

en cinco puntos:

1) El yo-ideal es  la estructura de la persona que obra com o elem ento

predominante en el proceso de decisión de ingreso, proceso que, a su vez,

tiene su antecedente en dos tendencias de la persona: la de a utotrascender-

se más que autorrealizarse y la de trascenderse hacia ideales autotrascen-

dentes más que hacia ideales naturales.

2) La

 decisión

 de «entrar» se manifiesta más en los ideales (valores y ac-titudes) autotrascendentes que en los ideales naturales.

3) La decisión tiene lugar más a través de

 los valores

 que de

 las actitudes

autotrascendentes.

4) El predominio de la tendencia a autotrascenderse sobre la de auto-

rrealizarse, presente en el momento de entrar en la vida vocacional, puede

favorecer, tant o la apertura de la persona al influjo de la gracia (y por ello

el diálogo vocacional), como a su autotrascendencia en el cum plimien to de

su misión.

5) La persona, no obstante, no se deja motivar solamente por los idea-

les, sino tamb ién por el influjo mut uo d e las tres dimensiones, expresiones

de la dialéctica de base; este último punto será analizado ampliamente en

los capítulos que siguen.

4.4.

  Algunas aplicaciones pastorales.

Los resultados obtenidos muestran que en las personas sometidas a exa-

men, religiosas o laicas, existe un estrecho vínculo entre el hecho de tender

a la autotrascend encia más que a la autorrealización y el de tender a la tras-

cendencia hacia ideales autotrascendentes más que hacia ideales naturales.

110

autotrascendencia teocéntrica más que una autotrascendencia egocéntric

o filantrópico-social. Las observaciones presentadas convergen, por ello

con las consideraciones filosóficas y teológicas expuestas en el Vol. I, sec

7.3.2 y 9.3.1 (para esta última, de modo especial las pp. 246-250).

¿Cuál es el significado pastoral fundamental del proceso de autotras

cendencia qu e está sugerido por esta convergencia interdisciplinar? La per

sona humana es llamada a entregar su amor, su disponibilidad, su lealtad

los otros y al Otro con una motivación teocéntrica que sobrepasa el propio

yo (o self).  Más aún, mi yo y el del otro no pueden convertirse en base pa

ra valorar las opciones morales y las creencias. La base es la autotrascen

dencia teocéntrica a la que se es llamado teológicam ente, y a la que se tien

de ontológicamente, es el don total de sí al otro y al Otro (cf. Vol. I pp

256-263).

Por ello la vocación cristiana no debe convertirse en idolatría, es decir

adoración de sí mismo, d e los propios deseos, de los propios proyectos, d

las propias actividades, de la propia voluntad. Vitz (1977) llama «egotismo

(seífism) a esta idolatría en la que el yo y sus experiencias son vistas como

valor más elevado y el objeto último de referencia y de interés.

Desgraciadamente, como se ha indicado en el Vol. I (pp. 246-250), es

te «egotismo» ha entrado en muchos programas de formación de jóvene

que siguen la vocación sacerdotal o religiosa, así como en bastantes «estilo

de vida» de personas consagradas. Las teorías de la autorrealización, del  se

fiílfilment

  de C. Rogers, de A. Maslow, de E. Fromm han abierto el cami

no para aceptar, de modo no suficientemente crítico, la componente ego

tista en los ambien tes vocacionales con evidentes consecuencias pastorale

Nos limitaremos a indicar algunas.

a)  La pastoral para promover vocaciones  frecuentemente pone de relie

motivaciones predominantemente humanas, en el sentido de ofrecer, sobr

t odo ,

  ideales naturales: realizar los propios deseos, cumplir y desempeña

funciones de utilidad social y profesional, desarrollar las propias cualida

des,  los propios talentos, etc. Está claro que en todo esto puede haber mu

cho de positivo, pero no basta. La vocación cristiana es una invitación a se

humano s, pero también a algo más que huma nos. Cristo en su vida terre

na era hombre, pero también más que un hombre. El amor del cristiano

no debe nacer del hom bre, sino de Dios y para Dios, por encima de tod

otra cosa, y por los hombres como imagen de Dios sobre la tierra. La vid

del cristiano debe ser humana, pero también más que humana, esto es

comp letame nte cristiana de modo que sea un desafío, un interrogante pa

ra las demás personas; de otro mod o tend rán la impresión de que la vid

de los que siguen una vocación no es suficientemente distinta de la suya

por lo que no supondrá para ellos un desafío, una invitación.

/ ;

Un aspecto particular de la pastoral para obtener vocaciones se refiere

bian continuam ente sin ningún objetivo fijo. Com o afirma el mismo R o

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al modo de plantear e interpretar encuestas sobre las motivaciones iniciales de

la vocación.

Distintos estudios sobre la vocación (Potvin y Suziedelis, 1969; Gree-

ley, 1972; Stryckman, 1971) han utilizado preferentemente conceptos vin-

culados a «actitudes», «roles», «actividades» (y a fuerzas motivacionales co-

mo atracción, deseo, «liking» para calificar el término «llamada»). Es pro-

bable que este uso: 1) refleja el clima general de secularización, 2) sea el re-

sultado de la incapacidad por parte del investigador —al menos según al-

gunos— de ir al núcleo espiritual de una «llamada» así experimentada, 3)

el deseo de los psico-sociólogos de evitar una terminolo gía teológica tradi -

cional (Godin, 1983); o como Godin mismo sugiere (p. 33), quizá los es-

tudios han sido planificados según el lenguaje que los adolescentes usan en-

tre sí hablando de la decisión de entrar en el seminario o noviciado.

Ahora bien, colocándose —como en esta investigación— en una pers-

pectiva de tipo   estructural, que separa el ideal de sí del concepto de sí (yo

manifiesto) y permite ulteriores diferencias de contenid o e ntre valores y ac-

titudes, se observa que —en la opción inicial de seguir una vocación— los

jóvenes responden predom inantem ente a los ideales como valores y no a

los ideales como actitudes. La característica estructural permite, pues, se-

guir un proceso de motivación inicial, que el lenguaje ordinario de los jó-

venes que inician su vocación, o las categorías de investigación con fre-

cuencia utilizadas, no siempre logran poner en evidencia.

Como recuerda también Godin (p. 34), las preguntas de los investiga-

dores deben hacerse siguiendo el uso  semántico

 corriente,

  pero, queremos

añadir, deben también permitir la manifestación de los procesos de moti-

vación (y decisión) vinculados a la realidad antropológica de la persona

que,

 además de ser interlocutor del mundo circunstante, es interlocutor de

los zWtfrey autotrascendentes.

b) En segundo lugar,  los programas deformación  vocacional frecuente-

mente se planifican según modelos que obstaculizan la autotrascendencia

teocéntrica  y  —sin quererlo— favorecen, por el contrario, la autorrealiza-

ción, que se limita a los ideales naturales; es decir, van contra las tenden-

cias de autot rasce nden cia teocén trica que están presentes en los jóvenes

candidatos. El yo

  (self)

 que es cultivado por estos modelos es el que valo-

ra fuertemente el ser autónomo, actualizante, libre de inhibiciones, eman-

cipado d e toda forma de «deberías», de obligaciones; más aún, indepen-

diente de todo objetivo o fin preciso que alcanzar, de modo que es un yo,

u n self<\\iz se halla en continua situación de cambio. Efectivamente, en es-

ta perspectiva, —como dice Rogers,  (1961,  pp. 168-172)—el yo debe de-

sarrollarse «hacia ser un proceso» y por ello con potencialidades que cam-

112

gers,

 una persona debe hacer lo que «siente como justo»

  {fiéis righi),

 fián

dose de sí {op.c,  pp. 189, 194), siguiendo el curso de acción más próximo

a «satisfacer todas sus necesidades»

  {op. c,

  p. 190).

Es difícil ver cómo semejante modelo pueda conciliarse con el de una

trascendencia hacia el amor teocéntrico como el de Cristo, de una forma

ción orientada a los valores autotrascendentes, objetivos y revelados por

Cristo . Má s bien se concilia con el existencialismo del filósofo J. P. Sartre

que,  má s

 o

 menos,

  impregn a las teorías de la autorrealización de los tres au

tores arriba mencionados. Baste recordar que, para Sartre, la vida no tiene

ningún significado

  aprioriy

  el valor no es otra cosa que el significado q u

la persona elige.

A propósito de los mod elos de formación y de los valores autotr as

cendentes, distintos de los naturales, quizá sea oportuno recordar un as

pecto del proceso formativo, que se inculca frecuentemente y que fácil

mente puede ser malentendido. Refiriéndose a la eclesiología del Concilio

Vaticano II, se pon e de relieve que la Iglesia está en el mu ndo para satisfa

cer las «necesidades» del pueblo de Dios; además, se añade, puesto que «la

necesidades» de las personas son complejas y en co ntinu o cam bio, hay qu

adaptarse a ellas. Todo esto es verdadero con tal de que no se subordinen

los valores esenciales e inalterables, revelados por Cristo, a las necesidad

manifestadas por una cultura o por la presión de un grupo social o de u

individ uo, necesidades que pueden estar en contraposición con los indi

cados valores cristianos esenciales.

c) Es obvio que un crecimiento de los candidatos en la autotrascen

dencia teocéntrica depende también de   los/armadores y  de su capacida

de presentar y de expresar en la

  totalidad

 de su vida los valores autotra

cendentes de Cristo, en lugar de los valores puramente naturales. De aqu

la importancia de una formación que n o se limite a proporcionar nocio

nes teóricas, sino que les ayude directa y personalmente a superar las ten

dencias a la autorrealización egocéntrica más o menos presente en su per

sonalidad.

d) Una última área pastoral en la que el «egotismo» puede oponerse

la trascendencia teocéntrica de los valores autotrascendentes es la de los  «r

les».

  También aquí puede fácilmente establecerse un egocentrismo o bi

una filantropía, que no traspasa los valores puramente naturales. He aqu

algunos ejemplos: el religioso que quiere enseñar en un puesto pero no e

otro menos prestigioso, o la religiosa que quiere hacer un determinado t

po de apostolado y no otro quizá más útil para la comunidad eclesial, o e

sacerdote que dirige una parroquia, más como un administrador o com

1

un líder social que como un formador profundo de conciencias. En todos

5

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estos casos se ha olvidado que los roles hay que escogerlos, no como fines

en sí mismos, sino como medios para vivir los valores que van más allá de

los roles.

La vida de un apóstol no debe orientarse a los roles sino a los valores.

Se ha discutido ampliamente este problema en anteriores publicaciones a

las que puede acudir el lector interesado (1976, cap. 10; 1978, cap. 10 y

en el Vol. I, sec. 10 .4.2).

Las referencias de aplicaciones pastorales parecen indicar q ue no es tan

seguro que los valores autotrascendentes de Cristo que se proclaman, tan-

to en la decisión de «entrada» vocacional, como por personas más avanza-

das en el camino vocacional, tengan raíces profundas y sólidas, capaces de

impregnar todo el camino de crecimiento vocacional que debería seguir.

Lo que parece faltar son convicciones enraizadas, que sean el resultado de

un proceso de internalización de los valores de Cristo.

Ahora bien, como se ha insinuado en las pp. 44-58 , los ideales auto-

trascendentes, que se hallan en la base de la elección inicial, deben ser in-

tegrados con el resto de la persona, o sea, es preciso pasar de la decisión a

la acción y este paso no es fácil. En efecto, el significado más pro fundo de

ciertas opciones —más allá de lo que los individuos proclaman como ob-

jetivos e ideales propios— no puede emerger sino de un análisis de todos

los componentes de la personalidad.

114

¿QUIÉN ES LA PERSONA

LLAMADA A INTERNALIZAR?

5.1.  El problema

El cap. 4 ha mostrado un aspecto existencial de la persona humana: s

tendencia a la autotrascendencia teocéntrica.

No obstante, existe en el hombre otra fuerza de motivación, que e

igualmente fundamental: su  dialéctica de base,  en la que sus aspiracion

hacia el infinito se hallan en oposición con las que mueven hacia lo «fin

to»,

 en el cual el yo-ideal en cua nto se trasciende se halla en tensión con

tinua co n el yo-actual en cuanto trascendido (cf. Vol. I, 7.3.3). Además, co

mo se ha visto repetid as veces (p.e. Vol. I, 8.4 y en el presente Vol. II, 3.1

en el proceso de crecimiento en edad, la dialéctica de base de cada indivi

duo tiende a manifestarse en las tres dialécticas «centrales»

  qu e

 constitu

tres dimensiones.

Por ello, la tendencia a la autotrascendencia teocéntrica del yo (o  sel

se encuentra con otras tendencias del yo, que —e n las manifestaciones m e

nos maduras de las tres dimensiones— se pueden oponer fuertemente,

de modo más o menos consciente, a los valores autotrascendentes procla

mados por la persona. Bastará recordar algunos ejemplos de estas posible

oposiciones: la tendenc ia del yo a distorsionar la percepció n de la realida

(personas o cosas); la tende ncia a crear expectativas carentes de realismo

por tanto, ilusiones; la tendencia a aprovecharse de los demás, etc.

Ha y más. Los m ismos valores autotrascendentes proclamados al «en

trar» en la vida vocacional pueden ser, al menos en parte, expresiones d

necesidades subconscientes de la persona que se hallan en contradicción

es decir, son  inconsistentes con los valores proclama dos (cf. pp. 26-28 ).

deduce que se proclama un valor autotrasccndente, pero —en último aná

11

l i s i s— para sat i s facer una neces idad egocént r i ca; por e jemplo , se d ice op-

e l l a , co m p o r t a a l g u n as d i f i cu l t ad es m e t o d o l ó g i cas q u e ex p o n d rem o s b re -

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t ar por l a vocación sacerdotal para serv i r a l a com unid ad ecles ial , pero sub-

conscientemente se t ra ta de ser sacerdote para ser serv ido por l a misma co-

munidad . Por e l lo , l a persona que «ent ra» en l a v ida de vocación puede t e-

ner en s í misma, no só lo una par te del yo que puede produci r un creci -

miento vocacional , s ino t ambién o t ra par te vulnerable , fáci l obs táculo pa-

ra e l crecimiento . Nues t ras inves t igaciones precedentes (1976, 1978, cap .

6 , 7 , 8 ) ind ican que es ta s i tuación de opos ición al crecimiento vocacional

es tá presente en grado s igni f i cat ivo en cerca de un 60-80% de l as personas

que «entran» en la vocación sacerdotal o rel igiosa.

Por e l lo l a persona que, a l pr incip io del camino vocacional , p roclama

ideales au to t rasc end ente s (cap . 4) , si qu iere crecer según es ta proclam a-

ción, debe ante todo integrar los ideales proclamados con el resto de su per-

sonal idad; en caso con t rar io per man ece n «exter iores» , en la «superfic ie» de

su v ida, es deci r no son « in ternal i zados» . Además , d icha persona, desde el

pr incip io de su vocación , se encuent ra con d i f i cu l t ades in t r ínsecas para

avanzar en es tos procesos de in tegración y de in ternal i zación . Es tas d i f i -

cu l t ades en el camino vocacional ya han s ido t ra tadas : cf . pp . 47-58 ' .

En el presente capí tu lo 5 se t ra ta de anal i zar u l t er iormente aspectos de

estas dificultades y, sobre todo, de aportar confirmaciones existenciales acer-

ca de su ex i s tencia y del grado de res i s t encia a l proceso de in ternal i zación

de los valores au to t rascendentes de Cri s to .

Se llevará a cabo este objet ivo estud iand o tres aspectos existenciales con-

cretos de la vida vocacional: 1) la perseverancia o no en la vocación, para es-

tudiar el desarrollo en el t iempo del proceso de internalización. En efecto, es-

te desarrollo o no de la internalización puede l levar, o a mantener el compro-

miso tomado con la decisión inicial , o bien a una revisión con un cambio ope-

rado por una nueva decisión de no perseverar en la vocación; 2) el crecimien-

to o no en la potencial idad de internalizar los ideales autotrascendentes per-

mane ciendo en el ambien te de formación vocacional . Se t ra ta aquí de cons i -

derar el paso de la decisión a la acción, del decidir al «hacer» por lo que res-

pecta al crecimie nto e n la internaliza ción, esto es, de ver si las perso nas q ue

están en periodo de formación han crecido en su capacidad efectiva de intet-

nalízar; 3) la existencia, entre las personas en formación, de cuatro subgrupos

entre sí dist intos por lo que se refiere a la potencial idad de internalizar.

5 .2 .

  Di f icu l tades metodológicas inherentes  al  problema

El   es tud io del comp rom iso vocacional , en tend ido ya com o di spos ición

a l a in ternal i zación más o meno s presente , ya como perseverancia o fa l ta de

1. Se invita al lecto ra volver a leer estas páginas para com prender mejor cuanto sigue.

116

v em en t e .

La pr imera d i f i cu l t ad se der iva del hecho de que l a in ternal i zación y l a

perseverancia pueden es tar inf lu idas por muchos y complejos facrores . De

modo general se podría deci r que ambas pueden ponerse en relación , por

lo menos , con los s iguientes aspectos : 1) factores sobrenaturales y l a coo-

peración de l a persona con el los ; 2) a lgunos factores ps icosociales que ca-

racter izan l a personal idad de los indiv iduos (en l as pp . 47-58 se ha habla-

do de t res o cuat ro de es tos factores ) ; 3 ) pres iones que v ienen del grupo o

de cier tos es t i los de v ida de l a comunidad; 4) factores unidos a normas ,

cons t i tuciones y es t ructuras de l as ins t i tuciones vocacionales ; y 5) pres io-

nes que proceden del ambiente h i s tór ico y socio-cul tural , en general , y del

funcionamiento es t ructural de l a Ig les ia , de modo especí f i co .

Es te capí tu lo 5 no pretende es tudiar es tas c inco categorías de elemen-

tos. Nos l imitamos a fi jarnos en la segunda categoría: las característ icas de

l a p e r s o n a l i d ad d e l o s in d i v i d u o s , au n q u e i n d i r ec t am en t e s e a lu d i r á t a m -

bién a l as o t ras categorías . Un a segu nda d i f i cu l t ad metod ológica es la de es -

t ab lecer cr i t er ios objet ivos del éx i to o f racaso del compromiso vocacional ,

t an to en lo que respecta a l a in ternal i zación como a l a perseverancia . En

una época como la actual , en l a que hay t ens ión ent re los valores de los in-

dividuos y la estructura de las inst i tuciones, las respuestas de los individuos

a cues t ionar ios ps ico-sociales se hal l an inevi tab lemente inf luenciadas por

ta l t ens ión . Lo mismo cabe deci r en cuanto al s igni f i cado impl íci to del l en-

guaje que u t il i zan los indiv iduo s . God in (19 83) hace notar es ta d i f i cu l t ad

y , en es te sen t ido , anal i za t res es tudios importan tes de Rashke (1973) , Ne-

al (1970; 1971) y Carro l l (en Bier , 1970, pp . 159-189) . Nos l imi tamos a

descr ib i r es ta ú l t ima aportación .

Carroll (1970) ha comparado, en un cierto número de individuos, la pre-

dicción de su éxito vocacional basándose en tests psicológicos (MMPI   y

Com pleme nto de frases) aplicados en el momen to de entrada, y la valora-

ción de su éxito vocacional, llevada a cabo bastantes años más tarde por sus

profesores de teología. Ha comparado también la misma predicción, ba-

sándose en los mismos tests con otra valoración, hecha también bastantes

años más tarde, pero esta vez por los compañeros de los sujetos estudiados.

Carroll ha mostrado la existencia de una correspondencia estadísticamente

significativa entre la predicción del psicólogo y la valoración de los profe-

sores. No obstante, no hay correspondencia significativa entre la predicción

del psicólogo y la valoración de los compañeros. Se puede hacer notar, en-

tre paréntesis, la objeción hecha por William T. Douglas, a propósito de es-

ta investigación. El sistema de evaluación utilizado por Carroll corre el pe-

ligro de consolidar criterios establecidos durante largo tiempo por los su-

periores eclesiásticos: «si nosotros, los psicólogos, seleccionamos individuos

117

que han sido juzgados aceptables por los que ocupan una posición de au-

permiten predecir la capacidad individual de internalizar los ideales voca-

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toridad, consolidamos implícitamente los modelos (patterns) actuales» y, al

mismo tiempo, obtenemos una imagen de lo que es considerado válido por

las instituciones eclesiásticas (Douglas, en Bier, 1970, p. 182).

Entonc es, ¿es imposible predecir la perseverancia y la internalización de

los valores autotrascendentes en la vocación? Tomemos nota de la diver-

gencia entre juicios expresados por los compañeros y los de los responsa-

bles de la formación. Esto es sólo   un a  señal de la dificultad considerable

para predecir la evolución de las vocaciones.sobre todo en una época en la

que los valores y las estructuras institucionales son cuestionadas y valora-

das de manera diferente por los responsables de la formación y por los

compañeros.

Nuestro intento no se orienta directamente a predecir para una selec-

ción de candidatos a la vida religiosa, sino más bien a descubrir los meca-

nismos psicodinámicos fundamentales subyacentes al proceso de ingreso y

también de internalización de los valores autotrascendentes en la vocación

religiosa.

Ahora bien, el modelo estructural y finalista de la personalidad, pre-

sentado en el capítulo 1, debería contener,  en si mism o, criterios para la

predicción de la perseverancia y de la internalización en la vocación. En

efecto, uno de los aspectos principales de esta teoría consiste en intr odu -

cir los valores vocacionales  objetivos,  finales e instrumentales, para obser-

var posiblemente el contraste entre ellos, de una parte, y de otra lo que  ca -

da

 individuo

 percibe

 como sus propios valores y actitudes (IP) y como los

valores y actitudes propuestos por la institución que él ha elegido (II) así

com o también el conjunto de sus fuerzas m otivacionales. De este mod o,

es la imagen que el individuo se forma de su función, tal como él la per-

cibe y la desea, lo que hay qu e considera r a la luz de las exigencias obje-

tivas del rol.

Además, conviene recordar que estas percepciones personales de los va-

lores,

  actitudes y funciones no se valoran por su contenido, sino más bien

por su consistencia  o inconsistencia  con las necesidades predominantes del

individuo concreto, y por ello con la madurez o inmadurez de la primera,

de la segunda, y tal vez de la tercera dimensión. Tal método de valoración

es,  pues, independiente de las normas propias de un grup o determ inado o

de una institución particular. Este tipo de valoración es igualm ente inde -

pendiente de un am biente socio-cultural preciso y de un periodo histórico

particular; además, la valoración no se halla intrínsecamente ligada a las

normas, válidas o no, de un test particular. Nuestro método es pues, en al-

gún mo do, transituacional y transtemporal. E stando así las cosas, el mo-

delo estructural-finalista propuesto  contiene en sí mismo  los elementos que

118

cionales y la perseverancia.

Lo m ismo debería valer no sólo para los dos factores de internalización

hasta ahora m encionados (consistencias-inconsistencias centrales y m adurez

o no madurez en la primera y segunda dimensión), sino también para el ter

cer factor ya estudiado en las pp. 53-54: el realismo

  en

 las expectativas de

persona producto de su proceso de simbolización. Como se ha dicho, cuan

to más m adura es una persona en la primera o segunda dimensión, m ás ten

derá a simbolizar de mo do progresivo, es decir con expectativas que tienden

a favorecer la trascendencia hacia los ideales autotrascendentes. En otras pa

labras, la persona te nderá a tener expectativas realistas acerca de su com

promiso vocacional de autotrascendencia teocéntrica; y viceversa, cuanto me

nos mad ura es una persona, m ás tendetá a simbolizar de m odo regresivo, ca

rente de realismo, y por ello opuesto a la autotrascendencia y a la internali

zación. Sin em bargo, la fuerza motiv adora de estas expectativas, realistas

no ,

 es menor q ue la proveniente de la madurez o in madurez de la primera

segunda dimensión, en cuanto ha sido cambiada por estas últimas

2

.

5.3.  Relación entre las motivacio nes de «entrada» y el proceso d

internalización

Cuanto se ha dicho en las sec. 5-1 y 5.2 sugiere que la psicodinámica

presente en la persona en el momento de su «entrada» en la vida vocacio

nal puede ofrecer eleme ntos que permi ten la predicció n de la capacida

futura de intenalización de los ideales autotrascendentes; de este modo se

ría posible indicar parcialmente cuáles son las  disposiciones y

 tendencia

 

ra un comprom iso vocacional que tendrá un mayor o menor éxito.

No se pretende que las bases de decisión para entrar en la vida religio

sa permitan, de por sí, la predicción de internalización y de perseveranci

vocacional. Por lo que se refiere a la perseverancia, D ittes (1962) h a insi

tido en la distinción entre el criterio de ingreso y el criterio de perseveran

cia. En el cap. 4 se ha ttatado de mostrar cómo la decisión de entrar en l

vida religiosa está fundada en el ideal-personal-en-la situación (IP-II), y d

modo particular, en los valores y actitudes autotrascendentes.

En el presente capítulo se puede formular la hipótesis general de que

perseverancia y el crecimiento en la internalización d e los ideales autotra

2.

  Rokeach (1973), util izando conceptos distintos, basados en la importancia de las «imágenes

sí» o «concepto de sí»

  (setf-conceptions),

  llega a conclusiones qu e, bajo ciertos aspectos, son análogas;

gún dicho autor, toda disonancia entre las «imágenes de sí» puede influir en el comportamiento de

persona y, si una  actitudesú  vinculada a la imagen de sí , asume una fuerza motivante m ayor que la

los valores  (op. cit,  pp. 215 -234). E n nuestras investigaciones precedentes (1976; 1978, cap. 9) se h

blan aplicado en parte estas ideas al influjo que las expectativas no realistas de las actitudes pueden t

ner sobre el proceso de internalización.

11

cendentes se hallan,

  en último análisis,

  en relación con el grado de madu-

una revisión de la decisión inicial muy pronto (en el espacio de uno, o al

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rez en la primera y segunda dimensión, y por ello con el tipo, grado y nú-

mero de consistencias y de inconsistencias centrales, conscientes e incons-

cientes, entre el yo-actual y el yo-ideal (Proposición IV de la teoría).

Se pued en ahora estudiar los tres puntos enu nciados en la p. 116 so-

metiénd olos a verificaciones existenciales relacionadas co n la vida vocacio-

nal sacerdotal y religiosa; este estudio perm itirá adem ás clarificar ulterior-

mente algunos aspectos de las dificultades vinculadas al proceso de inter-

nalización de los ideales autotrascendentes.

5.4.

 La perseverancia en relación con los distintos factores de la per-

sonalidad

¿Cuáles son los factores de la personalidad más relevantes para la perse-

verancia en la vocación? Estudiaremos los siguientes puntos: la importan-

cia de cada una de las tres dimensiones (5.4.1); la comparación entre las

tres dimensiones por su respectiva capacidad pa ra predecir la perseverancia

(5.4.2); imp ortancia respectiva de los ideales autotrascendentes y naturales

(5.4.3); la comparación directa entre la segunda dimensió n y los ideales en

relación c on «la perseverancia» (5 .4.4); el origen de las crisis vocacionales

(5.4.5) y los porcentajes de perseverancia en los grupos estudiados (5 .4.6).

5.4.1.  • La perseverancia d e las tres dimensiones

Los datos obtenidos indican que la madurez de los sujetos junto con la

dialéctica propia de la

 primera dimensión,

 esto es, con el grado de consis-

tencias no defensivas, se halla sólo moderadamente en relación con el he-

cho d e perseverar en la decisión inicial. En efecto, mientras en los semina -

ristas (N=45) y las religiosas (N=109) se observa una mayor madurez en

los que perseveran (que en los no perseverantes) con u n nivel de proba bi-

lidad respectivamente de .004 y

  .0001,

  para los religiosos (N=69) el nivel

de probabilidad es de .13 y no alcanza, por tanto, la significación estadís-

tica necesaria para diferenciar los perseverantes de los no perseverantes.

La madurez vinculada con la segunda

 dimensión,

 por el contrario, se ha-

lla constantemente en una relación estadísticamente significativa con la per-

severancia o no en proseguir en el camino de la decisión tomada al princi-

pio.

  Las personas con un mayor grado de madurez tienden, de modo sig-

nificativamente superior a las que lo tienen en un grado menor, a mante-

ner tal decisión.

Este resultado se observa a pesar de que las muestras varíen en núm ero;

el resultado permanece constante, tanto si se considera la perseverancia a

corto plazo, esto es, incluyendo en las comparaciones los sujetos que hacen

120

máxim o, dos años), com o cua ndo se considera la perseverancia a más largo

plazo, esto es, después de u n lapso de tie mpo que, según la fecha de ingre-

so ,

 varía entre diez y catorce años .

Para los religiosos (N=69 ) los resultados tien en un nivel de signifícati-

vidad de .04; para las religiosas (N=109) el nivel de significatividad es .0002,

para los seminaristas (N=45) es de .00 2. Incluyendo en la comparación en-

tre los que perseveran y los que no perseveran los sujetos que han realizado

un cambio de decisión en el plazo de uno o dos años,para los religiosos

(N=97) el nivel de significatividad estadística para la diferencia entre perse-

verantes y no perseverantes es .02 y para las religiosas (N=109) es de .04.

La madurez vinculada con la tercera dimensión, esto es, aquella que co

rresponde a la línea continua «normalidad-desviación» basada en la relati-

va presencia de signos de psicopatología manifiesta, ha aparecido escasa-

mente vinculada con la perseverancia, esto es con la tendencia a realizar o

no una revisión de la decisión inicial.

Solamente en las religiosas (N= 109) la comparación entre las que per-

severan y las que no perseveran alcanza un nivel de probabilidad estadísti

camente significativo (.01), mientras en los seminaristas (N=45) y en los

religiosos (N= 69) los niveles de probabil idad no son significativos (res

pectivamente .33 y .21).

Para una mejor explicación y mayores detalles concernientes a las tres

dimensio nes y la perseverancia, véase el Apéndice B-5.1

  3

.

La fig. 5 (p. 125) representa esqu emáticam ente los influjos q ue provie

nen de la madurez o no madurez de las tres dimensiones sobre la perseve-

rancia.

5.4.2.  Comparación directa entre las tres

 dimensiones por

 su capacid

predecir la perseverancia

Investigaciones hechas utilizando una comparación directa indican que

la  segunda dimensión predice la perseverancia de modo estadísticament

significativo, mientras la primera y tercera dimensión tienen u na capacidad

de predicción significativamente inferior (la comparación directa de la se

3.   El compone nte estructural de la persona que inicia su camino vocacional, comp onente mani

festado por el área de las

 consistencias defensivas

  tomadas aisladamente, no tiene ninguna conexión c

el hecho de perseverar o no en la decisión inicial. Los que perseveran no p resentan un mayor o m eno

grado de consistencias defensivas que los que revisan su decisión inicial. Tanto el perseverar en la vo-

cación como el cambiar de decisión pueden pues implicar el uso, en medida casi igual, de procesos d

simbolizaciones regresivas vinculadas a las consistencias defensivas. La presencia, que se verá más ade

lante en este capítulo, de un grupo de «nidificadores» en tre los que perseveran se halla de acuerdo co

este resultado y contribuye a su comprensión.

Tampoco se hallan en relación constante y estadísticamente significativa con el fenómeno de la

perseverancia, todas las

 consistencias

  de la persona (defensivas y no defensivas).

121

gun da dim ensión con la primera, en esta línea, es significativa a nivel de

5.4.4.

  Comparación directa

 entre la

 capacidad de

 la

 segunda dimensió

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probabilidad .03; la comparación d e la segunda dimensión con la tercera

es significativa a nivel de probab ilidad .01).

Después de todo, mientras la segunda dimensión predice la perseve-

rancia en los tres subgrupos (religiosos, religiosas y seminaristas), la prim e-

ra dimensión la predice sólo en dos, y la tercera dimensión únicamente en

uno de ellos.

5.4.3.

  La perseverancia y los ideales

Los ideales (actitudes y valores) autotrascendentes de los sujetos que per-

severan en co mparación a los de los sujetos que c ambian la decisión de en -

trada son, de modo estadísticamente significativo, más elevados en los re-

ligiosos (N=97), con probabilidad  = .001,  y las religiosas (N=109) con

p=.06; pero no lo son en los seminaristas (N=45), p=.26.

Si,

 además del significado estadístico de cada una de las com paraciones

para cada subg rupo , se considera, por el contrar io, la dirección predomi-

nante de

 todas

 estas comparaciones, se observa que existe una tendencia es-

tadísticamente significativa para los que perseveran en tener ideales (valo-

res,

 actitudes, y valores y actitudes tom ados en co njunto) más elevados que

los no perseverantes. La probabilidad de este resultado es .006.

Los ideales

 naturales

  (actitudes y valores) de los sujetos que perseveran

en comparación con los que cambian la decisión de entrada no son, por el

contrario, diversos en modo estadísticamente significativo. Se ha tenido

también presente la dirección  de todas estas comparaciones entre los que

perseveran de cada subgrupo (religiosos, religiosas y seminaristas) y los que

no perseveran. Y resulta que existe en los no perseverantes una tendencia

estadísticamente significativa (.06) a tener ideales naturales en grado ma-

yor que la que se da en los perseverantes.

Las observaciones indicadas, de sentido op uesto, obtenid as para los ide-

ales autotrascendentes y para los naturales han sugerido verificar otra hi-

pótesis referente a los efectos con juntos sobre la perseverancia de estas dos

categorías de ideales. La hipótesis conjunta de que los perseverantes tien-

den a presentar ideales autotrascend entes más elevados que los no perseve-

rantes, y viceversa, que los no perseverantes tiend en a presentar ideales na-

turales más elevados que los perseverantes, sometida a prueba estadística,

ha sido confirmada en un nivel de probabilidad

  p=.O01

4

.

4.

  Estos resultados sobre los ideales autotrascendentes y los naturales confirman la validez de la

distinción t anto conceptual-filosófica como em pírica entre los dos tipos de ideales, tal como se ha he-

cho en este estudio. La misma d istinción queda confirmada p or los resultados del cap. 4, relativos a los

ideales.

122

la de

 los ideales

 autotrascendentes para predecir

 la perseverancia

Los datos que acabamos de ofrecer indica n ya, en una prim era refle-

xión, que la segunda dimensión  es el componente que más clara y estable-

mente diferencia los futuros perseverantes de los no perseverantes, mien-

tras los ideales contribuyen a diferenciar los mismos sujetos, pero en modo

menos incisivo y decisivo. La diferencia estadística entr e los ideales de los

que perseveran y los no perseverantes , en efecto, aparece claramente sólo

en la

 tendencia

  de la dirección de todos los contrastes tomados en conjun-

to .  Si, por el contrario, se consideran cada uno de los contrastes en parti-

cular y directamente, la diferencia aparece sólo parcialmente (para los ide-

ales autotrascendentes) en algunos contrastes particulares (religiosos y reli-

giosas) pero no en otras (seminaristas).

Es útil, por tanto, hacer una comparación directa, también a nivel es-

tadístico, entre la capacidad

 de

 diferenciar los perseverantes y los no perse

verantes inherente a la segunda dimensión y la que se refiere a los ideales

autotrascendentes (que entre los ideales son los que ofrecen un mayor po-

der de diferenciación).

Se ha formulado, pues, la hipótesis de que m ientras la

 segunda dimen

sión

  diferencia a los perseverantes de los no perseverantes en modo

 esta

dísticamente

 significativo,

  los ideales autotrascendentes no los diferencian

modo estadísticamente significativo. Tal hipótesis, sometida a prueba esta-

dística (Wilcoxon), ha sido confirmada a un nivel de probabilidad .02.

5.4.5.

  El principio de la

 crisis vocacional

La proposición V afirma: a) las crisis vocacionales, que reciben su in-

flujo de la escasa madurez en la primera y segunda dimensión, al principio

actúan más sobre las actitudes que sobre los valores instrumentales y fina-

les autotrascendentes. b) Un empeoramiento de la crisis puede tener su ra-

íz no sólo en un empeoramiento de la primera dimensión, sino incluso an-

tes en la fragilidad de la persona debida a la presencia de inconsistencias in-

conscientes de la segunda dimensión, existente desde hace largo tiempo en

modo latente. En efecto, esta condición puede hacer muy frágil el equili

brio-desequilibrio entre primera y segunda dimensión; por ello, con e

tiempo dicha condición puede minar la primera dimensión y, por medio

de esta última, alguno de los valores instrumentales y finales autotrascen-

dentes fundamentales para la vocación.

Como se ha dicho comentando esta proposición (cf. pp. 61-62), su pri

mera parte a) indica que las actitudes parecen ser las primeras en manifes-

tar las señales de un a crisis vocacional que está surgiendo.

12

Una confirmación como resultado

 de

 nuestra investigación se presen-

1

  Ideales

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 en la

 publicación

  de

  1976 (cuadro 39,

 p .

 196)

 y

  del año 1978 (Tabla

XIII, p. 146). Una comparación entre la primera aplicación de tests (hecha

a la  «entrada»  en la  institución vocacional)  y la  segunda con los mismos

tests (llevada a  cabo dos años después) indica la  siguiente diferencia en lo

que se refiere   a   los que abandonan la vocación a  corto plazo (a  un o o dos

años) y   aquellos que lo  hacen en un  periodo mayor: no  hay diferencia en-

tre los dos subgrupos  al  principio en lo  que se refiere a  los valores y  actitu-

des autotrascendentes considerados por separado o  conjuntamente; después

de dos años los resultados d e la  segunda aplicación de los mismos tests in-

dican que los dos grupos se diferencian solamente

 por

 las actitud es

 o por

las actitudes unidas

 a

 los valores

 y no por

 los valores considerado s

  en sí

mismos. Esta diferencia consiste

 en

 que los sujetos que abandonan la vo-

cación

 en un

  plazo breve presentan ideales significativamente más bajos ya

después de  dos años.

La segunda parte de la proposición  V  pone de  relieve  lo  que se ha vis-

to  en la  parte precedente  de  esta sección  5.4,  esto es, q ue la  segunda di-

mensión parece ser, como disposición,   la  raíz de la  crisis vocacion al en

cuanto  que  hace muy frágil  el  equilibrio-desequilibrio entre  la  primera y

segunda dimensión  y de   este modo puede socavar algunos  de  los ideales

fundamentales para la vocación.

La parte de  estas afirmaciones que se refieren  a  la segunda dimensión

ha sido confirmada

  en

 las páginas precedentes

  (cf.

 5.4.2

 y

 5.4.4).

La parte referente al influjo ejercido por la segunda dimensión sobre los

ideales autotrascendentes  ha   sido confirmada

  indirectamente

  por el si-

guiente análisis.

Los ideales autotrascend entes

  tienden

 a ser más elevados en  los perseve-

rantes que

 en

 los

 no

 perseverantes si entre estos últimos se incluyen

  a

 los

qu e

 no

 han perseverado

 en un

 breve plazo; es decir,

 la

 diferencia entr e

 los

dos subgrupos es significativamente mayor que

  lo

 es cuand o los

 no

 perse-

verantes en  breve plazo h an sido excluidos del análisis. Este análisis se ha

llevado  a  cabo sobre los datos reunidos al «ingreso» en  las instituciones vo-

cacionales (religiosos N=97, d e  los cuales 26 no  perseveraron  a  corto pla-

zo ;  religiosas N=109, de  las q ue 3 6 no perseveraron, también  a  corto pla-

zo)

 y

 el nivel

 de

  probabilidad obtenido es

 de

 <.02.

Las confirmaciones existenciales presentadas en esta sec.

 5.4

 quedan

 re-

sumidas esquemáticamente

 en la

 figura

 5.

Si el lector co mpa ra los resultados de la fig. 5  con los de la  fig 4 (p .  109)

puede fácilmente notar que los ideales (sobre todo como valores autotras-

cendentes) , y  no las dimensiones, son los mediadores psico-sociales  pre-

124

/

  Naturales

/

  Tercera

/

  Dimensión

/

  Ideales

/  Auto-

1 transcendentes

/

/

  Primera

1 Dimensión

/

  Segunda

/

  Dimensión

II 

«xxmxxx

*-

>-

>

>

• • 4

p

E

R

S

E

V

E

R

A

N

C

I

A

Figura

 5.

 El

 influjo

  de

 varios factores de

 la

 personalidad sobre

 la

  perseverancia

dominantes del proceso de entrada (fig. 4); mientras para  la  perseverancia,

en lugar de  los ideales, son las dos prim eras dim ensiones y   especialmente

la segunda, las que constituyen los factores predominantes

 y

 que predispo-

nen con su  influjo (fig. 5).

Esta comparación se representa  en la  fig. 5  bis.

5.4.6

 Porcentajes

 de perseverancia en

 los grupos estudiados

De los ocho grupos de religiosos, que compr enden 182 sujetos, después

de  un  periodo de  10-14 años de vida vocacional, el  20% había persevera

do ,

  mientras el  80% había abandonado el  camin o vocacional.

Figura

 5

 bis.  Comparación del influjo  de  diferentes factores de la  personalidad sobre la entrada y   sob

la perseverancia.

12

De los 11 grupos de religiosas, sólo se han tenido presentes en este estu-

dio a 9, dada la notable cantida d de tiem po exigida para el análisis de los tests

Estos datos no corroboran la opinión según la cual los que abandona-

rán la vocación tienen valores o actitudes m ás elevados que los perseveran-

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proyectivos. En estos 9 grupos, que comprend en 343 sujetos, después de 11 -

14 años, el  11% había perseverado y el 89 % había aban donado la vocación.

Del grupo de 45 seminaristas, después de 4 años, sólo el 5% había per-

severado, mientras había abandonado la vocación el 95%.

Sumando todos estos sujetos se obtiene el número total de 570. El porcen-

taje d e perseverancia sobre este total es de 14% y el aba ndono el 86% . La veri-

ficación de la perseverancia de los diversos grupos se hizo en el verano de 1977.

Hay que advertir que los seminaristas, como subgrupo, vivían en un se-

minario instalado en un «campus» universitario con estudiantes laicos. Aun-

que estos seminaristas viviesen en un edificio reservado para ellos, sin em-

bargo no habían realizado todavía una concreta opción vocacional. Estas in-

terpretaciones vienen confirmadas por los datos de la investigación publica-

dos en 1976 y 1978, ambos en el capítulo 9. En una comparación entre se-

minaristas, religiosos y religiosas de una parte y sus grupos de control laicos

por otra, se vio que las diferencias halladas entre los seminaristas y los grupos

de control eran menos evidentes que las correspondientes diferencias entre

religiosos y religiosas y sus grupos de control: sólo 8 de los 21 valores dife-

renciaban los seminaristas de sus grupos de control, mientras esta diferencia

era evidente en 15 y 17 valores de los religiosos y religiosas respectivam ente.

El con traste entre seminaristas, por una p arte, y los religiosos-religiosas

por otra, queda confirmado por los resultados, siempre en las mismas publi-

caciones, concernientes a 12 actitudes autotrascendentes: en ellas no hay di-

ferencia entre seminaristas y sus grupos de control, mientras los religiosos y

las religiosas difieren de sus grupos de co ntrol en lo que se refiere a 9 y 6 ac-

titudes, respectivamente.

De los datos ofrecidos se puede sacar la conclusión de que los valores,

y en menor medida las actitudes autotrascendentes, son un factor que pre-

dispone al abandono de la vocación sólo cuando están moderadamente pre-

sentes. No obstante, cuando los valores tienen una

 fuerte

  presencia en el

momento del ingreso, no predisponen necesariamente a la perseverancia,

y lo mismo puede decirse, al menos en parte, respecto a las actitudes. Los

seminaristas constituyen un ejemplo de la primera alternativa: después de

cuatro años el 95% habían abandonado la vocación, mientras en el mismo

eriodo de tiem po sólo el 59 % de las religiosas y el 4 7% de los religiosos

abía dejado la institución vocacional.En lo que se refiere a la segunda alternativa, el ejemplo nos lo ofrece el

caso de los religiosos y religiosas que, au nque hayan te nido valores altos en

el mo me nto de su ingreso, después de 6-8 años del ingreso habían aban -

don ado su vocación el 8 1 % las religiosas y el 59% los religiosos (cf. 1976

y 1978, cap. 9) y después de 10-14 años (como acabamos de decir, cf. pp.

125-126) en la medida dd 80% los religiosos y en un 89% las religiosas.

126

tes a la entrada. M ás aún , al men os en lo referente a los religiosos varones,

se ha observado una tendencia estadísticamente significativa en sentido

opuesto.

5-5. La internalización en relación a los distintos factores de la per-

sonalidad

Los resultados presentados en la sec. 5-4.6 sobre el porcentaje de perse-

verancia indican que bastantes de los sujetos estudiados no han internali-

zado los ideales que, por el contrario, habían proclamado y que aparecían

com o el elemento decisivo de su ingreso vocacional (cf. cap. 4). Esto hay

que entenderlo en el sentido de que la falta de perseverancia es un índice

de no internalización, para muchos sujetos al menos, como falta de actua-

lización existencial de ciertos ideales.

Por ello surge espontánea la pregunta: entre los componentes de la per-

sonalidad, ¿cuál puede ser el más im portan te com o responsable del fallo en

el proceso de internalización? Una respuesta a esta pregunta es el objetivo

de este capítulo.

Conviene decir que entre los diversos componentes de la personalidad

la presencia o ausencia de los ideales autotrascendentes no parece ser el fac-

tor determinante de su falta de internalización. Más aún, por el contrario,

los ideales parecen ser los elementos influidos por otros factores vinculados

a las dimensiones, al menos en lo que se refiere a la segunda dimensión.

Una confirmación hecha por una investigación sobre el particular se ofre-

ce en el Apéndice B-5.2 a donde remitimos al lector (nótese también el he-

cho,

 en el Apéndice B-5.2, que no hay necesariamente correlación entre los

ideales autotrascendentes con la primera dimensión, en el tiempo).

Entre las dimensiones, ¿cuál es la que, como disposición que sirve de

motivación, opone mayor resistencia a la internalización de los ideales au-

totrascendentes? La comparación entre las diversas dimensiones parece in-

dicar que es la segund a la que ejerce el may or influjo so bre la resistencia a

la internalización. Esta afirmación viene corroborada por las consideracio-

nes que exponemos a co ntinuación.

5.5.1. La internalización en

 relación

 con cada una de

 las tres dimensi

La  segunda dimensión

La mayor resistencia a la internalización por parte de la segunda di-

mensión aparece, además de por su mayor influjo en la falta de perseve-

rancia, también en el hecho de que empeora con el pasar del tiempo más que

las otras dos dimensiones, y esto de modo estadísticamente significativo.

12

Se ha hecho la siguiente comparación en lo que se refiere a la segunda

dimensión de 97 sujetos con los cuales era posible realizar el análisis nece-

Al igual que las otras dos dimensiones, la segunda expresa de modo

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sario (religiosos:

 N = 43,

  religiosas:

 N = 33,

  seminaristas: N=21). El análisis

consistió ante todo en c omparar dos series de observaciones que se referí-

an a dos momentos distintos de la vida vocacional: al momento de su in-

greso y después de cuatro años (dos años para los seminaristas). Tales ob-

servaciones permiten comprobar la proporción de sujetos cuya madurez

mejora pasando del primero al segundo momento de la vida vocacional en

comparación con los sujetos cuya madurez, por el contrario, empeora en

el mismo lapso de tiempo.

Se obtuvieron estos porcentajes: el 62% de los sujetos empeora mien-

tras el 38% mejora en lo referente a la segunda dimensión. Este dato, so-

metid o a la prueba estadística de significatividad de un a proporc ión, ha re-

sultado significativo a nivel de p=.007 (z=2.45). En otras palabras, la pro-

babilidad de que el 62% de los sujetos empeore y el 38 % mejore pued e ser

atribu ido a la casualidad sólo 7 veces sobre

  1.000

5

.

La primera dimensión

Repetido el mismo procedimiento con la primera dimensión tenemos

el siguiente resultado: el 54% de los sujetos empeora pasando del primero

al segundo mom ento vocacional y el

 4 6%

  mejora. Tal proporción no re-

sulta estadísticamente significativa (p=.24; z=.72), es decir, tal propo rción

pue de resultar por casualidad 24 veces por cada 100.

La

 tercera

 dimensión

A propósito de la tercera dimensión la misma comparación ofrece el si-

guiente resultado:

  56.63%

 de los sujetos empeora, mientras el 43.37% me-

jora. La proporción está cerca de una significatividad estadística, pero no

llega (p=.08;z=1.40).

5.5.2.  La importancia predominante de la segunda dimensión en la inte-

nalización

¿Por qué se puede esperar que sea, sobre  todo,  la segunda dimensión la

ue produzca un empeoramiento, con el paso del tiempo, a la disposición

e internalizado ?

5.

  Hay q ue advertir que aquí (lo mism o que en el caso de la primera y de la tercera dime nsión)

se considera el hecho de «mejoría» o «empeoramiento» sólo como un a tendencia general de los sujetos

a ofrecer medidas de los distintos grados de madure z más o me nos elevados. En la sec. 6.9 se analiza-

rán los datos  más directamente relacionados con las estructuras de la personalidad y su equilibrio, con

atención explícita al significado o grado de mejoría o empeora miento en

  cada

  individuo. La tendencia

general al empeoramiento, sobre todo en la segunda dimensión comprobada aquí, no contradice el he-

cho de ma ntene i la diferenciación (y por lo tanto la relativa estabilidad) entre maduros y menos m a-

duro s que se tratará en el cap. 6.

a

128

«central» la dialéctica de base; pero lo hace con dos características que,  com-

binadas, no se encuentran en las otras dos dimensiones: la segunda dimen-

sión, por una parte, se halla significativamente abierta también a los idea-

les autotrascendentes (en esto coincide con la primera y no con la tercera)

y por eso es importante para el proceso de trascendencia y de internaliza-

ción de esos ideales; por otra parte se caracteriza por la presencia del in-

consciente que se halla en oposición, en contradicción con los ideales au-

totrascendentes (tal oposición inconsciente no se da en la primera dimen-

sión).

 Por ello las inconsistencias centrales de la segunda dimensión entre

el yo-ideal y el yo-actual incon sciente, entre ideales autotrascendentes y ne-

cesidades inconscientes, constituyen a dicha dimensión como una predis-

posición a buscar lo que es importante para mí y no lo que importa por sí

mismo en los valores autotrascendentes. Se deduce que la segunda dimen-

sión opone una mayor resistencia a la internalización de los ideales auto-

trascendentes en cuanto que el ejercicio de la  libertad efectiva para dicha in-

ternalización es particularm ente limitado (cf. Vol. I, sec. 8.4.2 con la fig. 1

y pp. 315-326; Vol. II pp. 47-58).

Además, tales limitaciones del ejercicio de la libertad efectiva para la in-

ternalización de los ideales autotrascendente s afecta al proceso de simboli-

zación y al realismo de las expectativas de la perso na. En efecto, como he -

mos visto (cf. Vol. I, sec. 8.5.3, especialmente pp. 205-209 y pp. 321-322;

Vol. II, pp. 53-54) , cuanto más m adura es una persona en la segunda di-

mensión, más tenderá a simbolizar de modo progresivo, es decir, con ex-

pectativas que favorecen la trascendencia de los ideales autotrascendentes;

de donde se sigue que la persona tenderá a fomentar expectativas realistas

en su compromiso vocacional de autotrascendencia teocéntrica. Al contra-

rio,

 cuanto menos m adura es una persona en la segunda dimensión, más

tenderá a simbolizar de modo regresivo, poco realista y, por lo mismo,

opuesto a la internalización de los ideales autotrascendentes.

Todo lo dicho hasta ahora nos permite suponer la existencia del si-

guiente  círculo vicioso  que existe en la segunda dimensión y la lleva a un

empeoramiento de la persona:

1) la madurez o inmad urez de la segunda dim ensión , esto es, el equi-

librio o el desequilibrio entre las inconsistencias y consistencias centrales,

limita el ejercicio de la libertad efectiva para la internalización de los idea-

les autotrascendentes;

2) tal limitación de la libertad produce y mantiene, ante todo, una sim -

bolización regresiva que impulsa a buscar lo que es importante para mí, en

lugar de lo que es importante en sí, propio de una autotrascendencia teo-

céntrica; además, despierta y mantiene expectativas (expresadas por IP-H)

129

más o m enos irreales en el individuo acerca de sus roles vocacionales futu-

ros y de sus juicios sobre personas y situaciones;

jetos que inician el diálogo vocacional? ¿Cómo se hallan distribuidas, en-

tre los distintos sujetos, estas fuerzas que se oponen más o menos a la in-

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3) a su vez, tales expectativas poco realistas ofrecen gra n resistencia a la

internalización o personalización conforme al sistema objetivo de los idea-

les autotrascendentes elegidos en el momento del ingreso;

4) los tres factores precedentes pueden influir negativame nte en la ma-

durez de la segunda dimensión, esto es, en el equilibrio existente entre las

consistencias y las inconsistencias centrales. De este mo do comienza el cír-

culo vicioso, y la segunda dimensión tiende a empeorar en lo que respecta

a la internalización.

Los datos de la investigación presentados en 5.5.1 confirman la tenden-

cia general de la segunda dimensión al empeoramiento. Además, existen otras

dos confirmaciones existenciales que apoyan la validez de esta hipótesis sobre

el círculo vicioso y su influjo en la internalización. La primera es indirecta y

será presentada en la

 sec.

 5.6 (cf. fig. 13). Tal confirmación es más bien com-

prehensiva en el sentido de que implícitamente incluye todo el círculo vicio-

so y, como veremos, se basa en el hecho de que en las personas que siguen la

vocación se pueden distinguir cuatro subgrupos distintos por lo que se refie-

re a su capacidad de internalización de los ideales autotrascendentes.

La segunda confirmación es más directa, aunque más parcial; se dedu-

ce del análisis del comportamiento de las consistencias defensivas en rela-

ción con la segunda dimensión. (Como se recordará, las consistencias de-

fensivas son defensas contra las inconsistencias inconscientes de la segun-

da dimensión y son, con estas últimas, el fundamento de la simbolización

regresiva).

La investigación indica que la correlación significativa entre la madurez

de la segunda d imensió n y el grado de consistencias defensivas presentes al

iniciar el proceso vocacional, se mantie ne de mo do significativo después de

cuatro años de vida vocacional. Este resultado indica que los sujetos menos

maduros en la segunda dimensión, con el pasar del tiempo, continúan sim-

bolizando de un modo más regresivo que los sujetos más maduros

6

.

5.5.3.

  Porcentaje d e sujetos que internalizan o no según las distintas di-

mensiones

El problema

En este momento puede ser útil preguntarse: ¿hasta qué punto las dis-

tintas dimensiones y la madurez a ellas vinculada están presentes e n los su-

6. E n el ingreso en la vida vocacional los sujetos (religiosos

  N = 4 3 ,

  religiosas N=33) mis madu-

ros en la segunda d imensión presentan un grado de consistencias defensivas significativamente inferior

a l de los su je tos menos maduro s (Prueba de Mann-W hi tney : K=3.87 ; p<.001) ; después de cua tro

años,

  los mismos sujetos se diferencian en la misma dirección (con un K=2.72 yp=.003).

130

ternalización?

Podemos iniciar esta sección recordando algunos conceptos importan-

tes. Conviene presentar, en el estudio de la persona, una visión de conjun-

to , y al mismo tiem po sistemática, de la persona mism a y, por lo m ismo

antimecanicista: al hom bre le motivan unidades integradas, no partes se-

paradas. Las dimensiones no son compartimentos estancos, ni partes, cada

una de las cuales se halla desconectada del conjunto o de cada un a de ellas

sino que son partes que se integran en el todo.

A pesar de todo, cada parte tiene su fuerza propia y tal que, si es suficien-

teme nte gran de, llega a influir en la totalidad de la persona. Hay, pues, una

  in

teracción compleja entre las dimensiones. Los datos de la investigación que e

ponemo s a continuación tratan de expresar de algún modo esta realidad de la

persona huma na según unidades integradas o «patterns» o «Gestalt(en)».

Hem os insistido sobre el hecho de que las dimensiones n o clasifican los

sujetos en el sentido de que algunos estén caracterizados por una dimen-

sión y otros por otra: las tres dimensiones se hallan presentes, de modo di-

verso, en  todos  los sujetos. Pero no todos los sujetos están maduros o in

maduros con relación a todas las dimensiones. Es importante preguntarse

¿cuántos son los sujetos que internalizan, y cuántos son los que, debido a

la inmadurez de una o más dimensiones, encuentran dificultades en la in-

ternalización?

Los sujetos que son maduros o inmaduros según una dimensión, ¿lo

son también en otras? ¿Hasta qué punto? En otras palabras, ¿qué tipo de

correspondencia existe entre la madurez de las distintas dimensiones? Un

programa de formación para sujetos inmaduros en una dimensión, ¿puede

considerarse apto para los inmaduros en otra dimensión?

Estas preguntas indican que aquí se desea ver qué tipos de combinación

pueden existir; además se desea estudiar los porcentajes de sujetos en la

distintas dimensiones cuan do las mismas se combinan entre sí. ¿Es posibl

(y muy frecuente), por ejemplo, que personas con una madurez relativa

mente alta en la primera dimensión presenten desviación con respecto a la

media desde un punto de vista de la tercera dimensión? ¿Con qué fre-

cuencia se observan casos de desviación (tercera dimensión) que en cam

bio son maduros en la segunda dimensión?

7

.

Para responder a algunas de estas preguntas y a otras semejantes se pro

cederá sistemáticamente examinando la frecuencia y la distribución de lo

7. Los puntos de división entre maduros-inm aduros han sido explicados y confirmados con l

investigaciones referentes a los horizontes y a la perseverancia (cap. 3 y sec. 5.4).

sujetos, ante todo, según la madurez vinculada a la primera y a la segunda

dimensión, después a la segunda y tercera y finalmente a la primera y ter-

Segunda

 y

 tercera

 dimensión

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12%

63%

13%

12%

cera.

La s

 observaciones

 hechas: primera y

 segunda

 dimensión

Como indican los datos de la investigación, y lo muestra la figura 6,

existen cuatro diversas combinaciones:

Segunda dimensión

Menos maduros Más maduros

7 5 %

  2 5 %

Más maduros 25 %

Primera

dimensión Menos maduros 75 %

Figura 6.

  Distribución de los porcentajes de los sujetos en la primera

 y

  segunda dimensión

a)  Casos de elevado nivel de madurez en las dos dimensiones. Los datos in-

dican que se trata del 13% de los sujetos. Estos casos son los más favorables

para el crecimiento vocacional, pero da la impresión de que n o son m uchos.

b)  Casos

 de madurez baja en

 las dos

 dimensiones:

 se trata del 63% de las

personas. Es la situación opuesta a la preceden te. Nóte se que son los casos

menos favorables al crecimiento vocacional y que son la mayoría.

c)

  Casos

 de

 elevado

 nivel de madurez en la primera

 dimensión

 y

 bajo

  en la

segunda.  Se trata del 12%. Son personas en las que los problemas «mora-

les» de «virtud y vicio» están fun dame ntalm ente claros o resueltos o no se

discuten, pero en los que, bajo esta «solidez moral o religiosa» se dan ten-

siones notabl es en relación con el bien aparen te. Por ello se trata de pe rso-

nas con notables dificultades para la internalización. Si se quiere, son las

personas de entusiasmos fáciles, especialmente después de un aconteci-

miento o encu entro qu e ha tenido en ellas un influjo vocacional favorable.

d)  Casos de madurez baja en la primera dimensión y elevada en la segun-

da.^  trata del 1 2% de los sujetos. Es gente que internaliza bien los idea-

les que posee; pero estos ideales conscientes son pocos. Por ello, en este sen-

tido,

  las personas son distintas del caso a). Se podría decir que tienen po-

cas convicciones internalizadas, asimiladas y qu e las viven sin que estén li-

mitadas por el bien aparente.

Resumien do las cuatro posibilidades qu e acabamos d e describir, se pue-

de decir que recuerdan análogamente a los distintos tipos de terrenos en los

que cayó la semilla de la palabra de Dios según la parábola del sembrador

( M t l 3 ,

  1-23).

132

Por lo que se refiere a la presencia de la segunda y tercera dimensión

combinadas, los datos se indican en la fig. 7.

Segunda dimensión

Menos maduros Más maduros

7 5 %  (150) 25 % (50)

Desviados

Tercera 2 1 % (42)

19%   (38)

56%  (112)

2%   (4)

23 %  (46)

imensión Normales

7 9 %  (158)

Figura 7.  Distr ibuci ón de los porcentajes y frecuencia (entre paréntesis) de los sujetos en la segunda

y tercera dimensión

En el 42% de los sujetos existe una  correspondencia  entre las dos d

mensiones (2 3% y 19%) y por tan to sucede lo mismo entre los dos tipos

de madurez. En el 58%, por el contrario, no hay correlación entre las dos

clases de madurez (56% y 2%).

Un 2% representa el caso (tal como se deduce de los datos, es más

bien raro) de personas que, aun tenie ndo síntom as de psicopatología, lo-

gran internalizar los ideales autotrascendentes. No faltan ejemplos de san-

tos que recuerdan esta combi nación . Si con ayuda de la psicología clíni-

ca se logran identificar y acaso excluir a los que ocupan la banda de des-

viación de la media, nos encontramos con los «normales». Pero de estos

158 «normales», el 71% (112 de 158) no logra internalizar; sólo  46 casos

en efecto (29% de los 158 normales), internalizan. (Nótese que el 71% y

el 29% se refieren no a todos los sujetos de la fig. 7, sino sólo a los «nor-

males»).

Se han estudiado además las relaciones referentes a la distribución de

los sujetos en la segunda y tercera dimensión. Los resultados obtenidos son

los siguientes:

a) El número de sujetos normales que no internalizan es significativa-

mente más alto que el de todos los sujetos inmaduros en la primera y se-

gunda dimensión (prueba de significación de una proporción: z = 6.65; p

< .001).

b) El número de los desviados es significativamente inferior al de los

normales, tanto si se consideran todos los sujetos más maduros que inter-

nalizan (N = 50) (prueba de significación de una proporciona =  11.23

p < .001), que cuando se consideran todos los sujetos menos maduros que

no internalizan (N = 150) (misma prueba de significación: z = 7.23;

p < . 0 0 1 ) .

133

c) La proporción de los desviados que internalizan es significativamen-

te inferior a la de los desviados que no internalizan (misma prueba de sig-

segunda, y la de la prime ra y tercera), no dep enda n del sistema de medi-

da; nos referimos, sobre todo, al hecho de que se hayan establecido prece-

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nificación; z = 2.0 1; p < .02).

Como conclusión del análisis de la relación entre segunda y tercera dimen-

sión se puede hacer notar que la tercera dimensión es sólo una parte, y cierta-

me nte n o la mayor, de la resistencia a internalizar. En este proceso de interna-

lización la resistencia de la segunda dimensión es claramente predominante.

Primera y tercera dimensión

En lo que se refiere a la relativa presencia de la primera y tercera di-

mensión combinadas, los datos se muestran en la fig. 8.

Primera dimensión

Menos maduros Más maduros

7 5 %  2 5 %

Tercera

dimensión

Desviados

Normales

21 %

7 9 %

1 7 %

5 8 %

4 %

21%

Figura 8.

  Distribución de los porcentajes de los sujetos en la primera y tercera dimen sión

Existe sólo una correspondencia del 38% (17% más 21%) entre las dos

dimensiones, en el sentido de que existe un 17% de sujetos que son, al

mismo tiempo, «desviados» y con baja madurez en la primera dimensión

(bajo grado de consistencias no defensivas) y que hay un 21% de sujetos

«normales» con alto grado de consistencias no defensivas.

Se observa además que un 4 % está constituid o por personas que es-

tan do desviadas de la media, se hallan dotadas de un elevado grado de con-

sistencias no defensivas. La presencia de signos de psicopatología coexiste

aquí con fuerzas positivas, con valores morales y religiosos integrados en lo

referente a

  ÍU

 disposición para la virtud o el vicio.

Pero el porcentaje más impresionante es el 58% de «normales» en los

que las consistencias no defensivas se hallan presentes en grado poco ele-

vado. Aunque no haya signos de psicopatología, en estos sujetos falta una

sólida disposición habitua l en el área de virtud-vicio basada en la armonía-

integ ració n consciente que es propia de las consistencias no defensivas.

Una posible

 objeción

Se puede preguntar si las distintas combinaciones de las tres dimensio-

nes ,

 de qa es e ha hablado anteiiorm ente (especialmente la de la primera y

134

dentemente puntos de división para el porcentaje de sujetos maduros so-

bre el total de sujetos estudiados en cada dimensión.

A esta objeción se pueden dar las siguientes respuestas. Ante todo, los

varios puntos de división han sido validados con la investigación en rela-

ción a diversos criterios (perseverancia, ma durez del desarrollo) ya discuti-

dos en el Apéndice B-3.2.

En segundo lugar, en lo que se refiere específicamente a la relación en-

tre la primera y segunda dimensión, aun cuando se cambie el punto de di-

visión entre maduros e inmaduros en la primera dimensión, llevándolo de

2 5 %

  al 50%, no cam bia la relación fundamental entre las dos dimensio

nes,  expresada por los dos porcentajes de maduros en la segunda dimen-

sión (cf. fig. 6 y 6 bis).

Figura 6

Primera

dimensión

Segunda dimensión

Menos maduros Más maduros

Más maduros 25 %

Menos maduros 75%

75% 25%

12%

6 3 %

13%

12%

Figura 6

 bis

Primera

dimensión

Más maduros 50%

Menos maduros 50%

Segunda dimensión

Menos maduros Más maduros

75% 25%

27%

48%

23%

2%

Figura 6y 6bis.

  Distribución de los porcentajes de sujetos en la primera y segunda dimensión (variando

el punto de división de la primera dimensión)

En otras palabras, aunque se desplace el punto de división de los ma-

duros de la primera dimensión, y considerando que son m aduros el 50%

en lugar del 25 % de la primera dim ensión, no se altera significativament

el porcentaje de los sujetos maduros de la segunda dimensión (57% para

la división con el 25% y 45% para la división con el 50%) en la confron

tación con los maduros de la primera dimensión. Este hecho indica la im-

13

portancia de l a segunda d imens ión que de es te modo no puede reduci rse a

la pr imera.

INCONSCIENTE

P R E C O N S C I E N T E

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La misma respues ta a l a objeción hecha an ter iormente se puede dar en

lo referente a l a re lación ent re l a pr imera y l a t ercera d imens ión: cambian-

do el punto de d iv i s ión de los maduros de l a pr imera d imens ión del 25%

al 5 0 %, n o cam b i a

  significativamente

  e l porcentaje de los su jetos nor males

de la tercera d ime ns ió n ( 84 % para la d iv i s ión con el 2 5 % y 80 % para l a

d iv i s ión con el 50%) en confrontación con los su jetos maduros de l a pr i -

me ra dim en sió n (cf. fig. 8 y 8 bis).

Figura 8

Primera dimensión

Menos maduros Más maduros

7 5

2 5

17

5 8

4

2 1

Primera dimensión

Menos maduros Más maduros

50 50

12

3 8

9%

4 1

Desviados  21  %

Tercera

dimensión Normales 79 %

Figura 8 bis

Desviados  21  %

Tercera

dimensión Normales 79%

Figuras   8 y 8  bis.  Distribució n de los porcentajes de los sujetos en la primera y tercera dimens ión (va-

riando el punto de división de la primera dimensión).

Dos conclusiones

El l ector habrá notado que los porcentajes de su jetos que t i enen una

dispos ición favorable para l a in ternal i zación no son muy elevados . Las re-

l aciones en t re las d i s t in tas d imens ion es examinadas indica n que, de mo do

general , e l porcentaje de los su jetos menos favorablemente d i spues tos a l a

in terna l i zación osci la en t re e l 60 y e l 80 % , y v iceversa , e l porcentaje de los

su jetos más favorablemente d i spues tos osci l a en t re e l 20 y e l 40%. Se ha

que r ido ver i f i caí d icho resu l t ado m edia nte o t ra observació n . Para e l lo se

sumó, por separado, l a f recuencia de l as incons i s tencias inconscientes cen-

t ra les con l a f recuencia de las cons i s tencias defens ivas en cad a una de l as

variables (afi l iación, agresividad, etc.), presentes en los rel igiosos, semina-

ristas y rel igiosas a la  entrada  en l a ins t i tución vocacional . Los resu l t ados

obtenidos se presentan en l a f ig . 9 en lo referente a los aspectos del in-

co n s c i en t e y d e l p r eco n s c i en t e .

136

Afiliación

Agresividad

Ayuda a los  demás

Castidad

Conocimiento

Dependencia afee.

Dominación

Exhibicionismo

Evitar el riesgo

Orden

Reacción después

del fracaso

Desconfianza en sí

Éxito

Humildad-Orgullo

Religiosos N=%

Seminaris. N=40

60

56

51

21

59

43

83

2

17

74

68

75

59

69

Religiosas N=95

62

58

54

18

75

41

80

3

11

65

71

76

77

63

Religiosos

  N = %

Seminaris. N=40

29

15

37

8

24

49

14

18

32

15

32

21

32

31

Religiosas N=95

31

17

26

20

12

54

16

7

54

19

26

19

14

37

Figura 9.  Porcentajes de inconsistencias y consistencias defensivas (inconsciente) y de conflictos (pre-

consciente) en el momento del ingreso

Si se t i ene presente que, como ha demost rado l a inves t igación , l as per-

sonas presentan en la mayor parte de los casos dos o tres inconsistencias cen-

trales incons cientes co n ciertas consistencias defensivas, se ve fácilmente có-

mo para e l 60 -8 0% de l as personas se encuent re en es tas incons i s tencias y

consistencias defensivas la base de una fuerte resistencia a la internalización.

La misma f ig . 9 presenta los porcentajes de incons i s tencias precons-

cientes o confl ictos (cf. fig. 1, combinaciones 3, 4 y 5, p. 37) del nivel pre-

consciente . Como el l ector puede ver , l as incons i s tencias preconscientes

son , en general , menos f recuentes .

Una segunda conclus ión se ref i ere a l predominio del inf lu jo de l a se-

gunda d imens ión en relación con l a pr imera y t ercera en lo referente a l a

probabi l idad de in ternal i zación . Tres grupos de resu l t ados confi rman es ta

prevalencia: los de la sec. 5.4 sobre la perseverancia (resumen en la fig. 5, p.

1 2 5 ) ,

  los de la intern alizac ión de la sec. 5.5 (resu men en la fig. 10, p. 138)

y finalmente, los resumidos en la fig. 9. Téngase presen te que estos tres gru-

pos de resu l t ados co inciden co n l as cons ideraciones ps icodinámicas d i scut i -

das en l as pp . 5 1-5 3 acerca de la prevalencia de l a segunda d imen s ión sobre

la primera en lo que se refiere a la resistencia a la internalización

8

.

8. Un cuarto gru po de resultados que sirven de confirmació n se verá en la siguiente sec. 5-6.

137

Por ello se puede afirmar con fund amento que una valoración de la ma-

de observaciones psicodinámicas. Tal respuesta indica que una valoración

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durez-inmadurez de la segunda dimensión es un índice suficientemente fia-

ble de la disposición o falta de disposición para la internalización de los ide-

ales auto trascend entes. Por esta razón, en la exposición de esta investiga-

ción se utilizará esta dimensión como valoración fundam ental de la po-

tencialidad de internalización de la persona. Pero, para hacer m ás fiable la

medición de esta potencialidad de internalización, se añadirá a la valora-

ción de la segunda dimen sión algo que es una consecuencia, esto es, el con-

jun to de las expectativas vinculadas a la segunda dimen sión; estas expecta-

tivas se pueden valorar media nte el índice de Capacidad de Internalización

(ICI),

  (cf. Apéndice B-5.1).Como conclusión de la sec. 5.5 sobre la inter-

nalización en relación con los diversos factores de la personalidad , se pue-

den resumir los resultados obtenidos mediante la fíg. 10.

I

N

T

E

R

N

A

L

I

Z

A

C

I

O

N

Figura

 10 .

  El influjo de los diversos factores de la personalidad sobre el proceso de internalización

5.6. Cuatro subgrupos y su relación con la potencialida d de interna-

lización

5.6.1 .

  Introducción

El título del capítulo 5 dice: «¿Quién es la persona llam ada a interna li-

zar?» En las secciones 5.1 a 5.5 se han visto diversos aspectos de la com-

plejidad del problema, dada la interacción de los diversos elementos de la

personalidad.

No o bstante , una respuesta fiable ha sido formulada en las pp. 13 6-138

sobre la base de los tres grupos de resultados de la investigación obtenidos y

resencia

de

ideales

au to -

trascen-

dentes

Primera

Dimensión

Tercera

Dimensión

Segunda

Dimensión

138

de la madurez-inmadurez de la segunda dimensión dé, por sí sola, un índi-

ce suficientemente fiable de la disposición más o m enos inconsciente y más

o m enos favorable a la internalización de los ideales auto trascendentes.

Apoyándose en esta fundamentada conclusión se pueden ahora formu-

lar dos nuevos interrogantes.

La primera

 pregunta:

 ¿existen, tanto entre los perseverantes como entr

los no perseverantes, personas maduras en la segunda dimensión, personas

por tanto, capaces de internalización? En otras palabras, ¿se puede decir

que la segunda dimens ión con su realidad es capaz de caracterizar vocacio

nalmente grupos de personas? Si la repuesta a esta pregunta es afirmativa

considerando también el criterio de la perseverancia o no perseverancia, se

pueden entonces distinguir cuatro subgrupos:

1. Un primer g rupo de sujetos que perseveran y que por su madure z en la

segunda dimensión se hallan favorablemente dispuestos a la internali-

zación; se podrían llamar los «no nidificadores» en oposición al grupo

siguiente que se podría llamar los «nidificadores». Los primeros serían

los sujetos que progresan en la internalización y que por eso crecen en

su compromiso vocacional. Nótese que se trata aquí sólo de disposicio

nes,

 es decir, de aquello que Lonergan (195 8, p. 598 y ss.) llamaría  wi

llingnesso pro ntit ud en responder, esto es, «... estado en el que no hay

necesidad de persuasión para llevar a una persona a decidir» (cf. Vol. I

p.

  154 y fig. 1). Tal estado se distingue del

 will,

 esto es, de la capaci

dad de querer y del  willing, esto es, del acto de querer. Los «no nidifi

cadores» que perseveran mantienen activa tanto la prontitud para res-

ponder  (willingness) como el acto de querer {willing) en cuanto que pe

manecen en su vocación como personas maduras.

2.   El segundo grup o es el de los perseverantes, pero que sin embarg o, po

su inmadurez en la segunda dimensión, se hallan dispuestos menos fa

vorablemente a la internalización. Son los

 «nidificadores»

 en cuanto

han construido un «nido» dentro de la institución vocacional donde

gratifican más o m enos inco nscientemen te sus necesidades, en lugar de

progresar en la internalización de los ideales autotrascenden tes y crece

en el com promi so vocacional. Estos «nidificadores» persisten en el acto

de querer

  (willing)

 perseverar en la vocación, pero tienen disposicione

menos favorables respecto a la prontitud en responder (willingness) a

internalización. Por estas razones su perseverancia es más bien regresiva

que progresiva en el crecimiento vocacional personal y en la eficacia

apostólica (cf. Vol. I,

 sec.

 9.3.2).

3.

  El tercer grupo es el de aquellos que no perseveran y han to mad o la de

cisión de dejar la vida «vocacional» (sacerdotal o religiosa), pero que son

139

maduros en la segunda dimensión y, por lo mismo, tienen un a dispo-

sición favorable a la internalización de los ideales autotrasce ndentes. Se

Esta verificación podrá hacerse si, a las estructuras características de to -

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podrían llamar los «cambiados»  en cuanto que han realizado una revi-

sión de la decisión tomada de cuando ingresaron. Estos persisten en la

pron titud en responder o «willingness» en lo que se refiere a la interna-

lización, pero han cambiado la dirección en el acto de querer   (willing)

con relación a su perseverancia. Por estas razones se puede pensar que

su decisión es un acto maduro.

4.  El cuarto grupo lo forman aquellos que no perseveran y tienen escasa

madurez en la segunda dimensión y, por lo tanto, una disposición me-

nos favorable a la internalización de los ideales autotrascendentes. Se

podrían llamar los

 «impulsados»

  en cuanto que las necesidades incons-

cientes de sus inconsistencias centrales limitan el ejercicio de su liber-

tad efectiva. En efecto, (cf. fig. 1, Vol. I), hallándose limitados en su   wi -

llingness,  son realmente menos abiertos en sus actos de querer  willing

para elegir y vivir los ideales autotrascendentes (Vol. I, sec. 8.4.2). Fá-

cilmente puede producirse, por ello, un cambio (sobre bases menos ma-

duras) de la decisión inicial en lo que se refiere a la perseverancia.

La  segunda

 pregunta

  se puede formular como sigue: ¿es posible indivi-

duar disposiciones estructurales de la persona o  self, de mo do que se pue-

dan diferenciar los cuatro subgrupos descritos más arriba? Es cierto que,

por una parte, estas estructuras, si existen, deben corresponder de algún

modo a la estructura de la segunda dimensión; y por otra, deben diferen-

ciarse entre sí de manera que caractericen los cuatro diversos aspectos de

comp ortam iento vocacional (perseverancia, potencialidad de internaliza-

ción y eficacia vocacional o apostólica vinculada a la santidad objetiva: cf.

Vol. I, sec. 9.3.2) de los cuatro subgrupos.

5.6.2.  Confirmaciones existenciales buscadas

La realidad existencial de los subgrupos debería emerger d e las siguien-

tes observaciones.

Ante todo, la diferenciación de los cuatro subgrupos debería brotar del

hecho de que no todos los que tienen madurez perseveran, ni todos los fal-

tos de madurez son no perseverantes.

Además las estructuras de la persona o

  selfcpic

 caracterizan y, en algu-

na medida, diferencian los cuatro subgrupos deberían hallarse presentes al

iniciar el seguimiento vocacional. Tales estructuras debe rían ser una dispo-

sición estructural que tiene, eii sí misma, como la fuerza de una semilla

que, con el pasar del tiempo, debería dar el fruto de un crecimiento

  dife-

rente en la internalización de los cuatro subgrupos.

140

do subgrupo corresponde, con el pasar del tiempo, una diversa madurez

del desarrollo de los miembros de los distintos subgrupos.

5.6.3.

  Confirmaciones existenciales halladas

Frecuencia

 de los

 porcentajes

 de

 los subgrupos

¿Cuál es la distribución de los porcentajes de los cuatro subgrupos de-

terminada por los dos criterios combinados: 1) perseverancia-no perseve

rancia y 2) madurez-inmadurez en la internalización de la segunda dimen-

sión que incluye el índice de C apacidad de Internalización (ICI) (cf. Apén

dice B-5.1)?

La fig. 11 presenta los porcentajes de sujetos pertenecientes a los cua tro

subgrupos en el momento de la   entrada  en la vida vocacional, en una

muestra de 267 sujetos. Esta muestra incluye también a los que han aban-

donado después la vocación en los cuatro primeros años.

De los 267 sujetos observados resulta que sólo el 6% son «no nidifica-

dores», el 14% son «nidificadores», el 18% «cambiados» y el 62 % «im

pulsados».

La fig. 11 bis presenta los porcentajes de los sujetos pertenecientes

a los cuatro subgrupos, por lo que ha sido posible verificar el grado de

crecimiento vocacional utilizando el criterio del índice de Madurez de

Desarrollo (IMD)

9

  cuatro años después de la entrada (cf. cap. 2, pp

81-83 ) .

  Después de cuatro años, el número de los sujetos disminuyó

pasando de 267 a 103 a causa del abandono de la vocación. Por ello

también el porcentaje entre los perseverantes y los no perseverantes

cambió, porque los no perseverantes de la fig. 11 bis son personas qu

han abandonado la vocación en los años sucesivos a los primeros cua

tro años de vida vocacional.

De esta muestra de 103 sujetos, el 13% son «no nidificadores», el 33%

«nidificadores», el 1 1% «cambiados» y el 43 % «impulsados». Es interesan

te notar que si el porcentaje de los «no nidificadores» h a cam biado del 6 a

1 3 %,

  el de los «nidificadores» también ha aumentado del 14 al 33%. Su

relación recíproca en el ámbito de los perseverantes ha permanecido cons

tante. Es importante notar que los «nidificadores»,

  sobre

  el total de

 los

 q

perseveran,  son el 69% en la muestra de 267 sujetos y el 72 % en la mue

tra de 103 individuos.

9. Este índice de madu rez se dividió en cuatro grados (cf. p. 95): los dos grados primeros (I y

indican sujetos no internalizantes y los otros dos (III y IV) indican los internalizantes.

14

Figura 11 '

Perseverancia

El segundo paso (prueb a existencial) es precisamente la verificación de

que la madurez de los cuatro subgrupos se ha desarrollado en el tiempo co-

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Más maduros 24%

Segunda

dimensión Menos maduros 76 %

Figura 11 bis'

S í 2 0 % N o 8 0 %

(No nidificadores)

6 %

(Nidificadores)

14%

(Cambiados)

18%

(Impulsados)

62%

Religiosos  N= 42

Religiosas  N= 42

Seminarist.  N= 19

Total N=103

P e r s e v e r a n c i a

S í 4 6 % N o 5 4 %

(No nidificadores)

13%

(Nidificadores)

3 3 %

(Cambiados)

11%

(Impulsados)

4 3 %

M á s m a d u r o s 2 4 %

S eg u n d a

d i m e n s i ó n M e n o s m a d u r o s 7 6 %

  ¡

Religiosos   N= 42

Religiosas

  N= 42

Seminarist.

  N= 19

Total N=103

1.  La muestra incluye a los que han dejado la vocación antes y después de los cuatro años de vida vocacional.

2.  La muestra compren de sólo a los que han dejado la vocación después de cuatro años de vida vocacional.

Figura 11 (y 11 bis).  Frecuencias de porcentajes de los subgrupos

Dos pasos en el análisis d e confirmación de la existencia de los subgrup os

Entramo s ahora en el estudio de las estructuras de los cuatro subgrupos y

de su validez existencia siguiendo dos pasos que se hallan estrecham ente u ni-

dos en el sentido de que el primero es la premisa  y la predicción del segundo.

El primer paso (prueb a estructural) consiste en la caracterización y dife-

renciación de la estructura de los cuatro grup os. Tal caracterización y dife-

renciación  se unda  sobre la segunda dime nsión, (pero, como se verá, no es-

tá constituida sólo por ella). Estas estructura son como u na semilla, porq ue,

además de diferenciar los subgrupos, constituyen la premisa y la predicción

del crecim iento vocacional que se verificará después de cuatro años

10

.

10.  La medic ión de estas estruct uras se funda en las respuestas al índice de las Actividade s, ver-

sión modificada (IAM), y a los tests proyectivos (TAT y Rotter FIR) combinados por el calculador

electrónico según la teoría de la ttascendencia en la consistencia.

142

mo fruto de la semilla según las diversas dinámicas de la persona en los

cuatro subgrupos. (La madurez existencial se ha evaluado por medio de la

entrevista de lo profundo y el índice de Madurez del Desarrollo [IMD]

que de ella resulta).

Estos dos pasos se han dado mediante dos series de análisis.

Primer paso: la diferenciación estructural de

  los

 cuatro subgrupos en la entrada

Los cuatro subgrupos han sido constituidos (pp. 138-140) tanto sobre

la base de la perseverancia o no perseverancia (los «no nidificadores» y «ni-

dificadores» c omo distintos de los «cambiados» o «impulsados») como so

bre la base de la madurez o no madurez de la segunda dimensión. Nos po-

demos p reguntar si estos cuatro subgrupos pueden ser diferenciados en ba-

se a su estructura.

Las estructuras que han surgido como caracterizadoras de los cuatro

subgrupos son una extensión y  un a consecuencia  de la segunda dimensió

Lo constituyen, en efecto, la segunda dimensión junto con los  conflicto 

inconsistencias preconscientes (que corresponden a la parte preconsciente

de la personalidad: cf. fig. 1, combinaciones 3.4 y 5, p. 37).

Esta realidad estructural se configura del modo siguiente en todo suje-

to:  teniendo presente las estructuras indicadas en la p. 39 como segund

dimensión, conviene considerar en todo sujeto no sólo las inconsistencias

y consistencias defensivas y no defensivas de la segunda dim ensión (cf. p

39),  sino tambi én la aporta ción de los conflictos, o inconsistencias pre

conscientes. Esta aportación hace más patente u n com ponente  vulnerabl

y  un componente germinativo  en la dinámica de la persona como mani-

festada por la segunda dimensión.

El componente vidnerable está formado por el numerador de la segun

da dimensión (suma de las consistencias inconscientes con la suma de las

consistencias defensivas) más los conflictos en las variables vocacionalmen-

te disonantes (sobre estas últimas, cf. nota 6 en la p. 24); el componente

germinativo

  está formado por el denominador de la segunda dimensión

(suma de las consistencias no defensivas) más los conflictos en las variables

neutras (sobre estas últimas cf. nota 6, p. 24).

Las proporciones entre los componen tes  vulnerable y los germinativo

en todo sujeto, mide  la posibilidad de  internalización que diferencia estruc

turalmente los cuatro subgrupos en la entrada; es la semilla que dará, co-

mo fruto, la madurez correspondiente a los distintos subgrupos después de

cuatro años. En concreto, para los «no nidificadores», en la proporción, el

14

componente germinativo es más favorable y por ello es el que más favore-

ce,

 en el futuro, el desarrollo y la internalización.

cacional, permite esta verificación de la madu rez de cada ind ividuo, n o só

lo como capacidad, sino también como comportamiento efectivo en lo qu

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La diferenciación de los cuatro subgrupos en la entrada se representa en

lafig. 12.

m a y o r p o s i b i l i d a d

de desa r ro l lo

e i n t e r n a l i z a c i ó n

que los

m a y o r p o s i b i l i d a d

de desa r ro l lo

e in te rna l izac ión que los

*

C A M B I A D O S

m a y o r p o s i b i l i d a d

de desa r ro l lo

e in te rna l izac ión que los

^r

m a y o r p o s i b i l i d a d

de desa r ro l lo

e i n t e r n a l i z a c i ó n

que los

/

m a y o r p o s i b i l i d a d

de desa r ro l lo

e in te rna l izac ión que los

X

N I D I F I C A D O R E S

I M P U L S A D O S

Figura 12.  La diferenciación de los subgru pos en la entrada en lo referente a su posibilidad de int er-

nalización. Medida por la relación entre componente «vulnerable» y componente «germinativo», co-

mo se explicó en la p. 143

Como indica esta figura, las estructuras que en el momento de ingreso

son las semillas del posible desarrollo futuro caracterizan y diferencian a los

«no nidificadores» de los «nidificadores», de los «cambiados» y de los «im-

pulsados» en el sentido de poseer una mayor posibilidad de desarrollo. Nó-

tese que estas diferencias son estadísticamente significativas. Finalmente, los

«nidificadores» y los «impulsados» no parecen presentar diferencias estructu-

rales entre sí, de modo que los caracterice como diferentes, por su potencia-

lidad de internalización y por la posibilidad de desarrollo futuro

11

.

Segundo

 paso:

 verificación

 d e

 los diversos grados

 de madurez de

 los

 subgru-

po s

 después

 d e

 cuatro

 años

¿Cómo es posible verificar la madurez de los subgrupos después de cua-

tro años de vivir la vocación? El índice de Madurez del Desarrollo (IMD,

cf. cap. 2, pp. 81-83), valorado después de cuatro años de seguimiento vo-

i i .

Para los detalles estadísticos sobre estos resultados véase Tabla IX.

144

se refiere a las siguientes áreas de la vida: la constancia en el trabajo acadé

mico, la fidelidad y grado de com promiso en cóm o se viven los valores mo

rales y religiosos de la vocación, la mad urez de las relaciones interpersona

les (cf. p.  9 5 )

n

.

Los resultados obtenido s se representan en la fíg. 12 bis. Los «no nidi

ficadores» resultan significativamente más maduros que los otros tres gru

pos: «cambiados», «nidificadores» e «impulsados»

13

.

m a y o r m a d u r e z

de desa r ro l lo

que los

m a y o r m a d u r e z

de desa r ro l lo que los

C A M B I A D O S

N I D I F I C A D O R E S

m a y o r m a d u r e z

de desa r ro l lo

que los

I M P U L S A D O S

Figura 12

  bis. La diferenciación de los subgrupos después de cuatro años en la madurez efectn

Como comentario de estos resultados se pueden subrayar dos puntos

En primer lugar, estas diferencias estructurales entre los «no nidifica

dores» y los otros grupos son estadísticamente significativas, y por medi

de ellas se confirma la existencia de los respectivos subgrupos. Ademá

12. El lector recordará que las dos valoraciones (la del IM D y ia de la segunda dimensión comb

nada con los conflictos en los

 componemos

  vulnerable y germinativo)

  se

 ha hecho no sólo

 con métod

diversos (entrevista de lo profundo para el IMD y tests para la segunda dimensión), sino también una co

desconocimiento de la otra; más aún, se ha llevado a cabo en dos periodos distintos: el índice de M ad

rez ha sido valorado después de cuatro años de vida vocacionaí cuando todavía no se habían h echo l

análisis estructurales que caracterizan la segunda dimensión y  los conflictos. Estos análisis han sido hech

cuando se formuló la teoría y siguiendo un pro cedimiento de combinació n estadística realizado con

calculador electrónico. Además, la valoración de los tests proyectivos que entran en la valoración de la s

gunda dimensión y de los conflictos se ha llevado a cabo por dos examinadores, indepe ndienteme nte

uno del otro, y sin que n inguno de los dos conociese la identidad de los sujetos (pp. 83-8 5).

13.   Para los detalles estadísticos referentes a estos resultados véase la Tab la X.

14

ofrecen un a serie de datos com o el grado de correspondencia que existe en-

tre la potencialidad de crecimiento basada en las estructuras existentes al

los ideales autotrascendentes. Tal tendencia se halla en conexión con la

presencia de inconsistencias inconscientes, sobre todo en la segunda di

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ingreso (esto es, la semilla) y el grado de madurez alcanzado después de

cuatro años (el fruto); tal grado de correspondenc ia con el criterio del «fru-

to» es muy elevado: el 83% en el caso de los «no nidificadores» y de los

«cambiados»

14

, el 79% en el caso de los «no nidificadores» y los «nidifica-

dores», el 83% en el caso de los «no nidificadores» y los «impulsados».

En segundo lugar hay que notar que no hay diferencia estadísticamen-

te significativa entre los «nidificadores y los «impulsados». Esto significa

que son semejantes en lo referente a su potencialidad de internalización de

los ideales autotrascendentes; se podría decir que, al tomar la decisión de

entrar, «han decidido» internalizar, pero que (no obstante su buena volun-

tad),

 du rante los cuatro años de vida religiosa, el ejercicio lim itado de su li-

bertad efectiva, debido al bloqueo de las inconsistencias

  inconscientes,

  los

ha llevado a no hacer lo que era necesario y que conscientemente habían

decidido realizar y que todavía, conscientemente, intentaban llevar a cabo.

Por ello los «nidificadores» y los «impulsados» se diferencian en el acto

de querer  (willing) expresado en el perseverar o aba ndon ar la vocación, pe-

ro

  más o menos

 inconscientemente,  continúan «nidificando» dentro o fuera

de la institución sin que se distingan por la pron titud en responder  (wi-

llingness).   Puede recordarse que el porcentaje de «nidificadores» es del 72%

de los que perseveran y el porcentaje de los «impulsados» es del 74 % sobre

el total de los que no perseveran (cf. fig. 11 bis).

5.7. Algunas conclusiones sugeridas por los resultados

Los numerosos resultados ofrecidos en el cap. 5 sugieren algunas con-

clusiones que ahora prese ntamos. Se pretend e poner de relieve sólo

  algunos

aspectos entre los muchos indicados por los resultados.

Como primera conclusión se puede afirmar, sobre la base de los resultados

obtenidos, que la segunda dimensión aparece como el componente más im-

portante y predominante de la personalidad por su influjo no sólo en la inter-

nalización o no (como disposición) de los ideales autotrascendentes, sino tam-

bién en algunas consecuencias vocacionales vinculadas con esta internalización,

tales como la perseverancia, la santidad objetiva y también, indirectamente, la

subjetiva y s u correspondiente eficacia apostólica (cf. Vol. I, pp. 263- 268 ).

Una segunda conclusión que ya ha sido formulada, se refiere al hecho

de que u n 60- 80% de las personas en formación tiende a no internalizar

14.   Este porcentaje,  83%,  significa que en  el 8 3% de los casos se realiza la expectativa de que los

«no

  nidificadores»,

 después de cuatro años, tienen una mayor madurez del desarrollo (IMD, grado III

y IV, cf. p. 95), mientras los

 «cambiados»

  tienen una madurez menor

 del

 desarrollo (grados I y II). Lo

mismo vale para los porcentajes  (79% y 83%) que siguen.

146

mensión.

La tercera conclusión se refiere al hecho de que el indicado 60-80% d

las personas, a causa de las inconsistencias inconscientes de la segunda di

mensión,

 y a

 desde

 la entrada en la vida vocacional

 se encuen tra bajo el i

flujo de dos círculos viciosos que, con el paso del tiempo en la vida rel

giosa, ejercerán su influjo en do s aspectos básicos de dicha vida vocacio

nal: un círculo vicioso que tiende a minar la perseverancia y un segundo

círculo vicioso que obstaculiza el crecimiento en su capacidad de interna

lización de los valores autotrascendentes.

Mayor prevalencia de

inconsistencias sobre las consistencias

I

aumento de

Frustración

que produce

ulterior

desequilibrio

t

expectativas poco realistas

en relación con los roles

vocacionales

\

aumento de d isminución de

baja

internalizació

que produce

ulterior

desequilibrio

Frustración cuando

tales expectativas po co

realistas queda n insatisfechas

I

de donde se sigue

alineación, aislamiento

extrañar el ambiente

vocacional

  y

  abandono

/

\

capacidad de internalizar

valores y  actitudes

I

de donde se sigue

poca eficacia vocacional

o menor perseverancia

en la vocación debid o al

fenóme no de «hacerse el nido»

Figura

 1 3.  Los dos círculos viciosos ptesentes en el 60-80% de los sujetos a la entrada

Como indica la fig. 13, en el 60-80% de las personas se da una inma

durez mayor o menor ligada a la segunda dimensión (un mayor predomi

nio de las inconsistencias y consistencias defensivas sobre las consistencia

no defensivas) lo que hace que las personas tiendan a desarrollar expectat

vas poco realistas a propósito de sus futuros roles vocacionales y de sus ju

cios sobre personas y situaciones. Este estado de cosas influye tanto en

perseverancia com o e n el crecimiento de la potencialidad de internalizació

14

El influjo del círculo vicioso sobre el proceso de internalización ya se ha

tratado en la sec. 5.5.2, adonde remitimos al lector.

yecciones como las que se ha indicado que son típicas de las personas in-

consistentes. Su problema es más que nada una falta objetiva de conoci-

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En cuanto al círculo vicioso que influye en la perseverancia se puede de-

cir que el predom inio de las necesidades inconsistentes y disonantes con la

vocación sobre las consistentes despierta expectativas menos realistas y por

ello expone fácilmenre a las personas a la frustración por parte d e una rea-

lidad, en su vida vocacional, que no se corresponde con estas expectativas

exageradas por exceso o por defecto.

Se siguen de aquí dos procesos: ante todo un a ume nto del desequilibrio

entre las inconsistencias

  y

  las consistencias, debido al aumento relativo de

la fuerza de las inconsistencias cuyas necesidades se frustran o gratifican en

grado exagerado, lo cual va contra los ideales objetivos de la vocación.

El segundo proceso, que sigue al primero, es un creciente sentido de alie-

nación que hace que los sujetos se sientan cada vez más a disgusto en el am-

biente vocacional y ajenos al mismo (en lo referente a los valores objetivos),

facilitando de este modo la posibilidad de una decisión de abandono.

La cuarta conclusión pone de relieve la existencia de dos elementos

esenciales en el proceso de crecim iento vocacional, salvando siem pre la ac-

ción primaria e insustituible de la gracia. Estos dos elementos se pueden

expresar como autotrascendencia en la consistencia: 1) por la aurotrascen-

dencia se tiene un crecimiento en la disposición al conocimiento y a la op-

ción de los ideales autotrascende ntes de Cristo; 2) la libertad, la capacidad

de asimilar, de internalizar dichos valores queda obstaculizada y se logra

una inadecuada madurez y, por lo mismo una inadecuada consistencia en

las tres dimensiones con particular referencia a la segunda. Es interesante

recordar la interdependencia y la convergencia de estos dos elementos tal

com o se representa en la fig. 3 del Vol. I (p. 332).

Una quinta conclusión mira al hecho de que los datos hasta ahora ex-

puestos parecen confirmar las cinco proposiciones de la teoría vocacional

planteada en las pp. 58-62. Las tres proposiciones primeras tienen su con-

firmación en los datos del cap. 4, mien tras que la cuarta y la quin ta pr o-

posiciones se verifican en el cap. 5.

Finalmente, una sexta conclusión concierne a los dos tipos de no per-

severantes: los «cambiados» y los «impulsados». Los resultados obtenidos

indican que los que dejan la vocación religiosa no son todos más inmadu-

ros en la segunda dimensión y, por lo mismo, más inconsistentes que los

que perseveran. Este es el caso, sobre todo, de los «cambiados» en relacióncon los «nidificadores».

A propósito de los «cambiados» (que constituyen un pequeño porcen-

taje délos individuos; cf. fig. 11 y 11 bis), hay que tener presente, al me-

nos ,

 dos posibilidades. Por una parte, algunos individuos entran en la vida

reli giosa sin reconocer su naturaleza y sus responsabilidades concretas, pe-

ro sin ser motivados por deseos vocacionalmente disonantes ni por pro-

148

miento; cuando lo alcanzan debidamente en el noviciado o seminario, pue-

den convencerse de que no son llamados a este género de vida. Por otra

parte se da el caso de los que han optado por la vida religiosa como fruto

de su inmadur ez e inconsistencia. Más tarde, después de haber afrontado

sus limitaciones subconscientes (si son únicamente preconscientes), pue-

den percibir que no son llamados en realidad a la vida sacerdotal o religio

sa; el abandona r la vocación para ellos es, por tanto , el resultado de una de-

cisión relarivamente madura y objetiva.

No obstante, nuestros resultados indican que los «cambiados» presen

tan, respecto a los «no nificadores», una menor disposición a la internali

zación de los valores autotrascendentes (cf. fig. 12 y 12 bis).

Estos hechos y consideraciones indican que el verdadero problema no

es saber «por qué» las personas dejan la vocación, sino más bien conoce

«cuáles son sus expectativas», también las subconscientes, que influyen en

su decisión de entrar en la vida sacerdotal o religiosa.  Toda la psicodinám

ca de la persona en el momento de su ingreso

 puede

  influir muy fuerte

mente en la decisión de abandonar la vocación.

5.8. Alguna s consecuencias para la pastoral vocacion al

Uno de los problemas de la pastoral vocacional más serios y al mismo

tiempo más descuidados se refiere a los «nidificadores». Como hemos vis

to en la sec. 5.6, no obstante su buena v oluntad, los «nidificadores» se venlimitados en el ejercicio de su libertad efectiva en el mismo grado en que

lo son los «impulsados» y por ello presentan las mismas lim itaciones que

estos últimos en lo qu e se refiere a su baja capacidad d e internalizar los va

lores autotrascendentes de Cristo.

Los «nidificadores» son personas que, a causa de sus bloqueos incons

cientes, rinden menos de lo que podrían en su vida vocacional y apostóli-

ca, es decir, no dan un claro testimonio de los valores de Cristo y por ello

«hacen» menos de lo que conscientemente intentan hacer y de lo que cons

cienremen re esraban decididos a realizar en el mo me nto d e su «entrada

en la vida vocacional. En otras palabras, su eficacia apostólica se ve, más o

menos seriamente, minada.

Adem ás, estos «nidificadores» crean dificultades m ás o m enos serias e

la vida comunitaria; por otra parte, estas dificultades (que en general son

menores que las causadas por los inmaduros en la tercera dimensión) so

fuente de serios obstáculos en la vida comu nitaria, de limitaciones en la co

municación abierta, de antagonismos, de impaciencias ante las dificulta

des, de habladurías, de envidias o celos, etc. que hacen dura la vida de co

munidad, especialmente en las relaciones interpersonales; en una palabra

son dificultades que podrí an eliminarse notab lem ente si se ofreciese un

14

conveniente ayuda a los «nidificadores» en el periodo d e su formación. Es

útil recordar que, según nuestros resultados, los «nidificadores» constituyen

Las  consistencias  no defensivas son zonas de coherencia en las que,

  ac

J

más de una forma o estructura de coherencia, hay una función  que predis-

8/18/2019 Rulla, L.M. Antropologia-de-la-vocacion-cristiana.pdf

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el 72% de los que perseveran.

Hay una tercera consecuencia que se deriva de las limitaciones de los

«nidificadores», además de las referentes a la eficacia apostólica y a la vida

comun itaria. C om o se ha visto en la p. 146 , los «nidificadores» son psico-

dinámicamente semejantes a los «impulsados», los cuales, con el tiempo,

abandonan la vida vocacional. Ahora bien, parece conveniente preguntar-

se:  ¿cómo pueden los «nificadores» ser modelos que ejercen una fuerte

atracción en los laicos hacia la vida vocacional? Después de tod o, los «ni-

dificadores» son semejantes a los no perseverantes, a los «impulsados» en lo

referente a su potencialidad de internalización de los valores autotrascen-

dentes. ¿C ómo pueden ser atraídas a seguir la vocación personas laicas que

notan, por ejemplo, que un 72% de «nidificadores» (existentes entre los

que perseveran) apenas viven el significado autotrascendente (como dis-

tinto de los valores naturales) en lo que hacen en su vida vocacional? ¿Có-

mo puede una persona laica sentir atracción por la vida vocacional sacer-

dotal o religiosa cuando constata las divisiones (también sobre el sentido

de dicha vocación) que existen dentro de la comunida d de-sacerdotes o re-

ligiosos entre los «no nidificadores» y los «nidificadores»? ¿Cómo puede una

persona laica sentirse atraída a la vocación cuan do ve que no hay casi dife-

rencia entre los valores vividos por los «nidificadores» y los vividos por mu-

chas personas que viven fuera de la vida sacerdotal o religiosa?

Una mayor madurez es ciertamente uno de los medios más útiles para

atraer nuevas vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa. Esto significa que

ros «nidificadores» deberían ser ayudados para que puedan conseguir su

madurez al igual que los «no nidificadores». Por desgracia esa madurez es

quizá uno de los medios más olvidados y a la que no se presta la debida

atención, aunque afecte al 72% de los perseverantes. Este escaso interés sor-

prende tanto más cuanto que se repite con frecuencia que el primer requi-

sito (además de la gracia) para atraer vocaciones es el testim onio d e la vida

de toda la persona. Este escaso interés por los «nidificadores» parece estar

presente entre los promotores y formadores de vocaciones.

El proceso formativo se ha orientado tradicionalm ente a reforzar aque-

llas áreas de la persona que se presen tan co mo

  «fuerzas».

  Estas áreas de

fuerza están constituidas por «consistencias» o estructuras en las que la per-

sona es consciente y dueñ a de sí, zonas de coherencia a las que el individuo

puede recurrir cuando se halla ante desafíos concretos, propuestos por la

actualización de los ideales que requieren una transform ación de su perso-

na además de una acción sobre el ambiente.

Tales zonas

 de

 coherencia pueden, no obstante, adoptar formas, pero so-

bre todo funciones diversas.

150

pone a la autotrascendencia y q ue, por ello, es vocacionalm ente eficaz.

Las consistencias defensivas (cf. p. 30) son zonas de coherencia en las q

la función es vocacionalmente ineficaz y además dañosa.

La diferencia en tre estas dos áreas de coherencia no aparece, pues, tan-

to a nivel de la estructura  (que para ambas es igual; cf. p. 39 y fig. 1) o de

la forma visible, observable, sino de la  función que tales estructuras pueden

desarrollar en el conjunto de la persona. Esta diferencia de función no apa-

rece fácilmente en las personas que se muestran deseosas y capaces de ser

serviciales, sociables, eficiente, organizadoras, deseosas y con posibilidad de

reaccionar ante el fracaso, de controlar situaciones e individuos.

Tal diferencia

  defunción

  nos resulta meno s evidente porque está ligada

a inconsistencias subconscientes (segunda dimensión); por ello puede es-

capar a la percepción tan to de la persona que la vive, como de los encarga-

dos de «formar» o ayudar en el crecimiento vocacional.

Los datos de esta sección nos indican que las

 consistencias defensi

mantienen estable su relación con la segunda dimensión a lo largo del tiem

po .  Este resultado significa que, no obstante posibles refuerzos (o debilita-

mientos) en el aspecto exterior de la consistencia,  la función subyacente

estas consistencias —como por definición cabe esperar— sigue los desa-

rrollos de la segunda dimensión, a la luz de la cual tales consistencias ad-

quieren no sólo significado sino también fuerza.

Toda actuación formativa, que tiende y logra ampliar o reforzar áreas

de  consistencia  en la persona, ofrece una aportación positiva. No obstan

te ,  si tal consistencia no se valora también considerando su función en e

conjunto de la persona y en la posible función

  defensiva

  con referenci

a las inconsistencias subconscientes características de la segunda dimen

sión, la obra de formación termina por parecerse (usando la imagen de

Lucas 6, 48-49) a aquella de quien construye la casa sobre arena y no

sobre roca.

Sólo recurr iendo a la valoración de los aspectos prevalentes de l

segunda dimensión es posible l levar a cabo un discernimiento voca

cional de las áreas de consistencia en el sentido de conocer si son de

fensivas o no.

A la luz de los datos sobre la frecuencia de las inconsistencias de la se

gunda dimensión (60-80%) el camino del desarrollo vocacional no pued

proceder solam ente según un movimiento, hacia adelante, exclusiva e inge

nuamente «positivo» que añade o cree añadir, por así decir, «consistencias»

«consistencias». Más claramente, procederá con un «ir y venir» dirigido, po

una pa rte, al polo d e los ideales autotrascendentes, pero tam bién «retornan

15

do» a determinados comportamientos que dependen de condicionamientos

del pasado; estos comportamientos hay que aceptarlos pacientemente, con-

Una tercera área de ejemplificación puede tener presente nuestras ex-

pectativas más o menos realistas. En nuestra vida vocacional, ¿se busca un

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trolarlos con responsabilidad y transformarlos con valentía.

El ideal de vida de unión con Dios, mientras dura nuestra historia pre-

sente no puede prescindir de las circunstancias y de las leyes del creci-

miento vocacional.

Anteriorm ente se ha hablado de los «nidificadores» y se ha indicado que

presentan una baja potencialidad de internalización de los ideales auto-

trascendentes de Cristo.

Reto mand o ahora este problema, se puede decir qu e los «nidificadores»

tienden a aprender, sobre todo, mediante los procesos de complacencia y

de identificación no internalizante, y no a través de los procesos de inter-

nalización y de identificación internalizante. Véanse las pp. 54-58 para es-

tas distinciones, notando que en dichos procesos el influjo de las  necesida-

des inconscientes

 es lo que interviene en la complacencia y en la identifica-

ción no inte rnalizante, a diferencia de la internalización y de la identifica-

ción internalizante. Como añadidura a dichas distinciones pueden ser úti-

les otros  ejemplos concretos, que ayuden a distinguir en la pastoral vocacio-

nal cuál es el proceso de aprendizaje presente de modo predominante en la

vida vocacional de las personas: ¿predominan los dos procesos internali-

zantes o los dos procesos no internalizantes?

Un primer ejemplo puede referirse al tipo de valores preferidos y al mo -

do de vivirlos. No se trata aquí solamente de observar el comportamiento

consciente propio de la primera dimensión y, por lo mismo, el obrar o no

obrar el mal, el pecado, de un modo patente. Hay que tener tam bién pre-

sentes los comportamientos que pueden tener una raíz subconsciente en la

segunda dimensión, la cual se manifiesta en valores y modos de vivir. En

concreto, es útil hacerse las siguientes preguntas: siguiendo el ejemplo de

Cristo , que siendo rico se ha despojado de to do, ¿se intenta en la propia vi-

da renunciar a tener más, a ser más, a poder más, o se tiende habitu almente

a lo contrario? La respuesta a estas preguntas puede ser indicativas de ten-

dencias internalizantes o no internalizantes.

De modo semejante, en la vida comunitaria, en las circunstancias que

bloquean, obstaculizan, impiden dicha vida, ¿se está dispuesto a reconocer

las propias debilidades, las propias limitaciones, las propias fragilidades, y

a reconocer las de los demás y, por lo tanto, a otorgar y recibir perdón?

Nuevamente la respuesta que se dé en estas situaciones puede orientar so-

bre la tendencia a internalizar o no las virtudes de la caridad, de la fe, de la

capacidad de crecer en la esperanza, de perdonar de corazón a los demás,

como Dios nos ha perdonado.

152

Dios que nos dé seguridad, un Dios de quien se puede prever y programar

todo a nuestra medida, o bien se está dispuesto a abandonarse a la volun-

tad de Dios, admitiendo que «sus caminos no son nuestros caminos», que

Dios es distinto de como yo lo había concebido? ¿Y esto también cuando

me parece que estoy haciendo la voluntad de Dios y las cosas no resultan

como yo esperaba? La respuesta a estas preguntas puede indicar si estoy

buscando más bien lo importante en sí mismo, de Dios (internalización) o

por el contrario, lo importante para mí de mi yo (identificación no inter-

nalizante o complacencia).

Finalmente, una situación análoga puede darse en mi vida de oración

cuando nos encontramos frente a una aparente inutilidad de la oración

misma, aunque tiene como fin mi bien espiritual y el reino de Dios. ¿Soy

flexible, libre en la aceptación con fe de la

 aparente

 inutilidad de m i ora

ción y contin úo orando, no obstante mis temores, mis miedos, mi ma-

lestar, mis sufrimientos y repugnancias?

Vale la pena poner de relieve estas diferencias entre nuestro crecimien-

to o no en los procesos internalizantes, recordando los oportunos consejos

de san Ignacio de Loyola en las Constituciones de la C ompañía de Jesús, 

288 (cf. más arriba, p.58).

Se han dado elementos, señales externas para lograr una distinción, un

«discernimiento de espíritus» entre una vida vocacional que tiende a la in-

ternalización de los ideales autotrascendentes de Cristo, y una vida q ue

aunque parezca «buena» en la superficie, presenta, no obstante, señales de

un bien aparente, esto es, de un bien que es principalmente natural y no

teocéntricamente autotrascendente.

No obstante, una pastoral vocacional eficaz, que quiere alcanzar ver-

dadera men te el objetivo de ayudar a las personas a transformarse según

los valores de Cristo, debe proceder con mayor profundidad, tanto en

el «dis cerni mie nto de espíritus», com o en la ayuda que se ofrece a la

personas como consecuencia de dicho «discernimiento». En efecto, de

todas las señales externas de que se ha hablado en el punto anterior

conviene pasar al conocimiento y a la ayuda orientada a sus causas pro

fundas.

Ahora bien, este conocimiento y esta ayuda para alcanzar una verdade

ra internalización de los valores teocén tricam ente autotrasce ndentes im

plican un e nfoque pastoral de las vocaciones que tom e en serio el creci

miento de los individuos en la madurez de las tres dimensiones (especial

mente la segunda). Co mo se ha visto, esta madurez es una condición im

15

portante para el crecimiento en la libertad, en la apertura a la internaliza-

ción teocéntricamente autotrascendente.

6

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Parece que esta condición es frecuentemente olvidada, o por lo menos,

infravalorada en gran medida en el proceso de formación vocacional. Si es-

to es así, se derivaría un escaso, limitado influjo d e la formación (tal como

ahora se ofrece) sobre la potencialidad de internalización y, por ello, sobre

el crecimiento vocacional en general. Esto es lo que se pretend e verificar en

el cap. 6 que viene a continuación.

154

LA INFLUENCIA DE LA FORMA CIÓN EN LA

CAPACIDAD DE INTERNALIZACIÓN

6.1.  Introducción

La esencia de la formación en la vocación sacerdotal y religiosa consis-

te en ayudar a la persona a desarrollar la capacidad de internalizar; es decir,

de asimilar y personalizar los ideales autotrascendentes de Cristo de tal m o-

do que esa persona sea transformada según estos ideales y llegue a ser «otro

Cristo» (cf. pp. 46-50).

Por otra parte, la persona llamada a internalizar los ideales elegidos en

el momento de la entrada, presenta en su personalidad algunos compo-

nentes estructurales con características que son ya propias de cada indivi-

duo;

  de hecho, la experiencia del pasado ha dejado improntas específicas

en estas estructuras.

Existe, en otras palabras, una realidad antropológica con bases interdis-

ciplinares, presentada en el volumen I (Rulla, 1990). Los elementos fun-

damen tales de esta antropolo gía, que son la autotrasc endenc ia teocéntri-

ca, y las tres estructuras dialécticas que caracterizan las tres dimensio nes, y

que son la expresión central d e la dialéctica de base de la persona h um ana,

han sido confirmadas p or los datos de investigación presentados en este vo-

lumen (cap. 3, 4, y 5). Estas investigaciones han puesto ya en evidencia el

predominio de la segunda dimensión sobre las otras dos por lo que respec-

ta a la capacidad de inte rnalización (cf. sec. 5.5 y 5.6).

Más co ncretamente, se ha visto que la segunda dim ensión (en cuanto

disposición) permite hacer una predicción razonable sobre la futura

  poten-

cialidad o

 capacidad de internalización; y hemos observado además que se

da una correlación entre madurez-inmadurez en la segunda dimensión, en

cuanto capacidad de internalización, y la actualización de esta potenciali-

155

dad en la vida vivida de la persona, si esta última es evaluada después de un

cierto período de tiempo (cf. sec. 5-6.3). En este sentido debe notarse que

que puede estar más o menos en contradicción con el yo-ideal de la perso-

na (la primera dimensión no presenta tal componente inconsciente). Con -

8/18/2019 Rulla, L.M. Antropologia-de-la-vocacion-cristiana.pdf

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tal confirmación existencial de la vida vivida, se encuentra en un a serie de

comportamientos vocacionales que no se reducen solamente a medidas es-

tadísticas aisladas o a la esfera de la segunda dimensión; estos comporta-

mientos implican tanto el hecho de la perseverancia como el vivir los ide-

ales de Cristo en una situación de vocación sacerdotal y religiosa. Esta vi-

vencia de los ideales de Cristo se evalúa mediante un juicio global que

com prend e e integra los datos de los exámenes y tests de tres períodos (en-

trada, fin del noviciado y después de cuatro años de vida vocacional, con

la entrevista de lo profundo

1

  (cf. Apéndice A-5).

En este punto se pueden formular las siguientes tres preguntas generales:

1. ¿Tiene la formación una influencia sobre la capacidad de internali-

zar de la persona durante sus primeros cuatro años de vida vocacio-

nal?

2.   La formación que han rec ibido los sujetos ¿consigue afectar a las tres

dimensiones? ¿En qué medida afecta a cada dimensión?

3.

  ¿Cuál es la influencia de la formació n s obre el crecim iento de los

ideales autotrascendente s (valores y actitudes), y cuál es la relación

entre dicha influencia sobre los ideales en referencia a las tres di-

mensiones y la capacidad de internalización tal y como se mide por

el índice de Madurez del Desarrollo (IMD) después de cuatro

años?

Se procederá a responder a estas tres preguntas mediante dos series de

observaciones: una primera está hecha de  pruebas directas, y  una segunda

está constituida por

 confirmaciones indirectas

 que se refieren a fenómenos

tales como las transferencias, etc.

Es im por tan te establecer unas premisas que se refieren a las pruebas

que serán presentadas a continuación.

Las tres dimensiones pueden ser distinguidas en dos categorías por lo

que se refiere a su constitución. La primera categoría está representada so-

bre todo por la segunda dimensión y, en una menor medida, por la terce-

ra dimensión, en cuanto ambas presentan un componente inconsciente

1. Este juicio global se emitía fundado en los resultados de los tests que consideraban 212 varia-

bles de

  ada

  persona en cada período, comp arándolas con ios resultados de los otros

  dos períodos

  en

cua nto indicaciones de un cambio o una falta de cambio de uno a otro período (162 variables se ob-

ten ían de las respuestas directas de la persona, 35 variables inferidas du rante la entrevista [cf. A pénd i-

ce C- 3 en el libro de 1976 ], y 15 variables

 se

  referían a las relaciones con los fbrmadores y los compañe-

ros [cf. apéndiceB-7  d¿  l ibro de 1976 ]; además , se usaban las inform aciones respecto a la familia [cf.

Apéndices B 4 y B-5 del l ibro de 1976]. Tales resultados eran la base de la entrevista de lo profun do

de dos horas con cada individuo, que conducía al definitivo juicio global sobre la madurez del desa-

r ro l lo ( IMD):c f i .p . 95 .

156

viene recordar que un yo-actual inconsciente y en contradicción con el yo-

ideal tiende a obstaculizar la trascendencia también respecto a los ideales

autotrascendentes; después de todo «la autotrascendencia es la conquista

de la intencionalidad consciente» (Lonergan 1973, p. 35).

La segunda categoría está representada por la primera dimensión, don-

de también existen dialécticas más o menos fuertes entre el yo-actual y el

yo-ideal; pero se trata de dialécticas prevalentemen te conscientes ya que im-

plican sobre todo el nivel consciente del yo-actual.

Un poco más arriba se ha hecho referencia a la tercera dimensión (de

normalidad-patología) que, por su componente inconsciente  puede contri-

buir positiva o negativamen te al proceso de internalización de los ideales

autotrascendentes a pesar de que el horizonte de la tercera dimensión está

abierto más bien a ideales naturales que a ideales autotrascendentes. Como

se ha dicho precedentemente, esta influencia de la tercera dimensión suce-

de a través del influjo de las consistencias defensivas y de las inconsistencias

inconscientes de la segunda dimensión (cf. pp. 29-31). Téngase en cuenta

que las consistencias defensivas y algunas de las inconsistencias de la segun-

da dimensión pueden  ser la consecuencia de una influencia de la tercera di-

mensión, influencia que afecta a los fines vocacionales de la autotrascen-

dencia teocéntrica (cf. Vol. I, Rulla 1990, pp. 173, 205-206, 349-350).

A. PRUEBAS DIRECTAS

6.2. Las confirm aciones existenciales buscadas

Son bien conocidas las dificultades a la hora de medir el cambio de la

personalidad. La literatura en general trata ampliamente de estas dificulta-

des (cf. Baltes, Reese y Lipsitt, 1980; Bfim y Kagan, 1980; Strup y Had-

ley, 1977; Nesselroade y Baltes, 1980 a,b; Turner y Reese  [Eds.],  1980; Rie-

gel y Meacham   [Eds.],  1976, etc.)

2

.

Para los fines de este estudio se buscarán confirmaciones existenciales

siguiendo tres líneas directivas de investigación:

1. Los tres tipos de formación ofrecidos por tres situaciones institucio-

nales diferentes entre sí, ¿comportan diferencias significativas para

2. Entre estos problemas se pueden recordar, por ejemplo, el de definir cuáles son los criterios

utilizados para evaluar el cambio, el problema de la "regresión hacia la media" de los datos estadís-

ticos, etc.

157

una mejora de la

 persona

 en su capacidad de internalizar los valores

autotrascendentes de Cristo realizado existencialmente?

Un primer tipo de formación estaba representada por la de los reli-

ce de Madurez del Desarrollo se centra principalmente en la posibi-

lidad o no de vivir los valores morales y religiosos cristianos inclu i-

da la caridad en las relaciones interpersonales.

8/18/2019 Rulla, L.M. Antropologia-de-la-vocacion-cristiana.pdf

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giosos  varones de una misma congregación que ofrecía como ele-

mento claramente característico de los primeros dos años de forma-

ción una experiencia espiritual intensiva de larga duración (treinta

días), siguiendo una pedagogía espiritual específica.

Un segundo grupo estaba representado por religiosas de dos congre-

gaciones que en su pedagogía no presentaban diferencias substan-

ciales entre sí. Por otra parte, como se verá claro a continuación

(cap.

 7), además de la diferencia respecto a los varones debida a la

experiencia espiritual  intensiva  indicada, existía otra diferencia entre

religiosos y religiosas por lo que se refiere a su disposición a percibir

aspectos del ambiente institucional

3

.

El grupo de los religosos y de las religiosas pertenecían a congrega-

ciones de vida activa, no contemplativa.

El tercer grupo estaba representado por estudiantes laicas (de un

  Cat-

holic College) q ue eran m uy semejantes a las religiosas en cuan to a la

edad, nivel de educación, procedencia geográfica (urbana o rural) y

nivel socio-económico. Pero se diferenciaban de ellas tanto p or el ti-

po de formación ofrecido por la institución (el

 College

 para las lai-

cas) como por el tipo de opción vocacional.

2.   Si no hay diferencia entre los tres tipos de formación, en lo que res-

pecta a la mejoría efectiva, existencia , de la capacidad d e interna li-

zación

  en general (es

 decir, para el conjunto de la persona), ¿existen,

sin emb argo, diferencias entre los tres grupos po r lo que se refiere a

la influencia de la formación en la primera y segunda dimensión en

cuanto disposición a la internalización (dado que éstas son las di-

mensiones más abiertas a los ideales autotrascendentes)?

3.

  Si la pregu nta anterior (2) obtiene una respuesta positiva; es decir,

si existe una diferencia en tre los tres grupos respec to al influjo sobre

la primera y la segunda dimensión, se puede preguntar cuál es la

contribu ción positiva y cuáles las limitaciones de la formación, tal y

como es ofrecida ahora, y qué se podría hacer para mejorar su in-

fluencia sobre la capacidad de internalización de la persona.

Por lo que respecta al

 método

  de investigación, la respuesta a la  pri-

mera

 pregunta puede obtenerse haciendo

 para cada

 persona

 por se-

parado  la comparación entre el índice de Madurez del Desarrollo a

la entrada y dicho índice después de cuatro años de vida en la ins-

titución. Conviene recordar a este respecto, (cfr. p. 95) que el Indi-

3.

 En el cap. 7 se presentarán otros detalles sobre

 las

 diferencias entre los grupos vocacionales.

158

Las respuestas a la segunda y a la tercera pregunta pueden obtener

usando dos criterios de verificación: uno

  estructural

 y  otro  existen

cial, ambo s se aplicaron a cada persona por separad o, hacie ndo la

comparación entre su situación a la entrada y después de cuatro

años de formación.

El criterio

 estructural

 consiste en verificar si ha habido un cambio entre

las estructuras propias de

 cada

 dimensión  cuando se comparan estas estruc

turas tal y como estaban a la entrada en la vida vocacional con las mismas

estructuras después de cuatro años de formación. La comparación intenta

evaluar si la madu rez corr espondie nte a las diversas estructuras ha cambia-

do   en sentido positivo (de mejora) al pasar los primeros cuatro años de for-

mación. Es importante subrayar que las mediciones estructurales de la pri-

mera y de la segunda dimensión son independientes de las normas propias

de un grupo específico o de una particular institución vocacional (cfr. pp.

118-119); por lo cual, dichas mediciones deberían ser igualmente válidas

para los tres grupos que aquí se consideran.

El criterio  existencial consiste en verificar si se corresponde el posible

cambio estructural positivo con el comportamiento de cada sujeto en su vi

da vocacional, medido por el IM D (cfr. p. 156, nota 1 de este capítulo).

Por lo cual este criterio existencial es más amplio que el ámbito afectado

por cada dimensión, y prácticamente implica la vida vocacional de cada

persona en su conjunto.

Tengamos en cuenta que los dos criterios, con el fin de conseguir una

evaluación más exigente y por lo tan to m ás científica, se usan en mod o

 com

binado, es decir se reconoce la existencia de u n cambio positivo, de m ejoría

sólo si ambos criterios cambian positivamente. En cua nto a la medida o eva-

luación, el criterio estructural se basa en tests elaborados informáticame nte,

mientras que el criterio existencial se basa en la entrevista de lo profundo.

Es importante subrayar que ambos criterios están formalmente orientados

hacia la internalización de los valores autotrascendentes de Cristo.

Sobre el criterio estructural véanse las pp. 40 -44 y sobre el criterio exis-

tencial ver p. 95, 126, nota

  1

 de este capítulo, y aquí, al inicio de p. 159.

Otra observación sobre los dos criterios es que ambos incluyen la in-

fluencia de la tercera dimensión por lo que respecta a las disposiciones a la

internalización de los valores autotrascendentes. El criterio existencial al-

canza este objetivo porque el juicio de la entrevista de lo profundo toma-

ba en consideración tal posible influencia; el criterio estructural lo consi-

159

gue porq ue las consistencias defensivas y las inconsistencias de la segunda

dimensión incluyen el posible efecto de la tercera dimensión en relación a

Criterio existencial

 (IMD)

¿Ha habido una mejoría, por lo que respecta al criterio existencial, en

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la autotrascendencia teocéntrica (cfr. Vol. I, sec. 8.5-3.)-

Los sujetos utilizados en esta investigación de los tres grupos son práctica-

mente todos aquellos de quienes se disponían datos para hacer las diferentes

evaluaciones y comparaciones. Representan, de hecho, la totalidad de los gru-

pos de religiosos y religiosas; las laicas constituían el 70 % de to do el grupo.

6.3.  Las confirmacion es existenciales encontradas

Los resultados obtenidos para los criterios existenciales y estructurales

están esquem áticamente representados en la fig. 14, que se explica más de-

talladamente en el texto.

ENTRADA DESPUÉS DE 4 AÑOS

1. La prueba existencial se basa en el índice de M adurez del Desarrollo.

2.

  Los dato s han indicado <jue «esrructuratmente» la diferencia presente  a  la enerada entre maduros y menos

maduro s no es ya significativa al cabo de cuatro años.

Figura 14. íi  influencia de la formación sobre la potencialidad de internalización valorada estructu-

ralm ente (las tres dimensiones) y existencialmente.

160

el grado de madurez encontrado después de cuatro años de formación res-

pecto al que había a la entrada en la formación?

Los resultados son los siguientes:

Entre los religiosos (N=42 ) mejora el 5% (2 personas)

Entre las religiosas (N=39 ) mejora el 8 % (3 personas)

Entre los religiosos y las religiosas (N=81) mejora el 6 % (5 personas)

Entre las laicas (N=38 ) mejora el 18 % (7 personas)

Dos conclusiones se derivan de estos datos. La primera es que no se ob-

serva ninguna mejoría estadísticamente significativa después de cuatro años

de formación en ninguno de los grupos. La segunda conclusión es que la

mejoría de las laicas, aunqu e es más elevada que la de las religiosas, no es

estadísticamente significativa: la mejoría no es sustancialmente más gran-

de (más frecuente) que la de las religiosas (prueba para la diferencia de las

dos proporciones: z =

 1.40).

Surge entonces naturalmente una pregunta acerca de las posibles razo-

nes de esta ausencia de mejoría de los tres grupos; es decir, ¿existen razones

identificables en diversos aspectos del sistema motivacional que pueden

ayudar a comprender esta falta de cambio que se encuentra en la forma-

ción tal y como ahora se ofrece?

La respuesta a esta pregunta se buscará analizando los cambios verifica-

dos en las tres dimensiones en cuanto disposiciones para la internalización de

los valores autotrascendentes de Cristo durante los cuatro años de formación.

Criterio

 Estructural

4

La influencia de la formación sobre  la primera dimensión

Esta influencia resulta de los datos que se presentan más abajo en res-

puesta a las tres preguntas siguientes:

1.

  ¿Cuántos sujetos

  inmaduros

  a la entrada mejoran estructuralmente

durante los cuatro primeros años de formación? Por sujetos inmaduros se

entiende aquellos que a la entrada presentan disposiciones de menor liber-

tad para la internalización de los valores autotrascendentes en su dimen-

sión consciente de virtud o pecado. Son aquellos en los que existe una p re-

sencia menor de consistencias no defensivas (ver los criterios utilizados pa-

ra la división entre sujetos maduros e inmaduros en pp. 52-53 y Apéndice

4.   Para los procedimientos estadísticos util izados en la evaluación estructural de la primera, se-

gunda y tercera dimensión, ver Apéndice  B-6.1.

161

B-3.2 ). Ayudar a mejorar a estas personas inmaduras sería un objetivo

principal de la formación.

Resultados:

También en este caso, como hicimos para la primera dimensión, nos

planteamos las tres mismas preguntas:

1. ¿Cuantos sujetos  inmaduros  la entrada mejoran estructuralmente

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De los religiosos (N=3 2) mejora el 38 % (12 personas)

De las religiosas (N=3 0) mejora el 47 % (14 personas)

De los religiosos y las religiosas (N=62) mejora el 42 % (26 personas)

De las laicas (N=3 1) mejora el 19% (6 personas)

2.   ¿Cuántos de  toáoslos sujetos (tanto m aduros como inmaduros en el

mom ento de la entrada) mejoran estructuralmente duran te los cuatro pri-

meros años de formación?

Resultados:

De los religiosos (N=42 ) mejora el 29 % (12 personas)

De las religiosas (N= 39) mejora el 38 % (15 personas)

De los religiosos y las religiosas (N=8 1) mejora el 3 3 % (27 personas)

De las laicas (N=38 ) mejora el 18 % (7 personas)

3.  ¿Cuántos de los sujetos

  inmaduros que

  mejoran

  estructuralmente

 du -

rante los primeros cuatro años de formación, se confirma luego que real-

mente han mejorado si se combina el criterio estructural con el criterio exis-

tencia (constituido por el índice de Madurez del Desarrollo, evaluado cua-

tro años después de la entrada? (cfr. pp. 159-16 1). En otras palabras ¿cuán-

tos sujetos inmaduros a la entrada que demuestran un progreso en su dis-

posición a mejorar (según el criterio estructural) manifiestan al cabo de

cuatro años señales de haber mejorado de hecho en su capacidad de inter-

nalización en su vida vivida (según el criterio existencia )?

Resultados:

De los religiosos (N=3 2) mejora el 9% (3 personas)

De las religiosas(N=30) mejora el 7% (2 personas)

De los religiosos y las religiosas (N= 62) mejora el 8% (5 personas)

De las laicas (N=3 8) mejora el 10 % (3 personas)

Como conclusión general de los datos observados en estos tres análisis

se ofrecen dos comentarios: po r una p arte se nota una cierta mejoría en las

disposiciones respecto a la capacidad de internalización de los valores au-

totrascendentes representada por la mejoría de las estructuras de la prime-

ra dimensión (primera y segunda preguntas); por otra parte, esta mejoría

relativa en las disposiciones estructurales se reduce notab leme nte si se con-

sideran los signos manifestados en la vida vivida (tercera pregunta).

La influencia de Información

 sobre

 la

 segunda

 dimensión

La situación aparece muy diferente cuando se consideran los datos re-

lativos a la segunda dimensión.

162

durante los primeros cuatro años de formación?

En este caso los sujetos inmaduros son aquellos que han sido llamados «ni-

difícadores» e «impulsados» (cfr. p p. 138-140 y Apéndice B-3.2. para las subdi-

visiones dentro de los maduros e inmaduro s). Estos se caracterizan por una m e-

nor disposición a la libertad de internalización de los valores autotrascende ntes

y naturales  combinados,  según la dimensión subconsciente de bien real o bie

aparente. Son aquellas personas en las que se da un predom inio de inconsis-

tencias y de consistencias defensivas respecto a las consistencias n o defensivas

(cfr. pp. 39-41). Dada la importancia de la segunda dimensión para crecer en

la disposición para la capacidad de internalización (cfr. sec. 5.5.2.), sería im-

portan te una contribución de la formación a una m ejoría sustancial en estas

disposiciones de madurez en la segunda dimensión de las personas.

Los resultados son los siguientes:

De los religiosos (N=34 ) mejora el 26 % ( 9 personas)

De las religiosas (N=3 4) mejora el 24 % ( 8 personas)

De los religiosos y las religiosas (N=6 8) mejora el 25 % (17 personas)

De las laicas (N=29 ) mejora el 17% ( 5 personas)

2.  D e todoslos sujetos (m aduros e inmaduro s a la entrada) ¿cuántos me

joran estructuralemente durante los primeros cuatro años de formación?

De los religiosos (N=4 3) mejora el 2 1 % ( 9 personas)

De las religiosas (N=4 2) mejora el 19% ( 8 personas)

De los religiosos y las religiosas(N=85) mejora el 20 % (17 personas)

De las laicas (N=3 8) mejora el 13 % ( 5 personas)

3.

 ¿Cuántos de los sujetos inmaduros

 que

 mejoran estructuralmente du

rante los primeros cuatro años de formación, se confirma que han mejora-

do si se com bina el criterio estructural con el existencial, constituido por el

índice de Madurez del Desarrollo, evaluado cuatro años después de la en-

trada? (cf. pp. 159-161).

Con el criterio combinado se quiere verificar cuántos sujetos inmadu-

ros a la entrada que demuestran un progreso en su disposición a mejorar

(criterio estructural), manifiestan también de hecho señales de una mayor

madurez en las disposiciones a la capacidad de internalización en la vida vi-

vida (criterio existencial).

De los religiosos (N= 34) mejora el 9% (3 personas)

De las religiosas (N=3 4) mejora el 3 % (1 persona)

De los religiosos y las religiosas mejora el 6 % (4 personas)

De las laicas (N=29 ) mejora el 10% (3 personas)

163

Algunos comentarios sugeridos por estos resultados.

Ante to do, la baja prop orción de los sujetos que mejoran estructural-

mente tanto de los inmaduros (primera pregunta) como del conjunto de

2.  El cambio

 estructural

que se verifica en todos  los sujetos que mejora

durante los primeros cuatro años de formación ¿es significativamente más

evidente (más frecuente) en la primera que en la segunda dimensión?

8/18/2019 Rulla, L.M. Antropologia-de-la-vocacion-cristiana.pdf

http://slidepdf.com/reader/full/rulla-lm-antropologia-de-la-vocacion-cristianapdf 82/222

todos los sujetos (segunda pregunta).

Además, como ocurría en el caso de la primera dimensión, esta peque-

ña mejoría de las disposiciones estructurales en la capacidad de internali-

zación de los valores autotrascendentes y naturales combinados se reduce

de nuevo notablemente cuando se consideran las señales manifestadas en

la vida vivida (tercera pregu nta).

Finalmente, es natural preguntarse si la formación ha tenido una in-

fluencia significativamente diferente sobre la mejoría de la primera dimen-

sión en comparación con la ocurrida en la segunda.

La influencia

 relativa

 de la formación

 sobre la

 primera y

 sobre

 l a

 segunda

dimensión

El objetivo de este análisis es hacer una comparación siguiendo las le-

yes estadísticas, para ver si la mejoría estructural verificada en la segunda

dimensión durante los primeros cuatro años de formación es significativa-

mente inferior respecto a la mejoría encontrada en la primera dimensión

en el mismo período.

Se pueden formular dos preguntas:

1.

 El cambio

 estructural

 (en la primera y segunda dim ensión) de los su-

jetos  inmaduros  (de los religiosos y religiosas por una parte, y de las laicas

por otra) que mejora durante los primeros cuatro años de formación, ¿es

significativamente más evidente (es decir, más frecuente) en la primera que

en la segunda dimensión?

Religiosos y religiosas inm aduro s: I dime nsión (N=62) mejora el 42 %

II dimensión (N=68) mejora el 25 %

La prue ba de significación de la diferencia ente las dos propor ciones

(42% y 25%) indica que hay una diferencia significativa (z = 2.05; p  = .02).

La primera dimensión mejora significativamente más que la segunda.

Laicas inmaduras: I dimensión (N=31) mejora el 19%

II dimensión (N =29) mejora el 17 %

La prueba de significación de la diferencia entre las dos proporciones

(19% y 17%) indica una ausencia de diferencia significativa (z = .20). La

primera dimensión en las laicas

 no

 mejora significativamente más que la se-

gunda dimensión.

164

Religiosos y religiosas: I dime nsión (N=8 1) mejora el 3 3 %

II dimensión (N=85) mejora el 20 %

La prueba de significación de la diferencia entre las dos proporciones

(33%  y 20%) indica que hay una diferencia significativa (z = 1.90; p < .03)

La primera dimensión mejora significativamente más que la segunda.

Laicas: I dimensión (N=38) mejora el 18%

II dimensión (N=38) mejora el 13 %

La prueba de significación de la diferencia entre las dos proporciones

(18% y 13%) no es significativa (z = .60). La primera dimen sión en las lai

cas no mejora significativamente más que la segunda dimensión.

Tamb ién en este caso vienen sugeridos por los resultados dos breves co

mentarios.

El primero se refiere a la diferencia entre la primera y segunda dimensión

por lo q ue se refiere a la influencia q ue tiene la formación sobre la disposi

ción p ara la libertad efectiva de internalizar. Para los religiosos y las religiosa

la primera dimensión mejora (aunque sea escasamente) dicha capacidad, y

tal mejoría es significativamente superior a la mejoría que se verifica en la se

gunda dimensión. El segundo comentario se refiere al hecho de que mien

tras la formación  religiosa  parece mejorar la primera dimensión significativ

mente más de lo que mejora la segunda, tal fenómeno no se verifica en el ca

so de las laicas, donde la influencia de la formación no lleva a una diferencia

significativa entre la mejoría de la primera y la segunda dimensión .

Para una mayor confirmación de esta diferencia entre la formación re

ligiosa y la de las laicas se han realizado otras dos observaciones; se pue den

expresar con las siguientes dos preguntas :

1. ¿Hay diferencia entre religiosas y laicas en la frecuencia de mejoría es

tructural de la primera dimensión en los primeros cuatro años de formación

Religiosas inma duras (N=3 0) mejora el 47 % (14 personas)

Laicas inma duras (N= 31) mejora el 19% ( 6 personas)

La prueba de significación de la diferencia entre las dos proporcione

(47%   y 19%) indica una diferencia significativa (z  = 2.33; p < .01). La pro

16

porción de las religiosas inmaduras que mejoran en su primera dimensión

es significativamente superior a la de las laicas.

Este grupo de religiosos ha sido escogido también porque en su forma-

ción, a diferencia de los otros dos grupos (el de religiosas y el de laicas) ha-

bía una experiencia espiritual intensiva de treinta días, que representa un

8/18/2019 Rulla, L.M. Antropologia-de-la-vocacion-cristiana.pdf

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De todas las religiosas (N=39) mejora el 38 % (15 personas)

De todas las laicas (N=38 ) mejora el 18% ( 7 personas)

La prueba de significación entre las dos proporciones (38% y 18%) in-

dica una diferencia significativa (z = 1.95; p < .03).

Los datos indican que la formación

  religiosa

  influye significativamente

más que la formación de las laicas sobre la mejoría de la madurez propia de

la primera dimensión.

2.

 ¿Hay diferencia entre religiosas y laicas en la frecuencia de mejoría

estructural de la segunda dimensión durante los primeros cuatro años de for-

mación?

Religiosas inma duras (N=3 4) mejora el 24 % (8 personas)

Laicas inma duras (N=29 ) mejora el 17% (5 personas)

La prueba de significación de la diferencia entre las dos proporciones

(24%

 y 17%) indica una diferencia no significativa (z = .68).

De todas las religiosas (N=4 2) mejora el 19% (8 personas)

De todas las laicas (N=3 8) mejora el 13 % (5 personas)

La prueba de significación de la diferencia entre las dos proporciones

indica u na diferencia no significativa (z = .73).

Los datos indican que el influjo de la formación  religiosa no ha sido sig-

nificativamente mayor que el influjo de la formación recibida por las laicas

en el sentido de producir un aumento de la madurez característica de la se-

gund a dim ensión, mientras que sí existía tal diferencia respecto a la prime ra

dimensión.

Este últim o resultado ha llevado a verificar con un análisis más profun-

do esta falta de mejoría producida por la formación religiosa en la segun-

da dimensión de las personas, en comparación con la mejoría de la prime-

ra dimensión.

Con este propósito, hemos estudiado el desarrollo de las dos dimensio-

nes después de dos años de noviciado y después de cuatro años de forma-

ción en un

  mismo

 grupo de  religiosos,  el cual, por lo tanto, había recibido

un solo tipo de formación, propio de una

 única

 institución o congregación.

766'

esfuerzo notable para obtener una mejoría en el crecimiento vocacional de

toda la persona. Tal experiencia tenía lugar durante el noviciado (es decir

en los primeros dos años de formación).

La influencia de una formación con

 experiencia

 espiritual intensiva

 so

la primera y segunda dimensión

Se propusieron las siguientes series de preguntas:

1.

  ¿Cuántos religiosos mejoran estructuralmente en su  primera dimen

sión

 durante el noviciado (primeros dos años de formación)?

De los religiosos inmaduros (N=32) mejora el 53 % (17 personas)

De todos los religiosos (N=42) mejora el 40 % (17 personas)

2.   ¿Cuántos religiosos mejoran estructuralmente respecto a su

 segunda

dimensión durante el noviciado?

De los religiosos inmaduros (N=34) mejora el 2 1 %  (7 personas)

De todos los religiosos (N= 42) mejora el

 2 1 %

  (9 personas)

3.  A partir de los datos presentados (en 1. y 2.) se pueden formular las

siguientes preguntas:

a. La proporción de los sujetos inmaduros en su primera dimensión qu

mejoran estructuralmente durante el noviciado ¿es significativamente su

perior a la de los sujetos inmaduros en su segunda dimensión que mejoran

estructuralmente?

De los religiosos inmaduros

en su I dimensión (N=32) mejora el 53 % (17 personas)

De los religiosos inmaduros

en su II dimensión (N=34) mejora el 2 1 % ( 7 personas)

La prueba de significación de la diferencia entre las dos proporciones

(53%

 y 21%) indica una diferencia significativa (z = 2.71; p = .003).

b. La proporción de todos  los sujetos que mejoran estructuralmente e

su primera dimensión durante el mismo período de tiempo ¿es significati

vamente superior a la de los sujetos que mejoran estructuralm ente en su se

gunda dimensión?

16

De todos los religiosos (N=42 ) mejora en su I dimen sión el 40 %

(17 personas)

De todos los religiosos (N=42) mejora en su II dimen sión el 2 1 %

De todos los religiosos (N=42) mejora estructuralmente después de

los cuatro primeros años de formación

el 29% (12 personas)

8/18/2019 Rulla, L.M. Antropologia-de-la-vocacion-cristiana.pdf

http://slidepdf.com/reader/full/rulla-lm-antropologia-de-la-vocacion-cristianapdf 84/222

( 9 personas)

La prueba de significación de la diferencia entre las dos proporciones

(40%

 y 21% ) indica una diferencia significativa (z = 1.91; p = .03).

Los datos indican que la proporción de los sujetos que mejoran estructu-

ralmente en su primera dimensión es significativamente superior a la pro-

porción de sujetos que mejoran estructuralmente en la madurez de su se-

gunda dimensión. Esto sucede tanto si consideramos la mejoría estructural

únicamente de los inmaduros com o si tenemos en cuenta a todos los sujetos.

El noviciado, por lo que respecta a la libertad efectiva en relación con

la capacidad de internalización de los ideales autotrascendentes, afecta re-

lativamente a la primera dimensión, y, en modo significativamente menor,

a la segunda dimensión. Téngase en cuenta, además, el modesto porcenta-

je de mejoría, sobre todo en la segunda dimensión (21%).

4.  La mejoría en la primera dimensión que se comprueba durante el no-

viciado ¿se mantiene estable durante el período de los dos años posteriores

al mismo? Nos podemos preguntar si la proporción de los sujetos que me-

joran estructuralmente en la madurez de su primera dimensión durante el

noviciado es significativamente diferente de la de los sujetos que mejoran

estructuralmente en el período que incluye los dos años siguientes al novi-

ciado —por lo tanto, durante los primeros cuatro años de formación.

De los religiosos

inm aduro s (N=32 ) mejora estructuralm ente en el novicia-

do el 53% (17 personas)

D e los religiosos

inmaduros (N=32) mejora estructuralmente después de

los cuatro primeros años de formación

el 38% (12 personas)

La prueba de significación de la diferencia entre las dos proporciones

( 53%

 y 3 8%) no alcanza la significación, a unqu e se acerca a ella (z= 1.26;

p = . 1 0 ) .

D e todos los religiosos (N= 42) mejora estructuralm ente en el novicia-

do el 40% (17 personas)

168

La prueba de significación de la diferencia entre las dos proporciones

(40%

 y 29%) no indica una diferencia significativa (z=

  1.15).

Aunque estos resultados no alcanzan la significación estadística, apare-

ce una

  tendencia

 hacia una mejoría relativa de la primera dim ensión du

rante el período del noviciado, y hacia una atenuación de dicha mejoría en

los dos años que siguen al mismo.

Por lo que respecta, por el contrario, a la

 segunda

 dimensión, la mejo

ría verificada durante el noviciado, ya pequeña de por sí, no se incremen-

ta en los siguientes años de formación. De hecho:

De los religiosos inmaduros (N=34) mejora en el noviciado el 21%

(7 personas)

De los religiosos inmaduros (N =34) mejora en los cuatro años el 26 %

(9 personas)

De todos los religiosos (N=42) mejora en el noviciado el 21%

(9 personas)

De todos los religiosos (N=42 ) mejora en los cuatro años el 2 1 %

(9 personas)

Así parecería confirmarse que la formación religiosa, incluso con una ex

periencia espiritual intensiva, no cambia en modo significativo la  segund

dimensión, en contraste con la  primera,  esta última mejora temporalment

durante el noviciado, si bien parece mostrar luego una tendencia a atenuar

se tal mejoría en el período de los dos años posteriores al noviciado.

Estos resultados adquieren mayor relieve para la consideración que es

tamos haciendo del influjo de la formación sobre el conjunto de la perso-

na si se recuerdan los datos que se refieren a la mejoría, tras cuatro años d

formación, aplicando los dos criterios combina dos, el estructural y el exis

tencial. Según estos datos se verifica lo siguiente:

De los 32 religiosos inmaduros

en su I dime nsión mejora tanto estructural

5

  como existen

cialmente el 9% (3 personas)

5.

 Recuérdese que una m ejora estructural se acepta sólo en el caso de que tal mejora sea estadís

ticamente significativa (cf. Apéndice B-6.1).

169

De los 34 religiosos inmaduros

en su II dime nsión mejora tanto estructural como existen-

cialmente el 9% (3 personas)

Ahora nos preguntamos cuál es la influencia de la formación de los re

ligiosos y religiosas (N = 81) sobre este equilibrio.

Las posibilidades son estas cuatro:

8/18/2019 Rulla, L.M. Antropologia-de-la-vocacion-cristiana.pdf

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Del conjunto de los 42 religiosos mejora tanto estructural como existen-

cialmente en su I dimensión el 7%

(3 personas)

Del conjun to de los 42 religiosos mejora tanto estructural como existen-

cialmente en su II dimensión el 7%

(3 personas)

De la observación de estos datos se puede decir tam bién que un   9 1 %  de

los sujetos inmaduros y un 93% de todos los religiosos no mejora durante

los cuatro primeros años de formación cuando se utiliza para juzgar tal me-

joría el criterio existencia uni do al estruct ural. El criterio existencial consi-

dera las señales de mejoría en la disposición a la capacidad de internalizar

los ideales autotrascendentes, señales que se manifiestan en la vida vivida.

La influencia de la formación

 sobre

 la

 tercera

 dimensión

La prueba

 estructural

  ha consistido en comparar los resultados que en el

momento de la entrada diferencian a los «normales» de los «desviados» (apli-

cando la fórmula de Cooke al test MM PI, cf. cap. 3) con los resultados co-

rrespondientes al cabo de cuatro años. La prueba indica una estabilidad sus-

tancial, en el sentido que los «desviados» y los «normales» continúan siendo

los mismos durante los cuatro años de formación (Prueba de Wiggins, 1973,

con u n coeficiente fi correspondiente a un X^ =  36.53; p < .001).

La prueba

 existencial st

 ha hecho co mparando los resultados que en el mo-

me nto de la entrada diferencian a los «desviados» de los «normales» (según la

fórmula de Cooke) con el juicio de desviación o normalidad obtenido por

medio de la entrevista de lo profundo al final de los primeros cuatro años de

formación. (Las dos evaluaciones se han hecho indepen dientemente). La co-

rrespondencia, medida con el procedimiento de W iggins, ha resultado signi-

ficativa (con un coeficiente fi correspondiente a un X   = 3.95; p <  .05).

La formación de cuatro años no cambia la situación de «desviados» o

«normales» presente al comienzo (cfr. fig. 14), como era de esperar.

La influencia de la formación  religiosa sobre el equilibrio o desequilibrio

entre la Iy la

 11

 dimensión

Ya se ha tratado de este equilibrio entre las fuerzas de la primera y d e la

segunda dimensión a propósito de la proposición V de la teoría de la au-

totrascendencia en la consistencia (cf. pp. 61-62).

170

a) Sujetos que no mejoran ni en la primera ni en la segunda dimensión

b) sujetos que mejoran tanto en la primera com o en la segunda dime n

sión;

c) sujetos que mejoran en la primera, pero no en la segunda dimensión

d) sujetos que mejoran en la segunda, pero no en la primera dim ensión

Los resultados obtenidos según el criterio estructural son los siguiente

a) sujetos que no mejora n ni en la prim era ni en la segunda dim ensió n

N = 53 (65% del total)

b) sujetos que mejoran tanto en la primera como en la segunda dimen

sión: N = 16 (20% del total)

c) sujetos que mejoran en su prime ra, pero no en su segunda dimen sión

N = 11 (14% del total)

d) sujetos que mejoran en la segunda, pero no en la primera dim ensió

N = 1 (1 % del total)

En estos cuatro subgrupos examinados estructuralmente ¿cuántos suje

tos resultan estabilizados según el criterio estructural medido con el índic

de Madurez del Desarrollo, cuando se compara la madurez existencial al

canzada al cabo de cuatro años de form ación c on la madurez de la entrada

a) De los sujetos que no m ejoran ni en la prim era ni en la segund a d

mensión resultan existencialmente estabilizados 50 de u n total de 53 (e

decir, el 94%).

b) De los sujetos que mejoran tanto en la primera como en la segunda d

mensió n resultan estabilizados existencialmente 14 de un total de 16 (e

87%).

c) De los sujetos que mejoran en la prim era, pero no en la segunda di

mensión resultan estabilizados existencialmente 9 de 11.

d) De los sujetos que mejoran en la segund a, pero no en la prime ra d

mensión resultan existencialmente estabilizados 1 de 1.

e) De todos los sujetos resultan existencialmente estabilizados 76 de 81

(es decir, el 94% ).

Considerando como sujetos estabilizados los que no cambian estructu

ralmente en su primera y/o segunda dimensión, nos preguntamo s: la pro

17

porción de los sujetos estabilizados en la segunda dimensión ¿es significa-

tivamente su perior a la proporción de los sujetos estabilizados en la prime-

ra dimensión?

formación parece afectar a la prontitud a responder o predisposición  {wi

llingness)

  consciente,

 y así parece aumentar o disminuir el ejercicio de la

bertad efectiva de la persona (cf. Vol. I, Rulla 1991, fig. 1, p. 182). Este

8/18/2019 Rulla, L.M. Antropologia-de-la-vocacion-cristiana.pdf

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Sujetos estabilizados en la primera dimensión: N = 54 (67% de 81)

Sujetos estabilizados en la segunda dimensión: N = 64 (79% de 81)

La prueba de significación de la diferencia entre las dos proporciones

resulta en una z = 1.72; p = .04, lo que indica que la proporción de los su-

jetos estabilizados en la segunda dimensión es significativamente superior

a la de los sujetos estabilizados en la primera dimensión por lo que se re-

fiere al equilibrio o desequilibrio entre las dos dimensiones.

Los resultados obtenidos sugieren

  do s

 conclusiones. La primera se refie-

re al número de sujetos que presentan un equilibrio o desequilibrio entre

la primera y la segunda dimensión, que aparece ya fijado establemente en

modo notable; y eso en un grado tal que la formación, tal y como ahora se

ofrece (es decir: sin interés por la segunda dimensión), no ha tenido un

efecto existencial sobre el estado de equilibrio o de desequilibrio de tal mo-

do que aumente la capacidad de internalización: el 94% de los sujetos pa-

recen tener un sistema m otivacional establemente fijado por lo que respecta

a su capacidad de internalización. D e este resultado se puede inferir que su

predisposición

  {willingness;

  cf. Vol. I, fig. 1, p. 182), sea positiva o negati-

va, consciente o inconsciente, parece estar más bien estabilizada y no re-

sulta fácil de modificar.

La segunda conclusión se refiere al equilibrio o desequilibrio entre las

disposiciones  estructurales de la primera y segunda dimensión. La estabili-

dad del equilibrio o desequilibrio que tiene su raíz en la segunda dimen-

sión es significativamente mayor (es decir, más frecuente) que la estabili-

dad del equilibrio o desequilibrio que tiene sus raíces en la primera di-

mensión. En otras palabras: la influencia de la formación sobre el equili-

brio o desequilibrio entre la primera y segunda dimensión encuentra m a-

yor resistencia proveniente de la segunda dimensión que de la primera.

Conclusiones resumidas

Como muestra la fig. 14 (p.160), el conjunto de los resultados referi-

dos a las tres dimensio nes indica qu e la formación recibida por los sujetos

estudiados puede ayudar a cambiar los condicionamientos, las disposicio-

nes habituales conscientes de la primera dimens ión. Esto es válido sobre to-

do para la formación de los religiosos y religiosas, pero lo es en medida no-

tablemente menor para la formación del grupo de laicas. De hecho, dicha

172

camb io de la parte conscien te y del ejercicio d e la libertad efectiva

 podría

a su vez, influir favorablemente sobre el proceso de internalización.

Sin embargo  los datos indican, en primer lugar, que la madurez de l

primera dimensió n n o dice nada sobre la futura madurez existencial (es de-

cir, del comportamiento de la persona) después de cuatro años de forma-

ción. Además, la madurez consciente (ligada a la primera dimensión) por

sí sola es un elemento de la persona que se muestra más cambiante que la

segunda

 dimensión; y, como se ha visto en el cap. 5, también menos im

portante para la internalización. Por lo tanto, la primera dimensión pro

porciona una visión y una valoración

  incompleta

 de la persona y, por sí so

la, no parece ser muy útil; debe ir  unida  a la segunda dimensión como fac

tor de predicción para el comportamiento futuro. Pero téngase en cuenta

con tod o, que frecuentemen te la consideración y la valoración de la pri

mera dimensión es la única que se tiene en cuenta durante la formación.

En segundo lugar, los resultados que se refieren especialmente a la  se

gunda  dimensión indican que los condicionamientos, las disposiciones in

conscientes presentes en el 7 3% de las personas (cf. cap. 5), mejoran en un

porcentaje muy bajo (alrededor de un 20% de las personas), especialmen-

te si tales condicionamientos se evalúan incluyendo también un cambio

existencial (entre el 6 y el 9% de las personas). Esto significa que perma-

nece en las personas una limitación en el ejercicio de su libertad efectiva en

cuanto que su predisposición  inconscientes  responder  {willingness)  no h

mejorado de hecho en modo significativo. Por lo tanto, la capacidad de in-

ternalización de los ideales autotrascendentes de las personas particulare

en general no ha mejorado y continúa siendo un obstáculo en más de

9 0 %

  de los individuos; obstáculo que, siendo una disposición negativa

bloquea las posibles ventajas provenientes de una relativa mejoría en la pri

mera dimensión.

En otras palabras, permanece un obstáculo notable al proceso de inter

nalización de los ideales autotrascendentes y, consiguientemente, una difi

cultad para la perseverancia, para la santidad objetiva (e indirectam ente pa

ra la subjetiva), y para su correspondiente eficacia apostólica (cf. Vol. I, Ru

lla 1991, pp. 263-266). Las personas tienden a vivir la vocación mediant

procesos más o menos inconscientes de pura complacencia o de identifica

ción no internalizante más bien que mediante procesos de internalización

(cfr. pp. 54-58).

Los resultados presentados hasta ahora son interesantes también porqu

los sujetos considerados habían seguido estilos diferentes de formación re

17

ligiosa o laica. A pesar de estos diferentes estilos de formación (uno de los

cuales incluye una experiencia espiritual intensiva de 30 días), han cam-

biado m uy poco las estructuras motivacionales que dispon en a la capaci-

6.4. La formación y  los ideales autotrascendentes

6.4.1.  Introducción

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dad de internalización; continúan siendo un obstáculo, un bloqueo para la

trascendencia hacia los ideales autotrascendentes.

En este sentido son útiles los resultados que consideran conjuntamen-

te la primera y la segunda dimensión. Indican que el equilibrio o desequi-

librio entre ambas (que afecta a la potencialidad de internalización) parece

estar ya bastante consolidado en el 94% de los sujetos estudiados, y por lo

tanto no resulta fácil de modificar (cf. los datos obtenidos con el criterio

exi tend al).

Además, esta consolidación del equilibrio o desequilibrio tiene una ra-

íz en la segunda dimensión más frecuentemente que en la primera. Por lo

tanto, la segunda dimensión opon e una resistencia a la influencia de la for-

mación m ás frecuentemente que la primera para un cambio en el equili-

brio o desequilibrio de las dimensiones; y de este modo se opone más fre-

cuentemente a la internalización de los valores autotrascendentes.

Podemos concluir recordando la parábola del sembrador (Mt 13,  1-23),

según la cual hay diversas variedades de t erreno que ofrecen resistencia al

influjo de la Palabra. También se puede hacer notar que los resultados ob-

tenidos en esta investigación confirman plenamente la experiencia peda-

gógico-pastoral de los tres autores del presente trabajo, que desde hace más

de diez anos encuentran en las personas en formación y en los formadores

este obstáculo en su capacidad de internalización, un obstáculo que difi-

culta el crecimiento vocacional en el sentido de una asimilación profunda

y personalizada de los ideales autotrascendentes.

También sería útil notar que

 pueden

 surgir entusiasmos en las personas

en formación (y en los formadores que les ayudan) derivados de posibles

mejorías en su primera dimensión respecto al crecimiento vocacional. En

realidad, tales crecimientos puede n ser sólo aparentes, por cua nto no se ven

corroborados por cambios duraderos y profundos de las personas en su

conjunto,

  al

 menos por lo qu e respecta a las disposiciones hacia el bien re-

al y por lo tanto hacia la internalización.

Co mo consecuencia de todo lo subrayado aquí acerca de los entusiasmos

poco realistas y pasajeros, no es sorprenden te que la madurez evaluada por

la primera dimensión como criterio insuficiente de predicción de la futura

madurez encuentre también comprobación en que la proclamación cons-

ciente de los ideales autotrascendentes m uestre u na estabilidad sólo relativa.

Esta consideración nos introduce en la siguiente sección.

174

Al hablar de ideales es necesario afirmar inmediatamente que aquí en

tendemos por ideales subjetivos sólo los «proclamados» y no necesaria-

mente vividos. Esta segunda condición depende ante tod o de la gracia y

por lo que respecta a las disposiciones de la persona, depende de la madu-

rez de las tres dim ensiones.

Conviene recordar en este punto lo que ya se ha dicho y probado (p. 127)

es decir: que, manteniéndonos siempre en el campo de las disposiciones

los ideales siguen los cambios que se dan en las dimensiones (y, por lo tan

to ,

  la capacidad de internalización de estas últimas) más bien que ser ellos

mismos factores predom inantes de la madurez de internalización (cf. Apén

dice B-5.2, fig 29, p. 3 31 , y tablas VIII y VIII B, p. 397).

Por otra parte es obvio que la proclamación de los ideales puede ser e

resultado de un acto de decisión

  (willing)

 que por sí mismo podría dispo

ner a la persona a la autotrascendencia. Pero esta persona se encuentra lue

go frente al obstáculo de la falta de una predisposición suya a responder

{willingness),  especialmente en un nivel inconsciente, que puede converti

se en una disposición de fuerte resistencia a la internalización m isma; en ta

caso, la persona puede cambiar el grado y el tipo de sus ideales.

6.4.2.  La s

 confirmaciones existenciales

 qu e

 se buscaban

Establecidas estas premisas, nos podemos preguntar cómo se compor

tan los ideales autotrascendentes bajo la influencia de la formación.

Se procederá a responder a esta pregunta estudiando los siguientes as

pectos.

Ante todo, ¿qué sucede en los ideales como resultado de la formación

ofrecida en los dos primeros años (noviciado)?

En segundo lugar: los resultados eventualmente conseguidos en est

área gracias a la formación ¿continúan com o tales tamb ién en los dos año

de formación que siguen al noviciado?

En tercer lugar, ¿hay una diferencia entre los ideales autotrascendente

proclamados a la entrada y los comprobado s después de cuatro años d e for

mación?

En cuarto lugar, ¿cuáles son algunos efectos sobre las disposiciones d

las personas que se pudieran relacionar con una experiencia espiritual in

tensiva y prolongada, presupuesta la acción primaria de la gracia? En est

punto nos limitamos a estudiar algunos efectos sobre la proclamación d

17

los ideales autotrascendentes y a recordar los efectos sobre la madurez de la

primera y segunda dimensión (ya presentados en pp. 167-170) que son las

más directamente implicadas en la internalización de los ideales, dada la

El

 «empeoramiento»

 gradual de

 los

 ideales

 proclamados

 q ue

 se obser

rante los dos años siguientes al noviciado

Se han observado dos hechos al

 final

 de los dos años siguientes al noviciad

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naturaleza espiritual de la experiencia considerada.

Y en quinto lugar, ¿cuáles son los efectos de cuatro años de formación

sobre los ideales autotrascendentes en el caso del grupo de laicas ya consi-

derado en las páginas precedentes (sec. 6.2 y 6.3)?

6.4.3.  La s

 confirmaciones existenciales

 q ue

 se

 h an

 encontrado

La  «mejoría»  inicial de los ideales autotrascendentes proclamados

Com paran do los ideales autotrascendentes de los 82 sujetos (43 reli-

giosos y 39 religiosas pertenecientes a cuatro centros de formación dife-

rentes)

6

  evaluados después de dos años de noviciado (como se indica en

la fig. 15) se ha hallado que estos ideales autotrascendentes tienden a ser

más elevados que los medidos en el momento de la entrada en los mis-

mos sujetos, y esto de un modo estadísticamente significativo. (El resul-

tado proviene de una prueba de Wilcoxon que da una K  = 2.70; p = .003).

Por lo tanto se advierte una consistente «mejoría» de los ideales en com-

paración con los ideales proclamado s a la entrada (líneas 1 y 2 de la fi-

gura 15).

No nidificadores

Cambiados

No nidificadores

Cambiados

Nidificadores

Impulsados

No nidificadores

Cambiados

T

i

M  E N T R A D A

p

o

Nidificadores

Impulsados

FI N D EL N O V I C I A D O D ESPU ÉS D E 4 A Ñ O S

Figura 1 5.  Evolución de los ideales  autotranscendentes de los  cuatro subgrupos durante 4 años de  formación

6. Estos sujetos son iindame ntalmente

 los

 mismos utilizados para

 el análisis

 presentado en

 la

 sec. 6.3.

176

En primer lugar, una fuerte tendencia en el grupo estudiado a decrece

en sus ideales autotrascendentes durante el período que sigue al noviciado

(La prueba de Wilcoxon para esta observación resulta en una K = 4.27;

>.001;

 cf. líneas 3 y 4 de la fig. 15).

En s egundo lugar, se ha querid o verificar si este «emperoram iento» er

significativamente más notab le en el caso de los sujetos men os internaliza

dores (es decir: los «nidificadores» y los «impulsados»), en comparación co

los sujetos más internalizadores (los «no nidificadores» y los «cambiados»

La respuesta ha sido afirmativa, en el sentido que, como era de esperar, tan

to los «nidificadores» como los «impulsados», siendo más frágiles en la ma

durez de su segunda dimensión, al pasar el tiempo rebajan sus ideales au

totrascendentes en mayor grado que los sujetos más maduros (prueba d

Wilcoxon: K = 2.39; p = .008). Estos efectos están resumidos e ilustrado

gráficamente en la fig. 15 (línea 5).

El «empeoramiento»  de los ideales proclamados observado tras cua

de formación

También en este punto se observan dos hechos al final de cuatro año

de formación.

En primer lugar se han comparado los ideales proclamados por los di

ferentes grupos a la entrada con los proclamados tras cuatro años. De ah

sale una tendencia altamente significativa al «empeoramiento» (prueba d

Wilcoxon: K = 4.21; p < .001; líneas 6 y 7 de la fig. 15).

En segundo lugar, se deseaba verificar si este deterioro era significativa

mente más notable en los sujetos que internalizaban menos («nidificado

res» e «impulsados») que el deterioro que se producía en los sujetos que in

ternalizaban más (los «no nidificadores» y los «cambiados»). La respuest

fue afirmativa. Como era de esperar, tanto los «nidificadores» como lo

«impulsados», siendo mucho más frágiles en su segunda dimensión «reba

jaban» sus ideales autotrascendentes en el curso del tiempo en una mayo

medida de lo que sucede con los sujetos más maduros en esa dimensió

(prueba de Wilcoxon: K = 2.63; p = .004; línea 5 de la fig. 15).

Lo s

 resultados relativos

 a la

 experiencia espiritual

 intensiva en el

 nov

Se han hecho tres series de observaciones que se referían a 43 religioso

varones pertenecientes a la misma congregación en dos diferentes centro

de form ación, en los que se ofrecía esta experiencia espiritual intensiva.

17

El primer grupo de observaciones se refiere al eventual cambio de los ide-

ales después de la experiencia espiritual. Como indica gráficamente la fig. 15

(que no sólo vale para los sujetos del estudio presentado anteriormente en

santidad subjetiva, con su correspondiente eficacia apostólica y en parte

también la disposición a la perseverancia.

En segundo lugar, en caso de que la disposición hacia la santidad sub

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esta sec. 6.4.3, sino también para los 43 religiosos que participaron en la ex-

periencia espiritual intensiva), se ha encontrado una «mejoría» substancial

de sus ideales proclamados en el período inmediatamente siguiente a dicha

experiencia espiritual. Pero se ha encontrado un «empeoramiento» en los

ideales de esos mismos sujetos en el período de los dos años siguientes al no-

viciado; con todo, el «empeoramiento» es menor en el caso de los sujetos

más maduros (en su segunda dimensión) y más capaces de internalizar que

en el caso de los sujetos menos maduros (en su segunda dimensión) y me-

nos capaces de internalizar (prueba de W ilcoxon: K = 2.10; p < .02).

De m odo semejante, com parando los ideales proclamados tras cuatro

años de formación con los ideales proclamados a la entrada tanto por los

dos grupos de sujetos más maduros como por los dos grupos de sujetos

menos maduros (siempre teniendo como criterio la segunda dimensión)

aparece que los grupos más maduros empeoran significativamente menos

que los menos maduros (prueba de Wilcoxon: K = 2.10; p < .02).

Se han estudiado también los efectos de esta experiencia espiritual in-

tensiva sobre la segunda

 y primera

  dimensión de estos mismos sujetos. Pa-

ra ambas dimensiones se han usado las dos pruebas   combinadas (estructu-

ral y existencial, descritas en sec. 6.2) para establecer la existencia o ausen-

cia de un cambio de madurez tras cuatro años. Como se había hecho ya

antes (en sec. 6.3) se ha utilizado sólo el criterio estructural al final del no-

viciado (tras dos años de formación).

En base a estas pruebas (cf. sec. 6.3) se puede recordar que la experien-

cia espiritual hecha po r estos sujetos ca mbia en alguna m anera y, según pa-

rece, temporalmente sus disposiciones respecto a la primera dimensión (y

por lo tanto su apertura al crecimiento en la virtud). Sin embargo se debe

nota r que con el criterio existencial cam bia solam ente el 7% (cf. p. 170) y,

además, no cambian en general las disposiciones para una mayor apertura

al bien real más bien que al bien aparente (propio de la segunda dime nsión).

En otras palabras, sólo ha cambiado relativamente la disposición a respon-

der {willingness) consciente, y por lo tanto hay una diferente posibilidad de

ejercicio de la libertad efectiva para la virtud; pero sin embargo no ha cam-

biado la disposición a responder {willingness)  inconsciente, y por lo tanto

tampoco la limitación del ejercicio de la libertad efectiva respecto al bien re-

al:

  permanece una limitación que predispone al bien aparente.

Co mo consecuencia de las observaciones precedentes se puede decir en

primer lugar que el cambio posible se refiere a las disposiciones hacia la

178

jetiva se mejore, la persona será más proclive a buscar el bien real más qu

el bien aparente ; pero esto será posible sólo en el área consciente de la per

sonalidad, y no en la inconsciente. A este respecto conviene recordar que

el área preconsciente es en general claramente menos influyente que la in

consciente (cf. fig. 9, en p. 137).

Con todo, en tercer lugar, y a pesar de la experiencia espiritual intensi

va, continúa inamovible la segunda dimensión y sus influjos propios. Po

lo tanto, no ha cambiado la disposición para la santidad objetiva y su co

rrespondiente aspecto de eficacia apostólica, sino que esta última perma

nece debilitada con inevitables efectos negativos en el apostolado.

En cuarto lugar se constata que no se afecta sustancialmente, ni por lo

tanto mejora, la disposición ligada al factor que es más importante para la

perseverancia, es decir la segunda dimensión.

En quint o lugar, la experiencia espiritual intensiva ofrecida en este con

texto presenta ventajas muy limitadas por lo que hace a la internalización

por cuanto no afecta a la segunda dimensión (que es el componente de la

personalidad más importante y predominante que influye en la disposición

a internalizar: cf. cap. 5 y p. 172). El «empeoramiento» de los ideales au

totrascendentes que sigue a la «mejoría» podría ser compren dido a esta luz

Estas consecuencias también pueden quizás contribuir a clarificar el hech

de u na cierta desafección hacia las experiencias espirituales que, al pasar e

tiempo, se observa frecuentemente en muchas personas con vocación. Des

pués de todo, como ya se ha visto (cf. sec. 5.6.3), entre los perseverante

hay un 72% que no internaliza.

En sexto lugar, permanece como una posibilidad el influjo negativo indi

recto de la segunda dimensión sobre la santidad subjetiva (cf. Vol. I, p. 352).

Una prueba del influjo frustrado de esa experiencia espiritual intensiv

sobre la segunda dimensión la proporciona también el hecho de que los su

jetos menos maduros en esta segunda dimensión, a pesar de dicha expe

riencia, al correr los años han demostrado una menor capacidad de inter

nalización (es decir, han continuado siendo «nidificadores») o han aban

donado la vocación. Los resultados presentados anteriormente (en las sec

5.4.1 y 5.4.2 por lo que se refiere a la perseverancia, y para la internaliza

ción en sec. 5.5.1 y 5.5.2 y p. 172) se refieren también a estos sujetos que

habían tenido dicha esperiencia espiritual.

Hay que hacer notar que la disposición a una limitada internalización

(y por eso también , en el caso de algunos, tendencia a no perseverar) se ha

17

bía encontrado en estos sujetos ya en el momento de la entrada, y fue pos-

teriormente verificada mediante una bajo índice de Madurez del Desarro-

llo o mediante el abandono de la vocación.

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La influencia de una formación de

 cuatro años sobre los ideales

 autotras-

cendentes

 d e

 las laicas

Comparando los ideales (valores y actitudes) autotrascendentes procla-

mados por las laicas maduras en su segunda dimensión al inicio de su for-

mación con los ideales proclamados al cabo de cuatro años, se observa un

significativo empeoramiento (prueba de Wilcoxon: K = 1.71; p = .04).

En el caso de las laicas inmaduras en su segunda d imensión, este empeo-

ramiento es más significativo aún (prueba de Wilcoxon: K

 =

 2.65; p

 =

 .004).

Además se verifica que, mientras los ideales autotrascendentes de las lai-

cas maduras e inmaduras al inicio de su formación no son significativa-

mente diferentes (prueba de Wilcoxon: K  = .62), después de cuatro años sí

se hacen diferentes, en el sentido de que las maduras proclaman ideales sig-

nificativamente más elevados que las inmaduras (prueba de Wilcoxon: K

= 2.96; p = .02).

Co mo se desprende de estos resultados, el efecto de un período de cua-

tro años de formación sobre los ideales autotrascendentes sigue la misma

configuración observada en el grupo de los religiosos y de las religiosas.

6.5. Resum en general de la influencia de la formación sobre la capacidad

de internalización de los ideales

Los resultados observados en las sec. 6.3 y 6.4 se presentan sintética y

gráficamente en la fig. 16 (p. 181).

En resumen, los resultados indican lo siguiente:

1. La formación ha favorecido una mejoría de los  ideales

 autotrascen-

dentes

 en los dos

  primeros años de formación (noviciado); pero dicha me-

joría se ha transformado en un deterioro general en los dos años siguientes

y un deterioro tal que los ideales, tras cuatro años de form ación, han llega-

do a ser más bajos de lo que eran al inicio de la misma.

Adem ás, hay que no tar qu e, para los tres grupos estudiados (religiosos,

religiosas, laicas), al inicio de la formación los ideales autotrascendentes de

las personas maduras (según el criterio de la segunda dime nsión: «no nidi-

ficadores» y «cambiados») no son significativamente diferentes de los idea-

les de las personas inmaduras («nidificadores» e «impulsados»). Tras cuatro

años ,

 estos mismos ideales empeorados son significativamente mejores en

las personas más maduras que en las personas menos maduras.

180

Maduros

No Nidificadores

Cambiados

N . B .  La tercera dimensión no cambia significativamente a lo largo de los cuatro años de formación

(cf. p. 170 y fig. 14). No obstante, en los análisis estadísticos se ha tenido en cuenta la contribución

que dicha dime nsión pu ede ofrecer a la primera y a la segunda dimensión a través del proceso de sim

bolización (cf. Vol. I, 8.5.3).

Figura 16.

  Influjo relativo de la formación sob re los ideales autottanscendentes, la primera y la se-

gunda dimensión y la madurez del desarrollo

Una explicación parcial de estos resultados se obtiene por las observa-

ciones sobre la influencia de la formación respecto a las dimensiones y la

madurez del desarrollo (IMD) evaluada sobre la base existencial tras cua-

tro años de formación.

2.  Por lo que hace a la

 primera dimensión

 (consciente), la influencia d

la formación ha consistido en favorecer una mejoría relativa durante los do

primeros años (cf. los resultados obtenidos para los religiosos en p. 167-

170)

7

.  Al pasar el tiempo (esto es, después de cuatro años de formación)

tal mejoría tiende a atenuarse, repitiendo así, aunque en menor grado, e

esquema de deterioro observado en el caso de los ideales autotrascenden

7.

 Adviértase el bajo porcentaje (7%) de sujetos que mejoran utilizando el criterio existencial.

18

tes.

 La mejoría de la primera dimen sión se verifica en un grado significati-

vamente menos frecuente en la formación ofrecida a las laicas, si la com-

paramos con la proporcionada a las religiosas.

Como está indicado en los cuadros XI y XII (Apéndice C), después de

cuatro años de vida religiosa no se había dado un cambio significativo ni

en los sujetos inmaduros (grados de desarrollo I y II) ni en los sujetos ma-

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3.

 La influencia de la formación sobre la

  segunda dimensión

 (donde el

componente subconsciente es importante) ha sido en la práctica casi nulo

en el doble sentido de que su mejoría se da en muy raros casos, y además

esta dimensión tiende a no cambiar. La segunda dimensión tiende de he-

cho a m antenerse estable tanto tras dos años de noviciado (a pesar de la ex-

periencia espiritual intensiva y prolongada de los religiosos) como después

de cuatro años de formación. Este último hecho ha sido observado en los

tres grupos estudiados (religiosos, religiosas y laicas).

4.

  La influencia ejercida por una formación tal y como se ofrece (sin in-terés por la segunda dimensión) sobre la   madurez del

 desarrollo

  (IMD) de

la persona en su conjunto no parece haber afectado a las disposiciones de

la capacidad de internalizar los valores autotrascendentes de Cristo.

5.   Hay que subrayar que la segunda dimensión parece ser un obstácu-

lo notable en la mejoría del proceso de internalización de los ideales auto-

trascendentes de Cristo, mejoría que sería el fin principal de la formación

cristiana (tanto de los religiosos/as como de las laicas). Adviértase que el

obstáculo puesto por la segunda dimensión a la influencia de la formación

religiosa sobre el equilibrio o desequilibrio entre la primera y la segunda di-

mens ión proviene m ás frecuentemente de las resistencias de la segunda di-

mensión que de las que opone la primera

8

.

B.

  C O N F I R M A C I O N E S I N D I R E C T A S

6.6. Otras observaciones

Los resultados presentados hasta ahora en este capítulo 6 como pruebas

directas encuentran una confirmación indirecta en una serie de resultados

que ya han sido objeto de consideración en publicaciones anteriores (Ru-

11a, Ridick, Imoda, 1976; Rulla, Imoda, Ridick, 1978), a las cuales se re-

mite al lector para detalles más precisos.

1. En la p. 161 se ha presentado la comparación directa del índice de

Madure z del Desarrollo (IM D) de 81 religiosos y religiosas en la entrada y

tras cuatro años de formación, para m edir el cambio de su capacidad de in-

ternalización. Los resultados indicaban que no había ninguna mejoría es-

table significativa tras cuatro años de formación.

Un análisis análogo se hizo con un grupo más amplio (N = 208 suje-

tos),  de los cuales 80 eran religiosos y 128 religiosas.

8. Adviértase que los resultados obtenidos en las sec. 6.3, 6.4 y 6.5 se refieren a sujetos qu e ha n

comple tado su formación de cua tro años en el períod o 1 969-1 972, después del Vaticano II, y util i-

zando nuevos métodos de formación.

182

duros (grados III y IV).

Del mismo modo, el 86% de los varones y el 87% de las mujeres de es-

te grupo ignoraban parcial o totalmente sus limitaciones más significativas

en el momento de su entrada en el noviciado. Después de cuatro años de

formación, la gran mayoría de ellos ( 83 % de los varones y 82% de las mu-

jeres) seguían ignorando esas limitaciones.

2.   El lector quizás se pueda hacer una pregunta. Los resultados de las

pruebas directas se referían a la influencia de la formación dura nte el perí-

odo de cuatro años, pero ¿no es posible que un mayor período de tiempo

pueda traer una mejoría de los sujetos, especialmente si son expuestos du-

rante años a experiencias de vida apostólica activa?

Se puede responder a esta cuestión diciendo inmediatamente que un

más largo período de tiempo no parece cambiar la situación. Dos confir-

maciones análogas vienen de dos series de datos.

La fig. 17 compara dos investigaciones que se refieren a dos grupos que

tienen en común el hecho de ser una muestra aleatoria   {a t

 random)

 prove-

niente de diversas regiones de los Estados Unidos. Un primer grupo de 39

estudiantes

 de

 teología en su primer año constituía el 75% de un grupo má

amplio de sujetos pertenecientes a 45 diócesis distribuidas geográficamen-

te por todo el territorio de los Estados Unidos. Un segundo grupo lo cons-

tituían 271

 sacerdotes,

 estudiados por Kennedy y Heckler (1971); tambié

estos representaban toda la geografía de los Estados Unidos

 9

.

G R U P O S

Estudiantes de teología

Edad: 22-23 (N=39)

Sacerdotes

Edad: 25-más de 55

(N=271)

G R A D O D E M A D U R E Z D E L D E S A R R O L L O

1 II III IV

% N

31,0 (12)

% N

48,5 (19)

% N

18,0 (7)

% N

2,5 (1)

G R A D O D E D E S A R R O L L O

mal desarrolla dos sulxlesarro üados en desarrollo desarrollados

% N

8,5 (23)

%

  JV

66,5 (179)

%

  N

18,0 (50)

% N

7,0 (19)

(Kennedy y Heckler, 1971).

N . B.

  Gra do I: el sujeto esrá siempre influido por la(s) limitación (es) más relevante(s).

Gra do II: el sujeto está casi siempre influ ido por ía(s) limitación (es) más relevante(s).

Grado III: el sujeto está frecuentemente influido por la(s) limitación(es) más relevante(s).

Grado IV: el sujeto está raramente influido por la(s) limitación(es) más relevante(s).

Figura 17.

  Grad o de desarrollo individual de sujetos pertenecientes a dos grupos diferentes

9. La muestra del estudio de Kennedy y Heckler (1971) no es representativa de toda la pobla-

ción, porque solamente el 3 1 % de los sacerdotes religiosos y el 24 % de los diocesanos escogidos ini-

cialmente para el proyecto de investigación fueron, de hecho , entrevistados.

183

Un análisis estadístico que compara los dos grupos de la fig. 17, a pe-

sar de las diferencias de edad y de criterios de conceptualización de la ma-

durez, no revela ningu na diferencia significativa. Este resultado subraya la

tendencia a una ausencia de mejoría, a pesar del paso del tiempo y de las

a) Se ha encontrado que los sujetos que entran en la vida vocaciona

cambian el juicio que tienen sobre sus relaciones con el padre y/o la ma

dre,

 cuando se compara la información que ellos dan en el momento de s

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situaciones diferentes de los dos grupos.

Estos datos son m uy semejantes, al meno s en sus porcentajes, a los ob-

tenidos por Baars y Terruwe (1972), según los cuales entre el 10 y el 15%

de todos los sacerdotes de América del Norte y de Europa occidental son

psicológicamente maduros, un 60-70% son emotivamente inmaduros y

entre el 20-25% tienen dificultades serias de naturaleza psiquiátrica.

Una segunda serie de datos los ofrece un estudio realizado entre los años

1966-1976 en una numerosa congregación religiosa internacional masculina.

Durante este período, cada año se calculaba el porcentaje de sujetos en

formación (desde el noviciado hasta antes de la ordenación sacerdotal) que

abandonaba la vocación. El fin de la investigación era averiguar si los di-

versos y múltiples tipos de formación experimentados durante dicho perí-

odo histórico habían introducido un cambio en el porcentaje de perseve-

rancia de los diversos grupos según su año de ingreso.

Los resultados indican que cada año abandonab a la vida vocacional

siempre el mism o porcentaje (alrededor del 10%) a pesar de los diferentes

tipos de formación recibida. (La mism a congregación ha observado que en

el período 1977-1982 la media de los que dejaban el noviciado era de al-

rededor del 54% por año).

3.   Una confirmación ulterior de esa tendencia que tiene la madurez de

los sujetos presente en el momento de la entrada a permanecer inmutable

durante los años de formación la proporciona un estudio nuestro (Rulla,

Ridick, Imoda 1976) sobre las transferencias durante el noviciado y su re-

lación con el pasado familiar, por lo que se refería a las relaciones positivas

o negativas de cada sujeto con su padre y/o su madre.

Se considera que se produce una transferencia cuando el sujeto, en su

relación con las figuras de autorid ad o los compañeros, revive una relación

que él ha tenido con cualquier miembro de su familia durante la infancia

o la adolescencia. Un ejemplo de transferencia podría ser la relación de no-

table dependencia afectiva que un joven religioso establece con su superior

como consecuencia de una relación análoga de dependencia que existía en-

tre el religioso y, por ejemplo, su padre o su madre. Esta repetición regre-

siva de una experiencia pasada refuerza el aspecto de inmadurez y condu-

ce de este modo a su persistencia, a su perpetuación.

Nuestros resultados indican que alrededor del 69% de los religiosos y del

6 7 %  de las religiosas parecen establecer relaciones de transferencia durante

su formación. Pero, más importante aún, los resultados obtenidos en nues-

tra investigación indican algunas interdependencias entre diversos hechos:

184

entrada por medio del inventario biográfico   (I.B., cf. Apéndice B-4 en Ru

lla, Ridick, Imoda, 1976, pp. 359-364); después de cuatro meses de vid

religiosa en la entrevista de lo profundo sobre la familia (E.E, Apéndice B

5, en Rulla, Ridick, Imoda, 1976, p. 365) y, después de cuatro años de for

mación, en la entrevista de lo profundo (IM D, cf. Apéndice A-5 en est

volumen). Como indica la tabla XIII (cf. Apéndice C), mientras que e

7 4 %  de los sujetos manifiesta un juicio de relaciones positivas con sus pa

dres en el momento de la entrada, son ya sólo el 10.1% de los sujetos lo

que se expresan en ese modo positivo al cabo de cuatro años.

Hay que notar que son los mismos sujetos los que han cambiado su jui

cio tras haber sido ayudados por el entrevistador a revisar su pasado familiar

b) Estos conflictos familiares, expresados en la falta de correspondenci

entre las respuestas al inventario biográfico (I.B.), la entrevista sobre la fami

lia (E.E) y la entrevista de lo profundo están en relación (estadísticament

significativa) tanto con el grado de madurez del desarrollo (IMD) que tiene

los religiosos a su entrada, como con la frecuencia con la que estos religioso

establecen transferencias du rante los primeros cuatro años d e formación.

Así, se notan las siguientes relaciones de interdependencia: conflictos per

sistentes en la familia pueden estar en el origen de las inconsistencias perso

nales tal y como se manifiestan en un bajo grado de madurez del desarrollo

(IMD ) de los religiosos a la entrada. Las disonancias personales pueden po

lo tanto manifestatse m ediante la adopción defensiva de transferencias que

a su vez, son la reviviscencia de los conflictos originados en su familia.

Estas relaciones de interdependencia se representan esquemáticament

en la fig. 18.

M A D U R E Z P E R S O N A L D E L D E S A R R O L L O

C O N F L I C T O S

FAMILIARES

(incongruencias

entre IB, EF, EP)

TR A N SFER EN C I A S

- E N L A V ID A

V O C A C I O N A L

elación m utua

Figura

  18.

 Relaciones entre madurez personal (del desarrollo), conflictos familiares y transferencias

18

Examinando este cuadro se puede comprender fácilmente por qué la

dinámica intrapsíquica que se descubre en el momento de la entrada es un

proceso tan duradero y tan resistente a la influencia de la formación.

resultados sugieren que las relaciones difíciles con los padres retrasan u obs-

taculizan tal desarrollo. Los datos obtenidos en la sec. 6.6 parecen indicar

que dichas conclusiones pueden extenderse en buena medida a los indivi-

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Se comprueba, por lo tanto, una convergencia de numerosos resultados

que sugieren fuertemente, de forma directa e indirecta, que el aspecto in-

maduro del sistema motivacional tiene una tendencia a persistir a pesar de

la formación. Pero es que adem ás, los datos de los cap. 5 y 6 sugieren que

al menos el 60-80% de los que entran en la vida religiosa son poco madu-

ros en sus disposiciones relativas a la capacidad de internalización.

4.  Los datos sobre el pasado familiar presentados sugieren otra obser-

vación interesante. Existe de hecho una diferencia entre el grupo de los que

reprimen las relaciones difíciles con sus padres y los que no las reprimen.

Los primeros, es decir, los que expresan informaciones discordantes entre

el inventario biográfico, la entrevista de la familia y la entrevista de lo pro-

fundo tienden a alcanzar un grado poco elevado de madurez en su desa-

rrollo vocacional. Los que, por el contrario, no manifiestan esas discor-

dancias, sino que describen las relaciones con sus padres en modo cons-

tante, aunque sea en términos negativos, tienden a mostrar un grado bajo

de esa madurez con m enos frecuencia. En térm inos más sencillos, los indi-

viduos con discordancias en sus declaraciones (escritas u orales) forman

parte de los grupos poco mad uros más frecuentemente que aquellos que

son franca y constantemente negativos en sus declaraciones.

Todo esto quizá significa que el grado de madurez se ve influenciado

negativamente cuando una relación con los padres no sólo ha sido difícil,

sino  también reprimida y man tenida fuera del camp o de la consciencia; una

relación difícil con los padres no conduce necesariamente a la inmadurez.

El hecho de haber reprimido una difícil relación original con los propios

padres, representándola enseguida en términos optimistas y poco realistas

influye sobre el desarrollo más fuertemente que el admitir sin represiones

una realidad negativa.

6.7 . Algunas reflexiones finales

Los resultados obtenidos en el cap. 6 sugieren algunas reflexiones, me-

nos directamente relacionadas con el tema del capítulo, pero interesantes

por lo que se refiere a los problemas de la vocación en general.

1. Después de hacer un examen crítico de la literatura pertinente, K ohl-

berg (1966, 1969) llega a la conclusión de que los datos de investigación

contradicen toda teoría q ue pretenda que las relaciones buenas con los pro-

pios padres son siempre necesarias para un desarrollo social normal, espe-

cialmente en el área moral y en el área psicosexual. Sin embargo muchos

186

duos que entran en la vida religiosa.

2.  Por lo que hace a los resultados presentados en los cap. 5 y 6, es im-

portante hacer la siguiente consideración. La adaptabilidad y la capacidad

de desarrollo de los seres humanos están, de por sí, más allá de cualquier

observación exahustivamente cuantificable o de cualquier predicción ab-

soluta: esto significa que ninguna observación lleva a un conocimiento sis-

temático (cf. pp. 74-75). Son indefendibles las dos posiciones extremas re-

feridas a la persona humana: de la misma manera que no existen personas

totalmente integradas, sino más bien personas que están en vías de tal in-

tegración, tampoco existen personas inmaduras que sean seres totalmente

incapaces (excluyendo, obviamente, los casos de patología extrema que no

son el objeto de estas consideraciones).

Sin embargo, el poder intrínseco que el hombre tiene, en cuanto hom -

bre,

  para cambiarse y mejorarse a sí mismo cuando coopera con la acción

sobrenatural de la gracia,  de hecho no parece actuar en algunas personas, es

pecialmente en las menos maduras.

Por lo tanto aquí se habla de una tendencia a la persistencia de la psicodi

námica; una tendencia de la psicodinámica que caracteriza a algunas personas.

3.

 En este mismo sen tido, ha de precisarse la descripción d e los tipos de

personas (p. ej., no n idificadores, nidificadores) y de su grado de m adurez.

Esta valoración se ha hecho no sólo considerando los ideales proclamados,

sino sobre todo teniend o en cuen ta las disposiciones estructurales de las tres

dimensiones, así como también la evaluación más completa de la persona

según la

  combinación

 de los criterios estructurales y existenciales de la vida

vivida (entrevista de lo profundo).

Aun dando por supuesto que no es posible evaluar completamente a la

persona humana, sigue siendo verdad que todos estos criterios de medida

se basan también en una tipología de  variables

 q ue

 son cruciales para la vo

cación (tal como el exhibicionismo, la dependencia, etc.) y por lo tanto en

variables que tienen gran importancia para el funcionamiento de la perso-

na con vocación.

Hay que recordar también tres puntos esenciales de toda esta investiga-

ción. En prim er lugar, todas las evaluaciones han ten ido co mo criterio últi-

mo d etermi nante los valores autotrascendentes de Cristo a la luz de los cua-

les se hacían tanto las mediciones com o las interpretaciones de los datos.

Además, como el lector atento puede haber notado ya, los cap. 3, 4, 5

y 6 muestran una  convergencia  constante en la dirección de los resultado

187

obtenido s, a pesar del tipo de m edidas, de los aspectos diferentes de la per-

sonalidad y de las diversas situaciones de formación de los distintos grupos.

En concreto, una comparación ulterior de la influencia de la formación

permanecer estable, a no cambiar. Los mismos datos muestran también

que solamente un bajo porcentaje de personas (en torno al 10%) parece

mejorar «existencialmente» como consecuencia de la formación (cf. p. 169-

170).

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ofrecida a los religiosos con la formación proporcionada a las religiosas en

el punto concreto de la mejoría estructural de la primera y segunda di-

mensión, indica que la formación ofrecida a varones y mujeres no ha ob-

tenido resultados significativamente diferentes p or lo que hace a las dispo-

siciones estructurales de las dos dimensiones. Lo m ismo se puede decir por

lo que se refiere al criterio existencial.

4.  Ya que no parece que en la mayoría de las personas durante los cua-

tro primeros años de formación tengan lugar cambios sustanciales, la uti-

lidad de esta formación se podría poner en cuestión, al menos en parte.

De modo semejante, la tendencia a la persistencia mostrada por la psi-

codinámica de la mayoría de estas personas, pone en cuestión la creencia

en la utilidad de una ayuda efectiva para estas psicodinámicas subconscien-

tes, solamente con retrasar la entrada en la vida vocacional. Para esta mayo-

ría constituirá una ayuda escasa o nula solamente el mero retraso.

6.8. Algunas consecuencias pastorales

1. Se había iniciado este cap. 6 afirmando que el fin esencial de la for-

mación debe ser el de ayudar a las personas a crecer en su transformación

en C risto par a llegar a ser cada vez más semejantes a él. Ademá s, se había

subrayado que esta transformación en Cristo tiene como una de sus con-

diciones fundamentales un crecimiento en la capacidad de cada individuo

para asimilar, personalizar e internalizar los ideales autotrascendentes pro-

clamados y vividos por Cristo.

Por otra parte, los datos de investigación presentados en el cap. 5 (cf.

fig. 10) indican q ue, salvando la acción indispensable y prima ria de la gra-

cia, la segunda dimen sión es el compon ente del sistema motivacional de la

persona que, en cuanto disposición, parece influir más que n ingún otro so-

bre el proceso de internalización median te su posible acción sobre la liber-

tad efectiva para el bien real más bien que sólo para el aparente (cf. Vol. I,

fig. l,p. 182).

Ahora bien, los datos obtenidos y presentados en el cap. 6 indican (cf.

fig. 16) qu e la formación ofrecida en los tres diferentes grupos estudiados

tiene un cierto influjo de mejoría sobre la primera dimensión de la virtud

o pecado (aunq ue esto se da en m enor grado en el caso de las laicas); pero

de hecho afecta muy poco a la mejoría de la segunda dimensión (del bien

real en cuanto opuesto al bien aparente), dimensión que, además, tiende a

188

De las consideraciones y observaciones precedentes se impone una con-

secuencia: la formación puede y debería ser mejorada por lo menos en el

sentido de ayudar a hacer más libres las disposiciones de las personas para

una internalización, una asimilación de los valores de Cristo. Más precisa-

mente, se

 puede

 reducir el área motivacional vinculada al bien aparente que

parece continuar presente en un alto porcentaje de personas, a pesar de la

formación. Como se ha presentado en el cap. 10 del Vol. I, este resultado

parece posible sólo si se ofrece una formación  integrada.  Es decir, una for

mación que no sólo ayude en el crecimiento de la vida de oración, en los

ideales y en la primera dimensión de la virtud (como hace la dirección es-

piritual tradicional), sino que

  añada

 a dicha ayuda la que pertenece tam -

bién al aspecto subconsciente y al de la libertad efectiva de la segunda di-

mensión con la consiguiente disminución del bien aparente.

La utilidad de una ayuda adicional para la segunda dimensión parece

ser exigida también por dos cambios sucedidos recientemente: uno dentro

y otro fuera de la Iglesia.

Del cambio sucedido en el ámbito interno de la Iglesia se ha hablado en

el cap. 10 del Vol. I. Aquí bastará recordar que el Concilio Vaticano II ha

inculcado los sanos principios de favorecer una mayor iniciativa personal,

de dar más libertad para un crecimiento en la responsabilidad personal, de

asegurar una m ayor colaboración interpersonal (por ejemplo, los principios

de colegialidad y de subsidiariedad). Para que estos cambios lleguen de he-

cho a ser fuente de crecimiento en la vida vocacional y eclesial, se presu-

pone claramente que las personas sean capaces de ser

  má s

 libres en su pro

pio proceso de crecimiento vocacional. Además se presupone que esta ma-

yor libertad afecte no sólo a sus disposiciones hacia la virtud (primera di-

mensión), sino también hacia el bien real, de tal forma que éste no sea mi-

nado en m odo notable por el bien aparente (segunda dimensión).

Ahora bien, la investigación indica que la formación, tal y como se ofre-

ce ahora, no parece disminuir en un grado digno de consideración las li-

mitaciones de la libertad efectiva para vivir según el bien real: el 60-80%

de las personas continúan con una fuerte tendencia a vivir según el bien

aparente, del que habla san Ignacio de Loyola (Gioia, 1977) en sus Ejerci-

cios Espirituales (baste pensar en el porcentaje de los «nidificadores» en la

vida religiosa: 72 % en nuestras investigaciones). Y esta tendencia hacia el

bien ap arente tiene sus raíces en las contradicciones intrapersonales propias

de la segunda dimensión.

189

El cambio ocurrido en el ámbito  exterior a la Iglesia ha tenido lugar en

la sociedad del mu ndo occidental durante los últimos 25 años aproxima-

damente. Com o se ha aludido en la introducción de este volumen, se tra-

Podría añadirse una segunda objeción: ¿no es suficiente insistir duran-

te la formación en la primera dim ensión, de tal modo que se aumente su

fuerza relativa respecto a la segunda dimensión en el equilibrio/desequili-

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ta del movimiento o revolución contra-cultural, anti-estructura, revolución

que ha determinado un notable descenso de muchos valores morales y re-

ligiosos. Como se ha dicho en el cap. 10 del Vol. I, esta notable disminu-

ción (a menudo institucionalizada: baste pensar en el aborto, divorcio) de

los valores autotrascendentes puede favorecer fácilmente un nuevo equili-

brio en el sistema motivacional de la persona. D e hech o, si la fuerza de los

valores autotrascendentes disminuye en dicho sistema, aumenta la fuerza

correspondiente de las necesidades disonantes (es decir, opuestas al creci-

mien to vocacional). En otras palabras, las personas pueden verse expuestas

más frecuentemente a la acción de fuerzas opuestas a su trascendencia ha-

cia los valores autotrasc endentes y, viceversa, pueden estar más frecuente-

men te bajo la acción motivacional de fuerzas que tie nden hacia los valores

naturales o hacia el bien aparente. D e este mo do se ven propiciadas las con-

tradicciones intrapersonales que son propias tanto de la primera como de

la segunda dimensión.

Del mismo modo como sucede con el cambio ocurrido dentro de la

Iglesia,  este  cambio de la sociedad puede también socavar más fácilmente

la libertad efectiva de la persona y favorecer tanto sus disposiciones hacia

el pecado (primera dimensión) como hacia el bien aparente (segunda di-

mensión). •

Lo dicho hasta aquí sugiere una p regunta: ¿qué se ha hecho hasta ahora

en la formación para disminu ir el alcance y la fuerza del bien aparente pro-

pios de la segunda dimensión? Como indican los datos de investigación, y

según lo que conocemos de los diversos planes de formación propuestos y

realizados en el ámbito internacional, se puede responder diciendo que se

han intentado muchos m étodos nuevos de formación, se han introducido

notables innovaciones útiles, pero no se ha hecho prácticamente nada para

afrontar  directamente el problema del bien aparente y sus raíces.

Se podría objetar q ue la gracia puede suplir dichas limitaciones. Es ver-

dad, la gracia puede  tener tal efecto; pero  de hecho no parece que sea esto lo

que Dios hace habitualmente.  Después de todo, la gracia construye sobre

la naturaleza, la perfecciona. Por lo tanto, si la gracia debiera normalmen-

te suplir estas limitaciones, su inte rvención iría más allá de las leyes pues-

tas por Dios en el hombre. Los datos de investigación presentados en los

cap.

 3, 4, 5 y 6 sugieren que Dios respeta habitualmente las leyes puestas

por El mismo en  hs  personas.

Adem ás parece ser todavía válida la sugerencia de S. Ignacio de Loyola

(tomada de S. Agustín): hacer como si todo dependiese

 de nosotros,

 aun sa-

biendo que todo depende del amor de la providencia.

190

brio entre estas dos dimensiones? De nuevo los datos de investigación su-

gieren que esta insistencia en la primera dimensión no es suficiente, o por

lo menos no obtiene la mejoría que se podría obtener  integrando la ayud

a la primera dimensión con la ayuda a la segunda dimensión. De hecho

los resultados no sólo «estructurales», sino también «existenciales» de los

capítulos 5 y 6 indican que existe en los candidatos a la vida religiosa (y

también en las laicas) una cierta estabilización de dicho equilibrio o dese-

quilibrio en las personas que han superado ya la adolescencia (cf. pp. 170-

172).

Y además resulta que las personas establemente consolidadas en la se-

gunda dim ensión constituyen una proporción significativamente más nu -

merosa qu e las estabilizadas en la primera (cf. p. 172).

Finalmente, y como consecuencia de lo dicho, las crisis vocacionales

empiezan sobre todo con la dimensión que refuerza el bien aparente. Este

fenómeno se confirma porque es sobre todo la segunda dimensión la que

permite predecir la perseverancia o el abandono de la vocación (cf. fig. 5,

en p. 125) como también el crecimiento o no en los valores vocacionales

aplicado a los cuatro sub-grupos de «no nidificadores», «cambiados», «ni-

dificadores» e «impulsados» (cf. fig 16, en p. 181). Hay que recordar a es-

te respecto que el número de «nidificadores», es decir, de personas que se

han hecho un nido en la vida religiosa, es alto: diversas investigaciones se-

ñalan una proporción de un 6 0% a 80% . Se trata de personas que apostó-

licamente rinden much o menos de lo que podrían hacer.

Todos estamos interesados en mejorar la formación. Este interés está in-

tensificado por los numerosos problemas que se presentan en la vida reli-

giosa vocacional: número de personas que abandonan la vida sacerdotal o

religiosa, dificultades con la castidad, la obediencia, o la identidad, o con

la capacidad de las personas para colaborar con otros religiosos, religiosas o

sacerdotes. Pero se «olvida», o no se considera suficientemente, que estos

problemas están en relación con la inmadurez de las personas en la prime-

ra y/o segunda dimensión. Estas formas de inmadurez, especialmente de la

segunda dimensión y por lo tanto del bien aparente, no son raras, sino que

están presentes al comienzo de la vida vocacional en un 60- 80% de las per-

sonas, en quienes reducen la libertad efectiva de su capacidad de internali-

zar los valores de Cristo. Además, estas formas de inm adurez no parece que

desaparezcan significativamente como resultado de la formación, sino que

más bien tienden a persistir a lo largo del tiempo.

191

Se suele escuchar esta afirmación: «nuestro plan de noviciado es bueno,

pero no hemos resuelto todavía los problemas del post-noviciado o poste-

riores al seminario». Los resultados de nuestra investigación indican que, en

realidad, en los primeros años de formación algunas personas (aunque po-

Aquí basta señalar que no se trata de sustituir la espiritualidad por la

psicología, sino de integrar ambas en la formación. Más concretamente, se

trata de tener una visión antropológica más completa, que tenga sus fun-

damentos en la convergencia  de las tres perspectivas: la teológica, la filosó-

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cas en realidad: cf. pp. I68s) efectivamente mejoran más o menos estable-

mente en áreas correspondientes al crecimiento en la virtud (primera di-

mensió n). Pero se han dejado intactas muchas raíces del bien aparente pre-

sente y futuro (segunda dimensión). De este modo, tras señales promete-

doras de crecimiento espiritual durante el noviciado o el seminario, se im-

pone la constatación, po r ejemplo, de una incapacidad para hacer frente al

compromiso con los estudios, o al compromiso con las experiencias apos-

tólicas (con escasa eficacia apostólica); o bien se deben aceptar dolorosos

abandono s vocacionales, o incluso debilidades serias en el campo de la vir-

tud, de la santidad objetiva (ver Vol. I, Rulla 199 1, pp. 264-268).

De este modo, lo que sucede es que el 60-80% de las personas han pa-

sado a través de la formación como se pasa a través de un túnel  (tunnelsyn-

dromé):  se sale como se entra, porque numerosas dificultades personales,

por ser subconscientes, han escapado tant o a la atención de los sujetos co-

mo de sus formadores. Estas dificultades pe rtenecen al área D de la «Ven-

tana de johari» (cf. fig. 19), qu e es la que perman ece intacta en el 60- 80%

de las personas a pesar de la form ación.

Conocido por

los demás

Desconocido

por los demás

Conocido por el Yo

Desconocido por el Yo

A Yo público

C Yo escondido

B Yo ciego

Potencial

D desconocido o

no desarrollado

* LUFT, J .

  Group processes: An Introduction to Group Dynamics,

 Palo Alto, Calif.:  National Press, 1966.

Figura 19.  La ventana de Johari*

El daño para la Iglesia y para su actividad apostólica es considerable. Es-

te hecho es todavía más penoso por cuanto, en realidad, es posible hacer

algo para reducir y limitar estas dificultades personales. Sin embargo, para

conseguir esta mejoría en los planes de formación es necesario formar en

mo do más completo tam bién a los formadores. D e este punto fundamen-

tal ya se ha dicho algo en el cap. 10 del Vol. I de esta obra, al que se remi-

te al lector.

192

fica y la psico-social. Tal antropología perm ite un «discernimiento d e espí-

ritus» más realista y más profundo, y hace posible ofrecer una ayuda más

adecuada a las necesidades de las personas. En una palabra, no se trata de

quitar nada, sino de añadir algo para el crecimiento vocacional. Se trata de

hacer más libres a las personas para que se trasciendan teocéntrica mente en

el amor.

De esta man era el papel de los nuevos formadores no será diferente del

actualmente representado por los directores espirituales, maestros de novi-

cios,  y superiores, excepto el dato crucial de que tales formadores deben co-

nocerse y comprenderse más profundamente a sí mismos y a las personas,

y también deben ayudar a los que están en formación a superar los obstá-

culos (incluidos los de tipo subconsciente) que su libertad de autotrascen-

dencia encuentra para amar teocéntricamente.

La experiencia de los últimos 15 años de los autores de este volumen

indica que este tipo de formación no sólo es posible, sino también útil pa-

ra un crecimiento vocacional más profundo.

2.   Por lo que se refiere a la experiencia espiritual intensiva (pp. 167-170

y 177-180), se ha visto que tiene un efecto más bien limitado sobre la ca-

pacidad de internalizar de las personas.

Un estudio reciente (Sacks, 1979) ha señalado un cierto influjo de la

experiencia del mes de Ejercicios Espirituales de san Ignacio de Loyola so-

bre la «integración del sistema del yo»  (Integraron ofthe self-system).  Si-

tuándose en la perspectiva del «interaccionismo simbólico» (Mead, 1934;

Cottrell, 1969) este estudio ha mostrado el efecto de los Ejercicios Espiri-

tuales sobre el nivel de desarrollo del yo según los estadios de madurez de

Loevinger. Los sujetos de este estudio, por el influjo de los Ejercicios espi-

rituales, han cambiado desde un nivel de transición que se sitúa entre el ni-

vel «conformista» y el «responsable» (conscientious) hasta un nivel práctica-

mente «responsable».

La perspectiva de este estudio de Sacks es, por lo tanto, diferente de la

que inspira el presente trabajo; ante todo porque el criterio del cambio lo

constituye la «integración del yo», y no el criterio establecido por una an-

tropología de la vocación cristiana referido a un crecimiento en la capaci-

dad de internalizar los valores autotrascendentes de Cristo.

Por otra parte, el estudio a que nos referimos se basa en informaciones

provenientes de un único test (de frases incompletas, Loevinger y Wessler,

193

1970 a, b), que en todo caso puede medir un a dimensión preconsciente,

pero mucho más difícilmente llega a la realmente inconsciente.

La mejoría registrada por Sacks —aunque sea en una perspectiva an-

tropológica diferente— corresponde de alguna manera al resultado pre-

mo el celo apostólico mantenidos sobre todo por la vida de oración, aca-

ban fallando.

Son estas disposiciones de la libertad, aplicadas a la práctica de la ora-

ción, como respuesta inicial y vivida a la autotrascendencia de la llamada

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sentado en la sec. 6.3 (pp. 167-170) y la sec. 6.4.3. (pp. 177-180), donde

se ha visto que la experiencia espiritual intensiva puede claramente mejo-

rar, aunque sea temporalm ente, la

 primera

  dimensión (disposiciones pre-

valentemente conscientes) y los ideales proclamados, pero no la segunda

dimensión (disposiciones prevalentemente subconscientes), y menos aún

la madurez relacionada con la capacidad de internalización (esta última

evaluada por el criterio existencial de la entrevista de lo profundo, IMD).

Ha y que recordar qu e, como nuestras investigaciones indican (cf. fig. 5, en

sec.

  5.4.5), la segunda dimensión es el factor más importante para la per-

severancia vocacional. Además, con el paso del tiempo los efectos favora-

bles de la formación inicial sobre los ideales y sobre la primera dimensió n

van siendo minados por la segunda dimensión (cf. fig. 16 en sec. 6.5. y

Apéndice B-5.2).

3.

  Una preocupación pedagógica y pastoral frecuentemente sentida es-

tá ligada a la constatación de qu e tras cierto período de vida vocacional, ca-

racterizada por el fervoroso com promis o espiritual

 y

  celo apostólico, se no -

ta el fenómen o de la desafección de cualquier experiencia espiritual, el fe-

nómeno como de haber agotado las propias energías de reserva   (burn-oui).

Las revisiones de vida individual o com unitaria, y frecuentemente tamb ién

las comisiones de los capítulos generales y provinciales identifican, sin du -

da con acierto, una raíz (pero frecuentemente como si fuera la única) de es-

te fenómeno en un hecho resumido en este diagnóstico: «ya no se reza».

Esta «explicación» se acompaña habitualmente con tonos emotivos que os-

cilan entre el optimismo de quien está seguro de haber encontrado la ex-

plicación del fenómeno (y, por lo tanto su solución), y los tonos pesimis-

tas e incluso fatalistas de qu ien ha p robado ya diversas maneras de reno va-

ción y se ve confrontado con la realidad que encarnan las limitaciones de

la «debilidad humana».

Los datos presentados en los cap. 5 y 6 de este volumen no contradi-

cen totalmente el anterior «diagnóstico», pero invitan a una segunda pre-

gunta más profunda: «¿por qué no se reza?». Sin querer dar respuestas que

pretendiendo serexahustivas olvidarían tanto la realidad déla libertad hu-

mana como la fuerza de la gracia divina, parece posible localizar las dis-

posiciones cruciales en este punto sobre todo en el influjo de la segunda

dimensión, tan frecuentemente olvidada. Son esas disposiciones las que,

con su influjo subconsciente sobre el ejercicio de la libertad efectiva, ayu-

dan a comprender cómo «de hecho», tanto el compromiso espiritual co-

194

de Dios, las que están influidas por la realidad de la segunda dimensión.

Esta realidad de la segunda dimensión —se ha visto— resiste al cambio y

a la mejoría, y socava con el paso del tiem po los ideales auto trascendentes

que uno se había propuesto.

La «cura» por eso es con frecuencia ineficaz (llámese año sabático, curso

de renovación teológico, pastoral, bíblico, cambio de comunidd o de desti-

no) , al menos a medio y largo plazo. Esto sucede también porque el «diag-

nóstico» ha sido parcial. La antropología de la vocación cristiana y los datos

existenciales relacionados con ella indican que son posibles un «diagnósti-

co» y un tratam iento de la situación más acordes con la realidad existencial

Esta última pregunta de «¿por qué no se reza?» y la importancia de ha-

cérsela parecen continuar en la tradición de la recomendación hecha por

diversos maestros de vida espiritual; en concreto aconseja san Ignacio de

Loyola: «sean instruidos de guardarse de las ilusiones del demonio en sus

devociones y defenderse de todas tentaciones; y sepan los medios que dar-

se pudieran para vencerlas...»  {Constituciones,  parte III, cap. 1, n. 10

[n.260]).

En nuestra presentación del discernimiento de espíritus en una publi-

cación anterior (Rulla, Ridick, Imoda 1976, pp. 215- 226, a la que se re-

mite al lector) se había visto que en las reglas para el discernimien to d e es-

píritus se toman en cuenta tres factores a través de los que Dios puede in-

fluir en la experiencia religiosa: el influjo preternat ural de espíritus buen os

y malos, el influjo de la imaginación y del intelecto hu ma no y el influjo de

la afectividad humana.

Sin repetir la explicación en detalle, se había concluido que las perso-

nas calificadas como inmaduras sobre todo en su segunda dimensión (ade-

más de las inmaduras en la primera dimensión) tendrán mucha dificultad

para hacer un discernimiento espiritual útil, y por lo tanto para efectuar

elecciones que contribuyan a su crecimiento espiritual.

San Ignacio, en el texto de las Constituciones citado arriba, habla de

una ayuda ofrecida en el campo de la oración no sólo para discernir cual-

quier «ilusión del demonio», sino también pata guardarse «de todas las

 te

taciones»

  y

  aprender el modo que se ha de tener para superarlas. La reco

menda ción parece, por lo tanto, aplicarse a un discernim iento en el área de

los tres factores que entran en la experiencia religiosa: no sólo la influencia

preternatu ral de los espíritus buenos y malos, sino tam bién el influjo de la

imaginación y del intelecto humano, y el influjo de la afectividad.

19

Sólo ayudará a plantearse válidamente la pregunta de «¿por qué no se

reza?», y a encontrar alguna respuesta, una pedagogía espiritual capaz de

iniciar en un discernimiento de espíritus tal que enseñe a tener en cuenta

también los posibles influjos de las disposiciones subconscientes de la se-

que se apoyan en un terreno de madurez (primera y segunda dimensión)

que los hagan mas realitas y, por lo tanto, menos mutables.

A la luz del círculo vicioso de la fig. 13 (sec. 5.7, p. 147), los ideales en

cuanto expectativas irrealistas, unidos a las disposiciones motivacionales

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gunda dimensión sobre los procesos de la afectividad y de la imaginación

e intelecto (Vol. I, sec. 7.2.2., 7.2.3., 8.5.3. y 9.2.9.).

Si los obstáculos y las «tentaciones» en la oración pueden provenir no

sólo de los malos espíritus, sino también de procesos de la imaginación, el

intelecto o la afectividad h uma na, en tonces es difícil concebir có mo se pue-

den «conocer los medios que darse pudieran para vencerlas» si la segunda

dime nsión, con las fuerzas subconscientes ligadas a ella, continú a siendo la

dimensión desconocida.

4.

 En el capítulo 4 se había visto que los

  ideales,

  entendidos sobre todo

como  valores autotrascendentes  pueden ser importantes como mediadores

psicosociales de la entrada en la vida vocacional. En cuanto pre-disposicio-

nes a la autotrascendencia, esos ideales constituyen un elemento positivo

en el crecimiento futuro.

Pero esto puede ser así sólo a condición de que a estos ideales les co-

rresponda la capacidad para ser internalizados, para realizarlos en la vida

concreta.

Desgraciadamente estos ideales  presentes en el momento de la entrada

en la vida vocacional son frecuentemente  muy poco realistas (cf. los datos de

Rulla, Ridick, Imoda, 1976, cap. 5) y la función que desempeñan puede

ser no sólo la de realista expresión de los valores autotrascendentes de Cris-

to (función expresiva de los valores), o un modo de orientarse cognosciti-

vam ente en la realidad (función cognoscitiva), sino tambi én una función

utilitaria o defensiva (cf. Vol. I, sec.

 8.3.1.;

  y Rulla, Ridick, Imoda, 1976,

cap. 6, pp. 77 s).

Nuestros datos sobre la influencia de la formación (cf. sec. 6.4, fig. 15)

y especialmente de una experiencia espiritual intensiva vienen a confirmar

una observación que forma ya parte de la tradición pedagógico-ascética de

todas las instituciones vocacionales: al entusiasmo inicial, que se puede ma-

nifestar en el crecimiento de los ideales autotrascendentes proclam ados, su-

cede un em peoram iento que, a los cuatro años, llega a alcanzar niveles más

bajos que los de la entrada.

Tal efecto, sin embargo, se vuelve más interesante por un conjunto de

datos que indican que tal empeoramiento es selectivamente más señalado

en los sujetos que tienen menor madurez en la segunda dimensión (cf. fig.

16 ,

 en sec. 6.5). Los «santos deseos», a los que muchas tradiciones espiri-

tuales se refieren como med io im portante de crecimiento, son efectivos pa-

ra el crecimiento sólo si se demuestra (con un opor tuno discernimiento)

196

subconscientes de la segunda dimensión, pueden convertirse en un verda-

dero obstáculo al crecimiento en la autotrascendencia y en una predisposi-

ción al abandono vocacional.

A la vista de todo lo dicho sobre los ideales parece importante subrayar

que no se puede y no se debe basar ni el discernimiento de espíritus ni la

madurez de una vocación solamente en los ideales que la persona proclama

aunque sean autotrascendentes y aunque esta proclamación pareciera indi-

car una mejoría de los mismos ideales (cf. Mt 7, 21-26).

Como indica la fig. 16, el sistema motivacional de una persona es algo

muc ho m ás complejo que eso, y en tal sistema los ideales proclamados pue-

den funcionar como efectos más que como disposiciones para vivir esos

ideales y para crecer según ellos. De hecho se ha observado (pp. 127-130)

que los ideales suelen ser resultado de los cambios en la segunda dimen-

sión, y por lo tant o de la capacidad de internalización, más q ue ser esos ide

ales los factores prevalentes de m adurez y de internalización.

19

7

IMPORTA NCIA RELATIVA

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DE LA INFLUENCIA DEL AMBIENTE

SOBRE LA INTERNALIZARON

Y LA PERSEVERANCIA

7.1.  Introducción

Los datos que se han presentado en los cap. 4, 5 y 6 se refieren a un

conjunto de medidas que tienen que ver con el resultado {outcomé)  obse

vado en las diversas etapas vocacionales estudiadas: el inicio de la vocación

(cap.

  4), la perseverancia (cap. 5), el crecimiento en la capacidad para in-

ternalizar (cap. 5), y la influencia de la formación sobre esa capacidad de

internalización (cap. 6).

Con todo, es también útil tener una visión de los elementos que cons-

tituyen lo que se suele llamar el proceso {process); es decir, una precisión

bre lo que ha ocurrido en el ambiente que ha acompañado los aconteci-

mientos de las fases vocacionales estudiadas. Los elementos del ambiente

que se tomarán en consideración se indican más detalladamente en la sec.

7.2. Estos elementos deben ser considerados en el conjunto de los «cam-

bios» generales de la Iglesia que han caracterizado el paso del período pre-

cedente al Concilio Vaticano II al mom ento posterior, especialmente por

lo que se refiere a los cambios institucionales relacionados con la formación

religiosa y sacerdotal.

Un estudio que intente combinar el «resultado»

 {outcomé)

  y el «proce

so» se encontrará numerosas dificultades. La complejidad de los problemas

relacionados con este estudio combinado ha sido tratada ya pormenoriza-

damente en la literatura científica pertinente. Se puede encontrar una pre-

sentación sintética y seria en publicaciones como las de Hartmann (1979);

Moos (1974); Silbergeld, Koenig, Manderscheid (1975): Silbergeld, Man-

199

derscheid y Koenig (1977); Piper, Debbane y Garant (1977); Turner y Re-

ese (1980); etc.

Por otra parte, como se ha dicho más arriba, el estudio del «proceso»

puede ser de utilidad para clarificar y tal vez confirmar las observaciones re-

7.3.  Presentación de las diversas observaciones

7.3.1 .  Los cambios institucionales de la

 Iglesia

  en

 relación

 con la form

ción

  vocacional.

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alizadas y los datos obtenidos que caracterizan el «resultado»

  {outcome).

  Es -

ta utilidad es todavía más evidente si la relación que se establece entre «re-

sultado» y «proceso» se mira a la luz de un mismo cuadro teórico antropo-

lógico de referencia, es decir la antropología co nsiderada en este trabajo.

El fin de este capítulo es presentar algunas consideraciones y datos de

investigación que se refieren a diversos aspectos del «proceso» y de sus po-

sibles relaciones con el «resultado»

  {outcome)

  presentado en los capítulos

anteriores.

Es inevitable que al menos

 algunas

  de estas observaciones que se refie-

ren al «proceso» sean más bien descriptivas, y por lo tanto no siempre se ex-

presarán según una metodología estrictamente experimental.

7 .2 .  Tip os de observaciones realizadas

Las observaciones que se presentan en este capítulo se refieren a los si-

guientes seis aspectos:

1. Una descripción general de los cambios culturales de la Iglesia

1

 en la

época del Vaticano II.

2.  El posible impacto de estos cambios habidos en la Iglesia sobre los

diferentes aspectos de la personalidad en una vida vocacional, aspectos me -

didos por las tres dimensiones, por las consistencias defensivas, por los ide-

ales y por la perseverancia. Para estas medidas se establecerán com paracio-

nes entre la situación anterior y posterior al Vaticano II.

3.

  Un análisis más detallado del impacto de los cambios culturales so-

bre la correspondiente composición de los subgrupos vocacionales (que he-

mos llamad o «no-nidificadores», «nidificadores», etc.)

4 . El imp acto de dos estilos de formación característicos de los dos pe-

ríodos (anterior y posterior al Vaticano II) sobre la   mejoría estructural y

existencial de las personas maduras en su segunda dimensión.

5.   El ambiente vocacional (o proceso vocacional) tal como ha sido per-

cibido por los sujetos pertenecie ntes a las diversas instituciones según estas

diferentes perspectivas: tipo de institución a que pertenecían los individuos,

tipo de formador que tenían, período anterior o posterior al Vaticano II.

6. La diferencia de percepción de dicho am biente por parte de cada uno

de los dos sexos en c uanto tales  (gender).

1. Advertimos qu e cuando en este cap. 7 hablamos de cambios en la Iglesia, nos referimos a los

cambios socio-culturales, no a los doctrinales.

200

Siguiendo el cuadro an tropológico propuesto en este trabajo, el análisis

de los cambios institucionales en la Iglesia después del Vaticano II se pue-

de centrar en dos aspectos fundamentales que afectan a la personalidad en

el proceso vocacional: la autotrascendencia teocéntrica y la libertad para in-

ternalizar los valores y los ideales de Cristo.

Ya se ha presentado brevemente este doble problema en el Vol. I de es-

ta obra (Rulía 1990, sec.

  10.4.3.,

 pp. 385-421), a la que se remite al lector

Aquí nos limitaremos a recordar las conclusiones de aquella sección (1 990,

pp .

  402-404).

Los efectos de los cambios ocurridos en la Iglesia y en la cultura del

mundo cristiano desde el período preconciliar hasta el postconciliar so-

bre las dos realidades de base de la antropología vocacional serían los si-

guientes:

a) respecto a la posibilidad o capacidad de au totrascendencia teocéntri-

ca, tras el Vaticano II hay un descenso de los valores autotrascendentes a

los que de hecho aspira el yo-ideal de la persona;

b) por lo q ue respecta a la libertad para internalizar dichos valores, hay

un cambio que es más aparente que real, pues de hecho las limitaciones de

dicha libertad no han cambiado entre el período anterior y posterior al Va-

ticano II. Más específicamente: antes del Vaticano II el proceso de inter-

nalización podía desvirtuarse por la complacencia y por la identificación

verticales

  con la institución; después del Vaticano II, la internalización e

frecuentemente desvirtuada por la complacencia, pero más frecuentemen-

te también por la identificación  horizontales  con diversos objetos sociales

En ambos casos, internalización e identificación internalizante se sustitu-

yen por la identificación no internalizante o la complacencia.

7.3.2.

  El impacto de

 los

 cambios en la

 Iglesia sobre los diferentes asp

de

 la personalidad

Las observaciones se refieren a comp araciones e ntre sujetos que han te

nido una formación típica del período preconciliar y otros que han tenido

formación típica del período postconciliar.

El Concilio Vaticano II ha insistido en una formación  pastoral mis  bie

qu e jurisdiccional  como era la preconciliar.

Antes del Vaticano II las casas de formación estaban generalmente fuer

temente estructuradas, casi «fuera del mundo», gobernadas por una auto-

ridad que se ejercía en términos de jurisdicción jerárquica.

201

Después del Vaticano II la tendencia general ha sido la de abrir a los

miembros de comunidades de formación a contactos con el exterior para

una adecuada preparación apostólica; la de ejercer la autoridad como ser-

vicio a los subditos; la de no formar a los sujetos conformándolos a un m o-

F i na l me n t e , pa r a  el

 análisis d e l distribución   en subgrupos los  sujeto

disponibles estaban subdivididos así:

Para la sección 7.3.3:

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delo, sino ayudarlos a desarrollar los dones recibidos por Dios para llegar a

ser aquello a lo que Dios les llama.

¿Han tenido consecuencias estas dos tendencias generales de la forma-

ción para los diversos aspectos de la personalidad de los formandos?

Para responder a esta pregunta se han comparado los sujetos formados

en un estilo prevalentemente pre-conciliar con los formados en estilo pre-

valentemente postconciliar

2

.

Ante todo nos podemos plantear la pregunta de cómo estaban distri-

buidos los sujetos de este estudio respecto a su período de formación: cuán-

tos eran formados en el período preconciliar y cuántos en el postconciliar.

Para los análisis de las dimensiones  y de los  ideales, el número de los su-

jetos era de 197, distribuidos de este modo :

Período anterior al Vaticano

 II:

Religiosos,  N  =

 27;

  Seminaristas, N  =- ; Religiosas,  N  =

 65 ;

  Total,  N  =  92

Período posterior al Vaticano II:

Religiosos, N = 42;  Seminaristas, N  =  21;  Religiosas,  N  = 42;  Total,  N= 105

Total N=69

  N

 =

 21 N=107

  N= 197

A de má s , pa r a  el  análisis  de  la

 perseverancia,

  los  sujetos  se  dividie ron así:

Período anterior al Vaticano

 II

Religiosos, N = 90;  Seminaristas, N  =- ; Religiosas,  N=  173; Total, N= 26 3

Período posterior al Vaticano II

Religiosos, N = 92;  Seminaristas, N=

 47;

  Religiosas,  N=  170; Total,  N=  309

Total  N  = 182  N  = 47  N  = 343 N=57 2

2.

  Los

 sujetos fueron clasificados co mo pertenecientes

  al

 período

  pre o

 postconciliar

 e n

  función

de  la   cronología, pero también  en  función  de la observación d el  estilo de   formación adoptado por los

formadores

  y por

 las institucion es

  (a la luz

 de

 lo

  indicado

 en la

  sec. 7.3.2. sobre el estilo

 de

  formación

más bien "pastoral ' ' que "jurisdiccional"). Los grupos considerados preconcilares son los que en la Ta-

bla

  1

 (Apéndice  C)  cor responden  a  los años de entrada 1963,  1964, 1965 . Los  otros grupos h an  sido

considerados postconcilíares. En  realidad ha habid o  un   cambio notable en el  t ipo d e formación  de los

grupos observados después  d e 1965 .

202

Período anterior al Vaticano II

Religiosos,  N  =  45;  Seminaristas, N  = -; Religiosas,  N  = 93;

Periodo posterior al Vaticano II

Religiosos,  N  =

 78;

  Seminaristas, N  =  45;  Religiosas,  N  = 97;

Total

  N  =

  123

  N  =

 45

  N  =   190

Para

  la

  secc ión 7.3.4:

Período anterior al Vaticano

 II:

Religiosos,  N  =  33;  Seminaristas, N  =  -; Religiosas,  N  =  66; Total,  N  =  

Período posterior al Vaticano II:

Religiosos,  N  = 36; Seminaristas, N=  19; Religiosas,  N  =  42; Total,  N  =  

Total  N  = 96   N  =  19 N  = 108  N  =   1

C o n s i d e r a m o s a h o r a   las   posibles consecuenc ias  de l di fe rente es t i lo  d

formación (preconc i l ia r  o   postcon c i l ia r ) sobre diversos fac tores  de la  pe

s ona l i da d .

  Lo

 hacem os ana l izando ta les consecuenc ias separad amen te

  pa

ra cada

  una de las

 t re s d i me ns i on e s ,

  las

 consis tenc ias defensivas

  y los

  ide

ales, y   pos t e r i o r me n t e ha r e mos a l guna s c ompa r a c i one s e n t r e  los   diverso

factores.

L a me d i da  o   eva luac ión  de  cada un o de  estos aspectos de la  per sona l

d a d  fue   realizada tras cuatro años  de   formación, excepto para  la   sec. 7.3.3

Consecuencias

  del

 estilo de formación

  pre

 o postconciliar

  en

  relación

 con

primera dimensión

L a p r e gun t a f o r mul a da a qu í

  es si las

  per sonas formadas

  con un

  estil

ca rac te r í s t ico  de l  per íodo preconc i l ia r r esul tan di fe rentes  (en   modo e s t a

dís t icame nte s igni fica t ivo)  de las  formadas  con un   estilo postconciliar , po

lo  q ue se   refiere  a la   madurez carac te r í s t ica  de la  primera dimensión.  E

otras pa labras ,

  se

  analiza

  si los

 suje tos formados antes

  de l

 Vat icano

  II

  pr

sentan   un  g r a do  má s elevado  (o  me nos )  de  consistencias  no  defensivas, qu

so n  el  f u n d a m e n t o  de la  ma dur e z p r op i a  de la p r i m e r a d i m e n s i ó n  y qu

d i s p o n e n  a una   m a y o r  o   menor l iber tad e fec t iva  por lo que se  refiere a l

a u t o t r a s c e nde nc i a

  en el

 á rea consc iente

 y p or lo

 t a n t o

  de la

 vi r tud/vic io

 

pecado.

Total,  N  =  13

Total,   N  = 22

N  = 35

20

Los resultados no son conclusivos, porque no son concordantes.

Por un lado, de hecho, por lo que se refiere a los religiosos (N = 69) y

a los seminaristas (N = 21), tomados como grupos separados o conjunta-

mente, los formados antes del Vaticano II presentan un grado de consis-

ticano II, por lo que se refiere a la madurez ligada a la segunda dimensión

(prueba de Mann-Whitney: K  =  .22).

Consecuencias de l estilo de formación pre o postconciliar en relación co

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tencias no defensivas significativamente más bajo que los formados después

del concilio (prueba de Mann-Whitney, K  =  2.07, p< .04, bilateral, para los

religiosos solos; y K  =  2.12, p < .04, bilateral, para los religiosos junto con

los seminaristas)

3

.

Por otra parte, sin embargo, las religiosas (N = 107) no presentan nin-

guna diferencia significativa (prueba de Mann-Whitney: K  =  .73).

Consecuencias

 d el

 estilo

 de formación pre

 o postconciliar

 en

 relación con

  la

segunda dimensión

En este caso, nos hacemos la pregunta de si las personas formadas con

un estilo propio del período preconciliar resultan ser diferentes (en modo

estadísticamente significativo) de las formadas en el período postconciliar,

por lo qu e se refiere a su madu rez vinculada a la segunda

 dimensión.

 Dicho

de otro modo, se quiere averiguar si las personas formadas en el período

anterior al Vaticano II presentan un equilibrio mejor (o no) entre sus con-

sistencias no defensivas por un lado, y por el otro sus inconsistencias in-

conscientes y sus consistencias defensivas. Tal equilibrio es el que funda-

menta la madurez de la segunda dimensión y dispone a una m ayor o me-

nor libertad efectiva respecto a la internalización de los valores autotras-

cendentes. Esta es el área predominantemente subconsciente y por lo tan-

to del bien aparente en contraposición al bien real.

Tampoco en este caso los resultados son conclusivos, porque no son

concordantes.

To man do sólo al grupo de religiosos aparece una diferencia en el límite

de la significatividad, por la cual los formados antes del Vaticano II presen-

tan men or madurez que los sujetos formados después del concilio (con una

mayor presencia de inconsistencias inconscientes y de consistencias defensi-

vas en com paración con las consistencias no defensivas). La prueba de M ann -

Whitney proporciona una K  =  1.79, p<.08, bilateral. Tal diferencia estadís-

tica n o  es  significativa cuando se considera a los religiosos (N  =  69) junto con

los seminaristas (N  = 21) (pruebade Mann-Whitney: K = 1.57; p = .12).

En el caso de las religiosas (N = 107) se verifica lo mi sm o que se había

visto en el caso de la primera dimensión: que no existe una diferencia sig-

nificativa entre las personas formadas antes y las formadas después del Va-

3.   IJOS seminaristas no se analizan solos porque pertenecen tod os ellos al período posterior al Va-

ticano II

204

tercera

 dimensión

También en este punto la pregunta que nos hacemos es si las perso-

nas formadas con un estilo preconciliar resultan diferentes, en modo es-

tadísticamente significativo, de las formadas con un estilo propio del

postconcilio, por lo que respecta a la presencia de signos de psicopato-

logía, indicativos de una mayor o menor madurez en la tercera dimen-

sión: en el área propia de la normalid ad-ano rmalida d (o algún grado de

patología).

Los resultados tampoco son concluyentes, porque no son concor-

dantes.

Para el grupo de los religiosos, los sujetos formados en el período pre-

conciliar han resultado ser significativamente un poco menos desviados

(anormales) que los formados en el período postconcliar (prueba de M ann-

Whitney:  K=1.91; p<.06, bilateral). Esta diferencia significativa pierde su

significación estadística si se consideran ju ntos los religiosos y los semina-

ristas  (N=21;  prueba de Mann-Whitney: K=.75).

Para las religiosas, el resultado no es estadísticamente significativo

(prueba de Mann-Whitney: K=.91) y resulta en dirección opuesta a la de

los varones.

Consecuencias de l estilo de ormación pre o postconciliar respecto a la

sistencias defensivas

Nos planteamos si el estilo de formación preconciliar ha tenido conse-

cuencias estadísticamente diferentes del estilo postconciliar po r lo que res-

pecta al grado de consistencias defensivas.

Los resultados son una vez más son inconclusivos, porque no concuer-

dan.

Para el grupo de religiosos solos o conjuntamente con el de seminaris-

tas no resulta nin guna diferencia estadísticamente significativa entre los su

jetos formados en el período preconciliar en comparación con los forma-

dos en el período posterior al Vaticano II (prueba de Mann-Whitney:

K=.49; K=.45 con los seminaristas).

Para las religiosas, los sujetos formados en el período postconciliar re-

sultan tene r un grado de consistencias defensivas m ás elevado que los suje-

tos formados en el período preconciliar, en el límite de la significación

(prueba de Mann-Whitney: K=1.75; p=.08).

2(ñ

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los sujetos formados en el período postconciliar; pero tal diferencia no al-

canza significación estadística (prueba de Wilcoxon: K=.71).

c) En las 9 comparaciones que se refieren solamente a los ideales natura-

les (actitudes y valores) de los religiosos, religiosas y de los religiosos consi-

la persona constituida por las tres dimensiones y por las consistencias de

fensivas.

Como se ha explicado anteriormente (nota 5 de esta sec. 7.3.2), los re

sultados que se presentan aquí reflejan tendencias más bien que medida

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derados conjuntam ente con los seminaristas, la tendencia de los sujetos for-

mados en el período preconciliar es la de proclamar ideales más elevados que

los sujetos formados en el período postconciliar. Tal tend encia es estadísti-

camente significativa (prueba de Wilcoxon: K=2 .13; p<.04, bilateral).

d) Si se compara directamente el cambio de los ideales autotrascenden-

tes con el de los ideales naturales entre el período pre y postconciliar, la dis-

minución de los ideales autotrascendentes proclamados por los sujetos for-

mados en el período preconciliar (que no es en sí misma significativa) en

comparación con los formados en el período postconciliar es significativa-

mente menos acentuada que la observada en el caso de los ideales

  natura-

les (prueba de Wilcoxon: K=2.01; p=.04).

Es posible preguntarse entonces si los diferentes estilos de formación ca-

racterísticos de los períodos anterior y posterior al concilio Vaticano II h an

tenido consecuencias diferentes comparando el impacto de ambos estilos

sobre los diversos componentes de la personalidad. Más exactamente, nos

pregun tamo s si las consecuencias de un diferente estilo de formación ha si-

do significativamente más importante en el área d e los ideales que en el área

de las estructuras (representadas por las tres dimensiones y por el ámbito de

las consistencias defensivas).

Observación final  sobre las consecuencias de l estilo de formación pre o post-

conciliar

 en

 los

 diversos

 factores

 de la personalidad

Se pueden sintetizar los resultados obtenidos haciendo dos compara-

ciones: la primera es la comparación de los ideales del período anterior y

posterior al Vaticano II. La segunda es la comparación del área estructural

de la personalidad de los sujetos en ambos períodos.

Los resultados de la primera comparación indican que los dos estilos de

formación característicos de los períodos pre y postconciliar tienen conse-

cuencias diversas para el área de los ideales. De hecho, el conjunto de los

ideales (es decir, autotrascen dentes y naturales)  tienden a aparecer estadís-

ticamente más bajos en el período postconciliar respecto al preconciliar.

Además, los ideales autotrascendentes parecen disminuir menos que los

ideales naturales.

Respecto a la segunda comparación, los resultados indican que los dos

estilos de formación característicos de los períodos pre y postconciliar no

tienen consecuencias significativamente diversas para el área estructural d e

208

directas.

Consecuencias de l estilo típico del período pre o postconciliar sobre la

verancia vocacional

Después de haber visto hasta qué punto el estilo de formación propi

de los períodos pre y postconciliar pudo haber tenido consecuencias par

los diferentes aspectos de la personalidad, nos podemos preguntar si esto

cambios de estilo han ten ido consecuencias por lo qu e se refiere a la perse

verancia vocacional.

Para realizar este análisis se ha podido utilizar una muestra bastante má

amplia que la anterior, pudiendo incluir también sujetos que han dejado l

vocación muy pronto. La composición de la muestra ha sido presentad

anteriormente (al inicio de esta sec. 7.3.2).

La perseverancia ha sido verificada al final de un período entre 10 y 1

años después de la entrada en el caso de los varones, y entre los 11 y 14

años despu és de la entrad a en el caso de las religiosas. Esta verificación fu

realizada en el verano de 1977.

Los resultados globales referidos a los 572 sujetos se presentan en la fig. 20

Formados antes del

Vaticano 11:  N=263

Formados después del

Vaticano 11: N=309

VARONES: N=229

Perseverancia Abandono

% N % N

16 (14) 84 (76)

19 (24) 81 (115)

MUJERES: N=343

Perseverancia Abandono

% N % N

14 (25) 86 (148)

8 (14) 92 (156)

TOTAL: N=572

Perseverancia Abandono

% N % N

15 (39) 85 (224

12 (38) 88 (271

Figura 20.

  Porcentajes y frecuencias de perseverancia de los sujetos (varones y mujeres), después d

10-14 años, según el período pre o postconciliar.

La prueba de significación para la diferencia e ntre las dos proporcione

(88% y 85%) resulta en un z=.45, muy lejano de cualquier nivel de sign

ficación estadística.

20

Por lo tanto, los dos estilos de formación no han tenido consecuencias

diferentes para la perseverancia

6

.

6. Un estudio no pu blicado ha analizado diversos aspectos de las personas entradas en los novi-

Los porcentajes de perseverancia durante el período pre y postconcilia

ofrecen una confirmación indirecta de algunos datos fundamentales obte

nidos en los cap. 5 y 6.

Ante todo, la inmadurez de la segunda dimensión observada en la en

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ciados de una congregación religiosa masculina en los Estados Unidos entre 1972 y 1977. Entre los di-

ferentes aspectos (edad, nivel y tipo de educación, etc.) el estudio considera también la tasa de perse-

verancia de los sujetos entrados en dicho período 1972-1977. Entraron en la congregación 768 novi-

cios entre 1972 y 1977. En el año 1979, el 32,68% había abandonado la vocación.

Si se considera el grupo de las personas entradas en el trienio 1975-76-77, encontramos que en

1979 (entre dos

 y

 cuatro años después de la entrada) el 25,99 % había dejado, la vocación. Si se consi-

dera el grupo de personas entradas en el trienio 1972-73-74, encontramos que en 1979 (entre cinco y

siete años después de su entrada) el 41, 25% había dejado la vida religiosa.

¿Es posible hacer una proyección a partir de estos datos para averiguar la perseverancia en los años

siguientes, hasta alcanzar un período de alrededor de 10-14 años, tal y como se ha considerado en el

estudio del presente libro? ¿Qué porcentaje anual de aban dono es razonable adoptar?

En un "Sumario de ias estadísticas de los seminarios de los Estados Unidos en el curso 1 978-79 "

presentado por W. J. Mehock como introducción al  CARA Seminary Directory,  1979, se indican al-

gunos datos sobre la perseverancia (pp. xxiv-xxix).

Estos resultados indican que hay una considerable estabilidad

  {consisteney)

 entre los datos de los

años 1960 y 1970 referidos a la perseverancia de los estudiantes religiosos   en teología  (excepto por un

notable aumento de abandonos en el último año de teología para 1978).

La perseverancia durante cu atro años de teología en 1967 (cf. Potvin y Suziedelis, 1969) era de

64% con un abandono del 10,5% por año. Otro estudio efectuado por un miembro del CARA para

el 1967-68 y 1968-69 indica por el contrario un porcentaje de abandono del 13,5% al año durante

cuatro años de teología.

Finalmente un e studio de la perseverancia de los religiosos durante tres años de teología en 1978

indica un porcentaje de abandono del 54%.

Si se hace ja proyección a partir de estos datos (para los religiosos de los tres años de teología has-

ta 1978) con el fin de tratar de calcular el porcentaje de abandono después de 14 años, se obtiene lo

siguiente:

- con el criterio del 10,5% de abandono al año (Potvin y Suziedelis, 1969), tras 14 años habrá

abandonado e l 86%.

- con el criterio del 13,5% de abandono al año (estudio citado más arriba del CARA para 1967-

68 y 1968-69), después de 14 años habrá abando nado el 91 % .

- si se hace la proyección partiendo de los datos reseñados del estudio de los 768 novicios (estu-

dio indicado al inicio de esta nota) usando los dos criterios del 10, 5% y del 13 ,5% de aband ono al año,

se llega respectivamente a los siguientes resultados: con el criterio del 10,5%, a ios 14 años se tendrá

un abandono de l

  76%;

  con el criterio del

  13 ,5%,

  a los 14 años se tendrá un abandono del 82%.

Además, ulteriores datos estadísticos proporcionados recientemente por una congregación reli-

giosa internacional masculina indican que la perseverancia de las personas en los primeros dos años

(noviciado) permanece, también durante el período postconciliar, fundamentalmente baja y en nive-

les semejantes a los indicados más arriba.

En el período 1966-1982 el grado de perseverancia ha oscilado entre el 63%i (para el período

1966-1970) y eJ 70% (período 1971-1976); pero más recientemente había descendido al 45% (perí-

odo 1977-1982). Desde 1966 hasta 1982 habían entrado

  S.093

  novicios, de los cuales en 1982 eran

todavía miembros de la congregación el 53%.

Para los sacerdotes no es posible una compara ción con períodos precedentes por cuanto en los úl-

timos años ha habido notables dificultades para las peticiones de reducción al estado laical.

Un último dato estadístico proviene de Faase (1981)

  y

  se refiere alos porcentajes globales de to-

dos los jesuítas que han abando nado la orden en los años 1963 a 1973 (cf.

  ibidem,

  Tabla 1 en p. 108).

Los porcentajes son: 2.06 en 1963, 2.41 en 1964, 2.35 en 1965, 2.53 en 1966, 2,67en 1967, 3.16 en

1968,

  3.35 en 1969, 3.25 en 1970, 2.96 en 1971, 2.47 en 1972, 2.32 en 1973. De estos datos se pue-

de notar una sustancial estabilidad de la tasa de abandono durante este período.

210

trada ha socavado la posibilidad de internalización (cf. cap. 5) favorecien

do el abandono vocacional. De hecho, el 74% de los que han ab andonad

eran ya inmaduros en su segunda dimensión   en el momento de la entrada

Ademas, co mo se ha visto en el cap. 6, la influencia de la formación so

bre la segunda dimensión no ha sido significativa y por lo tanto no se h

operado un cambio en el ejercicio de la libertad efectiva para la capacidad

de internalización.

En general se podría decir que los resultados presentados en este cap.

sobre los porcentajes de abandono  convergen con los del cap. 5 sobre la i

madurez para la internalización en el momento de la entrada y con los de

cap.

  6 sobre la falta de influencia de la formación para mejorar dicha ca

pacidad de internalización.

A propósito de la formación, además, aparece clara su falta de influen

cia sobre este ejercicio de la libertad efectiva tan to antes como después de

Vaticano II.

7.3.3.  El impacto de los  cambios culturales en la Iglesia sobre los cua

subgrupos vocacionales

En el cap. 5 ha sido estudiada la existencia de cuatro subgrupos voca

cionales (que hem os llam ado «no nidificadores», «nidificadores», «cambia

dos» e «impulsados»); allí se ha visto que se pue den identificar estos cuatr

subgrupos fundamentalmente siguiendo el criterio de la madurez de su se

gunda dimensión. Aunque están definidos estos subgrupos   también por e

criterio de la perseverancia (por ejemplo, los «no nidificadores» en comp a

ración con los «cambiados»), se ha visto en el cap. 5 que se diferencian po

su capacidad de internalización en el momento de la entrada (cf. p.143)

que esta diferente capacidad (valorada al entrar) viene confirmada por s

correspondencia con un juicio existencial de madurez del desarrollo valo

rada al cabo de cuatro años (cf. pp. 145-146).

En este punto nos podemos preguntar si estos subgrupos, con su co

rrespondiente capacidad de internalización, aparecen en diferente propor

ción en los dos períodos considerados (pre y postconciliar), caracterizado

por los cambios ocurridos en la Iglesia a partir del Vaticano II. Nos pre

guntam os, en otras palabras, si el porcentaje de sujetos que constituyen lo

cuatro su bgrupos (del total de los sujetos) es diferente en los dos períodos

en el momento de la entrada en su vida vocacional. La composición de l

21

muestra de sujetos disponibles (N=358) para esta observación se ha indi-

cado anteriormente (p. 202-203)

7

.

Las frecuencias y los porcentajes de sujetos perteneciente s a los cua tro

subgrupos vocacionales en los dos períodos (anterior y posterior al Vatica-

con todo, cuando se hace un análisis  directo  de las proporciones de cada

subgrupo, podem os proceder a un análisis de la tendencia (cf. nota 5, en es-

te capítulo). Ambos tipos de análisis se refieren a los datos de los subgru-

pos en el mom ento de la

 entrada

 en la vida vocacional.

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no II) se presentan en la fig. 21.

Religiosos

(Antes: N.45 , Después: N=78)

Religiosos y Seminaristas

(Antes: N=45, Después: N=123)

Religiosas

(Antes:

 N = 9 3 ,

  Después: N=97)

Totales

(Antes: N-138 , Después: N-220)

No Nidificadores

Antes

Vat. II

% N

16 (7)

16 (7)

10 (9)

12 (16)

Después

Vat. II

% N

10 (8)

7 (9)

5 (5)

6 (14)

Nidificadores

Antes

Vat. II

% N

25 (11)

25 (11)

14 (13)

17 (24)

Después

Vat. II

% N

9 (7)

14 (17)

19 (18)

16 (35)

Cambiados

Antes

Vat. II

% N

18 (8)

18 (8)

17 (16)

17 (24)

Después

Vat. II

% N

22 (17)

15 (18)

14 (14)

15 (32)

Impulsados

Antes

Vat. II

% N

42 (19)

42 (19)

59 (55)

54 (74)

Después

Vat. II

% N

59 (46)

64 (79)

62 (60)

64 (139)

Figura 21.

  Po rc e n t a j e s y f re c u e n c i a s d e l o s c u a t ro s u b g ru p o s a n t e s y d e s p u é s d e l V a t i c a n o I I

Se ha aplicado a estos subgrupos una serie de comprobaciones de la sig-

nificatividad de la diferencia entre dos proporciones, para verificar la exis-

tencia de posibles diferencias significativas entre las proporciones de suje-

tos pertenecientes a cada subgrupo en el período preconciliar, comparadas

con las proporciones de sujetos del subgrupo correspondiente en el perío-

do postconciliar.

De las dieciséis comprobaciones posibles (doce para los subgrupos de

religiosos, religiosas y religiosos conjuntamente con los seminaristas, y otras

cuatro para todos conjuntamente), ningún subgrupo aparece estadística-

mente más numeroso (ni menos) en la comparación entre los períodos pre

y postconciliar.

Habiendo comprobado que no existe ninguna clara diferencia entre los

porcentajes de los subgrupos entre los dos períodos (pre y postconciliar),

7. Aquí las medidas han sido hechas a partir del primer examen

  (testing), y

  por lo tanto inclu-

yendo sujetos que han abandonado la institución vocacional antes del segundo examen (pruebas rea-

lizadas al final del noviciado) y del tercero (después de cuatro años de formación). Téngase e n cu enta

que, habiendo estudiado a los sujetos en el momento de su entrada, la composición de estos subgru-

pos expresa su situación inicial

  (screening),

  más que la situación resultante del influjo de la formación;

se trata del proceso de evaluación correspond iente a los períodos pre o postconciliar.

212

Un análisis de este tipo puede venir sugerido por una observación de los

resultados que induce a formular y verificar esta hipótesis: existe una ten-

dencia por la cual los porcentajes de los grupos de «no nidificadores» y

«cambiados» en el período anterior al Vaticano II son más elevados de los

que se encuentran en el período posterior al concilio; mientras que los por-

centajes de los subgrupos de «nidificadores» e «impulsados» tiende n a ser

más elevados en el período postconciliar en com paración con los porcenta-

jes del preconciliar.

La hipótesis, verificada con la prueba de Wilcox on, resulta confirmada

con un K  =  2.27; p < .02. De modo que en el período postconciliar se no-

ta, respecto al período preconciliar, una tendencia a tener una proporción

más elevada de sujetos pertenecientes a los grupos menos mad uros («nidi-

ficadores» e «impulsados») y una proporción más baja de sujetos que per-

tenecen a los grupos m ás madu ros («no nidificadores» y «cambiados»).

Quizás esta tendencia es debida al uso de criterios para la admisión un

poco diferentes en la selección de los can didatos. Parecería qu e después del

Vaticano II se ha establecido una cierta tendencia según la cual se admiti-

rían más fácilmente en la vida vocacional a candidatos, a pesar de la pre-

sencia del bien aparente en sus motivaciones. De estas observaciones se de-

bería deducir la necesidad de una selección

 {screening)

  que penetre más

fondo en las motivaciones mismas de los candidatos.

7.3.4  El impacto de los dos estilos deformación característicos del perío

pre y

 postconciliar sobre

 la

 mejoría

 estructural y

 existencial de lo

jetos maduros en su

 segunda

 dimensión

En la sec. 7.3.2 ha quedado formulada la pregunta sobre la posible dife-

rencia en el influjo de dos estilos de formación relacionados con los dos pe-

ríodos (pre y postconciliar) sobre la segunda dimensión (medida sólo estruc-

turalmente), y los datos han respondido indicando la ausencia de diferencia.

Una posible cuestión ulterior, también relacionada con la diversidad en-

tre los períodos pre y postconciliar; consiste en preguntarse si los estilos de

formación típicos de los períodos pre y postconciliar han tenido conse-

cuencias diversas para la m adurez estructural  y existencial de los sujetos en

su segunda dimensión.

Para responder a esta pregunta se debe proceder siguiendo un criterio

estructural y posteriormente combinándolo con el criterio existencial.

213

a) El criterio

 estructural se

 utiliza tom ando los porcentajes d e los sujetos

que son «maduros» en su segunda dimensión en el tercer examen (después

de cuatro años de formación) de entre el total de los sujetos formados en el

períod o preconciliar, y com paránd olos con los porcentajes de los sujetos

transtemporal, basado en una antropología filosófica y teológica, ver ante

riormente (pp. 40-43).

De la observación general hecha se exceptúan dos series de datds qu

expresan m ás bien tendencias qu e diferencias directas, y que no contradic

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«maduros» en su segunda dimensión formados en el período postconciliar.

Usando la muestra de 197 sujetos descrito al inicio de la sec. 7.3.2 (p.

202-203) se ha constatado que el 28% de los sujetos formados en el perí-

odo anterior al Vaticano II ha resultado ser mad uro después de cuatro años;

y de los formados en el período postconciliar, ha resultado maduro, tam-

bién después de cuatro años de formación, el 37%.

Un a prueba de significatividad de la diferencia entre las dos proporcio-

nes ha indicado que esta diferencia no es significativa (z =l .l6 ). N o se pue-

de hablar, por lo tanto, de una diferencia entre los des períodos por lo que

hace a la proporción de sujetos que han sido considerados «estructural-

mente maduros» después de cuatro años de formación-

b) Se ha procedido a combinar este análisis «estructural» con el

 «exis-

tenciah

  (cf. p. 143) introduciendo el criterio de la madurez del desarrollo,

puesta de manifiesto por la entrevista de lo profundP» tras cuatro años de

formación. El porcentaje de sujetos que podem os considerar «maduros»

tanto estructural como ex'istencialmente resulta del 11  , 1 1 %  páralos for-

mados antes del Vaticano II, y del 11,34% en el período postconciliar.

No existe, por lo tanto, diferencia entre los dos períodos por lo que se

refiere a un posible efecto de los dos estilos de formación, al menos cuan-

do se consideran los porcentajes (en cada período pte y postconciliar) de

sujetos que,

 después

 de cuatro años deformación,  hay que considerar «ma-

duros» a la luz del criterio estructural y existencia conjun tame nte.

Algunas

 conclusiones

Hasta este momento hemos considerado los primeros cuatro tipos de

observaciones (señaladas en 7.2) que subrayan algunos cambios culturales

en la Iglesia de la época del Vaticano II

 en

 general y s^  posible impacto so-

bre diversos aspectos de la personalidad.

En general, los datos indican que no hay diferencias en los «resultados»

que se refieren a las características vocacionales de la personalidad y a la per-

severancia en las comparaciones efectuadas entre los períodos anterior y

posterior al Vaticano II.

Este es un dato que confirma las observaciones hechas en los cap. 5 y

6, en el sentido de u na cierta irrelevancia del influjo del ambie nte sobre las

tres dimensiones estructurales de la persona, que de este modo muestran

ser transituacionales y  transtemporales.  Para este aspecto transituacional y

214

dicha observación general.

La primera es la tendencia de los ideales, tanto au totrascendentes como

naturales, a ser menos elevados en el período posterior al Vaticano II com

parados con los del período preconciliar. Esta diferencia se refiere sobre to

do a los ideales naturales.

La segunda excepción es la tendencia que se refiere a los cuatro sub-gru

pos de la segunda dimensión. En el mom ento de la entrada por una part

el período postconciliar presenta porcentajes más elevados de «nidificado

res» y de «impulsados» respecto al período preconciliar; y por otro l^do e

período postconciliar tiene porcentajes menos elevados de «no nidificado

res» y de «cambiados» com parado con el an terior al concilio ; se refleja as

una cierta diferencia (al menos po r lo que hace a nuestra muestra) en la se

lección inicial de candidatos para la admisión.

7.3.5. La diversa percepción del ambiente vocacional

En el titulo "hay dos términos que merecen una explicación.

Ante tod o la palabra

 percepción.

  Los datos de esta sección se refieren

«proceso», esto es a las variables que describen diversos aspectos d^l am

biente en el que ha tenido lugar la formación de los sujetos estudiados aqu

Este estudio del proceso se refiere no sólo al mundo de la «realidad» (e

decir, cuál era en realidad la situación del ambiente), sino el mundo de l

«percepción» (es decir, cómo percibían los sujetos en formación esa situa

ción del ambiente). Después de todo, sigue siendo válido el principio filo

sófico: «Quidquid recipitur ad modum recipientis recipitur» (la realidad

en un sentido dinámico, cuenta principalmente según el modo co

m

° e

percibida).

El otro término es el de

 ambiente vocacional.

 Siguiendo las indicacio

de expertos en materia de evaluación del ambiente (p . ej., Moos, 197^; Si

dergeld, Manderscheid, Koenig y otros, 19 75, 1977) se ha utilizado un

serie de variables que describen las siguientes áreas del am biente:

1. Los valores significativos para la autotrascendencia teocéntnc

(IFGV): 7 variables (cf. Apéndice A-4).

2.  Los valores menos significativos para la autotrascendencia teotféntr

ca; es decir, valores naturales (IFGV ): 12 variables (cf. Apé ndice A-4)-

3.  índice de las actividades, versión modificada (IAM) para los ideale

institucionales (II): 12 variables más significativas para la autotrascenden

21

cia teocéntrica (cf. en apénd ice A-2 las 7 escalas señaladas como más rele-

vantes, más las escalas 31, 32, 33, 34, 35).

4.

  índic e de las actividades, versión modificada (IAM) pa ra los ideales

institucionales (II): 23 variables menos relevantes para la autotrascenden-

Como se puede observar, los tres grupos de variables (1-4, 5-6, 7) in-

cluyen tres diversas áreas ambientales: la primera, la de los ideales a los que

aspiran las personas, refleja el aspecto ideal del ambiente ; la segunda, la de

las actitudes y los valores en cuant o expresan ten dencias generales de vida

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cia teocéntrica (Apéndice A-2).

Estos primeros cuatro grupos de variables expresan la atmósfera del

«proceso» por lo que se refiere a los ideales, valores y actitudes, tanto auto-

trascendentes como naturales.

5.   Cuestionario de 16 factores de personalidad de Cattell: de este test

se han usado 4 variables que se refieren a los factores de «segundo orden»

{second

 order

 actors)  en cuanto estas variables resumen diversos aspectos del

ambiente tal y como lo percibe el sujeto; los aspectos son: a) situación de

ansiedad, b) extraversión o introversión, c) tendencia a responder emoti-

vamente más bien que reflexivamente, d) sumisión o independencia.

6. Las actitudes generales del

 «Vassar College

 A ttitudeInventory»  (Webs-

ter, Sanford y Freedman, 1957). De este «Inventory» se han usado cuatro

variables: a) madurez social, en el sentido de atmósfera autoritaria o su

opuesto; b) expresión de los impulsos, en cuanto tendencia, búsq ueda de

satisfacción de los impulsos o lo contrario; c) estado de desarrollo, en el

sentido de anticonformismo y espíritu crítico con la autoridad institucio-

nal; d) represión y supresión, en el sentido de presencia de la inhibición y

convencionalidad; e) flexibilidad (variable tomada del CPf; es decir, del   Ca -

lifornia Personality  Inventory)*.

7.

  Del «suplemento a la entrevista de lo profundo» (cf. Apéndice B-7

en nuestro libro de 1976): 15 variables que se refieren a las relaciones con

los formado res y con los co mpañ eros.

Las 10 primeras variables tomad as de este suplemento a la entrevista de

lo profundo corresponden a la percepción que cada sujeto tiene de las re-

laciones con los formado res y los compañero s (grupo), percepciones teni-

das por las siguientes relaciones: a) comunicación, b) un estilo de exigen-

cia o de tolerancia, c) coherencia o incoherencia en el comportamiento, d)

expresión cálida o fría, e) presencia de una relación que tie nde más bien al

conflicto o a la armonía.

Las restantes 5 variables indican la prevalencia o preferencia, en los 5 aspectos

de las relaciones señaladas más arriba, respecto al formador o a  los compañeros.

8. Las variables presentadas en 5) y 6) han sido usadas com o medida s del proceso  porque son ten-

dencias generalizadas en la personalidad que pu eden subyacer e integrar particulares actitudes y valo-

res del ambiente. Este hecho parece que ha sido confirmado por investigaciones (cf. Shainauskas, 1976

para el

  16 Personality Factors Inventory

 de Cattell; cf. Websrer, Freedman y Heist, 1962 para el

 Vassar).

Según estas investigaciones, el tesr-retest de estas variables después de años transcurridos en diversas

instituciones ofrece diferencias significativas que incrementan su ramaño proporcionalmente al t iem-

po pasado en la institución.

216

vivida en un ambiente concreto; la tercera, estilos de relaciones interperso-

nales con figuras de autoridad o con compañeros.

Los datos de las variables estudiadas para los ideales (valores y actitudes)

y para las actitudes generales (Cattell y  Vassar)  se refieren al segundo ex

men efectuado, es decir, al final del noviciado (después de dos años de for-

mación vocacional); los datos del «suplemento a la entrevista de lo pro-

fundo» sobre las relaciones con el formador y con los compañeros fueron

recogidos después de cuatro años de formación, pero (en ese contexto) con

referencia a los dos primeros años de formación.

Los sujetos considerados para realizar el análisis de la percepción de los

ideales eran 144 religiosos y 223 religiosas; para el análisis de las percep-

ciones de las relaciones con el formador y con los compañeros eran 68 re-

ligiosos y 108 religiosas.

Lo s diversos tipos d e percepción del ambiente vocacional estudiados

Aquí nos queremos plantear cuatro cuestiones que se refieren a la dife-

rencia de la percepción del ambiente vocacional en cuatro situaciones:

a) la pertenencia a una institución (en el sentido de casa de formación)

más bien que a otra, ¿ha determinado una diferencia en la percepción de

ambiente vocacional?

b) ¿se da esta diferencia dependiendo del formador que el grupo ha te

nido?

c) el período pre o postconciliar, ¿ha tenido u na influencia sobre la per

cepción del ambiente vocacional por parte de los sujetos formados en es-

tos dos períodos?

d) los tres compon entes indicados (institución o casa de formación, for

mador, período pre o postconciliar) considerados conjuntamente, ¿deter

minan una diferencia de percepción del ambiente por parte del sujeto?

Para responder a estas cuatro preguntas se han utilizado los análisis esta

dísticos descritos en el Apéndice  B-7.1.  Aquí basta indicar que el número

de variables utilizadas para m edir la percepción del amb iente vocacional en

las cuatro situaciones ha sido de 7 8, para cada u na de las cuatro situaciones

El núm ero d e com paraciones estadísticas que se refieren a la percepción

del ambient e según la institución ha sido de 32; las que se refieren a la per

cepción según el formador que se ha tenido han sido de 72; y las que se re

fieren al período pr e o postconciliar han sido de 16. Por lo tanto el total d

21

las comparaciones para los tres compon entes tom ados conjuntam ente ha

sido de 120.

La s diferencias d e percepción del ambiente vocacional según  la institución.

Las diferencias

 de

 percepción

 del ambiente vocacional por parte de

 los

 s

tos según

  elformador que

 se

 ha tenido.

Ahora la pregunta que nos hacemos es si la percepción del ambiente vo-

cacional por pa rte de los sujetos varía significativamente con el cambio de

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La pregunta que nos planteamos aquí es si la percepción del ambiente

vocacional tal y como ha sido definido más arriba, varía significativamen-

te de una a otra institución (casa de form ación).

Las comparaciones que se refieren a las posibles diferencias de percep-

ción del ambiente por parte de los grupos de sujetos pertenecientes a dis-

tintas institucione s (casa de formación) son 32: 8 de estos contrastes se re-

fieren a la comparación entre las dos instituciones (las dos casas de form a-

ción) de varones, y los otros 24 contrastes se refieren a las comparaciones

entre las tres instituciones (casas de formación) de las mujeres.

Cada uno de estos contrastes se mide por el nivel de probabilidad esta-

dística correspondiente a cada una de las comparaciones hechas. Por ejem-

plo,

  se ha hallado el nivel de probabilidad que resulta de la comparación

de los valores más significativos para la autotrascencencia entre los varones

pertenecientes a una institución (casa de formación) y los pertenecientes a

otra; o bien se ha hallado el nivel de probabilidad que resulta de la compa-

ración (siempre en el caso de los varones) de las relaciones con los forma-

dores o con los compañeros. Estos niveles de probabilidad han sido des-

pués comparados entre sí.

Una prueba de significación estadística (prueba de Wilcoxon) para ve-

rificar la hipótesis de que, entre 32 comparaciones posibles, las compara-

ciones estadísticamente significativas prevalecen sobre las no estadística-

mente significativas muestra una K = 2.08; p < .02. El factor institucional,

entendido como centro de formación, parece influir, como tendencia, so-

bre la diversa percepción del ambiente vocacional. Es decir, pertenecer a

una casa de formación en lugar de otra parece favorecer, por parte de los

sujetos, una percepción subjetiva d e los diversos aspectos ambientales, pr o-

pia de esa institución, y por lo tanto diferente de las otras institucion es.

Si se considera que las variables varían de cuatro a 23 pa ra cada una de

las 32 comparaciones (cf. pp. 215-216), este resultado se fundamenta en

una configuración de 312 variables para cinco casas de formación (dos de

varones y tres de mujeres).

Sin embargo,  los resultados no son concordantes si se consideran sepa-

radamente\os

 centros de los dos sexos. De hecho, mientras que los centros

femeninos in dican que la diferencia institucional favorece una tendencia a

la diferencia de percepción del amb iente q ue es estadísticamente significa-

tiva (prueba de Wilcoxon: K = 2.39; p = .008), los centros masculinos no

indican una diferencia significativa (prueba de Wilcoxon: K  =  .35).

218

formador o de la formadora que se haya tenido.

Las comparacion es qu e se refieren a las posibles diferencias de perc ep-

ción del ambiente por parte de grupos de sujetos que han tenido forma-

dores o formadoras diferentes son 72. D e estas comparaciones, 24 se refie-

ren a diferencias entre grupos de varones que han tenido tres formadores

diversos, y 48 comparaciones se refieren a diferencias entre grupos de mu-

jeres que han tenido 4 formadoras diferentes.

La prueba de Wilcoxon aplicada a la hipótesis de que las comparacio-

nes significativamente diferentes predominan sobre las que no son signifi-

cativamente diferentes da un K  =  1.03, y por lo t anto la hipótesis es recha

zada. En el

 conjunto,

 el factor «formador» no parece favorecer una tende n-

cia que indique diferencias estadísticamente significativas entre la percep-

ción de los sujetos pertenecientes a grupos que han tenido un formador

diferente.

Aunque haremos un análisis más detallado de las diferencias entre los se-

xos en la sec. 7.3.6, a quí conviene hacer notar que, si se consideran sólo las

48 comparaciones que se refieren a las mujeres, la prueba de Wilcoxon, apli-

cada a la hipótesis indicada anteriorm ente (que las comparaciones significa

tivamente diferentes prevalecen sobre las que n o lo son), resulta en un K =

1.85; p = .03. Por lo tanto, para las mujeres, la pertenencia a un grupo que

tiene una formadora más bien que otra favorece una tendencia estadística-

mente significativa a percibir el ambiente vocacional en un modo diverso.

Este fenómeno no se verifica en el caso de los varones, para los cuales la

diferencia de formado r no lleva a tal diferencia de percepción.

Si se considera que cada una de las 48 comparaciones realizadas para las

mujeres considera entre 4 y 23 variables, el resultado se basa en una confi-

guración de 468 variables; las 72 comparaciones que incluyen

  también

 a

los varones implican por su parte 702 variables.

La s

 diferencias

 d e

 percepción

 del ambiente vocacional

 según

 el período

terior o posterior al Vaticano LL

En las

 sec.

 7.3.2 y 7.3.3 se han presentad o algunos aspectos de las dife-

rencias entre el período pre y postconciliar, como las siguientes: caracterís-

ticas de la personalidad, la composición de los cuatro subgrupos vocacio-

nales según la segunda dim ensión, la perseverancia, y el posible cambio en

la madurez de los sujetos como efecto de la formación.

219

Aquí la pregunta qu e nos hacemos se refiere en mod o m ás estricto (como

ya hicimos en el caso de la institución y el formador) al «proceso», en este

sentido: se pregunta si la percepción del ambiente vocacional por parte de los

sujetos varía significativamente del período preconciliar al postconciliar.

Las comparaciones que se refieren a las posibles diferencias de per-

cepción del ambiente vocacional por parte de grupos de sujetos dividi-

dos según la institución, el formador, y el període pre o postconciliar su-

man 120.

La prueba de Wilcoxon aplicada a la hipótesis general de que las com-

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Las comparaciones referidas a las posibles diferencias de percepción del

ambiente vocacional por parte de los grupos de sujetos formados en el pe-

ríodo preconciliar, respecto a los formados posteriormente, son 16: de las

cuales, 8 comparaciones se refieren a los varones y 8 a las mujeres.

La prueba de Wilcoxon, aplicada a la hipótesis de que las comparacio-

nes significativamente diversas (nivel de probabilidad inferior a .05) preva-

lecen sobre las que no son estadísticamente diversas, da un resultado de K

= 1.21; p =.11, y por lo tanto la hipótesis se rechaza.

En conjunto, el factor pre o postconciliar no parece favorecer una tenden-

cia hacia diferencias estadísticamente significativas por lo que se refiere a la per-

cepción del ambiente por parte de sujetos pertenecientes a grupos expuestos a

diferentes m odos de formación típicos del período pre o postconciliar.

Pero también en este caso, como cuando se consideró la influencia de

los formadores, si se consideran solamente las ocho comparaciones que se

refieren a las mujeres, la prueba de Wilcoxon (aplicada a la hipótesis de que

las comparaciones significativamente diferentes predominan sobre las que

no lo son) da un resultado de K  =  1.61; p = .05.

De modo que en el caso de las mujeres, el haber sido formadas antes o

después del concilio favorece una tendencia estadísticamente significativa

a percibir el ambiente vocacional en modo diverso

  9

.

En el caso de los varones, sin embargo, la prueb a de W ilcoxon, aplicada

a la misma hipótesis da un resultado de K  = .35 y la hipótesis se rechaza.

Esto significa que en el caso de los varones, el hecho de haber sido for-

mado en el período pre o postconciliar no ha determinado una tendencia

significativa a percibir el ambiente en modo diferente.

Si se considera que cada una de las 16 comparaciones toma en consi-

deración entre 4 y 2 3 variables, este resultado se basa en una configuración

de 156 variables.

La s

 diferencias

 de

 percepción del

 ambiente

 vocacional según

  los

 actores

 «ins-

titucional  « (casa deformación), «formador», «período pr e o postconciliar»,

considerados

 conjuntamente

Aquí la pregunta es si la percepción del ambiente vocacional varía sig-

nificativamente con el cambio de los tres factores considerados anterior-

mente, tomados en su conjunto.

9. Nóte se que aquí el análisis prescinde del hecho de que la diferente p ercepción e ntre los dos pe-

ríodos va en una dirección más bien que en otra.

220

paraciones significativamente diferentes prevalecen sobre las que no son es-

tadísticamente diferentes, da un resultado de K  =  2.43; p < .001. La hipó

tesis se confirma.

Tomados conjuntamente,

  los factores repre sentad os por la inst itu-

ción, el formador, y el período (pre o postconciliar) favorecen una ten-

dencia estadísticamente significativa a percibir el ambiente vocacional

en modos diversos por parte de los sujetos cuando se consideran estos

tres factores.

Sin embargo, la diferencia en la percepción está presente en un modo

significativo solamente en el grupo de las mujeres. La prueba de Wilcoxon

aplicada a la hipótesis señalada más arriba, en el caso de las mujeres da un

resultado de K = 3.64; p < .001. Por el contrario, para los varones, las di-

ferencias no significativas predominan sobre las significativas: K = 1.58; p

< .06. Nótese que en el caso de los varones nos encontramos ante una ten-

dencia que va en la dirección opuesta a la de las mujeres.

Si consideramos que cada uno de las 120 comparaciones toma en con-

sideración entre 4 y 23 variables este resultado se basa en una configura-

ción de 1170 variables.

Conclusiones

Los resultados de esta sec. 7.3.5 sugieren dos conclusiones:

1) Qu e el ambiente vocacional tiende a ser percibido en mo do dife-

rente m ás por p arte de las mujeres qu e de los varones; es decir, las mujeres

son más sensibles que los varones a la influencia del ambiente en su

 per-

cepción  del ambiente mismo, al menos por lo que se refiere a los tres as

pectos considerados: institución (en cuanto casa de formación), tipo de for-

mador, período pre o postconciliar.

2) Con sideran do co njunta men te a los varones y las mujeres, estos re-

sultados no son conclusivos; y eso porque son diferentes para los varones y

para las mujeres (como sucede en el caso de la institución y de perío do, pre

o postconciliar), o porque no son estadísticamente significativos (como en

el caso del tipo de formador).

La fig. 22 representa gráficamente la diferencia en la percepción del am-

biente vocacional en tre los varones y las m ujeres.

221

V a r o n e s

2

Mujer es

que las mujeres son m ás sensibles al ambient e que los varones; en el senti-

do que sus percepciones del ambiente vocacional varían, en un modo sig-

nificativo, más frecuentemente que la de los varones con el cambio de si-

ruaciones (entendidas como institución o centro de formación, como for-

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i L _ F O R M A D O R

/ — I N S T I T U C I Ó N

' cen t r o de f o r mación

^ P E R I O D O

pr e- pos t V at icano I I

1. Para las mujeres los diversos factores (fbrmadora, institución, período pre o posconciliar) favorecen una ten-

dencia estadísticamente significativa hacia percepciones diferentes del am biente vocacional: esta tendencia significa-

tiva se indica gráficamente por las líneas continuas.

2.  Para

 Tos

 varones, por el contrario, los diversos factores no favorecen la misma tendencia en un modo esta-

dísticamente significativo hacia percepciones diferentes del am biente vocacional: es lo que se indica gráficamente por

las líneas de puntos.

Figura 22.

  Diferencia en la perfección del ambiente vocacional entre varones y mujeres considerando

el formador, la institución (casa de formación) y el periodo pre o postconciliar

7.3.6

  La s

 diferencias

 d e

 percepción

  del ambiente

 vocacional entre los

 dos

sexos

En esta sección se pue den resumir las diferencias entre los dos sexos

(genders)  por lo que se refiere a la percepción del ambienre vocacional en

sus tres aspectos de institución (casa de formación), persona del formador

y período (pre o postconciliar).

Los resultados de la anterior sec. 7.3.5 ya indicaban la diferencia entre

los dos sexos en cuanto distinta sensibilidad en la percepción del ambien-

te respecto a los tres aspectos citados. Se ha visto que las mujeres parecen

más sensibles que los varones en la percepción del ambiente según los tres

factores estudiados.

En la presente sección se quiere explicitar el resultado indicado de la sec.

7.3.5 con una confirmación directa de carácter estadístico. Dicha confir-

mación fundamentalmente compara la significatividad de las diferencias

obtenidas por las mujeres  en la percepción del ambiente vocacional según

el conjunto de los tres factores (institución, formadora y período pre o pos-

conciliar) con la significatividad de las diferencias obten idas por los varo-

nes en la misma percepción (para detalles sobre este análisis estadístico, ver

Apéndice B-7-1).

Para las 120 c omparacio nes q ue se refieren a los tres factores, las dife-

rencias obtenida s por las mujeres resultan estadísticamente significativas en

modo superior a las obtenidas por los varones (comparación directa con la

prueba de Mann-Whitney: K   = 3.73; p < .001). Este resultado confirma

222

mador o como período pre o postconciliar).

¿Cuál es el significado de esta diferencia entre los dos sexos? ¿Se trata de

una diferencia qu e tiene consecuencias im portantes pa ra la personalidad de

los sujetos en formación, especialmente de las religiosas, que parecerían

«responder» más a las diferencias de ambiente?

De la observación de los datos parece que podemos responder, en mo-

do sintético, que tal diferencia de percepción no tiene consecuencias im-

portantes para el proceso de internalización de los ideales autotrascenden-

tes,

  que es el fin principal de la formación. Esta respuesta se fundamenta

en la siguiente serie de resultados; algunos de estos resultados ya han sido

presentados en este trabajo, y otros son fruto de nuevos análisis que expli-

citan o subrayan tales resultados desde el punto de vista de posibles dife-

rencias entre varones y m ujeres.

1. La mejoría de la madu rez  existencial de  las personas en formación des

pués de 4 años es igual en el caso de las mujeres y de los varones (cf

  p.

161).

2.   La mejoría de la madurez  estructural después de cuatro años, por lo que

se refiere a las disposiciones de la primera y de la segunda dimensión,

es igual en los varones y en las mujeres (p p. 161-1 62).

Las pruebas de significación de la diferencia entre las proporciones de

varones y mujeres mejorados, han resultado negativas de hecho en los

siguientes casos:

a) respecto a la primera dimensión entre  todos los varones y todas la

mujeres que mejoran tras cuatro años de formación (z = .85).

b) respecto a la prime ra dimens ión entre los varones inmaduros

 y

 las mu

jeres

 inmaduras

 que mejoran tras cuatro años de formación (z = .72)

c) respecto a la segunda dim ensión entre todos los varones y todas la

mujeres q ue mejoran después de cuatro años de formación (z = .23).

d) respecto a la segunda dim ensió n entre los varones  inmaduros y  las

mujeres

  inmaduras

  que mejoran tras cuatro años de formación

(z = .19).

3.

  La mejoría de los sujetos inma duros es igual en el caso de los varones

y de las mujeres cuan do se combinan los dos criterios,

 existencialy es-

tructural {pp.  162-164), tras cuatro años de formación. De hecho:

— criterios existencial y estructural (I dimensión): no hay diferencias

entre los varones (9%) y las mujeres (7%) que experimentan mejo-

ría (z = .29);

223

— criterios existencial y estructural (II dimensión): no hay diferencia

entre varones (9%) y mujeres (3%) que experimentan mejoría

(z =

 1.04).

4.   La estabilidad de los cuatro subgru pos vocacionales de la segunda di-

6. El porcentaje de

  transferencias

  presentes en los varones y mujeres es

prácticamente igual: 69% entre los varones y 67% entre las mujeres

(ver pp. 184-185). Este resultado indica que de hecho varones y muje-

res reaccionan transferencialmente al ambiente en la misma medida.

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mensión que permanecen diferenciados a lo largo del tiempo (cuatro

años de formación) es válida tanto para los varones como para las mu-

jeres. En los datos de la fig. 12bis (p. 144), que se refieren a los cuatro

subgrupos de la segunda dimensión, el resultado está sólo implícito,

porque varones y mujeres son analizados conjuntamente; pero los da-

tos no presentados aquí, que se refieren a la estabilidad estructural de

estos subgrupos después de dos añ os, en los que era posible hacer sepa-

radam ente el análisis para varones y mujeres, aparece que la configura-

ción de resultados representada en la figura 12bis es válida, después de

dos años, tanto para los varones como para las mujeres.

5.   Los porcentajes de perseverancia indican que, o bien no hay diferencia

entre varones y mujeres, o bien la diferencia no expresa que exista una

influencia del ambie nte sobre las mujeres más que sobre los varones, en

modo claro y predominante. En otras palabras, el posible mayor influ-

jo del ambiente sobre las religiosas no afecta a la perseverancia de las

mujeres, siempre y en todas partes, más que en los varones.

Refiriéndonos a la fig. 20 (p. 209) resulta, de hecho, lo siguiente:

a) existe una cierta diferencia entre varones y mujeres en los porcenta-

jes globales de perseverancia: de los varones (N =229 ), el 83 % (resul-

tado del 8 4% y 81% ) ab andona la vida vocacional, y de las mujeres

(N=334), abandona la vocación el 89% (que resulta del 86% y

92%) . La prueba para la diferencia entre las dos proporciones indi-

ca una z = 1.92; p = .05 (bilateral).

b) sin embargo, en el período  preconciliar no hay diferencia de perse-

verancia entre los varones (abandona el 84%) y las mujeres (aban-

dona el 86%).

c) en el período

 postconciliar

 hay diferencia entre los varones (81%) y

las mujeres ( 92% ). Prueba de significación de la diferencia entre las

dos proporciones: z = 2.75; p = .006 (bilateral).

d) finalmente, ni para los varones ni para las mujeres, n i para todos

los sujetos conjuntamente (varones y mujeres) existe una diferen-

cia significativa entre las frecuencias de perseverancia en cada uno

de los tres grupos antes del Vaticano II comparado con la frecuen-

cia posterior al mismo. El X

2

 para los religiosos y los seminaristas

(N=229) = .002; X2 para las religiosas (N=343) =.98; X? para to-

dos (N=572) =.13.

224

7. Tam poco las diferencias en el amb iente (en relación al perío do pre o

postconciliar) parecen haber tenido consecuencias notables  respecto

 a la

internalización

 de los ideales autotrascendentes en el caso de las religio-

sas comparadas con los varones. En otras palabras, las religiosas no pa-

recen haber tenido una mayor ayuda para internalizar los ideales auto-

trascendentes po r el hecho de tener esa mayor sensibilidad a la influen-

cia del ambiente, expresada por las diferencias entre los dos períodos

(pre o postconciliar).

a) Por lo que se refiere a la influencia del período (pre o postconciliar)

sobre los aspectos  estructurales de la primera y segunda dimensión

en los varones y las mujeres (cf pp. 203-205):

I

 dimensión:

  varones:  antes del Vaticano II son menos maduros que después del mismo

mujeres:   no hay diferencia

II

 dimensión:

  varones:  antes del Vaticano II son ligeramente menos maduros que después del mis

mujeres:  no hay diferencia

b) Por lo qu e se refiere a la influen cia del perío do (pre o postc oncil ia r)

sobre los

  ideales autotrascendentes

  (valores y acti tudes, evaluados tras

cuat ro años de formación):

Varones (religiosos y  seminaristas): antes del Vaticano II ligeramente más elevados que después de

mismo (Wilcoxon: K =  1.79; p = .08  bilateral)

Mujeres: después del Vaticano II ligeramente más elevados que antes del

mismo (Wilcoxon: K =

  1.61;

 p = .10  bilateral).

c) Por lo qu e se refiere a la influen cia del perí odo (antes o después de l

Vaticano II) sobre los  ideales naturales  (valores y acti tudes, evaluados

t ras cuat ro años de formación):

Varones (religiosos y seminaristas): antes del Vaticano II más elevados que después del mismo

(Wilcoxon:  K =  2.19; p = .02 bilateral)

Mujeres: antes del Vaticano II iguales que después del mismo (Wilcoxon

K=.27)

Es tos datos indican en pr imer lugar que respecto al aspecto   estructural

de l a pr imera y de l a segunda d imens ión , l a d ivers idad de ambiente v incu-

l ad a a l p e r í o d o (p r e o p o s t co n c i l i a r ) n o h a t en i d o co n s ecu en c i a s i m p o r -

tantes, especialmente para las rel igiosas. Por lo que respecta a los  ideales, los

225

resultados no permiten concluir que las religiosas sean influenciadas en mo -

do su stancialmente diferente que los varones (religiosos y seminaristas con-

juntamente). La diferencia más significativa entre varones y mujeres pare-

ce ser la que se da respecto a los ideales naturales, mientr as que en los ide-

ales autotrascendentes no hay diferencias entre ambos sexos. En su con-

mujeres en los ideales autotrascendentes correspondientes a los sujetos

maduros y a los inmaduros (Wilcoxon, K = .98). Los ideales autotras-

cendentes correspondientes a la madurez de la segunda dimensión de

hecho presentan el mismo empeoramiento en los varones y en las mu-

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jun to los resultados referidos a los ideales naturales y autotrascendentes in-

dican que no hay una tendencia mayor en las mujeres que en los varones a

ser influidas por el ambiente.

8. Tam poco los ideales institucionales (actitudes y valores, tanto auto tras-

cendentes como naturales), percibidos después de dos años de forma-

ción, consiguen diferenciar claramente a los varones de las mujeres:

Ideales a utotrascendentes.

- En cua nto valores (IFGV): varones =  mujeres (Wilcoxon, K = .08)

- En cuan to actitudes (IAM-ÍI): varones más elevados que

 las

  mujeres (Wilcoxon, K

 =

 2.08; p <

 . 0 4 )

l

 ° .

Ideales naturales:

- En cuan to valores (IFGV): varones

 =

  mujeres (Wilcoxon, K

 =

 1.53; p

 =

 .12)

-

 En cuan to actitudes (IAM-II): varones

 =

  mujeres (Wilcoxon, K

 =

 1.05).

9. Tam bién el cambio de los ideales autotrascend entes (los cuales empeo-

ran: ver pp. 176-177) de los diversos grupos establecidos según su ma-

durez estructural en la segunda dimensión

1

' es prácticamente igual pa-

ra los varones y las m ujeres.

La fig. 15 (p. 176) muestra los resultados  conjuntos, para varones y mu-

jeres a la vez, que indican un em peoramie nto d urante los cuatro pri-

meros años d e formación de los ideales autotrascendentes (líneas 6 y 7),

tanto en el caso de los maduros como de los inmaduros. El mismo aná-

lisis hech o separadamente para los varones y las mujeres de estos mismos

subgrupos de sujetos maduros e inmaduros en su segunda dimensión,

indica que no existe una diferencia significativa entre los varones y las

10.   Tén gase en cu enta que los varone s en este caso estaban bajo el influjo de la experiencia reli-

giosa intensiva (cf. pp. 177-180).

11 .

  Han sido contrastadas 18 comparaciones para los varones (N = 43) con 18 com paraciones

para las mujeres (N = 33). Las 18 comparaciones provenían de los cuatro subgrupos establecidos se-

gún la segunda dimensión ("no-nidificadores", "nidificadores", etc.) y de los dos grupos constituidos

por los perseverantes y por los no perseverantes; en cada uno de estos 6 grupos se han medid o los va-

lores, las actitudes, y los valotes

 y

  actitudes conjun tamente. Nótese también que la validez y la estabi-

lidad de la psicodinámica de los subgrupos de la segunda dimensión utilizados en estos análisis han si-

do verificadas mediante el  criterio existencinl constituido po r el índice de Mad urez del D esarrollo (ver

sec.

  5.6.3) y/o por el hecho de perseverar o no en la vida vocacional. De hecho se trata de los mismos

sujetos estudiados en la sec. 5.6.3. Por lo tanto la prueba aquí presentada se basa sobre psicodinámicas

verificadas existencialmente.

226

jeres,

  sean maduros o inmaduros. Téngase en cuenta que estos datos se

refieren precisamente al modo como los sujetos, maduros o inmaduros,

perciben los ideales autotrascendentes en el ambiente vocacional. En

otras palabras, los datos indican que el ambiente vocacional no ejerce

una influencia diferente sobre la madurez o inmadurez de los varones

comparados con las mujeres.

10 .  Hay que recordar en este punto lo dicho en el cap. 3 a propósito de la

correlación entre la segunda dimensión y los ideales autotrascendentes

o naturales en los varones y mujeres (pp. 93-94, y Apéndice B-3.1).

En la serie de resultados presentados en aquel capítulo se ha visto que

tanto para el grupo de varones como para el de mujeres

  los

 ideales auto

trascendentes corresponden a la madurez o inmadurez en la segunda di

mensió n, siendo estos ideales más elevados en los maduros y m ás bajos

en los inmaduros. Por el contrario, por lo que hace a los ideales natura

les

  los varones muestran la misma correlación (teniendo los sujetos ma-

duros ideales más elevados y los inmaduros ideales menos elevados),

mientras que las mujeres presentan una correlación inversa (teniendo

las que son más maduras ideales menos elevados y las inmaduras idea-

les más elevados). La diferente «reacción» de las religiosas a los ideales

naturales en relación con la madurez o inmadurez de la segunda di-

mensión, ha sido interpretada a la luz de la diversidad entre varones y

mujeres, en términos de la dependencia o independencia en el campo

cognoscitivo - experiencial que han compr obad o muchas investigacio-

nes (cf. Apéndice B-3.1). Téngase en cuenta además que hay una dife-

rencia filosófica entre ideales-valores naturales e ideales-valores auto-

trascendentes; de hecho, los primeros conciernen a la naturaleza mien-

tras que los segundos c onciernen a la persona (cf. Vol. I, sec. 8.2.2).

En conclusión,  las diferencias de percepción del ambiente por parte d

varones y mujeres constituyen una serie de hechos observados (cf. los da-

tos de las sec. 7.3.5 y 7.3.6); pero las

 consecuencias

 de

  tal diferencia no afe

tan al crecimiento en la internalización de los ideales autotrascendentes

propios de la vocación cristiana (cf. los datos de pp. 2 23 y ss). Se presenta-

rán más adelante (sec. 7.4, n. 2) algunas reflexiones ulteriores de carácter

pastoral, que tienen que ver con el mundo de la «percepción» en cuanto di-

ferente del de la «realidad».

227

La importancia de los resultados presentados aquí consiste justamente

en que, a pesar de que los dos sexos perciben el ambiente en modos dife-

rentes (como fue mostrado al inicio de esta sec. 7.3.6), la realidad antro-

pológica de fondo, representada por la madurez o inmadurez existencial y

por la madurez o inmadurez de la primera y segunda dimensión, así como

Algunas distorsiones del concilio Vaticano II y tam bién algunas ideolo-

gías de la revolución de la anti-estructura, han sido más o menos institu-

cionalizadas, al menos en el sentido de haber sido adoptadas como praxis

frecuente en la formación sacerdotal y religiosa en concreto, y en la vida vo-

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por la percepción de los ideales autotrascendentes, no parece ser sustan-

cialmente diferente entre los dos sexos.

7.4.  Algunas consideracion es de interés pastoral

1. En la introducción a este volumen segundo (cf. pp. 8-19) nos había-

mos formulado la siguiente hipótesis: las crisis en las vocaciones sacerdotales

y religiosas, acompañadas por u n elevado númer o de aban donos de la voca-

ción, a que todos hemos asistido en el período inmediatamente posterior al

Vaticano II han tenido lugar como consecuencia de dos series de factores.

La primera serie de factores está constituida por la combinación de al-

gunas distorsiones de las intenciones del concilio Vaticano II con la acep-

tación de ideologías (vinculadas a la revolución de la contra-cultura) que

sostenían dichas distorsiones.

Sin embargo, esta primera serie de factores parece haber actuado en u na

medida notable porque, en definitiva, estaba presente una segunda serie de

factores. En conjunto, esta segunda serie de factores puede identificarse con

una. fragilidad interior que.

 está presente en bastantes miembros de las ins-

tituciones vocacionales, fragilidad que socava el proceso de

 internalización,

de asimilación de los ideales vocacionales, y por lo tanto obstaculiza la for-

mación de convicciones personales sólidas.

Por lo tanto, la hipótesis formulada quiere defender la tesis siguiente:

las dificultades vocacionales provenientes de las distorsiones del Vaticano

II y de la revolución de la contra-cu ltura y la anti-estructura no son las que

crean  la «fragilidad» interior de tantas personas, sino que

  encuentran

 esta

fragilidad de su disposición para la internalización de los ideales vocacio-

nales, que ya está presente en dichas personas y la hacen aparecer en m odo

aún más patente.

Ahora nos planteamos dos preguntas: 1) esta fragilidad de las disposi-

ciones para la internalización ¿está realmente presente en muchas personas?;

es decir, ¿la tesis formulada más arriba está confirmada por los datos de in-

vestigación presentados hasta ahora?; y 2) ¿qué se puede hacer

  en

 general

para disminuir esta «fragilidad»?

Para responder a la primera pregunta, aquí nos limitaremos a recordar

algunos de los resultados presentados en los cap. 4, 5, 6 y 7, remitiendo al

lector a dichos capítulos para los detalles correspondientes.

228

cacional en general. Este hecho viene indicado indirectamente por la   ten

dencia a la disminució n de los valores autotrascendentes y naturales que

proclaman los sujetos en formación después del Vaticano II, en relación a

los del período preconciliar (cf. pp. 206-209).

Sin embargo, los datos de investigación parecen indicar que el impacto

de las distorsiones del Vaticano II y de la revolución secularizadora de la

anti-estructura no debe ser buscado sólo en el campo de los ideales, sino

también y sobre todo en el cam po de las dinámicas estructurales de las per-

sonas (representadas por las tres dimensiones); es más: dicho más precisa-

mente, tal impacto debe buscarse en la  inmadurez  presente en numerosas

personas, especialmente en su primera y segunda dimensión, inmadurez

que ya existía en estas personas antes del impacto pro piam ente d icho.

Para confirmar esta observación bastará recordar aquí algunos datos.

Ante tod o, la inmad urez de la segunda, tercera y primera d imensiones (cf

cap.

 5) son las que influyen negativamente en el proceso de internalización

de los ideales autotrascendentes (cf. fig. 10, p. 138).

En segundo lugar, la inmadurez de la segunda dimensión permite pre-

decir (según las leyes de la probabilidad estadística), ya desde la entrada en

la vocación religiosa su abandon o con el paso del tiem po: el 74% de los no

perseverantes son «inmaduros» en su segunda dimensión (cf. fig. 5, p. 125);

en otras p alabras, la falta de perseverancia es un signo de la ausencia de in-

ternalización de los ideales autotrascendentes; es decir, de falta de actuali-

zación existencial de dichos ideales que, sin embargo, habían sido procla-

mados en el momento de la entrada en la vocación (cf. fig. 5) o en el no-

viciado (cf. fig. 6).

En tercer lugar, no hay diferencia significativa entre personas entradas

antes o después del concilio Vaticano II por lo que se refiere al porcentaje

de sujetos qu e han aban dona do la vocación (cf. fig. 20, p. 209 ); es decir, e

impacto del período postconciliar no ha creado, sino que ha encontrado y

puesto de manifiesto, una fragilidad que había ya en los que eran «inma-

duros» en la segunda dimensión en el momento de

 su entrada

 en la vida

vocacional, es decir, también

  antes

 del concilio.

Pero hay más. Los datos de nuestra investigación indican dónde hay

que buscar especialmente dicha «fragilidad» para la internalización de los

ideales autotrascendentes, que aparece en muchas personas.

Los resultados del cap. 5 (que trata del proceso de internalización) y de

cap.  6 (que se refiere a la influencia de la formación en la capacidad de in

229

ternalización) subrayan de mod o repetido y

 convergente

 que es principal-

mente la segunda dimensión la que más influye en dicha «fragilidad», por

cuan to lim ita el ejercicio de la libertad efectiva de la persona precisame nte

en su capacidad de internalizar los valores autotrascendentes. Esto no ex-

cluye que también la primera

 y,

  ocasionalmente, la tercera dimensión ten-

esfuerzos a la formación inicial y  preventiva, y aumentar de esta manera las

posibilidades de la formación  permanente (cursos de reno vación y cosas se

mejantes) para que pueda tener efectos más extensos y más profundos?

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gan su influjo sobre dicha «fragilidad» (cf. cap. 5 y 6).

Tal «fragilidad» tiene su fund amen to filosófico en la dialéctica de base

de la persona hum ana, la cual a su vez origina el surgim iento d e diferentes

dialécticas en las personas, especialmente las dialécticas de las tres di men -

siones (cf. Vol. I, sec. 7.3.3 y 8.4). Por otra part e, esta fragilidad tiene su

equivalente teológico en la doctrina de la concupiscencia (Concilio de

Tremo,  Sessio V Decretum de Peccato  Originali, 5), en las afirmaciones del

Concilio Vaticano II que presenta al homb re dividido en sí mismo

  (Gau-

dium et Spes,

  n. 10 y 13) y en la carta a los Calatas 5, 16-17 (cf. Vol. I, pp.

268-276).

Un aspecto particular de dicha «fragilidad» está vinculado a la segunda

dimensión ; a diferencia de la primera dimensión (donde se presenta esta

fragilidad como pecado o vicio) y a diferencia de la tercera dimensión

(donde puede tener su origen en una patología más o menos patente), en

la segunda dimensión del bien real o aparente la «fragilidad» humana está

oculta por las inconsistencias

 subconscientes

 y, además, se puede manifestar

como si fuera un  bien,  aunque de hecho es sólo un bien aparente. De ahí

la dificultad para su discernimiento en el trabajo pastoral.

También nos habíamos planteado una segunda pregunta: ¿qué se pue-

de hacer en general para disminuir la fragilidad en las personas que entre-

gan su vida a una vocación sacerdotal o religiosa?

Anteriormente se han ofrecido ya algunas orientaciones pastorales que

responden a esta pregunta (cf. Vol. I, cap. 10, y las «aplicaciones pastora-

les» de los cap. 3, 4, 5, y 6 de este Vol. II).

Aquí basta con añadir una breve consideración. Los datos de investiga-

ción indican que es posible descubrir, desde el momento de la entrada en

el noviciado o en el seminario, los signos de esa «fragilidad» que cada per-

sona encontrará más tarde en su esfuerzo por internalizar los valores y las

actitudes vocacionales.

¿Por qué se espera sin hacer n ada y se deja que las dificultades deriva-

das de dicha «fragilidad» crezcan durante bastantes años transcurridos en

la vida vocacional, hasta el punto en que la situación se hace extremada-

mente tensa y a men udo incontrolable? ¿No sería más caritativo ofrecer una

ayuda lo antes posible, al comienzo de la formación, y de esta manera re-

duc ir el núm ero y la gravedad de las frustraciones? ¿No sería más útil para

los individuos y para las instituciones dedicar mayor atención y mayores

230

2.  Los datos de este cap. 7 constituyen un mensaje importante sobre el

lugar y la limitación del mundo de la percepción en contraposición al

mundo de la realidad, por lo que se refiere a la formación y al crecimiento

en la internalización de los valores autotrascendentes de Cristo.

Las sec. 7.3.5 y 7.3.6 indican que existe una diferencia en el mundo de

la

 percepción

 del ambiente vocacional entre los varones y las mujeres. Est

se verifica en el sentido de que las mujeres t ienden a ser más sensibles que

los varones al percibir las diferencias en el ambien te vocacional; pertenecer

a una casa de formación, haber tenido una u otra formadora, y haber sido

formada antes o después del Vaticano II favorece en las mujeres diferente

modos de percibir el ambiente vocacional. Por el contrario, para los varo-

nes esto se observa en grado significativamente inferior a lo que ocurre en

las mujeres; y consid erando los varones solos, la diferencia es prácticamen

te irrelevante. El mu nd o de la percepción en sus variadas formas es, sin em

bargo, un mundo que existe por sí mismo (cf. los resultados de las sec

7.3.5 y 7.3.6).

En el cap. 6 y en la sec. 7.3.6 se había constatado sin embargo que   e

realidad

las estructuras antropológicas fundamentales de la persona huma

na (las tres dimensiones) y las formas de madurez vinculadas a ellas, como

también la madurez valorada «existencialmente» permanecen generalmen

te estables en cada indiv iduo; y esto a pesar de las múltiples influencias qu

el ambiente vocacional pu ede ejercer m ediante sus aspectos institucionales

el intercambio «formativo» con los formadores, ciertos cambios de orien

tación pedagógica verificados en los períodos pre y postconciliar, y las di

ferencias de percepción del ambiente entre varones y mujeres.

Ahora bien, en la tarea de formación, que tiende a hacer crecer a la

personas en su capacidad de internalizar los valores autotrascendentes de

Cristo, parece imp ortan te o más bien indispensable conocer qué hay en e

corazón hum ano (Jn 2, 24-25), superando,  en cuanto seaposibley  en nom

bre de la caridad fraterna, la condición de la que habla 1 Sam 16, 17: e

hombre mira la apariencia, pero Dios mira el corazón.

Es útil conocer y considerar la experiencia subjetiva de los formandos

su modo de percibir la realidad que les circunda, y el modo en que un de

term inado am biente con diciona; pero a todo esto se debe añadir el traba

jo más profundo de personalización, de internalización de los valores au

totrascendentes de Cristo.

23

El recurso a encuestas, a «surveys»  y el proceso o la técnica de

 feedback,

utilizada con frecuencia para recoger las impresiones de los miembros de

una comunidad o casa de formación puede ser sugerido por la prudencia

y está de acuerdo con la práctica, ya recomendada p or San Benito en su Re-

lencia  que pueden inducir aprendizaje y crecimiento en los participantes.

Los datos del capítulo 12 [del libro de Lieberman, Yalom y Miles] sugie-

ren con claridad q ue la expresión de fuertes em ociones, positivas o negati-

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gla, de escuchar también a los más jóvenes, porque el Señor puede hablar

a través de ellos como por otros miembros de la comunidad.

Sin embargo, los datos de investigación sub rayan una vez más la im-

portancia de una cierta reserva, de un

  caveat,

 basado en el contraste, o al

menos discrepancia, que se da entre la percepción y la realidad an tropológi-

ca de fondo. Un mensaje análogo ya había aparecido en el cap. 6, a pro-

pósito de los ideales subjetivos, proclamados, que podían aparecer «mejo-

rados» durante un p rimer período de formación, para luego descender a ni-

veles inferiores a los que se daban en el momento de la entrada en la vida

vocacional (cf. en la sec. 10.3.2 del Vbl. I, pp. 340-342, las diferencias en-

tre los ideales subjetivos por su con tenido y por la función que pueden de-

sempeñar).

La «realidad» subyacente de las dimensiones —sobre todo de la segun-

da, con su componente subconsciente— es una ulterior invitación a mirar

el «corazón», más allá del aspecto externo (cf. fig. 16). Si se comparan los

datos del cap. 6, sobre la percepción del ambiente por parte de los dos se-

xos,

 con los datos del cap. 2, sobre la «realidad» antropológica, aparece más

claramen te la discrepancia entre la «percepción» y la «realidad» antro poló-

gica. Esto confirma la reserva indicada más arriba.

Fundamentar programas formativos o incluso decisiones más específi-

cas para la vida individual y comunitaria, apostólica o ascética sobre la «per-

cepción» más que sobre el conocimien to de to do el «corazón» hum ano aca-

ba legitimando una pedagogía que ha sido definida por algunos autores

 «de

la inclinación o del deseo»  (liking),  más que del crecimiento o del aprendi-

zaje

 { learning).

Lieberman, Yalom y Miles (1973), en su estudio sobre el efecto de la

dinámica de grupos o «grupos de encuentro»   {Encounter Groups)  han ha-

llado que a la hora de percibir el beneficio que suponía la experiencia que

se les ha proporc ionado en las diversas formas de grupos de encue ntro, hay

notables diferencias entre las diversas categorías de las personas que eran

preguntadas: los participantes, sus compañeros, los responsables o anima-

dores del grupo, el ambiente social externo (amigos y familiares).

Estos datos indican, por lo tan to, que la «percepción» pued e variar, in-

cluso si la «realidad» no corresponde siempre a estas percepciones. Por

ejemplo, «los animadore s de los grupos valoran la espontaneida d, la expre-

sividad, la apertura y la automanifestación, y basan su trabajo en proposi-

ciones teóricas de las que deducen que tales son los mecanismos por exce-

232

vas, un alto grado de automanifestación, tomadas en sí mismas, y la expe-

riencia de intensos acontecimientos emotivos no son mecanismos que fa-

vorecen al máximo y en un modo único un aprendizaje por parte de los

miembros. Estas, sin embargo, son experiencias vividas e intensas en la

mente de los participantes y por eso los responsables que han empleado

técnicas orientadas a tales experiencias llegan a creer que ellas son 'lo que

vale'

  {right

 on).  Quizás tanto los participantes como los animadores de los

grupos han con tribuido a la construcción de una elaborada mitología se-

gún la cual no existe evidencia de aprendizaje, sino de implicación, de in-

clinación/deseo

  {liking)

 por lo que está sucediendo» (pp. 451-452).

Según estos tres autores, de hech o es la

 realidad

 —se podría decir «an-

tropológ ica»— de los sujetos presente al comie nzo de la experiencia de

grupo (con las expectativas implicadas en ella) lo que distingue a los suje-

tos entre sí: es dicha realidad antropológica lo que diferencia a los sujetos

que han aprendido mucho  {high

 learners)

  de aquellos que han cambiad

moderadamente  {modérate changers), de los que han cambiado negativa

mente , de los que han sido perjudicados por la experiencia  {casualties), y f

nalmente de aquellos que han abandonado la experiencia.

Un programa formativo o una decisión que se basen preferentemente

en la «percepción» (de los sujetos y/o de los formadores) sin la referencia a

que se correspondan o no con la realidad antropológica de fondo de los su-

jetos,

 son inevitablemente parciales, limitados a sólo un aspecto de la per-

sona, y por lo tanto no orientada a su crecimiento. En otras palabras, es-

pecialmente a la luz de los datos sobre la madurez en la segunda dim ensión

(cf. cap. 5), en estos casos el proceso de crecimiento sigue el camino de la

identificación no internalizante y de la complacencia, más que de la iden-

tificación internalizante o de la internalización de los valores objetivos y au-

totrascendentes de Cristo.

La limitación del mundo de la percepción, en cuanto distinto del de

una realidad más global, también h a aparecido en otro estudio referido a

las elecciones preferentes de los compañeros dentro del grupo de formación

en que los sujetos viven (Imoda y Rulla, 1 978).

En este estudio se ha puesto en evidencia que jóvenes religiosos tienden

durante el noviciado a escoger a las personas preferidas basándose exclusi-

vamente en una cierta percepción de tales personas, percepción constitui-

da esencialmente por una imagen social. Las otras dimensiones más rele-

vantes para la vida religiosa o para la persona, tales com o valores o actitu-

des o necesidades más o menos subconscientes, no parecen entrar en este

proceso de elección. Y dado que una de las variables más importantes pa-

ra esta imagen social es, en este caso, la capacidad de liderazgo, se podría

aventurar la hipótesis de que encontrán dose en la situación concreta de ele-

gir a un líder, estos jóvenes tendería n a escogerlo preferentem ente fundán-

dose en esta imagen social, en esta percepción, independientemente de (o

agotar en desviadas formas de

 «psicologismo».

 El enfoque antropológico su

yacente a este tipo de «pedagogías» se mantiene anclado sólo en el mundo

subjetivo de la percepción, en el fenómeno, en aquello que los individuos,

formadores o formandos, «sienten» o «perciben», más que referido a una

realidad antropológica definida y a valores autotrascendentes revelados.

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quizá en contrad icción con) el resto de la realidad de esa persona (sus ide-

ales,

 actitudes, necesidades).

Una vez más, y siempre a la luz de los datos sobre los diferentes tipos

de madurez, especialmente en la segunda dimensión (cf. cap. 5), el proce-

so preferente para la elección no es el de la internalización de los valores au-

totrascendentes de Cristo o la identificación internalizadora, sino la com-

placencia y la identificación no internalizadora. E l mun do de la percepción

en ese caso no es sólo distinto, diferente, sino que prevalece sobre el de una

realidad más completa y teocéntricamente autotrascendente.

A este respecto se puede añadir que también el Sínodo de los Obispos

(1985),

  al tratar de las causas internas de dificultad en la recepción del

Concilio Vaticano II, subraya una lectura  parcial y selectiva y un a interpre-

tación

 superficial  del concilio (cf. «Relación final», I, 4) lo que lleva a una

presentación unilateral de la Iglesia, considerada como estructura pura-

mente institucional. Los diferentes tipos de inmadurez de las dimensiones,

sobre todo de la primera y de la segunda, pueden ofrecer una clave de in-

terpretación de este fenómeno.

Una ayuda verdaderamente formativa, que se fundamente en el cono-

cimiento del corazón humano, no se puede basar, por lo tanto, sólo en la

sabiduría proporcionada por un

  sentido común

  que considera el conoci-

miento de las cosas, personas y acontecimientos sólo en relación a sí mis-

mos (Lonergan, 1958, 1973).

Esta ayuda debe fundamentarse en una consideración teórica de cuáles son

las realidades antropológicas fundamentales y cómo están en interrelación.

Además, semejante consideración de las realidades antropológicas fun-

damentales n o puede permanecer c omo teoría abstracta, de «cosas» o «con-

ceptos», sino que debe expresar la realidad concreta de la perso na tal y co-

mo se manifiesta en las dinámicas profundas (dialécticas del sujeto) y en las

actitudes existenciales de la vida vivida. Esta realidad concreta de la perso-

na encuentra su realización auténtica sólo en la  autotrascendencia vivida de

los valores autotrascendentes de Cristo.

A la luz de lo que se ha recordado hasta aquí se pueden compr ender

mejor las limitaciones de cierto subjetivismo en la práctica de la fo rmación,

subjetivismo que puede ser una consecuencia poco feliz de una justificada

preocupación por el sujeto. Se pueden también comprender mejor las pre-

ocupaciones de los que desconfían de un enfoque formativo que se puede

214

Si es tal la situación, la experiencia que deriva de tal enfoque antro po-

lógico subjetivo es una experiencia aceptada sin sentido crítico y sin sufi-

ciente discernimiento. Aunque esa experiencia se fundamente en el senti-

do común, la ayuda ofrecida en la formación sufrirá inevitablemente: al

menos, por omisiones que frecuentemente son fundamentales; y en el pe-

or de los casos, por distorsiones quizá graves, debidas a una ignorancia de

la realidad más compleja de la persona humana, cuyo crecimiento en la li-

bertad para una autotrascendencia en los valores de Cristo debería favore-

cer la formación.

23

8

POTENCIALIDAD DE INTERNALIZAR

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Y

 CAPACIDAD DE RELACIONARSE

CO N LOS DEMÁS

8.1.  La relación con los demás vivida com o autotrascendencia teocéntric

8.1.1.

  Prem

 isas

 e

 hipótesis

Como hemos dicho repetidas veces en los Vol. I y II del presente estu-

dio,

  la persona humana y el cristiano son llamados a la libertad para la au

totrascendencia

  en el amor teocéntrico.

Por otra parte, la persona humana es, por su naturaleza, social y tal so-

ciabilidad se realiza plenamente en el amor a los demás (cf.   Gaudium e

Spes,  n. 24).

Como se ha visto en el Vol. I, pp. 230-234, el amor a Dios y el amor al

prójimo son un amor único, el cual en último análisis es teocéntrico.

Pero la relación con otras personas en el amor comporta el don total de

sí.

 Solamente esta entrega total de sí es lo que permite a la persona huma

na tanto el encontrarse plenamente consigo misma, creciendo en todas su

cualidades, como el responder a la propia vocación, y el contribuir al desa

rrollo de la sociedad (cf.   Gaudium et Spes,  nn. 24-25).

En el Vol. I (cf. pp. 256 ss.), hablando de la vocación cristiana como

don total de sí, se plantearon estas dos preguntas: 1) ¿por qué se hace la en

trega?;

 2) ¿cuál es la entida d d e esta entrega?

Al responder a la primera preg unta, se ha visto que el don de sí deb

hacerse por el bien, por el valor

 teocéntrico

 del donante y del que lo recib

que va más allá del encerrarse en sí mism o y logra la realización de am bos

23

En otras palabras,

  el don de sí en el amor

 realiza a las dos personas única-

mente si se fundamenta en una autotrascendencia teocéntrica y no en una

transcendencia egocéntrica o filantrópico-social (cf. Vol. I, 7.3.2). Por lo

que se refiere a la segunda p regunta acerca de la entidad del don , se ha vis-

to que el don de sí debe ser  total, es decir con todo el corazón, con to da el

egocéntrico, como

  consecuencia

  de una menor madurez existencial en l

dos (o tres) dimensiones, juntamente con una escasa libertad para la inter-

nalización teocéntrica en la segunda dimensión.

La subestructura específica de la segunda dimensión ha sido identifica-

da y elegida no sólo por la notable influencia de la segunda dimensión so-

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alma, con toda la mente y con todas las propias fuerzas (Mt 22, 37-39), de

modo que se pierde la propia vida por el Otro y por el otro

  {Gaudium et

Spes,

  n. 24; Le 17, 33).

En el presente capítulo 8 nos interrogam os sobre las condiciones an -

tropológicas que pueden actuar como disposiciones a la acción primaria de

la gracia para favorecer u na actu ación, una realización de las dos indicadas

características del don d e sí en la relación con los demás: la de un don te-

océntrico y la de un don total.

Los resultados de las investigaciones ya presentados en este Vol. II in-

dican que el don teocéntrico está favorecido por una disposición antropo-

lógica que comprende la madurez de la primera, de la segunda y (a veces)

de la tercera dimensión. Dichos resultados indican que la libertad para in-

ternalizar los ideales autotrascendentes es un factor importante para hacer

posible el don total de sí; en este sentido, los datos de la investigación su-

brayan la relevancia de la segunda dimensión.

Parecería, por t anto , que, supuesta la acción de la gracia, es posible for-

mular la siguiente  hipótesis:  los individuos que presentan una mayor ma-

durez

  existencial

 en la primera, en la segunda y (a veces) en la tercera di-

mensión,

 junto

  con

  una mayor libertad efectiva para la autotrascendencia

en la segunda dimensión (como  estructura), son los que deberían estar más

disponibles, más libres para vivir su relación con los demás en un modo

más favorable para su crecimiento en la autotrascendencia para un amor

teocéntrico, en lugar de crecer sólo en la autotrascendencia para un amor

filantrópico-social o egocéntrico. Esta mayor disponibilid ad para las rela-

ciones con los demás, que tienden a favorecer la autotrascendencia teocén-

trica de un modo total, vendría indicada por una específica

 subestructura,

que es parte de la segunda dimensión de estos individuos; esta subestruc-

tura será estudiada concretamente en la presente sec. 8.1.

Si esta hipótesis es verdadera, entonces debería verificarse una alta co-

rrelación entre esta subestructura de una parte, y la madurez  existencial en

las dos (o tres) dimensiones, junto con un alto grado de libertad para la in-

ternalización teocéntrica en la segunda dimensión (como estructura), por

otra pa rte; esta correkci ón debería ser significativamente más alta que la

existente en las personas que, por el contrario, tienden a vivir su relación

con los demás de modo parcial y predominantemente social-filantrópico o

238

bre la libertad para la internalización de los valores autotrascendentes, sino

también porque la segunda dimensión, estando abierta tanto a los valores

autotrascendentes como a los naturales combinados, permite, en cierto gra-

do , discernir si la autotrascendencia en el amor fomentado por ella tiende

preferentemente, hacia los valores autotrascendentes (autotrascendencia te

océntrica) o preferentem ente hacia los valores naturales (a utotrascend en

cia socio-filantrópica o egocéntrica). Es este predominio lo que la subes

tructura de la segunda dimensión estudiada en esta sec. 8.1 trata de dis

cernir de modo más explícito de lo que se consigue con la segunda dimen

sión considerada en su conjunto

1

.

En esta línea, viene bien recordar que la segunda dimensión, cuanto

más madura sea, tanto más tiende, de por sí, a la autotrascendencia para e

amor teocéntrico, y cuanto menos madura sea más se opone a tal auto

trascendencia, favoreciendo de este mod o la de un am or filantrópico-socia

o egocéntrico. Esto no quiere decir que sea imposible integrar la autotras

cendencia egocéntrica o filantrópico-social con la autotrascendencia teo

céntrica de la persona, de modo que las dos primeras puedan disponer pa

ra la tercera. Sin embargo, los dos primeros tipos de autotrascendencia teo

céntrica deben estar subordinados al fin último de la autotrascendencia teo

céntrica, que responde a las últimas cuestiones de la persona human

(cf. Vol. I, Rulla, 1990, pp. 134-137 y p. 248).

8.1.2.  Los instrumentos de

 investigación

La hipótesis formulada en la sec. 8.1.1 establece una relación entre ma

durez de la persona y relación con los demás. ¿Cuáles son las exigencias pa

ra la valoración de la mad urez de la persona y cuáles para la relación co

los demás?

1) La madurez indic ada en la sec. 8.1.1 com o postulado de las exigen

cias de la vocación cristiana es la que tiene el que puede transcenderse te o

céntricamente y hacer donación total de sí (cf. Gal 2, 20).

Esta madurez debe ser, pues, «existencial» (comprendiendo en su con

junto toda la persona y, por tanto, la madurez de la primera, de la segun

da y [a veces] de la tercera dimens ión) y debe en particular poder dispone

1.

  Nótese, sin embargo , que tal subestructura -como se verá- se diferencia, por su constitució

de la segunda dimensión.

23

de un alto grado de libertad para la autotrascendencia que, como se ha vis-

to en el cap. 5, está vinculada con la madurez de la segunda dimensión.

2) Por lo que se refiere a las exigencias para la valoración de la relación

con los demás se puede decir lo siguiente: la madurez exigida para este aná-

lisis de la relación con los demás, de la que se ha hablado en 1), no es con-

También se considera si eventualmente existen signos de desorgani

zación o psicopatología.

b) El criterio

  estructural.

 Además, a esta valoración de la madurez «ex

tencial», se añade como confirmación y ulterior especificación, la d

la madurez  estructuralpropia de la segunda dimensión. Esta valora

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siderada en sí misma, sino que debe valorar específicamente la relación con

los

 demás

  para verificar que dicha madurez de relación dispone concreta-

me nte a vivir estas relaciones de modo (p redom inante) teocéntric amen te

trascendente y total. Tal madurez en la relación con los demás debe dispo-

ner a la trascendencia teocéntrica cuando es alta y, por el contrario, dis-

pondrá a vivir las relaciones con los demás en un modo egocéntrico o fi-

lantrópicamente autotrascendente cuando sea baja.

En consecuencia, las observaciones así hechas hacen posible verificar la

hipótesis formulada en la sec. 8.1.1 y confirmar el hecho de que sólo en el

caso de un alto grado de madurez existencia , que dispone a un alto grado

de libertad para la autotrascendencia en los valores teocéntricamente auto-

trascendentes, será posible vivir la relación con los demás de modo total y

motivado por una autotrascendencia para un amor teocéntrico.

¿Cómo vienen valoradas estas dos disposiciones: la madurez personal

en general, y la madurez de la relación en concreto?

1)  La madurez

 personal.

 La madurez personal se valora conjuntamente con

un criterio existencial y otro estructura l.

a) La madurez  existencial se valora con el criterio de Madurez del De-

sarrollo (IMD), hecho después de cuatro años de formación y fun-

damentado en repetidas (tres periodos de evaluación) investigacio-

nes de varios aspectos de la persona (21 2 variables) integrados con

el resto de las informaciones específicas de la Entrevista de lo Pro-

fundo (pp. 81-8 3 y nota de la p. 156). Tal valoración es compre-

hensiva y existencial; abraza las áreas de la primer a, de la segunda y

de la tercera dimensión en el sentido que valora comprehensiva-

me nte cómo la persona afronta, existencialmente, sus dificultades

e inconsistencias en la vida concreta (compromiso religioso de ora-

ción y

 votos,

 compromiso comunitario interpersonal y compromi-

so de vida académica o profesional). Se valora si la persona tiende

pre-valentemente a afrontar y resolver tales tensiones e inconsisten-

cias según un proceso de internalización (teocéntricamente a uto-

trascendente) o no; esto es, si las diversas tensiones interfieren en su

libertad de autotrascenderse (teocéntricamente) en las manifesta-

ciones concretas existencial es que acabam os de citar: vida religiosa,

interpersonal, académica o profesional.

240

ción contribuye a poner en evidencia las disposiciones de mayor o

menor libertad hacia la autotrascendencia teocéntrica más bien qu

hacia la egocéntrica o socio-filantrópica.

Como consecuencia de los apartados a) y b) se toman en conside

ración tanto el aspecto de totalidad como el de libertad para la au

totrascendencia teocéntrica en general. Se estudian así de modo ex

plícito no sólo las personas que parecen «maduras» tanto existen

cialmente (IMD) como estructuralmente (segunda dimensión), s

no también las personas que, por el contrario, aparecen tanto exis

tencial como estructuralmente «inmaduras».

Com parand o estos dos grupos de personas, maduras e inmaduras, e

posible verificar, mediante el procedimiento y la valoración que in

dicaremos más abajo, si tal madurez/inmadurez hallan su confirma

ción y expresión específica en el modo de vivir (como disposición

las relaciones con los demás. En concreto, se puede verificar si la re

lación tiende a ser teocéntricamente trascendente y más total o má

bien trascendente sólo en modo egocéntrico o socio-filantrópico.

La madurez en la

 relación

  co n

 los

 demás.

 ¿Qué medid a o índice ha s

vido para poner en evidencia si la persona, más o menos madura, tien

de (como disposición) a vivir las relaciones con los demás en un mod

que es prevalentemente de autotrascendencia teocéntrica o de autotras

cendencia social o egocéntrica?

Co mo se ha indic ado ya en las premisas (8.1 , 1) este «índice» se mani

fiesta como una «subestructura» de la segunda dimensión , qu e es la qu

dispone a la autotrascendencia tanto teocéntrica como socio-filantróp

ca o egocéntrica. Cuando se habla de subestructura se quiere decir qu

algunas de sus dialécticas propias son com unes con las de la segunda di

mensión, pero que su configuración específica es, sin embargo, pro

fundamente diversa, tanto porque en dicha subestructura faltan las con

sistencias no defensivas, como porque la relación entre las dialéctica

mismas (consistencias defensivas, inconsistencias, etc.) es diversa, com

se verá.

La «subestructura» de la segunda dime nsión, q ue ha sido utilizada a fi

de hacer m ás explícita la prevalencia/disposición a la autotrascendenci

24

para el amor teocéntrico más bien que para el amor social o egocéntri-

co , ha sido llamada índice de Orientación Interpersonaly puede ser des-

crito como sigue:

Tal índice es esencialmente «estructural» y «finalista», en cuanto que

utiliza algunas de las dialécticas fundam entales de la persona, com o las

sean menos. Diferencias de capacidad de atracción, prestigio, influjo, po

der, debidos a diferencias de contenidos socialrnente impor tantes ha n s

do explorados por numerosas investigaciones (cf., por ejemplo, para un

exposición de las mismas, Secord y B ackman, 1974). Estas variables son la

que con stituyen el tejido de la «sociabilidad», capacidad de a ceptación, po

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consistencias defensivas, inconsistencias y conflictos (cf. fig. 1, p. 37).

Además toma en consideración la distinción fundamental entre varia-

bles «autotrascendentes» y variables «naturales»

2

.

El  índice de Orientación Interpersonal  (IOI) está constituido por la pro-

porción de las consistencias defensivas, de las inconsistencias y de los con -

flictos para las variables naturales (vocacionalmente meno s relevantes), so-

bre las inconsistencias de las variables autotrasce ndentes (vocacionalmente

relevantes, o disonantes). Dicho índice puede representarse esquemática-

mente así:

Consistencias defensivas, Inconsistencias y Conflictos pata las variables neutras

101=

Inconsistencias para las variables disonantes

Para ulteriores esclarecimiento s, incluso estadísticos, cf A péndice   B-8.1.

El índice valora el equilibrio entre el área de las consistencias defensi-

vas,

  inconsistencias y conflictos de las variables naturales (o neutras), orien-

tadas a la autotrascendencia socio-filantrópica o egocéntrica, y el área de las

inconsisten cias de las variables vocac ionalm ente disonan tes, que son un

obstáculo mayor o menor para una autotrascendencia que se halla orienta-

da teocéntricamente. En otras palabras, el índice valora el peso relativo de

una orientación hacia la autotrascendencia socio-filantrópica o egocéntri-

ca en relación a la orientación hacia la autotrascendencia teocéntrica, en el

sentido de que indica para cada sujeto en qué medida la orientación socio-

filantrópica es libre o, por el contrario, viene obstaculizada por las incon-

sistencias disonantes en el favorecer la disposición a la autotrascendencia

teocéntrica propia de la persona humana (disposición que es indicada pa-

ra cada sujeto por su madurez existencial según el índice de Madurez del

Desarrollo).

Algunas clarificaciones sobre el significado del índice

Buena parte de los cambios y valoraciones interpersonales se basan en

contenidos que son socialrnente importantes aunque vocacionalmente lo

2. Remiti mos ai lector aJcap . 1, pp. 2 2-25 ya los Apéndices A-l y A-2 par a tod o lo referente a

la diversidad de los valores naturales y autotrascendentes y, sobre todo, pira la distinción entre necesi-

dades y actitudes vocacionalmente disonantes y vocacionalmente neutras.

242

pularidad, hasta el pun to de asum ir las características de valores sociales.

Sobre la base de estos «standars» sociales, desarrollados y defendidos po

el grupo de perte nencia, es com o los individuos se valoran a sí mismos y

los demás por su capacidad de contribuir a la vida social de la comunida

o grupo. Vienen indicados por fórmulas como: «sociable» o «poco socia

ble» (afiliación), «servicial» o no (ayuda a los demás), «controlado» o «in

clinado a la expresión emotiva» (emotividad), «predispuesto a controlar

los otros y los acontecimientos» o no predispuesto (d omin ación), «realiza

dor» o «pasivamente retirado» (éxito), «capaz de reaccionar con coraje y d

superar las dificultades» y por eso quizás dispuesto a perdonar y a proba

de nuevo o fácilmente abatido, resentido y deprimido (reacción), «deseos

de novedad y de cambio» o bien «dispuesto a evitar la novedad y amigo d

la rutina y de la repetición» (cambio).

El índice de Orientación Interpersonal valora en qué medida las con

sistencias defensivas, inconsistencias y conflictos presentes en estas área

«neutras» o «naturales» que acabamos de describir, son «condicionadas» po

las inconsistencias de las variables vocacionalmente disonantes, que hace

difícil la autotrascendencia teocéntrica. En otras palabras, el índice valor

el influjo relativo del denominador de la proposición de la p. 242 sobre e

numerador de la misma proporción.

En el caso de una mayor presencia relativa de inconsistencias disonan

tes,

 y por ello opuestas a la autotrascendencia teocéntrica (denomin ado

del índice ), es lógico afirmar qu e el área de interés socio-filantrópico (nu

merad or del índice) mostrará la disposición a vivir la relación con los otro

no según las características de totalidad y de autotrascendencia teocéntr

ca, sino según las de una autotrascendencia socio-filantrópica, o bien segú

las características de u n p roceso egocéntrico.

Por el contrario, en el caso de una menor presencia relativa de incon

sistencias disonantes y, por lo mismo, opuestas a la autotrascendencia teo

céntrica es lógico afirmar q ue el área de interés socio-filantrópico indicar

la disposición a vivir la relación con los demás según las características d

una entrega al otro, que lo es también al Ot ro y que es total, porque las di

posiciones que obstaculizan la libertad tienen una presencia mínima.

El índice de Orientación Interpersonal (IOI) puede confirmar y hace

más explícito que las dos clases de madurez (la existencial de la persona

IMD, y la estructural de la segunda dimensión) son vividas en la relació

24

social en términos prevalentemente de autotrascendencia para el amor te-

océntrico, o bien en términos de una autotrascendencia para el amor so-

cio-filantrópico o egocéntrico.

Se puede resumir lo dicho anteriormente sobre los instrumentos de in-

vestigación utilizados en la verificación de la hipótesis con la fig. 23 .

ba de Mann-Whitney resulta en un K=1.90;

 p<.03.

  Cuando a los religio

sos varones se les añaden los seminaristas (N=51) se obtiene un resultado

análogo: prueba de Mann-Whitney con un K=2.23; p<.01.

Los sujetos «maduros» en los religiosos varones son el 16% de toda la

muestra, y los «inmaduros» el 45%; cuando se tienen en cuenta también a

3

8/18/2019 Rulla, L.M. Antropologia-de-la-vocacion-cristiana.pdf

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R E L A C I O N E S

I N T E R P E R S O N A L E S

C O N P R E V A L E N C I A

D E A U T O T R A N S C E N -

D E N C I A T E O C E N T R I C A

(índice de

orientación

Interpersonal)

«IOI»

Figura 23.  La madure z personal (existencial y estructural) y el índice de Orien tación Interpersonal (IOI)

8.1.3.  Verificación de la hipótesis

Se ha descrito hasta aquí: a) la valoración de la madurez, tanto la exis-

tencial (IMD) como la estructural (segunda dimensión) de la persona; b)

la posibilidad, mediante el índice (IOI), de evidenciar la prevalencia de la

disposición para vivir la relación interpersonal como autotrascendencia te-océntrica o bien solamente como autotrascendencia socio-fdantrópica o

egocéntrica. Es posible ahora verificar la hipótesis ya enunciada en  8.1.1.

La hipótesis es la siguiente: los individuos q ue ofrecen una mayor ma-

durez existencial (en la primera, segunda y, a veces tercera dim ensión,

  jun-

to  con  una mayor libertad para la autotrascendencia en la segunda dimen-

sión (como estructura), deberían tener una mayor disponibilidad y liber-

tad para vivir su relación con los demás, de tal mo do que favorezca su cre-

cimiento en la autotrascendencia para el amor teocéntrico y no sólo para

un amor filantrópico-social o egocéntrico. Confrontando, por su índice de

Orientación Interpersonal, los individuos que se hallan dotados de un al-

to grado de madurez  existencial  (IMD) y -juntamente- de un alto grado de

madurez vinculado a las estructuras de la segunda dimensión con los indi-

viduos que tienen un bajo grado de madurez tanto existencial como es-

tructural, se obtiene lo siguiente:

Páralos religiosos varones (N=41), los «maduros», en comparación con

los inmadu ros, ti enden específicamente a vivir las relaciones interpersona-

les con una mayor disposición de autotrascendencia teocéntrica. La prue-

Madurez estructural

de la  1 .

a

  Dimens ión

M A D U R E Z

E X I S T E N C I A L

I M D

(Entrevista

de lo Profundo)

Madurez estructural

de la 2.

a

  Dimens ión

Madurez

de la 3.

a

  Dimens ión

244

los seminaristas, los «maduros» son el 11% y los «inmaduros» el 45% .

En las religiosas (N =77) el resultado es, una vez más, análogo al de los

varones: la prueba de Mann -Whi tney resulta un K =2.37; p<.009.

Los sujetos «maduros» son el

  1 1 % ,

 y los «inmaduros» el 64%.

Entre las mujeres laicas (N=29) el resultado sigue la misma configura-

ción. La prueba de Mann-W hitney resulta en un K=2.06; p<.02.

Los sujetos «maduros» son el 5% , los «inmaduros» el

 7 1 % .

La hipótesis queda confirmada y la figura 23 indica gráficamente los re

sultados presentados más arriba para los tres grupos.

8.1.4.

  El índice de Orientación Interpersonal y el índice de Madurez de

Desarrollo

Cuando se hace la correlación del índice de Orientación Interpersona

(IOI) con la valoración de la madurez existencial (IM D) se obtienen los si

guientes resultados, utilizando la técnica sugerida por Wiggins (1973).

Para los religiosos varones (N= 69) un X

2

=6.54;

  p<.01;

para las religiosas (N=103) un X

2

=4.85; p=.03; para los religiosos va

rones y seminaristas juntos (N=90) un  X

2

=4.91;  p=.02;

para las religiosas y laicas juntas (N =l 14) un X

2

=6.50;

  p=.01

4

.

El grado de correspondencia entre las dos series de medición es del 72 %

para los religiosos varones, del 73% para las religiosas solas o con las laicas

y del 70 % para los religiosos y los seminaristas.

El conjunto de estos resultados indica una más elevada orientación de

autotrascendencia teocéntrica en la relación interpersonal (IOI) de los su

jetos que tienen un más alto grado de madurez de la persona (IMD).

8.1.5.  las

  tres

 dimensiones y el índice de

 Orientación Interpersonal

Hem os q uerido verificar también la hipótesis de la prevalencia de la se

gunda dimensión sobre la primera y tercera por su respectivo influjo sobre

3.   Estos porcentajes, sumados, no alcanzan el 100% po rque los casos que quedan, q ue son ma

duros según un criterio (existencial o estructural) y no según otros, no los tomamos en cuenta en este

estudio.

4.

  No es significativa la correlación p ara las laicas tomad as separ adam ente: el ji cuadrad o es 1.65

también en la dirección verificada con los otros grupos. Esto pone de relieve la util idad de combina

la segunda dimensión con el índice de Madurez del Desarrollo, para poder hacer una adecuada valo

ración del aspecto teocéntricamente autotrascendente de la madurez del índice de Orientación Inter

personal.

24

el índice de Ori entación Interpersonal. Para esta verificación se han consi-

derado seis grupos o combinaciones de subgrupos.

Los resultados de cada una de las tres dimensiones en los varios grupos

estudiados aparecen en la Tabla XIV (Apéndice C ). Co mo se deduce de es-

ta Tabla, la tercera dimensión no tiene ningún influjo sobre el índice de

S E G U N D A

D I M E N S I Ó N

P E R S E V E R A N C I A

8/18/2019 Rulla, L.M. Antropologia-de-la-vocacion-cristiana.pdf

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Orientación Interpersonal

5

. La segunda dimensión tiene siempre un influ-

jo ,  excepto en uno de los seis casos (laicas). La primera dimensión no

muestra influjo alguno sobre el IOI, excepto en uno de los seis casos que

es el de las laicas

6

.

Basándonos en los resultados de la Tabla XIV referente a la primera y

segunda d imensión se ha quer ido verificar la hipótesis de que «mientras la

segunda dimensión diferencia significativamente el IOI (en el sentido de

que los maduros de la segunda dimensión tienen una potencialidad de re-

lación teocéntricamente autotrascendente m ás elevada que los otros), la pri-

mera no la diferencia en mo do significativo».

Una prueba de Wilcoxon, aplicada a esta hipótesis, resulta en un

K=2.47; p<.007, confirmando la misma hipótesis.

La segunda dime nsión manifiesta ser la de mayor relieve de las tres en

el influjo para una prevalencia de la autotrascendencia teocéntrica sobre la

socio-filantrópica o egocéntrica en las relaciones interpersonales.

Otra comparación ha sido hecha entre la segunda dimensión y el

  índi-

ce de Orientación

  Interpersonal.

No obstante la estrecha relación que existe entre la segunda dimensión

y el índice de Or ientación Interpersonal, la función de este índice en la di-

námica total de la persona resulta más limitada y concreta si se confronta

con la de la segunda dimensión.

Por ejemplo, en relación con la perseverancia en la vocación religiosa de

los varones y de las mujeres (N=188), la segunda dimensión predice tal

perseverancia, mientras el índice de Orientación Interpersonal no lo pre-

dice;

 la correlación e ntre la segunda dimensió n y la perseverancia, con una

prueba de Man n-Wh itney resulta en un K=2.52; p<.006; la correlación,

por el contrario, entre IOI y la perseverancia, con prueba de Mann-Whit-

ney, resulta en un K=1.20 que estadísticamente no es significativo.

Estos resultados se puede n representar esquemáticam ente en la fig. 24.

5.  Nótese qu e ningu no de los sujetos estudiados por nosorros presentaba señales de psicosis.

6. Por lo que se refiere a estos resultados de las laicas, obser vando la Tabla XI V, convien e notar

que los resultados que no corresponden a la configuración general délo s datos de otros grupos, siguen,

por el contrario, ral configuración cuando las laicas son consideradas, no ellas solas, sino conjuntamente

con las religiosas, tanto en la primera como en la segunda dimensión. Añá dase a esto el hecho que, co-

mo indican los resultados de 8.1.3, las laicas siguen la configuración de los resultados de los religiosos

y

 de las religiosas. Además, una compatació n enrre las laicas (N=3 8) y las religiosas (N=10 3) para el

IOI por m edio de una prueba de Mann -Whitn ey indica que no hay diferencia significativa enrre ellas,

según las medidas

  (¡cores)

 de dicho índice (K=.7>).

246

Í N D I C E D E

O R I E N T A C I Ó N

I N T E R P E R S O N A L

( I O I )

N . B . :  Las líneas gruesas y continuas indican una correlación que no se da dond e la línea es dis

continua.

Figura 24.

  La segunda dimensión, el Índice de Orientación Interpersonal y la perseverancia

El conjunto de resultados de 8.1.4 y 8.1.5 constituyen una  validación d

índice de Orientación Interpersonal (cf. pp. 71-73); ésta es convergente con el

índice de Madurez del Desarrollo (IMD) y con la segunda dimensión, y di-

vergente con la primera y tercera dimensión y con la perseverancia (cf. fig. 24)

8.2. La relación psico-sexual con los otros y consigo mismo vivida co-

mo autotrascendencia teocéntrica

8.2.1.  Introducción e hipótesis de base

Los resultados de la sec. 8.1 han confirmado la siguiente hipótesis (cf

fig. 23) :  los individ uos que tienen m ayor mad urez existencial de la pri

mera, segunda y (a veces) tercera dimensión, junto  con  una mayor liberta

efectiva para la autotrascendencia en la segunda dimensión (como estruc-

tura),

  son los que deberían ser más disponibles , más libres para vivir su

relaciones con los demás en un modo de identificación internalizante que

favorece su crecimiento en la autotrascendencia por el amor teocéntrico

en lugar de favorecer sólo el desarrollo en la autotrascendencia por el am o

filantrópico-social o egocéntrico.

La confirmación de esta hipótesis ha puesto de relieve el hecho d e qu

la relación cristiana comporta dos elementos (cf. sec.

 8.1.1)

 que actúan

 con

juntamente en favor de una madurez en la relación misma: a) un don de s

que es teocéntricamente autotrascendente; b) un don de sí que es total y qu

por lo mismo, presupone también una  libertadpara poder actualizar (me

diante la acción antecedente y primaria de la gracia) tal autotrascendencia

medi ante el proceso de internalización de los ideales autotrascendentes.

Estos dos elementos de antropología teológica y filosófica se han con

cretado en la sec. 8.1 en dos

 disposiciones

 necesarias (aunque no suficient

de la motivación de la persona para vivir con ma durez la relación cristian

el don teo céntricam ente autotra scendente se ha puesto en relación con la

24

disposiciones de madu rez existencial de las tres dimension es; la libertad pa-

ra internalizar los ideales autotrascendentes en la relación ha resultado que

está en correlación, sobre tod o, con la madurez estructural de la segunda

dimensión. Por ello, estas dos disposiciones pueden indicarse como dos

medios de predicción de una madurez en la relación cristiana.

denc ia afectiva, la agresividad, etc.) puede utilizar las manifestaciones y las

relaciones psico-sexuales com o m edio de expresarse, ya como gratificación

o como defensa de la

 persona,

  ya como expresión de sus ideales, tambié

autotrascendentes.

Las distintas consideraciones hasta aquí aportadas en la sec. 8.2.1 per-

8/18/2019 Rulla, L.M. Antropologia-de-la-vocacion-cristiana.pdf

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En la presente sec. 8.2 se añade una nueva perspectiva, que considera

un aspecto particular de la relación cristiana: el

 psico-sexual.

  La introduc-

ción en la relación cristiana de una atención específica a sus posibles con-

notaciones psico-sexuales confirma los elementos de antropología de que

acabamos de hablar, añadiendo algunos nuevos.

Ante todo, como ya se ha indicado en el Vol. I (pp. 256-263 y espe-

cialmente las pp. 262-263) remo ntándonos también a un estudio de Bres-

ciani (1983), la relación sexual cristiana madura, sea genital o no, implica

una relación con la totalidad real de la propia persona y con la totalidad re-

al de la persona del otro; ambas no pu eden verse reducidas a fines utilita-

ristas, narcisistas del propio deseo. En dichas páginas se afirmó: «el don de

sí se mide por la realidad concreta, personal y total de la persona humana,

que es autotrascendencia teocéntrica en el amor».

Se ven así confirmados, incluso en la relación psico-sexual, los dos fac-

tores vistos en la relación cristiana en general: el de la autotrascendencia por

el amor teocéntrico y el de la libertad efectiva para vivir totalmen te los ide-

ales autotrascendentes. También para la relación psico-sexual, estos dos fac-

tores sirven para predecir y se podrían indicar como   medios de predicción

primarios  para la madurez de la relación psico-sexual. Pueden concretarse

en la madurez existencial de la primera, segunda y tercera dimensión, tal

como puede valorarse con el índice de Madurez del Desarrollo (IMD), y

con la madurez estructural de la segunda dimensión.

En segundo lugar, la Providencia ha dispuesto que exista una comple-

mentaridad biológica y psico-social entre los dos sexos. No pretendemos

hablar aquí de este complejo tem a. Se quiere sólo subrayar el hecho de que

toda  interacción

 psico-sexual,

  sea genital o no, pone en movimiento nuevas

y

 poderosas fuerzas motivacionales (esto es, fuerzas de naturaleza sexual) en

las dos personas interesadas.

En tercer lugar, es idea común entre los especialistas de la psicología

profunda y del desarrollo que el sexo (entendido no sólo como necesidad

instintiva, sino com o necesidad psico-social con dirección y orientación so-

cial) muestra una gran plasticidad

  y

  universalidad (cfi, por ejemplo, Sch-

midt, Meyer y Lucas, 1974; Emmerich, 1973). En otras palabras, el sexo

pued e estar en relación e influenciado por   muchos y diferentes aspectos o d e-

sórdenes de la personalidad; es decir, toda  fuerza motivacional déla perso-

na (como, por ejemplo, el sentido de inferioridad, la necesidad de depen-

248

miten llegar a una conclusión: existen aspectos, fuerzas motivacionales en

los individuos, que pueden constituir un índice de mayor o menor grado

de desarrollo psico-sexual alcanzado por cada persona. Se podría hablar de

un índice de Desarrollo Psico-sexual, que manifiesta las disposiciones de

persona para una madurez o no madurez en sus relaciones psico-sexuales.

Este índice de Desarrollo Psico-sexual es una relación de relativa reci-

procidad con los dos medios de predicción primarios (Madurez del IMD

y madurez estructural de la segunda dime nsión) de los que se ha hablado

anteriormente; es decir, los dos medios de predicción primarios influyen,

en cierto grado, en la formación y en el funcionamiento del índice de De-

sarrollo Psico-sexual, y -viceversa- el índice Psico-sexual  puede influir en los

dos medios de predicción primarios.

Además, el índice Psico-sexual es también un medio de la predicción

de la madurez o no madurez de las relaciones psico-sexuales de la persona

Se podría llamar medio de predicción secundario para distinguirlo de los

primarios. Si cuanto hemos dicho es cierto, es posible formular la siguien-

te hipótesis, que tomarem os c omo hipótesis básica de las observaciones que

expondremos en esta sec. 8.2 sobre la relación psico-sexual con los demás

y consigo mismo, vivida como autotrascendencia teocéntrica.

La

 hipótesis

 de base:

  los individuos que presentan mayor madurez de

primera, segunda y tercera dimensión (medida existencialmente por el

I M D ) ,

 juntamente

  con una mayor libertad efectiva para la autotrascenden

cia en la segunda dimensión (como estructura), son los que tienen un gra-

do mayor en el índice de Desarrollo Psico-sexual; a su vez, estos individuos

son los que no presentan «debilidades sexuales» en áreas referentes a la mas-

turbación, o las relaciones homosexuales o heterosexuales (según las mo

dalidades de las que trataremos). Lo contrario, es decir, el presentar «debi

lidades sexuales», se verifica en individu os que tienen un «índice de Desa

rrollo Psico-sexual» más bajo; a su vez, estos individuos tienen tam bién un

grado de madurez más bajo en el IMD y en la segunda dimensión (como

estructura). Las debilidades sexuales serían el

  criterio

  que permite estima

la validez de la hipótesis de base formulada.

Esta hipótesis se verificará sólo para las personas que desean consagra

su vida por el reino d e los cielos, esto es, los religiosos, las religiosas y lo

seminaristas. En efecto, aunqu e no se diferencian de los laicos en el fin de

2-1<

la santidad a la que todos deben tender, sí difieren en los me dios. Co mo se

verá, esta diferencia d e medios hace t amb ién más fácil, más definida la va-

loración de los datos de observación de las personas con vocación sacerdo-

tal o religiosa.

La  fig. 25 representa esquemáticame nte la concatenación d e los tres medios

(IMD), que es obtenido por medio de la entrevista de lo profundo. Esta

madurez valora la disposición a la autotrascendencia para el amor teocén-

trico y se ha hablado de ella en la sec. 8.1.2 a la que rem itimos al lector.

Además, el aspecto de la libertad para la internalización de los ideales

autotrascendentes ha sido valorado por la madurez estructural específica de

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de predicción y del criterio corres pondiente referentes a la hipótesis de base.

Madurez estructural

de la 1.

a

  Dimens ión

MADUREZ

EXISTENCIA

IMD

(Entrevista

de lo Profundo)

Madurez estructural

de la 2.

a

  Dimens ión

Madurez

de la 3.

a

  Dimens ión

RELACIONES

PSICO-SEXUALES

(índice

 de

 Desarrollo

Psico-sexual)

«IDP»

DEBILIDADES

PSICO-SEXUALES

Medios de predicción: Primarios Med io de predicción: Secundario

Criterio

Figura 25 . La madurez personal (existencial y estructural), el índice de Desarrollo Psico-sexual (IDP)

y las debilidades psico-sexuales

La presente sec. 8.2, junto a la verificación de la hipótesis de base

(8.2.3) permitirá también analizar otras numerosas correlaciones.

Un prim er g rupo de ellas se refiere a la convergencia o divergencia (es-

pecificación) que caracteriza al índice de Desarrollo Psico-sexual en rela-

ción con los distintos aspectos de la persona (8.2.4).

Otro segundo grupo concierne a las experiencias de amistades hete-

rosexuales

  (steady

 dating)  antes de entrar en la vocación y sus relaciones

con el índice de desarrollo Psico-sexual como con el resto de la persona

(8.2.5).

Finalmente, un tercer grupo muestra la relación de las debilidades se-

xuales en el conjunt o de la psicodinám ica de la persona con varios factores

de la personalidad misma (8.2.6).

8.2.2  Los

 instrumentos de

 investigación

En lo referente a la madurez

  existencial

 át  la persona, que comprende

las tres dimensiones: se expresa en el índice de Madurez del Desarrollo

250

la segunda dimensión (cf. 8.1.2, pp. 240-241). Por ello, en la verificación

de la hipótesis de base enunciada en  8.2.1,  los instrumentos nuevos utili-

zados vienen representados por el índice de Desarrollo Psico-sexual (IDP )

como medio de predicción secundario y por la valoración de las «debilida-

des psico-sexuales» como criterio.

A propósito del índice de Desarrollo Psico-sexual conviene notar que es

un medio de predicción secundario de la madurez en las relaciones psico-se-

xuales unido , a su vez, con los medios de predicción prim arios (I MD y se-

gunda dimensión estructural) a la luz y en conexión con los cuales expresa un

grado de madurez humano-cristiana en las relaciones psico-sexuales. Esta re-

ferencia del índice al conjunto d e ¡apersona se halla en correspondencia con

visión del desarrollo psico-sexual al que llegan los investigadores con temp orá-

neos más interesados en este campo (cf. una revisión de las ideas y de las in-

vestigaciones en D eaux, 1984; Markus, Cra ne, Bernstein, Siladi, 1982; Hus-

ton, 1983; Spence, Deauxy Helmreich, 1985). En una perspectiva de antro-

pología de la vocación cristiana se trata de ver el desarrollo psico-sexual co mo

un proceso que sufre la influencia de los componentes motivacionales de to-

da la persona, incluidas las fuerzas m otivantes de los valores objetivos.

El índice de

 Desarrollo Psico-sexual

 (IDP)

El desarrollo psico-sexual, tal como se entiende en el presente contexto

es parte del sistema sexual de la persona.

Según Lief (1975), tal sistema tiene los siguientes componentes: 1) El

sexo, desde el punto de vista biológico  (cromosomas, hormonas, caracterí

ticas somáticas sexuales primarias y secundarias).

2) El sexo como

  identidad

 central

 del

 género (core

 sexualidentity).

 Se d

sarrolla en los primeros dos-tres años de vida y consiste en la convicción d

la persona de pertenecer al sexo (género) masculino o femenino. Es lo que

falta, por ejemplo, en los trastornos de tipo transexual.

3) El sexo como

  identidad del género-,

  esto es, el sentido de masculin

dad o feminidad que falta en formas de dudas o conflictos relativos a tal fe-

minidad-masculinidad, como el travestismo, el fetichismo, el voyeurísmo

y el exhibicionismo.

4) El sexo como comportam ientos  relativos

 al rol

sexual o de gén ero. E

compo rtamien to relativo al rol sexual se basa en el deseo del placer sexual

25/

y, en último análisis, del orgasmo (sexo en sentido físico). El comporta-

miento relativo al rol de  género, por el contrario, se basa en los comporta-

mientos que tienen connotaciones masculinas o femeninas.

Téngase presente que se pueden separar el comportamiento sexual y el

comportamiento de género por motivo de análisis o de estudio. Pero, en el

el desarrollo de la persona. La presencia de este conflicto ha sido medida

por la valoración del Test de Apercepción Temática (TAL), teniendo pre-

sentes de modo particular los impulsos de tipo sexual. Las particulares im-

plicaciones psico-sexuales de este estadio 3 han sido elaboradas por Erik-

son   (o.c).

5.

  La presencia de nuevo en el TAT del conflicto descrito por Erikson

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funcionamiento concreto, los dos aspectos están íntimamente unidos.

El índice de Desarrollo Psico-sexual que formularemos para los objeti-

vos de esta investigación se basa fundamentalmente en las característica psi-

co-sexuales descritas en los nn. 3 y 4, sin excluir la posib ilidad de las des-

critas en el n. 2 (y en el 1).

En la elección de los elementos que constituyen este índice de Desarro-

llo Psico-sexual tenemos presentes los compo rtamiento s relacionados con el

género, no en el sentido de una aproximación

  más global

 como

  la que, ba-

sándose en los conceptos de masculinidad y feminidad, se ha desarrollado

en el concepto (psico-social) de androginia (cf. Bem, 1974, 1977); sino en

el sentido de una aproximación

  mayor

 a comportamientos tales como la

«instrumentación» y la «expresividad» que, a la luz de las aportaciones de

Spence y Helmreich (1978, 1980), de Deaux (1984), de Bakan (1966), per-

miten una predicción más completa de los comportamientos psico-

sexuales.

Lo s

 componentes

 del índice de Desarrollo Psico-sexual elegidos para la

presente investigación son 12 y se pueden describir de la siguiente manera:

1. La imagen de sí, que cada sujeto tiene en referencia a su confianza o

a las dudas referidas a la propia imagen como hombre o como mujer.

2.

 Emociones

 heterosexuales: vienen valoradas según la relativa presencia

o ausencia de miedo al sexo contrario, según la presencia/ausencia de ma-

nifestaciones del com porta mie nto, com o la intim idad física más o menos

de naturaleza genital

 {«mecking»

  o «petting»). Estas formas de compo rta-

miento han sido valoradas según la edad, frecuencia, número de «partners»

y de control de los impulsos (Loevinger, 1966) para establecer un criterio

de maduiez/inmadurez.

3.

  La motivación psico-sexual subconsciente de entrada en la vida voca-

cional cu ando elementos subconscientes de motivación psico-sexual se han

revelado como elementos que han condicionado la opción de entrar en la

vida vocacional desempeñando una función utilitaria o de defensa de los

sujetos (Vol. I, 8.3.1).

Las tres Yariables descritas hasta ahora h an sido valoradas me diante un

juicio clínico hecho durante la entrevista de lo profundo (cf. Apéndice A-

5 ;

  para ulteriores detalles de valoración estadística cf. Apén dice B -8.2).

4.  La presencia del conflicto descrito por Erikson (1950, 1959) como

iniciativa en

 oposición

 a

 ¡a culpa e  indicado por Erikson como estadio 3 en

252

como

  intimidad

  en oposición

 a aislamiento

  (estadio 6 de desarrollo). Tam

bién para este estadio valen las observaciones clínicas de E rikson indicadas

en el n. 4 sobre sus implicaciones psico-sexuales.

6. La autovaloración de cada sujeto acerca de su Yo Manifiesto (YM),

obtenida a través del «índice de las Actividades» (versión modificada)

(IAM) para la variable med ida por la escala  ••'•castidad».

1-Y1.

  La presencia (en porcentaje sobre un total de 49 variables) de 6

variables tomadas del TAT y consideradas como relevantes para una valo-

ración de la identidad vinculada al rol sexual según los resultados de la in-

vestigación de Spence y Helmreich (1978).

Cinco de estas variables: afiliación, autonomía, reacción, dominación

ayuda a

 los

 demás,

  han sido consideradas como contribución positiva par

la identidad psico-sexual, de modo que su ausencia, escasa presencia, o su

valencia negativa han sido valoradas como elementos que rebajan el índi-

ce de Desarrollo Psico-sexual y, viceversa, su presencia se ha considerado

como una aportación positiva para dicho índice. Estas variables corres-

pon den respectivamente a las escalas 21 y 22; 2; 17 y 24; 4; 7 y 9 usada

por Spencer y Helmreich (cf.

  ibid.

 Apéndice A).

Otra variable,

  emotividad,

  valorada también en porcentajes, del TAT

ha sido considerada como aportación negativa y, por lo mismo, como un

factor que disminuye, cuanto mayor sea su presencia, el grado del índice

de Desarrollo Psico-sexual. Esta variable corresponde a la escala 3 usada por

Spence y Helmreich, 1978.

Para más detalles sobre la valoración del índice Psico-sexual, véase e

Apéndice B-8.2.

La s

 debilidades sexuales

Se han estudiado tres debilidades sexuales: masturbación, homosexua-

lidad y heterosexualidad.

Al evaluar la masturbación y la homosexualidad se han adoptado crite-

rios estadísticos y clínicos y no morales. De modo semejante se han evita-

do juicios que imp liquen un legalismo estrecho o un ostracismo social. Los

criterios de valoración de los tres tipos de debilidad sexual se han adopta-

do según las modalidades de que se hablará más adelante.

25.

Antes de presentar estos criterios será buen o adelantar algunas premisas.

Es un hecho bien docume ntado por muchas investigaciones  (p.ej.,

Kinsey y otros, 1948, 1953; Kaats y Davis, 1970, 1972; Gagnon y Simón,

1973; Sorensen, 1973, para USA; y Giese y Schmidt, 1968; Sigusch y Sch-

midt , 1973 para Alemania Occidental) que la presencia de debilidades psi-

co-sexuales referentes a la masturbac ión y a la homosexualida d tiene una

a)  masturbación:  considerada como una «debilidad»

 después

 de la entr

da   tanto para los religiosos varones y los seminaristas como para las reli-

giosas si se halla presente en los cuatro años de vida vocacional persistente-

me nte (es decir, con una frecuencia superior a 6 veces al año). C om o ya se

ha indicado, la frecuencia ha sido valorada en el contexto de la psicodiná-

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frecuencia significativamente inferior en las mujeres en comparación con

los hombres de la propia edad de los sujetos de nuestra muestra.

Es cierto que la frecuencia de los comp ortam ientos relativos a estas de-

bilidades debe ser y ha sido considerada en el marco de la psicodinámica

de toda la persona. Así, para la masturbación, por ejemplo, el estar obse-

sionado y como bloqueado p or ella o también una negación rígida de la

misma

 puede

  ser signo de debilidad de la persona. Desde que Fenichel hi-

zo su aportación en 1945 hasta los estudios más recientes de Kernberg,

1975,  (el cual pone en correlación la debilidad de la persona con la falta de

control de los impulsos, la falta de tolerancia a la ansiedad, de capacidad

para encauzar las propias energías hacia fines constructivos , etc.) ha existi-

do un consenso entre los expertos acerca de la necesidad de tal valoración

global de la persona.

No obstante, tanto la valoración estadística como la clínica asumen un

significado especial cuan do las indicadas debilidades psico-sexuales se ma -

nifiestan en personas como las que siguen una vocación sacerdotal y reli-

giosa, las cuales, según los ideales por ellas mismas proclamados, quieren

integrar su sexualidad y su existencia en un proyecto de vida moral y reli-

giosa para

 las

  que ellas mismas se han comprometido libremente.

Los datos relativos a las tres debilidades psico-sexuales se han ob tenid o de

las respuestas a la entrevista de lo profundo (cf. Apéndice A-5). Estos prot o-

colos han sido analizados separadamente por tres autores que han compara-

do después los resultados de estos análisis para confirmar el consenso inde-

pendiente o para resolver divergencias de valoración. El consenso de los tres

examinadores ha sido establecido analizando la convergencia de sus juicios

en trein ta protocolos. El grado de consenso indepe ndiente oscilaba entre un

mínimo del 77%  y u n m áximo del 95 % . Estos niveles de consenso han sido

considerados estadísticamente significativos en grado elevado (p<.001).

Las  modalidades

 d e

 valoración han seguido los siguientes criterios":

7.

  Para establecer estos criterios de valoración, se han ten ido presentes da tos de investigación lle-

vada a cabo con laicos ylaicas a escala nacional o con muestras muy elevadas (p.e. , Sorensen, 1973, en

USA., y Giese

 y

  Schmidt, 1968, o Sigush y Schmidt, 1973, en Alemania Occidental). Se han utilizado

estas investigaciones porque correspon den a un periodo histórico mu y próximo al que pertenecen los

individuos de nuestra investigación. Peto téngase presente que las debilidades sexuales han sido consi-

deradas com o presentes sólo cua ndo se verificaban después del ingreso en la vocación.

254

mica de toda la personalidad, de modo tal que tiene un significado más

comprehensivo que no la frecuencia aislada;

b)

  homosexualidad:

  considerada presente si en la persona se verifican

una o dos de las siguientes m anifestaciones: 1. toda expresión física repeti-

da, como por ejemplo, el coito anal, la felación, la mu tua masturbación,

acariciar los genitales u otras partes sexualmente sensibles del cuerpo; 2.

presencia de una homosexualidad latente o falsa  {pseudo-homosexuality

Ovesey, 1969) si la persona mostraba

 persistentes

  miedos o afectos de ho

mosexualidad que influían en su comportam iento;

c) heterosexualidad:  considerada presente como «debilidad» si, despu

de la entrada, se daban un a o dos de las manifestaciones siguientes: 1.

 fre

cuentar a una persona del sexo contrario con un deseo específico conscien

te de gratificación sexual incluso física, genital o no, y 2. expresiones se-

xuales físicas de cualquier tipo.

De 51 religiosos varones, 30 (59%) pre sentaban debilidades psico-se

xuales; de 107 religiosas, 28 (26%) presentaban debilidades sexuales. De

los 19 seminaristas, 11 (58% ) tenían tales debilidades sexuales. Qu eda cla

ro que estos porcentajes comprenden la suma de los tres tipos de debilida-

des psico-sexuales, descritas anteriormente.

8.2.3  La

 verificación

 de la

 hipótesis

 de

 base

La hipótesis de base afirma: los individuos que tienen mayor madurez

en la primera, segunda y tercera dimensión (medida existencialmente por

e l IMD ) , junto  con un grado mayor de libertad efectiva para la autotras-

cendencia en la segunda dimensión (como estructura) son los que tienen

un valor más alto en el índice de Desarrollo Psico-sexual (IDP): a su vez

dichos indiv iduos son los que n o presentan «debilidades sexuales» en áreas

referentes a la masturbació n, o las relaciones homosexuales, o heterosexua-

les (según la modalidad descrita). Lo contrario se verifica con mayor fre-

cuencia en los individuos que tienen un «índice de Desarrollo Psico-sexual»

más bajo; a su vez, estos individuos tienen también menor grado de ma-

durez existencial en el IMD y en la segunda dimensión (como estructura)

Como ya se ha dicho, las «debilidades sexuales» son de este modo   e

criterio que perm ite valorar la validez de la hipótesis de base que hemo

efectuado.

255

La hipótesis exige la verificación de dos correlaciones:

1) La primera correlación es la de la madurez existencial (IMD) y es-

tructural de la segunda dimensión, tomadas conjuntamente por una par-

te , y el índice de Desarrollo Psico-sexual por otra.

Confrontando, por medio de su índice de Desarrollo Psico-sexual, los

En las religiosas (N =70) el resultado es igualmente análogo al de los va-

rones: la prueba de Mann-Whitney resulta en un   K=2.81;  p<.003.La hi-

pótesis de base viene confirmada en sus dos correlaciones: los individuos

que no presentan debilidades sexuales son los que tienen un grado más ele-

vado de madure z en el índice de Desarrollo Psico-sexual (medio de pre-

dicción secundario) y, a su vez, en la mad urez existencial (IM D) y estruc-

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individuos que se hallan dotados de un alto grado de madurez existencial

(IMD ) y -al mismo tiem po- de un alto grado de madurez vinculado a las

estructuras  de la segunda dimensión con los individuos que tienen un bajo

grado de estas dos clases de madurez, se obtiene cuanto sigue.

Entre los religiosos varones (N=39) los «maduros», en relación con los

«inmaduros», tienden a tener un mayor grado de desarrollo psico-sexual.

La prueba de Mann-Whitney resulta en un K=2.42; p<.008.

Cuando a los religiosos varones se añaden los seminaristas (N=48), se

obtiene un resultado análogo: prueba de Mann-Whitney con un K=2.48;

p<.007.

Los sujetos «maduros» en los religiosos varones son el 12% de toda la

muestra, y los «inmaduros» el

 48% ;

 con los seminaristas, los «maduros» son

el 10% y los «inmaduros» el 48%

8

.

En las religiosas (N=70) el resultado es análogo al de los varones: la

prueba de Mann-Whitney resulta con un K=3.30;  p<.001.

Los sujetos «maduros» son el 10%, los «inmaduros» el 55%.

La hipótesis de base queda confirmada y la fig. 25 indica gráficamen-

te los resultados obtenidos por los distintos grupos.

2) La segunda correlación es entre el índice de Desarrollo Psico-sexual

(IDP) y la presencia/ausencia de «debilidades sexuales» en los mismos su-

jetos después de haber ingresado en la vocación: o masturbación u homo-

sexualidad o heterosexualidad, descritas en 8.2.2.

Confrontando con su índice de Desarrollo Psico-sexual los individuos

sin «debilidades» psico-sexuales con los individuos con «debilidades» psi-

co-sexuales, da los siguiente resultados.

En los religiosos varones que tienen todos estos datos disponibles según

esta valoración (N=30) los individuos que no presentan «debilidades» se-

xuales tienen u n grado de desarrollo psico-sexual (como viene indicado por

el IDP) significativamente más elevado que los individuos que las tienen.

La prueba, de Mann-Whitney resulta con un K=2.20;  p=.01.

Cu and o a estos religiosos varones se añaden los seminaristas (N=3 9) se ob-

tiene un resultado análogo: prueba de Mann-W hitney con u n K=1.86; p=.03.

8. Estos porcentajes sumado s no alcanzan el 100% porqu e los casos que faltan, que son maduros

según un criterio (existencial o estructural)

  y

  no según otro, no ios tomamos en consideración en las

presentes observaciones.

256

tural (segunda dimensión) conjuntamente (medios de predicción prima-

rios). Por el contrario, los individuos que presentan debilidades psico-se-

xuales en la masturbación, o en la homosexualidad o en la heterosexuali-

dad, son los que tienen un grado menos elevado de madurez en el índice

de Desarrollo Psico-sexual y, a su vez, en la madurez existencial (IMD) y

estructural (segunda dimensión) combinadas.

La fig. 25 representa gráficamente los resultados indicados.

8.2.4.  El índice de Desarrollo  Psico-sexual y su posición en la psicodiná

mica de la persona

Tal como dijimos en  8.2.1, d ada la estrecha relación que existe entre el

índice de Desarrollo Psico-sexual (IDP) y la psicodinámica de toda la per-

sona, es conveniente examinar algunas correlaciones entre el índice de De-

sarrollo Psico-sexual y diversos aspectos de la personalidad.

Hay que decir enseguida que el índice de Desarrollo Psico-sexual pre-

senta, bien correlaciones de convergencia (lo que indica qu e es un elemen-

to integrado con algunos aspectos fundamentales de la persona) o bien un a

divergencia (lo que manifiesta su especificidad dentro de la psicodinámica

de la persona).

El índice de Desarrollo Psico-sexual y su convergencia con varios aspec

la persona

El índice de Desarrollo Psico-sexual converge con tres aspectos de la

persona: la segunda dimensión como estructura, las características pro-

pias de los «nidificadores» en oposición a los «no nidificadores», y las «de-

bilidades» psico-sexuales (masturbación, homosexualidad o heterosexua-

lidad).

Por lo que respecta a la correlación con la madure z/inm adurez de la se-

gunda dimensión se ha observado lo siguiente.

Todos los posibles contrastes de los sujetos maduros en la segunda di-

mensión con los sujetos menos maduros dan resultados estadísticamente

significativos. Esta valoración ha sido hecha separadamente para los dis-

tintos grupos posibles: para los religiosos varones (N=64) la prueba de

Mann-Whitney ha resultado con un K=3.18;  p<.001;  para las religiosas

257

(N=106) con un K=2.47; p<.007; para los seminaristas (N=20) con un

K=1.69; p<.05; para religiosos y seminaristas conjuntamente (N=84) con

unK=3 .31 ;p< .001 .

La significación de las diferencias así obtenidas se halla siempre en la di-

rección según la cual las personas con un mayor grado de madurez en la se-

gunda dimensión, tienen también mayor grado de desarrollo psico-sexual.

Desarrollo o IMD y la segunda dimensión como estructural) por una par

te y el medio de predicción secundario (índice de Desarrollo Psico-sexual)

existe una correlación psico-dinámica.

Si se tienen presentes los resultados de la hipótesis de base de las sec.

8.2.1 y 8.2.3 y los resultados ahora ofrecidos, se debe concluir que es im

portante para el desarrollo de las relaciones psico-sexuales en la dirección

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En otras palabras, se da una correlación positiva entre la segunda dimen-

sión y el índice.

Además, se ha constatado que los «no nidificadores» (cf. sec. 5.6, espe-

cialmente p. 139) tienen un índice de Desarrollo Psico-sexual significati-

vamente más elevado que el de los «nidificadores». La prueba de Mann-

Wh itne y aplicada a los religiosos y religiosas (N= 73). de los cuales 18 eran

«no nidificadores» y 55 «nidificadores», ha resultado con un K=3.43,

p<.001

9

.

Es import ante, en este sentido, recordar lo que se dijo en la indicada

sec.

  5.6, pp. 142-146, que la pertenencia a los dos subgrupos («no nidifi-

cadores» y «nidificadores») se basa sobre estructuras que son com o u na se-

milla; en efecto, además de diferenciar los dos subgrupos, son la premisa y

la predicción del crecimien to vocacional de la persona y, por ello, de los

grados diversos de madurez del desarrollo existencial en la vocación des-

pués de cuatro años, tal como ha sido valorado por el índice de Madurez

del Desarrollo (IMD); este crecimiento o no crecimiento vocacional de la

madurezen cuanto desarrollo existencial debería descubrirse también en el

índice de Desarrollo Psico-sexual.

Para confirmar la validez de esta predicción se ha hecho una correlación

directa entre el índice de Desarrollo Psico-sexual y el índice de M adure z

del Desarrollo para los «no nidificadores» y los «nidificadores» tomados

conjuntamente (N=73). La prueba de Mann-W hitney ha resultado con un

K=3.40;p<.001.

Este resultado indica una correlación significativa entre los dos índices

para el grupo de los perseverantes  en la vocación, es decir, los «no nidifica-

dores» y «nidificadores». Además, si se consideran los resultados de corre-

lación de la segunda dimensión con el índice de Desarrollo Psico-sexual,

que acabamos de ver, junt o a los resultados que hem os ofrecido (acerca de

la correlación entre el índice de Madurez del Desarrollo y el índice de De-

sarrollo Psico-sexual) aparece confirmada la hipótesis formulada en 8.2.1

que entre los dos medios de predicción primarios (índice de Madurez del

9. Qu ila converga recordar que no hay diferencias estructurales entre los «nidificadores» y los

«impulsados» por su capacidad de ijiternalización y por la disposición para un desarrollo futuro: cf. p.

14 5  y Tab la IX.

258

de la internalización para la autotrascendencia teocéntrica tomar en consi

deración

  contemporáneamente

 los componen tes de la persona expresado

por las tres mediciones: índice de Madurez del Desarrollo, segunda di

mensión e índice de Desarrollo Psico-sexual. Limitarse a prestar atención

a uno sólo de los tres componentes es hacer más difícil o menos probable

el crecimiento en dicha autotrascendencia.

Ya se ha dicho en 8 .2.3 lo referente a la correlación del índice de D e

sarrollo Psico-sexual con la presencia/ausencia de «debilidades» sexuales.

El índice de Desarrollo Psico-sexual y su divergencia d e varios aspec

la persona

En esta sección pretendemos poner de relieve dos puntos: 1) lo especí

fico del índice de Desarrollo Psico-sexual en relación con otros compo-

nentes de la persona y 2) su importanc ia relativa para algunos aspectos d

la vida vocacional.

Consideraremos aquí los siguientes aspectos de la personalidad.

La

 perseverancia

 en la

 vocación

El índice de Desarrollo Psico-sexual  no predice la perseverancia en l

vocación. Los resultados obtenido s al compa rar los sujetos que perseveran

con los que no perseveran por el índice de Desarrollo Psico-sexual no in-

dican ninguna diferencia estadísticamente significativa para los grupos de

religiosos varones (N=64), de los religiosos y seminaristas conjuntamente

(N= 84), y de las religiosas (N =10 6). Esto significa que la perseverancia en

la vocación no coincide con una madurez psico-sexual.

Lo s

 ideales autotrascendentes

La comparación entre las personas con un alto grado de desarrollo psi

co-sexual con otras de bajo índice respecto a sus ideales autotrascendente

no muestra ninguna diferencia estadísticamente significativa. En este sen

tido se ha llevado a cabo ta mbién un análisis estadístico de la significació

de la tendencia en los tres grupos: religiosos varones, religiosas y seminaris

tas. El resultado ha p uesto de relieve una tendencia a la no significativida

(prueba de Wilcoxon: K=2.37; p<.009).

25

Para el crecimiento de la persona en la relación psico-sexual orientada

a la autotrascendencia teocéntrica, los valores autotrascendentes  proclama-

dos no parece qu e sean por sí solos significativamente relevantes.

La diferencia entre el índice de Desarrollo P sico-sexual y la segunda di-

mensión por su capacidad de predecir la perseverancia y los ideales autotras-

La no

 correspondencia

 del índice de

 Desarrollo-Psico-sexual con la

 p

ra

 dimensión

Se ha visto la relación de fuerte convergencia del índice de Desarroll

Psico-sexual con la segunda d imensión . ¿Cuál es su correspondencia con

primera dimensión?

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cendentes combinados

Cua ndo se hace la comparación directa entre el índice de Desarrollo Psico-

sexual y la segunda dimen sión por su capacidad de predecir la perseverancia y

de discriminar los ideales autotrascendentes después de cuatro años de vida vo-

cacional, se ve que la segunda dimensión tiene significativamente m ás capacidad

de predicción que el índice de Desarrollo Psico-sexual por lo que se refiere tan-

to a la perseverancia com o a la discriminación de los ideales autotrascendentes

combinados. La prueba de Wilcoxon aplicada a  los 22 K que representan todas

las posibles comparaciones entre perseverancia  e ideales autotrascendentes de los

religiosos varones ( N=64 ), religiosas (N= 106) y seminaristas (N=20) da un re-

sultado de K=2.42; p<.008 como confirmación de la hipótesis

10

.

Mientra s la segunda dim ensión predice la perseverancia y establece una

diferencia entre sujetos con alto o bajo grado de madurez en los ideales au-

totrascendentes, el índice de Desarrollo Psico-sexual no lo hace.

Los resultados obtenidos se pueden representar gráficamente en la fig. 26.

PERSEVERANCIA

^

. ' I D E A L E S

A U J - Ó T R A S C E N D E N T E S

/ /

N.B.

  Las líneas continuas Indican una capacidad de predicción (correlaciones estadísticamente sig-

nificativas)

 .

 Las líneas discontinuas indican falta d e tal capacidad.

Figura 26.  Diferenciaentre el índice de Desarrollo Psico-sexual (IDP)  y  ía segunda dimensión por su

capacidad de pr edeci rla perseverancia y los ideales autotrascendentes

10.   Los 22 contras tes se dividen así:

 4

 para la perseverancia y 18 para los ideales autotrascen den-

tes. Los 4 d< la perseverancia se refieren a religiosos y religiosas (para la segunda dimensión y para el

índice de Desarrollo I'sico-sexual). Los contrastes para la perseverancia de los seminaristas no eran po-

sibles porque, prácticamente, todos habían abandonado la vocación después de cuatro años. Los 18

contra stes para los ideales autotrasc ende ntes se refieren a religiosos, religiosas y seminaristas para los

tres tipos devariables:valores, actitudes y valores y actitudes tomados conjuntamente.

SEGUNDA

DIMENSIÓN

Í N D I C E D E

D ESA R R O LLO

PSICO-SEXUAL

(IDP)

260

La primera dimensió n está representada p or el área de las consistencia

no defensivas. Esta área constituye un factor de fuerza en la psicodinámic

de la persona. Muchos esfuerzos en la formación se han dirigido tradicio

nalmente a reforzar o a construir estas consistencias no defensivas. Siend

las mismas prevalentemente conscientes, su presencia debe ser considerad

un factor que puede favorecer la internalización de los ideales vocacionales

Ahora nos preguntamos hasta qué punto la presencia y ausencia de la

consistencias no defensivas en la psicodinámica de la persona se halla en re

lación con el índice de Desarrollo Psico-sexual.

Los resultados son contradictorios y, por lo mismo , no concluyentes; e

concreto, sólo en el caso de las religiosas (N=106) existe una correlación

significativa.

El grado de consistencias no defensivas  por sí solo  no puede ser cons

derado factor suficiente para favorecer un desarrollo en el área psico-sexua

La no

 correspondencia

 del índice de

 Desarrollo Psico-sexual con

 la

 t

dimensión

La pregunta que se formula aquí es si el índice de Desarrollo Psico-sexua

tiene correlación con signos de psicopatología (tercera dimensión, tal com

se mide con el Minnesota Multiphasic Personality Inventory [MMPI] según

fórmula de Cooke , cf. cap. 3 y Apéndice B -3.2).

En ninguna de las comparaciones entre «normales» y «desviados» co

la prueba de Mann-Whitney ha resultado una diferencia estadísticament

significativa po r su índic e de Desarrollo Psico-sexual.

Estos resultados pueden comprenderse m ejor si consideramos que l

tercera dimensión tiene como horizonte los valores naturales, mientras e

índice de Desarrollo Psico-sexual puede  tener relación con los valores au

totrascendentes, aunque no como su horizonte cualitativamente específic

(cf. por el contrario en la fig. 26 la diferencia del ín dice de D esarrollo Ps

co-sexual de la segunda dimensión).

Se ha querido confirmar esta explicación comparando los 9 K obten

dos al relacionar los «desviados» y los «normales» (tercera dimens ión) po

sus ideales autotra scenden tes con los 9 K logrados al relacionar los sujeto

más maduros y los menos maduros según el índice de Desarrollo Psico-se

xual por sus ideales autotrascendentes. La prueba de Wilcoxon para las di

26

ferencias entre las series de K, ha resultado en K=1.95;

 p<.03.

 La correla-

ción con los ideales autotrascendentes es significativamente más alta para

el índice de Desarrollo Psico-sexual que para la tercera dimensión.

Esta correlación más elevada del índice de Desarrollo Psico-sexual con

los ideales autotrascendentes en comparación con la tercera dimensión pue-

(N=190), el X

2

 es =.10. Estos X

2

  son el resultado de la aplicación de la té

nica de Wiggins (1973).

Los resultados de estos análisis muestran por ello que los dos índice

tiende n a subdividir las personas en alto y bajo grado de los respectivos ín

dices según criterios diferentes.

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de comp renderse teniendo delante algunos significados simbólicos (cf. Vol.

I,

  8.5.3)

 que se hallan presentes en el índice de Desarrollo Psico-sexual y

ausentes en la tercera dimensión.

La no

 correspondencia

 del índice de

 Desarrollo Psico-sexual con las

 consis-

tencias defensivas

El grado de consistencias defensivas, considerado aislada mente, ¿está en

correlación con el índice de D esarrollo Psico-sexual?

Los resultados son de nuevo contradictorios en los diversos grupos y,

por lo mismo, no permiten sacar conclusiones.

El grado de consistencias defensivas, por sí solo, presente en las psicodi-

námicas individuales no parece caracterizar y distinguir a las personas con

mayor o menor desarrollo psico-sexual. En este sentido parece que un de-

sarrollo psico-sexual limitado es un hecho que no puede ser explicado, ni

sólo por la psicopatología (cf. la parte precedente), ni como un fenómeno

vincu lado a la sola función defensiva; en realidad, no aparece vinculado de

modo consistente ni siquiera a la presencia o ausencia de las consistencias

no defensivas por sí solas (cf. p.261).

La no

 correspondencia

 del índice de

 Desarrollo Psico-sexual con

 el índice

de Orientación Interpersonal (IOI)

a) Cuando individuos con un grado elevado de madurez, según el índi-

ce de Orientación Interpersonal (IOI), han sido comparados con otros de

bajo grado de IOI por su grado de desarrollo según el índice de Desarrollo

Psico-sexual, no se ha notado n inguna diferencia estadísticamente signifi-

cativa que pudiese indicar una asociación entre estos dos tipos de m edida.

En los religiosos varones (N=64) la prueba de Mann-Whitney resulta

en un K=.78; en las religiosas (N=106) en un K=.77; y en los seminaristas

(N=20)en un K=.50.

b) Cuando la distribución de los sujetos que tienen una puntuación al-

ta o baja en el índice de Orientación Interpersonal (IOI) se ha comparado

con la distribución de los mismos sujetos por su puntuación de alto o ba-

jo desarrollo según el índice de D esarrollo Psico-sexual, el grado de corres-

pondencia no logra nunca significación estadística: para los religiosos va-

rone s (N=64) el X? es =.06; para las religiosas (N= 106) , X

2

 =.80; para los

seminaristas (N=20) el X

2

es =01, y para todos los sujetos en conjunto

262

La orientación de relaciones interpersonales (IOI) no coincide con l

de mayor o menor desarrollo psico-sexual (IDP) y viceversa.

Un a conclusión

Consid erando en su conjunto los distintos aspectos de convergencia d

índice de Desarrollo Psico-sexual (IDP) con algunos componentes de l

personalidad por una parte, y por otra, considerando también los aspecto

de divergencia con otros com ponentes de la personalidad se puede conclu

que el índice de Desarrollo Psico-sexual posee una validación convergent

y divergente (cf. p. 72).

Esto significa que dicho índice mide adecuadamente el aspecto de de

sarrollo psico-sexual en cuanto está en correlación con elementos funda

mentales de la madurez de la persona; por otra parte, esta medida se dife

rencia sustancialmente de otros aspectos importantes de la persona mism

y, por ello, representa un área específica del desarrollo del in dividu o.

No obstante, el área de acción correspondiente al índice de Desarroll

Psico-sexual en la dinámica de la persona resulta más limitada en compa

ración con la de los medios de predicción primarios (índice de M adure

del Desarrollo [IMD], y segunda dimensión como estructural), aunqu

guarde correlación con ellos.

8.2.5.

  La

 experiencia

 de

 amistades

 heterosexuales, el desarrollo psico

y el crecimiento vocacional

La pregunta que a quí se plantea es si las experiencias de

 amistades

 he

rosexuales,  tenidas

 antes

 de entrar en la vida vocacional bajo la forma de

lación prolongada y con intensidad afectiva con personas del otro sexo

  (s

ady dating)

 han tenido influjo en el grado de madurez psico-sexual del in

dividuo, así como sobre otros aspectos relevantes de la personalidad. Este in

flujo, en último análisis, hay que considerarlo desde el punto de vista de ma

yor posibilidad de internalizar los ideales autotrascendentes de la vocació

Una mayor implicación de esta pregunta puede hallarse en una nuev

pregunta formulada de modo que abarque un radio de acción más ampli

(y a su vez implícito, por lo que respecta a las amistades heterosexuale

descritas más arriba): el ejercicio del  rolsocialo  de un  conjunto de rol

¿puede constituir, por sí mismo, un factor que contribuya al crecimient

26

en el desarrollo, no sólo psico-sexual, sino también de la madurez voca-

cional? En otras palabras: ¿existe una relación entre la experiencia hecha

bajo forma de vivir roles psico-sociales y el crecimiento o el cambio e n las

estructuras fundamentales de la personalidad? Utilizando la expresión de

Emm erich (1973) se podría reformular esta pregunta de este otro m odo:

La  frecuencia de la experiencia d e amistades heterosexuales en los su

tes

 de la entrada en la vida

 vocacional

a) Religiosos varones y seminaristas han referido haber t enido estas e

periencias de amistad más frecuentemente que las religiosas. La pro

porción en los varones es significativamente más alta que la de l

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¿la experiencia del rol

 (performance)

 está en relación con la capacidad de desa-

rrollo (competence)? Esta pregunta sugerida por Em merich, en el contexto de

un estudio sobre la vocación cristiana, se convierte en esta otra: ¿puede la ex-

periencia y el ejercicio de un rol ser útil para el crecimiento del individuo en

su posibilidad de internalizar los valores autotrascendentes de Cristo?

A propósito de las amistades heterosexuales más comprometidas, como

las ya estudiadas, ventajas e inconvenientes han sido formulados por di-

versos autores e investigadores (p. ej. Kobler, Rizzo y Doyle, 1967; M ietto,

1967; Vergote, 1969; Godin, 1983). Además de estas publicaciones, quizá

se puede ofrecer una modesta aportación al problema con lo que a conti-

nuación exponemos.

Definición de la

 experiencia

 d e

 amistades heterosexuales

Las amistades heterosexuales en los análisis siguientes han sido consid e-

radas exclusivamente como el conjunto de comp ortamientos que, por su fre-

cuencia y com promiso afectivo, pueden ser designadas com o steady dating.

Del Inve ntario Biográfico (cf. Apéndice B-4 en el libro de 1976) se han

obtenido informaciones pertinentes a estas amistades en cuanto que los in-

dividuos debían responder a dos preguntas separadas concernientes a la

amistad ocasional

 (dating)

 y a aquella más persistente y afectivamente com -

prometida  (steady dating). Esta distinción en la pregunta debería haber ayu-

dado a los individuos a discriminar estos dos tipos de situaciones.

Sin embarg o, para mayor precisión, las respuestas dadas en el Inventario

Biográfico han sido también controladas por medio de informaciones ob-

tenidas a través de la entrevista de lo profundo para confirmar y -si fuese ne-

cesario- corregir las afirmaciones presentadas en el Inventario Biográfico.

Han sido utilizados criterios de comportamiento para establecer la pre-

sencia/ausencia de estas experiencias para cada individuo. (Factores motiva-

cionales y elementos de identidad sexual no han sido considerados en esta fa-

se del proceso de recogida de informaciones en la Entrevista de lo Profundo).

Una   amistad

 heterosexual

persistente  y afectivamente comprometida ha

sido considerada como existente cuando el sujeto había frecuentado a su

pareja  (partner) del sexo opuesto en tre dos y cuatro  veces a la semana en un

periodo de tres o cuatro meses (como mínimo) dando algunas señales de

implicación física o afectiva/emotiva.

264

religiosas (prueba de diferencia entre dos proporciones: z=1.93

p=.05, bilateral).

b) No había, sin embargo, diferencia significativa entre las propo rcio

nes de las experiencias de los religiosos varones (sin los seminarista

y las de las religiosas (z=1.47; p= .l4 , bilateral).

c) Resu miend o, habían tenido esta experiencia:

De 64 religiosos varones 25 (39%).

De 103 religiosas 29 (28%).

De 20 seminaristas 10 (50%)

La

 experiencia

 d e

 las amistades

 heterosexuales y

 las características

 de

sonalidad

El aspecto más relevante de todos estos análisis es la ausencia de una cla

ra y consistente correlación entre el hecho de haber tenido una amista

persistente y afectivamente comprometida con personas de otro sexo (an

tes del ingreso en las instituciones vocacionales) y todas las variables de l

personalidad tomadas en consideración:

1.

  Perseverancia o no perseverancia

2.   Presencia o ausenc ia de transferencias

3.

  Gra do de consisten cias defensivas

4.   La prime ra dimensió n como grado de consistencias no defensiva

5.  La segunda dimensión

6. La tercera dime nsión como posible presencia de señales de psico

patología

7. Los ideales autotrascendentes

8. Los ideales naturales

9. El índice de Desarrollo Psico-sexual

10.

  El índice de Orientación Interpersonal

11 .

  El índice de Madurez del Desarrollo (IM D) después de cuatro año

12.  Percepción consciente o subconsciente del pasado familiar e

términos de armonía/desarmonía con los padres

13.

  Religiosidad de los padres percibida conscientem ente y expresad

en el Inventario Biográfico

14.

  Presencia o ausencia de motivación subconsciente psico-sexual e

la entrada en la vida vocacional

15 .

  «Debilidades» psico-sexuales: o mas turbac ión, u homosexu alidad

o heterosexualidad.

26

Estos resultados indican que la experiencia de amistades heterosexuales

persistentes y afectivamente comprometidas no aparecen en correlación

con las 15 variables de la personalidad que acabamos de enu mera r cons-

tatando un hecho que no comporta juicio alguno favorable o desfavorable

Sacerdotes que han abandonado (por año de abandono)

1970

1969

Puntuac. m edias

6.9

6.6

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sobre estas amistades.

Una con clusión obvia parece ser el que,

 por sí solas,

  estas amistades

no parecen ser importantes en su influjo en los diversos aspectos de la

personalidad que hemos considerado.

En la misma línea de esta conclusión que acabamos de exponer va

la investigación hecha en los estados Unidos por el «National Opinión

Research Center» (Greeley y otros, NORC, 1971). En esta investiga-

ción, la experiencia del rol psico-sexual para una relación heterosexual

tiene aún mayor relieve cuando se trata de la adaptación con el cónyu-

ge en el matrimonio por parte de sacerdotes católicos que han dejado

el ministerio y se han casado. La investigación ha sido hecha por me-

dio de un cuestionario que pedía la opinión de los sacerdotes que ha-

bían abandonado el ministerio y se habían casado. Los investigadores

han obtenido 843 respuestas referentes a muchos temas, incluidas las

informaciones sobre las relaciones conyugales. Tales informaciones

constituyen una medida de «Adaptación conyugal» (Bradburn, 1969;

Orden y Bradburn, 1968, 1969) subdividida en tres índices: el índice

de tensión conyugal, el Índice de sociabilidad, el índice de asociación

(marital companionship).

  Combinando el primer índice con los otros

dos tomados juntamente, los investigadores han obtenido una «Escala

de equilibrio en la adaptación conyugal»

  (Marriage Adjustment Balan-

ce Scale)  expresión del nivel de satisfacción conyugal.

La fig. 27 (cf. p. 267) aporta los resultados según el año de abandono del

ministerio sacerdotal en comparación con los resultados obtenidos con una

muestra de varones que habían completado los estudios del «College».

La puntuación media obtenida con la «Escala del equilibrio en la

adaptación conyugal» para todos los sacerdotes que han abandonado el

ministerio es al principio más alto que la de los varones americanos, en-

tre 26 y 45 años, que han com pletado el «College». No obstante, en los

sacerdotes, con el pasar del tiempo, este más alto nivel de adaptación

conyugal disminuye progresivamente hasta colocarse en un punto más

bajo que el de los varones que habían completado el «College». «Cual-

quiera que sea la explicación, los ex-sacerdotes católicos parecen experi-

mentar mayores tensiones en el matrimonio que el típico varón ameri-

cano que ha com pletado el «College», y estas tensiones aument an con el

pasar de los años» (NORC, 1971, p. 298).

266

1968

1967

1966

1964-65

Media de puntuación

Varones que han completado el «College» (Por edad) *

26-35

36-45

46-55

6.2

5.8

4.9

5.0

6.1

5.5

5.4

6.4

* D a t o s

  de l

  « N O R C H a p p i n e s s S t u d y » , 1 9 6 3 .

Figura 27.  Puntuaciones de la escala de equilibrio de adaptación conyugal de los sacerdotes que h

abandonado el ministerio y de los varones que han completado el «College»

Algunas

 reflexiones

  finales

Nuestros resultados sobre las amistades heterosexuales persistentes

comprometidas afectivamente son, en cierto sentido, semejantes a las de

N O R C por lo qu e se refiere a las relaciones entre el ejercicio del rol y cie

tas estructuras de la persona.

A la luz de nuestros resultados surge la pregunta: ¿por qué las indicad

amistades heterosexuales no mejoran la capacidad de internalización de lo

ideales auto trascendentes?

El ejercicio de los roles favorece la internalizació n de los ideales auto

trascendentes si la libertad efectiva para dicha internalización no viene ob

taculizada por la psicodinámica del indiv iduo, especialmente por las in

consistencias inconscientes de la segunda dimensión. Véanse a este propó

sito los resultados expuestos en las pp. 257- 259 según los cuales los «nid

fícadores» (que hallan su principal obstáculo en las inconsistencias sub

conscientes de la segunda dimensión) tienen un índice de Desarrollo Ps

co-sexual más bajo qu e los «no nidificadores»; los nidificadores presenta

una menor libertad efectiva para vivir los roles de la relación psico-sexua

según un proceso de internalización de los ideales autotrascendentes.

Esta menor libertad, y por lo mismo menor posibilidad de internaliza

ción viene confirmada, ta mbién existencialmente, por la correlación del In

26

dice de Desarrollo Psico-sexual de los «no nidificadores»/»nidificadores»

con su madurez/inmadurez, según el índice de Madurez del Desarrollo

(IMD) de la persona (cf. pp. 257-259).

Por ello, de modo más amplio y general, se podría decir que el ejercicio

y la experiencia del rol (también de los roles no psico-sexuales) es útil para

la internalización si el individuo goza, como presupuesto  de una suficiente

ferencia estadísticamente significativa para los siguientes aspectos de la per

sonalidad:

1. La experiencia de amistades heterosexuales frecuentes y afectiva

mente comprometidas (cf. 8.2.5).

2.

  La perseverancia o falta de la mism a en la vocación.

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libertad efectiva para la internalización, y por eso, de una cierta madurez

existencial (cf. Vol. I,  sec. 10.4.2).

En esta línea conviene recordar que, como repetidamente los datos de

la presente investigación nos han indicado (cf. sec. 5.6 y cap. 7), el 60 -80 %

de los sujetos que siguen la vocación y que hemos estudiado no parece que

gocen de la indicada libertad efectiva para internalizar y de una madurez

existencial.

Por ello, las oportunid ades ofrecidas a los individuos p ara el crecimien-

to en la capacidad de internalizar los ideales autotrascendentes, tanto me-

diante las relaciones interpersonales (cf. sec. 8.1) como mediante las rela-

ciones psico-sexuales (cf. sec. 8.2), son útiles si tales individuos poseen ya

un cierto grado de libertad efectiva, libertad que no es obstaculizada por

desarmonías interiores centrales conscientes, o sobre todo, inconscientes.

En efecto, si las personas son verdaderamente libres, tienden a optar por los

valores autotrascendentes de lo que es importante de por sí para el Reino

de Dio s, en lugar de los valores naturales que son im portantes para mí

 y

 en

contradicción con el Reino de Dios. Después de todo, el objetivo final de

la vocación cristiana no es la autorrealización, sino el amor teocéntrica-

men te autotrascendente de sí mismo y de los demás.

8.2.6.  La

 relación

 i e

  las debilidades sexuales con los

 distintos

 factores

 de la

personalidad

El fin de esta sección es estudiar las «debilidades» psico-sexuales (defi-

nidas en las pp. 253-255) en el conjunto de la dinámica de la persona y por

ello analizar más específicamente la relación que estas debilidades pueden

tener con varios aspectos de la personalidad.

Consideraremos, ante todo, los elementos de la personalidad que no

parecen presentar u na relación significativa con tales debilidades. Se verán,

a continuación, algunos elementos de la personalidad que parecen estar re-

lacionados con las mismas.

Las debilidades psico-sexuales y

 los elementos

 no

 correlacionados

Relacionando los individuos que presentan debilidades psico-sexuales

con los que carecen de ellas se deduce que n o existe entre ellos ningun a di -

268

3.

  La motivación psico-sexual subconsciente para entrar en la vida vo

cacional.

4.   El índice de Orientación Interpersonal (IO I).

5.

  La percepción del pasado de la familia en término s de armon ía/de

sarmonía, como percibidas conscientemente (Inventario Biográfico

o subconscientemente (Entrevista de lo Profundo).

6. La primera dim ensión: el grado de consistencias no defensivas (ter

cer  testing)  en los sujetos con debilidades sexuales en comparació

con los que carecen de las mismas ofrecen resultados contrastante

y, por lo m ismo, no concluyentes en los tres grupos de religiosos, re

ligiosas, y religiosos con seminaristas.

Las debilidades psico-sexuales y

 los elementos

 de la personalidad

 vincu

con ellas. L os ideales autotrascendentes  y naturales

Los ideales autotrascendentes, medidos (tercer  testing) según las 12 a

titudes (IAM, IP-II; cf. Apéndice A-2) y p or los 7 valores (IFGV; cf. Apén

dice A-4), no son discriminadores en la comparación directa entre sujeto

con deb ilidades psico-sexuales y los que carecen de tales debilidades; no s

dan diferencias estadísticam ente significativas en tre los dos grupos.

Lo mismo se debe decir para las 23 actitudes (IAM, IP-II) y para los 12

valores (IFGV) que conciernen a los ideales naturales.

También  se han analizado las tendencias de estas diferencias no significativ

Mien tras no aparece ninguna tendencia significativa para los ideales au

totrascendentes (prueba de Wilcoxon sobre 9 K: K=.71) o para   todoslo

ideales, autotrascendentes y naturales tomados conjuntamente (prueba d

Wilcoxon sobre 18 K: K=1.06), los ideales

  naturales,

  por sí solos, mani

fiestan una te ndencia significativa en el sentido de que las personas con de

bilidades psico-sexuales tie nden a elegir ideales naturales más elevados qu

las personas que carecen de ellas (prueba de Wilcoxon: K=1.84; p=.03).

Se ha sometido también a verificación la hipótesis de que existe una

tendencia en los sujetos

  con

 debilidades psico-sexuales a elegir ideales au

totrascendente s más bajos y, al mismo tiem po, ideales naturales más eleva

dos en com paración con los sujetos  sin debilidades psico-sexuales. La prue

ba de Wilcoxon aplicada a las 18 comparaciones pertinentes resulta en un

K=1.53; p=.06 en favor de la hipótesis.

269

La segunda y

  tercera

 dimensión

A. La  segunda dimensió n. D e ella se ha hablado ya indirectamente al

presentar la hipótesis de base (cf. 8.2). Como se ha visto, la segunda di-

mensión se halla correlacionada con la presencia de debilidades sexuales só-

lo indirectamente. Esto aparece por el hecho de que la segunda dimensión

lidad): para esta distinción entre formas más graves y menos graves, cf. Vol

I, pp. 168 y

 s s.

11

.

Se han hecho dos confrontaciones estadísticas: una c on los sujetos más gra-

ves del estadio 3 de Kernberg y otra con los sujetos menos graves del estadio

4,  valorados como pertenecientes al estadio 3 ó 4 según el juicio clínico de la

entrevista de lo profundo (cf. p. 98, con nota 3, así como Apéndice B-3.2).

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se correlaciona significativamente co n el índice de Desarrollo Psico-sexual

(IDP) el cual, a su vez, está correlacionado significativamente con la pre-

sencia de debilidades psico-sexuales.

B.  La

 tercera

 dimensión. La tercera dimensión ha sido medida utilizando

la Fórmula de C ooke sobre los datos del Minnesota M ultiphasic Personality

Inventory (MMPI). Se ha hallado una correlación entre la presencia de de-

bilidades psico-sexuales y la presencia de signos/síntomas de psicopatología.

Para los religiosos varones (N=51) la prueba de Mann-Whitney ha da-

do un K=2.83; p=.002, indicando que los sujetos con debilidades psico-se-

xuales m uestran más signos de psicopatología (desviación) que aquellos sin

debilidades (normalidad).

Para las religiosas (N=107) se ha hallado el mismo resultado significa-

tivo (prueba de Mann-Whitney: K=1.70; p=.04).

Para los grupos combinad os de religiosos varones y seminaristas (N=72)

se ha obtenido un resultado análogo (prueba de Mann -Whitne y: K= l.64 ;

p<.05).

Otras

 observaciones

Los resultados que acabamos de ofrecer sobre la segunda y tercera di-

men sión en relación con las debilidades psico-sexuales, han sugerido la re-

alización de ulteriores análisis. El fin de los mismo s es verificar con mayor

profun didad cuáles son las posibles diferencias entre la segunda dim ensión

y la tercera, en sus correlaciones con las debilidades sexuales y con el ín di-

ce de Desarrollo Psico-sexual. Un estudio de las posibles correlaciones del

índice de Desarrollo Psico-sexual ha sido sugerido por los hecho observa-

dos de su convergencia con la segunda dimensión y las debilidades sexua-

les (cf. pp. 257-259 y sea

  8.2.3)

 como también de la falta de correspon-

dencia con la tercera dimensión (cf p p.  261-262).

Se han hecho cuatro tipos de observaciones:

1. La correlad ón entre las debilidades sexuales y la tercera dimensi ón se

halla significativimente vinculada a la

 desorganización

 del sdf,

 esto es, a las

formas  má s graves  de patología (estadio 3 descrito por Kernberg, es decir,

el de los «bordelines» y  de los casos severos de desorden de la personalidad)

y no tanto a las formas meno s graves (estadio 4 descrito por K ernberg, es

decir, el de las neurosis y el de las formas leves de desor den d e la persona -

270

En cada confron tación, los sujetos  con debilidades sexuales se han com

parado con los que

  no

  las tienen, utilizando como medida la presencia de

signos de psicopatología según la Fórmula de Cooke (basada en el  Minne

sota Multiphasic Personality Inventory). Los resultados obtenidos en las do

confrontaciones son los siguientes:

— en los casos de patología más graves (N=  16) los sujetos con debilid

des sexuales presentan signos de patología significativamente más severa

que los individuos sin debilidades sexuales: prueba de Mann-Whitney,

K=2.17;p<.02;

- en los casos de patología menos grave (N=23) n o hay diferencia signi

ficativa entre los sujetos con debilidades sexuales y los que carecen de ellas.

Por eso,

  en

 los sujetos

 qu e

 presentan signos

 de

 psicopatología («desviad

las debilidades sexuales se hallan significativamente en relación sólo con

la presencia de desorganización del  self  propia de las formas más grave

(que en nuestra muestra de cerca de 180 sujetos, representan sólo el 8%),

pero no significativamente con las formas menos graves de psicopatología

Pero,

 como ya se ha visto en la hipótesis de base (cf. sec. 8.2), las debilida-

des sexuales se hallan en gran parte vinculadas directamente con el índice

de Desarrollo Psico-sexual y -por medio de este último- con el índice de

Madurez del Desarrollo y con la segunda dimensión.

Si el índi ce de Desarrollo Psico-sexual se halla en correlación tan to con

las debilidades sexuales com o con la segunda d imen sión, ¿es cierto que di-

cho índice no tiene correlación con la tercera dimensión, como hemos vis-

to más arriba?

Para responder a esta pregunta se han h echo tres tipos de observaciones

que se indican a continuación:

2. El índice de Desarrollo Psico-sexual no tiene correlación con la ma

durez de la tercera dimensión cuando se consideran conjuntamente los ca-

sos menos graves y los más graves de psicopatología en comparación con

los normales. Tal comparación entre los «normales» y los «desviados» según

el índice de Desarrollo Psico-sexual se ha hecho utilizando dos criterios

combinados de valoración de la «normalidad» y de la «desviación»: el cri-

11 .  Nótes e que en la muestra estudiada aquí no hay sujetos pertenecientes a los estadios 1 y 2 d

Kernberg, que corresponden a las formas de psicosis.

271

terio existencial de la entrevista de lo profundo (pp. 133-134) y el sinto-

matológico de la Fórmula de Cooke (cf. Apéndice B-3.2).

Se han obtenido los siguientes resultados:

— para los religiosos (N=38) la prueba de Mann-Whitney ha resulta-

do en un K=1.27; p=-10;

— para las religiosas (N=82) la misma prueba ha dado un

  K=.33;

cionales de

  toda

 la persona la que se halla vinculada a la presencia o ause

cia de las debilidades sexuales.  No obstante,

 este hecho

 debe

 corroborar

luz de las siguientes observaciones deducidas d e los datos d e

 investigació

2) La madurez-inmadurez de  la primera dimensión  no guarda correlaci

directa con las debilidades sexuales (p. 267), n i con el índice de Desarroll

Psico-sexual (p. 261). Por ello, en este área de la persona, el individuo man

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P

= 3 7 ;

— para los religiosos y seminaristas juntos (N=48) un K=1.38; p=.08.

Los resultados indican que prácticamente no existe una correlación sig-

nificativa entre el índice de Desarrollo Psico-sexual y la tercera d imens ión

en los casos «normales» y «desviados» tomados conjuntamente. Estos re-

sultados confirman los de las pp. 261-262.

3.

  La misma falta de correlación significativa entre el índice de Desa-

rrollo Psico-sexual y la tercera dimensión se nota cuando se confrontan los

casos de leve psicopatología (N=23) con los casos normales (N=151). La

prueba de Mann-Whitney ha dado un K=.04; p=.48.

4.  Finalmente, el índice de Desarrollo Psico-sexual no tiene una mayor

correlación significativa con los casos de psicopatología grave (N=16) que

con los de psicopatología leve (N=23). La prueba de Mann-Whitney ha

d a d o u n K = 1 . 3 3 ; p = . 0 9 .

Esta es una nueva prueba de que el índice de Desarrollo Psico-se-

xual y la inmadurez de la tercera dimensión no tienen una correlación

significativa.

Surge espontánea la pregunta: ¿por qué el índice de Desarrollo Psico-

sexual guarda correlación con la segunda dimensión y no con la tercera?

Una respuesta parcial la tenemos en las consideraciones hechas en las pp.

261-262 acerca de la diversidad de horizontes entre el índice de Desarro-

llo Psico-sexual, la segunda y tercera dimensión.

8.2.7.

  Algunas

 consideraciones

 inales

 acerca

 de las

 debilidades sexuales

 y

el desarrollo psico-sexual

1) Permaneciendo en el plano de las disposiciones antropológicas (y por

eso no considerando por el momento la acción de la gracia) la presencia o

ausencia de debilidades sexuales en los individuos

12

 se halla prima riamen-

te ligada a la madurez o falta de la misma en los tres elementos que cons-

tituyen la «hipótesis de base» (cf. fig. 25): el índice de M adurez del D esa-

rrollo, la segunda dimensión y el índice de Desarrollo Psico-sexual de ca-

da individuo. En una palabra, es la madurez de las disposiciones motiva-

12 .  Téngase presente que se consideran las debilidades sexuales

  habituales

  {cf.  pp . 253-255) , no

las   ocasionaks,  que pueden manifestarse com o consecuencia de fuertes impulsos emotivos o de situa-

ciones excepcionales.

272

tiene su libertad efectiva de opción y esto comporta una responsabilida

moral.

3) La madurez-inmadurez de la segunda dimensión se halla en correlac

con las debilidades sólo indirectamente a través del índice de Desarrollo P

co-sexual, por lo que la segunda dimensión no lim ita la libertad efectiva d

la persona en el ámbito de las debilidades sexuales hasta el punto de quita

el sentido de responsabilidad m oral a la que dispone la primera dim ensión

No obstante, c omo se ha visto en la «hipótesis de base», la segunda d imen

sión guarda correlación con el índice de D esarrollo Psico-sexual del individuo

4) Como indica la fig. 26 (p. 260)

  el índice de

 Desarrollo

 P sico-sexua

diverso de la segunda dimensión y es una subestructura de la dinámica pe

sonal que no tiene la importancia «central» de la segunda dimensión en l

dinámica de la persona; esto queda probado por el hecho de que, mientra

la segunda dimensión se halla en correlación con la perseverancia o no e

la vocación y con los ideales autotrascenden tes o su ausencia, el índice d

Desarrollo Psico-sexual no tiene tal correlación, ni co n la perseverancia n

con los ideales autotrascendentes.

Por ello parecería que dicho índice de Desarrollo Psico-sexual,

 por

solo, no limita la libertad efectiva, cosa que, por el contrario, está presen

en la segunda dimensión.

5) En cuanto a la madurez-inmadurez de la

 tercera

 dimensión los da

indican que existe correlación con las debilidades

 sexuales.

  Pero tal corr

ción es significativa sólo en los casos de psicopatología que presen tan un

desorganización del

  self

  (cf. pp. 270-272), esto es, sólo con los casos d

psicopatología que son más graves (estadios   1 °, 2

o

 y 3

o

 descritos por Ker

berg).

Por otra parte, la madurez-inmadurez de la tercera dimensión no gua

da correlación con el índice de D esarrollo Psico-sexual, ta nto en las form

leves de psicopatología com o en las formas graves (cf. p. 271 -272 ).

Los datos que indican la relación entre madure z-inmad urez de la

 ter

dimensión con las debilidades sexuales muestran que tal relación hay que v

la según una línea continua, que tiene una graduación. Más concretament

a) En los casos más graves de patología que c orrespon den a los estadio

I

o

  y 2

o

, descritos por Kernberg, el individuo logra, sólo de un modo co

27

fuso, diferenciar el propio yo de los objetos, porq ue

  carece

 de la capacidad

de contacto con el objeto y con la realidad (cf. Vol. I, p. 168); además, en

esta patología m as grave existe una limitación de la libertad

  esencial áÁ

  su-

jeto que afecta a la capacidad de entender y querer (cf. Vol. I, pp. 184-189).

b) En la patología correspondiente al estadio 3

o

, descrito por Kernberg,

el individuo tiene dificultad para formarse un yo-ideal estable y no contra-

6) La fig. 28 representa esquemáticamente las relaciones entre las debili

dades sexuales y el índice de D esarrollo Psico-sexual, por una parte, y por o tra

sus relaciones con los distintos aspectos de madurez-inmadurez de las perso

nas,

 como se han descrito en los números 1) al 5) de la presente sec. 8.2.7.

7) Un a serie de consideraciones se refieren a las relaciones halladas en

tre el índice de Desarrollo Psico-sexual, el índice de Orientación Interper

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dictorio con los valores naturales, porque hay una «difusión de identidad»

del  self o yo, que hace difícil'un contacto con el objeto y con la realidad (cf.

Vol. I. pp. 168 y ss.); además, para este tercer estadio existe una limitación

de la libertad  efectiva  (cf. Vol. I, pp. 181-185); en consecuencia (como lo

demuestran los datos, cf. pp. 270-272) hay una correlación entre el tercer

estadio y las debilidades sexuales.

c) Finalmente , en los grados de psicopatología leve sin desorganización

del  self no se da correlación entre el 4

o

  grado descrito por Kernberg (cf. Vol.

I, p. 171) y las debilidades sexuales. (En la muestra estudiada aquí, la fre-

cuencia d e esta patología leve es del 13% ).

Conviene recordar que según diversas investigaciones llevadas a cabo en

América del Norte y en Europa Occidental (cf. Srole y otros, 1962; Leigh-

ton y otros, 1963; Essen-Móller, 1956) los grados más graves de psicopa-

tología descritos anteriormente en los apartados a) y b) parece que no so-

brepasan el 15-20% en

  toda

  la población general. En la muestra de reli-

giosos, religiosas y seminaristas estudiada en este libro se hallan sólo cuatro

casos del 3er. estadio com o patolog ía grave y estos casos representan el 8%

del total de la población considerada.

' PRIMERA DIMENSIÓN

M A D U R E Z E X I S T E N C I A I. D E L D E S A R R O L L O ( i M D )

1. Hipótesis de base,

Figura 28.

  Las relaciones entre las debilidades sexuales y

 é

  índice de Desarrollo Psico-sexua (IDP) por

una parte, y sus relaciones con los distintos aspectos de la madurez-inm adurez de la persona, po r otra

274

sonal, la segunda dimensión y las

 amistades heterosexuales.

Ante todo, el índice de Desarrollo Psico-sexual no manifiesta ningun

correlación significativa con el índice de Orientac ión Interpersonal; p o

ello la madurez psico-sexual no co rresponde necesariamente a la de la orie

tación interpersonal en el sentido de una mayor o menor disposición par

vivir las relaciones interpersonales según los valores de una autotrascen

dencia teocéntrica. Esta falta de correlación parece que se debe al hecho d

que las relaciones heterosexuales, sean genitales o no, ponen en movi

miento también  nuevas  y poderosas fuerzas motivacionales de naturalez

sexual en las dos personas interesadas.

Sin embargo, aún cuando el índice de Desarrollo Psico-sexual y el ín

dice de Orientación Interpersonal no guardan correlación entre sí, cad

uno de ellos tiene correlación con la segunda dimensión, lo mismo que e

índice de D esarrollo Psico-sexual lo tiene c on las debilidades sexuales. Po

ello es posible un influjo recíproco, aunque indirecto, entre el índice d

Desarrollo Psico-sexual y el índice de Orientac ión Interpersonal. Por ejem

plo,

  una persona con un bajo índice de Orientación Interpersonal pued

empeorar la situación de su índice de Orientación Interpersonal, com

consecuencia de un uso autogratificante o defensivo (incluso subconscien

te) en la relación heterosexual (cf. Vol. I, pp- 311-326); este empeora

miento proviene del hecho de hacer inconscientes, mediante la represión

las dialécticas de la segunda dimensión, que al principio eran sólo pre

conscientes o conscientes. (La represión puede ser debida a un sentido d

culpabilidad vinculado a la relación heterosexual). La cosa es menos pro

bable si la persona tiene un alto grado de índice de Orientación Interpe

sonal, que generalmente se halla en correlación con una gran madurez d

la segunda dimensión; pero la presencia de este alto grado de madurez d

la segunda dimensión es más bien poco frecuente. En efecto, los datos d

los cap. 5 y 6 indican que una baja madurez de la segunda dimensión

halla presente en el 60-80% de las personas. Este hecho -como hemos in

dicado más arriba- puede influir tanto en un empeoramiento del índice d

Orienta ción Interpersonal como del índice de D esarrollo Psico-sexual

por lo mismo, en un aumento de inmadurez de los valores teocéntric

me nte auto trascendentes en las relaciones heterosexuales. Tal eventualida

es un caso específico del círculo vicioso descrito en la fig. 13 en relació

con la internalización de los valores autotrascendentes.

>

Se puede añadir otra consideración: cuanto se ha escrito más arriba no

quiere decir que una relación heterosexual no pueda influir significativa y

positivamente en el desarrollo de la persona en general y de su autotras-

cendencía por el amor teocéntrico en particular. No faltan ejemplos en es-

te sentido, tanto en el matrimonio como en otros estados sociales. Pero los

datos de la investigación o btenidos en la hipótesis de base relativos al índi-

10) Queda claro que la ayuda ofrecida al individuo es un objetivo que

exige mucha comprensión, paciencia y suficiente competencia para no au-

mentar indebidamen te su sentido de culpa por una parte, y por otra para

no aminorar su sentido de responsabilidad moral. De este modo se evita el

desaliento al mismo tiempo que se estimula un compromiso serio de la

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ce de Orientación Interpersonal (cf. p. 238 y pp. 244-245) como igual-

men te las que se refieren a las relaciones heterosexuales (cf. pp. 249 -250 y

pp .

 255-257) indican que son las personas que han alcanzado JM un mayor

grado de madurez en el índice de Madurez del Desarrollo y en la segunda

dimensión, las que se aprovechan positivamente de las relaciones interper-

sonales y/o heterosexuales para vivir tales relaciones de un m odo orientado

a la autotrascendencia teocéntrica.

Queda, por tanto claro que rales relaciones deben utilizarse para lo que

es importante en sí de la autotrascendencia para el Reino de Dios, y no de

lo que es importante para mí que se halla en contradicción con tal auto-

trascendencia.

A la luz de estos datos se puede compre nder cómo el  simple hecho de

haber tenido o no amistades heterosexuales, tal como se ha dicno en la sec.

8.2.5, de por sí no comporta que deban darse correlaciones con los diver-

sos grados de mayor o menor madurez en un amor teocéntricamente au-

totrascendente.

8) En lo que respecta a las debilidades sexuales conviene distinguir entre

los casos vinculados a un a psicopatología  más grave y  los otros casos. En los

casos de psicopatología más grave, que son relativamente poco frecuentes

(cf. más arriba en el n. 5), la responsabilidad moral queda disminuida o no

existe, siendo necesaria una adecuada ayuda profesional.

Por el contrario, para otros casos, que son más frecuentes, los medios

tradicionales de ascesis (en especial en respuesta a la acción de la gracia, si

se utilizan bien), deberían por sí solos ser suficientes para una superación

de las debilidades sexuales. No obstante , esta superación pued e verse favo-

recida y recibir una ayuda eficaz mediante el correspondiente apoyo en el

área de los tres medios d e predicción de la hipótesis de base (cf. la fig. 25),

especialmente de los medios de predicción primarios (con particular aten-

ción a la segunda dimensión que se halla en correlación con el índice de

Desarrollo Psico-sexual, lo mismo que con el índice de Orientación ínter-

personal). En efecto, los tres medios afectan a la  willingness consciente y/o

subconsciente (cf. pp. 138-140 y 170-174, y Vol. I, fig 1, p. 182).

9) Co rno se ve, hay toda una gradación de dificultades que conviene va-

lorar caso a caso con conocimiento de causa; en efecto, se da un conjunto

de factores bastante complejos que entran en juego y de los que conviene

hacer un adecuado discernimiento según el tipo de ayuda que conviene

prestar.

276

persona para un posible crecimiento en el amor teocéntrico.

La sección siguiente q uiere ampliar o tratar algunos aspectos pastorales

relacionados con las observaciones del presente cap. 8.

8.3. Algunas aplicaciones pastorales

Premisas

La primera parte AA

 capítulo 8 del presente estudio trata de la relación

que la persona humana establece con las otras personas e -indirectamente-

con las realidades terrenas. La segunda parte del mismo cap. 8 explora las

relaciones psico-sexuales con los demás y consigo mism o. Al tratar algunas

aplicaciones pastorales se considerarán como distintas (pero no como se-

paradas) estas dos partes.

La primera parte, que estudia la relación interpersonal y con las reali-

dades terrenas, ha sido tratad a desde el pu nto d e vista pastoral por la

Constitución  Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II en su parte I, y en

concreto en el capítulo II con el título de «La comunidad de los hombres»,

y en el capítulo III con el título «La actividad humana en el universo». Por

ello remitimos a la

  Gaudium et

 Spes

  para una profundización más comple-

ta en los distintos aspectos doctrinales y pastorales vinculados co n este pro-

blema. Aquí nos limitaremos a una breve aportación basada en las ideas y

en los datos de investigación presentados en la sec. 8.1 . Esta aportación tra-

ta de seguir el esquema de este documento del Concilio con una triple in-

tención:

1) subrayar algunos aspectos de tal esquema que convergen con nuestras

ideas y datos;

2) presentar explícitamente algún pun to implícito en la  Gaudium et Spes

3) añadir nuevos aspectos pastorales sugeridos por el enfoque an tropoló -

gico interdisciplinar del presente estudio.

Después de todo, como dice uno de los peritos asistentes al Concilio

(Hau btm ann, 1967, p. 256), por una parte la

  Gaudium et

 Spes ha dejado

muchas preguntas sin respuesta definitiva y exhaustiva; por otra, «no bas-

ta tratar los problemas con que el hombre ha de enfrentarse, sino que es

preciso esclarecer el misterio mismo del hombre, tener en cuenta sus an-

siedades y sus interrogan tes, apoyarse en sus profu ndas aspiraciones, reve-

277

larle el sentido de su vocación total, divina»

  {ibid.,

 p. 260). La

  Gaudium et

Spes,

 especialmente su parte I, no tiene com o fin primario construir un

mundo mejor sobre la tierra (aun cuando se ponga de relieve la aportación

importante de la Iglesia en este sentido), sino sobre todo revelar al hombre

su misterio, su vocación última de «hijo en el Hijo» (cf. n. 22)

13

.

Pero la madurez cristiana (cf. Gal 2 , 20) está en vivir la relación con las

criaturas, no según una autotrascenden cia egocéntrica o filantrópico-social,

sino según un amor de autotrascendencia teocéntrico-cristocéntrica. Co-

mo he mos visto en el Vol. I (cf. pp. 230 -233 ), el amor a Dios y el amor al

prójimo son un único amor, el cual, en último análisis, es teocéntrico. Des-

pués de todo, el don de sí en el amor debe orientarse al bien, al valor teo-

8/18/2019 Rulla, L.M. Antropologia-de-la-vocacion-cristiana.pdf

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Algunos principios fundamentales para la pastoral

El hombre ha sido creado a imagen de Dios (Gen 1, 26). Pero este ser

imagen de Dios tiene su aspecto psicodinámico en la capacidad, en la po-

sibilidad del hombre de transcenderse a sí mismo por Dios, para conocer-

lo y para amarlo (cf. Vol. I, pp. 279-281) y -como dice San Agustín

  {De

Trinitate,

 XIV, 8-11)- el hombre es imagen de Dios en la medida en que se

dirige a Dios, mientras deforma su imagen de Dios en la medida en que se

aparta de El.

Ahora bien, esta capacidad del hombre hacia el absolutamente Otro es

el fundamento de la posibilidad y de la necesidad de compañía hum ana.

Pero el hombre no ha sido constituido solamente en relación con  el

 partner

humano. «Al contrario, el círculo de la solidaridad humana está abierto a

un tercero, que es totalmente otro, Dios... El hombre está en relación in-

mediata con Dios, no debe interaccionar con Dios sólo indirectamente a

través de su trabajo y de sus relaciones con los demás hombres. El hombre

puede conocer y amar a Dios» (cf. Ratzinger, 1969, en su comentario al ar-

tículo 12 de la  Gaudium et Spes sobre el tema del hombre creado a imagen

de Dios : pp . 121 -123). Se podría decir que la fraternidad hum ana presu-

pone una autotrascendencia teocéntrica para el amor que corresponde a lo

que el hombre es, y da al hombre plena posesión de sí para el don total al

otro(cf.

  Vol. I, 9.3.1).

Por otra parte, como hace notar Guardini (1975), Dios ha dispuesto

que se pase a través de las criaturas, personas y cosas, para llegar al Creador.

Dios «ha colocado al hombre en un orden, un orden de las cosas, de los

otros hombres, de realidades precedentes y de acontecimientos. Este orden

es su voluntad, que n o pu ede ser traspasada»

  {ibid.,

 p. 97). Del mismo mo-

do que no se llega directament e al Dios viviente sino a través de Cristo, así

también es cierto que como norma (admitiendo excepciones) Dios quiere

ser encontrado sin que se olvide el paso a través de su mundo.

13.

  Para otras relaciones entre la antropología d e la primera parte de la  Gaudium et Spesy  la an-

tropología délos dos volúmenes del presente estudio, véase Rulla, Imoda, Ridick, «Antropología de la

vocación cristiana: aspectos conciliares  y  posconciliares» en  Vaticano ¡I:  balance y perspectivas,  Sigúeme,

Sa lamanca 1990 .

278

céntrico del que lo entrega y del que lo recibe; únicamente si es motivado

por una autotrascendencia teocéntrica, y no por una trascendencia ego-

céntrica o socio-filantrópica, el don de sí en el amor realiza a las dos per-

sonas (cf. Vol. I, 7.3.2, y pp. 256-263).

En las páginas que siguen comentaremos el cap. II de la primera parte

de la

  Gaudium et

 Spes

  (sobre «La comunidad de los hombres») separada-

mente del cap. III (sobre «La actividad humana en el mundo»).

8.3.1.

  «La comunidad de

 los hombres»

Observaciones relativas

 a

 los «maduros»

La perspectiva antropológica de la sec. 8.1 del presente estudio se centr

en la relación con los demás, vivida como autotrascendencia teocéntrica.

Esta perspectiva tiene muchos puntos de convergencia -al menos en razón

de los principios sostenidos- con algunas características importa ntes del ca-

pítulo II de la primera parte de la   Gaudium et Spes, que trata de la «Co-

mun idad de los hombres».

En primer lugar, podemos decir con Haubtmann (1967) y con Sem-

melroth (1969), que en el pensamiento de los redactores y de la comisión

encargada de la redacción de la  Gaudium et Spes los tres primeros capítulo

de la primera parte forman un todo, que tiene como centro de atención las

personas en su interioridad más que los «problemas» sociales ; estos tres ca-

pítulos tratan sobre todo de antropología,  y por ello del hom bre según tre

perspectivas diversas: como persona en su dignidad de individuo en relación

con Dio s (cap. I); del hom bre en su relación con la sociedad de los otros

hombre s (cap. II), y con el mun do material de las realidades terrenas en las

que el mismo hombre debe actuar para desarrollar su humanidad (cap. III).

Estas tres perspectivas de antropología teológico-fílosófica parecen, por

lo mismo, muy útiles para intentar comprender la madurez de cada perso-

na humana, según una antropología existencial concreta. En efecto, se co-

rresponden con las tres perspectivas que se han desarrollado en este libro

en el estudio de la madurez del individuo en sus situaciones existenciales

concretas mediante el índice de Madurez del Desarrollo o IMD (cf. p. 95).

Este índice parece apoyarse en buenos fundam entos teológico-filosóficos

por una parte, y por otra parece subrayar las áreas de la personalidad que

279

es particularmente útil estudiar para ofrecer una ayuda pastoral a los indi-

viduos.

En segundo lugar, el cap. II sobre la «Comunidad de los hombres» no

recomienda soluciones concretas de orden institucional social, sino que

afirma que  no puede

 darse

 u n

 orden social

 conforme al pensamiento cristia-

no (y por lo mismo humano), sin el respeto de algunos valores y orienta-

resarse por el orden social, ante todo en función del hombre, de lo que es

de su vocación divina, de un amor teocéntricamente autotrascendente.

En cuarto lugar, cuanto se ha dicho en las tres observaciones preceden-

tes no debe sugerir la idea de que desea defender el principio de una  «ética

individualista».  Se pretende hacer precisamente lo contrario. La misma

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ciones básicas, que tienen su fuente original en Dios y que corresponden a

la vocación divina de toda la persona humana. Estas perspectivas teológico-

filosóficas de la  Gaudium et Spes  corresponden al enfoque antropológico

formulado en el Vbl. I: el hombre está llamado a la autotrascendencia del

amor teocéntrico que se concreta y pasa a través del amor de las personas

y de las cosas en el ambiente, en la situación en que vive (cf. en Vol. I el co-

men tario a Gal 5, 1 3-14, pp. 226 y ss). Todo ello se replantea en la presen-

te sec. 8.1 cuando la autotrascendencia del amor teocéntrico de la madu-

rez según el índice de Madurez del Desarrollo y de la segunda dimensión

se toman como disposiciones fundamentales que se hallan en correlación

con una madura «Orientación Interpersonal», esto es, con una orientación

interpersonal que favorece una prevalencia de la autotrascendencia teocén-

trica sobre la sola egocéntrica o socio-filantrópica en las relaciones sociales.

En tercer lugar, el cap. II de la

  Gaudium et

 Spes evita afirmar y ni si-

quiera insinúa que  la

 misión

 primaria de la

 Iglesia

  sea de orden social. Por

el contrario, dicho capítulo, a la luz de la revelación bíblica y de la razón,

pon e de relieve e insiste sobre las estrechas relaciones qu e existen entre la vida

social y una sana

 antropología

 cristiana. En otras palabras, como en la parte

I de la

  Gaudium et Spes,

  se subraya la necesidad de «espiritualizar» el pen-

samien to social de la Iglesia, pensamiento que -teniendo su fundamen to en

la «llamada» teológica y ontológica del hombre (cf. el párrafo precedente)

debería impregnar toda la vida social. Esto es lo que se ha tratado de ex-

presar al hablar de una antropología psico-social y existencial formulando

en la sec. 8.1 la «hipótesis» expuesta en las pp. 237-239, según la cual exis-

te una correlación entre la madurez del índice de Madurez del Desarrollo

de la persona y la madurez del índice de Orien tación Interpersonal. De es-

te m odo se hace notar la utilidad pastoral de desarrollar en las personas una

sana antropología cristiana. Brevemente, como dice el n. 23 de la   Gaudium

et Spes, el diálogo fraterno entre los hombres no se realiza con la multipli-

cación de las relaciones entre ellos, sino en otro plano dis tinto: el de la co-

munión de las personas que conlleva exigencias particulares que sobrepa-

san con mucho la organización de las cosas. Clarificar la naturaleza espiri-

tual y moral de la persona humana mediante una sana antropología cristo-

céntrica nos ayuda a comprender cuáles deben ser las leyes de una vida so-

cial bien ordena da. Por estas razones, la Iglesia se siente impulsada a inte-

280

Gaudium et

 Spes se ha apresurado, desde el primer núme ro del cap. I, a afir-

mar q ue «Dios no creó al hombre solo sino que «por su misma naturale-

za», el hombre es un ser social que «sin relacionarse con otros no p uede vi-

vir ni desarrollar sus propias cualidades» (n. 12). Este tema se desarrolla

ampliamente en el cap. II, fundamentalmente en los nn. 24, 30, 31 , 32.

El n. 30 presenta un antídoto ideal contra el «individualismo»: el compro-

miso institucional, el deber de justicia y de caridad. AI final de dicho nú-

mero se pone de relieve que las sugerencias ofrecidas en el mism o para su-

perar la ética individualista no pue den realizarse «a no ser que el individuo

como tal, y los grupos sociales, cultiven en sí mismos las virtudes morales

y sociales y las difundan por la sociedad, de modo que se produzcan hom-

bres verdaderamente nuevos y artífices de una nueva humanidad, con la

necesaria ayuda de la divina gracia». En otras palabras, «las obligaciones so-

ciales se ofrecen como deber ante Dios, como material en el que encarnar

una actitud hacia Dios. Esta es una tarea de la comunidad, si bien debe ser

llevada a término po r los individuos» (Semmelroth, 1969, p. 178 ). El acen-

to sobre la necesidad de una autotrascendencia de amor teocéntrico de los

individuos que se manifieste en las instituciones sociales es claro.

Este tema está desarrollado ulteriormente en el n. 31 que destaca el he-

cho de que la participación en la vida social del hombre se basa en el sen-

tido de responsabilidad de una fuerte personalidad y en valores capaces de

atraer a las personas y de disponerlas al servicio de los demás.

En la misma línea es interesante constatar que el n. 32 (como, por otra

parte, el mismo C oncilio Vaticano II hace en otros puntos) subraya el hecho

de que el partner real de la alianza con Dios en la historia de la salvación es

el «pueblo de Dios», mientras que el individuo   es partner  en la medida en

que pertenece a dicho pueblo. La solidaridad human a, de este mod o, se abre

y se convierte en la solidaridad de los miem bros de la iglesia: la com unidad

de los hombres se realiza en Cristo en su unidad de vida con Dios. El cuer-

po m ístico de Cristo es la realización de la solidaridad hu man a.

La sec. 8.1 del presente libro insiste en las mismas ideas de u na ética no

individualista; en efecto, muestra que la madurez en la solidaridad huma-

na (manifestada por una madura «Orientación Interpersonal») se halla en

correlación con la madurez teocéntrica y cristocéntrica del individuo (co-

mo se deduce del índice de Madurez del Desarrollo y de la segunda di-

mensión), y  viceversa.  Por otra parte, también las estructuras del índice de

281

Madurez del Desarrollo del individuo y de su índice de Orientación In-

terpersonal son, en parte, comunes, lo cual indica lo íntimo en el ser hu-

mano que es «lo social» en su especificidad y el papel que desempeña. La

madurez en el índice de Madurez del Desarrollo y en la segunda dimen-

sión del individuo produce sus efectos, se realiza en la madurez del indivi-

duo en el índice de Orientación Interpersonal. Estos resultados, vistos en

la sec. 8.1, se presentan como formulación doctrinal y pastoral en el n. 24

considera también a los individuos «inmaduros», los cuales, después de to-

do , son mu cho m ás numerosos que los maduros: cf. pp. 244-24 5 y 275.

La   Gaudium et

 Spes

 contempla este problema y habla de las deficiencias

en las relaciones con los demás, especialmente los nn. 25- 28. Será útil con-

frontar las dos aportacione s, la del Concilio y la de la antropolog ía presen-

tada aquí, con objeto de deducir algunas aplicaciones pastorales.

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med iante varias citas de la Escritura, basadas en la afirmación funda men -

tal de que todos los hombres son «creados a imagen de Dios» y que todos

son «llamados al mismo fin, que es Dios mismo». Interesante también la

alusión a «una cierta semejanza entre la unió n de las personas divinas y la

unión de los hijos de Dios en la verdad y la caridad. Esta semejanza de-

muestra que el hombre... no puede encontrar su propia plenitud si no esen la entrega sincera de sí mismo a los demás (Le 17, 33)».

En quinto lugar, el n. 29 del cap. II de la   Gaudium et Spes, al hablar de

la igualdad fundamental de todos, hombres y mujeres, y la justicia social,

defiende el principio de que «las instituciones humanas» deben tender al fin

de una autotrascendencia teocéntrica. Tales instituciones deben esforzarse

«para ponerse al servicio de la dignidad y del fin del hombre» ... e «ir res-

pondiendo cada vez más a las realidades espirituales, que son las más pro-

fundas de todas...»

Hemos querido poner de relieve algunos puntos importantes de con-

vergencia entre el cap. II de la primera parte de la   Gaudium et

 Spes

 y  las

ideas o datos de investigación tratados en la sec. 8.1 del presente libro, por-

que dichos puntos de convergencia indican concretamente la posibilidad

de descubrir co mpo rtam ientos cristianos generales sobre la base de una an-

tropología científica psico-social, que tengan en cuenta los valores auto-

trascendentes de Cristo. Estas convergencias muestran, ante todo, cómo la

teología y las ciencias humanas pueden hallar diversos puntos de coinci-

denc ia. Adem ás, tales convergencias ofrecen la ventaja pastoral de poder

acercarse a los casos concretos existenciales con mejor conocim iento de

causa; y estaño es ventaja indiferente porque, según indica un teólogo pe-

rito en el Concilio Vaticano II,  a  veces «los teólogos están demasiado habi-

tuados a prescindir de las situaciones existenciales concretas» (Moeller,

1969, p. 112).

Observaciones relativas

 a los

 «inmaduros»

Ha sta ahora nos hemos referido a los individuos «maduros» según el ín-

dice de Madurez del Desarrollo, la segunda dimensión y el índice de

Orientación Interpersonal. No obstante, la hipótesis relativa a ks relacio-

nes con los demás, formulada en las pp. 237-239 de la presente sec. 8.1,

282

Número 25.

  En este número se plantea la tesis de que entre la persona

y la sociedad se da una interacción mutua constante, que resulta de la na-

turaleza de ambas. Pero en este número se nos hace notar que la creciente

complejidad de la presente vida social puede tener efectos ambivalentes en

el genuino desarrollo de la persona humana: positivos y negativos. A este

propósito en dicho número se hacen dos afirmaciones antropológicas muy

importantes.

La primera afirmación dice: «Es cierto que las perturbac iones que tan

frecuentemente agitan la realidad social proceden en parte de las tensiones

propias de las estructuras económicas, políticas y sociales. Pero proceden,

sobre todo, de la soberbia y del egoísmo humanos que trastornan el am-

bient e social». Aqu í es claro el paralelismo con otras afirmaciones de la

Gaudium et Spes:

  «En verdad, los desequilibrios que atormentan al mundo

moderno están conectados con ese otro desequilibrio fundamental que

hunde sus raíces en el corazón humano. Son muchos los elementos que

combaten en el interior del hombre». El hombre «siente en sí mismo la di-

visión, que tan tas y tan graves discordias provoca en la sociedad» (n.10) .

El conjunto de estas afirmaciones pone de relieve, ante todo, que en la

pastoral es necesario partir de una profunda formación de la conciencia in-

dividual pa ra llegar después a la de una o rientación social, y no al revés (a

la misma conclusión llega Farahian en su reciente tesis doctoral de teología

bíblica sobre  El «yo» paulino en Gálatas 2,

  19-21,

  Pontificia Universidad

Gregoriana, Roma). En segundo lugar, el conjunto de dichas afirmaciones

conciliares evoca las dialécticas conscientes de la prim era dimens ión, a que-

llas que dispon en al pecado o a la virtud. Ellas son parte del índic e de M a-

durez del Desarrollo del que se habló en la sec. 8.1, índice que se halla en

correlación con el índice de Orientació n Interperso nal en las relaciones

con los otros. Pero hay algo más.

En efecto, el texto conciliar en su n. 25, ya citado, contiene una segun-

da afirmación: « Cuando la realidad social se ve viciada por las   consecuen-

cias

 de l

 pecado, el hombre, inclinado

 ya al mal

 desde

 su nacimiento,

 encuen

tra nuevos estímulos para el pecado, los cuales sólo puede n vencerse con

 d e-

nodado esfuerzo,

 ayudado por la gracia» (el subrayado es nuestro). El para-

lelismo con las dialécticas de la segunda dimensió n de Gal 5, 17 expuestas

283

en el vol. I (pp. 263-2 79 y 3 51-359) es notable: se trata de la concupis-

cencia que viene del pecado original y de sus consecuencias. Por otra par-

te , como lo han demostrado los resultados que aportan las investigaciones,

la inmadurez de la segunda dimensión es un factor importante en el influ-

jo sobre la inmadurez en las relaciones con los demás (cf. pp. 237-244).

Se podría decir que las citadas páginas anteriores del Vol. I sobre la se-

vidad (Semmelroth, 1969, p. 170). Como indican los datos de investiga-

ción de la sec. 8.1, son las personas inmaduras aquellas para las que la au-

totrascendencia egocéntrica o socio-filantrópica tienen preferencia sobre el

amor teocéntrico en las relaciones con los demás.

Número 27.

 E n este núm ero el Concilio pasa de los principios a las apli-

caciones prácticas que vienen enumeradas en una lista de acciones que hay

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gund a dim ensión, lo mism o qu e las ideas y los datos de la sec. 8.1 del Vol.

II explicitan esta parte de la   Gaudium et Spes.  Una ulterior confirmación

de esta posibilidad nos la ofrece un hecho recordado por Haubtmann

(1967, p. 269), perito en el Concilio para la  Gaudium et Spes: en la redac-

ción del n. 2 5 anterior a la definitiva n o se hablaba de «perturbaciones» so-

ciales frecuentes, sino d e «mal». El camb io de té rminos fue sugerido por el

hecho de que pueden existir desórdenes sociales sin que sean pecado. En

realidad, las dialécticas de la segunda dimensión son disposiciones a un

«error no culpable» y algunos desórdenes sociales se hallan vinculad os a los

mismos. Por el contrario, otros desórdenes sociales son culpables.

Número 26. El contenido de este número propon e más o menos explí-

citam ente, el fin último por razón del cual se debe prom over el bien co-

mú n. Este fin último hay que tenerlo presente en el desarrollo de la perso-

na; en efecto, «el orden de las cosas debe subordinarse al orden de las per-

sonas y n o a la inversa». ¿Cuál es este orden, este desarrollo de las personas

que hay que promover? El primero y último párrafo del número indican

que dicho orden o desarrollo de las personas debe permitir «a las asocia-

ciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la

propia perfección» y esta perfección de la persona es fruto del «fermento

evangélico» que «ha despertado y despierta en el corazón del hombre» una

«irrefrenable exigencia de dignidad». El paralelismo con Gal 5, 13-14 de

un a «llamada» divina del homb re a la libertad para la autotrascendencia del

amor teocéntrico parece ser notable.

Por esto la autotrascendencia teocén trica del amo r es la que se procla-

ma como fin últim o del bien común . No obstante, la experiencia demues-

tra que las personas que se centran en el cuidado de sí mismas, con fre-

cuencia lo hacen a expensas del bien común; obrando de este modo fo-

mentan un egocentrismo de personas inmaduras, confundiendo la pro-

moción de la persona con una búsqueda individualista de sí mismo. Por el

cont rario , hay personas «inmaduras» que promue ven el bien comú n si-

guien do el principio de que el interés común tiene preferencia sobre los in-

tereses individuales; de este modo -más o menos conscientemente- quieren

que el individuo se vea absorbido de modo anónimo dentro de la colecti-

284

que llevar a cabo u omitir.

El conjunto de estas obligaciones contiene más o menos implícitamen-

te algunos principios que vale la pena subrayar.

Ant e to do, to dos los deberes y las relaciones sociales deben contrastar-

se con el man damien to cristiano del amor a Dios y al prójimo. Esta orien-

tación cristocéntrica y teocéntrica es puesta de relieve con la cita de Mt 25,

40 :  «cuanto hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, con-

migo lo hicisteis».

En segundo lugar, en nuestro amor con el prójimo debemos seguir el

ejemplo del amor de Dios con nosotros. El amor de Dios es absolutamen-

te espontáneo y creativo. Dios crea a los partners de su amor dirigiéndose a

ellos en el amor, com o creación y gracia. Así debemos actuar n osotros, su-

perando el puro aspecto humanista de nuestro amor, no esperando que la

otra persona se nos manifieste amable (Semmelroth, 1969, pp. 172-173).

En tercer lugar, hay que evitar que la inmadurez de una m otivación sólo

filantrópico-social o bien egocéntrica viole la dignidad de am or teocéntrica-

mente autotrascendente para la cual la persona hum ana ha sido creada; es ne-

cesario respetar el fin teocéntrico para el cual toda persona ha sido creada.

Finalmente, el n. 27 vincula la causa de la dignidad humana con la del

honor del Creador: las «faltas de madurez» en el amor de las personas que

se enumeran en el último párrafo del n. 27 lesionan gravemente el honor

del Creador.

Com o vemos, los cuatro principios enunciados realzan  el respeto de la

persona humana en su totalidad,

 su origen y su fin, que tienen en Dios, en

Cristo, su razón de ser pueden ser fácilmente olvidados por los «inmadu-

ros» considerados en la sec. 8.1; su fuerte inclinación en las relaciones so-

ciales a limitarse sólo a una autotrascendencia egocéntrica y socio-filantró-

pica puede constituir un grave obstáculo al respeto de la

 totalidadde

  la per-

sona del otro.

Este respeto de la persona humana es visto en el n. 27 en la perspecti-

va de virtud-pecado propia de la primera dimensión. Falta la visión dél a

relación con los demás y del respeto, del bien hecho a los demás, según la

perspectiva de un bien prevalentemente aparente y no real como el que es

posible en la segunda dimensión. Y sin embargo, nuestros datos de inves-

285

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duros» que nos da la investigación (pp. 244-245). Añádanse a estos datos

el hecho de que el 60-80% de las personas son «inmaduras» en la segun-

da dimensión (cf. cap. 5) y las consideraciones ofrecidas en el Vol. I, pp.

263-269 y 351-359).

El cuarto ejemplo toca un problema de vida comunitaria o de grupos

dentro de la comunidad. La posibilidad de que las personas se sientan in-

clinadas a pertenecer a varios grupos o comunidades apoyándose en moti-

Un a com unid ad c omo la religiosa/eclesial está llamada a vivir su realidad

antropológica de autotrascendencia teocéntrica en las relaciones interperso-

nales y en la actividad apostólica. Si no quiere permanecer condicionada por

la presencia de estos problemas que impiden la realización de su fin propio,

que es también de testimonio y de apostolado, tal comunidad deberá tener

a su disposición los medios de discernimiento y de crecimiento para afron-

tar las raíces de las dificultades como la inmadurez en la primera

 y,

 sobre to-

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vaciones menos «maduras» que son prevalentemente «naturales» más que

autotrascendentes teocéntricamente, está bien documentada con una serie

de estudios e investigaciones (Berkovitz, 1969; Lieberm an, Yalom y Miles,

1973;  Lieberman y Gardner, 1976; Deutsch, 1967; Mansell-Pattison,

1980; Graves, 1966; Isaacs, 1956; Sennett, 1978; Godin, 1981). La mis-

ma posibilidad está presente en el caso de la elección de los propios supe-

riores por parte de una comunidad.

También en la presente investigación se ha hallado que un notable por-

centaje de los que permanecen en las instituciones religiosas vocacionales

son «nidificadores» (el 69% en una muestra de 267 sujetos y el 72% en

otra de 103 sujetos: cf. p. 141). Los «nidificadores» son personas que per-

severan en la vocación pero q ue son «inmaduros» en la segunda dimensió n.

En ellas la complacencia y la identificación no internalizan te prevalecen so-

bre la identificación internalizante y la internalización. El influjo que el

comportamiento interpersonal inmaduro de estas personas tendrá en la vi-

da de comunidad se puede fácilmente adivinar.

En esta línea, Bennis y Shepard (19 56), han elaborado una teoría del de-

sarrollo del grupo que pu ede tener aplicaciones interesantes a este respecto.

La teoría se fundamenta en el hecho de que un grupo/comunidad, para po-

derse orientar de modo realista y objetivo a un fin, debe poder resolver algu-

nos problemas «internos» de la vida del grupo, particularmente del poder/au-

toridad y el de las relaciones afectivas de los miembros entre sí. Para resolver

tales problemas, la presencia de personas «maduras» en la relación psico-so-

cial -al menos en el sentido de no hallarse limitadas en su libertad por lo qu e

se refiere a las áreas de la autoridad y de las relaciones interpersonales- es in-

dispensable, mientras la presencia de personas «inmaduras» tiende a impedir

el desarrollo del grupo/comunidad en la comunidad misma o en un peque-

ño grupo de la comunidad unido a modo de «banda»; este hecho tiende a re-

ducir indefinidamente los horizontes de la comunidad o del grupo en pro-

blemas de autoridad y/o de relaciones interpersonales, y frecuentemente a di-

vidir o polarizar una com unidad apostólica en dos facciones

14

.

14.

  La Fig. 9 de la p. 137 indica los altos porcentajes de inconsistencias inconscientes en variar

bles com o la agresividad, la depende ncia afectiva, la afiliación, la hu milda d, la desconfianza en sí, la

d o m i n a c i ó n

  y

  otras, que pueden ser particularmente importantes para estos dos «problemas» de auto-

ridad y/o de relaciones interpersonales, de la comunidad o de grupos de la misma.

288

do , en la segunda dimensión que, a través de las limitaciones de las personas,

llega a influir en los objetivos de la comunidad o del grupo.

Número 28.  Este número tiene como título: «Respeto y amor a los ad-

versarios» pero el texto habla de «quienes sienten u obran de modo distin-

to al nuestro en material social, política e incluso religiosa». Esta diferencia

entre el título y el texto no debe extrañarnos: la concupiscencia, a la cual

pueden predisponer tanto la primera como la segunda dimensión, puede

fácilmente ayudar al cambio de la diversidad de pensamiento o de acción,

bien en postura de enemistad o de dificultad de relación interpersonal.

Como consecuencia se puede decir que tal respeto y amor para con los

«adversarios» sirve de banco de prueba a los «inmaduros» en sus relaciones

con los demás. En efecto, su inmadurez tiende frecuentemente a cambiar

lo que es sólo diferencia de opinión entre las personas en dificultad de re-

lación interpersonal o incluso en enemistad.

Esto se produce además por otra razón. La aceptación de la diversidad

de opinión o de actuación del otro exige que, aunque no se renuncie a pro-

fesar la verdad de aquello que se cree, se trate a los demás con suficiente res-

peto y amor de tal modo, que se llegue a establecer un verdadero diálogo,

esto es, se sea capaz de hablar mu tuam ente y se esté dispuesto a dar y a re-

cibir. El recibir es mucho más difícil para personas que, como los «inma-

duros», se hallan orientados a dar valor a lo egocéntrico y a lo social en lu-

gar de superar ambos aspectos por lo que es teocéntrico, o sea, por los va-

lores que frecuentemente exigen renuncia de lo que puede ser gratificante-

defensivo, bien directamente (como egocéntrico) bien indirectamente (co-

mo social).

Esta dificultad a estar dispuesto no sólo a dar, sino también a recibir,

puede sentirse de modo particular en aspectos religiosos. Los «inmaduros»

de la primera y segunda dimensión son personas divididas en sí mismas,

especialmente o también en los valores autotrascendentes, esto es, en los

valores para los que la persona humana ha sido particularmente creada. De

aquí la reacción de los «inmaduros» a sentirse amenazados de modo espe-

cial en su «división» y, por lo mismo, en el propio sentido de seguridad.

Como consecuencia tenderán a reaccionar ante la diversidad de ideas, no

289

con objeto de defender la verdad, sino para proteger subconscientemente

su propia persona, la estima de sí mismo; y tenderán a hacer esto, distor-

sionando subconscientemente lo que escuchan, sus juicios y discernimien-

tos.

 Se ha hablado ya de esta tendencia subconsciente a las distorsiones (cf.

pp .  59-61). Baste aquí recordar que esta tendencia pued e afectar seriamente

al crecimiento en la vocación cristiana, a las relaciones com unitarias de los

hombres, a la actividad apostólica de un grupo.

Número 34.  En este número se afirma que la creatividad de la person

hum ana en sus diversas formas de actividad es una p articipación en la obr

creadora de Dios. Tal creatividad-no  absoluta- es un llamamiento a la  re

ponsabilidad.

En el esquema preparatorio (1965) de este capítulo III, n. 38, se que

ría extender explícitamente esta participación de la actividad creadora

la actividad más común de la vida cotidiana: la madre de familia que cui

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8.3.2.  «La actividad humana en el

 universo»

El Concilio Vaticano II ha querido también poner de relieve la impor-

tancia de  la actividad humana,  incluso la cotidiana, en el ámbito de la pre-

sencia de la Iglesia en el mundo contemporáneo. Thils (1967, p- 280) nos

recuerda en este sentido el peligro de un a cierta devaluación de la actividad

(praxis) en oposición a la «teoría» siguiendo la huella de u n cierto influjo

cultural del mun do griego, peligro que también se halla en la tradición

cristiana. Los griegos han puesto de relieve la búsqueda de un «estado di-

vino» más que de una persona.

Para el cristiano, debe considerarse la actividad humana a la luz del

principio paulino: «ya comáis, ya bebáis o hagáis otra cosa cualquiera, ha-

cedlo todo para gloria de Dios» (ICor 10, 31)

15

.

Si es cierto que la intención original de esta parte de la Gaudium et Spes

era la acción externa sobre el mundo y la materia, lo es igualmente que tal

acción ha sido pronto orientada a una visión total de la acción humana y,

por tanto, en el cuadro de la vocación integral del hombre y específica-

mente del desarrollo de su personalidad, de la acción sobre la materia y de

la relación con los demás (nn. 33, 35   y  comentario de Auer, 1969, pp.

185-186 y 189-190).

El cap. III de la   Gaudium et Spes trata de la actividad hum ana en el uni-

verso bajo el influjo de dos fenómenos socio-culturales que se han im-

puesto al hombre moderno: la tecnología y la socialización, en el cuadro de

la vocación total del hombre y de la misión específica de la Iglesia en el

mundo actual (Auer, 1969, pp. 186-187).

15 .  Thils pone d e relieve que los dogmas de la creación y de la encarnación han liberado la «ma-

teria» de la condenación, mientras que en la moral, el estoicismo ha continuado influyendo en el mo-

do de pensar. La atención a la actividad hum ana ha sido puesta en un prim er plano por los influjos de

índo le cultural, com o la filosofía de Kant, au nque se queda limitada a su formalismo, separando la in-

tención de la acción. El problema de la acción, de todos modos, se coloca en primer plano y el hom-

bre m ode rno se ha vuelto cada vez más sensible al hecho de que debe dar siempre un se ntido a su ac-

ción: en el mundo y en medio de los hombres es donde se juega su destino. Tal destino no se realiza

en la pura intención, sino transformando el mundo (sí mismo, la materia, los demás): se trata de en-

carnar su responsabilidad de hombre en los diversos campos (cf.

  Gaudium et spes,

  n. 36)

290

da de la salud física, intele ctual y moral de los hijos, el trabajador que d e

sarrolla su actividad y lucha por una mayor justicia social, el estudioso

que trata de descubrir las leyes de la naturaleza, el agricultor, el emplea

do,  los técnicos, todos aquellos que orientan su trabajo al servicio de l

sociedad.

La trascendencia divina no sólo no se opone de por sí al desarrollo y a

la madurez que resultan de la actividad humana, sino que, por el mism

mensaje cristiano, los hom bres se ven obligados a interesarse por el bienes

tar de sus semejantes y a contribuir a la construcción del mu ndo . Estas ve

dades hay que leerlas unidas a lo que se dice en los nn. 35 y 36. A la luz d

estas consideraciones que el Concilio nos presenta parece impo rtante, en e

ámb ito de esta investigación, tomar en consideración el área de la activ

dad humana en general y de la interacción en particular.

En concreto, el «numerador» del índice de Orientación Interpersona

(pp. 241-242) puede representar de modo satisfactorio algunas caracterís

ticas existenciales -y por tanto capaces de ser medidas en la misma investi

gación- de la interacción humana como actividad en el mundo. En este nu

merador se encuentra, en efecto, una medición de la tendencia o no ten

dencia de tod o indiv iduo a realizarse (actitudes de éxito del yo-ideal y de

yo-actual), su capacidad o incapacidad en establecer vínculos de colabora

ción y de fidelidad (actitudes de afiliación), la de ayudar a quien tiene ne

cesidad, de apoyar, consolar, proteger y confortar, cuidar y curar (actitu

de ayuda a los demás), la de conocer y explorar nuevos campos del saber

obrar humano (actitudes de conocimiento), la de controlar el ambiente hu

mano dominando las fuerzas presentes en la comunidad y en la socieda

(actitudes de dominio), la de organizar y ordenar con precisión el ambien

te (actitudes de orde n), así como tam bién la de superar las dificultades, lu

chando contra la tendencia a evitar y a alejarse de tareas que pueden se

frustrantes o embarazosas (actitudes de reacción).

Son, éstas, características de la interacción hum ana que pue den refleja

de modo conveniente -precisamente porque es también concreto- la

  respo

sabilidad y la

 creatividad

 que el Conc ilio reconoce c omo valores que se co

rresponden con las exigencias de la vocación cristiana en el mu ndo de hoy

291

Se pued e recordar en este pu nto to do lo que el Conc ilio reco mien da

en el Decreto sobre el ministetio y la vida sacerdotal a propósito de las «vir-

tudes» que justamente son más apreciadas en la sociedad humana, como,

por ejemplo, la bondad, la sinceridad, la firmeza de ánimo, la constancia,

la asidua preocupación por la justicia, la amabilidad y otras virtudes que re-

comienda el apóstol san Pablo cuando escribe: «Tomad en consideración

lo que hay de verdadero, de noble, de justo, de limpio, de amable, de lau-

las realidades terrenas, su autonomía y dignidad se atenúen hasta el punto

de reducirse a la nada. Tratará tam bién de no valorar estas realidades hast

el punto de que algunas se conviertan realmente y de modo vital en un ab

soluto» (p. 293).

En este sentido, en una investigación orientada a verificar existencial

mente el significado de la interacción humana es crucial poder valorar la

disposiciones personales para la relación social, tal como lo hemos vist

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dable, de virtuoso y de encomiable» (Fil 4, 8)» (Presbyterorum

 Ordinis, n.

3).

  Ideas análogas se hallan en el Decreto sobre la formación sacerdotal

{Optatam totius, nn. 11, 19) y en el Decreto sobre la renovación de la vida

religiosa  (Perfectae  Charitatis,  nn. 11, 15, 18).

Número 35. E n este núme ro el Concilio recuerda, entre otras cosas, que

si la actividad humana se centra en el hombre, en el sentido de que todo lo

creado se refiere a él, también es cierto que el hombre vale más por lo que es

que por lo que posee. Los valores de  ajusticia,  de la fraternidad'y  de un o r-

den más humano en las relaciones sociales marcan la importancia de una nor-

ma que hay que referir a lo absoluto, pero que tiene un valor por sí misma.

La intención del Concilio patece haber sido el indicar la jerarquía de los

valores terrenos, es decir, su culminación en el hombr e y su orientación ha-

cia la trascendencia (Auer, 196 9, p. 1 90, que cita el Textus Recognitus

 et Re-

lajones de  1965, p. 49). No obstante cierta ambigüedad (cf. Auer que ha-

bla de una falta de distinción entre los valores «ontológico» y «moral» de la

actividad humana y entre el valor «moral» y el valor «religioso», p. 190) se

reafirma la relación que la actividad humana debe tener con el  verdadero

bien

  de la humanidad y con la vocación integral del hombre (cf. Thils, p.

283 ,

  que remite al n. 36 para la orientació n a la felicidad total).

En este sentido, la referencia que el índice de Orientación Interperso-

nal com porta en su misma estructura a los valores teocéntricamente a uto-

trascendentes hace explícita y concreta esta instancia fundamental del sig-

nificado cristiano de la actividad humana. Tal referencia a los valores teo-

céntricamente autotrascendentes por parte del índice de Orientación In-

terpersonal se vuelve a toma r y elaborar m ediante las reflexiones que hare-

mos más adelante.

Número 36.

  En el número 36 el Concilio parece tener prisa en afirmar

la auton omía de los valores hum anos y lo hace sin ambigüedad, pero dis-

tinguiendo la

 auténtica autonomía

 de la que es falsa e inaceptable para el

creyente.

Comentando este párrafo, Thils (1967) escribe: «El cristiano se esfor-

zará en no vivir su tendencia a lo Absoluto de modo que el valor mismo de

292

más arriba (cf. los nn. 34 y 35),  en referencia a las disposiciones q ue se h

llan más estrechamente vinculadas a la trascendencia teocéntrica. El den

minador del índice de Orientación Interpersonal se halla precisament

constituido p or el conjunto de aquellas disposiciones que más directam ent

pueden favorecer u oponerse a un a autotrascendencia teocéntrica de la per

sona. Son, en efecto, las inconsistencias (inconscientes) en las variables vo

cacionalmente  disonantes  las que se consideran en el denominador del ín

dice de Orientación Interpersonal.

Número 37. Este número vuelve sobre el tema de la ambivalencia de l

actividad terrena. A algunos de los padres conciliares la visión presentada

al principio del Con cilio en esquemas precedentes les había parecido de

masiado optimista (cf. Thils, 1967, p. 294; Auer, 1965, p. 194). No se ha

querido hablar -anota Thils- de «ambigüedad ontológica», sino más bien

de «ambivalencia existencial» (p. 2 94).

Los comentarios de Thils y de Auer parecen indicar que en el Concilio

se confrontaron el optimis mo fundamental del cristianismo y la realidad d

desorden de la vida existencial, pero el equilibrio logrado pareciera exigi

nuevas precisiones. No es nuestra intención adentrarnos en la complejidad

de este problema. Pero sí consideramos interesante citar lo que escribe Thil

en su comentario a este número: «La permanente renovación a la que asis

timos en el conocimiento de los mecanismos humanos podrá hacernos lle

gar a una revisión de ideas acerca del ejercicio de la libertad, de la concien

cia, de la responsabilidad, pero no a suprimir el hecho del pecado» (p. 295)

El índice de Orientación Interpersonal, colocando las disposiciones pa

ra las relaciones hum anas en referencia a las inconsistentes en las variable

vocacionalmente disonantes, ha constatado que la acción humana, como

parte de la realidad humana antropológica más ampliamente concebida, s

ve implicada en una lucha entre el bien y el mal.

Concre tamente, se ha constatado que la actividad hum ana y, por tan

to ,  la relación interpersonal, se pone diariamente en peligro por la sober

bia, el amor desordenado de sí mismo (n. 37). Variables como humil

dad/org ullo, desconfianza de sí, exhibicionismo, agresividad, deseos sexua

29.

les,  dependencia afectiva, miedo al dolor y a la muerte entran como posi-

bles dialécticas conscientes o subconscientes en la valoración de las dificul-

tades vividas por las personas llamadas a una autotrascendencia teocéntri-

ca en sus relaciones interpersonales. En este sentido, la acción humana hay

que referirla a un posible desorden que encuentra una disposición cons-

ciente de tipo religioso/moral en la primera dimensión, pero también una

disposición subconsciente de tipo psicológico-existencial en la segunda di-

les semidioses se podrían comparar con las características humanas de

amor natural que, prescindiendo y aislándose de la caridad  (ágape), son bi

nes aparentes.

A la luz de la presente investigación, tratando de ser concretos y explí

citos, se puede afirmar que la prime ra dimen sión tiene su fuerza en cuan

to que interesa la disposición a dejar entrar o no a Dios conscientemente

en la vida personal y de relación; por eso es fundam ental. Sólo si está pre

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mensión (cf. Vol. I, pp. 263-26 9). La fig. 9 (p. 137) indica el porcentaje de

inconsistencias subconscientes en las variables vocacionalmente disonantes

y no disonantes, presentes en las personas en periodo de formación estu-

diadas en esta investigación. La correlación entre el índice de Orientación

Interpersonal, por una parte, y la Madurez del Desarrollo así como la ma-

durez de la segunda dimensión por otra, confirman existencialmente una

visión antropológica que reconoce esta ambivalencia existencial que exige

un serio discernimiento de las motivaciones subyacentes en las diversas for-

mas de relación interpersonal.

Número 38.

  La referencia explícita a los valores autotrascendentes co-

mo significación última de la actividad hum ana vuelve a considerarse en el

n. 38. En él se dice explícitamente que es en el misterio pascual de Cristo

muerto y resucitado donde la actividad humana halla su cumplimiento,

mediante el don del Espíritu de Cristo resucitado. El Espíritu suscita el de-

seo del mu ndo futuro (autotrascendencia teocéntrica), pero también ins-

pira ndo , purificando y fortificando los propósitos c on los cuales la familia

de los hombres trata de hacer más human a la propia vida y someter to da

la tierra a este fin.

La necesidad de que las distintas formas de amor humano tienen de ser

«salvadas»

  lo ha expresado bien C.S . Lewis (1960): El «afecto», la «amis-

tad»,

 el «eros» son formas todas de am or que encierran en sí la ambivalen-

cia. Pueden expresar el amor verdadero de caridad  (ágape o cerrarse en for-

mas de bien aparente o de desorden.

Si es cierto que «Dios es amor» (1 Jn 4, 8) -recuerda Lewis- esta verdad

no puede hacer olvidar la expresada por Rougemont: «El amor (en sus di-

versas formas) deja de ser un demonio cuando deja de ser un dios»; la mis-

ma verdad, para Lewis, se puede decir de otro modo: «El amor comienza a

ser demonio cuando comienza ser dios» (p. 17). Todo amor humano de-

be ,

 pues, ser salvado y tal salvación está en su relación con el Amor de Dios

qu e es caridad. ¿Cóm o pued e alcanzarse esta salvación? ¿Cómo pueden ser

salvadas por la caridad las diversas formas de amor humano? Se puede re-

cord ar lo que dice Emerson (en Lewis, 1960, p. 166): «cuando los semi-

dioses se ausentan, llegan los dioses». En la perspectiva de este estudio, ta-

294

sente la madurez de esta dimensión que dispone a la caridad com o m oti

vación, la relación interpersonal tiene un valor de autotrascendencia te o

céntrica.

Para dejar entrar a Dios y al amor cristiano puede ser de gran utilidad

ofrecer una ayuda que se dirige tam bién al bien aparente pudi endo logra

que los «semidioses» -en cuanto bien aparente- se ausenten. En otras pala

bras,

  en la obra de formación hay que afrontar la presencia de la segund

dimensión que con su inmadurez tiende a encerrar a la persona y a los ide

ales autotrascendentes en el horizonte d e ideales naturales y favorece su in

flujo de bienes aparentes para la autotrascendencia teocéntrica.

Sin tal ayuda para el bien aparente, que aquí puede tom ar cuerpo en

las diversas formas de actividad y amo r hum ano sin relación con la carida

{ágape),  la libertad de la persona encontrará gran dificultad en abrirse a

don, a la venida de D ios. Por otra parte, si tal venida puede tener lugar, en

tonces la riqueza de las diversas formas de amor h um ano en las relacione

interpersonales se salva por su relación con la caridad .

Estas relaciones de la actividad humana con la caridad, como valor au-

totrascendente, iluminan tam bién un tema que se presenta frecuentemen

te en la vida vocacional en general y en la apostólica en particular. Es e

problema ya planteado y discutido en el libro de 1976 (cap. 10) y en e

Vol. I, sec. 10.4.2, como la tendencia a vivir la vocación según una orien

tación que tiende a considerar el rol y no los valores. El n. 38 recuerda qu

los dones del Espíritu son varios y el Concilio me nciona dos tipos de vo

cación: una más orientada a la «consagración» y otra al «compromiso de

transformación» (cf. párrafo 2).

Independientemente de estas diferencias, presentes en la forma visible

incluso externa del don, el Concilio recuerda que debe darse el aspecto co-

mún de «liberación» que el Espíritu obra a través de «la abnegación prop

y el empleo de todas las energías terrenas en pro de la vida humana», en

una perspectiva de oblación a Dios. Una vez más es la referencia explícita

a los valores autotrascendentes que es el común denominador de las diver

sas formas de vida y de actividad en la Iglesia, lo que las  valoriza. Este pla

teamiento, mientras  revaloriza  toda forma de vida y de actividad tal com

95

puede expresarse en la variedad de roles, incluso sociales en la Iglesia,  rela-

tiviza

  tales roles y actividades que, sin tal referencia a los valores autotras-

cende ntes , se ven pr ivados de su verdad ant ro pológic a fund ame ntal .

Número 39.

  Aquí se afronta e l t ema del valor de l a act iv idad humana

en la perspectiva de la historia y de la escatología.

¿En qué medida l a act iv idad humana, y , por t an to , l as re laciones in ter-

N u es t r a ap o r t ac i ó n t r a t a d e ap o y a r s e p a r t i cu l a rm en t e en v a r io s ap a r t a

d o s d e d i ve r s os d o cu m en t o s d e l C o n c i l i o V a t i can o I I ; y - co m o h em o s h e

cho en l as sec. 8 .3 .1 y 8 .3 .2- se u t i l i zarán con es ta t r ip le in tención:

1) subrayar a lgunos aspectos de los apar tados que convergen con nues

tras ideas o datos de la sec. 8.2;

2) hacer expl íc i to a lgún aspecto impl íci to en d ichos números del Con

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personales , son t rans i tor ias , o en qué medida se l es reconoce una ex i s ten-

cia e terna? Las perspect ivas que aquí se presentan son ampl ias y van mu-

cho más al l á de los objet ivos de es ta sección del presente volumen.

Las re laciones in terpersonales , como par te de l a act iv idad humana, ¿va-

l en d e p o r sí co m o en u n h u m an i s m o a t eo , co n su p e rm an en t e , au n q u e i n -

definible renovación, o como en las visiones del eterno retorno o de los «ci-

clos» s in f in de algunas doct r inas or ien tales? (Thi l s , 1967, p . 299) .

El Concil io pone de rel ieve que la actividad humana, sus progresos y sus

conquistas, no se identifican con el desarrollo del Reino de Dios, pero el la -

com o se ha presentado en los núm eros preceden tes - forma par te del des ignio

que t i ene un f in concebido como punto de l l egada de l a preparación , no co-

m o f inal o t erminac ión del proceso de deveni r (Thi ls , 196 7, p . 299) .

La acción humana se convier te en tonces en «pref iguración que v i s lum-

bra» el mu nd o nu evo. Las re laciones hum ana s , s i se v iven según la mad u-

rez cr i s t i ana descr i t a más arr iba, pero sólo así,  se convier ten en valor  testi-

monialque es mu y sent ido por nues t ros conte mpo ráne os . Un a vez más , las

t res d imens iones (sobre todo l a pr imera y l a segunda) y e l índ ice de Orien-

t ac i ó n In t e rp e r s o n a l p u ed e n co n t r i b u i r - si b i en m o d e s t am e n t e - a l d i sce r -

n imiento y a l crecimiento de l as re laciones humanas que real i zan es te t es -

t i m o n i o c r i s t i an o .

8 .3 .3 .

  Observaciones de antropología general sobre las relaciones

psico-sexuales

Premisas

Planteamos en es ta sec. 8 .3 .3 l a d i scus ión pas toral sobre l a re lación

  psi-

co-sexualxA

  co mo se ha estudia do en la sec. 8.2 , esto es, sobre la relació n

p s i co - s ex u a l co n lo s d em ás y co n s i g o m i s m o , v i st a co m o au t o t r a s cen d en -

cia t eocént r i ca .

El t ema lo d iv id imos en dos par tes : l a pr imera abarca l a presente sec.

8 .3 .3 , que -como indica e l t í tu lo- ofrece elementos de an t ropología sobre

las relaciones psico-sexuales. La segunda parte, consti tuida por la sec. 8.3.4,

p r e s en t a r á a l g u n as « o b s e rv ac i o n es s o b re d e t e rm i n ad o s p ro b l em as p s i co -

sexuales» .

296

cil io;

3) añadi r nuevos elementos suger idos por e l enfoque ant ropológico in

terd i scip l inar seguido en los dos volúmenes de l a presente inves t igación .

Por lo que se refiere a la presente sec. 8.3.3 nos fi jaremos en algunos nú

meros (12 , 13 , 14) de l a Cons t i tución pas toral   «Gaudium et

 Spes»

  sobre

Ig l e s i a en e l m u n d o co n t em p o rán eo . D i ch o s n ú m ero s p e r t en ecen a l cap .

déla par te I del documento conci l i ar ; es e l capí tu lo que presenta l as   gran

des líneas de una antropología

  en l a que se cons idera a l a persona, en su d ig

nidad de indiv iduo, en relación con Dios . Aquí nos l imi taremos só lo a los

t res números , en cuanto los mismos t ra tan aspectos per t inentes a nues t ro

tema; además , los t res números serán cons iderados únicamente en l a pers

pect iva propia de nues t ro es tudio .

Lo mismo que h icimos en l a sec.

  8 .3 .1 ,

  en l a presentación que s igue se

dist inguirán las observaciones relat ivas a los «maduros» de la  hipótesis de ba

se

 (cf . pp . 279ss ) de l as de los « inmaduros» . Es ta d i s t inció n ent re «ma du

ros» e « inmaduros se es tab lece únicamente en razón de una mayor c lar idad;

en real idad , los conceptos y los pr incip ios vál idos para los maduros t am

bién lo son

  {mutatis mutandis)

  p a ra l os i n m ad u ro s .

Observaciones relativas a los «maduros»

Número 12.

  El penúl t imo párrafo de es te número d ice: «Pero Dios no

creó al hombre en so l i t ar io . Desde el pr incip io los 'h izo hombre y mujer '

(Gn 1 , 27) . Es ta sociedad de hombre y mujer es l a expres ión pr imera de l a

co m u n i ó n d e p e r s o n as h u m an as . E l h o m b re e s , en e f ec t o , p o r s u í n t i m a

naturaleza, un ser social , y no puede vivir ni desplegar sus cualidades sin re-

l acionarse con los demás».

Es ta par te del n . 12 comprende dos af i rmaciones muy importan tes . La

primera puede expresarse de l a s iguiente manera: e l hombre «creado a ima-

gen de Dios» es e l mismo hombre que «Dios no creó en so l i t ar io : desde el

pr incip io

  los  hizo hombre y mujer».

  Como hacen notar dos per i tos del Con-

ci l io (Delhaye, 1966, p . 269 , tomado después por Ratzinger , 1969, p . 122-

123) , l a semejanza humana con Dios se hal l a v inculada en es te n . 12 a l a

exi s tencia de l a humanidad como hombre y mujer , es to es , con l a sexual i -

dad . Pero es ta v inculación de l a sexual idad humana con l a semejanza de l a

297

criatura humana con Dios, comporta el hecho de que la sexualidad huma-

na supera los fenómenos puramente naturales de la reproducción, para ele-

varse al nivel de un diálogo hecho de amor psicológico y espiritual y, por

lo mismo, de un amor que comprende   toda  la persona. Después de todo,

como hace notar Alszeghy (1966) y Mouroux (1967) al comentar el n. 12

de la

 Gaudium et Spes,

 el hombre, como imagen de Dios, es... una relación

esencial y vital con Dios, relación especialmente completa y profunda, re-

índice del Desarrollo Psico-sexual, sino también, a través de los mismos, lle-

var o no llevar al desarrollo de las debilidades sexuales. Sin adherirnos al

pansexualismo del que a veces se acusa a Freud, es conveniente, no obstan-

te ,  reconocer la fuerza motivacional sexual como  un o de los compo nente

de la interacción social. A propósito del medio de predicción secundario (ín-

dice de Desarrollo Psico-sexual) hay que añadir dos hechos: ante todo, co

mo se ha visto en los resultados de la investigación expuestos en 8.2.4, el ín

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lación de diálogo con Dio s (cf. Vol. I, cap. 2; es interesante notar q ue la

visión de la implicación de toda la persona en la sexualidad es opinión

muy común, incluso entre los especialistas en sexología, cf. pp. 247-248 y

251) .

 Por ello la sexualidad humana comporta la autotrascendencia teocén-

trica

 de

  toda

 la persona h umana.

Se deduce que

  la

 hipótesis

 d e

 base

 de la sec. 8.2 (cf. pp. 247-250) tiene

su fundamento teológico por lo que se refiere a los dos medios de predic-

ción primarios:  madurez del índice de Madurez del Desarrollo y de la se-

gunda dimensión. En efecto, como hemos visto repetidas veces a lo largo

de este libro (en especial las condiciones y datos de investigación de los cap.

3,   5, 6 y 8.1), estos dos medios de predicción primarios actúan como dis-

posiciones motivacionales importantes para una internalización de los va-

lores autotrascendentes, y por ello, como disposiciones importantes para la

autotrascendencia teocéntrica.

Pero, antes de nada, es conveniente notar con Ratzinger (1969, pp.1 22-

123) que la semejanza del homb re con Dios es anterior a la sexualidad con

la que se halla vinculada. En otras palabras: «la semejanza con Dios en la

sexualidad es anterior a la sexualidad, no idéntica a la misma. Puesto que

el ser huma no es capaz del Tú absoluto, es un Yo que pue de llegar a ser un

tú para otro yo. La capacidad para el Tú absoluto es el fundamento de la

posibilidad y necesidad del partner humano»

  {ibid.

 p. 122). Por ello no se

puede identificar la religión sólo con la solidaridad humana.

Lo que acabamos de exponer nos introduce en la segunda afirmación

imp orta nte del n. 12: la unión hombre-m ujer «es la expresión primera de la

comunión de personas humanas. El hombre es, efecto, por su íntima natu-

raleza, un ser social y no pue de vivir ni desplegar sus cualidades sin relacio-

narse con los demás». Como hace notar Delhaye (1 966, p. 269, «el texto re-

cono ce qu e la sexualidad es

 u na

 de las bases de la sociabilidad, no sólo en el

plano marido-mujer, sino también en un sentido mucho más general».

Q ue da de este modo confirmada la importancia y validez del medio de pre-

dicción secundario  (índice de Desarrollo Psico-sexual) de la hipótesis de ba-

se de la sec. 8.2 com o elem ento de la personalidad, que está en correlación

(en cuanto disposición) con las debilidades sexuales; por ello, las relaciones

sociales no sólo pueden fácilmente poner en actividad los dinamismos del

298

dice de Desarrollo Psico-sexual tiene u n c ampo de acción en la dinámica de

la persona que es más limitado que en los medios de predicción primarios

(índice de Madurez del Desarrollo y segunda dimensión como estructural)

aunq ue está en relación con ellos (cf. fig. 25). Además hay una diferencia

estadísticamente significativa entre el índice de Desarrollo Psico-sexual y el

índice de Orientación Interpersonal (pp. 262-263); el uno no es igual que

el otro, pero es posible que haya un influjo recíproco  indirecto  en ellos (c

pp . 27 5-276). En otros términos, la sociabilidad es un factor q ue puede cam

biarse fácilmente con la sexualidad y llevarla a situaciones, genitales o no , que

no coinciden necesariamente con el fin último del amor teocéntricamente

autotrascendente propio de la persona humana.

Cuanto se ha dicho más arriba como comentario al n. 12 ofrece dos

aportaciones. Ante todo explícita más algunas afirmaciones antropológica

del Conc ilio, especialmente en vista a sus aplicaciones pastorales. En efec

to , en lo qu e se refiere a la sexualidad, los conocimientos «nocionales» d

la revelación han sido traducidos, en parte, en conocimientos «reales» ex-

perimentales, concretos y existenciales.

En segundo lugar, la interpretación que hemos hecho anteriormente de

n. 12 ofrece un fundamento teológico-filosófico a los elementos de antro-

pología psico-social, que constituyen la hipótesis de base de la sec. 8.2

(pp.

  247-250).

Número 14.

 Este número trata de la «constitución del hombre» y co

mienza con la afirmación fundamental de que el hombre es una   «unida

de alma y cuerpo».  El Concilio quiere subrayar esta unidad humana y ev

tar toda forma de dualismo, que sí aparecía en algunas corrientes de la te

ología tradicional. Efectivamente, estas últimas, siguiendo el pensamineto

griego (cf. Vol. I, p. 105), concebían al hombre predominantemente como

compuesto de dos substancias, de alma y cuerpo unidas entre sí. El Con

cilio,  por el contrario, sigue la orientación bíblica de la teología contem

poránea y por ello reafirma la unidad del hombre existencial, que tiene su

«condición corporal» y su «interioridad». Por razón de la primera, la per

sona hum ana «es una síntesis del universo material»; por la segunda pue de

«afirmar su sup erioridad sobre el universo material». Téngase presente que

2'>'

inicialmente, en el número 4 de la

  Gaudium et Spes,

  el apartad o sobre el

cuerpo trataba solamente de «la dignidad del cuerpo humano», mientras el

número siguiente se ocupaba únicamente de «la dignidad del alma y par-

ticularmente de la inteligencia humana» (cf. Ratzinger, 1 969, pp. 12 6-127;

Mo uroux , 1 967, pp. 238-239 ); se dejaba de este mo do la puerta abierta a

un dualismo de alma y cuerpo. El texto 5 de la

  Gaudium et

 Spes ha trata-

primarios de la «hipótesis de base». Además, conviene recordar que los tre

niveles de vida psíquica se hallan tam bién presentes en muchos de los com

ponentes del índice de Desarrollo Psico-sexual; por lo mismo, también e

medio de predicción secundario de la «hipótesis de base» es antidualista

Así pues, por el modo de expresar la doctrina antidualista del hombre afi

mada por la  Gaudium et

 Spes

  en su n. 14, el presente estudio contribuy

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do de toda la «constitución del hombre» en un mismo número (el n. 14),

precisamente para evitar todo atisbo -incluso externo- de dualismo: el cuer-

po y el alma no están yuxtapuestos, sino que son dos elementos de un to-

do orgánico, y el hombre no debe despreciar su vida corporal, sino que, por

el contrario, «debe tener por bueno y honrar su propio cuerpo, como cria-

tura de Dios que ha de resucitar en el último día».

Pero, como hace notar Ratzinger (1969) en su comentario al n. 14, mien-

tras la doctrina de la unidad corporal-espiritual de la persona hu man a es cla-

ramente afirmada por el Concilio, sin embargo se nota todavía la falta de una

nueva vía en la expresión adecuada de dicha unidad para superar el esquema-

tismo del dualismo alma-cuerpo. Ratzinger {op.

  c,

 pp . 127-130) ve en el con-

cepto de «interioridad» utilizado en el n. 14 un camino para lograr este nue-

vo modo de expresar la unidad corpóreo-espiritual y sugiere volver, para es-

te fin, a la teología de la vida interior presentada por san A gustín.

Según Ratzinger  {ibid.  p. 128), el dualismo queda superado por el

«concepto bíblico de corazón que para san Agustín expresa la unidad de la

vida interior y la corporeidad (el subrayado es nuestro). De este modo se

tendría u na verdadera  teología

 del cuerpo,

  que concibe al cuerpo como un

cuerpo humano, describiéndolo en su humanidad como «incorporación

(embodiment) de mente y espíritu, m odo en que el espíritu hum ano tiene

una existencia concreta»

  {ibid.

  p. 129). Se tendría así una teología de la uni-

dad del hombre como espíritu en el cuerpo y cuerpo en el espíritu. En es-

te sentido Ratzinger cita el pensamiento análogo de otros muchos autores,

com o Gu ardin i, Pascal, Metz, K. Rahne r, G. Marcel, etc (cf. tam bién el

com entario a la palabra «corazón» d e J. de Fraine y E. Vanhoye en «La Bi-

blia» publicada por Marietti, 1980, p. 1117).

El presente estudio ha seguido la misma línea de pensam iento presenta-

da por san Agustín acerca del modo de expresar la unidad corpóreo-espiri-

tual de la persona huma na. Bastará la breve presentación de la p. 105 del

Vbl. I y, sobre todo, -en el mismo Vbl. I- la conceptualización de las tres di-

mens iones com o tres disposiciones habituales de la motiva ción h um ana ,

cada una de las cuales incluye los tres niveles de la vida psíquica: psico-fi-

siológico, psico-social y espiritual-racional (cf. Vol. I, sec. 7.2 y p. 382, no-

ta 103). Ahora bien, com o se recordará, en la sec. 8.2 del presente Vol. II,

las tres dimensiones son parte importante de los dos medios de predicción

300

con su aportación de explicitación de la doctrina del Concilio según un

perspectiva de antrop ología científica psico-social. Tal perspectiva hace má

posible una comprensión y una ayuda pastoral de las personas en sus si

tuaciones existenciales co ncretas.

Con Ratzinger (1969) se podría decir que todo el n. 14 puede dividir

se en tres partes:

1) El párrafo inicial del n. 14. Presenta una visión en la que el hombre -e

su unidad de cuerpo y alma- es tanto reflexión del universo y de su

múltiple composición como, sobre todo, elemento que a través de

cuerpo, incorpora al universo en su espíritu y así, al mismo tiempo, lo

lleva a adorar, a «alabar librem ente al Creador».

2) El párrafo final, en el que n o se tiene una visión cósmica sino más bien

individual y ética de la unidad de vida interior y corporeidad del hombre

con la afirmación explícita de la espiritualidad e inmorta lidad del alma.

3) Ent re 1) y 2) hay una breve historia del cuerpo en la econom ía de l

historia de la salvación: su creación, promesa de su resurrección, res

ponsabilidad del cuerpo (segundo párrafo del número 14). Entre su ori

gen del poder creador de Dios, y su futuro vinculado al amor redentor

de Dios, el cuerpo en su presente situación puede ser un medio de ado-

ración o de rebelión, pero un medio que está llamado a vivir una auto-

trascendencia teocéntrica.

Esta posibilidad de adoración o de rebelión nos lleva a considerar tam-

bién los «inmaduros» de la «hipótesis de base» (cf. p. 249).

Observaciones relativas

 a

 los «inmaduros»

Número 13- El argumento que contiene el presente número es el peca-

do .  Como premisa de lo que pretendemos tratar, será bueno recordar bre-

vemente la noción de pecado tal como la presenta el n. 13 en su principio.

La   Gaudium et

 Spes

 emplea dos expresiones para presentar la noción de

pecado. Ante tod o, el pecado para el hombre es levantarse contra Dios...

«pretendiendo alcanzar su propio fin al margen de Dios». La segunda ex-

presión afirma: «Conocieron a Dios, pero no le glorificaron como a Dios.

Oscurecieron su estúpido corazón y prefirieron servir a las criaturas, no al

Creador» (cf. Rom 1, 21-25).

301

Como puede verse, las dos expresiones ponen de relieve dos aspectos

diversos de una m isma realidad: el pecado es enajenación de Dios y recha-

zo del fin último para el que el hombre ha sido creado, el fin de autotras-

cendencia por el amor teocéntrico (cf. Vol. I, sec. 9.3.1). Estos dos aspec-

tos tienen un denominador común: el pecado es una alienación de Dios

como fin último de amor por parte de la persona humana. Por esta razón,

el Concilio puede afirmar (al final del primer párrafo del n. 13) que «el

sec. 8.2 confirman esta posibilidad de una acción debilitadora del índic

de Desarrollo Psico-sexual en los «inmaduros».

Por ello parece que las afirmaciones de los dos párrafos precedente

acerca de la función debilitadora de las tres dimensiones y del índice d

Desarrollo Psico-sexual sobre la voluntad de la persona, inclinándola a la

debilidades sexuales, se pueden interpretar como afirmaciones que trata

de la

 concupiscencia humana.

 (Sobre la relación de la primera y segun da

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hombre rompe la debida subordinación

 al fin último,

 y también toda la ar-

monía, tanto por lo que toca a su propia persona como a las relaciones con

los demás y con el resto de la creación» (el subrayado es nuestr o).

En esta perspectiva hay que contemplar las debilidades sexuales de las

que hemos hablado en la sec. 8.2 (mencionadas en Rom 1, 21 y  ss, que ci-

ta el Concilio). En efecto, éstas son una alienación del fin del amor teo-

céntricamente autotrascendente, que es el principio que da forma a los dos

medios de predicción primarios de la hipótesis de base (p. 249): el índice

de Madurez del Desarrollo y la segunda dimensión.

Podemos ahora comprender como las dialécticas centrales de la pri-

mera y segunda d imensión (y a veces de la tercera), presentes en los dos in-

dicados medios de predicción primarios, pueden desempeñar una función

debilitadora sobre la voluntad de la persona e inclinarla a las debilidades se-

xuales; los resultados de investigación presentad os en la sec. 8.2 confirm an

esta posibilidad en los «inmaduros». Es lo que implícitamente afirma el n.

13 en otros dos puntos. Al principio del párrafo segundo dice: «el hombre

se encuentra dividido en sí mismo. Por esto toda la vida humana, tanto in-

dividual como colectiva, se presenta como lucha, y por cierto dramática,

entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas». En el últim o párrafo, ha-

bla implícitamente de la dialéctica entre la «sublime vocación» y «la mise-

ria profunda que el hombre experimenta».

Más aún, la función debilitadora que p uede favorecer las debilidades se-

xuales, parece que es también posible para el índice de D esarrollo Psico-se-

xual, que es el medio de predicción secundario de la hipótesis de base (cf.

fig. 25). Com o se ha visto precedentemente, al comentar el n. 14, tambi én

el índic e de Desarrollo Psico-sexual expresa (junto co n la primera, segun-

da y, a veces, la tercera dimensión) la unidad corpóreo-espiritual de la si-

tuación humana, pudiendo de este modo obrar como factor debilitador,

que favorece las debilidades sexuales cuando se trata de u n «inmaduro». El

n. 14, párrafo segundo, parece indicar esta posibilidad en el hombre: «He-

rido por el pecado, experimenta, sin embargo, la rebelión del cuerpo. La

propia dignidad hum ana pide, pues, que glorifique a Dios en su cuerpo

(ICor 6, 13-20), y no permita que lo esclavicen las

 inclinaciones deprava-

da s delcorazón» (el subrayado es nuestro). Los datos de investigación de la

302

mensión con la concupiscencia, cf. Vol. I, sec. 9.3.2, principalmente pp

272 -273 ). Si esto es así, las consideraciones y los resultados de la investig

ción del presente estudio proporcionan una contribución a la doctrina s

bre la concupiscencia explicitando, en parte, los componentes psico-diná

micos de la concupiscencia misma según una perspectiva de antropolog

científica psico-social

16

.

En todo caso, estas consideraciones y datos psico-sociales son una apo

tación pastoral a una com prensión más concreta y existencia de las debil

dades sociales tal como se verifican en cada indi viduo.

Un análisis del n. 13 de la

  Gaudium etSpes

  sugiere otras tres aplicaci

nes pastorales, que se limitan a las relaciones psico-sexuales.

Delhaye (1966, p. 270, nota 13) hace notar que el Concilio «nos in

vita a separar menos el pecado original del pecado actual», esto es, el pe

cado de la naturaleza (por otra parte nunca tratado explícitamente por e

Concilio) del pecado actual de la persona. Por otra parte, nunca, según e

mismo perito del Concilio, la

  Gaudium et

 Spes  «hace distinción entre

pecado de la naturaleza y los pecados personales»   {ibid.  p. 270). Observ

ciones análogas ha hecho Ratzinger (1969, pp . 125-126) en su com enta

rio al n. 13. La explicación de este número de la   Gaudium et Spes hech

en los párrafos precedentes sigue la misma línea de pensamiento, por l

menos en el sentido de una menor separación entre el pecado original

el actual.

Pero esta invitación del Concilio a separar meno s el pecado original d

actual es frecuentemente mal entendida, mal interpretada en la praxis pas

toral que tiende a negar con mucha facilidad que exista pecado persona

especialmente en la esfera sexual. De aquí la tendencia a negar toda culpa

bilidad en la masturbación, en las relaciones prematrimoniales, en la ho

mosexualidad, en las relaciones heterosexuales claramente no ordenadas a

fin último de la persona humana, etc. Por el contrario, tal como los dato

de la investigación sugieren, hay toda una graduación de responsabilida

16.

  El término técnico «concupiscencia» en teología designa el hecho de que la persona, despu

del pecado original, no tiene ya dominio pleno sobre la espontaneidad de la naturaleza, de las em

ciones (cf. Vol. I , pp. 116 ss.). Para una exposición del concepto teológico de la concupiscencia, vé

se Rahner, 1965.

30

moral que conv iene examinar caso por caso; pero los casos de falta de res-

ponsabilidad son un reducido porcentaje (cf. sec. 8.2.7).

Como consecuencia, se constata en la sociedad contemporánea una ate-

nuación del sentido del pecado. Según Alszeghy (196 6, p. 436 ), otra cau-

sa de este debilitamiento del sentido del pecado se puede encontrar en el

hecho de que, con mucha frecuencia, se ha considerado el pecado casi ex-

clusivamente como una transgresión de las normas éticas. Ahora bien,

mista de las fuerzas del homb re frente al pecado (es decir, una visión dem a-

siado optimista del hom bre, semejantes a la de las antropologías «humanis-

tas» descritas en pp. 248-250 del Vol I). Se tiende a infravalorar la fuerza de

la concupiscencia; según el Concilio de Trento (cf. Sesión V,  Decreto sobr

pecado original,  5) la concupiscencia nace del pecado, no es pecado, pero i

clina al pecado. Este influjo de la concupiscencia está en la mis ma línea de

las consideraciones y de los datos de la investigación aportados anterior-

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aparte el hecho de que en determinadas circunstancias tal transgresión no

va acompañada de verdadera responsabilidad, qued a la realidad más im -

portan te y es que se ha olvidado el verdadero significado de la transgresión

de estas norma s éticas: el significado religioso de la alienación d e Dio s.

En lo que más específicamente se refiere a la transgresión de la castidad

y a la atenuación del sentido del pecado, quizá sería útil, en la pastoral, su-

brayar el aspecto positivo de la castidad misma, más que el negativo, esto es,

acentuar el concepto de do n al Ot ro y a los otros, y no tant o el concepto de

renuncia. Ten iendo en cuenta las enseñanzas de la

  Gaudium et

 Spes sobre la

unidad fundamental del hombre (n. 14), se puede comprender lo que dice

san Pablo: «Disciplino mi cue rpo y lo esclavizo» (I Co r 9, 27) pero con ello

«nadie ha odiado jamás a su propio cuerpo» (Ef 5 , 29), sino que se lo valo-

ra en relación con su verdadero destino. La castidad es un sacrificio precisa-

mente porque significa renunciar no a algo obsceno y bajo, sino a algo be-

llo y buen o, del cual se hace donación al Otro y a los otros.

El n. 13 sobre el pecado, en su estado actual (texto 6), ha sido añadido

al texto 5 de la  Gaudium et Spes para superar la visión precedente del tex-

to 5, o «Texto de Ariccia», que ofrecía un a visión optimi sta y unilateral del

homb re. Pero -como hace notar Ratzinger (1969)- el número conserva la

visión fundamental del Texto de Ariccia, «que esencialmente era especifi-

cada por la redención que ya se ha dado» (cf. Ratzinger,   ibid. p. 124). En

su redacción actual, el n. 13 no se deja hipnotizar y, por lo m ismo , no exa-

gera el tema del pecado, sino q ue asum e una visión positiva y realista (Rat-

zinger,  ibid).  Sin embargo, el texto 6 ha atenuado

  (toneddown)\í

  posición

del texto 5 «a veces en un m odo que fácilmente puede tender a dar una im-

presión ligeramente semipelagiana» (Ratzinger,

  ibid.,

 p. 124).

Si se da esta posibilidad, entonces puede ser realidad otro hecho: E nten-

der e interpretar mal el Concilio, según una visión semipelagiana; en con-

creto, en el tem a referente a las fuerzas del hom bre frente al pecado se ori-

gina una visión semipelagiana de una menor necesidad de la gracia, de la

oración

 y,

 en particular, del sacramento de la reconciliación. El notable ba-

jón en la frecuencia del sacramento de la penitencia después del Concilio

Vaticano II puede tener  un a  de sus causas, precisamente en esta falta de

comprensión del Concilio y, por lo mismo, en una visión demasiado opti-

304

mente, al principio del comentario al n. 13 (y 14) de la

  Gaudium etSpes.

Otro aspecto pastoral es digno de tenerse en cuenta. El n. 13 ofrece un

ópti mo ejemplo del esfuerzo llevado a cabo por el Concilio en la  Gaudium

et Spes para intentar dar a conocer la convergencia entre revelación y expe

riencia huma na en la visión de la antropolog ía cristiana. Los tres párrafo

del n. 13, de modos diversos, subrayan la utilidad de esta convergencia pa-

ra explicar la dialéctica de grandeza y de miseria de la persona hu man a, co-

mo se puede observar en las tres dimensiones formuladas en el Vol. I de

presente estudio y confirmadas existencialmente en este Vol. II.

Según se ve en el últim o párrafo del n. 13: «A la luz de esta revelación

la sublime vocación y la miseria profunda que el hombre experimenta, ha-

llan simultáneamente su última explicación». Ratzinger (1969) comenta

esta convergencia entre fe y experiencia humana con la siguiente afirma-

ción: «Solamente si la fe proyecta su luz sobre la experiencia y trata de ser

la respuesta a nuestras experiencias, el discurso sobre la humanidad del

hombre puede llevar a hablar de Dios y con Dios» (p. 126). Como se in

dicó al final del Vol. I del presente estudio (cf. p. 42 5), esta convergencia

esta complementaridad de un enfoque bíblico-teológico con otro antropo-

lógico-existencial puede ser útil en la pastoral y habría que apoyarlo. Des-

pués de todo, es cuanto la Gaudium et

 Spes

 ha hecho en muchos puntos d

su texto.

8.3.4.  Observaciones sobre algunos problemas ps co-sexuales

La presente sec. 8.3.4 quiere tratar algunos problemas particulares rela

tivos a la psico-sexualidad. Lo haremos basándonos en las consideracione

y datos de investigación que hemos ofrecido en la parte precedente de este

cap. 8; el tema lo discutiremos dentro de los límites de una perspectiva an

tropológica.

A)

  El problema del celibato y de la

 castidad consagrada

 en la

 vocación

 

tiana

El tema in dicado en la Introducción a este Vol. II sobre los cambios so

cio-culturales que sucedieron al Concilio se aplica, en parte, al área de las

Wi

relaciones psico-sexuales consideradas com o un comp onente impo rtante

de la personalidad de los jóvenes que siguen la vocación.

El aban don o de ciertas «estructuras de plausibilidad», la importan cia

dada a la experiencia, un cierto «optimismo antropológico», los experi-

mentos realizados, no parecen haber ofrecido una respuesta exhaustiva a las

exigencias de crecimiento y de mayor madurez contenidas en la búsqueda

que presente, es  más implícita. Com entando el Decreto  Prebyterorum Or

dinis,

  Wulf (1969, p. 287) recuerda que los Padres no desconocían las di-

ficultades relativas a esta área de la vida cristiana-sacerdotal; el tiempo trans

currido durante el Concilio ha contribuido a una más amplia información

en este terreno

17

.

Las consideraciones que siguen quieren recordar algunas de las verda

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de tal madu rez. Perm anece viva la exigencia de encontr ar respuestas efica-

ces a las llamadas a una vida de castidad consagrada y de celibato sacerdo-

tal vividos de una m anera total, libre y que prom ueva el desarrollo total de

la persona

  (Lumen Gentium,

 n. 46).

Por otra parte, a veces se plantea la objeción -al menos bajo forma de

duda- sobre si es posible hoy presentar y ofrecer a los jóvenes el ideal de un

compromiso irrevocable en la virginidad consagrada.

El Concilio Vaticano II ha reafirmado sin ambigüedad el ideal de la vir-

ginidad consagrada y del celibato en el cuadro d e la vocación cristiana. Ta-

les ideas se hallan en algunos textos específicos de la enseñanza conciliar:

a) en la Con stitución dogmá tica  Lumen Gentium cap. V, al tratar de la

vocación universal a la santidad en la Iglesia;

b) en el mismo d ocum ento, en el cap. VI, nn. 43-46 tratando de los

religiosos, que viven un estado consagrado en la Iglesia;

c) en el decreto Prebyterorum

  Ordinis

 sobre el ministerio y la vida sa-

cerdotal en el n. 16;

d) en el decreto

  Perfectae

 Caritatis sobre la renovación de la vida reli-

giosa en el n. 9;

e) en el Decre to

  Optatam

 totius sobre la formación sacerdotal, en el n.

10 ,

  tratando de la formación al celibato.

De estos textos, que se han enriquecido a lo largo de su previa elabora-

ción antes de la presentación al Concilio y a las discusiones en el mismo

Concilio, emergen de modo bastante patente, entre otras, dos realidades:

1) la reafirmación del valor inalienable, como

  don de la gracia

 para la

Iglesia y para los individuos, de la castidad consagrada y del celiba-

to sacerdotal;

2) la importancia de una adhesión libre y total a este don, adhesión

que comporta notables dificultades.

De estas dos realidades, la primera se presenta  explícita

 y

 claramente co-

mo un ideal basado en la realidad teológica de la llamada. La segunda, aun-

306

des propuestas por el Concilio en esta materia, subrayando cómo estas ver

dades pueden guiar, iluminar y dar significado a las observaciones y con

firmaciones existenciales de la sec. 8.2. Tales consideraciones indicarán, po

otra parte, cómo las observaciones de la sec. 8.2 pueden contribuir a

 expl

citar  lo que el Concilio ha insinuado sin desarrollar ulteriormente, esto es

la parte que se refiere a la difícil respuesta de adhesión libre y total por par-

te de quien ha sido llamado a vivir el «don» de la castidad o del celibato

18

En relación a la primera realidad, un breve comentario a los textos d

la Constitución Dogmática  Lumen Gentium  puede servir para recordar

subrayar cómo el Concilio ha querido po ner la adhesión a los valores

 teo

céntricamente autotrascendentes en el centro de la llamada del cristiano a

vir de un modo maduro la realidad psico-sexual (cf. el comentario al n. 1

y 13 de la  Gaudium etSpes, pp. 29 7-299 y 301-305 ). En relación a la se

gunda realidad, un breve comentario a los textos de los Decretos

  Presby

rorum Ordinis,

 Perfectae

  Caritatis y Optatam Totius,

  puede servir para e

plicitar la importancia y, al mismo tiempo, las  dificultades de una adhes

total y  libre

  a tal llamada, recordando y refiriéndose a la realidad antropo

lógica, confirmada existencialmente por la inmadurez que frecuentement

se opone a la realización del ideal cristiano-religioso en el área psico-sexua

tal como se ha explicado en la sec. 8.2.

La madurez de la

 vocación cristiana

 a L t vida de

 castidad

 consagrada

celibato

El

  número 42

  de la Constitución Dogmática

  Lumen Gentium

 del cap

V lleva por tí tulo «La vocación universal a la santidad en la Iglesia» e ind

ca el cuadro en el que hay que situar el tema del desarrollo psico-sexua

Aunq ue este argumen to de la santidad haya sido tratado en los capítulo

precedentes, hablando de la santificación del hombre como objetivo de l

17.  En el mismo comentario, Wulf  kibid. p. 282) recuerda las aportaciones de los «peritos»

ciencias sagradas y humanas que circulaban en varias formas entre los padres del Concilio, referen

a los problemas del celibato.

18.

  La opción del Concilio de una presentación preferentemente positiva en este campo, pue

entenderse también a la luz del propósito general, enunciado ya desde el principio del mismo Conc

lio por Juan XXIII, de querer presentar el mensaje de la Iglesia de un modo constructivo y compre

sible más que pronunciarse en términos condenatorios (cf.  Wulf,  1967 b, p. 279).

obra re dentora de Dios en la Iglesia y a través de la misma Iglesia (cap. II),

con este número el Concilio quiere exponer, con fuerza especial, que la

Iglesia es obra de la gracia (cf.

 Wulf,

 1967a, p. 262). Tal llamada «carismá-

tica» a la santidad es central para la vida de la Iglesia y hay que reafirmarla

a la luz del aspecto institucional, jurídico, jerárquico fuertemente puesto

de relieve en las enseñanzas (y en la praxis) de u n reciente pasado.

La santidad cristiana no es perfección moral, virtud humano-heroica,

En este sentido, Wulf (1969) comenta que el Concilio parte del presu-

puesto de que el celibato es observado «no como cumplimiento de un pre-

cepto eclesiástico (por muy noble y perfecto que sea), sino en cuanto sig-

nifica el

 don de la gracia

  del que se habla en Mt. 19, 11 y ss. y en ICor 7

25 y ss.» (p. 283). Estas dos verdades aparecen también claramente en la

recomendación hecha en este sentido por el Decreto sobre la formación sa-

cerdotal

  Optatam Totius,

 en el n. 10. Wulf recuerda aquí la afinidad del sa

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sino que, en su sentido ple no, es la gloria (doxd) y el amor (ágape)  de Dios.

Sólo Dios es santo, pero nuestra santidad es participación en la santidad d e

Cristo en el Espíritu Santo. Tal santidad es recibida en la Iglesia y consiste

en la perfección de la caridad que se manifiesta de modo especial en la

práctica de los consejos evangélicos, entre los que natu ralme nte se encuen-

tra la castidad, que es el objeto de la presente consideración. Tales consejos

evangélicos pueden seguirse individualmente o en el marco de una comu-

nidad reconocida por la iglesia (n. 39).

Podemos sintetizar todo lo dicho afirmando que el n. 42 recuerda, ante

todo,

 que «el primer don y el más necesario (para la santidad) es la caridad».

Después de haber mencionado el modo extraordinario de demostrar

amor a Dios y al prójimo que es el martirio, se presenta el «precioso don

de la gracia divina dado por el Padre a algunos (Mt 19, 11; ICor 7, 7) pa-

ra que más fácilmente, con el corazón indiviso (ICor 7, 32-34) se consa-

gren sólo a Dios en la virginidad o en el celibato»

19

. Después de haber

mencionado los consejos de obediencia y de pobreza, en el n. 42, añade

que «quedan invitados, y aun obligados, todos los fieles cristianos a buscar

la santidad y la perfección de su propio estado» y son llamados a observar

el espíritu de los consejos que es la esencia de los mismos consejos.

Con el número 4 3 inicia el capítulo sobre los religiosos en el que se recuer-

da que los consejos, entre los cuales está obviam ente la castidad, son un

 «don

divino* y vienen considerados en el ámbito del «estado religioso» en la Iglesia.

Estas verdades, recordadas por el Concilio, se aportan para iluminar

también el aspecto del celibato sacerdotal. El Decreto  Presbyterorum  Ordi-

nis, en el n. 16, del que hablaremos más adelante, se refiere explícitamen-

te al n. 42 de la Constitución

  Lumen gentium

 al introducir el tema del ce-

libato y citar Mt 19, 12, lo mismo que ICor 7, 32-34 y mencionar explí-

citamente «virginidad o celibato».

19.

  Resulta interesante el hecho de que Wulf (1968), comen tando el Decteto

  Perfectae Carita-

tis,  n. 12 recuetda que si el carisma del celibato se da sólo a algunos, como aquí se dice, hay que en-

tenderlo com o algo que «no es nada extraordinario, sino que en el cuadro de la divina dispensación de

la gracia, es ¡dgo completam ente normal» (p. 358) es decir, no es una cosa rara como, por ejemplo, la

contemplación infusa o el don de hacer milagros.

308

cerdocio del Nuevo Testamento con el celibato como don de gracia, sobre

todo si el sacerdocio es entendido en sentido pleno como «servicio sacer-

dotal del evangelio» (Rom 15, 16) que se dirige -como llamamiento- a to-

do el hombre  (ibid. p. 283).

Es interesante, pues, recordar con Wulf

  {ibid)

  que el Concilio no hace

siquiera mención de otras varias «razones» (podría hablarse de motivacio-

nes) en favor del celibato, razones que, si bien presentes en la tradición cris-

tiana, no son genuinamente «cristianas»; nos referimos a razones de pure-

za cultual o a otros valores «espirituales» de o rigen no cristiano.

El vínculo que el Concilio ha querid o reafirmar entre sacerdocio y ce-

libato se ha fundado «confiando en el Espíritu que el don del celibato, tan

en armonía con el sacerdocio del Nuevo Testamento, será liberalmente da-

do por el Padre, con tal que, quienes por el sacramento del orden partici-

pan del sacerdocio de Cristo, e incluso toda la Iglesia, lo pidan humilde e

insistentemente»  (Presbyterorum  Ordinis, n. 16).

Wull com enta que este argumento aportado por el Concilio apela a la

fe y «contra esto no puede haber objeción por parte de la razón natural»

(Wulf,

  1969, p. 287) . Veremos más adelante cóm o esta apelación a la fe

confirma el origen divino de la llamada al celibato, pero deja en algún mo-

do aparte las posibles consideraciones sobre las eventuales dificultades de

orden sociológico y psicológico.

Una cosa, sin embargo, queda totalmente clara: el Concilio ha querido

basar la vocación a la castidad/celibato en la fe y, por tan to, en valores sin

duda teocéntricamente autotrascendentes

20

. Teológicamente se podría de-

cir que en el celibato/castidad el sacerdote sigue el ejemplo de Cristo vir-

gen, que en la eucaristía se da  entero a Sí

  mismo,

 Su cuerpo y sangre, a S

única

 esposa, la Iglesia, Su cuerp o místico.

20 .

  Hay que notat en este punto q ue, no obstante las discusiones conciliares y posconciliares, e

voto final de los padres sobre artículos importantes en esta línea han revelado prácticamente una una-

nimidad . En la votación de los números 1 5-17 (tomados conjuntam ente) del  Presbyterorum Ordini

sobre el celibato, de los 2271 votantes, 2243 han votado sí y 27 no, 1 inválido. En la votación del n.

12 de la

  Perfectae Caritatis,

  de 2130 votantes, 2126 han votado sí, 3 no y 1 inválido. Comentando el

n. 16 de la P.O ., Wulf (1969) escribe que tan amplia aprobación por parte del Conc ilio «significa que

se asigna al celibato sacerdotal en la Iglesia un puesto m ás impor tante de cuan to diversas discusione

posconciliares sobre este tema pued an hacer suponer» (p. 287).

309

El argumento del Concilio se dirige al cristiano que cree y llega a ser

más comprensible cuanto más se ve el carisma del celibato como algo no

extraordinario, sino perfectamente normal en el cuadro de la economía de

la gracia propia de Dios   (Wulf,  1969, p. 287).

Las observaciones y confirmaciones existenciales de la presente investi-

gación se enmarcan en esta visión. En efecto, es debido a la fundamental

capacidad de la persona para orientarse o no a los valores teocéntricamen-

do de modo siempre nuevo; es experiencia de Dios en Cristo, prueba de su

fe,

 esperanza y caridad.

Los tres significados profundos, cristológico, eclesiológico y escatológi-

co del celibato/castidad puede n llegar a ser, en este caso, una realidad exis-

tencial (cf. Pablo VI, Sacerdotalis

  Coelibatus,

  1967).

El significado  cristológico  del celibato (según dicha encíclica) está bas

do en una visión teológica y bíblica que asocia el sacerdocio ministerial al

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te autotrascendentes el que la madurez del desarrollo psico-sexual (índice

de Desarrollo Psico-sexual) haya sido referida y valorada precisam ente co-

mo madurez.

Son los individuos «maduros», que disponen de esta capacidad funda-

mental de autotrascenderse teocéntricam ente, los que han resultado ser más

maduros, incluso en su dimensión psico-sexual.

Son capaces de integrar uno de los componentes fundamentales de la

persona humana, la psico-sexual (cf. el comentario al n. 12 de la  Gaudium

et

 Spes), en la realidad antropológica que es su disposición a orientarse ha-

cia Dios: ellos, en efecto, son capaces de internalizar los valores teocén tri-

camente autotrascendentes de modo existencial.

De estas observaciones, se podría concluir que toda «legitimación» o

«justificación» de la castidad/celibato que no logra fundamentarse en esta

referencia existencial al «don de la gracia», toda ascesis vinculada a tales le-

gitimaciones que se quedan en lo puramente «cultual», «místico-natural»,

«moral» (cf Rahner, 1974) refleja u na antro pología insuficiente y está des-

tinada con toda probabilidad a desilusionar a quien cu enta con ella para

un camino de crecimiento en la madurez cristiana.

Una pedagogía que tiende a favorecer un desarrollo psico-sexual, ba-

sándose sólo en resultados de estudio y de investigación planteados en pers-

pectivas antropológicas limitadas, está destinada -al menos a largo plazo- a

desorientar, más que ayudar, a los jóvenes que quieren responder a la vo-

cación cristiana (cf. las perspectivas p redo min ante men te «biológicas», «del

comportamiento» o «humanistas» de Kinsey, Pomeroy y Martin, 1948 y

1953; Masters y Johnson, 1970; May, 1969; Harris, 1967; Fromm, 1956;

Levinson, 1978; Sheehy, 1976). En estas perspectivas, el componente psi-

co-sexual está prácticamente aislado de su referencia a realidades más pro-

fundas y objetivas de los valores autotrascendentes y referida como máxi-

mo a los valores naturales subjetivos. En esta perspectiva la dimensión psi-

co-sexual queda «trivializada» (Ratzinger, 1985 ).

Para los «maduros», esta llamada a la castidad/celibato, como advierte

Wulf (1968, pp. 358-359 y 1969 p. 287), es, en sentido positivo, una

aventura, la aventura del que cree, portadora de gozo para el que es llama-

310

sacerdocio de Cristo.

Es Cristo, supremo pontífice y sacerdote eterno, el que ha instituido el

sacerdocio como participación real en su sacerdocio único. Con su perso-

na y su misión, Cristo Jesús ha introducido en el tiempo y en el mundo

una nueva forma de vida que transforma la condición terrena de la natu-

raleza humana.

Cristo ha perm anecido toda su vida en estado de celibato, estado que sig

nifica su total entrega al servicio de Dios y de los hombres. Aquellos que

Cristo ha elegido como ministros de la salvación han sido iniciados en los

misterios del reino; a ellos se ha recomendado una más perfecta consagración

al reino de los cielos por m edio del celibato (Mt 19, 11-12). Es una llamada

a participar no sólo en el ministerio, sino en su m isma condición de vida.

La presencia existencial de los valores autotrascendente s en los «madu-

ros» pued e realizar este significado característico del celibato consagrado.

El significado  eclesiológico, según la encíclica de Pablo VI reside en el h

cho de que el celibato consagrado manifiesta el amor virginal de C risto a la

Iglesia y la fecundidad sobrenatural de tal m atrimo nio en el cual los hijos de

Dios son engendrados «no de la carne y de la sangre» (Jn 1, 13). La libertad

del celibato dispone al sacerdote para el ministerio de la Palabra, escuchada

en la oración, al ministerio de santificación y al ministerio pastoral.

La mayor libertad de los maduros es condición y expresión de esta dis-

ponibilidad al ministerio del cuerpo de Cristo que es la Iglesia.

El significado  escatológico del celibato consagrado se deriva del hecho

que la Iglesia es un pueblo en camino hacia el cumplimiento final (Fil 3,

20) , pero está también presente en un mundo prisionero de los intereses

terrenos y con frecuencia sujeto a los deseos de la carne (lj n 2, 16). El don

de la continen cia perfecta por el reino de los cielos es una señal caracterís

tica de los bienes celestiales (Perfectae

  Caritatis,

  n. 12), testimonio del ne

cesario progreso del pueblo de Dios hasta la meta de su peregrinación, y es

tímulo para elevar los ojos a las cosas de allá arriba donde Cristo se sienta

a la derecha del Padre (Col 3, 1-4).

Los «maduros» son los que mejor pueden dar existencialmente este «tes-

timonio». El testimonio, en efecto, brota de un valor que, por su sola pre-

sencia, testifica: el ser es más im porta nte que el hacer.

311

En es ta perspect iva, del don de l a gracia y de los valores au to t rascen-

dentes que lo expresan , es como se puede apreciar cuanto se mani f i es ta en

el n. 46 de la  Lumen Gentium.  O r i g i n a r i am en t e co n ceb i d o p a ra l l am ar l a

atención sobre desviaciones en el v ida re l ig iosa, se modi f icó con objeto de

afirmar la nobleza y el valor de la vida según los consejos evangélicos en la

v ida humana. Es ta nobleza y es te valor se ex t i enden al hecho de que los

mismos favorecen -como en un cí rcu lo v i r tuoso (cf . Vol . I , f ig . 5 ) opues to

El car i sma de l a cas t idad/cel ibato , recuerda

 Wulf,

  no es a lgo ex i s ten te

por s í mismo, completo y admi t ido una vez para s i empre. Es a lgo dado por

Dios a l hombre en su s i tuación concreta h i s tór ica , an t ropológica y ps ico-

lógica. El compromiso que ex ige una v ida de cel ibato no es indi ferente .

Hoy más que nunca, se conoce l a importancia del cuerpo y de l a sexual i -

dad en el desarro l lo de l a personal idad . Los consagrados por e l re ino de los

cielos deben v iv i r t ambién enteramente, en su cuerpo , en su pensamiento

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al círculo vicioso de la fig. 13 (del presente Vol. II) -el progreso de la per-

sona humana; es ta nobleza y es te valor ofrecen t ambién su aportación apos-

tólica a la edificación de la ciudad terrena.

En la perspectiva de la investigación aquí presentada, la apelación a estas

verdades halla su confirmación existencial : son los «maduros» los que reali-

zan es ta perspect iva; l amentablemente son só lo el 10-20% (pp .255-257) .

La dificultad de vivir la vocación cristiana a la castidad celibato en la li-

bertad y en la totalidad

Co m o se ha ins inuado más arr iba, l as d i f i cul t ades para v iv i r l a v ida co n-

sagrada de cas t idad y de cel ibato no han escapado a los padres conci l i ares ,

aun cu and o no lo han t ra tado n i expl íc i t a n i s i s t emát ica mente .

En el n . 12 del Decreto

  Perfectae Caritatis,

  lo mismo que en el n . 16 del

Presbyterorum Ordinis,

  e l Conci l io afronta -en t re o t ros - e l t ema que podrí -

amos l l amar de l a neces idad de « in ternal i zar» el «don de l a gracia» de los

v a l o re s au t o t r a s cen d en t e s . E n am b o s l u g a re s s e r ecu e rd a q u e t a l em p eñ o

implica esfuerzo, exige mortificación y ascesis; se sugiere precaverse de fal-

sas teorías y de peligros  {Perfectae Caritatis);  se apela a l a humi ldad y a l a

perseverancia , a l a oración y al recurso de medios sobrenaturales y huma-

nos y a l as normas ascét i cas garant izadas por l a exper iencia de l a Ig les ia ,

normas que en l as c i rcuns tancias actuales no son menos necesar ias

  [Preby-

terorum Ordinis).  A d em ás , e l D ec re t o  Perfectae Caritatis  enuncia en el ú l t i -

mo párrafo un pr incip io que vale l a pena ci t ar :

«Como la observancia de la continencia perfecta afecta íntimamente a las

inclinaciones más hondas de la naturaleza humana, los candidatos no se de-

cidirán ni se admitirán a la profesión de la cast idad sino después de una

prueba verdaderamente suficiente  y  con la debida madurez psicológica y

afectiya. N o sólo hay qu e avisarles sobre los peligros que acechan a la casti-

dad, sino que han de ser instruidos de forma que acepten el celibato consa-

grado a Dios incluso com o un bien de toda la persona».

Al comentar es tos dos números (e l n . 12 del

  Perfectae Caritatis

  y el n.

16 del  Presbyterorum Ordinis),  "Wulf (19 68, p . 359 y 196 9, p . 287) hace

u n as i m p o r t an t e s o b s e rv ac i o n es , u t i l i z an d o p rác t i cam en t e e l m i s m o l en -

guaje para los dos docum ent os (para los rel ig iosos y para los sacerdotes ) .

312

y en sus emociones, en el sacrificio y en su actividad una vida que l leve el

s igno de su sexual idad . De o t ro mod o, e l consag rado no amaría verda de-

ramente con su cuerpo n i s iquiera a Dios , n i i r rad iar ía n ingún s igno vál i -

do para los otros (cf. más arriba el comentario a los nn. 12 y 14 de la   Gau-

dium et Spes).

  «Sólo a t ravés de l a aceptación consciente y t ranscendiendo

p e r s o n a l m en t e l a co rp o re i d ad s ex u a l m en t e d i f e r en c i ad a , l a s r en u n c i a s l i -

bremente aceptadas por e l cel ibato dejan de ser obs táculo para e l desarro-

l lo humano, mental y re l ig ioso de l a persona y se convier ten en fuentes de

nueva energ ía , promoviendo los f ines del cel ibato cr i s t i ano descr i tos en el

t ex to del Conci l io»   (Wulf,  1 9 6 8 , p . 3 5 9 ) .

El don no sus t i tuye al l en to y l aborioso proceso de aprendizaje de l a re-

nuncia . Pone, eso s í , en movimiento l a lucha, pero , a l mismo t i empo, pres -

ta una as i s t encia que supera a l es fuerzo humano.

Pero l a lucha no es nada fáci l . En es te punto , l as confi rmaciones ex i s -

t enciales de es ta sec. 8 .2 pueden cont r ibui r de un modo notable a hacer ex-

plíci to cuanto el Concil io afirma sin que lo desarrolle ulteriormente. Los da-

tos de l a sec. 8 .2 pueden hacer lo en uno o más de los s iguientes modos :

a . pon iend o en ev idencia l a presencia  y la  frecuencia  de las dificultades

que pueden oponerse a una in ternal i zación en el campo de l a cas t i -

dad y del cel ibato ;

b.   d i s t ing uien do d i s t in tos aspectos de l as d i f i cu l t ades , l as t res d ime n-

s iones , la mad urez del desarro l lo ps ico-sexual , l a fuerza de voluntad;

c. estableciendo relaciones entre los diversos com pon ente s de inmad urez;

d. sugiriend o una jerarquía de importan cia existente -según los casos- en-

tre los factores que influyen en el crecimiento vocacional en esta área;

e . ind ic and o los l ími tes o l a insuf ic iencia de algunos elem entos de l a

p e r s o n a l i d ad o d e c i e r t o s co m p o r t am i en t o s co m o f ac t o re s p a ra

comprender o desarro l l ar e l área ps ico-sexual ;

f. faci l i t ando un «di scern imiento» me dian te l a aporta ción de cr it er ios

que s i rvan de or ien tación ante l a complej idad de factores que pue-

den concurr i r ;

g . i l u m i n an d o - en co n s ecu en c i a - la o p c i ó n d e m ed i o s p ed ag ó g i co s

ap ro p i ad o s ;

Jl i

h. ayuda ndo a afrontar, con u n juicio más certero, las «consecuencias»

de la inmadurez psico-sexual, representadas por las «debilidades» se-

xuales, que -con cierta frecuencia- constituyen la causa de ulteriores

dificultades en el crecimiento humano y vocacional de la internali-

zación del don de gracia autotrascendente.

Por ello, sobre todo los jóvenes necesitan guía y formación. Como re-

cuerda Wulf

 (1968,

 p. 359) «quizá no se ha detectado el problema o ha ha-

Experiencias, informaciones, ejercicio de roles, mayor «apertura» y re-

nuncia necesaria a determin ados tabúes, se han puesto en práctica, dan do

a veces la impresió n de que «se hacía algo», y, hasta para algunos, q ue «se ha

cía demasiado», o -en sentido o puesto- que «se hacía poco». En realidad, no

se ha hecho lo suficiente si no se llega -con un nuevo tipo de formación- a

aquellas «inclinaciones más profundas de la naturaleza humana », de las que

habla la Perfectae

 Caritatis,

  en su n. 12, visto más arriba. Tales inclinacion

profundas se hallan vinculadas a la «madurez psicológica y afectiva» que só

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bido falta de educadores». Se ha pensado que una simple instrucción sobre

las obligaciones vinculadas a los votos fuese suficiente, así com o algunas in-

formaciones referentes al sexo; se ha creído qu e tales instrucciones e infor-

maciones eliminarían las dificultades. «De la variedad de las formas y fases

del encuentro, que implica cuerpo y alma, entre el hombre y la mujer, así

como también sobre la psicología de la vida de celibato y sus específicas ex-

periencias y crisis no se ha dicho casi nada»

  (ibid.).

 La ayuda positiva en es-

te camp o específico viene recom endada en el decreto  Optatam  Totius (Neu-

ner, 1968, p. 390). El mismo N eune r añade: «si los problemas conexos

con el celibato no son afrontados y resueltos  (worked out),  tendremos con-

flictos sin resolver y un empo brecim iento de la persona, mientras la consa-

gración de toda la persona a Dios en favor de los hom bres debe llevar al sa-

cerdote a su plena madurez»

  {ibid.

 p. 390).

También Pablo VI, haciéndose eco del Concilio, en la encíclica  Sacer-

dotales Coelibatus

 (1967) , escribía: «de hecho, las dificultades y los proble-

mas que hacen la observancia de la castidad muy dolorosa o del todo im-

posible para algunos, provienen no raramente de un tipo de formación sa-

cerdotal que, dados los grandes cambios de estos últimos años, no es com-

pletam ente adecuada para la formación de una personalidad digna de un

hombre

 de Dios

 (1

 Tim 6, 11)» (n. 60 de la encíclica). Después de haber re-

come ndado que se lleve a cabo un serio examen para alejar a los que n o son

aptos por «razones físicas, psicológicas o morales», añade: «los educadores

tengan muy en cuenta que éste es uno de sus muy graves deberes. No cai-

gan en falsas esperanzas, peligrosas ilusiones y no permitan al candidato

que nutra tales esperanzas, con el consiguiente daño para sí o para la Igle-

sia. La vida del sacerdote célibe, que compromete al nombre total y signi-

ficativamente, excluye a los que carecen del suficiente equilibrio psico-físi-

co y moral. Tampoco se puede pretender que en estos casos la gracia supla

los defectos de la naturaleza» (n. 64 ).

Des de el tiemp o en que se hicieron todas estas observaciones hasta hoy,

no parece que se haya hecho mucho para responder al desafío de la reali-

dad antropológica que emerge de la correlación de datos presentados en la

sec.

  8.2.

314

lo puede ser fruto -junto con la gracia- de una educación to talm ente rea

lista que lleve a abrazar «el celibato consagrado a Dios, tamb ién co mo un

bien para la integridad de la persona» (Perfectae Caritatis,  n. 12).

Los datos de los cap. 6, 7 y 8 indican cómo el influjo de la formación

incluso en estos últimos años, no llega hasta «las inclinaciones más pro-

fundas de la naturaleza humana» representadas, como se ha visto, no sólo

por los ideales autotrascendentes proclamados, sino también por las fuer-

zas motivacionales de la primera y segunda dimensión. De aquí, una ve

más,

 la importanc ia de t oma r en consideración las realidades que la sec. 8.

ha tratado de analizar.

B)  El problema de la limitación de la natalidad

Se trata aquí de plantear el problema, no de la limitación de la natali

dad mediante el uso de los métodos naturales (limitación que concuerda

con el pensami ento de la Iglesia), sino de la que se logra med iante el uso

de métodos artificiales o anticonceptivos. El estudio no pretende conside

rar el delicado problema desde el punto de vista doctrinal o moral

21

, sino

más bien tratar de algunas consecuencias pastorales de la posición doctri-

nal-moral de la Iglesia sobre este problema.

En la discusión (hecha anteriormente en la sec. 8.2) sobre la «relación

psico-sexual con los demás, vivida como trascende ncia teocéntrica» se ha

subrayado repetidam ente un punto fundam ental: esta relación hay qu

considerarla según una visión integral de

  toda

 la persona de cada uno d

los que componen la pareja, y de su vocación a los valores objetivos de a u

totrascendencia teocéntrica. Los resultados de la investigación que se han

presentado en la misma sec. 8.2 (al igual que en la 8.1) confirman este

punto fundamental.

En la misma línea de pensamiento está lo que afirma Juan Pablo II en

su exhortación apostólica

  Familiaris

 Consortio

  (1981) en el n. 32: «En e

contexto de una cultura que deforma seriamente o completamente ignor

21 .  Para una aproxima ción doctrinal-mora , en la perspectiva del «personalismo» véase

 Persona

lismo e Morale S essudle. Aspetti Teología e Psicología

 (1983) de Bresciani.

31

el verdadero significado de la sexualidad humana, porque la separa de su

referencia esencial a la persona, la Iglesia siente la urgencia de su insusti-

tuible misión de presentar la sexualidad como un valor y un deber de toda

la persona, creada hombre y mujer a imagen de Dios».

Además, como se ha visto comentando el n. 12 de la   Gaudium et Spes,

también el Concilio Vaticano II sostiene la misma tesis. Más específica-

mente, por lo que respecta al amor conyugal, la   Gaudium et Spes afirma:

Pero como se ha visto en diversos pasajes del Vol. I y en los datos de la

investigación de los cap. 3, 5 y 6 del Vol. II, existe estrecha conexión entre

la madurez o no madurez en las tres dimensiones de la persona y el tipo de

función, de significación de sus acciones; más concretamente, una inma-

durez, especialmente de la primera, segunda (y a veces tercera) dimensión

implica en general una función, un significado regresivo, esto es, opuesto

a la autotrascendencia teocéntrica; tal inm adurez favorece las funciones u ti-

litaria y defensiva y no la que expresa los valores autotrascendentes. Al con-

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«Al tratar de conjugar el amor conyugal con la transmisión responsable de

la vida, la índole moral de la conducta no depende solamente de la since-

ra intención y apreciación de los motivos, sino de  criterios

 objetivos,

  toma-

dos de la

  naturaleza de

 la

 persona y de

 sus

 actos,

 que guardan  íntegro el sen-

tido de la mu tua entrega y de la procreación hu man a, entretejidos con el

amor verdadero; eso es imposible sin cultivar sinceramente la virtud de la

castidad conyugal» (n. 51; el subrayado es nuestro).

Basándose en esta visión integral de la vocación del hombre, Pablo VI

ha afirmado que la enseñanza de la Iglesia, por la que se excluye la contra-

cepción, «se fundamenta en la conexión inseparable, querida por Dios y

que no puede rom perse por iniciativa del homb re, entre los dos aspectos

del acto conyugal: el significado unitivo y el procreativo» (Encíclica  Hu -

manae  Vitae, n. 8, Acta Apostolicae Sedis, 1968,  60 , pp. 488-489 ; cf. tam-

bién  ibid., p. 490).

Interesa considerar algunas consecuencias pastorales de la posición de

la Iglesia al excluir la contracepción. Se trata de datos

  existenciales,

  que

muestran lo apropiada que es dicha postura para favorecer un verdadero y

profundo amor conyugal, que, por el contrario, queda minado por una po-

sición contraceptiva.

Ante todo, puede recordarse lo que es común entre estudiosos del sexo:

toda

  fuerza motivacional de la persona (como p.e., la necesidad de depen-

dencia afectiva, el sentido de inferioridad, la agresión, etc.) puede utilizar

las manifestaciones y las relaciones psico-sexuales como un medio de ex-

presarse; en térm inos técnicos: el sexo es plástico y ubicuo (cf. pp. 248 -

249). Como hace notar Mary Anna Friederich (1970) «la humanidad, des-

de muy antiguo, ha utilizado el simbolismo sexual, lo mismo que el acto

sexual para expresar y definir emociones y relaciones no sexuales» (p. 691 ).

Por ello mism o, toda manifestación y relación psico-sexual puede ser-

vir a una o más ie las cuatro funciones descritas por Katz (1960) para los

valores y actitudes (cf. Vol. I, sec. 8.3.1): la función utilitaria o de gratifi-

cación d e la persona, la de un a defensa de la estima de sí, la de favorecer el

proceso del conocimiento o bien la de expresar sus ideales (valores y acti-

tudes), incluso a uto trascendentes.

316

trario, la madu rez de las tres dimensiones favorece la expresión de estos va-

lores y actitudes autotrascendentes.

Se deduce otra consecuencia. La inmadurez de la segunda y tercera di-

mensión tiene un componente inconsciente y por ello se escapa a la con-

ciencia y a la atención de la persona; por ello tienden a perpetuarse, más

aún, a aumentar la dificultad de internalización (cf. sec. 5.5.1 y 5.5.2, con

figura

  13).

 Además, c omo la figura 9 y los resultados de la investigación de

la sec. 5.5.3 indican, el 60-80 % de las personas presenta estas faltas de m a-

durez inconscientes, las cuales influyen en su crecimiento vocacional (cf.

sec.

  5.6). En efecto, se da una correlación significativa entre la inmad urez

de las tres dimensiones y el índice de Desarrollo Psico-sexual (cf. sec. 8.2).

Todos los hechos presentados hasta este momento llevan a la conclu-

sión de que para el 60-80% de las personas casadas es posible un uso in-

maduro e inconsciente de la sexualidad conyugal, en el sentido de que en

la relación conyugal las dos personas atribuyen al acto significados diversos

del conscientemente atribuido al mismo (es decir, amor) y, sobre todo, del

que es inherente a la naturaleza consciente de la persona humana. Friede-

rich (1970) ha estu diado hasta nueve de estos significados del acto sexual

genital que corresp onde n a las funciones u tilitaria y defensiva descritas por

Katz (1 960). Según Friederich se puede buscar la relación sexual por los si-

guiente motivos:

1. para disminuir la ansiedad y la tensión;

2.   para quedarse encinta y/o tener un hijo;

3.

  como prueba de la propia identidad;

4.  com o prueba del propio valor;

5.  como defensa contra deseos homosexuales;

6. com o huida de un se ntido de soledad y de aflicción;

7. com o demostración de poder sobre otra persona;

8. com o una expresión de rabia y de destrucción;

9. como m edio para gratificar un deseo de amor infantil.

El comentario de Friederich es: «La relación sexual-genital, por tanto,

puede utilizarse para expresar toda suerte de conflictos individuales, de ne-

317

cesidades y preocupaciones, en lugar de una relación afectiva, agradable en-

tre dos personas»

  (ibid.,

 p. 693). Como hace notar Friederich, es claro que

«habitualmente las motivaciones no son puras, sino que se presentan en

forma mixta» (p. 699). Son muy importantes las observaciones finales de

la misma autora (p. 700): «El hecho de que una pareja o un individuo ten-

ga una intensa gratificación sexual no significa que sean personas maduras

que pueden afrontar los problemas de la vida de mod o adulto, no neuró-

tico». Esta posibilidad es más frecuente si, en lugar de considerar sólo los

otro como «objeto» puede carecer de responsabilidad moral, pero cierta-

mente hace muy difícil el descubrir por sí mismo el daño que se está cau-

sando a u no mism o y a los demás, y hace muy difícil el liberarse de los obs-

táculos para un crecimiento en la posibilidad de la internalización de los

valores autotrascendentes. Las dinámicas conscientes y subconscientes, ac-

tivadas por este tipo de relación entre los miembros (padres e hijos) de las

familias, debilitan o destruyen la unidad , la estabilidad y la felicidad de las

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casos patológicos (corno hace Friederich), se toman también los casos de

inmadurez subconsciente de la segunda dimen sión, los cuales -junto con

los patológicos- constituyen el 60-80% de los individuos.

Las observaciones de Lederer y Jackson (1968) siguen una línea de p en-

samie nto análoga a la de Friederich. En su libro, los dos autores analizan

amp liame nte siete falsas expectativas o decisiones de los cónyuges relativas

a su compo rtamiento en el matrimonio y demuestran n o sólo su falsedad,

sino también sus efectos negativos en la relación matrimonial. Estas son:

1. La gente se casa porque se aman .

2.   La mayor parte de la gente casada se ama rec íprocam ente.

3.

  Una relación romántica es necesaria para tener un matrim onio sa-

tisfactorio.

4.

  Entre el hom bre y la mujer se dan diferencias de com portam iento y

de actitudes, y estas diferencias causan la mayor parte de las dificul-

tades matrimoniales.

5.   El nacimien to de los hijos mejora automática mente un m atrim onio

potencialmente difícil.

6. La sensación de soledad se curará con el mat rimo nio.

7. Si puedes decir a tu cónyuge que se vaya al infierno, tu matr imon io

es demasiado pobre (op. c,  pp. 39-84)

Lo mismo que las observaciones de Friederich, las de Lederer y Jack-

son indican claramente que en los «inmaduros» (el 60-80% de la pobla-

ción, de la que solamente una pequeña parte es de naturaleza patológica)

el sentido predominante atribuido a las relaciones sexuales es fácilmente

mu y distinto del de autotrascendencia teocéntrica inherente a la naturale-

za de la persona h um ana y p ropio de la vocación cristiana. Por ello, tal sig-

nificado, en vez de ayudar, es un obstáculo para la internalización de los

ideales autotrascendentes y, por ello mismo, para el crecimiento en la vo-

cación cristiana.

Aunque inconscientemente, en la relación interpersonal se termina por

«utilizar» a la otra p ersona co mo un «objeto» y por hacer m uy difícil, o in -

cluso llegar a mina r su crecim iento vocacional. Este «uso» subconsciente del

318

mismas familias.

En el contexto de una misión educativa (en sentido amplio), a la que

todos los religiosos o sacerdotes son llamados, los problemas vinculados a

la contracepción constituyen un área caracterizada por intereses vivos y

fuertemente cargados de emociones. Es un campo que requiere y se presta

a una intervención formativa de las conciencias.

A los significados doctrinales objetivos y específicos (de los que se ha

hablado más arriba, cf. 8.3.3 y pp. 315-316), se añaden, en los educado-

res,

  otros significados subjetivos y simbólicos que implican las actitudes ha-

cia la autoridad , la necesidad de aceptación p or part e de los fieles, la capa-

cidad o no de tomar posición, así como los temas vinculados con la auto-

nomía de la conciencia, pero no en la formación de la propia conciencia.

La presencia de inconsistencias referentes a estas actitudes ha sido amplia-

mente documentada con los datos de la investigación. Frente a las dificul-

tades suscitadas por alguna de estas emociones, puede surgir la tendencia

de los educadores a no afrontar el problema en su ministerio educativo/pas-

toral.

En la base de esta tendencia puede estar la presencia, en los mismos

educadores, de una o más inconsistencias inconscientes de la segunda di-

mensión.

El sacerdote o el religioso educador, con una inconsistencia central en

el campo de la sexualidad (vinculada o no a otras inconsistencias), no ha

renuncia do con sciente y librem ente a las satisfacciones vinculadas a la mis-

ma sexualidad (al menos en el área de la persona correspondiente a la se-

gunda dim ensión) y es inevitable que contin úe acariciando (con n otable

ambivalencia subconsciente) deseos reprimidos de tal satisfacción. En con-

secuencia, algunos aspectos de la virtud de la castidad (sobre todo los que

exigen control y renuncia) pueden sentirse como im posiciones externas, in-

justas y -en un límite extre mo- tiránicas, según el proceso típico de la com -

placencia y de la identificación no internalizante.

Tal situación emotiva puede inclinar a la persona del educador a pro-

yectar una semejante dinámica sobre otros y, de modo concreto, sobre las

personas a las que está llamado a formar. Subconscientemente, tal educa-

319

dor se halla influenciado en este caso por una teoría, quizás implícita, que

identifica la felicidad con la gratificación sexual y la renuncia a tal gratifica-

ción como una privación más o menos injusta. Esto hace difícil el presen-

tar a los otros con convicción y sin dobles mensajes el ideal de la castidad

cristiana, matrimonial o celibataria, como la verdad más profunda de la exis-

tencia corpórea humano-cristiana. El educador no tiene una verdadera con-

vicción de que, de estas verdades íntimamente vividas, es de donde puede

derivarse la plenitud y la felicidad concedida al cristiano «en camino».

bos frecuentemente consagrados) con un fuerte vínculo afectivo por las dos

partes, vínculo que comporta una cierta exclusividad, con expresiones físi-

cas de afecto más o me nos lim itadas. Algunos excluyen solamente las rela-

ciones sexuales. Com o se ve, se trata de un a relación que está entre el ma-

trimonio, por una parte, y la castidad, entendida en el sentido tradicional,

por otra. Frecuentemente tal relación comienza como dirección espiritual

o como amistad en el Señor.

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El resentimiento contra una obligación no «internalizada» se interfiere

en la presentación de las exigencias cristianas. Tal interferencia p uede ve-

rificarse precisamente porque, junto a las inconsistencias inconscientes de

la segunda dimen sión y a la ambivalencia a ella vinculada, surge en el edu-

cador la duda de que acaso está imponiendo a otros un «peso indebido»,

que es «indebido» porque él mismo ni lo acepta ni lo quiere. Entonces re-

sulta fácil el recurso a una racionalización para justificar la actitud de si-

lencio con un pretendido y malentendido «respeto de las conciencias».

En este caso, la obra educativa, para no ser «autoritaria», se convierte en

la expresión de un «laissez faire» y abdica de su vocación de formación «au-

torizada» de las conciencias.

C)

  La s

 amistades heterosexuales

Lo dicho hasta ahora se refiere, sobre todo, a personas que han elegido

el celibato o el voto de castidad. Pero, con las debidas  acomodaciones, es vá-

lido también para las personas que no han hecho tal opción de vida, a me-

nos que se trate del amor del matrimonio cristiano que, después de todo,

es un sacramento.

Deseamos tratar este tema de la castidad porque, por una parte, es un

hecho social que hoy la actividad apostólica puede implicar contactos más

frecuentes con el otro sexo; y por otra, la persona que ha hecho su opción

por la castidad «por el Reino» debe ser capaz de integrar esta situación so-

cial en el marco de su opción por la castidad. El problema se hace todavía

más delicado si se trata de una amistad que no tiene ninguna relación con

la actividad apo stólica. Co n esta afirmación no se quiere excluir la posibi-

lidad de una genuina amistad hombre-mujer. Pero una verdadera amistad

se fundamenta sobre valores autotrascendentes, es decir, sobre una auto-

trascendencia teocéntrica que co mpromete a ambas personas.

Por ello, una amistad heterosexual no puede estar

 fundada

  en la bús-

queda de un YÍnculo afectivo que gratifique a los dos. Ahora bien, parece

que de forma explícita o implícita, se tienda a justificar y a presentar com o

un auténtico valor la estrecha relación entre un hombre y una mujer (am-

320

Las preguntas que se plantean son las siguientes: ¿Está moralm ente jus-

tificada una relación afectiva tal como la que acabamos de describir? ¿Cuá-

les son las razones a favor o en contra? ¿Cuáles las posibles co nsecuen cias

de tal relación?

Al tratar de hallar una respuesta a los anteriores interrogantes nos apo-

yaremos en la aportación de Bresciani (1983), así como en la antropología

formulada y verificada en los dos volúmenes del presente estudio.

La moral sexual, tanto en el contexto del matrimonio como en el de la

vida consagrada, puede considerarse com o apoyada en dos ideas, en dos

cimientos.

La primera idea es la de fidelidad: la

  Gaudium et

 Spes, en el n. 48, a pro-

pósito de la santidad del matrimonio y de la familia, habla de «irrevocable

consentimiento personal» de la pareja, de «plena fidelidad de los cónyuges»,

de «indisoluble unidad del matrimon io». Este es el personalismo de la  Gau-

dium et Spes, un personalismo que subraya el «Tú» divino y el «tú» huma-

no con el fin último de autotrascendencia teocéntrica, por medio del cual

los cónyuges cristianos «llegan cada vez más a su plen o desarrollo personal

y a su mu tua santificación y, por lo tant o, conju ntam ente a la glorificación

de Dios».

En otras palabras, como hemos visto más ampliamente en el Vol. I (pp.

256- 263) , el hom bre, en cuanto q ue es por su naturaleza un ser social, re-

aliza su dignidad no cerrándose sobre sí mismo, sino en la entrega sincera

de sí que se realiza en el am or

  (Gaudium etSpes,

 n. 24). Esta entrega debe

hacerse no por la autorrealización como fin en sí misma; ello minaría tan-

to el aspecto social e interpersonal de la relación, como el aspecto indivi-

dual intrapersonal de la relación y eso porque dicha autorrealización blo-

quea el desarrollo y el crecim iento, esto es, la realización de la persona mis-

ma y la hace recluirse en el círculo vicioso de la propia necesidad. Además,

una motivación centrada en la autorrealización va contra la fuerza motiva-

dora que caracteriza al hombre, la de la autotrascendencia apoyada en su

intencionalidad consciente.

El hombre alcanza su autenticidad precisamente en la autotrascenden-

cia (Lonergan, 1973, p. 104), pero no por la autotrascendencia como fin

321

en sí misma, sino por un fin, por un valor que trasciende al mismo h ombr e.

Efectivamente, el sentido, el fin verdadero y último del hombre está fuera

del hombr e, está en Dios (cf. Vol. I, pp. 132-13 8). Por ello, solamente m e-

diante la entrega de sí mismo por el bien y por el valor personal teocéntrico

del que da y del que recibe es como se logra superar el replegamiento sobre

sí mismo y co mo se alcanza la realización de ambos; esta apertura autotras-

cendente del hombre en sentido teocéntrico sería lo que el hombre

 debería

hacer para realizarse a sí mismo (cf. Vol. I, pp. 137-138).

la persona no puede realizarse en modo directamente proporcional a la

concentración en sí mism o, sino más bien de mo do inversamente pro -

porcional a la concentración en sí mism o. Esta es la distinción principa

que coloca a las dos posturas en neta contraposición:   o la persona debe

centrarse en sí misma,

  o

 debe olvidarse de sí mism a para realizarse» (Bres

ciani, 1983, p. 80).

Ahora bien, como se ha indicado repetidas veces (Rulla, 1971; Rulla,

Ridick, Imoda, 1976; Rulla, 1978; Bresciani, 1983; Ridick, 1976 y 1983),

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Finalmente, el don de sí debe ser totalmente teocéntrico, es decir, con

todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todas las pro-

pias fuerzas (M t 22 , 37-39), y debe ser una entrega «sincera»

  {Gaudium et

Spes, n. 24), esto es, -siguiend o la indica ción del C onci lio- un perder la

propia vida (Le 17, 33).

Siguiendo a Bresciani (1983), se puede aplicar este personalismo del

«Tú» divino y del «tú» humano a la relación sexual, sea genital o no, di-

ciendo que dicha relación sexual implica una relación con la   totalidad real

déla propia persona y con la

  totalidad

 real de la persona del otro, que ja-

más puede plegarse a los fines utilitarios del propio deseo. El don de sí se

mide por la realidad concreta personal y total del individuo, que está «lla-

mado» a la autotrascendencia

  teocéntrka en

 el amor: de

 esta manera se

 sal-

va la unidad del hombre sin negar sus aspectos subjetivos personales.

Como puede verse, el personalismo del «Tú» y del «tú» es muy distin-

to del personalismo del «yo», donde la persona importante soy «yo»; tan

import ante que no p uedo darme fielmente al Otro y al otro. De un perso-

nalismo del «yo» se deducen la autorrealización como fin en sí misma, el

subjetivismo moral, el relativismo y el narcisismo.

Los dos personalismos, el centrado en el «Tú» divino y el «tú» huma-

n o, y el personalismo ce ntrado en el «yo» se basan en dos antropologías di-

versas: el primero tiene como fundamento una antropología de la auto-

trascendencia para el amor tal como se ha descrito más arriba y en el Vol.

I, pp. 239 y  ss.; por el contrario, el personalismo del «yo» tiene como fun-

damento una antropología de la autorrealización como la que subyace, por

ejemplo, en las antropologías «humanistas» (cf. Vol. I, pp. 246-248) y en

el libro de Kosnik y colaboradores (1977) sobre la «sexualidad humana» (cf.

en Bresciani, 1983, una amplia discusión sobre las ideas de Kosnik que se

han confrontado con las de Wojtyla, 1978, completamente distintas).

La antropología de la autorrealización se basa en el siguiente tipo de

razonamiento: éstas son potencialidades de la persona,

  po r

 lo

 tanto

 la per-

sona se realiza solamente si realiza todas sus potencialidades. Por el con-

trario, la antropología de la autotrascendencia subraya el hecho de «que

322

no se trata de realizar pocas o todas las potencialidades, sino por qué razón

por qué fin

  se realizan las mismas: ¿para servicio y compensación del pro-

pio «yo», o por amor de los ideales que transcienden el «yo»? Paradójica-

mente el hombre está destinado a realizarse como consecuencia (por lo m

mo

 como efecto

 colateral) de su autotrascendencia teocéntrica. Este tema

ha estudiado detenidamente en el Vol. I de la presente obra y comprobado

repetidas veces de modo existencial en el Vol. II. Como decía Mounier

(1966): «Una persona alcanza la propia madurez sólo cuando se comp ro

mete a una fidelidad que valga más que la vida» (p. 82).

Por ello, toda form a de expresión sexual debe estar al servicio de la per-

sona,

 pero de

 toda  la persona, y fundamentalmente del fin último del amo

teocéntricamente autotrascendente al cual está ordenada. Este es el verda-

dero criterio de la sexualidad: «crecimiento creativo e integrativo», como

dicen Kosnik y colaboradores

  (op. c,

  1977);

 pero

  un crecimiento que tie

ne como fin supremo y pun to de referencia el amor teocéntricamente au-

totrascendente, al cual tiende la persona humana para lograr una auténti-

ca realización de sí mism a. Por ello, las amistades heterosexuales que con-

sideramos aquí hay que valorarlas según esta perspectiva de un amor teo-

céntricamente autotrascendente total y no según la perspectiva que deje la

puerta abierta a fuertes vínculos afectivos junto con una exclusividad de la

relación, y con expresiones físicas de afecto, aunque se desarrollen dentro

de ciertos límites.

Después de todo, una amistad afectiva que sea exclusiva es algo diso-

nante con la llamada evangélica al amor universal predicada por Cristo (cf.

p.ej.

  Mt 5, 45); por otra parte, una valoración de la sexualidad según e

pensamiento de Kosnik y colaboradores sobre un «crecimiento creativo e

integrador», deja abierta la posibilidad de cualquier actuación en la esfera

sexual (cf. Kosnik y otros, 1977, p. 115): homosexualidad, sexo prematri

monial, sexo extramatrimonial, etc. En esta línea, no debe maravillarnos

que una fuerte amistad afectiva hombre-mujer, que no tiene una finalidad

teocéntricamente autotrascendente, sino que es un fin en sí misma, termi

ne fácilmente y d e mo do progresivo en expresiones físicas.

323

Anteriormente (p. 321) se afirmó que, sea en el contexto del matrimo-

nio, o bien en el de la vida consagrada, la moral sexual puede considerarse

apoyada en dos fundamentos, en dos ideas. En las páginas precedentes se ha

tratado la primera idea, la de la fidelidad y la del personalismo del «Tú» y

del «tú», y por lo mismo del amor teoc éntricame nte au to trascendente. D e-

seamos ahora tomar en consideración la segunda idea o fundamento: el

cuerpo (el soma, según san Pablo, cf. especialmente  1 Cor)  participa con ple-

no derecho de la dignidad de la persona humana. Por ello es necesario re-

cíente o preconsciente a otro nivel inconsciente, a causa de la represión q ue

acom paña al mayor sentido de culpabilidad. Véase en este sentido cuan to

se ha dicho en las pp.2 77-2 78, especialmente los datos de investigación

concernientes a la hipótesis de base relativa al índice de O rientac ión ínter

personal (p p. 238 y 244-2 45) y lo referente a las relaciones hetero-sexuale

(cf. pp.247-249 y 255-25 7).

Las psicodinámicas inconscientes de la segunda dimensión hacen, po

una p arte, a las personas men os capaces de ver la verdad y discernir objeti

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chazar toda idea de dualismo de alma y cuerpo, dualismo que -más o menos

explícitamente- considera el cuerpo como un instrumento infrahumano, co-

mo algo que no tiene necesidad de redención. De este modo lo que se re-

fiere al cuerpo im porta p oco. San Pablo nos recuerda que «vuestro cuerpo

es templo del Espíritu Santo que habita en vosotros» (ICor 6, 19).

Se ha considerado ya esta idea referente a la unidad de alma y cuerpo,

lo mismo que a la dignidad del cuerpo, cuando se trató el n. 14 de la   Gau-

dium et Spes (cf. p. 299) y -más específicamente por lo que se refiere a la se-

xualidad- al estudiar el n. 12 de la misma Constitución (cf. pp. 297-299).

Por ello remitimo s al lector a esos come ntarios que confirm an c uanto se

ha dicho en el párrafo anterior sobre la dignidad del cuerpo.

Al principio de la presente discusión sobre las «amistades hetero-sexua-

les» nos planteamo s tres preguntas: la primera y segunda se referían a la va-

loración moral de tales amistades. Las páginas precedentes han ofrecido al-

gunas ideas que sirven de respuesta a tales preguntas. La tercera cuestión se

refería a las posibles consecuencias de tales amistades, tal como fueron des-

critas al principio del tratado.

Se pretende ahora considerar estas consecuencias. Nos lim itaremos a re-

mit ir al lector a las consecuencias pastorales-existenciales ya presentadas en

las pp. 315-318, cuando se ha considerado el problema de la limitación de

los nacimientos. Lo dicho sobre la relación sexual contraceptiva,   mutatis

mutandis, vale para las amistades hetero-sexuales. Además, se puede añadir

que las consecuencias negativas mencionadas al hablar de la limitación de

la natalidad pueden fácilmente ser más serias en el caso de amistades «in-

maduras» hetero-sexuales debido a varios factores.

Efectivamente, en las amistades hetero-sexuales menos m aduras, el sen-

tido de culpabilidad más o menos subconsciente mientras dura la relación,

pue de ser mayor que el que se da en la limitación de la natalidad, y esto por

dos razones: porque no existe ningún derecho sobre el cuerpo del  partner

en las relaciones de amistad hetero-sexual, y porque con frecuencia la per-

sona ya ha emitido «sus votos», se ha consagrado a una fidelidad total a

Di os o a otra persona. D e ello se deduc e que la función gratificante y/o

defensiva de la relación pasa más frecuente y fácilmente de un nivel cons-

324

vamente cu anto de in madu ro se halla presente en la relación, prod ucién

dose un progresivo emp eoramien to de la situación; por otra parte, lenta pe

ro progresivamente, tienen efectos negativos, tanto en el sentido de dismi

nución de la capacidad de internalización en particular, como del creci

miento vocacional en general.

Los «inmaduros» (que son el 60-80%), precisamente porque se hallan

subconscientemente divididos en sí mismos, y por lo tanto se sienten de

algún mo do frágiles o necesitados de apoyo, tienen una gran dificultad en

dar sin buscar el recibir o sin buscar el defenderse. Es claro por ello que ta

les relaciones inmaduras, como toda maniobra que busca gratificaciones o

que es defensiva, comportará algunas ventajas a los interesados, que por ello

dirán: «pero me ayuda». Sí, ¿pero con qué fin? Las defensas defienden; pe

ro frecuentemente no son expresión de valores de verdadera autotrascen-

dencia teocéntrica, de verdadero amor  {ágape).  En realidad, como indica

los datos de la investigación (cf. sec. 8.2), se traca del bien aparente de la

segunda dimensión (que afecta al 60-80%) y no del bien real. Puede «sen

tirse» feliz y sereno, pero precisamente porque es un egoísta, que se busca

a sí mismo. Se puede tener la impresión de servir al otro, pero en el fondo

subconscientemente se trata de ser servido. Además, la tendencia a la ex

clusividad lleva frecuentemente a los celos. Com o dice C . S. Lewis (1960

cuando dos verdaderos amigos están juntos, un tercer amigo siempre es

bienvenido; cuando se hallan juntos dos amantes, no se desea la presencia

de una tercera persona

  (two is

 company,

 three

 is

 a crowd).

 La exclusivida

con un partner  hu ma no fácilm ente toca otras áreas de la vida de las do

personas: una disminución en la vida de oración, de unión con Dios; la

relaciones con la comunidad (o grupo familiar) con quien se convive y ha

cia la cual las personas se pueden sentir más descontentas o bien ser me no

responsables; el cerrarse de modo obsesivo en el mundo de los pensamien

tos y de los deseos que se refieren a la otra persona.

Para superar estas desviaciones o distorsiones de las amistades hetero

sexuales hay que adoptar una actitud no sólo negativa de renuncias, sino

positiva, la de un amor teocéntricamente autotrascendente. En el contex

to de una vida consagrada, lo mismo que en el del matrim onio (siempr

con la debida acomodación), la vida afectiva de los cristianos exige no só

32

lo renuncias, sino también y, sobre todo, el testimonio presente en los tres

tipos de relaciones. Ante todo y preferentemente el testimonio de una pro-

funda relación con Dios. Como se ha visto repetidamente, la antropología

presentada en los dos volúmenes del presente estudio indica claramente

que hay un vacío en el corazón humano. Este vacío, por una parte no pue-

de ser colmado sino mediante una íntima y profunda unión con Dios, y

por otra implica un sentido de soledad mientras se vive en este mundo.

pueden corresponder al amor que se les entrega o que incluso traicionan a

amor que se les ofrece. Se es apóstol cuando se da, mediante el testimonio

de la vida, la respuesta total al amor del Padre hacia nosotros. Así lo ha he

cho C risto. El cristiano, casado o consagrado, debe ser capaz de sentirse so

lo con Cristo, esto es, capaz de ejercitar su libertad eligiendo a Cristo en

muchas personas más que satisfaciendo exclusivamente su necesidad de un

o varias personas.

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Llenar este vacío afectivo con u na ínt ima relación con D ios es una exi-

gencia inalienable para el ser humano. Llenando este vacío se da testimo-

nio del amor de Dios hacia nosotros, amor divino que es fuente de todo

verdadero amor: El ha sido el primero en amarnos, y así nos ha llamado a

amarnos entre nosotros.

Un segundo testimonio, que brota del primero, necesario para llenar

nuestro vacío afectivo, es la relación con la comunidad, con el grupo en

medio del cual se vive. Se trata de una relación, de una presencia, que de-

be tener su fundamento último en la relación íntima y continua con Dios,

del cual se ha hablado como primer testimonio.

La relación con la comunidad o con el grupo de convivencia debe tener

la última significación y finalidad en el deseo de hacer a los demás pa rtíci-

pes de ¡os valores aurotrascendentes de Ja fe

 y

 del amor de Dios,

 p or

 Cristo.

Por ello, la relación debe ser de amor teocéntricamente autotrascendente.

Finalniente, existe el testimonio de las relaciones vinculadas a nuestras

actividades de trabajo y/o de ministerio; este testimonio debe abrirse a to-

dos ,

  especialmente a los más necesitados del amor de Dios y del prójimo;

al igual que los dos precedentes, debe ser relación testimonial de un amor

teocéntricamente autotrascendente (cf. p. 280).

Los tres testimonios descritos constituyen las fuerzas positivas que nos ayu-

da n   a vivir con gozo el sentido de vacío, de soledad inherente a la persona hu-

mana, porque nos acerca cada vez más a Dios, fuente de nuestra alegría.

Si no se integran los tres tipos de testimonio, o de relaciones anterior-

mente enunciadas, y si no se da a las mismas la significación de autotras-

cendencia teocéntrica exigida por la naturaleza propia de la persona hu -

mana, será muy difícil vivir cristianamente las amistades heterosexuales.

Ade más , sin tales testim onios de amor teocént rico se puede ser «amigo»

de otra persona, pero no se es apóstol. Se es apóstol cuando se es libre de

tene r relaciones múltiples q ue van m ás allá de la búsqueda de relaciones ex-

clusivas; se trata, por el contrario, de unirse a Cristo, y no de vincularse al

otro. En otras palabras, se es apóstol cuando no se busca lo que es impor-

tante, gratificante para mí, sino -en último análisis- lo que es importante

en sí mismo del Reino. Se es apóstol cuando se ama a las personas que no

326

El cristiano capaz de vivir en soledad es capaz de abrirse a muc hos, a to

dos,

 y sobre todo de ser siempre libre y estar abierto al amor y a la volun

tad de Dios para, de este modo, seguir el ejemplo de Cristo, que ha cum

plido siempre la voluntad del Padre. Después de todo , como se ha visto re

petidame nte, el problema de la castidad es, ante todo, un problem a de gra

cia y de oración, y además de

 toda

 la persona. Finalmente, en cuanto se re

fiere a la motivación de la persona humana es, sobre todo, un problema de

su voluntad y de su madurez afectiva, más que un problema de conoci

mie nto, de nociones acerca del sexo (cf. los datos de la investigación apor

tados en la sec. 8.2.7).

327

9

LA SEGUNDA DIMEN SIÓN

CO MO LA DIMENSIÓN OLVIDADA

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Premisas

El título de este capítulo indica los objetivos y los límites del mismo

centrarse sobre la segunda dim ensión para poner de relieve sus funciones y

su importancia en los distintos pasos del camino vocacional. Esta presen

tación implica de por sí una discusión sobre la acción de la segunda di-

mensión cuando se la compara con otros elementos de la psicodinámica de

la persona.

Bastantes de las consideraciones aquí expuestas recuerdan temas amplia

y detalladamente expuestos en los dos volúmenes del presente estudio; po

ello nos limitaremos ahora a breves referencias sobre dichos te mas.

Los pasos del camin o vocacional que trataremos ahora son los siguien

tes:  inicio de la vocación, perseverancia o no perseverancia, crecimiento o

falta del mis mo en el proceso de internalización de los ideales autotrascen

dentes, principalm ente durant e el periodo de la formación inicial, crisis vo

cacionales, falta de un cambio en las personas bajo el influjo del ambi ente

vocacional en vista de la internalización de los ideales autotrascendentes

vida de relación en la vocación cristiana.

Se espera que subrayando las funciones y la importancia de la segunda

dimensión se logre poner de manifiesto el olvido de la misma en la forma

ción para el proceso de crecimiento vocacional, así como dem ostrar qu

puede ser un elemento útil en dicho proceso, si se toma con la debida con

sideración y se la trata adecuadamente.

9.1.  El proceso de inicio de la vocació n cristiana.

En el cap. 4 del presente Vol. II hemos visto que la vocación cristiana

es un proceso hacia el ideal de sí o yo-ideal. Este ideal de sí, con el que s

329

expresa el principio del interés vocacional, viene carcaterizado más por los

valores que por las actitudes y, sobre todo, tiene como contenido los idea-

les autotrascendentes más que los naturales.

Además, hemos visto que las personas tienden más a la autotrascen-

dencia que a la autorrealización. Estos resultados de la investigación con-

firman las afirmaciones teológicas y filosóficas del Vol. I de que el hom bre

está llamado por Dios y que tiende ontológicamente a la autotrascenden-

cia por un amor teocéntrico.

los grupos o movimientos de cristianos comprom etidos. Estos puntos han

sido estudiados al tratar de las aplicaciones pastorales en la sec. 4.4.

Si estas limitaciones se hallan presentes en los sacerdotes, religiosas y re

ligiosos, y lo mismo en los laicos comprometidos, es fácil comprender có

mo este elemento de la segunda dimensión, junto a otros, haga que en l

sociedad en que viven los cristianos se produzca el fenómeno de la indife

rencia religiosa; indiferencia que se presenta más como hecho práctico qu

como opción de ideales. Además se puede comp render c ómo esta indife

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Por desgracia, este conjunto de ideales autotrascendentes por el amor

teocéntrico es sólo una parte de las motivaciones que se hallan presente en

el principio de la vocación.

En efecto, com o los datos de la investigación indican (cf. fig. 9, p. 137) ,

las personas presentan cuando entran, en un porcentaje muy alto (del 60 al

80%) ,

  inconsistencias subconscientes y consistencias defensivas, las cuales,

en su conjunto, son partes constituyentes de la segunda dimensión. En

otras palabras, el 60-80% de las personas cuando optan por la vocación

presentan una motivación genuina que coexiste con otra que es, en parte,

un bien sólo aparente.

Como se ha dicho repetidamente, el bien aparente, aun siendo un bien,

tiene como límite la búsqueda de sí mismo (autotrascendencia egocéntri-

ca) o de un bien socio-filantrópico (autotrascendencia filantrópico-social).

Falta, o se encuentra d ebilitado , el elemento esencial que caracteriza la vo-

cación cristiana de una búsqueda del Reino de Dios en sí y en los otros.

Es cierto, esta falta o debilitamiento de la autotrascendencia teocéntri-

ca como fin últim o y suprem o se halla en una zona subconsciente y, por

lo mismo, no constituye pecado (y frecuentemente tampoco un estado psi-

copatológico). No obstante, esta motivación, que es un bien aparente, tien-

de ,

 por una parte, a persistir en el tiem po (precisame nte porqu e es sub-

consciente), y por otra mina notablemente la

 capacidad

 de internalizar los

valores autotrascendentes de Cristo (cf. fig. 10, p. 138 y fig. 13, p. 147)

además de que, con el tiempo, socava la presencia misma de los ideales de

autotrascendencia teocéntrica (cf. fig. 29, p. 331, que reproduce gráfica-

mente los datos del Apéndice B-5.2). Téngase presente, además, que los

ideales proclamados por los sujetos que siguen la vocación son una combi-

nación de bien real y de bien aparente, y esto último tiene una fuerza mo-

tivacional y debilitadora notable para el bien real, y por lo tanto para el fu-

turo vocacional del 60-80% de las personas.

A la luz de estas observaciones se comprende la importancia de la fun-

ción de la segunda dimensión en la pastoral vocacional, en los programas

de formación de formadores, en el planteamiento del apostolado desde el

comienzo del camino vocacional. Las mismas consideraciones valen para

330

rencia viene acompañ ada de una aceptación no crítica de la sociedad d

consumo y del «confort», de una pérdida de los valores cristianos de la fa

milia y de una acentuación de la búsqueda del placer personal. Estas últi

mas conclusiones son el resultado de un encuentro de expertos, organiza

do por el «Secretariado para los no creyentes» en marzo de 1985 y publi

cado en julio del mismo año por el Secretariado con el título de

  «Ateísmo

Diálogo».

  No hay que olvidar que una autotrascen dencia sólo egocéntri

o social-filantrópica como orientación general aleja progresivamente de l

vida de oración y, por lo mism o, del influjo de la gracia.

Por desgracia, este influjo debilitador sobre la vida vocacional de la se

gunda dimensión prácticamente se olvida. Se perciben algunas consecuen

cias, pero no se cae en la cuenta de su notable influencia y de que precisa

mente la segunda dimensión es una de las raíces de tales consecuencias.

Esta importancia de la segunda dimensión se percibirá en la sección si

guiente.

A l i n

Después de 4 a

ID E A L E S

A U T O T R A S -

C E N D E N T E S

M A D U R E Z

D E L A SE G U N D A

D I M E N S I Ó N

Ideales

de las

Per sonas

m i s

H

Per sonas

más

Madur as

>

Ideales

de las

Personas

menos

Madur as

n

Personas

m e n o s

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_l

Ideales

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r

-

  i

l Ideales

de las

i Personas

1 menos

l Madur as

3

L _l

> • '

Per sonas

menos

Madur as

1.

  L os ideales autotra scend entes proc lamad os por las personas meno s madura s no se diferencian de los proc

mados por las personas más maduras. Las líneas discontinuas indican el aspecto de bien aparente.

2.   La diferencia de ma durez, existente al principio, perman ece, después de 4 años, en las mismas personas.

3.

  Los ideales autotr asce ndente s de las personas meno s maduras , pasados 4 años, son significativamente m

bajos que los de personas más maduras.

Figura 29.

 Las relaciones entre la madurez de la segunda dimensión y los ideales autotrascendentes e

el t iempo

3M

9.2. La perseverancia en la vocaci ón

La importancia de la segunda dimensión en el proceso de abandono de

la vocación o de la perseverancia en la misma, se deduce claram ente de los

siguientes hechos.

Si se comparan las tres dimensiones según el influjo que ejercen en la

tendencia a abandonar o perseverar en la vocación, resulta que la primera

y la tercera dimensión tienen una capacidad de predicción sobre la perse-

verancia que es significativamente inferior a cuando se compara al de la se-

cia. Lo mismo puede decirse, al menos en parte, de las actitudes. En los

mismos libros de 1976 y 1978 se hizo notar el hecho, a propósito de la

perseverancia, que las personas que dejan la vocación no tienen valores o

actitudes más elevados que los que perseveran; más aún, es lo contrario, al

meno s en los religiosos varones.

Com parando los datos de la sec. 9.1 del inicio (entrada) de la vocación

con los de la sec. 9.2, sobre la perseverancia en la vocación, se puede ver

que, mien tras los ideales tienen un influjo sobre el proceso vocacional de

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gunda dimensión. Ésta predice la predisposición a la perseverancia de to-

dos los grupos considerados en el presente estudio. Por el contrario, la pri-

mera dimensión predice sólo en el caso de algunos grupos, y todavía mu-

cho menos lo hace la tercera dimensión.

Merece la pena notar el hecho de que esta predicción ha sido hecha so-

bre la base de los datos obtenidos al principio de la vida vocacional, antes

de la formación; además, téngase presente que tal predicción se realiza tan-

to si se toma como término de verificación de la perseverancia un periodo

de 6-8 años desde el principio de la vida vocacional (cf. Rulla, Ridick, Imo-

da, 1976, cap. 9; Rulla, Imoda, Ridick, 1978, cap. 9), como si el periodo

es de 10-14 años, tal como se hace en el presente volumen. Estos resulta-

do s se han expresado gráficamente en la  fig. 5 (p. 125).

Las consistencias defensivas, por sí solas, no parece que ejerzan un in-

flujo sobre, la perseverancia. Lo mismo puede decirse cuando se considera

todas las consistencias de la persona, tanto las defensivas como las no de-

fensivas. Esto plantea un problema de «discernimiento de espíritus» que se

puede resolver sólo si se toma en consideración, también y sobre todo, la

segunda dimensión.

Por lo q ue se refiere al influjo de los ideales autotrasce ndentes de cua n-

to se ha dicho en la sec. 9.1 se podría esperar que, con el paso del tiempo,

también ellos tengan alguna capacidad de predicción de la perseverancia o

no perseverancia en cuanto, como indica la fig. 29, siguen (en lugar de pre-

ceder) el desarrollo de la segunda dimen sión; e n realidad, estos ideales tie-

nen una cierta fuerza predictiva, pero cuando se comparan directamente

con la segunda dimensión, ésta predice de modo significativamente supe-

rior

  (cf. sec.

  5.4.4).

En este sentido, como se ha visto claramente en el cap. 9 de los años

1976 y 1978, los valores y, en menor medida, las actitudes, son un factor

que predispone al abandono, en el sentido de que, quien tiene valores só-

lo moderadamente elevados, tiende a abandonar   la vocación. No obstante,

cuando los valores se hallan fuertemente presentes ai principio de la vida

vocacional, no son necesariamente factores que dispongan ala peiseveran-

332

principio, es la segunda dim ensión la que prevalece en el proceso de perse

verancia. La misma establece un círculo vicioso que lleva gradualmente a

individuo a sentirse alienado del ambiente vocacional (cf. fig. 13, p. 147)

A pesar de todos estos datos y observaciones, hay que decir que en las

discusiones y en los estudios hechos sobre el problema de la perseveranci

en la vocación no se encuentran referencias relativas a la segunda dimen

sión o a psicodinámicas análogas: este es un camp o en el que la segunda di

mensión está totalmente olvidada; y sin embargo es la más importante.

Por ello, en lo que se refiere al problema del abandono de la vocación

no se trata de estudiar sólo las expectativas m ás o men os insatisfactorias d

los individuos y sus reacciones ante los distintos ambien tes, sino más bien

de conocer cuáles son los factores -especialmente los

 subconscientes-

 que

cen surgir estas expectativas (con frecuencia no realistas) y estas reacciones

(a veces emotivas). En términos generales, se puede decir que es la

 enter

psicodinámica de la persona la que hay que tomar en consideración para

valorar la madurez o no madurez del que se decide por el abandono de la

vocación.

9.3.

  El crecimien to en la internalización de los ideales autotrascendente

Cua nto se ha dicho sobre el influjo de la segunda dime nsión en el pro

ceso de perseverancia se verifica, de m odo análogo, en el proceso de inter

nalización de los valores autotrascendentes.

Es oportuno estudiar el proceso de internalización com o elemento impor

tante para el crecimiento en los valores autotrascendentes, recordando -en mo

do  simplificado- cuanto se dijo con mayor amplitud en varios puntos del Vol

(cf. la palabra internalizació n en el índice analítico), y en los análisis de la in

vestigación llevados a cabo en la

 sec.

 5.6 y en el cap. 8 del presente Vol. II.

Ant e todo , se puede recordar la definición existencial de internalizació

dada precedentemente: el individuo internaliza un valor revelado o vivido

por Cristo cuanto más dispuesto se halle o más

 libre

 para aceptar dicho va

lor que lo lleva a transcenderse teocéntricam ente (en lugar de egocéntrica

mente y/o sólo filantrópico-socialmente), para dejarse cambiar por dicho

33

valor y de hacer esto por am or de la impo rtancia intrínseca que el valor tie-

ne ,

  y no por la importancia que el mismo pueda tener para el individuo

(cf. Gal 2, 20; Rom 14, 7-8; 2Cor 5, 14-15).

Como indica la definición, el proceso de internalización de los ideales au-

totrascendentes de C risto es el proceso central en el crecimiento vocacional.

¿Cuáles son los elementos fundam entales que llevan a la internalización

o la favorecen? Ante todo la gracia y la vida de oración. En segundo lugar,

la autotrascendencia teocéntrica es la conquista de la intencionalidad cons-

sión, y ausente en la primera, se derivan falsas expectativas que no se hallan

presentes en modo estadísticamente significativo (cf. Apéndice B-5.1) en

la primera dimensión. El conjunto de las oposiciones o resistencias in

conscientes y de las expectativas no reales a ellas vinculadas, hacen que l

segunda dimensión desarrolle un círculo vicioso, presentado en la fig. 13

(p .  147) y explicado en las pp. 128-130 el cual, mientras indica la resis

tencia al proceso de internalización, empeo ra tam bién la misma segund

dimensión.

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ciente; finalmente, la libertad efectiva de la persona es la que juega un pa-

pel fundamental.

Se pueden distinguir dos momentos de este proceso de crecimiento me-

diante la internalización (cf. fig. 1, Vol. I): El primer momento afecta al pro-

ceso de discernimiento en el crecimiento vocacional; el segundo afecta a la

elección y al crecimiento vocacional. Com o indica esta figura, los dos mo -

mentos pueden fácilmente hallar resistencia en la persona, resistencias opues-

tas de las dialécticas conscientes y/o inconscientes de las tres dimensiones.

A este propósito se puede recordar que, c omo se indica en el Vol. I, sec.

9.3.2 , parece que existe un buen fun dam ento teológico para estas resis-

tencias a la internalización p or pa rte de las dialécticas de las tres dimen sio-

nes (al menos de las dos primeras): para el primer m om ento véase Rom 12,

2 y para el segundo Gal 5, 16-17, comentados en la indicada sec. 9.3.2.

Recordados estos elementos esenciales como premisas, ahora nos pre-

guntamos cuál de las tres dimensiones parece oponer la mayor resistencia

al crecimiento en la internalización de los ideales autotrascendentes.

Ante todo hay aspectos de psicodinámica en la persona humana que su-

gieren el hecho de un predominio de resistencia por parte de la segunda di-

mensión más que de la primera

1

.

Estos aspectos se han expuesto sintéticamente en las pp. 128-130 del

presente volumen a donde remitimos al lector. Baste aquí recordar uno de

ellos.

  La segunda dimensión se caracteriza por la presencia de un incons-

ciente que se halla en oposición, en contradicción con los ideales autotras-

cendentes; tal oposición inconsciente no se halla presente en la primera di-

mensión. Como consecuencia, la segunda dimensión debería oponer una

mayor resistencia a la internalización de los ideales autotrascendentes, en

cuanto que el ejercicio de la

  libertad

 efectiva  para dicha internalización es

particularmente limitada.

Co m o consecuencia del indicado elemento subconsciente de resisten-

cia opuesta a los ideales autotrascendentes presentes en la segunda dimen-

1. En lo que se refiere a la tercera dim ensi ón, a pesar de que su h orizonte ío co nstituyan los valo-

res naturales y no los autotrascendentes, téngase en cuenta que la misma pued e afectar al proceso de in -

ternalización de los valores autotrascendentes i través de posibles inconsistencias subconscientes de la se-

gun da dimensión , favorecidos po r ella (cf. p. e. Vol. I , sec. 8.4, 8.5.3

  j

  10 .3 .4 ypp . 347-351) .

334

Un a nueva pregunta br ota espontánea: ¿Existen datos de investigació

que confirmen estas consideraciones psico-dinámicas de una mayor resis

tencia por parte de la segunda dim ensión, para la internalización de los va

lores autotrascendentes, así como de un mayor empeoramiento, respecto

la primera dimensión?

Una primera prueba nos la ofrece el hecho que, como hemos visto en

la sec. 6.3, mientras la primera dimensión parece presentar una limitada y

pasajera tendencia a mejorar su capacidad de internalización a través de la

formación, la segunda dimensión se presenta como una resistencia, un pe

so estable e invariable que tiende a hacer disminuir tal mejoramiento apa

rente de la prim era dim ensió n sobre su capacid ad de internalización (cf

fig.  14 ,  p. 160).

Se tenga presente que esta estabilidad del peso que tie nde a hacer resis

tencia a la internalización ha sido verificada, tanto median te u na valoració

estructural como a través de otra existencial (p. 159). Además, ya desde e

principio de la vida vocacional es posible discernir esta función paralizant

y debilitadora de esta segunda dimensión presente en la mayoría de los su

jetos.

Otra prueba, igual a la primera, se ha llevado a cabo con sujetos que en su

formación habían tenido una intensa experiencia espiritual de treinta días du

rante el noviciado. A pesar de esta intensa experiencia espiritual, el proces

de internalización de los valores autotrascendentes ha resultado bloqueado

por la acción debilitadora de la segunda dimensión sobre la libertad efecti

va y, por lo m ism o, sobre la capacidad de internalización de los ideales au

totrascendentes (cf. fig. 16, p. 181).

Se pueden presentar otras dos razones, menos directas, referentes a la

prevalencia de la segunda dimensión sobre el crecimiento en la internali

zación de los ideales autotrascendentes.

Nótese, ante tod o, que sólo en la segunda dimensión resulta estadísti

camente significativa la diferencia entre el porcentaje de sujetos que em

peoran, en com paración con los que mejoran respecto a la madurez vin

culada a las respectivas dimensiones (cf. pp. 127-130 y Fig. 10, p. 138).

Una segunda confirmación indirecta ha sido ofrecida en la sec. 5.6, en

la cual se han podido distinguir cuatro subgrupos de la segunda dimen

33

sión («No nidificado res», «Nidificadores», «Cambiados» e «Impulsados»)

y su relación con la capacidad de internalización. En esta confirmación,

es importante notar lo siguiente: La realidad  estructural de  la segunda di-

mensión, tal como estaba presente al principio de la vocación, predice la

madurez  existencial de  los cuatro subgrupos después de cuatro años.

A estos datos , fruto de la investigación, y a estas consider aciones de

psicodinámica de la persona, se pueden añadir los de la frecuencia relati-

va de casos inmaduros de la segunda dimensión en comparación con los

debido a una

 condición

 de

 inconsistencias inconscientes

 de la

 segunda

 dim

sión, que de modo latente hacía tiempo que

 existía.

 En efecto,

  esta

 condici

puede hacer muy frágil el equilibrio-desequilibrio entre la primera y la seg

da dimensión; por

 ello,  con

 el tiempo, puede minar la primera dimensión y

diante esta última algunos d e los valores  instrumentales y finales

 autotras

dentes, fundamentales para la vocación.

Como se ve, según la parte b) de la proposición V, la raíz profunda y

primera de una crisis vocacional, prescindiendo de la acción de la gracia

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casos inm adu ros de las otras dos dime nsion es (cf. sec. 5.5.3); estos da-

tos indican el predom inio de la frecuencia de falta de madu rez de la se-

gunda dimensión en comparación con la de la primera y de la tercera. En

particular, se ha visto que entre los que perseveran en la vocación, el 70%

no internaliza (p. 141: 69% en una muestra de 267 sujetos   y  72% en

una muestra de 103 sujetos) como consecuencia de la resistencia de la se-

gunda dimensión: esto significa que el 70% de los que perseveran son

«nidificadores».

No obstante todas estas observaciones, que han sido expuestas en las

páginas precedentes, sobre el crecimiento en la internalización de los ide-

ales autotrascendentes y la resistencia opuesta preferentemente por la se-

gunda dimensión,  es un hecho que en  las discusiones y estudios sobre el

crecimiento vocacional, este aspecto fundamental del influjo de la segun-

da dimensión está prácticamente olvidado.

A este propósito se nota un difuso enfoque impresionista al juzgar los

programas propuestos para la formación. Muchos superiores y formado-

res encuentran dificultad en valorar críticamente la verdadera utilidad de

los programas de formación formulados por ellos mismos.

Queda claro que centrar la atención sobre la segunda dimensión es só-

lo una parte de la psicodinámica de la persona y por ello de los factores

que hay que tomar en consideración al valorar el progreso o no progreso

de las personas que siguen la vocación. No obstante, parece ser un aspec-

to que no hay que olvidar.

9.4. Crisis vocacionales

La proposición V de la teoría de la autotrascendencia en la consistencia

dice:

a)

  La s

 crisis vocacionales

 que provienen de la

 escasa

  madurez de

 la

 prime-

ra

 y de

 ¡a segunda

 dimensión, al principio

 están

  má s

 presentes

  en

 las

 actitudes

que en los valores  instrumentales y

 inales

 autotrascendentes.

b) Un

 empeoramiento

 de la crisis puede

 tener

 su raíz, no

 sólo

 en un empe-

oramiento en

 la

 primera dimensión, sino antes, en la fragilidad de

 la persona

336

debe buscarse, principalmente, en la segunda dimensión antes que en la

otras dos.

¿Hay pruebas de esta afirmación basada en datos de investigación? Pa

rece que sí. Veámoslo.

En lo referente a la crisis vocacional que desemboca en la falta de per

severancia, los resultados presentados en la sec. 5.4.2 indican que la se

gunda dimensión predice, con mayor precisión que las otras dos, la perse

verancia o no de las personas.

De modo semejante, los datos de la sec. 5.4.4 indican que la segund

dimensión establece la diferencia de los que perseveran de los que no per

severan, de modo estadísticamente significativo, mientras los ideales (valo

res  y actitudes)  autotrascendentes no lo hacen. Estos resultados de la.  in

vestigación muestran una estrecha correlación entre la segunda dimensión

y una crisis vocacional que c onduce al abandon o. Esta correlación de la se

gunda dimensión es mayor, y por lo tanto más importante, que la de la

otras dos dimensio nes y que la de los ideales autotrascendente s proclam a

dos por la persona.

Sobre la capacidad de internalización, los datos de las fig. 16 (p. 181)

29 (p. 331) indican que, con el paso del tiempo, los ideales autotrascen

dentes son más vulnerables en los inmaduros que en los maduros de la se

gunda dimensión.

Como se recordará, los inmaduros de la segunda dimensión son lo

«Nidificadores» y los posibles «Impulsados» (cf. sec. 5.6), es decir, persona

que «utilizan» la vocación más que «vivirla» en cuanto no internalizan lo

valores autotrascendentes, y, subconscientemente, viven orientados a lo qu

es imp ortante y gratificante para sí mismas y no para el Reino d e Dios. Po

ello son personas qu e viven en estado de crisis vocacional crónica, que p ue

de llegar a ser aguda si las circunstancias de su vida vocacional limitan d

modo notable o bloquean las gratificaciones indicadas.

En estos inmad uros de la segunda dimensión, la crisis vocacional latent

puede fácilmente empeorar como consecuencia del círculo vicioso del que s

ha hablado en las pp. 128-130 y que se ha representado en la fig. 13 (p. 147)

33

Las frustraciones de las expectativas de estas personas son m uy probables,

en cuanto tales expectativas son no realistas. Por ello, el paso gradual a un

estado de crisis aguda que desemboca en el alejamiento del ambiente vo-

cacional es probable.

Las pruebas que nos proporciona la investigación, en lo referente a la

crisis vocacional, halla una ulterior confirmación en tres tipos de observa-

ciones.

La primera confirmación (que es de la investigación) de la importancia

vocacionales, como, por ejemplo, el sentido de frustración, el descuidar l

oración, la falta de realidad o la exageración de las expectativas. Se «olvida

el remontarse desde estas manifestaciones externas a sus más profundas ra

ces que no se han tomado en consideración. Nos limitamos a buscar so

luciones que son siempre parciales, a medidas externas y superficiales, co

mo el cambio de ambiente, de rol, etc. Se olvidan las raíces más profun

das que sacan su fuerza de las dialécticas subconscientes de la segunda di

mensión

  2

.

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y/o prevalencia de la segunda dimensión en las crisis vocacionales, es que

ésta ofrece m ayor resistencia que la primera al influjo de la formación en

el mejoramiento del equilibrio-desequilibrio entre primera y segunda di-

mensión (cf. pp. 170-172).

Queda, de este modo, confirmado de nuevo cuanto dice la proposición

V que «con el tiempo, la segunda dimensión puede minar la primera y, a

través de esta última, algunos de los valores instrumentales y finales auto-

trascendentes que son fundamentales para la vocación». Es cierto que, en

general, la crisis vocacional viene acompañada de un menor compromiso

o abandono de la oración; pero hay que preguntarse: ¿por qué dichas per-

sonas no oran más? Los datos, ofrecidos m ás arriba, dan u na respuesta (cf.

también las pp. 194-196): parece confirmarse un alejamiento de las cosas

espirituales que tienen también su raíz, y quizá su comienzo en la segunda

dimensión.

Una segunda confirmación arranca de la relación entre la primera y la

segunda dimensión respectivamente con la santidad subjetiva y objetiva.

Como se ha visto en el Vol. I, pp. 263-269, la santidad objetiva mina di-

rectamente la eficacia apostólica que depende de la segunda dimensión, e

indirec tame nte la santidad subjetiva y su respectiva eficacia apostólica. Es-

tas posibilidades afectan notablemente al sentido de identidad vocacional

de la persona y causa un sentido de frustración; de este modo la crisis vo-

cacional puede hacerse presente o empeorar gradualmente.

La tercera confirmación la tenemos al ver que, como ya nos ofreció el

cap.

 8, la segunda dimensión cuando es «inmadura» predice una pobre ca-

pacidad de relación con los demás, en el sentido de autotrascendencia teo-

céntrica. Además, esta segunda dimensión «inmadura» predice también un

modo inmaduro de vivir la relación psico-sexual consigo mismo y con los

demás, según una autotrascendencia teocéntrica. De n uevo, el sentido de

identidad vocacional de la persona queda minado, la posibilidad de frus-

tración aumenta y, por lo mismo, se favorece el desarrollo de una crisis.

Apoyado en los datos y observaciones de esta sec. 9.4, puede decirse que

con frecuencia se centra la atenc ión en los aspectos externos de las crisis

338

9.5. Falta de cambio en la persona por su internalización de los ideale

autotrascendentes bajo el influjo del ambiente vocacional

Este tema ha sido estudiado ampliamente en los cap. 6 y 7 del presen

te volumen. Para no an dar con repeticiones, remitimos al lector a dicho

capítulos.

Ahora nos limitamos a señalar la importancia de la segunda dimensió

en comparación con los demás componentes de la psico-dinámica de l

persona en periodo de formación vocacional. El objetivo es poner en evi

dencia las posibles  raíces de la falta de c ambio observada en base a los nu

vos datos de investigación de los cap. 6 y 7.

Ante t odo, hay que recordar que la investigación ha tom ado en cons

deración tres situaciones institucionales, diferentes entre sí: religiosos varo

nes,  religiosas y laicas católicas. Las diferencias entre estos tres grupos s

describieron, en parte, en la sec. 6.2 y, principalmente, en el cap. 7. En é

se ofrece una amplia descripción de las  percepciones que los sujetos per

necientes a los dos grupos de religiosos y religiosas tenían del ambiente vo

cacional.

Esta descripción p ermite una evaluación más precisa, desde el punto d

vista psico-dinámico, en cuanto se fundamenta sobre el mundo de la per

cepción de la realidad del ambiente de formación que han observado lo

individuos. Tales percepciones expresan lo que los sujetos percibían del am

biente, visto según tres aspectos de la realidad ambiental: la pertenencia

un dete rmin ado centro de formación, la persona del formador y la situ

ción antes o después del Concilio Vaticano II como ambiente sociocultu

ral en que la formación ha tenido lugar.

En lo referente al influjo recíproco del ambiente de formación sobre

percepció n de los sujetos y la percepció n del ambi ente p or parte de lo

mismos, se ha notado una mayor diversidad en las percepciones de las re

ligiosas que en las de los religiosos (cf. datos en 7.3.5 y 7.3.6).

2. Sobre el influjo d e las crisis vocacionales de la tercera dimens ión se puede rep etir cuanto se

dicho en la nota 1, p. 334 . A lo allí dicho, se puede aña dir que la tercera dimensió n

 ej erce

 un influ

pero que es menos significativo que el de la segunda dimensión (cf. Apéndice B-5.2).

33

No obstante, tal diversidad de percepciones no afecta a la realidad an-

tropológica de fondo en lo referente a la madur ez-inmad urez existencial de

las personas y a la madurez-inmad urez de las dos primeras dimensiones.

Por lo mismo, no hay diferencia entre los dos sexos en lo que concierne al

crecimiento en la internalización de los ideales autotrascendentes propios

de la vocación cristiana. Además, tampoco la percepción misma de los ide-

ales autotrascendentes difiere prácticamente en lo sustancial entre religio-

sas y religiosos (cf. los datos de las pp. 222-228).

principio de la formación, sin que haya cam biado después de 4 años de for-

mación (cf. fig. 16 y 15, líneas 6, 7 y 5).

En la mism a línea de pensami ento, se puede recordar todo lo dicho a

propósito de la perseverancia: los porcentajes de aband ono que se hallan en

correlación predom inanteme nte con la madurez-inmadurez de la segunda

dimensión (cf. 9.2), permanece sustancialmente invariable, no obstante los

periodos de formación anteriores y posteriores al Concilio Vaticano II y al

cambio de los programas de formación (cf. pp. 183-184; 209-211;  224).

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Por el contrario, en cuanto al influjo de la formación en los varios com-

ponentes de la realidad antropológica, se han obtenido los resultados que

gráficamente vienen representados en la fig. 16 (p. 181).

Se nota, ante todo, que la formación, durante 4 años, ha influido pasa-

jeramente en los ideales autotrascendentes y en la primera dimensión. Me-

jora que se revela de muy poca importancia en el crecimiento vocacional.

La importan cia y el valor de esta afirmación resultan más evidentes si se tie-

ne presente que, por el contrario, el influjo de la formación no ha hecho

mejorar ni la madurez estructural de  la segunda dimensión ni, sobre todo,

la madurez  existencial de.  la persona.

Por ello es legítimo sacar esta conclusión: Que la resistencia de la se-

gunda dimensión a cuanto aporta la formación en favor del crecimiento

vocacional,.expresado por una mayor capacidad de internalización, juega

un papel muy importante. En efecto, como posible factor de internaliza-

ción, no obstante la ayuda de la gracia, la segunda dimensión es la única

de las compon entes (ideales autotrascendentes y las tres dimensiones)

3

 que

parece ofrecer resistencia al crecimiento en la madurez existencial de la per-

sona de mod o constante y duradero.

Co nvi ene anota r que la presencia de una experiencia espiritual inten-

sa durante el noviciado, no lleva a un resultado distinto del que hemos in-

dicado más arriba, en relación a la realidad fundamental antropológica de

las personas que están en periodo de formación.

Téngase presente, que la falta de mejoría de la madurez existencial de

la persona significa un fallo en la capacidad de autotrascendencia para los

ideales autotrascendentes.

En este sentido, es significativo y orientador el hecho de que el empe-

oramiento de los ideales autotrascendentes en el tiempo se corresponde

con el grado de inmadurez de la segunda dimensión, tal como estaba al

3.   Nóte se que la segunda dimensión ejerce mayor influjo que la tercera -en el t iempo - en lo refe-

rente al d ecrecimiento de los ideales ariloirascendentes (cf. Apéndice B-5.2).

no

Los resultados ofrecidos en esta sec. 9.5 indican que los factores in-

trapersonales, esto es, las fuerzas motivacionales internas de la persona

(especialmente la segunda dimensión), son mucho más importantes que

los factores interpersonales, esto es, los distintos modo de influir del am-

biente social, como las instituciones, los grupos, los ministerios apostóli-

cos,

  los cambios de lugar o de ocupación, etc. este predominio de las

fuerzas intrapersonales vale, al menos, para las personas de la edad aquí

estudiadas, que como media oscila entre 18 y 23 años. No obstante, los

datos de la investigación de la sec. 6.6 indican que este predominio de las

fuerzas intrapersonales valen también para sujetos de edad más avanza-

da, aunque hayan estado dedicados durante años a actividades apostóli-

cas del ministerio.

A propósito de los factores intrapersonales, como elementos que pare-

cen ya estabilizados en lo referente a la capacidad de internalización de los

valores autotrascendentes, se puede recordar el hecho de que el 94% de los

sujetos que hemos estudiado no han cambiado, por influjo de la forma-

ción, en el equilibrio/desequilibrio entre la primera y segunda dimensión

(cf.pp. 170-172).

9.6. La vida de relación en la vocación cristiana

Hemos tratado de la vida de relación en la vocación, de modo explíci-

to sobre tod o en el cap. 8, que se fija en estos dos elemen tos: la capacidad

de internalización y la capacidad de relación con los demás. Estos dos ele-

mento de la vida de relación se han considerado en dos aspectos.

El prim ero (sec. 8.1) se fija en la relación  co n los  otros, vivida como au

totrascendencia te océntrica. El segundo aspecto (sec. 8.2) se ha fijado en la

relación psico-sexual con los dem ás y consigo mismo, vivida como

 autotrasc

dencia

 teocéntrica.

Para cada un o de estos dos aspectos se ha form ulado una hipótesis, que

predice una relación madura con los otros, entendida como relación teo-

céntricamente autotrascendente.

341

Además, tanto la hipótesis sobre la relación con los demás (8.1) como

la hipótesis sobre la relación psico-sexual con los demás y consigo mismo

(8.2), ponen el acento en la segunda dimensión como compone nte princi-

pal (juntamente con el índice de Madurez del Desarrollo de la persona

(IMD), para la predicción de relaciones maduras o inmaduras con los de-

más, en el sentido indicado.

En lo referente a la capacidad de relación con los demás, tratada en 8 .1,

se puede notar que dicha acción considera el amor del prójimo como vivi-

que las disposiciones de la primera dimensión no afectan a la capacidad o

a la libertad de amar de la persona. La tercera dimensión no tiene ningún

influjo sobre la relación con los demás (pero hay que advertir que n ingu -

no de los sujetos estudiados presentaba signos de psicosis, es decir, de pa-

tología muy grave. Por otra parte -como se ha dicho repetidamente- el he-

cho de un a patología m enos grave puede m anifestarse a través de la segun-

da dimensión, al menos en lo que se refiere a una relación específicamen-

te centrada en valores teocéntricam ente auto trascendentes).

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do de hecho (según el índice de Madurez del Desarrollo) y las disposicio-

nes al amo r mism o (en las tres dimensione s), en el sentido de evaluar si la

relación con los demás se orienta predominante mente de mo do teocéntri-

co o no. Esta orientación teocéntrica se manifiesta por la madurez del ín-

dice de Orientación Interpersonal.

En este sentido se pued e recordar lo que dice S. Juan en su primera

carta: «si alguno dice, 'yo amo a Dios', y odia a su hermano, es un menti-

roso» (1 Jn 4, 20) y «El que dice que está en la luz y odia a su hermano , to-

davía está en las tinieblas»   (ibid. 2, 9).

El amor de Dios debiera ser amor teocéntrico hacia el prójimo (c£ Vol. I,

pp . 2 30-2 33). La madurez cristiana (cf. Gal 2, 20) consiste en vivir la rela-

ción con las criaturas, no según una autotrascendencia egocéntrica o filan-

trópico-social, sino según una autotrascendencia teocéntrico-cristocéntrica.

¿Cuál es la importanci a y la función de la segunda dim ensión con rela-

ción a los otros componentes de la dinámica de la persona en esta relación

teocéntrica?

Co mo hemos visto en 8.1.4 y 8.1.5, la madurez de la relación inter-

personal como viene expresada en el índice de Orientación Interpersonal

(IOI), depende de la madurez del índice de Desarrollo de la persona

(IMD), la cual actúa preferentemente

 junto

  con la segunda dimensión co-

mo medio de predicción de una relación, teocéntricamente madura, con

los otros. Nótese que los datos de la investigación de la sec. 8.1.4 indican

que el índice de Madurez del Desarrollo no es suficiente por sí solo como

med io de predicción de relaciones maduras: lo mism o debe decirse de la

segunda dimensión. Am bos medios de predicción son necesarios conjun-

tamente para una adecuada valoración del aspecto teocéntricamente auto-

trascendente y maduro de la relación (cf. la hipótesis de base en la sec.

8.1.3,fig. 23, p. 244).

La situación es diversa en lo que se refiere al influjo de la primera y de

la tercera dimen sión c omo disposiciones a la madurez en la relación con los

demás. Como indica la Tabla XIV (cf. Apéndice C) y la Fig. 23 (p. 244),

la primera dimensió n influye sobre la madu rez de la relación sólo en un

caso entre siete. Esta falta de relación estadísticamen te significativa in dica

342

De los datos anteriormente presentados, se ve la importancia de la se-

gunda dimensión en las relaciones de autotrascendencia teocéntrica con

otras personas. La misma importancia se observa en muchas de las aplica-

ciones pastorales de las sec. 8.3.1 y 8.3.2 .

En lo referente a las relaciones psico-sexuales con los demás y consigo

mismo (cf. sec. 8.2), la primera observación que surge es que las debilida-

des sexuales (hom osexualidad, masturbación , amistades heterosexuales des-

pués de la entrad a en la vocación religiosa o sacerdotal), no se hallan direc

tamente  en correlación con la segunda dimensió n. Pero la segunda di-

mensión y el índice de Madurez del Desarrollo (IMD) son los dos medios

de predicción primarios, que se hallan ligados con el índice de Desarrollo

Psico-sexual (IDP ; cf. fig. 28, p. 2 74). A su vez el índice de Desarrollo Psi-

co-sexual está vinculado con las debilidades sexuales (cf. fig. 28).

Estas distintas relaciones constituyen la hipótesis de base que predice

cómo la madurez-inm adurez en el índice de Madurez del Desarrollo y de

la segunda dimensión influyen en la madurez-inmadurez del índice de De-

sarrollo Psico-sexual y -por medio del mismo- en las debilidades sexuales.

Una segunda observación indica que existe una

 correlación indirecta

 e

tre el índice de D esarrollo Psico-sexual (sec. 8.2) y el índice de Orientac ión

Interpersonal (sec. 8.1). En efecto, ambos índices se hallan vinculados con

la madurez-inmadurez de la segunda dimensión, aun cuando no exista co-

rrelación directa en tre ellos.

Estos datos llevan a la conclusión de que la madurez-inmadurez del ín-

dice de Orientación Interpersonal puede tener influjo sobre la madurez-in-

madurez del índice de Orientación de Desarrollo Psico-sexual y sobre las

debilidades sexuales. También lo contrario es verdadero: la esfera sexual

ejerce su influjo sobre la esfera de las relaciones interpersonales. No obs-

tante , este doble influjo recíproco entre las relaciones interpersonales y las

psico-sexuales, tiene su pun to de convergencia y su fuerza motivacional de

apoyo o de obstáculo en la madurez-inmadurez de los dos medios de pre-

dicción primarios, es decir, en la segunda dimensión y en el índice de Ma-

durez del Desarrollo. La importancia y la función de ia segunda dim ensión

aparece con claridad de estas diversas vinculaciones.

343

En las pp. 275-277 se han dado algunos ejemplos de las consecuencias

que se derivan de estas vinculaciones. Baste aquí recordar uno importante:

Las relaciones heterosexuales son maduras, es decir, se viven con una orien-

tación de autotrascendencia teocéntrica, cuando los sujetos interesados son

ya   maduros también en los dos medios de predicción primarios: la segun-

da dimensió n y el índic e de Madurez del Desarrollo. Para estas personas

la relación heterosexual puede y debe servir de ayuda para el crecimiento

en la autotrascendencia teocéntrica y no para que se busque n a sí mismos.

Desgraciadamente, el número de personas maduras según estos criterios os-

Una última observación nos hace ver la importancia de la segunda di-

mensión en com paración con las otras características de la personalidad, por

lo que se refiere a algunos problemas de pastoral vinculados con la esfera psi-

co-sexual. Véase la sec. 8.3.4 qu e trata de algunos aspectos pe rtinentes.

9 .7 .  Necesidad y utilidad de una visión antropológica más completa

Las observaciones que acabamos de presentar en los puntos qu e van de

9.1 a 9.6 han subrayado las funciones y la importancia de la segunda di-

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cila solamente entre el 10 y el 15 % (cf. 8 .2.3).

Una tercera observación pone de relieve la importancia de los aspectos

intrapersonales en comparación con la importancia de las influencias ex-

ternas a la persona, tales como los roles y -específicamente en este caso- la

de la utilidad de las amistades heterosexuales que perduran y afectivamen-

te comprometidas antes de la entrada en la vida vocacional {steady dating)

(cf. 8.2.5). Los datos de la investigación ofrecidos en esta sección indican

que esta experiencia, con el desempeño de los roles que comporta, no toca

prácticamente, de m odo estadísticamente significativo, otro aspecto pro-

fundo de la personalidad; por ello el simple hecho de haber tenido o no

amistades heterosexuales, de por sí solo, no comporta correlación con los

diversos grados de mayor o menor madurez para la autotrascendencia teo-

céntrica.

Una cuarta observación pone de relieve el hecho de que la segunda di-

mensión es más importante que el índice de Desarrollo Psico-sexual para

predecir la perseverancia  y el grado de los ideales autotrascendentes de la

persona (cf. fig. 26). D el hech o de que el índice de D esarrollo Psico-sexual

no predice la perseverancia, se deriva una consecuencia im portan te: los pro-

blemas y las dificultades vinculados a la segunda dimensión y al índice de

Desarrollo Psico-sexual continúan estando presentes en los inmaduros que

perseveran en su vocación.

Una quinta observación se deriva como consecuencia d e las cuatro pre-

cedentes. Resulta muy útil actuar sobre la segunda dimensión (que con el

índice de Madurez del Desarrollo es un medio de predicción primario) pa-

ra ayudar en las debilidades sexuales (cf. p. 276, n. 8).

La sexta observación se refiere  al influjo de la tercera dimensión sobre las de-

bilidades sexuales. Conviene distinguir entre formas m ás graves y más leves de

psicopatología. Co mo se ha dicho en las pp. 273-274 , en el n. 5, son sólo las

formas m ás graves las que presentan una correlación con las debilidades se-

xuales (cf. fig. 28). Téngase presente que en nuestra muestra, los casos de pa-

tología más grave constituyen sólo el 8% de la población considerada. Re-

cuérdese que en la población, en general  tal porcentaje es del 15-20%.

344

me nsión en varios aspectos del cam ino y de la vida vocacional. En este

punto nos planteamos dos preguntas.

La primera puede ser formulada así: la visión de la persona humana, la

antropología implícita en las observaciones hechas de 9.1 a 9.6 ¿en qué sen-

tido es distinta de la antropología h abitualm ente sometida al estudio de la

vocación cristiana? La respuesta ha sido ya sugerida en las consideraciones

del Vol. I, y su validez parece estar ampliamente confirmada por los datos

existenciales recordados anteriormen te en este cap. 9 del presente volum en

se dan muchos hechos de la vida vocacional que no se pueden explicar li-

mitándose sólo a una visión antropológica unidimensional de virtud o pe-

cado de la prim era dime nsión , ni siquiera basándose en una visión bidi

mensional en la que se considera la normalidad o la patología (tercera di-

mensión) añadida a la virtud o al pecado de la primera dimensión.

La antropología de la vocación cristiana es incompleta si se consideran

sólo las disposiciones habituales de la primera y tercera dimensión; mucho s

aspectos del camino y de la vida vocacional pueden ser entendidos, expli-

cados y (de modo no sistemático: cf. pp. 74-75) predich os sólo si se consi

dera también la segunda dimensión del bien real o aparente. El lector sólo

tiene que releer los puntos desde el 9.1 al 9.6 para hallar repetidas confir-

maciones existenciales de esta visión más completa de la persona humana.

El hombre es un ser dotado de una tendencia, de u na posibilidad para la

autotrascendencia del amor teocéntrico, el hombre puede responder a la

invitación y a la acción de la gracia para dicha trascendencia teocéntrica.

Pero se halla socavado en esta posibilidad de respuesta, no sólo por el pe-

cado consciente de la primera dimensión, sino también por el error no cul-

pable o por el bien aparente subconsciente de la segunda dim ensión, que

son par te de una consecuencia del pecado original: la concupiscencia (cf

Vol. I, p. 273).

Sobre la base de los datos de la investigación presentados desde la sec

9.1 a la 9.6 no parece exagerado afirmar que el bien aparente es uno de los

más frecuentes daños posibles para la vida vocacional individual, d e grupos

y de instituciones. En cierto sentido, es un daño más peligroso (aunque no

341

sea mayor) que el pecado, en cuanto presente frecuentemente bajo forma

de bien que, sin embargo, es solamente aparente, casi farisaico.

Tal bien aparente está con mu cha probabilidad en el origen y en el fun-

damento de la  indiferencia religiosa que se observa a escala mundial en el

cristianismo por el Secretariado para los no creyentes (cf. las comuni cacio-

nes de los expertos publicadas por el mismo Secretariado en julio de 1985

con el título de «Ateísmoy Diálogo»).

La cada vez más extendida indiferencia religiosa de los cristianos cons-

Las consideraciones hechas hasta el momento en esta sec. 9.7 respon-

den, en parte, a la primera pregunta formulada al principio de la misma

sección. Estas consideraciones se pueden sintetizar en la siguiente afirma-

ción: es necesario afrontar las realidades existenciales propias de la seg und

dimensión para tener una visión antropológica más completa, o mejor, pa-

ra no tener una visión antropológica insuficiente de la vocación cristiana.

Un examen atento de las realidades existenciales de la segunda dimensión

hace posible un «discernimiento de espíritu» más adecuado.

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tatada en tales comunicaciones, n o parece estar vinculada a la atracción por

otras ideas como, por ejemplo, el ateísmo teórico. Por el contrario, la indi-

ferencia, el desinterés religioso parecen estar vinculados a una aceptación

no crítica de la civilización del consumo y del «confort», a una pérdida de

los valores cristianos de la familia, a una acentuación del placer personal.

Estos tres hechos, muy probablemente, tienen su raíz en una reclusión, en

quedarse bloqueado en la autotrascendencia egocéntrica y socio-filantrópi-

ca, y por lo mism o, en una resistencia a la autotrascende ncia teocéntrica..

En la misma línea se puede considerar la pregunta que los Padres del Sí-

nodo de los obispos de 1985 (cf. la «Relación final» I, 3) se hacen referen-

te a la aceptación d el Concil io Vaticano II a los 20 años de su celebración.

Se preguntan, de modo particular, por qué en el primer mundo, después

de que la doctrina sobre la Iglesia ha sido explicada de m odo amplio y pr o-

fundo, se manifiesta una indiferencia para con la Iglesia. Se pregun tan tam-

bién por qué, por el contrario, se  acepta a la Iglesia de un modo más posi-

tivo allí donde se halla oprimida por ideologías totalitarias o donde levan-

ta la voz contra las injusticias sociales (notand o que tam bién en estos sitios

no se encuentra una identificación plena y total con la Iglesia y su misión

primaria).

¿Es posible que tal «indiferencia» o tal «aceptación», no siempre en lí-

nea con la misión primaria de la Iglesia hallen un componente explicativo

de las dificultades para autotrascenderse teocéntricamente, permaneciendo

encerrados en una autotrascendencia egocéntrica o socio-filantrópica?

Las consideraciones y los resultados de la investigación de la sec. 8.1 de

este volumen sugieren precisamente este predominio de la autotrascen-

dencia egocéntrica y socio-filantrópica sobre la autotrasc endencia teocé n-

trica para la mayor parte de las personas. Después de todo, como se ha vis-

to en el Vol. I (sec. 9.3.2, especialmente en la p. 273) y en este Vol. II, en

pp . 302-303 las inconsistencias inconscientes de la segunda, y a veces ter-

cera, dimensión son parte de la concupiscencia humana que deriva del pe-

cado, no es pecado, aunque inclina al pecado (Concilio de Trento, sec. V,

Decreto sobre elpecado original, 5).

346

Una segunda pregunta puede ser esta: ¿De qué mo do y hasta qué pu n-

to esta visión antropológica más com pleta que nos ofrecen las tres dimen -

siones, integradas con la posibilidad de la autotrascende ncia teocéntrica del

hombre, es útil para, su vida vocacional? La respuesta nos viene nuev amen

te de consideraciones antropológicas y de los resultados de la investigación

En el Vol. I (cf. pp. 263-269) se ha visto que la segunda dimensión es

útil (más aún, necesaria) para un completo discernimiento vocacional en

cuanto se refiere a la santidad   objetiva de la persona y a la eficacia apostóli

ca correspondiente. Ambas dependen directamente de la segunda dim en-

sión. Por ello es útil poder discernir el bien prevalente o sólo aparentem en-

te presente en la vida de la persona y en su actividad apostólica. Es lo que

S. Ignacio de Loyola propone en el n. 336 de sus Ejercicios

 Espirituales.

Además del influjo directo en la santidad objetiva y en su correspon-

diente eficacia apostólica, es útil tener p resente el influjo ind irecto de la se-

gunda dimensión sobre la santidad

  subjetiva

 y su corres pondien te eficacia

apostólica (cf. Vol. I, pp. 263-269). Como parte de la concupiscencia, una

inmadurez de la segunda dimensión inclina al pecado. Al contrario, un cre-

cimiento en la madurez facilita (bajo la acción de la gracia) la percepción

de las limitaciones en la santidad subjetiva, limitaciones que antes la per-

sona percibía sólo vagamente.

En el mismo Vol. I (pp. 318-326) se ha visto cómo los componentes de

la segunda dimensión son útiles (y frecuentemente necesarios) para poder

distinguir, en el comportamiento de las personas, lo que es sólo fruto de

complacencia o de identificación no internalizante por un a parte, o bien

fruto de una genuina identificación internalizante o de una internalización.

Esta utilidad de diferenciación ayuda nota blem ente al crecimien to voca-

cional. Solamente, con un proceso de crecimiento en la internalización de

los ideales autotrascenden tes (además de respon der a la acción de la gracia)

es como se logra el objetivo sublime de la vocación: ser transformados en

Cristo (Gal 2, 20)

4

.

4.

  Para contem plar otros aspecto útiles de una visión antropológica que considere tamb ién la se-

gunda dimensión véase el Vol. I , cap. 10.

347

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2) Esta convergencia de los dos fundamentos, indica que hay que po-

seer un cuidado y profundo conocimiento

  doctrinal

  de la antropología de

la vocación cristiana. En efecto, entre otras cosas, resulta más fácil discer-

nir lo que es esencial de lo que es modificable en la formación. En fin,»los

más recientes estudios y hallazgos de la ciencia, de la historia y de la filoso-

fía suscitan nuevos problemas, que arrastran consecuencias prácticas y re-

claman nuevas investigaciones teológicas»  {Gaudium etSpes, n. 62).

3) Además, la convergencia de estos dos fundamentos pone de relieve

APÉNDICE A

Instrumentos o tests

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la utilidad pastoral del enfoque interdisciplinar aquí sugerido, especialmente

para una formación profunda de las conciencias. Esta implicación está en

la línea de la

  Gaudium et

 Spes que en el n. 62 afirma:

«Hay que reconocer y emplear suficientemente en el trato pastoral, no

sólo los principios teológicos, sino los descubrimientos de las ciencias pro-

fanas, sobre todo en psicología y en sociología, llevando así a los fieles a

 una

más pura y m adura vida de fe» (el subrayado es nuestro).

354

APÉNDICE A-1

D E F I N I C I Ó N D E

  LAS

  N E C E S I D A D E S / A C T I T U D E S

(según Murray)

Utilizados para medir el yo latente con e

test Rotter y el test de apercepción temátic

(TAT).

ACEPTACIÓN SOCIAL: Obtener prestigio, recibir honores, alaban-

zas, ser apreciado.

AD QU ISIC IÓ N: Obtener posesiones y propiedades. Tener bienes o

dinero para uno mismo.

* AF ILIA CIÓ N: Trabajar al lado de un objeto aliado y colaborar o cam-

biar puntos de vista con él gustosamente: un objeto que se parece al sujeto

o que lo ama. Gustar y ganar el efecto de un objeto. Unirse a un amigo y

serle fiel (relación recíproca: ver dependencia  afectiva).

* AG RE SIVID AD: Superar brutalmente una oposición. Luchar. Vengar

un insulto. Atacar. Herir o matar un objeto. Oponerse con fuerza o casti-

gar a un objeto.

* AYUD A A LOS D EM ÁS: Dar el propio afecto a un objeto sin recur

sos y satisfacer sus necesidades: un niño, un objeto frágil, desorientado,

cansado, inexperto, enfermizo, desviado, humillado, solo, rechazado, en-

fermo, m entalm ente confuso. Asistir a un objeto en peligro, alimentar, ayu-

dar, sostener, consolar, proteger, confortar, cuidar, curar.

355

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APÉNDICE A-2

ÍNDICE DE LAS A CTIV ID A D ES, V ERSIÓ N M O D IFICA D A ( IA M)

Lista de las variables (escalas)

Designación Escalas

Escala

1

* Afiliación

• Agresividad

Instrucciones para el IAM

Estas páginas contien en cierto núm ero de frases breves que describen

diversos tipos de actividades. Se le pide que aplique usted a sí mismo cada

una de estas frases en tres modos diversos.

Antes de comenzar facilite las informaciones que se piden escribiéndo-

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Escala

Escala

Escala

Escala

Escala

Escala

Escala

Escala

Escala

Escala

Escala

Escala

Escala

Escala

Escala

Escala

Escala

Escala

Escala

Escala

Escala

Escala

Escala

Escala

Escala

Escala

Escala

Escala

Escala

Escala

Escala

Escala

Escala

Escala

2

3

4

5

6

7

8

9

10

11

12

13

14

15

16

17

18

19

20

21

22

23

24

25

26

27

28

29

30

31

32

33

34

35

* Ayuda a los demás

Cambio

* Conocimiento

• Depe ndencia afectiva

* Dominación

Emotividad

• Exhibicionismo

• Evitar el peligro , el riesgo

• Confianza en sí (humillación)

Juego

Impulsividad

Compromiso social

Narcisismo

Objetividad

* Orden

Organización-espontaneidad

* Reacción después del fracaso

Capacidad de reflexión

Ciencia

Ciencias humanas y sociales

Sentido práctico

Sensualidad

Esfuerzo

Sumisión

* Éxito

Éxito en la imaginación

• Hu mild ad (en cuanto opuesta a evitar la inferioridad y defenderse).

• Castidad (en cuant o opuesta a gratificación sexual)

Devoción

Mortificación

Obediencia

Pobreza

Responsabilidad

N. B.

  De las 35 variables reseñadas aquí las siete señaladas con el símbolo «

 * » y

  consideradas co-

m o  relevantes  para la vocación cristiana, corno también las siete señaladas con el símbolo «  * »  y consi-

deradas como

  menos relevantes

  para la vocación cristiana, han sido correlacionadas con las variables ho-

món ima s utilizadas en la clasificación del TX T y del Rotter FIR (cf. Apéndice A-l ).

358

las en la parte de arriba de la hoja de respuestas: nombre, fecha, edad, se-

xo...,

  etc.

 Después lea una frase

  y

  responda en cada uno de los tres modos

antes de pasar a la frase siguiente. Siga este método hasta que haya termi-

nad o tod as las frases.

El primer modo de aplicarse la frase es el dedeterminar si es   verdadera

o falsa

 al describir su comportamiento o actividad presente; es decir, al des-

cribirse a sí mismo tal y como es actualmente en este mom ento de su vida

(YM).

El segundo modo de aplicarse la frase es el de determinar si es

  consis

tente, inconsistente,

  o irrelevante  con los ideales que usted tiene para uste

mismo (IP).

El tercer m odo de aplicarse la frase es el de d eterm inar si la frase es

 con-

sistente, inconsistente,

  o irrelevante con los ideales de la institución forma

va en la que usted se encuentra ac tualmente (II).

Tenga en cuenta q ue en el primer juicio no debe considerar lo que us-

ted quisiera ser, o lo que debería ser desde el punto de vista de la institu-

ción, sino lo que usted es en este mome nto de su vida. En el segundo jui-

cio no debe considerar lo que usted normalmente es, ni cómo la institu-

ción quisiera que usted fuera, sino cuáles son los ideales que usted tiene

para sí mismo. En el tercer juicio no considere lo que usted es, o lo que

quisiera ser, sino cuáles son los ideales de la institución para personas co-

mo usted.

Cua ndo haga el segundo y tercer juicio, si no tiene la clara impresión

de que una frase describa en mo do positivo el ideal de la institución y el

suyo personal, o que sea contraria a ellos, responda  irrelevante.

N.B. Las indicaciones entre paréntesis: YM, IP, II,

 n o

  estaban presentes en las instrucciones

  en -

tregadas a las personas a las q ue s e  administraba el test.

359

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His tor ias de l TAT

Rot te r

Necesidades/Actitudes  1 2 3 4 5 6 7 ( FI R)

4*   C a m b i o

5*

  C o n o c i m i e n t o

Dependenc ia a fec t iva

D o m i n a c i ó n

Exc i tac ión

Exhib ic ion i smo

Éxito

His to r ias de l TAT

Rot te r

Necesidades/Actitudes

  1 2 3 4 5 6 7 ( FI R )

In te lec tua l izacac ión

(racionalización)

Negac ión (ex te rna)

Parentificación

Proyecc ión

Repres ión ( supres ión)

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Evitat el peligro

Evitar la inferioridad

y defenderse

Gratificación

H u m i l l a c i ó n

Juego

O r d e n

Reacc ión

Sumis ión

Defensas

Ais lamien to

Anulac ión re t roac t iva

C o m p e n s a c i ó n

(en fantasía o acción)

Desp lazamien to

(simbolización)

Formac ión reac t iva

Identificación

4*  Cambio:

 camb iar, modificar las circunstancias, el ambie nte, las asociaciones, las actividades.

Evitar la rutina y la repetición.

5*  Conocimiento: conocer, satisfacer la curiosidad: explorar, adquirir informaciones y conocimientos.

N. B.

  Tan to el test de Apercepción Temática (T AT) com o las frases incompletas de Rotter (FIR)

se consideran técnicas proyectivas.

En cuan to

  tests

 son un conjunto de operaciones estandarizadas para medir, y consisten en un con-

jun to de instrucciones que indican al sujeto lo que debe hacer y un conjunto de

  estímulos o ítems

  a ca-

da uno de los cuales el sujeto debe responder.

En cuan to proyecúvos,  estos dos tests presentan al sujeto unos estímulos que son mínima o par-

cialmente estructurados y requieren una reacción o elaboración relativamente libre que no tiene rela-

ción con un sistema preestablecido de respuestas correctas o equivocadas.

Cuan to más ambiguos o no estructurados son los estímulos, tanto más prevalecen en la respuesta

los factores intrapersonales en oposición a los autóctonos (Wettheimer, 1957). Al responder el sujeto

tiende a «proyectar» en su respuesta temas y estructuras de su personalidad, porque la situación (no es-

tructurada) se personaliza.

El grado de estructuración del test

  estí

  unido al nivel de conciencia. A partir «de los

  tests

 no es-

tructur ados el examinador puede hacer inferencias sobre actitudes, sentimientos y características fun-

damen tales qu e son revelados con un m ínimo control consciente por parte del sujeto. La defensa -o su

362

Regres ión

APÉNDICE A-4

INVE NTA RIO D E LOS FINES GENERALES D E LA VIDA (IFGV)

Lista de enunciados

A. Servir a Dios, hacer su volunta d

1

.

B.

  Ob tene r la inmo rtalidad en el cielo.

* C. Disciplina personal, dom inio de los deseos irracionales y sensuales

* D . Abnegación en favor de un mu ndo mejor.

* E. Hacer el propio deber.

* F. Paz interior, alegría, tranquilid ad de espíritu.

* G. Servir a la com unid ad de la que se forma parte.

* H. Estar en buena relación con los demás.

* I. Desarrollo personal, llegar a ser una persona verdadera, aute'ntica.

ausencia- t iene lugar principalm ente a nivel inconsciente, como también el contenido del materia] psi-

cológico revelado a tales niveles» (jones, Meyer, Eiduson, 1972).

Es, por lo tanto, comprensible que se puede manifesrar, a través de estos tests atributos que co-

rresponden   al j e

  iatentede

  los sujetos. La manifestación de este yo latente permit e entonces poner lo en

correlación con el yo-ideal, y por eso permite d eterminar si hay una  inconsistenúa  a nivel del yo laten-

te que, sobre todo en el caso en que se da una consistencia a nivel consciente, viene a definir una in-

consistencia vocacional central (cf. configuraciones 1 y 2 de la fig. 2, en p. 37).

Las diversas necesidades, actitudes, emociones y defensas indicadas en las listas ofrecidas más arri-

ba, se juzgan como presentes o ausentes en cada una de las histotias (TAT) o de las frases incompleras

(Rotter FIR) (Rulla, Ridick, Imoda, 1976, pp. 28 y ss.). Las láminas del TA T utilizadas eran 7, y las

frases incompletas eran 40.

Como ejemplo de una figura (ambigua) del TAT se puede mencionar la primera, donde un niño

está sentado ante una mesa y mira pensativo a un violín que tiene delante. Ejemplos de frases incom -

pletas son: «Me gusta...»; «Yo, a ocultas...»; «Quiero saber...».

1. Los valores A y B se han man teni do al pasar el Inventa rio, pero n o se han calc ulado en los aná-

lisis estadísticos porque, a diferencia de los demás valores del Inventario, parecían ser valores finales

más que valores instrumentales.

363

* J. Enc ontrar el propio lugar en la vida y aceptarlo.

• K. Vivir para disfrutar el mo me nto presente.

• L. Sacarle a la vida el mayor núm ero posible de placeres profundos y

duraderos que se pueda.

• M. Procura r al mayo r núm ero posible de persona s los placeres más

profundos y duraderos.

• N . Hacerse un puesto en la vida, salir adelante.

• O. Poder, controlar a las personas y las cosas.

2.

  Interpretación d e los datos más importantes de las configuraciones d

los perfiles del MMPI (Inventario Multifásico de la Personalidad

Minnesota) para los tres períodos de administración de los tests.

3.  Co ntro l de los datos del Análisis intui tivo

3

  para los tres períodos d

adminstración de los tests y su agrupamiento según el significado clí

nico y dinámico.

4.   Entrevis ta guidada por el cuestion ario según el esquem a del Suple

mento a la entrevista de lo profundo

4

.

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• P. Seguridad, proteger mi género de vida contra cambios más pro-

fundos y duraderos.

* Q. Aceptar valerosamente y sin lamen tarse lo que las circunstancias

proporcionan.

* R. Dán dome cuenta de que no puedo cambiar lo que hay de malo en

el mundo, asegurar lo mejor para mí y para los míos.

* S. Sobrevivir, continu ar existiendo.

* T. Afrontar los problemas de la vida a medid a que se presentan.

* U. Desarrollar mi mente para estar bien informad o y ser eficaz en el

esfuerzo intelectual.

• Variable considerada com o significativa,  relevante para la autotrascen-

dencia vocacional cristiana.

* Variable, considerada com o menos relevante para la autotrascendencia v o-

cacional cristiana.

En   la forma ordinaria,  las instrucciones del test proponen la ejecución

de u na serie de elecciones obligatorias entre

 pares

 de los 20 enunciados, de

modo que proporcionen una ordenación según el rango de los ideales que

perte nenc en a diversos intereses — com o se ve— de orden biológico, so-

cial, religioso (Educational Testing Service, 1950).

Las instrucciones para la ejecución de este Inventario en su versión  mo -

dificada   repiten sustancialmente las indicadas en el Apéndice A-2: índice

de las Actividades, Versión Modificada (IAM).

APÉNDICE A-5

E S Q U E M A G E N E R A L D E LA E N T R E V I ST A D E L O P R O F U N D O

1. Con sider ación sintética de los resultados de la entrevista sobre la fami-

lia

1

  y de las informaciones más importantes del Inventario Biográfico

2

.

1.

  Cf. Rulla, Ridick, Imoda, 1976; Apéndice B-5.

2.   Cf. Rulla, Ridick, Imoda, 1976; Apéndice B-4.

364

5.   Entrevista de lo profun do menos estructu rada sobre los aspectos con

flictivos de la persona con el fin de distinguir los aspectos consciente

de los subconscientes en la personalidad.

6. Examen de la psicogénesis del conflicto principal.

7. Examen de la vida sexual.

8. Investigación final acerca del grado de madu rez del desarrollo al co

mienzo , durant e los dos primeros años en la casa de formación (novi

ciado) y durante el tercero y cuarto año.

9. Se pregunt a a la persona si quiere proponer , discutir o clarificar algo

10.  Se comp letan los datos en la hoja «Historias del TAT»

5

 según los re

sultados de la entrevista.

11 .  Se adscribe al sujeto a los estadios de desarrollo o conflictos descrito

por Erikson, según lo hallado en la entrevista.

12.  Se escribe un resumen con la valoración de psicopatología, diná mica

y psicogénesis.

3.  Cf. Rulla, Ridick, Imoda, 1976; Apéndice B-6.

4.

  Cf. Rulla, Ridick, Imoda, 1976; Apéndice B-7.

5.

  Cf. Rulla, Ridick, Imoda, 1976; Apéndice B-3, pp. 356-358.

365

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actitudes, los valores y las actitudes conjuntamente con los valores) obte-

nidos pa ra los tres subgrupos (religiosas, religiosos y seminaristas).

3) Cad a serie de 9 contrastes o compar acione s (represe ntada por los 9 «K»)

se ha sometido, a su vez, a una prueba de Wilcoxon con el fin de obte-

ner las estadísticas comprehensivas presentadas en la Tabla II. Esta op e-

ración estaba encaminada a responder a la siguiente pregunta: ¿existe

un a

  tendencia

 estadísticamente significativa por la cual los ideales (na-

turales o autorascendentes) aparecen más o menos elevados a medida que

los individuos son más o menos m aduros en la dimensión estudiada

3

?

dependientes del campo cognoscitivo-experiencial que las mujeres (N = 115)

t-test

 =

 2.98; p <

 .001.

 En el segundo examen, los varones (N = 136) resultan

ser significativamente más independientes que las mujeres (N = 187); t-test =

2.83; p < .002. Hay que notar que esto no significa, según dicen todos los au

tores,

 una diferencia en el

 grado

 d e

 madurez

 entre los dos sexos, sino so lame

te un estilo diferente

 de

 relación con los objetos.

Cuando los ideales naturales entran en juego, a diferencia de los ideales a

totrascendentes,

 se activa este efecto diferencial debido a la diferencia en la

pendencia-independencia del campo cognoscitivo-experiencial. Mientras qu

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Estas estadísticas indican por lo tanto la significación de la  tendencia,  de -

bida al grado de madurez, a ir en la misma dirección cuando se consideran

los respectivos horizontes representados por los ideales. Como se ve, esta

tendencia ha sido analizada observando las 19 variables de los ideales auto-

trascendetes (7 valores y 12 actitides) y las 35 variables de los ideales natu-

rales (12 valores y 23 actituides) pertenecientes a cada uno de los tres sub-

grupos vocacionales (religiosos, religiosas y seminaristas) subdivididos por el

grado respectivo (elevado o no) de madurez en la dimensión estudiada.

Los resultados que se refieren a los ideales naturales exigen un breve co-

mentario a propósito de la dirección del efecto obten ido y de las expectati-

vas en referencia a las cuales ha sido verificada la hipóteis.

La configuración que aparece aquí en el caso de los ideales naturales es

la de una tendencia (estadísticamente significativa) según la cual los reli-

giosos y seminaristas más maduros (en su segunda dimensión) o normales

(en su tercera dimensión) presentan ideales más elevados que sus compa-

ñeros respectivamente menos maduros y desviados. Las religiosas, por otro

lado, manifiestan una tendencia (estadísticamente significativa) según la

cual la menos maduras (en su segunda dimensión) y las desviadas (en su

tercera dimen sión) presen tan ideales más elevados que sus compañera s res-

pectivamente más maduras y normales.

¿Es lo que se puede esperar? Sí

Es un hecho muy conocido y documentado por numerosas investigacio-

nes (por ejemplo, Witkin y  al.  1962; Witkin y Berry 1975; Waber 1977; Van

Leeuwen 1978; Witkin, Goodenough y Oltman 1979) que los varones son

más independientes del campo cognoscitivo-experiencial

  \field-independent) 

que las mujeres. Este hecho se ha verificado también en nuestra muestra co n

los siguientes resultados: usando el test de W itkin   {Hidden Figures Tesi) en el

tercer examen, los varones (N = 43) han resultado significativamente más in-

3 .

  Siguiendo a Bier (1970) que subraya la importancia del factor de adaptación a un a mbie nte

com o d vocacional, para evaluar mejor la relación de estos horizontes a las tres dimensiones se han uti-

lizado, para los ideales, los resultados del tercer grupo de pruebas (tests).

368

en el caso de los ideales autotrascendentes los varones y las mujeres más ma

ros adoptan, ambos, ideales más elevados que los inmaduros; en el caso de lo

ideales naturales los varones más m aduros (en su segunda dimensión) y m

normales (tercera dimensión) tienden a adoptar ideales más elevados, mientra

que las mujeres más maduras o norm ales tienden a adoptar ideales menos ele

vados que sus compañeras menos maduras. De hecho los ideales naturales, en

cuanto tales, implican características de m ayor depe ndencia y aceptación socia

Dos series de hechos confirman la solidez de la hipótesis según la cual s

puede esperar un comportamiento diferente en varones y mujeres respect

a los ideales naturales que están más vinculados al influjo socio-ambiental

Una primera serie de datos es el análisis del diferente compo rtamiento d

varones y mujeres respecto a los ideales naturales cuando se considera la va

riable de dependencia-independencia del campo cognoscitivo-experiencial

En un análisis no publicado de la misma muestra de sujetos se han compa

rado los ideales naturales de los varones con alto grado de independencia d

campo (medido por el test de Witkin,

  Hidden

 Figures Test) con los de los

jetos con bajo grado (dependientes); la misma com paración se ha hecho con

las mujeres. De ahí ha aparecido una tendencia significativa estadísticamen

te (K  = 2.25; p = -01) de los varones más indepen dientes a escoger ideales na

turales más bajos y de las mujeres más independientes una tendencia a esco

ger ideales naturales más elevados. Cuando se han realizado las mismas com

paraciones usando los ideales

 autorascendentes,

 ha aparecido una tendencia

tadísticamente significativa (K

 =

 2.01; p = .02) tan to para mujeres com o pa

ra varones de alta ind ependencia a adoptar ideales más elevados.

La variable dependencia-independencia parece, por lo tanto, actuar di

ferenciando las respuestas de varones y mujeres prevalentemente en el ca

so de los ideales naturales.

La segunda serie de datos que sostienen la diferencia de dependencia

cognoscitivo-experiencial del campo por parte de varones y mujeres se pre

sentará y explicará en la sec. 7.3.5 y 7.3 .6, dond e aparece con n otable cla

ridad que las mujeres de nuestra muestra son significativamente sensible

a la influencia del ambiente socio-institucional, mientras que los varone

son significativamente independientes.

36

Habiendo sido probado claramente que los varones, en comparación

con las mujeres, son muc ho más «independientes», es más que plausible es-

perar que las mujeres reaccionen a los ideales naturales en m odo diferente

que los varones. De hecho eso indican los datos.

APÉNDICE B - 3.2.

Este apéndice trata de dos problemas que se refieren a la tercera di-

mensión: la constitución y aplicación de la fórmula de Cooke, y la aplica-

ción de la entrevista de lo profundo a la validación de la tercera dim ensión.

llege).  Esta fórmula [de Cooke] consigue replicar las decisiones de los ps

cólogos clínicos en modo más fiable de lo que ellos mismos lo hayan po-

dido hacer en un período subsiguiente o cuando hayan podido ponerse de

acuerdo entre sí. Una evaluación semejante parece constituir una medida

más estable que las obtenidas por psicólogos individuales» (1967, p. 476)

Cooke ha aplicado coeficientes de regresión lineal a las 13 escalas clíni

cas del MMPI más las tres escalas de ansiedad (Welsh, 1956), represión

(Welsh, 1956) y fuerza del yo (Barron, 1963), sumando luego los valores

obtenidos de cada sujeto. Después, Cooke ha validado esta técnica con

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Fórmula de Cooke

Se ha pretendido obtener un modo de medida lo más objetiva posible

de la dimensión de la normalidad-desviación (o patología en algún grado)

a partir de informaciones que se refieren a la relativa presencia o ausencia de

signos de psicopatología en los sujetos que em piezan el camino vocacional.

La dimensión tratada aquí n o es específicamente vocacional, por lo cual

ha parecido oportuno remitirse, para evaluarla, a un instrumento amplia-

mente utilizado en el campo de la psicología clínica y que ha sido objeto

de am plias investigaciones en el área específica de la norm alidad-pato logía

también para grupos de estudiantes en centros universitarios

  {colleges)

  lu-

co s

  y religiosos: el Inventario Multifásico de la Personalidad, Minnesota

(MM PI) (Cooke 1964, 1967; Dahlstrom Welsh y Dahlstrom 1975; Gold-

berg 19 65, 1972; Kleinmu ntz 1960, 19 61; Wallach y Schoof 1965, Weis-

gerber 1969, 1970, 1977; etc.). Muchas de las preguntas de este test se di-

rigen al yo-ideal del sujeto más qu e al yo-actual, y se refieren a los valores

naturales.  Por lo tanto, las respuestas «verdadero» o «falso» ponen de mani-

fiesto el yo-ideal. Las restantes preguntas m anifiestan el yo-actual, pero en

términos de valores  naturales.

Con el fin de poder comparar a los sujetos según los efectos de las di-

versas dimensiones, es importante disponer también de una evaluación

comprensiva global de cada individuo q ue, reflejando fielmente la posición

de esa persona en un continuo entre normalidad y patología (tercera di-

mensión), se preste también a un análisis de grupos y subgrupos. De este

modo se ha hecho uso de un procedimiento desarrollado por Cooke

(1964, 1967) que, partiendo del

 Minnesota Multiphasic

 Personality

 Inven-

tory

 (MMPI), obtenga una valoración global de la posible presencia de sig-

nos de psicopatología en los individuos concretos. Según afirma C ooke, es-

ta evaluación puede «replicar en modo fiable el juicio combinado de seis

psicólogos clínicos experimentados por lo que se refiere a las perturbacio-

nes psicológicas de una població n de estudian tes universitarios varones

 {co-

370

frontándola con los juicios clínicos emitidos por psicólogos profesionales

sobre tres categorías de sujetos: a) una población no piquiátrica, de estu-

diantes «normales»; b) sujetos que se habían dirigido a los servicios psi-

quiátricos para estudiantes de universidad; c) pacientes ingresados en hos-

pitales psiquiátricos. A todos ellos les había sido administrado el MMPI

Para valorar los perfiles se utilizaban siete categorías: 1) inadaptación seve-

ra; 2) inadaptación considerable; 3) inadaptación moderada; 4) inadapta

ción ligera; 5) adaptación media; 6) adaptación superior a la media; 7)

adaptación excelente.

Se ha verificado también

  la estabilidad de

 la medida obtenida de este mo

do para la tercera dimensión y aplicada a los sujetos de este estudio m edian

te una comparación de las puntuaciones obtenidas del MMP I con la fórmula

de C ooke en el prim er y tercer examen para los 200 sujetos estudiados. Apli

cando el procedimiento de Wiggins (1973) a esta comparación entre el pri

mer y el segundo examen se ha obtebido una correlación estadísticamente

muy significativa con X

2

  =

 36.53;

 p < .001 y

 8 1 %

  de asociación.

Además, se ha obtenido una confirmación de esta estabilidad aplicando

la prueba de McNemar (Siegel, 1956), que pretende medir la eventual pre

sencia de cambio en la distribución de los sujetos en dos situaciones tem-

poralmente diversas (antes y después). El resultado ha sido negativo, inclu

so muy próximo a cero, indicando una casi completa falta de variación.

Entrevista de lo profundo

Al analizar cada pro tocolo la atención se ha centr ado en este caso en lo

signos y síntomas de psicopatología. En modo semejante al seguido en la

investigación de Cooke, los protocolos de la entrevista de lo profundo se

han clasificado según una escala que iba desde la «inadapatación severa»

hasta la «adaptación excelente» a través de grados interm edios. El pun to de

división entre «anormales» en algún grado y norm ales se situó entre la «ina

daptación moderada»  {desviados o

 anormales) y

  la «inadaptación ligera

{normales);  se trata del mismo punto de división utilizado por los psicól

371

gos clínicos en la investigación de Co oke citada antes. D e ello se sigue que

las categorías de inada ptación severa, considerable y m oderad o cualifican a

los anormales mientras que las demás categorías cualifican a los  normales.

El proceso de validación descrito ha sido aplicado separadamente a los

grupos de varones y mujeres. L os resultados de las pruebas estadísticas han

demostrado la validez de las medidas tanto en el caso de la muestra consi-

derada en su conjunto como en el caso de los subgrupos considerados se-

paradamente según el sexo.

Por lo que se refiere al

 tipo

 de patología presente se han encontrad o bas-

¿Por qué se ha tomado este punto de división?

La decisión se ha tomado basándonos en investigaciones anteriores (Ru

11a, Ridick, Im oda 1976, cap. 7) que se habían mostr ado útiles para expli

car diversos fenómenos vocacionales. Esta decisión se ha basado también

en la exigencia de tener una línea divisoria que fuese prácticamente equi

valente para las diferentes dimensiones, de tal modo que sean más fiables

las comparaciones entre los efectos de las dimensiones mismas. Hecha ini

cialmente sobre bases racionales, aunque con el apoyo de datos previos, la

validez de esta decisión se ha confirmado frecuentemente por la conver

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tantes casos (41) con perturbaciones de la personalidad: de tipo esquizoi-

de (14), depresivo (1), paranoide (8), hipomámico (1), histérico-histrióni-

co (2), de neurosis obsesivo-compulsiva (7), un caso de sociopatía y uno de

seria perturbación psicosomática, 3 casos de personalidad pasivo-agresiva,

2 de personalidad agresiva, y

 1

 de personalidad pasivo-dependiente. En 16

casos se trataba de casos «límite» o personalidad con un nivel de desorga-

nización llamado

 «borderline».

El punto de división de las diversas formas de «m adurez»

Después de haber establecido que las diversas formas de madurez co-

rrespond ientes a las tres dimensione s existen en la realidad y su medida ex-

presa con adecuada validez el «continuum» propio de cada una de esas di-

mensiones, prácticamente se ha llegado también a establecer la validez de

un punto de división que separa a los sujetos maduros de los menos ma-

duros , los «normales» de los «anormales». Tal división, co mo ya se ha vis-

to ,  es indispensable para comparar y eventualmente contrastar individuos

con diferente grado de madurez relativa (en la primera y segunda dimen-

sión) o anormalidad (en la tercera dimensión).

Esta subdivisión se ha utilizado en ambas series de observaciones pre-

sentadas en la sec. 3.3; y por lo tan to es necesario explicar cóm o se ha pro-

cedido para esta operación y qué criterios se han utilizado.

Primera dimensión

Se han considerado como sujetos maduros los que se sitúan en el 25%

superio r de la clasificación qu e fue realizada en térm inos de los valores ab-

solutos d e la suma de las consistencias no defensivas obtenid as por cada su-

je to ,

  en orden descendente. Para esta clasificación se han considerado se-

paradamente los subgrupos de religiosos (N = 69), religiosas (N = 110), y

seminaristas (N = 21), así como tamb ién los grupos de control laicos de va-

rones (N = 52) y mujeres (N = 50). El 75% restante de cada uno de los

grupos ha sido considerado como «menos maduro» en esta dimensión, te-

niendo un menor número de consistencias no defensivas.

372

gencia de los datos obtenidos en los análisis de investigación presentado

en este libro. Algunos de estos ya han sido presentados (en la sec. 3.3), y

otros serán presentados en secciones siguientes.

Segunda dimensión

Se han considerado maduros al 25% de los sujetos con más elevado

grado de equilibrio entre consistencias e inconsistencias centrales, siguien

do el mismo criterio de subdivisión de los subgrupos ya explicado a pro

pósito de la primera dimensión.

Tercera

 dimensión

Se ha considerado con algún grado de «anormalidad» al 21% de la po

blación estudiada. Al hacer esto se ha seguido el criterio mencionado un

poco más arriba (los estudios precedentes, y la analogía con las otras do

dimensio nes co n el fin de compararlas), y adem ás el criterio de la «calidad

de ajuste» {goodness

 offii)

  con el criterio de validación convergente que pr

sentaba el mismo porcentaje (21%) de «anormales» a partir de la evalua

ción de psicopatología hecha en la entrevista de lo profundo.

Consistencias defensivas

Para este componente estructural de la personalidad se han considera

do como más maduros a aquellos sujetos que se sitúan dentro del 25% in

ferior de una escala basada en los valores absolutos de la suma de sus con

sistencias defensivas; en el sentido de que aquellos que tienen   menos con

sistencias defensivas han sido considerados más m aduros y el restante 75%

menos maduros. La comparación en este caso se hacía entre dos dimen

siones de «madurez». De hecho, comparando el 25 % menos m aduro (con

más consistencias defensivas) con el índice de Madurez del Desarrollo

(IMD), como se pude esperar, no se encuentra correlación. Después de to

do las consistencias defensivas son sólo una p arte de la segunda dim ensión

Sin embargo, cuando se ha querido considerar la relación con un even-

tual horizonte se ha comparado el 25% (de cada subgrupo) que tenía ma-

373

yor presencia de consistencias defensivas con el restante 75%. Este proce-

dimiento ha sido adoptado porque en este caso el fin es el de evaluar el

eventual efecto de la presencia  de las consistencias defensivas, más bien que

de su ausencia, sobre los ideales autotrascendentes y naturales.

APÉNDICE   B - 4 . 1 .

La tendencia general de los ideales autotrascendentes a ser más elevados

que los naturales ha sido medida a partir de la evaluación de cada variable

presentes en la

  Tabla

 TV (para las tres dimensiones, las consistencias defe

sivas y para todas las consistencias tomadas conjuntamente).

B) Por lo que se refiere a los ideales en cuanto  valores  (IFGV) los tre

subgrupos de religiosos, religiosas, seminaristas han sido comparados a su

respectivos grupos de control laicos utilizando un análisis de varianza

(ANOV A) de 19 variables (Apéndice A-4; 7 de ellas son autotra scendente

y 12 naturales).

Los resultados, altam ente significativos, se presentan en la Tabla IV. E

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autotrascendente o natural (tomada como media del subgrupo: religiosas,

religiosos, etc.) por su distancia de la me dia de toda s las variables de d icho

subgrupo (19 variables expresan los valores y 35 expresan las actitudes). En

esta valoración de las distancias de la media se tomaba en consideración la

función v ocacional, positiva o negativa, de cada variable.

Mediante la prueba de Mann-Whitney, aplicada separadamente a los

diversoso subgrupos (religiosos, religiosas, seminaristas, laicos y laicas), se

ha establecido si, en cada uno de esos subgrupos, los ideales representados

(en cuanto valores y en cuanto actitudes) por las variables autotrascenden-

tes eran más elevadas que las relativas a las variables naturales. Para los cin-

co grupos han sido hechas, por lo tanto , diez comparaciones (separada-

mente los valores y las actitudes) entre variables autotrascendentes y natu-

rales, obte niend o diez «K» (la tabla III recoge los valores de las diez com -

paraciones con su dirección correspondiente). Luego, estos «K» han sido

analizados para establecer la significación estadística de la tende ncia surgi-

da de ahí según lo cual los ideales autotrascendentes son prácticamente

siempre más elevados que los naturales.

Esta prueba ha resultado ser altamente significativa, con K  = 2.65 y p =  .004.

APÉNDICE B - 4.2.

A) Tanto para las tres dimensiones como para las consistencias defensivas

y las consistencias en su conjunto, la evaluación de las comparaciones en el

momento de la entrada entre los grupos religiosos (masculinos y femeni-

nos) y seminaristas por un lado, y por el otro los grupos laicos de control,

ha sido hecha aplicando la prueba de Mann-Whitney a cada subgrupo em-

parejado con sus controles. De este modo se han analizado separadamente

los efectos que pudieran ser atribuidos a la primera, segunda y tercera di-

mensión, al área de la personalidad expresada por las consistencias defen-

sivas y por la de las consistencias en cuan to su ma de consistencias defensi-

vas y no defensivas, en la decisión de entrar en la vida vocacional.

Lo tres grupos de religiosos, religiosas y seminaristas han sido compa-

rados a sus respectivos grupos de control en modo de obtener los 15 «K»

374

análisis de variación, sin embarg o, evidencia solamen te qu e existe una dife

rencia significativa entre los grupos comparados, sin especificar la dirección

de esa diferencia. La prue ba d e Wilcoxon, por el contrari o, mid e la signifi

cación de la diferencia teniendo en cuenta la dirección de la misma dife-

rencia (ideales más o m enos elevados). En este caso, las pruebas de W ilco

xon, aplicadas a estos mismos grupos, son altamente significativas (K  = 2.11

para los religiosos, K = 2.11 para las religiosas y K = 1.54 para los semina-

ristas) por lo que se refiere a los valores autotrascendentes; pero no se halla-

ron diferencias estadísticamente significativas para los valores naturales.

Se obtienen resultados todavía m ás significativos (cf. Tabla V), pero exac-

tamente en la misma dirección para los mismos contrastes referidos a los va

lores autotrascendentes y naturales, cuando se analiza una muestra más re-

ducida (de 42 religiosos, 44 religiosas, y los mismos grupos de 45 seminaris-

tas con 52 laicos y 50 laicas como controles; lo que hacen un total de 131 su-

jetos en vida vocacional y 102 laicos) para la cual tenemos datos de las me-

didas de sus ideales en cuanto valores (IFGV) y en cuanto actitudes (IAM,

IP-II). El análisis de estas actitudes se presenta en el párrafo siguiente.

C) Por lo que se refiere a los  ideales en cuanto actitudes (IAM, IP-II), e

la muestra más reducida a la que nos hemos referido se han observado los

siguientes resultados sintetizados de la Tabla V Las comparaciones hechas

por medio del análisis de la varianza indican diferencias altamente signifi-

cativas sin probar, sin embargo, ninguna dirección de las diferencias. Las

comparaciones hechas con la prueba de Wilcoxon indican diferencias sig-

nificativas en las comparaciones entre los religiosos, las religiosas y los se-

minaristas por un lado y por otro los grupos de control respecto a ios

 valo

res

 y actitudes

 autotrascendentes  tomados conjuntamente y para los

  valo

autotrascendentes  solos, mientras que no existe una diferencia clara por l

que se refiere a las actitudes autotrascendentes solas. Prácticamente, n o se e

cuentra ninguna diferencia estadísticamente significativa se encuentra pa-

ra los ideales

 naturales

  aunque la tendencia de las diferencias presentes e

preferentemente en la dirección de presentar ideales más elevados los gru-

pos que están en vida vocacional.

375

A P É N D I C E B

  -

  4 .3 .

Se han real i zado dos ser ies de o bservaciones :

1) La pr imera ser ie recoge l as comparaciones en t re los grupos de re l i -

g iosos , re l ig iosas y seminar i s tas con los grupo s de con t ro l correspo ndientes

(laicos y laicas) por lo que se refiere al impacto correspondiente de los

  va-

lores

 y las  actitudes.  La hipótesis que se quería verificar era que los ideales,

en tendidos como valores au to t rascendentes d i ferencian a los grupos , mien-

t ras que los ideales en cuanto act i tudes au to t rascendentes no los d i feren-

cian . Es ta h ipótes i s , somet ida a l a prueba de Wi lcoxon, ha s ido ver i f i cada

ap l i can d o l a p ru eb a d e M an n -Wh i t n ey a l a s m ed i d as co r r e s p o n d i en t e s a

cada su jeto , perseverantes y no perseverantes de cada grupo.

Haciendo referencia a lo que se ha d icho (en pp . 53-55 y 119) sobre l a

importancia de l a s imbol ización progres iva y regres iva y del mayor o me-

nor real i smo de l as expectat ivas , se ha quer ido t ener en cuenta l a cont r ibu-

ción (predict iva) de t a l proceso de s imbol ización y del real i smo o i r real i s -

m o d e l as ex pec t a ti v a s r e l ac i o n ad o co n l a m ad u rez d e l a s eg u n d a d i m e n -

s ión por lo que se ref i ere a l a perseverancia . Ha s ido por lo t an to usado el

índice de Capacidad de Internalización

  ( ICI) que, como se expl ica a cont i -

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con un K = 1 .47 y una probabi l idad = .07 , ap l i cando la prueba a los 6 K

correspondientes a l as comparaciones de los valores (3) y act i tudes (3) au-

totrascendentes entre rel igiosos, rel igiosas y seminaristas por una parte y los

gupos de cont ro l por o t ra .

Se ha es tab lecido t ambién o t ra h ipótes i s : que los ideales   autotrascen-

dentes son,

  en un modo es tad í s t i camente s igni f i cat ivo , más elevados en el

grupo de rel ig iosos y seminar i s t as que en el de l a icos , mient ras que los ide-

ales

  naturales

  no lo son . La h ipótes i s ha s ido ver i f i cada con un K = 3 .03: p

< .001 . Es to es e l resu l t ado de ap l i car l a prueba de Wi lcoxon a 18 K resu l -

t ado de l as comparaciones en t re re l ig iosos , re l ig iosas y seminar i s t as y sus

respect ivos grupos de cont ro l l a icos en lo que se ref i ere a los ideales au to-

t rascendentes y naturales (ambos en cuanto valores , act i tudes y t ambién va-

l o r e s y ac ti t u d es t o m ad o s co n j u n t am en t e ) .

2) Una segunda ser ie de observaciones se ref i ere a l as comparaciones

dent ro de cada uno de los grupos ( re l ig iosos , re l ig iosas , semiar i s t as , l a i cos

y l a icas ) por lo que se ref i ere a l impacto correspondiente de los ideales

  au -

totrascendentes   en comp ara ción co n el imp acto de los ideales  naturales;  o

bien , e l impacto de los

  valores

 en comp arac ión con el de l as

  actitudes.

La pr im era h ipótes i s es tab lecida era que los ideales en tendidos com o va-

lores son más importan tes que los ideales en tendidos como act i tudes para

di ferenciar e l aspecto au to t rascendente del natural . La prueba de Wi lcoxon

ha dado el s iguiente resu l t ado: K = 1 .89; p < .03 .

La segunda h ipótes i s es l a presentada ya en el Apéndice   B - 4 . 1 .  Ha s ido

ver i f i cada indicando que en los d iversos grupos los ideales

  autotrascenden-

tes  son má s elevados que los ideales  naturales-, e l resu l t ado ha s ido de K =

2 . 6 5 ;

  p = .004 .

A P É N D I C E  B - 5 . 1 .

1. En referencia a la sec.

  5 . 4 . 1 . ,

  l aT ab l a V I ( c f A p én d i ce C ) p r e s en t a

los resu l t ados de l as comparaciones en t re su jetos perseverantes y no perse-

verantes en los t res subgrupos ( re l ig iosos , re l ig iosas y seminar i s t as ) por lo

que se ref i ere a l as t res d imens iones . Es tos resu l t ados han s ido obtenidos

376

nuación , añade a l a segunda d imens ión es te factor predict ivo .

D e e s t e m o d o s e p u ed e o b t en e r u n a ev a l u ac i ó n q u e co m b i n a d o s f ac-

tores: (a) la valoración del equil ibrio/desequil ibrio de las consistencias e in-

cons i s tencias (p . 38) y por lo t an to de l a mayor o menor madurez de l a se-

gunda d imens ión (pp . 39-40); con (b) una valoración (ICI) del equi l ibr io-

desequi l ibr io de l as expectat ivas conectadas re lacionadas con l a misma ma-

durez de l a segunda d ime ns ión (expectativas más o me nos real is t as ). Tal re-

a l i s m o s e h a m ed i d o p o r l a m ay o r o m en o r

  distancia

  a lgebraica ex i s ten te

ent re madurez de l a segunda d imens ión para cada var iab le y l a en t idad de

la expectat iva (IP-II) progresiva o regresiva (realista o irrealista) correpon-

diente a l a misma, calcu lada sobre e l conjunto de l as demás expectat ivas .

Tal d i s tancia t i ene en cuenta e l hecho de que en el caso de l as incons i s ten-

cias , cuanto mayor es l a d i s tancia , t an to mayor es e l grado de i r real i smo

que se cons idera , y por lo t an to se suma a l a medida de incons i s tencia de

la variable; por el contrario, en el caso de las consistencias, tal i rrealismo va

res tado de l a cons i s tencia de cada var iab le por cuanto l as cons i s tencias son

una fuerza y no una debi l idad de l a persona.

S in embargo, l as mismas observaciones refer idas a l a s imbol ización re-

gresiva o progresiva y el realismo o irrealismo de las expectat ivas no han re-

su l t ado ú t i l es ( t a l y como se podía esperar basándonos en cons ideraciones

ps icodinámicas , presentadas en pp . 51-53) por lo que se ref i ere a l a pr imer

dimens ión en cuanto factor de predicción de l a perseverancia o del aban-

don o. Añadi r e l com pon ente de l a simbol ización progres iva o regres iva y de

realismo o irrealismo de las expectat ivas l igado a la primera dimensión (con-

s i s t encias no deci s ivas ) no cont r ibuye a predeci r más ef icazmente l a perse-

verancia de lo que ya l a predice l a pr imera d imens ión por s í so la

3

.

3.

  ¿Cóm o ha sido medid o el realismo de las expectativas ligado a ía primera dim ensión? H a sido

usada la siguiente fórmula: CN D - (IP-II) / C N D + (IP-II). Don de C N D indica la suma de los valo-

res absolutos de ías consistencias no defensivas; y IP-II indica la suma de los valores absolutos de las ac-

titudes vinculadas a las variables presentes en cuanto consistencias no defensivas (CND). Tal valora-

ción del realismo o el irrealismo de las expectativas relacionadas con las consistencias no defensivas, he-

cha para cada persona, ha sido combinada (por sustracción) con la valoración de las mismas consis-

tencias no defensivas.

377

Se ha decidido por lo tanto no utilizar en este trabajo tal índice de Ca-

pacidad de Internalización para los análisis sucesivos relacionados con la

primera dimensión, mientras que lo utilizamos para los análisis relaciona-

dos con la segunda dimensión.

2.  En referencia a la

 sec.

 5.4.2., la comparación directa entre la capacidad

de cada una de las tres dimensiones para predecir la preseverancia fue hecha

(estadísticamente) aplicando la prueba de Wilcoxon a las dos series de resul-

tados (representados por los correspondientes K) o btenidos en cada caso por

una com paración entre los que perseveran y no perseveran. Tales comp ara-

APÉNDICE B-5.2

La

 segunda

 dimensión,

 los ideales

 autotrascentes y la internalización

En la sec. 5.5 se ha afirmado que entre los diversos componentes de la

personalidad, la presencia de los ideales autotrascentes no parece ser, por sí

misma, el factor que determ ina si estos serán internalizados o no. Se ha vis-

to además en la misma sección que, entre las tres dimensiones, la segunda

es la que opone una mayor resistencia a la internalización (al menos en el

sentido en que esto puede ser inferido por una falta de perseverancia).

Los datos de investigación aportados en nuestro trabajo confirman que,

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ciones han sido hechas respectivamente entre la primera (9 K) y la segunda

dimensión (9 K), y entre la segunda (9 K) y la tercera dimensión (3 K).

3.

 En referencia a la sec. 5.4.3, la Tabla VII (cf. Apéndice C) presenta

los resultados de las comparac iones entre sujetos perseverantes y no perse-

verantes en los tres subgrupos (religiosos, religiosas y seminaristas) por lo

que se refiere a los ideales autotranscentes y los ideales naturales valorados

en el primer examen.

Tales resultados han sido obtenidos aplicando la prueba de Wilcoxon a

las medias de las medidas obtenidas de los perseverantes y los no perseve-

rantes, en cada subgrupo. Estas medias consideran las 12 variables auto-

trascentes correspondientes a las actitudes y las 7 variables correspondien-

tes a los valores y las 19 variables de los valores y actitudes tomados con-

juntam ente. El mismo p rocedimiento se ha seguido para los ideales auto-

trascentes y para los ideales naturales.

4.   En referencia a la sec. 5.4.4, según el mismo procedimiento utiliza-

do para los análisis de la sec. 5.4.2, se ha hecho la comparación directa en-

tre la capacidad de la segunda dimensión y la de los ideales autotrascen-

dentes para predecir la perseverancia. Se han comparado respectivamente,

con la prueba de Wilcoxon los resultados de la segunda dimensión (9 K)

con los de los ideales autotrascenden tes (9 K).

5. En referencia a la sec. 5.4.5, los procedimientos estadísticos utiliza-

dos con la primera serie de observaciones, hechas en relación con la pri-

mera parte de la proposición V, han sido presentados en los libros de 1976

(cap. 9) y 1978 (cap. 9).

Para los análisis que se refieren a la segunda parte de la proposición V

se ha hecho una comparación (prueba de Wilcoxon) entre las dos series de

resultados (6 K) obtenidos comparando los ideales autotrascendetes de los

perseverantes con los de los no perseverantes, para los religiosos (N=97,

donde están incluidos los que abandonan la vocación en fecha temprana;

N=71 cuando no se incluyen a estos últimos) y para las religiosas (N=109,

donde están incluidas las que abandonan la vocación tempranamente; y

N= 73 cuan do no se incluyen a estas últimas).

378

en el proceso de internalización, es la segunda dim ensión la que influye so-

bre los ideales autotras cendente s, y no viceversa.

Los análisis estadísticos ind icados aquí se refieren a las observaciones,

efectuadas en el momento de la entrada y después de cuatro años, de la se-

gunda dimensión (añadiendo el índice de la Capacidad de Internalización)

y de los ideales autotrascendentes de los religiosos (N=43), religiosas

(N=50);(cf.

 Tabla VIII).

Respecto a la segunda

 dimensión

 la diferencia entre los sujetos más m a

duros y los menos maduros, en el mom ento de su entrada, continúa esta-

dísticamente significativa después de cuatro años de vida religiosa (prueba

de Mann-Whitney; K = 2.69; p < .004).

Respecto a los ideales autotrascendentes  de estos mismos sujetos, en

momento de la

  entrada

  no existe una diferencia estadísticamente signifi-

cativa entre los sujetos m aduros y los menos mad uros en su segunda di-

mensión. Después de 4 años,  sin embargo, los sujetos menos maduros pr

sentan ideales autotrascendentes significativamente más bajos de los que

tienen las personas más maduras (prueba de Wilcoxon; K = 2.80; p <

.003), cf. fig. 29.

Estos resultados sugieren que los ideales autotrascendentes (que al ini-

cio no establecen una diferencia entre los que son maduros y los inmadu-

ros) ,

 siguen,

  por así decir, a la segunda dimensión en un modo tal que, al

pasar el tiempo, muestran una diferencia paralela a la que se da en la se-

gunda d imensión: las personas menos maduras tienen ideales menos ele-

vados que los sujetos más maduros.

De esta manera la segunda dimensión no parece que sea influida por

los ideales autotrascendentes; más bien son los ideales los que son influidos

por la segunda dimensión

4

.

4.

  Los mismos resultados se obtienen con una m uestra de 131 sujetos que incluye a 38 laicas de

control. La comparación de su segunda dimensión después de 4 años es de K=3.34; p < . 001, y la

comparación o contraste para los ideales después de 4 años es K=2.64; p=.004.

379

La

 tercera

 dimensión,

 los ideales

 autotrascendentes y la internalización

Por lo que respecta a la relación y el posible influjo sobre los ideales

autotrascendentes por parte de la tercera dimensión, se ha observado lo

que sigue.

Ante todo ha aparecido una configuración entre la tercera dimensión y

los ideales autotrascendentes muy semejante a la descrita entre la segunda

dimensión y dichos ideales. La diferenciación para la madurez en la terce-

ra dim ensión entre los «normales» y los «anormales» se mantie ne significa-

tiva a lo largo del período que va desde la entrada hasta cuatro años des-

trario, diferenciados según la madurez de la primera dimensión en el mo-

mento de la entrada, quedan diferenciados también después de cuatro años

(cf. Tabla VIII bis).

A P É N D I C E B - 6 . 1

¿Cómo se ha procedido para valorar el cambio (mejoría) estructural en

los sujetos según cada dimensión?

La primera dimensión

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pués (prueba de Mann-Wh itney: K = 3.07; p = .001).

Los ideales autotrascendentes tienen una tendencia significativa a ser di-

ferenciados en el momento de la entrada hasta un grado muy cercano a la

significación estadística (prueba de Wilcoxon: K = 1.54; p = .06), con ide-

ales más elevados en los «normales» que en los «anormales».

Después de cuatro años, esta diferencia, en la misma dirección, se man-

tiene como tendencia, pero se ha hecho más evidente aún (Wilcoxon: K =

1.78; p< .04).

Dad a la semejanza d e las dos configuraciones entre ideales autotrascen-

dentes po r una parte y la segunda o tercera dimensión por la otra, se ha re-

alizado una com paración para ver si la segunda dim ensión influye sobre los

ideales autotrascendentes más notablemente que la tercera.

Mientras que la influencia respectiva de las dos dimensiones sobre los

ideales autotrascendentes no es diferente en modo estadísticamente signifi-

cativo en el mo me nto de la entrada, tal diferencia se convierte en significa-

tiva estadísticamente después de cuatro años, en el sentido de qu e la segun-

da dimensión tiende a diferenciar los ideales (en la dirección indicada) en

modo estadísticamente superior a la tercera (Wilcoxon: K  = 1.90; p < .03)

5

.

La primera dimensión, los ideales autotrascendentes y la internalización

De modo diferente a lo que sucede con la segunda dimensión, en que

los ideales autotrascendentes parecían «seguir» a esta segunda dimensión,

en el caso de la prime ra dim ensión no existe correlación significativa entre

la madurez en la primera dimensión y los ideales.

De hecho, la diferenciación entre maduros e inm aduros que está pre-

sente en el mome nto de la entrada respecto a la primera diemnsión desa-

parece después de cuatro años. Los ideales autotrascendentes, por el con-

5. Estas comparaciones han sido efectuados usando la prueba de Wilco xon sob te 9 «K», obteni-

dos d e los contrastes para los ideales (en cuanto valores, actitudes y también valores y actitudes tom a-

dos conju ntamen te) de los sujetos inás maduro s y menos madu ros en la segunda y tercera dimensión.

Los subgru pos estudiados era: religiosos (N=41) , religiosas (N=42) y laicas de conrrol (N =38).

380

Para verificar la presencia de un cambio

  significativo

 en la primera di

mensión se han m edido ante todo las proporciones de

 consistencias

 no d

fensivas  (es decir, las estructuras de la primera dimensión) del conjunto de

todas las estructuras que constituyen las fuerzas motivacionales de la perso-

na, obtenidas según procedimientos de valoración a nuestra disposición (p p

32-39) en el momento de entrar, y las proporciones correspondientes de la

primera dimensión para cada sujeto, después de cuatro años de formación

y, dond e es necesario, también después de dos años de noviciado.

Una serie de pruebas de significatividad de la  diferencia entre las dos p

porciones ha establecido para cada sujeto si el

  cambio

 de la relativa p resen

cia de consistencias no defensivas (primera dimensión) en el conjunto de

las fuerzas mo tivacionales de la persona es significativo o no. La mejoría o

empeoramiento ha sido indicado por el respectivo aumento o disminución

de las proporciones de consistencias no defensivas presentes en el momen-

to de la entrada, comparadas con las proporciones de consistencias no de-

fensivas presentes tras cuatro años (o dos) en cada sujeto. De este modo ha

sido posible mostrar para cada individuo la ausencia de un cambio estruc-

tural significativo o bien la presencia de cierto cambio (en cuanto mejoría

o empeoramiento).

Además, para valorar la estabilidad o no de la primera dimen sión con

el paso del tiempo, se ha hecho el siguiente análisis: se han comparado los

individuos maduros en su primera dimensión (en el momento de su in-

greso en la vida vocacional) se han com parado con los individuos inma-

duros (al ingresar) tomando com referencia las medidas que cada uno ob-

tiene en la prime ra dimensió n tras cuatro años. La comparación efectuada

por medio de la prueba de Mann-Whitney ha resultado en K = .74. Este

resultado indica que sujetos que eran maduros al ingresar en la primera di-

mensión, y por lo tanto diferentes por definición de los inmaduros, despu

de

 cuatro años

  ya no son diferentes estadísticamente de los inmaduros (p

ra la distinción de sujetos en «maduros» e «inmaduros», cf. Apéndice B-

3.2). La primera dimensión no parece, pues, que sea estable en el período

de cuatro años.

381

La

 segunda

 dimensión

Para determinar la influencia de la formación sobre las estructuras de la

persona que son características de la segunda dimensión ha sido necesario

verificar la presencia de un cambio significativo en el  equilibrio entre las in-

consistencias y consistencias defensivas po r un a parte y po r la otra las con-

sistencias no defensivas. Tal eventual cambio de equilibrio ha sido obser-

vado comparando, en cada sujeto, el equilibrio presente en el momento de

la entrada con el que se daba al cabo de cuatro años de formación, y (don-

de era necesario) después de dos años de n oviciado.

equilibrio de las inconsistencias sobre las consistencias se ha movido (con

el paso del tiempo, dos o cuatro años), en la dirección de mayor o menor

peso proporcion al de las inconsistencias y consistencias defensivas frente a

las consistencias no defensivas.

Cada sujeto examinado a sido, por lo tanto, clasificado como «mejora-

do» si el X

2

  ha resultado superior a 1.32 y el equilibrio ha resultado cam-

biado en favor del peso de las consistencias no defensivas. Por el contrario,

el sujeto ha sido clasificado com o «no cambiado» si el X

2

  no ha alcanzado

el valor de 1.32, y como «empeorado» si el X

2

 ha resultado superior a 1.32

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El cálculo de las inconsistencias y de las consistencias (defensivas y no

defensivas) ha seguido el procedim iento descrito en las pp. 32 -39. Tal pro-

cedimiento, que se encuadra en un esquema teórico, ha considerado la pre-

sencia de consistencias o inconsistencias para las diferentes variables (según

su valor cuantitativo porcentual) como «unidades» o componentes de una

psicodinámica de conjunto: cada parte (consistencias, inconsistencias) ha

podido por lo tanto ser asignada a una columna de «puntos fuertes» (con-

sistencias no defensivas) o de «puntos débiles» (inconsistencias o consis-

tencias defensivas). De este modo, cada inconsistencia o consistencia ha

contado como frecuencia de «unidades» o «componentes» que figuran en

las correspondientes categorías (columnas) de «puntos fuertes» o «puntos

débiles».

Se ha utilizado un^'z cuadrado  (X

2

), con la corrección d e Yates para la

continuidad, con el fin de valorar la significatividad del cambio en la dis-

tribución de estas «unidades» de puntos fuertes o puntos débiles en la psi-

codinámica de cada individuo separadamente.

El X

2

  está expuesto al riesgo de sobrestimar la correlación entre las va-

riables y por lo tanto a sobrestimar el cambio, de modo que se ha procedi-

do como sigue. En vez del valor X

2

  = 3.48 (correspondiente a la probabi-

lidad =  .05) que norm almente se toma com o punto de cesura para indicar

la presencia o ausencia de cambio, se ha tom ado un valor de X

2

  = 1.32.

Tod a distribución de inconsistencias y consistencias que en la comp aración

entre el primer y segundo examen ha resultado con un X

2

  inferior o igual

a 1.32 ha sido considerada como indicativa de falta de cambio (positivo o

negativo). Todo valor de X

2

  superior a 1.32 ha sido considerado indicati-

vo de un cambio (positivo o negativo). El valor de 1.32 se ha adop tado por

cuanto es el correpsondiente a la probabilidad = .25. De este modo se ha

adoptado una posición de seguridad con el fin de no excluir con facilidad

ciertos signos de cambio y tomar por el contrario en consideración inclu-

so signos de cambio relativamente pequeñqs. La dirección del cambio ha

sido establecida fácilmente, a continuación, observando o calculando si el

382

con un equilibrio que ha cambiado a favor de las inconsistencias y de las

consistencias defensivas.

Además, para valorar también aquí la estabilidad o no de la segunda di-

mensión en el tiempo se ha hecho el siguiente análisis: se han comparado

los individuos maduros («no nidificadores» y «cambiados») en el momen-

to de la entrada, con los individuos inmaduros («nidificadores» e «impul-

sados») por las medidas que cada uno obtiene en su segunda dimensión

después de cuatro años.

La comparación efectuada por medio de la prueba de Mann-Whitney

{utilizada también para la primera dimensión)  ha resultado en un K =  2.69;

p < .004 (N=93 sujetos, religiosos y religiosas). Este resultado indica que

los sujetos madu ros en el mo me nto de la entrada (diferentes po r definición

de los inmaduros) lo son todavía estadísticamente después de cuatro años.

De este modo, la segunda dimensión permanece estable durante cuatro

años de formación.

La

 tercera

 dimensión

Para la tercera dimensión la prueba es estructural: se ha hecho en mo-

do análogo a la adoptad a para las otras dos dim ensiones, y. los procedi-

mientos se han indicado ya suficientemente en el texto (p. 170).

A P É N D I C E B - 7 . 1

Los análisis estadísticos usados

 en el

 estudio

 d el

 «proceso»

El «proceso» ha sido analizado usando como variables dependientes las

78 variables que describen el ambiente tal y como es percibido por los su-

jetos presentes en el ambiente mismo. Las 78 variables son enumeradas y

descritas en el texto (pp. 215-217); fueron divididas en siete grupos: valo-

res relevantes para la autotrascendencia teocéntrica, valores men os relevan-

tes para dicha autotrasc endencia, actitudes relevantes, etc.

A. El primer paso en el análisis ha sido el de proceder a considerar ca-

da u no d e estos siete grupos de variables y valorar las posibles diferencias

383

existentes para cada uno de estos conjuntos de variables (que representan

aspectos del ambiente), en subgrupos diferenciados por los siguientes fac-

tores:

  a) el factor «institucional» en cuanto casa de formación; b) el factor

«formador» que h an te nido los sujetos; c) el factor «período anterior o pos-

terior al Vaticano II»; d) el factor del «sexo»   {gender. varones comparados

con las mujeres), que será presentado más concretamente en la sección si-

guiente (7.3.6).

Para las variables correspondientes a los valores  (IFGV), (tanto para las

7 variables más relevantes para la autotrascendencia teocéntrica com o para

trastes para el aspecto

  institucional

  (casa de formación) comprendidos un

contraste entre dos instituciones (centros) de varones y tres contrastes en-

tre tres centros o casas de formación de las mujeres; 9 contrastes para el

componente ambiental del  «formador»,  confrontando por lo tanto a los

grupos de los sujetos (varones y mujeres separadam ente) según los diversos

formadores que se han te nido: tres formadores en el caso de los varones (=

tres contrastes) y cuatro en las mujeres (= seis contrastes); 2 contrastes (uno

para varones y otro para mujeres) para el aspecto del período previo o p os-

terior al Vaticano II; y finalmente 1 contraste general para la diversa per-

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las 12 menos relevantes), los análisis se han hecho por medio de pruebas

de Wilcoxon, que valoran la diferencia de la puntuación  (scores)  media ob-

tenida por los sujetos pertenecientes a dos grupos para un conjunto de va-

riables; se valoran luego la significatividad de estas diferencias en términ os

de probabilidad estadística (p. ej., se hacía la comparación de las puntua-

ciones medias de las 7 variables de los valores más relevantes para la auto-

trascendencia en tre dos grupo s de sujetos pertenecientes a dos casas de for-

mación diferentes).

Para las variables correspondientes a las actitudes generales  (medidas por

los cuatro 4 factores de «segundo- orden» del   16 Personality Factors  Questio-

naire de Cattel y por los 4 med idos por el

  Vassar Attitude Inventoryy

 del me-

dido por el California Personality Inventory), como también por las 15 varia-

bles (10 + 5) medidas por el suplemento a la entrevista de lo profundo (cf.

Apéndice A-5 n.4) el análisis ha sido hecho por medio del procedim iento es-

tadístico del análisis de varianza aplicado a un conjunto de variables.

Este procedimiento ha sido adoptado porque el núme ro de variables,

siendo demasiado bajo (los 4 factores de Cattel, los 4+1 del

  Vassar,

 así co-

mo las variables del suplemento a la entrevista de lo profundo), se presta-

ba menos al análisis de configuración  (pattern analysis)  con la prueba de

Wilcoxon. Esta situación, sin embargo, no se verifica en el caso de los va-

lores del IFGV y las actitudes del IAM-II, para los cuales ha sido posible

usar la prueba de Wilcoxon.

En ambos análisis (análisis de varianza y prueba de Wilcoxon), la «di-

rección» del efecto (diferencia significativa o no ) es sin importan cia, p ues-

to que la pre gunta que se formula en tales análisis es si existen diferencias

«significativas» entre los contrastes sin hacer hipótesis sobre una dirección

específica en uno u otro sentido. Por esto tanto la prueba de Wilcoxon co-

m o el análisis de varianza se adaptan al fin: es evidente que los niveles de

probabilidad se consideran como «bilaterales» {two-tailed).

Para cada serie de variables, valores (IFG V), actitudes (IAM -II), actitu-

des generales (Cattel y Vassar), etc. se han efectuado 16 contrastes: 4 con-

384

cepción debida al sexo (en cuanto género,

 gender),

 el contraste entre varo-

nes y mujeres que será presentad o en la sec. 7.3.6.

De este modo se hacen disponibles para cada uno de los ocho reagru-

pamientos de variables (cf. pp 215-217, haciendo notar que en el n. 7 hay

dos grupos de variables, 10 y 15) una suma de 16 variables, para un total

de 128 contrastes (es decir, 120 para los factores de «institución», «forma-

dor» y «período pre o postconciliar», más 8 para el factor «sexo» en cuant o

género.

B. Ahora es posible realizar un segundo paso del análisis observando es-

tos 128 contrastes o comparaciones.

Se pueden considerar los diversos contrastes reagrupándolos ya no se-

gún el tipo de variable (valores, actitudes,.etc.), sino del factor implicado:

«institución», «formador», «período p re o postconciliar» y «sexo» en cuan-

to género (para este último cf. sec. 7.3.6). Nos podem os preguntar, en otras

palabras, si p. ej. para el factor institucional, la percepción de los diversos

aspectos del a mbien te (valores, actitudes, etc.) resulta diferente en tre las di-

versas institucio nes.

Los 128 contrastes o comparaciones se pueden subdividir de esta

manera:

32 contrastes se refieren al factor institucio nal (casa de form ación)

72 contrastes se refieren al factor del formador

16 contrastes se refieren al factor del período pre o postconciliar

(en total hacen 120 contrastes)

8 contrastes más se relacionan con el sexo (género)

Ahora se puede proceder al análisis estadístico que se realiza por medio

de la prueba de Wilcoxon (y donde es necesario, de Mann-Whitney) según

los diversos niveles de probabilidad correspondientes a cada un o de los con-

trastes y expresados cuantitativamente por valores de 0 a 1. Es decir, se pue-

de verificar si, para cada uno de los factores indicados antes (institución,

formador, período pre o postconciliar, el conjunto de todos estos y final-

men te el sexo) los contrastes que resultan ser diferentes en m odo estadísti-

385

camente significativo (grado de probabilidad inferior a .05 bilateral) pre-

valecen (en modo estadísticamente significativo) sobre los contrastes que

no resultan ser estadísticamente diferentes.

En el caso de respuesta positiva, se acepta la hipótesis de que el factor

en cuestión (institución, o formador, o pe ríodo, o todos estos factores c on-

juntamente, o el sexo) influye con una tendencia estadísticamente signifi-

cativa a hacer percibir el ambiente vocacional en modo diferente.

Una última observación.

Así como en la sec. 7.3.6 la comparación global de las diferencias de

percepción del ambiente

 por

 el sexo (género) se ha presentado utilizando los

gundo examen en el caso de los seminaristas (tras dos años) y las laicas (tras

cuatro años). Para estos dos últimos grupos no existía un tercer examen y

el segundo examen desarrolla adecuadam ente la función de control del «an-

tes» y el «después» de un período pasado en contacto con las respectivas

instituciones.

Las variables vocacionalmente «neutrales», así como las vocacional-

mente «disonantes» son enumeradas en el Apéndice A-l. En lugar de la va-

riable de «orden» ha sido utilizada la designada co mo «emotividad» o «ex-

citación», pues ha sido considerada más relevante con el fin de medir los

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120 contrastes (40 para los varones y 80 para las mujeres) y por lo tanto

con análisis más numerosos y más detallados, no se ha considerado nece-

sario introducir el contraste directo entre varones y mujeres en el caso de

los 8 contrastes (valores, actitudes, actitudes generales, relaciones con for-

madores y compañeros).

Por lo demás, un análisis de estos 8 contrastes indica que existe una di-

ferencia de percepción del ambiente vocacional entre varones y mujeres

equivalente a la diferencia puesta de manifiesto por la valoración más glo-

bal de los 120 contrastes. El análisis de estos 8 contrastes, hecho por me-

dio de la prueba de Wilcoxon, da un resultado de K  =  1.75; p = .04.

APÉNDICE   B - 8 . 1

El

 índice de orientación interpersonal

  (IOI) se calcula mediante la si-

guiente proporción:

Consistencias defensivas

 +

  inconsistencias

 +

 conflictos

 en las variables vocacionalmente

 neutrales

Inconsistencias en las variables vocacionalmente disonantes

Cada una de estas «dialécticas» (consistencias defensivas, inconsisten-

cias, etc) se valora mediante los procedimientos presentados anteriormen-

te (cap. 1, pp. 23-31 y 34-39).

Los conflictos (p. 38) se consideran también en este índice, pero dado

que no constituyen dialécticas «centrales» en sentido estricto (y por lo tan-

to funcionalmente menos importantes) la puntuación que los mide ha si-

do dividida por dos.

Se

 mide

 el

 porcentaje de cada u na

 de esas

 «dialécticas» (consistencias defensi-

vas,

 inconsitencias, conflictos) sobre el total de todas las dialécticas de la persona.

Las informaciones utilizadas para este índice son tomadas del tercer exa-

men (después de cuatro años) para los religiosos y las religiosas, y del se-

386

aspectos destacados de la relación interpersonal.

La medida de la «madurez existencial» combinada con la «estructural»

ha sido explicada en el texto (pp. 239-241).

El contraste de la hipótesis de base ha com parado a los sujetos co n alto

grado de madurez existencial, que tienen al mismo tiempo un alto grado

de madurez estructural en su segunda dimensión, con los sujetos que tie-

nen un bajo grado de madurez existencial y al mismo tiempo bajo grado

de madurez estructural en su segunda dimensión.

Los diversos grados de madu rez existencial basados en el índice de M a-

durez del Desarrollo (IMD), que resulta de la entrevista de lo profundo, se

explican en p. 94-96.

Los grados de madurez estructural de la segunda dimens ión se basan en

un procedimiento de medida descrito en la p. 39. La línea de división

adoptada sobre los datos del tercer examen sigue los criterios indicados en

el Apéndice B-3.2.

APÉNDICE B

 -

  8.2

Las informaciones referidas a las primeras 3 variables del «índice de De-

sarrollo Psicosexual» son:

 auto-imagen

  en cuanto que manifiesta seguridad

o dudas respecto a su imagen de varón o mujer; emociones heterosexual

motivación de entrada en la vida vocacional con presencia o no de posibles

componentes subconscientes en el área psicosexual. Las informaciones de e

tas tres variables provienen de la entrevista profunda.

Co mo queda indicado en el Apéndice A-5, una de las áreas de examen

dura nte la entrevista (n.7) era la de la vida sexual de los sujetos.

Cada una de las tres variables tomadas de la entrevista de lo profundo

fue valorada por los tres autores con un análisis independiente de cada pro-

tocolo, asignando a cada variable una puntuación de 1 a 4, según el si-

guiente criterio:

1. Ausente

2.   Ligeramente presente

387

3.   Moderadamente presente

4.

  Fuertemente presente

Los tres examinadores han comparado luego los resultados del análisis

de cada protocolo hecho independientemente para confirmar la concor-

dancia de los juicios emitidos independientemente o resolver posibles dis-

cordancias.

La concordancia de los juicios ha sido establecida analizando el acuer-

do de las valoraciones en 30 protocolos.

Hay q ue notar que, basándonos en las informaciones d e la entrevista de

divididos en cuatro niveles: atribuyendo la puntuación de 1 a 4 corres-

pondientes a cada uno de los cuatro niveles.

La división en cuatro niveles y la correspondiente puntuación de 1 a 4

ha sido establecida según lo indicado en el esquema siguiente. En este es-

quema, que constituye la operacionalización del índice de Desarrollo Psi-

cosexual (IDP) se indica la puntuación de 1 a 4 correspondiente a los cua-

tro niveles establecidos para cada una de las 12 variables que constituyen el

índice de desarrollo psicosexual.

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lo profund o, además de estas tres variables indicadas se ha establecido t am-

bién la presencia y el grado de desarreglos en el área psicosexual, tales co-

mo la masturbación, la actividad homosexual y heterosexual después de la

entrada en la vida vocacional; estas tres «debilidades» constituyen otras tres

variables.

Estas tres últimas variables y sus criterios

 ya.

 ha n sido definidas en el tex-

to ,  (pp. 254-255). Se menc ionan aqu í porque el control de la concordan -

cia entre los juicios de los tres examinadores (los tres autores de este traba-

jo) se hacía sobre estas seis variables tomadas de la entrevista de lo profun-

do según el mismo método.

El intervalo de variación de las correlaciones entre los juicios de los tres

autores p ara cada una de las 6 variables consideradas al establecer el acuer-

do de las valoraciones, oscilaba entre un mínimo de 77% para la variable

«autoimagen» hasta un máximo del 9 5% para la variable «homosexuali-

dad». Todos los niveles de concordancia eran altam ente significativos des-

de el pu nto de vista estadístico (p < .00 1).

Para las restantes 9 variables que forman parte del índic e de Desarrollo

Psicosexual se ha procedido como sigue.

Como se ha dicho ya en el texto, las variables son: 1. El conflicto de

«iniciativa en oposición a culpa» (Erikson); 2. El conflicto «intimidad en

oposición a aislamiento» (Erikson); 3. La variable de «castidad» valorada

del modo como cada sujeto describe su  yo manifiesto en el índice de Acti-

vidades, versión modificada (IAM); ; 4. Afiliación; 5. Ayuda a los demás;

6. Autonomía; 7. Dominación; 8. Emotividad; 9. Reacción (cf. también

Spence y Helmreich, 1978).

Cada una de estas 9 variables se ha tomado como valor porcentual so-

bre el conjun to de las variables medidas por el respectivo test: 35 variables

en el caso del índice de las Actividades, versión m odificada, para la varia-

ble «castidad» en cuanto yo manifiesto, y 49 en el caso del test de aperce p-

ción temática (TAT para las otras 8 variables).

Estos porcentajes han sido ordenados en cada uno de los tres subgru-

pos de religiosos (N=64), religiosas (N=106) y seminaristas (N=20) y sub-

388

índice de Desarrollo Psico-sexual

Ausente Ligeram. Modetadam Fuertement e

presente presente presente

1 2  3 4 I Autoimagen

- se ve como no varón o no mujer

1 2 3 4 II

  Emociones heterosexuales

- miedo del sexo opuesto

- intimidad física de naturaleza más o me-

nos genital  (neckig  o  petting);  edad, fre-

cuencia, número de parejas.

1 2  3 4  III Motivación psicosexual subconsciente pa-

ra entrada

 e n

  la vida vocacional

Presente cuando elementos subconscientes

de motivación se manifiestan como ele-

mentos que habían condicionado la elec-

ción de entrar en la vida vocacional, desa-

rrollando un a función utilitaria o defensiva

en los sujetos (Vol. I,

 8.3.1)

1 2 3 4  IV

Iniciativa en oposición a la  <

tajes, en el TAT)

Varones

1 si

  1.43-1.83

2 si  1.85-1.93

3 si  1.93-2.03

4 si 2.04-2.14

Mujeres

1.46-1.91

1.93-2.01

2.02 - 2.05

2.05-2.18

:ulpa (porcen-

Seminaristas

1.49-1.69

1.76-1.84

1.84-1.96

1.98-2.46

389

Ausente Ligeram. Moderadam Fuertemente

presente presente presente

v

Intimidad en

(porcentajes  e n  <

Varones

1  si

  1.93-2.16

2

  si

  2.16-2.28

3

  si

 2.29 - 2.62

oposición a

si TAT)

Mujeres

1.52-2.15

2.16-2.19

2.19-2.21

ais lamiento

Seminaristas

1.86-2.27

2.30

  -

 2.49

2.50-2.68

Ausente Ligeram. Moderadam Fuertemente

presente presente presente

1 2 3 4 X  Emotividad  (porcentajes en el TAT)

Varones Mujeres Seminaristas

1  si 0.00-0.76 0.00-0.00 0.00-1.89

2  si 0.77-1.53 0.00-0.69

  1.98-2.65

3

  si

  1.55 - 3.42 0.69 -1.6 0 2.65 - 3.08

4  si  3.52-5.71  1.61-3.27  3.39-4.90

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1

  2 3 4 VI

1 2  3 4  VII

3 4  VIII

D i

4  si 2.63 - 2.78

2.21 - 2.22

2.70 - 2.85

Afiliación  (porcentajes  en e l  TAT)

Varones

1  si  2.22-4.29

2  si  1.52-2.21

3  si  0.59-1.49

4 si-2.08-0.00

Mujeres

3.30-  5.88

2.36-

  3.31

1.08-

  2.34

-5.62--0.83

Seminaristas

2.83 - 5.94

1.49-2.10

0.75-0.92

-2.70-0.00

A u t on om í a  (porcentajes

  en e l

 TAT)

Varones

1  si 5.00 - 5.71

2

  si

 4.48 - 5.00

3  si  3.90-4.42

4

  si

  0.81-3.85

Mujeres

5.19-6.54

4.64-5.15

4.35-4.64

1.77-4.32

Seminaristas

5.83-6.25

4.59-5.22

4.05-4.48

2.97-3.91

Ayuda  a  los demás  (porcentajes  en e l TAT)

Varones

1  si  3.23-4.83

2  si  2.36-3.10

3  si  1.53-2.33

4  si  0.00-1.53

D om i n ac i ón  ( p

Varones

1

  si

  5.47-6.54

2  si  5.19-5.47

3

  si

  4.83-5.19

4  si 1.20-4.72

Mujeres

4.28 - 5.43

3.57-4.27

2.65 - 3.55

0.00  - 2.61

orcen tajes  e n

Mujeres

5.34-7.87

4.88 -  5.34

4.55-4.86

2.86-4.55

Seminaristas

3.25-5.94

1.89-3.08

1.71-1.83

0.00-1.56

el TAT)

Seminaristas

6.25-9.46

5.69-6.19

5.22-5.66

4.90-5.22

390

1 2 3 4 XI   Reacc ión  (porcentajes  en el TAT)

Varones Mujeres Seminaristas

1  si 1.79- 7.33 1.31- 5.43 2.5 6- 4.42

2 si-0.74-

  1.61

  -1.08-

  1.32 0.8 3- 2.31

3 si-2.29--0.76 -3.01--1.23 -0.7 0-0. 00

4 si-5.65--2.29 -7.8 7--3.05 -4.26--0.75

1 2  3  4  XII Castidad  (porcentajes en el IAM-II)

Varones Mujeres Seminaristas

1  si  5.06-8.06 4.73-7.52 5.37-6.38

2

  si

 4.21-4.82 3.45-4.73 4.76-5.17

3  si 3.35-4.17 2.56-3.37 2.72-4.12

4 si

 1.03-3.30

  0.00-2.53

  1.23-2.30

El valor del índice de Desarrollo Psicosexual para cada sujeto resulta,

por lo tanto, de la

  suma

  de las puntuaciones obtenidas en cada una de las

12 variables por cada individuo. Una cifra elevada representa un índice de

Desarrollo más bajo, mientras que una cifra baja representa un índice de

Desarrollo elevado.

391

APÉNDICE C

Tablas

Tabla I -  Orig en de las observaciones analizadas en este libro

Instituciones, casas de formación y grupos co rrespondientes; años de

entrada; edades m edias y extremas de los sujetos, en relación a los procedi-

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mientos utilizados (en nota)

RELIGIOSOS, SEMINARISTAS Y GRUPOS DE CONTROL

SEGÚN  LA INSTITUCIÓN Y EL CENTRO 0 CASA DE FORMACIÓN

VARONES

2

. . (Edades extremas: 18-24)

Religiosos o Seminaristas

1

  ( E d a d m e d i a

.

  m )

Institución I

Centros de formación

1 2

Años de entrada

GrupoA(1963) GrupoA(1965)

Grupo B(1964) Grupo B(1966)

Grupo C (1965) Grupo C (1967)

Grupo D (1966)

Grupo E (1967)

Instit. 11  (seminaristas)

Centro

3

Grupo A(1966)

. . . ,. (Edades extremas: 18-20)

Laicos de control' (Edad media: 18.2)

Institución I

Grupo A (1966)

Institución II

Grupo A (1967)

MUJERES

2

.. . . (Edades extremas: 18-21)

R e l l

S

1 0 s a s

  (Edad media: 18.1)

Institución I

Centros de formación

1 2

Grupo A (1963) Grupo A (1963)

Grupo

 B

 (1964) Grupo B (1964)

Grupo C (1965) Grupo C (1965)

Grupo D (1966)

Institución II

Centro

3

Grupo A(1963)

Grupo B(1964)

Grupo C (1965)

Grupo D (1966)

. . , ., (Edades extremas: 18-20)

Laicas de control' (Edad media: 18.2)

Institución I

Grupo A (1966)

Institución II

Grupo A (1967)

1. Admí nistracción de los tests a los religiosos y seminaristas: exceptuandos los sujetos del grup

A, Ce ntro de formación 3 (seminaristas) que han respondido a los tests sólo dos veces (al inicio y des

pués de dos años), todos han respondido tres veces a los tests: al inicio (indicado entre paréntesis), des

pués de dos y después de cuatro años.

2.

  Los instrumento s utilizados (test, entrevista sobre la familia y entrevista de lo profundo) está

indicados en el capítulo 2. E n la primera y segunda adm inistración cíe los test no se ha utilizado la ver

sión modificada del índice de las actividades (IAM ) a los siguientes grupo s:

 Religiosos, grupos A y B del Centro de formación 1 {Institución I);

— Religiosas, grupos A y B de los Centros de formación 1, 2, 3.

393

Tabla

 II-Las  tres dimensiones (y las consistencias defensivas) en relación

con los ideales autotrascendentes y naturales

IDEALES

AUTOTRAS-

CENDENTES

4

PRIMERA

DIMENSIÓN

1

Maduros >^

no maduros

K = 2.31

p

 =

  .01

Diferencia

SEGUNDA

DIMENSIÓN

2

Maduros >

no maduros

K = 2.61

p  >  .004

Maduros >

TERCERA

DIMENSIÓN'

Diferencia

no

significativa

6

Normales >

Tabla  /F-In flue nci a relativa de los ideales (en cuan to valores) y de las tre

dimensiones (con las consistencias defensivas y todas las consis

tencias) sobre la decisión de «entrada».

Religiosos (N=69

Comparados con los

Laicos (N=52)

Todos los

Valores

Anova

1

F=5.27

p<.0001

Valores

Amorras.

Wilcoxon

rel>

2

 laico

K=2.U

p<.02

Valores

Naturales

Wilcoxon

rel> laicos

K= .67

ns

Primera

Dimensión

Mann-Whitney

rel> laicos

K=3.56

p<.001

Segunda

Dimensión

Mann-Whitney

tel> laicos

K-3.07

p<.001

Tercera

Dimensión

Mann-Whitney

laicos> reí

K4.03

ns

Consistencias

defensivas

Mann-Whitney

laicos> reí

K= .62

ns

Todas las

Consistenciaí

Mann-Whitne

rel> laicos

K=2.31

p=.01

8/18/2019 Rulla, L.M. Antropologia-de-la-vocacion-cristiana.pdf

http://slidepdf.com/reader/full/rulla-lm-antropologia-de-la-vocacion-cristianapdf 197/222

IDEALES

NATURALES^

no

significativa

p < . 0 2

Inmaduros

K  =  2.13

7

P< . 0 3

Desviados

K=1.89

p < . 0 3

1.

  Gra do de consistencias no defensivas (observaciones del primer exam en; es decir, a la enerada) .

2.

  Com binac ión en tre consistencias e inconsistencias propia de la segunda dimensión: cf. p. 39

(primer examen).

3.  Grad o de psicopatología según el MM PI

  (Minnesota Multiphask Personality Inventory)

  anali-

zado con la fórmula de Cooke (primer examen).

4.  Los maduros de ¡a primera dimensión

  tienden

  a tener ideales autorascendenres

  má s

  elevados

que los no maduros.

5.

  Observaciones del tercer examen (es decir, después de cuatro años de formación vocacional).

6. Para el significado de significatividad estad ística o no, cf. pp. 87- 88.

7.  Precisiones ulteriores en el Apéndice  B-3.1.

Tabla III  - Predo minio de los ideales autotrascendentes sobre los ideales

naturales en el momento de la entrada

V A L O R E S

A C T I T U D E S

Religiosos

Religiosas

Seminaristas

Laicos

Laicas

Religiosos

Religiosas

Seminaristas

Laicos

Laicas

(N= 69)

(N= 107)

(N= 47)

(N= 52)

(N= 50)

( N = 1 1 9 )

(N= 95)

(N =  47)

(N= 52)

(N= 50)

Mann-W hi tney

K

1.86

1.47

1.61

.59

.51

.56

.92

.31

.10

.19

A T > N '

A T > N

A T > N

A T > N

A T > N

A T > N

A T > N

A T > N

N > A T

2

A T > N

1,

  AT > N significa que los ideales autotrascendentes son más elevados que los naturales.

2,

  N > AT significa que los ideales naturales son más elevados que los autotrascendentes.

394

Religiosos (N=69

Compandos con las

Laicas (N=50)

Seminaristas (N=45

Comparados con los

Laicos (N=52)

F=9.43

p<.0001

F=2.63

p<.0005

rel> laicas

K=2.11

p<.02

sem> laicos

K=1.94

p<.03

rel> laicas

K= .90

ns

sem> laicos

K= .90

ns

kicas> reí

K=.85

ns

sem> laicos

K=2.4é

p<.007

rel> laicas

K=1.20

ns

sem> laicos

K= .90

ns

rel> laicas

K=1.88

p=.03

sem> laicos

K=.23

ns

rel> laicas

K=1.70

p=04

sera> laicos

K= .12

ns

laicas> reí

K=175

p=.04

sem> laico

K=1.46

p=.07

1.

  Anova = análisis de varianza.

2.  > significa más elevad o en el caso de los valores; y más «mad uro» en el caso de las rres dim en

siones y las orras estrucruras.

Tabla V-

  Influencia relativa de los ideales (en cuanto valores y actitudes

sobre la «entrada en la vocación» (m uestra más pequeña)

Religiosos (N=42

Comparados con los

Laicos (N=52)

Religiosos (N=42

Comparados con las

Laicas (N=50)

Seminaristas (N=45

Comparados coa los

Laicos (N=52)

Todos los ideales

Actitudes

Añora

1

F=9.32

p<,0001

F479

p<.0001

F=3.13

p<.0001

Valores

Anova

1

F=4.42

p<0001

F=3.95

p<.0001

F=2.63

p<.0001

Ideales AutotrascerídcEics

Acritudes

Wilcoxon

rel>

2

 laico

K=i.76

p<,04

rel> laicas

K=.98

ns

sem> laicos

K=1.45

p<.07

Valores

Wilcoxon

rel> laicos

K=1.61

p<.05

rel> laicas

K=1.78

p<.04

scm> laicos

K=1.94

p<.03

Act.yVal.

Mcoxon

rel> laicos

K=2.47

p<.007

rel> laicas

K=2.21

ptOl

sem> laicos

K=2,39

p<-01

Ideales Naturales

Actitudes

Wilcoxon

rel> laicos

K= .38

as

laicas> reí

K=l,99

p^.02

laicos> sem

ns

Valores

Wilcoxon

rel> laicos

K=.55

ÍÍÍ

rel> laicas

ns

sem> laicos

K=.90

ns

Act.yVal.

Wilcoxon

rel> laicos

K= .61

ns

rel> laicas

K^.79

ns

sem > laico

K ̂ .08

ns

1.

  Anova = análisis de varianza

2.

  > significa que los ideales son más elevados .

39

Tabla VI-

  Influencia de las tres dimensiones sobre la perseverancia

R

F

L

I

G

I

0

s

0

s

P

3

: N= 30

NP

3

: N=  67

Tot:  N= 97

P: N= 36

NP:  N=  33

Tot: N=  69

PRIMERA DIMENSIÓN'

ICI

2

P>

4

NP

K

4

 =   1.94

p<.03

P>NP

K= 1.13

p<.13

con

 ICI

P>NP

K

 =

 2.07

p<.02

SEGUNDA DIMENSIÓN

1

ICI

P>NP

K= 1.75

p=.04

P>NP

K=1.20

p=.ll

con ICI

P>NP

K =  203

p=.02

P>NP

K= 1.75

p=.04

TERCERA

DIMENS.i

P>NP

K= .80

p=.21

Tabla VIII

 -  La interacción entre los ideales autotrascendentes y la se

gunda dimensión a lo largo del tiempo.

Ideales autotrascendentes

En el momento de la entrada

Más Menos

Maduros Maduros

K= .80

p=.21

Después de cuatro años

Más

Maduros

K=2.80

p<.003

Menos

Maduros

Menos

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R

E

I.

1

G

I

O

s

A

S

S R

E I

M 5

I T

N A

A S

P:N= 16

NP:  N=  93

Tot: N= 109

P: N=

  40

NP:

 N=

  69

Tot: N=109

P: N=

  22

NP:  N=  23

Tot:

 N=

  45

NP>P

K= .31

p<.38

P>NP

K =

 4,12

p<.0001

P>NP

K = 2.66

p<.004

NP>P

K= .25

p=.40

P>NP

K  =  2.75

p<.003

P>NP

K=1.63

p=.05

P>NP

K

 =

 3.02

p=.001

P>NP

K

 =

  3.09

p=.001

P>NP

K =

  1.69

p=.05

P>NP

K =

 3.47

p=.0002

P>NP

K

 =

 3.09

p=.001

P>NP

K

 =

  2.13

p=.02

NP>P

K = .45

p=.33

1. Medi da a la entrada; es decir, en el primer examen.

2.

  ICI significa índice de C apacidad efe Internalización.

3.   P indica «perseverantes», N P indica «no perseverantes» .

4.

  > significa más madur os en la primera y segunda dimen sión, m ás normales o menos «anor-

males» en la tercera.

5 . Prueba de Mann-Whi tney .

Tabla VII - Influencia de los ideales autotrascendentes y naturales sobre

la perseverancia

RELIGIOSOS

P

2

: N= 30

NP

2

: N= 67

Tot:

 N=

  97

RELIGIOSAS

F:N= 16

NP: N= 93

Tot: N= 109

SEMINARISTAS

P:N= 22

NP:  N=  23

IDEAL

 AUTOTRASCENDENTE

1

Act. y Val.

P>3 N P

K =3.24

p=.001

P>NP

K= 1.55

p=.06

P>NP

K = .64

Valores

P>NP

K=2.28

p=.01

P>NP

K= .76

p=.22

P>NP

K=1.44

Actitudes

P>NP

K= 2.13

p<.02

P>NP

K  = 1.69

p<.05

NP>P

K= .35

IDEAL NATURAL

1

Act. y Val.

NP>P

K

 =

 1.24

p<.ll

NP>P

K= .03

p=.49

NP>P

K= 1.15

Valores

P>NP

K= .59

p=.35

NP>P

K= .82

p=.21

P>NP

K= .43

Actitudes

NP>P

K = 2.33

p=.009

P>NP

K= .25

p=.40

NP>P

K = 2.49

1. Medid os en el mome nto d e la entrada; es decir, en el primer examen.

2.

  P indica «perseverantes», y NP «no perseverantes».

3 .

  > significa ideales más elevados.

4.

  Prueba de Wi lcoxon .

396

Segunda dimensión

Más Menos

>

Maduros Maduros

(por definición)

Más

Maduros

>

K=2.69

p<.004

Maduros

1.

  Los más maduros en su segunda dimensión no se diferencian de los menos maduros en su

ideales autotrascendentes.

2.

  Los mas maduros en su segunda dimensió n tienen ideales más elevados que los menos ma

duros.

Tabla VIII bis - La interacción entre los ideales autotrascendentes y la pri

mera dimensión a lo largo del tiempo

Ideales autotrascendentes

Primera dimensión

En el momento de la entrada

Más Menos

>l

Maduros Maduros

K=2.61

p<.005

Más Menos

Maduros Maduros

(por definición)

Después de cuatro años

Más

Maduros

K=2.61

p<.005

Más

Maduros

K= .74

NS

Menos

Maduros

Menos

Maduros

1. Los más maduros en su primera dimensión tienen ideales más elevados que los menos madu ro

2. Los más maduros no se diferencian de los menos maduros en su primera dim ensión.

39

Tabla

  IX-

  Com paracion es y diferencias entre los subgr upos en el mo -

mento de la entrada por su capacidad de internalización

NO NIDIFICADORES

comparados con los

NIDIFICADORES

Sujetos

Religiosos

Religiosas

Religiosos y Seminaristas

Dirección

N N >

]

N

N N > N

N N > N

Mann-Whitney

4.14

2.60

4.35

Probabilidad

<.001

<.005

<.001

Tabla

 X-

  Diferencia entre los subgrupo s por su correspondencia al gr

do de madurez del desarrollo (IMD) después de cuatro años

«No nidificadores»

comparados con los

«nidificadores»

«No nidificadores»

comparados con los

«cambiados»

Dirección

NN>N

NN>C

X2

10.60

8.48

Probabilidad

<.001

<.004

Grado de

corresp.

2

79%

83%

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NO NIDIFICADORES

comparados con los

CAMBIADOS

NO NIDIFICADORES

comparados con los

IMPULSADOS

CAMBIADOS

comparados con los

NIDIFICADORES

CAMBIADOS

comparados con los

IMPULSADOS

NIDIFICADORES

comparados con los

IMPULSADOS

Religiosos

Religiosas

Religiosos

 y

 Seminaristas

Religiosos

Religiosas

Religiosos y Seminaristas

Religiosos

Religiosas

Religiosos y Seminaristas

Religiosos

Religiosas

Religiosos  y Seminaristas

Religiosos

Religiosas

Religiosos y Seminaristas

N N > C

N N > C

N N > C

NN>I

NN>I

NN>I

C > N

C > N

C > N

C>]

C>1

C>1

N=I

N=I

N=I

2.78

1.77

2.65

4.53

3.24

4.94

3.71

2.86

4.85

3.72

4.91

5.63

.45

.39

.54

<.003

<.04

<.003

<.001

<.001

<.001

<.001

=.002

<.001

<.00I

<.001

<.001

ns

ns

ns

Rel igiosos N=97; Re l ig iosas N=126; Seminar is tas N=44; N o n id i fi cadores N =17; Cambiados

N=47; Impulsados N=164 .

1. Los «no nidificadores» (N N) tienen mayor posibilidad de internalización que los «nidificado-

res» (N).

398

«No nidificadores»

comparados con los

«impulsados»

«No nidificadores» y «cambiados»

comparados con los

«nidificadores» e «impulsados»

NN>I

N N y C > N y I

15.43

6.16

<.001

=.01

83%

74%

1. índice de mad urez del desarrollo, valorado en la entrevista de lo profund o.

2.

  Porcentaje de «no nidificadores» con alto grado de mad urez y de «nidificadores» (o «cambi

dos», o «impulsados») con bajo grado de madurez del desarrollo.

3.   Sujetos:

Religiosos N= 42 «No nidificadores» (NN ) N= 13

Religiosas N= 42 «Nidificadores» (N) N= 34

Seminari s tas N=19 «Cambiados» (C) N= 11

«Impulsados» (I) N= 45

Tota l 103

Tabla

 XI-

  Grado de mad urez del desarrollo de los sujetos en el mom e

to de su e ntrada en las instituciones vocacionales.

Grupos

Religiosos (N= 80)

Religiosas (N=128)

Total (N=208)

GRADO DE MADUREZ DEL DESARROLLO

I II III IV

% N

15 (12)

12 (16)

13,5 (28)

% N

45 (36)

48 (61)

46,5 (97)

% N

30 (24)

26 (33)

28 (57)

% N

10 (8)

14 (18)

12 (26)

% = Porcentaje; N = Número de sujetos

N . B .  Grad o I: el sujeto está siempre influenciado por su(s) l imitacion(es) más importante(s).

Grad o II: el sujeto está casi siempre influenciado por su(s) l imitacion(es) más impo rtante(s)

Grado III: el sujeto es frecuentemente influenciado por su(s) l imitacion(es) más im portante(s

Grado IV: el sujeto es raramente influenciado por su(s) l imitacion(es) más importante(s).

39

Tabla

  XII -

 Grado de la ma durez del desarrollo de los sujetos después de

cuatro años de formación vocacional

Grupos

Religiosos (N= 80)

Religiosas (N=128)

%

21

13

GRADO DE MADUREZ DEL DESARROLLO

1 II III IV

N

(17)

(17)

% N

37 (30)

44 (56)

% N

29 (23)

27 (35)

%

12

16

N

(10)

(20)

Tabla XIV-  Las tres dime nsiones en relación con el índice de Or ient a

ción Interpersonal (IOI) de los diferentes subgrupos

Religiosos

N

 =

 69

Primera

Dimensión

Más Menos

maduros ~ maduros

K3 =  1.13

NS

Segunda

Dimensión

Más , Menos

maduros maduros

K = 4.32

p<.001

Tercera

Dimensión

Normales

 =

  ((Anormales

K= .33

NS

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Total (N=208)

17 (34)

40,5 (86)

28 (58)

14 (30)

% = Porcentaje; N = Numero de sujetos

N . B .

  Grad o í: el sujeto está siempre influenciado por su(s) l imitacion(es) más importante(s).

Grad o II: el sujeto está casi siempre influenciado por su(s) l imitadon(es) más im portante(s).

Grado III: el sujeto es frecuentemente influenciado por su(s) l imitación (es) más Ímportante(s).

Grad o IV: el sujeto es raramente influenciado por su(s) l imitación (es) más Ímportan te(s).

Tabla

 XIII

  - Conflictos con sus padres por parte de religiosos, religiosas y

seminaristas observados en el inventarío biográfico, la entrevista

sobre la familia y la entrevista de lo profundo

Grupos

(N=102)

(N=125)

Total

(N=227)

Inventario biográfico

(rellenado al entrar)

Positiva

1

% N

78,4 (80)

71,2 (89)

74,4 (169)

Negativa

1

% N

21,6 (22)

28,8 (36)

25,6 (58)

Entrevista so

(efectuada a

Positiva

1

% N

56,2 (45)

(sem. excl.)

46,4 (58)

50,2 (103)

(sem. excl.)

>re la familia

los

 4 meses)

Negativa

1

% N

43,8 (35)

53,6 (67)

49,8 (102)

Entrevista de ¡o profundo

(efectuada

 a

 los cuatro años)

Positiva

1

  Negativa

1

% N % N

8,8 (9) 91,2 (93)

11,2 (14) 88,8 (111)

10,1 (23) 89,9 (204)

1. Positiva o negativa se refiere a la relación d e los sujetos con sus padres

400

Religiosas

N = 1 0 3

Seminaristas

N =

 21

Laicas

N = 38

Religiosos y Seminaristas

N  =  9 0

Religiosas

 y

 Laicas

N= 141

Más Menos

maduras maduras

K= .12

NS

Más Menos

maduros maduros

K= .33

NS

Más Menos

maduras maduras

K= 1.73

p=.04

Más Menos

maduros ~ maduros

K= .95

NS

Más Menos

maduras ~ maduras

K= .97

NS

Más Menos

maduras maduras

K = 3.44

p<.001

Más Menos

maduros maduros

K = 2.16

P"-02

Más Menos

maduros ~ maduros

K= .40

NS

Más Menos

maduros maduros

K = 4.54

p<.001

Más Menos

maduros maduros

K = 3.24

p<.001

Normales =  «Anormales

K= .28

NS

Normales - «Anormales

K= .72

NS

Normales =  «Anormales

K= .11

NS

Normales

 =

 «Anormales

K =  .11

NS

Normales - «Anormales

' K= .20

NS

1. = significa que los sujetos más maduros en su primera dimensión no son estadísticamente di

ferentes de los sujetos menos maduros en su primera dimensión (cf. Apéndice B-8.1) en su puntua-

ción del índice de Orientación Interpersonal (IOI).

2.

  > significa que los sujetos más maduros en su segunda dimensió n tienen pun tuaciones signif

cativamente más elevados en su índice de Orientación Interpersonal (IOI).

3.

  Prueba de Mann-Whi tney .

40

BIBLIOGRAFÍA

8/18/2019 Rulla, L.M. Antropologia-de-la-vocacion-cristiana.pdf

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http://slidepdf.com/reader/full/rulla-lm-antropologia-de-la-vocacion-cristianapdf 207/222

414

Figura 1.  Dialécticas de las consistencias, conflictos e inconsistencias 37

Figura

 2.  Síntesis de la teoría de la autotrasce ndenc ia en la consistencia 63

Figura 3.

  La existencia de las tres dimension es 93

Figura 4 .  El yo-ideal como mediador de la entrada 109

Figura 5.

  El influjo de los diversos factores de la personalidad sobre la perse-

verancia 125

Figura 5 bis.

 Comparación del influjo de los diversos factores de la persona-

lidad sobre la entrad a y la perseverancia 125

Figura 6 .

  Distribución percentual de los sujetos en la primera y la segunda

dimensión 132

Figura  6y 6 bis.

 D istribución percentual de los sujetos en la primera y segun-

da dimensión (variando el punto de división para la primera dimensión) 135

Figura  7. Distribu ción pe rcentua l y frecuencia (entre paréntesis) de los su-

jetos en la segunda y tercera dimen sión 133

Figura 8 .

  Distribución percentual de los sujetos en la primera y tercera di-

mensión 134

Figura

 8 y 8

 bis.

 D istribución de los porcentajes de los sujetos en la prime-

ra y tercera dimensión (variando el pun to de división de la primera dimensión 136

Figura

 9.  Porcentajes de inconsistencias y consistencias defensivas (incons-

ciente) y de conflictos (preconsciente) en la entrad a 137

Figura 10.

  El influjo de los diversos factores de la personalidad sobre el pro -

ceso de internalización 138

Figura

 11

 y 11

 bis.

  Frecuencia porcentual de los subgrupos 142

Figura 12.

  La diferenciación de los subgrupos a la entrada por la posibilidad

de internalización 144

Figura 12 bis.  La diferenciación de los subgrupos después de cuatro años por

su madu rez afectiva 145

Figura 13.  Los dos círculos viciosos presentes en el 60 -80 % de los sujetos a

la entrada 147

Figura 14.  El inf lu jo de la formación sobre la potenc ialida d de in ternaliza-

ción 160

Figura 15.  Evolución de los ideales autotrasce ndentes de los cuatro s ubgru-

pos duran te cuatro años de formación 176

Figura 16.

  Inf lu jo relativo de la formación sobre los ideales autotrasce nden-

tes,

  la pr imer a y segunda dime nsión y la mad urez del desarrollo 181

Figura 17.

  Grad o de desarrollo individual de los sujetos per tenecientes a dos

grupos d iferentes 183

Figura 18.

  Relación entre la madurez personal de desarrollo , conflictos fami-

liares y transferenc ias 185

Figura 19.  La ventan a de Johar i 192

Figura 20.  Porcenta jes y frecuencias de perseverancia de los sujetos (varone s

ÍNDICE DE  LOS APÉNDICES

8/18/2019 Rulla, L.M. Antropologia-de-la-vocacion-cristiana.pdf

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y mujeres) , después de 10-14 años, según el per íodo anter ior y poster ior

al Vatic ano I I 209

Figura 21.

  Porcentajes y f recuencias de los cuatro subgrupos antes y después

del Vatic ano I I 212

Figura 22.

  Diferencia en la percepción del ambie nte vocacional en los varo-

nes y mujeres según el formador , la institución (com o casa de formación)

y el per íod o (antes o después del Vatic ano I I ) ' 22 2

Figura 23.

  La mad u r e z p er so n a l ( ex is ten c ia l y es t r u c tu r a l ) y e l ín d ice d e

O r ien tac ió n I n te r p er son a l 2 4 4

Figura 24.  La segunda dimensión , el índice de Orien tación In terperso nal y

la perseverancia 24 7

Figura 25.  La madurez personal (existencial y estructural) , el índice de Desa-

rrollo Psico-sexua l (ID P) y las debilid ades psico-sexuales 25 0

Figura 26:

  Diferencia entre entre el índice de Desarrollo Psico-sexual ( IDP )

y la segunda dimensión por su capacidad de predecir la perseverancia y

los ideales autotrasce ndentes 260

Figura 27.

  Puntu ación de la escala de equilibr io de adaptaci ón conyugal de

sacerdotes que han dejado el minister io y de varones que han terminado

estudios universitar ios  {collegé)  2 6 7

Figura 28.  Las relaciones entre las debilidades sexuales y el índic e de Desa -

rrollo Psico-sexual (IDP) por una parte y sus relaciones con los diversos

aspectos de la mad urez/ inma durez de la persona por o tra 274

Figura 29.

  Las relaciones entre la madure z de la segun da dimen sión y los

ideales autotrasce ndentes a lo largo del t iempo 331

416

Apéndice A Instrumentos o tests

Apéndice A-l.

  Defin ición de necesidades-actitudes según Mu rray 355

Apéndice A-2.

  índic e de las Activ idades, versión modif icada. ( IAM) 358

Apéndice

  Ar-3.  Hoja para la clasif icación de las h istor ias del Test de ape rcep-

ción temát ica (TAT ) y de las f rases incomp letas de Rotte r (FIR) 361

Apéndice A-4.

  Inventar io de los f ines generales de la v ida ( IFGV ) 364

Apéndice A-5.  Esqu ema general de la entrevista de lo profund o 365

Apéndice B Comentarios expl icat ivos

Apéndice B-3.1  367

Apéndice B-3.2.  370

Apéndice B-4.1

  374

Apéndice B-4.2.  ; 374

Apéndice B-4.3  376

Apéndice B-5.1

  376

Apéndice B-5.2.

  379

Apéndice B-6.1  381

Apéndice B-7.1

  383

Apéndice B-8.1  386

Apéndice B-8.2

  387

Apéndice C Tablas

Tttbla I.  O r ig en d e  las- observaciones analizadas- en

 esos

 libro  393>

Tabla II.

  Las tres dimensi ones (y las consistencias defensivas) en relación con

los ideales autotrasc endente s y naturales 394

417

Tabla

 III.  Prevalencia de los ideales autotrascende ntes sobre los ideales natu-

rales al entrar 394

Tabla

 IV .  Influencia relativa de los ideales (en cuan to valores) y de las tres di-

mensiones (con las consistencias defensivas y todas las consistencias) so-

bre la decisión de «entrada» 395

Tabla V.  Influencia relativa de los ideales (en cuanto valores y actitudes) so-

bre la «entrada en la vocación» (muestra mas pequeña) 395

Tabla VI.  Influencia de las tres dimension es sobre la perseverancia 396

Tabla VII.  Influencia de los ideales autotrascendentes y naturales sobre la

perseverancia 396

Tabla VIII.

 La interacción entre los ideales autotrascendentes y la segunda di-

mensión a lo largo del tiempo 397

ÍNDICE ONOMÁSTICO

8/18/2019 Rulla, L.M. Antropologia-de-la-vocacion-cristiana.pdf

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Tabla VIII bis.

 La interacción entre los ideales autotrascendentes y la prime-

ra dimensión a lo largo del tiempo 397

Tabla IX.

  Comparaciones y diferencias entre los subgrupos al entrar por la

posibilidad de internalización 398

Tabla X.

  Diferenciación entre los subgrupos por su correspondencia al grado

de madurez del desarrollo (IMD) después de cuatro años 399

Tabla

 XI .  Grad o de madur ez del desarrollo de los sujetos al entrar en las ins-

tituciones vocacionales 399

Tabla XII.

  Grad o de madu rez del desarrollo de los sujetos después de cuatro

años de formación vocacional 400

Tabla

 XIII.  Conflictos d e los religiosos, religiosas, seminaristas con sus pa-

dres,

 observados en el inventario biográfico, la entrevista sobre la familia

y la entrevista de lo profundo 400

Tabla XTV

  Las tres dimensiones en relación con el índice de Orienta ción In -

terpersonal (IOI ) de los diversos subgrupo s 401

418

Agustín, san: 44 278, 300

Alszeghy, Z.: 297, 3 03

Allport, G. W.: 22

Arnold, M. B.: 36

Auer, A.: 292, 293

Baars, C. W.: 184

Backman, C. W.: 243

Balean, D.: 77, 25 2

Baltes, P. B.: 68-73, 76, 77, 157

Barón, R. M.: 36

Barron, F.: 371

Batson, C. D.: 86

Bem, S. L.: 252

Benito, san: 232

Bennis, W. S.: 288

Berger, P.: 9

Berkovitz, L.: 288

Bernstein, S.: 251

Ber ryJ. W.: 368

Bier .W. C . :117, 118 ,368

Bless, S. E.: 55

Bradburn, N. M.: 266

Bresciani, C : 315 , 321-323

Brim, O. G.: 157

Brock, T. C : 2 7

Campbell, D. T.: 71

Carroll, D. W.: 117

Cattell, R. B.: 81, 193, 216, 217, 384

Cohén, A. R.: 27

Cooke, J . K.: 97, 98, 261, 270, 271,

272,

 370, 371, 372, 394

Cottrell, L.: 193

Crane, M.: 251

Cronbach, L. J.: 73

Chasan,

 J.B.:

 76, 77

Dahlstrom, W . G.: 370

Davis, K. E.: 254

Deaux, K.:251,252

Debbane, E. G.: 200

Deconchy,J. P.: 67, 86

De Finance, J.: 91

Deidun, T. J.: 50

Delhaye, Ph.: 297, 298, 303

Deutsch, H.: 288

DittesJ. E.: 119

Douglas, W. T.: 117, 118

Downie, N. M.: 73

Eiduson, B.: 363

Emmerich, W .:  248, 264

Erikson, E. H.:40, 4 1, 252, 253, 388

Essen-Móller, E.: 274.

Farahian, E.: 283

Fenichel, O.: 254

Finney, J. C: 81

Fiske, D. N.: 69, 86

Fraine, ]. de: 300

Freedman, J. L.: 55

Freedman, M.: 81,216

Freud, S.: 287

Friederich, M. A.: 316-318

419

Fromm,

 E .:  111,310

Gagnon,J.H.:254

Garant,

 G.: 200

Gardner, J. R.: 288

Giese, H.: 254

Gioia,

  M.: 189

Godin.A.: 112,  117,288

Goldberg, L. R.: 84, 370.

Goodenough,

  D. R.: 368

Grant, L. D.: 27

Graves, C. W.: 288

Greeley.A.:  112,266

Greenbaum,

 C. W.: 27

Kelman,  H. C: 36, 54, 55

Kennedy,

 E. C.: 183

Kernberg, O.: 254, 270 , 271, 274

Kinsey.A.

 C.:254,

  310

Kleinmuntz, B.: 370

Koenig, G. R.:

  199,200,215

Kohlberg, L.:40, 4 1, 186

Kosnik, A.: 322, 323

Lederer,T.S::318

Leighton,

 A. H.: 274

Leighton,

 D.C.: 274

Metz,J.B.:300

Meyer,

 J. K..: 248

Miles, M. D.: 13, 232, 288.

Moos, R. H.:  199,215

Mounier, E.: 323

Mouroux,

 J.: 297, 299

Murray, H. A.: 22, 24, 25, 361

Neal, M.A.: 100, 117

Nesselroade, J. R.: 157

Neuner,

 J.: 314

Nunnally,

 J. C.: 70

Santayana:

 52

Sawyer,

 J.: 84, 85

Schmidt, C. W.: 248, 254

Schoof,

 K.: 370

Secord, P. F.: 243

Semmelroht,

 O.: 279 , 281 ,

 285Sennett

R.: 288

Shapiro, M. B.: 77

Sheehy, G.: 310

Shepard,

 H . A.: 288

Sidman,

 T.: 77

Siegel, S.: 371

8/18/2019 Rulla, L.M. Antropologia-de-la-vocacion-cristiana.pdf

http://slidepdf.com/reader/full/rulla-lm-antropologia-de-la-vocacion-cristianapdf 210/222

Guilford, J. P.: 73

Guardini, R.: 278, 300

Hadley,

 S. W.: 157

Harris,T.:310

Harris, R. E.: 81

Har tmann,

 J. J.: 199

Haubtmann,

 P.: 279

Heath,

 R. W.: 73

Heckler,

 V. J.: 183

Heist,

 P.: 216

Helmreich,

 R. L.: 251-253, 388

Holt,

 R. R.: 84, 85

H u s t o n ,A .  C.:251

Ignacio  de

  Loyola,

 san: 29, 31, 46, 49,

58,

  153, 189, 190,193, 195

Imoda,

  F.: 17, 22, 25, 30, 37, 63, 86,

182, 184, 185, 195, 196, 233, 278,

323, 332 , 360, 363, 365, 366, 373.

Isaacs, K. S.: 288

Jackson,

  D. D.: 318

Jackson,

  D. N.: 19

Johnson,

 V. E.: 310

Jones, N. F.: 363

Juan XXIII: 307

JuanPabloII:315

Kaats, G. R.: 254

Kagan. J . :

  157

Kant,  E.: 290

K arz ,D . :  57,316,317

Levinson,

 D .

 ].:

 310

Lewis, C. S.: 286, 294 , 325

Lieberman, M. A.: 13, 232, 233, 288

Lief,H. I.: 251

Lingoes, J. C.: 81

Lipsitt,

 L. P.: 157

Loevinger,

 J.: 72,  193,252

Lonergan,

 B. J. F.: 45, 51, 74, 90, 107,

139, 157, 321

Lübac, H. de : 10, 14

Lucas, J.: 248

McGuire, W.J.: 22, 27

McKinley,

 J. C.: 81

McNemar: 371

McShane, R: 45

Maddi, 84, 87.

Manderscheid,

 R. W.: 199, 215

Mann:

  85, 204, 205, 222, 244, 245,

246,

 256-258, 261,.262, 270, 272

Mannsell-Pattison,

 E.: 288

Mannson,  H. H.: 27

Mansel-Pattison,

 E.: 288

Marcel, G.: 300

Maritain,

 J.: 287

Markus,  H.:251

Martin,

 C. E.: 314

MasLow,

 A.: 111

Masrers,W.H.:310

May, R.: 310.

Meachan,

 J.A.: 157

Mead,

  G.H.: 193

Meehl, P. E.: 84

Mehock,W.J.:210

420

Oltman,

 P. K.: 368.

Orden,

 S. R.: 261

Pablo VI: 311 ,314, 316

Pascal, B.: 300

Piaget,J.:40,4l

Piper,

 W. E.: 200

Pomeroy,

 W. G.: 310

Potvin,

 C. :  112,210

Rahner,

 K.: 45, 300, 303, 310

Rashke, R.: 117

Ratzinger,  J.: 278,

  297-301,

  303-305,

310

Reese, H.W.:  157,200

Richardson:

 7 3

Ridick,

  J.

;

  17, 22, 25, 30, 37, 63, 84,

86 ,  182, 184, 185, 195, 196, 278,

323, 332, 360, 363, 365, 366, 373

Riegel, K. F.: 157

Rogers, C. R.:  111-113

Rokeach,

 M.: 22, 23, 57, 119.

Rotter .J.

 B.:2 5, 83, 84, 142

Rougemont,

 D. de: 294

Rulla,

  L. M.: 7, 15, 17, 22, 25, 28, 30,

3 5 , 3 7 , 5 5 , 6 3 , 8 0 , 8 4 , 8 6 , 8 7 , 1 5 5 ,

157,

  173, 182, 184, 185, 192, 195,

196, 201, 233, 278, 323, 332, 360,

363,

 365, 366, 373

Sacks, H. L.: 193, 194

Sanford,  N . : 8 1 , 2 1

Sigush,

 V.: 254

Siladi,  M.:251

Silbergeld,

 S.:  199,215

Simón,

 W.: 254

Smith,

 M.B.: 57

Smith,

 P. B.: 13

Sorensen,  R. C: 254

Spence,J.T.:251,252,253

Srole, L.: 274

Stanley,

 J. C.: 71

Stern,

  G. G.: 36

Strupp, H. H.: 157

Stryckman,

  P.: 112

Suziedelis,A:

  112,210

Swenson,

 S. E.: 77

Tannebaum,

 P. H.: 27

Termwe, A.: 184

Thils, G.: 290, 292, 293, 296

Torgerson,

 W.J.: 70

Trento, concilio: 230, 305, 346

Turner,  R. R.: 57,

  157,200

Va n

  Leeuwen,

 M. S.: 368

Vanhoye, E.: 300

Vassar:217,384

Vaticano  II, concilio: 8-10, 15, 34, 65

100, 106, 113, 189, 199-202, 203

205 ,  207, 208, 211-215, 219, 224

225, 228-231,  234, 277, 281, 282

290, 296, 304, 306 , 316, 339, 341

3 4 6 ,3 4 8 ,3 5 1 .

Versaldi, G.: 74

Vitz, P. C.: 111

42

Wab er , D . B . : 3 6 8

Wallach, M. S.: 370

Wallington, S. A.: 55

Web s te r , H . : 8 1 , 2 1 6

Weisgerber , C. A.: 370

Welsh, G. S.: 371

Wessler , R.: 193

Wer th e imer , M . : 3 6 3

Wiggins, J . H.: 24 , 72 , 85 , 86 , 96 , 97 ,

99 ,

  1 7 0 , 2 4 5 , 2 6 3 , 3 7 1

Wilcoxon, 85, 176, 177, 178, 180, 206,

2 0 7 ,  2 0 8 , 2 1 3 , 2 1 8 , 2 1 9 , 2 2 0 , 2 2 1 ,

2 2 5 ,

  2 2 6 , 2 2 7 , 2 4 6 , 2 5 9 , 2 6 9 , 3 6 7 ,

3 6 8 ,  3 7 5 , 3 7 6 , 3 7 8 - 3 8 0 , 3 8 4 , 3 8 5 ,

396

Witk in , H . A . : 3 6 8 , 3 6 9

Witney: 85, 130, 204, 205, 222, 244,

245,

  246, 255-258, 258, 261, 262,

270, 272, 380

Wojtyla, K.: 65, 322

Wulf,

 F.: 306, 307, 308, 309, 310, 312,

313,314

Yalom, I. D.: 13, 232, 233, 288

ÍNDICE ANALÍTICO

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http://slidepdf.com/reader/full/rulla-lm-antropologia-de-la-vocacion-cristianapdf 211/222

Í22

Actitudes

su definición,  22-23.

en cuanto sostenidas por las necesidades o los

valores, 23.

ejemplos, 360-361.

su operacionalización, 22-25, 360.

disonantes y neutrales para la vocación, 24-

25 ,  338.

cuatro tipos de funciones, 57.

como ideales autotrascendentes al inicio de la

vocación, 107-108.

autotrascendentes menos importantes que los

valores autotrascendentes para la «entrada»,

108.

Actividad humana

utilidad del índice de Orientación Interperso-

nal para discernir el valor cristiano y su au -

tonomía auténtica, 290-293.

en referencia a la primera y segunda dimen-

sión, 293-296.

su ambivalencia existencial en cuanto indica-

da por el índice de Orientación Interperso-

nal,

 293.

Amar

capacidad de amar, y primera y segunda di-

mensión,  59-61.

teocéntricamente com o correlato de la liber-

tad efectiva y de la internalización de los

ideales autotrascendentes, 247.

Ambiente

 vocacional

su función como «proceso» distinto del «re-

sultado», 199-200.

algunas posibles relaciones entre «proceso»

«resultado», 200 .

en cuanto cambios socio-culturales de la Igl

sia después del Vaticano II y su posible i

fluencia sobre los valores autotrascendente

de las personas, 201-202.

posible infuencia sobre la libertad de inte

nalización de los valores autotrascendente

202.

en cuanto estilo de formación propio del p

ríodo pre o postconciliar

e influencia sobre las tres dimensiones, 201

206.

e influencia sobre los ideales autotrascen

dentes y naturales, 206-208.

e influencia sobre los diversos factores de

personalidad, 208-209.

e influencia sobre la perseverancia,

 209-21

e influencia sobre la frecuencia de los cu

tro subgrupos vocacionales, 211-213.

e influencia sobre la mejora estructural

existencial de la madurez de la segunda d

mensión, 213-214.

y algunas conclusiones referentes a las tre

dimensiones, su característica transtemp

ral y trans-situacional, 214-215.

en cuanto diferente percepción por parte d

las personas de diferentes variables: valore

relaciones interpersonales, etc., 215-217.

en cuanto diferentes situaciones socio-existe

ciales:

según la casa de formación, 218.

según el formador tenido, 219.

según el período pre o postconciliar, 21

220.

42

8/18/2019 Rulla, L.M. Antropologia-de-la-vocacion-cristiana.pdf

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neces idad de una pedagogía fundada en una

anr ropolog ía adecuada , 310 .

apor tac iones de l a p resen te inves t igac ión ú t i -

les para un desarrollo de la persona llamada

a la cas t idad /ce l iba to , 312-315 .

como l l amada a toda l a pe rsona y no so la -

m e n t e p r o b l e m a d e c o n o c i m i e n t o s , 3 2 0 -

327 .

Catequesis

sus d i f i cu l tades an t ropo lóg icas , 100-103 .

Centralidad

Conflictos o inconsistencias preconscientes

def in ic ión y operac iona i izac ión ,  3 4 - 4 3 .

sus e lementos con t i tu t ivos , 37-43 .

porcen ta jes , 137 .

Conocimiento

s i s temát ico y no s i s temát ico , 74 .

Consistencias

su def in ic ión , 26-28 .

consistencias vocacionales juzgadas según cin-

co va lores , 27 , 41 -42 .

dificultades pata la internalización de los valo-

res au to t rascendentes , 116 ss .

tres aspectos esenciales del, 117.

en relación con la capacidad de internalización

de los cua t ro subgrupos , 140 .

cua t ro subgrupos por su d i fe ren te capac idad

de desa r ro l lo en e l momento de l a en t rada ,

1 3 9 - 1 4 6

con verificación existencial después de cuatro

años , 144-146 .

dos e lementos ex i s tenc ia les de l a , 147 -149 .

y los «nidificadores», 149-154.

y l as ayudas adecuadas , 1 94-196 .

del período postconciliar y sus raíces,  2 2 8 - 2

insuf ic ienc ia de l a a tenc ión a sus mani fes

ciones externas y olvido de sus raíces ant

po lóg icas más p rofundas , 336-339 .

u t i l idad de una v i s ión an t ropo lóg ica m

comple ta pa ra p reven i r las , 348-349 .

Cuerpo

(cf.

  Persona humana, Dimensiones,

  Sexualid

Desarrollo psicosexual Castidad consagrad

celibato).

8/18/2019 Rulla, L.M. Antropologia-de-la-vocacion-cristiana.pdf

http://slidepdf.com/reader/full/rulla-lm-antropologia-de-la-vocacion-cristianapdf 213/222

de las consistencias e inconsistencias, 34-39.

Círculos viciosos

vincu lados a l a segunda d imens ión y res i s ten-

cia a la internalización y a la perseverancia,

1 2 8 - 1 3 0 , 3 3 2 .

presen tes en e l momento de l a en t rada en e l

60-80% de los su je tos , 147 .

Complacencia

sus características, 55.

Concilio Vaticano II

su aper tu ra apos tó l ica y movimienro de l a

con t ra -cu l tu ra , 10 .

y aspec tos ps ico-soc ia les de l a an t ropo log ía ,

6 5 - 6 6 , 2 8 2 .

y l as d iv i s iones de l hombre , e spec ia lmente en

su segunda d imens ión ,  100-101 .

d i s to rs iones de l conc i l io Va t icano I I y sus ra í -

ces más p resen tes en l as t res d imens iones

que en los idea les , 229-230 , 234 .

«Gaudium e t Spes» , pa r te I , cap í tu lo I : r e la -

c iones ps icosexua les , 296-305 .

«Gaudiu m e t Spes» , pane I I , cap í tu los I I y I I I :

re lac iones con los demás , 277-2 96 .

neces idad de esp i r i tua l i za r e l pensam ien to so-

c ia l de l a Ig les ia , t en iendo presen te una an-

t ropo log ía c r i s t i ana , 280 .

y

 cas t idad y ce l iba to v iv idos en l a to ta l idad y

en la l ibe r tad , 305- 315 .

e inv i tac ión a in tegra r c ienc ias t eo lóg icas y

c ienc ias humanas , 354 .

Concupiscencia

cont r ibuc iones de l a p resen te inves t igac ión so-

bre l a , 301-303 .

an t ropolog ía  y  fuerza de la, 304.

no defensivas y defensivas, 30.

en re lac ión con la s imbol izac ión , 30 .

en re lac ión con las d imens iones , 31 .

t ipos de cons i s tenc ias , 32-34 .

cen t ra les como cons t i tu t ivas de l a p r imera d i -

mens ión , 34 .

operac iona i izac ión de l as cons i s tencias cen t ra -

les,

  3 4 - 3 9 .

las cons i s tenc ias de fens ivas no son d imens io-

nes,

  9 3 ,  94.

las consistencias defensivas pertenecen a la se-

gunda o a l a t e rce ra d imens ión , 94 , 98-99 .

madu rez v incu lada a l a s cons i s tenc ias de fens i -

vas , re lac ionada con e l índ ice de Madurez

de l Desar ro l lo , 98 .

p u n t o d e d i v i s i ó n d e l a m a d u r e z / i n m a d u r e z

de las consistencias defensivas, 373.

cons i s tenc ias de fens ivas : su in f lu jo nega t ivo

sobre e l c rec imien to vocac iona l , 151-152 .

consistencias defensivas y estilos de formación

pre o pos t -conc i l i a r , 205 .

Contracultura

su p resenc ia en la h i s to r ia rec ien te , 1 0 ,2 28 .

Conciencia

fo rmac ión profunda de l a ,

  100-101 .

mad urez persona l de l fo rma dor y v i s ión an-

t ropo lóg ica , 319 .

fo rmac ión en e l á rea de l as amis tades , modo

de gobie rno , de desempeñar ac t iv idades

apos tó l icas y de v ivi r en g rupo , 285 -289 .

falso respeto de la conciencia por parte de los

educadores , 319 .

Crecimiento vocacional

como proceso no au tomát ico , 12-13 .

y pos ib i l idad de ayudar lo , 16 .

H26

criterio estructural, 159.

criterio existencial, 159.

combinación de los criterios estfuctuial y exis-

rencial, 159.

in f lu jo de l a fo rmac ión y , 161-182 .

pruebas d i rec tas ,

  3 3 9 - 3 4 1 .

conf i lmac iones ind i rec tas , 182-188 .

no está influenciado sustancialmente por la di-

vers idad de l ambien te vocac iona l pe tc ib ido

a pa t t i r de d iversas s i tuac iones soc io-ex i s -

tenc ia les , 217-222 .

perc ib ido a pa r t i r de l se r va rón o mu je r , 22 2-

228 .

y amis tades he te rosexua les , 263-268 .

or ienrac ión in te rpersona l como índ ice de ma-

durez o inmadurez en e l , 277-290 .

y fo rmac ión para l a v ida de cas t idad y ce l iba -

t o , 3 0 5 - 3 1 5

e in te rna l izac ión como proceso cen t ra l de l ,

3 3 3 .

y o lv ido de l a segunda d imens ión en e l , 333-

336 .

impor tanc ia de los fac to res in te rpersona les ,

3 3 9 - 3 4 1

permanenc ia de sus e fec tos a pesa t de l paso

del t iempo y de las diferentes experiencias,

3 4 1 .

(cf. también  Camino vocacional).

Crisis vocacionales

y apoyos sociales, 9.

p r imera y segunda d imens ión y , 61-62 .

manifestadas en las actitudes antes que en los

va lores , 123 .

sus ra íces en l a segunda d im ens ión , 124 , 336-

339 .

y su in ic io con la segunda d imens ión , 191 ,

3 3 6 - 3 3 9 .

Debilidades psicosexuales

criterios de descripción de la masturbación,

la homosexualidad y de la heterosexualid

2 5 3 - 2 5 5 .

cons ideradas en e l marco de l a ps icod inám

de toda l a pe t sona , 254 .

e hipótesis de base: ver

  Sexualidad.

fac to res de l a pe rsona l idad no re lac ionado

fac tores re lac ionados con las , 268 -272 .

en re fe renc ia a l a madurez de l desa r ro l lo p

cosexua l , l a madurez de l as d imens ione

la madurez de toda la persona, 272-277

como pos ib le pecado , 301-305 .

utilidad de los predictores primarios y del p

d ic to r secundar io para un opor tuno d i sc

n i m i e n t o , 2 7 2 - 2 7 7 .

y su re lac ión con la segunda d imens ión , m

dian te e l desa t ro l lo ps icosexua l y l a ma

rez de o r ien tac ión in te tpe t sona l , 301-30

(cf.

  Sexualidad).

Decisión

sus mediadores psicosociales al inicio de la

cac ión , 45-46 .

Desarrollo Psicosexual (índice de)

re lac ión con toda l a pe t sona , 248-249 .

esta relación es com par tid a por investi

d o r e s c o n t e m p o r á n e o s , 2 5 1 .

su posición en el sistema sexual de la perso

2 5 1 - 2 5 2 .

su compos ic ión , 252-253 .

su convergencia y divergencia con diversos

pec tos de l a pe rsona , 257-263 .

la diferencia entre el índice del Desarrollo P

cosexual y la segunda dimensión por su

pacidad de predecir la perseverancia y

ideales au to t rascendentes com binados , 2

4

su madurez es tá más l imi tada que la madurez

de l desa r ro l lo , 261-263 .

como modo de expresa r l a un idad corpó

 reo-

esp i r i tua l de l a pe rsona , 300 .

y segunda d imens ión , 343-345-

Desviación, (en cuanto psicopatología)

dialéctica de base, 26, 90, 115.

dialécticas vocacionales, 26.

d ia léc t i cas cen t ra les de l a p r imera y segunda

dimensión: sus diferencias en el proceso de

in te rna l izac ión , 51-55 .

en cuanto resistencia a la internalización

con la p r imera d imens ión , 132 .

con la t e rce ra d imens ión , 133-134 .

como factor de diversa posibilidad de internali-

zación de sus cuatro «subgrupos», 138-146.

su relación con las consistencias defensivas,

151-152 .

influencia de la formación sobre la, 162-175,

188-193 .

y vu lnerab i l idad de l a pe rsona humana , 228-

2 3 1 .

y per tu rbac iones de o rden soc ia l , 283-284 .

y v i s iones an t ropo lóg icas l imi tadas en l a fo r -

s ign i f i cado de es ta madurez o inmadurez , 39-

y libertad del individuo para los valores natu-

ra les o au to t rascendentes , 39 .

y el proceso de integración del yo con la vida

en Cr i s to , 46-58 .

equ i l ib r io -desequi l ib r io en t re l a p r imera y se -

gunda d imens ión y c r i s i s vocac iona les , 61-

62.

or igen de l as t res d imens iones , 89-90 .

confirmaciones existenciales de las, 92-99

en cuan to cua l i t a t ivamente d i fe ren tes , 93-99 .

va l idac ión convergen te y d ivergen te , 99 .

y t res pedagogías , 101-103 .

sobre l a capac idad de cambia r pa ra una verda-

dera in te rna l izac ión , 65 .

impor tanc ia de l as t res d imens iones para e l ,

1 0 0 - 1 0 1 .

impor tanc ia de d i fe renc ia r l a s cons i s tenc ias

defensivas de las no defensivas, 151-152.

en los «n id i f i cadores» : impor tanc ia pa ra d i fe -

renc ia r los p rocesos in te rna l izan tes de los

no in te rna l izan tes 152-154 .

más realista y formación, 193-

crisis vocacional y necesidad de una visión an-

t ropo lóg ica más comple ta , 188-197 .

de los idea les en cuan to va lores au to t rascen-

8/18/2019 Rulla, L.M. Antropologia-de-la-vocacion-cristiana.pdf

http://slidepdf.com/reader/full/rulla-lm-antropologia-de-la-vocacion-cristianapdf 214/222

Dimensión, primera

sus e lementos cons t i tu t ivos , 38 , 157 .

su madurez o inmadurez , 39 .

va l idada ex i s tenc ia lmente por e l Índ ice de

Madu rez de l Desar ro l lo y, por lo t an to , in -

dependien temente de los t e s t s , 94-96 .

punto de d iv i s ión de l a madurez- inmadurez ,

3 7 2 - 3 7 3 .

diferencias respecto a la segunda dimensión en

el proceso de internalización,  5 2 -5 3 .

confirmaciones existenciales de las estructuras,

hor izon tes y t ipos de madurez , 89-99 .

a lgunos p rob lemas pedagógicos de l a , 101 .

en cuan t o res i s tenc ia a l a in te rna l izac ión con

la segunda d imens ión , 132 .

con la te rce ra d imens ión , 134 .

influencia de la formación sobre la, 161-174.

y per tu rbac iones de o rden soc ia l, 283 -284

Dimensión, segunda

sus e lementos con t i tu t ivos , 38 , 157 .

su madurez o inmadurez , 39 .

va l idada ex i s tenc ia lmente por e l índ ice de

Madure z de l Desar ro l lo , y , por lo t an to , in -

depen dien te men te de los t e s t s , 94-96 .

p u n t o d e d i v i s i ó n d e l a m a d u r e z - i n m a d u -

rez , 373 .

diferencias respecto a la primera dimensión en

e l p roceso de in te rna l izac ión ,  5 2 -5 3 .

confirmaciones existenciales de las estructuras,

hor izon tes y t ipos de madurez , 89-99 .

a lgunos p rob lemas pedagógicos de l a , 102 .

preva lenc ia de l a segunda d imens ión para l a

perseveranc ia , 121-122 .

preva lenc ia de l a segunda d imens ión para l a

in te rna l izac ión , 127-130 , 137-138 , 146 .

tendenc ia genera l a empeorar , 127-130 .

mac ión de l as conc ienc ias , 319 .

y b ien aparen te p resen te en e l momento de l a

en t rada ,  3 3 0 - 3 3 1 .

afecta también a los ideales proclamados, 330-

3 3 1 .

e indiferencia religiosa,

  3 3 0 - 3 3 1 ,

  3 4 6 - 3 4 7 .

y desa r ro l lo ps icosexua l, 34 3-34 5 .

Dimensión, tercera

conf i rmac ión ex i s tenc ia l de l a es t ruc tura , ho -

r izon te , y madurez , 89-99 , 156-157 .

medida por l a fó rmula de Cooke ap l icada a l

M M P I , 9 7 , 3 7 0 .

su madurez va l idada por una s ín tes i s c l ín ica

que inc luye tamb ién los t e s t s , 97 .

pun to de d iv i s ión en t re normales y «anorma-

les» (o desviados), 373.

a lgunos p rob lemas pedagógicos de l a , 102-

103.

como resistencia a la internalización

con la p r imera d imens ión , 134 .

con la segunda d imens ión , 133 .

influencia de la formación sobre la, 170.

Dimensiones (las tres)

basadas en una visión interdisciplinar, 28-29.

su formación, características estructurales y los

t res hor izon tes , 28 , 39 , 90-92 .

y motivación teleológica

  y

  axiológica, 28

y santidad subjetiva y objetiva, 28, 39.

y s imbol izac ión ,

  3 0 -3 1 .

y su madurez , de f in ic ión , 39 .

madurez va l idada ex i s tenc ia lmente y , por lo

tan to , independien temente de los t e s t s , 95 .

y su re lac ión con la au to t rascendenc ia t eocén-

t r i ca , 31 , 115 .

su madurez o inmadurez , 39 , 92 .

428

como menos impor tan tes que los idea les pa ra

la en t rada en l a vocac ión sacerdo ta l y re l i -

g iosa , 108-110 .

su madurez como e lemento para l a p red icc ión

de la perseverancia y valoración de la inter-

na l izac ión , 118-119 .

la in f luenc ia de l a fo rmac ión sobre l as , 161-

172 .

y l a in f luenc ia de l ambien te vocac iona l (en

cuan to per iodo pre o pos tconc i l i a r ) , 201-

2 0 3 .

su madurez no re lac ionada con la exper ienc ia

de haber t en ido amis tades he te rosexua les ,

2 6 5 - 2 6 6 .

en cuan to modo de expresa r l a un idad corpó-

reo-espiritual de la persona,

  2 9 9 - 3 0 1 .

Dinámicas de grupo

y mundo de l a pe rcepc ión en cuan to d i fe ren-

te de l mundo de l a rea l idad , 232-234 .

Dirección espiritual

sus l imi tac iones en e l á rea de l subconsc ien te

de l a segunda d imens ión y de l a l ibe r tad

efectiva (cf.  Libertad, Dimensión segunda),

y sus l imi tac iones respec to a pos ib le desorga-

n izac ión en l a t e rce ra d imens ión : c f .  Di-

mensión tercera.

(cf.

  Discernimiento, Forma dores, Formación,

Líderes).

Discernimiento de espíritus

su d i f i cu l tad , 2 3 .

para los valores autotrascendentes en la llama-

da vocac iona l , 45 .

p r imera y segunda d imens ión y ,  5 9 -6 1 .

e in f luenc ia de l consc ien te y subconsc ien te ,

64-65 .

den tes , 196-197 .

y deb i l idades ps icosexua les, 272-2 77 .e índ ice

de Or ien tac ión In te rpersona l :

sus ap l icac iones en l as amis tades , en e l modo

de gobie rno , de desempeñar l a s ac t iv idades

apos tó l icas , de v iv i r l a v ida comuni ta r ia ,

2 8 5 - 2 8 9 .

e índ ice de Or ien tac ión In te rpersona l :

para el valor cristiano de la actividad humana

y p a r a s u a u t o n o m í a a u t é n t i c a , 2 9 0 - 2 9 3 ,

2 9 4 - 2 9 6 .

y u t i l idad de los p red ic to tes p r imar ios y de l

pred ic to r secundar io para l a madurez en l as

re lac iones ps icosexua les, 3 20-32 7 .

y amis tades he te rosexua les , 320-327 .

y los factores de la perseverancia, 322-333.

y los factores de crisis vocacional, 336-339.

neces idad de una an t ropo log ía más comple ta ,

3 4 5 - 3 4 9 .

Disposiciones psicosoáales

como mediac ión de l d iá logo vocac iona l , 18 ,

45-58 .

y carácter estructural y finalístico de la teoría,

4 1 - 4 2 .

corno ambiente vocacional: cf.  Ambiente voca-

cional

Eficacia apostólica

y las t res d imens ion es , 39 -40 .

influencia específica de las tres dimensiones

sobre la, 146.

y «nidificadores», 149 -150 .

v incu lada a l a au to t rascendenc ia reocén t r ica ,

2 8 7 .

Ejercicios espirituales (de san Ignacio de Layóla)

tres niveles de integración del yo con la vida

en Cr i s to y semanas de los , 46-4 7 .

429

8/18/2019 Rulla, L.M. Antropologia-de-la-vocacion-cristiana.pdf

http://slidepdf.com/reader/full/rulla-lm-antropologia-de-la-vocacion-cristianapdf 215/222

Identificación

sus características, 55-56.

d i s t inc ión en t re no in te rna l izan te e in te rna l i -

zan te , 56 .

Imaginación

distorsiones de la,

  100-101 .

«Impulsados»

def in ic ión , 140 .

porcen ta jes , 141-142 .

ver i f i cac ión ex i s tenc ia l de l a inmadurez des -

pués de cua t ro años , 144-146 .

limitaciones de su libertad efectiva, 146.

Internalización

de los valores de Cristo, 7.

y fragilidad de la persona,   1 0 -1 1 .

e insuf ic ienc ia de un cambio de l as es t ruc-

tu ras ,

  13 .

com o esenc ia de l a fo rmac ión , 15 .

y crisis vocacionales, 9.

definición existencial, 50.

y libertad de la persona, 13.

com o proceso de in tegrac ión de l yo en l a v ida

en Cr i s to , 44-58 .

de los va lores au to t rascendentes p or lo que se

refiere al contenido y a la función, 38-58.

y  re lac iones in te rpersona les , 237-247 .

de los idea les au to t rascendentes en cuan to re -

lacionada con la libertad efectiva y a la au-

to t rascendenc ia t eocén t r ica , 247 .

y amis tades he te rosexua les , 263-268 .

y sus diversos factores, 333.

libertad de  la  persona

en la respuesta vocacional, 13.

imper fec ta y l imi tada para l a in te rna l izac ión

de los va lores de Cr i s to , 13 , 47-58 , 228-

2 3 1 .

para l a au to t rascendenc ia en e l amor ,  1 9 -2 1 .

compromet ida l a pe rsona en te ra , 21 .

Limitación de nacimientos

a lgunas consecuenc ias pas to ra les de l a pos

c ión doc t r ina l y mora l de l a Ig les ia , 315

320 .

neces idad de una v i s ión de toda l a pe rsona e

los dos miembros de l a pa re ja , 316 .

da tos de an t ropo log ía ex i s tenc ia l que puede

favorecer un verdadero amor conyuga

3 1 5 - 3 2 0 .

vu lnerab i l idad de l a pe rsona humana sobre

s ign i f icado de l a sexua l idad , 317 -319 .

Madurez del Desarrollo (índice de, IMD)

8/18/2019 Rulla, L.M. Antropologia-de-la-vocacion-cristiana.pdf

http://slidepdf.com/reader/full/rulla-lm-antropologia-de-la-vocacion-cristianapdf 216/222

porcentajes sobre los no perseverantes, 147 -148.

y s ign i f i cado de su e lecc ión vocac iona l , 148-

149.

Inconsistencias

su def in ic ión , 26-28 .

inconscientes y su influencia sobre la persona,

2 7 .

incons i s tenc ias vocac iona les juzgadas según

c inco va lores , 27 , 41-42 .

en re lac ión con la s imbol izac ión ,  3 0 - 3 1 .

en re lac ión con las d imens iones , 31 .

t ipos de incons i s tenc ias , 32-34 .

facilidad para pasar de las inconsistencias psi-

cológicas a las sociales, y viceversa, 33-34.

cen t ra les en cuan to cons t i tu t ivas de l a segun-

da d imens ión , 34 .

operac iona l izac ión de l as incons i s tenc ias cen-

t ra les , 34- 39 .

porcen ta jes de incons i s tenc ias , 137 .

inconsc ien tes y l imi tac iones de l a l ibe r tad

efectiva en los «nidificadores» y en los «im-

pulsados», 146.

Investigaciones (Surveys)

su l imi ta do va lor pa ra eva luar los p rocesos de

formac ión y de c rec imien to vocac iona l , 14 ,

232 .

Integración del yo

con la v ida en Cr i s to en l a vocac ión , 46-47 .

los mediadores ps icosoc ia les de sus t res mo-

m e n t o s , 4 6 - 4 7 .

Intencionalidad consciente

en cua n to fuerza a p r io r i de au to t rasc enden -

cia, 89.

.

  diferencia en la resistencia a la internalización

pot pa r te de l a p r imera y de l a segunda d i -

m e n s i ó n ,

  51-53 .

y C o n s t i t u c i o n e s d e l a C o m p a ñ í a d e J e s ú s ,

58.

capac idad de in te rna l izac ión como aspec to

existencial de la vocación, 116.

cua t ro subgrupos vocac iona les según la capa-

c idad de in te rna l izac ión , 116 .

factores que influyen sobre la, 117.

c r i t e r ios de va lorac ión , 116 -119 .

la presencia de ideales autotrascendentes no es-

tá en correlación con su internalización, 127.

e influencia de las tres dimensiones: prevalen-

cia de la segunda en la resistencia a la inter-

na l izac ión , 127-130 .

algunos porcentajes que se refieren a la resis-

t enc ia a l a in te rna l izac ión v incu lada a l a s

d imens iones :

p r imera y segunda d imens ión , 132 .

segunda y t e rce ra d imens ión , 133-134 .

pr imera y t e rce ra d imens ión , 134 .

un 60-80% de los sujetos oponen resistencia a

la in te rna l izac ión , 136-138 , 146 .

com o c r i t e r io ( jun to con la pe rseveranc ia ) pa -

ra la de f in ic ión de los cua t ro subgrupos vo-

cac iona les , 138-140 .

c rec imien to en l a in te rna l izac ión y c í rcu lo v i -

c ioso , 147-148 .

y el problema de los «nidificadores», 152-154.

criterios estructural, existencial, y combinados

para la valorac ión de la, 159 .

in f luenc ia de l a fo rmac ión sobre l a in te rna l i -

zac ión de los idea les auro t rascendentes ,

157-188 .

y pos ib le in f luenc ia de los cambios soc iocu l -

turales de la Iglesia después del Vaticano II,

2 0 1 .

432

y s imbol izac ión ,  2 9 -3 1 .

como condic ión y consecuenc ia de l p roceso

de in te rna l izac ión de los va lores au to t ras -

cendentes , 49-58 .

l ibe r tad ver t i ca l pa ra los va lores au to t rascen-

den tes en cuan to d i s t in ta de l ibe r tad hor i -

zon ta l , 91-92 .

y los hor izon tes de l as t res d imes iones , 91- 92 .

l imi tada espec ia lmente en re fe renc ia a l a se -

g u n d a d i m e n s i ó n , 1 0 0 - 1 0 1 .

para la internalización de los ideales autotras-

cendentes , 128-130 , 348-349 .

c í rcu lo v ic ioso cons igu ien te , 128-130 .

y pedagogía de l a segunda d imens ión , 101 ,

103.

efectiva y su limitación en los «nidificadores»

y en los « impulsados» , 146 , l48-154 .y c re -

c imien to vocac iona l , 147-149 , 188-193 .

e fec t iva para l a au to t rascendentc ia de l amor

teocén t r ico y fo rmac ión , 188-193 .

y madurez en l a re lac ión con los demás , 237-

239 .

e fec t iva como presupues to de l a au to t rascen-

denc ia t eocén t r ica median te l a in te rna l iza -

c ión de los idea les au to t rascendentes , 247 .

e fec riva en l as amis tades he te rosexua les , 320 -

327 .

relación entre limitación de la libertad efecti-

va y la «vu lnerab i l idad in te r io r» de l a pe r -

sona , 348 .

Líderes

en la formación según un criterio humanista, 12.

y pedagogías basadas en e l mundo de l a pe r -

c e p c i ó n , 2 2 8 - 2 3 5 .

deben gobernar pa ra un f in t eocén t r ico , 285-

2 8 8 .

en cuan to fo tmadores de conc ienc ias , 319 .

fo rmulac ión , 81 .

como c r i t e r io de madurez de l a p r imera y s

g u n d a d i m e n s i ó n , 9 5 .

d iv i s ión en cua t ro g rados de madurez , 95 .

como c r i t e r io de ver i f i cac ión de l a madure

ex is tenc ia l de los cua t ro subgrupos , 14

146 .

a lgunos funda ment os t eo lóg icos y f ilosóf ic

de l índ ice para una ayuda pas to ra l , 27

2 8 1 .

Madurez vocacional

(cf.  Internalización, Dimensiones, Crecimien

vocacional, índice de Madurez del Desarr

llo).

Mediadores psicosociales

su func ión en e l camino vocac iona l , 44-58 .

yo- idea l como medidor de l a auro t rascende

cia teocéntrica, 106.

Motivación

ambigüedad de l s i s t ema mot ivac iona l , 22-2

57.

humana en cuan to t e leo lóg ica y ax io lóg ic

28 ,  89 .

y l as t res d imens iones , 39 -40 .

impor tanc ia d e l as mot ivac iones en el con ju

to de toda la persona para la perseveranci

148-149 .

su pos ib le ambigüedad en las reLac iones s

xua les , 308-317 .

Necesidades

su def in ic ión , 22 .

su operac iona l izac ión , 22-25 .

d i sonan tes y neu t ra les pa ra l a vocac ión , 35

357 .

43

«Nidificadores»

def in ic ión , 139 .

porcen ta jes , 141-142 .

porcentajes sobre los perseverantes, 142.

ver i f i cac ión ex i s tenc ia l de l a inmadurez des -

pués de cua t ro años , 144-146 .

no d i fe renc iados de los « impulsados» por l a

capac idad de in te rna l izac ión de los idea les

au to t rascendentes , 146 .

limitación de su libertad efectiva, 146.

su insuficiencia para la eficacia apostólica, la

v ida comuni ta r ia y como mode los insp i ra -

dores de v ida vocac iona l , 149-150 .

y l l amada a l a au to t rascendenc ia t eocén t r ica :

perspectivas teológicas y filosóficas de la

«Gaudium e t Spes» , 280 .

como expres ión de una é t i ca no ind iv idua l i s -

t a , 281 .

Palabra de Dios

y capac idad de escuchar la ,  6 0 -6 1 .

Pastoral

ha de se r p reced ida por l a an t ropo log ía e ins -

pirada en ella, no viceversa, 99-100.

s ign i f i cado pas to ra l de l a au to t rascendenc ia

Percepción

distorsiones en la,  100-101 .

mundo de l a rea l idad como d i s t in to de l mun-

do de l a , 215 , 231-235 .

insuf ic ienc ia de l mundo de l a pe rcepc ión pa-

ra el conoc imien to y l a fo rmac ión vocac io-

n a l , 2 3 1 - 2 3 5 .

e inmadurez en l a o r ien tac ión in te rpersona l ,

2 8 9 - 2 9 0 .

y posibles distorsiones en la formación de las-

conc ienc ias , 319 .

Perseverancia vocacional

Persona humana

su vu lnerab i l idad in te r io r , 11 , 100-101 ,22

2 3 1 .

e in te rna l izac ión de los va lores de Cr i s t

11 ,  15-16 .

en las relaciones sociales, 282-284.

y relación con las limitaciones de la libert

e fec t iva , 353-354 .

y ex igenc ias de una an t ropo log ía vocac ion

adecuada , 11 .

y fuerza interior en el proceso de internaliz

c ión , 13 .

en cuanto yo (o   self),  18.

8/18/2019 Rulla, L.M. Antropologia-de-la-vocacion-cristiana.pdf

http://slidepdf.com/reader/full/rulla-lm-antropologia-de-la-vocacion-cristianapdf 217/222

y d i sce rn imien to en t re p rocesos in te rna l izan-

tes y no in te rna l izan tes pa ra los va lores , la

v ida comuni ta r ia , l a s expec ta t ivas , l a v ida

de orac ión , 152-154 .

«No nidificadores»

def in ic ión , 139 .

porcen ta jes , 141-142 .

verificación existencial de la madurez después

de cua t ro años , 144-146 .

«Normalidad»

como ausenc ia de s ignos de ps icopa to log ía ,

3 9 - 4 0 .

Obispos y superiores

y sus reacc iones a la s apor tac iones an t ropo ló -

gicas interdisciplinares, 12.

y fo rmac ión de los fo rmadores , 14 .

(ver t ambién  Líderes).

Obediencia

e jemplos de su re lac ión con neces idades y ac -

t i tudes , 24 .

«Objetos firmales»

(cf.

  Horizontes de

  l as t res d imens iones ) .

Oración

e in f luenc ia de l a p r imera y segunda d imen-

s i ó n , 6 2 .

y el pro blem a de los «nidificadores», 152- 154.

obs tácu los a l a o rac ión proven ien tes de l a in -

madurez de l a pe rsona , 194-196 .

«Orientación Interpersonal» (índice de)

su cons t i tuc ión , 242 .

teo-cén t r ica en l a vocac ión c r i s t i ana , 11 0-

114 .

pas to ra l vocac iona l y t eor ías de l a au tor rea l i -

zac ión , 110-114 .

y el problema de los «nidificadores», 149-154.

in f luenc ia de l a fo rmac ión y , 157-188 .

u t i l idad de re t rasa r l a en t rada en l a vocac ión ,

188.

e in f luenc ia de l amb ien te vocac iona l : c f .  Am -

biente vocacional

e in f luenc ia de l mundo de l a pe rcepc ión más

b i e n q u e d e l m u n d o d e l a r e a l i d a d , 2 3 1 -

235 .

como ac t iv idad apos tó l ica y au to t rascendenc ia

teocén t r ica , 288 .

como ac t iv idad apos tó l ica : o r ien tac ión in te r -

persona l como índ ice de Madurez o inma-

durez en l a , 277-290 .

u t i l idad de dos p red ic to res p r imar ios y de l

pred ic to r secundar io para un d i sce rn imien-

to de l as deb i l idades sexua les , 272-277 ,

3 0 1 - 3 0 3 .

y fo rmac ión a l a cas t idad /ce l iba to , 312-315 ,

3 1 5 - 3 2 7 .

madurez de los educadores y búsqueda de l

bien real en la formación de las conciencias,

319 .

y amis tades he te rosexua les , 320-327 .

pas to ra l vocac iona l y segunda d imens ión ,

3 3 0 - 3 3 1 .

y discernimiento de los factores de crisis voca-

c iona l , 336-339 .

Pecado

dispos ic iones mot ívac iona les a l , 39 .

a lgunos aspec tos an t ropo lóg icos , 301-305 .

434

pr imera y segunda d imens ión y ,  5 9 -6 1 .

o no co mo aspec to de l a v ida vocac iona l , 116 .

factores que influyen en la, 117.

c r i t e r ios de p red icc ión de l a , 11 6-119 .

y l a p r imera d imens ión , 120 , 332-333 .

y l a segunda d imens ión , 120 , 332-333 .

y l a t e rce ra d imens ión , 121 , 332-333 .

preva lenc ia de l a segunda d imens ión para l a

pred icc ión de l a pe rseveranc ia , 121-123 ,

146 ,

  3 3 2 - 3 3 3 .

pred icc ión hecha an tes de l a fo rmac ión , 332 .

idea les au to t rasceden tes y na tura les y perseve-

rancia, 122.

preva lenc ia de l a segunda d imes ión sobre los

idea les au to t rascendentes pa ra p redec i r l a ,

1 2 3 ,  1 2 4 - 1 2 5 .

algunos datos estadísticos sobte la perseveran-

c ia , 125-127 .

presenc ia de los va lores como no garan t ía de

la pe rseveranc ia , 125 -127 .

como c r i t e r io ( jun to con la in te rna l izac ión)

para l a de f in ic ión de los cua t ro subgrupos

vocac iona les , 138-140 .

y círculo vicioso en el momento de la entrada,

1 4 7 - 1 4 8 , 3 3 2 .

y s ign i f i cado de l a dec i s ión de los «cambia-

dos», 148.

impor tanc ia de l as mot ivac iones de toda l a

persona en l a dec i s ión , 149 , 332-333 .

y diferencias de frecuencia según los períodos

pre o pos tconc i l i a r , 209-211 .

no cor respondenc ia en t re e l índ ice de Or ien-

tac ión In te rpersona l y l a , 246-247 .

y d i sce rn imien to de esp í r i tus sobre los fac to -

res de l a pe rseveranc ia , 332- 333 .

o lv ido de l a segunda d imens ión en los es tu -

d ios sobre l a , 332-333 .

en cuan to i r repe t ib le e i rreduc t ib le , 19 .

sus con ten idos ps ico-soc ia les : va lo res , nece

dades y ac t i tudes , 22-25 .

su ob je t ivac ión , 28 , 31 .

cooperac ión de l a pe rsona a l a l l amada voc

c iona l , 44-58 .

es tud io empí r ico ex i s tenc ia l de l a pe rsona s

gún un mode lo ex tens ivo e in tens ivo co

b inados , 75-78 , 87 .

impor tanc ia de un enfoque an t ropo lóg ico

te rd i sc ip l ina r en e l e s tud io de l a vocac i

cristiana, 88.

como sujeto único de las tres dimensiones,

96 ,

  99 .

los p rogramas de v ida vocac iona l deben

adap tados a l a pe rsona y no v iceversa , 1

neces idad de una t r ip le ayuda pedagógica

sada en l as t res d imens iones , 99-103 .

no mot ivada só lo por los idea les , 110-114 .

su madurez y posibles ambigüedades en las

l ac iones soc ia les , 27 9-28 9 .

las t res d imens iones como modo de expre

la un idad corpóreo-esp i r i tua l de l a pe rso

2 9 9 - 3 0 1 .

y su madurez para la vida de castidad y celi

to ,

  3 0 5 - 3 1 4 .

t res v ías de superac ión de l sen t ido de so led

inhe ten te a l a pe rsona , 326-327 .

Pobreza

ejemplos de su relación con necesidades y

t i tudes , 24 .

Preypost concilio Vaticano II

cr i s i s vocac iona les de l pe r íodo pos tconc i l i

sus raíces,

  2 2 8 - 2 3 1 .

(cf.

  Ambiente vocacional).

4

Procedimientos seguidos en la administración de

los tests

descr ipc ión , 79-80 .

Programas deformación vocacional

deben basa rse en una v i s ión an t ropo lóg ica

adecuada , 99-100 .

y t eor ías de l a au tor rea l i zac ión , 11 0-113 .

basados en e l mundo de l a pe rcepc ión : su in -

suf ic ienc ia , 231-235 .

y amis tades he te rosexua les , 263-268 .

impor tanc ia de l a segunda d imens ión en los ,

3 3 0 - 3 3 1 , 3 3 6 .

(cf. también

  Formacióti)

.

fundamentos teológicos y filosóficos en la

«Gaudium e t Spes» ,

  2 7 9 - 2 8 1 .

su dificultad: los artículos 25, 26, 27, 28 de la

Gaudium e t Spes» y l a con t r ibuc ión de l a

secc ión 8 .1 . , 281-286 .

neces idad de una fo rmac ión profunda de l a

conc ienc ia pe rsona l como presupues to de

m a d u r a s , 2 8 2 - 2 8 4 .

deben tender a una au to t rascendenc ia t eocén-

t r i ca más que a una au to t rascendenc ia ego-

céntrica o social-filantrópica: implicaciones

pas to ra les , 285-289 .

este grado de desarrollo se puede expresar con

e l índ ice de Desar ro l lo Ps icosexua l como

pred ic to r secundar io , 249 .

es te índ ice de Desar ro l lo Ps icosexua l es tá

en cor re lac ión con los dos p red ic to res p r i -

mar ios ind icados , 249 .

cor re lac ión en t re madur ez ex i s tenc ia l , e l índ i -

ce de Desarrollo Psicosexual y las debilida-

des ps icosexua les como  hipótesis de base,

249 .

verificación de la hipótesis de base, 255-257.

y cas t idad consagrada /ce l iba to , 305-315 .

y amis tades he te rosexua les , 320-327 , 343-

Subgrupos (cuatro) con diferente capacidad de

internalización

def in ic ión , 138-140 .

ya p resen tes en e l momento de l a en t rada ,

140.

f recuenc ias y porcen ta jes de los subgrupos ,

1 4 1 - 1 4 2 .

conf i rmados por aná l i s i s en dos pasos , 142-

146.

diferenciación estructural en el momento de la

en t rada como carac te r izac ión de los , 143-

146.

sus componentes vu lnerab les y germina t i -

8/18/2019 Rulla, L.M. Antropologia-de-la-vocacion-cristiana.pdf

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Psicología de la edad evolutiva

como fac tor de condic ion amien to ps ico-soc ial

de la vocación cristiana, 19.

condic ionamien tos ps ico-soc ia les superados

por las características estructurales y finalís-

ticas de la teoría, 42.

Psicologismo humanista

sus limitaciones en la formación, 11.

Psicopatología

(ver

  Dimensión tercera

 y

  Desviación).

Relaciones interpersonales

como am or t eocén t r ico , 237 , 341 -343 .

como don to ta l de s í , 237-238 .

impor tanc ia de l a madurez de l as t res d imen-

s iones (espec ia lmente de l a segunda) pa ra

la ,  2 3 7 - 2 4 1 ,  3 4 1 - 3 4 3 .

su madurez , expresada espec ia lmente por una

subes t ruc tura espec í f i ca , 238-239 .

d icha subes t ruc tura d i sc r imina en t re una

or ien tac ión teocén t r ica y una or ien tac ión

so lamente soc ia l - f i l an t róp ica o egocén t r ica

en las , 237-242 .

e l índ ice de Or ie n tac ió n In te rpersona l ( IOI)

como d icha subes t ruc tura , 242 .

cor re lac ión de l a mad urez ex i s tenc ia l ( jun ta -

mente con la madurez es t ruc tura l de l a se -

gunda d imens ión) con la madurez de l as ,

2 4 4 - 2 4 5 , 2 4 6 , 3 4 1 - 3 4 3 .

la re lac ión de l índ ice de Or ie n tac ió n In te r -

personal con la madurez del desarrollo y las

t res d imens iones , 245-247 .

la no cor respondenc ia en t re l a madurez de l

índ ice de Or ien tac ión In te rpersona l y l a

perseveranc ia , 246-247 .

Roles

y autotrascendencia teocéntrica de los valores,

1 1 3 .

y amis tades he te rosexua les , 263-268 .

Santidad

objetiva y subjetiva en relación a las tres di-

mens iones , 28 , 39 .

in f luenc ia de l a segunda d imens ión , 147 .

Selección vocacional

y

  t e rce ra d imens ión , 102-103 .

Sentido común

como insuf ic ien te s i se l imi ta a l mundo de l a

percepc ión , 231-235 .

Sexualidad

la relación sexual cristiana (genital o no) ma-

dura implica a la totalidad de la propia per-

sona y l a de l o t ro , 248 , 320-327 .

dos factores o predictores primarios de esta

re lac ión: au to t rascendenc ia t eocén t r ica y l i -

bertad efectiva para los ideales autotrascen-

den tes , 248 .

los dos fac to res p r imar ios como madurez

de las t res d imens iones va lorada poT e l ín -

d ice de Madurez de l Desar ro l lo y por l a

madurez de l a segunda d imens ión , 248 .

a lgunos fundamentos t eo lóg icos , 297-299 .

la re lac ión sexua l (gen i ta l o no) compor ta l a

acción de nuevas fuerzas específicas sexua-

les,  2 4 8 .

la relación sexual (genital o no) es plástica y

ub icua , 248 .

la re lac ión sexua l (gen ita l o no) com por ta un

grado de desarrollo psicosexual, 249.

436

3 4 5 .

y segunda d imens ión , 343-345 .

Significación (estadística)

niveles de, 75.

e impor tanc ia de los resu l tados , 87-88 .

Significados

a t r ibuc ión de ,  1 0 0 -1 0 1 .

Simbolización

su re lac ión con la vocac ión , 29-3 1

 •

s ímbolos po la res y s ímbolos como e labora -

c ión ,  2 9 -3 1 .

tres tipos de símbolos, 30.

p rogres iva o regres iva para l a au to t rasc enden-

c ia t eocén t r ica ,  3 0 -3 1 .

progres iva y cons i s tenc ias no defens ivas , 30-

31 .

regresiva y consistencias defensivas e inconsis-

tenc ias ,  3 0 - 3 1 .

re lac ión inconsc ien te en t re s ímbo los po la res y

s ímbolos como e laborac ión , 31 .

progres iva y regres iva como e lementos de ex-

pec ta t iva , 31 .

p rogresiva como proceso de au to t rascendenc ia

al inicio de la vocación, 45-46.

en los d iversos pasos de l camino vocac iona l ,

4 7 .

regresiva y resistencia a la internalización,

1 2 8 - 1 3 0 .

Sociología

modelos sociales vocacionales no pueden pres-

c ind i r de una adecuada an t ropo log ía , 99-

100.

Sujetos de U investigación

l a mues t ra u t i l i zada , 78-79 , 393 .

vo ,

  1 4 3 - 1 4 6 .

verificación existencial de los diversos grados

de madurez de los , 144-146 .

frecuencia de los subgrupos e influjo del am-

b ien te (en tend ido como per íodo pre o

pos tconc i l i a r ) , 211-215 .

Subconsciente

en cuan to p reconsc ien te o inconsc ien te , 19 .

va lorac ión exper imenta l , 13-26 .

e in te rna l izac ión de los va lores au to t rascen-

den tes , 48-58 .

y su impor tanc ia en e l d i sce rn imien to de esp í -

ritus,

  6 4 - 6 5 .

pedagogía de l a segunda d imens ión , 101-102 .

preconsc ien te menos f recuen te que e l incons-

ciente: porcentajes, 137.

y ausenc ia de camb io , 182-18 8 .

su importancia en las relaciones sexuales, 315-

319 .

su impor tanc ia en l as amis tades he te rosexua-

les,

  3 2 4 - 3 2 7 .

Teoría de la autotrascendencia en la consistencia

sus diversos aspectos, 17-66.

significado de teoría psico-social, 17-18.

mensa je cen t ra l ,  1 9 -2 1 .

su ca rác te r es t ruc tura l , 40-4 4 .

con ten ido y es t ruc tura en l a t eor ía ,

  4 1 -4 3 .

como fundada en una an t ropo log ía ideo lóg i -

ca y t eocén t r icamente ax io lóg ica ,  4 1 -4 3 .

su ca rác te r t rans tempora l , t r ans i tuac iona l y

t ranscu l tu ra l , 42 .

dos mode los d e enfoque es t ruc tura l : de var ia -

b les y de ind iv iduos , 43-44 .

las c inco propos ic iones , 58-62 .

su conf i rmac ión ex i s tencia l , 148 .

437

síntesis de la, 63-64.

ap l icac ión de l a t eor ía como con oc imien to no

s i s temát ico , 74-75 .

conf i rmac iones ex i s tenc ia les como exp l icac io-

nes y p red icc iones , 78 .

impor tanc ia de l a conex ión en t re concep tua l i -

zac ión y medida , 78 , 86 .

y es tud io in tens ivo y ex tens ivo de l a pe rsona

con vocac ión , 87 .

y pos ib i l idad de una se r ie de conf i rmac iones

existenciales, 85.

y sus c r i t e r ios in t r ínsecos y ob je t ivos para l a

predicción de la perseverancia y de la inter-

sus con ten idos como f in u l t imo de l hombre ,

105 .

sus con ten idos com o d i fe ren tes de sus func io-

nes , 49-58 .

cua t ro t ipos de func iones , 57 .

au to t rascendentes como fac tores de pos ib i l i -

dad d e l a vocac ión c r i s t i ana , 105 .

au to t rascendentes como más impor tan tes que

las actitudes en la decisión de entrada, 110.

au to t rascendentes y obs tácu lo a su in te rna l i -

zac ión por un c í rcu lo v ic ioso , 146-148 .

discernimiento de los valores para los «nidifi-

cadores», 152.

como encuen t ro en t re va lores au to t rascenden-

tes ob je t ivos e in tenc iona l idad consc ien te

de l a pe rsona , 90 .

como d iá logo con Dios , 105 .

convergenc ia de vocac ión on to lóg ica y t eo ló-

gica, 105.

no mot ivada so lamente por los idea les , 110 .

y las «necesidades» del pueblo de Dios, 113.

y d i sce rn imien to de l s ign i f i cado de l a ac t iv i -

d a d h u m a n a , 2 9 0 - 2 9 6 .

y p rob lema de l a cas t idad como don normal

en la Iglesia, 305-314.

c rec imien to e n l a vocac ión c r i s t i ana y re lac io -

Yo-actual

en cuan to yo   (selfi  que es t rascendido , 19 .

como es t ru tu ra de l a pe rsona , 22 .

en cuan to yo mani f ies to (YM), 22 .

en cuan to yo la ten te (YL) , 22 .

en cuan to con ten idos , 23 .

y cons i s tenc ias - incons is tenc ias , 26- 28 .

Yo-ideal

en cuan to yo

  (selfi

  que se trasciende, 19.

en cuan to es t ruc tura de l a pe rsona , 21 .

en cua n to idea les ins t i tuc iona les ( I I ) , 21 .

en cuan to idea les pe rsona les ( IP) , 21 .

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na l izac ión en l a vocac ión , 116-119 .

Transformación en Cristo

su definición, 7-

como f in de l p roceso vocac iona l , 44-58 .

Validación

convergen te y d ivergen te , 71-72 .

de l as d imens iones , 93-99 .

Valores

inalterabilidad de los valores cristocéntricos en

la fo rmac ión , 13-15 .

los c inco va lores vocac iona les fundam enta les ,

1 9 , 2 3 , 4 1 , 4 2 .

au to t rascendentes como d i s t in tos de los na tu-

ra les , 19-21 ,89-90 .

o idea les na tura les como d i s t in tos de los va lo-

res e ideales autotrascendentes valorados di-

fe ren temente por ambos sexos , 367-370 .

y la libertad de toda la persona, 20.

ob je t ivos y sub je t ivos , 21 , 23 .

los va lores auo t rascendentes comprometen a

toda l a pe t sona , 21 .

definición psico-social de los valores, 22.

valores finales, 22.

va lores ins t rumenta les , 22 .

su operac iona l izac ión , 22-25 .

y cons i s tenc ias / incons i s tenc ias vocac iona les ,

27 ,

  41-43 .cua t ro pos ib i l idades de compro-

miso co n los va lores vocac iona les ,

  32-33 .

como or ien tac ión de l as t res d imens iones , 28-

29.

au to t rascendentes en l a l l amada vocac iona l ,

44-46 , 108 .

d i sce rn imien to de los va lores au to t rascenden-

tes, 44.

in f luenc ia de l a fo rmac ión sobre los idea les

p r o c l a m a d o s , 1 7 5 - 1 8 0 .

y pos ib le in f luenc ia de los cambios soc iocu l -

turales de la Iglesia después del concilio Va-

t i cano I I , 201 .

y ambiente vocacional (cf.

  Ideales)

(ver t ambién  Ideales).

Virtud

dispos ic iones mot ivac iona les a l a s v i r tudes ,

4 0 - 4 1 .

Vida comunitaria

y

  «n id i f i cadores» , 149-150 , 152 .

y au to t rascendenc ia t eocén t r ica , 288-289 .

y d ivers idad de op in iones o de acc iones , 289-

2 9 0 .

y O r i e n t a c i ó n I n t e r p e r s o n a l c o m o í n d i c e d e

madurez o inmadurez en l a , 277-290 .

(ver t ambién

  Relaciones interpersonales).

Vocación cristiana

esencia de la, 7.

como vocac ión a l sacerdoc io o a l a v ida re l i -

giosa, 7.

como l l amada  y  respuesta, 13.

ob je to de es te es tud io como vocac ión para to -

dos los cristianos, 17.

como camino vocac iona l o p roceso de desa -

r ro l lo , 18 ,44-58 .

neces idades y ac t i tudes d i sonan tes  y  neu t ra les

en re lac ión con los va lores vocac iona les

(con e jemplos ) , 24-25 .

como l l amada d iv ina , 44-58 .

como respues ta de toda l a pe rsona , 44-58 .

como expres ión de mot ivac ión te leo lóg ica y

axiológica, 89.

438

nes sexua les : pos ib les ambigüedades mot i -

vac iona les , 316-319 .

y amis tades he te rosexua les , 320-327 .

Vulnerabilidad interior

y concupiscenc ia , 230 .

(ver t ambién  Persona humana).

en cuan to con ten idos , 23 .

y cons i s tenc ias - incons i s tenc ias , 26-2 8 .

como mediador ps icosoc ia l de l a dec i s ión de

in ic ia r l a vocac ión , 46 , 106 , 108-109 .

439

ÍNDICE GENERAL

8/18/2019 Rulla, L.M. Antropologia-de-la-vocacion-cristiana.pdf

http://slidepdf.com/reader/full/rulla-lm-antropologia-de-la-vocacion-cristianapdf 220/222

I N T R O D U C C I Ó N 7

1.  ESQUEMA CON CEPTU AL DE REFERENCIA 17

1.1. Algunas premisas 17

1.2. La teoría de la autotranscendencia de la consistencia

  19

1.2.1. Cuadr o general de la teoría 19

1.2.2.  Aplicación del cuadro general al camino vocacional en una

perspectiva interdisciplinar 44

1.2.3.  Procesos principales de la vocación en una perspectiva psico-

social 58

2.

  PREMISAS MET ODO LÓG ICAS 67

2.1 .

  Complementariedad de la teoría y de la investigación empírico-

existencial   67

2.1.1.  Modelos y métodos de investigación 69

2.1.2. Psicometría 70

2.1.3.

  El plan de investigación 70

2.1.4 . Validez intern a del proyecto de investigación 71

2.1.5 . Validez externa del proyecto de investigación 75

2.1.6. Conclusión 78

2.2.  Diseño experimental de la presente investigación  78

2.2.1.

  Algunos proce dimien tos empírico-existenciales usados 78

2.2.2 . Análisis de los datos 83

2.2.3.

  Problemas de psicometría 85

2.2.4. Estudio de la persona concreta 87

2.2.5- Significatividad estadística en los análisis hechos 87

441

3.   ¿ Q U E ES L A P E R S O N A H U M A N A E N E L D I A L O G O V O C A C I O -

N A L? 8 9

3 . 1 .  Las tres dimen siones de la persona hum ana 89

3 .2 .

  Las confirmaciones existenciales buscadas en el presente capí tulo .

  92

3 .3 .  Las confirmac iones existenciales hal ladas

  9 3

3 .4 .  Algunas apl icaciones pastorales  99

4.   ¿ Q U E E L E M E N T O D E L A P E R S O N A I N T E R V I E N E E N E L PR I N -

C I P I O D E S U V O C A C I Ó N ? 1 0 5

4 . 1 .  Orig en del yo ideal  105

5.6.1.  In troducción 138

5.6 .2 . Confirm aciones existenciales buscadas 140

5 .6 .3 .

  Confirm aciones existenciales halladas 141

5.7 .

  Algunas conclusiones sugeridas por los resul tados

  146

5.8 . Algunas consecuencias para la pastoral vocacional

  149

6 . L A I N F L U E N C I A D E L A F O R M A C I Ó N E N L A C A P A C I D A D D E

I N T E R N A L I Z A C I Ó N 1 5 5

6 . 1 .  In t ro ducci ó n

  155

8/18/2019 Rulla, L.M. Antropologia-de-la-vocacion-cristiana.pdf

http://slidepdf.com/reader/full/rulla-lm-antropologia-de-la-vocacion-cristianapdf 221/222

4 .2 .  Confirmaciones existenciales que se buscan  106

4 . 3 .

  Las confirmaciones existenciales hal ladas  107

4 .4 .

  Algunas apl icaciones pastorales

  110

5.

  ¿ Q U I E N E S L A P E R S O N A L L A M A D A A I N T E R N A L I Z A R ? 1 1 5

5 . 1 .  E l pro b l em a  115

5.2.

  Dif icul tades metod ológica s inherentes al proble ma  116

5 .3 .

  Rel a c i ó n

  e n t r e

  las motivaciones de «entrada» y el proceso de in-

ternal ización  119

5.4 . La perseverancia en relación con los dist intos factores de la per-

sonal idad

  120

5 .4 .1 .

  La perseverancia de las tres d ime nsiones 120

' 5 . 4 .2 .  Com parac ión directa entre las tres d imensio nes por su capa-

cidad de predecir la perseverancia 121

5- 4 .3 .  La perseverancia  y  los ideales 122

5.4 .4 . Comp aración directa entre la capacidad de la segunda dime n-

sión  y  la de los ideales autotrascendentes para predecir la per-

severancia 123

5.4 .5 . El pr incipio de la cr isis vocacional 123

5.4 .6 . Porcentajes de perseverancia en los grupos estudiados 125

5 .5 .

  La internal iza ción en relación a los dist intos factores de la per-

sonal idad  127

5.5.1.

  La internalización en relación con cada una de las tres dime n-

siones 127

5 - 5 .2 . La imp o r tan c ia p r ed o m in an te d e la s eg u n d a d imen s ió n en

la in ternaliz ación 128

5 5 . 3 .

  Porcentaj e de sujetos que internalizan o no según las distintas

dimensiones 130

5-6.  Cua t ro subg rupo s  y  su relación con la potencial idad de interna-

l ización  138

442

6.2 . Las confirmaciones existenciales buscadas  157

6 .3 .

  Las confirmaciones existenciales encontradas

  160

6.4 . La formaci ón y los ideales autotrascenden tes

  175

6 . 4 . 1 .

  I n t r o d u cc ió n 1 7 5

6.4 .2 . Las conf irmaciones existenciales que se buscab an 175

6 .4 .3 .

  Las conf irmaciones existenciales que se han enco ntrad o 176

6 . 5 .  Resu men general de la inf luencia de la formación sobre la capa-

cidad de internal ización de los ideales

  180

6.6 . O tras observacione s

  182

6.7 . Algun as ref lexiones f inales  186

6.8 . Algunas consecuencias pastorales  188

7.

  I M P O R T A N C I A R E L A T I V A D E L A I N F L U E N C I A D E L A M B I E N -

T E S O B R E L A I N T E R N A L I Z A C I Ó N Y L A P E R S E V E R A N C I A 1 9 9

7 . 1 .  In t ro ducci ó n  199

7 .2 .

  Tipos de observaciones real izadas  200

7 .3 .

  Prese ntación de las diversas observaciones

  201

7 . 3 .

1

.

  Los cam bios institucio nales de la Ig lesia en telación con la

formación vocacional 201

7.3 .2 . El impacto de los cambios en la Iglesia sobre los d iversos as-

pectos de la personalidad 201

7 . 3 . 3 .  El impact o de los cam bios culturales en la Ig lesia sobre los

cuatro subgrupo s vocacionales 211

7.3 .4 . El impacto de los dos estilos de formación caracter ís ticos del

per iodo pte y postconciliar sobre la mejor ía estructural  y exis-

tencial de los sujetos madur os en su segunda dime nsión 213

7.3 .5 . La d iversa percepció n del amb iente vocacional 215

7.3 .6 . Las d iferencias de percepción del ambiente vocacional entre

los dos sexos 222

7 .4 .

  Algunas condideraciones de interés pastoral

  228

8. POTENCIALIDAD DE INTERNALIZAR Y CAPACIDAD DE RE-

LACIONARSE CO N LOS DEMÁS 237

8.1.  La relación con los demás vivida como auto trascendencia teo-

céntrica

  237

8.1.1.  Premisas e hipótesis 237

8.1.2. Los instrum entos de investigación 239

8.1.3. Verificación de la hipótesis 244

8.1.4.  El índice de Orientación Interpersonal y el índice de Mad u-

rez del Desarrollo 245

8.1.5. Las tres dimensiones y el índice de Orientación Interpersonal. 245

9.7. Necesidad y utilidad de una visión antropológica más completa  345

9.8. Importancia de una formación adecuada a la realidad antropoló-

gica más completa

  34

APÉ ND ICE A (Instrumentos o tests) 355

Apéndice A-l Definición de las necesidades actitudes 355

Apéndice A-2 índice de las actividades 358

Apén dice A-3 Clasificación de las historias del test de aperc epción te-

mática 361

Apéndice A-4 Inventario de los fines generales de la vida 364

Apéndice A-5 Esquema general de la entrevista de lo profundo 365

AP ÉND ICE B (Comentarios explicativos) 367

8/18/2019 Rulla, L.M. Antropologia-de-la-vocacion-cristiana.pdf

http://slidepdf.com/reader/full/rulla-lm-antropologia-de-la-vocacion-cristianapdf 222/222

8.2.

  La relación psico-sexual con los otros y consigo m ismo vivida co-

mo autotrascendencia teocéntrica

  247

8.2.1.  Introducción e hipótesis de base 247

8.2.2. Los instrum entos de investigación 250

8.2.3. La verificación de la hipótesis de base 255

8.2.4.  El índice de Desarrollo Psico-Sexual en la psicodinámica de

la persona 257

8.2.5. La experiencia de amistades heterosexuales, y el desarrollo

psico-sexual y el crecim iento vocacional 263

8.2.6. La relación de las debilidades sexuales con los distintos fac-

tores de la personalidad 268

8.2.7. Algunas considerac iones finales acerca de las debilidades

sexuales y el desarrollo psico-social 272

8.3. Algunas aplicaciones pastorales  277

8.3.1.

  La comunidad de los hombres 279

8.3.2. «La actividad hum ana en el universo» 290

8.3.3. Observaciones de antropología general sobre las relaciones

psico-sexuales 296

8.3.4.  Observaciones sobre algunos problemas psico-sexuales 305

9 . LA S E G U N D A D IM E N S IÓ N C O M O L A D IM E N S IÓ N O L V I-

APÉN DICE C (Tablas) 393

BIBLIOGRAFÍA 403

ÍND ICE DE FIGURAS 415

ÍNDICE DE LOS APÉNDICES 417

ÍN D IC E O N O M Á S T IC O 4 1

ÍNDICE ANALÍTICO 423

ÍNDIC E GENERAL 439