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RODRIGO MADRIGAL MONTEALEGRE Tomo Escritos Políticos Democracia y globalización

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RODRIGO MADRIGAL MONTEALEGRE

Tomo

Escritos PolíticosDemocracia y globalización

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Madrigal Montealegre, Rodrigo. Escritos políticos / Rodrigo Madrigal Montealegre ; [edición y compilación María E. Guardia Y.]. – 1. edición. – San José, Costa Rica : [Universidad de Costa Rica , Escuela de Ciencias Políticas], 2019. 1 recurso en línea (4 tomos) : digital, archivo de texto, PDF ; 5.6 MB

Editora tomada del reverso de la portada. Contenido: Tomo I Civilización—Tomo II Democracia y globalización—Tomo III Caleidoscopio político—Tomo IV Costa Rica: metamorfosis. ISBN 978-9968-919-62-3 (Obra completa) ISBN 978-9968-919-63-0 (Tomo I)--ISBN 978- 9968-919-64-7 (Tomo II)--ISBN 978-9968-919-65-4 (Tomo III)--ISBN 978-9968-919-66-1 (Tomo IV)

1. CIENCIA POLITICA. 2. CIVILIZACION. 3. GLOBALIZACION. 4. DEMOCRACIA. 5. CIENCIA POLITICA – COSTA RICA. II. Guardia Y., María E., editora. II. Título.

CIP/3482 CC.SIBDI.UCR

Consejo Editorial: Fernando Zeledón T. Felipe Alpízar R. Juany Guzmán L. Alberto Cortés R. Ximena Alvarenga F. Adrián Pignataro L. Javier Johanning S.

Edición y compilación: María E. Guardia Y. Diseño, diagramación y portadas: Jeffry Gibbs U. Revisión filológica: Rocío Monge C. Asistentes de compilación: Aimín Rodriguez A. Eugenio Herrera B.

Versión digital: San José, Costa Rica. Primera edición. Febrero 2019.

D.R. © 2019, Rodrigo Madrigal Montealegre. Prohibida la reproducción total o parcial. Todos los derechos reservados.

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ESCRITOSPOLÍTICOS

DEMOCR ACIA YGLOBALIZACIÓN

TOMO

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CONTENIDOTOMO

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EL TIEMPO FUGAZ 162

LA CRISIS ENERGÉTICA (I): LAS FUENTES PRIMARIAS 164

LA CRISIS ENERGÉTICA (II): LAS FUENTES ACTUALES 166

LA CRISIS ENERGÉTICA (III): LAS FUENTES FUTURAS 168

LA LEY DE LA JUNGLA 170

LA LEY DEL PROGRESO 174

LA LEY DEL TALIÓN 176

LA LEYENDA DEL CABALLO DE TROYA 178

LA METÁSTASIS ECONÓMICA 180

LA PRENSA ENFRENTA GRAVES DESAFÍOS 182

LOS ABOGADOS DEL DIABLO 184

LOS MITOS DEL PROGRESO 187

CAPÍTULO PRIMERO:DEMOCRACIA Y GLOBALIZACIÓNNEOLIBERAL 7

EL RETO EMPRESARIAL DEL SIGLO XXI 9

LA DEMOCRACIA COSTARRICENSE 23

LA DEMOCRACIA Y EL NEOLIBERALISMO 28

LA DEMOCRACIA Y LAS REFORMAS ELECTORALES 40

LA ÉTICA Y EL DESMANTELAMIENTO NEOLIBERAL DEL ESTADO 48

LA PLUTODEMOCRACIA EN LA GLOBALIZACIÓN 58

LOS DESAFÍOS DEL FUTURO 61

PRÓLOGO AL LIBRO DEL DR. ÁLVARO MONTERO MEJÍA 70

CAPÍTULO SEGUNDO: ENSAYOS SOBRE ESTADOY PODER POLÍTICO 73

EL COMPORTAMIENTO ELECTORAL 74

EL ESTADO: GÉNESIS, AUGE Y CRISIS 80

LA DESTRUCCIÓN DEL ESTADO BENEFACTOR 120

LAS LIMITACIONES DEL PODER 125

CAPÍTULO TERCERO:EL DIÁLOGO NORTE – SUR Y LOS NUEVOS AMOS DEL PLANETA 133

LA CRISIS DEL CAPITALISMO PRIMITIVO 135

EL DIÁLOGO NORTE-SUR: CENTROAMÉRICA Y EL REY MIDAS 137

EL DIÁLOGO NORTE-SUR: EL ABISMO ENTRE LAS NACIONES 139

EL DIÁLOGO NORTE-SUR: EL SÍSIFO CENTROAMERICANO 141

EL DIÁLOGO NORTE-SUR: LA ESTRATIFICACIÓN INTERNACIONAL 143

EL DIÁLOGO NORTE-SUR: LA SOLIDARIDAD INTERNACIONAL 145

EL DIÁLOGO NORTE-SUR: LA URSS Y EL TERCER MUNDO 148

EL DIÁLOGO NORTE-SUR: UN DEBATE DE SORDOS 151

EL NEOMESIANISMO 153

EL NUEVO DESORDEN INTERNACIONAL 155

EL NUEVO ORDEN SELVÁTICO 157

EL TERRORISMO IDEOLÓGICO 159

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CAPÍTULO PRIMERO

“El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”, proclamó Lord Acton. En esa frase tan escueta queda resumida la definición más lapidaria de la democracia. En este conjunto de trabajos se plasma, un estudio bastante amplio de la democracia desde varias vertientes.

Este capítulo contiene una serie de ensayos en los que se ana-lizan los conceptos y las valoraciones teóricas que comprenden este modelo de gobernar, así como su evolución histórica en el mundo. También hemos tenido en consideración el contundente impacto que ha logrado la globalización y el neoliberalismo en la mutilación del sistema institucional en las diversas latitudes.

En último lugar, y no por ello menos importante, se aporta el análisis de este fenómeno en Costa Rica. El lector dispondrá de agudas reflexiones acerca de los datos que permiten conocer los antecedentes, los acontecimientos sociopolíticos, culturales y económicos que moldearon nuestro país hasta convertirlo en uno de los paradigmas en América Latina.

DEMOCRACIA Y GLOBALIZACIÓN NEOLIBERAL

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Democracia y Globalización Neoliberal 9 Volver al Índice

EL RETO EMPRESARIAL DEL SIGLO XXI

Para mi es grato y honroso unirme con profundo res-peto, admiración y afecto, a este merecido homenaje al Dr. Fernando Naranjo V. por sus extraordinarios mé-ritos como economista, estadista y académico. Agra-dezco igualmente el honor y la oportunidad que se le confiere a un politólogo de participar como abogado del diablo, en este Congreso de Ciencias Económicas.

Aunque me siento como un intruso, al venir a ladrar en una cueva que no es la mía, tenemos en común el per-tenecer, tanto los economistas como los politólogos, a la misma familia de disciplinas que analizan, desde distintos ángulos académicos, el centro de interés: el hombre inmerso en la sociedad. Como iconoclasta que desde hace muchos años ha dado campanadas de alerta y porque así se nos solicitó, procuraré analizar, con sentido crítico, las actuales transformaciones en el mundo, aunque debamos sufrir el precio de la censura, las ofensas y las burdas persecuciones, propias del dog-matismo intolerante.

Pero siempre admiré mucho a Anacreonte, el poeta lírico griego, quien fue invitado por el tirano de Siracu-sa a su palacio donde le ofreció un banquete, durante el cual le leyó sus propias poesías. Cuando terminó, le preguntó su opinión y aquel le contestó que eran muy malas, por lo que enfurecido, el déspota ordenó que lo encadenaran en un calabozo. Largo tiempo después lo volvió a sentar en su mesa, le leyó otros poemas y le preguntó su opinión. Sin contestarle, Anacreonte se di-rigió a los carceleros y exclamó: “¡Colocadme de nuevo las cadenas!”.

LAS PREMISAS

Cuando trato el tema de la globalización no resisto la tentación de recordar la historia de aquel peruano que agredía a un gallego, en un barrio de Lima. Los vecinos intervinieron reprochándole que golpeaba a una perso-na querida en todo el barrio, a lo que respondió: “¡Pero si ellos se apoderaron de nuestras tierras, minas y muje-res!”, le contestaron: “¡Pero eso sucedió quinientos años!”. El vecino entonces replicó: “¡Sí, pero yo hasta ayer me enteré!”.

Lo mismo sucede con la globalización, la cual se inició hace cinco siglos y se ha perpetuado con toda su se-cuela de injusticas, pero hasta ayer nos enteramos. El nuevo orden económico mundial no es novedoso porque ha esxistido durante cinco siglos, ni establece un orden ni un equilibrio porque es inequitativo, ni es mundial porque solo se le aplica al Tercer Mundo.

Por lo tanto, cabe preguntarse con honestidad intelec-tual: ¿La economía debe estar al servicio de la socie-dad o debe subordinarse la sociedad a los imperativos de la economía del mundo actual? ¿No es cierto que la democracia es el gobierno del pueblo, pero que una minoría suele insistir en demostrar cómo se gobierna? ¿Si la economía tiene como finalidad la satisfacción de las necesidades humanas, no ha perdido su norte la brújula al generar tanta tranquilidad, tanta asimetría y tanta miseria?

Es legítimo preguntarse con sentido crítico: ¿no somos víctimas de la última estafa ideológica del siglo XX y la primera del siglo XXI después del fascismo, el na-zismo y el socialismo real? ¿No obedece a dogmas

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de sus intereses sectoriales? Parafraseando a Clemen-ceau, quien exclamó que la guerra es demasiado impor-tante para dejarla en manos de los militares, ¿no es la economía algo demasiado serio para dejarla en manos de quienes pretenden convertirla en un laboratorio de sus teorías?

El centro de interés varía, caracteriza y determina la sistematización de cada disciplina. Así, frente a un paisaje, un militar calcularía las mejores posiciones estratégicas, un agrónomo las condiciones aptas para el cultivo, el topógrafo los relieves, el historiador las lecciones del pasado y el pintor apreciaría los valores estéticos de la escena. Por eso, la Ciencia Política está condenada a ser una ciencia de encrucijada, donde se dan cita y convergen otras disciplinas académicas. El politólogo debe vivir inmerso y nutrirse en ciencias como la Historia, la Economía, la Filosofía, la Ciencia Jurídica, la Sociología, la Psicología, la Antropología, la Tecnología y hasta las Ciencias Naturales como la Ecología o la Cosmología y enriquecerse con el aporte

de todas ellas y tratar de responder a semejantes interrogantes.

No existe el acto económico, político, jurídico, cultural o lúdico química-mente puro, porque no se puede dar en forma aislada y en el vacío, sino en un contexto pletórico y complejo, en el que todas esas condiciones se dan simultáneamente. El hombre no

es un ser fragmentado, desmembrado, ni un dispositi-vo psíquico desarticulado, ni es una yuxtaposición de esferas herméticas y separadas, como suele analizarlo cada disciplina.

Solo existe el ser humano de carne y hueso, integral, pluridimensional y con una naturaleza múltiple. La sociedad es una totalidad articulada, una unidad de relaciones que no pueden ser separadas como un archi-piélago de ámbitos dispersos, porque procederíamos como Procusto, aquel legendario personaje que coloca-ba a sus invitados en un lecho y procedía a estirarlos, encogerlos o cercenarlos para que se ajustaran a las di-mensiones de la cama.

extemporáneos, arcaicos y manipulados por gigan-tescos intereses de dimensiones globalizadas? ¿Las pomposas teorías y los ampulosos modelos de subde-sarrollo sostenible que nos imponen, no obedecen a intereses de la más dudosa estirpe?

Nos atrevemos a seguir preguntando: ¿existe sola-mente una ruta única hacia el desarrollo y el progre-so? ¿Está la humanidad obligada a determinar su exis-tencia de acuerdo con los rigurosos dictados de esas dos diosas económicas –la oferta y la demanda– en la misma forma en que las Erinias, las diosas griegas, cas-tigaban a los mortales, cuyos destinos eran dictados por las deidades del Olimpo? ¿No estamos siendo ma-nipulados por poderosas fuerzas que imponen su ley de la garra y el colmillo? ¿Ha sido consultada toda la humanidad, mediante un plebiscito universal y global, si están de acuerdo, en aceptar democráticamente el Nuevo Desorden Económicamente Mundial que se les impone a puntapiés?

Continúanos insistiendo: ¿se toman en cuenta los intereses de las próxi-mas generaciones que poblarán el planeta durante los próximos 5.000 años que existirá este planeta? ¿No están siendo devorados voraz y de-mencialmente enormes cantidades de recursos sumamente escasos e incitados por una economía consu-mista, únicamente por satisfacer el requisito de crecimiento y acumulación que impone el sistema? ¿No es injusto el reproche que se le formula al Tercer Mundo por su explosión demográfica, cuando el Primer Mundo tiene una población que consume cien veces más que la de los países más pobres?

¿Han sido elegidos democráticamente quienes ejercen un desmedido poder económico, que desborda las di-mensiones, subordina las soberanías y avasalla las po-testades de los estados nacionales? ¿Tienen una visión vasta y profunda los nuevos amos del planeta, quienes ejercen un exponencial poder económico sobre la ma-yoría de las naciones y sobre el mundo entero, o sólo el horizonte miope, estrecho y estrictamente lucrativo

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El intento de reducir al hombre a una sola de estas di-mensiones, como si analizara a un ser desmembrado, ignorando las demás dimensiones es insensato, absur-do y conspira contra la inteligencia. Todas estas esfe-ras, íntimamente imbricadas, no son más que fragmen-tos de la naturaleza integral del hombre. Privilegiar uno de los ámbitos múltiples del hombre, ignorando o subordinando a los otros a uno de ellos, significa su-cumbir en una abstracción absurda y en una descon-textualización simplista y peligrosa.

Desafortunadamente, a menudo, también, se confun-den los medios con los fines. Por la obsesión de ocupar-se de la forma de incrementar el aparato productivo, nos olvidamos con qué objeto se produce. ¿Por preocupar-nos por el know how, nos olvidamos del know why?, por observar el árbol con dogmatismo, se olvida el bosque o se sucumba en la estrecha visión del túnel o de la ce-rradura. Así el especialista puede sucumbir en la facial tentación de contemplar al mundo con las anteojeras de su disciplina, en una forma descontextualizada.

Más que un individuo aislado, el hombre es un ser en comunidad, un zoon politikon que, más que lucha y competencia, necesita la colaboración de sus semejan-tes para sobrevivir y convertirse en un ser civilizado. Puede vivir sin conflicto pero no puede perdurar sin la cooperación y la solidaridad con otros seres huma-nos. “El hombre solitario sólo puede dar un dios o una bestia”, sostenía Aristóteles, a lo que Nietzsche replicó con ironía: “Es decir, el filósofo, el único ser que reúne ambas condiciones”.

“El hombre busca poder y más poder hasta el fin de sus días”, aseveraba Hobbes, con lo que trataba de afirmar que todos perseguimos fines, pero muchos de estos fines solo se logran alcanzar con el concurso de otros hombres, por lo que es necesario obtener su coopera-ción. A su vez, el poder suele obtenerse mediante dos métodos: la coacción o el consentimiento.

Cuanto mayor sea el carácter consensual de la forma de poder, más democráticamente será su naturaleza. Cuanto mayor sea el recurso de la coacción más des-pótica o tiránica será esa forma de poder. La libertad,

entonces, se puede definir como la ausencia de toda forma de poder o como la obediencia que se logra por consenso, sin recurrir a la coacción. El poder, por lo tanto, tiene un carácter instrumental, es una herra-mienta y no es más que un medio.

Por eso las fuentes de toda forma de poder suelen ser la coacción, la gratificación y el acondicionamiento, según J.K. Galbraith. La coacción suele ser de distintas formas. La más primitiva consiste en la fuerza bruta y se basa en miedo. “Las bayonetas sirven para todo, menos para sentarse en ellas”, afirmaba Mirebeau, poco antes de la Revolución Francesa.

Pero, con mucha razón afirmaba Paul Valery: “La de-bilidad de la fuerza consiste en creer solo en la fuerza”, ya que la obediencia que obtiene es débil, obtiene débiles rendimientos y es la forma más vulnerable de poder, ya que está amenazada constantemente por la insurrección, la usurpación y la amenaza externa. Pero, también, existe la coacción económica y la coac-ción ideológica.

La segunda fuente de la autoridad es la que se deriva del poder compensatorio. Consiste en la gratificación como premio por la obediencia, que puede ser conce-dida en forma inmediata, como puede ser un aumento del bienestar o a muy largo plazo para obtener un sacri-ficio mediante la promesa de una sociedad más justa, libre y prospera para las próximas generaciones.

La tercera fuente de la obediencia consiste en el poder condicionado, gracias a las representaciones colectivas que se inculcan, mediante la presión social constante sistemática de una sociedad. Consiste en un lavado cerebral que procura introducir la convicción de que el sistema imperante o que se impone es el único que merece legitimidad.

Existen tres formas de poder que, según autores como B. Russel, A. Berle, R. A. Shermehoro, F. Onofri, tienen un carácter universal, porque han existido siempre y en todas partes: el poder militar, el económico y el ideológico.

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de la conquista del mundo por un pueblo de señores o la de una sociedad democrática, equitativa y próspera.

Sin embargo, el Estado es la única institución con potestad de actuar en nombre de la sociedad global, sus decisiones comprometen a todos sus miembros y tienen un carácter de obligatoriedad general. Además, no puede existir una estructura paralela similar, ya que no puede coexistir con otro Estado en su territorio y compartir su poder soberano.

Es la única estructura de poder que es sometida a las normas de la democracia y de elección popular. Además, sigue siendo la única estructura de poder capaz de velar por el interés general, mientras los po-deres facticos sólo persiguen fines particulares y sec-toriales. Pero, sobre todo, el Estado es un medio; tiene un carácter instrumental, una naturaleza potencial y multifuncional. Como las bayonetas de Mirabeau, sirven para todo, menos para sentarse en ellas, por lo que es absurdo idolatrarlas como satanizarlas, pero es posible utilizarla como una herramienta de progreso, democracia y bienestar, como lo constatamos en la ex-periencia histórica.

LA EVOLUCIÓN DEL PODER EN OCCIDENTE

Si la globalización comenzó hace quinientos años, con la subordinación colonial del Tercer Mundo y aún hoy se perpetúa, la evolución histórica de Occidente parece obedecer a una dinámica de los mapas del poder y parece confirmar un movimiento pendular que oscila periódicamente entre etapas de vacío de poder estatal, intercaladas por otras en la que el Estado ha alcanzado una plenitud de potestad.

La fuerza bruta del poder militar, complementada con el poder económico estuvo en el origen y fue el pilar que sostuvo durante cinco siglos el imperio Romano, el cual dominó en forma hegemónica y sin poten-cia rival, después de que hubo devastado a Cartago, su contrapoder e imponiendo una pax romana abusiva y expoliadora.

El poder militar deriva su dominación del monopo-lio de la fuerza bruta, la cual no suele aplicarse en su forma dura y pura, sino en forma supletoria y paralela del consenso, como último recurso; se vence cuando no se convence. Además, se basa en miedo por lo que basta con la intimidación para obtener obediencia. Pero, también, en el prestigio de su función defensiva o protectora o en la gratificación del botín, como en el que Escipión aportó a Roma al vencer y destruir Car-tago, así como en valores que exaltan el heroísmo, el patriotismo o el nacionalismo.

El poder económico, sin héroes ni santos, tiene su fun-damento en dos impulsos vitales del ser humano: el posesivo y el creativo. Pero, también, tiene una fuente coactiva, en la privación de los medios de sustento del ser humano, que consiste en obligar a obedecer mediante la intimidación del desempleo o el hambre. Pero, también, se sustenta en la gratificación, mediante incentivos, mejores salarios, niveles de vida, la segu-ridad laboral, la protección social, la prosperidad y el progreso que se han incrementado. Igualmente, en los valores como el que exalta la honestidad, la propiedad o la dignificación al trabajo que, siendo una necesidad, se le ha conferido el carácter de una virtud.

El poder ideológico es el más paradójico y fascinante, porque se basa en las ideas, las convicciones, los prejui-cios o las representaciones colectivas y es la forma de poder que más mártires ha alcanzado. Cuando Chur-chill le sugirió a Stalin, en 1944, que se reconciliara con el Vaticano, éste contestó con cinismo: ¿Con cuántas di-visiones cuenta Papa?. Pero con alguna razón afirmaba Maurras que “los muertos nos gobiernan”, ya que multi-tudes y naciones enteras continúan venerando, hasta el martirio, las ideas de pensadores, profetas o ideológi-cos que murieron hace muchos siglos.

Su fuente coactiva se manifiesta en el miedo, como es temor al repudio moral, a la hoguera inquisitorial o a la amenaza del fuego eterno. Sus armas suelen consis-tir en la excomunión, el anatema o el interdicto. Pero, también, en la censura, los campos de concentración, las clínicas del pueblo, de la nación o de la raza superior. El poder ideológico puede gratificar con la promesa de la bienaventuranza eterna, de una sociedad sin clases,

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El feudalismo de la Edad Media, a su vez, se caracteri-zó por el predominio del poder militar en ámbitos muy diminutos pero en forma muy concentrada, porque ad-hirió el poder económico, así como el derecho de im-partir justicia. El único contrapoder que encontraba un señor feudal era el de otro señor feudal, enfrentados en guerras anárquicas de usurpación y, posteriormente, el del soberano que apenas era un primus inter pares, el primero entre iguales.

El poder ideológico se encontraba concentrado en manos de la Iglesia que impuso su dominación dogmá-tica, pero era el único elemento civilizador y de unidad que sirvió de una Europa fragmentada en un archipié-lago de diminutas soberanías, que sucumbía en la bar-barie y en el oscurantismo por la ausencia de un poder estatal que impusiera la paz y promoviera el progreso.

Una extraordinaria transformación ocurrió durante el Renacimiento, con el surgimiento de una nueva forma de poder: la del Estado Integrador. Motivos demográ-ficos, como el impacto de la peste y el resurgimiento de la vida urbana en los burgos, impulsaron el proce-so de modernización que debilitó el feudalismo y fa-voreció el Estado. Igualmente, por motivos económi-cos, el aflorar una economía monetaria y precapitalista que facilitó la recaudación fiscal y consolidó el Estado. De igual modo, por motivos sociales al emerger un nuevo estrato social, una burguesía empresarial, profe-sional e intelectual que se convirtió en el aliado natural del Estado.

En el mismo sentido, la tecnología contribuyó a conso-lidar el Estado, con las armas de fuego que facilitaron la imposición de su soberanía. Igual fue el caso de la brújula y el sextante que, junto con la cartografía de los italianos, facilitaron la navegación que le procuró me-tales preciosos al Estado y el inicio de la globalización. También fue importante el impacto de la imprenta que permitió la secularización del pensamiento y la ruptu-ra de las cadenas escolásticas que aún estrechaban en una camisa de fuerza al poder secular, por lo que éste logró una emancipación de su tutela.

A su vez, el Estado se convirtió en el promotor de la in-tegración política, económica, social, étnica y cultural del enorme ámbito nacional. Impone el orden, garanti-za la seguridad, incrementa el crecimiento económico, realiza grandes obras de infraestructura y rompe, pau-latinamente, los viejos y estrechos moldes medievales, alcanzando su punto paroxismal con los Tudor, Luis XIV, Bismarck o Pedro el Grande. Pero al adoptar la fórmula institucional de la monarquía absoluta que se vuelve abusiva, corrupta y se debilita en guerras hege-mónicas, sufre una crisis de legitimidad y se erosiona con las revoluciones de 1647, 1789 o 1917.

El movimiento pendular oscila con la siguiente etapa dominada por el predominio del poder económico, en el esfuerzo muscular por nuevas fuentes de poder ina-nimado y no recurrente. El liberalismo manchesteria-no que, con una concepción minimalista del Estado, reduce su injerencia en la economía, salvo para man-tener el orden social, como un velador nocturno. El resultado fue que el poder económico inspirado en el darwinismo social; legitimó la ley de la garra y el col-millo que impedía que el Estado interviniera para co-rregir la brutal injusticia social.

Mientras la mano invisible se convierte en la mano del carterista, como la llama Kilksberg, el Estado se con-virtió en el cómplice del abuso, la corrupción y la ex-plotación del proletariado y del tercer mundo, median-te el yugo colonial que continúa y amplía el proceso de globalización iniciado en 1492. Es lo que me atrevo a llamar el Estado Malhechor, que confirmaba que el Estado pobre no favorece a los pobres y que parecía verificar la irónica frase de Lincoln de que “Dios debe querer mucho a los pobres, pues de otro modo no hubiera hecho tantos”.

Como una reacción contra el abuso y la corrupción del liberalismo económico, surge el Estado Benefactor, que actúa como contrapoder del poder económico e inicia tanto un nuevo movimiento pendular como una nueva era de prosperidad en el mundo occidental. Fue el re-sultado del surgimiento y la reacción de un proletaria-do que se organiza en sindicatos y partidos políticos, a pesar de la prohibición al derecho de la asociación que

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expresión es la exaltación de la economía del derrame de Reagan, mientras la señora Thatcher procedía a la subasta del Estado.

Se debió también al colapso del sistema soviético y el desmembramiento de su imperio, tanto interno como externo, lo que facilitó la hegemonía de una sola poten-cia mundial, lo que no había ocurrido desde la devasta-ción de Cartago por Roma. El efecto fue envalentonar a la derecha, hasta entonces a la defensiva, sintiéndo-se investida con una misión prometeica mesiánica y con cartas de nobleza que la acreditaban para exigir que se impusiera universalmente su modelo de capita-lismo salvaje.

Esa nueva hegemonía unipolar surtió el efecto de de-bilitar al Tercer Mundo que, muy particularmente, se había favorecido con la subasta política y estratégica que le permitía la guerra fría, gracias a una asistencia económica que ahora casi se ha extinguido. La crisis del petróleo de 1973, que incremento el precio del barril de $2.00 a $13.00 y la de 1979, que lo llevó hasta $30.00, indujeron a los países del sur a asumir enormes deudas destinadas a inversiones para la exportación.

Pero los países del norte levantaron barreras protec-cionistas mientras la deuda externa que provocaron ambas crisis del petróleo, así como la insolvencia de países como México, en 1982, hicieron precipitarse al sur en la trampa de arenas movedizas que lo colocaron a la merced de sus acreedores, como le sucedió a la cán-dida Eréndira, en la novela de García Márquez.

En lo único en que se ha beneficiado y favorecido real-mente el Tercer Mundo, ahora debilitado, desmembra-do y marginado, ha sido en que se le ha permitido el lujo de adoptar el sistema democrático, al resultar caducas innecesarias ya las brutales dictaduras que sirvieron para contrarrestar y combatir el comunismo, atacando los efectos en vez de las causas.

Pero todo parece indicar que la causa principal con-siste en que el poder económico –concentrado ahora en enormes estructuras que abarcan toda la redon-dez del planeta– desempolvó los viejos archivos del

le imponían los paladines del laissez-faire. Fue también el efecto de la fuerza de los estratos medios, emergen-tes, dispuestos a mitigar la lucha de clases, combatien-do la injusticia y la brutal polarización social.

El Estado Benefactor fue, también, consecuencia de los dos grandes conflictos globalizados en el siglo XX: la movilización total de los recursos naturales, económi-cos y humanos en el esfuerzo bélico. Pero, sobre todo, fue motivado por los efectos devastadores de la Gran Depresión de la década de 1930 que, también, se globa-lizó e hizo trepidar las estructuras predictivas de todo el mundo capitalista durante diez largos años.

Mientras Hoover y los liberales permanecían sentados, durante varios años, en una poltrona esperando que la mano invisible restableciera el equilibrio anunciado, para salvar a los millones de desocupados del hambre, la humillación y la miseria; la famosa diestra –anqui-losada, impotente y más invisible aún– sufría de una artritis incurable e irreversible que agudizó la crisis, el hambre y la miseria.

Gracias al intervencionismo estatal –que fomentó la producción, subsidió la agricultura, protegió a los desocupados, controló las finanzas e impulsó grandes obras públicas– el Estado Benefactor rescató el capita-lismo y al poder económico del abismo en que sucum-bía y a millones de obreros del desempleo. Mientras tanto, la ultraderecha liberal, con brutales diatribas y fulminantes anatemas, paradójicamente acusaban a F.D. Roosevelt de ser un “criptocomunista” y al new deal de violar la constitución, con la complicidad de la corte suprema y con el propósito de sabotearlo.

EL NARCOCAPITALISMO SALVAJE

Medio siglo más tarde, el Estado Benefactor sufre, a su vez, una crisis y las causas parecen ser múltiples. En primer lugar, se provoca una erosión de los valo-res morales que sustentaban el Estado Benefactor y emerge una crisis de la solidaridad, en la medida en que las clases medias se convirtieron en cómplices de su desmantelamiento, seducidos por las promesas de una reducción de impuestos y del déficit fiscal. Su máxima

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secuestrados para trabajar en condiciones que harían llorar de compasión de un agiotista. La revista Time denunció recientemente que la empresa Nike le había pagado a Michel Jordan más dinero por un anuncio de pocos segundos que lo que devengan miles de niños en Indonesia en sus fábricas durante un año de trabajo.

No sorprende que, como una secuela de la pseudoglo-balización, 1.500 millones de seres humanos están su-midos en la miseria absoluta, 800 millones padecen de hambre crónica, que 2.500 millones están expuestos a enfermedades tropicales, que 500 millones las pade-cen, que 17 millones mueren anualmente por enferme-dades infecciosas o parasitarias, que 3 millones mueren de tuberculosis y que, diariamente, fallecen 34.000 niños en tierna edad.

Eso explica el afán de desprestigiar y destruir el Estado, porque es la única institución capaz de resistir su fuerza y que puede servir de muro de contención o de contrapeso. También, porque es la única estructura de poder que posee la facultad y la obligación de velar por sus ciudadanos, de proteger a sus sectores productivos, de resguardar sus mercados para impedir la ruina y la bancarrota, de preservar el medio ambiente, de regular las inversiones o de garantizar salarios mínimos que impidan la explotación laboral.

Por este motivo –como el capitán Araña, que a todos embarca a América mientras él se quedaba en España– el anarcocapitalismo impone el falso argumento de la apertura, mediante el cual le impone al Tercer Mundo la entrega de sus mercados en una competencia des-leal, en la que las grandes corporaciones pueden tritu-rar a los productores nacionales, por ser más poderosas y provocar la bancarrota, agudizando el hambre y agra-vando la desocupación.

Más grave, e injusto aún, es que, mientras al Tercer Mundo se le impone la apertura que lo expone a la ruina y a la bancarrota, las grandes potencias man-tienen elevados muros medievales que protegen a sus productores contra la competencia de los países pobres con mecanismos para proteccionistas.

liberalismo manchesteriano y del darwinismo social para legitimar, mediante la manipulación, su domina-ción mundial e iniciar la resurrección del viejo Estado Malhechor, con los mismos vicios de la mano invisible y de la economía del derrame, convertidos en una pa-tente de corso.

Esto quedó sintetizado en el paladino estribillo de Reagan en que “El Estado no es la solución, sino el pro-blema”, con el cual pregonaba la pintoresca alquimia de su economía del derrame, según la cual la riqueza concentrada en pocas manos se derramaría, gracias a una pintoresca fuerza de gravedad que aún no ha sido detectada por los científicos, ya que la pobreza se incrementó y la riqueza concentrada posee el misterio-so don de la levitación. Lo único que se ha derrama-do son lágrimas, sudor y sangre, como lo demuestra el hecho que, desde 1945, han muerto más de diecisiete millones de seres humanos en guerras, casi todas en el Tercer Mundo.

Esta satanización del Estado se explica porque éste es el único obstáculo a la hegemonía de esas gigantescas estructuras de poder económico, por lo que sus acóli-tos esgrimen los mismos estigmas y los viejos interdic-tos, repitiendo la cantinela de Lord Acton de que “el poder corrompe” y acusándolo de ser malo, nefasto, pernicioso y perverso.

Esos gigantescos intereses económicos transnaciona-les, esgrimen los arcaicos y desgastados postulados anarcocapitalistas como cantos de sirena, porque ne-cesitan apoderarse de las riquezas naturales del Tercer Mundo, necesitan penetrar los más recónditos confi-nes de todos los mercados para colocar sus productos, aunque eso provoque la ruina de los productores. Tam-bién les resulta beneficioso aprovechar la mano de obra barata que abunda en el Tercer Mundo, para maximi-zar sus utilidades y obtener jugosas utilidades.

Se estima, por ejemplo, que en Filipinas se explota a un millón de niños con salarios y condiciones infrahu-manas que nos recuerda a la Inglaterra del siglo XIX y que, en Tailandia, existen 6.000 sweat shops donde trabajan menores de edad, muchos de los cuales son

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Lo anterior explica que el darwinismo social del anar-cocapitalismo haya agravado la pauperización de unos treinta millones de personas en los mismos EUA, un 15% de la población, como consecuencia de la “econo-mía de vudú” de Reagan. Aun, actualmente, el 20% de las familias más ricas han aumentado sus ingresos en un 30% desde finales del decenio de 1970, mientras el 10% más pobre sufrió una disminución de sus salarios en un 21%.

La brecha se ensanchó en 37 estados, en donde vive el 86% de la población nacional y el 20% de las familias de mayores ingresos había obtenido el 49% de los ingre-sos, el año pasado, mientras recibían el 43,8% en 1967. A su vez, el 20% más pobre apenas percibe el 3,7% del ingreso nacional, mientras recibía el 4% en 1967, según la oficina del censo de aquel país.

Mientras tanto, la pseudoglobalización ha ensancha-do aún más la brecha –ya exponencial– que separa a los países ricos en el norte de las naciones pobres del Tercer Mundo y ha provocado una agravación de la polarización social en los países subdesarrollados. La participación de todo el Tercer Mundo, con un 80% de la población mundial, en la riqueza mundial descendió del 22% al 18% entre 1980 y 1988.

Los países desarrollados del norte con una quinta parte de la población mundial, consumen el 70% de la ener-gía, el 75% de los metales y el 60% de los alimentos. Consumen 18 veces más productos químicos, 10 veces más energía y 3 veces más energía que los del Tercer Mundo. En Brasil, el 20% de la población percibe ingre-sos que son 26 veces mayores que el 20% de los secto-res más pobres.

El reciente informe del PNUD demuestra claramen-te que, en los últimos quince años, el crecimiento ha venido fracasando en unos 100 países en donde vive casi un tercio de la población mundial. Igualmente, señala que mientras 1.500 millones de personas han mejorado su situación, se ha agravado la de 1.600 mi-llones de seres humanos en el mundo, quienes se pre-cipitan en las profundidades abismales del hambre, la ignorancia y la miseria, con ingresos de $100 diarios

En este proceso de hawaización de nuestras economías fue elocuente Carla Hills, secretaria de comercio exte-rior del presidente Bush:

“Me gustaría que Uds. me consideren en su ima-ginación como la representante comercial de los EUA que tiene una palanqueta en las manos y la utiliza para abrir mercados y mantenerlos abier-tos de modo que nuestro sector privado se pueda aprovechar de ellos”.

Eso nos recuerda la anécdota relatada por Plutarco, del corsario que fue apresado por Alejandro Magno, quien lo amonestó por cometer actos de piratería y el cual le respondió: “Mis fechorías son las mismas que tu cometes, lo único que nos diferencia es que yo las cometo con mi bar-quito y tú con tus ejércitos y tus armadas”.

Por eso resulta falso el mito de la mundialización, ya que lo que realmente prevalece es una pseudoglobali-zación o un globalitarismo, término acuñado por Igna-cio Ramonet, editorialista de Le Monde Diplomatique, el cual toma el relevo del totalitarismo tradicional por su dogmatismo imperativo y su subordinación de planeta. Esto implica una nueva forma de totalitarismo pluto-crático, la transnacionalización de la economía mun-dial, mientras la supuesta globalización queda igual-mente desmentida por el surgimiento de dos enormes bloques económicos en Norte América y Europa y otro que se gesta en Asia, de los cuales el Tercer Mundo ha quedado marginado dentro de un estatus de Apartheid en el nivel mundial.

Mientras sus apologistas despotrican contra el mono-polio y pontifican a favor del libre comercio, el setenta por ciento del comercio internacional de las materias primas, de la que el Tercer Mundo obtiene sus divisas, está manipulado por tres o cuatro poderosos consor-cios mundiales. A su vez, el oligopolio más poderoso del planeta –el del petróleo– es controlado por un sep-teto nada musical, que ha saqueado al Tercer Mundo, le ha impuesto satrapías, ha fomentado golpes de Estado y ha corrompido sus entrañas, mientras le concedía unas dadivas por su riqueza.

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mundo y que no tiene el menor interés en que éste se desarrolle.

En el capitalismo salvaje, los ejecutivos de estas nuevas estructuras de poder económico, que devengan sala-rios millonarios y suelen ser excelentes personas, pa-decen de insomnio, crisis nerviosas, calvicie precoz, envejecimiento prematuro, ulceras estomacales e im-potencia sexual, porque son esclavizados por el impe-rativo del informe trimestral, el cual deben presentar ante las Bolsas de Valores y en el que deben demostrar que su corporación crece y progresa, de otro modo ésta pierde prestigio, sus acciones se precipitan y éstos per-derían un importante puesto a cuyo acecho se encuen-tran sus subalternos.

Eso explica que –como lo señala dicho autor– mientras los keiretsu japonesas pueden planificar en términos de muchos años plazo, gracias a la adopción del modelo de sustitución de importaciones y a la orquestación por el Estado de la economía, protegiendo su merca-do, subsidiando sus actividades, promoviendo la so-lidaridad humana, asignando metas y conquistando mercados; a su vez, el capitalismo salvaje solo puede planificar a corto plazo, intimidado por el imperativo del informe trimestral.

Por eso necesita, cuando sea necesario, desmembrar Estados imponiéndoles una especie de “strip-tease”, conquistar mercados, derribar barreras proteccionis-tas, explorar fuentes de materias primas, flexibilizar salarios o exigir la privatización. Necesita igualmente, “congraciarse” con políticos importantes, corromper burócratas, contratar influyentes bufetes de abogados, contratar economistas, desprestigiar al funcionario, comprar conciencias, aliarse con influyentes empresa-rios, alquilar plumarios y avasallar soberanías.

Esa obsesión por la acumulación, el mito compulsi-vo del crecimiento, tan irracional como la metástasis en el cáncer, y el culto del éxito a cualquier precio ha arrastrado al mundo a la sociedad de consumo, la cual tiene mil ventajas y atractivos. Pero, a su vez, la otra cara de la medalla nos demuestra que provoca un dan-tesco deterioro ambiental y un desperdicio demencial

como consecuencia del mesiánico y prometeico Nuevo Desorden Económico Mundial que, a través de las or-ganizaciones financieras internacionales, nos receta esa poderosa oligarquía internacional, que ha avasalla-do al Tercer Mundo, valiéndose de la deuda externa.

La deuda externa, que alcanzaba unos $1.7 billones en 1992, como una bola de nieve ha sido la trampa mortal del Tercer Mundo, como lo fue, en el siglo pasado, para aquellos países que tuvieron que aceptar el esta-tus de colonias o de protectorados, como fue el caso de México, cuando Francia le impuso a Maximiliano como emperador. Además, se estima que apenas una tercera parte de esa deuda externa es deuda original y eso explica que, paradójicamente, el Tercer Mundo está financiando a los países ricos, con una transfe-rencia negativa de $40.000 millones anuales. El sur, además, participa apenas en un 10% de la producción industrial del mundo y sólo en un 3% de toda investiga-ción tecnológica.

Es fácil comprobar, por otro lado, que los ingresos anuales de las más grandes corporaciones multinacio-nales igualan al PIB de países tan importantes como Dinamarca, Austria, Turquía o Argentina. Asimismo, se ha demostrado que el volumen anual de ventas de solo doce de las mayores de estas empresas transna-cionales supera a la totalidad del producto de ciento cincuenta naciones, es decir, de casi la totalidad de los países del Tercer Mundo. La producción de la FORD equivale al PIB de un país como África del Sur y la de Toyota es comparable con el PIB de Noruega. El PIB de China, Brasil o Rusia es similar a la suma de los ingre-sos de solo tres grandes empresas transnacionales: la General Motors, la Ford Motors y la Exxon.

Todos sabemos, además, que mientras en 1970 apenas existían unos pocos centenares de estas multinacio-nales, actualmente existen 40.000 enormes corpora-ciones, de las cuales solo 200 de las más importantes dominan el 25% de toda la actividad económica del mundo. Todos sabemos que estas inmensas corpo-raciones dominan el 60% del comercio mundial; que un puñado de oligopolios manipula el 70% de las ma-terias primas, de cuya exportación depende del tercer

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Estado. Pero estas gigantescas y poderosas transnacio-nales simplemente no fueron concebidas ni diseñadas para desarrollar a los países del Tercer Mundo, el cual no es más que un apéndice del mundo desarrollado y al cual se le impone ahora un nuevo modelo de subde-sarrollo basado en una ideología de negreros y que ha consistido en una receta única para todos.

A su vez, una simple extrapolación nos demuestra que esas enormes corporaciones serán las enormes es-tructuras de poder que hoy se destruyen mutuamen-te, se devoran o se fusionan en enormes oligopolios y que predominaron en el siglo XIX como lo hicieron aquellos gigantescos monstruos hace sesenta y cinco millones de años, devorándolo y haciendo trepidar la tierra.

Mediante la doctrina del socialdarwinismo –la última gran estafa ideológica del siglo XX, después del fascis-mo, nazismo y socialismo italiano– totalmente despo-jada de todo código moral y de valores humanos, todo indica que ellos impondrán su ley de la garra y el col-millo en el planeta; sobre todo si es desarticulado el Estado, la única estructura de poder capaz de enfren-tarse en la defensa de la soberanía y del interés nacio-nal, así como de toda forma de instituciones que sirvan de frenos y contrapesos, mientras los ciudadanos, con-vertidos en consumidores y en insignificantes tornillos de sus enormes engranajes, sucumbirán en el letargo y la impotencia.

LA SATANIZACIÓN DEL ESTADO

El hombre es el único ser capaz de reproducir sus fines y sus necesidades hasta el infinito, mientras los otros animales se limitan a sus impulsos vitales. Para lograr muchos de estos objetivos requiere de la colaboración de otros seres humanos. Esa cooperación sólo se logra mediante la organización social y estructuras de poder que logren planificar, ordenar y coordinar la acción en-caminada al logro de esos fines.

Pero, simultáneamente, los hombres han intentado con-tener, controlar, o limitar el ejercicio del poder, sobre todo cuando se torna abusivo, corrupto y represivo. Por

de recursos más importantes y vitales, los cuales son escasos, irremplazables y que se agotarán en po- cas generaciones.

Mientras se consumirán los recursos vorazmente en pocas generaciones, a su vez, la cosmología nos indica que la esperanza de vida del planeta es de 5.000 millo-nes de años, cuando el sol estalle en una supernova, lo que equivale a 50.000.000 de siglos y a 200.000.000 de generaciones futuras que aún no han nacido. Pero la indiferencia ante este extraño suicidio universal, ante el cual el instinto de preservación de la especie queda aletargado nos recuerda la expresión de aquel persona-je irlandés que citaba Betrand Russell, quien exclamó: “¿Por qué he de preocuparme yo por la posterioridad ya que, después de todo, que ha hecho esta por mí?”.

Pero nosotros, a su vez, nos preguntamos: ¿cuándo se le ha consultado a los 6000 millones de habitantes del planeta, si aceptan el Nuevo Desorden Económi-co Mundial? ¿Cuándo se convocó el plebiscito mun-dial para aprobar la globalización? ¿Es justo que no se tomen en cuenta los intereses de las próximas gene-raciones, solo porque no están presentes? ¿Se eligió democráticamente a quienes hoy, ejercen la soberanía mundial sobre los estados y el planeta, como se le exige a los gobernantes?

La población mundial de 6.000 millones de habitan-tes se multiplica exponencialmente, sobre todo en el Tercer Mundo, y se duplica cada treinta y cinco años actualmente. Pero si cada uno de los 2.000 habitantes del Norte tiene un nivel de vida cien veces mayor al de uno del país más pobre del Sur, en términos de consu-mo el Norte tiene una población equivalente a 200.000 millones. Pero el Norte solo se preocupa por la explo-sión demográfica del Sur y su impacto en el medio am-biente, cuando los efectos del consumismo son supe-riores, en términos de deterioro y de despilfarro de los recursos no renovables.

Sería un error sucumbir en el maniqueísmo, dejarse arrastrar por la satanización de esas enormes concen-traciones de poder económico y afirmar que son unos monstruos de perversidad, como hacen ellos con el

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eso es acertada la famosa frase de lord Acton de que: “el poder corrompe y el poder absoluto corrompe en forma absoluta”.

Aceptamos que, en efecto, el poder corrompe, pero no siempre y en forma absoluta, porque adoptaría-mos una posición infestada de cinismo. A menudo, el poder también enaltece y ennoblece. “Noblesse obli-gue”. Son múltiples los ejemplos históricos en los que los hombres han ejercido todas esas formas de poder con altura, hidalguía, moderación, honestidad y con una elevada actitud de mesianismo, de sacrificio o de apostolado.

En el poder militar encontramos múltiples ejemplos de usurpadores que abusan del poder: los tiranos de la antigüedad, los concottieri, los dictadores modernos y los patriarcas otoñales. Pero, también, son múltiples los casos de sacrificio y de entrega a la patria o a una causa justa, noble o patriótica, como fue el caso de Te-místocles, Pericles, Cincinato, Kutuzov, Washington o Bolívar.

En el poder ideológico tropezamos con las hogueras de la Santa Inquisición para inmolar a alquimistas, as-trólogos, herejes o hechiceras para imponer su credo dogmático, los Torquemadas, los Talaveras y los Sa-voranolas. Pero encontramos, desde luego, la legión de hombres venerables que han dedicado la vida a su religión y a la defensa de un elevado código ético y es-piritual o a una causa idealista.

El poder económico se inspira en dos poderosos im-pulsos humanos: el posesivo y el creativo. Ha sido uti-lizado para esclavizar a otros hombres, para avasallar naciones y conquistar continentes enteros en aras de la codicia viciosa. Pero tiene, también, sus ídolos, sus héroes y sus verdugos, así como el mérito de impulsar la modernidad y el progreso material.

El poder político, a su vez, ha tenido protagonistas que se han corrompido, han usurpado el poder del Estado, han abusado y han avasallado a sus pueblos. Pero, también, es inmensa la legión de hombres de Estado que se han sacrificado por su patria confirmando

que el político es el que piensa en las próximas eleccio-nes, mientras el estadista es el que se preocupa por las futuras generaciones.

Quienes repiten obsesivamente la frase de lord Acton de que el poder corrompe, piensan únicamente en el poder del Estado, pero ignoran u omiten que la ambi-ción se cristaliza en múltiples estructuras de poder, una de las cuales es el Estado. Pero esta tesis anarco-capitalista que sueña con destruir el Estado, debería ser consecuente y admitir que ese principio se aplica a todas las formas de poder.

Tendrían que abolir todas las estructuras de poder existentes. Habría que desmantelar el Estado de acuer-do con su sueño erótico pero, también, tendrían que eliminar a los partidos políticos, los grupos de pre-sión, los gremios sectoriales y los cuerpos intermedios, todos los cuales son los pilares básicos de un sistema moderno, democrático y pluralista. Pero, de ser aboli-das todas estas asociaciones participativas, la sociedad sucumbiría en el caos y en la anarquía.

Habría que dispersar las fuerzas armadas, destruir a la milenaria Iglesia Católica y todas las organizaciones re-ligiosas. Tendrían que extinguir el poder económico y, sobre todo, demoler esas enormes y poderosas estruc-turas de poder, constituidas por las gigantescas corpo-raciones transnacionales que ahora imponen su ley en todo el mundo para evitar que el poder corrompa.

A su vez, la ausencia de poder también corrompe. El vacío de poder puede ser tan peligroso y más abusi-vo que el poder absoluto, porque prevalece la ley de la garra y el colmillo, un mundo caótico en el que el más fuerte impone la ley de la garra y el colmillo y el hombre se convierte en el lobo del hombre, como afir-maba Hobbes.

El ejemplo histórico más elocuente es el de la Edad Media, una era en la que no existió Estado. Prevaleció un vacío de poder estatal que fue sustituido por dimi-nutas esferas de concentrado poder militar en los do-minios feudales y una gran estructura de poder religio-so que aspiró a reemplazar el Imperio romano con un

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Pero no puede ser defendido según los fines que per-sigue, porque no existe ninguno que le sea extraño o verdadero y pueden llegar hasta el infinito, ya que el hombre es el único ser capaz de multiplicar sus necesi-dades y sus deseos sin más límite que el que imponga su imaginación.

Lanzar anatemas inquisitoriales contra el Estado con el estigma de que es malo, nefasto, pecaminoso y per-nicioso es tan absurdo como pregonar lo contrario, ya que es un medio y su naturaleza es potencial e instru-mental. Históricamente ha servido para todo, como las bayonetas de Mirabeau y con él se han cometido tanto los actos más sórdidos como los más sublimes, lo que ha sido, igualmente, el caso de las otras formas de poder.

Finalmente, creemos que no es el poder el que corrom-pe al hombre, sino el hombre el que corrompe al poder. No son las instituciones las que fallan y las que generan el abuso o la corrupción del poder, sino los detentado-res de la autoridad de las instituciones.

Si bien el hombre solo ha podido sobrevivir y conver-tirse en un ser civilizado gracias a la cooperación y la solidaridad humana, también ha tratado de elevar muros de contención, fórmulas institucionales y meca-nismos que le garanticen protección contra el abuso y la corrupción.

Si el poder es la facultad de obtener obediencias, la pri-mera limitación que encuentra el ejercicio del poder es la negativa a obedecer. Así es que el primer muro de contención al abuso del poder, constante en la negativa a obedecer, mediante la resistencia, es la rebelión o la insurrección. “El árbol de la libertad debe ser fertilizado, de vez en cuando, con la sangre de los patriotas y de los tiranos”, exclamó Thomas Jefferson.

La segunda limitación consiste en la autoalimenta-ción que se imponen a sí mismos los detonadores en el ejercicio del poder, que equivale a barreras que im-piden desbordar ciertos límites, porque desvirtúan esos fines. La tercera forma de limitación se encuen-tra en los medios con los que se dispone, es decir, en

ámbito ecuménico. El resultado fue un vasto y petrifi-cado archipiélago de potestades feudales, la extinción de toda forma de progreso, el oscurantismo dogmático, las guerras privadas que sembraban la devastación, el imperio del abuso y la ausencia de libertad.

El otro ejemplo, más reciente, del abuso y de la co-rrupción por un vacío de poder estatal, lo constitu-ye el anarcocapitalismo inspirado en el liberalismo manchesteriano del siglo XIX, en el que el Estado fue reducido a su mínima expresión, de acuerdo con la al-quimia del laissez-faire, laissez-passer, resucitada hoy por sus nuevos apologistas y ostentadas como una teoría novedosa.

El resultado fue una atomización de la sociedad, me-diante un darwinismo social que legitimaba jornadas de trabajo de diez y doce horas diarias a las que eran sometidos hasta los niños, devengando salarios infra-humanos, sólo porque así lo exigía y lo imponía la ley férrea, brutal, abusiva de la oferta y la demanda.

Pero, también, la impotencia, el no ejercer ninguna forma de poder suele provocar actitudes que atentan contra la libertad. Es el caso de los desarraigados, los marginados y los desposeídos, propensos a la rebel-día, a la subversión y la insurrección, recurriendo al crimen, a la violencia o al terrorismo, como una forma de escape, de protesta o de catarsis contra su situación de impotencia.

Es necesario enfatizar que el Estado, como todas las otras estructuras de poder, tiene un carácter virtual, potencial e instrumental. El poder siempre es un medio, una herramienta y nunca un fin en sí mismo. Como las bayonetas de Mirabeau, el Estado ha servi-do para todo: para esclavizar al hombre, para anexar territorio, para avasallar otras naciones, para practicar el genocidio erigiendo hornos crematorios, como para impulsar el progreso, la prosperidad, la libertad o la so-lidaridad humana.

Además, en su ámbito coexiste con otras estructuras de poder, con las cuales convive y a las cuales regula y se beneficia de una afiliación y lealtad involuntaria.

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representan pérdidas enormes e irreparables para la sociedad.

La satanización del Estado en el que sucumbieron el anarquismo, el marxismo y el liberalismo plantea un dilema falso y peligroso porque –insistimos– este tiene un carácter instrumental y potencial como lo demues-tra la evidencia histórica de todas las grandes civiliza-ciones, incluyendo la occidental. Puede servir como un excelente promotor del desarrollo al servicio de la so-ciedad y, además, es la única institución capaz de velar por el interés general y el bien común, así como de ga-rantizar la justicia y la equidad, ya que las otras estruc-turas de poder solo veían por sus intereses individuales o sectoriales.

Las grandes etapas en la evolución de Occidente pa-recen confirmar un movimiento pendular que nos re-cuerda la parábola de los puercoespines. Durante el invierno, estos se apiñaban para defenderse del frío, el cual era tan intenso que se acercaban tanto que se pinchaban con sus espinas, por lo que se alejaban hasta que el frío los obligaba a acercarse de nuevo. El fracaso de la economía del derrame en los EUA, el repudio de la señora Thatcher en Gran Bretaña, así como las derro-tas electorales de la derecha liberal en Europa parecen confirmar que el movimiento se revierte. Pero, desa-fortunadamente, en la esfera internacional prevalecen esos poderosos intereses que obligan a los países del Tercer Mundo a aceptar enormes y crueles sacrificios.

Este nuevo modelo de desarrollo sostenible implica enormes claudicaciones, como la de entregar sus rique-zas naturales a precio de vaca flaca, la subasta vil de empresas e instituciones estatales, aceptar que sus sec-tores productivos sean triturados por la competencia despiadada y unilateral de enormes corporaciones con gigantescos recursos financieros y tecnológicos, conti-nuar siendo exportadores de productos primarios y su secuela de deterioro de los términos de intercambios.

Igualmente, se nos impone la flexibilización salarial que facilita las inversiones pero que empobrece a la clase obrera y, además, la garantía de que se mantenga la paz social. Es decir, que se debe entregar la carretada

la escasez de recursos propios de las diversas formas de poder.

Otra forma de limitación del poder consiste en códigos morales, de normas y de valores éticos que repudian y condenan el abuso y la represión en el ejercicio del poder. Cuando Escripión el africano ingresó en Roma, precedido de esclavos llevando un prodigioso botín de guerra, después de haber derrotado y destruido a Cartago, en su carro le colocaron a un esclavo que le susurraba constantemente en el oído: “Recuerda que eres mortal”.

Igualmente importante fue la implantación de la de-mocracia directa y participativa en Atenas y que inspi-ra la adopción del referendo o del plebiscito en las so-ciedades modernas, para consultar directamente a los ciudadanos en asuntos decisivos. Otra fórmula que se inspira en el sistema ateniense es la politeia o la implan-tación de un dispositivo constitucional. Otra fórmula clásica ha consistido en la división de poderes que, con la separación tripartita del poder –el ejecutivo, legis-lativo y judicial– como una forma de limitar el poder político, es inspirado en el principio de los frenos y los contrapesos.

La sexta forma de limitar el poder, y tal vez la más im-portante del equilibrio de poderes fácticos está sinte-tizada en la frase de Montesquieu, según la cual “el poder detiene al poder”. La experiencia histórica de-muestra que la mejor forma de imponerle un muro de contención a una estructura de poder consiste en crear otra forma de poder organizado que se le enfrente.

El maniqueísmo simplista que asegura paladinamente que el Estado es el villano de la pieza y el mercado es el héroe prometeico que conduce a una trampa inte-lectual. Se puede satanizar a quienes, por ineptitud o maldad, han hecho un mal uso del Estado, a quienes lo han convertido en una herramienta de la ambición, de la corrupción, del fanatismo dogmático o de inte-reses bastardos. Sostener que hay que desmembrarlo porque es ineficiente, es olvidar que el mundo empre-sarial es un enorme cementerio en el que cotidiana-mente quedan sepultados millares de empresas, que

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de leña con lacitos en las puntas y asperjada de canela y, además, hay que estar agradecidos.

El reto del siglo XXI consistirá en que, mientras se con-tinúan levantando muros de contención al Estado por ser tradicionalmente la estructura de poder más vasta y poderosa, se erigen otras enormes estructuras cuyo poder desborda ampliamente a los Estados, los subor-dinan y los avasallan. Si el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente, nadie parece preo-cuparse por crear formas institucionales de contrapo-der de frenos y contrapesos capaces de contrarrestar la prodigiosa y colosal concentración de poder económi-co del siglo XX.

Ésta colosal plutocracia, que ha impuesto al nuevo desorden económico mundial, subordina estados, ava-salla naciones, controla organismos internacionales, poder militar y manipula el poder ideológico, porque su poderío se impone a importantes medios de prensa y de comunicación colectiva que dejan de ser foros de discusión y la palestra de las ideas se convierten en la mordaza y la camisa de fuerza con las que se silencia a las voces críticas y disidentes.

Estas monstruosas estructuras de dominación se de-voran o se fusionan en un proceso de acumulación de poder económico, militar, ideológico y político en con-diciones de oligopolio, de plutocracia y la oligarquía global, contra la cual no existirán muros de retención, ni los instrumentos de defensa, ni instituciones de protección para impedir que los sectores productivos de economías insignificantes como las nuestras sean triturados por el peso de semejante concentración de poder.

La patente de corso de la pseudoglobalización, inspira-da en esta forma de fascismo económico despojado de valores morales elevados, nos recuerda la patética anéc-dota de Malaparte, en la que relataba cómo un fran-cotirador ruso fue capturado por los nazis. Cuando el comandante nazi descubrió que el artillero era apenas un niño, que alegó dispararles porque habían invadido a su patria, le ofreció perdonarle la vida si adivinaba cuál de sus dos ojos era de cristal. El pequeño héroe ruso

respondió sin titubear que era el derecho y, cuando el oficial le preguntó cómo lo había averiguado, el niño le contestó: “Porque es el único que tiene una expre-sión humana”.

A quienes rechazamos las odas que legitiman la última estafa ideológica del siglo XX y la primera del siglo XXI, sólo nos queda exclamar como Anacreonte: “¡Colocad-me de nuevo las cadenas!”.

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“El poder corrompe y el poder total corrompe totalmente”, decía Lord Acton. En esa frase tan escueta queda resu-mida la mejor definición de la democracia y nos permi-te comprender la esencia política de esta pequeña repú-blica, cuyos fundadores, hace más de ciento cincuenta años, le fijaron como norte a su destino la libertad y la limitación del poder.

Mientras España conquistó vastos territorios para es-tablecer un colonialismo de explotación, a base de la extracción de riquezas minerales o agrícolas y de la utilización de mano de obra servil, sometida por la en-comienda; en este pequeño confín del imperio escasea-ron ambas, por lo que su colonización fue más de asen-tamiento. El oro y la plata brillaron por su ausencia, a la vez que la población indígena era reducida, estaba muy dispersa, no estaba acostumbrada al trabajo servil y fue diezmada por las enfermedades contagiosas contra las cuales no estaba inmunizada, por lo que sufrió los efectos de la depresión demográfica del siglo XVI y los sobrevivientes se asimilaron progresivamente a la po-blación criolla, en un crisol de fusión que permitió una gran homogeneidad étnica y cultural que, a su vez, se constituyó en un importante factor de estabilidad polí-tica y social. Esto explica que, en lugar de la vida seño-rial de los conquistadores, los primeros pobladores de este territorio, al que Colón desacertadamente bautizó con el nombre de Costa Rica, se vieron obligados a tra-bajar ellos mismos una tierra generosa, como los colo-nos en Australia y América del Norte, lo que constituyó el punto de partida de una sociedad más igualitaria que en el resto de América Latina y un terreno fértil a los ideales de libertad, cuyo germen trajeron los vientos de la Revolución Francesa.

LA DEMOCRACIA COSTARRICENSE

Por eso, desde su origen, esta pequeña república se constituyó en lo que, por las pequeñas dimensiones de su territorio y de su población, se ha denominado como una ‘microdemocracia’, en la que sus poblado-res –como los atenienses en tiempos de Pericles– la-braban la tierra practicando una agricultura de subsis-tencia y participaban activamente en la vida pública. Los 60.000 habitantes que poblaban el país en 1821 se agrupaban en la meseta central del país, lo que faci-litó el contacto estrecho de las relaciones primarias y la consolidación de una democracia eminentemente participativa, en la que cada ciudadano se consideraba depositario de la soberanía del país y responsable de su destino.

Ese proceso de democratización sufre, sin embargo, varias interrupciones a lo largo del siglo XIX: efímeros golpes de palacio que más que tiranías engendraron breves “dictablandas” de tipo paternalista, precarios despotismos ilustrados al gusto de Voltaire, inspira-dos más en ambiciones personales que en profundas divisiones sociales y en su mayoría contribuyeron a promover el progreso con leyes razonables e iniciati- vas sabias.

En 1843 se realiza el primer embarque de café a Europa y constituye el punto de partida de una economía más integrada al mercado internacional, lo que conlleva im-portantes repercusiones internas: una estratificación social más marcada, una relativa concentración de la riqueza y de la tierra, una mayor prosperidad econó-mica y una poderosa influencia cultural de Europa. En 1844 se inaugura la primera universidad del país, obedeciendo a un afán de educación que culminará en

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El acelerado crecimiento económico que conoció a lo largo del último cuarto de siglo, frenado apenas por la recesión actual, tuvo como consecuencia acentuar el dualismo estructural y la distancia que separa el sector productivo moderno –la industria, el agroexportador y el terciario– de un sector tradicional, eminentemente rural, lo que ha profundizado la brecha entre la pobre-za y la opulencia y una apertura mayor del abanico en la estratificación social, en medio de la cual se ubica una vasta clase media rural de pequeños y medianos pro-pietarios agrícolas, así como un estrato medio urbano que obtiene sus ingresos en el ámbito industrial, profe-sional, comercial y estatal.

Este proceso de desarrollo y la distorsión social que ha provocado, dio a luz, a partir de la mitad del siglo, a un Estado de Bienestar que ha tratado de mitigar esos efectos sociales. A la vez que se han intensificado los programas de nutrición y de asistencia social, se ha mantenido el esfuerzo de universalizar la enseñanza –lo que absorbe el 35% del presupuesto nacional– así como los programas de salud, hasta reducir la morta-lidad infantil a una tasa de 18%, lo que coloca a este pequeño país en un nivel semejante al de los países más avanzados.

A su vez, la necesidad de corregir las distorsiones y los excesos en que puede incurrir el poder económi-co, ha inducido al Estado a practicar un mayor inter-vencionismo y una regulación de la economía que, por vasta y compleja, suele, a menudo, convertirse en una rémora para el desarrollo al transformarse de medicina en enfermedad.

Si bien ese intervencionismo sirve como un correctivo eficaz, el Estado ha desbordado el ámbito que le señala-ba una vieja tradición laboral –minimalista, atomizan-te e inspirada en el laissez-faire– para asumir cada día mayores funciones, lo que ha engendrado un frondoso aparato burocrático a menudo oneroso, lento y engo-rroso, en el que para cada problema se crea una exu-berante entidad pública que impide, en buena medida, que la transferencia de ingresos a la que se aspira en un Estado providencial no llegue a sus legítimos des-tinatarios, es decir, a los sectores más menesterosos del país.

1869 con la disposición constitucional que establece la enseñanza primaria en forma gratuita y obligatoria.

Esa apertura de las mentes al conocimiento y a los va-lores culturales es también determinante en el proceso de consolidación de un sistema de vida democrático en un país que estaba lejos de nadar en la opulencia y que se tradujo en una manera de ser de sus poblado-res, caracterizada por un gran espíritu de tolerancia, de transigencia y por un profundo apego a la paz y a la li-bertad. Esto quedó de manifiesto cuando, en 1856, este país sin ejército organizó una expedición de patriotas que acudieron al llamado de Nicaragua para derrotar y expulsar a los filibusteros de William Walker que trata-ban de someter a ese país.

A lo largo del siglo XX se arraiga y se fortalece esa de-mocracia rural y únicamente conoce dos intentos in-fructuosos para cercenar esa vieja tradición republica-na: uno en 1917 bajo la férula de los hermanos Tinoco y otro en 1948, cuando los partidarios de Calderón Guar-dia, progenitor de las más importantes leyes sociales, se aliaron a los comunistas y se negaron a aceptar el mandato electoral que les fue desfavorable. Si el primer intento concluyó en forma incruenta, el segundo pro-vocó una reacción unánime de repudio a la dictadura que exigió una dolorosa cuota de sangre patriótica, pero contribuyó para confirmar aún más la convicción y el apego de este pueblo a la libertad.

Las profundas transformaciones que ha provocado el proceso de industrialización, de urbanización y de mo-dernización que se ha acelerado durante las últimas dos décadas no ha erosionado esa tradición democrá-tica. La abolición total de las fuerzas armadas en 1948 se convirtió en causa y efecto de la institucionalización del sistema republicano: el consenso casi unánime por esta forma de gobierno hacía innecesaria la existencia de un ejército, pues existe un acuerdo tácito sobre las reglas de juego constitucional y, a su vez, la economía de los gastos militares que, en algunos países del conti-nente, absorben hasta el 30% del presupuesto nacional se han invertido en la construcción de escuelas, hos-pitales, carreteras, caminos, represas hidroeléctricas, centros de nutrición, planteles deportivos e instalacio-nes culturales y universidades.

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de esa minoría, a pesar de la seria crisis por la cual ha atravesado este país en los últimos años.

Si consideramos que el sistema constitucional es un ingrediente básico de un sistema democrático, cabe señalar que, además de la división de poderes clásica –con su tinglado de pesos y contrapesos, en el que el poder detiene el poder, según la fórmula de Montes-quieu– la Asamblea Constituyente tomó muchas pre-cauciones para limitar el ejercicio del poder, prevenir el abuso de éste e impedir el uso arbitrario de sus fun-ciones. Así, por ejemplo, además de la clásica separa-ción de poderes, de múltiples mecanismos de control, se establece una limitación temporal en el ejercicio del mandato y se prohíbe la reelección de quien ha ocupa-do la primera magistratura. Cabe señalar que el exceso de regulaciones y controles inmoviliza y obstaculiza en mucho la labor estatal y que, salvo casos habitua-les de corrupción y de tráfico de influencias, sus go-bernantes han sido escrupulosamente respetuosos de los imperativos constitucionales, lo que le ha conferido una mayor legitimidad a sus instituciones y ha impe-dido que estas se cuestionen en las contiendas de su palestra política. Ese consenso en los gobernados y ese respeto a las instituciones por parte de los detentado-res del poder explican que, como lo señalan teóricos como G. Vedel y D. Pickles, la democracia en este país ha estado fundamentada en un diálogo perpetuo y po-sitivo. Lejos del monólogo unilateral de la dictadura y el totalitarismo, su régimen ha adquirido su sentido de democracia plena en el diálogo entre gobernantes y go-bernados, así como entre la mayoría en el poder y los sectores minoritarios, lo que permite que, en lugar de ser estática, esta democracia es básicamente dinámica.

Esto nos conduce a esa otra definición de la democra-cia como un sistema de mayoría, en el que al mayor número se le confiere el poder, mediante el sufragio; con el requisito de que respete, tolere y le permita a la minoría convertirse, a su vez, en el sector más nu-meroso, así como acoger sus opiniones para corregir sus errores.

Muchos hemos objetado a menudo que el sistema de partidos en Costa Rica tiende a petrificarse y a fosilizar-se por la contribución gratuita y sumamente generosa

Igualmente, la estatolatría ha conducido a algunos go-bernantes a promover un Estado empresarial que ha tomado a su cargo una serie de actividades productivas que han engendrado una economía mixta, cuyos resul-tados han sido a menudo cuestionados por la inversión onerosa que han exigido, así como por una eficiencia que se ha colocado en tela de duda, pero cuyo resultado final sólo podrán diagnosticarlo objetivamente los his-toriadores del futuro. Pero es importante señalar que varias décadas de crecimiento económico han tenido como consecuencia un profundo proceso de bienestar, de progreso y de modernización, así como la construc-ción de algo más que un simple embrión de democracia económica y social.

La democracia es una forma ideal de gobierno basada en una concepción normativa y en la práctica constitu-ye la excepción a la regla a través de la historia univer-sal y en el mapa de poder en el mundo actual, a pesar de los esfuerzos de emancipación en los países del Tercer Mundo. Si a la vez consideramos que esta forma de gobierno ha proliferado en las franjas más templadas del planeta, más insólito resulta que haya germinado, como un oasis de libertad y armonía, en un ámbito tro-pical que parece propiciar formas de gobierno como las de Macondo y las de los patriarcas otoñales.

La democracia reposa sobre el arco de bóveda del con-senso, es decir, en un acuerdo básico sobre el esquema constitucional, el andamiaje institucional y las reglas del juego político. Ese consenso es el producto de la ausencia de graves conflictos –de orden económico, ideológico, étnico o social– que hagan imposible la unanimidad acerca de los dispositivos y los mecanis-mos institucionales que regulan el ejercicio del poder. En Costa Rica no existe ese divorcio antagónico y el conflicto cede ante el compromiso, la negociación y el diálogo.

Esto explica que apenas una minoría de extrema iz-quierda muy reducida –cerca del 4%– cuestiona los fun-damentos de su sistema político, sin dejar por eso de integrarse y participar en éste, lo que explica la estabi-lidad del régimen y la disminución del caudal electoral

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Costa Rica se encuentran inscritos hasta ahora vein-ticuatro partidos, los cuales reflejan todo el abanico doctrinario y encarnan la opinión de todos los sectores del país.

Si la democracia debe ser sinónimo de participación, como lo señalan algunos autores, este se da en este país a través de una enorme multiplicidad de agrupaciones políticas, de cuerpos intermedios y de grupos de pre-sión que, a menudo, hacen valer el peso de su influencia y convierten la acción gubernamental en un ejercicio pragmático del poder, desviándolo en sus metas ideo-lógicas o de sus objetivos programáticos.

Si la democracia, a su vez, es sinónimo de un régimen representativo, todo el esquema institucional, salvo la financiación estatal de los partidos políticos antes mencionada, garantiza en este país centroamericano ese requisito fundamental: el respeto a la Constitución y a los derechos humanos y su sistema perfeccionado de sufragio universal.

Paradójicamente, sin embargo, los dos principales par-tidos se caracterizan por una representatividad plu-riclasista, es decir, por un corte vertical en el que se ubican todos los estratos sociales en uno y otro bando.

Esto distingue a la agrupación usualmente mayorita-ria, el partido Liberación Nacional, fundado por José Figueres quien rescató la democracia en 1948 y el cual esgrime una etiqueta social demócrata que se ha tra-ducido en una política caracterizada por la estatiza-ción, el intervencionismo, el providencialismo estatal, la transferencia de ingresos, la subvención pública, el desarrollo de una vasta inversión en servicios públicos, lo que ha dotado el país con una obra impresionante de infraestructura: electricidad, teléfonos, centros de enseñanza y de salud, carreteras, caminos de penetra-ción, agua potable y un sistema bancario estatal que ha contribuido en mucho a promover un desarrollo eco-nómico más equitativo, aunque, a menudo, sometido a influencia política bastante objetables. El reproche que generalmente se le formula a este partido es el excesivo intervencionismo estatal, la creación de una frondosa y no siempre eficiente burocracia, que el país arrastra

que el Estado le brinda a los principales partidos, de acuerdo con el caudal electoral respectivo que obtie-nen periódicamente, lo que actúa como un mecanismo abortivo de los movimientos incipientes o de posible gestación. Si bien esta disposición respondió al anhelo de sustraer la política de la influencia financiera de los sectores oligárquicos, a su vez, tiende a anquilosar el sistema, a dejarlo a la merced de dos partidos tradicio-nales y en manos de quienes han convertido la política en un oficio, para algunos de ellos muy lucrativo.

Sin embargo, el sistema llena otro requisito democrá-tico: el de la libertad de sufragio. Esta está garantizada en Costa Rica no sólo por un dispositivo moderno que asegura la emisión del voto universal y secreto a la glo-balidad de los electores en todos los confines del país y sin presiones de ninguna especie sino, también, por la actitud vigilante de la ciudadanía. Si bien al proceso electoral se le puede reprochar el despliegue de campa-ñas publicitarias que suelen ser obsesivas, poco edifi-cantes y manipuladoras, nadie objeta la legitimidad de los resultados, por la forma escrupulosa en que se rea-lizan las elecciones y el recuento de los votos emitidos.

Otro de los requisitos de una democracia es el respe-to a los derechos humanos. Pocos países en el mundo pueden ostentar las credenciales que en ese campo exhibe esta pequeña nación, que recientemente cele-bró el centenario de la abolición de la pena capital. Las libertades fundamentales de opinión, de movilización, de reunión, de organización, de seguridad personal, de credo religioso y de igualdad ante la ley están ga-rantizadas no sólo por la Constitución y el respeto de los mismos gobernantes sino, también, por la actitud alerta y vigilante de la ciudadanía y de los medios de comunicación que se caracterizan, en su totalidad, por su independencia de presiones oficialistas o partidarias y por la crítica constructiva que ejercen sobre los go-biernos de turno, sin tregua y sin cuartel.

Algunos politólogos han definido a su vez la democracia como una “poliarquía”, es decir, como un sistema plu-ralista que tolera la convivencia de diversas corrientes de opinión que se cristalizan en movimientos políticos e ideológicos, así como en organizaciones que defien-den intereses sectoriales y asociaciones voluntarias. En

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su pasividad e indiferencia preferían abstenerse de la actividad política y los polites que implicaba la ciudada-nía plenamente ejercida, la cual exigía la participación activa y responsable en los asuntos de la ciudad estado. En este sentido, la democracia costarricense se carac-teriza por esa vieja tradición de respeto a las normas medulares de la convivencia humana, de paz social y de armonía política que siempre ha querido compartir con sus pueblos vecinos y por lo que a menudo sólo ha recogido ingratitud y frustración.

Si la democracia constituye un ideal, Costa Rica se encuentra aún distante de haber alcanzado ese nivel elevado de perfección; si bien no existe en su seno un grado pronunciado de polarización social como la que se perpetúa en América Latina y hasta en los países pseudo-socialistas, todavía está lejos de constituir lo que se ha denominado como una democracia económi-ca y social.

Sin embargo, constituye una excepción a esa correla-ción, que han establecido algunos autores como Lipset, entre la prosperidad económica y la democracia. Este pequeño país ha demostrado que sin alcanzar niveles elevados de riqueza, una nación relativamente pobre puede conferirse a sí misma un régimen político basado en la libertad, en el consenso, en el respeto a las leyes justas, en la convivencia, en el sufragio universal, en la tolerancia y en la armonía social.

Aunque la crisis actual y los vientos de fronda subversi-va que soplan actualmente en el istmo pueden conver-tirse en factores importantes de desestabilización po-lítica, su existencia confirma, por el contrario, que no es estrictamente necesario alcanzar el nivel de vida de los pueblos escandinavos, ni esperar la culminación del proceso de industrialización y de modernización de los países totalitarios, para poder respirar el aire fresco de la libertad y aproximarse mucho a las metas que señala el ideal democrático.

Después de todo, si parafraseamos a Lord Acton, pode-mos afirmar que, si bien el poder suele corromper a los hombres, más pareciera que son los hombres los que corrompen al poder y, a menudo, totalmente.

como un peso muerto y oneroso y la entronización de una corrupción que la integridad del actual man-datario, don Luis Alberto Monge, no ha podido erra- dicar plenamente.

La segunda agrupación en importancia, el partido Unidad Social Cristiano, se caracteriza aún más por ese pluriclasismo y por constituir una yuxtaposición de etiquetas ideológicas, que integra desde el ala más radical de la democracia cristiana hasta los máximos exponentes del neoliberalismo de Chicago, lo que delata una actitud de oportunismo electoral y una in-coherencia ideológica difícil de conciliar. A este partido se le reprocha el carácter eminentemente personalis-ta y sectario que le ha imprimido su máximo dirigen-te, el hijo y heredero político de Calderón Guardia, su clientelismo político, manipulaciones fraudulentas en el seno del partido, las purgas antidemocráticas de quienes no se subordinan y el haber dejado al país en el caos y la ruina, durante su última administración, que culminó en 1982, dejando una obra importante de infraestructura.

Si la democracia se caracteriza por el imperativo de una auténtica oposición, podemos señalar que insti-tucionalmente no existe ningún impedimento, pues se respeta el derecho de las minorías para convertirse en sector mayoritario. Pero la principal objeción que se ha formulado es la simbiosis que se ha establecido entre estos dos partidos y que podríamos caracterizar como una ‘mexicanización’ reciente y cada vez más acentuada que en nada favorece el desarrollo sano y positivo de esta democracia y cuyos síntomas son los de concesiones mutuas, negociados y el de legislar en beneficio propio.

La democracia, finalmente, es algo más que un simple dispositivo institucional, aunque este se ejerza y se conduzca escrupulosamente por los detentadores del poder. Es algo más que una forma de gobierno; es un sistema de vida, es una forma de ser y de actuar de todos los ciudadanos; son estos los que le dan forma y contenido a la sociedad y a la manera en que ésta es di-rigida y orientada en su destino. Por eso los atenienses hacían la distinción entre los idiotes, aquellos que por

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lo tanto, es la antítesis de un sistema político despóti-co. Sin embargo, esta definición resulta simplista y nos deja siempre un vacío, pero es un buen punto de parti-da, ya que implica que se trata de una ecuación institu-cional basada más en el consenso que en la utilización de la fuerza bruta. Por lo tanto, democrático sería aquel sistema político que surge como producto de la volun-tad general y se mantiene como resultado del consen-timiento del pueblo y que recurre a la coacción sólo en casos extremos y legítimos, como una última ratio. Es obvio, por lo tanto, que ningún régimen es totalmente democrático, ya que nunca se alcanza la unanimidad y que siempre perdura al menos una minoría que cues-tiona su legitimidad, sobre todo en épocas de crisis o regímenes absolutamente despótico y que, además, el consenso puede ser objeto de una grosera manipula-ción, en las sociedades modernas, gracias a múltiples mecanismos de propaganda y persuasión.

Otros autores, a su vez, hacen hincapié en los me-canismos institucionales. El Parlamento, que tiene un origen eminentemente medieval y constituye un legado del sistema feudal, conlleva un principio im-portante: el de la limitación del poder. Es a partir de la premisa de lord Acton que el poder es inevitablemente abusivo y tiende a ser arbitrario, por lo que debe ser limitado o domado, según la expresión de Bertrand Russell. De dicho punto de partida surge la fórmula de Montesquieu de que “el poder detiene al poder”, que ha servido para justificar el principio de la separación del poder y la fórmula tripartita del poder ejecutivo, el legislativo y el judicial, que implica tanto la división como la colaboración de dichas ramas del Estado. Pero para ser fieles a este principio, éste debe ser extensivo a otras formas de poderes fácticos, ya que el Estado no

LA DEMOCRACIA Y EL NEOLIBERALISMO

Es para mí sumamente grato y honroso aportar algu-nos comentarios a la excelente exposición del Dr. Pa-ramio, quien contribuye con ella a comprender mejor los problemas actuales de nuestra América Latina. Me propongo, simplemente exponer algunos criterios que permitan ampliar algunos de sus conceptos. Me referi-ré, en primer lugar, al concepto mismo de democracia y su resurgimiento en nuestros países; en segundo lugar, abordaré el tema del Estado y las etapas por las cuales ha trascurrido en el mundo occidental; finalmente, me permitiré hacer algunas observaciones sobre el impac-to del neoliberalismo en nuestros países.

A) LA DEMOCRACIA

Una de las tareas más difíciles en nuestra disciplina de la Ciencia Política es la de formular definiciones sobre diversos conceptos y, en este caso, se hace más ardua por tratarse de un criterio sumamente subjetivo y que ha sido objeto de diversas interpretaciones, ya que la democracia está constituida por un ideal y cristaliza la aspiración de un modelo pletórico de perfección. Me atrevería a afirmar que, más aún, se trata de un con-junto de ideales, algunos de los cuales se pueden con-tradecir entre sí y que, además, por ser tan difíciles de lograr, no se alcanzan nunca, sino que constituyen una meta a la cual diferentes regímenes se aproximan o se alejan. Por eso, tal vez, es que el fenómeno democrático es tan reciente en la historia y, a la vez, tan imperfecto y, a menudo, tan lleno de contradicciones.

La definición más simple, sin embargo, es la de aque-llos teóricos que, como Sartori, exhibe a la democracia como la forma de gobierno que no es tiránico y, por

1993

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hace un siglo prevalecía el sufragio restringido, plural o censatario– y que se institucionaliza a partir de las reformas electorales de 1832 en Inglaterra y en 1848 en Francia, cuando las clases dominantes se dan cuenta de que el voto de las clases populares, especialmente en las zonas rurales, no representa un peligro a sus in-tereses. Hasta finales del siglo XIX prevalecen los par-tidos de cuadros y la democracia electoral no alcanza su plenitud hasta la aparición de los partidos de masas, como lo señala Duverger en sus obras, mientras el sis-tema bicameral se encargaba de actuar como un freno a los posibles excesos de las reivindicaciones popula-res que pudieran amenazar al sistema establecido. En América Latina, la libertad del sufragio ha sido irrespe-tada por los frecuentes golpes de Estado en el pasado y, recientemente, por lo que los españoles denominaron como “fraudes piadosos” o los mexicanos como “alqui-mia electoral” y por la forma en que muchos partidos –incluyendo los socialdemócratas o socialcristianos– adulteran el mandato electoral que se les ha conferido al aplicar medidas, programas o idearios que no corres-ponden a su ideología proclamada o a sus promesas electorales, a veces por demagogia o por falta de hones-tidad y, a menudo, por las imposiciones de organismos internacionales que atropellan los intereses medulares y la soberanía misma de estas naciones.

Los hechos enunciados anteriormente, a su vez, alte-ran otro principio básico de la democracia, concebi-da como sistema representativo. Es difícil reconocer como plenamente democráticos algunos regímenes latinoamericanos que, además de no garantizar los de-rechos humanos, muchos de sus movimientos políticos han quedado acéfalos o desarticulados por actos de violencia sistemática y en los que grupos paramilitares gozan, incluso, de la complicidad de los gobernantes. También se adultera el sentido democrático y su carác-ter representativo cuando las políticas aplicadas no co-rresponden a la voluntad expresa de los gobernados. La frustración de expectativas suscitadas no sólo erosiona la credibilidad de los ciudadanos en sus partidos que los defraudan sino, también, la legitimidad misma del sistema democrático, el cual sobrevive por su propia inercia, por la desaparición de otras alternativas y or-ganizaciones populares o por el temor a situaciones de guerra civil o por el escarmiento provocado por los

constituye la única estructura de poder o protagonista en la palestra política de las sociedades modernas. Para ser consecuentes con dicho principio, deben limitarse todas las otras formas de poder –tales como el militar, el económico, el ideológico o el laboral– cuando alguna de ellas se convierta en un peligro o amenaza o tienda a abusar o a atropellar a la sociedad civil, si aceptamos como válida la observación de Bertrand Russell y de otros autores de que el poder, como la energía, puede asumir diversas formas y manifestaciones.

El principio constitucional –otra herencia de la socie-dad medieval, desde 1213 cuando los señores feudales le impusieron la Carta Magna a la monarquía– constituye otra pieza institucional que responde al precepto de la limitación del poder, al establecer reglas del juego des-tinadas a regular el ejercicio del poder. La versión mo-derna establece, desde luego, mecanismos que tienen como finalidad establecer normas, límites, prerrogati-vas y responsabilidades que deben ser respetadas por los detentadores del poder, para garantizar su natura-leza democrática. Pero, también, constatamos que en las sociedades modernas, esas limitaciones desbordan el ámbito estrictamente estatal y regulan otras formas de poder fáctico y, particularmente, las que participan más activamente en el ámbito económico, para evitar que las distorsiones y abusos que puedan surgir de las leyes del mercado y de un simple sistema de laissez faire conspiren contra el principio democrático de la equi-dad. La desregulación –uno de los argumentos medu-lares del neoliberalismo– puede, por lo tanto, atentar contra el principio democrático en la medida en que puede dejar desamparado a un amplio sector popular que requiere protección y el cual no siempre cuenta con los mecanismos o los recursos que le permitan defender sus intereses o sus derechos, como sucede a menudo en nuestra América Latina.

Otro principio, muy vinculado al anterior, es el de la garantía de la libertad en una democracia y el respeto a los derechos humanos. En primer lugar, se refiere al respeto a la vida, a la libertad de asociación, de comu-nicación, de movimiento y de expresión de las ideas. Consiste, además, en la garantía del derecho al sufra-gio universal, el cual es una conquista reciente aún en las naciones más avanzadas de Europa –donde aún

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como ya lo analizaremos posteriormente. No podemos olvidar, tampoco, que los regímenes totalitarios come-tieron los atropellos más despiadados, valiéndose del principio de mayoría.

Otra condición del ideal democrático en la que han hecho tanto hincapié muchos autores es el pluralismo. Un sistema político suele ser más democrático en la medida en que proliferen estructuras de poder que se neutralicen mutuamente, aplicando el principio de que el poder detiene al poder, así como diversas organiza-ciones, asociaciones, cuerpos intermedios o grupos de interés y de presión. En una poliarquía, el ciudadano tiene la opción de canalizar sus aspiraciones, sus rei-vindicaciones y la defensa de sus intereses a través de una multiplicidad de mecanismos fácticos que enri-quecen y consolidan la vida democrática. Sin embargo, una de las premisas del neoliberalismo es que el Estado debe ser refractario a diversas presiones provenientes de este sector de agrupaciones que, obviamente, de-fienden sus intereses y sus prerrogativas, lo que ob-viamente evoca la experiencia chilena durante la dic-tadura pinochetista, en que dicho modelo se impuso a sangre y fuego.

Finalmente, algunos han concebido la democracia no sólo como un mecanismo estrictamente institucional o como un conjunto de condiciones políticas, sino como un sistema que lo desborda y que considera a la demo-cracia como un sistema de vida. Es decir, que no es so-lamente un dispositivo político, sino como una forma de vida que involucra a todos los ciudadanos en sus re-laciones cotidianas y en el que el respeto a los derechos humanos y las reglas de la democracia son una respon-sabilidad de todos. Igualmente, se esgrime el argumen-to de que la democracia no alcanza su plenitud si no se convierte en una democracia económica y social, lo que implica la existencia del Estado Benefactor, el cual el neoliberalismo le atribuye la responsabilidad de muchas de las taras económicas y el cual sueña en desmantelar, provocando un deterioro en los niveles de pobreza de América Latina.

Lo anterior nos conduce al tema de los efectos del desa-rrollo económico y su incidencia en la política. Parece razonable sostener que el crecimiento económico

regímenes engendrados por los golpes de Estado que, en el pasado, dejó cicatrices muy dolorosas, como su-cedió en España o más recientemente en Chile. Por lo tanto, paradójicamente se erosiona la legitimidad, pero se mantiene la estabilidad del sistema, el cual se fosili-za o se petrifica como una democracia imperfecta.

Otro principio que se considera a menudo como parte esencial del conjunto de ideales democráticos es el de la participación activa. En primer lugar, si bien es cierto que la actitud alerta y la participación activa y permanente del ciudadano en la actividad política in-crementa la calidad democrática de un régimen y dis-minuye su carácter oligárquico, no siempre garantiza en forma absoluta la consolidación democrática. Los regímenes fascistas se distinguen de las dictaduras tradicionales en que, mientras estas amedrentaban y provocaban la abstención de las masas de la acción po-lítica, aquellos promovían la participación ciudadana y el apoyo de estas a dictaduras plebiscitarias que atro-pellaron todo vestigio de democracia. A veces, como sucedió en España durante la Guerra Civil, sólo sirvió para atizar el fuego de las pasiones que hicieron más cruento el conflicto. En segundo lugar, difícilmente podemos asegurar que exista en América Latina una participación activa, ni que se promuevan mecanismos que la incentiven o la fomenten, salvo en muy limita-das excepciones y en el pasado, únicamente en el seno de los movimientos populistas que no dejaron muy grata memoria.

Algo similar ocurre con el principio de mayoría, el cual constituye la segunda opción en ausencia de la unani-midad. Como el consenso total se produce difícilmen-te, la otra alternativa más sensata es que se gobierne de acuerdo con la voluntad de la mayoría. Pero, a su vez, se da el caso frecuente de que la mayoría avasalle a la minoría, la discrimine, la excluya, la margine o la per-sigue, abusando de este principio. Este ha sido el caso de grupos étnicos, en diversos países, en el pasado y en el presente, que se han convertido en víctimas pro-piciatorias o en simples víctimas del odio, del racismo o de la xenofobia. Este ha sido el caso, igualmente, de los sectores más menesterosos en los Estados Unidos durante la década pasada, como efecto de la reagano-mics que trató de desmantelar el Estado Benefactor,

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fomenta el pluralismo y, por lo tanto, la democracia, que la creación de una mayor riqueza es más fácil de distribuir, lo que facilita un mayor consenso y que una sociedad moderna fomenta la educación que, igual-mente, exige más libertad de pensamiento y de expre-sión. Sin embargo, se cita a menudo el caso de la India como un ejemplo de una sociedad subdesarrollada que ha logrado consolidar un sistema democrático y el de Alemania que, siendo el pueblo con un mayor nivel educativo, sucumbió en la dictadura hitleriana. Nos preguntamos si el crecimiento económico confiere una buena dosis de estabilidad, no sólo a la democra-cia sino, también, a cualquier régimen que lo consiga, aunque sea despótico. La experiencia histórica parecie-ra confirmarlo, en casos como el de la Inglaterra de los Tudor, la Francia de Luis XIV o, más recientemente, los de Stalin, Hitler y Mussolini, quienes lograron una buena dosis de estabilidad gracias al progreso econó-mico que garantizaron.

Por las razones evocadas anteriormente, difícilmente podemos considerar que se ha alcanzado un sistema de democracia plena en este continente. A lo sumo, podemos estimar que se ha avanzado en el proceso de democratización, al desvanecerse casi todas las dicta-duras y que lo que encontramos, muy a menudo, son protodemocracias o democracias incipientes, imper-fectas y en gestación.

B) EL ESTADO

Consideramos que el Estado no es más que una estruc-tura de poder que convive entre muchas otras dentro de una sociedad. Lo que lo distingue es el hecho de ser la más vasta, la que abarca un mayor ámbito de autori-dad, la que compromete en forma más intensa a todos los ciudadanos, la que tolera a otras formas de poder y la que se coloca por encima de todas las demás, lo que le confiere su condición y el atributo de soberanía. No tiene, por lo tanto, nada de insólito que sea el centro de eternos y acalorados debates, en los que sus adversa-rios lo condenan y sus apologistas lo absuelven, en lo que estimo que constituye una discusión bizantina, ya que el Estado –como toda otra estructura de poder– no es más que un medio y sólo tiene una naturaleza ins-trumental. Esto descalifica toda acusación formulada

por sus enemigos –entre ellos los anarquistas, los mar-xistas o los liberales, especialmente los partidarios del anarcocapitalismo– de que el Estado es malo, nefasto o pernicioso y que, por lo tanto, debe ser eliminado o reducido a su mínima expresión. Esta condenatoria –muy subjetiva, desde luego– sólo puede ser formulada en casos históricos muy concretos, ya que al Estado le sucede lo de las bayonetas de las que decía Mirabeau que sirven para todo, menos para sentarse en ellas. Además, nos parece pertinente distinguir cuatro gran-des etapas del Estado en la civilización occidental, que nos conducen al dilema y al debate que nos ocupa ac-tualmente en cuanto al papel que debe asignársele en la sociedad moderna.

Creo que existe un alto grado de unanimidad en que el Estado no existió en la Edad Media y que apenas se dio un amago efímero de formación estatal con el im-perio carolingio. El Estado –esa obra de arte, como lo calificó Burckhardt– surge en el Renacimiento, como resultado de toda una serie de procesos de carácter económico, social, demográfico, cultural, tecnológi-co y militar. Aunque no todas las naciones marcharon al mismo paso, el Estado surge como una respuesta al caos y la anarquía del feudalismo, al garantizar un mayor orden, protección y seguridad. El Estado sustrae y capitaliza progresivamente muchas de las prerrogati-vas y el poder concentrado por los señores feudales en espacios de dominación muy reducidos, extendiéndolo al ámbito más amplio de la nación. A su vez, se fortale-ce gracias a la simbiosis con la economía precapitalista e incipiente, que exige el orden y la seguridad que sólo el Estado puede garantizar pero que, en reciprocidad, facilita su crecimiento gracias a la economía monetaria que implanta y que facilita la recaudación fiscal, la cual se incrementa con el incremento de la producción, así como con el flujo de metales preciosos provenientes de Europa Oriental y de América.

Desde el punto de vista demográfico, el Estado se con-solida con el auge de los burgos y, en su seno, con el advenimiento de una burguesía –empresarial, profe-sional, artística, burocrática e intelectual– que, como clase rival de la aristocracia, colabora en el debilita-miento del orden feudal, ya agonizante. Esta nueva élite será su aliado natural, ya que le proporcionará los

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Europa, gracias a los metales preciosos y a los produc-tos alimenticios.

Otras innovaciones transformadoras, introducidas igualmente de China, fueron la imprenta y el papel, los cuales revolucionaron la transmisión del pensamiento, el atesoramiento y la divulgación de las ideas, contri-buyendo a propagar nuevas formas de pensar, lo que, hasta entonces, era el patrimonio exclusivo de una minoría esotérica que lo utilizaba como un medio de manipulación y como un instrumento de su neofobia y de su dogmatismo. Esto facilitó el debilitamiento de la tutela moral y espiritual que ejercía la Iglesia y la secu-larización que iba a emancipar al Estado de esas cade-nas escolásticas.

Más aún serán la pólvora y las armas de fuego, inven-tadas por los chinos, las que contribuirán a consolidar la posición del Estado, ya que le permitieron prescindir del apoyo bélico de la aristocracia feudal y a someterlos a su voluntad, ya que sus armas y su métodos de guerra quedaron obsoletos, con lo cual el Estado absorbe sus prerrogativas y asume su función defensiva, con-centrando el monopolio de la fuerza, brindando la seguridad y garantizando el orden que propiciaba el progreso, así como propiciando una cierta democrati-zación en las fuerzas armadas, con la constitución de un ejército profesional.

Todo esto le permitió al Estado ampliar el ámbito de su poder y forjar la nación, bajo su égida y su autoridad suprema. Con esto cumple una tarea integradora, que sentará las bases del mundo moderno. El Estado, como institución integradora, gestora, reguladora y protec-tora, que fomenta los lazos culturales, económicos, so-ciales y nacionales, se convierte en el protagonista del mundo político. Capitaliza, además, un sentimiento de lealtad abstracta que sustituye los viejos vínculos de fidelidad feudal, gracias a un proceso de sacralización, de mitos, de símbolos y de lazos que perduran hasta nuestros días, hasta el punto que violarlos es sinónimo de traición.

Sin embargo, constatamos eventualmente una crisis del Estado integrador, en la medida en que, encarnado

cuadros administrativos y burocráticos que exige un orden político racional, así como los argumentos ideo-lógicos que permitan su legitimación, además de racio-nalizar la economía mediante la especialización regio-nal, una mayor productividad, mejores rendimientos y un mayor intercambio de bienes y servicios.

Desde el punto de vista cultural, el Estado se benefi-cia del proceso de secularización del pensamiento que caracteriza al Renacimiento. La mente se emancipa, a partir de entonces, de la camisa de fuerza ideológica y moral que imponía el pensamiento escolástico y la visión del universo, y de la existencia sufre una meta-morfosis, desde una cosmovisión teocéntrica a una an-tropocéntrica. El hombre descubre el rico legado inte-lectual que provenía de la antigüedad y en lugar de una concepción estrecha, austera y severa que imponía la Iglesia, emerge una nueva actitud pletórica de hedonis-mo, de curiosidad, de escepticismo, de eclecticismo, de relatividad y de libertad, que invita a disfrutar la vida, la búsqueda de la felicidad, la belleza y los valores pro-piamente humanos. En un nuevo espíritu de aventura, que comienza con las cruzadas, se lanza a la conquista de nuevos continentes en lo que inicia el doloroso pro-ceso de lo que hoy se denomina como “globalización” y los gobernantes descubren el disfrute sibarita del poder, liberados de las cadenas éticas e ideológicas que le imponía el código moral de la Edad Media.

En el campo tecnológico Europa fue poco creativa, pero supo asimilar y adaptar todo un cúmulo de inno-vaciones provenientes de China –donde pudo y debió darse el Renacimiento y la Revolución Industrial– dán-doles una aplicación práctica con lo cual contribuyeron a fomentar el progreso y a consolidar al Estado. Una serie de dispositivos mecánicos se utilizarán en la ex-plotación de las minas, en la metalurgia, en la manu-factura incipiente y en la agricultura.

Pero será la brújula, proveniente de Oriente, la que –junto con la experiencia de los vikingos, la cartografía italiana y la tenacidad de los portugueses y el espíri-tu de aventura de los españoles– facilitará la navega- ción nocturna y en alta mar, lo que permitirá la con-quista de vastos continentes, provocando un podero-so impacto en la economía y en el auge del Estado en

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en la monarquía absoluta, sufre una hipertrofia y es uti-lizado como un instrumento de conquista, de ambición desmedida, de abusos y de privilegios, lo que erosiona la legitimidad y el relativo consenso que había conquis-tado. De esto tomarán provecho tanto el liberalismo político como el económico para reformarlo y utilizarlo como instrumento para otros fines, con lo cual se abre una nueva etapa a lo largo del siglo XIX.

El Estado liberal representa un nuevo capítulo en el papel que se le atribuye al Estado, como resultado de una serie de procesos concomitantes: modificaciones en el sistema de producción agrícola, la Revolución In-dustrial, cambios en la estructura demográfica, el im-perialismo, el liberalismo económico y la gestación del sistema democrático.

Esta nueva transformación, la más importante mu-tación desde el neolítico, que se inicia en Inglaterra a mediados del siglo XVIII, es precedida por una impor-tante modificación en el sector agrícola, donde se inicia el sistema de cercados (enclosures), con el cual se inicia el reparto y la apropiación de tierras baldías, comuna-les y pastoriles, lo que produjo dos efectos importan-tes. Uno fue el que una enorme cantidad de campesi-nos pobres se quedaron privados de tierras de cultivo al ceder sus derechos, lo que provocó un vasto éxodo rural que puso a disposición de la incipiente industria un enorme contingente de mano de obra desocupada y barata. El otro efecto importante consistió en una concentración de enormes extensiones en las manos de unos pocos terratenientes, los cuales modernizaron los métodos de cultivo, mediante la introducción de técnicas más eficientes que permitieron mayores ren-dimientos y una acumulación de capital que se utilizó en el financiamiento de la naciente industrialización.

Otro fenómeno importante consistió en una explosión demográfica, provocada por un rápido descenso en las tasas de mortalidad –por el progreso en la medicina, la higiene, de una mejor alimentación, de vestiduras más adecuadas y por un supuesto cambio climatológico– a la vez que el nivel de natalidad permanecía elevado, un fenómeno similar al que ha conocido el Tercer Mundo en las últimas décadas y que triplicó la población eu-ropea de 140 millones en 1750 a 450 millones en 1914.

Esto tuvo como efecto la presencia de una población más joven y abundante que proporcionó a la industria incipiente un excedente de mano de obra y, a las colo-nias de asentamiento, un flujo migratorio que impulsó su modernización.

La Revolución Industrial fue, a su vez, el resultado de una revolución mental, como el Renacimiento, en el que, desde modestos artesanos y mecánicos hasta clé-rigos y letrados volcaron en la tecnología todo su es-píritu de curiosidad e innovación, en la búsqueda de una fascinante aventura de descubrimientos cientí-ficos y tecnológicos, que perdura hasta nuestros días. Los nuevos métodos de producción transformaron e incrementaron la productividad en la industria de la extracción, los textiles, la metalurgia, la siderurgia y los transportes.

Pero la innovación más importante fue la máquina de vapor, con la cual se van a sustituir las formas tradi-cionales y recurrentes de energía –el viento, el agua y el músculo, de bajo rendimiento, doloroso y precario– por nuevas fuentes inanimadas pero no recurrentes que son vertiginosamente agotadas por un consumis-mo voraz y contaminante que devora, también, el pa-trimonio de las futuras generaciones, como el carbón y, posteriormente, el petróleo y la fisión nuclear. El resultado fue poner a disposición de la nueva civiliza-ción industrial un nuevo contingente de “esclavos me-cánicos”, que multiplicará el potencial productivo en forma exponencial.

Desde el punto de vista internacional, condujo al ava-sallamiento de las naciones del Tercer Mundo, que se convirtieron en proveedores de las materias primas que alimentaban ese prodigioso aparato industrial, así como de mano de obra barata y mercados en donde se colocaban los excedentes de producción. Su penetra-ción y subordinación fueron facilitadas por los nuevos instrumentos de transporte creados por los altos hornos de las naciones industrializadas –la locomotora y el barco de vapor– así como por los dispositivos fi-nancieros que facilitaron su subordinación, mediante el endeudamiento de muchas de esas naciones que, con una economía hipotecada, cedieron su soberanía.

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reguladora, tratando de orientar una sociedad cada vez más compleja, generando el Estado Regulador. En segundo lugar, corrigiendo y mitigando las situaciones de injusticia social que había generado el liberalismo, con lo que surge el Estado Benefactor. En tercer lugar, motivos ideológicos lo inducen a actuar como entidad productora de bienes y servicios, en el seno de una eco-nomía mixta, con lo que surge el Estado interventor.

A su vez, las raíces del Estado Benefactor remontan, posiblemente, a 1601, cuando se adopta en Inglaterra “the poor old law” que asigna a cada parroquia la obliga-ción de velar por sus menesterosos, seguida por the Act of Parlament de 1795, que reconoce a todo ser humano el derecho de obtener de la sociedad los recursos míni-mos para su subsistencia. No sorprende que hayan sido los liberales, encabezados por Adam Smith y Robert Malthus, los que más se opusieron a esta legislación y los que obtuvieran su abolición en 1834. No será sino hasta en 1908 que, por iniciativa del Partido Laborista, se votará una ley de asistencia a los ancianos y otra que protege a las viudas y a los huérfanos en 1925, dando inicio al Welfare State.

Sin embargo, es en la Alemania de Bismarck donde da inicio la primera manifestación de política social –cu-riosamente para combatir a los socialdemócratas, a los cuales persigue– al establecer la responsabilidad del empresario por los accidentes de trabajo que sufran sus trabajadores, en 1871 y diez años más tarde, al introdu-cir una ley que los obliga a asegurarlos, inaugurando así el Sozialstaat, bajo la inspiración de Ferdinand La-salle, quien proclamó: “Sólo el Estado nos puede aportar auxilio únicamente los sabios sabrán cómo se hará, pero si el Estado no se ocupa de nosotros, estaremos perdidos”.

Sin embargo, hay que esperar el Krach de 1929 y la Gran Depresión de la década de 1930 para el adveni-miento del Estado de Bienestar el que, de acuerdo con el informe de Sir William Beveridge, según el cual es su responsabilidad liberar al hombre de todo riesgo social, asegurarle estabilidad en su ingreso y proteger-lo contra los accidentes de trabajo, enfermedad, invali-dez, vejez, maternidad, desempleo y deceso.

Igualmente significativa fue la condición de la clase obrera que, abundante y desvalida, sucumbió en con-diciones de vida a menudo infrahumanas, devengando salarios que apenas permitían subsistir y sometida a jornadas de diez o doce horas de trabajo intenso y, a veces, precario, sin una debida protección, siendo las principales víctimas, las mujeres y los niños.

Es entonces cuando adquiere su auténtica dimensión el papel del Estado liberal que –legitimado por la teoría del laissez-faire, por el darwinismo social y las teorías malthusianas– es concebido de acuerdo con un criterio minimalista que supuestamente lo reduce a su mínima expresión, mientras el ser humano es considerado sim-plemente como un individuo, en una visión atomizante de la sociedad. El Estado no debe intervenir en la eco-nomía, ni alterar la sabia, aunque ciega, ley de la oferta y la demanda, la cual siempre establece un equilibrio be-neficioso, ni entorpecer la actividad empresarial, cuya creatividad y espíritu de lucro incide favorablemente en beneficio de toda la colectividad. Sin embargo, el Estado sí intervino como instrumento de la conquista colonial y persiguiendo todo intento de organización sindical que pudiera proteger del abuso a la clase tra-bajadora. A su vez, el liberalismo proclama en principio el librecambismo y la eliminación del proteccionismo, porque mediante esa fórmula garantiza un statu quo en el que las naciones más avanzadas abortan todo inten-to de industrialización de los países subdesarrollados. El debate más patético, desde luego, fue el que enfrentó al Norte industrializado contra el Sur librecambista en una Guerra de Secesión que dejó profundas cicatrices en la sociedad norteamericana, mientras en Europa el Estado liberal, a su vez, sufre una severa crisis por las profundas contradicciones que revela su evolución.

Esa profunda crisis del liberalismo, que tuvo diversas causas, condujo a una nueva etapa: la del Estado in-terventor. El Estado deja de ser un actor pasivo para convertirse, de nuevo, en el protagonista de la pales-tra económica, la cual se vuelve progresivamente más compleja y exige la participación más activa de una entidad rectora y reguladora y porque la proliferación de nuevos actores exige su intervención. El Estado es presionado a actuar y lo hace en tres formas, según nuestro criterio. En primer lugar, como una entidad

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Es tan grave el impacto y tan prolongados los efectos de la crisis, provocada por una economía entregada a los caprichos de la ley del mercado y de la oferta y la demanda, que el Estado fue obligado a sacudir su le-targo liberal y a intervenir activamente para combatir el flagelo de la ruina y la desocupación generalizadas, que amenazaban con desprestigiar y destruir las bases mismas del capitalismo y de la democracia, la cual su-cumbe en Alemania bajo la férula del fascismo, como ya había sucedido en Italia una década antes.

En Estados Unidos, es la Cámara de Comercio, segui-da por otros gremios, la que le solicita a Roosevelt la intervención del Estado, ante el inmovilismo impo-tente de Hoover, aferrado a sus convicciones liberales. Aquel inicia el New Deal, que impli-ca un dinámico intervencionismo estatal, con el cual logra rescatar al capitalismo cuando la crisis alcanza-ba su punto paroxismal. En Europa, igualmente, el Estado se ve obligado a intervenir amplia y activamente en todo el ámbito económico y social de estas naciones, practicando un diri-gismo y estructurando una economía mixta que, para algunos, constituía una forma de socialismo que amenazaba el principio de la libre empresa y, para otros, representaba un in-tervencionismo conservador, ya que no cuestiona los fundamentos del capitalismo, sino que lo reactiva, lo resucita y lo rescata de las arenas movedizas a las que sus propias contradicciones lo habían inducido. Esto contribuirá a exaltar, a sacralizar y a deificar al Estado, confiriéndole nuevamente un papel protagónico como garante de la armonía económica y social.

Así como las armas de fuego contribuyeron en el surgi-miento y la consolidación del Estado durante el Rena-cimiento, las guerras modernas también fueron causa de un dirigismo que lo obliga a movilizar plenamen-te todos los recursos económicos y humanos en aras de un esfuerzo bélico de enormes dimensiones. Así, el resultado de la Primera Guerra Mundial fue la cons-titución del gobierno de los Dioscuros en Alemania, del War Cabinet en Inglaterra y del Comité de guerre en

Francia, a los que se les otorgaron plenos poderes en la organización de la economía.

Otra consecuencia de esa guerra fue la Revolución Rusa de 1917, la cual introduce el Gosplán, instrumento de planificación destinado a coordinar la totalidad de la economía la cual, a su vez, es sometida a una colecti-vización global y sangrienta que, sin embargo, permite la industrialización acelerada de la URSS y la convier-te en una potencia mundial. Esto contribuyó para que muchos países vieran en el Estado y en la planificación los instrumentos idóneos para promover el desarrollo, en el seno de un Estado totalitario o en el marco de una economía mixta, tanto en Europa como en el Tercer Mundo.

La Segunda Guerra Mundial, a su vez, va a provocar toda una serie de ini-ciativas –particularmente en Inglate-rra, con el advenimiento del partido Laborista al poder y, en Francia, con una coalición de partidos progresis-tas– que van a conferirle al Estado una nueva función: la de convertirse en un actor importante en el siste-ma productivo, al asumir un papel

como empresario en el seno de una economía mixta, mediante un amplio programa de nacionalizaciones, como complemento de la empresa privada y a su po-sición de Estado Benefactor. Es este modelo el que muchos países de América Latina y del Tercer Mundo –dentro del estrecho margen que les permite el ma-cartismo internacional– van a adoptar para impulsar el despegue de sus economías, pero no siempre con el éxito esperado.

A su vez, la misma democracia ha contribuido a con-vertir al sistema electoral en una especie de subasta, en la que rige la oferta del mejor postor en ofrecimien-tos y promesas. Esto ha conducido a dos resultados importantes. Uno ha sido el de provocar frustraciones traumatizantes que atentan contra la legitimidad, la estabilidad o, al menos, la credibilidad en el sistema democrático. El otro ha sido un motivo adicional para ampliar la actividad y la esfera de acción del Estado,

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al asignársele mayor número de tareas, la solución de más problemas y más funciones a su cargo, lo que, a menudo, lo ha convertido en un organismo torpe, an-quilosado e ineficiente, en el que su estructura se ha vuelto más kafkiana y laberíntica. El trágico dilema de muchos países del Tercer Mundo y aún de Améri-ca Latina, es que al Estado se le ha obligado a quemar etapas, por ser considerado la única entidad capaz de servir como Estado integrador, benefactor, regulador y protagonista en la economía, como único instrumento para dar un prodigioso salto al desarrollo.

C) EL NEOLIBERALISMO

Así como el Estado Integrador sufrió una crisis con el absolutismo y el Estado liberal cede, por sus abusos, ante el intervencionismo, de igual forma el Estado Be-nefactor sufre un cuestionamiento que se inicia con la señora Thatcher y el presidente Reagan y se expande a un ámbito casi universal que ha amenazado con debi-litar, sino destruir, las bases mismas de su estructura.

Una de las causas de esa ofensiva ha sido, posiblemente, una reacción bastante generalizada contra una estruc-tura burocrática a la que se considera excesivamente hipertrofiada por un crecimiento desmesurado, debido a las múltiples funciones que ha acumulado confor-me a las presiones y exigencias a la que es sometido convirtiéndose, si no omnipotente, al menos omnipre-sente. Se le reprocha, igualmente, su anquilosamiento, su petrificación y la esclerosis que tiende a sufrir, que lo induce a perder su eficiencia. De esto se han valido quienes, en lugar de procurar su mejoramiento, se em-peñan en desmembrarlo y hasta destruirlo.

Otra causa de ese cuestionamiento pareciera expre-sarse en una especie de crisis de la solidaridad, como manifestación de un incremento del individualismo –hasta el egoísmo– y de una indiferencia e intolerancia hacia los sectores más menesterosos. Para algunos, el Estado Benefactor encarna una especie de solidaridad abstracta, indirecta e impersonal, la cual se ha erosio-nado, además, por una reacción ante el hecho de que los recursos son, a menudo, desviados, mal utilizados o absorbidos por un laberinto burocrático que impide que buena parte llegue a sus auténticos destinatarios.

Obviamente, la corriente que más afectó a América Latina derivó del contrataque proveniente del neoli-beralismo que ha prevalecido en los Estados Unidos durante doce años, a partir del advenimiento de la administración Reagan, quien supo capitalizar esa crisis de la solidaridad que se volcó contra el legado del New Deal de Roosevelt, continuado con el Fair Deal de Truman y llevado a su punto culminante por Johnson en su política de la Great Society, que aspiraba al establecimiento de una sociedad más justa en una época de prosperidad y abundancia, en la que quedara erradicada la miseria, el analfabetismo y la discrimi-nación racial, mediante una proliferación de vastas y ambiciosas reformas en la salud, la educación, el des-empleo y la asistencia social. Mediante el Economic Opportunity Act se emprendió un amplio programa educativo, de servicio social, de acción comunitaria, de subvención habitacional y de alimentación gratuita, complementado por otro de salud con la creación del Medicaid y el Medicare, destinado al sector más desva-lido del país. Todo este proyecto, que lleva al Wealfare State a su punto culminante, repercutió en una eleva-ción del presupuesto para asistencia social de $8.000 millones en 1950 a $109.000 millones en 1970. Llegó a representar el 7,75% del PIB y casi el 32% del presupues-to federal, con lo que sus beneficios llegaron a aliviar la suerte de más de once millones de personas indigentes.

Apoyado por una corriente de idealismo y de solida-ridad humana, el Welfare State provoca reacciones tar-días pero profundas en su contra. Algunos sectores de la opinión expresaron críticas que atacaban diversos flancos de su estructura, tales como el aumento del presupuesto federal, la carga excesivamente onerosa del programa o, simplemente, se le reprochaba que únicamente servía para subvencionar el ocio impro-ductivo de los indolentes con el sacrificio de quienes realmente aportaban un esfuerzo y una riqueza, al confiscarle a los contribuyentes parte de su bienestar injusta e inútilmente.

Otras críticas se valieron de las frustraciones que había provocado al suscitar desmedidas expectativas, de los tumultos raciales que afloraron como una manifesta-ción de catarsis o de los posibles abusos que dichos pro-gramas podían provocar, al acogerse los beneficiarios a

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El más ferviente admirador de esta teoría fue William Graham Sumner, de la Universidad de Yale, quien llegó a proclamar candorosa y paladinamente: “Los millona-rios son producto de la selección natural”. Pero fue George Gilder, el principal inspirador de la trickle down econo-mics, quien formuló la tesis elitista de que la clave del progreso consistía en un sistema de doble acicate: a los ricos se les debe incentivar y premiar con una mayor acumulación de su riqueza como una recompensa a su función de invertir y de fomentar el progreso, mientras que a los pobres se les debe propinar el estímulo de la pobreza, que actúa como una eficiente, aunque dura y cruel espuela que los induce a sacudir su indolencia y a ser más eficientes en el trabajo. Un argumento adi-cional fue aportado por Charles A. Murray, al sostener que los pobres permanecían anclados en su miseria por culpa de la asistencia pública que se les brindaba, lo que les impedía tener iniciativas propias que los rescatara de su situación; esto significa que toda ayuda se tradu-ce en un gran daño a sus beneficiarios.

El resultado ha sido –nos asegura J.K. Galbraith– que, por la reducción de los impuestos sobre la renta, los ingresos del 20% del sector más privilegiado aumen-taron de $73.000, en 1981, a $92.000 en 1990 y que quinientas corporaciones controlan el 60% de la pro-ducción industrial. Ya, en 1983, un 2% de la población controlaba el 30% de los activos, el 39% del capital de las corporaciones y el 39% de los bonos, el 10% poseía el 51% de los activos, el 72% del capital de las corpo-raciones y el 70% de los bonos, según el economista Kevin Phillips. El 0,5% de las familias más adineradas posee la cuarta parte del patrimonio total del país, nos señala Jacques Portes, especialista en la historia de los Estados Unidos, quien añade que los ingresos del 1% más acaudalado se incrementaron en un 75% durante la década de 1980-90.

A su vez, el mismo autor destaca que el número de pobres ha aumentado, que su ingreso ha disminuido en un 10% y que más de un 13,5% viven en la pobreza, lo que corresponde a 33 millones de personas, dos millo-nes de los cuales se incorporaron en sus rangos a partir de 1990 y de los cuales 750.000 carecen de techo. El número de personas ubicadas en el margen inferior de la línea de pobreza se ha incrementado en un 28% en

múltiples programas de asistencia y obtener un bene-ficio considerado como excesivo. Otra forma de crítica provino de quienes señalaban las imperfecciones del sistema –the government failures– que desviaban hacia la burocracia buena parte de esos fondos, los cuales no llegaban a sus destinatarios. Otros denunciaron los efectos inflacionarios y las distorsiones que provoca-ba el peso del Estado Benefactor en los costos de pro-ducción y, por lo tanto, en la competitividad, al crecer las cargas al sector productivo en un 50% entre 1967 y 1974.

Para otros críticos, las deficiencias del Estado provie-nen de la falta de competencia y su indiferencia por los gastos, al no estar obligado a regirse por un sistema de costos y por su tendencia a abultar innecesariamente las necesidades que está llamado a atender, así como la ineptitud en la toma de decisiones y la ausencia de controles eficientes. Para otros adversarios del Estado, su expansión es la consecuencia nefasta de la presión sistemática de múltiples intereses sectoriales que ejer-cen influencia para la solución de sus problemas, con el resultado de que siempre es mayor la coalición de los que fomentan la intervención del Estado, que la que se pueda formar para limitar o reducir su expansionismo; muchos son los que recurren al Estado y propician su crecimiento y pocos los que se agrupan para contener su ámbito, sus recursos y su poder, provocando así una crisis de crecimiento, en la que el Estado recibe una sobredosis de problemas cada más agobiantes y com-plejos en busca de solución.

Este clima relativamente adverso y hostil al Estado Be-nefactor, que se gestó a lo largo de la década de 1970, fue hábilmente capitalizado por las corrientes más conservadoras del partido Republicano y por Ronald Reagan y por los teóricos del neoliberalismo, quienes intentan legitimar su posición resucitando el viejo pen-samiento manchesteriano y se inspiran en las prédicas malthusianas, que advertían sobre la inconveniencia de brindarle asistencia a los indigentes, porque eso provo-caba una proliferación nefasta; así como en el darwi-nismo social formulado por Herbert Spencer, según el cual sólo deben sobrevivir los más aptos y poderosos de acuerdo con la dura ley de la naturaleza.

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diez años, pasando de 24.5 millones en 1978 a 32 millo-nes en 1988 y uno de cada cinco niños han nacido en la pobreza, afirma Galbraith, el doble que en Canadá o Alemania. Esto ha sido confirmado en un estudio reali-zado por la Universidad de Tufts, presentado al Subco-mité Selecto de la Cámara de Representantes, según el cual un vasto sector de 30 millones de personas padece el flagelo del hambre y que el número de famélicos au-mentó un 50% desde 1985. Esto ha sido ratificado por la Oficina de Censos, la cual establece que once millo-nes son de origen africano, diez millones de proceden-cia latinoamericana y nueve millones de raza europea. Entre 1978 y 1986 el nivel de pobreza de la población latina aumentó de un 21,6% a un 28,2%, según estadís-ticas federales.

Esto ha provocado una polarización social, en la que un 20% de la población controla el 52,4% de los ingresos y otro 20% sólo un 7,6% y que algunos críticos han cali-ficado de nueva versión de apartheid, al tomar en con-sideración la cristalización de un dualismo estructural, semejante al que ha caracterizado a América Latina y que ha tendido a agravarse, siendo perjudicados los sectores más desprotegidos, las zonas rurales, las pe-queñas comunidades, los agricultores, las minorías ét-nicas y los obreros que han quedado desempleados por el cierre de empresas que han quebrado por el efecto de las importaciones de productos extranjeros más com-petitivos y por la política del laissez faire.

La clave del éxito electoral de esa política, durante doce años, nos la brindan Phillips y Galbraith en la formación de lo que éste denomina la cultura de la sa-tisfacción (the Culture of Contentment) que consiste en la coalición de una vasta mayoría de los votantes satis-fechos con la trickle down economics, la cual reúne a la élite económica, los estratos más elevados y a la clase media, seducida por la expectativa de una reducción de los impuestos y de los egresos en programas sociales, los cuales se redujeron de un 28% a un 22%, sin embar-go, los gastos militares aumentaron en una proporción inversa, pero favorecieron a la gran industria bélica y aeronáutica. La reducción de estos gastos por el fin de la guerra fría afectó a este sector y, a su vez, los es-tratos medios se sintieron afectados y amenazados por la política de Bush, lo que, posiblemente, contribuyó a acelerar su derrota.

La aplicación de este modelo a muchos países de Amé-rica Latina, mediante los organismos y las agencias internacionales en los que su influencia es poderosa, explica el deterioro de la situación de los estratos más desvalidos, los cuales no constituyen una minoría, sino una enorme proporción de la población.

Según un boletín emitido recientemente por la FAO:

“América Latina tiene actualmente 193 millones de personas muy pobres y 59 millones que pa-decen desnutrición crónica... El número de des-nutridos había descendido de 54 a 47 millones en el período 1979-81, pero ascendió a 59 millo-nes en lo que él llamó la década perdida de los 80, cuando América Latina se vio golpeada por la deuda externa y las políticas de reajuste eco-nómico que perjudicaron los niveles de salud... Los países de América Latina deben hacer un esfuerzo para que la ayuda alimentaria, tanto interna como externa, se concentre en los sec-tores más vulnerables, pero llegue a todos sus integrantes, incluso los que viven en las zonas más alejadas(...)”.

Agrega, además, que, en 1992, hay 94 millones de per-sonas con deficiencia de hierro o anemia, 30 millones sufren de bocio y 250.000 de cretinismo endémico por falta de yodo, mientras la mortalidad a causa de enfer-medades crónicas no infecciosas atribuidas a la malnu-trición registró aumentos de un 105%. (AFP, 9 de enero de 1992). En otro informe, la FAO revela que ese au-mento de la desnutrición crónica a 59 millones de per-sonas sólo tiene paralelo con África, donde aumentó de 101 millones a 168 millones, mientras que en el resto del Tercer Mundo la desnutrición disminuyó, aunque aún afecta a 768 millones personas, de las cuales 102 son niños (La Nación, 27 de julio de 1992).

A su vez, Joseph Grunwald, economista de la Universi-dad de California, declaró que:

“desgraciadamente todo el ajuste (para América Latina) ha traído un costo social muy grande, ya que la carga principal ha caído sobre los grupos de ingresos más bajos. En México, en Argentina

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Es imposible lograr una asignación óptima de los recursos solamente a través del principio de mercado y sin considerar el nivel de desarrollo. Existen muchas áreas que no pueden ser mane-jadas por el mecanismo de mercado (fallas de mercado) y la intervención del Estado es nece-saria para hacerle frente a tales situaciones... Sin embargo nos preguntamos si la privatización es siempre la solución para incrementar la eficien-cia del sector público. En la década de los 80, tanto la teoría como la política económica estu-vieron fuertemente orientadas hacia la búsqueda de la eficiencia. En este sentido, fue un período único. Sin embargo ese período ha llegado a su fin. Lo que se necesita ahora es una política bien balanceada entre eficiencia y equidad, para pro-mover el bienestar de la sociedad entera. El en-foque de Ajuste Estructural del Banco Mundial debería transformarse para reflejar este cambio de corrientes”.

Este sutil pero firme repudio al neoliberalismo aplica-do a través del Banco Mundial por uno de sus socios más importantes bastó para que su presidente anun-ciara que renunciaría a esa política y que se impon-dría una nueva orientación, en la que se tomaría más en cuenta, para la entrega de créditos, las propuestas de los países que contemplen la lucha contra la pobre-za y el uso efectivo de los recursos del Estado. De esa forma, se le daría prioridad a las solicitudes de crédito de los países en desarrollo que tengan un fuerte com-ponente de lucha contra la pobreza. (La República, 16 de mayo de 1992).

El análisis anterior parece indicarnos que, así como el Estado integrador, el Estado liberal y el Estado inter-ventor marcaron una etapa importante en el mundo occidental y sufrieron igualmente una crisis que hizo desplazar el péndulo hacia una posición contraria, los fracasos del Estado neoliberal nos inducen a creer que el movimiento del péndulo se aleja repentinamente de esa posición extrema, después de una efímera pero traumática experiencia que duró apenas una década que ha dejado una secuela dolorosa y devastadora que, si bien no ha desestabilizado la estructura del incipien-te sistema democrático en América Latina, al menos lo ha debilitado y contradice muchos de los elementos ideológicos que lo sustentan.

y en otros países, los ingresos reales de los tra-bajadores han bajado en 50% o más. Es un sacri-ficio muy grande, que ha hecho más desigual la distribución de la riqueza” (La República, 21 de julio de 1992).

Por su parte, el Dr. Gert Rosenthal, director de la CEPAL, manifestó que:

“la pobreza en Latinoamérica aumentó de 130 millones de habitantes en 1980 a casi 200 mi-llones en 1990. Los costos del ajuste se han dis-tribuido de manera desigual; las cifras revelan que en los años 80, el 25% de la población con menores ingresos perdió casi el 10% de su ingre-so real, mientras que el 5% de las personas que tenían ingresos más altos vieron incrementados su ingreso en un 15%. En el decenio de 1980 se registra una pérdida del PIB por habitante del orden del 10%, una pérdida de la productividad y una creciente caída de la importancia económica de la región en el concierto internacional”. En un obvio reproche al neoliberalismo por todos estos estragos, el Dr. Rosenthal añade: “No debemos cometer el error de creer que la política es para crecer y lo social es para corregir los efectos; ambos tienen gran impacto en el crecimiento, por lo que hay que abordarlas en forma integral”. (Rumbo, 15 de setiembre de 1992).

Otra amonestación sutil pero categórica a los progra-mas de ajuste estructural neoliberales ha sido formu-lada por el gobierno de Japón, mediante una nota en-viada al Banco Mundial en octubre de 1991, a través del organismo del Fondo de Cooperación Económica de Ultramar, en la que critica la precipitada desgravación arancelaria y el énfasis excesivo en los mecanismos del mercado y en la privatización.

“Esto significa que apegarse a la simple liberali-zación del comercio, basada en ventajas compa-rativas estáticas puede tener un impacto negati-vo sobre la posibilidad de alcanzar el desarrollo económico... Es demasiado optimista esperar que las industrias que sustenten la economía de la próxima década surgirán automáticamente a través de las actividades del sector privado...

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los metecos y los esclavos. Sin embargo, esa experien-cia de democracia –directa y participativa– ha sido, a menudo, excesivamente idealizada y ha permanecido como una meta ideológica que, si bien no puede ser al-canzada plenamente, se convierte en un ideal al cual se pueden acercar los sistemas políticos.

La democracia ha sido definida, en la forma más sen-cilla y elemental, como la antítesis del despotismo, de la tiranía, de la autocracia o de la dictadura. Si la polí-tica se reduce, en última instancia a un fenómeno de poder, éste consiste, a su vez en una relación de mando y obediencia. A su vez, la obediencia se obtiene de dos maneras esenciales: recurriendo a la coacción o lo-grando el consenso, es decir, venciendo o convencien-do. Por lo tanto, cuanto más sea necesario recurrir a la fuerza bruta, a la violencia y a la coacción, más despó-tico será un régimen; y cuanto más consensual y más se apoye en el consentimiento, más democrática será su naturaleza.

B) La democracia como un sistema constitucional. Otro de los requisitos de una democracia es que sea regida por normas constitucionales, las cuales deben establecer las reglas del juego del régimen político y estas deben ser observadas y garantizadas tanto por los gobernantes como por los gobernados. Es clásica, a su vez, la distinción entre las constituciones rígidas, o sea, aquellas que establecen severas condiciones y di-fíciles requisitos para ser alteradas mediante modifica-ciones o enmiendas y las constituciones flexibles, como la británica, que son fácilmente modificadas.

También es importante la observación de Karl Loewenstein de que una constitución no funciona por

Una de las grandes conquistas de nuestra nación ha sido el logro de un sistema político sumamente demo-crático del cual nos vanagloriamos y nos enorgulle-cemos. Sin embargo, a menudo, solemos ser víctimas de un conformismo y de una autocomplacencia que impide reflexionar sobre las imperfecciones de ese sis-tema. Este breve ensayo crítico tiene como propósito contribuir al esfuerzo de perfeccionarlo, recurriendo al análisis de algunos elementos de nuestro andamiaje institucional y tomando en consideración una serie de parámetros fundamentales que sirven para definir la democracia.

A) La democracia como un ideal. Ante todo, la demo-cracia es esencialmente un ideal, una quimera utópica en la que han aspirado algunas naciones en la búsque-da del mejor ejercicio del gobierno. Remontando a la Antigüedad, muchos pensadores se han inspirado en la experiencia ateniense en su punto paroxismal, en el que todos los ciudadanos no sólo gozaban del dere-cho, sino que tenían la obligación cívica de participar en la Ekklesia, o asamblea popular, donde se tomaban las principales decisiones con las que se gobernaba a la ‘polis’, o Ciudad-Estado.

Esa participación era considerada como un deber ciu-dadano y una responsabilidad cívica, por lo que se for-muló la distinción entre los polites o ciudadanos activos y los idiotes, aquellos que se abstenían de cumplir con esa obligación. De hecho, eran numerosos los que no participaban en esos debates que se efectuaban unas cuatro veces al mes –por apatía o indiferencia, por vivir en zonas rurales alejadas o por estar ocupados en la na-vegación– pero, también, por estar excluidos de la con-dición de ciudadanos, como fue el caso de las mujeres,

LA DEMOCRACIA Y LAS REFORMAS ELECTORALESNoviembre de 1994

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segunda opción, en la pirámide de prioridades y como la única alternativa que más se le aproxima, es la de-mocracia representativa. Esta comienza a gestarse en Europa con el sistema parlamentario, que quedó como un legado de la sociedad feudal y que tardó casi un mi-lenio en perfeccionarse, con la implantación del sufra-gio universal y la aparición de los partidos de cuadros y, sobre todo, con el surgimiento más reciente de los partidos de masas en el siglo veinte.

En nuestro país, el sistema electoral se perfecciona, igualmente, en la medida en que se sustituye el sistema de sufragio censatario que prevaleció en el siglo pasado –eminentemente discriminatorio, selectivo, desigual y oligárquico– por el sufragio universal y cuando se les concedió a las mujeres el derecho al voto, en 1949. También se depura nuestra democracia electoral con la creación del Tribunal Supremo de Elecciones, que ga-rantiza plenamente la pureza del sufragio, suprimien-do la práctica arbitraria y fraudulenta que había preva-lecido anteriormente, cuando era el Poder Ejecutivo el que se encargaba del recuento de votos y que desembo-có en los dolorosos acontecimientos de la Guerra Civil de 1948.

Pero, a su vez, el sistema de la contribución del Estado a los gastos electorales de los partidos políticos, cono-cido familiarmente como la “deuda política” –implan-tado con el bien intencionado propósito de emancipar a los movimientos políticos de la tutela de los poderosos intereses económicos que prevalecían y gravitaban con gran fuerza mediante el control y su contribución en las campañas electorales, logrando manipular todo el proceso político con lo que lograban imponer sus can-didatos y sus postulados doctrinarios– no ha logrado plenamente su objetivo.

Todo parece indicar que los partidos políticos siguen y seguirán atados a esos mismos intereses, mientras no se imponga un límite al monto de los gastos autorizados y a las contribuciones privadas, lo que significa, además, un escandaloso derroche de fondos públicos y privados que contrasta con la pobreza del país, mientras dis-torsiona y deforma a la democracia. Es irrefutable que esos recursos se despilfarran alegre e irresponsable-mente con el propósito de recurrir sistemáticamente

sí misma, sino que es lo que los detentadores del poder hacen de ella, así como la clasificación ontológica de dicho autor. Distingue, por un lado, las constituciones normativas, o sea, aquellas que son aplicadas real y efi-cazmente, respetadas y observadas legalmente y “vi-vidas” por sus destinatarios, en la medida en que sus normas dominan el proceso político o en que, a la in-versa, el proceso del poder se adapta a las normas y se somete a ellas.

Distingue, a su vez, como constitución nominal aquella que podrá ser jurídicamente válida pero que, si la di-námica del proceso político no se adapta a sus normas, carece de realidad existencial, ya que los presupuestos sociales y económicos existentes operan contra una concordancia absoluta entre las normas y las exigen-cias del proceso del poder. Finalmente, clasifica como constituciones semánticas aquellas que sólo sirven como formalización de la situación existente del poder, en beneficio de los detentadores del poder fáctico, en lugar de actuar como un muro de contención para li-mitar el poder, convirtiéndose únicamente como un instrumento y un disfraz de dominación.

Creemos que nuestra Constitución –redactada apresu-rada y precipitadamente en momentos de gran eferves-cencia nacional, en medio de un torbellino de grandes convulsiones y pasiones políticas y como un remedo de la carta magna de 1871– debe ser actualizada. Si toma-mos en cuenta el vertiginoso proceso de la aceleración de la historia, en el cual las estructuras económicas, sociales y políticas se modifican rápidamente y en él se producen enormes cambios de mentalidad conforme al proceso de modernización, nos parece acertado y ne-cesario que el plagio de una constitución diseñada para la protodemocracia bucólica y rural del siglo XIX, debe ser sustituida por una que contemporice con nuestra época y con los valores de las nuevas generaciones, me-diante una voluntad de aggiornamento, ya que corre el riesgo de convertirse en un texto nominal y, eventual-mente, semántico.

C) La democracia como un sistema representativo. Como la democracia directa al estilo ateniense es prác-ticamente imposible de implantarse en el seno de los nuevos y enormes Estados nacionales y modernos, la

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las minorías étnicas, ideológicas o políticas. Más aún, debe garantizar una igualdad de condiciones que per-mitan que una minoría política disponga de la posi-bilidad de convertirse en mayoría. Por eso, el sistema de sufragio mayoritario a una sola vuelta, como el que prevalece en Gran Bretaña, impide brutalmente la representación de partidos minoritarios en el seno del Parlamento y condena a su sistema político a un bipartidismo anquilosado, como lo ha demostrado Maurice Duverger.

Igualmente, un sistema que sólo favorece a los partidos fuertes, grandes y consolidados, mediante el aporte del Estado al financiamiento de sus actividades electora-les, actúa como un abortivo de los movimientos mino-ritarios o incipientes y, por lo tanto, el sistema se torna menos representativo y democrático. Esa ausencia de equidad lo condena a una petrificación, a un anquilosa-miento y a un inmovilismo en el que la fiesta democrá-tica tiende a convertirse en una cínica mascarada y en una burla institucionalizada.

Si aspiramos a que nuestra democracia se perfeccione, es necesario implantar los mecanismos que permitan, precisamente, que ésta garantice que la minoría pueda llegar a convertirse en mayoría. Para eso es necesario limitar el aporte del Estado a los partidos mayoritarios que se fosilizan gracias a esos recursos. Es imprescin-dible que se controle el despilfarro nada escrupuloso de esos fondos públicos. Es urgente que los gastos en las campañas se limiten, que los espacios publicitarios se reduzcan y que la duración de la campaña se acorte. Es justo que los partidos minoritarios o incipientes dispongan de una debida participación y un equitativo acceso a los medios de comunicación, tal como se prac-tica ya en muchos países occidentales.

Es necesario introducir, por ejemplo, la fórmula de que a los partidos que reciben fondos públicos se les prohí-ba, entonces, percibir fondos provenientes de contribu-ciones privadas, como es la norma en algunos países. Es imprescindible, además, que todos los participantes en un proceso electoral hagan públicos los balances detallados de sus finanzas, para detectar con auténti-ca transparencia los eventuales tráficos de influencias y los posibles favoritismos con que las contribuciones

al insulto, a la mendacidad y a falsas promesas que no son más que espejismos que explotan posteriormente como pompas de jabón y suscitan crueles expectativas en los sectores más sacrificados del país. Nos parece que es poco ético y edificante que, en lugar de destinar-se a perfeccionar nuestra democracia en forma digna y ejemplarizante, sean utilizados para distorsionarla, denigrarla y envilecerla, mientras se embrutece, se cre-tiniza y se anestesia a la ciudadanía, recurriendo a los instintos más primitivos y a las más bajas pasiones.

D) La democracia como un sistema de mayoría. Otro de los parámetros que se suele aplicar para juzgar la democracia consiste en que, como el logro del consen-so total o de la unanimidad es prácticamente imposible de alcanzar en las grandes naciones modernas, la alter-nativa más aproximada a ese ideal es la concepción de un sistema en el que debe prevalecer el principio del gobierno de la mayoría. Prevalece, además, el criterio de que los más se equivocan menos y que los menos se equivocan más, en una lógica un tanto absurda que sostiene como premisa que el peso de lo cuantitati-vo prevalece y determina lo cualitativo, lo que parece ser desmentido por la historia, que nos demuestra que tanto las mayorías como las minorías gozan de la misma facultad de cometer errores y son igualmente capaces de equivocarse.

Esa misma experiencia histórica parece encargarse de demostrar que el sistema de mayoría, por otra parte, no es suficiente por sí mismo para garantizar la natu-raleza democrática de un régimen. Las mayorías hábil-mente manipuladas y fanatizadas pueden convertirse en monstruosos y crueles instrumentos de opresión y de persecución. No podemos olvidar que muchas de las dictaduras totalitarias del mundo moderno han con-quistado el poder absoluto conducido en los hombros de una mayoría delirante y obnubilada, gracias a los instrumentos de propaganda modernos.

Tanto Stalin, como Mussolini y Hitler obtuvieron los plenos poderes gracias al apoyo masivo de las mayo-rías y, sin embargo, sabemos hasta qué punto llegaron sus abusos y sus atropellos. Por lo tanto, el sistema de mayoría es sólo y realmente democrático cuando se garanticen plenamente los auténticos derechos de

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degenera en una simple subasta oportunista de ofreci-mientos mendaces y de promesas falsas, agravada por un vasto arsenal de insultos, calumnias, sucias insinua-ciones y recursos de la más baja estirpe, que es necesa-rio desterrar y que obligan a una censura estricta por parte de autoridades calificadas, como es el caso del Tribunal Supremo de Elecciones.

También nos parece necesaria una cautelosa dosis de prudencia porque, por sí mismo, este principio de la participación no es suficiente garantía de democracia y no es más que un complemento de los otros ingre-dientes que señalamos. Recordemos que las dictaduras modernas del siglo XX se distinguen del despotismo, de la tiranía clásica o de las dictaduras tradicionales en Europa o en América Latina, en que éstas se con-tentaban y se limitaban a aplicar la fuerza con el pro-pósito de mantener el statu quo prevaleciente, impo-niendo una obediencia pasiva a base de la fuerza y de la intimidación.

En cambio, las dictaduras totalitarias o populistas –como es el caso del estalinismo, del fascismo, del na-zismo o del justicialismo peronista–, por el contrario, se esfuerzan por manipular las masas en movimientos populares con el propósito de obtener una obediencia activa y participativa, en las que el ciudadano es inte-grado en un encuadramiento colectivo y es moviliza-do plenamente. No se contentan con una obediencia pasiva sino que, por el contrario, exigen una fidelidad activa, una unanimidad monolítica y una lealtad ciega y fanatizada en un afán de conquistar un cesarismo plebiscitario que es diametralmente antitético al espí-ritu de la democracia auténtica. A pesar de eso, la par-ticipación sigue siendo un ingrediente imprescindible para revitalizar y dinamizar la democracia plena e in-tegral, así como una garantía elemental para evitar que degenere en un sistema oligárquico.

F) La democracia como un sistema pluralista. Par-tiendo de la premisa de que todo monopolio del poder conduce casi inexorablemente al ejercicio abusivo, ar-bitrario y corrompido de éste, se deduce que la multipli-cidad de estructuras de poder constituye un freno o un control a sus detentadores, en la medida en que unos actúan como contrapesos de los otros. Igualmente,

suelen contaminar y corromper la auténtica pureza del sufragio.

E) La democracia como un sistema de participación. Otro criterio medular que ha prevalecido en la evalua-ción de un sistema democrático es el grado de partici-pación ciudadana en el proceso político, manteniendo vigente y viva la clásica distinción ateniense entre los polites y los idiotes. Son bien conocidas los reproches y las denuncias a los sistemas occidentales de que esa participación es intermitente, esporádica y sumamente reducida, en la medida en que los ciudadanos apenas se limitan a participar depositando sus votos en las urnas electorales cada dos, cuatro o seis años, calificándolas de democracias formales.

A este fenómeno se añade el del gran abstencionismo electoral que acentúa y agrava ese síntoma de deser-ción, ya que, en algunos países, alcanza, a menudo, hasta la mitad del electorado. Si bien es cierto que esto es una manifestación de desengaño, de desilusión, de defraudación de expectativas suscitadas en forma demagógica por las promesas incumplidas, también pueden ser el reflejo de indiferencia y hasta de satis-facción hacia un sistema que goza de un relativo con-senso, al menos en vastos sectores que se abstienen de cuestionarlo.

Es un síntoma grave que, a menudo, el abstencionismo refleja una actitud de impotencia de quienes conside-ran que su voto no va a cambiar nada o de quienes con-sideran que las decisiones en una sociedad moderna son tan complejas que sólo son asequibles a una élite o a una minoría de técnicos y especialistas. Como sabe-mos, estos no siempre son los más aptos para tomarlas por sí solos, sobre todo cuando se trata de profesiona-les que pueden alcanzar un alto grado de preparación en su especialidad, pero una ignorancia total en otras disciplinas, por lo que el ámbito de su visión es descon-textualizado y, a veces, distorsionado o deformado por el dogmatismo que impide contemplar el bosque por concentrarse en el árbol, como es el caso patético de los economistas liberales.

Así mismo, el abstencionismo es el producto de la desilusión ante la demagogia, cuando la democracia

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G) La democracia como un sistema de separación de poderes. Uno de los postulados medulares de la teoría clásica de la democracia ha sido el de la división de po-deres en el seno de las instituciones del Estado. Como resultado de la conmoción política en Inglaterra, du-rante el siglo XVII, y en Francia al final del siglo XVIII, así como de las reflexiones que éstas suscitaron en pen-sadores como Locke y de Montesquieu, este principio se ha erigido como una de las columnas medulares de la democracia moderna, partiendo de la premisa de que toda concentración de poder tiende a degenerar en poder arbitrario.

Este postulado ha encontrado su aplicación tanto en el sistema parlamentario, donde se originó, como en el régimen presidencialista que se derivó de aquel en nuestro continente. Sin embargo, sabemos que, en In-glaterra, su país de origen, prácticamente ese principio se ha erosionado por la rígida disciplina en los parti-dos, en un sistema bipartidista en el que la voluntad del primer ministro y del gabinete se impone, sin que esto nos autorice a condenar al régimen británico como un sistema antidemocrático. Sabemos, igualmente que la injerencia de la Corte Suprema de los Estados Unidos en la política se ha realizado mediante sus interpre-taciones constitucionales de corte archiliberal, con graves consecuencias en la década de 1930, al inten-tar paralizar las medidas correctivas del New Deal en la economía de aquel país flagelado por la peor crisis económica, sin las cuales el sistema democrático y ca-pitalista de aquel país hubiera sucumbido en el caos y la anarquía.

Lo importante es que la separación de poderes no significa una división rígida, un abismo o un divorcio entre los principales órganos del Estado que puede conducirlo al abismo del inmovilismo, la petrifica-ción y la parálisis, sino que conlleva el principio de un diálogo edificante y positivo entre el Poder Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial que facilite y garantice el funcionamiento ágil, eficiente dinámico del Estado. A éste se le exigen, cada día, decisiones más rápidas, expeditas y urgentes, las cuales suelen ser demoradas por una actitud de obstruccionismo y de sabotaje por parte de quienes ocupan las funciones de la oposición, lo cual debe ser desterrado como un vicio endémico

podemos deducir que, entre más opciones existan de participación ciudadana en los cuerpos intermedios que se encuentran ubicados entre la sociedad civil y el Estado, más se enriquece la democracia.

Lo anterior se aplica a todas las organizaciones, ins-tituciones, asociaciones, gremios, cámaras, sindicatos, partidos o grupos de presión y de interés que sirven de cordón umbilical o de medios de expresión y participa-ción a través de los cuales se realiza ese diálogo entre la ciudadanía y la institución soberana del Estado, así como de instrumento de confrontación de diversos in-tereses e ideales.

Esta consideración enriquece y fortalece los argumen-tos anteriormente expuestos, a favor de una reforma del sistema electoral que facilite y promueva una plu-ralidad de partidos políticos en los que el ciudadano pueda encontrar la expresión de sus inclinaciones y la identificación de sus convicciones, en lugar de obligar-lo y condenarlo a tener que escoger entre sólo dos gran-des posibilidades. Un sistema político que cuente con un amplio abanico ideológico y un vasto espectro de opciones electorales fomentarán, igualmente, la par-ticipación ciudadana, al sentir el elector que es real y plenamente representado en sus aspiraciones, ideales o intereses personales.

Igualmente, cuanto más órganos de participación vo-luntaria surjan en el seno de una sociedad, más se con-solida la posibilidad de que intereses contrapuestos se confronten, se neutralicen mutuamente y que el diá-logo que suscita enriquezca la democracia con ideas, iniciativas, sugerencias e innovaciones, lo que suele ser un factor importante en el progreso de las naciones, además de consolidar la posición de la sociedad civil en sus relaciones con el Estado, ya que de no existir esos cuerpos intermedios, éste se encontraría frente a un vacío de poder que lo convertiría en una institución omnipotente. Por eso es imprescindible que las refor-mas electorales que se establezcan, garanticen ese sis-tema de poliarquía pletórica, que constituye uno de los pilares fundamentales de la democracia integral.

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Compartimos parcialmente estos criterios, pero con algunos reparos. Uno de ellos es que si bien el poder suele corromper, también puede enaltecer a quienes lo ejercen, lo que queda plasmado en el precepto de no-blesse-oblige y confirmado en múltiples ejemplos his-tóricos de entrega, sacrificio, patriotismo heroísmo e idealismo en quienes ejercen el poder. También se olvi-dan u omiten los eternos detractores del Estado –como es el caso de los liberales– el hecho importante de que la ausencia total de poder estatal –la anarquía o el vacío de poder, como fue el caso del feudalismo medieval– es causa de caos, abuso e injusticia, así como fuente de co-rrupción, estancamiento y retroceso, como lo demues-tra plenamente la evidencia histórica de la Edad Media o de muchas guerras civiles.

Por otra parte, si se denuncia el poder como motivo de corrupción –como repiten los liberales–, se debe ser consecuente en condenar no sólo el poder político sino, también, sus otras formas o manifestaciones –el poder religioso, el militar, el económico o el ideológico– que no están inmunes ni pueden ser absueltos del cargo de abuso y corrupción. Esto conduciría a confirmar las denuncias formuladas por los anarquistas y los socia-listas que arremeten contra todas las estructuras exis-tentes de poder, por lo que los detractores del Estado por concentrar poder deben proceder a desmantelar no sólo el aparato estatal sino, también, los ejércitos, las iglesias, los sindicatos, los partidos políticos, los medios de comunicación y las enormes corporaciones transnacionales que, como el Estado, acumulan y con-centran igualmente una enorme dosis de poder.

Por otra parte, solemos enseñar que las tres dimensio-nes del poder consisten en el ámbito que cubre su do-minación, la intensidad con que se aplica en esa esfera y la temporalidad en que se ejerce. En nuestro país, una de las formas en que se ha tratado de limitar el ejer-cicio del poder es, en su temporalidad, estableciendo una prohibición a la reelección presidencial, como una medida de precaución contra la ambición desmedida e hipertrofiada, tomando en consideración experiencias históricas que dejaron un sabor amargo y que conduje-ron a hechos muy dolorosos y lamentables en nuestro país, provocados por el ególatra afán de perpetuarse en el poder.

en nuestro sistema político, en el que se antepone el espíritu del antagonismo negativo y del revanchismo estéril a la responsabilidad cívica y al deber patriótico.

Por otra parte, nos mueve la convicción de que el siste-ma presidencialista –adoptado por nuestros países por un acto de cómodo mimetismo– adolece de un defecto de inflexibilidad al establecer un plazo fijo a la duración del mandato al detentador del Poder Ejecutivo, con el grave inconveniente de que si se elige a un mandatario que carece de las aptitudes necesarias para gobernar, es imposible destituirlo, con irreparables y prolonga-das consecuencias para el país.

Por eso nos parece que el sistema parlamentario goza de la ventaja y la virtud de una mayor flexibilidad y adap-tación para nuestra época moderna, ya que un gober-nante que demuestre ineptitud o incapacidad puede ser inducido a renunciar en forma inmediata, gracias a la aplicación de los mecanismos de la moción de censura o del voto de confianza y ser sustituido oportunamen-te. A la inversa, un buen gobernante puede prolongar su mandato en forma indefinida si su gestión es consi-derada como eficiente y positiva, como lo demuestran ampliamente múltiples casos históricos, tanto en Gran Bretaña como en el resto de Europa.

Creemos, por lo tanto, que nuestro país ha alcanzado un elevado grado de madurez política y que se encuen-tra perfectamente apto y preparado para adoptar el sis-tema parlamentario por sus enormes ventajas, en lugar de permanecer perpetuamente afiliados a un sistema presidencialista, que adolece de ese grave inconvenien-te de la rigidez y la inflexibilidad institucionalidad que tanto daño suele causar en los países donde prevalece.

H) La democracia como sistema de limitación del poder. Siempre ha sido una preocupación constante del pensamiento democrático la necesidad de fijarle limi-taciones, obstáculos y controles al ejercicio del poder político. Reflejo de esta inquietud es el principio de los frenos y contrapesos de Locke, la fórmula de Mon-tesquieu según la cual el poder detiene al poder, o la famosa máxima de lord Acton de que el poder corrom-pe y el poder absoluto corrompe absolutamente.

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Legislativa, a quienes debe premiárseles con la reelec-ción, cuando sus electores consideren que han efectua-do una labor eficiente y constructiva en sus cargos.

I) La democracia y el sistema bicameral. En cuanto a la proposición que se ha formulado de crear una segunda cámara legislativa, nos parece absolutamente innece-saria y onerosa. Los ciudadanos nos quejamos, muy a menudo, del gravoso sacrificio que representa para el país la extensa e innecesaria retórica que en el pasado ha caracterizado a los prolongados y, a menudo, esté-riles debates parlamentarios, saturados de una retó-rica tediosa y demagógica, así como el tortuguismo y el obstruccionismo que detiene el progreso del país en forma excesiva, abusiva y poco patriótica.

Nos asalta, igualmente, la desafortunada impresión de que, en legislaturas pasadas, ha solido ser un grupo muy minoritario el que ejerce el uso de la palabra, mientras muchos parlamentarios limitaban su actua-ción al simple acto de votar dócil y disciplinadamente en la forma en que se les dicta. Creemos que los parla-mentarios deben realizar un esfuerzo por corregir esas anomalías y así rescatar el prestigio del primer poder de la República. Por lo tanto, nos parece que una répli-ca de la Asamblea Legislativa en el seno de un sistema bicameral resultaría tan innecesaria como impopular, en la medida en que atrasaría aún más el progreso del país y duplicaría un costo que el contribuyente ya re-siente excesivamente. Creemos que tal sistema bica-meral sólo se justifica en naciones de enormes dimen-siones, donde el federalismo exige la existencia de una segunda cámara, para compensar equitativamente el peso gravitacional de los estados miembros más nume-rosos en población.

Nos permitimos sugerir, como lo hicimos hace muchos años que, de perseverarse en la creación de una segun-da cámara, ésta fuera constituida por los expresidentes de todos los poderes de la República: del Poder Ejecu-tivo, Legislativo, Judicial y Electoral. Ese organismo tendría la virtud de actuar como una Cámara Consul-tativa o de Reflexión, como ha sido el caso de la evo-lución de la Cámara de los Lores en Inglaterra, en la que se dan cita destacadas personalidades que han acu-mulado una amplia experiencia y una vasta sabiduría y

Sin embargo, consideramos que la madurez política del electorado y la gran profesionalización alcanzada por nuestra élite política son suficiente garantía para abolir esa prohibición discriminatoria, que padece del inconveniente de impedir que se aproveche un patri-monio tan escaso e importante como es la experiencia acumulada de gobernantes que han sabido conducir al país con acierto, prudencia, honestidad y sabidu-ría. ¿Es lógico y razonable que se le conceda una beca a un médico para que perfeccione sus conocimientos en Harvard y que sólo se le autorice a ejercer su pro-fesión por unos pocos años? ¿Es sensato descalificar a un catedrático que imparte conocimientos y sabiduría, aduciendo que es peligroso que lo haga por un período prolongado?

Si deseamos desterrar el amateurismo y la improvisa-ción en un campo tan importante como es la política, el esotérico arte de gobernar, donde la experiencia acu-mulada es un activo intangible que una nación no se puede dar el lujo de desperdiciar, entonces debemos re-considerar seriamente ese impedimento a la reelección presidencial y aprovechar la experiencia de quienes ya han acumulado tan valiosos conocimientos. Debemos tomar en consideración, además, que un período de cuatro años es insuficiente para un gobierno que reali-za una labor positiva y edificante, por lo que sugerimos ,hace algunos años, la consideración de que la primera magistratura pudiera ser sometida a la reelección con-tinua por dos años adicionales.

Es decir, que un presidente en ejercicio podría someter su candidatura en las elecciones siguientes al mandato que ejerce y que, de obtener la mayoría, la ejercería sólo por dos años adicionales, de manera que el electora-do sería el árbitro que decidiría si su gestión merece ser continuada. A su vez, de ser derrotado, su adver-sario ocuparía la presidencia por cuatro años. Aunque somos partidarios del sistema parlamentario que no fija límites a la temporalidad, consideramos arcaico y extemporáneo que se le impida a un gobernante sen-sato y eficiente continuar su misión, por una simple norma constitucional que ya perdió su razón de existir y que, como en los Estados Unidos, se le permita per-petuarse, al menos por dos años adicionales. Lo mismo debe ser extensivo a los representantes en la Asamblea

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quienes compensarían al país el costo de sus elevadas y merecidas pensiones con una positiva contribución de consejos y el aporte de una sensata asesoría en la difícil función de legislar.

En cuanto a la proposición de realizar elecciones de medio período, nos parece que está fundamentada en sólidos argumentos, como es el de fomentar la partici-pación ciudadana y la de favorecer a los partidos mi-noritarios. Adolece, sin embargo, de algunos inconve-nientes, en nuestro criterio, como es el de hacer más pesada la ya dolorosa cruz tributaria de los contribu-yentes, el de mantener viva la llama de la politiquería en forma permanente. Mayor preocupación nos causa la probabilidad de que esas elecciones de medio perío-do propicien una mayoría de oposición parlamentaria a un gobierno que trate de imponer medidas que, aunque impopulares, puedan resultar justas y necesarias, con lo que se fomentaría la ingobernabilidad y hasta la pa-rálisis del Estado y le provocaría graves daños y funes-tas consecuencias al país.

Como conclusión, debemos mencionar, como un requi-sito medular –last but not least– de una democracia, el respeto a los derechos humanos, el cual citamos para completar nuestra enumeración de parámetros de eva-luación de un régimen político como sistema demo-crático. Si lo mencionamos de último es precisamente porque, en ese sentido, nuestro país confiere las más estrictas garantías de respeto a la libertad. Entre esos derechos del hombre se suelen incluir en las democra-cias modernas, los referidos a la obligación de una so-ciedad a garantizarle a sus ciudadanos una vida digna, por lo que la concepción de la democracia clásica –res-tringida a los derechos y a los deberes estrictamente políticos– es desbordada por consideraciones económi-cas y sociales que le permitan convertirse en una de-mocracia integral. La democracia, además, no consiste únicamente en un simple esquema institucional, como lo concebía la teoría clásica liberal; es, ante todo, un sistema de vida que debe ser ejercido, respetado y com-partido por la totalidad de los ciudadanos en todas sus manifestaciones vitales.

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Muchas gracias al Lic. Carlos Molina por la invitación y muchas gracias a ustedes por su acogida. En mi condi-ción de politólogo padezco de una cierta deformación: manejo mal el campo de la política práctica y peor aún el tema de la ética, porque los politólogos de acuerdo con el espíritu científico tratamos de analizar el fenómeno político desde un perspectiva científica y no ética. Sin embargo, creo que lo que vamos a tratar como tema de hoy tiene grandes implicaciones morales.

Me propongo hablar sobre el tema del Estado, el cual es de gran actualidad, muy discutida y muy controversial; tanto el papel del Estado, como la solución del Estado. Hace un par de años me tocó dialogar con el Dr. José Piñera, exministro de trabajo chileno durante la dicta-dura del general Pinochet. Él es graduado de Harvard, una persona muy capaz e hizo una exposición muy in-teresante. Cuando terminó le hice una objeción: “Creo que usted parte de una premisa falsa, porque usted enunció que el Estado es malo, dañino, pernicioso y nefasto”.

Yo le hacía saber que al Estado le ocurría lo que decía Mirabeau, durante aquella famosa sesión en víspera de la Revolución Francesa, cuando el rey de Francia convocó a los tres Estados y luego los iba a expulsar. En esta ocasión, Mirabeau lanzó una famosa frase que decía: “las bayonetas sirven para todo, menos para sen-tarse en ellas”. Lo mismo sucede con el Estado. Es una estructura de poder que sirve para todo, que no es ni buena ni mala porque tiene un carácter instrumental. El poder es simplemente la facultad de obtener obe-diencia, una relación de mando y obediencia y, por lo tanto, es un medio para alcanzar fines. Se requiere uno que mande y otro que obedezca. Aquella persona que desea ferverosamente mandar y no tiene nadie que le

LA ÉTICA Y EL DESMANTELAMIENTO NEOLIBERAL DEL ESTADO

obedezca posiblemente termine en un manicomio cre-yéndose Napoleón.

Concibo el Estado como una estructura de poder, la más importante, la más grande, la más vasta, la más extensiva y la más duradera. Es una institución en su carácter de organización y de permanencia temporal. Es la que más compromete a los seres humanos en una sociedad. Si el Estado decide que se va a la guerra, nos compromete a ir a combatir, pero siguiendo un instru-mento, una herramienta que sirve para lograr muchos fines, buenos o malos.

Siguiendo a Bertrand Russell y a John K. Galbraith, podemos sostener que existen diferentes formas tra-dicionales y universales de poder. Una de ellas es el poder militar, una de las más viejas en la historia de la humanidad. Es el poder de la fuerza bruta, el poder que emana de las cámaras de tortura o de las armas pero que, también, surge del prestigio militar, ya sea por la protección que le brinda una sociedad o por las conquistas que le otorga.

Otra forma de poder que debemos considerar es el poder ideológico, sobre todo el religioso, el cual es uno de los más interesantes. En 1944, cuando Winston Churchill fue a visitar al camarada Stalin a Moscú, le dijo: “¿Por qué reconcilia usted con el Vaticano, con el Papa? Eso nos ayudaría a ganar a guerra”. Stalin sólo le preguntó: “¿Con cuántas divisiones cuenta el Papa?”. El Papa no contaba con divisiones, todos sabemos que el territorio del Vaticano es diminuto y no tiene ejérci-tos: pero su poder es enorme, porque posee el poder de las ideas, el poder ideológico. Un poder extraordinario,

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la política, esto es muy importante. A veces la recom-pensa no es necesariamente inmediata. Se promete en ciertas ocasiones para un futuro distante. Pensemos, por ejemplo, en el caso del pueblo soviético en las dé-cadas de los años 20 y 30, cuando se le exigió un sa-crificio a toda una generación en aras del futuro y la recompensa consistía en la prosperidad de las futuras generaciones, en el bienestar de la posteridad.

La tercera fuente de poder es la de los mitos, el poder condicionado, como le llama Galbraith. Consiste en la manipulación sistemática que se convierte en una es-pecie de segunda naturaleza; de tanto asimilarla llega a considerarse como parte de nuestras convicciones na-turales, sin darnos cuenta de que se trata de mitos que se nos han inculcado. Por ejemplo, esa mística de traba-jo que conocen los japoneses y que, a veces, nos quieren imponer en nuestro país, ante la cual nosotros somos dichosamente un poco renuentes; pero es también la fe ciega y fanática que incide a levantar hogueras en reli-gión o el patrimonio que nos lanza a la guerra.

En todo caso, lo que interesa, después de esta parte introductoria, es analizar brevemente la evolución del Estado. Mi hipótesis radica en que la posición del Estado, en la sociedad occidental, ha presentado un ca-rácter oscilatorio, cíclico, si partimos de unos cuantos siglos atrás. Para aquellas personas quienes sostienen que el Estado es nefasto, dañino, podríamos sencilla-mente replicarles. ¿Qué sucedió en la Edad Media? En el Medioevo no había Estado, el poder se encontraba fragmentado. En Europa y, en otras formaciones feu-dales, la sociedad consistía en un mosaico o un archi-piélago de pequeñas soberanías, en la que el poder se hallaba sumamente concentrado en ámbitos diminu-tos: se reunía en las mismas manos del poder militar, económico, ideológico, judicial y cultural. Sin embargo, no hubo progreso ni prosperidad.

Si partimos de la Edad Media nos encontrábamos con que no hay Estado y que, como no hay Estado, tampo-co hay prosperidad. Ustedes recuerdan aquella famosa frase de Lord Acton, tan citada por los liberales: “El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absoluta-mente”. Posiblemente, tenga razón pero podemos afir-mar que la ausencia de poder también corrompe y si

un poder de gran fuerza. Existen otras variantes, como son las ideologías o las doctrinas, que hoy en día domi-nan al mundo.

La tercera forma tradicional de poder consiste en el poder económico, el cual puede, así mismo, adquirir di-mensiones exponenciales, sobre todo en nuestra época. Este consiste en la propiedad o control de los principa-les medios de producción –tanto en una sociedad ca-pitalista como totalitarista– y que sirve para obtener obediencia, ya no sólo de parte de los hombres, sino también de naciones enteras. Por eso, si se condena al Estado por su gran concentración de poder, esa conde-na debe ser extensiva a otras formas y a estructuras de poder igualmente poderosas y, a menudo, igualmente represivas y abusivas.

El sistema soviético muestra que no sólo la propiedad sino, también, el control sobre esos medios puede con-ducir a una sociedad sujeta a una clase dominante y con privilegios. Este ha sido uno de los grandes reproches que algunos teóricos marxistas han dirigido a dicho sistema. El primero de ellos fue obviamente Trotski; otro Milovan Djilas, el famoso teórico yugoeslavo, el gran ideológico de Tito, en los años 50 y, más reciente-mente, Mikhail Voslensky en su libro La Nomenclatura. Privar a otra persona de la fuente o del fruto de su tra-bajo es, evidentemente, una forma de ejercer coacción sobre él, equivalente a la fuerza bruta.

Galbraith, a su vez, hace una distinción entre tres fuen-tes de poder en un libro llamado Anatomía del poder. La primera es el poder coactivo. Esta es la forma más primitiva de poder, aquel que emana de la fuerza, de la coerción. No necesariamente tiene que prove-nir de la fuerza bruta; puede proceder, también, de las ideas, como cuando nos amenazan con el fuego eterno lo que constituye una forma de coaccionarnos y tal vez más efectiva que una bayoneta o una cámara de torturas.

La segunda fuente que este autor menciona es el poder compensatorio. Es el que se obtiene con las recompen-sas, el poder que emana de distribuir o prometer bene-ficios y así obtener obediencia. Todos sabemos que, en

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Otro invento importante es la brújula, invención china una vez más, que hizo posible la navegación en alta mar. Por ello, los antepasados pudieron llegar a Amé-rica y conquistar a nuestros otros antepasados, sus-trayendo grandes cantidades de riquezas en metales preciosos, que fueron enviadas a Europa, donde sirvie-ron tanto para activar la economía como el desarrollo del Estado. Otras invenciones importantes, también chinas, fueron la imprenta y el papel, introducidas en Europa. Hubo así cambios culturales muy relevantes, gracias al libro y a la imprenta, que van a permitir algo muy importante: la secularización del pensamiento.

Esto surte el efecto de debilitar los viejos dogmas, de romper las viejas cadenas medievales y los viejos muros escolásticos. Pero esa secularización del pensamiento contribuye, también, a fortalecer el Estado. Hasta en-tonces este se había encontrado bajo la tutela de la Igle-sia, que era la institución unificadora y civilizadora en el Medievo. Ella encontraba y lidiaba el poder político. Pero ahora ese enorme poder religioso se debilita, se divide por los grandes cismas y, finalmente, en la gran ruptura del mundo del norte, protestante, y del sur, ca-tólico. Esto, a su vez, emancipa, fortalece y consolida el Estado.

Considero que es aquí cuando contemplamos al Estado asumir sus papeles característicos: cumple una función integradora y desarrollista. Integra la nación, integra la economía, los mercados; confiere protección a la indus-tria, brinda seguridad a las comunidades y al comercio, que hasta entonces estaban amenazados por los saltea-dores de caminos o por estos señores feudales que eran mitad varones y mitad bandoleros. Abate, en fin, mil obstáculos y barreras. Cumple así un papel sumamente importante en estas sociedades europeas de entonces. Así se explica la política mercantilista, como política económica que impulsa el Estado hasta el siglo XVIII.

Al final de este siglo sobreviene una crisis del Estado absolutista, el cual llega en Francia a su punto cul-minante con Luis XIV, el Rey Sol, y alcanza su punto más bajo con Luis XVI, cuando le cercenan su augusta cabeza. En Inglaterra, a su vez, conoce su punto cul-minante con el reinado de los Tudor, que edificaban el

no existe un poder estatal, ese vacío genera igualmen-te corrupción en la medida en que entroniza la ley de la selva, en la que se abusa aún más. Faltaría un ele-mento regulador que pueda normalizar el ordenamien-to social. En segundo lugar, son los hombres y no el poder que lo corrompen. En tercer lugar, el poder tam-bién suele enaltecer y generar las más nobles acciones, como ha sido el caso de grandes estadistas y héroes nacionales en el mundo. En cuarto lugar, el no poseer un ápice de poder que puede corromper y conducir a la delincuencia y al crimen.

Entonces llegamos a nuestra primera etapa, el Rena-cimiento, cuando surge el Estado Moderno. Podemos decir que este es uno de los muchos elementos de mo-dernidad que surgen a partir de este periodo histórico. No todos los Estados se iniciaron al mismo tiempo, ni mantuvieron el mismo ritmo, ni siguiendo la misma se-cuencia. Pero, en todo caso, el Estado viene a ser uno de los factores que más contribuyeron a esa enorme transformación que comienza en el Renacimiento y es, a la vez, también, un producto de dicho proceso. En aquel momento histórico surge un importante auge económico, un mayor intercambio, un incremento en la producción y una mayor especialización. Es la etapa precapitalista, en la cual se acumulan inicialmente los grandes capitales. El de los Fugger en Alemania, de los Medici en Italia, o el de Jacques Coeur en Francia.

El Estado, por su parte, ayuda a la economía acuñando moneda, lo que facilita las operaciones económicas y la economía, a su vez, contribuye al desarrollo del Estado; porque, al fomentar la producción, al aumentar la ri-queza, el Estado puede sustraer recursos para consoli-darse, a través de un sistema fiscal o tributario.

Otros factores que se dan en el Renacimiento son las grandes innovaciones tecnológicas, entre ellas algunas que conciernen al campo militar, especialmente las armas de fuego, los cañones, los arcabuces, gracias a la pólvora, un invento procedente de China. Todo esto va a fortalecer y consolidar al Estado; le va permitir esa especie de colonialismo interno mediante el cual se integran territorios cada vez más vastos en el seno de una comunidad estatal. Surge así el Estado Nacional.

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Esto último es importante, porque se trata de la pri-mera fuente de energía inanimada y no recurrente, lo que nos interesa mucho desde el punto de vista eco-lógico. Hasta entonces, la fuerza motriz había sido el músculo –el del caballo, el buey, esclavo, siervo o el obrero– además de las fuerzas naturales como el agua o el viento.

Lo esencial es que la fuerza muscular es sustituida por fuentes de energía inanimada, fosilizada, que nunca se recupera, que se pierde y se disipa, de acuerdo con la segunda ley de la termodinámica o de la entro-pía. Esto debe ser motivo de preocupación para las futuras generaciones, porque la sociedad de consumo despilfarra toda esta energía inútil y de manera suma-mente acelerada.

En su conjunto, estos factores van a promover un gran auge industrial y económico en Europa, sobre todo en Inglaterra, que se convirtió en el taller del mundo. Tam-bién impulsan relaciones muy inigualitarias con países como los nuestros, que consistían en el intercambio de productos primarios por productos industrializados, iniciando desde hace cuatro siglos esa “globalización” que ahora se proclama como una novedad.

¿Y el Estado no interviene? Sí, sí interviene, pero a favor de la clase dominante y de las naciones poderosas. Es un mito que el Estado no interviene. ¿Cómo lo hacía? Bueno, simplemente impidiendo la legislación laboral, la organización de sindicatos, toda clase de organiza-ciones que amenazaran el orden establecido, todo ello en nombre de la libertad. Posteriormente, hubo algu-nas legislaciones que tímidamente regulaban el tra-bajo de las mujeres y de los menores de edad, pero no eran respetadas.

Esto implicaba, ustedes lo saben, jornadas de trabajo de diez, doce o catorce horas, muy mal remuneradas y en condiciones de vida infrahumanas. Esto fue de-nunciado por autores literarios como Dickens, Zola o Gorki, y por autores doctrinarios como Proudhon, Bakunin o Marx, quienes iniciaron la organización de los primeros movimientos socialistas, tanto reformis-tas como revolucionarios.

Estado integrador, y luego su momento decadente con el periodo de los Estuardo.

Lo esencial es que la fuerza muscular es sustituida por fuentes de energía inanimada, fosilizada, que nunca se recupera, que no se renueva, que se pierde y se disipa, de acuerdo con la segunda ley de la termodinámica o de la entropía. Esto debe ser motivo de preocupación para las futuras generaciones, porque la sociedad de consumo despilfarra toda esta energía en forma inútil y de manera sumamente acelerada.

Empieza, de este modo, una segunda etapa del Estado que es la del Estado liberal. El liberalismo constituye una reacción contra el absolutismo, con dos vertien-tes: la política y la económica. Desde el punto de vista económico se trata de la doctrina del laissez-faire que postula un gobierno en su forma más reducida, en una concepción minimalista del Estado. Hace hincapié en el individuo aislado, no existe solo el hombre en comu-nidad, el zoon politikon. Se trata de la concepción del Estado gendarme o velador de noche que se limita a garantizar el orden establecido o el statu quo y es cóm-plice en la lucha desigual de la ley de jungla. Se inspira, como es sabido, en las ideas de Adam Smith.

Este liberalismo económico postula que el Estado debe ser reducido a su mínima expresión; que existe una mano invisible –que nadie ha visto, por supuesto, y que suele padecer de anquilosamiento– que supuestamen-te se encarga de establecer un equilibrio, gracias a la oferta y la demanda. Esto, sostienen los liberales, basta para alcanzar la mayor prosperidad. Las fuerzas econó-micas no deben ser alteradas, hay que dejar que ellas se desenvuelvan solas. No hay que intervenir en la políti-ca de salarios, de precios o en la regulación de la eco-nomía. El Estado debe ser neutral y su intervención ha de limitarse a su mínima proporción, en nombre de la libertad, lo que no impidió que se prohibiera y se persi-guiera el sindicalismo o a movimientos contestatarios.

Todo esto coincide con la revolución industrial y el advenimiento de grandes innovaciones tecnológicas, entre ellas la industria mecánica, la siderurgia y la utili-zación del carbón como fuente de energía fundamental.

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encontrado es una ley que se aprobó en Inglaterra, allá por 1618, llamada la ley de los pobres, la cual obli-gaba a todas las comunidades a ocuparse de sus indi-gentes. Es como el primer pequeño germen del Estado de Bienestar.

Recordemos que Thomas Robert Malthus, el gran pre-cursor de la demografía moderna, afirmaba que la po-blación aumentaba de acuerdo con una propagación geométrica, mientras que los productos alimenticios lo hacían de acuerdo con una progresión aritmética. Por lo tanto, había que impedir el incremento de la pobreza y la mejor manera de hacerlo era el control de la nata-lidad o abolir los programas de bienestar, las políticas de ayuda o solidaridad hacia los sectores menesterosos porque esto provocaría su proliferación. Obviamente, no había televisión en aquel tiempo, ni medios anti-conceptivos adecuados, ni políticas de planificación familiar. Por eso, él encontraba que la mejor manera de detener el crecimiento de la población era impidiendo leyes como las mencionadas.

En forma institucionalizada, el Estado Benefactor parte con Bismarck hacia 1870, con sus leyes de seguro social. Curiosamente, era un estadista muy conserva-dor, quien sostenía que, en política, se debe actuar con un puño de hierro envuelto en un guante de seda. Por eso, él promueve una política social, precisamente para combatir la socialdemocracia, para debilitarla, sus-traerle su caudal político y su clientela electoral, pero, simultáneamente, persigue a los socialdemócratas.

Posteriormente, el Estado Interventor resulta favore-cido por la Primera Guerra Mundial. La movilización masiva de recursos materiales, humanos, económicos e industriales, que exige una conflagración militar de esta magnitud, obliga al Estado a intervenir. Son los gabinetes de guerra que se establecen en Francia y en Inglaterra, o los discursos de Hindenburg y Lunden-dorff en Alemania los que toman la economía bajo su mando para orquestar y promover el esfuerzo bélico. Así se convierten en los precursores de las econo- mías dirigidas.

Además, el Estado intervino activamente en la colo-nización de los países asiáticos, africanos y latinoa-mericanos, iniciando el proceso de globalización que ahora se exalta como la panacea del subdesarrollo. Así, el imperio británico llegó a tener una extensión global equivalente a la de Siberia. También estos Estados In-dustriales subordinan y avasallan países subdesarrolla-dos, en beneficio del aparato productivo de las nacio-nes poderosas. De allí surge la tesis de Hobson sobre el imperialismo, en la que establece sus tres móviles principales. Primero, el acaparamiento de riqueza de materias primas, de productos primarios; segundo, la búsqueda de mano de obra barata; tercero, la conquista de nuevos mercados.

Todo esto suena familiar y de gran actualidad. Creo que, por eso, algunos liberales tienen razón en recha-zar ese prefijo “neo”, porque continúa siendo el mismo liberalismo. En aquel tiempo, igual que ahora, las po-tencias realizaron grandes inversiones en los países del Tercer Mundo, apoderándose de su economía. Es interesante notar que muchas de estas colonias fueron subordinadas mediante préstamos y créditos. Cuando se encontraron en la imposibilidad de cancelarlos por insolvencia, simplemente perdieron su soberanía y la administración de sus economías, sus finanzas y sus aduanas fueron asumidas por los países colonialistas. Esto suena familiar, también, cuando pensamos en la deuda externa, prácticamente impagable, del Tercer Mundo y la tutela asumida por el Fondo Monetario In-ternacional y el Banco Mundial.

De todo este proceso van a surgir sectores emergen-tes como son las clases medias y el proletariado que comienza a organizarse. Es el caso de los primeros partidos socialistas, como la socialdemocracia en Ale-mania, que surge más o menos con el advenimiento de la unificación alemana. Se trata del poder laboral que es otra forma de poder que actúa como una forma de ante poder frente al poder económico de los sectores empresariales, atrincherados en el Estado.

Todo esto va a conducir a una crisis del Estado libe-ral y al surgimiento del Estado benefactor, el Walfare State. Esto obedece a muchos motivos y tiene muchas manifestaciones. El primer antecedente que yo he

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personalmente tengo la certeza de que rescató al capi-talismo de la crisis y evitó el advenimiento del comu-nismo. Ello mediante un intervencionismo que impi-dió la prolongación del dolor en millones de hogares y demostró la vulnerabilidad dogmática del liberalismo manchesteriano. En otros países se siguen los pasos de Roosevelt, como fue el caso de Francia, Inglaterra y Alemania.

Otra manera de salir de la crisis de los años 30 fue precisamente reactivar la industria bélica, es decir, la guerra. La preparación para el conflicto sirvió para fo-mentar la recuperación económica y la reindustrializa-ción de los países. Además, movilizó parte de la mano de obra desocupada como futura carne de cañón, para dejar como saldo 55 millones de personas que perecie-ron intensamente en la Segunda Guerra Mundial. Esto fue la consecuencia y la culminación inevitable del es-píritu de competitividad, cuyas virtudes exaltan los li-berales manchesterianos.

En la postguerra, el Estado de Bienestar se manifies-ta principalmente en Inglaterra con políticas sociales muy avanzadas, impulsadas por el partido laborista. Este partido es el fruto del movimiento sindical; es una organización clasista, la organización política de los sindicatos, promovida curiosamente por hombres prominentes, como George Bernard Shaw y Bertrand Russel. Eran grandes pensadores que, desde la reta-guardia intelectual, asesoraban al partido, pero tuvie-ron el acierto de no intervenir abiertamente en política.

El partido Laborista introduce una serie de reformas de tipo social, inspiradas en el programa social de Be-veridge. Adicionalmente, otras de esas reformas fueron las nacionalizaciones de las grandes estructuras estra-tégicas; lo mismo sucedió en Francia, donde el gobier-no provisional del general De Gaulle procede con una serie de nacionalizaciones de empresas industriales: el carbón, la siderurgia, el transporte, las comunicacio-nes y las finanzas.

Así empieza esa doble naturaleza del Estado Interven-tor y del Estado Empresario. Otros países imitan este modelo, por ejemplo, Italia, pero no Alemania, donde

Pero el Estado Benefactor surge, sobre todo, a raíz del célebre crack de octubre de 1929. Este se inicia con el “viernes negro” en el que la bolsa de Nueva York se de-rrumba. Sigue luego una enorme crisis económica que algunos han analizado como de sobreproducción y que es agravada por la especulación. El caso es que gran parte de la industria americana se paraliza, en algunos sectores hasta un 50% y la desocupación llega alcanzar la cifra de siete millones de desempleados. Se va for-mando un círculo vicioso y se desata un proceso de in-flación. Esta crisis se propaga a otros países, sobre todo a Alemania, gran deudor de los Estados Unidos, que se encuentra en la imposibilidad de pagar y la transfiere al resto de Europa Occidental.

En la gran depresión de los años 30, los liberales decían que había que esperar pacientemente hasta que la mano invisible hiciera su labor, pero la situación se agravaba cada vez más. El presidente Hoover se negaba a tomar alguna acción, confiaba en que el equilibrio se restablecería en una forma natural, de acuerdo con los postulados liberales del Partido Republicano; esto le impedía considerar los millones de estómagos vacíos, la patología social, los hogares sin ingresos y la cruel humillación que esto implicaba para todos aque-llos desocupados.

Así se mantienen las cosas hasta que emerge el presi-dente Roosevelt quien, con su política del New Deal im-pulsa el intervencionismo estatal. Curiosamente, es la cámara de comercio la que primero apela al presidente para que intervenga. El Estado interviene en las finan-zas, ayudando y controlando a los bancos; interviene en la política fiscal; interviene en el ámbito productivo; es-timulando la producción; interviene en la agricultura, subvencionando a los productores agrícolas; interviene en la vida social, otorgando subsidios a los desemplea-dos; interviene con grandes obras de infraestructura; interviene en el comercio, en los salarios y en la regula-ción de los precios.

El paradójico resultado es que el presidente Roosevelt fue acusado por los conservadores de ser la antesala del comunismo. Los marxistas han dicho, por el con-trario, que Roosevelt salvó al capitalismo del abismo. Así que ustedes escogen la versión que prefieren,

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De repente, sobreviene la crisis del Estado Benefactor que lleva al cuestionamiento de este modelo de Estado. Los protagonistas en este caso son la señora Thatcher, el presidente Reagan, el presidente Bush, el general Pi-nochet, dictador de Chile, y Monroney en Canadá. Lo que hacen es condenar el Estado Benefactor y nada es más elocuente que la frase de Reagan: “el Estado no es la solución, el Estado es el problema”.

Los nuevos teóricos del liberalismo sostienen que el Estado se ocupa de excesivas tareas; se preguntan cuánto de los recursos que se destinan a un determina-do fin llegan realmente a los verdaderos destinatarios; condenan al Estado como ineficiente; se quejan del exceso de burocracia, del intervencionismo, de la exor-

bitante regulación. Protestan por la excesiva carga fiscal. Como sostienen que el Estado es menos eficiente que la empresa privada, promueven po-líticas de privatización y desregula-ción. Es una actitud adversa al Estado y se vuelve a caer en la tesis de que el Estado es malo, nefasto, funesto y pernicioso. Retornan, entonces, a los mismos postulados del siglo XIX, del

liberalismo manchesteriano.

Se ha interpretado esto como una crisis del Estado Be-nefactor pero, también, consiste en una crisis de la so-lidaridad. Simplemente algunos se niegan a ayudarle o brindarle asistencia a los sectores más indigentes de la sociedad. Para otros, la solidaridad a través del Estado es una generosidad abstracta. Frente a un pobre viejito mutilado, uno se rasca el bolsillo y le regala unas mo-nedas, por lo que se trata de una ayuda personal y di-recta, que lo hace a uno sentirse generoso y filántropo. Pero no ocurre lo mismo si la ayuda se brinda indirec-tamente, a través del Estado, hacia un sector que uno no conoce en realidad.

Esta crisis de la solidaridad se explica, en las socieda-des postindustrializadas, por una alianza de la cúpula más alta de la escala social con las clases medias, a las cuales seducen con las promesas de reducir los im-puestos. También se explica por una deserción electo-ral de las vastas mayorías que, por haber perdido fe y

sí se procede a una gran legislación social. Los países escandinavos, a su vez, llegan a ser los que reúnen, en mejor forma, la democracia, la libertad y el progreso social. Sin embargo, esto se desconoce, nadie lo co-menta, nadie se preocupa por divulgarlo, ni de exaltar-lo como modelo.

Los partidos de derecha en Europa se encontraban, en-tonces, en decadencia, estaban desprestigiados porque, a menudo, habían colaborado con el enemigo, los nazis y el fascismo. Prevalecieron así tres grandes agrupacio-nes que fueron el partido comunista, socialista y demó-crata cristiano; agrupados, a menudo, en coaliciones, alterándose en el poder otras veces, o bien, mantenién-dose alguno de ellos en él, en forma hegemónica. En todo caso, el Estado Benefactor se consolida y se perfec-ciona, gracias a esas fuerzas políticas.

En Estados Unidos, además de pre-servar el New Deal, la política de Truman lo fortalece. Posteriormente, viene el gobierno de Eisenhower, un conservador al estilo de aquel sena-dor sueco, a quien una vez preguntaron: “¿ustedes los conservadores que es lo que conservan?”. Él contestó: “nosotros conservamos la obra de los socialistas”. Nadie sabía si Eisenhower era demócrata o era republicano, pero se afilió al partido Republicano, porque ya el país estaba un poco agotado de los demócratas. Como era una figura muy querida y respetada, llegó al poder, pero no modificó mucho lo anterior; su labor principal fue fortalecer, consolidar los derechos civiles, en lucha contra la discriminación racial en el sur de los Estados Unidos.

Siguió, después, el gobierno de Kennedy y Johnson que promovió el proyecto de la Great Society, que fue el sueño dorado de aquel, frustrado por su asesinato, en 1963. Se trataba de impulsar un nuevo New Deal, pero en una época de prosperidad y no de crisis. Se promo-vió una serie de programas de ayuda o asistencia social, cuya meta era la de acabar con la miseria de los Estados Unidos, fomentar la solidaridad, compartir la riqueza y generalizar la prosperidad en todos los sectores.

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que mediante la trickle down economics debería promo-verse el enriquecimiento, la acumulación de las utili-dades de las grandes corporaciones y de los sectores más favorecidos, porque eso contribuiría a fomentar el desarrollo. Iba a estimular la oferta y a generar mayo-res inversiones. La idea medular era que, como en una copa de champán, la riqueza rebalsara, cayera y se de-rramara, llegando a los estratos inferiores. El caso es que lo que produjo fue un cúmulo de espuma y fue muy poco lo que se precipitó hacia abajo.

Otro resultado negativo ha sido un debilitamiento de los Estados Unidos en cuanto a sus tecnologías y su productividad. Si anteriormente este país había dupli-cado su tecnología en un plazo de 25 años, ahora se cal-cula que duraría 100 años para duplicarla nuevamente, mientras que Japón y Alemania la han promovido de una forma mucho más acelerada. En relación con esto, se descuidó también la salud y la educación.

Es elocuente lo que relata un libro de Servan-Schri-ber sobre una universidad dedicada a la investigación científica que recibía subsidios federales. Un día se los suprimieron, ejecutando lo que los “themocéfalos” querían hacer con nuestras universidades públicas: re-ducir los recursos entregados por el Estado a las uni-versidades. El resultado fue que se presentaron unas compañías japonesas y les propusieron: “ustedes tienen sus laboratorios, sus científicos, sus técnicos y necesitan fondos. Nosotros los contratamos, los subvencionamos y compramos sus servicios”. Entonces todo aquel caudal humano, aquellos recursos fabulosos, las mentes cien-tíficas, que constituyen el mejor patrimonio que puede poseer un país, pasaron al servicio de los japoneses, los adversarios comerciales de los norteamericanos.

Los Estados Unidos, según algunos estudios recientes, ha perdido terreno en el campo de la tecnología, pero no hay que exagerar tampoco. Estados Unidos conser-va una gran ventaja en la alta tecnología pero la han perdido en la tecnología comercial, en la que se relacio-na con la producción de automóviles, televisores, gra-badoras, radios, relojes o productos electrónicos. Esa la dominan los japoneses con sus aliados comerciales del sudeste de Asia, y todos sabemos cómo han desplazado a la industria norteamericana e incluso a la europea.

esperanza en el sistema, incurren en un abstencionis-mo electoral que alcanza, en los Estados Unidos, cerca del 50% de los votantes.

Esto explica por qué las víctimas han sido los sectores menos favorecidos de la sociedad que constituyen una minoría de la población, sobre todo los sectores más indigentes; las minorías sociales, la clase obrera –cuyo salario se ve disminuido en su poder adquisitivo– los ancianos, las madres abandonadas, los pequeños agri-cultores, las pequeñas ciudades y las minorías étnicas. Se trata, entonces, de una coalición de los estratos más elevados de la sociedad con los sectores medios, la cual implica un abandono progresivo de los programas de seguridad social.

Mientras en los Estados Unidos, por ejemplo, los re-cursos destinados a las fuerzas armadas aumentaron, durante la administración de Reagan, de un 20% a un 24%, los recursos federales para los programas de asis-tencia social se redujeron en proporción inversa: de un 24% a un 20%. Se desmantelaron muchos de estos pro-gramas y el resultado fue 30 millones de pobres aban-donados a su miseria, lo que representa el 15% de la po-blación estadounidense.

Vemos, entonces, que es una democracia donde efecti-vamente opera la ley de la mayoría, pero en detrimen-to de la minoría. Es cierto que uno de los principios de la democracia es la ley de la mayoría; pero otro de sus principios lo constituye el respeto de las minorías. Hitler llegó democráticamente al poder, fue democráti-camente apoyado por una inmensa mayoría, pero todos sabemos lo que le sucedió a los sectores minoritarios, especialmente a la minoría que disentía ideológica-mente y a las minorías étnicas, sobre toda a la judía.

En el caso de Estados Unidos, la víctima fue también el país. Con tal de no elevar los impuestos, el Gobierno federal se endeudó cada vez más. Ignoro cuánto es el déficit actual de la deuda interna de aquel país, pero se esperaba que fuera un trillón de dólares en 1992.

También otro aspecto negativo es la política del “de-rrame”. La concepción de los Chicago Boys consistía en

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620, aproximadamente, pero algunos han denunciado que esas empresas fueron entregadas a un vil precio, en una tenebrosa subasta.

Otra de las políticas de este gobierno fue la apertu-ra comercial y la desgravación arancelaria. Allá por 1976, los aranceles se redujeron a un 30%, tres años más tarde, a un 10%. El resultado fue lo que se llamó, en Chile, la masacre empresarial. Un vasto sector de empresas constructoras, agrícolas e industriales sim-plemente sucumbieron en la ruina y la producción in-dustrial se redujo a un 28% y, en algunas áreas, en un 50%. Esto, a su vez, provocó una ola de desocupación, cuyo punto culminante, en 1979-80, llegó a un 33% y, en ciertos sectores, al 42% de la población económica-mente activa.

Estuve de visita en Chile, en esa época, y causaba grima encontrarse con personas que uno sabía que no eran mendigos, vendiendo en las calles unos cartoncitos con hilos, agujas y botones, que se ofrecían, como una manera digna de solicitar caridad. Años más tarde, re-gresé y, atravesando la ciudad con el Dr. Felipe Herrera, le pregunté en qué consistía el “modelo pinochetista”. Solo me respondió: “¡Se lo voy a mostrar!”. Le indicó al chofer que nos condujera por los barrios obreros y mostrándome la miseria pululante, me brindó la res-puesta: “¡En esto consiste el “milagro chileno!”.

Lo más asombroso es que nuestros liberales se consi-deran revolucionarios y asumen una actitud mesiánica que solo había visto en anarquías y marxistas. Esa es la versión que sobre sí mismos representan en un libro titulado La revolución silenciosa, que luego fue refuta-do por otro autor en un libro llamado Los silencios de la revolución.

El paradigma chileno lo han comprado con los mila-gros económicos de la postguerra. Pero, en el caso de Japón o de Alemania, sí se produjo un milagro eco-nómico. Eran países en escombros que tuvieron que reconstruir sus casas, sus fábricas y organizarse de nuevo. Esto costó un esfuerzo sobrehumano, impuso sacrificios enormes y requirió desarrollar un ingenio

¿A qué ha conducido todo esto después de doce años de administración neoliberal? ¿Qué resultados ha produ-cido la economía de “vudú”, como la llamaba el mismo Bush cuando competía con Reagan por la presidencia? El caso es que ha habido una crisis. En Inglaterra, des-pués de once años de gobierno de Margaret Thatcher, el 48% de los ingleses quiere emigrar, el 41% conside-ra que el país va hacia la derrota o el caos económico. Sobre las políticas de privatización, la opinión genera-lizada es que la venta de las empresas nacionalizadas no sirvió para salvar el país, sino para venderlo. En Es-tados Unidos, también, las clases medias fueron afecta-das por esta economía de vudú, ya que vieron erosiona-dos sus ingresos. A raíz de ello, se formó una alianza de las clases medias con los sectores bajos, que explica el advenimiento del gobierno del presidente Clinton.

La importancia de todo esto es que ello ha repercutido en América Latina. Estas políticas liberales han consti-tuido para nosotros el paradigma que tratan de impo-nernos. Instituciones como el Banco Mundial, el BID, la AID y, hasta cierto punto, el FMI, han promovido me-didas de esta naturaleza. El principal modelo que se ha tomado es el de Chile. Paradójicamente, nuestros libe-rales predecían la libertad como principio sacrosanto, enuncian la democracia como su postulado medular y, sin embargo, cultivan una fervientemente admiración por la sanguinaria y bestial dictadura pinochetista. Es su ídolo lo que resulta sumamente contradictorio.

Además, el gobierno de Pinochet fue liberal al estilo del siglo XIX: reprimiendo a los sindicatos, extermi-nando a los dirigentes sindicales, fusilando a los líde-res disidentes y eliminando a los políticos opositores. También lo fueron reprimiendo los salarios. En 1979, el poder adquisitivo de la clase obrera, en Chile, llegó a ser el 60% de lo que fue a principios de 1970.

Por otra parte, una de sus primeras medidas consis-tió en sustraerle recursos públicos a las universidades, con el pretexto de que eso mejor se repartía entre los pobres. Todo esto suena familiar, ¿no es cierto? Otras medidas fueron la venta y devolución de las empresas del Estado. Se vendieron o se devolvieron –porque al-gunas habían sido confiscadas a sus dueños iniciales en tiempos de Allende– unas 400 empresas de un total de

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hacer estudios en los cuales se demuestra el efecto de los famosos PAES. Ha sido sumamente grave en cuanto a la polarización social que ha tenido en América Latina en los últimos años; se calcula que, para el año dos mil, el número de pobres en esta región va a alcan-zar los 200 millones de habitantes. La FAO también ha planteado denuncias, tales como el grave deterioro de la alimentación en nuestros países. Paradójicamente, solo en América Latina y en África se ha incrementa-do el hambre y la desnutrición; mientras países, sobre todo los del sureste asiático, han mejorado muchísimo en estos índices.

Padezco de una deformación profesional por ser poli-tólogo, ya que, en nuestra disciplina, procuramos no abordar el aspecto ético. Pero, en este caso, creo que resultan muy obvias y claras las implicaciones éticas y las conclusiones morales del tema que hemos aborda-do. No es necesario ser un moralista para no constatar que no resulta muy ético que un sistema político, en lugar de promover el bienestar, más bien agudice la po-breza. No parece muy ético que un modelo económico, en lugar de resolver el problema del subdesarrollo, del hambre y de la desnutrición, lo incremente deliberada-mente con un espíritu darwinista y deshumanizado.

prodigioso, para convertirse hoy día en las dos econo-mías más dinámicas del mundo.

Pero el modelo chileno consistió simplemente en una entrega total de la economía del país. Acudieron gran-des inversionistas de Australia, Nueva Zelanda, Japón, Corea, Estados Unidos, Europa y de los países árabes, los cuales se apoderaron del despojo de esa economía en bancarrota, tanto de las empresas estatales como de las privadas, todas arruinadas por la liberalización y la apertura.

Las tasas de inversión en Chile, entre 1980 y 1992, han pasado de 380 millones de dólares, el primer año, a unos 1.000 millones en la última fecha. Es cierto que Chile lleva varios años con un crecimiento económico muy elevado, pero no gracias a un milagro económico, a un mérito nacional y a la ayuda externa. Cuando Pi-nochet asumió el poder recibió unos 5.000 millones de dólares del FMI, de la banca privada internacional y del BID como soborno o premio al entreguismo.

Sin embargo, por los años 81 y 82 sobreviene una gran crisis. Se había formado una gran concentración de ca-pital, sobre todo de capital financiero. Algunos de estos nuevos productos poderosos resultaron con pasivos superiores a sus activos. Habían tomado fondos, ya sea nacional o extranjero, y los invirtieron en negocios ca-tastróficos. Se produjo, así, una gran crisis financiera. Entonces, el gobierno liberal se precipitó a intervenir para salvar a algunos bancos.

En todo caso, vemos que el Estado sí interviene en una economía liberal, pero cuando les conviene. Además, en esto de la privatización es justo reconocer que, aunque privatizaron buena parte de la industria del cobre, se conservaron los mejores yacimientos que, en un tiempo, producían el 70% de las exportaciones chi-lenas y que, actualmente, alcanzan un 40%. Pinochet se opuso a que se entregaran como parte de la rapiña que propiciaban los Chicago Boys.

Este es el modelo que ha sido el paradigma de las ins-tituciones en América Latina, pero ha sido denunciada por otras instituciones como la CEPAL, que ha logrado

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Si el poder es una relación de mando y obediencia, que se logra mediante la fuerza o el consentimiento, podríamos aseverar que la democracia es, también, un sistema de consenso. Si el ideal es que se gobier-ne conforme a la unanimidad, ésta nunca se logra en comunidades vastas y complejas. Por lo tanto, es nece-sario alcanzar, al menos, un vasto consentimiento que confiera legitimidad tanto a la estructura institucional como a la forma de ejercer el poder.

Si el modelo ateniense consistía en la democracia di-recta, en la que los polites tomaban las decisiones en el seno de la Asamblea, en las sociedades de masas re-sulta imposible que los ciudadanos acudan a resolver sus propios problemas, por lo que se ha optado por la alternativa del sistema representativo, mediante el cual se delega la soberanía en quienes deciden en nombre de todos. Sin embargo, la experiencia demuestra que la injerencia de colosales intereses sectoriales, valiéndose de sus enormes instrumentos de poder, suelen tergi-versar y deformar la voluntad popular.

Aunque la participación no es necesariamente garantía de democracia, como lo demostró la manipulación de las masas en los regímenes totalitarios, no deja de re-sultar de enorme importancia resucitar la democracia participativa –otro de esos ideales que han agonizado– en la forma de organizaciones no gubernamentales y, sobre todo, en la práctica del referendo o plebiscito, mediante el cual la ciudadanía puede intervenir es-porádica pero decisivamente en la orientación de su propio destino.

Otra de las conquistas de la democracia moderna ha consistido en la pureza del sufragio, gracias a la cual se

Parafraseando a Lincoln, podemos definir a la demo-cracia como el sistema de gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo… en el que una minoría insiste en enseñarle cómo se gobierna. Esto parece verificarse, sobre todo, en el siglo XXI.

La democracia es un ideal, una utopía imaginada por al-gunos pensadores idealistas e inspirados en el modelo ateniense del siglo V a.C., al cual algunos regímenes se acercan o se alejan en mayor o menor grado. Podemos, en ese caso, detectar algunos de los criterios que con-tribuyen a determinar la naturaleza democrática de un sistema político.

Según algunos, la democracia es la antítesis del despo-tismo, de la satrapía y de la dictadura. Es el reino de la libertad política, de la garantía de la vida, de la segu-ridad y de los derechos humanos, tales como el de la libre expresión, la asociación, la movilización, la orga-nización, la comunicación y la información. Pero muy pocos países y sólo en una época sumamente reciente han logrado garantizar plenamente esas conquistas, ya que, en el pasado, fueron el privilegio de unos pocos príncipes, magnates o dignatarios eclesiásticos.

Algunos han pretendido que la libertad económica sin restricciones es parte de ese puñado de libertades, pero la experiencia histórica del siglo XIX demuestra que sólo condujo a la injusticia, al abuso de la clase obrera y al avasallamiento de los países del Tercer Mundo y que, por lo tanto, desemboca en un proceso liberticida que conduce al anarcocapitalismo y al darwinismo social.

LA PLUTODEMOCRACIA EN LA GLOBALIZACIÓN

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confirmarse siempre en la medida en que los secto-res mejor organizados y con más instrumentos de poder suelen resultar más aventajados en los benefi-cios y el interés individual no siempre se traducen en el bien común.

Podemos definir la democracia, así mismo, como un sistema de diálogos. El más importante sería el que surge entre gobernantes y gobernados, sobre todo en las sociedades modernas en las que la opinión pública es importante y que, al menos, se le consulta mediante las encuestas, los plebiscitos y los procesos electora-les. Consiste, también, en el diálogo entre el Poder Eje-cutivo y el Poder Legislativo, así como en la polémica permanente entre los detentadores del poder y la opo-sición, la cual actúa tanto como elemento limitador y como alternativa potencial en el poder.

También concebimos la democracia como un sistema de vida. Es decir, que no se limita a las instituciones públicas y a la forma en que se ejerce el poder político, sino a todas las formas de poder. Para alcanzar su ple-nitud, la democracia debe desbordar la esfera política y penetrar todos los ámbitos de la vida social de una nación, de manera que la democracia se practique en todos los ámbitos sociales: familiares, lúdicos, educati-vos, económicos, religiosos o familiares.

A lo largo del siglo XX surgió una corriente importan-te que aspiraba a desbordar y superar las conquistas alcanzadas e implantar una democracia tridimensio-nal –política, económica y social– más plena e inte-gral. En ese intento surgió, en el mundo occidental, el Estado Benefactor para corregir las injusticias del libe-ralismo manchesteriano y del capitalismo salvaje, con lo que se enriqueció y se humanizó más el concepto de democracia.

Sin embargo, surgió una serie de transformaciones y condicionantes que han atentado recientemente contra esas conquistas tan valiosas, erosionando sus funda-mentos. Una causa ha consistido en que la clase obrera, principal progenitora del Estado Benefactor, ha sufri-do una disminución relativa en el seno de la población activa y del electorado, al contraerse el papel del sector

elige a quienes se supone que representan la voluntad popular. Sin embargo, no basta para garantizar la de-mocracia cuando el sistema de sufragio o el mecanis-mo de financiación por el Estado, en forma deformada, conducen a la petrificación del sistema bipartidista, en detrimento de la representatividad auténticamente de-mocrática, impidiendo una renovación de la elite polí-tica y del sistema de partidos.

Otra expresión del ideal democrático consiste en la ga-rantía de un orden constitucional, en la medida en que un conjunto de principios que se erigen por encima de las leyes, como un mecanismo supremo de regulación del ejercicio del poder, sean justas, equitativas y expre-sen fielmente el sentimiento de la ciudadanía.

A su vez, la democracia suele estar mejor sustentada por un sistema de limitaciones al poder que, como muros de contención o como frenos y contrapesos, actúen como elementos de equilibrio, sustentados en el principio de que “el poder detiene al poder”, enunciado por Montesquieu, al cual responde la fórmula tripartita de la separación de poderes, de la descentralización o del sistema federal que han adoptado las naciones de enormes dimensiones.

En ausencia de la unanimidad, se suele definir la de-mocracia como un sistema de mayoría, partiendo de la dudosa premisa de que la cantidad siempre se traduce inevitablemente en calidad y del cuestionable supuesto de que un mayor número de mentes se equivoca menos que la minoría. Sin embargo, muchos regímenes res-paldados por la mayoría han cometido los más abomi-nables crímenes y abusos contra las minorías. Por eso, el principio de mayoría sólo tiene validez cuando está condicionado por el de la tolerancia y el respeto a las minorías, así como por la oportunidad de que la mino-ría pueda convertirse en mayoría.

También la democracia ha sido definida como un sis-tema pluralista, sustentado en el supuesto de que una multiplicidad de estructuras de poder –partidos po-líticos y cuerpos intermedios– constituye una garan-tía de equilibrio, en la medida en que se limitan y se neutralizan mutuamente. Esto, desde luego, no suele

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fuentes de materias primas que necesita su complejo industrial. Además, imponen la entrega de servicios públicos sumamente lucrativos, como son la energía eléctrica y, sobre todo, de las telecomunicaciones, en aras de la privatización. Para eso desprestigian, de-nigran y mutilan al Estado Benefactor, la única insti-tución capaz de oponer resistencia y de proteger a la Nación de la rapiña.

Es un reducido grupo de ejecutivos de las 40.000 cor-poraciones transnacionales el que decide la implanta-ción del nuevo orden mundial, de la globalización y del capitalismo salvaje, sin que se haya consultado nunca a los 6.000 millones de habitantes de la Tierra, mediante un plebiscito planetario. Mientras elegimos mediante el sufragio a los gobernantes, una oligarquía plutocrá-tica, a la que nadie ha escogido democráticamente, sino mediante cooptación, es la que ejerce la soberanía pla-netaria y adopta las decisiones más importantes que orientan los destinos del planeta.

El resultado, entonces, es que la democracia tridimen-sional institucionalizada en el Estado Benefactor, que alcanzaba en los países escandinavos su punto paroxis-mal, retrocede. El final de la historia consistirá en la deformación, la mutilación y la confiscación de todas las soberanías nacionales por una reducida élite de magnates, en quienes nadie ha delegado esa potestad y en el surgimiento de una plutodemocracia con elemen-tos totalitarios –bautizado como globalitarismo por Ig-nacio Ramonet–, en el que el gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo… es ejercido universalmente por una diminuta y poderosa oligarquía.

secundario en los países ricos, siendo reducida a una minoría impotente.

Otra causa ha consistido en una crisis de la solidaridad. Las clases medias de esos países han sucumbido en la tentación de renunciar a la contribución fiscal de los programas sociales, en detrimento de los sectores más indigentes. El resultado es que la “política del derra-me” de Reagan dejó 45 millones de pobres en los EUA La de Thatcher empobreció a 10 millones en Inglate-rra y, en la Unión Europea, 50 millones han sucumbi-do en la indigencia. Al sonar la última campanada del siglo XX en América Latina, la pobreza se incrementó a 220 millones de personas. El tercer milenio se inicia con un saldo de 3.000 millones sumidos en la miseria en el Tercer Mundo, la mitad del género humano, que apenas sobreviven con un poco más de un dólar al día.

Otro motivo importante consistió en la implosión de la ex URSS –donde el 53 por 100 naufraga actualmente en la miseria– lo que tuvo el grave efecto de romper el equilibrio mundial que algo favorecía y protegía al Tercer Mundo y de envalentonar a los sectores más reaccionarios de la derecha impenitente, los cuales se han entregado a la funesta tarea de destruir todo ves-tigio de la democracia social y del Estado Benefactor, para convertirlo en un minusválido impotente y en silla de ruedas.

Otro motivo fue el de las dos crisis del petróleo, en 1973 y 1979, que arrastraron al Tercer Mundo a la trampa de la deuda externa, donde los Shylocks internaciona-les, con el apoyo de los organismos financieros inter-nacionales, le imponen su voluntad a los países pobres y los obligan a aceptar sacrificios que atentan contra su progreso y los condenan a un permanente subdesarro-llo sostenible.

Otra causa ha consistido en la proliferación y el fortale-cimiento de colosales estructuras de poder económico que, en su afán de crecer, le imponen al Tercer Mundo su ley de hierro. Los obligan a entregar sus mercados en aras de una apertura que sacrifican a los sectores productivos y que no practican en sus países. Igual-mente, exigen la entrega de las riquezas naturales y las

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–hedonista, positiva y optimista del futuro–, la cual se ha cristalizado en la convicción y en la predicción del progreso como un impulso dinámico, ilimitado, expansivo, irreversible y acumulativo que se proyecta hacia el futuro. No es más que una extrapolación de la experiencia histórica durante ese período de cinco siglos, que se interpreta como el advenimiento de un mundo cada vez mejor, pletórico de riqueza, bienestar y felicidad.

Los nuevos profetas del progreso conciben la evolución de la humanidad como un movimiento dotado plena-mente de sentido, como una evolución orientada en una dirección fija, lineal y ascendente por el sendero de la civilización moderna, basada en la ciencia, la tecno-logía y la economía e impregnada de un optimismo en el destino del género humano.

Esa cosmovisión ha sido el resultado de las extraordi-narias innovaciones científicas, tecnológicas e intelec-tuales que, como un proceso acumulativo, han trans-formado al mundo desde la emancipación mental, de la secularización del pensamiento y de la ruptura de las cadenas escolásticas que sujetaban el pensamiento en el Renacimiento y, particularmente, a partir de la Ilustración en el siglo XVIII, lo que desencadena una fe ciega en las leyes del progreso, así como una sensación de poder y de confianza en la capacidad creadora del ser humano.

Esto se refleja en el pensamiento racionalista y en las obras de los enciclopedistas franceses, que anunciaban el advenimiento de una nueva era pletórica de prospe-ridad para el género humano y de la cual eran los pro-fetas y precursores. Condorcet murió como un apóstol

El análisis que nos proponemos formular parte de la premisa de que nuestro país no es una isla desvincu-lada del mundo y del proceso histórico universal, sino que estamos insertos dentro de ese movimiento inte-grador que se ha denominado como globalización. Por lo tanto, tratamos de formularlo dentro de una contex-tualización amplia, que contribuya a ubicarnos acerta-damente dentro de la evolución histórica mundial de la cual no podemos escapar, así como en el ámbito del enorme sistema económico en el planeta, en el cual estamos inmersos y somos arrastrados. Las teorías y los modelos económicos tampoco gozan de una insula-ridad conceptual, sino que deben tomar en cuenta las consideraciones de otras disciplinas que, con su aporte, enriquecen la cosmovisión a partir de la cual deben ser tomadas las decisiones y los grandes objetivos de las naciones. Lo que exponemos en este breve análisis no es más que un intento modesto y parcial por lograrlo.

A) LA LEY DE PROGRESO

La nueva visión del futuro ya no consiste en un proce-so estático, cíclico, fluctuante o regresivo, decadente y hasta apocalíptico, como lo percibieron los pensadores de la antigüedad. Estos, a su vez, sólo concebían el pro-greso –no como un mercado pletórico de bienes mate-riales– sino como el resultado de la superación moral del hombre y de la cooperación solidaria en la socie-dad, organizada conforme a los dictados de la sensa-tez, la moderación, la virtud y la sabiduría, que eran los únicos fundamentos con los que se podía erigir una auténtica utopía.

El mundo occidental ha recibido, sin embargo, como un legado desde el Renacimiento, una concepción distinta

LOS DESAFÍOS DEL FUTURO

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La tercera consecuencia fué el avasallamiento y la ex-plotación de los países del Tercer Mundo, mediante la colonización y gracias a la poderosa maquinaria bélica e industrial de las grandes potencias occidentales. Las naciones sometidas al imperialismo fueron condena-das al saqueo de sus materias primas, de una mano de obra barata y a la apertura de sus mercados, en bene-ficio de las metrópolis coloniales y, desde entonces, la brecha entre naciones ricas y pobres no ha dejado de acentuarse permanentemente.

Esa prodigiosa Revolución Industrial que alcanza su plenitud en el siglo XIX y todas las doctrinas que emanan de su seno elevan el mito del progreso a su punto apoteósico y paroxismal. Tanto el liberalismo, como el idealismo y el socialismo se contagian con el culto a la idea de una superación permanente del desti-no del género humano.

Posiblemente, el profeta más optimista en el adveni-miento de esa nueva era de prosperidad fué Saint-Si-mon, para quien la historia es la ruta predestinada por las leyes providenciales del progreso, gracias al ingenio del ser humano. Igualmente, Auguste Comte contempla tres etapas en la superación del pensamien-to: la teológica, basada en la superstición primitiva, la metafísica, que marca la emancipación de la filosofía, y la positivista que desencadena la ciencia y que conduce al progreso.

El marxismo tampoco escapa a esta visión mesiánica que, por la vía revolucionaria y del socialismo, con-duciría a la humanidad hacia una sociedad más justa, igualitaria, democrática y liberada de la explotación. A su vez, el darwinismo, sin proponérselo y particular-mente a través de Spencer, cumple el cometido de le-gitimar el capitalismo manchesteriano y el imperialis-mo victoriano ya que, con la teoría de la evolución y de la supervivencia de los más aptos, justifica la ley de la jungla en las relaciones económicas entre los hombres y las naciones.

Todavía en nuestros días, muchos autores consideran aún que el homo sapiens es el rey de la creación, los seres favoritos de Prometeo y que nuestro planeta es

y un mártir de la fe en la perfectibilidad del progreso, mientras Saint-Just, que no fué ni santo ni justo sino un compañero revolucionario de Robespierre, procla-maba solemnemente: “La felicidad es una idea nueva en Europa”.

El siglo XIX marca el inicio de las más profundas transformaciones, particularmente en Inglaterra, con el advenimiento de la Revolución Industrial, producto de una profunda mutación mental, agrícola, demográ-fica y tecnológica. Pero el aporte más prodigioso fué el inicio de la utilización de nuevas y prodigiosas fuentes de energía de tipo inanimado y no renovable –el carbón, después el petróleo y la fisión nuclear– que reemplaza-ron las débiles fuerzas, animadas y recurrentes, que se utilizaban hasta entonces para mover el aparato pro-ductivo: los molinos así como el músculo humano y animal. Estas nuevas fuentes de energía constituyen una especie de capital fosilizado y atesorado por la na-turaleza, por millones de años, que va a permitir la apa-rición del “esclavo mecánico”, al servicio de la nueva y prodigiosa civilización industrial.

Los resultados de esa forma de capitalismo –legitimado por el liberalismo manchesteriano– fueron, en primer lugar, la multiplicación, en una dimensión exponencial, de la productividad, de la capacidad productiva, de los rendimientos y de las utilidades, gracias a estas nuevas fuentes de energía. Ya que unos trozos de carbón o unos barriles de petróleo proporcionan el equivalente a la fuerza de millones de los antiguos esclavos, siervos o galeotes.

La segunda consecuencia importante consistió en la explotación impenitente de la clase obrera, que fué so-metida a un régimen de trabajo en condiciones infra-humanas, de prolongadas jornadas de trabajo, de bajos salarios, de hacinamiento, de miseria, de humillación y de patología social, sustentado en los postulados de la economía de mercado, de la oferta y la demanda, de la “mano invisible” y de la libertad, mientras se perseguía todo intento de asociación sindical y el derecho al voto era restringido.

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Gengis Kan en intolerancia, violencia, expansionismo y agresión.

La Segunda Guerra Mundial, con un saldo de cincuen-ta y cinco millones de muertos y la destrucción de na-ciones enteras, demostró que una civilización basada en un capitalismo spenceriano, conducía, inevitable-mente, al imperialismo y a la guerra. La Guerra Fría, estimulada por el macartismo y el neostalinismo, a su vez estremeció al mundo con el pánico de la demen-cial amenaza de un apocalipsis nuclear y convirtió al Tercer Mundo en el campo de batalla, en la carne de metralla y en la principal víctima de su lucha hegemó-nica. Con todo este cúmulo de pesadillas dantescas se sepultó el mito cándido, ingenuo y mesiánico de un proceso lineal e ineludible hacia el progreso que con-duciría el destino humano hacia la superación gradual y a la utopía.

Estos profundos traumas universales condujeron a al-gunas mentes escépticas al pesimismo y a cuestionar la predictibilidad del “sentido de la historia” o a refutar la aseveración de que éste conduciría inexorablemente al progreso edénico. Otros han puesto en tela de duda, a su vez, la existencia misma de las pretendidas “leyes de la historia” y la validez del determinismo histórico. Otros, más fatalistas, han sucumbido en un nihilismo que rechaza los suspuestos beneficios de una visión del progreso sustentado en valores eminentemente hedo-nistas y materialistas. Mientras tanto, otros anuncian la decadencia inexorable de la civilización occidental, que es la supuesta portadora de la antorcha emancipa-dora y prometéica del género humano.

El fin de la Guerra Fría, el acercamiento de las gran-des potencias, el desvanecimiento de un eventual holo-causto nuclear y los prodigiosos avances tecnológicos, en el umbral de la cuarta revolución industrial, pueden inducir fácil y precipitadamente a la resurrección del optimismo mesiánico y de la fe ciega en el progreso a corto plazo. Sin embargo, algunas tendencias y proce-sos permiten colocar un grano de escepticismo y de di-sentimiento, que vale la pena tomar en consideración.

el ombligo del universo, cautivos de un optimismo cán-dido, mesiánico y utópico, con una fe de carboneros y alucinados por las brillantes y maravillosas conquistas de la tecnología moderna y extrapolando la experiencia del pasado hacia el futuro.

Continúan fomentando el culto de un mundo edénico como producto de una evolución irreversible, en el que los principales problemas de la humanidad quedarán resueltos en un sistema de vida próspero, de mayor fe-licidad y bienestar, por lo que la convicción en el pro-greso se ha convertido en la nueva religión del siglo XX y en el espejismo del próximo milenio.

B) LA LEY DE LA ENTROPÍA

Mentes más lúcidas y escépticas, por el contrario, han lanzado voces de alarma que, obvia y desfortunada-mente, se pierden en el vacío, como las prédicas en el desierto o como los zurcos en el mar. Esto se explica porque implica vastas y profundas transformaciones en toda la estructura política, económica y social del planeta, lo que resulta inaceptable no sólo para las élites sino, también, para las grandes masas, por el enorme sacrificio que exige. Por eso, el hombre mo-derno prefiere aplicar oídos de mercader y practicar un avestrucismo con el que se autoengaña, a pesar de las dramáticas lecciones de nuestro siglo.

El siglo XX, que ha segado la vida de un centenar de millones de seres humanos en luchas estériles, ha de-mostrado que la tecnología es un instrumento prodi-gioso y positivo pero, a la vez, peligroso y destructivo, en manos del hombre civilizado. La Primera Guerra Mundial dejó una horrible secuela de desmoralización, devastación y nueve millones de muertes. El totalitaris-mo stalinista convirtió a una nación débil en una gran potencia, a base de un capitalismo de Estado aplican-do el incentivo y un régimen de terror que sembró la muerte en millones de hogares. La Gran Depresión de-mostró que el liberalismo manchesteriano arrastraba inevitablemente al capitalismo en el profundo abismo de la crisis, la desocupación, la bancarrota y la ruina de las naciones. El fascismo y el nazismo, a su vez, su-cumbieron en una política brutal que superó a Atila y a

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necesidades a un ritmo cada vez más acelerado, porque si se redujera su ímpetu, se desplomaría como una nave aérea sin impulso. Pero no sólo el sistema económico, sino el político lo exigen, ya que la democracia se sus-tenta en una subasta electoral y, a menudo, demagógi-ca, en la que se compite prometiendo incrementar ese consumismo, que exige la movilización de mayores re-cursos naturales.

En el otro lado de la moneda, las únicas leyes con ca-rácter absoluto y universal –nos advierte la física mo-derna– son las dos leyes de la termodinámica. La pri-mera establece que tanto la materia como la energía en todo el universo son constantes e inmutables y que no pueden ser ni creadas ni destruidas. La segunda ley establece que la energía disponible sólo puede ser utili-zada una sola vez y es desechada en el caos, de acuerdo con el principio de la entropía.

Como los recursos son limitados, la ley de la entro-pía descalifica y desmiente el mito del progreso como un movimiento constante, lineal y ascendente, en la medida en que, en lugar del orden aparente que su-puestamente promueve, más bien acelera la devasta-ción, la degradación y el caos. Esta consideración es de vital importancia, porque las teorías económicas que formulan un código de valores y de conducta que eleva como virtud suprema la competencia y la producti-vidad –o sea la capacidad de obtener más riqueza en menor tiempo, con más eficiencia y con menor esfuer-zo, movilizando más recursos– se orienta en una direc-ción totalmente contraria y diametralmente opuesta a la ley de la entropía, la cual enuncia que esto provoca y acelera una mayor degradación de los recursos, al con-vertirlos en desechos y al promover el caos.

Esta grave contradicción refuta e invalida, a su vez, el principio egoísta –enunciado por Adam Smith– de que la persecución del interés personal beneficia inexora-blemente a todos y, si bien en la producción se añade un valor agregado, a su vez, se disminuyen los ele-mentos vitales del ser humano, lo que equivale a un valor disminuido o a dos flechas que se cruzan en el aire. Esto queda claro en la utilización de las fuentes de energía inanimadas y no renovables –energía solar atesorada durante millones de años– que permiten la

Se ha dicho que mientras el político sólo piensa en las próximas elecciones, el estadista se preocupa por las próximas generaciones. Sin embargo, algunos sínto-mas parecen confirmar la opinión de que a las élites dominantes les puede suceder lo que a Mazarino, de quien se decía que poseía todos los talentos, menos el de saber usarlos. La cosmología moderna nos indica que nuestro planeta y el sistema solar –así como las especies que lo habitan, entre ellas la nuestra– tienen una esperanza de vida estimada en unos diez mil mi-llones de años. ¿Debemos pensar en todas esas futuras generaciones, cuya proyección adquiere una dimensión exponencial, o preocuparnos estrictamente por el futuro inmediato?

La frágil película o débil pátina de vida que sustenta nuestra existencia –nos advertía Carlo M. Cipolla, hace unos treinta años– representa apenas la 1.000 millo-nésima parte del peso del planeta y es tan delicada que fácilmente puede ser destruida por el más leve movi-miento cósmico o por la insensatez misma del hombre, su principal beneficiario. A su vez, el gran filósofo Ber-trand Russell señalaba acertadamente que el hombre es el único ser, en todo el reino animal, con la capaci-dad de multiplicar sus necesidades al infinito, gracias a su prodigiosa imaginación, mientras que otras especies se limitan a las modestas exigencias de sus instintos.

Por eso, una civilización basada en valores estricta-mente hedonistas y orientada a fomentar un consumis-mo masivo, frenético, incontenible y extravagante, que despilfarra enormes inversiones y devasta una vital ri-queza natural, en aras del culto casi religioso a la com-petencia y a las leyes del mercado, o en guerras demen-ciales, sólo puede ser breve como un efímero destello, en términos históricos y cosmológicos, si tomamos en consideración que los recursos vitales de esta “cápsula espacial”, en la cual viaja el género humano alrededor del sol y de una enorme galaxia, son sumamente limi-tados y exigen el uso más moderado, sensato y racional.

Pero todo parece indicar que, sumida en ese consumis-mo desenfrenado, la civilización moderna está que-mando ciegamente la vela por los dos extremos, ya que el enorme, poderoso y complejo sistema productivo mundial exige fomentar y estimular frenéticamente las

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unos diez millones de seres al año– pero los más pobres serán más pobres”. Actualmente, se estima que 15 mi-llones de seres humanos mueren de hambre al año y la mayoría son niños. Para doblar, la población mundial tardó un millón de años, luego 1.000 años, 200 años, 80 años y ahora 35 años –añadía– pero de continuar esa tasa de crecimiento dentro de 900 años, la pobla-ción del mundo sería de 60.000.000.000.000.000 y la densidad sería de 100 personas por yarda cuadra-da, incluyendo la superficie de los océanos. Si la raza humana hubiera comenzado hace 10.000 años y se hubiera expandido en una proporción de un 1% anual, la población actual formaría una masa viviente con un diámetro de muchos miles de años luz y expandiéndo-se con una velocidad radial muchas veces la velocidad de la luz, comentaba Carlo M. Cipolla.

Esto ha inducido, con poco éxito salvo en China, a frenar la explosión demográfica de los países del Tercer Mundo, lo que parece indicado. Pero, a su vez, los demógrafos omiten indicar que los habitantes de los países más avanzados tienen un nivel de consu-mo equivalente a cien veces al de un habitante en los países más pobres. Los EUA, por ejemplo, con sólo el 6% de la población mundial, consumen más del 30% de la energía del planeta, el 18% del hierro, el 27% de la bauxita, o el 28% del níquel. Por lo tanto, en términos de consumo y de entropía, los países más industriali-zados, con una población de 1.200.000.000 de habi-tantes tienen, en realidad, una población equivalente a 120.000.000.000 de habitantes de los países subdesa-rrollados, ya que consumen cien veces más.

Lo importante, por lo tanto, no es sólo el número de seres que hay que alimentar sino, también, el volumen de consumo de cada uno, por lo que habría que limi-tar no sólo la explosión demográfica del Tercer Mundo, como sostienen algunos expertos sino, también, el con-sumo explosivo de los países más avanzados, tomando en cuenta la ley de la entropía. Resulta simplista y en-gañoso, en estos términos, sostener que la población mundial se aproxima a los 6.000.000.000 de habitan-tes, sin tomar en consideración los niveles de consumo en las diversas regiones del mundo.

acumulación de enormes utilidades y que brinda bien-estar, pero que se agotan vertiginosamente.

Además –nos advierten los científicos– cada año se liberan 29.000.000.000 de toneladas de bióxido de carbón que envenena la atmósfera, destruye la capa de ozono y acelera el efecto invernadero, por lo que la temperatura se elevaría más de 7º Fahrenheit dentro de cincuenta años, con consecuencias catastróficas. A su vez, se estima que toma mil años en reponer doce pulgadas de capa vegetal, que nuestro sistema de ex-plotación erosiona alegremente a un ritmo de un 20% en esta década. La selva tropical, que contiene más de la mitad de las especies del planeta, cubre apenas un 7% de la tierra emergida y es destruida sistemáticamente.

Cada vez que encendemos un cigarrillo, un bombillo o arrancamos el motor de un auto, contribuimos a acele-rar el proceso de entropía, a devastar fuentes de ener-gía que se disipan y no se renuevan. Inclusive, en el re-ciclaje de metales se recupera apenas una tercera parte y se requiere disipar una energía adicional. Mientras más se incrementa el “progreso”, por lo tanto, más se acelera la entropía y más se agota la disponibilidad de los recursos que, como la vida misma, son irreversibles e irrecuperables. “La entropía –enunció un gran físico moderno– es la flecha del tiempo”.

Los demógrafos nos indican, por otra parte, que le tomó a la humanidad dos millones de años para poblar la Tierra con un billón de seres humanos, luego sólo cien años para alcanzar los dos billones, en 1930, trein-ta años para llegar a los tres billones, en 1960, y sólo quince años para completar los cuatro billones, en 1975. A su vez, se doblará a ocho billones en el año 2015 y a dieciséis billones en el año 2055. La población mundial dobla su volumen cada treinta y cinco años, práctica-mente en el término de una generación. En 1959, era de 2.500 millones y, en 1987, pasó a 5.000 millones, pero el crecimiento de los países más desarrollados fué apenas de un 40%, mientras el de los países menos avanzados fué de 120%, en ese período.

“Los más ricos serán más ricos –profetizaba Paul R. Ehrlich, hace quince años, cuando morían de hambre

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escandinavos– y de acuerdo con la importancia estra-tégica de cada país beneficiario.

Al sucumbir el bloque soviético y al concluir la Guerra Fría, esa escasa ayuda otorgada a los países subdesa-rrollados ha perdido su finalidad estratégica y, por lo tanto, tiende a disminuir y a ser reducida, inclusive en el caso de los países más flagelados y devastados, al ser sumidos en la miseria y la impotencia por la lucha entre las dos grandes potencias, como es el caso actual de Nicaragua, convertida en una víctima de ese baño de sangre fratricida, a la que ahora le escamotean hasta unas dádivas insignificantes. Otro ejemplo de la codi-cia por el control de las riquezas mundiales fué, muy claramente, el caso de la reciente Guerra del Golfo, en la que los argumentos sobre la democracia y la sobera-nía no fueron más que un pretexto para apoderarse del botín petrolero.

A su vez, ese nuevo comportamiento de los países avanzados se refleja en las políticas de inspiración neo-liberal, que estos han impuesto en el ámbito mundial, a través de los organismos internacionales y que se inspi-ran en el socialdarwinismo del siglo XIX, según el cual sólo a los más aptos y poderosos les asiste el derecho a sobrevivir. Esta actitud se ha cristalizado y legitimado en el pensamiento de autores como William Graham Sumner, quien sostenía que los millonarios eran el re-sultado de la selección natural, o Bruce Barton quien llegó a sostener que Jesús había sido el primer gran agente vendedor, al crear una organización que con-quistó el mundo.

Más recientemente, George Gilder se convirtió en el máximo profeta de esta nueva era al proclamar que, para mayor provecho de las clases bajas y medias, había que utilizar dos tipos de incentivos: la reducción de los impuestos a los más ricos para que invirtieran más y la espuela de la pobreza a los más necesitados, para obli-garlos a trabajar más. Toda esta teología sirvió para legitimar la economía del derrame –the trickle-down economics– o la ‘revolución’ de Reagan y Bush según la cual, una vez que los sectores más opulentos se volvie-ran más ricos y poderosos, la riqueza descendería hacía los estratos más pobres, como si fuera atraída por una extraña fuerza de la gravedad económica.

Esta situación es dramática, si se toma en cuenta, por ejemplo, que las reservas detectadas de petróleo se agotarán completamente en el año 2050, es decir, en el término de dos generaciones. Así mismo, los pronós-ticos más alarmantes estiman que, dentro de setenta y cinco años, se agotará la mitad de las reservas de-tectadas de los principales minerales en el mundo, si continúa el actual nivel de consumo y el resto, en un par de siglos. Es más patético, si recordamos que la es-pecie humana tiene asegurada una esperanza de vida de 10.000 millones de años, como se ha señalado, y que la civilización moderna apenas cuenta con sólo un par de siglos. Lo es más aún, porque implica que si toda la población del planeta disfrutara del nivel de vida de los países más avanzados, los yacimientos se agotarían en pocos meses.

Todas estas consideraciones permiten pronosticar ciertas consecuencias obvias e importantes. Una de ellas es, lógicamente, que a los países más poderosos les conviene penetrar, controlar, abastecer y ampliar los mercados del Tercer Mundo. Pero, a la vez, no les puede interesar que esos países se industrialicen y se desarrollen plenamente, porque eso significa compar-tir la escasa disponibilidad de materias primas en el planeta, sobre todo porque gran parte de las riquezas minerales que ellos necesitan explotar masivamente, y al más bajo precio, se encuentran, precisamente, en esos países pobres y uno de los continentes más abun-dantemente dotados de esos recursos es, precisamen-te, América Latina.

C) LA LEY DE LA JUNGLA

El Tercer Mundo fue la principal víctima de la Guerra Fría –que dejó un saldo de 17 millones de muertos en las 127 guerras desatadas desde 1945, de las cuales todas, menos dos, convirtieron a los países pobres en campo de batalla y en carne de cañón– por la lucha he-gemónica entre los dos grandes bloques ideológicos, por controlar las riquezas y los recursos de las naciones subdesarrolladas. Apenas se benefició levemente gra-cias a una especie de subasta que le permitió obtener cierta asistencia económica –muy condicionada y en-tregada con pinzas y cuentagotas, que nunca alcanzó el 1% del PIB acordado en la ONU, salvo por los países

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A su vez, los anarcocapitalistas juzgan que el Estado es eminentemente nefasto, perverso, ineficiente, innece-sario y corrupto. Pero, quienes repiten el precepto de que “el poder corrompe” de lord Acton para despresti-giar y estigmatizar al Estado, condenan simultánea-mente a todas las otras estructuras de poder –como es el caso de las grandes corporaciones, las iglesias, las fuerzas armadas, los medios de comunicación, los grupos de presión o los partidos políticos, así como al Estado– porque todos son generados por distintas fuentes de poder, tales como el económico, el militar, el religioso, el ideológico o el político. Nosotros con-sideramos, además, que, a menudo, el poder enaltece y que la ausencia de poder –el estatal, especialmente– propicia la peor forma de corrupción que consiste en el abuso, la explotación, la violencia, el caos y la anarquía, como lo constataba Hobbes.

La historia demuestra plenamente lo anterior. Durante la Edad Media desapareció el Estado y el resultado fué el estancamiento, el avasallamiento, la concentración abusiva del poder en los reducidos ámbitos del dominio feudal, la guerra constante, la indefensión de los débi-les y la ausencia de toda forma de progreso. Durante el Renacimiento surge el Estado, que garantiza el orden, la protección y la seguridad, promueve la producción, el intercambio, la industrialización, el movimiento urbano, la divulgación de las ideas, la innovación tec-nológica, la secularización del pensamiento, los descu-brimientos de nuevos continentes, una mayor justicia y el progreso.

El liberalismo manchesteriano del siglo XIX, a su vez, impulsó el crecimiento económico gracias a los gran-des saltos tecnológicos, la creatividad y al espíritu em-presarial, pero la disminución y reducción del Estado no impidió que éste fuera utilizado para avasallar al proletariado en una forma deshumanizada y a toda una multitud de naciones débiles en todo el planeta, lo que desmiente sus pretendidos postulados de libertad. A su vez, la Gran Depresión de la década de 1930 demos-tró que el Estado era el único instrumento que podía rescatar al capitalismo, que sucumbía en las arenas movedizas de la grave crisis, y que su intervención era necesaria para mitigar las enormes injusticias sociales.

El resultado consistió en una concentración extrema del poder económico y una grave polarización social en los EUA Gracias a la política de incentivos, las 500 corporaciones más importantes controlan el 50% de la producción industrial y apenas el 10% de la población llegó a acumular en sus manos el 68% de la riqueza na-cional. Surgieron 52 billonarios, unos 100 semibillona-rios, 1.000 centimillonarios, 100.000 decamillonarios, 300.000 multimillonarios y una especie de clase media alta, constituida por 1.000.000 de simples millonarios.

Mientras tanto, el incentivo mediante la espuela de la pobreza se tradujo en una reducción de los gastos fe-derales destinados a los programas sociales del 28% al 22% de 1980 a 1987, mientras crecía el presupuesto mi-litar en una proporción inversa. A su vez, los salarios reales disminuyeron de $366 en 1972 a $312 en 1987. Los estratos medios se redujeron, por su parte, de un 65,1% en 1970 a un 58,2% y sufrió una movilidad descenden-te, al reducirse en 1.500.000 los cuadros de ejecutivos medios. Más elocuente aún es que más de 30.000.000 de personas quedaron sumidas en los niveles bajos de la desnutrición y la pobreza extrema, lo que represen-ta cerca de un 15% de la población total. La derrota de Bush, como la de lady Thatcher, demostró el repudio a un modelo viciado de injusticia social

Otro de los postulados tradicionales del liberalismo ha sido su menosprecio por el intervencionismo estatal y por el Estado Benefactor. El mercado, mediante las leyes de la oferta y la demanda, debe regular la eco-nomía del laissez-faire y la “mano invisible” se encarga providencialmente de establecer un equilibrio que be-neficia a todos. “El estado no es la solución –proclamaba paladinamente Reagan– el Estado es el problema”.

Nosotros creemos, como Max Weber, que al Estado no se le puede definir según los fines que persigue y que tampoco se le puede imponer un veredicto conde-nándolo o absolviéndolo ya que ni es bueno ni es malo, porque no es más que un medio y tiene un carácter instrumental o potencial ya que sirve para cualquier propósito, de acuerdo con los fines que se le señalen.

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la fuerza bruta tuvo a su cargo la represión de la clase obrera y los sindicatos fueron brutalmente persegui-dos, ya que el desempleo alcanzó un nivel del 33%, por lo que se prohibieron las huelgas, se toleraron las repre-salias y los abusos laborales, se atropellaba la dignidad humana, se denigraba al proletariado y sus líderes eran sometidos a los vejámenes del “destierro, el encierro o el entierro”, a la vez que 43.000 funcionarios públicos eran humillantemente despedidos.

La única libertad era la de índole económica, que sólo favoreció al capital extranjero, porque le permi-tió inundar el mercado con sus productos, o porque la ruina de los empresarios nacionales facilitó la compra de sus activos a un vil precio, como si se tratara de un botín. Ya, en 1977, quebraron 214 grandes empresas chilenas, incluyendo a importantes consorcios siderúr-gicos y metalúrgicos, lo que equivalía a una segunda expropiación, después de la de Allende, debido a la im-potencia, a los intereses usureros y a las confiscaciones por insolvencia. Ante las súplicas y las quejas del sector empresarial, los liberales los amonestaron por su inefi-ciencia, su falta de competitividad, su pesimismo y su derrotismo, negándoles todo apoyo estatal en aras al culto del mercado, de la competencia y de una nueva e insólita concepción de la “democracia”, definida por José Peñera como la libertad de mercado.

Otra modalidad del entreguismo fué constituida por la venta de las empresas estatales, conforme al postulado de la privatización. CORFO se encargó de negociarlas, casi siempre a un precio muy inferior a su valor real, lo que benefició a poderosos consorcios, tanto extranje-ros como nacionales apoyados por capitales foráneos. Sobre los escombros de las empresas nacionales y de una clase obrera reprimida, surge el “cuesco cabrera” o nuevo rico y amigote de los militares, que imita a los Golden boys y a los yuppies, mientras los empre-sarios tradicionales protestan inútilmente contra el “suicidio económico”, provocado por la Escuela de Chi-cago que convirtió a ese régimen en un laboratorio de sus teorías.

En 1981, se inicia el derrumbe de esos imperios de papel, cuando se desploma el consorcio CRAV, el de Vial y el de Cruzar, así como 810 grandes empresas en 1982 y

Todas esas referencias históricas –y muchas otras ex-periencias más– descalifican el mito de que el Estado es inexorablemente malo, nefasto, nocivo, malvado, innecesario y corrupto, ya que puede ser un excelente instrumento para promover el desarrollo y la justicia. Toda sociedad necesita establecer objetivos, orien-taciones, metas y prioridades vitales, las cuales sólo pueden establecerse a través del Estado porque, de otro modo, navegaría al garete y guiado por fuerzas ciegas y anarquizantes que no siempre actúan a favor del bien común.

Otro postulado neoliberal ha sido el del librecambismo y el principio de la apertura económica. En el pasado colonial, este mecanismo sirvió para consolidar una división del trabajo internacional asimétrico, desigual, injusto y poco equitativo, ya que sólo sirvió para que las grandes potencias se industrializaran, mientras los países pobres seguían conservando su papel de simples suplidores de materias primas. La primera nación que se sublevó contra ese sistema de corte imperial fué, precisamente, los EUA, durante la Guerra de Secesión, cuando el Norte rico e industrializado pregonaba el proteccionismo y el Sur agrícola, rural, pobre y expor-tador exigía el librecambismo, por temor a las represa-lias de su clientela británica.

El ejemplo más reciente que demuestra que la política de la apertura, promovida por los organismos interna-cionales con el propósito de mantener subordinadas las economías de los países subdesarrollados por los enormes intereses transnacionales; es el caso de Chile bajo la dictadura de Pinochet y de los liberales, lo que desmiente sus pretendidos ideales de libertad. Gracias a la desgravación arancelaria y a la apertura, se provo-có la “masacre empresarial” –con el beneplácito de los poderosos organismos financieros internacionales, que le otorgaron cerca de $5.000 millones en créditos– en la cual sucumbieron millares de empresas nacionales, la producción industrial se redujo en un 28% y el poder adquisitivo de la clase trabajadora se contrajo a un 40% del nivel de 1970.

Una parte importante del sector empresarial nacional se arruinó ante la competencia y la inundación de pro-ductos importados, especialmente de Asia. A su vez,

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las personas que tenían los ingresos más altos, vieron incrementados sus ingresos en un 15%”.

Lo anterior es confirmado por la FAO, la cual reve- la que:

“en América Latina la población flagelada por la desnutrición crónica había aumentado de 47.000.000 de habitantes a 59.000.000 de habi-tantes durante la década reciente, lo que sólo tiene paralelo con África, donde aumentó de 101 mi-llones a 168 millones, mientras que en el resto del Tercer Mundo disminuyó, aunque aún afecta a 786 millones de personas, de las cuales 192 millones son niños”.

Como conclusión, sólo podemos afirmar que la for-mulación de metas en la política nacional debe tomar en consideración los conceptos consignados. Es inútil dejarse obnubilar cándidamente por el espejismo de un progreso continuo y lineal, que pareciera conducir al abismo y precipitarse en el caos, como resultado de una civilización irracional en sus metas, precisamen-te porque carece totalmente de objetivos. A su vez, la opción por un modelo que exalta el consumismo y un laissez-faire anarquizante como valor supremo, sólo contribuye a acelerar el proceso de entropía, que con-duce a la degradación y al caos, lo que será agravado por una explosión demográfica desenfrenada.

El Estado no puede estar ausente en la solución de esos problemas, ni en la búsqueda de una utilización racio-nal de sus recursos, en estrecha colaboración con los sectores productivos y las principales fuerzas sociales no pueden abandonar la defensa de los intereses na-cionales, ni puede descuidar su mayor responsabilidad, que consiste en velar por la salud, en la excelencia cul-tural de la Nación y en el logro de una mejor calidad de vida. El Estado y las fuerzas vivas del país deben coordinar sus esfuerzos para combinar el ideal de los antiguos pensadores, basado en la solidaridad y la su-peración integral del ser humano con los beneficios ra-zonables del progreso moderno.

otras mil en 1983. Proliferan las huelgas, a pesar de la represión sindical y surge la guerrilla, por lo que Sergio de Castro y los liberales ortodoxos son expulsados del Gobierno y algunos terminan en la cárcel, acusados de actividades ilícitas y fraudulentas. Posteriormente, se trata de restañar las heridas, pero la política del entre-guismo de la economía chilena ya era irreversible.

Hemos citado el caso de Chile, porque ha sido pos-tulado por los liberales y por los organismos interna-cionales que manipulan nuestras economías, como el modelo y el paradigma que debe ser imitado e impuesto en América Latina. Pero nos queda muy claro que esta política está dictada por los imperativos de los grandes intereses económicos mundiales, de apoderarse de los mercados, de los recursos naturales y de los aparatos productivos de nuestros países, como un preludio a los efectos de la ley de la entropía.

Mientras obligan a las naciones débiles a abrir sus mer-cados –alegando que economías que apenas tienen pocas décadas de haber iniciado su industrialización, deben competir con las suyas que llevan varios siglos de ventaja en acumulación de capital y de tecnología– ellos imponen obstáculos y trabas arancelarias que im-piden el acceso de los productos de esos países a sus mercados. Esta imposición equivale a regresar a las condiciones injustas, desiguales y asimétricas del pacto colonial del pasado, así como a condenar nuevamente al Tercer Mundo a ser el suplidor de materias primas baratas y el mercado de productos manufacturados por los países industrializados.

Otros resultados injustos y denigrantes de esas imposi-ciones a nuestros países han sido denunciados por or-ganismos más imparciales, independientes y críticos, como son la FAO y la CEPAL.

“La pobreza en América Latina aumentó de 130.000.000 en 1980 a casi 200.000.000 en 1990 –afirma ésta–. Los costos del ajuste estructu-ral se han distribuido de manera desigual; las cifras revelan que, en los años 80, el 25% de la población con menores ingresos perdió casi el 10% de su ingreso real, mientras que el 5% de

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Por eso, nadie mejor que el Dr. Montero Mejía es el más indicado para analizar un tema de tan vital y trascen-dental importancia como el que aborda en esta obra: la estafa ideológica del neoliberalismo. Nadie mejor que él puede dar esa campanada de alerta por la amenaza de un sistema ideológico que, por sus implicaciones po-líticas, económicas y sociales, demuestra ya el enorme daño que provoca, no sólo en los mismos países desa-rrollados que lo han promovido sino, también y espe-cialmente, en el Tercer Mundo.

El Nuevo Orden Económico Mundial –que no es nove-doso porque se inició hace medio milenio, cuando Ro-drigo de Triana lanzó el grito de “¡Tierra a la vista!”, ni equivale a un orden, porque está inspirado en la inequi-dad, el abuso y la asimetría, ni es económico porque toda su enorme estructura gira alrededor del lucro y sólo es mundial en la medida que se le impone a pun-tapiés a los países del Tercer Mundo, es el resultado de varias causas.

Es el producto de una ruptura del equilibrio entre el Este y el Oeste, por el derrumbamiento del bloque so-cialista, que hacía menos cruel el destino del Tercer Mundo. Es, también, la consecuencia de los nexos que han convertido a las economías del Sur en apéndices del enorme engranaje industrial del Norte. Es, además, el resultado de la gigantesca deuda externa que alcan-za un monto exponencial de 1.500.000.000.000 y que mantiene avasallado al Tercer Mundo a sus acreedores, que se comportan como Shylock exigiendo su libra de carne.

Es, más aún, la culminación de un vertiginoso proceso de acumulación de poderío concentrado en enormes

Me es grato y honroso escribir el prólogo de esta obra porque en ella se dan cita y convergen, como en una encrucijada, dos elementos que son de enorme impor-tancia y le confieren un extraordinario interés para el lector: las innegables credenciales del autor y la elevada trascendencia del tema.

El autor, bien conocido por todos en nuestro país, reúne excepcionales condiciones. Es uno de los más destacados intelectuales, gracias a una extraordinaria vocación por el estudio y a su espíritu inquieto, propio de una mente en constante estado de ebullición y dotada de esas profundas, apasionadas e inclaudicables convicciones que han sido el privilegio de los grandes pensadores del mundo.

Esa actitud de auténtico intelectual ha sido fortale-cida, además, por una sólida preparación académica en los mejores centros de enseñanza superior de Europa, donde supo asimilar ese espíritu de supera-ción intelectual, el culto al estudio serio y profundo, así como esa capacidad de análisis crítico, a la vez que agudo y objetivo, que brindan los claustros universita-rios del Viejo Continente.

El autor ha dedicado toda una vida de entrega al es-tudio y a la enseñanza académica, donde se ha desta-cado por su vocación por la docencia y por su pasión hacia esas virtuosas diosas de la mente privilegiadas: la verdad y la equidad. Además, en diversas publicaciones y en distintos foros ha sabido demostrar su innegable talento como agudo analista, extraordinario polemis-ta y excelente director de debates televisivos, en los cuales supo transmitir conocimientos y sabiduría.

PRÓLOGO AL LIBRO DEL DR. ÁLVARO MONTERO MEJÍA1996

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estructuras de poder económico. Así como en la Edad Media prevaleció el poder ideológico de la Iglesia, en el Renacimiento se impuso el poder militar del Estado integrador, el cual se debilita y se subordina en el siglo XIX al poder económico del feudalismo industrial y, en el siglo XX, resurge el Estado, tanto en la versión provi-dencial como totalitaria; el siglo XXI será, posiblemen-te, el reino de esas gigantescas estructuras de poder económico, muchas de las cuales desbordan el poder de la inmensa mayoría de los Estados nacionales.

Son estos nuevos amos del planeta los que le imponen al mundo entero el paradigma férreo del capitalismo salvaje como modelo universal. Su código está exento de todos esos elevados valores morales y humanos que el mundo occidental ha cristalizado en un proceso de muchos siglos y que ha esgrimido como su mayor aporte a la civilización. El nuevo código de ética, des-pojado de todo rostro humano y reducido a una paten-te de corso, se limita a postulados económicos, que no son más que los falsos mitos que erigió el funesto li-beralismo manchesteriano hace dos siglos y que ahora son erigidos como virtudes supremas.

Uno de esos mitos consiste en la cantinela de que el Estado es malo, pernicioso y corrupto. Su propósito es destruirlo porque constituye un obstáculo al expansio-nismo de las multinacionales, que exigen la penetra-ción sin barreras de los mercados, aunque esto provo-que la ruina de los sectores productivos y el desempleo masivo. Su meta es apoderarse de las riquezas y de los recursos que necesita, al menor precio, sin que el Estado se los impida. Su finalidad obedece al codicioso afán de adquirir los servicios y las empresas públicas más rentables y esgrimen el sofisma de que la privati-zación es la panacea del Tercer Mundo.

El mito de la competencia es una verdad a medias porque, si bien ésta se traduce en una mayor produc-tividad, a su vez ha sido el detonador del colonialismo expoliador, de crueles guerras y de despojos territoria-les, mediante su ley leonina del colmillo y de la garra. Su vocinglera denuncia del monopolio sólo es tribu-to al altar de la hipocresía, porque son un puñado de multinacionales las que controlan el comercio de los

productos primarios que exporta el Tercer Mundo y al cual le imponen sus condiciones oligopólicas.

El elogio a la globalización no ha sido más que una ar-timaña para imponerle a los países débiles una aper-tura que los obliga a entregar sus mercados, mientras sus gobiernos mantienen un proteccionismo informal y aranceles intangibles, para impedir el libre flujo de productos competitivos a sus territorios y forman enclaustrados bloques, como el NAFTA o el UE, que constituyen fortalezas, a menudo impenetrables para el Tercer Mundo.

Todos estos mitos deben ser denunciados y debe arran-cársele la careta a ese falso código de ética, inspirado en una codicia obsesiva, en un afán de lucro posesivo y en un expansionismo desenfrenado, para impedir que nuestros países sigan siendo las víctimas del engaño, del abuso y del despojo. Por eso es obligada la lectura y la divulgación de esta obra, magistralmente redactada por el Dr. Montero Mejía quien, con el más agudo talen-to de un auténtico intelectual, analiza ese tema con los razonamientos más profundos y con un elevado espíri-tu patriótico y humano.

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CAPÍTULO SEGUNDO

ENSAYOS SOBRE ESTADO Y PODER POLÍTICO

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controlados por camarillas oligárquicas –los conserva-dores y los liberales– bajo el alero de un sistema de su-fragio censatario, el cual sólo le concedía el derecho a participar como votantes y como candidatos a puestos de elección a quienes ostentaban un nivel importante de ingresos o de fortuna.

No es sino hasta en la segunda mitad del siglo XIX que se abren paso en la palestra electoral los partidos de masas, que emergen en el seno de la clase trabajadora y de los estratos medios que se surgen de la Revolución Industrial, los cuales exigen mayor equidad social y un espacio político e imponen, en el siglo XX, la adopción del Estado Benefactor y del sufragio universal, en el cual la mujer también conquista su derecho a partici-par, por lo que emergen normas de conducta electoral.

B) LA ESTABILIDAD POLÍTICA

Algunos han sugerido que la conducta varía según el ritmo del cambio. Han percibido que las sociedades tradicionales suelen ser estables gracias a un equilibrio precario en el que la población rural está demasiado dispersa para organizarse y suele aceptar la pobreza y la desigualdad con apatía, resignación, abnegación y como una fatalidad natural, mientras todos los meca-nismos del poder están concentrados en las manos de una oligarquía terrateniente.

Una nueva forma de equilibrio y de estabilidad lo logran las sociedades de la abundancia, donde el bien-estar generalizado mitiga la desigualdad, amortigua los antagonismos, erosiona las tendencias extremis-tas, maniqueistas y centrífugas y las revierte hacia la convergencia ideológica, estimula el conformismo, el

A) LA PROTODEMOCRACIA

Una inmensa mayoría de la humanidad sólo ha cono-cido sistemas represivos: satrapías, despotismos, ti-ranías, dictaduras o regímenes feudales, autocráticos y totalitarios. La libertad y la participación política fueron tan raras y escasas en el pasado, que la demo-cracia, que se destaca como una conquista muy recien-te, constituyó la excepción a la regla. Ese fue el caso insólito de Atenas en donde todos los ciudadanos libres practicaban una especie de protodemocracia direc-ta y participativa en el seno de la Ekklesia o asamblea deliberativa.

En aquella democracia imperfecta e incipiente, en la que estaban excluidos los metecos, los esclavos y las mujeres, la participación no sólo era un derecho sino, también, un acto de responsabilidad, por lo que se solía distinguir entre los polites, o sea, los que aceptaban la obligación de participar, por un lado, y los idiotes, aque-llos que solían eludir ese deber cívico.

Es en el seno de la sociedad medioeval –particular-mente en Inglaterra a partir de la Carta Magna, en 1215– donde los señores feudales exigen compartir la responsabilidad de la toma de las decisiones con el monarca. Posteriormente, se invita a representantes de los incipientes centros urbanos y así el Parlamento se convierte paulatinamente en un foro de discusión, pero restringido a una limitada élite política, económi-ca, eclesiástica y militar.

Mientras tanto fueron emergiendo las primeras agru-paciones políticas organizadas durante los siglos XVIII y XIX, las cuales actuaban como partidos de cuadros,

EL COMPORTAMIENTO ELECTORAL

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Ensayos sobre Estado y Poder Político Rodrigo Madrigal Montealegre75

represalias, como es el caso de un régimen opresivo, tiránico, despótico o totalitario–, o mediante el con-senso, es decir, obteniendo el consentimiento libre y voluntario de quienes aceptan ser gobernados legíti-mamente por quienes han sido elegidos mediante un acto de soberanía popular.

C) LA REPRESENTATIVIDAD

El proceso electoral implica, consecuentemente, un medio para integrar al ciudadano, permitiéndole, indu-ciéndole e incluso obligándole a aportar su participa-ción en las decisiones colectivas en una sociedad. Al resultar imposible la democracia directa, plena y par-ticipativa en las grandes naciones modernas –como se practicó en la protodemocracia ateniense–, la alterna-tiva que más se le aproxima consiste en la democra-cia representativa. En ésta, los ciudadanos, que son los depositarios, titulares y detentadores de la soberanía, escogen a sus representantes en quienes delegan su au-toridad, para que actúen y decidan en su nombre.

Para que la participación, a su vez, sea real, plena, efec-tiva y legítima, es necesario que el ciudadano pueda escoger entre diversas opciones o alternativas y entre éstas, desde luego, la que considere mejor. En un siste-ma de partido único, por lo tanto, se limita la opción a una sola ecuación electoral y el comportamiento electoral queda reducido simplemente a aceptarla, a menudo por el temor, o a negarse mediante la absten-ción, lo que puede atraerle represalias, ya que todo sis-tema totalitario exige una lealtad unánime.

En un sistema bipartidista, por su parte, existe, al menos, una escogencia más amplia, al poder optar solamente entre dos fórmulas o alternativas. Obvia-mente, el sistema más democrático es aquel en que prevalece el multipartidismo ya que, por su carácter pluralista, es mayor el abanico de alternativas políti-cas y mayor acentuado es su carácter representativo. Sin embargo, el precio de la representatividad suele ser –como sucede en algunos regímenes parlamentarios– una mayor inestabilidad gubernamental cuando la ma-yoría sólo se logra mediante coaliciones en las que no prevalece el consenso. El pluripartidismo, por lo tanto, propicia un comportamiento electoral en el que el ciu-dadano encuentra reflejado, en la forma más auténtica

consenso, la conciliación, el compromiso, el eclecticis-mo, la desideologización y la despolitización.

Por el contrario, las sociedades en transición se carac-terizan por su inestabilidad, ya que los cambios rápidos trastornan la situación de importantes sectores socia-les que se sienten amenazados o son lesionados por las transformaciones. El orden establecido pierde su carácter natural, por lo que se erosiona su legitimidad y se caracteriza por el surgimiento de movimientos extremistas y radicales que pueden provocar rupturas violentas. Esto suele suceder cuando los sectores tra-dicionales son lesionados por el cambio pero, también, cuando a los sectores emergentes se les niega el espacio político y la participación que reclaman, como sucedió en 1789 o en 1917, sobre todo si su frustración recibe el apoyo de vastos sectores desarraigados y víctimas de la anomia.

Si bien la participación del ciudadano en el proceso electoral se suele considerar como uno de los pilares o requisitos de un auténtico sistema democrático, ésta no constituye siempre y necesariamente una garantía de equidad y libertad. Así lo demuestra la brutal apa-rición de los movimientos fascistas, los cuales movili-zaron a las masas, arrastrándolas a una participación activa y colectiva, mediante una manipulación que fo-mentaba un dogmatismo intolerante, delirante, frené-tico y fanatizado.

Lo anterior demuestra que toda conducta del ser humano está condicionada por una serie de factores que determinan, entre muchas actitudes, su compor-tamiento electoral. Si partimos de la premisa de que la política es esencialmente un fenómeno de poder, debemos reconocer que en toda sociedad moderna y en todas las estructuras de poder que se forman en su seno, unos detentan el ejercicio de la autoridad y otros acatan sus decisiones. Por lo tanto, el poder tiene una naturaleza relacional y virtual ya que se puede definir su esencia como la capacidad de obtener obediencia.

El poder, a su vez, se puede obtener mediante dos formas. Ya sea por la coerción –es decir, por la coac-ción, la fuerza bruta o simplemente con la amenaza de

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El comportamiento electoral también suele ser el pro-ducto del hábito, lo que implica una adhesión o una mi-litancia permanente en el seno de un mismo partido político, lo que se convierte en una actitud repetitiva y en una especie de lealtad o fidelidad reiterada o perpe-tua. Esto implica lo que algunos autores han denomi-nado “decisiones estables”, que suele ser el producto de una profunda identificación de un sector del electo-rado con un partido político, lo que a éste le garantiza una permanencia y una consolidación como organiza-ción política.

Distinto al elector “identificado”, que emite un voto de conformidad, similar a un reflejo condicionado, es el caso del elector “fluctuante”, cuyo comportamien-to electoral suele ser más errático o pendular, en la medida en que emite su voto como un acto de interés o de mayor racionalidad. Esto inclina su preferencia por una opción en la que suele atraer el contenido de un programa de gobierno, el impacto de la propaganda electoral, lo que le impide identificarse plenamente con un solo movimiento político.

Otra motivación psicológica que suele ser importante en el comportamiento electoral, consiste en el mime-tismo, es decir, la imitación. Se imita lo que se admira y se sigue al que se le reconoce como superior, lo que induce a la identificación con un movimiento político o a seguir a un líder carismático o un caudillo. Igual-mente, el mimetismo electoral puede resultar de una ósmosis cultural o de un contagio, sobre todo en el ámbito familiar, en el que los hijos suelen imitar a sus progenitores o, en otros, donde se establecen estrechas relaciones primarias.

Mucho énfasis se ha puesto en el hecho de que, a menudo, la identificación política se remonta a la niñez y, sobre todo, en la importancia de la familia como el más importante agente de socialización política, se-guido por el ámbito escolar y los círculos de amista-des. Por eso, la reducción de la edad autorizada para votar suscitó temores injustificados en quienes se han opuesto a su adopción por la convicción de que los jó-venes ridiculizarían los resultados electorales, lo que es usualmente infundado porque suele prevalecer el voto inspirado en la tradición familiar.

y legítima, la expresión de sus ideales, de sus aspiracio-nes o de sus intereses.

D) FUENTES DEL PODER

Para analizar el comportamiento electoral, sin duda es útil examinar los principales móviles que inducen a los ciudadanos a obedecer, partiendo de la premisa de que el poder es, por naturaleza, una relación de mando y obediencia. En primer lugar, entonces, constatamos que, en algunos sistemas políticos, el móvil principal es el miedo a la aplicación de la fuerza bruta, al terror institucionalizado, el temor a la tortura, a la represalia o a la delación que suelen sufrir los que disienten.

En estos casos, para imponer la voluntad basta, usual-mente, con la amenaza y la intimidación que suelen provocar las sanciones negativas. El método, por lo tanto, para lograr obediencia consiste en la disuasión que suscita el sentimiento negativo del miedo, el temor o el pánico y la utilización de los métodos coercitivos constituye el medio esencial para lograr la obediencia y, a la vez, la ultima ratio, es decir, el último recurso después de haber agotado otros métodos no coactivos.

Al contrario, otro móvil que puede condicionar el com-portamiento electoral consiste en la recompensa, es decir, en sanciones positivas. Se apela, por lo tanto, al interés, a las aspiraciones del electorado o a las rei-vindicaciones de diversos sectores de la sociedad. Esta forma de obtener obediencia, por su parte, se sustenta –ya no en la disuasión– sino en la persuasión.

El comportamiento electoral está inducido, de esta manera, por estímulos e incentivos, los cuales pueden consistir tanto en logros inmediatos como en prome-sas o metas a muy largo plazo; como es el de promo-ver conquistas económicas, una sociedad mejor o una mayor justicia social para generaciones futuras que todavía no han nacido. Las motivaciones, a su vez, pueden consistir en realizaciones materiales, como me-jorar el nivel de vida o construir grandes obras públicas pero, también, en ideales o aspiraciones más abstractas e idealistas.

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un statu quo considerado satisfactorio y con el cual se identifica el abstencionista.

También, así como algunos participan en las urnas electorales movidos por un sentido de obligación ciu-dadana, muchos abstencionistas, a su vez, desertan las salas de votación evadiendo un acto de responsabilidad y eludiendo el deber de participar en la toma de deci-siones. Mucho hincapié se ha hecho en que el ciudada-no moderno suele considerarse incapaz de comprender los complejos problemas inherentes a mecanismos eco-nómicos, situaciones sociales o relaciones internacio-nales que suele abundar en las decisiones políticas.

Es la convicción de que esos problemas esotéricos apenas pueden ser entendidos y resueltos por especia-listas o expertos, por lo que las distintas alternativas o soluciones carecen de sentido, de significado o de interés para el elector, por lo que las decisiones más importantes deben ser adoptadas por los políticos pro-fesionales o por los miembros más destacados de las “tecnoestructuras”, lo que, igualmente, induce a es-timular el abstencionismo. Sin embargo, muchos de esos problemas se pueden divulgar en forma simple y asequible a la opinión pública y reducir a su mínima expresión las alternativas u opciones que pregonan o postulan, fomentando la participación.

F) LA MANIPULACIÓN

Al respecto, y como instrumento medular en la con-formación del comportamiento electoral, es necesario destacar el impacto importante de la propaganda polí-tica. Así como la fuerza bruta o la simple amenaza de la coacción suele ser un poderoso medio para condicio-nar el comportamiento político de la ciudadanía, a su vez, la propaganda política es el principal instrumento para estimular y promover la participación, el consen-so y el consentimiento, así como para moldear la con-ducta electoral mediante la razón.

Pero, a su vez, los métodos y las prácticas de persua-sión democrática de la propaganda política pueden ad-quirir un carácter coercitivo, además de demagógico, cuando se utiliza con una intensidad obsesionante y manipuladora y, particularmente, cuando se convierte

E) PARTICIPACIÓN Y ABSTENCIONISMO

Estrechamente vinculado con lo anterior, deben to-marse en consideración los valores predominantes en la cultura política de cada sociedad y, sobre todo, en aquellas que inculcan el acto de votar como un acto de responsabilidad u obligación moral, como una virtud cívica o como un deber ciudadano, lo que constituye un factor normativo importante. En nuestro criterio, este imperativo ético está estrechamente vinculado al voto fluctuante, particularmente en los casos en que el elector se siente obligado a escoger la opción o la alternativa que, a regañadientes, considera como la menos mala.

Distinto es el caso del fenómeno del abstencionismo que, igualmente, es una forma de comportamiento elec-toral, en la medida en que el acto de no decidir consti-tuye, en sí, una decisión. El abstencionismo constituye una manifestación de conducta electoral, inspirada en la apatía y erigida como la antítesis o el polo opuesto de la identificación política y la negación de la participa-ción electoral. El abstencionismo puede traducirse, por lo tanto, como la conducta del mínimo esfuerzo, como una actitud de desinterés y de indolencia.

Se suele interpretar el abstencionismo como el reflejo de una situación de alineación y, por lo tanto, como un acto de hostilidad, de resignación, de protesta y de re-chazo hacia la sociedad, como una actitud refractaria al sistema político, a sus valores predominantes y a la legitimidad de sus instituciones. Esta forma de deser-ción electoral suele ser el caso de importantes sectores marginados o discriminados que tienen la convicción de que su destino está sellado y que la suerte nunca va a cambiar, por lo que se niegan a continuar siendo las víctimas de demagogias sistemáticas.

Pero puede ser, por el contrario, el resultado de un acto de aprobación y de identificación hacia un régimen po-lítico y su estructura institucional. Puede reflejar, por lo tanto, una manifestación de legitimidad, de confor-mismo, de satisfacción, de optimismo y de lealtad al sistema político, que consiste en no votar por la con-vicción de que no existe ninguna lesión o amenaza a

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ser el complemento del esclavo. Otros, por el contrario, son más críticos, refractarios, insumisos o rebeldes, como resultado del carácter íntimo, el nivel cultural, la experiencia personal o la escala de valores normativos y de ideales políticos que sustenta cada persona.

A su vez, esos valores están, muy a menudo, condicio-nados por la ubicación o el status socioeconómico de cada persona y, por lo tanto, el comportamiento políti-co suele ser el reflejo de la condición social del ciudada-no. Es importante, por lo tanto, y a veces determinante, el impacto de factores tales como el nivel de ingreso, la ocupación o la profesión, el nivel educativo, así como la posición social y la consciencia de clase que caracteri-za a cada persona, lo que influye en los valores y en la ideología que se sustenta o se defiende.

Sin embargo, esto no es absolutamen-te determinante, como lo demuestra la existencia de partidos pluricla-sistas o los casos en que vastos seg-mentos de los sectores populares no votan necesariamente por partidos de izquierda o, más lejos aún, el de naciones democráticas en donde los partidos netamente clasistas son inexistentes.

Estas excepciones a la regla, sin embargo, no anulan la validez de que el comportamiento político suele estar condicionado, en gran medida, por la situación econó-mica y la posición social de los electores y que, en el seno de los regímenes pluripartidistas, cada partido suele reflejar fielmente los intereses, las aspiraciones o los ideales de un estrato social. No puede sorprender que el proletariado se identifique con un movimiento socialista o que el magnate vote por las derechas.

G) LOS VALORES SOCIALES

A su vez, inciden otros factores en la cristalización de las diversas escalas de valores y de las múltiples representaciones colectivas que se reflejan en las ac-titudes políticas, tales como el origen racial en los casos de minorías o mayorías étnicas, particular-mente cuando éstas son víctimas de alguna forma de

en un auténtico lavado cerebral o en ese proceso que algunos autores han denominado como “violación de las masas”.

Esto implica la utilización de procedimientos en los que se abusa de la credulidad humana, se inculcan ac-titudes dogmáticas y maniqueístas mediante una into-lerancia y un fanatismo que exalta particularmente los instintos más bajos o las pasiones más sórdidas o pri-mitivas en el ser humano, como son el miedo, el odio, los prejuicios, la agresividad o una codicia que se puede convertir en rapiña, como es el caso de un sectarismo o un nacionalismo tergiversado que exalta y legitima la agresión y la expansión territorial.

Con ese fin, se procura inculcar, penetrar los estratos más profundos del inconsciente colectivo en las masas y los flancos más vulnerables de la irracionalidad en el ser humano, para lo cual se recurre a la mentira, a la fa-lacia, los mitos, los símbolos, las can-tinelas obsesivamente repetidas y las prácticas de seducción y obnubilación que pueden llegar a provocar reflejos condicionados y que permite fácil-mente la manipulación de las masas.

Es necesario recordar, por otra parte, que la manipu-lación dogmática y extremista suele ser más efectiva cuando se aplica a un terreno fértil, es decir, una pre-disposición colectiva que se convierte en una especie de caldo de cultivo favorable. Éste es el caso de las grandes crisis económicas, sociales o militares que propician la exaltación colectiva de las masas, parti-cularmente cuando no existe una sólida tradición de-mocrática, como fue el caso del fascismo y el nazismo que surgieron como reacción a la derrota de 1918, a la humillación del Tratado de Versalles y a la recesión de los años treinta.

La conducta política y la vulnerabilidad a la manipu-lación, a su vez, dependen, también, en gran medida, del temperamento de cada ser humano. Unos hombres suelen ser más conformistas, dóciles, sumisos y hasta serviles hasta el extremo de que el amo puede llegar a

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Ensayos sobre Estado y Poder Político Rodrigo Madrigal Montealegre79

la medalla consiste en que el voto que se aporta en la urna electoral vale tanto como el de cualquier otro ciu-dadano y que, además de ser un acto de participación democrática, a su vez, equivale a un deber y a una ma-nifestación de responsabilidad cívica.

prejuicio, discriminación o persecución que tienda a subestimarlas o, inclusive, a perseguirlas. Lo mismo es cierto en algunos países en donde el credo religio-so llega a convertirse en motivo de antagonismo social y hasta de situaciones conflictivas y, a veces, sumamen-te fanatizadas.

Otros factores, finalmente, que actúan como condicio-nantes del comportamiento electoral, tienen su origen en la formación educativa, como es el caso del grado de escolaridad, de formación profesional y de nivel cultu-ral que el elector ha tenido oportunidad de alcanzar. También suelen incidir elementos de carácter fisioló-gico, como puede ser el sexo o factores demográficos, como es la ubicación, por la edad, en la pirámide de población. Así, las mujeres suelen ser refractarias a la discriminación o a la guerra y los jóvenes más inclina-dos al heroísmo o a la generosidad.

Igualmente importantes pueden ser las vivencias o las experiencias intensas, sobre todo aquellas que han dejado la huella de un trauma psicológico. Un caso de esta naturaleza es el de los ancianos quienes han sido abandonados por el desmembramiento del Estado Be-nefactor mediante la imposición del capitalismo salva-je. Otro caso es el de los veteranos de guerra –sobre todo en naciones que han sufrido una humillante de-rrota militar– los cuales se convierten, a menudo, en los más fervientes militantes de los movimientos cho-vinistas, irredentistas o fascistas.

Lo más importante, sin embargo, es que el comporta-miento electoral es el fruto de la oportunidad de par-ticipación que se le brinda al ciudadano moderno en las naciones democráticas. En el pasado, salvo en casos excepcionales e imperfectos como lo fue el de Atenas en el siglo de Pericles, eran minorías –políticas, milita-res, económicas o eclesiásticas– las únicas que deten-taban el poder, mientras la masa quedaba marginada y obligada a practicar una obediencia sumisa, silenciosa y ciega.

Aunque el ciudadano moderno, en sociedades alta-mente atomizadas, puede tener la sensación de que su voto apenas pesa en una forma ínfima, el otro lado de

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económica y social, como armonizador, rector y pro-motor del desarrollo integral y de una mayor armonía social. Esto ha conducido, recientemente, a un cuestio-namiento casi universal que hacia un nuevo debate en el que se discute el nuevo papel que se le debe señalar, tanto en las naciones desarrolladas, como en los países del Tercer Mundo, tomando en consideración tanto los éxitos como los fracasos que se han consignado en una rica experiencia de varias décadas.

I) LA NATURALEZA DEL ESTADO

A) LA DEFINICIÓN DEL ESTADO

Desde tiempos remotos, los hombres se han pregun-tado cuál debe ser el papel del Estado en el seno de la sociedad, cuáles deben ser sus funciones, cuáles deben ser las prerrogativas que se le pueden asignar y hasta dónde pueden llegar sus atribuciones. Aún más, toda-vía se debate y se discute cuál es la verdadera natura-leza y la esencia del Estado, sin llegar a un consenso universalmente aceptado por todos los teóricos, ya que tratan de definirlo según sus funciones.

Para los liberales, por ejemplo, el Estado constituye un obstáculo al desarrollo y a la expansión plena de las fuerzas productivas, un impedimento económico, por lo que se debe limitar su esfera de acción y su poder a su mínima expresión. El Estado es, por naturaleza una institución que limita la libertad del individuo y que inhibe la creatividad del ser humano que, de ga-rantizársele la seguridad y la propiedad es, por sí solo, capaz de promover el progreso y la prosperidad de una

INTRODUCCIÓN

Para comprender mejor el surgimiento y el desarrollo del intervencionismo del Estado y particularmente el papel que se le ha asignado como gestor de actividades productivas, es necesario analizarlo dentro de un con-texto histórico y universal.

Con ese propósito resulta conveniente abordar el tema de la definición del Estado y de los diversos juicios que distintas corrientes del pensamiento político han emi-tido en cuanto a su naturaleza, su esencia y las funcio-nes que asume o debe asumir.

Ese análisis y definición del Estado nos conduce al papel que ha sumido y se le ha asignado a éste, esencialmente en el mundo occidental del cual formamos parte pero, también, en otros confines del mundo actual, tomando en consideración que no todos los países marchan al mismo paso.

La función más elemental y tradicional del Estado ha sido la de integrar nacionalmente a diversos pueblos, la cual fue emprendida en Europa hace algunos siglos, en América hace apenas más de un siglo y, en el Tercer Mundo, en forma más reciente. La crisis de esta forma de Estado condujo al liberalismo, tanto político como económico, que engendra la más profunda transforma-ción económica y tecnológica de la humanidad, a la vez que provoca una profunda crisis política y social.

Esa crisis, a su vez, va tener como resultado una nueva función que se le asigna al Estado, lo induce a inter-venir activamente en todos los ámbitos de la vida

EL ESTADO: GÉNESIS, AUGE Y CRISIS

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a sus supremos intereses, por lo que todo debe quedar subordinando al Estado en armonía con su papel me-siánico de promover el desarrollo, el progreso y el apogeo pleno de la nación.

Paradójicamente, una exaltación de hecho se produjo en el primer país que adopta el socialismo como modelo de sociedad y que, a su vez, lo impone a las naciones que incorpora dentro de su esfera de influencia, bajo el stanilismo. En vez de languidecer, de acuerdo con los postulados ideológicos ya enunciados, el Estado ad-quiere una dimensión totalitaria y se caracteriza por una concentración del poder absoluto, que contradice los principios ideológicos que supuestamente lo inspi-ran, pero que se explica por las condiciones históricas en las que se desenvuelve el Estado soviético.

B) EL CARÁCTER INSTRUMENTAL DEL ESTADO

Curiosamente, el único rasgo en común que comparten todas estas doctrinas y teorías –algunas de ellas antié-ticas– consiste en que intentan definir al Estado según los fines que se le asignan. Es decir, que el parámetro que se utiliza para describir al Estado se reduce a ana-lizar lo que este hace, enunciar para qué sirve, cuáles fines persigue, cuáles funciones desempeña, qué tareas desempeña y cuál es su papel en la sociedad.

A partir de entonces, se le juzga y es absuelto o es con-denado, se exalta o se replica, es considerado bueno o malo, es calificado como nefasto y nocivo o es conside-rado beneficioso, necesario y útil. Todas estas versio-nes están, obviamente, impregnadas de criterios, pre-juicios y valoraciones subjetivas conforme a la escala de valoración del analista y a las representaciones colecti-vas que prevalecen en distintas épocas y sociedades.

Esto nos conduce a la inevitable conclusión de que el Estado no puede ser definido –en una forma categó-rica, absoluta y universal– utilizando ese camino me-todológico, por la sencilla razón –como lo indica Max Weber– de que prácticamente no existe una tarea, una actividad, un fin o un propósito que no se le puede asig-nar al Estado. Esto equivale a afirmar que este sirve para todo, que es multifuncional o, en cierto modo,

sociedad. Encontramos, entonces, una versión negativa del Estado, una interpretación en el sentido de que su naturaleza es esencialmente nefasta e inevitablemente nociva, por lo que resulta sensato reducirlo y limitarlo.

Los anarquistas y los socialistas del siglo pasado, a su vez, comparten esa concepción negativa del Estado, pero desde una óptica distinta. Para ellos éste consti-tuye el instrumento de explotación por excelencia de las clases dominantes, que lo utilizan para obtener y garantizar la seguridad de sus privilegios, así como el orden y la estabilidad necesarios para proteger sus in-tereses. Por lo tanto, ese instrumento de dominación represiva debe desaparecer, languidecer y ser elimina-do una vez que la sociedad llegue a convertirse en una comunidad igualitaria, en la que ninguna clase domina a otra y en la que, por lo tanto, el Estado es obviamente innecesario.

Constatamos, por lo tanto, y en forma muy somera, que curiosamente y siempre invocando el principio de la libertad absoluta, pero por distintos motivos, tanto liberales, anarquistas y socialistas compartían un cri-terio adverso, negativo y pesimista respecto al Estado y encontramos, igualmente, en un sentido contrario e in-verso, otras doctrinas que han exaltado al Estado como una institución positiva, buena y necesaria.

Uno de ellos fue Thomas Hobbes, para quien era fun-damental una entidad suprema que tuviera el poder necesario para establecer y garantizar el orden preciso dentro de una sociedad y sin el cual, ésta sucumbirá en el caos y en la anarquía y el hombre se convertiría en el lobo del hombre. Igualmente pensaba Jean Bodin, para quien era imprescindible que, por encima de todos los intereses particulares, debía existir una institución so-berana, cuyo poder debía ser indivisible y cuya función debía ser la de armonizar esos intereses en beneficio de la sociedad.

Más recientemente, la exaltación más apoteósica del Estado ha sido formulada por el fascismo, cuyo funda-dor, Mussolini, le asigna un papel predominante y su-premo dentro de la sociedad, señalándole una función totalitaria según la cual el Estado encarna a la nación y

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de la persuasión o la disuasión. Es decir, que algunos logran gobernar mediante el método de vencer o el de convencer, el de aplicar la fuerza bruta y la amena-za o el de lograr el consenso voluntario. Es obvio que cuanto más coactivo sea el poder, más despótico será su naturaleza y que cuanto mayor consentimiento se obtenga, más democrática será su esencia.

Yendo más lejos aún, toda forma de poder tiende a orga-nizarse y a perpetuarse, con lo que el poder, a menudo, logra institucionalizarse en estructuras de poder. A la inversa, toda forma de organización requiere alguna forma de autoridad para mantener su estructura inter-na y suele ejercer alguna forma de poder en el seno de la sociedad.

A su vez, cuanto más pluralista, avanzada, compleja y democrática sea una sociedad, mayor será la proli-feración de las estructuras de poder; simultáneamen-te, mayor será la necesidad de una institución rectora, reguladora e integradora que permite armonizar los ideales, los fines y los intereses que suelen entrar en conflicto en el seno de la sociedad. En una sociedad más totalitaria, menor será el número de asociaciones espontáneas y todas las formas de poder quedan inte-gradas en una estructura única, monolítica y despótica que orquesta todas las actividades de la sociedad.

El Estado es, por lo tanto, aquella estructura de poder que regula y coordina las principales relaciones socia-les en el seno de una comunidad. Su carácter singu-lar consiste en que es soberana; es decir, que se ubica encima (“supra”) de todos los demás, en el monopo-lio de la fuerza que ostenta, a la que recurre en última instancia y no sistemáticamente. Tiene, además, la pre-rrogativa de comprometer la voluntad y el destino de todos los miembros de la sociedad sobre la cual ejerce su autoridad. Al contrario de otras formas de poder, el del Estado es el más amplio, el más vasto, el más inte-grador; a la vez que es el más funcional, pues puede ser utilizado en la consecución de múltiples fines, por su carácter instrumental. A su vez, el Estado tolera y con-vive con otras formas y estructuras de poder.

Unas de las más antiguas se derivan de la autoridad religiosa que asume al formar un poder ideológico, es decir, que emana de las ideas y creencias de carácter

omnipotente y que solo persigue los fines que se le asignan, que trata de alcanzar las metas que los deten-tadores de su poder le señalen.

Esta definición simplemente se limita a definir al Estado como un medio y a señalar que su naturaleza es estrictamente instrumental y puede quedar resumida en la famosa expresión de Mirabeau, cuando proclamó que “las bayonetas sirven para todo, menos para sentarse en ellas”. Regresando entonces, en el juicio ético o uti-litarista sobre el Estado puede juzgarse como bueno o como malo el uso que los gobernantes hacen del Estado o los fines que le señalan estos, pero resulta insensato e inconsecuente juzgar como tal a una institución que solo tiene un carácter estrictamente potencial e instru-mental. De igual modo, resultaría absurdo condenar a la ciencia o a la tecnología por haber servido para in-crementar el carácter devastador y letal de las guerras modernas o, inversamente, emitir un juicio absoluta-mente positivo por haber servido a la noble causa del progreso de la humanidad, cuando a todos nos consta que ambas han servido tanto para el bien como para el mal del género humano. Igual juicio podría ser enun-ciado en relación con otras instituciones sociales, tales como la religión o la economía que, igualmente, han sido instrumentalizados para inducir a naciones en-teras a la conquista, guerra o genocidio fanatizado, como, también, han servido para fines más elevados, beneficiosos y positivos. Por lo tanto, al Estado –igual que a la economía o a la religión– se le debe juzgar por el uso o el abuso que se haga de dicha institución.

C) LAS ESTRUCTURAS DEL PODER

Para muchos autores, la política se definiría como “la naturaleza, los fundamentos, el ejercicio, los objetivos y los efectos del poder en la sociedad” (W. Robson). A su vez, el poder consiste en la probabilidad de imponer la propia voluntad dentro de una relación social, según la formu-la weberiana.

El poder, por lo tanto, es un fenómeno social de mando y obediencia, mediante el cual unos logran obtener la cooperación de otros para alcanzar los fines que se proponen. Con más precisión, diríamos que el poder se define como la capacidad de obtener obediencia, lo cual se logra ya sea mediante la utilización de métodos coactivos, ya sea gracias al consentimiento por medio

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o el logro de sus ideales, lo que los induce a establecer relaciones de conflicto o de cooperación con el Estado y con otras estructuras de poder. Igualmente, los ciu-dadanos intentan espontáneamente el ejercicio directo o participar en la toma de decisiones gubernamentales, conforme a sus metas y objetivos.

Es importante destacar, como conclusión, que toda forma de poder tiende a doblegar la voluntad y a ob-tener la cooperación de los miembros de una sociedad y reiterar que toda forma de poder tiene un carácter potencial o instrumental y que como tal puede ser uti-lizado en forma justa y equitativa o de manera explota-dora y abusiva. Esta reflexión se aplica, desde luego al Estado, por ser la organización más vasta y poderosa, pero, también, a otras formas de poder institucionali-zado, como se constata históricamente, especialmente cuando prevalece una y se debilitan las otras. Esto ex-plica lo difícil que resulta alcanzar un grado de orga-nización política, económica y social que combine un equilibrio entre la democracia, la prosperidad y la equi-dad. Aplicada a todas las formas de autoridad, es válida la sentencia de lord Acton: “El poder corrompe y el poder total corrompe totalmente”. Es, por lo tanto, insensato pontificar paladinamente que una forma de poder es buena o mala por su naturaleza misma, pues todo de-pende de la utilización que se le confiere.

A continuación, examinaremos cuatro formas que ha asumido el Estado que, en algunos países como Europa, corresponden a etapas sucesivas en su evolución histó-rica, conforme a las circunstancias y a los fines que, en su momento, se le asignaron, pero que, en las naciones emergentes del Tercer Mundo, han solido combinarse o sucederse con mayor celeridad.

II) EL ESTADO INTEGRADOR

A partir del renacimiento en Europa hasta nuestros días, en que concluye el surgimiento y el nacimiento de nuevas naciones, el Estado ha sido el protagonista principal y el arquitecto más importante en el proce-so que le confiere fisonomía y articulación a las nuevas naciones del mundo.

ético, sobrenatural y espiritual. Históricamente, se han dado diversas formas de relación con el poder tempo-ral: a veces han convivido armoniosamente, en otras ocasiones uno subordinado al otro y, a menudo, el poder religioso ha actuado como un freno o contrapeso al poder temporal, como, también, ha sido cómplice a veces, en la legitimación del poder político.

Otra forma de poder es el de carácter económico, el cual encuentra la fuente de autoridad tanto en la pro-piedad como en el control de los principales medios de producción. En el pasado tuvo un carácter más coacti-vo, bajo la forma de la esclavitud, la servidumbre feudal o del proletariado durante la Revolución Industrial, el cual se conserva actualmente en sociedades subdesa-rrolladas. Como su función es la de producir bienes y servicios, es indispensable la cooperación organizada y la disciplina. Históricamente, también sus relaciones con el poder político han variado; a menudo, este ha sido subordinado por el poder económico, convirtién-dolo en instrumento de sus intereses. En otras ocasio-nes, uno ha actuado como contrapeso y freno del otro o ambos han convivido, cooperando armoniosamente en la consecución de sus propios fines. Sus relaciones han sido, por lo tanto y según las ocasiones históricas de naturaleza conflictiva, de subordinación, de equilibrio o de cooperación mutua.

Una forma adicional y más reciente ha surgido bajo la forma del poder laboral o sindical, el cual, igualmente, emerge como una fuerza social que actúa como freno y contrapeso del sector empresarial y del Estado. Sus fines pueden ser de carácter revolucionario, en el senti-do de transformar radicalmente la organización social, así como reformista o reivindicativo; y su fuente de poder es el producto de la forma en que logra organi-zarse, del grado de disciplina, del nivel de solidaridad, del número de sus afiliados, de los recursos con que dispone, de su posición estratégica en el sector produc-tivo, de la coyuntura económica y de la legislación que la proteja o la regule.

En una sociedad pluralista, la mayoría de sus miembros tiende a organizarse en alguna forma, constituyendo así una multitud de cuerpos intermedios, de grupos de presión o de interés que, mediante el ejercicio de la in-fluencia, tratan de obtener la consecución de sus fines

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norte y la vinculan con los pueblos eslavos del este, for-jando así un circuito comercial amplio y floreciente.

Todos estos contactos nuevos contribuyen a abrir las mentes, antes sumidas en el oscurantismo escolástico, a adoptar y a divulgar innovaciones tecnológicas que, a su vez, impulsarán la expansión de la economía. El intercambio hizo posible una mayor especialización en el proceso global de producción, en el nivel regional, nacional e internacional, con lo que se elevó la pro-ductividad, se incrementó la rentabilidad y creció la riqueza que, por su carácter monetario, permitió una acumulación que favorecerá el impulso del capitalismo aún incipiente.

El Estado se convierte, así, en forjador y protector, gracias a la seguridad y a la integración nacional que aporta, de un sistema de producción que moviliza re-cursos y fomenta la riqueza, de la cual exige una par-ticipación, a través de canales tributarios, que requiere para cumplir dichas funciones. De esta forma, el Estado se fortalece y se consolida, mediante un procedimiento de “fiscalidad constructiva”. Simultáneamente, emer-gen, gracias a este proceso, dos nuevas estructuras de poder: una de orden estatal y otra de naturaleza econó-mica que, como aliados naturales, se favorecen mutua-mente y se necesitan recíprocamente.

B) LOS CAMBIOS SOCIALES

Como causa y efecto de las mutaciones económicas y políticas, se manifestaron profundas transformacio-nes sociales, entre ellas, la aparición paulatina de una nueva clase social ávida de riqueza, de gran espíritu emprendedor y creativo e impregnado de un afán de aventura. Este nuevo sector social está constituido por industriales, empresarios, profesionales, científicos, in-telectuales y navegantes que asumen la tarea de trans-formar el mundo. Introducen valiosas innovaciones, nuevas ideas y valores, tales como el reconocimiento al mérito personal, el individualismo, el culto al trabajo y el esfuerzo. Se exalta el talento, el afán de lucro, el espíritu de superación, la sed de conocimiento, la crea-tividad humana, y la secularización del pensamiento.

El mundo moderno es el producto de toda una vasta serie de fenómenos concomitantes –económicos, so-ciales, demográficos, científicos, ideológicos, religio-sos, culturales y políticos de los cuales el Estado es uno de ellos, en un importante proceso de transformación y en el cual este juega un papel decisivo, como generador de cambio y como propiciador de la modernización de la sociedad. El Estado moderno que nace en Europa, ha sido el principal promotor y la institución más be-neficiada de las naciones más avanzadas, así como de ese fenómeno denominado como la aceleración de la historia.

A) LOS FACTORES ECONÓMICOS

Una de las transformaciones más importantes se pro-duce con el paso de una economía precapitalista, au-tárquica, de autosuficiencia, cerrada, sin mayores intercambios, de baja productividad y eficiencia, emi-nentemente rural, esencialmente agrícola y basada en una mano de obra servil y avasallada por el sistema feudal, hacia una economía más moderna, racional y de naturaleza capitalista.

Esta nueva forma de organización económica, apenas incipiente al inicio del Renacimiento es estimulada por el comercio y el intercambio de productos, gracias a la seguridad y a la protección que brinda un Estado tam-bién incipiente, a lo largo de las vías de comunicación y, con ello, permite y estimula la reactivación económica en el seno de su territorio.

El Estado, igualmente, asume la acuñación de la moneda progresivamente ya que, al no adulterar los metales preciosos –provenientes de nuevas minas en Europa Oriental y de América, en abundancia– garanti-zan su valor, lo que inspira mayor confianza y estimula las relaciones comerciales en las ferias, en los centros urbanos y en los mercados ultramarinos.

De igual modo, las cruzadas contribuyen a renovar el contacto con las florecientes civilizaciones musulma-nas del Levante, a la vez que los vikingos abandonan el no muy noble oficio de la piratería y se dedican a pro-mover el comercio, así como a introducir la navegación en alta mar, con lo que incentivan la economía en el

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clase. En países donde no lo hizo, como fue el caso de España, el resultado fue el inmovilismo y el estanca-miento, con estructuras petrificadas y ancladas en el pasado. En otros, como fue el caso de Inglaterra, en que ambas clases aprendieron a convivir y se fusiona-ron en una simbiosis total, el resultado fue la revolu-ción industrial y el parlamentarismo democrático. En otras naciones, como en Francia, en que ambas élites chocaron y entraron en conflictos irreconciliables, el resultado fue la revolución francesa, la experiencia na-poleónica y un atraso en el despegue económico, como resultado de luchas estériles y desgastadoras. El caso de los Estados Unidos, a su vez, es atípico en la medida en que no se dio una lucha de clases dominantes de esta naturaleza, sino un movimiento de secesión pro-vocado por los Estados sureños, gobernados por una aristocracia apegada al esclavismo y al libre cambio, contra los estados del norte, más industrializados, pro-gresistas y aferrados a un sistema proteccionista que ampara y escuadra a su pujante y vigorosa industria. América Latina, a su vez, liberada del yugo colonial, continúa practicando una economía de corte colonial, exportando productos primarios, dividida en un mo-saico de celosas soberanías y debilitada por las luchas intestinas promovidas por el cacicazgo político, espera el momento de realizar su propio progreso de indus-trialización y de modernización y continuará en el le-targo del subdesarrollo que la convierte en el apéndice de las grandes potencias modernas.

C) LAS CONDICIONES DEMOGRÁFICAS

Para algunos autores, los cambios demográficos tuvie-ron alguna incidencia en las transformaciones ocurri-das en Europa. La mortalidad provocada por las terri-bles plagas pudo haber favorecido el auge económico, al hacer posible una mayor abundancia de recursos y una mejor alimentación. Sin embargo, la explosión demográfica que se dio posteriormente parece haber sido más decisiva al fomentar la demanda de productos agrícolas y manufacturados. Igualmente importante parece haber sido el impacto mental y emocional que la plaga pudo haber provocado al despertar valores más seculares, materiales, hedonistas e individuales, al enfrentarse el hombre con la amenaza de una muerte inminente, prematura y cruel.

Este nuevo código contrasta con los predominantes en la vieja clase dominante de origen feudal –aristocráti-ca, guerrea y terrateniente– la cual se apegaba a la po-sesión de la tierra y exaltaba los valores del honor, del linaje, de las hazañas bélicas y de la tradición, así como el código moral de corte escolástico que había inculca-do la iglesia católica a lo largo de la edad media.

Obviamente, los intereses y los valores de ambas clases contrastaban y, a menudo, entraron en conflicto. La aristocracia apegada al status quo y a la tradición, de-fendía el oscurantismo y rechazaba toda innovación que pudiera modificar las estructuras existentes, asu-miendo una actitud de inmovilismo y refractaria a todo cambio social que amenazara su posición, sus intere-ses y su concepción del mundo. Esta vieja clase aristo-crática había sido diezmada por las cruzadas y por las guerras intestinas o en aventuras bélicas contra otras naciones, lo que la había desamparado y debilitado. A su vez, era motivo de caos y de anarquía pues, sistemá-ticamente, se dedicaban al saqueo y obstaculizaban el tránsito o el comercio al imponer el pago del peaje en los dominios o comarcas que controlaban, con lo cual frenaban el auge económico y el intercambio que se estaba gestando.

La nueva plutocracia o burguesía, a su vez, reclamaba el derecho a la libertad de tránsito, la libertad individual, la seguridad necesaria para practicar sus actividades, así como la garantía de protección al libre pensamiento y a ejercer sin trabas su oficio, su vocación personal y su espíritu de creatividad y superación.

A menudo, el aliado natural de esta nueva elite empre-sarial e intelectual fue el Estado, el cual se beneficiaba con la riqueza que esta generaba, con la secularización del pensamiento que lo liberaba de las cadenas dogmá-ticas que trataban de sujetarla y que, paulatinamente, fue asimilando muchas de las prerrogativas que aún acaparaban la antigua aristocracia, tales como el mo-nopolio de las fuerzas armadas, el derecho a impartir justicia o la facultad de acuñar la moneda, así como la prerrogativa de proteger a las comunidades. Lo ante-rior explica por qué el Estado ha sido la partera que gestó el nacimiento del mundo moderno, al favorecer el movimiento de progreso que promovía esta nueva

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de tiro, o la introducción del estribo y de los molinos medievales, habían incrementado los rendimientos en la producción agrícola. Toda una serie de dispositivos mecánicos encuentran aplicación en la explotación de minas, en la metalurgia, en las nuevas manufacturas y en la artesanía, producto de la curiosidad y de la creati-vidad humana, lo que incrementa los rendimientos en la producción.

Pero será la brújula, aportada por los chinos, la que hará posible, junto con la experiencia de los vikingos, la navegación nocturna y en alta mar durante perio-dos prolongados. Esto hará posible la extraordinaria aventura de conocer otros continentes, el contacto con otras civilizaciones, así como el dominio y la ex-plotación de otras tierras, cuyas riquezas en metales y recursos alimenticios estimularán enormemente la economía europea. La brújula, el sextante, el astrola-bio y la cartografía serán los modestos instrumentos que harán posible la futura integración del mundo que ahora conocemos. Pero será el Estado, unido al espíritu de aventura renacentista, el que propiciará y financiará –en España, Inglaterra y Portugal– la exploración y el que se beneficiará con los vastos recursos que procura este proceso de colonización, ya que es la única orga-nización que cuenta con la suficiente concentración de riqueza para emprender tan codiciosa empresa.

La introducción de los metales preciosos sirvió como un acicate a la economía, al fomentar la circulación monetaria y como un ingreso en las arcas del Estado aunque, en España, le permitió a este prescindir de la riqueza generada por la clase empresarial, por lo que esta no prosperó, fue avasallada por la aristocracia y la economía se estancó casi hasta nuestros días, a la vez que América Latina se inmoviliza en su papel de proveedor de materia prima y de mano de obra servil y poco onerosa, también hasta nuestros días.

Otra innovación transformadora, introducida también de China, fue la imprenta, la cual revoluciona el siste-ma de comunicación del conocimiento y la divulgación de las ideas, hasta entonces realizada en forma oral o gracias a laboriosos copistas. Simultáneamente, se ge-neraliza la industrialización del papel, también inven-to chino, lo que permite un acceso más generalizado y

Pero más decisivo aún fue el crecimiento urbano que se dio como fenómeno concomitante, ya que es en las inci-pientes ciudades en donde se gesta el vasto movimien-to de modernización. Es, en esos burgos, donde nace la burguesía que transforma la economía, el pensamien-to, el conocimiento, la política y la sociedad. Es, en esos centros urbanos, en donde se comparan y se divulgan las nuevas ideas, donde se negocian las transacciones comerciales, donde se encontrarán los recursos huma-nos y los profesionales, de origen burgués, que ponen en marcha los engranajes de una moderna adminis-tración pública. Es en Parma, París, Oxford, Cambrid-ge, Nápoles y Salamanca donde se dan cita las nuevas ideas, donde se divulga y se contrastan el pensamiento y las innovaciones que van a romper los viejos moldes mentales, de corte escolástico y medieval.

Desde esos centros urbanos convertidos en capitales, el Estado va a levantar toda su estructura burocrática, que exige documentos, archivos, censos, códigos jurí-dicos, cuentas, estadísticas y de donde parten los vasos comunicantes que lo vinculan y le permiten articular la orientación y el destino de toda la nación a la que integra política, económica y socialmente, enviando di-rectrices, órdenes e imponiendo un ordenamiento jurí-dico, así como recibiendo los recursos necesarios para su aparato burocrático y sus fuerzas armadas, los dos pilares que sostienen su estructura.

D) EL IMPACTO TECNOLÓGICO

Curiosamente es en China de donde provienen las principales innovaciones técnicas que van a trans-formar al mundo, pero es en Europa en donde se les dará la aplicación práctica que modificará todas las estructuras existentes y darán inicio a una nueva ci-vilización, a pesar de la resistencia y la neofobia de las mentes escolásticas y dogmáticas. El estrecho margen que separa a la ciencia de la tecnología es que una es eminentemente contemplativa y, la otra, busca la apli-cación del conocimiento como un medio de dominar a la naturaleza en beneficio del hombre, lo que le confirió cierto sentido de poder y de emancipación al no quedar a merced de la naturaleza.

Algunos cambios, como el arado de hierro, la collera de pecho que obtenía mayor provecho en los animales

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Igualmente, numerosos son los casos en las que un Estado emergente conquista diversas comunidades étnicas totalmente heterogéneas y sin ningún vínculo hasta integrarlas en el vasto marco de una nueva for-mación nacional, sin que sea, obviamente, el producto de la voluntad colectiva, pero que alcanza gracias a los beneficios que logra impulsar o por medios y méto-dos de asimilación como son la imposición de una sola lengua, una religión y una sola autoridad.

Lo importante es que la formación del Estado como institución integradora, que fomenta los lazos cultura-les, los vínculos económicos y la consciencia nacional, es sentida, reivindicada o aceptada por una vasta co-munidad que se identifica a sí misma como una nación. Mito manipulado o necesidad compartida, lo cierto es que, a menudo, el Estado es el producto de una ame-naza extrema, es decir, de factores exógenos que in-ducen a un pueblo a unirse bajo una autoridad única, suprema e investida de gran poder con el fin de prote-gerse contra un invasor, como fue el caso de Francia, de España, Rusia y, en cierto grado, el de los Estados Unidos en su lucha por garantizar su independencia.

Lo importante es que se crean lazos de solidaridad, de afinidad y el sentimiento de compartir un destino común y, sobre todo, un vínculo de lealtad patriótica hacia la nación y hacia el Estado que sustituye el com-promiso de fidelidad feudal o de carácter religioso, como sucedió en los países protestantes a partir de la reforma. Toda una serie de mitos, de símbolos y de valores son manipulados con el fin de sacralizar esos vínculos de lealtad hasta el punto que irrespetarlos o violarlos se convierte en un acto de traición.

Con el propósito de cumplir con esa función integra-dora, el Estado se fortalece obteniendo obediencia, es decir, poder y exige el tributo de sangre en caso de un conflicto bélico y, en tiempos de paz, el tributo fiscal con el cual mantiene los dos pilares que sostienen su es-tructura: el aparato burocrático y las fuerzas armadas.

La crisis del Estado Integrador fue provocada, en Europa, por el abuso del poder, en la medida en que fue desplazado, sustituyendo y debilitando a otras

democrático del pensamiento, la irradiación, el ateso-ramiento y la propagación de viejas y nuevas formas de pensar –lo que hasta entonces era el patrimonio eso-térico de una minoría privilegiada que lo manipula a su antojo y conveniencia– pudiendo así retransmitirla a las siguientes generaciones, con lo que se fomentaba el progreso y la emancipación mental e intelectual del ser humano.

Esta secularización del pensamiento favoreció, igual-mente, al Estado, ya que debilitó la tutela ética, es-piritual e ideológica que ejercía la iglesia, la cual se desprestigiaba por los cismas en su seno, por la vida excesivamente mundana que imperaba en Roma y por el vasto movimiento de la Reforma protestante, lo cual contribuye a erosionar su autoridad y a fortalecer la del Estado.

Otras innovaciones, que igualmente provinieron de China y consolidaron el poder estatal, fueron la pól-vora y las armas de fuego. Con estas, los gobernantes pudieron prescindir del apoyo bélico que le brindara hasta entonces la aristocracia feudal, a la cual somete paulatinamente, ya que sus armas se vuelven obsole-tas y sus castillos pierden su invulnerabilidad. Gracias a estas armas, el Estado puede integrar a su territorio otras naciones más débiles, así como concentrar en sus manos el monopolio de la fuerza, imponer el orden y brindar la seguridad que muchos reivindicaban, así como democratizar el acceso al ejercicio de las armas en la formación de un ejército profesional y de carácter nacional.

E) LA INTEGRACIÓN NACIONAL

El papel más importante ejecutado por el Estado es el de forjar y de consolidar el fenómeno nacional, convir-tiéndose en dos entidades complementarias. Resultaría tedioso analizar los casos en que una nación –es decir, una comunidad vasta que comparte afinidades tales como la lengua, valores culturales, una tradición o una religión común– es la que reivindica, propicia o impone la realización de una colectividad unitaria bajo la égida de una autoridad suprema que oriente, articule e inte-gre su formación.

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Ese profundo movimiento es precedido por una im-portante modificación en el sector agrícola en donde se impone el sistema de cercados (enclosures), mediante el cual las tierras comunales o pastoriles y los campos baldíos o tierras incultas son cercados y ofrecidos en venta, lo que tuvo dos efectos importantes. Uno fue el de que muchas familias pobres se vieron despojados de tierras comunales o vendieron las suyas a grandes propietarios que concentraron en sus manos enormes extensiones, lo que provocó un vasto éxodo rural, con lo que se agravaron las condiciones de vida y la miseria de un vasto sector del campesinado, a la vez que puso a la disposición de la naciente industria un enorme con-tingente de mano de obra barata y desocupada. El otro efecto importante consistió en la modernización, me-diante técnicas más eficientes, de la agricultura, con lo que se logran rendimientos más elevados y se utiliza más racionalmente la tierra cercada.

Otro fenómeno convergente consistió en una rápida explosión demográfica que provocó que la población se triplicara en Europa, pasando de 140 millones, en 1750, a 450 millones de habitantes en 1914. Esto se debió a que las tasas de natalidad se mantenían elevadas, mientras que el nivel de mortalidad descendía, como resultado de una mejor higiene, de los progresos en la ciencia médica, de una mejor alimentación y de vesti-duras más adecuadas, así como por supuestos cambios climatológicos. Esto tuvo como efecto la presencia de una población más joven y abundante que proporcionó a la naciente industria un excedente de mano de obra y que emigró parcialmente a otros países, como los Esta-dos Unidos, donde promovió igualmente el proceso de industrialización y de modernización.

La Revolución Industrial, a su vez, fue el producto de la propagación del espíritu de riesgo y de empresa que había surgido durante el Renacimiento y que indujo a empresarios a realizar inversiones gracias al capital acumulado en la agricultura, el comercio y las activida-des financieras.

Pero, simultáneamente, fue el producto de extraordi-narias innovaciones tecnológicas que, a su vez, fueron el resultado de una prodigiosa transformación mental. Desde modestos artesanos letrados académicos que

formas autónomas de autoridad y culminó en el abso-lutismo monárquico. En América Latina desembocó en múltiples formas de dictadura que, por la fuerza, ges-taron ese proceso de unificación nacional. En muchos países nuevos de Asia y particularmente de África, esa ha sido una tarea que apenas se empezó a emprender hace pocas décadas. La respuesta a esa crisis del abso-lutismo fue, en Europa y en América, el surgimiento del liberalismo, tanto político como económico, que le asignó función al Estado.

III) ESTADO LIBERAL

Todo lo descrito anteriormente constituyó el preámbu-lo o la antesala que procedió a un proceso de transfor-mación aún más espectacular, el cual, igualmente, fue el resultado de un conjunto de causas concomitantes y de efectos simultáneos. El resultado fue la revolución industrial, que constituye la mutación más importante desde que el ser humano realizó la revolución agrícola, durante el neolítico y que, con los cambios tecnológicos y económicos que introduce, va a marcar la división, paulatinamente más abismal, que va a separar a los países industrializados y a los del Tercer Mundo. Tam-bién cabe destacar la importancia de otros resultados de esta profunda transformación, tales como la gesta-ción del sistema democrático, la conquista del mundo por las grandes potencias y la implantación del Estado liberal que provocará, como contrapartida, el pensa-miento y el movimiento socialista, ante los abusos y los excesos del capitalismo liberal.

A) LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

Un nuevo movimiento transformador –pero que surge ahora en el ámbito económico y tecnológico– se inicia a finales del siglo XVIII en Inglaterra y, posteriormente, en el resto de Europa y Estados Unidos y se convierte en un nuevo modelo de desarrollo dinámico y progre-sista que va a modificar la estructura de una sociedad, aún rural y tradicionalista, a través de un proceso de cambio de naturaleza tanto cuantitativa como cualita-tiva, ya que transforma no solo los sistemas de produc-ción sino, también, las relaciones humanas y el sistema de vida de esas naciones.

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aún más el potencial de producción. Permitió la absor-ción de una cuantiosa mano de obra disponible y des-empleada, cuya existencia fue inicialmente miserable y mal remunerada, pero cuyo sacrificio permitió la gene-ralización de un mejor nivel de vida de todos los secre-tos sociales, posteriormente.

Otra incidencia, no menos importante, fue la de incre-mentar y facilitar la integración económica y nacional de esos países, gracias a la penetración territorial que brindó el ferrocarril, especialmente en países como los Estados Unidos, al facilitar su expansión y la asimila-ción de nuevos territorios.

Igualmente trascendental fue la penetración y la subordinación colonial que facilitaron tanto el barco de vapor como el ferrocarril, con lo que muchas de las grandes potencias pudieron sustraer enormes riquezas del seno de sus vastos imperios ultramarinos, lo que contribuía, aún más, a incrementar la riqueza y el po-derío de las potencias metropolitanas. De esta forma se inicia la relación, bien desigual y asimétrica, entre los países colonizados o subordinados que suplen produc-tos primarios a bajo precio, y a las naciones industriali-zadas que los adquieren a cambio de productos manu-factureros con un valor mucho más elevado.

Esto explica, al menos parcialmente, el afán de las na-ciones del Tercer Mundo de emanciparse de esa situa-ción de dependencia y de subordinación, intentando industrializarse y de modernizar sus economías. Para eso se ha tratado, ya sea de imitar los pasos de la Revo-lución Industrial mediante la implantación del sistema capitalista, ya sea de recurrir al modelo socialista que ha logrado la industrialización acelerada mediante un régimen totalitario, enormes sacrificios humanos y un despotismo férreo. Otras naciones, a su vez, han optado por una fórmula intermedia y ecléctica que integra si-multáneamente el sector privado de corte capitalista con un sector público que lo complemente, en el marco de una economía mixta, con el deliberado propósito de modernizar a sus estructuras en forma acelerada y, a veces, de manera torpemente precipitada.

volcaron su espíritu de curiosidad a descubrir nuevos métodos y técnicas que fueron canalizados a mejorar e incrementar la producción industrial, como simultá-neamente se hacía en la agricultura.

El resultado fueron las innovaciones en la industria textil (con la lanzadera volante o los hilados cilíndricos y la introducción del algodón) que procuraba empleo a una masiva mano de obra. Igualmente lo fue en la ex-tracción del carbón, en donde novedosas técnicas pro-curaron incrementar los rendimientos, quintuplicán-dolos en Gran Bretaña entre 1800 y 1850, a la vez que la producción mundial, de 90 millones de toneladas en 1850, alcanza 1000 millones de toneladas en 1900. Simultáneamente, la industria siderúrgica, gracias a la utilización del carbón, de altos hornos y a nuevas téc-nicas, como en el convertidor, logra decuplicar la pro-ducción mundial entre 1850 y 1900.

Pero lo más importante fue la creación de la máquina de vapor, la cual va a introducir la transformación más radical en las relaciones humanas y en los sistemas de producción. Gracias a este prodigioso invento se van a sustituir las formas tradicionales de energía o fuerza motriz –la del músculo humano o animal, el agua y el viento– por una nueva fuente de energía: la del carbón y, posteriormente, la electricidad, el petróleo y la fusión nuclear.

Esto implica una importante liberación del hombre, pues su propia fuerza –de escaso rendimiento, por lo demás, dolorosa y precaria– se sustituye por la de po-derosos esclavos mecánicos. El precio, sin embargo, ha sido que estas fuentes de energía recurrente y renova-ble, se han sustituido por otras formas de energía que, si bien amplifica enormemente el potencial de fuerza motriz disponible, a su vez provienen de fuentes que se agotan y no son recurrentes; es decir, que un patrimo-nio de la humanidad se despilfarra en forma creciente, sin poderse reponerse o renovarse.

Pero el impacto de estas prodigiosas innovaciones con-sistió en profundas repercusiones. La producción se in-crementó enormemente, la riqueza que generó fue, en gran medida, reutilizada y reinvertida para aumentar

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el proletariado, especie de hijo natural que ella misma engendró, subordinó y sometió.

Particularmente, en Inglaterra, en Francia o en Rusia, aunque menos en Estados Unidos y en otros países, se implantaron relaciones laborales profundamente in-justas e infrahumanas, en las que la clase trabajadora soportaba condiciones de trabajo precarias, la remune-ración de un trabajo que apenas le permitía sobrevivir, un hacinamiento de viviendas poco saludables y en si-tuaciones de promiscuidad y de prostitución. Era usual la utilización de mano de obra infantil y femenina en las minas y talleres en condiciones que los envilecían y los degradaban con tareas denigrantes, durante jorna-das de doce o quince horas, seis días a la semana, sin que mediara el menor escrúpulo y el amparo de una legislación muy tímida que no fue observada hasta en forma muy tardía, ya que la única ley que prevalecía en forma implacable, inapelable e inhumana era la de la oferta y la demanda.

C) EL LIBERALISMO POLÍTICO

La doctrina política que fue prevaleciendo durante esta etapa histórica fue el resultado de una reacción contra la autoridad arbitraria en la que había desembocado el absolutismo monárquico.

La principal manifestación consistió en implantarle lí-mites al ejercicio de la autoridad estatal, como garantía de detener su utilización abusiva. Una primera forma institucional fue la implantación de normas constitu-cionales, cuya primera experiencia fue la formación del sistema parlamentario en Inglaterra, con la apari-ción del Magnum Concilium, de inspiración eminente-mente feudal, mediante el cual se limitaban las prerro-gativas del poder monárquico y que evolucionó hasta convertirse en Poder Legislativo, en cuyo seno se esta-blecían las normas que debían regir el funcionamiento del Estado.

La segunda, como fenómeno simultáneo, fue el sis-tema constitucional, cuyo germen aparece en el siglo XIII con la carta Magna británica, la cual se enrique-ció, posteriormente, con otros textos y cuyo propósito consistía en establecer las reglas del juego que debían

La opción por esta tercera alternativa se explica por el hecho de que muchos gobernantes, en las naciones subdesarrolladas, han considerado que reproducir el modelo del capitalismo laboral requiere un largo pro-ceso de preparación, y que a Europa le tomó varios siglos en su engendro y maduración, que las circuns-tancias no son idénticas y que tan larga espera es un lujo que no se pueden permitir, a la vez que implica un gran sacrificio social que sus pueblos no tolerarían. Un sacrificio mayor implicaría la adopción de un modelo staliniano que significa una industrialización a marcha forzada, una dictadura de partido, un sistema represivo y sanguinario, así como la inmolación de varias genera-ciones en aras de una prosperidad y una emancipación que disfrutaría, apenas, una posteridad lejana.

B) LAS RELACIONES SOCIALES

La Revolución Industrial, tal como se produjo y evolu-cionó en Inglaterra y, posteriormente, en Europa con-tinental y en América del Norte, fue simultáneamente el resultado de profundas transformaciones sociales, humanas, laborales y políticas.

En primer lugar significó el predominio de la ciudad sobre el mundo rural; un vasto movimiento urbano, con sus ventajas y sus inconvenientes, asimiló a gran-des masas campesinas expulsadas del campo por la mi-seria y la desocupación.

Implicó, así mismo, un desplazamiento en la participa-ción de la PEA en el PIB del sector primario hacia el se-cundario y, posteriormente, hacia el terciario, es decir, hacia la industria y los servicios. Pero la repercusión más importante constituyó en el predominio económi-co, político, social de esa nueva clase o elite dominante constituida por empresarios, industriales, profesiona-les e intelectuales que desplaza, paulatinamente, a la vieja aristocracia terrateniente, rural, arcaica y tradi-cional o la asimila.

Pero esta nueva élite –emprendedora, dinámica, crea-dora, pletórica de talento y de codicia– que antepone el afán de lucro a otros valores humanos, se encuentra enfrentada a otra clase social de distinta naturaleza. Es

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El Estado es, para ambos, una institución represiva, in-necesaria, nefasta y peligrosa.

Sin embargo, la revolución social, proclamada por los marxistas, cede ante el reformismo y el sindicalismo reivindicativo; se agota, además en luchas estériles y se debilita por las grandes luchas y rivalidades inter-nas que envenenan dichas divisiones, las cuales se de-voran mutuamente y solo logrará imponerse en países atrasados como Rusia y China, pero no en los países industrializados, donde su lucha fracasa contrario a las predicciones mismas del marxismo.

Por lo tanto, si bien el Estado facilita el crecimiento económico por misión, a la vez se convierte en cóm-plice del abuso de poder ejercido ahora por las estruc-turas de poder económico que lo subordinan y lo ins-trumentalizan a su antojo y de acuerdo con sus propios intereses. Es el poder económico el que prevalece sobre el estatal, que reducido, encadenado y paralizado, se entrega a un darwinismo económico éticamente neu-tral, en que sobreviven los más aptos y poderosos y en el que, según sus críticos, prevalece la ley de la jungla, en beneficio de una minoría y en detrimento de la ma-yoría desvalida, desprotegida y desposeída, así como de otras naciones que quedaron avasalladas por el impe-rialismo colonial.

De esta manera, el liberalismo, doctrina de la libertad, de la prosperidad y del progreso, queda vaciado de legi-timidad por las contradicciones que suscitan y engen-dran los movimientos que tratan ya sea de abolirlo y sepultarlo, de transformarlo, corregirlo y reformarlo utilizando la intervención del Estado, por ser la única institución capaz de encarnar el bien común y de con-ferirle al sistema liberal un rostro más humano.

D) EL LIBERALISMO ECONÓMICO

Paralelamente al liberalismo político emerge una doc-trina económica que favorece y legitima el proceso de la revolución industrial y que, a la vez, constituye una re-acción contra los obstáculos y los entrabamientos que entorpecen el desarrollo pleno del nuevo aparato pro-ductivo, tales como peajes, tarifas a las importaciones, entrabamientos burocráticos e impuestos onerosos.

prevalecer en cuanto a la división de poderes y en lo que se refiere al ejercicio del poder del Estado.

El fin del absolutismo monárquico queda sellado con la revolución incruenta de 1688 en Inglaterra y con la revolución francesa de 1789, cuyos principios li-berales se divulgaron por el resto de Europa y en el continente americano, como fundamentos del siste- ma democrático.

El tercer elemento lo constituye la aparición paulati-na de los partidos políticos, cuya cuna se encuentra, igualmente, en Inglaterra con las dos tendencias de los Whigs y los Tories que se transforman, posteriormen-te, en Liberales y Conservadores.

Sin embargo, la implantación del sistema democrático fue el producto de una evolución lenta pues el sufragio fue inicialmente de tipo restringido, ya que se implan-tó un sistema de sufragio censatario, mediante el cual únicamente gozaban de derecho de participar en las votaciones aquellos ciudadanos que reunían ciertos re-quisitos en cuanto al acceso de la propiedad, la renta o cierto nivel de ingresos; los que no calificaban, es decir, la inmensa mayoría de la población, estaban excluidos del régimen electoral. Esto permitió que las normas constitucionales, en la legislación y en la configura-ción, la fisionomía y en la función que se le asignaba al Estado, prevalecieran los intereses de la burguesía, la nueva e innovadora elite económica, por lo que el sistema político predomina, controla y domina las es-tructuras de poder tanto económico como estatal.

El resultado fue el surgimiento de estructuras de poder laboral, a pesar de las prohibiciones e, inicial-mente, en forma clandestina que, persiguiendo metas reivindicativas, reformistas o revolucionarias, lograron movilizar y concientizar a las fuerzas trabajadoras y, en forma paulatina, le arrancaron lentas pero sólidas conquistas a la clase dominante, con lo que el siste-ma fue adquiriendo un rostro relativamente humano. Estas nuevas estructuras organizadas en sindicatos y en partidos socialistas proclaman, paradójicamente al igual que los liberales, la necesidad de desmantelar el Estado aunque, desde luego, con distintos propósitos.

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la clase obrera en doctrinas y movimientos socialistas que repudiaron lo que consideraron una explosión del hombre por el hombre, en el que el Estado, inerte, des-articulado e intencionalmente impotente, no era más que un instrumento y cómplice del abuso perpetrado por las nuevas estructuras de poder económico que, aduciendo un falso apego a la libertad, le impedían in-tervenir para corregirlo.

Sin embargo, paulatinamente el sistema comenzó a abrirse y a introducir reformas que permitieron una mayor participación ciudadana, hasta culminar con la implantación del sufragio universal, que se introduce en Francia en 1848, por primera vez, y, en Inglaterra, a partir del Reforma Act en 1832. Esto permitió que, a finales del siglo XIX, surgiera el Partido Laborista, como primer movimiento político que representa y de-fiende los intereses de la clase obrera y cuyos objetivos eran eminentemente reformistas; lo mismo se repro-ducía en el resto de Europa, con lo que el liberalismo político adquiere un carácter más representativo, plu-ralista y democrático.

Esto va a permitir, a su vez, que, posteriormente, el sis-tema económico se humanice más, que el nivel de vida general sea más elevado y que los sectores desposeí-dos de la sociedad tengan un mayor acceso a la riqueza que había generado el vertiginoso proceso productivo originado por la revolución industrial y que, en lugar de polarizarse socialmente la sociedad en dos clases antagónicas, apareciera un importante sector de clase media que servirá de árbitro, de mediador y de amorti-guador en la lucha de clases.

IV) EL ESTADO INTERVENTOR

El Estado deja, progresivamente, de ser un actor pasivo en la palestra política para convertirse, de nuevo, en el protagonista de la vida social. Son muchos los moti-vos, los movimientos y los procesos que lo inducen y lo impulsan a participar más plenamente en un escenario cada día más complejo y más pletórico de fuerzas polí-ticas y de intereses sectoriales –como es normal en una sociedad pluralista– que tratan de manipularlo.

En el postulado medular del laissez-faire, laissez-passer queda sintetizado el propósito de que el Estado debe quedar reducido a su mínima expresión, ya que cual-quier intromisión, salvo aquella que garantiza el orden, la seguridad, la libertad de empresa y la protección de la propiedad privada, es negativa y nefasta. Esta con-cepción minimalista del Estado implica que las fuerzas productivas deben ser liberadas de toda traba, obstá-culo o impedimento que frenen su pleno desarrollo.

Todo desequilibrio que pueda surgir por estas nuevas relaciones de producción es automáticamente corre-gido por la mano invisible. De igual modo, el interés particular solo puede incidir en la consolidación del interés general, ya que todo acto que promueva la pro-ducción solo puede repercutir en beneficio de la comu-nidad. Un sistema de libre cambio solo puede, a su vez, garantizar la división del trabajo, la especialización en la producción mediante el libre juego de las ventajas comparativas y promover la libertad de empresa y del intercambio de bienes y servicios.

El Estado, por lo tanto, se debate deliberadamente en retirada y los resultados inmediatos fueron una expan-sión vertiginosa de la producción tanto agrícola como industrial y la aplicación positiva de la nueva tecnolo-gía, por una parte. Por la otra, el liberalismo económico ha sido acusado de promover un sistema despiadado, deshumanizado e inspirado solo por el lucro, erigido como valor supremo, así como de promover un Estado gendarme, cuya función primordial era la de legitimar y garantizar un sistema político en el que prevalece la injusticia indiferente a la miseria y a la tragedia humana que provocaba.

Lejos de ser consecuente con los postulados de laissez- faire, laissez-passer el liberalismo prevaleciente per-sigue, inicialmente, toda forma de asociación obrera. Así, la ley de 1799, en Inglaterra, castiga hasta con tres meses de prisión todo intento de formar movimientos que procuren un incremento salarial o una reducción en la jornada de trabajo.

La denuncia de estas condiciones de relación laboral se cristalizaron en esfuerzos por mejorar la situación de

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asistencia a los ancianos y, en 1911, cuando se establece un sistema de seguro que cubre la enfermedad, el des-empleo y la invalidez, lo que se complementa con un sistema de pensiones a favor de las viudas y los huérfa-nos, votado en 1925, y se introduce el Welfare State.

Sin embargo, es en Alemania, bajo Bismarck, que se inicia, en forma sistemática e institucionalizada, la primera manifestación de política social con que se inaugura el Sozialstaat moderno. Poco importa que la motivación haya sido la de contrarrestar la creciente influencia del partido socialdemócrata, al que reprime y proscribe en 1878. A partir de 1871, establece la res-ponsabilidad al empresario por los accidentes de traba-jo que sufran sus trabajadores y, diez años más tarde, introduce una ley que obliga a aquel a asegurar a sus empleados, a través de una institución administrativa y subvencionada por el Estado. Dos años después, otra ley establece un seguro en caso de enfermedad y válida solo para los obreros industriales; cubierto en dos ter-cios por el interesado y, en un tercio, por el patrono. En 1884, otra ley introduce el seguro que cubre los casos de accidentes laborales y de invalidez permanente, a la vez que, en 1889, se establece un sistema de pensio-nes obligatorias y cubiertas con cotizaciones de ambas partes, la empresa y la fuerza laboral.

Es en Alemania donde se inaugura el intervencionismo estatal y se le asigna una función social, bajo la inspira-ción de Ferdinand Lasalle, quien declara “sólo el Estado nos puede aportar auxilio y únicamente los sabios sabrán cómo se hará, pero si el Estado no se ocupa de nosotros es-taremos perdidos”. A su vez, el manifiesto de Eisenach, elaborado por un congreso de profesores y funciona-rios, le declara la guerra al liberalismo manchesteriano y proclama al Estado como ‘la gran institución moral de la humanidad’.

Además, fue posiblemente Adolph Wagner, un econo-mista alemán, el primero en asignarle en forma siste-mática un papel económico y social al Estado, al que le señala la doble misión de promover la justicia y la civilización. En su vasto tratado destaca el papel de-terminante del Estado en las naciones civilizadas que progresaron y propone un sistema fiscal que, mediante un impuesto progresivo a la renta, corrija las injusticias

El Estado interviene, en forma cada vez más activa, porque así lo ha impuesto una serie de circunstancias, porque una sociedad cada día más complicada exige una entidad rectora y reguladora y porque son múlti-ples las exigencias de sectores sociales que recurren a su autoridad, reivindicando su intervención.

Esa intervención del Estado, por lo tanto, se proyecta en tres dimensiones, en primer lugar, la que correspon-de al Estado Benefactor, es decir, el proceso mediante el cual este trata de corregir las situaciones de injus-ticia y las asimetrías sociales que genera el sistema económico liberal. El Estado Regulador sería la otra dimensión de su intervención, lo que implica una par-ticipación activa en la sociedad y en la economía que lo induce a reglamentarlos y orientarlos en un sentido que se considera necesario, especialmente en la solu-ción de problemas y, particularmente, en situaciones de crisis. En tercer lugar, en la condición de Estado Em-presario que lo induce a participar en la economía, ya no sólo como regulador sino como entidad productora de bienes y servicios. Éstas tres, facetas del interven-cionismo estatal.

A) EL GÉNESIS DEL ESTADO BENEFACTOR

Las raíces del Estado Benefactor –Welfare State, Sozial- staat o État- providence– se remontan, posiblemente, a 1601, cuando se adaptó la primera legislación –the old poor law– en Inglaterra, que cubría con un manto pro-tector a los pobres, a los niños y a los inválidos a cargo y bajo la responsabilidad de cada parroquia. Esta ley fue complementada en 1662 por el Act of Settlement, que prohibía a las comunidades deshacerse de los indigen-tes y a estos de cambiar de domicilio. El Act of Parlament de 1795, a su vez, reconoce el derecho a todo humano de obtener de la sociedad los recursos mínimos para su subsistencia. No sorprende que hayan sido los libe-rales, encabezados por Adam Smith y Robert Malthus, los que más fervientemente se opusieron a dicha asis-tencia, a la que consideraban un obstáculo a la econo-mía de mercado y como un alicate a la explosión de-mográfica de los pobres, por lo que dicha legislación fue abolida en 1834 por el Poor Law Amendment Act. Esto constituye la primera manifestación de la crisis de la solidaridad. No será sino hasta en 1908 que, por iniciativa del partido Laborista, se votará una ley de

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producción industrial provoca una desocupación que, en 1923, afecta a 40 millones de hogares en el mundo occidental y a 14.7 millones de trabajadores solo en los Estados Unidos, donde la industria del acero, del auto-móvil, queda reducida en un 50% y los salarios dismi-nuyeron en un 30%.

Tanto la gravedad de la crisis como su prolongación in-ducen a los gobernantes a sacudir al Estado de su letar-go liberal y a intervenir en la vida económica y social para combatir el flagelo que amenazaba con despresti-giar y destruir las bases mismas del capitalismo y de la democracia, la cual sucumbe en Alemania, como antes en Italia, víctima de un fascismo embriagado por un intervencionismo estatal de corte totalitario.

En Estados Unidos, es la cámara de comercio, seguida por otros gremios, la primera que le solicita a Roose-velt que intervenga, después del vacilante inmovilismo de Hoover, quien permanecía impotente por aferrarse a sus convicciones liberales. Aquel inicia el New Deal, que implica un dinámico intervencionismo estatal, con el cual logra rescatar el sistema capitalista de sus pro-pias arenas movedizas, cuando la depresión alcanzaba su punto proximal. Según sus palabras, se trata de “una nueva concepción de los deberes y responsabilidades del Estado respecto a la economía mundial”, que lo induce a reactivar el mercado mediante el incremento del gasto público, del control de precios, del ajuste salarial, del poder adquisitivo de las masas y de la regulación de las condiciones laborales. Con ese fin establece un seguro contra el desempleo, los salarios mínimos, la reducción de la semana de trabajo, las urbanizaciones populares y una magna política de obras públicas, lo que suscita la oposición de la Corte Suprema conservadora.

Como un reflejo de defensa, incrementa el proteccio-nismo, al igual que lo hacen otros países; acude al auxi-lio de los bancos gracias al aporte de fondos federales y a una moratoria general, de la misma manera que se realiza en Europa, donde se socializan las pérdidas y el Estado garantiza los depósitos. Asimismo, en todos estos países se subvenciona a la agricultura, mien-tras en los Estados Unidos se subsidia la reducción de ciertos cultivos y Francia favorece la producción del alcohol derivado del vino, y se controlan los precios;

promovidas por la economía de mercado, a la vez que advierte que, cuanto más progrese la civilización, más oneroso y dispendioso será el Estado, en la medida en que mayores necesidades y problemas serán canaliza-dos hacia su ámbito de decisión, buscando su solución. Con esos términos parece haber profetizado tanto el advenimiento como la crisis del Estado Benefactor en nuestros días.

Después de las medidas de carácter laboral y social, adoptadas intempestivamente durante la década de 1930 para contrarrestar el flagelo provocado por el Krach de 1929 por distintos países e inaugurados por el New Deal de Roosevelt, es, en Gran Bretaña, donde se sistematizan y se adoptan las bases modernas del Welfare State, gracias al informe presentado por Sir Wi-lliam Beveridge. Esta nueva concepción parte del prin-cipio de que es responsabilidad del Estado liberar al hombre de todo riesgo social, asegurándole estabilidad en su ingreso y protegiéndolo contra los accidentes de trabajo, enfermedad, invalidez, vejez, maternidad, des-empleo y deceso. En lugar de medidas improvisadas al calor de la crisis, propone un régimen social, coherente y global, que se caracteriza por reunir una serie de con-diciones: las prestaciones son uniformes, cualesquiera que sea el ingreso de los cotizantes; es generalizado, en la medida que cubre a toda la población; es unifi-cado, en el sentido en que una sola cotización cubre los riesgos; es centralizado, ya que es administrado por una institución pública y es adoptado como un servi-cio social y una función del Estado, el cual es respon-sable de velar por la seguridad de los ciudadanos. Es este sistema de Beveridge el que será adoptado como modelo en la mayor parte de Europa y en otros países del mundo.

B) LA GRAN DEPRESIÓN Y EL ESTADO INTERVENTOR

En el denominado “viernes negro” en octubre, sobre-viven el Krach de 1929, cuando se desploma la bolsa de Nueva York, provocado por la súper producción y se desata la más grave crisis económica de Occidente, la cual hace sucumbir buena parte de la economía de los Estados Unidos; se propaga a Europa y, a través de Inglaterra, al resto del mundo, al afectar todo el co-mercio internacional. La violenta disminución de la

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Renacimiento y que tanto había erosionado el liberalismo.

C) LA GUERRA Y EL ESTADO EMPRESARIO

Así como las armas de fuego contribuyeron a fortalecer el Estado, consolidando su poder contra otras estructu-ras autónomas, las guerras modernas lo han inducido a practicar un dirigismo, como requisito para movilizar plenamente todos los recursos humanos, económicos y sociales a su disposición, así como a participar activa-mente en la producción.

El efecto inmediato de la Primera Guerra Mundial consistió en la primera experiencia en la que el Estado asume el control y la coordinación de los principales mecanismos de la sociedad, en función del esfuer-zo bélico, estableciendo una especie de dictadura de guerra. El resultado fue el gobierno de los Dióscuros por el alto mando militar en Alemania, el war cabinet en Inglaterra y el comité de guerra en Francia, lo que implica la concepción de plenos poderes con el fin de tomar decisiones urgentes, expeditas y categóricas, con lo que se somete a prueba la capacidad del Estado para organizar la economía siguiendo objetivos globales.

Otra consecuencia de esa guerra fue la revolución rusa en 1917, la cual inaugura pocos años después el Gosplan, sistema de planificación destinado a coordinar la tota-lidad de la economía, la cual se convierte en prioridad del Estado poco después. Esto implica una sistemati-zación de metas y objetivos y la articulación de toda la economía en función de estos fines: prioridades a la industria y, particularmente, la industria pesada o de base –siderúrgica, metalúrgica y química– así como la colectivización forzada de la agricultura. El resultado fue una relativa modernización de la economía, el ad-venimiento de la URSS como gran potencia y el some-timiento o la eliminación física de millones de seres humanos, bajo un régimen brutalmente despótico que sacrifica a toda una generación, realizando, en pocas décadas, la revolución industrial que, a Occidente, le tomó varios siglos. Esto contribuyó para que muchos vieran en la planificación y en el Estado los instrumen-tos idóneos para rescatar a los países pobres y atrasa-dos de la humillante y dependiente condición del sub-desarrollo, lo que explica, en buena medida, el prestigio

en Inglaterra se fomenta y se controla la producción agrícola.

La debilidad de la empresa privada indujo a los go-biernos occidentales a ampliar el ámbito económico del Estado y a penetrar activamente en el terreno del sector privado. En los Estados Unidos, el Estado Fede-ral adquiere acciones privilegiadas en las instituciones financieras con el fin de rescatarlas y crea bancos de desarrollo agrario para auxiliar a la agricultura. En Francia, a su vez, el Estado se une al sector privado mediante coinversiones o participación financiera, con lo que da inicio a su política de economía mixta, a la vez que nacionaliza industrias bélicas.

En forma similar a países como Alemania o Italia, donde el Estado emprende la construcción vasta de ca-rretera, el New Deal emprende obras de enorme mag-nitud como la del TVA que crea un amplio complejo de represas hidroeléctricas que, a la vez que aprovecha un gigantesco potencial energético, que aprovecha un be-neficio del sector productivo y procura empleo a toda una legión de desocupados. Desafortunadamente, otra forma mediante la cual el Estado fomentó la produc-ción y redujo el número de desempleados fue a través del rearmamentismo; el incremento de la producción bélica y la movilización militar, iniciada por Alemania e Italia, arrojaron, inevitablemente, al mundo en el conflicto más devastador y sangriento de la historia de la humanidad.

Con el propósito de salvar, proteger y rescatar el sis-tema capitalista, el Estado se ve obligado a intervenir amplia y activamente en todo el ámbito económico y social de estas naciones, practicando un dirigismo y estructurando una economía mixta que algunos han calificado de “intervencionismo conservador”, ya que no cuestiona ni amenaza los fundamentos ni las bases de un capitalismo que sucumbía y zozo-braba en el agitado mar de sus propias contradiccio-nes y en las turbulentas aguas de la oferta y la de-manda, sino que lo reactiva, lo resucita y los rescata. Esto contribuirá a deificar, a sacralizar y a exaltar el Estado, hasta conferirle un papel heroico y apoteósi-co como protagonista en la búsqueda del bien común para rescatar el prestigio que había conquistado en el

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relevantes, todo lo cual corresponde al 12% del valor agregado de la industria y los servicios y le confiere al Estado una posición estratégicamente preponderante en la economía, acompañado de un sistema de plani-ficación indicativa y de subvenciones a la producción y a la exportación. Finalmente, en 1982, se procedió a nacionalizar treinta y nueve bancos, dos compañías financieras importantes, así como cinco grandes em-presas industriales, con el fin de orientar los recursos financieros y la producción hacia objetivos prioritarios de desarrollo.

Es este modelo de economía mixta, en el cual el Estado complementa al sector privado en aras de producción consideradas claves o de importancia vital para un de-sarrollo pleno y equilibrado, sobre todo cuando se trata de proyectos de alto contenido tecnológico, de inver-siones fuera del alcance de la empresa privada o de alto riesgo, en el que muchos países del Tercer Mundo han escogido para promover e impulsar el despegue de sus economías, pero no siempre con el éxito esperado.

D) LA DEMOCRACIA Y EL EXPANSIONISMO ESTATAL

Todo parece indicar que cuanto más se institucionaliza el sistema democrático más se alcanza un alto grado de maduración política, mayor es el nivel de vida y más elevado será la superación cultural de una nación, menor será la intensidad del conflicto social y la ten-dencia a la polarización ideológica. Las posiciones ra-dicales tienden a perder aceptación y vigor, mientras los movimientos extremistas suelen erosionarse. Esto ha inducido a un proceso de convergencia ideológica hacia una posición centrista, en la que las diferencias doctrinarias son menores y lo que tiende a separar a un partido de otro son, a menudo, diferencias bastante sutiles. Igualmente, parecen predominar las soluciones de tipo pragmático sobre las doctrinarias, en ese fenó-meno bastante generalizado de “desideologización”, en la medida en que el sistema goza del consenso casi uná-nime y de una plena legitimidad.

Sin embargo, el funcionamiento del sistema electoral se convierte en una especie de mercado y, a menudo, degenera en una subasta en la que, con un gran

del socialismo estetizante entre tantos líderes y movi-mientos emancipadores del Tercer Mundo.

La otra incidencia de la Primera Guerra Mundial fue el advenimiento del fascismo en Italia y, posteriormente, en Alemania, y de los movimientos, como el peronis-mo, que tratan de imitarlos con admiración y fanatis-mo. Mussolini, su fundador, se proclama enemigo del liberalismo, del socialismo, de la democracia y del ca-pitalismo, en su esfuerzo por fundar un nuevo modelo político basado en la movilización de masa, el caudi-llismo carismático, en el partido único y en un Estado otalitario. Esta apología del Estado omnipotente exige la sumisión absoluta, la obediencia ciega y le confiere una posición apoteósica como institución que debe en-carnar los más elevados intereses de la Nación, lo que queda encarnado en su consigna de “todo en el Estado, nada fuera del Estado”. Los éxitos parciales, al menos en resolver muchos de los problemas y en la construc-ción de obras monumentales, fueron una contribución adicional al prestigio creciente del Estado a lo largo de buena parte del siglo XX. La Segunda Guerra Mundial, provocada por ese movimiento fascista, concluye con iniciativas en el mundo occidental que le van a confe-rir al Estado una nueva función: la de convertirse en un elemento más en el sistema productivo y asumir el papel de empresario. El advenimiento del laborismo en Inglaterra y de una coalición de partidos progresistas, en Francia, va a promover toda una serie de nacionali-zaciones y a sentar las bases de una economía mixta. En Gran Bretaña se procedió a la nacionalización del banco de Inglaterra, de la industria del carbón y de la electricidad como complemento al Welfare state y al im-pulso de la educación pública. En Francia, respondien-do al principio de que la ‘propiedad puede ser transferida a la colectividad en beneficio del interés general’, se inició el proceso, en 1936, con la nacionalización de la indus-tria de guerra y, un año después, con la de ferrocarriles (la SNCF), seguido, en la postguerra, con el propósito de fomentar la democracia económica y el desarrollo integral, por la apropiación de la industria del carbón y de los combustibles minerales, de industrias del auto-móvil (Renault y Gnome et Rhone), del transporte aéreo (Air France) de los servicios de gas y electricidad; así como del Banco de Francia, de tres importantes bancos de depósito y de las cuatro compañías de seguros más

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conferirle unidad a pueblos acéfalos y vencer la resis-tencia de estructuras de autoridades locales, muchas de las cuales eran de carácter tribal o sometidas al ca-ciquismo tradicional, todo lo cual actuaba como una fuerza centrífuga que obstaculizaba la unificación na-cional, que solo un Estado centralizado, y a menudo represivo, podía realizar.

Además de esa función integradora, solo el Estado era capaz de organizar la vida económica, cuya estructura había sido diseñada para facilitar la explotación de re-cursos por las potencias coloniales y que, por lo tanto, había que empezar por montar un andamiaje rudimen-tario que pudiera servir de base para una profunda transformación y una acelerada modernización. Esta difícil tarea es, obviamente, ardua de llevar a cabo en comunidades subdesarrolladas que se caracterizan por una ausencia casi total de una elite empresarial profe-sional y aún política.

Conscientes de que la independencia no podía ser una simple formalidad política si no es acompañada con una mayor emancipación de carácter económico, se recurrió al Estado como instrumento de desarrollo y de modernización. Este, a su vez, era el único capaz de realizar las inversiones cuantiosas que se requería en ese esfuerzo, ya que no existía la suficiente concen-tración de capital privado, ni la capacidad empresarial ni el espíritu de riesgo necesario para cumplir con esos objetivos.

Muchas de las élites políticas del Tercer Mundo, forma-das en su mayoría en las universidades europeas, socia-listas o norteamericanas, llegaron a la consecución que la aplicación de un liberalismo manchesteriano signifi-caba esperar con los brazos cruzados que se reproduje-ra, a lo largo de varios siglos, el fenómeno que condujo al mundo occidental a su Revolución Industrial y que la única manera de emanciparse del subdesarrollo y de los lazos coloniales era recurriendo al Estado como instrumento único a su disposición, para provocar el despegue económico y para aclarar el proceso de desa-rrollo, en la misma forma en que los mismos países in-dustrializados –especialmente los europeos y los socia-listas– acudían al Estado para impulsar sus economías y regular su orientación. El resultado, sin embargo,

despliegue de publicidad, se impone al mejor postor de ofrecimientos y de promesas. Esto conduce a dos re-sultados importantes; en primer lugar, el de provocar profundas frustraciones sobre todo en los sectores más indigentes, por la decepción de las promesas que nunca llegan a cumplirse; en segundo lugar, una mayor am-pliación de las actividades y de la esfera de acción del Estado, al encargársele mayor número de tareas, más problemas por resolver y más funciones por realizar.

La dinámica misma de la democracia electoral, por lo tanto, ha sido un factor determinante en el crecimiento del Estado. Al asignársele un mayor número de solucio-nes, se incrementa su poder, se aumenta su burocracia, se elevan sus gastos, su estructura se vuelve más labe-ríntica, se entraba su mecanismo y se convierte más en un organismo torpe, anquilosado e ineficiente.

Se ha podido comprobar, por ejemplo, que, a principios del siglo XX, los ingresos globales de los gobiernos eu-ropeos correspondían a un promedio de 9% del pro-ducto interno bruto, los cuales se han aumentado hasta alcanzar un promedio del 40% de éste, en el momento actual, lo que denota su vertiginoso crecimiento, sin tomar en consideración que la producción nacional, a su vez, se ha multiplicado.

E) EL ESTADO EN EL TERCER MUNDO

Los países del Tercer Mundo y, sobre todo, las nuevas naciones que han conquistado su independencia re-cientemente, después del proceso de la descoloniza-ción efectuado después de la Segunda Guerra Mundial pero, en cierta medida también los de América Latina, han tenido que enfrentarse a retos, problemas y obstá-culos sumamente difíciles de resolver.

En primer lugar, al conquistar su emancipación y al ser evacuados por las potencias colonizadoras, se formó una especie de vacío de poder en forma inevitable. Tu-vieron que crear una nueva estructura de poder estatal que reemplazara al gobierno colonial, con el fin de que pudiera cumplir con la función integradora que cono-ció occidente a lo largo de cuatro siglos; es decir, era necesario formar un Estado que integrara a la nación en el lapso de unos pocos años, que fuera capaz de

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privado que contribuyó a elevar la producción, tolerado por Lenin.

Sin embargo, por el afán de implantar plenamente el socialismo, de acelerar la modernización de la econo-mía, de colectivizar la tierra y mecanizarla, así como de impedir un capitalismo individualista, Stalin sienta las bases de un Estado totalitario. Esto implicó una dic-tadura férrea, un sistema de partido único, monolítico y represivo, una burocracia cada día más frondosa y parasitaria y el surgimiento de una nueva clase gober-nante que monopolizó el poder y acumuló privilegios, todo lo cual contradecía los postulados medulares de la doctrina socialista.

El resultado fue una rápida industrialización del país, confiriéndole prioridad a la industria de base, la confis-cación de la tierra a campesinos prósperos, su colecti-vización en el marco de grandes granjas colectivas y un sistema de planificación que, si bien permitió fijar una orientación en su etapa inicial, se convirtió en un peso muerto y en una burocracia anquilosante. La URSS se transformó en una gran potencia a pesar de las enor-mes devastaciones de la Segunda Guerra Mundial, pero el precio fue el sacrificio de millones de vidas, víctimas de la colectivización forzada y de las purgas sangrien-tas contra disidentes sospechosos.

Un intento de reforma fue iniciado por Kruschev, quien intentó democratizar, descentralizar y desmontar todo ese enorme aparato burocrático, pero sus reformas, desafortunadamente, fueron saboteadas por la No-menclatura, la nueva clase privilegiada que se oponía a cualquier cambio que amenazara o atentara contra sus intereses y, finalmente, Kruschev fue despojado de sus poderes y substituido por Brézhnev, quien garantizó el statu quo y el inmovilismo, con lo que la estructura se petrificó y se consolidó.

No fue sino hasta el advenimiento de Gorbachov que, de nuevo, se inicia un movimiento reformista que cues-tiona y trata de transformar todo el sistema, mediante críticas y cambios estructurales, apoyado por un vasto sector de la opinión que ya no tolera las privaciones, la burocracia frondosa e hipertrofiada, el despilfarro de

parece haber sido, en gran medida, decepcionante; muchas naciones sucumbieron en dictaduras férreas o en regiones totalitarias y las expectativas demasiado optimistas y triunfalistas han culminado, a menudo, en fracasos aparatosos o parciales.

V) LA CRISIS DEL ESTADO INTERVENCIONISTA

Así como el Estado integrador culminó con su función de formar a la nación moderna, pero desembocó en el absolutismo represivo y abusivo que sentó las bases del liberalismo, como un movimiento de reacción antié-tica y como un antídoto, de igual modo el Estado Li-beral conduce, por sus excesos, sus contradicciones y sus deformaciones al intervencionismo estatal, como instrumento para corregir sus defectos y sus abusos. A su vez, el Estado interventor sufre, en nuestros días, una crisis por el cuestionamiento sistemático al cual ha sido sometido en un ámbito casi universal y que ame-naza con debilitar, si no destruir, sus bases mismas y su estructura. No solo en los países occidentales en donde el intervencionismo había llegado a su punto proximal sino, también, en las naciones del Tercer Mundo y, pa-radójicamente, hasta en los países socialistas, la crisis que lo afecta amenaza su esencia misma.

A) LA CRISIS DEL ESTADO TOTALITARIO

El imperio ruso, constituido por un centenar y medio de comunidades étnicas agrupadas en una nación he-terogénea por un Estado integrador era, en 1917, un país subdesarrollado, rural y semicolonizado econó-micamente. La Primera Guerra Mundial fue el deto-nador que provocó el derrocamiento de una dinastía anacrónica que apenas había iniciado tímidos intentos por modernizar al país. El resultado fue una revolución social y una guerra civil sangrienta de tres años, que consolidó el poder de los bolcheviques.

La primera etapa consistió en una experiencia de economía mixta, la NEP, en la que el Estado confis-có los principales medios de producción y logró, de 1921 a 1928, restablecer los mismos niveles de produc-ción de 1914, gracias a la coexistencia con un sector

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que viven en la indigencia o privados de las necesida-des más vitales, en medio de sociedades sumamente prósperas. Este fue el caso particular de las naciones escandinavas y, posteriormente, del resto de Europa y de los Estados Unidos. En muchos de estos países, sin embargo, y particularmente en este último, se ha ini-ciado un cuestionamiento y un movimiento regresivo que tiende a limitar o reducir la expansión y las dimen-siones del Welfare State. Para algunos esto no es más que la expresión de una crisis de la solidaridad, en la medida en que manifiesta un incremento del egoísmo y una mayor indiferencia de la gran mayoría opulen-ta hacia sectores desvalidos y minoritarios. Para otros es la reacción contra un tipo de solidaridad abstracta y burocratizada en la que los recursos son mal utiliza-dos, desviados a través de laberintos administrativos que impiden que lleguen a sus auténticos destinatarios, que fomentan un ocio improductivo o que pesan dema-siado en la carga fiscal que se les impone.

El caso paroxismal de esta evolución retroactiva y el más elocuente es el de los Estados Unidos donde, des-pués del New Deal, el partido demócrata continua en la postguerra, una política del intervencionismo estatal por Truman, apoyado por los sectores populares y las minorías étnicas, y bautizado como el Fair Deal. Este promueve y consolida el Estado benefactor con una po-lítica de bienestar social, de viviendas populares y de revaluaciones salariales, a la vez que intenta frenar las reivindicaciones paralizantes de un poder sindical que, fusionado y fortalecido por una beligerante militancia, amenaza con inmovilizar la economía del país.

La siguiente etapa de la consolidación del Welfare State consistió en el New Economics de Kennedy, de corte intervencionista e inspirado en la obra de Galbraith, que contemplaba una política de aumento a los salarios mínimos, de ayuda a los desocupados, de pensiones y de elevados gastos federales para incentivar la econo-mía y para ayudar a América Latina con la Alianza para el Progreso.

Interrumpida por el asesinato de Kennedy, mucho de esta política fue continuada por su sucesor, Johnson, bajo el nombre de la Great Society. El propósito es el de realizar un New Deal, pero no como respuesta a una

recursos, la mediocridad de la producción, la baja pro-ductividad, el sacrificio que se les impone y la censura represiva y asfixiante.

El programa de Gorbachov, por lo tanto, contempla la reducción de los gastos militares, la canalización de la tecnología hacia el campo productivo, la moderni-zación de la industria y de la agricultura y la raciona-lización de todo el aparato productivo, así como del sistema estatal que, a título de ejemplo, planificaba la elaboración de un millón de artículos y le fijaba el precio a más de veinte millones de productos.

Su proyecto contempla una autonomía de las empresas y la eliminación de las que son altamente ineficientes, la utilización y remuneración de la mano de obra de acuerdo con su productividad y no según un criterio de pleno empleo que toleraba el ausentismo, la baja productividad y un costo elevado. Esta mejor utiliza-ción de los recursos humanos contempla, igualmente, la asimilación de una mejor tecnología e incrementa el carácter cualitativo de la producción, en lugar del es-fuerzo cuantitativo, que ha prevalecido. Ya que, si bien los recursos son abundantes en un territorio generoso de riquezas, se considera insensato el despilfarro al que ha conducido, a la vez que el esfuerzo militar consu-mía el 15% del PIB destinado a una confrontación en el mundo occidental que solo podía conducir a un holo-causto mundial.

La Perestroika, según el mismo Gorbachov, tiene como metas desmontar la excesiva centralización, desburo-cratización, recuperación por el pueblo de una sobera-nía confiscada y una mayor participación popular en un sistema más democratizado, lo que implica toda una vasta reestructuración del Apparat heredado del estalinismo.

B) LA CRISIS DEL ESTADO BENEFACTOR

Como se ha mencionado, la democracia electoral ha conducido, a menudo, a la democracia económica, en lo que, inevitablemente, se ha involucrado al Estado con el fin de ejecutar una mayor redistribución del in-greso, de corregir injusticias y de humanizar las con-diciones de una sociedad donde aún existen sectores

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Muchos han tratado de señalar las deficiencias inhe-rentes al Estado mismo, como causa medular de esas distorsiones. Para algunos, son la causa de falta de competencia, su indiferencia por los gastos, al no estar obligado a regirse por un sistema de costos, a su ten-dencia a abultar las necesidades reales de servicios, la ineptitud en la toma de decisiones y la ausencia de con-troles eficientes. Para otros, la expansión del Estado es la consecuencia nefasta de la presión de múltiples in-tereses sectoriales que ejercen influencia para fomen-tar la intervención del Estado, la que se puede formar para limitar o reducir y su expansionismo; es decir, que siempre son muchos los que recurren al Estado y fomentan su crecimiento, y pocos los que se preocu-pan y se unen para limitar su ámbito, sus recursos y su poder. Sin embargo, es casi unánime la reacción contra una burocracia hipertrofiada, reglamentista y kafkiana que, a menudo, se convierte en un obstáculo y en una rémora que frena o detiene el mecanismo ya bien com-plejo del sistema productivo. Algunos han llegado a señalar que muchas de las reglamentaciones y los pro-cedimientos de control para proteger al consumidor contra el abuso, han producido resultados contrarios, demostrando que, así ha sido en el caso del transporte aéreo, terrestre y ferroviario en los Estados Unidos.

El grave cuestionamiento al que ha estado sometido el Estado Benefactor, durante las dos últimas déca-das, parece provenir, simultáneamente de dos factores. En primer lugar, de una crisis de la solidaridad, por el hecho de que, en lugar de ser una relación primaria, personal y directa, es de carácter abstracto, imperso-nal y burocrático. En segundo lugar, por una crisis de crecimiento, en que el Estado ha sido sobrealimentado con problemas cada vez más agobiantes y complejos en busca de solución y se le ha recargado con funciones cada día más numerosas y complicadas que le resulta difícil asumir con eficiencia. Todos recurren al Estado buscando protección, a la vez que todos se lamentan de su costo, crecimiento y burocratización.

C) LA CRISIS DEL ESTADO EMPRESARIO

Posiblemente, ha sido en Inglaterra donde se ha ma-nifestado más dramáticamente la crisis del Estado Empresario y donde se inicia el proceso de su des-mantelamiento sistemático. Nos revela Paul Johnson,

sociedad en crisis, sino en un época de prosperidad y de abundancia, cuyo propósito era erradicar los focos de pobreza y eliminar toda forma de discriminación racial, con ambiciosas reformas en la educación y en el empleo. Mediante el Economic Opportunity Act se emprendió un vasto programa de servicios sociales, de trabajo social, de programas educativos y de acción co-munitaria, complementariamente con el Medicare y el Medicaid que implanta un sistema nacional de salud, así como un programa de subvención habitacional y de ali-mentación gratuita que lleva el Welfare State a su punto culminante. Todo este ambicioso proyecto repercutió en una elevación de un presupuesto de $8.000 millo-nes, en 1950, a $109.000 millones en 1970, a la vez que los gastos sociales llegaron a representar el 7,75% del producto interno bruto y casi el 32% del presupuesto fe-deral, mientras sus beneficios lograron aliviar la situa-ción de más de once millones de personas indigentes o desamparadas.

Apoyado por una corriente de solidaridad humana, la política del Welfare State provoca, a su vez, reacciones muy profundas en su contra. Muchas de las críticas es-tuvieron orientadas contra el aumento del presupuesto federal y lo oneroso de las cargas sociales, otras la ata-caron bajo el supuesto de que se estaba subvencionan-do un ocio improductivo y que se fomentaba una hol-gazanería a costas del sacrificio de los contribuyentes. Otras críticas hacían hincapié en las frustraciones que habían provocado las grandes expectativas que había suscitado o en el hecho de que muchas personas podían beneficiarse simultáneamente de varios programas de asistencia y así acumular ventajas, hasta veinte fuentes de asistencia.

Otro motivo de crítica provino de quienes señalaban las imperfecciones del sistema, de los goverment failu-res, que desviaban hacia la burocracia buena parte de esos fondos que, de esta forma, no llegaban a sus au-ténticos destinatarios y distorsionaba la función del Estado Benefactor como garante e instrumento del in-terés general. Otros han denunciado los efectos infla-cionistas provocados por el intervencionismo estatal, por el hecho de que aumentara en un 50% las cargas del sector privado, entre 1967 y 1974, encareciendo el costo de la producción.

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con lo que “cada minero es dueño de parte de su mina” y se ha pretendido impulsar una especie de “capitalis-mo popular”. Esto ha permitido que cerca de 600.000 empleados públicos se trasladaran al sector privado, que 400.000 trabajadores adquirieran acciones en las empresas que los habían contratado y que el Estado generara ingresos por $11.000 como producto de esas ventas (Megatrends, 2000 por Naisbitt & Aburdene).

Este proceso de desnacionalización se ha extendido a otras naciones como Francia, donde unas 138 empre-sas han sido transferidas al sector privado a través de la Bolsa de Valores, a partir de 1986. A partir de ese mismo año, una iniciativa similar se inició en Turquía, donde se le confiere prioridad para adquirir acciones a los empleados, luego a los ciudadanos residentes en el país y, finalmente, a los que viven en el extranjero. Algo semejante sucedió en Chile, donde cerca de 350 empre-sas fueron devueltas a sus antiguos propietarios y cerca de 100 fueron ofrecidas a la venta; lo mismo ha ocurri-do en África, según los mismos autores, donde cerca del 5% de las empresas estatales han sido privatizadas de más de la mitad de las 1.155 empresas estatales, en un esfuerzo similar.

Lo que cabe determinar, sin embargo, es hasta qué punto el móvil, en este proceso universal, ha sido la in-eficiencia del sector público, cuánto se ha debido a la voluntad de aumentar los ingresos del Estado y en qué medida el proceso de privatización obedece a simples dictados ideológicos, con inclinaciones liberales.

VI) EVOLUCIÓN DEL ESTADO EN COSTA RICA

A) EL ESTADO INTEGRADOR Y LIBERAL

En 1502, durante su cuarto viaje, Colón llegó a las costas de la tierra que él mismo bautizó con el nombre de Costa Rica, lo que posiblemente sedujo a muchos es-pañoles que vinieron a buscar sus riquezas y sus teso-ros, para ser defraudados por un país que solo ofrecía una tierra rica y generosa, así como un clima acogedor.

el historiador inglés, que, en 1950, el PIB de este país era de $47,08, cuando el de los seis países que darían inicio a la CEE era un conjunto de $75,08, mientras el PIB per cápita era casi el doble. En 1970, su PIB había doblado, pero el de los seis miembros de la CEE se había quintuplicado.

A partir de 1906, el partido Laborista presenta el Trade Disputes Act, una inmunidad total para los sindicatos en materia de daños civiles, semejante a una especie de extraterritorialidad jurídica. En 1913, Trade Union Act, legaliza la utilización de los fondos sindicales para fines políticos, con lo que se financia el Partido Labo-rista. A partir de 1972, los sindicatos utilizan métodos coercitivos que no pueden ser sancionados y se pro-mulga toda una serie de leyes que confieren mayores privilegios a los sindicatos y medios de coacción contra los empleados que se negaban a sindicalizarse; con sus fuerzas abarcaron la mitad de la clase trabajadora. A esos privilegios jurídicos y a la exorbitante fuerza po-lítica del poder laboral, le atribuye, dicho autor, la res-ponsabilidad de la baja productividad, de la disuasión a la inversión y de la pérdida de dinamismo de la econo-mía británica, así como el crecimiento exagerado del Estado. La participación de éste en el PIB pasó del 13%, en 1910, al 40%, en 1960, y al 59% en 1975.

Con la llegada del poder de los conservadores, en 1979, el gobierno de Thatcher inició una política de restric-ción del crédito, de reducción de impuestos (especial-mente a los más acaudalados) y de limitación del gasto público, cuyos efectos inmediatos fueron la elevación de las tasas de interés, la quiebra de numerosas empre-sas y una tasa de desocupación del 11%, la cual se ha reducido recientemente.

Por otra parte, a lo largo de su gobierno, Thatcher privatizó el 40% de las empresas que, hasta entonces, habían pertenecido al Estado, abarcando diecisiete de las más importantes, entre ellas: British Telecom, British Gas, The Trustee Saving Bank, Jaguar, Bri- tish Airways y National Freight Consortium. A su vez, este proceso de privatización permitió que el número de propietarios de acciones pasara del 7% al 20% de la población, abarcando a ocho millones de personas, entre ellos los mismos trabajadores de esas empresas,

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una espada libertadora, ni a un ejército emancipador, por lo que se libró de una casta militar y de un liberta-dor que pudiera usurpar el poder y establecer una dic-tadura tutelar, como sucedió en otros países en Amé-rica Latina o, más recientemente, en el Tercer Mundo.

Sumida en la orfandad, aunque ya acostumbrada a practicar una especie de autogobierno por la repetida participación de sus habitantes en los asuntos públi-cos, privada de una casta militar, de una elite intelec-tual y de una auténtica oligarquía hegemónica, la joven nación eligió espontáneamente a sus representantes ante una asamblea, inspirándose en la Constitución de Cádiz de 1812, que institucionalizaba la elección de los ayuntamientos, con lo que se cristaliza un sistema re-presentativo incipiente y se gesta el embrión de un sis-tema republicano. Los intentos posteriores de integra-ción en el efímero imperio de Iturbide y en la República Federal de Centro América, culminan en un fracaso, el cual se explica parcialmente por la ausencia de ho-mogeneidad y por los severos obstáculos que imponía la geopolítica.

Esta “protodemocracia” incipiente, rudimentaria y rural navegó por algún tiempo en aguas relativamente anarquizantes, hasta el punto que la “ley de la ambu-lancia” establecía que la sede de la capital sería rotativa e itinerante, fijándose intermitentemente en una de las cuatro ciudades principales. Esa etapa y esa situación de carácter “paraestatal” explica, o al menos facilita, el advenimiento de Carrillo, quien accede al poder por la voluntad popular, pero asume los plenos poderes con un puño autocrático, severo y austero, a la vez que con un gran sentido progresista que, además de promo-ver el cultivo del café lo induce a fundar las bases del Estado Nacional. Lejos de caer en el despotismo que lucra y abusa arbitrariamente del poder, su gobierno se acerca más a la dictadura republicana de los romanos, pero facilita la intervención de Morazán quien también es derrocado por un levantamiento popular que no to-lerara la usurpación del poder. A su vez, la noble gesta contra el aventurerismo de Walker y sus filibusteros es lo suficientemente heroica como para fortalecer y consolidar el proceso integrador de la conciencia y la lealtad nacional, a la vez que lo suficientemente breve

Mientras en Europa el feudalismo inicia su decadencia, España trata de implantar en América el ‘repartimien-to’, sistema que autoriza a los colonizadores la aplica-ción del trabajo forzado, el cual se institucionaliza con la “encomienda”. De corte feudal, ésta legitima una re-lación del carácter contractual de tipo medieval, que permite la utilización del trabajo servil de los indígenas bajo un régimen señorial, el cual contempla una serie de derechos y obligaciones de parte de ambos, los amos y los conquistados. De hecho los privilegios predomi-naron y los deberes raramente fueron observados.

En Costa Rica, sin embargo, la encomienda no pudo ser plenamente aplicada, no necesariamente por motivos de escrúpulo, sino porque el indígena –que no estaba acostumbrado a la sumisión de un poder organizado, como en México o en Perú– se negó obstinadamente a ser sometido y avasallado, por lo que murió defendien-do su libertad, se replegó a las montañas o se integró en el mestizaje. El peninsular tuvo que renunciar a sus sueños de conquista y de ocio señorial y se vio obligado a labrar él mismo la tierra, al verse privado de la mano de obra servil.

La sociedad que surge, sin ser una utopía ni una Ar-cadia, se estructura bajo el marco de una economía autárquica, basada en un cultivo de subsistencia y en una producción precapitalista. Sin metales preciosos, se convierte en la provincia más pobre y marginada de la capitanía general de Guatemala y, aunque estaba lejos de ser una sociedad igualitaria, ya que siempre prevaleció el rango social y la fortuna, tampoco se im-plantó una estructura social sumamente polarizada y rigurosamente jerarquizada por una minoría dominan-te y una inmensa masa de seres avasallados, como en otras regiones de América Latina donde prevaleció la encomienda. Es, en esta sociedad, relativamente ho-mogénea y nivelada, donde posiblemente se encuentra el germen de su futura democracia.

El segundo fenómeno, que tal vez explica la cristali-zación de la gestación de esta democracia rural, con-siste en que nunca libró una lucha emancipadora para conquistar su independencia. Esta le fue concedida y anunciada desde Guatemala y la provincia se encontró repentinamente acéfala sin haber tenido que recurrir a

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del banano en un sistema de plantación y, con éste, la aparición de poderosos sindicatos que, a través de movimientos políticos que los propician, irrumpen en la vida política y modifican su fisonomía. Simultánea-mente, en el seno de la vida urbana que se expande, como sucedió en Europa, emergen sectores medios y una nueva élite profesional, intelectual y política que va a cuestionar los postulados ideológicos del liberalismo que había imperado hasta entonces.

B) EL ESTADO BENEFACTOR

Mientras las primeras décadas del siglo XX fueron do-minadas por un liberalismo bucólico en el que predomi-naron las figuras patriarcales de don Ricardo Jiménez y de don Cleto González, estadistas probos y honestos que gobiernan con gran sabiduría, a la vez que se entro-nizan algunos vicios electorales, tales como el oficialis-mo, el clientelismo populista, la manipulación electoral y supuestos fraudes electorales que se denuncian, a su vez, paulatinamente se perfilan algunos movimientos ideológicos que inician su arremetida contra el Estado minimalista y liberal.

En los sectores medios urbanos y de élite intelectual que emergen paulatinamente, recibe acogida, en la década de los años veinte, el Partido Reformista, fun-dado por Jorge Volio, eminente filósofo, catedrático, teólogo, militar y político, quien introduce el socialcris-tianismo, el cual postula una serie de reformas socia-les, la reglamentación de las relaciones laborales y una reactivación del Estado como ente rector y regulador de la vida económica, política y social en aras del bien común. Una virulenta campaña de desprestigio y algu-nos desaciertos culminan en el exilio del caudillo so- cialcristiano y en el languidecimiento de su movimiento.

Del proletariado bananero y de los sectores populares surge, a su vez, en 1931, el partido Comunista, funda-do por Manuel Mora, quien toma el relevo del refor-mismo de Volio, logra representación en la Asamblea Legislativa y encabeza las primeras huelgas bananeras, algunas de las cuales desbordan en la violencia y son duramente reprimidas. Esto le valió una abundante dosis de popularidad y de prestigio en el seno de la clase trabajadora, así como el repudio contra la “ame-naza roja” entre los sectores conservadores y liberales,

como para impedir el advenimiento de una auténtica casta militar o la dictadura de un hombre providencial.

Toda la estructura económica, política y social será transformada por la introducción del grano del café, cuyas primeras exportaciones se inician a lo largo de la década de 1830. La economía de subsistencia se modi-fica en una que dependerá del monocultivo de exporta-ción; la estructura social también sufre cambios, en la medida en que emerge una clase dominante que conso-lida paulatinamente su poder gracias a la acumulación de riqueza, de tierras, de superación cultural y de pres-tigio social que confiere la prosperidad relativa, prove-niente de la exportación de ese grano que satisface el paladar de los mercados extranjeros. El cafetalero, sin embargo, se distingue de la oligarquía latinoamericana en la medida que se convierte en un empresario que cultiva directa y personalmente su plantación ejercien-do una autoridad paternalista, mientras en otros con-fines del continente surge una clase dominante basada en el latifundio, en la mano de obra servil que les pro-cura una vida ociosa y señorial.

El impacto de esta transformación en el ámbito polí-tico se caracteriza por la modificación de la “protode-mocracia” bucólica y rural en una “plutodemocracia” menos igualitaria, más estratificada y elitista. Al igual que en Europa, se implanta un sistema de sufragio cen-satario según el modelo político liberal que prevalecía en el Viejo Continente y en el cual se le concedía el acceso a los cargos políticos, en forma discriminatoria, a quienes reunían una serie de requisitos, tales como el de poseer bienes inmuebles, una determinada renta anual, el ejercicio de una profesión o, simplemente, saber leer y escribir, con lo que descartaba a la inmensa mayoría, ya que el 90% de la población era analfabeta.

Las primeras décadas del siglo XX están marcadas por el triunfo del liberalismo político económico, como es usual en una economía agroexportadora, en el que rige el laissez-faire y en el que el Estado se mantiene redu-cido a su mínima expresión, siguiendo el precepto de que gobierna mejor el que gobierna menos, y su papel prácticamente se limita a la función propia del Estado gendarme. En el marco de una economía de monoculti-vo y agroexportadora surge, a la par del café, la siembra

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sentaron las bases fundamentales de la sociedad y del sistema político que rige hasta nuestros días.

Es necesario señalar que, durante casi un siglo, el país había sido gobernado por un sector social compuesto por el capital agroexportador, comercial y financiero, cuyos intereses se conciliaban en la doctrina liberal que, si bien se opusieron a muchas innovaciones mo-dernizantes, a la vez impulsaron el progreso del país y fueron celosos de una relativa democratización. El socialcristianismo irrumpe, por lo tanto, como una fuerza reformista o justicialista que rompe el molde tradicional de aquella clase hegemónica.

El liberalismo, a su vez, marca el advenimiento en la palestra política de un sector emergente, constituido básicamente por profesionales, intelectuales y em-presarios, provenientes en su mayoría de los sectores medios urbanos y, en buena medida, rurales, que rei-vindican una activa participación política y un espacio de la vida pública, en la cual aspiran a introducir inno-vaciones más modernizantes, progresistas y desarro-lladas. El núcleo inicial en el que se gestan esas nuevas ideas, de inspiración socialdemócrata, fue el Centro de Estudios de los Problemas Nacionales, en el que don José Figures fue uno de los líderes más importantes y Rodrigo Facio su ideólogo más destacado. Guardan-do las debidas distancias espaciales y temporales, se puede establecer un cierto paralelismo entre la vieja aristocracia europea, apegada a la tierra y a la tradi-ción y el sector hasta entonces hegemónico en Costa Rica, así como entre la burguesía urbana del Viejo Con-tinente, dinámica, ambiciosa y emprendedora con los sectores medios que irrumpen en el escenario político como resultado de la Guerra Civil de 1948 y en el que no titubean en sus aspiraciones de introducir cambios económicos, políticos y sociales.

La socialdemocracia hunde sus raíces ideológicas en el marxismo del siglo XIX, pero rápidamente se separa del socialismo revolucionario y se encamina por el sendero del reformismo; por otra parte, se inspira en la lucha de clases y se convierte en la bandera de parte de la clase obrera europea. Por eso, surgen dudas en cuanto a la naturaleza socialdemócrata del liberacionismo, en forma químicamente pura, si se toma en consideración

al proponer reformas que rompían el esquema tradicio-nal del Estado.

El tercer movimiento que cuestiona y alerta el modelo liberal manchesteriano es el que encabeza el Dr. Calderón Guardia quien, enarbolando la bandera del socialcristianismo, accede al poder gracias a una abrumadora mayoría en las elecciones de 1940. Es du-rante su gobierno que se sientan las primeras bases del Estado Benefactor, mediante la promulgación del Código de Trabajo, una reforma social que queda con-sagrada en las garantías sociales, la fundación de la Caja Costarricense del Seguro Social y la creación de la Universidad de Costa Rica.

Abandonado por los cafetaleros y los conservadores que habían propiciado su candidatura, por repudiar las reformas sociales que consideraban una traición a sus intereses, el calderonismo acepta el apoyo que le ofrece el partido Comunista, consecuente con los lineamien-tos provenientes de Moscú de formar “frentes popula-res” en Europa, como antídoto al fascismo, y en el resto del mundo. Esta alianza y la formación de represivas ‘brigadas de choque’ van a alimentar el temor y la ira de los sectores conservadores, liberales y socialdemó-cratas, lo que culmina en una campaña de desprestigio en la que se denuncia la represión, la corrupción y la intención de perpetuarse en el poder, en las elecciones de 1948, que se caracterizan por una violenta polariza-ción de la opinión y la anulación por el Gobierno de los resultados de esa consulta popular, lo que constituye la gota de agua que desencadena la Guerra Civil de 1948.

C) El Estado Interventor

El Pacto de Ochomogo tiene doble importancia, ya que en él se negocia el fin de las hostilidades de la breve Guerra Civil de 1948, a la vez que se alcanza el compro-miso por parte de Figueres con Manuel Mora de respe-tar y consolidar las conquistas sociales con las que el calderonismo y sus aliados comunistas habían sentado las bases del Estado Benefactor, a pesar de las presiones de los sectores ultraconservadores que exigían su abo-lición. El resultado inmediato fue un gobierno de facto, denominado como la Junta Fundadora de la Segunda República en el cual se tomaron por decreto algunas medidas arbitrarias contra los derrocados, a la vez que

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recursos financieros, además, son indispensables para promover la industrialización del país, por un lado, y la diversificación de la agricultura, por el otro. Además de considerarse que debe cumplir con ese cometido, se estima que tiene que asumir la función social de de-mocratizar la economía, haciendo accesible el crédito a pequeños y medianos productores, así como de ha-cerlo disponible a confines del país que, de otro modo, quedarían marginados de su utilización. Finalmente, el crédito constituye una fuente de poder económico que, al ser nacionalizado, despoja el sector tradicional y conservador de uno de sus principales instrumentos de poder político. Se esgrime, finalmente, un argumen-to de carácter moral que no resulta ético que particu-lares lucren con los depósitos bancarios, que son pa-trimonio común de todo el público, razón por la cual los intereses también deben mantenerse a un nivel que propicie el desarrollo, los sectores productivos y la di-versificación económica, así como a los sectores socia-les emergentes.

Toda una serie de instituciones fueron creadas durante el breve gobierno de la Junta Fundadora, de las cuales la más importante fue, sin duda, el Instituto Costarricen-se de Electricidad, cuya finalidad obedeció a la necesi-dad de aprovechar los recursos potenciales de energía hidroeléctrica, tomando en consideración la abundante pluviosidad y la topografía del país, lo que significaría un ahorro de divisas, una menor contaminación y una forma de movilizar de manera menos onerosa el proce-so de industrialización y de urbanización, así como de distribuir por todo el país esa forma de energía, para lo cual la única organización con los recursos suficientes para emprender la enorme inversión en represas, en plantas y en la necesaria infraestructura, era el Estado.

Otra de las primeras formas del intervencionismo con-sistió en la creación de la Oficina del Café, que toma el relevo del Instituto de Defensa del Café y tiene como fi-nalidad regular la comercialización del principal grano de exportación, controlar los precios y proteger a los pequeños y medianos productores en sus relaciones con los beneficiadores, así como de reglamentar los crédi-tos con que se les financiaba. Con una meta similar se orientó el Consejo Nacional de Producción; este debía ser un organismo que garantizara a los productores la

que no se inspira en la lucha de clases, ni representa a las clases populares, que se recluta básicamente en los sectores medios y que es eminentemente anticomunis-ta al mundo rural que ha procurado preservar el sector agroexportador y políticamente conservador.

Respetamos como hipótesis las opiniones de talento-sos autores como Susanne Jones Bodenheimer, quien sostiene que la ideología liberacionista “lanza un aura de universalismo que legitima, precisamente porque en-mascara, ciertos intereses particulares”. Igualmente, la de Jorge Rovira Mas, cuando afirma:

“si el móvil aparente de la insurrección fue la lucha por la libertad y la efectividad del sufra-gio… motivo profundo fue la imperiosa necesi-dad que sentían los representantes de los secto-res medios… de disponer del poder del Estado, para desde ahí difundir una nueva dirección, más acorde con sus propios intereses a la vida económica y social del país”.

A nosotros nos resulta más difícil penetrar en el íntimo pensamiento de cada uno de los protagonistas para descubrir el móvil o la intención decisiva que los indujo a promover ese proyecto político, si fue por simple in-terés oportunista o por una elevada dosis de idealis-mo. Lo que nos interesa destacar es que ese proyecto impone como una condición sine qua non un acentua-do intervencionismo del Estado y una abundante pro-liferación de instituciones públicas, ya que todo ese cúmulo de transformaciones no podría realizarse me-diante un proceso espontáneo de tipo liberal, sino uti-lizando una institución que promueva, impulse, regule y organice esos cambios profundos.

La primera medida que se adoptó para iniciar esa mo-dificación de las estructuras consistió en la naciona-lización bancaria, tomando en consideración que el crédito es un recurso demasiado importante para que sea conservado en pocas manos. Este, a su vez, debe ser racionalmente utilizado, no necesariamente con un fin de lucro y con miras a acumular utilidades, sino con el de promover el desarrollo integral del país, y, por lo tanto, de impulsar actividades productivas. Los

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Finalmente, debemos mencionar la fundación de la Contraloría General de la República y la fundación del Servicio Civil, como una de las creaciones iniciales y principales de ese proyecto nuevo del Estado.

En ese sentido, tal vez está más emparentado con el partido demócrata de los Estados Unidos y a su polí-tica reformista y, hasta cierto punto, con el laborismo inglés, sin embargo, si se descartan esas consideracio-nes, no cabe duda de que muchas de sus ideas postu-ladas reflejan una enorme afinidad con la socialdemo-cracia europea, con la cual conserva estrechos nexos internacionales y comparte, en gran medida, su con-cepción del Estado y su función intervencionista en la economía y en la sociedad.

A pesar del carácter relativamente ilegítimo de la Junta Fundadora de la Segunda República, durante dieciocho meses, por no ser el mandato soberano de la voluntad popular, sino de un pacto con el presidente electo, don Otilio Ulate, una de sus primeras tareas consistió en la consolidación de un Estado democrático, con la aboli-ción de las fuerzas militares y con la creación de Tribu-nal Supremo de Elecciones, como garante de la libertad y la pureza salvaje del sufragio.

A su vez, los tres gobiernos de Figueres y el de Orlich fueron consagrados a la elaboración, ejecución y con-solidación de un proyecto político coherentemente articulado, en el cual el Estado está destinado a jugar un papel protagónico y medular como instrumento de cambio y de transformación. Esa función preponderan-te o prepotente del aparato estatal es inevitable y, a la vez, consecuente con el proyecto político que oriente al liberacionismo y con las ideas prevalecientes durante esa época en los modelos laborista y socialdemócrata en Europa, en las iniciativas del partido Demócrata en los Estados Unidos y una enorme multitud de países del Tercer Mundo, como ya se han señalado.

Las metas básicas que se ha propuesto ese proyecto inicial de reformas pueden resumirse como el propósi-to de modernizar la sociedad, de promover una rápida industrialización del país, de diversificar la economía mediante el impulso de nuevos cultivos y de otras

colocación de los granos básicos con un margen ra-zonable de utilidad y, al consumidor, el acceso a los mismos precios módicos y a través de expendios.

Con el propósito de promover la diversificación de la economía, mediante planes de desarrollo formula-dos por la Oficina de Planificación Nacional, fundada en 1963, durante el gobierno de Orlich, siguiendo el modelo europeo, consistió en la negociación de crédi-tos extranjeros destinados a impulsar nuevas activi-dades agrícolas –particularmente la del banano– por empresarios nacionales e independientes de las com-pañías fruteras, la de la caña (regulada por la Liga Agrí-cola e Industrial de la caña de azúcar, fundada en 1965, en la que participaban industriales, productores y el Estado), y la ganadería de engorde.

Con el propósito de diversificar la actividad agrícola, de fomentar la producción mediante la utilización de tierras ociosas, de democratizar la economía, de mi-tigar conflictos sociales en el sector agropecuario, se funda, en 1962, el Instituto de Tierras y Colonización, que después se convertiría en el Instituto de Desarro-llo Agrario, lo que rima plenamente con la doctrina so-cialdemócrata y coincide con la experiencia que, en esa época, se generalizaba en muchos países de América Latina y del Tercer Mundo, así como con los dos pos-tulados de la Alianza para el progreso impulsada por Kennedy, que le asigna al Estado un papel decisivo.

Consecuente con los principios del Estado Benefactor, se funda, en 1954, el Instituto Nacional de Vivienda y Urbanismo que continúa la tarea de la construcción de viviendas populares, iniciada por Calderón Guardia. Con ese mismo lineamiento será creado, posterior-mente, el Instituto Mixto de Ayuda Social, como un mecanismo de realizar cierta redistribución de los in-gresos, de promover alguna dosis de justicia social y de auxiliar a los ciudadanos más desvalidos e indigentes, así como la Institución de Asignaciones Familiares. Si-multáneamente, se crea, en 1955, el Instituto Costarri-cense de Turismo, el cual obedece al propósito de esti-mular el ingreso de divisas gracias al sector hotelero y la publicidad turística en el exterior.

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compartiera los recursos financieros ya en manos de bancos estatales, absorbiera una mano de obra hasta entonces abundante, disponible y poco onerosa que se desplazaría hacia las zonas urbanas y que, por lo tanto, sus intereses sufrieran gran detrimento.

La industrialización que impulsa el liberacionismo, por lo tanto, es una iniciativa que surge de la convicción, bastante universal de que un país es más vulnerable y avanza poco si depende, en forma vulnerable, del sector agropecuario y de un sistema de monocultivo y, sobre todo, que solo la industrialización garantiza el desarrollo y la modernización de una sociedad. Como ya lo señalamos, casi todas las naciones pobres y atra-sadas procuran afanosamente impulsar su revolución industrial, aun si para ello tienen que recurrir a fórmu-las autocráticas o totalitarias. Para esa época, el café y el banano representaban casi el 90% de las exportacio-nes y empleaba más el 50% de la población económica-mente activa, por lo que la CEPAL recomienda tanto la industrialización a base de capital nacional, como la integración económica de estos países en el marco de un Mercado Común Centroamericano.

Si bien la Cámara de Industrias había elaborado un pro-yecto de ley que impulsara y protegiera a ese sector, no fue sino hasta 1959, durante la Administración de don Mario Echandi, que fue promulgada la Ley de Fomento Industrial, inspirada en un proyecto redactado por el partido Liberación que, gozando de la mayoría parla-mentaria, tomó la iniciativa y lo impulsó. Se le ha reco-nocido al Lic. Echandi que, a pesar de haber sido apo-yado por los sectores conservadores que adversaban la industrialización, tuvo la visión de ratificar dicha ley. No sucedió lo mismo, sin embargo, con el Proyecto de integración económica, el cual tuvo que esperar el ad-venimiento del Gobierno de Orlich para que el país se adhiriera al tratado que ya habían aceptado los otros países del istmo.

Es importante destacar que, hasta entonces, la eco-nomía se basa en un vulnerable y precario sistema de monocultivo destinado a la exportación, el cual genera las divisas que requiere el país para sus importaciones. Lo que propone el intervencionismo estatal es diver-sificar la producción para que la economía sea menos

formas de producción, de acelerar el proceso de urba-nización con la construcción adecuada de infraestruc-tura y programas habitacionales, de propiciar el pleno desarrollo de pequeños y medianos productores, tanto en la agricultura como en la industria, de dotar al país con una infraestructura de carreteras, comunicacio-nes, servicio de agua potable y, sobre todo, de energía eléctrica y de participación en el proceso integracionis-ta del Mercado Común Centroamericano.

En el campo social, ese proyecto contempla generalizar y fortalecer la educación como instrumento de demo-cratización y de modernización, lo que, a su vez, sirvió para ensanchar y consolidar los estratos medios que, además han formado parte importante de su caudal electoral y que tiende a jugar un papel de árbitro políti-co que procura mitigar la polarización política y social y a establecer un equilibrio que evite o mitigue las po-siciones radicales o a evitar que predomine ya sea la ex-trema izquierda o ya sea la derecha ultra conservadora. Eso explica, igualmente, su preocupación por respetar las reformas de sus antiguos adversarios, el impulso a la educación superior que reinició el calderonismo y su postulado de que el Estado debe intervenir tanto en la fijación de salarios mínimos, como de regular los precios de ciertos artículos vitales o en el incentivo y la protección de ciertas ramas de la producción, entre estas, obviamente, ha propiciado a la industria, por considerarse un importante instrumento de moder-nización, generador de divisas y un elemento de pro-greso, o también al realizar un esfuerzo por sustituir importaciones y crear fuentes de empleo.

El otro proyecto previsto en el proyecto político for-mulado por el liberacionismo y considerado como in-dispensable a la modernización del país fue la indus-trialización. Cuando germina y se gesta dicho proyecto, la industria establecida era sumamente reducida, inci-piente y casi de carácter artesanal, salvo pocas excep-ciones, por lo que la cámara de industrias no poseía ni el peso político ni la influencia suficiente como para convertirse en un grupo de presión que inclinara la ba-lanza a su favor y, sobre todo, incapaz de vencer la hostil oposición del sector tradicional, que consideraba la in-dustria como una amenaza a sus intereses. Este temía que surgiera una nueva élite política que la desplazara,

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ser complementado por nuevas actividades que el capi-tal privado nacional era incapaz de asumir, ya sea por los riesgos elevados, ya sea por el alto nivel de las inver-siones en proyectos de gran envergadura y magnitud. Para remediar las causas de los problemas sociales y, particularmente, el desempleo, así como los efectos de la crisis que en el inicio de la década de 1970 se expan-dió por el mundo, se consideró necesaria la creación de este nuevo sector productivo que absorbiera mano de obra y aumentara las exportaciones. Se estima, por otro lado, que el Estado debe asumir la función más reactivadora de la economía, promoviendo la moviliza-ción de recursos, tanto materiales como humanos, y así contribuir a fomentar el progreso económico y social, introduciendo un nuevo modelo industrial moderno, competitivo y destinado a procurar divisas mediante las exportaciones.

En el proyecto liberacionista, el expresidente Daniel Oduber aparece como el principal protagonista y pro-motor de esta nueva dimensión del Estado Interventor, quien indica que la idea inicial nació en 1963, durante la visita del presidente Kennedy con quien se discutió, tomando como modelos precursores las experiencias en México, Chile y España. “Se trataba de crear en Costa Rica una institución que desarrollara industrias grandes y nuevas, que luego se procuraría pasar a accionistas cos-tarricenses para así evitar que solo compañías transnacio-nales fueran las que impulsaran el desarrollo en grande de Costa Rica”. “Desde 1970 iniciamos un proceso para lograr que la justicia social, que había transformado la ciudad, llegara también al campo”.

Las palabras del Lic. Oduber son elocuentes en cuanto a los propósitos que inspiraron la creación de CODESA (Corporación Costarricense de Desarrollo) y, particu-larmente, el acento con que enfatiza los motivos na-cionalistas, que coincide con otras experiencias en el resto del mundo, como ya se ha visto. “Hay industriales que, por su condición estratégica en nuestra economía, no pueden salir del dominio nacional. Pude admitir partici-pación extranjera, pero nunca mayoritaria, aunque esta fue lograda por subterfugios con minoría transnacional y bloques nacionales servidores de ella”. (Prólogo del libro ‘De los empresarios políticos a los políticos empresarios’, publicado por un distinguido grupo de profesores de la UNA).

vulnerable a introducir un sector industrial, inspi-rado en una política de sustitución de importaciones y, por lo tanto, destinado al consumo, de manera que satisfaga la demanda y las necesidades de produc-tos que usualmente se importaban, así como de pro-curar empleo e ingresos a multitud de hogares en las zonas urbanas. No será sino posteriormente, en un momento más reciente, que esa experiencia será uti-lizada para promover la exportación de productos no tradicionales, generados por esa industria y por una agricultura diversificada.

El resultado del intervencionismo estatal ha sido la consecución de la mayoría de las metas que se habían fijado en el proyecto político iniciado después de 1948, como ha sido la diversificación de la economía, el im-pulso de la industrialización, la ampliación de las actividades de los medianos y pequeños productores, la electrificación del país, la construcción de vastas obras de infraestructura, así como una mayor plurali-dad de sectores sociales y su participación en la pales-tra política.

Paralelamente, ese intervencionismo ha representado un incremento del papel y de la presencia del Estado, como lo demuestra el hecho que, en 1950, el sector pú-blico absorbía el 6% de la población económicamente activa del país y ya, en 1958, se elevó al 10% de esta. A su vez, se calcula que, mientras en 1950 el Estado parti-cipa en un 10,3% de la generación del PIB, en 1970 llega a alcanzar un 18,2% de este (Costa Rica en los años 80).

D) EL CAPITALISMO DEL ESTADO

Como lo hemos visto, el Estado Empresario ha cons-tituido una continuación lógica y un complemento del Estado Interventor en los países europeos y en otras ex-periencias similares en otros países del Tercer Mundo. No lo fue así en los Estados Unidos, donde existe un culto casi sagrado a la empresa privada y donde, si bien el Estado ha promovido el bienestar social y el inter-vencionismo, este se ha abstenido de asumir activida-des empresariales y más aún de nacionalizar corpora-ciones ya constituidas.

En esta nueva etapa predomina el criterio, en algunos sectores, de que el modelo anterior se ha agotado y debe

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Marcelo Prieto y Luis Antonio Monge y que fue apro-bada el 31 de julio de 1980, resultando extemporáneo el veto del Presidente Carazo.

Dicha ley prohíbe la adquisición de acciones de CODESA o de sus empresas subsidiarias a personas o compañías extranjeras, con el propósito de

“evitar, fundamentalmente, que grupos extran-jeros poderosos se apoderen, en condiciones fáciles, de empresas que deben ser considera-das como patrimonio social y controlen áreas importantes de nuestra vida económica y para garantizar el control y la intervención estatal en actividades vitales para nuestro desarro- llo económico”.

Dicha ley será modificada posteriormente, como una condición importante en una de las cartas de intención ante el Fondo Monetario Internacional.

Denotamos, por lo tanto, un triple propósito en la pro-moción del proyecto de CODESA: impulsar el desarro-llo y la industrialización del país; facilitar una mayor injerencia del Estado en la economía, permitiéndole participar ahora como protagonista en el sector pro-piamente productivo, como un complemento y como un socio o coinversionista con el sector privado; final-mente, es evidentemente una preocupación de carác-ter nacionalista, de manera que la economía quede en manos de costarricenses y que la soberanía económica no llegue a ser controlada por el capital extranjero.

En el mismo texto de dicha ley se precisan otros obje-tivos, tales como modernizar actividades productivas existentes, aprovechar oportunidades de mercado, de-sarrollar nuevas actividades, estimular el proceso de sustitución de importaciones, fomentar y diversificar las exportaciones, integrar más otros sectores y regio-nes del país y facilitar la integración económica con otros países (Artículos 4° y 5°).

En el marco de dicha ley se enuncian las siguientes funciones: promover y ejecutar programas y proyectos; participar en empresas nuevas; proporcionar asisten-cia técnica; conceder préstamos, con prioridad a las

Más adelante, en ese mismo texto, parecen proféticas las palabras del principal gestor de CODESA:

“pero la regla general, inconmovible, es que el Estado empresario no funciona porque la empre-sa, pierde eficiencia y, consecutivamente, pierde su capacidad competitiva. Por eso la propiedad total del Estado, cuando existe debe ser tran-sitoria y ser trasladada, parcial o totalmente, a grupos privados. Ahora bien, ¿a cuáles grupos… la gran propiedad nacional debe ser propiedad de cientos o miles de costarricenses, ojalá organiza-dos en cooperativas y en asociaciones… todo fue detenido por razones políticas, pero la continua-remos en el futuro… es lo que llamo un socialis-mo democrático”.

El proyecto de ley inicial para la creación de CODESA fue enviado a la Asamblea Legislativa y publicado en el alcance a La Gaceta N.° 156, del 14 de julio de 1963, pero no fue sino hasta en 1972 que fue fundada, en calidad de “empresa de capital mixto, con personería jurídica y patrimonio propio”.

En el inicio de dicho texto queda claramente consig-nado que se crea “una empresa de capital mixto’”que tendrá como objetivo “promover el desarrollo económico del país, mediante el fortalecimiento de las empresas priva-das costarricenses dentro del régimen nacional de econo-mía mixta”. (Artículo 4°).

Deseamos hacer hincapié en que, consecuente con los principios ideológicos –tanto socialdemócratas como socialcristianos que establecen el postulado de la sub-sidiaridad o complementariedad del Estado– lo que se persigue es la formación de una economía mixta, en la que convivan la empresa del Estado con la privada y en la que ambas lleguen a coinvertir en proyectos de inte-rés mutuo y de beneficio para el desarrollo económico del país. Al mencionar el propósito de promover el for-talecimiento de empresas privadas costarricenses, se nota un acento nacionalista que implicaría la voluntad de que el esfuerzo de impulsar la economía del país sea y quede en manos de empresarios nacionales y evitar una enajenación económica, lo que quedará más clara-mente establecido en la denominada Ley Prieto (Ley 6453), presentada por los diputados liberacionistas

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Fue así como se creó CATSA, motivada por la nece-sidad de impulsar la producción de la caña, la cual se había estancado mientras se incrementaba la demanda de consumo, por el propósito de fomentar el progreso de Guanacaste y por el elevado costo de una inversión de enorme magnitud que difícilmente podían realizar los productores interesados quienes aparentemente brindaron su consentimiento al proyecto.

En forma similar se impulsó, en esa misma provincia, la creación de Algodones de Costa Rica S.A., la cual fue dotada de una desmontadora de esa fibra textil, con el fin de promover su cultivo, de ayudar al sector privado que supliría la materia prima, así como la semilla de algodón para la fabricación de aceite, previéndose la exportación eventual de esos productos.

Igualmente, en la provincia de Guanacaste se proce-dió a la creación de la subsidiaria Cementos del Pací-fico S.A. con un 90% de capital estatal, cuyo proyecto suscitó controversias en cuanto a la modalidad de in-versión. Este es uno de los casos en que difícilmente se puede establecer si dicha inversión se realizó para complementar o para competir con el sector privado, ya que existía otra empresa productora de cemento, la Industria Nacional de Cemento, además de Cementos del Valle que, por problemas financieros, fue adquirida por CODESA, con la cual el sector estatal controlaba más de la mitad de la producción nacional.

Con el fin de sustituir importaciones, se procedió a la fundación de la ALUNASA, en Esparza, lugar que se ha criticado por no ser precisamente el más indicado, con la finalidad de transformar lingotes de aluminio y de servir de complemento al sector privado. Parale-lamente, se constituyó TRANSMESA como un medio para dotar a los concesionarios de líneas de transporte metropolitano de los vehículos a precios muy favora-bles que permitieran mejorar los servicios de transpor-te colectivo.

Simultáneamente, en 1977, el entonces presiden-te Oduber, presentó un proyecto de reforma a la ley CODESA, en el que se propone que ésta deje de ser una empresa de capital mixto para convertirse en una

empresas de CODESA, así como avales y garantías, promover exportaciones e impulsar el mercado nacio-nal de capitales (Artículo 6°).

Ya existían precedentes de capitalismo de Estado, tales como la creación del ICE, con el fin de generar energía eléctrica en forma masiva, o la de RECOPE, formada en 1963 dentro del marco de una empresa mixta que llegó a ser controlada totalmente por el Estado en 1974, con el propósito de mantener bajo la tutela del Estado el abastecimiento de la energía derivada de los hidro-carburos. Igualmente, la creación de ASBANA, en 1971, constituye un precedente adicional por su participa-ción tripartidista del sector privado, del Estado y del Sistema Bancario Nacional. Remontando el pasado, nos encontramos con el INS y la Fábrica de Licores.

CODESA, por lo tanto, va a construir una prolongación de ese proceso y, si bien se crea en 1972, no será sino pocos años después que se iniciará su desarrollo pleno, siendo su primera operación bursátil en 1973 y la adqui-sición de la Bolsa de Valores un año después. Entre sus más importantes operaciones iniciales se encuentran la compra de acciones de FECOSA y de Tempisque Ferry Boat, créditos concedidos a la Liga Agrícola Industrial de la caña de azúcar y a Carrez S.A. seguidas por prés-tamos a la Terminal Portuaria Punta Morales, así como una inversión de la Planta Empacadora de Carne y en la Fábrica de Cemento.

Mientras tanto una comisión elaboró un proyecto para sentar las bases de la política futura de CODESA y en el cual se recomienda “prestar primordial atención a la preparación, promoción y ejecución de proyectos de gran significado, que por razones estratégicas, técnicas o de volumen de inversión, requieren una participación importante del sector público”. Por otra parte, aconseja atender proyectos generados por la iniciativa privada y conceder prioridad a los proyectos evaluados según su contribución al valor agregado, a la balanza de pagos, a la redistribución geográfica de la inversión, al uso de materias primas nacionales, así como al mejoramiento de la estructura productiva y la eficiencia económica. A la vez, considera prioritarios aquellos proyectos de na-turaleza industrial, el minero, el petróleo y el turismo.

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“pero si algo es consubstancial a este periodo no es otra cosa que la pronunciada expansión del Estado; en efecto si entre 1948 y 1968 surgen 55 nuevas instituciones públicas –a razón de casi tres por año– entre 1968 y 1980 lo hacen 45 –cuatro por año–”.

Advierte, por otra parte, que este proceso abarca una expansión de los servicios de salud, los cuales cubrían el 46% de la población en 1970, pero llegan a abarcar el 85% en 1978 y permite disminuir la mortalidad infantil por cada mil niños, de 84 en 1953, a 21 en 1978, a la vez que la expectativa de vida se prolonga en 1980 a casi 72 años. Señala, igualmente, que, en 1980, le confiere formación al 2,16% de la población, todo lo cual explica ese vertiginoso dinamismo de la expansión del Estado.

Si bien el Estado Empresario ha sido idealizado por al-gunos y sobre todo por sus progenitores, en el sentido de que su creación y estímulo representan un nuevo elemento de progreso para la economía y para la socie-dad, en la medida en que se proponía iniciar un nuevo sector de producción, dinámico y en gran escala que produciría riqueza, incrementaría las exportaciones, generaría ingresos así como empleos y complementa-ría el sector productivo de carácter privado, también han surgido críticas y juicios adversos que han cuestio-nado su existencia, su justificación y la intención que lo impulsó.

Así, por ejemplo, los autores del libro ‘De los empresarios políticos a políticos empresarios’ formulan los siguientes juicios: “Este grupo ha sido conceptualizado como de ‘alta tecnología’ o ‘tecno-burocracia’ y también como “burgue-sía burocrática de Estado”.

“Es un grupo que cumple con las funciones pro-pias de los funcionarios estatales de alta cate-goría (es decir, como agentes del capital en su conjunto) que, momentáneamente, sustenta el control del aparato con el fin de que se manten-gan las condiciones generales de reproducción y el control social de la población. Asimismo, es un grupo que se desarrolla con su propio proyec-to político, como una nueva fracción burguesa

empresa de capital público. Aparentemente, lo que se proponía era que ese fuera el caso propiamente de CODESA, pero no aplicable a las subsidiarias, las cuales podrían continuar disponibles a la inversión privada y ser de capital mixto, lo que vendría a formalizar una situación de hecho, ya que CODESA no había captado inversiones de capital privado, como lo señala Mylene Vega, en su libro sobre dicha institución. Asimismo, el sector privado quedaba excluido en su representación en el seno de Consejo de Administración y la corpora-ción quedaría bajo la égida exclusiva del Poder Ejecu-tivo. Sin embargo, sin mayor debate, el proyecto quedó archivado dos años después. Todo esto provocó, en esos años, una deserción, como lo indica dicha autora, de un número importante de industriales de las filas del liberalismo, con el cual la inmensa mayoría se había identificado hasta entonces, por haber sido ese movi-miento el que había propiciado o impulsado el desarro-llo industrial del país. Muchos industriales considera-ron que esas medidas tan estetizantes y contalizadoras constituían una empresa y un peligro para el sector de la empresa privada, por lo que el Estado desbordaba el vaso de agua que lo debía contener.

Este proceso de industrialización, promovido por el Estado mismo, se tradujo en una inevitable expansión del sector público en el PIB, ya que su participación pasa del 15,3%, en 1961, al 22,5% en el año 1976 (De los empresarios políticos a los políticos empresarios). A partir de 1974 –señalaban los autores de ese análisis– la in-versión pública crece durante cuatro años, hasta 1978, a un ritmo que alcanza un promedio anual del 40%. En cuanto a la participación de la inversión pública en el sector de la producción, esta pasa del 1,6%, en 1972, al 19,7%, en 1978 y, según dicho estudio, este incremento llegó a ser, en ese lapso, 35,7 veces el monto invertido en 1972.

Por su parte, Jorge Rovira Mas nos indica que, de 1970 a 1978, la participación en el PIB del sector agropecua-rio disminuye de un 24,1% a un 18,3% mientras el sector industrial aumenta de un 18,6% a un 22,0%, a la vez que el Estado incrementa su participación desde un 18,2% hasta un 23,9% (Costa Rica en los años 80’). Más ade-lante, dicho analista destaca el vertiginoso crecimiento del aparato estatal:

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tiene el Estado en el campo financiero, de información etc., son superiores y son recursos que, en principio, tienen carácter público, es decir, que deben estar al ser-vicio de la clase de los propietarios en su conjunto.

Jorge Rovira Mas comparte este criterio cuando afir- ma que:

“las orientaciones que quiso imprimirle el Poder Ejecutivo… despertaron serios recelos, no solo dentro de la burguesía industrial sino igualmen-te dentro de otros grupos capitalistas, los cuales visualizaron el nuevo intervencionismo estatal como invasor de ámbitos tradicionalmente re-servados a la esfera privada…” (Costa Rica en los años ’80).

En el análisis sobre el desenvolvimiento y evolución de CODESA, nos encontramos con una serie de argumen-tos y explicaciones sobre la decadencia de dicha insti-tución. En esta polémica, sus defensores han tratado de demostrar que ha habido una voluntad expresa de hacer fracasar dicho proyecto, ya sea por motivos po-líticos, ya sea por razones ideológicas. Sus detractores por su parte, han tratado de demostrar que dicha ini-ciativa estaba destinada al fracaso desde sus inicios, viciada por la falta de estudios serios, por la adopción de iniciativas improvisadas, por la corrupción y por la ineptitud e incapacidad de sus administradores en la gestión de sus empresas.

En un interesante artículo de La Tribuna Económica (enero de 1987), se reproduce la opinión de don Édgar Brenes, Presidente Ejecutivo de CODESA en ese mo-mento, para quien el problema consistió en “la falta de estudios técnicos y la carencia de análisis de mercado de-bidamente estructurados”. En la misma publicación se afirma que,

“según la opinión del director de la División Téc-nica, en el caso concreto de ALUNASA, el estu-dio de inversión se hizo un año después de haber iniciado la planta sus operaciones, lo cual impi-dió que se previeran los serios problemas que habría de enfrentar la empresa”.

que deslinda claramente sus intereses de grupo de las otras fracciones y que, con el control del Estado, intenta tomar la dirección del bloque en el poder. Es pues, una fracción de la clase domi-nante con un programa, un modelo de acumu-lación, una estrategia de enriquecimiento y una táctica política diferenciable de las otras fraccio-nes de la burguesía…”.

Más adelante agregan:

“No es un secreto que la pertenencia a un alto puesto en el Estado abre la posibilidad de con-vertirse en socio menor de las empresas estata-les-privadas, el acceso al crédito y licitaciones, a la información precisa con respecto a áreas de inversión productiva, etc. De ahí que su catego-ría de enriquecimiento también enlace al apara-to del Estado”.

Por otro lado, señalan los mismos autores:

“la inversión productiva del capital público supone invertir a tasas de rentabilidad social-mente determinadas e implica, además, que el capital público se debe enfrentar al capital pri-vado como cualquier otro capital, es decir, en condiciones de competencia que, desde el punto de vista del capital privado se da en condiciones de una “competencia desigual”, pues el Estado concentra recursos, información y una capaci-dad cuantitativamente superior a la de cualquier capital privado. La inversión del Estado es perci-bida entonces, como una verdadera amenaza por un grupo de inversionistas privados”.

Más adelante dichos analistas hacen hincapié en el hecho de que el capital público aparece como maneja-do y usufructuado por un grupo particular, usándose como armas contra el Estado Empresario la ineficien-cia y la corrupción ¿por qué?... La explicación básica de ello gira alrededor del hecho recién apuntado, de que el capital público se presenta como un competidor más para el capitalista privado, más aún, dicha competencia le parece, a este último, desleal, pues los recursos que

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Según dicha publicación, durante ese período se des-estimuló la siembra de algodón en Guanacaste, con lo cual ALCORSA se quedó sin materia prima y empezó a padecer problemas, a la vez que se abandonó la idea original de establecer una serie importante de peque-ñas empresas textileras, por lo que, a partir de 1978, ALCORSA quedó prácticamente paralizada. También, según dicho funcionario, se realizaron inversiones irracionales por presiones políticas, una de las cuales se ventila en los tribunales de justicia. “Antes de 1978 las dificultades de CODESA se debieron a errores, que per-fectamente se hubieran podido corregir a tiempo, pero a partir de ese año comenzaron las presiones políticas y el hundimiento de la corporación”.

A su vez, el ex Presidente de la República y principal promotor de CODESA, añade: “La Unidad Socialcristia-na, por sus principios ideológicos, no creía en una corpo-ración de desarrollo. Por ello durante su gobierno se dedicó a boicotear CODESA, cuya agonía comenzó el 8 de mayo de 1978”. (Tribuna Económica, enero de 1987).

Sin embargo, algunos hechos parecen contradecir esta afirmación. Uno, por ejemplo, fue que ya en mayo de 1978, el Poder Ejecutivo solicita con carácter de ur-gencia a CODESA la concesión de un aval a ALCORSA (Algodones de Costa Rica) para ser utilizado en la ad-quisición de una desmotadora de algodón. Posterior-mente, ese mismo año, presenta un proyecto destinado a la pesca de atún que incluiría la construcción de una planta procesadora y enlatadora en Golfito, algunas obras de infraestructura y dos barcos de pesca, me-diante un proyecto de coinversión con una empresa noruega, con la cual no logró un consenso en cuanto a las modalidades del mismo y, por lo tanto, no fue apro-bado por CODESA. Al año siguiente, en 1979, el expre-sidente Carazo impulsa la creación de una organiza-ción que tenga como finalidad la creación de empresas agroindustriales destinadas a la exportación, lo que tuvo como resultado el nacimiento de DAISA. Igual-mente, fue iniciativa del Poder Ejecutivo la adquisición de las acciones del gobierno mexicano en FERTICA, así como la creación de SANSA, mediante un proyecto de coinversión entre CODESA y LACSA, para brindar un servicio de transporte aéreo a escala nacional. Igual-mente, fue iniciativa del Poder Ejecutivo el programa

Expresa que, además, otro caso “es el de Cementos del Pacífico, que se instaló sin considerarse que el mercado na-cional podría ser satisfecho por lo menos en el año 2000, con las dos empresas que ya existían”.

En esa misma publicación se consigna que la Corpo-ración arrojó utilidades entre 1974 y 1978, a pesar de tratarse de los primeros años y, por lo tanto, los más difíciles en la evolución financiera de una empresa.

“En 1974 CODESA generó alrededor de 2 millo-nes de colones de utilidades, es decir, alrededor de 233 mil dólares. En 1977 las utilidades habían decrecido a 384 mil colones, pero las subsidia-rias todavía mantenían un endeudamiento bajo y la Corporación contaba con un capital limpio de 720 millones de colones. Sin embargo en 1978 CODESA empezó a tener pérdidas y desde en-tonces no ha vuelto a mostrar resultados finan-cieros positivos. Ese año la corporación perdió 17 millones de colones, el año siguiente 172 mi-llones y ya en 1980 estaba perdiendo alrededor de 430 millones de colones, más de 50 millones de dólares”.

Según la opinión de don Rolando Vargas, Vicepresi-dente Ejecutivo de CODESA, en una publicación de esa época, coincidieron varios factores negativos en ese momento. Uno fue la agudización del conflicto bélico en Nicaragua y su consecuente y negativa repercusión en el Mercado Común Centroamericano. Otra consis-tió en la crisis económica mundial que, en esa época, redujo la posibilidad de realizar exportaciones alter-nativas a terceros mercados. Finalmente, otro motivo adicional se debió a la “pésima administración que tuvo después del cambio de gobierno”, la cual no estaba inte-resada en desarrollar las empresas estatales y “los inte-reses políticos predominaron sobre los criterios técnicos”. Según esta opinión, a partir de 1978 se inició la fun-dación de una serie de pequeñas empresas, en muchos de los casos condenadas al fracaso y se abandonaron los proyectos verdaderamente importantes, añadiendo que “el cambio de gobierno puso la dirección de CODESA en manos de sus enemigos”.

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de nuevas actividades que al país le conviene de-sarrollar para incrementar su bienestar”.

Sin embargo, una denuncia grave se formula en la Me-moria de 1983 –que no aparece en la de 1978– y que con-tradice todo lo anterior:

“Todo tuvo su punto de partida el 19 de mayo de 1978, cuando el gobierno de la republica recién elegido, sin mucho análisis, tomó la decisión de que los 703.000.000 colones que CODESA tenía en cartera… pasaran a llenar otros fines de la administración pública de ese momento, con lo cual la Corporación Costarricense de Desarrollo quedó desde aquel instante desfinanciaba”.

A su vez, el expresidente Carazo justificaba, en su men-saje a la Asamblea Legislativa del 1.° de mayo de 1982, al concluir su mandato:

“uno de los problemas más graves a los que el gobierno tuvo que hacerle frente en mayo de 1978, fue el elevado monto del déficit fiscal y de la deuda pública, que prácticamente ataba las manos del gobierno, así como el sinnúmero de compromisos heredados sin financiar que im-ponían un cumplimiento inmediato, a riesgo de arruinar empresas e instituciones, entre ellas las derivadas de empresas contratadas en el go-bierno anterior, tales como Cementos del Valle, ALUNASA, etc... ante esta realidad se escogió el camino de la acción y no el más fácil y cómodo, por lo infructuoso, de las lamentaciones contra el gobierno anterior”.

Menciona más adelante que CODESA mostraba un déficit cercano a los 2.000 millones de colones y que hubo que financiar empresas subsidiaras de la misma por la suma de 4.500 millones de colones, así como la imposibilidad de proceder a la venta de acciones de las empresas por la prohibición que estableció la Ley N.° 6453 y que “congeló en manos del Estado acciones de em-presas que CODESA debería haber venido”.

Conexpo-Flemar, destinado a fomentar el servicio de transporte refrigerado de la exportación.

Es necesario enfatizar que uno de los postulados ideo-lógicos que se formulan en el programa de gobierno del partido Unidad, que encabeza el Lic. Carazo, es precisamente el de la ‘subsidiaria del Estado’, el cual se interpreta en el sentido de que al Estado le está permitido, y se considera deseable, la participación en actividades económicas en las que el sector priva-do no tiene la voluntad o los recursos necesarios para invertir, ya sea por el riesgo, por el monto o la natu-raleza de la inversión, ya sea por la falta de interés. Notamos, por lo tanto, una gran afinidad en este aspecto entre los postulados tanto socialdemócratas como los socialcristianos, por lo que cualquier disparidad pro-viene más que nada de una diferencia de énfasis o de prioridades, así como de la voluntad concreta de quie-nes ejercen el poder.

Esto parece confirmarlo la referencia que se hace de CODESA en el Plan Nacional de Desarrollo “Gregorio José Ramírez” 1978-1982, en el que se menciona una re-orientación encaminada hacia la consolidación de pe-queños y medianos proyectos y se propone propiciar a la participación de la empresa privada en proyectos industriales. Asimismo, en la memoria de CODESA de 1978 se consigna que dicho año había sido “uno de los más importantes en la breve historia” de CODESA; a la vez, se propone un proyecto de ley para aumentar su capital a 500.000.000.00 colones y así dotaría de un patrimonio acorde con las funciones por realizar enco-mendadas por su ley constitutiva.

En 1980, la Administración Carazo concluyó las obras tanto de Cementos del Pacífico como las de ALUNASA, a la vez que otorgó a CODESA un financiamiento por 2.469 millones de colones y en la memoria se expresa:

“deseamos que CODESA cumpla con la misión que se le encomendó. Cumplimos con las tareas de instalar importantes empresas productivas y todos los costarricenses debemos regocijarnos por ello. Ahora apoyaremos el establecimiento

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también grande; pero desde su fundación la cor-poración fue administrada caóticamente… en gran parte, el origen de estos problemas estuvo en el acceso limitado a los fondos públicos, que permitió a CODESA descuidar la rentabilidad de sus inversiones”. (La Tribuna Económica, enero de 1987).

Paradójicamente, según datos de esa misma publica-ción, al finalizar la administración del Lic. Oduber, CODESA y todas sus subsidiarias debían al Banco Cen-tral 370 millones de colones; cuatro años después, al finalizar la administración del Lic. Carazo, ese monto se había multiplicado 16 veces, con un monto superior a los 6.000 millones de colones.

Contrariamente, así como el expresidente Carazo hace una referencia mínima sobre CODESA, en el exten-so libro de sus memorias, igualmente el expresidente Oduber, en su libro intitulado Raíces del partido Libera-ción Nacional, omite toda alusión a la institución que él promovió, impulsó y creó.

Recurrimos, entonces, al excelente análisis de la Dra. Mylena Vega sobre la política de CODESA durante el gobierno de Carazo (1978-1982), en el que se destaca la nueva orientación que se le impone a dicha corpora-ción. Tales objetivos consistieron en conferirle priori-dad a los proyectos pequeños y medianos, sobre todo de tipo agroindustria, en desechar las inversiones en servicios públicos de empresas cuya obra había sido iniciada y no se había terminado con el propósito de venderlas.

Sin embargo, se desbordan esos objetivos con la compra de FERTICA al Gobierno mexicano, cuya in-versión estaba constituida por el 90% de las acciones, en 1980. Dicha adquisición, según las actas, se justifica por la intención de dicho Gobierno de clausurar las ins-talaciones y por la oferta a un precio sumamente redu-cido. Según el Lic. Carazo, la compra se realizó por $25 millones, mientras su valor era $65 millones, quedando todos los pasivos a cargo de los socios anteriores, en una brevísima referencia en el libro de sus memorias ya citado.

Curiosamente, en el libro dedicado a sus memorias y que abarca 666 páginas, el expresidente Carazo apenas le dedica un cuarto de página a CODESA en el que des-taca someramente su posición:

“sabíamos que la situación económica era muy difícil. El déficit fiscal se calculaba en un equi-valente al 29% del presupuesto nacional; el café baja de precio… el déficit financiero se estimaba en un equivalente al 61 por ciento de los ingre-sos fiscales totales. Era fundamental acelerar la preparación de un proyecto de ley de reforma tributaria. CODESA reclamaría un monto supe-rior a los 800 millones de colones. Las empre-sas públicas creadas durante la administración 74-78 reclamarían un elevado porcentaje del cré-dito bancario, con el agravante de que nuestros asesores jurídicos llegaron muy pronto a la con-clusión de que era menos oneroso para el país financiar la construcción de aquellos “elefantes blancos” cuya contratación para su instalación heredábamos, que interrumpir unilateralmente los contratos. Las reclamaciones por incumpli-miento serían altísimas y las acciones judiciales llevarían mucho tiempo, nos dijeron… el mundo desarrollado se encontraba en un periodo de recesión en el que no era posible pensar en un rápido crecimiento de sus mercados. La pers-pectiva era difícil, no era fácil corregir proble-mas internos y externos que atentaban contra el bienestar social”. (Carazo, Tiempo y Marcha, pág. 218).

En otro cuarto de página, más adelante, se refiere po-sitiva y someramente a la compra de FERTICA por la suma de 25 millones de dólares, cuando su valor se es-timaba en un monto de 74 millones de dólares.

Por su parte, el Lic. Germán Serrano, exministro de dicha Administración, refuta las aseveraciones del Lic. Oduber:

“los problemas administrativos de CODESA se dieron desde su origen mismo. Al principio no hubo grandes pérdidas, porque la ayuda fue

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Otra característica del periodo 1978-82 consistió en terminar las obras ya iniciadas y aún inconclusas con el propósito de vulnerarlas, de acuerdo con la conclusión del Lic. Carazo en sus memorias, de que “era menos oneroso para el país finalizar la construcción de aquellos ‘elefantes blancos’ (…) que interrumpir unilateralmente los contratos”. Esto parece confirmado en el análisis de la Dra. Vega, en el que se denota una marcada preocu-pación por conducir perentoriamente esas obras “ya que cualquier atraso implica gastos financieros mayores” (Acta 307-78). Una razón adicional la esgrime el mismo Lic. Carazo, al señalar que el mundo desarrollado atra-vesaba un periodo de recesión en el que no era posible pensar en un rápido crecimiento de sus mercados.

Sin embargo, el propósito de proceder a dicha venta se ve obstaculizado por la Ley Prieto, en la cual se prohí-be la adquisición de CODESA y de sus subsidiarias por personas o empresas extranjeras, por considerarse que forma parte de un patrimonio inalienable de la Nación, motivo por el cual también se prohíbe la venta de las empresas dedicadas a la producción de fertilizantes y de sucroquímicos aún a grupos nacionales. Además, se legisla en el sentido de que ninguna persona física o jurídica puede adquirir más del 2,5% de las acciones de las subsidiarias de CODESA. Esta restricción, sin embargo, es modificaba posteriormente, en 1982, de manera que se autoriza hasta un 40% de participación a grupos extranjeros.

Otra de las modificaciones introducidas por la Admi-nistración Carazo consiste en una mayor centraliza-ción de funciones y prerrogativas en el seno del Con-sejo de Administración de CODESA, incrementado las potestades de este en detrimento de la autonomía de las empresas subsidiarias. Entre las atribuciones que se le asignan se destaca la función de formular los objeti-vos de las subsidiarias, aprobar sus presupuestos, así como el nombramiento remoción de los miembros de las Juntas Directivas, la aprobación de sus presupues-tos y la compra o venta de sus acciones.

Otro hecho importante que parece desmentir la tesis –sostenida por ambos expresidentes– de una volun-tad de destruir dicha institución, consiste en la apro-bación, por el Consejo de Gobierno, de incrementar

Otra iniciativa importante de la Administración Carazo fue la constitución de DAISA que, a la vez, era subsidiaria de CODESA y una matriz que contraía con empresas afiliadas cuyo propósito era el de fomentar productos agropecuarios destinados a la exportación.

La tercera experiencia de nuevas inversiones la cons-tituye la adquisición de Sabatapari, motivado por la concesión de un aval por CODESA y por la incapacidad en que se encontró la empresa de amortizar esa obliga-ción, ya que supuestamente la contraparte española de-cidió no cubrir la parte de la inversión a la que se había comprometido. Por ese motivo es que CODESA se con-vierte en principal accionista mayorista, aportando el 58% del capital suscrito, convirtiéndose, de esa forma, en una empresa de capital mixto. Otra subsidiaria que se crea durante esa Administración fue Aquacultura, con el propósito de fomentar la cría y exportación de langostinos.

Todo lo anterior no parece confirmar ni las asevera-ciones del Lic. Oduber, ni la del mismo Lic. Carazo en el sentido de que hubo una voluntad de parte de la Ad-ministración de éste de desmantelar CODESA y coin-cidimos con la opinión de la Dra. Vega cuando afirma que “CODESA, durante el periodo 1978-80, prosiguió con su orientación básica de matriz de empresas públicas debido a que destinó el grueso de sus recursos económicos a ese fin”.

Lo único que parece diferenciar esta Administración de los objetivos iniciales de la distribución es el destino de las inversiones, ya que se introduce un nuevo sector importante en toda la gama de inversiones constituido por un mayor énfasis en la industria química, pero esto se debió, como queda muy claro, por la introducción de FERTICA, la cual llega a asimilar el 25% del financia-miento total en 1981. La segunda disparidad, como lo señala la Dra. Vega, consiste en la distribución regional de las inversiones, ya que, durante la administración Oduber, la mayor proporción de éstas fueron destina-das a Guanacaste (el 65,5% en 1978), mientras que, en la del Lic. Carazo, se nota un desplazamiento hacia la provincia de Puntarenas, que casi iguala la proporción del financiamiento de Guanacaste, pero esto se debe, obviamente, a la ubicación de FERTICA.

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que supuestamente le daría continuidad a las metas iniciales del proyecto por emanar de ese mismo movi-miento político, pero las razones de ese viraje, como se verá más adelante, no será propiamente de índole ideo-lógica o pragmática, sino de naturaleza estrictamente pragmática. En eso de la continuidad relativa entre las políticas de los Gobiernos de Oduber y de Carazo, coinciden, en nuestra apreciación, los análisis objetivos tanto de la Dra. Ana Sojo como de la Dra. Mylena Vega.

El otro hecho relevante durante la Administración Monge, además de la moderación de la creación de nuevas subsidiarias, consistió en la promulgación, el 10 de setiembre de 1982, de la ley N.° 6811, la cual modifica sustancialmente la ‘Ley Prieto’ y autoriza o facilita de forma más amplia la venta de las empresas subsidiarias de CODESA: “a fin de contribuir a la solución del difícil problema fiscal que afronta el país y de evitar que aumente el déficit presupuestario del gobierno central”. Dicha auto-rización está regulada por varios requisitos: la aproba-ción previa del Consejo de Gobierno y de la Contralo-ría General de la República; prohibición de vender más del 49% a costarricenses o del 40% a los extranjeros y prioridad en el traspaso a organizaciones sociales de los trabajadores. Según el estudio de la Dra. Vega, esto obedeció a una solicitud expresa del Fondo Monetario Internacional, de acuerdo con el acta de la sesión 560-82, del Consejo de Administración de CODESA.

Según la misma autora, posterior e igualmente, por exi-gencia del Fondo Monetario Internacional, se promulgó la ley N.° 6955 (“Ley de Emergencia para el Equilibrio Financiero del Sector Público en 1984”), la cual tam-bién representa un retorno de la tesis original de que la propiedad estatal es transitoria, ya que se autoriza la venta total de las acciones de las empresas subsidiarias sin limitación alguna en cuanto a porcentaje o propor-ción de la participación, a la vez que los requisitos for-males son semejantes a los de la ley anterior, pero se establece que las acciones de CATSA y de CEMPASA sólo podrán ser adquiridas por el sector cooperativo, a la vez que se autorizan líneas preferenciales de crédi-to para la participación de las organizaciones sociales de los trabajadores en la propiedad de dichas empre-sas, lo que responde, en buena medida, al postulado de reglamento de dicha ley, se declaró de interés público

el capital social de ésta y la autorización para emitir los bonos correspondientes, con un criterio de inversión mixta, mediante un aporte por el Estado de 35 millones de colones y otro por el sector privado de 75 millones de colones.

Otro hecho notable fue el del proyecto de ley, presen-tado por la Ministra de Justicia, Elizabeth Odio, que convertía CODESA en una entidad estatal, a la vez que establecía la obligación de una participación del sector privado, lo que fue criticado y refutado, sosteniendo que era imposible obligar al sector privado a invertir contra su voluntad.

La Administración Monge se caracteriza, a su vez, por una mayor modernización en la orientación y actividad de CODESA, así como por una ley que autoriza la venta de sus subsidiarias.

Lo más importante de esta nueva política consiste en mitigar el ímpetu de administraciones anteriores, limi-tándose apenas a impulsar proyectos de reducida in-versión, que se justifiquen por motivos de orden social, que movilicen un alto nivel de mano de obra y que estén destinados prioritariamente a las zonas rurales, en la que CODESA participe como socio minoritario o simplemente como fuente de crédito y de asistencia técnica. Paralelamente, brinda apoyo a sus propias sub-sidiarias, a la vez que canaliza recursos financieros a instituciones estatales y a entidades financieras priva-das, sin incursionar en nuevas y cuantiosas aventuras de inversión propia.

Es importante destacar su papel como agente o inter-mediario financiero, canalizando fondos provenientes de entidades extranjeras, particularmente de la AID (Agencia Internacional para el Desarrollo) y del Banco Mundial, a través de la línea de FODEIN (Fondo de De-sarrollo Industrial) o de FOPEX (Fondo para el finan-ciamiento de las exportaciones).

Nos parece importante que el cambio radical en la polí-tica señalaba, para CODESA, que su creación no se dio en el Gobierno del Lic. Carazo, de oposición al libera-cionismo, sino de la Administración del señor Monge,

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CONCLUSIÓN

Hemos visto cómo juicios rotundos, categóricos y tajantes en cuanto a si el Estado es bueno o es malo, resultan absurdos y bizantinos, ya que están impreg-nados de apreciaciones muy subjetivas por el hecho de que el Estado tiene un carácter instrumental neutral o potencial y, por lo tanto, puede ser utilizado para fines nefastos o positivos, lo que nos conduce a concluir que lo que usualmente falla no son las instituciones, sino los hombres. No cabe duda, por otro lado, que toda con-centración excesiva de poder –ya sea político, económi-co, militar, laboral o ideológico– suele ser peligrosa.

Hemos analizado que, históricamente, el Estado ha cumplido funciones muy importantes. El Estado Inte-grador facilitó, en las naciones occidentales, condicio-nes necesarias para el desarrollo económico mediante la garantía de seguridad, la protección a las actividades productivas, la economía monetaria y la construcción de grandes obras de infraestructura.

El Estado Liberal, a su vez, propició la Revolución In-dustrial en las naciones desarrolladas de occidente, re-duciendo su intervención a un mínimo y dejando que las fuerzas económicas actuaran con plena libertad, conforme al postulado de laissez-faire, laissez-passer, pero ese fenómeno positivo se realizó gracias a relacio-nes laborales, económicas y sociales sumamente injus-tas que provocaron movimientos que denunciaban la explotación del hombre por el hombre y de unas nacio-nes por otras naciones.

La reacción consistió en corregir esas injusticias me-diante legislaciones que garantizaban condiciones más éticas y equitativas, con las que se protegía los dere-chos de los trabajadores y se les permitía beneficiarse en una mayor proporción de la riqueza que ellos habían contribuido a producir, con lo que se le da nacimiento al Estado Benefactor, el cual surge como respuesta a ese imperativo moral y a las presiones de movimientos laborales organizados en sindicatos y en partidos, con lo que se evita la revolución social que anunciaban y fomentaban los socialistas más radicales.

la venta de las acciones o, en su caso, la disolución o liquidación de las empresas, a la vez que se traspasan al MOPT, tanto FECOSA como TRANSMESA.

Como mencionábamos anteriormente, la reversión de todo proceso de capitalismo de Estado parece obede-cer más a exigencias pragmáticas o circunstanciales, que a imperativos ideológicos pragmáticos, ya que el deterioro financiero de CODESA parece demostrar un agravamiento cada vez más pronunciado. De acuerdo con el informe final de la Comisión Nacional para la Reestructuración de CODESA, integrada por los se-ñores Claudio A. Volio, Germán Serrano P. y Ricardo Echandi Z., CODESA duplicó su deuda de 1982 a 1984, alcanzando un monto de 3.200 millones de colones. Las deudas con el Banco Central llegaron a más de 8.000 millones de colones y con entidades extranjeras a $64.9 millones.

Es importante, a la vez, citar la opinión de esta comi-sión bipartidista en cuanto al origen de esta situación:

“existen testimonios de que el descalabro finan-ciero de la cooperación se había iniciado desde su nacimiento, con anterioridad al año 1984 ya había salido a la luz pública el estado de insol-vencia económica en que se encontraba, sus cuantiosas deudas y las perdidas irrecuperables en que había incurrido”.

En el mismo informe se cita el dictamen de un estu-dio elaborado por el Banco Mundial, en que se señala “la principal fuente de problemas para CODESA ha sido precisamente sus empresas subsidiarias, las cuales repre-sentan aproximadamente el 82% de la exposición financie-ra total de CODESA…”. Entre los problemas medulares que menciona, se destacan los siguientes: dificultades en la capacidad de pago, pérdidas y descapitalización, falta de mercado, obstáculos en la obtención de capi-tal de trabajo, reducción en la utilización de capacidad instalada, elevados costos de producción e inadecuada disponibilidad de materia prima. Otro factor negativo –según un estudio realizado por la AID y citado en dicho informe– consistió en el “acceso relativamente irrestricto al crédito del Banco Central, que llegó a signi-ficar, en 1983, el 50% de todo el crédito del sector público y 18% del crédito del Sistema Bancario Nacional”.

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Una prolongación de ese intervencionismo estatal fue la paulatina formación del Estado Empresario, tanto en los países más avanzados de Europa como en las jóvenes naciones del Tercer Mundo, con el propósito de crear empresas que, por su valor estratégico, solo debían estar en manos de la comunidad o de crear un sector productivo en el que la iniciativa privada no se atrevía a aventurarse, ya sea por los riesgos, por la cuantía de la inversión o por falta de voluntad e interés, ya sea porque constituían inversiones que respondían a imperativos de soberanía económica o simplemente de prestigio nacional. En este proceso, como lo hemos destacado, Costa Rica no constituye una excepción y el paralelismo de su evolución nos desvía ampliamente de la experiencia de aquellos otros países.

Igualmente compartido ha sido el paralelismo de la crisis del “capitalismo de Estado”, tanto en muchas de aquellas naciones como en nuestro país. Ya sea porque la experiencia universal ha sido negativa, porque el Estado no ha podido demostrar una elevada capacidad en la administración de empresas públicas o ya sea por el propósito de engrosar el erario público con el pro-ducto de ventas cuantiosas o por motivos simplemen-te dogmáticos, es un hecho y fenómeno casi universal que, en innumerables países, se ha reducido el ámbito de las empresas públicas y se ha renunciado a la expe-riencia del ‘capitalismo estatal’.

En el caso de Costa Rica es difícil determinar, y menos aún de cuantificar, las causas del fracaso de esa expe-riencia. Según las diversas opiniones, no todas objeti-vas y desinteresadas, se ha culpado a la improvisación, a la ausencia de estudios previos con seriedad y profe-sionalidad, o simplemente se ha llegado a la conclusión de que el error surgió desde el inicio mismo, a partir de la premisa de que el Estado era capaz de tener éxito en ese experimento. Otros han hecho hincapié en el fenó-meno de la corrupción, en la mala voluntad de quienes se negaron a continuar con el proyecto, a la inversión negativa de organismos instrumentales o al hecho de que dicha experiencia se impulsó en el momento más inoportuno, en el que el mundo padeció el flagelo de una grave crisis generalizada. El propósito de este aná-lisis es, precisamente, el de presentar un diagnóstico imparcial y objetivo de la evolución real de tan ambi-cioso proyecto.

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En uno de sus libros edificantes, Ignacio Ramonet des-cribe cómo, en las paredes de las capitales europeas, aparecieron unos grafitis en los que se paragrafeaba la famosa proclama de Karl Marx: “¡Capitalistas del mundo, uníos!”.

El Estado Benefactor fue el instrumento que rescató el capitalismo salvaje de la ruina y del fracaso, durante la depresión iniciada en 1929, que se prolongó cruel e in-necesariamente porque los liberales esperaban en una mecedora que la “mano invisible” restableciera el equi-librio prometido, pero sufría de artritis y se anquilosó.

También fue la solución a la injusticia social engendra-da por la Revolución Industrial durante el siglo XIX y legitimada por la doctrina que inspira el neoliberalis-mo actual. Las víctimas se unieron en sindicatos y, con el apoyo de las clases medias, hicieron menos inhuma-no aquel régimen de esclavitud.

A) CAUSAS DE LA GLOBALlZACIÓN

1) Causas estructurales: como parte del proceso de la modernización y del ensanchamiento del sector ter-ciario en las sociedades industriales, la participación de la PEA (población económicamente activa) en el sector secundario se ha reducido a una tercera parte. Pero, a su vez, apenas la mitad de esa fracción es de cuello gris y la otra mitad de cuello blanco. Por eso, la clase obrera, que ha sido la principal promotora y de-fensora del Estado Benefactor, de la intervención del Estado y de la justicia social, ha quedado reducida a un 15% del electorado, lo que explica que se hayan des-empolvado los viejos archivos ideológicos del capitalis-mo manchesteriano.

LA DESTRUCCIÓN DEL ESTADO BENEFACTOR

2) Crisis de la solidaridad: las clases medias, en algunos países del Primer Mundo, que habían sido víctimas de los rigores de la Revolución Industrial y de la depresión de los años treinta, aportaron su apoyo a las reformas sociales y al Estado Benefactor, el cual restableció el equilibrio y rescató al sistema capitalista del caos. Pero, en los años ochenta, las nuevas generaciones en los es-tratos medios fueron seducidas por los cantos de sirena que ofrecían la reducción de impuestos y de cargas so-ciales, mediante la disminución de los programas so-ciales y del Estado Benefactor.

3) Las crisis petroleras: la crisis petrolera de 1973, que elevó el precio del petróleo a $13 el barril y la de 1979, que lo encumbró a $30 y hasta $40, fue motivo de un profundo caos en el Tercer Mundo. En 1982, México se declara insolvente y el resto de los países pobres sufren con la dificultad o imposibilidad de honrar sus obli-gaciones de la deuda externa. Las naciones del Tercer Mundo, que acababan de conquistar su independencia en Asia y África, descubren que de poco sirve, ya que permanecen avasalladas por los lazos de dependencia y la deuda externa, que se convierte en una bola de nieve que agrava el círculo vicioso de la miseria.

4) La implosión de la URSS: el colapso de la Unión So-viética y de las democracias populares surtió un efecto psicológico importante, en la medida en que desapa-reció el contrapoder y el muro de contención al capi-talismo salvaje. Este aceptaba, hasta entonces, con resignación y a regañadientes, las reformas sociales y las conquistas populares como un medio de evitar el triunfo del comunismo. Al desaparecer esa amenaza, la derecha a ultranza se siente liberada y no sólo no se contenta con la victoria gratuita de la desaparición de

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47% del total de todos los seres famélicos en el planeta. Se estima que el ingreso de las doce transnacionales más poderosas es tan gigantesco que reúnen una pro-ducción similar a la de 150 países del Tercer Mundo. Es obvio que ese poderío económico ejerce una gravi-tación tan enorme que impone las reglas del juego de la globalización: apertura de los mercados del Tercer Mundo, acceso a las materias primas del Tercer Mundo esenciales a su producción, compra de activos lucrati-vos y codiciados, desregulación de obligaciones labora-les y demolición del Estado Providencial, porque aplica impuestos, regula las relaciones laborales e impide los abusos y atropellos.

B) LOS EFECTOS DE LA GLOBALIZACIÓN

1) El anarcocapitalismo: esa colosal plutocracia trans-nacional aspira a destruir la fuerza de los rivales tradi-cionales que se atreven a desafiar su poderío: el poder laboral de los sindicatos y el Estado. Al sindicalismo lo han reducido con la amenaza de la desmovilización de las fábricas a otros países más condescendientes, así como la extorsión de la automatización y la robotiza-ción. El Estado, que es su contrapoder más importante, suele restringir su esfera de acción, se atreve a sustraer-le impuestos y limita sus abusos laborales. Por eso, el capitalismo salvaje desempolva los viejos expedientes del liberalismo manchesteriano y se caracteriza por una ideología inspirada en una concepción minimalis-ta del Estado, que se traduce en una campaña sistemá-tica contra el Estado y de desprestigio del funcionario público. Por eso sólo se aproxima a las tesis anarquistas en cuanto a la demolición del Estado, pero mantiene intactas las poderosas estructuras económicas. Es ab-surdo sostener, como lo repiten los anarcocapitalistas, que el Estado es malo, nefasto, pernicioso o pecami-noso. Es bien sabido que el Estado tiene una natura-leza potencial o virtual; es un medio, un instrumento, como lo enunciaba Max Weber, es multifuncional y ha servido para todo, desde lo más sórdido hasta lo más sublime. El Japón es la mejor demostración de cómo el Estado puede ser el gestor de un desarrollo prodigioso, al convertir a una nación derrotada, sin recursos y en la ruina, en una colosal potencia económica.

2) El globalitarismo: para algunos críticos, nos encon-tramos en el proceso de gestación de un dogmatismo

la extrema izquierda, sino que, también, se envalento-na y convierte en cruzada la destrucción del Estado Be-nefactor y de las conquistas sociales más progresistas en las naciones democráticas.

5) El gobierno de Reagan: el advenimiento de un go-bierno que propiciaba la concentración del poder eco-nómico, el imperio de una oligarquía plutocrática en el planeta y la imposición universal del capitalismo salva-je, se explica como un acto de seducción de las clases medias que se dejaron tentar por la promesa de una reducción de las cargas impositivas. La ‘economía del goteo’ o ‘del derrame’ (the tricle-down economics) con-sistió en la pintoresca versión de un modelo que con-sistía en que los ricos se hicieran más ricos para que, algún día, esa riqueza pletórica se derramara y llegara a los más pobres, lo que, obviamente, nunca se dio. Su aversión por el Welfare State erigido a partir del New Deal de F.D. Roosevelt y sus sucesores del partido De-mócrata lo llevó a utilizar, como cantinela de campa-ña, el estribillo de que “el Estado no es la solución, el Estado es el problema” .

6) El gobierno de Thatcher: algo similar sucedió en In-glaterra, donde la fuerza de los sindicatos había alcan-zado su punto paroxismal, lo que fue aprovechado para implantar un gobierno ultraderechista, cuya tarea con-sistió en la demolición del Estado de Bienestar Social hasta convertirlo en un inválido en silla de ruedas. También tuvo como propósito la privatización de las empresas nacionalizadas en 1945 por el gobierno labo-rista, lo que sirvió de modelo en otros países.

7) La concentración del poder económico: si hace cuatro décadas las corporaciones transnacionales eran apenas un par de centenares, actualmente han llegado a ser 40.000, según las Naciones Unidas. Su concentra-ción de poderío es tan colosal que la más gigantesca, en los EUA, alcanza una producción anual semejante al de un país como Argentina, Austria o Turquía. La producción de la Toyota equivale a la de Noruega. Las tres más importantes producen tanto como Brasil o la República Popular China. Es igualmente dramático que la riqueza de algunas personas sea mayor que la de muchas naciones y que las 225 fortunas personales más gigantescas del mundo equivalen al ingreso anual del

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practicando una relación igualmente injusta, inmoral y asimétrica.

5) La globalización de la miseria: los apologistas del capitalismo salvaje profetizaron que el globalitarismo cumpliría la prometeica misión de erradicar la pobreza del mundo y hasta pronosticaron –con eufórico triun-falismo y arrogante redentorismo– el utópico “final de la Historia”. Así, según el BID, 200 millones de la-tinoamericanos, el 40% de la población, se mantiene inmerso en la miseria. Pero según el último informe de la CEPAL, 20 millones “nuevos pobres” surgieron du-rante los 2 últimos años del milenio en América Latina. Unos 31 millones de rusos sufren bajo el umbral de la pobreza, según Pochinok, el Ministro de Trabajo, por la adopción del capitalismo salvaje por Yeltsin. Pero, según otra fuente, mientras allí el 53%, o sea, 150 mi-llones de seres naufragan en la miseria, el 2% ha aca-parado el 53% de la riqueza nacional y ha transferido unos $250.000 millones del botín del exterior. La polí-tica del “derrame” de Reagan, a su vez, dejó 45 millones de víctimas en una pobreza que flageló al 13% de los adultos y a un 20% de los niños en los EE UU También, el anarcocapitalismo de Mrs. Thatcher dejó un saldo de 10 millones de indigentes, al convertir el Estado Benefactor en un minusválido en silla de ruedas. Otro saldo similar quedó en la Unión Europea, donde el paso del capitalismo salvaje dejó un saldo de 50 millones de pobres y 18 millones de personas sin empleo.

6) La polarización: sin embargo, otra de sus conse-cuencias ha consistido en la acentuación de la brecha que separa a los países pobres de los países ricos. Igual-mente, se ha ensanchado la brecha que, en el interior de las naciones, separa a unos y a otros. En el nivel pla-netario, unos 3.000 millones de personas, la mitad del género humano,apenas sobreviven con un poco más de un dólar al día, según Le Monde Diplomatique. Pero, según el mismo Banco Mundial, 1.200 millones de seres humanos sobreviven con un dólar al día, mientras 2.800 millones apenas perciben dos dólares diarios. El hambre, a su vez, flagela al 15% de la población mun-dial y mata a unos 18 millones de personas por año. Es tan grotesco y sideral el contraste mundial que, según la misma fuente, para eliminar el hambre del planeta sería suficiente invertir lo que en el Primer Mundo se

en el que la globalización se combina con nueva forma de totalitarismo, al que se le ha bautizado como globa-litarismo. Esto significa la imposición a puntapiés, de un “modelo único”, así como, también, hubo una sola versión del stalinismo sin permitir desviacionismos doctrinarios. ¿Se ha convocado, acaso, a un plebiscito para consultarle a los 6.000 millones de personas en el planeta, si están de acuerdo con el globalitarismo o cuál modelo prefieren escoger? Por el contrario, todo parece indicar que lo que se le impone al Tercer Mundo es un “Diktat”, a través de los gobiernos poderosos y de los organismos financieros internacionales que, a partir de la crisis de 1979, se convirtieron en los cancer-beros de la deuda externa, la cual se ha extendido tanto que, actualmente, sólo la tercera parte corresponde al principal original y es tal su magnitud que ahora es el Tercer Mundo el que financia al Primer Mundo.

3) El darwinismo social: el capitalismo salvaje desem-polva la versión darwinista de los vetustos de los archi-vos manchesterianos, inspirados en la ley de la selva y en de la garra y el colmillo. El compromiso de los países avanzados, a dedicar el 1,0% de su PIB a la asistencia y a la ayuda externa a los países pobres, desapareció com-pletamente. Igualmente, se esfumaron las promesas de transferencia de tecnología. Es un mundo en el cual so-breviven los más aptos, inteligentes, astutos y hasta los más inescrupulosos en detrimento de los débiles, los indigentes, los desvalidos y, a menudo, los virtuosos y, en el que el hombre se convierte en el lobo del hombre. Es la versión económica de lo que, en política, predica-ba el fascismo y el nazismo. Esto constituye la negación misma de la civilización, que implica lazos de respon-sabilidad, cooperación y solidaridad humana.

4) La asimetría: una de las características del “Nuevo Orden Económico Mundial” consiste en las condicio-nes tan asimétricas con que se impone a los países pobres. Así, mediante toda clase de presiones, a estos se le prohíbe subsidiar a sus sectores productivos, mien-tras los miembros del G-7 subvencionan a los suyos en forma masiva. Se le impone al Tercer Mundo la apertu-ra incondicional de sus mercados y la reducción de sus aranceles proteccionistas, en aras del libre comercio, sin embargo, las grandes potencias mantienen prote-gidos sus mercados con medidas paraproteccionistas,

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ventajosas. En aras de la oferta y la demanda, exigen la desregulación de las leyes laborales que protegen a los trabajadores contra el abuso, para reducir sus costes y producir en términos más competitivos. En aras de la economía de mercado exigen la entrega de institucio-nes de servicio público –como el ICE–, como un plato apetecido, cuando son altamente rentables y lucra-tivas. En aras de la apertura, exigen la entrega de los mercados locales, aunque eso implique la ruina de los productores nacionales, porque tienen la imperiosa ne-cesidad de colocar sus productos en todos los rincones del mundo, pero sus países cierran sus fronteras arbi-trariamente. No debemos engañarnos, creyendo que las grandes corporaciones fueron concebidas para de-sarrollar al Tercer Mundo, cuando su finalidad consis-te en producir dividendos para sus propietarios. Pero, para no sucumbir en una satanización maniqueista, no nos atrevemos a condenar a toda la inversión extranje-ra, porque parte de ella puede contribuir al desarrollo de las naciones pobres. Pero tampoco es justo que se sacrifique al trabajador ni al productor nacional en aras de inversiones golondrinas que emigran donde mejor calienta el sol, dejando desempleo y ruina; menos aún en aras de inversiones depredadoras o carroñeras que degradan y envilecen lo que tocan.

C) EL PAPEL DE LAS UNIVERSIDADES ESTATALES

1) El espíritu crítico: las funciones tradicionales de las universidades consisten en fomentar el hábito y la metodología del análisis y de la actitud analítica en las mentes de los estudiantes. Consiste, igualmente, en despertar, inducir e inculcar el sentido crítico, lo que contradice la naturaleza de las formas tradicionales y universales de poder –como es el poder militar, el ideo-lógico o el económico– que usualmente suelen exigir una actitud de obediencia ciega. Pero es más urgente esa necesidad en las sociedades modernas donde la ac-titud pasiva y contemplativa que inculca la televisión y la computadora contradice la urgente necesidad de estimular el espíritu crítico.

2) La creatividad: otra de las funciones más importan-tes de la universidad es fomentar la creatividad indi-vidual y colectiva. Aunque muchos factores conspiran, debe inculcar y fomentar la curiosidad y la capacidad

gasta anualmente en perfumes o en helados. Según la UNICEF, bastaría con destinar el 10% de lo que gastan los EUA en fuerzas armadas o el 25% de lo que invierte el mismo Tercer Mundo en armamentos. Es igualmen-te dramático que la riqueza de algunas personas sea mayor que la de muchas naciones y que las 225 fortunas más colosales del planeta equivalen al ingreso anual del 47% del total de esos seres famélicos. A pesar de que esas profecías neoliberales pronosticaban un progreso universal, en más de 70 países el ingreso por habitante es hoy inferior al que era hace veinte años. Además, el abismo de la polarización mundial se agrava y el PNUD revela que, mientras la disparidad de ingresos entre el 20% de la población más opulenta del planeta y el 20% más pobre era 30 veces en 1960, en 1995 la brecha se ensanchó hasta llegar a ser 82 veces más vasta.

7) La plutocracia universal: esa polarización explica que, mientras el 20% de la población mundial disfruta del 80% de la riqueza mundial, en el extremo opuesto el 80% debe conformarse con el 20% restante. También explica que el 60% de los precios y del comercio de los productos primarios, que constituyen la exportación medular de los países pobres, es manipulado por un reducido oligopolio de corporaciones transnacionales Para quienes naufragan en esa miseria tan dantesca, la “mano invisible” es una burla cruel; para quienes se oponen al saqueo de sus países y para los productores que sucumben en la ruina por la apertura, la globaliza-ción no es más que una vil patraña.

8) El imperativo del crecimiento: los amos dejaron de ser los Estados nacionales que, desde el Renacimiento, propiciaron la modernización y la gestación de las en-tidades nacionales en el mundo occidental. Los nuevos amos son ahora esos colosales tiranosaurios económi-cos que se devoran, se fusionan o se exterminan unos a otros en un mundo jurásico. Sus ejecutivos son per-sonas de buenos principios quienes reciben salarios de hasta $80 millones al año. Para no perder sus puestos, deben presentar sus informes trimestrales en la Bolsa de Valores y demostrar que sus corporaciones pros-peran y crecen sin interrupción. Por eso, cuando ne-gocian con los países del Tercer Mundo, en aras de la “mano invisible”, exigen acceso irrestricto a los yaci-mientos de las materias primas en las condiciones más

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Sócrates o Platón. Ésta es sumamente importante cuando los nuevos amos de la plutocracia transnacio-nal carecen de valores elevados, de una visión sinóptica y de una óptica a largo plazo. También, y sobre todo, en una época en que la sociedad de consumo tiende a crear los monstruos de la especialización, los “hom-bres tornillo” o los expertos con una visión de túnel o de cerradura o a peritos que, por examinar las hojas, pierden la capacidad de contemplar el bosque.

6) Cantera de democracia: las universidades estatales han cumplido una misión importante como promoto-ras del ideal de la democracia tridimensional –política, económica y social– que se ha tratado de forjar en nues-tro país desde hace cincuenta años. Junto con otras instituciones que han facilitado el acceso a la tierra y al crédito a los sectores menos privilegiados, ellas han permitido que, mediante la cultura, el conocimiento y la formación profesional, se fortalezca el proceso de movilidad social que tanto beneficio ha tenido para nuestra sociedad y ha favorecido, simultáneamente, el surgimiento de estratos sociales medios que hagan po-sible que ésta sea menos oligárquica que otras naciones del continente.

7) Foro y faro: la universidad estatal, sobre todo y más que nunca en esta época tan crítica, como lo hemos se-ñalado, debe ser el foro idóneo en donde se analicen las condiciones del mundo actual, la palestra en la que se confronte el pensamiento y la arena donde se discutan las ideas. Las universidades estatales, en lugar de dejar-se seducir por la codicia y el afán de lucro o de conver-tirse en instrumentos de intereses sectoriales, a veces tenebrosos y antipatrióticos, deben ser los centinelas que alertan y denuncian cuando se intente lesionar los intereses de la patria o conducirla al abismo. Además de ser el foro de debate, debe ser el faro que ilumina meti-culosamente el sendero del futuro, el guía que orienta a la colectividad, el defensor de los más legítimos inte-reses de la soberanía que da la voz de alarma, como se hizo hace poco más de un año, cuando se convirtió en el baluarte donde se denunció y se combatió el entre-guismo que se perpetraba en aras de la globalización.

de asombro que se desarrolla al nacer y que es la fuente de la mente creativa, como la de Einstein, quien con-fesó que el secreto de su genialidad consistía en que nunca había dejado de ser un niño. Igualmente es im-portante la atención que se le brinde a la imaginación, sobre todo en una sociedad consumista donde todo se nos ofrece ya confeccionado por otros, en forma burda y destinado al consumo masivo, lo que tiende a erosio-nar esa facultad sin la cual no existirían seres prodi-giosos o geniales como Beethoven, El Greco, da Vinci, Dostoyevski, Balzac o García Marques.

3) El conocimiento: otra de las funciones más impor-tantes de las universidades consiste en la elaboración, la conservación, la transmisión, la memorización y la divulgación del conocimiento y el pensamiento. Esta es la función que se encuentra en la base de las carreras tradicionales, concebidas y desarrolladas con el fin de servir a los seres humanos y que deben estar al servicio de la colectividad, como son la Medicina, la Arquitec-tura, la Ingeniería, el Derecho o las Ciencias Sociales, especialmente si debemos enfrentar los retos de un globalitarismo que se nos impone.

4) La investigación: es importante, sin embargo, admi-tir que la investigación científica y tecnológica es casi un monopolio de los países avanzados que, con un 20% de la población, efectúan el 97% de la investigación, es-pecialmente en los EUA, donde se dedica el 3.5% del PIB a la investigación o por Japón que destina el 4.0% de su PIB a la experimentación tecnológica, lo que ha permitido, inclusive, que los sectores productivos prescindan cada vez más de la mano de obra tradicio-nal. Los países atrasados, con el 80% de la población, generan apenas el 3% de la investigación, lo que expli-ca la amplitud de esa brecha sideral que cada día nos separa más.

5) La sabiduría: otra de las funciones más importantes es inculcar el sentido de la sabiduría, difícil de definir, pero que encuentra sus fuentes en los principios más puros y los valores más elevados que ha cristalizado la cultura humana. Cualquier niño que contempla la tele-visión ha acumulado, posiblemente, más conocimien-tos que muchos sabios de la antigüedad, pero ningu-no ha acumulado la profunda sabiduría de Aristóteles,

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convencimiento, apelando a la razón con argumentos o a los sentimientos, pero que contiene un elemento sutil de violencia en la medida en que la repetición sistemá-tica y obsesiva contiene un elemento de fuerza bruta y se convierte en la “violación de las multitudes”, con en-gaños, mentiras, mitos o falsas promesas y, sobre todo, cuando induce a la intolerancia y al fanatismo.

“Todo hombre desea ejercer poder y más poder hasta el fin de sus días”, escribía Hobbes con acierto, en la medida en que cada uno intenta lograr sus fines. Pero, simultá-neamente, los hombres han intentado contener, domar o limitar el ejercicio del poder, sobre todo cuando éste se vuelve alusivo y represivo. Por eso es acertada la famosa frase de lord Acton de que “el poder corrompe y el poder absoluto corrompe en forma absoluta”.

Al respecto afirmaría que, en efecto, el poder co-rrompe, pero no siempre y en forma absoluta, porque adoptaríamos una posición infestada de cinismo. Nos atrevemos a afirmar que, a menudo, el poder también enaltece y ennoblece. Noblesse oblige. Podemos citar múltiples ejemplos históricos que nos demuestran que ha habido casos en los que los hombres han ejercido el poder con altura, señorío, con un elevado sentimiento de misión, de sacrifico o de apostolado.

Entre los quienes han ejercido el poder militar, en-contramos múltiples ejemplos de guerreros que han usurpado el poder pero, también, casos de entrega a la patria o a una causa noble. Entre los que ejercen el poder ideológico, encontramos los ejemplos de hom-bres santos que han dedicado la vida a su religión y a la defensa de un elevado código ético y espiritual pero,

El hombre ha necesitado formas organizadas de poder para sobrevivir. Más que un individuo aislado, como quieren los liberales, el hombre es un ser en comuni-dad, un zoon politikon que, más que lucha y competen-cia, necesita la colaboración de sus semejantes para so-brevivir y convertirse en un ser civilizado. Puede vivir sin lucha, pero no puede perdurar sin la cooperación y la solidaridad con otros seres humanos. “El hombre solitario sólo puede ser un dios o una bestia”.

A) EL ABUSO Y LA CORRUPCIÓN DEL PODER

El hombre es el único ser capaz de reproducir sus fines y sus necesidades hasta el infinito, mientras los otros animales se limitan a sus necesidades básicas y a sus impulsos vitales. Para lograr muchos de estos objeti-vos –incluyendo el más elemental, que es el de sobrevi-vir– requiere la colaboración de otros seres humanos. Esa cooperación sólo la logra mediante la organización social y el ejercicio de la autoridad necesaria: planificar, ordenar y coordinar la acción encaminada al logro de esos fines compartidos.

El poder es, por lo tanto, la capacidad de obtener obe-diencia o el mecanismo mediante el cual unos mandan y otros obedecen. Esto se logra a través de dos meca-nismos básicos o elementales: la fuerza o el consenti-miento. Vencer o convencer son los instrumentos, por lo tanto, para ser obedecido. Una de las características de la democracia es que ejerce el poder el que conven-ce, en la dictadura o la tiranía lo logra el que vence.

A veces, sin embargo, se combinan estos elemen-tos simultáneamente, como es el caso de la propa-ganda, la cual utiliza el elemento democrático del

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monstruosas corporaciones transnacionales, aplican-do el principio de que el poder corrompe.

Esto nos lleva a nuestro tercer argumento: la ausencia de poder también corrompe. El vacío de poder puede ser tan peligroso o más abusivo que el poder absoluto, porque prevalece la ley de la garra y el colmillo. Si des-aparecen todas las estructuras de poder, siendo conse-cuentes con el credo liberal, el hombre se convierte en el lobo del hombre, como diría Hobbes.

El ejemplo histórico más elocuente es el de la Edad Media europea, una era en la que no existió Estado. Prevaleció un vacío de poder estatal, al sucumbir el Im-perio Romano y fue sustituido por diminutas esferas de concentrado poder militar en los dominios feudales y una gran estructura de poder religioso que aspiró a reemplazar el imperio romano con un ámbito ecumé-nico. Sin embargo, el resultado fué un vasto archipiéla-go de potestades feudales, la extinción de toda forma de progreso, el oscurantismo dogmático, las guerras privadas que sembraban la devastación y el imperio del abuso.

El segundo ejemplo, más reciente, del abuso y de la co-rrupción, lo constituye el anarcocapitalismo inspirado en el liberalismo manchesteriano del siglo XIX, en el que el Estado fué reducido a su mínima expresión, de acuerdo con la fórmula del laissez-faire, laissez-passer, resucitada hoy por los Chicago Boys. El resultado fué una atomización de la sociedad, en la que prevaleció la ley de la jungla, porque un darwinismo social e indivi-dualista legitimaba jornadas de trabajo de diez o doce horas diarias, a las que eran sometidos hasta los niños, devengando salarios infrahumanos sólo porque así lo exigía y lo imponía la ley férrea, brutal, abusiva y de la oferta y la demanda.

Además, también la impotencia, o el hecho de no ejer-cer ninguna forma de poder o de compartir los frutos que éste genera, puede tener consecuencias socialmen-te nefastas. Son los que no tienen acceso a ninguna forma de poder, los desarraigados, los marginados y los desposeídos, los que están más propensos a la re-beldía, a la subversión y la insurrección, recurriendo a

también, tropezamos con los que levantaron hogueras para inmolar herejes e imponer su credo dogmático.

El poder económico se inspira en dos poderosos im-pulsos humanos: el posesivo y el creativo. Por lo tanto, tiene también sus ídolos, sus héroes y sus verdugos, así como el mérito de impulsar el progreso material, a la vez que ha servido para avasallar y esclavizar a otros hombres y a naciones enteras. El poder político, a su vez, ha tenido protagonistas que se han corrompido, han usurpado el poder del Estado, han abusado y han avasallado a sus pueblos. Pero, también, es inmensa la legión de quienes se han sacrificado por su patria, con-firmando que el político es el que piensa en las próxi-mas elecciones y el estadista es el que se preocupa por las futuras generaciones.

Los liberales han repetido sistemática y obsesivamente esa famosa frase de lord Acton de que el poder corrom-pe, porque ignoran u omiten que el poder tiene muchas manifestaciones y que se cristaliza en múltiples insti-tuciones, una de las cuales el Estado. Pero esta tesis anarcocapitalista que sueña con destruir el Estado, porque es una forma de poder y éste corrompe, debería ser consecuente y proclamar que ese principio se aplica a todas las formas de poder institucionalizado.

Si fueran consecuentes, por lo tanto, tendrían que abolir todas las estructuras de poder existentes. Esto llevaría a desmantelar el Estado, de acuerdo con su sueño erótico pero, también, habría que desmantelar los partidos políticos, los grupos de presión, los gre-mios sectoriales y los cuerpos intermedios, todos los cuales son los pilares básicos de un sistema democrá-tico y pluralista. Pero, al ser abolidos todas estas aso-ciaciones participativas en las cuales el ciudadano se expresa y es representado, la sociedad sucumbe en el caos y en la anarquía.

Habría que dispersar las fuerzas armadas, destruir esa poderosa organización que es Iglesia Católica y todas las organizaciones religiosas que ejercen el poder ideológico. Tendrían que extinguir el poder económi-co y, sobre todo, demoler esas enormes, gigantescas y poderosas estructuras de poder, constituidas por las

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La tercera forma de limitación se encuentra en los medios con los que se dispone, es decir, en la escasez de recursos propios de las diversas formas de poder. Las estructuras y el ejercicio del poder militar son limi-tadas por la escasez de recursos tales como la cantidad de los armamentos pero, también, de su calidad por el número de tropas con que se dispone, por su entrena-miento y su mística por la disposición y el acceso de los abastecimientos. Pero, también, por la organización, la capacidad estratégica o el genio militar de sus genera-les y por la tecnología, en el momento actual, en que las guerras se ganan en los laboratorios más que en los campos de batalla.

Las limitaciones del poder económico, obviamente, son establecidas por los recursos financieros, por la ca-pacidad de organización, por la tecnología o por la in-fluencia que se ejerce sobre otras estructuras de poder, como es el Estado. Las limitaciones del poder ideoló-gico son establecidas por la capacidad de difundir las ideas y la de convencer, ya sea mediante el impacto del mensaje en los destinatarios, en la credibilidad y en el contexto social en el que esas ideas son vertidas.

Una mayor incredulidad en el fuego, eterno que casti-ga los pecados o en la existencia de una justicia divina puede reducir la eficiencia, por ejemplo, de uno de los principales recursos del poder religioso. El poder ideo-lógico, de igual forma, puede dejar de surtir efecto, a pesar de la obsesiva repetición de cantinelas y ritorne-los en la propaganda, cuando los electores los descali-fican como demagógicas promesas, pompas de jabón o fuegos fatuos con los que se engaña al pueblo o cuando los baños de pureza electorales contrastan con la co-rrupción y el abuso del poder.

Lo anterior nos conduce a una cuarta forma de limi-tación del poder, constituida por los códigos morales. Son muchos los ejemplos de conjuntos de normas, de valores éticos que han tenido la finalidad de repu-diar y condenar el abuso y la represión en el ejercicio del poder.

Por eso, cuando Escipión el Africano ingresó a Roma, precedido de un prodigioso séquito de legionarios, de

la fuerza bruta, a la violencia o al terrorismo, como una forma de escape o de catarsis contra su sentimiento o su situación de impotencia.

Finalmente, no son las instituciones las que fallan y las que generan el abuso o la corrupción del poder, sino los detentadores de la autoridad que confieren esas insti-tuciones. No es el poder el que corrompe al hombre, sino el hombre el que corrompe al poder.

B) LAS LIMITACIONES AL PODER

Si bien el hombre sólo ha podido sobrevivir y conver-tirse en un ser civilizado gracias a la cooperación y a la solidaridad humana, que sólo se logra gracias a organizaciones o instituciones en las que alcanza la armonización de intereses y fines necesarios, también ha tratado de elevar muros de contención, códigos y normas morales y fórmulas institucionales y meca-nismos que le garanticen protección contra el abuso y la corrupción.

Si el poder es la facultad de obtener obediencia, la pri-mera limitación que encuentra el ejercicio del poder es la negativa a obedecer. Sólo hay poder si hay obe-diencia, si una voluntad es obedecida, porque, de otra forma, el mandato se daría en el vacío y quien lo emite terminaría en un hospital psiquiátrico creyéndose Ca-lígula, Nerón o Napoleón. Así es que el primer muro de contención al abuso del poder emana de la voluntad de quienes deciden si le obedecen o no, de quienes acep-tan su autoridad, si la rechazan o la repelen mediante la insurrección.

La segunda forma de muro de contención consiste en la autolimitación por parte de los detentadores en el ejer-cicio del poder. Esto significa que los fines o las metas que inspiran el ejercicio de ciertas formas o estructu-ra de poder, imponen barreras que impiden desbordar ciertos límites, ¿por qué desvirtúan esos fines? Es difí-cil concebir que una asociación de filántropos, de me-lómanos, de ajedrecistas o un monasterio de francisca-nos se convierta en una camarilla dispuesta a conspirar con el fin de implantar una tiranía.

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Magna que los señores feudales le imponen al rey Juan sin Tierra en 1215 y que le dio nacimiento a la constitu-ción más longeva, más flexible, mejor respetada y no escrita en el mundo moderno.

La fórmula clásica ha sido la receta de la división de po-deres que encuentra su origen en la república romana con un complicado andamiaje institucional, con el establecimiento del Senado, de los tribunos y de los cónsules. Pero es también en Inglaterra en donde se impone el sistema moderno de la separación tripar-

tita del poder –el ejecutivo, el legis-lativo y el judicial– como una forma de intentar la limitación del poder ejercido por la monarquía absoluta mediante el control legislativo, inspi-rado en el principio de los frenos y l os contrapesos.

De estas ecuaciones institucionales de separación y de relación de pode-

res, creemos en la superioridad del sistema parlamen-tario sobre el presidencialista, ya que lo aventaja en agi-lidad, flexibilidad y en pragmatismo. Tiene la virtud de que el primer ministro suele ser el jefe parlamentario del partido mayoritario, por lo que asegura el acceso al poder de hombres hábiles y experimentados.

Además, si un primer ministro demuestra ineptitud o incapacidad para gobernar, el parlamento tiene la fa-cultad de destituirlo mediante los mecanismos de la petición de confianza o la moción de censura. Si, por el contrario, el gobernante demuestra la capacidad de un estadista, puede perpetuarse en el poder hasta que así lo decida el parlamento o el electorado, como ha sido el caso de Gladstone, Disraeli, Margaret Thatcher, Hel-muth Kohn o Felipe González.

La sexta forma de limitar el poder y, tal vez, la más im-portante del equilibrio de poderes fácticos y sintetiza-da en la frase de Montesquieu, según la cual “el poder detiene al poder”. La experiencia histórica demuestra que la mejor forma de imponerle un muro de conten-ción a una estructura de poder consiste en crear otra forma de poder organizado que se le enfrente.

prisioneros y de esclavos llevando el prodigioso botín de guerra, después de haber derrotado y destruido a Cartago, su rival hegemónica, en su carro le colocaron un esclavo que le susurraba constantemente en el oído: “¡Recuerda que eres mortal!”.

A los valores morales y al mensaje ético del cristianis-mo se le atribuyen –al menos parcialmente y, en gran medida, en simultaneidad con otra docena de causas– el desmembramiento y la caída del Imperio romano. En la Edad Media y, durante el absolutismo monárqui-co, ese código sirvió como una guía orientadora y como una camisa de fuerza moral en el ejercicio del poder secular, así como un instrumento de legitimación de la autoridad de las monarquías feudales y de los prínci-pes renacentistas.

La quinta forma de limitación al poder consiste en la implantación de mecanismos institucionales. Esta tentativa encuentra sus raíces en la democracia ateniense en dispositivos tales como la práctica del ostracismo que, como en el caso de Arístides y de otros ilustres ciudadanos, se pro-cedía a expulsar a quienes resultaran culpables o in-cluso sospechosos de intentar la usurpación o el abuso del poder.

Igualmente importante fué la implantación de la de-mocracia directa, mediante la cual la Ec lesia, o asam-blea plena de los ciudadanos, ejercía directamente el poder soberano sin delegarlo y que inspira la adopción del mecanismo del refrendo o del plebiscito en las so-ciedades modernas para consultar directamente a los ciudadanos en asuntos decisivos o muy importantes, ya que es imposible hacerlo en toda las tomas de deci-siones cotidianas.

Otra fórmula que se inspira en el sistema ateniense es la elaboración de la Politeia o la implantación de un dispositivo constitucional. Es la implantación de una norma superior que sirva para regir y regular el ejer-cicio del poder, estableciendo las reglas del juego. En Europa se inicia en forma rudimentaria con la Carta

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toda forma de disidencia, pero fué el único elemen-to civilizador y de unidad en una Europa fragmenta-da en un archipiélago de diminutas soberanías, que sucumbía en la barbarie y en el oscurantismo. Pero, ademas, sirvió de contrapoder que limitaba la nacien-te monarquía feudal, hasta que, a su vez, el prestigio de su poder ideológico sufrió la erosión del abuso, de la corrupción, lo que debilitó su autoridad ante el po- der secular.

Una extraordinaria transformación ocurrió duran-te el Renacimiento, con el surgimiento de una nueva forma de poder: la del Estado. Por motivos demográfi-cos, como es el caso del impacto de la peste, el resur-gimiento de la vida urbana que se convierte en el foco del proceso de modernización que tiende a debilitar el feudalismo, se favorece el Estado; igualmente, por mo-tivos económicos, al aflorar una economía monetaria y precapitalista que facilita la recaudación fiscal. De igual modo, por motivos sociales, al emerger un nuevo estrato social, una burguesía empresarial, profesio-nal e intelectual, que se convierte en el aliado natural del Estado.

En el mismo sentido, la tecnología contribuye a con-solidar al Estado, con la introducción de las armas de fuego, la brújula y el sextante que facilitan la navega-ción, así como la imprenta que permitirá la seculariza-ción del pensamiento y la ruptura de las cadenas esco-lásticas que aún estrechaban en una camisa de fuerza el ejercicio del poder secular, por lo que éste logra una mayor emancipación de su tutela.

A su vez, el Estado se convierte en el promotor del de-sarrollo y de la modernización, en la medida en que permite integrar el enorme ámbito nacional, donde impone el orden, garantiza la seguridad, incrementa el crecimiento económico, realiza grandes obras de infraestructura y rompe paulatinamente los viejos y estrechos moldes medievales, alcanzando su punto pa-roxismal con los Tudor, Luis XIV o Pedro el Grande. Pero, al adoptar la fórmula institucional de la monar-quía absoluta, que se vuelve abusiva y corrupta, sufre una crisis de legitimidad y se debilita con las revolucio-nes de 1688, 1789 o 1917.

De esta forma, un partido encuentra una limitación en otro partido rival, el poder económico es enfrentado por el poder sindical o el estatal, mientras que el poder militar es restringido por otro poder militar. Esto re-sultó evidente, por ejemplo, cuando Inglaterra decidió practicar la política del “equilibrio europeo” después de la Guerra de los Cien Años, mediante la cual apoya-ba a la potencia más débil para contrarrestar el poder de la potencia más fuerte y así contribuyó a evitar que ésta impusiera su fuerza hegemónica.

De la misma manera, la formación de los dos grandes bloques, después de la Segunda Guerra Mundial, im-pidió el dominio global por una de las grandes poten-cias en el planeta. Esto favoreció a los movimientos de independencia y la preservación de la soberanía de muchas naciones del Tercer Mundo que aún se encon-traban bajo el yugo colonial, aunque otras sufrieron la imposición represiva de dictaduras militares como una respuesta macartista a la eventual expansión del comunismo, como fué el caso en la región del Caribe.

C) LA EVOLUCIÓN EN OCCIDENTE

La evolución histórica de Occidente es elocuente en este tipo de experiencias. La fuerza bruta del poder mi-litar, complementada con el poder económico, estuvo en el origen y fué el pilar que sostuvo durante cinco siglos al Imperio Romano, el cual dominó Europa y la cuenca del Mediterráneo en forma hegemónica y sin potencia rival, después de que hubo derrotado y devas-tado a Cartago, su contrapoder e imponiendo una pax romana abusiva y expoliadora.

El feudalismo de la Edad Media, a su vez, se caracteri-zó por el predominio del poder militar en ámbitos muy diminutos, pero en forma muy concentrada porque adherió el poder económico, así como el derecho de impartir justicia. El único contrapoder que encontraba un señor feudal era el de otro señor feudal y, posterior-mente, el del soberano, que apenas era un primus inter pares, el primero entre iguales.

El poder ideológico se encontraba concentrado en manos de la Iglesia que, en forma dogmática, impuso su dominación intransigente, condenando y exterminando

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dominación mundial. Como el Estado es el único obs-táculo a su hegemonía, sus acólitos lanzan los mismos anatemas contra el Estado, repitiendo la cantinela de Lord Acton de que “el poder corrompe” y acusándolo de ser pernicioso, nefasto y perverso, lo que quedó sin-tetizado en el reiterado estribillo de Reagan de que “el Estado no es la solución, sino el problema”.

El dogma neoliberal, al servicio de esos monstruosos intereses económicos transnacionales, esgrime sus arcaicos y desgastados postulados anarcocapitalistas porque sus patrocinadores necesitan apoderarse de las riquezas naturales, exigen penetrar e infiltrar todos los mercados para colocar sus productos aunque eso pro-voque la ruina de los productores y aprovechar la mano de obra barata –con salarios de un dólar al día contra cincuenta y seis dólares en los EUA– que abunda en el Tercer Mundo, para maximizar sus utilidades y obte-ner jugosas utilidades en sus inversiones.

Eso explica su afán de destruir las estructuras estata-les, porque el Estado es la única estructura de poder que les puede servir de muro de contención o de con-trapoder y porque tiene la obligación de proteger a sus sectores productivos con barreras proteccionistas, a resguardar sus mercados para impedir la ruina y la banca, a impedir el despojo de las riquezas nacionales, a resguardar el medio ambiente, a regular las inversio-nes o a garantizar salarios mínimos que impidan la ex-plotación laboral.

Por ese motivo, el anarcocapitalismo esgrime el falso argumento de la apertura, que consiste en que el Tercer Mundo abra sus mercados en una competencia desleal en la que las grandes corporaciones pueden triturar a los productores nacionales por ser más poderosas, provocando la bancarrota, agudizando el hambre y agravando la desocupación, mientras las grandes po-tencias mantienen elevados muros medievales que protegen a sus productores contra la competencia de los países pobres.

Por eso proclaman el mito de la falsa pseudogloba-lización, cuando sólo los más ignorantes no están enterados de que lo que realmente existe es una

La siguiente etapa fué dominada por el predominio del poder económico, en el siglo XIX, gracias a la Re-volución Industrial y al liberalismo manchesteriano que, con una concepción minimalista del Estado, trata de reducir su interferencia en la economía, salvo para mantener el orden político y social. El resultado fué que el poder económico impuso el darwinismo social que legitimaba la ley de la selva y el principio de la oferta y la demanda que impedía que el Estado interviniera para corregir la bestial injusticia social, mientras al Estado también se le convertía en cómplice del abuso, la corrupción y la explotación del Tercer Mundo, me-diante el yugo colonial.

Como una reacción contra el abuso y la corrupción del liberalismo económico, surge el Estado Benefactor, que actúa como contrapoder del poder económico, inicia una nueva era en el mundo occidental. Fué el resultado del surgimiento de un proletariado que se organiza en sindicatos y partidos políticos, a pesar de la prohibición al derecho de asociación que trataron de imponerle los paladines del laissez-faire, a quienes le arrancó conce-siones. Fué, también, el efecto de la fuerza de estratos medios emergentes dispuestos a combatir el avasalla-miento social impuesto por los liberales.

El Estado Benefactor fué también consecuencia de los grandes conflictos mundiales que, en la primera mitad del siglo XX, exigen la movilización total de los recur-sos naturales, económicos y humanos en el esfuerzo bélico. Pero, sobre todo, fué motivado por los efectos devastadores de la Gran Depresión de la década de 1930, que hizo trepidar las estructuras productivas de todo el mundo capitalista. Gracias al intervencionismo estatal del New Deal –que fomentó la producción, sub-sidió la agricultura, protegió a los desocupados, con-troló las finanzas e impulsó grandes obras públicas– el Estado Benefactor rescató al capitalismo del abismo en que sucumbía, mientras los liberales, con fulmi-nantes diatribas, acusaban a F. D. Roosevelt de ser un “criptocomunista”.

Medio siglo más tarde, el poder económico, concen-trado ahora en enormes estructuras que abarcan toda la redondez del planeta, desempolva los viejos archi-vos del liberalismo manchesteriano para legitimar su

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Cada uno de los ejecutivos de estos nuevas estructuras de poder económico a escala planetaria debe presentar un informe trimestral favorable en la Bolsa de Valores de su empresa, de otro modo perdería su importante puesto. Por eso necesita, cuando sea necesario, des-membrar Estados, conquistar mercados, derribar ba-rreras proteccionistas, controlar fuentes de materias primas, flexibilizar salarios, “congraciarse” con políti-cos, corromper burócratas, contratar influyentes abo-gados, sobornar a connotados economistas, despresti-giar a los funcionarios, comprar conciencias, alquilar plumarios y avasallar soberanías.

Sin dejarnos arrastrar por la satanización de afirmar que son unos monstruos de perversidad, estas gi-gantescas y poderosas transnacionales simplemente no fueron diseñadas para desarrollar a los países del Tercer Mundo y, posiblemente, serán las estructuras de poder predominantes en el siglo XIX. Entonces, en lugar de tratar de descubrir cuáles frenos y con-trapesos debemos imponerle al Poder Ejecutivo o a otras de nuestras instituciones, tomando en cuenta que el poder corrompe, ¿no deberíamos preocuparnos por crear mecanismos para limitar esas enormes con-centraciones de poder del futuro, antes de que nos tri-turen totalmente?

transnacionalización de la economía mundial, en la cual han surgido tres enormes bloques económicos en Nor-teamérica, en Europa y en Asia, de los cuales el Tercer Mundo ha quedado marginado dentro de un estatus de Apartheid en el nivel mundial. Como complemento, los Chicago Boys pontifican contra el monopolio y a favor del libre comercio, cuando el comercio internacional de las materias primas de las que el Tercer Mundo obtiene sus divisas, está manipulado por tres o cuatro podero-sos consorcios mundiales y cuando el oligopolio más poderoso es el del petróleo, controlado por un septeto nada musical.

Lo anterior explica que el darwinismo social del neo-liberalismo anarcocapitalista, la última gran estafa ideológica del siglo XX, haya agravado una aguda pau-perización de unos treinta millones de personas en los mismos Estados Unidos como consecuencia de la “economía de vudú” de Reagan, y que haya provocado una agravación de la polarización social en los países subdesarrollados y que, igualmente, haya ampliado la brecha ya exponencial que separa a los países ricos, en el Norte, de las naciones pobres del Tercer Mundo.

El reciente informe del PNUD demuestra claramen-te que, en los últimos quince años, el crecimiento ha venido fracasando en unos 100 países en donde vive casi un tercio de la población mundial. Igualmente, señala que mientras 1.500 millones de personas han mejorado su situación, se ha agravado la de 1.600 mi-llones de seres humanos en el mundo, quienes se preci-pitan en las profundidades abismales del hambre, la ig-norancia y la miseria, como consecuencia del mesiánico y prometeico Nuevo Orden Económico Mundial que, a través de las organizaciones financieras internaciona-les, nos receta esa poderosa oligarquía internacional.

Es fácil comprobar, por otro lado, que los ingresos gene-rados por cualquiera de las más grandes corporaciones multinacionales igualan al PIB de países tan importan-tes como Dinamarca, Austria o Argentina. Asimismo, se ha demostrado que el volumen de ventas de sólo quince de las mayores de estas empresas transnacio-nales supera el producto de ciento veinte naciones, es decir, la totalidad de los países del Tercer Mundo.

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CAPÍTULO TERCERO

Es alarmante la diferencia que, cada vez, se vuelve más abis-mal entre los países desarrollados y los pertenecientes al Tercer Mundo. Mientras algunas sociedades se convierten en post-indus-trializadas, otras, cautivas en el círculo vicioso de la globalización, se empantanan en el subdesarrollo, lo que nos hemos atrevido a identificar como “subdesarrollo sostenible”.

En el intento por dialogar entre el Norte y el Sur, se enarbolan campañas “solidarias”, programas de apoyo y demás muestras de caridad hacia las naciones más desfavorecidas. Los artículos que propongo en este compendio, se encaminan, fundamentalmen-te, a abordar la realidad de la globalización y el neoliberalismo desde una mirada crítica, real y objetiva, ya que mientras millones de dólares son gastados en armamentos, la pobreza y el hambre crecen velozmente.

Por otra parte, parece no importarnos el vertiginoso agotamiento de las fuentes de energía como si estas tuvieran un carácter inago-table. Resultaba muy difícil quedarse de brazos cruzados.

Los diversos comentarios sobre el tema, publicados en un período extenso del 1974 al 2001, en reconocidos periódicos y revistas de Costa Rica como La Nación y Rumbo, así como en el libro Reflexio-nes Políticas, son recopilados en este capítulo.

EL DIÁLOGO NORTE – SUR Y LOS NUEVOS AMOS DEL PLANETA

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El Diálogo Norte – Sur y los Nuevos Amos del Planeta 135 Volver al Índice

riqueza como una recompensa, y a los pobres, con la dura y cruel espuela de la miseria, para que se superen y sacudan su indolencia. La fórmula mágica consistía en reducir el impuesto sobre la renta y sustituirlo con un déficit presupuestario, que se cubría con una deuda que procuraba altos intereses a los acaudalados rentis-tas, pero que ha crecido como una bola de nieve.

Lo extraordinario fue que esta prodigiosa ecuación de los liberales obtuvo logros espectaculares. La con-centración de la riqueza alcanzó dimensiones sidera-les. Quinientas corporaciones controlan el 60% de la producción industrial, mientras el ingreso del 20% más afortunado pasó de $73.700 millones a $92.000 millo-nes en sólo diez años. A su vez, una minoría del 10% de la población concentra el 86% de la riqueza financiera, el 72% de las corporaciones y el 70% de los bonos. Al final de la década pasada, la acumulación de la riqueza –nos dice Kevin Phillips– dejó un envidiable saldo de 50 billonarios, más 100 semibillonarios, unos 1.000 centi-millonarios, 100.000 decamillonarios, unos 400.000 multimillonarios y más de un millón de millonarios, todo lo cual le quitaría el resuello a una vasta legión de anarquistas y el sueño a todo un monasterio de humil-des franciscanos.

El contraste más notorio de esta era plutocrática y de esa revolución liberal, fue un incremento en la des-igualdad, al abrirse abismalmente una enorme brecha social. El sector que se sitúa en el margen más bajo de la línea de la pobreza se incrementó en un 28% de 1978 a 1988, pasando de 24,5 millones a 32 millones de per-sonas, anota Galbraith. Pero, según un estudio de la Universidad de Tufts, cuya tinta aún no se ha secado, 30.000.000 de personas –un 15% de la población– no

Según Art Buchwald, el agudo y sutil humorista polí-tico, la reaganomics o economía de vudú –como la bau-tizó burlonamente George Bush– comenzó cuando, aprovechando una ausencia de Reagan, Bonzo se dis-puso a travesear en la computadora y la prensa divul-gó el texto que arrojó la impresora, el cual era, más o menos así: “Para que la nación prospere, haremos más ricos a los poderosos, reduciendo el intervencionismo y sus impuestos, mientras que a los menesterosos los haremos más pobres, reduciendo los programas de asistencia social y eliminando el Estado Benefactor”.

En realidad, su origen tiene raíces más serias y pro-fundas ya que cristaliza la nostalgia por el liberalismo manchesteriano del laissez-faire en el siglo XIX, en que la concepción minimalista del Estado establecía que este no debía intervenir regulando las relaciones labo-rales, pero sí favoreciendo los grandes intereses eco-nómicos. Se legitima, a su vez, en el malthusianismo que consideraba peligroso socorrer a los indigentes y en el darwinismo social formulado por Spencer, según el cual sólo deben sobrevivir los más aptos o podero-sos y repetido por William Graham Summer, de Yale, quien pontificó con candoroso fervor: “Los millonarios son producto de la selección natural”. Toda esta vieja teología económica aflora nuevamente y trata de legi-timarse, disfrazándose ahora con términos demasiado manoseados: libertad, eficiencia, desregulación, priva-tización, competencia, desgravación, no intervencio-nismo o desestatización.

Pero el más ingenioso y brillante inspirador de la trickle down economics ha sido George Gilder, quien formuló que la clave del progreso consistía en un doble acica-te: a los ricos, mediante el incentivo de acumular más

LA CRISIS DEL CAPITALISMO PRIMITIVO

Publicado en Reflexiones Políticas Editorial Juricentro 1993 Páginas 148-152

LA NACIÓN, OPINIÓN/15A Jueves 28 de enero de 1993

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economía implantarse durante doce largos años, en forma tan nefasta y dañina. La respuesta más lógica es la de Galbraith, en lo que se ha bautizado como la “Cultura de Satisfacción” (The Culture of Contentment), según la cual los pobres simplemente ya no acuden a las urnas, porque tienen la convicción de que su suerte no cambia con un partido o con el otro. Los que sí votan son los privilegiados de la era liberal y la clase media que fue seducida con el mito de la reducción de los im-puestos por el partido Republicano, hasta que su situa-ción se deterioró con Bush y se volcó contra él en las recientes elecciones. La élite económica, con la com-plicidad de la clase media, se había convertido, en la mayoría, satisfecha, valiéndose de la democracia elec-toral, gracias a la frustración y la deserción electoral de la minoría más pobre, para la cual el American dream se había convertido en una pesadilla, en un proceso que se ha denominado como la “crisis de la solidaridad”.

America is back había proclamado triunfalmente Reagan. Ahora muchos se dan cuenta de que lo que quiso decir era que Estados Unidos retrocedería y no que regresaría. Ese retroceso resulta evidente si se toma en cuenta, además, que la productividad se ha de-teriorado, que su posición en el mundo ha declinado, que grandes intereses extranjeros se han apoderado de una parte sustancial de su economía, que el déficit presupuestario y el comercial se acumula, que el gran acreedor del mundo se convirtió en el mayor deudor del planeta y que su aparato productivo se vuelve obso-leto, aunque se le reconoce un gran mérito en su habili-dad para finalizar la Guerra Fría y en sus relaciones con la URSS. Pero por su política económica de ultradere-cha, tal vez muchos le dieron la razón a Art Buchwald cuando le atribuyó a Bonzo, el chimpancé y mascota favorita de Reagan, haber iniciado la economía de vudú con una simple travesura en su computadora. Hace bien Bill Clinton, quien capitalizó electoralmente tanta frustración, en buscar su inspiración en la figura vene-rable de Jefferson y es de esperar que la haga extensi-va a F.D. Roosevelt y a Kennedy, para mayor sosiego y tranquilidad de todos.

sólo sufre el infortunio de la pobreza, sino que padece el flagelo del hambre. Esto fue confirmado por la ofici-na de Censos, que determinó que 11 millones eran de origen africano, 10 millones eran latinoamericanos y 9 millones de raza europea. Esta disminución de la dis-criminación evoca a aquel misántropo liberal que pro-clamó franca y paladinamente: “Yo detesto a todos los seres humanos, sin distinción de raza, de credo o de sexo”.

Sin embargo, las víctimas de esta nueva timocracia fueron las personas más indigentes y menesterosas –las que protegía don Quijote–, ya que se invirtió el orden de las prioridades: los recursos designados a los programas sociales se redujeron de un 28% a un 22% en el presupuesto federal, mientras los gastos militares se incrementaron de un 22% a un 28%, lo que favoreció a grandes corporaciones de la industria bélica y aeronáu-tica, en ambas costas, hasta que se pactó el desarme con la URSS. También golpeó duramente a las zonas rurales, a los agricultores –de los cuales un millón de-sertó del campo, como en los tiempos de Las uvas de la ira–, a las madres solteras o abandonadas, a los niños, a los desocupados en industrias quebradas por las im-portaciones –3.5 millones de obreros desde 1981, según Le monde Diplomatique–, a las minorías raciales y espe-cialmente a los afroamericanos, cuyo ingreso prome-dio representaba apenas el 56,1% de los blancos. Esta creciente polarización social ha provocado lo que algu-nos han denunciado como una economía de Apartheid, una sociedad dividida tajantemente en dos segmentos, como reflejo de un dualismo estructural semejante al de América Latina, continente que también ha sufrido el flagelo de esta política liberal que se nos ha impuesto mediante el látigo financiero de los organismos inter-nacionales que nos han avasallado, como en la época de las cañoneras.

Paul Krugman, del MIT señala, a su vez, que difícil-mente se trata de una situación de explotación, en el sentido marxista, ya que la mayoría de las víctimas de este modelo malthusiano –que exalta la codicia como virtud suprema– simplemente no trabaja y su infor-tunio consiste en haber dejado de percibir una ayuda estatal que antes aliviaba su miseria, gracias al Welfa-re State. Pero lo más interesante es preguntarse cómo y por qué pudo esa versión tan deshumanizada de la

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El Diálogo Norte – Sur y los Nuevos Amos del Planeta 137 Volver al Índice

Ha habido aciertos y desaciertos, en nuestro criterio, en la política norteamericana hacia esa región. Cons-tatamos que los $7.500 millones que, de acuerdo con nuestros datos, han vertido como ayuda a estos países, no puede ser considerada como un ejemplo de copiosa prodigalidad, pero ha sido importante y decisiva en el desarrollo positivo alcanzado en las dos últimas dé-cadas, como han sido igualmente más de $4.000 mi-llones en inversiones directas colocados mayormente por las empresas transnacionales, las cuales aplican, también, su valiosa tecnología, a la vez que nos hacen más dependientes y no consolidan una auténtica so- beranía económica, pero cuyo aporte al progreso ha sido importante.

Todos esos recursos han servido para promover el sur-gimiento de un importante sector industrial que se ha convertido en una valiosa fuente de empleo laboral y de formación empresarial, a la vez que ha acelerado el proceso urbano, en el que facilita más la prestación de servicios públicos en beneficio de esa nueva clase traba-jadora y de una clase media emergente y dinámica que, a su vez, exige participación política y tiende a romper el marco de la vieja sociedad oligárquica y tradicional.

Pero, al mismo tiempo, ese sector emergente y mo-derno asimila buena parte de toda esa nueva riqueza producida, de manera que es relativamente poco lo que desciende y se transfiere a los estratos populares más necesitados, sobre todo en las áreas rurales.

Múltiples síntomas parecen indicar que el resultado de ese desarrollo deformado y poco integral ha sido la cristalización de lo que hace un par de décadas se definió como el “dualismo estructural”, es decir, la

A alguien se le ocurrió una vez preguntarle a Leticia, la madre de Napoleón, y sin duda la más sabia de todos los miembros de la familia Bonaparte, qué pensaba del enorme imperio que, con tanta sangre, había con-quistado su genial hijo. Moviendo la cabeza con escep-ticismo, contestó con su fuerte acento corso: “Con tal de que dure”.

Nuestro siglo ha visto desfilar el entierro de muchos imperios. Con la Primera Guerra Mundial, se desplo-mó el imperio austro-húngaro y el otomano, al que lla-maban “el hombre enfermo”. Con el segundo conflicto mundial se le dio cristiana sepultura al ampuloso Reich que iba a durar mil años, al japonés y al que quiso fabri-carse aquel césar de carnaval italiano. Además, como secuela de esa guerra, se desmembraron los imperios ultramarinos de Francia, Inglaterra, Holanda, Bélgica y Portugal, para cederle el lugar a las dos grandes super-potencias que sellaron el destino de la post-guerra en la conferencia de Yalta y que, poco tiempo después, ya se enseñaban los dientes, rivalizando por la hegemonía del mundo.

Como parte de la esfera de influencia de los Estados Unidos constatamos que la región centroamericana tiene una importante posición estratégica y un valor económico bastante secundario, por la ausencia de importantes recursos minerales y por el escaso poder adquisitivo, como mercado potencial. Eso explica, sin duda, la poca relevancia que ha tenido en los objetivos de la política norteamericana, la cual le ha aplicado la ley del mínimo esfuerzo hasta ahora y apenas sale de su tradicional letargo cuando se asoman las orejas de la subversión revolucionaria, la cual suele suscitar un pánico efímero y medidas represivas.

EL DIÁLOGO NORTE-SUR: CENTROAMÉRICA Y EL REY MIDAS

Publicado en Reflexiones Políticas Editorial Juricentro 1993 Páginas 253-257

LA NACIÓN, OPINIÓN/15A 7 de enero de 1984

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El Diálogo Norte – Sur y los Nuevos Amos del Planeta Rodrigo Madrigal Montealegre138

igualmente a seis horas invertidas mundialmente en los absurdos gastos militares.

La virtud y lo que parece más positivo de ese Programa es la apertura del vasto mercado norteamericano a los productos no tradicionales, lo que representa un trato más digno que el de tener que estirar la mano en el hu-millante gesto de mendicidad habitual. Ese portillo que se abre en el impenetrable muro proteccionista tendrá la virtud de incrementar las exportaciones, de aumen-tar las fuentes de trabajo y de promover el desarrollo de estos países.

El papel hegemónico que los Estados Unidos han ejer-cido en esta región debe conllevar una gran dosis de equidad y responsabilidad, como contrapartida de las ventajas y los beneficios que derivan de este. La buena voluntad de colaborar en la recuperación económica de estos países debe ir acompañada, en nuestro criterio, de un esfuerzo por promover un desarrollo más equi-librado, integral y armonioso, de una modernización de las estructuras arcaicas, de un sistema que difunda más el beneficio de la propiedad y del progreso en los sectores marginales, con programas que les confiera una vida más digna, así como renunciar al expediente fácil pero funesto de recurrir a la manu militari.

El pueblo americano, mejor que ningún otro, sabe que la libertad y la democracia son tan importantes para el hombre como el pan que come y el aire que se respira. Esta aspiración no es excesiva y de alcanzarla, podre-mos, algún día, repetir la frase que expresó la madre del gran emperador francés, en la esperanza de preser-var nuestro sistema de vida y nuestra libertad.

A la vez nos parece positivo el cambio de actitud de los Estados Unidos, como fue el caso del rey Midas, quien obtuvo, de uno de los dioses, el poder de convertir en oro todo lo que tocaba, con el grave inconveniente de que no pudo digerir los alimentos que se llevaba a la boca, por lo que tuvo que renunciar a tan codicio- so privilegio.

coexistencia de dos sociedades o sectores diferentes, de dos sistemas de vida distintos y, a la vez, coetáneos pero no contemporáneos: el moderno o progresista, por una parte, y el tradicional o arcaico, por el otro, pero ambos yuxtapuestos a la vez que profundamen-te separados. Ese contraste provoca tensiones sociales que se manifiestan en movimientos reivindicativos y en un potencial que tiende a agravar la crisis actual y que saben explotar los elementos subversivos.

En este sentido, son elocuentes las estadísticas que nos revelan que, salvo en Costa Rica, las tasas de analfabe-tismo alcanzan en los otros países niveles de más del 30% y en uno de ellos hasta el 52%. En lo que se re-fiere a la salud, las tasas de mortalidad infantil llegan hasta el 53%, el 70% y hasta el 121%, mientras nosotros nos enorgullecemos con haberla reducido al 18%. Estos datos escuetos nos revelan hasta qué punto ese desa-rrollo ha sido poco integral y desvirtuado, sobre todo en aspectos tan medulares de su sistema social.

Por otra parte, mientras los Estados Unidos vertieron generosamente su sangre para restaurar la democracia y la libertad en Europa y en otros confines del planeta, en América Central se conformaron casi siempre con colocar o mantener odiosas tiranías y dictaduras mi-litares excesivamente represivas, las cuales sólo han servido para fermentar aún más el caldo de cultivo de la insurrección y de su impopularidad, pues cuando se siembran los vientos del despotismo se recogen las tempestades de la rebelión.

América Central ha sido generosa con los países del Norte, vendiéndole sus productos a precios relativa-mente bajos y su economía ha sufrido un grave flage-lo con el deterioro de los términos de intercambio en los años más recientes, lo que agrava esa tensa situa-ción económica, social y política que hemos esbozado. Todos esos estragos difícilmente los puede compensar el monto de $350 millones de ayuda contemplados en el programa de asistencia, denominado Iniciativa para la Cuenca del Caribe, el cual equivale al 0,7% de lo que fue el Plan Marshall y a lo que, anualmente, despilfarran los norteamericanos en los traganíqueles ya que, tal como lo destacó el presidente Reagan, esa suma corresponde

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El Diálogo Norte – Sur y los Nuevos Amos del Planeta 139 Volver al Índice

hasta $16.000 per cápita, mientras que los PMA se han estancado en ingresos de $80 hasta $200. Con todas las reservas del caso, en cuanto a estadísticas, estos datos revelan que, mientras, en 1970, la relación entre el PNB de los PDEM y el de los PMA era de 1 a 34, en el breve plazo de una década el abismo que los separa llega a ser de 1 a 100. Esto parece confirmar los vatici-nios nada alegres y optimistas, formulados en décadas pasadas, de que la brecha, entre los países más ricos y los más pobres, se ensancharía progresivamente.

Esa enorme disparidad que separa a los dos extremos se constata si tomamos, a su vez, el consumo de ener-gía en su equivalente en carbón natural en 1978, el cual era de 6.362 kg por habitante en los PDEM y de apenas 53 kg por habitante en los PMA. Es decir, que el consu-mo de aquellos es 120 veces mayor que el de éstos.

Lo anterior sirve para confirmar que, enfocado desde otro punto de vista, el Norte desarrollado produce y consume el 87,5% de toda la riqueza mundial por año, contando apenas con un tercio de la población del pla-neta, mientras que la totalidad de las naciones subde-sarrolladas, con dos tercios de la población, consumen el restante 12,5%. Ese contraste queda más destaca-do cuando constatamos que los Estados Unidos, que cuenta con apenas el 6% de la población mundial, con-sumen el 35% de todos los bienes y servicios produci-dos en el mundo.

El contraste es evidente cuando constatamos que el bloque de países más avanzados –el de Europa, Japón y Norteamérica– cuenta con una población total de unos 665 millones y un PNB promedio de unos $13.000 por habitante, mientras que la India, con una población

En la obra Huis Clos de Jean Paul Sartre, tres persona-jes se encuentran en el infierno encerrados en un apo-sento y constantemente se hostigan y se maltratan sin cesar, sin poderse separar, en lugar de ser torturados en la hoguera del fuego eterno. La pieza de teatro con-cluye con la frase de uno de los personajes: “¿Para qué las parrillas? El infierno son los demás”.

La triada de agrupaciones que actualmente constituyen los principales bloques internacionales, han estableci-do relaciones que parecen reflejarse en esa obra dra-mática del filósofo francés. Los gobernantes del Tercer Mundo le atribuyen a las naciones occidentales la res-ponsabilidad del subdesarrollo que sufren, como resul-tado de la colonización, del trato económico poco equi-tativo y de la reducida ayuda que les brindan. Se quejan de que han sido víctimas del despojo de sus riquezas y que aún ahora, después de su independencia política, se ven obligados a subsistir vendiendo sus productos primarios en su condición de abastecedores de mate-rias primas a precios poco equitativos, por lo que re-claman un Nuevo Orden Económico Internacional más justo, al cual nos referimos posteriormente con mayor amplitud, por ser un tema complejo y controversial.

Al recoger datos confiables, constatamos que, en 1970, el Producto Nacional Bruto (PNB) por habitante de los Países Desarrollados de Economía de Mercado (PDEM) era 13 veces más elevado que el PNB promedio de los Países en Vías de Desarrollo (PVD) y, a su vez, 34 veces más elevado que el de los Países Menos Desarro-llados (PMA).

Datos más recientes nos indican que mientras los PDEM alcanzan, en 1980, niveles en su PNB desde $10.000

EL DIÁLOGO NORTE-SUR: EL ABISMO ENTRE LAS NACIONES

Publicado en Reflexiones Políticas Editorial Juricentro 1993 Páginas 240-243

LA NACIÓN, OPINIÓN/15A 31 de octubre de 1983

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El Diálogo Norte – Sur y los Nuevos Amos del Planeta Rodrigo Madrigal Montealegre140

que, a su vez, tienen su propia cuota de responsabilidad en las causas de su misma postración, pues no siempre introducen las medidas más adecuadas para su propio desarrollo.

Es cierto, sin duda, que el bienestar y la prosperidad de los países desarrollados se debe, en gran parte, a las ventajas que han derivado de las naciones débiles bajo su hegemonía –capitalista o comunista–, pero su nivel de progreso se debe, sobre todo, a sus extraordinarios logros en la tecnología, en la mecanización, en la in-dustrialización, en la organización y en el espíritu de trabajo y de superación. En esa lucha por conquistar mercados, materias primas y posiciones estratégicas, que ha convertido al Tercer Mundo en el campo de ba-talla de esa demencial carrera armamentista entre las grandes potencias, parecen confirmarse las palabras del personaje de Sartre de que el verdadero infierno, después de todo, son los demás.

muy similar, de 674 millones, cuenta con un ingreso de $240 por habitante y el ingreso de China, con 976 mi-llones de habitantes, es apenas de $290 per cápita.

Sin embargo, existe, además, un grupo de países que constituyen esa categoría de los PMA, especie de “lum-penproletariat” o Cuarto Mundo, constituido por 31 naciones –entre ellas Afganistán, Bangladesh, Bután, Haití y varios países africanos– que, en total, repre-sentan cerca de 150 millones de habitantes y cuyo PNB oscila entre los $80 y los $200 per cápita, con una tasa de crecimiento anual, en la década pasada, de apenas un 0,7% y una tasa de analfabetismo de un 80%.

Es decir, que mientras unas naciones avanzan hacia lo que Alain Touraine denominó como la “sociedad post-industrial”, otras, en el extremo opuesto, se han quedado empantanadas y cautivas en ese círculo vicio-so del subdesarrollo que Gunnar Myrdal caracterizó, hace un par de décadas, como “el proceso de causali-dad circular acumulada”. Es decir, que el hambre, la miseria, la ignorancia, la explosión demográfica, así como la falta de tecnología, de ahorro, de inversión y de instituciones apropiadas, forman un torbellino que les impide emerger de una condición de infradesarrollo crónico y endémico.

Como constataremos posteriormente, entre esos dos, estos polarizados existen, así como todo un abanico o un espectro de situaciones intermedias, en el que se ubica el resto de las naciones, las cuales forman una es-pecie de clase media internacional; pero es importante destacar, igualmente, ese foso cada vez más profundo y distante que separa a los dos extremos.

A la vez que las naciones occidentales han desarrollado un sentimiento de culpabilidad que las induce a repa-rar sus errores del pasado y a brindar su cooperación a los PVD, sus buenas intenciones son entorpecidas por las enormes reivindicaciones de éstos, por las leyes de la competencia en el vasto y complejo mercado interna-cional, por la corrupción que desvirtúa, a menudo, esa ayuda en despilfarro, así como por esa falta de solida-ridad humana y de identificación con los pueblos a los que no se les considera precisamente como iguales y

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El Diálogo Norte – Sur y los Nuevos Amos del Planeta 141 Volver al Índice

diminuta nación de Luxemburgo, que cuenta apenas con 360.000 habitantes. Nuestros países no poseen, a su vez, ni valiosos recursos naturales, ni grandes rique-zas minerales y sus productos de exportación apenas tienen un insignificante valor gastronómico para el consumidor del Norte, por los cuales no está éste dis-puesto a pagar mayor cosa y nadie puede disputarle ese derecho, aunque nos desgarremos las vestiduras para obtener precios más justos.

El valor estratégico de la región consiste, obviamente, en su posición epicéntrica en medio del continente y de los más grandes yacimientos de hidrocarburos del he-misferio, en la importancia del Canal de Panamá y en la proximidad al territorio mismo de los EUA, cuya hege-monía ha estado garantizada por democracias leales y afines como la nuestra o por dictaduras proconsulares del género más dócil y represivo, así como por cuantio-sas inversiones y una ayuda financiera que, a pesar de ser importante, ha sido insuficiente para cambiarle a estos países su condición de naciones subdesarrolladas.

Es interesante constatar, por ejemplo, que de acuerdo con los datos a nuestra disposición, la ayuda otorgada a nuestros países por los EUA, desde 1946 hasta 1982, al-canza un monto de $7.500 millones aproximadamente. De ese monto, cerca de $5.600 millones estaban cons-tituidos por préstamos multilaterales y $1.900 millo-nes fueron otorgados como préstamos bilaterales.

Pero uno de los graves efectos del deterioro de los términos de intercambio, de la crisis energética y de las recesiones ha sido el vertiginoso endeudamiento que han contraído estos países, como tantos otros del Tercer Mundo, con instituciones financieras privadas,

Pocos pueblos son tan hospitalarios, generosos y hu-manitarios como el de los Estados Unidos. En dos con-flictos dio su sangre por defender la libertad de otras naciones y sólo el Plan Marshall, con el cual restauró la economía de vencedores y vencidos, se estima que equivale a $50.900 millones actuales. Es una nación tan magnánima, que hasta se cuenta que, después de la Segunda Guerra Mundial, una institución, sin duda muy filantrópica, recaudó una suma cuantiosa en be-neficio de la viuda del Soldado Desconocido, el héroe anónimo que yace en el cementerio de Arlington.

Sin embargo, su política exterior está dictada básica-mente por consideraciones de caracteres geopolíticos, económicos y estratégicos –como toda gran poten-cia– más que motivos humanitarios y filantrópicos. Su ayuda al Tercer Mundo, que constituía el 1,0% de su PNB en 1960, disminuyó al 0,32% en 1970 y al 0,27% en 1980; y como la URSS siempre le anda pisando los talones, el paraíso del proletariado sólo aportó el 0,14% de su PNB en ese último año como contribución al de-sarrollo de los países pobres. La explicación obvia es que para que un país o una región susciten el interés de una gran potencia deben tener alguno de los siguien-tes atributos: recursos minerales o naturales de gran valor, constituir un mercado de gran poder adquisitivo o gozar de una posición estratégica privilegiada.

La región centroamericana no constituye un vasto mercado, pues su poder adquisitivo es bajo, como lo demuestra el hecho de que, con un PNB global de $21.000 millones en 1980, la riqueza generada por los países del istmo es trece veces inferior al de los países escandinavos, con una población igual de 22 millo-nes de habitantes y apenas cuatro veces superior a la

EL DIÁLOGO NORTE-SUR: EL SÍSIFO CENTROAMERICANO

Publicado en Reflexiones Políticas Editorial Juricentro 1993 Páginas 248-252

LA NACIÓN, OPINIÓN/15A Miércoles 21 de diciembre de 1983

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El Diálogo Norte – Sur y los Nuevos Amos del Planeta Rodrigo Madrigal Montealegre142

Pero es nuestro criterio que la aplicación de un modelo que no ha promovido un desarrollo integral en el ámbito económico, político y social, que más bien ha acentuado la polarización entre un sector moderno, pero profundamente vulnerable y dependiente, y un vasto sector tradicional que se ha beneficiado poco con las ventajas del progreso, con lo que se fermenta un caldo de cultivo que propicia la subversión, debe indu-cir a nuestra potencia tutelar a revisar el tratamiento tercermundista que ha aplicado a estos países.

Por otra parte, como Sísifo, que fue castigado por los dioses a cargar su pesada piedra hasta la cima, donde se precipitaba para que reiniciara su tormento, la eco-nomía de nuestros países ha sufrido tal deterioro, por la crisis actual, que arriesga con provocar un retroceso en el desarrollo acumulado durante dos decenios. Las consecuencias sociales, desde luego, agravarían esa si-tuación, al acentuarse la indigencia y la desocupación en los sectores populares y al no resignarse los estra-tos altos y medios a la erosión de un sistema de vida adquirido, y a sus sofisticadas pautas de consumo, a la vez que mucho capital de inversión, calculado en unos $2.000 millones, ha sido conducido hacia puertos más abrigados y seguros.

El cambio de actitud que parece perfilarse en los cen-tros de decisión más importantes de las potencias occi-dentales tomará en consideración, sin duda, las aspira-ciones legítimas de estas naciones a una forma de vida más próspera, más libre y más digna y evitar así conse-cuencias dramáticas, nefastas e irreversibles. Después de todo, es mejor eso que auxiliar generosamente a las viudas de más soldados desconocidos.

las cuales les concedían créditos a corto plazo y con intereses más elevados, gracias a los cuantiosos recur-sos que depositaron en sus arcas los países árabes de la OPEP. De esta forma, se estima que las deudas con-traídas con esos bancos privados aumentaron quince veces de 1972 a 1980, hundiéndose progresivamente en las arenas movedizas del endeudamiento y de la insolvencia.

La gravedad de la situación la constatamos en el hecho de que la deuda pública externa de estos países, que correspondía, en 1960, al 3% de su PNB, aumentó, en 1970, al 8%, hasta elevarse al 46% de este en 1980. Estos compromisos alcanzaron, en 1981, un monto de $11.000 millones, lo que representaba una suma supe-rior al valor total de las exportaciones de la región du-rante ese año y una deuda que, de ser compartida entre toda la población, le correspondería pagar $500 a cada habitante. Igualmente, se calcula que, en veinte años, de 1960 a 1980, la deuda externa de toda el área se mul-tiplicó 42 veces, sin que esto implicara un avance en el progreso de estos países, cuya situación económica más bien ha sufrido un deterioro grave y serio en los últimos años.

Otro aspecto importante han sido las inversiones di-rectas de los EUA, en la región centroamericana, las cuales se estimaban, en 1977, en un monto de $3.140 millones y de $4.223 millones en 1982, de los cuales $3.190 millones estaban colocados en Panamá y $1.033 millones en el resto del Istmo, lo que representó un au-mento de un 34% en sólo tres años.

De lo expuesto anteriormente podemos obtener algu-nas conclusiones. Una de ellas es que, si bien esta zona tiene un valor estratégico importante, desde el punto de vista económico no es capaz de quitarle el sueño a una gran potencia, comparada con otras regiones del mundo, a no ser por el monto de las inversiones coloca-das en estos países. Por otra parte, la ayuda financiera, sin ser masiva, ha sido valiosa y ha permitido un im-portante proceso de industrialización, una diversifica-ción de la economía y una tecnificación de su aparato productivo.

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El Diálogo Norte – Sur y los Nuevos Amos del Planeta 143 Volver al Índice

Dinamarca $12.950Noruega $12.650Arabia Saudita $11.260Bélgica $12.180Francia $11.730Estados Unidos $11.360

Es obvio que, de esta clase alta de naciones, sólo las na-ciones industrializadas de Occidente han alcanzado un desarrollo elevado, en el sentido económico, político y social, mientras que los países de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) tienen ingre-sos incluso más elevados que aquellos, pero estructu-ras políticas y sociales arcaicas y tradicionales.

En un nivel inferior de esa escala social, encontramos una especie de alta clase media que, constituida casi en su totalidad por países europeos, así como por re-gímenes tanto democráticos como socialistas, que han alcanzado un grado de desarrollo y bienestar que, sin llegar a una excesiva opulencia, es decoroso y relativa-mente equilibrado:

Japón $9.890Finlandia $9.720Libia $8.640Gran Bretaña $7.920Alemania Oriental (RDA) $6.710Italia $6.480Checoslovaquia $5.430España $5.350Israel $4.500Hong Kong $4.210Unión Soviética $4.200Singapur $4.180Bulgaria $3.850Hungría $3.830

En su libro sobre los siete pecados capitales, el espa-ñol Díaz-Plaja sostiene, con un humor muy fino, que una marcadísima escala social provee a cada uno de sus compatriotas con una persona inferior “al que hace sentir la propia autoridad y ante el que puede sentirse jefe”. Al final de la escala social se encuentra el mendigo que, al aceptar la limosna, hace un favor: “pone al donante en el camino de la salvación del cielo”.

En nuestro artículo anterior señalamos que, dentro de esa jerarquía social que se ha formado entre las nacio-nes, la distancia o brecha entre las más opulentas y las más desvalidas tiende a ensancharse vertiginosamente, produciendo una polarización cada vez más marcada. En un artículo posterior hablaremos de las limosnas que ponen a aquellas en el sendero de Dios. En este nos ocuparemos de constatar una jerarquía marcada pero continua que, como la de Don Juan Tenorio, va “desde la hija de un pescador, hasta una princesa real”, si toma-mos en consideración la riqueza producida en relación con el volumen de población de las diversas naciones.

En el extremo superior de esa estratificación se en-cuentran los países petroleros del Medio Oriente y los más industrializados del mundo occidental, con un PNB por habitante, en 1980, en el siguiente orden:

Emiratos Árabes Unidos $30.070Qatar $26.080Kuwait $22.840Suiza $16.440Luxemburgo $14.510Alemania Federal (RFA) $13.590Suecia $13.520Holanda $13.470

EL DIÁLOGO NORTE-SUR: LA ESTRATIFICACIÓN INTERNACIONAL

Publicado en Reflexiones Políticas Editorial Juricentro 1993 Páginas 244-247

LA NACIÓN, OPINIÓN/15A 19 de noviembre de 1983

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El Diálogo Norte – Sur y los Nuevos Amos del Planeta Rodrigo Madrigal Montealegre144

personas. Debajo de ese nivel de ingresos descendemos al fondo de esa estratificación social, constituida por los países más pobres, los cuales se ubican en Asia y en África y forman tanto el grueso del Tercer Mundo, como el grupo más reivindicativo. Por ser larga y tedio-sa la lista de estas naciones, nos limitamos a mencionar a las más importantes, por la dimensión de su territo-rio y de su población:

Indonesia $420Pakistán $300China $290India $240Zaire $220Birmania $180Bangladesh $120

Estos siete países representan, por sí solos, 2.039 mi-llones de habitantes, es decir, que abarcan casi la mitad de la población mundial –la cual llega a cerca de 4.500 millones– y se encuentran casi en su totalidad en el continente asiático. Una miríada de países afro-asiáti-cos alcanzan apenas un nivel de vida similar e inclusive inferior, como es el caso de los 31 PMA (países menos avanzados), los cuales representan el grado más bajo de esa estratificación internacional y forman ese Cuarto Mundo infradesarrollado donde impera el hambre, la ignorancia y la enfermedad.

La clasificación que hemos planteado es, desde luego, arbitraria, como suele ser el caso en que se trata una estratificación social. Sin embargo, constatamos que la relación de 1 a 10 que existe entre Bangladesh y Costa Rica es la misma que separa a ésta de un país como Suiza. Debemos señalar, también, que el nivel de in-gresos no constituye un indicador preciso y exacto del grado de desarrollo integral de un pueblo, ni para medir las condiciones económicas, políticas y sociales.

Pero, al menos, nos permite comprender el abismo que separa progresivamente a las diversas naciones del mundo, así como las reivindicaciones que reclaman los países más desfavorecidos, al exigir un trato más equitativo y los problemas que se plantean en ese sen-tido como, veremos posteriormente, cuando los más menesterosos insisten en conducir a los más avanza-dos por el camino de la salvación y del cielo, al solici-tarles ayuda.

Venezuela $3.630Uruguay $2.820Irlanda $4.880Grecia $4.820Yugoslavia $2.620Argentina $2.350

Más abajo de ese nivel, penetramos en la esfera de los países en vías de desarrollo, los cuales cuentan con in-gresos más bajos y con algunas o todas las característi-cas de las sociedades tradicionales: analfabetismo, des-nutrición, marcada desigualdad social, inestabilidad política, regímenes autoritarios, baja productividad, pero con un nivel de ingresos que los coloca en una es-pecie de clase media baja:

Chile $2.160México $2.130Brasil $2.050Rumania $1.930Argelia $1.920Costa Rica $1.730Panamá $1.730Malasia $1.650Corea del Sur $1.520Jordania $1.420Siria $1.340Tunicina $1.310Paraguay $1.340Colombia $1.180Costa de Marfil $1.150República Dominicana $1.140Guatemala $1.110Nigeria $1.010Perú $930Marruecos $860Congo $730Nicaragua $720Filipinas $720Tailandia $670Camerún $670El Salvador $590Bolivia $570Honduras $560

Constatamos que, en esa clase media baja de nacio-nes que abarca una población de unos 610 millones de habitantes, predominan los países latinoamerica-nos que cuentan con una población de 350 millones de

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El Diálogo Norte – Sur y los Nuevos Amos del Planeta 145 Volver al Índice

Si la política es una de esas formas de las relaciones entre los hombres, en la que se refleja y se manifiesta fielmente la naturaleza humana –con sus vicios y vir-tudes, lo sórdido y sublime que hay en el hombre– por lo que es normal que, en las relaciones entre las nacio-nes, se reproduzcan gestos magnánimos de solidari-dad o que se aplique el precepto de que para llegar a ser generosos, hay que acumular mucha riqueza, pero que para atesorarla es necesario reprimir todo impulso de generosidad.

Basta con repasar la Historia para constatar que, desde las guerras mé-dicas hasta nuestros días, los países poderosos sometían a otros pueblos para obtener ventajas de sus riquezas, sus mercados o su fuerza de trabajo. En el último cuarto de siglo, sin em-bargo, se ha producido una variación de ese viejo esquema y los países más avanzados se han visto, política y moralmen-te, obligados a reprimir un poco menos sus impulsos de desprendimiento.

Este nuevo proceso se inicia con el Plan Marshall, con el que para reconstruir la economía de vencedores y vencidos, en una Europa devastada por la guerra y amenazada por la agitación social, los Estados Unidos vertieron una ayuda masiva, entre 1948 y 1952, esti-mada en $12.800 millones según una versión y, en $13.600 millones según otra, y que equivalen a cerca de $50.000 millones actuales. Una vez restañadas esas heridas con celeridad, gracias a ese gesto magnánimo y a que Europa conservaba intacta esa riqueza insóli-ta, denominada materia gris –sus cuadros técnicos,

profesionales intelectuales y científicos– se inició, a su vez, un programa de ayuda pública al desarrollo (APD) destinado a los países tercermundistas que, a partir de la conferencia de Bandung, en 1955, comienzan a prac-ticar una política de equilibrio y de subasta política entre los dos grandes bloques hegemónicos.

En esa coyuntura, los países desarrollados se compro-metieron a aportar, cada uno, el equivalente al 1,0% de su producto nacional bruto (PNB) para el decenio

1960-70, como una contribución a la APD. Pero, curiosamente, fueron los EUA y la URSS los únicos que se ne-garon a ese compromiso.

Sin embargo, el bloque de naciones ricas nunca llegó a cumplir dicha pro-mesa. En los primeros años de ese de-cenio, el promedio de la APD alcan-zó apenas un 0,88% del PNB global

de los países desarrollados y descendió a un 0,76% en los últimos años. Sin embargo, gracias al crecimiento económico de esas naciones, el monto que se consa-gró al Tercer Mundo fue de $8.115 millones en 1960, de $10.365 millones en 1965 y de $15.552 millones en 1970, de los cuales la mitad estaba constituida por préstamos provenientes del sector privado. Es fácil constatar, por otra parte, que a cada habitante de esos países avanza-dos le correspondió un promedio hipotético de cerca de cinco dólares anuales, lo que demuestra el efecto re-ducido que pudo provocar ese caudal financiero, el cual provino casi exclusivamente de los países occidentales, ya que la Unión Soviética ha aludido no tener responsa-bilidad en el problema del subdesarrollo, por lo que su aporte fue prácticamente nulo.

EL DIÁLOGO NORTE-SUR: LA SOLIDARIDAD INTERNACIONAL

Publicado en Reflexiones Políticas Editorial Juricentro 1993 Páginas 235-239

LA NACIÓN, OPINIÓN/15A 21 de noviembre de 1983

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El Diálogo Norte – Sur y los Nuevos Amos del Planeta Rodrigo Madrigal Montealegre146

monto global que corresponde a cuatro veces la ayuda de la URSS, con 266 millones de habitantes y a más de la mitad de la contribución de los EUA, con 227 millo-nes de habitantes.

Es interesante constatar que, en el monto total de la ayuda al Tercer Mundo, los países occidentales y Japón contribuyeron con el 75%, los países árabes de la OPEP con el 19% y la URSS y sus aliados con el 5%, excluyen-do la asistencia que las grandes potencias le confieren a aliados muy especiales como Israel o Cuba. Igualmen-te debemos señalar que la ayuda de los países árabes de la OPEP alcanza un monto casi similar al de los EUA y seis veces mayor al de la URSS, a lo que habría que agregar los $280 millones que brindó Libia y los $130 millones que otorgó Venezuela, en el seno de los países petroleros.

Otra forma de enfocar esa ayuda consiste en considerar la proporción del PNB que cada país consagró, toman-do en consideración el compromiso de destinar el 1,0% de éste y durante 1980 obtenemos el siguiente cuadro:

Emiratos Árabes 3,96%Kuwait 3,87%Arabia Saudita 3,36%Irak 2,19%Holanda 0,99%Noruega 0,82%Suecia 0,76%Dinamarca 0,72%Francia 0,62%Australia 0,48%Bélgica 0,48%Alemania Federal 0,43%Canadá 0,42%Gran Bretaña 0,34%Japón 0,32%Estados Unidos 0,27%Unión Soviética 0,14%Europa Oriental 0,06%

Cuando se considera con estupor que la deuda global de los países del Sur pasó de $66.000 millones, en 1970, a $760.000 millones en 1983, lo que podría qui-tarle el resuello a todo un convento de franciscanos,

Para el “Segundo Decenio del Desarrollo”, de 1971 a 1980, los países desarrollados asumieron, una vez más, el compromiso de transferir el 1,0% de su PNB respectivo a los países subdesarrollados y que casi tres cuartas partes de ese monto provendrían de los fondos públicos, complementando el resto de los fondos del sector privado.

Sin embargo, de 1970 a 1975, la APD correspondió apenas al 0,40% del PNB de los países avanzados y si se agregan los créditos otorgados en el sector pri-vado –menos filantrópicos, desde luego– el total de la ayuda llegó sólo al 0,70 del P.N.B. de esas naciones. Por su parte, la OPEP aportaba ya, en 1974, el 1,9% de su PNB, contribuyendo Arabia Saudita con el 31%, Kuwait con eI 17% e Irán con el 16% de la ayuda total de los países petroleros al Tercer Mundo, el cual ha sido du-ramente afectado por los aumentos en los procesos del oro negro.

Sin embargo, al final de ese decenio, la asistencia finan-ciera disminuyó ligeramente, debido a la crisis mundial y la APD otorgada por los principales países, en millo-nes de dólares, fue la siguiente para 1980:

Estados Unidos: 7.091Francia: 4.041Alemania Federal: 3.518Japón: 3.304Arabia Saudita: 3.000Gran Bretaña: 1.785Holanda: 1.577Kuwait: 1.577Emiratos Árabes Unidos: 1.100La Unión Soviética: 1.100Canadá: 1.036Suecia: 923Irak: 850Australia: 657

El cuadro anterior es elocuente y apenas cabe desta-car la contribución desproporcionadamente generosa de países como Holanda, Canadá, Suecia y Australia, si se toman en consideración las limitaciones de su po-blación, de su territorio o de su capacidad de produc-ción. Éstos cuatro países, con una población total de 60 millones de habitantes, aportaron, en ese año, un

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El Diálogo Norte – Sur y los Nuevos Amos del Planeta Rodrigo Madrigal Montealegre147

nos damos cuenta de que, en su mayoría, está consti-tuida por préstamos condicionados a la compra de ma-quinaria y equipos de los países que los otorgan, lo que estimula la economía de éstos.

Es importante destacar que, en 1980, se gastaron $550.000 millones en la fabricación de armamentos en el mundo, mientras la ayuda al desarrollo apenas alcanzó $35.000 millones, lo que demuestra el grado de irracionalidad con que se dirigen los destinos del planeta. Se reprime el impulso de generosidad, pero se atesoran los medios más apocalípticos de destrucción.

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Moscú, sin fuerza para impedirlo. Son los rusos quie-nes toman las decisiones medulares, ocupando los puestos claves y dejando a los musulmanes las posicio-nes ceremoniales y rituales. El Kremlin es el que con-trola la economía, la industria y la administración. Los beneficios –o plusvalía– son absorbidos, en gran parte, por el Estado metropolitano y, como “las naciones cautivas” de Occidente, son proveedores de materias primas, pero no baratas, son gratuitas, de la economía rusa. Michael Voslensky, autor de “La Nomenklatura”, confirma la situación de esos territorios que, como Canadá o Australia, han prosperado a la vez que han sido explotados y les confiere el estatus de semicolo-nias soviéticas.

En lo que se refiere a la segunda esfera, la de los países comunistas, la URSS perpetúa la política zarista de buscar salidas a los mares y que se ha denominado como la “política de las ventanas”, así como a ampliar su territorio. La ocupación de Europa Oriental le per-mitió cercenarle a “las democracias populares” y a Finlandia vastas porciones de tierra: la península de Kola, la Ucrania Subcarpática, parte de Besarabia, la Prusia Oriental, una porción mayor de Polonia que la que se había repartido con Hitler, además de anexar a los Países Bálticos. En total, un bocado de un millón de kilómetros cuadrados, equivalente a los territorios de España y Francia juntos.

Sin embargo, ha sido China, nación importante del Tercer Mundo, la única que se ha atrevido a reclamarle a la URSS la restitución de los territorios amputados por los zares. Pero, a pesar de negociaciones constan-temente suspendidas, la URSS se ha negado sistemáti-camente a restituírselos y se trata de una porción que

Durante sus años mozos, Clemenceau había militado en grupos de izquierda; al llegar al poder, ya maduro y moderado, le preguntaron qué pensaba del socialismo y ‘el Tigre” contestó: “Pienso lo mismo que antes, pero del otro lado de la barricada”. A la URSS le ha sucedido algo semejante. En 1917 era, paradójicamente, mitad colonial y mitad imperio y con la llegada de los bolche-viques reconquista su soberanía económica, pero con-tinúa la política hegemónica de los zares. En lo que se refiere a sus relaciones con el Tercer Mundo podemos distinguir tres esferas: una en el interior de su territo-rio; otra en el ámbito de las naciones comunistas y, una tercera, con las antiguas colonias occidentales.

Mientras otras naciones habían navegado, atravesando los mares, para conquistar a otros pueblos, los rusos lo hicieron marchando y nadie recogió mejor que Tols-toi el drama de esa conquista que heredaron los bol-cheviques en Asia Central: Kazakstán, Ouzbékistan, Uzbekistán, Turkmenistán, Tayikistán y Kirguizistán. En total, treinta y cinco millones de musulmanes de origen persa y turco que no recuperaron su indepen-dencia como Marruecos, Argelia, el Congo, Indochina o la India.

Estos pueblos forman parte de la federación y son ciu-dadanos soviéticos; se han beneficiado con el proceso de industrialización y gozan de un nivel de vida se-mejante al resto del país; además, han sufrido menos el flagelo del terror institucionalizado por Stalin, debido a la gran distancia que los separa del centro de poder moscovita.

Sin embargo, hay autores que señalan rasgos típicos del colonialismo. Son pueblos que continúan sometidos a

EL DIÁLOGO NORTE-SUR: LA URSS Y EL TERCER MUNDO

Publicado en Reflexiones Políticas Editorial Juricentro 1993 Páginas 258-262

LA NACIÓN, OPINIÓN/15A Sábado 3 de marzo de 1984

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El Diálogo Norte – Sur y los Nuevos Amos del Planeta Rodrigo Madrigal Montealegre149

le suspende los créditos, retira sus técnicos y le exige la cancelación inmediata de sus deudas. En el colmo de la indignación, Enver Hoxha les lanzó un fulminante anatema: “Nuestro único crimen consiste en ser un país pequeño y pobre, pero valiente en sus opiniones. Albania ha sufrido terremotos, inundaciones y una terrible sequía. No quedaban provisiones de trigo en nuestros depósitos más que para quince días… Pero las ratas soviéticas tenían comida, mientras el pueblo albanés se moría de hambre”. No murieron, afortunadamente, porque China les envió el trigo, comprado en Francia y les otorgó un préstamo de $125 millones; pero basta con escuchar Radio Tirana, en sus emisiones de onda corta, para constatar que el rencor y la amargura hacia los rusos perdura hasta nuestros días.

El resultado de la fraternal solidaridad entre las na-ciones socialistas se refleja en la enorme diferencia del nivel de vida que existe en el seno de una comunidad de países y que confirma, en el campo internacional, la elocuente reflexión de Stalin de que “la igualdad no es más que un prejuicio pequeño-burgués”; esto lo constata-mos en la enorme disparidad del PNB por habitante, en su equivalente en dólares que, en 1980, era la siguiente:

República Democrática Alemana 6.710 Hungría 3.630Checoslovaquia 5.430Yugoslavia 2.620URSS 4.200 Rumania 1930Bulgaria 3.850 China 290

La sorprendente falta de solidaridad entre regímenes que se inspiran supuestamente en ideales de igualdad y fraternidad se refleja, a su vez, en que la mayoría de estos países han tenido que recurrir al crédito de los bancos occidentales, alcanzando deudas que, en 1982, eran del siguiente orden: Polonia, $22.9 billones; Ru-mania, $12 billones; Hungría, $8 billones; Yugoslavia, $5 billones; Bulgaria, $2.5 billones.

En cuanto a los países del Tercer Mundo no comunis-ta, la URSS ha apoyado los movimientos nacionalistas,

los chinos calculan en dos millones y medio de kiló-metros cuadrados. Este ha sido uno de los motivos por los cuales China ha denunciado a la URSS como po-tencia hegemónica, así como de practicar el fascismo social, el chovinismo de gran potencia, el social-impe-rialismo, entre otros.

Otro de los reproches más graves es que siendo China un país subdesarrollado del Tercer Mundo y aliado de la URSS, sólo recibió de esta una ayuda dosificada con pinzas y cuentagotas. Apenas conquistó el poder, se reunió Mao con Stalin, en 1949, y le solicitó sólo $3.000 millones de ayuda fraternal, pero su frustración y su amargura se acentuaron cuando éste le ofreció apenas $60 millones anuales durante un lapso de cinco años, así como la constitución de dos “sociedades mixtas” en las que, más tarde, vió Mao una manifestación de explotación colonial, al igual que Tito, en la cual los países socialistas atrasados aportaban las riquezas mi-nerales, así como la mano de obra barata y los rusos la tecnología y la infraestructura.

Una efímera luna de miel se establece entre ambas na-ciones al morir Stalin, en 1953, en la que la URSS se compromete a financiar 156 proyectos industriales y, en 1958, ofrece instalar 47 fábricas adicionales. Pero, un año más tarde, se niega a brindarle la tecnología nu-clear que le había ofrecido a Pekín y, en 1960, Moscú suspende drásticamente toda la ayuda técnica, los cré-ditos, el suministro de materiales vitales y retira los 1.390 especialistas que se encontraban en China. Al igual que Tito en Yugoslavia, se negó Mao a aceptar esta forma de presión que se proponía, según él, a im-ponerle el trato subordinado y humillante de un país satélite colocado de rodillas y mantener a China débil y subdesarrollada para que no se convirtiera en una gran potencia y en una amenaza en sus fronteras, debido a los territorios en litigio, así como a la aspiración de Pekín de convertirse en líder de Asia, del Tercer Mundo y del movimiento comunista mundial.

Ese mismo año, en 1960, Albania, otro país socialista del Tercer Mundo, recibe con estupor la negativa de la URSS de despacharle alimentos que necesita urgente-mente, a la vez que, por discrepancias ideológicas, ésta

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El Diálogo Norte – Sur y los Nuevos Amos del Planeta Rodrigo Madrigal Montealegre150

aun cuando estos combatían a los camaradas, con el fin de erosionar el poderío de Occidente, particularmente en las regiones estratégicas más vulnerables y aprove-charon la torpeza y los errores que éste suele cometer en Asia, África y América Latina.

Pero aunque la ayuda de la URSS a países como India y Egipto fue importante en décadas pasadas, su ayuda al desarrollo del Tercer Mundo se ha reducido al 0,12% de su PNB y casi todo destinado a sus aliados de Ex-tremo Oriente y Cuba, mientras muchos países euro-peos aportan cerca del 1,0% del suyo. Mientras la URSS brindó $1.100 millones, en 1980, a los países pobres, lo mismo en Canadá, Holanda contribuyó con $1.577 mi-llones siendo una nación mucho más pequeña. No cabe duda de que ahora que ha ingresado al estrado de la opulencia, la URSS sigue pensando lo mismo del socia-lismo pero, al igual que Clemenceau, del otro lado de la barricada.

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se considera que ésta es insuficiente por sí sola y que debe ser acompañada por una reestructuración de toda la economía mundial, en la cual las naciones del Tercer Mundo participen activamente para garantizar condi-ciones más equitativas.

Estos reclaman que el Tercer Mundo constituye los dos tercios de la humanidad y que apenas consumen el 13% del producto bruto mundial; que apenas participan en un 25% del comercio internacional y que, dentro de esa proporción, la mitad está constituida por las exporta-ciones petroleras de la OPEP. Es decir, que la enorme mayoría de los países subdesarrollados participa, apenas, en un 12,5% en el comercio mundial, en el cual los dos tercios lo constituye el intercambio entre las naciones industrializadas de economía de mercado.

Parte del dilema consiste en que, para el Tercer Mundo, el comercio con los países industrializados es decisivo y vital, ya que el 72% de sus exportaciones está dirigi-do a esos mercados occidentales, de los cuales adquie-ren el 65% de sus importaciones. La queja principal de aquellos es que se intercambian productos primarios –es decir, agrícolas y minerales– a precios muy bajos y fluctuantes, contra productos manufacturados caros, los cuales constituyen apenas el 25% de las exportacio-nes de los países capitalistas industrializados, ya que el resto lo constituye el intercambio entre estos mismos.

Pero así como los países pobres dependen de la venta de sus productos primarios en los mercados industriales, a precios que consideran injustos, igualmente estos de-penden vitalmente de muchos de esos productos para alimentar el enorme y complejo aparato productivo que les permite ese prodigioso nivel de vida y de consumo.

Hace veinte años tuve ocasión de asistir, en la Uni-versidad de París, a una excelente disertación que nos brindó Josué de Castro, el famoso tratadista sobre el tema del subdesarrollo, quien inició exposición con estas modestas palabras: “En el siglo veinte ha habido dos grandes descubrimientos: la teoría de la relatividad de Einstein y el hambre en el mundo, que la descubrí yo”.

Veinte años más tarde leemos con estupor que ese fla-gelo, que descubrió el gran maestro de la FAO, azota a una población de 800 millones de personas en el Tercer Mundo y que, mientras en el mundo se han destinado cerca de $600.000 millones anuales a gastos milita-res, la ayuda a los países subdesarrollados corresponde apenas a un 5% de ese monto.

La civilización moderna, con ese prodigioso cúmulo de progreso tecnológico, ha llegado a una etapa tan de-mencial, como contrapartida, que si se utilizara apenas el 0,5% de esos gastos militares para dotar de maqui-naria agrícola a los países pobres, estos se bastarían a sí mismos para solucionar el problema de la desnutri-ción y el hambre. Con el costo de un tanque de guerra, calculado en un millón de dólares, se construirían mil aulas escolares para 30.000 niños. Si la inversión en un avión de combate, estimada en $20 millones, se destinara a fines pacíficos, se construirían 40.000 farmacias rurales. Lo que el mundo gasta durante doce horas en armamentos servirían para erradicar la ma-laria del planeta, la cual amenaza a mil millones de se- res humanos.

Sin embargo, si bien en las dos décadas anteriores se estimaba que era necesaria una ayuda monetaria de los países más avanzados a los más atrasados, actualmente

EL DIÁLOGO NORTE-SUR: UN DEBATE DE SORDOSLA NACIÓN/15A Lunes 5 de diciembre de 1983

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El Diálogo Norte – Sur y los Nuevos Amos del Planeta Rodrigo Madrigal Montealegre152

Otro de los asuntos más controversiales entre el Norte y el Sur ha sido el tema del deterioro de los términos de intercambio, en detrimento de estos países, los cuales sostienen que, a largo plazo, los precios de los artícu-los manufacturados aumentan en proporción mayor al precio de los productos primarios, lo que constituye un factor de estancamiento o un obstáculo al desarro-llo del Tercer Mundo, lo que generalmente se niegan a aceptar los países del Norte.

Otra de las reivindicaciones ha sido la transferencia de tecnología. La respuesta ha sido que ya se le ha trans-ferido bastante, que ésta implica una gran inversión y que puede ser adquirida mediante pago a las compa-ñías transnacionales. Otra ha sido la soberanía real e integral sobre sus propios recursos naturales, lo que implica una expropiación de inversiones elevadas y una reglamentación de las actividades de dichas corpora-ciones; esto, obviamente, ha dificultado enormemente el diálogo. Igualmente, ha sido un obstáculo la exigen-cia de estabilizar los precios de las materias primas y la de que las riquezas submarinas se conviertan en patri-monio de toda la humanidad.

El acento, a menudo, excesivamente antioccidental y las denuncias de neocolonialismo, con que ha sido planteado el Nuevo Orden Económico Internacional, han convertido el debate en un diálogo de sordos, en el que el Norte –tanto capitalista como comunista– pone oídos de mercader y es bien elocuente la negativa de la URSS a asistir a la reunión cumbre de Cancún, hace dos años, en que se plantearon esas reivindicaciones. Mientras tanto, los dioses de la guerra, como en La Ilíada, seguirán fabricando, a un costo insensato, las armas más apocalípticas, aplicando la ciencia de Eins-tein, a la vez que olvidan el gran descubrimiento de Josué de Castro.

Según del Club de Roma, por ejemplo, sólo los Estados Unidos consume la siguiente proporción de las prin-cipales materias primas que se producen anualmente: 63% del gas natural, 44% del carbón, 42% del aluminio, 40% del molibdeno, 38% del níquel, 33% del petróleo, 33% del cobre, 28% del hierro, el 25% del plomo, el 26% del oro, la plata y el zinc, el 24% del estaño y el mercu-rio, el 19% del cromo y el 14% del manganeso.

Lo anterior nos demuestra la vulnerabilidad de la ma-quinaria industrial y su dependencia de las fuentes mi-nerales del Tercer Mundo y el valor estratégico de éstas para Occidente. Sin embargo, es simplista identificar a aquel como proveedor de materias primas y a éste como abastecedor de productos industriales, ya que estos países avanzados participan, a su vez, en el 47% del comercio mundial de productos primarios, además de que sus exportaciones de productos manufactura-dos constituyen el 83% de todo el comercio mundial de este tipo de bienes. Sin embargo, en lo que se refiere a los minerales, los países subdesarrollados aportaron el 75% de los recursos colocados en el mercado inter-nacional, mientras que en los productos alimenticios, fueron los países avanzados de economía de mercado los principales exportadores e importadores.

Una de las tendencias importantes, en los años recien-tes, ha sido la de brindarle tratamiento industrial a las materias primas en los países tradicionalmente expor-tadores de esos recursos, a causa de la elevación en los costos de transporte y a la disposición de mano de obra a bajo costo. Esto ha contribuido a la industrialización de países que, como Brasil, han aumentado su depen-dencia en capital foráneo, pero se han beneficiado del valor agregado, convirtiéndose en esa categoría recien-te de naciones denominadas como “nuevos países in-dustrializados” (NPI). Sin embargo, son casos excep-cionales; se estima que, desde hace un cuarto de siglo, el Tercer Mundo participa apenas en un 7% de toda la producción industrial del mundo y sólo en un 7,4% en los últimos años de la década pasada. Igualmente, se ha constatado que la mitad de las exportaciones de los artículos industriales del Tercer Mundo provenían de cuatro países: Taiwán, Hong Kong, Singapur y Corea del Sur.

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53 por ciento de la riqueza nacional y ha transferido unos $250.000 millones del botín al exterior.

Si algunos de los denuestos le llegaron en inglés, pueden ser de los 45 millones de víctimas que dejó la “política del derrame” de Reagan, que flageló al 13 por ciento de los adultos y a un 20 por ciento de los niños en los EE UU. También pueden provenir de los 10 mi-llones de indigentes que dejó el anarcocapitalismo de la señora Thatcher, quien convirtió al Estado Benefactor en un minusválido en silla de ruedas. Muchas filípicas pueden provenir de la Unión Europea, donde el paso del capitalismo salvaje dejó un saldo de 50 millones de pobres y 18 millones de personas sin empleo.

Pero si los dicterios están escritos en lenguas ter-cermundistas, pueden proceder de los 3.000 millo-nes de personas –la mitad del género humano– que apenas sobreviven con un poco más de $1 al día, según Le Monde Diplomatique. Pero, según el mismo Banco Mundial, 1.200 millones de seres humanos sobreviven con $1 al día, mientras 2.800 millones apenas perciben $2 diarios.

Es tan grotesco y sideral el contraste mundial que, según la misma fuente, para eliminar el hambre del planeta sería suficiente invertir lo que, en el Primer Mundo, se gasta anualmente en perfumes o en hela-dos o, según la UNICEF, bastaría con destinar el 10 por ciento de lo que gastan los EUA en fuerzas armadas. Es igualmente dramático que la riqueza de algunas perso-nas sea mayor que la de muchas naciones y que las 225 fortunas más colosales del planeta equivalen al ingreso anual del 47 por ciento del total de esos seres famélicos.

Los apologistas del capitalismo salvaje profetizaron que el globalitarismo cumpliría la prometeica misión de erradicar la pobreza del mundo y hasta pronostica-ron –con eufórico triunfalismo y arrogante redentoris-mo– el utópico “final de la Historia”.

Con un poco de imaginación, pudieron atribuirle un designio providencial a su dogma invocando la frase irónica de Lincoln: “¡Dios debe querer mucho a los pobres, de otro modo no habría hecho tantos!”.

Uno de estos panegiristas se lamentaba como un llora-duelos, en esta misma página, haber recibido múltiples ofensas en su correo electrónico, a las que calificaba como “rabietas tercermundistas”. Pero olvidaba, en sus jeremiadas, que él mismo calificó de “idiotas” a quienes rechazaban su caduco menú ideológico.

Repudiamos los insultos y se nos ocurre que si esos agravios fueron redactados en español, pueden pro-ceder de los 200 millones de latinoamericanos, el 40 por ciento de la población, a los que la “mano invisi-ble” mantiene inmersos en la miseria, según el BID, o de los 20 millones “nuevos pobres” que, según la CEPAL, surgieron durante los dos últimos años del mi-lenio en Latinoamérica.

Si los improperios fueron escritos en el alfabeto cirí-lico, pueden provenir de los 31 millones de rusos que sufren bajo el umbral de la pobreza, según Pochinok, el ministro de Trabajo, por la adopción del capitalismo salvaje. Según otra fuente, mientras allí el 53 por ciento naufraga en la miseria, el 2 por ciento ha acaparado el

EL NEOMESIANISMOLA NACIÓN, OPINIÓN/15A Miércoles 25 de julio del 2001

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A pesar de que esas profecías pronosticaban un progre-so universal, en más de 70 países el ingreso por habi-tante es hoy inferior al que era hace 20 años. Además, el abismo de la polarización mundial se agrava y el PNUD revela que, mientras el 20 por ciento de la población más pobre era 30 veces en 1960, en 1995 la brecha se amplió hasta ser 82 veces más grande.

Esa polarización explica que, mientras el 20 por ciento de la población mundial disfruta del 80 por ciento de la riqueza mundial, en el extremo opuesto el 80 por ciento debe conformarse con el 20 por ciento restante. Para quienes naufragan en esa miseria tan dantesca, la “mano invisible” es una burla cruel; para quienes se oponen al saqueo de sus países y para los productores que sucumben en la ruina por la apertura, la globaliza-ción no es más que una vil patraña.

Pero toda esa indignación explica el origen de esa dia-triba y nos convence aún más a todos de que, según la movedora frase del Lincoln, los neoliberales aman mucho a los pobres ya que su darwinismo social cumple con el designio providencial de multiplicarlos, de otro modo no habría hecho tantos.

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encargará de establecer el equilibrio! ¡Dejad hacer, dejad pasar! ¡Entreguémosles a esas bienhechoras y cosmopoli-tas corporaciones nuestra soberanía, riquezas y mercados porque son nuestras redentoras! ¡Hemos alcanzado –como decía Leibnitz– el mejor de los mundos posibles!”. Tal vez tengan razón aunque la experiencia colonial demuestra lo contrario pero, a menudo, es más cómodo buscarse un amo que conquistar la libertad. El amo –a menudo– no es más que el complemento del esclavo.

Quizás tengan razón, pero creemos que, si bien la com-petencia ha sido uno de los motores de un progreso muy cuestionable, esos poderosos intereses económi-cos han promovido las guerras más crueles y devasta-doras, la última de las cuales fue la Guerra del Golfo. A su vez, el mito de la competitividad es desmentido por el dominio de los oligopolios; un pequeño grupo de enormes multinacionales controlan la explotación, la transformación y la distribución de las principales materias primas y los mercados mundiales. Si el estre-cho y omnipotente círculo formado por las “Siete Her-manas” que dominan el petróleo del mundo se reúnen muy a menudo, no es precisamente para interpretar el septeto en mi bemol mayor de Beethoven.

En cuanto al impacto de las multinacionales en los países del Tercer Mundo, algunos autores se preguntan si la ingenua visión del Global Shopping Center, donde la mayoría de sus clientes son famélicos, no es más que un alucinante espejismo que obnubila a sus panegiris-tas. El craso error consiste en concebir a las multina-cionales como un instrumento para impulsar el desa-rrollo de las naciones, cuando solo son utensilios para generar y maximizar utilidades, y no es su culpa si la

Cuando invocamos el nuevo orden mundial, recorda-mos aquella vieja copla: “Llegaron los sarracenos y nos molieron a palos. Dios ayuda a los malos, cuando son más que los buenos”.

Siempre condenamos y combatimos el totalitarismo, por la excesiva concentración de autoridad en una sola estructura de poder. Admitimos que toda forma de poder –militar, religioso, económico o social– tiende a una natural inclinación a la expansión, al abuso y a la corrupción. A su vez, constatamos que de los es-combros del Viejo Orden Mundial surgen gigantescas estructuras de poder económico más colosales que la mayoría de estados nacionales les imponen su ley de hierro, ya sea utilizando su propia fuerza, la de sus go-biernos y la de los organismos internacionales.

Según la sabia fórmula de Montesquieu “el poder de-tiene al poder”. Así, la vieja teoría de los frenos y los contrapesos asume que el legislativo contrarresta al ejecutivo, la oposición controla a los gobernantes, una nación poderosa sirve de contrapeso a otra potencia, los sindicatos a las empresas, así como la iglesia elimi-nó los excesos de los monarcas, gracias a sus armas espirituales. En el alba del Nuevo Desorden Mundial, nos atrevemos a preguntar: ¿Qué frenos y contrapesos existen para limitar a estas poderosas estructuras de poder? ¿Qué detendrá a ese nuevo poder, cuya ley es la expansión ciega, cuya moral es el éxito y cuya pales-tra es el planeta entero, cuando el Estado, protector y garante de la soberanía nacional, se ha vuelto dócil e impotente ante sus Diktat?

Mentes quiméricas exclaman, extasiadas, señalando el vacío: “¡Ella –la mano invisible y anquilosada– se

EL NUEVO DESORDEN INTERNACIONALRUMBO, Fumarolas Políticas/24 28 de febrero de 1995

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filantropía universal no constituye precisamente una de sus prioridades vitales.

Son mecanismos monstruosos y eficientes, pero ciegos y deshumanizados, que fueron diseñados para procu-rarle ganancias a sus acciones y no para competir en obras de caridad con los franciscanos y los carmelitas. Tampoco se encuentran en sus textos conceptos como el de patriotismo o el de libertad. Son apatriadas y no veneran banderas; fluyen hacia donde indique el sexto sentido de la oportunidad y no les importa atropellar libertades o soberanías, o ser socias y cómplices de las dictaduras. Difícilmente se puede repetir la frase de Coolidge: “Lo que es bueno para la General Motors, es bueno para los Estados Unidos”.

No nos proponemos lanzar anatemas contra ellos, sino constatar que no son instrumentos de desarrollo. El Estado tiene la irrenunciable misión de velar por el progreso, el bienestar, y la prosperidad de su nación. Pero exigirle lo mismo a las multinacionales es como pedirle piadosas lágrimas a un cocodrilo, porque sus objetivos son distintos a los del Estado. Consisten en sustraer materias primas, reclutar mano de obra efi-ciente al más bajo precio, evadir impuestos, repatriar utilidades y obtener las condiciones más favorables de inversión, sin importarles si las naciones se precipitan en la ruina. Uno de los méritos que se le atribuyen es el de aportar capitales pero, a menudo, utilizan el capi-tal nacional. Otro es el de aportar tecnología, pero éste suele convertirse en un secreto que no transfieren ni comparten con nadie.

Aunque quienes abordan este tema suelen ser amor-dazados, nuestro escepticismo nos aporta el caso de Japón, una nación que logró convertirse en una gran potencia, gracias a una orquestación de la economía por el Estado, con esfuerzo y dignidad. Pero, en otros lares, todo parece confirmar que Dios ayuda a los malos cuando son más que los buenos.

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impuestos a los más ricos para que invirtieran más y la espuela de la pobreza a los más menesterosos, para obligarlos a trabajar con brío. Toda esta filantrópica teología sirvió para legitimar la economía del derrame –“the trickle-down economics”– de Reagan según la cual, una vez que los sectores más opulentos acumularan más riqueza, ésta descendería hacía los estratos más pobres, supuestamente atraída por una prodigiosa, misteriosa e insólita fuerza de la gravedad, que desafía todas las leyes del universo.

El resultado de esa “economía de vudú”, como la bauti-zó el mismo Bush, consistió en que surgieron 52 billona-rios, unos 100 semibillonarios, 1.000 centimillonarios, 100.000 decamillonarios, 300.000 multimillonarios y una alta clase media, constituida por 1.000.000 de simples, humildes e insignificantes millonarios. A su vez, los salarios reales disminuyeron de $366 en 1972 a $312 en 1987. La clase media se redujo de un 65,1% en 1970 a un 58,2% y sufrió una movilidad descenden-te, al reducirse en 1.500.000 los cuadros de ejecutivos medios, mientras más de 30.000.000 de personas que-daron sumidas en la pobreza extrema.

Otro postulado liberal ha sido el de la apertura econó-mica que, en el pasado colonial, sirvió para consolidar una división del trabajo internacional asimétrica, des-leal y poco equitativa, ya que sólo sirvió para que las grandes potencias se industrializaran, mientras a los países avasallados se les asignaba el papel de suplidores de mano de obra barata y eran despojados de sus mer-cados y sus materias primas.

Paradójicamente, la primera nación que se sublevó contra ese sistema injusto de corte imperial, fueron

“Mientras la sociedad se encuentre fundada en la injusti-cia, la función de las leyes consistirá en defender la injus-ticia –decía el viejo diablo de Anatole France– y, entre más injustas sean éstas, más respetables parecerán”.

Habíamos mencionado que el Tercer Mundo fué la principal víctima del Anterior Orden Internacional, marcado por la Guerra Fría, con un saldo de 17 millo-nes de muertos en las 127 guerras desatadas desde 1945, por la lucha entre los dos grandes bloques por dominar el mundo y apoderarse de los recursos de las naciones subdesarrolladas. Apenas se benefició, gracias a una subasta en la que apenas obtuvo una leve asistencia económica –muy condicionada, entregada con pinzas y cuentagotas y repartida según la importancia estra-tégica de los beneficiarios, que nunca alcanzó el 1% del PIB de los países ricos, acordado en la ONU–, salvo la vertida generosamente por los países nórdicos.

A su vez, el Nuevo Orden Internacional resucita el so-cialdarwinismo manchesteriano del siglo XIX, según el cual sólo a los más aptos y poderosos les asiste el derecho a sobrevivir. Este se ha inspirado en el postu-lado liberal del laissez-faire, laissez-passer y en el pen-samiento de autores ultraderechistas, como William Graham Sumner, quien sostenía que los millonarios eran el resultado de la selección natural, o como Bruce Barton, quien llegó a sostener que Jesucristo había sido el primer gran agente vendedor, porque logró promo-ver una organización empresarial que había conquis-tado el mundo.

Más recientemente, George Gilder se convirtió en el más noble apóstol de éste nuevo orden económico, al recomendar dos tipos de incentivos: la reducción de los

EL NUEVO ORDEN SELVÁTICO17 de enero de 1995RUMBO, Fumarolas Políticas/24

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los EUA durante su lucha por la independencia y en la Guerra de Secesión, cuando el Norte que se indus-trializaba y pregonaba el proteccionismo venció al Sur agrícola, rural, agroexportador y esclavista, que se afe-rraba al librecambismo y a su pobreza, por temor a las represalias de su clientela británica.

El ejemplo más dramático es el de Chile, bajo la dicta-dura de Pinochet y de los Chicago Boys, esos paladines de la libertad, en que la desgravación arancelaria pro-vocó una “masacre empresarial” –con el beneplácito de los poderosos organismos internacionales, que le otorgaron más de $5.000 millones en recompensa– en la que se arruinaron millares de empresas nacionales, la producción industrial se redujo en un 28% y el poder adquisitivo de la clase trabajadora se contrajo a un 40%, por lo que esa pobreza aún perdura y se entregó la economía al capital extranjero.

Sin embargo, el modelo de Pinochet ha sido postula-do por los liberales y los organismos internacionales, como el paradigma que debe ser impuesto en América Latina, aunque es muy obvio que obedece a los manda-tos e imperativos de los poderosos intereses mundia-les, en su afán de apoderarse de nuestras economías. Por un lado, obligan a nuestras naciones débiles, que apenas han iniciado su industrialización, a abrir sus mercados y a competir con sus multinacionales, que llevan varios siglos de ventaja en acumulación de capi-tal y de tecnología. Por el otro, ellos imponen obstácu-los arancelarios que impiden el acceso de los productos de esos países a sus mercados.

Esta nueva imposición de las leyes de la selva equivale a una regresión al viejo pacto colonial pero reciclado, condenando nuevamente al Tercer Mundo a ser des-pojado de sus materias primas y a ser el mercado de sus productos manufacturados, por lo que quedaremos atrapados en el eterno círculo del subdesarrollo. Pero todo parece confirmar que cuanto más injustas sean esas leyes de la jungla, más respetables parecerán.

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El reciente artículo de Montaner, en el que califica de ‘idiotas’ –en forma gratuita, olímpica y paladina– a todos aquellos que no piensan como él y que no com-parten su fanatismo por el capitalismo salvaje, nos confirma la sabia e irónica frase de Pascal: “No hay nada mejor repartido que la inteligencia, la prueba es que todo el mundo está satisfecho con la suya”.

Ya que ante el universo entero se erige como un pavo real –que se autoconfiere títulos de nobleza intelectual, credenciales de genialidad y tufillos de eminencia gris, sería justo proclamarlo, como a Federico II, el stupor mundi del siglo XX, y colocarlo en un pedestal para que todos los humildes mortales de carne y hueso, simples iconoclastas que no aceptamos ya más dogmatismos fanáticos y estafas ideológicas de la más dudosa estir-pe, podamos admirar su fe de carbonero.

Sin embargo, quien se precipita con tanta autoindul-gencia en una pedantería tan histriónica, debería recor-dar la advertencia de aquel humorista de que “el amor es ciego, pero los vecinos no”, ya que semejante sobredo-sis de egolatría y narcisismo son un atentado contra el pudor y un puntapié a la inteligencia. Aún para el que se atribuya vocingleramente a sí mismo una mente pri-vilegiada, es cierto que el movimiento se demuestra andando. Pero, en casos como estos, cabe recordar el viejo adagio de que ‘lo que natura non da, Salamanca non presta’ y el refrán de ‘dime de qué presumes y te diré de qué careces’.

Descalificar al adversario de un plumazo con el insulto e intimidarlo con un estigma equivale a una extorsión y es un método que, además de caduco, poco ingenioso y nada original, sigue resultando soez, burdo, torpe y

digno de palurdos y mediocres que demuestran que, a falta de argumentos sólidos, solo les queda el recurso de la ofensa, lo que es impropio de una pluma de tantas campanillas como se le reconocía al señor Montaner.

Lamentablemente, ese trillado recurso de terrorismo ideológico que consiste en afirmar que el que no está conmigo está contra mí y que, por lo tanto, queda con-denado a ser un imbécil, ha sido la tenebrosa patente de corso de todas las formas de dogmatismo fanático, de las viejas satrapías, de las clásicas tiranías, del despo-tismo brutal y de las dictaduras totalitarias que tanta secuela de intolerancia, dolor, sangre y devastación han dejado en el mundo.

En este caso, posiblemente delata y anuncia ya esa nueva forma de terror totalitario, inaugurado durante la ‘dictadura neoliberal’ de Pinochet que, mediante la horca y el cuchillo, elimina toda disidencia, todo aná-lisis crítico y se convierte en la negación misma de la mente, el patrimonio más sublime del ser humano y desempolvado, para engendrar precisamente idiotas sumisos y obedientes a los nuevos amos de turno en el mundo.

Fue utilizado por los romanos, que condenaban a los rebeldes a la crucifixión. Fue imitada por la Santa In-quisición, que condenaba a la muerte dolorosa y des-piadada de hoguera a quienes no repetían ciegamen-te sus preceptos. Hitler, a su vez, comenzó quemando libros y decidiendo quienes pertenecían a la raza su-perior y quienes formaban parte de las naciones cons-tituidas por idiotas, hasta que su obsesión culminó con la muerte de millones de seres humanos en los hornos crematorios.

EL TERRORISMO IDEOLÓGICOLA NACIÓN, OPINIÓN/15A Domingo 2 de junio de 1996

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negaban a participar en las discusiones, es decir, los su-misos y los conformistas que obedecían sin cuestionar nada, dejando que otros decidieran por ellos.

Por lo tanto, contrario a lo que insinúa este pintoresco oráculo del intelecto, según los atenienses sería idiota el que se niega a pensar, el que tiene miedo a disentir, el que se abstiene de proclamar su sentido crítico y, sobre todo, aquel que se doblega acuciosa y servilmente para legitimar, con sofismas la causa de quienes imponen su

código de fuerza en el mundo y la ley de la garra y el colmillo del darwinis-mo social, la última de las grandes es-tafas ideológica del siglo XX, después del fascismo y del socialismo real.

Lo más insólito y folclórico de esa fantasiosa farsa es que, de acuerdo con sus parámetros, la lista de este nuevo Savonarola debe estar encabe-

zada por el Santo Papa quien –a pesar de ser el más anticomunista y el menos progresista de todos los pon-tífices desde Pío IX– denunció y condenó, junto con la alta jerarquía eclesiástica, lo que él mismo calificó como el “capitalismo salvaje”. Detrás irán connotados intelectuales de todo el mundo que, para sustentar sus íntimas convicciones, utilizan argumentos sólidos en lugar de recurrir a los insultos burdos, ordinarios y soeces.

Más atrás, en esa inconmensurable Corte de los Mila-gros, marchará esa masiva y grotesca legión de miles de millones de víctimas idiotizadas por un sistema injusto y brutal, que han quedado descerebrados por la miseria, la ignorancia y la desnutrición que provoca el Nuevo Desorden Económico Mundial, cuyos países han sido saqueados sistemáticamente durante siglos y que ahora son colocados de rodillas para obligarlos a amortizar una deuda externa que no pueden pagar, si no es mediante el sacrificio, el hambre y la miseria de sus pueblos gracias a la aplicación de un dogmatismo despiadado, deshumanizado y brutal.

Fue también el método utilizado por Stalin, para quien el que no obedecía sumisamente sus dictados era un enemigo de la clase obrera, ergo un demente, un ene-migo del género humano y traidor a la patria del socia-lismo, por lo que debía ser exterminado o internado en un manicomio. Ese mismo método de terror ideológico fue igualmente implantado en los EE UU por el macar-tismo, en el inicio de la Guerra Fría, el cual condenaba como antiamericano –y, por ende, comunista– a todo aquel que tuviera crítica y progresista, sacrificando a millares de víctimas inocentes.

Ahora, en el umbral del siglo XXI, sólo nos faltaba que, como juez supremo del cociente intelectual de la huma-nidad entera, elevado en su augusto pedestal y arrebatándole el don de la infalibilidad al Papa, se erija el Sumo Pontífice de esta alegre mascarada de la materia gris quien, con el ademán magnánimo de un perdonavidas, determina quiénes son los buenos y los malos y, desde su palco imperial de circo romano decide, con el gesto de un Calígula de carnaval, quién es un auténtico imbécil y quien debe integrar la élite privilegiada de la eminencia gris.

Así, quedarán condenados a llevar el ignominioso inri que conduce a la crucifixión intelectual quienes –como Galileo– se atrevan a denunciar, negar y refutar su versión color de rosa, a lo Corín Tellado, según la cual quienes han avasallado y saqueado al Tercer Mundo ha sido la contemplativa orden de los cartujos, que es un monasterio de piadosos franciscanos el que nos aplica una filantrópica y generosa globalización y que quienes nos imponen la economía de vudú y los programas de ajuste estructural no son más que los altruistas miem-bros de una filial del Ejército de Salvación.

Pero, curiosamente, los atenienses distinguían, por un lado, a los polites, que eran los ciudadanos libres y pen-santes que participaban activamente en la Asamblea con espíritu crítico y un digno sentido de la soberanía, confiriéndole vida a la democracia directa y, por el otro, a los idiotes, que eran los ciudadanos inactivos que se

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En esa procesión marchamos modestamente los que repudiamos el insulto y que no queremos que nuestros países se precipiten en el malinchismo y el entreguis-mo que los convertiría en la réplica de aquella Cuba batistiana –que tanto debe añorar Montaner– en la que casi la totalidad del cultivo y de la industria, tanto de la caña como del tabaco estaba en manos de unas transnacionales, mientras la actividad del turismo, de los casinos, de la droga y de la prostitución era la Cosa Nostra de la mafia de los Chicago boys de aquel enton-ces, los Dillingers y los Al Capones, lo que facilitó la dic-tadura totalitaria de Fidel Castro.

A pesar de su nostalgia, nos negamos a ser arrastrados hacia un maniqueísmo que, por repudiar la extrema izquierda, legitima con intransigencia, dogmatismo y fanatismo a su antípoda, la derecha extrema y darwi-niana. Pero le aconsejamos a Montaner, que no ensucie páginas que merecen respeto con insultos de tan bajo linaje y que, en su impenitente afán de ostentar vocin-gleramente que está muy satisfecho con su inteligencia, no cometa, en un país culto como el nuestro, el burdo error de subestimar la inteligencia de los lectores.

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seducción de las masas. Aquel hombrecillo insigni-ficante fanatizó hasta el delirio a la nación más culta de Europa en una quimera demencial de conquista apocalíptica, mientras sus tropas de asalto desfilaban como dioses de la guerra y oíamos decir que el Führer conquistaría al mundo, que seríamos sus vasallos y que había que aprender el alemán. Pocos años después contemplamos las ruinas de su Cancillería, en Berlín. donde se había suicidado en medio de aquel apocalip-sis y su figura apoteósica quedó reducida a una ridícula figura de infernal misantropía y megalomanía.

En Rusia, el camarada Stalin se había apoderado del poder, eliminando sistemáticamente a todos sus com-pañeros, mediante sangrientas purgas que diezmaron la élite comunista y convertía a un país atrasado en una gran potencia industrial, utilizando métodos de terror y de incentivos ideológicos. Pero, poco después de firmar un pacto con Hitler, repartiéndose a Europa oriental, éste invadió, devastó y coinvirtió a la URSS en un infierno de sangre y fuego. Sin embargo, el espí-ritu heróico del pueblo ruso salvó a la humanidad del nazismo y el imperio ruso se convirtió en la potencia dominante de otro imperio externo y nosotros escu-chábamos que había que prepararse y aprender el ruso.

Sin embargo, poco después, Mao se apoderó de China y, aplicando los métodos de su ídolo Stalin, emprendió la implantación de un comunismo duro y puro, con la fundación de las comunas y la revolución cultural, mientras se convertía en uno de los grandes ídolos de los países del Tercer Mundo, en su lucha de emanci-pación del colonialismo occidental. Ésta nación pau-pérrima era la única gran potencia que le concedía a las nuevas naciones generosos créditos sin cobrar

“Yo quisiera detenerme en una esquina, alargar la mano y rogarle a los que pasan que sólo me regalen todo el tiempo que han perdido”, exclamó alguien que apreciaba el valor del tiempo.

Como esta es una época propicia para que los que pei-namos unas abundantes canas, en el otoño de la vida, meditemos sobre el pasado y el futuro, echemos una mirada retrospectiva hacia ese proceso de la acelera-ción de la historia en este convulsionado siglo de las tinieblas, por contraste con el de las luces.

Cuando nací, el mundo occidental se debatía en la te-rrible crisis que se inició en 1929 por un liberalismo manchesteriano que provocó la parálisis, la bancarrota y el desempleo. En los EUA, Roosevelt asumía el poder y los empresarios fueron los primeros en rogarle que el Estado interviniera activamente para rescatar el ca-pitalismo del abismo. La Corte Suprema saboteaba su labor con leguleyadas, la extrema derecha lo acusaba de ser un pseudocomunista y yo escuchaba que el capi-talismo sucumbiría y que debía aprender el castellano.

Il Duce se pavoneaba desde hacía una década exhibien-do su Estado fascista al que designaba para resucitar al viejo imperio romano de sus escombros milenarios, es-cuchaba que el fascismo triunfaría en Europa y, enton-ces, escuchábamos que había que aprender el italiano, pero años después contemplamos su cadáver colgando grotescamente de un gancho de carnicería, en Milán, y quienes lo idolatraban, ahora lo escupían.

Simultáneamente, Hitler asumía el poder gracias a los sectores empresariales, al ejército y a su carismática

EL TIEMPO FUGAZ10 de enero de 1995RUMBO, Fumarolas Políticas/32

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intereses y escuchábamos que había que leer el Libro Rojo y aprender el chino.

Mientras tanto, los EUA surgía como la gran potencia que orquestaba la política y la diplomacia occidental. La Segunda Guerra Mundial había debilitado a sus rivales, había estimulado su economía y se había convertido en el mayor acreedor del mundo. Había implantado el Estado Benefactor, gracias a la política progresista del partido Demócrata. Se nos decía que había que prac-ticar el intervencionismo estatal, la justicia social y aprender el idioma norteamericano.

Entonces, se desarrolló la Guerra Fría, con su secuela de maniqueísmo ideológico y hegemónico entre las dos grandes superpotencias. El Tercer Mundo se convirtió en el campo de batalla en el que se enfrentaron y se nos decía que, en estos países, había que implantar dic-taduras para defender la libertad. Que nuestros países tenían que permanecer subdesarrollados, porque cual-quier reforma estructural conduciría al comunismo y era contrario al espíritu de la libre empresa, por lo que buena parte de América Latina quedó petrificada en el estancamiento y el despotismo.

Mientras tanto, Japón y Alemania, que habían sido los villanos de la pieza en la Segunda Guerra Mundial, re-cibieron una cuantiosa ayuda material y se les prohibió mantener fuerzas armadas. Esto, junto a su gran espí-ritu de superación, contribuyó a que las dos naciones derrotadas alcanzaron lo que no habían logrado por la fuerza. Ahora, Alemania se erige como la nación preponderante en la Comunidad Europea y Japón se perfila como la segunda potencia económica mundial y extiende su hegemonía por el Pacífico. Ahora se nos dice que hay que aprender el idioma japonés y que en, aras de la libre empresa, debemos renunciar a la idea absurda del Estado Benefactor, al progreso social y a la soberanía nacional en beneficio de las grandes corpo-raciones, que así lo exigen.

Entonces se pregunta uno cuántas lenguas habría aprendido y cuánto se habría recogido, con tanto tiempo perdido tan absurdamente, exclamando: Tempus fugit!

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faraónicos monumentos, acueductos, canales y cami-nos que aún perduran como testimonio alucinante del látigo y del genio.

Con el transcurso del tiempo, el hombre pone a su ser-vicio otras fuentes animadas de energía, que son los animales que domestica y cuyo vigor equivale a mul-tiplicar su propia fuerza. Así mismo utiliza fuerzas ciegas e inanimadas, como el agua y el viento para im-pulsar sus naves y sus molinos, con la ventaja de que son recurrentes e inagotables.

Es en tiempos muy recientes que el progreso –ese Dios moderno– permite la movilización y la utilización masiva de enormes fuentes de energía que yacían dis-ponibles en las entrañas del planeta, como si estuvieran esperando el momento en que la facultad imaginativa y creadora del homo faber de nuestros días, encontra-ra alguna aplicación práctica para su propio servicio y bienestar.

La ciencia y la tecnología, como lo ha dicho un gran pensador, ha permitido “acelerar la historia”, antaño había que esperar años o siglos hasta que naciera uno de esos sabios excéntricos y lograra descubrir alguna nueva técnica que revolucionara la ciencia y la vida del hombre. A veces era hasta una herejía de mal tono ¿tono? salir con algo nuevo y todos recordamos que, más de uno, por quemarse las pestañas descubriendo cosas nuevas, arriesgó terminar con quemárselas en la hoguera, como fue el caso de Galileo.

Ahora, esos remotos discípulos de los astrólogos y de los alquimistas proliferan y hasta se les remunera

Cuenta la leyenda griega que los dioses del Olimpo tenían el siniestro designio de acabar con el género humano y crear una raza nueva. Pero Prometeo, el Dios noble y bondadoso, se apiada de los mortales y elabora una estratagema para salvarlos: roba fuego del sol y se lo entrega a los hombres, inculcando, a la vez en ellos, el germen de la civilización.

El hombre, hasta nuestros días, derivará enormes ven-tajas de esa forma de combustión de recursos energé-ticos que simboliza el fuego. Algunos antropólogos, por ejemplo, plantearon la hipótesis de que el poder suavizar en una hoguera el fruto de la caza, permitió una menor presión muscular en la bóveda craneal del hombre primitivo; esto facilitó una expansión de la ca-vidad cerebral y, a su vez, un mayor desarrollo de la inteligencia de nuestros lejanos antepasados.

Todos sabemos, igualmente, que es la candente expan-sión de los gases, provocada por la combustión explo-siva en el seno del motor, lo que permite que el remoto descendiente del pithecanhtropus erectus se precipite vertiginosamente, como un alegre suicida, por las as-faltadas veredas del mundo moderno.

En su penoso esfuerzo por vencer a la naturaleza, el hombre utilizó también, durante milenios, fuentes animadas de energía. Usa, en primer lugar, su propia fuerza muscular; luego la guerra pone a su disposición a los esclavos cautivos, lo que permite a una mino-ría liberarse de los esfuerzos más penosos, logrando, gracias al ocio, que surjan la ciencia, el arte y formas más elaboradas de pensamiento. Es esa brutal división del trabajo lo que permitirá la construcción de esos

LA CRISIS ENERGÉTICA (I): LAS FUENTES PRIMARIAS

Publicado en Reflexiones Políticas Editorial Juricentro 1993 Páginas 263-366

LA NACIÓN, OPINIÓN/15A 22 de marzo de 1974

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El Diálogo Norte – Sur y los Nuevos Amos del Planeta Rodrigo Madrigal Montealegre165

o el cuatro por ciento de su producto nacional en inves-tigación tecnológica y científica.

Todo esto es, obviamente, prodigioso. Sin embargo, nos dicen los pesimistas que esta fastuosa prosperidad y este espléndido despilfarro reposan sobre un arco de bóveda frágil y precario, representado por fuentes de energía que se agotan vertiginosamente. Tomando en consideración el acelerado ritmo de consumo, muchos de estos recursos, que son el producto de un lento y prolongado proceso geológico que tomó millones de años en fosilizarse, derivados de la energía solar, se vo-latilizan con la mayor frivolidad en el corto plazo de unas pocas generaciones.

Muchos pensarán que los dioses hicieron bien en casti-gar al rebelde Prometeo, encadenándolo a perpetuidad en una roca del Cáucaso, por haber puesto en las irres-ponsables manos de los sensatos mortales las llaves de tanta devastación de la naturaleza.

equitativamente. Se estima que, si suman todos los científicos en la historia, el noventa por ciento vive aún.

Esto explica que, en cuestión de pocas generaciones, la energía mineral y la fuerza mecánica han reemplazado el débil y penoso trabajo muscular. Para hacer navegar un barco moderno, ya no es necesario azotar las espal-das de los reos, como Jean Veljean, ya que una caldera hace el trabajo de mil galeotes; de igual modo, en lugar de millares de esclavos. De igual forma, los faraones de nuestro tiempo pueden utilizar la fuerza de unos cuan-tos tractores para hacer sus fastuosos monumentos, en lugar de movilizar a toda una nación.

De esta manera, el progreso permite que descanse el músculo y trabaje la mente. Antes –escribía Jean Fou-rastié, ese idólatra del progreso como lo fue Condorcet, quien murió en la guillotina por optimista– se planeaba en un mes lo que se tardaba en construir un año, ahora se planifica durante un año lo que se construye en un mes.

En este sentido, las estadísticas son elocuentes. Se cal-cula que hace cien años, el noventa y cinco por ciento de la energía utilizada provenía del trabajo físico y del esfuerzo muscular del hombre y de los animales; ac-tualmente, en los países industrializados más del no-venta por ciento de la energía movilizada proviene de los combustibles minerales.

Esto, afirman algunos teóricos, significa una extraor-dinaria liberación del hombre moderno que permite un bienestar generalizado, con base en un mínimo esfuer-zo, mayores ingresos y un aumento del consumo global. La clave del secreto consiste en elevar la productividad y en reemplazar el látigo por las débiles pulsaciones de un cerebro electrónico.

En este sentido, se ha llegado a establecer la equivalen-cia de la energía utilizada en provecho de una comuni-dad en “esclavos mecánicos”. Así se logró establecer un promedio según el cual los países más avanzados con-tarían hasta con cien de estos sumisos servidores por habitante. No es de extrañar, por lo tanto, que sean, precisamente esos países, los que destinen hasta el tres

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año en millones de megawatts por hora, notamos el cre-cimiento espectacular de éste en el corto plazo de un siglo, ya que se estima en cerca de un millón en 1860 y alcanza a más de veinte millones en el momento actual.

Es sabido que el carbón marcó la rudimentaria civiliza-ción industrial del siglo diecinueve, gracias a la máqui-na de vapor y todavía, en 1900, el carbón dominaba la escena energética del mundo industrial. Sin embargo, la técnica de nuestro siglo ha significado su desplaza-miento por otras fuentes de energía, tales como el pe-tróleo y parcialmente por el gas natural, por la energía hidroeléctrica y la nuclear, constituyendo el carbón apenas cerca de un tercio de toda la energía utilizada en la actualidad.

Sin embargo, si bien las reservas de carbón darían abasto para el consumo futuro de miles de años, no sucede lo mismo con los yacimientos de petróleo ya detectados, los cuales darían abasto para el consumo de unas pocas décadas, dado el incremento de su con-sumo, que pasó de tres mil toneladas hace cien años a más de dos mil millones en el momento actual y si bien cada día aparecen nuevos yacimientos, éstos se agota-rían vertiginosamente.

Utilizado por los fenicios para sellar sus embarcacio-nes, por los babilonios en la construcción de sus mura-llas y por los egipcios para embalsamar a sus momias, el petro oleum de los griegos era ya conocido por los in-dígenas de América con el nombre de mene o chapopote y ya, en 1540, un barril fue enviado como una curiosi-dad a los reyes de España.

Prometeo no pudo prever que la ciencia que había in-culcado en los hombres conduciría a una devastación de valiosos recursos del planeta. La consecuencia ha sido el agotamiento inminente de las fuentes de ener-gía tradicionales, amenazando las bases mismas de nuestra civilización.

Si anteriormente las fuentes de energía utilizadas eran recurrentes o inagotables, se estima que, en la actuali-dad, más del noventa por ciento de los recursos energé-ticos utilizados son irrecuperables y nos damos cuenta del papel que juegan en la vida moderna cuando se nos revela que su valor, en el mercado, es tres veces mayor que el de todos los otros minerales extraídos.

Es decir, que el costo de las tres principales fuentes de energía, –el petróleo, el carbón y el gas natural– cons-tituye cerca del setenta y cinco por ciento del costo de la totalidad de los recursos movilizados actualmente por el hombre. La otra cuarta parte restante estaría constituida por el resto de los minerales, incluyendo el hierro, el cobre, el aluminio, el estaño, los fosfatos, el oro, etc.

Hace mucho habíamos descrito la forma en que muchos de estos minerales se agotan vertiginosamente. Si bien el problema es menos grave en relación con la energía, en cuanto a muchos otros recursos, se considera que si el consumo de los tres mil millones de personas que pueblan el planeta actualmente alcanzara el mismo nivel de los países más avanzados, su agotamiento total sería casi inmediato.

En lo que se refiere a la energía propiamente, si se esta-blece la equivalencia del consumo mundial durante un

LA CRISIS ENERGÉTICA (II): LAS FUENTES ACTUALES

Publicado en Reflexiones Políticas Editorial Juricentro 1993 Páginas 267-270

LA NACIÓN, OPINIÓN/15A 25 de marzo de 1974

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El Diálogo Norte – Sur y los Nuevos Amos del Planeta Rodrigo Madrigal Montealegre167

la técnica –gracias a la proliferación de inventos e in-novaciones–, por un lado, y la limitación que impone la restringida disponibilidad de los recursos, por el otro. Los seres predilectos de Prometeo tienen una capaci-dad ilimitada de reproducir sus necesidades hasta el infinito, así como de descubrir extraordinarios medios tecnológicos, sus limitaciones, desafortunadamente, se encuentran en la eventual escasez de los recursos, que se agotan vertiginosamente.

El motor de explosión va a convertir a este codiciado elemento en el “oro negro” que ha enriquecido a más de una tribu nómada de beduinos, que ha dado nacimien-to a enormes consorcios internacionales y que ha sido la fuerza invisible que ha movido a más de una pieza en el poderoso ajedrez de la política internacional.

Otra de las características fundamentales del petróleo es la forma caprichosa en que se encuentra distribuido en el planeta y su excesiva concentración en zonas muy limitadas. Así, más del sesenta por ciento de las reser-vas conocidas actualmente, se encuentran en el Medio Oriente, mientras que, en el otro extremo, Europa Oc-cidental carece casi totalmente de este recurso.

Si el consumo actual es de dos mil millones de tonela-das anuales, se estima que, dentro de diez años, llegará a cinco mil millones anuales y que el Oriente Medio será el proveedor de la mitad, por lo que la posesión o el monopolio de ese líquido espeso y viscoso implica-ría un poder potencial semejante al que ejerció España –gracias al control del oro metálico, opina un comen-tarista de “Le Monde”– y es revelador que, cuando la Gran Bretaña se hallaba en el paroxismo de su poderío imperial, controlaba apenas el veinte por ciento de la energía del mundo.

Otro rasgo importante estriba en que el petróleo es uno de los raros recursos que disponen algunos de los países subdesarrollados, de los que las naciones indus-trializadas no pueden prescindir, lo que explica esa es-pecie de chantaje que los países de la OPEP han ejerci-do recientemente ya que, sin éste, casi todo el complejo industrial de los países avanzados se vería paralizado.

Otro aspecto importante y grave, sin duda, es que, si bien el petróleo puede ser sustituido como fuente de energía, no lo sería fácilmente como materia prima in-dustrial, ya que una enorme cantidad de sus derivados se utilizan en las industrias de una multitud de produc-tos sintéticos.

Lo extraordinario de la maravillosa aventura técnica y científica del hombre moderno es la relación inversa que parece darse entre las posibilidades ilimitadas de

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tierra durante millones de años y se estima que el calor que se percibe del sol en una centésima parte del terri-torio de un continente como Europa, equivale a todo su consumo de electricidad en ese momento dado.

El problema de esta inagotable fuente de energía solar consiste, precisamente, en la dificultad de su captación, en su concentración, así como en su almacenamien-to, dada la forma tan dispersa y diluida en que llega a la tierra. Sin embargo, se ha previsto la posibilidad de captarla gracias a enormes satélites que, en forma de rayos concentrados, la proyecten hacia la tierra, así como su eventual utilización en los países tropicales, donde abunda y es más intensa.

Otra posibilidad contemplada consiste en generalizar la instalación de centrales nucleares y la concentración de varios “nuplex” o complejos industriales y conglo-merados urbanos que se nutran de energía atómica. Sin embargo, las instalaciones actuales representan apenas el uno o dos por ciento de toda la energía consumida por los países más avanzados y su tecnología es inci-piente y aún peligrosa. A pesar de todo, se estima que, dentro de un par de siglos, el uranio y el torio constitui-rán la principal fuente energética, mientras el petróleo, a su vez, llegaría a ser desplazado casi totalmente por el carbón como recurso secundario.

Una tercera posibilidad que se contempla es la de uti-lizar el hidrógeno, recurriendo al agua como fuente de extracción, gracias al proceso de electrólisis que per-mitiría su utilización masiva. Sin embargo, el problema actual consiste en lograr la fusión controlada y su utili-zación para fines pacíficos.

Esquilo nos describe cómo fue castigado Prometeo por haber querido socorrer y ennoblecer a los hombres, despreciados por los otros dioses. Pero en uno de esos párrafos sobrios y conmovedores, nos revela que aquel dios generoso había hecho otra concesión a los morta-les: “Hice habitar en ellos la ciega esperanza”.

Si bien numerosos recursos parecen condenados a ex-tinguirse –en lo que se refiere a las fuentes actuales de energía– cabe la esperanza de que la prodigiosa mente del homo sapiens descubra los dispositivos técnicos para movilizar otras fuentes casi inagotables que lo rodean.

La mano del pianista que golpea el teclado es una forma de energía muscular, que se convierte en otra forma, la acústica, que nos reproduce el “Claro de Luna”, que fue el producto de otra forma de energía, la de la mente de un atormentado y genial compositor. A su vez, las notas de la sonata pueden ser proyectadas al espacio y ser reproducidas en un aparato de radio, gracias a la energía que la transforma y la amplifica para el deleite de cualquier melómano a miles de leguas de distancia.

Así como cada uno de nosotros utiliza una enorme variedad de formas de energía –en la calefacción, en el transporte, en motores, en nuestro cuerpo, en la lluvia y en el viento o en el rayo que nos fulmina– así igualmente el ser humano está rodeado de numerosas formas y fuentes de energía.

Se estima, por ejemplo, que la débil proporción de la energía solar que recoge nuestro planeta en el trans-curso de tres días, equivale a la totalidad de los re-cursos energéticos almacenados en las entrañas de la

LA CRISIS ENERGÉTICA (III): LAS FUENTES FUTURAS

Publicado en Reflexiones Políticas Editorial Juricentro 1993 Páginas 271-274

LA NACIÓN, OPINIÓN/15A 28 de marzo de 1974

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El Diálogo Norte – Sur y los Nuevos Amos del Planeta Rodrigo Madrigal Montealegre169

romper los grilletes que los sujetan a su cruel condena y que pueda aportar a los seres de su predilección la llama de la sabiduría, que complemente el fuego obse-quiado antaño, el cual dio inicio a toda esta prodigiosa e insensata civilización.

Otras formas de combustible de tipo tradicional que podría reemplazar provisionalmente al petróleo son, por un lado, las arenas bituminosas –cuyas reservas en el mundo equivalen en su potencial energético a dos mil veces las reservas constatadas del oro negro–, siendo ya explotadas en varios países. Por el otro, es el carbón licuificado industrialmente, con el inconve-niente de que su costo de producción es más elevado, actualmente, que el del petróleo.

Además de estas perspectivas optimistas, existen otros horizontes tan espectaculares, aunque menos prome-tedores, como son la utilización del viento, gracias a molinos semejantes a los que arremetía don Quijote, pero más modernos, al igual que la fuerza de las mareas marítimas para producir electricidad, tal como ya se hace en Normandía y la utilización de energía geotér-mica, aprovechando el calor intenso que se encuentra en las profundidades del subsuelo y que ya se utiliza en algunas partes de California.

Es obvio, sin embargo que, a pesar de estas notas op-timistas, el hombre debe racionalizar el consumo de la energía, adoptando una actitud más austera, más sabia y más sensata, sobre todo si se toma en cuenta que la población del mundo se duplica en ciclos cada vez más cortos, en forma tal que, para finales de este siglo, el volumen de todo el género humano será el doble del actual.

Es cierto que, actualmente, se produce tres veces más con la misma cantidad de energía que lo que se fabrica-ba a principios de este siglo, gracias a métodos tecnoló-gicos más perfeccionados. Pero se estima que, a través de todos los procesos de conversión, transformación y transporte, el hombre utiliza o aprovecha, efectiva-mente, apenas un tercio de toda la energía que movili-za, ya que el resto se disipa.

Escribía Bertrand Russell, hace muchos años, en forma casi profética, que “para que una civilización científica sea una buena civilización, es necesario que el aumento de conocimientos vaya acompañado de un aumento de sabi-duría”. Cabe preguntarse si Prometeo logrará algún día

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inspiran en el socialdarwinismo del siglo XIX, según el cual sólo a los más aptos y poderosos les asiste el derecho a sobrevivir. Esta actitud se ha cristalizado y legitimado en el pensamiento de autores como Wi-lliam Graham Sumner, quien sostenía que los millona-rios eran el resultado de la selección natural, o Bruce Barton quien llegó a sostener que Jesús había sido el primer gran agente vendedor, al crear una organiza-ción que conquistó el mundo.

Más recientemente, George Gilder se convirtió en el máximo profeta de esta nueva era al proclamar que, para mayor provecho de las clases bajas y medias, había que utilizar dos tipos de incentivos: la reducción de los impuestos a los más ricos para que invirtieran más y la espuela de la pobreza a los más necesitados, para obli-garlos a trabajar más. Toda esta teología sirvió para legitimar la economía del derrame –“the trickle-down economics”– o la “revolución” de Reagan y Bush según la cual, una vez que los sectores más opulentos se vol-vieran más ricos y poderosos, la riqueza descendería hacía los estratos más pobres, como si fuera atraída por una extraña fuerza de la gravedad económica.

El resultado consistió en una concentración extrema del poder económico y una grave polarización social en los EUA. Gracias a la política de incentivos, las 500 corporaciones más importantes controlan el 50% de la producción industrial y apenas el 10% de la población llegó a acumular en sus manos el 68% de la riqueza na-cional. Surgieron 52 billonarios, unos 100 semibillona-rios, 1.000 centimillonarios, 100.000 decamillonarios, 300.000 multimillonarios y una especie de clase media alta, constituida por 1.000.000 de simples millonarios.

El Tercer Mundo fué la principal víctima de la Guerra Fría –que dejó un saldo de 17 millones de muertos en las 127 guerras desatadas desde 1945, de las cuales todas, menos dos, convirtieron a los países pobres en campo de batalla y en carne de cañón– por la lucha he-gemónica entre los dos grandes bloques ideológicos, por controlar las riquezas y los recursos de las naciones subdesarrolladas. Apenas se benefició levemente gra-cias a una especie de subasta que le permitió obtener cierta asistencia económica –muy condicionada y en-tregada con pinzas y cuentagotas, que nunca alcanzó el 1% del PIB acordado en la ONU, salvo por los países escandinavos– y de acuerdo con la importancia estra-tégica de cada país beneficiario.

Al sucumbir el bloque soviético y al concluir la Guerra Fría, esa escasa ayuda otorgada a los países subdesa-rrollados ha perdido su finalidad estratégica y, por lo tanto, tiende a disminuir y a ser reducida, inclusive en el caso de los países más flagelados y devastados, al ser sumidos en la miseria y la impotencia por la lucha entre las dos grandes potencias, como es el caso actual de Nicaragua, convertida en una víctima de ese baño de sangre fratricida, a la que ahora le escamotean hasta unas dádivas insignificantes. Otro ejemplo de la codi-cia por el control de las riquezas mundiales fue, muy claramente, el caso de la reciente Guerra del Golfo, en la que los argumentos sobre la democracia y la sobera-nía no fueron más que un pretexto para apoderarse del botín petrolero.

A su vez, ese nuevo comportamiento de los países avanzados se refleja en las políticas de inspiración neoliberal que estos han impuesto en el ámbito mun-dial, mediante los organismos internacionales y que se

LA LEY DE LA JUNGLA

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y que la ausencia de poder –el estatal, especialmente– propicia la peor forma de corrupción que consiste en el abuso, la explotación, la violencia, el caos y la anarquía, como lo constataba Hobbes.

La historia demuestra plenamente lo anterior. Durante la Edad Media desapareció el Estado y el resultado fue el estancamiento, el avasallamiento, la concentración abusiva del poder en los reducidos ámbitos del dominio feudal, la guerra constante, la indefensión de los débi-les y la ausencia de toda forma de progreso. Durante el Renacimiento surge el Estado, que garantiza el orden, la protección y la seguridad, promueve la producción, el intercambio, la industrialización, el movimiento urbano, la divulgación de las ideas, la innovación tec-nológica, la secularización del pensamiento, los descu-brimientos de nuevos continentes, una mayor justicia y el progreso.

El liberalismo manchesteriano del siglo XIX, a su vez, impulsó el crecimiento económico gracias a los gran-des saltos tecnológicos, la creatividad y al espíritu em-presarial, pero la disminución y reducción del Estado no impidió que este fuera utilizado para avasallar al proletariado en una forma deshumanizada y a toda una multitud de naciones débiles en todo el planeta, lo que desmiente sus pretendidos postulados de libertad. A su vez, la Gran Depresión de la década de 1930 demos-tró que el Estado era el único instrumento que podía rescatar al capitalismo, que sucumbía en las arenas movedizas de la grave crisis, y que su intervención era necesaria para mitigar las enormes injusticias sociales.

Todas esas referencias históricas –y muchas otras ex-periencias más– descalifican el mito de que el Estado es inexorablemente malo, nefasto, nocivo, malvado, innecesario y corrupto, ya que puede ser un excelente instrumento para promover el desarrollo y la justicia. Toda sociedad necesita establecer objetivos, orien-taciones, metas y prioridades vitales, las cuales sólo pueden establecerse a través del Estado porque, de otro modo, navegaría al garete y guiado por fuerzas ciegas y anarquizantes que no siempre actúan a favor del bien común.

Mientras tanto, el incentivo mediante la espuela de la pobreza se tradujo en una reducción de los gastos fe-derales destinados a los programas sociales del 28% al 22% de 1980 a 1987, mientras crecía el presupuesto militar en una proporción inversa. A su vez, los sala-rios reales disminuyeron de $366, en 1972, a $312 en 1987. Los estratos medios se redujeron, por su parte, de un 65,1% en 1970 a un 58,2% y sufrió una movilidad descendente, al reducirse en 1.500.000 los cuadros de ejecutivos medios. Más elocuente aún es que más de 30.000.000 de personas quedaron sumidas en los ni-veles bajos de la desnutrición y la pobreza extrema, lo que representa cerca de un 15% de la población total. La derrota de Bush, como la de lady Thatcher, demostra-ron el repudio a un modelo viciado de injusticia social.

Otro de los postulados tradicionales del liberalismo ha sido su menosprecio por el intervencionismo estatal y por el Estado Benefactor. El mercado, mediante las leyes de la oferta y la demanda, debe regular la eco-nomía del laissez-faire y la “mano invisible” se encarga providencialmente de establecer un equilibrio que be-neficia a todos. “El estado no es la solución –proclamaba paladinamente Reagan– el Estado es el problema”.

Nosotros creemos, como Max Weber, que al Estado no se le puede definir según los fines que persigue y que tampoco se le puede imponer un veredicto condenán-dolo o absolviéndolo, ya que ni es bueno ni es malo, porque no es más que un medio y tiene un carácter instrumental o potencial ya que sirve para cualquier propósito, de acuerdo con los fines que se le señalen.

A su vez, los anarcocapitalistas juzgan que el Estado es eminentemente nefasto, perverso, ineficiente, innece-sario y corrupto. Pero, quienes repiten el precepto de que “el poder corrompe”, de lord Acton, para despres-tigiar y estigmatizar al Estado, condenan simultánea-mente a todas las otras estructuras de poder –como es el caso de las grandes corporaciones, las iglesias, las fuerzas armadas, los medios de comunicación, los grupos de presión o los partidos políticos, así como al Estado– porque todos son generados por distintas fuentes de poder, tales como el económico, el militar, el religioso, el ideológico o el político. Nosotros con-sideramos, además, que, a menudo, el poder enaltece

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inundar el mercado con sus productos, o porque la ruina de los empresarios nacionales facilitó la compra de sus activos a un vil precio, como si se tratara de un botín. Ya, en 1977, quebraron 214 grandes empresas chilenas, incluyendo a importantes consorcios siderúr-gicos y metalúrgicos, lo que equivalía a una segunda expropiación, después de la de Allende, debido a la im-potencia, a los intereses usureros y a las confiscaciones por insolvencia. Ante las súplicas y las quejas del sector empresarial, los liberales los amonestaron por su inefi-ciencia, su falta de competitividad, su pesimismo y su derrotismo, negándoles todo apoyo estatal en aras al culto del mercado, de la competencia y de una nueva e insólita concepción de la ‘democracia”, definida por José Peñera como la libertad de mercado.

Otra modalidad del entreguismo fue constituida por la venta de las empresas estatales, conforme al postulado de la privatización. CORFO se encargó de negociarlas, casi siempre a un precio muy inferior a su valor real, lo que benefició a poderosos consorcios, tanto extranje-ros como nacionales apoyados por capitales foráneos. Sobre los escombros de las empresas nacionales y de una clase obrera reprimida, surge el “cuesco cabrera” o nuevo rico y amigote de los militares, que imita a los Golden boys y a los yuppies, mientras los empresarios tradicionales protestan inútilmente contra el “suici-dio económico”, provocado por la Escuela de Chica-go, que convirtió a ese régimen en un laboratorio de sus teorías.

En 1981, se inicia el derrumbe de esos imperios de papel, cuando se desploma el consorcio CRAV, el de Vial y el de Cruzat, así como 810 grandes empresas en 1982 y otras mil en 1983. Proliferan las huelgas, a pesar de la represión sindical y surge la guerrilla, por lo que Sergio de Castro y los liberales ortodoxos son expulsados del Gobierno y algunos terminan en la cárcel, acusados de actividades ilícitas y fraudulentas. Posteriormente, se trata de restañar las heridas, pero la política del entre-guismo de la economía chilena ya era irreversible.

Hemos citado el caso de Chile porque ha sido postu-lado por los liberales y por los organismos interna-cionales que manipulan nuestras economías, como el modelo y el paradigma que debe ser imitado e impuesto

Otro postulado neoliberal ha sido el librecambismo y el principio de la apertura económica. En el pasado colonial, este mecanismo sirvió para consolidar una división del trabajo internacional asimétrica, desigual, injusta y poco equitativa, ya que sólo sirvió para que las grandes potencias se industrializarán, mientras los países pobres seguían conservando su papel de simples suplidores de materias primas. La primera nación que se sublevó contra ese sistema de corte imperial fue, precisamente los EUA, durante la Guerra de Secesión, cuando el Norte, rico e industrializado, pregonaba el proteccionismo y el Sur, agrícola, rural, pobre y expor-tador, exigía el librecambismo, por temor a las represa-lias de su clientela británica.

El ejemplo más reciente que demuestra que la política de la apertura, promovida por los organismos interna-cionales, con el propósito de mantener subordinadas las economías de los países subdesarrollados por los enormes intereses transnacionales, es el caso de Chile bajo la dictadura de Pinochet y de los liberales, lo que desmiente sus pretendidos ideales de libertad. Gracias a la desgravación arancelaria y a la apertura, se provo-có la “masacre empresarial” –con el beneplácito de los poderosos organismos financieros internacionales, que le otorgaron cerca de $5.000 millones en créditos– en la cual sucumbieron millares de empresas nacionales, la producción industrial se redujo en un 28% y el poder adquisitivo de la clase trabajadora se contrajo a un 40% del nivel de 1970.

Una parte importante del sector empresarial nacional se arruinó ante la competencia y la inundación de pro-ductos importados, especialmente de Asia. A su vez, la fuerza bruta tuvo a su cargo la represión de la clase obrera y los sindicatos fueron brutalmente persegui-dos, ya que el desempleo alcanzó un nivel del 33%, por lo que se prohibieron las huelgas, se toleraron las repre-salias y los abusos laborales, se atropellaba la dignidad humana, se denigraba al proletariado y sus líderes eran sometidos a los vejámenes del ‘destierro, el encierro o el entierro’, a la vez que 43.000 funcionarios públicos eran humillantemente despedidos.

La única libertad era la de índole económica, que sólo favoreció al capital extranjero, porque le permitió

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disminuyó, aunque aún afecta a 786 millones de personas, de las cuales 192 millones son niños”.

Como conclusión, solo podemos afirmar que la for-mulación de metas en la política nacional debe tomar en consideración los conceptos consignados. Es inútil dejarse obnubilar cándidamente por el espejismo de un progreso continuo y lineal, que pareciera conducir al abismo y precipitarse en el caos, como resultado de una civilización irracional en sus metas, precisamen-te porque carece totalmente de objetivos. A su vez, la opción por un modelo que exalta el consumismo y un laissez-faire anarquizante como valor supremo, solo contribuye a acelerar el proceso de entropía, que con-duce a la degradación y al caos, lo que será agravado por una explosión demográfica desenfrenada.

El Estado no puede estar ausente en la solución de esos problemas, ni en la búsqueda de una utilización racio-nal de sus recursos, en estrecha colaboración con los sectores productivos y las principales fuerzas sociales. No puede abandonar la defensa de los intereses nacio-nales, ni puede descuidar su mayor responsabilidad, que consiste en velar por la salud, en la excelencia cul-tural de la nación y en el logro de una mejor calidad de vida. El Estado y las fuerzas vivas del país deben coordinar sus esfuerzos para combinar el ideal de los antiguos pensadores, basado en la solidaridad y la su-peración integral del ser humano con los beneficios ra-zonables del progreso moderno.

en América Latina. Pero nos queda muy claro que esta política está dictada por los imperativos de los grandes intereses económicos mundiales, de apoderarse de los mercados, de los recursos naturales y de los aparatos productivos de nuestros países, como un preludio a los efectos de la ley de la entropía.

Mientras obligan a las naciones débiles a abrir sus mer-cados –alegando que economías que apenas tienen pocas décadas de haber iniciado su industrialización, deben competir con las suyas que llevan varios siglos de ventaja en acumulación de capital y de tecnología–ellos imponen obstáculos y trabas arancelarias que im-piden el acceso de los productos de esos países a sus mercados. Esta imposición equivale a regresar a las condiciones injustas, desiguales y asimétricas del pacto colonial del pasado, así como a condenar nuevamente al Tercer Mundo a ser el suplidor de materias primas baratas y el mercado de productos manufacturados por los países industrializados.

Otros resultados injustos y denigrantes de esas imposi-ciones a nuestros países han sido denunciados por or-ganismos más imparciales, independientes y críticos, como son la FAO y la CEPAL:

“La pobreza en América Latina aumentó de 130.000.000, en 1980, a casi 200.000.000 en 1990 –afirma ésta–. Los costos del ajuste estructural se han distribuido de manera desigual; las cifras reve-lan que, en los años 80, el 25% de la población con menores ingresos perdió casi el 10% de su ingreso real, mientras que el 5% de las personas que tenían los ingresos más altos, vieron incrementados sus in-gresos en un 15%”.

Lo anterior es confirmado por la FAO, la cual reve- la que:

“en América Latina, la población flagelada por la desnutrición crónica había aumentado de 47.000.000 habitantes a 59.000.000 habitantes du-rante la década reciente, lo que sólo tiene paralelo con África, donde aumentó de 101 millones a 168 millones, mientras que en el resto del Tercer Mundo

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Esa cosmovisión ha sido el resultado de las innovacio-nes científicas, tecnológicas e intelectuales que, como un proceso acumulativo, han transformado al mundo desde la emancipación mental, de la secularización del pensamiento y de la ruptura de las cadenas escoláti-cas, en el Renacimiento y, particularmente, a partir de la Ilustración, lo que desencadena una fe ciega en las leyes del progreso, así como una sensación de poder y de confianza en la capacidad creadora del ser humano. Esto se refleja en el racionalismo de los enciclopedistas franceses, que anunciaban una nueva era de prosperi-dad y de la cual eran los profetas y precursores. Con-dorcet murió como un mártir del progreso, mientras Saint-Just, que no fue ni santo ni justo sino un compa-ñero de Robespierre, proclamaba proféticamentemen-te: “La felicidad es una idea nueva en Europa”.

El siglo XIX marca el inicio de las más profundas transformaciones, con el advenimiento de la Revolu-ción Industrial, producto de una profunda mutación tecnológica, cuyo aporte más prodigioso fue el inicio de la utilización de nuevas y prodigiosas fuentes de energía inanimada y no renovable –el carbón, después el petróleo y la fusión nuclear– que reemplazaron las débiles fuerzas, animadas y recurrentes, que se utiliza-ban hasta entonces para la producción: los molinos así como el músculo humano y animal. Pero estas nuevas fuentes de energía constituyen un capital fosilizado y atesorado por la naturaleza, durante millones de años, que va a permitir la aparición del ‘esclavo mecánico’, al servicio de la civilización industrial. El resultado fue la multiplicación, en una dimensión exponencial, de la productividad, ya que unos trozos de carbón o unos barriles de petróleo proporcionan el equivalente a la

Escribía Malaparte que el impacto de la tecnología ha transformado hasta la vida de los beduinos, quienes antes iban adelante, seguidos por los camellos y atrás las mujeres; desde que los desiertos quedaron sembra-dos de minas por la guerra, adelante van las mujeres, después los dromedarios y los beduinos atrás.

La moderna visión del futuro ya no consiste en un pro-ceso estático, cíclico, fluctuante o regresivo, decadente y hasta apocalíptico, como lo percibieron los pensado-res de la antigüedad. Estos, además, sólo concebían el progreso –no como un mercado pletórico de bienes ma-teriales– sino como el resultado de la superación moral del hombre y de la cooperación solidaria en la sociedad, organizada conforme a los dictados de la moderación, la virtud y la sabiduría, los únicos fundamentos para erigir una auténtica utopía.

El mundo occidental ha recibido, sin embargo, como un legado desde el Renacimiento, una concepción distinta –hedonista, positiva y optimista del futuro–, cristalizada en la convicción y predicción del progreso como un impulso dinámico, ilimitado, expansivo, irre-versible y acumulativo que se proyecta hacia el futuro. Es la extrapolación de la experiencia de cinco siglos, que se interpreta como el advenimiento de un mundo cada vez mejor, pletórico de riqueza, bienestar y felici-dad. Los nuevos profetas del progreso conciben la evo-lución de la humanidad como un movimiento dotado plenamente de sentido, orientado en una dirección fija, lineal y ascendente, basado en la ciencia, la tecnología y la economía e impregnado de un optimismo en el desti-no del género humano.

LA LEY DEL PROGRESO20 de septiembre de 1994RUMBO, Fumarolas Políticas/27

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fuerza de millones de los antiguos esclavos, siervos o galeotes.

Toda una multitud de doctrinas elevaron el mito del progreso a su punto apoteósico y paroxismal, entre ellas el liberalismo, el idealismo y el socialismo, que se contagian con el culto a la idea de una superación permanente del destino humano. Posiblemente, el pro-feta más optimista de la prosperidad fue Saint-Simon, para quien la historia es la ruta predestinada por las leyes providenciales del progreso, gracias al ingenio humano. Igualmente, Auguste Comte contempla tres etapas en la superación del pensamiento: la teológica, basada en la superstición primitiva, la metafísica que marca la emancipación de la filosofía, y la positivista que desencadena la ciencia y que conduce al progreso. El marxismo tampoco escapa a esta visión mesiánica que, por la vía del socialismo, conduciría a la huma-nidad hacia una sociedad más justa, igualitaria y de-mocrática. A su vez, el darwinismo social, a través de Spencer, legitima el capitalismo manchesteriano y el imperialismo victoriano, con la teoría de la evolución, justificando la ley de la jungla en aras del progreso.

Muchos autores, cautivos de ese optimismo cándido, mesiánico y utópico, alucinados por la tecnología con una fe de carbonero, siguen considerando aún que nuestro planeta es el ombligo del universo y que el homo sapiens es el rey de la creación o el favorito de Pro-meteo. Continúan fomentando el culto de un mundo edénico, en una evolución irreversible hacia una era de prosperidad, felicidad, justicia y bienestar, por lo que la fe ciega en el progreso se convierte en la nueva religión del próximo milenio. Pero ¿no será un súbito espejismo en la inmensidad de un universo infinito y un efímero destello en la eterna oscuridad del tiempo? Abordare-mos ese tema en un próximo comentario, mientras, gracias al progreso, los beduinos siguen caminando en el desierto, detrás de sus mujeres y de sus dromedarios.

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perversa, sino contra un producto inofensivo –el café– que constituye una de las principales fuentes de ingre-sos con que cuenta una gran cantidad de países subde-sarrollados de América Latina, continente que abastece el sesenta por ciento de la producción mundial y de África, que produce el cuarenta por ciento restante.

Para un país pequeño como Costa Rica, que contribu-ye apenas como en un dos por ciento en la totalidad de la producción mundial, el café ha representado más del treinta por ciento de sus ingresos por concepto de exportaciones en los años recientes, como es el caso de Guatemala, Haití, Angola, Kenia, Costa de Marfil y Brasil; otros países como Colombia, El Salvador, Uganda y Etiopía dependen aún más de ese “mono-cultivo” de exportación ya que del total de sus expor-taciones, más del cincuenta por ciento provienen de sus ventas de café. Así, este producto constituye, si no la principal, al menos, la segunda fuente de ingresos para unos diecisiete países pobres del Tercer Mundo, contándose, entre ellos, a la mitad de las naciones latinoamericanas.

Es de todos sabido que las heladas de Brasil, que se han vuelto casi cíclicas por no decir endémicas, provocan marcadas fluctuaciones en los precios y estas, a su vez, violentas variaciones en el nivel de vida de estos pue-blos, afectando directamente a más de veinte millones de personas que obtienen sus ingresos del cultivo y la cosecha de este producto.

En un estudio formulado por la Oficina Panamericana del Café se estableció que mientras el costo de la vida había aumentado en un veinticinco por ciento en los Estados Unidos, el precio del café apenas había subido

A muchos pueblos, chovinistas y quisquillosos, les sucede bastante las de aquel gallego, muy temperamen-tal, que decía: “Yo no soy rencoroso, pero lo que es a mí, el que me las hace, me las paga”.

En este país, donde todos somos algo alegres, bona-chones y joviales, nos inclinamos más a la conciliación que al rencor y, generalmente, el que nos las hace, se sale con las suyas; la prueba es que ahora nos quieren apagar la vela, con el boicot al café y, sin embargo, se-guimos tocando la pandereta.

La palabra “boicot” debe su origen, a mi entender, a un individuo que vivió en Irlanda en el siglo pasado; era un terrateniente de muy pocas pulgas, soberbio y grosero que, por su trato duro y perverso, atrajo el odio y la enemistad de toda la comarca donde vivía; un buen día todos los vecinos, como en Fuenteovejuna, decidieron, todos a una, negarse a comprarle, a venderle y a tener ningún trato con él, logrando así que se largara para siempre de aquel lugar; su nombre era Boycott.

Este método de intimidación ha sido, así mismo, uti-lizado en la política internacional; el intento más espectacular fue, sin duda, el bloqueo continental que infructuosamente, trató de coordinar Napoleón contra Inglaterra y algunos organismos, como la ONU prevén el boicot como una forma de sanción puni-tiva contra aquellos estados que violen ciertas nor- mas fundamentales.

Actualmente, en algunos países industrializados se incita a los consumidores a aplicar este método coerci-tivo, ya no contra un individuo malvado o una nación

LA LEY DEL TALIÓNLA NACIÓN, OPINIÓN/15A Martes 25 de enero de 1977

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en un dos por ciento durante la década de 1960 a 1970; esto implica que el poder adquisitivo del café en rela-ción con los artículos manufacturados que se importan de los países avanzados se redujo en forma precipitada.

Es cierto que si los precios del café suben demasiado, comienza a funcionar el proceso de sustitución, al re-emplazarlo el consumidor por otras bebidas afines; también es cierto que es muy difícil, por no decir utópi-co, determinar el concepto de “precio justo”.

Sin embargo, a pesar de que el pueblo americano es, sin duda, profundamente generoso, algunos sectores parecen obstinarse en mantener sumidos en el pan-tano del estancamiento y en las arenas movedizas del subdesarrollo a países que, como el nuestro, tratan de extirpar las semillas de la ignorancia, la enfermedad y la desnutrición.

Los países afectados por un eventual boicot contra el café deberían tomar en cuenta que, donde las dan, las toman y contemplar la posibilidad de reaccionar en forma similar contra esas medidas tan discriminatorias.

Desafortunadamente, aplicar esa ley del talión –la del ojo por ojo– implicaría un esfuerzo heroico de aus-teridad ya que nuestros países no pueden prescindir, sin enormes sacrificios, de la tecnología avanzada de los países industrializados, ya sean de una órbita o de la otra.

Será difícil para países como los nuestros escapar por la tangente del llamado círculo vicioso del subdesa-rrollo, si mentes miopes y mezquinas, en las naciones opulentas, se obstinan en aplicar deliberadamente al Tercer Mundo, muy al pie de la letra, aquellas palabras que Lincoln, sin duda, pronunció con tristeza:

“Dios debe querer mucho a los pobres, de otro modo no hu-biera hecho tantos”.

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procedencias, lo que es de importancia medular es que resultaría escandaloso, hasta el bochorno, que el presi-dente y altos funcionarios de la patria de Rousseau en-trabaran estrechas relaciones personales y comerciales con cuanto sujeto de dudosa reputación ponga los pies en el país.

Para establecer comparaciones tal vez sería más acer-tado aproximar los puntos de referencia a nuestro con-tinente y evocar el caso de cierta isla en las Antillas, con las dolorosas consecuencias que todos conocemos, en donde todo comenzó con la famosa danza de los millones y que, con ritmo de maracas, se fue entroni-zando el vicio, el crimen y la corrupción hasta en los niveles más elevados de la administración pública, para convertir la isla en un antro tropical de tahúres, pisto-leros y proxenetas; y todo porque hubo, posiblemente, alguna mente de escrúpulos muy flexibles que indujo a los demás que no le pusieran el ojo al Cristo.

Siguiendo la serie de paralelismo que con tanta frivoli-dad se han esgrimido en este sentido, creemos que se le hace un ultrajante e inmerecido agravio a la honora-ble colonia israelita que, huyendo de la persecución y el genocidio, ha sabido honrar con esfuerzo y supera-ción la hospitalidad que le brindó este país, al compa-rársele con individuos de tan dudoso escrúpulo y de tan turbia reputación.

Lo mismo se puede decir en relación con los centenares de familias de honestos pensionados que han encontra-do, en nuestro país, un asilo de paz y retiro, aportando, en cambio, su patrimonio de esfuerzo, cultura y sanas costumbres; incluirnos paulatinamente en el mismo saco, es hacerles extensiva una identificación injuriosa

Decía un viejo economista del siglo pasado, que desde que los troyanos habían recibido como regalo de los griegos un caballo de madera, los pueblos tenían que desconfiar mucho de los obsequios; podríamos agregar nosotros, actualizando el concepto, que debe tenerse cuidado con la forma obsequiosa en que algunos pre-tenden introducir sus inversiones en los países pobres como los nuestros.

No todos los tipos de inversión conllevan necesaria-mente beneficios positivos para las naciones débiles; la experiencia, en ese sentido, así parece demostrar-lo, ya que, en muchos casos, esas inversiones pueden, a la larga, ser un freno al desarrollo, en muchos otros pueden convertirse en una especie de Estado dentro del Estado y, en muchos otros, en una quinta colum-na de deterioro moral, en un caballo de madera que contiene, en su vientre, el germen de la descomposi-ción social.

Estamos de acuerdo con que no siempre y, en todos los casos, se pueda o se deba escudriñar meticulosamente los orígenes y la procedencia de cuanto capital busca colocación pero, tampoco, se puede pasar por alto la forma en que puede incidir en nuestra economía en las instituciones, en la actuación de los gobernantes y en la vida política del país; en este sentido, el análisis de su origen puede resultar sumamente revelador para pro-nosticar sus repercusiones.

Nos parece, por ejemplo, que trazar un paralelismo en la tradición de un país como Suiza y el caso que, actual-mente es piedra de escándalo, tiene solo una validez escasamente relativa. Si bien es cierto que los bancos de ese país buscan refugio de múltiples y desconocidas

LA LEYENDA DEL CABALLO DE TROYALA NACIÓN, PÁGINA /16 Domingo 10 de diciembre de 1972

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necesario recurrir a inversionistas de aún más baja es-tirpe para que los reemplace y llene el vacío.

Es asombroso contemplar cómo los términos de una vieja leyenda recogida por un bardo ciego, no sirvan para abrir los ojos de quienes prefieren no ver el pe-ligro que conlleva un caballo de Troya, camuflado de obsequiosa filantropía.

que no merecen y exponerlos al estigma y al repudio de quienes no sepan distinguir con claridad entre perso-nas de una u otra categoría moral.

Por otra parte, cabe preguntarse si, en la escala de va-lores que rige entre los costarricenses, cabe anteponer-se los dudosos beneficios de una inversión mal habida al grave desprestigio de ver involucrado el prestigio, la dignidad y el buen nombre del país en uno de los más vergonzosos escándalos financieros del mundo in-ternacional, en que se nos exhibe como un santuario de estafadores.

Ayer, los cargos se le atribuían a una exaltada conjura de Intelectuales de extrema izquierda, hoy el complot se lo endosan a la extrema derecha de otro país; parece obvio que nunca se puede prescindir de chivos expia-torios cuando se trata de prefabricar una tesis cons-piracionista, convirtiéndose en víctima de extraños espejismos y fantasmagóricas alucinaciones de índole casi patológica.

Tratar de convertirse en el cirineo de tenebrosos inte-reses, procurando aletargar a la opinión con racionali-zaciones harto bizantinas ante una evidente amenaza, induciéndola a hacer la vista gorda, llena de perplejidad y desconfianza, cuando es misión de todo buen ciuda-dano y, particularmente, los que tienen la más elevada investidura, el permanecer alerta y velar por la salud moral y el buen prestigio de la nación.

Hemos optado por creer que quienes se han visto in-volucrados en este asunto tan tenebroso, lo han hecho sin tener plena conciencia de las relaciones que en-tablaban y de su funesta consecuencia, optando por disimular errores en vez de enmendarlos, por no dar el brazo a torcer y por las implicaciones electorales que conllevan.

El caso es que si hoy se acoge, con toda frivolidad, a unos estafadores rindiéndoles toda la pleitesía proto-colaria que solo se reserva para altos dignatarios ex-tranjeros, con el pretexto de que compensen la fuga de capitales pusilánimes que fugará en su totalidad, será

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Con un poco de paciencia, constatamos que, en 1993, el valor agregado de cada una de las diez corporacio-nes norteamericanas más importantes oscilaba entre los $23.000 millones y los $64.400 millones, según la revista Fortune. A su vez, el PIB de Libia era de $23.000 millones, el de Hungría era de $28.000 millones, el de Chile era de $29.000 millones, el de Filipinas era de $46.000 millones, el de Venezuela era de $52.000, el de Polonia y el de Yugoslavia era de $70.000 millones, según la Enciclopedia Británica.

Sólo el valor agregado de dos de estas multinacionales superaban el PIB. de Argentina, de $91.000 millones, el de siete de ellas aventajaba el de la India, que era de $284.000 millones y el de diez corporaciones iguala-ban el de Brasil, de $447.000. Constatamos que el PIB de Costa Rica, de $6.156 millones, representa apenas el 10% del valor agregado de la Wal-Mart Stores y se com-para con el de Motorola, que ocupa el 46.º lugar entre las gigantescas corporaciones de los EUA

El dinero no tiene patria –proclama P. F. Drucker– y la organización postcapitalista es desestabilizado-ra, porque mediante la innovación recurre a la “des-truccción creativa”. Esto significa que sólo puede sobrevivir devastando, sin otra norma que la de la supervivencia, en un sistema cuya dinámica lo con-dena paradójicamente a su perpetua autodestruc-ción. Tenemos que ser capaces de cerrar un hospital o una universidad cuando los cambios en el saber –pontifica paladinamente ese economista– hacen que sean antieconómicos.

“El dinero es un excelente esclavo, pero un pésimo amo”, dice un viejo proverbio francés. Esto lo confirma-mos con el Nuevo Orden Mundial, en el que la fuerza bruta del poder militar –por el descrédito y por ser ya innecesaria– le ha cedido el paso a las gigantescas concentraciones del poder económico. Ya no es nece-sario recurrir al ruido de los sables, a las cañoneras o a las tropas de ocupación para colocar de rodillas a los países débiles; la deuda externa o los organismos monetarios se encargan de convencerlos” a claudicar su soberanía.

Las enormes estructuras de poder económico, que ahora dominan el planeta, son las que imponen su ley de hierro, que consiste en su crecimiento ciego e ilimi-tado, como la metástasis del cáncer. Ya hace algunas décadas, J. K. Galbraith profetizaba que la economía mundial quedaría dominada por 200 enormes corpo-raciones; Charles Levinson anunciaba la formación de monopolios a escala planetaria y Robin Murray pre-veía, como un oráculo, que estos se apropiarían hasta las funciones del Estado.

Hace unos treinta años, las ventas de las 200 corpora-ciones multinacionales (CMN) más grandes alcanza-ban el 17% del producto bruto mundial; en la década pasada llegaban al 26%, desplegando un poder superior al de la mayoría de las naciones. A su vez, a finales de la década pasada, el intercambio entre las multinacio-nales y sus filiales abarcaban más del 30% del comercio mundial. Actualmente, según la ONU, controlan más del 70% del comercio del mundo y, particularmente, la distribución de los productos del Tercer Mundo.

LA METÁSTASIS ECONÓMICA7 de febrero de 1995RUMBO, Fumarolas Políticas/22

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Esto significa que la salud, la educación y el bienestar de la sociedad deben estar subordinados a los impera-tivos de las grandes corporaciones, que todo debe ser sacrificado en el altar de estos nuevos dioses de este moderno Olimpo, los cuales no pueden concederse el lujo de un código ético sustentado en el altruismo, el patriotismo o la sensibilidad humana, porque su decá-logo sólo contempla esos mitos demencialmente obse-sivos que todos repiten como un eco: “la excelencia, la eficiencia, la productividad, el control de calidad, la rein-geniería, la competitividad, el mercadeo, la agresividad, el éxito y la rentabilidad”.

Si bien sus principales mercados se encuentran en los mismos países desarrollados, a su vez, la dinámica del nuevo orden económico las obliga a maximizar sus ventas, sus inversiones y, sobre todo, sus utilidades. El proteccionismo, que impulsaba la modernización incipiente del Tercer Mundo, les resulta un estorbo y las fronteras nacionales, un obstáculo intolerable. El Estado –que vela por la soberanía, el progreso, la mo-dernización y los intereses supremos de las naciones– es una rémora insoportable que limita sus actividades, su espacio y su metástasis.

Su solución consistió en la globalización –the Global Reach– como un imperativo universal, impuesto a las naciones del Tercer Mundo, obligadas a dejar que sea triturada su soberanía y sus sectores productivos, ante el poderío y la superioridad de las gigantescas multina-cionales, las cuales exigen la captura de esos mercados, así como condiciones óptimas para la inversión, sin contemplaciones sentimentales de moral, de justicia social o de intereses nacionales.

Hoy, la víctima más patética es México, que cayó en la trampa y sacrificó a buena parte de su propia economía en un tratado obviamente asimétrico. Su mercado fue inundado por las multinacionales, mientras sólo podía exportar petróleo, cueros, tequila y mole poblano, por lo que la Nación, que se encontraba en el umbral del Primer Mundo, se precipitó dolorosa y aparatosamente en las profundidades abismales del Cuarto Mundo. Es sensato recordar que el dinero es un magnífico esclavo, pero un amo cruel y despótico.

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TECNOLOGÍA Y CENSURA REFINADA

Señaló el editor mexicano que este proceso se dio en Latinoamérica en el marco de una crisis, y en Estados Unidos se multiplicaron las fusiones de periódicos, un fenómeno que no se observó al Sur del río Bravo.

Dijo Dávalos que los avances permiten hacer más veloz la impresión, más barata la operación y pronto “un editor podrá enviar material desde su escritorio directa-mente a una prensa”.

También llamó la atención sobre el hecho de que los editores pongan un trabajo “que cuesta tanto” en manos de los vendedores y voceadores, por lo que anticipó la inclusión de tecnología para “enviar el diario sin inter-mediarios al consumidor”.

Reveló las experiencias en técnicas de diario en video-casetes o impresión del periódico en un fax instalado en viviendas y oficinas.

Dávalos indicó que, durante años, los gobiernos auto-cráticos acosaron a la prensa libre, pero “ahora se ad-vierten nuevas formas de censura, ejercidas por políticos y tecnócratas intolerantes”.

Entre las formas refinadas de censura mencionó las presiones comerciales y legales contra el medio, y sos-tuvo que “en la actualidad no hay gobierno que esté limpio de haber querido alguna vez manipular a la prensa”. Su-brayó que esa fue una de las conclusiones a que llega-ron distintas organizaciones de prensa hace seis años, en Londres, en que se trató sobre los nuevos métodos

El analfabetismo, el narcotráfico, las regulaciones ju-rídicas, la colegiación forzosa de los periodistas y las presiones comerciales son algunos de los problemas que afronta la prensa gráfica en la década de los 90, según las conclusiones del encuentro Los Diarios en América Latina.

Organizadas por el Diario Popular, las jornadas tuvie-ron el auspicio de la Facultad de Ciencias de la Educa-ción y de la Comunicación Social de la Universidad del Salvador y del Centro Técnico de la Sociedad Intera-mericana de Prensa (SIP).

Disertaron ayer, en la última jornada, Héctor Dávalos, subdirector del diario Novedades, de Ciudad de México, sobre el tema “Peligros que amenazan a la prensa para fines de siglo” y Rodrigo Madrigal, miembro del direc-torio del diario La Nación de San José de Costa Rica, acerca de “Problemas del periodismo en América Cen-tral. El caso de Nicaragua”.

Actuó de moderador, en el salón San Ignacio de Loyola de la Universidad del Salvador, el presidente del direc-torio del Diario Popular, Jorge Fascetto.

Dávalos comenzó reseñando la era de cambios tecno-lógicos que impactaron en el desarrollo de la prensa es-crita y recordó la incorporación de la impresión en frío (offset) en los años cincuenta.

En los sesenta, dijo, que fue el desafío de los ordena-dores y pantallas de video terminal, en permanente evolución. Agregó que entre los setentav y los ochenta aparecen los sistemas satelitales y los faxes.

LA PRENSA ENFRENTA GRAVES DESAFÍOSDIARIO POPULAR /8 Martes 29 de octubre de 1991

Entrevista realizada a RMM para el Diario Popular,

Buenos Aires, Argentina

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RECUPERAR LECTORES

Al término de las exposiciones se suscitó un inter-cambio de opiniones y, en ese sentido, Jorge Fascetto abordó el tema referido a las actuales características de los lectores, influenciados por la televisión. Refirió el caso de los EE UU donde el público joven leía cada vez menos diarios.

“La respuesta a esa situación –recordó– fue que se iniciaron campañas para acercar diarios a las es-cuelas con el objeto de que los niños se hicieran al hábito de la lectura de la prensa escrita. Y se ob-tuvieron buenos resultados. Acá en la Argentina –añadió– también se llevó a cabo esa experiencia en los últimos 6 o 7 años”.

Dávalos, por su parte, se refirió luego a uno de los obs-táculos que atravesó la prensa de su país.

“Fue el caso de la empresa estatal PIPSA, que por ley era la única que podía producir, comercializar e importar papel de diarios. Fundada entre las décadas del 30 y el 40 –expresó– en ese ente mo-nopólico prácticamente obraba como un medio de control, sino de presión, contra el periodis- mo independiente”.

de presión y censura. Agregó que, incluso, se registran intentos de manipulación por parte de grandes conglo-merados económicos.

Planteó, también, la gran amenaza de los procesos ju-diciales contra periodistas, como el caso de los EE UU donde, en 4 años, aumentaron las demandas en 4 veces, con un promedio de pago de costas de 200.000 dólares.

Al referirse a la figura del derecho a réplica invitó a “no caer en la trampa”, porque la realidad señala que “no hay editor que se niegue a rectificar una información falsa”.

Y también recordó la amenaza de muerte, los secues-tros y los crímenes para silenciar al periodismo. Hubo un promedio de dos asesinatos por mes en Colombia.

ANALFABETISMO EN CENTROAMÉRICA

Madrigal, por su parte, resumió muy brevemente la his-toria política, económica y periodística de los países de Centroamérica, con sus pobres recursos, la existencia de oligarquías muy enraizadas en la región, la sucesión de regímenes dictatoriales y las enormes dificultades de la prensa independiente.

Ubicado el contexto, el conferenciante precisó que, en el caso de Costa Rica, el público prefiere un periodismo sin vinculaciones con los partidos políticos e imparcial.

Destacó, sin embargo, el rol jugado por Joaquín Cha-morro en Nicaragua que, con su diario La Prensa com-batió hasta la muerte contra la dictadura de los Somoza. “Hoy su esposa, Violeta, es la presidente del país”, puntua-lizó Madrigal.

Indicó, también, que, en otras naciones de América Central, el periodismo está “muy politizado y polariza-do”, lo cual se suma a la baja escolaridad, el analfabe-tismo y la carencia de publicidad.

Todos estos factores confluyen para hacer muy dura la labor del periodismo.

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B) Lo anterior parece confirmarse cuando consta-tamos que de nada vale la evidencia de que Pinochet –ídolo de los liberales– fue un dictador que desenca-denó una sangrienta degollina, que sembró el terror y que a sus adversarios los exterminó o los torturó, sometiéndolos a horribles y humillantes vejaciones. De acuerdo con la versión de los Chicago Boys, jamás arruinó a miles de empresas, ni sumió en la miseria a la clase trabajadora mediante su política liberal, ni con-vertía en antorchas vivientes a los estudiantes que pro-testaban, sino que fue un paladín de la democracia, un hombre providencial, un Temístocles, un Pericles que reencarnó para defender la libertad de Chile con su benemérita espada… por lo que su modelo económico debe ser imitado y venerado.

C) Esas aseveraciones me recuerdan a un armenio que me aseguraba que, después del genocidio perpetrado por los turcos, sus compatriotas fueron muy felices. Los neostalinistas justificaban, igualmente, a su ídolo con el argumento de que, a pesar de los enormes sacri-ficios humanos, Stalin había industrializado a la URSS en una década, gracias a una estatización a ultranza. De igual modo, los nazis veneraron a Hitler por res-catarlos de la crisis, gracias al intervencionismo esta-tal y les prometió convertirlos en amos del mundo. El común denominador con los pinochetistas es la tesis renacentista de que el fin justifica los medios.

D) Si interpretamos las implicaciones del surrealismo liberal de quienes inspiran la política económica del país, nuestra clase trabajadora equivale a una vasta legión de holgazanes, indolentes y perezosos, entre-gados al dolce far niente. Igualmente, los empresarios nacionales no han sido más que una gavilla de ineptos

En esos eternos debates entre los teóricos y los prác-ticos, entre los Panzas y los Quijotes, siempre hemos creído en aquella máxima que se le atribuye al filósofo Kant: “No hay nada más práctico que una buena teoría”. Decimos esto porque ahora aparecieron en escena dos economistas, uno de los cuales es, nada menos, que el sumo pontífice de nuestros liberales, lo que nos hizo exclamar: “¡Nos taladran, Sancho..!”. Sin embargo, en este Macondo que le hubiera servido de inspiración a García Márquez para escribir no cien, sino “Mil Años de Soledad”, de nada sirve que la realidad se imponga con terquedad y que los hechos sean testarudos.

A) En esta versión tropical de la ínsula de Barataria todo está permitido, como decía el personaje de Dos-toievski, hasta que se pontifique paladinamente que aquí no había indios sino vikingos, armenio y etruscos; o que Cartago no era una colonia fenicia en el norte de África, sino un enclave polinesio en los Países Bálticos. Esa imaginación fecunda –que envidiaría un Balzac– concede licencia para expresar alegremente tales des-atinos como el de que Waterloo fue el sitio donde, con-forme a su nombre, Napoleón libró una batalla naval, mientras que la de Salamina, por el contrario, fue un combate alrededor de unas minas de sal. Que las Gue-rras Médicas surgieron cuando unos pacientes griegos, impacientes con unas tarifas poco hipocráticas, apa-learon a unos galenos de Asia Menor o que las catilina-rias fueron unas filípicas que un tal Cicerón pronunció contra Catalina Arias, una antepasada del Dr. Óscar Arias, por proponer un plan de paz que no aprobaba el Pentágono de Roma. Tal vez tienen razón nuestros amigos, los thelmocéfalos, cuando proponen cerrar al-gunas carreras, como la de Historia y la Economía.

LOS ABOGADOS DEL DIABLO

Publicado en Reflexiones Políticas Editorial Juricentro 1993 Páginas 134-140

LA NACIÓN, OPINIÓN/15A Sábado 15 de agosto de 1992

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no es muy convincente el sofisma de que –a pesar de las enormes desventajas y la pesada cruz de graves distor-siones que tienen que cargar en esa Calle de la Amar-gura– nuestras empresas podrán competir “en igual-dad de condiciones” con poderosas transnacionales que poseen una refinada tecnología, enormes recursos financieros y acceso a vastos mercados que controlan.

H) ¿Es, además, una “igualdad de condiciones” que nosotros eliminemos la tapia que nos rodea, mientras los países poderosos levantan elevados muros medie-vales? ¿Todos esos descomunales prodigios, todos esos extraños sucesos se lograrán, de acuerdo con esa re-tórica alambicada, gracias a la venerada “mano invisi-ble” de Adam Smith o a una varita mágica, que poseen estos teóricos iluminados, con lo que todo terminará en una novelita rosa o en un cuento cursi, como el de la Cenicienta?

I) ¿Si el modelo liberal apenas ha comenzado a aplicar-se con rigor y nos aseguran que “Costa Rica se supera”, cómo explican que la ONU revela que el crecimiento anual del PIB se precipitó del 5,0 por ciento en la ad-ministración del Dr. Arias, a un 1,0 por ciento el año pasado, en el gobierno actual? ¿No es revelador que el prestigioso Instituto de Investigaciones de Cien-cias Económicas informe que un 35 por ciento de las familias en el país no satisfacen sus necesidades bási-cas y que un 18,4 por ciento de nuevas familias habían pasado a engrosar ese vasto contingente de pobreza de 1990 a 1991? A su vez, un informe de MIDEPLAN con-firma que “un tercio de los cantones del país viven en con-diciones de alta pobreza”. ¿No confirma todo esto, que aquí hay mucho ruido y pocas nueces?

J) Pero según nos pontifica uno de estos liberales, a quien respeto y aprecio, esos indicadores de deterioro social sólo los esgrimen algunos que “no parecieran ser muy costarricenses”, lo que equivale a una sentencia de que, quien revela esas estadísticas se convierte en una especie de abogado del Diablo o de enemigo del pueblo y que, asumir una sana actitud crítica equivale a un acto antipatriótico y a proclamar que “el que no está conmigo, está contra el país”. Desafortunadamen-te, el movimiento se demuestra andando, y esos hechos

y ociosos sibaritas, que han estado dedicados a la dolce vita y a una disipada existencia de caviar, cortesanas y champán. Afortunadamente, ahora son rescatados del letargo, de la modorra y del soporte en el que han estado sumidos, al descubrir los liberales la cuadratura del círculo en la desgravación arancelaria y al aplicar la piedra filosofal de un capitalismo salvaje en el que deben competir con las poderosas transnacionales, de acuerdo con la ley de la bestia.

E) De acuerdo con esa manera liberal de razonar de nuestros gobernantes, los cafetaleros –grandes, media-nos y pequeños– deben ser igualmente unos agriculto-res ineptos, incapaces e ineficientes, porque no logran competir y colocar su producción en el mercado in-ternacional, cuando siempre nos hemos vanagloriado de sus métodos avanzados y de su elevada tecnología. Además, ¿por qué los liberales no se rasgan las vestidu-ras ante los esfuerzos por reactivar el Convenio Inter-nacional del Café, que atropella los postulados medu-lares de su doctrina y las sagradas leyes de la oferta y la demanda? ¿No es esto una evidente contradicción?

F) Nos aseguran, mediante una deducción dogmática y sin aportar prueba alguna, que el incremento de las exportaciones se debe exclusivamente a la moderada reducción arancelaria aplicada hasta ahora –despre-ciando el esfuerzo, el ingenio y la tenacidad de la clase empresarial, el efecto estimulante de los incentivos o la positiva labor realizada por CENPRO y CINDE–, por lo que una mayor desprotección es inevitablemente la panacea milagrosa. Es como si un médico le atribuyera todas las virtudes curativas a una pequeña aplicación de morfina, apartando las otras medicinas, y le rece-tara alegremente a su paciente una sobredosis de ese veneno. Desafortunadamente, si se parte de premisas falsas y de diagnósticos superficiales, las conclusiones no podrán ser más que falacias y quimeras de torre de marfil.

G) “Lo que la nueva estrategia busca –nos dicen– es obligar a todas las empresas a competir en igualdad de condiciones con el resto del mundo”. En primer lugar, el derecho que se arrogan de obligar es, obviamente pre-potente y coactivo, lo que contradice su pseudoculto a la libertad. Además, lamentamos tener que admitir que

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taladrante insistencia “competir en igualdad de condicio-nes con el resto del mundo”? ¿Por qué un profesional de tanto prestigio cercena tan habilidosamente esa frase medular, tergiversando el pensamiento del señor Fi-gueres? Todo está muy claro, pero si aún existe alguna duda, sería conveniente que el hijo del gran caudillo aclare, con su viril firmeza, de cuál lado rema. Creemos que fueron sabias las palabras de Juan Pablo II, cuando proclamó en Brasil que “la caída del comunismo no signi-fica que un capitalismo desenfrenado sea la respuesta para los males económicos del Tercer Mundo”.

Podremos continuar esta discusión sobre el sexo de los ángeles y los arcángeles; pero todo lo anterior confirma que, por más que se taladre y se desafíe a los hechos, estos siguen siendo tercos y testarudos. Por eso, segui-mos creyendo que se comete un grave error en conver-tir a nuestra economía en el laboratorio de un modelo importado, peligroso y obsoleto. Después de todo, no hay nada más práctico que una buena teoría y quienes perseveran en el error hacen mal en actuar como aquel pensador que, enredado en sus contradicciones, un día exclamó: “¡Si la realidad no se ajusta a mi filosofía, peor para la realidad!”.

tercos y testarudos no parecieran confirmar que “¡Costa Rica marcha hacia delante y por buen camino!”.

K) Paradójicamente, esa agravación social la confir-ma, nada menos que el eminente economista Dr. Helio Fallas, quien ocupó hasta hace pocos meses el cargo de ministro de Planificación –y “quien pareciera ser muy costarricense”– en el siguiente párrafo: “Aumento de la pobreza en el período 1990-1991: 21 por ciento en el total de pobres, 30 por ciento en pobreza extrema, 10 por ciento en pobreza relativa”. Igualmente alarmante es la denun-cia del PANI de que se agrava la desintegración fami-liar y su revelación de que un promedio de 853 niños son abandonados cada mes por sus progenitores. Todo esto demuestra que anda bien encaminado nuestro buen amigo liberal, cuando reclama jubiloso, triunfa-lista y extasiado: “¡Costa Rica marcha hacia delante y por buen camino!”.

L) Buscando apoyo a sus tesis citan parcialmente a don José María Figueres, pero artificiosamente omiten esta importante frase de su texto:

“En el campo económico no se trata solamente de abrirse, sino de integrarse. Y la integración no es equivalente a la apertura unilateral. La integración demanda que los países con los cuales comercia-mos abran las puertas de sus fronteras. Poco será lo que logremos si, mientras nosotros nos abrimos, se nos cierran los mercados de nuestros socios co-merciales. Hemos visto con dolor cómo muchos de nuestros exportadores más exitosos precisamente cuando logran penetrar los mercados más difíciles, se encuentran con gobiernos que utilizan toda clase de artimañas para impedirles su crecimiento. Las exportaciones bananeras a Europa son solamente el más reciente de esos casos. Nuestras relaciones con los Estados Unidos están teñidas de muchos ejem-plos más”.

M) ¡Lo que proclama don José María es precisamen-te la tesis que hemos venido sostenido y defendiendo, desde que citamos un artículo del Financial Times, de-nunciado la falta de equidad entre los países poderosos y las naciones débiles! ¿Es eso lo que denominan, con

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La Segunda Guerra Mundial, con un saldo de cincuenta y cinco millones de muertos, demostró que una civili-zación basada en un capitalismo spenceriano, condu-cía inevitablemente al imperialismo y a la guerra. La Guerra Fría, estimulada por el macartismo y el neos-talinismo, a su vez estremeció al mundo con el pánico de la demencial amenaza de un apocalipsis nuclear y convirtió al Tercer Mundo en el campo de batalla, en la carne de metralla y en la víctima de esa lucha hege-mónica. Con todo este cúmulo de pesadillas dantescas se sepultó el mito cándido, ingenuo y mesiánico de un proceso lineal e ineludible hacia el progreso que con-duciría el destino humano hacia la superación gradual y a la utopía.

Estos profundos traumas universales indujeron a mentes escépticas al pesimismo y a cuestionar la pre-dictibilidad del “sentido de la historia” o que éste con-duciría inexorablemente al progreso edénico, así como las pretendidas “leyes de la historia” y la validez del determinismo histórico. Otros han sucumbido en un nihilismo que rechaza los supuestos beneficios de un progreso sustentado en valores, los estrictamente ma-terialistas de la civilización moderna, mientras cobra vigencia la posición de las religiones que proclaman que, desde una posición edénica, el hombre fue conde-nado a la decadencia y a la postración.

El fin de la Guerra Fría, el desvanecimiento de un eventual holocausto nuclear y los prodigiosos avan-ces tecnológicos de la cuarta Revolución Industrial, pueden inducir a la resurrección del optimismo mesiá-nico y de la fe ciega en el progreso a corto plazo. Sin embargo, algunas tendencias y procesos inducen a un escepticismo que vale la pena tomar en consideración.

“Es más fácil desintegrar un átomo que deshacer un pre-juicio”, exclamó una vez Einstein. Se ha creado un culto y un mito del progreso como un derivado de la tecnolo-gía moderna, pero mentes más escépticas s han lanzado voces de alarma que, desafortunadamente, se pierden en el vacío, como prédicas en el desierto o como surcos en el mar. Esto se explica por qué detener la devasta-ción universal que provoca el progreso, exige transfor-maciones tan profundas en la estructura política, eco-nómica y social del planeta, que resultan inaceptables no sólo para las élites, sino, también, para las grandes masas, por el enorme sacrificio que implica. Por eso, el hombre moderno prefiere aplicar oídos de mercader y practicar un avestrucismo con el que se autoengaña, a pesar de las dramáticas lecciones de nuestro siglo.

El siglo XX –que ha segado la vida de un centenar de millones de seres humanos en guerras estériles, ha de-mostrado que la tecnología es un instrumento prodi-gioso y positivo pero, a la vez, peligroso y destructivo en manos del hombre civilizado. La Primera Guerra Mundial dejó una horrible secuela de desmoralización, devastación y nueve millones de muertos. El totalita-rismo stalinista convirtió a una nación débil en una gran potencia, aplicando tanto incentivos como un régimen de terror que sembró la muerte en unos seis millones de hogares. La Gran Depresión, que paralizó a Occidente por casi una década, demostró que el libe-ralismo manchesteriano arrastraba inevitablemente al capitalismo en el abismo de la crisis, la desocupación, la bancarrota y la ruina de las naciones. El fascismo y el nazismo, a su vez, sucumbieron en una política brutal que superó a Atila y a Gengis Kan en intolerancia, vio-lencia, expansionismo y agresión.

LOS MITOS DEL PROGRESO27 de septiembre de 1994RUMBO, Fumarolas Políticas/22

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La cosmología moderna nos indica que nuestro pla-neta y el sistema solar tienen una esperanza de vida estimada en unos diez mil millones de años. ¿Debe-mos pensar en todas esas futuras generaciones, en esa dimensión exponencial o preocuparnos egoístamente por el futuro inmediato?

La frágil pátina de vida que sustenta nuestra existen-cia –advertía Carlo M. Cipolla– representa apenas la 1.000 millonésima parte del peso del planeta y es tan delicada que fácilmente puede ser destruida por el más leve cataclismo cósmico o por la insensatez misma del hombre. A su vez, Bertrand Russell señalaba acertada-mente que el hombre es el único ser, en todo el reino animal, con la capacidad de multiplicar sus necesida-des al infinito, gracias a su imaginación creativa, mien-tras que otras especies se limitan a las exigencias de sus instintos.

Por eso, una civilización basada que despilfarra enor-mes recursos y devasta una vital riqueza natural, en aras de un consumismo frenético o en guerras demen-ciales, sólo puede ser breve como un efímero destello, en términos históricos y cosmológicos, si tomamos en consideración que los recursos vitales de esta “cápsula espacial”, en la cual viaja el género humano alrededor de una enorme galaxia, son sumamente limitados y exigen el uso sensato y racional.

Pero la civilización moderna está quemando la vela por los dos extremos, ya que el enorme, poderoso y com-plejo sistema productivo mundial exige estimular las necesidades a un ritmo cada vez más acelerado, porque si se redujera su ímpetu, se desplomaría. Pero también el sistema político lo exige, ya que la democracia se sus-tenta en una subasta electoral y, a menudo, demagógi-ca, en la que se promete incrementar ese consumismo, que exige la movilización de mayores recursos natura-les. Por eso, ahora más que nunca es fácil desintegrar el átomo, pero no los prejuicios.

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