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REVISTA EUROPEA. NÚM. 208 17 DE FEBREBO DE 1 8 7 8 . AÑO v. LA GENERACIÓN ESPONTÁNEA. (Continuación.) * Sesenta de estas retortas llenas, hervidas y cor- radas de la manera ya descrita, y que contienen fuertes infusiones de carne de vaca y cordero, de nabo y pepino, se las empaqueta cuidadosamente en serrin y se las transporta á los Alpes. En este sitio, á una elevación aproximadamente de 7.000 pies sobre el nivel del mar, invito á mi amigo á que me siga. Estamos en el mes de Julio y la tem- peratura es la más apropósito para la putrefac- ción. Abrimos nuestro cajón en el Bel-Alp y en- contramos 54 retortas con el líquido tan claro como agua potable filtrada. En las seis restantes, sin embargo, el líquido está turbio. Examinamos éstas cuidadosamente, y notamos [que el extremo delgado de la retorta, que e3 muy frágil, se ha roto en el camino desde Londres. El aire se ha in- troducido en la retorta, dando por resultado el enfriamiento de la infusión. Mi colega sabe, tan bien como yo, lo que esto significa. Examinándola con un lente de aumento ó con un microscopio imperfecto, no encontramos nada en ese líquido turbio; pero mirándolo bajo un lente de aumento de 1.000 diámetros ó mas, ¡qué espectáculo tan asombroso se nos muestra! Leeuwenhocek calcu- laba en 500.000.000 los habitantes de una sola gota de agua estancada: probablemente los que existen en una sola gota de nuestra infusión será esta cantidad multiplicada varias veces. El campo del microscopio está lleno de organismos, algunos nadando lentamente, otras lanzándose rápidamen- te de un lado á otro del campo de observación. Se arrojan aquí y allá como una lluvia de menudos proyectiles; saltan y giran alrededor con tanta velocidad, que la impresión de la retina transforma aquel diminuto ser en una rueda giratoria. Sin embargo, los más afamados naturalistas nos dicen que sólo son vegetales. Dada la forma de cilindros que tan frecuentemente asumen, se ha llamado á estos organismos, bacterias término, nótese bien que abraza organismos de naturaleza muy dife- rentes. , Véase el número 206, pág. 129. TOMC XI ¿Ha sido engendrada espontáneamente esta multitud de seres existente en las seis retortas, ó proviene de materia viva generadora, llevada á las retortas por el aire que penetró? Si la infusión tiene un poder generador propio, ¿cómo se explica la claridad del líquido de las otras cincuenta y cuatro retortas que no han sufrido daño algu- no? Mi colega puede replicarme, y con justicia, que no es necesario suponer una materia germina- dora; que el aire puede ser un requisito indispon- sable para poner en actividad las infusiones"tran- quilas. En seguida examinaremos esta presunción, pero entre tanto haré observar á mi amigo que estoy operando dentro de las circunstancias en que se coloca nuestro heterogenista más afamado. Afirma claramente, que la ausencia de la presión atmos- férica sobre las infusiones favorece la producción de los organismos, y aun explica la falta de es- tos en las latas de conserva de carne, vegetales y frutas por la hipótesis de que la fermentación ha empezado en dichas latas, y se han, engendrado gases cuya presión ha matado la incipiente vida anulando su desarrollo subsiguiente (1). Esta es la doctrina del doctor Bastían sobre las carnes en conserva. No sé que su autor haya abierto nunca una lata de carne en conserva, dentro del agua para legitimar su hipótesis. Si lo hubiera hecho, la habría encontrado erró- nea. En las latas bien cerradas he hallado siempre que al abrirlas, no ha habido un escape de gas sino una inundación de agua. He notado esto" hacejp-uy poco tiempo en latas que se han conser- vado perfectamente durante sesenta y tres años en la Reyal Institution. Las latas de hoy dia, someti- das á igual esperimento, dan el mismo resultado. No obstante, de tiempo en tiempo, durante estos dos últimos años, he colocado tubos de vidrio que contenian infusiones claras de nabo, heno, vaca y carnero, en botellas de hierro, y las he sujetado á presiones de aire que variaban desde diez á véin* tisiete atmósferas; excuso decir que está pre- sión hubiera desheeho en pedazos una lata de car- ne conservada. Después de diez dias, se sacaron estas infusiones completamente putrefactas y lle- nas de seres. De este modo se destruye una hipó- tesis que no tenia ningún fundamento racional, y que no hubiera visto la luz pública si se hubie- (1) Beginniíigs of,. Ufe, vól. I, pág. 418. 13

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REVISTA EUROPEA.NÚM. 208 17 DE FEBREBO DE 1878. AÑO v.

LA GENERACIÓN ESPONTÁNEA.

(Continuación.) *

Sesenta de estas retortas llenas, hervidas y cor-radas de la manera ya descrita, y que contienenfuertes infusiones de carne de vaca y cordero, denabo y pepino, se las empaqueta cuidadosamenteen serrin y se las transporta á los Alpes. En estesitio, á una elevación aproximadamente de 7.000pies sobre el nivel del mar, invito á mi amigo áque me siga. Estamos en el mes de Julio y la tem-peratura es la más apropósito para la putrefac-ción. Abrimos nuestro cajón en el Bel-Alp y en-contramos 54 retortas con el líquido tan clarocomo agua potable filtrada. En las seis restantes,sin embargo, el líquido está turbio. Examinamoséstas cuidadosamente, y notamos [que el extremodelgado de la retorta, que e3 muy frágil, se haroto en el camino desde Londres. El aire se ha in-troducido en la retorta, dando por resultado elenfriamiento de la infusión. Mi colega sabe, tanbien como yo, lo que esto significa. Examinándolacon un lente de aumento ó con un microscopioimperfecto, no encontramos nada en ese líquidoturbio; pero mirándolo bajo un lente de aumentode 1.000 diámetros ó mas, ¡qué espectáculo tanasombroso se nos muestra! Leeuwenhocek calcu-laba en 500.000.000 los habitantes de una solagota de agua estancada: probablemente los queexisten en una sola gota de nuestra infusión seráesta cantidad multiplicada varias veces. El campodel microscopio está lleno de organismos, algunosnadando lentamente, otras lanzándose rápidamen-te de un lado á otro del campo de observación. Searrojan aquí y allá como una lluvia de menudosproyectiles; saltan y giran alrededor con tantavelocidad, que la impresión de la retina transformaaquel diminuto ser en una rueda giratoria. Sinembargo, los más afamados naturalistas nos dicenque sólo son vegetales. Dada la forma de cilindrosque tan frecuentemente asumen, se ha llamado áestos organismos, bacterias término, nótese bienque abraza organismos de naturaleza muy dife-rentes.

, Véase el número 206, pág. 129.TOMC X I

¿Ha sido engendrada espontáneamente estamultitud de seres existente en las seis retortas, óproviene de materia viva generadora, llevada álas retortas por el aire que penetró? Si la infusióntiene un poder generador propio, ¿cómo se explicala claridad del líquido de las otras cincuenta ycuatro retortas que no han sufrido daño algu-no? Mi colega puede replicarme, y con justicia,que no es necesario suponer una materia germina-dora; que el aire puede ser un requisito indispon-sable para poner en actividad las infusiones"tran-quilas. En seguida examinaremos esta presunción,pero entre tanto haré observar á mi amigo que estoyoperando dentro de las circunstancias en que secoloca nuestro heterogenista más afamado. Afirmaclaramente, que la ausencia de la presión atmos-férica sobre las infusiones favorece la producciónde los organismos, y aun explica la falta de es-tos en las latas de conserva de carne, vegetales yfrutas por la hipótesis de que la fermentación haempezado en dichas latas, y se han, engendradogases cuya presión ha matado la incipiente vidaanulando su desarrollo subsiguiente (1). Esta es ladoctrina del doctor Bastían sobre las carnes enconserva. No sé que su autor haya abierto nuncauna lata de carne en conserva, dentro del aguapara legitimar su hipótesis.

Si lo hubiera hecho, la habría encontrado erró-nea. En las latas bien cerradas he hallado siempreque al abrirlas, no ha habido un escape de gassino una inundación de agua. He notado esto"hacejp-uy poco tiempo en latas que se han conser-vado perfectamente durante sesenta y tres años enla Reyal Institution. Las latas de hoy dia, someti-das á igual esperimento, dan el mismo resultado.No obstante, de tiempo en tiempo, durante estosdos últimos años, he colocado tubos de vidrio quecontenian infusiones claras de nabo, heno, vacay carnero, en botellas de hierro, y las he sujetadoá presiones de aire que variaban desde diez á véin*tisiete atmósferas; excuso decir que está pre-sión hubiera desheeho en pedazos una lata de car-ne conservada. Después de diez dias, se sacaronestas infusiones completamente putrefactas y lle-nas de seres. De este modo se destruye una hipó-tesis que no tenia ningún fundamento racional,y que no hubiera visto la luz pública si se hubie-

(1) Beginniíigs of,. Ufe, vól. I, pág. 418.

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194 REVISTA EUROPEA.—17 DE FEBRERO DE 1878. N.° 208ra llevado á cabo la más ligera tentativa para prcnbaria.

Nuestros cincuenta y cuatro frascos, que con-servan la porción transparente de líquido que en-cierran, también deponen contra este heterogenis-ta. Los exponemos durante el dia al sol de losAlpea, y por la noche los suspendemos en unatemplada cocina. Se nos han roto desgraciadamen-te cuatro; pero al final del mes encontramos loscincuenta restantes tan limpios como al comenzar.No hay señal alguna de putrefacción ni de vidaen ninguno de ellos. Dividimos estas retortas engrupos de veintitrés y veintisiete respectivamente(un error de cuenta hizo desigual la división).La cuestión ahora es saber si la ¡introducción deaire puede dar lugar á una energía generadora enla infusión.

Nuestro próximo esperimento responderá á estapregunta, y aún algo más. Llevamos las retortasá un henil, y allí con un par de alicates de acerocortamos de un golpe las extremidades cerradasdel grupo de las veintitrés. Cada corte, claroestá, determina una introducción de ,>ire. Lle-vemos ahora las otras veintisiete, los alicates yuna lámpara de espíritu de vino á un arrecife quemira el ventisquero Aletsch, próximamente 200plés encima del henil, y desde cuyo sitio la mon-taña se indina precipitadamente al Nordeste du-ranta casi 1.000 pies de su extensión. Sopla delNordeste una ligera brisa hacia nosotros, queviene cruzando las nieves y las crestas de las mon-tañas del Oberland. Estamos, por consiguiente,bañados por aire que debe haber estado durantealgún tiempo fuera de todo contacto efectivo, asícon la vida animal como con la vegetal.

Me coloco cuidadosamente á sotavento de misretortas para que ninguna partícula de mis ropasó de mi cuerpo, pueda ser conducida, por el aire,á ellas. Un ayudante enciende la lámpara de espí-ritu de vino, en cuya llama introduzco los alica-tes destruyendo de este modo cualquier germen úorganismo, que se hubiese adherido á ellos. En-seguida separó el extremo tubular cerrado de lasretortas. Antes de cada corte se sigue idéntico pro-cedimiento, no abriéndose ninguna5 retorta sinhaber antea limpiado los alicates con la llama.De este modo llenamos nuestras veintisite retor-tas con aire limpio y vivificador de las mon-tañas.

Colocamos las cincuenta retortas, con el cuelloabierto, sobre una estufa á una temperatura quevaria de 50 á 90° Fahr. y á los tres dias encontra-mos á veintiuna de las veintitrés retortas abier-tas en el henil, llenas de organismos: han queda-do sólo dos libres. Después de estar expuestas tressemanas bajo idénticas condicionea, ni una sola

de las veintisiete retortas abiertas al aire libre geha corrompido. Ningún germen de los del aire de lacocina ha subido por la eatrecha garganta, estandohechas, sin embargo, las retortas de modo queproduzcan este resultado. No dudo que están to-davía en los Alpes tan claras y tan libres de soresvivos como cuando se las mandó de Londres (1).

¿Que es lo que deduce mi colega del experi-mento que tiene delante? Veintisiete infusionesputrescibles, primero en el vacío y después llenasdel aire más vigoroso, no han mostrado señal al-guna de vida ó descomposición. Con respecto ália otras, casi tiemblo al preguntarle si el henil lasha hecho espontáneamente generadoras. ¿No seinfiere necesariamente de esto que no es el aire delsuelo, que se comunica con la atmósfera de fuerapor medio de una puerta abierta, sino algo con-tenido en ese mismo aire lo que hace qua se pro-duzcan tales efectos? ¿Qué e» este algo? Un rayode luz que entrase por una abertura del techo ó dela pared, y que atravesase el aire del suelo, nosmostraría que está lleno de partículas de polvo.Aun ese polvo es completamente visible en plenaluz. ¿Puede él ser el origen de la vida observada?Si esto es así, ¿no estamos obligados por todo elexperimento descrito á mirar estas prolífieas par-tículas como los gérmenes de la vida que hemosobservado?

Se ha mezclado constantemente el nombre delbarón Liebig en estas discusiones, n Tenemos, senos diee, su permiso para afirmar que la materiamuerta, corruptible, puede producir fermenta-ción. H

Es cierto, mas en el sentido de Liebig, la fer-mentación no era de ningún modo sinónima devida. Todo el que lea con algún detenimiento lasobras del doctor Bastían, observará que siempreque su autor hace referencia á este poder de la ma-teria corrompida, lo iguala al vago término defermentación, suavizando, de esta modo, la impre-sión que su hipótesis produce; la que más bien in-sinúa que afirma. Pero nuestra intención, por elpresente, es dejar á un lado toda vaguedad. Pre-guntamos, por lo tanto: ¿Los seres vivos de nues-tras retortas proceden de partículas muertas? Simi compañero me contesta, si,entonces le volveriaá preguntar: ¿qué motivos ofrece la naturalezapara semejante presunción? ¿Dónde, en medio de lamultitud de fenómenos vitales en los que se hanmarcado claramente sus operaciones, existe el máspequeño apoyo á la noción de que la siembra departículas muertas puede producir una cosecha deseres vivos? En lo que atañe al barón de |Lieb;g,

(1) Esta es la descripción do ua experimento hechohace tres meses en el Bel-Alp.

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N.° 208 TYNDALL.—-LA GENERACIÓN ESPONTÁNEA.

si éste hubiera estudiado las revelaciones del mi-croscopio en relación con estas cuestiones, con suclara inteligencia no hubiera dejado de compren-der el significado de los hechos revelados. Él, ápesar de todo, abandonó el microscopio, y de aquíque cayese en el error, pero no en un error de tantamagnitud como el que se trata de apoyar con elprestigio de su nombre. Si viviese en nuestrosdías, no dudo que repudiaría el uso que tan á me-nudo se hace de su nombre.IjEl concepto de la fer-mentaeion que tenia Liebig, era, por lo menos,científico, fuadado'en profundas concepciones dela instabilidad molecular; mas este concepto noenvuelve ciertamente la idea de que á la disemi-nación de partículas muertas (Stickstof f splittern,polvo nitrogenado, como Uohn despreciativamen-te las llama) se sigue el desarrollo de la vida en lasinfusiones.

Volvamos ahora á Londres y fijémonos en elpolvo de su aire. Supongamos un cuarto en elque la criada ha concluido su faena y quedó com-pletamente cerrado exceptuando una pequeñajaber-tura en la ventana, por la que entra un rayo desol y atraviesa la habitación. El polvo flotanterevela el camino de la luz. Coloquemos una lenteen la abertura para condensar el rayo de sol. Sushaces paralelas convergen en un cono, en cuyo vertice el polvo se distingue por su blancura, ocasio-nada por la intensidad de la iluminación. Al abri-go de toda otra luz el ojo adquiere un sensiblidadparticular para percibir ésta. El polvo flotante delas habitaciones de Londres es orgánico y puedequemarse sin dejar residuo alguno visible.

La acción de una lámpara de espíritu de vinosobre esta materia flotante, ha sido descrita enotro lugar de la manera siguiente:

"En un rayo de luz cilindrico que. iluminabafuertemente el aire de nuestro laboratorio, he co-locado una lámpara encendida de espíritu de vino.Superficialmente de la llama, y alrededor 'de suparte externa, se veian curiosas coronas de oscu-ridad que se parecían mucho al humo negro. Colo-cando la llama á alguna distancia, por debajo delrayo de luz, la misma masa negra se amontonabapor encima. Eran más negras que el humo másnegro que ss ha visto jamás saliendo de la chime-nea de un vapor, y su parecido con el humo eratan notorio que se nos presentó enseguida la ideade que la llama pura, aparentemente, de la lám-para de alcohol, sólo requería un rayo de luz bas-tante fuerte para que se nos revelasen esas nubesde carbón libre.

Mas, ¿es esa negrura carbón? Esta pregunta senos presentó enseguida, y se contestó del modo si-guiente: Se colocó un hierro, calentado al rojo,debajo de la llama, también ascendieron por enci

ma de él las negras coronas. Se empleó enseguidauna gran llama de hidrógeno, que no produce humo,y también dio lugar, en mayor cantidad, á esasmasas oscuras. Quedando fuera de la cuestión elhumo, ¿qué es aquello? Es sencillamente la negru-ra del espacio sideral; esto es oscuridad resultantede la ausencia en el rastro del rayo luminoso detoda materia, bastante para esparcir su luz. Cuan-do se colocaba la llama debajo del rayo de luz, lamateria flotante quedaba destruida in situ, y elaire enrarecido, libre ya de esa materia, se ele-vaba hasta el rayo de luz, desalojaba las partícu-las iluminadas y sustituía su claridad por aquellaoscuridad sólo debida á su perfecta trasparencia.

No hay nada que pueda comprobar de una ma-nera, de un modo tan perfecto, la invisibilidad delagente que hace visible todas las cosas. El haz deluz pasaba, sin ser visto, la negra hendidura for-mada por el aire transparente;'mientras á amboslados de esa abertura las partículas, infinitamenteesparramadas, brillaban como un sólido luminosobajo una fuerte iluminación (I)."

Supongamos una infusión cerrada hermética-mente, pero susceptible de putrefacción tan pron •to como se la expone al aire libre, y que la coloca-mos en contacto con este aire incapaz de iluminar •se, ¿qué resultará? Que nunca se corrompería. Pue-de objetársenos, sin embargo, que se ha estropeadoel aire con una tan violenta calcinación: el oxíge-no qiie ha pasado á través de la llama de una lám-para de espíritu de vin•••>, ya no es, como se puedecomprender, el oxigeno que se requiere para eldesarrollo y desenvolvimiento de los. seres vivos.No obstante, tenemos una salida muy fácil de es-ta dificultad: la que está basada como quiera, sobreel supuesto no probado de que el aire, ha sido alte-rado por la llama. Déjese que pase un rayo de luzcondensado á través de una botella grande de vi-drio óAiatraz conteniendo aire común. El rastrodéla luz se vé en el interior, el polvo mostrandola luz, y ésta enseñando á aquél. Tápese la botella,rellénese de algodón el cuello, ó sencillamentevuélvasela boca abajo y déjesela sin menearla du-rante un dia ó dos. Examinada después con elrayo luminoso, no se vé rayo alguno, la luz pasapor la botella como por el vacío. La materia flo-tante ha quedado destruida, quedándose adheri-das á las paredes exteriores de la botella. Si fuesenuestro objeto, como lo será dentro de poco, el rete-ner el polvo, podríamos haber untado la superficiecon alguna sustancia pegajosa. De este modo,pues, sin atormentar el aire de ninguna manera,hemos encontrado los medios de librarnos, ó por

(1) Fragments of Science, quint* edición, páginas128 v 129.

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mejor decir, le hemos dado modo de que se libreá sí mismo de toda materia flotante.

Tenemos ahora que trazar el medio para averi-guar la acción de ese aire purificado espontánea-mente, sobre las infusiones putrescibles. Se cons-truyen cámaras de maderas para esto, con frentesde vidrio, ventanas laterales y puertas por detrás.Por el fondo de estas cámaras pasan tubos de en-sayo que ajustan perfectamente; su final abiertoqueda dentro de la cámara á una altura próxi-mamente de un quinto de su longitud. Se arreglade manera de que haya libre contacto entre elaire interior y el exterior por medio de tubos enu: por estos tubos, aun cuando están abiertos, nopuade entrar el polvo hasta la cámara. La partesuperior de cada cámara está perforada con unagujero circular de dos pulgadas de diámetro ycerrado hermóticamente con un pedazo de guta-percha. A esta se la atraviesa con una alfiler en elmedio, y por el agujero este se pasa el tubo de unalarga pipeta que termina arriba con un pequeñoembudo. El tubo también atraviesa una cajita dealgodón en rama empapado eá glicerina, y de esemodo fuertemente adherido con la goma y el algodon es probable que la pipeta no lleve polvo algu-no consigo, al movérsela arriba y abajo.

Se cierra la cámara cuidadosamente, y se la dejaen este estado tranquilamente durante dos ó tresdias. Examinada al principio por medio de unrayo de luz, introducido por las ventanas, se en-cuentra que su interior está lleno de materia flo-tante que desaparece por completo al tercer dia.Para prevenir que vuelva otra vez á levantarse enel interior de la cámara, se han untado, previamen-te, las paredes con glicerina. Ellíquido fresco, perocapaz de putrefacción, se introduce sucesivamente,por medio de la pipeta, en los seis tubos de ensayo. Sipermitimos que quede así; sin tomar otras precau-ciones, cada uno de los seis tubos se corromperá yse llenará de seres vivos. El líquido ha estado encoutacto con aire cargado de polvo, el que le hainfestado, y por lo tanto, hay que destruir estainfuscion. Esto se consigue introduciendo los seistubos en un baño de aceite caliente é hirviendo lainfección. El tiempo necesario para destruir porcompleto la infección, depende enteramente desu naturaleza. Un hervor de dos minutos bastapara destruir algunos contagios, mientras que unhervor de doscientos minutos no es suficiente paraexterminar otros. Después que se ha esterilizadola infusión, se retira el baño de aceite y ellíquido,cuya naturaleza, capaz de corromperse, no ha sidoalterada de ningún modo por haberle hervido, esabandonado al aire de la cámara.

Con cámaras de esta especie he probado duran-te el otoño y el invierno de 1875 á 1876, infusio-

nes de las especies más diversas, comprendiendolíquidos naturales de los animales, la carne y vis -ceras de animales domésticos, liebres, pescado yvegetales. Se han experimentado más de cincuen-ta de estas cámaras sin átomos de polvos en suinterior, con sus respectivas infusiones, y aun mu-chas de ellas repetidamente. No hubo la más li-gera sombra de duda en ninguno de sus resulta-dos. En cada caso teniamos: en el interior de lacámara, una perfecta limpieza y dulzura que en al.gunos casos duró más de un año; en el exterior,con la misma infusión, la putrefacción con susolore3 característicos. En ningún caso se dio lamenor prueba á la idea de que una infusión priva-da, por medio del calor, de sus seres vivos inhe-rentes, y puesta en contacto con aire limpio pre-viamente de toda materia flotante visible, tienepoder alguno para generar seres vivos de nuevo.

Recordando entonces el número y variedad delas infusiones empleadas y la severidad con quehemos seguido las reglas paralas preparaciones,prescritas por los mismos heterogenistas, recor-dando también que hemos ensayado en sustanciasque ellos recomiendan como capaces de presentarpruebas de generación espontánea aun en manosimperitas, y aunque hemos añadido á sus prepa-raciones muchas otras de las nuestras; si fueseuna realidad ese pretendido poder generador sehubiera manifestado en algún lado. Hablando, enresumen, diria, que se le han presentado más dequinientas ocasiones, pero que no se ha visto enninguna. El argumento vamos ahora á terminarloy cerrarlo por medio de un experimento que bor-rará cualquier resto de duda que quede sobre elpoder de las infusiones á generar seres vivos.Abrimos la puerta de atrás de nuestras cámarascerradas y permitimos que el. aire común con todasu materia flotante tenga acceso hasta nuestrostubos de ensayo. Durante tres meses hemos vistoque han permanecido transparentes é inodorosextracto de carne, pescado y vegetales están tanpuros como acabados de hacer: expuestos durantetres dias al aire empolvado basta para que se pre-senten borrosos, fétidos y llenos de sáres infuso-rios vivos. De este modo se prueba el líquido enuno y en todos, capaz de corromperse cuando sele aproxima el agente contagioso. Invito á micolega que reflexione sobre estos hachos. ¿Qué ra-zones me dará para desvirtuar la absoluta inmu-nidad de un líquido expuesto durante meses enuu cuarto templado á un aire ópticamente puro,y su irremisible putrefacción á los pocos diascuando se le expone en un aire cargado de polvo?Me parece que tiene que inclinarse ante la conclu-sión de que las partículas del polvo son la causade los aeres vivos en la putrefaceian. Y á menos

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N.° 208 D. ALCALDE PRIETO.—EL ATEÍSMO MODEBNO. 197

que acepte la hipótesis de que estas partículas es-tando muertas en el aire, son en el líquido, mila-grosamente engendradas en seres vivos, tiene queadmitir que la vida que hemos observado, nace degérmenes ú organismos esparcidos por toda la at-mósfera.

Los experimentos con frascqs herméticamentecerrados han llegado hasta el número de 940. Deestos he llevado un grupo de 130 para ejemplo,delante de la Roy al Society, e 113 de Enero de 1876.Estaban completamente libres de seres vivos, ha-biendo sido previamente totalmente esterilizados,por una cocción de tres minutos. Tuve un cuida-do especial en que las temperaturas á que las re-tortas estaban expuestas, incluyese aquellas ad-mitidas previamente como las más favorables. Enverdad, he copiado las condiciones expuestas pornuestro más célebre heterogenistas pero no pudecorroborar su opinión. Desde entonces ha dadogran importancia á la cuestión del calor, aña-diendo de repente treinta grados á la temperaturacon la que tanto él como yo hemos trabajado pre-viamente. Repudiando todo argumento ó protestacontra un capricho manifestado de esa manera, hetratado de probar esta nueva faz. Los tubos sellados, que estaban diáfanos en la Boyal Institu-tion, fueron suspendidos en cajas perforadas y co-locados bajo la vigilancia de un ayudante inteli-gente en el baño turco de la calle de Jermyn. Sehabía dejado á los tubos herméticamente cerradosdurante cuatro ó seis dias para la generación delos organismos: los mios permanecieron en elcuarto lavatorio del baño durante nueve dias.Los termómetros colocados en las cajas y revisa-dos dos ó tres veces por dia, nos marcaron que latemperatura varió de 101° hasta el máximun de112° Fahr. Al concluir los nueve dias las infusio-nes eran tan transparentes como el primero. En-tonces los trasladó á otro sitio más caliente. Sehabia dicho que una temperatura de 115° era espe-cialmente favorable para la generación espontá-nea. Durante catorce dias, la temperatura del ba-ño turco estubo muy próxima á ese número, dis-minuyendo una vez tanto como 106°, llegandoá 116 en tres ocasienes, 118° en una y 119° en dos.El resultado fue igual al ya marcado. La tempe-ratura elevada provó ser completamente extrañapara la generación de seres vivos.

Tomando por base para el cálculo el experimen-to que ya hemos dicho, si nuestros 940 frascos sehubieran abierto en el henil de Bel Alp, 850 deellos se hubieran llenado de organismos. La lim-pieza de los 82 restantes da mayor fuerza á nues-tro argumento contra los heterogenistas, probandoterminantemente, como en efecto lo hace, que notenemos que buscar la causa de los seres vivos en

el aire, ni en las infusiones, ni en algo pródiga-mente eapareido por medio del aire, sino en dis-cretas partículas alimentadas por las infusiones.Nuestro experimento prueba que estas partículasestán tan separarlas que permiten la entrada delaire en el 10 por 100 de nuestras retortas, sin con-traer contagio alguno. Hace veinticinco años pro-bó Pasteur que la causa de la llamada generado»espontánea era discontinua. Ya me he referido enotra ocasión á su observación, que de 20 retortasabiertas en las planicies 12 se libraban de la in-fección, mientras que de 20 abiertas en la Mer deQlace, 19 se libraban. Nuestro propio experimen-to en el Bel Alp es un ejemplo más concluyentede la misma naturaleza; el 90 por 100 de los fras-cos abiertos en el henil habían sido alteradosmientras que ni uno solo de los abiertos en lasmontañas habia sido atacado. El poder del aireen lo que hace referencia á la infección putresci-ble, está cambiando constantemente por causasnaturales, y nosotros podemos alterarlo á volun-tad. De un número dado de retortas abiertas, en1870, en el laboratorio de la Royal Jnstitution,el 42por 100 se alteró mientras que el 62 se libró.

En 1877, la proporción en el mismo laboratoriofue 68 por 100 alterados, por 32 intactos. La ma-yor mortandad, si se me permite esta frase, de lasinfusiones en 1877, fue debida á la presencia deun poco de heno que exparció su polvo germinalen el aire del laboratorio, obligándole de estemodo á que se aproximase en su fuerza infectivaal aire del henil de los Alpes. Yo le suplicaría ámi amigo que llevase su penetración científica ála interpretación de los hechos enunciados.

JOHN TVNDALL.

Traducción del inglés por V. I.

(Concluirá.)

EL ATEÍSMO MODERNO.

Tal es la materia que me propongo explanaren este artículo, materia sin duda alguna supe-rior á mis fuerzas, y que ha ejercitado en todostiempos la sagacidad de los grandes ingenios, enlos unos para defender la primera y más alta delas verdades, la existencia de Dios, en los otros,aunque reducidos en un número para negarla;tesis es esta erizada de dificultades que saltan á

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la vista de todo el que haya pisado los umbralesde la cieneia metafísica.

Porque, en efecto, como el ateísmo no es unsistema que partiendo de la unidad de una ideacapital se vaya desarrollando orgánicamentehasta llegar á las últimas consecuencias conteni-das en esa idea madre, á al monos no tengo no-ticia qje bajo una ú otra forma científica se hayadesarrollado en ningún tratado, sino que consis-te en un conjunto de negaciones aisladas, toma-das cada una de un punto de vista distinto, sinenlace ni relación entre sí, surje y ofrece unainmensa dificultad el exponer ordenadamenteesas negaciones, y dar siquiera una aparienciade unidad á un trabajo de esta índole; más tra-tándose de lo que bien pudiera llamarse ateísmomoderno.

Y no es menos difícil determinar rigurosamen-te lo que debe entenderse por ateo, pues no bas-ta decir que son los que niegan la existencia deDioa, puesto que una gran familia de éstos, envez de negarla directamente, se contenta con des-figurar ó adulterar las pruebas de la existenciadivina, dejando en la duda lo que queda en sucoraaon, pues no son explícitos; y otra, que pue-de llamarse filosófica, ni niega, ni pudiera negarlina primera causa, pues carecería de base paradesarrollar su sistema, sea el que quiera: su errorconsiste no en la negación, sino en lo falso de lanoción que se han formado y tratan de demos-trar.

No hay sistema de filosofía, ni puede haberlo,que deje de reconocer un origen, una causa pri-mera, un elemento primordial para explicar elgran fenómeno que constantemente se ofrece ásu vista, y que se llama Universo, porque estoes una necesidad absoluta á la razón humana,que ni por abstracción puede prescindir por unmomento de lo que debe llamarse principio delas cosas, origen y causa del mundo; pero si losfilósofos se hallan acordes en esto, no así al ex-plicar y determinar la esencia, naturaleza, atri-butos y relaciones de ese algo á que precisamen-te debe referirse el principio de las cosas,

Por otra parte, es indudable también que en-tre los que admiten y reconocen á Dios se hanformado de Él distintas ideas, ó que ño todos tie-nen la misma noción, lo cual depende de la edu-cación, cultura de espíritu y demás circunstan-cias, más ó menos favorables, que rodean á cada'uno; razón por que nadie les tiene por ateos, por

mas que no concuerden entre sí sobre la idea de 1Ser Supremo. Es necesario, pues, fijar aquí hastaqué punto ha de estar desfigurada la noción delprincipio de las cosas, la idea de una primeracausa, para tenerlos por ateos, pues sin esto nopuedo circunscribir mi táais, ni. reconocer los sis-temas que se oponen y que no se oponen á ella,á fin de refutarlos.

En este supuesto, todo sistema ó doctrina queadultera la naturaleza, atributos esenciales y mo-rales del Sor, á quien consideramos como origeny causa libre del mundo, y de cuya idea recta-mente no puedan deducirse ni el orden moral niel religioso, es considerado como opuesto á laexistencia de Dios, y por tanto acusado de ateís-mo. Lo mismo sacede en todo orden de cosas:desde el momento que se desconoce ó niega deuna, de cualquiera clase que sea, una cualidadesenc al ya se pasa á formar una idea de otra dis-tinta de la que se trata.

En su consecuencia, procede elevarse aquí ála noción de Dios, y de su existencia, por variasrazones: primera, porque la demostración de laexistencia de Dios, es la impugnación más di-recta de todo ateísmo, como la demostración dela libertad es la negación del fatalismo: segun-da, porque estos principios indestructibles cons-tituyen una regla indefectible para juzgar la doc-trina que se le oponga ó separe. v

En terreno tan importante, como ijue se tratanada menos de establecer la primera dé las ver-dades y el fundamento de toda Verdad, no se daun paso que no sea disputado palmo á palmo portodos sus adversarios. Todos, y si no todos la ma-yor parte, proponen desde luego la cuestión desi la existencia de Dioa es demostrable ó inde-mostrable; cuya, respuesta parece en este casocomprometida, porque decir que. ea demostrable;,es hacer de Dios una abstracción* una hipótesisaunque sea por un momento, hasta llegar á sacarla consecuencia de que es una realidad; además,seria necesario un principio superior] lo cual esimposible, por que si se suprime el principio nohay sobre que fundar nada; confesar que es in-demostrable, parece quedar desarmados ante elexcepticismo y ateísmo, y parece redupir la exis-tencia divina á un objeto de fe sin rodearlo degarantía alguna.. Mas lejos de verme reducido ála más dura alternativa, proclamaré, tan alta ypoderosamente como me sea posible, que laverdad de 1» existencia de Dios es la más necesa-

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ria, universal y evidente de todas las verdades,y que los argumentos de los enemigos de todoslos tiempos y lugares sólo han servido para pro-bar la impotencia de sus deleznables esfuerzos.

A fin de responder directamente á la cuestiónpropuesta, de si la existencia de Dios es ó no de-mostrable, hay que distinguir la demostraciónen directa é indirecta. Si la demostración direc-ta es la deducción aplicada á probar una verdadpor medio de la cual se hace ver que la verdadde que se trata se halla comprendida en otraverdad fjuperior é inmediata que el adversariono puede negar, resueltamente debe decirse quela existencia de Dios es inaccesible á este génerode demostración. Mas no se crea que esto es ha-cer una confesión que perjudique la causa quevoy á defender, puesto que al hacerla es mi pro-pósito patentizar que no es por defecto, sino p'orla. misma excelencia y altura de la idea por loque no es ni debe ser susceptible de este génerode demostración.

Ante todo, es preciso ponerse de acuerdo so-bre el objeto de esta última, puesto que los ex-cépticos la miran con el fin de la inteligencia ycomo el único criterio de verdad, con lo cual sub-vierten las leyes del conocimiento, y se colocanfuera de ella y de la razón, pidiendo absurdos éimposibles. En efecto, sino puede creerse enninguna verdad que no sea directamente demos-trada, si el principio á que hay que acudir paraello, necesita á su vez ser demostrado, se pasaráde principio á principio hasta lo infinito, y hóaquí el absurdo y lo imposible. Por este caminola razón humana nunca alcanzarla su fin, y loque buenamente se probaria es que el fin de larazori no es llegar á la razón en todo género deverdades, como pretende el excepticismo.

Este jamás podrá negar que el fin de la inte-ligencia humana es llegar á poseer la verdad;esto es, adquirir conocimientos verdaderos sobrelos objetos á que se aplica. Podrá decir que lainteligencia no puede estar segura del conoci-miento de los mismos, y en su consecuencia,que la demostraciones la única garantía de laverdad, lo cual equivale á decir casi lo mismo,por qué verdad que no está demostrada su pose-sión, no ofrece garantía alguna. Si esta conse-cuencia es errónea, como lo es, pues lanza alhombre en iguales y exactos extravíos, pruebapor lo menos que el principio de donde salen esexagerado, y si en parte cierto va más allá de

la verdad. En este punto el excéptico sólo cono-ce la verdad á medias, y forzoso es hacerla reco-nocer toda entera. Al través de sus eternas ra-zones contra el dogmatismo, la ciencia ha dadoun paso más ade ante, demostrando que el finde la inteligencia es llegar á la posesión de laverdad y no á la demostrac on, y que el títulode posesión y legitimidad del conocimiento es lacerteza individual.

Llámase certeza esa confianza plena de la ra-zón en la posesión de la verdad que afirma, esaconvicción íntima é inalterable que no puede au-mentar por más pruebas que se aduzcan, ni tam-poco disminuir sean los que quieran los mediosque para ello se empleen; estado único en el queha de colocarse el criterio infalible de verdad.Ni nada puede suplirle ni nada reemplazarle; lamisma desmostracion no es legitima más quecuando engendra esta seguridad en la concien-cia, como sucede al dudar sobre la verdad delprincipio, ó sobre el rigor de la oonsecuencá»,que por ambos lados puede salir fal$» iBJápdé ;mostración. . „:"..;...

Ahora bien, ¿no' existen otros medios ademásde esta última, que puedan producir ese estadode certeza? Si así fuera, el escepticismo ^aldrtettriunfante; mas por la Evidenciaren los casoa'e*que puede tener lugar, se llega al mismo resul-tado. Se entiende por evidencia el grado de cla-ridad en el que cada facultad humana percibe &veces el objeto que le es propio, de tal modo queen ningún tiempo, ni bajo ninguna circunstan-cia, la es posible percibirle mejor, y ó no se hadé creer jamás en estas fuentes del conocimiento,ó, en f§te caso, ha de creerse completamente;pues nunca ha de estarse más seguro de la exac-titud de la percepción. Por eso, según las últi-mas depuraciones de la lógica, la certeza es, enúltimo análisis, el único criterio de verdad; perola certeza producida por la evidencia ó por la de-mostración, que es la llamada certeza de dere)-cho, y no la vulgar ó de hecho que confunde esteestado con otros que se le aproximan ó asi-milan.

Cada uno de estos medios de llegar á la certe*-za siene aplicación á un orden distinto de cono-cimientos, y entre los dos satisfacen todas lasjustas exigencias de 1K inteligencia del hombre,que nada se le ha negado de lo que le es esencialpara el cumplimiento de su destino.

Así, pues, la evidencia tiene aplicación á aquer

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200 REVISTA EUROPEA.1—17 DE FEBEBRO DE 1878. N.* 208

líos conocimientos inmediatos que propiamentese llaman datos de las facultades instrumentales,entre las que se enumeran la percepción externa,la interna, la institución pura y la concepción.Estos datos de las respectivas facultades no pue-den demostrarse, ni lo necesitan, porque todademostración seria inútil una vez que en nadaaumentaría la confianza de la razón en la verdadque afirma; y aunque fuese posible demostrar locontrario seria preferible tener por falsa la de-mostración que dejar de creer en los referidosdatos; sirva de ejemplo cualquiera de los queofrece la percepción interna: la conciencia infor-ma al hombre en un momento dado de la exis-tencia de un dolor agudo; la existencia de esefenómeno no puede demostrarse; pero, Jel pa-ciente estaría, por ventura, más seguro del he-cho si se lo demostrasen, ó dejaría de creer en élMÍ un hábil sofista logrará probarle su no exis-tencia? Hó aquí como nada puede ir contra esainquebrantable convicción, y nada suplirla, ypor qué hay que reducir á ella el criterio de laverdad.

La demostración tiene aplicación á otro or-den de conocimientos, intermedios entre losprincipios que son datos de la intuición pura óconcepción y los de la experiencia A la manerade la definición recorren una escala de generali-dad, dejando fuera los extremos, esto es, el indi-viduo y el género supremo; que ni son definiblesni demostrables: el género supremo, no por de-fecto, sino por excelencia.

Esto sentado, y perdonando el rodeo ó lacorta excursión que por los criterios acabo dehacer, para suplir estas ideas intermedias y fijarla inteligencia en el verdadero camino, bienpuede afirmarse qué dos son las vías que elhombre puede recorrer para descubrir que laexistencia de Dios ni es ni debía ser susceptiblede una demostración directa. No es demostrableporque la idea de una sustancia y causa prime-ra, de un principio ú origen de las cosas, es ob-jeto directo de la intuición pura como el sol dela vista material; es un dato de esta facultadinundando de la luz de la evidencia para todoel que no se obstina en cerrar los ojos á su ex-plendor.

La existencia de Dios, es, y debía ser, unaverdad clara y patente para todos, y si cabe,más luminosa que la presencia del sol para losque no están privados de la vida material, y no

una de esas verdades ocultas en las entrañas deuna ciencia, patrimonio de un pequeño númerode sabios, que, sólo á fuerza de reiterados traba-jos, pudieron hallar todas aquellas á que se apli-ca la demostración.

Aun hay otra razón más alta por la que laque la existencia divina, ni es, ni debía ser de-mostrable, y consiste en que la idea de Dioscaería en la clase de uno de esos principios in-termedios que tienen otros por encima de sí, yen los que se hallan comprendidos; entonces de-jaría de ser ese principio supremo á donde acu-dimos para probar toda verdad; que nada escierto, sino porque él es cierto y evidente porsí mismo; porque se impone á la razón comouna necesidad ineludible; y porque, desde el mo-mento que esta trata de prescindir de él, se véenvuelta en las tinieblas, punzada por mil con-tradicciones, dominada por el absurdo, combati-da por la negación:.., como que ya nada tienerazón de ser ni de existir.

I I

Creo haber hecho ver hasta la evidencia, quela existencia de Dios, ni es, ni debia ser, acce-sible á una demostración directa; que si hastaahora se oia con dolor esta verdad, que si dabala razón á los que la profesaban, les dejaba iner-mes ante los que creían que la demostración erael único escudo y defensa de la verdad, hoy me-jor determinados los criterios, vale lo mismo quodecir que la existencia de Dios, ni pertenece, nidebia pertenecer á un orden de verdades secun-darias. Es un dato de la intuición pura, queha de ser conocido por cada uno, por la visióndirecta ó indirecta entre el sujeto y el objeto;y humanamente no puede obtenerse de otromodo este conocimiento.

Sin embargo, deben tenerse presente que to-dos los datos ó conocimientos directos y propiosde la intuición pura ó de la Concepción, no sonigualmente claros para la inteligencia de cadauno; algunos, aun filósofos como Condillac, noalcanzan la idea de lo infinito y la confundencon la de lo indefinido: ios que no están inicia-dos en matemáticas, á primera vista no percibenla verdad en axioma^ la demostración no tieneaquí lugar para hacerla comprender á la inteli-gencia del hombre: ha de ser él la verdad direc-tamente, por evidencia propia, y si no hay otro

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medio de suplir eata facultad, ¿qué hacer? Laautoridad no tiene en este caso otra interven-ción que la de dirigir la inteligencia individualen la comprensión de esta verdad, supliendoideas intermedias, sustituyendo las palabras,poniendo comparaciones, etc., y preparándolapor todos los medios que están á su alcance á laintuición directa de esta verdad; haciéndole no-tar después sus caracteres de universalidad ynecesidad. Pues una operación análoga es lo quees preciso practicar con esta variedad de la fa-milia de los miopes para disponer su ojo inte-lectual á la visión de la primera y más funda-mental de las verdades, y tal es el objeto de laparte analítica del sistema de Krausse.

.Renán y Fichte tomando" á Dios por un ob-jeto de concepción, pues para Fichte Dios es elorden moral, y para Eenan una categoría de loideal, es decir, lo divino que esta facultad con-cibe dentro de sí, me obligan á trazar aquí lalínea divisoria entre la intincion pura ó per-cepción de la absoluto y la concepción, expo-niendo los caracteres que separan los productosde una y otra, para concluir con toda esa nuevasecta de ateos que así evaporan la idea de Dios,iique el Ser Supremo es bajo el punto de vistadel conocimiento objeto de la intuición pura."

Los conooimientos obtenidos por esta facultadse distingnen de los que pertenecen al dominiode la concepción en que se refieren á objetos,que, aunque no accesibles á los sentidos, tienenuna existencia real fuera de nosotros, como lasideas de sustancia y causa, infinito y absolu-to, etc., al paso que los de la concepción nola tienen fuera del espíritu. Si, pues, puedo de-mostrar que Dios es objeto de la percepción delo absoluto, y que como tal tiene una existen-real fuera del espíritu, habré concluido por unaparte contra los ateos idealistas, y por otra mepondré en camino de perseguir á los demás has-ta en mis sus últimas trincheras.

Ya he dicho que la razón humana, al propo-nerse explicar el origen del mundo, no puedemenos de ir á parar á una primera causa ó pri-mer principio del que no puede prescindir ni uninstante siquiera, como no puede concebirseUna cadena sin un primer anillo ó una casa sincimientos. Todos los intereses filosóficos confir-man esta verdad y obedecen á esta, necesidad,ya hallen este principio en el caos como los pri-mitivos poetas, ya en el elemento físico, la hu-

medad, el aire, el fuego, como las diversas es-cuelas antesocráticas, ya sea este principio ungermen primitivo que se desarrolla ciega y en-cadenadamente como en el panteísmo, ó bien elmaterialismo, que en la actualidad se presentabajo las formas de positivismo y naturalismo,aunque todos convienen en ño admitir otro or-den de ideas que las de experiencia, sin pasarmás allá del orden físico para explicar el origendel mundo y del hombre.

Sí; todos prueban, á pesar de lo divergente yabsurdo, la necesidad de la existencia de Dios;pues que ninguno de ellos pasa ni puede pasarsinese algo, á qué referir todas las cosas; perotodos bajo el punto de vista en que me hallo co-locado, son sistemas ateistas, porque todos alte-ran esencialmente la noción divina, y en suconsecuencia, todos implican la negación detoda religión y de toda moral, que es el signomás oportuno, verdadero y legítimo para reco-nocerlo.

No es mi propósito entrar en los detalles decada uno de esos sistemas, sino refutarlos en loque se apartan de la noción verdadera de Dios;y al efecto, creo responder á todos á la vez, sus-tituyendo asa idea y la de su existencia y atri-butos á la pureza con que pueda alcanzarlanuestra limitada razón, indicando la marchaque sigue la intuición hasta llegar á su término";creo, repito, he de responder á todos esos falsossistemas, si es cierto que la demostración deuna verdad disipa cuantos errores se la opo-nen. La dificultad es grande, y el compromisomayor, pues por una parte debo demostrar con-tra 1fcs conceptualistas, que Dios es objeto de laintuición pura, y por tanto, que su idea se refie-re á un ser que reside fuera del espíritu, y porotra, y contra todos los que desfiguran la nociónde esta primera causa, que ella es un ser infini-to y personal; mas como mi convicción es pro-funda, me parece lograrlo fácilmente; de todosmodos, me salvará la buena voluntad.

La intuición pura, facultad que niegan losque refieren todos los conocimientos humano» almétodo de observación, y los diversos sistemasmetafísicos á que tal procedimiento puede darlugar, los cuales en Teodicea van á parar, comono puede menos, á la negación de Dios, y enmoral al egoísmo ó al principio utilitario, la in-tuición pura, repito, es aquella función de la in-teligencia, origen de las ideas de lo infinito,

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202 REVISTA EUROPEA.— i 7 DE FEBRERO . BE 4878 . 208

absoluto, eterno y necesario, y que además le jpertenecen^ por confrontación á ellas, las de lofinito, relativo, contingente, etc., que no pue-den nacer en nuestra inteligencia sin la presen-cia de las primeras.

Esta facultad nos conduce también de lasideas de sustancia y de causas segundas, sumi-nistradas por la observación interna ú externa,a la idea de una sustancia y causa primera.

La seguiré, pues, en este procedimiento; peroantes bueno será decir, aunque sea de paso, quedicha facultad, como la concepción, trabajansobre las datos que les suministran las faculta-des empíricas (percepción externa é interna) lascuales les sirven de antecedente necesario, deocasión y de punto de partida para elevarse ásus respectivas ideas; mas de la concepción delos modelos imperfectos que ofrece la observa-ción de la naturaleza, asciende á los ideales,que sólo existen dentro de nososroa mismos, alpaso que la percepción de lo absoluto percibelos objetos que existen fuera de nosotros y quesin embargo, no caen bajo el dominio de lossentidos.

Sin estos materiales que proporcionan lasfunciones experimentales, nunca se desplegaríanlas facultades superiores de la inteligencia, ycontrayéndome á la intuición puedo añadir quesin que la experiencia le hubiese ofrecido unamuestra de lo que es una substancia ó una cau-sa particular, y sus accidentes, no pudiera ele-varse á la formación de la idea general de causay substancia, y sucesivamente á la necesidad deuna substancia y causa primera.

¿Qué facultad empírica le suministra la idearudimentaria de una substancia y de una causaparticular? Principalmente la conciencia qué esla que nos hace percibir en nuestro interior lavariabilidad de los fenómenos, es decir, la ince-sante sucesión y modificaciones que sufren nues-tras afecciones, nuestras ideas, nuestras resolu-ciones, y además algo, que no cambia y á quereferimos nuestras afecciones.

En efecto, nadie podrá negar la verdad detodohombre> cualquiera que sea'la edad en quese examine, ó dirija sobre sí una mirada retros-pectiva, ha de hallar que es el mismo de siem-pre, y que sus "afecciones, sus ideas y su modode obrar no siempre son las mismas; pues bien,á lo que no cambia se llama sujeto ó substancia,y á lo que pasa ó se muda modificaciones y afec-

ciones de la substancia; de donde se deduce laidea de lo que es una substancia particular, y delo son modificaciones, pero nada más.

El espectáculo del mundo externo, ofrecetambién á los sentidos continuos cambios y re-novaciones en los objetos propios de su jurisdic-ción; nada permanece en él ni un instante en elmismo estado, aunque el cambio se haga sólosensible de tiempo en tiempo. Los sentidos po-drán suponer que bajo esos cambios hay algoque no cambia como en el caso anterior; quebajo esas modificaciones hay una substancia aná-loga; pero limitados á los mismos la existenciade esa substancia física, es solo una sospecha óuna conjetura. Tal es el límite de estas facul-tades.

¿Quién, pues, nos asegura, si no son los senti-dos de la realidad de esa substancia fuera denosotros? La intuición pura, la cual percibe en-tre la substancia y su modificación una relaciónde necesidad, y además, como la modificaciónimplica esencialmente una substancia que sopor-ta el Cambio, formula este principio: toda modi-ficación implica una substancia, ó lo variable su-pone lo invariable.j-ios mismos trámites sigue laidea de causa. Es la conciencia observando cómola voluntad causa efecto y da lugar á resultados;la que da la idea de una causa particular y de-terminada, idea que poseyendo el espíritu laaplica en el mundo externo, á los afectos que eslo único que perciben los sentidos.

Pero para los sentidos, esta causa sólo puedeser simple conjetura; ¿mas no pudiera haber ob-jeto sin causa? A no poseer la facultad intuitivano podria contestarse ni afirmativa ni negativa-mente. La intuición dice que nó resueltamente,y sin temor á engaño alguno; puesto que ve contoda claridad que un efecto sin causa es imposi-ble, enya verdad formula en el principio: todoefecto procede de causa ó equivalente. ;

Para ascender por el principio de causalidadal origen de las cosas, es preciso considerar losseres, ifeoinbres, animales, plantas, etc. comoefectos, cuya causa primera debe investigarse.Y como no puede ser causa eficiente los modos,accidentes ó Cualidades, sino que es preciso queseftn u,na sustancia real, se sigue que la causa hade ser sustancia; y así como en la realidad lacausa es inseparable de la sustancia, así en la

! ciencia toa dos principios, sustancia y causa, apli-I cados A la generación de los seres pueden tradu-

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N.°. 208 JJ. ÁI,OA.t,DE PaiETO.-^-Et ATEÍSMO MODERNO. 208

cirse en uno: ningún ser puede principiar por símismo, equivalente ,á «wo hay efecio. sin causa,"La intuición ve aquí con toda claridad que loaseres que se ofrecen á su contemplación bajo estepunto de vista no tienen en sí la razón de suexistencia, y de muchos sabe que proceden deotros.

Ahora bien, si ninguno de estos seres pudoprincipiar por sí mismo, deben su origen á otros,y sucesivamente tienen que remontarse por lacadena de loa seres, ó hasta «1 infinito, ó hastaun ser que no tenga en otro la razón de su exis-tencia. Aristóteles ó Klarke han demostrado porlargos rodeos que la primera hipótesis contieneun absurdo: contradicción que puede compren-der desde luego fijándose en un ser cualquiera;si este ser no lleva en sí la razón de su existen-cia, ni tampoco el que le precede, y así sucesiva-mente debe afirmarse la insuficiencia del todoya que se afirma la de cada una de sus partes, óen otros términos, esta hipótesis de la insufi-ciencia por origen de todas las cosas.

Por tanto, la intuición reconoce la necesidadde detenerse ante una causa sustancial, increada,eterna, que no ha tomado nada de nadie, que sebasta á sí misma, y por consiguiente que es ab-soluto, independiente, soberano, y como no pue-de principiar á ser, ni puede dejar de ser, nece-saria é infinita.

En efecto, deteniéndose un momento en con-templar las propiedades d,e la intuición pura ha-lla en esta primera causa, regularmente se en-contrará en. ella la reducion al absurdo de variasclases de ateos. Por una parte la idea de estas,causa y sustancia primeras, se impone á la ra-zón con tan imperiosa necesidad que nada puedeprincipiar, niá ningún punto, por extraviado quesea, puede ir sin partir de la misma; por otra laintuición pura descubre en ella con el rigor dela necesidad metafísica sus atributos esenciales,á saber: 1.°, que esa causa, primera, conteniendouna sustancia real, y dotada de otras propieda-des, como no puede monos para ser causa efi-ciente, es un ser. 2.°, que este ser, siendo con-tradictorio el que empezara á existir por sí mis-mo, y por otro, hallándose en la misma impo-sibilidad de acabar por sí mismo ó por otro, suexistencia es eterna y necesaria.

Esta necesidad, inherente á la existencia delser, se comunica á la idea de la existencia deeste ser; pues la intuición vé que cualquier otro

ser secundario no es esencial a la cadena de losseres, i puesto que todo m reduce á que esta seamás corta ó más larga; pero desde luego que sesuprime ese primer ser, ya no hay razón paraque exista nada; ya nada hay rea], ni siquieraposible: en otros términos, la necesidad aplica-da á los seres sólo conviene á este primer ser, ypor eso se llama el ser necesario.

A propósito de la idea de lo necesario que laintuición refiere al ser de los seres, surge á »ulado la de lo contingente, que se refiere á lacualidad de existir y ser posible que no existie-ren, que percibe en los sores secundarios al con-frontarlos con él mismo en dicho concepto. L»contingencia, aunque es una cualidad que con-viene á todos los sores finitos perceptibles poilos sentidos, éstos no son capaces de descubriren sus respectivos objetos dicha cualidad, puesque sólo nace de su oposición con la de lo nece-sario, razón por la que se la refiere al mismoorigen. Lo mismo hay que decir respeto á la»ideas de finito con relación á lo infinito, de re-lativo con relación á lo absoluto; de modo que,en el orden de la naturaleza, «orno en el de lasideas, lo necesario procede á lo contingente; loabsoluto á lo relativo: lo segundo no puede exis-tir sin lo primero.

Y si esto es así, como lo es, y aun se ha dever con más rigor, puede asegurarse que Matc~Tialismo, Naturalismo y Positivismo, que con-viene en no admitir otra fuente de conocimien-to que la experiencia establecida por la percep-ción interna ó externa,' juntamente con la in-ducción que legitiman y confirman, reciben elúltinn golpe; quedan literalmente destruidos,puesto que no pudiendo llegar por au conductoá las ideas de lo necesario, infinito y absoluto,toman el partido de desterrarlas como las uto-pias del dominio de la ciencia, para quedarsecon lo finito, relativo y contingente, y dentrode este radio, construir sus sistemas, dándolesuna ú otra forma.

Ahora bien, ¿cómo estos filósofos, si tal nom-bre merecen, pueden concebir que el ser relati-vo ó dependiente pueda existir sin aquél delcuál dependen, y que en último término es for-zoso llegar al ser independiente ó absoluto? De-cir que lo relativo existe sin lo absoluto, lo con-tingente sin lo necesario, lo dependiente sin loindependiente, es no alcanzar á ver la contra-dicción en .que inoraren, que un mismo ser, en

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204 BEVISTA EUROPEA.—17 DE FEBBERO DE 1818. N;° 208

iiltimo análisis, es dependiente é independiente,y que al destruir el primer término queda sinfundamento ni razón de ser.

DOMINGO ALCALDE PRIETO.

(Concluirá)

LA CIENCIA SOCIAL.

LOS FUNDAMENTOS DE LA SOCIOLOGÍA.

{Continuación.) *

Y

Las ideas del hombre primitivo.

Para interpretar exactamente los fenómenossociales, no basta tener en cuenta los factores,tanto externos como internas, cuya naturalezaacabamos de bosquejar; ea preciso estudiar tam-bién las creencias del hombre primitivo, lasideas que se formaba de sí mismo y del mundoexterior, y que han tenido una grande influenciaen su manera de obrar.

Este estudio es«difícil, porque no sabemos di-rectamente nada del hombre primitivo, y los t i-pos más degradados de la humanidad actual, nonos presentan probablemente una imagen fiel deél. Efectivamente, la teoría de la evolución noimplica, como se supone generalmente, quejantodo haya una tendencia intrínseca al progreso;significa solamente, que todo agregado ftiende áadaptarse al medio en que vive, y al cual modi-fica á la par que es modificado por él, hasta <piese realiza cierto equilibrio. La teoría d l progre-so continuo, admitida sin restricción, es casi taninsostenible como la de la decadencia continua,y frecuentemente el progreso de ciertos tipos de-termina la degradación de ciertos otros. Tal esel caso en que una raza ^superior empuja á unaraza inferior á localidades desfavorables, lo quemotiva que esta retroceda visiblemente en el ca-mino de su progreso.

Debe, pues, admitirse como probable que lamayor parte de las tribus salvajes contemporá-nea» han estado en otro tiempo más:. adelanta»das de lo que hoy se encuentran, y que muchosde los fenómenos^ue hoy nos presenta» son de-bidos, no á causan que obran en ]a actualidadsino á causas que obraron en un estado social an+

(•) Véase el ntoero anterior, página 161.

terior, más elevado que el de hoy. De aquí unagran dificultad para discernir en las sociedadesaún las más rudimentarias, las ideas verdadera-mente primitivas de las que son un legado deaquel estado social anterior.

Puede, no obstante, llegarse indirectamente átal discernimiento, si se admite como postuladono que la naturaleza humana es siempre la mis-ma, sirio que las leyes del pensamiento son siem-pre constantes y que las ideas primitivas hansido racionales con respecto á las circunstanciasen que se han producido.

Un talento no cultivado explica todas las co-sas nuevas por analogías con las que le son másconocidas. Los esquimales no pueden compren-der que un traje de lana no sea la piel de algúnanimal; creen que el vidrio'es hielo, y la galletacarne disecada de buey almizclado. Para los in-dios del Orinoco la lluvia es el saliveo de las es-trellas. El salvaje se contenta siempre con refe-rir un hecho á otro hecho, con clasificar los ob-jetos ó sus relaciones en virtud de una semejanzasuperficial.

Vé en el cielo nubes que se desvanecen pronto,vé que las estrellas se iluminan, digámoslo así,por la noche, y se extinguen al amanecer, y de-duce de ahí que hay cosas que son alternativa-mente visibles ó invisible; ÍLa acción del vientoque troncha los árboles y destruye las cabanas,le enseña que aquellas cosas invisibles puedendesplegar un gran poder. Habla y el éco'le res-ponde:- aquella voz misteriosa es para él la vozde una pepona que ha desaparecido. Vé un ani-mal fósil; ¿deduce que los animales pueden con-vertirse en piedra. La trasformacion de una si-miente en árból> dé un huevo en ave, de unaoruga en mariposa, acostumbra su espíritu alaidea' de toda clase de metamorfosis. La vista desu sombra que repite sus gestos y sus movimien-tos, le persuade que es doble; á sus ojos la sém-braesel espíritu'del; hombre que le acompañadurante su vida y sé separa dé él el dia de sumuerte. Para los habitantes de las islas Viti óFidji, el hombre tiene dos espíritus, el negro yel blanco; el espíritu negro es su sombra, y elespíritu .blanco es la imagen qué percibe cuandoae mira en el agua ó • en un espejo*

Esta primera concepción de1 la dualidad hu-mana ha sido de la mayor importancia por susconsecuencias; veremos más adelante todo lo

1 que se ha deducido de ella. Ño puede compren-

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N.° 208 HERBERT SPENCER LA CIENCIA SOCIAL. 205

dorse la manera de obrar del hombro primitivo,sin conocor, al menos aproximada#úientG comose rspresontaba, el conjunto de las eosas. Porconsiguiente, no debo extrañarse vor aquí tra-tada con algunos detalles la génesis de las su-persticiones.

Se han explicado frecusntément» estas supers-ticiones por una tendencia que hubiera tenido elhombre inculto á confundir los sores inanima-dos con los sores animados; pero esta opinión noos admisible. Los mismos brutos sabsn evitarosta confusión, reconocen los séies vivientes porel triple carácter de estar dotados ds movimien-to, sor este movimiento espontáneo, y estaradaptado para obtener un fin. jDebo suponerseque el hombro primitivo era menos inteligenteque los mamíferos inferiores, quo las aves, quelos insectos? Indudablemente no. Es verdadque ciertos salvajes, al ver los buques moversesin el auxilio dolos remos, los han creído dota-dos de vida; que otros han cometido el mismoorror con respecto á un reloj ó á una brújula, yquo unos esquimales creyeron que una caja demúsica era hija de un órgano de Berbería. Peroes preciso fijarse en que los instrumentos auto-máticos, quo producen sonidos y tionon movi-mientos espontáneos en apariencia, se asemejansólo por esto'á seres animados. El hombre pri-mitivo no estaba expuesto á esos errores en quela superioridad de nuestras artos ha hecho caerá los salvajes contemporáneos nuestros, y su cla-sificación da los seres en'animados é inanimadosora sin duda correcta.

So mo d;rá: njCómo se explican entonces lassupersticiones? Porque es indudable, que en casitodas partes ss ha personificado á seres inanima-dos, ii La respuesta es sencilla: aquellas creenciasno son primitivas sino secundarias. El hombreno llegó á ellas sino el dia en que se interrogóacerca del mundo que le rodeaba. Hasta enton-ces hacia la distinción de que se trata tan clara-monto como la hacen los animales. La confusiónque ha cometido proviene de sus primeros ensa-yos de interpretación. Ha sido inducido á errorpor una experiencia falaz. Vamos á examinarcuál ha podido ser la naturaleza de esta expe-riencia, y tal voz sorprenderemos en ella el gér-mon de las supersticiones.

La concepción dol espíritu como dependientedel cuerpo, quo la creemos desde luego necesaria.Sin embargo, no existia en el hombre primitivo;

¿cómo le habia de haber revolado la experienciala existencia de esa entidad interior, pensadoray sensible? Incapaz de abatraccion no tenia con-ciencia ds sus operaciones mentales; pensaba sinsaber qué pensaba. Incapaz do establecer distin-ción entre una impresión y una idea, no podia,como nosotros, comprender el sueño como unestado puramente subjetivo; cree haber realmen-te hecho todo lo que en su sueño él ha visto queha hocho. Después do un largo ayuno y de unacaza infructuosa, so tiende cansado y se duerme;sueño que coje su presa, la mata, la desuella y,al tiempo de devorarla, despierta. Sus vecinos,su mujer, le afirman que no ha abandonado sulecho. Deduce de ahí que es doble, y que uno doestos yo, viaja por tierras lejanas, mientras elotro permanece tendido ó insensible. La felaciónde su sueño, materializada aun más "per la im-perfección del lenguaje, hace surgir 'la - mismacreenc:a en la mente de sus vecinos;" él no lesdice, »yo soñaba ésto, ti sino, »yo haeja.esto.ttLaimagen de sus amigos difuntos se le presenta ensueño, como á Aquiles la imagen de Patíoelo^en la Iliada, y como Aquiles, no duda' de larealidad de la aparición; deduce de ella que lesotros hombres son también doblos.

Esta concepción que nos parece tan grosera,era la más natural y aun la sola que pudo for-marse. Aun en el dia hay metafísicos que-sóloadmiten en nosotros impresiones é. ideas* otrossostienen que estas impresiones y estas ideas im-plican alguna cosa, de la cual aquellas son modi-ficaciones; está divergencia muestra claramenteque nuestra noción del espíritu no es una intui-.cion, áxno una deducción á que no podia llegarel hombre primitivo. La hipótesis del espírituConcebido como una entidad distinta delcuerpo,tiene por punto de partida los hechos .del sueño;estos hechos, parece como que implican dos en-tidades concebidas en un principió como dife-renciándose una de otra sólo en que la una esactiva y viaja durante la noche, mientras la otradescansa. A medida que vamos despojando" ánuestro segundo yo de sus caracteres físicos in-conciliables con los hechos, se establece gradual-mente la hipótesis de un yo mental tal coniocorrespondientes dobles, análogos al suyo. jY porqué no? ¿Aquellas objetos no tienen sombra? ¿Nodesaparece durante la noche? No es pues, evi-dente que aquella sombra que acompaña duran-te el dia un objeto, es su otro yo.

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206 BEVISTA EUROPEA..1—1T DE FEBRERO BE 4878. N.a208

Los desmayos, los síncopes, los letargos se ex-plicaban del m'smo modo que el sueño; siempreera que se alejaba del cuerpo el segundo yo porun tiempo más ó menos largo. En el lenguajeordinario se han conservado huellas de esta con-cepción. Cuando una persona sale de un letargoso dice en algún idioma que vuelve á si. El ma-lestar que comunmente precede al síncope, seinterpretaba como una indicación de que el otroiba á desprenderse del cuerpo. Tribus hay en lasque miran á un enfermo como á un hombre cuyasombra está mal unida y quiere separarse; y enotras la enfermedad y la muerte sobrevienen ácausa de que un sortilegio ha hecho pasar elalma al cuerpo de otra persona.

No es siempre fácil, ni aun para un médico,el distinguir la muerte de ciertos estados letár¿

gicos; esa distinción era infinitamente más difí-cil para el hombre primitivo. Veia producirse lainsensibilidad bajo diferentes formas y volverdespués la vida, todos los dias después del sueño,al cabo de un tiempo más ó menos largo despuésdel desmayo. j,Por qué no habia def volver des-pués de esa otra forma de insensibilidad que lla-mamos muerte? No solo era natural la creenciaen la posibilidad de una resurrección, sino queparecia justificada por los hechos. De ahí resul-taron entre los salvajes una porción dé prácticasencaminadas unas á reanimar el Cuerpo, atraerde nuevo el segundo' yo, y otras á retenerle en sutumba por miedo de que viniese &• atormentar álos vivos. Tribu hay que ata' fuertemente losmiembros al cadáver para impedirte"<p>e¡salgade la fosa y vaya á molestar á sus amigíls con susvisitas.

La idea de que la muerte es tan sólo una1

suspensión de la vida condujo á los hombres é>:

ocuparse del bienestar del cadáver en la tumba.Entre los guara/nis se cuida que la tierra no pro-duzca demasiado peso sobre él. Los indios delPerú, después de la conquista por los españoles,desenterraban á sus padres, sepultados en lasiglesias, á pretexto de que padecían porque pi-fiaban sobre ellos y que estarian mejor al aire li-bre; los iroqueses encendían fuego sobre las tum-bas para que el espíritu pudiera hacer cocer sualimento; y en casi todos los pueblos llevabanmanjares á los muertos. "'r< .

Pero para que haya resurrección, tal como laconcebían, para que el espíritu pudiese volver áanimar al cuerpo, era preciso que subsistiese el

cuerpo. Los abisinios no entierran los cadáveresde los crimiffcles; los abandonan en él campo ála voraeiéjÜ de las bestias feroces para que nopuedanítífcner segunda vida. Las negras de Ma-tiamba arrojan al agua el cuerpo de sus maridosdifuntos, con el objeto de ahogar su.alma, que,si no, vendria'á atormentarlas. Do quiera que enlugar de querer aniquilar al muerto se desea subienestar, se cuida de proteger su cadáver. Ocul-tan su tumba, ó bien levantan «obre ella monte-cilios para resguardarla de todo daño. Los mo-numentos funerarios de los peruanos no tienenotro origen, y se sabe también que fue este el ob-jeto de los faraones al construir ]as pirámides.

Pero no es esto todo; es preciso impedir tambiénla descomposición del cuerpo; de aquí los proce-dimientos de embalsamamiento de los egipcios.En el Perú y en Méjico se tenían iguales cuida-dos con los cadáveres de tos reyes y de los caci-ques. Para loa demás se tomaban menos precau-ciones; colocaban los huesos disecados en unacesta que colgaban en uní árbol bien á la vista,para que el dia de la resurrección no tuviese elmuerto que perder tiempo en buscarlos.

Ideas análogas subsisten hoy. El 5 de Julio de1874 el obispo de Lincoln predicó contra la cre-mación de los cadáveres, bajo el supuesto de queeste acto tiende ¿quebrantar la fe de la humani-dad en la resurrección. Razonaba como el IncaAtahualpa que se hizo cristiano para que le ahor-casen y no le quemasen, pues estaba seguro deque si no le quemaban, el sol, su padre, le vol-vería á la vida

Pero la creencia en la resurrección difiere mu-cho en los pueblos civilizados de lo que era entrelos salvajes. La idea de la muerte ha ido distin-guiéndose poco á poco de la de la insensibilidadtemporal. Primero se creyó que la «esurrecciondebia verificarse al cabo de algunas horas, de al-gunos dias ó de algunos años; hoy ya se ha dila-tado hasta el fin de los tiempos.

No debe creerse que haya mucha cohesión nimucha lógica en las ideas de los salvajes acercadel otro yo de que hemos hablado. Sus concep-ciones son frecuentemente contradictorias; creenque este otro yo abandona al corepeó en la fosa, ysin embargo llevan alimentos al cadáver. Hé ahíuna falta de lógica bien comprobada; pero no de-be extrañarnos en los pueblos más atrasados,pues frecuentemente son también ilógicas lascreencias de los hombres civilizados. Elhechomás

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i* 208 HERBBRT SPENCER..—LA CIENCIA SOCIAL.

importante que hay que consignar, es que- con-ciben los espíritus de los muertos como materia-les, lo mismo que los cuerpos;los animales tienentambién sus almas, así como las plantas y las co-sas inanimadas; pero esta generalización sólo seencuentra en las razas relativamente ilustradas;las razas inferiores no han llegado á ella. fc¡n ungrado superior de civilización se principia á des-pojar los espíritus, ángeles ó demonios de su ma-terialidad. Los antiguos griegos admitian que enlos infiernos Sisifo estaba condenado á hacer rodaruna piedra muy grande; que á Ticio le estabadevorando un buitre el hígado, que se reproduciacontinuamente, cosas que suponen un cuerpo;pero ya en la Iliada, queriendo TTlises abrazar áPatroclo que acaba de aparecérsele, no estrechaen sus brazos sino una sombra vana. De estepierde poco á poco su sustancialidad el segundoyo; se hace semi-sólido, luego aeriforme j •dea¡-pues etéreo, y se llega por último á despajarlede todas las propiedades que para nosotros soncaracterísticas de la existencia' material, quedán-dole sólo una existencia abstracta, vaga é inde-finida. •

Las creencias >de que acabamos de hablar, im-pliflan la fe eü otra vida. Las nociones que deella se habia formado el hombre primitivo, eranextraordinariamente confusas. En general, laconcebían como semejante á ésta en todo, seme-jante por las ocupaciones á que se entregaban,y como éata, limitada en su duración. Las almasdélos muertos se batían como los vivos y po-dian morir; parece que admitian que la segundavida terminaba con una segunda muerte, masallá de la cual no llegaban á percibir nada. ELsalvaje que, después de su muerte, tiene que ca-zar y combatir, necesita sus armas; por eso lasponen á su lado en la tumba, necesita tambiénsus caballos, sus perros, sus criado?, sus muje-res; los [degüellan para enterrarlos con él. Tanarraigada está- la: creencia en la otra vida,que estas víctimas se-ofrecen espontáneamente:las esposas de los Incas tenían tanto afán porinmolarse, que los oficiales reales se veian obli-gados á moderar su celo.

E) paralelismo es perfecto entre los muertos yloa vivos; la organización social ea la misma áambo» lados do la tumba, y se conservan las ca-tegorías. La analogía subsiste aun en las concep-ciones do razas más elevadas.

La leyenda del descenso de Ishtar á los infier-

nos, nos dice que para los asirios, el país de losmuertos tenia, como la misma Asiría, un reydespótico, con oficiales encargados de recaudarlos tributos. Para los griegos, Minos reinaba enlos infiernos, administrando justicia y oyendolas quejas; según ciertos comentadores hebreos,en el cielo hay una corte de espíritus celestiales,una gerarquía de ángeles, cada uno de los cualestiene su rango y sus funciones. En la Edad Me-dia, el franciscano Juan Petit, maestro de Teo-logía en la Universidad de París, representaba áDios como un soberano feudal y á Lucifer como,un subdito rebelde.

No sólo habia analogía entre las dos vidas,sino que habia entre ellas comunicación cons-tante. Los muertos intervenían en los asuntosde los vivos. Cuando las tribus de los amazolasestán en guerras unas con otras, entran tam-bién en lucha los espíritus de sus antepasados,del mismo modo que los dioses de los griegos yde los troyanos descendían del Olimpo para to-mar parte en las batallas. Los judíos creían qut)los ángeles tutelares d^ las naciones luchaban enel cielo, cuando loa. pueblos respectivos so ha-clan la guerra en la tierra. Entro los católico»,las oraciones de los vivos abrevian las penas dolos muertos, y se pide á los muertos que inter-cedan por los vivos.

El uso de quemar los cada varea,' representauna noción menos grosera de la sqgunda vida,y confirma la idea de un segundo ya menos sus-tancial que el primero; idea que habían sugeridoya las apariciones vistas en sueños. Principianentonces por quemar también loa alimentos quese llevan al muerto y los utensilios destinados ásu uso. Creen entonces que consume, no sustan-tancia, sino la esencia de las ofrendas. Al pro-pió tiempo, las relaciones entre ambas vidas sehacen menos estrechas y menos frecuentes; ladistinción entre ambas es má'i clara. Las ocupa-ciones de los muertos son menos semejantes álas de los vivos; hállame sujetos á un orden so-cial diforente; sus satisfacciones son menossensuales; entra por más en esta concepción unelemento puramente moral; por último, desdeel principio, la otra vida se aparta más del fin úobjeto de la primera.

La idea de otro mundo se halla estrechamen-te unida á la de otra vida; en su origen este otromundo se confundía con el mundo real. Se supo-nía que los espíritus de los muertos vagaban en.

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208 REVISTA EUROPEA. 17 DE FEBBERO DE 1878. N.° 208

tomo de los sitios que habian habitado ó en tor-no de las tumbas. Mas tarde el país de los muer-tos se aleja y se extiende. En la Nueva-Caledo-nia, se dice que los muertos van á habitar en losbreñales; otros suponen que van á las montañas;en los pueblos que habitan en cavernas, algunasde estas se consideraban como la mansión de losespíritus, y esta idea condujo á la región subter-ránea habitada por los muertos. Del mismomodo la idea de un país de los espíritus situadoen los espacios celestes, procedia de la creenciade que las almas de los muertos vuelan hacia lasmontañas:

Estas dos nociones contradictorias proceden ensu origen de una misma creencia, que ha nacidoen el curso de las emigraciones primitivas. Lanostalgia es muy frecuente en los salvajes. Li-vingstone ha visto á muchos negros morir deella. Las tribus expulsadas del país que habita-ban por la guerra ó por el hambre, echaban demenos su antigua patria; la veían en sus sueños.Cuando sobrevenía la muerte, es decir, cuandosegún ellos, el otro yo no volvia, ¡,no era naturalsuponer que habia vuelto al país que visitabafrecuentemente en sueños y qué se habia queda-do en él?

Esta hipótesis está confirmada por una'cos-tumbre muy general; casi todos los pueblos an-tiguos con la cara vuelta hacia lá región de don-de habia emigrado su raza. Por una extensión deesta idea primitiva, los descendientes de los hom-bres de las cavernas, que* sé consideraban hijosde la tierra, colocaban elpafe dé sus antepasa-dos, y por consiguiente la mansión de los muer-tos, en regiones subterráneas. Los que habianemigrado por agua, colocaban sus difuntos enuna canoa; los que habian atravesado desiertos,inmolaban sobre su tumba un camello ó un per-ro, para que llevase ó guiase el alma' al país delas almas.

Cuando habia habido conquista y vivían enuna misma sociedad pueblos qué tenían tradi-ciones diferentes, se suponían dos países de losmuertos, volviendo cada hombre á la patria desus antepasados. Si la raza conquistadora habiavenido de las montañas, enterraban á los jefesen las alturas, y por una transición regular, lle-gaban á colocar su morada en el cielo y á hacerde ellos dioses.

Esta interpretación del origen de los diosesserá tal vez mirada como imitación de Ehemero;

está poco conforme con las teorías mitológicas enboga actualmente; pero es la única que estáconforme con la doctrina de la evolución y conlos innumerables hechos que suministra el estu-dio de las razas salvajes ó medio civilizadas.

Así, pues, la morada de los muertos que enun principio es la misma que la de los vivos, sealeja poco á poco; su distancia y su dirección sehacen cada vez más vagas y acaban por relegar-la á una. región desconocida é inaceesib'e á laimaginación.

VI

Los seres sobrenaturales.

Las creencias que acabamos de exponer suma-riamente crean un nftiWfléífmaginario en tornodel hombre primitivo, mundo poblado con unsinnúmero de fantasmas: Cada óbito añade uno

• más' á aquel ejército innumééable. Asi es que entodas partes se los encuentra, en las rocas, en lascavernas, en las fuentes, en los bosques. Tropie-zan á cada instante con los vivos, tanto que«elárabe, cuando aparta con el pió una piedra queembaraza su camino, pMé 'perdón' á los espíritusáquiéñes haya podido-'Herir. Es temida su ve-cindad, y los indios' Sé California practicananualmente una ceremonia con el ñn de expul-sar los fantasmas" que se han acumulado duranteel año. .

Estos fantamas nó permanecen inactivos; se lea,atribuye todo lo que no puede explicarse de ot#»=modo. Las nubes que aparecen y desaparecen,lastempestades, los terremotos son obra de esosseres que tienen la facultad.de hSoétfce á' su vo-luntad visible ó invisibles. Los araucanos creenque las tempestades son debidas á las luchas delos espíritus de sus compatriotas contra sus ene-migos. Eos espíritus no intervienen sólo en losfenómenos naturales; se ocupan también de lascosas de los hombres para proteger sus amigos yvengarse de sus enemigos; de'ellos vienen lossucesos prósperos ó adversos.

Entre las razas superiores, la identidad prlttti-tiva de los espíritus con el alma de los muertostiende á-borrarse; pero la influencia qué se lesatribuye es siempre la misma. Entre el jefe afri-cano que para lograr abundante caza vacia supetaca como ofrenda á uno de sus antepasados y'el héroe homérico, cuya espada, guiado por unadivinidad va á hundirse en el costado de un tro-

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N:* 208 HEBBBT SPENCER.-—LA" CIENCIA SOCIAL, 209

yano, ó el católico que invoca la asistencia delsanto su patrono, no hay sino una diferencia deforma, un grado más en la evolución que trasfor-ma en seres sobrenaturales las almas de losmuertos.

Los viajeros se admiran al ver á los salvajesexplicar todos los fenómenos por sus absurdassupersticiones, en lugar de buscar "la explica-ción natural.ii Hacen mal; el absurdo está encreer al hombre no civilizado capaz de concebirla idea de una uexplicacion natural, n La inter-pretación que acabamos de exponer era la mássencilla que pudo encontrar, y mientras el espí-ritu humano tiene una explicación, cualquieraque sea de un hecho, no se ocupa de buscarotra.

Hemos visto que el desmayo, ó, en general,todo estado de insensibilidad más ó menos pro-longado, ne atribuye á una ausencia momentáneadel alma. Si un espíritu puede dejar su cuerpoy volverá entrar en él, otro espíritu extraño nopuede penetrar en un cuerpo que no le pertene-cet Así lo cree el salvaje, y por este medio ex-plie* todos los movimiensos nerviosos involun-tario») desde la epilepsia, el delirio y el histeris-mo, hasta el estornudo y el bostezo. Las altera-ciones nerviosas permanentes, como la locura, seatribuye á la misma causa; el hombre inculto nopuede considerar las visiones de un moniacocomo ilusiones subjetivas; está muy distante detal concepción. Cuando ven á un loco hablar convehemencia á seres invisible, amenazarlos, ar-rojarles piedras, no dudan que está rodeado dedemonios que sé manifiestan á él, quedando in-visibles para los que con él están. De la fuerzaextraordinaria qne en ocasione» desarrolla unloco, deducen que el demonio que le posee tieneun vigor sobrehumano.

Esta explicación tan cómoda se extiende bienpronto á todas las demás enfermedades; todaslas atribuyen los salvajes á la acción de los espí-ritus y los semi-civilizadoa á la acción de seressobrenaturales. En el primer libro de la Iliadase dice que los griegos que mueren de la pesteson heridos por las flechas de Apolo, y la Iglesiaoficial de Inglaterra repite en el oficio para vi-sita de los enfermos una oración en que se hallaeste pasaje: nRestaura en él lo que ha perdidopor el fraud'e y la malicia del diablo, n

Se atribuye la muerte á las mismas causasque la enfermedad, aún cuando sea el resultado

TOMO X I .

de algún accidente. Si un hombre rueda aunprecipicio, es que le ha empujado un demonio; siuna lanza enemiga ha penetradohasta su corazón,un espíritu malo ha dirigido la lanza. Todas es-tas interpretaciones son consecuentes. Admitidoel punto de partida la serie se deduce de ello lo-camente. - . .

La creencia en los espíritus buenos se ha des-arrollado á la par que la de los espíritus malosy ha ejercido una influencia aún mayor en losprincipios de la sociedad. [Si un espíritu malo, esdecir, el espíritu de un enemigo muertopuede enentrar el cuerpo de un hombre, por que un es-píritu btieno, es decir, el espíritu de nn ami-go muerto no ha de poder entrar también en él?De aquí la doctrina de la inspiración. Nos ha-llamos al presente tan lejos de esta idea, queapenas podemos comprender que haya podidoadmitirse literalmente. Se ha modificado poco ápoco; el espíritu de los antepasados que comuni-caba al guerrero un poder sobrehumano, se hatrasformado en un ser sobrenatural. Podemos en-contrar uno á uno todos los eslabones de estalarga cadena. Canta, ó Musa, la cólera de Aqui-les, dice Hornero; esto no es como entre los mo-dernos una figura retórica. Es un ruego real; elpoeta pide que le inspire la Musa, pide hallarseposeido de ella como la Pitonisa estaba poseidade Apolo. La teoría de Ja sucesión apostólica delpoder sobrenatural que se trasmite por la impo-sición de las inanes, procede del mismo origen;la menos eclesiástica de todas las sectas, la delos cuákeros, admite que puede cualquiera estarposeido del espíritu santo; y una concepciónanáldgVt se manifiesta en la misteriosa distinciónaceptada aun por muchas personas entre el genioy el talento.

El poder atribuido á los espíritus benéficos ymaléficos conduce á las prácticas del exorcismoy de la magia ó brujería; y por una transicióninsensible á la-idea del milagro. Los prodigiosque efectúa un mago sólo se diferencian de losmilagros sino por la naturaleza del agente sobre-natural qvte los lleva á cabo. Los magos de Fa-raón eran hechiceros porque invocaban el auxi-lio de loa espíritus hostiles á los hebreos. Aaronhacia milagros porque invocaba al Dios de losIsraelitas. Para Faraón, que se colocaba en elpunto de vista diametralmente opuesto; Aaronera un hechicero y los magos que estaban departe de aquél eran los enviados de los dioses.

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210 BEVISTA EUROPEA.—17 DE FEBRERO DE 1878. N.° 208

Aquí tocamos ya al origen de todas las prác-ticas religiosas. íodaa, en su origen, tuvieronpor objeto combatir los malos espíritus ó las po-tencias sobrenaturales maléficas y conciliarse elfavor ó aplacar la cólera de los espíritus buenosó potencias sobrenaturales benéficas. Vamos áver las ideas y loa ritos, cuyo conjunto constitu-ye el culto, distinguirse poco á poco de los mássupersticiosos que hemos enumerado y alejarsede ellos cada vez más.

Todo lo que precede conduce naturalmente ála idea de que es preciso buscar en el culto tri-butado á los muertos el origen y el punto departida de las religiones. Ese vago terror que sesuscita frecuentemense en nosotros en una capi-lla mortuoria ó al atravesar por la noche un ce-menterio, existia en más alto grado en el hombreprimitivo. Cuando se entierra á un jefe en unaaldea de la Nueva-Celanda, toda la aldea seconvierte en tabón (lugar sagrado); queda prohi-bido acercarse á ella bajo pena de la vida. Esterespetuoso temor se ha convertido, al desarro-llarse, en sentimiento religioso.

Prueba de esto es que los primeros sitios des-tinados al culto, han sido los sepulcros ó los lu-gares dedicados al recuerdo de los muertos. Lostemplos subterráneos de los egipcios, fueron, enun principio, cámaras ó cuevas funerarias. Enlos países en que se inhumaban los cadáveres ensus casas, cada casa se convirtió en templo. Enaquellos en que se construia un sepulcro monu-mental, este sepulcro ñié el gSrmon, digámosloasí, del edificio sagrado. En los oasis del Saha-ra, las sepulturas de los marabouts son sitios deperegrinación; en una catedral católica, la capi-lla que contiene los restos de un Santo, es comouna iglesia pequeña dentro de otra grande. Porúltimo, los admiradores de un grande hombre vi-sitan su mausoleo con respeto, que tiene algo dela devoción religiosa, es casi un culto que seinicia.

El origen del altar es análogo al del templo,es la colina ó montículo funerario sobre la cualse colocaban las ofrendas destinadas al muerto.Los altares de los hebreos eran enteramente se-mejantes á los que levantan los beduinos deldesierto sobre las sepulturas de sus hermanos.Los primeros cristianos se reunian al lado delas tumbas de los mártires para celebrar auamisterios; los Concilios del siglo v ordenaronque los altares fuesen de piedra, en memoria del

sepulcro de Cristo. De modo que las práctica8

de los hombres civilizados concuerdan en eatepunto con las de loa hombres primitivos.

El sacrificio que se ofrece sobre el altar, e.iuna trasformacion de lociones que se j>£cecian álos muertos. Estos dones van comunmenteacompañados de festines sojemnes^ á Joa-dialcase convida á los espíritus; en otros puntos se re-serva para elloa un trozo de cada manjar. Losfijios, antes de comer ó beber, derraman unaparte que dicen que es para sus antepasados.Es evidente la analogía con_lasjibaciones quélos antiguóg^ofr^ciarTTrios dioses, y la natura-leza de las ofrendka é8~támbion~Iámisma: lospolynesios consagrañTa los muertos lo que losgriegos homéricos consagraban á los dioses,11 una parte del vino que mana y de la carne quehumea sobre loa altares;n los negros añaden áesto un poco de tabaco. Loa espíritus do los an- Itepasados agradecen las ofrendas como los dio- ¡ses de Hornero, y como ellos se irritan contra 'los que I05 desprecian ó descuidan: "Mi padre,que está entre los Barimo (los dioses), decia unafricano á Livingstone, está irritado conniigoporque no le doy parte de lo que cómo.ir YZeus, en la Iliada, favorece á los troyanos, por-que nunca han dejado de ofrecer en aua altaresla buena carne y las libaciones que son de-bidas.

Es probable, quo la observancia religiosa delayuno proceda también de algún rito funerario,aun cuando no pueda afirmarse positivamente.Ha debido resultar, en au origen del abandonoque hacian de todas las provisiones que tenian,en favor de los muertos; luego se consideró comouna muestra de deferencia para con el muerto,y últimamente como un acto religioso.

Todas las demás ceremonias del culto, todaslas prácticas religiosas se derivan igualmente delos honores tributados á los muertos. Las ala-banzas de los dioses que se cantan en los tem-plos, corresponden á las alabanzas que se can-taban en los funerales y en los festines conme- 'morativos. Las oraciones que so dirigen á la di-vinidad pidiéndolo su protección ó su bendición,son las mismas que las oraciones dirigidas porel hombre primitivo á los antepasados de latribu. Los sacrificios de la propiciación, destina-dos á aplacar la cólera divina, son un recuerdode las ofrendas consagradas á los muertos conel mismo objeto. Se conservaba una lámpara en-

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N." 208 X... EL CONCEPTO VERDADERO DEL VALOR.

cendida en las cámaras sepulcrales, coma sehizo más tarde en los templos. Las sepulturaseran frecuentemente, como las iglesias, lugaresde asilo: unos y otros son aun hoy puntos deperegrinación. En algunos pueblos estaba pro-hibido pronunciar el nombre de Dios, así comoel hombre primitivo temia pronunciar el nom-bre de un muerto.

Analogías tan estrechas y tan numerosas noprueban un origen común. Si así no fuera, ¿cómoes que se ha llegado á honrar á la divinidad conprácticas análogas á las que se verifican en losfunerales de un salvaje? jCómo hubieran llega-do á persuadirse de que los dioses ven con be-nevolencia los sacrificios humanos? ¿Qué placersbtienen en beber la sangre de las víctimas?Aquellas inmolaciones no pueden mirarse comoirracionales, cuando proceden de ceremonias fú-nebres, ó cuando se explican á la vez por los há-bitos del canibalismo, y por la necesidad de pro-veer á la sombra de un jefe de servidores que leacompañen en la otra vida.

Extracto del temo I de la obra Principios de Socioloffia, de

HERBERT SPENCER.

[Continuará)

EL CONCEPTO VERDADERO DEL VALOR,i

Después de los análisis que preceden, respectoá las teorías df1 valor, dadas por 14 de los más no-tables economistas, nos parece poder afirmar, nosólo que no se ha dicho todavía la última palabraacerca de la teoría del valor, sino que hay pocasesperanzas de que la ciencia económica se impon-ga á la convicción general de los que la hacen elobjeto de sus meditacienes, mientras se halle sinresolución científica la cuestión que viene dandomotivo á tan graves como patentes contradieeiones, no ya de los diversos economistas entre sí,sino de cada uno de ellos consigo mismo.

Que la ciencia económica no posee todavía laverdadera teoría del valor, creemos haberlo de-mostrado en la critica que precede, aplicada á 14economistas. Además, ya lo hemos dicho, hastaEossi y Bastiat han pensado como nosotros, sóloque el último creyó equivocadamente, que su teo-ría, sin dejar de ser, á pesar de eso, tan errónea

como cada ana de las otra», satisfacía todas lasexigencias reclamadas por la ciencia. De cualquie-ra manera que ello sea, antes de manifestar nues-tra opinión sobre el particular, debemos exponer,apoyados en los datos que hemos podido recojeral llevar nuestra critica á cabo, las muy impor-tantes deducciones siguientes:

1.a Todos los economistas aceptan quer *l va-lor es una relación de cantidad; que por lo mismoimplica comparación y medida.

2.a Que, cuando se cambian, dos oosas mano ámano, la una vale tanto como la otra, y el valor decada una se expresa por la otra.

3.a la moneda es un instrumento de medida, unequivalente y una mercancía.

4.a El precio es una expresión de medida, un va-lor en moneda. Las cuatro proposiciones preceden-tes son admitidas de común acuerdo por todos loseconomistas; las tienen ya por incontrovertibles;pueden, pues, ser consideradas como%dquisicionescientíficas.

Las que siguen no merecen igual confianza nimucho monos, puesto que son aceptadas por unos,rechazadas por otros y discutidas por Lodos, ásaber:

1.a lEs el valor una calidad inherente & laseosañ

2.* Siendo el valor una relación, una cantidad,ipuede ser al mismo tiempo una calidad inherente ilas cosasi

3.a iSe concibe el valor sin el cambiol4." iBl valor difiere del preciol5." Se dice que el valor se mide. ¿Z>« qué ma

nerat. Al intentar medirlo directamente Turgoty Bas-

tiat, ya lo hemos visto, han incurrido en las másextrañas divagaciones. Para medirlo indirectament^Ad. Smith y Kicardó, han medido ó procu-rado medir el trabajo, y todos han reconocido, afin, que su medida era impracticable.

Se dice que el precio empresa su medida.Si eso fuera así, el precio no seria lo mismo que

el valor, como lo dicen Smith, Malthus, Ricardo,Say, Rossi y Bastiat, ni una especie de valor, comolo entienden Mili, Passy y Garnier.

Preciso es, pues, que del reencuentro de tantasopiniones salga la luz, si es que el proverbio nomiente. Procuremos, por lo mismo, concentrar to-dos los rayos luminosos producidos por la discu-sión, y formando con ellos un compacto haz, apli-quémosle aun solo punto determinado, á la idea d©medida, que, según todos, implica el valor; y muypoco felices hemos de ser, ó esta experiencia ;nossha de conducir al resultado más lisonjero.

La idea de medida, precindiendo del objeto d«esta, pues no nos hace al caso por ahora, implica

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REVISTA EÜBOPÉA^fT DE FEBSEEQ DE 1878. N.° 208

tres términoSj á saber: cosa que se mide,mentó que sirve para medir y resultado ó expresión,numérica y concreta de la medida. Esto es de sen-tido común.

Pues bien; en cuanto á la medida que implicatodo va'or, sólo conocemos los dos últimos, ó seanla moneda y Aprecio: nos falta, pues, el primero.Los economistas pretenfcen que ese primer térmi-no es el valor; hé ahí en lo qué no podemos con-venir nosotros; héahí,á nuestro juicio, el errorinicial que conduce á la inmensa mayoría de loserrores y contradiciones en que incurren todos loseconomistas. La confusión del precio y el valor;confusión en que caen con frecuencia hasta lospartidarios de su distinción, que hemos combati-do, puesto que ven en el precio una especie de va-loree opone á esa pretensión, porque el precio,esto es muy claro, no puede ser á un mismo tiem-po dos cosas muy diversas; esto es, la cosa que semide y el núthero ó expresión de la medida, ó loque es lo mismo, no puede ser á la vez el primeroy tercer término qus implica toda medida. Se opo-ne á esa pretensión de igual modo el carácter dérelación que los economistas atribuyen unánime-mente al valar, porque una relación, una relaciónde cantidad (el valor es una relación de cantidad)resultado de una medida podrá ser comparada áotras relaciones de la misma naturaleza, adiciona-da, multiplicada, etc.: pero medida, jamás; y connosotros estarán, no lo dudamos, todos los mate-máticos.

No admitiendo, como no podemos admitir, quesea el valor lo que se mide económicamente, estoes, que sea el primer término que buscamos, que-damos en libertad de proponer otro á condiciónde justificarlo por el análisis. Este es el métodoque se observa en las ciencias exactas: el descubrimiento de la atracción por Newton á él es de-bido.

Propondremos, pues, á la riqueza, como elprimero ó para el primero de los tres términos queimplica la idea da la medida economista, esto es,supondremos que la riqueza es la cosa que se mideó pretende medir Y no se crea qui merecemos, óque pretendemos por ello la patenta de invención.J. B. Say, como puede verse en lo que á este res-pecto dejamos dicho de él, ha tomado la palabrariqueza en la misma acepción que nosotros nosproponemos vincular en ella; Quesnay lo habiahecho antes que Say, y otros muchos economistashan hablado en el mismo sentido sin pararse ápensar, sin embargo, que, al proceder de ese mo-do, destruían su hipótesis irreflexiva, de que elvalor era ó residía en una calidad conmensurable.De cualquiera manera que eso sea, lo repetiremos,provisionalmente damos" por sentado que es la ri-

queza, y sólo la riqiteza, lo que so mide en todocambio.

¡,Qué se produce, diatribuye y consume en nues-tra» sociedades económicamente organizadas sobreel principio del cambio y la división del trabajo?La riqueza. ¿Cómo y para qué medir ninguna otracosa?

¿Qué vemos medir en todo mercado'? Mercan-cías. [Cuándo? Después de haberse convenido enel valor, después de haberle determinado. Tam-bién vemos que se mide la riqueza. ¿Cómo? Porun procedimiento que no es de este lugar, y queestudiaremos después; pera el valor, jamás. ¿Don-de y cómo se mide? En ninguna parte, de ningúnmodo.

Aceptando la riqueza como objeto de la medidaeconómica que implica el valor,, esto es, como lacosa que ss mide con motivo del. cambio, y puestoque la moneda es, de común acuerdo, el instru-mento de la medida, se acepta de hecho al preciocomo expresión numérica de la medida; se aceptaque el precio no difiere .del valor; se acepta á suvez que el valor es una expresión de medida;puesto que en el cambio en especie se hace uso deuna moneda y que, aunque no está exclusivamen-te reservada, cerno la metálica, para que ejerza lafunción de instrumento de medida ó marco, no poreso deja de hacer las veces de ese instrumento demedida y por consiguienta de moneda.

Bajo ese punto de vista desaparece desde luegola confusión del valor con la utilidad, con el tra-bajo, con la rareza, con la riqueza y con todo loque se le viene confundiendo, dando lugar á inter-minablei controversias y contradicciones; ademásse justifica perfectamente la idea de que el valores una relación, ya que toda expresión de medidasea necesariamente una relación; se justifica laidea de que el valor procede del cambio, y no apa-rece sino con el cambio, y que es, como dice, aun-que impropiamente Say, proporcional á la rique-za, puesto que expresa su medida. Se justifica, enfin, perfectamente la práctica, que jamás le distin-gue del precio, bien que parece que emplea la pala-bra precio con preferencia para expresar un valordeterminado ya por el cambio, y la palabra valorpara expresar un precio probable, hipotético, in-determinado, es decir, un precio, si nos es permi-tido expresarnos auí, que no es aún precio, que nolo será quizá, y que no podrá ser establecido, de-terminado por el cambio, ya que no se ¡cambiantodas las cosas que pudieran cambiarse, ó que soncambiables. Sometamos; pues, á un escrupulosoanálsis esta demostración sintética para dedncirá seguida las luminosas consecuencias á que daoeasion.

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308 XJ..~+-EL CONCEPTO VERDADEBO DEL VALOB,

Se dice que una cosa vale ó que tiene valor,cuando no se la quiere ceder sin compensación;pero esto puede ser sólo una opinión individual.Si hay otro que quiera hacerse dueño de esa cosa,cediendo otra por ella, aumenta la presunción deque tiene valor, porque á la opinión personal deati poseedor se une la de otro; sin embargo, estasdos opiniones reunidas no bastan, económicamen-te hablando, para que esa cosa tenga lo que so lla-ma valor; porque se ye, en efecto, que no sólo loaniños, sino personas adultas, conservan y cambianalgunas cosas que no tienen valor económico, seala que fuere su opinión á ese respecto. Pero si lacosa en cuestión se cambia corrientemente; si mu-chos consienten en ceder otra ú otras por obtener-la, ya no hay cómo dudar que tiene valor, y laciencia acepta este lenguaje como expresión deuna verdad.

En la acepción que en el trato común se dá á lapalabra, no es indispensable que se cambie unacosa para afirmar que tiene valor. Basta la certi-dumbre de que pueda cambiarse por otras que secrea lo tienen; y hé ahí que podemos decir:1.° Que el valor depende, hasta cierto punto porlo menos, de la opinión de los hombres; lo cual secomprende muy bien, puesto que le atribuyen álas cosas que tienen relación incontestable con suconveniencia ó con sus necesidades, de lo que sóloellos son jueces; 2.° Que no se afirma y determinasino en el cambio. "El valor no es real, conocidosino en el momento del cambio, dice Eossi.n "Para"que un valor sea una riqueza, dice Say, es preci-"so que sea un valor reconocido, no por el posee-"dor únicamente, sino por cualquiera otro, y la"prueba segura de que un valor es reconocido y"apreciado por todos, la hallamos en que quieran"dar en eftníbio otros valores, n

El valor, pues, no se afirma y determina sinoen el cambio: pero, respecto á su afirmación y de-terminación, como con la idea que de él tenemos,no bastan dos cambiantes para comunicarle carác-ter verdaderamente económico. Pero, si una cosase cambia muchas veces y por muchos en unasmismas condiciones, se determina realmente suvalor, y todos los que la deseen adquirir la paga-rán en general al mismo precio, cualquiera quesea su opinión personal á ese respecto.

No es raro, sin embargo, la determinación delvalor por un quantum, que se impone á todos: lasBolsas, los sitios en los mercados, y muchas casas

de comercio nos ofreeen numerosos ejemplos; pero,debemos advertir que' esta determinación obedeceen generala ciertas condiciones particulares. Asique, esos valores varían según las circunstancianque concurren á determinarlos: pero, no varíanuniformemente, sino para aquellos que varían deuna manera igual y á un mismo tiempo las cir-cunstancias que los determinan. Un comerciante,por ejemplo, está casi seguro de vender sus géne-ros al precio corriente: pero, si alguno de esos mis-mos géneros se hallase en poder de un consumidory deseare éste venderlo, difícilmente lo haría sinpérdida.

Hay, sin embargo, algunas cosas, cuyo Valor corriente es muy estable relativamente, y que nopierden casi nada en cualquiera mano que se ha-llen; y son, en primer lugar, los metales preciosos;á pesar de que, cuando no están revestidos de 1»función monetaria, no hay entera certidumbre entodos de poderlos vender al mismo precio exacta-mente. La moneda sólo tiene ese privilegio, ytampoco le tiene siempre, puesto que en tiempos decrisis suele tenerlo en apariencia solamente.

Con lo que dejamos indicado podemos fijar ya,así lo creemos por lo monos, los caracteres másmarcados del valor económico. No puedo separar-se su noción del hecho cambio. Que este hecho sehaya cumplido, que deba cumplirse ó que sólopueda cumplirse; el resultado es, que directa óindirectamente, implícita ó explícitamente, el va-lor siempre hace relación al cambio. Vemos, ade-más, que la certidumbre y la estabilidad del valorpenden en gran manera del número de cambios yde la mayor extensión del mercado; y de ahí pro-cede que, teniendo por mercado á casi todo elmundo los metales precisos, sea relativamentemayor la estabilidad de su valor; cuya estabilidadllega »su máximun cuando se hallan revestidos dela función monetaria, porque llega también al m&ximum su mercado.

De cualquiera manera que suceda, cuando secambian dos cosas mano á mano, »e dice por todosque la una vale tanto como la otra, que la una esigual á la otra bajo el punto de vista del valoreconómico, es decir, que son equivalentes; lo cualsignifica incontestablemente que han sido com-paradas; y de ahí que el valor adquiere un nuevocarácter.

Se dice también en el mismo caso, que cada.unade las dos cosas cambiadas es el valor de la otra,n Cuando el trueque se (hace entre un pedazo de"pan y un sarmiento, dice Rossi: ¿cuál.es el va-"lor en cambio del pedazo de pan.' El sarmiento."¿Y el del sarmiento1! El pedazo de pan.»

A nuestro parecer, la última expresión no esidéntica á la primera, porque confunde el valor

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214 REVISTA EUROPEA..—17 DE FEBRERO DE 1878. N.° 208

con las cosas cambiadas. La razón rechaza esa con-fusión. Para que esa expresión sea exacta, es pre-ciso completarla, añadiéndole la idea de cantidadque supone y que debe subentenderse. Ejemplo:suponiendo el cambio de un hectolitro de vino pordiez de trigo, diremos que los diez hectolitros detrigo son el valor de uno de vino, y que uno devino es el de diez de trigo.

Por el uso que hacemos del verbo ser, una vezen plural y otra en singular (v por eso lo hemossubrayado), para expresar los valores respectivosdel trigo y el vino cambiados, se vé que estos va-lores expresan cantidades de cosas; paro se vé almismo tiempo que expresan las mismas cantida-des de las cosas cambiadas. No es, pues, el trigoel valor del vino, ni éste el valor de aquél; es aque-lla cantidad de trigo el valor de aquella canti-dad de vino y viceversa.

Parecerá quizá muy pueril la observación an-terior á muchos, sobre todo teniendo presente losanálisis de Turgot, de Smith y los de casi todossus discípulos; sin embargo, es muy necesaria,porque hasta ahora, nadie, que sepamos, se haocupado en sacar de ella las luminosas enseñanzasque encierra para poner en claro la teoría del va-lor. En la práctica jamás se oye hablar del valordel trigo en vino ni viceversa, por la sencilla razónde que, aun cuando se cambien directamentesiempre se evalúan en moneda; además, sabido esque la práctica confirma plenamente nuestraobservación, puesto que á toda pregunta relativaal valor del trigo, del vino ó de cualquiera otracosa, responde siempre por una cantidad de mo-neda, y cuando no, por una cantidad de mercan-cía, que desempeña en algunos casos la funciónexclusiva de la moneda metálica.

Limitándonos por el momento á consignar loshechos, no deduciremos inmediatamente ningunaconsecuencia de este carácter del valor, que esfundamental; pero podemos ya decir que él:

Valor es la proporción, según la cual, se eam-bian los objetos industriales ó mercantiles.

III

Dada la división del trabajo, ó más bien la es-pecialidad ds las industrias, los hombres se hanvisto obligados á producir determinadas cosas ex-clusivamente, que no esperan consumir ni en sutotalidad, ni en parte quizá; y de ahí que se hi-ciera necesario el cambio para que cada uno pudie-ra consumir, según su riqueza, su conveniencia,sus gustos ó sus necesidades. El cambio, bajo este

punto da vista, tiene por objeto la distribución delos productos del trabajo; pero, si no tuviera másque ese objeto, seria fácil nobar que muchas ope-raciones, que no son otra cosa que cambios, ánuestro parecer, carecerían de explicación: cuandoel obrero por ejemplo, trabaja á salario, hace, sinduda alguna, un cambio; sin embargo, no podríadecirse que él y su patrón tañían en mira la distri-bución propiamente dicha de las cosas que produ-ce. Igual cosa sucede en obra infinidad de casos,como las operaciones que hacen entre sí el presta-mista y el que toma el empréstito, el doméstico ysu amo, el abogado ó el médico y sus clientes, unprofesor y su discípulo, un empleado y el Estado,etc., etc. Todas estás operaciones son evidente-mente cambios; pero no resulta de ellas necesaria-mente una circulación, una distribución de la§ cosas cambiadas, ni siquiera el abandono de su cosapor el que recibe un precio. El precio es un mediode procurarse lo que no se puede, ó no se quiereproducir por símismo; pero lo que se adquiere porsu medio no es siempre una cosa que entre en cir-culación, sino un servicio, un consejo, una lec-ción; y á veces una satisfacción instantánea sola-mente, como un goce artístico. El cambio toma,pues, todas las formas que reclama la naturalezade las cosas que se cambian, y pretender reducirleá sólo el trueque de las materiales, es condenarseá desconocer la verdadera naturaleza de una mul-titud de operaciones económicas, y que, á no sercambios, carecerían de explicación.

Lo que verdaderamente caracteriza el cambio esel hecho de dar para recibir, el do ut des de los ro-manos. Y, como por otra parte, las cosas cambia-das deben ser de ordinario diferentes, pues en casocontrario el cambio no tendría objeti racionalbajo el punto de vista económico, se sigue que to-das las operaciones que no son actos de munificen-cia, ó de expoliación, en las cuales aparezcan cosasque no se quieren trasmitir sin compensación, sonverdaderos cambios. Precisar más la naturalezadel cambio, es exponerse á dejar fuera de la defi-nición muchas operaciones que deben hallarse enella y prepararse para incurrir en contradicciones.Para librarnos de la acusación de innovadores áeste respecto, recordaremos que Say llamó á laproducción un gran échange. No se podrá decir,imitándole, que el consumo 63 un gran cambioí Esde creer que sí, puesto que por el consumo nosconservamos y perfeccionamos, es decir, por sumedio conservamos las fuerzas necesarias á nues-tro sostenimiento y perfección.

Repecto al mecanismo del cambio, podemos de-cir ya que supone necesariamente una medida yun principio superior, sin el cual no podría hacer-se. Un panadero, por ejemplo, no puede dar una

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X.. . -MEI, CONCEPTO VERDADERO DEL VALOR. 218

cantidad indeterminada de pan por una cantidaddeterminada de moneda. Si el cambio es para elpanadero una consecuencia precisa de su condiciónde productor exclusivo de pan, ha de ser para élotra consecuencia igualmente preciaa establecer laproporción, según la cual ha de cambir su panpor moneda; y como esa proporción no e9 otra cosa,aceptando nuestra precedente definición, que unvalor ha de determinar por necesidad la cantidadde moneda cambiada por el pan, de la misma ma-nera que ella es determinada á su vez por esa can-tidad que constituye el valor del pan.

El valor es, pues, indispensable en todo cam-bio; sin él no puede haber cambio ni distribucióncomo se cumple en nuestra economía social, y aúnpodemos añadir que sin valor no seria posible la di-visión del trabajo. En efecto, cada producto es casisiempre el resultado de un gran número de traba-jadores que no pueden poseerlo á la vez ni repar-tirlo por medio del valor. Ese último carácter delvalor es, á nuestro juicio, en extremo fecundopara exclarecer el estudio de toda la ciencia eco-nómica. Hasta las variaciones del valor le afirmancuando no son resultado de la arbitrariedad ó delfraude.

¿Pero si el valor, como vamos viendo, no se afirma ni determina sino en el cambio, si es insepa-rable de él? ¿No será por que tenga su razón de serexclusivamente en el cambio, esto es, en la nece-sidad de la distribución, que implica la divisióndel trabajo? Hemos visto ya qué significa compa-ración, y qué se expresaba en cantidad de cosascambiadas; además, no se comprende tampoco quela distribución de los productos del trabajo sehaga sin una medida cualquiera que sea. ¿Qué in-conveniente hay en admitir que el valor sea laexpresión de esa medida? No cabe duda de ello:el valer es la expresión de una medida verificadacon moti. o del cambio. Cuando se cambia vino portrigo, el valor del vino se expresa en cantidad detrigo y vice-versa, y es indudable que sin la compa-ración del vino y el trigo y sin la medida que esacomparación implica, no se conoceria su valor.Cualquier? otra mercancía que quisiéramos com-parar con una de esas dos, nos darla análogo re-sultado. El valor es, pues, la expresión de unamedida. Todos los economistas convienen en quees una relación, y toda relación de cantidad esuna medida.

Para completar la idea que vamos exponiendodel valor y del cambio, es preciso conocer el prin-cipio á que obedece la medida que se verifica conmotivo del cambio, y cuya expresión es el valor,como venimos diciendo, con marcada insistencia.A no conocer clara y distintamente ese principio,no podríamos darnos cuenta de por qué un pana-

dero da por tantos céntimos y no por cuantos másó menos, dos libras de pan, por ejemplo.

Reflexionando que las cosas cambiadas tienensiempre relación con nuestras necesidades por unlado; y que, por otro, son el producto de un traba-jo cualquiera, comprendemos que la distribucióndeba hacerse bajo de uno de estos dos puntos devista, cuando no de ambos; es decir, bajo el pun-to de vista da nuestras necesidades y del trabajo;y ahí sólo debemos buscar el principio á que nosvamos refiriendo (l^En cuanto á la distribuciónregulada por la necesidad, la concebimos perfecta-mente, puesto que así se cumple en familia. Encuanto á la regulada por el trabajo, esto es, atri-buyendo á cada uno lo qiie su trabajo produce, laconcebimos también de igual modo. En ambos ca-sos la razón que distribuye tiene un guía; así quelas proporciones que establece han de ser racio-

Por ahora nos limitaremos á decir, que no me-diando error, arbitrariedad, fraude ó violencia, ladistribución de los productos del trabajo se hacesiempre de acuerdo con el segundo de los princi-pios indicados; esto es, en virtud del derechoadquirido por el trabajo: más tarde procurare-mos hacer ver que no puede hacerse de otra mane-ra sin exponerse á incurrir en injusticia, y hé ahíla razón en que se apoyaban Smith, Ricardo, Bja-tiatyotros muchos economistas, para busoér lo-que llamaban impropiamente la medida del-Daloren el trabajo. Siendo, pues, el trabajo el funda-mento de la propiedad, podemos decir que el va-lor es la parte de los productos del trabajo dividi-do, que corresponde comunmente al ddrecho depropiedad de los cambiantes.

Pero de eso no puede deducirse, como mu-chos lo han deducido, sin embargo, que el va-lor j?rocede necesariamente del trabajo. El va-loréale del cambio, y éste no prejuzga nadarespecto al trabajo; se concibe, á pesar de eso,que las ideas de valor y de trabajo sean inseparables, puesto que la distribución, por me-dio del cambio, que le dá nacimiento, se hacesiempre en virtud de un derecho fundado sobreel trabajo. Además, expresándose el valor de cual-quiera cosa en cantidad de otra, á menos de su-poner que las dos que se cambian ó una de ellasno ha costado nada, lo cual no es lo ordinario, su-cederá precisamente, si la una se halla en ese casoexcepcional, que su valor se expresará en canti-dad de la otra que no se halla en el mismo caso;pero esta circunstancia sólo puede tener lugar uníasola vez respecto á una misma cosa, puesto que,para el que la recibió en cambio, ya ha cos-

(1) Pági234.

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216 BEVISTA KÜROPEA.—17 DE FEBBERO BE 1878. N°. 208

tado. Son muchas las propiedades que se ha-llan en este oaao particular; la territorial sobretodo, cuyo valor no ha tenido el trabajo por fun-damento, le cual no impide, como veremos másadelante, que sea tan legítima como cualquieraotra.

IV

Salvo algunas excepciones que no constituyencategoría, no es posible verificar ningún cambio,cuando una de las dos cosas que se cambian por lomonos, no es susceptible de aumento ó disminu-ción sin perder las calidades que la hacen desear.En efecto; ¿cómo se cambiarían dos cosas que nose juzgaran equivalentes1? ¿Cómo cambiar, porejemplo, un par de zapatos comunes por una capabuena? La operación seria evidentemente imposi-ble en casos ordinarios, á monos que el dueño dela capa consintiera en perder: pero eso no se haceasí, sino en casos excepcionales.

Por el contrario, siempre se podrá cambiar cual-quiera cosa por trigo, si éste no falta, puesto quepor medio de un aumento ó una disminución deltrigo, lo cual no cambiaría sus cualidades, se pro-porcionaría á las pretensiones respectivas de am-bos interesado»! El de I03 dos artículos objetosdel cambio que se presta mejor á esa necesidadparticular, llena, como se vé, una función especialque le distingue perfectamente del otro; esto eB,desempeña las funciones de moneda.

Pero, á la vez que esa función, de simple comodidad, como dicen generalmente todos los econo-mistas, ¿no se observa otra función esencial, máscaracterística1? Si un par de zapatos no puede cam-biarse por una capa consiste en que, como dejamosdiaho, es necesaria una comparación con motivodel cambio, y aun antes, porque sin ella, ¿cómopodríamos decir que esos dos objetos no podíancambiarse1? Y si el cambio dá motivo á esa compa-ración ó medida, ¿no tendremos necesidad, necesi-dad precisa, de un instrumento para realizar esamedida1? Claro nos parece que sí; pues bien, eseinstrumento no puede ser sino la moneda. Comotoda medida, la moneda ha de ser susceptible desubdivisión sin alteración de sus partes; y hé ahípor qué el trigo puede servir de moneda, al pasoque una capa ó unos zapatos no, á menos que setrate de valores tan considerables, que una capa óun par de zapatos no aparezcan de mayor impor-tancia á los ojos de los interesados que un puñadode trigo.

No es, pues, exacto decir, ni mucho ménos/que

la moneda ha sido inventada para facilitar lo9

cambios. Lo cierto y exacto es, qua sin ella, nopodrían llevarse á cabo; es una condición indispen-sable, sine qua, non. Sa la ha perfeccionado parafacilitar los cambios, 03 verdad: pero no inventadopara eso; no y mil vece? no.' Si la moneda metáli-ca tiene por única función, sin dejar por eso de sermercancía, la de servir de instrumento de medida, yde equivalente, es preciso ver solo en ese hecho unade tantas simplificaciones sin nombre reclamadapor la economía general de las sociedades, con oca-sión de la división del trabajo; ó mejor dicho, dela subdivisión de todas las. funciones que tienenlugar en las sociedades modernas.

No es indispensable, ea efejbo, qu3 la monedafigure efectivamente en todo cambio; basta quese subentienda en muchos casos; así sucede cuan-do se hace uso del crédito; y hasta es muy fre-cuente que no se tengan á la vista ninguna de lasmercancías en el momento del cambio. En seme-jante caso, debe suponersa que la que no hace demoneda, es suficientemente conocida del compra-dor para que no pueda tener lugar ninguna equi-vocación ó fraude, relativamente á. la cantidad ócalidad.

Pero de que no sea indispensable la moneda enel momento del cambio, no se infiere que puedaser imaginaria, como sa ha pretendido.

No sólo es preeiso que se halle presente, comouna cosa real, en el espíritu de los que verifican elcambio, sino que lo es qua se pueda verificar larealidad, si la necesidad lo demandare, porque enotro caso dejaría de ser una medida.

Bajo este último punto de vista, es preciso con-venir, si no en la imposibilidad absoluta, en lainmensa dificultad que ofrece el precisar la canti-dad de moneda efectiva que necesita una sociedad;porque depende del número de cambios que en ellase cumplan, y de la rapidez con que se cumplan; yaun esto depende del mayor ó menor uso que sehaga del crédito. En cuanto á la moneda imagina-ria, de la cual nos ha hablado Rossi, y tambiénMonte3quieu, si no estamos trascordados, y eso conla mayor gravedad, es aún mucho más imaginariade lo que se piensa, puesto que jamás ha podidoexistir sino en la imaginación extraviada de los'inventores de tal idea. ¿Qué expresaría esa monedaimaginaria1! Si expresaba francos, macutes ó cual-quiera otra moneda, habia de ser necesariamenteporque existían esas monedas; y por lo mismo noseria imaginaria. Si no expresaba eso, no expresa-ba nada, no sería nada; en una palabra, sería unsueño: pero hay que tener presenta que la monedaes una medida, y que no se mide soñando, sinodespierto, y mucho. No hay, en efecto, ningúnejemplo de una moneda positiva ó figurada que no

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»;'• 208 X...—EL CONCEPTO WBgDADERO DEL;

exprese nada. Sa han visto algunas expresandoesto ó aquello; pero no expresando alguna cosa,jamás.

No se pueda transigir respaeto á ese punto, por-que es fundamental, ni en principio ni en el he-cho: algunos lo han olvidado, particularmente alestudiar el crédito, y han incurrido en errores degrandísima trascendencia. Siempre que se han ve-rificado eambios, por muy remota que sea la épocaá que nos refiramos, se ha visto que una mercan-cía particular intervenía en ellos desempeñandolas funciones de monada. Esa mercancía entoncesno se distinguía esencialmente de las demás, sinoen que llenaba accidentalmente esas funciones,lo cual no impedia que llenara, además, las quele mareaba la producción y las necesidades indi-viduales de los cambiantes: pero hoy con el pro-greso y la multiplicación de la riqueza, ya sucedeotra cosa, puesto que la moneda no llena ya otrafuneion, sino la que le vale el nombre de [instru-mento de cambio.

Se habla frecuentemente de papel-moneda. Unpapal cualquiera, en uso como moneda hasta cier-to punto, jes nunca otra cosa, de toda necesidad,que una promesa de moneda? tiene algún valor sicarece de esa esencial condición1! El curso forzosoque se le dá demasiadas veces, altera su carácterde promesa, es verdad; pero no h destruye, por-que, en caso contrario, reduciría el papel á no sersino esa moneda imaginaria, cuyo absurdo acaba-mos de demostrar. Un papel-moneda no puede porsí solo llenar la función monetaria, y solo el supo-nerlo ea la manifestación del desconocimiento máscompleto de la naturaleza del cambio; porque todocambio implica medida, y no puede medirse sinalgún instrumento adecuado al objeto, y la condi-ción fundamental de todo instrumento de medi-da, es la de representar en sí mismo y efectiva-mente la cosa que se mide. El papel no puede lle-nar esa eondieion; no es, pues, una medida, no esmoneda propiamente hablando; por lo mismo, hayque convenir en que jamás ha podido circularexclusivamente. Siempre lia debido circular á sulado una moneda real, destituida, si así se quiere;pero en la apariencia solo, de su funeion de medi-da, y dígase cuanto se quiera, á eso es debido queel papel-moneda pueda circular. A no ser así, lacirculación del papel seria imposible, inútil,absurda.

Hoy, cuando teorías imperfectamente elabora-das, sin ser por ello comunistas, proponen la su-presión de la moneda mercancía, so pretexto quees onerosa y se puede pasar sin ella, es de necesi-dad insistir sin ce3ar sobre un punto tan funda-mental. No, la moneda no es un medio facultati-vo en el cambio, es la condición sine gua non. Sin

ella, lo repetiremos mil vasas, no,hay medida: ypor consiguiente, ni cambio, ni valor, ni distribu-ción, ni división del trabajo. La proposición desuprimir la moneda, ó moneda mercancía, que ealo mismo, se comprendería de parte de los copu-nistas que piden la distribución tle la riqueza coala fórmula: á cada uno según sus necesidades; perono se comprende que proceda de los que aspiran áque se haga en virtud del derecho de propiedadfundado sobre el trabajo.

De todo lo que venimos diciendo, se sigue quela moneda debe expresar el valor, puesto que esel instrumento de la medida que expresa el valormismo. No se puede negar que exprese el valor delas mercancías por las cuales se cambia; y supues-to que figura en todos los cambios, ea preciso re-conocer que expresa todos los valores menos elsuyo. Convenimje en eso con la generalidad de loseconomistas; pero ¡por qué no convenir con nos-otros en que expresa también el suyo?.,. ¿Por quáno se ha de expresar en moneda el valor de la mo- 'neda? ¿Se expresa, por ventura, en castañas la me-dida del metroi En una palabra: la moneda es untérmino de comparación;por consiguiente, todo loque con ella se comparó no debe tenar más expre-sión que la suya, de lo contrario no habría com-paración con ella.

Nos confunde el tener que insistir en semejan-tes rudimentos, y hasta tememos por su evidencia,al esforzarnos en demostrarlos: pero es el caso queno faltan economistas notables que los nieguen.La necesidad de expresar todos los valores, sin ex-cepción alguna, en moneda se ve con bastante cla-ridad en toda especie de contabilidad; y no con-formarse con el lenguaje Jcomun, á esta respecto,equivaldría á introducir la confusión de las len->guas en los mercados, y no concebimos cómo laciei^ia evitaría esa consecuencia, si los sabios quela profesan pretendieran expresar el valor de otromodo que no fuera en moneda. Verdad es que lossabios no cometen esa falta; sin embargo, algunosde ellos, sin dejar de hablar como hablamos todos,hacen reservas con motivo del valor expresado enmoneda.

"¿Cómo sucede, dice J. B. Say, que para evaluar"la riqueza, se designe siempre cierta cantidad de"mónedaí Porque el gran uso que hacemos de la"moneda, como intermediario en los numerosos"cambios, que reclaman nuestras necesidades, nos"ha dado más facilidad para expresar lo que rale"una suma de moneda, que para apreciar lo que vale"una cantidad de cualquiera otra mercancía.u Sftyrefiere el heelio, cuando, á nuestro juicio, debieraconsignar la razón de ser del hecho, la ley á queobedece, la ley que le designara, aunque no hubieraexistido el mismo hecho, como nosotros lo veninos

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248 REVISTA EUROPEA.—17 DE FEBRERO DE 1878. •N;* 208

haciendo. Y continúa: "Guando yo os diga: aeabo"de comprar un caballo en 600 francos, os forma-"reis más fácilmente una idea del valor de ese ani-"mal que si dijera: acabo de comprar un caballo en"30 hectolitros de trigo, aunque en el curso actual"del mercado las dos locuciones expresen una mis-ma cosa.it

Para completar este estudio de una manera mássatisfactoria, ea preciso conocer antes la1 medida,en que hace de instrumento la moneda. Le conti-nuaremos entonces y le volveremos á suspender,para ponerle término al tratar de las variacionesdel valor. No creemos poderlo hacer eonsufi-ciente claridad procediendo de otro modo.

Después de lo que hemos dicho, parece innece-sario discutir sobre si el valor difiere ó no del pre-cio. Admitiendo la diferencia, se admite de he-cho que de una sola medida^ verificada por unsolo instrumento, pueden salir dos resultados,dosexpresiones diferentes; se admite que todas lascosas que se compran por moneda no tienen va-lor, puesto que el valor existe sólo en las mercan-cías que se dan por otras mercancías, y el preciosolo en la moneda que se da por ellas. Y, comotodo se compra por medio de la moneda, ya queningún cambio, en general, puede cumplirse sinla intervención de una moneda cualquiera, debeinferirse lógicamente que no existe el valor, óque no exista sino para la moneda.

Hé ahí una consecuencia, lógica sí, pero muyextraña, porque hace caso omiso del valor en laeconomía de las sociedades. En efecto, si la canti-dad de moneda, cambiada por una mereáncia,,noes ua valor, sino un precio; consiste, diríamos, enque en la práctica sólo la moneda tiene valor, ytodas las demás mercancías un precio. Otra conse-cuencia de la distinción seria, la de poner en dudala naturaleza de la moneda y fortificar por ello laopinión de aquelloa que no quieren ver en ella unamercancía; pero para los que admiten la realidad,esto es, que la moneda 68 una mercancía comotodas las demás, la distinción que nos oeupa nopasa de ser sino una desgraciada ilusión. Conti-nuemos, pues, la muy ingrata tarea de demostrarla evidencia.: ün sombrerero, por ejemplo, tiene necesidad dapan, y no pudiendo cambiar directamente sus pro-ductos por los de un panadero, vende aquellos ycompra estos; tal es la ley común de todos los pro-

ductores en nuestra economía, fundada sobre ladivisión del trabajo. Si vende un sombrero en16 pesetas, y con esta suma compra 50 libras depan, habrá hecho lo que los economistas llamancomunmente»» cambio completo en dos eperacio-nes, y dirán: que 50 libras de pan son equivalentesá un sombrero, que son el valor de este y vice-versa; sin embargo, ¡cosa bien extraña! Rehusandecir que las 16 pesetas necesariamente equiva-lentes al sombrero por una parte, y á las 50 librasde pan por otra, son el valor del sombrero y delpan. ¿Por qué? Porque 16 pesetas son una cantidadde moneda, y es peligroso confundir una cantidadde moneda, que es un precio, con una cantidad decualquiera otra mercancía, que es un valor. Lue-go veremos en qué consiste ese pretendido peli-gro. Por el momento, limitémonos á mostrar lainconveniencia lógica que se desprende de la dis-tinción.

¿Por qué el sombrero es equivaleute á las 50 li-bras de pan? Porque cada una de esas cosas equi-vale á 16 pesetas, y como dos cosas iguales á unatercera son iguales entre sí, se concluye en laequivalencia del sombrero con las 50 libras depan. Sin embargo, hay que tener presente que sila tercera cantidad no es de la misma naturalezaque las otras dos, la conclusión no es lógica. Cier-to que el sombrero es equivalente á 50 libras depan; pero desafiamos á los partidarios de la dis-tinción del precio y el valor á los que no los juz-gan de la misma naturaleza, á que nos demuestrenracionalmente esa equivalencia. Claro es que nopodrían hacerlo porque se opone á ello esa distin-ción.

Veamos ahora el pretendido peligro de confun-dir el valor con el precio. "Que abunde la monedanen el mereado, dicePassy, en su artículo valor, alncual nos hemos referido ya, se ofrecerá más pori. cada producto que se adquiera por ella; en talncaso su valor baja y los precios se elevan. Por el..contrario, que escasee, se dará menos de ella en lasiitransaciones mercantiles, su valor se elevará, y los..preciosbajarán. Asi, pue3, á diferencia de los va-nlores, que no pueden aumentar ni disminuir to-ndos á un mismo tiempo los precios, simples re-nsultados del valor comparativo de la moneda con..los demás productos, sufren oscilaciones que lesuson peculiares, y pueden ascender ó descender to-n dos á la vez.i.

¿No es, pues,, evidente que, para demostrarM. Passy la pretendida necesidad de su distin-ción, se apoya en la misma distinción? Poniendoen vez de la moneda (en su razonamiento), café,trigo ó cualquiera otra mercancía, el resultado so-ria el mismo. En efecto; que abunden en el mer-cado el trigo ó.el café, se of redera más trigo ó más

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'N.° 208 X...—EL CONCEPTO VERDADERO DBL VALOU. 219

café por eada uno de los productos que se adquie-re por su medio, y su valor bajará; que escaseenesos artículos, se cederá menos de ellos en lastransaeiones mercantiles, y su valor subirá. Lodemás que sigue en el pasaje que parafraseamos,no es otra cosa para Passy, sino una necesidad,lógica en la apariencia, ó ilógica en realidad deacomodar el razonamiento á la idea preconcebidade la distinción que trata de justificar.

Tiene razón que le sobra M. Passy al afirmarque I03 valores no pueden aumentar ni disminuirtodos á la vez, puesto que las ideas puramente re-lativas, de aumento y disminución, suponen nece-sariamente un término de comparación fijo, hipo-téticamente por lo menos. Pero, debería ver queotro tanto sucedia respecto á los precios, á menosque diera á las palabras alza y baja, cuando lasrefiere á los precios un sentido absoluto, que notienen en su mente cuando las refiere á los vdores,y que no pueden tener en ningún caso. Al decirque todos los precios pueden alzar á la vez, suben-tiende un término relativamente fijo ai cual losrefiere; ese termino, en efecto, es la moneda. Cuan-do todos los precios alzan é bajan, consiste, segúnPassy, en que la moneda baja ó alza; por consi-guiente, si la moneda tuviera un precio no podriadecirse eso. Tenemos, pues, rason al afirmar quela distinción del precio y el valor no se justificasino por medio de una petición de principio, apo-yándose en lo mismo que se trata de demostrar.

En filología puede presentarse como una cues-tión el averiguar en qué casos el uso emplea pre-ferentemente las palabras precio y valor; pero,para la ciencia económica, no debe existir tal cues-tión, puesto que ambas se refieren á un mismo he-cho, y con el mismo objeto, cuyo hecho no debecalificar de dos maneras distintas. Creemos que-siempre que se dice vagamente: esta casa vale, sinque por eso sea el objeto de un cambio, y que nolo será acaso, á pesar de ser cambiable, el uso em-plea la voz valor, dejando para la palabra preciouna acepción más restringida, más circunscrita,aplicándola principalmente al valor determinadopor el cambio.

Pero como por otra parte todos los cambios sehacen generalmente en moneda, cualquiera queésta sea, ó cualquiera que sea la mercancía queejerza sus funciones, resulta siempre que el precioes un valor en moneda. El uso, pues, no se cuidade hacar la distinción que vamos combatiendo;porque, si es verdad que no dice precio por valoren todos los casos que dice va'or, dice frecuente-mente valor por precio en todos los casos que diceprecio, y no es de desdeñar su autoridad en seme-jante materia.

En el texto de nuestras leyes y decisiones judi-

ciales, es considerado el precio como la cantidad demoneda ofrecida ó pagada en «ambio de una cosa,en oposición á la cantidad que debió ser ofrecida ópagada en razón del estado del mercado; de suerteque, para los redactores de nuestras leyes y sun in-térpretes, el valor no es otra cosa que lo conocidocon el nombre de precio corriente. Esta distinciónno tiene nada de común con la que nos ocupa; yaun podríamos sostener que la niega.

Ignoramos lo que el uso, soberano legislador dellanguaje, decidirá respecto á esta cuestión del pre-cio y el valor; lo probable es que se afirme en elhábito de llamar precio al valor determinado, yvator al no defclrminado, ó mejor precio lo que lecostó una mercancía al que la posee, y valorel precio probable, en el cual será ó podrá ser ven-dida. Se dice costo de producción, gastos de pro-ducción, y también, afrancesándonos, precio deproducción, y eso parece confirmar nuestra hipó-tesis puesto que nunca decimos valor de produc-ción. Un precio de producion es perfectamentedeterminado en general, y de ordinario el preciocorriente no se aleja tanto de él como del valorpuramente hipotético.

De cualquiera 'manera que todo eso pase, eluso jamás podrá conseguir, que el hecho único, alcual se refieren en más ó en monos las dos pala-bras precio y valor, tenga dos distintas naturale-zas, por consiguiente, el peligro que resulte, se-gún dicen, de emplear simultáneamente esas dospalabras, no está en confundir su significación,sino, por el contrario, en creer que suponen dosfenómenos económicos diferentes, que se escapaná todo análisis correcto.

En el hecho de la variación de valor de la mer-cancía que ejerce las funciones de moneda, hayque notar una particularidad que debe tenersemusen cuenta. Consiste en que, siendo la mone-da un instrumento de medida, todos los cambiosó variaciones que la afectan, afectan también ne-cesariamente á las expresiones de todas las medi-das llevadas á cabo por su medio, de igual maneraque los cambios ó variaciones de un talón de lon-gitud, de peso ó de capacidad afectan las expre-siones de las medidas llevadas á cabo por esos ta-lones. Debe tenerse en cuenta decirnos ese hecho,ó sea esa particularidad, á fin de hallarse en guar-dia contra algunas interpretaciones erróneas quese pudieren hacer.

La última consideración que prueba á la vez lanecesidad y la conveniencia de expresar el valoren mofeeda, la encontramos en sus variaciones. Entiempo de malas cosechas, por ejemplo, puede a*Lzar el hectolitro de trigo de 20 á 40 pesetas; y sábi-do'es que, en semejantes casos, suben los precios deotras muchas mercancías, bien que sean muchas

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220 REVISTA EUROPEA.—17 DE FEBRERO DE 1878.

más las que se pronuncieu en baja; sin embargo,las alzas y las bajaa, que son una consecuencia delalza del trigo, son muy desiguales.

Bajo nuestro punto de vista, es muy fácil darsecuenta de semejante fenómeno, puesto que ppdría-mos decir sencillamente: el trigo subió 29 pesetas,ó sea el 100 por 100, el pan tanto, las patatas tan-to, etc., etc.; pero bajo el punto de vista de los quedistinguen el precio y el valor, seria imposibledarse cuenta del mismo fenómeno; seria precisodecir, hablando sólo del trigo, ha variado tantopor ciento en queso, tanto por ciento en patatas,tanto por ciento en moneda, etc., etc.; y como cadauna de esas cosas ha variado también relativamenj

te á las otras, la teoría del valor, cuando no todala ciencia económica, seria una torre de Babel.

X...

LAS CAMPANAS DE MI ALDEA.

—¿Y dice Vd. que no hay esperanza? decia convoz compungida la buena Sra. Teresa.

—Ninguna, contestaba D. Jacinto, el médico delpueblo, y como Dios no haga un milagro, pocashoras la quedan de vida.

—¡Tan buena y tan hermosa! repetían á coro unaporción de vecinas oficiosas.

En esto entraba yo, y al oir laB palabras quepreceden quedé como petrificado. Acababade llegaral pueblo despuea de cinco años de ausencia, y alapearme de la diligencia sólo pensé en llegar áaquella casa en busca de alegrías, sin que ni remo-tamente se me ocurriese que en su lugar habia dehallar tristezas.

Al ver entrar ,á un desconocido todos pararonun momento la conversación, y hasta que no me diá conocer, sólo los suspiros y los sollozos respon-dian á mis reiteradas preguntas sobre lo que ocur-ría.

Al mutismo sucedió la verbosidad más in-aguantable y todos querían á un tiempo satisfacermi curiosidad.

—Pobre Magdalena...—Hará menos ds un año...—Aquel tunante...—La pobreeita enfermó...—Sólo le quedan horas...No quise oir más; precipitándome entre aque-

lla turba abrí la puerta del cuarto de Magdalenay entré en su alcoba.

Al verme dio un grito y quedó desmayada en-tre mis brazos.

Un minuto después volvió enrsí, y sus hermososojos negros se fijaron en mi con una expresión talde dulzura, que aun me parece saborear eon el al-ma aquella celestial mirada. ... r

Las personas que habian entrado detrás demí salieron por mandato del médico; una enfer-mera que le acompañaba también salió y no» que-damos solos.

—Magdalena, hermana mia: ¿qué tienes? ¿porqué no me has escrito que estabas mala? ¿por quésufres? la dije yo eon la voz velada por las lágri-mas: ¿No soy yo tu hermano? ¿tu hermano del co-razón? ¿Es posible que no hayas buscado en mí elúnico compañero de tus males y de tus penas?

—Tienes razón, soy una ingrata, me contestóeon una voz dulce y apagada como el murmullo deun arroyo escondido; soy una ingrata, y sin embar-go me acordaba de tí; ni mi pluma ni mi voz te lodecian, pero mi alma te llamaba y Dios no ha que-rido que muera sin tenerte á mi lado.

—Morir, morir; ¿quién piensa en eso? ¿Acasocrses que estas tan mala?

—Quieres hacerme bien con tus palabras, y yotelo agradezco; pero yo no me engaño y sé quepronto descasaré para siempre.

—No quiero que hablemos de eso, Magdalena,me entristecen tu3 negras ideas.- —Es verdad, no hablemos de la muerte y recor-demos nuestros buenos tiempos; así seré feliz aun-que sólo sea un momento. ,

Cuando hace cinco años marchaste en bu'cade fortuna á América, continuó Magdalena, yoera la criatura más dichosa y parecía que la for-tuna habia abrigado bajo su manto todo lo queme rodeaba. Aún vivia mi madre, y por darlagusto me casé pocos dias después de dejar tú laaldea; mi última carta te relató cuanto precedió ámi boda, que fue en un principio tan dichosa comoes imposible pintarlo. De regente aquel cielo azulse cubrió de nubes, y uno por uno recibió mi almatodos los golpes que la desdicha tiene guardadospara sus elegidos. Murió m/madre; mi marido sevolvió celoso y arrebatado, me maltrataba á todashoras, mi modesto patrimonio se ¡deshizo bajo elpeso de sus locuras* y tal vez á estas horas pediríalimosna si una riña á mano armada no me hubie-se dejado viuda hace poco más de un año. Yo hellorado tanto, tanto, que ya lo ves; seca y sola comola flor abandonada inclino mi cabeza, y convertidasen polvo mis hojas, miro á Dios y le dedico alcielo mi último perfume.

—¡Cuánto has sufrido!—dije sin poder contenerpor más tiempo mi llanto. ¡Pobre Magdalena!

—Ayúdame á incorporar, hermano mió; quierover por la última vez ese sol que va á ocultarse;quiero que juntos, cómo en otro tiempo, nos sor

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L. DE SANTA ANA.^LAS CAMPANAS DE MI ALDEA. 221

prenda la noche, contándonos yo á tí mía sueños,tó á mí tus esperanzas.

¿Te acuerdas del dia en que te marchaste? Erauna tarde tan hermosa como esta; desde esa mismaventana, mirando ese mismo paisaje, después dehacer mil mutuos juramentos de que no se amen-guaría nuestro fraternal carino; cuando tó, lloroso, pensabas en que quizá la fiebre haría, que nuncame volvieses á ver, yo escuchaba el toque de ora-ciones en las campanas de nuestra iglesia, y te aseguraba que volverías, porque con su voz me lo ase-guraban ellas.•

—¿Y aún crees?...—Vaya si creo. Esas lenguas de metal que ha

empleado el cristianismo para llamar á sus hijosá la oración, esos mudos sonidos, molestos paramuchos, indiferentes para casi todos, son para míel lenguaje más claro, la armonía más dulce y con-movedora. Cuando nina, aún mi corazón dormidoen los brazos de la inocencia, ignorante y tranqui-lo, pedia consejos á mi inteligencia: está, sin es-periencia, sometía al fallo de las campanas Ijodassus decisiones , y joven, mujer, esposa,, madre,huérfana y viuda, siempre han sido mis conseje-ras, mis amigas.

—¡Cuan alegres sonaron el dia de tu matrimo-nio! Y sin embargo..

—Tío lo creas; la mañana de mi boda yo notabatristeza en sus acentos, y cuando preocupada lodecía, mi pobre madre, por tranquilizarme, me.aseguraba que no. ¡Ah! de seguir mis impulsos nome hubiera casado; te lo aseguro.

Quise refutar sus argumentos, pero el toque dela oración interrumpió el curso de mis ideas.

—Adiós, hermano mió, voy á morir, exclamóde repente Magdalena.

—¿Qué dices? ¿Estás loca?—No hermano mió, continuó; las eampanas me

llaman al lado de mi santa madre. Oigo su voz;en vano el timbre del metal quiere apagarla. ¿Laoyes?... adiós... piensa en mí... adiós... adiós. Yalmismo tiempo que concluiá de tocar la campana,se apagó la voz de Magdalena con la suya, y yosentí su mano helada tirar de la mia, con tantafuerza, como si hubiera querido elevarme con ellahasta la eternidad.

Quise gritar, y no pude; pálido, desencajado,como loco, salí á la antesala, y por señas llama átodos; volví á la alcoba, y caí sin sentido sobre elinerte cuerpo de Magdalena.

Cuando volví en mí, habían pasado muchas ho-ras, y más tranquilo ya, fui á contemplar aquelcuerpo que fuá tan hermoso, y que ya me parecíafeo por hallarle oscuro, oscuro, sin la luz del alma.

Una caja galoneada, último tributo al Dios dela vanidad, cuatro mozos admiradores de las virtu-

des de Magdalena, que huevaban, una misa, mu-chas lágrimas falsas y verdaderas y una modestasepultura, fueron el punto final de la novela de lávida de aquella, desgraciada niña.

Todos, uno por uno, se ma -charou, y sólo yode r idillas sobre la tierra aun fresea. Las tilti-*más tintas de la tarde alumbraban con su colorrojizo aquellas negras cruces que me rodeabaa, 'yun vienteeillo murmurador parecía como plegariade ángeles que desciende del cielo aobre los muer-tos. Tuve miedo sin saberpor qué y arrojando unaúltima mirada sobre la tumba aalí del cementerio.Al pasar su umbral las campanas de la ermita quehay á su entrada tocaban la oración, y al oír sumelancólico sonido ésperimenté uní emoción ex-trordinaria: aquellas campanas tenían la voz deMagdalena, y sus sonidos eran palabras de adiós.Permanecí parado hasta que se apagó la últimavibración y mis oidos conservaron por muchotiempo aquella armonía de recuerdos.

¡Cuántas veces he pensado y cuántas horas enel inexplicable fenómeno de la voz de la campanay en la preocupación de mi pobre Magdalena! ¿Se-rá cierto ese lenguaje? No, es que el alma, candidasiempre como su pureza, aplica á la voz de lascampanas sus propias impresiones; la triste lágri-mas, risas la alegre, juramentos de amor la enamo-rada, la criminal el grito de su víctima, la indife-rente ruido.

Haga la prueba el que esto lee y escuche á lascampanas: es probable le digan lo que desee y deseguro le darán las gracias por haber escuchadoesta inocente historia.

Luis »E SANTA ANA.

TRAB.UO NAÜIOML.

La brillante exposición de objetos destinadosal regalo de boda de S. M. la Reina, que hemostenido el gusto de visitar en el palacio de La Cor-respondencia de España, y el banquete con que elfundador y propietario de esta publicación obse-quió en el teatro de la Alhambra, la noche del 4del corriente, á los industriales, fabricantes yobreros, forman un acontecimiento nacional quepuede estudiarse desde distintos puntos de vista,seguro* de que en cada uno de ellos hay algo deextraordinario que admirar y algo también degrande que aplaudir.

Para los que han creído que el matrimonio delRey D. Alfonso XII no tiene influencia alguna enla vida social y política de España, y que es, á losumo, la santificación del amor y el cambio delestado civil en el Monarca, el regalo de boda quela industria y el trabajo nacional acaban de ofre-

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222 REVISTA EUROPEA.—17 1>E FEBRERO DE 1 8 7 8 . Ni* 208

cer á la Reina es una lección severa. El pais entiende que la dinastía es la representación geuui-nadeuna de sus instituciones permanentes; quela suerte, el prestigio y cuanto pueda afectar á ladinastía, afecta también próxima y remotamenteá la institución que personifica, y por tanto al in-terés nacional. Y há aquí por que ese interés pú-blico que en el organismo de las sociedades mo-dernas es el elemento protector y la garantía mássólida de sus instituciones políticas, ha sabidoostentarle de la manera más respetuosa y máspropia á la vez de' momento para ofrecer á la Rei-na, entre los regalos de boda, el testimonio de sureconocimiento y de su aclamación: acto que, porgrande que fuera su importancia, atendida la ri-

rza, variedad y gusto de los objetos presenta^, todavía es mayor para lo que, en el orden del

sentimiento y de las afecciones populares, puedesignificar y significa ante la augusta señora qusacaba de subir las gradas de un trono constitu-cional.

Pero estas consideraciones son demasiado graveapara tratadas en su breve artículo, y no es tampo-co nuestro ánimo entrar á discutirlas; basta susimple enunciación como una de los fases que pre-senta el acontecimiento que examinamos, paracomprender toda su importancia.

Los que, en otro orden de ideas, se hayan pro-puesto, al visitar la exposición celebrada en el pa-lacio del Sr. Santa Ana, estudiar el estado de lasartes y de la industria española, por sus actualesmanifestaciones, indudablemente han tenido queformarse dos grandes juicios; uno altamente favo-rable, el de que nuestra industria, con relación áeste mismo siglo y mucho más respecto de los antenores, acredita un gran progreso; otro monos li-sonjero, pero no menos cierto, el de que todavíadistamos mucho para figurar al nivel de otros paí-ses, si bien no debemos desesperar, puesto que po-seemos los medios y conocemos el camino pordonde puede dársele más vigoroso impulso y llegaralgún dia, quizá no muy lejano, á figurar digna-mente en el cuadro de las naciones más afortuna-das.

La historia de las artes y de la industria espa-ñola desde el siglo XVII hasta mediados del pre-sente, ha dicho un publicista contemporáneo, nopuede recordarse por ningún espíritu recto sin quede él se apodere la más profunda indignación.

"La nación española, decía Campomanes, en1777, posee casi cuantas producciones naturales..puede apetecer la necesidad ó curiosidad de los^hombres. (1) ..España, añadía Bowles, pocos añosi.después, es celebrada en todas partes por sus dul-zas naranjas que de la China se importaron á sus..provincias meridionales, y á Portugal por la fra-..gancia de sus cidras, por sus limas dulces por sus..granadas, sus aceitunas, que merecieron ser alaba..das hasta del gran Cicerón; sus uvas, almendras,sus higos, etc. etc. (2) Pero «Españase habia dicho,pocos años antes., y esta sentencia estaba consenti-da por todos, corría i su ruina, y no eorria sino

volaba y estaba ya perdida sin remedio kumano.

(1) Campomanes. Apéndice á la Educación populartomo 4.° pág. s. .

(1) Bowíes, Historia naturalde España, p4g. 236.(2) Rio, Historia del.reinádo de Carlos 111, tomo

segundo, pág. 54.

Y así era, en efecto." no teníamos comercio ma-rítimo ni terrestre; no teníamos industria fabrilni manufacturera; no conocíamos los productosquímicos; no teníamos artes; no teníamos, en fin,ninguno de los elementos de vida y de prosperi-dad para un Estado. Llevaba razón el obispo deCuenca, al decir que España estaba ya perdida,por más que la causa de su perdición no fuese laque suponía el buen prelado, sino la consecuenciafatal de la política y de la administración, quevino practicándose desde la muerte de Felipe IIhasta el reinado de Carlos III, en quien comien-za el período de regeneración moral y material deEspaña. Agricultura, artes mecánicas, comercio,enseñanza, milicia, navegación, ciencias, letras,legislación, en una palabra, todo cuanto puede in-fluir en la prosperidad del Estado, todo llamó laatención de sus ministros, y en todo hicieron lasmejoras que permitían las circunstancias (1). "De"modo, que con razón se admira,—-añade Lafuen-"te,—y es el testimonio más honroso de la buena"administración económica de este reinado, que al"morir este buen monarca, dejara, no diremos"nosotros, repletas y apuntaladas las arcas públi-cas, como hiperbólicamente suele decirse; pero sí"con el considerable sobrante de 300 millones de"reales, después de cubiertas todas las atenciones"del Estado: fenómeno que puede decirse se veia"por primera vez en Eapaña, y resultado satisf ac-"torio que, aun supuesta una buena administra-"eion, sólo pudo obtenerse á favor de su prudente"política de neutralidad y de paz (2)...

Y lo que sucedía en la agricultura, en el comer-cio y en la industria, ocurría del mismo modo conlas Bellas Artes. La ignorancia reinante en los úl-timos años del siglo xvn, depravó en tal manerael buen gusto, que á princios del xvm, las artes sehallaban ya en la más lastimosa decadencia. Y es,que en España, como observó el duque de SanSimón, embajador de Francia en Madrid, en 1721y 1722, "la ciencia era un crimen y la ignoranciala virtud primera (3).

Breve fuó aquel período de regeneración para lomucho que el país necesitaba, pero muy luego em- .pezaron á tocarse frutos saludables de aquellas re-formas. La educación de la juventud fuó conside-rada por la Real pragmática de 11 de Junio de 1771,como el ramo principal de la policía y buen go-bierno del Estado, porque aquellos ministros com-prendieron que los intereses materiales estabanidentificados con los intereses del saber. El artede imprimir, que habia llegado al último límitede su postraecion, recobró nueva vida, merced álos impulsos generosos del gobierno, y á las exen-ciones del servicio militar que entonces se dispen-saron á los impresores y fundidores, porque fuepreciso considerar la imprenta como una indus-tria naciente, y porque ya eran pocos los quecomprendían que sin ella no hay adelanto ni civi-lización posible para los pueblos.

Quedó abolida la tasa de los granos, permitién-dose el comercio libre de todos ellos, providenciala más acertada para la agricultura; se declaró la

(1) Muriel, Gobierno del rey Don .Carlos 111, pági-na 187.

(2) Lafuente, Historia de España, tomo XIX, pági'na 384.

(3) Mein, du duc de Saint Simón, t. XXXV, pági-na 209.

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N.° 208 F . CALVO MUÑOZ—EL TRABAJO NACIONAL.

libertad de industria, la tarifa de salarios desapa-reció y con ella los aprendizajes y los gremios; yá medida que estos intereses fomentaban , laspropiedades adquirían más valor; la educaciónpopular se extendía á mayor número y Españaemprendia con varonil empuje el camino de la ci-vilización. Que no hubiera existido Carlos IV, óque su política ignorante y ortodoxa no hubiesemareado desde 1783 una reacción tan iracunda yun retroceso tan violento, y España no envidiaríahoy á las demás naciones el grado de esplendor áque han llegado en su desenvolvimiento científico,industrial y •mercantil.

Poco en verdad se ha adelantado desde aquellaépoca; pudiéramos decir que cuanto se ha heahodesde entonces hasta nuestros dias, no ha sidootra cosa que secundar aquel generoso impulsocontinuando y mejorando la senda que trazaranCampomanes, Florida-Blanca, el conde de Aran-da, Ensenada y tantos otros ilustres patricios,cuyo nombre irá siempre unido á una de las pági-nas más gloriosas de nuestra historia. Es verdadque nuestra organización política durante estesiglo, ha sido más laboriosa y más complicada queen las demás naciones del continente y que lo fueen la eulta Inglaterra; que en ninguna de ellas hatenido que luchar tanto el principio liberal, ni enninguna ha sido tan tenaz la tradición para dejarsu puesto á as ideas modernas.

Pues, bien; hoy, mercad á aquellos esfuerzos yal espíritu de los tiemp'os que triunfa, al fin detodas las resistencias, tenemos agricultura, cuyosproductos bastan para subvenir á las ne3e9idad.esdel consumo interior y para exportar á Américay al extranjero trigos y harinas; desde nuestrospuertos de Cataluña y Santander, los vinos deAndalucía, de la Mancha, del Priorato y de otrascintarcas, se demandan á buenos precios en losmercados extranjeros; la exportación de pasas,naranjas y otras frutas, crece visiblemente y es-timula y fomenta la producción; los azúcares deMálaga. Granada, Castellón y Valencia empiezaná constituir una industria poderosa; todos losproductos, todos los elementos de la riqueza agrí-cola, marcan de dia en dia un sensible adelanto;no seremos un país rico, como algunos tienen to-davía la inocencia de suponer; pero no somostampoco el país de los desiertos y de la miseriacomo veníamos siendo por algunos siglos.

Hoy, merced á aquellos esfuerzos, tenemos in-dustria febril y manufacturera. Cataluña, Bajar,Alcoy, Antequera, Málaga y muchas otras pro-vincias y ciudades levantan fábricas y talleres.Las modernas artes de la mecánica ensayan y de-muestran en ellas que en nada perjudican al hom-bre relevándole del trabajo muscular, porque aunle dejan otras ocupaciones menos fatigosas y máslucrativas. Nuestros tejidos de seda y lana, po-drán no comp3tir con los de Alemania, Francia yla Gran Bretaña, pero pueden muy bien, siguien-do una noble emulación, producir mejor y más ba-rato que producen hoy, ya que no carecemos deprimeras materias y llegar, quizá no muy tarde,Á desafiar ó no temer la concurrencia extranjera.Nuestras bellas artes caminan más despacio, perono desmayan; tenemos poetas 'que aún nos recuer-dan la inspiración de López y de Calderón, deMoratin y de Quintana; tenemos pintores que seesfuerzan por conservar el pincel de Murillo, te- •nsmos, en fin, artistas cuyo nombre es aplaudido

en la escena y en el Conservatorio de todas las na-ciones civilizadas.

Todo esto lo hemos visto y lo hemos admiradoen la exposición del regalo de boda que ha tenidolugar en el palacio de La Correspondencia de Si-paña. Y hé aquí por qué al comenzar este artículodecíamos, *y no estamos pesarosos de haber hechoesta afirmación, que poseemos los medios y conoce-mos el camino por donde puede darse á la indus-tria española, mas vigoroso impulso y llegar algúndia, quizá no muy lejano, á figurar dignamente enel cuadro de las naciones mas afortunadas.

¿Y cuáles son estos medios, y cuál el camino1?¿Acaso los indicados en el banquete de la Alham-bra, con que se sirvió obsequiar el Sr. Santa Anaá los industriales, fabricantes y obreros? Al llegará este punto, nosotros, que en materias económi-cas no aceptam os las ideas proteccionistas, por-que las creemos funestas para el interés común ycontraproducentes para las mismas industrias quese proponen proteger, tenemos forzosamente queestablecer una distinción. El discurso-brindis"que pronunció el Sr. Santa Ana, y que explicaelocuentemente el espíritu generoso que le animaen favor de la industria y del trabajo, es, sin duda,y esta opinión nuestra la hemos visto universal-mente proclamada, un pensamiento humanitario,práctico, que simpatiza á la ciencia, que acogesatisfecha la razón, y que al realizarlo, nada hayque pueda oponerse. Proteger al industrial, al fa-bricante y al trabajador, que ha dado al país elfruto de su actividad y su inteligencia, garanti-zarle un porvenir que le evite la miseria, premioel más justo á una existencia de faenas y de pri-vaciones, nadie que sienta en su alma el espíritude sociabilidad y de justicia puede rechazarlo.Nosotros unimos nuestro aplauso, que bien pocovale, á los muchos que el Sr. Santa Ana ha mere-cido de todos los hombres de la inteligencia y deltrabajo, y sólo deseamos, que quién ha tenido ini-ciativa, actividad y nombre bastantes para reunirla industria nacional en uua exposición y en unbanquete, pueda llevar á feliz término su pensa-miento.

¿Pero se trata, como alguien en otro brindisquiso significar, de hacer depender la protecciónde la industria y el trabajo de la acción del go-"biern^y del precepto de la ley1! No fue este el es-píritu del discurso del Sr. Santa Ana, ni del bre-ve, pero también elocuente, que pronunció despuésel señor ministro de Fomento; si así fuera, con lamÍ3ma ingenuidad que entonces y ahora Ie3 aplau-dimos, guardaríamos silencio ó expondríamos enfrente nuestra opinión.

Al industrial, al fabricante, al obrero, al labra-dor, al jornalero, á todos ellos y cada uno, indivi-dualmente considerados, como miembros de unasociedad en la cual han realizado una misión,prestándola su ingenio, su actividad, su vida, lasociedad puede y debe premiarles asegurándolesque en la vejez ó en la inutilidad, no han de ver-se afligidos por la abyección y la miseria.

IY quién puede, para esta grande obra tomar lainiciativa1! ¿El gobierno en nombre del interés so-cial, el individuo en su nombre y en el de I03 de-más que deban asociarse? Lo uno y lo otro es¡aceptable; el que fuese más eficaz y más seguro,ese seria el medio y el procedimiento que nosotros;aceptaremos.

Respecto de la industria y de la agricultura

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HEVISTA EUROPEA.—-17 DE FEBRERO DE 1878. N.° 208

creemos que una parte de sus males, quizá laprincipal, depende de la demasiada intervencióndel poder público en el interés individual.

Los filósofos y los publicistas del siglo xvm re-conocieron ya este grave error, que pudiéramosllamarle de organización; pero muchos de ellos notuvieron valor bastante para atacarlo en su raízcontentándose con proponer á la administraciónen vez de que no obrase, que obrase de distintaforma. Y lo consiguieron, por que en ello el poderabsorbente del Estado no iba perdiendo gran cosa;así es que cada reforma que desde entonces ha ve-nido haciéndose, ha costado una lucha y con razónla liemos llamado un triunfo y un progreso.

Hubiérase seguido la escuela de la libertadpara la agricultura, para la industria y el comerciode la libertad, en una palabra para el trabajo; hu-biéranse seguido como se siguieron en Francia losconsejos de Turgot, deMirabeau y de Condorcót,como en Alemania los de Dohm y Mauvillon, co-mo en Inglaterra los de Bautham, y como en Amé-rica los de Franklin, hubiérass aceptado, en fin,como dogma de toda economía el déjese obrar, dé-jese pasar, que no es otra cosa que la confianzaprudente y racional en que la libertad, el interésindividual y la actividad humana que inpiran alhombre el ejercicio de sus propias facultades y ladesaparición de toda traba se bastan para resol-ver todoa los problemas industriales y mercantiles,y de seguro que no tendríamos que pensar hoy enmedidas de prohibición, disfrazadas con el nombredW protección á la industria.

< ' F. CALVO MUÑOZ.

LÁGRIMAS.

En el mar de la vida, anuncia el llantoplaceres ó tristezas;

se llora por la dicha que se alcanza,y por venturas muertas.

En las tranquilas lloras de la nochese desliza una perla,

que de la hermosa cuna de tus ojosá tus megillas rueda.

Si sufres, que esa lágrima serenedel alma las tormentas;

ei eres feliz, que el llanto dé esplendoresal sol de tu existencia...

Mas no ocultes las gotas de rocíoque en tus pupilas tiemblan;

que en tus' ojos el cielo puso lágrimasy en la alborada estrellas.

• RICARDO GUIJARRO.

MIS CELAN KA-

La ópera Roger de Flor, del compositor D. Ru-perto Chapí, y un drama titulado Los laureles deun poeta, de D. Leopoldo Cano, han sido las nove-dades ofrecidas por las empresas del Teatro Realy del Español en la semana que hoy termina.

La ópera Roger de Flor, cantada al fin en ita-liano, para lo cual se ha traducido á este idiomael libreto original de D. Mariano Capdepon, haobtenido éxito bastante lisonjero para el Sr. Cha-pí, á quien el público hizo presentarse repetidasvece.s en el paleo escénico á recibir sus aplausos.La interpretación, encomendada á los notables artistas Srta. Borghin Mamo y gres. Tamberlick yPadilla, contribuyó poderosamente á realzar lasbellezas que encierra la obra. Una romanza y el fi-nal del primer aclq, el final del segundo, y otraromanza, en el tercero, fueron las piezas de másefecto que la concurrencia tuvo ocasión de aplau-dir, después déla sinfonía, que es indudablementeel trabajo musical más acabado y bailo de los queofrece en Roger de Flor el Sr. Chapi.

El drama Los laureles de un poeta tamb ien hasido objeto de brillante acogida, proporcionandoun merecido triunfo á su autor el Sr. Cano. Es unaobra de pensamiento profundo y trascendental,que abunda en situaciones de primer orden y pue-den dispensarse súmala estructura, la trivialidadde algunos recursos y el abuso de ciertos efectosescénicos, en gracia de las innumerables bellezasde que está salpicada, la corrección de frase queostenta, y el. vigor dramático que causa.

En el desempeño de esta nueva producción, quedará seguramente algunas buenas entradas, tomanparte la apreeiable actriz Srta, Contreras y el emi-nente actor D. José Valero, acompañados de la se-ñora Fenoquio y de los Sres. Alisedo, Parreño yRodríguez. Escusado nos parece añadir que losdos primeros artistas son los que más se distin-guen en la ejecución.

Los demás coliseos principales han continuadorepresentando obras de repertorio ó las nuevas decuyo estreno dimos cuenta oportunamente.

En el de Novedades, que sigue siendo uno delos mas favorecidos, se presentará en breve la cé-lebre gimnasta Miss Zenobia, conocida en Europapor la La Reina de los Aires.