revisión del marco conceptual y experiencias en la región

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Costos compartidos en salud Parte I Revisión del marco conceptual y experiencias en la región de las Américas y el Caribe Proyecto “Avances y consolidación de la Cobertura Universal en Salud en Uruguay” OPS - OMS / DIGESNIS - DES Diciembre de 2013 Laura Rivas Sandra Farina Ida Oreggioni

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Page 1: Revisión del marco conceptual y experiencias en la región

Costos compartidos en salud

Parte I

Revisión del marco conceptual

y experiencias en la región de

las Américas y el Caribe

Proyecto “Avances y consolidación de la Cobertura

Universal en Salud en Uruguay”

OPS - OMS / DIGESNIS - DES

Diciembre de 2013

Laura Rivas

Sandra Farina

Ida Oreggioni

Page 2: Revisión del marco conceptual y experiencias en la región

2

Índice

Siglas ............................................................................................................................................ 3

Introducción ................................................................................................................................. 4

Objetivos .................................................................................................................................. 4

Estructura del trabajo .............................................................................................................. 5

Gasto de bolsillo y gasto catastrófico ....................................................................................... 6

Gasto de bolsillo en las Cuentas de Salud ............................................................................ 7

Gasto catastrófico y empobrecimiento en los hogares ........................................................ 8

Equidad en Salud ................................................................................................................ 12

Costos compartidos, en teoría ................................................................................................... 12

La atención a la salud, un mercado con particularidades ....................................................... 12

Riesgo moral, la conducta esperada de los usuarios. ............................................................. 15

Probando la teoría económica: experimento RAND............................................................... 17

Modalidades de costos compartidos...................................................................................... 18

Exoneraciones y exenciones a los pagos ............................................................................ 20

Críticas a los costos compartidos ........................................................................................... 20

Costos compartidos en la práctica en el mundo en desarrollo .................................................. 22

Experiencias más estudiadas .................................................................................................. 22

Cambio de rumbo................................................................................................................... 25

Eliminación de las tarifas a los usuarios ................................................................................. 27

Costos compartidos en América Latina y el Caribe .................................................................... 28

Argentina................................................................................................................................ 29

Brasil ...................................................................................................................................... 30

Bolivia ..................................................................................................................................... 32

Colombia ................................................................................................................................ 33

Chile ....................................................................................................................................... 35

Jamaica ................................................................................................................................... 36

Perú ........................................................................................................................................ 37

Conclusiones .............................................................................................................................. 38

Bibliografía ................................................................................................................................. 46

Anexo: Bibliografía Parte I .......................................................................................................... 49

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3

Siglas

ASES Instituto Nacional de Seguros de Salud (Bolivia)

BRISAS Brigadas Móviles de Salud (Bolivia)

EPS Entidades Promotoras de Salud (Colombia)

EPS Entidades Prestadoras de Salud (Perú)

ESSALUD Seguro Social de Salud (Perú)

EXTENSA Extensión en Salud Áreas Rurales (Bolivia)

FONASA Fondo Nacional de Salud (Chile)

FOSYGA Fondo de solidaridad y Garantía (Colombia)

GES Garantías explícitas en Salud (Chile)

IPS Instituciones Prestadoras de Servicios (Colombia)

ISAPRE Institución de Salud Previsional (Chile)

NHA National Health Accounts (Cuentas Nacionales de Salud)

OCDE Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico

OMS Organización Mundial de la Salud

ONG Organizaciones no Gubernamentales

OPS Organización Panamericana de la Salud

PAD Pago Asociado a un Diagnóstico (Chile)

PBI Producto Bruto Interno

POS Plan Obligatorio de Salud

RC Régimen Contributivo (Colombia)

RHA Autoridades Sanitarias Regionales (Jamaica)

RS Régimen Subsidiado (Colombia)

SGSSS Sistema General de Seguridad Social en Salud (Colombia)

SIS Seguro Integral de Salud (Perú)

SNSS Sistema Nacional de Servicios de Salud (Chile)

SUMI Seguro Universal Materno Infantil (Bolivia)

SUS Sistema Único de Salud (Brasil)

UNICEF Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (United Nations Children's Fund)

Page 4: Revisión del marco conceptual y experiencias en la región

4

Introducción

Resulta de sumo interés estudiar el tema de los costos compartidos en función de los impactos

que pueden tener en materia de salud de las poblaciones. La relación entre costos

compartidos y salud es compleja e indirecta, y la causalidad se produce por varias vías y

mecanismos; por un lado, los copagos condicionan los patrones de utilización de los servicios

de salud, y estos influyen en la salud y, por otro lado, los desembolsos impactan en el ingreso

disponible y este se relaciona de forma bidireccional con la salud (González López-Valcarcel

2007).

Si bien los costos compartidos son considerados el mecanismo más regresivo de

financiamiento de los sistemas de salud (al limitar el acceso de los individuos más vulnerables,

en materia de recursos financieros, de necesidades de salud o de ambas), la mayoría de los

países han optado en algún punto, para algún servicio o enfocado a algún grupo poblacional

específico, algún esquema de copagos o costos compartidos. El objetivo señalado para la

existencia de estos costos compartidos es el de moderar la demanda, es decir, reducir la

utilización innecesaria de servicios. En este sentido, se plantea el papel positivo que estos

pagos desempeñan en generar conciencia y sentido de la responsabilidad en el usuario

respecto a los costos que implica la utilización de los servicios.

Parece existir relativo consenso respecto a la conveniencia de que no impliquen pagos aquellas

prestaciones sanitarias personales que redundan en externalidades, como ser el caso de las

vacunas. Sin embargo, la dificultad radica en la capacidad de discriminar el consumo necesario

del innecesario, de modo de reducir la utilización innecesaria sin afectar aquella demanda

adecuada y sin perjudicar la salud de la población.

Un esquema de costos compartidos influye en el financiamiento de los servicios. Por un lado,

representa una fuente de recursos para el sistema, que pueden volcarse en mejoras de la

calidad de los servicios; éste suele ser el segundo motivo para justificar su existencia, siempre

complementando el papel asignado para moderar la demanda. Por otro lado, sin embargo, un

esquema de costos compartidos implica ciertos costos de transacción asociados al cobro de

dichas tarifas. Estas consideraciones hacen a la relación entre costos compartidos y eficiencia.

Consideraciones relativas a la equidad, por su parte, juegan un papel esencial a la hora de

valorar la conveniencia de introducir mecanismos de costos compartidos, de diseñar esquemas

de exoneraciones o exenciones y, en otros casos, al evaluar la alternativa de eliminar estos

pagos.

Objetivos

Este trabajo se inscribe en el marco de un estudio sobre los costos compartidos en Uruguay.

Los objetivos de esta primera parte del documento consisten en presentar la literatura

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5

disponible considerada más relevante sobre costos compartidos –ya sean bajo la modalidad de

copagos, coseguros, tasas o cuotas moderadoras o reembolsos– tanto desde el punto de vista

conceptual como en relación con las experiencias en la región de las Américas y el Caribe. Se

pretende reflexionar, en base a estos elementos, sobre el impacto que estos pagos pueden

tener en los sistemas de salud y sus efectos en la protección financiera de la población en el

acceso a los servicios de salud. La segunda parte del documento, por su parte, se enfoca en la

política de tasas moderadoras implementada en los últimos años en el marco de Reforma del

Sistema de Salud, y la forma en contribuye al objetivo de Cobertura Universal en Salud de los

uruguayos.

Estructura del trabajo

El trabajo se estructura de la siguiente forma: se comienza con un capítulo introductorio donde

se plantea la importancia de estudiar los pagos compartidos en función de los hallazgos más

importantes de estudios como los de gasto de bolsillo en salud; su incidencia se ha medido con

un enfoque macro a través del marco provisto por las Cuentas de Salud (NHA), así como a nivel

micro, en función de la carga del gasto de bolsillo en los hogares (en particular, se presentarán

medidas del gasto catastrófico y del empobrecimiento de los hogares). Se presentarán

también algunas consideraciones relativas a la eficiencia y la equidad.

Se continúa con un segundo capítulo donde se presentan los desarrollos teóricos sobre los

costos compartidos por los usuarios. Se parte desde un enfoque amplio sobre las

especificidades del mercado de servicios de salud que sirven de base teórica para justificar su

existencia. Asimismo, se intentará conceptualizar las diversas modalidades de costos

compartidos, asociándolas a sus efectos esperados.

En un tercer capítulo se explicita el debate actual en torno a los costos compartidos en función

de la experiencia en el mundo en las últimas décadas. Por último, el cuarto capítulo pretende

describir algunas de las modalidades de costos compartidos existentes en los países de la

región de las Américas y el Caribe, en virtud de la escasa disponibilidad de literatura enfocada

en la evaluación de impactos de dichas experiencias.

El último capítulo sintetiza las visiones contemporáneas y el debate actual en materia de

costos compartidos en función de las experiencias internacionales, para concluir en una

reflexión sobre la importancia del tema en el marco de los objetivos por aumentar la

protección de los individuos de modo de aspirar a la Cobertura Universal en Salud.

El trabajo incluye un anexo que sintetiza algunas de las principales referencias bibliográficas

consultadas en la elaboración de este trabajo; el abanico incluye informes, libros y artículos

que sirvieron de base teórica sobre los costos compartidos, así como también estudios que

revisaron vastas experiencias internacionales, aportando elementos muy valiosos al debate y

reflexión sobre el tema.

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6

Gasto de bolsillo y gasto catastrófico

El gasto de bolsillo en salud refiere a aquellos desembolsos realizados por los hogares para la

atención de su salud en el momento de la utilización de los servicios. La OMS define el gasto de

bolsillo como todos los tipos de gastos sanitarios realizados en el momento en que el hogar se

beneficia del servicio de salud; comprende honorarios médicos, compras de medicamentos,

facturas de hospital, medicina alternativa y tradicional, al que se deducen los reembolsos

realizados por los seguros.

Se dice que un hogar enfrentó gasto catastrófico en salud cuando el gasto en servicios

sanitarios supera el umbral del 30% ó 40% de su capacidad de pago, esto es, de los ingresos

disponibles luego de satisfacer las necesidades de alimentación. Mayores gastos de bolsillo

predisponen a los hogares a enfrentar situaciones de gasto catastrófico, poniendo en riesgo la

satisfacción del resto de sus necesidades. Asimismo, la posibilidad de enfrentar este tipo de

situaciones inhibe a algunos individuos de buscar la atención de sus necesidades de salud o

dilata en el tiempo el momento de consulta o inicio del tratamiento. En este sentido es que los

costos compartidos, como componente del gasto de bolsillo en salud, pueden configurar una

barrera al acceso a los servicios.

La OMS define la Cobertura Universal en Salud como la interacción de tres dimensiones: la

cobertura poblacional, los servicios a los que la población cubierta accede y el grado de

protección financiera que obtienen los individuos (OMS 2010). De esta forma, queda explícita

la preocupación por la protección financiera de los individuos al acceder a los servicios

médicos, ya que un sistema donde la totalidad de la población esté cubierta y el paquete de

prestaciones sea integral e inclusivo, pero donde los individuos deban hacer frente a elevados

niveles pagos asociados a esquemas de costos compartidos, no tendrá la cobertura real que se

propone. En ese sentido, altos pagos de bolsillo y la consecuente imposibilidad de muchos

hogares para desembolsar los montos requeridos puede comprometer el alcance real del

paquete de prestaciones definido formalmente.

En el siguiente apartado se presentarán algunos estudios enfocados hacia la cuantificación y el

análisis del gasto de bolsillo, la medición del gasto catastrófico y del empobrecimiento

resultante de los pagos directos. Si bien son muchas las lecciones que pueden derivarse de

esta clase de estudios, debe tenerse presente que las cifras refieren al gasto realizado, es

decir, el asociado al acceso, a la utilización de los servicios, con lo cual queda por fuera de las

cifras presentadas aquel gasto potencial asociado al no acceso: el gasto que se hubiese

registrado de no existir barreras al acceso.

Este no acceso, a su vez, puede responder a barreras económicas (ya sea por altos precios de

los costos compartidos, por bajos ingresos o ambos, así como por otros costos asociados,

como ser el transporte al centro de salud, los días de trabajo perdidos, etc.), pero también a

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7

barreras de orden geográfico, cultural, o limitaciones por el lado de la oferta de servicios,

como ser elevados tiempos de espera o la no disponibilidad real de medicamentos o servicios

en los centros asistenciales. Será objetivo de los sistemas de salud identificar claramente las

causas de las brechas existentes entre las necesidades en materia de salud y la utilización de

los servicios y de ese modo diseñar las políticas que más eficientemente aborden el problema.

Gasto de bolsillo en las Cuentas de Salud

Las Cuentas Nacionales de Salud representan una fuente valiosa de información respecto del

gasto de bolsillo. Constituyen un marco que permite dimensionar este gasto en base a

comparaciones con otros componentes, como ser el gasto sanitario total de cada país, el gasto

público total y mediante la comparación con los gastos de los hogares en aseguramiento de

forma prepaga, por ejemplo. En la medida que los países elaboran sus Cuentas de Salud

guiados por los mismos criterios y estándares, se hace posible la comparación de sus cifras y

un seguimiento de los componentes del gasto en el tiempo.

La evidencia empírica parece sugerir mayores grados de protección financiera cuando el gasto

del gobierno en salud supera el umbral del 5% ó 6% del producto bruto interno (PBI). En base a

tal evidencia, Ke Xu et al.(Xu, Evans y Saksena, y otros 2010), se proponen estudiar la

existencia de regularidades en los distintos componentes del gasto en los países. En particular

intentan responder a la pregunta de si existe un límite a la capacidad que tiene un país para

aumentar el gasto de su gobierno y de sus hogares en salud de acuerdo al nivel de desarrollo

alcanzado. Para ello se valen de la información de gasto en salud reportada a la OMS por 185

países en el período comprendido entre 1995 y 20071.

Los autores encuentran una correlación positiva entre el PBI de los países y sus niveles de

gasto en salud, así como entre el PBI y la proporción del PBI destinada a gasto en salud. En

sentido contrario, encuentran que la participación de los gastos de bolsillo en el gasto en salud

se relaciona negativamente con el producto. Entre los países de altos ingresos el componente

predominante del gasto en salud es el del gobierno y la tendencia que surge de analizar la

evolución en el tiempo surgiere una mayor proporción del gasto del gobierno2.

Otro de los hallazgos del estudio fue que todos los componentes del gasto en salud

aumentaron al incrementarse los ingresos de los países, aunque la sensibilidad de la respuesta

al aumento del ingreso de cada uno de los componentes del gasto fue distinta y presentó

diferencias entre los países. Entre los de altos y medianos ingresos, la elasticidad del gasto

gubernamental aumenta más que proporcionalmente en relación al aumento en el PBI

(elasticidad mayor que uno), mientras que el gasto de bolsillo aumenta menos que

proporcionalmente respecto al producto (elasticidad menor a uno). Los países de bajos

1 Cuentas Nacionales de Salud actualizadas a marzo de 2010. 2 La proporción del gasto gubernamental que es destinada a salud ha aumentado en el tiempo también.

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8

ingresos, por su parte, mostraron elasticidades en el entorno de 0,9 para el gasto de bolsillo y

entre 0.91 y 1,06 para el gasto del gobierno. Parece ser que el gasto total en salud de este

grupo de países no acompaña el ritmo de sus ingresos. La proporción del gasto gubernamental

total destinada a la salud ha aumentado en todos los países (siguiendo los aumentos de sus

ingresos), con excepción de los países pobres3.

A modo de conclusión, los autores señalan que los umbrales sugeridos de entre 15% y 20%

para el gasto de bolsillo y de 5%-6% para el gasto en salud del gobierno en proporción al PBI no

necesariamente se traducirán en una reducción de la incidencia del gasto catastrófico en

cualquier país. Esta es la realidad de los países ricos, pero puede estar escondiendo mayores

costos de la tecnología, poblaciones más envejecidas, etc. Los países pobres pueden estar

optando por satisfacer otras necesidades, también relegadas en el tiempo, a medida que

crecen sus economías. En el mismo sentido, pueden registrarse menores niveles de gasto del

gobierno en tales países debido a la existencia de la ayuda internacional.

Otro de los aportes importantes del documento tiene que ver con que no se registra una

sustitución entre el gasto en salud del gobierno y el de bolsillo, ya se encuentra que ambas

elasticidades-ingreso son positivas. Este hallazgo conduce a reflexionar sobre cómo utilizar los

recursos disponibles de modo de mejorar la accesibilidad y aumentar la protección financiera

de los hogares. A su vez, mayores niveles de ingreso no necesariamente darán solución a los

problemas de financiamiento de la salud; es preciso asignar prioridad a este gasto, más que

nada en los países pobres, donde las mayores necesidades de incrementos en el gasto se

hacen más presentes.

Gasto catastrófico y empobrecimiento en los hogares

Otra posible mirada sobre el gasto de bolsillo en salud, esta vez en función de sus impactos al

interior de los hogares, es la cuantificación del gasto catastrófico y la medida en la que los

hogares llegan a empobrecerse debido a los elevados pagos directos4. Las metodologías de

medición del gasto catastrófico definen que un hogar enfrentó este tipo de gastos cuando

desembolsó más del 40%5 de su capacidad de pago en servicios de salud. La capacidad de

pago, a su vez, es definida como el gasto que no es destinado a la subsistencia. El cociente

entre el monto de pagos directos y la capacidad de pago del hogar es conocido como carga de

gasto de bolsillo.

3 Encuentran una correlación negativa pero estadísticamente no significativa para este grupo. 4 Por lo general incluyen los gastos en consultas médicas, análisis de laboratorio, estudios de diagnóstico, medicamentos, los pagos por hospitalización y quedan excluidos, en la mayoría de los estudios, los costos de transporte vinculados al acceso a los centros asistenciales ni tampoco se considera como costo el ingreso que es dejado de percibir por casusa de la enfermedad o de la búsqueda de atención. 5 Algunos estudios sitúan este umbral en el 30% (por ejemplo Knaul et.al, 2011).

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9

Cabe destacar que los gastos catastróficos no necesariamente son el resultado de episodios

serios de morbilidad, asociados a costos elevados y eventuales, sino que también pueden

responder a un flujo continuo de desembolsos de menor cuantía, como es el caso por ejemplo

del gasto de las personas que padecen enfermedades crónicas.

A su vez, el indicador de carga de gasto de bolsillo tomará valores más altos cuanto mayor

sean los pagos directos y cuanto menor sea la capacidad de pago; esto puede darse en la

situación en que un hogar no sea financieramente vulnerable pero deba hacer frente a un

desembolso importante. Por lo tanto, es posible observar gastos catastróficos en hogares de

bajos recursos así como en los de mayores ingresos. Asimismo, cabe notar nuevamente que

pequeños o nulos gastos de bolsillo y ausencia de gasto catastrófico no significa acceso a los

servicios, sino que puede estar ocultando, de hecho, la incapacidad de acceder a ellos.

Gasto catastrófico y empobrecimiento en el mundo

Otro de los documentos de referencia del Reporte Mundial de la Salud6 indaga sobre el gasto

catastrófico y sus causas en 89 países (que a su vez representan al 89% de la población

mundial), a partir de encuestas de hogares realizadas entre 1990 y 2003. El estudio encontró

que 150 millones de personas sufren catástrofe financiera cada año, de las cuales 100 millones

se convierten en pobres, y el 90% de ellas se encuentra en países de bajos ingresos.

Los resultados indican una incidencia del gasto catastrófico muy variable entre los países; es

virtualmente cero en algunos y asciende a más de 10% en otros7. Si bien existen gastos

catastróficos en países con distintos niveles de ingresos, el problema es más severo en

aquellos de ingresos medios. Al indagar sobre los posibles determinantes del gasto

catastrófico, encuentran que la edad incide en la probabilidad de enfrentar gastos

catastróficos de la siguiente forma: mientras que la presencia de niños menores de 5 años en

el hogar no aumenta la probabilidad significativamente, la presencia de adultos mayores de 65

sí se traduce en una mayor probabilidad de sufrir catástrofe financiera en los países de

ingresos medios8.

Por otra parte, el estudio señala que mayores niveles de prepago y menor inequidad de

ingresos se asocian a una menor incidencia del gasto catastrófico. El tipo de prepago

predominante sólo fue una variable significativa en los países de ingresos medios, en los que

se encontró que sistemas basados en la seguridad social protegen más a su población que

6 Background Paper nº 19, Protecting Households From Catastrophic Health Spending, Ke Xu, David B. Evans, Guido Carrin, Ana Mylena Aguilar-Rivera, Philip Musgrove, Timothy Evans. 7 La media asciende a 2.3% y la mediana se ubica en 1,47%. 8 Esta situación no se encuentra tan presente en los países de mayores ingresos, quienes dieron respuesta a una transición demográfica más temprana elevando sus niveles de protección social.

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aquellos basados en impuestos9. En sentido contrario, mayores proporciones del gasto en

salud asociados a gasto de bolsillo se correlacionan con mayores niveles de gasto catastrófico.

No existen, sin embargo fórmulas universales que los países pobres puedan aplicar para

reducir los gastos de bolsillo y privilegiar los prepagos; las posibilidades quedarán supeditadas

a las realidades sociales y políticas, y los países más pobres enfrentarán desafíos más

importantes, en tanto el financiamiento de sus sistemas se ve limitado por la insuficiencia de

recursos propios (los autores sugieren utilizar los recursos externos para acompañar una

estrategia de mediano o largo plazo donde se estimule el prepago como mecanismo de

financiamiento).

Gasto catastrófico y empobrecimiento en América Latina y el Caribe

Knaul (Knaul, y otros 2011), por su parte, estudia el gasto catastrófico asociado al gasto de

bolsillo en salud en doce países de América Latina y el Caribe: Argentina, Bolivia, Brasil, Chile,

Colombia, Costa Rica, Ecuador, Guatemala, México, Nicaragua, Perú y República Dominicana.

Se basan en encuestas de hogares y utilizan dos tipos de indicadores, uno que compara el

gasto de bolsillo con la línea de pobreza internacional y otro que lo relaciona con la capacidad

de pago del hogar en función de su propia canasta alimentaria. El primer indicador define

gasto catastrófico como aquel incurrido por los hogares cuando su gasto de bolsillo en salud

supera el umbral del 30% de la capacidad de pago (el ingreso disponible luego de satisfacer las

necesidades de alimentación), mientras que el segundo indicador (metodología usada por

Wagstaff y vanDoerslaer) determina que un hogar incurre en gasto catastrófico cuando su

gasto es mayor al ingreso disponible luego de deducir un monto de subsistencia representado

por una línea de pobreza internacional de U$S1 PPA por persona por día.

Los resultados encontrados indican que, en términos generales, existe una mayor propensión a

sufrir gastos catastróficos en salud cuando la residencia es rural, cuando el nivel de ingresos es

bajo, cuando en el hogar viven adultos mayores y cuando se carece de aseguramiento en

salud. Se señalan, sin embargo, importantes diferencias entre países.

En todos los países menos en Argentina los gastos catastróficos en salud son más prevalentes

en las zonas rurales que en las urbanas; en Bolivia, Colombia, México, Nicaragua y Ecuador los

hogares rurales tienen una prevalencia del gasto catastrófico entre 2 y 4 veces superior en las

zonas rurales. En todos los países, con excepción de Chile, el gasto catastrófico es mayor en los

9 A este respecto, los autores advierten que el resultado puede verse influido por el hecho de que los países con mayor presencia de esquemas de seguridad social tienen una mayor presencia del prepago como mecanismo de financiamiento, ya que cuando limitan la comparación a aquellos sistemas en los que el prepago significa el 50% del gasto no encuentran diferencias, entre los sistemas basados en impuestos respecto a aquellos basados en la seguridad social, en cuanto a la capacidad que tiene cada uno de proteger financieramente a su población.

Page 11: Revisión del marco conceptual y experiencias en la región

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quintiles de ingresos más bajos; en los países más pobres (Nicaragua y Ecuador) las diferencias

son incluso más acentuadas(Knaul, y otros 2011).

Los hogares con presencia de niños menores de 5 años son más propensos, en términos

generales, a sufrir gastos catastróficos, aunque el grupo etario que más parece incidir es el de

adultos mayores de 65. Se encontró, a su vez, un patrón en cuanto a la composición de los

hogares que sugiere que arreglos familiares pueden estar incorporando en mayor medida a los

adultos mayores para lidiar con la mayor carga de gasto.

En países como Costa Rica y Brasil, países con alta cobertura de la seguridad social, la

prevalencia del gasto catastrófico es 1% y 2% respectivamente, mientras que en Nicaragua,

Guatemala, Republica Dominicana, Argentina y el Chile urbano, este tipo de gastos afecta

entre el 10% y el 15% de los hogares. Se señala que existe la posibilidad de identificar,

mediante estudios de este tipo, a los grupos de la población que más expuestos están a los

gastos catastróficos, de modo de poder focalizar las políticas más adecuadas para abordar la

problemática (Knaul, y otros 2011).

En cuanto al aseguramiento, los resultados no parecen ser concluyentes, en el sentido de que

una mayor cobertura implique menores gastos catastróficos, de modo tal que se puede

interpretar que la cobertura implica un paquete de servicios que no es completo o implica

tiempos de espera prolongados (y debe recurrirse a gastos privados por fuera del esquema de

aseguramiento) o por el cual deben desembolsarse pagos de bolsillo.

Estudios como los presentados brindan elementos para dimensionan la importancia de

estudiar los esquemas de costos compartidos como componente del gasto de bolsillo y su

efecto en la protección financiera de los hogares. Los objetivos de equidad juegan un rol

central en las preocupaciones de carácter ético o moral al estudiar el sustento teórico, las

experiencias concretas y las medidas alternativas a los esquemas de costos compartidos

adoptados.

En el contexto de los estudios presentados, cabe hacer la apreciación de que la atención a la

salud es solo una de las variables que inciden en la salud; ésta última también se ve influida

por otra serie de determinantes, algunas de índole social. El gasto global en atención a la salud,

a su vez, tampoco es el único factor que incide en la atención a la salud; también influyen

elementos tales como la distribución de la diversidad de oferta de servicios sanitarios y, en

términos generales, el grado de eficiencia del sistema de salud en cuanto a la materialización

de mayores gastos en mejores niveles de atención y, luego (en la medida en que se

correlacione atención con estado de salud), en mejoras en el estado de salud de la población

(Culyer 1991).

Page 12: Revisión del marco conceptual y experiencias en la región

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Equidad en Salud

Al hablar de equidad nos referimos a aquellas diferencias que son innecesarias y evitables y

que, además, se consideran arbitrarias e injustas. En función de los principales determinantes

de los diferenciales en materia de salud, se identifican como evitables, y sus desigualdades

resultantes como injustas, las siguientes: la restricción en la elección de los estilos de vida, la

exposición a condiciones no saludables y al estrés, y el acceso inadecuado a los servicios

elementales de salud, así como también a otros servicios esenciales (Whitehead 1991). En este

sentido, ciertos esquemas de costos compartidos pueden estar diseñados de forma tal que

comprometan el acceso de los individuos a los servicios sanitarios y resulten, por ende, en

inequidades en salud.

Aunque los juicios sobre cuáles situaciones son injustas pueden tener distintas expresiones en

distintas sociedades, suele adoptarse el criterio de que injusta es una situación en la que el

grado de elección es limitado (por ejemplo, en cuanto a las decisiones sobre el estilo de vida y

trabajo), en contraposición con aquellas situaciones en las que diferencias en materia de salud

derivan elecciones voluntarias de tomar riesgos.

La equidad plena en salud, de un modo más pragmático, implica igual acceso a la atención

disponible para igual necesidad, igual utilización para igual necesidad e igual calidad de la

atención para toda la población. El acceso refiere a la capacidad real de acceder a los servicios;

además de una cobertura legal o nominal, deben ausentarse barreras tales como las

económicas, culturales, geográficas, etc., de modo que el acceso de la población sea real.

Costos compartidos, en teoría

Abordar teóricamente y desde la perspectiva económica el concepto de los costos

compartidos en la atención a la salud –ya sea bajo la modalidad de copagos, coseguros, tasas o

cuotas moderadoras o reembolsos– implica asumir que el mercado de los servicios de salud no

puede analizarse bajo la lógica neoclásica de competencia perfecta. Por este motivo, y para

introducirnos en el tema mediante una mejor comprensión de las particularidades del

mercado de servicios de salud, se comenzará por identificar las fallas que lo caracterizan.

La atención a la salud, un mercado con particularidades

La teoría económica en los años 50 vio surgir nociones como la de riesgo en los mercados,

introducida en primer término por en el Kenneth Arrow y Gerard Debreu a mediados de la

década. Estos conceptos fueron luego desarrollados por Arrow, quien en el año 1963 publica

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su influyente artículo titulado “Uncertainty and the Welfare Economics of Medical Care” en la

revista American Economic Review. Plantea que todas las características del mercado de

atención a la salud que lo hacen especial derivan, en última instancia, de la existencia de

incertidumbre. Señala que, cuando los mercados no proveen soluciones óptimas, la sociedad

reconocerá la brecha y surgirán instituciones no de mercado para tratar de cubrirla (Arrow

2004 [1963]).

Arrow compara el mercado de cuidados médicos con el modelo competitivo bajo certidumbre

e identifica: la existencia de los productos no comercializables (por ejemplo el interés de

individuos y organizaciones en apoyar financieramente la provisión de servicios médicos y la

comúnmente aceptada responsabilidad de los gobiernos al respecto), los retornos crecientes

(una insuficiente escala impone dificultades para la asignación de recursos en zonas de baja

densidad de población y/o reducidos niveles de ingresos), las dificultades a la entrada (factor

que cree que explica las mayores distancias respecto al comportamiento competitivo) y, en

último término, las prácticas de fijación de precios, asociadas en algunos casos a prácticas

monopólicas o de carácter corporativo (por ejemplo en la oposición a los mecanismos

aseguramiento mediante prepago).

Arrow al centrar su atención en el concepto de riesgo moral, señala el efecto de los seguros en

los incentivos. En ese sentido, plantea que sería deseable que los seguros cubrieran eventos

sobre los cuales los individuos no tengan capacidad de incidir y que una estrategia seguida por

algunas aseguradoras –en vistas de que la demanda de servicios médicos se correlacionaba de

forma positiva con el hecho de poseer aseguramiento– fue la adopción de los co-seguros.

Asimismo, enfatiza en el rol del médico en su responsabilidad en la prescripción de

medicamentos y tratamientos, elemento que reduciría el margen de acción de los usuarios de

los servicios (Arrow 2004 [1963]).

La imperfección de los mercados de la salud se basa en el no cumplimiento de los siguientes

supuestos característicos de los mercados de competencia perfecta: información completa o

perfecta, transacciones impersonales, bienes privados, motivación personal como motor de las

decisiones, atomización de compradores y vendedores, libre entrada y salida para los

productores, productos homogéneos. Dichos supuestos, sin embargo, no se cumplen en el

campo de la atención médica (Olsen 2009).

La información en los mercados de servicios de atención a la salud es imperfecta en dos

sentidos: los individuos no tienen forma de predecir el momento de ocurrencia de los

episodios de enfermedad y tampoco los costos que estos traen aparejados, con lo cual la

planificación del gasto asociado al cuidado de la salud es virtualmente imposible, incluso en

horizontes temporales acotados. Asimismo, los pacientes carecen de información acerca de la

calidad de los servicios asistenciales, o al menos tienen menos información en relación a

aquella que poseen los médicos. El supuesto de las transacciones impersonales no es tampoco

aplicable a la realidad de un sector donde la confianza en el cuerpo médico y en el perfil del

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14

profesional (como uno orientado hacia la comunidad y no hacia el interés personal) es un

elemento clave (Olsen 2009).

Por otro lado, el mercado de servicios de salud cuenta con numerosos ejemplos de bienes o

servicios que no categorizan como bienes privados, sino como bienes públicos, definidos estos

por las condiciones de no-rivalidad en su consumo (la utilización por una persona no impide el

uso por parte de otras) y por la no-exclusión (esto es, la imposibilidad de excluir a una persona

de la utilización del bien o servicio en cuestión). El rol de las externalidades en el campo de

salud también la aleja de los supuestos neoclásicos para el análisis de mercados de

competencia perfecta.

El supuesto de egoísmo por detrás de todas las acciones de los individuos en el marco de los

mercados encuentra sus contraejemplos en las donaciones de individuos y organizaciones

hacia instituciones proveedoras de servicios de salud orientadas a quienes carecen de acceso.

Asimismo, los profesionales de la salud intentan alejarse de la imagen de individuos motivados

por el interés personal, y así incluso también lo hacen algunas empresas proveedoras de

servicios relacionados con la salud. El supuesto de atomización de compradores y vendedores

también se ve limitado en tanto operan, en varias circunstancias, condicionantes asociadas a

la escala de los mercados o con la profunda especialización de los profesionales, que los

termina por convertir en recursos escasos en su área o especialidad.

La entrada al mercado para los proveedores de servicios de salud está claramente limitada a la

posesión de licencias para practicar la profesión. La salida del mercado, por su parte, podría

considerarse relativamente libre en tanto los profesionales pueden optar por dejar de ofrecer

sus servicios. La competencia en el mercado se ve cuestionada también por factores asociados

a la escala necesaria para la provisión de ciertos servicios donde los costos fijos son altos y la

demanda puede no ser suficiente. Para finalizar, los productos no son homogéneos entre

proveedores, situación que se hace visible por ejemplo en la industria farmacéutica, que, bajo

distintos nombres comerciales y con distintos precios, comercializa las mismas drogas, o

sustancias ligeramente distintas.

A modo de síntesis, podría decirse que el mercado de atención de la salud se distingue por la

presencia de ciertas características que hacen que su abordaje teórico, así como sus decisiones

de política, deban analizarse de una forma particular. Siguiendo a Robert Evans, el mercado de

servicios de salud tiene las siguientes características fundamentales: la incertidumbre, las

asimetrías de información y las externalidades. Una atención inadecuada puede implicar

simultáneamente la subutilización de ciertos servicios sanitarios y la sobre utilización de otros,

en función del estado de salud de cada individuo (Evans 1984).

Los desarrollos teóricos que plantean la conveniencia de que los costos sean compartidos por

los usuarios se basan en una modalidad de comportamiento, asignado a los individuos,

denominado riesgo moral.

Page 15: Revisión del marco conceptual y experiencias en la región

15

Riesgo moral, la conducta esperada de los usuarios.

La teoría económica reconoce dos tipos de riesgo moral, dependiendo del momento en el que

ocurren tal tipo de conductas. El primero se ha dado en llamar riesgo moral ex ante y se asocia

con el cambio en el comportamiento de los individuos una vez que estos reciben cobertura

bajo algún régimen de aseguramiento, pero antes de la ocurrencia del evento ante el cual

están cubiertos. Se plantea que los individuos asegurados se vuelven menos cuidadosos (o más

arriesgados), razón por la cual la probabilidad de la ocurrencia de tal evento es mayor entre los

individuos asegurados.

Una de las críticas que se le puede hacer a este postulado es que en el campo de la salud (en

contraste con los mercados de seguros de viaje o de automóviles, por ejemplo) otras

consideraciones –además de las financieras– entran en juego a la hora de determinar las

conductas, como ser el malestar asociado a la enfermedad, la pérdida total o parcial de alguna

función e incluso el riesgo de muerte. Cuanto mayor sea la importancia que se otorgue a estos

otros factores sobre los financieros, menor será la presencia de conductas asociadas al riesgo

moral ex ante entre los individuos. Llega a plantearse incluso la idea de la utilización de los

servicios de salud no como un “bien” sino como un “mal necesario”(Olsen 2009).

Por otro lado, se habla de riesgo moral ex post para identificar aquellas conductas que, una vez

ocurrido el episodio de enfermedad, implican una utilización de los servicios mayor que lo que

se hubiera esperado en ausencia del seguro. Cabe destacar la diferencia entre el consumo de

aquellos bienes o servicios que el individuo puede demandar libremente respecto a aquellas

prestaciones que requieren de prescripción o referenciación previa. Cobra relevancia,

entonces, el rol del médico, en el sentido de que los diversos niveles de discrecionalidad en el

ejercicio de su profesión –respecto a un tercer pagador, por un lado, y al paciente, por otro–

redundarían en distintos niveles de consumo de servicios.

Zweifel y Manning hablan de tres tipos de riesgo moral: ex ante, ex post estático y riesgo moral

ex post dinámico. Los dos primeros tipos de riesgo moral refieren a la tendencia a evitar

conductas preventivas y a la propensión a consumir una mayor cantidad de servicios,

respectivamente. La tercera expresión del riesgo moral refiere a la preferencia de los usuarios

por acceder a la última tecnología disponible, generalmente de más alto costo (Zweifel y

Manning 2000).

Los autores señalan que, dado que la prevención y la tecnología médica tienen distintos tipos

de costos y efectos sobre la salud, los distintos tipos de riesgo moral deberían ser analizados

por separado, tanto en el plano teórico como en lo que refiere a los estudios empíricos. La

mayor parte de la evidencia, sin embargo, surge de estudios que han puesto su foco en el

riesgo moral ex post estático y han estudiado sus efectos sin desagregar adecuadamente entre

los distintos tipos de atención (preventiva, curativa, de emergencia, etc.). Asimismo, estos

autores sugieren la importancia de estudiar el riesgo moral en interacción con otro tipo de

incentivos, como ser por ejemplo, el del médico en la determinación de las prescripciones,

Page 16: Revisión del marco conceptual y experiencias en la región

16

indicaciones y referencias, en función de que las empresas aseguradoras pueden instarlos al

racionamiento.

Es importante conocer los incentivos para explicar el comportamiento de los individuos e

incidir en él. Los individuos no sólo quieren tener buena salud, sino que también persiguen

otros objetivos, por lo cual el consumo de un bien o servicio de atención a su salud tiene

costos de oportunidad (asociados a los otros bienes y servicios que dejan de consumir al

momento de optar por adquirir un determinado servicio sanitario). Asimismo, los precios y el

ingreso no son la única restricción, también está el tiempo dedicado a la búsqueda y obtención

de atención a la salud, el que también supone costo de oportunidad: el trabajo u ocio al que se

renuncia al dedicar tiempo a la atención sanitaria (Zweifel y Manning 2000).

Algo que también debería incorporarse al análisis es aquel ingreso perdido asociado al tiempo

no trabajado, ya sea en el período de atención a la enfermedad (en cuyo caso el universo de

análisis es la población en actividad laboral y puede verse determinado por el régimen de

seguro por enfermedad), como en relación al dedicado a las consultas de prevención o control

(que dependerá de las facilidades que otorgue a los trabajadores la legislación vigente en

materia laboral de cada país).

Otro de los fenómenos asociados a la asimetría de información en el mercado de servicios de

salud es la selección adversa, es decir, la existencia de una mayor propensión a asegurarse por

parte de aquellos individuos con mayor riesgo a enfermar –bajo el supuesto de que las

personas conocen mejor sus hábitos de vida, antecedentes, etc. y el impacto de estos

determinantes en su estado de salud–. Este factor incide en el precio de la prima por

aseguramiento, la que será fijada en base a criterios que pueden no reflejar los verdaderos

costos asociados a los riesgos de los individuos en cuestión.

Zweifel y Manning reflexionan en torno a una serie de estudios empíricos –algunos

experimentos naturales y otros en base a la comparación de individuos observados–, que

datan desde mediados de la década del 60 en adelante, y que se llevaron a cabo en países

como Estados Unidos, Canadá y Taiwan10. Su objetivo era el de aproximarse a una medida del

riesgo moral, formalizada bajo la forma de la elasticidad precio de la demanda. La evidencia

recogida por dichos estudios sugiere que mayores gastos de bolsillo se asocian a menor

consumo de servicios médicos, aunque la magnitud de la sensibilidad esperada varía en los

distintos estudios.

Uno de los experimentos más influyentes fue el RAND Health Insurance Experiment, que surgió

como iniciativa en respuesta a las dudas existentes sobre posibles sesgos en estudios

anteriores, así como sobre la posibilidad de generalizar las conclusiones de ellos extraídas.

10 Estudios tales como el de Connecticut, el de la Universidad de Stanford, en la provincia de Saskatchewan (Canadá), los MediCal Studies, GHC Studies, etc.

Page 17: Revisión del marco conceptual y experiencias en la región

17

Probando la teoría económica: experimento RAND

Entre los años 1974 y 1981 fue desarrollado en los Estados Unidos un experimento cuyos

resultados se han aplicado –tanto en el campo de la teoría como en el de las políticas

sanitarias– en una diversidad de contextos, fenómeno que amerita una breve referencia. El

famoso experimento RAND (Health Insurance Experiment) fue diseñado con el objetivo de

analizar el comportamiento de la demanda de servicios médicos ante las variaciones en los

precios a pagar por los usuarios.

El resultado más influyente del experimento radicó en el cálculo de la elasticidad de la

demanda de los pagos de bolsillo, la cual fue determinada en -0,2. En una revisión del

experimento tres décadas después, Aviva Aron-Dine, Liran Einav y Amy Finkelstein, reconocen

el antecedente que representa el experimento RAND, en tanto configuró una primera

aproximación empírica a la medición del riesgo moral, a través de técnicas innovadoras para la

época y con el objetivo de poner en tela de juicio el argumento que se sostenía entonces: que

la atención médica respondía a las necesidades de los individuos y no era, por lo tanto,

sensible a posibles variaciones en sus precios.

Sin embargo, llaman la atención sobre el hecho de que las condiciones en las que se realizó

este experimento específico probablemente sean muy distintas respecto a los contextos en los

que se ha aplicado sus resultados. De hecho, plantean que no es adecuado considerar un

parámetro único cuando los contratos de aseguramiento por lo general no son lineales, es

decir, el precio que enfrenta el consumidor en ciertos seguros decrece en la medida que se

acumulan sus gastos, por lo que los precios al final del año pueden ser distintos que al

comienzo, y en el mismo sentido serán distintas las conductas de consumo.

Asimismo, el trabajo de estos autores aporta una dosis de realidad señalando algunos factores

adicionales relativos a la heterogeneidad en las necesidades de la atención; específicamente,

que los servicios ambulatorios con relativa seguridad son más proclives a mayores

elasticidades, mientras que los servicios de internación se asocian a una elasticidad menor, en

tanto su consumo responderá en mayor medida a la necesidad, y con relativa independencia

del precio fijado.

Siguiendo a Zweifel y Manning, se podría agregar una crítica adicional que tiene que ver con el

hecho de que existe un sesgo de selección por parte de los individuos, en el sentido de que

estos optan por un determinado plan de aseguramiento atendiendo a sus necesidades y

preferencias; aquellos individuos con mayor aversión al riesgo o con un peor estado de salud

percibida, optarán por planes más inclusivos en términos de las prestaciones cubiertas y/o con

menores niveles de copagos. Por esta razón, los planes con copagos más elevados podrán

tener una menor utilización pero no debido a los mayores precios sino porque justamente los

individuos que los eligen son relativamente más sanos. (Zweifel y Manning 2000)

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18

Modalidades de costos compartidos

Los pagos de bolsillo pueden tomar tres formas: pagos directos, costos compartidos y pagos

informales. Los pagos directos son aquellos pagos por bienes y servicios que no están cubiertos

por ninguna forma de prepago o aseguramiento. Los costos compartidos refieren a la provisión

de los servicios de salud que requieren que el individuo cubierto pague parte del costo del

servicio de salud recibido. Los pagos informales son aquellos pagos extra-oficiales que hacen

los individuos para acceder a los servicios de salud pero cuyo financiamiento debería estar

cubierto por ingresos mancomunados; a veces se los denomina “pagos por debajo de la mesa”

(Jemiai, Thomson y Mossialos 2004).

Este trabajo se enfoca en la segunda modalidad de pagos directos: los costos compartidos. Si

bien no existe una categorización única, Jemiai (2004) plantea que los costos compartidos

pueden tomar tres formas fundamentales: copagos (el usuario paga una suma fija o tarifa

plana por el producto o servicio), coseguros (el usuario paga una proporción fija del costo y el

asegurador paga el resto) y deducibles (el usuario paga hasta una cantidad fija de los gastos y

la aseguradora se hace cargo de los gastos que excedan esa cantidad).

La literatura identifica, de forma un tanto simplificada, el concepto de “copago óptimo” como

aquel que consigue igualar los beneficios y los costos derivados del seguro, es decir, el valor en

el que los costos del consumo excesivo se equiparan a los costos del riesgo con el que el que se

enfrenta el paciente. En el mismo sentido, pero desde otra óptica, el copago óptimo sería el

que logra un equilibrio entre la reducción del riesgo moral y el aumento del riesgo financiero al

que quedan expuestos los individuos; para que esto último ocurra, los copagos deben

acompañarse de límites a los umbrales de gasto que los pacientes deban afrontar (González,

Pinto Prades y Porteiro 2011).

Beatriz González López-Valcárcel señala la complejidad en las relaciones causales entre costos

compartidos y salud, ya que los copagos influyen en los perfiles de utilización de los servicios

sanitarios, y estos influyen en la salud, pero también se producen efectos vía renta, ya que los

desembolsos impactan en el ingreso disponible, el que, a su vez, se relaciona

bidireccionalmente con la salud. La autora identifica dos posibles objetivos de los costos

compartidos: el recaudatorio y el de reducir el abuso en el consumo, esto es, reducir la

utilización innecesaria (la que no aporta salud pero genera costos, o sea, el asociado con el

riesgo moral). Dado que el objetivo recaudatorio, según González López-Valcárcel, no

corresponde al sistema de salud, sino al sistema fiscal, el propósito de compartir costos es

moderar la demanda. El desafío a la hora de diseñar un sistema de costos compartidos es el de

reducir la utilización innecesaria sin afectar aquella demanda adecuada y sin perjudicar la salud

de usuarios y de las poblaciones, tanto en el corto como en el largo plazo.

En ese sentido, el diseño del sistema de costos compartidos elegido condicionará el efecto

obtenido. La autora plantea diferencias en efectos esperados en función de una serie de

criterios tipológicos. Los copagos pueden ser por acto, por periodo de tiempo o por proceso. A

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19

su vez, pueden ser copagos por acción (por consumir) y copagos por omisión (no utilizar los

recursos terapéuticos prescritos). Pueden ser copagos incondicionales o condicionales (cuando

el acceso al tratamiento se condiciona al cumplimiento de una rutina o conducta por parte del

paciente). También, en vez de los copagos negativos, pueden diseñarse incentivos positivos

(premios por mejoras en los de estilos de vida, por incorporar ejercicio físico). Por otro lado,

los copagos pueden ser sobre inputs (medicamentos por ejemplo) sobre procesos (el cuidado

de un paciente crónico durante un lapso de tiempo) o sobre resultados (en caso de que una

cierta intervención sea exitosa, por ejemplo).

Otro elemento que la autora señala en cuanto al diseño del sistema de costos compartidos es

el efecto en los precios relativos, ya que de introducir un pago por determinados servicios y no

por otros, se podrá desviar consumo de un tipo de atención a otra (por ejemplo, si se comienza

a cobrar un copago por la atención primaria, las consultas de urgencias y de especialidades

aumentarían su frecuencia).

Tiene sentido moderar la demanda que es iniciada por el paciente; aquella que es la

consecuencia de la indicación médica no estaría en el marco de la lógica del riesgo moral. Esto

dependerá de la discrecionalidad del médico –en términos de la independencia respecto de la

voluntad del paciente– en la indicación de los tratamientos. A su vez, la práctica médica

presenta mayores o menores grados de variabilidad en las distintas áreas geográficas. La

autora, siguiendo a Wennberg, plantea la utilidad de identificar los servicios médicos en

efectivos, sensibles a la oferta y sensibles a las preferencias. Los primeros son aquellos para los

que la práctica está protocolizada (la apendectomía por ejemplo), por lo cual compartir costos

no sería recomendable, dada la poca evidencia de utilización innecesaria y la reducida

injerencia del paciente en la demanda. Los servicios sensibles a la oferta son aquellos para los

que se registran tasas poblacionales de utilización mayores allí donde los recursos están más

disponibles, por lo cual compartir costos parece ser una buena alternativa. Se señala, sin

embargo, la conveniencia de poner más énfasis en los incentivos a los proveedores. En último

lugar, los servicios sensibles a las preferencias también tienen altas tasas de variabilidad, pero

contribuyen al bienestar social, al resolver necesidades médicas.

Evans et al. (1983) plantea que la introducción de copagos es problemática si la respuesta a

estas cuatro preguntas es afirmativa: ¿se trata realmente de un servicio sanitario?, ¿es un

servicio efectivo?, ¿es un servicio clínicamente necesario?, ¿es un servicio para el que casi no

existen alternativas? Según la teoría económica, los copagos deberían ser menores para

servicios con una menor elasticidad-precio, aunque, desde el punto de vista de las mejoras del

estado de salud, el copago debería ser menor para los servicios de mayor efectividad. Ambos

criterios coincidirán si el individuo está bien informado y capacitado para decidir (Puig-Junoy

2007). Esta realidad no es de esperar, con lo cual el rol del médico en la indicación de los

tratamientos adquiere predominancia y se torna importante reducir la variabilidad en la

práctica médica.

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20

Al hablar de costos compartidos es ineludible la referencia a otros conceptos asociados a las

excepciones al pago de las tarifas, cuyas modalidades más difundidas son las exoneraciones

(“waivers”) y las exenciones (“exemptions”).

Exoneraciones y exenciones a los pagos

Siguiendo a Bitrán (Bitrán y Giedion 2003), una exoneración es un derecho concedido a un

individuo a obtener servicios de salud en ciertos centros sin costo o a un precio reducido. Las

exenciones, por su parte, no se asocian a los individuos sino a los servicios provistos; un

servicio exento es aquel que es brindado sin cargos o a un precio reducido. Las exenciones son

introducidas principalmente persiguiendo objetivos de eficiencia, para corregir fallas de

mercado, para promover el consumo de servicios de salud específicos, incluyendo aquellos que

son subvalorados por la población, que tienen externalidades o que son bienes públicos

(vacunas por ejemplo).

Las exoneraciones y exenciones pueden combinarse, con lo cual algunos individuos (por

ejemplo los más pobres o aquellos que sufren ciertas patologías o tienen determinada edad)

tendrían derecho a determinadas prestaciones sin cargo o a un precio más reducido. Diseñar e

implementar un sistema de exenciones es relativamente más sencillo que diseñar uno de

exoneraciones, ya que en el primero no es necesaria la identificación de los beneficiarios sino

que se define a partir del servicio a prestar. La provisión universal de servicios de salud

públicos, sin cargo para el usuario, financiados a través de presupuestos históricos, constituye

un sistema generalizado de exenciones (Bitrán y Giedion 2003).

Críticas a los costos compartidos

Los críticos de las tarifas a los usuarios plantean que son mayores los daños que los beneficios

que producen; mientras que el ingreso extra que significan es pequeño en relación al total de

los recursos, tienen un efecto adverso sobre los sectores más pobres. Muchas veces los

recursos obtenidos reemplazan subsidios públicos, con lo cual las fuentes de financiamiento de

los proveedores públicos tampoco se expanden de manera sustantiva (Bitrán y Giedion 2003).

Aquellos quienes se oponen a las tarifas a los usuarios también cuestionan su papel en la

inhibición de la demanda superflua (Bitrán y Giedion 2003); en los países pobres, de hecho,

existe una subutilización de los servicios médicos en vez de un exceso en su uso. Asimismo, en

respuesta a aquellos que plantean que las tarifas pueden servir para canalizar la demanda

hacia el primer nivel de atención, los críticos de los copagos señalan que una forma más

eficiente y equitativa es mejorando la calidad de los servicios de primer nivel a través de la

reasignación de fondos; de esa forma los proveedores de servicios estarán en mejores

Page 21: Revisión del marco conceptual y experiencias en la región

21

condiciones de ofrecer servicios acordes a las necesidades (Dercon and Ruttens 1998, en

(Bitrán y Giedion 2003).

Otros académicos, como por ejemplo Jens Holst, son muy críticos respecto a los esquemas de

costos compartidos, en tanto se basan en el tratamiento del sector salud derivado de un

enfoque económico de corte neoclásico que aplica análisis de mercados competitivos y sin

fallas. Según Holst, la visión sobre el rol del paciente y la percepción de la atención a la salud se

han modificado en las últimas décadas, derivando en que en muchos casos la salud ya no sea

vista como un derecho humano o social, sino que ha venido ganando terreno una

consideración de la salud, ya no como bien público sino, más bien como producto sujeto a los

mismos mecanismos de mercado que los demás bienes. En este marco, plantea Holst,

aumenta la preocupación por evitar incurrir en costos innecesarios y es así como los copagos o

costos compartidos surgen como la alternativa de relativo consenso para evitar una supuesta

“explosión de costos”.

El autor llama la atención sobre el hecho de que, en vez de actuar del lado de la oferta (por

ejemplo a través de limitar la cantidad de proveedores, regular presupuestos o precios,

controlar a la industria farmacéutica o de equipamiento médico o incluso reformas más

profundas), se opte por políticas de costos compartidos por los pacientes (Holst 2007). Sin

embargo, según la evidencia que analiza, enfocada en los países industrializados, los riesgos

asociados a los pago de bolsillo en la atención de la salud a menudo superan con creces los

beneficios esperados. Holst llama la atención en el dominio –a su juicio, inquebrantable– que

ha tenido la teoría del riesgo moral, tanto en la Economía de la Salud, como también en los

debates de política social y de desarrollo, cuando lo que se observa es una carencia absoluta

de datos clínicos, epidemiológicos, psicológicos, sociológicos o incluso en lo que refiere a los

indicadores económicos para la medición objetiva del riesgo moral (Holst 2007).

Plantea también que no deben ignorarse las relaciones de poder real en el sistema de salud, en

tanto las decisiones más costosas no las toma el paciente sino el médico tratante; el diseño de

los arreglos de pago determina en gran medida los servicios prestados por los proveedores

(Holst 2007). En esa misma línea, plantea que los estudios sobre el efecto de los copagos

deben siempre tener en cuenta el comportamiento del proveedor si se plantean proporcionar

evidencia empírica. Su crítica al argumento de los costos compartidos como estrategia para

contener costos se basa en que muchas veces los costes derivados de intervenciones

postergadas en el tiempo, asociadas al efecto inhibidor de los copagos, pueden superar los

ahorros; no todas las consultas médicas evitadas implican necesariamente una ganancia, así

como no todas las recetas que dejen de prescribirse reducirán necesariamente los costos del

proveedor. A esto se suman los efectos sobre aumentos en la incapacidad para trabajar y

sobre las pérdidas de productividad.

Asimismo, Holst señala los costos de transacción asociados al funcionamiento de los esquemas

de recolección de fondos mediante copagos y a los mecanismos de exoneraciones. El autor

plantea que los costos compartidos y copagos no contribuyen a la sostenibilidad financiera de

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los sistemas sanitarios sino que mejoran la situación de salud de aquellos en mejor posición en

detrimento de los enfermos y los pobres, por lo cual, esta opción de política sólo se justifica

cuando todas las demás opciones hayan sido consideradas y agotadas. Los reducidos

hipotéticos beneficios no justifican los riesgos que se corren de perder la aceptación del

sistema de protección social, así como tampoco el posible peligro de los aumentos de costos a

mediano y largo plazo (Holst 2007).

Costos compartidos en la práctica en el mundo en desarrollo

Si bien diversos esquemas de costos compartidos se han aplicado hace ya varia décadas en los

sistemas de salud de todos los continentes, 1987 fue un año bisagra en lo que refiere a los

copagos en el mundo en desarrollo, principalmente en los países de África. Los ministros de

salud africanos, reunidos en Bamako, Malí, discutieron y aprobaron una iniciativa en relación a

la introducción de tarifas a los usuarios (“user fees”) al momento de la provisión de los

servicios asistenciales en los centros públicos, como estrategia para revitalizar las reformas de

atención primaria en salud. La denominada Iniciativa de Bamako se basaba en la convicción de

que el cobro de estas tarifas aumentaría la equidad y la eficiencia –al ver incrementados los

ingresos disponibles–, también elevarían la calidad y la cobertura –al reducir demanda

innecesaria–, y cambiarían los patrones de atención desde los costosos servicios de internación

hacia los menos onerosos servicios de atención primaria, a la vez de proteger financieramente

a los pobres mediante regímenes de exenciones a las tarifas (Save the Children 2005).

Asimismo, la Iniciativa de Bamako implicaba que las localidades tendrían mayor injerencia en

cuanto a la administración de los recursos, lo que permitiría fortalecer la oferta de servicios

considerados más esenciales de acuerdo a la realidad de cada comunidad local.

La Iniciativa fue propuesta por el Banco Mundial en el marco de las reformas estructurales –

que requerían que los países de menores ingresos recortaran su gasto social, entre ellos el

gasto en salud, y para quienes el flujo de préstamos internacionales quedarían condicionado al

cumplimiento de este requerimiento– y apoyada por UNICEF y la OMS. Hacia 1993, el 90% de

los países africanos subsaharianos había implementado alguna variante de la Iniciativa de

Bamako11.

Experiencias más estudiadas

La literatura sugiere que, en términos generales, la implementación de las tarifas a los usuarios

(pagos oficiales cobrados por los prestadores públicos de salud) tuvieron un efecto negativo en

11 Amparo Hernández Bello, Carmen Rico de Sotelo (editoras), Protección social en salud en América Latina y el Caribe. Investigación y políticas, 2011.

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la equidad en el acceso, ya que se produjo una menor utilización de los servicios y en tanto

fueron los pobres los más afectados por esta medida (James, y otros 2006). Los estudios

enfocados en las experiencias de países en desarrollo (mayoritariamente del África sub-

sahariana) muestran cómo, en el caso de los tratamientos de largo plazo (el HIV/SIDA por

ejemplo), las tarifas pueden atentar contra su continuidad.

Las experiencias, sin embargo, son distintas en cada país. En países como Camerún, Guinea,

Mauritania y Benín se evidenciaron aumentos en la utilización de los servicios, a través de la

mejor calidad (mayor disponibilidad de recursos humanos, medicamentos e insumos médicos)

derivada de los aumentos en la recaudación vía tarifas. Por el contrario, la mayoría de los

países del África sub-shariana tuvo experiencias desfavorables tras la introducción de las

tarifas. Tal es el caso de Burkina Faso, Kenya, Tanzania y Zimbawe, donde la utilización de los

servicios disminuyó, así como en la República Democrática del Congo, a pesar de las mejoras

en la calidad. En Burundi, en Ghana y en Etiopía los mecanismos de exenciones a la población

más vulnerable no funcionaron adecuadamente, así como también en Sierra Leona, donde la

población rural pobre fue la más afectada (James, y otros 2006).

En algunos casos se han registrado efectos mixtos, como ser en el caso de Zambia (la

utilización bajó en los servicios donde se cobraban tarifas pero aumentó para aquellos

servicios con exenciones), o el de Nigeria (aumentó el consumo de tratamientos para la

malaria, pero los que más se beneficiaron fueron los ricos y con mayor nivel educativo). Por su

parte, ciertos estudios iniciales mostraban efectos que iban en un sentido y evaluaciones

posteriores cambiaron las conclusiones. Tal es el caso de Níger; mientras que estudios pilotos

habían mostrado que las tarifas no afectarían el acceso debido a las mejoras en la calidad, la

implementación de la política a escala nacional permitió concluir que el resultado era un

descenso en la utilización.

En Sudán, las exenciones a embarazadas y niños menores de 5 años con malaria, financiadas

por el gobierno, resultaron en aumentos importantes de la utilización de servicios sanitarios.

En Malí, por su parte, el efecto parece ser neutro o ligeramente positivo, indicando que los

aumentos de los precios no fueron los únicos determinantes; la mejora en la calidad

contrarrestó el posible descenso en la utilización.

En China la literatura muestra resultados adversos en tanto aumentó la utilización de servicios

innecesarios y se redujo la de servicios socialmente deseables. En Camboya, por su parte,

algunos estudios sugieren que mejoró el acceso a través del mecanismo de sustitución de

tarifas por pagos informales en el período anterior (Barber et al, 2004 y Akashi, 2004),

mientras que otro estudio muestra que esa mayor utilización total implicó una menor

utilización por los sectores más pobres de la población (Jacobs y Price, 2004), con lo cual la

evaluación de la medida podría valorarse como negativa.

Se sugiere, sin embargo, tener cierta precaución al interpretar los resultados de cada estudio,

ya que las metodologías utilizadas para la medición del efecto de las políticas varían entre

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24

países. Asimismo, la mayor parte de estas intervenciones fueron adoptadas en un marco más

general de políticas, haciendo difícil discriminar los efectos de las medidas asociadas a las

tarifas a los usuarios de los impactos de las demás políticas (James, y otros 2006).

Valéry Ridde et al. revisan y sistematizan la literatura sobre los efectos distorsionantes de las

políticas de exenciones de tarifas a los usuarios en los sistemas de salud, partiendo de la base

de que los sistemas de salud serán efectivos y equitativos siempre y cuando sus distintas

funciones trabajen al unísono, de modo que cualquier cambio tendrá un efecto en cada

función (Ridde, Robert y Meessen, A literature review of the disruptive effects of user fee

exemption policies on health systems 2012).

Las modalidades de costos compartidos, ampliamente aplicadas en todo el mundo, han

adoptado muy diversas formas y obtenido resultados muy diferentes. Bitrán identifica algunas

experiencias como exitosas en términos de la incidencia de los beneficios en la población. Los

países que diseñaron e implementaron cuidadosamente sus sistemas de exenciones –por

ejemplo, Tailandia e Indonesia– fueron más exitosos que los países que no los planificaron de

forma concienzuda tales sistemas –Ghana, Kenia, Zimbabue– (Bitrán y Giedion 2003).

A partir de las experiencias de países como Camboya, Ghana, Kenia, Indonesia, Tailandia y

Chile, Zimbabue, los autores plantean una serie de lecciones aprendidas. En términos

generales, algunas de ellas son: la información sobre los derechos a exoneraciones y

exenciones debe difundirse correctamente de modo de lograr el alcance que la medida se

propone, el personal debe estar suficientemente capacitado y contar con los recursos

necesarios, las compensaciones a los proveedores no debe involucrar procedimientos

burocráticos lentos y debe basarse en fondos estables, los umbrales de ingreso deben

adaptarse a los cambios en las condiciones económicas y debe evaluarse la utilidad de

aplicarse en casos donde el sector informal es mayoritario, las múltiples dimensiones de la

vulnerabilidad requieren un diseño cuidadoso de los mecanismos de protección, el criterio que

deben cumplir los beneficiarios debe estar determinado de forma clara (“falta de recursos”,

por ejemplo, es un criterio demasiado vago) y debe monitorearse la correcta asignación de los

beneficios.

El citado trabajo identifica el funcionamiento del esquema financiación como la clave del éxito

de un sistema de exenciones; aquellos sistemas que compensan financieramente a los

proveedores por la concesión de exenciones (como ser el caso de Tailandia, Indonesia y

Camboya) han tenido más éxito que aquellos que esperan que el proveedor absorba el costo

de las exenciones (por ejemplo Kenia). Asimismo, allí donde existen sistemas de exención, el

rendimiento mejorará si los reembolsos se efectúan con puntualidad. Otros de los factores

identificados en aquellas experiencias exitosas incluyeron la amplia difusión de información

entre los potenciales beneficiarios respecto a la disponibilidad y procedimientos de exención,

la concesión de apoyo financiero a los pacientes pobres por otros costos asociados a la

atención (alimentación y el transporte para pacientes y sus familiares, como sucedió en

Camboya), y la existencia de criterios claros para la exenciones, elementos que reducen la

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25

confusión y la ambigüedad entre los responsables de la gestión del sistema y sus potenciales

beneficiarios.

Cambio de rumbo

A medida que las experiencias en la introducción de las tarifas empezaron a mostrar sus

limitaciones en cuanto a su objetivo de favorecer el acceso a través de las mejoraras en la

calidad derivadas de un potencial fortalecimiento de los recursos disponibles, la discusión y las

políticas a implementar cambiaron de rumbo.

En un primer momento, el discurso surgido con la Iniciativa de Bamako se re-orientó hacia uno

que continuaba defendiendo su existencia en tanto darían lugar al siguiente paso hacia el

desarrollo del aseguramiento, bajo el razonamiento de que sin pagos en el sistema público, no

habría incentivos para contratar un régimen de aseguramiento (Save the Children 2005). Esta

visión fue sucedida por una postura fuertemente crítica a las políticas de tarifas introducidas.

La mayor de las dificultades de la implementación de la Iniciativa de Bamako tuvo que ver con

las exoneraciones a los grupos más vulnerables. La idea original de un sistema que permitiera

obtener recursos mediante el cobro de tarifas a quienes pudieran pagarlos, mientras que

aquellos que no pudieran hacerlo quedarían exonerados del pago, no se logró materializar.

Sólo 15 de los 25 países africanos revisados en el informe de Save the Children-UK12 contaban

con políticas de exenciones. Sin embargo, sólo uno de ellos (Zimbawe) tenía especificado el

umbral de ingresos por debajo del cual operaba la exención. El fracaso de este tipo de políticas

resulta esperable al intentar aplicarse en países con gran proporción de su población en

empleos informales o en una agricultura de subsistencia. Los criterios para la adjudicación del

beneficio quedaban en la mayoría de los casos sujetos a la discrecionalidad del centro de salud

y del personal de primera línea, quien debía determinar, en base a su propio juicio, si el

individuo debía pagar o no por la atención de su salud. Este tipo de esquema conlleva una

serie de problemas, como ser el no acceso como forma de evitar la estigmatización.

Las opciones en el diseño de los esquemas de exoneraciones cuando no existe la posibilidad de

identificar de forma clara la capacidad de pago de los individuos puede ser de dos tipos: uno

en el que las categorías sean amplias, en cuyo caso es muy probable que queden exonerados

algunos individuos que sí podrían pagar (lo que reduce la eficiencia), y otro en el que las

categorías sean estrictas, caso en el que podrán quedar por fuera del beneficio algunos

individuos que deberían estar exonerados del pago (con la consecuente pérdida de equidad

que esto representa).

Hacia comienzos del nuevo siglo, luego de más de una década de acumulación de experiencias

en línea con la Iniciativa de Bamako, se ha evidenciado un punto de inflexión en el debate.

12 (Save the Children 2005)

Page 26: Revisión del marco conceptual y experiencias en la región

26

Críticas muy agudas se han hecho oír, en clara oposición al cobro de las tarifas. Las nuevas

voces se manifiestan en documentos tales como el informe de Save the Children-UK13 del año

2005, que plantea que los objetivos perseguidos por la Iniciativa han fracasado. Este fracaso se

expresa en múltiples dimensiones. Por un lado, probó ser un mecanismo ineficaz de

financiamiento de la salud, dado que han dado cuenta tan sólo del 5% ó 10% de los recursos,

los costos de transacción asociados a la cobranza son altos y la transparencia en cuanto a su

utilización es baja, pueden transformarse en fuente de inequidades entre regiones cuando se

administran regionalmente, y pueden incluso existir incentivos a la sobre-prescripción como

estrategia para atraer fondos.

Por otro lado, las tarifas a los usuarios no han asegurado la equidad en el acceso, en la medida

que los sistemas de exoneraciones y exenciones funcionan en raras ocasiones. Las poblaciones

más afectadas son los hogares de más bajos ingresos y aquellos residentes de zonas rurales

más alejadas de los centros asistenciales. Las respuestas más frecuentes son un descenso de la

propensión a buscar asistencia, mayores demoras para hacerlo, aumento de la auto-

medicación y del uso de la medicina tradicional. Asimismo, la capacidad de pago de los

individuos está sujeta a las relaciones de poder al interior del hogar en lo que tiene que ver

con el manejo de los recursos financieros, lo que varía en gran medida de acuerdo a las pautas

culturales de cada país –en algunos casos puede suponer una mayor dificultad para el acceso

de las mujeres y niños– (Save the Children 2005).

El informe también señala que la implementación de la política de tarifas no ha mejorado la

calidad ni la cobertura de los servicios, en tanto pueden incidir en incrementos de precios en el

sector privado y puede sumarse (en vez de sustituir) a los ya existentes pagos informales. A su

vez, se señala que han reducido demanda necesaria, en tanto se retrasa el momento de la

consulta (lo que redunda en mayores costos para los hogares y para el sistema en general, en

la medida que los episodios suelen agravarse con el transcurso del tiempo) y se reduce la

utilización general de los grupos más pobres y vulnerables. La cantidad de muertes evitables

aumenta tras la introducción de estas barreras al acceso (Save the Children 2005).

El mencionado informe defiende la eliminación de las tarifas a los usuarios, pero enfatiza en la

necesidad de aplicar esta política acompañada de medidas que le den sostén, como ser el

fortalecimiento de la oferta de servicios y un adecuado diseño. Aplicada de una forma

adecuada, la eliminación de las tarifas puede ser parte de un poderoso círculo virtuoso que

mejore el acceso a los servicios y los resultados sanitarios.

En el año 2009 se lanzó la Campaña Mundial por los Objetivos de Desarrollo del Milenio

relativos a la Salud. Los mandatarios de 12 países14, algunos en desarrollo y otros donantes,

plantearon la necesidad de aprender de las crisis pasadas en lo que tiene que ver con la

necesidad de proteger a los más vulnerables: las mujeres y los niños. La crisis económica

13 “An Unnecessary Evil? User fees for healthcare in low-income countries” 14 Australia, Brasil, Chile, Estados Unidos, Holanda, Indonesia, Liberia, Mozambique, Noruega, Reino Unido, Senegal y Tanzania.

Page 27: Revisión del marco conceptual y experiencias en la región

27

mundial y sus efectos en los índices de pobreza, de no implementar un marco de acción

conjunta, comprometerían el cumplimiento de los objetivos 4 y 5 (reducir la mortalidad infantil

en dos tercios y la mortalidad materna en tres cuartas partes para el año 2015).

En particular, señalan la importancia de fortalecer las redes de protección social, tales como

las transferencias de efectivo, los programas de nutrición, la exención de tarifas y el subsidio

de precios. A partir de la experiencia de los países de África y Asia, se enfatizó en la

importancia de reducir las barreras financieras a la atención de la salud; es necesario contar

con intervenciones específicas para asegurar el acceso a la vez de velar por una calidad

adecuada. La existencia de sistemas de información es fundamental para contar con un

proceso de monitoreo apropiado (The Global Campaign for the Health Millennium

Development Goals 2009. 2009).

Eliminación de las tarifas a los usuarios

La supresión de las tarifas a los usuarios, aplicada en la última década en muchos países que

habían adoptado estrategias de costos compartidos inspirados en la Iniciativa de Bamako, tuvo

como objetivo beneficiar la demanda. Sin embargo, es de esperar un verdadero aumento en el

acceso a los servicios por parte de la población siempre que opere el correspondiente

fortalecimiento de la oferta de dichos servicios, requerimiento esencial en los sistemas de

salud débiles o disfuncionales. La eliminación de las tarifas podrá ser exitosa en la medida que

prevea mecanismos de financiamiento sostenibles en el tiempo; de no ser así podrán surgir

pagos informales, o desprovisión de medicamentos o insumos, o insuficiencia de fondos para

financiar la mayor carga esperada de trabajo de los recursos humanos, factores que

terminarán derivando el consumo hacia el sector privado, sector que en muchas ocasiones

está virtualmente desregulado (Ridde, Robert y Meessen, Les pressions exercées par l’abolition

du paiement des soins sur les systèmes de santé 2010).

Messeen et.al15 en el año 2009 revisaron los procesos de eliminación de tarifas a los usuarios

de seis países del África sub-sahariana: Burkina Faso, Burundi, Ghana, Liberia, Senegal y

Uganda. Su trabajo no propone debatir sobre la conveniencia de la eliminación, sino en arrojar

luz sobre la forma en que los gobiernos deben actuar si optan por eliminar estos pagos, de

modo de maximizar los beneficios potenciales que la medida promete. El modelo utilizado

contiene cuatro dimensiones: el contexto de la reforma, su contenido, los actores involucrados

y el proceso de la política, a las que se agrega una quinta dimensión referida a los efectos de

las medidas.

El trabajo plantea que una buena práctica del proceso de formulación implicará un análisis

preliminar de la situación, la revisión de evidencia científica nacional e internacional, exigirá

claridad en los objetivos de la política, considerar diversas alternativas, realizar una valoración

15 (Meesen, y otros 2009)

Page 28: Revisión del marco conceptual y experiencias en la región

28

exhaustiva de la opción elegida, identificar de forma temprana las medidas asociadas,

demandará tener visión, apropiación y liderazgo respecto a la medida, involucramiento de los

actores claves desde la formulación, coherencia entre el contenido de la reforma y las

preferencias de las partes involucradas. El proceso de implementación, por su parte implica,

según los autores, el cumplimiento de reformas con secuencia, con procesos de planificación,

basados en estrategias de comunicación a las partes interesadas, que haya un compromiso de

mediano plazo respecto a la carga presupuestal, que opere una verdadera canalización de

recursos. Es preciso, también, liderazgo gubernamental, fortalecimiento de las capacidades,

unidad en la coordinación, monitoreo y evaluación de la reforma y ejecución.

Los sistemas de información en el sector salud en los países considerados era de mala calidad,

ningún país estableció líneas de base ni trabajó con grupos de control, con lo cual la evaluación

se ve limitada de manera importante. Sin embargo, en términos generales, los autores

plantean que un indicador clave para medir el impacto de la medida sería valorar en qué

medida la política de eliminación de las tarifas desencadenó una dinámica sostenida de

esfuerzos para abordar el problema de la accesibilidad a los servicios de salud. Este trabajo se

elaboró en un momento en el que el contexto se mostraba muy propicio; se visualizaba una

ventana de oportunidad para la aplicación de este tipo de medidas. Los autores enfatizan la

importancia de obtener apoyo técnico de los organismos internacionales, en especial en las

fases de formulación e implementación de las políticas (Meesen, y otros 2009).

Costos compartidos en América Latina y el Caribe

En la década del 80 comienzan a aplicarse mecanismos de recuperación de costos sanitarios en

América Latina, como una herramienta de ajuste desde el lado de la demanda, ante el

creciente gasto en salud de los países y de sus déficits fiscales. Esta política fue impulsada por

el Fondo Monetario Internacional y a partir de finales de la misma década pasó a ser

recomendada también por el Banco Mundial.

La revisión bibliográfica realizada revela la ausencia de trabajos que den cuenta de la situación

de los diferentes países de la región respecto a las diferentes modalidades e importancia

relativa de los costos compartidos, así como de sus impactos en la protección financiera en

salud. Dicho relevamiento y análisis comparado excede el alcance del presente trabajo. Sin

embargo, sería de gran utilidad la concreción de un trabajo de tales características, de forma

de obtener enseñanzas de las experiencias de los países de nuestra región.

A continuación se plantean experiencias y análisis identificados a nivel de algunos de los países

latinoamericanos. El caso de Colombia es el que presenta mayor información respecto a los

mecanismos de cuotas moderadoras y copagos así como de evaluaciones sobre su aplicación.

En segundo lugar, el sistema de copagos chileno, asociado a las Garantías Explícitas en Salud

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29

(GES), está también ampliamente documentado. Para el resto de los países la información

disponible es escasa y fragmentada.

Argentina

Siguiendo a Martín Morgenstern, el sistema de salud argentino se compone de tres

subsistemas diferenciados, orientados a atender a los distintos segmentos de la población. El

subsistema de servicios públicos de salud, financiado con rentas generales de los tres niveles

de gobierno, incluye programas de prevención y atención, engloba prestadores de servicios

nacionales, provinciales y municipales y en él se atienden esencialmente quienes no poseen

cobertura formal. El subsistema de la seguridad social, financiado mediante aportes y

contribuciones de empleados y empleadores, está integrado por 298 Obras Sociales

Nacionales, el INSSJP-PAMI16, 24 Obras Sociales Provinciales y Obras Sociales de las fuerzas de

Seguridad y se creó para brindar atención a afiliados obligatorios que se encuentran en

relación laboral de dependencia y jubilados. El subsistema privado, financiado por el pago de

cuotas o mediante pagos por acto médico, está integrado por empresas de medicina prepaga,

planes médicos de hospitales de comunidades y privados, mutuales y cooperativas,

prestadores independientes, etc. y atiende a usuarios voluntarios que no se están en relación

laboral de dependencia (Morgenstern 2013).

De acuerdo al Censo Nacional de 2010, la población argentina tiene la siguiente estructura de

cobertura de salud: el 46,4% de las personas cuentan con Obra Social (incluido PAMI), 10,6%

tienen una prepaga a través de Obra Social, 5,1% tienen prepaga sólo por contratación

voluntaria 1,8% se atiende a través de programas y planes estatales de salud y el restante

36,8% declara no tener obra social, pre-paga o plan estatal. Estos sistemas configuran un

sistema de salud fragmentado en su conjunto, y además se registra una fragmentación al

interior de cada uno de ellos.

En el sistema de salud de Argentina existen copagos de servicios tanto en Obras Sociales

Provinciales como Nacionales, así como también se pagan cuotas y abonos complementarios

en los seguros prepagos. De acuerdo a un trabajo de Daniel Maceira con información del año

2005: “los niveles de copago abonados por los usuarios del sistema sanitario argentino son

relativamente reducidos, oscilando entre el 7,78% y el 11,28% de acuerdo al grupo tomado

como referencia” (Maceira s.f.). En el mismo trabajo se plantea que sólo el 9.29% de la

población con cobertura formal en salud abona copago.

Existen algunos planes específicos relacionados con programas de prevención primaria y

secundaria que no implican ningún gasto de bolsillo por parte del beneficiario. Son por

ejemplo el plan materno infantil que tiene una cobertura del 100% en consultas, estudios y

16 Instituto Nacional de Servicios Sociales para Jubilados y Pensionados Por una Argentina con Mayores Integrados

Page 30: Revisión del marco conceptual y experiencias en la región

30

medicamentos. En este mismo plan se aplica un copago a las leches maternizadas a fin de

estimular la lactancia materna. Lo mismo ocurre con otros programas específicos como el de

prevención de cáncer femenino, odontología preventiva y salud sexual y procreación

responsable así como cuidado paliativo, hemodiálisis y diálisis peritoneal que tienen una

cobertura del 100%. Otras prestaciones cubren el 100% a determinados grupos etarios como

los otoamplífonos y lentes para los menores de 15 años (Morgenstern 2013).

En relación a los medicamentos, el sistema cubre el 40% de la medicación ambulatoria para

medicamentos de uso habitual y 70% para medicamentos utilizados en patologías crónicas. En

los casos de Eritropoyetina para insuficiencia renal crónica, Dapsona para el tratamiento de la

lepra, Inmunoglobulina antihepatitis B, drogas para tuberculosis y los tratamientos

oncológicos protocolizados cubre el 100%. Existen otras leyes de protección en grupos

vulnerables como son la Se cubre el 100% del costo de la medicación para SIDA y drogadicción,

la medicación para diabéticos (70% para antidiabéticos orales y 100% para insulinas y se

establece el numero de tirillas por año) y se cubre el 100% de medicación para miastenia gravis

así también los medicamentos de uso anticonceptivo.

Los precios de referencia se establecen por especialidades medicinales agrupadas por forma

farmacéutica, concentración, precio sugerido al público con su precio de referencia por monto

fijo. En otra resolución posterior se aprueban presentaciones de menor tamaño siempre y

cuando cumplan con la totalidad de los tratamientos. En el caso de el INSSJP-PAMI así como en

ciertas enfermedades ya mencionadas, los descuentos pueden ser mayores (el PAMI cubre

listados que incluyen descuentos de 80% y 100%). En Hospitales Públicos de las diferentes

jurisdicciones, a veces se cobra un bono contribución para la Cooperadora de la institución

aunque en aquellos casos en que el paciente manifieste imposibilidad de pagarlos por falta de

recursos, el pago no resulta obligatorio (Morgenstern 2013).

Brasil

Siguiendo a Merchán-Hamann, Eri Shimizu y Díaz Bermúdez, el sistema de salud brasileño

atravesó a una reforma estructural; se pasó de un modelo bismarckiano que cubría sólo una

parte de la población a un modelo beveridgiano (Servicio Nacional de Salud) con la creación

del Sistema Único de Saúde (SUS), de carácter universal y financiado mediante ingresos

fiscales.

El SUS tiene como principios y directrices el derecho universal a la salud integral en todos los

niveles de complejidad, para todos los ciudadanos brasileños, independientemente de los

ingresos, clase social, etnia, ocupación y contribución, la descentralización de las tareas y las

responsabilidades de la organización, dirección y gestión del SUS por los tres niveles de

gobierno y la participación social en la formulación y el seguimiento de la implementación de

las políticas de salud a través de los consejos de salud constituidos en los ámbitos federal,

estatal y municipal.

Page 31: Revisión del marco conceptual y experiencias en la región

31

El SUS brinda cobertura al 100% de los brasileños y los residentes, aunque aproximadamente

una cuarta parte cuentan con doble cobertura a través de la compra de un seguro voluntario

privado, por lo cual puede decirse que el sistema de salud brasileño tiene dos componentes

principales: el SUS, al que accede la gran mayoría y el subsistema complementario (operadoras

de planes y seguros privados de salud y los proveedores privados). El SUS brinda servicios en

los establecimientos públicos de las tres esferas de gobierno y también mediante los

proveedores privados contratados; en la atención ambulatoria predomina la atención en

unidades municipales, centros de salud o unidades de atención primaria, y la hospitalización,

las actividades especializadas y de diagnóstico se efectúan mayoritariamente en

establecimientos privados contratados por el SUS (Merchán-Hamann, Shimizu y Díaz Bermudez

2013).

En el Sistema de Salud de Brasil, la Constitución de 1988 establece que la salud es un derecho

de todos y un deber del Estado, sin condicionantes para su ejercicio y, en la medida en que no

se hace referencia explícita a la gratuidad, ha dado lugar a diversas opiniones sobre la

posibilidad de existencia de copagos, fundamentalmente en el sector público. En el año 1990

se reglamenta el Sistema Único de Salud, SUS, y se establece la gratuidad de los servicios

públicos y privados que integran el sistema, aunque con algunas salvedades para los contratos

con el sector privado.

Las instituciones públicas no cobran tarifas a los usuarios por la prestación de sus servicios. Sin

embargo, cuando hay problemas de acceso y de escasez, los usuarios pueden verse en la

necesidad de adquirir medicamentos, insumos y otros, e incluso de acceder a técnicas de

diagnóstico por fuera del sistema público (Merchán-Hamann, Shimizu y Díaz Bermudez 2013).

En el caso del acceso a medicamentos, los usuarios del SUS deben recibir gratuitamente los

medicamentos necesarios para su tratamiento. El programa “Farmacia Popular de Brasil” fue

creado en el año 2004, para ofrecer medicamentos a bajo costo a los usuarios de la red

privada. El Gobierno Federal paga una parte del valor del medicamento, un monto fijo, y el

ciudadano paga el resto, hasta un tope del 10% del precio de mercado.

Anteriormente a 1988, se identifican algunos intentos por introducir copagos en el sistema de

salud brasileño. En primer término, en 1967 se lanza el Plan Nacional de Salud (que fue luego

abandonado tras algunas experiencias piloto fracasadas), el que preveía una tabla de

participación en los costos por parte de los usuarios, dependiente del nivel de ingresos; las

tasas de copagos oscilaban entre 10% para los más pobres hasta 150% para los más ricos

(Merchán-Hamann, Shimizu y Díaz Bermudez 2013).

Un segundo intento data de 1974, fecha en que se implementa el Plan de Pronta Acción17 del

Ministerio de Previsión y Asistencia Social18. Aquellos beneficiarios del Instituto Nacional de la

17 Plano de Pronta Ação (PPA). 18 Ministério da Previdência e Assistência Social (MPAS).

Page 32: Revisión del marco conceptual y experiencias en la región

32

Seguridad Social19 podrían elegir por hospitalizaciones en instalaciones especiales contratadas

en hospitales privados, con la condición de que abonarían hasta el 100% de los honorarios

médicos pagados por el Instituto. Un tercer intento se da en el año 1977, cuando el Congreso

Nacional autorizó al Poder Ejecutivo a establecer, en el contexto de la seguridad social, cierta

participación directa de los beneficiarios para financiar los servicios médicos que se utilizan y

los medicamentos provistos en el ámbito ambulatorio. La misma ley define la base del

esquema de participación debe considerar, además de los niveles de ingreso del paciente,

otros factores como ser la naturaleza de la enfermedad, el costo del tratamiento, etc.

Quedaban exentos de cualquier pago aquellos trabajadores accidentados en su actividad

laboral y quienes recibiesen una remuneración por debajo de cierto umbral de referencia. Esta

atribución que la ley otorgaba al Poder Ejecutivo nunca fue utilizada, aunque se evaluó su

aplicación durante la crisis de financiera de la Seguridad Social a principios de la década del 80.

Bolivia

En el sistema de salud de Bolivia existen los sectores público y privado. Se busca transitar hacia

un sistema que sea Intercultural y Comunitario, marco en el cual, por ejemplo, se asume la

medicina tradicional; en la Constitución, además, se hace referencia a que el Estado deberá

proteger el derecho a la salud garantizando su acceso gratuito.

El subsector público comprende al Ministerio de Salud y Deporte y al Subsector social y ofrece

seguros y programas nacionales por la red de proveedores públicos. Los establecimientos de

salud están administrados por la comunidad, el gobierno departamental y las municipalidades.

Hay dos seguros principales: el Seguro Universal Materno Infantil (SUMI) y Seguro Médico

Gratuito de Vejez en todo el territorio nacional. El SUMI consta de 547 prestaciones en cinco

rubros diferentes, a saber: mujer embarazada, neonatología, pediatría, odontología y estudios

como laboratorio e imagenología, servicios de sangre y traumatología. También existe un

programa relacionado con las áreas rurales, denominado EXTENSA, cuya finalidad es cubrir la

salud en las zonas rurales a las cuales llega a través de las Brigadas móviles de salud (BRISAS) y

de agentes comunitarios. El subsector social incluye a las cajas de salud, los seguros

universitarios y la Dirección General de Salud y es fiscalizado por el Instituto Nacional de

Seguros de Salud INASES.

El sector privado está integrado por compañías de seguros y proveedores de salud privados,

con y sin fines de lucro, como ser las ONGs y la Iglesia. Este sector funciona con primas,

copagos y deducibles. La exclusión de la población en salud es del 77% (Prieto 2010). El 60% de

esta exclusión responde a factores externos al sistema como ser la educación, la pobreza y la

carencia de ingresos, mientras que el restante 40% se debe a factores internos al sistema

como ser la fragmentación, el financiamiento limitado, focalización de programas, etc.

19 Instituto Nacional da Previdência Social (INPS).

Page 33: Revisión del marco conceptual y experiencias en la región

33

El financiamiento del sector público se conforma de recursos del gobierno nacional y recursos

externos; el SUMI se financia con la coparticipación tributaria municipal y, en caso de

necesitarlo, por hasta un 10% del Fondo Solidario Nacional. Los recursos de las Cajas de Salud

provienen de las contribuciones de los empleadores, trabajadores y el gobierno y el sector

privado principalmente por gastos de bolsillo.

El gasto de bolsillo es gran parte del gasto total en salud no solo en el sector privado sino

también en el público ya que los dos seguros existentes benefician a mujeres en edad fértil,

niños y adultos mayores en cuyo caso los jóvenes y la población en edad productiva que no

está incluida en los seguros públicos ni en la seguridad social tiene que pagar de su bolsillo a

servicios privados las prestaciones que necesitan.

Colombia

En el sistema de salud colombiano conviven dos sectores: un amplio sector de seguridad social,

financiado con recursos públicos, y un decreciente sector privado, utilizado exclusivamente por

la clase alta y un sector de la población de ingresos medios no cuenta con cobertura o

demanda mejores condiciones de acceso que las ofrecidas por el Sistema General de Seguridad

Social en Salud (SGSSS)(Guerrero, y otros 2011).

Existen dos regímenes de aseguramiento: el Régimen Contributivo (RC), al que están obligados

a afiliarse los asalariados, pensionados, y trabajadores independientes con ingresos mayores a

un salario mínimo, y el Régimen Subsidiado (RS), que brinda cobertura a todas las personas sin

capacidad de pago y no cubiertas por el RC. Las municipalidades deben identificar a la

población a cubrir. El RC se financia a través de los aportes de empleados y empleadores, que

son volcados al Fondo de Solidaridad y Garantía (FOSYGA); el RS es financiado por una fracción

de las cotizaciones recaudadas por el régimen contributivo y con otras fuentes fiscales y

parafiscales (Guerrero, y otros 2011).

En el año 2010 se registró una cobertura del RC del 39.4% de la población. A su vez, también

existen grupos de la población cubiertos por otros esquemas de seguridad social (regímenes

especiales como ser Magisterio, las Fuerzas Militares, la Policía Nacional, los trabajadores en

las universidades públicas y en la Empresa Colombiana de Petróleos). La afiliación al sistema se

realiza a través de las entidades promotoras de salud (EPS) y a través de las instituciones

prestadoras de servicios (IPS), quienes ofrecen el Plan Obligatorio de Salud (POS) a los afiliados

a través del régimen contributivo o el POS-S para quienes acceden al régimen subsidiado.

Se hace una distinción entre las cuotas moderadoras –cuya finalidad es la de regular la

utilización de los servicios y estimular su uso racional– y los copagos –cuyo objetivo es el de

servir de fuente de financiamiento al sistema–, los cuales se rigen por tabuladores y tarifas

ajustados de acuerdo a los servicios y grupos de ingresos de que se trate. Servicios como los de

promoción de la salud y prevención de la enfermedad, así como los de prescripción regular

Page 34: Revisión del marco conceptual y experiencias en la región

34

(tratamiento de la epilepsia, la hipertensión, el asma y la diabetes), se encuentran están

exentos de cobro. Los afiliados del régimen contributivo no deben hacer copagos por atención

hospitalaria, aunque sí se cobra a los familiares que utilicen este servicio (Guerrero, y otros

2011).

Según el Acuerdo Nº 30 del año 2008 las cuotas moderadoras tienen por objeto regular la

utilización del servicio de salud y estimular su buen uso, promoviendo en los afiliados la

inscripción en los programas de atención integral desarrollados por las Entidades Promotoras

de salud (EPS). Los copagos son los aportes en dinero que corresponden a una parte del valor

del servicio demandado y tienen como finalidad ayudar a financiar el sistema. Las cuotas

moderadoras son aplicables a los afiliados cotizantes y a sus beneficiarios, mientras que los

copagos se aplican única y exclusivamente a los afiliados beneficiarios.

Las cuotas moderadoras (para los afiliados del régimen contributivo) varían según el ingreso

sobre el que se realiza la cotización. Se distinguen tres tramos (10%, 40% y 105%) sobre un

salario mínimo diario legal vigente. Los afiliados al Régimen Subsidiado no pagan cuotas

moderadoras pero sí copagos establecidos según categorías fijadas. También los niveles de los

copagos varían con el nivel de ingresos y existen tres diferentes tipos de topes según el monto

facturado, el servicio de que se trate y un tope en el monto anual. En el Régimen Subsidiado,

los copagos no pueden superar el 10% de lo facturado y ciertos grupos vulnerables de la

población (como los indígenas y quienes padecen ciertas enfermedades catastróficas) están

exonerados del pago.

El Acuerdo Nº 30 de 2008 define el régimen de pagos compartidos y cuotas moderadoras

dentro del Sistema General de Seguridad Social en Salud. Allí se establece que tanto las cuotas

moderadoras como los copagos se aplicarán siguiendo los principios de equidad, de aplicación

general a todos los usuarios que corresponda, con información previa de montos, mecanismos

de aplicación y cobros y sin aplicarse simultáneamente para un servicio.

Las cuotas moderadoras se aplican a consulta médica, odontológica, paramédica y de medicina

de alternativa aceptada, a consulta con especialista y servicio de urgencia. Para medicamentos,

laboratorio e imagenología, corresponde el pago de una cuota moderadora por orden

expedida independientemente del número de ítems que se informen en ella. No se cobran

cuotas moderadoras a usuarios que se encuentren inscriptos en programas especiales de

atención integral para patologías específicas y que sigan el plan rutinario de actividades.

Los copagos se pueden aplicar a todos los servicios del plan obligatorio de salud menos a los

servicios de promoción y prevención, programa materno infantil, programa de enfermedades

transmisibles, enfermedades catastróficas o de alto costo y la atención inicial en urgencias. Las

EPS definen la frecuencia de aplicación de cuotas moderadoras y copagos teniendo en cuenta

la antigüedad del afiliado y los estándares de uso de servicios, para lo cual cuentan con un

sistema de información que les permite conocer la frecuencia de uso por afiliado y por

servicio. De la misma forma pueden definir el no pago de una cuota moderadora en casos de

órdenes de ayuda diagnóstica o de recetas de medicamentos con dos o menos ítems.

Page 35: Revisión del marco conceptual y experiencias en la región

35

Chile

El sistema de salud en Chile está formado por un sector público que cubre al 70% de la

población y un sector privado que cubre al 17.5%. Una mínima parte de la población, de clase

alta, paga en forma directa a proveedores privados por la atención en salud y el restante 10%

está cubierto por otros servicios, como ser el servicio de las fuerzas armadas.

El sector público está integrado por el Ministerio de Salud y sus dependencias: el Instituto de

Salud Pública, la Central de Abastecimiento, el Fondo Nacional de Salud (FONASA) y la

Superintendencia de Salud. Se financia con impuestos generales, contribuciones obligatorias y

copagos; los servicios son proporcionados por el Sistema Nacional de Servicios de Salud (SNSS)

con 29 servicios de salud regionales y el sistema municipal de atención primaria. Si es

necesario el FONASA contrata servicios a proveedores privados.

El sector privado se financia con contribuciones obligatorias que se reúnen en las Instituciones

de Salud Previsionales (ISAPRE). Hay 13 diferentes con distintos planes y beneficios adicionales

a los que ofrece el FONASA. Además del FONASA e ISAPRE, hay 3 mutuales que cubren

accidentes de trabajo y enfermedades profesionales en instalaciones propias. En el sector

privado los fondos son de cotizaciones, aranceles y copagos y pago de bolsillo.

En el sistema de salud chileno existe, en el contexto de la reforma de salud llevada adelante

desde el año 2005, una garantía de protección financiera, entendida como el derecho a que se

determine el valor que al afiliado le corresponde pagar por las atenciones de acuerdo al

Arancel GES (Garantías Explícitas en Salud), las normas que rigen el cálculo del copago y los

topes máximos autorizados. En FONASA, los asegurados de los tramos A (personas carentes de

recursos o indigentes y a causantes de subsidio familiar) y B (personas con bajos ingresos o

beneficiarios de pensiones básicas solidarias) nunca pagan por las atenciones garantizadas. Los

tramos C y D (con ingresos por encima del anterior) pagan como máximo el 10% y 20%,

respectivamente y rige un techo de copago anual acumulado para las garantías, asociado a la

cotización o al ingreso de los afiliados. Este último elemento fue una novedad para ambos

sistemas, público y privado (Cid y Prieto 2012). Si la persona se encuentra en el tramo C y tiene

tres o más cargas familiares, pasa al tramo B, lo mismo ocurre con las personas del tramo D,

que pasarían al C.

Existe un programa de prestaciones complejas que cubre a todos los tramos de la red pública.

También la cobertura es total para los tratamientos para los asegurados que sean víctimas de

violencia intrafamiliar. Para salud mental y fertilización asistida, los porcentajes de cobertura

siguen el criterio original. Existe un programa PAD o Pago Asociado a un Diagnóstico que

garantiza el monto a pagar, desde un principio, a la clínica u hospital público por cualquiera de

las cirugías o procedimientos incluidos en este beneficio. Se puede financiar una parte o la

totalidad del valor del copago de aquellas prestaciones sujetas a este beneficio, ya sea en la

red pública o en la red privada en convenio con FONASA. En relación a medicamentos, existe el

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100% de cobertura financiera en medicamentos contenidos en el Formulario Nacional para la

atención de pacientes hospitalizados de los tramos A, B y adultos de 60 años y más. La

cobertura para los tramos C y D, menores de 60 años, es del 60% y 35%, respectivamente. Los

tratamientos farmacológicos de alto costo en enfermedades poco frecuentes tienen 100% de

cobertura.

Los datos que se conocen de Chile confirman la evidencia propuesta en el Informe sobre la

Salud en el Mundo del 2010 de la OMS en cuanto a que a mayor la importancia del gasto del

bolsillo de los hogares como porcentaje del gasto nacional en salud, mayor el riesgo financiero

y de empobrecimiento de los hogares (Urriola 2006).

El gasto de bolsillo en Chile es uno de los más altos del grupo de países de la OCDE, muy por

encima de lo recomendado por la OMS del 10 a 15% del gasto total en salud (Cid y Prieto

2012). Ese valor representó el 38% del gasto total en salud en 2008 y el 34% en 2009. Según el

informe más reciente de Salud de la OCDE (OCDE 2013), Chile financió en el año 2011 el 38%

de su gasto en salud con gasto de bolsillo, por lo cual, junto con México20 son los dos países de

mayor participación del gasto de bolsillo de la OCDE, muy por encima de la media (ubicada en

20%).

Jamaica

En Jamaica, el sistema de salud es público financiado por impuestos. A su vez, existen servicios

de salud privados, quienes prestan mayoritariamente servicios ambulatorios; el sistema

público es el proveedor principal de la atención hospitalaria. A partir del año 1997 se

implementa una reforma en el sistema sanitario cuyos objetivos fueron mejorar el desempeño

del sector y que atendiese de mejor forma las necesidades locales. Las asignaciones

presupuestarias resultaban insuficientes, razón por lo cual el Ministerio de Salud y las

Autoridades Sanitarias Regionales (RHA) optaron por recurrir a diversas estrategias para

administrar los fondos. Una de las opciones tomadas, sugerida por el Banco Mundial sobre

finales de la década de los ochenta, fue la introducción de tarifas a los usuarios (Bailey, y otros

2011).

A fines de la década de los noventa, se debatió a nivel nacional sobre el acceso inadecuado, las

barreras financieras y los débiles mecanismos de protección financiera. Jamaica contaba con

algunas estrategias para propiciar el acceso de algunos sectores más vulnerables: el “Programa

para el Progreso mediante la Salud y la Educación”, “Programa de Medicamentos para los

Ancianos de Jamaica” desde 1996 y, desde 2003, el “Fondo Nacional de Salud” financia

beneficios individuales para el acceso medicamentos de algunas enfermedades crónicas.

20 Según el último informe de la OCDE, en México el gasto de bolsillo representó el 49% de su gasto total en salud (OCDE 2013)

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Tras las elecciones del 2007 y el cambio en la administración se eliminaron por completo las

tarifas a los usuarios. El estudio presentado por Bailey (Bailey, y otros 2011) implicó evaluar el

comportamiento de la oferta y de la demanda previos a la eliminación de las tarifas, de modo

que su utilidad radica en brindar evidencia para un posible contexto futuro en que vuelva a

discutirse la imposición de tarifas a los usuarios.

Del lado de la oferta, se encontró que los decisores políticos consideraban que las tarifas

cobradas representaban una fuente de ingresos para las RHA y que en ocasiones, incluso,

esperaban que los usuarios pagaran precios mayores a los publicados. Quienes trabajaban en

los centros de salud en primera línea se encontraban bajo la presión para recaudar, razón por

la cual su propensión a negar exoneraciones era muy alta. Los usuarios reportaron sentirse

avergonzados ante la necesidad de solicitar las exoneraciones, por lo cual muchos de ellos

redujeron su consumo.

La investigación mostró que las tarifas en los servicios de atención preventivos primarios

(prenatal, vacunación y planificación familiar) tuvieron un efecto mínimo sobre el uso, aunque

la barrera al acceso sí se registró en quienes buscaban servicios preventivos secundarios para

controlar sus afecciones crónicas, especialmente ancianos y habitantes de zonas más alejadas

a los centros urbanos. El estudio recomendó implementar un sistema de subsidio para los

costos de transporte en las zonas rurales (al igual que sí existía en las urbanas), dado que las

farmacias se localizan lejos de las comunidades rurales.

Perú

El sistema de salud de Perú está formado por dos sectores, el público y el privado. El público se

divide en régimen subsidiado, y régimen contributivo directo; este último corresponde a la

seguridad social, sistema que, a su vez, se compone de dos subsistemas: el seguro social con

provisión tradicional (EsSalud) y la provisión privada (EPS). El sector público, a través del

Seguro Integral de Salud (SIS), a cambio del pago de una cuota de recuperación de montos,

ofrece servicios de salud a la población no asegurada. Militares, policías y sus familiares tienen

su propio subsistema.

El sector privado tiene un subsector lucrativo y uno no lucrativo, integrado por ONGs, Cruz

Roja, Bomberos voluntarios, Iglesias y otros. Los trabajadores informales, autoempleados del

sector agrícola, desempleados y sus familias configuran los beneficiarios del régimen

subsidiado y representan el 58% de la población total. Los afiliados a través del SIS son el 18%

y las EsSALUD cubren al 20%. La principal fuente de financiamiento de los servicios de salud es

el gasto de bolsillo, aunque en los últimos años se ha venido registrando un aumento del

financiamiento por parte del gobierno.

El Régimen Contributivo de la Seguridad Social en Salud, a través del Seguro Social de Salud,

EsSalud, y las Entidades Prestadoras de Salud (EPS), cuenta con copagos o deducibles bajo la

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forma de una cantidad fija o una proporción que debe pagarse por cada atención o

procedimiento. El Régimen Subsidiado lo brinda el Ministerio de Salud, a través de sus postas

médicas y hospitales, con el objeto de otorgar atención a la población de escasos recursos

económicos. En este sistema, el paciente paga una cantidad mínima y adquiere sus

medicamentos por su cuenta. Sin embargo, en los casos de absoluta precariedad de recursos

económicos, la atención es gratuita.

Las EPS otorgan prestaciones obligatorias o “capa simple” que son las atenciones de menor

complejidad y mayor frecuencia y son comunes a todos, y a su vez pueden brindar una

cobertura adicional o “capa compleja” u otras adicionales. Las prestaciones quedan detalladas

en el plan de salud que el beneficiario contrate así como los copagos correspondientes. Los

copagos pueden ser una cantidad fija o un porcentaje del costo de la prestación y en ningún

caso pueden superar el 2% del salario mensual del trabajador para atenciones ambulatorias ni

el 10% para atenciones hospitalarias. No hay copagos en los servicios de emergencia,

maternidad ni prestaciones relacionadas con la promoción y prevención de salud.

Conclusiones

El nivel de Cobertura Universal en Salud de un país puede verse comprometido si alguna de sus

dimensiones retrocede, ya sean los niveles de cobertura poblacional, los servicios a los que la

población cubierta accede o el grado de protección financiera de los individuos (OMS 2010).

Por ende, un sistema con amplia cobertura poblacional, un paquete de prestaciones muy

completo, pero donde los individuos tengan que realizar desembolsos elevados al utilizar los

servicios, no logrará la cobertura real que se propone. Los esquemas de costos compartidos,

considerados como regresivos siempre que todos los individuos paguen la misma suma de

dinero, independientemente de su nivel de ingresos o riqueza, y sin atender a sus necesidades

específicas, pueden atentar contra la protección financiera de los individuos.

Se revisaron algunos estudios enfocados sobre el gasto de bolsillo, donde se cuantifica, para

diversos países, el gasto catastrófico y el empobrecimiento derivado de los pagos directos. A

medida que los países crecen, crece el gasto en salud y también aumenta la proporción del PBI

destinada a gasto en salud, pero la medida en la cual se destinen recursos a la atención de la

salud dependerá de la capacidad y voluntad de los gobiernos de cada país. En lugares o épocas

en que los recursos se vean reducidos, los sistemas sanitarios deberán velar, no solo porque se

destine más dinero a la salud sino también, porque se obtenga más salud por el dinero.

Se estima que 150 millones de personas en el mundo sufren catástrofe financiera cada año por

los desembolsos necesarios para acceder a los servicios sanitarios; 100 millones de ellos se

convierten en pobres por este motivo y el 90% de estas personas reside en países de bajos

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ingresos (Xu, Evans y Carrin, y otros 2007). Sin embargo, esta cuantificación refiere al gasto

realizado, al asociado a la utilización de los servicios, por lo cual queda por fuera el gasto

potencial que no pudo hacerse efectivo, justamente, por la existencia de barreras al acceso.

La barrera económica es tan solo uno de los posibles obstáculos al acceso; también pueden

existir barreras geográficas, culturales, o insuficiencia de la oferta, expresada en elevados

tiempos de espera, por ejemplo. Bajos gastos de bolsillo pueden indicar una cobertura de

salud adecuada, con alto grado de acceso a los servicios, aunque también puede estar

ocultando necesidades de salud insatisfechas. Un adecuado análisis de las cifras de gasto de

bolsillo deben complementarse con un estudio del acceso a los servicios sanitarios en función

de las necesidades de la población, y una identificación de las barreras asociadas a la no

accesibilidad, de modo de diseñar las políticas más adecuadas para eliminarlas.

Un abordaje teórico de los costos compartidos implica atender a las particularidades de la

atención a la salud, que la distancian de los mercados de competencia perfecta, como ser la

presencia de externalidades, la asimetría de información, y el marco de incertidumbre en el

que se desarrolla. El aseguramiento es una forma de tomar acciones frente a la incertidumbre;

sin embargo, podrá reducirse la incertidumbre respecto a las implicaciones financieras de la

enfermedad (costos incurridos e ingresos no percibidos), mas no en cuanto a la ocurrencia

misma de los episodios de enfermedad.

En particular, la justificación teórica para la existencia de costos compartidos, desde un punto

de vista de la eficiencia, recae en la atribución al consumidor de conductas asociadas al riesgo

moral que implican que el individuo, al estar asegurado frente a los gastos asociados a posibles

episodios que atenten contra el estado de su salud, tenderá a consumir mayores niveles de

bienes y servicios sanitarios que los que realmente necesita. El experimento RAND, aplicado en

los Estados Unidos entre los años 1974 y 1981, en su intento de cuantificar el riesgo moral,

extrajo resultados –el más paradigmático es la estimación de la elasticidad de demanda por

servicios de salud en un valor de -0,2– que luego fueron aplicados indiscriminadamente en

diversos escenarios para justificar la introducción de esquemas de copagos o su permanencia

en el tiempo.

Por su parte, la preocupación por la equidad implica velar por que los esquemas de costos

compartidos estén diseñados de manera que no pongan en riesgo el acceso de los individuos a

los servicios sanitarios y que, de acceder a la atención, no impliquen desembolsos que a la

postre resulten en gasto catastrófico o en empobrecimiento de los hogares. En este sentido,

muchos de los esquemas de costos compartidos se complementan con sistemas de

exoneraciones (“waivers”) y/o exenciones (“exemptions”), aunque la experiencia ha

demostrado que, además de las dificultades asociadas a un diseño adecuado, estos sistemas

suelen ser costosos administrativamente y de dificultosa implementación.

Las tarifas a los usuarios tienen fuertes opositores, quienes señalan que los costos que

acarrean son mayores a los beneficios que podrían generar, en especial en relación a la

severidad con la que afectan a los sectores socialmente más vulnerables. En los países pobres,

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en vez de una demanda innecesaria, lo que existe es, por el contrario, una subutilización de los

servicios médicos. En relación a la supuesta fuente de ingresos que las tarifas pueden

representar, y el correspondiente fortalecimiento del primer nivel de atención que podría

generarse, se señala que la demanda –alternativamente– puede ser canalizada de un modo

más eficiente y equitativo mejorando la reasignación de fondos de modo de aportar aumentos

en la calidad de los servicios de primer nivel. El argumento de los costos compartidos como

estrategia para contener costos es atacado, por parte de los críticos de estos esquemas, en

función de que, con frecuencia, los costos incurridos por el sistema, al tener que actuar de

manera postergada respecto del momento de la necesidad asistencial, son mayores que los

ahorros que pudieran obtenerse (Holst 2007).

Hacia finales de la década del ochenta, África se vio enfrentada al compromiso de implementar

esquemas de tarifas a los usuarios. Esta situación devino de la denominada Iniciativa de

Bamako (Malí, 1987), propuesta por el Banco Mundial, en el contexto de las reformas

estructurales que estaba impulsando, y apoyada por UNICEF y la OMS, e implicó que, hacia

mitad de la década del noventa, 9 de cada 10 países del África Subsahariana había

implementado la Iniciativa bajo alguna modalidad.

Por ese motivo, la mayor parte de los estudios sobre los efectos de la introducción de

esquemas de costos compartidos se concentran en los países africanos. La literatura señala

que, aunque en algunos países (Camerún, Guinea, Mauritania y Benín) se observaron mejoras

en los niveles de utilización, derivados de una mayor calidad (en términos de disponibilidad de

recursos humanos, medicamentos e insumos), la experiencia de la mayoría de los países del

África sub-shariana, tras la introducción de las tarifas, fue negativa. Cabe mencionar que la

literatura revisada sugiere precaución en la interpretación de los resultados, en virtud de dos

fenómenos: por un lado, porque las metodologías de evaluación de impactos utilizadas en

cada estudio de caso difieren entre países; por otro lado, porque la mayoría de estas

intervenciones se enmarcaron junto con otra serie de medidas, por lo cual se dificulta aislar el

efecto de las tarifas a los usuarios respecto de las demás políticas implementadas (James, y

otros 2006).

La Iniciativa de Bamako contemplaba mecanismos de exoneraciones y exenciones para los

grupos poblacionales de menores recursos, aunque la implementación trajo aparejadas

dificultades que obstaculizaron su plena aplicación. Sólo 15 de los 25 países africanos revisados

contaban con políticas de exenciones (Save the Children 2005). En función de las experiencias

de los distintos países, podrían sintetizarse algunas lecciones aprendidas: la información sobre

estos beneficios debe difundirse ampliamente; el personal debe estar capacitado y disponer de

los recursos necesarios; las compensaciones a los proveedores debe ser ágil y basarse en

fondos estables; los umbrales de ingreso para acceder a las exoneraciones deben adaptarse a

los cambios económicos y debe evaluarse si es apropiado aplicarlos donde el sector informal

es predominante; dadas las múltiples dimensiones que atañen a la vulnerabilidad, se requiere

un diseño cuidadoso de los mecanismos de protección; el criterio que deben cumplir los

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beneficiarios debe estar determinado de forma clara y precisa; y debe monitorearse la

asignación de los beneficios (Bitrán y Giedion 2003).

En aquellos contextos en que la posibilidad de identificar de forma clara la capacidad de pago

de los individuos sea limitada, se deberá optar entre dos alternativas: un esquema de

exoneraciones con categorías amplias, donde se reduce la eficiencia, ya que es muy probable

que queden exonerados algunos individuos que sí podrían pagar, o un esquema con categorías

estrictas, donde se estaría renunciando a las ganancias en términos de equidad dado que

podrían no acceder al beneficio algunos individuos que sí deberían estar exonerados del pago.

Luego de más de una década de acumulación de experiencias basadas en los lineamientos de

la Iniciativa de Bamako, el debate mostró un pronunciado punto de inflexión. Abunda la

literatura que plantea que los objetivos perseguidos han fracasado en múltiples dimensiones;

no logró proveer de recursos significativos a la salud, los costos administrativos para

implementar el cobro resultaron altos y la transparencia en cuanto al uso de estos recursos fue

baja, configuró fuente de inequidades entre regiones, etc. Por su parte, no se evidenció una

mejora en la equidad en el acceso, dado que los sistemas de exoneraciones y exenciones

prácticamente no funcionaron, con lo cual los más afectados fueron los hogares más pobres y

residentes de zonas rurales. Como respuesta, se observó un descenso de la propensión a

buscar asistencia, la búsqueda de atención fue pospuesta en el tiempo, aumentó la auto-

medicación y también el uso de la medicina tradicional. A su vez, se encuentra evidencia de

incrementos de precios en el sector privado y casos en que las tarifas se suman (en vez de

sustituir) a los pagos informales, cuando estos ya existen (Save the Children 2005).

La eliminación de las tarifas se identifica como parte de un poderoso círculo virtuoso que

podría mejorar el acceso a los servicios y los resultados sanitarios, pero se enfatiza en que se

aplique de forma adecuada, es decir, acompañada de políticas que le den apoyo, tales como el

fortalecimiento de la oferta de servicios y un adecuado diseño, que podría tomar una forma

gradual. En la medida que no se prevean mecanismos de financiamiento sostenibles en el

tiempo, podrán surgir pagos informales, desprovisión de medicamentos e insumos, y carencia

de los recursos necesarios para sostener la mayor carga esperada de trabajo del personal.

La experiencia de los países de América Latina y el Caribe incorporados en el trabajo indica que

los esquemas de costos compartidos, en los casos de existir, adoptan las más diversas

modalidades.

En Argentina existen copagos de servicios en las Obras Sociales, y existen cuotas y abonos

complementarios en los seguros prepagos; el sistema cubre entre el 40% del costo de los

medicamentos (medicamentos de uso habitual), 70% (patologías crónicas) y el 100% en

algunos casos (insuficiencia renal crónica, lepra, hepatitis B, tuberculosis y los tratamientos

oncológicos protocolizados, SIDA, drogadicción, diabetes, miastenia gravis y anticonceptivo).

En Brasil, el SUS brinda cobertura al 100% de la población (cerca de una cuarta parte, además,

compra un seguro voluntario privado) y en los centros públicos no se cobran tarifas a los

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usuarios, aunque, cuando hay problemas de acceso o escasez, los usuarios pueden tener que

adquirir medicamentos, insumos y hasta acceder a técnicas diagnósticas por fuera del sistema

público (Merchán-Hamann, Shimizu y Díaz Bermudez 2013). Se identifican algunos intentos,

anteriores al SUS, de introducir copagos, pero todos ellos fueron infructuosos.

En Bolivia, por su parte, solo en el sector privado existen las primas, copagos y deducibles. Sin

embargo, el gasto de bolsillo representa gran parte del gasto total en salud, tanto en el sector

privado como en el público, en virtud de que los dos seguros existentes benefician a mujeres

en edad fértil, niños y adultos mayores, lo que implica que aquellos jóvenes y población en

edad productiva no incluida en los seguros públicos ni en la seguridad social deben pagar de su

bolsillo a servicios privados para la atención de su salud.

El sistema colombiano hace una clara distinción entre cuotas moderadoras (su finalidad es

regular la utilización de los servicios y estimular su uso racional) y copagos (su objetivo es

servir de fuente de financiamiento al sistema). Existe un esquema con tabuladores y tarifas

ajustados de acuerdo a los servicios y grupos de ingresos de que se trate (Guerrero, y otros

2011). Las cuotas moderadoras se aplican a afiliados cotizantes y a sus beneficiarios, mientras

que los copagos solamente a los afiliados beneficiarios. Los afiliados del Régimen Contributivo

pagan cuotas moderadoras según su tramo de ingresos, con la excepción de aquellos usuarios

inscriptos en programas especiales de atención integral para patologías específicas y que sigan

el plan rutinario de actividades. Los afiliados al Régimen Subsidiado sólo pagan copagos,

establecidos según categorías fijadas, aplicados con excepción de los servicios de promoción y

prevención, programa materno infantil, programa de enfermedades transmisibles,

enfermedades catastróficas o de alto costo y la atención inicial en urgencias.

En Chile existen desde 2005, año en que se comienza a implementar la reforma de salud, una

garantía de protección financiera, es decir, el derecho a que se determine el valor que el

afiliado debe pagar por las atenciones de acuerdo al Arancel GES (con ciertas normas en el

cálculo del copago y topes máximos). Los asegurados a través del FONASA son clasificados

según tramos de ingresos en categorías: los pertenecientes a los menores tramos de ingresos

(A y B) no pagan por las atenciones garantizadas, los ubicados en el tramo siguiente (C) pagan

como máximo el 10% del costo y el tramo D paga el 20%; a su vez, rige un techo de copago

anual acumulado para las garantías, asociado a la cotización o al ingreso de los afiliados.

Aquellos del tramo C que tengan tres o más familiares a cargo pasan al tramo B y lo mismo

ocurre con las personas del tramo D, (pasan al C). Chile financió en el año 2011 el 38% de su

gasto en salud con gasto de bolsillo; junto con México son los dos países de mayor

participación del gasto de bolsillo de la OCDE.

En Jamaica existe un sistema de salud que es público financiado por impuestos, pero dado que

las asignaciones presupuestarias resultaban insuficientes, el Ministerio de Salud y las

Autoridades Sanitarias Regionales debieron recurrir a diversas estrategias para administrar los

fondos y una de ellas fue la introducción de tarifas a los usuarios, sugerida por el Banco

Mundial a finales de los años ochenta (Bailey, y otros 2011). Luego de la elecciones de 2007, la

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nueva administración siguió la promesa electoral de eliminar por completo las tarifas a los

usuarios. Un estudio previo a la eliminación de las tarifas, mediante diversas técnicas de

investigación, muestra que las tarifas tenían efectos mínimos en la utilización de la atención

preventiva primaria (prenatal, vacunación y planificación familiar), pero que sí operaban como

una barrera al acceso significativa entre quienes buscaban servicios preventivos secundarios

para controlar sus afecciones crónicas, especialmente ancianos y habitantes de zonas más

alejadas, para quienes, incluso, el estudio recomendó introducir subsidios para los costos de

transporte.

En el sistema de salud de Perú, los afiliados al Régimen Contributivo de la Seguridad Social en

Salud afrontan copagos; estos pueden ser una cantidad fija o una proporción del costo, pero

en ningún caso pueden superar ciertos umbrales (el 2% del salario mensual del trabajador para

atenciones ambulatorias ni el 10% para atenciones hospitalarias). Los servicios de emergencia,

maternidad y aquellas prestaciones relacionadas con la promoción y prevención de salud no

implican copagos.

A partir de las experiencias analizadas de América Latina y el Caribe, podríamos concluir que

las modalidades que adoptan los copagos son bien diversas, según el sistema de salud y la

matriz de protección social de que se trate. Parece existir, sin embargo, como elemento

común, los elevados niveles de gasto de bolsillo. Un patrón claro que se identifica es la

prioridad otorgada, vía acceso gratuito, a la atención materno-infantil, y a la atención en el

primer nivel y en varios casos a las patologías crónicas y tratamientos de alto costo. En

aquellos casos en que la atención es gratuita, se señalan, sin embargo, algunas problemáticas

asociadas al acceso y a la disponibilidad de medicamentos e insumos.

Elementos interesantes son los aportados por los sistemas de Chile y Colombia, en que los

niveles de copagos dependen del ingreso percibido por los individuos o familias y se

establecen también montos máximos a los desembolsos realizados. El diseño de este tipo de

esquemas favorece la protección financiera en salud de las poblaciones, aunque son sistemas

que tendrán mejores perspectivas de éxito en contextos donde haya altos grados de

formalidad en el mercado de trabajo, realidad que no se corresponde con la de muchas de las

sociedades latinoamericanas.

Por el contrario, en aquellos sistemas de salud públicos, financiados con impuestos, la

cobertura podría percibirse como gratuita y completa, pero excluye de alguna forma a altos

márgenes de la población, que deben recurrir al sector privado –generalmente más costoso y

menos regulado– para atender sus necesidades asistenciales.

Los costos compartidos no son esquemas exclusivos del mundo en desarrollo. Europa tiene

diversas modalidades de costos compartidos en los sistemas sanitarios de los distintos países.

España por ejemplo, en estos últimos años, en virtud de la crisis económica que está

atravesando, comenzó a debatir la posibilidad de introducir copagos en algunas de sus

Comunidades Autónomas (algunas ya empezaron a implementarlos), con opiniones muy

divididas en torno al tema. Quienes plantean considerar esta opción como una alternativa

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señalan la importancia de que los copagos dejen de ser un tema tabú, en tanto existen formas

de diseñar esquemas flexibles, que atiendan a las necesidades y posibilidades de la población,

a la vez de incorporar la conciencia social del costo y de la escasez de los recursos; tomar

conciencia de que los servicios sanitarios tienen costos, independientemente de quién los

pague.

En ese sentido, se plantea considerar que aquellas prestaciones que no se encuentran

cubiertas por el aseguramiento público equivalen a un copago del 100%; puede ser

conveniente pensar en estrategias de copagos que permitan incorporar nuevas prestaciones a

los paquetes de servicios, y para financiarlas puede ser necesario la introducción de un copago,

que en la práctica implicaría la reducción del copago, respecto al 100% pagado originalmente

(González López-Valcarcel 2007).

Al elegir el nivel de participación del usuario en los costos de los bienes y servicios de salud, se

está eligiendo el nivel de subvención en tanto, al no existir un copago, el costo es financiado

mediante ingresos obtenidos de la recaudación de impuestos generales. Ante la alternativa de

los impuestos indirectos, considerados regresivos, los copagos podrían ser una opción más

equitativa. Podría diseñarse un esquema que implique copagos diferentes según el nivel de

ingresos de los individuos, aunque debe también valorarse los costos y dificultades de gestión

asociadas a estos esquemas, así como la deseabilidad de evitar la estigmatización de ciertos

grupos sociales (Puig-Junoy 2007).

Si bien el objetivo de operar como fuente de ingresos puede no ser despreciable en algunos

contextos, éste no debe ser el objetivo principal; debe primar el objetivo de racionalizar el

consumo. Por su parte, las políticas de copagos no deben ser adoptadas de forma aislada, sino

considerarse en el marco de las demás políticas y sin perder de vista los posibles cambios en

los incentivos de los diversos agentes.

La demanda que tiene sentido moderar es aquella iniciada por el paciente; la que deriva de la

indicación médica no se enmarcaría en la lógica del riesgo moral (González López-Valcarcel

2007). Las condiciones más propicias para que los mecanismos de copago deriven en la

racionalización del consumo se dan en contextos en que el grado de obligatoriedad en el

consumo es bajo, cuando la elasticidad-precio de la demanda no sea nula ni muy reducida (de

modo que cambios en el precio afecten las decisiones de consumo), cuando afecte

especialmente a servicios o especialidades con ratios de costo-efectividad relativamente bajos,

cuando pueda garantizarse el acceso al servicio a los usuarios de menores ingresos o mayor

necesidad y cuando los costos de transacción asociados a la fijación de precios, a la

recaudación y al control no sean muy altos (Puig-Junoy 2007).

Otro elemento a considerar en el diseño del esquema de costos compartidos es su efecto en

los precios relativos; al introducir pagos únicamente por determinados servicios, el efecto

podrá ser desviar consumo desde un tipo de atención hacia otra, por lo cual será necesario

valorar los objetivos generales del sistema sanitario y valorar qué tipos de servicios, qué

sectores de la población, o qué nivel de atención la política sanitaria quiere privilegiar.

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Este tipo de consideraciones, derivadas de la aproximación a la literatura teórica y a la revisión

de experiencias en el mundo y la región, resultan de gran interés a la hora de abordar el

estudio de los costos compartidos en los sistemas de salud de cada realidad nacional. A la luz

de estas reflexiones, en la Parte II del documento se presenta una revisión de la política de

costos compartidos en el Uruguay de las últimas décadas y se valoran algunos de los impactos

de las medidas implementadas en términos de acceso y equidad, así como en función de

consideraciones respecto a la eficiencia del sistema.

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Page 49: Revisión del marco conceptual y experiencias en la región

49

Anexo: Bibliografía Parte I

Este anexo tiene como objetivo presentar, en forma resumida, algunos de los principales

informes, libros y artículos que sirvieron de soporte bibliográfico del trabajo.

Contenido

Informe: Exploring the thresholds of health expenditure for protection against financial risk. . 50

Artículo: Protecting Households From Catastrophic Health Spending. ...................................... 51

Libro: “La corresponsabilidad individual en la financiación pública de la atención sanitaria” ... 54

Capítulo: “¿Qué papel debería tener la corresponsabilidad financiera individual en el futuro del

sistema nacional de salud?” ....................................................................................................... 54

Artículo: To retain or remove user fees? Reflections on the current debate. ............................ 56

Artículo: Removing User Fees in the Health Sector in Low-Income Countries: A Multi-Country

Review. ....................................................................................................................................... 59

Capítulo de libro: Evaluación de la introducción de tarifas al usuario por servicios preventivos

en Jamaica: impacto sobre el nivel de salud y las estrategias adaptativas de los usuarios ........ 62

Page 50: Revisión del marco conceptual y experiencias en la región

Informe: Exploring the thresholds of health

expenditure for protection against financial risk.

World Health Report (2010) Background Paper.

Autores: Ke Xu, Priyanka Saksena, Matthew Jowett,

Chandika Indikadahena, Joe Kutzin and David B.

Evans.

Año: 2010

Disponible en:

http://www.who.int/healthsystems/topics/financing/h

ealthreport/whr_background/en/index.html

El gasto catastrófico en salud (definido a partir del

umbral del 40% de la capacidad de pago de los

hogares) es menor –así como también la incidencia

del empobrecimiento– en aquellos países donde los

gastos de bolsillo se ubican entre 15% y 20% del

gasto total en salud.

La evidencia empírica sugiere que cuando el gasto

del gobierno en salud es mayor que el 5% ó 6% del

producto bruto interno (PBI), la protección financiera

es mayor. Sin embargo, la mayoría de estos países

son de ingresos altos, razón por la cual los autores

señalan la dificultad de los países de medianos y

bajos ingresos para incrementar los recursos para el

gasto en salud de los que los gobiernos disponen.

La pregunta que se plantean, entonces, es si existe

un límite a la capacidad que tiene un país para

aumentar el gasto de su gobierno y de sus hogares

en salud en función del nivel de desarrollo

alcanzado. Para ello, los autores se proponen

estudiar los patrones del gasto total en salud y sus

componentes, así como su vínculo con el PBI.

Se utilizaron como fuente de información los datos

de las Cuentas Nacionales de Salud (NHA)

actualizadas a marzo de 2010 sobre 185 países, que

fueron agrupados en función de los ingresos

siguiendo la clasificación de la base de datos de

Indicadores del desarrollo mundial. Las variables

analizadas fueron: gasto total en salud, gasto del

gobierno en salud, gasto de bolsillo, gasto total del

gobierno y PBI. El período de tiempo analizado fue el

comprendido entre 1995 y 2007.

Se encontró que el PBI de los países se ve

correlacionado positivamente con sus niveles de

gasto en salud así como con su gasto en salud como

proporción del PBI. Por el contrario, la participación

de los gastos de bolsillo en el gasto en salud se

relaciona negativamente con el producto. Entre los

países de altos ingresos el componente

predominante del gasto en salud es el

gubernamental y, en relación al PBI, este gasto

también es mayor. La tendencia en el tiempo (media

y mediana) es hacia una mayor proporción del gasto

del gobierno. La proporción del gasto

gubernamental destinado a salud se ha visto

aumentada, resultado que va en línea con la

Declaración de Abuja, aunque son pocos los países

que han alcanzado el 15% recomendado (y son

mayoritariamente los países de mayores ingresos).

Las regresiones mostraron que todos los

componentes del gasto en salud aumentaron al

incrementarse los ingresos de los países, aunque las

elasticidades (de los distintos componentes del gasto

respecto al ingreso) tomaron distintos valores. En los

países de altos y medianos ingresos, la elasticidad del

gasto gubernamental es mayor que uno y la del

gasto de bolsillo es menor a uno. Los países de bajos

ingresos, por su parte, mostraron elasticidades entre

0,871 y 0,932 para el gasto de bolsillo y entre 0.909 y

1,061 para el gasto del gobierno. El gasto total en

salud de este último grupo no parece aumentar al

mismo ritmo que sus ingresos. La participación del

gasto gubernamental en salud en relación a su gasto

total ha aumentado en todos los países (a medida

que aumentaron sus ingresos), con excepción de los

países pobres (se encuentra una correlación negativa

Page 51: Revisión del marco conceptual y experiencias en la región

51

pero estadísticamente no significativa para este

grupo).

Se concluye que si bien los niveles de 15-20% de

gasto de bolsillo y de 5-6% de gasto del gobierno en

salud en proporción al PBI pueden reducir la

incidencia del gasto catastrófico en un país, esta

realidad es la de los países ricos. Se señala, que esto

puede estar escondiendo situaciones tales como

mayores costos de la tecnología y poblaciones más

envejecidas en los países de medianos y altos

ingresos mientras que en los más pobres, al

aumentar los ingresos, se opte por satisfacer otras

necesidades básicas.

Asimismo, los gobiernos de los países más pobres

pueden no estar aumentando sus gastos en salud

por vía de recursos propios en el marco de existencia

de la ayuda internacional.

Otro de los hallazgos sobre los que vale la pena

reflexionar tiene que ver con la no sustitución entre

gasto del gobierno y de bolsillo (ambas elasticidades

ingreso son positivas). Esto conduce a concluir que el

aumento del gasto gubernamental en salud es

importante, pero más importante aún es cómo

utilizar los recursos disponibles de modo de mejorar

la accesibilidad y aumentar la protección financiera

de los hogares.

Dentro de un mismo grupo de países (clasificados

según ingresos) el nivel de gasto y su distribución

según componentes difiere. En ese sentido, los

autores concluyen el trabajo señalando que mayores

niveles de ingreso no garantizarán la solución a los

problemas de financiamiento de la salud; debe

asignarse prioridad a este gasto, más que nada en

los países pobres, donde existe una mayor necesidad

de aumentar el gasto.

Artículo: Protecting Households From Catastrophic

Health Spending.

Health Affairs, 26, no.4

Autores: Ke Xu, David B. Evans, Guido Carrin, Ana

Mylena Aguilar-Rivera, Philip Musgrove, Timothy

Evans.

Año: 2007

Disponible en:

http://content.healthaffairs.org/content/26/4/972.full.

html

Millones de personas en el mundo deben postergar

o incluso eludir la atención de sus necesidades de

salud en virtud de los altos costos que suponen los

pagos de bolsillo. Asimismo, el otro lado de la

moneda es que muchos de los que sí buscan ayuda

terminan enfrentándose a gastos catastróficos y en

algunos casos incluso al empobrecimiento. Este

artículo se enfoca en el segundo de los efectos de los

pagos de bolsillo.

La catástrofe financiera es definida, siguiendo a Ke

Xu (2007) como aquella situación en la que el hogar

desembolsa más del 40% de su capacidad de pago

en servicios de salud. Los desembolsos considerados

son los pagos directos del hogar al proveedor de

servicios, e incluyen aquellos pagos por consultas

médicas, análisis de laboratorio, estudios de

diagnóstico, medicamentos y pagos por

hospitalización; no se incluyen los costos de

transporte asociados al acceso a los servicios de

salud ni el ingreso no percibido por casusa de la

enfermedad.

La capacidad de pago es definida como el gasto no

destinado a la subsistencia. Si bien reconocen que la

mejor alternativa hubiera sido el uso de un indicador

que dé cuenta del ingreso permanente, la

información disponible no lo permitió. Por este

motivo se opta por considerar el gasto en vez del

Page 52: Revisión del marco conceptual y experiencias en la región

52

ingreso corriente, en el entendido de que el gasto se

comporta de forma más estable (el ingreso se ve en

mayor medida sujeto a shocks temporarios). Las

necesidades de subsistencia se relacionan a los

gastos del hogar en alimentación, por lo cual se

definieron como el gasto mediano de los hogares en

alimentos en cada país (para minimizar posibles

errores se tomó el gasto promedio de los hogares

cuyo proporción del gasto en alimentación se

ubicaba en el rango del percentil 45 al 55 de la

muestra).

Las fuentes de datos usadas fueron 116 encuestas de

hogares realizadas entre 1990 y 2003 en 89 países (y

que representan al 89% de la población mundial). La

información sobre gastos frecuentes de salud refiere

a un mes, mientras que el período de recordación

para el gasto en bienes duraderos es de 6 meses y

en cuanto al gasto en hospitalización se refiere a los

12 ó 24 meses previos.

Los resultados obtenidos indican que la incidencia

del gasto catastrófico varía mucho entre países; es

virtualmente cero en algunos y asciende a más de

10% en otros, la media se ubica en 2.3% y la

mediana en 1,47%. Si bien se observan gastos

catastróficos en países con distintos niveles de

ingresos, el problema es más severo en aquellos de

ingresos medios. En términos de cantidad de

personas, se encontró que 150 millones sufren

catástrofe financiera cada año, 100 millones de éstas

se convierten en pobres, y el 90% de ellas se

encuentra en países de bajos ingresos.

Mayores niveles de prepago y menor inequidad de

ingresos se asocian a menor incidencia del gasto

catastrófico. La edad actúa de la siguiente forma: la

presencia de niños menores de 5 años no afecta

significativamente el gasto catastrófico (resultado

que llamó la atención), mientras que la presencia de

adultos mayores de 65 sí lo afecta en los países de

ingresos medios (no tanto en los países de mayores

ingresos). El tipo de prepago predominante sólo fue

una variable significativa en los países de ingresos

medios, en los que se encuentra que sistemas

basados en la seguridad social protegen más a su

población que aquellos basados en impuestos,

aunque cabe advertir que este resultado puede verse

influido por el hecho de que los países con mayor

presencia de esquemas de seguridad social tienen

una mayor presencia del prepago como mecanismo

de financiamiento (al limitar la comparación a los

sistemas en los que el prepago asciende al 50% del

gasto, no se encuentran diferencias en la capacidad

de proteger financieramente, entre los sistemas

basados en impuestos y aquellos basados en la

seguridad social).

Se plantea la discusión del papel de los prepagos, en

la medida que se encontró una correlación negativa

entre los niveles de gastos catastróficos y los

regímenes de financiamiento basados

predominantemente en el prepago, ya sean estos

financiados por impuestos o mediante algún

esquema de aseguramiento. En sentido contrario,

mayores participaciones del gasto de bolsillo en el

financiamiento de la salud se correlacionan con

mayores niveles de gasto catastrófico.

Sin embargo, señalan que no existen fórmulas

universales que los países pobres puedan aplicar

para depender en mayor grado de los prepagos y

poder reducir los gastos de bolsillo. La solución será

particular y dependerá del estadio de desarrollo de

cada país y de los contextos sociales y políticos. Los

países más pobres son quienes mayores dificultades

encuentran para financiar sus sistemas con recursos

propios, pero se señala que los recursos externos

pueden utilizarse acompañando una estrategia de

mediano-largo plazo que impulse el predominio del

prepago.

Los autores plantean tres implicaciones de política. El

primero es la importancia de privilegiar los esquemas

de prepago, siempre en función de las condiciones

de cada país; el segundo implica la posibilidad de

Page 53: Revisión del marco conceptual y experiencias en la región

53

usar información como la provista en este trabajo

para diseñar mejores estrategias para abordar el

riesgo financiero; y, en tercer lugar, se plantea que

las políticas enfocadas a reducir inequidades sociales

y a mejorar el financiamiento de la salud pueden

redundan en mejores resultados en materia de salud,

reducen la probabilidad de gasto catastrófico,

pueden ayudar a los hogares pobres a escapar de

esa condición y pueden contribuir al crecimiento

económico.

Artículo: “The RAND Health Insurance Experiment,

Three Decades Later”

Journal of Economic Perspectives (Volumen 27,

Número 1), 2003.

Autores: Aviva Aron-Dine, Liran Einav, Amy

Finkelstein.

Disponible en:

http://economics.mit.edu/files/8400

Los autores se proponen analizar, con una mirada

desde el presente, el famoso experimento RAND

(Health Insurance Experiment), desarrollado entre

1974 y 1981 en los Estados Unidos, diseñado con el

objetivo de echar luz sobre el comportamiento de la

demanda de servicios médicos ante las variaciones

en los precios a pagar por los usuarios. El legado

más duradero del experimento es, según los autores,

no sólo el rechazo de la hipótesis nula de que el

precio no afecta la utilización de servicios médicos,

sino también el uso de los resultados para predecir

los efectos del aseguramiento en el gasto en salud.

Se destaca la importancia de un experimento que se

consolidó como un mojón; fue pionero e innovador

respecto al avance de las técnicas econométricas y

de la teoría económica en materia de salud en la

época. Asimismo, se señalan las limitaciones

derivadas de utilizar indiscriminadamente los

resultados de dicho experimento en el diseño de las

políticas públicas.

Un primer objetivo del trabajo consiste en re-

expresar los hallazgos más fundamentales del

experimento en un léxico más acorde al usado

actualmente. Un segundo objetivo es el de re-

examinar la validez el tratamiento experimental de

los efectos. Para finalizar, los autores se proponen

cuestionar el famoso resultado del experimento en

torno a que la elasticidad de la demanda asociada a

los pagos de bolsillo es de -0,2. En particular,

enfatizan en las diferencias entre las condiciones en

las que se hizo este experimento específico respecto

a los contextos a los que se ha aplicado sus

resultados; más específicamente, advierten sobre la

utilización de un parámetro único en marcos donde

los contratos de aseguramiento no son lineales (el

precio que enfrenta el consumidor decrece en el año

en la medida que se acumulan sus gastos).

Se concentran en uno de sus más importantes

hallazgos: la estimación del impacto de los diversos

esquemas de aseguramiento en el gasto en servicios

médicos. Los resultados respecto a los efectos del

aseguramiento en la salud quedan por fuera del

objeto de análisis de este trabajo.

Participaron del experimento 5800 personas de 2000

familias en 6 locaciones (una muestra representativa

de los adultos menores de 62 años), quienes fueron

asignadas aleatoriamente a distintos planes de

aseguramiento (siguiendo un proceso de muestreo

aleatorio estratificado en base a información socio-

demográfica recabada previamente). Los planes iban

desde uno que cubría la totalidad de los costos

incurridos por el individuo (0% de copago), otros

donde los copagos eran de 95%, 50% y 25%, uno

denominado “mixto” (se pagaba 25% para la mayoría

de las prestaciones pero 50% en servicios

odontológicos), hasta uno en el que prácticamente

ningún costo quedaba cubierto.

Page 54: Revisión del marco conceptual y experiencias en la región

54

El experimento RAND, al estimar qué tan sensible es

la demanda de servicios sanitarios ante cambios en

los niveles de precios, configuró una primera

aproximación empírica a la medición del riesgo

moral (término utilizado aplicado por primera vez al

campo de la atención a la salud por Kenneth Arrow

en la en la década de 1960).

Los autores señalan algunos factores adicionales que

se hacen presentes en la realidad, como ser la

heterogeneidad en las necesidades de la atención; la

propia naturaleza de las necesidades hace que los

servicios ambulatorios sean más proclives a mayores

elasticidades, mientras que los servicios de

internación se asocian a una elasticidad menor (se

consumirán atendiendo a la necesidad, con relativa

independencia del precio).

Concluyen planteando que en la época en que se

llevó adelante el experimento RAND se sostenía que

la atención médica respondía a las necesidades y no

era sensible a variaciones en los precios. En ese

sentido, el aporte del experimento radicó en

demostrar que existe en cierta medida riesgo moral

en el mercado de los servicios de salud. Sin

embargo, advierten del peligro de utilizar sus

resultados de forma descontextualizada respecto a la

realidad concreta en que se enmarcó el experimento,

tanto en lo que tiene a nivel académico, empresarial

o en el diseño de las políticas públicas.

Libro: “La corresponsabilidad individual en la

financiación pública de la atención sanitaria”

Capítulo: “¿Qué papel debería tener la

corresponsabilidad financiera individual en el futuro

del sistema nacional de salud?”

En: Informes Fundación Rafael Campalans Núm. 1

Autor: Jaume Puig-Junoy

Disponible en:

http://www.econ.upf.edu/~puig/publicacions/Any200

7/informesfrc1.PDF

Al elegir el nivel de participación del usuario en los

costos de los bienes y servicios de salud, se está

eligiendo el nivel de subvención. De no existir un

copago, esto no significaría que no tenga costo, sino

simplemente que es financiado mediante ingresos

obtenidos de la recaudación de impuestos generales.

Por tanto, debe analizarse la eficiencia y justicia en el

funcionamiento del sistema de recaudación de

impuestos, la capacidad de redistribuir renta

asociada a la prestación o servicio público

subvencionado con impuestos y, en último lugar,

valorar los efectos que tenga esta apariencia de

gratuidad (derivada de la subvención pública) sobre

el comportamiento de pacientes, médicos,

hospitales, farmacias e industria farmacéutica y de

tecnologías médicas.

Si se evalúa que los impuestos indirectos representan

una proporción importante de la recaudación

impositiva y son considerados regresivos, los

copagos podrían ser una alternativa más equitativa.

Sin embargo, los copagos son valorados por muchos

como un impuesto a la enfermedad, dado que crean

desigualdad de acceso y configuran una barrera de

acceso a la atención, que dependerá de la capacidad

económica de los individuos. Una alternativa más

equitativa tendría que ver con aplicar copagos

diferentes según el nivel de ingresos de los

individuos, aunque este esquema es de gestión

complicada y onerosa.

El autor llama la atención sobre dos aspectos ante

los cuales tomar precaución: en primer lugar, el

objetivo de servir de fuente de ingresos puede no ser

despreciable, pero nunca debe ser el objetivo

principal, sino que debe primar el objetivo de

racionalizar el consumo; en segundo lugar, para

evitar efectos no deseados de las políticas de

copagos, no pueden ser adoptadas de forma aislada,

Page 55: Revisión del marco conceptual y experiencias en la región

55

sino que deben evaluarse posibles cambios en los

incentivos de proveedores, prescriptores y farmacias.

Los efectos menos deseados se observan en

esquemas de copagos de alta intensidad (pagos

elevados por parte de los usuarios), que son

aplicados por igual a todos los pacientes y para el

acceso a todos los tipos de servicios. Los efectos son

reducciones del consumo, tanto del poco efectivo e

innecesario como del asociado a tratamientos muy

efectivos y clínicamente necesarios; el efecto es más

fuerte en los individuos más enfermos y en los de

más bajos ingresos.

En el caso español, sostiene el autor, se hace

necesario contar con más recursos para el sistema de

salud. Sin embargo, la preocupación no sólo es la

factibilidad o “sostenibilidad” de dichos aumentos,

sino la “deseabilidad” social, es decir, evaluar si estos

aumentos en los gastos valen lo que cuestan,

midiendo el desempeño del sistema sanitario en

función de la cantidad y calidad de vida ganada en

términos de los recursos empleados. En este

contexto, en el que ya existe un sistema de copagos

pero que no es ni eficiente ni equitativo, el autor

identifica un amplio margen para la reforma. Plantea

que, en España, los copagos son los más reducidos

de Europa, pero que no hay evidencia de que

contribuyan a la equidad del sistema, sino que, por el

contrario, hay sospechas fundadas en contra. Señala

la necesidad, también, de que el ciudadano sienta la

responsabilidad respecto al uso adecuado de los

recursos públicos. Debe, entonces, preverse la

asunción de responsabilidades individuales

relacionadas con la salud y con el acceso a los

servicios, así como también en la financiación.

Los mecanismos de copago se asocian con el

principio del beneficio en la financiación pública, en

el sentido de que quien paga (ya sea todo o una

porción del costo) es quién se beneficia del producto

del servicio. Estos pagos (ya sea bajo la forma de

precios, tasas o tickets moderadores) representan

pagos voluntarios, en tanto dependen de la

utilización de los servicios que decida hacer el

usuario, aunque son condición necesaria para

acceder al servicio. A diferencia de los impuestos

generales, sin utilización, no se efectúa ningún

copago.

Los mecanismos de copago cumplen tres finalidades

básicas: pueden cumplir con la función de racionar el

consumo cuando la oferta es escasa, pueden brindar

información sobre las preferencias individuales y la

valoración de los usuarios acerca de los servicios

públicos e, implican una fuente de recursos

adicionales. Es posible que los copagos se vean

acompañados de exenciones y deducciones a ciertos

individuos y grupos sociales, en función de sus

ingresos o sus necesidades, aunque pueden existir

situaciones para las que su aplicación sea dificultosa

(costos de administración, estigmatización de grupos

sociales, etc.), por lo cual los problemas asociados

superen las ventajas de aplicación de los

mecanismos de copago.

En tal sentido, las condiciones más adecuadas para

que los mecanismos de copago actúen en la

racionalización del consumo son: cuando el grado de

obligatoriedad en el consumo sea bajo, cuando la

elasticidad-precio de la demanda no sea nula o muy

reducida (que las modificaciones en el precio del

servicio afecten las decisiones de consumo), cuando

afecte especialmente a servicios o especialidades con

ratios de costo-efectividad relativamente bajos,

cuando pueda garantizarse el acceso al servicio a los

usuarios de menores ingresos o mayor necesidad y

cuando los costos de transacción asociados a la

fijación de precios, a la recaudación y al control no

sean muy altos.

Siguiendo a Evans et al. (1983), se plantea que la

introducción de copagos es problemática si la

respuesta a estas cuatro preguntas resulta afirmativa:

¿se trata realmente de un servicio sanitario?, ¿es un

servicio efectivo?, ¿es un servicio clínicamente

Page 56: Revisión del marco conceptual y experiencias en la región

56

necesario?, ¿es un servicio para el que casi no existen

alternativas? Según la teoría económica, los copagos

deberían ser menores para servicios con una menor

elasticidad-precio, aunque, desde el punto de vista

de las mejoras del estado de salud, el copago

debería ser menor para los servicios de mayor

efectividad. Ambos criterios coincidirán si el individuo

está bien informado y capacitado para decidir.

El capítulo concluye con la síntesis de algunas

indicaciones para el buen uso de un mecanismo de

copagos. En primer lugar, se plantea que el efecto

de los copagos sobre la equidad en la financiación

debe valorarse considerando que aumentar los

ingresos vía recaudación impositiva es una

alternativa que puede ser más regresiva. En segundo

lugar, se enfatiza en que objetivo principal es el de

incentivar la corresponsabilidad individual; no se trata

simplemente de objetivos recaudatorios. En ese

sentido, un sistema con copagos de baja intensidad,

acompañado por límites individuales máximos,

pueden tener un papel moderador del exceso de

consumo en los casos que se origina en las

demandas de los pacientes. En tercer término, se

advierte respecto a aplicar copagos que pudieran

afectar servicios clínicamente necesarios y de alta

efectividad; éstos deberían ser de acceso gratuito y

tampoco es deseable tener barreras de acceso a la

atención primaria. Se plantea, en cuarto lugar, que

las exenciones del copago no pueden basarse solo

en la edad, ya que muchas veces los más vulnerables

no son los mayores, sino por ejemplo los

trabajadores más jóvenes o las madres sin pareja.

En quinto término, se señala que copagos reducidos

y con pocas excepciones pueden favorecer la

corresponsabilidad individual; las pocas excepciones

planteadas por el autor son: un reducido grupo de

individuos con un nivel de ingresos por debajo de

cierto umbral mínimo, y la aplicación de un límite

máximo a los pagos de cada individuo en un

determinado lapso de tiempo. Luego, se plantea que

los copagos sean menos elevados en la medida que

sean servicios clínicamente necesarios y de alta

efectividad (servicios de hotelería, por ejemplo). A su

vez, se plantea la posibilidad de diseñar un segundo

nivel de copago, que configuraría un sistema

adicional de copago sea casi-evitable (no

obligatorio) y relacionado con la efectividad y la

relación coste-efectividad de los medicamentos, de

carácter universal, pero sería casi-evitable en función

de las preferencias individuales.

En octavo lugar, se señala que al introducir copagos

de prestaciones que en la actualidad no están

cubiertas, se está en realidad frente a una reducción

del copago (en el entendido de que los servicios no

cubiertos implican un copago del 100% del costo).

En noveno término, plantea la necesidad de

desincentivar aquellos comportamientos poco

responsables en la utilización de servicios sanitarios;

por ejemplo el uso innecesario de los servicios de

urgencia, el incumplimiento del tratamiento, no

presentarse a citas programadas y la adquisición de

medicamentos que luego no son utilizados.

Para finalizar, el trabajo recomienda realizar estudios

sobre el impacto del actual sistema de copagos en el

país. En último lugar, se señala la importancia de

evitar una utilización de los copagos de forma

aislada e independiente de otros aspectos esenciales,

como ser los incentivos a los proveedores, dado que

la efectividad de la medida se potenciará en la

medida que sea combinada con otros instrumentos e

incentivos.

Artículo: To retain or remove user fees? Reflections

on the current debate.

London School of Hygiene and Tropical Medicine.

Autores: JAMES Christopher, HANSON Kara, McPAKE

Barbara, BALBANOVA Dina, GWATKIN David,

HOPWOOD Ian, KIRUNGA Christina, KNIPPENBERG

Rudolph, MEESSEN Bruno, MORRIS Saul S, PREKER

Page 57: Revisión del marco conceptual y experiencias en la región

57

Alexander, SOUCAT Agnes, SOUTEYRAND Yves,

TIBOUTI Abdelmajid, VILLENEUVE Pascal, XU Ke.

Año: 2006

Disponible en:

http://www.ungei.org/SFAIdocs/resources/To_Remov

e_or_Retain_User_Fees.pdf

El término tarifas a los usuarios (“user fees”) es

empleado en este artículo para definir a aquellas

tarifas oficiales cobradas por los prestadores públicos

de salud por servicios básicos y de alto nivel.

La razón principal para la introducción de tarifas a los

usuarios ha sido el pragmatismo financiero; el

objetivo suele ser lograr que los fondos del gobierno

central lleguen a los centros de salud periféricos. Esta

política tuvo su mayor aplicación a fines de la década

de los ochenta y en los noventa, momento en que

las economías en desarrollo enfrentaban grandes

dificultades económicas derivadas de la caída de los

precios de sus productos de exportación. En ese

contexto toman importancia conceptos como el de

aumentar la eficiencia en el consumo, racionar la

demanda (para contrarrestar el riesgo moral), y

focalizar mejor las políticas.

Luego de introducida la Iniciativa de Bamako,

algunos pocos estudios mostraron que en aquellos

casos en que los ingresos obtenidos por las tarifas a

los usuarios se transformaron en mejoras en la

calidad, la utilización entre los más pobres aumentó,

por lo cual podría darse el caso de que las tarifas a

los usuarios no siempre resultarían en reducciones

de acceso para los más pobres.

Cuando el cumplimiento de los Objetivos de

Desarrollo del Milenio se volvió un tema de atención

política, el debate en torno al financiamiento

sostenible de los sistemas de salud en contextos de

bajos recursos se revitalizó. Dentro de este amplio

marco, el debate sobre las tarifas a los usuarios se

volvió a colocar en las agendas nacionales. Las

experiencias de países como Uganda, Madagascar y

Sudáfrica muestran la necesidad de reflexionar

sobre las políticas a seguir a este respecto. Las

propuestas de eliminar las tarifas a los usuarios son

promovidas por varias organizaciones e iniciativas

internacionales, así como por agencias de desarrollo.

A su vez, la OMS insta a los países a moverse hacia

esquemas de aseguramiento, de modo de reforzar el

rol del prepago en detrimento de los gasto de

bolsillo, de modo de minimizar la incidencia del

gasto catastrófico en los hogares.

Las tarifas a los usuarios pueden impedir o dificultar

el acceso a la atención de la salud. Sin embargo, se

señala también el potencial del mecanismo de tarifas

en términos de las mejoras en el acceso a servicios

de mayor calidad; en la medida que los ingresos

obtenidos por esta vía son reinvertidos en el

mejoramiento de los servicios (por ejemplo mayor

disponibilidad de medicamentos) o implican que los

consumidores exigirán mejores servicios, la demanda

podrá aumentar, de modo que el efecto negativo

podrá compensarse total o parcialmente.

Por otro lado, las tarifas introducidas pueden estar

reemplazando pagos informales (“pagos bajo la

mesa”), con lo cual las tarifas pueden no ser mayores

que estos gastos, o ser incluso menores. El efecto

final de la introducción de las tarifas a los usuarios

dependerá de en qué medida se vea afectada la

calidad. Se señala que el impacto en el acceso es,

por lo tanto, un problema empírico.

La literatura revisada en el artículo en relación a las

experiencias de países (mayoritariamente del África

sub-sahariana) muestra, en términos generales, un

efecto negativo de la implementación de tarifas a los

usuarios en la equidad en el acceso mediante una

menor utilización de los servicios y/o siendo los

pobres los más afectados. En el caso de los

tratamientos de largo plazo, como se ha evidenciado

para el HIV/SIDA por ejemplo, las tarifas pueden

atentar contra su continuidad.

Page 58: Revisión del marco conceptual y experiencias en la región

58

Las experiencias, sin embargo, son distintas en cada

país y así también las metodologías utilizadas para la

medición del efecto de las políticas en cuestión, por

lo cual se sugiere cierta precaución al interpretar los

resultados de cada estudio. Algunos estudios son de

pequeña escala, muy pocos han logrado adoptar

aproximaciones experimentales ni cuasi-

experimentales para superar problemas de sesgos de

selección, muchos de los datos cubren cortos

períodos de tiempo y por lo general carecen de

grupos de control adecuados. A su vez, la mayoría

de las intervenciones de política se adoptan en el

marco de medidas más generales, con lo cual la

dificultad radica en discriminar los efectos puros de

las políticas de tarifas a los usuarios de los efectos

resultantes de otras políticas. A su vez, la

confiabilidad de los datos utilizados dependerá de

quién haya respondido; no será lo mismo basarse en

encuestas a los usuarios que en información provista

por los centros de salud, en los casos en que existan

incentivos a reportar cambios en los patrones de

utilización.

En términos más generales, no siempre es claro cuál

es el diseño óptimo para estos estudios; mientras

que las evaluaciones cuantitativas en gran escala son

útiles para medir el impacto de una política

específica en un contexto particular, su mayor

utilidad implica que se acompañe de preguntas que

se enfoquen hacia el “cómo y por qué”.

La supuesta ganancia en términos de la eficiencia en

el uso de los recursos derivados de las tarifas a los

usuarios se ve cuestionada en base a la evidencia

que sugiere que no sólo el consumo superfluo de

servicios sino también el necesario se ve

comprometido, y que el efecto es más acentuado en

los sectores de más bajos ingresos. Estos sectores

deben reducir el consumo de otros bienes y

servicios, en muchas ocasiones también muy

necesarios, recurren a la auto-medicación, consultan

curanderos tradicionales o incurren en gastos

catastróficos. Por su parte, esta es una fuente

inestable de ingresos para los centros de salud. Los

prepagos, entonces, se muestran como la alternativa

más adecuada, tanto para usuarios como para

proveedores de servicios.

Dado que el problema de fondo que se pretende

atacar es el no acceso a los servicios de salud en

tiempo y forma, resulta de interés estudiar el rol de

las tarifas a los usuarios, así como de otras barreras

al acceso. Por un lado están las barreras económicas

o de costos (cost barriers), de las cuales las tarifas

son solo un componente, y por otro lado se

encuentran aquellas barreras no económicas (non-

cost barriers). Todas estas barreras comprometen la

capacidad de los individuos más pobres para

conseguir la atención necesaria de su salud.

Dentro de las barreras económicas se encuentran las

tarifas a los usuarios, los pagos informales, aquellos

pagos por servicios no provistos en los servicios

públicos (medicamentos, estudios y técnicas

diagnósticas) y los pagos en servicios privados de

atención a la salud (a los que se recurre para acceder

a servicios que no se encuentran provistos en los

centros públicos). Estos configuran los denominados

gastos de bolsillo en salud. Otras barreras

económicas deben adicionarse, tales como los costos

de transporte (más acentuados en áreas rurales

remotas y donde el sistema de transporte tiene

limitaciones), y otros costos asociados al acceso a los

servicios sanitarios, como ser los gastos extra en

alimentación, en hospedaje, etc. A estos costos

deben sumarse, asimismo, los costos indirectos

relacionados con los ingresos que el individuo o su

familia o red de contención dejan de percibir, el

ausentismo escolar, etc.

Dentro de las barreras no económicas, se pueden

identificar las relacionadas con la calidad, con la

información y las barreras culturales. Las barreras

asociadas a la calidad tienen que ver con la

insuficiencia o baja calidad de los recursos humanos,

así como a la falta de medicamentos, equipamiento

Page 59: Revisión del marco conceptual y experiencias en la región

59

u otros insumos médicos. La falta de información

actúa como una barrera en contextos donde los

derechos de atención de los individuos, o los

esquemas de exenciones de pagos, no son

difundidos entre la población, problema con mayor

incidencia entre los sectores de la población con

menores niveles educativos. Las barreras culturales

tienen dos expresiones: por un lado las relativas al

estigma producido por ser el objetivo de una política

focalizada (pacientes con HIV/SIDA por ejemplo)

puede generar el efecto opuesto, al desincentivar el

acceso y, por otro lado, existe en ocasiones

incompatibilidad entre los servicios provistos y las

normas culturales de la población o ciertos grupos

específicos.

Estas barreras al acceso no son independientes sino

que actúan de forma conjunta sobre las posibilidades

y las decisiones de acceso a los servicios por parte de

los usuarios. Asimismo, el efecto de la introducción o

eliminación de tarifas al usuario puede afectar una

forma a determinada barrera pero estar actuando en

sentido contrario a través del efecto sobre otra de las

barreras. Por ejemplo, existe un efecto potencial de

mejora en la calidad cuando se introducen tarifas al

usuario; la eliminación de estas tarifas puede

presionar a la baja los precios de los proveedores

privados (en los marcos en que existe competencia

de precios entre ambos sectores), la eliminación de

las tarifas puede incidir en el problema de la

estigmatización pero no eliminar las otras barreras

culturales asociadas a la incompatibilidad con ciertas

normas culturales. Se hace necesario considerar todo

el abanico de posibles efectos en las diversas

barreras al acceso a la hora de diseñar las políticas

de costos compartidos, evaluando a su vez los

efectos de los incentivos a los proveedores de

servicios.

Se sugiere evaluar la posibilidad de otras alternativas

para mejorar el acceso, como ser bonos para ciertos

servicios, transferencias condicionadas con

subvenciones parciales o totales de las primas para

los pobres (estrategia seguida en varios países de

América Latina focalizando en la infancia), etc. En

términos más generales, el acento en el debate

internacional está puesto en la conveniencia de

reforzar los esquemas de prepago, ya sean privados,

basados en la comunidad o en la seguridad social, o

financiados con impuestos. El desafío radica en que

las políticas implementadas beneficien en mayor

grado a los sectores más vulnerables. Por su parte,

debe fortalecerse la capacidad de los proveedores

para que la atención sea de calidad, así como regular

de mejor forma a los proveedores privados de

servicios de salud. Las políticas comunicacionales son

importantes, así como la participación de las

comunidades.

A modo de conclusión, el estudio señala cinco

lecciones claves: que las tarifas a los usuarios son una

barrera importante, en especial para el acceso de los

sectores más pobres (aunque puede ser al menos

parcialmente compensado por una posible mejora

en la calidad de los servicios), que estas tarifas no

son la única barrera que enfrentan los más pobres,

que las políticas de eliminación de las tarifas puede

tener efectos positivos pero para ello deberá

acompañarse de otra serie de medidas y, por último,

que las alternativas posibles deben valorarse en

función del contexto, incluso las de eliminación de las

tarifas, que podrán ser beneficiosas en ciertos

contextos pero podrán requerir de gradualidad en

otros marcos.

Artículo: Removing User Fees in the Health Sector in

Low-Income Countries: A Multi-Country Review.

Autores: Bruno Meessen, David Hercot, Mathieu

Noirhomme, Valery Ridde, Abdelmajid Tibouti, Abel

Bicaba, Christine Kirunga Tashobya, Lucy Gilson.

Año: 2009.

Disponible en:

http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/22027919

Page 60: Revisión del marco conceptual y experiencias en la región

60

Este estudio se elabora en un momento en el que

hay atención política puesta en la consecución de los

Objetivos de Desarrollo del Milenio, en tanto el

debate en torno al financiamiento sustentable del

sector de la salud y a qué tan adecuados son los

arreglos financieros actuales en entornos de bajos

recursos. En este marco, la eliminación de los user

fees –es decir, los pagos por parte de los usuarios de

los servicios de salud– ha vuelto al debate

nuevamente y se lo ha incorporado en las agendas

globales y nacionales. La experiencia de la

eliminación total de user fees en Uganda en el año

2001, con el consecuente aumento de la utilización

de los servicios ambulatorios, y con fuertes indicios

de haber beneficiado en mayor medida a los pobres,

ha sido clave en la renovación de este interés.

Con base en las experiencias africanas, varias

organizaciones e iniciativas han defendido la

eliminación de los user fees bajo ciertas condiciones,

entre ellas EQUINET (una red de investigación y

apoyo a la equidad de África del Sur), Save the

Children del Reino Unido, el Millenium Project y la

Comisión para África de las Naciones Unidas, Oxfam,

Médecins du Monde, Médecins sans Frontières y el

Department for International Development del Reino

Unido (DFID).

En 2005 UNICEF hizo un llamamiento a los gobiernos

y organismos para trabajar en pos de la eliminación

de los user fees para la educación primaria y, cuando

fuese propicio, por los servicios de salud.

Este trabajo constituye una revisión de la experiencia

de seis países del África sub-sahariana (Burkina Faso,

Burundi, Ghana, Liberia, Senegal y Uganda) en sus

procesos de eliminación de user fees. No se propone

debatir si son buenos o malos, sino en cómo deben

hacer los gobiernos que así lo deseen para eliminar

los pagos por servicios. Se parte del supuesto de que

es una medida con gran potencial para mejorar el

acceso a los servicios sanitarios, pero para que esto

ocurra debe formar parte de un paquete más amplio

de medidas. Por ende, el objetivo principal del

trabajo es revisar las lecciones que dejaron las

experiencias en cuánto a qué se debe hacer y qué no

debe hacerse al eliminar los user fees de forma de

alcanzar el potencial prometido por la medida.

El marco en el que trabajaron fue el modelo

propuesto por Walt y Gilson en 1994 y luego

enriquecido por adaptaciones de otros autores. Este

modelo consta de cuatro dimensiones: el contexto

de la reforma, su contenido, los actores involucrados

y el proceso de la política, a las que se agrega una

quinta dimensión referida a los efectos de las

medidas.

Los países seleccionados comparten ciertas

características: necesidades de salud de la población

y niveles de desarrollo, países donde las reformas

fueran de alcance nacional y donde hubiera historia

reciente de cambios en las políticas de pagos por los

usuarios y, en base al interés de UNICEF, se eligió

países donde la política se enfocara a mujeres y

niños. Sin embargo, los seis países se diferencian en

otras de sus características: adoptaron distintas

estrategias en la eliminación de los pagos, vivieron

un diferente pasado colonial (algunos tuvieron

influencia francesa y otros anglosajona).

Los autores señalan algunas limitaciones al estudio,

como ser acotado período de tiempo (cuatro meses)

y la dificultad para acceder a la información (en

algunos casos se tuvo que limitar a estudios

previamente elaborados). Estos factores redundaron

en limitaciones al diseño del estudio, como ser la

imposibilidad de establecer una relación causal entre

el proceso de las reformas y los resultados, y la

escasa atención puesta en una de las dimensiones

del análisis: los actores involucrados.

Los resultados del estudio en cuanto al contexto de

los países partió de algunas estadísticas básicas,

indicadores económicos y de salud. Uno de los

factores más llamativos es el alto porcentaje del

Page 61: Revisión del marco conceptual y experiencias en la región

61

gasto de bolsillo dentro del gasto privado en salud

en cinco de los seis países (guarismo mayor al 80%

en todos, con la excepción de Uganda en 52%), lo

que indica que la cobertura por esquemas de

aseguramiento es aún muy bajo en estos países. La

ayuda internacional representa un componente alto

del gasto en salud –Burkina Faso y Libera son los

países más privilegiados–. Los servicios de salud se

organizan de una forma similar. En términos

políticos, todos son democracias, pero debe

distinguirse entre aquellos con un contexto más

estable de dos de ellos que salían de una guerra civil

recientemente (Burundi y Liberia), por lo cual la

calidad regulatoria, señalada por Kaufmann (2008) se

encuentra mucho más limitada en estos últimos.

El contenido de las reformas fue variado según los

países, tanto en cuanto al paquete de beneficios y

población objetivo, como al alcance (nacional-

regional), el período en el cual se implementaron y el

financiamiento. Se hizo hincapié en el estudio de las

diversas modalidades de compensación a los centros

de salud, dado que la medida de abolir los user fees

será exitosa en cuanto a mejoras en el acceso

siempre que haya recursos disponibles –tanto

recursos humanos como medicamentos o insumos

médicos– para hacer frente a los aumentos en la

demanda. A su vez, algunas experiencias advierten

sobre potenciales incentivos hacia la inducción de la

demanda por parte de los profesionales médicos o

los centros de salud.

En relación a los actores involucrados en el proceso

de eliminar los user fees, se destaca el apoyo de las

organizaciones no gubernamentales en Liberia

(brindando apoyo financiero y técnico), pero en el

marco general de los países analizados el rol de los

donantes fue relativamente limitado. Se trató más

bien de acciones políticas originadas en el gobierno,

apoyadas en ciertos casos por otros actores.

El proceso de las políticas implementadas para abolir

los pagos por los servicios se analizó en función del

cumplimiento de cada país de un listado de

condiciones asociadas a una buena práctica, tanto de

la etapa de formulación, como de la etapa de

implementación. Una buena práctica del proceso de

formulación implica: un análisis preliminar de la

situación, evidencia científica nacional e internacional,

claridad en los objetivos de la política, consideración

de distintas alternativas, valoración exhaustiva de la

opción elegida, identificación temprana de medidas

asociadas, visión, apropiación y liderazgo respecto a

la medida, involucramiento de los actores claves

desde la formulación, coincidencia entre el contenido

de la reforma y las preferencias de las partes

interesadas. Considerando el conjunto de las

condiciones, Burkina Faso tuvo un relativamente

buen desempeño, mientras que Burundi uno más

bien desfavorable.

En relación al proceso de implementación, el listado

de buenas prácticas señaladas en el estudio refieren

a reformas: con secuencia, con procesos de

planificación, con estrategias de comunicación a las

partes interesadas, compromiso de mediano plazo

respecto a la carga presupuestal, canalización de

recursos, liderazgo gubernamental, fortalecimiento

de las capacidades, unidad de coordinación

empoderada, monitoreo, evaluación y ejecución de

la reforma. Llama la atención de los autores que en

la mayoría de los países las políticas fueron lanzadas

sin el establecimiento de sistemas básicos de

monitoreo y evaluación de las políticas, lo que atenta

contra la posibilidad de corregir aquellos elementos

que hayan provocado un alejamiento de los

resultados respecto de los objetivos.

Los efectos a los que refiere el trabajo son los

resultados obtenidos según los estudios consultados,

ya que no eran los efectos el foco de la atención. A

su vez, la mala calidad de los sistemas de

información en el sector salud en los países

considerados constituyó una restricción, además de

que ningún país estableció líneas de base ni trabajó

con grupos de control, con lo cual la evaluación se

Page 62: Revisión del marco conceptual y experiencias en la región

62

ve limitada de manera importante. Los datos sobre

utilización sugieren un aumento en países como

Uganda y Ghana; en el primero hubo incrementos en

la utilización de los servicios públicos, pero también

de los privados (posiblemente explicado por escasez

de medicamentos). La utilización puede haber sido

heterogénea al interior de las distintas regiones de

cada país y en función de los centros de salud, ya

que algunas zonas o centros reciben ayuda directa

de organizaciones. Para estos dos países los

aumentos en la utilización fueron más acentuados en

los hogares más pobres.

Dadas las carencias en la información, es muy difícil

evaluar los efectos en la salud. Cabe destacar que la

medida de eliminar los user fees implica atacar una

de las tantas barreras al acceso que pueden existir;

desde el lado de la demanda, la carga financiera

asociada a los costos de transporte aun persiste y,

desde el lado de la oferta, se señala la importancia

de fortalecer los servicios (por ejemplo, lograr una

mayor motivación del personal en un contexto en el

que aumenta su carga de trabajo). Si bien no existe

suficiente información como para analizar el impacto

financiero en los centros de salud, se señala como

preocupación el descenso de los ingresos con los

que pasan a contar al momento de eliminar los

pagos de los usuarios. En términos más generales,

los autores creen que en cada país el indicador clave

para medir el impacto de la medida debería ser ver si

desencadenó una verdadera dinámica de esfuerzos

sostenidos para atacar el problema de la

accesibilidad a los servicios sanitarios.

El trabajo concluye con el planteo de una serie de

recomendaciones en torno a cómo implementar una

política de eliminación de los pagos por parte de los

usuarios. Al momento de la elaboración del trabajo

el contexto se mostraba muy propicio para la

aplicación de este tipo de medidas, por lo cual se

visualizaba una ventana de oportunidad.

Dada la experiencia y la variedad de problemas

enfrentados en el pasado por los diversos países

estudiados, el trabajo sugiere apoyo técnico por

parte de los organismos internacionales, en especial

en las fases de formulación e implementación de las

políticas. Las alternativas que los autores visualizan

en términos de acción son: la provisión de

conocimientos técnicos, la aplicación de experiencias

piloto, el apoyo a las redes regionales, una mejor

coordinación entre las agencias, directrices técnicas y

traducción de materiales que sólo se encuentran

disponibles en inglés, así como aportar hacia la

consolidación de un consenso más firme sobre las

estrategias de financiamiento de la atención de salud

en situaciones posteriores a conflictos. Es crucial para

los autores el trabajo conjunto entre actores

nacionales y agencias internacionales.

Capítulo de libro: Evaluación de la introducción de

tarifas al usuario por servicios preventivos en

Jamaica: impacto sobre el nivel de salud y las

estrategias adaptativas de los usuarios.

Autores: Wilma Bailey, Georgiana Gordon-Strachan,

Aldrie Lee Henry, Jasper Barnett, Stanley Lalta, Dillon

Alleyne.

En libro: Protección social en salud en América Latina

y el Caribe. Investigación y políticas. Amparo

Hernández Bello, Carmen Rico de Sotelo (editoras)

Año: 2011.

Disponible en:

http://idl-

bnc.idrc.ca/dspace/bitstream/10625/45898/1/132385

.pdf

El sistema de salud de Jamaica refleja los vínculos

coloniales y la influencia británica; es un sistema

público de salud financiado por impuestos, una

amplia gama de servicios de salud pública y atención

Page 63: Revisión del marco conceptual y experiencias en la región

63

primaria, secundaria y terciaria. En paralelo a la red

pública, existen servicios de salud privados que

prestan mayoritariamente servicios ambulatorios; el

sistema público es el proveedor principal de la

atención hospitalaria. En 1997 se implementa una

reforma cuyos objetivos fueron mejorar el

desempeño del sector salud y hacerlo más receptivo

a las necesidades locales.

Cerca del 90% de los recursos financieros de los

servicios de salud públicos provienen de las

asignaciones presupuestarias administradas por el

Ministerio de Salud; el otro 10% se financia a través

de las tarifas a los usuarios. Las asignaciones

presupuestarias han sido insuficientes, por lo cual el

Ministerio de Salud y las Autoridades Sanitarias

Regionales (RHA) han tenido que recurrir a diversas

estrategias para administrar los fondos. Entre 1980 y

2003 se discutió el problema del manejo financiero;

los mayores problemas: las restricciones

presupuestarias, la limitada cobertura poblacional del

seguro y la inequidad en el acceso y uso de los

servicios de salud por parte de los sectores más

pobres.

El Banco Mundial a fines de la década del 80

proponía la introducción de tarifas a los usuarios

(user fees) para obtener los recursos que los sistemas

de salud necesitaban y evitarían el deterioro en la

provisión de servicios; compartir costos en los

servicios sociales se convirtió en una de las

condicionalidades para que Jamaica obtuviese del

Fondo Monetario Internacional (FMI) los préstamos

que necesitaba. Es así que en 1993 y luego también

en 1999 se revisa el esquema de tarifas a los usuarios

(pagos en los centros públicos de salud); desde el

año 2000, los fondos provenientes de estas tarifas se

comenzaron a considerar una fuente de ingresos de

las RHA (complementa las subvenciones

presupuestarias del Ministerio de Salud).

Entre 1999 y 2004 surgieron inquietudes respecto al

acceso inadecuado, las barreras financieras (tarifas a

los usuarios o altos copagos/pagos de bolsillo) y

sobre los débiles mecanismos de protección

financiera en Jamaica. Desde los decisores políticos

hubo un compromiso en minimizar los efectos

negativos de la implementación de tarifas en los

grupos vulnerables mediante exoneraciones y otros

beneficios en materia de seguridad social. Los

beneficiarios del Programa para el Progreso

mediante la Salud y la Educación (PATH por sus

siglas en inglés) fueron exonerados cualquier tipo de

pago. Asimismo, el Programa de Medicamentos para

los Ancianos de Jamaica (JADEP) se inició en 1996

para hacer que los medicamentos esenciales estén

disponibles a cambio de una tarifa simbólica (1% del

salario mínimo semanal aproximadamente) para la

población a partir de los 60 años (programa no

focalizado según nivel de ingresos sino enfocado a

personas ancianas con ciertas patologías crónicas).

Por su parte, el Fondo Nacional de Salud (NHF por

sus siglas en inglés) se estableció en el año 2003 y

financiado a través de un impuesto al consumo de

tabaco, un impuesto sobre los salarios y un impuesto

especial sobre el consumo de alcohol y petróleo,

tiene como objetivo apoyar financieramente al

sistema de salud; brinda dos categorías de beneficios

focalizados: por un lado da beneficios individuales

para adquirir medicamentos asociados a 14

enfermedades crónicas y, por otro lado, apoya a

proyectos privados y públicos que se orienten a

mejorar la promoción de la salud y la prevención de

enfermedades, así como también a fortalecer la

infraestructura y capacidad de oferta.

A la hora de fijar los niveles “políticamente

aceptables” de las tarifas a los usuarios, fue necesario

responder dos preguntas clave: ¿cómo impactan las

tarifas en la inequidad en el acceso a los servicios de

salud y en el aumento de la carga social de los

sectores pobres? y ¿qué otras opciones posibles

existen para generar ingresos en el sector salud?

Responder estas preguntas implica dar también

respuesta a otras como: ¿deben fortalecerse las

Page 64: Revisión del marco conceptual y experiencias en la región

64

estrategias de focalización al tiempo de mantener

vigentes las tarifas?, ¿qué servicios y/o grupos de

pacientes son los más afectados?, ¿debe haber

distintas tarifas para los diversos servicios de atención

preventiva?, ¿la aparente disminución en el uso de

servicios de salud se debe sólo a las tarifas o

responde también a otros factores? Y, por último ¿La

disminución es lo suficientemente grande como para

ameritar una reducción en las tarifas para ciertos

sectores de la población?

El estudio tenía como propósito aportar información

para la discusión del gobierno respecto a las tarifas a

los usuarios, aunque las elecciones del 2007 dieron

lugar a un cambio en la administración que, de

modo de atender una promesa hecha en la campaña

electoral, eliminó por completo las tarifas a los

usuarios. Se señala, sin embargo, que los resultados

presentados en este documento son importantes

para contar con evidencia si en un futuro vuelve a

discutirse la imposición de tarifas a los usuarios.

Como procedimiento de investigación se adoptó una

metodología mixta que combinó un estudio de

cohorte de 500 hogares, grupos focales,

observaciones mediante la técnica de “cliente

misterioso” (mistery client) y entrevistas. La cohorte

comprendía a 1.017 clientes que buscaban servicios

de planificación familiar, atención prenatal y

vacunación así como servicios para diabetes e

hipertensión.

Los diferentes tipos de métodos arrojaron resultados

coherentes. Por un lado, los decisores políticos

consideraban las tarifas como una fuente de ingresos

para las RHA y, a veces, incluso, la expectativa era

que los clientes pagaran más que las tarifas

publicadas. Los trabajadores de primera línea en los

centros de salud se mostraron bajo presión para

recaudar, de modo que negaban muchas de las

solicitudes de exoneración, con estrategias como la

de avergonzar a los clientes, situación ante la cual

muchos de los usuarios respondieron optando por

reducir costos, alternativa que podían comprometer

su salud.

En cuanto a los distintos tipos de prestaciones, la

investigación mostró que las tarifas en los servicios

de atención preventivos primarios (atención prenatal,

vacunación y planificación familiar) tuvieron un

efecto mínimo sobre el uso. Sí fue una barrera al

acceso para quienes buscaban servicios preventivos

secundarios para controlar sus afecciones crónicas,

en especial los ancianos y los que vivían en áreas

rurales alejadas. Se recomendó un subsidio en los

costos de transporte en las zonas rurales (al igual

que en las urbanas), ya que las farmacias están lejos

de las comunidades rurales.