retos y transformaciones del estado contemporáneo
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UNIVERSIDAD CENTRAL DE VENEZUELA.
FACULTAD DE CIENCIAS ECONOMICAS Y SOCIALES
ESCUELA DE SOCIOLOGIA
ANTROPOLOGÍA DEL DESARROLLO
Retos y transformaciones del Estado
Contemporáneo
Autor:
Albert Urbina
Caracas, diciembre del 2012
INDICE
Introducción…………………………………………………………………….…..3
Retos y transformaciones del Estado Contemporáneo…………………….….6
A) Origen y definición del Estado………………………………………...…..6
B) El Estado de bienestar y su crisis: ofensiva neoliberal
y globalización del capital……………………………………..………….9
C) Retos y problemas del Estado contemporáneo………………………..12
1. Crisis de legitimidad del Estado……………………………………12
2. Crisis de identidad……………………………………………….…13
3. Surgimiento de translocalidades, cartografías
posnacionales o transnacionales………………………………..…14
4. La entrada en escena de Nuevos Actores Internacionales………16
5. Problemas globales…………………………………………….……..17
D) Escenario para el futuro próximo: el Estado Red,
descentralizado y Relacional ……………………………………..…17
Conclusión……………………………………………………………………..…..24
Bibliografía………………………………………………………………………28
2
INTRODUCCION
El siguiente trabajo examina con fines prospectivos los retos y las
transformaciones que afronta el Estado contemporáneo.
Cuando hablamos de Estado es importante tener en cuenta que
estamos hablando de la forma de organización del orden y el poder político
que las sociedades han adoptado a partir de la modernidad con el
surgimiento del capitalismo, el desarrollo de las ideas liberales y el avance de
la ciencia. Nos estamos refiriendo a una forma jurídico-política que resulta de
un complejo proceso histórico de concentración del poder más que de una
comunidad de intereses o sentimientos. No estamos hablando solo de una
institución sino más propiamente de todo un orden institucional, que sienta
sus bases mismas en las características y valores de las sociedades y los
individuos actuales, lo que nos da una idea de la enorme complejidad del
tema.
No pretendemos aquí precisar el futuro del Estado, sino más bien
identificar las tendencias transformadores actuales y la magnitud de los
cambios que el Estado afronta, si son reales o superficiales. No postulamos
aquí ni la crisis del Estado, ni mucho menos su desaparición. Creemos sin
duda que el Estado transita actualmente por un complejo proceso de
transformación, dinámico, incierto y acelerado. Lo que existen son
tendencias que se producen como consecuencia de la dinámica propia de las
relaciones políticas omnipresentes en todos los niveles de todas las
sociedades. En general la tendencia de los Estados es a democratizarse
hacia lo interno e integrarse hacia lo externo. Un cambio en dicha tendencia
es perfectamente posible, tanto como su aceleración, pero ambas cosas son
impredecibles y dependen en última instancia de la acción de los actores y
3
de los acontecimientos que esta genere. La tendencia es hacia la
transformación, siempre ha sido así, no hacia la desaparición, pues se
mantienen la vigencia de los elementos definitorios de la forma política
Estado (ver apartado A). Claro que esta tendencia puede cambiar hacia la
construcción de formas distintas, pero este cambio, en todo caso, requeriría
producir una ruptura histórica que por ahora resulta imposible de predecir.
El trabajo se desarrolla a lo largo de 5 capítulos en los que se trata de
dibujar el contexto completo de cambios y retos que afronta y vive el Estado.
El primer apartado titulado “Origen y definición del Estado” tiene el objetivo
de presentar al lector el concepto de Estado destacando sus características
definitorias y de hacer un resumido recuento de sus transformaciones
históricas. Esto resulta esencial si no se quiere perder la vista en factores
secundarios, pues es necesario centrar el análisis en los elementos centrales
de nuestro objeto de estudio.
En el segundo apartado nos detenemos a estudiar la crisis del Estado
de bienestar y los efectos del neoliberalismo globalizado sobre este último,
todo lo cual se sitúa en el origen de muchas de las dificultades que enfrenta
el Estado actualmente. Dichas dificultades se precisan en el tercer apartado
titulado “Retos y problemas del Estado contemporáneo”. Estos dos apartados
juntos pretenden explicar el contexto general de cambio y dificultad que
afronta el Estado de nuestro tiempo.
Una vez contextualizado el estado actual de cosas pasamos a estudiar
las tendencias transformadoras del Estado que actualmente se están dando,
y a formular nuestras consideraciones acerca de cada una de ellas con
respecto a los elementos de cambio, vislumbrando al Estado del futuro como
un Estado descentralizado y relacional hacia lo interno y un Estado Red
hacia lo externo.
4
Por último, formulamos en las conclusiones nuestras consideraciones
personales sobre el futuro del Estado y nuestras críticas a la supuesta crisis
o desaparición del Estado de la que algunos teóricos han hablado desde una
postura ciertamente exagerada o sesgada. Porque en efecto consideramos
que el Estado tiene futuro en tanto no surja una forma política capaz de
asegurar el orden, monopolizar la violencia y administrar la justicia con el
mismo o con más éxito que el Estado.
5
RETOS Y TRANSFORMACIONES DEL ESTADO CONTEMPORÁNEO
A) Origen y definición del Estado
El Estado Moderno constituye un modo de organización de la
sociedad relativamente reciente en la historia de la humanidad. El
surgimiento del Estado moderno puede situarse alrededor del siglo XV,
época durante la cual los reyes europeos iniciaron un proceso de
concentración y centralización del dominio sobre sus tierras, aprovechando
la crisis que enfrentaban los señoríos feudales, producto de las guerras, las
enfermedades y el surgimiento de la burguesía, que deseaba desprenderse
de los señores feudales, ya que se veían perjudicados por la condición de
vasallos de éstos y por la economía feudal. De la alianza entre la monarquía
y la burguesía, resultaron la eliminación del feudalismo y el nacimiento del
Estado moderno en las sociedades más avanzadas de la Europa occidental.
Para llegar al concepto y a las instituciones que sustentan este modo
de organización fue necesario, en primer lugar, disociar las funciones que
cumple el Estado, de las personas que ejercen el poder. Con la
conformación del Estado moderno, se llegó progresivamente a la conciencia
de que el orden político transcendía a las personas de los gobernantes. Así
nació el Estado moderno, un Estado que no confunde las instituciones que lo
conforman, con las personas que ocupan el poder, y que asume un conjunto
de funciones en beneficio de la colectividad (Français, 2000).
Paralelamente, fue conformándose el concepto de nación, entendido
como la colectividad forjada por la Historia y determinada a compartir un
futuro común, la cual es soberana y constituye la única fuente de legitimidad
política. Esta conceptualización sólo se consolida a fínales del siglo XVIII.
Con ello se inició un proceso de estructuración institucional de las
6
comunidades nacionales que se propagaría por toda Europa y el continente
americano en el transcurso del siglo XIX, y se ampliaría a escala mundial en
este siglo, con el acceso a la independencia de las antiguas colonias. El
Estado-nación, propiamente dicho, surgió a principios del siglo XIX y alcanzó
su apogeo en el curso del siglo XX (Français, 2000).
El Estado es una forma política que se caracteriza
fundamentalmente, conforme la descripción hecha por Weber, por lograr
reclamar para sí con éxito el monopolio de la violencia física, legítima y legal
en el marco de un territorio, una población y un ordenamiento jurídico
determinado. La consecución de este objetivo requiere la constitución de
ciertos elementos definitorios como lo son: el establecimiento de un poder
central, la creación de un ejército profesional y unificado para el
manteniendo del orden y el poder; la conformación de un aparato
administrativo estatal para el manejo de los recursos; y el establecimiento de
relaciones diplomáticas que le aseguren su integración al orden
internacional.
Desde la Paz de Westfalia1 de 1948 el Estado fue concebido y
reconocido como el actor central tanto a nivel interno como externo, pues
para este entonces la progresiva concentración de poder por parte de las
monarquías europeas les había logrado la efectiva constitución de los
primeros Estados, bajo la forma del absolutismo monárquico (sobre todo en
los casos de España, Francia e Inglaterra). El Estado ha sido pues desde su
nacimiento un actor fundamental de la vida en sociedad, y en el principal
1 La Paz de Westfalia dio lugar al primer congreso diplomático moderno e inició un nuevo orden en Europa central basado en el concepto de soberanía nacional. Varios historiadores asignan una importancia capital a este acto,1 pues fue en Westfalia que la integridad territorial se erigió como un principio que consagra la existencia de los Estados frente a la concepción feudal de que territorios y pueblos constituían un patrimonio hereditario. Por esta razón, marcó el nacimiento del Estado nación.
7
(aunque no único) garante del orden social allí donde logra con éxito
concentrar el poder político y militar.
El Estado se ha erigido desde aquel momento como el principal
vehículo organizador del orden político moderno, suplantando exitosa y
establemente a sus alternativas políticas premodernas2. Desde un enfoque
racionalista el Estado es el medio más eficiente para alcanzar determinados
fines –como por ejemplo, la acumulación y domesticación del poder político,
requisito indispensable para el mantenimiento del orden. Desde un enfoque
constructivista, por otro lado, el Estado tiende a construir expectativas
cognitivas y normativas que refuerzan su propia legitimidad y otorgan sentido
al orden social, garantizando su reproducción mediante la creación e
institucionalización de valores colectivos. En cualquier caso, el Estado
contemporáneo constituye una de las máximas expresiones de la
modernidad, aparece por ello fuertemente asociado a un conjunto de
fenómenos vinculados con esta tradición, entre los cuales se destacan el
capitalismo, la ciencia y el individualismo liberal (Vázquez, 2011: 236)
Ahora bien, desde su formación el Estado moderno ha sido siempre
un orden político en continua construcción, un trabaja inacabado y siempre
en progreso. Desde su nacimiento el Estado ha adoptado las formas de
Estado Absolutista Monárquico3, Estado Constitucional de Derecho o
Estado liberal burgués4, Estado Social de derecho o más recientemente
Estado Social de derecho y de justicia. Todas estas son categorías usadas
para definir las especifidades políticas y jurídicas que el Estado ha adquirido
con el pasar del tiempo para adaptarse a los cambios apócales, a los valores
imperantes y a las exigencias de las gentes.
2 La ciudad-estado, el imperio despótico y el feudalismo.3 También denominado «Ancien régime» el cual se caracteriza por la autoridad absoluta del Rey
basada en la idea de la disposición divina y en la división de la sociedad en estamentos.4 Nacido de la Revolución Independentista Americana y de la Revolución francesa, encuentra entre
sus fundadores a Locke, Montesquieu, Constant, Jefferson, Franklin, entre otros.
8
B) El Estado de bienestar y su crisis: ofensiva neoliberal y
globalización del capital
El Estado de bienestar, cuya génesis institucional se remonta a finales
del siglo XIX y se consolida al finalizar la segunda guerra mundial, es
producto de un contexto de crisis caracterizada por los desbarajustes
sociales producto del desarrollo del libre mercado y por la irracionalidad del
sistema capitalista. En este contexto los Estados liberales afrontaron una
seria crisis que en muchos casos derivo en la construcción de regímenes
fascistas o socialistas, los cuales integraron algunos principios del Estado
social, al tiempo que eliminaron los principios del liberalismo político5.
Por otra parte, en los Estados liberales los diferentes teóricos políticos
propondrán soluciones de carácter socioeconómico más que político;
soluciones que no implican la sustitución del orden existente, sino una
transformación adaptativa del Estado, que supone la intervención de este en
la economía como medio de disminuir las diferencias económicas. De este
modo lo que determina el paso del Estado liberal de Derecho al Estado
económico y sociales la organización estatal de la economía (Jiménez, 2011:
20).
Finalizada la segunda guerra mundial en la que los Estados liberales
logran triunfar se consolida el Estado bienestar poniendo fin a la crisis
sistémica que venía atravesando occidente. Este último tuvo un notable éxito
en la consecución de mejores niveles de vida para sus habitantes, en la
reducción de las desigualdades económicas, en la pacificación del conflicto
social de clases e incluso en la promoción y recuperación de la producción
5 Sujeción del poder político a la Ley, respeto a los derechos individuales, división de poderes, estructura constitucional, igualdad de todos frente a la ley.
9
económica que en los años ’50 y `60 habría alcanzado niveles sin
precedentes en EE.UU.
El consenso en el que se fundamentó el Estado de bienestar se
rompió a mediados de los años ’70 del siglo XX. El estancamiento de la
economía en 1973, con la crisis del petróleo y sus consecuencias de paro e
inflación, supuso diversas críticas a las sociedades del bienestar. Las altas
tasas de desempleo plantearon un problema de financiación al aumentar los
gastos sociales y disminuir los ingresos6. Aparece la crisis fiscal de Estado
de bienestar como un obstáculo para su mantenimiento a largo plazo
(Jiménez, 2011: 31)
En este contexto, cuando el mundo capitalista avanzado cayó en una
larga y profunda recesión, combinando por primera vez bajas tasas de
crecimiento con altas tasas de inflación, las ideas neoliberales comenzaron a
ganar terreno. Según Hayeck y sus compañeros las raíces de la crisis
estaban localizadas en el excesivo poder del movimiento obrero que había
socavado las bases de la acumulación privada con sus presiones
reivindicativas sobre los salarios y con su presión parasitaria para que el
Estado aumentase cada vez más los gastos sociales. El remedio era claro:
mantener un Estado fuerte en su capacidad de quebrar el poder de los
sindicatos y el control del dinero, pero limitado en lo referido a los gastos
sociales y a las intervenciones económicas (Anderson, 2003)
El programa neoliberal logró detener la inflación, aumentar de la tasa
de ganancia, derrotar el movimiento sindical, hacer caer el número de
huelgas, contener los salarios y hacer crecer la tasa media de desempleo.
6 Se deben considerar también los cambios demográficos, tendientes al progresivo envejecimiento de la población, debido al descenso de la natalidad y el aumento de la esperanza de vida que, junto a la disminución de la duración media de la vida laboral, conduce al deterioro de la relación entre activos y pensionistas.
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Sin embargo y a pesar de todas las condiciones creadas no hubo ningún
cambio significativo en la tasa media de crecimiento. Esto ocurrió
fundamentalmente porque la desregulación financiera, uno de los elementos
de suma importancia en el programa neoliberal, creo condiciones mucho más
propicias para la inversión especulativa que productiva (Anderson, 2003).
La ofensiva neoliberal ha implicado en principio tres cosas:
1. En primer lugar, una sucesión de abandonos deliberados de
soberanía por parte del Estado en áreas claves de la regulación
económica, es decir, la apertura irrestricta de las fronteras al comercio
internacional y la desregulación financiera, todo lo cual sumado al
desarrollo de las TIC ha supuesto la conformación de un mercado de
capitales mundiales y la desvinculación de la actividad productiva con
los territorios nacionales.
2. En segundo lugar, implica el desmantelamiento del Estado de bienestar
que tanto éxito había tenido en la pacificación de los conflictos sociales
internos.
3. Por último y en estrecha relación con lo anterior, encontramos la
universalización y la expansión de la brecha social entre ricos y pobres.
Cada una de estas implicaciones ha tenido sus propias
consecuencias que muchas veces se cruzan entre sí, trastocando la
estructura sociopolítica del mundo entero.
En este marco contextual caracterizado por globalización del capital,
por la crisis del estado de bienestar, por el uso extensivo e intensivo de las
nuevas tecnologías de la información, por la crisis de identidad de mucho
pueblos y por la aparición de problemas globales estamos viendo al Estado
11
atravesar una serie de fuertes tensiones que necesariamente exigen su
transformación.
C) Retos y problemas del Estado contemporáneo
A continuación se expone un conjunto de elementos que entrañan
retos significativos para el Estado de la actualidad. Estos elementos se
derivan del contexto antes descrito y se relacionan y superponen entre sí. La
presentación numerada responde solo a fines didácticos.
1. Crisis de legitimidad del Estado
El proceso según el cual el Estado de bienestar se ha visto sometido
a un progresivo desmantelamiento y a una reconducción de sus formas
hacia los postulados del Estado mínimo, sumado a las políticas económicas
de corte neoliberal se han traducido en la mayoría de los casos en desastres
sociales que han implicado un serio cuestionamiento por parte de la
población de toda la estructura estatal. La insatisfacción de las necesidades
y la expansión de la brecha social son elementos que han afectado
gravemente la legitimidad del Estado.
Se observa, por un lado, un retroceso del Estado --tanto en efectividad
como en legitimidad-- en su misión de responder a las inquietudes y a las
aspiraciones de los ciudadanos lo que provoca una disminución del
compromiso de los ciudadanos en relación con el Estado, que no consigue
ya responder a sus aspiraciones de seguridad y bienestar, cuando no cae en
el extremo de servir a grupos e intereses ajenos a la nación.
12
Asistimos, por lo tanto, a un retroceso de la legitimidad del Estado,
que se traduce en una pérdida de credibilidad de las instituciones políticas y
de la legitimidad de la “clase” política, y cuyas consecuencias son gravísimas
para la solución de los problemas políticos y sociales a los cuales se
enfrentan los países hoy.
2. Crisis de identidad
El retroceso del Estado y el compromiso ciudadano no serían tan
graves si al mismo tiempo los valores y las referencias culturales que sirven
de cemento a la cohesión de cada pueblo no fuesen agredidos por un
modelo cultural globalizado, producto de los modos de vida que promueven
el capitalismo mundializado y el sistema de valores que lo respalda. Este
modelo cultural, promovido por el capitalismo y su principal centro de
impulsión –los grandes grupos norteamericanos con proyección
transnacional--, agrede hoy, no solamente a las sociedades del mundo
occidental, sino también a las del mundo subdesarrollado, y las enfrenta a
valores y modelos que destruyen la identidad cultural de cada pueblo, les
impone una cultura uniforme y mercantil que glorifica la violencia y el
individualismo, y atenta contra los valores de solidaridad y los principios
éticos que respaldan la mayoría de las culturas, incluyendo sus dimensiones
morales y religiosas (Français, 2000: 18)
Como resultado del proceso analizado, se ha exacerbado hoy la crisis
de identidad, entendida ésta como la crisis vivida por cada pueblo e, incluso,
por cada comunidad unida por valores y referencias comunes, frente a las
agresiones del modelo cultural dominante, en el contexto de un retroceso del
Estado y del compromiso ciudadano. La exacerbación de la crisis de la
identidad provoca dos tipos de reacciones por parte de las comunidades
agredidas: la primera es el rechazo, frecuentemente violento, de los valores y
13
referencias culturales promovidos y respaldados por el capitalismo
mundializado, y la segunda, corolario de la primera, es un retorno a los
valores y referencias tradicionales de las comunidades agredidas o el
enclaustramiento en ellos, con frecuentes derivaciones xenófobas.
Así se explica hoy tanto la expansión del integrismo musulmán frente
a la penetración de un sistema de valores que niega o destruye la
espiritualidad, como la proliferación, en el otro extremo, de la xenofobia y los
conflictos étnicos, tanto en países supuestamente civilizados, como en
sociedades menos avanzadas. Todo ello tiene como consecuencia una
desagregación tanto de la nación --como entidad unida por un pasado y un
destino comunes-- como del Estado --en sus formas tanto unitarias como
federales o confederadas--, y a una proliferación de los conflictos étnicos y
religiosos (Français, 2000: 19).
3. Surgimiento de translocalidades, cartografías posnacionales o
transnacionales
Appadurai (1999) usa estos términos para referirse a las nuevas
identidades que se configuran en la actualidad, desligadas del territorio
nacional, produciendo nuevas formas de localidad. El surgimiento de estas
nuevas identidades ha sido favorecido por el desarrollo de las TIC y por los
movimientos demográficos creciente producto de factores económicos,
comerciales y ambiéntales.
Las translocalidades serían todas aquellas localidades que superan
sus contextos nacionales para entrar en relación con contextos ajenos al
territorio de su nación. Ejemplos de estas translocalidades serían las
grandes ciudades de flujos y usos internacionales como Hong Kong o New
14
york, o también por ejemplo las comunidades que se desarrollan en los
límites entre un Estado y otro, como en el caso de la frontera de México con
los EE.UU.
Están también lo que Appadurai denomina cartografías posnacionales
las cuales son formas de identidad que se caracterizan por existir sin la
necesidad de habitar en territorios contiguos. El ejemplo más emblemático
de este tipo seria los Sikhs y con su nación «imaginaria» llamada khalistan).
El argumento principal de Appadurai es que estos movimientos al
entrañar una crisis de la soberanía territorial de los Estados entrañan en sí
una crisis del Estado-nación mismo.
A medidas que se abren fisuras entre el espacio local, el trasnacional y el nacional, el territorio, como base de la lealtad y el afecto nacional (lo que llamamos «suelo patrio») está cada vez mas divorciado del territorio como lugar de la soberanía y el control estatal de la sociedad civil. La jurisdicción y la lealtad están cada vez más separadas: un mal presagio para el futuro del Estado-nación en su forma clásica, donde se suponen que ambas dimensiones son coincidentes y se sustentan mutuamente (Appadurai, 1999: 114)
Este divorcio entraña sin duda una crisis del binomio Estado-nación
tal como lo conocemos desde el siglo XIX, pero hay que tener cuidado de no
llevar las interpretaciones al límite. Hablar de la desaparición del Estado
constituye sin duda una exageración y una mala interpretación de los fines
últimos de aquel. Recuérdese que el Estado existió una vez sin nación y que
por lo tanto es posible que vuelva a existir sin nación, la relación entre un
concepto y otro no es ni lineal ni unívoca. La legitimidad del Estado no recae
únicamente sobre la base de la identidad nacional, sino también e incluso
primeramente sobre su capacidad de mantener cierto grado de orden y de
responder a las demandas que se le hacen. Hoy en día existen varios que
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no sientan su legitimidad sobre las bases de una sola identidad sino varias,
como el caso de España o Canadá, estos llamados Estados plurinacionales
han logrado evitar la secesión o la fractura mediante esquemas
institucionales que otorgan amplios márgenes de autonomía a sus
comunidades. En todo caso lo que por ahora nos interesa resaltar es que
aunque ciertamente el surgimiento de identidades desligadas del territorio
comporta un elemento transformador, también es cierto que el Estado no
necesita ser “nacional” para existir, porque su justificación primera no
deviene del territorio sino de la necesidad de orden. Más adelante
examinaremos esto con más detalle.
4. La entrada en escena de Nuevos Actores Internacionales
El desarrollo de las TIC, el proceso de globalización económica y los
procesos de democratización han abierto la posibilidad para el nacimiento de
nuevos actores en una esfera donde tradicionalmente solo contaba el
Estado. En efecto, el surgimiento de las empresas trasnacionales, las ONG’s
globales y las proliferación de las organizaciones internacionales han hecho
perder al Estado su rol hegemónico en el área de la esfera internacional.
Esto significa entre otras cosas el surgimiento de nuevas relaciones
políticas entre unos actores y otros. El Estado ahora debe abrirse a la
posibilidad de integrar en el actuar político internacional la opinión y la acción
de otros actores. Sin embargo es importante tener en cuenta que la pérdida
de hegemonía no significa perdida de superioridad, el Estado sigue siendo el
actor principal por el excelencia del ámbito internacional solo que en las
condiciones actúalas ya no es ni único ni suficiente, lo que lo obliga a
integrarse junto con otros en la consecución de ciertos objetivos no solo por
presión sino también por necesidad.
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5. Problemas globales
Los problemas globales son aquellos que escapan al ámbito
doméstico del Estado y que amenazan a grandes regiones del planeta o al
mundo entero. Estos problemas amenazan por entero la estabilidad de todo
el orden social (terrorismo, tráfico de armas, migraciones sin control, crisis
económicas, etc.), y algunas veces la propia existencia de la vida humana
(amenaza nuclear, pandemias globales, problemas medioambientales, etc.)
La magnitud de estos problemas entraña por fuerza la necesidad de la
acción conjunta de los Estados, de las organizaciones internacionales (OI) y
de la sociedad civil, fundamentalmente a través de las ONG’s.
D) Escenario para el futuro próximo: el Estado Relacional Red
En medio de todo el conjunto de dificultades y retos anteriormente
señalados el Estado se verá obligado a desarrollar una serie de acciones,
muchas de las cuales ya han venido ejecutándose.
En primer lugar, el Estado necesita afrontar las tensiones internas
producto de su crisis de legitimidad, de la crisis de identidad y del
surgimiento de identidades posnacionales. Para afrontar estas tensiones
internas el Estado tendrá que volverse cada vez más un Estado relacional,
esto significa que deberá establecer mecanismos cada vez más prolíficos y
efectivos de relacionarse con sectores de la sociedad civil, desde la familia
hasta los grupos organizados, con la intención de involucrarlos en los
procesos de toma de decisión y de construcción del orden. La mejor manera
de hacer esto es a través de la descentralización, es decir, a través de la
transferencia de autonomía política, fiscal y funcional, lo cual permitiría a la
comunidades no solo aproximarse más a la gestión del gobierno sino que
17
también les abre las oportunidades de participar en dicha gestión en la
medida en que es un gobierno más cercano.
La descentralización juega el papel de una especie de sucedáneo de
la democracia directa, irrealizable en los grandes Estados. Ella permite dar
un rostro más humano a la ley impersonal dirigida a las multitudes, su
finalidad es restablecer y fortalecer los lazos de confianza entre la población
y la autoridad pública (Olvera, 2011).
Claro está que la efectividad de este proceso dependerá de la
sinceridad y la profundidad con que se establezca. En nuestra opinión el
proceso de descentralización debe ser profundo tanto en términos
territoriales como en términos político-funcionales. En otras palabras, la
descentralización será más o menos efectiva en la medida en que por una
parte, las autoridades estén más o menos cercanas a sus comunidades,
(podría pensarse por ejemplo en un proceso de municipalización), y por otra
en la medida en que el campo de acción trasferido –las competencias– sea
más o menos amplio, lo que puede ir desde la transferencia de políticas
urbanísticas hasta la posibilidad de establecer una lengua oficial particular o
manejar procedimientos y normas civiles distintos a los del resto del país.
Uno de los mejores ejemplos de este proceso lo constituyen los
Estados Plurinacionales7, que reconocen la existencia de identidades
distintas dentro de su territorio y procuran otorgar alto grado de autonomía a
sus comunidades. Esta es una primera alternativa dentro del contexto
global. Claro que este tipo de Estados puede entrañar diferentes tipos de
dificultades que podrían culminar en secesión pero en todo caso esto no
entraña la desaparición de los Estados.
7 España, Canadá, Bolivia y Bélgica son algunos de estos Estados.
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En efecto, una segunda alternativa para hacerle frente a los
problemas identitarios sería la reconfiguración de las fronteras en función de
las autonomías de las nuevas identidades. Esto significa por supuesto la
secesión de Estados ya existentes y la creación de unos nuevos, lo que
legitima en última instancia al Estado como forma política. Cuando la
reivindicación del derecho a la identidad se traduce en exigencia de
autonomía política y esta última se consigue el resultado ha sido siempre la
creación de nuevos Estados, de hecho, en 1945 existían 74 Estados y en la
actualidad existen 193, y es que hasta ahora no ha surgido ninguna otra
forma política capaz de proveer orden y seguridad con la misma eficacia que
el Estado, ninguna otra organización política, sea local, regional,
transnacional o global, se ha siquiera aproximado a la capacidad de asegurar
la lealtad y legitimidad normativa del Estado.
Además de las tensiones de fragmentación relacionas con el
resurgimiento de nacionalismos subestatales y con la crisis de legitimidad del
Estado, el Estado enfrenta una segunda fuente de tensiones relacionadas
con la integración, el proceso de globalización y la transformación de la idea
de soberanía. Esta segundo frente de dificultados y cambios surgen a partir
del nacimiento de nuevos actores internacionales, de la configuración de un
economía cada vez mas interdependiente especialmente en términos
financieros, del agravamiento de problemas globales de naturaleza no
territorial y del establecimiento de normativa internacional, todo lo cual ha
modificado los límites que anteriormente definían la soberanía del Estado.
Examinemos estos aspectos por separado.
En primer lugar encontramos los cambios asociados a la globalización
económica. Sobre este aspecto existen diferentes posturas. Para los
hipérglobalistas los gobiernos nacionales se han convertido en meras
correas de trasmisión del capital global entre poderosos mecanismos de
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gobernabilidad regionales y locales; así, los Estados-Nación, se habrían
convertido entidades anacrónicas que restringen la economía global y que
estarían destinados a ser progresivamente sustituidos por novedosas formas
de organización social y política. Frente a estos los escépticos consideran
que detrás de la globalización hay sobre todo un mito, pues algunos
aspectos tales como los niveles de inversión y comercio están lejos de ser
globales, sino que por el contario están altamente concentradas en la triada
América del Norte, Europa y Japón. Para estos, la globalización no ha
conseguido derrumbar los cimientos de la nación-estado debilitando su
soberanía: los gobiernos pueden y siguen desempeñando un papel
importante en la regulación de la economía y paradójicamente, facilitando la
continuidad del proceso de globalización económica. La crisis económica
actual (que comenzó en 2010) y las respuestas que se están intentando
ofrecer refuerzan esta idea pues se vuelve a mirar al Estado como regular de
la economía internacional (Delgado, 2011).
En el medio de los hiperglobalistas y los escépticos están los
transformalistas, entre los que destaca Anthony Giddens. Para estos la
globalización representa una fuerza transformadora que obliga tanto a los
Estados como a las sociedades a ajustarse a un mundo en el que ha dejado
de existir la clásica distinción entre lo internacional y lo nacional.
Giddens en sus muchas intervenciones reafirma la relevancia del Estado y, aun aceptando que los cambios puedan afectar al Estado nacional y al gobierno, sin embargo “ambos mantienen una importancia decisiva en el mundo actual”. El autor insiste en destacar sus aspectos funcionales y positivos, considerándolos de tal interés, que no permiten la conclusión de estar asistiendo al definitivo ocaso del Estado nacional: “La globalización tiene como efecto ‘destaponar’ los estados nacionales, que han perdido poder económico e incluso político en el seno de las estructuras transnacionales. (...) Sin embargo, no creo que signifiquen el final de los estados nacionales, creo que ahí se produce una gran equivocación. Pienso más bien, que se trata de un proceso de reconstrucción del Estado nacional” (Mendez, 2007: 6).
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Los transformalistas reconocen que el Estado ya no es la única entidad
que controla lo que sucede en sus territorios y que las fronteras territoriales,
como el principal marcador espacial de la vida en el actual mundo
globalizado son problemáticas, por lo que el régimen de soberanía entra en
un proceso de evolución. “Para los transformalistas en vez de que la
globalización traiga el fin del Estado, ha fomentado un aspecto de estrategias
de ajuste y, en ciertos aspectos, un Estado más activista” (Delgado, 2011: 136)
Ciertamente el Estado atraviesa un proceso de transformación que
redefine de manera especial el concepto de soberanía, pero esto de ninguna
manera quiere decir que pierda vigencia o protagonismo, por el contrario se
relegitima en la misma medida en que redefine sus dimensiones y
competencias, ajustándose a las exigencias de los tiempos actuales,
tratando de responder a las demandas de los actores que reclaman su
intervención, desde bancos hasta ONG’s, como bien lo demuestra cada
circunstancia de crisis o coyuntura económica, social, política o militar.
Además es importante considerar en sus justas dimensiones el proceso de
globalización:
En los países de la OCDE, es decir los más industrializados, el comercio exterior total (importaciones más exportaciones) ronda el 30% del producto bruto interno. Esto significa, a grandes rasgos, que cerca del 85% de lo que se produce nacionalmente se orienta a los mercados internos. Aun con ligeras variaciones, las tasas de inversión reflejan un patrón similar –para no hablar del factor trabajo, cuya movilidad en pocas oportunidades alcanza los dos dígitos pese al aumento reciente de las migraciones internacionales (Vásquez, 2011: 237)
En segundo lugar, y en estrecha relación con lo dicho en el párrafo
anterior, están los problemas globales de los cuales se habló en el apartado
anterior. Estos problemas amenazan no solo la autoridad del Estado sino
también y muchas veces el orden social en su conjunto o incluso la
estabilidad de la vida en el planeta como en el caso de los problemas
21
ambientales. Ante estos problemas el Estado, o más bien la acción conjunta
de los Estados, parece ser el elemento más fuerte con que se cuenta para
hacer frente. No digo que la acción de los Estados sea suficiente pero si
requisito indispensable, y de hecho, es la sociedad en su conjunto quien
exige la intervención de Estos frente a dichos problemas. Cada vez que se
reclama la intervención del Estado se legitima su rol como garante del orden
y la seguridad. En todo caso, es difícil discutir que en los tiempos actuales
los Estados parecen ser los mejores equipados –en términos de recursos y
capacidad de acción y dirección- para enfrentar este tipo de problemas.
Un último elemento que afecta el concepto clásico de soberanía es la
proliferación de organizaciones internacionales (OI) o supranacionales y el
establecimiento expansivo de normativa internacional (NI). Para muchos
estos procesos significan una clara transgresión de la soberanía estatal, sin
embargo cuando se observa el proceso de conformación tanto de las OI
como de la NI es claro que más que una transgresión o desaparición de la
soberanía estatal lo que ocurre es un desplazamiento consiente hacia formas
de integración, muchas de las cuales nacen para regular las relaciones entre
los Estados (como la ONU, la OEA, la OTAN, etc.) pero que con el paso del
tiempo han ido ampliando sus competencias para responder a todo tipo de
exigencias diversas.
Se debe recordar en primer lugar que las OI nacen por acuerdo de sus
integrantes, que los Estados no tienen obligación de asociarse, y que la
legitimidad de estas depende del número, el poder y la voluntad de sus
integrantes; solo cuando dichas instituciones llegan a contar con legitimidad
suficiente consiguen el poder de ejercer presión sobre sus integrantes
−porque la capacidad de sanción sigue siendo muy limitada, prácticamente
circunscrita a acciones económicas como en el caso de la OMC o acciones
militares, las cuales por lo demás, son muchas veces bastante
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cuestionables−. Lo mismo ocurre con la NI, la legislación sobre la guerra por
ejemplo nace con el fin de regular las relaciones estatales, y los derechos
humanos, trascendentales en nuestro tiempo, han ido expandiéndose
precisamente porque los gobiernos del mundo han manifestado la voluntad
de integrarlos en su Constitución o sus leyes.
Que los Estados transfieren a organizaciones de carácter trasnacional, internacional o supranacional algunas de sus antiguas competencias es una evidencia. Pero no supone la desaparición del poder soberano de los Estados… la cesión voluntaria no puede ser entendida como una perdida perjudicial o indeseada de su soberanía. Más allá de los poderes fiscalizadores internacionales que escapan al control estatal, una gran mayoría de las organizaciones y agencias que actúan en el ámbito global son el resultado de la cesión de soberanía por parte de determinados Estados (Delgado, 2011: 137).
Ni siquiera en el caso de la Unión Europea, el cual constituye el
paradigma de las organizaciones de integración, se puede decir que los
niveles de integración supranacional hayan llegado al punto de sospechar
una pérdida de soberanía real de los Estados. Por el contrario, visto desde el
punto de vista particular, muchos Estados refuerzan su soberanía,
especialmente los pequeños, quienes logran consolidarse y fortalecer el
control de sus procesos políticos internos y refuerzan su presencia en el
concierto internacional.
En todo caso la integración de los Estados parece ser una tendencia
irreversible en el mundo contemporáneo, una respuesta a las exigencias
actuales y una necesidad para lograr mantener el orden y el protagonismo de
la escena internacional. Esta es nuestra tercera tendencia: la tendencia a la
conformación de lo que Castell ha dado en llamar Estado Red, es decir, un
Estado cada vez más orientado a la integración y la cooperación,
especialmente a nivel regional, buscando así no solo consolidar su posición
en el plano de las relaciones internacionales, sino también fortalecerse para
hacer frente a las nuevas amenazas, exigencias y actores.
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CONCLUSIÓN
Hemos querido mostrar a lo largo de este desarrollo como en un
contexto marcado por el surgimiento (o resurgimiento) de identidades y
nacionalismos, el reclamo de nuevas exigencias, la expansión de problemas
globales, la internacionalización de la económica y el desarrollo de las TIC el
Estado se está viendo forzado a adoptar cambios y establecer alianzas que
le permitan hacer frente a los nuevos tiempos.
A nuestro criterio el Estado del futuro será un Estado cada vez más
descentralizado, pero cada vez más complejo, en términos de la
configuración de sus relaciones internas. La pluralidad inherente a la
autonomía redunda en la particularidad del proceso con la que cada Estado
desarrollara sus relaciones con el conjunto de su sociedad. No obstante el
Estado será sin duda cada vez más relacional y comunicativo. Todo esto
precisamente por la necesidad de responder a las demandas de la población
todo lo cual es requisito indispensable para mantener la legitimidad.
Al mismo tiempo y en el plano de las relaciones internacionales el
Estado tendera a ser cada vez más un estado integrado y cooperativo, pero
estos procesos se darán por ahora fundamentalmente entre Estados. Los
gobiernos del mundo harán lo posible por mantener el protagonismo del
Estado en la esfera internacional, haciendo lo posible por mantener su
autoridad y legitimidad, buscando siempre hacer frente a las demandas de
orden.
Los Estados siguen siendo sin duda los principales vehículos
organizacionales del orden político moderno, y lo seguirán siendo a nuestro
criterio por lo menos durante la próxima centuria, lo que no quiere decir que
dentro de 30 años el Estado no pueda ser diferente, de hecho seguramente
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lo será, pero seguirá siendo Estado, y probablemente existan incluso más
Estados de los que se cuente ahora, Estados nacidos de secesiones o del
reconocimiento del derecho a la identidad de algunos pueblos como en el
caso de Palestina.
Sin embargo la crisis o quiebra de Estados particulares no significa de
ninguna manera la quiebra del modelo Estado como forma política. Lo que
ha diferenciado al Estado de otros ordenes sociopolíticos ha sido su rol en la
provisión de seguridad, lo que se debe a su condición de monopolizador
legitimo de la violencia, y de hecho ha sido precisamente allí donde el Estado
ha sido incapaz de monopolizar la violencia y convertirse en el eje de las
relaciones políticas donde ha fracasado y se ha derrumbado, dando pie ha lo
que se ha dado a conocer como Estados fallidos, es esta la razón por la que
el terrorismo, el trafico de armas o las crisis de legitimidad interna se
presentan como problemas tan graves para el Estado.
El Estado no es la única forma política que el ser humano ha
concebido, y sin duda tampoco permanecerá el resto de nuestra historia,
pero por ahora hablar de su desaparición es, sencillamente, exagerado o
ingenuo. En las condiciones actuales donde abundan las diferencias de
clases, el tráfico de armas, el dogmatismo y las empresas y gobiernos
inescrupulosos, abogar por la desaparición del Estado es como poner a los
lobos a cuidar a las ovejas, y los ejemplos actuales de los Estados fallidos
confirman esta afirmación, pues allí a falta de un poder central han
proliferado todo tipo de conflictos y desordenes.
Un aspecto crucial en esta dinámica es el futuro del neoliberalismo,
esta ideología orgánica ha logrado como ninguna otra en la historia la
hegemonía política, a pesar de sus fracasos en el orden social y económico.
Para esta corriente de pensamiento, la libertad política solo es un colorarío,
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un epifenómeno de la libertad económica, la cual se debe asegurar a toda
costa, reduciendo al mínimo la acción del Estado. Pero ya hemos sido
testigos de las catástrofes de esta inversión, y hemos visto también como en
cada coyuntura el Estado ha sido llamado a intervenir para regular.
A nuestro parecer al neoliberalismo es un gran monstro con pies de
barro, que tarde o temprano se demostrara incapaz de seguir disfrazando
sus fallas. Sin embargo con o sin neoliberalismo, el proceso de globalización
para ser hoy en día ya algo imparable, y por lo tanto uno de los mayores
configuradores del orden político y social de nuestros tiempos y de los
tiempos que vienen.
El Estado se adaptará, como de hecho lo está haciendo a los nuevos
tiempos, y será él quien en buena medida forjará el camino para su propia
desaparición. Vale la pena recordar que en la mayoría de los casos los
procesos de movilización de soberanía tanto interna (en forma de
descentralización), como externa (hacia OI o NI) han sido promovidos por los
propios gobiernos:
La crisis producida se profundiza por las demandas que sufre desde abajo, desde las estructuras más cercanas al individuo, desde los entes regionales, que pretenden crear estructuras razonablemente próximas y útiles al ciudadano para la correcta orientación de los problemas de orden económico o tecnológico, reclamando progresivas competencias, desde las que atender a las nuevas situaciones, que afectan de muy diversos modos al individuo y exigen decisiones rápidas, todo lo cual se concreta en mayores pérdidas de funciones del Estado. Tal vez sea oportuno recordar, ante la sorpresa que esto produzca, que en casi todos los casos, implícita o explícitamente, quienes han acordado hacer entrega de las mencionadas competencias, de posible interpretación como pérdida de la soberanía nacional, han sido los Estados o los gobiernos o los parlamentos” (MENDEZ, 2003: 421).
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Conviene recordar, además, que en la mayor parte de las ocasiones, la mencionada perdida o modificación de algunas de las tradicionales atribuciones de los Estados es posible gracias a la voluntad misma de dichos Estados manifestada a través de sus gobiernos o parlamentes (Stange: 1999: 51, tomada de Delgado, 2011: 128)
Sin embargo son muchas las competencias importantes que los
Estados siguen manteniendo, tales como el control de las fuerzas armadas,
la formulación de la política macroeconómica y las relaciones
internacionales.
Anthony Giddens reconoce la situación actual de “crisis” del Estado, pero
sale al paso de la misma mediante la explicación de las múltiples funciones
que en la actualidad mantienen el Estado y el gobierno, concluyendo que “la
lista es tan impresionante que suponer que el Estado y el gobierno se han
vuelto irrelevantes no tiene sentido”.
Es importante siempre tener presente que al hablar de Estado nos
referimos a una abstracción, que sus acciones e instituciones son siempre
dirigidas y empleadas por hombres concretos, y que estos hombres no
escapan ni a la dinámica ni a las ideas de su tiempo. El cambio no se puede
deducir de la estructura misma del Estado, sino más bien de los hombres
que lo dirigen, del juego de poder interno entre estos y con el resto de los
actores de la sociedad.
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