representaciones colectivas, mentalidades e historia cultural- a propósito de chartier y el mundo...

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Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=13709302 Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal Sistema de Información Científica Juan Carlos Ruiz Guadalajara REPRESENTACIONES COLECTIVAS, MENTALIDADES E HISTORIA CULTURAL: A PROPÓSITO DE CHARTIER Y EL MUNDO COMO REPRESENTACIÓN Relaciones. Estudios de historia y sociedad, vol. XXIV, núm. 93, invierno, 2003 El Colegio de Michoacán, A.C México ¿Cómo citar? Fascículo completo Más información del artículo Página de la revista Relaciones. Estudios de historia y sociedad, ISSN (Versión impresa): 0185-3929 [email protected] El Colegio de Michoacán, A.C México www.redalyc.org Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

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Page 1: Representaciones Colectivas, Mentalidades e Historia Cultural- A Propósito de Chartier y El Mundo Co

Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=13709302

Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal

Sistema de Información Científica

Juan Carlos Ruiz Guadalajara

REPRESENTACIONES COLECTIVAS, MENTALIDADES E HISTORIA CULTURAL: A PROPÓSITO DE

CHARTIER Y EL MUNDO COMO REPRESENTACIÓN

Relaciones. Estudios de historia y sociedad, vol. XXIV, núm. 93, invierno, 2003

El Colegio de Michoacán, A.C

México

¿Cómo citar? Fascículo completo Más información del artículo Página de la revista

Relaciones. Estudios de historia y sociedad,

ISSN (Versión impresa): 0185-3929

[email protected]

El Colegio de Michoacán, A.C

México

www.redalyc.orgProyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

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stablecer la secuencia completa del proceso de inserción

y transformación del concepto de representación en el

análisis histórico implica em

prender un largo camino

que va desde las connotaciones ontológicas que la filo-sofía atribuyera al concepto, hasta el uso que de la re-

presentación como principio de inteligibilidad del pasado ha hecho en

la última década la historia cultural encabezada por Roger Chartier. Si

bien la representación es un término que desde la filosofía escolástica

mantuvo una asim

ilación a la idea de conocimiento, esto es, a la im

agende las cosas o al significado de lo que las ideas representaban, es precisofijar la atención hacia finales del siglo XV

IIIy comienzos del XIX, cuando

Schelling, Fichte y Kant dieron la pauta para involucrar al concepto

como una categoría cognoscitiva que, sin renunciar a su parte ontológi-

ca, esto es, a la representación del ser de las cosas, permitía profundizar

en las relaciones entre la razón, el pensamiento, la realidad y el tipo de

representaciones y sistemas de representaciones que se generan en el

proceso de explicación de la existencia del mundo. La vertiente filosófi-

ca de la representación coexistió con una serie de acepciones del térmi-

no que designaba a su vez diversas prácticas comunes en el m

undo so-cial de O

ccidente. Si atendemos, por ejem

plo, a los significados que

E El concepto de representación en los estudios históricos ha mantenido

usos diferenciados desde el siglo XIXhasta nuestros días. D

esde la ver-tiente narrativa hasta la representación com

o principio de inteligibili-dad, los usos de dicho concepto han establecido un espacio de discu-sión teórica que incluye la dim

ensión ontológica del concepto hastasus derivaciones epistem

ológicas. En este ensayo se aborda un pano-ram

a general del concepto de representación en el análisis histórico,centrando la discusión en la definición de la historia cultural queaportara en la década de los noventa Roger C

hartier a través de suobra El m

undo como representación.

(Representación, mentalidades, historia cultural, representaciones co-

lectivas, representaciones sociales).

* [email protected]

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representación textual, esto es, la representación ubicada del lado de losefectos explicativos que se persiguieron, estrategias form

ales que adop-taron los grandes historiadores del siglo XIX. 3Esta tendencia sobre losalcances de una representación del pasado a través del discurso fue re-tom

ada con nuevos elementos hasta finales del siglo XX

con el ahora de-nom

inado retorno o resurgimiento de la narrativa, y tras décadas de

fuertes impugnaciones positivistas y objetivistas a las bondades de la

representación literaria al servicio de la representación histórica. Mien-

tras el historiador narrativo tradicional aspiró a la mim

esis, esto es, quela historia narrada fuese una m

imesis de la historia vivida, las hum

ani-dades y las ciencias sociales en form

ación reconocieron al discurso unacualidad m

ultifacética con capacidad para soportar una gran variedadde interpretaciones de significado. Y

no sólo eso: con la caracterizaciónque M

arx hiciera de la ideología como una falsa conciencia, las reflexio-

nes sobre la construcción de representaciones del pasado a través deldiscurso tuvieron que introducir en la discusión los lím

ites o bien los al-cances de la objetividad en la historia, y considerar las condiciones es-pecíficas de producción del discurso histórico, esto es, de las represen-taciones narrativas del pasado. D

icho problema fue desarrollado por

los primeros grandes teóricos de la historiografía del siglo XIX, entre los

cuales destacó Droysen con la H

istorik. De acuerdo a H

ayden White,

Droysen

[...] mostró cóm

o un cierto tipo de “actividad de escritura”, en este caso laescritura de la historia, puede producir un cierto tipo de sujeto lector que seidentifique con el universo m

oral encarnado en “la Ley” de una sociedadorganizada políticam

ente como Estado-nación y económ

icamente com

oparte de un sistem

a internacional de producción e intercambio [...] 4

En este sentido, Droysen estableció una fenom

enología de la lecturahistórica en tanto que sus representaciones producen un tipo de subjeti-

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aparecen en el tomo V

del Diccionario de la lengua castellanapublicado en

1737 por la Real Academ

ia Española, es posible observar un total de seisusos referidos a cam

pos que van desde las artes escénicas que hacenpresente una cosa por m

edio de la representación, es decir, por medio

de traer de nuevo al presente algo, hasta el sentido más com

ún que de-fine a la representación com

o la figura, imagen o idea que sustituye y

hace las veces de algo ubicado en la realidad. 1Fue tal vez en el campo

del derecho y en las reflexiones antiguas sobre la representación del po-der en donde el concepto adquirió por siglos el espacio m

ás común para

su desarrollo. Sin embargo, sería hasta el final del siglo XV

IIIcuando elidealism

o alemán daría paso a la reflexión en torno a la representación

como un problem

a de conocimiento ligado al uso de la razón tal com

oésta se entendió en aquel tiem

po. El mism

o Kant tocó el asunto en su

Filosofía de la historia, cuando al hablar sobre la Ilustración y su sentidollegó a la convicción de que los hom

bres nunca consiguen una verdade-ra reform

a en la manera de pensar, pues “[...] nuevos prejuicios, en lu-

gar de los antiguos, servirán de riendas para conducir el gran tropel[...de la historia]”. 2Ello prefiguraba la dim

ensión epistemológica de la

representación, sus mecanism

os cognitivos y sus dimensiones analíticas

para los estudios sociales.En el cam

po específico del estudio de la historia, el asunto de la re-presentación com

enzó a estar presente en la historiografía europea delsiglo XIX

como una preocupación sobre las m

odalidades de representa-ción del pasado, y no en el uso del concepto com

o un principio de inteli-gibilidad. Ya en H

egel se encuentra presente dicha preocupación sobreel objetivo y los m

odos de representación en los estudios históricos. Así,

lo que estuvo en discusión tanto en la historia como en el arte y en las

nacientes ciencias sociales fue la forma que debía adoptar una “repre-

sentación realista” de la “realidad histórica”. Por ello, el efecto explicati-vo de la representación recayó en la m

anera de tramar y construir una

1Diccionario de la Lengua Castellana en que se explica el verdadero sentido de las voces, su

naturaleza y calidad, con las phrases o modos de hablar, los proverbios o refranes, y otras cosas con-

venientes al uso de la lengua, edición facsimilar de la de 1737, M

adrid, Gredos, 1969, V, 584.

2Emm

anuel Kant, Filosofía de la historia, trad. y prol. de Eugenio Im

az, México, FCE,

Colección Popular, 147, 1981, 27-28.

3Cfr., Hayden W

hite, Metahistoria. La im

aginación histórica en la Europa del siglo XIX,

trad. de Stella Mastrangelo, M

éxico, FCE, 1992, 410-411.4Cfr. H

ayden White, El contenido de la form

a. Narrativa, discurso y representación históri-

ca, trad. de Jorge Vigil, Barcelona, Paidós, Básica, 58, 1992, 106-107.

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les por algún tiempo, pero ello no detuvo el desarrollo sim

ultáneo deotras form

as de entender no sólo las representaciones generadas por elhistoriógrafo, sino la historicidad de las representaciones m

ismas. El es-

pacio más im

portante de dicho entendimiento fue dado por el histori-

cismo, térm

ino que ha sido catalogado como am

biguo debido a los usoscontradictorios que recibió por parte de diversos pensadores. Sin em

-bargo, y en térm

inos generales, el historicismo, com

o respuesta al racio-nalism

o de la Ilustración, estableció como elem

ento en común la convic-

ción de abordar “[...] la naturaleza, la sociedad y el hombre en constante

movim

iento, en permanente cam

bio [...]”6D

e ello deriva un cambio cons-

tante o la historicidad en la imagen del m

undo y sus representaciones,cualidad que le viene a la historia, de acuerdo a Croce, de la dem

ostra-ción “[...] de que las ideas y valores tom

ados como m

odelos y medida

de la historia no son ideas y valores universales [...]”, 7en clara contrapo-sición con el racionalism

o abstracto desarrollado desde Kant y conti-

nuado por Hegel y su razón absoluta.

La reflexión de corte historicista permitió m

antener la atención so-bre las peculiaridades de la dim

ensión temporal en el análisis histórico,

prefigurando los nuevos puntos de discusión en cuanto a la variabili-dad de las representaciones históricas, no sólo las generadas por el dis-curso historiográfico, sino tam

bién las correspondientes a cada época.En este últim

o terreno el historicismo tam

bién influyó en el interés porestudiar la historia de las ideas com

o la historia de las representacionesdel m

undo. Durante la prim

era mitad del siglo XX

las tendencias esta-

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vidad similar a los efectos de la representación literaria, aunque en el

caso de la historia la referencia directa está en función de los intereses,las estrategias y el universo m

oral del historiador. Lo cierto fue que en lahistoriografía el problem

a de la representación, enfocado como las im

á-genes generadas desde y por el discurso o las m

odalidades narrativasde representación del pasado, tuvo un prim

er espacio de discusión im-

portante hasta la segunda mitad del siglo XIX y sim

ultáneo a diversas dis-cusiones que se dieron al calor de la form

ación de las ciencias sociales. Problem

as como el posicionam

iento social del historiador, la influen-cia del presente en la construcción de las representaciones del pasado ylos objetivos de la historia con relación a sus lim

itaciones frente a su ob-jeto de estudio perm

itieron respuestas múltiples y el acotam

iento decuestiones que se verían paulatinam

ente enriquecidas con el surgimien-

to de la sociología, la psicología y la etnografía. Dichas respuestas que

involucraban el asunto de la representación y la construcción de las re-presentaciones del pasado por parte de quien lo aborda generaron ten-dencias tan antagónicas com

o el romanticism

o versusel positivism

o.A

trapados entre los dilemas que a la historia provocaban las ciencias

duras y su relación con la verdad, diversos historiógrafos de finales delsiglo XIX

pretendieron en su mayoría anular el horizonte social del histo-

riador con miras a lograr para la disciplina el estatus de ciencia form

al.Para historiógrafos com

o Ranke o bien como Langlois y Seignobos, sis-

tematizadores estos últim

os del método de investigación histórico-posi-

tivista por excelencia, los historiadores estaban en posibilidad de acce-der a la verdad histórica m

ediante una serie de operaciones controladasque, según ellos, perm

itían someter a la im

aginación y por ende a la po-sibilidad de establecer representaciones subjetivas y erróneas del pasa-do. 5M

ás allá de su optimism

o cientificista, el positivismo sentó sus rea-

5Langlois y Seignobos tocaron el asunto a partir del reconocimiento tácito de las pe-

culiaridades del conocimiento histórico: “[...] La historia debe, por tanto, precaverse de

la tentación de imitar el m

étodo de las ciencias biológicas. Los hechos históricos son tandiferentes de los de las dem

ás ciencias, que es preciso para estudiarlos un método dife-

rente de todos los demás [...] ¿Cóm

o imaginar, pues, hechos que no sean enteram

enteim

aginarios? Los hechos imaginados por el historiador son forzosam

ente subjetivos. Esuna de las razones que se dan para negar a la historia el carácter de ciencia. Pero subjeti-

vo es sinónimo de no real. U

n recuerdo que no es más que im

agen, y sin embargo no es

una quimera, es la representación de una realidad pasada [...] Toda im

agen histórica en-cierra gran parte de fantasía. El historiador no puede librarse de ella, pero puede saberla cantidad de elem

entos reales que entran en sus imágenes y no fundam

entar su cons-trucción m

ás que en ellos [...]” Cfr. C. V. Langlois y C. Seignobos, Introducción a los estu-dios históricos, Buenos A

ires, La Pléyade, 1972, 163-165.6A

dam Schaff, H

istoria y verdad (ensayo sobre la objetividad del conocimiento histórico),

trad. de Ignasi Vidal Sanfeliu, México, G

rijalbo, Teoría y Praxis 2, 1981, 225. El lector pue-de consultar todo el capítulo III, “H

istoricismo y relativism

o”, para orientar la discusiónsobre el tem

a.7Benedetto Croce, La historia com

o hazaña de la libertad, trad. de Enrique Díez-Canedo,

México, FCE, Colección Popular 18, 1979, 53.

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cuanto tales son muchos y con sentido diverso. ¿Cuál sería entonces ese

ente ejemplar y preem

inente que permitiría a H

eidegger comprender y

“apresar en conceptos” el sentido del ser? La respuesta estará dada porel sentido de historicidad del ser, por lo que el autor denom

ina como

“ser ahí”, entendido como el ente que som

os en cada caso nosotros mis-

mos: “[...] El ser m

ismo relativam

ente al cual puede conducirse y se con-duce siem

pre de alguna manera el ‘ser ahí’, lo llam

amos ‘existencia’

[...]”9Esto quiere decir que el “ser ahí” se hace efectivo m

ediante su “po-der ser”, elem

ento que lo hace real sólo a través de la existencia, es decir,a través de su posibilidad existencial. Es en este punto donde las repre-sentaciones históricas tom

an su dimensión ontológica. Para H

eidegger,el poder ser del “ser ahí” im

plica, en términos tem

porales, un “sidoahí”, esto es, la posibilidad existencial en que se cristalizan fácticam

entelo individual, lo colectivo y la historia del m

undo: “[...] Por ser la exis-tencia sólo en cuanto fácticam

ente yecta en cada caso, abrirá la historio-grafía la silenciosa fuerza de lo posible tanto m

ás a fondo cuanto más

simple y concretam

ente comprenda y ‘se lim

ite’ a exponer el ‘ser sidoen el m

undo’ partiendo de su posibilidad [...]”10D

e ello se concluye que,por ser el tem

a central de la historiografía la posibilidad de la existencia“sida ahí” y existir ésta fácticam

ente siempre en form

a histórico-mun-

dana, la orientación y el objetivo de la indagación histórica sobre el serde los entes históricos deba ser la búsqueda de la orientación de los he-chos y el esclarecim

iento de las intencionalidades. La definición de estoselem

entos, a saber, el principio de intencionalidad y los límites de lo pen-

sable, permitieron plantear un m

odo de reconstrucción del pasado enfunción de las ideas y su ser, es decir, un tipo de orientación filosóficaen el estudio del pasado que en nuestros días se encuentra durm

iendoel sueño de los justos ante la carencia de filósofos prácticos de la histo-ria y ante la sobreabundancia de historiadores que gustan denom

inarse“científicos sociales”. Para com

prender los alcances de la historia onto-lógica y su relación con las representaciones, bástenos una breve m

en-ción al m

agistral e impecable tratam

iento que diera Edmundo O

’Gor-

man a la idea de la invención de A

mérica, perspectiva que es deudora

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ban predominantem

ente acotadas en lo que a la representación en lahistoria se refiere: por un lado, el positivism

o mantenía su postura por

controlar las representaciones en el discurso histórico con miras a evitar

la tan temida subjetividad (em

presa fallida del todo); por el otro, el his-toricism

o y sus diversas tendencias incrementaron el interés por hacer

de las representaciones históricas y sus transformaciones el objeto de sus

indagaciones, y no sólo como una conciencia de que el discurso historio-

gráfico se constituye a final de cuentas en una representación más. A

sí,y en térm

inos de la representación como objeto de análisis y posterior-

mente com

o principio de inteligibilidad del pasado, podemos plantear

al menos dos desarrollos diferentes en lo que al concepto de representa-

ción y su nexo con el quehacer histórico se refiere, ambos en proceso du-

rante la primera m

itad del siglo XX: por un lado la historicidad de lasideas y las representaciones derivada de una concepción ontológica delos entes a través del tiem

po; por el otro, el uso del concepto de represen-tación com

o un principio de inteligibilidad en el ámbito de la historia de

las ideas, de la historia de las mentalidades y de la historia cultural.

Con respecto al desarrollo filosófico de la representación en la histo-ria, esto es, la vertiente ontológica, es im

portante señalar la influenciade M

artin Heidegger quien, en 1927, revitalizara la especulación filosó-

fica con el retorno a la pregunta que interroga sobre el ser mediante la

publicación de El ser y el tiempo. Para H

eidegger dicha pregunta, medu-

lar en el desarrollo de la metafísica clásica, se encontraba en el olvido al

haber sido considerada la cuestión como irresoluble, no obstante haber

estado presente hasta el pensamiento hegeliano. En su análisis sobre la es-

tructura formal de la pregunta que interroga por el ser, el autor estable-

ció la oscuridad de la pregunta y la falta de respuesta a la mism

a. Como

pregunta fundamental de la filosofía la cuestión del ser había carecido

de dirección o de un referente claro de búsqueda, pues “[...] El ser de losentes no ‘es’ él m

ismo un ente [...]”, 8com

o tampoco puede concebirse al

ser como un ente si se quiere establecer su preem

inencia ontológica. Sinem

bargo, desarrollar la pregunta que interroga sobre el ser implica el

ver a través de un ente bajo el punto de vista de su ser; pero los entes en

8Martin H

eidegger, El ser y el tiempo, trad. de José G

aos, México, FCE, 2002, 15.

9Ibidem22.

10Ibidem425.

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a la historia como un conocim

iento no científico y auxiliar de la sociolo-gía. M

as el problema de la reform

ulación de la historiografía en la pri-m

era mitad del siglo XX

tuvo escenarios múltiples y, sobre todo, pro-

puestas rectoras que surgieron mayoritariam

ente en Francia. Es ya unaconvención historiográfica reconocer la últim

a transición importante en

los estudios históricos a partir de las propuestas de Marc Bloch y Lucien

Fevbre. Dicha transición, que involucra directam

ente el espacio analíti-co de la representación, se ha prolongado por espacio de siete décadas yva desde la historia intelectual hasta la historia cultural, pasando, por su-puesto, por las aportaciones de la historia de las m

entalidades. Desde

nuestra personal perspectiva, el pináculo de todo el proceso de transfor-m

ación del oficio de historiar y de la relación entre la historia y el con-cepto de representación quedó sintetizado en la propuesta de historiacultural planteada por Roger Chartier en la últim

a década del siglo XXa

través de El mundo com

o representación, punto central de todo este ensayo.Editado por prim

era vez en español en 1992, El mundo com

o represen-tación

surgió como una recopilación de nueve ensayos escritos por

Chartier entre 1982 y 1990 y, con excepción de uno, publicados en diver-sos libros y revistas en el m

ismo periodo. 12El libro en su versión cas-

tellana toma su nom

bre principal del título dado por el autor a aquelcélebre artículo aparecido en A

nnales E.S.C.correspondiente a noviem-

bre-diciembre de 1989, m

ismo que se incluye en la selección de textos. 13

“Diversidad de enfoques, diversidad de tem

as”, anota Chartier en elprólogo a la edición española, sin dejar de advertir el aspecto que con-sidera le otorga coherencia al conjunto de ensayos presentados com

olibro: que todos responden a un espacio de reflexión com

ún que poneen el centro, m

ediante los estudios de caso y la reflexión teórico-meto-

dológica, las relaciones complejas que existieron en las sociedades del

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del pensamiento heideggeriano. En su acercam

iento al tradicional con-cepto del descubrim

iento de Am

érica, O’G

orman delim

itó una serie deproblem

as relacionados al sentido de la verdad que hacia mediados del

siglo XXelaboraba la ciencia histórica, concretam

ente la idea o represen-tación de A

mérica en su proceso constitutivo. La falsa im

agen de unaen-tidad m

etahistórica denominada A

mérica que esperaba ser descubierta

le permitió al autor un doble ejercicio historiográfico: por un lado, revi-

sar los procesos de comprensión del pasado desde una perspectiva epis-

temológica con el fin de establecer críticam

ente la genealogía de la ideadel descubrim

iento de Am

érica; por el otro, ejercitar la indagación his-tórica desde una perspectiva ontológica definiendo a la historia com

oun

proceso productor de entidades también históricas. La pregunta recto-

ra, por tanto, implicaba develar el proceso por el cual devino el ser de

Am

érica, esto es, el proceso de invención de dicho ente y sus repre-sentaciones, o si se quiere, el proceso por el cual se estructuró el ser deA

mérica al actualizar su posibilidad, perspectiva que m

odificó la com-

prensión sobre dicho proceso. 11

Sin embargo, ha sido la vertiente de la representación com

o princi-pio de inteligibilidad la que se ha desarrollado con m

ayor fuerza en elám

bito de los estudios históricos de las últimas décadas. Las razones se

encuentran en el complejo desarrollo que diversas disciplinas lograron

desde el siglo XIXen el contexto de la form

ación de las ciencias sociales,principalm

ente la sociología, la sociología del conocimiento, la etnogra-

fía, la antropología, la economía, el psicoanálisis y la psicología. Todas

ellas introdujeron conceptos y discusiones que terminarían por im

pac-tar, que no suprim

ir, las formas tradicionales y positivistas del quehacer

histórico; todas ellas, también, desarrollaron desde Europa y los Estados

Unidos una serie de m

étodos y perspectivas de análisis social tendien-tes a com

prender los mecanism

os que operan en la formación de repre-

sentaciones colectivas y los efectos que dichas representaciones tienenen la orientación de la acción social. En ello el antecedente m

ás sólido einfluyente lo encontram

os en Emile D

urkheim, quien llegó a considerar

11Cfr. Edmundo O

’Gorm

an, La invención de Am

érica. Investigación acerca de la estruc-tura histórica del N

uevo Mundo y del sentido de su devenir, M

éxico, FCE, 1977.

12Roger Chartier, El mundo com

o representación. Historia cultural: entre práctica y repre-

sentación, 2a. ed., trad. de Claudia Ferrari, Barcelona, Gedisa, Ciencias Sociales/H

istoria,1995. La portadilla de la obra consigna un título diferente al de la portada: El m

undo como

representación. Estudios sobre historia cultural. La primera edición, fuente de la traducción

al castellano, fue en lengua inglesa: Roger Chartier, Cultural History. Betw

een Practices andRepresentations, Cam

bridge, Polity Press e Ithaca/Cornell University Press, 1988.

13Vid. Annales E.S.C., noviem

bre-diciembre de 1989, 1505-1520.

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Así, la historia cultural que define Chartier es la historia de la cons-

trucción de la significación, la historia de las representaciones y lasprácticas, la historia de las form

as y mecanism

os por los cuales las co-m

unidades perciben y comprenden su sociedad y su historia; en sínte-

sis, la historia de los “[...] modos de articulación entre las obras o las

prácticas y el mundo social, sensibles a la vez a la pluralidad de diver-

gencias que atraviesa una sociedad y a la diversidad de empleo de m

a-teriales o códigos com

partidos [...]”16En ello el concepto de representa-

ción se torna central en la formulación de sus propuestas, y en buena

medida es el eje de la especificidad de la historia cultural practicada por

Chartier. Sin embargo, es im

portante conocer el proceso de construcciónconceptual que el autor presenta en la obra para la definición que pro-pone de la historia cultural, elem

ento que privilegiaré en este escrito.D

elimitem

os, pues, los puntos que me interesa abordar. Tres son los as-

pectos seleccionados: en primer lugar una presentación som

era de la es-tructura de la obra, destacando los contenidos de investigación históri-ca; en segundo lugar, un esbozo del proceso de definición teórica y delos lineam

ientos establecidos por Chartier como parte de la reform

ula-ción del quehacer histórico, principalm

ente en lo que se refiere a la críti-ca a la historia de las m

entalidades y a la propuesta de historia cultural(elem

entos que se concentran en la primera parte del libro); por últim

o,una breve com

paración entre el manejo que el autor hace del proceso de

representación colectiva y algunos presupuestos de la teoría de las re-presentaciones sociales. Vayam

os al primer punto:

Los nueve ensayos que forman El m

undo como representación, si bien

conllevan la coherencia arriba declarada, no dejan de ser heterogéneosen la m

edida en que pertenecen a géneros distintos de la reflexión y deloficio de historiar. A

un cuando Chartier no lo manifiesta explícitam

enteen el texto, todo indica que la selección de ensayos fue realizada por élm

ismo con una intencionalidad m

uy clara: mostrar tres facetas de su

quehacer en una secuencia que va de la revisión de los debates en tornoa la historia en los últim

os treinta años y la construcción de sus propiosconceptos, a la aplicación de dichos principios en los ám

bitos de suespecialidad, a saber, la historia del libro y la historia de la lectura entre

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Antiguo Régim

en entre “[...] las modalidades de apropiación de los tex-

tos y los procedimientos de interpretación que sufren [...]”

14Si bien lalínea tem

ática la constituye el análisis de la producción, circulación yrecepción de lo escrito-im

preso a partir de una práctica historiográficaconform

ada por tres ejes, a saber, la crítica textual, el estudio de los obje-tos im

presos o historia del libro, y la sociología retrospectiva de lasprácticas de lectura que se apoderan de los bienes sim

bólicos para pro-ducir usos y significaciones diferenciadas, es im

portante no perder devista que Chartier m

antiene un objetivo paralelo y quizás más relevante

en sus disquisiciones: a través de la historia de la circulación de lo im-

preso y de las prácticas de lectura logra establecer una definición reno-vada de lo que conocem

os como historia cultural. D

icha definición seconstituyó a partir de dos aspectos desarrollados por Chartier en su per-sonal trayectoria com

o historiador; por un lado, un diálogo intenso ysistem

ático con los planteamientos que la ciencia histórica y sus diver-

sos representantes formularon a lo largo del siglo XX, reconociendo sus

nexos más íntim

os con las corrientes y tendencias historiográficas im-

pulsadas por Lucien Fevbre y Marc Bloch, pero tam

bién abrevando dela antropología cultural y de la sociología en lo que a la com

prensión delas representaciones colectivas se refiere. Por el otro, una rigurosa prác-tica histórica enfocada al estudio de las representaciones y las prácticasde lectura, principalm

ente en el ámbito de la Francia del A

ntiguo Régi-m

en, y que llevaron al autor a establecer precisiones teórico-metodoló-

gicas en torno a los mecanism

os y modalidades de circulación e inter-

pretación de los textos impresos. 15

14Roger Chartier, El mundo com

o representación, I.15Cfr. Roger Chartier, L’A

cadémie de Lyon au X

VIIIe siècle, G

inebra, Droz, 1969;Roger

Chartier, Lectures et Lecteurs dans la France d’Ancien Régim

e, París, Editions du Seuil, 1987;Roger Chartier, “Texts, printing, readings”, en Lynn H

unt (comp.), The N

ew Cultural H

is-tory, Berkeley, U

niversity of California Press, 1989: 154-175; Roger Chartier, Espacio públi-co, crítica y desacralización en el siglo X

VIII. Los orígenes culturales de la Revolución francesa,

trad. de Beatriz Lonné, Barcelona, Gedisa, Ciencias Sociales/H

istoria, 1995. Un texto que

vale mucho la pena consultar y que perm

ite conocer el proceso de definición teórica deChartier frente a la historia cultural a partir de su práctica histórica es A

lberto Cue (ed.),Cultura escrita, literatura e historia. Conversaciones con Roger Chartier, M

éxico, Fondo deCultura Económ

ica, 1999. 16Roger Chartier, El m

undo como representación, 50.

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prácticas de lectura en voz alta (la oralización) que potencializaban losrecursos de recepción y resignificación de lo im

preso en todos los nive-les. A

poyado por la serialización, esto es, por las herramientas desarro-

lladas por la historia socioeconómica francesa posterior al surgim

ientode los A

nnalesy por la historia de las m

entalidades, Chartier logra re-construir los catálogos editoriales y los tirajes de diversos im

presores dela época para aproxim

arse a las dimensiones de la circulación de textos

impresos diseñados a partir de fórm

ulas editoriales destinadas al granpúblico, a la m

ayoría. Dichas fórm

ulas permitieron la circulación de li-

teratura erudita bajo el estatuto de divulgación, esto es, en formatos y

tipografías pensadas para una extensa clientela e incluso con modifica-

ciones y adecuaciones por cuenta de los editores encargados. Sobre losm

odos de lectura Chartier dedica todo un ensayo para mostrar las m

o-dalidades de dicha práctica en la Europa de los siglos XV

Iy XVII, estable-

ciendo que leer “[...] no es siempre ni en todos lados un gesto de una

intimidad en reclusión [...]”

18Por el contrario, la predominante en diver-

sos ámbitos sociales fue la lectura en voz alta dirigida por un lector a

una asamblea de auditores, así, leer en voz alta y escuchar leer fue una

práctica muy presente en las sociedades de A

ntiguo Régimen que reba-

só la simple difusión de lo im

preso por parte de los alfabetizados hacialos analfabetos; el asunto fue m

ás complejo y se inscribe en el surgi-

miento de nuevas sociabilidades a todos los niveles en donde alfabeti-

zados oralizan a alfabetizados enmedio de form

as ahora desaparecidasde relación colectiva. Los im

pactos de dichas formas de com

partir lacultura escrita en la conform

ación de espacios públicos de discusión yopinión, o bien de form

as específicas de representación y acción a par-tir de la recepción del texto, perm

iten mostrar en estos ensayos el alcan-

ce que el estudio de las formas de apropiación de los textos tiene para

la comprensión histórica de una sociedad de A

ntiguo Régimen, sin em

-bargo, la m

etodología puede ser aplicada a otros objetos culturales.El últim

o capítulo, dedicado a la representación del mundo social,

está formado por dos ensayos que si bien abordan nuevam

ente aspec-tos concernientes por un lado a los sistem

as de representación, y por elotro al texto im

preso (a sus condiciones específicas de producción, cir-

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los siglos XVIy XV

IIIpor un lado, y la representación del mundo social en

la Francia del mism

o periodo. De esta form

a, la disposición de los mate-

riales no obedece a la secuencia cronológica de sus anteriores ediciones.El resultado son tres grandes capítulos. El prim

ero, el más denso y po-

blado de teoría, lo forman cuatro ensayos (incluido “El m

undo como re-

presentación”), dedicados principalmente a revisar las relaciones entre

la historia intelectual, la historia cultural francesa de corte tradicional, lahistoria de las m

entalidades y el concepto de representación, y que cie-rran con la reedición del prefacio que Chartier escribiera a la ediciónfrancesa de La sociedad cortesana, obra de su adm

irado Norbert Elias.

El segundo capítulo, dedicado como señalam

os arriba a la historiadel libro y de la lectura, com

prende tres estudios de caso o ensayos deinterpretación histórica que perm

iten abordar la circulación del textoim

preso y las prácticas de lectura. De entre sus hipótesis, destaca aque-

lla por la cual Chartier establece que “[...] en las sociedades del Antiguo

Régimen, entre los siglos XV

Iy XVIII, la circulación m

ultiplicada del es-crito im

preso ha transformado las form

as de sociabilidad, permitido

nuevas ideas y modificado las relaciones con el poder [...]”. 17Esto plan-

tea necesariamente el encuentro entre el m

undo del texto y el mundo

del lector, en una serie de posibilidades que no responden a las divisio-nes socioculturales tradicionalm

ente definidas por clases o grupos. Llá-m

ese literatura “culta” o libro de buhonería, lo cierto es que la circula-ción y las form

as de recepción de lo impreso en aquella época no se

ajustan a las categorías ahora poco útiles de lo culto versuslo popular,de la em

isión activa versusla recepción pasiva: el mism

o objeto impre-

so se convierte en un material com

partido por sujetos y comunidades

de lectores-oidores adscritos a diferentes sectores y clases. De ahí las di-

visiones que marca Chartier en el trayecto que va de la escritura de un

texto a su recepción, pasando por su conversión en un objeto impreso,

etapas diferentes en el proceso de construcción del sentido y de la repre-sentación. N

o sólo eso, el aumento de la circulación de lo im

preso, sobretodo de lo im

preso masivo com

o lo fueron los libros azules en Francia olos pliegos de cordel en España, posibilitaron nuevas form

as de convi-vialidad en donde los lectores eran principalm

ente oidores enmedio de

17Ibidem,107.

18Ibidem,122.

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social de los estafadores, su representación literaria y los lectores. Dos

preguntas guían su análisis en este apartado: “[...] ¿Através de qué pro-

cedimientos logran estos libros crear efectos de realidad y de lectura di-

vertida? ¿Ycóm

o podían ser descifrados en los distintos mom

entos desu trayectoria editorial? [...]”

20En este recorrido detallado sobre las for-m

as de representación literaria e incluso de otros textos no necesaria-m

ente ligados a la ficción, Chartier muestra la conexión entre textos y

formaciones sociales de finales del siglo XV

por un lado y figuras y re-presentaciones ya consolidadas en el siglo XV

IIa partir de procesos decrecim

iento urbano en París y de aumento de m

endigos, pobres, estafa-dores y grupos subalternos com

o los gitanos, por el otro. Así, la prolife-

ración de libros picarescos de circulación masiva basados m

uchas vecesen viejas ediciones que describían las form

as de engañar de los pícarosy falsos m

endigos en Francia y la Germ

ania, además de traducciones de

autores españoles que tratan temas sim

ilares, permitieron un proceso

de apropiación de imágenes y representaciones en donde la faceta litera-

ria adquiría fuerza de verdad objetiva. Aello se agregaban los acom

odosy adecuaciones que los diversos im

presores de literatura de divulgaciónhicieron a m

uchas obras en función de convenciones y exigencias delconsum

o, de cultivar la moraleja del ladrón o del héroe m

alvado que alfinal se redim

e, o bien frente a la censura y a las precauciones que éstaim

ponía a los editores.D

e esta forma, la trasposición de la experiencia social del m

undo delos pícaros y vagos en figuras literarias perm

itió, por parte de sectoresm

uy diversos, la apropiación de estas representaciones que, en estrictosentido, m

ostraban una faceta atrayente aunque soterrada de la reali-dad. A

spectos recreados en la literatura picaresca como la Corte de los

Milagros y la transfiguración de una estructura de Estado por m

edio deuna especie de m

onarquía de los ladrones y falsos mendigos, establecie-

ron espacios de significación por parte de los lectores a través de sus po-sibles form

as de apropiación de los textos, ya fueran aquellos domina-

dos o dominadores. A

mbos casos, el de los intelectuales frustrados y el

de las figuras literarias y el espacio social en la literatura picaresca, per-m

iten conocer el proceder de Chartier y su propuesta de interpretación

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culación y apropiación), dirigen el análisis hacia el impacto de las repre-

sentaciones en el espacio social. En ambos Chartier utiliza térm

inos quehan resultado com

plejos para la historia y la antropología, tales como el

imaginario y lo figurativo. En am

bos, también, acude a las representa-

ciones de lo social en la literatura picaresca de España y Francia en el si-glo XV

II . El primero es un breve ensayo sobre los intelectuales frustrados

de la Europa del mom

ento. De nuevo apoyado por la serialización de

datos que permite confirm

ar el aumento de graduados en las univer-

sidades inglesas, francesas y españolas, y el consecuente encarecimien-

to de puestos sociales para dichos graduados, Chartier contrapone lasoportunidades objetivas inferidas por el dato duro a las aspiracionessubjetivas producidas por las representaciones, caducas para el m

omen-

to, en torno al valor conferido a los títulos universitarios y a la posiciónque otorgaban a sus detentadores en tiem

pos anteriores. Estamos, por

tanto, ante una contraposición entre el imaginario y el espacio social del

Occidente europeo, ante una m

utación que Chartier aborda a partir desu inclusión u om

isión en los sistemas de representaciones. D

icho es-quem

a, en palabras del autor,

[...] permite pensar en la constitución de una población intelectual frustra-

da en sus esperanzas sociales como el efecto de una discordancia entre un

sistema de representaciones, que durante m

ucho tiempo acuerda a los títu-

los una eficacia que ya no poseen, y un funcionamiento social que los deva-

lúa por el hecho mism

o del crecimiento del núm

ero de sus poseedores [...] 19

Una de las vías de concientización, concreción y representación de

aquella discordancia será la ficción literaria de la novela picaresca, as-pecto que advierte Chartier en sus variaciones nacionales y afán que lolleva por una interesante selección de textos españoles y franceses param

ostrar el cauce literario que adquiere la representación del intelectualfrustrado y su transform

ación en un motivo ideológico para la época.

En el último ensayo, dedicado de lleno al asunto de las representaciones

y las prácticas a partir de la literatura picaresca en los libros de la Biblio-teca A

zul, el autor dirige su atención a las relaciones entre la figura

19Ibidem,172.

20Ibidem,182-183.

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pensamiento en función de abstracciones que aislaban a la actividad in-

telectual de la vida social y de las condiciones específicas que autoriza-ron su producción.

Para Febvre, lo social no está representado ni se disuelve en los sis-tem

as de pensamiento y en las ideologías que intentan m

odelarlo. Latarea para los historiadores del m

ovimiento intelectual quedó plantea-

da, de acuerdo a la crítica de Febvre, como la necesidad de encontrar la

originalidad de cada sistema de pensam

iento, en su complejidad, en sus

dislocaciones y en sus particulares formas de integración a la realidad

que les da origen. De ahí que el concepto de representaciones colectivas

y su relación con grupos y entendimientos específicos haya abierto la

posibilidad de explorar la dimensión social del pensam

iento y sus ma-

nifestaciones más allá de determ

inismos. Frente a “las ideas” com

o ob-jeto de la historia intelectual clásica, surge el estudio de “la m

entalidadcolectiva” que regula los juicios y las representaciones de los sujetos ensociedad. Sin em

bargo, el concepto mentalidad colectiva, si bien se im

-puso en la historiografía francesa hacia los años sesenta, ha tenido unalarga y fecunda trayectoria que, de acuerdo con Chartier, tocó fondohacia los años ochenta. Sus orígenes se rem

ontan hasta mediados del si-

glo XIX, mas no fue sino hasta 1922, con la aparición de La m

entalité pri-m

itivede Lévy-Bruhl, cuando el término fue adoptado com

o una cate-goría de análisis histórico y sociológico. La propuesta fue evitar elacercam

iento a las costumbres m

entales de las entonces denominadas

sociedades primitivas desde las costum

bres mentales de quien las ob-

serva; en contrapartida, se planteaba el descubrimiento de la m

entali-dad prim

itiva a través del análisis de sus representaciones colectivas yde las relaciones entre dichas representaciones. 22

Fue así que, retomado por la historiografía francesa desde los

Annales, el térm

ino mentalidad vino a ser una de las líneas de replantea-

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histórica: acceder a los mecanism

os de construcción de las representa-ciones y a los procesos de significación en sociedades pretéritas, en estecaso, en el O

ccidente europeo del Antiguo Régim

en. Proceder y pro-puesta son m

ateria de nuestro segundo punto. Veamos:

El proceso de definición de la historia cultural planteado por Char-tier es m

uy complejo y se inscribe en el contexto de diversos debates

surgidos principalmente en Francia y Estados U

nidos, sin olvidar lasaportaciones críticas de la historiografía italiana y alem

ana, esta última

representada por la sociología histórica de Norbert Elias. D

e tales are-nas de discusión destacan la valoración de las aportaciones y al m

ismo

tiempo los cuestionam

ientos a la denominada historia de las m

entali-dades y de paso a la llam

ada historia de las ideas; la denominada crisis

de las ciencias sociales, proclamada en los ochenta por diversos teóricos

franceses; las ambigüedades de la N

ouvelle histoire, en donde podemos

incluir a la “New

Cultural History”; 21y un replanteam

iento de las deter-m

inaciones colectivas derivado del retorno al sujeto en diversas dis-ciplinas sociales, principalm

ente la sociología. Chartier construye argu-m

entos bien fundados frente a la mayoría de dichos debates, sobre todo

en términos de la influencia que han tenido en la reform

ulación del que-hacer histórico, y establece la genealogía de los conceptos que nutren sudefinición de historia cultural, específicam

ente los derivados de la so-ciología de Ém

ile Durkheim

y Marcel M

auss, de la etnología de Lévy-Bruhl, y de los posteriores usos que de las aportaciones de estos autoreshiciera la historiografía francesa im

pulsada por los Annalesy que dier-

an forma en la década de los sesenta a la historia de las m

entalidades.Si bien Chartier inicia con una revisión de las aportaciones e innovacio-nes que hiciera Lucien Febvre en torno a la relación entre las ideologías,las ideas y la realidad social, esto es, a las form

as de pensamiento en el

pasado, la comprensión de dichas innovaciones lo lleva hasta los con-

ceptos centrales de “representación colectiva” de Durkheim

y de “men-

talidad” de Lévy-Bruhl. Am

bos son en buena medida los elem

entos queapuntalaron la crítica de Febvre a un tipo de historia que se hacía en elprim

er tercio del siglo XX, dirigida a historiar los grandes sistemas de

21El adjetivo “ambigüedades” no responde a una postura de Chartier, sino a la im

-presión de quien esto escribe.

22Para una filología del concepto de mentalidad en la historia cultural cfr. Boris Be-

renzon Gorn, H

istoria es inconsciente (La historia cultural: Peter Gay y Robert D

arnton), pró-logo de Á

lvaro Matute, San Luis Potosí, El Colegio de San Luis, 1999, 47-53. Si bien el in-

terés de Berenzon se centra en la relación de los mecanism

os inconscientes que subyacenen el proceso de creación de la m

entalidad colectiva y por tanto en las bondades inter-pretativas del psicoanálisis en la historia cultural, tam

bién reconstruye antecedentes delconcepto m

entalidad desde la filosofía, la sociología y la etnología.

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historia cultural: el principio de inteligibilidad. Dicho principio, desa-

rrollado por Febvre como pregunta central de sus indagaciones, fue la

base del utillaje mental, sobre todo a partir de los lím

ites de lo pensable;para este historiador, el hom

bre del siglo XVIdebería ser inteligible no

con relación a nosotros, sino con relación a sus contemporáneos, prem

i-sa adoptada por la posterior historiografía francesa de las m

entalidadespara com

prender no “las audacias del pensamiento” sino los lím

ites deuna m

entalidad, esto es, las representaciones colectivas, los utillajes men-

tales y las categorías intelectuales disponibles y compartidas en una épo-

ca específica. El acercamiento de las m

entalidades a conceptos como el

de “visión del mundo”, definido a partir de Lukacs com

o el conjunto deaspiraciones, sentim

ientos e ideas que reúnen a los miem

bros de unm

ismo grupo y los opone a los otros grupos, llevó las reflexiones hacia

terrenos que pisaba la sociología, la antropología y la psicología social.D

e la relación y el diálogo con esta última surgieron esfuerzos vagos por

definir la psicohistoria y la psicología histórica, áreas del quehacer his-tórico que nunca prosperaron en sus planteam

ientos.M

as los temas y problem

as objeto de la historia de las mentalidades

a partir de la intención por acceder al conjunto de las formas de pensa-

miento a través de los m

ecanismos de percepción y representación die-

ron por resultado una dilatación de los temas y de las categorías de aná-

lisis histórico. Desde el espacio para la incredulidad que explorara el

mism

o Febvre como precursor de las m

entalidades, hasta el miedo en el

Occidente m

edieval investigado por Delum

eau, la historia de las men-

talidades tuvo un desarrollo brillante y lleno de aportaciones al menos

hasta la primera m

itad de los ochenta, cuando los cuestionamientos al

mism

o concepto de mentalidad por efecto del retorno al sujeto, por un

lado, y las observaciones de procesos y representaciones a escalas mi-

crohistóricas, por el otro, alertaron sobre las deficiencias del concepto.En dicha revisión tam

bién influyó el diálogo que propiciara la supuestacrisis de las ciencias sociales. Pero el triunfo de lo que la historiografíafrancesa llam

aría formalm

ente “la historia de las mentalidades” lo po-

demos ubicar en la década de los sesenta, sobre todo con los trabajos de

George D

uby y Jacques Le Goff, quienes desplazaron a las ideas y a los

fundamentos socioeconóm

icos de las sociedades como objeto de la his-

toria y dieron cabida, entre otras cosas, al imaginario y su relación con

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miento del quehacer histórico frente a la tradicional tendencia historio-

gráfica que abordaba los sistemas de pensam

iento y las ideologías, ytam

bién frente a las limitaciones de la historia basada en la población,

la producción y las técnicas, esto es, circunscrita a los factores materiales

de una sociedad. Las propuestas conceptuales para considerar las for-m

as de significación y representación colectiva en el pasado comenza-

ron con la aparición en 1924 de Les Rois thaumaturgesde M

arc Bloch y, ala m

uerte de éste en la segunda guerra, continuaron en Francia bajo lahegem

onía intelectual de Febvre con su estudio sobre Rabelais(1942). EnBloch encontram

os un afán por reconstruir creencias y actitudes colec-tivas a partir de un principio denom

inado “atmósfera m

ental”, mism

oque se aproxim

a a la posterior conceptualización de las mentalidades.

Por su parte, Febvre postulará a las estructuras de pensamiento com

oobjetos de la historia intelectual con base en el acceso a los utillajes m

en-tales de una sociedad, esto es, las herram

ientas culturales de interpreta-ción con que cuenta un conjunto social en una época específica para darsentido y significación a su presente y a su historia. Chartier señalaadem

ás las aportaciones que en los mism

os años hiciera Erwin Panofs-

ky desde la historia del arte, quien señaló la importancia de acceder al

“espíritu de la época”, a las costumbres m

entales y a la fuerza forjado-ra de costum

bres (habit-forming force). A

partir de estas aportaciones lahistoriografía francesa com

enzó a plantear el horizonte de una nuevaaproxim

ación a las sociedades del pasado, basada en el interés por estu-diar las sensibilidades, las creencias y las percepciones que constituye-ron la m

entalidad de una sociedad y un mom

ento.Sería Febvre quien con m

ayores elementos propondría en su estudio

sobre Rabelaisy en diversos escritos los principios básicos para manejar

los utillajes mentales a partir de tres soportes: el lingüístico, el concep-

tual y el afectivo. Con dicha base, Febvre marcó las prim

eras aportacio-nes m

etodológicas a la historia intelectual con relación al acceso a las re-presentaciones y contra la lectura defectuosa de los pensam

ientos delpasado. En ello Febvre sería enfático al señalar las deform

aciones quelos historiadores generaban por su tendencia a prestar al pasado cono-cim

ientos, categorías y apreciaciones presentes, ajenas al contexto y alos hom

bres objeto de estudio. De ahí surge uno de los principales pre-

supuestos heredados y reformulados por Chartier en su propuesta de

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presentación) y, en función de dicha presencia reiterada, intentar deli-m

itar la mentalidad de un grupo. 24

¿Cuáles fueron, entonces, los puntos de ruptura de la historia de lasm

entalidades y cuáles los quiebres que darían origen a la llamada his-

toria cultural? Veamos el asunto desde la perspectiva de Chartier. U

naprim

era crítica a la historia de las mentalidades la presenta nuestro au-

tor desde el prólogo y a partir de tres aspectos específicos. Primero, con-

tra el uso simplista que los historiadores de las m

entalidades han hechode la relación entre divisiones sociales y diferencias culturales, cuestiónque se inscribe en la crítica a las categorías de cultura popular vs. cultu-ra de elite, entre otras. Segundo, contra la acepción que considera al len-guaje com

o un útil disponible para expresar el pensamiento; para Char-

tier, las mentalidades no son huéspedes de los textos, y el lenguaje no

es, como lo pretende la idea del sem

iological challenge, un sistema cerra-

do de signos que producen sentido por el único funcionamiento de sus

relaciones e independientemente de toda referencia objetiva. Tercero,

contra el uso o aplicación de “mentalidad colectiva” com

o una categoríaglobal para explicar una sociedad, en detrim

ento de las formas textuales

o iconográficas que posibilitan su expresión. Chartier plantea a lo largode la prim

era parte del libro otros aspectos estructuralistas que afecta-ron el enfoque histórico de las m

entalidades. Por un lado, su tendenciaa considerar que los pensam

ientos y las prácticas de un individuo estándeterm

inados por una mentalidad o estructura m

ental única; por el

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lo cotidiano para comprender la m

entalidad, siempre colectiva, de una

época. En pocas palabras, el esfuerzo metodológico de “las m

entalida-des” estuvo dirigido a la restitución de las form

as de pensar y de sentircolectivam

ente, siempre tratando de establecer la articulación entre los

pensamientos y lo social. Ello im

puso la reconstrucción de los sistemas

de representaciones y de valores que compartió un grupo o una socie-

dad en una época específica.Sin em

bargo, el concepto de mentalidad m

ostró sus debilidades so-bre todo, com

o anota Duby, por su im

precisión derivada de una especiede territorio extenso en donde podían entrar infinidad de planteam

ien-tos com

o parte de la definición de una mentalidad. 23El asunto es sim

i-lar para la denom

inada “historia de las ideas”, mism

a que podemos

ubicar como herm

anastra de las mentalidades. La historia de las ideas

existió como parte del desarrollo de la historia intelectual de viejo cuño,

en una primera etapa dirigida al estudio del pensam

iento sistemático en

tentativas filosóficas, y en una segunda, ubicada a mediados del siglo

XX, como un esfuerzo por entender la función de las ideas con su rela-

ción al sistema ideológico del m

omento a estudiar. Por otro lado, es pre-

ciso destacar que la historia de las mentalidades desarrollo un rigor m

e-todológico basado en la serialización y sus técnicas heredadas de lahistoria socioeconóm

ica también perfeccionada por los seguidores de

los Annales. Para el caso de las representaciones y las sensibilidades, la

estrategia fue serializar objetos culturales para establecer la frecuenciade una práctica colectiva, o bien lo com

ún de una práctica individual(un acto ritual, la com

pra-venta de libros, la elaboración de testamentos

con contenidos específicos, el uso de una expresión, etcétera). Apartir

de este ejercicio estadístico los historiadores podían establecer la recu-rrencia de un m

otivo y su distribución (ya fuera una práctica o una re-

23Duby anotó años después que el esfuerzo de los historiadores de las m

entalidadesestuvo dirigido a “[...] franquear el um

bral con el que tropieza el estudio de las socieda-des del pasado cuando se lim

ita a considerar los factores materiales [...] Sentíam

os la ne-cesidad urgente de ir m

ás allá, al lado de esas fuerzas cuya sede no está en las cosas, sinoen la idea que uno se hace y que en realidad gobierna im

periosamente la organización y

el destino de los grupos humanos [...]” Vid. G

eorges Duby, La historia continúa, D

ebate,M

adrid, 1992, 100.

24En 1994 Jean Delum

eau, uno de los principales exponentes de la historia de lasm

entalidades, e incluso titular de la cátedra “Historia de las m

entalidades religiosas enel O

ccidente moderno” en El Colegio de Francia, expuso en el M

useo de Antropología de

la ciudad de México una definición sencilla de las m

entalidades: “[...] Sólo quiero señalarque la palabra [m

entalidades] es cómoda para designar sentim

ientos y comportam

ientossuficientem

ente significativos en un plano colectivo [...] Pero hay que aclarar, en el nivelm

etodológico, que la historia de las mentalidades puede ser peligrosa si se cree que es

más fácil de realizar que cualquiera otra. Su aparente seducción esconde tram

pas. Puedeconducir a la palabrería y a la jerga seudocientífica. D

e hecho, no es realizable sin unaam

plia documentación, proveniente de fuentes a veces dispersas y que hay que poner en

consonancia unas con otras [...]” Cfr. Historiografía francesa. Corrientes tem

áticas y metodo-

lógicas recientes, presentación de Hira de G

ortari y Guillerm

o Zermeño, M

éxico, CEMCA/

CIESAS /

UN

AM/Instituto M

ora/U

IA, 1997, 17-18.

Page 14: Representaciones Colectivas, Mentalidades e Historia Cultural- A Propósito de Chartier y El Mundo Co

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re entre producción vsrecepción, Chartier establece que todas las for-

mas de consum

o cultural implican otra producción en sí m

ismas. El

desciframiento com

ún de textos, de mensajes, de valores, de creencias e

incluso de una visión del mundo identificable por sus m

otivos genera-les en una época y una sociedad está sujeto a la reapropiación, al desvío,a la desconfianza y a la resistencia. A

sí, los modelos aparentem

ente im-

puestos adquieren coherencia y diversidad desde la cultura de la mayo-

ría. El flujo de pensamiento erudito o científico tam

bién padece proce-sos de reapropiación específica, tal com

o lo mostró G

inzburg a través deM

enocchio. La historicidad de las representaciones queda entonces de-finida por sus condiciones específicas de producción y por las form

asdiversas y com

plejas de apropiación, aspectos tampoco desarrollados

por la historia de las mentalidades.

Éstos y otros cuestionamientos surgidos principalm

ente en la déca-da de los setenta y afinados una década m

ás tarde dieron el fundamen-

to para la definición de la historia cultural mediante el rescate del estu-

dio de los utillajes mentales planteados por Febvre décadas antes. Fue

en los ochenta cuando la historia asumió los nuevos desafíos lanzados

por la sociología, la antropología y la historia política enmedio de la de-

nominada crisis de las ciencias sociales. Para Chartier, dicha crisis ha

sido más postulada que probada, y su enunciación surge por el retorno

al sujeto en la filosofía y la sociología, por el rechazo de las determina-

ciones colectivas y los condicionamientos sociales, y por la im

portanciadada a lo político com

o el nivel más abarcador en la organización de las

sociedades. 25En contraposición a lo que sucedía en otros contextos aca-dém

icos de Europa y Estados Unidos con respecto al supuesto agota-

miento de paradigm

as, el campo intelectual francés, de acuerdo a Char-

tier, realizó en esos años investigaciones sociales profundas construidasa distancia de las representaciones objetivistas propuestas por el m

ar-xism

o y el estructuralismo, “[...] recordando las capacidades inventivas

de los agentes contra las determinaciones inm

ediatas de las estructurasy las estrategias propias de la práctica contra la sum

isión mecánica a la

regla [...]”26Sin em

bargo, el argumento de Chartier tiene m

ucho de rei-

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otro, atribuir a un grupo social un conjunto estable de ideas y creencias.A

simism

o, el estudio de la mentalidad de un grupo en un tiem

po espe-cífico a partir de la serialización de sus expresiones m

ás repetitivas tuvocom

o carencia la imposibilidad de estudiar las dependencias que unen

a las diversas representaciones del mundo y que coexisten en una socie-

dad, diversidad que tiene como base el desarrollo de distintos conoci-

mientos, de distintas representaciones, así com

o su articulación. La co-existencia sim

ultánea de representaciones permite plantear una crítica

más, asociada a las form

as específicas de interpretación y reelaboraciónindividual de una m

entalidad; ello tiene relación con las propuestas deretorno al sujeto, las cuales m

uestran la diversidad de empleos y usos

que los individuos hacen de los elementos culturales, a partir de sus he-

rramientas m

entales y de estrategias concretas.O

tros dos cuestionamientos relacionados destacan: prim

ero, el pro-blem

a de las mentalidades para explicar el paso de un sistem

a de repre-sentaciones a otro, esto es, la form

ación de una nueva mentalidad; y

segundo, el problema de la historicidad de las m

entalidades. Sobre elprim

er punto Chartier establece las deficiencias explicativas de los his-toriadores de las m

entalidades en cuanto a no considerar los factores deruptura, resistencia, avances y bloqueos que se presentan en la transi-ción de un sistem

a de representaciones a otro, proceso que entre otrascosas depende de la articulación entre representaciones com

unes y elavance de conocim

ientos denominados científicos; o bien de la transfor-

mación de las creencias en ideas y viceversa. Bajo la prem

isa de que sonm

ás importantes las form

as de apropiación de un motivo intelectual

que su distribución estadística, y bajo el entendido de que las formas de

distribución de un motivo no responden a divisiones socioeconóm

icaspreestablecidas (dom

inadores vsdominados, cultura popular vscultura

de elite, etcétera), Chartier plantea que los cambios de sistem

a de re-presentaciones im

plican el análisis de las relaciones entre creencias, va-lores y representaciones con respecto a las pertenencias sociales, lascuales m

uchas veces operan a partir de la objetivación de representacio-nes del m

undo social; dicho ejercicio no aparece en los planteamientos

de la historiografía de las mentalidades. D

e ello deriva el problema de

la historicidad de las mentalidades: basado en el cuestionam

iento a laoposición tenida com

o evidente entre creación vsconsumo, o si se quie-

25Roger Chartier, El mundo com

o representación, 47.26Ibidem

, 48.

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de la totalidad social; en segundo lugar, la definición territorial de losobjetos de investigación, esto es, la descripción de una sociedad instala-da en un espacio particular com

o condición indispensable para el trata-m

iento y recuperación de datos; y en tercer lugar, la importancia que

tradicionalmente se le había conferido a las divisiones sociales com

oadecuadas para organizar las diferencias culturales. A

cambio, el queha-

cer histórico dirigió sus esfuerzos a pensar en los funcionamientos so-

ciales sin otorgar primacía a un conjunto particular de determ

inacionesy fuera de la partición jerarquizada y rígida de las prácticas y las tem

po-ralidades. Si bien Chartier no establece de m

anera explícita una defini-ción de la historia cultural que surge a partir del desplazam

iento delprincipio de inteligibilidad hacia otros objetos, sí plantea los objetivos yproceder de la nueva historia cultural francesa:

[...] descifrar de otra manera las sociedades, al penetrar la m

adeja de las re-laciones y de las tensiones que las constituyen a partir de un punto de en-trada particular (un hecho, oscuro o m

ayor, el relato de una vida, una redde prácticas específicas) y al considerar que no hay práctica ni estructura que nosea producida por las representaciones, contradictorias y enfrentadas, por las cua-les los individuos y los grupos den sentido al m

undo que les es propio[...] 28

La historia cultural es para Chartier la historia de la construcción desentido a partir de las tensiones existentes entre un sistem

a de pensa-m

iento y las formas grupales o individuales de apropiación de dicho

pensamiento.

Mas el asunto no es sencillo, pues el autor señala que todas las rela-

ciones, incluidas las económicas y sociales, se organizan según lógicas

que ponen en juego esquemas de percepción y de apreciación de los dis-

tintos sujetos sociales, aspecto que toca directamente a la cultura y sus

diversas definiciones. Chartier alerta entonces sobre el uso tradicional yanacrónico del térm

ino cultura referido a las producciones intelectualesy artísticas de elite o bien a lo cultural com

o referido a un campo especí-

fico de producciones y prácticas. En contraste, y como insum

o antropo-lógico, Chartier recoge la ya tam

bién tradicional definición de cultura

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vindicación del quehacer intelectual francés frente a los cuestionamien-

tos que a las ciencias sociales, incluida la historia, surgieron en el con-texto sajón. D

icha dinámica no la soslaya del todo el autor cuando afir-

ma que en los setenta la sociología, la lingüística y la etnología se

encontraban en proceso de encumbram

iento institucional y en unaofensiva que pretendió socavar la posición dom

inante de la historia enel cam

po universitario francés. De hecho, Chartier ubica los nuevos ob-

jetos de la historia planteados por las mentalidades com

o una de lasm

uchas respuestas de los historiadores ante los cuestionamientos a la

historia de las coyunturas económicas y dem

ográficas, y ante las dudaslanzadas por otras ciencias sociales hacia las certezas m

etodológicas dela historia.

Ya en la década de los ochenta la crítica no se basa en el cuestiona-m

iento de la historia, sino en el cuestionamiento sobre todas las ciencias

sociales. Es en este mom

ento cuando la historia es llamada a reform

ularsus objetos; y es en ese contexto tam

bién que comienza la definición de

la historia cultural. Chartier explica esto como un proceso sim

ilar al quesufriera la historia en el surgim

iento de las mentalidades com

o línea deinvestigación: ésta se construyó al aplicar a nuevos objetos los princi-pios de inteligibilidad utilizados con anterioridad por la historia eco-nóm

ica y social, entre otros, la preferencia por las mayorías bajo la con-

sideración de la cultura popular, la serialización y la aplicación deesquem

as temporales de larga duración heredados de Braudel. A

sí, locentral para Chartier en los cam

bios y mutaciones recientes de la disci-

plina histórica no está en la postulada crisis de las ciencias sociales o enun cam

bio de paradigma, sino en la reform

ulación de su principio deinteligibilidad: las transform

aciones del trabajo histórico “[...] están li-gadas a la distancia tom

ada en las prácticas de investigación mism

a enrelación con los principios de inteligibilidad que habían gobernado laactividad historiográfica desde hace veinte o treinta años [...]”

27¿Cuálesson esos principios?

Para Chartier existen tres conjuntos de certezas que se fisuraron ha-cia finales de los años ochenta en el quehacer histórico: en prim

er lugar,el proyecto de una historia global que articularía los diferentes niveles

27Ibidem.

28Ibidem,49. Las itálicas son m

ías.

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sos históricos. Sin embargo, el concepto de representación tam

bién ad-quirió un papel central en otras ram

as de la ciencia social, principalmente

con la psicología social y el desarrollo de la teoría de las representacio-nes. ¿Cuáles son, entonces, las relaciones que se han establecido entrela historia cultural com

o historia de la construcción de significado y laspropuestas de la escuela de las representaciones sociales em

anada de lapsicología social? Esto es m

ateria de los últimos párrafos de este ensayo.

En términos generales, la teoría de las representaciones sociales, aún

en desarrollo, establece que éstas son sistemas de interpretación que

rigen nuestra relación con el mundo y con los otros, y que orientan y or-

ganizan las conductas y las comunicaciones. Las representaciones so-

ciales pueden ser abordadas, a la vez, como el producto y el proceso de

una actividad de apropiación de la realidad exterior por parte del pen-sam

iento y de elaboración psicológica y social de esta realidad. 31Se tra-ta, por tanto, de form

as de conocimiento y de sentido com

ún basadas enla percepción y en la form

ación de fenómenos cognitivos a partir de di-

visiones e interacciones sociales, principalmente los aspectos com

uni-cativos en la interacción social. Las representaciones se originan en elprocesam

iento y los intercambios que los individuos hacen de la expe-

riencia social y adquieren vigencia cuando logran construir una visiónconsensuada de la realidad por un grupo y sus m

iembros, de ahí que los

objetos de representación social sean múltiples e im

pliquen desde valo-res y m

odelos sociales hasta formas de m

emoria colectiva dirigidas a

dotar de sentido al presente. No existe, por tanto, representación sin ob-

jeto. Como señala la m

isma Jodelet, los objetos de representación cons-

tituyen un amplio cam

po de estudio que involucra elementos cogni-

tivos enlazados con funciones de legitimación. D

e esta forma, y en

referencia a las funciones, la mism

a autora establece dos consecuenciasen el acercam

iento a las representaciones: la primera tiene que ver con

su estudio mism

o e implica el reconocim

iento de la multidim

ensionali-dad de lo social en las representaciones; la segunda se refiere al estatu-to epistem

ológico de las representaciones, aspecto que abarca su carác-

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de Clifford Geertz y que perm

ite pensarla “[...] como un conjunto de

significaciones que se enuncian en los discursos y en las conductas apa-rentem

ente menos culturales [...]”

29Frente a todos los planteamientos

expuestos y que de ninguna manera agotan las reflexiones de Chartier

sobre la historia cultural a lo largo del libro que nos ocupa, el autor ex-presa abiertam

ente su apego a la definición que de la historia intelectu-al o cultural form

ulara Schorske, y que concibe el trabajo histórico enuna doble dim

ensión: una diacrónica que permite analizar la relación

de un sistema de pensam

iento o de un conjunto de representaciones conuna expresión previa de la actividad cultural; y una dim

ensión sincró-nica que perm

ite establecer la relación de contenido de los objetos in-telectuales o culturales con lo que aparece en otras ram

as de una culturaal m

ismo tiem

po. Am

bas dimensiones perm

iten pensar los objetos cul-turales desde la especificidad de la historia de su género y con relacióna las producciones culturales contem

poráneas por un lado y, por el otro,con referentes situados en otros cam

pos de la totalidad social (por ejem-

plo, socioeconómicos o políticos). 30

Como quedó expresado en la reseña de los estudios de caso, Char-

tier abordará a profundidad la construcción de sentido, las representa-ciones y las prácticas a través de la circulación del texto im

preso entrelos siglos XV

Iy XVIIIen el O

ccidente europeo, sin embargo, los alcances

de su propuesta de historia cultural están por ser explorados y las nue-vas investigaciones están en proceso. La historia de las sensibilidades,com

o la plantearan Bloch y Febvre, ha encontrado un espacio renovadoque ahora m

ismo indaga sobre la m

emoria colectiva, las creencias y su

formación com

o representación colectiva, la mediación de los discursos,

la formación de espacios públicos, los grupos subalternos o bien las re-

presentaciones poco comunes y disruptivas. N

o se trata de señalar aChartier com

o el padre fundador de una nueva historiografía en detri-m

ento de otros pensadores e historiadores de lo cultural, aunque es dejusticia señalar que estam

os ante uno de los más sólidos innovadores

de la historiografía actual y uno de los pensadores más im

portantes entorno al papel de las representaciones en la com

prensión de los proce-

29Ibidem, 43.

30Ibidem,41.

31Denise Jodelet, “Représentations sociales: un dom

aine en expansion”, en Denise Jo-

delet (coord.), Les représentations sociales, París, Presses Universitaires de France, 1989, 37.

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taciones colectivas de Durkheim

, los aportes de Max W

eber en su análi-sis de la acción de los individuos, las propuestas sobre el pensam

ientoprim

itivo de Lévy-Bruhl, los aportes de Piaget sobre el desarrollo cogni-tivo del infante y las aportaciones de Sigm

und Freud en torno a la se-xualidad infantil. El insum

o teórico de la sociología y la etnología, asícom

o los aspectos cognitivos provenientes de la psicología acercan mu-

cho la propuesta de las representaciones sociales al campo que abrió la

historia de las mentalidades y la m

alograda psicohistoria en los años se-senta. El m

ismo M

oscovici anota al respecto las afinidades entre estosintentos de reconstruir las representaciones colectivas de un conjuntosocial, no obstante ser la historia de las m

entalidades poco clara encuanto a la diversidad de representaciones, a veces contradictorias, queconstituyen la m

entalidad de una sociedad en una época específica. De

hecho, la contraposición entre representación colectiva y representaciónindividual llevó a D

urkheim a plantear que m

ientras las primeras m

an-tienen una estabilidad en su transm

isión y reproducción, las segundasson variables y efím

eras, aspectos que han sido motivo de cuestiona-

mientos sobre el papel de representaciones individuales en la form

aciónde nuevas representaciones. 33Con respecto a Lévy-Bruhl, las represen-taciones sociales retom

an el concepto de mentalidad pero, a diferencia

de los usos que le diera la historia de las mentalidades, las representa-

ciones lo abordan desde la perspectiva de Piaget, quien en sus estudiosy propuestas sobre el desarrollo cognitivo del niño estableció una evolu-ción m

ental en donde la adaptación intelectual del individuo, en susprim

eras etapas, es más restringida que la adaptación biológica, revir-

tiéndose paulatinamente dicha tendencia enm

edio de las estructurasvariables del desarrollo m

ental y de las funciones invariables y constan-tes del pensam

iento. Con el desarrollo hacia la adolescencia y la exposi-ción del individuo a las interacciones sociales se da cabida a la contra-dicción y a la definición de la personalidad. 34En ello los aportes deFreud serán centrales.

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ter práctico derivado de su calidad de conocimiento com

ún al serviciode los deseos y de los intereses de grupo. 32

Serge Moscovici fue quien puso en evidencia las dos fases que inter-

vienen en el proceso de formación de las representaciones sociales, las

cuales hasta ahora se discuten como parte de la conform

ación de estateoría: por un lado la objetivación, la cual com

prende tres etapas, laconstrucción selectiva, la esquem

atización estructurante y la naturaliza-ción; por el otro, el proceso de anclaje, que se refiere a la incorporaciónde la representación en el m

undo social. Es en el anclaje donde encon-tram

os a las representaciones ya instrumentalizadas com

o conocimien-

to de sentido común y com

o guía de las acciones, esto es, como un prin-

cipio organizador del accionar construido en función de referenciascom

unes y con un espacio muy am

plio de interpretación individual. Loanterior es relevante porque expresa una de las características m

ás im-

portantes de la representación social: su constante falta de homogenei-

dad y sus aspectos diversos que permiten su m

ultifuncionalidad. Ha

sido posible proponer, de acuerdo con los diversos estudios de caso queha desarrollado la psicología social, que las representaciones socialespueden ser instrum

entos de legitimidad, de adaptación e incluso de

subversión. Ello implica que las representaciones sociales m

antienencom

o parte de su naturaleza un aspecto creativo que involucra a los in-dividuos en la reelaboración y usos diferenciados de una representacióncom

ún. Son estos, en términos generales, los principales rasgos de la

teoría de las representaciones sociales, y el lector podrá abundar en losdebates que ha generado dicha propuesta en los artículos que se pre-sentan en este núm

ero. Lo que ahora me interesa destacar son algunos

aspectos afines entre la teoría en cuestión y la historia cultural propues-ta por Chartier, así com

o sus puntos irreconciliables ubicados funda-m

entalmente en los obstáculos m

etodológicos que surgen en el estudiode las representaciones sociales en sociedades pretéritas.

En la historia cultural como en las representaciones sociales se reco-

noce una genealogía común del concepto de representación. M

oscovici,quien ha desarrollado la teoría de las representaciones sociales desdehace cuatro décadas, establece com

o antecedente la idea de las represen-

32Ibidem,52-53.

33Serge Moscovici, “D

es représentations collectives aux représentations sociales: élé-m

ents pour une histoire”, en Denise Jodelet (coord.), Les représentations sociales, París,

Presses Universitaires de France, 1989, 65.

34Cfr. Jean Piaget, El nacimiento de la inteligencia en el niño, trad. Pablo Bordonaba, M

é-xico, G

rijalbo, 1994, 14-28.

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munidades, partiendo de sus diferencias sociales y culturales, perciben

y comprenden su sociedad y su propia historia, tiene aspiraciones m

ásm

odestas y limitaciones m

uy claras con respecto a la ambiciosa teoría

de las representaciones sociales.Pueden existir m

uchas coincidencias teóricas, muchas intencionali-

dades afines en cuanto al espacio que se pretende reconstruir, sin em-

bargo, la teoría de las representaciones sociales aspira a la prueba, mien-

tras que la historia cultural aspira a una correcta lectura del indicio. Ni

siquiera la historia cultural escapa a los viejos debates sobre nuestrasposibilidades frente al pasado. D

e hecho, ha sido la historia cultural lacorriente que con m

ayor relevancia rescata la historicidad y el proble-m

a de la verdad en la historia después de la mentada proclam

ación delfin de la historia. El m

ismo Chartier es enfático al señalar que la expe-

riencia de investigación histórica indica que una seguridad en la objeti-vidad de las técnicas de la disciplina no es suficiente para elim

inar lasincertidum

bres inherentes al estado del conocimiento que la historia

produce, esto es, un conocimiento indirecto basado en indicios y conje-

turas. En ello Chartier se apoya en los presupuestos de Ginzburg y su

denominado paradigm

a indiciario. 35Por tanto, la historia de las repre-sentaciones colectivas y de la construcción de significación planteadapor la historia cultural no tendrá otro cam

ino, de acuerdo a Chartier,“[...] salvo el de postular (lo que m

uy pocos intentan hacer, según creo)el relativism

o absoluto de una historia identificada con la ficción o lascertidum

bres ilusorias de una historia definida como ciencia positivista

[...]”36¿H

abrá alguna lección en todo esto que pueda asimilar la teoría

de las representaciones sociales?

FECH

AD

EA

CEPTACIÓ

ND

ELTRA

BAJO:2 de diciem

bre de 2002F

ECHA

DE

RECEPCIÓN

DE

LAV

ERSIÓN

FINA

L:17 de enero de 2003

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Tanto Piaget como Freud m

arcan la distinción entre los alcances delas representaciones sociales en un plano sincrónico y sus dificultadesen un plano diacrónico, esto es, en una perspectiva histórica. Piaget per-m

itió comprender la com

posición psíquica de las representaciones;Freud apuntó en la m

isma dirección pero desde la dinám

ica de interio-rización del saber y sus transform

aciones a partir del inconsciente. Am

-bos llegan a conclusiones a partir de una extensa práctica clínica. Estadim

ensión calificada por algunos teóricos como m

entalista, es uno delos ejes rectores de la discusión que sobre las representaciones ha desa-rrollado la psicología social. Sin em

bargo, y más allá de la teoría, los es-

tudios de caso que se han dedicado al estudio de una representaciónsocial en áreas específicas lo han hecho sobre sociedades o grupos ac-tuales. A

sí, la representación social, que en muchos sentidos m

antieneesa denom

inación en detrimento de su naturaleza com

o representacióncolectiva, im

pone una serie de instrumentos y estrategias de observa-

ción y análisis, todas diseñadas bajo la influencia de la práctica clínicade la psicología o bien del ejercicio sociológico. D

e hecho, las investiga-ciones de corte antropológico y educativo que se conocen y que han to-m

ado como reto la interpretación social en función de las representa-

ciones, han obtenido resultados que los acercan más al ejercicio de la

sociología cognitiva.Todo indica que los instrum

entos y refinamientos de la teoría de las

representaciones sociales tendrán en el quehacer historiográfico mucho

espacio de especulación y poco de realización. Los principales obstácu-los derivan del detalle con que los teóricos pretenden ubicar los proce-sos de transform

ación del conocimiento en representaciones sociales y

el regreso de éstas al conjunto social como form

as de conocimiento. ¿Es

posible, por ejemplo, reconstruir los procesos de objetivación y anclaje

en sociedades pretéritas? Aún planteándonos el m

ás optimista escena-

rio documental (y entiendo por docum

ental desde el texto hasta la lec-tura de espacios) la historia cultural difícilm

ente podrá plantearse lareconstrucción detallada de una representación social en las fases esta-blecidas por la teoría. Para ello se necesitan grupos y colectividades vi-vas. Podem

os decir que la historia cultural y su intención por recons-truir la historia de las representaciones colectivas del m

undo social, o enpalabras de Chartier, las diferentes form

as a través de las cuales las co-35Roger Chartier, El m

undo como representación,78.

36Ibidem,79.