religión y relaciones internacionales
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Este manual busca informar acerca temas que provienen del episte de las relaciones internacionales y su relacion con las actitudes religiosas de los pueblos.TRANSCRIPT
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Revista Acadmica de Relaciones Internacionales, nm. 7, febrero de 2008, GERI UAM
ISSN 1699 3950
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NDICE
N7, Religin y relaciones internacionales,
febrero de 2008
1. Editorial
2. Artculos
2.1. Nuestra Seora de Ftima y el nacionalismo del Estado Novo, por ngel RIVERO RODRGUEZ.
2.2. Religin, Soberana y Democracia: Reflexiones sobre el Islam y el Cristianismo, por Hakan YILMAZ.
2.3. Globalizacin, Modernidad y Democracia. El caso de Turqua, por E. Fuat KEYMAN.
2.4. Reconsiderar la secularizacin: Una perspectiva comparada mundial, por Jos CASANOVA.
2.5. Afrontando seriamente el pluralismo religioso y cultural: El renacimiento mundial de la religin y la transformacin de la sociedad internacional, por Scott M. THOMAS.
2.6. Dos teoras sobre la modernidad, por Charles Taylor.
3. Fragmentos
3.1. Nuevos brbaros, viejos brbaros: Teora de Relaciones Internacionales en la post-Guerra Fra. "Todo lo viejo es nuevo otra vez", en Mark SALTER, Barbarians and Civilization in Internacional Relations, Pluto Press, Londres, 2002.
3.2. El hombre moral y la sociedad inmoral. Un estudio sobre tica y poltica. "La inmoralidad de las naciones", en Reinhold NIEBURH, El hombre moral y la sociedad inmoral. Un estudio sobre tica y poltica, Ediciones Siglo Veinte, Buenos Aires, 1966.
4. Documentos
4.1. Informe del Grupo de Alto Nivel de Naciones Unidas, Alianza de Civilizaciones. 4.2. Informe del Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperacin espaol, Alianza de
Civilizaciones.
4.3. Declaracin de los Derecho de las personas pertenecientes a minoras nacionales o tnicas, religiosas y lingsticas, Asamblea General de Naciones Unidas.
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5. Ventana Social WINPEACE: el resultado de la prctica de una visin diferente de las relaciones internacionales, por Carmen RODRGUEZ LPEZ.
6. Review-Essays
6.1. Violencia y Poltica, por Jess ROGADO.
Hannah ARENDT, Sobre la violencia, Alianza Editorial, Madrid, 2005. Charles TILLY, Violencia colectiva, Ed. Hacer, Barcelona, 2003. Charles TILLY, War Making and State Making as an Organized Crime en P. EVAN, D. RUEDESSCHMEYER y T. SKOCPOL (eds.), Bringing the State Back In, Ed. Cambridge University Press, Cambridge, 1985.
6.2. La historia despus de la Historia, por Virginia RODRGUEZ BARTOLOM. Francis FUKUYAMA, Amrica en la encrucijada. Democracia, poder y herencia neoconservadora, Ediciones B, Madrid, 2007. Eric HOBSBAWM, Guerra y Paz en el Siglo XXI, Editorial Crtica, Madrid, 2007.
7. Reseas
7.1. Cuando corren tiempos, por ngela IRANZO DOSDAD.
Talal ASAD, Formations of the Secular: Christianity, Islam and Modernity, Standford University Press, 2003.
7.2. El pre, el post y el ahora en la soberana de los estados, por Elsa GONZLEZ
AIM. Georg SRENSEN, Changes in Statehood. The Transformation of International Relations, Palgrave, Nueva York, 2001.
7.3. El pensamiento fronterizo y la subalternidad como terapia, por Alejandra DORIA MAURY. Walter D. MIGNOLO, Historias locales/diseos globales. Colonialidad, conocimientos subalternos y pensamiento fronterizo, Akal, Madrid, 2003.
7.4. Wendy Brown, contra la despolitizacin y el biopoder de la tolerancia, por Irene GARCA. Wendy BROWN, Regulating Aversion. Tolerance In The Age Of Identity And Empire, Princeton University Press, New Jersey, 2006.
7.5. Los peligros de las transiciones democrticas, por Juan TOVAR.
Edward D. MANSFIELD y Jack SNYDER, Electing to fight: Why emerging democracies go to war, The Mit Press, 2007.
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Editorial N7
Religin y relaciones internacionales
Hace unos aos, proponer el tratamiento del factor religioso en una revista acadmica de
Relaciones Internacionales hubiese sido calificado como un gesto excntrico y original,
para unos, caduco y rancio para otros. En todo caso, habra suscitado cierta alarma,
pues se entenda que la religin poco o nada tena que ofrecer para explicar y
comprender los temas de la agenda internacional (la guerra, la seguridad internacional,
la cooperacin interestatal, la economa internacional, los derechos humanos, la
cooperacin al desarrollo). Sin embargo, desde la post-Guerra Fra y, especialmente,
desde el 11-S, la religin, en sus diferentes formas y funciones, se ha convertido en un
tema no slo aceptado sino bienvenido en los foros de discusin acadmicos y polticos
en lo que atae a la poltica internacional. Por lo tanto, este editorial pretende empezar
subrayando la novedad que supone para la disciplina de Relaciones Internacionales,
desde que se constituyese en los aos cincuenta, el tratamiento de la cuestin religiosa
como un factor a tener en cuenta en las lgicas de las relaciones internacionales una
novedad especialmente notoria para lo que se conoce como el mainstream de la
disciplina.
En segundo lugar, nos gustara continuar apuntando a las implicaciones de las
tesis que tratan de explicar el papel de la religin en el orden internacional
contemporneo en trminos de retorno de la religin. La asuncin de esta tesis nos
desvela muchos de los prejuicios sobre los que se elevan las ciencias sociales, al mismo
tiempo que nos advierte de la relacin de reciprocidad constitutiva entre la epistemologa
y la ontologa. Dicho de otro modo, puede que el carcter novedoso, en tanto re-torno,
del factor religioso en relacin con la poltica internacional no se deba slo a la
transformacin de las propias dinmicas histrico-sociales, sino tambin a la forma en la
que cientficamente nos acercamos a esta realidad social con la intencin de explicarla y
comprenderla. As, desde este nmero de la revista queremos apuntar a las
implicaciones de la construccin de la religin en Relaciones Internacionales como un
silencio al igual que ha ocurrido con la identidad. Tomar en consideracin este
aspecto, llevar a una aproximacin, tratamiento y conclusiones muy diferentes ante los
interrogantes abiertos sobre los posibles roles de la religin en el orden internacional de
un mundo globalizado.
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Hay autores que han definido el tratamiento de la religin en la disciplina como
el factor olvidado por excelencia (Edward LUTTWAK). Y este olvido o silencio se suele
atribuir a tres causas que, de forma sucinta, aluden a: 1) el eurocentrismo del que
adolece la disciplina y, con ello, su autoconcepcin como un cuerpo de conocimiento
moderno ilustrado que presupone en la Paz de Westfalia (1648) un momento de ruptura
y trnsito (de la Cristiandad a Europa) del que arranca la historia moderna de las
relaciones internacionales; 2) la deriva epistemolgica positivista, materialista y
mecanicista que adopta la Teora de Relaciones Internacionales poco despus de su
nacimiento, dejando al margen una forma de aproximacin a la realidad social guiada
por la historia y la filosofa (tradicin clsica); y 3) el excesivo protagonismo de la
Escuela del Realismo Poltico en la disciplina, reduciendo los temas de relaciones
internacionales a las cuestiones del poder, el inters nacional y la seguridad
internacional a pesar de los matices que esta ltima causa exige.
Por lo tanto, tras el 11-S nos enfrentamos a un panorama internacional que,
como todos, puede filtrarse a travs de diferentes lecturas. Sin embargo, cabe destacar
el nfasis recurrente que ha alcanzado la propuesta con la que Huntington, ya en el
contexto de los noventa con el fin del conflicto ideolgico de la Guerra Fra, trataba de
explicar, o predecir, las nuevas dinmicas del orden internacional mediante la idea del
choque de civilizaciones. Sin dejar de considerar esta lectura y sus efectos, desde aqu
proponemos una lectura de los artculos y textos que componen este nmero desde una
aproximacin al 11-S como un momento de oportunidad creativa para las Relaciones
Internacionales. A pesar de la ansiedad que puedan causar los momentos de crisis,
estas coyunturas de desfase entre las herramientas tericas disponibles y la realidad en
la que vivimos, son especialmente propicias para realizar ejercicios de deconstruccin y,
con ellos, de memoria histrica; inyectando un baln de oxgeno a las Relaciones
Internacionales que permita abordar las cuestiones actuales de forma creativa,
despojada de muchos de los prejuicios y mitologas modernas.
Para ello, como viene siendo habitual en los nmeros anteriores de la revista
Relaciones Internacionales, insistimos en la necesidad de enfatizar el papel de la
historia en el estudio de las cuestiones de relaciones internacionales. Abordar la
cuestin religiosa desde una aproximacin histrica nos permitir no slo comprender el
porqu de los trminos en los que se estn planteando los debates sobre el tema, sino
tambin moderar los gritos de alarma de determinados discursos (como el choque de
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civilizaciones) y reformular los trminos de los debates actuales en torno al fenmeno de
la religin, demasiado constreidos por presupuestos de modernidad y secularizacin
que, para empezar, deben ser revisados. Y, quiz, lo ms importante, es que esta forma
de aproximacin facilitar la introduccin de una polifona de voces que, desde su propia
experiencia modernizadora, contribuirn a complejizar y enriquecer la comprensin de
fenmenos como religin y secularizacin, tan simplificados por el monopolio del
imaginario social moderno occidental sobre ellos.
As, el fragmento seleccionado de la obra de Mark SALTER (Barbarians and
Civilization in International Relations) propone un ejercicio de memoria histrica para
advertir que la concepcin dicotmica del mundo en zonas de seguridad y zonas de
inseguridad no hace sino reproducir el pensamiento internacional imperialista
decimonnico; contexto normativo en el que el Derecho Internacional contemplaba la
distincin, legtima moral y legalmente, entre los pueblos civilizados, semicivilizados y
brbaros, reconociendo con ello diferentes grados de soberana y capacidad de
intervencin. Asimismo, puede resultar especialmente revelador no slo analizar los
discursos con perspectiva histrica, sino poner los conceptos en la historia que no es lo
mismo que revisar la historia de los conceptos. Las Relaciones Internacionales, en el
intento de abordar la cuestin religiosa, deberan interrogarse sobre qu es la religin en
el contexto internacional contemporneo. Desde esta perspectiva, Scott M. THOMAS,
siguiendo al antroplogo Talal ASAD (Genealogies of Religion, 1993) elabora una
genealoga del concepto religin demostrando que los conceptos no son estticos, sino
que se reformulan y significan a partir de unas condiciones histricas concretas. Es ms,
THOMAS relaciona la reformulacin semntica de religin que da lugar al concepto
moderno con el surgimiento del estado moderno y de la sociedad internacional, en
trminos de condicin no suficiente, pero s necesaria.
Es inevitable que, por la propia concepcin religiocntrica (cristiana y moderna
occidental) dominante del fenmeno que nos ocupa, el anlisis del factor religioso suscite
la reflexin sobre la modernidad y la secularizacin. Se propone as revisar, desde la
historia, el presupuesto de linealidad entre modernidad y secularizacin, construido por
el imaginario social moderno europeo. Charles TAYLOR ilumina esta cuestin al
diferenciar entre dos formas de explicar la modernidad: las teoras culturales como
aquellas que tienen en cuenta la pluralidad de las culturas humanas y las teoras
aculturales como aquellas que explican la modernidad como un proceso de desarrollo,
neutralizando los aspectos culturales. Asimismo, Jos CASANOVA contribuye a este
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mismo propsito a travs de un anlisis en profundidad del fenmeno de la
secularizacin, tratando de despejar la confusin que existe en torno al fenmeno
incluso entre los propios socilogos e insistiendo en que la secularizacin no implica la
desaparicin de la religin del espacio pblico, como rezan las teoras de la
modernizacin (vase tambin su obra Public Religions in the Modern World, 1994 y la
ltima obra de Ch. TAYLOR, A Secular Age, 2007). En este sentido, los artculos de Fuat
KEYMAN y Hakan YILMAZ, respecto al caso de Turqua, y el artculo de ngel RIVERO
sobre el despertar de la devocin mariana en la sociedad portuguesa como reaccin a los
efectos de una modernizacin forzada y acelerada ms que como un instrumento creado
por la dictadura de Salazar, reflejan las formas, significados y funciones de la religin en
las sociedades en proceso de modernizacin, y advierten de los problemas de la doctrina
poltica del secularismo para integrar la pluralidad de identidades en el marco de un
estado nacin moderno.
Finalmente, desde estas lneas no podemos dejar de tener presente el
componente, especialmente polmico, que la religin ha aportado al debate sobre el
pluralismo en un mundo afectado por la globalizacin y el cuestionamiento del estado
nacin moderno como forma de organizacin poltica (vase la resea sobre la obra de
G., Srensen, Changes in the Statehood, 2001). En este debate, religin y democracia
entran en escena, abriendo como uno de sus interrogantes si es la secularizacin
necesaria o no para la realizacin de la democracia (vase Rajeev Bhargava (ed.),
Secularism and its Critics, 1998). Si bien el debate permanece abierto, consideramos
que recuperar las aportaciones de Talal ASAD en su obra Formations of the Secular:
Christianity, Islam, Modernity (2003) que en este nmero aparece reseado, aporta
herramientas tiles que enriquecen los debates actuales sobre el pluralismo al proponer,
frente al modelo del multiculturalismo, un modelo de pluralismo descentralizado. Con
ello, llama la atencin sobre un posible nuevo concepto de pluralismo en el estado
democrtico que incida, no tanto en el reconocimiento de la identidad diferente, sino en
el reconocimiento de nuevas formas de vida.
Y queremos cerrar este editorial, haciendo referencia al alcance del pensamiento
del que es comnmente considerado como el padre de la Escuela Realista de Relaciones
Internacionales, Reinhold NIEBURH. Para ello, se propone en este nmero un fragmento
de su obra Moral Man and Inmoral Society (1932). La recuperacin del pensamiento de
Nieburh, como est destacando algunos autores en la actualidad (Schou Tjalve Vibeke,
American Jeremiahs: Reinhold Nieburh, Hans Morgenthau and the Realist Recovery of a
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Republican, 2005), podra enriquece las posibles concepciones y realizaciones de la
democracia en el orden internacional, escapando de la habitual dicotoma en la disciplina
entre un realismo poltico cnico que niega la existencia de principios morales en la
poltica internacional, y un liberalismo optimista que persigue un orden mundial de paz
perpetua y perfeccin. Rescatar el pensamiento de Reinhold Nieburh permitir introducir
en los debates actuales de relaciones internacionales la sensata sabidura del Realismo
Clsico, con su propuesta de tica responsable u optimismo esperanzado frente a la
nociva y frustrante idea moderna del progreso que conduce al telos de la historia de la
humanidad.
Curiosamente, el retorno de la religin de un exilio autoimpuesto, contribuya a
desvelar las races judeocristianas de una disciplina tan orgullosa de su modernidad
como las Relaciones Internacionales.
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Nuestra Seora de Ftima y el nacionalismo del Estado Novo
ngel RIVERO RODRGUEZ
Se ha convertido en un lugar comn el decir que Antonio de Oliveira Salazar (1889-1970) tena
sometido Portugal mediante tres efes: ftbol, fado y Ftima. El ftbol entonces, como ahora,
era la gran pasin de los portugueses y un gobierno autoritario poda permitirse el lujo de
prohibir que jugadores como Eusbio abandonaran el pas para jugar en el extranjero, cosa
que no est al alcance de otros gobiernos. El fado, con su gemido triste y su lamento es, a la
postre, la ritualizacin sufriente de la aceptacin del destino. Parece pues que su funcin
poltica era clara: un instrumento para la socializacin en la sumisin del sufrido pueblo
portugus. Sin embargo, como todos los lugares comunes, a stos les corresponde su parte de
verdad y su parte de estereotipo. Es ms, en lo que atae personalmente a Salazar, no consta
que en el seminario de Viseu se remangara la sotana para ensayar el disparo de la pelota y, en
cuanto al fado, dej escrito que es la expresin musical de un fatalismo doliente que paraliza a
Portugal desde hace siglos y le impide recuperar el carcter afirmativo y resuelto que mostr en
el tiempo de los descubrimientos. Esta ambigedad respecto al ftbol y al fado tambin puede
predicarse de la cuestin de Ftima. Las visiones y los milagros de Ftima (1916-1917) han
sido vistos como el impulsor de un renacimiento del catolicismo en Portugal durante la primera
mitad del siglo XX y, en conexin con esta revitalizacin, como instrumento de legitimacin de
un rgimen catlico autoritario. Esto es, Ftima como el anuncio visionario de la llegada de
Salazar como hombre providencial.
Cartel del documental revolucionario de Rui Simes Bom Povo Portugus (1980). Slo falta el fado.
Coleccin de Enrico Sturani
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As, se dice, que del mismo modo que el Estado Novo (1930-1974) utiliz el ftbol
desviando hacia l los anhelos de una sociedad necesitada, y del mismo modo que utiliz el
fado para socializar en la sumisin a una poblacin empobrecida, utiliz el fenmeno de Ftima
como un fabuloso instrumento de legitimacin. Sin embargo, lo que parece claro sobre el papel
es mucho ms complejo en la realidad. Y si atendemos a esta ltima, observamos que Portugal
transit del siglo XIX al XX de una forma abrupta y paradjica: la cada de la monarqua fue
parte de un proceso de modernizacin poltica radical que no se vio acompaado de una
transformacin parecida en el Portugal real, en la provincia, en el interior, en un mundo
tradicional y esttico. Por eso, resulta importante percibir que no fue Ftima un fenmeno
ligado exclusivamente al propsito deliberado, por parte del Salazarismo, de alcanzar una
nueva hegemona que consolidara la dictadura. Ms bien, al contrario, Ftima estaba all como
expresin de un Portugal muy alejado de la modernidad que, al verse amenazado por el brusco
cambio poltico de una Repblica revolucionaria, reacciona exasperado y se moviliza mediante
los recursos de la tradicin. Esta movilizacin catlica popular se produce de forma simultnea
a la movilizacin de las lites catlicas, pero son dos procesos distintos aunque
desencadenados por la misma causa: el anticlericalismo autoritario de la I Repblica
Portuguesa. La paradoja radica en que los grupos polticos catlicos que se activan frente a la
Repblica, y en los que milita desde muy joven Salazar, no promueven la movilizacin popular,
pues no sienten gran aprecio ni por el ftbol, ni por el fado ni mucho menos por la religiosidad
popular, sino que se encuentran con el fenmeno de Ftima y, tarda pero eficazmente, lo
aprovechan. Por eso, me parece reseable que no es Ftima un invento de Salazar, aunque
despus se utilice masivamente, sino que es un fenmeno hasta cierto punto autnomo y
paradigmtico, universal, que muestra cmo reaccionan las sociedades tradicionales ante
fenmenos de modernizacin forzada y acelerada. Por ello, me parece importante puntualizar
que el uso poltico de las visiones tard en producirse.
En efecto, cuando el 13 de mayo de 1917, tres pastorcitos declararon que haban visto
a la Virgen Mara sobre una encina, Salazar estaba en otras cosas. En concreto estaba
forjando su nacionalismo catlico basado en su concepcin orgnica y elitista de la nacin, que
vea a sta como un ser que, permaneciendo en sus rasgos esenciales a lo largo del tiempo,
forma una comunidad de valores y lealtades que enlazan el pasado con el futuro y que
precisaba, para renovarse, del culto a los grandes hombres y a los hroes. Ese ao se haba
estrenado perorando en pblico: "em cumprimento do alto dever moral, que temos, de manter
erguidas e respeitadas as figuras pretigiosas que prelustraram a terra onde nacemos. Esta
constitui uma grande famlia e faz um todo moral com as geraes passadas e como as
geraes futuras e por isso se debe transmitir de pais a filhos, intacto e acrescido, o
patrimnio comum de riquezas morais que so os honrados exemplos daqueles que subindo
s culminncias da glria, lograram a consagrao pblica dos seus concidados"1. Ya en
abril tom posesin de su plaza de profesor ordinario de la Universidad de Coimbra. Esta
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entrada en la Universidad fue vista como parte de su toma de el por el CADC (Centro
Acadmico da Democracia Crist), el grupo de activistas catlicos firmemente decididos a
combatir el anticlericalismo de la Repblica desde el accidentalismo poltico. Esto es,
desvinculndose de los grupos monrquicos y con plena obediencia hacia la jerarqua y hacia
Roma. En el momento de las apariciones el CADC y su peridico O Imparcial estaban
enzarzados en una polmica anti-iberista. El peridico citado proclamaba entonces que "no
queremos umas certas lrias de iberismo, como vria gente patrocina, perigosas para a nossa
independncia e soberania" y en un editorial aada: "Portugal tem a sua lngua e tem a sua
raa e tem a sua historia (...) e contra essa unio protestaria vibrante e eloquentemente a
tradio da nossa terra, gemeriam indignados os gnios do convento da Batalha e dos
Jernimos, erguer-se-iam os espritos de Nuno lvares e de Joo Pinto Ribeiro"2.
Mientras se denunciaba a quienes queran vender el Imperio o la compra por parte de
los espaoles de los territorios fronterizos con nimo anexionista, "naquele outono de 1917,
produzia-se o milagre de Ftima: mas perante o acontecimiento o grupo e o Imparcial tomavam
uma attitude de prudncia e de reserva"3. En este artculo quiero mostrar que las apariciones
se produjeron en un contexto especfico de modernizacin y no fueron resultado de un plan
ideolgico, que el salazarismo hizo un uso poltico de las visiones, pero que tard en
producirse. Por ltimo quiero sealar que Ftima se convirti en un icono sagrado, pasando a
formar parte no slo de la religiosidad popular sino de la identidad nacional. En suma, quiero
sealar que las propias visiones no fueron inducidas polticamente, sino que fueron el resultado
del mismo contexto social en el que el mensaje poltico de Salazar fue capaz de encontrar su
oportunidad y aprovecharla.
Perry y Echeverra4 han sealado que las apariciones marianas siguen una pauta o
modelo similar caracterizado por los siguientes rasgos: a) un trasfondo de conflicto econmico, social o religioso al que apela directamente el mensaje de las apariciones; b) la identidad de los visionarios: pobres, analfabetos, mujeres o nios, acostumbrados al culto a la virgen y merecedores por su debilidad o por su credibilidad de su atencin; c) las visiones: la virgen es descrita como una bella seora que flota en el aire y que brilla; d) Los mensajes que la virgen comunica a los individuos elegidos y que suelen ser apocalpticos y se prolongan en el tiempo;
e) se producen milagros, esto es, hechos sobrenaturales como que el sol comienza a girar en el cielo y la aparicin de olores fragantes como de rosas; f) se producen reacciones ante estos sucesos - normalmente, el escepticismo de la iglesia oficial e incluso la persecucin de los
visionarios y, simultneamente, la aceptacin de las apariciones por los creyentes; g)
finalmente, se produce la accin eclesistica del inicio del proceso de autenticacin de las apariciones.
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El caso que nos ocupa sigue fielmente esta pauta. Las apariciones de Ftima se
producen en un momento de profundo conflicto social y de terrible ansiedad para el pueblo
portugus. Ms adelante especificar algo ms el contexto social y poltico de las apariciones,
ahora basta sealar que se producen en una sociedad exasperada por la persecucin religiosa
lanzada por la Primera Repblica; aterrorizada por la traumtica experiencia de la desastrosa
participacin de Portugal en la Primera Guerra Mundial (la Gran Guerra) y aturdida por la
amenaza del comunismo y la revolucin en Europa. Los visionarios son, en efecto, unos
pastorcitos analfabetos que, sin embargo, han sido catequizados y socializados en el culto
mariano difundido por la iglesia en la segunda mitad del XIX y que, al llegar con sus ovejas a
los prados, lo primero que hacan era rezar el rosario. La virgen se aparece, por supuesto,
como una bella seora portadora de consuelo amoroso y de seguridad. Los mensajes, en
correspondencia con el providencialismo catlico, encajan los terribles males que asolan al
mundo en la dinmica de un castigo que debe expiarse; el mensaje es apocalptico, como los
signos de los tiempos, pero la visin orienta el camino que promete tras el castigo el perdn.
Los milagros sancionan extraordinariamente el fundamento de la esperanza en un horizonte
oscuro y desesperanzado. La Iglesia duda y acosa a los visionarios, desconfiando como
siempre de la religin popular, la Repblica va ms lejos: persigue y detiene a los nios e
incluso hace volar el tosco altar que seala el lugar de las apariciones; de esta manera la
Repblica se condena an ms y la oportunidad del mensaje se hace ms evidente para las
masas. Por ltimo, finalmente, las apariciones son autentificadas y la Iglesia catlica y el
Estado Novo certifican su triunfo sobre la derribada Repblica institucionalizando desde la
iglesia y desde el estado el culto a Ftima. Puesto que en este artculo me interesa sobre todo
el mensaje de Ftima en relacin a los procesos de modernizacin forzada y al cambio poltico,
una leccin que me parece de valor universal, me gustara detenerme algo en el contexto
social y poltico de las apariciones.
Aunque se ha convertido en un lugar comn el sealar que la modernidad entraaba un proceso de secularizacin que desplaz definitivamente a la Iglesia catlica del papel que tena
en el funcionamiento y en la reproduccin de la sociedad del Antiguo Rgimen, esta afirmacin
necesita ser revisada. As, algunos han sealado que el final del siglo XIX puede verse como
una suerte de reconquista catlica de la sociedad moderna, esto es, como el desarrollo de una
modernidad especficamente "catlica". Tambin se ha sealado desde distintas posiciones
que el concepto de secularizacin dentro de la teora general de la modernidad es un mito
moderno que refleja los prejuicios de sus adeptos en lugar de ofrecer una descripcin
razonable y fructfera de los cambios que se producen en las sociedades modernas respecto a
la religin. En el caso de Portugal, lo veremos ms adelante, las lites polticas republicanas
estaban firmemente convencidas de que la secularizacin del pas era un hecho y Afonso
Costa, el padre intelectual de la legislacin anticlerical de la Repblica, estaba convencido de
que con sus leyes, el catolicismo se extinguira en Portugal en un par de generaciones. En
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estos anhelos republicanos resonaba la creencia regeneradora de que Portugal, liberado de la
monarqua y la religin, se convertira en una sociedad libre y moderna. Sin embargo, la
realidad distaba mucho del cuadro pintado por los republicanos; Portugal era y es, en buena
medida, un pas profundamente catlico donde la vida cotidiana de sus habitantes y sus
valores colectivos estn profundamente impregnados de una visin religiosa. La secularizacin
que era evidente para Afonso Costa y para las lites de Lisboa no se aplicaba, en absoluto,
para la gran masa de la poblacin portuguesa. De modo que, al ser tan abismal la distancia
que mediaba entre la realidad portuguesa y las ensoaciones de los republicanos, su
conciliacin slo podra lograrse a travs de la violencia. Es esta violencia de las leyes de
separacin y es la violencia de su aplicacin, las que explican la movilizacin de la religiosidad
popular que culmina en Ftima.
Karel Dobbealaere y Jos Casanova distinguen tres tipos diferentes de secularizacin:
"secularization as differentiation of the secular spheres from religious institutions and norms,
secularization as decline of religious beliefs and practices, and secularization as marginalisation
of religion to a privatized sphere"5. Pues bien, Portugal viva en una situacin paradjica en
relacin a la modernizacin religiosa/secularizacin. Puesto que el pas tena una cierta
tradicin anticlerical, iniciada con la expulsin de los jesuitas por el Marqus de Pombal en el
siglo XVIII y continuada por la legislacin liberal de 1834 que abola las rdenes religiosas y
que, desde luego, continuaba firme - como mostrar un poco ms adelante - en los ltimos
gobiernos de la monarqua, se produca all la paradoja de que el pas estaba formalmente
secularizado, si por secularizacin se entiende la diferenciacin funcional de las esferas
religiosa y civil; esto es, la separacin de las instituciones de la iglesia y del estado (la cuestin
de la financiacin de la iglesia merecera un tratamiento detallado). Sin embargo, en referencia
a los otros dos aspectos sealados por Dobbealaere y Casanova, en modo alguno poda
hablarse de secularizacin. El pas era abrumadoramente catlico. Segn el censo de 1900,
haba en Portugal 5.416.204 fieles catlicos, lo que representaba el 99,8% de la poblacin del
pas6. La religin, en modo alguno, estaba confinada a la esfera privada sino todo lo contrario,
la religin era hegemnica en el espacio pblico y determinaba las fiestas y el calendario, las
celebraciones y los descansos.
Esta disonancia entre la realidad social de la religin en Portugal a comienzos del siglo
XX y la percepcin que tenan de ella las lites portuguesas ya fue perspicazmente observada
por Miguel de Unamuno, quien en su artculo de 1908 "Las nimas del purgatorio en Portugal"
se hace eco de esta paradoja: "es muy frecuente or a los portugueses que es el suyo un
pueblo irreligioso; que aqu, en Portugal, los problemas de religin no interesan de veras a
nadie. Parceme que en esto, como en otras cosas, padecen una ilusin. En pocas partes hay
una linde tan profunda como la que aqu hay entre la poblacin rural, entre el genuino pueblo
portugus campesino y las clases cultas, o seudocultas, que habitan en las ciudades. La
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cultura de estas clases es extranjera, mejor dicho, francesa. (...) Los portugueses, procedentes
de esas clases cosmopolitizadas de las ciudades, de Lisboa o de Oporto, los que se formaron
en los libros de moda de la ciencia fcil de exportacin, los que en el fondo se avergenzan de
su patria, sos son los que dicen y repiten que aqu no hay cuestin religiosa ni interesan a
nadie los problemas religiosos. Y ellos, en tanto, creen en los milagros de la ciencia"7.
De hecho, en los primeros aos del siglo XX, la cuestin religiosa no slo no estaba
zanjada en Portugal sino que estaba alcanzando su perodo ms lgido y conflictivo. Esta
situacin de conflicto religioso se suscita en 1901 con el asunto Calmon, atraviesa el final de la
monarqua y eclosiona con las leyes anticlericales de la Repblica. Ftima es slo el corolario
de este conflicto. Repasemos pues su desarrollo. El domingo 17 de febrero 1901, a la salida de
misa de la iglesia de la Trinidad, en Oporto, un grupo de individuos intent llevarse, con la
connivencia de la presunta vctima, a Rosa Calmon, moza de ms de treinta aos e hija del
cnsul de Brasil en aquella ciudad. La razn de lo que se present como un intento de rapto
era ingresarla en un convento, donde la joven quera profesar contra el deseo de sus padres.
De hecho fueron stos los que, aferrndose a su hija y gritando socorro, frustraron sus planes.
Ese mismo da y los siguientes se juntaron multitudes en Oporto, Lisboa, vora, Guimares,
Braga, Aveiro, Guarda, Tomar y Setbal que apedrearon y destruyeron locales y peridicos de
la Iglesia. La prensa liberal inici entonces una campaa anticlerical dirigida particularmente
contra los jesuitas. El resultado fue una presin anticlerical tan grande que el propio rey se
pronunci el 14 de abril a favor de los manifestantes, y el gobierno se vio obligado a abrir una
investigacin sobre las rdenes religiosas que, recordemos, estaban prohibidas desde 1834. La
conclusin paradjica de toda esta trifulca es que el 18 de abril de 1901 se promulg un
decreto en el que se autorizaban las rdenes religiosas dedicadas a la instruccin, a la
beneficencia y a la propagacin de la fe y la civilizacin en ultramar. El decreto fue, por tanto,
un coladero que, no dejando satisfechos ni a unos ni a otros, tuvo como efecto ms perdurable
que la opinin pblica liberal, hegemnica en las urbes decisivas, considerase a la monarqua
como excesivamente favorable a la iglesia. Es decir, concluy, paradjicamente, con el
desprestigio de la monarqua. Pero la marea antirreligiosa no se detuvo ah, ni siete aos
despus con el regicidio de 1908, el asesinato del Rey Carlos y de su hijo en Lisboa, ni con la
cada de la monarqua el 5 de octubre de 1910.
Slo tres das despus de la proclamacin de la Repblica, el 8 de octubre de 1910, el
gobierno provisional reconfirm las leyes de Pombal, ratific el decreto liberal de
desamortizacin y prohibicin de las rdenes regulares de 1834 y anul el famoso decreto de
1901 que haba seguido al caso Calmon, de modo que los jesuitas fueron de nuevo expulsados
y sus bienes confiscados. Se tomaron adems multitud de decisiones simblicas tendentes a
secularizar todos los aspectos de la vida del estado y, sobre todo, se emitieron una serie de
decretos tendentes a socavar el poder social de la Iglesia. As, "el decreto de 3 de noviembre
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de 1910 que estableca el divorcio para cualquier tipo de matrimonio, seguido por los decretos
del da de Navidad del mismo ao que consideraba el matrimonio como un contrato puramente
civil; el decreto de 22 de octubre de 1910, que abola la enseanza de la doctrina cristiana en
las escuelas primarias y en las escuelas normales"8 y otros decretos que significaban el cierre
de la Facultad de Teologa de la Universidad de Coimbra (decreto de 23 de octubre de 1910);
la Ley de Prensa que dejaba impunes los ataques a la religin, y la Ley del Registro Civil que lo
haca obligatorio para nacimientos, matrimonios y defunciones.
Pero el documento verdaderamente importante en este proceso fue la llamada Ley de
Separacin del Estado de las Iglesias, decretada el 20 de abril de 1911. En esencia, la Ley
proclamaba la libertad de conciencia; sealaba que la religin catlica dejaba de ser religin del
Estado portugus; permita la libertad de cultos en espacios cerrados; sujetaba el culto pblico
a la autorizacin gubernativa, por ejemplo las procesiones religiosas, el toque de campanas o
la exhibicin de smbolos religiosos; nacionalizaba los bienes religiosos, aunque ceda su uso a
la iglesia, sin pago de renta, aunque esta cesin quedaba sujeta a la lealtad de sta al estado.
Tambin limitaba los legados testamentarios a la iglesia y sujetaba a control gubernamental los
textos religiosos. La ley constitua, sin duda, un extraordinario ataque dirigido contra el poder
social de la Iglesia catlica y, desde luego, habra resultado del todo innecesario en una
sociedad verdaderamente secularizada9.
Es por tanto fundamental retener que es este contexto de conflicto social, de
modernizacin forzada, y de resistencia de una sociedad tradicional, la que moviliza el
activismo catlico que acaba produciendo fenmenos tan extraordinarios como el de Ftima.
Me parece claramente exagerado pensar que Salazar y su Estado Novo tuvieran la visin o la
capacidad de generar tales fenmenos, entre otras cosas, porque la movilizacin popular y la
activacin de la religiosidad son fenmenos difcilmente controlables y que generan
incertidumbre entre las lites que podran aprovecharlos. Sin embargo, tampoco sera correcto
decir que Ftima no fue utilizada por el rgimen de Salazar. Que Salazar no inventara Ftima
no significa que Ftima no encajara perfectamente con su proyecto de una restauracin
catlica de la nacin. En la visin de Salazar, la decadencia de Portugal era resultado del
regalismo que, desde el siglo XVIII, haba buscado la afirmacin del poder poltico portugus
sobre el poder de la Iglesia. Este poder poltico haba tenido, por cierto, efectos duraderos
sobre la secularizacin del pas, en particular de sus lites y, en no menor medida, de regiones
como el Alentejo. Para Salazar, Portugal era una unidad orgnica que, sometida a los ciclos de
la vida, se encontraba postrada por un poder poltico que era incongruente con la naturaleza
catlica de la nacin. De este modo, la Repblica, en consonancia con el mensaje apocalptico
de Ftima, era providencial castigo que, en su persecucin religiosa, tuvo la virtud de despertar
al pueblo portugus y avivar de modo extraordinario la apagada llama de su fe. As, en
consonancia con su autoritarismo catlico, lo que necesitaba la nacin portuguesa era un tipo
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de gobierno congruente con la nacin orgnica, catlica, que sirviera para reproducir y
preservar sus rasgos de identidad comunitaria y que, con paternal celo y autoridad, sealase el
camino que volvera a conducir a Portugal, bajo la cruz y bajo la espada, a las grandes gestas
que haba alcanzado en su glorioso pasado. En todo este cuadro, Ftima ya no era la
expresin de la angustia de una poblacin que se siente perdida ante el ataque de la
modernidad que altera, de la noche a la maana, sus formas ancestrales de vida y las
creencias en las que se han socializado y dan sentido a su existencia, sino que se convierte en
el mensaje proftico que legitima un curso de accin poltica dirigido a dar una respuesta
autoritaria, pero moderna, a los desafos de una sociedad en transformacin.
Por todo esto, aunque he sealado que Salazar no invent Ftima, Ftima se convirti
en algo esencial para Salazar, pues poda leerse como el mensaje de cmo Portugal, tras la
cada de la Repblica y al volver al seno del mundo catlico, haba conjurado los grandes
males ante los que sucumban el resto de las naciones europeas: Rusia bajo el comunismo;
Espaa bajo una repblica brbara y ensangrentada en la guerra civil y Occidente, en general,
sumergido en un materialismo enfermizo. As, de forma natural, Salazar encontr en Ftima un
pilar, desde luego ms firme que el ftbol y que el fado, donde anclar su rgimen y desde el
que desarrollar un tipo particular de nacionalismo catlico o conservador que era, en s mismo,
una respuesta original y novedosa, otra cosa es que aceptable, a los desafos que el mundo
moderno planteaba a Portugal. Como seala Barreto, a la fatimologa oficial del rgimen no le
cost mucho asociar la aparicin de la virgen con el duplo ressurgimento de Portugal,
espiritual y nacional, de la mano de Salazar, ungido de Dios10. No deja de ser interesante que
aunque los nios dijeron tener visiones desde 1916 y especialmente en 1917, no es hasta los
aos treinta, tras la consolidacin de la dictadura de Salazar y la aparicin del Estado Novo,
cuando Ftima adquiere de verdad su impronta poltica y, al mismo tiempo, su influencia se
De izquierda a derecha, Lucia de Jesus dos Santos
Francisco Marto y Jacinta Marto. Los tres pastorinhos analfabetos pero socializados en el culto mariano.
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hace universal11.
El nacionalismo, como ideologa, resulta difcil de acotar por su capacidad para
combinarse con todos los discursos polticos del espectro izquierda-derecha. Sin embargo, no
hay duda de que la idea de que la humanidad est dividida naturalmente en naciones y que el
orden poltico ha de acomodarse a este orden natural nos acompaa slo desde la modernidad
y, por tanto, podemos presumir que se trata de una respuesta moderna a problemas
planteados en las sociedades modernas. Lo problemtico en la definicin ideolgica del
nacionalismo, si es que aceptamos su afirmacin sobre la divisin natural de la humanidad, es
determinar qu significa esa divisin natural. En su origen, el nacionalismo naci vinculado al
liberalismo, y la afirmacin de la nacin se haca como menoscabo de la autoridad del
monarca, pero natural no refera a nada orgnico sino funcional. Era naturalmente una nacin
el conjunto de personas suficiente para desarrollar una existencia separada y, por tanto, era
una nacin el conjunto de personas que habitan un pas cuyo nmero y cuyos recursos
bastaban para sostener su independencia. Esto significaba un pas suficientemente grande,
que holgadamente superara un umbral de territorio, poblacin y recursos, que permitiesen la
vida independiente. As, en la percepcin de Mazzini y de otros muchos Portugal no cualificaba
como nacin y, por tanto, estaba condenado a la desaparicin. En el discurso alternativo del
nacionalismo conservador, por el contrario, una nacin es una comunidad orgnica, de cultura,
cuya vida es como la de cualquier ser vivo: nace, se desarrolla y, eventualmente, muere. Para
el nacionalismo catlico, la intercesin divina es un elemento esencial de la gracia que otorga
a la nacin un papel especfico en el orden universal. De este modo, los smbolos religiosos
adquieren una identidad poltica que, adems, alimentan la identidad nacional. La nacin ya no
es el resultado material de la asociacin contingente de los individuos, sino que es natural no
por naturalidad funcional sino como producto de la creacin e intervencin divina. As, Portugal,
la nacin fidelsima, condenada a desaparecer por el liberalismo, encontraba en el mensaje
religioso la justificacin de su existencia y el alimento de su identidad. Es pues en este discurso
nacionalista, que Salazar comparta, donde Ftima, trasciende lo religioso para convertirse en
un mito de identidad nacional. Aunque a primera vista pueda parecer contradictoria la
afirmacin simultnea de una identidad nacional, particularista, y la afirmacin religiosa
catlica, universalista, la experiencia nos muestra que el caso del nacionalismo catlico
portugus no es nico.
Eric Hobsbawm ha sealado: "the links between religion and national consciousness
can be very close, as the examples of Poland and Ireland demonstrate. In fact, the relation
seems to grow closer where nationalism becomes a mass force than in its phase as a minority
ideology and activists movement12. En un contexto distinto, otro tanto ocurri en Portugal. La
reaccin catlica tuvo un componente demtico que propici una afirmacin simultnea del
nacionalismo y la religin. Por supuesto, Hobsbawm es muy consciente de lo problemtico de
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la religion como fundamento de una identidad nacional: religion is a paradoxical cement for
proto-nationalism, and indeed for modern nationalism, which has usually treated it with
considerable reserve as a force which could challenge the nation's monopoly claim to its
members loyalty. In any case genuinely tribal religions operate on a too small scale for modern
nationalities, and resist much broadening out. On the other hand the world religions (...) are
universal by definition, and therefore designed to fudge ethnic, linguistic, political and other
differences13. Evidentemente, el catolicismo no es un tipo de religin tribal que distinga a los
portugueses de sus vecinos peninsulares. Es, por el contrario, una religin con vocacin
universalista. Cmo puede ser entonces vehculo de afirmacin nacional? Una respuesta
posible es la de sealar que los movimientos catlicos acusaron tpicamente de traidores y
enemigos internos a aquellos que atacaron la identidad catlica de la nacin portuguesa:
masones y comunistas eran vistos como agentes de poderes exteriores. Pero este recurso
tambin fue utilizado por los anticlericales: jesuitas y catlicos, en general, eran acusados de
obedecer al poder extranjero del Vaticano. En suma, el enfrentamiento entre catlicos y
anticlericales tena un efecto de desgaste sobre la identidad nacional y es aqu donde Ftima
encuentra su oportunidad. Ftima es, en relacin a la identidad nacional, ms importante que
la religin catlica y el tipo de lealtades que suscita estn, en ocasiones, lejos o distantes del
catolicismo. Ftima se convirti en un icono sagrado, en un smbolo de la identidad nacional y,
por tanto, como toda identidad en algo no negociable. Se convirti, al margen de su vinculacin
con el catolicismo universalista, en una expresin particularista, en la expresin de la propia
identidad portuguesa.
Como nos seala Hobsbawm, los iconos sagrados y la religin no son la misma cosa. Y
si la segunda tiene una relacin problemtica con el nacionalismo, los primeros son
absolutamente esenciales para ste: "If religion is not a necessary mark of proto-nationality, the
holy icons, on the other hand, are a crucial component of it, as they are of modern nationalism.
They represent the symbols and rituals or common collective practices which alone give a
palpable reality to otherwise imaginary community. They may be shared images (as icons were)
or practices like the Muslim's five daily prayers, or even ritual words like the Muslim's Allah
Akbar or the Jews Shema Yisrael. They may be named images identified with territories
sufficiently large to constitute a nation such as the Virgin of Guadalupe in Mexico or the Virgin of
Montserrat in Catalonia. The significance of the holy icons is demonstrated by the universal use
of simple pieces of coloured fabric -namely flags- as the symbol of modern nations, and their
association with highly charged ritual occasions or acts of worship. However, as in the case of
religion, "holy icons" whatever their form and nature, may be either too wide or too narrow to
serve as symbols of a proto-nation. The Virgin Mary alone is difficult to confine to any limited
sector of the Catholic world, and for every localized Virgin who becomes a proto-national
symbol, there are scores or hundreds who remain patronesses of restricted communities or are
otherwise irrelevant for our purpose14. Ciertamente, miles de vrgenes siguen siendo
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nicamente devociones locales, sin haber trascendido a la dimensin nacional como iconos
sagrados. Sin embargo, Ftima encontr el contexto de oportunidad que hizo posible este
paso: un contexto nacional de modernizacin y crisis de una sociedad tradicional inmersa, a su
vez, en una profunda crisis europea. Su caso, como icono sagrado nacional puede
contrastarse con Lourdes. Cuando la virgen se apareci en los Pirineos en 1858 a Bernadette
Soubirous, se dirigi a la pastora en francs y, puesto que no la entenda, se pas al dialecto
occitano en el que hoy en da pueden verse grabadas sus palabras: que soy era inmaculada
concepcin15.
Los iconos sagrados, cuando se tratan de vrgenes, tienen, en el mundo catlico, el
potencial de convertirse en smbolos sagrados de la identidad nacional. Esto es, hasta cierto
punto, lo que ocurri con Ftima y explica que ms all de las ideologas, pocos en Portugal se
atrevan a cuestionarla. El que esto sea as es, como he querido mostrar en este texto, slo en
parte responsabilidad de Salazar. Ms importante que sus designios o su ideologa fue el
contexto en el que se produjeron las apariciones que, ms all de nuestras creencias
particulares sobre ellas, fueron expresin autntica de una sociedad que se senta
profundamente amenazada. Salazar, despus, explot y aliment con gusto un mito tan
poderoso. Y, desde luego, no desperdici ocasin alguna para vincular su papel, como padre
abnegado y dedicado en exclusiva a Portugal, con su relacin especial con Nossa Seora. As,
por ejemplo, cuando se le pregunt en una ocasin a Salazar por su capacidad para contestar
las cartas que le enviaban los portugueses, seleccion una en particular diciendo que le haba
divertido. Esa carta seleccionada hablaba, precisamente, de su relacin especial con la Virgen
de Ftima. La carta deca: "senhor Presidente, estou muito aborrecido. Tenho que fazer exame
da quarta classe e no tenho grandes probabilidades de passar. Disseram-me que est em
muito boas relaes com a Nossa Senhora de Ftima. Poderia fazer-lhe um pedido em meu
nome? Diga a Nossa Senhora de Ftima que eu moro habitualmente no Algarve ma que me
mudei e estou agora em Lisboa. Este punto muito importante porque a Nossa Senhora podia
enganar-se na morada. Salazar atendi el ruego del estudiante asustado ante el examen e
intercedi ante la virgen, eso s, despus le envi la siguiente carta al muchacho: "querido
menino, est dado o teu recado. Transmiti o teu pedido a Nossa Senhora de Ftima mas ela
respondeu-me que se tu, no exame, deres tantos erros no ditado como deste na tua carta no
se responsabiliza pelo resultado". Das despus, Salazar recibi una nota del muchacho:
"Venho agradecer-lhe, senhor Presidente. Graas a si, passei no exame" 16.
ngel RIVERO RODRGUEZ es profesor titular del Departamento de Ciencia Poltica y
Relaciones Internacionales de la Universidad Autnoma de Madrid. Su ltima obra, como
coordinador junto a Francisco Colom, es El altar y el trono. Ensayos sobre el catolicismo
poltico iberoamericano, publicada en Anthropos, Barcelona, 2006.
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12
1 NOGUEIRA, Franco, Salazar. Vol. I. A mocidade e os principios 1898-1928, Atlntida
Editora, Coimbra, 1977, p. 178. 2 bidem., ps. 179-180 3 bid., p. 180. 4 Citados en SKRBIS, Zlatko, "The apparitions of the Virgin Mary of Medjugorje: the
convergence of Croatian nationalism and her apparitions" en Nations and Nationalism, vol.
11, parte 3, Julio 2005. 5 Citado en CASANOVA, Jos, Public Religions in the Modern World, University of Chicago
Press, 1994, p. 211. 6 DE OLIVEIRA MARQUES, A.H., Nova histria de Portugal en MARQUES DE OLIVEIRA, A.H.
(coord.), Portugal da Monarquia para a Repblica, Presena, Lisboa, 1991, p. 478. 7 DE UNAMUNO, Miguel, Por tierras de Portugal y de Espaa, Alianza, Madrid, 2006, ps. 53-
54. 8 MARQUES, Oliveira, Nova histria , op. cit., p. 495. 9 RIVERO, ngel, "La Restauracin Catlica de Portugal. Nacionalismo y Religin en el Estado
Novo de Salazar" en COLOM, F. y RIVERO, A. (eds.), El altar y el trono. Ensayos sobre el
catolicismo poltico iberoamericano, Anthropos, Barcelona, 2006. 10 BARRETO, Jos, Religio e sociedade. Dois Ensayos, ICS, Lisboa, 2002, p. 41. 11 CHRISTIAN, JR. William A., Las Visiones de Ezquioga. La Segunda Repblica y el Reino de
Cristo, Ariel, Barcelona, 1997, p. 6 y ss. 12 HOBSBAWM, Eric J., Nations and Nationalism since 1780. Programme, Myth, Reality,
Cambridge, Cambridge University Press, 1992, p. 67. 13 bidem., p. 68. 14 bid., ps. 71-73. 15 WEBER, Eugene, Peasants into Frenchmen. The Modernization of Rural France, 1878-1914,
Stanford University Press, Standford, 1976, ps. 74-75. 16 GARNIER, Christine, Frias com Salazar, Parcera A.M. Pereira, Lisboa, 2002 [Primera
Edicin, 1952], p. 35.
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Religin, Soberana y democracia: reflexiones sobre el islam y
el cristianismo
Hakan YILMAZ*
Introduccin
La relacin entre islam y democracia se ha convertido, una vez ms, en un tema
candente desde los ataques terroristas del 11-S. La cuestin no ha quedado
reducida slo a los debates acadmicos, pues, llevar la democracia a los pases
islmicos de Oriente Medio se ha convertido, quiz, en el objetivo ms importante
de la poltica exterior estadounidense en esta regin del mundo. Si bien casi todos
los analistas coinciden en sealar algn tipo de incompatibilidad entre el islam y la
democracia, no existe un consenso sobre cul es exactamente la fuente de esta
supuesta incongruencia. Algunos han llamado la atencin sobre las contradicciones
entre el texto del islam (el libro sagrado y los principios legales bsicos) y el
texto de la democracia. Otros argumentan que la democracia es un producto
particular de la civilizacin occidental de origen cristiano, y que tal nocin de
gobierno democrtico, simplemente, no ha emergido de la civilizacin islmica.
Todava otros aluden a los factores socioeconmicos, ms que los culturales, como
las causas subyacentes a la falta de democracia en el mundo islmico, poniendo el
acento en los estados rentistas que se mantienen en el poder con la ayuda de los
inmensos ingresos del petrleo y el apoyo poltico y militar que les otorgan sus
clientes occidentales.
En los primeros apartados de este artculo se analizarn algunas relaciones
conceptuales y empricas entre islam, soberana y democracia, haciendo continuas
alusiones al cristianismo. Este anlisis se propone a travs de cuatro pasos. El
primero de ellos permitir observar que mientras el cristianismo naci desde la
sociedad, el islam lo hizo desde el estado y que esta diferencia entre los contextos
histricos en los que se originaron ambas religiones ayuda a explicar el dualismo
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poltico inherente a la doctrina del cristianismo y el monismo poltico propio del
islam. En un segundo paso se introducir el concepto de la edad media de una
religin, definindolo como el periodo de estabilidad doctrinal e institucional entre
el fin de la filosofa y la era de la reforma. As, partiendo de esta definicin, se
compararn las diferentes caractersticas de la edad media del cristianismo y la
edad media del islam. En un tercer paso, se destacar que en algunos pases
islmicos tales como Turqua, Egipto, Argelia, Tnez, Irak y Siria, las consecuencias
ms importantes del fin de la edad media del islam a principios del siglo XIX,
fueron: una reforma poltica a travs de la construccin del aparato del estado
moderno por las fuerzas secularistas-modernistas, y el destierro del islam del
mbito del estado hacia la sociedad, con la consecuente emergencia del islamismo
como una ideologa poltica en el ncleo de la sociedad cuya aspiracin es recuperar
el mbito del estado del que haba sido desterrado. En un cuarto paso, se
argumentar que los constructores del estado secularista-modernista redefinieron
la base de la soberana del nuevo estado basndose en la nacin ms que en la
religin. Sin embargo, en muchos casos la soberana nacional sirvi simplemente
como una frmula de legitimidad para los gobernantes autoritarios que
proclamaban gobernar en nombre de la nacin y, rara vez dio lugar a una
verdadera soberana nacional a travs de un rgimen democrtico. En los ltimos
apartados, se analizar la problemtica relacin entre la secularizacin y la
democratizacin en el mundo islmico. Los casos de pases islmicos se
compararn con el caso de Francia. As, se demostrar que lo que hace compatible
la secularizacin y la democracia en Francia es una combinacin de factores
histricos, inexistentes en los contextos islmicos, con la posible excepcin de
Turqua. Estos factores histricos fueron: la existencia de la Iglesia catlica como
institucin que controlaba las manifestaciones sociales de la religin; la efectividad
de la construccin nacional y la sustitucin de la identidad religiosa por la identidad
nacional; la creacin de un sistema legal secular y el establecimiento de un sistema
jurdico eficiente para garantizar la aplicacin de las leyes seculares; y la exitosa
actuacin econmica del estado secularista. Turqua es el nico pas islmico en el
que estos cuatro factores parecen haber estado, en cierto sentido, presentes y, sin
embargo, en Turqua no se dio la coincidencia de que una verdadera soberana
nacional reemplazase a la soberana nominal existente, ni que la democracia y la
secularizacin avanzasen de la mano.
Asimismo, en los ltimos apartados, el objetivo es explorar los lmites de la
europeizacin del actual partido en el gobierno de Turqua, el Partido de la Justicia
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y el Desarrollo (AKP, en sus siglas en turco), cuyo lder y gran parte de su base
electoral provienen de un pasado islamista. En primer lugar, voy a analizar hasta
qu punto los lderes y seguidores del AKP han armonizado los valores islmicos y
los europeos. Y, en segundo lugar, si esta armonizacin, si es que existe, va a
llevar al surgimiento de una democracia islmica, siguiendo el modelo de la
tradicin de la democracia cristiana en Europa. Finalmente, voy a plantear el
interrogante de si Turqua es un caso exclusivo en esta armonizacin de valores o si
hay elementos en ella que pueden generalizarse a las dems sociedades
musulmanas. Para mucha gente, los turcos y los europeos son parecidos y ha sido
un giro inesperado del destino que Turqua haya dado su gran salto hacia la Unin
Europea bajo un gobierno conservador islmico. De hecho, los lderes del AKP, el
partido en el gobierno de Turqua en los ltimos tres aos, provienen todos de la
principal faccin islamista en Turqua, el llamado movimiento de la Doctrina
Nacional (Milli Gr), que haba sido conocido por su frrea oposicin, si no abierta
hostilidad, a la Unin Europea y conocido por haber propuesto la creacin de una
Unin Islmica como alternativa a la UE e introducir el dinar islmico como
moneda alternativa al euro. Este repentino cambio ha pillado a muchos por
sorpresa y exige una explicacin urgente. Los propios lderes del AKP bautizaron
esta nueva etapa como democracia conservadora y proclamaron que el islam
dejaba de ser un punto de referencia para definir su poltica. Y como prueba de su
giro ideolgico, solicitaron formar parte como miembros del Partido Popular
Europeo, la organizacin paraguas que rene a los partidos de centro-derecha,
conservadores y democristianos de los estados miembros de la Unin Europea.
Algunos observadores externos, tanto turcos como europeos, crean en la
sinceridad del AKP en su autodefinicin y vieron en sus movimientos los dolores de
parto de una democracia cristiana alla turca. Por el contrario, para otros, la
aparente transformacin del AKP no era ms que ilusoria y la verdadera finalidad
del partido continuaba siendo la islamizacin de la sociedad turca. Segn los
crticos, la razn por la que el AKP ha acogido sin reservas la
democratizacin/europeizacin de la sociedad y del Estado turco, fue porque vio en
ellas una herramienta perfecta para pacificar al ejrcito tuco, la barrera ms fuerte
contra la corriente del islamismo y el baluarte del secularismo en Turqua. Con todo
ello, en este artculo voy a discutir los mritos relativos de estos puntos de vista en
conflicto sobre la transformacin del AKP.
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La compatibilidad doctrinal del islam y la democracia: una revisin del
debate
La cuestin sobre el islam y la democracia es de por s problemtica; es
problemtica tanto a nivel doctrinal como emprico. En el primero de estos niveles,
se dice que el problema emerge de la unidad conceptual de religin y poltica. Y en
el nivel de la realidad emprica, del hecho observable de que la mayora de los
pases de poblacin musulmana han tenido regmenes no democrticos. A partir de
esta conexin, uno de los interrogantes que surge inmediatamente es si ha habido
algn tipo de conexin -probablemente causal entre los niveles doctrinal y
emprico del islam. As, lo que sigue a continuacin es una breve revisin de los
argumentos esgrimidos sobre la compatibilidad de la doctrina islmica con las ideas
y principios de la soberana popular y de la democracia. De acuerdo con Lisa
Anderson, la teora poltica islmica posee, al menos, tres ingredientes conceptuales
que estn en conflicto con los principios bsicos de la democracia. Primero, el
islam, al igual que el catolicismo, provee de un modelo de autoridad poltica que
enfatiza la preservacin de la comunidad. En el islam hay una teora poltica
corporativista, como la del catolicismo, en la que se espera que cada grupo
contribuya al bien de la totalidad. Segundo, la teora poltica islmica difiere de la
del catolicismo en que la ley islmica, a diferencia del canon legal cristiano, se
supone que regula no slo la vida pblica de los creyentes sino tambin la privada.
Tercero, en la teora poltica islmica, el gobernante es slo responsable ante Dio;
una oposicin explcita y formal en estas circunstancias es considerada como
traicin o apostasa1. Albert Hourani subraya la falta de responsabilidad de los
gobernantes en la teora poltica normativa del islam:
El ideal del gobernante absoluto, separado de la sociedad a la que gobierna,
responsable slo ante Dios o ante su propio yo ms elevado; regulando los diferentes
rdenes de esa sociedad a la luz de los principios de la justicia, as como permitiendo
a cada uno que acte de acuerdo con su propia naturaleza, para vivir en armona con
los dems y contribuir con su participacin al bien general2.
En palabras de Samuel P. Huntington, la cultura poltica islmica pertenece a
la clase de las culturas polticas consumadas en las que los fines intermedios y
ltimos estn conectados de forma prxima que parecen ser menos favorables
para la democracia que las culturas polticas instrumentales, caracterizadas por la
presencia de fines intermedios separados e independientes de los fines ltimos. De
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acuerdo con el autor, en las culturas polticas consumadas, la ausencia de fines
intermedios se refleja en la presencia de relaciones altamente jerarquizadas y de
una extrema deferencia hacia la autoridad, la ausencia de tolerancia a la diversidad
y el conflicto, y las poco frecuentes actitudes consensuadas. Huntington sostiene
que en el islam no existe distincin alguna entre religin y poltica o entre lo
espiritual y lo secular, y que la participacin poltica ha sido un concepto
histricamente ajeno3. La interpretacin que Max Weber realizase sobre la doctrina
del islam, llama la atencin sobre algunas de sus caractersticas que implican un
orden social, econmico y cultural que ni conduce a ni sustenta un rgimen
democrtico.
El islam muestra caractersticas de un muy particular espritu feudal: la obviamente
incuestionable aceptacin de la esclavitud, la servidumbre y la poligamia; la
desestimacin y subordinacin de la mujer; el carcter bsicamente ritualista de las
obligaciones religiosas y, finalmente, la gran simplicidad de las exigencias religiosas e
incluso la gran simplicidad de las modestas exigencias ticas El judasmo y el
cristianismo eran religiones especficamente urbano-burguesas, mientras que para el
islam la ciudad slo tena importancia poltica El islam, en contraste con el
judasmo, carece de la exigencia de un conocimiento exhaustivo de la ley y del
entrenamiento intelectual en casustica que nutre el racionalismo del judasmo. El
tipo de personalidad ideal del islam no era el escriba erudito (Literat), sino el
guerrero El islam estaba completamente apartado de cualquier control
verdaderamente metdico de la vida por el advenimiento del culto a los santos y,
finalmente, por la magia.
Dualismo poltico frente a monismo poltico: la diferente estructura
doctrinal del cristianismo y del islam como reflejo de los diferentes
contextos histricos en los que se originaron
El cristianismo se gest desde el interior de la sociedad y slo tres siglos ms tarde
se convirti en la religin del estado. Adems, esta afirmacin incluso debera ser
aceptada con reservas. En el ao 312 a.C. el Emperador romano Constantino se
convirti al cristianismo pero poco despus, bajo el Emperador Juliano el Apstata,
la persecucin de los cristianos se reanud, aunque a una escala mucho menor que
antes. De hecho, se puede sostener que el cristianismo nunca se convirti en una
religin de estado en la parte occidental del Imperio Romano. Slo despus de que
la capital del Imperio se trasladase hacia el este, a Constantinopla, y en el contexto
del Imperio Bizantino, el cristianismo se convirti realmente en religin de estado.
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Por otra parte, en la mitad occidental del Imperio, a medida que las estructuras del
estado se colapsaban progresivamente bajo los ataques militares procedentes del
norte, la Iglesia cristiana, con centro en Roma, emergi como una organizacin
estatal independiente, en coexistencia con una poltica descentralizada compuesta
por estados feudales4. De hecho, el lapso de tiempo entre la conversin de
Constantino al cristianismo (a principios del siglo IV) y el colapso del Imperio
Romano de Occidente menos de un siglo despus, fue tan breve (en relacin con el
periodo de tiempo total del Imperio Romano) que sus causas se convirtieron en el
principal objeto de investigacin de San Agustn5.
En el contexto en que el cristianismo empez a emerger ya haba establecido
un estado reconocido. Los precursores del cristianismo no fueron constructores del
estado. Haciendo uso de la terminologa de la ciencia poltica moderna, podemos
decir que el cristianismo se convirti primero en hegemnico dentro de la
sociedad y entonces alcanz el estatus de ideologa oficial: su ascenso sigui una
trayectoria evolutiva que podra ser retratada como una ola que se alza desde
abajo. Algunos fragmentos de la obra de Henry Chadwick The Early Church, podran
ilustrar este aspecto.
sobre el 112 (a. C), el gobernador de Bitinia, Plinio el Joven, pidi consejo a
Trajano (el emperador) sobre el procedimiento para relacionarse con los cristianos
Parece que en su providencia divina, el cristianismo se haba extendido profusamente
no slo en las ciudades sino tambin en las zonas rurales; los templos paganos
quedaron vacos y la carne de los animales de sacrificio prcticamente invendible
A finales del siglo II el cristianismo fue penetrando en las clases sociales ms altas
Debido a que las primeras persecuciones fueron limitadas, no ralentizaron
verdaderamente la expansin del cristianismo sino que, al contrario, contribuyeron a
darle a la Iglesia una gran publicidad La naturaleza espordica de la persecucin ,
y el hecho de que antes del siglo III el gobierno no se hubiese tomado en serio el
cristianismo, concedi a la Iglesia una inyeccin de oxgeno para expandirse y para
comprometerse con problemas internos crticos6.
Es ms, cuando se formul por primera vez la doctrina cristiana, adems de
un estado central ampliamente reconocido (el Imperio Romano), tambin haba una
tradicin legal ampliamente establecida (la Ley romana). Siguiendo a J. C.
Bluntschli, Jess no fue un hacedor de ley (o un dador de ley) como lo fue Moiss:
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Todas las religiones de la antigedad eran de carcter nacional de una forma muy
particular; no slo permanecan en una estrecha relacin moral con el estado, sino
que eran una de sus partes constitutivas. La religin de Moiss, sobre todo, haba
preservado su carcter nacional y poltico Era, bsicamente, la religin de los
judos [Jess] estableci una clara distincin entre el reino de Dios y el reino de
este mundo, y se comprometi a trabajar por el bien del primero y no del ltimo.
Prepar el terreno mediante la distincin entre iglesia y estado, y su estricta
separacin una doctrina que, antes de sus maestros, era completamente
desconocida De todos sus discursos y mandamientos que nos han llegado, no hay
ni uno de ellos que tenga una vinculacin directa con la ley o la poltica [Jess]
nunca propuso o dict normas legales Por lo tanto, la religin a la que dio vida
Jess ni provino del estado ni condujo hacia el estado; era, esencialmente, una
religin no-estatal, no-poltica. Pero [tampoco] era una religin anti-estado7.
En este contexto, podemos afirmar que la mxima Redde Caesari quae Sunt
Caesaris, et quae Sunt Dei Deo8 refleja un pacto entre la iglesia y el estado,
segn el cual la iglesia adopta el estatus de autoridad suprema sobre los asuntos
espirituales, a cambio de reconocer la autoridad del estado sobre los asuntos
temporales. En su estudio sobre el surgimiento del estado moderno en Europa
occidental, Bertrand Badie y Pierre Birnbaum subrayan la influencia sobre la
formacin del estado de un contexto cultural especfico conformado por el dualismo
catlico entre temporalia y spiritualia, y llaman la atencin sobre las diferencias
entre la tradicin ortodoxa oriental y la tradicin catlica respecto a las relaciones
entre los mbitos de las autoridades religiosa y poltica.
La separacin entre religin y poltica corresponde a ciertos principios
fundamentales de la teologa y la filosofa cristiana. Desde el cristianismo primitivo
insisti en distinguir entre lo que pertenece al Csar y lo que pertenece a Dios,
entre la Ciudad del Hombre y la Ciudad de Dios Debera, sin embargo,
apuntarse que estas distinciones no son propias de todas las variantes del
cristianismo. Como heredera de la tradicin bizantina, la Iglesia ortodoxa oriental
sostiene que el emperador es el representante de Dios en la tierra y que la iglesia y
el clero estn, de hecho, subordinados a los gobernantes terrenales. As, no existe
fundamento para distinguir entre el poder poltico y las instituciones socioculturales
Por el contrario, la Iglesia catlica romana, promulg la doctrina extendida por San
Gelasio en el siglo V, segn la cual hay una distincin necesaria entre el poder del
Papa y el poder del Rey, quien se limita a la administracin de los asuntos
terrenales. Esta clara distincin entre dos mbitos y dos poderes sirvi como base
para la articulacin de la idea de un estado autnomo y especializado, diferenciado
de la sociedad civil9.
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El islam, en oposicin diametral al cristianismo, fue proyectado, en primer
lugar, por los precursores del estado. No exista estado, en el sentido weberiano del
trmino, en la pennsula arbiga en los tiempos en los que el profeta Muhammad y
sus primeros seguidores empezaron a difundir el credo del islam. Sin embargo,
como han demostrado algunos autores, en aquel entonces se dieron las
circunstancias propicias para el establecimiento de un estado central y homogneo
en trminos tnicos.
La sociedad tribal arbiga, con sus beduinos, su ethos politesta, proporcion el
contexto para el ascenso del islam. De igual importancia, este periodo estuvo
marcado por tensiones e interrogantes inherentes al cambio en una sociedad en
transicin; por ello, fue en este periodo cuando ciudades como Meca y Medina fueron
prosperando y atrayendo a muchos a pasar de una forma de vida nmada a una ms
sedentaria. La irrupcin de la Meca como el gran centro mercantil, precipit los
inicios de un nuevo orden econmico, social y poltico. La nueva riqueza, el ascenso
de una nueva oligarqua comercial desde el interior de la tribu quraysh, una mayor
divisin entre las clases sociales y una creciente disparidad entre ricos y pobres,
ejerci presin sobre el sistema tradicional de valores tribales rabes y sobre la
seguridad de la sociedad ste fue el tiempo y el contexto social en el que naci
Muhammad10.
Los progenitores del islam pertenecan, todos ellos, a uno de los clanes ms
poderosos (los hashemitas) de una de las tribus ms fuertes (los quraysh) de
Arabia en los VI y VII. Los padres fundadores del islam aspiraban a la creacin de
una autoridad central que ejercera su poder sobre las diferentes tribus de Arabia.
Algunas de las tribus se aliaron con Muhammad y su entorno (la coalicin de
Medina) y otras (la coalicin de la Meca) se opusieron a la creacin de este
protoestado. Como resultado de varias guerras, la coalicin de Medina arras, la
Meca fue conquistada y sus habitantes fueron obligados a aceptar el islam como su
nuevo sistema de ideas y a Muhammad como su nuevo soberano. En palabras de
Max Weber:
con los consiguientes desarrollos en Medina y la evolucin de las primeras
comunidades islmicas, la religin sufri una transformacin de su forma prstina a
una religin nacional (arbiga) guerrera e incluso, ms tarde, se convirti en una
religin con un fuerte nfasis en su prestigio social. Los seguidores cuya conversin
al islam hizo posible la victoria decisiva del Profeta eran, sistemticamente,
miembros de las familias ms poderosas. Los preceptos religiosos de la guerra santa
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no perseguan, en primera instancia, la conversin. Ms bien, su primer objetivo era
la guerra hasta que (los seguidores de las religiones de Libro extranjeras) pagasen
humildemente el tributo (jizyah) el islam (era) la religin de los poderosos Los
seguidores ms piadosos de la religin en su primera generacin se convirtieron en
los ms ricos o, ms correctamente, se enriquecieron con el botn militar El islam,
en realidad, nunca fue una religin de salvacin; el concepto tico de salvacin fue,
realmente, ajeno al islam. El dios que mostraba era un seor de poder ilimitado,
aunque compasivo, el cumplimiento de cuyos preceptos no sobrepasaba la capacidad
humana. Una naturaleza esencialmente poltica marc las principales ordenanzas del
islam Del mismo modo que las obligaciones religiosas del islam eran de carcter
poltico, su nico dogma es el reconocimiento de Allah como el nico Dios y de
Muhammad como su profeta. En el islam antiguo no haba nada as como una
bsqueda individual de salvacin, ni ningn tipo de misticismo. Las promesas
religiosas del primer islam pertenecan a este mundo. La riqueza, el poder y la gloria
eran todas ellas promesas marciales, e incluso se imaginaba el mundo del ms all
como un paraso sensual del soldado11.
Se puede decir que la esencia del islam se ha conformado a travs de un
proceso de guerras y de construccin del estado, como lo describi Charles Tilly12,
al final del cual los lderes del islam se han convertido en los lderes del nuevo
estado y el islam en el sistema de ideas dominante en la sociedad. Por
consiguiente, la divisin de la jurisdiccin espiritual y secular entre Dios y el Csar
no era un problema real en aquel contexto histrico.
En este punto, es interesante destacar algunas de las diferencias teolgicas
y polticas entre la rama sun del islam y el chismo. A diferencia de Arabia, se
puede decir que el islam en Persia conquist primero la sociedad y despus el
estado (la primera dinasta islmica se estableci en Persia a principios del siglo IX,
aproximadamente trescientos aos despus del surgimiento del islam en Arabia).
Adems, fue en Persia donde la primera hereja al islam el chismo se convirti
en la secta dominante. Asimismo, uno puede observar que los puntos en los que la
rama chi diverga de la ortodoxia sun eran, precisamente, aquellos puntos en los
que converga con el cristianismo. En primer lugar, el chismo, en sus versiones
ms moderadas, crea en la naturaleza divina de Al (el primo del profeta
Muhammad) y, en sus versiones ms extremas, mantiene la idea de que Al era la
encarnacin del propio Dios. En segundo lugar, de acuerdo con la idea cristiana de
Cristo como mrtir, en el chismo exista la idea del martirio de Al (acuchillado por
la espalda cuando estaba rezando en la mezquita) y de sus dos hijos Hassan y
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Hussein (los dos asesinados en Karbala, Irak). En tercer lugar, de acuerdo con la
creencia cristiana de que Cristo ascendi a los cielos despus de haber sido
crucificado, exista la idea chi de la ocultacin de Madhi, el duodcimo imn (quiz
debera tambin subrayarse que doce, el nmero de los imanes sagrados de las
doce ramas del chismo, corresponde con el nmero de los apstoles de Cristo). En
cuarto lugar, la creencia chi en el Madhi como el mesas (el Madhi regresar a la
Tierra para establecer en ella su reino) fue la rplica del concepto cristiano de
Cristo el mesas. Y en quinto lugar, en el plano de la organizacin religiosa, el
chismo se aproxim a la estructura de la Iglesia cristiana, con su clero
jerrquicamente organizado; el clero chi, a diferencia de su contraparte sun y con
ms similitudes respecto a los sacerdotes cristianos, cubran su sustento y sus
actividades a travs de un impuesto religioso que recolectaban de los creyentes y
tambin a travs de donaciones voluntarias de la gente.
El cristianismo y el islam durante su edad media: del fin de la filosofa a la
era de la reforma
Siguiendo sus periodos formativos (que duraron aproximadamente cinco siglos en
ambos casos), tanto el cristianismo como el islam pasaron por su edad media,
aunque en intervalos de tiempo diferentes. La edad media de una religin puede
definirse como el periodo de estabilidad doctrinal e institucional que se extiende
desde el fin de la filosofa hasta la era de la reforma. La edad media de ambas
religiones se inici con el fin de la filosofa; esto es, cuando las corrientes
filosficas crticas, en particular aqullas arraigadas en la filosofa de la antigua
Grecia y en la filosofa romana, se disiparon o quedaron asimiladas en las
principales corrientes de la teologa oficial. Por el contrario, la era de la reforma
vino normalmente acuciada por una crisis externa; cuando cambios en mbitos no
religiosos (la poltica domstica, las relaciones internacionales, la economa, las
artes, la ciencia y la tecnologa) alcanzaron tales dimensiones revolucionarias que la
religin, con su forma doctrinal e institucional, no pudo afrontarlos y responder por
ellos, llamando as a la reformulacin y reestructuracin de su sistema de creencias
y de su forma de organizacin.
Simblicamente, la edad media del cristianismo se inicia con la aparicin de
la obra de Agustn de Hipona Concerning the City of God against the Pagans a
principios del siglo V, y finalizan con la Reforma Protestante en el siglo XVI que fue
el resultado del crecimiento del capitalismo comercial, los descubrimientos
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geogrficos y los estados absolutistas. As el cristianismo pas por sus
aproximadamente mil aos de duracin de su edad media antes de que tuviese que
afrontar el desafo de la reforma. Sin embargo, el acontecimiento simblico que
marc los orgenes de la edad media del islam fue la obra Tahafut al-Falasifa
(Destruction of the Philosophy, traducido al latn con el ttulo Destructio
Philosophorum), redactada por Al-Ghazali en el siglo XII13. Despus de
aproximadamente setecientos aos (ntese que la edad media del islam dur
trescientos aos menos que la del cristianismo), la edad media del islam finaliz
con la crisis doctrinal e institucional provocada por el desafo de la expansin
colonial occidental a principios del siglo XIX.
Durante su periodo medieval, el cristianismo, tanto doctrinal como
institucionalmente, mantuvo su original separacin entre dos mbitos de poder: el
de Dios y el del Csar. A principios del siglo V, Agustn de Hipona haba delimitado
la ciudad de Dios de la ciudad del hombre (o la ciudad mundana) y esta
formulacin, origen del principio bsico de la Iglesia cristiana desde la muerte de
Agustn de Hipona, fue reafirmado a mediados del siglo XIII por Toms de Aquino a
travs de su doctrina de las dos esferas de dominacin14. Los humanistas
mantuvieron intacto este principio fundamental del cristianismo (por ejemplo,
Gianozzo Manetti, Marsilio Ficino, Pico Della Mirandola, Desiderius Erasmus y
Thomas More)15 y los reformadores de los siglos XV y XVI (por ejemplo, Martin
Lutero, John Calvino, Philip Mornay y Jean Bodin)16. La edad media cristiana, como
ya se ha indicado arriba, tuvo una duracin aproximada de mil aos. A mediados
del siglo XV, el cristianismo se vio amenazado en el frente cultural por el
humanismo renacentista, la Reforma Protestante, el racionalismo, la Ilustracin, el
positivismo y por el materialismo; en el frente socioeconmico, el cristianismo tuvo
que afrontar la revolucin comercial, los descubrimientos de las nuevas tierras, la
revolucin industrial y la expansin colonial; y en el frente poltico, los
acontecimientos ms desafiantes fueron el auge de los estados absolutistas, los
estados nacionales, las naciones, el nacionalismo, el liberalismo y el socialismo el
aumento de los estados absolutistas en Europa a mediados del siglo XVI fue
seguido ms tarde por la institucionalizacin de una forma limitada de participacin
popular (lase burguesa) en el ejercicio del poder poltico, primero en Inglaterra ya
muy entrado el siglo XVII y luego en Francia en el siglo XVIII. El efecto
genera