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Homenaje a Ricardo Piglia - 205 RARO CISNE  Julio Premat. Université de Paris VIII. L’écrivain ne dit que par une habitude prise dans le langage insincère des préfaces et des dédicaces “mon lecteur”. En réalité, chaque lecteur est, quand il lit, le propre lecteur de soi-même. Marcel Proust, A la recherche du t emps perdu. En cuanto a los ejemplos de magia que cierran el volumen, no tengo otro derecho sobre ellos que los de traductor y lector. A veces creo que los buenos lectores son cisnes aún más tenebrosos y singulares que los buenos autores.  Jorge Luis Borges,  Historia universal de l a infamia. …pour rendre à l’écriture son avenir , il faut en renverser le mythe: la naissance du lecteur doit se payer de la mort de l’Auteur. Roland Barthes, “La mort de l’auteur”. Importancia de la escritura del yo y de la introspección en la bús- queda de lo narrable en Proust, inicio de una poética de la reescritura y esbozo de una construcción de imagen propia como infinito lector o como sabio bibliotecario en el Borges de 1935, invención de una instancia que permita ocupar el lugar del autor sin serlo en un Barthes siempre al borde de la novela inalcanzable: estas tres citas, si no me equivoco, hablan, no del lector en tanto que sujeto o concepto, o no sólo del lector , sino ante todo de una figura de autor en posición de lector: de un avatar ficticio del que escribe. 1 1  Estas figuras, claro está, dialogaron con –cuando no suscitaron– espectacula- res teorías de la lectura, teorías que muchas veces la sitúan en paralelo o en equivalencia a la escritura, e inclusive en el lugar de determinación y defi- nición de lo literario. Por ejemplo, la que subyace en la siguiente afirmación de Genette comentando otra de Philippe Sollers: “Le texte, c’est cet anneau de Möbius où la face interne et la face externe, face signifiante et face signi- fiée, face d’écriture et face de lecture, tournent et s’échangent sans trêve, où l’écriture ne cesse de se lire, où la lecture ne cesse de s’écrire et de s’inscrire.” “Raisons de la critique pure”, Figures II , Paris: Seuil, 1969, p. 17-18. Homenaje a Piglia septima indd Sec14:205 Homenaje a Piglia septima.indd Sec14:205 13/12/2011 20:24:49 13/12/2011 20:24:49

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Homenaje a Ricardo Piglia - 205

RARO CISNE

 Julio Premat.Université de Paris VIII.

L’écrivain ne dit que par une habitude prise dans le

langage insincère des préfaces et des dédicaces “mon

lecteur”. En réalité, chaque lecteur est, quand il lit, le

propre lecteur de soi-même.

Marcel Proust, A la recherche du temps perdu.

En cuanto a los ejemplos de magia que cierran el volumen,

no tengo otro derecho sobre ellos que los de traductor ylector. A veces creo que los buenos lectores son cisnes aún

más tenebrosos y singulares que los buenos autores.

 Jorge Luis Borges, Historia universal de la infamia.

…pour rendre à l’écriture son avenir, il faut en renverser

le mythe: la naissance du lecteur doit se payer de la mort

de l’Auteur.

Roland Barthes, “La mort de l’auteur”.

Importancia de la escritura del yo y de la introspección en la bús-queda de lo narrable en Proust, inicio de una poética de la reescrituray esbozo de una construcción de imagen propia como infinito lectoro como sabio bibliotecario en el Borges de 1935, invención de unainstancia que permita ocupar el lugar del autor sin serlo en un Barthessiempre al borde de la novela inalcanzable: estas tres citas, si no meequivoco, hablan, no del lector en tanto que sujeto o concepto, o nosólo del lector, sino ante todo de una figura de autor en posición delector: de un avatar ficticio del que escribe.1

1  Estas figuras, claro está, dialogaron con –cuando no suscitaron– espectacula-res teorías de la lectura, teorías que muchas veces la sitúan en paralelo o enequivalencia a la escritura, e inclusive en el lugar de determinación y defi-nición de lo literario. Por ejemplo, la que subyace en la siguiente afirmaciónde Genette comentando otra de Philippe Sollers: “Le texte, c’est cet anneaude Möbius où la face interne et la face externe, face signifiante et face signi-fiée, face d’écriture et face de lecture, tournent et s’échangent sans trêve, oùl’écriture ne cesse de se lire, où la lecture ne cesse de s’écrire et de s’inscrire.”“Raisons de la critique pure”, Figures II , Paris: Seuil, 1969, p. 17-18.

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Se podría afirmar que los escritores construyen –es lo que hacePiglia en El último lector– imágenes literarias del lector dentro de obrasinacabadas, fragmentadas, ambiguas, abiertas, obras que se crean en buena medida en oposición a una plenitud perdida, esa plenitud que

legendariamente la novela decimonónica representaría. Ante unatotalidad de sentido imposible y una intencionalidad demiúrgica encrisis, surgiría el lector como instancia extratextual capaz de compen-sar la pérdida, de reconstruir el conjunto, de restituir la intención, decristalizar la emoción: el lector es, podría decirse, una eventualidad,un horizonte utópico. La lista de afirmaciones de escritores que serefieren a una paradójica presencia o a un papel del lector en tanto quealter ego invertido del autor es extensa. Tres ejemplos más, tambiéncélebres. Faulkner, con una frase a menudo citada por Piglia y que

se refiere a El sonido y la furia: “Escribí este libro y aprendí a leer”.2

 Sartre, en Qu’est-ce que la littérature?: “En un mot, la lecture est créa-tion dirigée.”3 Y, tradition argentine oblige, la representación de unaescritura en diálogo de Macedonio (en Papeles de Recienvenido): “Hacecinco años conocía a la mamá de un amigo rosarino y vine a saberque… No lea tan ligero, mi lector, que no alcanzo con mi escrituradonde está usted leyendo.”4 

Lo que precede determina un lugar de lectura que no coincidecon experiencias empíricas sino que las idealiza: el lector sería aquélque tendría la capacidad de descifrar signos y de atribuir un sen-

tido e inclusive un efecto estético, transformando a un texto yertoen literatura. Sería aquél que comprende y evalúa una cultura, unatradición, fijando ciertas orientaciones en una biblioteca presenteo heredada. El lector sería aquél que entiende o reconstruye por lotanto una imagen del mundo, del hombre y del arte. Así, el lectorsería un autor, un autor de segundo grado, liberado del arduo trabajode escritura, de la incierta intención y de la quimérica originalidad,liberado de la percepción engañosa del mundo y del peso inhibidorde lo leído antes.

El lector como último autor o como nuevo autor: hay un mitode ese orden, paralelo a los mitos de escritor –un mito dado vuelta,como quería Barthes–, que podemos descifrar en nuestra literatura,

2  Citada por ejemplo en Ricardo Piglia, Formas breves, Barcelona: Anagrama,2000, p. 141.

3  Jean-Paul Sartre, Qu’est-ce que la littérature?, Paris: Gallimard, 1948, p. 57.4  Macedonio Fernández, Papeles de Recienvenido y Continuación de la nada, Buenos

Aires: Corregidor, 2004, p. 29.

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obsesionada por la cuestión del sujeto, la creación y el sentido. Vistapor los escritores, la lectura sería una puesta en escena de la no es-critura, una escritura de la no escritura, una escritura de la relacióncon lo ya escrito. Así, algunas expresiones se han vuelto significa-

tivamente tópicas: alguien “escribe sus lecturas”. O: “un texto lee aotro”. Las lecturas de un escritor son, en ese caso, los libros que unescritor escribe.

Este sería el mito desde el cual Piglia concibe El último lector –untardío avatar de ese mito–, construido a partir de una pregunta “¿Quées un lector?” (título del primer capítulo). Para nosotros, situadosafuera del libro –pero en alguna manera incluidos en su funciona-miento: el libro calla pero delimita a un lector detective y nosotros,al intentar descifrar líneas de sentido, estamos cumpliendo con una

eventualidad que el dispositivo preveía, lo que en alguna medidarestringe por adelantado toda interpretación: en “Tema del traidory el héroe”, ese cuento de Ficciones, sucede, en el plano de la intriga,algo semejante–, para nosotros, entonces, desde nuestra posición delectores del libro, la pregunta sería cómo Piglia se instala, se construyey se sueña en tanto que lector. O, más simplemente, ¿qué significa“leer” para Piglia?

Una respuesta en tres acciones, en tres actos, para estructurar esteanálisis: leer es revelar, leer es narrar, leer es ser.

REVELAR

La primera acción es la más previsible, teniendo en cuenta lapresencia múltiple y recurrente de la literatura policial en la obra. Enella se escribe y se lee a partir de un postulado implícito: la existenciasiempre de dos textos, de dos tramas, de algo afirmado y algo secreto(secreto que tiene que ver con el complot, con la sexualidad, con lamuerte, con una visión apocalíptica de lo social). Leer entonces es,no profundizar en el sentido hermenéutico clásico, sino lograr pasar

de lo dicho a lo ocultado, de lo evidente a lo cifrado, de lo aparente-mente casual y contingente a lo motivado y organizado. Nora Catelliafirma que Madame Bovary lee toda la literatura, sea cual fuere, comoliteratura romántica o sentimental. Piglia, en ese caso, leería toda laliteratura como literatura policial.5 Consecuentemente, en El últimolector se recorren y despliegan los valores del detalle vuelto indicio:

5  Nora Catelli, Testimonios tangibles, Barcelona: Anagrama, 2001, p. 108 y116.

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una mención de Madame Bovary en El idiota de Dostoievski, una lám-para que usa Anna Karenina para leer, un comentario de Guevara enel momento de su muerte, un diálogo sobre poesía en una novela deChandler, etc., etc. Los recorridos de El último lector pasan a menudo

del indicio al “otro” texto.Semejante modo de leer integra una visión a la vez panorámica

(sobre toda una obra, sobre todos sus postulados estéticos, sobretoda la literatura y toda la crítica) y detallada (ecos nimios, ejemplosmínimos, o, como lo escribe Piglia, “pequeños detalles y pequeñasdistinciones” (p. 65).6 Porque los indicios permiten acceder a algo quese presenta, estratégicamente, como una amplificación extraordinariadel sentido, con fuertes efectos de dramatización, a la vez argumen-tal, biográfica y social. La serie sobre la papa en Joyce, es ejemplar:

enigmática en su primera aparición en el Ulises (“Potato I have”) (p.179-185), “mal” leída por el traductor Salas Subirat, la serie va a serrecorrida en varias ocurrencias, siguiendo el “hilo”, las “hebras quese pierden en el texto”, para terminar descifrando “el enigma”, conuna revelación tan coherente como sorprendente. Esa papa misteriosatendría que ver con dos “series”: la primera, privada, es la de la enfer-medad y la muerte. Enfermedad y muerte, no sólo del personaje quesufre de reuma y que se protege gracias al tubérculo, sino tambiéndel propio Joyce, que padece reumatismo –un reumatismo que leproducirá más tarde la ceguera–. Y también una serie social trágica,

la de la papa en la historia irlandesa, asociada inevitablemente a lahambruna del siglo XIX y a la emigración masiva en esa época.

Pero la revelación no es sólo una especie de desenlace de unsuspenso creado por la lectura indiciaria, sino también concierne unmodo de expresión, un tono o, quizás pueda decirse, una retórica (Al- berto Giordano la denomina la retórica de la certeza).7 Los enunciadosde El último lector giran a menudo alrededor de una certeza por finexpresada y puesta de relieve enfáticamente; piénsese, por ejemplo,en el tono aforístico utilizado o en la obsesiva recurrencia de ciertos

términos, como “clave” o “núcleo”.Este procedimiento retoma el postulado de la inteligibilidad de

lo real, es decir un postulado sobre el valor del razonamiento y de lainterpretación para ordenar lo aparentemente enigmático y caótico

6 Citamos siguiendo: Ricardo Piglia, El último lector, Barcelona: Anagrama,2005. Los números de página entre paréntesis remiten a esta edición.

7  Alberto Giordano, “Las perplejidades de un lector modelo”, en Modos delensayo. De Borges a Piglia, Rosario: Beatriz Viterbo, 2005, p. 212.

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del universo, incluyendo en él una vertiginosa conciencia sobre lasdificultades del gesto. Es decir, el procedimiento recupera la idea de laexplicación esclarecedora (el “fetiche de la inteligencia pura” escribePiglia, con distancia irónica) (p. 98), pero también la incertidumbre

que, desde el nacimiento de la novela policial, se ha ido acumulandoen el camino de cualquier elucidación exhaustiva. No se trata por lotanto de un acto de simplificación lógica, sino de un gesto de lecturaque exige, o necesita, presuponer, en un plano virtual, la existencia deuna explicación –de una explicación ficticia, literaria–. O, si se quiere,de una lectura que se sitúa en el lugar de receptáculo de sentido, detarea de elucidación –de creación– infinita de sentido: la revelaciónno revela, no crea sistemas, sino que define una función del lector.Si la literatura se presenta como una confusa avalancha de signos

y de indicios, ese lector debe postular, en un punto indefinido, unarazón de ser: leer es entrar en la dinámica de revelación de esa razónquimérica, siempre futura.

La construcción de los análisis pero también el tipo de expresión,presuponen entonces a cada paso una ultrasignificación paranoicade lo que se lee; leer es sobrecargar de sentido, sobredeterminar o in-ventar el sentido de las escenas leídas, de las series entrevistas, de losproyectos. Ahora bien, aunque esta reconstrucción de sentido retomeuna retórica y una dinámica de revelación, lo hace para desembocaren un punto ciego: en la metáfora oscura, en el uso de la significación

relativa. Una cita sobre Joyce: “El sentido depende del relato y es siem-pre un punto de fuga” (p. 181). Paul de Man, después de analizar lapuesta en escena de la lectura en En busca del tiempo perdido, concluyeque la novela de Proust “narra el vuelo del significado, pero esto noimpide que su propio significado esté, incesantemente, en vuelo.”8 Algo similar podría decirse en este caso: Piglia, al igual que Joyce,afirma hacer un uso “privado del sentido” (p. 177).

NARRAR

Si la lectura es una dinámica de asociación, interpretación y reve-lación, la lectura sería por lo tanto una modalidad de escritura. Leeruna novela es reescribirla, ya que ningún libro está terminado, “pormás logrado que parezca” (p. 166). Es lo que sucede en numerosasarticulaciones del texto, y no sólo en la referencia previsible a Borgesen este terreno. Más precisamente, según se lo afirma en el primer

8  Paul de Man, Alegorías de la lectura, Barcelona: Lumen, 1990, p. 93.

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capítulo, contestar a la pregunta “¿Qué es un lector?” es narrar, ya quela respuesta es “un relato: inquietante, singular y siempre distinto”.En Formas breves se afirma que Macedonio narra el pensar como senarra “un viaje o una historia de amor”.9 Algo similar hace Piglia:

narra la lectura como un viaje o una historia de amor. El último lector se instala así como una ficción de la literatura, como una novela dela literatura.

Las diferentes operaciones dan lugar a relatos, a veces completos,a veces fragmentados, relatos proliferantes que parecieran surgir deLa ciudad ausente. El título del segundo capítulo ya lo anuncia: “Unrelato sobre Kafka”; la lectura es una máquina de producir historias.Y así funciona El último lector: Piglia cita un párrafo del Diario de Ka-fka y lo comenta minuciosamente, construyendo un sistema causal y

hermenéutico, que será a su vez ampliable a los grandes relatos de eseautor. O, de manera más compleja todavía, primero cita una carta delmismo Kafka que narra una anécdota, luego lee los comentarios deBenjamin sobre ese acontecimiento, y por fin comienza una narracióndiferente sobre las acciones que figuran en esos textos: “¿Qué fue loque sucedió? Debemos reconstruir la escena. Esa noche en la casa deBrod, pasan la velada en dos cuartos separados por una oscura salacentral…”, etc. (p. 63). Alrededor de la pregunta, qué es un lector, yde la red de intrigas que suscita la respuesta, circula otro interrogantesobre qué escribir o cómo narrar. Y la respuesta es: leyendo.

El dispositivo lleva a una proliferación de planos narrativos y auna combinación de niveles de realidad. En algunas bifurcacionesparticularmente barrocas del procedimiento, Piglia lee y comenta a losescritores leyendo (a Kafka leyendo un cuento suyo, “La condena”, ydescifrando en él su propio futuro o destino: “Kafka anticipa lo quevendrá, lee ahí lo que todavía no ha vivido”) (p. 52). La frontera, tenue,entre leer y escribir se desvanece constantemente: “La clave es cómolee Kafka su propio relato, qué lee allí” (p. 53). Ahora bien, el efectoes que los escritores se transforman en personajes, análogos a los per-

sonajes de sus propias ficciones o a los personajes de las ficciones dePiglia. Personajes heroicos en lides de creación literaria que no pasanpor arrebatos de inspiración o elucubraciones geniales, sino que leende manera extraordinaria: “Ahora se entiende mejor el uso que haceKafka del poema chino. Ver cómo lee el poema chino, cómo vuelve aleerlo, es ver cómo usa una situación narrativa…” (p. 57).

9 Formas breves, op. cit., p. 28.

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La lectura de los textos ficcionales de Kafka y la de los textosdigamos “confesionales” (diarios, cartas), se lleva a cabo en el mis-mo nivel, estableciendo por lo tanto una equivalencia entre K. y elautor: es el mismo sujeto el que circula de un tipo al otro. Todo es

literatura, por supuesto, en particular la vida de un escritor, vueltarelato. Las especulaciones, comentarios y relatos sobre Kafka, sobresus voluntades e intenciones, retoman una perspectiva habitual enlos ensayos de Piglia: la literatura es una historia, cuyos protagonis-tas son los escritores, verdaderos personajes que actúan, proyectan,deciden. En alguna medida leer es, como en cierta crítica filológicatradicional, desmontar una intencionalidad y una intervención delautor. Así, la voluntad, el heroísmo, la singularidad, la envergadurasubjetiva del hombre que escribe, expulsados de la escena crítica por el

pensamiento teórico de los últimos cuarenta años, regresa de la manode una ficción personal, en la cual los escritores son protagonistas,están en el centro de este relato de segundo grado, un relato cifrado,el que Piglia fabrica leyendo textos de los demás.

SER

“Leer a los demás productores de ficción es posiblemente unmodo de leerme a mí mismo” afirma Piglia en el epílogo del librode Nicolás Bratosevich, Ricardo Piglia y la cultura de la contravención.10 

Esta cita indirecta de Proust remite a una evidencia: la dimensiónreflexiva que cobra todo lo leído (o, como diría Bourdieu, el “nar-cisismo hermenéutico” de la lectura),11 por lo que El último lector aparece como una suerte de desenlace de una trayectoria anterior,hecha de identificaciones mitificantes con grandes figuras literarias.Por ejemplo, cuando Piglia le atribuye a Kafka los mecanismos quevemos desplegarse en su propio libro, y más precisamente cuandole atribuye lo que él está haciendo con el propio Kafka:

Ese es el modo que tiene Kafka de leer la literatura: primeroconcentra la historia en un punto, luego invierte la motiva-ción y establece nuevas correlaciones; inmediatamente narrasu versión de la historia (narra lo que no ha visto el narradororiginal). (p. 56)

10  Nicolás Bratosevich, Ricardo Piglia y la cultura de la contravención, BuenosAires: Atuel, 1997, p. 329.

11  Pierre Bourdieu, Les règles de l’art, Paris: Seuil, 1992, p. 417.

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varia lección, precisamente porque abunda en reflejos y eninterpolaciones…12

Un libro “personal” porque “abunda en reflejos y en interpolacio-

nes”, lo que en la versión de Piglia se convierte en:

Desde luego, este libro no intenta ser exhaustivo. No recons-truye todas las escenas de lectura posibles, sigue más bien unaserie privada; es un recorrido arbitrario por algunos modos deleer que están en mi recuerdo. Mi propia vida de lector estápresente y por eso este libro es, acaso, el más personal y el másíntimo de todos los que he escrito. (p. 190)

Esta reescritura cierra la constante referencia a Borges (explícitae implícita), iniciada por la mención de un Borges, último lector casiciego en la primera página y por la alusión velada a “El Aleph” enel Prólogo. Un trayecto junto a Borges que pasa del bovarismo (serel otro) a la confesión (el libro “más personal y más íntimo”). En estaperspectiva, que incluye también la situación estratégica del libro enel conjunto de la obra de su autor, El último lector sería El hacedor dePiglia, o sea un libro de madurez que interviene, retrospectivamente,sobre lo ya escrito, proponiendo modos de lectura y fijando rasgosde una figura de autor.

* * * * *

Estas serían algunas de las características del mito del autor comolector que propone el libro de Piglia. Como lector o, más precisamente,como “último lector” (expresión que es también una cita, la que figuraen el epígrafe y que se refiere a alguien que se sienta bajo un árbolpara leerse a sí mismo), como “último hacedor”. El último lector dePiglia sería a la vez modesto receptor de lo ya escrito, pero también el

defensor postrero de una literatura amenazada. Y, más allá todavía, eltítulo incluye una dimensión milenarista o apocalíptica: leer despuésde la muerte del autor y en el momento del fin de la literatura. Otraposibilidad, más modesta, implica un programa: el que lee lo que losdemás ya han leído, el que llega después, no sólo de la escritura (comoPierre Menard), sino también después de las lecturas de los otros, loque, según Adriana Rodríguez Pérsico, se inscribiría entre la pérdida

12  Jorge Luis Borges, El hacedor, Madrid: Alianza, 1987, p. 155.

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y la restauración.13 En ese sentido, Fornet escribe que el último lectores a la vez una figura de “clausura”, pero también de “apertura”.14 El final (cataclísmico o no) forma parte de la utopía macedoniana dePiglia: la de una literatura siempre futura.

Por lo tanto, la tradición se convierte, según el modelo arribaesbozado, en una ficción personal, lo que corresponde también conlos modos de leer descritos por Barthes en su último seminario, La preparación de la novela:

Le conflict lire / écrire, je l’interprète ainsi (…): lire est une ac-tivité métonymique, dévoratrice; on tire à soi peu à peu toutela nappe de la culture; on entre, comme dans une pleine mer,dans l’Imaginaire de la Culture, le concert, la polyphonie de

mille voix des autres auxquelles je mêle les miennes.15

Leer, para Piglia, es escribir, en el sentido de escribir entrando,como se entra en alta mar, en el Imaginario de la Cultura (en suImaginario de la Cultura, hecho de complots, de héroes, de secretos,de series ocultas). En el conjunto subyace una concepción legenda-ria de la literatura: la literatura es ese gran texto hecho de escritoresy lectores, de autores y de personajes, en donde circulan y chocangestos, palabras, actos, intenciones, proyecciones. La literatura es unaespecie de hiperrealidad englobadora, que traga y transforma todo,

alterando fronteras, posiciones, jerarquías, en una indiferenciación a lavez terrorífica y reveladora. Escribir, leer –o sea, ser escritor– implicaestablecer cortes y esbozar recorridos en ese conjunto preexistente.

Pero la reescritura cifrada de El hacedor remite al mismo tiempo aun autorretrato indirecto y cósmico. Al cotejar los dos textos, se vuelvemás visible la dimensión subjetiva del libro de Piglia, la búsqueda deuna imagen, el intento de fijar identidades de escritor, la apropiaciónde una tradición, de una biblioteca, en tanto que arduo autorretrato.Se vuelve más visible una autobiografía cifrada e imaginaria (el in-

tento de darle sentido a la propia vida gracias a las múltiples vidas

13  Adriana Rodríguez Pérsico, “La práctica literaria, entre la pérdida y la restau-ración”, en Rose Corral (ed.), Entre ficción y re flexión. Juan José Saer y RicardoPiglia, México: el Colegio de México, p. 137-148.

14  Jorge Fornet, El escritor y la tradición. Ricardo Piglia y la literatura argentina,Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2007, p. 221.

15  Roland Barthes, La préparation au roman I et II , Paris: Seuil, 2003, p. 325.

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de los demás), como único relato posible de una vida de escritor.16 Este aspecto del proyecto se encuentra resumido al final, justo antesdel Epílogo: “El lector avanza a ciegas para reconstruir un sentidoperdido y lee siempre en el texto los indicios de su propio destino”

(p. 188).Cisne tenebroso y singular, como decía Borges, Piglia se sitúa en

el lugar de un lector, no ideal sino mítico, de un lector capaz de des-cifrar el secreto y avanzar a ciegas en ese mar, en ese Imaginario; unlector capaz de leerlo todo, de leer un sentido sin sentido, un sentidoperdido y de leer su propio destino en esa infinita polifonía, de leersea sí mismo en ese todo. Rara avis, Piglia es un lector capaz de entonarel canto del cisne de la literatura y al mismo tiempo de reconocer supropia voz en el distante canto de las sirenas. O de reconocer su voz

en el canto de lo que, alguna vez y en alguna tradición, los hombresquisieron llamar sirenas.17

Bibliografía

Barthes (Roland): La préparation au roman I et II , Paris: Seuil, 2003.

Borges (Jorge Luis): El hacedor, Madrid: Alianza, 1987.

Bourdieu (Pierre): Les règles de l’art. Genèse et structure du champ littéraire ,

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Buenos Aires: Corregidor, 2004.16  En ese sentido, el conjunto funciona como esa antología de textos en primera

persona que Piglia publica en 1968: un libro cuyo título es el deíctico yo peroque contiene textos de otros autores (Ricardo Piglia, selección y prólogo, Yo,Buenos Aires: Ediciones Tiempo Contemporáneo, 1968).

17  Este artículo es una versión muy resumida del capítulo “Piglia, loco lector”,incluido en un libro de próxima edición (Julio Premat, Héroes sin atributos.Figuras de autor en la literatura argentina, Buenos Aires: Fondo de CulturaEconómica).

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