primer capítulo

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  • Picnic en Hanging Rock

  • La seora Appleyard. Directora del colegio AppleyardLa seorita Greta McCraw. Profesora de matemticasMademoiselle Dianne de Poitiers. Profesora de francs y de

    danzaLa seorita Dora Lumley y la seorita Buck. Profesoras

    ms jvenesMiranda, Irma Leopold, Marion Quade. Alumnas de los l-

    timos cursosEdith Horton. La alumna ms torpe del colegioSara Waybourne. La alumna ms jovenRosamund, Blanche. Otras alumnasLa cocinera, Minnie y Alice. Personal de servicio del colegioEdward Whitehead. El jardinero del colegioTom, el Irlands. Encargado del mantenimiento del colegio El seor Ben Hussey. De las Caballerizas Hussey, en WoodendEl doctor McKenzie. Mdico de WoodendEl agente Bumpher. De la comisara de WoodendLa seora BumpherJim. Un joven policaMonsieur Louis Montpelier. Un relojero de BendigoReg Lumley. Hermano de Dora LumleyJasper Cosgrove. Tutor de Sara Waybourne

  • El Coronel y la seora Fitzhubert. Veraneantes en Lake View, Alto Macedon

    El Honorable Michael Fitzhubert. Sobrino de los anteriores, recin llegado de Inglaterra

    Albert Crundall. Cochero de Lake ViewEl seor Cutler. Jardinero de Lake ViewLa seora CutlerEl Comandante Sprack y su hija, Angela. Ingleses alojados en

    la residencia del Gobernador, en MacedonEl doctor Cooling, del Bajo Macedon

    Y muchos otros que no aparecen en este libro.

    El lector tendr que decidir por s mismo si Picnic en Hanging Rock es una historia real o ficticia. En cualquier caso, semejante cuestin parece no revestir demasiada importancia, dado que el fatdico picnic tuvo lugar en el ao 1900, y los personajes que aparecen en este libro llevan mucho tiempo muertos.

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    Todos estuvieron de acuerdo en que el da era perfecto para ir de picnic a Hanging Rock. La brillante maana de verano haba amanecido clida y tranquila. Durante el desayuno, procedentes de los nsperos que daban a las venta-nas del comedor, se escuchaban los estridentes cantos de las cigarras y el zumbido de las abejas que revoloteaban sobre los pensamientos que bordeaban el camino. Las enormes dalias haban florecido y se derramaban sobre los parterres, inma-culados, y el csped, bien cortado, perda poco a poco su humedad bajo el sol ascendente. El jardinero estaba regando ya las hortensias, an a la sombra del ala en que se situaba la cocina, en la parte trasera del colegio. Las alumnas del cole-gio Appleyard para seoritas se haban despertado a las seis de la maana, y se haban dedicado desde entonces a explorar el brillo del cielo, en el que no se vea una sola nube. Ahora aleteaban con sus muselinas de verano como una bandada de alborotadas mariposas, y no solo porque fuera domingo y se dispusieran a celebrar el tan esperado picnic anual, sino por-

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    que era el da de San Valentn. Siguiendo la tradicin, lo feste-jaban el catorce de febrero, y por la maana se intercambiaran cuidadas tarjetas y pequeos regalos. Todo ello de manera per-didamente romntica y estrictamente annima, puesto que se supona que lo que reciban eran las secretas ofrendas de unos admiradores enfermos de amor, a pesar de que el seor Whi-tehead, el anciano jardinero ingls, y Tom, el mozo de cuadra irlands, eran prcticamente los dos nicos hombres a los que se poda, como mucho, sonrer durante la poca de clases.

    Probablemente, la nica persona que no iba a recibir nin-guna tarjeta en todo el colegio era la directora. Todos saban que a la seora Appleyard no le gustaba celebrar el da de San Valentn, y que desaprobaba esas ridculas felicitaciones que solan abarrotar las repisas de las chimeneas hasta la llegada de la Pascua, y que daban a las sirvientas tanto trabajo extra como la propia entrega anual de premios. Y qu repisas de chimenea! Dos de mrmol blanco estaban situadas en el gran saln, y se apoyaban sobre parejas de caritides tan firmes como el propio busto de la directora. Y haba otras de madera tallada, adorna-das con un millar de titilantes y diminutos espejitos. El colegio Appleyard era, ya en el ao 1900, todo un anacronismo arqui-tectnico en medio de la abrupta maleza australiana. Un lugar incongruente, sin esperanza, propio de otra poca y de otro continente. La tosca mansin de dos plantas constitua una de esas intrincadas edificaciones que brotaron por toda Australia como hongos exticos tras el descubrimiento del oro. La razn por la que alguien pudo llegar a pensar que aquel terreno llano y escasamente arbolado, situado a pocos kilmetros de la loca-lidad de Macedon y agazapado al pie del monte, poda ser un lugar apropiado para la construccin de una casa como aquella es algo que nadie podra desentraar jams. No poda deberse al insignificante arroyo que serpenteaba pendiente abajo por la

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    parte posterior de la propiedad de diez acres, y que formaba una serie de charcas de poca profundidad, que no resultaba lo que se dice atractivo para servir de marco paisajstico a una mansin de corte italianizante; y tampoco a los ocasionales atisbos de la neblinosa cumbre del monte Macedon, al este, en el lado opuesto del camino, que se podan captar a tra-vs de una cortina de eucaliptos descortezados, cuyos troncos parecan caer en hebras hacia el suelo. Y, sin embargo, all se construy, con slida piedra de Castlemaine, quiz para que soportara mejor los estragos del tiempo. El primer propieta-rio, cuyo nombre todo el mundo haba olvidado haca mucho, vivi en ella solo un ao o dos antes de que la antiesttica y enorme casa quedara vaca y fuera puesta en venta.

    Los amplios terrenos, que constaban de huertas y jardines plagados de flores, de corrales de cerdos y de gallineros, de zonas sembradas y extensiones de csped donde se jugaba al tenis, mostraban ahora un aspecto esplndido gracias al seor Whitehead, el jardinero ingls que segua al cargo. Haba va-rios vehculos en los hermosos establos de piedra, todos ellos en perfecto estado. El espantoso mobiliario victoriano estaba tan bien conservado que pareca nuevo, con esas repisas de chime-nea de mrmol trado directamente de Italia, y montones de gruesas alfombras Axminster. En la escalera de cedro, varias estatuas de inspiracin clsica levantaban en alto sus lmparas de aceite; haba un piano de cola en el amplio saln, e inclu-so una torre cuadrada, a la que se acceda por una estrecha escalera circular, y desde la que podan izar la Union Jack el da del cumpleaos de la reina Victoria. Para la seora Apple-yard, que haba llegado de Inglaterra con unos buenos ahorros y un montn de cartas de presentacin para algunas de las familias ms ilustres de Australia, la mansin, que se alzaba tras un muro bajo de piedra, a una distancia considerable del

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    camino que llevaba a Bendigo, result impresionante desde el principio. Sus ojos, del color marrn de la gravilla, siempre alerta ante la posibilidad de dar con una ganga, decidieron que aquel lugar tan increble resultaba idneo para establecer un exclusivo internado para seoritas mejor an que la Uni-versidad y tan caro como fuera necesario. Para regocijo del agente inmobiliario de Bendigo que le ense la propiedad, decidi quedarse con todo en ese mismo instante, jardinero incluido, tras llegar a un acuerdo sobre una reduccin en el precio por pago al contado. Y luego se instal.

    Jams se llegara a saber si la directora del colegio Appleyard (como se rebautiz de inmediato a aquel particular elefante blanco local, con unas letras doradas grabadas sobre una her-mosa placa situada en las enormes puertas de hierro) contaba con algn tipo de experiencia previa en lo que al campo edu-cativo se refiere. Resultaba de todo punto innecesario. Con su alto copete ya canoso y su enorme busto, elementos tan estrictamente controlados y disciplinados como sus propias ambiciones personales, y con el camafeo de su difunto espo-so cayendo rotundo sobre su respetable pecho, la majestuosa desconocida era justo lo que los padres esperaban de una di-rectora inglesa. Y, como es bien sabido, ofrecer el aspecto que se espera de alguien constituye ms de la mitad de la batalla ganada en cualquier iniciativa empresarial, desde Punch y Judy hasta la emisin de acciones en la Bolsa. En consecuencia, el colegio fue un xito desde el principio, y cuando el primer curso lleg a su fin arroj unos dividendos ms que satisfacto-rios. Todo esto sucedi casi seis aos antes de que la presente crnica diera comienzo.

    San Valentn es imparcial en sus favores, y aquella maana no solo recibieron tarjetas y regalos las chicas ms jvenes y hermosas. Miranda, como de costumbre, tena un cajn entero

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    de su armario lleno de afectuosas tarjetas ornadas de encajes, aunque el cupido que le haba llegado desde Queensland, di-bujado a mano por su hermanito Jonnie, y la sucesin de besos escritos a lpiz con la letra grande y afectuosa de su padre, ocu-paban el lugar de honor sobre la repisa de mrmol de la chime-nea. Edith Horton, simple como una rana, haba abierto con aire de suficiencia al menos once tarjetas, e incluso la pequea seorita Lumley sac en la mesa del desayuno una en la que se vea una paloma un tanto biliosa, y sobre la que se poda leer la inscripcin Te adoro por siempre. Era de suponer que seme-jante declaracin provena del gris e indescifrable hermano que la haba visitado el trimestre pasado. Quin ms, razonaban las florecientes nias, podra profesar tal adoracin por la miope y joven institutriz, siempre vestida de sarga marrn y calzada con unos sempiternos zapatos de tacn plano?

    Le tiene mucho cario dijo Miranda, tan benvola como siempre. Vi cmo se daban un beso de despedida en la entrada.

    Pero querida Miranda Reg Lumley es una criatura tan sombra! Irma se ech a rer mientras sacuda sus oscu-ros rizos de una manera muy caracterstica, y se preguntaba por qu el sombrero de paja de la escuela resultaba tan poco favorecedor. Encantadora y radiante a sus diecisiete aos, la joven heredera careca de vanidad personal o de orgullo por todo lo que posea. Deseaba que la gente y las cosas fueran hermosas, y se prenda en el abrigo un manojo de flores con tanto placer como lo hara con un impresionante broche de diamantes. En ocasiones, poda sentir una punzada de dicha por el mero hecho de contemplar el tranquilo rostro ovalado de Miranda y su pelo liso, del dorado color del maz. Su que-rida Miranda, que ahora miraba con ojos soadores hacia el jardn iluminado por el sol:

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    Qu da tan maravilloso! Estoy deseando que salgamos al campo!

    Escuchadla, nias! Cualquiera dira que el colegio Appleyard se encuentra en una barriada de Melbourne!

    Los bosques dijo Miranda. Con sus helechos y sus aves Como los que tenemos en casa.

    Y las araas dijo Marion. Me habra encantado que alguien me hubiera enviado un mapa de Hanging Rock como tarjeta de San Valentn. Podra haberla llevado al picnic!

    A Irma siempre le impresionaba comprobar el extraordina-rio nivel de conocimientos que posea Marion Quade, y aho-ra quera saber quin podra desear mirar un mapa en pleno picnic.

    Yo misma dijo Marion con toda sinceridad. Me gusta saber a todas horas dnde estoy exactamente.

    Famosa por dominar la tcnica de las divisiones largas casi desde la cuna, Marion Quade haba pasado la prctica totalidad de sus diecisiete aos entregada a una bsqueda incesante del saber. No era de extraar que, con esos finos e inteligentes rasgos suyos, esa nariz tan sensible, que pareca estar siempre tras la pista de algo que llevara mucho tiempo esperando y persiguiendo, y sus delgadas y giles piernas, hu-biera acabado teniendo el aspecto de un galgo.

    Las chicas comenzaron entonces a hablar acerca de sus tar-jetas de San Valentn.

    Alguien tuvo la osada de enviarle una tarjeta a la seo-rita McCraw sobre un papel cuadriculado, lleno de pequeas sumas! dijo Rosamund.

    De hecho, dicha tarjeta era el resultado de la inspiracin momentnea de Tom, el Irlands, quien, incitado por Min-nie, la doncella, pens que aquello poda resultar divertido. La profesora, que tena cuarenta y cinco aos y se encargaba

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    de abastecer de conocimientos matemticos de nivel superior a las nias mayores, la recibi con una seca aprobacin, ya que las cifras, a los ojos de Greta McCraw, resultaban mucho ms aceptables que las rosas y las nomeolvides. La mera visin de una hoja de papel salpicada de nmeros le report un instan-te de profunda y secreta alegra; una sensacin de poder, al comprender que con un lpiz, y tras hacer un nico apunte o dos, podra resolver aquellas operaciones. Dividir, multiplicar, reorganizar las cifras, hasta llegar a nuevas y milagrosas con-clusiones. La tarjeta de Tom, aunque l nunca llegara a saber-lo, fue todo un xito. La que eligi para Minnie mostraba un corazn sangrante (obviamente, en las ltimas etapas de algn tipo de enfermedad mortal) embutido entre un montn de ro-sas. Minnie estaba encantada, como encantada estaba Made-moiselle con un antiguo grabado francs de una rosa solitaria. De este modo, San Valentn se encarg de recordarles a las internas del colegio Appleyard que el amor poda mostrarse bajo muy diferentes matices.

    Mademoiselle de Poitiers, que enseaba danza y conversa-cin francesa, y que se encargaba adems de vigilar el buen estado de los armarios de las alumnas, iba y vena afanosa-mente, presa de una fiebre de maravillada expectacin. Al igual que las nias que estaban a su cargo, llevaba un sencillo vestido de muselina, pero ella se las ingeni para parecer ms elegante gracias a la adicin de un amplio cinturn de lazo y un sombrero de paja que le cubra los ojos. Tena tan solo unos pocos aos ms que algunas de las nias mayores, y es-taba tan encantada como ellas ante la perspectiva de escapar de la asfixiante rutina del colegio durante todo un largo da de verano, as que correteaba de ac para all entre las nias que iban a reunirse en el porche delantero para que se pasara lista por ltima vez.