porque he pecado-darynda jones
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Porque he PecadoSaga Charley Davidson 1,5
Darynda Jones
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Traducido y corregido por Mari
Diseñado por Ars Amandi
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Argumento
Darynda Jones vuelve a visitar el sexy mundo del
suspenso sobrenatural que creó con su serie Charley
Davidson, a través de su relato corto Porque he Pecado. En
esta historia, Charley ayuda a una mujer a descubrir cómo
murió y le da el empujón que necesita para pasar al otro
lado.
Nota importante: Este relato está contado desde la
perspectiva del fantasma.
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“Caer. Recuerdo caer”.
Miré a la mujer con la que estaba hablando. Yacía
acurrucada en la cama, jaló el edredón de Bugs Bunny
hacia arriba, hasta que sólo eran visibles unas cuantas
hebras desafiantes de cabello castaño. Y aún estaba medio
dormida, si su falta de respuesta a mi situación era algún
indicador.
“Mmm… mmm. Continúa”, dijo, con voz aturdida y
sofocada bajo las mantas.
“Pero eso es todo. No recuerdo nada más”. Cuando no
respondió, miré mi camisón de noche e intenté reconstruir
todos mis recuerdos. Qué sucedió. Cómo llegué aquí.
Dónde estaba aquí.
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Me giré y miré la fría noche de la ciudad desde la
ventada del apartamento de la mujer. Podía distinguir las
farolas y las sombras oscuras de los edificios que estaban
cerca, pero todo era distinto ahora. Los objetos concretos
lucían distantes, inciertos. La luz que emanaba de las
farolas parecía ser más una sugerencia que una realidad.
Todas las luces se veían de ese modo, a excepción de ella,
la mujer, me di cuenta entonces, volviendo a mirarla.
Resplandecía como oro líquido, destellaba y brillaba
incluso bajo las mantas. Y ella era la única cosa en la que
me podía enfocar, lo único que podía realmente ver.
Pequeños dedos se curvaron arriba del edredón y una
cabeza oscura apareció, con los ojos aún cerrados, el rostro
luminoso e incandescente. Sus cejas se juntaron en una
aturdida molestia y lanzó un brazo sobre éstas como para
bloquear al mundo. Pronto, su respiración se igualó otra
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vez, y me di cuenta que había vuelto a quedarse dormida,
hasta que habló.
“Así que, ¿es todo lo que recuerdas? ¿Caer?”
Sorprendida, enderecé mis hombros. Me encontraba
sentada en su cómoda, ya que la única silla de la
habitación estaba enterrada bajo un montón de ropa. “Sí”.
“Considerando el hecho de que estás aquí”, dijo,
frotándose la frente con el dorso de la mano. “Diría que tu
caída fue bastante repentina”.
Tragué y lamí mis labios, pero no tenían sabor, ni
textura, como si acabara de regresar del dentista. Con la
cabeza agacha, hice la pregunta de la que ya sabía la
respuesta. “¿Estoy muerta?”
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“Como un clavo1 en agosto. ¿Qué hora es?"
Ahogando un hipo de tristeza, miré el reloj en la mesa
de noche, pero los números, tan familiares como eran, ya
no tenían sentido. No importó. Ella se apoyó sobre un codo
y echó un vistazo al reloj por debajo de una mata de pelo
rebelde. Entonces se dio la vuelta para observarme, y me
quedé sin aliento. Sus ojos eran hermosos, de un profundo
y brillante dorado. Mirarlos detrás de los largos mechones
de cabello oscuro era como ver a una pantera a través de
las frondosas y punzantes hojas de la selva. La imagen era
etérea.
“¿No podrías haber muerto más tarde?” preguntó, con
voz llena de fatiga. “Como alrededor, digamos, de las
nueve”.
1 Aquí se expresa un dicho norteamericano, Dead as a doornail, enespañol, de forma literal, se traduce como Muerto como un clavo, es unaexpresión que hace alusión a que las cosas no se ven muy animadas. Es unjuego de palabras que es imposible traducirlo al castellano, así que hedecidido mantenerlo de forma textual. (N. de la T.)
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Comencé a contestar, pero me di cuenta de que no
esperaba que lo hiciera. Echó hacia atrás el edredón para
revelar una camiseta de Blue Oyster Cult2 y se extendió
con un largo estiramiento acompañado de sonoro bostezo.
Pero incluso eso no puedo romper el hechizo por completo,
y me pregunta qué era ella. Quizás era un ángel, pensé
mientras se arrastraba fuera de la cama y se dirigía hacia
la puerta. Tal vez estaba atrapada en la tierra, siendo
enviada aquí para ayudar a aquellos que habían muerto.
Qué criatura tan noble.
“Alerta wedgie3”, dijo antes de ajustar sus bragas estilo
boxer.
2 Blue Oyster Cult es un grupo de rock psicodélico, formado en NuevaYork en el año 1971. Sus canciones más conocidas son (Don’t Fear) TheReaper y Burnin’for You. (N. de la T.)3 Wedgie es una maniobra utilizada como broma para humillar a alguien.Consiste en tirar la parte trasera de la ropa interior hacia arriba,provocando dolor. Se le conoce también en algunos países como calzónchino. (N. de la T.)
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Parpadeé e intenté mirar hacia otro lado, pero sucedió
tan rápido, que no tuve tiempo. Lo que fue incómodo para
mí, pero no perecía importarle ni un poco.
“Si vamos a resolver esto”, dijo, levantando el dedo
índice, “necesitamos café, toneladas”.
La seguí hacia una pequeña cocina que hacía que la mía
luciera como el Carnegie Hall4.
Esperen. Mi cocina. Me giré hacia ella con una enorme
sonrisa. “Tengo una cocina. Lo recuerdo”.
“Maravilloso”, respondió, recogiendo café de un filtro.
“Por desgracia, también otras cinco billones de personas.
Pero es un comienzo”.
4 Carnegie Hall es una sala de conciertos en Manhattan, Nueva York. Esun sitio ilustre en los EE.UU. no sólo por su belleza e historia, sino tambiénpor su acústica. (N. de la T.)
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“Sí”, contesté, rodeando la barra para mirar alrededor.
“Pero la mía es mucho, mucho más grande, con cerámica
de terracota y una encimera de granito”.
Ella se detuvo y me lanzó una mirada dura. “¿Estás
insultando mi cocina?”
“¡No!” dije. La ofendí. “En lo absoluto. Sólo estaba
intentando…”
“Es broma”. Se rió para sus adentros. “Pensé en
agrandarla una vez, pero mi capacidad de atención no es lo
suficiente aguda como para llevarlo a cabo. Además, estoy
arrendando. ¿Decías?”.
“Cierto”. La mire con la incertidumbre de alguien que
apuesta por un caballo, sólo para descubrir que le faltaba
una pata. “¿Quién eres tú?”
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Después de poner la cafetera para colar, ella se giró y
me ofreció su completa atención. “Tengo que advertirte,
esto va a sonar mal”.
Dejémoslo con que es un caballo de tres patas y
parcialmente ciego. “Está bien”.
“Mi nombre es Charlotte Davidson, pero llámame
Charley, y soy un ángel de la muerte”.
El aire de mis pulmones se desvaneció mientras me
quedé parada ahí, mirándola de arriba abajo, intentando
dilucidar en mi cabeza ante lo que ella me explicaba.
Sonrió con complicidad. “No te preocupes. En realidad no
necesitas respirar. ¿Te gusta la avellana?”
Luego de un largo momento, pregunté. “¿Qué?”
“¿En tu café?”
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Parpadeé y volví a mirar la cafetera. “¿Puedo beber
café?”
“Oh, no. Lo siento. Sólo me preguntaba si te gusta el
café con avellana. Ya sabes, cuando solías beberlo”.
Nadando en un mar de confusión, pregunté. “¿Qué tiene
que ver eso con todo?”
“Ninguna maldita cosa, por desgracia. Las avellanas son
deliciosas”. Buscó dentro del armario por una taza. “Pero
podría refrescarte la memoria. ¿Te gusta el chocolate?
¿Gomitas dulces? ¿Metanfetaminas?”
Di un grito ahogado y miré alrededor buscando un
espejo. “Oh, Dios mío, ¿luzco como una drogadicta?”
“No”. Sacudió su cabeza. “Para nada”. Luego de lanzar
una mirada furtiva por sobre el hombro, añadió. “O, bueno,
no mucho”.
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Bajando la mirada hacia mis brazos, me di cuenta que
estaban un poco delgados. Y mi color era malo, pero ¿no
podría ser todo eso un atributo de la muerte? Si tan sólo
pudiera recordar quién era, cómo morí. Sólo recuerdo caer.
Eso era todo. Y alzando la mano hacia algo también, ¿pero
qué?
“¿Es normal que las personas olviden quiénes eran
después de que ellos, ya saber, murieran?”
Se encogió de hombros mientras revolvía el café. “No
sucede a menudo, pero ocurre a veces. Especialmente si
sus muertes fueron particularmente traumáticas”.
“Quizás fui asesinada”. Intentaba tan duro recordar, ver
más allá de la niebla en mi cabeza. “Espera. No puedo
beber café. No podía hacerlo cuando estaba viva”.
“¿Por qué no?”
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“Creo que me daba náuseas”.
Ella tomó la taza y caminó a través de su pequeña sala.
Fue ahí cuando noté a un pequeño y dolorosamente
delgado hombre arrinconado en la esquina, dándonos la
espalda, sus pies desnudos floraban a varios centímetros
por sobre el suelo.
“Te dije que te haría recordar algo. El café es así de
multifuncional. Tal vez estabas enferma. ¿Estuviste en el
hospital?”
Señalé. “Hay un tipo…”
“Oh, ese es el señor Wong”. Se sentó frente a su
computadora y le dio un codazo al ratón para sacarlo de su
modo de descanso. “Hey, señor Wong”, dijo, ofreciendo un
saludo. “¿Cómo lo lleva?”
“Él sólo…”
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“Flota. Sí, te acostumbrarás. Así que, ¿ya tienes alguna
idea de cuál es tu nombre?”
Volví a centrarme en ella, pero mantuve parte de mi
atención sobre el señor Wong desde la esquina de mi ojo.
“No realmente. ¿Está muerto?”
“Seguro. Y no habla mucho tampoco. Siéntate”. Hizo un
gesto hacia la silla junto a su escritorio, así que me senté
mientras iniciaba sesión en una base de datos. “Voy a
comprobar las muertes recientes, comenzando con el
periódico Albuquerque News, para ver si algo más local te
es familiar”. Mientras esperaba el funcionamiento del
servidor, ella dobló las piernas en la silla y apoyó la barbilla
en la rodilla, con cuidado de no derramar el café que
sostenía con ambas manos, y me di cuenta que usaba unos
gruesos calcetines de punto. Su cabello, que caía por sobre
sus hombros, todavía era un desorden total. Lucía como
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una niña en un sábado por la mañana, esperando a que
comenzaran los dibujos animados.
“En realidad no luces como un ángel de la muerte”.
“Me lo dicen a menudo”, contestó, luego dirigió una
mirada puntiaguda hacia mí. “Mary Jane Holbrook”.
“¿Quién?” pregunté.
Volvió a mirar la pantalla. “Oh, mierda, no importa.
Tenía como ochenta y cuatro años cuando murió”.
Observé la pantalla también, pero los colores eran
borrosos y me mareaba.
“Maldita sea, se veía bien para su edad”.
“¿Por qué no puedo ver bien?”
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“Estás en un plano diferente”, respondió, estudiando la
pantalla. “Las cosas no siempre se traducen bien. ¿Qué hay
de Jennifer Sandoval?”
“No suena familiar”, dije, sacudiendo mi cabeza. “¿Me
parezco a ella?”
“No tengo idea. No tengo el fichero de la policía ahora.
No hay fotos”.
Otro recuerdo surgió, uno tan increíble, tan horrible que
mordí mi labio para no jadear. Tenía que recordarlo mal.
Eso no podría haber pasado.
“No tengo nada”, dijo, volviendo a centrarse en mí por
detrás de su taza. Tomó un trago largo, mirándome de pies
a cabeza. “Sin mencionar el hecho de que podrías haber
muerto en cualquier parte del mundo y, sinceramente, en
cualquier momento. Realmente no consigo una lectura de
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tu vestido o de tu peinado, más allá de que probablemente
moriste en algún momento entre los últimos veinte años”.
“¿Veinte años?” pregunté horrorizada. “¿Quieres decir
que podría haber estado vagando por décadas?”
Ella asintió. “Aunque el tiempo no funciona de la misma
forma en tu plano. No es lineal. Pero los recuerdos están
comenzando a resurgir, ¿cierto? ¿Recordaste algo más?”
Debió haberse mostrado en mi rostro, el horror de la
realización, el crepitar del temor que recorrió mi espalda.
“Sí, pero no puede ser verdad. Yo sólo… no puede ser
verdad”.
Ella lanzó una mirada comprensiva por debajo de sus
pestañas. “Puedes contármelo todo. Tengo una muy
estricta regla de confidencialidad. Bueno, eso, y de
cualquier manera nadie me creería”.
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Mire mis manos, o más importante, mis muñecas, pero
no habían marcas. Aunque recuerdo caer. Quizás salté de
un edificio o un puente. “Creo que cometí suicidio”, dije,
con la vergüenza quemando mi rostro.
“Oh, lo siento mucho, querida”. Puso una mano sobre la
mía, y aunque no podía sentir nada físicamente, pude
apreciar una calidez irradiando de ella, pura y acogedora.
De pronto, todo lo que quería hacer era llorar. ¿Cómo pude
hacer algo como eso? Amo la vida. Lo recuerdo. No quería
nada más que vivir, estar saludable y ser normal.
“Espera”, dije, mirándola, “Si cometí suicidio, ¿no
debería haber ido al infierno?”
Ella apretó mi mano. “No funciona de ese modo, aunque
muchas religiones te habrían hecho creer que sí. Algunas
veces, nuestros cuerpos físicos nos mandan a un lugar del
cual parece que no puedes salir. No es nuestra culpa”.
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Sentí una humedad deslizándose por mi cara,
sorprendiéndome de que aún podía llorar.
“¿Puedes decirme lo que recuerdas?”
Me limpié con las manos las mejillas y tomé aliento.
“Sólo recuerdo que decidí morir. Fue una decisión
conciente”. Apreté mi boca para no echarme a llorar.
¿Cómo pude hacer eso? ¿En qué tipo de persona me
convertía? Tomé la vida sagrada que me fue dada y la
desperdicié. Como si no valiera nada. Como si no fuese
nada.
“Cariño, hay cientos de razones del por qué podrías
haber tomado esa decisión”. Hizo un gesto hacia mi
camisón. “Una vez más, podrías haber estado enferma. A
veces… a veces los pacientes con cáncer toman sus propias
vidas, usualmente por motivos carentes de egoísmo”.
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Fruncí mis cejas pensativamente. El cáncer no sonaba
familiar, pero tenía una clara sensación de que ella no se
alejaba mucho de la verdad. Cuando lanzó una rápida
mirada hacia mi abdomen y luego apartó los ojos con la
misma rapidez, miré hacia abajo y noté un leve bulto que
redondeaba mi vestimenta. Se me escapó un jadeo antes
de que pudiera detenerlo.
“¿Estaba embarazada?” Casi grite la pregunta con
incredulidad. Ambas manos volaron hacia mi boca mientras
la miraba. “Por favor, dime que no estaba embarazada
cuando me quité la vida”, le supliqué.
Bajó su taza del café y tomó mis dos manos entre las
suyas, y sólo entonces me di cuenta de que podía
sentirme. Yo era sólida para ella y aún así podía atravesar
las paredes. Lo hice mientras intentaba llegar a su lado,
hacia la luz.
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“No sabemos eso”, dijo, su voz sonaba segura y
tranquilizadora. “Descubriré qué fue lo que te sucedió. Te
lo prometo”.
La sinceridad en las profundidades de sus ojos dorados
me tranquilizó.
“Pero ahora mismo necesito una ducha”.
Luego de otro rápido apretón de manos, Charley salió
para vestirse. Mientras lo hacía, estudié su departamento
en lugar de intentar recordar algo más. Ya no quería saber
quién era. Lo que era. Pasé la mano sobre mi vientre
mientras examinaba su colección de libros, un gesto que
parecía tan natural como respirar, como si lo hubiera hecho
por mucho tiempo. No lucía como si tuviera un embarazo
muy avanzado, pero sí lo suficiente como para que se
notara. ¿Tal vez seis meses? ¿Quizás un poco más?
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Mi corazón se contrajo, y me forcé a dejar de pensar en
ello, para prestar más atención a lo que me encontraba
mirando. Charley tenía libros de Jane Auten, J. R. Ward, y
muchos más entre medio. Nunca leí Dulce y Salvaje Amor5,
pero debía ser realmente buena. Tenía tres copias.
Después de eso, franqueé rápidamente la esquina del señor
Wong y recorrí el resto de la pequeña habitación en unos
treinta segundo. Pensé en comenzar una conversación con
el señor Wong, pero parecía estar meditando, por lo que
me senté en el mullido sofá de Charley y dejé a mi mente
divagar.
Me detuve en un lugar de nostalgia, de una necesidad
tan desesperada, tan abrumadora que estaba dispuesta a
dar mi vida por ella. Como una adolescente que sabía que
moriría se papito no le compraba un nuevo coche. ¿Eran
5 Dulce y Salvaje Amor o, en inglés Sweet, Savage Love, es una novelade western histórico de Rosemary Rogers. (N. de la T.)
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mis deseos tan superficiales? No pude evitar preguntarme,
porque no tenía idea de qué era lo que más anhelaba. ¿Me
había suicidado porque quería algo que no podía tener?
¿Podría ser tan infantil? ¿Tan cruel? ¿Especialmente con un
bebé en camino?
“¿Lista?” preguntó Charley.
Abrí los ojos a la oscuridad y tuve que concentrarme en
volver a orientarme. Pero parecía deslizarme, cayendo en
el olvido. Entonces vi su luz a la distancia y viajé hacia ella
hasta que estuve en su sala nuevamente.
“¿Estás bien?” preguntó.
Se había duchado y cambiado a unos vaqueros y a una
sudadera con capucha. Su cabello se lo había jalado hacia
atrás en una cola de caballo y observé su rostro
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descubierto por primera vez. Era una belleza. Me
preguntaba si lo sabía.
Cuando puso más café en la cafetera, yo fruncí el ceño
en interrogación.
“Esto es para mi amiga Cookie. Ella vive al otro lado del
pasillo”, mientras garabateaba una nota rápida. “Estará
aquí para tomar café pronto, pero tenemos que hacer un
recado”.
“¿Sí?” pregunté. Quizás había pensado en algo.
“Sí. Creo que tu camisón es nuevo”. Hizo un gesto hacia
éste con la cabeza. “Recuerdo verlo en Target cuando
estaba en la ducha”.
Miré hacia el baño. “Debes tener una ducha muy
grande”.
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“Eres muy graciosa. Lo vi hace poco, lo que significa que
moriste recientemente. Probablemente hace muy poco”.
“¿En serio?” Observé mi camisón. Sí luce nuevo.
Ella pegó la nota adhesiva en la cafetera. “Dale mi
mensaje, amante”, dijo, guiñándole el ojo a la cafetera
antes de tomar su bolso y dirigirse a la puerta.
Estudié la cafetera por un largo momento, lo suficiente
para darme cuenta de que estaba bromeando, me sentí un
poco aliviada cuando no le contestó. Pero todo esto era
nuevo para mí. ¿Quién era yo para decir lo que estaba y no
estaba vivo en este mundo? ¿O en este plano?
“Espera hasta que conozcas a Misery”, dijo por sobre el
hombro, luego se detuvo cuando abrió la puerta y un
hombre alto se hallaba parado bloqueándole el paso. O al
menos pensé que era un hombre. Él se apoyaba contra la
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jamba de la puerta, con los brazos cruzados sobre un
amplio torso, una sonrisa arrebatadora se asomaba por la
esquina de su boca. Pero él era diferente. Oscuro. Feroz. El
aire a su alrededor se agitaba como una turbulencia. Y
parecía estar hecho sólo parcialmente de carne y huevo. El
resto de él era humo y sombras, y su mera visión, su
magnificencia, debilitó mis rodillas.
Charley puso una mano es su cadera. “¿Dónde has
estado?” preguntó, claramente molesta.
“¿Me extrañaste?”
“Ni por asomo”, respondió, añadiendo un bufido para
enfatizar su aparente disgusto. No engañaba a nadie.
“Eres una pésima mentirosa”. La sonrisa de él se amplió
para revelar sus dientes blancos, y dudaba que pudiera
quitar mi mirada incluso si me hubieran pagado. Dicho en
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pocas palabras, era impresionante. Con un pelo negro
espeso. Una boca carnosa. Ojos oscuros penetrantes con
largas pestañas. Y, posiblemente, la sonrisa más diabólica
que alguna vez había visto.
“Te lo he dicho antes, miento de las mil maravillas. Tan
sólo eres muy astuto. Y tengo un caso, si no te importa”.
Ella intentó esquivarlo, pero él apoyó un brazo al otro lado
de la jamba y alzó la cabeza.
“¿Qué va mal?”
“¿Qué?” preguntó ella, con voz ligera. La estaba
molestando. “Nada. Tengo un caso”.
Él apretó los labios y la estudio por un largo instante.
Cuando ella le hizo un gesto para que se moviera, el tipo
miró por sobre su hombre y preguntó, “¿Quién es la chica
muerta?”
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“Reyes…” Me miró como disculpándose, luego se volvió
para observarlo. “Eso fue increíblemente grosero”.
“Um, ¿el hijo de Satanás?” respondió, aparentemente,
refiriéndose a sí mismo. “¿No quieres saber lo que estoy
haciendo aquí?”
“No”.
Esperen, ¿acaso dijo el hijo de Satanás?
“Tengo toda la intención de darte un rodillazo en la
entrepierna si no te mueves”, dijo Charley, cuadrando los
hombros.
Reyes se inclinó hasta que su boca estuvo cerca de su
oído. “Estoy incorpóreo por el momento, Holandesa”.
Ella le dio un rodillazo de todos modos, y de un
momento a otro él se había ido. Se desvaneció en el aire.
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Sólo quedó humo oscuro, junto con una risa profunda que
se desvanecía en el silencio casi al instante. Charley se giró
hacia mí. “Lamento eso. Tenemos algunas cosas que
resolver. El respeto a mis clientes, por ejemplo”. Dijo ese
último pensamiento apretando los dientes antes de salir
por la puerta.
La seguí. “¿Acaso dijo ser el hijo de Satanás?”
“Sí. Es un asunto sobre la encarnación del mal. Y, confía
en mí, lo lleva bien”.
No podía imaginar que llevara algo mal.
Salimos hacia la fría noche, la oscuridad era espesa, y
sin embargo no obstaculizaba mi visión en lo absoluto. Pero
las farolas oscurecían el área que se encontraba
directamente bajo ellas. El efecto era surrealista.
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“Esto”, dijo Charley, haciendo un gesto hacia el Jeep
Wrangler rojo, “es Misery. Estoy enamorada de ella, pero
no se lo digas a mi hermana. Es psiquiatra y psicoanalizaría
la mierda de ello”.
Subimos y Charley encendió el Jeep, prendiendo el
motor con un temblor. Fue ahí cuando me di cuenta que no
tenía frío. O calor. O algo. La temperatura, así como el
sabor y las texturas, aparentemente, eran ajenas a mí.
Mientras avanzábamos por la calle que no conocía, puse
mis manos en el regazo y le pregunté de mala gana, “¿Él
estaba ahí por mí?”
Ella alzó sus cejas en pregunta.
“El hijo de Satanás. ¿Estaba ahí para llevarme al
infierno?”
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Luego de girar en una tienda de comestibles, Charley se
detuvo y apagó el motor del Jeep para darme toda su
atención. “Escúchame. Te lo prometo, si estuviera previsto
un vuelo hacia el sur, ya estarías ahí y no estaríamos
teniendo esta conversación”.
“Pero, es tan obvio que he pecado”.
“¿En serio?” inquirió, con una sonrisa burlona en su
rostro. “Porque estoy muy segura que he pecado una
cuantas veces. Y de acuerdo con algunas religiones, estoy
a punto de pecar otra vez”.
Parpadeé y miré a mi alrededor, intentando descubrir
sobre qué estaba hablando.
“Voy a marchar ahí dentro y pediré un mocha latte con
crema batida. Cafeína. Calorías”. Se inclinó y susurró. “Un
placer descarado”.
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No pude evitar sonreír. “¿No acabas de beber una taza
de café?”
“Bueno, sí, café. Esto es latte. Un mocha latte. Con
crema batida. Es tan distinto”. Me guiñó el ojo y se bajó del
Jeep.
Decidí ir también.
“Y, además, ya me terminé ese café”. Miró su reloj.
“Minutos atrás”.
“Me haces reír”.
“Y tú estás en una tienda a las cinco de la mañana con
un camisón y pantuflas de conejo”, dijo, manteniendo su
voz baja.
Tenía razón. Debería tener la decencia de sentirme
cohibida. “Así que, ¿cuál es la historia entre tú y ese tipo?”
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“¿Reyes?” preguntó, sacando su celular mientras la
máquina llenaba su vaso. Lo abrió y en realidad pretendía
hablar con eso, supongo que en caso de que alguien
estuviera observando. “Bueno, además de ser la cosa más
caliente a este lado de Mercurio, quiero decir, fue forjado
en los fuegos del infierno”, dijo con un contoneo de cejas
mientras llenaba una segunda taza, “él es algo así como un
dolor en el culo”.
“Pero te gusta”.
Puso las tapas sobre los vasos, afirmando uno en el
hueco de su brazo para poder sostener el teléfono, luego
se dirigió hacia el cajero. “Si estás hablando del hecho que
hace que mis entrañas se disuelvan y mis rodillas se
vuelvan gelatina, entonces, sí, me gusta”. Ella puso el
celular en su pecho para indicar un corte en la
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conversación y le dijo al empleado, “Tenemos que dejar de
vernos así”.
Él sonrió tímidamente mientras le entregaba el cambio.
“¿Te veo mañana por la noche?”
“Si tienes suerte”, le contestó con un guiño coqueto. Ella
podría dar clases.
“¿Vienes aquí a menudo?” pregunté.
Con un encogimiento de hombros, volvió a subirse al
Jeep. Me arrastré por la puerta hasta el asiento del
pasajero. “Sólo todas las noches o algo así. Tienen unos
lattes realmente buenos. Pero, como te decía, él es un
dolor en el culo”.
“¿El empleado de la tienda?”
“Reyes”.
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“Oh”. No podía dejar de preguntarme cómo era la vida
de Charley. Quiero decir, ¿qué clase de ser brilla en la
oscuridad y se junta con el hijo de Satanás? “Así que,
¿tienes súper poderes?”
Girando hacia la Avenida Central, me ofreció una mirada
interrogante. “¿Quieres decir, si puedo volar?”
Me reí. “No. espera”, dije, volviendo a pensar.
“¿Puedes?”
Ella se rió esta vez. “No a menos que esté bajo los
efectos de unos muy potentes analgésicos”.
“Entonces, además de ser muy reluciente, ¿qué es lo
que hace un ángel de la muerte?”
“Ya sabes, todos dicen que soy muy brillante. Yo no lo
veo”. Ella estudió su mano, girándola una y otra vez. “Ni
tampoco los vivos, por suerte. Pero básicamente paso el
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rato y ayudo a los muertos con sus asuntos inconclusos,
por falta de una mejor frase, a esos que no cruzaron
inicialmente y se encuentran vagando por la tierra. Y
cuando están listos, ellos pueden cruzar a través de mí”.
“¿A través de ti?” pregunté, un poco aturdida.
“¿Literalmente?”
“Síp. ¿No lo había mencionado?” cuando sacudí mi
cabeza, dijo, “espero que eso no te espante. Luces como si
hubieras visto un fantasma”. Se echó a reír, y lentamente
volvía a mi paradigma del caballo con tres piernas. Luego
de un momento, se puso seria y dijo, “Está bien,
demasiado pronto. Los nuevos no tienen el mejor sentido
del humor”.
“Lo siento. Estoy un poco muerta justo ahora”.
Ella sonrió y asintió. “Eso está bien. Estás captándolo”.
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Sonreí también, pero me di la vuelta para que ella no me
pudiera ver. No quería ponerme muy cómoda aquí, en este
lugar de vacío, de soledad.
Nos detuvimos en el estacionamiento de un hospital
Presbiteriano y subimos hasta la sala de maternidad. Fue
ahí cuando me di cuenta lo que estaba haciendo,
verificando si había muerto alguien dando a luz o algo por
el estilo. La vergüenza me consumió. Yo tome la decisión
de morir. Lo sentí. Nunca podría haber logrado llegar a la
sala de maternidad.
“¿De verdad vas a beberte los dos?” le pregunté.
“Oh, no. Esto es una moneda de cambio para situaciones
como ésta”.
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Mientras nos acercábamos a la sala, se giró hacia mí,
sacando el dedo índice de uno de los vasos y lo puso por
sobre su boca, haciéndome callar.
“¿Por qué tengo que callarme? Creía que nadie podría
escucharme”.
“Porque arruinarás el ambiente”.
Fruncí el ceño mientras pasaba por una pared lateral y
se apoyaba sobre ésta. Luego de comprobar ambos lados
del pasillo, se apresuró hacia su derecha, cerrando la
distancia entre nosotros y la sala de maternidad. Casi
resbaló –con nada, absolutamente nada- se compuso con
un suave jadeo, luego se pegó a la pared otra vez, un largo
suspiro de alivio escapó de sus labios.
Oh sí. Estaba loca.
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Una voz femenina resonó contra las paredes, procedente
de un altavoz junto a la puerta de entrada de se hallaba
cerrada.
“Davidson, ¿qué estás haciendo?”
Charley dejó de pretender y pulsó el botón. “Nada.
Cambio”.
“Esto no es un walkie-talkie, Charley”.
“Lo tengo. Cambio”.
Luego de una suave risa, la voz preguntó, “¿te gustaría
pasar?”
“¿Te gustaría un mocha latte?”
Ninguna otra palabra fue pronunciada. Las puertas se
abrieron. Charley me ofreció una sonrisa satisfecha y alzó
el vaso. “Te lo dije. Mejor que el oro”.
41
Terminamos en una estación de enfermeras donde dos
de ellas estaba sentadas completando informes.
“No es que lo haya intentado alguna vez con oro”,
añadió Charley, susurrando por sobre el hombro.
Una de las enfermeras miró hacia arriba, una hermosa
mujer hispana de ojos almendrados. El hambre en su
rostro lo dijo todo. Ella le arrebató el café y tomó un sorbo
vacilante, soplando en la apertura de la tapa.
“Han pasado siglos. ¿A qué debo este placer?” preguntó,
transformando su semblante en una soñadora mirada
mientras bebía. Luego se rió entre dientes, rodeó la mesa y
le dio a Charley un abrazo de oso.
“Bueno…”
“Tu cabello está húmedo”, le dijo, interrumpiendo.
“Charley, lo juro. Hay como siete grados allá fuera”.
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“De ninguna manera. A lo sumo hay nueve”.
Miré a mi alrededor mientras Charley y su amiga se
ponían al día con los sucesos de la vida. Las habitaciones a
nuestro alrededor eran oscuras, pero claro, podía ver
pequeñas camas y gigantes máquinas, y me di cuenta que
nos encontrábamos en la sala de bebés prematuros. Sólo
por encontrarme allí parecía despertar algo dentro de mí.
Un anhelo. Una cegadora necesidad de crear y proteger,
tan poderosa que casi dolía. Me arrastré lejos de ella, la
empujé hacia abajo y me armé de valor en contra de sus
garras.
“Así que, ¿preguntarás?” inquirió Charley mientras me
giré para regresar. Me detuve por un breve momento,
asombrada una vez más por su atrayente luz, la
resplandeciente aura que la rodeaba.
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“Absolutamente. Conozco a varias enfermeras de cada
hospital. Lo averiguaré”.
“¿Qué está buscando?” pregunté a Charley, volviendo
sobre mis pasos.
“Oh, discúlpame por un momento”, le dijo a su amiga y
abrió su celular otra vez. Aparentemente su amiga no sabía
sobre mí. “Hey, ¿qué hay de nuevo?”
“Um, está bien, ¿qué es lo que ella está bus…?”
“Claro, Nancy lo está buscando ahora. Mantén tus
bragas puestas, tío Bob. Lo resolveremos”.
Pensé que en realidad podría tener una llamada esta
vez, entonces me miró directamente e hizo un guiño.
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“Uh-huh, ella lo está buscando, una mujer embarazada
de unos treinta años que murió recientemente. Está
comprobando en todos los hospitales de la ciudad”.
Bajé la vista hacia el suelo. “Pero tome mi propia vida…”
“No sabemos eso”. Tocó mi mano para traerme de
vuelta. “No sabemos qué fue lo que sucedió”. En ese
momento sus cejas de fruncieron y miró por sobre mí, con
una expresión repentinamente molesta.
Al girar, yo también lo vi. A él. Reyes. En toda su Gloria.
Se hallaba parado al final del pasillo en la estación de
enfermeras, observando a través de un panel de vidrio con
todas esas enormes máquinas y pequeñas camas. Pude
tener una mejor apreciación de sus brazos, su amplio
torso, su mandíbula cuadrada que enmarcaba su boca a la
perfección.
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Luego de echar un rápido vistazo a su amiga, Charley se
acercó hacia él, manteniendo el celular en su oído. Su
amiga le ofreció una rápida mirada, pero claramente no
podía ver a Reyes más de lo que podía verme a mí.
“¿No sigues molesta porque puse un cuchillo en tu
garganta, o sí?” él preguntó sin quitar sus ojos del vidrio.
“Eso pasó hace días atrás, y no fue completamente mi
culpa”.
“¿Qué parte de estoy en medio de un caso no
entiendes?” dijo Charley en el teléfono.
Él no respondió. Con una sonrisa que podría encantar el
pelaje de un zorro, contestó, “Los bebés son geniales”.
Charley sonrió también y miró hacia la habitación. “Ni
siquiera parecen reales”, concordó, entrecerrando los ojos
hacia dentro, con un rostro lleno de admiración. “Lucen
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como muñecas. Bueno, muñecas con un montón de cables
y aparatos respiratorios. Pobrecitos”.
Él tocó el vidrio con el dedo índice, apuntando. “Ese va a
ser un jugador de fútbol profesional”.
Al principio Charley rió, pero cuando él no se le unió, ella
le dirigió una expresión cautelosa. “¿Realmente sabes
eso?”
Nuevamente, sin quitar los ojos de los infantes,
respondió, “Realmente lo sé”.
“Oh, Dios mío”. Miró al bebé con un nuevo propósito.
“Pero es tan pequeñito”.
Reyes se encogió de hombros. “Se le pasará”.
Charley lanzó una suave risa. “Eso espero”.
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No podía mirar. No me atrevía a reconocer lo que había
hecho, la vida que destruí. La vida que tuve que haber
destruido.
“¿No quieres saber por qué estoy aquí?” preguntó Reyes
luego de un momento. Cruzó los brazos por sobre su pecho
y enfocó su mirada sensual en Charley.
“Nop”.
Dando un pequeño paso en su dirección, dijo, “¿Podrías
bajar ese ridículo celular?”
“Nop otra vez”. Mientras ella estudiaba a los pequeños
seres detrás del vidrio, Reyes alzó una mano y pasó un
dedo sobre su mandíbula y luego por su mejilla, dejando
un rastro de humo negro para acariciar su piel. Charley
tomó una profunda respiración, inhalando su aroma, antes
de sacudir su cabeza y dar un paso hacia a tras. “Para”.
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Él se acercó. “Detenme”.
Ella puso una mano en su pecho y él la cubrió con la
suya, con una mirada suplicante en sus ojos, como si le
rogara. Pero lo rechazó y él se desvaneció una vez más con
una diabólica sonrisa, dejando una neblina oscura a su
paso.
“¿Qué estás haciendo?” preguntó la amiga de Charley.
Estaba caminando por el pasillo hacia nosotras, con un
pedazo de papel en su mano.
“Oh”, dijo Charley, recuperándose, “Yo estaba… Había un
bicho”.
La enfermera miró a su alrededor. “¿Y lo estabas
espantando?” Cuando Charley sólo se encogió de hombros
y cerró el teléfono, su amiga le entregó el papel. “Una
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mujer murió anoche en el hospital St. Joseph. Estaba
embarazada”.
Mi pulso se disparó mientras Charley estudiaba el papel.
O pensé que lo hacía. ¿Mi corazón aún latía?
“¿Tienes una hora estimada de muerte?” preguntó
Charley.
“No exactamente. En algún momento de esta mañana,
temprano”.
“Lo tengo”. Luego de mirar el papel otra vez, Charley
dijo, “Bueno, supongo que iré a St. Joseph. Gracias por tu
ayuda”:
“Gracias por el mocha latte”, respondió la enfermera,
jalando a Charley en un abrazo. “Y algún día me contarás a
qué viene todo esto”.
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“Algún día”, admitió, sonriéndome por sobre el hombre
de la mujer.
Nos abrimos paso por la ciudad hacia St. Joseph,
ninguna de las dos habló. El estacionamiento se encontraba
desierto mientras comenzaba a iluminarse el horizonte.
Pero era una luz que podía ver, colorida y magnífica.
Natural. Ingresamos y hallamos a la enfermera de
contacto, una RN6 llamada Jillian Lightfoot. Charley se
presentó y preguntó acerca de mí, asegurando que había
sido una amiga mía y que había estado muy preocupada.
“No estoy segura si es la misma mujer. ¿Cuál es el
nombre de tu amiga?”
Mierda. No había pensado en eso. Miré a Charley
mientras apretaba el papel en su mano y lanzaba una
6 RN, son las siglas de Registred Nurse, que en español se traduce demanera textual como Enfermera Registrada o Enfermera Calificada. (N. dela T.)
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mirada furtiva en mi dirección antes de decir. “Jo. Jo
Montgomery”.
¡Ese es mi nombre! Lo reconocí al instante. Toque mi
pecho, recordando. Era Jo Anne Montgomery.
Charley me observó y sonrió tristemente.
“Es ella”, dijo la enfermera. “Lamento su pérdida. La
familia también está aquí”.
“¿Puedo verlos?” inquirió Charley.
“Bueno”, ella vaciló, sin saber qué hacer. “Aún es
temprano. No creo que a alguien le importe que no seas un
familiar, pero debo preguntarles primero. Ellos están con el
bebé”.
Me quedé quieta mientras todo regresaba de golpe como
una pequeña ola de emoción.
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Charley pareció notar mi angustia. “Se lo agradecería”,
le contestó a la enfermera, luego entrelazó una mano con
la mía y me jaló hacia el baño más cerca. “Ya salgo”, gritó
antes de cerrar la puerta. Entonces se giró hacia mí
mientras yo caía en el piso, se arrodilló a mi lado cuando
ya no pude sostener mi propio peso, tan escaso como era.
“¿Estás bien, cielo?” preguntó, con voz suave y
tranquilizadora.
“Estaba cayendo”, dije, juntando de pronto los últimos
momentos de mi vida. “Sabía que algo estaba mal y fui a
buscar mi teléfono, pero caí, me desmayé. No recuerdo
nada más”.
“Alguien debió encontrarte”, dijo, “¿Estabas en casa?”
“Sí. Espera, no. Me mudé con mis padres. ¡Mi madre!”
grité, con la preocupación inundando cada molécula
fantasmal de mi ser. “Estará tan afectada”.
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Comencé a llorar, sollozando tanto que no podía tomar
aliento. Lo bueno es que no lo necesitaba. Charley envolvió
sus brazos a mi alrededor, y sentí que su luz se filtraba
dentro de mí, calentando y sanando como un bálsamo de
resplandor. Perdí la noción del tiempo mientras mi mente
registraba los últimos meses de mi vida, el embarazo, la
esperanza, la decisión que tomé, sabiendo que podría
morir.
Cuando volví a mirar hacia arriba, Charley me había
llevado hacia otro lugar. Estábamos en una habitación de
hospital con mi madre arrullando a un pequeño bulto entre
sus brazos.
“¿Cuál es su nombre?” preguntó Charley.
Mi madre, mi hermosa y valiente madre que se había
preocupado tanto durante mucho tiempo, le entregó la
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bebé. “Su nombre es Melody Jo Anne”, dijo, con sus ojos
enrojecidos brillando con orgullo.
“Espera”, le dije a Charley, “habíamos decidido ponerle
Melody Ruth, por ella”.
Charley apartó la mirada de Melody y le preguntó a mi
madre, “pensé que Jo se había decidido por Melody Ruth”.
Mi madre rió, con lágrimas brillando en sus ojos. “Así lo
hicimos, pero pensé que era más apropiado que la niña
llevara el nombre de la mujer que dio su vida para darle
una a ella”.
“¿Puedo preguntar qué fue lo que sucedió?” dijo Charley.
Con el semblante desconsolado, mi madre explicó. “No
estoy muy segura de cuán bien conocías a Jo, pero ella
tenía diabetes tipo uno”.
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“No sabía eso”, contestó Charley, ofreciéndole a mi
madre una mirada comprensiva mientras balanceaba al
bebé.
“Lo descubrimos cuando ella tenía siete. Casi la mató, y
el daño que le causó a sus riñones fue irreparable.
Nosotros luchamos para mantenerla con vida. Tantos
hospitales. Tantas preocupaciones”. Ella tocó una diminuta
mano que se había escapado de los apretados pliegues de
la manta. La mano de mi bebé. Era aterrador.
“Es igual a su madre”, dijo una voz masculina.
Sorprendida, miré hacia arriba mientras mi padre
entraba con dos vasos de café.
“Siempre intentando escapar”, añadió, haciendo un
gesto hacia la mano de la pequeña, “siempre desafiando”.
“Hasta el final”, dijo mi madre, ahogando un sollozo.
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“Lo lamento tanto, señora Montgomery, señor
Montgomery”, manifestó Charley.
“Ella simplemente llegó un día embarazada”, dijo mamá.
Papá le entregó el café y apretó su hombro para apoyarla.
“El doctor le dijo que si continuaba con el embarazo ella
estaría arriesgando su propia vida, pero era todo lo que
siempre quiso. La única cosa que podría matarla”.
Mamá se disolvió en un mar de llanto mientras mi padre
la abrazaba. Lo recordaba todo ahora. La única noche que
mi novio y yo no fuimos cuidadosos. Ese mismo novio
rechazando la vida de Melody. Renuncié a mi trabajo y me
mudé con mis padres cuando estaba demasiado enferma
para cuidarme a mí misma. Todo lo que había hecho era
para mantener a Melody con vida.
Finalmente me armé de valor para acercarme a Charley,
para mirar a este ser que se había instalado dentro de mí
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durante tanto tiempo. Charley rápidamente movió al bebé
para que pudiera ver su rostro, y mis manos volaron para
cubrir mi boca. Era la cosita más hermosa que alguna vez
había visto. Absolutamente perfecta.
“Mira sus ojos”, dije.
Charley asintió. “Y sus dedos largos”.
“Los bebés son geniales”.
Sobresaltadas, ambas miramos a Reyes. Él se había
materializado en un mar de humo negro. Lo llevaba a la
deriva como una neblina de hielo seco. Pensé que Charley
se molestaría, pero no parecía importarle su presencia. Ella
volvió a enfocarse en Melody, su única preocupación era mi
bebé.
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“¿Puedo?” preguntó Reyes, interrogándome con las cejas
alzadas. Era la primera vez que hablaba directamente
conmigo.
“Absolutamente”, dije luego de un momento. Me hice a
un lado para que pudiera mirar.
Él se acercó y le sonrió a Melody. “Feliz cumpleaños,
Hermosa”.
La sonrisa de Charley se amplió y susurró. “Lo es,
¿verdad?”
“Lo es, pero estaba hablando contigo”.
Charley se quedó sin aliento y niveló una mirada curiosa
hacia él. “Oh, Dios mío, es mi cumpleaños. ¿Cómo lo
supiste?”
Él sacudió la cabeza. “Yo estaba ahí, ¿recuerdas?”
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“Cierto”, musitó. Entonces lo miró. “Gracias”.
“De nada. Ahora te dejaré en paz”. Tocando un
sombrero invisible hacia mí, él dijo, “Felicitaciones”.
“Gracias”, contesté.
Justo antes de desvanecerse, añadió, “Oh, en caso de
que te lo preguntes, ella será una artista muy exitosa”.
Una mano cubrió mi boca otra vez. Ya podía verlo: a mi
hermosa Melody, con un pincel de pintura en la mano, una
mancha azul celeste en su mejilla, y una mancha de color
violeta en su frente. Era perfecta, y su arte sería perfecto
también.
Vi el humo disiparse mientras de iba, entonces me giré
hacia Charley. “¿Él estaba ahí cuando naciste?”
“Síp. Es una larga historia”.
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Me reí entre dientes. “La vida que debes tener. Y
compartes el cumpleaños con Melody”.
“Lo hago, ¿no es cierto?”
“¿Ella está hablando contigo?” le preguntó mi padre a
Charley, obviamente la escuchó susurrar. Parecía divertido.
Charley rió. “Sí, lo está. Simplemente tiene muchas
cosas que decir”. Ella lo miró y sonrió. Él le sonrió de
vuelta, acercándose para mirar a mi hija.
“¿Puedes decirles algo por mí?” pregunté.
Charley asintió y esperó a que dijera algo.
“¿Puedes decirles gracias por todo? Sólo…” parecía no
poder decir nada más. Mi garganta se cerró cuando pensé
en todas las cosas que ellos habían hecho por mí, todos los
sacrificios que hicieron. En realidad no había cometido
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suicidio. No realmente. Me sacrifiqué por otra persona. El
alivio flotó a través de mí con ese conocimiento. Y mis
padres me habían perdonado, me permitieron este único y
gran deseo que tenía en la vida y mi necesidad de llevarlo
a cabo. Ahora educarían a mi hija, bañándola con tanto
amor como ellos lo hicieron conmigo. No podía pedir más.
Pero, ¿cómo podría poner en palabras toda mi gratitud?
¿Acaso existían palabras tan poderosas como mis
sentimientos?
“Sí, gracias”, dije. Había tomado la decisión correcta, y
nada más importaba. “Sólo gracias”.
“Jo me pidió que les diera un mensaje si todo terminaba
de este modo”, dijo Charley, con la voz un poco ahogada.
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Mi madre se quedó sin aliento y permaneció al lado de
mi padre, sus ojos buscaban, anhelando cualquier palabra
de mí.
“Ella dijo… gracias”.
Oh, había olvidado algo. Me incliné y susurré.
Charley rió. “Oh. Y quería asegurarse que inscribieran a
Melody en la mejor escuela de arte del país”.
La sonrisa que tenía mi madre ella brillante. “Así es Jo”,
dijo, con los ojos húmedos por las lágrimas sin derramar.
“Siempre exigiendo lo mejor”.
Tomando a Melody en sus brazos, ella abrazó a Charley
y a mi padre al mismo tiempo. Lo que hizo que me diera
cuenta de algo. “Creo que ya estoy lista”, dije.
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Charley se giró. Encontrando sus ojos con los míos, ella
asintió y esperó.
Mis padres estaban ocupados con Melody. Era el
momento. Pero, me adelanté y abracé a Charley primero.
Ella me devolvió el abrazo, y se sintió como si estuviera
envuelta en por el sol. Entonces, sin pensarlo más, crucé.
El viaje fue rápido. Vi recuerdos y pensamientos que no
eran sólo míos. Me tomó un momento para darme cuenta
de que pertenecían a Charley, y eran demasiado vastos
para que yo pudiera comprenderlos completamente, pero
logré absorber algunos. El recuerdo de la muerte de su
madre. Cómo fue para ella ir a la escuela, un ángel de la
muerte entre los humanos. De cómo secretamente adoraba
a los niños pero estaba convencida que nunca tendría uno
propio. Los pequeños mecanismos de defensa que
incorporaba astutamente para mantener a aquellos que la
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rodeaban a distancia, todo eso porque ella simplemente
sabía demasiado sobre la traición, la pérdida y la muerte.
También, vi cómo esperaba con todo su corazón que
Reyes la amara. Sólo un poco. Sólo lo suficiente para
mantenerla funcionando día tras día.
De pronto, me encontraba en un lugar que jamás
imaginé que existiera, viendo colores que no teníamos en
la tierra, tan vívidos que me cegaban. Sentía una calidez
que no tenía nada que ver con el clima, una calidez tan fina
y pura que saturaba cada molécula de mi ser. Y ahí, en un
lugar fuera del tiempo, vi a mi deseo poderosamente
pecaminoso crecer. Vi a Melody Jo Anne Montgomery
crecer, todo esto mientras esperaba el día en que me
tocaría conocerla.
Fin