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¿POR QUÉ ME GUSTA EVANGELII GAUDIUM? Una guía para trabajar individualmente y en grupo la exhortación apostólica del Papa Francisco + Amadeo Rodríguez Magro Obispo de Plasencia

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¿Por qué me gusta evangelii gaudium?

Una guía para trabajar individualmente y en grupo

la exhortación apostólica del Papa Francisco

+ amadeo rodríguez magro

obispo de Plasencia

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¿POR QUÉ ME GUSTA EVANGELII GAUDIUM?

Una guía para trabajar

individualmente y en grupo

la exhortación apostólica

del Papa Francisco

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Comparto con todos, el trabajo que hice nada más publicarse “Evangelii Gaudium”. Lo preparé con es-mero para una conferencia, pero siempre pensando que podría tener otras utilidades. Por eso es más bien largo, lo que lo hace flexible. Ahora me doy cuenta de que os puede ayudar en la reflexión de la exhortación apostólica del Papa Francisco, que os recomiendo para nuestra misión diocesana evangelizadora. Natu-ralmente es imprescindible haber leído previamente “Evangelii Gaudium”. Esto es sólo una posible guía de lectura. Podréis comprobar que incluye un cues-tionario.

0. Me hice esta pregunta después de terminar la se-gunda lectura de la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium. De inmediato, al menos mentalmente, inicié este trabajo porque en realidad quería ahondar en las razones del regusto que me dejaba este texto, tras ir pa-sando sus páginas, en las que hice anotaciones y subra-yé con fruición, como siempre hago para que me sea útil en el futuro cuando lo relea y también para citarlo en mis escritos pastorales. Tengo, sin embargo, que confe-sar que empecé a leer Evangelii Gaudium con expecta-tivas: buscaba, sobre todo, respuestas a las preguntas habituarles que siempre me hacía en los muchos do-cumentos, libros y artículos leídos sobre una cuestión tan crucial en la pastoral de la Iglesia de este tiempo y de estas circunstancias, la nueva evangelización. Lo leía en principio desde mi especial dedicación intelectual al estudio de la pastoral en general y, en particular, de la catequética, y digo la verdad, sin esperar mucho nuevo, insisto que por lo mucho ya dicho y también por lo poco

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novedoso que recogen las propuestas del Sínodo que ha motivado esta exhortación apostólica. No obstante, he de reconocer que sí esperaba alguna “genialidad” del Papa Francisco.

Al leer Evangelii Gaudium tenia muy presente la nove-dad, la solidez y hasta la ruptura pastoral que supuso Evangelii Nuntiandi de Pablo VI, documento que mar-ca el camino en todos sus matices para la acción evan-gelizadora de la Iglesia. Rondaban en mi cabeza y en mi corazón documentos pastorales tan espléndidos como Redemptoris Missio, Catechesi Tradadae, Christifi-deles Laici o Novo Millennio Ineunte, por citar sólo algunos de Juan Pablo II. Evocaba el estilo tan lleno de belleza, claridad, coherencia y hondura teológica y espi-ritual de Benedicto XVI.

A pesar de este punto de partida, en el que mis esquemas mentales eran otros, a medida que pasaban las muchas páginas de tan largo documento, no sólo no me decep-cionaba lo que leía, sino que me ilusionaba, sobre todo porque me llevaba por unos caminos nuevos. Es verdad que la primera lectura me produjo una cierta sensación de pánico, y no poca zozobra. Me sobrevino el temor de si sabríamos asumir adecuadamente todo lo que el Papa nos proponía. Reconocí enseguida que rompía muchos esquemas. Como he leído en algún otro lugar: “Leyen-do el documento, a veces sobreviene una sensación de vértigo, de miedo a adentrarse en un terreno inhóspito, abandonando las certezas en las que uno siempre ha vivido” (Álvaro Granados Termes, ¿En qué sentido la mi-sión puede renovar la Iglesia? Revista Palabra).

En mi segunda lectura empecé ya a disfrutar de una conversación pastoral, paternal y vivencial, del Papa Francisco con todo el Pueblo de Dios, que invita a la alegría del Evangelio. Enseguida me sentí a gusto con el

lúcido lenguaje de quien dice lo que piensa, y lo piensa y dice porque lo vive. Y sobre todo me gustó leer a quien habla desde la experiencia, desde un compromiso pas-toral consolidado en la misión a lo largo de sus muchos años de ministerio pastoral en una gran ciudad de Lati-noamérica, su Buenos Aires querido.

Me situé ante Evangelii Gaudium con actitud de aper-tura interior, y he de decir que me ha atrapado el estilo directo y muy sincero, propio de un pastor que habla con todo el pueblo de Dios en primera persona y ex-pone con palabras inteligibles, muy bellamente inteli-gibles, un programa pastoral que provoca compromiso por su garra misionera y por ser profundamente evan-gélico. Por todo ello, a mí me parece profundamente ade-cuado para la formación misionera del pueblo de Dios: obispos, sacerdotes, consagrados y para todo el pueblo cristiano que quiera pasar por el discipulado para ser misionero en la Iglesia de hoy. Eso es lo que pretende el Papa Francisco; como el mismo dice: lo que escribo en este documento “no lo hice con la intención de hacer un tratado” (EG 18).

Con esos sentimientos y, sobre todo, dejándome con-vencer por lo que iba descubriendo en cada capítulo, en cada cuestión planteada1 e incluso en cada página, me preguntaba a cada paso: ¿Por qué me gusta Evangelii Gaudium? Y como no quería quedarme en generalida-des, quiero responder a esta pregunta con cierta con-

1 a) La reforma de la Iglesia en salida misionera. b) Las tentaciones de los agentes pastorales. c) La Iglesia entendida como la totalidad del Pueblo de Dios que evangeliza. d) La homilía y su preparación. e) La inclusión social de los pobres. f) La paz y el diálogo social. g) Las motivaciones espirituales para la tarea misionera.

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creción. Es lo que me propongo hacer a partir de ahora. En mi respuesta entraré, sobre todo, en la enjundia misionera de este importante y programático documento. En mi itinerario, para responder al título de este trabajo, iré apuntado lo que me gusta y porqué realmente es de mi agrado.

1. Me gusta el título, Evangelii Gaudium (La Alegría del Evangelio), porque es una clara declaración de intenciones.

Desde sus primeras páginas, y a lo largo de todo el do-cumento, el Papa Francisco invita a “la alegría del Evangelio”. Cuando se finaliza la larga lectura de esta exhortación apostólica, la alegría es un sentimiento afianzado. Se trata de una alegría fundada en Cristo, en un encuentro personal con él. Es la alegría del Evan-gelio, la alegría de la fe. “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús”. “Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría” (EG 1). “Nuestra alegría cristiana bebe de la fuente de su corazón rebosante. Él promete a sus discípulos: estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría” (EG 5). Se va descubriendo a lo largo de todo el documento que la vida de cada persona adquiere sentido en el en-cuentro con Jesucristo y en la alegría de compartir esta experiencia de amor con los demás (cf EG 8).

Será, por tanto, la invitación a la alegría un tema cons-tante y permanente de toda la exhortación apostólica. En ocasiones, incluso lo hace con expresiones simpá-ticas, ocurrentes y provocadoras: “Hay cristianos cuya opción parece ser una cuaresma sin pascua” (EG 6). Y a esos les dice: “No huyamos de la Resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase” (EG 3). Evitemos, nos invita al Papa, una “psicología de tumba,

que nos convierte en “momias de museo” (EG 83). Insiste, además, en que “un evangelizador no debería tener per-manentemente cara de funeral” (EG 10), o “cara de vina-gre” (EG 85). En síntesis, el Papa Francisco, nos hace ver que Jesús no puede ser encerrado en esquemas aburri-dos (cf EG 11) y, por eso propone un antídoto contra la tristeza: “Nuestra tristeza infinita sólo se cura con un infinito amor” (EG 265).

Nos invita, en unas bellísimas páginas a encontrar en la Sagrada Escritura la fuente y el camino de la alegría. Lo hace en los números 4 y 5, que invito a meditar, porque nos invitan a ahondar en la alegría, sacándola de una fuente fundamental: la Sagrada Escritura: “Los libros del Antiguo Testamento habían preanunciado la alegría de la salvación, que se volvería desbordante en los tiempos mesiánicos.” Pero la alegría se convierte en verdadera protagonista en el Nuevo Testamento: “El Evangelio, donde deslumbra gloriosa la Cruz de Cristo, invita insistentemente a la alegría. Bastan algunos ejem-plos: «Alégrate» es el saludo del ángel a María (Lc 1,28). La visita de María a Isabel hace que Juan salte de alegría en el seno de su madre (cf. Lc 1,41). En su canto María proclama: «Mi espíritu se estremece de alegría en Dios, mi salvador» (Lc 1,47). Cuando Jesús comienza su ministe-rio, Juan exclama: «Ésta es mi alegría, que ha llegado a su plenitud» (Jn 3,29). Jesús mismo «se llenó de alegría en el Espíritu Santo» (Lc 10,21). Su mensaje es fuente de gozo: «Os he dicho estas cosas para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría sea plena» (Jn 15,11). Nuestra alegría cristiana bebe de la fuente de su corazón rebosan-te. Él promete a los discípulos: «Estaréis tristes, pero vues-tra tristeza se convertirá en alegría» (Jn 16,20). E insiste: «Volveré a veros y se alegrará vuestro corazón, y nadie os podrá quitar vuestra alegría» (Jn 16,22). Después ellos, al verlo resucitado, «se alegraron» (Jn 20,20). El libro de los

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Hechos de los Apóstoles cuenta que en la primera comu-nidad «tomaban el alimento con alegría» (2,46). Por donde los discípulos pasaban, había «una gran alegría» (8,8), y ellos, en medio de la persecución, «se llenaban de gozo» (13,52). Un eunuco, apenas bautizado, «siguió gozoso su camino» (8,39), y el carcelero «se alegró con toda su fami-lia por haber creído en Dios» (16,34). ¿Por qué no entrar también nosotros en ese río de alegría?” (EG 4-5).

Naturalmente se trata de una alegría misionera: de la dulce y confortadora alegría de evangelizar. Esta tarea, dice el Papa Francisco, sigue siendo la fuente de las mayores alegrías para le Iglesia: “Habrá más gozo en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por no-venta y nueve justos que no necesitan convertirse” (Lc 15,7). Por eso insiste en la alegría en una hermosísima pagina de Evangelii Gaudium: “La alegría del Evangelio que llena la vida de la comunidad de los discípulos es una alegría misionera. La experimentan los setenta y dos discípulos, que regresan de la misión llenos de gozo (cf. Lc 10,17). La vive Jesús, que se estremece de gozo en el Espíritu Santo y alaba al Padre porque su revelación al-canza a los pobres y pequeñitos (cf. Lc 10,21). La sienten llenos de admiración los primeros que se convierten al escuchar predicar a los Apóstoles «cada uno en su propia lengua» (Hch 2,6) en Pentecostés. Esa alegría es un signo de que el Evangelio ha sido anunciado y está dando fru-to” (EG 21).

¿Cómo os suena esto de la alegría del Evangelio para vuestra vida cristiana y, de un modo especial, para la vida pastoral de vuestras parroquias? ¿Se podía convertir en una gran ilusión para todos?

2. Me gusta porque sitúa la novedad de la Evangelización en fundamentos sólidos y no sólo en estructuras y programas.

El Papa sitúa la novedad de la misión en Cristo “Evange-lio eterno” (Ap 14,6), siempre joven y fuente de novedad. Cuando habla de la nueva evangelización la propone en su verdadera raíz. Quizás lo que busque sea desmitifi-car una concepción de la novedad con rasgos más de estrategia pastoral y más académicos que evangélicos. El Papa Francisco recuerda que quien rompe los es-quemas y le da novedad al anuncio es Jesucristo. Como afirmaba San Ireneo: “[Cristo], en su venida, ha traído consigo toda novedad”. Él siempre puede, con su nove-dad, renovar nuestra vida y nuestra comunidad y, aun-que atraviese épocas oscuras y debilidades eclesiales, la propuesta cristiana nunca envejece. Jesucristo también puede romper los esquemas aburridos en los cuales pre-tendemos encerrarlo y nos sorprende con su constante creatividad divina. Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio, bro-tan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual. En realidad, toda auténtica acción evangelizadora es siempre «nue-va».” (EG 11).

A quienes busquen la novedad por la novedad, preten-diendo quizás romper con ese tesoro que es la Tradición, el Papa Francisco les invita a no caer en “el desarraigo” como olvido de la historia viva que nos acoge y nos lanza hacia delante” (EG 13). Recuerda que la alegría evange-lizadora brilla sobre el fondo de la memoria agradecida. El creyente es -dice Francisco- fundamentalmente “me-morioso”; una memoria que se renueva cotidianamente en la Eucaristía, memorial de la Pascua del Señor (cf

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EG 13). Por tanto, “la verdadera novedad es la que Dios mismo misteriosamente quiere producir, la que Él inspira, la que Él provoca, la que Él orienta y acompaña de mil maneras”. (EG 12). La novedad de la evangelización “es eterna” (EG 11).

No obstante, el Papa no niega el programa y las estruc-turas, pero si recuerda que en Evangelii Gaudium lo que ha querido es ofrecer a todos los cristianos una herme-néutica para anunciar la buena y la bella noticia a los hombres y mujeres de la sociedad de este tiempo. “Lo que trataré de expresar aquí tiene un sentido programá-tico y consecuencias importantes. Espero que todas las comunidades procuren poner los medios necesarios para avanzar en el camino de una conversión pastoral y misio-nera, que no puede dejar las cosas como están. Ya no nos sirve una simple administración. Constituyámonos en to-das las regiones de la tierra en un estado permanente de misión” (EG 25).

A pesar de esa novedad radical que propone, no ignora el Papa que la nueva evangelización está también urgida por la novedad del momento presente de la misión de la Iglesia y, por eso, recuerda que ésta es una “nueva eta-pa” (cf EG 17), que hay que saber captar como el tiempo favorable en el que el Señor nos invita a evangelizar en cada época y en cada contexto cultural (cf EG 15). Se entiende así que el fin principal de la exhortación sea “proponer líneas que puedan alentar y orientar en toda la Iglesia una nueva etapa evangelizadora, llena de fervor y dinamismo” (EG, 17). Para ello, el Papa dice: “Exhorto a todos a aplicar con generosidad y valentía las orienta-ciones de este documento, sin prohibiciones ni miedos. Lo importante es no caminar solos, contar siempre con los hermanos y especialmente con la guía de los obispos, en un sabio y realista discernimiento pastoral” (EG 33).

¿Podéis percibir la novedad de la evangelización? Pedid al Señor la novedad misionera que se siente por el amor a Cristo.

Haced un sencillo análisis de la necesidad de evan-gelizar por las circunstancias de la fe en el tiempo presente.

3. Me gusta porque apunta con realismo y concreción a los ámbitos en los que hay que entrar y estar en la nueva evangelización.

El Papa, que ha sido un pastor de base, y que ejerce el ministerio petrino como “el párroco del mundo”, sitúa la acción evangelizadora en los mismos ámbitos ya apun-tados por sus predecesores, si bien los contempla con un nuevo dinamismo espiritual y pastoral en la misión de la Iglesia, con una nueva fuerza y creatividad.

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“En primer lugar, mencionemos el ámbito de la pasto-ral ordinaria, «animada por el fuego del Espíritu, para encender los corazones de los fieles que regularmente frecuentan la comunidad y que se reúnen en el día del Señor para nutrirse de su Palabra y del Pan de vida eterna». También se incluyen en este ámbito los fieles que conservan una fe católica intensa y sin-cera, expresándola de diversas maneras, aunque no participen frecuentemente del culto. Esta pastoral se orienta al crecimiento de los creyentes, de manera que respondan cada vez mejor y con toda su vida al amor de Dios.

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En segundo lugar, recordemos el ámbito de «las perso-nas bautizadas que no viven las exigencias del Bau-tismo», no tienen una pertenencia cordial a la Iglesia y ya no experimentan el consuelo de la fe. La Iglesia, como madre siempre atenta, se empeña para que vivan una conversión que les devuelva la alegría de la fe y el deseo de comprometerse con el Evangelio.

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Finalmente, remarquemos que la evangelización está esencialmente conectada con la proclamación del Evan-gelio a quienes no conocen a Jesucristo o siempre lo han rechazado. Muchos de ellos buscan a Dios se-cretamente, movidos por la nostalgia de su rostro, aun en países de antigua tradición cristiana. Todos tienen el derecho de recibir el Evangelio. Los cristianos tienen el deber de anunciarlo sin excluir a nadie, no como quien impone una nueva obligación, sino como quien compar-te una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un ban-quete deseable. La Iglesia no crece por proselitismo sino «por atracción” (EG 14).

Teniendo presentes esos ámbitos, que son aquellos por los que la Iglesia transita cada día en su misión, el Papa tiene el gesto precioso de invitarnos a escribir con él la aportación pastoral que estamos leyendo. El afirma que sólo ofrece unas líneas de acción que todos nosotros, en cada diócesis, al hilo de la lectura y la reflexión, iremos completando. “Acepté con gusto el pedido de los Padres sinodales de redactar esta Exhortación. Al hacerlo, recojo la riqueza de los trabajos del Sínodo. También he consul-tado a diversas personas, y procuro además expresar las preocupaciones que me mueven en este momento concreto

de la obra evangelizadora de la Iglesia. Son innumerables los temas relacionados con la evangelización en el mundo actual que podrían desarrollarse aquí. Pero he renuncia-do a tratar detenidamente esas múltiples cuestiones que deben ser objeto de estudio y cuidadosa profundización. Tampoco creo que deba esperarse del magisterio papal una palabra definitiva o completa sobre todas las cuestio-nes que afectan a la Iglesia y al mundo. No es conveniente que el Papa reemplace a los episcopados locales en el dis-cernimiento de todas las problemáticas que se plantean en sus territorios. En este sentido, percibo la necesidad de avanzar en una saludable «descentralización» (EG 16).

Con todo, el Papa encabeza en esta exhortación apostó-lica la búsqueda de un determinado estilo evangelizador que invita a asumir en cualquier actividad que se realiza en los compromisos diarios de la evangelización.

Identifica estos ámbitos en tu pueblo, en tu ciudad, en tu parroquia.

4. Me gusta por el punto de partida que propone como paso previo y necesario para asumir el estilo evangelizador: como condición imprescindible hay que hacer una conversión pastoral en clave misionera.

El Papa Francisco anima a las comunidades cristianas a de poner “los medios necesarios para avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera, que no pueden dejar las cosas como están” (EG 25). Al tratar-se de conversión es, por tanto, necesario pasar de una situación a otra y eso ha de hacerse tras un profundo examen de conciencia que pase por el corazón y la men-talidad de todos, que nos lleve a salir de donde estamos para entrar por otra ruta. En definitiva, “la pastoral en

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clave de misión pretenden abandonar el cómodo cri-terio pastoral del siempre se ha hecho así” (EG 33).

Propone el Papa Francisco una preciosa reflexión de Pablo VI, en su carta encíclica Ecclesiam Suam: “La Iglesia debe profundizar en la conciencia de sí misma, debe meditar sobre el misterio que le es propio […] De esta iluminada y operante conciencia brota un espontá-neo deseo de comparar la imagen ideal de la Iglesia —tal como Cristo la vio, la quiso y la amó como Esposa suya santa e inmaculada (cf. Ef 5,27)— y el rostro real que hoy la Iglesia presenta […] Brota, por lo tanto, un anhelo gene-roso y casi impaciente de renovación, es decir, de enmien-da de los defectos que denuncia y refleja la conciencia, a modo de examen interior, frente al espejo del modelo que Cristo nos dejó de sí” (EG 26).

Se trata de una conversión que nos ha de llevar a un objetivo claro: situar a la Iglesia en “un estado perma-nente de misión” (EG 25). Para el Papa es su sueño y su ilusión: “Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los esti-los, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación. La reforma de estructuras que exige la conversión pastoral sólo puede entenderse en este sentido: procurar que todas ellas se vuelvan más misioneras, que la pastoral ordina-ria en todas sus instancias sea más expansiva y abierta, que coloque a los agentes pastorales en constante actitud de salida y favorezca así la respuesta positiva de todos aquellos a quienes Jesús convoca a su amistad.” (EG 27). En suma, hace falta pasar de una pastoral de conserva-ción a una pastoral decididamente misionera (cf EG 15).

¿Qué os parece el sueño del Papa Francisco? ¿Con-sideras que la conciencia misionera de nuestras pa-rroquias necesita una conversión pastoral?

5. Me gusta por el contenido que propone para el camino de la evangelización.

Como no podía ser de otro modo, el Papa Francisco si-túa el kerygma, el primer anuncio, en el corazón de la evangelización. Pone de relieve así que en él está la verdadera fuerza motriz de la misión. “El kerygma es el fuego del Espíritu que se dona en forma de lenguas y nos hace creer en Jesucristo, que con su muerte y resurrec-ción nos revela y nos comunica la misericordia infinita del Padre. En la boca del catequista vuelve a resonar siempre el primer anuncio: «Jesucristo te ama, dio su vida para salvarte, y ahora está vivo a tu lado cada día, para ilu-minarte, para fortalecerte, para liberarte” (EG 164). Por eso el evangelizador ha de ser fiel en su corazón y en su palabra a la esencia del kerygma.

No obstante, recuerda el Papa que el primer anuncio responde al anhelo de infinito que hay en todo corazón humano. De ahí que siempre es necesario que la evan-gelización ponga un oído en el pueblo, para descubrir lo que los fieles necesitan escuchar, que siempre lleva el sello de Dios. En efecto, el evangelizador es “un con-templativo de la palabra y también un contemplativo del pueblo” (EG 154). Sólo así se puede conectar el mensaje con una situación humana, con una experiencia que ne-cesita luz. “Lo que se procura descubrir es lo que el Señor desea decir en una determinada circunstancia” (EG 154).

El primer anuncio se sitúa en una comunicación de cora-zones, aúna los corazones que se aman, el del Señor y los de su pueblo (cf EG 143). El kerigma es siempre hablar

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de corazón a corazón. “La identidad cristiana, que es ese abrazo bautismal que nos dio de pequeños el Padre, nos hace anhelar, como hijos pródigos —y predilectos en Ma-ría—, el otro abrazo, el del Padre misericordioso que nos espera en la gloria. Hacer que nuestro pueblo se sienta como en medio de estos dos abrazos es la dura pero her-mosa tarea del que predica el Evangelio.” (EG 144). De ahí que el Papa, además de señalar la centralidad del keryg-ma, le señala al primer anuncio ciertas características que siempre le son necesarias: (a) que exprese el amor salvífico de Dios previo a la obligación moral y reli-giosa; (b) que no imponga la verdad y que apele a la libertad; (c) que posea unas notas de alegría, estímu-lo, vitalidad; (d) que tenga una integralidad armoniosa que no reduzca la predicación a unas pocas doctrinas a veces más filosóficas que evangélicas (cf EG 165).

Es en la senda del kerigma, en la calidez de ese abrazo amoroso de Dios, donde hay que situar la catequesis. Para hablar de ella, el Santo Padre remite a lo ya mu-cho y bueno dicho en Catechesi Tradendae (1979) y en el Directorio General para la Catequesis (1997). No obs-tante, ofrece algunas consideraciones, con las que invita a situar la catequesis en el clima permanente que ha de crear el primer anuncio en la vida de la Iglesia y en especial en su labor esencial de formación cristiana, que no es otra que la profundización del kerigma para que se haga carne en la vida del cristiano. Por eso recuerda que “cuando a este primer anuncio se le llama “primero”, eso no significa que está al comienzo y después se olvida o se reemplaza por otros contenidos que lo superan. Es el primero en un sentido cualitativo, porque es el anun-cio principal, ese que siempre hay que volver a escuchar de diversas maneras y ese que siempre hay que volver a anunciar de una forma o de otra a lo largo de la cate-quesis, en todas sus etapas y momentos” (EG 164). No

insistiré más en la catequesis, pero sí quiero apuntar un detalle que me parece especialmente precioso: invita el Papa a que se preste una especial atención a lo largo del proceso catequético al “camino de la belleza” (via pulchri-tudinis). Porque “anunciar a Cristo significa mostrar que creer en él y seguirlo no es sólo algo verdadero y justo, sino también bello, capaz de colmar la vida de un nuevo resplandor y de un gozo profundo, aun en medio de las pruebas” (EG 167).

Esto lo dice, además, al hilo de otra sugerencia cate-quética especialmente necesaria hoy: la de situar ade-cuadamente la mistagogia en la catequesis. “Otra carac-terística de la catequesis, que se ha desarrollado en las últimas décadas, es la de una iniciación mistagógica, que significa básicamente dos cosas: la necesaria progresi-vidad de la experiencia formativa donde interviene toda la comunidad y una renovada valoración de los signos litúrgicos de la iniciación cristiana. Muchos manuales y planificaciones todavía no se han dejado interpelar por la necesidad de una renovación mistagógica, que podría tomar formas muy diversas de acuerdo con el discerni-miento de cada comunidad educativa. El encuentro cate-quístico es un anuncio de la Palabra y está centrado en ella, pero siempre necesita una adecuada ambientación y una atractiva motivación, el uso de símbolos elocuentes, su inserción en un amplio proceso de crecimiento y la in-tegración de todas las dimensiones de la persona en un camino comunitario de escucha y de respuesta” (EG 166).

¿Qué sientes ante el primer anuncio (kerigma)? ¿Percibes en tu vida su fuerza?¿Consideras que la catequesis que se hace en tu pa-rroquia tiene la hondura que se necesita?

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6. Me gusta porque apunta a bellos y profundos matices en la comunicación del mensaje.

Recuerda el Papa Francisco que hay que cuidar con esmero el cómo de la comunicación del mensaje evan-gélico. Sobre todo para que nunca aparezca mutilado o reducido a algunos de sus aspectos secundarios. De ahí que proponga un claro objetivo para el evangelizador: hemos de intentar que nuestros interlocutores lle-guen a comprender el transfondo de lo que decimos, es decir, que puedan conectar nuestro discurso con el núcleo esencial del Evangelio (cf EG 34). Eso supo-ne que nunca se ha de dar por supuesto de que aquellos a los que nos dirigimos ya están situados en lo esencial del mensaje cristiano. A veces hablamos de misterios que, si bien son importantes, son secundarios para las posibilidades de comprensión de nuestros interlocuto-res, sobre todo por sus circunstancias y también por su formación. No podemos olvidar que el crecimiento de la fe es un proceso.

Además, para una pastoral en estilo misionero, el anun-cio se ha de concentrar en lo esencial, “que es lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario” (EG 35). Recuerda Evangelii Gaudium que hay verdades que son más necesarias que otras para expresar el corazón del Evangelio. Por eso siem-pre hemos de buscar que en todo lo que decimos, en lo que hacemos y en cómo nos manifestamos (también en nuestro rostro no avinagrado) que “resplandezca la belle-za del amor salvífico de Dios, manifestado en Jesucristo muerto y resucitado” (EG 36). Recurre Francisco para este criterio a la jerarquía de las verdades del Conci-lio Vaticano II (Unitatis Redintegratio) y a Santo Tomás de Aquino; y lo hace tanto para la presentación de los dogmas de fe como para el conjunto de la enseñanza

moral (cf EG 36). Invita el Papa, a mi juicio, a actuar con sentido común pastoral, tanto en la frecuencia con la cual se mencionan algunos temas como en los acentos que se ponen en la predicación.

No obstante, nos recuerda el Papa, que todo hay que si-tuarlo en el servicio a la organicidad en la presentación del mensaje, en la que, si bien ninguna verdad ha de ser negada, todas han de estar orientadas a poner de relieve la verdad, la bondad y la belleza del Evangelio. Todo el mensaje cristiano ha de tener “olor a Evangelio” (EG 39). “A veces, escuchando un lenguaje completamente orto-doxo, lo que los fieles reciben, debido al lenguaje que ellos utilizan y comprenden, es algo que no responde al ver-dadero Evangelio de Jesucristo” (EG 41). Un buen estilo para actuar en la presentación del mensaje es siempre el de “la cercanía, el amor y el testimonio”, y todo ha de ir acompañado con misericordia y paciencia (cf EG 44).

Pero no podemos olvidar de que tanto el lenguaje del evangelizador como la comprensión del destinatario “conserva un aspecto de cruz” (EG 42). El lenguaje siem-pre encierra alguna oscuridad. La tarea evangelizadora, recuerda el Papa, se mueve entre los límites del lenguaje y de las circunstancias. “Un corazón misionero sabe de esos límites y se hace «débil con los débiles […], todo para todos» (1 Co 9,22). Nunca se encierra, nunca se repliega en sus seguridades, nunca opta por la rigidez autodefen-siva. Sabe que él mismo tiene que crecer en la compren-sión del Evangelio y en el discernimiento de los senderos del Espíritu, y entonces no renuncia al bien posible, aun-que corra el riesgo de mancharse con el barro del camino” (EG 45).

Cuando el Papa habla de la homilía, en ese hermosísi-mo y amplio capítulo, que le dedica (GS 135-159), va a insistir en que este servicio evangelizador ha de partir

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desde lo esencial. Dirigiéndose directamente al evangeli-zador, le dice que ante todo ha de estar seguro de com-prender adecuadamente el significado de las palabras que leemos y pronunciamos. Es decir, siempre se ha de descubrir cuál es el mensaje principal, el que estructura el texto y le da unidad (cf EG 147). Y concluye con esta bellísima recomendación: “Si un texto fue escrito para consolar, no debería ser utilizado para corregir errores; si fue escrito para exhortar, no debería ser utilizado para adoctrinar; si fue escrito para enseñar algo sobre Dios, no debería ser utilizado para explicar diversas opiniones teológicas; si fue escrito para motivar la alabanza o la tarea misionera, no lo utilicemos para informar acerca de las últimas noticias” (EG 147).

¿Cuál es el núcleo central del mensaje cristiano que la da fuerza y centra tu fe?

7. Me gusta porque sitúa en su ámbito adecuado el sueño evangelizador de la Iglesia.

Piensa el Papa en la Iglesia real, en la pastoral diaria y ordinaria de nuestras parroquias, que “no es una estructura caduca”, como se afirma por parte de al-gunos, sino que es la fuente de la aldea, es la Iglesia que está entre las casas de sus hijos y de sus hijas. La parroquia es el ámbito comunitario esencial en el que la Iglesia actúa como “madre fecunda” que engendra en la fe y la hace crecer en sus hijos. La parroquia, presen-cia eclesial, es para el Papa Francisco “comunidad de comunidades, santuario donde los sedientos van a beber para seguir caminando, y centro de constante envío mi-sionero” (EG 28).

Es en el espacio humano, cultural, social, espiritual y pastoral de la parroquia en el que se produce una rela-

ción cotidiana de la Iglesia en un “territorio”, donde se han de situar las demás instituciones. “Las demás ins-tituciones eclesiales, comunidades de base y pequeñas comunidades, movimientos y otras formas de asociación, son una riqueza de la Iglesia que el Espíritu suscita para evangelizar todos los ambientes y sectores. Muchas veces aportan un nuevo fervor evangelizador y una capacidad de diálogo con el mundo que renuevan a la Iglesia. Pero es muy sano que no pierdan el contacto con esa realidad tan rica de la parroquia del lugar, y que se integren gus-tosamente en la pastoral orgánica de la Iglesia particular. Esta integración evitará que se queden sólo con una parte del Evangelio y de la Iglesia, o que se conviertan en nó-madas sin raíces.” (EG 29).

No desconoce el Papa que la parroquia es una porción de la Diócesis, sujeto primario de la evangelización y rostro local de la Iglesia; tampoco deja de poner de relie-ve el papel de la Conferencia Episcopal y, por supues-to, “el ejercicio del primado”, al que le pide también una conversión. Sin embargo, ha querido comenzar por la parroquia para que la evangelización sea realmente capilar, concreta, ordinaria, para que no se quede sólo en ideas y en manifestaciones de buena voluntad.

Evidentemente la tarea evangelizadora en la parroquia o en cualquier ámbito de misión hay que hacerla con la conciencia clara de que es de todos y para todos. Todo el pueblo de Dios anuncia el Evangelio y lo hace para todos (EG 113). “Dios ha gestado un camino para unirse a cada uno de los seres humanos de todos los tiempos. He elegido convocarlos como pueblo y no como seres ais-lados” (EG 113). La Iglesia por tanto ha de ser un lugar en el que todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio (cf EG 114). Para crear ese clima el Papa pro-

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pone algunas opciones preferentes en lo que se refiere al estilo y a los ámbitos, en unos casos por su peculia-ridad y necesidad y en otros por su extraordinario valor pastoral:

a) Evangelizar en las distancias cortas, de per-sona a persona: en el hogar, en la calle, en la plaza, en el trabajo, en el camino “la Iglesia nece-sita la mirada cercana para contemplar, conmo-verse y detenerse ante el otro cuantas veces sea necesario.” (EG 169) Y todo ha de hacerse con el ritmo sanador de “proximidad”, con una mira-da respetuosa y llena de compasión pero que al mismo tiempo sane, libere y aliente a madurar en la vida cristiana” (EG 169), con el arte de es-cuchar (EG 171), para reconocer la situación del sujeto ante Dios (EG 172).

b) Evangelizar cuidando el encuentro entre la fe, la razón y la ciencia, para un anuncio a las culturas profesionales, científicas y acadé-micas, sobre todo en ámbitos universitarios y en la escuela (cf EG 132). Evangelizar las culturas para inculturar el Evangelio, aunque suponga un proyecto a muy largo plazo. (EG 69). Especial mención hace Francisco a las culturas urbanas. Pone de relieve que lo religioso en la ciudad está mediado por diferentes estilos de vida. dice que una cultura inédita late y se elabora en la ciudad. Se trata, dice el papa, de una cultura que necesi-tamos reconocer con mirada contemplativa., una mira de fe que descubra al Dios que vive en sus hogares, en sus calle, en sus plazas (cf EG 71). A partir de ahí se podrá hacer “una evangeliza-ción que ilumine los nuevos modos de relación con Dios, con los otros y con el espacio, y que

suscite los valores fundamentales. Es necesario llegar allí donde se gestan los nuevos relatos y paradigmas, alcanzar con la Palabra de Jesús los núcleos más profundos del alma de las ciudades. No hay que olvidar que la ciudad es un ámbito multicultural. (EG74).

c) Evangelizar con una referencia necesaria a la piedad popular. “Cada porción del Pueblo de Dios, al traducir en su vida el don de Dios según su genio propio, da testimonio de la fe recibida y la enriquece con nuevas expresiones que son elo-cuentes. Puede decirse que «el pueblo se evange-liza continuamente a sí mismo». Aquí toma impor-tancia la piedad popular, verdadera expresión de la acción misionera espontánea del Pueblo de Dios.” (EG 122). Es justamente en la piedad po-pular como se puede percibir el modo en que la fe recibida se encarnó en una cultura y se sigue transmitiendo. Citando Evangelii Nuntiandi (48) recuerda Francisco que la piedad popular es un “precioso tesoro de la Iglesia católica” (EG 123). En esta valoración del modo en que gran cantidad de cristianos expresan su fe se puede muy bien considerar “una verdadera espiritua-lidad encarnada en la vida de los sencillos, que tiene, por tanto, una extraordinaria fuerza misio-nera. “Una cultura popular evangelizada contiene valores de fe y solidaridad que pueden provocar el desarrollo de una sociedad más justa y creyente, y posee una sabiduría peculiar que hay que saber reconocer con una mirada agradecida” (EG 68).

Cuando el Papa piensa en la parroquia, en la diócesis o en la Conferencia Episcopal, las sitúa en todos los pue-blos de la tierra, con su cultura propia y sus circunstan-

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cias. Es así como se expresa la catolicidad del anuncio del Evangelio. El propio planteamiento de Evangelii Gau-dium refleja esta dimensión universal de la Evangeliza-ción: el Papa no oculta de donde ha venido, no olvida la evangelización en América Latina, citando con frecuen-cia a Aparecida. También cita a diversos episcopados de la geografía mundial y, en opinión de algunos, marca el fin del eurocentrismo en la Iglesia. De hecho es muy interesante lo que dice en el capítulo dedicado a la inculturación: “No podemos pretender que todos los pueblos de los diversos continentes, al expresar la fe cris-tiana, imiten las modalidades adoptadas por los pueblos europeos en un determinado momento de la historia, por-que la fe no se puede confinar dentro de los límites de comprensión y expresión de una cultura. Es indiscutible que una única cultura no agota el misterio de la redención de Cristo.” (EG 11), Por eso invita a avanzar en una salu-dable «descentralización» (EG 16).

¿Qué os parece que el Papa Francisco le de tanta importancia evangelizadora a la parroquia? Analizad las opciones preferentes para una pasto-ral misionera.

Me gusta porque recuerda algo obvio que quizás te-níamos olvidado: propone que la pastoral misionera ha de situarse siempre en un movimiento de salida.

Recuerda Evangelii Gaudium que todo comienza por un “ID”. “Id y haced que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obser-var todo lo que os he mandado” (Mt 28,19-20). En efecto, este dinamismo de salida siempre está presente en la Palabra de Dios como provocación a los creyentes. Eso significa que en la pastoral misionera hay que ir siempre más allá del territorio (missio ag gentes) y en el territorio siempre hay que salir para llegar a

todos sin excepciones; pero privilegiando “a pobres y enfermos”. “Fiel al modelo del Maestro, es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo” (EG 23). Nos dice Francisco que hay que ir a los escenarios y desafíos siempre nuevos. Hay que ir a esos espacios abiertos sin miedo alguno, sabiendo arriesgar, apostar. Sólo hemos de temer “encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las cos-tumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afue-ra hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: «¡Dadles vosotros de comer!” (Mc 6,37) (EG 49). Aunque esto no signifique que haya que correr hacia el mundo sin rumbo ni sentido (EG 46).

Por eso, recomienda el Papa considerar las consecuen-cias pastorales de lo que hacemos “con prudencia y au-dacia a la vez” (EG 47). Pero advierte de que nunca he-mos de constituirnos en controladores de la gracia, sino como facilitadores, porque la Iglesia en la que evangeliza-mos no es una aduana, es la casa paterna en la que hay lugar para cada uno con su vida a cuestas (cf EG 47). Por eso recuerda que la Iglesia está llamada a ser siempre “la casa abierta del Padre”, en la que todos pueden participar de alguna manera. “Esto vale sobre todo cuan-do se trata de ese sacramento que es «la puerta», el Bau-tismo. La Eucaristía, si bien constituye la plenitud de la vida sacramental, no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles” (EG 47). En el movimiento de salida siempre hay que estar con una máxima de Francisco, que deberíamos hacer nuestra: “Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades” (EG 49).

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Para ayudarnos en el discernimiento, se permite el Papa describirnos un precioso itinerario de una Iglesia en sa-lida, que tendría que ser para todos nosotros una ver-dadera hoja de ruta. Todo el número 24 de Evagelii Gaudium deberá ser asumido como el itinerario de los discípulos misioneros. No se puede decir mejor, más audazmente, más lúcidamente.

A. PRIMEREAR. “La comunidad evangelizadora ex-perimenta que el Señor tomó la iniciativa, la ha primoreado en el amor; y por eso, ella sabe ade-lantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cru-ces de los caminos para invitar a los excluidos.

B. INVOLUCRARSE. Como consecuencia de ese pri-merear de la gracia, que nos convierte en explo-radores de periferias existenciales, se nos invita a involucrarnos como Jesús se involucró en lavar los pies a sus discípulos. Es el servicio realiza-do en la humildad, poniéndonos de rodillas ante el sufrimiento del mundo, y todo eso poniéndolo por obras y gestos en la vida cotidiana para los demás, achicando distancias, abajándonos hasta la humillación si es necesario, tocando la carne sufriente de Cristo en sus periferias existencia-les. Encontrando, además, felicidad en hacer eso, descubriendo su sentido. “Seréis felices, si hacéis esto” (Jn 13,17). Es así, nos dice Francisco, como los evangelizadores tienen “olor a oveja” y estos escuchan su voz.

C. ACOMPAÑAR. Estando entre la gente, sirviéndo-las, tocándolas, podemos acompañarlas en sus procesos. Sólo de esta manera se sabe de esperas largas y se adquiere aguante apostólico. La evan-

gelización tiene mucho de paciencia, en ella hay que evitar “maltratar límites”.

D. FRUCTIFICAR. Desde esa cercanía se ven tam-bién los frutos, por muy pocos y pequeños que sean, y aunque estén muy mezclados de momen-to con la cizaña. El evangelizador ha de encon-trar “la manera de que la Palabra se encarne en una situación concreta y dé frutos de vida nue-va, aunque en apariencia sean imperfectos e in-acabados. Terrible obsesión por la imperfección de muchos de nosotros, sobre todo de la de los demás. ¡Qué lema de vida apostólico tan precio-so!: “El discípulo sabe dar la vida entera y jugarla hasta el martirio como testimonio de Jesucristo, pero su sueño no es llenarse de enemigos, sino de que la Palabra sea acogida y manifieste su poten-cia liberadora y renovadora”.

E. FESTEJAR. Ese lema se hace vida si se festeja cada pequeña victoria, cada paso adelante. “La evangelización gozosa se vuelve belleza en la li-turgia en medio de la exigencia diaria de extender el bien. La Iglesia evangeliza y se evangeliza a sí misma con la belleza de la liturgia, la cual tam-bién es celebración de la actividad evangelizadora y fuente de un renovado impulso donativo”.

¿Están nuestras parroquias en actitud de salida misionera? Hablad del itinerario de los discípu-los misioneros que propone Francisco.

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8. Me gusta porque nos hace entrar de lleno en las periferias existenciales, en las que se están creando los grandes problemas sociales y en las que están las víctimas que sufren esos problemas: es en ellas donde están los destinatarios preferenciales de la misión de la Iglesia.

Recuerda el Papa Francisco que este ir a las peri-ferias es una exigencia del Evangelio, acogido como anuncio del amor de Dios. Ese amor de Dios ha de provocar siempre el deseo de buscar y cuidar el bien de los demás. Por eso nunca se puede separar la recepción del anuncio salvífico de un efectivo amor fraterno. Existe un vínculo inseparable entre fe y ca-ridad, entre nuestra fe y los pobres (cf EG 48). No podemos olvidarnos de que la propuesta que se nos hace en la evangelización es amar a Dios que reina en el mundo; de ahí que su mandato de caridad abra-za a todas las dimensiones de la existencia, a todas las personas, a todos los ámbitos de convivencia y a todos los pueblos. Nada de lo humano le puede re-sultar extraño. Una auténtica fe siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo (cf. EG 178ss).

Para ser concretos, al estar en las periferias hemos de buscar la inclusión social de los pobres. “Hacer oídos sordos a ese clamor, cuando nosotros somos los instrumentos de Dios para escuchar al pobre, nos si-túa fuera de la voluntad del Padre y de su proyecto, porque ese pobre «clamaría al Señor contra ti y tú te cargarías con un pecado» (Dt 15,9)” (EG 187). Por eso el Papa dice: “quiero una Iglesia pobre para los pobres”. Es más, la nueva evangelización se ha de apoyar en ellos, en su servicio, pues estamos llama-dos a descubrir a Cristo en los pobres. “La nueva evangelización es una invitación a reconocer la fuerza

salvífica de sus vidas y a ponerlos en el camino de la Iglesia” (EG 198). Los pobres son, pues, los des-tinatarios privilegiados de la nueva evangelización. Eso nos recuerda que “la peor discriminación que sufren los pobres es la falta de atención espiritual”: “la opción preferencial por los pobres debe traducirse principalmente en una atención religiosa privilegiada y prioritaria” a los pobres (EG 200).

Concretando aún más, el Papa nos recuerda que las periferias existenciales no son sólo geográficas sino que son todos aquellos que hemos excluido de nues-tra existencia. Con ello Francisco busca que se tome contacto con aquello que parece perdido para la Igle-sia. Eso no se comprende si no se huele el olor de la gente, sin no se está dentro de las situaciones. Desde fuera no se puede tener una correcta comprensión de la realidad. Para que sepamos a donde ir, el Papa concreta las periferias en las del desconocimien-to de Dios, las del misterio del pecado, las del dolor, las de la soledad, las de la enfermedad, las de la injusticia, las de la ignorancia, las de los que prescinden de Dios, las del pensamiento autosuficiente o relativista, las de toda miseria.

El destinatario es fundamentalmente el hombre herido. Así lo recuerda en la entrevista en la Civiltà Cattolica: “Veo con claridad que lo que la Iglesia ne-cesita con mayor urgencia hoy es una capacidad de curar heridas y dar calor a los corazones de los fie-les, cercanía y proximidad. Veo a la Iglesia como un hospital de campaña tras una batalla. ¡Qué inútil es preguntarle a un herido si tiene altos el colesterol o el azúcar! Hay que curarle las heridas. Ya hablaremos luego del resto. Curar heridas, curar heridas… Y hay que comenzar por lo más elemental”. Por eso, recuer-

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da el papa que “los ministros de la Iglesia deben ser, ante todo, ministros de misericordia”. “Yo sueño con una Iglesia Madre y Pastora”.

A todos esos ámbitos y situaciones hemos de ir para conocer las diferencias que se dan en las periferias existenciales, y así tender puentes para un encuen-tro con todas. No obstante ese encuentro no puede estar sellado por la ambigüedad ni por la mentira; es un encuentro sellado por la caridad y por la ver-dad. La búsqueda de la periferia existencia no es su canonización ni significa una aprobación. Nuestro encuentro con el mundo debe partir siempre de la experiencia de otro encuentro que nos califica y de-fine como creyentes: el encuentro con Cristo y su Evangelio. En efecto el estilo misionero debe surgir siempre del calor de la fe.

De cualquier modo, en esa salida hacia las periferias existenciales hemos de poner lo que nos decía Juan Pablo II en Novo Millennio Ineunte: imaginación de la caridad. “Es la hora de una nueva «imaginación de la caridad», que promueva no tanto y no sólo la eficacia de las ayudas prestadas, sino la capacidad de hacerse cercanos y solidarios con quien sufre, para que el gesto de ayuda sea sentido no como limosna humillante, sino como un compartir fraterno”. Tam-bién aquello a lo que nos invitaba Benedicto XVI En Deus caritas est: un corazón que ve. “El progra-ma del cristiano —el programa del buen Samaritano, el programa de Jesús— es un «corazón que ve». Este corazón ve dónde se necesita amor y actúa en conse-cuencia” (Deus caritas est 31). Y el Papa Francisco nos recuerda que el Hijo de Dios, en su encarnación, nos invitó a “la revolución de la ternura” (EG 88). “Él nos permite levantar la cabeza y volver a empe-

zar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría” (EG 3).

¿Qué te dice la afirmación del Papa: “Quiero una Iglesia pobre para los pobres”? ¿Con qué ojos mi-ras hacia las periferias existenciales?

9. Me gusta porque, sin pretender ser exhaustivo y, por eso, abriendo su diagnóstico a otras instancias y comunidades (EG 51), hace un discernimiento evangélico, con mirada de discípulo misionero, mirada pastoral, del contexto en el que nos toca vivir.

El Papa hace en la realidad actual una lectura de los signos de los tiempos (cf EG 108). Con ella pretende esclarecer aquello que puede ser un fruto del Reino y también aquello que atenta contra el proyecto de Dios. Ambas realidades hay que reconocerlas y tam-bién valorarlas como mociones del buen espíritu y del malo, naturalmente para elegir las del buen espí-ritu y rechazar las del malo (cf EG 51).

El Papa Francisco mira con amor pastoral hacia los desafíos del mundo actual, un mundo que vive en este momento “un giro histórico”. No se olvida, por supuesto, de los avances que contribuyen al bienes-tar de la sociedad en ámbitos tan esenciales como la salud, la educación o la comunicación. Pero se fija, sobre todo, en la precariedad en la que viven su día a día tantos hombres y mujeres, que se manifiesta en que frecuentemente se les apaga la alegría de vi-vir, en la falta de respeto, en el aumento de la violen-cia y en que la inseguridad es cada vez más patente.

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Centra sobre todo su análisis en un “no” rotundo a las causas y un lamento ante las consecuencias (cf EG 53) de la pobreza en el mundo.

A. El primer “no” es para la economía de la ex-clusión y la inequidad, una economía que mata. Denuncia Francisco la cultura del “descarte, en la que se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo que se puede usar y tirar. Eso excluye de la sociedad. “Los excluidos no son explotados, sino desechos “sobrantes” (EG 53). Entre las causas cita la teoría del “derrame”, que Francisco ha descrito así: “Teoría del derrame, que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mis-mo mayor equidad e inclusión social. Se prometía que, cuando el vaso hubiera estado lleno, se habría des-bordado y los pobres se habrían beneficiado”, agregó. “En cambio sucede que, cuando está lleno, el vaso, por arte de magia, crece y así nunca sale nada para los pobres”, al contrario, se quedan esperando” (En-trevista del Papa Francisco en la Stampa).

B. El segundo “no” es para la ideología del dinero, con el que se ha creado un nuevo ídolo y ha naci-do un “fetichismo” (cf EG 55). Esta ideología redu-ce al ser humano a una sola de sus necesidades: el consumo. Se instaura además, una tiranía invisible, a veces virtual, que instaura sus normas y reglas, corrompe la economía y crea víctimas entre los ciu-dadanos y los países. A todo esto hay que añadir que se produce una corrupción ramificada, que extiende por todas partes sus tentáculos. Corrupción que ca-lifica de “cáncer social”.

C. El tercer “no” es para el dinero que gobierna en lugar de servir. Se trata de un dinero sin ética y

sin Dios. Ante esto el Papa propone: ¡El dinero debe servir y no gobernar! El “ama a todos, ricos y po-bres, pero tiene la obligación, en nombre de Cristo, de recordar que los ricos deben ayudar a los pobres, respetarlos, promocionarlos. Os exhorto a la solida-ridad desinteresada y a una vuelta de la economía y las finanzas a una ética en favor del ser humano” EG 58).

D. El cuarto “no” lo provoca una advertencia: la exclusión y la inequidad generan violencia. Por eso, recuerda lúcidamente: “Hasta que no se revier-tan las exclusiones y la inequidad dentro de una so-ciedad y entre los distintos pueblos, será imposible erradicar la violencia” (EG 59). Es más, sin igualdad de oportunidades, las diversas formas de agresión y guerra encontrarán un caldo de cultivo. Por eso ad-vierte: “Cuando la sociedad —local, nacional o mun-dial— abandona en la periferia una parte de sí misma, no habrá programas políticos ni recursos policiales o de inteligencia que puedan asegurar indefinidamente la tranquilidad” (EG 59).

Desafíos culturales

Tras estos desafíos económicos y sociales, apunta también el Papa Francisco a los desafíos cultura-les. También propone en este campo lo positivo: se han producido enormes saltos cualitativos y cuan-titativos acelerados y acumulativos en el desarrollo científico, en la innovación tecnológica. Estamos, dice el Papa, en la era del conocimiento y la informa-ción. Sin embargo, en lo cultural se producen tam-bién grandes desafíos.

1. Comienza por los ataques a la libertad reli-giosa, que está produciendo una verdadera

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persecución de los cristianos (EG 61). Estos ataques provienen sobre todo de “una difusa indiferencia relativista” (EG 61), que provoca el rechazo de todo lo que pudiera tener apariencia totalitaria, por eso los que queremos compartir un proyecto común católico lo tenemos muy difí-cil en una cultura en la que cada uno quiere ser el portador de una verdad subjetiva.

2. Apunta como desafío a la proliferación de nue-vos movimientos religiosos, con tendencia fundamentalista e incluso con una espiri-tualidad sin Dios, que están aprovechando las carencias de la población que vive en las perife-rias y en las zonas empobrecidas. No obstante, también hay que reconocer que la causa puede estar en el clima poco acogedor de algunas de nuestras parroquias y comunidades.

3. Otro desafío cultural hay que encontrarlo en el proceso de secularización, sobre todo cuan-do quiere reducir la fe al ámbito de lo priva-do y de lo íntimo. La secularización, además de negar la transcendencia, ha producido una deformación ética que debilita el sentido de pe-cado y un progresivo aumento del relativismo (cf EG 64). Esto en muchas ocasiones hace que se perciba a la Iglesia como una institución que in-terfiere en la libertad individual.

4. Un gran desafío es la crisis que atraviesa la familia, lo que está produciendo una gran fragi-lidad en los vínculos sociales, que sólo son per-cibidos como una forma de gratificación afecti-va que puede constituirse de cualquier manera y modificarse de acuerdo con la sensibilidad de cada uno (cf EG 66).

5. El individualismo posmoderno y globalizado es un desafío que favorece un estilo de vida que debilita el desarrollo y la estabilidad de los vínculos entre las personas. Ante eso, “los cristianos insistimos en nuestra propuesta de reconocer al otro, de sanar las heridas, de cons-truir puentes, de estrechar lazos y de ayudar-nos «mutuamente a llevar las cargas» (Ga 6,2). Por otra parte, hoy surgen muchas formas de asociación para la defensa de derechos y para la consecución de nobles objetivos. Así se ma-nifiesta una sed de participación de numerosos ciudadanos que quieren ser constructores del desarrollo social y cultural” (EG 67).

¿Qué os parecen las denuncias, los “no” del Papa? Analizadlo todo, pensando en vuestras situaciones cercanas.

10. Me gusta porque, en el dinamismo de salida de la misión de la Iglesia, invita a hacer un discernimiento evangélico, para el que ofrece, con una excepcional sabiduría, unos principios que ayuden a situarse en las tensiones bipolares que siempre se pueden dar en cualquier proyecto ideado por los seres humanos, y también, por supuesto, en los proyectos pastorales y misioneros.

Invita el Papa Francisco a mirar al mundo como dis-cípulos del Evangelio que se alimentan de la fuerza del Espíritu (cf EG 50). Para cultivar esa mirada se han de crear en la Iglesia “espacios motivadores” (EG 77) en los que sanar las heridas que podamos tener y en las que discernir en profundidad con criterios evangélicos. “Los discípulos misioneros acompañan a los discípulos

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misioneros”. Es necesario cultivar, dice el Papa Fran-cisco, “una fraternidad mística, contemplativa, que sabe mirar la grandeza sagrada del prójimo, que sabe descubrir a Dios en cada ser humano, que sabe tolerar las molestias de la convivencia, aferrándose al amor de Dios, que sabe abrir el corazón al amor divino para bus-car la felicidad de los demás como la busca su Padre bueno” (EG 92). Los discípulos del Señor estamos lla-mados a vivir una pertenencia a la Iglesia evangelizada y evangelizadora. “La Iglesia no evangeliza, si no se deja evangelizar”.

Se ha de cultivar, por tanto, una espiritualidad misio-nera que engendre “evangelizadores con Espíritu”; evangelizadores que se abren sin temor a la acción del Espíritu Santo. “Una evangelización con espíritu es muy diferente de un conjunto de tareas vividas como una obli-gación pesada que simplemente se tolera, o se sobrelleva como algo que contradice las propias inclinaciones y de-seos. ¡Cómo quisiera encontrar las palabras para alentar una etapa evangelizadora más fervorosa, alegre, gene-rosa, audaz, llena de amor hasta el fin y de vida conta-giosa! Pero sé que ninguna motivación será suficiente si no arde en los corazones el fuego del Espíritu. En defini-tiva, una evangelización con espíritu es una evangeliza-ción con Espíritu Santo, ya que Él es el alma de la Iglesia evangelizadora” (EG 261).

Los evangelizadores con espíritu, dice Francisco, oran y trabajan. “Siempre hace falta cultivar un espacio interior que otorgue sentido cristiano al compromiso y a la actividad. La Iglesia necesita imperiosamente el pulmón de la oración” (EG 262). Urge, por tanto, recobrar un es-píritu contemplativo que nos permita redescubrir cada día que somos depositarios de un bien que humaniza, que ayuda a llevar una vida nueva (cf EG 264). Para lo-

grarlo hemos de gustar la amistad y el mensaje de Jesús y así, unidos a él, buscaremos lo que él busca y amare-mos lo que él ama.

Para ser evangelizadores con espíritu hace falta tam-bién desarrollar el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente. La misión es una pasión por Jesús, pero, al mismo tiempo, también es una pasión por el pueblo. Por eso Jesús mismo es el modelo de la opción evangelizadora que nos introduce en el corazón del pue-blo. Cuando lo hacemos, la vida siempre se nos compli-ca maravillosamente y vivimos la intensa experiencia de ser pueblo, la experiencia de pertenecer a un pueblo. Jesucristo no nos quiere príncipes que miran despecti-vamente, sino hombres y mujeres de pueblo. Se puede decir que el amor a la gente es una fuerza espiritual que facilita el encuentro pleno con Dios, hasta el punto de que, quien no ama al hermano, “camina en las tinieblas” (1 Jn 2,11), “permanece en la muerte” (1 Jn 3,14), y “no ha conocido a Dios” (1 Jn 4,8) (cf EG 268ss).

Sólo después de haber mirado desde el Evangelio, se pueden aplicar los cuatro principios sabios y prácticos que el Papa nos invita a tener en cuenta en la evangeli-zación (EG 221-237).

A. El tiempo es superior al espacio. Se refiere a la tensión bipolar entre la plenitud y el límite. Por es principio se nos invita a trabajar a largo plazo sin estar obsesionados por los resultados inmediatos, Sólo así se pueden superar las si-tuaciones difíciles y adversas. Invita, por tanto, a darle prioridad al tiempo a la hora de iniciar procesos. Se trata de privilegiar las acciones que generan dinamismos nuevos y de hacerlo sin an-siedad, pero sí con tenacidad y convicciones cla-ras. En la evangelización este principio requiere

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tener presente el horizonte, asumir los procesos posibles y el camino largo.

B. La unidad prevalece sobre el conflicto. Aun-que el conflicto no pueda ser ignorado, sin em-bargo no nos puede atrapar, porque nos hace perder la perspectiva de la unidad. No obstante, hay que tener en cuenta que eso, sin un sólido discernimiento, podría ser cobardía, podría ser apostar por el sincretismo para no tener proble-mas. No es, sin embargo, así, es la convicción de que la unidad del Espíritu armoniza todas las di-versidades. Es el deseo de superar cualquier con-flicto con una nueva y prometedora síntesis. “La diversidad es bella cuando acepta en trar constan-temente en un proceso de reconci liación, hasta se-llar una especie de pacto cultural que haga emer-ger una « diversidad reconciliada” (EG 230).

C. La realidad es más importante que la idea. Es peligroso vivir en el reino de la sola palabra, de la imagen de la idea, del sofisma. Por tanto hay que evitar diversas formas de ocultar la rea-lidad: los purismos angélicos, los totalitarismos de lo relativo, los nominalismos declaracionistas, los proyectos más formales que reales. Los fundamen-talismos ahistóricos, los eticismos sin bondad, los intelectualismos sin sabiduría. Dice el Papa que la idea desconectada de la realidad origina idea-lismos y nominalismos ineficaces. En lo que se refiere a la evangelización, este criterio ayuda a la encarnación de la Palabra y a su puesta en práctica. “El criterio de realidad, de una Palabra ya encarnada y siempre buscando encarnarse, es esencial a la evangelización. Nos lleva, por un lado, a valorar la historia de la Iglesia como histo-

ria de salvación, a recordar a nuestros santos que inculturaron el Evangelio en la vida de nuestros pueblos, a recoger la rica tradición bimilenaria de la Iglesia, sin pretender elaborar un pensamiento desconectado de ese tesoro, como si quisiéramos inventar el Evangelio. Por otro lado, este criterio nos impulsa a poner en práctica la Palabra, a rea-lizar obras de justicia y caridad en las que esa Palabra sea fecunda. No poner en práctica, no llevar a la realidad la Palabra, es edificar sobre arena, permanecer en la pura idea y degenerar en intimismos y gnosticismos que no dan fruto, que esterilizan su dinamismo” (EG 233).

D. El todo es superior a la parte. Entre la globali-zación y la localización también se produce una tensión. Por eso, hay que prestar atención a lo global, para no caer en una mezquindad cotidia-na. Sin embargo, también es necesario al mismo tiempo no perder de vista lo local, que nos hace caminar con los pies en la tierra. Las dos cosas unidas nos impiden caer en los extremos: el de vivir en un universalismo abstracto, admirando los fuegos artificiales del mundo; y el de conver-tirnos en un museo folklórico de ermitaños loca-listas, condenados a repetir siempre lo mismo, incapaces de dejarse interpelar por el diferente y de valorar la belleza que Dios derrama fuera de nuestros límites. Es por tanto necesario admitir que el todo es más que la parte y más que la mera suma de ellas. Es necesario -dice el Papa- hun-dir la raíces en la tierra fértil y en la historia del propio lugar, que es un don de Dios. Se trabaja en lo pequeño, en lo cercano, pero con una pers-pectiva más amplia. “A los cristianos, este princi-pio nos habla también de la totalidad o integridad

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del Evangelio que la Iglesia nos transmite y nos envía a predicar. Su riqueza plena incorpora a los académicos y a los obreros, a los empresarios y a los artistas, a todos. La mística popular acoge a su modo el Evangelio entero, y lo encarna en expresiones de oración, de fraternidad, de justi-cia, de lucha y de fiesta. La Buena Noticia es la alegría de un Padre que no quiere que se pierda ninguno de sus pequeñitos. Así brota la alegría en el Buen Pastor que encuentra la oveja perdida y la reintegra a su rebaño. El Evangelio es levadura que fermenta toda la masa y ciudad que brilla en lo alto del monte iluminando a todos los pueblos. El Evangelio tiene un criterio de totalidad que le es inherente: no termina de ser Buena Noticia hasta que no es anunciado a todos, hasta que no fecun-da y sana todas las dimensiones del hombre, y hasta que no integra a todos los hombres en la mesa del Reino. El todo es superior a la parte” (EG 237).

¿Te parece que lo que estás haciendo es crear un “espacio motivador” para ser evangelizadores con espíritu?

11. Me gusta porque no elude las dificultades y las resistencias para un estilo misionero y, por tanto, para una espiritualidad de misión.

Por eso el Papa Francisco apunta directamente y con extraordinario conocimiento de la situación real a al-gunas tentaciones que los agentes de pastoral han de superar, si quieren entrar de lleno, sin prejuicios y sin dificultades internas, en una auténtica espiritualidad misionera. Merece la pena que tengamos en cuenta es-tas tentaciones, porque nos pueden afectar a todos, es

más, es posible que ya nos hayan contaminado antes incluso de ir a la misión:

A) LA ACEDÍA EGOISTA que afecta a “cuantos cuidan con obsesión su tiempo personal y necesitan preservar espacios de autonomía como si una tarea evangelizado-ra fuera un veneno peligroso” (EG 83). En esa actitud están los desilusionados que viven una tristeza dulzona y sin esperanza en su corazón. Sin vencer esta auto-rreferencia no se puede salir con el corazón abierto a la evangelización. Sólo sí el corazón está ocupado con Cris-to, él nos llevará fuera de nosotros, nos llevará a dónde él quiera ir para estar.

B) EL PESIMISMO ESTERIL, que supone la conciencia de derrota que nos convierte en pesimistas quejosos. Un pesimismo que hace “profetas de calamidades” desen-cantados. “Nadie puede emprender una lucha si de an-temano no confía plenamente en el triunfo” (EG 85). Pero no hay que olvidar que el triunfo cristiano es siempre una cruz, una cruz que al mismo tiempo es bandera de victoria que se lleva con una ternura combativa ante los combates del mal.

C) EL AISLAMIENTO por el que muchos tratan de esca-par de los demás hacia la privacidad cómoda o hacia el reducido círculo de los íntimos, y renuncian al realismo de la dimensión social del Evangelio (cf EG 88). El ais-lamiento es una falsa autonomía que excluye a Dios y excluye también a los demás. Por eso, es necesario su-perar la tentación de la sospecha, la desconfianza per-manente, el temor a mezclarse, encontrarse, tomarse de la mano, apoyarse, participar en una caravana solidaria, en una santa peregrinación (cf EG 87). La solución al aislamiento siempre será una relación personal y com-prometida con Dios, que al mismo tiempo compromete con los otros. Se trata de aprender cada día a descubrir

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a Jesús en los rostros de los demás, en su voz, en sus reclamos. “También aprender a sufrir en un abrazo con Jesús crucificado cuando recibimos agresiones injustas o ingratitudes, sin cansarnos jamás de optar por la frater-nidad” (EG 91).

D) LA MUNDANIDAD ESPIRITUAL, que consiste en buscar, en lugar de la gloria de Dios, la gloria humana y el bienestar personal. A estos, Jesús nos les interesa verdaderamente, prevalece en ellos un inmanentismo antropológico, autorreferencial y prometéico. Sólo con-fían en sus propias fuerzas y se sienten superiores a otros por cumplir sus propias normas o por ser inque-brantablemente fieles a ciertos estilos católicos propios del pasado. Esta forma de mundanidad se manifiesta (1) en el cuidado ostentoso de la liturgia, de la doctrina y del prestigio de la Iglesia, pero (2) sin preocuparles de que el Evangelio tenga una verdadera inserción en el pueblo de Dios y en las necesidades concretas de la historia. En otros se manifiesta esa mundanidad en que (3) les hace ir detrás de una fascinación por mostrar conquis-tas sociales o políticas…, en una especie de funciona-lismo empresarial. Nada de esto lleva el sello de Cristo encarnado, crucificado, resucitado. Se pierde el fervor evangélico por un disfrute espurio de una autocompla-cencia egocéntrica. “¡Dios nos libre de una Iglesia mun-dana bajo ropajes espirituales o pastorales! Esta munda-nidad asfixiante se sana tomándole el gusto al aire puro del Espíritu Santo, que nos libera de estar centrados en nosotros mismos, escondidos en una apariencia religiosa vacía de Dios” (EG 97). Estos son los que frecuentemen-te caen en el pecado del “habriaqueismo”, es decir, de constituirse en maestros espirituales y pastorales que, situándose fuera, están siempre apuntando a “lo que habría que hacer”.

E) LA GUERRA ENTRE NOSOTROS. La mundanidad espiritual lleva a algunos cristianos a estar en guerra con los cristianos que se interponen en su búsqueda de poder, prestigio, placer o seguridad económica. “Me due-le tanto comprobar cómo en algunas comunidades cris-tianas, y aun entre personas consagradas, consentimos diversas formas de odio, divisiones, calumnias, difama-ciones, venganzas, celos, deseos de imponer las propias ideas a costa de cualquier cosa, y hasta persecuciones que parecen una implacable caza de brujas. ¿A quién va-mos a evangelizar con esos comportamientos?” (EG 100). A todos los cristianos del mundo, en sus respectivas co-munidades, el Santo Padre les pide un testimonio de comunión fraterna que se vuelva atractiva y resplande-ciente. Para ello invita a pedir la gracia de alegrarnos con los frutos ajenos, que son de todos.

Analizad cada una de estas tentaciones. ¿Os consi-deráis incluidos en algunas?

Conclusión

Como es natural, el Papa Francisco no se podía limitar a señalarnos las tentaciones, también nos da la fórmu-la perfecta para vencerlas, y así ponernos en sintonía con la evangelización. Lo hace con esta hermosísima re-flexión espiritual y pastoral, que también a mí me sirve de conclusión: “No se puede perseverar en una evange-lización fervorosa si uno no sigue convencido, por expe-riencia propia, de que no es lo mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo, no es lo mismo caminar con Él que caminar a tientas, no es lo mismo poder escucharlo que ignorar su Palabra, no es lo mismo poder contemplar-lo, adorarlo, descansar en Él, que no poder hacerlo. No es lo mismo tratar de construir el mundo con su Evangelio que hacerlo sólo con la propia razón. Sabemos bien que la vida con Él se vuelve mucho más plena y que con Él es

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más fácil encontrarle un sentido a todo. Por eso evange-lizamos. El verdadero misionero, que nunca deja de ser discípulo, sabe que Jesús camina con él, habla con él, respira con él, trabaja con él. Percibe a Jesús vivo con él en medio de la tarea misionera. Si uno no lo descubre a Él presente en el corazón mismo de la entrega misionera, pronto pierde el entusiasmo y deja de estar seguro de lo que transmite, le falta fuerza y pasión. Y una persona que no está convencida, entusiasmada, segura, enamorada, no convence a nadie” (EG 266).

Como no podía ser de otro modo, una Papa tan mariano nos recuerda que una espiritualidad misionera se culti-va mejor con María, que es la misionera que se acerca a nosotros para acompañarnos por la vida y abriendo los corazones a la fe con su cariño maternal (cf EG 286).

25 de Enero de 2014, Fiesta de la Conversión de San Pablo.

+ Amadeo Rodríguez MagroObispo de Plasencia

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