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María y la familia 1 CONGRESO MARIANO “LATINOAMÉRICA SIGLO XXI: RAÍCES MARIANAS” Loja 12, 13, 14 de mayo de 2010 MARÍA Y LA FAMILIA Prof. José Luis Cabria Ortega Facultad de Teología del Norte de España. Sede de Burgos Sumario: 1.- El contexto: algunos rostros del “acontecer mariano” en España 1.1. España, “tierra de María” 1.2. De Maria numquam satis 1.3. De Maria nunc est satis 1.4. Etsi Maria non daretur 1.5. María, una quaestio christiana 1.6. Ser cristianos, siendo marianos 2. Tránsito: del marco referencial mariológico a la vocación mariana de la familia 2.1. Vivencias marianas en familia 2.2. María en la familia de nuestros días 3.- A la búsqueda de la identidad de María como clave para reinterpretar la relación de María y la familia 3.1. María, mujer de familia 3.2. María y su familiaridad con Dios 4. Conclusión: Riqueza pastoral de la vinculación María-familia Anexo: Las perícopas marianas del Nuevo Testamento Uno de los objetivos de este Congreso Mariano organizado por la Universidad Técnica Particular de Loja (Ecuador) es exponer el “acontecer mariológico” del país de procedencia, así como poner de relieve “la riqueza teológica de los valores que subyacen en la fuerte y afirmada conciencia de la vocación mariana de los pueblos de Latinoamérica”. De la última cuestión relativa a la circunstancia latinoamericana, evidentemente, no me siento en condiciones de realizar una propuesta dado que mi procedencia es latinoeuropea. Del resto de los aspectos intentaré ofrecer mi percepción, que, en lugar de una reflexión genérica, tomará como perspectiva el tema asignado a mi intervención: María y la familia”. Así pues, mi ponencia tendrá dos partes: una descriptiva cuyo tema será dibujar ante Uds. a grandes líneas lo que podríamos denominar los rostros del “acontecer mariano” en España. La segunda parte, ahondará en un aspecto concreto de ese acontecer mariano: la familia. Será en torno a esta cuestión donde desarrolle la riqueza teológica de la vinculación María-familia y las potencialidades pastorales que conlleva.

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Congreso Mariano 2010

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María y la familia 1

CONGRESO MARIANO “LATINOAMÉRICA SIGLO XXI: RAÍCES MARIANAS”

Loja 12, 13, 14 de mayo de 2010

MARÍA Y LA FAMILIA

Prof. José Luis Cabria Ortega Facultad de Teología del Norte de España.

Sede de Burgos Sumario: 1.- El contexto: algunos rostros del “acontecer mariano” en España 1.1. España, “tierra de María” 1.2. De Maria numquam satis 1.3. De Maria nunc est satis

1.4. Etsi Maria non daretur 1.5. María, una quaestio christiana 1.6. Ser cristianos, siendo marianos

2. Tránsito: del marco referencial mariológico a la vocación mariana de la familia 2.1. Vivencias marianas en familia 2.2. María en la familia de nuestros días

3.- A la búsqueda de la identidad de María como clave para reinterpretar la relación de María y la familia 3.1. María, mujer de familia

3.2. María y su familiaridad con Dios 4. Conclusión: Riqueza pastoral de la vinculación María-familia Anexo: Las perícopas marianas del Nuevo Testamento

Uno de los objetivos de este Congreso Mariano organizado por la Universidad Técnica Particular de Loja (Ecuador) es exponer el “acontecer mariológico” del país de procedencia, así como poner de relieve “la riqueza teológica de los valores que subyacen en la fuerte y afirmada conciencia de la vocación mariana de los pueblos de Latinoamérica”. De la última cuestión relativa a la circunstancia latinoamericana, evidentemente, no me siento en condiciones de realizar una propuesta dado que mi procedencia es latinoeuropea. Del resto de los aspectos intentaré ofrecer mi percepción, que, en lugar de una reflexión genérica, tomará como perspectiva el tema asignado a mi intervención: “María y la familia”. Así pues, mi ponencia tendrá dos partes: una descriptiva cuyo tema será dibujar ante Uds. a grandes líneas lo que podríamos denominar los rostros del “acontecer mariano” en España. La segunda parte, ahondará en un aspecto concreto de ese acontecer mariano: la familia. Será en torno a esta cuestión donde desarrolle la riqueza teológica de la vinculación María-familia y las potencialidades pastorales que conlleva.

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1.- El contexto: algunos rostros del “acontecer mariano” en España Comienzo pidiendo disculpas por la osadía de atreverme a comenzar señalando un breve panorama del acontecer mariano en mis tierras de España. La intención no es otra que ofrecer una pincelada de brocha gorda sobre unas formas de acercamiento plural a la persona de María entre mis conciudadanos. Evidentemente, esta percepción requeriría muchos matices; no es el momento ni la pretensión de mi intervención. Tómenlo como lo que es: una aproximación muy elemental a la situación que, a mi parecer, se vive respecto de María entre muchos cristianos de nuestros días, sea visto en la perspectiva de la vivencia individual como en referencia a la vinculación de la familia con la Santísima Virgen María. Tal situación puede resultarles cercana e incluso muy conocida, pues en un mundo globalizado la vivencia religiosa también está universalizada, y lo que allende los mares es práctica puede serlo aquende estas tierras. 1.1. España, “tierra de María”

Voy a comenzar por un tópico sobre España que, en parte, es –o al menos durante muchos años ha sido- una realidad: España es el país al que Juan Pablo II en una de sus visitas apostólicas definió como “tierra de María”. Y creo no equivocarme mucho si afirmo que éste es el imaginario religioso que muchos de Uds. tienen respecto a mi tierra de origen: que España es un país muy devoto de María. A esta consideración contribuyen, al menos, algunas de las siguientes circunstancias.

En primer lugar, es conocido que la presencia en estas tierras de América de los primeros evangelizadores procedentes de España trajo consigo que, al tiempo que se anunciaba la fe cristiana, se infundiera la práctica del culto, la devoción y la intercesión a María. No sería muy aventurado afirmar, pues, que el cristianismo originario de estas tierras americanas nació con un marcado acento mariano, que hunde sus raíces tanto de las mismas fuentes de la devoción a María que se practicaba en España como, por supuesto, de la espiritualidad de las distintas órdenes religiosas que enviaron aquí, a tierra de misión, a sus hermanos. Dicha espiritualidad mariana estaba cimentada en una especial vinculación de las tierras de España a María. La nuestra es una larga historia llena de páginas brillantes –sin menoscabo de algunos excesos- de implicación a favor de la defensa de María; baste recordar, por ejemplo, cómo influyeron las iniciativas de la Iglesia, el pueblo y el clero español –sin olvidar a los reyes y poderosos- en la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción de María. En este sentido, tampoco se pueden olvidar los muchos momentos de consagración individual y colectiva a María implorando su intercesión protectora en circunstancias adveras o tiempos de enfermedad e infortunio personal o colectivo. En este contextos se enmarcan, asimismo, las grandes manifestaciones de piedad mariana con losa que se venera la memoria de María.

Otro dato que contribuye a esta consideración de España como tierra de María es la presencia en sus localidades de innumerables santuarios, ermitas, templos y catedrales dedicados a María, así como el patronazgo de María (piénsese en la advocación de la Virgen del Pilar o Covadonga, por ejemplo), a favor de las gentes de España o hispanoamérica. Es cierto que cada diócesis, casi

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me atrevería a decir cada parroquia o comunidad, por pequeña que sea, tiene en el término de su territorio o muy cerca del mismo una imagen de María a la que se honra, se peregrina o se invoca. Las tierras de España están surcadas por la presencia maternal de María, aunque en muchos casos sea ya una “presencia silenciosa” en medio de los montes, valles o cruces de caminos. A esta presencia innumerable de ermitas y santuarios se une la no menos incontable proliferación de imágenes, esculturas y cuadros pictóricos que, en no pocas ocasiones, presiden los altares de nuestras iglesias, templos y capillas. A la imagen de María en las diversas advocaciones se dirigen las miradas de quienes se acercan a rezar o simplemente visitan nuestros lugares de culto. Igualmente, el nombre de muchas de nuestras mujeres –y no pocos varones- porta una referencia mariana. En este sentido meramente “material” –aunque no sólo- podemos afirmar, cuanto menos, que España es un país muy mariano.

Esta materialidad de imágenes y denominaciones diversas (advocaciones) con las que se adorna el nombre de María, se ve acompañada también por un buen número de congregaciones y asociaciones eclesiales -ya sean nacidas por iniciativa de fundadores españoles o que, sin serlo, cuentan con amplia implantación en estas tierras- cuya titularidad lleva el nombre de María o uno de los muchos apelativos con los que popularmente se la conoce. Hay, pues, en España una fuerte presencia de movimientos y asociaciones marianas, cuya incidencia numérica no me atrevería a cuantificar, pero sí valorar en cuanto a su militancia y afán por mantener y potenciar la devoción a María. Su extensión supera las fronteras hispanas y sus ecos también llegan a muchos rincones de estas tierras latinoamericanas. Todo ello ha favorecido que se tenga una imagen mariana de España. Y ciertamente, como he señalado, la presencia de María es muy abundante y significativa en nuestra tierra española. Lo lleva en sus propias raíces históricas; historia que tal vez fue más gloriosa -mariológicamente hablando- en el pasado que en el presente.

Ahora bien, siendo verdad que existen en España estas manifestaciones espirituales de carácter marcadamente mariano, no es toda la verdad de la realidad del pueblo español ante la Virgen María. Y puesto que se trata de una radiografía del “acontecer mariológico” también debo de señalar otras actitudes más matizadas respecto al mismo que se dan en mi tierra de origen. Entre dichas actitudes no me referiré, en esta ocasión, aunque cada vez tenga más partidarios, a las posturas extremas que, desde fuera de la fe cristiana, niegan toda referencia a María que supere la condición de ser mero símbolo o reminiscencia de una tradición folclórico-religiosa que ha de ser conservada pero sólo de un modo desacralizado. 1.2. De Maria numquam satis

Dentro de esta perspectiva histórico-mariana, existe un grupo de cristianos –muchos de ellos ya de cierta edad y otros pertenecientes a grupos y asociaciones eclesiales- que viven la devoción mariana con intensidad. Me atrevería a decir que expresan con espontaneidad y euforia su devoción a la Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra. A esta manifestación entusiasta de la fe en María le

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acompañan escritos, revistas, signos externos de vinculación mariana y no pocas manifestaciones públicas de sus prácticas de piedad. Todo parece poco para alabar, exaltar, honrar, defender y cantar las glorias de María. Quizá la expresión que mejor defina esta situación de devoción mariana sea el conocido adagio latino “de Maria numquam satis” 1 (de María, nunca suficiente). Ciertamente, esta forma de manifestación cultual a María es heredera de una sensibilidad religiosa de larga tradición según la cual in Maria, cum Maria y per Mariam 2 el acceso a Jesucristo y la vivencia de la fe cristiana resultan más practicables. 1.3. De Maria nunc est satis

Como reacción a la situación anteriormente descrita de apología de la devoción a María, en la actualidad existe entre nuestros paisanos un buen número de cristianos que, muestran hastío y animadversión ante lo espectacular y folclórico de ciertas manifestaciones devocionales a la Virgen María. Este recelo más que hacia la gente sencilla, que ha participado siempre de esta exhibición de piedad movidos por la verdad y la autenticidad de una herencia asumida acrítica y sinceramente, se extiende hacia los nuevos propulsores –y fieles seguidores- de nuevas formas de piedad marina, que no tienen de nuevo más que el actualizar y poner de moda maneras de épocas pasadas, sin ningún tipo de revisión ni valoración ponderada. Hay una especie de cansancio ante lo que consideran un hartazgo de presencia mariana en la vida cristiana, de sus formas y su literatura, de sus expresiones emocionales y masificadoras. Se consideran saturados por lo que juzgan como excesos colindantes con la “mariolatría” (exceso devocional donde María ocupa en el sentir religioso el lugar correspondiente a Dios y a Cristo). Si se permite la expresión, haciendo un juego de palabras con el adagio latino antes citado, esta situación se describiría con el enunciado “de Maria nunc est satis” (de María, ahora hay suficiente) 3.

Convendría no echar en olvido que esta postura se presenta muy susceptible de convertirse en otra actitud menos tolerante, puesto que se tiñe de tintes que podríamos denominar “antimarianos”, ya que pasa del hastío mariológico a la beligerancia contra lo relacionado con las manifestaciones marianas.

1.4. Etsi Maria non daretur

1 La fórmula como tal aparece por primer vez en el libro de san Luigi Maria de Montfort,

Trattato della vera devozione a Maria, escrito hacia 1712, encontrado en 1842 y publicado por primer vez en 1843.

2 La fórumula “A Cristo por María” la encontramos también en el magisterio: “Ad Iesum per Mariam” (Pío XII, Carta al Director del Secretariado General de las Congregaciones Marianas (año 1949), en H. Marín, 784); “Per Mariam ad Iesum” (Pablo VI, Exhortación apostólica Signum magnum (13-5-1967) 2: AAS 59 (1967) 471. También se ha desarrollado en la espiritualidad cristiana la formulación inversa de este dicho: “A María por Cristo” (Ad Mariam per Iesum). Un estudio de esta doble formulación en A. MOLINA PRIETO, A Cristo por María y a María por Cristo. Análisis de dos fórmulas complementarias, “Estudios Marianos” 64 (1998) 621-635.

3 El juego de palabras es más claro en la lengua latina cuando se comparan los dos adagios: De Maria numquam satis, y De Maria nunc est satis.

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En línea con la situación de “cansancio mariano” descrita anteriormente, pero llevada a su radicalidad, existe también un buen número de creyentes que se mantienen al margen, desde una relativa indiferencia ante María y las devociones que suscita. Hay una despreocupación y desinterés por el tema. Y lo que es más significativo, consideran que para el día a día de la vivencia de la fe, María no resulta necesaria, más allá de su valor simbólico y testimonial de un cristianismo realizado. María, adornada por la santidad de vida, la plenitud de la gracia y los “privilegios” que acompañan su maternidad, se presenta muy alejada de la cotidianidad más inmediata, distante de la realidad concreta del actuar cristiano. María es admirable, pero está demasiado por encima del humano acontecer. María es inalcanzable y sólo es parcialmente imitable en sus virtudes. No se acaba de descubrir el valor existencial de María para la fe cristiana. Y de hecho, comprueban, se puede vivir la fe, dentro de una opción cristiana aceptable4, como si María no existiera (“etsi Maria non daretur”).

Aunque pueda sorprender, en esta postura despreocupada ante la cuestión mariana se instalan muchos de nuestros jóvenes –y no tan jóvenes- que buscan con autenticidad un compromiso de su fe. Falta una “mariología existencial” que se muestre creíble y significativa, que desvele la imprescindibilidad de un cristianismo que deba ser mariano, pues sin María éste se resentiría5.

1.5. María, una quaestio christiana Tal vez la postura ante María descrita más arriba tenga su explicación en

una situación que preocupa, y mucho, a los animadores y pastores de la comunidad eclesial: la actual falta de formación religiosa y la escasísima preparación teológica de muchos de nuestros cristianos. Se ignoran o/y se confunden afirmaciones elementales de la verdad cristiana sobre la identidad de María según nuestra fe. Se menosprecia el contenido de los dogmas marianos y

4 En algunos casos, justificada pastoralmente por la conveniencia ecuménica de no reivindicar a María; en alusión a la pasada consideración de María como “martillo de herejes”.

5 “Sin María la cristología se resentiría (maternidad virginal, encarnación y kénosis); la escatología permanecería en el horizonte de la esperanza por realizar (asunción); la antropología teológica perdería el firme referente de la historia personal de María que muestra que ni todo en el hombre está corrompido ni él se salva a sí mismo pues nos precede y acompaña siempre la Gracia/Don de Dios (la llena de gracia, la inmaculada, la kecaritwme,nh: Lc 1,29); la creación se privaría de un paradigma concreto y muy humano del actuar hermoso del Dios trinitario (tota pulchra, nueva Eva); la Iglesia estaría incompleta sin ella, que es —según palabras del Concilio Vaticano II- “tipo” (LG 63, 65), “miembro sobreeminente y del todo singular” (LG 53), “icono escatológico” (SC 103), “imagen y primicia” (LG 68), y también “madre de sus miembros” (LG 53) (mater ecclesiae) 5; la fe como entrega y compromiso vital y oblativo de todo creyente en respuesta a la palabra y manifestación de Dios quedaría sin su mejor modelo de oyente y creyente (pisteu,sasa: Lc 1,45, la creyente), incluso, me atrevería a añadir en este contexto, que la esencia del quehacer “teológico” en cuanto escucha y meditación del contenido de la fe (auditus fidei et intellectus fidei) también se quedaría sin la memoria de la primera que respecto al actuar de Dios manifestado en Jesús no sólo escucha, sino que guarda “meditando” (sumba,llousa) “en su corazón” (Lc 2,19.51). En definitiva, sin María estaríamos en el tiempo de las promesas, en el ámbito de las posibilidades por concretar; con ella afirmamos ya realizada y efectiva la salvación llevada a cabo por Cristo en favor de todos los hombres” (J. L. CABRIA ORTEGA, María oyente de la Palabra de Dios, Monte Carmelo, Burgos 2009, 24-25).

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se les tilda en ocasiones de “excesos” irracionales en nombre un racionalismo que propugna a la razón como único criterio para discernir la verdad. Lo cual, de paso, supone todo un ataque en la línea de flotación del conocimiento por fe y asentimiento a la Revelación. Desde la puesta en entredicho de las afirmaciones marianas se pone en cuestión la misma raíz del conocimiento cristiano. Se propugna un reduccionismo teológico y una secularización epistemológica de la fe. María más que una cuestión en sí misma, se convierte en una cuestión sobre el ser mismo del cristianismo. Los desconocimientos sobre María son expresión de una ignorancia sobre la verdad cristiana y sus fundamentos.

En esta misma línea, también se pone en cuestión la autoridad de la Iglesia para enseñar magisterialmente la doctrina cristiana. Hay una desafección al magisterio eclesial, más aún, éste se pone en entredicho. Por eso, señalo que en el fondo lo que pone de manifiesto la cuestión mariana es la cuestión cristiana.

En consecuencia, estas “ignorancias” marianas y desafecciones teológico-magisteriales llevan a una cierta “vulnerabilidad” en la formación teológico-mariana desde otros ámbitos de conocimiento que hoy gozan de relevancia social y están marcados por un resabio de esoterismo. Así, por ejemplo, no es extraño encontrarse con cristianos que aceptan, sin excesiva crítica, la consideración mitológica de María y dan más credibilidad a una visión mítica de la figura de María que a lo que se nos ha trasmitido de generación en generación sobre su persona y verdad teológica. En esta misma clave se entiendo que existan preguntas sobre María, para las cuales no se aceptan respuestas fundadas en la revelación, la tradición, el debate y la evolución del conocimiento teológico, sino que se basan en argumentos supuestamente más científicos, que no pasan de ser, en realidad, desarrollos teóricos de presupuestos anticipados6.

1.6. Ser cristianos, siendo marianos Me gustaría concluir este rastreo mariológico con una referencia positiva y

esperanzada a un planteamiento mariano que potencie la verdadera devoción a María y fundamente nuestro acontecer cristiano. Una propuesta tal, también cuenta con sus seguidores.

Desde el interés –o la curiosidad- que suscita la presencia de María en la fe y la vida de la Iglesia, creo no equivocarme si afirmo que también existe dentro de las fronteras de España, quienes han tomado conciencia de que es urgente una mariología existencial que se fundamente en las fuentes de la Revelación y garantice un recto culto a María. Por ello no faltan entre nosotros quienes se preguntan qué dice la Biblia realmente de María, qué nos enseña la

6 Sirvan de ejemplo algunas de las siguientes cuestiones: ¿Cómo es posible que en María se realice realmente y a un tiempo maternidad y virginidad? ¿No es una contradicción in terminis una maternidad virginal? ¿No encierra esta afirmación ciertas resonancias míticas de otras tradiciones contemporáneas? Respecto a los otros dogmas: ¿Puede haber algún tipo de verificación, más allá de la mera especulación o creencia, de la condición inmaculada de la concepción de María? ¿No es este dogma una reformulación de la mitología previa? Respecto al dogma de la Asunción, ¿cómo entender que el cuerpo de María esté “en el cielo”?, ¿no estaremos ante una excesiva “materialización” de la “gloria celestial” que habría de ser, por definición, espiritual? ¿Dónde está ese lugar de reposo del cuerpo? ¿Se identifica con alguno de los lugares celestes de las mitologías conocidas?...

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larga historia de espiritualidad y liturgia mariana, qué es lo que se ha decantado tras los apasionantes debates mariológicos del pasado, qué ha enseñado el Concilio Vaticano II sobre María y cuál ha sido su aportación referencial para el significado de María en la vida y la fe de la Iglesia… Interpretando el sentir de los Padres conciliares al respecto el Papa Pablo VI sostuvo que “el conocimiento de la verdadera doctrina católica sobre María será siempre la llave de la exacta comprensión del misterio de Cristo y de la Iglesia”7. Posteriormente con ocasión de una visita al santuario de Nuestra Señora de Bonaria (el 24 de abril de 1970) Pablo VI afirmó: “Si queremos ser cristianos, debemos de ser marianos, es decir, debemos reconocer la relación esencial, vital, providencial que une a la Virgen con Jesús, y que nos abre la vía que a Él conduce”8. Dicho de otro modo, en María, la vida cristiana encuentra un referente de “verificación”, pues en ella y con ella afirmamos que la promesa de la salvación llevada a cabo por Cristo en favor de todos los hombres ya se ha realizado, no es mera utopía o posibilidad a concretar. María da razón de la veracidad y la realidad de la misma. Vivir un cristianismo siendo marianos implica vivir envueltos en un ámbito firme de realidad salvífica e intercesión materna a su favor. Es lo que quiere “exterioriza” la Iglesia cuando incluye en su celebración litúrgica las diferentes solemnidades, fiestas y conmemoraciones marianas9: lex orandi, lex credendi. 2. Tránsito: del marco referencial mariológico a la vocación mariana de la familia Este primer momento de teorización valorativa sobre el acontecer mariano en España, y por ende en Europa -y quizá en también, mutatis mutandis, en Latinoamérica-, ha dado como resultado un panorama de pluralidad y diversidad tanto en la consideración de María como en la vivencia de la relación personal y comunitaria con ella. En esta situación no resulta fácil aventurar, razonadamente, un juicio global sobre la riqueza teológica que encierra dicha vinculación mariana. Me parece que resultará más sencillo abandonar esta pretensión global en favor de la concreción. Es lo que pretendo realizar en la segunda parte de mi

7 PABLO VI, Discurso en la sesión de clausura de la tercera etapa conciliar (21 de

noviembre de 1964), nº 23, en CONCILIO VATICANO II, Constituciones, Decretos, Declaraciones, BAC, Madrid 19707, 1077. Original latino en AAS 56 (1964) 1015.

8 Cf. AAS 62 (1970) 300-301. 9 Según el actual Calendario Romano, las celebraciones litúrgicas marianas se clasifican de

la siguiente manera: 1) cuatro solemnidades: Santa María, Madre de Dios (1 de enero), Aanunción del Señor (25 de marzo), Asunción de la Virgen María (15 de agosto), Inmaculada Concepción (8 de diciembre); 2) tres fiestas: Presentación del Señor (2 de febrero), Visitación de la Virgen María (31 de mayo), Natividad de la santísisma Virgen María (8 de septiembre); 3) cuatro memorias obligatorias: Santa María Virgen, Reina (22 de agosto), Nuestra Señora, la Virgen de los Dolores (15 de septiembre), Nuestrs Señora, la Virgen del Rosario (7 de octubre), Presentación de la santísima Virgen María (21 de noviembre); 4) cuatro memorias facultativas: Nuestra Señora de Lourdes (11 de febrero), Inmaculado Corazón de la Virgen María (sábado después de la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús), Nuestra Señora del Carmen (16 de julio), Dedicación de la Basílica de Santa María la Mayor (5 de agosto). A estas celebraciones se unen las de los Calendarios particulares donde se recogen las fiestas marianas propias de las iglesias locales.

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ponencia: analizar la raíz-vocación mariana de la familia como una expresión de la auténtica vocación del ser cristiano. Y para partir de lo concreto nada mejor que uno mismo, que al fin y al cabo es lo más concreto que tenemos cerca. Y mi experiencia personal, sin que sea modelo ni paradigma de nada, puede poner de manifiesto la necesidad de profundizar en lo mariano de la existencia.

2.1. Vivencias marianas en familia Cuando era niño, en una zona rural de la provincia de Burgos (España) viví en un ambiente donde se palpaba la presencia de María en lo cotidiano de los días. Por las tardes, con mi abuela, mi madre, mis hermanas, mis tías y alguna que otra vecina, rezábamos el santo rosario. A quien le correspondía el turno de dirigir los misterios y rezar las letanías también le competía marcar el ritmo de las Avemarías, lo cual daba pie para juegos y despistes en el rezo, más mecánico que interiorizado. Hoy, años después, mis sobrinos y lo hijos de mis primos –que en algún tiempo sí lo hicieron- ya no saben rezar el rosario. Hasta que murió mi abuela todos los días se rezaba en su casa el rosario. Hoy mi madre sigue rezando el rosario todos los días, la mayor parte de ellos acompañada de una cinta de casette magníficamente grabada con textos, música y unas voces a coro que le acompañan recitando las oraciones. Ya no existe en mi familia –salvo excepciones- la práctica de invocar a María en familia y como familia. Algo ha cambiado en la praxis de la devoción mariana concreta, individual y familiar. Durante los años de mi escuela infantil se festejaba con especial predilección los días de la novena a la Inmaculada, el mes de mayo, el día de la madre. Eran días en los que los niños hacíamos partícipes a los demás miembros de la familia de estas prácticas de piedad mariana, y al amparo de las devociones a María, se iban inculcando las buenas costumbres de las virtudes marianas a imitar en la familia. Por lo que hoy veo en mis conocidos más pequeños, de aquellas actuaciones ha quedado poco más que el día de la madre, más vinculado a fomentar el aspecto filial (con no pocos intereses económicos en el ámbito social) que el mariano. Y salvo algunos colegios confesionales donde María sigue estando como modelo, en la mayoría de los centros educativos se pugna por excluir toda referencia religiosa, y cuánto más la mariana. En mi adolescencia hasta bien entrada la juventud teníamos la costumbre de visitar la ermita dedicada a la Virgen de Zorita. Dista tres kilómetros de Melgar de Fernamental, mi pueblo natal. En verano, además, hacíamos la novena a la Virgen. A veces en familia, en ocasiones en grupo de amigos. En dicha práctica nos encontrábamos con otras familias que también hacían lo mismo. Hoy simplemente se va de paseo hasta Zorita. Algunos ni siquiera entran en la ermita. Es un paseo muy sano, no una peregrinación mariana. Aunque, ciertamente, todavía sigue habiendo mucha gente que transita dicho camino con intención de pedir a la madre de Zorita que interceda por los suyos. Encender una velita en la capilla de la Virgen es el modo más expresivo de mostrar su devoción y confianza, también el modo de colocar a los pies de María la presencia de toda su familia, en especial las necesidades (por eso, por ejemplo, no hay enfermedad

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de un ser querido que no mueva a algún familiar a invocar su salud a la Virgen de Zorita). Podría seguir llenando de anécdotas sencillas esta reflexión, pero todas ellas llevarían a la misma conclusión: en la actualidad se ha resentido sensiblemente –en casos, hasta desaparecer- la presencia de María en la vida de las familias cristianas. Las prácticas devocionales marianas llenaban las horas del día y salpicaban los meses del año: ofrecimiento de obras en la mañana, rezo del ángelus a mediodía, el rosario por la tarde, visita y flores a María en cualquier hora y sobre todo en el mes de mayo –mes de las flores a María-, o en el mes de octubre –mes del rosario- o durante las novenas a la Inmaculada o a la advocación mariana de la patrona. María formaba parte de lo natural de la vida familiar. A ella se llegaba en busca de protección, a ella se elevaban confiadamente las súplicas en cualquier necesidad personal o familiar, a ella se acudía en señal de acción de gracias al final de la recolección de la cosecha,… María y la Sagrada Familia de Nazaret eran el modelo de toda madre y de toda familia que se viera envuelta en el ambiente de piedad popular como expresión de su religiosidad. En el fondo de esta situación –ya lejana en el tiempo- subyace una visión desproblematizada de María donde se acepta con total naturalidad y sin cuestionamientos tanto la maternidad espiritual de María sobre todos los cristianos –y la familia en particular-, como la ejemplaridad de María en las virtudes y en el sentido de la existencia familiar. Imitar el modelo de Nazaret, era la meta de la familia cristiana. Si el fundamento de la familia está en la relación interpersonal de amor, el amor de la familia de Nazaret aparecía como prototipo ejemplar. Hoy las cosas ya no son así. Algo ha cambiado. No podemos quedarnos en la nostalgia de tiempos pasados, pero sí podemos analizar más en detalle la nueva situación de María en la familia de hoy.

2.2. María en la familia de nuestros días Vivimos nuevos tiempos. Ha habido una ruptura del modelo tradicional de familia: se han cambiado los roles familiares, las nuevas generaciones se han emancipado, se ha roto la unidad familiar en nombre de la diversificación laboral, el modelo monógamo ha dejado paso a una proliferación de poligamias sucesivas, a parejas de hecho y desechos de parejas, a realidades unipersonales fruto de divorcios y a uniones multiparentales resultado de nuevas parejas previamente con hijos, se han cambiado los fines del matrimonio que son formar una comunidad de vida y amor por otras visiones que abogan por ser una comunidad sólo de amor y no de vida, o una comunidad donde sólo se vive, pero no hay amor, incluso se pretende por imperativo legal denominar matrimonio o familia a la unión de personas del mismo sexo, cuando por definición la familia es la unión estable y socialmente instituida a través del matrimonio de un hombre y una mujer (esposo, cónyuges) junto con sus hijos…

La familia, asimismo, se ha visto afectada por todas las influencias de los cambios en la escala de valores que ha padecido toda la sociedad (individualismo,

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relativismo, hedonismo, materialismo, economicismo, colectivismo masivo y deshumanizado, egoísmo, injusticia social…).

En consecuencia, hoy no podemos hablar de un único modelo de familia; este concepto ha entrado en crisis: junto al modelo tradicional existen nuevas formas de convivencia y cohabitación. La situación se presenta como un reto social y, para la Iglesia, un desafío pastoral.

La sociología de la familia ha cambiado, cierto, pero no todo es cuestión sociológica. En el cambio del modelo familiar ha influido también la transformación que se ha producido en la religiosidad y los modos de cómo es vivida. En este sentido, asistimos a tiempos en los cuales se ha minusvalorado la trascendencia de Dios bien tratando de relegarlo definitvamente bien difuminado su contorno personal en un mundo cada vez más considerado en su inmanencia; se ha resquebrajado la verticalidad de la relación Dios-hombre en nombre de un horizontalismo meramente antropológico; se han puesto en entredicho las mediaciones en la vivencia religiosa; se han menospreciado los modelos de referencia; se han relativizado los compromisos éticos, solidario y caritativos; se ha recluido la expresión religiosa a la intimidad de lo privado despejando lo público de toda presencia trascendente,… Ha sido todo un cambio en la concepción religiosa o, mejor, en el ejercicio de la religiosidad y la espiritualidad aneja. De ahí que la familia cristiana haya visto ensombrecerse alguno de sus pilares fundamentales: se ha perdido la fe como fundamento de la vinculación definitiva en el amor; se han reducido los “espacios antropológicos” comunes de la vida familiar donde no sólo se co-residía o vivía la comensalidad, sino donde se celebraba la vida y la muerte, se compartían las alegrías y las penas, se propiciab el encuentro y la apertura a los demás, o donde también era posible hacer realidad su condición de iglesia doméstica (trasmitir el gozo de creer, orar y celebrar el culto a Dios, fomentar el compromiso y la caridad). Dentro de este contexto más amplio de cambio en el modelo sociológico y espiritual, quizá podamos entender mejor cómo y por qué ha cambiado la relación familia-María, ya que esta relación se enmarcaba en una religiosidad fundamentada en la vinculación existencial del hombre con Dios desde la respuesta en fe a la llamada sentida en todos los acontecimientos de la creación, la historia y la interioridad personal. Dicha experiencia de religación humano-divina encotraba en María el paradigma de su realización y en ella contemplaba y sentía la cercanía de quien ha pasado por las mismas experiencias humana familiares y ha sido elevada a la gloria celeste, a la presencia eterna de Dios, desde donde no deja de ejercer para nosotros su maternal intercesión, tal como era su condición ejercida en su condición espacio-temporal. Esta espiritualidad mariana se fundamenta, evidentemente, en una visión abierta del ser religioso del hombre, en un reconocimiento de la cercanía e intromisión de Dios en nuestra historia, y en una asunción definitiva de lo humano por parte de Dios en Cristo por María. Hoy este referente, asumido de un modo incuestionado en el pasado, ha entrado en crisis. Si antes afirmaba que la referencia de la familia con María se fundamentaba en una mariología desproblematizada, la creciente desvinculación de María y la familia se basa, además de en la crisis teologal y cristiana de la

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familia, en una visión problemática de María, la cual hace difícil la conciliación de ambas, poniendo en cuestión la misma condición de modelo referencial de María para la familia. Se critica una cierta visión reduccionista de María (la mujer de casa, sometida, obediente, meramente receptiva y pasiva, sininiciativa ni libertad…) que contrasta con el ideal actual de la mujer y su función en la familia actual. Tal vez hubiera que matizar el sentido excesivamente ideologizado de esta visión de la persona de María, la cual más que retratada queda así caricaturizada. Igualmente son cuestionados otros aspectos relacionados con el sentido teológico de las afirmaciones marianas sobre la maternidad espiritual y la mediación de María en la consecución de la gracia, así como todas las cuestiones relacionadas con la consideración exclusivamente simbólica de María. En fin, como se ve, en no muchos años hemos pasado de una situación de normalidad cotidiana de María en la vida de la familia a un estado de desapego y cuestionamiento. ¿Qué hacer, pues?

Contra la tozudez del hecho de que la relación María-familia no pasa por sus mejores momentos, no vale el consuelo del argumento confortador de que todo se debe al cambio estructural, sociológico y religioso al que la familia se ve sometida en la actualidad. Habrá que afrontar, y además directamente –ese es nuestro tema en este momento- la cuestión mariana con el fin de verificar la permanente validez de su vinculación con la familia. En otras palabras, se tratará no sólo de revisar críticamente la idea de María que subyace en determinados planteamientos de incompatibilidad de María con la actual situación de la mujer -y por ende de la familia a ella asociada- con el fin de despejar posibles errores hermenéuticos, sino de acercarnos a la auténtica María de Nazaret, la María del Evangelio y de nuestra fe. Se tratará de mostrar el verdadero perfil teologal relacional de María con el fin de mostrar su identidad, su misión y su ámbito de incidencia eclesial y referencia familiar. Es el tema de nuestro siguiente apartado.

3.- A la búsqueda de la identidad de María como clave para reinterpretar la relación de María y la familia La fuente principal para conocer a María es el texto sagrado recogido en el canon de la Iglesia, principalmente los evangelios (cf. ver anexo)10. A ello se unen los evangelios apócrifos, que ofrecen algunos datos significativos. Acudir a la fuente de la revelación nos permitirá pergeñar el perfil de María. No es el caso de desplegar aquí una mariología bíblica en su totalidad, sino destacar aquellos aspectos relacionados con el tema que nos ocupa: la familia y María. Por eso limitaré mi exposición a dos momentos: primero a mostrar los datos de la familia de María y su vida familia, y segundo profundizar en el retrato teologal de María como fundamento de su identidad y de su actuar (incluido su condición familiar).

3.1. María, mujer de familia

10 En un anexo al final del texto se ofrece un cuadro sinóptico de las referencias neotestamentarias sobre María con un breve apunte hermenéutico. De este modo se pueden situar los textos en su contexto y se evita la proliferación de citas innecesarias.

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No son muchos los datos que nos proporcionan los evangelios sobre la “biografía” de María en su aspecto familiar. No obstante, María sí aparece retratada en el plano meramente histórico como hija, esposa y madre.

María es hija de Joaquín y Ana (dato que conocemos por el apócrifo protoevangelio de Santiago). Desconocemos los detalles de la vinculación filial con sus padres, pero la podemos situar dentro de la lógica obediencial de la praxis de la época. De hecho, sus padres prepararían los desposorios de la hija, en cuyo contexto aparece por primera vez María en los evangelios canónicos (Lc 1,26-38). María es retratada por el evangelista Lucas como aquella joven que es capaz de tomar personalmente decisiones difíciles y de hondo caldo como era el seguir adelante con su embarazo. Nos podemos imaginar, o al menos sospechar, lo que para su familia supondría esto, dada su condición de hija ya prometida en matrimonio.

María está prometida y luego se desposa con José, de la estirpe de David (Mt 1,16.18; Lc 1, 27). Si algo se pone de manifiesto en los relatos evangélicos es la particular y delicada relación de María esposa de José, especialmente en la acogida en su casa (Mt 1,22), en el cuidado, en el respeto, en la preocupación, en el compartir sufrimientos, en el convivir sereno, en la educación del hijo… (Mt 1,16.1-24; 2,13-15. 19-22. 23; Lc 1,27; 2,4-7. 22-27. 41-51). Los tres, Jesús, María y José forman la Sagrada Familia de Nazaret11. La fe de la Iglesia ha descrito esta particular relación de José y María con el concepto de “matrimonio virginal”. Aceptando vivir este “matrimonio virginal” María integra los dos aspectos que, como modo de respuesta a la vocación divina, parecen excluirse: virginidad y matrimonio12. Por ello María puede ser modelo tanto para los célibes como para los esposos.

Indiscutible es en María su condición de madre. Ella es la madre de Jesús (Jn 2,1; Hch 1,14). Su título “honorífico” es el madre, así es denominada reiteradamente por los textos neotestamentarios, sea empleando el sustantivo “madre” (Mc 3,31.32 ; Mt 1,18 ; 2,11.13.14.22.21 ; 12,46.47 ; 13,55 ; Lc 2,33.34.48.51; 8,19-20; Jn 2,3.5; 6,42; 19,25.26.27), sea especificando que ella es “la madre de Jesús” (Hch 1,14; Jn 2,1), o también “la madre del Señor” (Lc 1,43). La vinculación materna de María con su hijo configurará toda su existencia. Los evangelistas han dado noticia del comienzo de su maternidad extraordinaria por obra del Espíritu Santo señalando que la suya fue una “concepción virginal” (Mt 1,18-25; Lc 1,30-35.38; Jn 1,13). Igualmente nos han dejado referencias de su

11 La literatura sobre la Sagrada familia es muy abundante. Remito sólo a un estudio amplio

y rico en las referencias bibliográficas más significativas sobre este tema: J.M BLANQUET, La sagrada familia, icono de la Trinidad, Imprimeix, Barcelona 1996.

12 Véase la explicación de Santo Tomás cuando refiere que el matrimonio de José y María fue verdadero pues alcanzó las perfecciones del matrimonio en lo que se refiere a la unión indivisible de los espíritus de los esposos (unión conyugal, no unión sexual), y a la educación de la prole, no a la generación sexual de ella (cf. Suma Theologica III, q.29,a2). Para un estudio detallado del significado del matrimonio de María y José véase J.M BLANQUET, La sagrada familia, icono de la Trinidad, Imprimeix, Barcelona 1996, 169-201. L. BOFF, San José, Padre de Jesús en una sociedad sin padre, Sal Terrae, Santander 2007, 32-42, 45-51. F. CANALS VIDAL, San José, Patriarca del Pueblo de Dios, Centro de investigaciones Josefina, Valladolid 1982, 189-228

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preocupación y cuidado, junto con su esposo José, por el niño Jesús en su infancia (Lc 2,22-40.41-52). No faltan, aunque mucho más breves, ecos del seguimiento y presencia de María en momento puntuales de la vida pública de su hijo (Jn 2,1-12; Mc 3,20-21.31-35; Mt 12, 46-50; 13,53-58; Lc 8,19-24; 11,27-28). Aunque por alguno de ellos, María descubrirá que para Jesús y el Reino por el predicado la verdadera familia no es la de la carne y sangre, ya dada en el inicio, sino la de la fe, la de los que “oyen la palabra de Dios y la cumplen” (Lc 8, 21. Cf. Lc 11,28). Lo cual no obsta para que ella sea contada entre los familiares de Jesús, pues escuchó y obedeció la voluntad de Dios como nadie antes; ahí está el testimonio de su vinculante compromiso ratificado con el “he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). El evangelista Juan, por su parte, hace constar la presencia dolorosa de María al pie de la cruz de su hijo, destando en la misma escena la nueva relación familiar que se establece con el “discípulo amado” de Jesús (Jn 19,25-27). Por su parte Lucas en el libro de Hechos de los apóstoles da noticia de la especial relación de familiaridad de María con los seguidores de su hijo, en medio de los cuales persevera en la oración (1,14). En definitiva, María mantiene una singular situación de relación con su hijo Jesús, del cual es “madre” y al mismo tiempo “discípula”13.

Además de la triple vinculación familiar de hija, esposa y madre, también tenermos referencias de otros parientes de María, sin que se aclare más su relación familiar concreta: su pariente Isabel, esposa de Zacarías y madre de Juan el bautista (Lc 1,56), y una de las mujeres que le acompañan en el monte Calvario que es denominada por Juan como “la hermana de su madre” (Jn 19,25). En lo que respecta al conocimiento de la vida familiar de María en los detalles más precisos hemos de acudir a las referencias que nos ofrecen los estudios histórico-críticos de la vida del Israel de aquellos años, donde la mujer desempeñaba funciones familiares de atención hogareña con escasísima relevancia social. No es difícil deducir que María participaba de esta misma condición.

Los escasos datos con los que contamos para dar cuenta de la vida familiar de María permiten concluir, no obstante, lo siguiente: María vivió la cotidianidad

13 Este titulo de discípula aplicado a María es relativamente reciente, y sus implicaciones

teológicas y pastorales son importantes. Remito a la siguiente bibliografía para profundizar en su significado: M. BUVINIC, La mariología a la luz de Aparecida, “Anales de Teología dela Universidad Católica de la Santísima Concepción” 11 (2009) 7-22. S. DE FIORES, María, madre y discípula, formadora de los discípulos y misionerso de Jesucristo en la teología postconciliar, en CELAM, María, madre de discípulos. Encuentro continental de Pastoral Mariana y Congreso Teológico Pastoral-Mariano, Ed. CELAM, Bogotá 2007, 11-67. ID., Discepola, en ID., Maria. Novisimo Dizionario, I, EDB, Bologna 2006, 487-543. M. BORDONI, Maria madre e sorella in cammino di fede, “Theotokos” 2 (1994) 377-391. A.M. CALERO, María: de “Madre” a “discípula”, “Estudios Marianos” 64 (1998) 415-453. J. R. GARCÍA MURGA, María, prototipo y sacramento de la humanidad nueva por su actitud de acogida, “Ephemerides Mariologicae” 49 (1999) 401-436. J.C.R. GARCÍA PAREDES, María en la comunidad del Reino. Síntesis de mariología, Publicaciones Claretianas, Madrid 1988, 164-181. ID., María, primera discípula y seguidora de Jesús, “Ephemerides Mariologicae” 47 (1997) 35-55. I. GÓMEZ-ACEBO, Madre y discípula del Señor, “Sal Terrae” 87 (1999) 705-715. A. MARTÍNEZ SIERRA, María, Discípula del Señor, “Estudios Marianos” 63 (1997) 203-217. G.M. MASCIARELLI, La discepola. Maria di Nazaret beata perché ha creduto, Editrice Vaticana, Città del Vaticano 2001.

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de la vida familiar. La familia y el entramado familiar es el ámbito donde se desarrolla su existencia; María fue una mujer de familia, que experimentó además de otros parentescos la condición de hija, esposa y madre. La vivencia intensa de esta triple condición fue marcando paulatinamente la normalidad de su vida sencilla en Nazaret. María vive en familia, crea familia, es familia. Nada de la familia, por eso, le es ajeno: ella pasó alegrías y sinsabores, entusiasmos y sufrimientos, esperanzas y angustias, consuelos y desasosiegos. La familia forma y conforma su vida; en la familia desarrolla su condición personal, vive y crece como persona. María fue siempre mujer familiar. Y lo fue aún cuando su familia natural desapareciera. Entonces ella vive una nueva familiaridad con los discípulos de su hijo Jesús. Los seguidores de Jesús tienen en María un miembro más de su propia familia, ella pasa a formar parte de la “casa” de los discípulos que la acogen. El discípulo amado14 -según cuenta el evangelista Juan- “la acogió en su casa” o “entre sus cosas” (como prefieren traducir algunos el original griego “eivj ta. i;dia”) (Jn 19,27). Lo que el evangelista quiere señalar es que María forma parte de lo más familiar e íntimo de los discípulos de su hijo. En esta escena al pie de la cruz, la tradición cristiana ha visto un especial momento de revelación: la nueva maternidad de María, que desde ahora es espiritual y universal. En efecto, podríamos decir que en esta situación, al igual que lo acontecido años atrás, María recibe el anuncio de asumir de nuevo la maternidad; entonces fue la maternidad física del Hijo de Dios, ahora la maternidad espiritual de los discípulos de su hijo. Es la misma maternidad que aquí se hace universal: los discípulos de su hijo son ahora también sus hijos. Y esta maternidad continúa hasta nuestros días: ella, asociada a su hijo, es la madre una familia numerosa que es la Iglesia, ella es la “mater ecclesiae” 15 (madre de la Iglesia).

3.2. María y su familiaridad con Dios Más allá de los datos biográficos sobre María y el perfil familiar que ellos

ofrecen, interesa ahondar en el retrato teologal al respecto que de María ofrecen los evangelios16. La pregunta es sencilla: ¿cuál es el secreto de María? ¿Qué

14 El “discípulo amado” —(al que muchos identifican excesivamente rápido con Juan, y otros

prefieren considerarlo como la representación ideal del “verdadero” discípulo de Jesús, del verdadero cristiano)— aparece explícitamente en cinco ocasiones en el evangelio de Juan: 13,23 (pecho sobre Jesús en la última cena). 19,26 (al pie de la cruz). 20,2.3.8 (corriendo al sepulcro con Pedro tras ser avisado por la Magdalena). 21,7 (aparición en Tiberíades). 21,20 (diálogo de Jesús con Pedro, y alusión al discípulo amado). Además aparece implícitamente en: 1,40 (¿el discípulo no nombrado?). 18,15 (Pedro y otro discípulo en casa del sumo sacerdote). 19,35 (testimonio de la lanzada en costado). 21,24 (final del evangelio: este discípulo da testimonio…).

15 El título María “Mater Ecclesiae” no se incluyó en los textos conciliares, fue el Papa Pablo VI quien al concluir la tercera fase conciliar, el 21 de noviembre de 1964, proclamó: “Para gloria de la Virgen y para consuelo nuestro, proclamamos a María santísima madre de la Iglesia, es decir, de todo el pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los pastores..., y queremos que con este suavísimo título sea todavía más honrada e invocada la Virgen en adelante por el pueblo cristiano” (AAS 56 (1964) 1015).

16 En un intento de ofrecer un perfil de María a la luz de los nombres y apelativos que ella recibe en el Nuevo Testamento escribí el siguiente párrafo: “El retrato teologal de María (Mari,a), según los Evangelios, es el de aquella mujer (gunh,) nazarena, joven virgen

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sustenta el cotidiano vivir su vocación familiar de hija, esposa y madre? ¿Qué se esconde tras una vida sencilla, ordinaria, pero, al mismo tiempo, tan extraordinaria? A mi modo de ver la clave está en la familiaridad con Dios: María es, se sabe y se siente familia de Dios, relacionada en profundidad y en libertad con el Dios que es Trinidad de Personas, y que ha irrumpido en su vida y la ha elevado personalmente a la categoría de “Hija predilecta de Dios Padre”, a “Madre de Dios Hijo”, y a “Esposa de Dios Espíritu Santo”17. He ahí la clave se su misterio: su relación con Dios Trinidad como fundamento de sus relaciones familiares y humanas.

Quizá la expresión bíblica que mejor recoge esta vinculación relacional de María con Dios en su Trinidad sea la utilizada por el evangelista Lucas al llamarla “Llena de gracia” (Kecaritwme,nh) (Lc 1,28). En la escena de la anunciación-vocación de María, éste es el nombre que le da el ángel, supliendo con este término al nombre propio de María18. Este nombre -kecaritwme,nh- designa una realidad ya acontecida que ha tenido lugar: ella ya ha sido, y lo continúa siendo todavía, “agraciada”, “llenada de gracia”, es decir, llenada de la presencia de Dios Padre, quien la colmó de su gracia para ser la madre del “Hijo

(parqe,noj), que habiendo sido envuelta en plenitud por Dios en su Gracia (kecaritwme,nh), permanece en actitud de escucha de la Palabra de Dios (a,kou,sa), la cual recibe con fe (pisteu,sasa), la guarda fielmente, la medita e interioriza cordialmente (sumba,llousa), la vive en la intensidad de lo cotidiano, la transparenta en la obediencia y el peregrinar de la fe (LG 58) y en la fatiga del corazón (RM 17), como la sierva del Señor (dou,lhkuri,ou) y al servicio de los hombres, siempre desde la unión inseparable con su hijo, la Palabra eterna de Dios, que se hizo “humanamente audible” desde su encarnación en el seno de ella, su Madre (mh,thr). Esa es la razón de su íntima felicidad (makari,a), la causa por la que todas las generaciones la bendecimos (euvloghme,nh)” (J. L. CABRIA ORTEGA, María oyente de la Palabra de Dios, Monte Carmelo, Burgos 2009, 150-151).

17 Para indicar la especial relación de presencia y acción del Espíritu Santo en María, la tradición ha empleado tres títulos para aludi a esta relación: “Esposa del Espíritu Santo”, “Templo o Sagrario del Espíritu Santo”, “Icono del Espíritu Santo”. En el texto conciliar de Lumen Gentium 53 se opta por la expresión “Sagrario del Espíritu Santo”, pese a que algunos padres conciliares solicitaron que se empleara el de “Esposa del Espíritu Santo”. La razón es la tradición bíblica que reserva la categoría de “esposa” para señalar en el Antiguo Testamento la relación de Yahvé (esposo) y su pueblo (Hija de Sión), y en el Nuevo la vinculación de Cristo (esposo) con la Iglesia (esposa) (Ef 5, 22ss). Una reflexión poderada y casi exhaustiva de la relación de María con el Espíritu Santo la encontramos en la Exhortación apostólica de Pablo VI “Marialis cultus” (2-2-1974) (AAS 66 (1974) 113-168) en el número 26. El mismo Pablo VI amplió esta explicación en una carta al cardenal Suenens (L’Osservatore Romano, 19-20 mayo 1975) recogida en “Estudios Marianos” 41 (1977) 17-21.

18 “El mensajero saluda, en efecto, a María como «llena de gracia»; la llama así, como si éste fuera su verdadero nombre. No llama a su interlocutora con el nombre que le es propio en el registro civil: «Miryam» (María), sino con este nombre nuevo: «llena de gracia ». ¿Qué significa este nombre? ¿Por qué el arcángel llama así a la Virgen de Nazaret?” (JUAN PABLO II, Redemptoris Mater, 8) […] “En el lenguaje de la Biblia «gracia» significa un don especial que, según el Nuevo Testamento, tiene la propia fuente en la vida trinitaria de Dios mismo, de Dios que es amor (cf. 1 Jn 4, 8)” (Ib., 8). “El saludo y el nombre «llena de gracia»… en el contexto del anuncio del ángel se refieren ante todo a la elección de María como Madre del Hijo de Dios. Pero, al mismo tiempo, la plenitud de gracia indica la dádiva sobrenatural, de la que se beneficia María porque ha sido elegida y destinada a ser Madre de Cristo” (Ib., 9). Amplia reflexión sobre la condición de María como “llena de gracia” en los número 7 al 11 de la misma encíclica.

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del Altísimo”, del Dios Hijo (Lc 1,32). Será el Espíritu Santo quien “cubrirá a María con su sombra” (Lc 1,35) para llevar a cabo el misterio de la Encarnación. Más familiaridad no cabe pensarse. Sin ella nada de la identidad de María tendría consistencia. La familiaridad con Dios Trinidad está en lo profundo de su vivir y actuar19.

María muestra, pues, que la raíz de la familia está en la familiaridad con Dios. María vive su condición familiar como vocación a la que Dios le llama y para la cual le da las gracias necesarias. María manifiesta que la relación horizontal de su existencia se fundamenta en la experiencia vertical de familiaridad con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Su condición histórica de hija, esposa y madre, tienen su correspondencia en su vinculación a Dios como Hija del Padre, Esposa del Espíritu y Madre del Hijo. Esta familiaridad divina es la razón de llevar adelante y hasta el fin su familiaridad humana en su condición de hija, madre y esposa. Por esta fidelidad a la raíz teológica de su condición familiar ella vive de un modo nuevo la relación familiar, aunque eso supusiera sufrimiento y rupturas sociales con el estatus establecido: María es hija obediente a los padres –acepta su desposorio, aun en medio de incertidumbres- porque es hija obediente a Dios en su vocación maternal. María es la esposa fiel y solícita de José desde la consagración virginal -frente a un modelo esponsal sumiso, obediente, sexual, dependiente legalmente del varón donde nada se hacía sin su consentimiento- porque ella es Templo-Sagrario del Espíritu y porque el Espíritu la ha “desposado” místicamente consagrándola en la encarnación del Hijo. María es, en fin, la madre real, física, histórica de Jesús, el Hijo del Padre encarnado en su seno por obra del Espíritu Santo. En esta maternidad real se fundamenta su condición de ser al mismo tiempo la madre espiritual de la nueva familia de su Hijo, que es la Iglesia. Se es miembro partícpie de esa nueva familia por la escucha la palabra de Dios y su cumplimiento, como hizo María. Ella enseña a la Iglesia cómo ser familia de Dios: respondiendo en fe a la convocatoria de Dios Padre en el Hijo por el Espíritu.

Me gustaría añadir, también, que esta familiaridad con Dios, que es la razón última que sustenta la persona de María en su vocación y su misión, es vivida por María desde el peregrinar de la fe (Lc 1,45) y desde la meditación constante en su corazón de la palabra-vocación recibida de Dios (Lc 2, 19.51), desde la oración-escucha y desde la actitud oferente-consagrante. Estas son condiciones que, me parece, han de destacarse para no desencarnar a María de su condición humana.

Si María vive, pues, su ser familia de Dios, su relación con Él, desde la fe, la escucha, la meditación, la ofrenda y la consagración, se impone una primera conclusión: María muestra la verdadera espiritualidad religiosa. En consecuencia, si como afirmábamos más arriba, la consideración mariana de la familia está

19 Ahora correspondería desarrollar ampliamente cada uno de estos aspectos de la

familiaridad de María con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, pero dado que en otras conferencias de este Congreso Mariano se desarrollarán ampliamente estas cuestiones me permito remitir a dichas ponencias para un conocimiento más detallado de sus implicaciones teológicas.

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condicionada en buena medida por el cambio en la concepción de la religiosidad y la vivencia espiritual, el acercamiento a María enraizada en familiaridad con Dios muestra cómo y dónde se ha de resituar el centro esencial de la vivencia religiosa: en una relación con Dios como familia nuestra, o si se quiere, nosotros como familia de Dios. Ello exige revisar nuestra religiosidad en clave mariana, según la cual no nos podemos quedar en la mera superficialidad de los ritos y formas, sino que hemos de adentrarnos por los viejos y siempre nuevos caminos de la inhabitación personal de las divinas Personas. María es paradigma de cómo esta plena religación religiosa con Dios da consistencia al desempeño de la propia vocación y al empeño por transformar este mundo en Reinado de Dios. Nuestras familias, a la luz de este principio mariano, habrán de recuperar la familiaridad con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo como el espacio donde brota la gracia para vivir su condición de familia en las circunstancias que socialmente le corresponden. Pueden cambiar los condicionamientos históricos, culturales, económicos, religiosos o políticos, pero la esencia de la familia como comunidad relacional de vida y amor a imagen de la comunidad de vida y amor que es Dios en su Trinidad de personas es “intemporal”, “ahistórico” y “acircunstancial”, pero al mismo tiempo se concreta en un aquí y ahora circunstanciados. María ejerece para nuestras familias de hoy y siempre un servicio pedagógico inimaginable: ella lleva a conocer y familiarizarnos fontanalmente con Dios Padre, a redimirnos filialmente con su Hijo y a santificarnos amorosa y gozosamente con el Espíritu Santo. En impregnarnos de este sentido profundo radica el verdadero alcance de una auténtica devoción mariana de la familia.

4. Conclusión: Riqueza pastoral de la vinculación María-familia Comenzaba esta ponencia repasando el plural y diverso acontecer

mariológico de mi tierra de origen, España, para preguntarme a continuación si era posible que, en este contexto actual de cambio continuo e inconsistencia de lo permanente, una realidad tan concreta, pero tan fundamental y paradigmática, como es la familia pudiera encontrar en María un referente para su ser y actuar. Dicho de otro modo, se trataba de mostrar que la devoción a María no ha perdido su sentido, antes bien, al contrario, permite leer y vivir la realidad desde la verdadera clave cristiana, y por tanto, concluir que la vocación mariana que subyace en nuestras raíces latinas ofrece una riqueza teológica y pastoral muy actual. Visto lo cual, se trata ahora de concretar en breves indicaciones algunas conclusiones de carácter más pastoral. Ante todo, al menos para mí, tras este breve apunte sobre la vivencia familiar de María y su fundamento teológico-trinitario, parece claro que es necesario repensar la relación interna que sostiene nuestras familias hoy, al tiempo que nos preguntamos si María puede seguir siendo un modelo válido para la familia de nuestro tiempo. A continuación indico en qué tres aspectos es, al menos, posible. En primer lugar, María muestra a las familias de hoy que la relación humana –de modo especial la relación familiar- no se basa en el deseo, sino en la vocación a la que hemos sido llamados como un don de Dios, al que se debe

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fidelidad y compromiso, aunque ello suponga rupturas sociales con el estatus establecido. Por ello ni el contexto sociopolítico, ni el cambio histórico, económico o cultural pueden erigirse en fundamento último de la familia, ni siquiera en su condicionante definitivo. En segundo lugar, hemos visto cómo María vive su vida familiar de un modo nuevo, radical, abierto a la novedad, rompiendo con lo de siempre, pero fundada en lo nuclear: la relación interpesonal, según el modelo trinitario. Esta capacidad de ruptura y al mismo tiempo permanencia en lo esencial puede ayudarnos a situar desde lo inmutable de la condición de la familia las nuevas formas de vida familiar que se están dando en nuestros ambientee. El modelo tradicional de familia no es lo inmutable; lo inmutable es el estar enraizados en la vocación a ser familia de Dios, desde la cual se constituye la familia como vocación abierta a la vida y al amor en y desde la relación interpersonal de sus miembros. Mientras esto se garantice, la famila no corre peligro aunque se realice en la diversidad. En tercer lugar, si la familia quiere ser fiel a su condición de cristiana, es decir, de seguir discipularmente a Jesús, habrá de incluir en su casa, entre sus cosas más íntimas, a María (Jn 19,25-27). Con ella se impone una relación cercana, de afecto filial, en correspondencia a su maternidad espiritual, que es humilde, suave y casi imperceptible presencia humano-celestial. Tal vez el ruido, las prisas, las ocupaciones y preocupaciones del vivir nos impidan palpar y gustar que su presencia es aliento constante, intercesión incesante, protección garantizada, maternidad sentida, novedad permanente de un amor, que es el mismo amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, el amor que hace nuevas todas las cosas, también a nuestras familias de hoy, unas familias que quieren ser nuevamente cristianas y, por ende, marianas. Burgos, mayo de 2010.

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ANEXO20

Las perícopas marianas del Nuevo Testamento Entre las muchas posibilidades de acercamiento a los pasajes neotestamentarios

que tratan sobre María propongo una aproximación que, antes de detenerse en las observaciones y detalles, se inicia con una mirada al conjunto a las perícopas marinas; de esta manera se obtiene una valiosa información, de un modo inmediato y casi intuitivo.

1. Aproximación sinóptica a los textos Una mirada de conjunto desde una perspectiva sinóptica de todas las perícopas

marianas del Nuevo Testamento puede resultar clarificadora e iluminadora, por ello invito a una lectura atenta del siguiente cuadro, que, a mi parecer, es elocuente por sí mismo y permite adquirir un juicio inicial sobre la distribución, el contexto, las variantes, la frecuencia, la temática y hasta la importancia que cada escrito neotestamentario da a María en el conjunto de su presentación.

El orden de la distribución de las columnas sigue un criterio cronológico de la composición de los textos (de izquierda derecha, de Gálatas a Apocalipsis).

Salvo Apocalipsis, donde he seguido un criterio interpretativo de carácter pretendidamente mariológico21, la formulación adoptada para denominar la perícopas es meramente descriptiva, y en la medida de lo posible recoge designaciones comunes y tradicionales con el fin de que sean fácilmente reconocidas.

Cuadro sinóptico

María en el Nuevo Testamento (* Clave de lectura: las perícopas completas van en negrita. Entre paréntesis y letra normal se señalan versículos concretos ya citados en la perícopa correspondiente y citados otra vez para guardar la sinopsis. Entre interrogaciones y cursiva se incluyen aquellos versículos cuya interpretación es discutida).

Gálatas Marcos Mateo

Lucas Hechos Juan Apocalipsis

Genealogía de Jesús

1,1-17 3,23-38

Anunciación-Vocación de María

1,26-38

20 Publicado en J. L. CABRIA ORTEGA, María oyente de la Palabra de Dios, Monte Carmelo,

Burgos 2009, 49-63. 21 Cf. A. VALENTINI, Maria, secondo le Scritture. Figlia di Sion e Madre del Signore, EDB,

Bologna 2007, 325-358. P. GRELOT, Marie Mère de Jesús dans les Écritures, « Nouvelle Revue Theologique” 121 (1999) 59-71. K. STOCK, María, madre del Señor en el Nuevo Testamento, Edibesa, Valencia 1999, 145-149. M. D. RUIZ, María en las Sagradas Escrituras, CCS, Madrid 2008, 139-153.

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María y la familia 20

Concepción virginal

1,18-25 (1,30-35.38)

(¿1,13?)

Visita a Isabel: Macarismos a María, Magnificat

1,39-56 (1,42-45) (1,46-55)

Nacimiento de Jesús

4,4-5 (1,16.25) 2,1-12

2,1-21 1,1-18

(¿12,1-2.4-5?)

Huida a Egipto y vuelta a Nazaret

2,13-23

Niño con su Madre

(2,11.13-14.20.21)

(2,16.27)

Presentación en el Templo: Profecía de Simeón

2,22-40 (2,34-35)

Jesús en el Templo a los doce años

2,41-50

Jesús crece con su familia en Nazaret

2,22-23 2,51-52

María en las bodas de Caná

2,1-12

Verdaderos parientes de Jesús

3,20-21 3,31-35

12,46-50

8,19-24

Familia de Jesús: Hijo de José, Hijo de María. Hermanos/as de Jesús

6,1-6 (6,3)

13,53–58 4,16-22 1,45 (2,1.12) 6,42 7,1-15.27

Macarismos a la Madre de Jesús

11,27-28

María junto a la cruz de Jesús

19,25-27

María en la comunidad de Jerusalén

1,14

María, mujer, signo en el cielo

12,1-17

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María y la familia 21

2. Breves observaciones hermenéuticas Una mirada atenta al precedente cuadro sinóptico permite destacar,

fundadamente, algunas conclusiones de carácter general que pueden ayudar a encuadrar la comprensión de la presencia de María en la Palabra de Dios testimoniada por el Nuevo Testamento. 1.- Dado que el cuadro sigue una ordenación cronológica, se observa una doble característica. Por una parte, la presencia de María en los textos del Nuevo Testamento es más frecuente y detallada en los escritos posteriores (Mateo, Lucas, Juan) y, por otra, la presentación que se hace de María es más teológica que descriptiva a medida que se distancia temporalmente de los hechos:

1) Pablo en Gálatas nos refiere el dato fundamental de la identidad e importancia de María: su maternidad. 2) Marcos aclara el verdadero parentesco que se establece en el Reino de Dios predicado por Jesús (cf. Mc 3,31-35) por comparación y superación del parentesco de la consanguinidad (ratificado por los paralelos de Mateo y Lucas así como por Lc 11,27-28). En este contexto María se presenta como la “madre” de Jesús, no ajena al sentido del verdadero discipulado: oír la palabra de Dios y cumplirla (cf. Mc 3,35; Lc 8,21; Mt 12,50). 3) Mateo, Lucas y Juan ofrecen detalles diversos, concernientes a la persona de María, a sus reacciones y vivencias, a su misión e importancia eclesial, que no aparecen más que en sus respectivas propuestas de redacción evangélica.

2.-. La referencia neotestamentaria a María se centra casi exclusivamente en los Evangelios. Significativamente, los otros escritos hablan de María presente en tres momentos que hacen de ella una realidad inseparable de la fe del cristiano:

1) en el nacimiento histórico del Hijo de Dios (cf. Gal 4,4-5; Rom 1,3-4); 2) en el nacimiento-manifestación histórica de la Iglesia (cf. Act 1,14); y 3) en la consideración simbólica de María como “signo” del cielo y realidad glorificada por la gracia de Dios y preservada de la acción del Maligno (cf. Ap 12,1-17).

3.- Atendiendo a presencia de María en la vida de Jesús, según la distribución temporal, el resultado es igualmente significativo:

1) Marcos y Juan refieren la presencia de María sólo en la vida pública de Jesús22. 2) Mateo y Lucas relatan la importancia decisiva de María en la infancia y orígenes históricos de Jesús, en lo que me gusta denominar “prólogos cristológicos” mejor que el tradicional “evangelios de la infancia” 23.

22 Algunas interpretaciones han entendido que tanto Jn 1,13 (leído en singular) como la

denominación de “hijo de María” de Mc 6,3 contendría alusiones al origen virginal de Jesús. Cf. I. DE LA POTTERIE, María en el misterio de la Alianza, BAC, Madrid 1993.

23 Entre otras razones porque da la impresión de que estamos ante dos evangelios: evangelio de la infancia y evangelio de la vida pública. Por lo demás, es preciso respetar la unidad redaccional de cada evangelio que ha de ser leído en su integridad, porque sólo ahí recibe la luz que lo hace comprensible.

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María y la familia 22

3) Hechos de los Apóstoles es el único texto (si prescindimos de la versión simbólica de Apocalípsis) que, al narrar el emerger de la Iglesia, da cuenta de María tras la muerte de Jesús. Ella está en la comunidad pospascual naciente, en medio de los discípulos y hermanos de Jesús, junto a otras mujeres, en lo que podríamos denominar, con mucha libertad, “prólogo eclesiológico”.

4.- Una lectura sinóptica de los dos primeros capítulos tanto de Mateo como de Lucas, ofrece notables diferencias entre ellos ya que cada uno de los dos evangelistas componen sus respectivos textos utilizando diversas técnicas narrativas y seleccionando diversos episodios, lugares y tiempos, lo cual les hace difícilmente armonizables. Es importante observar lo siguiente: cada evangelista tiene su unidad y es dentro de ella donde se han de incluir y leer los textos relativos al origen e infancia de Jesús. Por ello no es necesario forzar la congruencia ni de los tiempos ni de los lugares, pues en ocasiones tienen significativas resonancias bíblicas y teológicas (el octavo día, el Templo, Egipto, Jerusalén…). Las principales diferencias son las siguientes:

4.1. La primera diferencia sustancial proviene de las escenas no coincidentes en los dos primeros capítulos de Mateo y Lucas, lo cual también va a determinar las localizaciones y ambientaciones de los relatos.

Los episodios propios de Mateo son: - el anuncio del ángel a José (1,20-23), - la adoración de los magos (2,1-12), - la huida a Egipto (2,13-15), - la matanza de los niños inocentes en Belén (2,16-18). Propios de Lucas son: - anunciación a María (1,26-38), - visita a Isabel (1,39-56), - purificación de María y presentación de Jesús en el templo (2,21-39), - Jesús entre los doctores en el Templo a los doce años (2,41-50); - Además, se añaden las escenas relativas a Juan el Bautista: anuncio a

Zacarías (1,5-23), nacimiento (1,57-58), circuncisión (1,59-79), vida oculta (1,89).

4.2. Esta selección de episodios diversos conlleva una diferente composición redaccional:

Mateo compone sus dos primeros capítulos en torno a cinco narraciones, precedidas de una introducción sobre la genealogía de Jesús (1,1-17) 24, que tampoco coincide con la de Lucas (3,23-38), y los ilustra con otros tantos textos del Antiguo Testamento que son introducidos en el discurso con la fórmula “para que se cumpliera lo que había sido dicho” (1,22; 2,15.23) o “se cumplió lo que había sido dicho” (2,17), o “porque así estaba escrito” (2,5).

24 En la genealogía de Mateo donde destaca la presencia de cinco mujeres entre cuarenta y un

varones. Estas mujeres son: Tamar (cf. Gen 38,1-30), Rajab (cf. Jos 2,1-21; 6,17.22-25; Jue 2,25; Heb 11,31), Rut (cf. Rut), la mujer de Urías (cf. 2 Sam 11-12) y María. Para una interpretación de la presencia de esta mujeres y su significado mariológico, cf. A. APARICIO (ed.), María del Evangelio. Las primeras comunidades cristianas hablan de María, Publicaciones Claretianas, Madrid 1994. R.E BROWN – OWN IO ONFRIED – NFRIEDITZMYER – TZMYEUMANN, María en el Nuevo Testamento, Sígueme, Salamanca 19943. I. DE LA POTTERIE, María en el misterio de la Alianza, BAC, Madrid 1993. A. M. SERRA, Biblia, en Nuevo Diccionario de Mariología, Ediciones Paulinas, Madrid 1988, 300-385. K. STOCK, María, madre del Señor en el Nuevo Testamento, Edibesa, Valencia 1999.

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María y la familia 23

En cambio, Lucas, que está plagado de reminiscencias y evocaciones de textos del Antiguo Testamento sólo introduce una vez la referencia exacta a un texto bíblico con la expresión “como está escrito en la Ley del Señor” (Lc 2,23), para referirse a Ex 13,2.11 y Lv 5,7; 12,8. En concreto las escenas descritas por Mateo y sus referencias veterotestamentarias son las siguientes:

1) En la concepción de Jesús y nacimiento (1,18-25) se alude a Is 7,14; 2) en la huida a Egipto (2,12-15) resuena Os 11,1; 3) en la escena del exterminio de los niños menores de dos años (2,16-18) se cita a Jer 31,15; 4) al hablar de la vida oculta en Nazaret (2,19-23) se alude a un oráculo sobre el nombre de Nazoreo con el que se denominará a Jesús del que no se sabe la referencia exacta y se han propuesto las siguientes como posibles: Jue 13,5.7; Is 11,1 o Is 42,6; 49,8.

Lucas estructura sus dos primeros capítulos de la siguiente manera: 1) anuncio del nacimiento de Juan a Zacarías (1,5-25); 2) anuncio del nacimiento de Jesús a María (1,26-38); 3) visita de María a Isabel (1,39-56); 4) nacimiento y primeros años de Juan (1,57-80); 5) nacimiento y primeros años de Jesús (2,1-40); 6) Jesús en el templo de Jerusalén a los doce años (2,41-50); 7) vida oculta en Nazaret (2,51-52).

En medio de esta composición Lucas intercala cuatro himnos poéticos, que no están en Mateo: cántico de Zacarías (Benedictus) (1,68-79), cántico de María (Magnificat) (1,46-55), cántico de los ángeles (Gloria) (2,14), profecía de Simeón (Nunc dimittis) (2,29-32). En todos y cada uno de estos himnos es fácil percibir ecos de no pocos pasajes y textos veterotestamentarios.

4.3. A la selección de escenas distintas se añaden localizaciones diversas en los dos Evangelios.

En Lucas, tras la purificación a los cuarenta días, la sagrada familia se traslada a Nazaret, desde donde se desplazan para ir al Templo de Jerusalén todos los años —si bien aquí se recuerda el viaje de Jesús con doce años— y volver a Nazaret de nuevo. En Mateo, se sitúa la adoración de los magos en Belén (2,1-11), desde donde parten para Egipto (2,14-15), y a donde supuestamente pensaban volver más tarde (2,22), pero que finalmente se dirigen a Nazaret (2,23). 4.4. También se dan diferencia en el modo de presentar las visiones y

apariciones de ángeles: en Lucas el ángel se aparece a Zacarías (1,11) y a María (1,26) estando éstos despiertos; en Mateo el ángel se aparece siempre en sueños: a José (1,20; 2.13.19.22), a los magos (2,12).

4.5. Todas estas diferencias de detalles tienen una fundamentación más profunda y es que el punto de vista de uno y otro evangelio es distinto: mientras que en Mateo el protagonista es José, entorno al cual hace girar el drama del origen misterioso y sobrenatural de Jesús, María es el centro de la exposición de Lucas.

4.6. Igualmente es distinto el marco general de referencia: para Mateo el referente es Moisés, pues Jesús es presentado como el “nuevo Moisés” que trae la definitiva alianza y salvación 25, para Lucas el punto de referencia es el Templo de

25 En esta perspectiva están escritas muchas de las páginas del libro de J.

RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret, Esfera de los libros, Madrid 2007.

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María y la familia 24

Jerusalén donde acontecen siempre los principales momentos de la historia y obra salvífica de Jesús en continuidad y ruptura con el pueblo de Israel.

5.- Las coincidencias en los dos capítulos iniciales de ambos evangelios son también importantes. Ello nos hablaría de una tradición común previa. Al menos Mateo y Lucas convergen en los siguientes datos26:

1) la datación cronológica: en tiempo de Herodes, el Grande (cf. Mt 2,1; Lc 1,5); 2) la localización espacial: Jesús nace en Belén (cf. Mt 2,1.5.18; Lc 2,4-7.11), Jesús vive y crece en Nazaret, en Galilea (cf. Mt 2,23; Lc 2,39); 3) una virgen, llamada María desposada (‘erusin, antes de nisu’in —traslado a casa del esposo—) con José, de la estirpe de David (cf. Mt 1,16-18.20; Lc 1,27); 4) un ángel anuncia el nacimiento, nombre (Jesús) y misión del niño que va a nacer (cf. Mt 1,21; Lc 1,31-33); 5) la concepción virginal de María, por obra del Espíritu Santo, y no de José, acontece antes de vivir juntos (cf. Mt 1,18-20; Lc 1,26-38); 6) después de estar juntos José y María, ésta dio a luz (cf. Mt 2,24-25; Lc 2,5); 7) la divinidad del niño que nace: el Emmanuel, “Dios con nosotros” (Mt 1,23), el Hijo de Dios (Lc 1,35); 8) el título de “salvador” de su pueblo dado al niño (cf. Mt 1,21; Lc 2,11).

6.- De los orígenes de Jesús dan cuenta todos los Evangelios menos Marcos. Hay casi unanimidad en mostrar que Jesús nació de una mujer, María, su madre. Es el centro de la confesión sobre el nacimiento temporal según la carne de aquél cuyo origen eterno está en Dios. Es el centro de la identidad de Jesús: hombre verdadero, nacido de María, y verdadero Dios, de quien es Hijo desde toda la eternidad.

En lo referente a los orígenes de Jesús hay una diferencia sustancial entre los dos evangelios sinópticos y el de Juan: mientras Mateo y Lucas se detienen en el nacimiento de Jesucristo según la carne (cf. Mt 1-2; Lc 1-2), Juan se remonta, como ya hiciera la teología paulina, a la preexistencia y filiación divina de Jesús, el Hijo de Dios, la Palabra de Dios hecha carne (cf. Jn 1,1-18). En ambos casos, la presentación de los orígenes de Jesucristo es interpretada a la luz de la resurrección; por ello, ninguno de estos relatos de los inicios han de ser entendido como mera biografía: son género literario “evangelio”, anuncio de la buena noticia de la persona y misión de Jesús, el Señor.

7.- Sobre la vida pública de Jesús los evangelios coinciden en insinuar la relación polémica y problemática entre sus parientes y Jesús. Juan constata que “ni siquiera sus hermanos creían en él” (7,5), y Marcos recuerda el dicho de Jesús: “un profeta sólo en su casa, entre sus parientes y en su casa carece de prestigio” (6,4). Por lo que respecta a la mariología, la discusión se centra en aclarar si entre esos familiares de Jesús que tienen dudas sobre su actuar y predicar se encuentra su madre, María (cf. Mc 3,20-21.31-35). Igualmente será importante entender correctamente las relaciones que Jesús establece entre sus verdaderos discípulos —“los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen” (cf. Mc 3, 31-35; Lc 8,19-24; 11,27-28; Mt 12,46-50)— y sus familiares según la carne, entre los que se encuenta su madre.

26 Algunos autores individualizan hasta once coincidencias; en realidad se corresponden con

las que aquí se proponen de modo agrupado. Cf. R. E. BROWN, El nacimiento del Mesías, Cristiandad, Madrid 1982, 29.

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María y la familia 25

8.- Respecto a la presencia de María en la vida pública de Jesús, hemos de considerar la particular percepción y presentación que realiza el evangelio de Juan, donde aparecen dos escenas únicas y originales: la boda de Caná al inicio de la vida pública, y la escena de la cruz, en el momento final de ésta. En Juan se puede observan, además, un progresivo aumento de intensidad teológica de María —quien nunca es llamada por su nombre en este evangelio—: es la “madre de Jesús” (Jn 2,1), la “mujer” (Jn 2,4. 19,26), y definitvamente la “madre” (19,27) del discípulo de su hijo.

9.- A propósito de los denominados “silencios” del Nuevo Testamento respecto de María, tantas veces cuestionados, quizá lo más significativo no sea tanto los silencios sobre la “vida oculta” en Nazaret cuanto la relación de María con la resurrección de Jesús. En concreto:

1) Los sinópticos dan noticia de María por última vez refiriendo su presencia acudiendo al encuentro de su hijo cuando éste está predicando (cf. Mc 3,31-35; Mt 12, 46-50; Lc 8,19-24). En los demás casos simplemente se alude a la familiaridad de María con Jesús: es reconocida como su madre. 2) Juan es el único que presenta a María al pie de la cruz, en los últimos instantes previos a la muerte de su hijo (cf. 19,25-27). 3) Hechos de los apóstoles es el texto que nos da noticias de María por última vez, y el único escrito del Nuevo Testamento que habla de ella en tiempos pospascuales: después de la ascensión y antes de Pentecostés en medio de la comunidad pascual que ora en espera del Espíritu Santo, lo que para María sería, utilizando con mucha libertad los términos, su segundo Pentecostés, la segunda venida del Espíritu sobre ella (Act 1, 14); de la primera ya dio cuenta Lucas en los capítulos iniciales de su evangelio (cf. Lc 1,26-38).

10.- Una conclusión se impone: la verdadera María de Nazaret hay que buscarla en la totalidad de los escritos neotestamentarios. Ningún fragmento aislado del resto ofrece por sí mismo el rostro de María. Habrá que propiciar una lectura global e interdependiente, donde las diversas perícopas marianas del Nuevo Testamento se iluminen y esclarezcan mutuamente, sin olvidar el referente veterotestamentario, que es asimismo una indispensable clave hermenéutica.