petronius tarde de espera

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Tardes de espera. Por: Petronius. Sí, aquí en éste café te relataré aquella historia. Aquí, en este lugar de olores a tabaco, tinto y alcohol. De paredes cubiertas de madera antigua. Ves estos pequeños nombres escritos que ya se están borrando. Hice un silencio. La miré con aquella distancia compasiva que ella conocía. Y mientras la veía, saltaron por mis ojos años de historia, de luchas, de recuerdos perennes, como corriendo en un tren en llamas que viaja sin destino. Cerré mis ojos. Aferré mis dedos a la taza de té y respiré. El color del cielo ese día era plateado. El viento estilaba un olor intenso y grave a tierra mojada. Mis pulmones se hincharon. Las cinco de la tarde: la hora en que las fuerzas naturales del mundo inician la despedida. Esa tarde trabajaba con las palabras. Las lágrimas viajaron por mis ojos con terrible inocencia, y suavemente ardieron en mis mejillas, cómo advirtiéndome algo, cómo dejándome una huella que me acercó al delirio. La voz de Manzanero desgarraba “Cuando estoy contigo”, y no sé qué mano misteriosa la repetía imperturbablemente. Sin avisarme, las notas del piano trajeron los pasos de la melancolía, abrieron mis puertas, y tranquilas y soberbias insuflaron en el timbre de la voz de aquel hombre las imágenes de la historia de mis calamidades, de decisiones históricas que pudieron ser de otra manera, de largas frustraciones y derrotas. Y entonces, un delicado perfume de flores muertas inundó la gruta de mis recuerdos. Corría el año de mil novecientos cuarenta y cuatro. Europa sucumbía bajo el poder de las furias de la guerra. En el país, Jorge Eliecer Gaitán lanzaba su candidatura a la presidencia de la república, y en la ciudad iniciaba un periodo de esplendor en la administración de servicios públicos y de desarrollo urbano. El puerto vivía un momento intenso de exportaciones. Fue esa razón por la que conocí a Alfred Munch. Sus padres habían sido agentes comerciales de la casa alemana Shulze. Traían aquí materiales de ingeniera civil para construcción y ferrocarriles. Los Munch, vivieron cincuenta años aquí. Fundaron el club alemán de la ciudad. Solo tuvieron un hijo. Muy temprano, como era lo esperable, lo mandaron a Berlín a estudiar. Ellos querían que fuera abogado o administrador. Sin embargo, el joven Alfred cambió el futuro planeado por las disciplinas de la historia y la paleografía. La Universidad Libre de Berlín lo sedujo y desde

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Este es un cuento que presenta el dilema de la busqueda de la verdad que se halla tras toda traduccion y la necesidad de la conformacion de las tradiciones

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Page 1: Petronius Tarde de Espera

Tardes de espera.

Por: Petronius.

Sí, aquí en éste café te relataré aquella historia. Aquí, en este lugar de olores a tabaco, tinto y alcohol. De paredes cubiertas de madera antigua. Ves estos pequeños nombres escritos que ya se están borrando. Hice un silencio. La miré con aquella distancia compasiva que ella conocía. Y mientras la veía, saltaron por mis ojos años de historia, de luchas, de recuerdos perennes, como corriendo en un tren en llamas que viaja sin destino. Cerré mis ojos. Aferré mis dedos a la taza de té y respiré. El color del cielo ese día era plateado. El viento estilaba un olor intenso y grave a tierra mojada. Mis pulmones se hincharon. Las cinco de la tarde: la hora en que las fuerzas naturales del mundo inician la despedida. Esa tarde trabajaba con las palabras. Las lágrimas viajaron por mis ojos con terrible inocencia, y suavemente ardieron en mis mejillas, cómo advirtiéndome algo, cómo dejándome una huella que me acercó al delirio. La voz de Manzanero desgarraba “Cuando estoy contigo”, y no sé qué mano misteriosa la repetía imperturbablemente. Sin avisarme, las notas del piano trajeron los pasos de la melancolía, abrieron mis puertas, y tranquilas y soberbias insuflaron en el timbre de la voz de aquel hombre las imágenes de la historia de mis calamidades, de decisiones históricas que pudieron ser de otra manera, de largas frustraciones y derrotas. Y entonces, un delicado perfume de flores muertas inundó la gruta de mis recuerdos. Corría el año de mil novecientos cuarenta y cuatro. Europa sucumbía bajo el poder de las furias de la guerra. En el país, Jorge Eliecer Gaitán lanzaba su candidatura a la presidencia de la república, y en la ciudad iniciaba un periodo de esplendor en la administración de servicios públicos y de desarrollo urbano. El puerto vivía un momento intenso de exportaciones. Fue esa razón por la que conocí a Alfred Munch. Sus padres habían sido agentes comerciales de la casa alemana Shulze. Traían aquí materiales de ingeniera civil para construcción y ferrocarriles. Los Munch, vivieron cincuenta años aquí. Fundaron el club alemán de la ciudad. Solo tuvieron un hijo. Muy temprano, como era lo esperable, lo mandaron a Berlín a estudiar. Ellos querían que fuera abogado o administrador. Sin embargo, el joven Alfred cambió el futuro planeado por las disciplinas de la historia y la paleografía. La Universidad Libre de Berlín lo sedujo y desde allí produjo una vasta obra de investigación sobre los orígenes de la primitiva comunidad cristiana en la ciudad de Roma. Muy reputado y observado. Decidió un día regresar a la ciudad que lo vio nacer, y pasear su vista por esta lejana provincia. Lo conocí de la manera más inesperada. Asistía con frecuencia a las presentaciones de música culta en el Teatro Emiliani. De joven me acerqué a la música de Cesar Frank, y fue esa atracción la que me permitió crear las condiciones del encuentro. Fue una feliz coincidencia de gustos lo que nos abrió a la amistad. Recuerdo que salíamos de disfrutar las “Variaciones sinfónicas “, y en el intermedio alguien nos presentó. Inmediatamente, nos detuvimos a conversar sobre la calidad y la fuerza expresiva del allegro non troppo. Aquella noche me mostró sus conocimientos sobre la singularidad de Cesar Frank, revelándome que su pasión por el residía en esa poderosa síntesis de la música organicista francesa con los contenidos de la cultura popular alemana como en el caso de su poema sinfónico “el cazador maldito”. Relató con detalle una profunda crítica a la innovación musical de las variaciones, en la que dos temas antitéticos son desarrollados para el piano y la orquesta creando una policromía de voces y armonías que serían, según el juicio estético de Adorno un antecedente de la música atonal. Una demostración del pensamiento dialectico según los fundadores de la Teoría critica de Frankfurt. La soltura y elocuencia de sus afirmaciones deslumbraban a quienes lo escuchábamos con atención. Su pensamiento involucraba al tiempo la filosofía, la música y la sociología. Era una revelación para nosotros. En

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ese momento no sospechaba que esa admiración sincera me llevaría a vivir hasta el extremo mis propios límites humanos. La prensa local relacionó su llegada a la ciudad. Era abril de ese año cuando la orquesta sinfónica de Buenos Aires nos visitó por una semana. No tengo que decirte que esos días fueron maravillosos. En las mañanas los músicos ofrecían conferencias gratuitas sobre el barroco o el romanticismo, y en las noches se ofrecían los conciertos. Las limitaciones culturales a mi espíritu se evidenciaron dramáticamente al tiempo que se abrían horizontes de estudio y de trabajo enormes. Recuerdo una conferencia notable en donde se relacionaba la influencia de la música de Wagner en la filosofía de Nietzsche y en su crítica al cristianismo. Al terminar la conferencia se presentó un debate de ideas y aún recuerdo con firmeza aquella pregunta de Alfred al conferenciante: “¿y si no es Nietzsche sino el propio cristianismo quien esconde un principio ateo en su construcción?, ¿Y si la lectura de Nietzsche tiene el mérito de haberse percatado de esto? “. Fue esa mañana cuando la vida me permitió conocer la verdadera razón de la visita de Alfred Munch a mi ciudad, y al tiempo, presentir el oscuro sino de su vida. Terminaba la actividad y emocionados por los debates me invito al café de la heladería Americana. Allí, en el callejón de la calle treinta y cinco, realmente empezó esta historia. Entre amigos y extranjeros seguimos debatiendo los logros y alcances de la conferencia. La Americana era una pequeña babel. Se oían diálogos en alemán, italiano o anglosajón, y así entre sombreros, gabardinas y vestidos blancos y beiges pasábamos el tiempo. Al mediodía me invitó a su casa. Era enorme, republicana y se había conservado intacta a pesar de la ausencia de sus padres. Tenía una escalera enorme, ancha y serpeante que comunicaba a la segunda planta de la casa. Sus volúmenes capturaban la atención del espacio, y parecían meterlo a uno en otro tiempo. Era como si escondiera en sus escalinatas una puerta secreta que amenazaba abrirse si se miraba por mucho tiempo. Se hallaba justo al frente de la sala principal. Su amplitud y el mármol de carrara de su base mantenían un tono majestuoso y soberbio al ambiente. Después de conversar sobre la comprensión del amor en Proust y sus curiosas relaciones de semejanza con las posiciones de Freud, me preguntó sobre Monseñor Valiente. Entonces me conto su verdadero motivo. En el siglo III dc las primeras comunidades cristianas tenían el desafío de demostrar que podían crear un lenguaje culto y adecuado a las elites y desvirtuar así la acusación de primitivos y caníbales que generaban los griegos y los romanos. Fueron tiempos difíciles. Por lo demás había otro problema no se había desarrollado la escritura y todo el lenguaje se construía a partir dela memoria. Se debía repetir incesantemente para poder situarlo, fijarlo. Pero así, resultaba imposible que la siguiente generación no alterara los textos. Los evangelios sufrieron este proceso de acumulación de debates, correcciones y alteraciones por siglos hasta que fueron fijados finalmente. Este proceso fue violento y en ese camino se eliminaron o se escondieron códices. Hay uno que me interesa mucho. Permaneció en el monasterio de Santa Laura, y relata la vida de Judas. Contiene según algunas fuentes no dominantes una verdadera revolución en a manera de comprender a Judas. Los enemigos del cardenal Nicolás de Cusa dicen que lo conoció, y su lectura lo impulsó a construir su teología dialéctica. Luego su rastro se reconoce en la visión de Ficino y Bruno. No lo puedo confirmar pero algunas fuentes sostienen que es un documento protegido por una secta ocultista de la Iglesia Católica. Indagué por Europa pero, por efectos de la guerra muchos documentos han salido o han desaparecido para siempre. Y su rastro me lleva a Monseñor. Me quedé asombrado, callado. Al principio no tuve palabras para responder para reaccionar. - Necesito tu ayuda me dijo, mirándome con los ojos de la escases. Tú eres la única persona que puede ayudarme. Tú tienes acceso a la Biblioteca de Monseñor. Y no hablo de la que todos conocen. Sabes que él tenía una particular.- En ese momento una luz despejó las nubes del cielo. Los acontecimientos que vinieron después se encadenaron de una manera súbita, coherente, implacable. Han pasado

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diez años desde aquellos hechos y aún me pregunto porque accedí a intervenir en esa investigación que casi me lleva a la locura, y no tengo una respuesta clara. Mi espíritu ahora puede hablar sobre ello, ya volvió la serenidad. No me queda ninguna duda de que soy responsable de mis actos. No espero que me nadie me rehabilite o me justifique. Porqué entregué esos documentos y porqué no acepté la propuesta final de Alfred. Todavía al recordar aquellos momentos dionisiacos de mí vida tiemblo de pudor y de miedo. Volverá esa pasión incontrolable. No lo sé. Ahora sé que es posible, que no tengo garantías de nada. Acaso, ésta historia no la comprendan muchas personas. Las personas corrientes piensan que la pura pasión física es la fuerza más poderosa de la vida. Qué equivocados están. Vienen a mí las imágenes de aquel dialogo entre Adrián Leverkuhn y su amigo Jeremias. “Conoces acaso una fuerza más poderosa que la pasión erótica. Y la respuesta de Adrián: Sí, conozco una, la curiosidad del espíritu.” Y ahora que lo veo, he pagado un precio muy alto por seguir esa fuerza.