pedro francisco bonó - el montero

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El Montero

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una reseña historica del santo domingo de la epoca de la restauracion

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  • El Montero

  • Pedro Francisco Son

    El Montero

    [{]EJuora Cok

  • 2001 - 2003

    Pedro Francisco Bon, 1828-1906

    El Montero

    Primera edicinEl Correo de Ultramar, MadridEdiciones W 158-162, 1856

    ISBN 99934-32-15-6

    Foto de portadaPoblado de MatanzasColeccin Editora CaleFoto contraportadaMonteros en el pico DuarteColeccin Jos Gabriel Garca 12 (6) 479Archivo General de la Nacin

    Impreso en la Repblica Dominicana

    EDITORA COLECalle 9, No. 4, Urbanizacin RealSanto DomingoRepblica Dominicana

    e-mail: libros@maiLcomTelfono: (809) 537-2544/537-2691Fax: (809) 482-8842

  • CAPTULO 1

    [m n ese gran recodo que el mar hace al Es-E te Nordeste de la isla de Santo Domingo,cuyo nombre de baha Escocesa dado

    por los franceses no ha podido prevalecer a des-pecho de mapas, hay un lugarejo nombrado Ma-tanzas, que tiene un puerto pequeo siemprehambriento de buques que nunca se toman la pe-na de anclar en l.

    Dos o tres casas esparcidas habitadas por mon-teros, un fuerte con un can y un pequeo arse-nal, he aqu cuanto hay del hombre en ese lugar.

    Pero si dirigimos la vista alrededor, la naturale-za compensa esta pobreza, desenvolviendo unode los ms imponentes espectculos. La baha

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  • abarcando una curva de veinte leguas, cuyaspuntas rematan con el cabo Saman y el caboViejo Francs, ve las agitadas olas del ocanoAtlntico luchar contra el dbil dique de arena,cuya base es una prolongacin de las dems,bastardas hijas de la cadena de Montecristi. Dosleguas separan a Matanzas de la embocadura delNagua, depsito abundante de enormes piedras;y cuatro dista del Gran Estero, uno de los infini-tos caos que el Yuna arroja de su seno para'en-trar en Saman exhausto con tantas sangras. ElGran Estero, refugio de millares de patos silves-tres, garzas y otras aves acuticas, derrama com-pitiendo con su origen todas sus aguas en los va-lles de la falda oriental de la montaa y forma milpantanos conocidos y llamados por los naturalesMadres Viejas, en las que juncos, berros y gramacrecen con una lozana extraordinaria.

    El terreno de todos estos sitios, salvo los ya di-chos cenagales, est sembrado de esa robusta, ricay variada vegetacin de Santo Domingo. Bosquesde limoneros, majagua y uveroscubren el litoral conuna entrada de doce leguas al interior, y sirven deguarida a una infinidad de puercos montaraces, cu-

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  • ya caza es la ocupacin de todos los habitantes quepueblan ese espacio, y el producto de las carnes lanica renta que poseen.

    Era una apacible tarde de otoo, el sol se es-conda por detrs de la elevada cima del Hele-chal; la brisa de mar que todo el da haba juga-do mansamente en su vasta planera, acababade ceder su lugar al terral; el Ocano en su con-tinua lucha exhalaba su potica e interminablequeja al estrellarse entre las rocas, y las trtolas ypelcanos se agrupaban en sus dormitorios favo-ritos. Esta hora tan melanclica, intermedio de laluz y las tinieblas, es uno de los cuadros en quela naturaleza presenta ms tintes que observar ygrandezas que admirar, pero ni una ni otra cosahaca un hombre que sali de uno de los bohosdel lugar y se sent sobre una piedra que a la en-trada de la puerta haba. Nada hay ms toscoque la fisonoma de este individuo: la grande ypoblada barba que circua su ancha y aplastadacara, caa sobre su velludo pecho y le daba el ai-re de un escapado de la crcel, sus narices eranchatas y su boca grande y gruesa, en fin, un con-junto feo, pero que denotaba fuerza y salud. Su

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  • traje era el de los monteros en general; chama-rreta de burda tela de camo con calzones de lomismo sujetos a la cintura por una correa con suhebilla de acero, machete corto de cabos de pa-lo y vaina de cuero, cuchillo de monte, eslabnde afilar pendiente de la correa y con una cade-nita de hierro, he aqu el vestido; agrguese quesegn la atinada precaucin de los monteros pa-ra evitar los estorbos de sombrero entre zarzas ymalezas, cubra su cabeza un gorro de pao queen su primitivo origen deba ser negro, pero quela intemperie y la grasa haban puesto de colordudoso, y se tendr el vestido de nuestro hom-bre.

    Haca como diez minutos que estaba sentado,cuando una voz femenina y cascajosa sali delinterior y dijo:

    -Juan, Gtodava no llega Manuel? no 10 alcan-zas a ver? l que no acostumbra a dilatarse tantoen el monte y no haber llegado hasta ahora.

    Estas palabras parece pusieron de mal humoral que estaba sentado en la puerta y que haba si-do interpelado con el nombre de Juan, pues frun-ci el ceo y murmur: -Cuidado que la vieja se

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  • inquieta por ese mequetrefe, no parece slo queya es...

    El soliloquio fue interrumpido otra vez por lamisma voz que volvi a decir:

    ---

  • no llega a la oracin, me inquieto, porque ya tves que quien va a ser mi. ..

    -Bueno, bueno, no es menester ms explica-cin; ya lo s.

    A esto un joven como de veinte aos, vestidocon el mismo traje que describimos en Juan, apa-reci en un sendero, slo que en lugar de tenerlos pies desnudos y la cabeza cubierta con un go-rro de pao, vena calzado con botines de garrasde puerco monts, cosidas con corteza de maja-gua y se cubra con un pauelo de cuadros azu-les enlazado detrs de la cabeza; por ltimo, unhermoso perro de color pardo trotaba junto a ltirado por una cuerda de cabulla envuelta en loscabos del machete.

    A medida que se acercaba se oa ms distinta-mente la copla que cantaba en uno de esos airespopulares de Santo Domingo, tan sencillos y ar-moniosos como las antiguas melopeas.

    -Buenas tardes, Juan, dijo el joven concluyen-do su copla y acercndose a la puerta.

    -Buenas tardes, Manuel, qu tal; los jabaleshan huido del monte, que ya los monteros vanpor ellos y vuelven vacos.

    s

  • -No se chancee, camarada, los jabales toda-va se encuentran, pero hoy he estado de malasuerte; uno que persegua desde esta maana,despus de hacernos correr todo el da a m y ami perro, acab por tirarse en la Madre Vieja delHelechal, donde le perd de vista en medio de laenea; pero no triunfar mucho, pues maana es-pero traer colgadas sus dos bandas a la espalda.

    -Ave Mara, dijo entrando en el boho una jo-ven que vena de la cocina con un manojo demadera resinosa ardiendo.

    Estas palabras impusieron silencio a nuestrosinterlocutores, quienes entrando tambin, rezaronel Ave Mara, llevada por la sonora voz del amode casa que hasta entonces haba guardado silen-cio. Durante seis minutos se oy el cadenciososonido del rezo, y cuando lleg el final -Sin peca-do concebida- una vocera tumultosa pidiendo labendicin a las personas mayores se arm entrecuatro muchachos de ambos sexos que arrodilla-dos estaban.

    Restablecido el silencio entre los nios, volvie-ron juntos con la joven a la cocina dejando el hazde pino encendido para alumbrar la sala del boho.

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  • CAPTULO n

    [Q omponase el ajuar de sta: de cuatro oe cinco rollos de seiba que servan de sillasen competencia con una barbacoa, mue-

    ble formado por cuatro estacas clavadas en elsuelo, soportando dos cortos palos atravesados,sobre los que descansaban cinco tablas de pal-mas barnizadas por el continuo frote de los euer-pos. En un rincn cuatro calabazas llenas deagua, encima de las cuales descollaba una pir-mide de jcaras, compitiendo en blancura con laporcelana, y que colgadas por los extremos a lasespinas de dos trozos de limonero colocados encruz, denotaban el aseo del ama de casa. Esta esuna de las particularidades en que la mujer del

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  • montero pone ms conato y lo que da la medidadel buen orden de un boho. En las soleras esta-ban fijas varias quijadas de jabales en cuyos re-torcidos colmillos descansaban macutos, cinchasy jquimas; en fin, dos bateas y una mesa coja,pero muy limpia, completaban el resto de losmuebles.

    Los materiales empleados comnmente en laconstruccin de los bohos son: horcones que so-portaban en sus ganchos la poca trabazn de lamquina; las soleras estn adheridas a la viga y alas varas por delgados bejucos; las paredes las for-man tablas de palmas arrimadas unas a otras yamarradas, o por mejor dicho, encadenadas a va-ras transversales con el mismo bejuco. Los habi-tantes de las costas, donde los mosquitos abun-dan como en ese lugar, a fin de dejar ms espaciolibre por donde el viento pueda penetrar, cortanlas tablas media vara ms bajo que la solera paraque el mpetu de la constante brisa de mar acarreeesos molestosos insectos. Las puertas de los bo-hos unas veces se cierran, otras no, segn la can-tidad de animales domesticados que recorran susalrededores. Si se cierra y la puerta es vertical, se

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  • hace con sogas al tiempo de acostarse o de salirtodos, la misma operacin que se efectu con be-jucos para todo el seto; si la puerta es horizontal ode palenque como comnmente la llaman, conslo aadir cuatro o cinco trozos de palos cruza-dos a los eternamente interpuestos, queda lapuerta defendida de las irrupciones de vacas y de-ms animales domsticos, que no descansan denoche en busca de alimento.

    Excusado es aadir, en vista de esta sencillaconstruccin, que los monteros son los que fa-brican sus viviendas, y que el nico instrumen-to de que se valen es el corto machete de traba-jo que tambin sirve para sus caceras y hastaen caso fortuito para su defensa, razn porquetampoco es de extraar que el machete y elmontero sean tan inseparables, que puede de-cirse es uno de sus miembros.

    El boho no tiene ms que un seto interior quedivide el aposento de la sala. En esta ltima secome y se hacen todos los oficios caseros conclu-yendo por servir de noche de dormitorio a lospeones del patrn. El primero est nicamentededicado al reposo del amo de la casa, su mujer

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  • e hijos, y sus muebles son los siguientes: una bar-bacoa ms ancha que aquella de la sala, sobre laque est tirado un colchn relleno, unas veces dehojas de pltanos, otras de lana vegetal y que sir-ve de cama al amo, su esposa y al nio que estal pecho; otra barbacoa del mismo tamao conun cuero de novillo por colchn y que sirve de le-cho a la dems familia, arropada con una sba-na, sase cual fuera la cantidad de individuosacostados. La ropa de gala est guardada en uncajn carcomido y en una o ms petacas de ya-guas; la de trabajar est colgada delante de lascamas sirviendo de cortinas o de un cordel flojoamarrado por los cabos a un rincn.

    Cualquiera que no sea curioso o no est du-cho en las costumbres de la gente en cuestin,creer que no hay ninguno de los objetos necesa-rios al uso casero de una familia, pero se equivo-cara de medio a medio si tal juicio formase, puescon slo levantar la colcha que cubre la camaprincipal se topara con gran cantidad de objetoscuya exposicin entra a veces en los hbitos dealgunos habitantes de las ciudades, aunque nues-tros monteros, tal vez ms cuerdos, prefieren li-

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  • brarlos de la petulancia arruinadora de los mu-chachos: platos, tazas, jarros, cucharas, ollas, to-do est escondido debajo de la cama, aguardan-do la ocasin de una visita importante o el matri-monio de un miembro de la familia para ver la luzdel da.

    Hecha esta descripcin indispensable, volva-mos a las personas que pusimos en escena. Lasala del boho estaba alumbrada por- el manojode pino encendido que descansaba en el mediosobre una piedra, y un muchacho se ocupaba enquebrar de cuando en cuando las puntas, que yacarbonizadas disminuan la escasa luz que arroja-ba. El que haba llevado el Ave Mara y que pa-reca un hombre como de sesenta aos, aunquefuerte y bien conservado, estaba acostado en unahamaca tejida de delgadas cuerdas de majagua.Vestido en la misma forma que Juan y Manuel, sediferenciaba en ms limpieza y en una pipa debarro, cuyo humo saboreaba por un corto tubode copedillo.

    Manuel, despus del Ave Mara, amarr su pe-rro a una de las horquillas de la barbacoa, y arre-glando su machete entre las piernas con un ade-

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  • mn caracterstico, se sent sobre dicho mueble,balanceando suavemente sus piernas en el aire.

    Juan volvi a tomar la misma postura de an-tes, con la cara vuelta a la sala, solo que a cadarato frunca el ceo, y una contraccin de ira sa-cuda su persona cada vez que la joven que ha-ba trado la luz y preparaba la cena llegaba de lacocina a buscar alguna cosa necesaria a su tarea,y que mientras la buscaba y la hallaba, dirigauna mirada de soslayo a Manuel.

    -Cuntarne, muchacho -dijo el hombre queestaba acostado en la hamaca y que era el patrnde la casa-, cmo has hecho para venir hoy conlas manos vacas.

    -Tal vez Manuel cogi miedo de andar solo-dijo Juan-, cuando est acostumbrado a mon-tear con un compaero que se exponga a los pe-ligros por l.

    -Vlgame la Virgen Santsima, Juan, -contes-t el mancebo saltando de la barbacoa y encami-nndose hacia el interruptor con la mano dere-cha sobre el cabo del machete-, yo pienso quepor usted verme en estas carnes supone que ten-go miedo, y por esa luz que nos alumbra le ase-

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  • guro que ni a usted ni a los jabales se lo tengo, ysi no fuera por el respeto que debo a la casa enque estamos, yo le hara ver que no soy mozoque huye al hierro.

    -Yo no hablo entre la gente -replic Juan, le-vantndose tambin- yo voy todos los das almonte y estoy dispuesto a ir ahora, con que as. ..

    -Qu gorgona es esa, muchachos, dijo Toms,no creo que ustedes vayan a pelear porque unofue al monte y no trajo carne; eso sucede todoslos das, y tomara yo de pesos fuertes las vecesque he ido en balde a montear. Vamos, ustedesson amigos, as estaos quieto. Hola, Teresa -con-tinu volvindose a una vieja sentada en un rin-cn, que murmuraba las multiplicadas repeticio-nes de un tercio-; hazme el favor de traer la bo-tella de aguardiente que compr el sbado en elpueblo.

    Teresa, mujer de Toms, y de su misma edad,con polleras de algodn azul y collar de cuentasamarillas, se levant, fue al aposento y volvi conuna botella de aguardiente de caa y una jigeri-ta muy blanca que puso sobre la mesa.

    -Vamos, amigos-prosigui el patrn-, vengan a

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  • tomar un trago y que no se hable ms del asunto;ustedes son amigos, yo lo soy de ambos, y en fin,por lo que bais, a pelear es una bagatela que nian nombre puede drsele. Diciendo esto, Tomsalargaba la jigeritacon aguardiente a Juan, que latom y sin cumplimiento se trag el contenido.

    Toms volvi a echar, y la present a Manuel,que hizo 10 mismo que Juan, despus echandopara s bebindoselo, llam de nuevo a Teresapara guardar la botella.

    -Pues ahora que ya los dos estis contentos,dime Manuel, si podrs responder a lo que te pre-gunt.

    -Sin duda, seor Toms. Esta maana sal co-mo usted bien sabe con mi perro; me met por elcao y ca a la orilla del Nagua, no haca mediahora que haba pasado el ro e internndome enel monte del factor, cuando Manzanilla presienteun jabal que a poco rato se aparece en un maja-gual, con unos colmillos que me decan tena a 10menos cuatro aos. Mi perro, como digo, encuanto lo olfate, empez a ladrar, lo solt, peroel jabal se acul a un rbol y no le dejaba apro-ximar; mientras oa el ruido que haca afilando

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  • sus navajas y acechaba un lugar favorable paraabalanzarme a l y clavarle el cuchillo, dio un fu-rioso salto sobre mi perro, que se tir a un ladopara evitarlo. -iA l, Manzanilla, a la oreja! -pero,paff... dio otro salto y ech a correr como unabala; mi perro corre tras l, yo tras mi perro: co-rrimos dos horas, yo casi no los perciba, cuandodistingo al perro solo parado a orillas del Naguay venteando. -lQu es eso, Manzanilla -le digo-,que 10 dejaste ir? -Presto el odo y oigo el ruidode un animal que sale del agua huyendo. Manza-nilla corre para arriba, para abajo, buscando unbajadero, lo halla, pasa, se abalanza chorreandoagua tras l, y oigo que trabaja y lo acosa haciadonde yo estoy, detrs de un rbol, esperndolos;pero el muy maldito me vio y empez otra vez acorrer por las laderas del Helechal, quise alcan-zarlo, mas en vano, se tir a la Madre Vieja y mecost parar. Sin embargo, maana vuelvo, y amenos que no est encantado, sabremos qu gus-to tienen sus costillas.

    -Escucha -d]o Juan, con una mirada llena derencor que el aguardiente no haba extinguido yque escap a sus oyentes-, maana te acompa-

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  • ar y veremos si se nos escapa a los dos.-Si es con ese solo objeto que usted me acom-

    paar, no necesita molestarse, por ser casi undesafo que hay entre m y aquel animal, y porconsiguiente yo solo trato matarlo.

    -No -dijo Toms-, Juan te acompaar, porqueyendo dos, llevan ms seguridadde matarloy tienesmenos peligros o a lo menos una ayuda en tu em-presa.

    -Por dar gusto a usted, ya que as lo quiere,convengo en que Juan me acompae, aunquerepito que no hay necesidad.

    Acababa la joven que dispona la cena de traertres platos llenos de sancocho de tocino, que pu-so sobre la mesa aliado de tres cucharas de jige-ro, y ejecutadas estas operaciones, con ayuda deTeresa acerc la mesa a la hamaca del criador pa-ra que ste pudiera comer sin moverse de su si-tio. Toms llam a los monteros, quienes despusde haber acercado sus asientos que no eran otrosque dos troncos de los cinco que haba en la sa-la, se lanzaron ansiosos cada uno sobre su platode tal manera, que a poco rato slo quedaban loshuesos, que la jaura del criador roa gruendo.

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  • CAPTULO m

    miempo es ya de dar a conocer a la jovenque se haba ocupado en la cocina hastaT entonces y que acababa de sentarse en lasala concluidos aquellos quehaceres. Mara era lahija mayor de Toms, criador y dueo del ranchoabundante de Matancita y quien se haba casadomuy tarde, es decir, pasado los cuarenta. Tenadiez y ocho aos, y aunque no poda pretenderun lugar eminente entre las hermosas, no por esodejaba de ser una fresca y agradable joven. Sucolor era bronceado por la raza y por el sol, perosu cutis era fino y terso; sus pies y manos tenanla piel dura con los afanosos trabajos del campo,pero eran tan pequeos y finos; en fin, su talle te-

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  • na aquellas riquezas de formas que encienden enlos viejos solteros los malos pensamientos, y quehacan de Mara una de esas muchachas que to-dos los das vemos y que tan agraciadas son.

    Criada a catorce leguas de toda poblacin quemereciera el nombre tan slo de aldea, Mara nohaba visto por la incuria de sus padres, pues, ciu-dades, ni otros hombres que criadores y monte-ros. Las ideas en que haba crecido eran una su-persticin sin el menor asomo moral, justo o in-justo. Conservaba su inocencia, porque bajo lavigilancia continua de su madre ni era inducida nipoda cometer faltas. En esta vida semisalvaje, noasegurara que la joven dejase de tener un cora-zn tan amante y ardiente como el de cualquieraseorita bien educada, pues sabido es que laeducacin no es la que engendra la constancia, nison las ciudades las que poseen pechos de senti-mientos delicados y duraderos, pero a lo menosMara no haba encontrado una persona que hi-ciese latir su corazn a la dulce palabra de amorni que desarrollase su tal vez oculta sensibilidad.

    Uegle por fin este momento con la aparicinde Manuel en la casa. Hijo de un amigo de To-

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  • ms que lo mandaba a cuidar un rancho que po-sea vecino al del criador, Manuel fue recomen-dado vivamente al cuidado de ste. Invitado apermanecer en la casa mientras fuese relevado,aprovech ansiosamente esta oferta, porque lavista de Mara le haba causado una agradableimpresin, esta impresin fue prontamente tro-cada en un ardiente amor, que no encontr difi-cultades en ser correspondido. En las gentes delos campos, aparte esos seductores que donde-quiera se hallan, existe una buena fe en el sexomasculino que no le deja entrever la posesin deuna hija de familia honrada, slo por medio delsanto lazo del matrimonio. As fue, que no biense hubo convencido el joven de que era amado,cuando confi a su padre la idea que tena deenlazarse con Mara, y su padre que estaba estre-chamente unido por la amistad con Toms, acu-di gustoso y pidi para su hijo la mano de la jo-ven, que le fue concedida.

    Decimos que Manuel encontr facilidad en ha-cerse amar de Mara, pero no queremos dar unatriste idea de la resistencia de la joven, porqueaunque la larga resistencia de una mujer prueba

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  • en nuestro concepto vanidad en prolongar la hu-millacin de un hombre, mejor que virtud; no en-tra en los hbitos de las jvenes criadoras esa co-quetera y larga simulacin que hace a una niade la ciudad resistir a los ruegos del hombre queya ama, dndose por excusa a s misma, que elpudor no le permite confesarlo o que quiere pro-bar la constancia del pretendedor; pobres mucha-chas que mal excusan la prdida de un tiempoque malgastan, cuando la vida es tan corta y tanraros los momentos que se nos presentan de serfelices.

    Entre criadores y monteros, los jvenes se de-claran el amor, primero con los ojos, como en to-das partes, luego el hombre apoya fuertementeun pie sobre el de la mujer, y esto equivale a unadeclaracin circunstanciada y formal; si la mujerretira el pie y queda seria, rehsa; si lo deja y son-re, admite; en este ltimo caso se agrega ---

  • En el campo, donde las conversaciones a solaspueden ser tan frecuentes, un seductor hallaratodo el lugar necesario para la consecucin de susdesignios, pero esta libertad no es aprovechadapor lo comn del montero, que necesita salir desu estado normal para arrojar la timidez que se leredobla con el amor, y vestirse con esa capa deosada que posee el hombre de mundo. El fan-dango es la arena de las declaraciones, pero anpara esto se necesita subir una escala a cuyo re-mate brota la declaracin.

    y qu es el fandango? se preguntar. Oh! queno se vaya a interpretar por el fandango andaluzo de otro pueblo u otra raza que no sea la de losmonteros. El fandango no es una danza especial;el fandango son mil danzas diferentes, es un baileen cuya composicin entran: un local entre claroy entre oscuro, dos cuatros, dos giras, dos canto-res, un tiple, mucha bulla, y cuando raya en lujo,una tambora.

    Si queris verlo os vaya conducir. Veis la sala,dos velas de cera parda pegadas a dos clavos laalumbran. En ese rincn donde ms apretado es-t el grupo de hombres que ocupa la mitad del 10-

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  • cal, apoyados en sus sables ora desnudos, ora en-vainados, est la orquesta. Abros paso y veris:primero, dos individuos, cada uno empuandocon la siniestra una calabaza, delgada, retorcida ysurcada de rayas a una lnea de distancia, mien-tras que con la diestra pasean por las desigualda-des de los surcos y al comps una pulida costillade jabal; las calabazas son giras, los que las tie-nen msicos de acompaamiento y cantores:ahora bajad la vista y veris los verdaderos msi-cos sentados en un largo banco con las piernascruzadas, cada uno trae un cuatro, instrumento dedoce cuerdas en que alterna bordones y alambresy de sonido un poco bronco. Volved a salir allu-gar vaco que aunque estrecho nunca lo desocu-pa un galn y una dama. La mujer se levanta sinprevia invitacin y se lanza girando alrededor delcirco donde pronto la acompaa un hombre des-tacado del grupo de la orquesta; ella va ligera co-mo una paloma; l va arrastrando los cabos de susable y marcando el comps ya en precipitados,ya en los lentos zapateos; la mujer concluye tresvueltas circulares, y entonces avanza y recula ha-cia el hombre que la imita siempre a la inversa en

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  • aquellos movimientos, y aqu es donde l prodigael resto de su agilidad y conocimiento de esta dan-za conocidos con el nombre de puntas. Tan pron-to imita el redoble de un tambor como el acompa-sado martillo de un herrero, o por fin con mssuavidad el rasgueo de las giras. Por ltimo, des-pus de diez minutos concluya la dama con unapirueta a guisa de saludo, y el galn tira una zapa-teta en el aire y cae con los pies cruzados.

    Este baile tiene algunas veces el nombre deSarambo y otras de Guarapo, distincin apoya-da en tan pequeas variaciones que est por de-ms enumerarlas.

    Una de las cosas ms notables en estas dan-zas populares son los cantores, copia fiel, menosel arpa, de los bardos de la Edad Media. Poetapor raza y por clima, su facundia no tiene lmites;empua la gira e improvisa cuartetas y dcimasque cambian a medida de los diferentes senti-mientos que lo animen. Enamorado, sus coplasrespiran comparaciones exageradas y alusionesdirectas para hacer conocer su cario al objetoque lo engendra; alaba sus cabellos, su talle, susojos y hace sus declaraciones rimadas. Animado

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  • por un espritu pendenciero, entonces no puedecantar solo, es menester un compaero que res-ponda las coplas que sabe, las que improvisa ylas que glosa; esto se llama cantar en desafo. Se-gn indica el nombre dado, los versos son unapolmica que suscita: uno alaba su saber y elotro le contesta que es un asno; el primero repli-ca con ms fuertes palabras, y tales improperiosen cabezas ya acaloradas concluyen en una zam-bra general de cuchilladas y sablazos, que hacenir al otro mundo a muchos pacficos, pero impru-dentes espectadores.

    Manuel, joven tmido, no poda prevalecersede su introduccin en la casa de Toms para ena-morar a Mara, pero en un fandango a que a po-cos das de su llegada asisti la familia del criador,empu la gira y en versos malo bien concerta-dos dijo lo que senta y pint con tan verdaderoscolores a quien iban dirigidos, que la nia adver-tida ya por las miradas del joven, y a pesar de suignorancia, conoci que era ella la herona. Des-pus de esto Manuel dej la gira, y acaloradopor cuatro guarapos, tres sarambos y dos tragosde aguardiente, se aventur a dar la pisada sacra-

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  • mental que una bofetada castig o ms bien pre-mi. Zanjada esta dificultad, las palabras y losanillos se cambiaron y pronto se ajust el matri-monio.

    Sin embargo, en medio de su recproco cario,nuestros jvenes amantes olvidaban un persona-je importante en sus amores. Juan entr de penen la casa poco antes que llegara Manuel, y seocupaba en este oficio, tanto cultivando la peque"a labranza del criador como en la caza de los ja-bales a provecho del mismo. El exterior de Juan,adems de sus cuarenta aos, no era propio pa-ra inspirar amor a una joven por muy simple quefuese, y as fue que enamorado de Mara slo pu-do lograr respeto y amistad en cambio de susatenciones y obsequiosos servicios. En balde arro-llndose las mangas de su chamarreta mostrabasus nervudos brazos y en agradable y cadenciosovaivn raa la yuca que daba el almidn y cazabenecesario a los usos de la familia. En balde en losfandangos improvisaba dcimas, glosaba cuarte-tas dirigidas a la joven y sacaba a lucir los ms di-fciles zapateos de bailarn conocido, nada de es-to conmova a Mara, todo lo haba echado en sa-

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  • ca roto nuestro amante; pero como el amor es unnio caprichoso que a veces vive de contrarieda-des, la indiferencia de Mara pona cada da msenamorado a Juan, y ya se deja suponer la rabiaque engendr en su pecho el mutuo cario de losdos prometidos.

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  • CAPTULO IV

    [AJ penas la aurora sacuda su rubia cabelle-A ra en el Oriente precediendo al padre dela luz, cuando Juan y Manuel vestidos co-mo el da anterior, cada uno con su perro tiradode los cabos de sus machetes y despus de beberdos tazas de caf, doblaban la punta de Matanci-ta y emprendan su cacera a la orilla derecha delNagua. Nuestros monteros caminaban silencio-sos y sus perros trotaban a sus lados olfateando einquietos: ya el sol doraba la cima del Helechal,cuando internndose en la espesura del bosqueJuan hizo alto, y apoyndose en un tronco, dijo asu compaero:

    -Anoche porque estbamos entre casa y por-

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  • que oyera una persona que no eres cobarde, tepusiste a decir palabras que me disgustaron yque deseara saber si eres capaz de repetir en es-te sitio.

    El tono insolente de estas razones no dejaronduda al joven de que Juan lo haba queridoacompaar para batirse, y como uno de los ladosms sobresalientes del montero es ese valor queno consulta y arriesga su vida por un scame allesas pajas, Manuel contest con dureza:

    -Juan, usted es mayor que yo en edad y debarespetarlo, pero ya hace unos das que estoy can-sado de sufrir sus maneras y sus majaderas, porconsiguiente no me desdigo de lo de anoche. Ni'a usted ni a nadie tengo miedo, y si lo duda, elparaje en que estamos es bueno para probarlo.

    -No te apures, chico, conozco el sitio y tanto,que debes haber conocido que si te acompao espara lo que de aqu a un poquito puede pasar.Sin embargo, antes de llegar ah, quiero ponerteuna cosa: vamos a pelear ahora mismo, pero siquieres que sea tu amigo en lugar de enemigo,deja ese casamiento, vete donde tu padre, y teprometo...

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  • -Basta... iest usted loco! que deje yo mi ma-trimonio con Mara, primero difunto; ya s queusted me busca pleito porque ella no le ha queri-do corresponder, y usted deba conformarse enlugar de buscar rias; por lo dems, yo estoy dis-puesto a pelear, y as...

    -As que no se hable ms del asunto, saca tumachete y adelante para ver si eres hombre.

    Diciendo esto, Juan con grande ira por lasrespuestas del joven, desenvain y arremeticontra Manuel que ya con el suyo desenvainadolo esperaba.

    Durante dos minutos los hierros echaron chis-pas y los cabos del de Juan se enrojecieron poruna herida que recibi en la mueca; esto avivms su coraje, y descargando un recio mandoblesobre el crneo de su contrario, lo derrib.

    El montero es generoso, y aunque le falta aqueltinte de saber vivir que hace al hombre civilizadoacompaarse de un testigoy un cirujanoen sus de-safos, no por eso en cuanto su enemigo cae dejade socorrerlo o de avisar en su socorro, pero estavez no sucedi as. Juan quera matar a Manuelporque juzgaba que impedira el matrimonio y ha-

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  • ra olvidara Mara aquel que tanto amaba, hacin-dose querer l, cuando el tiempo hubiera totalmen-te apagado su recuerdo. Qu raciocinio el de losmonteros enamorados necios!

    Juan acosado por los celos tena ganas cuan-do vio el joven en tierra de acabarlo, y lo hicierasi un ruido que vena de la maleza no lo disuadie-ra, entonces creyendo que eran monteros quediscurran por la selva en pos de caza y que po-dan verlo, envain apresuradamente su machetey escap con toda ligereza de que era capaz.

    Manuel, aturdido por el furioso machetazo, sedesangraba; su perro que en la prisa de venir alas manos haba quedado engarzado en la vainadel machete durante el combate, presintiendouna pieza, tiraba de su pobre amo y olfateaba endireccin del ruido que haba puesto en fuga aJuan, en fin, el ruido aproximndose, apareciun jabal, el mismo que el da antes amo y perrohaban perseguido infructuosamente: iextraoefecto de la casualidad que el que haba queridomatar le salvase la vida! A la vista del animal,Manzanilla tir con ms fuerza y empez a ladrarcon furor. Sase que el aturdimiento se le hubie-

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  • se pasado, sase que los tirones y los ladridos desu perro lo sacaron de l, Manuel abri los ojos ypudo sentarse. Vindose solo, baado en sangrey en tan triste estado, la palabra "ruin" se escapde sus labios, pero haciendo un supremo esfuer-zo logr levantarse, y con paso tardo, chorrean-do sangre y parndose de rato en rato para co-brar aliento, se dirigi a casa de Toms.

    Tena dos leguas que salvar y ms bien lo sos-tena su valor que sus fuerzas; luego un recuerdolo aguijoneaba, porque si se detena la muertepoda ampararse de l antes de que se viera uni-do a la que tan cara le era y que tan bien pagabasu amor; este pensamiento lo acosaba, y maldi-ciendo al autor de su desdicha, procuraba avan-zar, a pesar de que sus fuerzas lo abandonaban.Por ltimo, sintiendo estar prximo a caer, se sen-t, quitse el pauelo de la cabeza, exprimile lasangre, y an todo empapado procur doblarlocomo un vendaje, pero un desmayo lo tendi denuevo por tierra.

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  • CAPTULO V

    IEIIsol de medioda dardeaba sus abrasadoresrayos sobre el boho de Toms; el criador secolumpiaba suavemente en su hamaca fu-

    mando su pipa; Mara, concluidos sus trabajos decocina, se ocupaba en coser una chamarreta deuno de sus hermanitos, sentada sobre el quicio dela puerta del aposento; los nios jugueteaban deba-jo de un frondoso naranjo que a diez pasos del bo-ho haba; Teresa con una rueca hilaba la costurade Mara; en fin, todos hacan la siesta conforme asu gusto y hbitos.

    -Mara --dijo Toms, arrojando una bocanadade humo que subi ligera y se dilat en el aire-,Juan y Manuel debieron salir muy temprano,

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  • puesto que no los o partir.-S, seor, todava las gallinas no se haban

    apeado del palo, cuando ya ellos haban bebidocaf y partido.

    -Yo creo -volvi a decir Toms-, que el jabalno se escapar esta vez como ayer; ambos sonbuenos monteros, y ser preciso que haya desa-parecido para que maana no lo salemos.

    La joven no respondi, porque volvi rpida-mente la cabeza hacia Manzanilla que acababa depararse jadeante en medio de la sala; sin duda es-peraba verlo seguido de su amo, pues su vista tor-n a la puerta y su odo prest atencin a los rui-dos exteriores.

    -Nuestra gente vuelve pronto -dijo Toms-,he aqu a Manzanilla, compaero inseparable desu amo, que ya haba llegado.

    Pero el perro en lugar de arrinconarse comoacostumbraba en las raras ocasiones que prece-da de algunos momentos a Manuel, se puso a ti-rar de la ropa al criador, parndose de cuando encuando en esta operacin para mirarlo y despusvolver a repetir.

    Toms, impaciente mejor que admirado de la

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  • extraa conducta del perro, y vindolo hincar loscolmillos a travs de las redes de la hamaca ensus pantalones, principi a enfadarse, hasta queincomodado por la nunca usada insistencia delperro, dile una patada diciendo: -Quita all...Habrse visto cosa semejante ... Querer hacer tri-zas mis calzones... bonito ests para retozo...marcha a acostarte. Pero el perro en lugar deobedecerle ni quejarse por tan duro tratamiento,principi a ejercitar iguales maniobras con Mara.

    -Padre -dijo sta-, qu tendr Manzanilla; va-lo como me tira de la ropa, y Manuel que lo traesiempre a su lado hace una hora que no llega.

    Toms en lugar de contestar a lo que l creapreguntas pueriles de su hija, se tendi cuan lar-go era en la hamaca y empez de nuevo a des-pedir bocanadas de humo.

    -Madre, repare usted a Manzanilla-dijo Maraa Teresa.

    -S, hija, lo veo, pero no atino por qu te in-quietas por sus halagos.

    -Madre, alguna cosa puede haber sucedido aManuel, tal vez ha quedado herido por algn ja-bal entre el monte. Levantndose despus y con

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  • esa intuicin de las personas que aman bien,continu con vehemencia: -Manzanilla nunca loabandona y se aparece aqu sin l, y luego estostirones que me da como para indicarme el peli-gro de Manuel...

    -Voto a los diablos, Mara que nia eres -dijoToms, interrumpiendo a Teresa, que procurabaconsolarla, y quitndose la pipa de la boca y sa-cudiendo en el suelo las cenizas que quedabanen el fondo; -bien puedes decir -prosigui, sa-cando una vejiga de vaca repleta de tabaco pica-do y volviendo a llenarla-, bien puedes decir queeres la muchacha ms tonta que se conoce. Dimecrno puedes creer que Manuel est segn ima-ginas, si tiene a Juan por compaero?

    Estas palabras al parecer razonables no conso-laron a la joven; por el contrario, sigui en sumente otra idea que le despert mayores temoresque Manzanillaaumentaba con su insistencia.

    -Padre, usted puede tener confianza en Juan,pero yo no la tengo, y soy capaz de apostar quea Manuel le ha sucedido algo.

    -i.Y por qu no tienes confianza en Juan, aca-so es malo o te ha dado motivos para que des-

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  • confes de l?Mara slo respondi con una mirada supli-

    cante que dirigia Teresa y que sta comprendi.

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  • CAPTULO VI

    [j2] ebemos advertir que Toms nada sabaD de unos sentimientos que Juan le habaocultado cuidadosamente, esperanza-

    do en conquistar primero el cario de su hijapara despus declararlos, mas esta ignoranciano se extenda hasta la madre que adivinandocon la perspicacia de su sexo el amor de Juan,haba interrogado y recibido las confidenciasde la nia sobre el disgusto que le causabanlas persecuciones amorosas del pen, as fueque comprendiendo por la mirada de su hija,los temores que abrigaba, dijo:

    -Mara tiene razn, Juan no es la mejor com-paa que Manuel puede tener, y no sera de ex-

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  • traar que los dos cruzasen en el monte palabrasque hayan concluido de mala manera para elmuchacho.

    --lY por qu lo supones as, Teresa? -replicToms.

    -Dgolo --contest la vieja, queriendo ocultarla verdadera razn-, porque si mal no me acuer-do, anoche Juan trat de cobarde a Manuel, y yaiba a querer pelear cuando t interviniste.

    Aunque medio convencido, el criador excla-m: -iQu locura! Slo en cabeza de mujerespueden caber tales ideas y temores. Ea, Mara,d, como hice yo, una buena patada al perro yvers como te deja.

    Pero Mara en lugar de obedecerle se levantexclamando:

    -Padre, por Dios, hgame el favor de salir conManzanillaa ver dnde l lo dirige y procure bus-car a Manuel.

    Las grandes convicciones tienen una fuerzairresistible, y aunque el criador era idlatra de susiesta, el tono angustiado, la vehemencia conque su hija le hizo splica y el recuerdo de loque haba pasado la noche anterior, pudo ms

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  • que sus ideas de holganza. Por tanto se levant,y descolg de un clavo su machete, se lo ama-rr y sali fuera palmoteando sobre un muslo ydiciendo: -Aqu, Manzanilla, aqu. -El perro diodos brincos, y cogi trotando la delantera.

    Dijimos que el sol estaba en mitad de su carre-ra y sus rayos ardientes cayendo a plomo sobre lacabeza poco resguardada de Toms, le hacanacelerar el paso; el perro volviendo la cabeza decuando en cuando como para ver si era seguido,doblaba el trote, sin tergiversar ni detenerse.

    -iHum! Iba diciendo Toms, enganchndoseen el nudo del pauelo la pipa que acababa desacudir otra vez con la paloma de la mano, -Ma-ra puede ser tenga razn, Manzanilla no dice poraqu voy, por all ir y sigue derecho como un hu-so. Dablo, diablo. Sin embargo, es un poco lejosy el sol me tuesta un poquillo. Eh! Manzanilla,coge el galope, si creer que estoy para imitarlo;pero se para y ladra, si no me engao vaya cer-tificarme de quin tena razn, Mara o yo.

    El perro, como deca el criador, acababa depararse, y ste lo vio olfateando el cuerpo de unhombre tendido en la arena del mar. Toms ha-

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  • bindose acercado conoci a Manuel, plido,yerto y empapado en sangre ya coagulada for-mando capas en su piel y vestidos.

    -Por todos los santos de la corte celestial --ex-clam, levantando la cabeza del pobre mozo yviendo la horrible herida que en ella tena-; estono fue jabal, fue hombre; ah, canalla de Juan,qu buenas obras haces y cunto no diera por te-nerte frente a frente en este momento, para quepagaras la muerte del hijo de mi amigo y esposode Mara-; luego, sintiendo un casi imperceptiblemovimiento del herido, aadi: -Alabado seaDios, no est muerto y tal vez volver en s den-tro de un rato, pero yo solo, no s como har pa-ra cargarlo, porque esperar que este pobre mozopueda valerse de sus pies por el momento es pen-sar que ahora es de noche. Lo mejor ser, -agre-g, despus de una espera-, quitarlo de este solque abrasa, ponerlo debajo de aquella guama, yesperar que con la frescura recobre sus sentidos,para yo ir al Juncal a buscar a mi compadre fe-liciano y otros que me ayuden a conducirlo acasa.

    Mientras esto deca, Toms carg lo mejor que

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  • pudo el descoyuntado cuerpo del joven y lo de-posit debajo del rbol; este cambio de tempera-tura produjo una reaccin, y a poco rato dio se-ales de vida, abri los ojos y aunque la vista sela tena apagada la debilidad por la sangre perdi-da, pudo conocer a Toms que esperaba ansiosoesta muestra de vitalidad.

    -En fin, gracias a Dios, abriste los ojos. Te ase-guro que hace aos no haba pasado un susto se-mejante; hace tanto rato que estabas como muer-to que ya crea lo fueras de veras; pero yo nopuedo hacer nada solo en el estado en que te ha-llas, y por tanto procura sacar fuerzas de tu fla-queza para no caer en otro desmayo, mientrastranscurre el tiempo suficiente para yo ir al otrolado de la boca del ro a buscar ayuda.

    Despus de esta extraa recomendacin pro-pia de un montero, Toms pas la boca, tomuna vereda entre uveros y majaguales, y lleg auno de los bohos del Juncal, donde un hombrecomo de cuarenta y cinco aos estaba en lamisma posicin que el criador, antes que los te-mores tan fundados de Mara lo hicieran venira socorrer a su futuro yerno.

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  • -Compadre Feliciano -dijo, llegndose sinms prembulo al acostado, vengo a pedirle el fa-vor de ayudarme a cargar a Manuel que he en-contrado mal herido del otro lado de la boca.

    Feliciano quiso interrogar, pero Toms lo de-tuvo.

    -El caso pide urgencia, compadre, y como losdos no podremos cargarlo, mientras yo vaya re-querir ms gente, vaya usted preparando una ha-maca donde podamos acostarlo.

    -Bien, vaya usted, compadre.-Hola, procure tambin preparar una botella

    para los cargadores, pues usted debe reparar queel sol arde y har sed en el camino.

    -Pierda cuidado, compadre, a mi cargo queda.Toms volvi al cabo de diez minutos acompa-

    ado de cuatro monteros que haba reclutado enlos bohos circunvecinos, y encontr a Felicianoya preparado: la hamaca amarrada a dos gruesasvaras a guisa de litera, y una botella de aguar-diente de caa debajo del brazo.

    -Compadre -deca Feliciano, luego que se pu-sieron en ruta-, usted me cogi tan de susto, queno tuve lugar de preguntarle cmo haba sido he-

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  • rido Manuel y quin lo hiri.-A nada de lo que usted pregunta puedo con-

    testar, porque nada s y slo hago suposiciones.Sin embargo, puedo decirle que esta maana sa-lieron Juan y Manuel a montear, y que har pocoms de dos horas que Manzanilla se nos aparecien casa, y tanto brujule y tir de la ropa a Mara,hasta que a la muchacha se le puso que su novioestaba en peligro hacindome venir en su busca,y tan poco se enga la chica, que estuvo usted apique de asistir al entierro de l, en lugar de ser-virle de padrino en sus bodas.

    -iEn verdad, compadre, que usted me admira!Un perro tener la inteligencia de buscar socorropara su dueo.

    -Tan la tiene que aqu me trajo y l se qued allado de Manuel.

    y as era, el admirable instinto del perro pare-ce haba previsto que si Toms lo abandonaba asu amo, era momentneamente para buscar ayu-da, y como un centinela en su puesto, habaaguardado aliado de Manuel.

    Habiendo llegado Toms y su comitiva, halla-ron al joven en todo su conocimiento, pero en tan

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  • gran debilidad, que no poda mover un brazo; car-gronlo y tendindolo en la hamaca, apoyaroncuatro de ellos las varas sobre sus hombros diri-gindose a casa de Toms.

    A medida que los cargadores eran relevadosen las dos leguas que haban de andar, Felicianotena cuidado de mojarles la garganta con unbuen trago que el aficionado empinaba ad libi-tum boca con boca de la botella agarrado, y co-mo a todos les llegaba su turno, l no dej de seruno de los que ms largo rato estuvo haciendopuntera a las nubes, slo que el disparo sala a lainversa, y el fuego lquido pasaba a la digestindel honrado padrino del herido.

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  • CAPTULOvn

    ffiJ in querer ahora describir el dolor de Mara,las exclamaciones de Teresa y el espantoS de los nios cuando la litera entr en el bo-ho, pasaremos a dar rpidamente algunas explica-ciones, no sobre el instinto del perro en venir enbusca de ayuda para socorrer a su amo, porque es-te instinto, aunque muchas veces se ha probado encircunstancias idnticas, no por eso ha sido expli-cado por fisiologistas y filsofos, pero diremos queManzanilla luego que por segunda vez vio caer asu amo, aguard a que se levantase, vindolo nohacer movimiento, tir en varios sentidos la lazadaque lo prenda, y como sta consista simplementeen dos vueltas alrededor de la vaina, pudo des-

    4S

  • prenderse y corri hacia la casa.Cuando Manuel cay nuevamente an brota-

    ba la sangre, pero pronto se coagul y cerro losbordes de la herida; esto fue lo que salv su vi-da expuesta tanto por la violencia del golpe co-mo por la hemorragia.

    Una herida entre monteros, por grave que sea,no es cosa para dar mucho quehacer a los facul-tativos, se entiende a sus facultativos. El cirujanodel montero es su mujer, otro montero vecino, ocualquier otro allegado: cuatro o cinco puntadaspara formar la sutura y un pao empapado enaguardiente alcanforado es toda la cura, sanco-cho de tocino es el alimento, y para eterna ver-genza de los inventores de blsamos y de Maho-ma que prohibi el tocino, los resultados obteni-dos son los ms concluyentes en abono de estemtodo.

    Manuel estuvo quince o veinte das cuidadopor Mara con una solicitud de madre. Len Guz-mn, su padre, que haba llegado a la noticia desu herida, vindolo enteramente restablecido yobservando el desvelo y afecto de la nia, activa-ba el enlace proyectado; esto origin una gran

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  • porfa entre Toms y l. Cada uno quera quedespus de las ceremonias religiosas fuesen cele-bradas las bodas en su casa, y la porfa no tuvie-ra fin con los fundados alegatos que cada cual ex-pona, si el compadre Feliciano presente a ella nointerviniese declarando: que como padrino le to-caba el gasto, que bajo este concepto engordabaexprofeso un lechn y su mujer preparaba las ca-jetas de conservas de naranjas y pionate nece-sarias, y que no era razonable que le hicieran eldesaire transportando las bodas ms lejos, cuan-to ms que un viejo que viva con l, renombra-do en asar lechones, era el encargado de prepa-rarlo, y que dicho viejo podra a lo sumo venir acasa de Toms, pero no tan lejos como a casa deLen. Estas razones cortaron la cuestin y fue de-cidido celebrar las nupcias en casa de Toms.

    Pronto todo est de fiesta en sta. El depsitode calderas, cucharas, jarros y otros utensiliosque estaban debajo de la cama sale a ver la luzdel da, pero esto no bastar a la multitud de con-vidados, y otros tantos depsitos de otros tantosamigos se le agregaban. Teresa no puede acom-paar a los novios al pueblo, y se queda prepa-

    50

  • rando el recibimiento que se les har a la vuelta.Amaneci el gran da y desde el alba llega el pa-drino, la madrina y a poco el acompaamiento seacerca, de dos en dos, de tres en tres, todos vie-nen a caballo, porque no es paseo y s una jorna-da de catorce leguas que se va a hacer. Los hom-ores vienen de gala, sombrero de fieltro o yarey,pantalones holgados, chaquetas de pao con hi-leras de botones de metal y zapatos de cordobna cuyos talones estn calzadas espuelas de saba-neros. Los jvenes traen los chalecos que fueronde sus abuelos; los viejos, enganchadas por pre-caucin detrs de la oreja, una pipa de corto tu-bo, pero todos vienen en sillas un poco decrpi-tas cuyas fundas dejan relucir la cabeza de una odos pistolas dedicadas, no a la defensa del indivi-duo, porque el largo sable que cada convidadotiene en la cintura pendiente de un blanco cintode algodn tejido por manos criadoras, basta a lade cada cual, pero s para alegrar la fiesta dispa-rndolas a la salida o entrada del pueblo y de lacasa. Las mujeres estn vestidas de muselina ozarazas, van a horcajadas sobre aparejos primo-rosamente trabajados con embutidos de grana y

    51

  • llevan los pies zambullidos en rganas de yareyfinamente tejidas; para resguardarse del sol se cu-bren con gorras de fieltro hermoseadas con plu-mas prendidas a una hebilla dorada o con som-breros de yarey sin atavos. La novia y el novioslo se distinguen de los dems en que los arreosdel caballo de la primera son ms ricos de embu-tidos y borlas de pita, y en llevar el segundo unsable de vaina de cobre. En resolucin todos es-tn contentos, todos han hecho honor al desayu-no preparado por Teresa, y todos se despiden enmedio del humo de una salva general de pistole-tazos.

    Cuando hubieron pasado el Nagua, Felicianose volvi a los hombres de la comitiva dicindoles:

    --Caballeros, debemos estar todos reunidos alas cuatro de la tarde en el Alto de las Jabielas pa-ra entrar en el pueblo en orden; lo aviso a los quequieren correr y a los que van despacio para queprocuren encontrarse.

    Dicho esto, los viejos se quedaron atrs y los j-venes galoparon delante; los novios se quedaronen medio de los primeros, porque aunque jvenesel lazo que les iba a unir y el contento que sentan

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  • bastaban para no necesitar el suplemento de ani-macin que en la carrera buscaban los primeros;adems la mesura sienta bien en semejante cir-cunstancia, y por esto lentamente pasaron los cin-cuenta y dos pasos del Nagua y los insondablesfangos de los Fernndez, Factor y la Bajada.

    Los primeros crepsculos de la noche habaninvadido el horizonte, cuando la pequea carava-na en gran completo se hallaba reunida. en ellu-gar de la cita. Los hombres cargaban sus pistolas,las mujeres, entre las que haba algunas con ni-os de teta por delante, se arreglaban la gorra, elpauelo, los pliegues del vestido con esa minu-ciosidad e imponderable gracia que toda hija deEva pone al presentarse como blanco de muchasmiradas.

    -Compadre Feliciano -dijo Toms--, daremosla pavoneada o nos vamos directamente a la po-sada?

    -La pavoneada, compadre; un desposorio cualste debe ensearse en todas las calles. Od, seo-res -continu, dirigindose a todos--, preciso esarreglarnos para la pavoneada.

    Los hombres se dirigieron en dos filas y las

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  • mujeres en pelotn compacto.La pavoneada es un paseo que por dos o

    tres calles da un desposorio para ensearse; lapavoneada, como bien dice su nombre, es,pues, muy semejante a la rueda que hace el pa-vo, cuando abriendo la cola y contonendose,alarga el moco e irgue el cuello, a la verdadnombre ms exacto no se ver, puesto que loque muestran los ms de estos desposorios separece poco ms o menos a lo que exhibe elpavo.

    La comitiva se haba puesto en marcha otravez, y el compadre Feliciano que la capitanea-ba iba tan embebido en arreglar los muellesrodos de orn de una de sus pistolas que se ha-ba descompuesto, que no repar a su caballobajar por un barranco de la Quebrada Grande,en cuyas fangosas aguas no dilat en caer,quedando enlodado de arriba abajo. Este acci-dente caus la risa de toda la compaa, y Fe-lciano creyendo que se haca burla de l, em-pez a jurar, pero Toms lo apacigu y torna-ron a andar entrando en el pueblo antes deanochecer, en el mismo orden de fila y pelotn.

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  • Una cabalgata es en todas las poblacionespequeas un motivo de curiosidad, aunque adecir verdad pocas cosas dejan de ser curiosasen este mundo, donde cualquier futileza prestacampo, tanto al que la ve superficialmente, co-mo al moralista o filsofo que la examina des-nuda y analiza ya remontando, ya bajando a suorigen y efectos. Nuestra cabalgata no se le po-da atribuir otro origen, slo la vanidad de mos-trarse a ocasin de un matrimonio, y si un fil-sofo disecndola de la alegra que en todos losrostros rebosaba hubiera profundizado hasta elremate sus clculos tal vez no se hubieran con-cluido en las dulzuras y pesares del himeneo; lacompaera tal vez dulce y amable, tal vez agriay tormentosa pasada la luna de miel, los cua-renta mil y pico de gritos, sollozos y mimera dela prole, las ingratitudes, disputas de los hijosgrandes, etc., y quin sabe hasta dnde hubie-ra llegado en esta progresin matemtica, sor-do a la voz de su razn que interiormente debagritarle: -Tanta vanidad hay en ti calculandoesas probabilidades, como en esos que dan lapavoneada por slo ensearse.

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  • Todo el pueblo sali a las puertas en cuantoreson la salva de entrada para ver a los novios,pero como el objeto del paseo era puramentemostrar la andadura de sus caballos y la graciade los jinetes, en cuanto al parecer lo hubieronlogrado, fueron a desmontarse sin ms averi-guacin en la casa de un amigo del padrino quese haba escogitado por posada.

    Amaneci el da siguiente y concluidas las ce-remonias de uso, nuestros casados salieron de laiglesia. Al entrar en la casa donde ya un copiosodesayuno los aguardaba, todos los del acompa-amiento repitieron la salva y unos hubo tanacalorados por el humo, el ruido y sendos tragosque haban envasado, que tuvieron por galante-ra disparar debajo de la mesa sus pistolas, queal ser disparadas en medio de damas de nerviosdelicados, a muchas hubiera sido necesario ha-cer respirar doble agua de Colonia; peripecia fuesta que no tuvo lugar entre nuestras campecha-nas acostumbradas a golpes ms rudos paraconmoverse y por esto a poco rato la cabalgatasala del pueblo en la misma forma que cuandola entrada.

    56

  • No todo el acompaamiento iba firme en losestribos, pero no hubo accidente desgraciado quedeplorar en la jornada que tuvo fin en los Her-nndez donde hizo noche en casa de dos monte-ros amigos de Feliciano.

    Los primeros rayos del sol en una maanaapacible sorprendieron a nuestra gente desembo-cando en la dilatada playa de Matanzas. Era unbello espectculo ver este grupo, verdadero tipode los monteros en disposicin de divertirse, ser-penteando al galope en los mil recodos de esa in-mensa ensenada; ver a los hombres encaminarlos indciles brutos por medio de la ola que expi-raba a sus pies; ver las catorce leguas de la bahaalumbrada por ese sol de las regiones intertropi-cales; ver por fin las ya cercanas, las ya lejanaselevaciones lquidas, que unindose y renovn-dose continuamente, al estrellarse en la orilla ha-ca aparecer una franja perpetua de blanca y bu-llente espuma.

    -Atencin, caballeros, es preciso detenernosaqu a cargar las armas -dijo Feliciano, viendo yacerca la casa de su compadre-, alcanzo a ver mu-cha gente que nos aguarda en la puerta, y es pre-

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  • ciso mostrar que entramos como hombres a quie-nes no hace falta la plvora, cuando acompaa-mos a los amigos en ocasiones como sta.

    Todos cargaron, menos quien lo haca hacer,porque su pistola acababa de perder, de purogastado, el tornillo que sujetaba el can a la car-comida caja; sin embargo, para no quedar aver-gonzado de esto que l llamaba desgracia en tanexcelente arma, la empu de manera que no sedesprendieran las dos partes. A la descarga gene-ral que se hizo al poner pie a tierra, Felicianoarroj con disimulo a diez pasos el can y que-.d con la caja en la mano diciendo:

    -Aviso para los que cargan demasiado sus pis-tolas, la ma llena hasta la boca por poco me ma-ta, el can vol con la fuerza del tiro, vean, fuea parar a diez pasos.

    Todos lo creyeron y todos se admiraron, y lcon la mayor sangre fra recogi su can, mien-tras tanto Teresa abrazaba con efusin la hija dequien pronto iba a quedar separada, y los convi-dados entraban en el boho.

    ss

  • CAPTULOvm

    [jJ a sala de ste presentaba un aspecto muyL diferente del que antes describimos. Lamisma rusticidad de construccin, pero

    con todas las mejoras y atavos que el lugar po-da dar. El suelo antes quebrado, irregular y se-co, estaba liso, hmedo y cubierto con una capade menuda arena. La pirmide de jigeras, lascalabazas y bateas haban desaparecido, y en sulugar estaban colocadas slidas y bajas barba-coas que servan de bancos al acompaamien-to. En medio de la sala cuatro mesas de otrostantos vecinos se alineaban cubiertas de blancosmanteles y sobre ellas se ordenaban hileras deplatos, interrumpidas de tres en tres por una cu-

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  • chara y un tenedor de plata o de acero; el cuchi-llo siendo mueble intil porque cada cual cargasiempre uno para servirse, estaba excusado. Enresolucin todo anunciaba que se iba a serviruna comida si no exquisita, a lo menos abun-dante y en armona con los robustos estmagosque la iban a digerir.

    Probbalo adems la perspectiva interior de lacocina, donde acababa de darse la ltima manoa los guisados por un enjambre de pobres mon-teras transformadas en cocineras, pero a quieneseste oficio no privaba de participar a todos los re-gocijos de la fiesta. En medio de ella descollabael lechn del compadre Feliciano, grueso animalque poda pretender mejor el ttulo de jabal porsu tamao que el modesto con que su propieta-rio lo revisti. El viejo anunciado para guisarlo,anciano de perpetuas soletas, daba vueltas alasador de guayabo en que estaba espetado, des-cansando sobre dos horquetas del mismo palo alardiente calor de un montn de brasas encendi-das. La grasa chirriaba al caer en las ascuas y elpellejo haba adquirido ese color dorado queprueba tanto lo bien cocido como lo esponjoso y

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  • delicado. La batera de ollas y calderas en queandaban las ya dichas cocineras, despedan elhumo de diferentes manjares. Aqu una enormecazuela herva an despus de ajoeada con el sa-broso sancocho. All una gran caldera reciba elnegro y aromtico licorque tan agradable es des-pus de comer. Acull, en una hornalla, especiede hornete descubierto, se vea un semicrculo depltanos medio maduros, ya tostados y cocidospor el calor de las paredes donde yacan. El caza-be que haca un pen en un burn ayudado desu paletilla y de la concha de tortuga, el arroz, lasgallinas ya adobadas, todo, en fin, denotaba elprincipio del banquete.

    La mesa se cubre de manjares, el lechn estrinchado en una yagua verde y fresca, y los con-vidados se sientan alrededor de la mesa colocan-do a la cabeza los novios, padres y padrinos;pronto al silencio que guardaban las personasque satisfacen el hambre, sucedi la bulla y la al-gazara. Los vasos son chocados con bro, las bo-tellas circulan con velocidad en medio de las riso-tadas y rudos cumplimientos, entre los que sobre-salen algunos muy directos, son dirigidos a los re-

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  • cin casados.Despus del banquete cada uno trata de ase-

    gurar, si no lo ha hecho antes, un buen pasto a sucaballo; esto fue tambin lo que hicieron nuestrosconvidados echando sueltas a los suyos en mediode la abundante yerba que en el cercado haba.

    Siendo ya tarde, los ordenadores de la fiesta,Feliciano y Toms, organizaron el fandango conque se deba dar fin muy entrada la noche a lafuncin. La llegada de los msicos, requeridos deantemano, facilit la ejecucin, y a las cuatro dela tarde ya estaba en pie con dos cuatros, un do-ce, un tiple, tres giras y una tambora.

    Todo iba a las mil maravillas; eran las once dela noche, se haban bailado algunos sarambos yguarapos y se estaba castaeando en las.ondula-ciones de un fandanguillo, cuando en medio delas bambas se oy un sonido ronco, cual el grui-do del puerco y el balido del oveja, con esta mo-dulacin: brrum, y en medio del grupo de canto-res, msicos y bailadores, apareci la figura bienconocida de Juan.

    -lQuin ronc ah? -salt la voz de Feliciano,al cual no se le escap la intencin hostil de que

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  • estaba impregnada-o Pregunto a todos, seores-dijo, abrindose paso en medio de los bailari-nes-, porque nuestra diversin no es para armarquimeras, slo para celebrar el matrimonio demis ahijados y debemos procurar que concluyaen paz.

    -Viejo Ciano -dijo el recin llegado-, quienroncaba era yo, y si lo hice fue porque me dio lagana.

    ....Qu es eso? -dijo, asomndose Toms porentre el grupo-, basta, Juan -contnu conocien-do la causa del alboroto-, lo que hiciste te lo heperdonado y esperaba no volver a verte, pero tenen cuenta que hay otras personas a quienes ofen-diste que no son tan cristianas como yo, y quevindote recordarn lo pasado, recuerdo que noser grato y...

    ....Qu hay? Qu hay? -dijo Manuel, acercn-dose tambin- Ah! es Juan... mi sable... mi sable.

    -iSeores, por Dios! -qrt Feliciano dirigin-dose a todos los concurrentes que solcitos anda-ban por los rincones buscando sus armas-, seo-res, que todo se apacige.

    Splica intil, la zambra se haba armado,

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  • las mujeres corran despavoridas al aposento,su refugio en estos casos, y los hombres empe-zaron a tirarse tajos y reveses tan multiplica-dos, que slo se oa el choque del hierro con-tra el hierro, las velas caan tronchadas al sue-lo y pisoteadas se apagaban; la sala en este es-tado, los combatientes se dirigan y asestabanmedio a oscuras todos los golpes. Feliciano nohall su sable, pero arrinconado a uno de losngulos de la sala, se guareca de los sablazoscon un banco; los msicos encaramados en susasientos, vean sus giras y sus cuatros volar enastillas, y en medio de toda la gresca cada unovomitaba los juramentos o exclamaciones quems habituales le eran.

    Manuel, abrazado estrechamente por Mara,se desesperaba al ver a Juan tirando sus tajos yreveses a diestra y siniestra; pesbale a nuestrojoven novio no ser el que estuviera midindosecon el antiguo pen para vengar la herida recibi-da tiempo atrs, forcejeaba por desasirse de ellay los miramientos que pona al ejecutarlo se loestorbaba, hasta que un nuevo incidente ocurri-do en la pelea le hizo exclamar:

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  • -iMara, djame, mira que es tu padre que semide con Juan!

    A estas palabras la joven dej caer sus brazosy Manuel pudo escaparse. Pero era tarde, an nohaba dado dos pasos, cuando un hombre rodpor el suelo acogotado.

    Era Toms.Cual un enjambre de ranas que a un brusco

    estruendo cesan en sus graznidos, se escabullenen sus escondrijos y se sepultan en el ms profun-do silencio, as nuestros contendientes cesaron supelea y cayeron en el ms profundo estupor, noslo al reparar el resultado de la pelea, sino lapersona que haba cado.

    Mas este silencio fue de corta duracin, y le su-cedi de pronto el tumulto de la reunin que enmasa quera ayudar a Manuel que levantaba elcuerpo de Toms.

    Mara, Teresa, y con las mujeres escondidas enel aposento, no podan juzgar lo que pasaba; sinembargo, el extrao silencio que sucedi les hizosuponer algn accidente desgraciado y se determi-naron a salir; mas iqu espectculo vino a herir lavista de entrambas a la vacilante llama de la nica

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  • vela que quedaba!; el cuerpo exnime de un padrey esposo tan querido, cargado por los monteros.Cogidas as imprevistamente por tal desgracia,arrojaron gritosdolorososy vinieron a caer sin sen-tido al cuerpo del criador.

    -iQu linda noche de bodas tienen nuestrosamigos! -dijo un vecino de Feliciano, mientrasManuel acomodaba el cuerpo expirante de susuegro en una cama-, iy qu golpe tan cruel hie-re esta familia en el momento que crea ser tanfeliz!

    -Por mi parte -dijo otro que aliado se hallabay era joven y soltero-, soy de opinin de suprimirel fandango el da que me pase por el magn ca-sarme.

    -iQu demonios! -replic el primero-, creeusted que estas desgracias estn anejas al fandan-go? Entonces cada fandango supondra un homi-cidio.

    -No lo digo por tanto -repuso el segundo-,pero mi parecer es que en cada fandango haycamorra, y apostara mi cabeza que si la fiestahubiese concluido en el almuerzo, no estaranahora la pobre Teresa, Manuel y Mara llorando

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  • al pie de aquella cama.-Para evitar esto es que est instituda la poli-

    ca rural -dijo un tercero que pasaba por el doc-to dellugar-; para evitar esto se han establecidolos capitanes de partido, comisarios y demsagentes de la fuerza municipal, porque no se pue-de prohibir que el hombre se divierta ni tolerarque se asesine, as nada impide que un fandangose haga, pero tambin a quienes est encomen-dada la represin de los desrdenes, deban im-pedir escenas como la presente, y si a pesar desus esfuerzos se desatiende en el calor de la peleaa su autoridad, debieran a lo menos apresar elhomicida y entregarlo al rigor de la justicia.

    -Yeso es precisamente lo que no ha sucedidoahora -volvi a decir el joven-, porque quienmat a Toms fue Juan y de ste no veo ni elpolvo.

    En efecto, Juan, no bien cay Toms, cuandoaprovechndose del estupor general, se haba es-capado sin que nadie 10 percibiese.

    Si las proporciones de estos pequeos episo-dios no fuesen tan mezquinas y si nuestras lucespudieran llegar a la altura que la materia requie-

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  • re, sin duda esto sera materia de una diserta-cin poltico-filosfica muy grave y de seriasconsideraciones, porque qu tristes no son lasinnumerables desgracias que resultan de laspendencias en los bailes de estos campos? Qutriste no es ver un padre perder un hijo, una es-posa a su esposo, todo por el ms ftil motivo,por una modulacin ms o menos gutural, poruna copla a la que no se ha podido contestar, ydigmoslo, empero, a la gloria y honor de losmonteros, no es su naturaleza pendenciera quelo arrastra; no es un instinto feroz de destruccinque lo gua, pues son corderos, en tanto que noson excitados; pero s, dos agentes que l mismono conoce y un hbito cuya trascendencia l ig-nora.

    La tradicin, al aguardiente y el tener siempreun sable a su lado.

    La tradicin es la espuela que anima al jovena empear una pelea general por cualquier nia-da. Si la civilizacin ha dulcificado las costumbresdel hombre en Europa, los de estos campos sinsemejante modificador, estn an en los primiti-vos tiempos del descubrimiento de la Amrica, y

    6S

  • dgasenos, no era la fuerza brutal lo que cam-peaba ms en los siglos pasados y se enseorea-ba sobre todo? El talento con su resplandecientey pacfica aureola: el oro, poderoso seor, rey yemperador de todas las cosas en este siglo diez ynueve, se inclinaban entonces ante la fuerza yeran hollados por ella. En pos del oro corren de-solados hoy los hombres, en pos de la fuerza co-rran antes, hasta que la plvora equilibrando ladebilidad y aquella con la combinacin del plo-mo y del salpetro, la hizo casi intil y le sustituyla destreza.

    Una de las tendencias ms manifiestas de lascostumbres que toman la pendiente viciosa, esbajar por ella con extraordinaria rapidez, en ar-mona sin dudar con las leyes de las progresiones.8 deseo de los jvenes de hacer hablar de s y noderogar de raza, se aument con el producido demuchos alambiques, y pronto los fandangos, fies-tas en donde se haca ms uso del aguardiente,slo fueron bacanales y el teatro de cuantas di-sensiones poda haber.

    Afortunadamente, a medida que el mal crecase tomaban las medidas ms propias para impe-

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  • dirlo, y la institucin de los capitanes de partidoopuso algn dique a las desgracias.

    Sin embargo, sta era una medida incompleta,puesto que el capitn de partido no es ms que eljefe de la fuerza armada, agente por consiguientede la fuerza pblica, pero en manera alguna com-petente ni en relaciones por su empleo puramentemilitar con el primer escaln en la jerarqua judi-cial, nica hbil para conocer de los crmenes ydelitos de los ciudadanos.

    Entonces, pues, result la institucin de loscomisarios rurales, complemento de la primeramedida (esto es, si la primera no lo es de esta l-tima), y en nuestro concepto la parodia del al-calde y comandante de armas, del presidente yel congreso; a esto se agreg la legislacin fran-cesa sobre los gardes champetres y reglamentosparciales en cada jurisdiccin, es decir, cuantoposible era de hacer.

    Pero siempre quedaron los dos agentes y anno han sido destruidos: la tradicin que ha dege-nerado en costumbre, y el aguardiente, cuyo usoha pasado como a los enfermos se propinan las ti-sanas, es decir, por agua comn.

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  • y ahora bien, destruid una costumbre o quitadel agua a un pueblo sediento, ms fcil es quitar alsol sus rayos.

    Por eso al calcular el mal y al intentar exponer-lo, decamos que no caba en el mnimo cuadro deuna novela y que necesitaba otras luces a las queposeemos para hacer medidas concienzudamen-te, puesto que como una costumbre perniciosa, lamateria pasaba al dominio de los hechos que sir-ven de meditacin al moralista y al poltico.

    Objetos fsicos y morales, todos, todos presen-tan dos fases: una gloriosa, brillante, hermosa;otra fea y repugnante. La costumbre de que ha-blamos no es efecto de estas ltimas, cuando enmedio de deudos y amigos se enciende una pen-dencia que deja muerto a uno, mutilado a otro,viuda a aquella, hurfano a esotro, y todo por losmotivos ya dichos; pero qu es lo que hace el do-minicano tan superior en el sable cuando haceuso de l en la guerra? La misma costumbre. Ha-bituado a cargarlo desde nio y a servirse de l enlas pendencias, no hay quien pueda resistirlo, niquien lo maneje con ms bro y destreza: tampo-co puede temerle, porque frecuentemente lo ha

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  • amenazado sin causarle dao.En presencia de estas dos fases abandono la

    cuestin al filsofo, mientras sin decidir accesoriotan arduo salgo por las puertas de este captulo enseguimiento de nuestros novios.

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  • CAPTULO IX

    00 o te saludo, ioh luna de miel!, paraso dey tres meses, principio de la segunda era delhombre, mar bonancible cuya calma en-cubre a veces tantas borrascas. Yo te saludo y teproclamo suprema, y tal vez nica felicidad delhombre en este trnsito de la vida.

    Aparte aquellos primeros das del matrimonio dedos viejos; lejos y bien lejos los tres meses del matri-monio de conveniencia metlica; afuera el matrimo-nio de los monarcas y prncipes casados por la pol-tica; eso no es luna de miel, eso es lo ms su paro-dia, y an muy triste. La luna de miel necesita amor;y quien dice amor dice un mundo; necesita juven-tud, savia, salud, y entonces ya no se habita la tierra,

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  • pero un edn, un encanto.Aqu las oficiosas complacencias, las abnega-

    ciones ms increbles se ejecutan, dos indivi-duos concentrados recprocamente viven retira-dos, huyen del mundo y de sus exigencias; cual-quier visita es mal venida, un acontecimientoque tienda a la separacin an momentnea esimportuna; la concentracin es absoluta, los dosdirigen sus conatos a tener una sola opinin, unmismo deseo, si Dios oyera sus ruegos, la fbu-la de Afrodita se realizara en ellos, y luego lascaricias, antes maniatadas, ya son libres con elnuevo estado, y son prodigadas, recibidas y de-vueltas por un objeto todava adorado.

    Yo te saludo, pues, luna de miel, y te proclamosuprema felicidad.

    Aunque la muerte de Toms haba terminadocon lgrimasy desesperacin unas bodas con pro-mesas tan lisonjeras, cmo era posible de supo-ner que el dolor de Mara, por profundo y agudoque fuese, resistieraa los consuelos que el amor lebrindaba? En plena luna de miel no hay pesares,y en casos que existan, son prontamente, si no bo-rrados de la mente, a lo menos mitigados. Mara

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  • lloraba a Toms, pero una caricia de Manuel en-juagaba estas lgrimas, y por fin el tiempo hacien-do su oficio, el sentimiento dulce domin.

    Cumplidos los ocho das del duelo por lamuerte del criador y hallndose reunida en la sa-la toda la familia, Teresa habl a Manuel en estostrminos:

    -Bien sabes, querido Manuel, que he queda-do viuda y desamparada por consiguiente demi natural sostenedor. Haba sido resuelto quedespus de tu matrimonio fueses a vivir con tupadre, pero cunto ms justo no ser que tequedes a mi lado, acompaes y protejas a lapobre anciana que no tiene quien por ella sea?Mara, acostumbrada a dirigir la casa, podracomodarse separada de m? No lo creo; las fa-tigas caseras yo se las ayudar a compartir, ylos hijos que Dios mande a entrambos, sernsin duda una distraccin que mitigar mi eternodolor. Por consiguiente, repara y oye la splicaque te hago, de no dejarme sola atendiendo alos multiplicados cuidados que mis dems hijosy la conservacin de lo dejado por Toms meimponen, y que mejor comportan las robustas

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  • fuerzas de dos jvenes, que las dbiles y esca-sas de una mujer ya achacosa. Todo lo que aquhay y todo lo que perteneca a Toms ser tu-yo, lo entrego a ti y lo confo a tus cuidados yatenciones; en fin, todo lo doy, y nicamenteme reservo el amor de ustedes que como no mefaltar de nada me dejar carecer.

    -Madre ma -contest Manuel-, permtamedarle este nombre en adelante, estoy dispuesto acumplir su voluntad y hacer cuanto usted ordene,con ms razn una cosa justa y racional como laque pide, sin embargo, antes de ejecutarla con-sultarmosla con mi padre.

    -Bien pensado, querido Manuel -dijo Mara-,aunque estoy convencida que Len en vez deoponerse se prestar gustoso a fin de no dejar ami madre en esta soledad.

    Resuelto lo dicho pas en consulta a Len, yste dio su aquiescencia gustoso y francamente,resultando la instalacin definitiva de los nuevoscasados, lo mismo que el transporte de muchosanimales de crianza de propiedad de Manuel, cu-yo pastoreo se efectu en breve tiempo.

    El cielo bendijo la unin de nuestros dos jve-

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  • nes dndoles un robusto y hermoso runo quecomplet su dicha, y a quien la madrina, que fueTeresa, puso el nombre de Toms.

    En un matrimonio dichoso, los das se sucedensin variaciones. El tiempo marcha, los sentimien-tos se modifican, pero la felicidad, si es que la hayen este mundo, la acompaa. Decimos, si es quela hay en este mundo, porque muchos, por ejem-plo Rousseau, definen la felicidad como el sermenos infeliz, proposicin negativa que tiene unaexactitud desesperante, con la cual es precisoconvenir.

    La luna de miel, como todo tiempo dichoso,pasa rpida e insensible, sguele la calma en unosy la saciedad en otros, viene despus lentamentela estimacin recproca y la amistad o bien el co-nocimiento de los defectos ocultos, la intoleranciay los disgustos que bien pronto se truecan en ene-mistad, repugnancia, odio, separacin o por lomenos imposibilidad de vivir en armona.

    Manuel y Mara tuvieron la dicha de tomar laprimera senda, y los aos transcurran hallndo-los en esa quietud patriarcal que proporciona lavida del campo a las personas acomodadas.

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  • CAPTULO X

    [Q uatro aos haban transcurrido desde lae muerte de Toms. Manuel se hallaba au-sente en el Macors, donde haba ido a

    comprar algunas cosas de la familia. Mara y Te-resa haban quedado con las dems muchachas.Era de tarde, y Tomasito que principiaba a andar,se empeaba en seguir dando traspis alrededorde Manzanilla, que gravemente sentado en laspatas traseras, sacuda las orejas cada vez que elnio se las agarraba. Mara, sentada sobre uno delos rollos de seyba en el umbral de la puerta delpatio, desgranaba en una petaca algunas mazor-cas de maz, interrumpiendo de cuando en cuan-do su tarea para seguir con la vista momentnea-

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  • mente los caprichosos movimientos de su hijo,mientras que Teresa a su lado hilaba un copo dealgodn.

    -Madre -djo la joven-, recuerda usted aJuan?

    -Qu pregunta -contest Teresa-, si ese hom-bre es mi pensamiento fijo, acaso el mal que mecaus es de aquellos que olvidarse pueden?

    -As tambin me sucede -contest Mara-, aun-que confieso que la compaa de mi marido mi-tiga ese doloroso recuerdo, sucediendo que cuan-do como ahora se halla lejos, la idea de los dis-gustos que su amor y su venganza sin motivo mecausaron, se aumenta con los que si existe aunpuede causarme.

    -Son de esperar en esta vida -contest Tere-sa-, cuantas calamidades sean posibles; no enbalde llaman al mundo valle de lgrimas, y yosoy un triste ejemplo de lo que un malvado comoJuan es capaz; a pesar de todo, cuatro aos haceque no sabemos su paradero, y aunque puedeexistir, el lamentable suceso que lo hizo desapare-cer, me hace esperar no quiera volver por estascercanas.

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  • -As lo quisiera yo creer -volvi a decir Ma-ra-, aunque la misma ignorancia en que estamosde su paradero me hace suponer que est hacien-do de las suyas, y que podremos algn da serotra vez sus vctimas. Un hombre que vive tran-quilo tiene un domicilio; todo el mundo sabednde mora y puede dar razn de l; por lo de-ms, lo que usted dice es lo que me tranquiliza.Juan no puede volver aqu sin que el capitn deeste partido lo coja y lleve a la crcel.

    La vista de un hombre a caballo que de lejosse perciba en los recodos de la playa suspendila conversacin; bien pronto el jinete acortandola distancia que lo separaba del boho con un me-diano trote, nuestros interlocutores conocieron aManuel, y a poco rato un abrazo pag el tedio ylos temores de la ausencia.

    Cuando Manuel hubo acariciado a Tomasito,desaparejado y entregado su caballo al hijo ma-yor de Teresa, y por fin puesto en su lugar losarreos del viaje, procedi a sacar de los macutossus compras en el pueblo. stas eran sencillas:seis varas de algodn azul para Teresa; cinco va-ras de percal y siete de zarazas para Mara; dos

    so

  • retazos de listado para Tomasito; catorce o dieci-sis varas de otras telas fuertes y propias al traba-jo, para l y los dos hermanitos de Mara; un fras-co de aceite, una botella de aguardiente y algu-nas agujas componan todo lo comprado. Asquehubo explicado a Mara el destino que se habapropuesto dar a cada pieza, sta las cogi todas,las guard en el cajn carcomido y puso la cenaa su esposo.

    Si hay apetito que pueda pasar por proverbiales el del montero, oficioque obliga a una locomo-cin perpetua, y por consecuencia a una actividadrelativa en todos los rganos en que la parte delestmago no es la menor. Digeriruna libra de car-ne y dos pltanos es cosa de todos los das, as esque Manuel engulla los huevos y pltanos madu-ros fritos que tena por delante con una velocidadque hubiera agotado una menos abundante cena.Afortunadamente, este apetito credo general, esconocido de sus mujeres y toman las medidaspropias a satisfacerlo, y un viajero que recorra es-tos lugares, recordar al ver las mesas lo que secuenta de la hospitalidad de nuestros antepasa-dos, conservada en medio de los monteros, en su

    SI

  • desinteresada abundancia e ntegra simplicidad.Los hbitos se transmiten de generacin en

    generacin, y slo aguardan para ingerirse en lafamilia, que el hijo ocupe la posicin del padre.Manuel, heredero de la posicin de Tomas, ad-quiri los mismos hbitos, y cuando concluy lacena, la vieja hamaca del criador lo recibi fu-mando su pipa.

    -Nada se puede comprar en el pueblo segnest de cara cualquier bagatela -dijo, mecindo-se suavemente despus de haber aspirado tres ocuatro bocanadas, -y si esto sigue no s comoharn los pobres para vestirse.

    -iY qu tal -djo Teresa-, nuestro cura se ha-lla bueno?

    -Bueno y gordo -respondi Manuel-, hte ahun hombre a quien aprovecha lo que come, y apropsito del cura, adivinen qu encuentro tuveen la puerta de su casa.

    -iCmo hemos de adivinar? -contest Mara.-Pues bien, sabes que vi a Juan?Este nombre produjo en las mujeres la sensa-

    cin que era de esperar.-Figuraos -continu Manuel-, que habiendo

    82

  • ido como de costumbre a besar la mano denuestro Cura, al momento de decirle adis, pa-rado en la puerta, veo pasar una escolta condu-ciendo a un hombre, atados los brazos a la es-palda. Por de pronto no le conoc, por una heri-da que le parta la nariz hasta la boca, heridaque sin duda atrap en sus otras fechoras, peromirndole ms despacio reconoc a Juan.

    -Ved ah -me dijo el Cura-, un malhechor co-mo hay pocos; es un hombre abandonado de lamano de Dios, y que no se ha cansado de hurtar.

    -Toma -dije yo-, tambin ladrn.-Archiladrn y asesino -replic el Cura-: aca-

    so lo conocis?-Mucho que s -contest yo-, ese fue quien

    mat a mi suegro.-Eso tambin -exclam el Cura-; Jess, Dios

    mo, ni an verlo quiero, tanta repugnancia mecausa.

    -'Y adnde le llevan?-A la crcel central de la Provincia, donde

    quedar tal vez por toda su vida.-Loado sea Dios -dije yo entre m-, ya sabe-

    mos dnde est mi enemigo, y mi familia podr

    83

  • vivir en paz.Esta noticia caus alegra a las mujeres, aun-

    que en Teresa, temperada por aquel sentimientoevanglico que abriga el que mucho ha sufrido, yque le da un fondo de conmiseracin por los quecausan un mal a sus semejantes.

    Al otro da, vuelto a sus faenas cotidianas, Ma-nuel vena de visitarsus siembras, cuando encon-tr en el boho un mensaje de su madre que letraa noticia de hallarse su padre enfermo grave-mente. Nuestro montero mont a caballo y par-ti angustiado por tan triste nueva.

    Las mujeres solas y haciendo comentarios so-bre el estado de Len, concluyeron sus quehace-res del da y Mara qued en la cocina ya tarde,dndole la ltima mano a la cena, mientras conuna larga vara terminada en horquilla sacudauna rama al naranjo del patio para hacer caeruna de sus frutas, que es el vinagre de los mon-teros. Mara percibi internndose en el bosqueuna sombra fugitiva que el ltimo crepsculopermiti conocer por un hombre, aunque la mis-ma semi-oscuridad en que yaca le imposibilita-ba determinar la persona. Sin embargo, el aire

    84

  • cauteloso y los movimientos inquietos del indivi-duo la impresionaron; Mara tuvo miedo y alacostarse comunic sus temores a su madre,quien procur desvanecerlos con razones si in-fundadas, a lo menos hijas del deseo de inspirarseguridad y confianza.

    -y si es Juan, madre.-Pero hija, no oste lo que dijo Manuel sobre la

    manera que lo conducan a Santiago?Ms a pesar de esta seguridad, Mara apenas

    durmi.Manuel ausente, la esposa iba al conuco con el

    hermano mayor, vea las siembras y cosechabalos pltanos y legumbres necesarios a la comidadel da.

    Por la maana Mara fue al conuco, y cuan-do volvi encontr en el boho a Feliciano con-versando con Teresa, que lo escuchaba consemblante lloroso.

    -Buenos das, padrino -dijo la joven.-Felices, ahijada --contest Feliciano, abrazn-

    dola cordialmente.-lQu nuevas lo traen de maana, padrino?-Malas y muy malas, querida, acabo de darlas

    85

  • a mi comadre y ya veo cmo la han entristecido.-El padre de Manuel...-Ayer muri y mucho me temo que mi ahija-

    do haya ido slo para asistir al entierro.Las lgrimas se asomaron a los ojos de Mara,

    pues slo haba recibido muestras de bondad yafecto de Len.

    -Pobre Manuel -dijo, helo aqu sin padre co-mo yo. Un silencio de un momento sucedi a es-ta exclamacin.

    -Pero no es todo, ahijada, aunque deba au-mentar nuestra tristeza, es necesario que os dparte para precaveros otra noticia an ms alar-mante.

    -

  • que tuvo de ser Juan.-Sin duda que es ese bribn -dijo Felicia-

    no-, pues antes de ayer escap en Cenov a lavigilancia de la escolta que lo conduca a San-tiago, pero paciencia, lo cogeremos; el Capi-tn de la seccin ha recibido orden de coger-lo vivo o muerto, y ya le daremos qu hacer;vaya darle esta noticia -continu levantn-dose para partir, a fin de que las pesquisas sehagan de este lado. Adis.

    -Padrino -dijo Mara-, no nos abandone. Us-ted sabe la dilacin que pone el Capitn para esascosas y tal vez maana ser que l vendr poraqu, y yo tengo mucho miedo para estar sola.

    -Cierto es que el Capitn es pesado -contestFeliciano-, pero en todo caso yo vendra a dor-mir aqu hasta que Manuel llegue.

    Esta promesa consol a Mara y bien le salicon sostenerla, pues que por la tarde Felicianovino a dormir al boho por no haber sido posibleal Capitn reunir la gente que deba acompaar-lo hasta al otro da.

    Amaneci ste, y como era de suponer la pe-quea tropa tomara descanso en el boho antes

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  • y despus de sus pesquisas, previa la orden deTeresa, Feliciano mat un cerdo. Esta operacinla efecta el montero como un diestro impresorcompone o distribuye las pginas de un libro en18vo., es decir, con una velocidad digna de elo-gio, pero es de reparar que slo considera dignade comerse la grasa y las viandas; las .tripas, elcuero, la sangre, todo se echa a los perros, quesabindolo, circuyen al montero ocupado en de-sollar y destazar.

    88

  • CAPTULO Xl

    [A] cababa Feliciano de colgar en la cocina elA ltimo trozo cuando el capitn seguido dealguna gente entraba en el boho y saluda-

    ba a sus habitantes; mientras Mara le indicabapor dnde haba visto al prfugo y que el capitnhaca conjeturas para poder guiarse, Feliciano selavaba las manos y se apretaba el cinto de su sa-ble para acompaarlo. Las mujeres los dejaron ir,y cuando volvieron a la cocina repararon en queno haba pltanos para la comida de los monterosni quien por ellos fuera, pues el hermano de Ma-ra que siempre la acompaaba en este oficio, ha-lagado por un suceso semejante y con la curiosi-dad de los muchachos, haba, sin ella saberlo, pre-cedido a los monteros. Aventurarse al conuco, a

    39

  • pesar de un socorro probable, atemorizaba a Ma-ra, que la idea de Juan cerca de su persona letrastornaba la cabeza. Fuerza le era, sin embargo,de ir a buscarlos so pena de no tener comida a lavuelta de la gente. Mara se decidi, tom de lamano su otro hermanito de siete aos, cogi unmachete de trabajo para cortar el racimo, y se in-tern en la senda que llevaba al conuco. Mil temo-res la asediaban; el ruido de los rboles, mecidassus ramas por la fresca brisa del mar, la haca es-tremecer; por de pronto el ruido seco de un obje-to pesado que cae el suelo la deja inmvil, no seatreve a volver la cara y aguarda por momentos lapresencia del hombre que teme.

    -Mara, djame coger aquel coco que acabade gotear.

    Estas palabras de su hermanito la vuelven ens y la hacen cobrar valor, coge la mano del mu-chacho que contento vuelve con la fruta que aca-ba de caer, y con apresurados y temerosos pasosllega al conuco, entre en el platanal y derriba unracimo ya en sazn, pero una voz bronca, unavoz bien conocida suena a su odo, Juan se leacerca y le dice:

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  • -l-abls credo, Mara, que yo poda olvidar-te? Si as lo has pensado ha sido un error tuyo. Ladesagradable muerte de tu padre y otros contra-tiempos me haban imposibilitado de acercarmea ti y decrtelo; tambin esperaba que el amorque tenas a Manuel se apaciguase, pero ya quela ocasin se presenta tan favorable y que el tiem-po no es bastante para gastarlo en prosa, tengoextremo gusto en decirte, que es preciso que hoydecidamos aquella larga querella que tenemospendiente desde har cinco aos; en fin, hoy,ahora mismo, se sabr si yo he de poseerte o no.

    -Ser posible, Dios mo -djo Mara, cruzandolas manos en actitud de plegara-, que el asesinode mi padre ...

    -Detente, Mara -replic Juan-, ya s que vasa soltar la tarabilla y decir mil boberas; yo no fuiasesino de Toms; reimos, ambos tenamos unsable en el combate.

    -Vyase usted, Juan, vyase, no tiente a Dios.-ilrme, irme! Juzgas que ando an aqu por

    slo el placer de andar? No. Antes de anoche nofui al boho porque hasta ayer no supe que Ma-nuel estaba ausente; anoche si Feliciano no hu-

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  • biera dormido en l hubiera sucedido lo quequiero ahora suceda.

    -iSocorro, Dios mo! --dijo la joven, sintindo-se agarrar, luego cobrando fuerzas en su mismaflaqueza por una enrgica resolucin:

    -No, no, --dijo-, antes me mataris como ha-bis matado a mi padre.

    -Ahora lo veremos, --dijo Juan.y una lucha, desesperada por parte de Mara

    y espantosa por parte de Juan, se trab en losdos.

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  • [ID 1capitn y su gente entrando en la selva,haban dado algunos pasos en ella, cuandoE Feliciano, detenindolos, dijo al primero:-Capitn, el marchar apelotanados se me

    figura no dar otro resultado que tener me-nos probabilidades de coger a Juan, hombrescual ste ven de muy lejos y tiene el odo fi-no; por consiguiente sera mejor que nos se-paremos en cuatro escuadras, rodeemos elmonte y entremos por cuatro puntos diferen-tes a reunirnos en el centro.

    -Caramba --contest el capitn-, usted pareceque ha hecho la guerra, Feliciano, puesto que meda un consejo de ataque tan combinado.

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  • -Perdone -dijo, con aire suficiente Feliciano-,en el ao 1809, cuando el sitio de Santo Domin-go, me hall en el ataque de San Gernimo bajolas rdenes del capitn Sandoval, oficialvaliente,a fe ma, que en medio del fuego se terciaba elsombrero con aire sandunguero. Buen tiempo eraese, y aunque los franceses nos caldearon un po-co, siempre se logr nuestro intento.

    -y ah fue que usted aprendi sus planes deataque -dijo un montero.

    -No fue ah ni en parte -contest Feliciano-;yo he dado una opinin; ahora si es mala, hacedlo que mejor os parezca.

    -No es mala, caramba -dijo el captn-, y voya ponerla en prctica. T, Cortorreal, coge la pla-ya con cuatro hombres y entra por Cao Colora-do. Usted, teniente Pacheco, coja con tres por elSur, llegue hasta Madre Vieja del Helechal y re-vuelva por el interior. Usted, Feliciano, qudeseaqu con cuatro hombres, hasta que yo d vueltaal conuco y entonces dirjase al centro. Nos en-contraremos al pie de las dos matas de coco queestn en medio del monte.

    Dicho esto se separaron cada uno por el lugar

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  • indicado.-Volvamos ahora al conuco.El hermanito de Mara, espectador de las an-

    gustias de su hermana, creyendo que Juan pre-tenda matarla, corri dando gritos en direccinal boho; dbale el miedo alas y en un instante sehall fuera de la cerca y en la senda que condu-ca a la casa.

    ....Qu te han hecho, muchacho? -le grit elcapitn que a la sazn atravesaba del bosque conla parte de gente que se haba reservado para ha-cer lo proyectado-; ven ac y dime por qu llo-ras.

    -A Mara la est matando un hombre en elplatanal, -contest el muchacho sollozando.

    -Apuesto que es ese demonio de Juan -dijoun montero-; capitn, a l, al platanal.

    y sacando sus sables, corrieron a lugar indica-do por el muchacho.

    Era tiempo que este socorro llegase, porqueMara en la agona de sus fuerzas, el cabello suel-to y aporreada, slo opona al brutal ataque deJuan la ltima resist