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PARROQUIA SAGRADA FAMILIA CAPILLA JESÚS MAESTRO CATEQUESIS DE BAUTISMO Carolina Merino – Sergio Armstrong 1.- PRIMER ENCUENTRO: SIGNO, SENTIDO E IMPORTANCIA DEL B. en la vida del cristiano. Se trata de acontecimientos humanos particularmente importantes en los que se concentra de forma especial la acción de Dios. Son momentos que constituyen oportunidades especiales 1 Este primer encuentro tiene como objetivos comprender y reflexionar sobre: - el signo y sentido del Bautismo - su importancia para la vida cristiana. OBJETIVOS DE ESTA CATEQUESIS 1.- Ofrecer una oportunidad de profundizar en la evangelización a los padres del niño que se va a bautizar para motivarlos a renovar su compromiso cristiano. 2.- Dar a conocer a los padres y padrinos el significado del sacramento del Bautismo y del rito que utiliza la Iglesia Católica. 3.- Incentivar a padres y padrinos a transmitir la fe cristiana a su hijo o hija y a velar porque ella crezca. Esquema del encuentro 1. Presentación: - de padres y catequistas - preguntar por (y anotar lo que va con asterisco) - nombre del niño o niña *, - nombre de los padres * - número de hijos y edades, - si han sido padrinos los padres, - nombre de los padrinos *. 2. Oración inicial (se puede improvisar un pequeño “altar” con un mantel, una cruz y una Biblia). -Puede iniciarse con un canto o con la siguiente oración: “Señor Jesucristo: Tú que has dicho que cuando dos o más se reunen en tu nombre, Tú estarás entre ellos, hoy aquí nos reunimos en tu nombre. Hazte presente en medio de nosotros con tu Espíritu para que este encuentro sea fraternal y para que sepamos escucharnos y comprender lo que vamos a reflexionar. Amén. -Padrenuestro. 3. Tema: sentido general e importancia del Bautismo 4. Oración final: - lectura de Jn 3,1-8 - encomendar a la Virgen a cada niño. Ave María - canto final.

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PARROQUIA SAGRADA FAMILIACAPILLA JESÚS MAESTRO

CATEQUESIS DE BAUTISMO

Carolina Merino – Sergio Armstrong

1.- PRIMER ENCUENTRO: SIGNO, SENTIDO E IMPORTANCIA DEL B.

1.- Signo y sentido del Bautismo

Los sacramentos celebran “momentos clave” (kairós) en la vida del cristiano. Se trata de acontecimientos humanos particularmente importantes en los que se concentra de forma especial la acción de Dios. Son momentos que constituyen oportunidades especiales

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Este primer encuentro tiene como objetivos comprender y reflexionar sobre:- el signo y sentido del Bautismo- su importancia para la vida cristiana.

OBJETIVOS DE ESTA CATEQUESIS

1.- Ofrecer una oportunidad de profundizar en la evangelización a los padres del niño que se va a bautizar para motivarlos a renovar su compromiso cristiano.

2.- Dar a conocer a los padres y padrinos el significado del sacramento del Bautismo y del rito que utiliza la Iglesia Católica.

3.- Incentivar a padres y padrinos a transmitir la fe cristiana a su hijo o hija y a velar porque ella crezca.

Esquema del encuentro

1. Presentación:- de padres y catequistas- preguntar por (y anotar lo que va con asterisco)

- nombre del niño o niña *,- nombre de los padres *- número de hijos y edades,- si han sido padrinos los padres,- nombre de los padrinos *.

2. Oración inicial(se puede improvisar un pequeño “altar” con un mantel, una cruz y una Biblia).-Puede iniciarse con un canto o con la siguiente oración:“Señor Jesucristo: Tú que has dicho que cuando dos o más se reunen en tu nombre,

Tú estarás entre ellos, hoy aquí nos reunimos en tu nombre. Hazte presente en medio de nosotros con tu Espíritu para que este encuentro sea fraternal y para que sepamos escucharnos y comprender lo que vamos a reflexionar. Amén.

-Padrenuestro.

3. Tema: sentido general e importancia del Bautismo

4. Oración final: - lectura de Jn 3,1-8- encomendar a la Virgen a cada niño. Ave María- canto final.

de salvación a la vez que situaciones vitales de gran densidad y contenido. En concreto, se trata de sucesos como el nacimiento de un niño, la iniciación a la vida, el compromiso matrimonial, la dolorosa experiencia de la enfermedad y la muerte. Como todo “momento fuerte”, este “kairós” o momento de salvación acarrea el “paso” de una situación a otra. Los “kairoi” nos transforman, nos “sacunden el piso”, lo que conlleva espectativas y temores.

Con el fin de reconocerlos, de vivirlos en profundidad y de responder debidamente a ellos, todas las culturas, aun las más primitivas, han instituido ciertos ritos que los asumen simbólicamente. El simbolismo (del que hablaremos más adelante) permite vivirlos integralmente, esto es con la voluntad, la razón y el corazón.

El bautismo celebra la llegada de un nuevo ser humano al mundo. El recién nacido, es, ante todo, un don. Un inmenso don de Dios a sus padres, a la Iglesia y a toda la humanidad. A los ojos de Dios cada niño es único, insustituible. Cada niño que nace tiene una “vocación” para entregar un aporte “único” a esta “nueva humanidad” que Dios está construyendo mediante Jesucristo. Cada niño está llamado a vivir la “vida eterna”, esa vida en plenitud con Dios y todos sus hijos que constituye la gran promesa del Señor a la humanidad.

Sin embargo, como todo don, éste supone una acogida humana. En primer lugar, por sus padres y, en segundo lugar, por la comunidad cristiana y la sociedad.

La reacción ante este don de Dios puede ser muy variada: puede ir desde sentirlo como un intruso no deseado hasta como una verdadera “buena noticia”. Sin embargo, aún en este último caso, el recién nacido no deja de acarrear “tensiones” por las profundas transformaciones que acarrea consigo.

La aparición de un recién nacido modifica profundamente la relación y vida de los padres, particularmente si se trata del primogénito. Éstos se ven obligados a reestructurar su manera de emplear el tiempo y hasta su afectividad. En el caso de los hermanos mayores el recién nacido es una novedad que genera expectación y alegría pero que también se experimenta como una intrusión. Particularmente, los hermanos pueden experimentar que el cariño de los padres ahora debe ser compartido (o compartido aún más, en el caso de varios hermanos).

Se hace necesario entonces celebrar el acontecimiento. Pero no celebrarlo de cualquier manera sino significativamente. Celebrar adecuadamente significa primero hacerse cargo de la “tensión”, ser capaz de expresar, de “sacar afuera”, las espectativas, esperanzas, alegrías, que el niño hace surgir en nosotros; pero también de expresar con la misma honestidad las aprehensiones y temores, que el recién nacido nos despierta. Hay que darse tiempo para hacerlos conscientes... y después para vivirlos simbólicamente en el rito del bautismo. Antigüamente éste consistía en una inmersión del bautizado en el agua que simbolizaba la muerte y en la salida de esa agua, que significaba la resurrección. Muerte y vida. La celebración ritual nos ayuda a vivir, a adaptarnos, a cambiar, a experimentar a fondo lo que significa la entrada de un niño a nuestra familia y comunidad cristiana.

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¿Cuáles son los temores y esperanzas que nos surgen con la llegada de este nuevo hijo? He aquí algunos de los más frecuentes, que pueden servir de ayuda para recordar los propios.

- ¿Podremos darle a este niño lo que necesita?

- ¿Será nuestra familia un lugar en donde el niño se sienta acogido, en donde pueda desarrollar su modo de ser, su vocación, o más bien será un lugar en donde el niño será “domesticado” para que siga nuestro modo de ser y se adapte a nuestras costumbres?

- ¿Podrá desarrollar adecuadamente su vida en una sociedad que ofrece no sólo oportunidades sino también influencias y ocasiones de deshumanización (alienación, mentira, incomunicación, droga, delincuencia, etc.)

- ¿Será nuestra familia y nuestra comunidad cristiana un espacio en donde el niño pueda experimentar el amor gratuito de Dios como Padre que acoge y apoya en toda circunstancia, o más bien un lugar de empobrecimiento, manipulación y hasta de opresión?

Estas esperanzas y aprehensiones son las que recoge la celebración sacramental del bautismo. En medio de este “momento clave” se hace presente el amor gratuito de Dios que transforma la muerte en vida. Queremos que el niño no sólo se realice como persona, que sea feliz en su vida, sino también que esa vida suya sea eterna, absolutamente plena. Sólo Dios puede realmente “salvar” nuestra vida, esto es, transformar nuestra existencia limitada, egoísta, mortal, en vida resucitada, vivida en plenitud. Por eso el bautismo es un sacramento necesario para la salvación.

Esta última observación nos lleva al complicado problema de la necesidad del bautismo para nuestra salvación.

2.- Importancia y necesidad del Bautismo

El Nuevo Testamento nos enseña que la salvación de Jesucristo se acoge en la fe y que ésta se “celebra” en el bautismo. En el anuncio primero que hace la primera comunidad cristiana a los judíos de Jerusalén (el “kerigma”) aparece el bautismo como referencia indispensable.

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Preguntas:

- ¿Cuáles son las esperanzas, espectativas, alegrías, que nuestro hijo o hija provoca en nesotros?

- ¿Cuáles son las aprehensiones y temores que tenemos respecto de nuestro hijo, especialmente de su futuro?

Si no existe la confianza suficiente para compartir las respuestas en el encuentro de catequesis, los padres se comprometerán a conversarlas durante la semana, para así favorecer una celebración bautismal que sea “significativa”.

Hechos 2, 32-41:

“ A este Jesús, Dios lo resucitó y de ello somos testigos todos nosotros. El poder de Dios lo ha exaltado, y él habiendo recibido del Padre el Espíritu Santo prometido, lo ha derramado, como ahora lo están viendo y oyendo (...).

Sepan, pues, con plena seguridad todos los israelitas que Dios ha constituido Señor y Mesías a este Jesús, a quien ustedes crucificaron.

Estas palabras les llegaron hasta el fono del corazón, y le preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles:

- ¿Qué tenemos que hacer, hermanos?

Pedro les respondió:

- Conviértanse y háganse bautizar cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo, para que queden perdonados sus pecados. Entonces recibirán el don del Espíritu Santo. Pues, la promesa es para ustedes, para sus hijos, e incluso para todos los extranjeros, a quienes llame el Señor nuestro Dios.

Y con otras muchas palabras los animaba y exhortaba, diciendo:

- Pónganse a salvo de esta generación perversa.

Los que aceptaron su palabra fueron bautizados, y se les unieron aquel día unas tres mil personas”.

A partir de este texto, y de lo que hemos visto antes, surgen dos preguntas fundamentales: 1) ¿Pueden salvarse los que mueren sin bautismo? 2) Si pueden salvarse los no bautizados, ¿qué añade el bautismo en orden a la salvación?

Hay que reconocer, en primer lugar, que Nuevo Testamento no da una respuesta explícita a este asunto. No se trata de un tema por él abordado expresamente y en profundidad. Debido a este problema hay autores cristianos importantes, como por ejemplo San Agustín, que sostuvieron en el pasado que los niños muertos sin bautismo se iban al infierno.

Como reacción a esta postura surgió en la Iglesia la tesis de que los niños inocentes (pero con pecado original) iban al “limbo”, esto es, un lugar intermedio entre el cielo y el infierno, en el que serían privados del encuentro directo con Dios (“visión de Dios”), aunque gozarían de una especie de felicidad natural.

Esta postura, aunque bien intencionada, carece de todo fundamento bíblico.

Una respuesta correcta al problema debe distinguir dos situaciones: 1) la de niños inocentes con pecado original; 2) la de adultos conscientes que pueden tener

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pecado “actual” (esto es, decisiones pecaminosas tomadas en en el libre ejercicio de su voluntad).

En el primer caso, la respuesta actual de la Iglesia va en dos direcciones:

a) A partir de la voluntad universal de salvación: si los niños muertos sin bautismo no pudieran alcanzar la salvación de Cristo, significaría que el pecado de Adán (del que hablaremos más tarde) ha sido más fuerte que la misma redención, lo cual se opone a la enseñanza de San Pablo (Rm 5,20). Es cierto que el hombre, por el hecho de nacer y ser hombre participa de la situación del mal, pero por el mismo hecho también participa de la situación del bien o salvación que procede de Cristo. Y Cristo ha vencido al pecado y al mal.

b) A partir del “voto del sacramento” o “bautismo de deseo”: Es verdad que este deseo no puede ser explícito en unos niños recién nacidos o sin ejercicio de su razón y libertad. Pero tal deseo se les puede aplicar en la medida en que sus padres, la comunidad concreta, e incluso la Iglesia desea para ellos la salvación verdadera. En este caso la salvación que se desea es la de Cristo. Cuando esto se da en las normales condiciones de sinceridad y honestidad, basta para poder hablar de un “bautismo de deseo implícito”. Y esto es suficiente para que el niño se salve.

En el segundo caso (adultos o personas conscientes en ejercicio de su libertad que mueren sin bautismo), también éstos pueden salvarse, si su vida es sincera y honrada, según su ideal y sus creencias, según su conciencia ética y su comportamiento en la vida. Así lo afirma el Concilio Vaticano II: “Pues quienes ignorando sin culpa el evangelio de Cristo y su Iglesia, buscan no obstante a Dios con un corazón sincero, y se esfuerzan bajo el influjo de la gracia en cumplir con obras su voluntad, conocida mediante el juicio de la conciencia, pueden conseguir la salvación eterna” (LG 16).

¿Qué añade el bautismo para la salvación? Añade la explicitación, la participación presente, y la misma “certeza” y confianza en la salvación futura. Dios ofrece la salvación a todos, aunque los propios sujetos no lo sepan o acepten. Unos conocen y reconocen esta salvación y por eso mismo pueden alegrarse, celebrarla y vivirla desde la fe y en la libertad. La salvación es para ellos una realidad explícita y vital que quiere vivirse en una comunidad de salvados: la Iglesia. Otros, en cambio, al no conocer y reconocer esta salvación, no pueden ni alegrarse por ella, ni celebrarla ni vivirla de forma consciente y libre. La salvación sigue siendo para ellos una oferta de gracia, pero ellos no pueden colaborar conscientemente con esta salvación, ni pueden vivirla en comunidad.

En el caso de los niños también puede señalarse una gran diferencia: mientras los bautizados rompen, a través de un signo explícito, con el poder del mal y del pecado, y son orientados y ayudados explícitamente hacia el bien en la comunidad de salvación y por medio de ella, los no-bautizados no hacen esto ni pueden beneficiarse de esta forma de la salvación y del compromiso de la comunidad por esa salvación. Si los primeros son acogidos y tomados a su cargo por la Iglesia, como comunidad que lucha por la realización del bien, y por sus propios padres, como sujetos comprometidos con esa comunidad, los segundos no son acogidos en ese mismo sentido.

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2.- SEGUNDO ENCUENTRO: EL BAUTISMO A LA LUZ DEL NUEVO TESTAMENTO

1.- Bautismo de niños y bautismo de adultos

Toda la reflexión que el Nuevo Testamento hace del bautismo presupone la experiencia del bautismo de adultos 1. Como vimos en el texto de Hechos de los Apóstoles de la sesión anterior, el bautismo es signo de la fe y conversión de la persona a Cristo, lo que presupone el discernimiento y la libertad de un adulto.

En la época del Nuevo Testamento la persona que se bautizaba era sumergida por otra (el bautizante) en el agua con las palabras “yo te bautizo en el nombre de Jesucristo” y después el bautizante lo sacaba del agua. Se trataba de sumergirse en la muerte y desembocar (al salir) en la resurrección.

1 No se descarta en el Nuevo Testamento el bautismo a algunas familias que se convirtieron al cristianismo. Sin embargo, el bautismo de adultos fue siempre lo “normal”.

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Este encuentro tiene como objetivo profundizar en el sentido del Bautismo, a la luz del Nuevo Testamento. El modo de hacerlo será ordenando la exposición en torno a las grandes afirmaciones que aparecen en la liturgia bautismal. Como en la Biblia el Bautismo siempre se refiere a adultos, es indispensable comenzar tratando el tema del Bautismo de niños y de adultos.

Esquema del encuentro

1.- Acogida: comentar lo vivido en la semana y compartir conversando cómo son los niños que se van a bautizar.

2.- Oración.(traer un cirio, además del mantel, la cruz y la Biblia)

“Encendemos este cirio como signo de la presencia de ti entre nosotros, Señor. Danos apertura, disposición para escuchar tu Palabra”.

Leer Romanos 6,1-11

3.- Tema: sentido del Bautismo en el Nuevo Testamento

4.- Oración final: Jn 4,1-14 y canto.

En los siglos posteriores, el bautismo formaba parte de un conjunto de ritos más amplio que se llamaba la “iniciación cristiana”. Ésta estaba compuesta de un largo período de catecumenado, esto es, de una catequesis que duraba de dos a tres años y en la que se le hacía ver al catecúmeno la seriedad del compromiso que estaba asumiendo. Posteriormente (casi siempre en la noche del Sábado Santo) éste recibía en una misma ceremonia los sacramentos del bautismo, de la confirmación y de la eucaristía (primera comunión).

Con el tiempo, y al extenderse el cristianismo por todo el Imperio Romano, se fué haciendo cada vez más frecuente el bautismo de niños, lo que llevó a un proceso gradual de separación de los elementos de la iniciación cristiana. Hoy en día ésta comienza con el bautismo, continúa con la primera comunión, cuando el niño tiene uso de razón, y culmina con la corfirmación, en la cual el joven, de forma consciente y libre, elige el seguimiento de Jesucristo.

¿Qué sentido tiene el bautismo de niños? ¿De qué modo se puede aplicar la reflexión del Nuevo Testamento, que presupone un bautismo de adultos, a ellos?

Ante todo debe tenerse en cuenta que en todo sacramento existe por una parte una iniciativa y un don de Dios, y por otra, una respuesta humana de acogida consciente y libre de ese don. Particularmente, el bautismo es el sacramento de la fe y de la conversión y supone, por lo tanto esa fe y esa conversión en el que se bautiza.

En el caso del bautismo de niños tanto la iniciativa de Dios como la respuesta humana son peculiares.

Por parte de la acción de Dios, hay que decir que ningún sacramento como el bautismo de niños expresa con tanta claridad y fuerza la absoluta gratuidad del don de Dios que, sin ningún mérito por parte del hombre, regala su gracia. Se expresa aquí la soberana iniciativa divina que, aún a riesgo de una respuesta posterior negativa, se adelanta y nos ofrece la salvación.

En cuanto a la intervención del sujeto, hay que decir que también esta es original, en comparación con los otros sacramentos. Aquí la respuesta y acogida del don sucede totalmente por intermedio de la Iglesia y de los padres del bautizado. Son los padres y la comunidad cristiana los que con su fe y conversión acogen el sacramento a nombre del niño. Ellos se comprometen a hacer posible la experiencia de Dios en el niño; a rodearlo de un ambiente en donde el pueda experimentar a Dios como Amor Gratuito 2. Y con ello posibilitar una posterior respuesta libre del niño cuanto ya sea adulto.

Esta respuesta de los padres es todavía una “respuesta inicial”. Es verdad que el bautismo transforma profundamente y radicalmente a la persona que se bautiza; sin embargo, esta transformación es gradual conforme va creciendo y madurando la respuesta humana. El bautizado es un cristiano, pero no un cristiano completo o maduro. Es necesario mirar el bautismo dentro del conjunto de la “iniciación cristiana”. La fe del bautismo está llamada a desarrollarse y a profundizarse en la primera comunión y en la confirmación. Esta última presupone una decisión adulta por Cristo.

2 Este Dios que, según San Juan es “agápe”, esto es, amor gratuito.(1 Juan 4,8)

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De manera que el bautismo de niños no debe entenderse como un atentado en contra de la libertad del niño. Es verdad que ha habido muchos abusos en el pasado en este sentido: se trataba a menudo de que todos entraran en la Iglesia a como diera lugar ya que sólo en ella estaba la salvación. Sin embargo, esta visión está hoy en día superada.

Sin embargo, ¿no constituye el bautismo una imposición? Para responder a esta pregunta hay que reconocer primero que al traer un niño al mundo ya estamos imponiéndole la vida. El niño no ha elegido vivir, no ha elegido a sus padres, ni vivir en esta familia o en esta sociedad. Todo ello es impuesto.

De lo que se trata es de que estas “imposiciones” pasen a ser asumidas de verdad como dones de Dios que sean fuente de “vida” 3 para el recién nacido y no fuentes de opresión y de muerte. Por eso, es mejor que el niño experimente desde ya la pertenencia a una comunidad cristiana que sea signo del amor de Dios a todos y del amor mutuo. ¿Por qué privar al niño de esa experiencia que marcará su vida y que será la base de toda decisión posterior? 4.

2.- Sentido del sacramento a la luz del Nuevo Testamento

Una vez hechas estas consideraciones, veamos el sentido que el Nuevo Testamento y la Tradición de la Iglesia le ha dado a este sacramento. Lo sintetizaremos en 6 afirmaciones:

a) El bautismo es signo de la fe.

Jesús comienza su ministerio con este anuncio, que resume toda su predicación:

“El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca;conviértanse y crean en la Buena Noticia (evangelio)”

(Mc 1, 15)

La fe y la conversión son el modo concreto con que el hombre acoge lo que Dios está dando: la acción reinadora de un Padre. Jesús trae el amor concreto de Dios que sana enfermos y cambia las estrechas pautas de acción de la época que se traducían en exclusión de los que eran considerados pecadores y de los pobres. Jesús trae un nuevo modo de ser y de vivir hecho posible por la fuerza creadora de Dios que es capaz de renovar todas las cosas.

Tener “fe” es saberse amado por Dios tal como se es, y saber que esa convicción lleva a un cambio de vida (conversión) motivado por un cambio de mirada: si Dios me ha

3 En el sentido bíblico del término, es decir, vida plena, feliz, vivida a todo pulmón en comunión con los demás y con Dios, vida resucitada.4 Desde el punto de vista psicológico, en lo primeros años de vida se forma ese “sentimiento de seguridad básica” que es fundamental para una vida sana. Un niño que se sabe amado como es por sus padres y por la comunidad cristiana, experimentará a través de ellos el amor de Dios, y eso será la mejor ayuda que podrá tener para enfrentar situaciones vitales que requieran de decisiones difíciles. Obviamente esta vivencia no asegura que el niño vaya a tener fe, pero sí asegura que el adolescente cuando decida creer o no (y por tanto confirmarse o no) sepa vitalmente qué es creer y por lo tanto qué está decidiendo.

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amado y me salva gratuitamente, entonces yo debo hacer con los demás algo similar: debo tratar de amarlos tal como ellos son y de preocuparme por ellos con un amor activo.

La fe y la conversión son entonces condición necesaria y fundamento del bautismo; pero también, inversamente, el bautismo expresa y acrecienta esa fe y conversión. El bautismo es igualmente expresión pública y litúrgica de la fe del sujeto creyente; es expresión simbólica, visible, de la adhesión a Cristo y a su Iglesia.

En el caso del bautismo de niños, es imprescindible que los padres se pregunten por su propia fe. ¿En qué creemos? ¿En qué ponemos nuestra confianza y esperanza? ¿Qué lugar real ocupa Jesucristo en nuestra vida? Nuestros valores, ¿son los de Jesucristo?

La fe es ese “saberse amado por Dios hasta el fin” que se traduce en una nueva manera de ver las cosas que lleva a una entrega de la propia vida. ¿Tenemos esa fe? ¿O más bien nos interesa el bautismo como acontecimiento familiar, o para meter a nuestro hijo en el futuro en un colegio católico en donde tenga un buen “roce social”? Si se trata de este último caso, vamos a mentir cuando se nos pregunte en la ceremonia por los contenidos del Credo (ver tercer encuentro).

En todo caso no se nos exige una fe plena, perfecta. Nuestra oración debe ser como la del relato evangélico del padre que tenía un hijo epiléptico. Jesús le exige la fe para curarlo. El padre responde. “creo, pero ayuda mi poca fe” (Mc 9,14-29). Jesús acepta la oración del padre y termina curando al niño. Es indispensable que nos comprometamos a hacer crecer y madurar nuestra fe pidiendo para ello la ayuda de Jesús.

b) El bautismo nos asocia a la muerte y resurrección de Cristo

El bautismo nos vincula en forma especial a Cristo. Somos bautizados “en nombre de” Cristo. Esto significa que pasamos a pertenecer a Él y que buscamos compartir su

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Preguntas:

- ¿Qué lugar real ocupa Jesucristo en nuestra vida?- Nuestros valores y prioridades son los de Jesús?

Deben responderse:- “Sin culpabilismos”, ya que ellos no nos permiten mirar con lucidez “en qué

estamos”.- Tomando en cuenta que en nuestras motivaciones siempre hay una mezcla de

motivos altruistas con otros que no lo son tanto, o que, de frentón son egoístas. Por ello hay que evitar los extremos del exceso de ingenuidad o de la excesiva autocrítica.

- Si no existe la confianza suficiente para compartir las respuestas en el encuentro de catequesis, los padres se comprometerán a conversarlas durante la semana, para así favorecer una celebración bausismal que sea “significativa”.

misión y destino. Cristo es aquel que ha dado su vida por nosotros a través de su muerte, y aquel que ha vencido esa muerte, al pecado y a toda forma de esclavitud, con su resurrección.

A través del Espíritu Santo nos asociamos misteriosamente a Cristo. Nos comprometemos a entregar la vida, a vivir para los demás; y Dios se comprete a regalarnos una vida resucitada, plena, sin esclavitudes de ninguna especie.

Pablo, en un texto clásico sobre este tema, lo expresa así:

“¿Es que ignoran ustedes que cuantos fuimos bautizados (o sumergidos) en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva.

Porque si nos hemos injertado en él por una muerte semejante a la suya, también lo estaremos por una resurrección semejante; sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado con él, a fin de que fuera destruido el cuerpo de pecado 5 y cesáramos de ser esclavos del pecado. Pues el que está muerto, queda liberado del pecado.

Y si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él, sabiendo que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más, y que la muerte no tiene ya señorío sobre él. Su muerte fue un morir al pecado, de una vez para siempre; mas su vida, es un vivir para Dios. Así también ustedes, considérense como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús” (Rm 6, 3-11).

Cuando pensamos en compartir la muerte y resurrección de Cristo a menudo pensamos en nuestra muerte, en nuestros últimos días, lo cual es correcto. Sin embargo, además, el Nuevo Testamento nos habla de una cierta “anticipación” de ese momento final en nuestra vida cotidiana, particularmente en los momentos difíciles de ésta (ver, por ejemplo, 2 Cor 4,10-12). Esos momentos críticos podemos vivirlos en conexión con Jesucristo y transformarlos en fuente de crecimiento personal y de vida plena. Gracias al don de Jesús esas experiencias de “muerte” pueden pasar a ser experiencias de “resurreccion”, porque nada nos puede separar del amor de Cristo (Rm 8,35-39).

c) Por el bautismo nacemos de nuevo en el Espíritu y llegamos a ser hijos de Dios

En el evangelio de San Juan, Jesús, conversando con Nicodemo, le dice:

“‘En verdad, en verdad te digo:el que no nazca de nuevo (o de lo alto) 6

no puede ver el Reino de Dios’.

Le dice Nicodemo:‘¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo?

5 Es decir, nuestra vida anterior, en la cual estábamos sometidos al reinado del pecado.6 La palabra griega “ánozen” tiene este doble sentido: significa tanto “nacer de nuevo” como “nacer de lo alto”.

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¿Puede acaso entrar otra vezen el seno de su madre y nacer?

Respondió Jesús:‘En verdad, en verdad te digo:el que no nazca de agua y de Espírituno puede entrar en el Reino de Dios.Lo nacido de la carne, es carne 7;lo nacido del Espíritu, es espíritu’ 8”

(Jn 3,3-6).

Por el bautismo se nos comunica la vida misma de Dios que se nos da como regalo. Por eso lleva el nombre de “gracia”, que es Dios mismo, en cuanto que se nos comunica a nosotros por Jesucristo en el Espíritu Santo. Con la gracia de Dios caen todos los muros de pecado que nos separaban de él, y por el Espíritu Santo el amor de Dios se derrama en nuestros corazones (Rm 8,9.11) y nos hacemos templos del Espíritu. En el Espíritu Santo participamos en la vida y en el amor de Dios, que es comunidad de personas en la Trinidad; pasamos a ser hijos de Dios Padre y hermanos de Jesucristo.

La “gracia” transforma nuestra vida mortal, egoísta, limitada, en una vida eterna, generosa y plena. Por eso, el bautismo hace “nacer de nuevo”. Esta transformación, obviamente, es un proceso gradual (incluso en el adulto); sin embargo, Dios nos garantiza que si “mantenemos el rumbo” nuestra vida mortal desembocará en la eternidad de Dios.

d) Por el bautismo nos integramos en la Iglesia

Por el bautismo nos integramos a la Iglesia, que es el “cuerpo de Cristo”. Veamos lo que nos dice san Pablo:

“A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común. Porque a uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe, en el mismo Espíritu; a otro, carismas de curaciones, en el único Espíritu; a otro, poder de milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversidad de lenguas; a otro, don de interpretarlas. Pero todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad.

Pues del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así también Cristo. Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.

Así también el cuerpo no se compone de un solo miembro, sino de muchos. Si dijera el pie: «Puesto que no soy mano, yo no soy del cuerpo» ¿dejaría de ser parte del cuerpo por eso? Y si el oído dijera: «Puesto que no soy ojo, no soy del cuerpo» ¿dejaría de ser parte del

7 Es decir, lo nacido de nuestra condición humana frágil y mortal, es frágil y perecedero.8 Es decir, lo nacido del Espíritu Santo es eterno, inmortal y vinculado a Dios.

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cuerpo por eso? Si todo el cuerpo fuera ojo ¿dónde quedaría el oído? Y si fuera todo oído ¿donde el olfato?

Ahora bien, Dios puso cada uno de los miembros en el cuerpo según su voluntad. Si todo fuera un solo miembro ¿dónde quedaría el cuerpo? Por tanto, muchos son los miembros, mas uno el cuerpo. Y no puede el ojo decir a la mano: «¡No te necesito!» Ni la cabeza a los pies: «¡No los necesito!»

Más bien los miembros del cuerpo que tenemos por más débiles, son indispensables. Y a los que nos parecen los menos nobles del cuerpo, los rodeamos de mayor honor. Así a nuestras partes indecorosas las vestimos con mayor decoro. Pues nuestras partes decorosas no lo necesitan. Dios ha formado el cuerpo dando más honor a los miembros que carecían de él, para que no hubiera división alguna en el cuerpo, sino que todos los miembros se preocuparan lo mismo los unos de los otros. Si sufre un miembro, todos los demás sufren con él. Si un miembro es honrado, todos los demás toman parte en su gozo.

Ahora bien, ustedes son el cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno a su modo. Y así los puso Dios en la Iglesia, primeramente como apóstoles; en segundo lugar como profetas; en tercer lugar como maestros; luego, los milagros; luego, el don de las curaciones, de asistencia, de gobierno, diversidad de lenguas.

¿Acaso todos son apóstoles? O ¿todos profetas? ¿Todos maestros? ¿Todos con poder de milagros? ¿Todos con carisma de curaciones? ¿Hablan todos lenguas? ¿Interpretan todos?” (1 Cor 12,7-30)

Pablo usa una imagen que era común en la época (la del cuerpo) para expresar que Cristo forma con los cristianos una unidad vital profundamente personal. Jesús encabeza (es decir, “vitaliza”, como una especie de “fuente vital”) y vincula a los cristianos entre sí a través del Espíritu de modo que cada uno tiene un “don” (“carisma”) con que contribuir a la misión de la Iglesia y a su vida interna. De este modo, la Iglesia pasa a ser un signo y un instrumento de esa humanidad nueva en un mundo renovado que Dios quiere.

Nuestro seguimiento de Cristo no es individualista. Dios nos llama a alcanzar nuestra plena identidad y desarrollo al interior de una Comunidad, que es la Iglesia. La Iglesia nos ayuda a alcanzar esa identidad, pero también desde ese único modo de ser que tenemos cada uno contribuimos a la Iglesia. Todos sabemos que esto no es fácil. En la Iglesia está presente el amor de Dios pero también el pecado. Mientras el primero apoya y coordina los carismas, el segundo trata más bien de distorcionarlos y aplastarlos, para que no den fruto. Aún así es necesario a menudo ser paciente y perseverante. Debemos amar la Iglesia tal como es; aunque también en la esperanza de que ella, con la Segunda Venida de Cristo (“Parusía”) llegará a cumplir plenamente su vocación y misión.

e) El bautismo es signo de la conversión y del perdón de los pecados

Veíamos más arriba que Jesús en su anuncio fundamental exigía la fe y conversión como respuesta indispensable para acoger el don de Dios.

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La conversión es un cambio de vida, un cambio de “rumbo” o de mentalidad. Se trata de dejar morir al “hombre viejo”, egoísta, para dejar nacer al hombre nuevo, que se da a los demás. Todo el que se bautiza o pide el bautismo para sus hijos ha de disponerse, con la gracia de Dios, a definirse por los valores que el Señor ha preferido y vivido en el Evangelio.

Se le pide un cambio de una mentalidad que busca el tener, el aparentar y el dominar, por una mentalidad de libertad interior respecto de los bienes materiales y del prestigio social. Mentalidad que se expresa en sencillez de vida, apertura hacia Dios y servicio humilde para hacer de este mundo un lugar más humano y feliz. Como hemos visto más arriba, bautizarse es morir (sumergirse) al egoísmo para renacer (salir del agua) en una vida ofrecida a Dios.

La vida cristiana no se reduce a una ética, a la vivencia de una serie de valores. Es más que eso. Es dejar que Dios habite en nosotros, que su amor pase por nosotros hacia los demás. Es desembocar en la vida eterna.

Si el bautismo requiere y a la vez explicita y celebra la conversión, entonces trae consigo el perdón de todos los pecados. En el caso de niños recién nacidos no existe lo que se llama el “pecado actual”, esto es, el que brota de decisiones conscientes en las que está en juego un grado importante de libertad. Sin embargo, la Iglesia sostiene que debe perdonarse en ellos el “pecado original”. ¿Qué es esto?

Con este concepto se quiere decir que todo hombre vive en un mundo en donde existe una “situación colectiva de pecado” producto de una “herencia histórica”. Los antiguos decían que por nuestro nacimiento habíamos heredado el “pecado de Adán”. Esta herencia se entendía de un modo más o menos biológico.

Hoy en día tenemos claro que la principal forma de “herencia” es la “histórico-cultural”. Todo hombre vive en una cultura o medio social en el cual el pecado se transmite a través de antivalores, costumbres, roles no cuestionados, mala influencia de los medios de comunicación, etc. A menudo no necesitamos inventar “justificaciones” para nuestras actitudes egoístas; éstas ya se encuentran en nuestro medio ambiente, basta simplemente con adoptarlas.

Todo hombre adulto está influido por este “pecado del mundo” pero a la vez contribuye, aporta a ese pecado, con su cuota personal. Somos víctimas pero a la vez victimarios. En el caso de los recién nacidos no se da esto último: ellos no tienen la culpa del pecado. Sin embargo, la mentalidad egoísta arraigada en nuestra sociedad, que penetra en la familia y hasta en la comunidad cristiana, influirán desde muy temprano sobre él.

En este último caso, mediante el bautismo, Dios perdona ese “pecado original” del recién nacido. Sin embargo, el perdón de Dios nunca es sólo “declarativo” (en el sentido de que “no toma en cuenta” el pecado), sino “efectivo”, es decir, que elimina el pecado. Para esto último se requiere de la respuesta de toda la comunidad cristiana.

En la celebración bautismal se nos preguntará si renunciamos al pecado, a Satanás y a la seducciones del mal para vivir la libertad de los hijos de Dios. El punto clave es ¿Qué

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vamos a hacer nosotros por el nuevo miembro? ¿Sabremos como comunidad ser testigos del amor gratuito e incondicional de Dios o, por el contrario, seremos cómplices de las opresiones humanas? Será fundamental que la familia y la comunidad proporcionen al recién nacido un ambiente en el cual se vaya venciendo el “pecado original”, en el entendido de que ese “pecado del mundo” será plenamente vencido en la Segunda Venida del Señor.

f) Por el bautismo Dios nos regala un “nombre”.

“ N , yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”.

Estamos ante las palabras que acompañan el signo central del bautismo. Se le da al niño un nombre que queda grabado en el corazón de la Trinidad. Todos necesitamos un nombre para que nos identifiquen y también para descubrir y realizar nuestra propia identidad. Nos emociona cuando en un lugar de la tierra en que nos sentíamos perdidos y desconocidos, alguien nos llama. Todo ser humano es, por esencia, una vocación (llamado), y necesita ser llamado continuamente para no permanecer en el silencio de la indiferencia e inactividad, sin saber quién es él y cuál es la misión que se le encomienda en la vida. Necesita que lo llamen para salir de sí, darse a alguien que siempre está más lejos y responder al llamado personal que el mismo Dios le hace para sacarlo de la lejanía del no-ser y conducirlo a la plenitud de ser.

Como dijimos, el nombre del niño queda grabado en el corazón de la Trinidad. Como un antiguo amigo en quien el Padre reconoce a su propio Hijo y encuentra la plenitud de su alegría. La misión de ese niño consistirá en la realización del sueño que Dios tuvo al crearlo.

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3.- TERCER ENCUENTRO: LA LITURGIA DEL BAUTISMO

1.- Los padrinos

Más importante que los padrinos es la responsabilidad de los padres. Pero la elección de los padrinos tiene mucha importancia por hacer sentir que el interés por el bautismo del hijo se abre a otras personas que respaldan el compromiso. Se trata de un compromiso que ha de sostener toda la comunidad.

Es importante para los padres, al elegir a los padrinos, y para estos últimos a la hora de aceptar este compromiso, tener en cuenta los siguientes aspectos:

a) La misión del padrino es acompañar y apoyar a los padres en el desarrollo humano y cristiano del niño. Debe ser una persona con ascendiente sobre el ahijado y al que éste pueda recurrir con facilidad al sentirlo amigo y responsable.

b) Que la elección del padrino no se determine para establecer relaciones de interés social o económico o de una amistad superficial.

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Los objetivos de este tercer encuentro (en el que deben venir los padrinos) son:- comprender el sentido y misión que tienen los padrinos en el Baustismo,- conocer los distintos componentes de la liturgia del Bautismo.

Esquema del encuentro

1. Acogida: los papás presentan a los padrinos

2. Oración: Hch 8,26-38

3. Tema: Responsabilidad de los padrinos y liturgia del Bautismo

4. Oración final: Hch 9,10-19(signos: cruz, Biblia, cirio, agua y paño blanco)

c) Que el padrino sea una persona equilibrada y responsable, que sea católico practicante, confirmado, y que tenga una vida congruente con la fe y la misión que va a desempeñar 9.

2. El lenguaje sacramental: signo, rito, celebración

Antes de revisar juntos la liturgia del bautismo, conviene aclarar ciertos conceptos a fin de evitar malos entendidos y de comprenderla mejor. Estos son los de signo, rito y celebración.

El “signo” está compuesto por “gesto” y “palabra”. El gesto es una acción que se realiza mediante el cuerpo humano. Por ejemplo, “dar la mano”, que significa acogida. Los gestos nos expresan más hondamente que las palabras precisamente porque en ellos está más comprometido el “cuerpo”; sin embargo, a la vez son más imprecisos y, por ello, se exponen más a ser mal comprendidos.

De ahí la necesidad de la palabra que expresa con precisión el sentido del gesto. La palabra es mucho más precisa que el gesto, sin embargo, también es menos profunda.

Por ello, habitualmente, gesto y palabras se unen en el signo. Por ejemplo, si me hacen “señales de luces” con el auto las interpretaciones pueden ser diferentes: ¿tengo las luces encendidas?, ¿un neumático pinchado?, ¿o más allá están los carabineros?. Si el que me las hace logra articular un “hola” que pueda yo oir entonces puedo reconocer el saludo de un amigo o conocido: el gesto se hace más preciso. Tenemos entonces un signo.

Los gestos que componen un signo pueden involucrar objetos. Por ejemplo, regalarle a la persona amada una flor y decirle “te amo”. En ese caso, el gesto es aún más expresivo. Es lo que sucede con la Eucaristía, en la que se parte el pan y bebe el vino recordando las palabras de Jesús que nos hablan de la entrega de su vida por nosotros.

El “rito” es un conjunto articulado de signos. Por ejemplo, el cumpleaños de un niño. Primero juegos, después la “entrega solemne” de los regalos y, por último, el signo central: la torta con el canto de cumpleaños y la apagada de las velas.

En un rito suele haber un “signo central” como vimos en el ejemplo anterior. Esto es importante a la hora de hablar de los sacramentos.

Cuando un rito celebra algo estamos ante una “celebración”. En ella expresamos nuestra alegría por el don de algo y, en general, por el don de la vida. Por ejemplo, en una “fiesta de matrimonio”, el don del amor entre los esposos, la “historia de amor” de los matrimonios que acompañan a los nuevos cónyuges, y el don del amor y de la vida en general.

Cuando la celebración dice relación con la donación de Dios a los hombres, estamos ante una “liturgia”. Ésta tiene lugar cada vez que los cristianos nos juntamos a rezar juntos y a celebrar nuestra fe. En el caso que ahora nos intereza (el bautismo), estamos ante una

9 Ver CIC, cánones 872 a 874. El 873 dice “téngase un solo padrino o una sola madrina, o uno y una”.

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liturgia en la que se celebra un “sacramento”, es decir, un momento vital (kairós) particularmente importante para la vida cristiana.

3.- Celebración del Bautismo

Consta de cuatro partes: el rito de acogida, la liturgia de la Palabra, la celebración del sacramento o rito bautismal, y los ritos conclusivos o de despedida. A continuación presentamos un esquema general de la ceremonia:

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I. RITO DE ACOGIDA

- Saludo- Diálogo

- Signación

II. LITURGIA DE LA PALABRA

- Lecturas- Homilía

- Oración de los fieles- Invocación a los santos- Oración de exorcismo- Imposición de la mano

III. LITURGIA DEL SACRAMENTO

- Bendición del agua- Renuncia y profesión de fe

- Rito del bautismo- Unción con el crisma

- Vestidura blanca- Entrega de cirio

VI. RITO DE DESPEDIDA

- Padrenuestro- Bendición- Despedida.

Vamos recorriendo esta celebración por partes:

a) El rito de acogida

Los signos que componen el rito de acogida quieren expresar tanto la intención de los padres y padrinos al llevar al niño como la de la Iglesia al acogerlo en su seno. Por ello, después del saludo tiene lugar un “diálogo” en el que se expresa el nombre del niño, la petición del bautismo por los padres, el compromiso que asumen padres y padrinos, y la acogida en la comunidad creyente mediante el signo de la cruz.

b) La liturgia de la Palabra

Si Dios es, en definitiva, el actor principal de la celebración, el que ofrece la salvación y el perdón, el que da sentido al mismo bautismo, es lógico que le escuchemos y acojamos su Palabra. Es la Palabra la que nos da el sentido de lo que hacemos, la que nos invita a dar una respuesta a la llamada y a la oferta de Dios.

Para que alcance toda su eficacia con la colaboración del hombre, es preciso que sea cuidadosamente elegida, preparada y realizada, atendiendo a las necesidades de los participantes. Es de desear que los padres y padrinos participen en ella eligiendo las lecturas, leyendo algunas de ellas o todas, o preparando con otros cristianos las oraciones de la “oración de los fieles”.

La Iglesia está compuesta no sólo por todos los cristianos que están vivos sino también por los que han muerto y están en compañía del Señor. Juntos se conforma la “comunión de los santos”, que aparece en el Credo. Por eso invocamos como “testigos ayudadores” a algunos cristianos que la Iglesia reconoce como modelos de seguimento de Jesucristo. Les pedimos que ayuden tanto al recién nacido como a todos nosotros en la vida y en la fe.

La “oración del exhorcismo” pide para el recién nacido el perdón y la superación del “pecado original”.

La “imposición de mano” comunica la fuerza salvadora de Cristo.

c) Liturgia del sacramento

La liturgia del bautismo comienza con dos signos preparatorios: la bendición del agua y la renuncia y profesión de fe.

La “bendición del agua” invoca al Espíritu Santo para que se haga presente en ella y la convierta en fuente de salvación. El agua es un símbolo común con una variedad de significados: sacia la sed, mata, refresca, limpia, hace fructificar la tierra. Muchas religiones la han empleado para indicar purificación (indios, egipcios, judíos). Para los cristianos tiene un significado especial: el de la salvación obrada por Dios a lo largo de los siglos que llega a su punto culminante con Cristo (La oración que emplea el sacerdote realiza un recorrido por el significado del agua en la historia de la salvación). Es signo de purificación y muerte,

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resurrección y vida, seno materno y nacimiento a la nueva vida, principio y meta de la vida cristiana.

La “renuncia y profesión de fe” tiene como sentido el compromiso de los padres y padrinos en la lucha en contra del “pecado original” y del pecado en general, así como la de contribuir a que el niño tenga una experiencia de Dios como Padre, como “amor gratuito” (agápe). Ellos se comprometen sobre esta base a educar al niño en la fe recibida, para lo cual renuevan su compromiso con esa fe asintiendo al Credo.

Después de los signos preparatorios tiene lugar el signo central: el bautismo (inmersión) en el agua en nombre de la Trinidad, mediante el cual el niño comparte la muerte y resurrección de Jesucristo y se integra a la vida divina. El gesto “normal” es por lo tanto la inmersión. Tratándose de niños pequeños se utiliza la infusión.

Finalmente están los “signos complementarios”: la unción, la vestidura blanca y la entrega del cirio.

La “unción con el crisma”, esto es, con óleo o aceite, que simboliza la vida nueva en Cristo y la integración en la Iglesia. Desde muy antiguo el aceite ha tenido diversos significados vinculados al hecho de que “penetra profundamente” la piel y de que es muy difícil de sacar. Se usaba como perfume, y en esa línea era signo de alegría, acogida u hospitalidad; también para aplacar el dolor en las heridas; para dar sabor a las comidas, y también para significar la fuerza de Dios (Espíritu) de que se revestía el que era elegido para una misión, esto es, los reyes, profetas y sacerdotes. En esta última línea el ungido es lleno del Espíritu Santo para asumir la misión que Jesús le encomienda al interior de la Iglesia.

La “vestidura blanca” simboliza la nueva vida del cristiano en vinculación con Cristo, el ser “revestido de Cristo” (Gal 3,27).

Finalmente, la “entrega del cirio” simboliza a Jesucristo que es “la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo” (Jn 1,9). La luz permite ver lo que nos rodea, dimensionar las cosas, reconocernos, ubicarnos, saber a dónde hay que ir. Todo eso es Cristo, particularmente Cristo resucitado. Por eso en la noche de la “vigilia pascual”, el pueblo de Dios enciende el nuevo fuego, y del fuego nuevo se enciende el cirio pascual, que es símbolo de la resurrección, como “nueva creación” de todas las cosas en Cristo. De ese mismo cirio pascual se encomienda a los padres y padrinos esa luz que es Cristo para que se la comuniquen a su vez al recién nacido.

d) Rito de despedida

El bautismo como sacramento se orienta hacia la confirmación y la Eucaristía. Todo ello forma la “iniciación cristiana” que nos hace hijos de un mismo Padre. Se expresa en la oración del “Padrenuestro”.

Por último, la “bendición final” solicita a Dios que comunique su “bendición”, es decir la fuerza que trae la “vida” (en el sentido bíblico visto más arriba) a la madre del niño, al padre y a todos los presentes.

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Apéndice 1: Lecturas bíblicas

Antiguo Testamento:

- Éxodo 17,3-7: El agua salida de la piedra en el desierto.- Ezequiel 36,24-28: Un corazón nuevo, y un espíritu nuevo- Ezequiel 47,1-9.12: El torrente que sale del Templo.

Nuevo Testamento:

- Romanos 6,3-5: El bautismo, nuestra pascua con Cristo.- Romanos 8,28-32: Conformes a la imagen de su Hijo.- 1 Corintios 12,12-13: Formamos un sólo cuerpo.- Gálatas 3,26-28: Hemos sido revestidos de Cristo.- Efesios: 4,1-6: Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo.- 1 Pedro 2,4-5.9-10: Ustedes, raza escogida, nación santa, pueblo de Dios.

Evangelios:

- Mt 22,35-40: El primer y mayor mandamiento.- Mt 28,18-20: Somos enviados a los demás.- Mc 1,9-11: Investidura mesiánica de Jesús en el Jordán.- Mc 10,13-16: Sencillos como niños.- Mc 12,28-31: El mandamiento más importante: amar.- Jn 3,1-6: Jesús y Nicodemo; hay que nacer de nuevo.- Jn 4,5-14: Jesús y la samaritana: el don de Dios.- Jn 6,44-47: El que cree, tiene vida eterna.- Jn 7,37-39: Torrentes de agua viva brotarán de su corazón.- Jn 9,1-7: El ciego de nacimiento: Jesús, luz de vida.- Jn 15,1-11: La vid: somos injertados en Cristo.- Jn 19,31-35: De su costado salió sangre y agua.

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¿Cómo se puede participar en la prepación de la Liturgia Bautismal?:

- insertando cantos: uno a la entrada, otro después del signo central del bautismo y finalmente el de salida,- eligiendo las lecturas (ver apéndice),- solicitando a personas que preparen oraciones para la “oración de los fieles”,- integrando en la “invocación de los santos” a alguno al que se quiera encomendar especialmente al niño,- inventando una oración de “acción de gracias” después de la comunión,- llevando un cirio bonito.

Apéndice 2: bibliografía consultada

- COMISIÓN EPISCOPAL DE LITURGIA DE CHILE, “Ritual conjunto. Celebración del Bautismo. Celebración del Matrimonio. Eucaristía fuera de la Misa”. Eds. Paulinas, Santiago, 1988.

- VERGARA, A., “Resplandor de una presencia”, Eds. Paulinas, Santiago, 1993.

- CONFERENCIA EPISCOPAL DE CHILE, “Directorio de Pastoral Sacramental”, Stgo. De Salesiana, 1983, pp 5-23.

- FOUREZ, G. “Sacramentos y vida del hombre”, Sal Terrae, Santander, 1983, pp. 17-70

- PRETCH, C. - GUELL, P. - SAHLI,P. “Acción de Dios, fiesta del pueblo”, Eds. Paulinas, 1981.

- BOROBIO, D., “Sacramentos en comunidad”, Desclée de Brouwer, Bilbao, 1987.

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