paco_ignacio_taibo_ii-larisa_la_mejor_periodista_roja_del_siglo_xx.pdf

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    LARISA

    La mejor periodista roja del siglo XX

    Paco Ignacio Taibo II

    (antologador)

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    Mayo 2014.

    Larisa Reisner

    Esta publicacin es nanciada con recursos de la RLS con fondosdel BMZ y Para Leer en Libertad A.C.

    www.rosalux.org.mxbrigadaparaleerenlibertad@gmail.comwww.brigadaparaleerenlibertad.com

    Cuidado de la edicin: Alicia Rodrguez y Jorge Belarmino Fernndez.Diseo de interiores y portada: Daniela Campero.

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    NOTA

    Una primera versin deLarisa, las historias que cuentas for-ma parte del libro ARCNGELES. En el momento de escri-birlo no conoca las biografas de Kathy Porter ni de GalinaPrzhiborobskaia. Por lo tanto, quiz algn da vuelva sobre

    el texto. La traduccin de Sviyazhsk ha sido tomada de larevista Spartacistde dicicmebre de 2013 y ha sido revisadacomparndola con el texto alemn y espaol de las edicio-nes de En el frente.

    Paco Ignacio Taibo II

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    Larisa

    LARISA, LAS HISTORIAS QUE CUENTAS,LAS HISTORIAS QUE ME GUSTARA CONTAR

    Paco Ignacio Taibo II

    Mira alrededor, cul de nosotros no estaba hecho deescamas y reservas nebulosas?

    Boris Pasternak(en un poema dedicado a Larisa)

    No es nuestro propsito, ni mucho menos, negar laimportancia que lo personal tiene en la mecnica del

    proceso histrico ni la inuencia del factor fortuitoen lo personal.

    Len Trotski

    ILa versin que me gustara escribir dira que siendo hija deun profesor, un acadmico socialdemcrata, la nia naci unprimero de mayo impidiendo a sus padres asistir a las de-mostraciones callejeras que acababan en cargas de caballerade los cosacos contra los obreros. Fue en Lublin, en la Polo-

    nia rusa, en 1892. Pero el profesor Mijal Reisner, maestro enla Academia de Agricultura de Pulawy, abogado de origengermano-bltico, en esa poca no era socialdemcrata, sinocivilizadamente conservador, y monrquico por ende.

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    La mejor periodista roja del siglo XX

    Me hubiera gustado decir que fue nia de exilios,maletas y bales, cambios de geografa, interminables reu-

    niones nocturnas con caf, t y humo, educada en colegioscambiantes, entre apasionadas discusiones que se coman eln de siglo donde todo habra de cambiar; pero la versinque ms se ajusta a la realidad fue que los viajes, que s exis-tieron, y muchos, y que la llevaron de nia por Alemania yFrancia, obedecan a movimientos de su padre en negocios.

    En qu momento el profesor Reisner recibi el impacto dela luz? Cundo dej su adhesin monrquica y se tornrepublicano? Cundo su conservadurismo se convirti ensocialismo? El caso es que en la vida de la nia entraron los abue-litos rojos de toda aquella generacin de socialistas que pen-

    saban que el siglo XX sera el siglo de la iluminacin y elprogreso, y conoci al abuelito August Bebel, que haba sidoamigo de Marx, y a Karl Liebknecht, y por lo tanto contem-pl el n de siglo con cantos proletarios, luces de bengala,fogosos llamados a poner el mundo bocarriba y de los queahora es nada, todo ser y tambin con villancicos y paste-

    les entre el zoolgico de Berln y la Universidad de Heidel-berg, estudiando entre hijos de obreros en Zehlendorf. Esta nueva vida llena de reuniones nocturnas, viajes,susurros, apasionadas conspiraciones, la llev con sus pa-dres a Pars y Larisa descubri los 320 maravillosos metrosde ese portentoso juego para adultos, ese homenaje al acero

    y a los que lo observamos, que es la torre Eiffel. Y luego de nuevo Rusia era una realidad ms ampliaque los sueos del exiliado, se hablaba de gobierno consti-tucional, estallaba el movimiento, soplaban buenos vientos,

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    Larisa

    y naca la huelga general y la palabra soviet; era el inicio delbreve intervalo revolucionario de 1905.

    Me hubiera gustado contar que Larisa transportpropaganda en su cochecito infantil entre las sbanas y lasmantas antes de aprender a leer, abri correspondencia di-rigida a su padre por error y se trataba de cartas contando elascenso revolucionario de un tal N. Lenin y escuch hablarde Marx como el viejo Karl antes de enamorarse por pri-

    mera vez. Las ltimas aseveraciones son ciertas, las cartasde Lenin existieron y fueron mostradas orgullosamente porla familia aos ms tarde; la primera, la de la propaganda enel cochecito infantil, es difcilmente comprobable; la revolu-cin de 1905 encuentra a Larisa con trece aos cuando suspadres abandonan el exilio y regresan a San Petersburgo; Y

    el profesor Reisner se integra a la universidad, abogado ymarxista en territorio, en el mejor de los casos, de liberalescomplacientes. Comienza a circular el rumor de que ha trabajadopara los servicios zaristas. Algunos intelectuales de izquier-da como Plejnov y Burtsev se hacen eco del rumor. Repen-

    tinamente las tertulias se disuelven, los amigos desaparecen,el profesor Reisner camina por el pasillo con la mirada per-dida. Tiene algn sustento la calumnia? Cmo se peleacon un enemigo que surge de los amigos y no tiene rostro?Quin puede demostrar que es falso lo que nunca ha sidoverdadero? Negar con nfasis no equivale a despertar nue-

    vas sospechas? El mundo de la conspiracin poltica tiene una claveparanoica. En la Rusia zarista slo se sobrevive dudando, yaun as, los provocadores y los soplones se inltran, ascien-

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    La mejor periodista roja del siglo XX

    den en la organizacin, de repente venden clulas enteras,ponen en la crcel y la tortura a su mejor amigo. Es nece-

    saria por tanto la paranoia? La fuerza del veneno es terri-ble. Un socialista slo tiene como instrumentos su honra, suprestigio, sus ideas. Karl Rdek dir aos ms tarde: La amargura y ladesesperacin se apoderan del hogar. El profesor se alejade la poltica. Larisa entiende la gravedad de lo que sucede

    aunque no puede explicarlo; resiente la falta de calor en lacasa, los silencios que la dominan, el alejamiento de los ami-gos, la profunda tristeza de su padre. El compaero de los ltimos das de su vida contaraque su paso por la secundaria fue una verdadera agona.Qu cruza la cabeza de esta muchacha particularmente

    sensible e irritable? Dnde est el diario de aquella ado-lescente que pareca ya haber aprendido que escribir era lavida? Que se escriba no slo para contar sino para enten-der; que contar era de alguna manera reordenar la injusticiaexterior, ajustarle cuentas, puricar. A los diecisiete aos, en 1909, Larisa escribe una obra

    teatral cargada de ensayo, o un ensayo que intentaba disfra-zarse de teatro, llamadoAtlntida,y que los que lo leyeronllamaron una metfora social, en la que, segn Rdek, unhombre ofrenda su vida para salvar a la humanidad. Me gustara contar que, en una vida as, los papelessuelen perderse con absoluta frecuencia y falta de respeto

    y que eso sucedi con el manuscrito deAtlntiday que lamuchacha no llor su primera obra, porque no se lloran losexperimentos y porque la vida es larga y se hablar tantode ella y existirn tantas cuartillas escritas con una plumilla

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    Larisa

    na y letra nerviosa, porque la tensin debe pasar al papel,y laAtlntidaese continente perdido que invent Platn ju-

    gando, no existe, pero los arquelogos y los bibliotecariospodran desmentirme. La obra fue publicada en 1913 porShipovik y aqul que tenga la paciencia y sucientes ami-gos rusos puede encontrarla.

    II

    En 1914 estalla la guerra y todo se puede consumir en el ho-locausto, incluida la buena voluntad de la socialdemocra-cia, voluntad de cambio evolutivo. La guerra es, en ms deun sentido, la muerte, el retorno, o el dominio de la barba-rie, ya incluida en el zarismo. Su padre sale del ostracismo

    de la calumnia, es demasiado grande el compromiso moralpara dedicarse a la abstencin. Y se alinea con la izquierdasocialdemcrata, con los que no han sucumbido al patrio-tismo blico, los que creen que la guerra imperial no tienems dios que el poder, los mercados, el control del mundo. Y Larisa Mijailova emprende la tarea con furor. Jun-

    to a su padre funda y edita una revista llamada Rudin,queexpresa las posiciones del socialismo antibelicista. Para po-der hacerla, la familia se mete en un sinfn de compromisoseconmicos que pronto se vuelven deudas. Larisa acta como la ms el de las secretarias deredaccin, escribe poemas, artculos, contesta la correspon-

    dencia, entra en debates con socialdemcratas que han su-cumbido al patrioterismo guerrero, lleva la contabilidad,pone los paquetes en el correo, anima, agita. La revista esinicialmente aceptada con reservas por la polica, a la que,

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    La mejor periodista roja del siglo XX

    dado el aislamiento poltico de los Reisner, no le preocupademasiado; luego ser censurada. Tras haber pasado varias

    veces por la casa de empeo, los Reisner se ven obligados aculminar la aventura editorial. Pero cuidado, la imagen es incompleta, no basta re-sear las horas en la revista, los crecientes artculos denun-ciando el retorno a la barbarie, tambin hay que observarcuidadosamente a la mujer de veintids aos, muy blanca,

    de nariz alada, peinada con rodetes para que no le estorbela cabellera de pelo muy no, vestida con la holgada blusade los campesinos sobre faldas de vuelo muy ancho y colo-res pastel, fumando, ya que de vez en cuando se escapa delas jornadas interminables de la redaccin y desaparece. Sklovski la encuentra patinando, haciendo guras en

    la pista de hielo, dejndose mirar y querer por los soldadosheridos que la observan. Mientras dibuja ligranas que sloexisten en su cabeza. Crea la ilusin de la inocencia, pero lailusin de la inocencia es absurda, ya no queda inocencia, yano quedan inocentes. La ilusin de la inocencia es un peli-gro. La joven comienza a trabajar en los crculos obreros de

    las organizaciones de la izquierda socialdemcrata; a bordode un tranva cruza San Petersburgo, Peter para los repu-blicanos y los ateos, rumbo a los barrios negros y sucios. Esa jovencita rodeada de papeles y cartas, de per-sonajes que estn en la cresta de la sociedad porque sonpoetas y su palabra calienta en brasero los corazones; es

    tambin una organizadora animosa, que impone respetocuando mira jamente. El mundo de la socialdemocracia esel mundo de la palabra escrita, de la obsesin del peridicoclandestino, de los pequeos crculos de estudio del mar-

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    Larisa

    xismo, de la agit-prop(agitacin y propaganda), y Larisa semueve en ese ambiente como en una gran casa. Pasa del ex-

    perimento fracasado de Rudina colaborar en Novaya Zhin,que dirige Mximo Gorki. Y de repente, en las celebraciones del Da Interna-cional de la Mujer promovido por la socialdemocracia, co-mienzan las huelgas. Es esto la revolucin? No, tan slo unpequeo movimiento que el 23 de febrero de 1917 nace en

    la barriada de Viborg en San Petersburgo. Me gustara decirque la joven Larisa intuye que ms all de las huelgas estel inicio de la sacudida social ms potente del inicio del sigloXX, pero no conozco ninguno de sus artculos, y lo ms pro-bable es que haya visto en las primeras huelgas lo mismoque el resto de la socialdemocracia radical: una expresin

    del creciente hartazgo de la sociedad hacia las penurias dela guerra. Pero ah estn esas banderas rojas en las marchasobreras y las reiteradas demandas de pan, paz, libertad. El 24 creci el movimiento, pues cuando todos es-peraban que decreciera, los cosacos no reprimieron. Para el25 ya hay doscientos cincuenta mil obreros en huelga y a lo

    largo del da se suman los estudiantes, se producen choquescon la polica, desarme de gendarmes. El gobierno reaccio-na y ordena una redada de militantes de los partidos obre-ros. Hay detenciones en la noche; corren rumores de que seha sublevado un regimiento negndose a disparar contralos obreros. El da 26, domingo, con el ejrcito en la calle

    la huelga duda. El 27 las asambleas la ratican ante el des-concierto de los partidos de izquierda. Los obreros marchanhacia los cuarteles, comienzan las insurrecciones militares,son liberados los presos.

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    La mejor periodista roja del siglo XX

    Dnde estaba Larisa en las jornadas de febrero?Rastreo decenas de narraciones sobre la revolucin de fe-

    brero sin encontrar su nombre; nalmente, hallo una brevefrase de Vktor Sklovski que dice: Larisa estaba entre losque tomaron la fortaleza de San Pedro y San Pablo. No fueun asalto difcil pero haba que estar all, acercarse a la forta-leza, conar en que las puertas se abriran. Se reere a lasjornadas de febrero o habla de la misma accin meses ms

    tarde, en octubre? Suenan tiros en todo San Petersburgo. Cae la forta-leza zarista, la dictadura se desmorona. Nacen los poderesparalelos, la Duma liberal y burguesa, los soviets de obrerosy soldados. Es eso la revolucin? Esas asambleas de hom-bres armados que se quedan dormidos de agotamiento a

    mitad de una frase; esos personajes salidos de la nada, queadquieren popularidad de un da a otro, cuando se revelaque tras sus seudnimos se esconde el mito subterrneo queslo la Ojranka y los enterados saben: aqul que es miembrodel Comit Central de los socialdemcratas mencheviquesdesde 1908, aqul que fue miembro de la direccin del so-

    viet de 1905, que insurreccion a los obreros del mtico ba-rrio de Viborg. Y Larisa reencuentra el poder de la palabra. Escri-be sobre los clubes obreros y sus debates, sobre la culturafabril, sobre los torpes intentos de construir teatros en lasfbricas, sobre las fuerzas que la revolucin ha liberado. Co-

    labora con la revista Ltopisde Gorki, y luego rompe con la causa de un violento artculo contra Kerenski. Se vinculaa lo ms duro y rasposo de la izquierda armada, a los gru-pos de los marinos de Kronstadt, y all establece un crculo

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    Larisa

    de estudios. Descubre a los bolcheviques y se acerca a ellos.Sus amigos de la socialdemocracia moderada y culta la mi-

    ran sorprendidos: Qu haces con esos tipos? Son una secta.Son unos aventureros. La Revolucin Rusa ya no tiene encanto al inicio delnuevo milenio, cuando escribo sobre esta jovencita, estepersonaje del idealismo de acero. La Revolucin Rusa entrminos de mito ha sido devorada por su autoritarismo,

    destruida por el monstruo del estalinismo cuyos ecos jus-tamente suenan a antropofagia, tiros en la nuca en stanoshelados, campos de concentracin siberianos y abuso en elreino del doble lenguaje de apariencia igualitaria y de reali-dad autocrtica. Su triste destino al ser vomitada en un actonal por la burocracia travesti yeltsiniana no ayuda dema-

    siado, tomar tiempo a la historia volver a ser historia. Ya no hay magia, sino una sombra de duda en evo-car al terco N. Lenin y al brillante Len Trotski. Pero Larisasigue all y camina por la Perspectiva Nevski con sus ajadoscuadernillos y folletos rumbo al tranva que la llevar a labase naval a trabajar con marinos y fogoneros, y a descubrir

    el mtodo infalible para pensar la revolucin. Larisa no escribi su versin de la Revolucin deOctubre, lamentablemente no narr aquel par de semanas,y su libro inexistente no est en mi estantera acompaan-do a Reed, a Trotski, a Volin, y tapando los manuales dela Academia de Ciencias de la URSS. Aos ms tarde unaimagen quedar jada y aparecer en otras de sus crnicas:la manera como sonaban las campanas del carrilln de lafortaleza de San Pedro y San Pablo; esas campanas suenandentro de Larisa para darle una de sus claves a la Revolu-cin bolchevique.

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    La mejor periodista roja del siglo XX

    III

    Larisa trabaja en el Departamento de Bienes Culturales, or-ganiza la proteccin de los museos, cataloga tesoros, recu-pera el patrimonio artstico que tratan de sacar de Rusia,deende ante el descuido, la violencia o la barbarie las obrasde arte del viejo rgimen. Liev Sosnovski cuenta: En los crculos de nuestro

    partido, que haba salido de la organizacin clandestinamedio rado, rasgado y poco versado en las elementalesconvenciones de la vida civilizada, era extraa la gura deuna persona cabalmente bella, renada de pies a cabeza enapariencia, palabras y hechos. Nos haban defraudado tan-tas veces aquellos a los que nos habamos acercado que era

    difcil que nos arriesgramos a la decepcin una vez ms;de modo que a Larisa Reisner se le entabl un proceso silen-cioso e interminablemente repetido que fue transformndo-se extraamente a s mismo. Yo tengo todava ms razonespara hablar de esto ya que en numerosas ocasiones me sor-prend ponindola a prueba.

    Las ocasiones de las que Sosnovski habla se sitanen el inicio de la guerra civil cuando Larisa, recin aliada alpartido bolchevique, trabaja en el Departamento de Propa-ganda con Rdek y Sosnovski, a los que termina fascinando. Pero eso a Larisa le parece poco y en 1918 se incor-pora al ejrcito rojo. Se ha casado con el que ser su compa-ero de armas, Fidor Rasklnikov, un personaje singular,apenas unos meses mayor que ella, estudiante pobre nacidoen las afueras de San Petersburgo, formado en internadossiniestros en lucha contra popes que lo castigaban, pelean-do con el hambre, sostenido por una madre viuda, rebelde

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    Larisa

    natural, ligado desde muy temprano a la socialdemocra-cia rusa, amante de las novelas y poco amigo de los textos

    tericos. El joven ha pasado por las crceles zaristas y lasclandestinidades, en la Revolucin de Febrero fue el organi-zador del soviet de los marineros de Kronstadt. Al iniciarsela Guerra Civil, Rasklnikov enfrenta a los ejrcitos de lacontrarrevolucin en Pulkovo y ms tarde es nombrado co-misario del Estado Mayor General de la Marina.

    El ejrcito rojo se bate en una docena de frentes, en-tre ellos uno interno no menos grave, al haber roto con lossocialrevolucionarios a causa de la Paz de Brest-Litovsk.Los aliados han desembarcado en el nrdico puerto deArknguelsk, los japoneses han tomado Vladivostok, losalemanes ocupan Crimea, Ucrania, Estonia, Lituania y Cur-

    landia, los aliados han desembarcado en Mrmansk; por laretaguardia amenazan las tropas del monrquico Kappel yhay bandas blancas en todo el inmenso pas, que luego seconvertirn en ejrcitos. Pero curiosamente el peligro ms grave que afectaa la repblica roja viene de la Legin Checa, un cuerpo ex-

    tranjero encuadrado dentro del ejrcito zarista que en reti-rada hacia Siberia, donde debera ser enviado de nuevo aEuropa para combatir contra el Imperio Austrohngaro, seha rebelado. Veintids mil soldados bien organizados con-trolan el ferrocarril hacia Siberia y cortan en dos Rusia des-de nes de mayo; en agosto toman Kazn y avanzan haciael Oeste.

    IVMe gustara reconstruir lo que pas en Sviyazhsk con laspalabras de Larisa, pero no conozco ms que fragmentos

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    La mejor periodista roja del siglo XX

    de En el frente, el pequeo libro de relatos de la guerra quehabra de escribir ms tarde, y entre ellos se encuentran bre-

    ves noticias de lo sucedido entre el 8 de agosto y el 10 deseptiembre de 1918 en aquel apeadero de tren a muy pocoskilmetros de Kazn. La historia que se integra al mito revolucionariocuenta cmo en la noche del 7 al 8 de agosto se preparaen Mosc un singular tren con dos locomotoras. Entre las

    adaptaciones que a toda velocidad se hacen a la mquina,se encuentra dotarlo de una pequea biblioteca, un gara-je y vagones que portan media docena de coches, una saladonde se crea una pequea imprenta, una potente estacinradiotelegrca y otra telegrca, con capacidad y materia-les para reparar lneas. En la noche del 8 suben a l, el pre-

    sidente del Consejo Militar Revolucionario de la RepblicaSovitica, Len Trotski, Ivn Smrnov, Arkadi Rosengolzy los miembros de un tribunal revolucionario encabezadopor Gusiev. Los acompaan adems Larisa Reisner y cua-renta jvenes seleccionados del partido. Cuando el tren parte hacia Kazn, tomado por los

    checos, la situacin es trgica, el ejrcito de los Urales se des-morona. Trotski anota: Lo nico en que coincidan todosera en el deseo de batirse en retirada. Slo se sostiene ladivisin de tiradores letones, bolcheviques del viejo ejrcitodirigidos por Vazetis. Ese mismo da, mientras las calderasde las mquinas enrojecen y surgen los primeros hilos de

    vapor blanco en la mquina delantera del tren, se ha decre-tado la creacin de campos de concentracin para militaresconservadores. Trotski se justicaba: La situacin terribledel pas nos obliga a tomar medidas draconianas.

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    Larisa

    El tren se detiene en Sviyazhsk y desde ah comienzala reconstruccin del frente. Trotski sigue instrumentando

    medidas terribles. La orden del 15 de agosto dice: Todo elque colabore con el poder de los checoslovacos y guardiasblancos durante su dominacin ser fusilado. Al mismotiempo comienza a salir el peridico, los activistas se mue-ven en las las de las tropas rojas reconstruyendo la moral.No se retroceder. El tren est ah para mostrarlo.

    El 17 llega la ota de torpederos del Volga a travsde una red de canales: cuatro pequeos torpederos, an conlos nombres zaristas en su costado y unas cuantas lanchasuviales artilladas y con ametralladoras. El 18 se revisa laota, que est en un estado desastroso, pero la moral de loshombres de Rasklnikov es alta. Esa misma noche Trots-

    ki participa en una incursin hacia Kazn; Larisa va en elpuente de uno de los torpederos. En un combate uvial losrojos ganan su primera batalla y Trotski habr de escribiren sus memorias una de sus mejores pginas narrando elcombate nocturno contra la otilla de los blancos. Larisa trabajar primero en la seccin de espionaje

    del V Ejrcito y luego se sumar permanentemente a la o-ta. De su primera labor quedar una breve historia: Se di-rigi vestida de aldeana a espiar en las las enemigas. Peroen su aspecto haba algo de extraordinario que la delat. Unocial japons de espionaje le tom declaracin. Aprove-chndose de un descuido, se lanz a la puerta que estaba

    mal guardada y desapareci. Ms tarde Larisa registrar en En el frentealgunas deestas historias, no las propias. No contar sus incursionestras las lneas enemigas para enlazar a la ota del Volga con

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    La mejor periodista roja del siglo XX

    el tren de Trotski, ni las misiones de reconocimiento que lahacen montar sin parar 90 kilmetros a caballo; no conta-

    r que fue combatiente como uno ms, que dispar, vivila guerra en la trinchera, un pedazo de pan sucio por todoalimento al da, el compaero que se desangra al lado. Peropodemos leer a un narrador por lo que cuenta, por lo que vey como lo ven sus ojos, por lo que descubre, lo que registra,lo que selecciona, aquello que le interesa, por lo que deja

    de lado, por el matiz que la primera persona del cronistadeja en el texto, por los gestos de admiracin, los adjetivos.Podemos leer al narrador en lo narrado, y es otro ocio estede leer en las lneas al que cuenta y no lo que cuenta. En loscombates blicos, Larisa no deja de lado los paisajes, perotrata de armar las historias de los personajes de la segunda

    la, esos marinos que se han tragado millares de millas nu-ticas sin apenas comida, y sin embargo se vuelve central enla narracin la manera como un marinero, los gestos rutina-rios, le quita la funda a su can, en una mecnica que porhabitual no deja de estar cargada de tensin. Larisa vivir entonces y escribir ms tarde: Tiene

    o no belleza aquel cuadro cuando una batera emboscadaa dos pasos, en la orilla, abre fuego sobre el barco, y el co-mandante a gritos impone el orden a su gente de la que seha apoderado un pnico salvaje y de tal modo les grita quetodos despegan sus cuerpos de la cubierta y de un salto seabalanzan sobre los caones?. En el frente, su futuro libro, se contiene una batallacon el lenguaje, y Larisa la combatir y se reir de s mismay quin se atrevera a asomar hoy a los labios frases tancursis y anticuadas como sas de herosmo, fraternidad delos pueblos, sacricio admirable, morir luchando?.

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    Larisa

    Y sin embargo, cmo contar historias maravillosasy terribles? En un resumen muy apretado de las peripecias

    de la ota de Kronstadt escribir: Imaginaos un puado debarcos, como una docena de remolcadores y vapores blin-dados, unos dos mil marineros de las divisiones de Krons-tadt y el mar Negro, que forman su tripulacin. Imaginaos tres aos seguidos; marchando fusilen mano miles de kilmetros, desde el Bltico a la fronte-

    ra persa; comiendo pan amasado con paja, pudrindose enun sucio camarote; consumindose en un msero lazaretolleno de piojos; venciendo, triunfando nalmente contra unenemigo tres veces ms fuerte y mejor armado; luchandocon caones reventados y con viejos aeroplanos fuera deuso, que no pasaba un da sin que se estrellaran por la mala

    calidad de la gasolina, y siempre recibiendo de los que sequedaron en casa cartas llenas de quejas irritadas y ham-brientas. Cmo explicarse todo esto? Por fuerza hay queinventar palabras que se sobrepongan a la inevitable, innatacobarda de la carne. Larisa tratar de contar la guerra en su brutalidad, y

    narrar la guerra revolucionaria como ella la vive desde supuesto en el combate, llena de admiracin por personajesque se sobreponen a los miedos, porque estn construyen-do algo que ni siquiera cabe en la imaginacin, un mun-do tan extraordinariamente diferente a todos los conocidosque, slo de pensarlo, se tiembla con el dedo en el gatillo de

    la ametralladora. Y se solaza ante la maravillosa historia delrescate de los cuatrocientos veinte prisioneros de los blan-cos que estaban a punto de ser masacrados. Y reconstruye la historia de los hermanos K que fue-

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    La mejor periodista roja del siglo XX

    ron pasados por la bayoneta; y resea hroes populares queno pueden quedar en el olvido.

    La edicin que ha llegado a mis manos de En el frentees una versin purgada por el estalinismo. Las mencionesal jefe del V Ejrcito, I. N. Smrnov, un personaje que Larisaadmiraba profundamente, han desaparecido; los captulosdonde Trotski es personaje central desaparecen y en estaedicin se omite el prlogo original en el que Larisa escribe

    intentando un resumen de aquellos terribles aos de guerra:La revolucin maltrata a sus servidores de un modo cruel.Es un patrn inexible con el que no hay que hablar de lajornada de ocho horas, de la proteccin a la maternidad ola subida de salarios. Este dspota lo acapara todo: cerebroy voluntad, nervio y vida. Hiere, agota, chupa la sangre de

    generaciones enteras para luego arrojarlas al estercolero yalzar nuevas levas, llenas de vigor y de entusiasmo, de lasreservas inagotables que le brindan las masas del pueblo.El texto se fumiga, arde el papel en la vorgine censora de lacontrarrevolucin sovitica, los burcratas temen la met-fora, la alusin que no existe, la falta de respeto; adoran las

    inexistentes frases que hacen de la revolucin un ritual deoracin que hace tiempo ha perdido su contenido; la irre-verencia que puede darse en aqul que vive la historia y haganado el derecho de rerse, pero no orece en el escritoriodel censor, donde se establecen las historias ociales y porlo tanto el episodio de Sviyazhsk desaparece de la historia

    sovitica. Pero eso ser entonces; ahora Larisa est furiosa conla Europa que no sabe de la barbarie de la guerra civil yque ignora las matanzas de los trabajadores en el territorio

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    Larisa

    Oriental controlado por los blancos; una Europa sometidaal bombardeo noticioso de las agencias del gran capital. En

    sus retinas quedan las historias que algn da contar. En sumemoria, la idea eterna de que es triste morir, y que aqu noqueda tiempo para la muerte, apenas irte: Sin Dios y sin elDiablo, espantados ambos por la revolucin, con el tiempojusto para decir: Puedes quedarte con las botas . Esta primera campaa es terrible, y al mismo tiem-

    po, a los ojos de Larisa, tiene la belleza de lo imposible. Lacada de Kazn destruye la amenaza de la Legin Checa ypermite a la Repblica bolchevique concentrar su poder enotros frentes. Un serio historiador francs, J. J. Marie, no puedeescaparse de la imagen al mirar con los ojos de la historia

    a Rasklnikov-Larisa: Formaban una pareja de cine. Uncontemporneo deja la siguiente descripcin de Raskl-nikov: Hermoso, de ojos azules, muy afeitado, tena as-pecto de ser un estudiante ingls, no un bolchevique ruso.Las fotografas muestran que en ese ao Larisa tiene muchopelo y tiende a tratar de esconderlo recogindolo en la ca-

    beza, como si la larga melena le estorbara para ser mujer-cronista, testigo que tiene que pasar desapercibido para noser personaje en la historia que otros hacen y ella cuenta.Enmascara pues la melena con rodetes. Bajo el pelo, una mi-rada maravillosa de ojos cercanos y una nariz alada sobrelabios ligeramente echados para adelante. Poco a poco se

    ha cambiado la blusa campesina rusa por la blusa blancaproletaria, los pantalones holgados de pernera ancha y elcapote de marino. Trotski, que tiene una pluma hiriente,no ahorrar elogios en sus memorias para la joven Larisa:

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    La mejor periodista roja del siglo XX

    maravillosa mujer, gura de diosa olmpica, na inte-ligencia aguzada de irona y la bravura de un guerrero. Y

    as debe de haber sido vista por los dos mil marineros de laota que la adoraban.

    VEl invierno hace que la ota se repliegue a su base en NizhniNvgorod. Larisa contina trabajando con Rasklnikov,

    con los comisarios polticos de la ota, hasta que el 18 dediciembre de 1918, en una incursin desde la base de Krons-tadt a bordo del Spartak, l topa con una escuadra de cincocruceros ingleses ligeros; al huir se destruye la hlice del tor-pedero cuando choca con unos arrecifes y los britnicos locapturan frente a Revel.

    Para liberarlo Larisa, desesperada, trata junto conSklovski de montar un golpe de mano utilizando carrosblindados, porque piensa que los ingleses lo van a fusilar.Est en ello cuando los britnicos hacen desaparecer a Ras-klnikov, luego ella se enterar de que ha sido llevado a In-glaterra. Larisa tiene veintisis aos, ha vivido el inicio de

    una guerra que parece interminable, y se ha quedado sin sucompaero. Cmo son esos meses en estas nuevas angus-tias y desvelos? Cmo se vive pensando que van a fusilaral hombre del que ests enamorada? Lloran los comisariospolticos en la soledad de la noche? Encerrado en la prisinde Brickstone, en Londres, Rasklnikov pasar all cinco

    meses, hasta que es canjeado por prisioneros ingleses enmayo de 1919. Larisa trabaja en el comisariado de la marina de gue-rra; tiene la delicada tarea de actuar con los ex almirantes

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    Larisa

    zaristas que han aceptado colaborar con el ejrcito rojo.A su salida de la crcel, Rasklnikov se hace cargo de la o-

    ta del Volga y emprende de inmediato la segunda campaacontra Denikin. Larisa sube de nuevo a la cubierta de lascaoneras. Viajan combatiendo con la ota desde Astrajnhasta lograr la liberacin de Enzeli.

    VI

    Al nal de la guerra civil, la pareja de cine es enviada acumplir una delicada misin diplomtica en Afganistn,donde una contienda subterrnea se libra entre los sovietsy el imperio britnico, que ya ha enfrentado tres guerras enterritorio afgano para controlar a las tribus y que ahora vigi-la con desconanza a un emir con veleidades antiimperia-

    listas que coquetea con los rusos. Qu guardan los archivos del Foreign Ofce inglssobre el paso de Larisa y Rasklnikov por Kabul? Qumezcla de chismes palaciegos, informes de sirvientes, di-plomticos que vendieron el alma, rumores, recogen los in-formes condenciales?

    Larisa dir, con un tono en el que por abajo asoma laburla, que una de sus tareas era inuir en las varias esposasdel emir. Comienza a escribir. Primero una serie de crnicasde color que se reunirn en un pequeo volumen que habrde llamarseAfganistn: vietas, reportajes, parodias, algu-

    nas crnicas pintorescas, de costumbres, de usos. Habr enel libro una doble voz, la de la narradora y la de la narrado-ra que se revela a travs de lo narrado. En una nota de co-lor sobre una fbrica llamada la casa de las mquinas, no

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    La mejor periodista roja del siglo XX

    slo describe las penurias y miserias de la industrializacindel atraso, el capitalismo mezclado con la barbarie, por mi-

    tades feudal y europeo; tambin incluye una sorprendentevisin sobre el Oriente, que es todo l, una tierra muda []huidizo y mutable, pero inmvil en el movimiento, s, quie-to como la muerte. De qu habla Larisa? Del pas, delpaisaje, de su estado de nimo? En otra de sus crnicas dice: Ya estaba una harta de

    tanto funcionario afgano y de tanto extranjero corts y ama-ble, de tanto correcto ingls con la sonrisa siempre a mano,y se re de las nubes de espas que pasan zumbando en to-das direcciones, y se re de nuevo del emir, que es un vicio-so de las apuestas y que llevar el vicio a apostar cundo secaer una copa, cuntos ciclistas vendrn en esa comitiva

    Larisa estaba hastiada; no se pasa fcilmente de las situacio-nes lmite de la guerra civil al lento mundo del espionaje yla diplomacia en un pas clavado en el pasado. La historiase estaba haciendo en otra parte, con otros hombres, perolas danzas guerreras le fascinaban; quiz el nico tema quearranca el calor en sus artculos es cuando resea los bai-

    les guerreros de afridis y vasirios, que danzan incendiando,combatiendo sombras, peleando contra los fantasmas delos ingleses muertos en las tres guerras afganas; entoncesLarisa vibra con ellos. En esos das de aparente calma es cuando Larisa en-cuentra el tiempo necesario para revisar sus vivencias de laguerra y escribe no slo las notas deAfganistn, tambin lasmemorias de la guerra en la ota del Volga que habrn dereunirse en un libro: En el frente. Y su vida con Rasklnikov es un desastre. Un anni-mo bolchevique habra de registrar en su diario: Sus amo-

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    Larisa

    ros con un prncipe afgano se haban hecho pblicos entodo el mundo y haban colocado al embajador sovitico en

    Afganistn en una posicin embarazosa. Incluso su ami-ga Elizabeth K. Poretski se haca eco de la historia: Corrael rumor de que durante su permanencia en Bujara [era enKabul] haba tenido numerosas aventuras con ociales bri-tnicos, a los que iba a visitar a su acuartelamiento, desnudabajo un abrigo de pieles.

    Hasta una sociedad tan liberal como la nueva socie-dad sovitica, donde la bsqueda de los caminos para rom-per los viejos modelos de la vida se ampliaban liberalmenteal mundo del sexo y desde luego del matrimonio, no estabaexenta de puritanismo y desde luego de amor por el chis-me. Las historias ms fantsticas han de perseguir a Larisa

    en la URSS. La calumnia vuelve a encontrarse en el centrode su vida como cuando su padre haba sido acusado decolaborador de la polica. Larisa aclarara luego a sus com-paeros: el autor de esos rumores era Rasklnikov, cuyoscelos eran de una violencia sin lmites. Me mostr una cica-triz en la espalda, que le haba quedado de un latigazo que

    l le haba dado. Haya elementos de verdad en una u otra versin(y lo siento, Larisa, la distancia y la desinformacin no sonbuenos compaeros para la precisin narrativa, y ademsno me molesta que te hayas llevado a la cama a todos losprncipes afganos y a todos los caballeros britnicos que sehayan cruzado en tu vida), la realidad es que estas historiashan de perseguirla como una sombra. Y me hubiera gus-tado que las hubiera puesto en el papel, y hubiera contadocmo el calor y el polvo desgastan a una pareja de cine, yel aburrimiento destruye los amores.

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    La mejor periodista roja del siglo XX

    Pero habr que quedarse con rumores, desmentidosy calumnias y que puritanos y licenciosos adopten sus ver-

    siones. El caso es que rompe con Rasklnikov y regresa a laURSS rodeada de murmuraciones de que lo ha hecho bajouna amenaza de expulsin diplomtica.

    VIISe publican los libros. Larisa muestra una visin propia y

    nada hagiogrca de la revolucin y sus lderes. El mis-mo Lenin es tratado como igual entre iguales en una de lasparodias que hace de sus contactos con un nanciero nor-teamericano: El gnomo rindose de las quimeras de loshombres. Hay cario, pero una cierta irreverencia, cuandolo retrata: Los ojos trtaros y un poco oblicuos.

    En su retorno a la URSS siente cambios que no en-tiende claramente: se ha abandonado el comunismo deguerra y se ha instaurado la nueva poltica econmica queprotege a los campesinos medios; descubre fenmenos deintransigencia, corrupcin y abuso del poder. Rdek cuen-ta: Todo el verano est inquieta y mira a su alrededor con

    una ntima aprehensin, y luego se pregunta en su nombre: Alcanzar la podredumbre al organismo del partido?. Su padre tiene problemas: fue redactor de la Constitu-cin sovitica y public artculos sobre los peligros de la con-centracin del poder en un partido nico. Retornan las viejascalumnias de que haba sido colaborador de la Okrana zaris-

    ta. Sus artculos han provocado malestar y se le sanciona porconducta indigna de un miembro del partido. En septiembre de 1923 Larisa se entrevista con KarlRdek y le pide que la enve a Alemania, donde se encuen-

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    Larisa

    tra en estos momentos el centro de la revolucin mundial.Los rumores en Mosc dicen que Rdek se ha enamorado

    locamente de ella y la persigue con tesn. Un nuevo chismealimenta las calderas del rumor de la ciudad que no por re-volucionaria deja de ser pequeamente provinciana. Karl Rdek tiene treinta y ocho aos cuando se en-cuentran. Es un personaje que suma todas las contradiccio-nes: judo polaco formado en el catolicismo y en el nacio-

    nalismo polaco, pero uno de los precursores del interna-cionalismo antiblico zimmerwaldiano; organizador delmovimiento obrero desde la adolescencia, ligado al PartidoComunista polaco, al alemn y al ruso. Un hombre de cho-ques y contrastes, de izquierda radical, pero dado a la ne-gociacin de los principios, ambivalente; directo y dado al

    ejemplo vulgar, pero enciclopdico. Una descripcin de lapoca precisa: tena la apariencia de un extrao cruce deprofesor con bandido; feo, cabezn, de barba rojiza, dien-tes amarillentos por los puros o la pipa que fuma constan-temente, vestido habitualmente con traje de pao marrn ypolainas, que ha hecho su uniforme, en el 23 es el dirigen-

    te de la Internacional Comunista y responsable en buenamedida de sectarismos, aventuras, virajes polticos, deliriosinsurreccionales y sensatas desesperaciones.

    VIIINo s si la relacin entre Larisa y Rdek, este extraordinario

    personaje que bien merece una novela, se origina en Mos-c o en Alemania, pero en los prximos aos vivirn comopareja. El hecho es que ambos se encontrarn en los prxi-mos meses en Berln, Rdek estimulando un proceso insu-

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    La mejor periodista roja del siglo XX

    rreccional cuyos primeros actos Larisa descubre en Dresdecuando arriba el 21 de octubre de 1923, justo en el momento

    en que las tropas de los cuerpos francos, los restos del mili-tarismo, dirigidos por Mller, destruyen la huelga generalen Sajonia. Cuando el 24 de octubre se inicia la insurreccin deHamburgo, Larisa quiere marchar de inmediato hacia all.Rdek se lo impide: no slo es extranjera, sino sovitica y

    se encuentra ilegal en el pas. Larisa en Berln lleva vidaclandestina, se mueve un poco ms en la calle que Rdek,obligado a la reclusin, pero se ve forzada a rehuir a la orga-nizacin comunista que se encuentra en la clandestinidad.Camina, observa, visita el Reichstag, se re de los parlamen-tarios conservadores, hace un retrato desesperado de la

    miseria urbana, la brutal inacin, las muertes de hambre,el desempleo. Asiste a mtines y manifestaciones, inclusonarra la vida de la hija de unos obreros acomodados y supaseo por el zoolgico. Producto de este mes, surgen cuatro reportajes quecobrarn ms tarde la forma de un folleto, Berln, octubre de

    1923. Su prosa se ana, combina el anlisis poltico muy ala manera de Trotski con las habilidades de la descripcinnaturalista de Zola, el sentido del humor, la creacin de mi-cropersonajes, la revelacin de atmsferas; y es dura, orto-doxamente dura: la socialdemocracia conciliadora es el obs-tculo fundamental para la revolucin alemana; la revolu-cin socialista es la nica salida para un pas destruido porlas cargas de la posguerra y la crisis econmica. Finalmente,Larisa no resiste y viaja hacia Hamburgo a la bsqueda delmito de la reciente revolucin de sesenta horas que dio a losobreros comunistas el control de la ciudad.

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    Larisa

    Camina por las calles, observa el mundo industrial,visita a los obreros escondidos, asiste a los juicios, entrevista

    a las esposas de los detenidos. Al principio le cuesta trabajoentrar; en cuanto se rompe la desconanza accede a conver-saciones y materiales. Llena cuadernos de notas, llena la ca-beza de humo, reconstruye, toma partido. Regresa a la UninSovitica y se entrevista con Hans Kippenberger, uno de losdirigentes de la revolucin que ha logrado fugarse. Compara

    sus notas con la memoria del militante, revisa, escribe. Surge Hamburgo en las barricadas, el que habra de sersu libro ms importante. Una narracin de la insurreccin,que no desprecia un largo prlogo donde las cicatrices enlos edicios hanseticos, las gigantescas gras de los astille-ros, las calles de las putas, los barrios obreros, los bares, los

    tranvas, los horarios, las mujeres, las frases en dialecto, vanconstruyendo el marco de la aventura del partido comunis-ta, con una clase obrera cada vez ms irritada, ms agresivay rabiosa.

    Larisa no slo se enamora de los hombres de la insu-rreccin, y de la insurreccin en s misma, a pesar del fraca-

    so; tambin se enamora del mundo industrial, del ambienteportuario, del olor a arenque y a queso; en medio de estahistoria y de los obreros que la protagonizaron est en casa.Y como siempre, contar es jar en la memoria, construir loque se niega, lo que se olvida: Dos o tres das, o dos o tressemanas despus, junto con los peridicos hechos jirones y

    los carteles hechos guiapos, arrancados a punta de bayo-neta o deslavados por sucios chorros de lluvia, el breve re-cuerdo de las batallas callejeras, las revueltas avenidas y losrboles lanzados como puentes a travs de calles como ros y

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    La mejor periodista roja del siglo XX

    callejones como arroyos, tambin se diluye. Las puertas de lacrcel se cierran tras los convictos en tanto que otros compa-

    eros de lucha, expulsados de las fbricas, se ven obligadosa buscar trabajo en otra ciudad o en un distrito lejano; los queestn desempleados despus de la derrota se refugian en losescondrijos ms distantes y annimos, las mujeres perma-necen calladas y los nios, precavidos ante las preguntaszalameras de la polica secreta, lo niegan todo. As pues, la

    leyenda de los das del levantamiento se esfuma. El trabajo se edita fragmentariamente en revistas, yen un libro nalmente a lo largo del ao 1924.

    IXDe nuevo en la Unin Sovitica, trabaja con Trotski en la co-

    misin para el mejoramiento de los productos industriales.Pero necesita volver a los caminos, la sangre caliente del re-portero la domina. Dnde se gesta la revolucin? Dndeestn los cambios? En el mundo industrial, en las fbricasy las minas, lejos de la burocracia de Petrogrado y Mosc.Durante meses viaja a los Urales, a la cuenca carbonfera del

    Donetz, a las minas de platino de Kytlym, a las fundiciones,a las textileras de Ivanovo; duerme en trenes, en las minas,en los locales sindicales, van saliendo reportajes que luegocobrarn cuerpo en Carbn, hierro y seres humanos. Es una visin sorprendente, lejos de la propagan-da, de la que no estn exentas las leyendas populares, lasviejas historias, las crticas brutales a la manera de vivir delos trabajadores, o la falta de cuidado contra los incendiosforestales; cuenta epidemias, errores burocrticos, hazaascasi imposibles. Narra un mundo que en apariencia puedeparecer rido y bajo su pluma se vuelve apasionante.

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    Larisa

    Habla de fundidores con nostalgias agrarias queodian al partido comunista, y de cuadros del partido casti-

    gados por error que siguen en la primera lnea. Construyepersonajes, secundarios inolvidables, hombres imposiblesque juegan con fuego, que se quejan amargamente de queentre el soviet y la mina han acabado con su vida a los cin-cuenta y tres aos, pero que permanecen en el centro de lavorgine por un sentido del deber difcil de explicar. Habla

    de logros industriales y tambin de fracasos y vuelve a sufascinacin por el mundo industrial, compone pginas ma-ravillosas donde el hierro es personaje de la narracin y gozala descripcin de los martillos gigantes de las laminadoras. Y la pluma no tiembla cuando critica la poltica delavance a saltos, mientras se descuidan las condiciones de

    vida de los trabajadores. Cuenta desde dentro, sin dudar altomar partido, pero sabe que la adulacin y la propagandason malos sustitutos de la verdad del reportaje. El libro serescrito en Leningrado, donde vive con Rdek, que ha sidoexcluido de la direccin de la Internacional Comunista res-ponsabilizado por el fracaso de la revolucin alemana.

    XA mediados del 24 retorna a Mosc, luego viajar nueva-mente a Alemania y escribir En el pas de Hindenburg, unaresea de color del capitalismo, con una visin esperpnti-ca, tocada a veces de surrealismo. Empieza describiendo los monopolios de la prensa,luego revisa el mundo industrial a travs de la historia deJunkers y sus empresas blicas reformadas. Larisa no pue-de esconder su fascinacin por la tcnica, su amor por lasmquinas, aunque sean blicas. Y su tono burln se ltra a

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    La mejor periodista roja del siglo XX

    veces de encanto en la descripcin. Pero estas notas son fun-damentalmente material de propaganda y retoma el aliento

    para maldecir el capitalismo salvaje del renacimiento ale-mn con su mejor prosa. En el pas de Hindenburg se edita en 1925, primero enrevistas y luego como pequeo libro. Apenas ha terminado el trabajo cuando comienza alaborar en un libro sobre los decembristas y una serie de

    conferencias sobre la revolucin de 1905: as como una seriede retratos sobre Toms Moro, Babeuf, Mnzer, Blanqui.En 1926 cae enferma de tifus, su condicin fsica no es bue-na, est minada por las viejas ebres de malaria que habaadquirido en Afganistn. Su enfermedad se produce en el momento del ascen-

    so de la derecha en el partido. Stalin y Bujarin comienzana construir el aparato burocrtico que se convertir pocodespus en el instrumento de la represin contra su propiopartido. La repblica de los soviets y de los bolcheviques,que ha excluido en los ltimos aos a mencheviques, a so-cialrevolucionarios de derecha, de izquierda, a los anarquis-

    tas, camina hacia la dictadura unipersonal de Stalin. Larisase encuentra capturada entre la enfermedad y el exilio detodos los exilios, el exilio interior. La enfermedad parece ceder, comienza a reponerse,pero las ebres retornan. Rdek cuenta: Hizo el voto deluchar por la vida hasta el nal y slo abandon esta luchacuando nalmente qued inconsciente. Muere en el sana-torio del Kremlin el 9 de noviembre de 1926, a los treinta ycuatro aos. Sosnovski resume en la hora de su muerte loque vean en ella sus contemporneos: Una pasin salvajepor la vida.

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    Larisa

    Pero quiz su salida del escenario poltico haya sidouna bendicin, porque sus amigos y personajes, sus esposos

    y camaradas habrn de desaparecer en los prximos aostragados por la vorgine estalinista: Trotski ser asesinadoen su exilio en Mxico; Liev Sosnovski desaparecer en loscampos de concentracin; Rasklnikov, el mismo ao de lamuerte de Larisa, ser separado de sus actividades dentrode la Internacional Comunista, y aunque en la lucha interna

    se alinea con Stalin, en el 37 sus libros pasan a la lista deprohibidos, estando en Francia no retorna a Rusia y envauna carta abierta a Stalin acusndolo de haber traicionadola revolucin espaola. Muere en Niza el 39, de una maneramuy extraa. Como recuerda Richard Chappell en sus notas a

    Hamburgo en las barricadas, los seis hombres que portaronel atad de Larisa habran de caer de una u otra maneravctimas de las purgas: Rdek, asesinado despus de losprocesos del 37; Lashevich morir en un accidente en Si-beria tras haber sido expulsado del partido; I. N. Smrnovser fusilado tras los procesos de Mosc y Enukidz tras un

    proceso secreto en el 37. Mejor suerte corrieron Boris Vo-lin y Boris Pilniak. Remmel, el lder del partido comunis-ta alemn que protagoniza Berln, octubre 1923, y Karajan,el diplomtico que es gura central en el artculo Kruppy Essen, cayeron tambin en la matanza estalinista; HansKippenberger, el dirigente de la revolucin de Hamburgo,fue detenido en el 36 al descender de un tren en Mosc yejecutado. Larisa no estuvo all para contarlo y correr la suertede sus amigos y compaeros.

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    NOTAS

    Los escritos de Larisa Reisner han sido publicados en espaol en dos an-

    tologas, la de Cenit en Madrid en 1929 (Hombres y mquinas) y la de Era

    en Mxico en 1977 (Hamburgo en las barricadas). Hay adems traducidos

    fragmentos de En el frenteen diferentes antologas editadas en espaol

    en la primitiva URSS. No conozco una biografa dedicada al personaje, pero s en

    cambio una excelente sobre Rdek, la de Warren Lerner, Karl Radek, the

    last internacionalist, y un texto del propio Rdek sobre Larisa en Por-

    traits and pamphlets, as como el artculo que escribi sobre Larisa

    despus de su muerte para la enciclopedia Granat, reproducido en Los

    bolcheviques, de Marie y Haupt, libro del que tambin utilic las autobio-

    grafas de Rdek y de Rasklnikov.

    Resultan muy interesantes los libros de Viktor Sklovski: Viaje

    sentimental; Elizabeth K. Poretski: Nuestra propia gente, Werner T. An-

    gress: Stillborn revolution; Julio lvarez del Vayo:La senda roja; lasMe-

    morias de un blochevique leninista,editadas en samizdat y los libros de

    Trostski, en particularMi vida, La Historia de la Revolucin Rusay sus

    Escritos militares(en la edicin de dos tomos de Ruedo Ibrico), as como

    el texto de Vctor Serge: Vida y muerte de Len Trotski.

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    Larisa

    SVIYAZHSKLarisa Reisner

    Cuando dos camaradas que trabajaron juntos en el ao

    1918, que combatieron en Kazn contra los checoslovacos,y despus en los Urales o en Samara y Tsaritsin, se encuen-tran muchos aos despus, tras intercambiar las primeraspreguntas uno de los dos siempre termina por decir: Te acuerdas de Sviyazhsk? Y entonces vuelven aestrecharse las manos con fuerza.

    Qu es Sviyazhsk? Hoy es una leyenda, una de esasleyendas revolucionarias cuya crnica nadie ha escrito an,pero que se cuentan una y otra vez de un confn al otro de lainmensidad rusa. Ningn antiguo soldado del Ejrcito Rojoque haya estado entre los veteranos, entre los fundadoresdel Ejrcito Obrero y Campesino, cuando de vuelta en casa

    recuerde los tres aos de la Guerra Civil, pasar jams poralto la insigne epopeya de Sviyazhsk, esa encrucijada a par-tir de la cual la ofensiva revolucionaria comenz a exten-derse cual marejada hacia los cuatro puntos cardinales. Al

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    La mejor periodista roja del siglo XX

    este, hacia los Urales; al sur, hacia el mar Caspio, el Cucasoy las fronteras de Persia; al norte, haca Arcngel y Polonia.

    No de golpe, claro est, no simultneamente, pero fue sloa partir de Sviyazhsk y Kazn que el Ejrcito Rojo se crista-liz para asumir esas formas militares y polticas que, trasuna serie de cambios y perfeccionamientos, se han vueltoclsicas en la RFSSR [Repblica Federal Socialista Soviticade Rusia].

    El 6 de agosto [de 1918] numerosos regimientos for-mados a toda prisa huyeron de Kazn. Los mejores elemen-tos entre ellos, el sector con mayor conciencia de clase, seaferraron a Sviyazhsk; ah se detuvieron y resolvieron opo-ner resistencia, combatir. Para el momento en que las hordasde desertores que haban huido de Kazn se aproximaban

    a Nizhny Nvgorod, la barrera erigida en Sviyazhsk ya ha-ba detenido a los checoslovacos; su general, quien intenttomar por asalto el puente ferroviario que cruzaba el Volga,muri durante el ataque nocturno. As, desde el primer cho-que entre los blancos, que acababan de tomar Kazn y porlo tanto venan con la moral ms alta y mejor equipados, y

    el ncleo del Ejrcito Rojo que trataba de defender la cabezade puente al otro lado del Volga, la ofensiva de los checoslo-vacos qued decapitada; con la muerte del general Blagotic,perdieron a su jefe ms capaz y popular. Ni los blancos, enel arrebato de sus victorias recientes, ni los rojos, replegadosen torno a Sviyazhsk, sospechaban siquiera la importancia

    histrica que adquiriran aquellas primeras escaramuzas. Es muy difcil transmitir la importancia militar deSviyazhsk sin tener a mano los materiales necesarios, sin unmapa y sin el testimonio de los camaradas que formaban

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    Larisa

    las las del V Ejrcito en aquel entonces. He olvidado mu-chas cosas; las caras y los nombres van y vienen como en la

    niebla. Pero hay algo que nadie olvidar jams: la tremendasensacin de responsabilidad por la defensa de Sviyazhsk.Fue eso lo que mantuvo unidos a todos los defensores, des-de los miembros del Consejo Militar Revolucionario hastael ltimo de los soldados rojos en busca desesperada de suregimiento en retirada, perdido en algn lugar; el solda-

    do que haba dado media vuelta, hacia Kazn, dispuesto acombatir hasta el nal con un viejo fusil en la mano y unadeterminacin fantica en el corazn. Todo el mundo com-prenda la situacin as: otro paso atrs abrira el Volga alenemigo hasta Nizhny (Nvgorod) y por tanto abrira tam-bin la ruta a Mosc.

    Continuar la retirada habra sido el principio del n,la sentencia de muerte de la repblica de los soviets. Ignoro hasta qu punto esto era cierto desde el pun-to de vista estratgico. Si se hubiera replegado an ms,quizs el ejrcito habra podido consolidar un puo similaren alguno de los incontables puntos negros que salpican el

    mapa y, a partir de ah, llevar su estandarte a la victoria.Pero desde el punto de vista de la moral del ejrcito era in-dudablemente cierto. Y en la medida en que retirarse delVolga signicaba en ese momento el colapso total, en esamedida la posibilidad de resistir, con nuestras espaldas con-tra el puente, nos infunda una esperanza tangible. La tica revolucionaria haba formulado esta situa-cin compleja de la manera ms sucinta: retroceder signi-caba permitirle a los checos marchar hasta Nizhny y Mos-c. En cambio, si Sviyazhsk y el puente resistan, el EjrcitoRojo volvera a conquistar Kazn.

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    La mejor periodista roja del siglo XX

    Me parece que fue al tercer o cuarto da tras la cadade Kazn cuando Trotsky lleg a Sviyazhsk. Su tren lleg a

    la pequea estacin con la obvia intencin de permanecerah mucho tiempo; la locomotora jade un poco, la desaco-plaron y parti a saciar su sed, pero no regres. Los vago-nes permanecan alineados, tan inmviles como las srdi-das chozas de paja campesinas y las barracas que ocupabael Estado Mayor del V Ejrcito. Su inmovilidad subrayaba

    en silencio que no haba a dnde ir, y que era impermisiblepartir.

    Poco a poco, la creencia fantica de que esta peque-a estacin se convertira en el punto de partida de unacontraofensiva sobre Kazn comenz a cobrar realidad. Cada da que pasaba iba fortaleciendo y animando

    a aquel apartadero miserable y olvidado de Dios, que resis-ta frente a un enemigo tan superior. De algn lugar en laretaguardia, de las aldeas perdidas del interior, empezarona llegar soldados, primero de uno en uno, luego diminutosdestacamentos y nalmente formaciones militares en un es-tado de conservacin muy superior.

    An puedo ver aquel Sviyazhsk donde ni un solda-do se bati bajo coaccin. Todo cuanto ah haba de vi-viente y se bata en defensa propia, todo ello se mantenaunido por las ms fuertes relaciones de disciplina volunta-ria, de participacin voluntaria en aquella lucha que al prin-cipio pareca tan irremediablemente perdida.

    Aquellos seres humanos que dorman en el suelo dela estacin, en chozas mugrientas llenas de paja y trozos devidrio, apenas tenan esperanzas de victoria, y por ello noteman a nada. A nadie le interesaba especular sobre el mo-

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    Larisa

    mento y la manera en la que aquello terminara. El ma-ana simplemente no exista; slo haba un breve espacio

    de tiempo caliente y humoso: el hoy. Y de l se viva, comose vive en tiempo de cosecha. Maana, medioda, tarde, noche: cada hora se explo-taba al mximo; cada hora deba vivirse y utilizarse hasta elltimo segundo. Haba qu seccionar cada hora cuidado-sa y namente, como se siega el trigo maduro en el campo

    hasta la raz. Cada hora pareca tan plena, tan diferente detoda la vida anterior que, no bien se desvaneca, cobraba laapariencia de un milagro. Y en efecto lo era. Los aviones iban y venan, dejando caer sus bombassobre la estacin y sobre los vagones del tren. El detestableladrido de las ametralladoras y las parsimoniosas slabas de

    la artillera se acercaban por momentos para volver a alejar-se. Y, mientras tanto, un ser humano ataviado con un an-drajoso capote militar, sombrero de civil y botas agujeradasque dejaban ver los dedos de los pies en pocas palabras,uno de los defensores de Sviyazhsk sacaba sonriendo unreloj de su bolsillo y conclua para sus adentros:

    As, que es la una y media o las cuatro y media olas seis y veinte. Por lo tanto, sigo vivo. Sviyazhsk resiste. Eltren de Trotsky sigue sobre las vas. La luz de una lmparatitila tras la ventana del Departamento Poltico. Bien. El datermin. Los abastecimientos mdicos faltaban casi com-pletamente en Sviyazhsk. Dios sabe cmo hacan los m-

    dicos para vendar las heridas. Pero semejante pobreza noavergonzaba ni asustaba a nadie. Al dirigirse a la cocina enbusca de su racin de sopa, los soldados pasaban junto a lascamillas de los heridos y los moribundos, pero la muerte no

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    La mejor periodista roja del siglo XX

    les infunda temor alguno. Se la esperaba todos los das, acada momento. Yacer sobre un capote militar hmedo, con

    una mancha roja en la camisa, un rostro sin expresin y unmutismo que ya no era humano era algo que se daba porsentado. Hermandad! De pocas palabras se ha abusado tan-to que se han vuelto patticas. Pero a veces la hermandadllega, en los momentos de mayor penuria y peligro: abne-

    gada, sagrada, irrepetible en el intervalo de una sola vida. Ynadie puede decir que ha vivido o que sabe algo de la vidasi nunca pas la noche sobre el suelo con la ropa desgastaday llena de piojos, pensando cun maravilloso es el mundo,cun innitamente maravilloso! Que aqu lo viejo fue de-rrocado y la vida se bate a mano limpia por su verdad irre-

    futable, por los cisnes blancos de su resurreccin, por algomucho ms grande y mucho mejor que este pedazo de cieloestrellado que se muestra a travs de la oscuridad azabachede una ventana con los vidrios rotos: por el futuro de todala humanidad. Una vez cada siglo se establece contacto y se propa-

    ga sangre nueva. Esas hermosas palabras, esas palabras casiinhumanas en su belleza, y el olor de la transpiracin viva,la respiracin viva de los que duermen a tu lado sobre elsuelo. No hay pesadillas ni sentimentalismo, pero maanaamanecer y el camarada G., un bolchevique checo, cocina-r una tortilla de huevo para toda la banda, y el jefe del

    Estado Mayor se pondr una camisa vieja que lav por lanoche y estar tiesa por la helada. Amanecer un nuevo daen el que alguno morir, sabiendo en el ltimo segundo quela muerte no es sino una cosa entre tantas otras y de nin-

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    Larisa

    gn modo la principal, que una vez ms Sviyazhsk resistiy que en la pared sucia sigue escrito con tiza Proletarios de

    todos los pases, unos!. As transcurrieron, uno tras otro, los lluviosos dasde agosto. Las lneas dbiles y pobremente equipadas nose replegaron; el puente segua en nuestras manos, y de laretaguardia, de muy atrs, comenzaban a llegar refuerzos.Junto a las telaraas otoales que surcaban el aire se ten-

    dieron verdaderos cables de telfono y telgrafo, y una es-pecie de aparato enorme, pesado y defectuoso comenz afuncionar en la estacin de ferrocarril olvidada de Dios; Svi-yazhsk, ese punto minsculo que apenas puede discernirseen el mapa de Rusia, ese punto del cual, en un momentode huida y desesperanza, la revolucin se haba aferrado.

    All se revel todo el genio organizativo de Trotsky, quienlogr restablecer las lneas de abastecimiento e hizo llegar aSviyazhsk nueva artillera y algunos regimientos sobre vasfrreas claramente saboteadas; se obtuvo todo lo necesariopara la ofensiva inminente. Adems, debe tenerse en cuentaque este trabajo debi llevarse a cabo en el ao 1918, cuando

    la desmovilizacin an estaba en su apogeo, cuando la apa-ricin en las calles de Mosc de un solo destacamento delEjrcito Rojo bien vestido habra causado verdadera sen-sacin. Despus de todo, esto exiga nadar contra la corrien-te, contra el agotamiento de cuatro aos de guerra, contralas corrientes impetuosas de una revolucin que barra en

    todo el pas con los vestigios de la disciplina zarista y el odiociego a todo lo que hiciera recordar el ladrido con el que losantiguos ociales trasmitan sus rdenes, el odio a los cuar-teles y a la vieja vida militar.

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    A pesar de todo ello, los pertrechos aparecan antenuestros ojos. Llegaban peridicos, llegaban botas y capotes.

    Y donde se reparten botas para que uno las conserve,es que existe un mando rme, verdaderamente slido. Ahlas cosas son estables; el ejrcito permanece slidamenteatrincherado y la idea de huir no le pasa por la cabeza. Lasbotas son cosa seria! En la poca de Sviyazhsk no exista an la Orden de

    la Bandera Roja, de otra forma se la habra concedido a cen-tenares. Todo el mundo, incluso los cobardes, los nerviosos ylos obreros y soldados del Ejrcito Rojo que eran simplementemediocres, todos sin excepcin llevaron a cabo hechos incre-bles y heroicos. Todos se superaron a s mismos. Igual que lascorrientes desbordan sus cauces en primavera, as desborda-

    ban ellos, alegremente, sus capacidades normales. Tal era la atmsfera. Recuerdo haber recibido, poruna casualidad extraordinaria, unas cuantas cartas de Mos-c. En ellas se hablaba de cmo la pequea burguesa sedispona a revivir, eufrica, las grandiosas jornadas de laComuna de Pars.

    Y, mientras tanto, el frente ms avanzado y peligrosode la Repblica penda de un hilo, de una va frrea, y arda,poniendo en marcha una confrontacin heroica y sin prece-dentes que marcara tres aos ms de una guerra famlica,tifoidica y errante. En Sviyazhsk, Trotsky, quien logr dar al Ejrcito

    recin nacido una columna vertebral de acero, quien se en-raiz en el suelo negndose a ceder un solo centmetro deterreno pasara lo que pasara, quien pudo mostrar ante elpuado de defensores una sangre ms fra que la de cual-

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    quiera, en Sviyazhsk, Trotsky no estuvo solo. Ah se habancongregado viejos obreros del partido, futuros miembros

    del Consejo Militar Revolucionario de la Repblica y delos Consejos Militares de los diversos ejrcitos a quienesel historiador futuro se referir como los mariscales de laGran Revolucin. Rosengoltz y Gussev, Ivn Nikitich Smr-nov, Kobozev, Mezhlauk, el otro Smrnov y muchos otroscamaradas cuyos nombres he olvidado. Entre los marinos,

    recuerdo a Rasklnikov y al difunto Markin. Casi desde el primer da, Rosengoltz hizo surgir de suvagn la ocina del Consejo Militar Revolucionario: extraamapas desvados y haca repiquetear mquinas de escribirslo Dios sabe de dnde las haba sacado; en resumen,empez a construir un aparato organizativo fuerte y geom-

    tricamente perfecto, preciso en sus relaciones, inagotable ensu capacidad de trabajo y simple en su estructura. A partir de entonces, en cualquier ejrcito y frente,siempre que el trabajo empezaba a atascarse, inmediata-mente se enviaba a Rosengoltz, como se traslada en una bol-sa a una abeja reina para soltarla en una colmena destruida,

    e inmediatamente empezaba a construir y a organizar, for-mando clulas y haciendo zumbar los hilos del telgrafo.Pese a su capote militar y a la enorme pistola que llevaba alcinto, no poda discernirse nada de marcial en su porte, nien su rostro plido y un tanto suave. No era ah donde resi-da su tremenda fuerza, sino en su innata capacidad de es-

    tablecer y renovar contactos, de acelerar un ujo sanguneoestancado e infectado hasta hacerlo alcanzar velocidadesexplosivas. Al lado de Trotsky, era como una dinamo cons-tante, bien aceitada y silenciosa, cuyas potentes palancas no

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    La mejor periodista roja del siglo XX

    dejaban de moverse da tras da, tejiendo la red indestructi-ble de la organizacin.

    No recuerdo exactamente qu tipo de trabajodesempeaba ocialmente I. N, Smrnov en el Estado Ma-yor del V Ejrcito, si perteneca al Consejo Militar Revolu-cionario o si al mismo tiempo encabezaba el DepartamentoPoltico; pero, ms all del ttulo o marco de su trabajo, lencarnaba la tica de la revolucin. l era el criterio moral

    supremo, la conciencia comunista de Sviyazhsk. Incluso la masa de soldados sin partido y los co-munistas que no lo haban conocido antes se percatabaninmediatamente de su asombrosa pureza e integridad. Esmuy poco probable que l mismo supiera hasta qu puntoinspiraba temor, pues nada tema ms un soldado que el

    mostrarse cobarde o dbil ante los ojos de aquel hombre,que jams le alzaba la voz a nadie y que simplemente erasiempre l mismo, sereno y valeroso. Nadie impona tantorespeto como Ivn Nikitich. Todo el mundo perciba quecuando llegara el momento ms grave, l sera el ms fuer-te, el ms valiente.

    Con Trotsky: era morir en batalla tras haber dispa-rado la ltima bala; era morir con entusiasmo, sin sentir lasheridas. Con Trotsky: era el sagrado sufrimiento de la lu-cha; palabras y gestos que recordaban las mejores pginasde la Gran Revolucin Francesa. Pero con el camarada Smrnov (as nos pareca en-

    tonces y as lo comentbamos murmurando entre nosotrosmientras yacamos acurrucados sobre el suelo durante aque-llas noches, ya heladas, del otoo), con el camarada Smrnovuno senta serenidad absoluta aun estando contra la pa-

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    Larisa

    red, al ser interrogado por los blancos o al verse prisioneroen sus mazmorras. S, as se hablaba de l en Sviyazhsk.

    Boris Danlovich Mijilov lleg poco despus, meparece que directamente de Mosc, o de alguna otra ciudaddel centro. Lleg con un abrigo de civil sobre los hombros yen el rostro la expresin brillante y variable de quien acabade librarse de la prisin o de la gran ciudad. A las pocas horas, ya se haba apoderado de l la sal-

    vaje intoxicacin de Sviyazhsk. No bien se cambi de ropa,parti en una misin de reconocimiento por los alrededoresdel Kazn ocupado por los blancos. A los tres das regres,fatigado, con la cara curtida por el viento y el cuerpo de-vorado por los omnipresentes piojos. Pero, en recompensa,estaba sano y salvo.

    La profunda transformacin interna que sufren quie-nes llegan al frente revolucionario ofrece un espectculofascinante: primero se encienden como un cobertizo de pajaal que se le prendiera fuego por los cuatro costados, paraluego enfriarse hasta quedar convertidos en una nica piezade hierro forjado, uniforme, limpia y resistente al fuego.

    El ms joven de todos era Mezhlauk, Valerian Iv-novich. A l le haba ido particularmente mal. Su hermanomenor y su esposa se haban quedado en Kazn y, segnse rumoraba, los haban fusilado. Despus se supo que suhermano en efecto haba muerto y que su esposa haba su-frido horriblemente. En Sviyazhsk no se acostumbraba que-jarse ni hablar de las desventuras propias, as que Mezhlaukguardaba un silencio honesto, haca su trabajo y caminabaen su largo capote de caballera sobre el fango pegajoso delotoo, todo l concentrado en un nico punto que le calci-naba: Kazn.

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    La mejor periodista roja del siglo XX

    Entretanto, los blancos haban empezado a darsecuenta de que, con su resistencia fortalecida, Sviyazhsk se

    estaba convirtiendo en algo grande y peligroso. Las escaramuzas y los ataques intermitentes cesa-ron; comenz un sitio regular con fuerzas numerosas y bienorganizadas por todos lados. Pero ya haban dejado ir elmomento oportuno. El viejo Slavin comandante del V Ejrcito que, si

    bien no era un coronel muy talentoso, conoca su ocio afondo se enfoc en un punto clave de la defensa, traz unplan preciso y lo llev a cabo con una obstinacin verdade-ramente letona. Sviyazhsk se mantena rme, con los pies clavadosen el suelo como un toro que enlara la amplia frente contra

    Kazn, plantado inconmoviblemente en su sitio y agitandocon impaciencia sus cuernos alados como bayonetas. Una soleada maana de otoo, llegaron a Sviyazhskalgunos angostos, giles y veloces torpederos de la ota delBltico. Su llegada caus sensacin. l Ejrcito ya se sentacubierto por el lado del ro. Una serie de duelos de artillera

    comenz sobre el Volga, tres o cuatro veces al da. Cubiertapor el fuego de las bateras que habamos ocultado en la ri-bera, nuestra otilla ya se aventuraba muy lejos. De esas in-cursiones, una particularmente audaz fue la que emprendila maana del 9 de septiembre el marino Markin, uno de losfundadores y hroes ms destacados de la Flota Roja. Tripu-

    lando un torpe remolcador acorazado, ese da se arriesg a irmuy lejos, hasta los muelles mismos de Kazn; desembarc,ametrall las bateras enemigas hasta poner a sus cuadrillasen fuga, y retir los percutores a varios caones.

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    En otra ocasin, a altas horas de la noche del 30 deagosto, nuestras naves se acercaron a Kazn, bombardea-

    ron la ciudad, prendieron fuego a varias barcazas cargadasde municiones y provisiones y se retiraron sin perder unsolo buque. Trotsky, al lado del comandante, se hallaba en-tre los tripulantes del torpedero Prochny, al cual se le tuvoque reparar el mecanismo de direccin mientras la corrientelo llevaba al lado de una barcaza enemiga, ante la boca de

    los caones de las Guardias Blancas. Cuando lleg Vatzetis, comandante en jefe del frenteoriental, la ofensiva contra Kazn ya estaba en plena marcha.La mayora de los nuestros, incluyndome, careca de datosprecisos sobre el resultado de la conferencia. Pero no tarda-mos en enterarnos de algo que llen a todos de satisfaccin:

    nuestro viejo (as llambamos entre nosotros a nuestro co-mandante) se haba opuesto a la opinin de Vatzetis, quienquera atacar Kazn desde la orilla izquierda del ro, la cualofrece un terreno llano y expuesto; nuestro comandante, encambio, decidi lanzar el asalto desde la ribera derecha, quedomina la ciudad.

    Pero precisamente en el momento en que la totalidaddel V Ejrcito se dispona a atacar, cuando sus principalesfuerzas nalmente comenzaban a empujar hacia delante enmedio de constantes contraataques y batallas que durabandas enteros, tres luminarias de la Rusia de las GuardiasBlancas se reunieron para acabar de una vez por todas con

    la prolongada pica de Sviyazhsk. Al frente de una fuerzaconsiderable, Svinkov, Kappel y Fortuntov se lanzaron aun asalto desesperado contra la estacin ferroviaria contiguaa Sviyazhsk, con el n de apoderarse de la propia Sviyazhsk

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    La mejor periodista roja del siglo XX

    y del puente sobre el Volga. El ataque fue brillantemente eje-cutado: tras un largo rodeo, los blancos se precipitaron sbi-

    tamente sobre la estacin de Shijrana, la acribillaron, ocupa-ron sus edicios, cortaron toda comunicacin con el resto dela va frrea y quemaron el tren de municiones que estabaestacionado ah. La pequea fuerza que vigilaba Shijrana fuemasacrada hasta el ltimo hombre. Pero eso no fue todo: literalmente cazaron y exter-

    minaron a todo ser vivo que habitaba la pequea estacin.Tuve la oportunidad de ir a Shijrana unas horas despus delataque y pude ver las huellas de esa violencia pogromistatotalmente irracional que distingua las victorias de aquelloscaballeros, que nunca se sentan amos ni futuros habitantesde las tierras que accidental y temporalmente conquistaban.

    En un patio, una vaca yaca brutalmente asesinada (y digoasesinada a propsito, no muerta). El gallinero estaballeno de pollos, a los que estpidamente haban acribillado,ofreciendo un aspecto terriblemente humano. Al pozo, a lapequea huerta y a las casas las haban tratado como a sereshumanos capturados, que encima fueran bolcheviques y

    sheenies [trmino peyorativo para referirse a los judos].A todo le haban sacado las vsceras. Haba restos de ani-males y objetos esparcidos por todas partes: diezmados,profanados, espantosamente muertos. Al lado de estos ves-tigios de todo cuanto alguna vez fue una residencia huma-na, la muerte indescriptible e inexpresable del puado deferrocarrileros y soldados del Ejrcito Rojo que haba sidotomado por sorpresa pareca encajar en la naturaleza de lascosas.

    Slo en las ilustraciones de Goya sobre la campaaespaola y la guerrilla puede encontrarse semejante armo-

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    Larisa

    na entre los rboles azotados por el viento inclinndose conel peso de los ahorcados, el polvo de los caminos, la sangre

    y las piedras. De la estacin de Shijrana, el destacamento de S-vinkov se dirigi a Sviyazhsk siguiendo la va del tren. No-sotros enviamos nuestro tren blindado Rusia Libre a de-tenerlo. Si mal no recuerdo, iba equipado con armas navalesde largo alcance. Su comandante, sin embargo, no estuvo a

    la altura de su misin. Vindose rodeado por ambos ancos(o eso le pareci), abandon su tren y se apresur a regresarante el Comit Militar Revolucionario para dar parte. En su ausencia, el Rusia Libre fue acribillado eincendiado. Su carcasa carbonizada y humeante habra depermanecer por mucho tiempo ah, descarrilada al lado de

    la va, en las proximidades de Sviyazhsk. Tras la destruccin del tren blindado, el camino alVolga pareca completamente despejado. Los blancos se ha-llaban justamente delante de Sviyazhsk, a kilmetro o kil-metro y medio del cuartel general del V Ejrcito. El pnicocundi. Una parte del Departamento Poltico, si no es que

    su totalidad, se precipit a los muelles y abord los vapores. El regimiento que combata prcticamente en las ri-beras del Volga, aunque ro arriba, vacil y luego huy consus comandantes y comisarios. Al alba, sus destacamentosfrenticos se encontraban a bordo de los buques del EstadoMayor de la ota de guerra del Volga.

    En Sviyazhsk quedaron slo el Estado Mayor del VEjrcito con sus ociales y el tren de Trotsky.

    Lev Davidovich [Trotsky] moviliz a todo el personaldel tren: a sus ocinistas, telegrastas y enfermeros, as como

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    La mejor periodista roja del siglo XX

    a la guardia al mando del jefe del Estado Mayor de la ota, elcamarada Lepetenko (quien, por cierto, fue uno de los solda-

    dos de la revolucin ms valerosos y abnegados, cuya biogra-fa podra darle a este libro su captulo ms brillante); en unapalabra, a todo el que pudiera sostener un fusil. Las ocinas del mando quedaron desiertas. Ya nohaba retaguardia. Se haba lanzado todo contra los blan-cos, que haban avanzado casi hasta la estacin. Entre Shijra-

    na y las primeras casas de Sviyazhsk, todo el camino estabalabrado por los obuses y cubierto de caballos muertos, ar-mas abandonadas y cartuchos vacos. Y cuanto ms cercade Sviyazhsk, mayor era el caos. El avance de los blancosslo fue detenido despus de que hubieron saltado sobreel esqueleto carbonizado del tren blindado, an humeante

    y oliendo a metal fundido. Tras haber alcanzado violenta-mente el umbral mismo de la ciudad, su avance se detuvo y.empez a replegarse como resaca, pero slo para arrojarsede nuevo contra las reservas de Sviyazhsk, movilizadas atoda prisa. Ah ambos bandos se encontraron frente a frentepor varias horas; ah hubo muchos muertos.

    Los blancos se convencieron de que lo que tenanante ellos era una divisin fresca y bien organizada que dealgn modo sus servicios de inteligencia haban pasado poralto. Exhaustos por su asalto de 48 horas, los soldados ten-dieron a sobreestimar la fuerza de su enemigo, y no sospe-charon siquiera que lo que enfrentaban no era sino un pu-ado de combatientes formado a toda prisa, y que detrs deellos estaban slo Trotsky y Slavin, sentados ante un mapaen una pieza insomne y llena de humo del cuartel generaldesierto, en el centro de un Sviyazhsk despoblado por cu-yas calles pasaban silbando las balas.

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    Larisa

    A lo largo de aquella noche, como todas las ante-riores, el tren de Lev Davidovich se qued ah, como siem-

    pre, quieto y sin locomotora. Aquella noche no se molestni a una sola de las secciones del V Ejrcito que avanzabansobre Kazn dispuestas a tomarla por asalto; ni una sola sedesvi del frente para proteger a un Sviyazhsk prcticamen-te indefenso. El ejrcito y la ota no se enteraron del ataquenocturno sino cuando ya haba terminado, cuando los blan-

    cos ya haban emprendido la retirada, rmemente convenci-dos de que frente a ellos haba una divisin casi entera. Al da siguiente, 27 desertores que haban huido a losbuques en el momento ms crtico fueron juzgados y fusila-dos. Entre ellos haba varios comunistas. Luego, se hablaramucho sobre el fusilamiento de aquellos 27, especialmente

    en la retaguardia, claro, donde nadie entenda cun delga-do haba sido el hilo del que pendan el camino a Mosc ytoda la ofensiva contra Kazn, llevada a cabo con nuestrosltimos recursos y nuestras ltimas fuerzas. Para empezar, el ejrcito entero estaba inquieto conhabladuras de comunistas convertidos en cobardes, de que

    las leyes no haban sido escritas para ellos, de que ellos po-dan desertar impunemente mientras que un soldado debase ordinario sera ejecutado como un perro. De no haber sido por el valor excepcional de Trots-ky, del comandante del ejrcito y de otros miembros delConsejo Militar Revolucionario, la reputacin de los comu-

    nistas que trabajaban en el ejrcito habra sufrido un durogolpe y quedado arruinada durante mucho tiempo. Ningn discurso, por bueno que fuera, habra podi-do convencer a un ejrcito que en las ltimas seis semanas

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    haba sufrido todas las privaciones posibles, combatiendocasi a mano limpia, sin contar siquiera con vendajes, que la

    cobarda no era cobarda y que para el culpable poda habercircunstancias atenuantes. Se dice que entre los fusilados haba muchos bue-nos camaradas, incluso algunos cuyos servicios anteriorescompensaran su culpa a cambio de algunos aos de prisiny exilio. Es totalmente cierto. Nadie cuestiona que su muer-

    te tuvo el propsito de fortalecer esos preceptos del viejo c-digo militar de servir de ejemplo, mientras que al redoblede los tambores se aplica la divisa de ojo por ojo, diente pordiente. Desde luego, Sviyazhsk fue una tragedia. Pero todo el que haya experimentado la vida en elEjrcito Rojo, que haya nacido y se haya templado con l

    en las batallas de Kazn, atestiguar que el espritu de hie-rro de este ejrcito no se habra forjado nunca, que la fusinentre el partido y las masas de soldados, entre los simplessoldados y las alturas del mando, no se habra consumadosi en la vspera del asalto a Kazn, donde cientos de solda-dos habran de dar la vida, el partido no hubiera mostrado

    claramente ante los ojos del ejrcito entero que estaba dis-puesto a ofrendarle a la Revolucin ese sacricio enorme ysangriento; que el partido tambin estaba sujeto a las seve-ras leyes de la disciplina camaraderil; que el partido tam-bin tena el valor de aplicar sin miramientos, incluso a suspropios miembros, las leyes de la Repblica Sovitica.

    El fusilamiento de aquellos 27 cubri la brecha quelos famosos asaltantes haban abierto en la unidad de