p (e-107) rubem fonseca
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Nació en 1925 en Juiz de Fora, en
el Estado de Minas Gerais, luego
se radicó, desde los siete años, en
Río de Janeiro. Licenciado en
derecho, ex-policía, este escritor y
guionista tuvo su primera aparición
en el mundo de las letras en 1963
a los 38 años. Viudo y padre de
tres hijos, en el 2003, ganó el
Premio Camões, el más
prestigiado galardón literario en
lengua portuguesa, obtuvo además
el Premio Pen Club de Brasil, de la
Asociación de Críticos de San
Pablo, y el premio de literatura
Juan Rulfo.
Suponer una conexión entre la literatura de Rubem Fonseca y la proliferación de
violencias que signan nuestras ciudades es un gesto que apenas si insinúa obviedad.
No deseo abogar por esta ruta evidente sino señalar un paisaje de lo siniestro que
sorprende por lo directo. Su proceder es crudo y desalmado, aunque al mismo tiempo
conmueve, afecta y evoca. Confieso que su prosa me mueve con rapidez de la risa a la
consternación, mi propio silencio me advierte que acabo de presenciar un horror que
esta magistralmente expuesto y sin moraleja aparente. De los muchos comentaristas
de su obra me quedo con aquellas palabras de Guadalupe Ángeles que abordaba su
estética como un asunto de desparpajo (facilidad y desenvoltura en el hablar o en las
acciones; desvergüenza, desembarazo): “Si dejamos de lado por un momento el estilo
en el que ha sido escrita, creo percibir en toda su obra la divisa: “ver las cosas tal
como son”, solo eso, y tal vez reírse un poco de lo absurdos que a veces somos los seres
humanos, con esas ansias desaforadas de ser como los demás quieren que seamos, y
perjudicando así el tener una visión clara de cuanto ocurre a nuestro alrededor, de
acuerdo a esto, Fonseca puede ser considerado, una vez leída más allá de la superficie
su prosa, un autor que reflexiona sobre el alma humana”.
En una de sus escasas conferencias efectuada en Guadalajara a propósito de una
feria del libro, Fonseca insinuó algunas máximas vitales para aquellos que desean
convertirse en escritores. Procedo aquí por enumeración: primero, no se precisa ser
inteligente para ser escritor, es más necesario saber leer, que les guste leer; segundo, no
basta hacer las cosas con sentimiento, hace falta también lucidez, una noción del
sentimiento de aquel que está leyendo; tercero, hay que tener paciencia porque escribir
es una cosa muy aburrida, basta mirar los cinco años que tardó Gustav Flaubert en
finalizar “Madame Bovary” o la década que tardó Juan Rulfo en completar “Pedro
Páramo”; cuarto, la literatura exige coraje, valor y valentía de quienes se dedican a
ella para decir aquello que no puede ser dicho o aquello que nadie quiere oír porque
es incómodo e/o insolente; quinto, otro requisito es tratar de estar motivados, es tan
legítimo escribir porque se quiere ser alto, guapo y rico, como hacerlo como dice
Salman Rushdie: “porque le agrada mentir” o como lo piensa Wole Soyinka, por
masoquismo; por último, una de las cosas que el escritor nunca debe hacer es
limitarse a describir la realidad, como hacen el periodista o el ensayista, sino más
bien trabajar como si fuera un carpintero o un arquitecto, sin hacer de la literatura
una cosa sacrosanta. En síntesis para nuestra juventud, hay que retar las reglas del
mundo en el que nacimos y subvertir los valores de nuevo valor.
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Llegué a la casa cargando la carpeta llena de papeles, relatorios, estudios,
investigaciones, propuestas, contratos. Mi mujer, jugando solitario en la
cama, un vaso de whisky en el velador, dijo, sin sacar lo ojos de las cartas,
estás con un aire de cansado. Los sonidos de la casa: mi hija en el
dormitorio de ella practicando impostación de la voz, la música cuadrafónica
del dormitorio de mi hijo. ¿No vas a soltar ese maletín? Preguntó mi mujer,
sácate esa ropa, bebe un whisky, necesitas relajarte.
Fui a la biblioteca, el lugar de la casa donde me gustaba estar aislado y
como siempre no hice nada. Abrí el volumen de pesquisas sobre la mesa,
no veía las letras ni los números, yo apenas esperaba. Tú no paras de
trabajar, apuesto que tus socios no trabajan ni la mitad y ganan la misma
cosa, entró mi mujer en la sala con un vaso en la mano, ¿ya puedo mandar
a servir la comida?
La empleada servía a la francesa, mis hijos habían crecido, mi mujer y yo
estábamos gordos. Es aquel vino que te gusta, ella hace un chasquido con
placer. Mi hijo me pidió dinero cuando estábamos en el cafecito, mi hija me
pidió dinero en la hora del licor. Mi mujer no pidió nada, nosotros teníamos
una cuenta bancaria conjunta.
¿Vamos a dar una vuelta en el auto? Invité. Yo sabía que ella no iba, era la
hora de la teleserie. No sé qué gracia tiene pasear de auto todas las
noches, también ese auto costó una fortuna, tiene que ser usado, yo soy la
que se apega menos a los bienes materiales, respondió mi mujer.
Examiné el auto en el garaje. Pasé
orgullosamente la mano
suavemente por el guardabarros, los
parachoques sin marca. Pocas
personas, en el mundo entero,
igualaban mi habilidad en el uso de
esas máquinas.
La familia estaba viendo la
televisión. ¿Ya dio su paseíto, ahora
estás más tranquilo?, preguntó mi
mujer, acostada en el sofá, mirando
fijamente el video. Voy a dormir,
buenas noches para todos,
respondí, mañana voy a tener un
día horrible en
la compañía.
Ella sólo se dio cuenta que yo iba
encima de ella cuando escuchó el
sonido del caucho de los
neumáticos pegando en la cuneta.
Di en la mujer arriba de las rodillas,
bien al medio de las dos piernas, un
poco más sobre la izquierda, un
golpe perfecto, escuché el ruido del
impacto partiendo los dos huesazos,
desvié rápido a la izquierda, un
golpe perfecto, pasé como un
cohete cerca de un árbol y me
deslicé con los neumáticos
cantando, de vuelta al asfalto. Motor
bueno, el mío, iba de cero a cien
kilómetros en once segundos.
Incluso pude ver el cuerpo todo
descoyuntado de la mujer que había
ido a parar, rojizo, encima de un
muro, de esos bajitos de casa de
suburbio.
aparecía nadie en condiciones, comencé a
quedar un poco tenso, eso siempre sucedía,
hasta me gustaba, el alivio era mayor.
Entonces vi a la mujer, podía ser ella, aunque
una mujer fuese menos emocionante, por ser
más fácil. Ella caminaba apresuradamente,
llevando un bulto de papel ordinario, cosas de
la panadería o de la verdulería, estaba de
falda y blusa, andaba rápido, había árboles en
la acera, de veinte en veinte metros, un
interesante problema que exigía una dosis de
pericia. Apagué las luces del auto y aceleré.
Los autos de los niños bloqueaban la puerta del garaje, impidiendo que yo
sacase mi auto. Saqué el auto de los dos, los dejé en la calle, saqué el mío
y lo dejé en la calle, puse los dos carros nuevamente en el garaje, cerré la
puerta, todas esas maniobras me dejaron levemente irritado, pero al ver los
parachoques salientes de mi auto, el refuerzo especial doble de acero
cromado, sentí que el corazón batía rápido de euforia. Metí la llave en la
ignición, era un motor poderoso que generaba su fuerza en silencio,
escondido en el capó aerodinámico. Salí, como siempre sin saber para
dónde ir, tenía que ser una calle desierta, en esta ciudad que tiene más
gente que moscas. En la Avenida Brasil, allí no podía ser, mucho
movimiento. Llegué a una calle mal iluminada, llena de árboles oscuros, el
lugar ideal. ¿Hombre o mujer?, realmente no había gran diferencia, pero no
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- “¿Quieres vengarte porque te quitó a tu novio? Todavía
te gusta ese puto, ¿verdad?”
- “Sólo me gustas tú, Zinho, eres todo para mí, ese mierda
del Rodrigo no vale nada, sólo siento desprecio por él.
Quiero hacer sufrir a la mujer porque me humilló, me
llamó burra delante de todos”.
- “Puedo matar a ese puto”.
- “A ella ni siquiera le gusta él. Quiero hacer que sufra
mucho. La muerte del hijo deja a las madres
desesperadas”.
- “Está bien. ¿Sabes dónde vive el niño?”
- “Sí”.
- “Voy a mandar que cojan al niño y lo lleven a Ciudad de
Dios”.
- “Pero no hagas que el niño sufra mucho”.
- “Si la puta ésa se entera que el hijo murió sufriendo es
mejor, ¿o no? Dame la dirección. Mañana mando que
hagan el trabajo, Taquara está cerca de mi base”.
Por la mañana bien temprano Zinho salió en el carro y fue
a Ciudad de Dios. Permaneció dos días fuera. Cuando
volvió, llevó a Soraia a la cama y ella obedeció dócilmente
a todas sus órdenes. Antes de que él se durmiera, ella
preguntó, “¿hiciste lo que te pedí?”
- “Cumplo lo que prometo, amorcito. Mandé a mi personal
a que cogieran al niño cuando iba al colegio y que lo
llevaran a Ciudad de Dios. En la madrugada le rompieron
los brazos y las piernas al negrito, lo estrangularon, lo
cortaron todo y luego lo tiraron en la puerta de la casa de
la madre. Olvida a ese mierda, no quiero oír hablar más
de ese asunto”, dijo Zinho.
- “Sí, ya lo olvidé.”
Zinho le dio la espalda a Soraia y se durmió. Zinho tenía
un sueño pesado. Soraia se quedó despierta oyendo
roncar a Zinho. Después se levantó y tomó un retrato de
Rodrigo que mantenía escondido en un lugar que Zinho
nunca descubriría. Siempre que Soraia miraba el retrato
del antiguo novio, durante todos aquellos años, sus ojos
se llenaban de lágrimas. Pero ese día las lágrimas fueron
más abundantes.
- “Amor de mi vida”, dijo, apretando el retrato de Rodrigo
contra su corazón sobresaltado.
Su nombre es João Romeiro, pero es conocido como
Zinho en la Ciudad de Dios, una favela en Jacarepaguá,
donde controla el tráfico de drogas. Ella es Soraia
Gonçalves, una mujer dócil y callada. Soraia supo que
Zinho era traficante de drogas dos meses después de que
empezaron a vivir juntos en un condominio de clase
media alta en la Barra de Tijuca. ¿Te molesta?, preguntó
Zinho y ella contestó que ya había tenido en su vida un
hombre dedicado al derecho que no pasaba de ser un
canalla. En el condominio Zinho es conocido como
vendedor de una firma de importaciones. Cuando llega
una partida grande de droga a la favela, Zinho
desaparece por unos días. Para justificar su ausencia
Soraia dice a las vecinas que encuentra en el playground
o en la piscina que la firma tiene viajando al marido. La
policía anda tras él, pero sólo sabe su apellido, y que es
blanco. Zinho nunca ha estado preso.
Hoy por la noche Zinho llegó a la casa luego de pasarse
tres días distribuyendo, en sus puntos, cocaína que envió
su proveedor de Puerto Suárez, y marihuana que llegó de
Pernambuco. Fueron a la cama. Zinho era rápido y rudo y
luego de joder a la mujer le daba la espalda y se dormía.
Soraia era callada y sin iniciativa, pero Zinho la quería así,
le gustaba ser obedecido en la cama como era obedecido
en la Ciudad de Dios. “¿Antes de que te duermas te
puedo preguntar una cosa?” “Dime rápido, estoy cansado
y quiero dormir, amorcito.” “¿Serías capaz de matar a una
persona por mí?” “Amorcito, maté a un tipo porque me
robó cinco gramos, ¿crees que no voy a matar a un sujeto
si me lo pides? Dime quién es. ¿Es de aquí, del
condominio?”
- “No”.
- “¿De dónde es?”
- “Vive en Taquara”.
- “¿Y qué te hizo?”
- “Nada. Es un niño de siete años. ¿Has matado algún
niño de siete años?”
- “He mandado que agujeren las palmas de las manos a
dos mierditas que desaparecieron con unos paquetes,
para que sirva de ejemplo, pero creo que éstos tenían
diez años. ¿Por qué quieres matar a un negrito de siete
años?”
- “Para hacer sufrir a su madre. Ella me humilló. Me quitó
a mi novio. Me hizo menos, a todo el mundo le decía que
yo era una burra. Luego se casó con él. Ella es rubia,
tiene ojos azules y se cree lo máximo”.
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El hombre permaneció con Betsy en la cama durante toda su agonía,
acariciando su cuerpo, palpando con tristeza la flacura de sus ancas. El
último día, Betsy, muy quieta, los ojos azules abierto, miró al hombre con el
mismo mirar de siempre, que confesaba la comodidad y el placer que su
presencia y sus cariños le proporcionaban. Comenzó a temblar y él la
abrazó con más fuerza. Sintiendo que sus miembros estaban fríos, el
hombre trató de acomodarla mejor en el lecho. Ella entonces estiró el
cuerpo, como si se desperezara, y echó la cabeza hacia atrás, en un gesto
lleno de languidez. Después estiró aún más el cuerpo, y suspiró con fuerza.
El hombre pensó que Betsy había muerto. Pero al cabo de algunos
segundos ella lanzó otro suspiro. Horrorizándose de su meticulosa atención,
el hombre contó, uno a uno, todos los suspiros de Betsy. En un breve
intervalo ella exhaló nueve suspiros iguales, la lengua afuera, pendiendo a
un lado de la boca. Luego empezó a golpear su vientre con los dos pies
juntos, como hacía a veces, sólo que con mayor violencia. Después, se
quedó inmóvil. El hombre pasó su mano levemente por el cuerpo de Betsy.
Ella se desperezó y alargó los miembros por última vez. Estaba muerta.
Ahora, el hombre sabía que estaba muerta.
La noche entera la pasó despierto a su lado, acariciándola suavemente, en
silencio, sin saber qué decir. Habían vivido juntos dieciocho años. Por la
mañana, la dejó en el lecho y fue hasta la cocina y preparó un café puro.
Fue a tomarlo en la sala. La casa nunca había estado tan vacía y tan triste.
Por fortuna, el hombre no había votado la caja de cartón de la licuadora.
Regresó al cuarto. Cuidadosamente, puso el cuerpo de Betsy dentro de la
caja. Con la caja debajo del brazo se dirigió a la puerta. Antes de abrirla y
salir, se enjugó los ojos. No quería que lo vieran así.
Betsy esperó el regreso del hombre para morir.
Antes del viaje él había notado que Betsy mostraba un apetito fuera de lo
común. Después surgieron otros síntomas, ingestión excesiva de agua,
incontinencia urinaria. Hasta entonces, Betsy sólo había padecido de
cataratas en uno de los ojos. No le gustaba salir, pero antes del viaje entró
inesperadamente con él en el ascensor, y los dos pasearon por la acera de la
playa, algo que nunca habían hecho.
El día en que el hombre llegó, Betsy sufrió el derrame y dejó de comer. Veinte
días sin comer, acostada en el lecho con el hombre. Los especialistas dijeron
que no había nada que pudiera hacerse. Betsy sólo se levantaba de la cama
para tomar agua.
“Vivir con una mujer es la manera
más rápida de matar el deseo, el
amor, incluso la amistad. No
obstante, la mayoría de las
mujeres quieren casarse, tener un
hogar y, dentro del hogar, un
hombre gentil que les dé uno o
más hijos, y que salga a trabajar
por la mañana y regrese por la
noche. No quieren a ese hombre
para amar y fornicar –por
supuesto, quedan más tranquilas
cuando el macho se las come,
inclusive si no están muy
dispuestas–, quieren compañía,
bienestar, seguridad. Una amiga
mía, escritora, bonita, viuda de
mediana edad, vive sola, me dijo
que quería volver a casarse, para
tener un hombre “que saque
afuera la basura”.
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"La vejez es así, uno se enferma sin tener
ninguna enfermedad y se muere"
“Los prisioneros” (1963)
“El collar del perro” (1965)
“Lucía McCarney” (1967)
“El hombre de febrero o marzo” (1973)
“El caso Morel” (1973)
“Feliz año nuevo” (1975)
“El cobrador” (1979)
“El gran arte” (1983)
“Bufo & Spallanzani” (1986)
“Vastas emociones y pensamientos imperfectos” (1988)
“Agosto” (1990)
“Romance negro y otras historias” (1992)
“El salvaje de la ópera” (1994)
“El agujero en la pared” (1995)
“Historias de amor” (1997)
“Y de este mundo prostituto y vano, solo quise un
cigarro en mi mano” (1997)
“La cofradía de los espadas” (1998)
“El enfermo Molière” (2000)
“Secreciones, excreciones y desatinos” (2001)
“Pequeñas criaturas” (2002)
“Diario de un libertino” (2003)
“Mandrake, la Biblia y el bastón” (2005)
“Ella y otras mujeres” (2006)
“La novela murió” (2008)
“El seminarista” (2010)
“En el octavo piso. La muerte se
consumó en una descarga de gozo y
alivio, expeliendo residuos
excrementicios y glandulares -
esperma, saliva, orina, heces-.
Asqueado se apartó del cuerpo sin
vida sobre la cama, al sentir su
propio cuerpo contaminado por las
inmundicias expulsadas de la carne
agónica del otro”.
“¿Por qué Dios, el creador de todo lo
que existe en el Universo, al dar
existencia al ser humano, al sacarlo
de la Nada, lo destinó a defecar?
¿Habría revelado Dios, al atribuirnos
esa irrevocable función de
transformar en heces todo lo que
comemos, su incapacidad para crear
un ser perfecto? ¿O sería esa su
voluntad, hacernos así toscos?
¿Ergo, la mierda?”
“Nacimiento, cópula, muerte,es todo lo que
hay”
"¿Por qué rompe una mujer sus compromisos? La mayoría de las veces la
causa es el amor, el fuego que arde sin verse, eso es de Camoes, que
carboniza el convenio, el trato pactado con otro. El amor existe, repito, y las
mujeres creen en él más que los hombres. Mas, para no ser tildado de
romántico ingenuo, admito que en algunos casos el amor puede ser tan sólo
una válvula de escape, ciertas personas casadas, incluso cuando gozan de
una gran libertad, se sienten en una prisión, y los grilletes tienen un nombre,
rutina…”
“Un sujeto pobre
también debe tener
una amante, si puede,
evidentemente, es
bueno para la salud y
hace más amena la
miseria”.
Los relatos “Betsy” y “Ciudad de Dios” hacen parte de la
siguiente libro: FONSECA, Rubem (2007) Historias de Amor.
Bogotá: Norma, pp 11-16. El relato “Paseo nocturno” esta
disponible en el link: http://www.letras.s5.com/fonseca1.htm,
las pinturas de Laura González fueron bajadas del blogs:
http://lauragonzalezart.blogspot.com/.