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OZOE [El almacén de historias ]

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Un proyecto del espacio creativo OZOE

Espacio OZOE La Industrial Coworking Calle San Andrés 8 Local

28004 Malasaña - Madrid

En el cruce de trayectos entre lugares distantes. Entre los días de tránsitos, digestiones, charletas y parrandas, retuerzos, olores, flujos, esencias, ingredientes compuestos y complejos, turbulencias, sabores e intimidades diversas. Vi y no vi las señales y los mensajes. Los silencios y vacios. Las canciones. Los colores. Los nombres singulares. Los tiempos acumulados en ruinas, residuos, lujos y herramientas de fabricación artesana. En ese itinerario invisible entre playas, barrios, pueblos, plazas y escondites, conectados por trenes, autobuses y coches. A veces por caminos sin asfaltar. Por calles aun sin barrer. Busque significados. En un sentir frágil. Se cumplieron planes y fracasé en otros. Me equivoqué mucho fabricando momentos y recuerdos. Estoy aquí.

Estuve allí.





Alberto Narue.





Cantaron “Niños mutantes”, “Como yo te amo”, en el Sonorama, y todos cantamos en el festival, con visible excitación sobreactuada. Yo también, allí estaba yo moviendo las manos, y las cuerdas vocales, sin soltarme del todo, por aquello de las vergüenzas, de los ridículos, de los miedos, de las inseguridades, de las desconfianzas…”Yo, te amo con la fuerza de los mares, yo, te amo con el ímpetu del viento, yo,…” Yo quisiera cantarte esta canción a ti, pero tú aun no has querido conocerme. Era viernes, la noche del once de agosto para el sábado. “Nadie te amará, nadie te amará”. No sé que estarás haciendo ahora pero estás desaprovechando la oportunidad de que te cante y te dedique esta canción. Por cierto, me presento, me llamo Alberto, Alberto Narue. Por cierto, pase por tu calle, por uno de esos lugares que frecuentas, y me tomé un café ahí mismo.Te dejé allí una tarjeta con mi cuenta de facebook, con mi página web, con mi teléfono y mi whasapp, para que pudiéramos conocernos, para que pudiéramos seguir en contacto. Yo sigo aquí, como tú, con mis luces y mis sombras, sigo escribiendo, te sigo escribiendo, y quizás “tenemos un café pendiente”.

Ímpetu.





Justo.





En la Semana Santa del 17 hicimos las vacaciones en Toledo, como amigos, y Charo, tan cansina como siempre, cada una de las cinco noches que hicimos juntos se arrastro hasta la habitación del hotel no mas tarde de las 10, con la intención de meterse en la cama y disfrutar de las tontadas de la televisión. Nuestra amistad está liberada de tonalidades y expectativas eróticas, repetíamos planes vacacionales interesantes, divertidos y sobre todo, alejados de las obligaciones y las rutinas. Dormíamos en el hotel Ozoe, habitación 111, primera planta, plaza de Zocodover, Toledo centro. Desayunábamos y hacíamos el último rato del día en el Kuztole, la cafetería que está junto al hotel. La primera de las cinco noches juntos en Toledo, como luego todas las noches, la acompañé hasta nuestra habitación, me lave los dientes, me puse ropa de abrigo, y me enchufe los auriculares a las orejas para callejear por la calles de la ciudad con la música puesta. Aquella primera noche decidí investigar sobre las plazas y bajando por la calle Sillería llegue hasta la plaza de San Agustín para entusiasmarme escuchando el “Islamabad” de Los Planetas, y dejarme llevar los siguientes minutos por el. Historias y culturas envolviéndome. Llegué a la plaza de Montalbanes, y a la del Corral de la campana, a la de Santa Clara, a la de San Vicente, la de los buzones, la de Santo Domingo el Real, Capuchinas, La Merced, Santo Domingo el Antiguo, Padilla, San Román, del Padre Juan de Mariana, de las Tiendillas, Amador de los Ríos, y llegue hasta la plaza de San Justo. Sentado en el suelo de esta plaza con mi nombre continué embriagado por la canción de Los Planetas, emocionado, inspirado, sugerido, provocado, agitado, descompuesto, profundo. Relajado y absorto, floté, y concluí, inventando una nueva frase para su canción: “No hay salida si no buscas, la solución. El futuro es un proyecto, en construcción”.

Plaza de Zocodover.





Aquella segunda noche recorrí Toledo por los cobertizos y los callejones, paseando otra vez, con mi banda sonora del momento. Cantaban Los planetas “Nosotros somos los zíngaros”, y yo atravesando la plaza San Vicente en dirección a la plaza San Justo. Cantaba Love of Lesbian, “Planeador”y yo fotografiando la escultura de Santa Teresa. Cantaba Coque Malla “Santo, Santo” y cruzaba la sinagoga de Santa María La Blanca en dirección al parque del Transito. Cantaba Sidonie, “No se dibujar un perro”, y yo en dirección a la plaza de El Salvador por la calle Santa Úrsula. Cantaba Iván Ferreiro, “Casa, ahora vivo aquí”, yo junto al escaparate de la farmacia, en la calle Hombre de Palo. Por la calle Tornerías, cruzando la plaza Mayor y bajando por la calle de Sixto Ramón Parro, Miss cafeína cantaba “Mira cómo vuelo”, y volví a llegar a la plaza de San Justo. No fue una ruta improvisada. Había quedado allí con Carola, a las doce, porque nos habíamos propuesto una noche de lecturas de leyendas toledanas. Fue absolutamente puntual. “¡Estas muy guapo Justo!”, se arrancó y nos sentamos en la puerta de la iglesia. Comenzamos por “El pozo amargo”. Continuamos por “El callejón del infierno”. Seguimos con “El beso”. Y con “La dama de los ojos sin brillo”. Luego, “El Hombre de palo”. A consecuencia de las lecturas y las conversaciones, las risas y los lamentos, las confesiones, las intimidades provocadas, el frio y la oscuridad, las influencias mágicas de las piedras viejas, el movimiento hipnótico de las ramas en los árboles, los espionajes a las ventanas de los edificios, la presencia de los Santos, los delirios, la inconsciencia, los cansancios, las delicias, los aplausos, las derrotas, los asomos, los dibujos, los apuntes, las búsquedas de la proporción, las menciones y los premios, los elegidos, los personajes, la esclavitud, las miserias, duelos, expectativas, herramientas, escondites…,los ejércitos de zombies. Nos fuimos enredando, y nos dieron las siete.

En la plaza San Justo.





Nos conectó mi amiga Manoli, mi compañera de trabajo, su vecina de portal. Nos miramos a los ojos el 25 de abril porque Manoli lo organizó todo para que coincidiéramos. Nos encontramos en el Urgós café de la plaza Mayor, a las ocho, hace tres años, y los tres fuimos puntuales. La excusa fueron mis habilidades para los problemas con los ordenadores, y Violeta llegaba sin recursos y con el ordenador infectado por un virus de esos. El mes siguiente, ya nos habíamos citados tres veces, sin Manoli, y ya sabía que Andrés Suarez, era su cantante de cabecera, tanto, tanto, tanto, que yo semana a semana continué alimentando mis celos inocentes, inocuos, por él. “Justo, te amo”, me susurró en el puente de Santa María, sobre el Arlanzón, seis meses después, era octubre, frio, pero sin lluvia. Violeta vive en la calle Lavaderos más cerca de la calle Santa Bárbara que de la calle Doña Constanza. Y desde aquel entonces fueron corriendo los segundos, los minutos, horas, días, meses, estaciones y años, para conocernos en los detalles, para distanciarnos. Y así me fui convenciendo, no es saludable insistir en lo que no nos conviene. Y tuve que decirle “Adiós” Con la canción de Andrés.

Con la canción de Andrés.





Coral.





“Llámame, por favor, llámame”. “Llámame, por favor, llámame”. Coral hizo el recorrido desde la plaza Marcos Fernandez de Parquesol, con esta plegaria. “Llámame, por favor, llámame”. Escuchaba las canciones de Snow Patrol y obsesivamente vigilaba su móvil. De batería, bien. Alta cobertura. “Llámame, por favor, llámame”.Hasta la plaza de las batallas hay un largo viaje a pie, y mas con las expectativas desbordadas. Si tú lees este relato acompañado de las canciones de Snow Patrol comprenderás lo que se siente cuando alguien a quién amas con locura, no llama. Anocheciendo en Valladolid en esta tarde de junio, en frases cortas pero ansiosas, con pensamientos densos, para un trayecto de mas de una hora, de cinco kilómetros. En la plaza Juan de Austria sonó el teléfono pero era su hermana. “Llámame, por favor, llámame”. En la plaza de España sonó el teléfono pero era su madre. “Llámame, por favor, llámame”. En la plaza San Juan sonó el teléfono pero era su amiga Marta. Llegó a destino. Llego a la plaza de las batallas. Tu también has llorado como lo hizo Coral ese día de junio en la plaza. Rabiosamente en silencio. Abrazando la nada. Lagrimas acompañadas de canciones tristes. “Open your eyes”. “Chasing cars”. Sonidos rellenando los vacios. Era ya tarde. Coral se escondió tras la careta del fingir. Entró al portal. Cogió el ascensor. Tocó el timbre. Ellos abrieron la puerta. Y sonrió con alegre intensidad teatral.

Las plazas (2).





Al verlos escribí en mi cuaderno, “No es lo mismo comerse la vida, creer que te comes la vida, o que la vida te coma…” con la música de “Noviembre”,Rulo y la contrabanda. Iban en el metro tristes. El, leyendo el libro, porque Estefanía ya no está, pero está lejos, en Zaragoza, con Ibai. Ella, Coral, con la mirada ausente, porque él ya no llama porque no quiere llamar. Se encontraron en la estación de metro Sol, hicieron juntos el vagón, bajaron en metro Chamartín, bajaron las escaleras y compartieron tren hasta Valladolid. Fueron desconocidos haciendo las vías de Madrid algunas horas. Ella con la sonrisa escondida detrás de paraguas, mochila y uñas verdes. Él con zapatillas verdes, sus pantalones vaqueros, los calcetines verdes, los slip verdes, su camiseta blanca estampada con las tres fotografías y la mochila negra. Yo iba en el metro y en el tren y seguí observándoles para escribír, “Liviano y absurdo, Fausto leía el libro para refugiarse en tristezas ajenas” con las músicas de “En tardes negras” Tiziano Ferro. Seguí mirándoles para escribir, “Fundían distraídos las ausencias que elevan los complejos con miradas por las ventanillas del tren”. Y escribí “Coral escuchaba las canciones que atrapé en mis papeles de inventor de historias”. Seguí anotando los apuntes para imaginar deseoso, queriendo aproximar sus distancias para un nuevo relato juntos, pero no lo conseguí. Este humilde constructor no hizo posible lo posible, poder escribir otro viaje, pero mas juntos. Ellos no se vieron. No se vieron en el metro. No se vieron en el tren. No se vieron en las escaleras mecánicas al final del trayecto. No se vieron atravesando el hall de la estación, Campogrande. Fueron invisibles.

Compartiendo las vías.





https://elinterruptor2030.wordpress.com/2016/07/29/fausto-y-estefania/

Sí un día alguien pregunta por mi, di que viví para amarte. Antes de ti, sólo existí, cansado y sin nada para dar”, cantaba Salvador, y ellos, en familia, juntos, veían el festival de Eurovisión sentados en el sofá del salón. “Si tu corazón no quiere hacerlo, sentir la pasión, si no quiere sufrir, sin planear lo que vendrá después, mi corazón puede amar por los dos”, cantaba el portugués, Coral, sentada con ellos en el rincón, y la imagino emocionándose. Coral, la hermana de Nina, una de esas frágiles criaturas que crecen y siguen soñando. Aplicada en todo. Tierna, delicada y dulce, humilde. Tuvo la desafortunada actitud de elegir la sensibilidad para ser y sentir. Vive aun con sus padres, con dos de sus hermanos, en la plaza de las batallas. Instalándose en el cuidar de ellos, porque es lo que tiene que hacer. Dosificada, reprimida, huyendo de excesos y excentricidades, porque de otra forma no puede ser. Tranquila y trabajadora. Lista, prudente, dócilmente curiosa. Inquieta y generosa. Ella, con la sonrisa difícil y escondida, mochila y uñas verdes, preciosa, delicada, delgada. De cabello castaño y ojos marrones, hermosa por la edad, 28, saliendo de una relación reciente rota. Seriamente, la primera. Discreta. Consumidora de cafés, amiga de grupo y rutinas decentes en tardes y noches de viernes, sábado, domingo, con horario prudente de regreso a casa. Mujer también con expectativas, deseos, secretos. Coral me parece salvajemente atractiva por su inocencia. Es intensa y distinta, en la plenitud de dos palabra acogedoras y amables. Coral es estupenda compañera, fácil conversadora, promotora de actividades sin caprichos, incansable escuchadora para los momentos difíciles, y mi amor platónico desde que estudiamos enfermería juntos.

Sin excesos.





Quedé con Coral para pasar la tarde, y nos hicimos cinco cafes, uno en cada una de las plazas, en las terrazas, en una tarde de verano ideal para complicidades y conversaciones. Fueron en Vadillos, Batallas, Circular, San Juan y Caño Argales. En la plaza de Vadillos hablamos de las expectativas y de como nos aportan vida, pero tambien son un lugar ideoneo para los lamentos porque luego no resultan las historias cual las esperábamos. En la plaza Batallas, nos cruzamos con su hermana Nina que venía a visitar a sus padres, y toda la conversación terminó degenerando distorsionada por ella, en asuntos de peluqueria y estéticas, es lo que tiene que ella y yo compartamos gremio y asociación profesional. En la plaza Circular Coral se sincero para contarme que aun sigue herida por su desengaño amoroso, dice que no entiende nada de lo que ocurrió entre ellos, y como sin explicaciones el terminó desapareciendo sin avisos ni llamadas. En la plaza San Juan nos hablamos de las obligaciones y responsabilidades familiares, de que nuestros padres crecen y tenemos que ocuparnos de ellos, de sus achaques, rarezas y lamentaciones. En la plaza Caño Argales aparecieron un tal Miguel y una tal Marta y se sentaron con nosotros, él encantador, ella una de esas mujeres preciosas, afortunadas por la vida, pero de corazon entristecido por la biología o la genética. Nos fuimos a las nueve porque no podiamos quedarnos mas.

En las cinco plazas.





Fausto.





“Viento de cara”, de Supersubmarina, me suena frente a las estanterías del supermercado en la sección de refrescos y yo vestido con mis zapatillas verdes, mis pantalones vaqueros, los calcetines verdes, los slip verdes, y mi camiseta blanca estampada con las tres fotografías. Me suena porque suena por el hilo musical. Recuerdo frente a las estanterías del supermercado en la sección de lácteos que hoy es tu cumpleaños pero no podré llamarte porque no quieres que te llame porque no debemos llamarnos porque se acabó. Y yo haciendo las compras que guardar en el frigorífico, el congelador, el armario y la despensa. Recorro todos los pasillos recogiendo. Selecciono. Reviso la lista con las instrucciones para la compra. Sitúo en el carro de manera ordenada los artículos. Comparo precios. Leo al detalle las etiquetas diminutas. Observo las adquisiciones de los otros transeúntes en el pasillo. No tengo prisa por finalizar la tarea. No tengo planes para después. Me cruzo con los cereales de Ibai y con sus galletas favoritas. Desde la estantería 14 me vigilan sus pañales. Atravesando el pasillo 38, los chupetes, y en el 23, las gominolas. “Verte amanecer”, de Dorian, me suena frente a las estanterías de los panes de cereales. “En el fondo todo lo que quiero, es verte amanecer”.

Tu cumpleaños.





Mi despacho es grande y luminoso. ¿Por qué iba a conformarme con un despacho pequeño y oscuro? Miro por la ventana, sobre la Gran Vía, Madrid. Este cubículo es el resultado de una carrera en los negocios de las construcciones, las promociones y las contratas. El calor madrileño de esta tarde de verano se sofoca con el aire acondicionado invasor. En esta tarde estival, hoy he podido, después de comer, despojarme de corbata y traje para vestir con mis zapatillas verdes, mis pantalones vaqueros, los calcetines verdes, los slip verdes, y mi camiseta blanca estampada con las tres fotografías. En la estantería, frente a las carpetas de colores, la fotografía gigante de Ibai, riendo. Ya son las ocho menos diez. Pude salir a las seis, pero me entretengo mirando por la ventana, porque quiero desde las alturas contemplar hoy también la realidad de los viandantes sobre las aceras, de los coches sobre la carretera. No queda nadie de los nueve en la oficina porque todos marcharon a la hora que correspondía para encontrarse, y yo aprovecho para estar sin hacer donde tanto hice, acompañado por las canciones de Dorian: “Infinito” y “Corta el aire”. Y salgo, de salir, de la oficina a la calle, con el ataque de ansiedad. Estoy mentalmente agotado. Y entro, de entrar, en la vida vacia. In finito.

De corbata y traje.





Nos conocimos en el gimnasio, en esa temporada que vivimos especialmente obsesionados por nuestros cuerpos. El roce de todos los días, de lunes a domingo, los esfuerzos y las maquinas fueron aproximándonos, y provocaron las conversaciones. Las primeras palabras se fueron extendiendo. La noche hace el cariño, y en un viernes sin planes, nos cruzamos al salir del gimnasio, antes, sin citas previas, terminé sorprendido en la cama con Estefanía. Con mis zapatillas verdes, mis pantalones vaqueros, los calcetines verdes, los slip verdes, mi camiseta blanca estampada con las tres fotografías y mi mochila negra, abandoné su casa la mañana siguiente. A eso de las ocho. A eso de las seis me llamó por teléfono para quedar a cenar, hacer la noche, y volver a la cama. Hubo un día siguiente, y otro después, y mas noches trajeron nueve años. Cantaba Coque Malla, sumando sus canciones. Fue el “Dejate llevar” nuestra banda sonora. Recorriendo el viaje salté a vivir con ella en su piso pequeño, reímos las madrugadas de Madrid por todos los garitos, descubrimos Paris, Ibiza, Girona, Sevilla, Donosti y Nueva York, llevamos las maletas, las llenamos de vida, ella, yo y la moto, hasta que tocó ser padres. Ibai trajo dibujos nuevos para ampliarlo todo, rodábamos gigantes, disfrutamos de nuevos, de aquello lo primero. Siguieron cuatro años. Hace ahora cuatro meses, una noche de viernes, su mirada me asusta, me siento y me lo dice. Le había conocido, tenia que marcharse, la vida se le agota, gracias por lo vivido, lo nuevo es Zaragoza.

Fausto y Estefanía.





Se conocieron en el gimnasio, en esa temporada que vivieron especialmente obsesionados por sus cuerpos. Fausto era y es uno esos triunfantes emprendedores ejecutivos venidos a mas o a menos, según se mire. Estefanía era y es una de esas exitosas mujeres que se va construyendo entre las dificultades de la feminidad, en casa de sus padres, en su grupo de amistades adolescentes, estudios, empleos y trabajos, amores, amantes, bandidos, conciertos, supermercados, callejas y caminos. Él, mas inteligente para los negocios y los tráficos comerciales. Ella, mas lista para cocinar las prioridades, para hacer los trazos y dibujos, para asaltar la vida buscada, abriendo y cerrando las puertas, según toque. Fausto pivotando hacia los ocres y grises, y en triste. Estefanía, girando con la alegría y la vitalidad. Ayer, eran las seis de la tarde del primer día de este otoño que llegaba, y sonando “Carreteras infinitas”, Sidonie, desde la emisora de radio. A Fausto, que escuchó la canción en el Uora café de Toledo, el momento le arrastró hasta el otro himno de la banda, “Día de mierda”. A Estefanía, que escuchó la canción en el Azalde café, Zaragoza, la canción la empujó hasta el otro lugar de la banda, “Estáis aquí”. Rota la ruta de vida compartida, Estefanía y Fausto, ayer, volvieron al concierto de Sidonie. Dónde fueron felices juntos. Viernes. 12 de febrero. 2010. Arévalo, Ávila..

Sobre los colores de la vida.





Al verlos escribí en mi cuaderno, “No es lo mismo comerse la vida, creer que te comes la vida, o que la vida te coma…” con la música de “Noviembre”,Rulo y la contrabanda. Iban en el metro tristes. El, leyendo el libro, porque Estefanía ya no está, pero está lejos, en Zaragoza, con Ibai. Ella, Coral, con la mirada ausente, porque él ya no llama porque no quiere llamar. Se encontraron en la estación de metro Sol, hicieron juntos el vagón, bajaron en metro Chamartín, bajaron las escaleras y compartieron tren hasta Valladolid. Fueron desconocidos haciendo las vías de Madrid algunas horas. Ella con la sonrisa escondida detrás de paraguas, mochila y uñas verdes. Él con zapatillas verdes, sus pantalones vaqueros, los calcetines verdes, los slip verdes, su camiseta blanca estampada con las tres fotografías y la mochila negra. Yo iba en el metro y en el tren y seguí observándoles para escribír, “Liviano y absurdo, Fausto leía el libro para refugiarse en tristezas ajenas” con las músicas de “En tardes negras” Tiziano Ferro. Seguí mirándoles para escribir, “Fundían distraídos las ausencias que elevan los complejos con miradas por las ventanillas del tren”. Y escribí “Coral escuchaba las canciones que atrapé en mis papeles de inventor de historias”. Seguí anotando los apuntes para imaginar deseoso, queriendo aproximar sus distancias para un nuevo relato juntos, pero no lo conseguí. Este humilde constructor no hizo posible lo posible, poder escribir otro viaje, pero mas juntos. Ellos no se vieron. No se vieron en el metro. No se vieron en el tren. No se vieron en las escaleras mecánicas al final del trayecto. No se vieron atravesando el hall de la estación, Campogrande. Fueron invisibles.

Compartiendo las vías.





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El 30 de noviembre, hace ahora dos siglos, cuatro navidades, antes de mis siete millones de peticiones inútiles “para que vuelvas” estuvimos allí. El último día del penúltimo mes, 1500 cafés antes de ahora, estuvimos en Sevilla porque lo planeamos de repente con aquella forma loca e improvisada que éramos también. Su coche amarillo, la carretera, el hotel, el Llavise café, Jerez, el parque de María Luisa, Giralda, sus uñas de azul, los excesos de velocidad, la apuesta, la cama, nuestros despertares, el ascensor, los desayunos, las vistas desde el ventanal, Triana, sonámbulo, noctambulo, funámbulo, Guadalquivir, “Zero no, light”, los puentes, los excesos de felicidad, madrugones, dos noches prolongadas con acelerones, en la sexta planta, “¿Pero que inventas?”, maleta fusia, ropas de interior, los Pablos, sus canciones, los desayunos, enfados idiotas, su extravagante forma de seleccionar las noticias en los periódicos, puertas abiertas. Huíamos de los lugares comunes, de los mercadillos de ocasión, de las ofertas de temporada, de las promociones y de los descuentos. Dosmil y doce, viernes, me fue a buscar al portal de mi oficina cuando acabó la reunión, la una, comimos los sándwiches en el kilometro 30, frenazo brutal en el 48, cantamos por Antonio Orozco entre el 54 y el 77, café de carretera en el 85, pitidos del GPS anunciando radar también en el 96, giros equivocados, cambios de sentido, cruces indebidos, y ¡al fin!, la puerta del hotel, recepción, ascensor, habitación con vistas, y los juegos, previstos, necesarios, disfrutándolos, consecuentemente con consecuencias, experimentos aplicados de vida compartiendo intenciones, las nuestras que éramos juntos, Fausto y Estefanía, queriendo ser, también padres.

Habitación 645.





En las navidades del 2015 hicimos el 24, 25, 28, 30, 31, 5 y 6, ignorantes, no sabíamos que eran nuestras últimas fechas de un diciembre juntos. La noche de reyes la hicimos ilusionados, dejándonos llevar por la alegría que Ibai desbordaba, en la Cabalgata, en el Amalau café de Gran Vía jugueteando con el chocolate y los churros, antes de acostarse esperando dormirse para volver a despertar junto a sus regalos bajo el árbol. Nuestras últimas navidades del 2015 hablamos de una hermana para Ibai y completar lo que éramos. Hoy, en las navidades del 16, el último día de este año que querré olvidar de mi album de cromos, no he querido compartirlo con nadie, Ibai está contigo en Zaragoza, y con Raimundo . Esta noche nado en las aguas del desengaño con las canciones tristes, he elegido “El puente” de Marians, para la banda sonora del ahora, y me alimento con sandwiches de atun y mahonesa, pate de salmón y a las finas hierbas, lonchas, lonchas, lonchas, y queso de untar. Con mis zapatillas verdes, mis pantalones vaqueros, los calcetines verdes, los slip verdes, mi camiseta blanca estampada con las tres fotografías y mi mochila negra, hice las compras esta tarde para cruzarme con la felicidad oficial, en las calles, en las tiendas, en los locales para las provisiones, los suministros y las atenciones. De regreso, cargado con bolsas, ninguna de regalos, paré en el Amalau café para torturarme, sonaba, “24 K Magic”,de Bruno Mars, ambiente festivo desbordante en el local, como el año pasado, pero no me contagiaron su alegría.

La familia de Fausto.





Me deje liar por Arnaldo y Abraham, “Esta noche salimos Fausto, porque tenemos que darlo todo. Todo, todo”. Y así fue como hicimos juntos la noche muy fría de Madrid. Yo aun continuaba mas interesado por refugiarme en la tristeza y la decepción de la ruptura con Estefanía, entretenido a medias, entre lamentaciones y ocupaciones laborales. Para comenzar jodiéndome la noche sonó el “Sick of Love”, de Robert Ramírez, tres veces en dos horas, para tocarme los huevos, porque me trae recuerdos con los que no quería atraparme, pero la noche termino extraña, acabé con una tal Neus, en ocupaciones olvidadas, acariciándome también el ego y para recordarme que hay vida, aunque rara, en otras noches de sábado. A Arnaldo y Abraham les abandonamos a las 4:26 en el Amalau de Chamartin, y nosotros salimos a por la moto. Bajábamos, Neus y yo, por Castellana, acalorados pero con frio, giramos en plaza Colón hacia Genova destino a mi piso, afortunadamente ordenado “por si acaso”, madrugada en la calle Alonso Martínez, Sagasta, Bilbao, Fuencarral, Divino Pastor, y yo analizando la novedad, estimulante pero perturbadora, de sentirme acompañado y abrazado por una desconocida, en nuestra moto. Era también la primera vez, aun en los duelos. Luego, en el momento de nuestra intensa intimidad improvisada, sonó “Haizea”, de Ken Zazpi, y los otros temas, porque quise que me recordaran lo que fueron aquellas vacaciones en Donosti, con la otra ella. Yo con mis zapatillas verdes, mis pantalones vaqueros, los calcetines verdes, los slip verdes, mi camiseta blanca estampada con las tres fotografías y mi mochila negra.

En nuestra moto.





No conviene bailar merengue en los pasos de cebra porque puede embestirte alguna lagartija”, me dijiste a las 13,45, los dos sentados en la mesa cuatro de la cafetería Azalde, y de fondo sonando por cadena Dial la nueva canción de Alex Ubago, “Míranos”. A las 15,45, dos horas más tarde, yo estaba en la dársena 9 de la estación de autobuses de Zaragoza para regresar de nuevo a Madrid después de pasar por la consigna 39 para recoger mi mochila, pensando en lo preciosa que sigues siendo, en el daño que nos estamos haciendo, en lo bien que te sienta la blusa rosa que me encantaba quitarte, en lo que quisiste decirme con tu maldita frase, pensando en nuestro hijo que se queda contigo, latigado por la puta canción de Alex que se ha instalado en mi cabeza para sonorizar esta mierda de momento de vida porque soy un gilipollas que te sigue amando y se resiste a cerrar lo que tu has aband0nado. “No conviene bailar merengue en los pasos de cebra porque puede embestirte alguna lagartija”, me dijiste a las 13,45, y yo te amo. Y entre frenar enero y bailar marzo hoy también me lo recordaste, “Fausto” los sábados no circula el bus de la línea 7″. Y yo, alejado de mis negocios y facturaciones de lunes a viernes, te susurre suplicándote como uno de esos imbéciles enajenados que no quieren rendirse, “Estefanía, lo sabes, prefiero muy caliente el agua para la ducha, y las sábanas sin dibujos, naranjas o verdes a poder ser”. El bus arrancó puntual, a la hora prevista, la marcada en el billete y en cada uno de los paneles electrónicos de la estación y en los horarios impresos, coincidente con la información disponible en la página digital de la compañía, y yo allí, juzgado, condenado, encarcelado, y yo allí, con mis zapatillas verdes, mis pantalones vaqueros, los calcetines verdes, los slip verdes, mi camiseta blanca estampada con las tres fotografías y mi mochila negra.

En la dársena 9.





Conocí a Consuelo y Adela porque son las mejoras amigas de Inés, la farmacéutica, la mujer de Borja, la madre de Alejandro y David, los que viven en Malasaña. Esa tarde de viernes Inés no trabajaba, Borja si, los niños con los abuelos y ella me invitó, muy generosa por su parte para que la acompañara de compras. Ella muy astuta nos cito a los tres, pero a mi Consuelo y Adela no me interesan absolutamente nada. Consuelo y Adela son encantadoras, atentas, simpáticas, educadas, muy buena gente, con un interior maravilloso, solidarias, buenas tías, porque lo son y porque tienen sobrinas, libres porque no tienen hijos, conversadoras, generosas, muy amables, las mas amigas de sus amigos, sensibles, inteligentes y trabajadoras, pero no me interesan nada. “Fausto, estás son Consuelo y Adela, ya te hable de ellas”, y caminamos por Gran Vía en dirección al Amalau café, como si nos conociésemos de toda la vida. Era 24 de febrero, dos meses después de la última nochebuena, y diez antes de la nueva, y soba por el hilo musical “Súbeme la radio”, el tema recién estrenado de Enrique Iglesias. Yo estuve muy simpático también, seductor como soy, transparente porque conté mi ruptura con Estefanía en un relato anestesiado, y debi ser tan cautivador que Adela me pidió mi teléfono y a las diez de la noche, veinte minutos después de despedirnos ya tenía un whatsapp suyo enviándome uno de esos memes sobre los horizontes de la vida para los días de tempestad. Y diez días después seguimos en contacto a través de esta nueva sicología positiva rápida de whatsapp que ella me envía y yo respondo, amable. Ella no me interesa en absoluto, y para lo otro, no puede ser, es amiga de Inés.

Adela y Consuelo.





Diez minutos después del segundo orgasmo nos levantamos de la cama, tú pusiste la lavadora pero te olvidaste de meter mi camiseta blanca estampada con las tres fotografía, yo limpié bañera, retrete, lavabo, y fregué el suelo del baño, planché veinte minutos, tú comenzaste a preparar el cocido de garbanzos, esta vez sin grasas, cambiaste las sábanas y pasaste el trapo por los muebles del salón. Diez minutos después del tercer orgasmo nos duchamos, nos vestimos, y fuimos a recoger al niño que estaba en casa de tus padres porque habíamos estado de fiesta la noche anterior, por ahí, y volvimos al Amalau café por enésima vez. Sonorizamos los actos y los hechos con las canciones de Miss Caffeina, porque si. Con mis zapatillas verdes, mis pantalones vaqueros, los calcetines verdes, los slip verdes, mi camiseta blanca estampada con las tres fotografías y mi mochila negra regresamos a casa a las dos y media. Nos comimos los garbanzos y pasamos a hacer la siesta los tres, hasta las seis. A las seis y media bajamos al garaje para coger el coche , íbamos al cine para ver una de esas pelis infantiles de la factoría Disney que nos manipulan tanto. “Venimos” de Miss Caffeina sonó en el coche yendo. “Venimos”, sonó viniendo. Cenamos ensalada y hamburguesas, pusimos la tele un rato, Ibai ya dormido en su cuarto, tú y yo nos fuimos a la cama a las 10 y 11 . Diez minutos después, dormíamos también.

Aquel domingo.





Nos encontramos con Fausto y Estefanía en el concierto de “Gritando en silencio”, en la sala Penélope, el 20 de marzo de 2015. Lo recuerdo bien porque era viernes y era el cumpleaños de Maider. Lo recuerdo por el entusiasmo de Estefanía en el encuentro, “¡Eloy! Yo la conocía porque era una de las encargadas de llevarnos los asuntos legales de la empresa, no mas. Nos presentó a Fausto, les presente a Maider, nos presentamos todos, y continuamos la noche, por nuestros lados. Por aquello de las patologías profesionales la estuve observando, con distancia, durante todo el concierto, y me sorprendió su excitación cantando y bailando “Vértigo”. Luego supe que eran padres, luego supe que habían roto, luego supe que Estefanía había abandonado su trabajo y que ahora vivía en Zaragoza con el niño y su nueva relación. Por aquello de las casualidades profesionales, ahora mi empresa y la de Fausto, también se tratan. Por aquello de las complicidades que también se tejen en los lugares de las facturaciones y las producciones, Fausto y yo nos hemos tomado tres cafés en lo que va de año, y he ido conociendo. Hay canciones que sirven para comprender las rupturas, los cierres, los abandonos, los desencuentros. “Vértigo”, explica el final de Fausto y Estefanía.

El viernes aquel.





Cuando Marian y Fausto abrieron los ojos, seguían siendo dos extraños que apenas se conocían desde el jueves, compartiendo la habitación 316 del hotel Ozoe, frente a un televisor encendido, bajo unas sabanas desnudos. Marian, con su ropa por el suelo, Fausto, correctamente doblada y ordenada sobre la mesa, junto a su ordenador portátil y la mochila negra. Los matices y los detalles ya explican los formatos de esto. Ayer Marian y Fausto, a las once, se encontraron en el Kuztole café. Fausto la invito a sentarse juntos, a compartir mesa en la cristalera principal. Lo hicieron y se rieron. Era la una, ya después de dos horas de palabras, y Fausto propuso a Marian continuar en su habitación. Marian, no acostumbra a usar de estos encuentros rápidos, pero eran vacaciones, primavera, abril, Semana Santa, Fausto, y era Toledo. Unas horas después abrieron los ojos, se rozaban, ya se conocían mas y por la tele sonaba Second, “Mas suerte”. Ya sabían los dos que no era aquello lo que andaban buscando. Había estado bien. Habían estado bien. Conveniente, adecuado, interesante, memorable, tierno, intenso, pero incompleto y frágil. Fausto ausente se vistío para vigilar desde el ventanal de la habitación, la plaza del Zocodover. Con sus zapatillas verdes, sus pantalones vaqueros, los calcetines verdes, los slip verdes, y la camiseta blanca estampada con las tres fotografías. Marian se vistió para bajar a su habitación, para ducharse, para vestirse preciosa y elegante . “Espera Marian”, susurró Fausto, y Marian se detuvo. “¿Puedo besarte?”. “Claro que puedes”. “Te veo a las diez y cuarto en el café Kuztole”.

El capítulo 14.





Estaba tirado en el sofá, este jodido lunes, cansado de soportar insoportables, forzadamente contento porque todo puede ir a peor, y comencé a escribir porque no tenia nada mejor que hacer y las canciones de Funambulista me aportaron los detalles para arrancarme en la historia pensada en ti… Escribí “tirado”, pero no es verdad, realmente estaba sentado frente al televisor entreteniéndome a ratos con una serie, a ratos con un teleconcurso, a ratos con uno de esos programas de política, o de actualidades de las tripas, el corazón o los sucesos. Escribí “cansado”, pero no es verdad, realmente estaba aburrido y triste, esas si son las palabras exactas para describir la situación, desencantado, desprovisto del antídoto para la decepción. Escribí ” comencé a escribir”,pero no es verdad, realmente continué frente al televisor perdiéndome, esperando, porque ya me cansé de escribirte lo que no leerás, me rendí definitivamente. “Me llamo Fausto, y yo tenía una vida con Estefanía, pero ella decidió cansarse de nosotros y cerró los episodios de esta serie de capítulos que éramos. Ahora ella vive en Zaragoza con nuestro hijo Ibai, y con él. Yo a veces me entretengo explorando para encontrar en nuevos lugares lo que se ha derrumbado. Me llamo Fausto y era un tipo con éxito”.

Éxito.





Hice las vacaciones de julio, en casa de un amigo de Vitoria, en la plaza Zaldiaran, cerca de las calles Gorbeia, Badaia, la última semana, muy cerca de todo. Y para las postales de estos días, el “Aske Maitte”cantado por Gatibu, “Aske bizi…” Él me dejó las llaves de su piso porque viajaba a Berlín con su novia, y yo hice los días, las tardes, las noches, para explorar las calles que pisaba por primera vez. También los cafés. Hay lugares iniciáticos, inspiradores, provocativos, agitadores, y las plazas de Vitoria lo querían ser. “Fausto, te repites“, me dije con mi voz interior, en la plaza Aldabe. “Es cierto”, le conteste. “Fausto, te repites“, instió en el tranvía, y en la plaza de San Martín. “Te repites, te repites mucho”, susurro en la plaza de los Fueros. “Eres repetitivo”, exclamó burlándose de mi en la plaza del Machete. “Vas siempre en repetido y automático”, grito en la plaza de la Virgen Blanca. Y así en repetido, los siete días que estuve en Vitoria. Quedé con Nerea y Edorta en el Nekue de la calle Gorbea y el asunto de las repeticiones, en nuestra conversación. Cogía el tren de regreso a Madrid, el domingo, y repitiéndome. Yo con mis zapatillas verdes, mis pantalones vaqueros, los calcetines verdes, los slip verdes, mi camiseta blanca estampada con las tres fotografías y mi mochila negra.

Plaza Zaldiaran.





En cuanto llegué a mi piso, dejé la maleta en el salón, junto a la butaca verde. Me quede un rato raro allí, en mitad de la habitación pintada de azul, cielo, con mis zapatillas verdes, mis pantalones vaqueros, los calcetines verdes, los slip verdes, mi camiseta blanca estampada con las tres fotografías y mi mochila negra. Mirándome frente a los espejos del salón, vacié la mochila negra y las cosas de mis bolsillos del pantalón. “Fausto, te repites. Te repites, te repites mucho. Eres repetitivo. Vas siempre en repetido y automático. Repetitivo. Repitiéndote”. “No recuerdo una antihistoria mejor de contenido incierto” cantaba “Love of lesbian” por mis auriculares, en “Los días nos vividos”. Eran las siete y media de la tarde, mas menos cuarto que y treinta. Domingo. Fui a la nevera para encontrarme con un refresco y refrescar mi vuelta a las rutinas, “de naranja por favor”. Fui al dormitorio para revisar en el armario la ropa disponible. Mirándome frente al espejo del armario. Fui al baño para lavarme las manos. Mirándome frente al espejo, observado por los rollos de papel higiénico. Volví al salón para abrir la puerta del balcón que da a la calle. Y me desnudé, iniciático, salvaje, total. Y lancé a la calle mis zapatillas verdes. Y mis pantalones vaqueros. Y los calcetines verdes. Y los slip verdes. Y mi mochila negra. Y mi camiseta blanca estampada con las tres fotografías. “No recuerdo una antihistoria mejor de contenido incierto” cantaba “Love of lesbian” por mis auriculares.

“Los días no vividos”.





Cuando cayeron desde aquel balcón las zapatillas verdes, los pantalones vaqueros y los calcetines verdes, los slip verdes, la mochila negra y la camiseta blanca estampada con las tres fotografías nosotras pasábamos por debajo de allí. Subíamos por esa calle en dirección a metro Tribunal. Por la calle de la Palma. Regresábamos con prisa porque se nos había hecho tarde y queríamos estar en casa no mas tarde de las once y teníamos el coche aparcado por una de las calles de allí arriba. Cuando vimos a aquel chico desnudo unas décimas de segundo, arrojando, no exhibiéndose, la escena pintoresca, divertida, única, no nos detuvo, y continuamos nuestro recorrido hacia el coche. Miento. Nos detuvimos próximas al final de la calle para observar lo que ocurría. ¿Se arrojaba él? No. ¿Se acompañaba el momento de gritos? No. ¿Ocurría algo más? No. Miento, las personas que subían la calle por detrás de nosotras, reaccionaron. Colgaron los slip y los calcetines, verdes, los pantalones vaqueros, la mochila negra y la camiseta blanca, en la persiana del local colindante. ¿Regresaba el actor al balcón de los hechos? No. ¿Se asomaba alguien por la ventanas o balcones del edificio? Tampoco. ¿Se aproximaba algún vehículo policial a la calle? No. Los diez minutos que permanecimos allí, esquina Fuencarral, nos quedamos con las ganas de más. Yo saque de mi bolso la libreta y apunté la dirección exacta del lugar. ¡Ya veremos” me dije.

Un domingo cualquiera.





Subíamos por la calle de la Palma, veníamos de nuestro hotel, el Ozoe, y por delante de nosotros volaron aquellas zapatillas verdes, los pantalones vaqueros y los calcetines verdes, los slip verdes, la mochila negra y la camiseta blanca estampada con las tres fotografías. Llegaban desde el balcón del edificio. Marta y yo subíamos discutiendo porque una vez mas no nos poníamos de acuerdo en los planes para las próximas horas.Distantes y frios, peleando, desencontrandonos, como casi siempre. Una secuencia habitual, dolorosa, inútil, absurda, agitando nuestra infelicidad. Aquella tarde, ella quería cenar “en un chino”, “yo en un italiano”, y todo lo demás. Afortunadamente habíamos conseguido ponernos de acuerdo para escapar cuatro días y tres noches de Valladolid, y hacer un fin de semana en Madrid, juntos. Un plan simple, pero afortunadamente, algo acordado y planeado juntos. Los slip verdes que vinieron del cielo, por casualidad, como los míos, exactamente iguales, de “Punto Blanco”, pero Marta, ajena a los detalles de mis intimidades, no lo advirtió. Tampoco se fijo en el grupo de cinco chicas que subían por delante de nosotros. Tampoco observó a la familia que venía detrás, un matrimonio y sus dos hijos. A veces necesitamos sucesos estúpidos, extraordinarios, para concluir, para abrir o cerrar. “Que difícil es todo”. En ese momento de los slips verdes arrojados al vacio, en ese preciso instante,yo decidí dar por acabado lo mio con Marta. “¿Qué te pasa Míguel?” preguntaba ella el resto de las horas que hicimos juntos nuestro último fin de semana aquel. En mis neuronas Sidecarss, cantaba repetidamente “Los amantes”.

Punto y final.





Fue en nuestros días de vacaciones en Madrid, a los crios les pareció divertido, pero a mi, en un primer momento, me asusto. Me asuste al ver tirar desde aquel balcón las zapatillas verdes, los pantalones vaqueros y los calcetines verdes, los slip verdes, la mochila negra y la camiseta blanca estampada con las tres fotografías. Me coloqué en el papel de madre defensiva interpretando que aquello sería el inicio de una escena nada recomendable para menores. Me equivoqué, porque allí no ocurrió nada más. Mi esposo, que si miraba a las musarañas del cielo, si pudo ver unas décimas de segundo, al joven, desnudo, arrojando a la calle los objetos, imaginamos que personales. Aquello que allí ocurrió y que presenciamos algunas decenas de personas, no más de 30, generó la curiosidad de nuestros chiquillos que dedicaron el resto de la tarde a inventar los contextos del acontecimiento. Las circunstancias nos impidieron reconocer el auténtico, y mientras los canijos inventaban la trama del suceso, nosotros, también curiosos, planteamos la formula para averiguar lo ocurrido allí. Es ridículo, lo confieso, pero dos horas mas tarde, mi marido paso por el lugar en busca de pistas para nuestra investigación, desafortunadamente, sin éxito. Allí continuaba todo colgado de la persiana,los ocho objetos, junto al portal de los hechos, y la calle continuaba, transitada y en calma.

Inventar.





(24 de agosto, 2017) Para reconciliarse con uno de sus pasados, Fausto visitó a sus padres, de vacaciones en Arévalo. Llegó el jueves por la tarde, marchó el domingo, fueron cuatro días para transitar las calles que recorrió desde los primeros años de vida, cuatro años después de la última vez que estuvo allí con Estefanía. Los padres de Fausto habían comprado esa casa un año antes de que este naciera, como uno mas de los planes pensados para ordenarlo todo, y los paisajes del lugar almacenaban para memorizar cada una de las etapas anteriores de su vida: de bebe y de niño (sin apenas recuerdos), de adolescente, de cuadrilla y compañeros, de joven, de parejas, de miedos y sustos, de ansias y expectativas, procesos, proyectos, esfuerzos, de aproximaciones…. La casa de los veranos, de los fines de semana, también de las aventuras. Después de su ruptura con Estefanía volvía para reconciliarse y volver a su vida anterior a ella, a los episodios y las secuencias de su serie personal de vivencias que allí ocurrieron: íntimas, intensas, creativas y creadoras, divertidas, excitantes y apasionadas, lamentablemente fugaces. Con ellos. Con ellas. Para recuperarse y recuperarlas, en esos cuatro días quiso recordar las historias sentidas dentro de las cuatro paredes de la casa y de su habitación, de las calles, las plazas, los otros sitios. Para componer una especie de biografía de vida, de manual de usos y circunstancias. Para terminar elaborando una colección escogida de diez escenas que se comprometió a escribir con cada uno de los detalles.Llegó el jueves, con las zapatillas grises, los pantalones cortos blancos, sin calcetines, los boxer naranjas, la camisa de cuadros y la mochila gris.

En Arévalo.





Marta y Miguel.





Te conocí en la calle de Panaderos. En el café de Bolís. Había ido con José Manuel a la tienda de al lado, alimentación Heras, en busca de latas de conservas para llenar la depensa. Conservas de sardinas y de bonito, si quieres todos los detalles. Tú estabas con tus tres amiguitas de siempre, las de la universidad. Yo inseguro, inútil y patán te regué con mi cerveza al pasar. El 80% de la cerveza empapó tu chaqueta roja pero tú no te enfadaste como yo hubiese hecho. Fui pesado, pesado y pesado pidiéndote disculpas. Tan pesado que se cambiaron los papeles y fuisté tú la que se preocupó por mí. ¿Por cierto cómo te llamas? Miguel ¿Y tú? Marta El jueves 4 con el pretexto de devolverte la chaqueta que llevé a la tintorería, quedamos para tomar un café en La oficina. El viernes 12 nos tomamos unas tapas en el Dos de mayo. El sábado 20, hamburguesas con patatas en el Gigantes. El sábado 27 la ruta fue mas larga y cerramos la noche en el hostal Astorga. El fin de semana siguiente lo hiciste en mi casa. Después, 48 semanas de relaciones hasta que yo me equivoque con lo de Elvira. 19 días después yo te lo conté. Esa noche me gritaste que todo había acabado. El viernes 24 de noviembre quedamos para tomar un café. Han pasado 39 semanas desde entonces y no veo como resolver esto para que vuelva a ser lo que era.

Marta y Miguel.





Miguel. Me has pedido que te haga una redacción de doscientas palabras con la música del Libre ya de amores de Miguel Bose para que exprese lo que me habita. Y escucho la canción por los auriculares Philips que me regalaste mientras escribo. Me gustan mucho estos juegos infantiles que a veces nos proponemos. Y pasa el tiempo pasa y lo que pasa pasa una y otra vez. No es primavera. Será que me he hecho inmune a las largas parrafadas que confunden y aturden y nada expresan. Culpa. Será que el invierno aun no me trajo la confianza para creer y apostar. Y aun no he descubierto las claves sobre las que dibujar planos y poner ladrillos y levantar este edificio. Sobrenatural. Al menos hoy me permito decir que en estas líneas van retazos de sinceridad. Alegría. Será que la pereza de abrirme una vez más al riesgo de caer y sufrir activa mi maquinaria de prevenciones y cautelas. Será que no hay palabras suficientes en el diccionario para recoger la confusión y que tengo que aprender. No puedo aun. Giro y tomo aire pero siguen los temores porque no soy libre. Sigo aquí sentada enganchada al minuto anterior en que todo ocurrió. Porque me dolió. Marta.

Marta espera a Miguel.





Sentado en un banco de la plaza del Caño Argales vigilo lo que ocurre a mi alrededor sin ningún disimulo. Tal cual pareciera que tras la observación redactaré un minucioso informe dirigido a las autoridades competentes. El autobús. La entrada a la farmacia. El paso de cebra. Calzados Lobo. Los cruces de la plaza. Siete personas sentadas en bancos. En los auriculares suena un viejo tema de Luz, A cada paso que doy. Tal cual pareciera que la canción a modo de banda sonora formase parte de la secuencia de la película: “Valladolid 1.4”. Son las 18,30 de la tarde, y ya realizadas todas las tareas anotadas en la agenda para la jornada de hoy. A cada paso que doy se incrementan mis dudas. Mañana más. ¡Y Marta que no llega! No es posible gestionar sonriendo esta ansiedad en la espera.

Miguel espera a Marta.





Vivo estas semanas en Valladolid, en mi piso de la plaza circular. Sonaba “Supermujer” de Georgina ayer, en el café El Parque, el de la plaza, mientras esperabamos a Marta y Miguel . Yo rumiaba la palabra del día, “decepción”. Se fueron, y después de dos horas con ellos, continuaba dándole vueltas a la palabrita. En el portal, eran las diez, Mila me preguntó por las historias de Marta y Miguel. “Complejas” le conteste. Cenamos bocadillos de embutidos y después de cenar Mila se enamoró del sofá pero yo preferí salir a encontrarme con las plazas de Valladolid. En la plaza del Caño Argales me cruce con Marta de nuevo, casualidad. Sonaba “Rara” de Georgina por mis auriculares. De nuevo la sentí maniquí, vacía y herida. Yo continué mi viaje hacia la otras plazas. A la altura de la plaza de las batallas me pregunte por mis historias. “Complejas” me conteste. Sonaba “Se dejaba llevar llevar” de Antonio Vega. Se me ocurrió pensar que sobrevivir es luchar contra la decepción pero no tenía la noche para filigranas filosóficas. Porque a los aventureros patológicos, a los placeres por las búsquedas en los retos y desafíos nos acompañan los duelos por la mediocridad. Pensé en la tristeza de Marta , conectado con ella y volví a la plaza Circular, enredado en mis bucles. Pensé en mi amor por las plazas circulares y decidí abrir un inventario. Ya eran las doce. Tarde. Porque hoy quería levantarme pronto para contarte.

Las plazas (1).





Desde que Marta y Miguel viven juntos en la calle Ferrocarril, hoy es la sexta vez que ella compró un test de embarazo en la farmacia de la esquina, calle Estación. Hoy tampoco. Llueve en Valladolid, el pan lo compran en la plaza, los periódicos en la otra esquina. Instalados en la rutinaria mediocridad sin sobresaltos, en el Vanoa café de Valladolid, Marta y Miguel, junto a un café, resuelven los detalles para los muebles nuevos, los de la cocina. Tienen hasta las siete y media, porque a esa hora quedaron con Coral, en el café Vanoa de la calle Labradores, y a las nueve de la noche hay que estar en casa para cenar. Respecto a la elección de los muebles de la cocina, tal como siempre, los criterios de Marta y Miguel diferentes. Muy diferentes. Abono para las discusiones, las peleas y los enfados, los propios que les llevan a negarse la palabra y a convivir como extraños durante durante uno, dos o tres días. Nada nuevo. Como dice Maider, “los enganches que soportan las parejas, a menudo son de ciencia ficción”. Como dice Ezequiel, “¡qué manera de enloquecer la cotidianidad!” Como dice Irene, “Ahora, en las vidas que quiero todo es mas fácil y con mas sentido”. Total, eran ya las siete y media, aun en el Vanoa café, sonando una de mis canciones preferidas, Sugar, ellos sin oírla , y discutiendo agriamente sobre las tonalidades de la encimera. ¡Como si les fuera la vida en ello!

Las tonalidades de la encimera.





Miguel y Marta también estuvieron en Toledo. Llegaron el jueves a las once. Desde Valladolid. Para ocupar la habitación 318 del hotel Ozoe. Primero visitaron el Alcázar y el Museo del Ejército. Luego Museo de Santa Cruz. De ahí a la Catedral. En la plaza de la Magdalena hicieron un descanso con unas cañas y lo demás. Se colaron en algunos patios y tomaron fuerzas como degustadores de mazapanes. A las cinco 30 visita a la iglesia de Santo Tomé y a las seis, visita al museo del Greco. El segundo día, a las diez, visita a la Sinagoga del Tránsito y el Museo Sefardí, y los callejones de la Judería, y la Sinagoga de Santa María La Blanca. Y para cerrar la mañana, el monasterio de San Juan de los Reyes. Comieron en el Ondoren, tomaron café en el Goiztiri y para hacer la digestión hicieron las puertas: Cambrón, Bisagra, la del Sol y la de Alarcones. Antes de volver al hotel para dormir vieron Toledo desde el parador. Eran las once y Marta se cepillaba los dientes. Ajeno Miguel a sus pensamientos. Marta concluyo que lo suyo con Miguel no era amor, era una antigua relación de amistad acompañada, vestida con algunos adornos, disfrazada de matrimonio, pero anodina y aburrida. Dormían a las 5,18 de la madrugada cuando les despertó la canción. Sonaba desde la habitación 317. Sonaba desde la habitación 317. “Vente Pa´Ca”,Ricky Martin.

48 horas.





La noche del martes que nos peleamos, yo escuche ochenta veces, preocupado, la séptima de tus canciones favoritas. “Lo que no ves”, Pol 3.14 Yo llegué contento de mi reunión de trabajos, pero tú y yo estábamos enredándonos a mal desde el domingo por la mañana. En mitad de los gritos frenéticos me invitaste a marchar y a dormir en casa de mis padres, recordé tus palabras en el café Vanoa, me dolieron otra vez, te hice caso y abandone, destino a cualquier otra parte que no fuese ese lugar en destrucción. Esa noche del martes escuche también “Bipolar”, en mi cuarto adolescente, esperando no cantar los días siguientes, el “Mala vida” de Nouvelle Vague, mas sensible, delicado y sugerente. Yo continúe dialogando conmigo mismo. Y me dije, “si la mujer con quien duermo no me cree, tal vez este durmiendo con la mujer inadecuada”. Y me dije, “lo reconozco…a testarudo no me gana nadie”. Y me dije, “hay otros lugares”. Y me dije, “problemas tenemos todos”. Y me dije, ” ella es de mucho lirili y poco lerele”. Y me dije, “siempre fui poniendo parches”. Y me dije, ” practicaré el silencio“. Y me dije, “ya lo sabes pero lo olvidas”. Y me dije, “no conviene revolver en las cajas de recuerdos cuando eres alérgico al polvo”.

El martes de Marta y Miguel.





Subíamos por la calle de la Palma, veníamos de nuestro hotel, el Ozoe, y por delante de nosotros volaron aquellas zapatillas verdes, los pantalones vaqueros y los calcetines verdes, los slip verdes, la mochila negra y la camiseta blanca estampada con las tres fotografías. Llegaban desde el balcón del edificio. Marta y yo subíamos discutiendo porque una vez mas no nos poníamos de acuerdo en los planes para las próximas horas.Distantes y frios, peleando, desencontrandonos, como casi siempre. Una secuencia habitual, dolorosa, inútil, absurda, agitando nuestra infelicidad. Aquella tarde, ella quería cenar “en un chino”, “yo en un italiano”, y todo lo demás. Afortunadamente habíamos conseguido ponernos de acuerdo para escapar cuatro días y tres noches de Valladolid, y hacer un fin de semana en Madrid, juntos. Un plan simple, pero afortunadamente, algo acordado y planeado juntos. Los slip verdes que vinieron del cielo, por casualidad, como los míos, exactamente iguales, de Calvin Klein, pero Marta, ajena a los detalles de mis intimidades, no lo advirtió. Tampoco se fijo en el grupo de cinco chicas que subían por delante de nosotros. Tampoco observó a la familia que venía detrás, un matrimonio y sus dos hijos. A veces necesitamos sucesos estúpidos, extraordinarios, para concluir, para abrir o cerrar. “Que difícil es todo”. En ese momento de los slips verdes arrojados al vacio, en ese preciso instante,yo decidí dar por acabado lo mio con Marta. “¿Qué te pasa Míguel?” preguntaba ella el resto de las horas que hicimos juntos nuestro último fin de semana aquel. En mis neuronas Sidecarss, cantaba repetidamente “Los amantes”.

Punto y final.





Celia.





Celia vive en la Avenida de la Paz, y ayer estuve con ella. Me dijo que está aburrida, muy aburrida. Triste, cansada, derrotándose. Le pregunté por qué. Me dijo que no encuentra lo que busca. Le pregunte si busca bien lo que persigue. Lo dudó. Me respondió que no sabía. Yo luego pensé que quizás carga en la mochila la edad, aquel despido laboral, los fracasos, las traiciones, el manejo de expectativas nada realistas, la separación, el cancer de piel, la muerte de su hermano, su abuela, su padre, el nido vacío, la repetición diaria de la cama para hacer, las facturas abusivas, los desencantos, el ritmo frenético deshumanizado en la oficina buscando acelerada incrementar las facturaciones y los rendimientos…Yo luego quedé con Carmela, con su cuadrilla, y allí todo eran alegrías, éxitos y planes y terminamos como siempre, en noche de tapas y cañas, riéndonos a carcajadas, insultándonos sin maldad, y alargando la noche del viernes. Carmela y no nos fuimos a las doce, teníamos planes mejores en sus aposentos, que ya son bastante míos, vamos avanzando, porque me ha reservado un lugar en la balda tercera de su armario. Dice Carmela que no le gusta la canción de Guaraná, “¡Ay Carmela!”.La de Logroño.

Celia, Carmela.





Me puse a comprar compulsivamente para gastarme usando la tarjeta de crédito y así acumulé doce compras en menos de una hora, fueron doce las tiendas y cinco bolsas conteniendo cada una de ellas estúpidas expectativas de felicidad. Ni tan siquiera fugaz. El paseo de adquisiciones por la Gran Vía Juan Carlos I fue también un encuentro con las canciones que sonaban en las localizaciones de ventas. “El corazón me arde” cantaba Andrés Suarez en el hilo musical de la farmacia, yo me sigo llamando Celia y pagaba la crema. “Siempre brilla el sol” de Lori Meyers inspiró mis compras de cacharrería para la estantería del salón. Fui apuntando en mi cuaderno de bolsillo las canciones que me encontré. “Algo especial” me cantaba Antonio Flores, yo comprando otro libro que no leeré. “Pajaro Sunrise – Kinda Fantastic” subió mi serotonina, también las palabras de amabilidad de la cajera-vendedora. Desde las nueve, cuando salí a la calle, yo ya estaba revuelta y con ganas de pelea, frágil y absurda, enfrentada con todos y con todo, paralizada, indispuesta para cambiarme nada. El “Nunca es suficiente” de Natalia Lofourcade me amargó la compra de las bragas y el sujetador. “A un minuto de ti” cantaba Mikel Erentxun con Leiva, y yo atontada sonreí, susurrando la letra para cerrar el circuito de pagos. “No me rendiré. Mientras se muevan los dedos de mis manos al escuchar canciones”, escribí en el cuaderno de apuntes, junto al café, en el Loian. “No sé distinguir entre besos y raíces. No sé distinguir lo complicado de lo simple”, me dijo “Heroes del silencio” con “La chispa adecuada” .

Sensibilidad sin sentido.





Hector y Carmela.





Carmela vive en el segundo izquierda, calle Jorge Vigón. Tiene un piso con dos habitaciones muy grandes, salón, cocina y un aseo grande con ducha. El pasillo, pequeño, color naranja. La cama del dormitorio con un cabecero rojo, en una habitación con cuatro paredes grises, pero amables, frescos y alegres, dos mesillas, y un armario inmenso, y un cuadro gigante, también enmarcado en rojo con la fotografía de una playa, frente al cabecero de la cama. El dormitorio de Carmela tiene un balcón con vistas a la calle Jorge Vigón, es pequeño. Cuatro puntos de luz sobre el techo regulan la luz del dormitorio manejando cuatro intensidades. Conozco cuatro nórdicos, dos edredones y una colcha de esa cama de 1,50 Son granates, azules, verdes y naranja, sin estampados ni dibujos. El suelo es de madera, las cortinas de un gris ligero, se confunde aparentando blanco. En cada lado de la cama, sobre las mesillas, y junto a la puerta, los interruptores de la luz. No Hay lamparas sobre las mesillas, tampoco alfombras. Las sábanas siempre combinando con el color de los nórdicos, edredones y colcha, sin estampados ni dibujos. Carmela duerme frente al cuadro de la playa, al lado derecho de la cama, junto al balcón. Yo duermo, cuando me deja ocupar su cama, frente al cuadro con el mar y el horizonte con un barco, al lado izquierdo, junto al armario inmenso que esta junto a la puerta de entrada al dormitorio. Carmela no me deja dormir desnudo en su cama. Ella tiene una colección de pijamas que combinan con el color de las sábanas, los nórdicos, los edredones y la colcha. Sobre cada una de las mesillas un radioreloj. Es despertador. El que esta junto al armario y que ahora es el mio, marca tres minutos más que el otro. Hoy para despertarme a las nueve, sonó el cd de Ketama, “No estamos locos”.

Su piso de la calle Jorge Vigón.





Yo vivo en el tercero derecha de la plaza primero de mayo, y me llamo Héctor, y soy el novio de Carmela desde ayer, y también soy amigo de Marino, y por consiguiente, también amigo de su novia Casandra. Por cierto, te cuento también, Carmela y yo estuvimos el fin de semana pasado en Santander, en el piso de Casandra, con ellos, que me dicen que te diga que les va todo muy bien y que ya te contará Mikel mas en detalle un día de estos. A lo que iba, aquel fin de semana nuestro en Santander sirvió como acuerdo pre-contractual de la decisión de ayer, anunciar pública y oficialmente sin rodeos, con las formas de antes, que somos pareja. Más que nada por dejar claro que esto nuestro va con intención de seriedad, aunque el tiempo ya lo pondrá en su lugar, esperamos que sea para bien. Más que nada porque Carmela y yo hemos sido de muchas idas y vueltas, y roces, con tipas, tipos, tipejas y tipejos, y conviene marcar las diferencias en esto de ahora con voluntad y entusiasmo. Lo de la pasión y el deseo es otra cosa, y tampoco nos falta. Ahora que Carmela y yo somos una voluntad de proyecto, o un pre-proyecto, creo conveniente aclarar algunas cosas que aún son duda, y a la elaboración de esa lista de indefinidos me he dedicado en mi momento café de las doce, en el Loian, mientras Carmela resolvía algunos asuntos sin mi presencia.

En la plaza Primero de Mayo.





Marino, Casandra.





La mañana de domingo que Marino Pérez conoció a Casandra López en el café Amalau de la Gran Vía, Madrid, ambos dos disfrutaban de un fin de semana. Marino Pérez con sus amigos, alojados en el hotel de Legazpi. Casandra López con sus amigas, alojadas en el hotel de Malasaña. El encuentro fue casual y divertido. Casandra, superada por la despedida de soltera de su amiga, se sintió provocada por la camiseta de Marino. Una de esas escenas típicas de las celebraciones colectivas desatadas. La camiseta de Marino, con un creativo dibujo personal de su propia autoría, él mismo, y en desnudo completo. La provocación de Casandra, interrogarle intensa y detenidamente sobre diversos aspectos relacionados con el dibujo. El resultado de la fluida conversación entre ambos en el café, una suma de intercambios. De los números de teléfono, de whatsapp la semana posterior, de un fin de semana en Burgos, en el piso de Marino, de un fin de semana en Santander, en el piso de Casandra, de otro fin de semana en el piso de Marino en Burgos, de otro fin de semana en el piso de Casandra en Santander, de un fin de semana en Vitoria, en casa de unos amigos de Marino, de un fin de semana en Zaragoza, en casa de unos amigos de Casandra, de un fin de semana en Logroño, en casa de los padres de Marino, y de un fin de semana en Pamplona, en casa de los padres de Casandra. Aquella mañana de domingo fue el 13 de marzo. 2016. Esta historia continuará.

Marino y Casandra.





La tarde de domingo que Casandra se subió al autobús en Burgos, con destino Santander, Marino quiso compulsivamente que fuese viernes para volver a encontrarse en Santander con ella. Una semana después de conocerse en Madrid y de hacer un fin de semana juntos con todos los encantamientos propios de las primeras secuencias de un guión nuevo, Marino ansió que la nueva semana corriese veloz para embarcar hacia el lugar al que ahora iba ella. Tres días cortos no dieron para mucho, pero si aseguraron la solidez de esta primera etapa del viaje. Marino bajo a buscarla a la estación de autobuses, vestido con aquella camiseta que provocó su primer encuentro inusual en Madrid. Arrastro su maleta hasta la calle San Pedro y San Felices, subieron al tercero izquierda, y Marino elegantemente la alojó en la habitación de invitados. Salieron por ahí. Volvieron pasadas las doce a la habitación de Marino y se entretuvieron hasta entrada la madrugada. Bajaron a desayunar al Urgós café y subieron a ducharse. Casandra conoció Burgos en su primera vez, en jornadas organizadas de sábado y domingo. Menús gastronómicos incluidos. Me interesa contarte algunos detalles relevantes de los acontecimientos sucedidos. A Casandra le sorprendió la prudencia de Marino. A Marino le sorprendió el arrojo de Casandra. A Casandra le sedujo la timidez de Marino. A Marino le sedujo la expresividad de Casandra. A Casandra López le frena el orden organizado y la rigidez de Marino Pérez. A Marino le frena la locura espontánea y extraña de Casandra. Aquella tarde de domingo fue el 20 de marzo. Esta historia continuara.

La timidez de Marino.





El viernes que Marino y Casandra llegaron al piso de los padres de Marino en Logroño, era el séptimo fin de semana que convivían juntos después de conocerse en Madrid. Esta vez subieron en el coche de Marino, llegaron a las siete y nueve, aparcaron en el garaje familiar de la plaza 1º de Mayo, tomaron el ascensor, y se situaron en la habitación infantil y adolescente abandonada por el protagonista. Con la seguridad de que los padres del señalado no llegarían hasta las nueve de sus respectivos trabajos y era poco probable dispusiesen de intimidad en el hogar las próximas 48 horas, se instalaron en la cama de 1,20 un periodo prolongado y. Cuando los padres de Marino llegaron a la casa, a eso de las 9 y once, ellos tomaban unas cervezas en el Loian de la plaza. Los padres de Marino le enviaron un whatsapp preguntando donde estaba, Marino les respondió, ellos bajaron a encontrarse y conocieron a Casandra. Aunque Marino ya les había hablado de ella, los padres se sorprendieron por su arrojo, la expresividad, y la vitalidad espontanea y veloz. Cenaron juntos los cuatro en el Telepizza de la calle Chile. Y luego ya a eso de las once y media, Marino y Casandra se escaparon un rato solos, y a las doce y media quedaron con los amigos de Marino. Regresaron a la habitación del infante, ahora enamorado, a las tres de la mañana. Antes de entregarse al sueño, ya en la cama, Casandra respetuosamente silenciosa y contenida como Marino le había indicado, inspeccionó la habitación, ordenadamente organizada. Seis posters de superhéroes, el título de sicología enmarcado, la colección de “Los cinco”, sobre el escritorio un montón de fotocopias encuadernadas por nueve canutillos metálicos blancos y negros, y la fotografía de Marino, con esa postura de empollón inmaculado.

Los padres de Marino.





El sábado que Marino y Casandra estuvieron juntos en Logroño por primera vez, Casandra conoció a casi todos los amigos de su novio recién estrenado. Estuvieron con Idoia y José Pablo y supo de Izan y Zoe, los hijos de ellos. Quedaron para desayunar, en el Loian café de la plaza 1º de Mayo. A las diez, y llegaron todos puntuales, porque Idoia y Marino, amigos desde los tiempos de escuela, comparten esa forma de ser, extraña para José Pablo y Casandra, de gestionar milimétrica, cuadriculadamente, las operaciones de la vida cotidiana, y de ahí sus aficiones por la puntualidad, la planificación, el control y el análisis, por los apuntes en libretas, por la elaboración de listas, la estructuración ordenada, el manejo de tablas de excel con ingresos y gastos, el registro de los datos importantes, por temáticas , en diferentes cuadernos de colores, la utilización de carpetas y archivadores conteniendo documentos, facturas, notificaciones, contratos, acuerdos, propuestas,…Idoia ya se acomodo a estas rarezas de José Pablo. Casandra en periodo de adaptación crítica a estos “defectos de fabricación” como ella los llama. Y quedaron con Sábino, Elsa, Nuria y Jesús en el Loian café de la calle Portales, Alejandra, la camarera les atendió. Y estuvieron con Nati en el Loian café de la Avenida de La Paz. Y con Natalia, María, Celia, Raúl y Leire, en otros momentos. También con los otros. Marino obsesionado por presentar en sociedad a su recién estrenada novia. Marino empeñado en descubrir a su chica cada uno de los rincones del Logroño donde fue niño, adolescente y joven. Casandra observadora imaginando con las palabras de Marino en cada escenario, las historias que ocurrieron, y las experiencias que le marcaron para ser él. Llegado el domingo por la tarde, finalizando el fin de semana, de regreso a sus lugares de vida diaria, Casandra estaba absolutamente agotada.

Los amigos de Marino.





Y fuimos a visitar a la abuela de Casandra porque el Alzhéimer se apoderó de ella y ahora vive en La Residencia. Estaba allí, ausente, sin capacidad para atendernos ni recibirnos. Estábamos allí, yo observándolo todo pero en especial las delicadas maneras con que Casandra atendía a su abuela huida. Y mientras, sentí su ternura en sus palabras, en sus gestos, en su mirar, y yo que soy de poner canciones a los momentos intensos de vida, elegí el “Si tu no vuelves” de Miguel Bose. La misma canción compartida que dediqué a mi abuelo cuando tuvo que marcharse. Y yo que soy de revolverme entre pensamientos para ocultar mis emociones, entendí. Casandra es uno de esos seres con alma, entregadas a las causas sencillas, con rostro, apellidos y nombre, asumiendo la profunda responsabilidad de entregarse a la felicidad honesta de intimidades que dan sentido. Entendí que yo seré la abuela de Casandra y que a mi reloj de vida le restan los minutos que hoy pasan. “No se lo que haré”. Sentados en la mesa del Nekue café, miré a Casandra y a su abuela, observé y entendí de los lazos invisibles que construyen las esencias de la vida, que son las historias, los amores, los momentos, con afectos y emociones cálidas, en pasados y presentes. Aunque quiera destruirlos el jodido Alzheimer.

La abuela de Casandra.





Hoy voy a contarte de la primera vez. El día que Marino entro en el piso de Casandra en la calle Santa Lucia de Santander era viernes por la noche. Ella fue a buscarle a la estación de autobuses, por la calle Cádiz llegaron a los Jardines de Pereda, los cruzaron, y por la calle Aduana y por la calle Arrabal llegaron hasta la plaza Rio de la Pila, y ya en su calle. Casandra vive cerca del café El sol, un lugar estratégico para ir a todos los lugares que frecuentan: paseo, playa, plazas, jardines y cafés. Las noche que Marino durmió en el piso de Casandra en la calle Santa Lucia de Santander era madrugada de viernes a sábado. La habitación con cama en que estaban, era un almacén de objetos enfrentándose en colores, formas, identidades y tamaños diversos. Una especie de bazar pero sin ventas ni precios, recogiendo las procedencias de días vividos, de inquietudes abiertas, de conexiones con personas, de palabras amueblando las experimentaciones, de humanos en visitas, visitantes y vistas acogidos en el local de manera accidental, circunstancial, temporal, incluso cíclica. Marino se sintió fuera de lugar en ese universo desordenado, tan desorientado como estaba en la relación con Casandra, imprevista, incierta y veloz. Fuera de lugar, desorientado, pero vivo y feliz. Era su primera vez, también en Santander. Semanas después, al amanecer, ya situado, mientras Casandra continúe durmiendo, Marino saldrá a correr por las calles, unos días por General Dávila subiendo por el paseo Menéndez Pelayo o Francisco Palazuelos, o bajando por la calle Gándara hacia el paseo de Pereda o las playas, o en dirección calle Guevara o Cisneros para volver por Floranes, San Fernando o la Calle Alta.

La habitación de Casandra.





Eran las tres de la madrugada del viernes hacia el sábado en el otro Amalau café de Malasaña y pincharon el “Come“de Jain y por eso nos arrancamos a bailar enloquecidamente, rodeados por la multitud. Marino, nos vamos conociendo, no es de esta clase de sujetos desenfrenados, pero las malas compañías y las influencias de los momentos únicos, y las expectativas de un largo fin de semana conmigo, multiplicaron los efectos del alcohol con forma de botellines de cerveza. En el Pepe Botella, a las nueve, Marino me había regalado uno de esos memorables momentos íntimos con confesiones sobre su nuevo ser y estar. El Marino aquel, que ahora frente a mi se deshacía de los complejos, en movimientos rítmicos, inexpertos, algo sobreactuados, me había hecho saber de las fracturas que nuestra relación le estaban provocando. Quería que supiese, lo que yo ya sabia, que conmigo hay un nuevo sentido para interpretarlo todo. Ahora agitado y acalorado bajo los focos, aprovechando el baile para enlazar físicamente conmigo. Maider la amiga de Marino nos vigilaba, sorprendida al encontrarse con un Marino nuevo. ¡Esto, se veía venir!”, me susurró al oído con una sonrisa complice, pero no la entendí. Eloy flotando en el ambiente. Chechu, y Moisés, esperando su nueva oportunidad. Detrás de la barra, una tal Neus se hacia mirar. Paulino y Federico, esperando cerrar. Tres y cuarto de la madrugada en el otro Amalau café de Malasaña. Y pincharon a Enrique Iglesias, “Duele el corazón”, y Marino, continuó enredado

Agitado bajo los focos.





Nos levantamos a las siete y 30, demasiado pronto para los que se acuestan tarde, yo sobresaltado, porque en el aparato para despertarse de Casandra, sonaba “Prólogo” de Chaman. Por extraño que parezca, Casandra seguía ahí, no por mucho tiempo, porque ese sábado trabajaba en la farmacia. La distribuidora de medicamentos no iba a regalarme su mañana, la esperaba el deber de los suministros para sobrellevar los dolores. Era tarde, y sin tiempo para entretenernos en eso, Casandra escapó a la ducha, y yo, ya frente a las noticias de la tele, la escuché cantar , “Otros luchamos por salir del barrizal, con lagrimas, sudor y sangre”, a modo de karaoke sobre el “Piezas” de “Chaman”. Ella saliendo del baño, yo entrando, detuvimos el tiempo frente a la puerta y el espejo, durante treinta segundos, mirada sin palabras, pero yo ya con mi propio CD, para el momento aseo. El agua caía, yo tarareaba mentalmente “Freak city” de Polock, sonando de fondo, y Casandra descorrió la cortina para mirarme detenidamente, en uno de sus habituales juegos para mi ruborización. Cuando se marcho, continué pensando, sobre cuánto nos convienen los azotes que nos agiten, para revolver las miradas, los enfoques, las costumbres, los flujos y mecánicas, los automatismos, las rutinas y permanencias, los sistemas, bucles, acentos, pegamentos, influencias, acomodos, instalaciones, los circuitos condenándonos a lo que fuimos siempre y nos hemos ido haciendo…Salí de la ducha, me vestí, en la cocina Casandra ordenando el congelador. En el Anderú café, nos excedimos: tortilla, churros, tostadas, para mi con mantequilla, con mermelada de fresa para Casandra. Era la vispera del infinito y me sentí afortunado, también por la casualidad de que sonase “Come” de Jain, en el hilo musical, nuestra canción del momento. Ella me abandonó para ir a la farmacia. Y yo de compras.

La farmacéutica.





El fin de semana que Marino visitó Pamplona por primera vez, tuvo que dormir en el cuarto que fue del hermano de Casandra, el que vive en Tudela, y está divorciado, y es abogado, y tiene dos hijos, y al que conocerá la próxima semana. Los padres de Casandra no son como los padres de Marino porque son mas mayores, y mas tristes, y menos vitales, mas abandonados, enfermizos, ausentes, y tienen vidas apagadas, centradas en un ciclo de operaciones cotidianas básicas y porque además la madre de Casandra arrastra una depresión desde hace años. Ese fin de semana visitaron también a la abuela de Casandra y su Alzhéimer. Conversaron mucho sobre las enfermedades mentales, Marino algo sabe de ellas, estudió sicología. El domingo a las once, el café del Ondoren en la plaza del Castillo, trajo sorpresa, Casandra aprovechó para desvelarle un secreto, su episodio de ansiedad. “Ya es antiguo, pero fue doloroso, y me ayudó a crecer”, apuntilló. Marino se sorprendió por ese detalle oculto en la feliz biografía de Casandra. Fue un relato detallado e intenso, dolida, Casandra confesó con miedo. Marino la acarició con la mirada en un gesto de complicidad, y protector. Casandra se detuvo insistiendo en los estigmas asociados a las enfermedades mentales. Contenida, nunca antes tan seria. Marino sentenció magistralmente: “Los seres humanos somos una compleja y frágil maquinaria. Sometida a los zarandeos y las ebulliciones. Es la vida”.Por el hilo musical, son casualidades, sonaba La espina Joan Manuel Serrat.

Los estigmas asociados.





Casandra, la prima de Lezuri, y Marino, su chico, llegaron el viernes y marcharon el domingo. Se alojaron en el piso de Lezuri y Aitzol en la calle Areilza. Aprovecharon los cafés, los paseos, las meriendas, las visitas y los ratos por las calles de Bilbao para reflexionar de manera profunda sobre los acontecimientos y circunstancias que rodean las relaciones de pareja en estos tiempos de pisas y obligaciones. “Arráncame” Vanessa con India, la canción de Lezuri, por repetida, la banda sonora de esos tres días. Recorrían Gran Vía y llegaron las gotas de lluvia, intentando romper la tarde tranquila de sábado, pero no fue lluvia que rompiera nada. Entraron para protegerse en el Nekué café de la plaza Indautxu. A las 8 y 4 llegaron Raúl y Leire. A las 8 y 10, Itziar con Iñaki. Los cuatro críos engullidos por los aparatos con pantalla y, por la casualidad que tú dices que no existe, la canción de Vanessa y Lezuri, en el hilo musical. Los ocho en intensa charla. Aitzol reivindicando los cuidados, Iñaki acentuando los detalles, Raúl relatando errores y despistes, Marino desnudándose, pero no acostumbra, Lezuri expresando los deseos, Leire dibujando valores, Casandra añadiendo magia y trucos, Itziar silenciosa emocionada. Tú dices que la casualidad no existe, ¿Estás segura? Yo no lo creo.

Complicidad.





El fin de semana que Marino y Casandra compartieron en Valladolid, estuvieron en el piso de Nina, la hermana de Coral, en Parquesol, en la plaza Marcos Fernández. El sábado desayunaron en el Panaria, acumularon calorías para todo el fin de semana, y afortunadamente, Nina tuvo que marchar a la peluquería, así que pudieron dedicarse la mañana en exclusividad. En el periodo entre las 9 y las 12, en el piso. En el íntervalo temporal entre las 12 y las 14.45, Casandra forzó a Marino a practicar 10 operaciones ridículas,te hablaré de ellas en otra ocasión, fue la terapia programada para vencer sus vergüenzas. Sábado por la tarde, excursionearon por el centro, Marino, Casandra, Nina y Coral. Cenaron allí, antes de recorrer la noche por los locales de fiesta, ocio, roces, aproximaciones, sexos, conquista y aventura. No era en el Vanoa, eran las 4, y en la música de madrugada, Maluma, “Cuatro Babys”, y salieron corriendo del local de canciones, aterrorizados por la letra que escuchaban, banda sonora del “Saturday night”. “Por esta noche suficiente. ¿Nos hicimos viejos?”, se gritaron. Volvieron al coche conversando sobre los machismos, los macros y los micros, las agresiones a la igualdad, los límites para los juegos prohibidos. Dejaron a Coral en la plaza de las batallas y cruzando el Pisuerga llegaron al garaje. En el coche sonaron baladas para romper con las observaciones que les azotaron las ultimas horas. Y se fueron a dormir.

Saturday night.





(Noviembre 2016) Llegué al piso de Casandra el viernes 28 a las 9 y 37 de la noche, con cuatro días para nosotros, pero antes hice cuatro vueltas para aparcar hasta que lo conseguí, en Menéndez Pelayo, frente a la farmacia. Casandra no llego hasta las 11, y no voy a contártelo todo. A la mañana siguiente, la susodicha me despertó con el “Mola Mazo”de Camilo Sexto, sonreí, y me lanzo los planes: “Hoy. A las 11 hemos quedado con Jorge, comemos en el TBO, y esta noche a las nueve cenamos con Cielo y Mauri”. Reconozco que disfruto con los planes hechos, sabiendo que ella no juega a dominarme. Desayunamos en “La esquina del Arrabal”. Fuimos puntuales a la cita con Jorge n el Anderu de la calle Alta, las penas y la oscuridad aterrizaron en nuestras vidas durante un rato infinito, son sus palabras, frases, formato y tono, el color de sus expresiones. Treinta minutos después Casandra se lanzó: “Jorge. Enfocar y construir. Soluciones creativas. Respuestas solidas. Propuestas manejables. Acciones realistas. Avanzar. No huir. No lamentaciones”. Para evitar entrar en modo tristeza y depresión escapamos con pretextos a las 12. Mañana callejera. Llegamos a las 14,56 al TBO, y a las 15,44 Casandra remató divertida: “Marino,tienes cara de cansado. Llama a tu madre que estará preocupada sin saber de ti, termínate la hamburguesa y las patatas, pasamos por el supermercado, y subimos a casa y hacemos la siesta. Y empieza a controlarte algo Marino, que se te insinúa la tripa”. Sonreí y respondí ,”Pero antes un café en La Viña”, y allí fuimos. Nos sentamos en la mesa frente al paso de cebra de la calle San Fernando para espiar a los viandantes. 2o minutos. Antes de irnos me lo lanzó: “Tengo mucha suerte contigo”. Volví a sonreir.

Frente a la farmacia.





Estuvimos con Marino y Casandra en el Urgós café de Burgos, el de la plaza Francisco Sarmiento, el domingo 6 de noviembre. De 1o a dos. Estuvo Valle, la prima de Mila, porque queríamos presentarle a Casandra, por una investigación que está haciendo sobre el consumo de ansiolíticos. Nosotros volvíamos de Teruel, Mila a Ávila, yo a Madrid, por asuntos editoriales. En el libro de bitácora, en que se apunta el rumbo, velocidad, maniobras y demás accidentes de la navegación, cada cual con sus anotaciones, pero la charla que hicimos nos llevó hasta la estupidez, y no porque nosotros lo fuéramos, o así fuese nuestra conversación o lo que decíamos, sino porque terminamos dialogando sobre ella. “Retratos, aconteceres y sucesos, genealogía, identidades, envoltorios, formatos, recorridos… para la estupidez”, el título del coloquio. “Yo creo Mikel, que el ser humano es estúpido por naturaleza”, me lanzó Marino, y utilizó nueve ideas, ordenadas, solidas, coherentes, para cerrar su argumento. “Yo creo Mila, que ahora lo queremos todo, urgente, sencillo, marcado, barato, único, original,…”, arrojó Valle. “Yo creo Valle, que hay fábricas y fabricantes de estupidez” opinó Casandra. “Yo creo Marino que educar es entrenar la inteligencia y los talentos para vacunarles contra la estupidez”, aporte yo con esta idea de Perogrullo. No se a cuenta de qué pero Valle apuntilló “No hay festejo sin ausencias ni ausentes, no hay celebración sin recuerdos, no hay encuentro sin ruidos”. Y yo que sigo siendo de poner música a los momentos, elegí para este, “Causas y azares”, de Silvio Rodríguez. Y pensé “¡Cuanto nos influyen las canciones que escuchamos cuando somos pequeñas criaturas en construcción!”. Y ya en el coche, de regreso, Ávila, Madrid, yo Mikel, y ella, Mila, escuchamos las viejas canciones de Silvio, Pablo, y los otros.

La estupidez.





Marino y Casandra se mueven en los parámetros de la honestidad, entre los círculos concéntricos de la vitalidad, los que rozan con optimismo y curiosidad, huyendo de los monólogos teóricos soportados en palabras vacías, evitando el uso de marcos conceptuales que definan lo suyo, lo que esta siendo, es, será, lo que debiera ser, convendría, sería esperable, conveniente o deseado. Artistas, con hambre atrasada, prefieren practicar las vinculaciones cotidianas, generosas, gratificantes, que estimulan, agitadoras para bien. No sufrir las estrecheces de la mediocridad les ayuda, no arrastrar los dolores de la inseguridad les ayuda, manejar la madurez con herramientas les ayuda, haber superado las pesadillas cada cual con sus nombres, resilentes, les ayuda. Y es así como Marino y Casandra resolvieron su primera discusión seria, de las que también hay, fue en la tarde del octavo sábado, después de conocerse. Marino queriendo salir para expandirse, Casandra enamorada del sofá, recogiéndose en si misma, Marino buscándola, Casandra escapándose, Marino conversador, Casandra escondiéndose tras los silencios, Marino provocador, Casandra indiferente a los estímulos. Va a resultarte empalagoso lo que voy a contarte, pero también hay historias con dulzuras. Y así fue. Para superar la distancia de la que te contaba, y se superó, Marino exploró en la estantería de los discos, encontró el que buscaba, lo coloco en el reproductor de las músicas, escogió la canción, y sonó, alta en el salón. “Las cosas que vives”, Laura Pausini.

Parámetros.





Casandra, la prima de Lezuri, y Marino, su chico, llegaron el viernes y marcharon el domingo. Se alojaron en el piso de Lezuri y Aitzol en la calle Areilza. Aprovecharon los cafés, los paseos, las meriendas, las visitas y los ratos por las calles de Bilbao para reflexionar de manera profunda sobre los acontecimientos y circunstancias que rodean las relaciones de pareja en estos tiempos de prisas y obligaciones. La mañana del sábado desayunaron con ellos y el crio, y se escaparon solos, destino Artxanda. Cruzaron por la plaza Indautxu hasta la calle Ercilla. Cruzaron la plaza Moyua y otra vez en la calle Ercilla. Cruzaron el puente Zubizuri sobre la ría, desde donde hicieron fotos. Por la calle Epalza llegaron hasta la calle Castaños, y la plaza del funicular. En unos minutos el artefacto rojo les subió hasta Artxanda. Señalaban los puentes, las torres, las curvas de la Ría, los museos, los montes, y Marino se sincero. “Me gusta acompañ-arte. En tus planes, tus proyectos, tus travesias. Quiero acompañ-arte. En nuestros planes, nuestros proyectos, nuestras travesias”. Y planearon más. Las vacaciones de Semana Santa en Toledo. Las otras vacaciones en Barcelona, Sevilla, Murcia, A Coruña,…Lo de vivir juntos. El edredón verde para la habitación de Marino. Las braguitas naranjas para Casandra. La camiseta de Casandra, con un creativo dibujo personal de su propia autoría, ella mismo, y en desnudo completo. Cambiar de coche. Los roces y las dificultades. Y más. Desde uno de los coches sonaba “Love & hate” de Michael Kiwanuka. “Me gusta acompañ-arte”, pronunció Casandra. “Somos matices, búsquedas, casualidad, ejercicios de intimidad, ecuaciones por resolver, proyectos y planes”.

En la plaza del funicular.





Llegamos profundamente ilusionados, emocionados, excitados, pletóricos, porque era nuestro primer festival juntos, en nuestro primer año, de nuestro primer otoño, para cantar y bailar con nuestras bandas. Llegamos con nuestras zapatillas nuevas y parecíamos adolescentes principiantes, satisfechos, rodeados de una multitud eufórica y expectante, entregada a dos noches únicas de canciones tribales. Cantó Iván Ferreiro “El pensamiento circular”, y flotamos, susurrando la letra “y pienso en ti”. Estábamos entregados a la causa de la felicidad, ajenos a las preocupaciones de la realidad cotidiana. Cantó Dorian “Verte amanecer” y manifestamos fidelidad a las apuestas y las opciones de las letras y las músicas con forma de himnos, manifiestos, confidencias, conclusiones y alegatos. Cantó Xoel López “Tierra”, “y no nos dio la gana” pensar que cuanto nos estaba ocurriendo tendría hora y fecha de caducidad, por fuerza del cansancio, del agotamiento, despiste, desenfoque, aburrimiento o vulgar rutina. Cantó Sidonie, “Estais aquí”y no mentían, porque nos sentimos saltar, pisar, pisándonos, dominantes de espacio, tiempo, sentido, esencias, identidad y ritmo. Estábamos en el 9 y el 10, en la Feria de las atracciones sensibles, temporales. Canto Love of Lesbian “Club de fan de John Boy”, y nosotros y todos, eso fuimos, desintoxicadamente, bárbaros salvajes civilizados radiantes, acompasados bajo los poderes hipnóticos de aquellas secuencias melódicas brujas. ¿Estas bien Casandra? preguntabas. ¿Estas bien Marino? preguntaba. Era brutal escuchar la respuesta brillando en nuestros ojos.

Intro Music Festival.





Si comienzas la mañana del sábado escuchando a Rosendo y “agradecido”, el día no empieza mal. Si comienzas con Leño y “maneras de vivir”, apunta maneras. Si arranca el día con el “sabor salado” de Los Ronaldos, vamos bien, no, muy bien. Si unas piernas traviesas de mujer te rozan en la cama, y son las de Casandra, rematamos las intuiciones, las impresiones, las posibilidades optimistas para la jornada. Bohemios somos, pero la química resultante entre una farmacéutica y un sicólogo, nos obliga también a ser mas que el “corazón de tiza” que cantaba Radio Futura, y tenemos hábitos, rutinas y obligaciones. Los días que dormimos en Santander, en el piso de Casandra de la calle Santa Lucía, desayunamos a las 10, en el café El sol. En abundancia. Y al rato, con la lectura de los periódicos hecha salimos hambrientos, para comprar magdalenas en G-Torre. Sin prisa nos acercamos para hacer compras en el mercado de la esperanza, en una mezcla extrañamente equilibrada de frutas, verduras, y mas embutidos que carnes. Nunca pueden faltar las aceitunas en la esquina de la plaza. Regresamos a casa con las compras, sacamos de la lavadora la ropa para tenderla, y siempre músicas de fondo. Escuchábamos hoy a Christina Rosenvinge cantar “Mil pedazos”,Casandra colgaba mi camiseta, la que provoco nuestro encuentro, yo, sus espantosos pantalones fusias. Era la una y diez, en una mañana atmosféricamente grisácea, muy pronto ya las cervecitas en el Anderú, antes de comer. En el clima emocional adecuado, musicalmente acompañado por Christina, yo cante tímido, delicadamente…”…4oo golpes contra la pared, han sido bastantes para aprender”. Casandra respondió,…”1ooo pedazos de mi corazón, volaron por toda la habitación”. Por toda la habitación.

Conversaciones con Marino.





“Tengo lo que tengo, debo lo que debo y quiero lo que quiero”, ” Ya verás”, cantaban, Andrés Suárez y Funambulista, y yo mirándote, mientras, tú, enamoradiza y frágil, les oías cantar por televisión sobre nuestro sofá de siempre, ¡Tú tan guapa! y ¡Yo tan viejo! No leerás lo que ahora te escribo porque yo soy tu padre, de 68, y tú, mi hija, y nunca supiste que escribo y que te escribo, y porque en lo nuestro nunca supe ser aquel que quise y porque a veces no resulta bien, no es posible, somos incapaces de atender adecuadamente los requisitos. Es así, Casandra. Parece que has elegido bien y que Marino es el chico que mereces, porque parece dulce, amable y delicado, porque te trata bien, porque se te siente feliz, porque has vuelto a la sonrisa que un día dejo de acompañarte. No supe, no pude, no dije, “te quiero”, pero ya no puedo volver para ser quien no fui. Ójala Marino venga para quedarse, y que la suerte te acompañe Casandra, con mañanas, tardes y noches de canciones y bailes, habitaciones cálidas, festivales, conciertos, fiestas y verbenas, flores y bañeras, fotografías con luz, facturas pagadas y deudas resueltas, suspiros alegres, giros, rutas y vueltas, para que tú seas como quise que fueras, ¡tan guapa como siempre!

Requisitos.





Nos conocimos el 13 de marzo a las 13 y por eso hemos hecho de este número, el de nuestra buena suerte. Hoy que es día 31 de diciembre, también es 13, pero al revés, y es también un día para la buena suerte. Le he pedido a Marino que elija una palabra y ha escogido “Agitar” y él ha seguido mi juego para preguntar por la mía, “Explorar”. Y luego nos hemos enredado en uno de esos juegos de palabras nuestras para terminar compartiendo una: “Exprimir”. Porque las tres eran verbos nos hemos retado a sustantivos “equipaje”, la de Marino, “texturas” y “bitácora”, las mías. Buscando dotar de magnitud y solemnidad a nuestros ocupaciones inútiles hemos concluido que ya somos 19 días de marzo, 30 de abril, 31 de mayo, 30 de junio, 31 de julio, 31 de agosto, 30 de setiembre, 31 de octubre, 30 de noviembre y 31 de diciembre. Sumamos 294 días. Buscando reivindicar el valor de nuestros andamiajes y tramoyas, procedía memorizar los acontecimientos relevantes, y porque no los objetos: la camiseta agitadora, las exploraciones familiares, de amigos, de lugares y espacios nuevos, el exprimir de los tiempos que estuvimos juntos, los trenes, los coches y autobuses, las maletas, la timidez, los miedos, las ausencias, las camas, los cafés, las canciones, y los juegos. Equipaje, texturas y bitácora.

Desde el 13 de marzo.





“Querido Marino, me aturde, me colapsa, me enfada, me distancia de ti, esa maniática obsesión tuya por el orden en cacharros, champús, cuentas , libros y músicas, juegos, ropas, utensilios, celebraciones, eventos, encuentros, intercambios, ociosidades, fotografias, y deportes, notas, facturas, contratos, listas, listados, libretas, cuadernos y carpetas. Arrancando este nuevo año te anuncio, procedo a declararle la guerra a todos tus procedimientos y mecánicas. Un abrazo, te quiere, tu novia, Casandra”. “Querido Marino, preferiría que abandonásemos las rutinas que nos atan y nos convierten en seres repetitivos que huyen de la novedad porque parece que ésta pueda confundirnos y generarnos consecuencias dolorosamente no deseables. No me refiero a la inexistencia de planes, porque los hay, me refiero a la monotonía que acompañan nuestras interacciones cotidianas con forma de comidas, programa de horarios, actividades y sucedidos, comportamientos sexuales, hábitos y secuencia de operaciones, lugares y costumbres, frecuentaciones, argumentarios, previsiones previsibles, y usos”. A través de este documento que redacto, imprimo y te entrego en Santander a 8 de enero de 2017, para que conste siempre, y en especial cuando proceda, te comunico de manera expresa y formal que mi vitalidad, y nuestro futuro juntos, requiere del ejercicio de la novedad como instrumento preferente en nuestros quehaceres actuales, próximos y futuros. Afectuosa, un abrazo, te quiere, tu novia, Casandra”.

Se hace saber.





(Casandra) Porque era martes, yo, a menos minutos de entrar a trabajar en la farmacia de Santander, tú en tu lugar de Burgos. Eran las nueve, desayunando, era mi momento de café, pensando en ti, y escuche esta canción nueva, trajo alegría, porque me encanta conectarme a músicas que saben a presente y a futuro, para alejar la decepción y las tristezas que contaminan mi aire. Miré a la pantalla del Anderu café para ver el video, trayendo agua, playas, olas y sol, viento, arena, mochila con ropas para viajes en lugares distantes. Eran anticipo de verano, planes y vacaciones contigo cantados por el “Aire y lluvia ” de David Otero. (Marino). Porque algunos martes tenemos reunión de equipo desayuné en el Urgós de la calle Vitoria, antes de arrancarnos a analizar la evolución de los chicos con los que trabajamos. Eran las nueve, café con leche, era mi momento de café, “cansado de vivir en la huida”, ahora no, y le escuche cantar a David Otero, “Buscando el sol”. Nos llamamos a las 9,24 para recordarnos lo que hicimos el fin de semana juntos, y nos vemos el viernes, en Burgos, y te cuento de la canción que acabo de escuchar, y me cuentas de la tuya que acabas de oir, y nos reímos de la coincidencia inútil pero de sensación intensa, y yo coloco en las prioridades del día pasar por la tienda para comprar este disco, y regalártelo, el viernes.

El martes.





Eran las tres de la madrugada y 36 minutos, y en el Aburu café de la calle Vallespín sonando “The black eyed peas” con “The time” y a pesar de todos los pesares , y por encima de todo, teníamos ganas de fiesta, de mucha fiesta, de divertirnos y de escupirnos estupideces para alegrarnos la noche del viernes. Sonaba “I gotta feeling” y sin hablar coincidíamos vinculándonos para celebrar un momento de vida intensa. Estábamos a medio camino entre la ermita de San Segundo y la de San Esteban, en esta madrugada de febrero, ya día 18, y nos sobraban las palabras porque nos construíamos con los roces formateando la felicidad, fugaz, pero real. Ni Marino ni yo queríamos irnos a dormir para no desperdiciar los minutos que consumíamos. Tampoco Maya, tampoco Ingrid, tampoco Olivia, tampoco Marina y Amador, ni los otros. Sonando el “I took a pill in Ibiza” de Mike Posner perdimos grupalmente por completo las composturas que nos quedaban, y las vergüenzas. Marino no, el mismo que gritó” ¡Casandra!, frenando mis impulsos que ignoraban que no estábamos solos para juguetear tales excesos. Y en estas ocupaciones se hizo de día en Ávila y terminamos en casa de Ingrid, nuestra anfitriona, después del chocolate y los churros en el Alameda de la plaza del Rollo. Ya eran las diez, algunos nos pusimos a jugar a la Wii, otros entretenidos con “Juego de tronos”, y la casa sin barrer, la ropa sin planchar, y el Santo sin vestir. Y entre tanta dispersión de entretenimientos, despreocupados los unos de los otros, Marino y yo nos escapamos a descansar a nuestro dormitorio ocasional. No dormíamos mientras sonaba el“This Is What You Came For”de Calvin Harris y Rihanna, porque ocurrió lo inevitable que no puedo detallarte.

18 de febrero.





El viernes 10 de febrero Casandra cogió el autobús a las 15,30 en Santander para llegar a las 18 a Burgos. Marino en la estación, esperándola para arrancar su viaje juntos. Eran las nueve del viernes y el coche con Marino y Casandra llegando a Salamanca. Eran las once y cruzaban la plaza Mayor. Eran las once y cuarto cuando aparecieron Satur y Maya. Eran las once y 30 y conversaban en el Ozoe café de la plaza sobre tipos, prototipos, arquetipos, estereotipos y genotipos, conceptualizando sobre la diferencia entre el Kas y la Fanta de Naranja, descartando la Schweppes y las otras bebidas edulcoradas similares, identificando las cualidades de Coca-Colas, Pepsis, Light y Zero, determinando las peculiaridades de los zumos, las salsas de tomate, mahonesas, geles y champús. Para complejizar las analíticas, las personalizaron y entraron en detalles concretizando sobre origen y causas de los gustos y disgustos, los usos, las costumbres, las elecciones, las opciones, preferencias, descartes, rechazos, sensibilidades, hábitos, agrados, sintonías, rechazos,…Hablaron, y hablaron, y tú que conoces a Marino sabes que se duerme cuando algo no le interesa, así que a las doce 30 comenzó a bostezar sin disimulos, provocando con amable naturalidad que cerrasen la conversación para dirigirse al hotel Ozoe, la de ellos, la habitación 645.

Sobre gustos no hay nada escrito.





El lunes me despertaste con la banda sonora de “La buena estrella” y me acariciaste sin tocarme. El martes lo hiciste con “El club de los poetas muertos”. El miércoles, “La normas de la casa de la sidra”. El jueves, “El piano”. Viernes, “Caos Calmo”. Para el sábado “Slumdog Millionaire”. Y el domingo “Carros de fuego”. Así da gusto abrir el día nos hemos dicho, resultando empalagosos ante los ojos de observadores ajenos, pero también hemos llorado juntos. Quizás no debimos entretenernos la tarde del martes con las películas de Nanni Moretti porque nos entristecimos en exceso con “La habitación del hijo”. El martes que tuvimos que elegir entre tarde de sexo o cine. Elegimos cine. Quizás no debimos querernos tanto, quizás debimos evitar hacernos frágiles ante futuros inciertos, quizás nos convendría recorrernos de puntillas, quedarnos para habitar la superficie inmaculada, indolora, anestesiable. Pero no lo hicimos. Estos días de vacaciones juntos eran mas que ocio, entretenimientos, distracciones, ocupaciones, rellenos divertidos de agenda, fugas del aburrimiento, quehaceres, planes para días sin trabajo, activaciones de la tarjeta VISA, descubrir de lugares, menús gastronómicos recomendados, transacciones, tránsitos coloreados entre los días que ya fueron y los que serán.Estos días de vacaciones juntos eran para Casandra y para mi, parte del viaje de vida interior que estamos construyendo.

Tratamientos de superficie.





Hicimos el fin de semana en León con Marino y Casandra, porque ellos insistieron varias veces, no porque nosotros tuviésemos necesidad, nos llevamos bien, quedamos a veces, pero hacemos una combinación extraña de sicólogo, farmaceútica, peluquera y panadero. Fuimos en nuestro coche y anotamos mentalmente algunas de las cosas extrañas por las que no repetiremos, por las que fue la primera y la última vez. Primera: nunca nos ocurrió antes, resulta extraño y violento escuchar a tus compañeros de viaje en sus andanzas de intimidad nocturna. La noche del viernes, fuimos despertados por los ruidos, hasta saber a que jugaban. La noche del sábado nos taponamos los oídos. Puede que el grosor de los tabiques del hotel sea el culpable, pero lo escuchamos casi todo. Segunda: nos disgusta tanto ejercicio permanente de “te quieros” y “te amo”, tantas atenciones, tanta mirada conspiradora de afectos y deseos, tanta complicidad visible, tanta ternura y sensibilidad exhibida, tanta amabilidad desbordada. Tercero: Marino es extraño porque desaparece, y no físicamente, es capaz de viajar y volar con la imaginación a otros lugares cuando algo no le interesa para dejarte plantada. Cuarto: Casandra se emociona, se apasiona, se ilusiona, se entusiasma en cada encuentro con objetos, con personas, con lugares, con momentos, pareciera una chiquilla aun sin cocinar, en proceso inacabado de maceración. Y quinto: son tan densas y profundas sus conversaciones que nos agotan, porque rebuscan en cada uno de los hilos y las agujas con las que se confeccionan las prendas de la vida, para detenerse en todo y analizar los detalles. Resumiendo, fue la primera y la última vez.

Cielo y Mauri.





( Burgos, 2017 ) Festejában el mismo día que se conocieron un año antes, y bailaban el “September” de “Earth, wind & fire” en el salón de Marino. Festejaban un lunes extraño, 365 días mas tarde. Después del café. Bailaban el “Can´t stop the fealing” de “Justin Timberlake” y acordaron que tenían ocho mil nueve motivos mas para continuar viaje juntos. Vestía Marino su camiseta, la que provocó su encuentro, la del creativo dibujo personal de su propia autoría, él mismo, y en desnudo completo. Vestía Casandra sus espantosos pantalones fúsias. No se hicieron regalos, no comieron paella, ni hubo tarta de celebración, dedicaron su tiempo a las mismas cosas de todos los días. Eran las cinco y volvían de las compras en el centro comercial, conducía Marino, con Iván Ferreiro cantándoles, pareciera que él les hubiese regalado las melodías para sonorizar su aniversario… “Que las lluvias y los soles, y las hojas en el suelo, nos encuentren a los dos. Que los años y el presente, nos sorprendan a los dos” les cantaba en “El dormilón” . “Y pienso en ti”, les cantaba en el “El pensamiento circular” . En las naves espaciales suele haber muy poco espacio y en la mía no había sitio para nadie”, les cantaba en “Casa, ahora vivo aquí”.

13 - 03 - 2016.





Estábamos en el Kuztole, la última noche en Toledo, y era lunes, 17 de abril del 17. Casandra con su Kas de naranja, yo con mi Kas de limón. Salíamos del local a la plaza del Zocodover, y Gustavo Cerati nos cantaba “Cosas imposibles”. Crucé la puerta del local para salir, cantando, “quiero hacer cosas imposibles”. Saqué mi libreta del bolsillo para registrar el momento, 12,27, el lugar, y la canción. “Siempre es hoy” cantó Casandra y quisimos pasear antes de subir a nuestra habitación del hotel. “Persigo realidad”, canté yo, y Casandra se arrancó contando una historia mientras callejeábamos por los lugares del Toledo nocturno, eso si, bajo la luna… “Le conocí por casualidad una mañana de domingo, era marzo, ocurrió en un café de Madrid. Me sedujo su camiseta y no pude contenerme y me lancé, para asaltarle. Yo interpreté las buenas señales y por eso me dejé llevar, inocente. El sábado siguiente nos vimos en su piso de Burgos y me hipnotizaron sus “Signos” cantados por Soda Stereo. Venía sin vientos y traía adorables aromas nuevos, en una mezcla equilibrada y razonable, combinación de encantamientos y embrujos. Le fui conociendo, sin confusiones y nos fuimos encontrando, en los días que hacen semanas y meses. Me sedujeron sus modales y sus formas, con delicadeza, las piezas, los retazos de grandeza noble, sus ocupaciones por mi y por nuestras construcciones de ser. No quise cancelar el proceso de averiguaciones, insistí para indagar en los escondites y las travesuras, fascinada por los rastros de humildad, ternura, y mucha inteligencia. En la tranquilidad reconocí los nuevos paisajes, en los matices y los rasgos, y me seguí enamorando…”

Casandra y yo.





Entrabamos por la puerta del Anderu café y Lorde cantaba “Green Light”. Malena y Diego, padres entregados, se reían por la ultima tontería de los críos. Nos sentamos en la mesa 9, Casandra preguntó rápida que queríamos tomar y Marino se acerco a la barra para pedirlo. Eran las siete de la tarde, en un día preveraniego en Santander con sol. Veniamos de enseñarles mi nuevo piso alquilado en la calle Santa Lucía, y celebrábamos que todos, menos Marino y Jorge, somos vecinos de calle. Yo, a ratos. “¿Cómo va todo Mikel?, me preguntaron”. Yo les conté de mis premios, de los éxitos, de los proyectos y planes, de las oportunidades, de los viajes, de las propuestas, los aciertos, de los acuerdos, de mi agenda. “¿Cómo va todo Jorge?”, le preguntamos”. Y nos habló de la insatisfacción, de las expectativas sin alcanzar, de sus carencias, fracasos, angustias, tristezas, limitaciones, torpezas, dificultades, carencias, errores. Me levanté para ir al baño, Enrique Iglesias cantaba “Súbeme la radio”, y al levantarme mi vaso se estrelló contra el suelo, quizás por las vibraciones de mis pensamientos perturbados, entretenidos en lugares mas densos y complejos. Venia del baño, Luis Fonsi cantaba “Despacito”. Por aquello de mis patologías de autor aficionado que busca conectarse a la realidad, regresé a la mesa, y anoté en mi libreta de escritos la idea para una próxima historia inspirada en los acontecimientos y las canciones de esa tarde…”Jorge lleva siempre la radio encendida, muy alta, para no escucharse. Yo se lo dije, le invité a ir despacito. Pero Jorge prefiere entretenerse con las otras canciones de fuera. Yo se lo conté, pero no me escuchó. Él sigue aun esperando revuelto, resentido, triste, enfadado, ansioso porque todo cambie, a la manera mágica, esperando la “green light”.

En la mesa 9.





Bailábamos el “Move your body” de “Sia”. Yo te dije “Hay que inyectarse cada día de fantasía para no morir de realidad”. Tú me dijiste “Me gusta verte disfrutar”. Y no pudimos seguir conversando porque la música nos impedía entendernos. Yo llevaba mi camiseta favorita, con mi creativo dibujo personal de mi propia autoría, yo mismo, y en desnudo completo. Tú llevabas esa blusa negra ajustada que a mi me provoca tanto. Yo mis pantalones blancos, los que me compraste en el Zara por mi cumpleaños, y las zapatillas verdes hierba con los cordones que se me desatan siempre. Tus sandalias rosas enseñando las uñas fucsia, y bailábamos. Estábamos en el Navile, el de la plaza, hacíamos uno de esos fines de semana de muchos porque nos gusta explorar y a nuestro alrededor aquellos desconocidos de los que Mikel ya te habló. Pablo te miraba, Ramiro y Leo, detrás de la barra, provocadoras rebeldes, Puri, Amparo y Marisol junto a nosotros, haciéndose ver, Joaquín y Nico bailaban con nosotros también, oteando. Tú y yo con nuestras colas light, para no engordar. Tú también con los pantalones blancos, nos faltaban los pañuelos rojos para festejar a San Fermín. Seguíamos bailando en “Move your body” de “Sía”, componiendo la anatomía de un instante abreviado. Serían las dos y catorce, aproximadamente, era sábado, lluvia con viento fuera, relajados, a diez minutos de la habitación en el piso del Joaquín y Nico, despiertos, con la energía disponible para continuar bailando esa noche.

Marino, Casandra, Avilés.





Tal día como hoy pero en agosto, hace un mes, estábamos en la habitación 645 del hotel Ozoe de Sevilla, hacia calor, y no teníamos nada mejor que hacer que disfrutar de un ocioso día que nos pertenecía en su totalidad. A esta misma hora, es decir las 16, 24, hacíamos la siesta. Cuatro horas mas tarde, manteníamos una intensa conversación en el Llavise café, sobre nuestros planes de futuro, argumentando que algo tendríamos que hacer, porque pasan los meses de nuestra relación y tu sigues viviendo en tu piso de Santander, y yo en Burgos. Pero en esto no nos ponemos de acuerdo porque cada uno de nosotros tenemos nuestra vida laboral resuelta en lugares distantes. A las 20,37, cuando escuchamos a "Los Piratas" cantar aquello de "No te echaré de menos en setiembre", ya sabíamos que aquello no iba con nosotros. Los mismo que sentimos cuando a las 20,59 escuchamos a "Mecano" cantar el "7 de setiembre". Cuatro horas más tarde, regresamos a las intimidades de hotel, para avalar nuestras percepciones de la tarde, y en efecto aquello era "solvente y sostenible". Por eso no nos sorprende que los dos, hoy, jueves, siete de setiembre, esperemos con ansias que llegue el viernes, para volver a vernos. En Santander.

El siete de setiembre.





Carola.





Coincidimos cuatro veces en el Anderu café . Los cuatro días con tus pantalones cortos. El lunes, azul cielo. El martes, rojo pasión. El miércoles, verde manzana fresca, de las que a mi me gustan. Y el jueves, rosa, cómo las tartas de fresa en mis cumpleaños infantiles. Los cuatro días, con cuatro camisetas blancas, y sus tres fotografías. El día 1, Santander. El día 2, Ávila. El día 3, Zamora. El día 4, Valladolid. Tú y yo, todos los días, en el mismo horario. Te vigile, de manera solvente, desde la mesa próxima. Y digo de manera solvente porque no me descubriste, porque nuestras miradas no se cruzaron. El lunes me llamaste la atención por tu forma de moverte y actuar. Por tu lectura detenida del periódico. Por tus jugueteos con el móvil. Por tus rarezas. El martes me pareciste muy interesante. El miércoles me sedujeron tus pequeños gestos. El jueves me propuse conocerte. Todos los días me pregunté por el color de tu ropa interior. ¿Slip o bóxer blancos? ¿Conjuntado en azul cielo, rojo, verde manzana, rosa? ¿Negros? Siempre sin calcetines. Día uno, zapatillas negras. Día 2, zapatillas rojas. Día 3, zapatillas verdes, como las bolsitas de los Chaskis. Día 4, zapatillas negras. El jueves de la semana pasada me propuse conocerte, ha pasado una semana desde entonces y no hemos vuelto a coincidir. Yo sigo haciendo el mismo horario

Tus pantalones cortos.





Hice las vacaciones de Semana Santa sola, en Toledo, porque mas vale sola que aburrida en mi piso de Santander castigada sin salir. Elegí Toledo porque tenía ganas de cruzar mas abajo de Madrid, pero no mas lejos. Elegí el hotel Ozoe porque Julio me lo recomendó, estuvo allí el verano pasado. Mi habitación, la 509. El Ozoe es un hotel grande pero acogedor, situado en el centro, con vistas a la plaza de Zocodover. Hice las vacaciones sola porque no he vuelto a coincidir en el Anderu café con aquel chico de los pantalones cortos, él provocador de mis fantasías desde entonces, aunque seguro que no volveré a verle porque sería uno de esos turistas ocasionales que visitan Santander y luego nos abandonan. Coincidí en el Kuztole, la cafetería que está junto al hotel, con Marino y Casandra, y porque resulta que Casandra también vive en Santander, pasamos algunos ratos juntos en Toledo, y hemos vuelto a encontrarnos aquí. Ellos me invitaron a su excursión a Almagro, a cambio yo les propuse un fin de semana en casa de mis padres en Olmedo, coincidiendo con el festival de teatro clásico. Ese día, ellos me contaron sobre la extraña manera en que se conocieron, yo les conté de mi enamoramiento de un Príncipe con pantalones cortos. Marino, con pose intelectual sentenció, “Estos son los hilos de la vida”, y se enredó durante cinco minutos contándonos de la comedia “La judía de Toledo”, también de “La Pícara Justina”, con Lope de Vega y Valle Inclán. Un tipo interesante y cautivador Marino, pensé. No estuvo nada mal vencer resistencias, perezas y miedos para hacer las vacaciones sola. Porque también conocí a Charo y a Justo, a Penélope y Lucio, a Fausto, a Marian y a Raquel. Ya te contaré. La de Marino y Casandra, la habitación 645 del hotel.

Carola.





Era agosto, era 2016, Pablo y Carola coincidieron en el Anderu café de Santander. Pablo, los cuatro días con sus pantalones cortos. El lunes, azul cielo. El martes, rojo pasión. El miércoles, verde manzana fresca, de las que a ella le gustan. Y el jueves, rosa, cómo las tartas de fresa de los cumpleaños infantiles. Carola se sintió atraída por Pablo. Él no vio a Carola. Ella con sus cinco vestidos, los mismos que llevo a Toledo en su maleta negra. El lunes fucsia. El martes verde manzana fresca. El miércoles en otro de los verdes, ese mismo con la marca de “El Corte inglés”. El jueves naranja intenso. Es junio, es 2017, son las 1o y 37, Pablo y Carola coinciden en el café. Ella en el Anderú de Santander, él en el Navile de Avilés. No me gusta maltratarte con suspenses que mantienen abiertos los interrogantes, yo ya se que volverán a coincidir en el Anderú en agosto, y que seguiremos conociendo los detalles que hacen sus historias. Hoy me toca señalar las canciones que envuelven sus cafés, a la misma hora, pero en distintos lugares. Por aquello de que la música les va aproximando. Porque los cafés Anderu y Navile están conectados a la misma emisora músical, aquí y allí, hay canciones que les unen: “Estais aquí”, Sidonie. Porque los cafés Anderu y Navile están conectados a la misma emisora músical, aquí y allí, hay canciones que les unen: “Te has perdido quién soy”,Vanesa Martin. Porque los cafés Anderu y Navile están conectados a la misma emisora músical, aquí y allí, hay canciones que les unen: “Solo quiero bailar”, Zenttric.

Pablo y Carola.





Cambié mis horarios para coincidir con ella, cada mañana, todos los días, en el Anderu café , a las 9, y así día a día, voy sabiendo algo más. Desde enero. Se llama Carola. Casi siempre toma el café, con leche, sola. Llega, compartimos el local quince minutos, y se va, sin prisa. Ni lee los periódicos ni esta obsesionada con su móvil, es mas de observar lo que ocurre alrededor. Tiene un amigo que se llama Julio, y es amiga de Casandra. Es mas de faldas y vestidos que de pantalones, en todos los colores, fucsia, verdes, naranjas, rojos,… La escuché decir que hizo sus vacaciones de Semana Santa en Toledo, sola, y que es de Torrelavega, y que sus padres y su hermana viven allí. Tiene un trato fluido, más que amable, con Henar y Orlando, los camareros del Anderu. Vive por el barrio, brillante, simpática, inteligente y divertida, como la imaginé. Ella conoce a mucha gente, no es como yo. Me llamo Floren. El jueves pasado nos hablamos por primera vez, porque ese jueves coincidimos por primera vez los tres, Carola, Casandra y yo. Arrancó nuestra primera conversación. El “I´m in love” de Kygo, nos puso la banda sonora. “Encantado de conocerte Carola. ¿Te ha contado Casandra como nos conocimos?”

I´m in love.





La cuadrilla de amigos.





Me enamoré de esa cuadrilla de chicos porque no paraban de reírse a todas horas. Nos los encontramos en el pasillo del hotel, en el ascensor, en el comedor, en el café Kuztole, en el Alcazar y en el museo de El Greco. Tanto me fijaba en ellos que Miguel se dio cuenta, me lo dijo y yo traté de disimular. “¿Qué miras Marta?” Eran 8 y ocupaban las habitaciones junto a la nuestra, la 319, la 320, la 321 y la 322. No tarde en saber que venían de Burgos y que la mayoría de ellos vivía en Gamonal, como mi prima. Parecían divertirse tanto que a mi también se me dibujaba una sonrisa en el rostro al verlos. Ángel, escuché su nombre, parecía el mas provocador y Modesto, el mas discreto. Parecían muy buena gente, y lo fueron, no les escuchamos ruidosos en el hotel y siempre sus alborotos me parecieron inofensivos e inocentes. El mas guapo de todos ellos me pareció Michel, con esos ojos verdes, ese andar lento y esa pose juguetona. Ginés me sorprendió tres veces fijándome en ellos. Lorenzo traía pintas de cabroncete, y ayer supe que fue novio de Zaida. Miraban a las tías, pero en correcto y con normalidad. Cristian parecía el más joven de todos. Un tal Cristóbal, parecía el más ausente, Máximo, responsable, organizando al grupo y sus cosas. Yo me quedo con Ángel, por elegante y sensual. ¿Y por qué no? Él Ángel, cantado por Juanes.

Divertir.





“Abriremos las ventanas, saldremos a la lluvia, y probaremos nuevos trucos”. El viernes encontré en el buzón esta nota manuscrita. “Abriremos las ventanas, saldremos a la lluvia y probaremos nuevos trucos”. Escrita con bolígrafo de color negro, yo creo que un V ball Pilot de 0,7, una letra preciosa. Escrita sobre un papel amarillo, dentro de un sobre del mismo color. 11 palabras. “Abriremos, saldremos, probaremos”, tres verbos en plural que han azotado mi curiosidad. Yo regresaba de una divertida tarde de viernes, y la nota en el buzón de mi piso en Gamonal. Dice Ángel que se trata de una de mis admiradoras entregadas. Dice Modesto, que será un admirador. Dice Michel que lo ponga en conocimiento de la policía. Dice Ginés que pronto llegarán las amenazas. Dice Lorenzo que pirados, los hay en todas partes. Cristian dice que es posible que se equivocaran de buzón. Cristóbal, que alerte mis precauciones. Máximo sugiere que se trata de la broma de alguno de ellos. Ayer, al salir del trabajo, encontré un sobre igual, bajo el arco de San Esteban. La misma letra. “Insistiremos perseverando”. Esperando a estos en el Urgós de la Plaza Mayor, cantaban los Lori Meyers mi tema favorito, “Alta fidelidad”, y yo mirando a mi alrededor, curioso e intrigado.

El arco de San Esteban.





Mateo, “ya lo sabes, “Probaremos nuevos trucos. Abriremos las ventanas. Saldremos a la lluvia. Insistiremos perseverando. Manejaremos las distancias. Festejaremos las reconversiones. Cantaremos canciones antiguas. Bailaremos canciones absurdas. Reservaremos habitaciones de hotel. Limpiaremos los cristales sucios. Flotaremos disfrutando. Jugaremos a aprendices. Haremos realidad los trazos y los dibujos. Responderemos sonriendo. Cruzaremos agachados para no tropezar. Subiremos al tren. Aprovecharemos las zancadillas para tomar aliento. Correremos despacio. Gritaremos que nos aburre. Nos esconderemos para rectificar. Coincidiremos en el café de la esquina. Anotaremos en los cuadernos millones de detalles. Callejearemos en la dirección correcta. Caminaremos saltando. Finalizaremos la lista que empezamos. Volaremos hacia ese lugar. Escucharemos lo que quisimos oir. Beberemos para no emborracharnos. Giraremos por la calle de tu barrio. Abriremos el armario sin miedo a revolver. Nos sentaremos en la plaza de enfrente. Dejaremos de hacer lo que no nos conviene. Miraremos desde el autobús los paisajes. Colgaremos en Facebook las frases que ayer escribimos. Matizaremos las dudas para afirmarnos. Tendremos sol sin frio. Recortaremos la impaciencia. Gestionaremos el equilibrio imposible. Subiremos las escaleras sin usar el ascensor. Pondremos la vista en las nubes del cielo para perder el tiempo que ganamos. Y empezaremos a ubicarnos sólidos. (Con la canción “Ya lo sabes” de Marta Soto, porque es mi canción de ahora).

Resetear.





Arturo y Mateo no estuvieron con ellos en las vacaciones de Semana Santa en Toledo. Si estuvieron Ángel, Modesto, Michel, Ginés, Lorenzo, Cristian, Cristobal y Máximo. Arturo no estuvo porque Fabiola, su novia, le compuso los planes para esos días. Mateo no estuvo porque se fue retrasando en la entrega del informe que Ezequiel le encargó, y llegaban los plazos y la fecha de cierre, y en su cabeza un revuelto desordenado de tesis, ideas y referencias, sin articular ni ordenar, en proceso de construcción confusa, esperando el montaje final, las estructuras y las tramoyas para un sólido definitivo y trenzado. Ezequiel, el coordinador de Nelua, el observatorio líquido para la complejidad y la incertidumbre, le había encargado algo sobre prospectiva digital, “aquello que dicen que estudia las causas técnicas, científicas, económicas y sociales que aceleran la evolución del mundo moderno, y la previsión de las situaciones que podrían derivarse de sus influencias conjugadas”. Por ello su frase favorita repetida, “la situación actual exige prospectiva, anticiparnos a identificar tendencias e introducir cambios, quizás algunos de hondo calado”. Mateo, el intelectual, como le llaman todos, estira de los hilos. Mateo, el que sigue indagando sobre los significados del sobre que encontró en el buzón con la nota manuscrita: “Abriremos las ventanas, saldremos a la lluvia y probaremos nuevos trucos”. Mateo, el que sigue indagando en los otros dos sobres que encontró. Bajo el arco de San Esteban: “Insistiremos perseverando”. Bajo el arco de Santa Maria: “Matizaremos las dudas para afirmarnos”.

Avenida de La Paz.





Candela y Bernabé.





Bernabé es uno de los clientes diarios, de todos los días, del Kuztole café, el de la plaza de Zocodover. A excepción de los sábados y domingos. La oficina que dirige Bernabé está a tres minutos de la plaza, y su segundo café del día, siempre que la agenda lo permite, es en el Kuztole. Después de las once 30. Bernabé es un tipo inteligente y elegante, muy competente para las relaciones, para la gestión, para la dirección solvente, viste de traje y corbata, hoy gris y verde. Hoy no quiero contarte ni de la esposa, ni de los tres hijos de Bernabé, hoy quiero decirte que en la oficina de Bernabé que él dirige, trabajan nueve personas. El primer café del día lo hace en el otro café, el que está en los bajos del edificio en que vive, porque Bernabé es un tipo de costumbres fijas. Él se casó con su novia de toda la vida, la que conoció en el instituto. Él veranea todos los años en Medina del Campo, el pueblo de su familia. Él organiza doce comidas formales al año, en sábado, siguiendo un calendario y protocolo establecido, según guión para celebrar y agradecer. Una vez al mes, Bernabé, esposa e hijos disfrutan de un fin de semana fuera de Toledo. Todos los domingos de manera alterna, comen en la casa de los padres, de uno de los esposos.

Él y ella.





Candela es la esposa de Bernabé. Ella no es de las más guapas del barrio, pero es inteligente y elegante, muy competente para marcar objetivos y hacer los dibujos, la ruta y las operaciones para lograrlos. Eligió a Bernabé en el instituto y fue a por él para seducirlo y conquistarlo. A los 23 ya vivían juntos en uno de los pisos de los padres de Candela , después de casarse reglamentariamente. Ella es una de las tres hijas de una familia con tradición y rentas, en Toledo. Candela regenta ahora uno de los tres negocios familiares. Hoy no quiero contarte de estos asuntos de empresa. Los padres de Candela no tienen pueblo, porque son del Toledo histórico, de toda la vida. La pareja con sus tres hijos, estuvieron el fin de semana pasado en Gredos, y durmieron en ese hotel tan recomendable del que te hablé. Fueron en el coche, a ratos conduciendo Bernabé y a ratos Candela. En el viaje de vuelta pasaron por Ávila y visitaron a Mila, la amiga de Candela, y comieron juntos. Hicieron el café de la tarde en al Aburu, las atendió Pili, la camarera. Y porque Pili derramó la bandeja con el café sobre la blusa de Candela, todos pudimos descubrir la humanidad y la grandeza de Candela. Había otras 17 personas en el café cuando sucedió el incidente. Todas comentaron la naturalidad y la dulzura con la que Candela respondió a los desafortunados hechos. También Marian.

Ella y él.





Cielo.





Izal cantando en el escenario. Tu desconocida, me miraste. Yo te sonreí. Ahí empezó esto. Y para que la historia parezca mentira, te llamas Cielo, eres la prima de Carolina, y amiga de Ibai, y amiga de Mar y amiga de Julio, y habías quedado con todos ellos luego, al acabar el concierto. Por los efectos del mar Cantábrico y de las cervezas y de las influencias sensualmente sonoras del “False Alarme” de Matoma & Becky Hill,y de las otras danzas, seguimos intimando entre la multitud bailante del festival. Aquello fue la madrugada del cinco al seis, agosto. En estas nuevas semanas nuestras nos hemos ido conociendo.-Quédate conmigo-me dices y te digo. Experto soy ya de asuntos de peluquería y estética, sin interés alguno antes de conocerte, pero estar en relaciones con una profesional del sector tiene sus obligaciones y derivadas. Cielo, la presidenta de Isere Cantabria, la plataforma de profesionales del gremio. -Yo no quiero canciones tristes-me dices y te digo. Y me repites las ocho verdades que te trajiste de la asamblea de Valencia porque quieres sean nuestro catecismo para el viaje. Uno: “Poco rollo y mucho meneo”. Dos: “Ni absorbentes ni absorbidos”. Tres: “Si no es divertido ¿pa´que te metes? Cuatro: “Al pan, pan, y al vino, vino”. Cinco: “¿Está llena la botella? Seis: “Tenemos que ladrar, pero sin morder”. Siete: “¿Llueve? Mañana sol”. Ocho:”Jugar no es solo de niños”.

Mar Cantábrico.





Por los efectos del mar Cantábrico y de las cervezas y de las influencias sensualmente sonoras del “False Alarme” de Matoma & …Becky Hill, y de las otras danzas, te conocí en agosto del año pasado y ya vivimos juntos, te plancho la ropa y te hago reir. Por los efectos de la casualidad, de la música, de las expectativas, los deseos, las coincidencias, la sincronía de nuestros calendarios, hemos ido rodando. A veces nos enfadamos, hemos cambiado nuestros hábitos, dormimos juntos y me he aficionado a las croquetas de morcilla, tu especialidad. Por efectos de los primeros cafés y de las cervezas nos hemos ido encontrando, conociendo, respetando, muchas, soportando. Ahora me afeito tres veces por semana, he cambiado mi marca de jabón y champú para las duchas, frecuento mas camisas, tomo mas fruta, cenamos muy a menudo fuera de casa, me es familiar Torrelavega porque allí viven tus padres, y Solares, porque allí vive tu hermana. Ahora tengo una cazadora de cuero, he ampliado mi circulo de amigos con los tuyos, y estoy mas equilibrado y satisfecho. Ahora muchos fines de semana los hacemos en Gijón, en el piso de tus padres. Ahora bajamos a Bilbao algunos viernes para estar con tu amiga Leire, yo soy amigo de Raúl, hemos estado en Miranda y en Logroño. Ahora tengo un paraguas rosa, sin duda soy mas feliz.

El paraguas Rosa.





Eneritz.





Joseba sigue durmiendo en nuestra habitación de la calle Cataluña y yo desayunando en el Ondoren de la plaza del Castillo y en el hilo musical Melendi cantando “Desde que estamos juntos“ y los niños con los abuelos en Tudela y el reloj marca las 8 y 45 de la mañana y yo ya de vuelta de las carreras por Pamplona y yo de vacaciones y Joseba también. Entra por la puerta Jose porque hemos quedado y me despido de Minerva y de Víctor, y nos pone otros dos cafés con leche Eneritz, el nuevo camarero, muy jovencito, y se le nota mucho que es nuevo porque tarda un rato y es torpe, y además parece más interesado en sonreir a un grupo de chicas, al final de la barra, que en completar su operación con nosotros. Suena por el hilo musical “Shake shake go”, y Eneritz mas estimulado, parece contratado en exclusiva para resolver las necesidades del grupo de las cinco chicas. Porque soy constructora de historias, escucho a Jose pero mis intereses están en los acontecimientos de la barra. Jose me habla de sus trabajos, a Eneritz y las cinco chicas las invento en diez historias dulces con la banda sonora que se escucha ahora en el Nekue. Parece que no fantaseo nada mal porque aunque se acumulan los trabajos de barra sin atender, vigilo a Eneritz que apunta los teléfonos de las cinco chicas. Escucho a Jose sobre las últimas peleas con Alexia, ¡Vaya por Diós! Suena por el hilo musical “White dress” y Set Mo y las chicas abandonan el local, con miradas navideñas juguetonas entre los seis. ¡Todo culebrón!

Eneritz.





Nos habíamos organizado y alquilado cuatro habitaciones en el hotel, con tiempo, porque en Carnavales Tolosa es el centro de la fiesta y allí queríamos estar. Llegamos y nos situamos, los ocho desemparejados, los chicos en habitaciones de chicos, las chicas en las habitaciones de chicas, al uso tradicional de las cuadrillas treintañeras que hacen planes de ocio, monte, playa, conciertos y festejos. Para no desencajar en los acontecimientos locales, nuestro plan venía cocinándose con detalle, incluyendo los correspondientes disfraces, y ya en noviembre decidimos convertirnos en seres Playmobil, con unas enormes cabezas artesanas que nos fuimos fabricando: una pareja de novios, un astronauta, un alienígena verde, el príncipe y la princesa, el cámara de televisión y la presentadora de informativos. Sábado por la tarde en las calles del Oria en Carnaval y nosotros con nuestras enormes cabezas Playmobil callejeando disfrazados. Así como te cuento arrancamos la tarde bailando el “El amante “ de Ncky Jam en el Nekue café, dándolo todo. Yo con mi cabeza y mi cuerpito de Principe, Ainara de Princesa, protegidos y cómodos por el disfraz, Txetxu grabándonos. El monte Uzturre nos vigilaba de lejos. A consecuencias de nuestros cabezones, las pajitas, imprescindibles para poder tomar refrescos y cervezas. Estábamos en el segundo local, y astronauta y alienígena, Izaskun y Koldo, bailando el “Vente pa´ca” de Ricky Martín, mientras Nekane entrevistaba a los rodeantes. En el puente de Navarra sobre el Oria, casamos a los novios Playmobil, Nagore y Endika. Y se hicieron las diez, las once, las doces, la una, las cuatro, y regresamos al hotel. Cruzamos la puerta del Nekue, y “·Sin contrato” de Maluma, el tema del local. Llegamos y entramos en el ascensor. “Eneritz, tú en mi habitación”, me lanzo Ainara con descaro. La 645. En la habitación 311,Txetxu y Nekane. En la habitación 534, Izaskun y Koldo. En la habitación 436, Nagore y Endika. Así como te cuento.

Oria y Uzturre.





Nos levantamos con el “6 AM” de J.Balvin en la habitación 317 del hotel Ozoe de Toledo. Eran las once de la mañana y Eneritz roncando a mi lado como un Tigretón. No es que yo sea una Pantera Rosa pero lo nuestro empezando a descolocarme los esquemas del guión de mi peli. Cantando Nicky Jam “El perdón”, y los rayos de sol esforzándose por entrar en la habitación por los resquicios de la persiana desde la plaza de Zocodover. Cantando Nicky Jam, “Travesuras” y a Eneritz se le escapo ese“¿Cómo estas amor?”, en lo que a mi me pareció un exceso en nuestras confianzas de amigos, amantes y compañeros de vacaciones. Le pegue un patadón, le informé que iba a ducharme, y que se dispusiera a ello, para bajarnos a desayunar. Cantando J. Balvin, “Ay vamos”, yo en la ducha, y Eneritz llegó con ganas de jueguecitos matinales que tuve que frenar. Él insistiendo. Cantando J.Balvin “Sola”. Me acelere en mis limpiezas para evitar las tentaciones, y nos cruzamos en la puerta del baño los dos, yo saliendo. Cinco minutos mas tarde cantaba J.Balvin “Tranquila”y Eneritz saliendo del baño para deambular exhibiendose por la habitación. Diez minutos mas tarde cantaba Nicky Jam “Hasta el amanecer”y Eneritz se embutía en sus slip naranjas, mis favoritos. Las doce y cuarto y ya desayunando en el Kuztole café. Dos Coca-Colas, dos zumos de naranja y dos bollos de mantequilla. “Yo te lo dije” de J.Balvin, sonando en el local.

Ainara.





Conocí a Zaloa por casualidad, el 3 de enero, porque ella y sus cuatro amigas pasaron por el Ondoren café, y detrás de la barra estaba yo. Diez minutos después de conocerla ya tenía su número, una hora después nos whatsapeábamos, el fin de semana siguiente me acerque al piso de Tudela, el que comparte con Melanie, y hasta hoy nos hemos visto diez veces, con esta once. Zaloa llamó mi atención por su manera de vestir, tan galãctica. Pantalones y cazadora plateada, botas y camiseta negra, y el bolso cual lata de sardinas. Dice Zaloa que no le importa que ahora tenga novia, que así mejor, y por mi, bien. Dice Ainara que tonterías las justas, y que si estamos juntos, nada de enredos con terceros. Y digo yo que no me conviene desperdiciarme en régimen de exclusividad, con límites, que aun soy muy joven para frecuentar los mismos lugares. Y digo yo que no es inteligente ser único, que mejor múltiplo de varias. Y digo yo que mejor carta que menú del día. Ayer libraba en el Ondoren, y le dije a Ainara que bajaba a Tudela, tarde, noche, y mañana, para ver a mi hermano. A las siete me pase por el piso de Zaloa. A las siete y diez estábamos en la primera de las terrazas de la plaza Los Fueros, discretos, formales, correctos en público. Continuamos por mas tabernas y lugares de alcohol. A las doce menos cuarto subimos al piso, directos a las artes plásticas. A las 8 treinta saltamos del edredón verde. En la emisora músical, Luis Fonsi, cantaba otra vez, “Despacito”.

Zaloa.





Zaloa, metafóricamente hablando, me he pasado el día entre alambiques, fornituras, molduras y tratamientos. En consecuencia, permíteme ahora que me desmelene un rato bailando enloquecidamente, ¿te parece”. Eran las once 49, y Melanie, la amiga de Zaloa se movía entregada a la causa con el “Be mine” de Offenbach. “Melanie, metafóricamente hablando, yo también me he pasado el día entre remiendos, jodiendas, zafarranchos y trompicones”. Y al fondo de local, mirándolas, el tipo de la camisa blanca con dibujos de dinosaurios. El de la perilla con bigote. El de las gafas amarillas. El de los pantalones verdes. El que se llama Markel. Con su amigo Beñat. El del tatuaje , los ojos verdes y la camiseta de palmeras. Con el “We don´talk anymore” de Charlie Puth, los cuatro se fueron aproximando”. Y comenzaron un diálogo de besugos. “Soy un chapucero”, dijo Beñat. “No va a poder ser”, comento Zaloa. “En el episodio 14”, se lanzó Markel. “Yo, solo los martes”, se arrancó Melanie. “Mi especialidad son las croquetas”, insistió Beñat. “Sabanas naranjas, mejor que blancas”, apuntilló Zaloa. “Manejo bien el powerpoint”, resalto Markel. “Aunque no figure en el acuerdo”, detalló Melanie. Y después de las risas que te cuento salieron del local con el “Sugar de Maroon. El final de la historia, la imaginas.

Melanie.





Esteban.





Nací el día 22, minutos después de que ellos cantasen el gordo de la lotería, me bautizaron el 23, el 24 Nochebuena, 25 Navidad y 26, San Esteban, el día de mi Santo. Por esta casualidad siempre pensé en los cinco días como si fueran mis fiestas personales. En el 85 yo cumplí 18 años y aun entonces seguía mi ruta de bautismo, comunión, confirmación y misas dominicales, y teníamos por costumbre ir los 5 días a misas, en la parroquia de mi nombre, la de nuestro barrio zamorano. Ya llevaba unos meses largos mas ocupado por tareas de vigilancia a feligresas que en atenciones a los detalles de los sermones, liturgias y cánticos. Ya desde iniciado diciembre, las tareas de exploración durante los ceremoniales se habían centrado en una chavalita morena, siempre muy tempranera, siempre sentada en los bancos anteriores, pero concluí que la pasión e intensidad con la que disfrutaba del evento religioso, no me convenía, la imagine entregada a la causa del amor divino y celestial, y estas cuestiones místicas y sacramentales ya no eran mi preferencia vital. Fue un diciembre confuso pero sólidamente comprometido en celebrar mis próximos 18 y las vacaciones navideñas, en las aventuras propias de esta edad. Siempre he sido muy afortunado en las elecciones, y te adelanto que acerté poniendo mis ojos en la blusa y en la falda de Enma porque aunque fue mas difícil la vigilancia, siempre llegaba tarde para colocarse en los bancos posteriores, mis sonrisas de seductor entrenado en el espejo funcionaron, y pudo ser. Al acabar la misa del 24, tuvimos nuestra primera conversación de tres minutos, y arrancaron mis vacaciones navideñas con ella.

San Esteban.





El día aquel bajé las escaleras, como nunca, porque en el portal me esperaba Enma. Bajé mas rapido que un ascensor supersonico de esos que aun no hemos inventado. Aquello nuestro duro tres meses, y llegamos hasta marzo en nuestro primer cursillo de entrenamiento para el amor. Fuimos atenciones, caricias, intimidades, planes, conversaciones y mucha, mucha vitalidad. Ya cumplíamos todos los requisitos para recibir el certificado de estos primeros estudios, con prácticas. Los dos habíamos llegado a los 18 años en diciembre, ella el nueve, yo el 22. Enma y yo coincidimos ayer, suele ocurrir, en el Eulza café, ella con su pareja de ahora, y el bebe. Nos saludamos. Ella preciosa y única, como siempre. En la navidades que nos conocimos, Iván no cantaba “El pensamiento circular”, que canta ahora, pero él la escribió para mi. Después de Enma llegaron las otras y he ido avanzando, con mis diplomas de especialización para las artes amatorias, teórica y práctica: por ámbitos, temáticas, en contextos, situaciones, metodologías, procedimientos y protocolos, literatura, gestión de crisis, escenografías, gastronomía, eventos, gestión, domestica y robótica, mobiliario, saneamientos, salud e higiene, atrezzo y vestuario, guiones, alto rendimiento, observación, vigilancia, archivo y memoria, prevención de riesgos, calculo, geoestrategia, ciencia, tecnología, políticas, oratoria y conversación, culturas, bailes, ocio, viajes, mecánica y conducción, utensilios para el orden y la limpieza, contabilidad, electrónica y primeros auxilios, sonorización, probabilidades, mágia, ingeniería de procesos,….y todo lo demás.

Competencias.





Inés y familia.





The Proclaimers me escribieron el I´m gonna be para que se lo cantará a Ines y hoy llevando a los niños al cole lo tarareaba. Ellos me miraron extrañados porque no soy de cantar ni de otras artes pero en ese momento me sentía especialmente feliz disfrutando de estas cosas pequeñas que somos. “When I’m working, yes I know I’m gonna be I’m gonna be the man who’s working hard for yo”. Como en una de esas pelis romanticas con nombre de Notin Hil o Love storis. A ti que no sabes de nosotros te contamos. David y Alejandro estudian en el Pi i Margall de la plaza dos de mayo. Desde que nació David vivimos aquí, en Malasaña. Miento desde once días antes. Y cuando nació Alejandro cuatro años después nos cambiamos al piso de la calle La Palma. Somos tan de rutinas que no escapamos a estas calles. Cogemos el metro en Bilbao, Inés para ir a la farmacia o cuando queremos cometer algún exceso. Pero más bien poco. Las vacaciones de verano en Santander, que allí si hay playa. Subida en tren desde Chamartín. Y los cafés y colacaos, mañana del domingo, en el Pepe Botella de la calle San Andrés. Leyendo El Pais y mirando por la cristalera que da a la plaza. En un lugar con mucha luz.

Inés.





De aquellos agostos en Santander con mi hermano, y con mis padres, lo recuerdo casi todo. Llegábamos como hoy en tren a la plaza de las estaciones, subíamos al taxi, y en diez minutos ya estábamos en el apartamento, el de todos los años, tan cerca de la playa. Empezábamos las vacaciones, nocturneando, con los conciertos del festival, porque teníamos esos padres raros que nos enchufaban a vidas diferentes. Hoy que abrí la caja de recuerdos, allí estaban también las entradas, las pulseras, las canciones, los carteles, el botecito con arena de la playa, las fotografías, y los videos que nos grababa mi padre. Debe ser, que en 2016, ya estaba mi padre poseído por los mismos grupos, porque en la peli de ese año, solo se escuchan sus canciones, y mi madre baila como endemoniada frente al escenario, y tumbada en la toalla con el bikini verde, y comiendo, la bolsa de patatas fritas, la paella, la hamburguesa, los helados, y David y yo aparecemos con esa cara de “nos estamos durmiendo”, y estan ellos, las bicicletas, los desnudos nocturnos del baño en la playa, las terrazas, los cafés,… Y también su frase, miles de veces repetida, “¿A que vinimos Alejandro? ¿A qué vinimos? ¡A divertirnos! A buscar los lugares en los que somos felices”.

Vacaciones.





(Año 2048) De aquellos días en Cuenca con mi hermano, y con mis padres, lo recuerdo casi todo, y porque ellos nos enseñaron a anotar en cuadernos las cosas importantes que ocurrían, con sus lugares y sus canciones, leo también que un día como hoy, hace 32 años, estábamos en Cuenca y era sábado. En la libreta naranja de la memoria hay millones de apuntes… “Diciembre, Depedro y Vetusta Morla, Heroe de otoño, un soñador entre los locos, bronca en el café Cucuan porque David tenía uno de esos momentos rebeldes protestando por todo, compramos Nonkis en el Chuches Guay de la plaza, compramos palmeras de chocolate en el Panekia, y Verónica, ¡impresioooonantemente guapa hoy!…” Luis y Lucía, los amigos de mis padres, con Verónica, su hija, y sus 16 años, en el Cucuan café. No es que ella me hiciese mucho caso por aquel entonces, porque era mas mayor, y yo aun un crio, pero ese día mi diario dice que sentí envídia por Isaac, cuando me enseño su foto y dijo, “este es mi novio”. Lo dice el diario y lo recuerdo. De fondo las conversaciones aburridas de padres, y yo mirando de reojo cada uno de los detalles de Verónica, pero más, aquellos. Estábamos en los parajes edificando “Lo que te hace grande”. Lo cantan Vetusta Morla. “La marea me dejó, la miel en los labios”,lo cantan también. ¡Fuego! Hoy, en el Amalau café de la plaza, Malasaña, y es jueves.

En el café Cucuan.





De aquellas Navidades con mi hermano David, y con mis padres, lo recuerdo casi todo. Recuerdo también las del 16 porque nos quedamos en Madrid .Tengo apuntado en la libreta naranja que David “está insoportable” y que mi madre dice a todos “empieza a ser un preadolescente” y que mi padre nos sorprendió con una tarta sabor a naranja en la Nochebuena y que en vez de uvas tomé Lacasitos amarillos, y que David se empeño en que bajáramos a la Puerta del Sol para celebrar el salto del año, y que estuvo todo el día insistiendo pero no lo consiguió, y estuvo enfadado hasta que se marchó a dormir y que estuvo tramposo jugando a las cartas. Tengo apuntado que mi madre se puso a dieta en cuanto se comió las uvas, y es verdad, porque perdió doce kilos hasta las campanadas del año siguiente. Tengo apuntado que el 28 fuimos a buscar a mi madre a la salida de la farmacia y el 29 a mi padre a la salida del supermercado. El primer día del año 17 mi madre solo comió un puré , jamón de pavo y un plátano, aunque estuvo todo el día cocinando los pimientos rellenos, la merluza, la ensaladilla rusa, los revueltos, los guisos sin guisantes porque a mi padre no le gustan los guisantes, y ya a David se le había pasado el enfado pero por la tarde se quejaba de dolerle la tripa hasta que bajamos al Amalau café y se zampó la tarta y el chocolate. No hay nada apuntado en la libreta del día de Reyes.

Preadolescente.





Estas vacaciones de Semana Santa las hemos hecho nómadas. Estuvimos otra vez en Toledo, en Salamanca, Zamora, en Valladolid, Ávila y Segovia. Mi padre insistió, “ quiero una ruta rápida y dormir cada noche en un lugar distinto”, así que empezamos por Toledo y terminamos por Segovia. El primer día nos levantamos demasiado pronto, cogimos el coche y eran las diez y media cuando llegamos al hotel, el Ozoe, y en el centro. Dejamos nuestras cosas en las dos habitaciones y volvimos a desayunar al Kuztole, el café que está al lado del hotel. Digo volvimos porque ya estuvimos allí el verano pasado. Digo volvimos, porque ya habíamos desayunado Morenitos, Donuts y palmeras con Cola-Cao, en casa, antes de salir. El tonto de mi hermano se tiro la Coca-Cola y la tortilla por encima, torpe que es, y Daniela, la camarera, ¡que chica tan guapa!, corrió a salvarle del naufragio. El tonto de mi hermano tuvo que volver con mi padre a la habitación para cambiarse de ropa, total que eran las doce y comenzábamos a callejear por Toledo. A los diez minutos nos encontramos con Fausto, el del barrio, que iba con una tal Marian, ¡que chica tan guapa!, y total que se enrollaron a hablar y era la una, y sin movernos. Como en vacaciones somos de comer a las dos, tuvimos menos de una hora para recorrer Toledo. Comimos en el hotel, le entregamos los tickets a dos frikis de la recepción, Pepa y Paco se llaman, y como mi padre es de hacer la siesta en vacaciones, subimos a las habitaciones a jugar con la Play. A las cinco mis padres bajaron al Kuztole para el café, nosotros compramos un bollo de mantequilla y un pastel de arroz, en el Panekia de la plaza. Cruzábamos por la puerta del hotel y salían un tal Marino y una tal Casandra, ¡que chica mas guapa!.

David, Alejandro, Borja, Inés, Toledo.





Marian .





Hemos pasado estos dos días de Semana Santa juntos. Y hoy cuando tomaba el tren en tu ciudad he querido escuchar a Luz “Capitulo acabado”. Ya sabía. Ya sabía que estos días eran para finalizar esta historia breve. Para cerrar. No hubo despedidas ni dijimos nada al mirarnos a los ojos en el Charlotte de la avenida Portugal. “Lastima de final”. Se acaba una ilusión flotando en semanas. No he sumado los minutos que hemos construido juntos por caminos estrechos. Ya es la sexta vez que escucho esta canción en el tren… Arévalo. Medina del Campo. Valladolid. Me bajo para coger otro tren. Venta de baños. Palencia. Aguilar de Campoó. Reinosa. Torrelavega. Santander. El tren repleto. Final de vacaciones. Volvemos a la vida diaria. A la de todos los días. Escucho la canción. A mi alrededor jóvenes que vuelven a sus lugares de estudio y tres parejas. Ellos juegan. Ellos se besan. Él duerme, apoyado sobre su brazo, sus piernas entrelazadas. Ella mira por la ventanilla. Entradas y salidas en este vagón que se acerca a la noche. Les miro con envidia. Hay historias breves que revuelven y ponen patas arriba las estabilidades construidas. Esta. Hay historias breves que traen a nuestras vidas vendavales de emociones nuevas. “Lastima de final”. Adiós Marian.

Marian y Ricardo.





“Marian, impregnar no es ponerse un tufo de colonia para llamar la atención, hacer una declaración de intenciones, redactar un acuerdo grandilocuente que exprese las conclusiones de una sesuda reflexión tras un encierro grupal o contigo misma. Impregnar no es barnizar las paredes para que parezcan monas. No es juguetear con palabras bonitas o caras. No es adornar los habitáculos con decoraciones de moda. No es endulzar artificialmente ni colorear una sopa triste. “Impregnar es influir profundamente”. Puede que a ti te parezca lo mismo, pero no es lo mismo”. Era jueves. Era 14. Era mayo. Y Ricardo sentenció lo de ellos con ocho palabras: “Marian. Gracias. Mañana te llamo. Tengo que dejarte”. No volverán a llamarse. Es jueves. Es 31. Es diciembre. Marian en la oficina comprueba los datos de la tabla de excel con la contabilidad de los ingresos y gastos. Ricardo entrega los tres últimos pedidos de la mañana. Caja de libros para la librería El interruptor. Caja de bolsas para la frutería Urbae. Caja de de vasos para el Anderu Café. “Impregnar es jugar con las esencias de la vida”. Marian comprueba en internet los movimientos de su cuenta bancaria. Ricardo comprueba que le han ingresado la nómina. Marian publica en facebook un comentario. Ricardo whasasppea a Julio. Sus coches cruzan Ávila y Santander. El de Marian en Ávila. El de Ricardo en Santander. En ellos suena el “No es lo mismo” de Alejandro Sanz. “Vale, que a lo mejor me lo merezco”. Avenida de Madrid. Los Hornos Caleros. Agustín Rodríguez Sahagún. Juán Pablo II. Carretera Burgohondo. “Vale, que a lo mejor lo merecemos”. Calle Castilla. Paseo de Pereda. Castelar. Reina Victoria. Castañeda .Pontejos. Avenida del Faro.

Impregnar.





Amanece en Avila y nieva y yo despertando sola bajo el edredón rojo y en el radio relojdespertador suena Robin Schulz, “El sol baja”, Sun goes down en ingles. Utilizo mi móvil para localizar en internet la letra traducida de la canción, ¡Perfecta! iLa compró! Nothings ever what we expect. ¡A trabajar! Las siete de la mañana. Y cuarenta minutos. A las ocho y media tiene que estar encendido el ordenador de la oficina y yo tecleando. ¡Arriba Marian! As the sun goes down. Un día menos para la primavera pero ¡qué pereza saltar de la cama para tirarme a la ducha, para tirarme a calle! Recuerdo tus palabras en el whatsapp, “Disfruta el momento que estás viviendo”. Ayer no debí estirar la noche en La taberna del viajero pero ¡tan a gustito! Yo lo que quiero es visitar lugares lejanos y no tener que ocupar mi vida moviendo papeles, carpetas, tramitaciones y expedientes. ¡Por favor! El coche se lo llevo mi hermano y toca subir andando. Plaza del descubrimiento, Nuestra señora de Sonsoles, Cuesta de Gracia. Un café rápido antes de entrar ojeando El Diario de Avila en uno de esos pocos lugares abiertos. Calle San Segundo. Avenida Portugal. Estas botas no son las adecuadas para un día de nieve. Hoy tampoco me cruce con Rafa en la plaza. A media mañana me escaparé al Gimeco a comprar tres cosas urgentes para comer. ¡Esto es lo que hay!

Marian.





(Marian) Amanece en Ávila, hoy no nieva, yo despertando sola bajo el edredón naranja y en el radio relojdespertador suena otra de esas canciones seleccionadas para hacer mas fácil los arranques del día. Hoy, “Kiesza – Hideaway”. Un día menos para la primavera pero ¡qué pereza saltar de la cama para tirarme a la ducha, para tirarme a calle! Es extraño cumplir años un día como hoy, 35. Las siete de la mañana. Y doce minutos. A las ocho y media tiene que estar encendido el ordenador de la oficina y yo tecleando. En la cocina amontonados los utensilios sin limpiar de la tarta de limón que ya me comí, yo sola. En el pasillo, zapatos y zapatillas, y, ventajas de vivir sola, 14 prendas abandonadas y amontonadas pendientes de alojar en la lavadora: 4 bragas, 3 camisetas, dos pantalones, el jersey azul, 2 sujetadores y 2 pares de calcetines emparejados. El armario del baño, un almacén desordenado de enseres y en la despensa 78 artículos con forma de papel higiénico, jabones, macarrones, pimientos, pepinillos enlatados. Y las sardinas con tomate y el atún,…Rodeada por objetos y acumulaciones me ducho mientras suena el Maroon 5 – Sugar y pienso,”Tú eres de Nivea, yo de Heno de Pravia”. Y digo “tú eres”, aunque hace mas de un año que ni hablamos ni whatsapeamos”. Antes de entrar a trabajar , café en el Aburu, es el único abierto. Sobre la mesa del salón la factura del teléfono, la caja de quesitos El caserio Light, el frasco con Lacasitos y Conguitos, los blancos y los marrones, la botella de agua, Solan de Cabras, la taza de las infusiones y 22 euros, dos billetes de diez, y otros dos en monedas

8 de marzo.





Cuando Marian y Fausto abrieron los ojos, seguían siendo dos extraños que apenas se conocían desde el jueves, compartiendo la habitación 316 del hotel Ozoe, frente a un televisor encendido, bajo unas sabanas desnudos. Marian, con su ropa por el suelo, Fausto, correctamente doblada y ordenada sobre la mesa, junto a su ordenador portátil y la mochila negra. Los matices y los detalles ya explican los formatos de esto. Ayer Marian y Fausto, a las once, se encontraron en el Kuztole café. Fausto la invito a sentarse juntos, a compartir mesa en la cristalera principal. Lo hicieron y se rieron. Era la una, ya después de dos horas de palabras, y Fausto propuso a Marian continuar en su habitación. Marian, no acostumbra a usar de estos encuentros rápidos, pero eran vacaciones, primavera, abril, Semana Santa, Fausto, y era Toledo. Unas horas después abrieron los ojos, se rozaban, ya se conocían mas y por la tele sonaba Second, “Mas suerte”. Ya sabían los dos que no era aquello lo que andaban buscando. Había estado bien. Habían estado bien. Conveniente, adecuado, interesante, memorable, tierno, intenso, pero incompleto y frágil. Fausto ausente se vistío para vigilar desde el ventanal de la habitación, la plaza del Zocodover. Con sus zapatillas verdes, sus pantalones vaqueros, los calcetines verdes, los slip verdes, y la camiseta blanca estampada con las tres fotografías. Marian se vistió para bajar a su habitación, para ducharse, para vestirse preciosa y elegante . “Espera Marian”, susurró Fausto, y Marian se detuvo. “¿Puedo besarte?”. “Claro que puedes”. “Te veo a las diez y cuarto en el café Kuztole”.

El capítulo 14.





Lezuri y Aitzol .





Te esperaba con el crio en uno de los bancos del parque de La Casilla. Fue ayer. Llegaste divertido y nos provocaste risas. Subimos despacio hasta el parque de Ametzola. Hoy te estuve esperando con el crio, en el mismo banco del parque de La Casilla. Venias alegre y nos sumaste felicidad. Bajamos despacito hasta el parque de Doña Casilda. Recorrimos la acera disfrutando los momentos dulces de esos minutos, cuales protagonista de esos videoclip originales. El crio tranquilo, dejándonos hacer los viajes hacia los parques. Ayer y hoy eran las cinco, y tú saliendo del trabajo, exactamente puntual. Cómo lo harás mañana y como hacemos la mayoría de los días. A veces llueve para rompernos hábitos y rutinas. Vivir es esto, el suave pasar de minutos sencillos en calma. Haciendo los cafés en La caja, el Ametzola, el Areiltza y los otros, bailando los tiempos domesticados, en el mimar de los detalles, acompañados por los ángeles que nos protegen. Limpios, inocentes, diminutos, ajenos a las “voces” que canta Antonio Orozco. LLegarán las ocho y subiremos al tercero izquierda de nuestra calle, para bañar al crio, hacer la cena, gestionar los pendientes, y seguir practicando las artesanías revolucionarias de este mundo delicado que hemos construido. No buscamos florituras innecesarias para adornar historias que exhibir. Somos la canción simple inacabada, palabras sonoras, honestas, y un piano por compañía. Por estas calles de Bilbao.

Areilza.





Lezuri y Aitzol hicieron el café de ayer viernes en La caja, el local de Areilza 27. Estaban con el crío. Analizaban la conveniencia de una segunda criatura para completar la familia cuando entraron Leire y Raúl analizando la oportunidad del momento para arrancarse como padres. En la mesa de al lado, la otra pareja con los tres hijos, uno de ellos adolescente, las mochilas escolares rebosantes de deberes por completar, y amenaza de tumulto por el plan para la tarde, “mañana examen, hoy no hay Wii”. En la otra mesa, la chica embarazada esperando al promotor , y en la barra el padre con el hijo en corbata y traje, ya empleado. Es probable que nadie excepto yo se percatase de las escenas familiares diversificadas. Sobre la barra, los pinchos, y en los periódicos colgados, en la página 3 un amplio reportaje sobre las medidas de apoyo a la conciliación en el País y en la 24, sobre las tasas de natalidad. Porque yo quería escribir una historia sobre familias ,hijos, deberes escolares, dificultades para conciliar, y todo lo demás, vi lo que vi, para escribirlo, y ahora lo estas leyendo. Es difícil, porque estas embarazada con o sin nauseas, o porque es tiempo de teta o biberones, o están en los 7, los 9, los once, los 13, los quince o los 17, o porque no encuentran trabajo, o se te hicieron vagos, ella te lo arrastra, despilfarran en exceso, el fútbol, el inglés, las compañías juveniles y laborales, está triste, infeliz o separado, se le cae por multitud la ropa del armario, enfermó, desatiende a los suyos, los hijos se les fueron de las manos, apenas tienen tiempo para venir a veros…

Sobre madres y padres.





Casandra, la prima de Lezuri, y Marino, su chico, llegaron el viernes y marcharon el domingo. Se alojaron en el piso de Lezuri y Aitzol en la calle Areilza. Aprovecharon los cafés, los paseos, las meriendas, las visitas y los ratos por las calles de Bilbao para reflexionar de manera profunda sobre los acontecimientos y circunstancias que rodean las relaciones de pareja en estos tiempos de pisas y obligaciones. “Arráncame” Vanessa con India, la canción de Lezuri, por repetida, la banda sonora de esos tres días. Recorrían Gran Vía y llegaron las gotas de lluvia, intentando romper la tarde tranquila de sábado, pero no fue lluvia que rompiera nada. Entraron para protegerse en el Nekué café de la plaza Indautxu. A las 8 y 4 llegaron Raúl y Leire. A las 8 y 10, Itziar con Iñaki. Los cuatro críos engullidos por los aparatos con pantalla y, por la casualidad que tú dices que no existe, la canción de Vanessa y Lezuri, en el hilo musical. Los ocho en intensa charla. Aitzol reivindicando los cuidados, Iñaki acentuando los detalles, Raúl relatando errores y despistes, Marino desnudándose, pero no acostumbra, Lezuri expresando los deseos, Leire dibujando valores, Casandra añadiendo magia y trucos, Itziar silenciosa emocionada. Tú dices que la casualidad no existe, ¿Estás segura? Yo no lo creo.

Complicidad.





Penélope y Lúcio.





Me llamo Lúcio, y soy un tipo inteligente y listo, con estudios universitarios y masters y un trabajo decente y valioso. Soy un tipo normalizado, solvente, adecuado y con recursos, no te hablo de dinero. Soy una persona interesante, de aquella que sabe manejarse en los lugares, con modales, con modos, conversador, inquieto y que piensa. Pero yo no era nadie y lo sabía, y hoy me enteré mas cuando mirando Gran Vía de Madrid desde la ventana del dormitorio de Penélope, espiando a los que entraban en el Amalau café, escuchando el Up&up de Coldplay, abrí el Cuore y me vi en la página 13, y en las otras revistas, en la fiesta de la semana pasada con ella. Yo no era nadie y lo sabia hasta que nos conocimos, por casualidad. Ahora soy mas interesante, mas inteligente, mas listo, mas guapo, merece la pena conocerme, porque Penélope sale en la tele porque es una cantante de moda y con éxito, y yo, su pareja. Te confesaré que tienes que acostumbrarte a verte en las pantallas, en las revistas, a sentirte observado, y que te piensas siete veces lo que haces, por miedo a las fotos. Te confesaré que asustan los juegos amatorios, los públicos y los íntimos, con una artista. Ahora todos queréis saber de mi, de nosotros, me asaltan los planes, antes olvidado y aburrido. Ha sido una suerte conocerla, y salir de esa vida anodina en la que estaba. Contento, muy contento.

Penélope.





Otra de las ventajas de ser el novio de una cantante de moda que actúa en los especiales televisivos de nochevieja, en todas las cadenas sin excepción, es que los planes van rodando, se mueven solos y son siempre envidiables porque dan acceso a lugares privilegiados, exquisitos y exclusivos. Dice Pen, para vosotros Penélope Det, que es otro de los inconvenientes. Tú ya sabes que yo esto no lo buscaba porque fue un accidente, pero ha sido una suerte conocerla, y salir de esa vida anodina en la que estaba. Contento, muy contento, ayer por ejemplo, estuvimos en la fiesta fin de año, la que organiza el hotel Ozoe de Madrid. No es por darte envidia pero tú ya sabes que mi canción del año es “Planeador” de Love of Lesbian, y que ellos son mi banda elegida, pues en la fiesta estuvimos charlando con Santi Balmes, que es un tipo muy interesante. Tú ya sabes que “Santo”, de Coque Malla, es otra de mis canciones, pues allí estaba él, charlando conmigo. Y Marc Ros, de Sidonie, mirándome a la cara. Y Sean Frutos de Second, saludándonos a Pen y a mi. Y Marc Gili de Dorian. Y estaban Mikel Hirie, Irene Adaja y Maider Mirek. Me tropecé con Pablo López cuando charlaba con Iván Ferreiro sobre las plazas, los pensamiento, los mapas, laberintos circulares, y emocionado le confesaba que estoy rendido a su “Casa, ahora vivo aquí”, porque es todo un himno de vida. Y llegó Pen para rescatarle de esa densidad aburrida que a veces soy y cruzamos al salón. En el recorrido entre los puntos, saludamos a Antonio Orozco, Manu Carrasco, a Diego Cantero, Xoel López,…

Penélope y Lúcio.





Cantaba Céline Dion, “I´m alive”en el Kuztole café. Eran las 10 de la mañana. En la mesa 11, Marino y Casandra. Atendiendo la barra Daniela y Saúl. En la mesa 13, Carola. Raquel en la 14. En la barra Fausto y Marian. Y Charo con Justo. En la mesa 18, Penélope con Lucio. Los inconvenientes de ser un local de moda situado en el centro, hay mucha gente. Hay inconvenientes por ser una cantante que sale por la tele, desayunando en un local de moda, eres un reclamo fácil y gratuito para los que consumen todo tipo de atracciones vacacionales. Cantaba Celine Dion, “All by mysellf”, y Penélope firmaba su sexto autógrafo mientras Lucio representaba el papel de novio consorte. En la intimidad cómplice Lucio se atrevió a provocar a Penélope, “eres la Céline de Toledo”, y ella acostumbrada a los playbacks, gesticuló mientras sonaba el “Alone”. Marino planeaba con Casandra visitar el museo del Greco. Justo y Charo dispuestos para visitar el centro de interpretación del Toledo histórico. Carola le daba vuelta a las decisiones pendientes. Fausto y Marian ya hablaban de hijos. Raquel conversando por teléfono con Tamara. “Oye Lucio”, le soltó amable Penélope después de susurrarle unos segundos del “My love”, también de Céline. Lucio, “Todos somos repetidamente un estúpido playback de nosotros mismos”.

Playbacks.





Daniela.





Quería pasar unos días con mi hermana Daniela y los tres críos y por eso decidí hacer las vacaciones de Semana Santa en Toledo. Ella me dijo, yo ya sabía, que en su piso pequeño no entrábamos todos. Yo le dije que repetiría en el hotel Ozoe. Ella me dijo que por esas fechas tendrían que trabajar, y mas por ser vacaciones. Yo le dije que sin problemas, y que así podría ocuparme de los críos. Ella me dijo que no estaban en un momento fácil, Saúl, su marido, y ella. Yo le dije que no se preocupara, que activaría todas mis prevenciones y cautelas. Yo le pregunte por sus asuntos laborales, interesada por su futuro y sus ocupaciones actuales. Ella me respondió que no eran buenos tiempos para la lírica, y a mi recordó la canción de Golpes Bajos y la medicación que tomo para los dolores. Yo le pregunte cómo le iba la vida en general y ella me evadió la respuesta, se puso a divagar sobre que la vida real no es ese lugar soñado al que queremos llegar, porque siempre nos enredamos con zarandajas, nos entretenemos con circunloquios, nos despistamos en andurriales, nos excusamos externalizando responsabilidades y culpas, nos adornamos con florituras, nos arropamos con remiendos baratos, nos tropezamos en los baches, nos aturullamos con fijaciones bobaliconas, … Volví a descubrir las dos Danielas, la que los otros conocen, y la que nosotros conocemos.

Eludir.





Daniela y Saúl son dos de los camareros del Kuztole café con los que hemos coincidido estos días de vacaciones en Toledo. Daniela es una joven adulta simpática, atenta, muy responsable, preciosa, educada, rápida y brillante, hábil y ágil, inteligente, culta. trabajadora, elegante, con su puntito divertido y provocador, prudente , interesante y risueña. Me fije en ella porque me recordó a Estefanía, por el brillo de los ojos, como entonces, por la forma de morderse los labios al escuchar, por esa forma de estar en las conversaciones, en las atenciones, en las respuestas en las tramitaciones de los pedidos. La sonreí desde el primer día con una sonrisa familiar, no de recién llegado, sintiéndome cómodo, próximo, conocedor de las claves, los misterios y las formas de nuestras interacciones, mentirosamente, acontecidas desde siempre. Daniela no me confío en estos días ninguno de los secretos aunque estuve disponible para halagos e intimidades. Hoy supe que Daniela y Saúl son pareja pero no lo adivine por ninguno de sus movimientos, ni por sus gestos, lo supe porque me lo contó Marian para aclararme que también era esposa, madre, estudiante, hija y tía, activa activista en una organización sindical, voluntaria acompañando a mayores en soledad, cofrade, licenciada en arquitectura, y su hermana.

Daniela.





Malena y Diego.





Ellos hablaban de incrementar sustancialmente las facturaciones en una ordenada secuencia programada de operaciones para reocupar una posición central en el mercado fortaleciendo la solidez de nuestras referencias en los canales de comercialización internacional. Ella insistía en consolidar los núcleos de la innovación, acentuando los soportes tecnológicos, aplicando nuevos criterios en los procesos de producción. Él acentuaba los planteamientos para optimizar las inversiones, incrementado los ratios, los porcentajes y la cuenta final de resultados. Era la reunión del consejo de dirección de nuestra empresa, y yo el consejero-delegado. Él argumentaba con tres informes, densos y complejos, las obligaciones, encaminadas a reestructurar los equipos, expulsando de los mismos los costes residuales, las fisuras en los procesos y las fugas de solvencia. Ella alertaba de los riesgos de no acometer los ajustes con urgencia, determinación y rigor. Reformular la marca. Incentivar las aportaciones. Procedimentar un nuevo sistema de vigilancia, un nuevo panel de pilotaje con indicadores articulados y mediciones periódicas, auditar las amenazas, la demanda, los sistemas, canales y estructura de los vectores básicos y periféricos. Para facturar. Eran las ocho, y yo ya no estaba allí mentalmente desde hacía un rato, largo, muy largo. Era jueves y pensaba en ti y en los niños, para cantarte, con Aute, “yo te quiero con alevosía”.

Alevosía.





Fuiste con los críos a buscarme a la estación de autobuses, me llevaste la palmera de chocolate, la de nuestra pastelería preferida, la de nuestra calle. Yo volvía a Santander, en el autobús de Alsa, después de una semana en Madrid por asuntos de facturaciones, de cuentas, de estrategias, operativas, y todas aquellas cosas de empresa.Era viernes, ya las 8,30, cansado y aburrido, con ganas de volver a casa, y de perder el tiempo en todas las estupideces irracionales que dan sentido a nuestras vidas. Hice el viaje en el bus con tu selección de canción indies, muchas de ellas cargadas de fotografías mentales con recuerdos nuestros. Debería haber revisado tres documentos con nuevas instrucciones, y contestado nueve correos, pero no, preferí entretenerme mentalmente, harto de las preocupaciones de empresa. Salíamos de Torrelavega, ya muy pronto Santander, no esperaba que estuvieseis en la estación, y porque “Sidonie” cantaba “Siglo XX” por mis auriculares, sonreí porque tú y yo estuvimos en Valladolid, en su concierto del Intro Music festival, y porque cantan “este lugar no esta hecho para mi”, volví al bucle de vueltas, vueltas y mas vueltas”, agitado y perverso, convulso, enfadado y frágil, preocupado, en una mas de esas zozobras que a veces nos turban, complejo. El autobús completo, rápido, cómodo, el viaje elegante. Mi maleta, la roja, en el maletero. Las 8.30, Santander, entrando en la estación, cumpliendo el horario previsto. Decidido pero sin prisa, no me asalvajé para la bajada. En mis planes, caminando, llegar en quince minutos hasta nuestro portal. Arrastraba mi maleta con fuerza, desde el maletero, y al volverme os vi a los tres.

Malena y Diego.





Amiga singular.





A través de la presente convocatoria se abre plazo formal para la presentación de candidaturas con objeto de cubrir en régimen de servicios especiales, una plaza, (1), en carácter de exclusividad, con la denominación de, AMIGA SINGULAR, categoría 1 Plus, correspondiéndole las gratificaciones y complementos asignables según perfil establecido en el convenio del sector de “relaciones interpersonales”. Serán funciones propias de la plaza, de cara a su desempeño, las que se detallan en el documento anexo, siendo su periodo de contratación indefinido, estableciéndose un periodo de prueba de 4 semanas y 24 revisiones mensuales hasta la obtención de idoneidad definitiva. Las personas interesadas deberán cumplir los siguientes requisitos: a) Sexo: Mujer. b) Edad. 35-50 años. c) Disponer de los siguientes certificados de capacitación sico-social: 8234 (Honestidad), 3478 (Vitalidad), 3450 (Alegría), 1156 (Comunicación), 3345 (Sociabilidad), 4587 (Musicabilidad), 5432 (Creatividad), 6150 (Humanidad), 7125 (Autonomía), 7134 (De artes amatorias), 7135, (De ocio activo), 7136 (De no dependencia laboral), 7844 (Amigabilidad), 9675 (Solidaridad), 8766 (Sensatez).d) No disponer de antecedentes penales. Las candidaturas deberán adjuntar un dossier expositivo para la valoración de la propuesta y seis cartas de recomendación. Un tribunal experto, compuesto por seis personas, tres hombres y tres mujeres, realizará una primera valoración de las candidaturas, eliminando aquellas consideradas no adecuadas. Posteriormente, el proceso de selección consistirá en ocho ejercicios, de carácter eliminatorio cada uno de ellos, los tres primeros, mediante pruebas escritas, los números 4, 5 y 6, mediante ejercicios de práctica, el número siete, entrevista-valoración sicológica, y la numero ocho, entrevista abierta. Cada una de las pruebas será puntuada de 0 a 10 puntos, siendo eliminadas aquellas personas que no obtengan una nota mínima de 5, y seleccionada la candidatura que obtenga mayor puntuación en el conjunto de las pruebas del proceso. Aquellas mujeres interesadas pueden enviar su candidatura a la siguiente dirección electrónica: [email protected] ,adjuntando la documentación acreditativa y solicitada.

Concurso-oposición.





A través de estas palabras y frases que te envío, me gustaría ser seleccionado como “amigo singular”, respondiendo a la convocatoria que he leído en este blog. Cumplo los requisitos. Soy una persona, hombre, de 44 años, y tengo los certificados de capacitación sico-social que se exigen, 8234 (Honestidad), 3478 (Vitalidad), 3450 (Alegría), 1156 (Comunicación), 3345 (Sociabilidad), 4587 (Musicabilidad), 5432 (Creatividad), 6150 (Humanidad), 7125 (Autonomí…a), 7134 (De artes amatorias), 7135, (De ocio activo), 7136 (De no dependencia laboral), 7844 (Amigabilidad), 9675 (Solidaridad), 8766 (Sensatez). No tengo antecedentes penales. Envío las cartas de recomendación de treinta personas y el dossier expositivo con mi candidatura, tiene 99 páginas, quizás me extendí en exceso, pero estoy muy interesado en la plaza. Tengo mis defectos, mentiría si no lo reconociese, pero estoy disponible para las pruebas de selección que marcas en la convocatoria y aquellas otras que consideres a fin de mostrarte mi idoneidad para la plaza vacante. Intuyo que mis puntuaciones en cada una de las áreas de evaluación no serán elevadas, pero puedo atreverme a garantizarte una nota media satisfactoria. Teniendo en cuenta los fines de semana, que se acercan las vacaciones de Semana Santa, la primavera, el verano y las vacaciones, estoy disponible para realizar un periodo de practicas no remuneradas, con las que pueda mostrar mis habilidades y competencias, y así puedas valorar mi perfil y prototipo. En cualquier caso, gracias por atender de manera generosa, amable y honesta esta mi propuesta. Un saludo. Quedo a la espera.

[email protected]





Fabiola y Arturo.





Conocía a Fabiola porque era la cajera del supermercado de mi barrio y en aquel entonces yo llevaba una vida desordenada, inestable, insensata, bastante desestabilizada, y tenía por costumbre comprar todos los días en pequeñas cantidades y sin organización alguna. Ella era la mas simpática de todas las cajeras del supermercado Ozoe, ahora son siete , y por aquello de los turnos y de mis horarios irregulares no coincidíamos habitualmente, muy a mi pesar porque las morenas resueltas y divertidas han sido siempre de mi tipo. Me cruce con ella y con Marino un par de ocasiones, a la salida de los cines, la temporada que fueron novios, en aquel proyecto de pareja fracasada que todas las señales anunciaban. Yo en aquel entonces me frecuentaba con Violeta, y a punto estuve de perder el trabajo por la vida frenética que nos construimos aquellos cinco meses, en una mezcla combinada de alcohol, mucho sexo, y algunas drogas. Para mi bien lo nuestro y lo de ellos acabó. Antes de que Fabiola y yo empezaremos a juguetearnos, y a citarnos en el Urgós para las primeras cañas, y a embrutecernos en el sofá de su piso, y a plantearnos aventuras mayores, y a que yo me lanzase a vivir con ella, ya fantaseaba con sus encantos. Once días después de que Fabiola y yo iniciáramos lo nuestro, comencé a gestionar de manera adulta mis compras del supermercado y el resto de mi vida, para ser merecedor del amor ordenado de mi nueva novia.

Fabiola.





Yo era inquieto, muy inquieto, hasta que cumplí los 40 y me centré en Fabiola. No te exagero si te cuento que hasta llegar a ella me entretuve, con elegancia, educación, sinceridad, respeto y limpieza, en una lista de 34 mujeres, y aunque siempre han sido mis predilectas las morenas resueltas y divertidas he aceptado sin grandes esfuerzos candidatas de otro perfil. De Fabiola me fascinan sus artes para la dominación, y es así que el pendejo descentrado que soy se va sometiendo a un estilo de vida menos salvaje y mas civilizado, voluntariamente aceptado, pero nuevo. Fabiola ha hecho de mi ese que también Camelia, Olimpia, Yazmina y las otras quisieron que fuera, pero ellas, sin conseguirlo. Mi abuela satisfecha de ahora, agradecida a Fabiola y a sus técnicas, para la sorpresa de todos, ha visto su sueño hecho realidad, “céntrate Arturo, céntrate”. Mentiría si no te confesase que añoro la promiscuidad diversa porque era gratificante la variedad de menús, pero me estoy acostumbrando a la regularidad garantizada de paella, lentejas, ensaladilla, macarrones y ensaladas, sexualmente hablando. Después de cumplir los cuarenta, ahora me cobijo en Fabiola, acentuando romanticismo y estabilidad, aunque también recuerde los maratones con Olimpia, las desvergüenzas con Yazmina , l0s riesgos locos con Camelia, los planes improvisados con Violeta,…Nunca pensé que ahora, en nuestros momentos tiernos del después, sosegadamente relajados, compartiéramos Sugus, Conguitos, regalices, gominolas de cola y palotes de fresa. Es lo que hay.

Arturo.





Se que no esta bien lo que voy a contarte pero no puedo resistirme a espiar en los armarios de baño, es más, quiero confesarme, siento la obsesión de encontrar pretextos para visitar pisos y casas y ocuparme a mis tareas de investigación. Hasta hoy no lo había comentado en público, ¡faltaría mas!, pero es un impulso agitador, una especie de voz la que me llama a tales menesteres. Es mas, puedo decirte que mis relaciones de amistad y vecindad se tuercen, se estimulan o debilitan según las conclusiones de mis indagaciones entre tampones y compresas, geles, cremas depilatorias, horquillas, colonias, gomas y condones, algodones, pinzas, alfileres, imperdibles, espejos, cortauñas, afeitadoras y cuchillas, gasas, tiritas, vendas,…Hay gente muy sucia por ahí, estropeadamente ordenados, conflictivos con los objetos, acumuladores, almacenistas,…¡Y que me dices las marcas! Yo soy chica de barrio pero no puedo con los productos sin label, y hay gente con jabones de procedencias exóticas que asustan. “Inglu”, casualmente lo recuerdo porque fue ayer. Me dice Arturo que tengo que quitarme de esto, pero es que no puedo. Con Marino no pude superar sus rigideces enfermizas en la ordenación de su armario del baño, y no me detuve hasta que Arturo fue sometido a mis estrictas normas de selección, ordenación y mantenimiento de los productos. Para la cabeza, “H&S”. Para el cuerpo “Nivea”. Para los pelos “Gillette”. Preservativos. “Durex”…, Cada uno en su sitio. Un repuesto en la despensa. Y dispuestos como corresponde.

Los armarios del baño.





Eneko y Nerea.





(Vitoria. Gasteiz) Nerea y Eneko no son ni como tú ni como yo. Ellos son únicos. Tan únicos como yo y como tú. Nerea y Eneko se encontraron, hoy que escribo esto, hace 64 días. Quedaron en el café Urizar, Nerea alquilaba su plaza de garaje y Eneko buscando, la encontró. Y antes de enseñarle el nuevo aparcamiento para su coche, ella, sin pretenderlo, se dejo ver. Y él se sintió interesado. Por la plaza de garaje y por Nerea. Advierto al lector que este relato se encuentra impregnado de todos los ingredientes que caracterizan los primeros momentos de una relación amatoria. Un ejemplo. Ayer por la tarde. Volvieron al Urizar después de la siesta. Y allí sonaron las canciones de Ricardo Arjona para acompañarles entre besos treintañeros. Desde el “Te quiero” hasta el “El amor”. A fecha de escribir estas líneas aun no han tenido una discusión sería. Tiene que llegar. Nerea vive en la calle Girona. Eneko en la calle Gorbea. Un paseo a pie o un trayecto en tranvía une los lugares en que viven. Semana Santa y en estos días de vacaciones no hacen otros planes que estar juntos en los lugares de todos los días. Hasta que esto de ahora se agote o les agote no necesitan más . Hoy en la ducha Nerea pensaba que sería perfecto vivir en ciclos de tiempo como este de manera permanente. Eneko se extraña de sentir y pensar lo de ahora, como en el “Te quiero” y “El amor” de Ricardo. Convulso y sorprendido porque solo hace 64 días que se conocen. Ayer en el centro comercial Nerea y Eneko comieron Donuts en un momento redondo.

Eneko y Nerea.





Todo va bien entre Eneko y Nerea. Bien no. Muy bien. Aunque son pareja desde hace meses, Nerea le sigue cobrando el alquiler por su plaza de garaje. ¡Faltaría más! No malinterpretes mi frase, que eres muy dado a eso. Hoy en el café Nekuee ultiman los detalles de sus vacaciones en Madrid y Toledo, pasando por Ávila. Irán en el coche de Nerea. Isidro el padre de Eneko ya le hizo la revisión en el taller. ¡Nerea, poco uso le has dado tu a este coche! le plantó. Y es verdad. Pero menos aun antes de conocer a Eneko. Como ves, Nerea y Eneko ya frecuentan con prudencia la familia del uno y el otro y desde el día 120 de su relación ya viven juntos en el piso de Nerea. El de la calle Girona. Algunos fines de semana duermen en el piso de Eneko de la calle Gorbea. Gestionaron de manera cerebral algunas decisiones para esta nueva etapa de su vida en común. Las sabanas para la cama compartida serían nuevas y las comprarían juntos. Las marcas habituales individuales de champus, zumos, salsa de tomate, pan de molde, leche y otros, ¡hay que respetarlas! Una nueva libreta en Kutxabank para las cuentas compartidas. Sobre cuestiones de vida sexual,…otro día te cuento. Ella cocina y el limpia. Abrieron un cuaderno. Cuaderno de acuerdos pre-matrimoniales lo llaman de forma burlona, y se ríen. Al cumplir los seis meses de conocerse organizaron una fiesta con amigos en el Nekue para presentarse a los que aun no se conocían. Divertida. Muy divertida. Y con amigas. Para Eneko las cosas han cambiado radicalmente en su vida. Incluso en lo laboral. Sale de su nueva casa y entra a trabajar en la oficina de Gobierno Vasco. Ahora hace su café antes de entrar en el Urizar. Todo va bien entre Eneko y Nerea. Bien no. Muy bien.

Cuaderno de acuerdos pre-matrimoniales.





Me gusta Eneko. En ese gustar de amigos y de vecinos. Me gusta Eneko porque siempre lleva la alegría puesta. “Alegrar”. Llego a esta palabra mientras espero a Eneko, porque escucho “Manifiesto Delirista” de Love of Lesbian en el Urizar café de mi barrio, Lakua. En los fríos de la tarde de este diciembre, la alegría abriga. “Pensado el mundo en plan global” Eneko zarandea los expedientes, los tramites, los proyectos de Gobierno con el optimismo de la vitalidad y la avaricia del trabajo bien hecho y el ansía de divertirse. Te cruzas con Eneko en el ascensor de su calle Gorbea, te saluda, sonríe y conversa. “Son mis versos homenaje tú ya sabes para quién” porque Eneko no viste el traje del emperador ni es un trepador encubierto. Eneko viste de humildad desposeído de la soberbia. Bailes y ropajes y motivos no le faltan para ser uno de los elegidos para el altar de la gran grandeza , esa que te expone a ser sumiso y dócil desde los temblores de la dominación. Eneko es inteligente, creativo y actor pero se envuelve de la sabiduría del ser invisible. ¡Qué suerte que aun hay gente que lo hace fácil! Te cruzas con Eneko en el portal de mi calle Girona, sonríe y conversa. “Y entonces ves que hay más allá y vuelve a amanecer”. ¡Que sobran los idiotas! Te cruzas con Eneko en el café Erdi, te saluda, sonríe y conversa.

Alegrar.





“Defender la alegría”. Las tartas de cumpleaños para las personas adultas no llevan fotografías, ni las celebraciones incluyen esas cosas propias de los eventos infantiles. La de Nerea si. Cuando a las siete de la tarde del siete de octubre, viernes, ella sopló las velas, rodeada de 38 personas, amigos, conocidos y próximos, en la sala Laudio del Nekue café, calle Gorbea, con las luces apagadas, en silencio, prohibido expresamente el canto de la canción típica en cualquiera de los idiomas autóctonos o internacionales, Eneko a su lado, la tarta de café con su buenas dosis de azúcar y merengue incluía la frase: “Defender la alegría”. No resulta habitual pronunciar un discurso en las fiestas de cumpleaños, Nerea lo hizo. Tampoco resulta habitual establecer prohibiciones. Prohibido regalos. Prohibidos los recuerdos tristes. Prohibido cantar la canción prohibida. “Hola a todas. Hola a todos”, se arrancó Nerea, insegura, rápidamente después de soplar las velas, la sala iluminada por una pequeña luz al fondo, y abrió un silencio, de nueve segundos. “Hola a todos. Hola a todas…. La vida es también una colección de historias tristes, de contusiones y heridas, hematomas y hemorragias…, tristezas y tropiezos, bestias del territorio, ataques y asaltos, maniobras y jugarretas en los campamentos tranquilos del verano, del otoño, del invierno o de la primavera… Hay otros lugares”. Y comenzó a sonar “Manifiesto Delirista”,Love of Lesbian. A un volumen total, que lo ocupó todo. Y mientras giraba la canción, proyectó sus fotografías, gigantes sobre la pared. Acabó la canción, y Nerea volvió a su monólogo de tres minutos y doce segundos. Lo cerró con un “Soy un personaje, lo llevo escrito en la frente, se puede ver claramente, de hecho es lo normal, ¡Adiós a la mediocridad!” y sonó un aplauso festivo y sincero, y comenzó a sonar “Club de fans de John Boy” . Y luego rodaron el resto de canciones hasta muy tarde. A ti, podrán resultarte empalagosos los momentos y sucesos en esta atípica celebración. Para guinda del pastel, para cerrar la noche azucarada, sonó en la despedida la canción de ellos, de Nerea y Eneko: “El mejor momento”: Pablo López.

El cumpleaños de Nerea.





Itziar.





Hay 58 bancos para sentarse en el parque de San Vicente. Ella, la peluquera, les ha puesto un número a cada uno de ellos. Es la tercera vez que ella recorre hoy el trayecto comprendido entre los portales 35 y 69 de la calle Francisco Gomez, la calle del Parque. Hay 22 bancos entre los números 35 y 69 de esta calle. “Esto es un paseo como los de antes”. Ella compra el periódico en el kiosko, junto al banco número 1. Junto al banco 22, en la puerta del cole, decide tomar un café en la terraza del Gotzone. Treinta minutos después cruza tres veces el paseo entré los baños y la puerta del recinto polideportivo. Se sienta en dos de los diez bancos. En el 27 y en el 32. El banco 32 está junto a la entrada del recinto. Allí sentada les escucha cantar “Deja que esa duda que hay en tu mente, no pregunte”. Ella cruza hasta la entrada del parque. Hasta donde estuvo entonces el cuartel de la Guardia Civil para sentarse en el banco 58, el que esta junto al kiosko de la Once. Allí ella quiere: “Deja que el deseo por una vez se cumpla”. Mañana de otoño en el parque. Hay 3 bancos junto a las maquinas de gimnasia para mayores: 45-46-47. Ella se sienta en el 46. Hay 12 bancos junto a los columpios infantiles, del número 33 al 44. Sentada en el 37 escucha “Deja que el niño que llevas dentro, vuelva a nacer”. Ella se lava las manos en la fuente y compra unos Chaskis en la tiendilla de Vitori. Hay 10 bancos en círculo junto a la avenida Miranda. Sentada en el 49 escucha “Deja que el silencio te susurre otra vez”. Hay 58 bancos para sentarse en el parque de San Vicente. Ella, la peluquera, les ha puesto una palabra a cada uno de ellos. Ella escucha “Hemicraneal” de Estopa. Es martes.

El parque de San Vicente.





Prefiero la vida en colores porque no soy de blanco y negro ni de grises”, pensé en el Ideal café frente a la iglesia. “No soy tonta, me hago la tonta”, concluí en el Azimut. “Sugus, Huesitos, Lacasitos, Conguitos, mis favoritos”, listé en el Leizea. Iñaki, dialogaba con los críos conceptos, ideas y teorías de la vida terrena, yo jugueteando con mis pensamientos peregrinos, pero relajantes. Y mentalmente ociosos. Los musicaba con canciones populeras. “¡Que jodidos son los lunes!” sentencié en el Gotzone café, como si hubiese articulado un pensamiento intelectualmente complejo en lo ideológico y político. ¡Y hoy domingo! Sentados en la terraza junto al parque de San Vicente, Xabier, Janire y Aritz engullían las rabas y los champiñones cual pareciera que llevasen un mes castigados sin comer. Acabaron la dura operación, y marcharon a gastarse las pagas en la tiendilla de Vitori. ¡Pobres criaturas mal alimentadas por su cruel familia! Iñaki aprovechó este ratito de menores ausentes gestionándose la vida, para lanzarme sus pensamientos… “1.-Itziar, vacaciones de verano ¿Dónde? 2.-¿Vamos a cambiar de lavadora con la subvención de Gobierno? 3.-¿Cómo celebraremos tu cumpleaños? 4.-Tenemos que quedar con mi hermano. 5.-Tu madre esta perdiendo la memoria salvajemente. 6.-Hay que controlar mas a Xabier. 7.-Tus amigas están organizándote una fiesta, no quieren que lo sepas, pero yo te lo digo. 8.-Te noto sobrepasada con la peluquería y con Isere, tómatelo con mas calma…” Menos mal que volvieron los niños y me rescataron de Iñaki y pude volver a la vulgaridad de los pensamientos bobos. Musicados ahora por el “Bring of the nigh”. The Corrs.

En domingo.





Hay 67 bancos para sentarse en el parque de San Vicente. Itziar, la peluquera, ha elegido una palabra para cada uno de ellos, pero esa es una historia que otro día te contaré. Hay 67 bancos para sentarse en el parque de San Vicente, y ella ha elegido una canción para cada uno de ellos. En el banco que está junto a la puerta del colegio, escucha “Perdóname” de Pablo y vuelve a enumerar la lista con todos los errores cometidos que escuecen sin paralizar. En el 14, “No es lo mismo”, de Alejandro, para repasar las malas artes de las trampas, los trucos, los engaños, las artimañas, las argucias y mentiras. Para el que está junto al kiosko de los periódicos, “Tu enemigo”, de Pablo, para renovarse enfrentada a las divisiones, los frentes, los bandos, los clanes, las tribus, los clubs privados, con privilegiados carnés de favoritos, elegidos, y perdedores, en conspiraciones. En el 12, “Insurrección” de Manolo y Miguel, reivindicándose suya. Para el 67, “El cambio interior” de Coque, queriendo alejarse de circos, teatros, comedias, festejos y saraos. La canción del banco que mira los columpios y las terrazas de cafés, “No tan deprisa” de Joaquín, ¡faltaría mas!, sintiéndose cuentista acompañada, desertando de espejismos. Y así hasta 67, incluyendo el “Sueño con serpientes” de Silvio, “La belleza” de Luis Eduardo, el “Hemicraneal” de José Manuel y David. Y el “Yo canto” de Laura.

10.





Y los demás.





En la terraza del Anderu, sonaba “The Weeknd – I feel I Coming”. Octavio esperando la llamada de Ángeles, y como en la historia que tú algún día ya viviste, Ángeles haciéndose esperar. No es cuestión del reloj, no se trata de habilidades para la puntualidad, flotando en el ambiente dificultades para arrancar, decidirse, arriesgar. “You’ve been scared of love and what it did to you. You don’t have to run.I know what you’ve been through “, dice la canción. “Has estado asustada del amor y de lo que te hizo. No tienes que correr, sé por lo que has pasado”, cantan. No resulta fácil reiniciar, tú ya lo sabes, y Ángeles ahora, escapándose de las heridas, toma precaucioones en sus encuentros con Octavio, le costo llevar los últimos seis años con Orlando hasta atreverse a romper definitivamente. Las madres con dos hijos sufren sus peleas en la caja del supermercado, las obligaciones del levantarse para cumplir en los oficios con nómina, se desangran en las hemorragias de los sueños pendientes, se tienen que desnudar para de nuevo ser. Octavio no es Orlando, también aquel Orlando seductor se fue transformando en un tipo egoísta, distante y descompuesto. En la terraza del Anderu, sonaba “The Weeknd – Can´t feel my face”, Octavio hablando con Ángeles. Y ella dice, “Imposible estar hoy”, inventándose una excusa.

Ángeles.





Las tres hijas de Pascual fueron a visitarle al hospital ayer, tarde del viernes. Quedaron en el Aburu, con Manuela, su madre, a las 4, y subieron juntas en el coche de Mila. Lo que había comenzado siendo una semana tranquila, a punto de entrar en el verano y cerrar junio, se perturbó, a Pascual lo atropelló un coche el jueves por la mañana. Ya han pasado dos días y Pascual sigue en coma, y todos esperan sin pistas ni datos ciertos, los próximos acontecimientos, el desenlace que convierta lo que está ocurriendo en suceso pasajero o incidente fatal. El jueves de los hechos, Pascual hacia sus costumbres, compras en el mercado, café con periódicos, paseo-caminata, encuentros y charlas vecinales, y hora de comida. En el intervalo entre café con periódicos y paseo-caminata, en el paso de cebra hacia el paseo de la estación, se produjo el atropello. Eran las 11,55. Manuela su mujer, cocinaba las vainas. Covadonga, en la tienda, vendiendo a esas horas, barras de pan. Mila, en la oficina, rematando un informe sobre preferencias musicales de la población abulense. Reyes, en la oficina de seguros, atendiendo la consulta de Marian, porque el vecino de arriba tiene una fuga de agua en el baño que no quiere resolver. Todas escuchaban el número 6, de la lista, 40 principales, Shakira, “Me enamoré”.

Reyes, Covadonga y Mila.





El lunes por la tarde para ir al dentista con los críos cogimos el bus en la parada de costumbre, con los horarios habituales, en formato tribu familiar, con mochilas y alboroto porque mas pareció aquello una excursión urbana que la atención y gestión de los servicios dentales que por edad corresponden. Lo cogimos en la plaza Alemania para acercarnos hasta la carretera Salamanca. Antes nos comimos los pasteles que compramos en Torrehermosa. No hay futuro favorable para el que no sabe a donde va o se entretiene en ocupaciones ajenas, extrañas, indefinidas, sin sustancia, puede que estúpidas, pero nosotros cuatro íbamos al dentista y veníamos, las criaturas del cole, yo de mi curro en la floristería, mi esposa del trabajo en la farmacia. Al salir del dentista, sin miedos, miramos el Duero desde el puente de Hierro y Zamora de noche. A las nueve llegamos a casa para cenar, tortilla, con tomates pequeños, porque la dejamos hecha al mediodía. A las diez a la cama, sin “Hormiguero”, todos con un libro entre las manos para oxigenarnos mentalmente de tanta actividad frenética. A las diez, 30, a dormir, a nosotros los adultos no nos tocaron juegos. En las horas nocturnas reposamos los mejores recuerdos del día con intención de conservarlos.

El bus 7.





Nunca quisieron hacerse ricos, ni buscaron la fama, ni una placa que luciese sus nombres en la plaza central. Nunca pretendieron ocupar el sillón de director general en la planta sexta del edificio principal, ni la mesa en el consejo de directivos endiosados, ni ser adorados como líderes supremos de la organización. No soñaban con recoger premios, ni publicar en revistas de reconocimiento internacional, ni ser entrevistados para documentales o programas de televisión, generalistas o de audiencia selecta. No adornaban su curriculum ni con prestigiosas universidades, ni con estudios seleccionados con esmero, ni con recomendaciones de líderes académicos o expertos en tal o cual. Nunca buscaron enredarse para triunfar con las formas de la popularidad. Nunca compraron ni vendieron los boletos de la egoísta oportunidad. Nunca sintieron los vanidosos deseos de acomodarse en la mediocridad. Desde siempre Emilio y Fuco se imaginaron a si mismos en los otros lugares, rebeldes para humanizar en las contradicciones de la complejidad. Muy gaseosos y difusos, aventureros arriesgándose, temerosos en el fondo, pero inventores de sus propios dibujos en planes, transformando, recreándose con los otros materiales que construyen y edifican: pasión, utopía, compromiso, transformar, contribuir, con valiosos valores coherentes y honestos, radicales. Y hoy hablan de ello, en el Acoru café. “Autenticidad”, exclama Emilio, “Aún tenemos asuntos personales pendientes”, se lamenta Fuco. Mientras de fondo suena el “Thunder” de Imagine Dragons.

Humanizar.





Me tomé el café de las 4,11 en el Nekue de la plaza Indautxu, sonaba “La Mala Rodríguez” con Ivan Nieto, “No saben leer”, y se convirtió en mi canción del 5 de julio. Luego volví a la oficina, rematé las cosas del día, cerré el ordenador, cogí el metro, y regresé a la ciudad en la que duermo casi todas las noches. Merendé a las 6,30, en el Banigu de Gernikako Arbola, sonaba otra vez “La Mala Rodríguez” con Ivan Nieto, “No saben leer”, A las 6,54 pulsaba el la tecla del ascensor, piso 12. A las 6,57 abría la puerta de mi piso, 12 B. En el sofá tumbada mi hermana Yedra, escondiéndose con el “Sálvame”, agotada y sin salidas, descompuesta, rendida, inútil, abandonándose, frágil, rota, sin fuerzas para resistir, hundida, débil, desorientada, harta, descarriada en el abismo hundida, triste, agobiada, sin luz, enfermando sin sentido, en deterioro, muda y sorda, muy lejos, sin ganas. Cenamos a las 9, sonaba otra vez La Mala Rodríguez con Ivan Nieto,”No saben leer”. Apenas conversamos, vimos los programas tontos de la televisión, y nos fuimos a dormir. (Perdona mis mentiras en esta historia. Vivo solo. No cené con mi hermana Yedra. Me inspiró esta historia la conversación real que hoy escuché en el metro. Una madre dolida contaba la depresión de su hija: brillante persona rendida, buscando un empleo. Sigo cantando “La Mala Rodríguez” con Ivan Nieto, “No saben leer”)

12 B.





Es un sinvivir por el olor a fritanga de la vecina del quinto B. En cualquiera de las variedades, carne, pescado, precocinados. De lunes a viernes, o en fin de semana. Incluso a las primeras horas del dia, ¡en el desayuno! Y esto nos afecta. Los críos dicen que así no pueden estudiar, que el olor a croquetas y empanadillas les ataca a las neuronas así como anestesiándolas, y que el olor a churros, porras y buñuelos les impide ir al cole en una situación de dignidad competitiva para las science y las matemáticas. Yo lo llevo peor con las sardinas, y mas peor si es por la noche, cuando buscando el descanso fin de día ese ambientador artificial lo apesta todo. Se lo insinuamos a la susodicha, pero el freir y las fritangas lo lleva en el alma. Legalmente, no hay nada que hacer. Ya nos hemos puesto en contacto con la inmobiliaria para cambiar de domicilio, y antes de acabar el año, si todo va bien, ya viviremos en un edificio con olores soportables. Afecta a nuestras relaciones íntimas, no podemos concentrarnos para la tarea imaginándonos en las cocinas industriales, rodeados de garrafas y de freidoras con aceite en ebullición. No exagero. Me atrevo a comentaros que este aroma rancio a fritos se nos ha pegado en la piel, a modo de película antiprotectora que esta marcando nuestras vidas.

Piedad.





Era una chica muy mona que vivía en Barcelona”. Se llamaba Assumpta. “Trabajaba en un videoclub”, “cuando estábamos en cama, me bailaba una sardana”. Los dos enloquecíamos en los conciertos de Siniestro, Total. “Camino, de la cama, es el mejor camino…”, me cantaba la muy zumbada por los efectos del alcohol cuando no dirigíamos al lecho conyugal. También tuvimos noches intensas, extensas, mas patéticas, y entre vomitonas me preguntaba “¿Quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos?” Lo dábamos todo en los conciertos de la banda, y planeábamos nuestra agenda de ocio siguiendo la ruta de sus musicales nocturnos. Ya por entonces teníamos pasta, trabajábamos los dos, alquilábamos la habitación de hotel, y solo nos quedaba pasar a recogerla con el coche y bailar embrutecidos, también con el “Ay dolores”. “Yo te quiero, te quiero”, me cantaba y saltábamos entre la multitud, yo muy excitado por los roces y por sus ojos color café. “Yo te quiero, te quiero”, nos gritábamos acalorados, hasta que aquello tuvo que acabar, en la plaza Sant Jaume. Hoy que rebusqué en aquellas melodías de nuestra generación me escandalicé con algunas canciones, arriesgadamente incorrectas ahora. “Vamos muy bien” me dijo la tarde anterior a la noche que me lie con la camarera del Naruba, la del master en pretecnologías radiactivas, la prima del novio de su amigo el concejal.

Assumpta.





Eran las 23,45 del sábado y cantaba Joey Montana, “Pycky” en el Naruba de la plaza Catalunya. Eran Isaías y Aran, en la tercera cita, difícil para él, ella en su ambiente, nuestro protagonista en territorio hostil, porque estos locales nocturnos para menearse no le son familiares. Isaías es mas de citar frases magistrales de José Saramago, su héroe literario. Ella cantaba “Pycky, picky, pycky”, y a Isaías se le vino a la cabeza el primer pensamiento del Nobel, “Qué difícil es separarse de aquello que hemos hecho, sea cosa o sueño, incluso cuando lo hemos destruido con nuestras propias manos”. Aran agitaba su anatomía, Isaías poseído por los pensamientos del portugués, “Recuperar el tiempo perdido. Palabras estas tan insensatas entre las que más lo sean, expresión absurda con la cual suponemos engañar la dura realidad de que ningún tiempo perdido es recuperable”. Isaías acompañaba a Aran, cual autómata averiado, sonriendo forzado, aparentando comodidad, en torpes y básicos movimientos de piernas, cintura y brazos, las neuronas a su libre albedrio, acompañadas por el autor de “La Caverna”. Eran las 23,54 del sábado y cantaba Nicky Jam “Hasta el amanecer”, Aran moviendo culete, Isaías en su nueva cita literaria, “Las tres enfermedades del hombre actual son la incomunicación, la revolución tecnológica y su vida centrada en su triunfo personal”. Isaías encadenándo frases. “La derrota tiene algo positivo: nunca es definitiva. En cambio, la victoria tiene algo negativo: jamás es definitiva”. Agitándose entre las frases memorizadas. “No es malo tener una ilusión, lo malo es ilusionarse”. Aran, Isaías, no conectaron. La semana siguiente él le regalo un libro con la emoción de las personas antiguas enamoradas de palabras. Ella le miró horrorizada porque es de imágenes, sonidos y pantallas digitales.

Isaias.





Conocío a “Twenty one pilots” porque era el disco que sonaba a todas horas en la vida de Jennifer y con el “Heathens” comenzában a entusiasmarse en el coche. No fue por mucho tiempo, se vieron doce ocasiones durante seis meses. Luego supimos que Jennifer era una chiquita muy estropeada de lo suyo, diagnosticada, eufórica a veces, lamentablemente desesperada y triste en ocasiones, y mi primo Eladio comenzó a preocuparse cuando supo del sentido de la canción, ella decía ser un himno de vida, gracias al traductor de google: “All my friends are heathens, no sabes la mitad de lo que podrían maltratarte”. Mi primo Eladio, es lo que tiene ser un buen chico, tenía 18 años, y primerizo, la conoció en las fiestas de Teruel, ella con 20. También hay jóvenes personas a las que les gusta juguetear malvadamente con otras, Jennifer es una de ellas, pero también hay jóvenes personas que siguen siendo inocentes, tiernos y dulces, mi primo Eladio, es una de ellas. Jennifer exploto salvajemente todo el magnetismo que provocaba en mi primo Eladio, porque él estaba rendido a sus encantos y al poder de sus primeras exploraciones con ella. Somos experiencias de vida, y mi primo Eladio conserva aun las heridas de aquellas doce ocasiones durante seis meses.

Mi primo Eladio.





La noche de los hechos, hicimos el amor escuchando sus discos de Oasis. Los minutos que estuvimos juntos, enredados entre las sabanas de color naranja, habitación 645 del hotel Ozoe, Madrid, sonaron todas las canciones de sus discos. Las únicas horas que compartimos, desnudos, las melodías se quedaron a vivir en mis neuronas, hasta hoy. El minuto anterior, antes de salir de nuestro rincón nocturno, tarareamos el “Don’t Look Back In Anger”. “Yo estoy bien. ¿Tú estas bien?” te pregunté. “Yo estoy bien, ¿Tú estas bien?” me respondiste. La noche siguiente, con el síndrome de abstinencia por tu ausencia, busqué el sentido de la canción, en el traductor digital, y el “Don´t Look Back In Anger” me pareció la canción perfecta para el mejor momento, el del oasis que fuimos juntos, algunas horas. “Her soul slides away. But don’t look back in anger. Don’t look back in anger. I heard you say” Y no hemos vuelto a vernos ni oírnos, ni saber el uno del otro, desde aquella noche. 01.07.15. Nos habíamos encontrado, por casualidad, en el Amalau café, plaza del dos de mayo. Y todo fue fugaz, bastante irreal, difuso, inconsciente, muy emocional y con sentido. “No me gustaban las canciones de Oasis, hasta que la conocí”.

Oasis.





Conocí a mi novia hace ahora dos años y medio, fue por casualidad, me atraparon tanto sus encantos que caí enredado a ella, ilusionado, ignorando muchas veces su indiferencia, a veces su infidelidad. Yo atrapado a estas cosas del amor, me fui entregando, en una relación confusa, con muchos altibajos. El primer año nos veíamos casi todas las tardes, el segundo, pasamos a vernos en viernes y sábado, no todos, como ahora. Mi novia me dijo que no podía dedicarme más tiempo, estudiaba un master, su familia, las amigas, todas esas cuestiones de la vida que nos enredan y lo complican todo. No te mentiré, yo seguí ahí, muy interesado por ella, cómplice, con ansía, dispuesto a entregarme, pero abandonándome a la espera, en vía de desencanto pero aun muy apasionado, siempre disponible para sus caprichos, adivinando que la nuestra era una relación no saludable. Llegó el “Súbeme la radio” de Enrique Iglesias, y supe que era nuestra canción. “Hay relaciones que no nos convienen”, empecé a decirme. Ella confesándome amor, yo sintiendo su frialdad, todos hablando de lo nuestro con encantamiento, pero yo, insatisfecho. Quise pasar las vacaciones de Semana Santa con ella, no fue posible. No viajaremos juntos este verano. Nada de planes intensos para los fines de semana. No compartimos cuadrillas ni amigos. No conozco a sus padres. Nuestras intimidades son frágiles, fugaces, inútiles. Ella tonteando con otros. Cada vez más distante, menos disponible. Él coqueteando con ella. Yo fantaseando con vivir juntos, planes, hijos, futuros posibles, rutas, lugares, enredos. Yo cumplidor, fácil, apostando, atrapado a deseos, sueños, expectativas sin cubrir. “Hay relaciones que no nos convienen”, continuo diciéndome. Ella es inteligente, brillante, preciosa, divertida, encantadora, pero, “hay relaciones que no nos convienen”.

Mi novia.





No me educaron mis padres para ser un cuerpo contenedor de placeres ajenos, no me resulta divertido volver a casa con este sentimiento, arrojada al primer Metro Sevilla en la estación Nervión destino Olivar de Quintos, no quiero volver a mi habitación con los rastros de otra noche desnortada, no quiero regresar al supermercado dentro de tres horas con esta sensación repetida, no entiendo la estupidez de este bucle que ahora se repite con la misma secuencia, arranques, trama y desenlace, no soporto el balance de estas operaciones equivocadas que provoco y acepto, no controlo los dispositivos que malamente me regulan, manejo como una idiota los interruptores de pilotaje, para la selección, con indicadores de oportunidad solvente, con garantías, para el establecimiento de las normas, parámetros, usos, procedimientos, para abandonar sus automatismos fríos, impersonales, en ocasiones primitivamente deshumanizados, a veces infantiles y básicos, también ignorantes, en alguna ocasión soberbios, engreídos, habitualmente muy inadecuados, incapaces en comunicación, respeto y empatía, no soy la niña de mis padres para protagonizar escenas con tipos que buscan y usan animalizados. Hasta hoy Julián parecía creíble y adecuado, hasta que entró en ello y cayeron sus posturas inventadas. Quedamos en el Llavise, fuimos a su casa, y escapé a eso de las 7,30 para coger el primer metro.

Cecilia.





Subíamos por Reyes Católicos para llegar a la calle San Segundo en dirección a San Vicente. Y nos cruzamos con ella. Iba en la moto. Tan guapa como siempre. Subíamos por la avenida Portugal en dirección al Parque de San Antonio, y volvió a saludarnos. Desde la moto. Al pasar por delante del café, sonaba el “A contracorriente”, de “El canto del loco”, ¡Como en los viejos tiempos! Subíamos los dos críos y yo, porque su madre, mi mujer, trabajaba esa mañana de sábado, hasta las dos. “El canto del loco” abrió la caja de los truenos, de los recuerdos, de las expectativas, de los deseos. También su moto. También sus curvas. Y pensé en la madre de mis hijos y la canté con el “Insoportable”. y el “H.D.P.” Subíamos a casa de sus abuelos , los padres de mi mujer, en el paseo de San Roque, pero antes quise que pasearan un ratito por las calles de Ávila para prevenir la obesidad. A la altura de la calle Hornos Caleros nos encontramos con Mila, su tía, su hermana, mi cuñada. Ella volvió a pasar a lo lejos con la moto. Por eso de las extrañas asociaciones mentales, quizás por aquello de las coincidencias entre letra de canción y vida real, y cansancio, y estar ya muy pasado de vueltas, “El agricultor” de ellos, cantando en mi cabeza. Aprovechando que Mila, su tía, su hermana, mi cuñada, estaba disponible, y mis hijos encantados, me excusé para escaparme un rato con el pretexto de un recado urgente y pendiente. Y la llamé. A la que daba vueltas con la moto. Veinte minutos después, las doce y cuarto, tomábamos un café en el Aburu. Un café largo. Y como canción para el cierre, “7 vidas”, tambien de ellos. Y las otras canciones. Porque son “El canto del loco”.

Ella, la de la moto.





La mañana del 11 de junio me levante temprano, quería escuchar otra vez su canción, la que descubrí la tarde anterior en su concierto , la que me arañó. “Descubrí”, Vanesa Martín. Cantaba a noviembre y yo me había encontrado con ella por su “Frenar enero” ,aquel diciembre. Yo recordaré el recital de canciones por “Complicidad”, y por “9 días” y por “Durmiendo sola” y por “Te has perdido quien soy”, y por los otros momentos que dibujaron la tarde. Luego, la mañana del 11 de junio, ya menos temprano, “sin saber por qué” terminé enredándome, limpiando la cocina. Al abrir la nevera para coger un yogurt con Bifidus, me despisté, esas baldas necesitaban la visita de la bayeta. Luego el fregadero. También la encimera. Los cristales. La vitrocerámica. Las manchas resistentes en el suelo. La mesa. Los restos de cereales, legumbres y pasta en el armario. La manilla de la puerta. Las cortinas. La mampara. La cazuela pequeña que utilizo para cocinar las zanahorias. Los mandos de la lavadora. Convendría colocar los cubiertos en la balda de arriba. Los cojines de las sillas. Ordenar la zona de lejías, los líquidos, los estropajos, “a veces la vida improvisa,…”, cantaba Vanesa Martín. El horno grasiento. La lámpara. La rejilla. La repisa de la ventana que da al patio… Y así la mañana del 11 de junio, ya por la tarde, se fue convirtiendo en noche, y me fui a dormir. Absurdamente entretenido. Distraido. Raro. Magullado y herido. Parado. Sin avanzar.

Descubrir.





Ariane y Oliver volvieron a encontrarse en los talleres para el intercambio de tareas. Ella aprendiendo el arreglo de interruptores y persianas, el aprendiendo a cocinar croquetas y a manejar la plancha. El taller era los jueves, coincidieron a la salida del centro cívico, el primer día, se reconocieron de los tiempos del club de tiempo libre, y la semana siguiente Ariane invito a Oliver al primer café. El viernes fueron al cine, el sábado quedaron para cenar y ya pasaron directamente a los mismos hechos que habían ocurrido seis años atrás, es decir, practicaron el sexo. Quince días después vivían juntos en el piso de Ariane y afortunadamente para sus padres, Oliver abandono el piso de estos. Tuvieron el primer hijo, 18 meses después, tal como lo planearon. El segundo 18 meses mas tarde, y el tercero, ayer hace un año. Si haces bien las cuentas calcularas que Oliver y Ariane tienen tres hijos:Uno de un año, de tres y de cinco. Esta tarde Ariane arreglo la manilla de la puerta del baño que estropeo el mayor, y Oliver cocinó verduras, filetes y masa de croquetas para todo marzo. También un pastel de arroz. “No hay ningún viento favorable para el que no sabe a que puerto se dirige”, Ariane y Oliver esto es lo que que querian ser.

Un pastel de arroz.





Crucé la puerta de el local con el pedido en mis neuronas: hamburguesa, refresco de cola y patatas. Iba solo, Marina ya en casa con sus padres, después de una tarde de domingo sosa. Entre en el local, abarrotado por cierto, con los sabores sustitutivos alojados allí donde se almacenan los deseos, los auténticos y los sucedáneos. En mi cabeza un revoltijo acompañado de canciones. Entré y los olores, ahora ya reales, apresándome aun mas. Yo vestido con las músicas de tres días de conciertos. Sin Marina. En la cabeza también elelectropop de Miami Horror. En la cabeza las negativas repetitivas de Marina. También las de hoy en el Anderu café de la calle Alta. También las de ayer en el de la calle General Davila. Las gentes de todas las edades hacíamos la cola hacia el mostrador y me fijé en él. Delgado, atendía inmaculado a cada uno de los clientes. Mirando a los ojos y tranquilo, gestionando preciso y orgulloso cada una de las operaciones de venta. Él, incolume, su mirada magnética, su camisa planchada y sin mancha. Adecuadamente ralentizado. Lo imagine en otras circunstancias, en otros momentos y lugares, en otros poderes mas o menos afortunados, todo depende. Él, el vendedor de hamburguesas, hacia lo suyo con magistral ejercicio admirable. Esta no es un historia de amor por él. Yo soy de Marina. Por ahora. Cuatro minutos después de esta memorable experiencia, yo iniciaba la digestión de la hamburguesa, las patatas y el refresco de cola. Es la vida fugaz.

El vendedor de hamburguesas.





(A Coruña) Suena “Heart of glass” de Blondie machaconamente en mi cabeza y yo no veo el momento de que dejes de hablar y subamos a mi casa. Pues ya sé que hablar es lo que nos hace mas humanos también jugar “a operaciones y maniobras” en mi sofá me parece una propuesta brillante. Yo hago que te escucho. No me queda otra. En este Bendito café, tú hablas y hablas. Yo, animalizado. Tú. Tus vacaciones en Marbella. La pensión de tu madre. La tartamudez de tu amiga de Cuenca. Aquella noche que te castigaron tus padres. El programa de radio. Prefieres las naranjas. No te van las empanadillas con tomate. El chico del bigote que te guiño un ojo en la piscina en la que el socorrista tenía un bañador rojo espantoso que tu viste en un escaparate de Albacete cuando fuiste a la reunión de empresa aquella y dormiste en ese hostal gris que estaba junto a una carnicería de un tal “pepe”. Y que por cierto muy buena la carne de Huelva, de Galicia. ¡Y de Albacete! Suena Blondie, y no llega el momento sofá, las operaciones y las maniobras. Te gustan las lentejas mas que los garbanzos. Me provocas para pasear por la la playa de Riazor. ¡Alli vamos! Y yo con ese pensamiento obsesivo.”Arena. Cuerpos. Piel”. Y Sheila que no deja de hablar. Yo embrutecido en operaciones y maniobras “porque buena estas un rato” . Me cuentas de la peluquería de tu barrio. De tus intereses por la astronomía . También las galaxias y extraterrestres. Las anécdotas de cuando te sacaste el carné de conducir. Relatas los nacimientos y comuniones de tus cinco sobrinos. También de cada uno de sus cumpleaños. Yo salvaje. Focalizado. En un estado de agotamiento del pensar y del fingir. Las 23,45. Tienes que irte porque es tarde. Me das dos besos y aquello de que nos vemos otro día.

Playa de Riazor.





Bájame la radio, vuelvo la vista atrás, lo acabo de comprender…” Estábamos en tu coche, y quisiste que escuchara el “Tristeza de amor”, de Hilario Camacho. Y luego escuché el “Final de viaje”. Y luego el “Cuerpo de ola”. fue así como de la manera mas tonta recordé que he ido montando la placa base de mis instalaciones de ahora desde aquellas canciones tristes de entonces. Escuchamos luego el “Madrid amanece” y me dolieron los viejos borrones. Escuchamos luego el “Volar es para los pájaros”, y nos besamos, yo mas feliz por mi liberación, y por los reencuentros con las canciones escondidas, olvidadas, malinfluyendome, yo estrenando mis nuevas gafas progresivas para ver mejor. Luego escuche “El agua en sus cabellos” y salimos del coche, aparcamos cerca de Princesa, y cruzamos Plaza de España para subir por Gran Vía. A la altura del 72 volvió a sonar el “Súbeme la radio”. A la altura del 64 volvió “Despacito”. A la altura del 58, el “Green Light”. A la altura del 46, el “Berlín” de Coque con Leonor. En el 34, “Casa, ahora vivo aquí” de Iván. Por Fuencarral subimos hacia nuestro hotel, el Ozoe, en la plaza del Dos de mayo. “¡Hay que desinstalarse!” me repetía mentalmente al cruzar la plaza de San Ildefonso.

Hilario Camacho.





Cuando rompió con Noemi, Satur comenzó a explotar aquella reputación de amante que tenía, y es así como su nuevo domicilio de soltero ha pasado a reconvertirse en una especie de McDonald’s del amor, muy frecuentado, en horarios de tarde y noche, y proveedor de menús con postre. Lo de Noemi y el romper con Satur fue una de esas tontadas, niñería diría yo, de chavalita mal criada, para llamar la atención, buscando le bailasen un fandango con castañuelas, con mucho de “hazme mucho casito”. Lo de Satur fue un “porque yo lo valgo”, y ahora vas y te lo pierdes y ya lo lamentaras porque no vas a encontrarte mas de esto en otros lugares de por ahí. De Satur y sus habilidades amatorias ya se hablaba en la barriada desde el bachillerato, pero se lo agenció Noemi en primero de carrera y se lo quedo para ella solita. En el bloque fue muy comentado lo de los recitales nocturnos con bises y taconeos incluidos. Ahora lo de Satur es digno de contarse, con números y con palabras. Es muy comentado entre nosotras, las gentes del lugar, el protocolo de actuación que sigue Satur. Quedan en el Eulza, el bar de su bloque, a la hora establecida, y desde ahí proceden a la secuencia de hechos, con recital y seguidillas incluido. Dicen los del patio de vecindad que su banda sonora de ahora para los momentos estelares es el “Blame” de Calvin Harris y John Newman.

Reputación.





Conocí a Samanta y Salomé porque me las presento Charly el jueves, hacía mucho tiempo que insistía para que quedáramos y las conociese. Samanta es doctora en sociología, y consultora internacional en una de esas grandes firmas de éxito, con un brillante curriculum y cinco idiomas, inteligente y guapa, independiente y decidida, inquieta y luchadora, culta, práctica y muy segura de si misma. Una de esas mujeres que de oídas ya capto mi atención porque me alegra rodearme de personas mas brillantes que yo, también mujeres. Charly, ahora lo se, exageró el interés de Samanta para conocerme. “Marti, le he hablado a Samanta de ti, y tiene mucho interés en conocerte”. Quedamos en el Naruba de la plaza, a una hora prudente, las siete. Yo llegué temprano y continué fantaseando, haciendo tres vueltas a la plaza Catalunya, sobre las oportunidades de la cita, sus consecuencias y los planes derivados. Desde que Mariona murió era mi primera cita con intereses románticos, decidido al fin a rehacerme de los dolores que provoca la muerte de una novia a la que amas. El tiempo pasa , y en mayo harán dos años desde que la obligaron a marcharse, y es sensata la insistencia de todos, “Marti, vuelve a las otras vidas”. Era jueves, y allí estaba en la barra del Naruba, esperándoles porque llegaban juntos. Puntuales llegaron. Nos sentamos en la mesa del fondo para favorecer nuestra conversación. La escuché aquellas tres horas y deje de admirarla. ¡Estupida engreída! Eran las 10 y “Las odio” sonaban en el hilo musical, “Indie español”.

Las plazas (6).





Yo vendo barras de pan. Yo atiendo a personas que hacen de la elección de la barra su sentido de vida. Yo sonrío porque me hacen reír o se me hinchan los ovarios porque hay gente muy gilipollas, bastante mas de la que crees. También vendo palmeras de chocolate y pasteles. Y como yo valgo, me imagino protagonizando videos musicales, con mi uniforme de panadera, y ese tipazo regordete que la vida me dio. En mi último video, vendo las barras, las palmeras, los bollos y los pasteles con el “Don’t You Know” de Kungs. Yo me achicharro cuando trabajo con el horno. Yo vendo pan precocinado, del barato, y para consumidores exquisitos y deluxe, de masa madre. Se me va la vida entre tanta harina, tantas grasas y tanto azúcar. Yo trabajo en un obrador. Yo también me quejo de mi puta jornada laboral, y de que vivo enloquecida para conciliar y de esta precariedad contractual. Abrimos pronto y cerramos tarde, y sábados y domingos y festivos, a gusto de ti, egocéntrico consumidor. Para optimizar espacio y cuentas también vendo leche, chucherías, periódicos, revistas, refrescos, cromos, huevos kínder, mazapanes y turrones por Navidad, y muy pronto lentejas, avellanas, aceitunas, chorizos y morcillas. Yo tengo que escuchar tus quejas, tus enfermedades, tus cotilleos, tu filosofía de parque. Yo tengo que oírte que no llegas a fin de mes.

Soy la panadera de tu barrio.





Natividad tiene dos hijos, uno de 32, y una de 29, nos encontramos ayer en la estación de tren, ella hacia Madrid para una reunión de negocios, yo también a Madrid porque la empresa nos quiere bien formados y nos lleva a dos días de talleres. Siempre pensé que Natividad era la chica mas atractiva de nuestra clase en la facultad, pero yo acomplejado nunca me atreví a seducirla, luego “por oídas” supe que no le fue bien en amores y que también bailaba sus complejos, y hoy en nuestro trayecto de tren hablamos de todo aquello. “Goyo me alegra mucho verte”, y me arrojó su inmensa sonrisa, espectacular como siempre. Le conté que Carla y yo tenemos tres hijos, que están fuera de casa y que ahora tenemos en casa a mi padre y mi suegra, rotos de salud y dependientes. Me contó que está separada y que, sonrisa incluida, haciendo la vida sola. Recordamos los tiempos en la facultad y revolvimos los complejos, ella me confeso, sonrisa incluida, sus limitaciones y sus miedos desde entonces, y que siempre le había parecido un hombre muy inteligente, interesante y creativo. Llegamos a Atocha estación, porque subíamos desde Toledo y eso no te lo había contado, y quedamos en volver a vernos, en declaración de intenciones sincera, y nos intercambiamos nuestras tarjetas. No he podido esperar mas tiempo y hoy la llame, a la una, desde el café Kuztole, y tenemos una cita. Por cuestiones de la casualidad, hablaba con Nati, y Sergio Dalma cantaba “La vida empieza hoy”.

Haciendo la vida sola.





Ana, la hermana de Lucio es una de esas chicas muy interesantes. Alba, la prima de Maider es también una de esas chicas muy interesantes. Porque es viernes y eran las siete de la tarde, y acababa de salir de la oficina con todo el fin de semana disponible, llamé a Ana, con la intención de hacer planes, tomarnos unas cervezas, cenar algo, y pasar la noche juntos ajustando proximidades . Sonaba “Mi realidad” de Lory Meyers en el Amalau de Gran Vía, y la llamé por primera vez, no me cogió. Sonaba “¡Qué bien!” de Izal y la llamé por segunda vez, pero no me cogíó. Soy indie, me dije, paladeando las músicas que escuchaba, y me miré como un afortunado hombre de éxito. Sonaba “Supersubmarina”, y me hicieron pensar en la fragilidad de la vida, por su accidente, y llamé a Ana por tercer vez, pero no me cogió. Era mi segunda cerveza, solo, y la llamé por cuarta vez, pero no me cogió, y mientras sonaba el “Si tu me dices Ben” de Love of Lesbian. Estaba rumiando mi planificación, fracasada, y pensé en Alba, la llamé veloz, me dijo si, y pasé a buscarla a la salida del trabajo. Estábamos cenando algo, cuatro cervezas después, antes de subir a mi piso para ajustar proximidades y me llamó Ana, pero no la cogí. “Hola Ana. Había planeado una noche loca de amor contigo, pero no me cogiste el movil. Estoy con Alba, pero tambien te quiero a ti. Sinceridad ante todo”. Es lo que decía el whatsapp que envié.

Una noche de viernes.





Vamos a peor, te lo aseguro, vamos a peor, y es que llevo todo el día sobreponiéndome a sus mordiscos. Y no es que yo sea un tipo generoso y entregado a las causas de los otros, pero al menos empatizo algo, me salgo de mi cuerpo, no pienso que mis vísceras son el centro de las galaxias, escucho, observo, analizo, me detengo. Pues no. El que no se escucha a si mismo, se entretiene con sus bailes únicos, te enmaraña con sus poses, roba tu tiempo con sus filigranas y embaucaciones, te lleva a su huerta, si la tiene regada, para que se la admires, o sino para que se la siembres, te vende un coche sin puertas, le adoras a las criaturas, le haces la plancha y se lo coses, ignora lo tuyo, racanea con tus céntimos de las vueltas y te pide, no, te exige, que le agradezcas las maniobras. Para cerrar el círculo te ningunea o te ignora, te saca la lengua, siente compasión de ti porque no das la talla, pobre, incapaz y limitado que le eres, y se compra unos pantalones nuevos con las ganáncias. Que no, que no. Me están agarrotando. Tal vez exagero un poco. Y así pasa lo que pasa, hoy también, para superar tanta presión contenida, arrojada por los seres estupidos, tenía tres opciones: automedicarme, practicar sicoterapia conmigo mismo en el sofá, gestionarlo como adulto, o comerme medio kilo de jamón en lonchas. Opte por el jamón.

Cocodrilos.





Ni todos los días se cumplen 18 años. Ni todos los días nace una hija. Ni todos los días decimos “te quiero”. ¿200 palabras para 157.680 horas? Fue ayer. Cruzaron rápidas las tardes desde entonces pero fui robando los momentos para guardarlos en una habitación que está llena de recuerdos. Son una colección de instantáneas, de retratos y paisajes de un viaje. Cuelgan en las seis paredes de esa capsula. Encerrados con silencios, ruidos y músicas, aromas y sabores. Son de colores. Habitación con luz. Instantes congelados en ese local que es un almacén de la vida. No soy espectadora porque lo que fui y no fui y pude ser y no pude ser y lo que quise ser y lo que somos y seremos y fuimos, allí esta. Soy pequeña en este universo de minutos que cruzaron. Tengo las llaves para llegar a esa sala escondida que guarda el inventario vertical, horizontal y transversal de nosotras. Somos habitantes de esa habitación. La quiero alegre. Estuve ayer en los dieciocho años. En los bancos, las playas, los parques, las celebraciones y los duelos que habitamos. La habitación de los sueños sin precio. ¿200 palabras para 6570 días? Dos son suficiente.

200 palabras.





El Naruba café, en la plaza del Sol, en el barrio de Gracia, en Barcelona, es un local muy frecuentado por mí. En sus treinta años de vida, ha estado en 27 de la mía. La primera semana después de nacer, y de salir del hospital, y de ser presentado en familia, ya mis padres me trajeron aquí. El local era otro. Más sucio, más oscuro, más aburrido. Ahora tiene cristaleras y pantallas gigantes, y organiza saraos culturales y festivos, dan de comer, y los camareros y camareras son más guapos y profesionales. Yo crecí aquí, comiendo las patatas fritas Niuna. Y luego las diferentes variedades de frutos secos Niuna. Cacahuetes, maíz, y mis preferidas pipas peladas. Aquí, mis mostos infantiles. De aquí salió mi primera borrachera. Aquí los primeros besos con lengua, y los rozamientos orquestados , y el día que me muera quiero ver mi esquela en la puerta, junto al cartelón que anuncia el menú del día. Fantaseo con sexo en el baño. En diversas modalidades. Porque los baños siempre están limpios, muy muy limpios. Mato las penas de la vida con los pinchos de tortilla. Por la mañana a las siete hago el primer café, y a las ocho, cervecita con aceitunas Niuna. Aquí tomo los Nonkis y los Niolas. Aquí compro los Gúmeres. Mi novia de ahora, con la que vivo en el barrio, a cinco minutos de la barra, fue camarera del Naruba. Mis mejores amigos, socios preferentes del local. Historias de aquí, muchas. De su hilo musical, escojo la banda sonora del momento, la de ahora, “El baile”, Izal. “Bailando hasta que todo acabe”.

“Con amigos de hace años”.





El domingo pasado llegamos todos puntuales para el taller de las historias. Quedamos a las once en el patio del palacio de los Velada. Ni demasiado tarde, ni demasiado pronto. Ya estábamos los quince, y emocionada, Pili, se nos puso a llorar a las once y catorce, apoderada por la emoción de estar entre nosotros, treinta días después de la última cita. Fue un llorar intenso, sonoro y profundo, llamando la atención de todas las mesas de desayunos del lugar. Fue un estado enajenado, acompañado por lagrimas, calculo yo, durante mas de nueve minutos. Nosotros los del taller, sorprendidos y expectantes por el desenlace. Los camareros del recinto, inquietos. Pili, sus ropajes negros, marrones y grises, con las gafas de pasta pasadas de moda y las zapatillas de antaño, apropiándose de todas las miradas. Sentada frente a su manzanilla, sonándose las mucosidades del alma con un pañuelo de papel deshilachándose. Mila y Marian apoderadas por la sorpresa y el desconcierto. Y sobre el silencio total de la sala, los ruidos del alma de Pili. En una de estas se levanto de la silla y comenzó a pasear por la sala, lentamente, cual poseída, hasta llegar a situarse en el centro del patio, frente a las miradas de todos. Se detuvo allí, mirando hacia la nada en dirección norte, y pronunció las palabras conocidas: “Yo nací en Ávila, la vieja ciudad de las murallas,y creo que el silencio y el recogimiento casi místico de esta ciudad se me metieron en el alma nada mas nacer”. Y cayó. Y calló. Y volvió el silencio.

“La sombra del ciprés es alargada”.





La primera vez que tuve dificultades para aquello, le dije a la chica con la que sucedió el incidente que la culpa era de unas pastillas para el colesterol que afectaban al sistema sanguíneo para regular las grasas inadecuadas. Insistí en la reparación de los perjuicios y el daño, casi compulsívamente, obsesionado en la mecánica tradicional, colapsado, sin manipular otras alternativas posibles. “Déjalo Lorenzo, insistió ella, fragilizada, déjalo Lorenzo”. Pero yo no estaba atormentado por la insatisfacción generada a mi pareja ocasional, me dolía desaprovechar la ocasión, considerando sobre todo que en Jaén entonces, tampoco ahora, no es habitual resultar agraciado una noche de sábado, con un primer premio en el sorteo. La segunda vez que no fui operativo para los fuegos artificiales, le dije a la chica del atasco que tenia que ver con una indigestión, pasajera, provocada por unas lentejas de mi madre que llevaban mas tiempo en el congelador que el marcado en la etiqueta del tape. Siempre he sido habilidoso para las invenciones a fin de salvarme el pellejo y salirme con la mía aunque fuesen plazas con toros bravos, campos de futbol con el arbitro en contra, o estaciones de esquí bajo días de sol caluroso. En ambas ocasiones de mi insolvencia quise repetir en los días posteriores, pero ellas no estuvieron disponibles para la degustación de los productos de temporada.

Incompetencias.





En tu primera borrachera conmigo ya supe de tu afición por cantar a Julio Iglesias para superar la intoxicación etílica….”y es que yo, amo la vida y amo el amor, soy un truhan, soy un señor, algo bohemio y soñador”En tu segunda borrachera, me aturullaste con el “me va, me va, me va”, y tus manazas me perseguían en modo pulpo buscando crustáceos para zamparse en atracón. En la tercera, me desafinaste como un gallo acatarrado “por el amor de una mujer, llegue a llorar y a enloquecer mientras que ella se reia…” “Yo no me merezco esto”, recuerdo que pensé, pero es que el amor es también un estado salvaje de enajenación, con consecuencias desaconsejables. Patético fue el “hey”, ya con publico, a media tarde, en mitad de la plaza, y con mis primos de Albacete delante. “Yo no puedo con eso”, empecé a decirme con insistencia. A mi que me gusta ser la madre de chicos malotes en estado de necesidad, me revolviste toda la tarde de tú cumpleaños, con el “me olvidé de vivir”, acompañado por lagrimas, con congoja. No pude menos que consolarte con generosa dedicación, y tú me continuabas cantando: “llueve y esta mojada la carretera, que largo es el camino, que larga espera”. Yo, entregada a la causa del amor.

“La aguja marca 140”





Eran las 7, y arrancamos el baile de nuestra boda con el “Swett Child O Mine” de Guns N´ Roses. Tú con tu vestido verde, yo con mi traje inmaculadamente blanco. Bailé con miedo, con mucho miedo, el mismo miedo que me acompaña desde que te conocí, miedo a que algún día me cantes su “November Rain”. Muy tonto no soy, así que a fuerza de insistir hemos llegado hasta hoy, sin sobresaltos. Ya tenemos la casa sin hipoteca, trabajos estables cada día mas precarizados, la niña y los dos niños progresando adecuadamente, los suegros bajo control, la casa sin barrer, la colcha sin cambiar y parece que habitamos su “Paradise City”. Eran las 7, y arrancamos el baile los tres, porque tu ya estabas embarazada de Toñín. De esto hace ya 14 años. Hasta las 10 y cuarto continuamos bailando, celebrando el “si quiero”, que apenás traía novedades porque ya llevábamos viviendo juntos desde un año antes en nuestro piso de la calle Reyes Católicos, en el que seguimos viviendo. Eran las diez y media y nos fuimos al piso , sin parafernalias, florituras ni guirigays, porque querías una noche tranquila y así fue. Esa noche yo, tampoco fui un parraplas. A la mañana siguiente hicimos las cosas de un domingo cualquiera, y nos prometimos amor bajo el arco de San Esteban. Por la tarde hicimos el amor para no olvidar los modos, cenamos haciendo un picnic en el salón con embutidos del pueblo de tus padres, jamón, queso y otras viandas de esas que aun nos gustan tanto, y nos quedamos dormidos con ardores por los excesos, calóricos, en el sofá. El lunes fuimos a trabajar. Toñin, ya dando la lata, me contaste a la noche.

El día de nuestra boda.





César. Es 2 de mayo, San Segundo. Te propongo que te levantes de la cama y provoques a tus 15 vecinos. Te propongo que mejor a las seis y media que a las siete. Enciende el equipo de música . El volumen al máximo. Para que suene Love of Lesbian, “1999”. Para que lo escuchen todos cuatro veces seguidas aun con riesgo de aporrear tu puerta enfurecidamente “Ya no hay ganas de seguir el show ni continuar fingiendo”. Para que se escuche en tu barrio, en todas las calles de las flores: flor de loto, jazmín, lirio, azucena, crisantemo, gardenia, caléndula y magnolio. Para que se escuche desde el bar Los Llanos, desde la frutería La valentía, desde las carnicerías y las peluquerías. Desde el Adaja y los puentes. Para que se escuche desde el santuario de Sonsoles. Desde la ermita y la capilla de San Segundo ¡Libera tu furia! ¡Sácala! Para que lo escuchen en todos los locales que ofician misas tempranas. ¡Expulsa tus porquerias! ¡Grítalas! Te propongo que luego continúes el ritual estúpido. Te propongo que recorras las calles frías reivindicándolo. Abre las ventanillas del coche para que todos escuchen la canción mientras susurras lo que quieres decirles. Pronuncia una palabra en cada una de las calles: avenida de los derechos humanos, avenida de la juventud. Vereda de las mozas, calle Bilbao, paseo Santo Tomas, paseo San Roque, Hornos Caleros, Paseo de la estación. ¡Encuentra las palabras exactas! ¡Y confiesa! “Esta canción. Contenedor de palabras melodizado. Me cruje. Desde la tercera uña del pie izquierdo, que por cierto esta para cortarse. Pasa por el citoplasma, y la membrana y el ADN de todas mis celulas, (y me acuerdo de tu examen de ciencias). Y llega a mi neurona verde herida dolida que finge porque conoce los trucos y perdío la inocencia y no puede encontrar la magia que se esconde en el lugar que estoy buscando”.

2 de mayo..





La encontré llorando en el parque. Yo venía, y también iba, cruzaba por allí, la vi sentada en el banco llorando descontroladamente sola. El día era cualquiera, yo ya llegaba tarde, andando con prisa porque me esperaban, y ya desde unos metros antes la vi llorar, en plena calle, las tres de la tarde, con un sol de primavera inocente, junto a la calle principal, la que está a la izquierda de la estación del tren. Su edad como la mía, guapa, muy guapa, más bien preciosa, y yo que acababa de escuchar el “Más suerte” de Second, sonoricé el momento, y con la canción inventé los detalles de la situación. Pensé que ella, mujer brillante, llamada a gestionar causas globales para el avance de la civilización, se había tropezado, de repente, con un improvisado desastre que lo cambiaba todo. No me interesaron los detalles descriptivos de los hechos, se que eran propios de una relación amatoria, intensa. La encontré llorando, frágil y rota. Y yo que en apariencia parezco insensible a los dolores que me rodean, me paré frente al banco para preguntarle qué ocurría. En menos de un minuto, ignorado, sentí que mi presencia era inútil. No deje de pensar en ella en todo el día. También en mi. No he vuelto a verla. Luego no me contaron.

Ya llega junio.





Respondí que si por primera vez a un chico que quería ser mi novio con 24 años, pero no le vi desnudo nunca y él a mi tampoco. Me duró dos meses. Respondí que si por segunda vez a un tipo que quería ser mi novio con 31, años, le vi desnudo dos veces porque estuvo malo y tuve que cuidarle dos noches en el hospital. Me duró cinco meses y tres semanas. Respondí que si, por tercera vez, a un vecino del portal que quería ser mi novio, con 36 años. Tuve que dejarlo a las seis semanas porque una noche en mi sofá insistió en quitarnos la ropa. El cuarto novio, fue con 39, un compañero de trabajo, y nos duró dos años. Parecía que aquello bailaba bien, que iba en serio. No llegamos a intimidades completas porque nos faltaron dos meses pero estuvimos a punto y recorrimos las fases 1A y 1B (visionado), 2A, 2B, 2C (contacto), 3A y 3B (abordaje), 4A Y 4B (intensiva). Recorrimos la trayectoria del planteamiento, nudo y desenlace pero no fueron posibles las fases quinta y sexta porque dejo embarazada a otra compañera de oficina y tuvo que casarse con ella. El muy guarro quería seguir con lo nuestro pero yo me negué en rotundo. Mi quinto novio llego con 44 años, estaba escasamente sexualizado y le abandone en la fase 2C, cansada y aburrida, abatida por las expectativas de perfil no sexual incumplidas. A mi sexto novio le dije que si hace seis días, ayer practicamos la fase quinta y hoy nos toca la sexta.

Por fases.





Será porque escucho los 40 principales y “que si vengo, que si voy” como Rosendo, y “harto” y “agradecido” y “loco por incordiar“, le di las “buenas noches” el domingo a eso de las 23,47 para dormir con ella. Shakira a mi lado, cantándome el “Me enamoré”, pa´mi solito. En la mesilla, el despertador con esos números grandes que iluminan mi habitación. Me llamo Maxi. El lunes me acosté más pronto, 22,44, y Lorde danzando el “Green light”. Las luces del radio-reloj, verde nuclear, mis ojos azules, no pude reconocer el color de los suyos por la oscuridad. Me abracé a Ana Mena, el martes, mientras me cantaba “ahora lloras tú”. El miércoles, quede con Katy Parry, y fue fenomenal. Emocionantes citas a ciegas. Únicos nuestros ratitos de inocente intimidad. Intensas sensaciones con las artistas que visitan mi hogar. Ordenada secuencia esperada de encuentros. Fue con Barei ayer jueves. Hoy con Julia Michaels. Mañana Camila. Renovando a diario cada compañía sin traer complicación. Quedamos a las siete en el portal, y nos presentamos, y charlamos un ratito, y nos sentamos frente al televisor, y a las nueve, después de las noticias, cenamos en el salón, y entre las once y las doce nos vamos a dormir, y a eso de las ocho, nos despertamos, y a eso de las nueve, desayuno en el Loian café, para ser la envidia del vecindario.

Maxi.





La mañana que decidí controlar mi alimentación, para perder peso, me levante escuchando “The more you live, the more you love” de “A flock of Seagulls”. Luego ya, atolondrado total me enredé con siete canciones más, como hacia por el 82. Esa mañana para cumplir con todos los honores de la frivolidad, salí a la calle con la camiseta de naranjito, la del mundial, la que me regalaste el día que perdimos la virginidad, después de tres intensos y un fracaso. Y así embutido, enmascarado también, y con mis pantalones blancos, me dirigí a 13 farmacias para tomarme el peso. Cruzaba frente al Anderu café , y sentí las miradas desde las ventanillas del autobús. Chulito yo, por mis auriculares cantaban “I ran”, los mismos, y sonó el teléfono. Era el mas bobo del lugar, pidiéndome explicaciones porque quedé en llamarle para que le hiciese la declaración de la renta, de gratis, y por que él se lo vale completito. Esa mañana las basculas decían que ya superaba los cien, y subiendo, y que bien ganados y disfrutados en las parrandas, y en los desmadres del sincontrol. Acabé la mañana tomándome unas cañas con sus correspondientes tapas, con Satur, Urbano y Maxi. “Mañana comenzaré a controlar mi peso, hoy mejor no, las verduras me entristecen” me dije. Arranque la siesta, bien merecida, con el de “Blue Monday” de New Order, recordando mis andanzas de adolescente regordete.

1982.





Pepa es la hermana de Rosi. Paco, el hermano de Antonio. Pepa y Paco, y los demás, atienden la recepción del hotel Ozoe, el de Toledo. Pepa y Paco trabajan juntos en el lugar desde el 74, y aunque solteros, nunca hubo nada entre ellos, ni intentos de conquista, ni ejercicios de seducción, ni aproximaciones fisicalizadas, ni fantasias Disney en tecnicolor, ni relatos mentales en safaris o navegaciones siderales, ni fines de semana juntos, ni en Guadalajara ni en ninguna otra parte, ni vacaciones en Ponferrada, ni en otros lugares, ni celebraciones familiares, bipolares, triales, de grupo o en cualquiera de los otros formatos imaginables. Pepa y Paco están próximos a la jubilación, gafosos los dos. Pepa siempre tan guapa, tan mona, tan preparada, con sus maquillajes y sus adornos. Paco tan despreocupado para las cosas del vestir y de las apariencias. Paco y Pepa acumulan la vida de miles de cafés compartidos en los que se confesaron todo. Seres, personajes pintorescos si que son, tanto que fueron también objeto de las conversaciones de ellos en el desayuno. Sonaba “La mandanga” del Fary y “Soy minero” de Molina en el Kuztole café, y ellos comentaban. Para Penélope, Pepa es exótica. Para Lucio, Paco es una antigualla. Para Justo, ellos son también los encantos del hotel. Para Charo seres anodinos. Para Marian, Pepa arrastra en los ojos sus sufrires. Para Fausto, Paco es un viaje sin ruta ni destino. Piensa Raquel que además son muy eficaces y solventes. Carola se preocupó para no ser Pepa. Marino y Casandra reconociendo la amabilidad sincera, los cariños personalizados en los tratos con ellos. Para Daniela y Saúl, Pepa y Paco son clientes habituales y vecinos próximos, de sus vidas de siempre.

Paco y Pepa.





Aquella noche de domingo aparcamos el coche en el parking de El Regato, junto a la iglesia, y continuamos charlando, Amaral nos cantaba “Tarde de domingo rara”. No, no, no. No, no, no, me tarareaste, y a mi me alegrabas ese instante vital. Arranque el coche, conduje por las curvas junto al pantano y llegué al parque de Tellaetxe, ya eran las once, y seguimos conversando dentro del coche, aparcados. Amaral nos cantaba “Dile a la rabia”. Te mire a los ojos intensamente, mientras susurrabas las palabras de su canción. Volví a arrancarme, encendí el motor, destino otro lugar. “¡Salvame, no me dejes caer, en la tristeza de las noches en vela” cantabas con Amaral, eran ya las doce, recorríamos las calles de Barakaldo, nuestra ciudad, despidiendo el fin de semana. Cruzamos el barrio de Retuerto, el centro comercial deshabitado, los pabellones de negocios, el polideportivo, el campo de futbol, y llegamos hasta el borde de la ría para oler a mar. Tú no querías volver a tu piso, yo quería subirte al mio, me respondiste no, así que hicimos de mi coche nuestro refugio temporal y circulamos por las calles. Amaral cantaba “Antártida”, y cruzamos el barrio de Lutxana. Yo enamorado de ti. Tu dolida por la ruptura con él. Amaral cantaba “Sin ti no soy nada”, te pusiste a llorar compulsivamente por él, y circulamos frente al hospital de Cruces. Bajábamos por las cuestas del barrio de El Polígono, y me sentí enfurecido y envidioso por la intensidad de tu amor roto. Llegamos otra vez al barrio de Retuerto, las dos de la mañana, abandonado por la suerte y obligado a fichar en la oficina antes de las ocho, te invite a cerrar nuestra tarde y noche juntos. Te acerque hasta tu piso en las torres de San Bartolomé. Amaral cantaba “El mundo al revés”, y tú saliendo del coche, regalándome indiferencia.

Saray.





Fue en el Naruba Café. El de la plaza Cataluña. Y fue noviembre. 1 de noviembre. Yo escuchaba aturdido “De las dudas infinitas” de Supersubmarina. Habitando los bucles. ¿La hora? Aproximadamente las nueve de la noche. Disfrutaba de la intensidad de la banda sonora que aportaba al momento la canción. Esa mañana yo había leído la historia de Moisés y Malasaña escrita por Mikel y había desayunado con los morenitos de Vilaseco y había movido mis neuronas con los recuerdos de la vida contada, la de Moisés, parecida a la mía. Era un domingo vulgar y corriente a punto de cerrarse y yo escuchando canciones tristes, de esas que te turbian. Domingo sin hijos. Sin relatos fantásticos que contar ni escribir ni cantar. En la historia de Moisés, no hay un “te echo de menos”. En la mía si. Antes de que fueran las nueve, esa tarde de domingo rara consumí minutos, leyendo noticias en periódicos de otros, masticando chicle, recorriendo escaparates, en saludos fingidos, con miradas al mar, espiando sus conversaciones, estudiando mis zapatos, acariciando los dedos de la mano izquierda, mirando el reloj, enviando estúpidos whatsapp, entrando en facebook, charlando conmigo. Desde que salte a la calle, serían las cinco, aparenté ser lo que no soy queriendo ser lo que soñé, mastiqué cuarenta y dos Sugus, me ajuste los pantalones, cruce por el paso de cebra y me tropecé con desconocidos. Yo camine por Las Ramblas esa tarde de domingo pensando en ti y ansioso, organico y visceral por volver a cantar la canción que aquel otro día canté: “Lentamente mi planeta se hace etéreo, viajo a un mundo en el que no existe otra cosa que no sea su cuerpo”. Supersubmarina.

Naruba.





Y Fina entró en el local con todos los aires de primera dama, de reina de los sistemas planetarios, cual musa inspiradora de comedias y dramas, poseída por todas las bellezas, virtudes y sabidurías, reina mora, virgen de todos los altares, viviéndose triunfante y gloriosa. Lamentablemente, pensé, una mortal mas. Entró en el local y yo volví a fijarme en ella, fantaseando elegante en una mañana, una tarde o una noche en servicios de compañía a su majestad. Yo disponible a pagar el precio tasado por ser merecedor de sus atenciones, sometido a las indignidades que correspondiesen, y todo por acariciar y disponer de los ratos sobrantes que ella dispusiese dedicarme. Entró y me saludo educada pero indiferente, y mientras me imaginé su acompañante por lugares en que pudiese exhibir mi codiciada y cotizada conquista. Aquellos que no accedemos a los premios valiosos y demandados, que por inseguros no arriesgamos ni apostamos en las competiciones de la seducción, que nos entretenemos en otras ferias, negocios y huertos para compensar nuestros fracasos, la mayoría de las veces por no decir todas, vencidos por anticipado, que renunciamos a correr por miedo al infarto antes de llegar a la meta, que sufrimos en silencio tanta pureza inaccesible, nos conformamos con el deseo sin piel. Ella entró un día mas en el Urgós café. Sabina cantaba, “Hotel, dulce, hotel”, el que imaginé con ella.

Hotel, dulce hotel.





Lunes, 21 horas, subía Gran Vía desde Princesa hacia Callao, y en el coche sonaba “Frío” con mi versión favorita de “Alarma”. Enfadado por ella. El martes avanzando, por Génova, en dirección Alonso Martínez, en el coche sonaba “Pájaros de barro” con García. Segundo enfado semanal. El miércoles en Castellana, en el coche,“Kamikaze” de Amaral. Irritación en grado 9. Jueves, viernes, sábado y domingo, escuché repetitivo“El tonto Simón” de Radio Futura, en la banda horaria nocturna para realizar el trayecto de su casa a la mia. “Soy tonto, y soy Simón, esta es mi canción”. Me dije “Salta”, escuchando a Tequila después de verla el viernes, pero no salte, seguí enganchado a sus rarezas, a sus engaños, manías y enredos de adulta malcriada. El sábado, de enfado subido, nos despedimos a las nueve, hice kilómetros de coche, en ritual tormentoso de huida, con la “Autopista” de Loquillo sonando repetidamente cansina. Conduje emocionalmente acelerado, enfatizando en cuatro años de minutos perdidos en una relación estúpida con ella. Soberbia, engreída, tirana, convulsa. Quise reivindicarme la mañana del domingo, interpretando solemne “El rey del glam” de Alaska, subiendo por Atocha, ignorando las llamadas y los whatsapp. Me rendí el domingo por la tarde y accedí a sus encantos. Cerré la semana, la noche del domingo, con el “Ojos de perdida” de Los secretos, aparcando en mi calle, Manuela Malasaña. Las 22,15.

El tonto Simón.





Después de nuestra primera cita me quedé atrapado por esta canción los once días siguientes porque Karen es una de esas mujeres magneticas. Esperando su llamada para una segunda cita. Imaginando la intensidad de un próximo fin de semana juntos. Fantaseando nuestra vida en familia con hijos y tardes de sofá. Decorando con palabras delicadas, dulces, tiernas, de esas que excitan el sentido y la sensibilidad. Veraneando por los lugares visitados en las guías de viajes que conservo en el trastero. Escribiendo historias, anécdotas, sucedidos, relatos de todo lo que haríamos para atesorar pasión e intensidad. Dibujando peripecias. Jugando a oscuras y en los parques. Callejeando plazas y bares. Explorando territorios. Idealizando las fiestas compartidas de San Juan, de la madre, Navidades, Reyes, Carnavales, y las celebraciones de todos los santos. Gastando en los supermercados, en los centros comerciales, en las tiendas de barrio y en los chinos. Disfrutando las chuletillas de cordero, el entrecot de ternera y las pechugas a la plancha. Entregando las energías en entusiastas tareas de amar. Alimentando carcajadas vistiendo de vikingo, de romano, de cenicienta, torero y artista de la improvisación. Cruzando mares, piscinas, charcos, océanos y ríos para deslumbrar su imaginación. Escuchando durante once días y once noches, el “All the Lovers” de Kylie Minogue. Inventando todo aquello que en la segunda cita se derrumbó.

Karen.





Regresaba a casa, y entrando en el garaje “Ismael Serrano y Nach” me han cantado “Ellas”. En el móvil tres llamadas perdidas que no quise contestar. En la mochila los restos del naufragio de ayer. En las suelas de mis zapatillas, el cansancio acumulado desde el sábado, y las heridas y las huellas en las marcas de mi camiseta verde y sucia, sin cambiar desde el viernes. “Solo se que veo todo negro”, lo canta Naranja, no lo digo yo. Loli quedó en el hospital con sus padres. La niña con los míos, y yo mañana a trabajar. A Loli la atropelló un coche el viernes y ya no es la misma desde ese preciso momento. Lo siento, se que esperabas te contase una historia alegre, pero no hay un pronostico favorable para evitarme las lagrimas, esto es lo que hay, y problemas tenemos todos. No tengo apetito, hoy el desorden de nuestra casa que tanto lamentamos el miércoles me parece una profunda estupidez. “¿Cómo se sale del agujero?”, lo canta Naranja, no lo digo yo. Las llamadas eran de Satur, de Urbano y de Maxi, ya les habrán contado y querrán acompañarme. “Es suave la voz”, de “Mi capitan”, la canción de Loli, me suena ahora en la cabeza. La amo, y no podré vivir sin ella.

“El hecho de vivir deja secuelas”





Damián es uno de esos entrañables abuelos, agarrado desde niño a festejar cada uno de los días pendientes. Soraya y Rebeca son dos de esas divertidas y cariñosas abuelas, entregadas desde niñas a sonreir, abrazar, amar, distribuir felicidad. Volvía a encontrarme con ellos en una de esas jornadas organizadas para ampliar la solidaridad, para acariciar los vínculos entre autómatas que viven deprisa en los barrios, colapsados, caricaturas, embutidos en agendas con bastantes dosis de saturación, estupidez, sinsentido y mediocridad. He de reconocerte que yo llegaba a la cita erosionado, frágil y sensible, por la muerte de mi madre hacía once días, por escuchar repetidamente en el coche el “Angels”de Robbie Willians, por las búsquedas, por las palomas ocupando la terraza, y por la lavadora estropeada, y por las noticias de sucesos en los informativos hablando de ascensores que se caen, ciclistas atropellados, hinchables que vuelan, padres que matan a sus hijos, por las muchas tontadas en los medios digitales, porque no leen, por el raca raca y raca del “Despacito” y del “Súbeme la radio” invadiéndonos, y porque no decirlo, porque era mi cumpleaños, y cumplía 50. Cada tramo de edades conduce a consecuencias, entre las personas sensatas, y yo a mi edad, esos días, primavera, replanteaba los dibujos, los colores, las palabras de mi ruta vital, orientada hacia la caducidad. Esa tarde de jueves escuché a Damián, a Soraya y Rebeca porque estaba en sintonía para escucharles, eran testimonios, ejemplos de ser y estar, desde lugares mas humanizados. Nos dirigieron a los asistentes a la sala sus palabras, nos contaron sus experiencias, y provocaron un debate. Me regalaron vida. Mas optimista y ágil, útil, sensible y sentido, impulsado y fortalecido , regresé a casa cantando en el coche. El “Siglo XXI” de Sidonie. El “Solar” de Dorian. “Jugaré en las venas del viento, será solar, finito y tan sencillo, sobre el mar”.

Noticias de sucesos.





Sonaba “So Payaso” de Extremoduro, a las doce, cuando llegamos al Eulza café de la Plaza. “Envejecer es también comer solo el día de año nuevo, en uno de esos locales de hostelería, porque uno de tus hijos celebra con las familia de ella, porque apenas tienes trato con el mayor, porque el otro vive en Valencia y no pudieron venir, porque tu esposa murió el año pasado”. Lo pensé, y me enredé entretenido y confuso en pensamientos derivados durante minutos, y todo porque me encontré con Damián en el Eulza de la plaza, el día de Año Nuevo. Por casualidad, cantaba M-Clan por el hilo musical “…estoy todo roto y no quiero seguir así” para sonorizar los hilos de los que fui tirando para convertirse en madeja. Me he ido encontrando con él, en este mismo lugar, los últimos meses, desde que llegué a Zamora para instalarme con Emma. He ido conociendo de él, regularmente, por los detalles que ha querido contarme, siempre en una narración ordenada de hechos, sin juicios con intenciones. Nunca escuche lamentos ni acompañaron lágrimas. Siempre una amable y equilibrada relación para intercambiar palabras.Ha sido un proceso de encuentros descontrolados, en los que fueron creciendo los minutos dedicados a nuestra conversación, acompañados de café, solo el suyo, con leche en mi lugar. Gracias a Damián he pensado sobre la dignidad para sobrellevar la vejez dolida. Gracias a Chelo, mi joven camarera preferida del Eulza, con la que a menudo hacemos trio para conversar, he pensado sobre los pequeños gestos que alegran la vida, como Chelo con Damián.

Damián.





Desde que Esperanza se separó de Vidal, hace nueve meses, yo, Gustavo, la vigilo, de esa manera “I”. Inocente e interesada, inteligente, inútil por el momento, bastante infantil, alguien puede decir que inmadura e idiota. La vigilo a ella y a sus dos niñas. Coincidimos al llevarlos al cole, hoy estrenó un paraguas con hojas moradas. Los lunes la pequeña va a catequesis, los martes la mayor, los miércoles la mayor hace ingles, y lunes y jueves van al conservatorio juntas. Hacen las compras en el supermercado los sábados por la mañana y baja la basura regularmente todos los días en horario cívico. No son de parque, excepto en fin de semana, y la mayor frecuenta la tienda de las chucherías mas de lo que su peso recomendaría. Alguna que otra vez coincidimos en el Anderu café porque es el local mas cercano a nuestro edificio. Yo estoy interesado en Esperanza, desde que somos vecinos de portal, ellos llegaron hace ocho años, y no dudaría en hacer un presente y futuro nuevo con ella, sin dudarlo, para salir de esta vida congelada y sin afectos que he construido con Tatiana. Me gusta la sonrisa y la simpatía de Esperanza, su forma de saludarme y cuando nos cruzamos en el ascensor o en el garaje o en el parque o en cualquier de los otros lugares, fantaseo por una vida distinta con ella. Esperanza va al gimnasio tres días a la semana, entre las 3 y las 5, y se le nota. Con Tatiana siempre fuimos funcionales y prácticos, desalojados de los afectos intensos, desde que nos conocimos aparentamos programados para resolver las operaciones de convivencia, y así ha sido en los doce años que llevamos juntos, en las tareas de procreación, manutención, alojamiento, obras y reparaciones, financiación y fiscalidad, contratos, arrendamientos, gestión de bienes y servicios. Dice Maider que envejecer es también recolocar los acentos y las prioridades para asentar con mas consistencia lo que terminaremos siendo.

Esperanza.





Ocurrió en la habitación 645 del hotel aquellos cuatro días de vacaciones que hicimos juntos en Sevilla por Navidades. Si puedo contarte que la primera noche “Pasión por el ruido” y Barricada fue nuestra banda sonora, a las once del día siguiente nos duchamos y salimos a descubrir Jerez. Sí puedo contarte que la segunda noche “Muy punk” y La polla fue nuestra banda sonora, a las once del día siguiente nos duchamos y escapamos hasta Málaga. Sí puedo contarte que la tercera noche “I wanna be sedated” y The Ramones fue nuestra banda sonora, a las once del día siguiente nos duchamos y huimos a Jaén. Desde la sexta planta del hotel veíamos el Guadalquivir, pero a las horas y en las formas que llegábamos ya teníamos la vista muy nublada para las cosas de los paisajes, los turísticos y las bellezas sevillanas. La cuarta noche con “Cerebros destruidos”, “Historia triste”, “Maldito País”y Eskorbuto, nos echaron del hotel a las cuatro de la madrugada. Mal dormímos en el coche hasta las siete y escuchando “Cuidado” me dejaste de interesar. En el coche hacia Madrid, a las ocho 40, escuchábamos “Envenenado”de Parabellum cuando nos paró la Guardia Civil, y para nuestra sorpresa, “Todo en orden”. Arrancamos con “La lokura” Parabellum y “Estas solo”, y mas canciones de todos sus discos hasta que llegamos a Coslada y te aparqué en casa de tus padres. Yo tenía 21, tú 19. Sonaba “A toda ostia”cuando tu movías culito y mochila hasta el portal. Con “Canción de amor” aterricé en el local de siempre para contarlo todo a los colegas.

Sexta planta.





Porque voy al sicólogo y me ha dicho que salga de los bucles y afronte nuevos retos y desafíos y me enfrente a mis miedos y a mis limitaciones, a mis adversidades y a mis fracasos. Porque ahora soy fan de la cultura “cuqui”. Porque ayer me compré una taza para los desayunos que dice “Haz hoy un día para no olvidar“. Porque mi café con leche en taza fue acompañado por una generosa ración de palmeras light de coco y chocolate, dos bollitos de mantequilla, cinco “Morenitos” y el sándwich de salami. Porque yo lo valgo y hoy tocaba, “He hecho hoy un día para no olvidar”. Te cuento. Guardo en el trastero, de mi padre, una extravagante chaqueta amarilla de cuando allá por los cincuenta fue cantante en bailables de los pueblos, y nueva, como recién estrenada, de ese tejido inalterable a los siglos y a las planchas. Le tenía echado el ojo pensando en el sentido que podría aportarle a una nueva vida, radiante y divina, de luz y color, una mañana cualquiera, y la mañana resulto hoy. Tenia en esta fecha, a las once, una de esas reuniones relevantes con la que nos jugábamos un suculento contrato que evitase nuestros despidos inminentes. Que voy a contarte que no hayas anticipado, por efectos del sicólogo, de la cultura “cuqui”, del “dia para no olvidar”, de los “Morenitos”, y del “estoy hasta los cojones de mi puta vida en esta empresa” me vestí con la chaqueta amarilla extravagante y me largue a la reunión, allá con mi jefe. Todo fue según lo previsto, perdimos el contrato. Y mañana ya veremos.

“Para no olvidar”.





Para ti, esto será de idiotas, pero es verdad, tal cual te lo cuento. Desde que comencé en la facultad mis estudios de periodismo, quise enamorarme de una farmacéutica, y si, lo he conseguido, pero no ha sido tarea fácil, porque no es fácil inventar y tramar pretextos, excusas y travesuras para hacer las vigilancias, las aproximaciones y los contactos. En cualquier caso hoy ya, y desde hace dos años, ella y yo somos pareja, y novios, y vivimos juntos, y procederemos a casarnos el próximo año. Para ti, esto será de idiotas, pero llevó su tiempo encontrar al amor de mi vida entre todas las farmacéuticas de la localidad. Al principio, entrar en las farmacias con el pretexto de usar la báscula para el peso, y pedir cambios, me fue suficiente, pero cansado y aburrido de tanto ticket, aunque barato, me decidí a superarme con la compra de medicamentos sin receta, aspirina, ibuprofeno,…mas tarde barritas para adelgazar, preservativos, agua oxigenada, champús, almax, comprimidos para chupar, betadine, vitaminas, pasta de dientes, antigripales, mercromina, paracetamol, réflex, sales de fruta, polvos de talco, vaselina, gotas para usos diversos,…Hasta que el 14 de mayo del 2015, me atendió ella, me puso ojitos y pague las vendas.

Aspirina.





En nuestro primer encuentro no digital, nos alojamos en el hotel Ozoe, el de la plaza del dos de mayo en Malasaña. Desayunamos todos los días en el Amalau de la plaza. Compramos Nonkis en el Chuches Guay de la esquina y la fruta para las meriendas en la frutería Urbae, porque estaba abierta a todas horas. Después de nuestras separaciones nos permitíamos una oportunidad nueva, los críos con nuestras ex-parejas, y superando las oscuridad, ya sin decepción ni rabia. “Si me lo pides por favor, estaré encantado”, me cantaste, porque sonaba por el hilo musical, “El baile” de Izal, y nos fuimos a coger el metro en Bilbao porque querías que nos acercáramos hasta museo Reina Sofía para ver una de esas exposiciones raras. Desde el primer minuto que te vi en la estación de tren de Chamartín, terminé de caer rendido por tu alegría, porque no parabas de reírte, porque todo fluyó desde el primer momento en formas divertidas, con esa forma tuya de gastar el tiempo con ansia, por el optimismo desbordante, por tu vitalidad. Nos habíamos conocido en el Facebook de Izal, su página oficial, éramos entusiastas entregados a sus canciones, a los ritmos de vida contenidos en los sentidos de sus letras. La música nos fue llevando, localizándonos para aproximarnos. Los nuevos tiempos con sus tecnologías nos lo hicieron mas fácil . Y de esta forma fácil, yo en A Coruña, tú en Valencia, nos fuimos acercando más, y más, hasta hacer del ¡Qué bien!, nuestro himno de vida, y ayer sonó en nuestra boda.

Azahara y Carmelo.





Floren, volvía del trabajo, y escandalizado por la escena les llamó la atención, amenazante, y se dispuso a protegerla. Una pandilla de mocosos adolescentes, siete, envalentonados por ser manada de machotes, se excedía con la chica, también de su edad. Les había ido escuchando desde el paso de cebra, comentando de las partes de su cuerpo, insinuando y proponiendo actividades e iniciativas, confiados, desafiantes, sin miedo, convencidos en dominar y someter a su antojo propiedades ajenas. Casandra, venia del gimnasio, y escandalizada también, se sumó a Floren en la defensa de la chica agredida. Casandra y Floren no se conocían. La banda actuando a las siete de la tarde, a plena luz del día, en esa céntrica calle de Santander. La banda, respondiendo agresiva a las intervenciones de Floren y Casandra, continuo en las fechorías. Casandra y Floren persiguiendo a la banda, y la banda persiguiendo a la chica, hasta que ella desapareció en el portal. Fin de secuencia. Para las mentes abiertas y disponibles, cualquier situación por delicada, dolorosa o difícil que sea, también es un pretexto para hacer conexiones productivas. Fruto de una intensa pero breve conversación entre Floren y Casandra, analizando los actos acontecidos, esta le propuso un café. Y fue, y fluido, tanto, que Floren, que trabaja en Bankia, se mostró interesado por Casandra, la farmacéutica. Ella le indicó que no sería posible, y le hablo de Marino Él se disculpo por el atrevimiento. Ella le agradeció el interés y la corrección. Continuaron conversando. Con normalidad. Floren y Casandra quedaron en volver a encontrarse.

La banda.





Me levanté raro el día de San Valentín, sabiendo que no recibiría la frase que leí en mi cuento de princesas y príncipes. Lo sabía, pero estuve expectante todo el día, queriendo encontrarme con la sorpresa de recibirla, este año tampoco pudo ser. Me levanté y miré al móvil, nada. Salí de la ducha, tampoco. Leyendo el periódico en el Loian de la calle portales, la esperé de Alejandra la camarera, y tampoco. No estaba bajo la alfombrilla del ratón junto al ordenador del trabajo, ni me golpeó el corazón desde alguna de las direcciones de correo electrónico. Era un día raro que acompañé entretenido con las canciones de Joe Crepúculo, Vetusta Morla y Love of Lesbian. Era el día de San Valentín y esperando. Salí a comer por la calle Laurel sin tu compañía, fantaseando con un avión del cielo arrojando sobre Logroño tarjetas de cartulina naranjas, inofensivas, impresas con la frase que yo fantasee en el cuento de príncipes y princesas. Y callejee. Cruce los puentes sobre el Ebro, y no saltó ninguno de esos peces de los cuentos infantiles con mi frase entre sus labios. En el Espolón no me esperaba ninguna fiesta sorpresa y musicada con mis canciones bajo un rótulo de colores, romántico, muy romántico, con mi frase del reino de castillos, bosques, praderas y lagos. En Gran Vía no fui asaltado por ninguna hermosa dama entregándome una caja de bombones envueltos con la frase mágica. No soy de flores. Volví al trabajo, academia de ingles, dos cervezas con mi amigo José Pablo y regrese a casa. Después de cenar escuché “La deriva” de Vetusta, mientras leía mi frase en el cuento…”Te amo porque eres alegría, sinceridad, complicidad, ternura, serenidad, sorpresas y encantamientos. Te amo porque eres intimidad total y auténtica”.

La frase del cuento.





Mi amiga Gabriela se ha puesto a dieta el viernes, nada de bollos de mantequilla y otros manjares para desayunar, nada de fritos, nada de salchichas y embutidos en la cena. Mi amiga Gabriela se tortura ahora con las verduras y las carnes a la plancha. Nada de pan ni refrescos con azúcar, nada de salsas sabrosas para adornar los platos y la vida. ¡Peor será mañana en el trabajo! Cantaba Shakira, “Las de la intuición” hoy, en el Loian de la calle Portales, y Gabriela, su hambre y su infusión de hierbas soñaban con su esbelta figura próxima seduciendo a su Piqué. Se contorneaba muy mona Alejandra, la camarera del Loian, regalando sus encantos que son muchos, y mi amiga Gabriela pensó en operarse las tetas y serrarse tres costillas, para parecerse a la susodicha, y estirarse la piel del cutis, y teñirse de caoba inpull, porque es uno de esos colores de moda que les enloquece y alimenta las hambres, las de ellos. ¡Peor será mañana en el gym! Mi amiga Gabriela sin azúcar ni grasas ni sales no es persona humana, pero para ser bella hay que pasar hambre. Cantaba Shakira “Ciega, sordomuda”, y por su mente pasaron imágenes nada motivadoras para nuestra artista, y mientras, Alejandra se comía uno de esos pequeños bocadillos de panceta con tortilla de jamon, pimientos, y mahonesa, que alimentan el alma. ¡Peor será mañana! Es muy dura la vida de las artistas del hambre, pensó Gabriela, ausente de ansiedad y de desdichas, pero disponible para comerse la barra de pinchos, del Loian, la tercera parte de las vitrinas del Chuches Guay de la esquina, y tres docenas de churros, pero sin chocolate. Cantaba Shakira, “Antología” y Gabriela pensó que lo suyo era hambre, “por amor”.

Artista del hambre.





Eran las fiestas y quedamos para comer juntos, fuimos 18, ellos se encargaron de todo, así que solo tuvimos que ocuparnos de llevar las ganas para encontrarnos, conversar y hacer intimidades, 22 de enero, y lucía el sol. Quedamos en el local habitual, donde sino, a la una, llegando poco a poco, hasta completarnos, y comenzamos a exponernos cada uno según lo que somos siempre, porque hasta ahí llegamos o porque es lo que nos conviene, o porque no damos más de si o …porque digamos que las costumbres pesan, y personas y personajes bailamos con soltura lo que toca, esto y lo otro. Mucha gente en nuestro local de cafés, vinos y comidas. Sonando de fondo “Gulliver”, y Miguel Bose. Estábamos junto a la barra, en la primera ronda de cervezas, vinos, mostos y refrescos, haciendo pequeños círculos de a cuatro, y ella con pasión, en la vehemencia que la caracteriza, excitada, entusiasmada, soberbia lanzando y arrojando sus ideas: “Ahora la gente piensa que intimidad es cuestión de polvos y de orgasmos, que no, que no, que no es asunto de cuerpos”. Lo de los polvos y los orgasmos llamo la atención indisimulada de los circundantes que la miraron. La curiosidad de los ajenos y extraños no alcanzó a entender el sentido intenso, inmenso, quizás errático, de lo que ella decía.

Intimidad.





“Llévame esta noche a San Fernando, iremos un ratito a pie, y otro caminando”, me cantaste imitando a Manolo García. “Y no me importa nada, nada, que digas o que hagas” te canté imitando a Luz. Y me pusiste esa carita de niño bueno, fingida, entristeciendo los ojos, imitando a Hombres G cantando “Lo noto, noto que me esquibas, que evitas mis caricias, que pones mala cara si te toco”. Estaba ocurriendo en el Enjan café. Y luego me cantaste por Maná, para dramatizar momento y relación, “Ay amor, apareciste en mi vida y me curaste las heridas, apareciste con tu luz, tu eres la gloria”, y continuaste arañando,”Ay amor, tu eres mi religión, abre el corazón, abre el corazón”. Yo te respondí, cantando por Los Secretos, “Déjame, no juegues mas conmigo,, esta vez en serio te lo digo,tuviste una oportunidad y la dejaste escapar”. Eran las nueve de la noche en Jaén, en una tarde de enero. Te la jugaste por Vanesa Martin para cantarme, “Que yo quiero encontrarme en tus ojos, que me ganes y puedas perderme, que me queden algunos antojos, y me dejes sabor al pensarte, y me crezca , pintándote en rojo, que me hables de vida y presienta, que nací pa’ vivirla contigo,que me toques la cara y me muera, cada vez que te arañe el destino”. Quise cantarte, no pude, por Dorian, “Todo lo que siento por ti, solo podría decirlo así“. Me suplicaste arrodillado, cantándome por Sidonie, “Me tienes tan, fa, fa fascinado”. Yo, con dolor, entristecida, te recité las palabras del Poeta Halley, llorando, pero solo por dentro, “¡Qué bien funcionas como recuerdo! Y lo nuestro acabó con Dos palabras cantadas, por Pablo López , “Adiós, Lorenzo”, “Adiós, Zaida”.

Lorenzo y Zaida.





Resulta muy difícil de entender las razones, pero Virginia lleva ya cinco años con su último novio de ahora. Es sucio, es vago, maleducado, grosero, y a pesar de los 30, continua adolescente malcriado adicto a videojuegos, a parrandas nocturnas y fantasías de verano y primavera. Resulta fácil entretenerse con la tesis del doctorado, no muchas horas a la semana para no cansarse, vivir aun con los padres, y luego visitar el piso de Virginia para lo propio de las parejas, pero sin mandatos ni obligaciones, quedándose a comer los días pares, los impares cenando y prolongando la madrugada en los aposentos de la parienta, enredado a su sofá y a las sábanas los fines de semana, pero liberado de las lavadoras, la compra y las limpiezas.”Te he dicho muchas veces que te afeites esas barbas, que compres zapatos y uses camisas, que cambies tu ropa interior todos los días, y que despegues tus dedos del mando de la Wii”. Se lo dijo, y mentalmente se arrepentía por la copia de las llaves del piso que le entregó, en el quinto mes de su relación. Resulta muy difícil de entender las razones. Olvido y Beltrán, los padres de él, tampoco lo entienden.

Virginia.





Olvido, la hermana de Rosalía se casó con Beltrán. Rosalía, la hermana de Olvido se casó con Amador. Beltrán tiene 56 años, Olvido 55, Amador 52 y Rosalía 51. Las dos parejas tienen dos hijos, viven en Cáceres y pasan casi todas sus tardes de sábado juntos: callejean, hacen compras, raramente van al cine o al teatro, nunca a conciertos ni exposiciones, y frecuentan el café Zeuca. Olvido es enfermera, Rosalía florista, Beltrán abogado y Amador electricista. Algunos fines de semana viajan juntos. Juntos hacen también algunos días de verano, Navidad o Semana Santa, en la casa familiar de Olvido y Rosalía en Olmedo. El café del sábado pasado en el Zeuca fue denso en palabras. Rosalía y Amador le contaron a Olvido y Beltrán, que Nadia, su hija mayor, 26 años, está embarazada de su novio Yerai, 31, y cada uno de ellos, con pasión, desde los amores de padres y tíos se fue manifestando. “Ni tienen trabajo, ni tienen ingresos, ni tienen ahorros y aun residen en las habitaciones familiares”. Rosalía fue madre con 25, Amador padre con 26, pero por aquel entonces ya estaban casados, y tenían trabajos y pagaban las letras del piso. “Nos enteramos ayer”, comentó Amador. Eran las doce y media, aun sin cenar, y esta larga conversación que arrancó a las siete, tan solo había comenzado.

Zeuca café.





Perdí mi virginidad en esta plaza, en su habitación, en casa de sus padres, en octubre del 89. Yo tenía 20 años, Leticia era una chica, mi novia, la había conocido pocos meses antes, en el campamento de Ponferrada del que fuimos monitores. Volví a su habitación 43 veces mas, pero lo nuestro duro menos de un año, y en julio del 90 ella concluyó que no me correspondía con sus aspiraciones. Leticia estudiaba literatura, escribía, leía y me contaba historias, y despertó mi interés por las palabras, los cuentos, los relatos, las metáforas, las frases construidas,, los sonidos envolventes de silabas en contextos que juegan. A Leticia no la volví a ver desde entonces, dejamos de saber de nosotros, me dijeron que marcho a Santander por trabajo. Yo ahora vivo en Madrid pero siempre que regreso a León callejeo por esta plaza de la que sigo enamorado. Hoy también. De La Picara Justina supe aquellos días que es una novela picaresca, se supone que de 1605. Luego seguí rebuscando para saber que espíritu crítico, humor, y ánimo burlesco, son las bondades de esta obra irreverente. Ahora se también que destaca por su vocabulario, “la desbordante creatividad léxica de su autor”, Francisco López de Ubeda, y que esta herida de los excesos expresivos propios del barroco. Terminé sabiendo “que no quedan estamento social, situación, entorno o personajes libres de culpa y sátira mordaz”. Lo remató conocer que no es de lectura fácil, y por eso, y por otras razones se fue excluyendo en las lecturas educativas escolares. (Musicado por “La noche eterna” de Love of Lesbian)

Plaza de la Pícara Justina.





Yo por el 89 era el rey de las fiestas universitarias, con mi melena molona, mis pantalones vaqueros ajustados, y esa camiseta ridícula que exhibo en las fotos descoloridas. Bailábamos a “Los Nikis”, “Por el interés te quiero Andrés” y luego nos sobábamos, Juani y yo, en el Fort Fiesta de mis padres. Luego me compré la moto, y conducíamos por las calles de Valladolid cantando el “Washuwarugui de No me pises que llevo chanclas”. Frecuentábamos el piso del hermano de Juani, porque ella muy lista, se agenció una llave para nuestras distracciones de novios. Yo seguía chuleta y le cantaba después, el “Rock & roll star” de Loquillo, fiel, con ambiciones, respetuoso, y en ocasiones cabal. Nos pasamos de listos y nos preñamos recién licenciados, Juani de periodismo, yo de veterinario, si las cuentas no nos fallan fue la noche de Reyes, porque quisimos hacernos un regalo distinto. El día de nuestra boda en San Andrés, domesticándome, le canté “Nos ocupamos del mar” de Krahe, guitarra en mano. Primero llegó Andrés, y luego Coque, y nos fuimos situando, adultos, serios, tranquilos, sensatos, confiando, honestos, en camino. Sinceramente. En acústico llegamos hasta aquí, Juani y yo, despacito, equilibrándonos, en ocasiones ruidosos, perdiendo el apetito, también sintiendo el hambre, amenazados, estúpidos y absurdos, venciendo las derrotas, lujuriosos. Hasta hoy aun, ocho siglos después de los inicios, expertos vagabundos. Y si se trata de huir, “Lo niego todo”. Como canta Sabina.

Juani.





Bajamos del coche en cuanto acabó de sonar “Perdiendo el Norte” de Valdés, atraídos por la arena, las olas, la luna, los flujos provocados por la noche. Comenzamos a correr escaleras hacia la playa y no paramos de bajar enloquecidos hasta que la alcanzamos. Nos fuimos descalzando por los escalones, fuimos arrojando zapatillas y calcetines al aire y corríamos, tan rápido como las huellas del cansancio y las cervezas nos permitían. Te agarre para frenarte y adelantarte por la izquierda en nuestra huida veloz hacia el agua. Me empujaste jugueteando, te cruzaste y fuiste mi obstáculo para aventajarme y ser la primera. Tuvimos que pararnos para quitarnos frenéticos los pantalones, y quedaron allí. Unos metros mas abajo lanzamos al aire nuestras camisetas para quedarnos en ropa interior, a pesar del frio de mayo. Seguimos corriendo y tocamos la arena para seguir, jadeando, aproximándonos al mar. Estaba oscuro. Mojamos sobre el suelo las únicas prendas que nos quedaban y entramos al agua desnudos porque era sábado recién comenzado. Nos salpicamos con agua fría y la sal entró en mis ojos y nos sumergimos buscando las algas del fondo que dormían, pretendimos cazar peces pero hacían vacaciones y a lo lejos las luces del pueblo mas cercano no molestaban. Oiamos cantar aun “Perdiendo el Norte” y entonces Arrate te paraste para recitarme… “Yo fui una niña mujer y ahora soy una mujer niña. Cuando debía jugar a las muñecas ya sostenía niños de verdad en brazos y me perdí el asombro de descubrir que la vida es un infinito modo de caminar (1)”. (1) Poema de Begoña Abad.

Arrate.





Soy Maider, vivo y trabajo en Malasaña, el mejor barrio de Madrid y del mundo, mi piso, en la calle de La Palma, nuestras oficinas Burune, en la plaza del dos de mayo, en la segunda planta. Pone la placa amarilla del portal y del buzón “Burune, centro de iniciativas sobre relaciones personales y de pareja”, y a dos minutos del portal, el Amalu, nuestro local de cafés, el Chuches Guay para los Nonkis, la frutería, Urbae, y el hotel Ozoe. Paulino y Federico, los propietarios del Amalau, amigos son, y vecinos de portal. Con Neus la camarera no hago química, prefiero a Alba y Alma. Inés y Borja, amigos, buena gente, mis vecinos del quinto. Eloy, mi novio, no es de este barrio, Chechu, Moisés, Fausto y Estefania, Arnaldo, Abraham, Julia, Vicente, amigos también. Soy Maider, vivo en Malasaña y crecí pervertida emocionalmente por las canciones de Mecano, porque no soy la perfección completa. Porque esta mañana desayunando con Marino y Casandra, Ana Torroja cantó “Los amantes”, recordé melancólica, “Aquellos días, hoy hace miles de millones de minutos, me emocionaba escuchando las canciones de Mecano: “Ay que pesado”, “50 palabras” , “El club de los humildes” ,“Tú”…. Aquí crecí, y asín soy esta”.

Malasaña.





El piso de Laura es extraño, muy extraño y no porque ella retire las fotografías y los objetos de su hijo cuando nos vemos en el, es extraño porque es frío, y no por su temperatura sino porque parece que Laura no ha querido mostrarse en ninguna de las formas, los colores, los objetos que lo componen. De la habitación de su hijo no se nada, porque desde el primer minuto, del primer momento, me lo prohibió radicalmente, “Alberto, no abras jamás esa puerta cerrada”. Laura y yo nos conocimos en 2012, en Barcelona, y desde entonces he sido fiel a las visitas a su piso, fugaces y fáciles, fugitivas también, casi todos los meses, y nunca mas de una vez y una noche. Extraordinaria fue la ocasión para dos noches consecutivas. En la tercera cita, en su piso, yo ya me colgué de ella, y desde la primera, ella cerró cualquier posibilidad para algo nuestro entre nosotros juntos. Imposible planear nada mas que los encuentros domiciliarios establecidos. Cada mes, informada y aceptada la fecha para mi acercamiento a sus dominios, y sin mas complementos, yo llego a Girona y hasta su piso, toco el timbre en su portal, y me abre las puertas. Frente a la puerta principal, el salón, paredes blancas y sofá negro. Pequeña cocina en blancos. Un pequeño pasillo. Su dormitorio. El baño diminuto con ducha. La prohibida habitación de su hijo sin nombre. Y fuera de esas paredes nunca fuimos vistos juntos.

Fugitivos y fugaces.





Cuando yo era una mocosa adolescente y los adultos aburridos me preguntaban lo qué sería de mayor, siempre respondía lo mismo, con una frase ensayada: “No lo tengo claro. Lo estoy pensando, tengo dudas, entre princesa o astronauta”. Si sabía lo que no quería, ser seria. “Buscando ser princesa me caí de la luna sin ser astronauta”. Cuando me quede embarazada de aquel extraño, por tonta, sume nuevas aspiraciones a mis fantasías de adulta, “entre física o química”. Y luego ya, según fui creciendo me fui conformando en lo que no sería, “la esposa , la novia, la chica, la señora, la pareja de nadie”. Alberto insiste para que sea su novia, su esposa, su pareja, su señora, su chica, y es un tipo prometedor, con encantos, competencias y habilidades, pero puesto que no seré ni princesa, ni astronauta ni física ni química, tendré que conformarme, tampoco seré compañera de nadie. Alberto me entretiene, me alegra, me divierte, me interesa, pero es y será suficiente con nuestros juegos de una vez al mes para liberar la rabia por no ser lo que quisiera haber sido. Alberto me emociona, pero no quiero vincularme a rutas ajenas, prefiero dosificarle en raciones limitadas de minutos, una tarde y noche al mes, lugares, mi piso, y expectativas, ninguna.

Entre princesa y astronauta.





Cruzábamos el puente de Carlos III, Miranda de Ebro, una y 30 de la madrugada, de sábado a domingo, y sonando en nuestro coche “No sé dibujar un perro” de Sidonie. “Puedo asomarme hacia dentro, ver las dos caras por el mismo precio, pero no sé dibujar un perro”, canté. Las gotas de lluvia nos golpeaban salvajes por fuera, y nosotros, dentro. Conducía Raúl, ya cerca del garaje, de nuestro piso en la calle Santa Teresa. Porque la canción nos provocó pensar en ello, sirvió ese momento, el cerrar la noche de sábado, para hablar, delicadamente, de lo que podemos hacer, de lo que no podemos hacer, de lo que convendría que pudiéramos hacer, de lo que podríamos hacer si nos lo propusiéramos. “Puedo saber por donde sopla el viento, pero no sé dibujar un perro” cantó Raúl. Hicimos una lista, amable y sin tensiones, con mas de 30 puedos, no puedes, podríamos, podrías, podría,… De nuestra conversación concluimos, en el garaje del edificio, “parece que podemos seguir con lo nuestro, satisfactoriamente, porque podemos llevarlo bien”. Entramos en el ascensor. Abrió la puerta de casa y entramos en nuestro dormitorio. ¡Pudiste haber hecho la cama! comenté con actitud honesta. “Leire ¡pudiste haber pasado por el supermercado!” respondió.

Puedo.





No conviene que la noche que llegan sus majestades los Reyes Magos de Oriente te pongan en uno de esos canales de la tele Notting Hill. No es la mejor de las opciones, Caridad, que te sientes en el sofá para verla, sola, y mas si envidias la alegría de tu hijo que duerme ilusionado con la magia de los que luego llegarán, y mas si Al Green acaricia tu lado tierno cantando el How can you men a broken heart. y mas si te peleaste esta tarde con el cabrón de su padre por los asuntos inventados para provocar discusiones, y mas si luego para cerrar la velada rebuscas en los discos con canciones tristes, y mas si estas agotada por una semana, aunque navideña, hasta arriba de trabajo por las administraciones de fincas. En la vida que inventaste el primer curso de derecho en la Uni, ahora estarías con tu novio divertido y tus amigos salvajes en el Kemur, tomándote la quinta Heineken, planeando las vacaciones de Semana Santa en A Coruna, las de verano en Girona, no olvidando que el lunes tienes notaría para lo de tu tercera empresa, con dimensiones internacionalizadas y radicalmente expansiva. En esta vida paralela, tu novio que no es un ñoño, se disfraza en los karaokes de las fiestas navideñas del Kemur para cantarte “Te quiero” por Hombres G. En esta vida paralela, “En la playa” son fotografías de agosto en Santander, y “Venecia” de octubre, con él. Esta vida paralela son los recuerdos en la habitación 645 del hotel Ozoe y cantan “Suéltate el pelo”, y “Será esta noche” y “Me siento bien”.

Kemur.





Ibai se levantó a las ocho para pulsar la tecla de la lavadora. A las nueve Enma en la ducha, a las 9,30 Ibai. A las diez colgando en el tendedero las ropas pequeñas de Kevin. A las once, cochecito de bebe, ascensor, portal y calles, en el inicio del primer día del año nuevo mas distinto que nunca porque fue lo que eligieron provocándolo. A las doce y cuatro, café en el Eulza de la plaza. A las doce y once, Vanesa Martín y Axel, cantando “¿Y qué?” en el local. Tú que sabes lo que fueron, por donde anduvieron perdiéndose, a ti que te contaron de sus preocupaciones dolidas, aquí están, los siglos después. Este Ibai lejos de Elena, esta Enma con Ibai, son ahora Kevin desde la plaza San Lázaro hasta el parque de la Marina, en frecuencias discontinuas, cuentas sin cuentos, frágiles historias de vida, conductores prudentes y peatones con miedo, tranquilidades sin zozobra, estabilidad compartida, luces con sombra y sombras con luces, rarezas que esquivan tormentas, siluetas junto al mercado de la Feria, restos flotantes, ritmo frenético, latidos, toses, fiebres, ruidos sospechosos, alboroto, desordenado cuaderno de anotaciones para principiantes y primerizos, apuntes, dibujos, tropiezos, tatuajes, observaciones, para la pequeña criatura de 83 días.

Enero del 17.





Era lunes y vino a buscarme a la salida de mis clases de ingles. Yo salía embobada por las dos horas de abducción idiomática, idiotizada por el coctel de verbos, vocabulario y otras construcciones anglosajonas. Eran las ocho y 3, yo salía pensando comprarme unas gominolas en el Chuches Guay de la esquina, para sobreponerme con una sobredosis de azúcar a tanta confusión lingüística y llegarme a casa para tirarme en el sofá viéndome un par de episodios de “Sexo en Nueva York”, tres quizás, puede que cuatro. Me encontraba aquellos días ensayando mi nuevo personaje que quería ser una suma optimizada de Carrie, Samantha, Charlotte y Miranda. Para mi sorpresa, a la salida del local de la lengua, ese jueves, Hilario esperándome en la puerta, sin concertar encuentro o cita previa. Yo antes de aquel lunes me había acostado con Hilario cuatro veces y media, y mas porque a veces hay domingos sin plan y en algo tienes que pasar la tarde, pero no por que él llamase la atención por ninguno de sus encantos. Allí estaba Hilario, y aunque sorprendida por su presencia, y aun atolondrada por las conjugaciones y las construcciones gramaticales, rápida que soy, me pareció adecuado para compensar las frustraciones de un día de rutinas y obligaciones, como sustitutivo de las gominolas, y para protagonizar uno, dos o tres episodios de “Sexo en Cuenca”. Porque Hilario es librero, te diré que venia a regalarme un libro, te diré que nos tomamos cuatro cervezas en el Ancune, te diré que terminamos en mi casa, tal como quise que fuera. No tengo ni idea que ocurrió esa noche con un Hilario divertido, tierno y muy encantador. Entrabamos en el portal de mi casa, y comenzó a cantar “Mi gran noche” por Raphael. Jugueteábamos sobre el edredón rosa, y se detuvo para cantarme, “Como yo te amo” por Rocío Jurado. Finalizámos los episodios, y mientras preparaba la cena, me cantó “Me gusta mi novia” por Manolo Escobar. Y novios somos, desde la semana siguiente.

Hilario y Carmela.





En las navidades del 2009 recogí una carta del buzón el día de los santos inocentes. Serían los 6 y 30 de la tarde. Yo volvía de la frutería y el supermercado, y retiré el sobre con mi nombre y dirección correctamente escrito a ordenador tras la ventana de plástico transparente. Sin remitente. Porque esa mañana en la oficina ya me la habían liado, y porque ya era media tarde de un día tan señalado, active las prevenciones anticipando sería una inocentada. Cargado como iba, el sobre fue a parar a la bolsa con los plátanos y las naranjas, monté en el ascensor, abrí la puerta de mi casa, y antes de pasar por el baño para otra urgencia, llamó Eunice por el movil para contarme que llegaría muy tarde, después de las doce, porque su hermana tenia un problema gordo y tenia que pasar por su casa. Otra inocentada, pensé, porque nunca jamas antes hubo ocurrido lo de ella llegando tan tarde. Antes de entrar al retrete pinché en la cadena musical del salón el Freedom! de George Michael, a un volumen superior al tolerable por la vecindad. Me entretuve en esto y aquello, tal que sonaron 4 canciones de Michael y volví a las bolsas abandonadas en el pasillo y puse cada uno de sus contenidos en el lugar correspondiente, la carta sobre el sofá. Llamó Rubén por el movil, le atendí, y volví para abrir la carta. Contenía dos fotografías de Eunice desnuda en nuestra cama, con un hombre desconocido, en una postura atrevida, no llegaba a ser erótica ni sexual. Me sonreí por la osadía de la inocentada que imagine de Eunice. Me queda contarte los detalles restantes, porque aquello no era una broma, era el resultado de un ajuste de cuentas a Eunice, y el hombre de la foto mi regalo envenenado por Navidad.

28 de diciembre.





Y por eso vivo el día, día simple, día claro, vivo al menos sin temores, sin el miedo de gozar, cada pueblo, cada puente, cada cruce me ha enseñado, que con hoy es suficiente, y mañana es demasiado”, sigue cantando Antonio Vega. Tenia pendiente escribirte esta historia que te dediqué, pero a menudo los asuntos estúpidos nos despistan o nos ayudan a no mirar lo que no queremos ver, lo que no queremos recordar, lo que no queremos sentir. Te dediqué esta canción cuando te obligaron a marchar, y lo que mas me dolió fue aquello que te perdiste por vivir, eras muy joven y acababas de jubilarte. Esos días sentí que la vida no es justa, y me enseñaste que no podemos construir un futuro planeado porque también hay historias que hablan de quirófanos, ambulancias, funerales, metástasis y quimios. Allí descubrí que a ser también se aprende, y que es un camino largo, y que también nos equivocamos, pero que es posible buscar, crecer y encontrar otros lugares. Creo que me dejaste tú alegría y que la llevo dentro, aunque a veces por las circunstancias, los tropezones y los escupitajos huya para evitarla. Y arrastro desde entonces un pensamiento: a menudo los hijos no somos lo que podríamos ser, no sabemos agradecer lo recibido, no sabemos querer.

Me invitó a pensar.





Cantaba Coque Malla, “Santo, Santo” y nosotros en el patio de la hospedería de San Benito en Valladolid porque era la noche del 21 de julio en el 16. Nosotros éramos nueve y yo la vi llorar en tres canciones. Mientras, las otras guardaban con el móvil los momentos, ella llorando. Luego me contaron las historias de sus lagrimas, aun no se la real. Miguel me dijo que su hermano murió el año pasado, y era Coque su cantautor. Coral, que rompió con su novio hace dos meses. Nina, que las canciones suaves no son las convenientes para los momentos de fragilidad y depresión. Marta, compartiendo su proximidad con las canciones que acarician el alma. Manoli porque Coque expresa purezas de amor. Esmeralda adivinando relatos de aventuras ansiosamente imaginadas. Yo que no llore públicamente me emocione por las piezas que componen obras de belleza. Él cantaba, y Ezequiel extrapolando. Ella lloraba porque dice Román que está muy enferma. Las bandas instrumentadas adornan los aires de todos los días con la acústica que nos remueve. La noche, fresca, el lugar, precioso, con historia y con historias, uno de esos espacios con estrellas, también en el cielo. La banda acompañando los temas de la vida. En el patio.

Ella lloraba.





Coincidimos con Juncal en el Kuztole café, en el desayuno del domingo, porque ella trabaja en el Chuches Guay de la plaza del Zocodover, en el que compramos los Nonkis, Niuna, Lacasitos, Conguitos, Niolas, Huesitos, patatas fritas, regalices rojos, gusanitos y Chupa Chups sin azucar. Escuchamos a Juncal decir que necesitaba unas largas vacaciones, de seis meses si podría ser, en Benidorm, Marbella, Roquetas de Mar, Laredo o Ceuta. Preguntamos a Juncal a que hora cerraban ese domingo. Comentamos Justo y yo, que Juncal tenia la costumbre de atender a los clientes y de hablar, casi gritando. Supimos de Juncal que vivía junto al centro cívico de Santa Barbara, porque le comentó a Daniela la camarera que tenia dos libros para devolver, y aunque tenia la biblioteca a cinco minutos de casa, un día por otro, y pendiente la faena. Espiamos a Juncal, que se tomo un café con leche, un zumo de naranja, un bocadillo pequeño de jamón y un bollo de mantequilla. Llevaba Juncal una camiseta con tres fotografías del Duero, del Tajo, del Ebro, y debajo de cada fotografía, Zamora, Toledo, Logroño. Comentamos Justo y yo, que era la misma camiseta que la de Fausto. Comentamos también que la obesidad de Juncal era muy excesiva, que era alegre, vital y parecía muy divertida. Nos dimos cuenta que Juncal era muy popular porque muchos la saludaban. Supimos por sus comentarios de sus afinidades políticas, de la película que había visto la noche anterior, del estado de limpieza de su piso pequeño, de la liquidez de sus cuentas, de las ocupaciones de su madre y demás familiares, de las virtudes y defectos de su actual pareja y la escuchamos decirle por teléfono “No me conviene quedar contigo. Me colapsas la mente”.

Juncal.





He arrancado el domingo escuchando canciones de chicas, después de desayunar con él, despedirle, tirar su número de móvil por el retrete, y hacer la noche juntos. “Todo no es casualidad” canta India, y yo retirando las sabanas, colocándolas en la lavadora, buscando centrifugar los recuerdos de una noche divertida, con cuerpo pero sin alma. Instrumental. Las diez, ya duchada, y a las doce otros planes, y hasta entonces ordenar este piso que como casi siempre, esta patas arriba. En estado de rabiosa confusión, no me convienen estas canciones tristes. No me conviene. “Olvide respirar” canta India con Bisbal, yo retirando del frigorífico los restos con fechas caducadas y pienso que una noche mas volví a equivocarme en la elección de Principe. Fue el alcohol, su envoltorio, la luna y las luces del Banigu. Continuo en lo de ahora y en la sexta de esas canciones románticas, melancólicas, depresivas, hipnotizantes, tristes, decido cambiar de disco y salir del bucle con el “Long time” de Soraya, repetido tres veces, límpio la bañera, conduzco el aspirador y paso el trapo por los muebles y la pantalla del televisor. El de hoy, mi sexto candidato en lo que va de año, pero aun no te he conocido a ti.

Nagore.





Armando “ahora quiero todo en este momento para mi”. Tengo que romper lo nuestro. La culpa no es mia, es de mis padres, yo soy inocente, fueron ellos los que me pusieron en esta vereda, lo quiero todo, para bien y para ya, y esto es lo que hay. Yo no elegí, ellos me marcaron, mas mi madre, porque golpeó mis oídos de niña con el “Voy a mil” de Ole Ole. Lo siento, ahora todo me tienta, me provoca, me agita, me conmueve y me excita. “¡Maldita velocidad”. “Voy en un coche” el que cantaba Christina, y tú Armando ya no eres ni su conductor, ni mi príncipe Valiente, y yo estoy en el “No hay nada que perder” que cantaban Amistades peligrosas. Lo siento Armando, no haremos boda ni haremos hijos ni comuniones. No haremos paseos los domingos por el Espolón y Gran Vía. Yo no soy princesa, soy guerrera, y no tomaremos los sábados de primavera chocolates con churros en el Loian , ni helados en verano. No seremos las vacaciones en Finlandia. No nos lanzaremos a vivir juntos. No tendremos fiestas de cumpleaños familiares. No piscinas, no playas, no mas fines de semana. Es lo que hay. Lo siento mucho Armando, no quiero hacerte daño, sabes que te quiero, ya no como pareja, pero no podemos seguir, estos últimos seis años juntos fueron bonitos, crecimos , yo madure, maduramos, pero ahora necesito vivir y volar.

Viviana.





Me casé con Remedios, y por la iglesia, bajo los efectos de la posesión maléfica, me explico. Somos circuitos neuronales y sensoriales, y lo que yo sentí con ella en la madrugada del 14 de marzo del 97 alcanzó tales dimensiones paranormales, imposibles de detallar, difíciles de describir, que embriagado (excúsame la expresión cursi), pedí su mano y el resto del cuerpo el 14 de abril, y nos casamos el 14 de mayo. Evitaré recrearme en los aspectos mundanos de esta dominación y en las fundamentaciones científicas que la sustentan, primero, porque ya Iker Jimenez lo aborda en sus monográficos en las maneras periodísticas, pero es que cuando el placer entra por la puerta, la normalidad y el raciocinio saltan por la ventana. Segundo, porque no es digno de la condición humana animalizarse a causa de las extremidades. Tercero, porque ni los modelos éticos al uso, ni sus aplicaciones, ofrecen coberturas al ejercicio de tanta imbecilidad corporizada. Cuarto, porque ahora Remedios ya no está aunque me recreo ficcionando lo que fueron sus apariciones estelares en los episodios de nuestra teleserie breve. Quinto, es X. Sexo, digo sexto, a quien madruga Dios le ayuda, te lo juro por esnupi, mas vale pájaro en mano que ciento volando, y ande yo caliente, ríase la gente. Nos separamos el 14 de noviembre y la añoro (disculpa mi poesía palabrera conteniendo emociones latentes) con la profundidad del alma.

Remedios.





Conocí a Bieito en las vacaciones de verano, en el 17 y en A Coruña, porque coincidimos por azar en el café Acoru. Fue uno de esos encuentros casuales que arrancan con forma de incidente. Yo regresaba del baño, el giraba de la barra, café en mano en dirección a la mesa en la que esperaban su esposa y sus hijos. Es lamentable golpear sin intención a un extraño, por aquello de las velocidades y las cegueras, y esparcir el café por una camisa blanca inmaculada, y mas si la victima la estrena, y la llevaba puesta no mas de 2o minutos. Ahora ya se que Bieito era y es uno de esos tipos extraños, muy recomendables, resilente, con idas y vueltas, uno de esos a los que la vida colocó en lugares difíciles, y él, inteligente, aprovechó para reconstruir sus andamiajes. Ahora lo se, porque aquel suceso provocó la amistad entre nosotros, y se que es un combinado sin alcohol de coraje, sinceridad, autocontrol, humor, humildad, lealtad, honor y otros ingredientes. Lo se porque humedecido y caliente por el café que le arroje en el accidente, el respondió sensato, sereno y con generosa frialdad. Fue mi insistencia en reparar los daños causados la que nos invitó a sentarnos en su mesa, a comer juntos el mismo día, ya con una camisa limpia, a descubrir A Coruña de la mano de autóctonos, el resto de la semana, y a convertirnos en grandes amigos, hasta hoy, tres años y unos meses después.

Bieito.





Ella me llamó para contarme. Por teléfono. Muy amable, dulce, tranquila, resuelta, correcta, delicada y precisa. A eso de la una. Mas o menos. Fue rápida y directa, concreta, solvente en la exposición de las propuestas, en la formulación de las preguntas oportunas, en analizar la situación y manejar las circunstancias.Era un día de esos de primavera. Ni frio ni calor. Amenaza de lluvia latente. Yo estaba en la oficina trabajando los asuntos inoportunos. Disponible para saltar del aburrimiento agotador. Nada estimulante hasta la hora de salir y ya consumido el tiempo de descanso matinal para el café. Recuerdo que lo hice ese día en el Amalau de GranVía, sin mas compañía que las canciones asomando por las pantallas de televisión. Recuerdo que tarareé mentalmente con Macaco, “Coincidir”. Después del café con canción yo estaba en la oficina trabajando los asuntos, a cambio de una nómina y ella me llamó para contarte. Por teléfono. Con frescura. Me ofrecía una revisión de los contratos telefónicos. Rebajando los precios en un paquete integrado de fijo y móvil. Sin límite de datos y en tarifa plana. Y me enredé. Tuvimos tres citas posteriores, telefónicas también, para gestionar lo que consumamos. Un nuevo contrato mas satisfactorio para ambas partes. Ella, amable, dulce, tranquila, resuelta, correcta, delicada, precisa y solvente. Yo, esperando su próxima llamada.

Coincidir.





Os encuentro y os veo en las redes para cultivar mi sufrimiento cotidiano. Y cada publicación vuestra me rompe una más de las pocas neuronas que me van quedando. Me asomo asustado a esa ventana digital, de los tiempos de internet y las tecnologías y allí estáis vosotros. No ejerzo tareas de vigilancia, pero me aparecéis vosotros para contarme de vuestros mundos, movidas y movimientos cuando disfruto de mis momentos de café, de sofá o de sobremesa. Yo en mis circuitos que piensan, que analizan, que buscan, jugando en filosofías y palabras, ensobrando. Y vosotros en las exhibiciones de los cuerpos. Me esfuerzo para explicar y entender lo que ocurre, enredado entre los glúteos y los bíceps y las formas sexuales que mostrais al mundo. Disfrutaba esta mañana en el café ozoe las melodías envolventes de Velvet underground, y me apareciste tú, Jacobo, en formato spornosexual digitalizado. Yo que te vi desnudo hasta los doce, hoy con 24 enfocabas tus atributos bajo el slip frente la cámara. Abdominales, y biceps aceitados. Alguien tendrá que explicarte que facebook, twiter o instagram no es la portada de Ment Health Yo que te vi desnuda hasta los once, hoy Olga, con 28, lanzabas un video de besos con pose a los habitantes del planeta tierra . Y lo adornabas de ese postureo sexy que marca, realza y fortalece. Y lo musicabas con el “Hasta el amanecer” de Nicky Jam. Alguien tendrá que explicarte que la vida no es una portada de Penthouse. Me cuesta entender la ruta esta de los tiempos modernos. Y mas si sois mis sobrinos.

Ahora es digital.





Recuerdo las canciones de Izal como la banda sonora del fin de semana por los pueblos de Ávila, sin niños. Veníamos de los duelos de nuestras separaciones, estábamos conociéndonos, íbamos a Arévalo, al Barco de Ávila, a Las Navas del Marqués,… “Mientras todo se derrumba a los locos nos verán bailando” te arrancaste a cantar en el cruce de Villacastín, y aceleré el motor para coger velocidad. Cantábamos en la recta de la carretera, con nuestros equipajes en el maletero. Mirándote a los ojos en el Aburu café, te cante “Olores de vida plena”. Después de un orgasmo fundido, con el tiempo detenido, escuchamos el Qué bien. Queríamos reir y nos reimos practicando ratos de risa. Llegamos con hambre, veníamos, como tú ahora, de romper con ellos y de arrojarnos, escupirnos, llorarnos, las ropas, los trastos, los cepillos de dientes, las llaves y los niños. “Solo somos animales”. Veníamos del pánico practico, ansiosos por alejarnos de las calles antiguas de Madrid, haciendo kilómetros de coche, para encontrar los nuevos lugares. Veníamos de asuntos delicados. Queríamos nuestra foto frente a las murallas, desde los 4 postes. Queríamos cruzar el puente del Tormes en el Barco de Ávila. Queríamos subir al Castillo en Arévalo. Queríamos hacer los senderos por las Navas del Marqués. Huiamos de las vidas tóxicas.

Kilometros de coche.





Porque he tenido un sueño loco, busco pretextos para callejear por este barrio. Dijeron mis fantasías nocturnas que para superar las heridas del divorcio, encontraré en los próximos días, semanas o meses, una historia singular con la desconocida aun, en este barrio. El relato contaba en pequeños detalles los sucesos emocionantes que acontecían después de un primer encuentro. No recuerdo ni donde ni como. Poseido por ese sueño ilusionante, circulo cual explorador por los cafés, fruterías y carnicerías, las tiendas chinas y golosinerías, las plazas y parques cuando no llueve, y también los centros religiosos y de salud. No me es posible transitar por oficinas bancarias ya que realizo estas ocupaciones en horarios y días de fin de semana. De lunes a viernes, trabajo hasta muy tarde y no puedo dedicarme a la tarea, ahora, la más importante de mi vida: encontrarla. He pensado en colocar por los portales de viviendas y en las farolas y en las tiendas, un anuncio que diga “He soñado que vives en este barrio y que cuando nos encontremos pasaran cosas felices. Llámame”, pero la he considerado una idea estúpida no recomendable para alguien inteligente y adulto como yo. Si me pides más datos que retraten su rostro, que dibujen sus curvas, no sabría decirte. Si hay rastros. Ella es positiva. Es divertida y tierna, íntima y lúdica, alegre, dulce, vital y creativa. Sin zonas escondidas ni oscuras. Y honesta. Muy honesta.

Ella.





Quedaron con Matías y Horacio, el Viernes Santo a las siete de la mañana, en el Naruba café, plaza de la Trinitat. Conducía Guzmán, Jairo de copiloto del coche rojo. Y pararon para desayunar. Salían los cuatro de Barcelona ciudad, y sonaba en el coche “Únicos”, cantado por Nek. Hicieron el trayecto de Barcelona a Toledo en seis horas y media, con una parada para descansar. Aparcaban en el garaje del hotel Ozoe, y se repetía la canción. Cruzaron la puerta del hotel. Arrastraron las maletas hasta el ascensor. Entraron en las habitaciones 235 y 236. Retiraron las colchas. Y salieron para comer. En unos minutos ya callejeaban envueltos por rastros de renacimiento, mozárabes, mudéjar, visigodos, medievales, judíos, romanos, árabes,…“Son lugares únicos”, susurro Horacio en la puerta de palacio y activó su patológica obsesión compartida por encadenarse a pensamientos de ideas, con palabras, en conversaciones. “No nos quieren únicos” resolvió Guzmán. “No es fácil ser únicos”, exclamo Matías. “Es cuestión de querer ser únicos”, sentenció Jairo. Y buscaron un lugar para comer, que no fuese propiedad de una franquicia, una cadena o un imperio hostelero, comercial o empresarial. “Singular, autentico, genuino, original, distinto, exclusivo, especial, particular, excepcional, magnífico, incomparable, genial, inigualable, excelente, maravilloso,…”

Únicos.





Yo estaba en el instituto el día que vinieron mis abuelos a buscarme. Eran las once y cinco, entró la directora en clase y me llevó hasta su despacho. Allí, mis abuelos. Todo extraño: la directora buscándome y mis abuelos en el instituto por primera vez. Yo hace un año tenía 15, y no tuve ninguna duda: ante mi, algo trágico . Aquel viernes, hasta entonces, un día normal: me desperté a la hora, me duche, hice el desayuno y sonó el timbre porque venían a recogerme. Mi madre ya trabajando. Entre las 9 y las once, el aburrimiento cotidiano, hasta que la directora entró en el aula, bajamos en silencio hasta dirección , y en pie, en la forma que te imaginas, mis abuelos esperándome. “Fidel, tu padre mató a tu madre”, dijeron. No voy a entrar en los detalles porque de eso no se trata, mis padres estaban separándose, él, agresivo y violento, empeñado en no aceptar. Las tardes de viernes yo acostumbro a otros planes, los sábados fueron hechos para que sean fiesta, los domingos conviene aprovechar, antes de que el finde se acabe, los 15 son edad para novias, rutas y bares. Pero aquel “puto” viernes que él mato a mi madre, nos “jodió” la vida. A mi. A nosotros. Y sobre todo, a mi madre

El viernes.





Lo hacemos. Paseamos junto al Duero las cuatro estaciones del año, también los días de lluvia o de ese calor asfixiante y agotador que nos aturde tanto. Y ninguno de nuestros paseos es idéntico al anterior. A veces cruzamos por el puente de piedra, en otras ocasiones por el puente de hierro, y cada una de las rutas se convierte en un paseo memorable con alguna historia para sumar en la habitación de los recuerdos. El agua nos inspira y nos une, nos agita y nos provoca. Y también lo hacemos, paseamos por los ríos cuando visitamos otros lugares. Lo hicimos por el Ebro en Miranda. Logroño, Tudela. Zaragoza. Por el Guadalquivir en Sevilla, por el Tajo en Toledo, por el Adaja en Ávila y el Miño en Lugo,… Cada una de estas excursiones que practicamos nos prohibimos distraernos con nuestros artilugios digitales porque queremos concentrar las energías en las intensidades del momento. La tarde del día que los asesinos atentaron en Las Ramblas, nosotros paseábamos por el Oñar, en Girona, y la tarde anterior nosotros habíamos estado allí: en el mercado de la Boquería, en la estatua de Colón, en el café Naruba de la plaza Cataluña,…Y nos quedamos sin palabras cuando vimos y escuchamos lo que estaba ocurriendo.

Duero.





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