overy, richard_dictadores (conclusión)
TRANSCRIPT
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8/11/2019 Overy, Richard_Dictadores (Conclusin)
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Libros de Richard Overy
en Tusquets Editores
TIEMPO DEMEMORIA
Interrogatorios
El Tercer Reich
en
el
banquillo
Por qu ganaron los Aliados
Dictadores
LaAlemania de Hitlery la
nin
Sovitica de Stalin
Al borde del abismo
Diez das de 9 9
que
condujeron
a la guerra
mundial
F UL
Dictadores
La Alemania de Hitler y la nin Sovitica de Stalin
Richard Overy
ictadores
LaAlemania de Hitler
la Unin Soviticade Stalin
Traduccin de]ordi Beltrn Ferrer
F UL
T U V o ~ r ~
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8/11/2019 Overy, Richard_Dictadores (Conclusin)
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Overy, Richard
Dictadores: la Alemania de Hitler
y la Unin Sovitica de Stalin - 1a ed. - Buenos Aires:
Tusquets Editores, 2012.
896
p ;
21x14 cm. - Fbula; 310
Traducido por:Jordi Beltrn Ferrer
ISBN 978-987-670-120-4
1. Historia Universal.
1.
Jordi Beltrn Ferrer, trad.
J
Ttulo
COO 909
Ttulo
original: Tbe
Daators
Htler s Germany and Stalin sRussia
l edicin en coleccin Tiempo de Memoria: noviembre de 2006
I. edicin en coleccin Fbula: octubre de 2010
P
edicin argentina en coleccinFbula: septiembre de 2012
e Richard Overy, 2004
e de la traduccin:
jordi
Beltrn Ferrer,2006
Diseo de lacoleccin: adaptacin de FERRATERCAMPINSMORALES
de un diseoor iginal de Pierluigi Cerri
Ilustracin de lacubierta: perfiles de Iosiv Stalin,
Bettmann/CORBIS/COVER
y de AdolfHitler,
CORBIS/COVER
Reservados todos los derechos de esta edicin para
Iusquets Editores, S.A.- Venezuela 1664 -(1096) Buenos Aires
[email protected] om.ar - www.tusquetseditores.com
ISBN: 978 987 67 12 4
Hecho
eldepsitode ley
Seterminde imprimiren elmes de sept iembrede 2012 en Artes Grficas Delsur
Almirante Solier 2450- Sarand - Pcia. de Buenos Aires
Impreso en Argentina - Printed in Argentina
Queda
rigurosamente prohibida cualquier forma de reproduccin distribucin, comunicacin
pblica o transformacintotal o parcial de esta
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s in elpermiso escri to de los t itulares de los
derechos de explotacin.
ndice
ndice de cuadros
y mapas
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
apa s 10
Abreviaturas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21
Prefacio. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25
Introduccin; Dictaduras comparadas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29
1. Stalin y Hitler; caminos a la dictadura. . . . . . . . . . . . . . . . . . 39
2. El arte de gobernar. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93
3. Cultos a la personalidad. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
137
4. El Partido-Estado. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 171
5. Estados de terror. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
215
6. La construccin de la utopa. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
259
El universo moral de la dictadura. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
323
8. Amigo
y
enemigo; respuestas populares a la dictadura. . .
363
9. Revoluciones culturales. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
409
10. La direccin de la
economa
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
453
11. Superpotencias militares. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
503
12. Guerra total . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
547
13. Naciones
y
r a z a s . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
607
14. El imperio de los campos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
7
15. Conclusin; Dos dictaduras. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
719
Apndices
Bibliografia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
737
Notas 779
ndice onomstico y toponmico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
877
Ilustraciones
[289 304][6I7 632]
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Conclusin
Dos dictaduras
Las grandes ilusiones hechizan a la gente La hip-
notizan y le impiden ver lo que sucede realmente a
su alrededor Por todos lados imperan la ferocidad
y la matanza La gente no se
da
cuenta y cree que
maana la revolucin traer no s o abundancia
sino tambin las bienaventuranzas del paraso para
todos Por todos lados la moralidad se desmorona
la licencia
l
sadismo y la crueldad estn en todas
partes
las masas lo llaman regeneracin moral
Pitrim Sorokin
967
El intrprete sovitico Valentin Berezhkov se encontraba trabajan-
do en Berln en la primavera y e verano de 1940 como miembro de
la comisin enviada a supervisar las entregas de tecnologa alemana
a la Unin Sovitica, de conformidad con e acuerdo comercial que
las dos dictaduras haban firmado poco antes. Le sorprenda la fami-
liaridad de lo que le rodeaba: La misma idolizacin de lder , las
mismas concentraciones y desfiles de masas... Arquitectura ostentosa,
muy parecida, temas heroicos representados en e arte como en nues-
tro realismo socialista... un masivo lavado ideolgico de cerebro.'
Observaba la adulacin de las multitudes alemanas cuando Hitler les
dirigala palabra y recordaba a Stalin de pie en e estrado, en e mau-
soleo de Lenin, saludando a las columnas de comunistas entusiastas
que desfilaban ante l. Sin embargo, era una comparacin, segn recor-
dara Berezhkov, que en aquel tiempo no poda hacer, ni siquiera en
mi fuero interno. Era muy consciente de abismo que separaba las
dos dictaduras. Stalin quera que e pueblo sovitico construyese un
futuro socialista en e que todas las personas seran iguales y feli es
Hitler estaba empeado en crear e imperio de la raza superior y
quera que su pueblo la construyese a partir de la mortandad de la
guerra.'
Esta diferencia contina siendo fundamental. Pese a las similitudes
en e ejercicio de la dictadura, en los mecanismos que unan al pueblo
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y al gobernante, en la notable congruencia de los objetivos cultur 1
las estrategias de gestin econmica, las aspiraciones sociales utpi
incluso en el lenguaje moral del rgimen, las metas ideolgicas de
radas eran tan distintas como las diferencias que dividan a catlie
protestantes en la Europa del siglo XVI. La breve popular idad d
idea del nacionalbolchevismo que floreci en los aos veinte tal
hubiera salvado el abismo entre las dos ideologas, pero no atraj
ninguno de los dos dictadores. Stalin, a pesar del terr ib le coste
perseguir el paraso socialista, sostuvo durante toda su dictaduraq
luchaba
po r
el triunfo mundial de los desfavorecidos y explotad
incluso mientras la abrumadora mayora de su pueblo sufra regime
tacin polt ica y privaciones econmicas. Hitler, a pesar de los mil.
nes de compatr io tas muertos, mut ilados y convert idos en vctin1.
sigui estando convencido hasta el final mismo en 1945 de que hafi
valido la pena luchar
por
un imper io racial ideal. Lo que una ail
dos sistemas era la distancia permanente que segua habiendo entre.
ideal y la realidad, y los instrumentos comunes que usaron para di
mular las tergiversaciones de la verdad.
El punto de partida de toda comparacin consiste en tratar de re
ponder a la pregun ta de por qu, en los aos que siguieron a la pri
mera guerra mundial, surgieron dos formas extremas de dictadura q
gozaban de amplio apoyo popular y cuyos lderes predicaban la id
de una comunidad holstica y exclusiva, unida colectivamente en
persecucin de una utopa absoluta. Ninguno de los dos sistemas er
una abstraccin; ninguno fue impuesto por fuerzas externas. Las d
dictaduras fueron fruto de una cul tura pol t ica y un entorno socia
determinados, y no aberraciones histricas inexplicables. Fueron t
bin nicas. Ningn Estado europeo moderno haba intentado
tena los medios necesarios para ello antes de 9 4 controlar o sup
visar toda la produccin cultural, dirigir la economa, regimentar
sociedad, definir los parmetros de la vida privada y los trminos del
comportamiento pblico. La primera guerra mundial dio lugar a los
primeros esfuerzos (limitados) por dirigir sociedades enteras y organi
zar su economa y su cultura, pero a una escala que no poda cornp
rarse con la de los intentos que hicieron las dictaduras de la posguert ;
incluida la de Mussolini, que fue la primera en dar a luz, en los aos
veinte
el
trmino tot lit rios p r referirse sistem s que abarcaban
a toda la sociedad.
Puede que una de las respuestas a la cuest in ms ampli a de las
races del hol ismo pol t ico est en lo que Tzvetan Todorov l lam el
culto de la ciencia.
creencia confiada de que la ciencia poda com-
720
prender y luego transformar la condicin humana estuvo muy exten
dida a par ti r de mediados del siglo XIX. Las pretensiones del cienti
fiC sITIO ( aunque no de la cienc ia como tal)
podan
desti larse en la
creencia de que la sociedad deba organizarse en tomo a principios
cientficos objetivos y que esos principios eran exclusivos y mons
ricos. Los individuos
importaban
poco,
pero
el organismo social
importaba mucho. El discurso cientfico popular tena connotaciones
marcadamente utpicas. Se esperaba de la ciencia que resolviera los
problemas del mundo real
por
medio de la planificacin, la reforma
mdica, la eugenesia, la ingeniera social y la innovacin tcnica.
La fe en la ciencia no produca necesariamente dictadura, aunque
sus discpulos posean una fuerte predisposicin a ver la ciencia en tr
minos autoritarios. Pero s haba argumentos cientficos debajo de
la ideologa poltica y las aspiraciones sociales de las dos dictaduras, la
sovitica y la a lemana . El primer culpable fue el marxismo, con
su visin de una utopa sociolgica enraizada en la aplicacin de la
moderna ciencia econmica y social. Las pretensiones del socialismo
cientfico, que fue fruto de la labor de Friedrich Engels tanto como de
la de Karl Marx, se apoyaban en la creencia de que las leyes del
desarrollo econmico producan forzosamente las condiciones para
un sistema social nico basado en la abolicin de las clasesy la apro
piacin de la propiedad para su uso social. Sus pretensiones eran tota
les, ya que la sociedad comunista no slo lo abarcara todo, sino que
al mismo tiempo erradicara todas las manifestaciones de conciencia
social falsa
po r
medio de lo que Marx (y, con mayor fuerza, Lenin)
llam la dictadura del proletariado. El desarrollo social, segn Marx,
produca una forma de absolut ismo moderno a la vez que prometa
una emancipacin social total, paradoja que estaba en el centro de la
dictadura estalinista.
Las races cientficas de la dictadura alemana se encontraban en las
ciencias biolgicas. La formulacin de una biologa social popular a
finales de siglo
XIX,
asociada con la labor de
Emst
Haeckel y sus nume
rosos discpulos construy un cosrnovisin b s d en preserv r l
r z o n cin
o o
especie pur y exclusiv y plic r regl s riguro-
sas pa ra gobe rna r su s alud y su fuerza a largo plazo.
Hitler
estaba
familiarizado con las teoras raciales de Ludwig Woltmann, cuyo libro
ntropologa poltica publicado en 1903, reaparece bajo una forma
cientfica vulgar en lucha Woltmann y otros entrelazaron la idea
de la higiene racial con la ciencia evolucionista ms convencional afir
mando la inevitabilidad de la lucha racial como la realidad histrica
fundamental , en la que los marxistas vean la lucha de clases. El resul-
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tado final fue
una
utopa biolgica cuyas pretensiones
holsticasse
basaban en la preservacin de la especie y su autoritarismo derivado
de la despiadada intervencin mdica necesaria para preservar la reser-
va gentica.
La importancia de estos imperativos cientficos para explicar las
pretensiones de ambas dictaduras en e sentido de que estaban crean-
do
una
comunidad orgnica protegida de la contaminacin
social
racial ha sido uno de los temas fundamentales de libro. La ciencia:
ayuda a explicar la naturaleza absoluta de las comunidades colectivie,
tas y los extremos grotescos a los que l legaron las dos para
x t i r p t ~
los elementos que se consideraban parias sociales o raciales. Pero la
ciencia sola no explica por qu la dictadura surgi en un momento
un lugar determinados, aunque proporciona un marco para compren
der sus esfuerzos denodados por alcanzar la perfeccin cientfica. Las
dos dictaduras representaban e fruto de un rechazo profundo, en Ale
mania y Rusia, de concepto liberal y occidental del progreso, o su
nfasis en la soberana de individuo, las virtudes de la sociedad civil
y la tolerancia de la diversidad. Los marxistas rechazaban la era liberal
burguesa porque, a su modo de ver, representaba de forma manifiest
los intereses exclusivos de las clases poseedoras. Los nacionalsocialis
la rechazaban porque produca antagonismo social, fomentaba
empobrecimiento de la raza en las extensas e incontroladas ciudades
industriales y conduca a un culto exagerado de egosmo econmico;
Es importante comprender hasta qu
punto
e liberalismo moderno.o
los conceptos de la virtud cvica carecan de importancia a ojos de
lin y Hitler en los comienzos de sus respectivas carreras polticas, uno
embarcado en la subversin violenta de una monarqua autoritaria:
muy iliberal, e otro obsesionado por la lucha nacional y la higien
racial. La guerra y la revolucin, comadronas de su cosmovisin, de
truyeron las pretensiones liberales sobre la naturaleza de devenir his
trico. Los valores liberales
nunca
fr enaron a n inguno de los dos po
ticos cuando estaban en e poder; eran considerados intrnsecamen
pruebas de la debilidad polt ica y la fragmentacin social de
una
er
pasada.
El antiliberalismo que expresaban ambos dictadores, as como I
movimientos a los que representaban, formaba parte de una interpre
t acin ms ampli a de la evo lucin de la his tori a del mundo. Cad
uno a su manera tanto Stalin o o itler se vean a s mismoscom
actores en un extraordinario drama histrico. Cada uno de ellos arg
que su dictadura representaba un punto de inflexin
fundamental
e
la historia de mundo moderno. Stalin defenda la Revolucin corno
7
acontecimiento importantsimo que amenazaba con debilitar y luego
trascender toda la era burguesa, que hab a nacido, corno arguyera
Marx, en la Revolucin francesa. En un artculo que public
r vd
con motivo del dcimo aniversario de la Revolucin, Stalin escribi
que octubre de 1917 fue una Revolucin de orden mundial interna-
cional que signific nada menos que un giro radical en la historia
n;undial de la humanidad. Stalin compar la sacudida que los jaco-
bines dieron a la anstocracia despus de 1789 con la sacudida de bol-
chevismo, que provoca horror y odio entre los burgueses de todos los
pases.' Stalin quera completar la destruccin de la etapa burguesa de
la historia, como haba predicho la c iencia econmica de Marx. La
alternativa era impensable para Stalin, y para todos los dems bolche-
viques. Entre nuestro Estado proletario y todo el resto de mundo
burgus, escribi
Mijal
Frunze, el predecesor de Voroshi lov en el
cargo de comisario para e Ejrcito Rojo, slo puede haber un estado
de larga, persistente y desesperada guerra a muerte.s Esta sensacin
sobrecogedora de ser de algn modo responsables del destino de los
desposedos y los explotados del mundo era una pesada carga hist-
nca. Los lderes soviticos actuaban como si e peso del devenir histri-
co recayera sobre ellos y justificaban sus actos mediante la reiteracin
constante de la naturaleza intransigente de cambio histrico y la natu-
raleza histrica mundial de su misin.
El nacionalsocialismo tambin era considerado como un fenme-
no histrico mundial que actuaba para detener la marea de cambio
histrico que haba producido e marxismo y la Revolucin y rescatar
a Europa de la mayor cris is a la que se haba enfrentado desde por lo
menos la Revolucin francesa. En un libro que escribi en 1938 Hans
Mehringer celebr que el movimiento hubiera logrado
p r o d ~ c i r
un
histrico punto de inflexin contra la larga marcha desde 1789 hacia
el bolchevismo, e nihilismo y la anarqua. Mehringer pensaba que el
movimiento cambiara las circunstancias mismas de la vida en Europa
y dara sentido a la existencia durante siglos.' Muy al principio de su
carrera, Hitler tuvo extraordinarios delirios de grandeza histrica al
casar su destino personal con la marcha de la historia de Alemania. En
1936, en e memorando sobre e futuro geopoltico de Alemania esbo-
z trminos que reflejaban exactamente los de Stalin: Desde esta-
l lido de la Revolucin francesa el mundo ha estado avanzando con
creciente rapidez hacia un nuevo conflicto cuya solucin ms extrema
es el bolchevismo. Hitler albergaba la esperanza de que este conflic-
t? ganase Alemania, que luchara
por
t odo el legado de la Europa
civilizada; de lo contrario, e mundo experimentara la catstrofe ms
7
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horripi lante desde la cada de los Estados de la
anrigedad.
En/e
congreso del Partido en 1934 dijo a los delegados que el movimienf
nacionalsocialista se enfrentaba a la Revolucin francesa y su lega
de dogma internacional revolucionario que durante ciento cincue
ta aos haban difundido intelectuales judos. Tambin esto era
pesada responsabilidad histrica. No considero esto como una tare
agradable escribi Hitler en su memorando sino o o
uns r
obstculo y una carga para nuestra vida nacional> Estos sentimie
tos
no
obstante daban tanto al comunismo sovitico
o o
al naci
nalsocialismo una sensacin hinchada de su propia importancia. E
dictadores podan apelar a poblaciones que tambin tenan la sens
cin de estar haciendo historia, junto
con
sus lderes.
Las ambiciones colectivistas de ambas dictaduras las definan est
impulsos diversos. La ciencia les daba
un
legitimidad racional,
acuerdo
con
las pretensiones fundamentales de los cientficos sobre
posibilidades para el futuro de la sociedad moderna. Labistoria dem
traba la necesidad de
un
transformacin revolucionaria de las con
ciones de la existencia ante un modernidad capitalista perjudicia
reforzaba la legitimidad nacida de la ciencia. La revuelta antilibe
y antihumanista liber a las dictaduras de los escrpulos morales co
vencionales y sancion su distintiva perspectiva rnoral antiindividu
lista. Los sistemas resultantes eran exclusivos, lo abarcaban
todo
er
absolutos desde el
punto
de vista moral. Eran comunidades
qu
partidos que las construyeron consideraban sacrosantas, lo cual exp .
ca
por
qu eran tan obsesivas en relacin con cualquier ruptura,
trivial o benigna que fuese, del organismo unitario. No puede
h b
otra explicacin del hecho de que los censores locales en la
Uni
Sovitica buscaran seales de subversin en todas las pginas impres
que se producan, incluso entre obras escritas en nombre del Parti
Comunista mismo. Los esfuerzos desesperados de la Gestapo
por
lo
lizar hasta el ltimo superviviente judo en Alemania, incluso pu
cando instrucciones detalladas sobre cmo se detectaban los tabiq
falsos y las trampillas ocultas, no se entienden sin el exagerado h
mo del sistema.
La descripcin convencional de ambos sistemas se ha centrado
el carcter riguroso de la represin estatal como prueba de su pO
ilimitado. En realidad, era
un
expresin de debilidad. Ambas di
duras estaban imbuidas de profundos temores e incertidumbres,
cada
un
de ellas se presentaba e enemigo
como
si disfrutara
poderes extraordinarios que eran secretos subversivos y
socialrnen
corrosivos. En la nin Sovitica de los aos veinte se considerab
724
que el enemigo enmascarado, escondido en el aparato de Partido,
era la mayor amenaza a la que haca frente e rgimen; en la Alema-
nia nacionalsocialista se presentaba al judo o ouna fuerza casi
imparable que se apoderaba de la historia del
mundo
para sus propios
designios y cuya destruccin requerira los esfuerzos ms intensos de
pueblo alemn y sus aliados. En ambos casos, fue el miedo profundo
a la prdida lo que dio origen al salvaje rgimen de discriminacin.
Hitler se persuadi a s mismo, y persuadi a millones de sus compa-
triotas adoptivos, de que los numerosos enemigos de Alemania se pro-
ponan acabar
con
la cul tura alemana y debil itar al pueblo alemn.
Las secuelas de la primera guerra mundial y la catstrofe de la infla-
cin y la depresin econmica de los aos veinte daban una aparente
validacin histrica a la pretensin de que Alemania se encontraba al
borde de caos. En la
nin
Sovitica los temores de que la Revolu-
cin siguiera los pasos de las revueltas que en 1919 haban fracasado
en el resto de Europa, de que la contrarrevolucin fuera una realidad
siempre presente, y a
punto
de explotar la primera seal de vacilacin
y trans igencia, a limentaba la paranoia sobre la supervivencia de la
Revolucin no slo en Stalin, sino en todo e Partido. En ambos casos
la prdida se interpretaba como absoluta. Los nacionalsocialistas pre-
sentaban la muerte de la raza como el fin de todo para Alemania; en
la nin Sovitica se consideraba que e triunfo de la contrarrevolu-
cin era un desastre que confirmara elpoder maligno e inexorable de
la burguesa incluso ante su derrumbamiento histrico. Estas perspec-
tivas
poco
halageas hacan que ambos sistemas promovieran un
exagerado estado de defensa contra e supuesto enemigo interno y la
amenaza de disolucin que representaba, lo cual explica
por
qu el
aparato de seguridad del Estado actuaba
con
tanto rigor y severidad
para desenmascararle y destruirle.
El miedo al enemigo oculto contribuye a explicar una de las carac-
tersticas principales de las dos dictaduras. Animaban a ambas profun-
dos odios y resentimientos. Los dos dictadores daban ejemplo al expre-
sar su poltica empleando trminos que
no
dejaban ninguna duda en
la mente de pblico de que los enemigos del rgimen eran indiscuti-
blemente odiosos. El odio de Hitler y Stalin naci de su propia expe-
riencia histrica. Hitler aprendi a odiar a los enemigos de la nacin
durante la primera guerra mundial, no slo al enemigo externo, sino
tambin, lo que es ms importante, al enemigo de dentro, e cual, a su
modo de ver, debilitaba la voluntad nacional de ganar la guerra. A Her-
m nn
Rauschning, al escribir sobre el Hitler , al que conoci en los
primeros aos treinta, le dio la impresin de que e odio es como el
725
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7/14
vino para l. lu h contiene una afirmacin
tr s
otra sobre insti
tuciones, clases e ideas que inspiraban en el autor un hondo resenri
miento histrico. Odiar era
contagioso
en la
Alemania
de Weima.
Tea los escri tos nacionalistas de los aos veinte. Oswald Spengle
observ, al f inalizar la primera guerra mundial, un
odio
indescrip ,
ble forjado en la derrota. En sus declaraciones pblicas los lderes
soviticos ins taban a odiar al enemigo y argan que el
odio
era uti '
virtud revolucionaria. Andri Vishinski, el principal jurista sovitico e
los aos treinta , aceptaba que un odio implacable contra los enemi
gas era uno de los principios ms impor tantes de la tica comunis
ta. Stalin, al igual que Hitler, mostraba sus resentimientos en pbli
co
con
regularidad.
Eran fruto
de sus exper iencias en el submundQ
revolucionario, que explotaba la hostilidad intensa contra los poder,
del Estado zari sta y
un
resentimiento
no
menos intenso
contra la
otras facciones revolucionarias que no aceptaban la justicia de la caus
bolchevique o no superaban la prueba de la lucha revolucionaria si
concesiones.
La combinacin de certeza histrica
y
moral
y odio
implacable a
enemigo produjo una dicotoma institucionalizada entre amigo y ene
migo que se expresaba explci tamente en el pensamiento polt ico de
jurista alemn Carl Schmitt,
que opinaba
que la poltica
moderna
e
definida
de
forma
inevitable po r la divis in
entre
los que estaba
incluidos en determinada
comunidad
poltica y los que eran excluido
de ella. Su idea de amigo o enemigo Freund oder Feind reflejaba Un
realidad generalizada en la poltica europea de los aos veinte y noer
meramente una invencin acadmica La divisin sugera una
disti
cin absoluta que
no
dejaba espacio para millones de ciudadanos al
manes o soviticos que suponiendo que pensaran en ello se enco
t raban entre los dos extremos.
Muy
al principio de su carrera Stali
coment que cualquiera que no someta su
yo
a nuestra
s gr
causa era
un enemigo.
El nacionalsocialismo
vea
todo
en
blanco
y negro. Gregor Strasser dijo en una
concentracin
del Partido e
1929 que haba dos categor as en Alemania. En
un
lado, los qu
creen en un futuro alemn los alemanes; en el otro los que por 1
razn que sea, estn en contra, los no alemanes. En 1934, Cerhan
Neesse escribi que cualquier alemn que leyera
lu h
poda
slo un s o un no nada
intermedio.
La retrica sovitica tampo
ca dejaba espacio para los indecisos . El mundo estaba
dividido
e
acuerdo
con
criterios maniqueos, lo bueno y lo malo, lo socialmente
aceptable y lo socialmente corrupto, divisin que expresaban las pala?
bras socialmente peligroso que se usaban para calificar a todos los
726
que tenan alguna relacin gentica
con
las antiguas clases dominan
res. La divisin entre los incluidos y los excluidos era compleja, pero
todos los ciudadanos soviticos, al igual que todos los alemanes, te
nan que per tenecer a
una
u otra de estas categoras. Esto explica los
extremos extraordinarios a los que llegaba el rgimen nacionalsocialis
ta al t ra tar de def inir
con
precisin el estatus de las personas que eran
en parte judas. Explica tambin la poltica que se segua en la
Unin
Sovitica y que consist a en local izar a los hijos y las hijas de las per
sonas socialmente peligrosas y negarles los derechos civiles plenos u
oportunidades
sociales
debido
a su
contaminacin
gent ica o am
biental.
El odio tambin explica, al menos en par te , la violencia omnipre
sente de las dos dictaduras y habita en las pginas de sta y todas las
dems c rnicas de ellas. El asesina to y el suicidio eran habituales;
otras formas de exclusin violenta, la deportacin y el internamiento
en un
campo
se aplicaron a millones de personas. La violencia estaba
demasiado extendida
y
era demasiado continua para que pueda expli
carla el simple hecho de que se trataba de regmenes autoritarios, repre
sivos. La violencia era consustancial en la cosmovisin de los dos dic
tadores y las dos dictaduras; era esencial para el sistema,
no un
mero
ins tr umento de contro l, y se ejerca en todos los niveles de la socie
dad.
Cabe
argir que la aceptacin de la violencia
como
algo ineludi
ble -jncluso, en ciertas circunstancias
ienvenido
tena su origen en
el trauma de la primera guerra mundial y las guerras civiles que pro
voc. Hitler y los o tros ex comba tien tes que en gran
nmero
milita
ban
en el Partido pasaron varios aos expuestos a
una
forma de muer
te que era angustiosa, directa y sangrienta. Algunos,
aunque
no todos,
llevaban consigo, al volver la paz, una fcil tolerancia de la brutalidad
fsica y
una
obsesin morbosa por la vir tud de la violencia (y la muer
te violenta) que ms tarde impregnara toda la cultura del Tercer Reich.
El
himno
que se escribi para [uventud olmpica en 1936
no
cele
braba la dicha del deporte, sino la atraccin del final heroico: Laprin
cipal ganancia de la Patria la mayor exigencia de la Patria en la nece
sidad: la muerte mediante el sacrificio.
La guerra civil en la
Unin
Sovitica ensangrent a los lderes bol
cheviques. La violencia fue general
brbara en ambos bandos, embo
t las sensibil idades morales y forj la creencia de que la defensa vio
lenta de la Revolucin era a la vez justa e his tricamente necesar ia .
Sin embargo, en el caso sovitico el lenguaje de la violencia polt ica
era
muy
anter ior a la guerra. Era fundamental en la concepcin bol
chevique de la lucha revolucionaria, que por definicin sera destruc-
727
-
8/11/2019 Overy, Richard_Dictadores (Conclusin)
8/14
tiva y sangrienta. En 1905, Lenin vea la tarea de las masas revolucio
narias en trminos de destruccin implacable del enemigo, temaial
que volvera una y otra vez durante la Revolucin y la guerra civi
y que encontr eco en el lenguaje de sus colegas revolucionarios . s
Stalin describira en und mentos l leninismo cmo la ley de la revo
lucin proletaria violenta, la ley de la destruccin de la mquina de
Estado burgus es
una
ley inevitable del movimiento revoluciona
rio.
Tanto Stalin o oHitler vean la guerrao oconsecuenc
insoslayable de su misin poltica. Los conflictos revolucionarios
ha
can necesaria la eliminacin o restriccin fisica de las fuerzas defin-
das como contrarrevolucionarias; el conflicto racial era la naturalezk
aplicada a las poblaciones humanas y la violencia era en l instintiva
y despiadada: las expectativas polticas y de reconstruccin s o i k d ~
los dictadores eran antihumanistas de forma deliberada, casi jubilosa;
Ninguno de los dos hombres se consideraba a s mismo un asesino}
aunque estaban al frente de regmenes en los que se asesinaba. En vez
de ello, se consideraba que la violencia era redentora y salvara a la
sociedad de enemigos imaginarios cuya violencia asesina se considera
ba nna segunda naturaleza. Las consecuencias a largo plazo fueron
desastrosamente destructivas y superaron lo que los dos dictadores
hubieran podido imaginar. Las dos dictaduras no slo aplastaron vidas
en sus prisiones y campos, sino que entre las dos tambin destruyeron
totalmente comunidades antiguas, exterminaron a millones de perso
nas, deportaron a millones de personas de sus patrias, extirparon las
creencias religiosas, destruyeron iglesias, dejaron ciudades convertidas
en ruinas prematuras y errad icaron par te de la cul tura ms rica de
Europa. Por razones diferentes los dos sistemas causaron directa
indirectamente la muerte premeditada de otros millones de personas-a
causa del hambre, el abandono, las enfermedades o el asesinato di:
Estado; el ataque alemn contra la
nin
Sovitica caus la muerte
de once millones de soldados, en su mayora soviticos. La mera rci
teracin de estas estadsticas inimaginables distingue a las dos dictadu
ras de cualquier otra de la era moderna. El coste humano de construir
la utopa y luchar para preservarla parece inexplicablemente despro
porcionado en comparacin con
que se gan o perdi. Fue conse
cuencia de la terrible lgica de sistemas marcados por una lucha desen
frenada
por
la existencia que peda violencia sin lmites hasta que esa
existencia, estuviera asegurada y eliminaba todas las limitaciones mora
les que habran podido frenar a quienes la perpetraban.
La funesta espiral descendente desde la exclusin social hasta
la
violencia perpetua, pasando
por
el odio, es dificil de conciliar con las
728
aspiraciones utpicas de los dos sistemas. Los dos elementos estaban
unidos por el concepto comn de la lucha. La utopa que se prometi
en los aos treinta a ambos pueblos estaba siempre en vas de reali-
zarse era
una
ideal lejano que se perciba vagamente a travs de la
realidad cotidiana de lucha contra 1 que los sistemas consideraban los
grilletes del antiguo orden y los valores sociales y la perspectiva moral
que los haban sostenido. Stalin expres esta paradoja en un discurso
de 1934 en el cual explic que el poder que a la sazn tena el Esta
do era
una
fase transicional necesaria para llegar a un sistema ms
libre: Lams alta potenciacin del poder del Estado con el objeto de
preparar las condiciones para la desaparicin del poder del Estado... ,
Stalin aadi que quien no entendiese el carcter contradictorio del
proceso histrico est muerto en lo que se refiere al
marxismo-.F
l
sentido del futuro que tena Hitler tambin dependa de seguir luchan
do antes de poder garantizar la base para
un
Estado racial estable.
Los dos Estados utpicos llevaban una existencia metafrica y justifi
caban la pol tica del momento en la persecucin de una meta lejana,
y persuadan a sus respectivos pueblos de que vala la pena luchar por
el ideal aplazado.
El carcter metafrico de las dos dictaduras era un rasgo que siem
pre ha resultado difcil de comprender. El abismo entre lo que era real
y lo que se pretenda que lo fuese es ahora tan evidente que parece
increble que los dos regmenes lograran sostener la ilusin o que sus
respectivos pueblos le dieran crdito. Sin embargo, la naturaleza esqui
zofrnica de las dos dictaduras defina los trminos de su funciona
miento. Tanto los gobernantes como los gobernados tomaban parte
en actos colectivos de tergiversacin de tal manera que la verdad se
converta en falsedad y las falsedades pasaban
por
verdades. Lagente
se ha vuelto astuta, escribi
un
desilusionado empresario alemn en
septiembre de 1939, ysabe fingir. En menuda comunidad de embus
teros nos hemos convertido.v
Las metforas de la dictadura eran muchas. Los lideres se presen
taban como smbolos mticos del rgimen y los aspectos prosaicos de
su personalidad se ocultaban. Los cultos transformaron ambas figuras
en versiones irreales de ellas mismas, que luego haca suyas el resto del
sistema, como si las virtudes que se les atribuan fueran en algn sen
tido reales. Las sociedades se presentaban como parodias de la reali
dad social. Justo en el momento en que Stalin afirm que la vida se
ha vuelto ms alegre el rgimen se embarcaba en dos aos de terror
excepcional y los niveles de vida alcanzaban su
punto ms bajo en
toda la dictadura. Las numerosas imgenes de sonrientes trabajadores
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8/11/2019 Overy, Richard_Dictadores (Conclusin)
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de granjas colectivas y cosechas abundantes se difundan en el mismo
momento en que miles de campesinos estaban en campos de
y millones mor an a causa de la
peor
hambruna del siglo. El
Reich construy la sociedad ideal sobre los cimientos de la intimid
cin y la discriminacin raciales, que llevaron a la esterilizacin foi'
zosa de 300.000 personas al t iempo que se hablaba de aadir a la list
otros 1,6 mil lones con defectos biolgicos. En ambos sistemas
democracia se presentaba como algo distinto del ejercicio de la ele
cin polt ica libre y abierta. Los enemigos de los dos sistemas se defi
oan de forma que pareciesen una amenaza espantosa cuando
en la
mayora de los casos no representaban ninguna amenaza en absolutO,
En la Unin Sovitica los prisioneros polticos eran obligados a con?
fesarse culpables de los deli tos ms absurdos y luego se usaban 1
confesiones para magnificar la naturaleza fantstica de la contrarrevo+
lucin. Las confesiones se arrancaban a golpes y luego, en
l unos
casos, los pnsioneros no estaban seguros de si haban cometido o no
los deli tos de los que se les acusaba. Ante los tribunales hablaban
como si las numerosas falsedades fueran histricamente ciertas; los
pocos que mtentaban retractarse eran obligados a callar, a gritos, po r
los fiscales o los jueces, que los tildaban de embusteros. Al parecer, los
lderes soviticos se crean realmente las acusaciones. Molotov que;
firm muchas de las listas de los que fueron ejecutados en 937
an
pudo hacer la siguiente afirmacin al ser entrevistado ms de treinta
aos despus: Se demostr ante el tribunal que los derechistas hicie
;o n
envenenar a Gorki. Yagoda, el ex jefe de la polica secreta, estuvo
mvolucrado en el envenenamiento de su propio predecesor. Millo,
nes de ciudadanos corrientes alemanes y soviticos hicieron contor
siones psicolgicas parecidas y dejaron a un lado su incredulidad; con
el fin de que las metforas utpicas del rgimen se sostuvieran.
El xito de ambas dictaduras en el intento de crear y promover ilu
siones sobre su verdadera naturaleza se encuentra en el centro
de su
afirmacin general por parte del pblico. Todos los sistemas polticos
recurren a los subterfugios hasta cierto punto pero los regmenes de
Stalin y Hitler lo hacan sistemticamente de maneras que no perrni
t an que el menor rayo de luz atravesara las cortinas que los envolvan
por
completo. Ambos se hallaban sometidos a un grado excepcional
de aislamiento internacional, control de la informacin y autarqua
cultural. No se permita ni una sola a lusin hosti l a ninguno de los
dos regmenes, aunque se hacan muchas cuando era posible correr el
riesgo; la informacin sobre el mundo exterior o sobre las condiciones
verdaderas de la dictadura era imposible de obtener excepto en el rner-
730
cado negro pol t ico, donde exista el peligro de acabar en un campo
de concentracin o ser condenado a muerte; gran parte del proceso de
formulacin de la polt ica se mantena en secreto total y su divulga
cin se castigaba severamente. Debido al aislamiento, al acceso limita
do a informacin que el Estado seleccionaba previamente, y a las cam
paas exageradas de propaganda y educacin del Partido, gran parte
del pblico tena dif icul tades para conocer la verdad y se mostraba
predispuesto a aceptar la lnea oficial en su totalidad o partes impor
tantes de ella. El lenguaje pblico de las dos dictaduras reforzaba la
ausencia de crticas y la estrechez de miras. En la URSS, escribi el
novelista francs Andr Gide despus de
una
desilusionante visita en
1936, todo el
mundo
sabe de antemano que sobre todos los temas
slo puede haber una opinin. Cada vez que hablas con un ruso tie
nes la sensacin de estar hablando con todos. Gide observ que la
crtica vena a ser solamente preguntar si esto eso o aquello est en
la lnea correcta La lnea misma nunca se discuta. Este confor-
mismo entraba sigilosamente, tan fcil, natural e imperceptible que
pienso que la hipocresa no tiene nada que ver en ello. El fillogo
alemn Viktor Klemperer observ el mismo proceso en Alemania. El
nazismo escribi en sus cuadernos de los aos treinta entra en la
carne y la sangre mismas de la gente por medio de palabras sueltas,
giros y formas lingsticas.. Klemperer crea que la incesante repeti
cin del
u vo
lenguaje se absorba mecnica e
inconscientemente.
El trato diario con sus compatriotas le persuadi de que las masas se
creen todo y se lo crean de buen grado. Lo principal para las tira
nas de cualquier clase, reflexion el da del plebiscito para la unin
con Austria, e 1O de abril de 1938,
es
la supresin de las ganas de
hacer preguntas.x
El poderoso at ract ivo de los dos sistemas dependa de la medida
en que el pueblo pudiera identificarse con el mensaje fundamental.
En cada
uno
de los dos casos haba circunstancias histricas
que
faci
l itaron la disposicin a aceptar versiones falsas de la verdad. Las pro
mesas que hacan las dictaduras eran seductoramente atractivas, por
que reflejaban aspiraciones que ya comparta una fraccin importante
de pueblo y que se comunicaban fci lmente al resto. En la
Unin
Sovitica la promesa de un paraso revolucionario que se alcanzara
por
medio de la lucha redentora era fundamental para la causa bol
chevique y se utiliz para justificar todos los sacrificios del presente.
Para los incondicionales del Par tido era esencia l creer en ella; para
millones de personas corrientes que se esforzaban po r adaptarse al
mundo
posrevolucionario la lejana utopa proporcionaba
una
meta
731
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10/14
subliminal frente a sufrimientos
por
lo dems inexplicables. Estm
bien construir para el futuro, explic un joven funcionario de uB
fbrica a un periodista estadounidense.
Y
estamos haciendo granel
cosas estamos construyendo una sociedad que con el tiempo h
que la civilizacin de Europa occidental y de Estados Unidos
p r ~ y
la barbarie obstante aadi me gustara tener un poco de
o i
y belleza ahora.: No todos los ciudadanos soviticos acababan: d
comprender la naturaleza de lo que se prometa, o aceptaba su
sidad o su coste humano, pero el marco dentro de cual la
d i c t d u i ~
haca su trabajo era una poderosa creencia popular, incrustada enla'
vida cotidiana, de que e futuro producira una notable cosecha.
En Alemania el anhelo de revocar e veredicto de la primera guett
mundial, de borrar la culpa de la guerra, de resucitar un Estado pode
roso y respetado, de frenar la amenaza del comunismo, de reafiflW\t
los valores y la cultura distintivos de Alemania era trernendarnenn
atractivo no slo para los activistas de la revolucin nacionalista.rsimy
tambin para muchos ciudadanos que eran hostiles o indiferentes
al
Partido Nacionalsocialista. El trauma psicolgico colectivo de derrota
y vergenza cambi sbita y radicalmente en 1933; cuanto ms e v ~
dente era que Hitler, al parecer, podra cumplir las promesas
dere-
surreccin poltica de Alemania, de renovacin moral y de despertar
cultural, ms fcilmente se identificaba el pueblo con la dictaduraYla
nueva era alemana. La necesidad de creer en la posibilidad de reden
cin reflejaba una desesperacin colectiva cuya dimensin
psicolgica
es imposible medir histricamente, pero que se haca evidente
enla
disposicin a aceptar como verdaderas las pretensiones de rgimen-y
sumergirse en su lenguaje, sus valores y su comportamiento. Fue
proceso de sublimacin que tuvo lugar en un periodo notablemente
breve, una indicacin de que la sancin popular no era slo la res
puesta al lenguaje y la propaganda de rgimen, sino que naca de las
inseguridades y los resentimientos de quienes apoyaron a Hitler como
e mesas alemn, incluso antes de 1933. En este caso, y en e soviti
ca las dictaduras redujeron la lealtad a frmulas muy sencillas de
creencia en un futuro mejor, en una identidad ms seguray en el efec
to transformador de las nuevas ideas polticas. El poder de esta atrae
cin, incluso para aqullos a los que no sedujo, era irresistible; a los
que se resistan a l se les consideraba herejes que no comprendan la
nueva fe.
Esto no quiere decir que todos los alemanes se hicieran nacional
socialistas o que todos los ciudadanos soviticos se afiliaran al Partido
Comunista. El apoyo a los mitos fundamentales de la dictadura era,
732
para la mayora de los ciudadanos corrientes, un proceso indirecto, y
en muchos casos no era algo en lo que siquiera se pensase claramen
te. En los dos sistemas haba mucha gente que no tena ningn moti
vo especial para no creer en la realidad que se le presentaba. La capa
cidad del historiador de rechazar las tergiversaciones o las mentiras de
los discursos y la propaganda impresa de las dictaduras es una reac
cin privilegiada que minimiza la medida en que estos documentos se
utilizaban en aquel tiempo, como si los sentimientos que se expresa
ban en ellos fueran
vlidos.
La tendencia a ver a la poblacin some
tida a la dictadu ra en un es tado perpe tuo de par tic ipacin crtica
-entusiasta, repelida o resistente- exagerael grado de conciencia pol
tica popular y atribuye un grado de conocimiento de los procesos ms
amplios del Estado de los que a menudo ni siquiera los funcionarios
de Partido estaban al corriente. La gran mayora de los ciudadanos
soviticos y alemanes no estaba excluida de la nueva sociedad. Perma
necan relativamente alejados del proceso poltico central; su visin de
la realidad poltica era limitada, mal informada e irreflexiva; e terror
no les afectaba, a menos que fueran definidos como e enemigo; la
vida cotidiana transcurra bajo la sombra de la poltica, pero no esta
ba necesariamente unida a ella. El partido local sealaba la lnea ofi
cial, vigilaba e incumplimiento y fomentaba
el entusiasmo por la
causa. Las metforas del rgimen eran aspiraciones lejanas, los lderes
mismos quedaban reducidos a imgenes iconogrficas que se vean
brevemente en los noticiarios cinematogrficos o en los artculos de la
prensa, pero que estaban fsicamente muy lejos de grueso de la pobla
cin. Hitler y Stalin eran idealizados como fenmenos capaces de pro
porcionar la promesa fundamental de la utopa
por medio de la lucha.
Estas ambiciones polticas eran tomadas e interiorizadas como marco
de la vida corriente. Seema A1lan una estadounidense que vivi en la
Unin Sovitica en los aos treinta, tom nota de muchas conversa
ciones
con
rusos corrientes que reflejaban la facilidad
con
que los
mitos de rgimen se usaban en e discurso cotidiano. Si no hubira
mos edificado nuestras industrias, nos habra aplastado alguna poten
cia extranjerahace ya mucho tiempo; s lo aseguro Rusia se est
desarrollando como nunca pudo hacerlo en los viejos tiempos La
vida es
un
poco dura ahora, pero va mejorando rpidamente; una
cancin tradicional trtara habla de todo lo que esnuevo y bueno en
nuestro mundo y de cmo estamos cambiando el viejo.
Los gobernantes y los gobernados en Alemania y la Unin Sovi
tica actuaron en colusin para crear sociedades que se esforzaban
colectivamente por alcanzar la nueva era prometida. Era una relacin
733
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8/11/2019 Overy, Richard_Dictadores (Conclusin)
11/14
mutua en la cu al Hitler y Stalin se p resentab an como rep reseht
de los intereses histricos ms amplios y las aspiraciones socials
pueblo al que gobernaban, y eran aceptados como tales
por
fr ce i
i mp or ta nt es de la p ob la ci n . Por d if er ent es que sean sus
o r ~
todas las dictaduras holsticas
y
ha habido muchas ms desde
dependeu de crear complicidad, del mismo modo que funciol1.ah
landa y destruyendo a una minora elegida cuya persecucin confi
el deseo racional del resto de ser incluido y protegido. Las dictad
de Staliu y Hitler eran dictaduras populistas, nutridas
por
la acl
ci n y la p articipacin de las masas y po r la fascinacin q ue ejero
poder sin restricciones Las numerosas crnicas de personas
que\ri
ron durante las dos dictaduras dejan claro que esa fascinacil1.ellis
tomab a la forma de u n lazo emo cion al, sucesiv amen te estimtit
inquietante, incluso repelente, que dur slo mientras existi ef j
to de esa fascin acin aun que sus eco s p erdu ran en un deseo po p
aparentemente insaciable de conocer su historia). Las dictaduras
pueden interpretarse slo como sistemas de opresin poltica, d
que tantos de los que p ar ti ci pa ron en ellas las vean de b ue n gr a
como instrumen to s de emancip aci n o de seguridad o de identid
realzada o de beneficio personal. El salvajismo d e la gu erra brb a
mente destructiva que hubo e ntr e los dos puebl os de 1941
l
naci de las profundidades del apoyo social e identificacin psicol
ca con las dos dictaduras qu e la hicieron , y del odio, la ind iferen ei
el miedo al enemigo qu e fueron inculcad os por la prop g nd in
sante dirigida contra el otro. Esta guerra no la habran podido ha
los Estados democrticos.
L a r el ac in e nt re el d ic ta do r y el p ue bl o era c om pl ej a, diven
ambivalente, incluso contradictoria a veces. Era una relacin gober
da en los dos casos por circunstancias diferentes, entornos diferente
aspiraciones muy diferentes. Sin embargo, la crisis europea qued
origen a amb as y la herencia intelectu al y cultural en la que se inspi
raron crearon dos sistemas sostenidos por estrategias polticas y soci
les notablemente parecidas y por pautas comunes de autoridad, part
c ip ac in y respuesta po pu la r. En este se nti do, la se ns ac i n
inquietud que experiment Valentin Berezhkov al llegar a Berln,
pt
cedente de Mosc y ver cunto hay en comn no era
injustificada,
734
Apndices
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8/11/2019 Overy, Richard_Dictadores (Conclusin)
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Aleksandrov, Grigori, 440
Alemania crisis soc ia l y pol t ica
(d es pu s de 1929), 75, 80-84,
114;
constitucin
95, 99-102,
108; elecciones y democracia
95-98; seretira de la Sociedad de
Naciones 96; gestin de la
en
sis, 114-115; y el Nuevo Orden
114, 125; control de la planifica
cin
en, 115-116; elite gober
nante, 116-117, 122-126; sistema
y p la ni fi ca ci n
econmicos
125 127 210 456 458 459 462-
467, 471-474, 475-485, 486-488,
493 494 497 498 500 502 517-
518, 534-535, 567-569; institu
ciones conservadoras 127; Pacto
Germano-sovitico (1939), 130,
167 217 406 425 505
548-550,
552; bsqueda de liderazgo, 143
144 creacin de nuevos das de
celebracin 161; antisemitismo
en, 194, 245-247, 255-256, 282,
308 310 336 393 433 662 672
724-725; cargos y Par tido
en
200-205, 207, 209-211; medidas
represivas para proteger la segu
ridad de Estado, 216, 224-232,
242-244, 248 254, 404-406, 536
537; teoras raciales-y genticas
218, 244-247, 283-305, 306-311,
320-321, 651-653, 657-659, 725;
Tribunal Popular Volksgerichts-
hof ,
227,236, 354; registro de las
v c timas de la represin
232
235-236; hostilidad al comunis
mo
243, 246, 253, 255, 373,
520, 522; hos ti lidad a los inde
seables sociales, 244-245, 254
255, 308-310, 319; esterilizacin
obligator ia , 245, 286, 657 '658,
730; revueltas obreras 249; con
f iden te s de la pol ic a y
denun-
cias de pblico, 250-253; siste
ma de campos de concentracin
253 310 466 681-689, 693-697,
703-705, 706-707, 714-717; re
construccin urbana
y planes
de
reasentamiento 265-268 270;
desarrollo de los territorios con
quistados, 266-268;
Y
el ideal de
comunidad
272-273, 277, 280
283, 307; desarrollo industtial y
econmico
276-280; diferencias
de clase en, 280-282; y degene
rados biolgicos, 286-287, 308
311, 657-658; Y la Ley para la
Prevencin de Descendencia
con
Enfermedades Hereditarias (1933),
286; el matrimonio y la familia
en, 287-288, 305-307; centros de
exterminio co n gas, 309-311; y
reconstruccin. social 318-322;
la r el ig in y la Iglesia en, 335
346 el Derecho y la just icia en,
346:348,350-351,352-357; cdi-
877