oraculo 24

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ISSN 1909 2865 2011 n Maestros de la Caricatura ISSN 1909 2865 / 2011 No.24

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oraculo 24

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Page 1: Oraculo 24

ISSN 1909 2865 2011 n

Maestros de la Caricatura

ISSN 1909 2865 / 2011 No.24

Page 2: Oraculo 24

José María López (1939)

Política y dibujo se fundieron en Pepón

Armando Buitrago (1936)Timoteo, genio del lápiz y de los silencios

Jairo Barragán (1949)

Naide o el discreto encanto de la sátira

30

¡Qué maestros estos maestros!

4

6

8

Antonio Caballero (1945)El eterno opositor a todas las causas

Medio siglo derasguños certeros y afi lados

Héctor Osuna (1938)

10

12

15

17

17

21

23

3

La situación colombiana desde hace un siglo, y quizá más, tiene muchas

cosas de caricatura: políticos torcidos, realidades deformadas, solu-

ciones que son una burla a los problemas, y decisiones que son todo

un chiste. Tal vez por eso, Colombia es un país de grandes caricaturistas, de

verdaderos maestros del ofi cio.

Y es que expresar en un simple dibujo toda la carga de un aconteci-

miento, que siempre es fruto de un proceso histórico con todas sus aris-

tas, sus complejidades, sus antecedentes, eso es un arte mayor. Lo que un

reportero intenta revelar o denunciar en dos cuartillas, un caricaturista de

los buenos lo despacha en cuatro trazos. Y además le encima el humor, con

lo cual la realidad, sin dejar de ser horrible, se logra asimilar con el paliativo

de ese derecho al sarcasmo, a la ironía, que debería entrar en las garantías

ciudadanas de cualquier constitución.

La antología que entregamos ahora de 13 maestros colombianos del

dibujo y el humor es una forma humilde de decirles a ellos cuánto agrade-

cemos lo que han hecho, desde Ricardo Rendón fl agelando a la ‘godarria’

que se dejó quitar Panamá y silenció las matanzas bananeras, hasta Vladdo

fustigando a quienes dejaron escapar a Pilar Hurtado a Panamá, o silenciaron

las masacres paramilitares.

Los caricaturistas saben que trabajan sobre una desventaja: la coyuntura

solo la entienden los contemporáneos en todos sus pormenores. Dibujar

coyunturas es saber que un mensaje no tiene la vigencia eterna de lo escrito,

y que una generación más adelante no se entenderá del todo quiénes eran,

qué decían y qué querían decir esos seres atrapados en una viñeta. Una

excelente caricatura no le apuesta a la perpetuidad, sino a la contundencia

del momento. Por eso fue enorme Rendón, y lo fue Chapete y lo es Osuna.

La lista de estos trece maestros, restringida y a veces injusta como sue-

len ser las antologías, es en un plano más ampliado un gran homenaje a la

caricatura colombiana. Gracias a la maestra Beatriz González por sus luces,

a Álvaro Montoya por su sabiduría, y a Rubén Darío Bustos (Rubens) por su

modestia y espíritu de colaboración.

Sergio Ocampo Madrid. / Editor.

EditorialEn este número ê

El arte mayor de vivir y morir en pocos trazosRicardo Rendón (1894-1931)

El misterio de un hombre que pintaba geometrías

Jorge Franklin (1910-?) El otro hombre que murió antes de tiempo

Hernán Merino (1922-1973)

Hernando Turriago (1923 – 1997)El azote del dictador

Carlos Mario Gallego (1959)Mico es Tola, pero también es Maruja

25 27

Diego Herrera (1961)

De Mesitas del Colegio para el mundo

Vladimir Flores (1963)Vladdo, una manía que se volvió semanal e imprescindible

Julio César González (1969)

Matador, la caricatura para burlar al poder

Redacción: Arriba de izquierda a derecha, Diana Salazar, Marcela Peña, Eduardo Bonces, Diana Nova, David Osorio, Andrea Melo, Daniel Guerrero, Luis Fernando Ardila,

Catalina Luna, Sergio Ocampo (Editor) y Juan Fernando Quiroga. Abajo de derecha a izquierda, Daniel Vásquez, Diego Ospina, Catalina Sánchez, Orlando Valencia (Director

gráfi co), Cielo Adriana Fierro, Viviana Triana, Juliana Izquierdo, Paula Fuentes, Marvi Suárez y Willinton Viuche.

Consejo Editorial: Luz Amalia Camacho, Rosabel Sánchez , Victoria González

Impresion: Departamento de Publicaciones Universidad Externado De Colombia

Las opiniones expresadas por los autores no corresponden necesariamente a las de la Universidad

Revista Oráculo es una publicación de los estudiantes del Énfasis de Periodismo

Page 3: Oraculo 24

4 5

Esa mañana, como todas, el café La Gran Vía

estaba atestado de botellas de aguardien-

te y cerveza a medio tomar. El negocio,

ubicado en la carrera séptima entre calles 17 y

18, era uno de los más populares de Bogotá. Él

entró, saludó a don Manuel, el dueño, pidió una

cerveza y un cigarrillo. Sobre una de las mesas

esmaltadas del reservado hizo una caricatura

de sí mismo y escribió en la charola “suplico

que no me lleven a casa”. Luego levantó su Colt

calibre 25 y se disparó en la cabeza. Era 28 de

octubre de 1931 y todo el café se estremeció

con el estruendo. Cuando los curiosos fueron a

ver descubrieron que Ricardo Rendón, el mejor

caricaturista colombiano de la época, agonizaba

sobre un charco de su propia sangre. Hacía cua-

tro meses había cumplido 37 años.

Por la pluma de Rendón pasaron más

de 400 personalidades de la vida nacional,

entre ellos Pedro Nel Ospina, Miguel Aba-

día Méndez, el general Alfredo Vásquez

Cobo y Guillermo León Valencia. “Colom-

bia”, la “Democracia”, la “Res-pública”, la

“Constitución” y los “Jinetes del Apoca-

lipsis” fueron algunos de los personajes

que creó para narrar los problemas del

país. Dibujó a Jorge Eliécer Gaitán infl ado

como un globo por Fidel Cano, al clero in-

deciso entre dos candidatos conservado-

res y a El Tiempo y El Espectador como un

par de chulos esperando la muerte del Parti-

do Republicano. Como dice Álvaro Montoya,

periodista especializado en caricatura, fue un

insobornable.

Una tarde, cuando Rendón tenía 6 o 7 años

y aún vivía en su natal Rionegro (Antioquia) se

encerró en su cuarto sin razón aparente. Sus pa-

dres intentaban abrir. “Nada. Él no salía. No se

supo bien cómo entraron. Allí estaba, embadur-

nado de carbón. Dibujos de mujeres y hombres

llenaban las paredes hasta donde daba la estatu-

ra del niño. Eran los campesinos que veía por la

ventana el día de mercado”, escribe María Teresa

Ronderos en su libro 5 en humor.

Años después, su padre don Ricardo tras-

ladó a la familia a Medellín. El joven Rendón re-

cibió clases de dibujo con el maestro Francisco

A. Cano, quien afi rmaba: “Rendón es único y for-

midable. Es un maestro de la composición que

haría honor a cualquier Escuela de Bellas Artes

en la cátedra”, según cita Miguel Escobar Calle

en su texto Ricardo Rendón: El Humor hecho sátira.

Y, efectivamente, Cano llamó a Rendón en 1923

para que asumiera las clases de dibujo y pers-

pectiva en la Escuela de Bellas Artes de Bogotá,

labor que desempeñó hasta 1926.

León de Greiff, Félix Mejía Arango, Libar-

do Parra Toro y Fernando González no solo

compartieron el honor o la desgracia de ha-

ber sido caricaturizados por Rendón, sino que

además participaron con él en las acaloradas

discusiones de Los Pánidas. Este fue un grupo

de jóvenes con aspiraciones literarias y poé-

ticas que publicaron en la revista del mismo

nombre. Uno de los primeros trabajos

profesionales de Rendón fue ilustrarla.

“La revista nació en homenaje

a Gabriel Uribe Márquez, uno de los

hermanos de los líderes socialistas

de la década del veinte, quien se ha-

bía suicidado en Londres en 1914. Su

muerte inició un ciclo de suicidios que

distinguió en buena medida a esta ge-

neración”, dice Gilberto Loaiza Cano

en el prólogo de Nueva antología de Luis

Tejada. Cuatro de los trece panidas se

quitaron la vida: Ricardo Rendón, José

Gaviria Toro, Teodomiro Isaza y Carlos Loza-

no y Lozano. Así nació la leyenda de que entre

ellos había un pacto de muerte.

Pese a las muchas noches de bohemia y

camaradería que vivió junto a ellos, parece que

ninguno llegó a conocer a fondo a Rendón. “Du-

rante cinco años lo traté, lo vi siempre pálido,

parco de palabras, enamorado, y nunca habló de

su arte ni de sí mismo”, escribió Fernando Gon-

zález en su texto Ricardo Rendón.

Defi nitivamente entre ellos y Rendón

siempre existió una distancia. “No se sabía

cuándo se había ido ni hacia dónde; nos miraba

con sus ojos penetrantes y sólo mucho tiempo

después comenzábamos a extrañar su ausencia,

a echar de menos su silencio”, escribió Alberto

Lleras en sus Memorias. “Yo, en su mesa, a su

lado, cuando nos sorprendió más de una alba

pueril o dramática en largos paseos sin hablar,

en confraternidad aparente de cuerpos, siem-

pre me sentí abrumado y perplejo, tanteando en

su conciencia con preguntas que traicionaban

siempre mi deseo de excavar en su alma remo-

ta”, recordó Lleras en el discurso que pronun-

ció frente a la tumba del caricaturista.

Rendón ilustró La Semana, cartilla literaria

de El Espectador, y diseñó el indio de cigarrillos

Pielroja. Era un reconocido dibujante cuando lle-

gó a Bogotá en 1918. Ese mismo año, la revista

Cultura auspició una exposición de sus obras so-

bre la que Luis Tejada, cronista de la época, opi-

nó: “Sorprende ver la ironía sana, riente con que

el artista sabe tratar los asuntos”

Tejada sería uno de los allegados de Ren-

dón en Bogotá, así como Alberto Lleras, Felipe

Lleras y Luis Vidales, con quienes hacía parte

de un grupo intelectual conocido como Los

Nuevos. Con ellos agotaba noches y botellas

enteras en cafés como el Riviere o La Gran Vía.

Hablaban de política y de literatura hasta el

amanecer en una ciudad donde el clero toda-

vía hacía proselitismo desde el púlpito. “Enton-

ces estas gentes tan alertas a lo que pasaba en

el mundo estaban en una soledad provinciana

muy nociva, muy envenenada porque no tenías

más que tus amigos”, dice Juan Gustavo Cobo

Borda, poeta colombiano.

Cuenta María Teresa Ronderos en su libro

que el carácter hosco y taciturno de Rendón se

debe quizás a su historia con Clarisa. Cuando el

joven dibujante aún vivía en Medellín la conoció

y se enamoró locamente. Quiso casarse pero

los padres de la muchacha se opusieron. Cuando

Clarisa quedó embarazada Rendón creyó que

ahora sí podrían vivir juntos y estaba dichoso.

En cambio los padres decidieron enclaustrarla y

ponerla a trabajar. La joven se debilitó y murió.

Desde entonces Ricardo Rendón mantenía un

eterno luto y siempre vestía de negro.

Rendón siempre fue simpatizante de los

liberales y desconfi aba de los Estados Unidos,

representados por él en la fi gura del Tío Sam.

Aun así defendió las ideas del Partido Republica-

no desde las páginas de La República, de Alfonso

Villegas, entre 1921 y 1923.

Con su paso a El Tiempo, en marzo de

1928, Rendón se convirtió en el primer cari-

caturista profesional del país. “Lo que pasa es

que Rendón era un protegido de Eduardo San-

tos. Él le dio un sueldo como caricaturista de El

Tiempo. Nadie se lo soñaba en ese momento”,

cuenta Cobo Borda. Trabajaba con exclusividad

para el diario y ganaba 1.200 pesos mensuales

en un momento en que el billete de más alta

denominación era el de 5 pesos. Santos se con-

virtió en el mecenas de Rendón y El Tiempo

publicó dos álbumes con sus caricaturas que

resultaron ser un fracaso comercial.

Ganaba más que el presidente y nunca

tuvo una casa propia, aunque la quiso. Derro-

chaba su dinero en los cafetines mientras se

emborrachaba a punta de cerveza y aguar-

diente casi todos los días, pero guardaba lo

sufi ciente para pagar el arriendo. “Vivía con los

papás y los mantenía. Fue buen hijo –comenta

Álvaro Montoya–; tal vez por eso escribió ´su-

plico que no me lleven a casa´”. El nombre de

su vivienda era La Gioconda y estaba ubicada

en la calle 18 con carrera quinta.

“Yo creo que el genio de Rendón es preci-

samente como una especie de agilidad punzante

para aislar los dos o tres rasgos que permitan

abarcar toda una generación”, cuenta Cobo

Borda. “Los plantea desde una perspectiva muy

moderna con pocas líneas pero cada línea muy

expresiva. No se fi ja en nada accesorio sino que

se fi ja en lo esencial. Entonces despoja; más que

pintar lo que hace es despojar”, comenta Borda.

Despojaba a los gobernantes de ese halo

de majestuosidad. Le mostraba a la gente que

en realidad el rey estaba desnudo y lo hacía

con la impunidad propia del loco del pueblo.

Todos se reían, y tal vez por eso el maestro

Rendón solía decir: “el aguijón siempre viene

forrado de miel”.

En los últimos días de su vida Rendón pu-

blicaba poco. Después del regreso de los libera-

les a la Presidencia en 1930 con Enrique Olaya

Herrera, parecía que a Rendón se le agotaba el

tema. “Le pasó lo peor que le puede pasar a un

caricaturista: ganó, es decir se acabó la hegemo-

nía conservadora”, cuenta Álvaro Montoya.

Luego del estruendo que “sonó como un

vidrio roto”, según narró El Tiempo al día siguien-

te, Rendón fue trasladado a la casa del doctor

Manuel V. Peña. Allí murió a las 6:20 minutos de

la tarde, 7 horas después de haberse disparado

con el revólver número 94.163. Al día siguiente,

El Tiempo publicó extensas notas sobre el falle-

cimiento, pésames de diferentes personalidades

y un dibujo hecho durante su agonía por el di-

bujante Serrano. Esa misma semana publicó un

boceto de Rendón sin terminar. El entierro fue

multitudinario.

El arte mayor de vivir y morir en pocos trazos

Crítico ácido de la política, gran fi sonomista, bohemio, es el gran pionero del humor gráfi co. ¿Qué hubiera pasado con la caricatura colombiana si Ricardo Rendón hubiera vivido 30 años más?Por: Marcela Peña y Eduardo Bonces

Ricardo Rendón (1894-1931)

Page 4: Oraculo 24

Estuvo condenado a muerte por el franquismo. Se salvó y volvió al país para revolucionar la caricatura con sus cubos y prismas, y se fue en el 48 a EE.UU para desconectarse casi del todo de Colombia. Si sigue vivo, anda por los 101 años.Por: Paula Andrea Fuentes Baena y Xochilt Juliana Izquierdo Acosta

Jorge Franklin (1910-?)

Imág

enes

Rev

ista

Sem

ana

(194

6 a

1961

)

STALIN El amo detrás de la cortina

1.“GANDHI ...Símbolo eterno”, 2. “LUIS

CANO Sesenta años de Espectador”, 3.

“PROFESOR BELISARIO LUIS WILCHES

Cifras astronómicas y un espíritu alegre”,

y, 4.“SALVADOR DALÍ Jugando a ser un

genio, se llega a serlo”.

6 7

El misterio de un hombre que pintaba geometrías

“−¿Su nombre?

−Jorge Franklin.

−¿Edad?

−Veintisiete años.

−¿Ofi cio?

−Dibujante.

Cuando dije dibujante [el comisario] levan-

tó la vista y me miró con un gesto de desprecio.

Sostuve su mirada sin inmutarme.

−¿Conque dibujante, eh? –dijo recalcando

sus palabras.

−Sí señor. DiBUJaNtE –contesté del mismo

modo”.

El anterior diálogo hace parte del interro-

gatorio que el comisario de una jefatura

de policía de Barcelona le realizó al cari-

caturista colombiano Jorge Franklin en épocas

en que el franquismo se imponía del todo en

España. Era 1939 y el generalísimo Francisco

Franco había derrotado a los republicanos en la

Guerra Civil, para dar comienzo a una dictadura

que duraría 36 años. El triste relato de la instau-

ración del franquismo quedará consignado por

el caricaturista seis años después en la Revista de

América bajo el nombre de El Documento Huma-

no. En esas memorias reposa el citado interro-

gatorio, como abrelatas de la vida en conserva

que el régimen le tenía preparada. Sin saberlo,

Jorge Franklin era, desde ese momento, un con-

denado a muerte.

Franklin nació en Bogotá en octubre de

1910. Hijo de William W. Franklin y María Jose-

fa Cárdenas, mostró su vocación por las artes

desde muy pequeño en las aulas del Colegio

San Bartolomé. Cuenta un artículo, publicado

en 1947 en la revista Semana, que sus dibujos

desde el primer momento desencadenaron las

risas de sus compañeros por estar invadidos de

cubos y demás fi guras geométricas que abier-

tamente chocaban con una todavía establecida

herencia del arte renacentista. Este mismo fenó-

meno sería descrito en 2011, por el estudioso

en caricatura Álvaro Montoya, como una “revo-

lución al arte fi sionómico”.

En 1929 sus dibujos le abrieron las puertas

de la revista Universidad, entonces dirigida por el

historiador, político y ensayista Germán Arcinie-

gas. Éste describió el trabajo de Franklin, en un

artículo de bienvenida al nuevo dibujante, como

un talento innato a la captación del movimiento,

a la capacidad de congelar en el trazo rasgos

y gestos inherentes a cada persona retratada.

“Franklin –rezaba el artículo– posee el don de

dar una cantidad geométrica a la expresión,

convertir una nariz en un prisma, y reducir una

boca a un cubo”.

Según Carmen Ortega, autora del Diccio-

nario de artistas en Colombia, ese mismo año

Franklin dibujó para El Espectador en una serie

titulada Los presidenciables. Meses después, via-

jó a España en donde estudió dibujo, pintura y

escultura. En los años siguientes, y an-

tes de caer preso, dejó su marca

en las revistas Fragua y Umbral de

Valencia, en los murales que realizó

para películas en exhibición en Ma-

drid y en la publicación que fi nalmen-

te lo llevó a las cárceles de Barcelona:

Solidaridad Obrera. Era ésta la revista de

la Confederación Nacional del Trabajo en

donde Franklin apoyó abiertamente la lu-

cha republicana, dándoles una excusa a los

nacionalistas para apresarlo. Su delito: ridi-

culizar al generalísimo a través de sus dibujos.

Franklin se convirtió así en testigo de

las bases de una dictadura que amenazaba con

erradicar cualquier vestigio de dignidad huma-

na en aquellos que consideraba seres peligro-

sos o inferiores. Era el triunfo del fascismo. En

su Documento Humano, Franklin cuenta cómo

fue trasladado dos veces de prisión, no a cár-

celes convencionales sino a viejas bodegas que

hacían las veces de calabozos. Allí convivió en

celdas, destinadas a no más de quince perso-

nas, con cerca de 700 hombres. Una diminu-

ta claraboya en el techo era la única luz que

recibían, mientras que el baño era una letrina

hedionda ubicada en la esquina de la habita-

ción. Eran tantos, que no era posible acostar-

se o sentarse para descansar, por lo que solo

podían estar de pie uno muy cerca del otro. El

hacinamiento y la falta de ventilación hicieron

proliferar las enfermedades y las plagas. Piojos

y sarna empezaron a expandirse y fi nalmen-

te él cayó enfermo. La sarna invadió la parte

inferior de su cuerpo y los pies se le infecta-

ron, hasta el punto de no poder caminar por

el dolor. Solo en ese momento, sus guardias

permitieron que un médico lo revisara.

Pese a que su salud era cada vez más débil,

Franklin esperaba ansioso el encuentro con el

cónsul de Colombia, Eduardo Guzmán Esponda,

pues uno de sus guardias lo había contactado

refi riéndole su caso.

Aunque su pesadilla en España concluiría

gracias a la intervención del cónsul, Franklin

nunca pudo olvidar esos terribles momentos.

Sus pocos consuelos eran las conversaciones

nocturnas, y a susurros, que mantenía con sus

compañeros de celda, y las ilustraciones que

desde un inicio pudo realizar en una pequeña

libreta de papel.

En 1941 Franklin regresó a Colombia, se

casó con Graciela Pachón Padilla y tuvo dos hi-

jos: Jorge y Billy. En los años siguientes su talento

se refl ejó en diversas publicaciones: las revistas

Crítica, Sábado, El Liberal, Comandos y el periódico

El Tiempo. En 1946 entró a trabajar en la revista

Semana, de Alberto Lleras Camargo. Allí hizo de

los principales personajes de la escena socio-

política, elaboradas fi guras geométricas. Políti-

cos del momento, nacionales e internacionales,

se convirtieron en los rostros que quedaron

plasmados para siempre en sus portadas duran-

te el periodo 1946-1961.

El entonces presidente Mariano Ospina

Pérez, el líder liberal Jorge Eliecer Gaitán, el

profesor y director del Observatorio de Geofí-

sica Belisario Ruiz Wilches, la reina Isabel de

Inglaterra, el dirigente conservador Laureano

Gómez, el líder de la Unión Soviética José Stalin,

el periodista Enrique Santos Castillo, el poeta

Juan Lozano y Lozano, y el comandante de la

revolución cubana Fidel Castro, fueron algu-

nos de los que Franklin recreó con su pluma.

La portada de Fidel Castro, sin embargo, tiene

especial importancia puesto que fue ésta, en

1961, la responsable de que la revista cerrara,

para permanecer fuera de circulación durante

los siguientes 20 años, según cuenta Semana en

su página web.

En 1948, según Carmen Ortega, viajó a Es-

tados Unidos y desde ese momento se radicó

en diversos domicilios y en distintas ciudades,

desde donde serían cada vez más escasos los

contactos con su país natal.

Aunque su recorrido fue amplio y su arte

innovador, actualmente solo unos pocos reco-

nocen su nombre entre los grandes maestros

colombianos de la caricatura. Próximo a cum-

plirse los 101 años de su nacimiento, nadie

sabe de su paradero ni si continúa vivo o ya

está muerto. Los detalles de su existencia en

los últimos cuarenta años, compilados por sus

familiares, se perdieron cuando se extravió el

sobre enviado a Colombia con destino a Beatriz

González, una de las más reconocidas maestras

de la pintura y el humor gráfi co, y quien en 2009

hizo la curaduría de la exposición “La caricatura

en Colombia a partir de la independencia”. La

historia de Jorge Franklin termina rodeada de

misterio, como corresponde a las grandes le-

yendas de cualquier arte.

Page 5: Oraculo 24

maba Michín. Fue el segundo de los doce hijos

del matrimonio de David Merino y Celia Puerta.

Todo estaba dado para que fuera pintor: antes

de los 12 años ya se entrenaba en acuarela y

grabado; antes de la mayoría de edad iba muy

avanzado en la escuela de Bellas Artes de Me-

8 9

Cuando tenía 15, y sin terminar el bachille-

rato, Hernán Merino se atrevió a pedirle

una cita al rector de la Escuela de Bellas

Artes de Manizales. La intención era pedirle un

cupo en la institución porque quería ser pintor.

Su hermano Javier acababa de ser admitido y él

no podía quedarse atrás. Luego de porfiar un

rato, de insistirle que era muy joven todavía, que

debía esperar, el rector (quizá para quitárselo

de encima) le puso una prueba de la cual depen-

dería o no su ingreso.

“Pínteme unos zapatos y si le quedan bien,

ya veremos…”, dijo el hombre.

El resultado fue tan sorprendente que Me-

rino no solo entró a la academia sin terminar el

bachillerato, sino que el rector terminó enmar-

cando el cuadro y colgándolo en su oficina. La

anécdota la refiere su hija Gloria Merino, pro-

fesora de la Universidad Nacional y la persona

que mejor guarda el legado de su padre para la

caricatura colombiana.

Hernán Merino nació el 16 de agosto de

1922 en la calle Palau, en el centro de Bogotá, a

media cuadra del parque Santander. Creció en

Manizales, donde a los 9 años ya estaba publi-

cando sus dibujos para una revista que se lla-

El otro hombre que murió antes de tiempo

Su vida estaba dispuesta para la pintura, pero la violencia lo arrojó a la caricatura. Fue maestro de Fernando Botero, contertulio de Pedro Nel Gómez, y el socio de Chapete contra el dictador.Por Willington Viuche

dellín, adonde se trasladó la familia, y su padre lo

estimulaba todo el tiempo para que no cesara

en su sueño de ser artista.

Sin embargo, esa pasión terminó muriendo

una tarde de 1952. Gloria, su hija, inclusive pue-

de dar la fecha exacta porque corresponde a

un suceso de la historia colombiana. Fue el 6 de

septiembre de 1952, cuando una turba enfureci-

da incendió El Tiempo y luego hizo lo mismo con

El Espectador, ambos sobre la avenida Jiménez.

En el edificio del último diario, tenía Merino su

oficina y un salón lleno de pinturas a punto de

exhibir en una galería de Bogotá. Todo se que-

mó. A partir de esa tarde, Merino no volvió a

pintar y se dedicó exclusivamente al dibujo.

Maestro de maestrosVolviendo a sus primeros tiempos como

pintor, estando ya en Medellín le ofrecieron ser

profesor de dibujo en las universidades Boli-

variana y de Antioquia. Tenía apenas 17 años y

todos sus alumnos eran mayores que él. Uno de

ellos se llamaba Fernando Botero y aún faltaba

mucho para que empezara a pintar los gordos

que le darían fama mundial.

Su entrada al periodismo también tiene fe-

cha exacta y se produjo antes de cumplir los 17

años, para seguir con esa línea de precocidad y

anticipación que será un sello en su vida. En el

libro Hernán Merino, escrito por Claudia Men-

doza y Beatriz González y publicado en 1987

por el Banco de la Republica, se cuenta cómo en

1938 el joven dibujante ganó mucho renombre

luego de hacer un boceto de la declamadora

argentina Bertha Singerman. El primer diario en

pedirle un trabajo fue El Colombiano.

Doce pesos mensuales se ganaba Merino

por trabajar en la Litografía Arango de Medellín,

un sueldo excepcional que lo eximía de rebuscar

otras labores para completar los gastos del mes.

Antes de los 20 años conoció al muralista Pedro

Nel Ospina y terminó departiendo con la crema

y nata de la intelectualidad paisa como miembro

del Grupo de los seis, junto a Ospina, a Rodrigo

Arenas Betancourt, al futuro presidente Belisario

Betancur, y a los poetas Carlos Castro Saavedra,

Octavio Gamboa y Jorge Montoya.

En 1946 decidió trasladarse a Bogotá,

donde empezó a laborar en dibujo publicita-

rio, pero al poco tiempo fue llamado por Al-

berto Lleras para trabajar en Semana y luego

considerarse como el periodo clásico, es Me-

rino quien inaugura la caricatura moderna “con

volumen, con el sistema de sombreado, y con

un sistema de plantillas de trama llamado craftin

para fondos y sombras”.

Este modelo desarrollado por el artista

constituyó el cambio más significativo en la

historia del género en Colombia visto desde

la técnica. Así consta en el libro de Beatriz

González La caricatura en Colombia a partir de

la independencia.

Algo que llama mucho la atención a Glo-

ria Merino, su hija, es que las caricaturas de su

padre siguen teniendo plena vigencia hoy, por la

técnica, por el efecto especial que consigue en-

tre el emisor y el observador, pero sobre todo

porque el país no parece haber cambiado mu-

cho. “Los temas que retrataba mi papá eran la

inseguridad en la ciudad, las obras que se termi-

nan a las carreras, las inundaciones, la pobreza”,

dice ella mientras aferra el libro que sobre su

padre editó el Banco de la República.

Los últimos cinco años de su vida, Merino

entró a trabajar exclusivamente para El Tiempo.

A finales de 1972 se ganó una beca para viajar

a Estados Unidos como caricaturista, pero en

enero de 1973 le descubrieron un cáncer. Si-

guiendo esa constante que mostró a lo largo de

su vida de enfrentar las cosas siempre de mane-

ra prematura, el 9 de marzo murió rodeado de

su familia. Tenía 51 años.

Hernán Merino (1922-1973)

en El Espectador. Luego del incendio de sus

pinturas por la turba conservadora, se fue a

Nueva York, se ubicó como dibujante en Sa-

turday Review y en Catholic Digest y también

publicó algunas tiras cómicas. A los dos años

regresó con el lápiz más afilado que nunca y

lo dirigió en contra de la naciente dictadu-

ra de Rojas Pinilla. Fue el tiempo en que se

acercó a Chapete, con quien terminó creando

un personaje legendario para la caricatura co-

lombiana: José María, un campesino agobiado

por la violencia y la incertidumbre. En el café

Automático protagonizó grandes tertulias

con Chapete, Klim y Pepón. Y también con

Chapete y Enrique Carrizosa hizo El lápiz má-

gico, un extraño noticiero de televisión en el

que ellos pintaban la actualidad y Gloria Va-

lencia de Castaño la comentaba.

En esa época conoció a Leonor Lozano,

con quien se casó y tuvo dos hijos, Fernando

Alonso y Gloria Elena.

Cuenta la revista Credencial en su edición

número 10 que Merino también ilustró los es-

critos y poemas de sus amigos Rogelio Echava-

rría, Manuel Mejía Vallejo y Eddy Torres, entre

otros. Además caricaturizó a Gabriel García

Márquez en 1967 cuando el escritor publicó

Cien años de soledad.

Según el investigador Miguel Escobar, lue-

go de la influencia arrolladora de Rendón en la

caricatura de las primeras décadas, que puede

Page 6: Oraculo 24

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Hernando Turriago (1923 – 1997)

El azote del dictador

Bogotano raizal, liberal al extremo, fue el caricaturista que estu-vo en la cárcel varias veces porque sus dibujos no le gustaban a Gustavo Rojas Pinilla.Por: Catalina Luna y Juan Mattos

“Ayer dejó de existir en Bogotá, a la edad

de 76 años (sic), Hernando Turriago Ria-

ño, el conocido caricaturista Chapete. Sus

exequias se efectuarán hoy en la iglesia San Luis

Beltrán, del Polo Club, diagonal 86A No. 31-60”.

Es la información que publicó El Tiempo el

21 de junio de 1997 para referir la muerte de

uno de los caricaturistas más importantes del

siglo XX en el país, y el más emblemático de

los que padecieron, por cuenta de sus dibujos,

la persecución de la única dictadura colombiana

en cien años, la de Gustavo Rojas Pinilla.

El tiempo, el cronológico, se ha dado a la

tarea de hacerlo olvidar y lo ha conseguido. La

misma suerte ha corrido ́ José Dolores´, el cam-

pesino hecho a lápiz por él, en creación a cuatro

manos con Hernán Merino (otro caricaturista

enorme), que se dolía de su situación de mise-

ria y desencanto desde las páginas de El Tiempo

para dejar constancia de las intensas preocupa-

ciones sociales de un país que se hundía en la

violencia política.

´José Dolores´ llevó varias veces a la cár-

cel a Chapete, pero también le significó ganar el

premio Mergenthaler, en 1956, por su oposición

frontal a la dictadura de Rojas Pinilla y la lucha

por la libertad de expresión.

Para cuando nació Chapete en Bogotá,

en 1923, hacía tres años se había estrenado

el expresionismo alemán con El Gabinete del

Doctor Caligari, y hacía uno se había publica-

do el Ulises, de Joyce, descubierto la tumba de

Tutankamón en Egipto, y fundado la URSS. Los

conservadores llevaban casi cuatro décadas

en el poder en Colombia, sin responsabilida-

des por la pérdida de Panamá ni los miles de

muertos de la Guerra de los Mil días.

Como buen bogotano, Hernando Turriago

estudió en el Gimnasio Moderno, aunque antes

pasó por el Liceo de la Salle. Fue en sus épo-

cas de gimnasiano cuando se ganó el apodo de

Chapete, un sobrenombre puesto por su gran

parecido con el inseparable amigo del Pinocho

de las tiras cómicas, a quien probablemente na-

die conozca pues hizo parte de una serie de

publicaciones de 1917 a la que el ilustrador Bar-

tolozzi llamó Pinocho y Chapete.

Posteriormente, en la desaparecida Acade-

mia Ramírez estudió pintura. Allí inventó El Tá-

bano, un impreso en el que caricaturizaba a los

maestros y a sus propios compañeros. En 1938,

cuando finalizó el colegio, decidió ingresar a la

Escuela de Bellas Artes de Bogotá donde estu-

dió Dibujo y Caricatura Aplicada a la Publicidad.

A partir de ese momento tomaría el rumbo que

lo marcaría toda su vida.

Para 1944, y por invitación de Enrique

Santos Montejo, el célebre Calibán, Hernan-

do Turriago vio por primera vez publicada

una caricatura suya en el periódico El Tiempo,

donde colaboró hasta 1988, año en el que no

volvió a dibujar.

En septiembre de 1947 le propuso ma-

trimonio a Blanca Posada con quien pasaría

el resto de sus días y tendría once hijos. Ese

mismo año se trasladó a Estados Unidos don-

de trabajó hasta 1950 para compañías como

la Quality Art Novelty, una firma alemana de

películas en dibujos animados, y para el depar-

tamento visual de la ONU.

Aparte de José Dolores, dos personajes

son los más recordados de Chapete: uno es un

huevo que caminaba, se movía, opinaba sobre

las vicisitudes que pasaba el país y su capital.

Para los habitantes de la Bogotá de 1950, cuan-

do Turriago volvió de Estados Unidos, fue muy

extraño empezar a encontrarse a un huevo en

todas las caricaturas que dibujaba. Un huevo

que de huevo solo tenía la forma: tenía boca,

ojos, manos, piernas y lo más importante era

que tomaba posición frente a las situaciones del

país y a las dificultades cotidianas de la vida. Es

memorable una publicación de 1966 cuando un

invierno muy fuerte azotó Bogotá y se vio al

huevo sin nombre en medio de la inundación

como un damnificado más. Al final es salvado

por un barril flotante.

Fue a partir de 1953, con el golpe de

Rojas Pinilla, cuando empezó el momento

estelar de Chapete con el inicio de la fuer-

te censura a la prensa. Ahí nació el segundo

personaje, Gurropín, que es una deformación

del general Rojas Pinilla para mostrar la mez-

quindad de su régimen.

Turriago era un cachaco cabal y como tal

hacía girar su vida alrededor de la emblemática

avenida Jiménez. Allí, en la esquina suroriental

de la séptima, estaban las instalaciones de El

Tiempo, donde trabajaba. Dos cuadras más arri-

ba, en la quinta, se alzaba el sitio donde pasaba

horas y horas al día: el café Automático, en el

edificio Parque Santander. Ya casi nadie recuerda

que este café albergó a los poetas, a los inte-

lectuales, a los académicos más importantes del

país por varias décadas y se constituyó en un

lugar trascendental para la cultura colombiana.

Ahora, en su lugar, hay un restaurante llamado

Glück, cuyo dueño, Fernando Lozano, no tiene

ni idea de las glorias que albergó ese recinto

cincuenta años atrás.

Justamente en ese café, Chapete tomaba

tinto con su muy cercano amigo Hernán Meri-

no, otro caricaturista enorme. Seguramente, en

más de una mesa y al calor de un trago, estos

dos gigantes del humor gráfico decidieron, en-

tre risas, a quién le iban a clavar los dardos de

sus dibujos en la siguiente edición.

Fue con Merino y con Enrique Carrizosa

que Chapete se convirtió sin sospecharlo en

uno de los pioneros en Colombia de una in-

vención que habría de cambiarlo todo. En 1954

el país estrenaba la televisión, y Gloria Valencia

de Castaño se iniciaba en ella con un programa

llamado Lápiz mágico, que vio la luz el 3 de sep-

tiembre de ese año, y en el cual los tres caricatu-

ristas dibujaban sobre los sucesos políticos más

importantes de la semana, y la presentadora los

comentaba de un modo crítico. Siendo la TV un

juguete traído por Rojas Pinilla, era obvio que el

programa no durara mucho tiempo al aire.

Hoy es probable que el fantasma de Chape-

te siga rondando estos sitios, si es cierto aquello

de que los espíritus se mueven por los lugares

en los que vivieron. Si es así, debe ser doloroso

constatar que nadie se acuerda de él.

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Cuando en julio de 1986 el papa Juan

Pablo II visitó Colombia, fue recibido

por el presidente Belisario Betancur

en la Casa de Nariño. En un corto recorri-

do por la sede presidencial, el mandatario

le mostró el cuadro de una monja gorda, de

Fernando Botero, que el Pontífi ce se quedó

mirando interesado.

“Tengo varias quejas de esa religiosa, su

santidad –le dijo Betancur al Papa–. En la no-

che, se sale del cuadro y se va a visitar redac-

ciones de periódicos y luego me mete en líos”.

No es claro si Juan Pablo prometió to-

mar cartas en el asunto, pero ahí se enteró

con seguridad de que el caricaturista más im-

portante de Colombia en el último siglo se

llamaba Héctor Osuna, y que dibujaba a una

monja llamada sor Palacio, la cual en un prin-

cipio miraba las cosas desde el sitio donde

estaba colgada y cuestionaba las acciones del

gobierno, pero en los últimos años del man-

dato Betancur la religiosa se salió del cuadro

y se convirtió en la crítica más despiadada del

jefe de Estado.

Esta anécdota la refi ere el ex presidente

Betancur en una columna de El Espectador pu-

blicada el 7 de marzo de 2009, cuando Osuna

cumplió cincuenta años de haber publicado

su primera caricatura, en El Siglo. Ese día, el

Medio siglo de rasguños certeros y afi lados

Héctor Osuna (1938)

Osuna es una leyenda viva del periodismo y el hombre con más años de vigencia entre los periodistas colombianos. Huraño, difícil, quizá misántropo, nadie le compite el título de maestro de maestros en la caricatura de los últimos cien años.

país le rindió un homenaje a este hombre tan

católico como el Papa, y quizá más conser-

vador que él; considerado además como el

último laureanista de Colombia, pues con el

paso de los años su admiración por el ex pre-

sidente Gómez no ha parado de crecer. Así lo

revelan amigos suyos tan cercanos como el

periodista Álvaro Montoya.

No es fácil entender cómo un personaje

absolutamente libérrimo, que no matiza sus

dardos cuando tiene que cuestionar hasta

a cardenales y papas, que ha satirizado con

la misma mordacidad y espíritu crítico a 13

gobiernos de distintas pelambres, es un irres-

tricto seguidor de “El hombre tempestad”, el

ex presidente que con el paso de los años se

convirtió en sinónimo de represión política y

violencia de Estado.

Esa parece ser apenas una de las contra-

dicciones del gran maestro Héctor Osuna,

quizás el líder de opinión con mayor vigen-

cia en Colombia desde los años del Frente

Nacional, pero al mismo tiempo uno de los

hombres más tímidos y menos dados al pro-

tagonismo. La timidez de Osuna queda plena-

mente retratada en el libro Cinco en humor,

de María Teresa Ronderos. Ahora bien, su

carácter huraño y hosco es casi tan legenda-

rio como sus caricaturas. La pintora Beatriz

González, quien hace dos años sirvió de cu-

radora de una retrospectiva de la caricatura

colombiana desde la independencia, cuenta

que jamás pudo hablar con él pues el maestro

se negó de modo reiterado a recibirla. “Infor-

tunadamente a Osuna lo rebasan los odios”,

dice ella.

Inclusive, para esta edición de Oráculo

se hicieron trece intentos telefónicos, pero

nunca fue posible contactarlo. Tampoco ac-

cedió a responder un cuestionario que se le

hizo llegar con su amigo Álvaro Montoya a su

fi nca en Cajicá.

Por fortuna, es abundante la información

que existe sobre él, ya que puede conside-

rarse el caricaturista sobre quien más libros,

columnas y tesis se han escrito, pero además

al que más han celebrado y también refutado

desde columnas y hasta desde caricaturas.

Unos rasgos y unos rasguños Por esos textos se sabe que nació en

Medellín en 1938, en un hogar muy conser-

vador y que el infl ujo artístico le vino por

directa consanguinidad ya que su padre, Vi-

cente Osuna, era tipógrafo y escultor, y su

madre, Tulia Gil, era pintora. Desde muy pe-

queño comenzó a esbozar caballos y a di-

bujarlos, lo cual le dejó una línea precisa y

fl uida que lo convirtió en el gran retratista

que es, y que deja traslucir en los políticos

que dibuja, cuyos rasgos, gestos y hasta acti-

tudes no dejan dudas sobre los personajes a

quienes está caricaturizando. “Uno reconoce

el personaje que Osuna quiere mostrar así

lo pinte de espaldas”, afi rma Lisandro Duque

en columna publicada en El Espectador el 9

de marzo del 2009.

El origen de Sor Palacio, la monja que

mantenía asustado al presidente Be-

tancur, parece provenir di-

rectamente de sus años de

primaria en el colegio La

Presentación, de Medellín,

donde detallaba y dibuja-

ba minuciosamente los

atuendos y comporta-

mientos de las monjas que

regentaban el claustro.

El bachillerato lo hizo en Bogotá, en San

Bartolomé La Merced, donde también esbo-

zó algunos bosquejos para la Revista Bartoli-

na, y donde decidió que quería ser cura. A

los 15 años entonces optó por ingresar a la

Casa del Noviciado de la Compañía de Jesús,

en Santa Rosa de Viterbo (Boyacá). Por razo-

nes nunca explicadas, a los cuatro años colgó

los hábitos, o más bien nunca se los puso

porque todavía le faltaba mucho tiempo para

la ordenación. El camino escogido fue el De-

recho, pero a mitad de la ruta también se

arrepintió, y optó por emplearse en algún

medio de comunicación.

Al diario El Siglo llegó en 1959, en los ini-

cios del Frente Nacional. Era el destino natu-

ral trabajar allí pues era la casa de Laureano

Gómez. Sin embargo, desde muy pronto se dio

cuenta de que las cosas no serían fáciles pues

sus jefes le ´colgaban´ las caricaturas cuando

intuían que no iban a gustarle al gobierno de

Alberto Lleras Camargo. Fue allí donde publi-

có su primer trabajo, éste sí con el aplauso de

sus superiores, pues en él sugería que el ex

dictador Gustavo Rojas Pinilla quería ponerse

de ruana el Senado de la República.

Como paradoja del destino, o como fi el

refl ejo de las contradicciones de Osuna, y

ante los rifi rrafes frecuentes con los editores

de El Siglo, Osuna terminó en el periódico li-

beral por antonomasia: El Espectador, tras un

paso muy fugas por el diario El Occidente,

de Cali. Era 1960, y allí comenzó uno

de los binomios más famosos del pe-

riodismo colombiano, el de Osuna y

El Espectador.

En esta casa reinó con su sección de Ras-

gos y rasguños por los siguientes cincuenta

años, hasta hoy, y con un par de paréntesis no

muy largos, uno del 72 al 74, cuando fue a Es-

paña a estudiar arte, y otro en 1997, cuando

el diario de la familia Cano pasó a manos de

Julio Mario Santodomingo, y el caricaturista

presintió que no se sentiría a gusto con los

nuevos patrones. Así lo revela su gran amigo

Vladdo, quien no tiene problema en recono-

cer que Osuna es el más grande en toda la

historia del humor gráfi co del país.

“Cuando yo ocupé el espacio de Osuna

en El Espectador, en la tercera página del pri-

mer cuadernillo, intenté hacer algo muy dife-

rente porque nunca podría emular al creador

de Rasgos y rasguños”, cuenta Vladimir Flores,

o sea Vladdo.

Por: Cielo Fierro y Viviana Triana

Alvaro Gomez, Gabriel Garcia , amigos de Osuna,

se conocieron en el Periódico El Siglo. Monja Sor Palacio

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De niño, la política lo privaba de estar con su padre, y el tío que lo cuidaba le contaba historias dibujadas para enseñarlo a pintar. Hace años él hizo lo mismo en un programa de Tv que se llamaba Minimonos. Por Marvi Suárez y Diana Salazar

Entre José María López Prieto, Pepón, y el

maestro Héctor Osuna hay una buena

cantidad de similitudes que los han acer-

cado a lo largo de los años hasta hacer cuajar

una amistad que ya va para las bodas de oro.

Uno y otro son ‘godos’ de partido y de convic-

ción; nacieron con un año de diferencia; llevan

vigentes más de medio siglo en el humor gráfico

colombiano; ambos arrancaron en El Siglo, y se

fueron al poco tiempo por la tendencia de ese

diario a meter mano en los contenidos de los

dibujos, y se juntaron en El Espectador.

“Osuna y Pepón tienen mucho terreno

recorrido, mucha historia dibujada; ellos han

escrito algunas de las mejores páginas del

humor ilustrado en el país y son dos de los

mejores en América Latina”, dice el periodista

Jorge Consuegra.

José María nació en Popayán en 1939, en

el quinto lugar de siete hermanos, tres mujeres

y tres hombres. Se casó hace 47 años con Hu-

guette Soulier, tiene tres hijas y un nieto de 3

años llamado Maximiliano.

La política y el dibujo definieron su vida

desde muy temprano en una extraña mez-

cla que tenía que producir un caricaturista en

consecuencia. Don Arcesio López, político y

fundador del periódico conservador payanés

La Razón, viajaba mucho a Bogotá por razones

de trabajo. El poeta Carlos López, tío de Pepón,

era el encargado de cuidarlo a él y a los otros

hermanos. Y lo hacía contando historias que di-

bujaba en un tablero.

A José María lo picó primero la política. A

los 16 años, en compañía de unos amigos del

colegio, creó un periódico clandestino llamado

La Cucarde. El nombre era una variación de la

cucarda, escarapela que distinguía el ejército

franquista español.

Bolonio fue el nombre con el que publicó

su primera caricatura en La Cucarde, y surgió

de su terrible afición a unos dulces payaneses

llamados bolitos.

En 1957 los López se fueron a vivir a Por-

tugal pues el gobierno asignó a don Arcesio en

esa embajada. A los 19 años, José María empezó

a estudiar arquitectura en la Escuela de Artes

de Lisboa, pero tres años después se dio cuen-

ta de que lo suyo no era dibujar planos sino

personajes. Para 1960, José María se fue a vivir

a Madrid y durante ese año logró publicar en

José María López (1939)

Política y dibujo se fundieron en Pepón

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Fue en el diario de los Cano donde Héc-

tor Osuna incursionó en el mundo de las

columnas de opinión. Por consejo del propio

Guillermo Cano, y como tribuna para respon-

der a los ataques por cuenta de los políticos y

empresarios que se sentían agraviados ante sus

caricaturas, nació la columna de Lorenzo Ma-

drigal, el Osuna combativo no con el lápiz sino

con la pluma, que subiste también hasta hoy.

Osuna, de frenteSon demasiadas las caricaturas memo-

rables de este hombre en tantos años y por

eso es muy difícil escoger alguna en particular,

aunque de eso se han encargado cinco anto-

logías hasta la fecha. La más famosa, tal vez, es

Osuna de frente, publicada por Oveja negra en

1983. En su prólogo, el recién laureado con el

Nobel Gabriel García Márquez decía hablando

de Osuna: “Es la historia vista de espaldas, con

las miserias cotidianas de sus costuras, como

nos ha sido servida semana tras semana duran-

te más de 20 años con el desayuno dominical,

y con un sabor tan propio y un condimento

tan variado que ya empezamos a preguntar-

nos cómo serían mis domingos si no existiera

Osuna”. Pero si es difícil ubicar, por exceso,

unas pocas caricaturas suyas excepcionales, es

muy fácil recordar los personajes creados por

él a lo largo de cinco décadas, que se encarga-

ban de simbolizar algún rasgo particularmente

repelente o hasta escandaloso del gobierno

de turno. Así, Lara, la perra dálmata, ejempli-

ficó el carácter aristocrático y excluyente del

mandato de López; los caballos, la represión

militar del de Turbay; sor Palacio, el populismo

parroquial de Betancur; el elefante Rubiancho,

los dineros del cartel de Cali en la campaña

presidencial de Samper. En el 98 volvió la mon-

ja de Botero a Casa de Nariño con la llegada

de Andrés Pastrana al poder y revivió sor Pa-

lacio, pero ahora bajo el nombre de Sor Alice

of the Saints, una monja pro gringa. Revivió en

la revista Semana, donde Osuna se refugió por

cuatro años, luego de la venta de El Espectador

a Santodomingo. Y a lo largo de las décadas, y al

lado de los anteriores, emergió Lilín, el hijo fic-

ticio de Osuna haciendo sesudos análisis desde

la inocencia y preguntas difíciles, de niño.

En 2001, el maestro volvió a su casa de

siempre. La periodista María Teresa Ronderos

recuerda cómo fue el propio Felipe López,

propietario de Semana, quien recomendó el

regreso del maestro a ese diario. “El medio na-

tural de Osuna es El Espectador”, afirmó López

en su momento.

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Page 9: Oraculo 24

No es fácil determinar cuál es el mayor

talento de Armando Buitrago (Ugo Bar-

ti o Timoteo en el mundo de la carica-

tura), si su dibujo preciso y fino acompañado

de un humor aun más fino, o su capacidad para

llevar más de cinco décadas en un anonimato

total, que puede rayar casi en la leyenda, esto

es, en ese espacio en el que más de uno podría

dudar de que él exista.

No hay una sola foto suya en ningún ar-

chivo de los medios donde ha trabajado. Así lo

confirman en El Nuevo Siglo, El Tiempo, Portafolio,

El Espectador. No tiene celular, y en el teléfono

de su casa nadie contesta jamás. Lo único que

se ha logrado saber de él, por la Registraduría,

es que nació en 1936. “Y que tiene una hermana,

que es como verlo a él pero con pelo largo”,

dice Álvaro Montoya, periodista y una de las bi-

blias del humor gráfico en Colombia.

“Es tan profunda su convicción en pasar

desapercibido –continúa Montoya– que su

costumbre en El Siglo era dejar las caricaturas

de Timoteo en la oficina de Rafael Bermúdez,

el jefe de redacción, e irse de inmediato sin

saludar a nadie. En 1978 se ganó un Simón

Bolívar y en el periódico lo esperábamos para

festejárselo. Ese día dejó la caricatura en la re-

cepción y no entró”.

Lo más asombroso es que la mayoría de su

generación, con Antonio Caballero de primero,

y de la camada posterior de dibujantes, encabe-

zada por Vladdo, lo considera uno de los más

grandes, y tal vez el mejor fisonomista de todos.

“Para caricatura de personajes, no hay quién

le ponga la pata y sin embargo los editores de

páginas de opinión lo ignoran… cuando yo me

gane la lotería fundaré una revista solo para que

Ugo Barti la diagrame y la ilustre”, asegura Car-

los Mario Gallego, Mico, quien también es la Tola,

de Tola y Maruja.

Elkin Obregón, caricaturista político antio-

queño, tampoco escatima elogios sobre él: “A

mi modo de ver, Barti es el verdadero precur-

sor del actual desarrollo de la caricatura co-

lombiana. Él nos enseñó que el dibujo podía ser

desdibujo. Él, consciente o inconscientemente,

recordó que existían un Steinberg, un Chúmez,

un Wolinsky. Y también que el contenido de un

cartoon exige una visión personal, una síntesis,

un llamado a la inteligencia...”.

Por su parte, en el libro Las letras y el ta-

lante, editado por la Biblioteca Pública Piloto

de Medellín en 1983, Álvaro Gómez Hurtado

fue más lejos para asegurar que Armando Bui-

trago era sin duda el mejor caricaturista de

“habla” hispana.

El motivo para entrecomillar la palabra

´habla´ era jugar con la otra característica que

los conocidos le endilgan a Buitrago: el silencio

casi total. Es un hombre que habla lo mínimo o

menos. El propio Gómez –cuentan en El nuevo

Siglo– aseguraba que sostenía “conversaciones

inalámbricas con Timoteo”. “Cuando conversa-

mos, el único que habla soy yo”, decía.

También conocido por el seudónimo de Ugo Barti, es considerado por sus pares como el mejor fisonomista de todos, y como el gran prófugo de la fama.Por David Osorio y Sergio Ocampo Madrid

Armando Buitrago (1936)

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la revista El Codorniz algunas creaciones, que le

dieron reconocimiento. Fue allí donde usó por

primera vez el apelativo de Pepón debido a que

un amigo cada vez que lo veía le tarareaba una

canción que se llamaba Pepón el Zapatero.

En un bar en Madrid conoció a uno de sus

ídolos: Antonio Mingote, de quien se hizo ami-

go y aprendió técnicas de dibujo como el mo-

vimiento en los trazos y el uso de los espacios

al momento de retratar personajes. Desde

entonces dejó a un lado las líneas cuadradas

que solía usar y al año siguiente se devolvió

a Colombia con la certeza de lo que quería

hacer el resto de su vida.

Un poco forzado por su padre, regresó a la

arquitectura, y en el primer mes de carrera de-

cidió llevar una caricatura a El Siglo. El director

del diario, Arturo Abella, la recibió y le aconsejó

cambiarle algunas cosas. Al día siguiente salió

publicada. Pepón volvió con otra y le ofrecieron

seguir colaborando, pero con la condición de

dibujar y decir lo que le ordenara Abella. Eso

lo molestó y jamás volvió por allí. Es por esto

que las dos caricaturas de El Siglo no las cuenta

como las primeras de su carrera.

Y es que a pesar de su fuerte conservatis-

mo, Pepón siempre ha sido independiente

y libre para criticar hasta a sus amigos.

“Nunca ha sido un gran dibujante, pues

a veces le toca ponerles rótulos a sus

personajes para identificarlos, pero

eso lo subsana con el alto sentido del humor

–así lo recuerda Eduardo Arias, compañero

suyo en El Tiempo a finales del siglo xx–. Aparte

de su amabilidad y sencillez le daba palo por

igual a gobierno y oposición,

algo raro en la caricatura

partidista de hace 40 años”.

En el 63 llegó a El Espec-

tador, y olvidó la arquitectura para siempre.

Uno de los primeros trabajos que hizo se ti-

tuló “Ayer, hoy y mañana”, una mini historieta

que constaba de tres recuadros en los que

se desarrollaban temas del momento. Allí se

encontró con Osuna.

Tras siete años de trabajo, decidió irse con

sus lápices para El Tiempo, donde compartió

con humoristas gráficos como Chapete, Me-

rino y Aldor, y donde todavía trabaja. De esos

tiempos, Pepón extraña “el apetito de crítica y

de análisis político”. Para él, en la caricatura ac-

tual falta disciplina e impera la ligereza, la igno-

rancia sobre los contextos y el pasado y pre-

sente de los personajes. “La caricatura política

ha perdido fuerza y no tiene transcendencia”,

dice. De este mal momento rescata a Vladdo, a

quien considera un gran talento.

En 1971, Pepón se dejó seducir por la te-

levisión y sin renunciar a El Tiempo ni al dibujo,

se volvió conductor de Vea Colombia, revista del

sábado, que se emitía de 4 a 7 de la noche. Allí

dibujaba algún suceso político de la semana, y

alternaba comentarios con una joven presenta-

dora de nariz respingada que muchos años des-

pués escribiría un libro y se confesaría amante

de Pablo Escobar. Era Virginia Vallejo.

Su segundo proyecto en la tv fue Minimo-

nos con Pepón, en 1974. Ahí le enseñó a dibujar

a los niños, al igual que su tío lo hizo con él. Se

emitía los sábados de 4 a 5 pm. y lo secunda-

ba una niña pecosísima y rubia que se llamaba

Yady Gonzalez. Minimonos se acabó tres años

después debido a que José María López llegó

un minuto tarde a la cita de presentación de

proyectos y entrega de licitaciones.

En los ochenta se fue del país, amenazado

por unas caricaturas sobre narcotráfico. El go-

bierno de Belisario Betancur le ofreció un con-

sulado en Brasil y se quedó nueve años. Nunca

paró de dibujar ni de publicar en El Tiempo, pero

en secreto y con otro seudónimo: Ponpeyo, que

significa Yo Pepón al revés. El cambio de nom-

bre se lo sugirió Hernando Santos, director del

diario, para sortear la incompatibilidad de ser

funcionario público y periodista activo.

“Nací para los lápices y el humor, no para

la diplomacia”, dice hoy José María, quien se

declara satisfecho de las más de cincuenta mil

caricaturas producidas a la fecha y publicadas

en El Tiempo, Cromos, El Espectador, The Co-

lombian Post, Pent House, entre otros. A los 72

años sigue produciendo de modo regular y así

va a ser hasta que el pulso de la mano y la luz

de los ojos se lo permitan.

Timoteo, genio del lápiz y de los silencios

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o Antonio Caballero (1945)

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Antonio Caballero Holguín es un traidor

a la patria y es probable que su padre,

el ilustre Eduardo Caballero Calderón,

se sintiera orgulloso de eso. Corría 1952, cuando

el entonces presidente de la República, Laureano

Gómez, a través de su ministro delegatario, Ro-

berto Urdaneta, presentó una propuesta de re-

forma constitucional que convertía en traición a

la patria cualquier tipo de oposición al gobierno.

“Soy traidor por la cabeza de mi padre y

por el corazón de mi madre –escribió Eduardo

Caballero en respuesta a la intención dictatorial

de la reforma del 52–. Soy un traidor por los

cuatro costados, por las cuatro ramas de mis

abuelos… Y va tan adelante y tan lejos este es-

píritu traidor que me hierve en la sangre, que

mi único deseo es que mis hijos sean traidores

como ya lo es y se declara de antemano su pa-

dre, y como lo fueron sus abuelos y esa taifa

de traidores que entregaron su inteligencia, su

corazón, su fortuna y su sangre a esa traición

imperdonable que es el amor a la libertad…”.

Para muchos, su hijo Antonio ha cumplido a

cabalidad con el deseo de su padre. Álvaro Mon-

toya Gómez, periodista, caricaturista y amigo de

Antonio, lo resume así: “Todo lo que hace Anto-

nio Caballero es original. Vive en contravía. Siem-

pre está en oposición y no hace nada inocente”.

Lo irónico, o burlón de la vida, es que las

primeras caricaturas de Antonio Caballero ha-

yan aparecido en El Siglo (hoy El Nuevo Siglo),

diario fundado por Laureano Gómez como voz

de la oposición durante la república liberal.

Por entonces, a mediados de los años se-

senta, la directora de Vanguardia, la sección lite-

raria y juvenil del rotativo, era María Mercedes

Carranza, quien había estudiado Filosofía y Le-

tras en Bogotá y Madrid. Ella, nacida el mismo

año que Antonio, 1945, tenía con él varias si-

militudes: sus padres, ambos llamados Eduardo,

eran literatos, fueron agregados culturales de

la embajada colombiana en España y, por ende,

ambos vivieron parte de su juventud en Madrid,

lo cual les permitió empaparse de un trasfondo

cultural único, mitad colombiano, mitad español.

Esto todavía se pone de manifi esto en las co-

lumnas de Caballero en las que narra exquisita-

mente las masacres de toros que tanto le gus-

tan y que aparecen publicadas en sus columnas

de El Tiempo, en Colombia, y 6 Toros 6, en España.

A pesar de tener muchas cosas en común con

María Mercedes, sus destinos siguieron caminos

muy distintos. Ella desde la poesía, que ofi -

ció hasta 2003, cuando decidió quitarse

la vida, y él desde el periodismo, pero

básicamente desde el ´oposicionismo´

a una clase dirigente que en su concepto es la

gran responsable de la pobreza y el atraso co-

lombianos. Así lo deja claro en el ensayo que

escribió para el libro ¿En qué momento se jodió

Colombia?, publicado por Oveja negra en 1990.

Veintiocho años antes, Antonio culminó

Ciencias Políticas en París, y desde 1966 hasta

principios de los setenta, dibujó para El Siglo y

El Tiempo. Daniel Samper Pizano denomina ese

lapso como “la época negra del distinguido ar-

tista”, cuando sus primeros monos recreaban

a una poco agraciada mecanógrafa con arre-

batos de ninfómana, que bien pudo ser la ins-

piración de la Aleida de Vladdo, y a un enano

que se sacaba cualquier porquería de la boca

y “se asemejaba de manera casi irritante al

entonces presidente Carlos Lleras Restrepo”.

Después llegaría a la revista Alternativa, que

en palabras del propio Caballero, pretendía ser

“la voz de toda la izquierda democrática” du-

rante el lúgubre período del Frente Nacional.

Las páginas de esta publicación, cuya vida

duró entre 1974 y 1980, fueron habitadas

El eterno opositor a todas las causas

Emparentado con el poder y las élites por todos los costados, este hombre, sin embargo, es el azote más punzante de la dirigencia colombiana.Por David Osorio

La única entrevista que se conoce en la

cual habla Ugo Barti (su otro seudónimo, el cual

armó con un anagrama de su apellido) apareció

en la Enciclopedia del humor, una publicación de

1975 fi nanciada por la Lotería de la Cruz Roja.

Allí ante la primera pregunta, Buitrago contes-

taba: “Nací en Cali, y todo lo demás está por

hacer…”. Y allí terminaba la entrevista.

Jorge Restrepo, encargado de las Lecturas

Dominicales de El Tiempo, asegura que “es difícil

encontrar alguien más tímido, reservado y taci-

turno que Timoteo. Era poco amigo de sentarse

a hablar; él hacía su ofi cio y punto”.

Al igual que Caballero, y Osuna y Pepón,

Ugo Barti se dio a conocer por el diario El Siglo.

La forma como surgió su otro seudónimo, Ti-

moteo, está totalmente conectada con ese ro-

tativo conservador y con Álvaro Gómez. Para

1964, El Siglo era un medio absolutamente polí-

tico (y lo sigue siendo, pero ahora bajo el rótulo

de El Nuevo Siglo). Algo que pocos conocen es

que Gómez también garabateaba caricaturas, y

las fi rmaba como Timoteo. En 1965, la candida-

tura liberal estaba casi defi nida a favor de Car-

los Lleras, a quien Gómez no veía con buenos

ojos pues prefería a Alfonso López en la presi-

dencia. Luego de varias caricaturas en contra,

hechas por Timoteo (Gómez, no Buitrago), Ál-

varo decidió meterse de lleno en política activa

para frenar a Lleras. Buitrago siguió publicando

como Timoteo y se quedó con el seudónimo

para siempre.

Sin embargo, a diferencia de Osuna, Pepón

y Caballero, cuya presencia en El Siglo fue corta

o mínima, Buitrago se quedó 25 años. Este es,

sin duda, un hecho excepcional porque con-

trario a los dos primeros, ‘godos’ convencidos,

Ugo Barti es un hombre de izquierda, e incluso

anarquista, en el más puro y formal concepto

fi losófi co de la anarquía. Vale la pena anotar que

en junio del 2009, él y otras personalidades y

miembros del Polo Democrático fi rmaron una

carta abierta en la que defendían la labor de

oposición del senador Jorge Enrique Robledo,

cuyo nombre resultó vinculado a los computa-

dores de Raúl Reyes.

Aparte de El Siglo, también publicó humor

gráfi co en Cromos en la década de los años

sesenta, fue diagramador en El Tiempo en los

setenta, colaboró en el Magazín Dominical de

El Espectador, y fi rmó como Kozko en unos

cuantos números de una revista llamada Hoy

por Hoy, dirigida por Diana Turbay. Actualmente

aparece en Portafolio.

Uno de los tópicos más importantes en la

vida de Barti es ser el creador de “Clubman”,

que nació en 1964, fue la sensación de las Lec-

turas Dominicales de El Tiempo, y que sin duda

es el precursor del “Monólogo”, de Antonio

Caballero, que se publica hoy en Semana. Según

Carlos Alberto Villegas, profesor de la Univer-

sidad Javeriana, “Clubman”, armado de un vaso

(quizá de whisky) que refl exiona entre irónico y

atónito sobre la actualidad nacional “fue uno de

los primeros personajes caricatográfi cos apa-

recidos en el periodismo colombiano. Tanto su

grafi smo nervioso e innovador que transgrede

lo fi gurativo, como los parlamentos que bucean

en honduras fi losófi cas, literarias y estéticas, lo

hacen un personaje caricatográfi co para verda-

deros gourmets”.

En Refl exioneMONOS, libro del Fondo Edi-

torial Cerec, publicado en 1986 como home-

naje a los 20 años de caricaturas de Antonio

Caballero, Barti aceptaría que comparte con

éste la mirada aguda y ácida, la apatía y la re-

pugnancia que le produce constatar muchas de

las mezquindades de la situación nacional, ante

cuyo horror los cuestionamientos, a través de

la caricatura, se quedan cortos. “La corrupción

es la materia de que está hecha la Colombia de

pesadilla…”, escribe Barti.

La otra faceta determinante de Barti es

su inclinación por el cine, más exactamente la

crítica de cine. Junto con Héctor Valencia, Car-

los Álvarez y el político quindiano Jaime Lope-

ra –quien adquirió gran reconocimiento por su

libro de autoayuda La Culpa es de la Vaca– fundó

la revista Guiones en 1960. “Ugo Barti y Héc-

tor Valencia –cuenta Orlando Mora, un cinéfi lo

colombiano– encabezan la publicación, la cual

logró con sus siete números iniciales sembrar

alguna inquietud en los jóvenes que por esa

época llegábamos deslumbrados al cine”.

Lopera lamenta hasta hoy que Barti se

haya quedado en el humor gráfi co y haya de-

jado el cine un poco de lado: “Me parece que

la faceta principal de Armando fue la de ser el

primer crítico de cine en Colombia desde El

Espectador, pero después derivó a la caricatura

y allí se quedó”.

¿La crítica de cine o el humor gráfi co, qué

preferirá Buitago? Imposible saberlo porque

tendría que decirlo él, y para ello habría que

encontrarlo, y acto seguido hacerlo hablar. Y

evidentemente él prefi ere decir cosas solo en

sus dibujos y en sus trabajos. Hay un último epi-

sodio que retrata esto perfectamente: en 1983,

cuando se lanzó el libro Osuna de frente, él cola-

boró en la diagramación del Magazín Dominical

de El Espectador que registró la salida de ese

libro. Osuna había escogido varias caricaturas

de personajes para que fueran incluidas, y una

de ellas era la de Ugo Barti. Pues bien, como él

era el diagramador, y sin consultar con Osuna,

decidió excluirse. Ese, aparte de la cédula de

ciudadanía, puede haber sido el único registro

gráfi co de que Barti existe.

Page 11: Oraculo 24

La caricatura tiene un sin fi n de posibilida-

des, es humor visual, es la transgresión de

la realidad con tintes grotescos o satíri-

cos, es la ridiculización de lo público e incluso es

periodismo. Pero para Jairo Barragán, más cono-

cido como Naide, la caricatura es la posibilidad

de asestar un puño en el debate diario. No hay

nombre o fama que valga cuando una ilustración

logra su cometido, y es Jairo con sus líneas y cír-

culos uno de los pocos que han conseguido que

un dibujo pase de lo ridículo a lo refl exivo, de la

ironía a una crítica mordaz. Naide es un amante

de la sátira, esposo de la subversión de cánones

y viudo de las mañas y las infl uencias.

Desde pequeño se interesó por el dibujo,

por la magia de la narrativa visual y los tintes

de la burla. Daniel Samper, en el prólogo del

libro Lo que Naide se imagina, una compilación

de las obras del caricaturista, escribe: “la noche

en que Ibagué lo recibió en un anónimo pabe-

llón de maternidad, no alcanzó a pensar que

ese bebé color marrón, con bigotico incipiente

(ya lo tenía) y estrepitosos reclamos lácteos,

iba a ser uno de los más imaginativos humo-

ristas gráfi cos que conociera Colombia en el

último tercio del tercer decenio de la segunda

mitad del siglo xx”. A pesar de que varios cole-

gas coincidan con estos elogios, Naide solo ríe

modestamente pues considera que son exce-

sos de sus amigos y conocidos.

Jairo Barragán Arias nació en la capital del

Ha sido más un humorista gráfi co que un caricaturista y así es reconocido en todo el hemisferio. Historia del fabuloso salto de El Espacio al New York Times.

Tolima el 24 de junio de 1949. Posteriormen-

te se mudó junto a sus padres, Julio y Sofía, y

sus doce hermanos a Flandes, a orillas del río

Magdalena, donde vivían sus abuelos. En este

lugar estudió primaria en el Colegio America-

no, y más que un pasatiempo acogió el dibujo

como juego, cómplice y amigo. Luego viajó a

Girardot para hacer su bachillerato, y en 1965,

cuando cursaba quinto año, comenzó a cola-

borar en periódicos locales como el Vocero

de Girardot, en el que publicó algunos dibujos.

Poco después, su familia, que ya constaba de

catorce hermanos, los últimos dos adoptados,

decidió trasladarse a tierras más frías. Daniel

Samper lo retrata así: “venía a la capital cuando

aún no era nadie”.

Jairo Barragán llegó a Bogotá en 1967,

vivió en Fontibón y cuando recuerda su vida

allí dice que “fue un lugar hermoso de infancia

y adolescencia”; salía varios días junto a sus

amigos a caminar hasta Mosquera; para él

era una perfecta combinación entre el cam-

po y la ciudad. Acabó su bachillerato en el

Colegio Académico e intentó ingresar a la

Academia de Bellas Artes de la Universi-

dad Nacional pero no tuvo éxito. Aquello

lo impulsó a ser autodidacta y a aprender

en el camino. En 1984 Naide se estre-

nó en la revista Diners donde gozó de

libertad para exponer su estilo. Carlos

Lemos Simmonds, colaborador de esta

publicación, vio su trabajo y lo persuadió para

que ingresara al diario vespertino El Espacio, en

el que tendría una columna llamada, “Entre la

Romana y el Pasaje”. También trabajó en la Re-

vista Alternativa, “una publicación que trató de

darles voz a todos los grupos de la izquierda

colombiana sin diferenciar entre unos y otros,

sin tomar partido, aun cuando se tomara parti-

do al hacer eso, pero era una revista abierta”,

cuenta Antonio Caballero. Fue allí donde Jairo

Jairo Barragán (1949)

Por Diana Nova y Andrea Melo

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Naide o el discreto encanto de la sátira

por el Señor Agente, un policía hecho por Ca-

ballero, y por los retratos políticos de Macondo,

agudas radiografías de lo que se urdía en las al-

tas esferas de una república bananera. Mientras

que el agente no tenía un trazo que lo defi niera

claramente, sino apenas unos esbozos de su fi -

gura de autoridad, a los ´patricios´ colombianos

los retrataba con una exactitud envidiable. Fue

en Alternativa en donde hizo sus mejores carica-

turas fi sionómicas. Víctimas de ello fueron Álva-

ro Gómez Hurtado, Alberto Santofi mio Botero,

Alfonso López Michelsen, Julio César Turbay

Ayala, el cura guerrillero Camilo Torres y Carlos

Lleras Restrepo, entre otros.

En 1985 se trasteó para la Revista Sema-

na, nacida de las cenizas de la publicación ho-

mónima que había concebido Alberto Lleras

Camargo y que había cerrado en 1961. La de

mediados de los ochenta había sido creada por

Felipe López, hijo de López Michelsen y pri-

mo de Antonio Caballero. Fue ahí en donde

nacieron sus últimos monos, los del Monólo-

go Nacional, que hasta hoy se publican cada

ocho días: el político –siempre clientelista–, la

mujer acomodada, el hombre del club, la po-

bre mujer que pasa difi cultades económicas

y el guerrillero (que a veces es un miembro

del “glorioso” Ejército Nacional y desde hace

unos años también ha servido como refl ejo

de un paramilitar), todos ellos carentes de la

precisión fi sionómica de Caballero, algo que ha

sido completamente intencional.

El libro Refl exioné-MONOS de 1986 fue una

publicación para celebrar los 20 años de carica-

turas de Antonio Caballero. En él, participaron

fi guras nacionales y entre las defi niciones que

aparecen sobre el periodista está la de “incré-

dulo irreparable”, acuñada por Gabriel García

Márquez; o la de un “educado mental y arte-

sanal”, de Armando Buitrago, mejor conocido

como Timoteo (seudónimo que originalmente

usaba Álvaro Gómez) pero también como Ugo

Barti, caricaturista de El Siglo y El Tiempo. Este

último además fue el precursor de los cartones

del clubman, que más adelante retomaría Ca-

ballero.

Antonio también ha sido descrito como un

“hombre anatematizado por la sensatez hirien-

te de sus razones”, como afi rma Osuna. En pa-

labras del mismo Antonio Caballero: “El humor

es un vicio solitario. Los humoristas son pájaros

solitarios. No patos de bandada, sino aves de

presa, que para volar alto tienen que volar a so-

las, por su cuenta. No hay humor posible sin

independencia, y es por eso que el humor ofi cial

no existe. Sería una imposible contradicción en-

tre los términos”.

El último proyecto de Caballero, liderado

por Antonio Von Hildebrand, es el documen-

tal Pablo’s Hippos, del 2010 y para la BBC de

Londres, que recrea los últimos treinta años del

país en la absurda guerra contra las drogas y su

corolario más evidente: el saldo de muerte, des-

trucción, corrupción e inestabilidad. La cinta se

centra en el relato de un hipopótamo macho

alfa llamado Pablo (en alusión a Pablo Esco-

bar) que recuenta estos treinta años. Caballe-

ro se entusiasmó tanto con el proyecto que

no solo se hizo cargo de las ilustraciones sino

que también se involucró en los diálogos del

largometraje, e hizo “un guión con la fi nura y

acidez características de su pluma”, asegura

Hildebrand.

Page 12: Oraculo 24

comenzó a quitarse las telarañas más neutrales

de su pensamiento para implementar un lengua-

je más político.

Naide considera que su mentor, más que su

maestro, fue el uruguayo Luis Blanco, “Blanqui-

to”, como lo invoca con cariño. Este caricaturis-

ta político vino a Colombia en 1977 con un pro-

yecto editorial que se llamó La enciclopedia del

humor latinoamericano, que buscaba recopilar al-

gunas obras de caricaturistas, y se encontró con

los “monachos” de Naide por lo que lo escogió

para trabajar en ese compilado. Fue allí donde,

según Jairo, encontró su rumbo e imprimió un

estilo. Además esta exposición puso el humor

en un estatus que terminaría por detonar toda

una generación de nuevos caricaturistas.

Naide hace parte de una generación am-

plia y compleja, con rangos de edades que van

desde los 73 años de Héctor Osuna hasta los

52 de Mico, y en la que caen también Antonio

Caballero, Obregón y Hugo Barti. Sin duda una

camada de grandes ilustradores que en 1970,

en ejercicio de su labor, sintieron la censura y

las continuas modificaciones a sus obras por

cuenta de editores y jefes, por lo que se re-

unieron para buscar la agremiación. Después

de varios tires y aflojes la soga que los apreta-

ba se aflojó ligeramente y pudieron continuar

con la caricatura como pintura burlesca de la

realidad y sin cortapisas.

“La caricatura tiene esa posibilidad del hu-

mor de poner al alcance la burla, esa sátira que

le fascina a cualquiera, y aunque no provoca

un cambio, sí deja un precedente”, afirma Jai-

ro, quien cree que es una forma de expresarse

con menos miedo y temor ante las problemá-

ticas de la política y la sociedad. Naide siente

gran admiración por los trabajos de Antonio

Caballero y Pepón pero tiende a apreciar más

la obra del segundo con quien trabajó ya que

tenía tintes más periodísticos que los de Caba-

llero que era un poco más intelectual y artís-

tico. Ponto, Mico y Yayo, con quienes también

ha colaborado, son caricaturistas que Naide

estima no solo por su estilo y calidad sino por

la labor periodística y la influencia de estos

personajes en su propia obra.

Álvaro Montoya, experto en caricatura y

amigo del ilustrador, lo denomina “el mejor hu-

morista gráfico del país”. Fue acogido en múlti-

ples exposiciones, como en el Museo de Char-

tres y en la Casa de la Cultura Pablo Neruda que

se realizaron en Francia, o en la exposición de

la galería Ollantay, en Nueva York. Naide marcó

una importante brecha no solo por su técnica

sino también por oxigenar los ya estrechos cá-

nones de esta herramienta de expresión.

Jairo Barragán no solo se ha destacado

por su crítica política sino también por su ex-

ploración del humor gráfico. Publicó su libro Lo

que Naide se imagina en 1997 donde compiló

muchas de sus ilustraciones y dibujos que tie-

nen el sello de su humor negro aplicado a la

actualidad. En esta publicación colaboró Daniel

Samper, quien es un amigo muy cercano y a

quien ilustró en muchas de sus columnas. Jairo

dice que la portada de su libro era horrible, y

agradece que se haya perdido la única copia de

la que disponía, en un incendio en su casa de

Estados Unidos, en 2001. Otra muestra de su

personalidad, de la indiferencia por su obra, sin

caer en la socarrona modestia, sino que refle-

ja gran sencillez a pesar de sus innumerables

exposiciones y publicaciones. Actualmente pu-

blica en El Malpensante y en el New York Times

desde Nueva York, lugar donde lleva viviendo

más de 25 años.

Jairo, con su voz tranquila, amigable y bur-

lona a sus 61 años, no tiene ningún reparo en

hablar sobre la caricatura del país. Tal vez los

únicos silencios o carcajadas prolongadas que

se le escuchan son cuando se habla acerca de

él, por ejemplo de sus reconocimientos como

el premio de periodismo Simón Bolívar que

ganó en 1980. “Yo lo que hago es volar a toda

hora; nadie se imagina que a Naide no le gus-

tan las fechas, recordar su edad, sus obras o la

cantidad de publicaciones en las que trabajó.

Por otro lado le gusta Escalona, el recuerdo

de los trigales y las vacas del Mondoñedo de

su infancia, la animación y Joan Manuel Serrat.

Su pelo enmarañado y totalmente negro

es fuente de burla para sus amigos que lo fro-

tan con servilleta buscando rastros de tinte

por su apariencia más cuarentona que sexage-

naria y esa risa que engaña por su espontanei-

dad, pues parece más la de un joven dibujante

que la de un hombre que es un consagrado

maestro del humor gráfico en el hemisferio.

Carlos Mario Gallego Arango es un an-

tioqueño de Yolombó, nacido en 1959.

Desde que estaba muy pequeño, en la

letrina de su casa se sentaba a leer los pedazos

de periódico que después serían su papel hi-

giénico. Así fue como conoció a Velezefe, ca-

ricaturista del diario El Colombiano, además

de Benitín y Eneas.

“En ese tiempo los inodoros eran unos

huecos con sentadero y nos limpiábamos con

periódico, en mi caso El Colombiano –reme-

mora–. Yo prefería las tiras cómicas, y mien-

tras hacía mis necesidades las leía. Me gustaba

mucho El reyecito”.

Gallego ha sido especialista en fundar medios que se quiebran a las pocas semanas. Su humor es político, pero con la perspectiva de abajo, desde los desposeídos, de esos que no tienen nada. Por Diego Andrés Ospina Abril

Carlos Mario Gallego es más conocido

como Mico, y su principal campo de acción es

El Espectador, donde publica desde 1986. Tuvo

sus primeros contactos con la caricatura en la

clase de Trigonometría, cuando estudiaba en el

Liceo Aurelio Mejía, en su pueblo. Ahí, para ma-

tar el tedio, dibujaba a sus profesores y compa-

ñeros. “Yo pintaba desde niño en la escuela La

pajita, de Yolombó –cuenta él–. Mis cuadernos

escolares eran tan bonitos (la letra, los dibujos)

que los maestros me pedían a fin de año que

se los regalara. En bachillerato hacía caricaturas

de mis compañeros y profesores. Estudiando

periodismo en la Universidad de Antioquia, fun-

daron El Mundo y mis amigos me animaron a

llevar mis dibujos. Me contrataron de inmediato.

Eso sí, a veces el director, Darío Arizmendi, me

colgaba una que otra caricatura, pero no por

censura, sino por mala”.

Cuando ingresó a la universidad en 1978, se

vio influido por los dibujantes más importantes

del momento como Ugo Barti, Elkin Obregón,

Osuna, entre otros. Gallego recuerda mucho

que al principio había una gran fiebre entre los

estudiantes por dibujar y todo se colgaba en

una cartelera que terminó quemada después de

que empezaron a aparecer allí burlas e injurias

de unos contra otros. Tan efímero como la car-

telera fue el periódico Lo que no mata engorda,

fundado por él, y del cual solo alcanzó a salir el

primer número.

En 1985, ya terminando su carrera uni-

versitaria, Gallego creó un grupo de caricatura

en torno de la revista Frivolidad, del cual hacían

parte Sergio Valencia, Guillermo Cardona, Es-

teban París, Bernardo Cardona, Harold Truji-

llo (Chócolo), y Fernando Mora. Aunque de la

publicación solo salieron cinco ediciones, Ga-

llego continuó su trabajo de exploración en el

universo de la caricatura y creó el grupo Frivo-

lidad, con Sergio Valencia y Bernardo Cardona.

De allí surgió una de las parejas más famosas del

humor colombiano: Tola y Maruja. Veintiún años

después, él sigue siendo Tola. Maruja, en cambio,

ha tenido dos intérpretes, con lo cual, en la rea-

lidad, Mico es Tola y Maruja.

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Carlos Mario Gallego (1959)

Mico es Tola, perotambién es Maruja

Page 13: Oraculo 24

dernillos de ‘cuentos’ estaban colgados sobre

cuerdas, como las de secar ropa. En cuanto te-

nía 25 o 50 centavos, los invertía en sesiones

intensivas de lectura de historietas de vaqueros,

del Zorro, del Tío Rico, entre otras. Yo estaba

Es tal vez el dibujante colombiano con más proyección internacio-nal. Su fi rma se ha paseado desde Cromos hasta Selecciones del Reader´s Digest, y de El Espacio al Washington Post.Por Luis Fernando Ardila y Catalina Sánchez Montoya

absolutamente fascinado por la narración en

imágenes y por los dibujos humorísticos. Por

esa misma época me cayó en las manos una

revista con unos dibujos del humorista gráfi co

francés Mose. Fue una especie de revelación.

Otra manera de ver y de pensar. Quedé marca-

do para siempre”.

Yayo es un hombre de aspecto sencillo y

sensible, nacido en 1961 en Mesitas, y radicado

en Canadá desde 1987. Conocido más en el es-

cenario internacional que en el nacional debido a

que su público es principalmente de habla anglo-

francesa, sus trazos, cargados de temas cotidia-

nos pero en escenarios surrealistas, evidencian

su diversidad de intereses, como afi rma el pintor

Ómar Rayo en un libro dedicado a él y que lleva

por título Humor Gráfi co: Diego Herrera, Yayo.

Una distinción clave que hace el libro sobre

este dibujante es que “a pesar de hacer parte de

la historia de la ´caricatografía´ colombiana, casi

siempre enfática en asuntos socio-políticos, Yayo

pocas veces tomó esa ruta y se fue consolidando

como profesional con manifestaciones artísticas

mucho más universales. Los colores fuertes no

son indispensables ni concurrentes en su trabajo

y sus líneas son fi nas y simples a la vista”.

El otro recuerdo antiguo que guarda Yayo

sobre sus inicios en el mundo del humor gráfi co

es a los 12 años cuando empezó a venderles

dibujos a sus compañeros de clase en el Cole-

gio Mayor de San Bartolomé, por unos cuantos

centavos, y ya con el sueño de poder seguir ha-

ciéndolo el resto de su vida.

Con el paso del tiempo, decidió estudiar

publicidad en la Universidad Jorge Tadeo Lo-

El recuerdo más antiguo que tiene Diego

Herrera, Yayo en el mundo de la caricatu-

ra, sobre su pasión por el dibujo es el de

las ´cuenterías´ de los barrios donde vivía, pri-

mero Ciudad Bolívar y luego Venecia, en Bogotá,

adonde él iba a alquilar revistas de vaqueros, de

Mickey Mouse y el Pato Donald.

Tenía 8 años, llevaba uno de haber llegado

con su familia desde Mesitas del Colegio (Cun-

dinamarca) y la plata en la casa escaseaba, con

lo cual la única manera de satisfacer esa fuerte

atracción por las tiras cómicas era pagando unos

centavos para que se las prestaran un rato.

“A falta de bibliotecas públicas que tuvie-

sen libros o revistas de historietas, me convertí

en un cliente asiduo de algunos de estos nego-

cios (comúnmente llamados cuenterías) donde

se alquilaban e intercambiaban historietas –re-

fi ere él con su voz gruesa y sosegada–. Los cua- Imág

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Él mismo reconoce que su primera cari-

catura en El Mundo, que fue además la primera

en un medio masivo de comunicación, era muy

simplona. “El día del lanzamiento yo hice una ca-

ricatura –refi ere él–; hubo caos y la edición salió

tarde a la calle. El dibujo era de un recién nacido

(el periódico) y el médico que lo sostenía en la

mano decía: ‘Todo gran periódico necesita cesá-

rea … Darío Arizmendi la publicó en portada.

Era una bobada, pero oportuna”.

Cuando en 1992 se ganó el Premio Nacio-

nal de Caricatura Simón Bolívar, se dio cuen-

ta de dos cosas: la primera que el humor que

realmente cala entre la gente es el político, que

es además en el que se siente más cómodo tra-

bajando. “No hay un país más politiquero que

Colombia”, dice.

La segunda certeza que le trajo el premio

fue lo montañero que era Mico, o sea él. “Por

supuesto haber ganado el premio fue una mara-

villa porque nunca había estado en un coctel en

que repartieran camarones –relata–. Me hospe-

daron en el hotel Tequendama y me bañé por

primera vez en una tina. Entre otras cosas ya va

siendo hora de que me lo vuelvan a dar”.

Carlos Mario está casado y tiene dos hijos:

Jasua, de 24 años, y Juan María, de 16. “Juan María

nunca ve lo que publico, y Jasua lo ve obligado,

porque maneja la web de Tola y Maruja... De

todos modos ambos opinan que lo hago bien.

Opinión no muy creíble viniendo de quienes

dependen económicamente de uno”.

Gallego no solo se dedica a “mamar gallo”:

también es un gran conocedor de la caricatura

colombiana. “La caricatura es un medio muy

poderoso de comunicación… Se dice que una

caricatura vale más que un editorial, aunque

gana más el editorialista –afi rma–. Como parte

del periodismo de opinión me parece que los

estudiantes de periodismo deberían cultivar

este bello género, aunque es muy mal pagado.

Se cuenta que Ricardo Rendón, el gran cari-

caturista de los años veinte, ganaba lo mismo

que un congresista… Claro que los congresis-

tas siempre se han rebuscado un dinero extra

por fuera”.

En el prólogo de su libro Lo Mejorcito de

Mico hace una revisión minuciosa de su relación

con otros caricaturistas y cómo lo han infl uido.

Y termina con la siguiente frase: “Como viste,

ocioso lector, sé pocón pocón de caricatura…

pero me defi endo en chisme”.

Al preguntarle por quiénes son sus amigos,

dentro y fuera de la caricatura, responde hacién-

dose el serio: “Si menciono algún amigo los otros

se sienten; lo mismo pasaría con mis enemigos.

En general, los caricaturistas somos buena gen-

te y cuando nos juntamos hablamos de nuestro

trabajo, que por supuesto es hablar de la actuali-

dad y chismosear y pasarla chévere. El problema

es al momento de pagar la cuenta porque todos

somos unos vaciados, pues los periódicos son

como los hombres: pagan mal…”.

Para la pintora Beatriz González, que es

considerada por muchos como la gran biblia

del humor gráfi co colombiano, Mico es el ca-

ricaturista ideal, el gran dibujante. “Me pare-

ce hoy en día el mejor caricaturista que hay;

pienso que el dibujo y la astucia son fruto de

una superación –dice ella–. Gallego maneja una

parte intelectual que se ve refl ejada en lo que

para mí es la defi nición de caricatura: la mez-

cla entre el arte y la comunicación. Lo que me

gusta de él es que es políticamente incorrecto;

o sea toma cosas de la miseria que defi nen a

Colombia como es. Inclusive, con esta línea te-

mática que tiene le gana a Caballero, porque

éste estratifi ca un poco. Mico puede ser a ve-

ces como Garzón, o a veces como un escritor

humorístico, pero lo que más me gusta es que

imprime en sus dibujos lo más profundo de los

estratos bajos colombianos”.

Actualmente Mico escribe la columna

dominical de Tola y Maruja en El Espectador y

dibuja una caricatura semanal. También actua-

liza la página web de Tola y Maruja, escribe el

libreto de “este par de viejas chismosas” en el

programa El radar, de Caracol, y mantiene la

cuenta de Twitter de ellas.

“Sueño con aprovechar la página web www.

tolaymaruja.com para hacer algo que me encan-

taría: crónica, reportaje y entrevistas. Por ejemplo

me encantaría ir a Irak o Afganistán y asistir a los

espectáculos de humor y escribir sobre eso”.

Diego Herrera (1961)

De Mesitas del Colegio para el mundo

Page 14: Oraculo 24

zano, dibujo publicitario en el Sena y un poco

de bellas artes en la Universidad Nacional y,

finalmente, una vez se introdujo por completo

en este mundo de las líneas y los pigmentos

pálidos, Yayo comenzó su labor oficial de ca-

ricaturista, desde 1983 a 1987, en periódicos

colombianos como El Tiempo y El Espectador. Al

igual que casi todos sus colegas, sus dibujos se

enfocaron, inicialmente, hacia la crítica política

del país. Al preguntarle qué anécdotas recuer-

da de su experiencia trabajando para estos dos

diarios, Yayo responde: “Los mejores momen-

tos en El Tiempo y en El Espectador los pasé al

lado de miembros del sexo opuesto. Pero los

detalles hacen parte de los archivos secretos

del Vaticano”.

Es evidente que su humor, en dibujos o en

frases, logra desatar más de una sonrisa y de

captar más de un simpatizante. Daniel Samper

Pizano, quien lo conoció en El Tiempo, lo recuer-

da con aprecio. “Me gusta mucho el humor de

Yayo, su línea descomplicada y clásica y su capa-

cidad imaginativa”, dice.

En 1983, cuando los dibujos ya hacían parte

de su labor diaria, decidió emprender un viaje

como mochilero en el que se fue a buscar a

sus ídolos, Fontanarrosa, Naranjo y Palomo, en

Argentina y México. En ese mismo año, además,

recibió el Premio Nacional de Caricatura Al Día.

Y en 1985 le fue otorgado el Simón Bolívar en la

categoría caricatura.

Ha sido partícipe de más de 11 muestras

artísticas y recibido alrededor de 13 condeco-

raciones, en Colombia y en el mundo, algunas

tan importantes como la medalla de plata en la

viii Muestra Internacional del Dibujo Humo-

rístico (Acora-Italia), el Grand Prix Bienal

Internacional de la Caricatura (Yugosla-

via) o el Prix du Graphisme (Anglet, Francia).

Y no solo eso. También se convirtió en co-

laborador de las revistas Diners (ilustrando los

artículos de Daniel Samper Pizano), Educación y

cultura, Mofeta de Bogotá, Witty World y en los pe-

riódicos El Tiempo, El Espectador, El Espacio, The

Quill (Inglaterra), Croc (España), Tchiize (Francia),

entre otros. Sus trabajos más recientes están

presentes en L’actualité (donde tiene un espacio

de humor gráfico especial), en Selecciones del

Reader’s Digest, The Wall Street Journal, The Chi-

cago Tribune, The Philadelphia Enquirer, The Was-

hington Post y en Cromos. Diego Herrera, Yayo, es

probablemente el caricaturista colombiano con

más proyección internacional.

Hay una fecha en la historia personal de

Yayo que significó un punto de quiebre para él.

Es el 17 de diciembre de 1986, cuando las balas

asesinas de Pablo Escobar acabaron con la vida

de Guillermo Cano, director de El Espectador.

Con su muerte, el periodismo cambió, al igual

que Yayo, quien se dio cuenta de que no quería

permanecer hundido en líneas que solo se dedi-

caran a criticar a los políticos y a la mentira. Ese

día se dio cuenta de que la caricatura no nece-

sariamente tiene que documentar la miseria y la

locura, que tanto lo deprimían, sino que además

podía mostrar cosas bonitas.

“Los humanos también somos capaces

de mostrar cosas bellas, amorosas y humorís-

ticas”, asegura en un documental hecho por

la revista L’actualité Multimédia. Eso fue lo que

hizo a partir de 1986, y lo que sigue haciendo

hoy a sus 50 años.

En 1987, Yayo se fue a Canadá para que-

darse. Tenía 26 años y unos cuantos ahorros

obtenidos a punta de lápiz y de trazos. Allí de-

cidió comenzar una nueva vida y un nuevo en-

foque para su caricatu-

ra. Ilustrar libros

para niños se

conv i r t i ó

en uno de

sus grandes placeres, pues para él “es interesan-

te ver el mundo a través de los niños, a través

de objetos hermosos y de la imaginación”. Yayo,

con su pluma fiel a la belleza y a la espiritualidad,

no pretende imitar aquello que ve a diario, sino

que apunta a lo efímero, exquisito e ilusorio.

“Cada mañana, muy temprano, exactamen-

te a las 4:15, un hada con una nariz en forma de

pimiento verde, me golpea en la cabeza con su

varita mágica, me hace desaparecer 4 pelos y

me sopla en la oreja izquierda una idea para un

dibujo. La consecuencia principal de esta rutina

es una evidente ausencia capilar en la superficie

superior craneal y una barba blanqueada por la

neblina de las madrugadas –cuenta él con en-

tusiasmo–. Aparte de materializar los sueños

de las hadas en forma de dibujos, distribuyo mi

tiempo en periodos de actividad Zen, repartir

besos, lecturas, escribir, lavar los platos, saludar

al gato del vecino, lavarme los dientes, caminar

o correr un mínimo de 30 minutos diarios, son-

reír cada 16 segundos y hacer ejercicios de le-

vantamiento de ánimo cada 59 minutos”.

Con una veintena de publicaciones en las

que ha participado como ilustrador para libros

de niños, ha hecho que pequeños de todo el

mundo, pero fundamentalmente de Canadá,

se sientan atraídos por los colores básicos y

característicos en sus dibujos y por su línea

divertida y escueta.

Algunos de los textos más recientes ilus-

trados por él son: I am the book, The hug, The

King who barked, Keeper of soles, L’oiseau de pas-

sage. También ha publicado 8 libros de caricatu-

ras. Humoro Sapiens se llama el último.

Diego Herrera, Yayo, que está casado con

Talleen, una artista de grabados, y tiene un hijo

de 14 años llamado Pablo, divierte no solo con

sus dibujos, sino también con sus palabras y ase-

gura, cuando se le pregunta por el número total

de caricaturas que ha hecho en su vida, que “son

más de 1’349.999, según el censo más reciente

de la Asociación de Gnomos Traviesos”.

“Es un dato –continúa– que la cia, Scotland

Yard y los ssmc (Servicios Secretos de Mesitas

del Colegio) están verificando activamente. De

todas maneras es una cifra que varía depen-

diendo de los ciclos lunares. El dato exacto se

sitúa probablemente en algún lugar entre 9.895

y 2´199.967”.

Es el más reconocido, de lejos, de la última camada de caricaturistas de los noventa hacia acá. Y es el único que ha logrado hacer de su nombre toda una marca.Por Daniel Guerrero

La caricatura de su vida empezó en Arme-

nia, dos días antes de que el niño Dios

llegara en el diciembre de 1963. Allí fue

bautizado como Diego Ignacio Flórez Flórez.

Cuatro meses después, su madre, en honor

a Lenin, lo rebautizó como Vladimir. Con ese

nombre se le conoce en la cédula, los bancos

y la visa de Estados Unidos. Desde su llegada

al diario La República en 1986, él se rebautizó

nuevamente como Vladdo.

Desde sus primeros meses de vida tuvo

que apartarse de su familia. Tras la separación

de sus padres, la mamá decidió unirse a otro

hombre, y enviar a Diego Ignacio a vivir con sus

padrinos, Eduardo y Lucrecia, el primero, tierno

pero severo, de la filosofía de que “si a uno le

cascan es por su bien”, y ella sometida y dedi-

cada a la casa. El billete era escaso por eso tuvo

que vocear el diario El Espacio, negociar hierro

viejo, vender las empanadas que hacía Lucrecia,

e incluso ser sacristán de la parroquia cerca al

Parque Cafetero en Armenia. Imág

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Vladimir Flórez (1963)

Vladdo, una manía que se volvió semanal e imprescindible

Page 15: Oraculo 24

Su madre vivía en la misma ciudad con Car-

los Ernesto, hermano de Vladdo. A pesar de eso

no se veían con mucha frecuencia. De vez en

cuando aparecía con ropa y juguetes. A los 12

años se lo llevó a vivir con ella, pero solo por

un año porque después lo mandó a Bogotá, con

sus tías abuelas que ya cuidaban a Luz Myriam y

Alfonso, sus otros dos hermanos.

Desde el colegio Inem de Kennedy sus

trazos dejaban ver que detrás de las gafas

había un talentoso caricaturista. En 1986 el

diario La República le dio a Vladdo la oportu-

nidad de publicar sus caricaturas. Allí estuvo

durante un año dando sus primeras pincela-

das de talento. Fue por ese trabajo que dio el

salto a El Tiempo.

Llegó con una expectativa enorme, pero la

dicha le duró poco. El desencanto se dio

por una caricatura suya en la que un per-

sonaje leía un titular de prensa que decía:

“Amenazadas las playas de Cartagena”.

El hombre reaccionaba diciendo: “ni que

fueran jueces”. Sin embargo, Hernando

Santos, el director, sin previo aviso o con-

sulta, le cambió el texto y lo que salió

fue: “Hasta dónde se mete el M-19”. De

inmediato y por consejo de Osuna, su

padrino en la caricatura, le hizo el recla-

mo a Santos.

El viejo director admitió recti-

fi car pero con la condición de que

Vladdo no volviera a publicar en su

diario. “Toda la vida con ganas de ver

mis caricaturas en El Tiempo, para que me sal-

gan con esto”, pensó luego de aceptar el reto

de Santos.

Myriam Bautista, periodista de Semana

se enteró del episodio, y lo llamó para que su

caso saliera publicado en la siguiente edición.

Ese fue su primer contacto con la revista que

lo acogería de 1994 hasta hoy. Desde su salida

de El Tiempo, Vladdo anduvo por varios impre-

sos. El Siglo, El Espectador y El diario del Otún

contaron con él hasta 1990. Después publicó

en Diners, Credencial y en El País, de Cali, antes

de aceptar la exclusividad de Semana.

Esa revista no era del todo ajena para él

pues ya había publicado allí una caricatura, en

1990. Esa vez, el acuerdo para la Asamblea

Constituyente entre Álvaro Gómez y Antonio

Navarro lo inspiró para representarlos como

dos alegres compadres, a pesar de que dos

años atrás el conservador había estado secues-

trado 53 días por el M-19. En Semana también

había hecho algunos trabajos de diagramación.

Además de caricaturista Vladdo es un recono-

cido diseñador gráfi co que ha hecho portadas

y reportajes para Gatopardo, Soho, Poder, Loft o

diarios tan reconocidos como El Espectador, El

Universo, de Guayaquil, o el Diario de las Améri-

cas, en Miami. Desde el 2000 y hasta el 2004 fue

el director creativo de la revista Poder. Vladdo,

el diseñador, recibió en 1994 el premio a la

excelencia de la Society for News Design por un

trabajo hecho para la sección económica de El

País, de Cali.

En la vitrina de sus galardones, hay además

tres premios nacionales de periodismo Simón

Bolívar (96, 98 y 2003). Y la Sociedad Interame-

ricana de Prensa (siP) le otorgó en el 2002 el

premio a la excelencia por sus caricaturas.

El primero de marzo de 1994 se da el de-

but ofi cial de Vladimir Flórez en Semana. Felipe

López, el dueño de la revista, le había dicho un

par de meses atrás, cuando trabajaba en El País,

de Cali, que le gustaría que hiciera parte de su

equipo. Esa fue la excusa perfecta para salir de

Cali, una ciudad en la que nunca se sintió cómo-

do. Felipe le sugirió a manera de “imposición”

el nombre de Vladdomanía para el espacio que

empezaría a tener desde la edición 617.

Durante su primer año, y mientras Samper

luchaba contra las acusaciones que lo vincula-

ban con el cartel de Cali, Jacquin Strouss, la pri-

mera dama, intentaba que Vladdo viera en ella

una mujer mucho mejor de la que él dibujaba

a menudo. Por esa razón, lo citó en su ofi cina.

Tras el encuentro Vladdo le dio la razón: no era

como él la dibujaba, era mucho peor.

Saliendo del despacho de Jacquin, se en-

contró en un pasillo de palacio con Nohra

Correa, jefa de prensa de Samper, quien lo

invitó a ver el cambio de guardia en la plaza

de armas. A Vladdo le gustan las paradas mili-

tares y accedió. Allí llegó el Presidente Sam-

per con quien tuvo un breve saludo. Lo que

no sospechaba era que este simple episodio

le iba a signifi car un momento amargo una

semana después, cuando El Tiempo publicó,

en la sección de chismes, la foto de Vladdo

con Samper, lo cual sugería el acercamiento

del mandatario con uno de sus críticos más

caracterizados. Pero lo realmente molesto

era que el crédito de la imagen decía “ar-

chivo particular”,

como si el propio

Vladdo hubiera

sido el interesado

en que la foto se

publicara. Después

se enteró quién era

el fotógrafo y al pre-

guntarle por qué no

había puesto su cré-

dito, le respondió: “la

orden de los jefes era

joder a Vladdo”.

Contra todos los

pronósticos periodísti-

cos, Samper terminó su gobierno en el tiem-

po estipulado. Vino después Pastrana y sus ti-

nos y desatinos; por supuesto la Vladdomanía

no le rebajó una sola. En 2002 Álvaro Uribe

asumió la presidencia y ese fue el detonan-

te para que de la pluma de Vladimir Flórez

brotara un “antiuribista pura raza”, como él

mismo se denomina.

Sin embargo no todo en la caricatura de

Vladdo es político. Es coautor de Sofía, su hija

de 11 años. Pero además de ella existe Alei-

da, otra mujer que convive con Vladdo y sus

sátiras. Esta mujer es un proyecto que tenía

desde que se inició como caricaturista, pues

quería tener un personaje que lo identifi cara

ante su público, pero que no hablara de as-

pectos coyunturales.

Aleida nació en Guayaquil, en 1997. Por

esos días asesoraba en temas gráfi cos al diario

El Universo de esa ciudad. Como le quedaba

tanto tiempo libre, y conocía poca gente de-

cidió retomar un proyecto que tuvo poster-

gado varios años. Al momento de crearla tenía

claras dos cosas. La primera, que tenía que

ser una mujer y, la segunda, que no quería un

nombre común pero tampoco estridente. Sin

pensarlo mucho recordó que cerca a su casa

en Armenia había un salón de belleza que se

llamaba como su dueña, Aleida.

En el bar de su hotel en Guayaquil, mien-

tras se tomaba algo, esbozó unos trazos que le

gustaron; solo le hacía falta ponerle los labios.

“Como nunca supe qué tipo de labios hacer-

le, y sin ellos no me disgustaba, decidí dejarla

desbocada”. El debut de Aleida fue en su página

web, ella aparecía en un sofá y decía: “Esto de

ser positiva en la vida es muy chévere… hasta

cuando uno se hace la prueba del sida”.

¿Por qué Vladdo sí entiende a las mujeres?

La respuesta no parece fácil, pero podría ser que

mientras sus amigos jugaban fútbol en el Inem

de Kennedy, él prefería escuchar hablar a sus 16

compañeras sobre cosas de mujeres. “¡Así supe

que 34B no es una dirección y que un cólico no

signifi ca una indigestión!”.

Si Vladdo no deja político con cabeza,

Aleida hace lo propio con los hombres. Esta

mujer vive rodeada de desamores, mal sexo

y humillaciones de los hombres que ella cri-

tica y “descuera” ante las demás mujeres. Su

tristeza se relaciona con el gusto de su crea-

dor por el tango, música llena de nostalgias y

tristezas. Pero el tango también tiene cosas

buenas: le permitió a Vladdo darse cuenta

de que existe un Enrique Santos bueno, por

supuesto no el director del periódico que

lo censuró al inicio de su carrera, sino el

enorme compositor argentino Enrique San-

tos Discépolo, con quien comparte que “El

mundo fue y será un porquería, ya lo sé, en

el 506 y en el 2000 también”.

El gobierno Uribe y el diario El Tiempo

fueron los inspiradores principales del perió-

dico de Vladdo. Un pasquín, llamado así para

evitar que sus opositores lo tildaran de esa

forma, ofrece a sus lectores una visión crítica y

dicha le duró poco. El desencanto se dio

por una caricatura suya en la que un per-

sonaje leía un titular de prensa que decía:

“Amenazadas las playas de Cartagena”.

El hombre reaccionaba diciendo: “ni que

fueran jueces”. Sin embargo, Hernando

Santos, el director, sin previo aviso o con-

sulta, le cambió el texto y lo que salió

fue: “Hasta dónde se mete el M-19”. De

era que el crédito de la imagen decía “ar-

chivo particular”,

Vladdo hubiera

sido el interesado

en que la foto se

publicara. Después

se enteró quién era

el fotógrafo y al pre-

guntarle por qué no

había puesto su cré-

dito, le respondió: “la

orden de los jefes era

joder a Vladdo”.

pronósticos periodísti-

profundamente subjetiva y parcializada de los

gobernantes de turno. Un pasquín ya completa

más de 50 ediciones y toma fuerza entre los

detractores del gobierno.

Este cuyabro de 47 años, admirador de

Osuna, ha logrado marcar un hito en la his-

toria de la caricatura en Colombia. Lo mejor,

según él, es que disfruta su trabajo, y no hay

nada mejor que recibir plata por hacer lo que

a uno le gusta. Mientras llega el día en que

Aleida por fi n lo mantenga sigue trabajando

en Semana, de donde no quisiera moverse

nunca, porque para Vladdo es lo más parecido

a un restaurante de carretera: “Ambiente fa-

miliar atendido por su dueño”.

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Page 16: Oraculo 24

Desde muy niño, Julio César González

aprendió que la caricatura era la me-

jor forma de oponerse al poder, o al

menos de burlarse de él. Por esa vía empezó

a caricaturizar a sus padres, tíos y cualquier

fi gura de autoridad que se le cruzara en el

camino. Obviamente, sus profesores fueron

siempre un blanco favorito de esta lucha so-

terrada contra la autoridad.

Hay un episodio que Julio César no olvi-

da de ese tiempo. Fue en cuarto o quinto de

primaria cuando le dio por pintar a aquellos

maestros que exigían más de la cuentas, para

que los compañeros de curso se rieran. “En

esa época –cuenta él– éramos muy respetuo-

sos con los profesores, pero mi director de

grupo, Luis Fernando Parra, era muy gordo

y aparte de todo muy ´cuchilla´; entonces,

le hice una caricatura y todos se la rotaron

de puesto en puesto. Fue carcajada general.

Cuando Parra la vio rompió a llorar delante

de todos”.

Este pereirano, nacido en 1969, y más

conocido en el mundo del dibujo como Mata-

dor, no tiene reparos en aceptar que cuando

niño era medio maloso. Maloso y medio, para

ser más exactos. Él mismo refi ere cómo cuan-

do tenía 3 años nació su hermano Diego, y

eso le produjo un tremendo ataque de celos.

“Por eso no tuve problema en vaciarle una

botella de alcohol en los ojos cuando estaba

en su cuna, lo que le produjo ceguera por más

de 3 días”.

Su primer contacto con la caricatura lo

tuvo en la zapatería paterna. “Mi papá –cuenta

él– cortaba el cuero de los zapatos en una

mesa alta y el sobrante caía en la parte de

abajo; entonces, yo cogía los retazos de cuero

y empezaba a rayar ahí; hacía mamarrachos”.

A los 7 años se dio cuenta de que quería ser

caricaturista porque vio un libro de los mejo-

res humoristas de Latinoamérica. En la parte

de atrás había una reseña de Roberto Fonta-

narrosa en la cual decía que había estudiado

publicidad y que era caricaturista. Ahí ya no

tuvo dudas: sería como Fontanarrosa.

El primer problema era poderse graduar.

Después de recorrer por 6 colegios y termi-

nar expulsado de todos, fi nalmente en 1987

terminó su bachillerato en el Cooperativo de

Pereira, que era el único sitio donde recibían

a todos los alumnos vagos desechados por el

resto de escuelas.

A los 6 meses de ser bachiller trabajó

en la agencia de publicidad Floops, junto a

su hermano Diego. Ahí adquirió la costum-

bre de hacerle una caricatura a cada nuevo

empleado, lo cual generaba mucha risa entre

los compañeros. “Ese Julio César, ¡era malo!

–cuenta Diego–. Una vez llegó una pelada

nueva al trabajo, y era tan fea que cuando le

hicieron la caricatura, jamás volvió”.

Su pasión por el dibujo fue el motivo por

el que decidió estudiar publicidad en la Uni-

versidad Católica de Manizales. Después de

cuatro semestres de parranda, excesos, malas

notas y mucho tiempo perdido, lo expulsaron

y regresó a Pereira. “Me echaron –afi rma hoy

en un examen de conciencia– porque no ha-

cía sino beber y salir con viejas. Era un com-

pleto tarado; mi mamá y mi papá con tanto

esfuerzo tratando de pagarme una buena uni-

versidad y yo… cagándola”.

Hasta ahí le llegó el apoyo de los papás.

Entonces, decidió trabajar con su primo ma-

nejando un taxi. “Era un taxi gastado y viejo,

modelo sesenta y pico. Yo tenía una novia que

se llamaba Ivonne y como se acercaba el día

del amor y la amistad yo quería plata para sa-

carla, pero ese carrito me trajo fue dolores

de cabeza. Una vez se prendió el motor, se

incendió el ´berraco y casi que no lo apago”.

Llevaba cinco meses de taxista y eso le pare-

ció una señal del cielo de que la cosa no era

por ahí. Entonces decidió que iba a intentar

de nuevo con el dibujo.

La Fundación Universitaria del Área

Andina fue la institución donde culminó sus

estudios profesionales. Los buenos trazos y

los contenidos de sus caricaturas permitieron

que un vecino del barrio se fi jara en su ta-

lento. “Gustavo Colorado, quien era nuestro

vecino y un escritor muy reconocido de la re-

gión, impulsó a Julio César a seguir dibujando,

a pesar de que mi papá le decía que dejara de

dibujar maricadas”, asegura Diego.

Colorado conocía al director de El Fuete,

un periódico pereirano. En 1989 publicó su

primera caricatura, que aún hoy, después de

haber pintado otras miles, sigue siendo la que

más le gusta y recuerda. “Era un pájaro car-

pintero que picoteaba la Cruz Roja”, cuenta

Julio César. Ese fue su manifi esto personal en

contra del poder. Como la Cruz Roja era in-

tocable decidió ponerla en entredicho con el

simple picoteo de un ave. “Aun las más altas

y prestigiosas instituciones pueden ser cari-

caturizadas y criticadas”, dice. La picoteada

gustó y le abrió las puertas de otros medios

escritos, como La Tarde y El Diario del Otún.

Pero aún todo era muy local.

El “nerd” de su hermano tenía la llave de su éxitoDiego González, que casi queda ciego en

la cuna por cuenta de los celos de Julio César,

terminó siendo su álter ego. “Era una vaina

muy rara –dice Matador– todos mis herma-

nos han sido más inteligentes y responsables

que yo, pero jamás pensé que Diego admirara

mi trabajo”.

Fue Diego, a quien en el colegio le decían

el nerd, quien lo convenció de que le entregara

algunas caricaturas para mostrárselas a un co-

nocido suyo llamado Daniel Samper Pizano. “Yo

nunca me imaginé –dice Matador- que mis dibu-

jos le iban a gustar tanto a Daniel; él me llamó

para ofrecerme la realización de la portada de

su libro Viagra, chats y otras pendejadas del siglo

XXI; casi me muero de la emoción”.

Ovidio González, el padre del caricaturista,

acepta que al principio ca-

talogaba los trabajos de su hijo como “babosa-

das inútiles”. Hoy es el primero en admirarlos

y en gozarse cada cosa que sale en El Tiempo,

Cromos, Semana y Soho. Hoy puede ser el ca-

ricaturista que publica en mayor diversidad de

medios nacionales.

A pesar de que sus dibujos son controver-

siales, crudos y atacan de frente al poder, jamás

lo han censurado ni lo han amenazado. “Lo que

sí hacen es putearme en mi blog –asegura él–.

Hace unos años tuve problemas con la iglesia

católica por hacer una caricatura sobre los cu-

ras pedófi los; me escribieron que era el diablo y

que dejara de publicar esas cosas”.

Para Matador hay personajes fáciles y di-

fíciles de caracterizar. Los fáciles son los que

en la vida real parecen caricaturas, como Hugo

Chávez o Piedad Córdoba. No duda en respon-

der que el que más aprecia es el ex presidente

Álvaro Uribe. “Me encanta porque me dio apar-

tamento nuevo, como da tanta papaya siempre

me va bien con Uribe; yo hasta me encariñé con

el mamarracho”, asegura.

A Julio César le gusta reírse, así sea de sí

mismo. Por eso en 2004 publicó su libro Humor

Matador y en la reseña escribió que había sido

nominado como uno de los caricaturistas más

sexys del mundo, según la revista People.

Y de pronto se cree el cuento de que es

sexy, y por eso aceptó posar desnudo para la re-

vista Cambio, en 2007. “¡Me da hasta pena hablar

de eso! Me llamaron y me dijeron que había una

sección en la revista para que saliera empelota.

Yo que soy bien feo acepté de una… para mo-

rirme de la risa. Eso sí, para cada foto me tocó

tomarme media botella de ron. Al fi nal no salí

tan mal, metí la barriguita y estuvo…”.

Imág

enes

: Cor

tesí

a Ju

lio C

ésar

Gon

zále

z (

Mat

ador

)

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Detrás de la canción más emblemática de Los fabulosos cadillacs, un colombiano en un país lleno de violencia y desigualdades encontró el seudónimo con el que le gusta clavar estocadas a los poderosos.Por Daniel Vásquez Jiménez

Julio César González (1969)

Matador, la caricatura para burlar al poder

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