onetti convento

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    O N E T T I E N E L C O N V E N T O

    D I E Z S A N M A R I A N O SE N S A N B E N I T O D E A L C N T A R A

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    O N E T T I E N E L C O N V E N T O

    D I E Z S A N M A R I A N O S

    EDUARDO BECERRA

    RAFAEL COURTOISIE

    JUAN CRUZ RUIZ

    JORGE DOTTA

    CARLOS FRANZ

    MIGUEL NGEL LAMA

    EDMUNDO PAZ SOLDN

    SANTIAGO RONCANGLIOLO

    PEDRO ANTONIO VALDEZ

    JUAN GABRIEL VSQUEZ

    SECRETARA GENERAL IBEROAMERICANAFUNDACIN SAN BENITO DE ALCNTARA

    Madrid 2009

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    ENRIQUE V. IGLESIAS

    ANTONIO SENZ DE MIERA

    JORGE DOTTA

    EDUARDO BECERRA

    CARLOS FRANZ

    RAFAEL COURTOISIE

    MIGUEL NGEL LAMA

    SANTIAGO RONCANGLIOLO

    JUAN GABRIEL VSQUEZ

    JUAN CRUZ RUIZ

    PEDRO ANTONIO VALDEZ

    EDMUNDO PAZ SOLDN

    LEONOR ESGUERRA PORTOCARRERO

    INDICE

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    ONETTI EN EL CONVENTOENRIQUE V. IGLESIAS

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    Presentar un libro en homenaje a Onetti me compromete doblemen-te, en mi calidad de uruguayo y de Secretario General Iberoamerica-no. Como uruguayo me siento profundamente conmovido por un

    escritor que sin compartir todas las glorias de los ms famosos del boom lati-noamericano porque no le interesaron ha permanecido como el ms cons-tante en ese universo que puso a temblar los cimientos de la literatura. Elboom reinvent en su momento la manera de escribir en espaol, tanto comola forma de percibir la realidad. Fue un estallido de vigor que marc la msaguda inflexin de la literatura en lengua castellana. Onetti se mantuvo dis-

    creto, sus novelas y cuentos son historias de personas no cosmovisiones, peroson universales. Onetti sigue siendo grande entre los grandes, siempre vigen-te y sin desgaste. Su nihilismo literario lo hizo precursor de los existencialis-tas. Es considerado no slo el escritor ms importante que ha dado la literaturauruguaya, sino uno de los mximos creadores de la narrativa del siglo XX. Lostemas y la atmsfera que configuran la produccin de Onetti son comunes ysrdidos: la soledad, la prostitucin, la rutina, el dinero. Su exasperado realis-mo es una autntica obra maestra. Juan Villoro escribi para el primer tomode las Obras completas de Onetti 1 en Santa Mara, una placa teida de ver-

    dn describe el sencillo y poderoso legado de Brausen: Fundador. Pocosautores merecen la extraa palabra que designa lo que apenas comienza.Onetti fue el primero. El tamao de su herencia es todava futuro.

    De su herencia habla este texto que publica la Secretaria General Ibe-roamericana y constituye el segundo aspecto por el que me da mucho gustopresentar el libro. Es porque en mi calidad de Secretario General me he pro-puesto promover las nuevas generaciones de creadores iberoamericanos; quela SEGIB sea eco de sus voces para que lo iberoamericano resuene en todas

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    partes con su inmenso talento. Los escritores, los msicos, los pintores, losactores y los cmicos, todos tienen un espacio de apoyo en esta casa. Quelos sanmarianos, Eduardo Becerra, Juan Cruz, Rafael Courtoisie, JorgeDotta, Carlos Franz, Miguel ngel Lama, Edmundo Paz Soldn, SantiagoRoncagliolo, Pedro Antonio Valdez y Juan Gabriel Vsquez, la zaga deOnetti, hayan aceptado la celebracin conjunta de los 100 aos de Onetti mecomplace mucho. Este libro es su testimonio. Cada cuento y cada ilustracinde Jorge Arranz es una joya, un tributo al escritor uruguayo y un reconoci-miento a la labor de la Secretaria. A todos ellos, as como a la Fundacin SanBenito de Alcntara, a la Embajada de Uruguay y a la Casa de Amrica,muchas gracias.

    ENRIQUE V. IGLESIASSecretario General Iberoamericano

    1 Galaxia Gutenberg

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    SAN MARIANOS EN SAN BENITOANTONIO SENZ DE MIERA

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    Ah estar esperando una cita imposible, un encuentro que no se cumplirBalada del ausente. Juan Carlos Onetti

    U n grupo, puedo decir que bien elegido porque nada tuve que veren ello, de escritores iberoamericanos, pasaron tres das en el Con-vento de San Benito dialogando sobre la figura humana y literariade Juan Carlos Onetti (Montevideo 1909; Madrid 1994). Aqu podra acabareste escrito, porque eso es lo que sucedi, sin ms aditamentos. Est dicho casi

    todo lo necesario: qu, quines, cundo Alguien dijo que en el comienzode una historia tiene que estar dicho lo esencial. Argumentos no falta paradefender tal cosa, pero siempre es necesario un desarrollo, una explicacin.

    Tenamos una razn convencional para hablar este ao del autor urugua-yo y era la celebracin del centenario de su nacimiento. Pero sabamos quecualquier excusa era buena para hacerlo y que, por tanto, ni siquiera hubierasido necesaria esa efemride para que unos escritores iberoamericanos, jvenesy menos jvenes, pero todos deudores, sabindolo o sin saberlo bien del todo,de su obra, dedicaran unos das de su vida a glosarla y discutirla. El que lee los

    libros de Onetti, conoce su biografa, contempla su rostro en las fotografas quetenemos de l, de una forma o de otra se convierte en onettiano, entra a for-mar parte de un extrao y selecto club de admiradores, secuestrados por sumundo, por su literatura, por su pesimismo existencialista.

    Podra uno preguntarse, sin embargo, y, seguro que muchos de los par-ticipantes en los coloquios de San Benito lo hicieron en algn momento,si un convento de la Orden de Alcntara en medio de Extremadura era ellugar ms idneo para hablar de Onetti. Qu pintaba ese escritor, al que

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    podemos imaginar, equivocadamente o no, tumbado en una cama acompa-ado de una botella de whisky, en el claustro de un convento? Es bastanteprobable que esa imagen de la cama y el whisky tenga mucho ms de leyen-da que de realidad, pero lo que si sabemos con seguridad es que sus persona-jes de ficcin frecuentaban ms garitos y prostbulos que lugares de devociny piedad. Sabemos tambin con certeza que a nuestro autor no le gustaban nipoco ni mucho las mesas redondas y las tertulias literarias; eso lo ha dejadomeridianamente claro en sus escritos: No conoc conferencias, deliberacio-nes, polmicas, congresos o mesas ms o menos circulares que hayan servidopara nada, afirm en una entrevista ahora publicada en la edicin de sus obrascompletas.

    Todo pareca, pues, estar en contra del xito de aquella iniciativa, sidejamos a salvo el entusiasmo y la buena voluntad de sus organizadores. Ni ellugar, ni el propsito ni el mtodo respondan a las preferencias del que esta-ba llamado a ser el protagonista de la reunin. En apariencia, el escenario deaquel debate no podra ser ms ajeno al mundo onettiano. Pero quizs no lofuera del todo: la imaginacin literaria encuentra vas para conectar mundosextraos y puede que opuestos. Y eso es lo que finalmente pas. Sanmaria-nos de Uruguay, de Colombia, de Per, de Chile, de la Repblica Domi-nicana y de Espaa, encontraron el modo de transformar el convento de San

    Benito, con sus palabras y sus gestos, en un jaln ms del itinerario imagina-rio de Juan Carlos Onetti. Ah estaba la fuerza de la palabra y de la literatura.Quizs el mismo Onetti se hubiera redo de nuestras conversaciones y deba-tes, o tal vez hubiera disfrutado como no hubiera podido imaginar, quien lopuede saber. No ramos crticos literarios, sino devotos lectores de su obra,escritores hablando de otro escritor, con admiracin, respeto y sentido delhumor. Hijos o nietos hablando del padre que ya no est. As que no todo lotenamos en contra

    Sea como fuere, el experimento funcion e incluso me atrevera a pen-

    sar que funcion muy bien. As lo pueden atestiguar las cmaras de la televi-sin educativa iberoamericana, testigos invisibles y permanentes delencuentro y tambin Leonor Esguerra, la Directora de Cultura de la SEGIB,responsable fundamental de aquel encierro literario. Atenta, solcita, pendien-te de todos los detalles, Leonor se sumergi en el intrincado mundo del uru-guayo y me temo que haya quedado convertida ya para siempre en unasanmariana beligerante y comprometida. Como yo mismo, debo decirlo:sanmariano beligerante y comprometido. Pocas veces, en mis ya numerosas

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    vivencias conventuales, me he sentido tan inmerso en las conversaciones y enlos debates, tan metido en harina, podra decir, como en esta reunin de escri-tores, crticos y novelistas, cuando resulta que yo no soy nada de eso. Notengo ms remedio que atribuir lo que me sucedi durante aquellos tres dasa un milagro de San Onetti y a la magia de la literatura. Se habl mucho ybien, y se estableci un clima de convivencia que favoreci la creatividad y elingenio. El whisky tampoco falt, ni faltaron los paseos por la villa de Alcn-tara, solitaria, perdida en el tiempo y en la historia y la inevitable visita alPuente Romano, en la roca del Tajo, en el que el arte se ve vencido por supropio objeto. El entorno, la Villa de Alcntara, el paisaje, el propio Con-vento, intervinieron, de alguna manera, no sabra decir muy bien cmo, en

    el clima que entre todos alcanzamos a crear.Y lleg el momento de las despedidas y nos dimos cuenta de que costa-ba deshacer, as y sin ms, ese clima que habamos creado, esas palabras quehabamos dicho y escuchado. Consideramos que deba quedar constanciaescrita, que tuviese, al menos, una memoria literaria acorde con el espritu queimpregn la reunin. Por eso, antes de marcharnos cada uno por nuestro lado,nos comprometimos y les comprometimos, a escribir unas palabras sobre laexperiencia vivida. Onetti, el convento, y los ecos de los dos das de debatesque habamos celebrado, entre el rigor del anlisis y la reflexin meditada y

    los efectos ms efmeros y tamizados del recuerdo, la imaginacin, las asocia-ciones, que permite y reclama, tal vez, el mundo literario. Queramos tan slopequeas piezas sobre una experiencia concreta, sobre unas conversacionesmantenidas, y, en particular, sobre una indita, quizs imposible, relacinentre Onetti y su mundo y el convento. Los san marianos cuentan, a sumodo, lo que vivieron o imaginaron vivir aquellos tres das en San Benito.Sus escritos aparecen en este libro que lleva como ttulo: Onetti en el Con-vento, un atrevimiento que nos ayudar, espero, a seguir leyendo y hablan-do del universal y genial escritor uruguayo. Y todo esto gracias a la iniciativa

    de la Casa de Amrica y la SEGIB y al apoyo de la Consejera de Cultura dela Junta de Extremadura. La Fundacin San Benito puso el Convento yExtremadura el marco ideal para unas conversaciones inolvidables.

    ANTONIO SENZ DE MIERADirector de la Fundacin San Benito de Alcntara

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    ONETTI EN EL CONVENTOJORGE DOTTA

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    Jorge Dotta(Uruguay, Montevideo, 1960)

    Ha cultivado la narrativa y la poesa mostrando su preferen-

    cia por el relato breve.En 1993 public su primer libro de cuentos titulado TerapiaFrustrada bajo el seudnimo de Leonardo Pietri.Posteriormente public ya con su nombre varias obras entrelas que se destacan Desde la Barra (1995), Cuentos de Diplom-ticos, (1995, en coautoria), la novela El Rostro que Ramss novio (2004) y Los que tapan el sol(2004).Desde comienzos de los 90 sus escritos aparecieron regular-mente en diversas publicaciones peridicas como las revistasGraffii, Relaciones, Sobretodo (Uruguay) y en peridicos deMiami y Egipto (el semanario en francsAl Ahram Hebdo enCairo). Tambin colabora y publica en el blog "El Monte-videano-Laboratorio de Artes".Es Abogado, pos grado en Derecho Internacional Pblico y

    Master en Estudios Internacionales. Diplomtico de carrera,ingres en el Servicio Exterior del Uruguay por concurso deoposicin y mritos, llevado a cabo en 1990, en el cual obtu-vo el primer lugar.Ha desempeado funciones en la Embajada del Uruguay enEgipto y actualmente en Espaa donde es Responsable deCultura y Artes.

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    E

    l viaje me cay del cielo, igual que le haba pasado a Onetti conLa Vida Brevey, en realidad, con todo el resto de su bblica inspira-

    cin. La ida al Convento de San Benito junto a tantos expertos onet-tianos, verdadero viaje a la ficcinesta vez sin Vargas Llosa pero, en cambio,s con el alma del viejo me rescataba de una semana sin esperanzas en midecadente oficina de Madrid.

    Me daba envidia no haber sido yo el de la idea de ese viaje y no podamenos que mirar de reojo y con envidia a Leonor, quien haba montadoaquello con una perfeccin tan repugnante que hasta haba incluido a la tele-visin para ir grabando nuestra peripecia. Al hacerlo de ese modo ella se ase-guraba de que nadie se bajara; o sea, que ninguno abandonara ese viaje. De

    golpe vi casi blasfemo el hecho de ir hacia un convento en el autobs que ellaregenteaba, lleno de hombres y en el cual sobraban los asientos por si llega-ran a surgir eventuales clientas en el camino a quienes ofrecerles nuestros ser-vicios. Y yo haba podido considerarlo cado del cielo; por Dios!, cmohaba ido a parar ah?, cmo poda haber cambiado tanto el mundo en unpuado de aos?

    Aunque pueda parecer mentira, el horror me despojaba gradualmente,al avanzar por la carretera, de la costra que haba ido acumulando sobre miyo; el dolor de mi humillante condicin me converta en alguien superior a

    quien era antes de subir al autobs. Ya habra tiempo de matarla llegado elcaso y organizar una empresa entre todos esos hombres que haban aprendi-do tantas astucias como para hacer del convento nuestra mina de oro; no eracuestin de apresurarse. El alivio me haca mirar a Leonor con otros ojos.

    Ya estaba empezando a soar, como si Onetti me hubiera susurrado lareceta que le permiti a Brausen la cura de aquello de no tener siquiera la ilu-sin o la voluntad de ser otro, cuando la cmara nos da a quemarropa y el perio-dista nos pregunta:

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    De qu hablan los escritores cuando no escriben?Fue como un palo en la nuca que hizo saltar las races de mi sueo que

    recin se estaba formando y que era para m casi tan puro como la inmacula-da concepcin de la literatura de Onetti.

    De muchas cosas y de nada. Contest aletargado sealando a RafaelCurtoisie como alguien ms apropiado para responder a la barbaridad que par-ta nuestro espacio y postergaba la fertilizacin de nuestra complicidad. Cerrlos ojos y no volv a abrirlos hasta que sacudido por las curvas tuve que apre-tar fuerte la boca para evitar el vmito. Pens que no habra estado mal vomi-tarles la filmacin, pero no era tan fuerte y an no habamos llegado. Despusme enter de que Rafael les haba largado un discurso que los haba hipnoti-

    zado. No era todo trabajo perdido si, ya que estaban ah, tenamos que ponera esos tipos de nuestra parte.Los escritores!, pens con rabia, recordando la voz que reivindicaba

    el sagrado y modesto territorio del tipo que escribe en un rincn, inclinan-do el alma en reverencia y pensando en el rincn para meterme no ya a escri-bir sino para ponerme a salvo hasta llegar al convento. Me puse a pensar queOnetti haba vivido una vida conventual, enclaustrado en busca de la salva-cin, soando con la pureza y la divina concepcin; persiguiendo la palabraperfecta, temeroso del infierno que es ms feroz de este lado de las cosas

    donde estn los dems. Yo no iba al convento con tal religiosidad, iba condesparpajo a un debate intelectual representando a una Institucin. Al llegar,sent alivio al enterarme de que el Convento de San Benito tuviera una igle-sia sin terminar porque sus constructores haban sido convocados para lasobras de El Escorial y la dejaron inconclusa.

    Una vez all, a la vista de tumbas sin nombre y con la ayuda del abun-dante licor existente, la creacin literaria de Onetti se convirti en la verda-dera protagonista de la vida del lugar y se apoder de los convocados, quecomenzaron a observar conductas misteriosas y contradictorias que retaban a

    ser descifradas como los relatos en cuya lectura se haban alimentado, desbor-dantes de belleza y elocuencia, aunque parecieran irrelevantes. A medida queyo absorba toda esa energa, retomaba los sueos iniciales de mi viaje, que noexcluan el prostbulo perfecto de Larsen, para el cual vea que la inmensi-dad del convento era perfecta y que afortunadamente en la cocina trabajabanunas chicas guapsimas que nos podran hacer ricos en cuestin de poco tiem-po. Sent el inconfesable alivio de dejar de odiar-me.

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    De tal modo, Onetti nos haba devuelto nada menos que a nosotros mis-mos y la posibilidad de procurar en esa estancia en el claustro, aferrados a laprecisin de su prosa y a la perfeccin de sus tramas desafiantes de los dasgrises que le tocaron en suerte, nada menos que nuestra salvacin.

    JORGE DOTTA

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    ONETTI EN EL CONVENTO POR QU NO?EDUARDO BECERRA

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    Eduardo Becerra

    Profesor titular de Literatura Hispanoamericana de la Uni-versidad Autnoma de Madrid y profesor invitado en diver-

    sas universidades de Europa, Norteamrica y Asia, es autorde los libros Rubn Daro y su obra (2000) y Pensar el lenguaje;escribir la escritura (experiencias de la narrativa hispanoamericanacontempornea) (1995); y coautor, junto con Teodosio Fer-nndez y Selena Millares, del manual Historia de la literaturahispanoamericana (1995), encargndose del captulo dedicadoa la narrativa contempornea. En el tercer volumen de la his-toria de la literatura hispanoamericana coordinado por Tri-nidad Berrera y publicado recientemente por la editorialCtedra, se ha encargado de la redaccin de los captulossobre el panorama de la narrativa del siglo XX, el cuento his-panoamericano contemporneo y Uslar Pietri y el realismomgico. Asimismo, ha sido editor de los libros El arqueroinmvil. Nuevas poticas del cuento (2006), Desafos de la ficcin

    (2002), Farabeuf, de Salvador Elizondo, (2000); Lneas areas(gua de la nueva narrativa hispanoamericana) (1999); Poemasescogidos (1997), y Las lanzas coloradas (1995), de Arturo UslarPietri. Entre 1999 y 2003 desempe el cargo de director dela Serie Hispanoamrica de la coleccin Nueva Biblioteca enla Editorial Lengua de Trapo (Espaa) y ha colaborado enrevistas como Quimera, Letras Libres, Cuadernos Hispanoa-mericanos, Lateral, Nuevo Texto Crtico (USA) y Replican-te (Mxico), entre otras.

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    Fue algo inesperado, yo no estaba en ese momento en la mesa dondese coci todo. Cuando llegu, hablaban de escribir un texto, en prin-cipio una ficcin, bajo el tema de Onetti en el convento. La res-

    puesta fue la misma en todos los casos: En el convento? No lo veo. Si fueraen el burdel, en una cervecera, en la oficina, pero en el convento, quinpuede imaginarse a Onetti en un convento?

    Tenan razn, pero all estbamos todos, en el Convento de San Benitode Alcntara, para hablar de Onetti, de su obra, de su personalidad, de la

    importancia de su legado. Un convento con grandes habitaciones hechas parala oracin, el reposo y la meditacin, con claustro, capillas y mltiples rinco-nes que recordaban un origen religioso que, qu duda cabe, no cuadraban deltodo con el mundo imaginario y la vida del autor de El astillero. Pero noshaban llevado all, al convento, para recuperar y hacer posible que la atms-fera de esos dos das fuera digna de l, para tratar de que el fantasma de Onet-ti se manifestara, y haba que ponerse a ello.

    Como era un encuentro en el que prcticamente todos menos yo eranescritores, por supuesto pens, con alivio, que no iba conmigo, que para escri-

    bir ficciones ya estaban all Edmundo, Juan Gabriel, Rafael, Santiago, Pedro,Carlos e incluso Santos, al que el ser poeta no le deba librar del encargo. Perola cosa qued clara desde el principio, todos estbamos comprometidos y noera posible negarse. Fue un encargo a quemarropa y reconozco que esperque en cualquier momento decidieran cancelarlo, pero si escribo esto es por-que, obviamente, no lleg a ocurrir.

    Comienzo a recordar, buscando pistas desde las que seguir un posiblerastro de Onetti en el Convento de San Benito de Alcntara.

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    PRIMER DA:

    El encuentro se llamaba Sanmarianos en Santa Mara, y cuando llega-mos Edmundo y yo, a eso de las diez de la noche, vimos que Alcntara erauna ciudad junto al ro Tajo; no era mal inicio para evocar la Santa Marade Onetti. Luego, en la cena, Antonio, junto con Leonor uno de los dos denuestros magnficos anfitriones, comenz a repartir cargos de la antiguaOrden de Alcntara clavero, canciller, etctera a los recin llegados. Atodos menos a Santiago Roncagliolo, que por muchos mritos que dijeratener le fueron constante y convenientemente negados una y otra vez. Loselegidos me recordaron de inmediato a Kunz, Glvez y Larsen, los delirantes

    empleados con importantes cargos de Petrus y Cia, la empresa fantasma de Elastillero de Onetti.La cena acaba y Antonio propone tomar unas copas en ese claustro mag-

    nfico en el que estamos. Todos piden whisky con la excusa del homenaje almaestro, yo me mantengo fiel algin tonic, creo que Santos tambin. Onetti noest tan lejos. Estamos en una ciudad junto al ro, Antonio reparte cargos yresponsabilidades ficticios y antes de las sesiones evocamos en la sobremesa alque nos ha trado aqu con whiskyes ygin tonics. No es mal comienzo.

    SEGUNDO DA:

    Entro a la sala donde celebramos los coloquios, veo un enorme lienzocon la figura de Don Juan de Borbn vestido con el manto de las cuatro rde-nes militares espaolas: Alcntara, Calatrava, Santiago y Montesa (al dasiguiente vera en otra habitacin una pintura de su hijo, el Rey Juan Carlos,con la misma vestimenta). La capa es blanca y muy amplia; en seguida pien-so que otorga al que la lleva un aire fantasmal (el tono en penumbra del lien-

    zo y de la habitacin en la que estamos ayuda sin duda a ello) y al mismotiempo aristocrtico.

    Gustavo, el responsable del reportaje televisivo que estn realizandosobre el encuentro, me entrevista. Parece que la idea del texto sobre Onettien el convento le ha gustado (claro, l no tiene que escribir nada). Habla-mos de su literatura y de repente me pregunta cmo imagino al fantasma deOnetti deambulando por un convento como ste. La respuesta es fcil: Nadade pasear por las habitaciones. Se estara quieto y siempre en el mismo lugar.

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    presencia iba anuncindose en ese lugar aparentemente tan ajeno a l como elconvento de San Benito de Alcntara. Me gust mucho una frase de Santia-go Roncagliolo en una de sus intervenciones: Conoc la obra y la figura deOnetti tarde; y me llam la atencin esa falta de inters por su dimensinpblica como escritor; la de alguien entregado exclusiva y obcecadamente asu literatura. Por entonces, mientras algn autor del boom decida presentarsea la presidencia de su pas, Onetti optaba por recluirse en su cama y no salirde ella jams.

    Todos estuvimos de acuerdo en la calidad casi incomparable de su escri-tura, inimitable en su perfeccin; todos ms o menos insinuamos la escasez decontinuadores de sus propuestas en el panorama actual; y todos coincidimos

    en que los ecos de su literatura en los tiempos que corren responden a su pro-pia actitud: sutiles y ocultos, dignos de aquel que, como Onetti, nunca se pre-ocup de darse importancia aunque fuera el autor de algunas de las mejoresnarraciones de la literatura en espaol. De la misma manera casi impercepti-ble fue apareciendo su fantasma en el convento de San Benito, definitivamen-te un lugar perfecto, pese a las dudas iniciales, para celebrar a Onetti ysentirnos sanmarianos durante unos pocos das.

    EDUARDO BECERRA

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    ONETTY, EMPRESARIO FRUSTADOCARLOS FRANZ

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    Carlos Franz(Ginebra, 1959)

    Es autor de las novelas Santiago Cero (1988), Premio Latino-

    americano de Novela CICLA; El lugar donde estuvo el Paraso(1996), llevada al cine en 2001 por el director espaol Gerar-do Herrero; y El desierto (2005), Premio Internacional deNovela del diario La Nacin de Buenos Aires. Su volumende relatos La prisionera gan por unanimidad el Premio delConsejo Nacional del Libro de Chile en 2005. Tambin hapublicado La muralla enterrada (2002), que mereci el PremioMunicipal de Santiago. Las obras de Carlos Franz han sidotraducidas, hasta el momento, al alemn, francs, italiano,holands, portugus, finlands, polaco, hebreo, turco, ruma-no y chino. Ha recibido la beca DAAD, para vivir comoArtista en Residencia en Berln. Y ha sido profesor visitanteen las universidades de Cambridge y Londres.

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    Me extravo por caminos comarcales, rurales, de un solo carril. Uninmenso sol se pone, tras Portugal, antes de llegar al pueblo de-sierto donde busco el convento. Llego tarde a la reunin sobre

    Onetti. No hay nadie, han salido, me dice la amable portera. Deambulo porel monasterio hasta una terraza encaramada sobre un barranco. Desde aqu unlargo cable elctrico, de alta tensin, pende sobre el valle conectando al con-vento con una subestacin en la otra colina. La que a su vez nos enchufa conla represa sobre el Tajo, el gran ro estancado en el trasfondo del paisaje. Estegrueso cordn umbilical retorcido, negro, trayndonos la energa desde esaplacenta detenida. Me da por pensar que este cable conecta al convento con

    Santa Mara, con la ciudad imaginaria sobre ese otro ro tan ancho y tan lentoque parece represado. Los escritores enclaustrados extraeremos de all nuestraenerga. Estamos en un convento electrificado por Onetti. El nico modo deescapar, ahora, sera descolgarme por el cable cruzando el valle hasta el otrolado. Hasta Santa Mara.

    El apellido de Onetti, como se sabe, es una invencin. Onetti es unacorrupcin de ONetty, y fue inventado por el oficial de inmigracin queregistr a un bisabuelo irlands (y gibraltareo, parece). No es descartable quellevar un apellido corrompido e inventado predisponga a imaginar la corrup-

    cin e inventarse salidas de ella. Para colmo, el segundo apellido de Onetti eraBorges. Parece mentira: los dos ms grandes narradores del Ro de la Plata lle-van el apellido Borges. Tampoco es descartable que semejante homonimiacon un escritor famoso acreciente en el marginado un deseo de diferenciarse.Ante la creciente reputacin de Borges, Onetti habr tenido la sensacin deque l poda ser ese otro Borges, desconocido, sobre quien el argentinoinsista con incmoda frecuencia. Juan Carlos ONetty Borges. Un apellidocorrupto y otro que parece robado a una celebridad. Es como para inventar-

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    se personalidades alternativas. O por lo menos, como para pensar en lasinfluencias de Jorge Luis Borges y de James Joyce sobre Onetti-ONetty.

    Recordar la influencia de Joyce sirve, al menos, para esquivar el clichde la influencia de Faulkner. Nuestro ONetty sobre Joyce: el Ulises... Unade las escassimas obras maestras de nuestro siglo... Una cantera casi inagota-ble para todos los que persistimos en el vicio de escribir. Joyce que engen-dr a Faulkner que engendr a ONetty. Uruguay como una Irlanda al otrolado del ro mar (Argentina, malgr elle, sera el imperio britnico). Graninfluencia: en ONetty, como en Joyce, puede sospecharse a ratos ratos muylargos que el lenguaje es la nica justificacin del discurso, que la trama esmero pretexto para la entonacin. La msica verbal antepuesta al sentido

    argumental. El odo como nico sentido.Gran diferencia: El Dubln realista de Joyce, desnaturalizado por los flu-jos de conciencia que lo atraviesan, se transforma en la ciudad anmica deONetty, creada por las conciencias que la habitan. ONetty no pinta ciuda-des, secreta (tambin secretea) atmsferas. No vemos Santa Mara o BuenosAires como vemos Dubln, las sentimos: susurradas, desdichadas, falaces (porusar el triple adjetivo onettyano, descomposicin triangular, cubista, del suje-to). La Vida Breve: La manitica tarea de construir eternidades con elemen-tos hechos de fugacidad, trnsito y olvido. (p 491)

    Pero las corrientes de conciencia, ya sea la del Liffey o la del Plata, sonsimilares. El ro del pensamiento de Bloom o Dedalus, como el de Brausen oLarsen, arrastra ideas vivas y muertas, que luchan contra corriente, que se aho-gan y reflotan. Brausen imaginando a la Queca en el departamento vecino,mientras se da vueltas en la cama, es como Bloom imaginando a Molly encama mientras l se da vueltas por Dubln.

    La nica influencia de Borges sobre su homnimo Onetti-Borges, quese me ocurre, es: el rechazo. Qu escritores podran ser ms diferentes queestos dos primos unidos por la casualidad de un apellido? La diferencia es

    tanta que sugiere, precisamente, una influencia. En el esquema de HaroldBloom sera la tessera o superacin por anttesis. Como el atormentado Bec-kett, que en una noche (de tormenta) descubri que su nica manera de supe-rar la influencia de Joyce sera hacer todo lo contrario, i.e.: ejercer laparquedad contra la abundancia, Onetti-Borges pudo haber decidido que,para superar a su primo Borges, tendra que ser su contrario. A la prstinaidea borgiana opondra el confuso sentimiento onettiano; a la elegancia bor-giana opondra la ruindad onettiana, y as ad nauseam. En suma: evitar el cami-

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    no de Borges tomando por la ruta de Arlt, pero con estilo. Emir RodrguezMonegal present a Onetti-Borges con Borges. Previsible fracaso. Onetti pre-gunt: Y qu le ven al coso ese, Henry James? Borges coment despus:Y por qu habla como un compadrito italiano? Posible respuesta: porquesu primo quera matarlo. (Maten a Borges!, recomendacin de Gombro-wicz a sus amigos al zarpar para siempre de Buenos Aires.)

    Basta de influencias. Por este camino tortuoso terminara hablandode las de Onetti sobre mis miserias creativas. En el convento (elctrico) deOnetti toca generar una teora. Emulando a uno de sus personajes desanima-dos, me plagio. Resumo un ensayo que publiqu en 2006. Al hacerlo locambio, lo modifico, me sorprendo del poder que tiene la pereza para libe-

    rar a la imaginacin.Onetti, partidario frustrado de la libre empresa. Teora no ms descabe-llada que otras acadmicas en boga. Me entero de que ahora pretenden leer-lo en serio con el aparato crtico de los queer studies. Al Onettitravestido frustrado prefiero el empresario frustrado.

    Casualidad que Brausen y Larsen sean empresarios frustrados? Brausen& Larsen, hasta suena a compaa naviera o de seguros, antigua y quebrada.En La vida breveBrausen es un publicista (como Leopold Bloom, pero no vol-vamos a las influencias). Cuando su jefe lo despide decide poner su propia

    agencia: Brausen Publicidad. Alquila la mitad de una oficina adonde lo lla-man sus amigos slo para darle la ilusin de que tiene clientes. (La otra mitadla ocupa un tal Onetti, que tampoco trabaja demasiado.) Brausen quiere tenerun negocio, aprovechar el dinero del desahucio para independizarse. Comocualquier profesional combativo que ha quedado en paro. Sin embargo, no seempea en trabajar. En su nuevo escritorio Brausen sigue fantaseado conSanta Mara. A la accin de una empresa real, prefiere la ficcin de una com-paa ideal.

    En Juntacadaveres Larsen, nuestro segundo empresario frustrado, llega a

    Santa Mara arreando a tres putas viejas. Proyecta instalar, en una casita celes-te cerca de la costa, el prostbulo que falta en la ciudad y que le ha encarga-do el boticario y concejal, Euclides Barth. El burdel se presenta como unaempresa de inters pblico. Una modernizacin, hija de un ideario liberal,cientfico, progresista (en el sentido que tena esta palabra antes de que los pro-gres la convirtieran en sinnimo de beatera). Larsen ha credo en el sueo deBarth porque l mismo suea ser un empresario independiente: ...habacredo que podra al fin tener un negocio propio y dirigirlo como se me diera

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    la gana, sin que nadie viniera a meter la nariz. Pura ilusin de emprendedornovel. Pronto, las fuerzas conservadoras de la ciudad meten no slo sus nari-ces: le cambian las reglas. Inestabilidad jurdica: el Estado, o sea el municipioy el Gobernador, cancelan la licencia otorgada. Ilegalizado el prostbulo, Lar-sen es expulsado sin juicio de Santa Mara. Moraleja: instalar un negociolegal en Latinoamrica es ms difcil que escribir una novela. Si Larsentuviera dinero para pagar una coima Pero es pobre.

    En El astillero Larsen vuelve, cinco aos despus. Ahora trae dos proyec-tos empresariales. Escarmentado, ms prudente, los revela poco a poco. El pri-mero es una empresa sentimental, un braguetazo: casarse con la hija idiota delmillonario Jeremas Petrus. La segunda: asumir la gerencia del enorme astille-

    ro quebrado que languidece en la costa, y reflotarlo. Ambas son empresascorruptas. Ilusionar cruelmente a Anglica Ins le sirve para llegar a Petrus.Petrus le sirve para llegar al astillero donde medrar vendiendo clandestina-mente, al peso, las maquinarias podridas de la empresa que debiera salvar. Lacasita celeste cerca de la costa, la libre empresa del empresario honrado, seha transformado en el astillero sobre la costa: la falsa industria del negocian-te corrupto. Larsen ha aprendido su leccin: en nuestra ciudad, un empren-dedor pobre slo puede triunfar mediante una empresa tramposa. Lacorrupcin es la nica empresa solvente en Latinoamrica.

    Vargas Llosa, en su ensayo reciente sobre Onetti, recuerda que este mal-deca las interpretaciones polticas de su obra. Cuando el chileno David Gallag-her critic El astillero en el New York Times (1968), como una metfora de ladecadencia uruguaya, neg rotundamente que hubiera querido escribir unaalegora. Sospecho que Onetti fue ms constante en sus contradicciones que ensus maldiciones. Poco despus declaraba: [El astillero] no fue una profeca...Se trataba de la sensacin de que algo heda muy fuerte, no slo en Uruguayo en Dinamarca. Y en Cuando ya no importe, escrita al final de su vida, cuan-do ya no le importaba, fue ms lejos: El profesor me pregunt si el nombre

    Santamara me era conocido. Le dije que toda Amrica del Sur y del Centroestaba salpicada de ciudades o pueblos que llevaban ese nombre.

    Si el abuelo ONetty hubiera emigrado a Estados Unidos en lugar delUruguay, Santa Mara sera una ciudad ms pujante o esperanzada? No: Yok-napatawpha. S: Winesburg, Ohio.

    Onetti como empresario frustrado. Y novelista realizado. Construir ciu-dades imaginarias en Latinoamrica, como tambin hacen nuestros polticos,es ms seguro que fundar una PYME. La novela, y esas otras fantasas degra-

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    dadas: la arenga programtica, la demagogia constitucional, sern palabras quese lleva el viento, pero al menos gozan de una superioridad innegable: nopueden quebrar.

    (Volviendo al cable. Hay un momento cuando uno cree notar el cablede alta tensin que conecta a la imaginacin represada de Onetti con elconvento de la insoportable realidad. Ese cable es su inusual habilidad pararepresentarnos el horror del presente. Lo que consigue Onetti y casi nadiemejor que l, es hacernos sentir ese tiempo sin presencia que paradjicamen-te llamamos presente. No el transcurso, que es fcil. Ni siquiera la amenazade la muerte, que eso cualquiera. Representa el presente que no dura nada,como sntesis del nico tiempo que tenemos, que no dura nada. Y duele.)

    CARLOS FRANZ

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    PANORAMA DESDE EL PUENTERAFAEL COURTOISIE

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    Rafael Courtoisie

    Naci en Uruguay. Es narrador, poeta y ensayista. Profesorde la Universidad Nacional de Colombia. Profesor de Lite-

    ratura Iberoamericana y Teora Literaria en el Centro deFormacin de Profesores del Uruguay, de Narrativa y GuinCinematogrfico en la Universidad Catlica del Uruguay yen la Escuela de Cine del Uruguay. Ha sido Profesor Invita-do en Florida State University (USA), Cincinnati University(USA), Birmingham University (England), entre otras. Hadictado seminarios y conferencias en numerosas universida-des e instituciones de Espaa, Inglaterra, Francia, Italia,Israel, Grecia, Turqua, Bosnia, Canad, Estados Unidos yAmrica Latina.

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    E

    ran las once de la noche en el Puente Romano de Alcntara, sobreel Tajo, muy cerca del Convento de San Benito, donde habamos lle-

    gado desde diversas partes del mundo para rendir homenaje, en uncongreso bizarro, nico, sin ms testigos que las cmaras de televisin quetodo el da, a cada momento, registraban cada gesto, cada comentario, cadametida de pata y cada mentada de madre de los congresales. Era un congresodedicado a la memoria y a la obra del insigne escritor Juan Carlos Onetti, uru-guayo, ganador del Premio Cervantes de Literatura entregado en mano pro-pia por el Rey de Espaa muchos aos atrs, en el siglo pasado, all por ladcada de los ochenta.

    ramos un puado de escritores, algunos maduros (en la mitad del

    camino de la vida, Dante dixit), otros muy jvenes y, los menos, demasiadojvenes, tan jvenes que slo conocan el nombre Onetti pues lo haban bus-cado unos das antes mediante Internet, indagando en Google, y se habanapresurado a leer las sntesis y sinopsis de sus largas sagas narrativas, de susaventuras y desgracias en el mundo imaginado, en la ciudad pblica y secre-ta, ntima, de Santa Mara, un lugar geogrfico exacto, preciso, pero simple-mente inventado por el Viejo Onetti, una ciudad literaria que solamentepoda existir en el corazn y en el alma de aquellos seres sensibles que, impe-lidos por la bsqueda del misterio de la felicidad, haban asumido el riesgo de

    internarse en los territorios ignotos de aquellas pginas, a la sazn remotas alconcluir la primera dcada del siglo XXI.

    Corra el ao de 2009, durante ese ao se haban cumplido cien delnacimiento del Patriarca, del supremo decidor de las desgracias y los fracasosdel mundo, de nada ms y nada menos que de don Juan Carlos Onetti, toca-yo de aquel otro Juan Carlos, nacido en la incertidumbre noble del exilio yen la eterna pelea humana, y proclamado Rey por la gracia del siglo, de lascircunstancias o por qu no de Dios. S, de Dios. De ese Dios que escribe

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    derecho con renglones torcidos y que tal vez no sea otra cosa que la volun-tad secreta, nclita, de los hombres, una manera de dotar al azar de la huma-nidad con la investidura luminosa de un destino.

    Eran las once de la noche en el Puente Romano, haca calor, muchocalor. Era septiembre.

    Yo haba escapado un momento de los coloquios del Convento de SanBenito: quera ver el Tajo por la noche. Haba visto y considerado ese rorodeando Toledo, lo haba querido hacer mo en Portugal, pero esta era laprimera vez que lo conoca de noche, la primera vez que poda acercarme ensilencio, sin testigos ni turistas con cmaras, sin chinos ni japoneses, la prime-ra vez que me acercaba a su alma hecha de oscuridad.

    Qu hacs, pibe?Ac estoy.Mir que dicen estupidecesQuines?Ustedes, los escritorcitos de ahoraNo me joda, Onetti, decimos lo que pensamos.S, pero piensan mal.Por qu?

    Se ponen a decir pavadas. Yo ya te haba avisado, en tu anterior novelaEs verdad, pero despus cambi, Onetti Puede ser. Pero no me gusta que hablen tanto de m.Ah, no? Y por qu?Soy un fantasma, los fantasmas queremos descansar.Le prometo que no lo molestamos msAh, no? Y de ahora en adelante, a qu se van a dedicar?Le cuento: Santiago est escribiendo un guin, sobre otro muerto,

    ms jodido que usted, se lo aseguro, Juan Cruz est siempre con una entre-vista pendiente. Valdez tiene miedo que usted haga volver a Trujillo

    Eso es una estupidez! Jams hara algo as!Explqueselo a l! Juan Gabriel, el colombiano, est soando como

    hacer realidad algo imposibleMe preocupa Paz SoldnEl boliviano?Ese. Ese me parece el peor de todos.

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    No se inquiete, OnettiPor qu?A m tambin me da miedo lo que pueda hacer Paz Soldn, pero lo

    arreglamos fcil.Fcil, cmo?Le buscamos una mujer. Los bolivianos se apaciguan con las mujeresAh, entiendo. Y vos?Usted ya sabe: vivo en Monte.Y?Monte queda cerca de Santa MaraYa lo s.

    Y ahora el whisky es caro, y no hay salida. Entiende, Onetti?S, creo que s.No hay salida!!

    El Tajo me llen el cuerpo de oscuridad. Desapareci el fantasma deOnetti.

    Como pude, jadeando, regres al Convento de San Benito.En la puerta me esperaba Don Antonio, el Maestre la Orden de San

    Benito, con una copa de vino negro en la mano.

    RAFAEL COURTOISIE

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    Miguel ngel Lama(Zafra, 1962)

    Es Profesor Titular de Literatura Espaola en el Departa-

    mento de Filologa Hispnica de la Universidad de Extrema-dura. Actualmente dirige el Servicio de Publicaciones de laUEX.Ha publicado diversos estudios y ediciones de la literaturaespaola de los siglos XVIIIy XIX, de autores como VicenteGarca de la Huerta, Juan Melndez Valds, Leandro yNicols Fernndez de Moratn, el Duque de Rivas... En laactualidad, prepara para Ediciones Ctedra, una edicin de lapoesa completa de Jos Cadalso.Otros trabajos en forma de artculos y reseas sobre la litera-tura espaola de los siglos XVIII, XIXy XX han aparecido enrevistas, comoAnuario de Estudios Filolgicos, Hispanic Review,nsula, Estudios de Historia Social, Glosa, Dieciocho... Ha cola-borado en diferentes publicaciones como Quimera.

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    I

    S e dijo que la culpa fue de un profesor pesado. Fue cuando se supo lo dela crisis sufrida por Onetti. El escritor uruguayo Juan Carlos Onettisufre un desvanecimiento durante una conferencia. Sin embargo,antes de aquello, todo era un parabin unnime para el profesor por haberlogrado convencer al escritor de que acudiese al congreso internacional quesobre su obra organizaba la ms prestigiosa de las universidades espaolas. His-panoamericanistas llegados de todos los pases sintieron envidia del colega quehaba conseguido sacar a Onetti de su aislamiento. Algunos se preguntaban

    por los recursos de ese profesor para lograr hazaa tan imposible, y se hablde dinero, de una mujer, incluso de la promesa de un viaje; pero casi todo elque conoca al profesor atribua a su pertinacia el logro. Se deca que haballegado a convencer a autores sempiternamente enfrentados de hacerse unafoto juntos. l, siempre, entre ambos.

    El titular no precisaba que cuando Onetti, tras asistir a tres ponenciasplenarias sobre el espacio mtico de Santa Mara, sobre el mundo femenino ensu narrativa corta y, por este orden, sobre su lugar entre los autores principa-les del mal llamadopim pam pum de la novela hispanoamericana, y participarsin abrir la boca en un debate sobre las atmsferas literarias del Uruguay, sufriel desmayo hubo quien crey que fingido que le llev al hospital, todo elmundo dijo que la culpa fue del profesor pesado del que nunca ms se supo.Cay en desgracia, como este prrafo.

    Onetti ingres en la unidad de urgencias y estuvo en observacin duran-te doce horas. Box 4. A su lado, otro paciente con una hipoglucemia y ries-go de complicaciones. En todo momento, Onetti estuvo consciente. Maldijoal profesor y a los mdicos. Pidi beber, y que no fuera agua. Pidi tabaco e

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    insisti, como cualquier delincuente recin encerrado en prisin, en que nodeba estar all. Nadie hizo caso al viejo grun del 4.

    No se canse. Nos sacarn de aqu cuando ellos quieran dijo su vecino.Vaya punta de pendejos. Yo no tengo nada; slo un atracn de bobones.Y qu ha sido?Onetti dedujo que su compaero de urgencias no saba a quin tena en

    la cama de al lado. Se vean las caras, a pesar de que haba una cortina entreellos. Sin duda, el diabtico no haba reconocido al escritor, a un Premio Cer-vantes. Al fin y al cabo, en sitios como aquel todos eran iguales, igualmentedesasistidos y semidesnudos. Onetti respir complacido.

    Me llamo Onetti; soy uruguayo.

    Antoine Saint-Maire, encantado.Pero francs?Bueno..., s; aunque llevo ms de media vida en Espaa; desde lo de

    mayo del 68.Otro exiliado, pens Onetti. Su compaero ya le reconoci por el ape-

    llido, ya saba con quin estaba. Dos horas all fueron suficientes para cons-truir un espacio de confianza sin conocerse.

    Puedo ayudarle. A m me soltarn dentro de poco; y, por lo que heodo al mdico, creo que a usted tambin van a conmutarle la pena.

    Onetti nunca haba sentido tanta simpata por nadie sin conocerlo.Antoine Saint-Maire se ofreci para acompaarle de vuelta a casa; pero Onet-ti le pidi algo ms, que le llevase con l a algn sitio fuera del mundo sub-yugante que le haban creado.

    Ni Santa Mara! dijo con sorna, asombrado por la opresin quehaba sentido.

    II

    Al convento de San Benito, en Alcntara, un rincn extremeo, reco-gido y fronterizo, cercano a Piedras Albas y a Zebreira, se llega desde la carre-tera de Cceres tras atravesar el pueblo, all donde el magnfico puenteromano. El camino que hicieron en coche Antoine y Onetti. La hospederadel conventual estaba habitada aquellos das por media docena de personasque atenda una camarera llamada Magda, ocupada en que todo estuviese dis-puesto a gusto de todos. Dos parejas de amigos, una actriz italiana y un joven

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    periodista tomaban una copa en el patio despus de cenar cuando llegaron losdos convalecientes para dar buena cuenta de la media botella de Lagavulin queMagda restituy a la mesa tal y como la haba dejado Antoine tras su ltimavisita al convento, haca dos meses. Antoine hizo las presentaciones. Nadieconoca a Onetti, aunque todos comprendieron la importancia del personaje,al que nadie molest ni esa noche ni las siguientes. Onetti estaba feliz. Bebay hablaba. Antoine estaba feliz. Todos estaban contentos. Pasaron tres sema-nas apacibles, de conversaciones nocturnas despus de la cena, bajo el cieloestrellado de un septiembre inusitadamente templado. Gozaban todos. Quienms, Onetti, confiado y seguro por la proteccin de su amigo Antoine, yrisueo siempre que Magda, la camarera, andaba cerca. Bromeaba con ella, la

    piropeaba y ella se dejaba llevar cuando el escritor le recordaba haber escritosobre la manera tan inteligente que algunas personas tienen de decir buenosdas, sobre la fuerza de realidad que tienen los pensamientos de la gente quepiensa poco y que no divaga. Haba logrado la complicidad de Magda paraque todas las noches, al servir ella el caf y las copas, se dijesen:

    Seorita Magda, aqu se puede fumar?Por supuesto, seor Onetti.Qu bueno! Y mentir?Claro que s.

    Pero qu bueno, seorita!Y as todas las noches. Seorita Magda, aqu se puede fumar? Por

    supuesto, seor Onetti. Qu bueno! Y mentir? Claro que s. Pero qubueno, seorita!

    Hasta la noche que Onetti se march sin que nadie lo supiera. Magda fuela primera en enterarse. Lo comunic despus de cenar, al servir el caf y lascopas, y, por primera vez en tres semanas, el patio qued vaco al primer sorbo.

    A la maana siguiente, Magda dispuso como siempre el desayuno. Nadapareca igual, salvo que las tazas eran las mismas que la maana anterior.

    Cuando Antoine, el ltimo en bajar, se sent, sin ocultar su contrariedad, sedio cuenta de que sobraba un puesto. Magda, que saba decir los buenos das,se adelant a todo:

    Esa taza es para nuestro nuevo cliente. Lleg anoche. Ahora bajar. Esun profesor.

    MIGUEL NGEL LAMA

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    ONETTI EN EL CONVENTOSANTIAGO RONCANGLIOLO

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    Santiago Roncangliolo(Lima, 1975)

    Ha vivido en Mxico, Per y Espaa. Su novelaAbril Rojo

    (Alfaguara, 2006) lo convirti en el ganador ms joven delPremio Alfaguara de Novela. Pudor(Alfaguara, 2004) fue lle-vada al cine. Adems ha escrito la novela de viaje El prncipede los caimanes, el volumen de cuentos Crecer es un oficio tris-te, el reportaje La cuarta espada, guiones de cine y televisin,traducciones literarias y libros para nios. Acaba de publicarMemorias de una dama, novela ambientada en Cuba y en laRepblica Dominicana de la era de Trujillo.Colabora con la cadena de radio SER, el diario El Pas yotros medios en Amrica Latina y Europa. En la actualidad,reside en Barcelona.

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    O

    netti lleg a Alcntara ligeramente mareado por las curvas delcamino y la falta de tabaco. Odiaba las normas que impedan

    fumar en autobuses. Odiaba a los jvenes que llegaban al pueblo ahablar sobre l completamente sobrios, algo que le pareca indigno de su viday obra. Pero slo cuando vio que iban a quedarse en un convento sinti elverdadero pnico.

    Sin duda, esto deba ser obra de alguno de sus personajes. Onetti les dabaa sus personajes vidas mediocres, ruines y srdidas, y alguno de ellos habadecidido vengarse envindolo a un antro lleno de monjas. Deba ser el curase deJuntacadveres, el que haba montado la campaa contra el prostbulo dela casa celeste. Slo sus malas artes podan explicar que Onetti diese con sus

    huesos en un lugar as.Al entrar, comprob con alivio que no haba monjas. De hecho, slo

    estaban los jvenes que hablaban de l. Algunos de ellos tenan ms de cin-cuenta aos, pero Onetti tena cien, as que su definicin de joven eragenerosa. Escuch algunas de las conferencias, pero se aburri. Le pareci quehablaban de l como si estuviese muerto. A la segunda conferencia, se fue abuscar el whisky.

    No tard en encontrar una botella de J&B, que degust con alivio,fumndose un cigarrillo mientras paseaba por el claustro. Casi de casualidad,

    encontr una iglesia con matices gticos y guilas bicfalas. Se pregunt cun-ta inversin hara falta para convertirla en un buen bar o en un hospital paratuberculosos. Luego record que l no era el que montaba los negocios. Loque a l le gustaba en realidad era estar tumbado en una cama.

    Como no encontraba una, sali al pueblo. La poblacin de Alcntaraascenda a poco ms de dos mil personas, y todo tena cierto aire a Santa Maraque lo hizo sentir como en casa. Atraves el casco viejo y espi las conversa-ciones los pocos transentes que encontr. Una seora le coment a un

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    recin llegado que en el pueblo gobernaban juntos Izquierda Unida y el Par-tido Popular, y Onetti pens que, al fin y al cabo, toda la humanidad est loca.Unos pocos ms no son problema.

    Lleg a la muralla del pueblo y descendi por el sendero, hasta el puen-te romano. El ro Tajo flua mansamente entre las secas colinas, lo que le hizopensar en atardeceres perezosos y grises. An llevaba el vaso de whisky en lamano, y brind por los romanos, con tal de brindar por alguna razn.

    Sbitamente, comprendi que ahora tendra que subir la cuesta que lle-vaba al pueblo. A sus cien aos, era una empresa contraindicada por los mdi-cos. Pero a lo mejor poda llevarlo alguno de los coches que suban. Se situal lado de la carretera para hacer autostop, pero nadie pareca verlo. Quiz a

    los conductores les inspiraba desconfianza que estuviese bebiendo. O quizsimplemente no queran llevarlo. Le coment su problema a un par de turis-tas, que siguieron de largo sin responderle. Lo ofendi profundamente que loignorasen todos de esa manera. Reflexion que ni siquiera los jvenes quehablaban de l sin parar le haban hecho mucho caso en el convento. Men-talmente, insult a esos jvenes, y a los turistas, y a los romanos. Se dijo que,en todos los siglos que llevaba ah ese puente, los seres humanos no habanmejorado ni un poquito. Luego se sent en un banco, agotado por su propiomal humor.

    Slo entonces, mientras el sol se pona tras las colinas, record que esta-ba muerto.

    SANTIAGO RONCANGLIOLO

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    ONETTI EN EL CONVENTOJUAN GABRIEL VSQUEZ

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    Juan Gabriel Vsquez(Bogot, 1973)

    Es autor del libro de relatos Los amantes de Todos los Santos,

    de la recopilacin de ensayos El arte de la distorsiny de dosnovelas: Los informantes (2004) fue elegida por la revistaSemana como una de las novelas ms importantes de los lti-mos 25 aos en Colombia y fue finalista del IndependentForeign Fiction Prize en Inglaterra. Historia secreta de Costa-guana (2007) obtuvo el premio Qwerty a la mejor novela encastellano en Barcelona. Sus libros se han traducido en Ingla-terra, Estados Unidos, Francia, Holanda, Italia, Alemania,Polonia, Israel, Noruega y Brasil.

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    Haba que verlos all, saliendo de Madrid en uno de esos buses que

    los espaoles llaman autocares, navegando a ochenta kilmetrospor hora por las autopistas castellanas y luego extremeas: unpuado de escritores latinoamericanos cuyo nico punto en comn, al menosen ese momento, era haber ledo y seguir leyendo con pasin a un uruguayomuerto. La mayor parte del trayecto la pasaron de pie, a veces apoyados enlos respaldos de los asientos, a veces obstaculizando el corredor, rompiendotodas las normas de seguridad y varias de las leyes de la ms mnima pruden-cia, ms parecidos a unos chicos saliendo de colonias que a cualquier otracosa. La misin era curiosa, por decir lo menos, porque a cualquier lector

    serio de Onetti le parece por lo menos curioso meterse en un convento parahablar de sus libros, y no en cualquier convento, si vamos a eso, sino en unoreligioso-militar. All, entre las cuatro paredes (que no son paredes, claro, sinogruesos muros de piedra invulnerable) del convento de San Benito de Alcn-tara, estuvieron estos escritores hablando de una serie de libros donde las putasson protagonistas y todos los hombres, de alguna manera, quieren ser macrs;all, en un edificio donde en otro tiempo reinaron los valores de la religin,el ejrcito y la patria, estos escritores hablaron durante cuatro das de los librosde un desencantado que siempre desde cualquier forma de patriotismo, un

    exiliado que sufri la violencia de una dictadura militar y despreciaba los valo-res que la componan, por un agnstico que, lejos de adorar a un dios cual-quiera, decidi l mismo inventar a su pequeo dios particular. Le puso elnombre de Juan Mara Brausen y lo ech al mundo para que l solito, sin msayuda que un escritorio y el deseo de escapar del mundo, creara una ciudadentera, Santa Mara; para que l, que en su vida real se haba acercado tanpoco a la divinidad, inventara una ciudad cuyos ciudadanos le rezan en lasnoches: Brausen mo, que ests en los cielos

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    ra, que a muchos nos gusta precisamente por lo que tiene de solitaria, nosempuj a todos al mismo espacio, como si hubiramos ido al monasterio avelar a un amigo muerto. Que no lo est, claro. Onetti est vivo, muy vivo.De eso, por lo menos, nos dimos cuenta.

    JUAN GABRIEL VSQUEZ

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    LO QUE QUERA ONETTIJUAN CRUZ RUIZ

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    Juan Cruz RuizPeriodista, escritor y editor

    Naci en el Puerto de la Cruz (Tenerife) en 1948. Estudi

    Periodismo e Historia en la Universidad de La Laguna.Comenz a escribir en prensa a los trece aos, en el semana-rioAire Libre. Entonces fue seleccionador de ftbol y crticodeportivo. Poco despus entr sucesivamente en las redac-ciones de La Tardey El Da, donde desarroll todas las tareasimaginables en periodismo. Fue uno de los fundadores de ElPas, donde ejerci tambin tareas muy diversas: correspon-sal en Londres, jefe de Opinin y redactor jefe de Cultura.Fue el coordinador de los proyectos del Grupo Prisa para1992 y entre sus actividades figuraron la coordinacin edito-rial del Proyecto Leonardo y de la serie Europa Amrica quepublic El Pas Semanal dirigida por el profesor John H.Elliott.

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    E

    n realidad Onetti no quera que se supiera de esa estancia suya en elconvento. Fue all siendo muy joven an, en un viaje que tampoco

    quiso hacer, y alguien, una chica uruguaya que estudiaba en Madridy que ya haba ledo algunos libros suyos, se lo encontr en el Retiro, nave-gando. Durante un tiempo, en aquella poca suya en Madrid, Onetti sola iral Retiro. Llevaba un libro, se sentaba a esperar a que pasara el tiempo, y aveces se meta en una barca. Remaba, con cierta facilidad, se tropezaba a vecescon otras barcas, porque iba atolondrado, pero finalmente sobreviva con par-simonia en su denodado esfuerzo por matar el tiempo. Un da se encontrcon esa chica, Cecilia, creo que se llamaba Cecilia Ceriani, l me lo cont.Cecilia trabajaba en una librera, para sacar dinero y aliviar a sus padres, que

    estaban en Montevideo, de la obligacin de enviarle un sueldo del que ellosmismos no disponan. Ese da Cecilia no haba ido a trabajar, y fue al Retiro,seguramente, esto fue lo que me dijo Onetti, para olvidarse de un mal novio.Onetti estaba sentado, tomndose una cerveza, sudoroso an por el esfuerzode navegar en las aguas del Retiro. La chica lo reconoci por algunas fotosque vio en un peridico de entonces, Pueblo; alguien le haba hecho unaentrevista y l haba respondido con monoslabos. El titular del peridico eracomo un retrato de Onetti: A Onetti le cansan las preguntas. As que ellale hizo una sola pregunta:

    Le importa que me siente con usted?As empez una amistad que tuvo ciertas consecuencias, una de las

    cuales fue ese viaje de Onetti al convento. Cecilia le haba dicho:Est al lado de un puente del siglo II.Y para qu quers que vaya?, pregunt a su vez el joven Onetti.No s, por el silencio.Entonces viajar hasta Alcntara era como tocar la luna con los pies,

    pero a Onetti esa distancia no le importaba.

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    Vendras vos conmigo?Cecilia no lo dud. Ella ya haba estado en el convento, probablemen-

    te (me dijo Onetti) con el mal novio, y quera sacar un clavo con otro; estotambin me lo dijo:

    Quera sacar un clavo con otro.Se fueron unos das ms tarde; a Cecilia le extra que Onetti no lle-

    vara equipaje, hasta que l le ense un cepillo de dientes, y sus gafas, demontura negra.

    Y libros?, le pregunt Cecilia.Pero, no bamos a buscar silencio?Hablaron durante el viaje, cmo no; a Onetti le gustaba conversar,

    escuchar; miraba por la ventanilla del tren como si se estuviera bebiendo elpaisaje. Muchas horas despus pisaron los adoquines del convento. Los trmi-tes fueron complicados; no era habitual que acudiera all una pareja, y enton-ces tampoco era usual que lo hiciera sin llevar el carnet de familia. Onetti loexplic, a su manera:

    Es mi hermana.Ah, le dijo una monja, y les dej pasar.Cuando entraron en el cuarto Cecilia observ que el joven Onetti lle-

    vaba algo ms que un cepillo de dientes; llevaba un bolgrafo de punta negra

    y fina, un cuadernito ya utilizado del que quedaban algunas hojas y una foto-grafa, una sola fotografa recortada de un peridico viejo.

    Iban al silencio, le dijo Onetti, as que ella abri la ventana angosta, sepuso a mirar y no hizo preguntas; vio deambular a Onetti; entr en el baoy de all vinieron los sonidos obsesivos del cepillo de dientes puliendo suentonces poderosa dentadura. A ella le haba sorprendido, primero, la denta-dura, y despus los ojos de Onetti: ojos saltones, asombrados, como los ojosde un adolescente que ha sido observado en falta, o pensando en voz alta. lse haba lavado la cara, tambin, pero ya luca gafas, unos espejuelos de mon-

    tura de pasta negra como los que utilizaba, por cierto, Vladimir Nabokov, aquien tanto se pareca.

    Te gusta el sitio?No le respondi a Cecilia; se ech en la cama, mir a lo alto, y a los

    lados, y finalmente se levant, fue hacia su saco, que reposaba de cualquiermanera en una silla demasiado poderosa para un cuarto tan austero, y metila mano en uno de los bolsones que l haba agrandado metiendo dentrotodo tipo de objetos, papeles, fotos, bolgrafos, cuadernos, gafas, e incluso

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    pedazos de pan duro con los que jugaba obsesivamente, como si sus manoscomieran.

    De uno de esos bolsillos desahogados sac tan solo aquella vieja foto-grafa, y unas chinchetas. Cecilia le vea deambular y resolver, y le resultmuy curiosa su ltima evolucin: agarr la foto, la situ sobre la pared blan-ca, un poco oscurecida por el polvo que desde haca aos pareca ser parte dela pared, y la fij con las cuatro chinchetas. Aquel hombre silencioso y her-mtico era tambin muy meticuloso en su relacin con los objetos y con lagente, y en este caso, ese objeto, la foto, y el retratado, exigan toda su aten-cin, como si estuviera clavando un smbolo.

    Una vez terminada la operacin, Cecilia se acerc adonde estaba

    Onetti, fijando an la tersura ya casi imposible de la fotografa. l no le dijonada, pero ella se fij en que la foto era un retrato de William Faulkner, ves-tido con traje y chaqueta, y con camisa blanca, sin corbata, con su bigotitoblanco enmarcando una boca sucinta, seria y acaso reflexiva.

    Entonces Cecilia le pregunt a Onetti:Y?Faulkner. He venido a conversar con l.Atardeca, y por el puente cercano no se escuchaba ni el rumor de las

    mariposas.

    JUAN CRUZ RUIZ

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    SANTA MARA DE ALCNTARAPEDRO ANTONIO VALDEZ

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    Pedro Antonio Valdez

    Naci en La Vega, Repblica Dominicana, en 1968. Hapublicado varios libros, entre ellos: Papeles de Astarot(1992),

    con el que obtuvo el Premio Nacional de Cuento; Bachatadel ngel cado (1999), merecedor del Premio Nacional deNovela; el ensayo de investigacin Historia del carnaval vega-no (1995); Naturaleza Muerta (2000), galardonado con el Pre-mio de Literatura UCE; La rosa y el Sudario (microrrelatos,2001); Narraciones Apcrifas (2005), con el que recibi el Pre-mio Pen Club en Puerto Rico, y Reciclaje(teatro, 2006). Hapublicado varias antologas. Su novela Carnaval de Sodoma(Alfaguara, 2002), que recibi el Premio Nacional de Nove-la, fue llevada al cine por el director Arturo Ripstein. Prxi-mamente Alfaguara publicar su novela Palomos.

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    de las callecitas y casas del pueblo. Finalmente, de dnde crees que conse-guiris putas para meterlas en este convento rico de historia?

    Larsen apart el tono de rechazo de la ltima pregunta.No ser difcil. He visto que en este pueblo hay mujeres.Viejas solamente quedan objet el otro.Efectivamente confirm. De all se puede sacar.El aceitunado reaccion ms incrdulo:A ver, no estaris insinuando que esas mujeres, con sus nobles ape-

    llidos?Sin sus nobles apellidos. Las mujeres solamente.Su mirada se detuvo en lo que, segn lo que haba logrado escuchar

    hace un rato, en el pasado fue el rea de las celdas. Se trataba de unos huecosnegros abiertos en los muros forrados por la hiedra. El otro figur la inten-cin.

    As que un burdel de hetairas ancianas Y a quin le gustar ayun-tar con unas viejas, hombre?

    Hay toda clase de apetitos. El asunto es disponer de la mercanca ade-cuada.

    El aceitunado cambi el tono. De pronto sus palabras se oan relajadas.Veamos, mi rey verdad que esto se trata de otra broma del canciller

    o de cmo se llamaba este otro tipo, el que por ms que quiso no logralzarse con ningn ttulo de la Orden? Larsen no le respondi; su expresinindicaba que no se trataba de ninguna broma. De hecho, su vida jams armo-nizara con el sentido del humor. Pues largaos de aqu, coo! No permiti-r ni por un instante ms que sigis manchando la memoria de este conventocon vuestra insensata propuesta! Te puedes ir al carajo!

    Larsen deambul por las calles estrechas. Vio posibilidades en el puenteromano, imagin a los parroquianos de la otra rivera cruzar hacia Alcntaraen busca de los materiales del amor. Finalmente el calor le oblig a refugiar-

    se en un bar. El lugar estaba poco concurrido a esa hora. Slo unos cuantosancianos, que rechazaban la siesta para alargar el poco de vida que les queda-ba, paladeaban una caa, apoyados a sus bastones. Sin haberse tomado el pri-mer sorbo del whisky, calcul que no necesitara traer mujeres de otropueblo; pero, en cuanto a los clientes, no estaba seguro de si los de all ten-dran el vigor suficiente para ser clientes asiduos del negocio. Habra queinventarse algo, la construccin de una nueva represa o de un astillero juntoal ro, para que llegaran al pueblo hombres jvenes y vivaces.

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    Mir hacia la calle y descubri al aceitunado parado en la calzada. Elhombre lo contempl un instante y, con un gesto de desprecio, desaparecide su vista. Larsen se ajust el sombrero y sorbi un trago. Realmente no ledesanimaba la actitud del aceitunado. De rechazos iniciales estaba construidosu camino. No era la primera vez que un proyecto suyo empezaba con unaresistencia. No haba que desesperarse. La estrategia sera esperar. De todosmodos esperar era el nico vnculo que le quedaba con la vida.

    PEDRO ANTONIO VALDEZ

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    JUAN CARLOS ONETTI EN EL CONVENTOEDMUNDO PAZ SOLDN

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    Edmundo Paz Soldn(Cochabamba, Bolivia, 1967)

    Narrador y profesor universitario. Ensea en el Departamen-

    to de Estudios Romances en la Universidad de Cornell(Nueva York). Ha ganado el premio nacional de novela(2002), el premio Juan Rulfo de cuento (1997), y ha sidofinalista del premio Rmulo Gallegos (1999). Su obra hasido traducida a ocho idiomas.Entre sus libros ms recientes se encuentran las novelas Losvivos y los muertos (Alfaguara, 2009), Ro fugitivo (Alfaguara1998 y Libros del Asteroide 2008), Palacio Quemado (Alfa-guara, 2007), Imgenes del incendio (Algaida, 2005), Desen-cuentros (Desapariciones/Las mscaras de la nada) (Alfaguara,2004), El delirio de Turing(Alfaguara, 2003) y el libro decuentos Desencuentros (Alfaguara, 2004). Una antologa de suobra ha sido publicada en Espaa con el ttulo de Imgenesdel incendio (Algaida, 2005). Es becario de la Fundacin

    Guggenheim (2007).

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    R

    esoplando y lustroso, el padre superior Juan Carlos baj del tren yse acerc a los sacerdotes que lo esperaban en el andn, las caras

    infladas por el aburrimiento, encendidas de calor, de bostezos ycomentarios. Era hora, dijo uno de ellos buscando besarle la mano con ungesto grandilocuente; por fin tengo el placer de conocerlo personalmente,dijo otro, sonriente, bonachn. El padre superior frunci la boca y pens quetodava acariciaban la imagen de alguien que ya no era. Se haban quedadocon el autor de libros teolgicos que daban cuenta de la maravilla de vivir enun mundo en el que en todas partes haba pruebas de la existencia del Seor.Pero ahora l saba que eso era mentira. No haba escrito una lnea al respec-to y tampoco pensaba hacerlo, porque todo se corrompa y era mejor no aa-

    dir objetos al mundo, dejar que el fracaso llegara por cuenta propia.Un auto llev al padre Juan Carlos y a los tres sacerdotes al convento de

    San Benito. Alcntara se agotaba rpido, era un pueblo de unos mil habitan-tes, casi todos ancianos viviendo de la gloria de aquellos siglos en que hidal-gos orgullosos decoraban las fachadas de sus casas con escudos llenos deblasones y proclamaban la buenaventura de no tener que trabajar.

    Cuando llegaron al convento, el padre superior admir la estructuraimponente de ese edificio construido a lo largo del siglo XVI, aislado en unaire inmvil. Su misin consista en hacerse cargo de terminar la iglesia del

    convento, dejada a medias en 1576, cuando el rey requiri los servicios delarquitecto para el Palacio de El Escorial. Haba sido un ascenso, pero le llega-ba cuando l se haba instalado con cierta sordidez en el descenso.

    Despus de dejar su maleta en un habitacin austera ahogada por elcalor, se dio un bao rpido y fue a conocer la iglesia junto a uno de los curas.Admir los escudos en la triple cabecera y la virgen de alabastro. Las tres naveseran desproporcionadamente grandes, y las cubran bvedas de crucera. Enuna pared haba frases esculpidas que sealaban al autor de la obra. Pens en

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    la vanidad, que impeda que se dejaran las cosas sin su nombre. Pens en losgestos intiles. El arquitecto haba hecho cincelar su nombre en esa pared, yahora estaba tan entregado a la nada como todos los obreros que haban tra-bajado en la construccin del convento.

    Ser un trabajo difcil, dijo el cura que lo acompa a dar una vuelta porel convento, y le seal, diligente, un cuadro del padre del Rey con el uni-forme blanco de la Orden Militar de Alcntara alguna vez encargada de lacustodia del convento, y no par de hablar de la importancia del edificio, laforma, por ejemplo, en que el claustro principal mostraba el paso del gticoal Renacimiento.

    Un trabajo imposible, dijo el padre Juan Carlos. Vano. Dicen que entre

    hacerlo y no hacerlo lo mejor es hacerlo. Pero quizs lo mejor es no hacerlo.Ya lo s, parece un trabalenguas.El cura no lo entendi. Era mejor as.El padre Juan Carlos haba aceptado la misin porque consideraba que

    no haba nadie mejor que l para hacer que la empresa fracasara. Porque esoera lo que deba hacerse: preservar a la iglesia a medias, mantener su vocacinde edificio majestuoso pero incompleto. Un recordatorio de que la labor delhombre deba empearse en llegar tarde, en no cumplir los sueos hermosos.

    A eso fue a lo que se dedic los prximos aos de su vida. A no dar

    rdenes, para que no fueran cumplidas. A sabotear pedidos que llegaban de lacapital, a demorar respuestas de sus subordinados. Fueron cinco aos de dedi-cacin paciente.

    Cuando se dieron cuenta y decidieron cambiarlo de destino, el padreJuan Carlos quiso creer que lo suyo haba servido de algo. Pero quizs no,quizs los hombres seguiran empendose en terminar la iglesia y lo suyohaba sido un fracaso. Estaba bien as. De eso se trataba, despus de todo.

    EDMUNDO PAZ SOLDN

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    RE-CAPITULACIONESLEONOR ESGUERRA PORTOCARRERO

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    F

    ue una aventura loca, no s cmo diablos se nos ocurri la idea decelebrar los ms que celebrados 100 aos de Onetti, buscando el

    punto de encuentro con los escritores noveles. Mi mentor y cmpli-ce de andanzas laborales se anim con una propuesta que haba dejado yo caeral calor del vino y del almuerzo aquel de Casa de Amrica, cuando pretendi-mos establecer el calendario de efemrides que recordaran al genial escritor.Mientras oa atenta el listado de eventos en agenda, pensaba que era imposi-ble mejorar las ideas lanzadas: la conferencia magistral de Vargas Llosa, la deAntonio Muoz Molina o el ciclo de mesas redondas en la Biblioteca Nacio-nal. Qu quedaba por hacer que fuera de inters? Solo el encierro. As puesdiligente como la que ms y solo en razn de estar estrenndome en los zapa-

    tos de mi antecesor corredor de grandes ligas me lanc a lucirme como elgato con sus botas de siete leguas y propusimos la audacia de llevar a un pua-do de escritores iberoamericanos, consagrados onettianos o sanmarianos, auna encerrona en un convento! Qu insensatez! Qu se le podra haber per-dido a Onetti en un monasterio de camino a Finisterre, en pleno veranoextremeo y en un pueblo de cinco casas, cuatro viejos y con suerte y lupa,dos almas ms? Nada, absolutamente nada!

    Sin embargo, ah estaban. Habr sido el espritu de Larsen, quin si no?!Sucedi tras una serie de cartas de convocatoria que obligaban com-

    promisos afectivos con la Casa (de Amrica) socia de aventura y ese no podero no saber decir que no tan suramericano; la curiosidad, la deuda con losmaestros o el ritual de volver a matar al padre, hizo el milagro de reunir a losjvenes y no tan jvenes novelistas al final del mes de julio, all en San Beni-to el de Alcntara.

    Arrancamos en un bus inmenso, con solo cinco escritores, dos tcnicosde televisin y esta cicerona. Cuatro ms quedaron en llegar por sus propiosmedios; el anfritrin, a la espera. Ms zozobra. Pero como dicen en Espaa,

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    haba buen rollo. Se not desde el almuerzo de bienvenida, todos lucan sumejor semblante, se apreciaba la camaradera y la curiosidad por lo impensa-do. As rociamos con vino las ganas de emprender la aventura, las entrevistastelevisadas y la conversacin fcil de los escritores, hasta la descomposicinmomentnea de uno de lo viajantes, atenuaron el largo viaje poniendo notasde color a la incertidumbre de cmo terminara aquello.

    La tarea en principio era fcil, muchas horas de inspiracin, de lecturasy de repasos a los textos y dos o tres de evocaciones, relatos y memorias tantoen la maana como de tarde. Unas entrevistas personales para el canal cultu-ral y los propios pensamientos, pero estaramos lejos, solos y enclaustrados.Menudo riesgo!

    Todos fueron llegando, todos cumplieron su extraa cita con Onetti en lacelebracin ms sui generis de las que tuvo en estos sus 100 aos. Cada anoche-cer estuvo regado con whisky (rememberingOnetti) y serva de recarga de bate-ras mientras urdamos complicidades. Cada chin chin a la salud del nico queno se hubiera dejado meter ni de vainas en un lugar con olor de santidad sir-vi, entre carcajadas, preguntas y medias respuestas, para desvelar las personali-dades magnficas de los diez escritores conventuales. Cada uno podra emularen algo a Onetti. No por acaso es la zaga. De los dos uruguayos, quizas Jorgees el ms igual a s mismo, ms perfectamente onettiano en su comportamien-

    to, ms improbable y ms autntico. Con sus demonios perseguidores desacra-lizaba el claustro, tanto como Pedro, el dominicano desfachatado, irreverente ydispuesto a abrir un prostibulo en el mismisimo altar mayor de una iglesia queno es o a la que ya no le queda nada. Rafael, preciosista y conocedor de las ver-siones y tergiversaciones de Onneti, cont miles de anecdotas que animaron laimaginacion de los oyentes. Solo as pudimos asumir el reto de recontar aOnetti ms all y ms ac de las tertulias. Queramos torcerle el pescuezo hastaobligarlo a vomitar un cuento interpuesta persona de inspiracin conventual,decadente y con almizcle de trago regurgitado. Juan Gabriel, elegante y un poco

    distante, alumno brillante casi eatoniano tanto de Faulkner como del boomlatinoamericano, fue sobrio y tiene futuro (todos y cuntos), lo llamaron Mario.Carlos, inenarrable, de pose britnica y de narrativa austral, circunspecto ymucho, sin saber cmo ni a qu horas se fue entregando. Santiago, maleable ensu genialidad, retozn, naughty boy, consagrado tempranamente se permitetodo, puede hacerlo y es audaz. Edmundo, magnfico entre los buenos, acusa elpaso por la escuela americana y carga el peso de cierta petulancia cornelliana. Leviene bien. Eduardo, presentador de escritores, moderador en conversatorios y

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    comentarista, liberado del peso de las musas, tuvo a su cargo parte de la inten-dencia afectiva, puente entre conocidos y advenedizos. Miguel Angel fue fugazpero cumpli. Estuvo, habl y escribi. Se fue con ganas de ms y con ciertoarrepentimiento de no haber credo que el retiro iba a ser bueno. Santos, elinenarrable Santos, tambin podra haber sido un personaje de Onetti, habitan-te cascarrabias de cualquier Santa Mara, se fug sin vestir el hbito. Y Juan,grande Juan, torero de muchas plazas, cont lo que saba e invent lo que quiso,lleg tarde pero no hizo falta ms, las vernicas y las muletillas fueron perfectas.Puso la guinda del cierre y result genial!

    El final no ha llegado. El encierro fue tan entretenido que Antonio y yono acabamos de pedir los bises. El Manifiesto de San Benito mantiene el com-

    promiso, y los aplausos y ovaciones se vienen prolongando por meses a modode publicacin de cuentos en los medios y este hermoso libro que cierra al fincon llave y candado, la puerta del Convento que deber abrirse de nuevocuando la Orden del Clavero Mayor otorgue sus primeras becas a ciertosescritores iberoamericanos que necesiten de la soledad y el aislamiento paraentregarse a su musa. Servir tambin de testimonio de cmo empez todo yser cuando cada becario de Alcntara vestir el hbito y dejar su cuento!

    LEONOR ESGUERRA PORTOCARRERODirectora de Cultura de la Secretara General Iberoamericana

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    ESTE LIBRO SE TERMIN

    DE IMPRIMIR EN

    DICIEMBRE DE 2009,CUANDO SE CUMPLEN

    CIEN AOS DEL

    NACIMIENTO EN

    MONTEVIDEO DE

    JUAN CARLOS ONETTI.CON SU PUBLICACIN LA

    SECRETARA GENERAL

    IBEROAMERICANA

    RINDE HOMENAJE A LA

    FIGURA DEL

    INOLVIDABLE ESCRITOR

    URUGUAYO

    .

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    Secretara General Iberoamericana

    de los textos: sus autores

    de las ilustraciones: Jorge Arranz

    Maquetacin: Jos M Lago

    Imprenta y encuadernacin: Grficas Arias Montano, S. A.

    Depsito Legal: M -200952.761.

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