nuestra historia con minusculas

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Sabemos que es responsabilidad de nuestro gobierno construir alternativas que propicien condiciones más justas para quienes habitan esta tierra. Parte importante de este compromiso es la opción a los bienes culturales, entre ellos, los libros, patrimonio que revela saberes y trayectorias, y que salvaguarda la historia y la identidad de un pueblo.

Ivonne Ortega PachecoGobernadora Constitucional del Estado de Yucatán

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Genny M. neGroe Sierra

Pedro Miranda ojeda

Nuestra Historiacon minúsculas

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Gobierno del Estado de YucatánIVONNE ORTEGA PACHECOGobernadora Constitucional

Secretaría de Educación de YucatánRAÚL HUMBERTO GODOY MONTAÑEZSecretario

Instituto de Cultura de YucatánRENÁN ALBERTO GUILLERMO GONZALEZDirector General

Biblioteca Básica de YucatánVerónica García RodríguezCoordinadora

Nuestra Historia con MinusculasPrimera edición en Biblioteca Básica de Yucatán, 2010

©

D. R. © de esta edición:Secretaría de Educación del Gobierno del Estado de YucatánCalle 34 No. 101-a por 25, Col. García Ginerés, Mérida, Yucatán

Coordinación editorialSecretaría de Educación del Gobierno del Estado de Yucatán

Imágenes de portada e interiores

Diseño del libroPaulina Pérez Castillo

ISBN:

ComentariosBibiloteca Básica del Programa Biblioteca Básica de YucatánAv. Colón No. 207 por calle 30. Colonia Garcia Ginerés, Mérida Yucatán.Tel. (999) 9303950 Ext. [email protected] www.bibliotecabasica.yucatan.gob.mx

© Reservados todos los derechos. Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio electrónico o mecánico sin consentimiento del legítimo titular de los derechos.

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Los grandes desafíos de la sociedad actual pueden resolverse sólo con la participación de los ciudadanos. Esto significa para las instituciones, y para ti, una acción consciente e informada, no por mandato de ley sino por convicción. Entender lo que vivimos y los procesos que nos rodean para tomar decisiones con pleno conocimiento de quiénes somos es lo que nos hace hombres y mujeres libres.

El libro, que se complementa con las diversas y nuevas fuentes de in-formación, sigue siendo el mejor medio para conocer cualquier aspecto de la vida. En México, la industria editorial tiene hoy un amplio desarro-llo; sin embargo, los libros todavía no son accesibles a todos.

El Gobierno del Estado ha creado la Biblioteca Básica de Yucatán para poner a tu alcance libros en varios formatos que te faciliten compartir con tu familia conocimientos antiguos y modernos que nos constituyen como pueblo. Para esto, se ha diseñado un programa que incluye la edición de cincuenta títulos organizados en cinco ejes temáticos: Ciencias Naturales y Sociales, Historia, Arte y Literatura de Yucatán; así como libros digitales, impresos en Braille, audiolibros, adaptaciones a historietas y traducciones a lengua maya, para que nadie, sin distinción alguna, se quede sin leerlos.

Los diez mil ejemplares de cada título estarán a tu disposición en todas las bibliotecas públicas del estado, escuelas, albergues, hospitales y centros de readaptación; también podrás adquirirlos a un precio muy económico o gratuitamente, asumiendo el compromiso de promover su lectura.

A este esfuerzo editorial se añade un proyecto de fomento a la lectura que impulsa, con diferentes estrategias, una gran red colaborativa entre instituciones y sociedad civil para hacer de Yucatán una tierra de lectores.

Te invitamos a unirte, a partir del libro que tienes en tus manos y desde el lugar y circunstancia en que te encuentres, a este movimiento que desea compartir contigo, por medio de la lectura, la construcción de una socie-dad yucateca cada vez más justa, respetuosa y libre.

Raúl Godoy MontañezSecretario de Educación

Presentación

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En el marco de la Biblioteca Básica de Yucatán este libro tiene el pro-pósito de incluir y contribuir con algunos de los temas que actualmente se están trabajando en Yucatán y que brindan la posibilidad de conocer los intereses y las directrices historiográficas de los investigadores yucatecos; y al mismo tiempo presentar temas cotidianos con los que todos nos pode-mos identificar, con los que podemos crear lazos entrañables con el pasado que casi siempre se nos presentó lejano, ajeno, lleno de héroes, que si bien cumplieron su función de forjar patria, poco en común se tiene ahora con ellos. Asimismo se recrean situaciones que nos ponen de frente a una his-toria cercana con la que podemos dialogar, enfadarnos o estar de acuerdo porque nos hace repensar nuestro presente. En este sentido, se abordan asuntos tan diversos como la religiosidad, la embriaguez, el matrimonio, el bandolerismo, las caricaturas o las fiestas. Es decir, se pone en sus manos la historia social con el objetivo de mos trar una historia más afín con los acontecimientos cotidianos, con las prácticas más comunes de la gente, deslindando a la historia de aquella visión de que solo tiene interés en los grandes acontecimientos políticos.

Este alejamiento con la historia tradicional también tiene el empeño de destacar la renovación que los historiadores yucatecos han vivido en los últimos años y que los ubica a la vanguardia de los estudios históricos. Asi-mismo, el libro está escrito en un lenguaje accesible y en un estilo ameno para facilitar un mayor acercamiento con aquellos círculos no académicos, ofreciendo de esta manera la oportunidad de mostrar a la sociedad, en general, el trabajo reciente de los historiadores de Yucatán. El volumen cuenta con la participación de autores que se han distinguido por una amplia y reconocida trayectoria, lo cual garantiza la calidad de los estudios presentados.

La historiografía yucateca casi por definición tiende a brindarle mayor atención a los temas tradicionales. El escaso interés hacia nuevas temáticas o problemáticas distintas a las cuestiones políticas, económicas o religio-

Contar la historia Con minúsCulas

Prólogo

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sas, marcan la pauta de la mayoría de los estudios históricos. Esta manera de entender el quehacer de la historia no significa el abandono absoluto de las nuevas tendencias historiográficas, sino que por lo general las incli-naciones de los historiadores se han perpetrado en la historia elaborada a mediados del siglo XX. La confección de la historia hecha en Yucatán o sobre Yucatán despierta poco entusiasmo cuando se recuerda a las co-rrientes renovadoras de la historia que, desde el último tercio del siglo XX, pretendieron reorientar los temas, problemas y métodos de la historia. Los aires del progreso que se desplegaron por el mundo no tuvieron impulso en Yucatán porque aun se vivía en una atmósfera dominada por investi-gadores que trataban de comprender la complejidad del Yucatán colonial y decimonónico. En este sentido, la coherencia con los objetivos de la misma historia no incidió en el seguimiento de modas historiográficas porque antes existían compromisos que demandaban respuestas a ciertas problemáticas.

El siglo XX ha terminado y aun hoy… la continuidad permanece. Ahora es tiempo de incursionar en las amplias posibilidades novedosas que la historia nos ofrece. Las sociabilidades, las mentalidades, los com-portamientos, la vida cotidiana, son algunos de los panoramas que se po-nen a disposición de los lectores a través de esta historia amable que brinda la historia. Gracias a aquellos que se han atrevido a saltar el obstáculo de la tradición, es que hoy podemos adentrarnos en la intimidad de la vida diaria, la sexualidad, las diversiones… el mundo que se nos presenta es ex-traordinario. Las fuentes casi infinitas. El potencial de la historia cotidiana en Yucatán abre nuevos caminos a nuevas generaciones que reorienten el camino de la historia de Yucatán del siglo XXI. De ahí que desde fina-les del siglo XX la crítica de la renovación historiográfica aun tenga una deuda pendiente en Yucatán, no tanto en el discurso como en la práctica historiográfica.

La historia de Yucatán no es únicamente la de los indios, como en una ocasión argüía un historiador. La historia de Yucatán tampoco es exclu-sivamente la vida política o económica. La Guerra de Castas y el Auge Henequenero como grandes temas han dado mucho de sí, muchos histo-riadores se centraron en su conocimiento por la enorme importancia que siguen representando, no obstante se ha soslayado la mayor parte de los acontecimientos que día a día han formado las identidades de los pueblos, ahora hay que conocer ese día a día, esos pequeños acontecimientos que llevamos en la piel como sellos de agua, estos temas son importantes, pero

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importante es también dirigir la mirada a otros horizontes. Por fortuna, ha quedado en el olvido la moda de estudiar la Guerra de Castas. No queremos decir que todo esté dicho en estos temas sino que no hay que olvidar la receta del célebre historiador francés Lucièn Febvre, uno de los padres fundadores de la escuela de los Annales, quien decía en Combates por la historia: la comprensión de la historia invita a penetrar en la vida de los personajes y sucesos que a menudo no tienen la significación de los grandes personajes o de los grandes acontecimientos. Todo es historia.

Contar la historia con minúsculas no significa que los trabajos aquí expuestos carezcan de importancia. Las historias que queremos retratar en este libro se inscriben en el terreno de la historia social, de la vida cotidiana y, por lo tanto, tienen una atmósfera común con las actividades de la vida diaria.1 La vida en las calles, en los caminos, en las cantinas, en el hogar, etc., permiten un acercamiento con la historia que no pertenece a la esfera de la vida política, económica, militar o de los grandes acontecimientos. En este sentido, la minúscula refleja la mera intención de que la historia también transcurre en los eventos menos trascendentes y significativos de la evolución humana, sin que ello implique necesariamente su nula tras-cendencia en el concierto de las actividades diarias. En una sociedad todas las actividades repercuten y son significativas en la medida que cumplen con una función, sin importar su naturaleza. Así, la denominada historia desde abajo, de los menos favorecidos, de los que fueron durante mucho tiempo invisibles, se convierte en un eslabón importante para comprender la enorme complejidad y diversidad existente en una sociedad determi-nada en el tiempo y en el espacio. Esta minúscula tampoco significa el olvido de una metodología y una rigurosidad científica, al contrario, las dificultades que entraña la confección de estas historias a menudo suele ser más complicada debido a que sus fuentes por lo general hay que buscarlas entre líneas. Asimismo, la historia de la vida cotidiana no debe entenderse como una fuente de anécdotas o descripciones.2 Como destacó Febvre en su ensayo “Vivir la historia”: el objeto de la historia es el hombre, el hombre en sociedad. Una historia que no se interesa por cualquier tipo de hombre abstracto, eterno, inmutable en su fondo y perpetuamente idéntico a sí mismo, sino por hombres comprendidos en el marco de las sociedades de que son miembros.

1 Cfr. Kocka, 2002:65-66, 78.2 Hernández Sandoica, 2004: 507.

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La historia se interesa por hombres dotados de múltiples funciones, de diversas actividades, preocupaciones y actitudes variadas que se mezclan, chocan, se contrarían y acaban por concluir entre ellas mismas una paz de compromiso, un modus vivendi al que llamamos Vida.3

Por este motivo, nuestro empeño es tratar una historia desde adentro de los grupos menos favorecidos política y económicamente. Sin embargo, procuramos de la misma manera incluir otros capítulos del libro donde se representan a actores que si bien pertenecen a las altas esferas políticas o económicas, sus actividades no necesariamente están concentradas en su desempeño en estos campos sino que también existen en ellos etapas oscuras en sus biografías oficiales.

Memorias sin historiar, sin más, es el objetivo fundamental del libro Las historias que se cuentan. Por mucho, la realización de una investigación de esta naturaleza implica un acucioso examen de fuentes de gran diversi-dad, bajo el microscopio interrogante que busca aclarar cuáles fueron esos hechos, al parecer con muy poco significado en términos de la historia tradicional, que dan la pauta para entender la formación social de cada época, no exenta de incesante movilidad.

Muchos méritos se pueden encontrar a lo largo de los capítulos del libro. En primera instancia quisiéramos hacer mención de la originalidad de los temas abordados, para una región como la yucateca donde la in-fluencia de la grandeza de la civilización maya, la herencia indígena, las sublevaciones y guerras, los grandes personajes, las instituciones religiosas, económicas y políticas, así como la importancia del monocultivo del he-nequén, pusieron un velo a otras materias con importancia similar.

El problema de los valores quedó al margen, así en su recuperación se visualiza otra de las virtudes de las investigaciones. El transcurrir histórico no se puede entender sin conocer el proceso de la construcción de los valo-res, de sus transformaciones y cambios. La coexistencia de varias esferas y niveles heterogéneos en una sociedad refleja el contenido de su estructura interna, la expresión de una determinada visión del mundo, los vaivenes por los que atraviesa el camino de la construcción y la destrucción del normar de la sociedad.

3 Febvre, 1974: 40-41 (cursivas en el original).

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Para poder conocer los procesos que dan cuenta de estas visiones, de estos cambios, se recurre a la historia de la vida cotidiana, es decir, al quehacer de los hombres como constructores, portadores y transmisores de la objetividad e ideología social. El hombre de cada época participa activamente de la cotidianidad de la esfera y nivel en que se desenvuelve dentro de la estructura interna, entre lo diverso y jerárquico de la socie-dad. El hombre, bajo este prisma, se convierte en el espejo de su época, con lo que se desmenuza también su pasado, ya que la vida cotidiana es el núcleo de la historia. Todo gran momento, toda gran hazaña, se concreta, se hace particular e histórica, precisamente por su posterior efecto en la cotidianidad.

Cada uno de los capítulos del libro pone sobre la mesa la topografía cultural del periodo que se aborda. Muestran, asimismo, las nudosidades, fracturas y gran cantidad de zonas que por diversos motivos quedaron en la trastienda de la presentación del acontecer histórico. Con el nuevo mi-lenio y la sólida formación académica recibida, los autores proponen una ruptura de la genealogía de las apariencias formales, donde el historiar la cotidianidad revela verdades calladas, afirmando sin temor a la equivoca-ción, que muchas fueron con premeditación.

Esta presentación persigue motivar el interés para encontrar en sus páginas historias aún no narradas, que hacen más comprensible el acae-cer histórico, así como disfrutar de la lectura de la historia. Los capítulos contenidos en este libro nos acercan a un pasado real, cotidiano que nos permite ser partícipes de nuestra propia historia, en la medida que nos presentan y hacen consciente que nuestra cotidianidad es resultado de procesos históricos anteriores y nuestro presente, con todas sus implica-ciones y complicaciones políticas, académicas, religiosas, artísticas, etc.; hechas un nudo cotidiano, servirá en un futuro para poder comprender cabalmente los procesos que se generan en las estructuras sociales.

En la historia yucateca hay una multitud de temas de enorme relevan-cia sobre la sociedad colonial y decimonónica que muchas veces son sos-layados por los investigadores. Los años recientes han sido testigos de una nueva corriente que pretende dar cabida a otros campos de investigación.4

4 En los años recientes, en México esta corriente se ha apoderado de un número importante de investigadores y la producción se ha incrementado considerablemente. Por ejemplo, véase Esca-lante Gonzalbo, 2004; Staples, 2005; Rubial García, 2005; Gonzalbo Aizpuru, 2005; Gonzalbo Aizpuru, 2006; Maciel Sánchez y Vidales Quintero, 2006; Gonzalbo Aizpuru y Bazant, 2007; Gonzalbo Aizpuru y Zarate Toscano, 2007.

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La vida cotidiana es uno de los aspectos que menor asistencia ha re-cibido porque, como se ha mencionado, suelen prestar más atención a una historia de corte tradicional. La importancia de este tipo de estudios reside en permitir un mayor acercamiento con los sucesos cotidianos de épocas pasadas. Entrar al mundo de los acontecimientos más privados de la familia y de los espacios de expresión popular, abre nuevos caminos para comprender la sociedad. Los modos más usuales de comportamiento se expresan en las formas de actitud al interior de las unidades domésticas, muchas veces desconocidas por lo íntimo de los acontecimientos. La re-creación del ámbito familiar y cotidiano es una tarea ardua y muchas veces difícil de realizar.

La naturaleza de la vida social, la cotidianidad, puede ser conocida y comprendida mediante una multitud de documentos.5 Lo íntimo y lo privado están vinculados con lo público cuando las acciones cotidianas rompen con la estructura armónica y equilibrada de la estructura familiar. Los hechos extraordinarios son un indicativo permanente para conocer las formas comunes de convivencia y los modos de conducta afines a un gru-po social. Los procedimientos normales y monótonos de asociación social serían verdaderas lagunas familiares de conocimiento que estarían fuera del alcance del saber actual si estos hechos anormales no transgredieran el orden y la normalidad común del hogar o en las prácticas diarias de los individuos.

Existen expedientes en los archivos que por su misma naturaleza brin-dan información muy rica: los procesos criminales son documentos excep-cionales para distinguir comportamientos desviados. Ofrecen una riqueza insólita en cuanto a las prácticas corrientes de compromiso social. Una disputa doméstica puede permitir conocer cuáles eran los modos habitua-les de cortesía y los modales más frecuentes de trato entre los miembros de un núcleo familiar, las funciones de cada uno de ellos y las diferencias entre los distintos grupos sociales.

En los legados testamentarios es reconocible la importancia de las creencias y las costumbres religiosas, la concepción acerca de la muerte, los valores sociales y los bienes de propiedad de un individuo.

5 Un texto importante para construir la cotidianidad desde distintas fuentes puede consultarse en Molinié Bertrand y Rodríguez Jiménez, 2000.

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Las posesiones materiales señalan la permanencia en un grupo determi-nado y, ocasionalmente, la forma de organización familiar. La relación de bienes heredados también puede dar indicios acerca de la disposición de los objetos y la constitución de una casa.

Otro tipo de fuentes útiles para reconstruir los aspectos de la vida co-tidiana lo constituyen los diarios personales. La intimidad más elocuente se capta en este tipo de materiales, pero por desgracia son muy limitados los que han llegado a nosotros. Las aportaciones de estos diarios ilustran la forma más verosímil de adentrarse en la vida de una persona. Los senti-mientos, pasiones, enojo, pueden advertirse en este tipo de fuentes y, por lo tanto, constituyen verdaderos tratados de convivencia diaria. Las epís-tolas6 familiares, amistosas y de amor son documentos que se encuentran con mayor frecuencia.

En estos documentos se expresa las relaciones entre parientes, los vín-culos de amistad que unen a diversos individuos y la conducta amorosa que enlaza a una pareja de enamorados. Las manifestaciones de cordia-lidad son un pilar para entender cabalmente cómo se materializaban los contactos sociales, particularmente cuando se consideran las dificultades para poder interpretarlos en un expediente de otra naturaleza.

De la misma manera son importantes las pinturas7 y obras literarias que dan cuenta de escenas de la vida cotidiana. Un cuadro de una tortille-ra ilustra tanto como la narración de la época que reseña el oficio de una mujer en la cocina. La expresión gráfica tiene la virtud de presentar los hábitos de vestido de uno u otro grupo social, de establecer la forma en que se disponen ciertos utensilios de la casa, de ilustrar los rincones de re-gocijo cotidiano, de ciertas costumbres íntimas, etc. La literatura también constituye una fuente que puede ofrecer mayores recursos porque oca-sionalmente muestra la minuciosidad de ciertos eventos que caracterizan este tipo de prácticas. La narrativa costumbrista es un estilo que procura detallar con gran precisión algunas de las más singulares reglas sociales o la manera de llevar a cabo determinadas actividades familiares, que de otra forma podrían resultar difíciles de conocer.

6 Epístola: carta o misiva que se escribe a alguien.7 Un análisis muy detallado acerca de las imágenes como fuentes puede verse en Burke, 2001; Alía Miranda, 2005.

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Los archivos son por antonomasia un espacio medular de la vida de un historiador. El historiador de la vida cotidiana, por supuesto, tiene la obligación de penetrar las barreras que la documentación le impone y tratar de mirar más allá de lo que los expedientes puedan transmitirle. La lectura de un documento histórico suele diferenciarse según los objetivos de la investigación.

Así, las preguntas formuladas a las fuentes pueden cambiar el signifi-cado o la interpretación de las explicaciones por el simple hecho de no conocer las complejidades de la historia construida desde numerosos ar-chivos y tipos documentales. Como hemos mencionado, los depósitos do-cumentales, los archivos, guardan en sus bodegas la memoria de los pue-blos, una memoria que a menudo puede olvidarse sin la existencia de los historiadores. Su importancia es crucial en la medida de su necesidad para hacer la historia permanente y duradera. Los miles de legajos y volúmenes conservados en los archivos no son suficientes para la historia.

El trabajo en los archivos es la esencia del historiador, sin olvidarnos del gran cúmulo de información que también podamos encontrar en las hemerotecas, mapotecas o fototecas, además de las calles, edificios, etc. El profesional de la historia que se jacte de valorar la historia como tal, debe considerar a éste depósito como el espacio donde la voz de los aconteci-mientos adquiere vida. Ahí están ocultos miles de testimonios olvidados que un día se reflejarán en las investigaciones. Antes bien, las noticias que proceden de documentos son meros datos incoherentes, sin conexiones con una realidad compleja. No pertenecen al renglón de la historia sino son piezas de un rompecabezas incompleto que no puede comprenderse. El archivo es un enorme contenedor de fragmentos históricos que carece de utilidad si no es utilizado apropiadamente. La tarea del historiador consiste, en efecto, en reconstruir el rompecabezas, armar las piezas dis-persas y explicar las lagunas existentes. El historiador, precisamente, tiene el oficio de sacar a la luz pública aquellos acontecimientos que algún día transformaron o fueron modelando a la sociedad de hoy día.8 Por este motivo, los historiadores son unas auténticas ratas de archivos, valga la expresión, porque su responsabilidad está en la búsqueda minuciosa e in-cesante en aquellos fondos o ramos que incluso no están en clasificación.

8 Acerca de este problema véase Hobsbawm, 1998: 23, 26.

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Las condiciones de trabajo del historiador son aun más complejas por-que no sólo carece de informaciones que pueden ser verosímiles sino que también se enfrenta a diferentes versiones,9 falta de fuentes, documentos en mal estado por la polilla, la humedad, los hongos, quemaduras de tinta, ro-turas del papel, etc., que hacen del trabajo de archivo una tarea complicada.

La historia cotidiana del Yucatán colonial y decimonónico que los investigadores participantes en este libro han procurado mostrarnos se ha realizado en diversos archivos locales y nacionales. Del monumental Archivo General de la Nación (AGN) a los archivos locales o regiona-les, como el Archivo General del Estado de Yucatán (AGEY), el Centro de Apoyo a la Investigación Histórica de Yucatán (CAIHY), el Archivo Municipal de la Ciudad de Campeche (AMCC), el Archivo Notarial del Estado de Yucatán (ANEY, cuya mayor parte se encuentra en las galerías del AGEY) o en las hemerotecas (“José María Pino Suárez”, perteneciente al propio CAIHY, y “Carlos R. Menéndez”, de propiedad privada), los historiadores de Yucatán se han dado a la tarea de escudriñar sus catálo-gos, revisar sus fondos en busca de los documentos que puedan ser útiles en esta elaboración histórica. Este quehacer, nada sencillo, implica horas, días, semanas y meses de trabajo incesante, de frustración, pero ante todo de una profunda convicción de que sus aportaciones contribuyen al en-tendimiento de las sociedades contemporáneas.

Una condición básica del historiador, como hemos mencionado, es el conocimiento de los archivos y de los tipos documentales porque estos constituyen el principio fundamental de cualquier investigación histórica. La búsqueda de las fuentes representa por supuesto el punto de equilibrio y de soporte de la historia. La sustentabilidad de las hipótesis y de los ar-gumentos está determinada, sin duda alguna, por los aspectos cualitativos y cuantitativos de los registros que se presentan. La calidad a menudo está ausente de los documentos y, por este motivo, es preciso que el historiador haga una revisión minuciosa de los fondos documentales.

La riqueza del AGEY en documentos del siglo XIX es extraordinaria. Años enteros dedicados a la clasificación de los fondos Congreso del Esta-do, Justicia y Poder Ejecutivo deben aprovecharse por los investigadores.

9 Uno de los trabajos de análisis documental y crítica histórica más importantes es el de Bloch, 2003. Véase también Ruiz-Domènec, 2006: 53.

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Las secciones civil y penal del fondo Justicia son de una calidad indes-criptible. Los escenarios políticos, económicos, culturales o territoriales están presentes en los innumerables legajos de uno de los archivos yu-catecos más importantes. Desde ahí Victor Hugo Medina Suárez, en el capítulo “Gobernando entre ruinas españolas”, analiza las condiciones materiales de los pueblos del partido de Motul, concentrando su atención en el fondo Poder Ejecutivo y particularmente en las secciones Ayunta-mientos y Educación Pública porque ahí había documentos sobre visitas de los jefes políticos o informas sobre caminos, casas nacionales, cuarteles, cementerios, escuelas y rastros de los distintos partidos de Yucatán.

Además de este tipo de expedientes, en el AGEY es común hallar tes-timonios de la vida cotidiana que narran con lujo de detalles escenas de este tipo. Los espacios de apropiación e identidad de un individuo se es-tandarizaban en la unidad doméstica, en las fiestas, en las cantinas o en la calle. Las funciones sociales del ámbito doméstico singularizan maneras de control social del hombre hacia la mujer, es un espacio donde lo masculi-no predomina sobre lo femenino. La mujer encarna un sujeto social cuya ocupación recuerda a una figura al servicio único del hombre, sin volun-tad individual. El conflicto doméstico cubre gran parte de la vida social privada. Las acciones de los hombres constituyen modos de comporta-miento propios de las adversas vicisitudes del medio urbano, de las difíci-les condiciones económicas. Así, el hombre no hace sino repetir un tipo de socialización impuesta desde el medio del cual proviene: el padre que habitualmente hacía uso de la violencia. Los litigios de carácter legal o los conflictos matrimoniales abren una puerta de saberes tan novedosa que es necesario considerar: momentos de la vida diaria que se hallan asentados con una repetición inaudita y útil para reconstruir el pasado histórico. En este ámbito se mueve el trabajo “Normas en la vida de las mujeres”, pre-sentado por Ramiro Arcila Flores, que analiza la complejidad para com-prender y explicar la resolución de un caso de tutela. De la misma manera, fue importante revisar los protocolos notariales del ANEY para contar con los elementos necesarios para entender el contexto de la situación vivida en el caso. El ANEY es una fuente muchas veces desaprovechada debido a que los libros de protocolos notariales tienen entre líneas un inmenso caudal de datos acerca de sucesos relativos a lo cotidiano: contratos de tra-bajo, cesiones, testamentarías, traspasos de bienes, ventas diversas, cartas dotales, etc., que acercan al lector de estos fondos a una comprensión más próxima a la realidad económica y social de esos tiempos.

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En el CAIHY podemos encontrar información dedicada a asuntos re-lativos a la legislación municipal. Una parte significativa de documentos corresponden a las Actas de cabildo de la ciudad de Mérida y otras sesio-nes de ayuntamientos del interior del estado. Esta documentación pue-de remitirnos a establecer probables vías de acercamiento con los valores definidos desde el poder y cómo éstos eran acatados por la sociedad. En sus secciones también existen otros documentos acerca de la vida privada como testamentos, litigios de diversa índole, cartas personales, contratos matrimoniales, etc. Las Actas de cabildo de Mérida, Decretos del Congre-so del Estado y del Ayuntamiento, Libro copiador de la correspondencia de los pueblos que componen el partido de Izamal, Copiador de decretos del Congreso de la provincia de Yucatán, etc. son algunas secciones revisa-das para poder analizar el fenómeno en cuestión.

La riqueza documental de este archivo también fue de enorme utilidad para que Genny Negroe Sierra estructure parte del capítulo denominado “Cosas sagradas del pueblo”. En los fondos reservados del CAIHY existen importantes libros copiadores de acuerdos, de acuerdos y oficios, acuer-dos y títulos que auxiliaron en el análisis de las fiestas religiosas, de los patrones jurados, etc. que permiten explicar las devociones del Yucatán colonial. Por supuesto, la complejidad del trabajo no sólo requirió de la investigación archivística sino que, al tratar de examinar en profundidad la importancia de los milagros, el papel desempeñado por los portentos, los santos varones y las santas mujeres, los patronos jurados o el arraigo territorial de ciertas devociones, fue indispensable recuperar la literatura hagiográfica de algunos cronistas religiosos del siglo XVII. De tal manera que las fuentes principales se encuentran en las obras de los frailes Ber-nardo de Lizana (1633), Francisco de Cárdenas Valencia (1639) y Diego López Cogolludo (1688).

El fondo Justicia del AGEY, por su parte, sirvió para analizar el ban-dolerismo y la complicada situación vivida ante el temor de los asaltos. La habitual tranquilidad de la vida social de los pueblos y ciudades era a veces entorpecida por la ruptura del orden público. La creciente inseguridad era una causa de preocupación constante de parte de las autoridades políticas. Las frecuentes asonadas, motines y sujetos transgredían la tranquilidad y paz públicas. Los vagabundos integraban una clase considerada sin va-lores, los viciosos provocaban disturbios y mal ejemplo a la sociedad, los impúdicos atentaban contra la moral. Pero todos ellos son solamente el re-flejo de una sociedad que carecía de las necesidades mínimas de seguridad

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social. También en los caminos y campamentos del territorio del México colonial y decimonónico los temores eran bien fundados: la inseguridad de estos parajes rompía con la aparente tranquilidad que se gozaba en los pueblos y ciudades. Los bandoleros y rufianes recorrían los largos y sinuo-sos senderos en busca de apropiarse de los cortos bienes de solitarios tran-seúntes y arrieros, eran depredadores sociales y fruto de las escasas garan-tías económicas que se ofrecían. De igual manera, fue preciso profundizar en varias secciones del fondo Poder Ejecutivo, entre otras Gobernación, Decretos y Leyes, Correspondencia Oficial. Así, Pedro Miranda Ojeda al examinar “Bandoleros en los caminos y veredas de Yucatán” destaca la im-potencia de las autoridades políticas para erradicar a los salteadores de los caminos yucatecos. En el AGN también existen muchas respuestas sobre el cotidiano popular y únicamente esperan las inquietas miradas de tena-ces investigadores que rompan con el silencio de sus anónimos papeles. La sección dedicada a las Reales Cédulas también es uno de los ramos que ofrece la posibilidad de análisis de las leyes reales que ayudarían a entender cuáles eran las pautas normales de comportamiento en la cotidianidad. Además, también fue importante la inclusión de materiales documentales provenientes del archivo nacional mexicano, ramo Obras Públicas, que proporcionaron información acerca del funcionamiento de los mesones.

En el mismo AGN, Pedro Miranda Ojeda recuperó valiosos documen-tos dispersos en los ramos Ayuntamientos, Intendentes, Bandos, General de Parte, Criminal y Alcabalas para reconstruir el complejo mundo del comercio colonial del aguardiente. Así, el capítulo “Traficantes y bebedo-res de aguardiente” se utilizaron dichos ramos para analizar las distintas formas de contrabando y las redes de distribución del contrabando de aguardiente. Los archivos locales, como el CAIHY, en cambio, tienen la ventaja de proporcionar información relativa al consumo de aguardiente, principalmente los libros copiadores de circulares de la capitanía general y comandancia política de la provincia de Yucatán, 1820-1824 o las actas de cabildo. Estas últimas constituyen registros extraordinarios para compren-der la complejidad urbana de finales del siglo XVIII y, en general, de la vida de las ciudades. Este capítulo constituye la primera parte del trabajo presentado por Guadalupe del C. Cámara Gutiérrez.

Por las mismas razones, esta autora también concentró parte de su aten-ción en el ramo Secretaría de Cámara del mismo AGN. Debido a la natu-raleza de su trabajo, aun cuando no revisó en el AGEY el fondo Justicia, sí utilizó documentos de la sección Justicia del fondo Poder Ejecutivo. En su

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colaboración denominada “Alambiques y bebedores de aguardiente” esta búsqueda fue muy importante para comprender los delitos cometidos por el consumo de aguardiente. Así, el comportamiento delictivo y violento en las calles, como insultos, injurias reales –graves ofensas–, homicidios, heridas y lesiones, etc., provocaron no pocas acciones en que salía a relu-cir un comportamiento similar a la usual violencia doméstica. La misma autora también recurrió a distintos tipos documentales del fondo Poder Ejecutivo, como Milicia, Jefatura Política de Mérida, Juzgado del Estado Civil de Ticul, Ayuntamientos, Gobernación, etc.

Esta variedad documental muestra cómo el historiador de la cotidia-nidad no sólo utiliza un solo tipo de documentos sino que es necesario revisar varios archivos y numerosos expedientes. Esta situación también se presenta en el trabajo de Jorge Victoria Ojeda, quien establece que las fies-tas forman parte de un enorme campo de actividades encaminadas a sa-tisfacer las necesidades y las veleidades humanas. Las diversiones públicas abrieron un espacio de reconocimiento social que valoraba al individuo en tanto miembro de un grupo pues se convirtieron en espacios donde poseían la oportunidad de imponer sus propias reglas, muchas veces con-trarias a las establecidas por el régimen decimonónico. Tal reconocimiento interviene en función a la construcción abstracta de imágenes colectivas de identificación de gente con las mismas dificultades económicas y socia-les. En esta medida en “Fiesta de Don Porfirio en Mérida” el examen de imágenes y del discurso juega un papel central. Por este motivo, el análi-sis comparativo y discursivo de distintas fuentes constituye el ingrediente principal de su construcción metodológica. De ahí su amplia revisión he-merográfica tanto en revistas como en periódicos de la época, figurando en primer orden El Fígaro, El Imparcial, El Mundo Ilustrado, El Peninsular, El Tiempo Ilustrado y La Revista de Mérida.

El trabajo de Felipe Escalante Tió también brindó especial atención a las fuentes hemerográficas. “Gobernantes y gobernados bulliciosos” utiliza Don Bullebulle como fuente porque gracias al carácter burlesco y de extra-vagancias del periódico se escudriñan las caricaturas y establecer relaciones entre imágenes y artículos, cambiando la dimensión estética por una voz autorizada más cercana con el público lector de aquellos sucesos vigentes y relevantes en Yucatán a mediados del siglo XIX.

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El documento histórico ha sido testigo de los acontecimientos más re-levantes de la historia, pero también de sucesos tan triviales que aparente-mente carecen de importancia. Estos actos vanos y sin trascendencia para la historia política o económica son, sin embargo, de gran valor para recu-perar las viejas formas del discurrir cotidiano de los hombres y mujeres del siglo XIX. La reconstrucción de los espacios de la vida ordinaria es una de las empresas más difíciles del historiador. La cantidad de materiales con los que cuenta es infinita pero también hay que tener en consideración la dispersión de datos, ya que el asunto de la vida privada o de las concep-ciones sobre cierta ideología no están muchas veces escritas. Se requiere de una interpretación de hechos y eventos que finalmente brinden una cantidad adecuada de información que permitan comprender la realidad en su justa dimensión.

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Escenario Territorial

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Víctor Hugo Medina SuárezEl Colegio de Michoacán

Gobernando entre Ruinas EspañolasEl proceso de construcción de la nación mexicana ha sido lento, cruen-

to y aletargado. La expulsión de la corona española por medio de la Inde-pendencia significó para los nuevos mexicanos un proceso de aprendizaje en la manera de gobernarse. Las herencias políticas coloniales fueron el punto de partida para levantar la estructura política independiente. Las reformas borbónicas, la constitución gaditana, el liberalismo francés y el norteamericano y otros elementos comenzaron a influir en los primeros pasos de la recién nacida república. Estas herencias se reflejaron en las le-yes, en las ideologías, y en general en los objetivos de Estado. No obstante, la praxis legal y política sólo adquiere un carácter real en el momento de la aplicación sobre la población. Así, las ideologías y leyes se cuajaban realmente en la célula menor del gobierno: el ayuntamiento. Este órgano operaba, y lo sigue haciendo, sobre una estructura material que brindaba los espacios pertinentes para impartir justicia y prestar servicios a los po-bladores. El estado de la estructura material es para nosotros un indicador de la eficiencia o deficiencia del gobierno de los pueblos. Sin duda no lo es todo, pero una buena estructura material permite la correcta aplicación de las políticas en general.

En este trabajo presentaremos las condiciones materiales en las que se encontraban los pueblos del partido de Motul en 1846. El contexto histórico del momento que estudiamos es complejo. En el año de 1842, el departamento de Yucatán fue declarado enemigo de la nación por no reconocer el centralismo que se imponía, teniendo como consecuencia una declaración de guerra por parte del centro en 1843.1 Así, Santa Anna decidió atacar militarmente tratando de entrar a la península por la región de Campeche. Por medio de un tratado de paz, la península regresó a ser un departamento de México pero poniendo sus condiciones, las cuales el gobierno central aceptó pero no cumplió. Por esta razón, el 1 de enero de 1846 Yucatán desconoció nuevamente al gobierno santanista y, como consecuencia, el Congreso local propuso crear la República de Yucatán. Sin embargo, este objetivo no se logró a plenitud, ya que en octubre de 1846, el gobierno de Santa Anna reconoció los acuerdos con los yucatecos y nuevamente estos se reincorporan como departamento.

1 Rodríguez Losa, 2, 1989: 85.

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Las luchas internas, más las luchas con el centro del país dejaron a los yucatecos en un estado paupérrimo. Sin embargo, no aquí terminaron los problemas. Unos meses después del regreso de Yucatán como parte de México, un problema mayor dio inicio. El 30 de julio de 1847 comenzó en el pueblo de Tepich un movimiento armado acaudillado principalmen-te por los indígenas Jacinto Pat y Cecilio Chí. Este evento conocido como la Guerra de Castas ha sido la mayor catástrofe militar y civil que haya su-frido el estado. La guerra y la muerte llegaron arrasando a las poblaciones, sobre todo, del oriente y sur, y por consecuencia, la economía, de por si devastada, se hundió aún más. Consideramos que nuestro trabajo aporta indicios importantes que nos permiten entender procesos mayores como la separación de la península del centro y la Guerra de Castas. La precaria infraestructura material de los pueblos sería entonces un impedimento para consolidar la autonomía yucateca y también brindó condiciones fa-vorables para el momentáneo éxito de la rebelión indígena.

Los caminos y transporteLos caminos jugaban un papel primordial en el desarrollo y dinámica

de las poblaciones. Para 1846, las autoridades locales, en conjunto con el superior gobierno, se dieron a la tarea de abrir y condicionar caminos en el partido (mapa 1). El proceso para abrir un camino no era arbitrario. De hecho, es muy probable que en la mayoría de los casos no fueran senderos nuevos, sino veredas que se ampliaban para convertirse en caminos carre-teros. Abrir la brecha, destroncar, terraplenar y brindar mantenimiento, eran las labores que los ayuntamientos y juzgados de paz tenían que orga-nizar por medio de fajinas que los habitantes de los pueblos realizaban.2 John Loyd Stephens, en su viaje a Yucatán en 1841, dejó el registro de uno de los caminos que nos ocupan. En su recorrido de Dzilam a Mérida, el viajero recorrió gran parte de los caminos que pertenecían a las pueblos que aquí estamos analizando, y según lo que narra, este camino “era de ruedas y uno de los mejores que existen en todo el país, pero era áspero, pedregoso y poco interesante en su paisaje.”3

2 “Expediente de la visita practicada por el jefe político subalterno del partido de Motul en los meses de abril y mayo de 1846 a los diferentes poblados de este partido”, Archivo General del Estado de Yucatán (en adelante AGEY), Poder Ejecutivo, 23 de abril al 22 de mayo de 1846, Caja 51, vol. 1, exp. 64, f. 8.3 Stephens, 2, 1937: 331.

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Mapa 1. Caminos del partido de Motul, 1846

Para este momento de 1846 se habían abierto a las carretas los siguien-tes caminos: el de Dzemul a Baca, el de Baca a Motul, el de Motul a Boko-bá y el de Bokobá a Tekantó. Este último pueblo no pertenecía al partido

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de Motul, pero en ese punto se encontraba un nexo entre partidos, ya que Tekantó pertenecía al partido de Izamal y es muy probable que existiera un camino de Tekantó a su cabecera, lo cual unía al partido de Motul con el de Izamal. Hacia el noreste, se abrieron los caminos de Yobaín a Can-sahcab, de Cansahcab a Dzidzantún y de este último a Dzilam. Si el lector observa el mapa número 1, podrá visualizar los caminos marcados con una línea constante. Las líneas punteadas señalan la ruta de Stephens. El viajero pasó por el pueblo de Dzilam en 1842. El camino a Dzidzantún se construyó en 1846, facilitando al partido de Motul la comunicarse con el puerto de Dzilam. El puerto de la época más importante en la península, después de Campeche, era el de Sisal. Pero este último se encontraba muy lejano de nuestro espacio de estudio. Por eso pensamos que la unión por carretera de Dzilam al circuito de caminos del partido de Motul, debió repercutir en la vida económica de la región. Desde luego, mucho antes de la construcción de este camino, existían las vigías de Telchac y Santa Clara. Es posible que también por ahí hubiese salidas al mar. Sin embargo, ¿por qué Stephens no siguió por mar a la vigía de Telchac? Podríamos pensar que tenía las intenciones de seguir visitando pueblos, o que simplemente era más difícil cruzar por la vigía de Telchac hacia Mérida. Nosotros vota-mos por la segunda opción, ya que no solamente se trataba de que hubiera un camino, sino que en el recorrido se necesitaban de servicios tales como agua y pastura para los caballos, algún lugar donde obtener comida para los mismos viajeros, y sobre todo seguridad. Además, el camino debería ser transitable cuando menos para herradura, lo cual es improbable para un lugar como la vigía de Telchac o de Santa Clara, en donde no había más que algún guardia o algún pequeño rancho de pescadores o de sal. De tal manera que aunque hubieran existido caminos, es posible que estos hayan sido tan solo brechas.

Ahora bien, en el mismo mapa incluimos el recorrido de otro viajero. Waldek recorrió en 1839 una buena parte de la región que ahora estudia-mos.4 Sus descripciones se basan casi exclusivamente en las características de las ruinas mayas muy en su particular percepción. Sin embargo, en su obra incluye un interesante mapa en donde deja marcados algunos de los caminos que existían en ese momento. En nuestro mapa, la ruta de este viajero está marcada con otra línea punteada identificada con la letra B. El lector puede apreciar como al unir los puntos con los caminos de 1839,

4 Waldeck, 1992.

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1842 y 1846 obtenemos un circuito que dejaba comunicado casi todo el partido. Entrando por mar, de Dzilam puerto se podía ir por camino ca-rretero hasta Izamal y de ahí a Mérida; se tenía la opción de insertarse en el partido de Motul hasta la cabecera, recorriendo casi todos los pueblos por un camino carretero. Los pueblos que no estaban comunicados es posible que sólo hayan sido brechas o caminos de herradura. Esto se daba sobre todo en lo pueblos que dependían políticamente de otros, tal es el caso de Euan y Ekmul, pertenecientes al pueblo de Tixkokob, o el caso de Kiní, Ucí y Muxupip, de la jurisdicción de Motul.

Además de Stephens y Waldek, Manuel J. Cantón, jefe político subal-terno del partido, en su visita de 1846 al mismo, nos proporciona una idea de las comunicaciones. Aunque no hace descripciones de sus trayectos, si nos deja una idea de los tiempos que tardó en moverse, los cuales repre-sentamos en el mapa 2.

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Mapa 2. La ruta del visitador Manuel J. Cantón, 1846

El 23 de abril, el visitador llegó a Dzemul, donde al parecer pasó la noche. Dudamos que se haya quedado en el mesón de la casa pública, ya que por su cargo difícilmente las autoridades municipales lo habrían permitido. El mesón de Dzemul era una pieza de cal y canto sostenida

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por puntales por su estado de ruina.5 Incluso, dudamos que se haya que-dado en todo el tiempo de la visita en alguno de estos mesones por muy cómodo que estuviera. Es muy posible que las autoridades municipales le hayan ofrecido alguna habitación de sus propias casas. Sabemos que estas autoridades municipales, sobre todo de los pueblos grandes, tenían sus ca-sas de mampostería lo bastante cómodas y espaciosas ya que como en casi todos los pueblos, las autoridades municipales pertenecían a la élite rural o cuando menos eran los más acomodados en su población. El 24 de abril, el visitador recorrió los pueblos de Telchac y Sinanché. En este último es posible que haya pasado la noche y continuado al otro día hasta Dzidzan-tún. En este día sólo visitó al mencionado pueblo y continuó hasta Dzilam pueblo el 27, Cansahcab el 28, Tepakán y Teya el 29, y por último el pue-blo de Suma que fue visitado el 30. Esta fue la primera etapa de visitas y es posible que de ahí, el visitador se haya dirigido hasta el pueblo de Motul. Como jefe político del partido, es muy probable que en ese pueblo haya tenido su residencia. Decimos esto porque el día 14 de mayo, nuevamente continúa con sus visitas saliendo del pueblo de Motul hacia Bokobá. De vivir en Mérida, es más lógico que hubiera comenzado por Mocochá o por Tixpeual. Sin embargo, la cercanía de Bokobá a Motul, nos puede suge-rir que el visitador radicaba en Motul. El 15 de mayo llegó a Cacalchén y el 16 entró a Tixkokob. Un viaje relativamente ágil que demuestra de alguna manera la veracidad de lo que Stephens mencionaba al decir que este camino era uno de los mejores de país, pues el visitador se encontraba recorriendo el camino a Izamal. Continuando con su trayectoria, el 17 de mayo llegó a Nolo y el 18 a Yaxkukul. En el mapa el lector puede mirar que entre Nolo y Yaxkukul no hay mucha distancia, sin embargo tampoco tenemos antecedentes de que existiera un camino, siendo esta tal vez una de las razones por la cual el visitador se demoró. La misma explicación nos damos para el viaje a Mocochá que también duró un día a pesar de la corta distancia. A Baca llega el 20 de mayo y de ahí partió a Motul. El registro de la visita de Motul esta fechado el día 22. Esto no quiere decir que de Baca a Motul haya tardado dos días en llegar pues los caminos entre estos dos pueblos, tenemos la certeza de que estaban transitables y cercanos. Que hayan pasado dos días antes de la visita de Motul, nos confirma nue-vamente que el visitador radicaba en el pueblo y que realizó su visita sin prisas y en el momento que pensó oportuno.

5 “Expediente de la visita practicada por el jefe político subalterno del partido de Motul en los meses de abril y mayo de 1846 a los diferentes poblados de este partido”, AGEY, Poder Ejecutivo, 23 de abril al 22 de mayo de 1846, Caja 51, vol. 1, exp. 64, f. 1.

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Imagen 1. Transporte del siglo XIX: El Koche y el caballo. Fuente: Waldeck, 1992.

Al hablar de caminos no podemos pasar por alto la velocidad con que se recorrían. Tres tipos de vehículos podemos proponer, el primero es el Koche (Imagen 1). Este consistía en un armazón de palos largos asegurados con madejas de henequén formando un rectángulo del que se asegura un urdido de hilo del agave. Otro armazón se instala a manera de techo el cual se cubre con un petate. La tracción de este vehículo era humana, esto es, seis indios cargaban el armazón con el pasajero adentro.6 Este tipo de vehículo era muy común en estos años y a mi parecer es un vestigio de las costumbres mayas que luego pasaron a los españoles y que se mantuvieron hasta cuando menos la primera mitad del siglo XIX, ya que como sabe-mos, los mayas no desarrollaron la rueda.

El otro tipo de transporte era el de herradura. Nos referimos con esto al uso de caballos o mulas con las cuales existía una mayor agilidad. En este período, muchas eran las haciendas y sitios que se dedicaban a criar bestias mulares y caballos. Cuando alguien tenía los recursos, podía sin duda conseguir alguno de estos animales para movilizarse por lo caminos.

6 Stephens, 1, 1938: 300.

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Stephens, no sólo viajo en koche, también lo hizo a caballo y en este caso dejó importantes registros que nos permiten de alguna manera suponer la velocidad con la que se viajaba. Él menciona que a las diez de la mañana salió a caballo del pueblo de Dzilam y que llegó a Temax como a las doce y media del día.7Esto es, hizo un viaje de dos horas y media. Son catorce ki-lómetros los que separan a estos dos pueblos. Haciendo una sencilla regla de tres, tenemos que en una hora, el viajero recorría 5.6 kilómetros. Desde luego, estamos hablando de caminos en buen estado y al paso normal de las bestias, ya que el trote las cansaría muy pronto. No todos los caminos estaban en buenas condiciones, lo que sin duda alargaría las jornadas de viaje y es posible que el autor no sea exacto en sus horas, pero de alguna manera este dato nos puede servir para recrear la imaginación en los anda-res de los viajeros en el Yucatán de 1846.

El tercer vehículo es el carricoche. Este “era un carruaje muy usual en Yucatán. . . largo de dos grandes ruedas cubierto de cortinajes de algodón para neutralizar la influencia del sol y llevando extendido en el fondo un amplio colchón sobre el cual podían acostarse dos personas con toda co-modidad. El carruaje era tirado de un sólo caballo trayendo atrás uno de remuda.”8Por sus características, este tipo de transporte era más lento, ya que las ruedas, si bien son capaces de llevar mucho más peso que un caba-llo, lo tortuoso y pedregoso del camino sería intolerable para los viajeros. Stephens menciona que usó un carricoche al salir de Temax con destino a Izamal. Su salida fue a las dos de la madrugada y llegó a su destino a las nueve de la mañana, lo cual nos da como resultado siete horas de viaje. La distancia que separa a estos pueblos es de 27 kilómetros, siendo por lo tanto su velocidad de 3.8 kilómetros por hora. Hay que mencionar que este tipo de vehículos eran propios de las clases más pudientes o eran exclusivos del comercio y pasaje, representado una importante inversión para sus dueños.

7 Stephens, 2, 1938: 314.8 Stephens, 1, 1938: 14.

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Las casas nacionales antes llamadas realesEl nombre de casas nacionales sólo se escuchaba en los discursos ya que

en la realidad, la gente seguía llamando a este establecimiento casa real, por su origen colonial. La prueba, la tenemos en las descripciones de John Loyd Stephens. A su llegada a Nocacab, como todo viajero, trató de ubicar inmediatamente la casa real en donde pasaría la noche, para luego con-tinuar su recorrido. Stephens describe al edificio de la siguiente manera:

La casa real es un edificio público establecido en todos los pueblos por el gobierno español, para servir de audiencia y otras oficinas públicas y también. . . para dar alojamiento a los viajeros. . . el edificio tendría cuarenta pies de largo y veinticinco de ancho. El moblaje consistía en una mesa bastante elevada y unos taburetes muy bajos. Además, en celebridad. . . las puertas estaban adornadas de ramas y palmas de coco, las paredes blanqueadas y en una testera campeaba un águila llevando en el pico una serpiente cuyo cuerpo estaba sujeto con las garras.9

La narración del viajero es el retrato de algunos de los usos de la casa real. La podemos ubicar como un complejo arquitectónico con diversas funciones y que desde el cual se pretendía administrar a la población. La razón por la que las autoridades en la época de la colonia decidieron le-vantar estas casas, fue sin duda para la vigilancia, recaudo de impuestos e impartición de justicia.

9 Stephens, 1937: 230.

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Mapa 3. Casas nacionales antes llamadas reales, 1846

En el partido de Motul de 1846 no todas las casas reales eran iguales. Hemos clasificado a estas edificaciones según sus características y también las representamos en el mapa número 3. La categoría uno es la que tiene la infraestructura necesaria, completa y en buenas condiciones. En todo

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el partido, sólo dos pueblos cubrían estos requisitos: el pueblo de Motul y el de Tixkokob. Para el caso de Motul, la casa real o pública, constaba de un salón amplio con sus muebles en donde se celebraban las sesiones del cabildo con un cuarto para la secretaría y el archivo. Al norte de esta sala se encontraban tres piezas para los pasajeros, aunque, según el visitador, sin la competente ventilación. Después de estas salas, se hallaba el cuarto del cacique y república de indígenas, el cual se destinaba para la recaudación. También existía en el complejo la prisión, que constaba de dos piezas pero sin seguridad y a obscuras y que demandaban una pronta restauración. La fachada del edificio era una hermosa galería de arcos que servía para la venta de granos. Tenía un patio interior con una casa de paja que servía de bodega de herramientas y también en esta habitación residían los sirvien-tes semanales de esta institución.

Para el caso de Tixkokob, la casa real o pública tenía similares caracte-rísticas que la de Motul. Era un edificio de dos pisos con sus galerías de arcos a la plaza principal, todo de cal y canto (Imagen 2).

Imagen 2. Actual palacio municipal de Tixkokob. Dicho edificio conserva su es-tructura de dos plantas y sus galerías como se describe en el documento de 1846.

La torre es con seguridad una construcción posterior. Fuente: Internet.

En el primer piso había un salón con dos cuartos cabeceros que se des-tinaban a los pasajeros. En la parte superior habían también un salón y dos

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cuartos, de los cuales uno servía para el cacique y república y el otro para el despacho de las autoridades municipales en donde estaba el archivo. Tenía muebles y útiles adecuados para su servicio y un cuarto para el uso de los sirvientes de la casa pública. En el complejo también existían dos calabozos, bien situados y con la competente comodidad y seguridad que recomendaban las leyes.

Podríamos decir que estas características de las casas reales o públicas eran las ideales. Sin embargo, dichas particularidades sólo se encontraban en los pueblos antes mencionados. Por esa razón hemos registrado a otros pueblos en una segunda categoría. Cacalchén, Mocochá, Baca y Dzid-zantún; si bien tenían una casa real de cal y canto y espaciosa, no cubren según nuestro criterio los requisitos de las casas de Motul y Tixkokob. Estas estructuras tenían los siguientes espacios: Un salón, un cuarto para el cacique y república, un despacho para las autoridades y archivo, una bodega de paja que servía también como estancia de los sirvientes, un calabozo de cal y canto sólo para corregir a los ebrios y escandalosos, y su galería exterior.

El pueblo de Baca (Imagen 3) es el que cubre todos estos requisitos y el lector podrá ver que a excepción de los cuartos de los viajeros, en general, el complejo es igual al de la categoría uno. Cacalchén, Mocochá y Dzid-zantún tienen prácticamente la misma estructura, la diferencia radica en que algunos de sus espacios están techados con paja y que sus edificios en general requieren reparaciones.

Imagen 3. Plaza principal del pueblo de Baca. A la derecha se tiene el palacio mu-nicipal en 1930, el cual fue la casa real sin mayores transformaciones y al fon-

do se ve el cuartel. Fuente: Archivo de la Familia Medina Arceo Trejo.

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En la categoría tres se encuentran los pueblos de Nolo, Yaxkukul y Bokobá. Sus casas públicas son de paja, de una sola pieza. Alrededor de estas casas reales o públicas existían otras del mismo material en donde se ofrecían algunos servicios. En general, esta categoría cuenta con un salón de paja o de cal y canto para el despacho de las autoridades municipales, un cuarto de paja o de cal y canto para el cacique y república, casa de paja para los viajeros y no tienen calabozo, a excepción de Yaxkukul.

Por último, tenemos la categoría cuatro. Los pueblos que formaban este grupo eran: Dzemul, Telchac, Sinanché, Yobaín, Dzilam, Cansahcab, Ucí, Muxupip, Kiní, Teya, Tepakán, Suma, Tixkuncheil, Tixpéual, Euán y Ekmul. De infraestructura muy pobre, estos pueblos apenas tenían una casa de paja multifuncional (Imagen 4). Algunos tenían otra casa del mis-mo material que les servía para el alojo de los viajeros, pero en general, eran construcciones en muy mal estado y aunque habían algunas de cal y canto, se encontraban en tal situación de ruina, que las de paja eran me-jores y menos peligrosas, ya que incluso habían edificios apuntalados pues sus techos estaban por derrumbarse.

Imagen 4. Casa maya. La mayoría de las casas reales de la categoría cua-tro eran, sin duda, casas de este tipo, esto es, paja con paredes de bajare-

que y embarro de tierra. Fuente: Stephens, 2, 1937: 43.

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Ahora bien, vamos a tratar de explicar el funcionamiento de la casa pú-blica. Lo primero, es que esta estructura era la sede de los poderes locales, tanto administrativos como de justicia. Para 1846, los pueblos de Yucatán se regían por la ley del 31 de marzo de 1840, la cual presentaba las dis-posiciones para el gobierno de los pueblos. Así, sólo existía ayuntamiento en las ciudades, villas y cabeceras de partido, los cuales se establecían bajo elección popular directa.10 De esta manera, el único pueblo que gozaba de ayuntamiento era el de Motul. Los demás pueblos, dependiendo del número de habitantes, se dividieron en rangos. Así, los pueblos sin ayun-tamiento que no llegaban a 3000 almas, serían alcaldías con dos alcaldes, y tres los de mayor población, encontrándose en este caso los pueblos de Tixkokob, Baca, Mocochá y Dzidzantún, sólo por citar a algunos. Por otra parte, en los pueblos en donde no haya cuando menos 10 ciudadanos en el ejercicio de sus derechos que sepan leer y escribir, sólo mantendrían la autoridad de un juez de paz,11 como en el caso de Euan y Ekmul que dependían de la alcaldía de Tixkokob. En no pocos casos, una estructura arquitectónica completa era sinónimo de un municipio o de una alcaldía municipal, mientras que los pueblos con pobre estructura, eran solamente juntas municipales. Carentes de recursos, los ayuntamientos, alcaldías y juntas, dependían de la benevolencia del Superior Gobierno para satisfa-cer sus necesidades. Por esa razón, era muy difícil que un pueblo obtenga los recursos necesarios para reparar o construir sus edificios. De hecho, el documento siempre habla de edificios de antigua arquitectura o incluso menciona para algunos casos las malas condiciones de los rollizos, que eran los maderos que sostenían los techos y que son una de las principales características de la arquitectura de la época colonial. Es visible cómo, para este período, cuando menos el partido de Motul vivía entre los vestigios y las ruinas de la corona española, y la joven nación mexicana, en la bús-queda de una estabilidad política, poco o nada había hecho para crear su propia infraestructura.

El cacique y la república de indios sobrevivían a la independencia. Es un hecho que sus funciones coloniales evolucionaron cuando menos en el discurso. Sin embargo, su sola existencia dice mucho. Para empezar connota las diferencias entre los vecinos y los indígenas en un momento en donde todos los mexicanos eran supuestamente iguales. No en todos los pueblos existía una casa consistorial para las autoridades municipales, pero

10 Rodríguez Losa, 1989: 91.11 Rodríguez Losa, 1989: 91.

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sí, en todos sin excepción, existía un espacio para el cacique y república. Desde luego, el número de indígenas superaba en mucho a los vecinos, sobre todo en los pueblos pequeños. Por esta razón, las labores del caci-que eran mayores, aunque subordinadas al alcalde “blanco”. Incluso la misma visita que nos sirve de fuente retrata esta situación. En el pueblo de Ekmul, a pesar de la existencia del juez de paz, era el cacique indio el que administraba los fondos del ramo de arrendamientos de tierras de comunidad.12 Podríamos pensar que por ser un pueblo muy pequeño, el cacique mantendría su autoridad y gestión. Sin embargo, en el mismo pueblo de Motul, la cabecera, el cacique tenía su propio despacho para cuando menos recolectar las contribuciones.13 Sin duda alguna, la exis-tencia generalizada de estas repúblicas de indígenas fue un factor decisivo para la organización de la guerra de castas.

La estructura de este aparato era potencialmente peligrosa para el grupo de los vecinos. Los caciques organizados, eran capaces de mover a cientos e incluso miles de indios. Por esa razón, todos los organizadores del movi-miento militar fueron caciques de pueblos que sabían perfectamente bien que sus gobernados estaban hartos de servir a la raza dominante. La red de caciques en todo el territorio mantuvo en jaque a las autoridades de los vecinos, pues el número de indios dispuestos a luchar era tal, que prácti-camente era imposible ganarles la guerra si mantenían su organización. Incluso para el caso de Motul, se sabe que en 1847, en el comienzo de la guerra, se instalaron picotas a las afueras del pueblo en donde se azotaron a más de 200 indios incluyendo a su cacique, por considerárseles parte del levantamiento.14 Éste era, quizás, el mismo cacique que despachaba en la casa real junto con las autoridades municipales. Tenía su oficina en la casa pública, pero desde ahí mismo orquestaba el movimiento que, según sus jueces, le hizo merecedor de los azotes.

Otro espacio importante era el destinado para los viajeros. Cuando las casas públicas eran de primera categoría como las de Motul y Tixkokob, existían cuartos anexos como hemos mencionado en las descripciones anteriores.

12 “Expediente de la visita practicada por el jefe político subalterno del partido de Motul en los meses de abril y mayo de 1846 a los diferentes poblados de este partido”, AGEY, Poder Ejecutivo, 23 de abril al 22 de mayo de 1846, Caja 51, vol. 1, exp. 64, f. 10.13 “Expediente de la visita practicada por el jefe político subalterno del partido de Motul en los meses de abril y mayo de 1846 a los diferentes poblados de este partido”, AGEY, Poder Ejecutivo, 23 de abril al 22 de mayo de 1846, Caja 51, vol. 1, exp. 64, ff. 19 y ss.14 Enciclopedia Yucatán en el tiempo, 4, 1998: 274.

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Por salubridad, ante la epidemia de fiebre, el visitador examinó estos cuar-tos de viajeros y siempre sugería la ventilación y la entrada de luz. Es muy probable que el visitador pensara, al igual que mucha gente de los pueblos, que los viajeros podrían ser portadores de las enfermedades, en este caso de la fiebre. A pesar de las condiciones de los caminos y las di-ficultades naturales de la zona para transitar, un importante número de arrieros, vendedores y compradores de productos recorría constantemente la región, tal vez portaran las enfermedades de la época. Por otra parte, también pensamos que los pasajeros serían un número reducido en estos momentos. Es muy probable que los viajes de pasaje hayan sido con más frecuencia a la cabecera del partido, ya que ahí tenían todo lo necesario para solucionar sus problemas, siendo sin duda los viajes a Mérida menos constantes cuando menos para la gente común . Por lo tanto, se trataba más bien de viajeros comerciales que se internaban en la región en bús-queda de negocios. Incluso, en algunas casas públicas existía algún espacio para resguardar las cargas y aparejos de estos viajeros mientras pasaban la noche como en el caso de Cacalchén.15

Las categorías uno y dos ofrecían al viajero espacios seguros e incluso cómodos y en algunas ocasiones hasta con muebles. Sin embargo, las ca-tegorías tres y cuatro apenas podían ofrecer una pequeña casa de paja en donde colgar las hamacas. La mayoría de los pueblos del partido pertene-cían a estas últimas categorías, lo que nos lleva a pensar que los viajeros programaban su ruta de tal manera que la noche les cayera en un sitio seguro y cómodo.

15 “Expediente de la visita practicada por el jefe político subalterno del partido de Motul en los meses de abril y mayo de 1846 a los diferentes poblados de este partido”, AGEY, Poder Ejecutivo, 23 de abril al 22 de mayo de 1846, Caja 51, vol. 1, exp. 64, f. 9.

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Mapa 4. Cárceles del partido de Motul, 1846

La prisión es el último espacio que presentaremos en este apartado ya que formaba parte del mismo complejo de la casa real. Dos tipos de re-clusorios detectamos en el documento. Al primero lo llamamos cárcel pú-blica, y estos eran edificios de mampostería, cuando menos de dos celdas

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que tenían la seguridad y ventilación que ordenaban las leyes, además de la competente higiene. Al parecer, sólo Tixkokob cubría con estos requisitos, ya que ni siquiera la cabecera tenía la ventilación que se solicitaba. No obstante, la prisión de Motul la consideramos como cárcel pública, por la solidez del edificio y su carácter de cabecera. Otras poblaciones menores sólo contaban con un calabozo de antigua arquitectura o calabozo gótico. Estos eran pequeños espacios de mampostería, al parecer de origen colo-nial, húmedos, sucios, sin ventilación, y en muchas ocasiones en estado ruinoso. Incluso, para el caso de Baca, en el año de 1840 aún se habla del uso del cepo,16 lo cual nos lleva a pensar en la posibilidad de que este instrumento estuviera en otros calabozos coloniales. En el mapa 4 puede observarse la distribución de dichos estructuras. Es importante conside-rar la distribución de las cárceles y su relación con los caminos. Hay que recordar que los calabozos sólo servían para detener momentáneamente a los ebrios y escandalosos, ya que no eran prisiones destinadas para reos que cumplieran alguna condena por algún delito mayor. Al parecer, sólo Motul y Tixkokob eran los pueblos con cárceles propias para los delin-cuentes. Por esta razón, si un delito mayor se cometía por ejemplo en Dzilam, el transporte del sentenciado hasta la cabecera o hasta Tixkokob, podría llevar cuando menos una o dos noches, para lo cual eran necesarios calabozos seguros en el camino a la cabecera, ya que de otra manera el reo podría escapar en un descuido de su guardia, lo que sucedía constante-mente. Por otra parte, había pueblos que carecían totalmente de este ser-vicio. Los pueblos situados entre Cansahcab y Tepakán, incluido Bokobá, carecían de alguna prisión o calabozo. Este establecimiento era de vital importancia para el orden y policía de una población y, por lo tanto, en estos lugares cuando había necesidad las autoridades tenían que habilitar un lugar para utilizarlo como prisión, sobre todo tratándose de escándalos y pleitos vecinales. Podría ser que el mismo cuartel sirviera de cárcel en un momento de necesidad. Esta situación la explicaremos más a fondo al hablar de los cuarteles del partido.

El cuartelLa preocupación del visitador por las condiciones de los cuarteles en su

jurisdicción explica de alguna manera la situación militarizada en la que se encontraba el estado. Sin embargo esta institución no era nueva. Ya desde

16 “Representación de los escrutadores de la elección municipal del pueblo de Baca pidiendo su nulidad por no haberse ajustado a la ley”, AGEY, Poder Ejecutivo, Ayunta-mientos, Baca, 11 de mayo de 1840, Caja 3, vol. 4, exp. 31.

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la época colonial existían cuarteles en donde se concentraba la milicia para la defensa del territorio.

Hemos dividido las características de esta institución en cuatro calida-des. La primera la llamamos categoría uno y sólo la ostenta el pueblo de Motul. Su infraestructura consistía de una hermosa galería que se unía a la casa pública, una capilla, tres piezas espaciosas, un almacén, un cuarto para oficiales, un cuarto para la banda de guerra, un cuarto de prevención y una cárcel de arresto y otra para reos. Este lugar era la sede del batallón tercero y desde ahí se controlaban los demás cuarteles donde se distribuían los sol-dados. La segunda categoría la formaban varios pueblos que se pueden ver en el mapa 5. Estos en general contaban con una sala de armas, una pieza para la guardia y una capilla, contando normalmente con una galería hacia la plaza. Las construcciones eran de cal y canto y de antigua construcción. Estos pequeños cuarteles se enfilan por toda la costa formando una barrera militar, sin duda pensada en caso de un ataque por mar. Así, Mocochá, Baca, Telchac, Yobaín, Dzidzantún y Dzilam pertenecen a la categoría dos y son el fuerte que podría detener algún ataque costero.

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Mapa 5. Cuarteles del partido de Motul, 1846

Por otra parte, el complemento de estos cuarteles eran las vigías. Crea-das desde la época colonial, estos espacios servían para la vigilancia de las costas tanto para el contrabando como para los posibles eventos bélicos. Así, el vigía era el responsable de avisar en caso del acercamiento de algún

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intruso a las costas. En el mapa que presentamos sólo se pueden ver dos vigías (Telchac y Santa Clara), pero sin duda podemos afirmar que había otras más.

La tercera y cuarta categoría las formaban cuarteles menores de estruc-tura pobre, esto es, eran tan sólo una casa de paja que se diferencian en que algunas veces tenían armas y otras no. Su posición en el territorio no es estratégica y en la mayoría de los casos eran pueblos muy pequeños que dependían de otras cabeceras municipales. En la imagen número 3 puede observarse al fondo de la fotografía un ejemplo de cuartel, en este caso del pueblo de Baca.

Aún con todo, podemos percibir a partir de las fuentes una falta de organización con respecto a la milicia. Muy pocos pueblos tenían armeros, lo cual dejaba sin defensa a las poblaciones. Además, también sabemos que los supuestos soldados eran tomados de la población sin mayor en-trenamiento que el que pudiera tener un cazador con su arma. Por esta razón, ante el levantamiento armado de los mayas, las fuerzas militares locales desaparecieron porque el miedo provocó una deserción masiva. Así, cuando menos el partido de Motul, se encontraba desarmado y con una estructura antigua, con soldados sin entrenamiento y disciplina y por consecuencia susceptibles a cualquier tipo de ataque militar. Sin duda, por eso los indios rebeldes arrasaron con ellos.

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Los cementeriosEn el contexto de las enfermedades y epidemias de la época, los cemen-

terios no sólo eran vistos como lugares religiosos y de duelo. Este espacio también se consideraba insalubre y por lo tanto un foco posible de infec-ción el cual debía ser controlado por las autoridades.

Mapa 6. Cementerios del partido de Motul, 1846

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Como sabemos, por mucho tiempo la Iglesia controló estos espacios situándolos en los atrios de las iglesias que se encontraban en los centros de las poblaciones. Los entierros se daban bajo la vigilancia del cura e incluso, para determinadas personas existían las inhumaciones dentro de los templos.

Imagen 5. Cementerio en el centro de Yaxcabá. Los cementerios colonia-les del partido de Motul debieron tener una forma similar, esto es, mu-ros de cal y canto, con su puerta. Fuente: Fotografía del autor, 2008.

En el partido de Motul de 1846, apenas se comenzaba el proceso de expulsar los cementerios a extramuros de la población. En el mapa 6 po-demos mirar la distribución y ver como incluso ni la cabecera contaba con cementerio moderno. En dicho mapa aparecen como primera categoría los cementerios extramuros en buen estado, esto es, murados de cal y canto o albarrada, con puerta, y terraplenados. La segunda es la de los cementerios extramuros pero sin las condiciones pertinentes. Mayormente eran espa-cios en construcción pero que ya se utilizaban para su destino. La tercera categoría es la de los cementerios en la iglesia pero en buen estado; esto es, murados y cerrados con puerta, pero en el centro de la población (imagen 5). La cuarta se refiere a los cementerios en la iglesia pero sin las condicio-nes que las leyes ordenaban. El muro y la puerta eran muy importantes

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para el visitador. Incluso refiere que sin estos elementos, los cadáveres es-taban expuestos a los perros, que sacaban los cuerpos de los sepulcros. Por otra parte, en los pueblos en donde no se cuenta con información, cuando menos Tixkokob, con toda seguridad contaba con un cementerio aunque no sabemos las condiciones de éste.

Las escuelasUno de los principales servicios que el gobierno debía proporcionar

a los ciudadanos de la joven nación mexicana era la escuela de primeras letras. Conocidas como preceptorías, estas instituciones eran responsabi-lidad del gobierno pero también de la población. De esta manera, hemos ubicado dos tipos: la escuela dotada y la particular. La primera llevaba ese nombre ya que tenía un subsidio del gobierno para pagar al preceptor. La segunda, por su parte, se mantenía con las aportaciones de los vecinos, res-ponsables de mantener tanto el edificio como los gastos que se generaban.

La formación de maestros se daba en la ciudad de Mérida, en don-de, para obtener el título de preceptor se tenía que pasar una serie de exámenes.17 Después, los pueblos hacían sus solicitudes de maestros por medio de una publicación en los principales medios de comunicación de la ciudad capital y el maestro interesado contestaba a las autoridades con la idea de irse a residir al pueblo en cuestión. El mapa 7 nos muestra la distribución de las escuelas en los municipios del partido. El lector notará que existen escuelas dotadas con maestros y escuelas dotadas sin maestros. Esto quiere decir que había escuelas que tenían los recursos disponibles pero que ningún profesor había respondido a la solicitud. En el mapa que presentamos, Mérida se encuentra al oeste, y es enton-ces visible como los pueblos más cercanos a la ciudad son los dotados y con maestro. Esto es, había pocos maestros interesados en alejarse de la ciudad de Mérida, ya que muchos de los pueblos brindaban muy pocas comodidades y de alguna manera encerraban al maestro a lo precario de la vida pueblerina, alejándolo de la ciudad. Por otra parte, la documen-tación también nos retrata las áreas en las que los estudiantes se forma-rían. Así, el profesor debería enseñar a leer, a escribir, a contar y también enseñar la doctrina cristiana. No todos los alumnos aprendían las cuatro áreas. Algunos entraban a lectura, otros a escritura, y otros a contar; lo que si, es que todos deberían estar formados en la doctrina cristiana.

17 “Concediendo el título de preceptor de primeras letras a Policarpo Aranda vecino de Mérida, cumplido el examen reglamentario”, AGEY, Poder Ejecutivo, Educación Pública, Mérida, 31 de octubre de 1840, Caja 13, vol. 1, exp. 47.

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El jefe político visitaba la escuela y recomendaba mucho al preceptor su trabajo. Normalmente la escuela se encontraba en la plaza principal y constaba de una pieza de paja, en donde en muchas ocasiones no habían ni muebles de trabajo. Desde luego, el caso de Motul y Tixkokob son es-peciales, ya que por ser los pueblos mayores, si contaban con un edificio de cal y canto con sus respectivos muebles, existiendo incluso en Motul dos escuelas particulares y una del gobierno.

Mapa 7. Escuelas del partido de Motul, 1846

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El número de alumnos siempre era muy bajo. Esto nos hace pensar en el alto número de analfabetas de la época. En el pueblo de Baca se refleja claramente la problemática. Había muchos interesados en estudiar, el problema era que no tenían recursos para comprar sus libros y otros útiles. Por esa razón, el maestro del pueblo solicitó ayuda al gobierno para solucionar el problema a lo cual el gobierno prometió un apoyo para un determinado número de alumnos que de verdad sean pobres. Tan alto era el número de analfabetas en la época, que incluso, en varias partes del documento se menciona que hay que enseñar a las nuevas generaciones ya que muchas veces sólo algunas autoridades sabían leer y escribir, siendo sin duda esto un gran problema para Yucatán y en general para México.

El rastroEl control de la matanza de reses era una estrategia nueva en esta parte

de Yucatán y tal vez también en todo el territorio peninsular. Esto lo de-muestra la falta de rastros públicos en muchos de los pueblos. De hecho, a excepción de Motul y Nolo, todos los demás pueblos tenían, si bien les iba, un pequeño espacio totalmente desprovisto. En el mapa 8 podemos encontrar la distribución de los rastros en la región. La categoría uno hace referencia a los lugares de matanza que tenían una casa de paja con un encargado con la tarea de vigilar el orden y legalidad del procesamiento de las reses. La categoría dos se refiere también a una casa de paja, pero sin encargado que vigile el proceso. En los demás pueblos, ni siquiera había un espacio destinado para el objeto y mucho menos encargados de la vigilancia.

Por otra parte, tenemos a la figura del abastecedor. Este era un hombre que se dedicaba a la compra de ganado para beneficiarlo y venderlo a la población. Su trabajo comenzaba desde muy temprano para poder tener lista su mercancía a primeras horas de la mañana. Al no existir rastros, es-tos abastecedores llevaban a cabo su labor en sus mismos solares o donde más les acomodaba. Esto se prestaba a varios problemas. El primero era una cuestión de salud pública. Nadie sabía la procedencia de la res y tam-poco si la carne estaba en condiciones de ser expedida. En esta época, el ganado era una de las principales fuentes de riqueza de la región. Sin duda, con mala fe, muchos abastecedores pudieron matar animales enfermos o incluso beneficiar a los que encontraban por los montes muertos, con tal de ganar unos pesos más, causando problemas de salud.

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Mapa 8. Rastros del partido de Motul, 1846

Por otra parte, el rastro permitía la vigilancia en contra del abigeato. Esto es, a cada abastecedor se exigieron las marcas de los hierros del gana-do para conocer su procedencia. Así, en caso de alguna demanda se podía encontrar quién era el responsable. Además, siempre en el mismo con-texto, el abastecedor debería llevar una papeleta para demostrar a quién

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le compró la res, la cual era archivada por las autoridades, para cualquier aclaración que se presentase.

Otro problema que solucionaba el rastro, era el control sobre el pago de alcabalas. Para matar una res que iba a servir de abasto, había que pagar determinada cantidad, la cual ingresaba a las cajas públicas, y a su vez, este dinero tenía que ser reportado al Superior Gobierno. El no existir rastros, habla del poco control que se tenía en este aspecto y que se esclarece aún más, cuando vemos que casi ningún pueblo tenía fondos propios. Esta es una muestra más del poco control que tenían las autoridades sobre este tipo de aspectos.

ConclusionesLas estructuras existentes de cal y canto del partido eran en su mayoría

de origen colonial. Muchas de ellas estaban en una situación ruinosa ya que por la falta de recursos las autoridades poco podían hacer. Podemos sin embargo descubrir a cuatro clasificaciones de estructuras que de alguna manera preocupaban al gobierno: la primera es la administrativa, formada por la casa real y sus respectivos espacios para el cabildo y la república de indios. En este tipo de estructura también entraba la cárcel ya que en ella se administraba la justicia civil y penal. La segunda es la de higiene y salubridad, la cual estaba constituida por el rastro y el cementerio. Como tercera tenemos a la estructura de servicios que contenía la escuela, el me-són y los caminos. Y por último presentamos la estructura militar que se componía del cuartel.

Bajo estas cuatro clasificaciones podemos proponer que la precariedad material no permitió eficiencia en la aplicación de las leyes y las políticas públicas. Así, en el caso de la administración y la impartición de justicia, no tener una casa real apropiada significaba un descontrol en el manejo de archivos, poca vigilancia de los recursos económicos, poca o nula seguri-dad en la custodia de los reos y falta de ornato público.

Con respecto a la higiene y salubridad, hay que pensar que para las personas que vivían esa época los olores, aires y las materias orgánicas en descomposición eran los portadores de las enfermedades. Así, un deber de las autoridades era cuidar de la higiene y salubridad del pueblo propo-niendo las medidas necesarias. El no tener un cementerio extramuros o un rastro, habla de la poca efectividad de las autoridades locales, ya que como

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mencionamos anteriormente, estos espacios eran focos de infección por los olores que de ellos emanaban. En los resultados de la jerarquización podemos ver como los rastros eran escasos en la región, y los cementerios generalmente no cubrían con las disposiciones pertinentes.

Para el caso de los servicios como la escuela, el mesón y los caminos podemos decir lo mismo. Pocas eran las escuelas dotadas y con maestro, y aun éstas eran insuficientes para las necesidades de las poblaciones. Pocos maestros querían alejarse de los núcleos urbanos por lo precario de los pueblos. El gobierno entonces no cumplía con la misión liberal de educar. Los mesones por su parte, eran en lo general casas de paja en mal estado, había algunas en buenas condiciones para cumplir su función. Si bien existían caminos en buen estado como el de Mérida a Izamal, los pueblos menores carecían de buena comunicación, dificultando el comercio y el tránsito de personas. Eran entonces los servicios públicos escasos y de bajo nivel.

Por último, el ámbito militar era decadente. Si bien existían algunos cuarteles en buenas condiciones, en muchos casos no había armas. La milicia estaba mal organizada y sin profesionalización. Esto demuestra la poca capacidad de defensa de la región y lo vulnerable ante posibles ataques.

Por todas estas razones pensamos que el estado de Yucatán pocas posi-bilidades tenía para sobrevivir como república autónoma. Sus condiciones materiales eran decadentes y el control del gobierno se limitaba a algunos pueblos. La capacidad de defensa militar era muy poca y no existía una economía que permitiera el desarrollo.

Los resultados de la guerra de castas confirman esta situación. Se trata-ba de un gobierno con muy pocos recursos económicos, con una estruc-tura material decadente y sin una milicia capaz. Los primeros golpes de los indios dejaron ver claramente estas deficiencias, las cuales sólo comen-zarían a cambiar con el auge henequenero y con el porfiriato, dándole una nueva cara a las estructuras materiales de los pueblos yucatecos.

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Escenario Religioso

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Genny Negroe SierraCosas sagradas del puebloLa convivencia de diversos grupos humanos con culturas y lenguas

diferentes manifiesta resultados disímiles de los originales, pero bastante esperados en la mistura. Yucatán comparte con todo México y con los demás países de América la tradición milagrera como parte de su religio-sidad popular. Esta tradición es una de las herencias de la religión popular católica, que desde la conquista pasó a este continente con los españoles, grupo que con sus religiosos y sus estrategias evangelizadoras aportó ele-mentos constitutivos de la religión que se practica cotidianamente, en su mayoría, hasta el presente. Por lo que es importante conocer la tradición milagrera española para entender su legado, sus adaptaciones y su síntesis.

Mucho se ha escrito de los efectos de la conquista sobre la población nativa, indudablemente la más afectada en este traumático encuentro, relativamente poco sobre los que tuvo entre los conquistadores.1 También ellos sufrieron consecuencias perturbadoras de este proceso aunque infinitamente menos dramáticas que las de los indígenas. De las secuelas perturbadoras únicamente se retomará el desarraigo que hace que se recurra a redes simbólicas específicas para comprender una realidad determinada a través de emblemas que cristalizan una nueva identidad. Los españoles en sus tierras peninsulares poseían un universo simbólico en orden que se fractura ante el enfrentamiento a un entorno con un paisaje y una cultura totalmente diferente. Un elemento de gran importancia dentro de este universo es el imaginario cultural-religioso.

El hombre español de esa época fue profundamente religioso y su imaginario no sólo adoptó las propuestas de la Iglesia Católica, sino que contenía, asimismo, una gran cantidad de entes malignos e infernales, sobrevivencias de culturas paganas o no católicas.2 Enfrentarse a estos seres perversos quizá fue parte de la cotidianidad, ya que poseían una gran cantidad de intermediarios: imágenes emanadas del santoral católico, reliquias que se decía contaban con poderes sobrenaturales, varones y mujeres con reputación de “santos” y todo aquello que presentara imagen de santidad.3 Los españoles emigrados que sentaron su residencia en Indias venían impregnados de esta dicotomía del bien y el mal como parte importante de su repertorio cultural.

1 Brading, 1993; Alberro, 1992.2 Christian, 1990; Reig, 1989: 23-24.3 Christian, 1990; Brading, 1993.

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La combinación de esta rica herencia religiosa de los españoles de los siglos XV y XVI, se articula y entreteje en un largo proceso, con elementos que impactan culturalmente a la mayor parte de los migrantes, como por ejemplo: las diferencias fundamentales en el entorno cultural, en el paisaje y el clima, por mencionar solo algunos, que influyeron junto con las autoridades eclesiásticas4 en la creación del imaginario religioso del Yucatán colonial y que en mucho compartieron con los indígenas y los otros grupos no indígenas.

El aspecto sociorreligioso que se va a tratar puede tener diversos orígenes, que convergen en un tipo especial de manifestación católica popular, desde aquellos que provienen de la leyenda, la tradición, la invención; hasta principios mucho más pragmáticos y utilitarios como estrategias de evangelización, mecanismos de control social y luchas por el poder.5 Sin embargo, esta manifestación religiosa que fue vivida, sentida y asimilada como hecho verdadero, presenta un carácter inminentemente social: el milagro. El concepto de milagro engloba todo hecho portentoso, sobrenatural, prodigioso, “ejercido” a través de una imagen, persona, o reliquia. Para el caso de los españoles que pasaron de España a América el milagro valió como arraigador a un nuevo espacio, en un primer momento, y luego en recurso cotidiano compartido con todos los grupos socioétnicos de la región y que sirvió para establecer un tipo específico de religiosidad popular compartido más allá de las fronteras étnicas y territoriales.

La importancia del milagro católico en tierra yucatecaLa primera generación de emigrados que se quedaron a residir en

el Nuevo Mundo, sentaron las bases del proceso de conformación de la identidad criolla, teniendo como uno de sus sustentos la religión católica y ésta plagada de fuertes imágenes. En el proceso, y como sucede la mayor parte de las veces, sin percatarse, tomaron elementos de raigambre profunda

4 Curas y frailes en sus parroquias y curatos eran la representación de la autoridad eclesiástica. Acercando más el lente, encontramos que pertenecían a una orden en especial, o eran originarios de distintos lugares, lo que significaba que la elección de determinada imagen correspondía al clero re-gular o secular, o bien, entre el clero bajo y el clero alto, etc. (ver Carrillo y Ancona, 1979). Un claro ejemplo lo tenemos con el origen y promoción del Cristo de las Ampollas (Negroe Sierra, 1999).5 Es sabido y en múltiples ocasiones se ha comprobado que los milagros atribuidos a alguna imagen, persona o reliquia, proceden de invenciones y supuestos, como el caso de San Ganelón. Este fue un perro que murió luchando contra una serpiente venenosa para salvar a un infante. El padre de éste, en agradecimiento, lo hizo enterrar cerca de una fuente mandándole a construir un precioso sepulcro. Muchos años después, los lugareños empezaron a atribuir poderes curativos a las aguas de la fuente de “San Ganelón”, llegando a levantarle una capilla (Rivera, 1909).

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del pueblo español y elementos de su tierra adoptiva, estos últimos precisamente para que dejara de ser una tierra extraña a las siguientes generaciones y pasara también a ser parte de su identidad. Inundaron la tierra americana con sus símbolos más preciados.6 Así, con la invocación de imágenes religiosas, vírgenes, cristos, cruces y los numerosos santos de su devoción, se ayudaron a conquistar, evangelizar, obtener buenos frutos de la tierra para su sustento y para el comercio, vencer catástrofes desconocidas y curar sus dolencias.

Entre las imágenes y los hombres que más ayudaron en el proceso de anclaje identitario están los que manifestaron su “potencia sobrenatural”, o milagros, en tierra americana. En este momento es necesario hacer un paréntesis para dejar por sentado que las manifestaciones de “potencia sobrenatural” de determinada imagen o individuo por ningún motivo fueron al azar. Como ejemplo se tiene que el enorme despliegue del culto Mariano en Yucatán se debió a intereses de los frailes franciscanos, quienes fueron los promotores originarios, es decir los misioneros de la religión católica en la tierra de los mayas, de igual forma, los milagreros, los cuales se abordarán más adelante, pertenecieron a esta orden.7

Los españoles que en tierras yucatecas se afincaron, con casas, bienes y familia, sintieron un desarraigo emocional y espacial al perder las imágenes habituales de su universo simbólico en orden. En el proceso de cambio experimentan un período de incertidumbre ante los nuevos espacios a los cuales no se habían adaptado. Extrañan el contexto ambiental que los remite inmediatamente a su familia, a su cultura y a su sociedad, esto es los olores, los sabores, los ruidos, los paisajes, etc., por lo tanto, se da un sentimiento de desánimo al no encontrar los elementos cotidianos tan importantes para la conservación de la memoria colectiva.8 La memoria colectiva tiene como sustento un territorio, y entre Europa y América, o bien, entre España y la Nueva España, existe un mar de diferencias. Se necesitan nuevos referentes para autoafirmarse como grupo y, como todo cambia, también la identidad, dejan de sentirse españoles para empezar a visualizarse como criollos. Dependiendo de las regiones y de los símbolos de integración (las imágenes religiosas se presentan como símbolos de integración), la conciencia y sensibilidad criolla, se empieza a construir a partir de principios del siglo XVII y se concreta en el siglo XVIII.

6 Ver Gruzinski, 1994.7 Carrillo y Ancona, 1949: 22-23.8 Halbwachs, 1990: 12-13.

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La empresa de creación de una nueva identidad no es tarea fácil, requiere de tiempo para permitir que las lealtades de grupo se arraiguen a un espacio, el espacio fundamental de todo pueblo, en el cual puedan reconocer símbolos culturales que les permitan tener una conciencia histórica de su propia evolución como grupo. Asimismo crear a través de representaciones colectivas un imaginario que los identifique como colectivo social con ciertas características. Un elemento importante en este proceso es la contrastación. Así, el criollo tuvo la necesidad de definirse en la alteridad y no a partir de modelos heredados. Sus opuestos fueron múltiples: españoles peninsulares, indígenas, mestizos, negros y castas. El definirse y diferenciarse genera un interesante juego de identidades, la percepción del metropolitano sobre el criollo, del criollo sobre el metropolitano, sobre sí mismo, sobre el indígena, sobre el mestizo, el negro y las castas, ya no para juzgarlos sino para la confirmación de una identidad específica. En el interjuego se dieron relaciones entre estos grupos de asimetría, yuxtaposición y fricción.

Mucha de la tradición milagrera que se desarrolló en la provincia de Yucatán logró concretarse a través de la acción pastoral, evangelizadora y misionera de los religiosos de San Francisco que tuvieron bajo su jurisdicción este territorio. Cada diferente orden aportó imágenes y santos de su devoción que pueden ser fácilmente reconocibles en las distintas regiones donde tuvieron su asiento. Las manifestaciones milagreras incluyen imágenes que por sus prodigios merecieron un voto público jurado y personajes que fueron reputados de “santos” por la hechura de prodigios.

Los santos patronos como abogados del cieloA partir de las angustias, incertidumbres, congojas, zozobras, miedos

y ansiedades que conllevan las conquistas de tierras desconocidas, con representaciones demoníacas y sobrenaturales también desconocidas, la tradición española se hizo manifiesta en la estrategia de dominación con la erección de villazgos y pueblos que se pusieron bajo la protección de una imagen tutelar o patrona. El patronazgo basa sus propias características en la relación de clientela que establece lealtad al protegido y deber de protección por parte del patrón. En un principio la elección estuvo dirigida a imágenes que ofrecían garantías sólidas de su eficacia comprobadas en otros lugares, como el caso de Santa María de los Remedios que en Italia y España había demostrado sus portentos.9

9 Calvo, 1993: 120-124.

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Así, por los años de 1517 y 1518 cuando se descubrieron la península de Yucatán y la isla de Cozumel, el papa León X la nombró Patrona de la provincia de Yucatán y de sus islas adyacentes con un título: Santa María de los Remedios de Cozumel y Yucatán.10 Sin embargo, no fue quizás la más feliz decisión, ya que para una nueva experiencia se necesitaba de una nueva propuesta que se adaptara a los nuevos requerimientos. Se debía demostrar portento y eficacia en las nuevas tierras que permitiera el arraigo a un territorio, uno de los ingredientes fundamentales para la creación de una nueva identidad. La Virgen de los Remedios fue ocasionalmente recordada, sin embargo, conforme se dieron sucesos significativos que impactaron la vida de los primeros conquistadores y colonos; se crearon lealtades con imágenes que habían demostrado su poder de intermediación con lo divino católico en América.

Al mismo tiempo que se creaba la identificación de un miembro de la corte celestial con una población particular, se establecía el vínculo con los cabildos. Los ayuntamientos novohispanos heredaron la práctica de votar, elegir y jurar algunas imágenes que podían estar representadas por advocaciones marianas, cristos o santos. Por lo tanto, las fiestas celebradas a los patronos jurados fueron una práctica eminentemente municipal con la participación de la población, en la que resalta una realidad fundamental de una sociedad sacralizada, sin fronteras perceptibles entre lo natural y lo sobrenatural.

Las autoridades civiles de los ayuntamientos, al igual que las autoridades del cabildo eclesiástico, tenían claro y presente que el buen gobierno de su jurisdicción no se lograba únicamente con apoyo de los letrados, sino que se basaba, en buena medida, en la protección de los santos. Es decir, los patronos elegidos, jurados y votados se convertían en los abogados del cielo para lograr una intermediación eficaz para solucionar los problemas de la tierra. Una ciudad o población podía tener varios patronos jurados, porque funcionaron como los santos especialistas, con la enorme diferencia que no se les invocaba para la resolución de problemas de tipo individual, sino por el contrario, se les elegía por su capacidad de salvar problemas sociales.

El patronato establece una mediación preferencial con la naturalidad de un hecho o acta contractual. Así, se elige una imagen como patrona

10 Carrillo y Ancona, 1949: 11.

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y abogada particular de una población para obligarla a que preste sus servicios particulares y defienda los intereses de los que la eligieron con su intercesión y patrocinio en el cielo.

Virgen de Izamal

Muchos fueron los santos y las imágenes que merecieron un voto público jurado de los cuerpos edilicios de la ciudad de Mérida, quizás el más importante para todo Yucatán fue el de la Virgen de Izamal, varias veces votada y jurada por los logros atribuidos en la desaparición de epidemias. Por razones de espacio no se va a hacer referencia a todas las imágenes que merecieron un reconocimiento público de voto y juramento de la sociedad a través de sus cabildos. Se va a tomar lo más representativo de cada caso a los que se les reconocieron mediaciones portentosas y hechos maravillosos como san Bernabé, que se le juró patrono por la ayuda prestada en la conquista militar de la provincia,11 la Virgen en su advocación del Carmen, que en su día se dio el golpe final para vencer a los piratas en la Isla de Tris (más tarde Isla del Carmen)12 san Juan Bautista como protector contra la langosta13 y san José por su intercesión contra los indios apóstatas levantados en armas en Cisteil,14 entre otros.

11 López Cogolludo, 1957, Lib. III, cap. XI; Carrilo y Ancona, 1949: 50-58.12 Sosa, 1984; Carrillo y Ancona, 1949: 23.13 Cárdenas Valencia, 1937: 68-69; López Cogolludo, 1957, Lib. IV, cap. X y Lib. X, cap. XVII.14 Centro de Apoyo a la Investigación histórica de Yucatán (en adelante CAIHY), Lib. No. 64, Copiador de oficios, 1757-1760; CAIHY, Lib. No. 15, Acuerdos, desde el 1ro. de enero de 1761.

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El primer voto público que se da en la ciudad de Mérida es el de san Bernabé. En el año de 1543, apenas un año después de la fundación de dicha ciudad. Los conquistadores, después de largos años de batallar para lograr la pacificación y asentar la colonia, reconocieron que fue debido a la intercesión de san Bernabé ante la misericordia de Dios que lograron en su día una gran victoria contra los indígenas. Así, ambos cabildos, el eclesiástico y el civil en pleno, decretaron el juramento y voto del santo. Esto significaba que se debía rendir culto a esta imagen en su día con prácticas ceremoniales dirigidas por los cabildos. El cabildo de la ciudad se encargaba del espacio profano a sacralizar a través de la procesión del patrono jurado en su onomástico. El derrotero incluía las calles donde vivían las principales familias españolas de la ciudad, en estos primeros tiempos coloniales eran familias de conquistadores. Como medio de promoción al culto, tanto los oficios en la iglesia como la procesión en las calles se hacían con mucha solemnidad. Los personajes más sobresalientes de la ciudad encabezaban la procesión a caballo y con sus armas a la vista como buen recordatorio simbólico de dicha intercesión.15 Al pasar los años acompañados del acontecer de sucesos varios e importantes, y pensarse tan lejos como siglos las hazañas de la conquista, san Bernabé fue recordado vagamente como patrono de la Mérida de Yucatán.16

Dada la situación geográfica de la península de la provincia de Yucatán, un problema que siempre fue motivo de preocupación para las autoridades, comerciantes y porteños en general, fue la piratería. Las islas, lagunas y bahías fueron los lugares preferidos para las actividades de los piratas ingleses, franceses y holandeses contra los intereses de los españoles nacidos en Indias. La explotación económica del Nuevo Mundo estaba organizada de manera rígida por y a través de la Casa de Contratación de Sevilla, la cual se encargaba de controlar y de dirigir de manera absoluta el tráfico y el comercio de las colonias, vendiendo los productos a precios elevadísimos, propiciando el contrabando de mercancías y de materias primas.

La isla donde se desarrolla el suceso que culmina con un voto jurado fue conocida consecutivamente con varios nombres. En principio se le llamó Isla de Términos al pensarse que era el límite de la tierra descubierta. Poco después, fue conocida también como Isla Triste al sentirla los españoles en soledad absoluta por estar deshabitada, y este nombre se relaciona con

15 López Cogolludo, 1957, Lib. III, cap. XI.16 Calendario de Espinosa, 1902.

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uno de los más conocidos, el de Isla de Tris, por la designación con que figuraba en la cartografía de la época con la abreviatura TRS.17 Esta Isla fue refugio de bucaneros desde temprano en la colonia. En los años en que gobernaba Yucatán el alcalde mayor don Diego Quijada (1561-1565) los piratas tuvieron como objetivo el saqueo de las naves que llegaban a la sonda de Campeche, la villa misma y el comercio del palo de tinte. Día a día se hicieron más alevosas y frecuentes las incursiones piráticas al territorio peninsular por lo que hubo varios intentos por desalojarlos de la isla, pero al no quedarse población española permanente en ella, los piratas volvían a sentar sus reales.

En 1715 el gobernador Vértiz y Hontañón recibió órdenes reales de expulsar a los piratas ingleses por lo que procedió a organizar una gran expedición. Se conjuntaron fuerzas y el alcalde mayor de Tabasco trazó un plan de desalojo definitivo que incluía la Armada de Barlovento con base en Veracruz y la ayuda de fuerzas navales de Tabasco y Campeche. Por su parte las cajas reales de Mérida y Campeche aportaron varios miles de pesos para comida, pertrechos de guerra, salarios y compostura de las embarcaciones. El 7 de diciembre de 1716 partió la expedición del puerto de San Francisco de Campeche, la recuperación total de la isla para la corona española se logró en julio de 1717. El rey consideró esta victoria como importante y mandó fundar un presidio y una villa con el nombre de Nuestra Señora del Carmen, ya que en su día se logró la completa y feliz victoria.

Sin tener una fecha muy exacta pues los cronistas sólo mencionan “recién conquistada esta tierra,” se presentó una plaga de langosta de tal magnitud que encapotó el cielo impidiendo la vista del sol. Los vecinos de la ciudad realmente impactados, se reunieron con su cabildo, justicias y regimiento para tratar de encontrar algún remedio para semejante calamidad. Por consenso y sin duda alguna, se decidió que se necesitaba la intervención divina, así que acudieron al representante de Dios de más alta jerarquía en estas tierras yucatecas. De esta manera el señor obispo con su cabildo y el cabildo de la ciudad plantearon que la manera de aplacar la ira de Dios era con la elección de un santo por patrón y abogado para que con su patrocinio trocase el castigo en misericordia. De manera poco protocolaria, pero con infinita suerte, tocó por azar la elección de san Juan Bautista.

17 Civeira Taboada, 1987: 13.

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Ese mismo día se echó a andar la maquinaria cultual con una muy solemne misa y “milagrosamente” el devastador insecto desapareció. Obviamente que el santo se ganó una muy merecida devoción que culminó con la erección de una ermita en su honor a cuatro calles de la catedral. Sin embargo, pasaron algunos años y el acridio al parecer buscó nuevos horizontes, lo mismo que las lealtades que le habían prometido en un principio. Se percibe que al santo no le gustó el olvido y el abandono en el que quedó sumido, así que en vísperas de su festividad en el año de 1618, se oscureció la ciudad de Mérida con un manto de langostas, que según se refiere, volvió denso el aire y obstaculizó el camino de los viandantes y, lo esperado y temido, la ruina de las milpas y sementeras. En ese momento los desmemoriados recuperaron, también “milagrosamente,” la memoria y con ella recordaron la obligación que habían contraído hacia el santo y para no olvidar más, la ciudad toda le juró voto público. De esta manera para las siguientes apariciones de langosta recurrían al remedio ya comprobado con misas, rogativas y procesiones.18

Otro santo que fue jurado y votado fue el castísimo esposo de la Virgen María, el patriarca señor san José. En el año de 1761 se da la voz de un levantamiento indígena en el pueblo de Cisteil, perteneciente al partido de Sotuta. El día 19 de noviembre se celebraba la festividad del santo patrono del pueblo, el párroco se encontraba oficiando misa cuando en medio de una conmoción, descrita como demoníaca, se apareció el indígena Jacinto Uc de los Santos, y el sacerdote, temiendo una rebelión se aprestó a huir del pueblo llevando a su paso el aviso de un levantamiento. Luego de pronunciar Jacinto un discurso enardecedor fue llevado por los otros indígenas al interior de la iglesia del pueblo donde se vistió con el manto y la corona de la Virgen y en aparatosa ceremonia se coronó rey con los emblemáticos nombres de Jacinto Canek Chichan Moctezuma,19 y en el mismo acto el nuevo rey maya declaró a la Virgen como su esposa. Era evidente que el levantamiento no representaba un movimiento pasajero y fortuito, sino que había sido preparado con mucha antelación, por lo que los criollos estaban realmente asustados.

18 Cárdenas Valencia, 1937: 68-69; López Cogolludo, 1957, Lib. IV. cap XIV y Lib. X, cap. XVII. Este último autor registra otra plaga de langosta para el año de 1631, para la cual llevaron en procesión a San Juan de su ermita a la catedral, con el “milagro, de que la langosta por sí misma levantó el vuelo para ir al mar a ahogarse.19 Canek fue tomado del último líder maya que ofreció resistencia para la conquista del Petén Itzá, Chichán Moctezuma, significa pequeño Moctezuma en referencia al rey azteca que también presentó resistencia durante la conquista.

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Las noticias procedentes de los pueblos y que aludían a la presencia de hechiceros en la insurrección provocaron que los españoles pensaran en medidas drásticas. Las implicaciones que tenía una insurrección indígena en esos tiempos abarcaban ámbitos económicos, políticos, militares, sociales y, en este caso en especial, religiosos. El que los indios apóstatas20 se hayan atrevido a deshonrar la pureza de la Virgen Santísima, requería la invocación de un intercesor extraordinario por sus dotes y poder. Los días en que se descubre la insurrección y se da la batalla donde logran aplacarla, fueron tomados como designios divinos por estar dedicados ambos al venerado patriarca san José. El primero en memoria de su muerte y el segundo a la celebración de sus desposorios con la Virgen. Luego, quién mejor que él para favorecer al pueblo español que lucha contra los indios apóstatas, y “lograr el desagravio de su Santísima esposa de los ultrajes que había recibido de un sacrílego rey tirano.”21 El 7 de diciembre del mismo año, ambos cabildos, con unánime voluntad “acordaron jurar y reconocer públicamente por patrón especial y perpetuo de esta ciudad y provincia contra las sublevaciones y las invasiones y hostilidades de los indios al Glorioso Patriarca Señor San Joseph.”22

Celebraciones y fiestasLas fiestas de los patronos jurados se celebraban cada año a costa del

ayuntamiento de la ciudad. A su vez, los alcaldes y regidores seculares se comprometían en sesiones del cabildo, generalmente de dos en dos para la organización, a presentarse ataviados con uniforme de media gala, para ser los portaestandartes. Cuando el voto de la ciudad se había jurado a una imagen no residente en ella, como en el caso del la Virgen de Izamal, todos los años se enviaba a una comisión con el dinero que aportaba la ciudad de Mérida para su fiesta, además de algún compromiso previo que aumentara la gala de la ceremonia como velas y cera.

La participación de los distintos grupos socioétnicos, (indígenas, mestizos, negros, mulatos, españoles, criollos, etc.) que conformaban la población de la ciudad se restringía únicamente a la procesión en la cual se sacaba el estandarte de la casa del ayuntamiento hacia la catedral así como durante el sermón y la misa. Sin embargo, el convite en honor del santo festejado se reducía en ocasiones a los miembros del cabildo, que eran todos criollos.23

20 Apóstatas: los que niegan la fe de Jesucristo recibida en el bautismo.21 CAIHY, Libro de Acuerdos, Nº 15, 1761; Carrillo y Ancona 1949: 32-34.22 CAIHY, Libro de Acuerdos Nº 15, 1761.23 CAIHY, Libro Copiador de Acuerdos y Títulos, Nº 64, 1757-1760.

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Al no existir los compromisos jurados de patrocinio a una determinada imagen o imágenes al momento de conformarse los ayuntamientos, los costos que implicaba una celebración de esta naturaleza no quedaban incluidos en los gastos corrientes. Cuanto fue una sola celebración, en el caso del primer voto jurado de la ciudad, la erogación no implicó mayores complicaciones, sin embargo, cuando éstas se fueron acumulando y se fueron haciendo importantes, también, en número, hubo que recurrir al rey para solicitar que se destinara parte de los arbitrios para tal fin. Este tipo de solicitudes fue extremadamente común por lo que el rey accedía sin mayores miramientos. No obstante, los fondos de dónde se debían de extraer quizás reflejaban el poco conocimiento de las provincias de Ultramar. Para esta ciudad, y a través de reales cédulas, se concedió la imposición de un peso por cada cuba o tonel de vino que entrase a la ciudad como arbitrio destinado a los patrocinios jurados. Para el año de 1738, y ante la imposibilidad real de subvención de las fiestas con este impuesto, por el bajísimo consumo de vinos en esta región, se hicieron nuevas solicitudes, pero esta vez especificando que el producto que debería ser impuesto para que su tasa se dedicada a la celebración de los patronos jurados sea de alto consumo, así se concede un peso por cada pipa de aguardiente que entrase a la ciudad en vez de la subrogación del vino.

Para el año de 1760 el costo de las fiestas de los patronos jurados ascendió a la cantidad de 1 500 pesos. La nómina de las fiestas de onomástico que se celebraban cada año a costa del cabildo civil de la ciudad fue la siguiente.

Tabla 1. Nómina de Fiestas a cargo del cabildo de Mérida (1760)

Fecha Fiesta Lugar6 de enero San Bernabé Catedral21 de enero Santa Inés Iglesia de San Francisco19 de marzo Patriarca San José Catedral24 de junio San Juan Bautista Ermita de san Juan15 de agosto Virgen de Izamal Parroquia de Izamal29 de septiembre San Miguel

29 de noviembre Hacimiento de Gracias al Santísimo Sacramento Catedral

1 de diciembre Desagravios del Señor Sa-cramentado Catedral

8 de diciembre Pura y Limpia Concepción de María Santísima

Catedral

Fuente: CAIHY, Libro Copiador de Acuerdos y Títulos, Nº 64, 1757-1760; CAIHY, Libro de Acuerdos, Nº 15, 1761.

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Lo hasta aquí presentado es una pequeña muestra de la fragilidad que sentía la población, en este caso criollos y españoles, ante las incertidumbres y catástrofes más comunes y frecuentes como epidemias, huracanes, plagas y hambrunas que los conducían a encomendarse a la protección de determinado santo o imagen, promovido siempre por representantes de los máximos poderes. Esto fue el ejemplo, muestra de religiosidad y génesis de las devociones que fueron adoptadas por los indígenas en sus pueblos al dedicar su veneración y festejos para invocar la protección de una imagen católica particular a la que conocieron y reverenciaron como patrona.

Los que tuvieron el don de hacer milagrosComo milagreros se va a designar aquí a aquellos frailes y monjas

que tuvieron una actuación fuera de lo común, incluso para la misma comunidad de religiosos, buscando en vida aproximarse lo más posible a la norma establecida en torno a la persona del Hijo de Dios. Fueron sujetos a los cuales se les reputaron cosas estupendas, maravillosas, prodigiosas, a quienes se les conoció por el “don de hacer milagros.” Muchas son las referencias hagiográficas24 sobre el mundo cristiano, pero para Yucatán solo dos cronistas del siglo XVII reportan sucesos extraordinarios y maravillosos de estos personajes particulares, ellos son los frailes Diego López Cogolludo y Bernardo de Lizana.25 No es casualidad que ambos pertenezcan a la misma orden, la de San Francisco, y que ensalcen, proclamen y magnifiquen la santidad de sus hermanos de hábito. El tener miembros estimados por santos representó mayor influencia, poder y orgullo para allegarse más devotos, y no únicamente gente del común, sino de aquella importante como encomenderos, alcaldes e incluso los mismos gobernadores y capitanes generales. Estos devotos, a cambio de tanta maravilla y de hombres que exculpaban pecados ajenos con flagelos26, cilicios27, ayunos y demás penitencias, se mostraban mucho más generosos con sus limosnas y participaban con mayor ahínco en los proyectos franciscanos. Así la orden franciscana, por mucho, fue la que tuvo mayor influencia en la generación del imaginario religioso del Yucatán colonial.

Obviamente, estos cronistas no desconocieron la literatura que sobre santos, mártires, eremitas y beatos se había escrito desde siglos atrás, pues

24 Historias de las vidas de los santos.25 Lizana, 1893; López Cogolludo, 1957.26 Instrumento para azotar.27 Faja de cerdas o de cadenillas de hierro con puntas, ceñida al cuerpo junto a la carne, que para mortificación usan algunas personas.

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su exposición sigue el mismo formato, resaltando la castidad, humildad y pobreza como parte del desprecio de lo mundano. La redimensionalización del cuerpo en la concepción cristiana que asociaba la santidad con la mortificación del cuerpo se refleja en la flagelación y los ejercicios ascéticos.28 El uso de cilicios, coronas de espinas, sambenitos29 y azotes era parte del esquema; la gula y la lujuria eran consideradas en sus discursos como pecados que necesitaban erradicarse a toda costa con la fustigación de sus cuerpos. En su gran mayoría, como veremos más adelante, eran prácticamente etéreos de tanta flacura. Asimismo, no dejaban pasar ocasión alguna para pregonar los más importantes milagros de los cuales habían sido intermediarios, aseverando por escrito que se había levantado información jurídica para demostrar su veracidad.30

Dos elementos importantes que resalta la literatura de los santos están íntimamente relacionadas con el cuerpo. La primera es la incorruptibilidad y la segunda la creación de reliquias de partes del cuerpo o de objetos que estuvieron en contacto con él. Con ello se demostraba un estado excepcional y misterioso que transgredía una de las leyes ineludibles de la muerte, la destrucción de la carne. La mayoría de los favores que los hombres pedían a estos seres estaban relacionados con el cuerpo y se manifestaban a través del milagro. La incorruptibilidad del cuerpo era considerado signo de elección divina, aparte de no descomponerse y de despedir un grato olor, los restos de los reputados santos poseían la maravillosa capacidad, que sólo compartían con la ostia sagrada, de poder ser divididos sin perder nada de su eficacia, es decir, de los poderes recibidos por Dios en el momento de la muerte benéfica. Esto era para la mentalidad común el fundamento implícito del culto de las reliquias, pequeñas partes de un cuerpo fragmentado, que a semejanza de Cristo, no dejaban de ser nunca fuente de vida y promesa de regeneración. Entre los hechos portentosos, maravillosos y milagrosos que se les reconoce a estos frailes están: la multiplicación de granos para aplacar hambrunas, estrellas resplandecientes que los señalaban como “elegidos,” ángeles guardianes corporeizados en hermosos niños, predicciones y, una vez muertos, emanación de sus cuerpos de exquisitos olores; “olores de santidad,” lágrimas y sangre a borbotones, embellecimiento de rostros que antes no fueron muy agraciados y, por supuesto, incorruptibilidad de sus carnes.

28 López Cogolludo, 1957, Lib. XI; Lizana, 1893, caps. XI, XVIII y XIX.29 Capotillo o escapulario que se ponía a los penitentes.30 La información jurídica para cada caso es frente a un tribunal eclesiástico para dar fe.

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Otro de los patrones dentro de la literatura hagiográfica es el enfrentamiento hacia el demonio etéreo, o corporeizado en súcubo31, o íncubo32, o en forma de animales bestiales. El “santo,” en vida, se reconocía por el hecho de que había dominado en sí mismo a la naturaleza; de ello le venía un poder sobrenatural sobre los elementos y las criaturas. Dotes terapéuticas también pasan a conformar el perfil de los milagreros, además de lo mencionado anteriormente. Dientes, pelo, sangre, dedos, y todo aquello que había estado en contacto con el “santo,” como hábitos, cordones, zapatos, etc., se consideraron reliquias, es decir, amuletos mágicos que servían de vehículo para los milagros.

Son muchos los frailes franciscanos que reportan los cronistas haciendo algunos actos meritorios que les reputaron auras de santidad como la práctica de flagelación, ayunos, paciencia, humildad, etc. Sin embargo, en este trabajo sólo se presentarán los más afamados, aquellos que generaron una devoción popular, los que se enfrentaron directamente con los demonios y se distinguieron en la taumaturgia.33

Fray Diego de LandaEl primer fraile que se menciona como intermediario de Dios para obrar

milagros fue fray Diego de Landa. Este fraile desempeñó un importante papel en los primeros años de la colonia en la provincia de Yucatán. De su biografía se resalta el hecho de haber sido fundador del convento de Izamal, convertido en el primer santuario mariano de la región. Ahora bien, en lo relativo a la taumaturgia que se le afama, Lizana reporta que “Dios obró milagros por él, y uno de ellos sucedió en ese mismo convento de Izamal, al tiempo de su edificación, siendo guardián este dicho padre.”34 En esa época se presentó una hambruna en Yucatán que afectó a la población en general y fray Diego de Landa mandó al portero del convento para que abriese la troje y diese granos a todos los que lo solicitaren, y el milagro se hizo patente cuando el maíz que ahí se encontraba sustentó a la población de Izamal, y aún a la forastera, durante el hambre que se alargó más de seis meses, sin que el grano haya mermado en cantidad. Asimismo, religiosos, españoles e indios afirmaron haber visto una estrella resplandeciente sobre el púlpito cuando el padre Landa predicaba. Se dice que tuvo un ángel

31 Se decía del diablo, según opinión vulgar, que con apariencia de varón tenía comercio carnal con una mujer.32 Dicho de un espíritu, diablo o demonio, que según la superstición vulgar, tiene comercio carnal con un varón, bajo la apariencia de mujer.33 Facultad de realizar prodigios.34 Lizana, 1893, cap. XVIII.

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guardián que lo cuidaba de todo peligro, sobre todo de la furia de los naturales por haber ejercido tanto celo en la extirpación de lo que se consideró idolatría. Este ángel guardián se corporeizaba en la forma de un hermoso niño. Cumpliendo con los requerimientos mínimos para reputar a una persona como santo, el autor menciona que sanó de un pié a una india y que por haber visto este milagro muchos indios, logró una rápida evangelización entre ellos.35 Un ejemplo más de cómo los milagros fueron utilizados como estrategias de evangelización.

También se le describe como ejemplo de honestidad y castidad por lo cual pudo convencer a cierto español para que dejara una “mala amistad” o relación ilícita que tenía con una india casada. Durante su travesía a España previno a un joven para que dejara de nadar y regresara al navío porque venía un enorme pez a tragarle, haciendo caso, dicho joven, subió a la embarcación al momento que hacía su aparición del mar el pez. Un elemento más en su haber: la predicción. No se deja de señalar para hacer más convincente la supuesta santidad, que fray Diego fue pobrísimo, ejemplo de vida apostólica y que laceró sus carnes con áspero cilicio. Hasta la hora de su muerte cumple también los requisitos últimos, sus ojos lloraron a borbotones aún después de muerto y su cuerpo y rostro se volvieron hermosos y con bellos colores, señal para sus apologistas de comprobatoria santidad.

Fray Bartolomé TorquemadaUn fraile que se menciona se distinguió por enfrentarse directamente

con los demonios fue el franciscano Bartolomé. Siguiendo los patrones de la literatura hagiográfica se presentan algunos datos de su vida, como que siendo un hombre de fortuna le trataron matrimonio con una doncella principal al que él se rehusaba, sin embargo, fue tal la insistencia de parientes y amigos que se efectuó el matrimonio, y el mismo día fue tanto el peso que sintió al verse con mujer, y las obligaciones que conlleva el matrimonio, que sin dirigirle palabra a la esposa ni a otra persona y antes de consumar el matrimonio se fue al convento de San Francisco con el único deseo de ser virgen y emplearse en servir , y pidió se le diese el hábito.36 El prelado, admirado de su decisión, le pidió algunas explicaciones, a lo que él respondió que luego que se vio entre tantas mujeres, bailes y liviandades, le parecía que cada mujer era un enemigo malo que le ponía en bandeja lo dulce de los gustos del siglo, escondiendo las amarguras.

35 Lizana, 1983, cap. VIII; López Cogolludo, 1957, Lib. V, cap. XV.36 Lizana, 1893, cap. IX.

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Muchas de las tentaciones que el demonio proponía a los reputados de santos estaban relacionadas con la lujuria, por lo que se toma la actitud de este fraile como una lucha contra el mal. De éste, en especial se dice, que fue tentado múltiples veces por el demonio en forma femenina o súcubo. Se le presentaban en sueños hermosas mujeres, bailarinas, e incluso su esposa suplicante y llorosa. De ordinario, los espíritus malignos lo maltrataban azotándolo y en su lucha contra el mal enflaquecía y “se le acababa la vida,” a lo que se oponía en la soledad de su claustro orando día y noche, con severas disciplinas que, proclamaban, mataba cualquier tentación ligada a la sensualidad, aunando a estos actos un riguroso ayuno que, mencionan, le ayudaba a salir victorioso.37

Fray Pedro CardeteNos extenderemos un poco más en la vida y milagros de uno de los

más afamados, fray Pedro Cardete. De él se dijo que nunca nadie lo vio reír y hablaba tan poco y tan certero que sus palabras eran tenidas como oráculo. Según los modelos de literatura hagiográfica, no podía faltar la ponderación de sus virtudes apostólicas, así que se describen. Casi no dormía, se pasaba el día y la noche orando, diciendo misa, enseñando novicios y leyendo libros de devoción y ejemplos de santos. Esto último permite constatar que se contaba con hagiografías de santos europeos que proporcionaban modelos ascéticos a seguir, quizás con el propósito de continuar fielmente sus obras y lograr en un futuro pasar a formar parte del santoral católico con una canonización o al menos una bienvenida beatificación.

Al hacer la descripción del padre Cardete, se hace notar que estaba tan flaco, y su comida era tan poca, que no parecía bastar para un pájaro, y por lo tanto se le podían contar los nervios y huesos y a pesar de esto se pasaba la mayor parte del día y la noche de rodillas orando y rezando. A petición de la orden franciscana el obispo fray Gonzalo de Salazar levantó información jurada a muchas y “fidedignas” personas y lo primero que se hizo patente de sus dotes milagreras fue que tuvo el don de la profecía. Consecuente con los dones que poseía predijo su propia muerte y preparó sus funerales indicándole al enfermero cómo quería que lo vistieran y amortajaran para que nadie le tocara sus “paños menores,” a lo que el enfermero contestó que si acaso el cuerpo “se vacía” ya difunto, tendrían que asearlo y cambiarlo y respondió “No hay necesidad, porque aunque

37 Lizana, 1893, cap. XIX.

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soy gran pecador, le pedí al Señor me concediese el don de la limpieza y me fue concedido.”38 Tan pronto se dio a conocer la noticia de su muerte en el año de 1619, y se expuso su cuerpo en medio de la capilla de la Soledad, ubicada en el convento mayor o de la Asunción, la gente empezó a quitarle pedazos del hábito y en un momento lo dejaron desnudo, le cortaron el cabello y si no lo hubieran defendido no hubiera quedado nada de su cuerpo. Fue tal el destrozo que le pusieron guardia, desfilando no sólo españoles, también mestizos, mulatos, negros e indios. Cinco hábitos le quitaron al fraile, dos dedos del pie y todo el cabello de su cabeza y, si el obispo no lanza la pena de excomunión contra los depredadores o caza reliquias, no hubieran parado de tratar de alcanzar alguna. No obstante las sanciones impuestas a los mortales comunes, el mismo obispo obtuvo, gracias a la influencia ejercida sobre el padre guardián, un pedazo del hábito con que dormía el “santo,” el cual forró de brocado y pasamanos de oro, y lo estimó por reliquia para que el Señor le dé salud.

Se menciona que los milagros continuaron aun después de muerto, así, al momento de su velación también hizo maravillas, como tener los ojos abiertos durante todo un credo y luego los cerró como cualquier vivo, y con este alboroto le cortaron otro dedo, esta vez de la mano, y corrió sangre tan viva y caliente, que la gente que lo observaba se maravilló, y fue tanta sangre que salió, que cayó de las andas al suelo y muchas personas la cogieron con sus pañuelos.39

Un elemento importante para tratar de demostrar la “santidad” del franciscano fue exhibir la incorruptibilidad de los dedos que le cortaron.40 En muchas narraciones sobre vidas de santos, el fenómeno se mencionaba como un don especial de Dios. La incorruptibilidad, como estado excepcional y misterioso, era uno de los fenómenos que más maravillaban al cristiano, sobre todo porque fue un tema, el de la putrefacción y corrupción de la carne, explotado en los sermones para demostrar las terribles consecuencias del pecado causante de la muerte.41

38 Lizana, 1893, cap. XVIII.39 Lizana, 1893, cap. XVIII.40 Lizana, 1893, cap. XVIII; López Cogolludo, 1957, Lib. IX, cap. XX.41 Rubial García, 1983: 107-109.

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Desde el claustro de MonjasPor otro lado, las monjas aportaron también su grano de arena en esta

época de portentos. En su mayoría perteneciente a la “elite criolla,” no se salieron del patrón hagiográfico descrito con algún detalle para los frailes. Lo que sucedía al interior del claustro traspasaba sus muros, llegándose a saber algunas de las intimidades de las “esposas del señor” que parecían convenientes y necesarias que se supieran. El curso de la cotidianidad del convento se integraba a los saberes, usos y costumbres de la ciudad, y ésta como foco de irradiación a los demás lugares de la provincia, por medio de aquellos que tuvieron acceso al convento y al siglo entre los que se encontraban obispos, curas y mayordomos. Las criadas indias, mestizas y esclavas negras o mulatas también participaron activamente en la transmisión en un ámbito más limitado. De esta manera, los acontecimientos considerados sobrenaturales ocurridos en la clausura eran voceados, publicitados y escritos, y de esta forma legitimados. La provincia se engalanaba con la presencia de místicas en cuyos cuerpos se libraban batallas de fuerzas sobrenaturales entre el bien y el mal.

Sor Ana de San PabloLa religiosa Ana de San Pablo llegó finalizando el siglo XVI como una

de las cinco fundadoras del convento de la Consolación de la ciudad de Mérida. La eligieron para la nueva fundación como guía espiritual, maestra de observancia y espejo de vida religiosa. Fue considerada gran observante y penitente y lo que más se señaló en ella fue su continua contemplación y oración. Tanta santidad la hicieron blanco perfecto de los íncubos, ya que el demonio le perturbaba la paz interior y la maltrataba muy frecuentemente en la oración. La monja murió por una hidropesía que le causó un cilicio de hierro que continuamente traía atado a su cintura. Su vida fue tomada como ejemplo de virtud y se tuvo de ella opinión de santa.

Sor Leonor de la EncarnaciónOtra moja distinguida y reputada de santa fue Leonor de la Encarnación,

descendiente del emperador azteca Moctezuma. Sus padres vinieron a Yucatán en compañía de doña Beatriz de Herrera, esposa del Adelantado Francisco de Montejo. Cuando la trajeron contaba con apenas doce años y fue dada en matrimonio a un conquistador de nombre Francisco Berrio; al morir su esposo optó por el claustro. Como heredera de la renta de su marido, y para que no se perdiese ésta al profesar, sabiendo de la pobreza y necesidades del convento en sus primeros años, decidió quedarse con el estatus de novicia desempeñando uno de los oficios más humildes de la vida

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conventual, el de hortelana. Se dice, asimismo, que fue extremadamente penitente ayunando tres días de la semana, manteniéndose tan sólo de pan y agua, y los restantes comiendo verduras con aderezo de ceniza. Se abstenía de beber agua en lo posible, cosa que le debió de apetecer mucho dado los rigores del clima local. Las mortificaciones en ella eran muchas, tanto ocultas como manifiestas; éstas últimas con el objetivo de atraer a las otras religiosas con su ejemplo. Así se menciona: “dábase en los pechos con una piedra fuertemente pidiendo a Dios por sus pecados: y siendo para sí tan áspera, era tan blanda y apacible para con las demás, que nunca se le oyó ni una palabra airada contra alguna persona.”42 Sus hábitos alimenticios, sobre todo la ceniza con la que aliñaba sus ensaladas, la hicieron víctima de vómitos de sangre que la tuvieron en cama por cuatro meses, aún así no dejó de ayunar. En lo más crítico de su enfermedad solía decir que la asistía la Virgen Santísima. Viendo su muerte muy cercana pidió la profesión, que le fue dada, muriendo al día siguiente. Sus compañeras la tuvieron por intercesora especial con la virgen, y a su muerte su celda quedó con agradable fragancia.43

Otros muchos nombres se podrían agregar a la lista con hechos tan significativos como los anteriores, sin embargo, se presentan con estos algunas consideraciones en torno a este tipo de manifestaciones religiosas del mundo barroco colonial en el que realizaron sus portentos los milagreros. En primer lugar, la mayor parte de ellos vivieron durante la segunda mitad del siglo XVI y los primeros años del XVII, es decir, en los albores del periodo colonial en los cuales se gestaba una nueva concepción del mundo para los inmigrantes funcionando como magníficos anclajes a las tierras nuevas para ellos. Se presenta como un fenómeno netamente urbano pero traspasando los límites citadinos, donde el papel jugado por los milagreros fue el de otorgar significado a la vida de peninsulares y criollos en tierras sin una historia para ellos aún asimilable. Una historia en la cual no habían participado dejando parte de sí en la tierra, enterrando en ella a los suyos, por lo tanto, con un sentimiento de desarraigo. Asimismo, no pueden colgar al hombro la larga y popular tradición que en sus pueblos de origen se tiene sobre los santos, las reliquias, los eremitas, los beatos, las imágenes milagrosas y tratan de reproducir en tierras de este lado del mar esas mismas maravillas y, al mismo tiempo, no añorar y sí identificarse y “conquistar” el nuevo territorio.

42 López Cogolludo, 1957, Lib. XI, cap. V.43 López Cogolludo, 1957, Lib. XI, cap. V.

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Otro de los elementos necesarios de recuperar es la función moralizante que presentan los modelos de los milagreros, y que son precisamente los que pregonó la Iglesia como ejemplos a seguir.

Todos los fenómenos descritos en las líneas anteriores, englobados dentro del concepto de milagrería, funcionaron como signos de identificación con el paisaje nuevo, con la cultura nueva, creando y reinventando al hombre nuevo que, a partir de su concepción y aceptación de las diferencias con los peninsulares, con los indios y los mestizos, se concibe como miembro de un grupo que se denomina criollo.

Las prácticas y creencias religiosas que éstos trajeron y adaptaron al Nuevo Mundo trascendieron el ámbito estricto de su grupo socioétnico. Si bien, el poder para jurar y votar una imagen estuvo restringido a las autoridades españolas o criollas, las prácticas generadas alrededor de cada imagen con estas características contaron con la participación de todos los grupos. Las imágenes tutelares de los pueblos se impusieron con la misma significación de protectoras y se les veneró con un ritual semejante. Con respecto a la condición de milagrero, no se abrió nunca esta opción al laicado, y si se dio de facto nunca se reconoció ni se legitimó a través de la palabra escrita. Pero lo importante es que se utilizó esta condición para atraer a los indígenas a la religión católica, y al mismo tiempo estableció pautas de conducta de acuerdo a la moral que debían de ser seguidas indistintamente por indios y españoles.

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Escenario Económico

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Pedro Miranda OjedaTraficantes y Bebedores de AguardienteDesde las tempranas décadas del dominio español, la legislación con-

denó severamente la embriaguez arguyendo que ésta incidía en la genera-ción de individuos ociosos y proclives a patrones de conducta ajenos a los márgenes permisibles. La circulación de bebidas embriagantes estuvo bajo control de la Corona durante gran parte del periodo colonial, protegiendo los intereses monopolistas de la metrópoli, restringiéndose así la produc-ción de licores en Nueva España.

Con la firme intención de dirimir la producción local, las autoridades políticas exigieron altas alcabalas sobre estos productos, además de pro-clamar reiteradas prohibiciones aduciendo que la embriaguez producía la decadencia de los pueblos

orígen de la ruina y despoblación de esta re-pública, principal elemento de la infelicidad [...] fuente de desmoralización y relajamiento, óbice de las virtudes de nuestros ciudadanos, y causa de enormes daños en la educación, en la moral y en la prosperidad pública.1

Comercio y tráfico de aguardiente en la provincia de YucatánEn Nueva España, la reglamentación para la libre fabricación del aguar-

diente tuvo numerosas intervenciones de parte de la Corona. El principal argumento radicó en la asociación de las bebidas con

asquerosíssimos y venenosos ingredientes [de que se] componen y [se] fabrican todas [las be-bidas], [son] dañosíssimas a la salud y contra las buenas costumbres, de que se originan no solo las embriaguezes sino muchos excesos de latrocinios, sacrilegios, homicidios, hostilidades, nefandos e incestuosos desafueros y otros innumerables pe-cados, maldades y delictos, que continuamente se están experimentando con lastimosa perdición de sirvientes, esclavos, oficiales y lo que es mas, de muchas personas de calidad y distinción, que son comprehendidos en semejantes excesos o bien

1 Rodríguez de San Miguel, III, 1980: 585.

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por el zebo de la embriaguez o por la insaciable codicia de excesivas y reprobadas ganancias.2

Desde los siglos XVI y XVII aparecieron indicios de una política in-tolerante respecto la libre producción y circulación del aguardiente, a ex-cepción del pulque blanco o los vinos y aguardientes de origen peninsular. La consecuencia inmediata fue el intenso contrabando y la masiva pro-ducción desarrollada de manera clandestina. Las dimensiones del licor in-troducido por las costas desoladas de Nueva España difícilmente pueden medirse con certeza. No obstante, gracias a la enorme cantidad de contra-bandistas y comisos (géneros ilícitos) aprehendidos puede advertirse que la demanda de licores clandestinos desempeñó un papel muy importante en la medida que procuraron satisfacer un mercado que los españoles nun-ca pudieron ni la capacidad de producción ni de distribución de bebidas para el consumo en la Nueva España.

Ante esta situación, el inmenso potencial comercial y económico que generaba el consumo de bebidas contribuyó a la aparición y desarrollo de fábricas familiares que trataron de encargarse del consumo local, sobre todo de los pueblos y villas. Los denominados alambiques por lo general se instalaron en lugares apartados, lejos de la mirada de los inspectores reales, aunque cercanos a los caminos que favorecieron su distribución y transportación a lugares cercanos. Una de las causas que amparó este tipo de prácticas fue amplia corrupción de las autoridades. La rúbrica de los sobornos a menudo toleró la introducción y la fabricación clandestina de bebidas prohibidas.

Un giro a la política española ocurrió en 1754 cuando se instaló el Juz-gado Privativo de Bebidas Prohibidas. Con su establecimiento se preten-dió ejercer un mayor control, acabar con el comercio ilegal y fomentar la libre competencia. Por supuesto, esta política no favoreció el comercio de las bebidas procedentes de España, debido a que los grandes comerciantes de Nueva España tuvieron la oportunidad de comercializar efectos extran-jeros además que, pese a la medida, el contrabando de bebidas tampoco disminuyó. Las fuentes de la época demuestran que el aguardiente ilegal, tanto aquel de fabricación casera como de contrabando, tendieron a ser más económicos que los de origen español.

2 Archivo General de la Nación (en adelante AGN), Bandos (México, 23 de diciembre de 1724), vol. 2, exp. 3, ff. 13-14v.

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El meridano Andrés Vázquez, por ejemplo, obtuvo una licencia en 1740 para vender cien barriles de vino de Castilla importados de España, en vista que en Yucatán no había podido “venderlos ni beneficiarlos por el poco gasto que ay de este género en este paíz”.3

A pesar de las disposiciones impulsadas para favorecer la libre compe-tencia de las bebidas, éstas aún resultaban demasiado caras para la mayoría de la población. En 1780, el administrador del ramo de aguardientes de Campeche, José de Cano, solicitó a la Real Audiencia la formación de los autos para establecer el estanco de aguardiente y reducir los derechos correspondientes, evitando los perjuicios que resultaban de la renta de aguardiente,4 aun cuando en Yucatán era “notorio el mucho desorden que hai [...] en asunpto de fabricar y expender las vevidas proividas que llaman chinguirito”.5 Las repetidas quejas contra los derechos incidieron que el 10 de enero de 1798 se confirmara una ordenanza del gobernador Lucas de Gálvez –dictada el 20 de abril de 1789– permitiendo en la provincia la libre fabricación y comercio del aguardiente; aunque la orden no fue extensiva al Presidio del Carmen.6 En Nueva España, la libertad de fábrica y comercio de aguardiente fue dictada en la real orden del 19 de marzo de 1796 y se reglamentó el 6 de diciembre del mismo año.

El decreto de 1789 se publicó por bando en la ciudad de Campeche el 15 de enero de 1790. El estanco prohibió que los géneros producidos en Yucatán y los procedentes de La Habana fueran introducidos en Isla del Carmen, Tabasco, Coatzacoalcos o en cualquier otra provincia de la Nue-va España.7 La consecuencia inmediata de la medida fue la queja de los comerciantes yucatecos porque perdieron la oportunidad de comercializar sus bebidas a otras regiones.

3 AGN, General de Parte (México, 1740), vol. 31, exp. 446, ff. 347v-348v.4 AGN, General de Parte (México, 1780), vol. 58, exp. 136, ff. 157-158. En 1780 se calculaba que la producción anual de aguardiente en Yucatán era de 8,000 barriles (Patch, 1985: 35).5 AGN, General de Parte (México, 1760), vol. 20. exp. 88, ff. 67v-68.6 En 1797 el gobernador del presidio del Carmen, Agustín Bernardo de Medina, envió una repre-sentación al Real Tribunal y Audiencia de la Contaduría Mayor de Cuentas de México para gozar de la libre fabrica y expendio de aguardiente, ya que en el pueblo de San Joaquín de la Palizada se había fomentado el plantío de caña y anualmente el fruto de la panela proporcionaba 40,000 pesos. Además recalcaba que en Nueva España existía libertad de fábrica. Recibió la concesión el 3 de agosto de 1798 (“Aguardiente de caña. El governador del presidio del Carmen sobre que sea extensiba a él la Real gracia de poder fabricar este licor” [Presidio del Carmen, 1797], AGN, Ayuntamientos, vol. 145, exp. 1, ff. 1-12).7 “Reglamento para govierno del arvitrio de composición del aguardiente que se destile en la provincia de Yucatán” (Mérida, 1789), fols. 270-273, AGN, Criminal, vol. 400, exp. 7.

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Esta situación, por supuesto, contribuyó al desarrollo del contrabando a través del río Usumacinta. Para evitarlo, en 1810 los comerciantes cam-pechanos solicitaron la apertura del comercio con Tabasco, alegando que

el comercio ilícito siempre es vicioso, pero no todas las acciones de los hombres embuelben un mismo fondo de malicia; algunos pobres honrra-dos se ven provocados de la nesesidad (hablamos de este género de comercio) y de no hallar recur-sos para mantenerse en este caso es en el que V.E. puede proporcionarles el alivio con veneficios de la Real Hacienda permitiendo la extracción del Aguardiente de caña de la Provincia.

En su representación, los comerciantes pretendieron medidas para

minimizar los efectos del contrabando. De esta manera solicitaron la re-ducción de las contribuciones pagadas por la extracción de aguardiente: “bajo la contribución de dos pesos por cada varril, quota bastante mode-rada para quitar el estímulo al contrabando que siempre acarrea sustos y gastos”. De tal suerte que el 16 de diciembre de 1811, la Real Hacienda emitió un real acuerdo aprobando el comercio de aguardiente con la pro-vincia de Tabasco.8

A pesar de los recursos impulsados para reducir los precios y depreciar el contrabando, los fondos documentales de los archivos están plagados de comisos que exhiben la continuidad de las prácticas ilegales. El tráfico ilícito de bebidas continuó operando en toda la provincia. Los reportes de barcazas provenientes de Jamaica, Isla Providencia y otras regiones prosi-guieron desembarcando grandes cantidades de licores que luego se distri-buían a la provincia y en el resto de la Nueva España.9 Las vigías instaladas para la vigilancia de las costas no tuvieron ninguna repercusión porque sus responsables a menudo aceptaron los sobornos en vista que el vigía

8 “Aguardiente de caña. El Señor Intendente de Yucatán sobre lo comveniente que es la Real Ha-sienda y comercio la exportación de este licor para el Carmen, Tabasco con el moderado derecho de dos pesos por cada barril” (Campeche, 1810-1811), AGN, Criminal, vol. 400, exp. 7.9 “Sobre remediar el contrabando que se hace en la Provincia de Yucatán”, AGN, Alcabalas, vol. 427, exp. 3, fols. 55-123; véanse también “Sobre aprehensión de un contrabando de géneros por el vigía del surgidero de Telchac en aquella costa septentrional de la provincia...” (Telchac, 1806), AGN, Alcabalas, vol. 427, exp. 5, ff. 124-137 y “Don Salvador Enrrique y Acosta sobre perjuicios que le han seguido en la Yntendencia de Yucatán por una causa de contrabando aprehendida en Campeche” (Campeche, 1805), AGN, Alcabalas, vol. 427, exp. 8, ff. 150-163.

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vive un pobre asalariado de vigía con un corto sueldo en un despoblado [...] el sueldo le tiene allí y el lugar en que le pone el sueldo es una tentación. Llega el contrabandista, ofrece un par-tido, pinta la facilidad, persuade con la conve-niencia, y se hace el fraude.10

Aun cuando hubo tráfico directo con el pequeño puerto de Sisal, si-tuado en el norte de Mérida, en el puerto de Campeche se concentró el grueso del comercio legal proveniente de La Habana, Cádiz, Nueva Orleáns y Veracruz. En los primeros años del siglo XIX, en Campeche un pequeño grupo de comerciantes controló el comercio: José María Estrada, José de Campos, Pedro José Flota, Andrés Ibarra, Lope Menéndez, José Gregorio Zevallos, Fernando Gutiérrez, José González Abreu e Ignacio Francisco Cantarell. Otros comerciantes importantes en la importación de mercaderías y licores fueron algunos regidores del ayuntamiento de Campeche.11 En Mérida, en cambio, el comercio y distribución se con-centró en Juan José Duarte, José María Ruiz, Alejo Encalada, Juan Igna-cio Sansores, Alonso Rosado, Tomás de Abreu Lascano, Teodosio Galera, Gonzalo Blanco y Francisco Medíz.12

La extensa comercialización de géneros europeos operó desde Cádiz hasta Campeche y, en menor escala, Sisal. En sus cargazones, las bodegas de los barcos desembarcaron pipas, barriles, garrafones y frasqueras de vino blanco, dulce y seco, de Málaga, de San Lucar, tinto de Cataluña, je-rez y anís, aguardiente de España y de Islas, ginebra y cerveza. Desde Nue-va Orleáns llegaron barricas de vino tinto, frasqueras de ginebra y barriles de aguardiente de caña.También hubo cantidades importantes de cerveza traída desde Jamaica, mientras que La Habana se privilegió la exportación de productos europeos y de la tierra.13

10 Valera y Corres, 1976: 225.11 Entre 1762 y 1796, Juan Pedro de Iturralde y Anchorema, negoció efectos mercantiles que incluyeron sal, aguardiente, tabaco y cacao. En 1763 compró aguardiente, cacao y tabaco de un cargamento decomisado (Martínez Ortega, 1993: 159, 160).12 AGN, Alcabalas (Campeche, 1809), vol. 446, exps. 1-4, 6, 8, 9-19.13 AGN, Alcabalas (Campeche, 1809), vol. 446, exps. 1-4, 6, 8, 9-19; “Expediente solicitado cumplir en Campeche un registro, despachado y autorizado por el señor Marqués de Casa-Calvo desde Nueva Orleáns”, AGN, Alcabalas (Campeche, 1805), vol. 427, exp. 12, ff. 234-247; “Satisfi-so de D. Juan de Dios Rivas por D. Pablo Llovet, maestre del bergantín Santa Cristina, procedente de Cádiz” (Sisal, 1809), AGN, vol. 446, exp. 16, ff. 189-225v. La importación de licores extran-jeros tuvo en Nueva España una importancia crucial, pese a que el Reglamento sobre comercio de 1814 prohibió en el cap. III, art. 18, la introducción de vinos y licores extranjeros (Pérez-Mallaína Bueno, 1978: 145).

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El comercio de licores, a fines del régimen colonial, llegó a ser de di-mensiones considerables. En la Real Caja de la Real Contaduría de Cam-peche se depositaron por derecho de entrada de aguardiente habano 38,120 pesos, correspondientes al 10.12% del monto total de las tran-sacciones mercantiles.14 Los comerciantes de Campeche y Mérida, por lo general, fueron los dueños de tiendas y tabernas donde se distribuyeron las bebidas.

“Buenas, medianas e inferiores”: las tabernasLas tabernas de las ciudades se convirtieron, por excelencia, en los espa-

cios de diversión y esparcimiento que favorecieron la liberación de las pre-siones sociales. Estos lugares asumieron un papel central en la vida urbana. Como sitios de recreación fueron parte importante de la vida social (baile, bebida y amores ilícitos con mujeres de la vida fácil).15 Lozano Armenda-res afirma que debido al número tan extendido de lugares de expendio fue relativamente fácil adquirir cualquier tipo de bebidas alcohólicas. En las calles de la ciudad de México, por ejemplo, fue común encontrar vende-dores ambulantes, además de haber un alto número de reducidas tabernas conocidas como zangarros que permitieron toda clase de desordenes.16

Las tabernas urbanas de menor grado del siglo XVIII, por lo general, pertenecieron a criollos o españoles de baja categoría social. Las de mayor clase fueron propiedad de ricos mercaderes, capitulares, estancieros, mili-tares o de algún extranjero asentado en la provincia. Su ubicación fue tan-to en el centro de las ciudades como en los barrios populares, cuando no en improvisadas viviendas y expidieron licores de todo tipo. Los cafés úni-camente tuvieron de clientela a los miembros de las clases más refinadas.

Las tabernas de segunda y tercera clase a menudo se emplazaron en casas que pocas veces contaban con servicios para ser reconocidos como locales públicos. La figura de un rudo tabernero rondaba incesantemente para tratar de evitar cualquier desorden. El interior estaba equipado con unas cuantas mesas, taburetes y sillas; detrás de la barra de servicios se apilaron un sinnúmero de botellas, frasqueras y toneles con licores y aguardientes en distintas presentaciones. En algunas tabernas también se podían adqui-rir comidas frías.

14 AGN, Intendentes (Campeche, 1816), vol. 28, exp. 15.15 Scardaville, 1980: 644-645, 647.16 Lozano Armendares, 1995: 186-189.

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En la parte posterior había un cuarto interior donde se almacenaron las barricas, toneles y garrafones de licores y vinos.

Las tabernas de primera clase, en cambio, fueron espacios de diferen-ciación social en las cuales sus clientes fueron los ricos comerciantes, fun-cionarios reales, estancieros o visitantes distinguidos. Se ubicaron en las cercanías del centro y en ellas tuvieron acceso mujeres de la vida galante. Ahí también los juegos de azar fueron una actividad cotidiana.

La mayoría de gente se reunía en las tabernas los sábados porque era el día de pago de salarios de los artesanos y otro tipo de trabajadores. No obstante, la falta de dinero no representó ningún obstáculo para comprar alcohol pues en las tabernas fue común que a cambio se aceptara cualquier clase de objetos en prenda.17 Las tabernas, por lo general, estuvieron abier-tas al público durante todos los días de la semana, pese a las frecuentes dis-posiciones para mantenerlas cerradas durante los días festivos y domingos.

En las Ordenanzas de 1790 se lee que todos los domingos y días de fiesta sierren

sus tiendas, o a lo menos entrejunten las puer-tas todos los taberneros, así del sentro de esta ciudad como de sus barrios, y que por ningún título, causa, ni pretesto vendan en semejantes días aguardiente, chicha, pitarrilla,18 ni otro licor que embriague a persona alguna, y solamente se les permitirá vender a las que sean conosidas que no se embriagan, y con tal que no beben en las tabernas sino que traigan vasija en que lleben a su casa el licor que compraren.19

Las tabernas también fueron lugares donde los juegos de azar se ex-hibieron. Una ley promulgada en 1789 por el corregidor intendente de México prohibió el uso de cortinas en las puertas de las tabernas para tratar de evitar los desmanes, como hombres y mujeres dedicados a los vicios, práctica de juegos prohibidos e insultos escandalosos y comporta-

17 Lozano Armendares, 1995: 189.18 Para mayores referencias acerca de las bebidas embriagantes consumidas durante la colonia, véase Carrera Stampa, 1958: 310-336.19 “Ordenanzas municipales...” (Mérida, 1790), AGN, Ayuntamientos, vol. 141, exp. 2, Lib. Prim ero: De los privilegios..., Tít. 4º Del buen orden de policía, art. 5º.

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mientos perjudiciales a la sociedad.20 En otros, como se ha mencionado, hubo presencia de mujeres de la vida pública.21 Las calles cercanas o las esquinas de las tabernas también constituyeron lugares donde personas de distinto sexo se relacionaron para generar comportamientos ajenos a las costumbres morales sancionadas. Además de las mujerzuelas de mala vida, también hubo aquellas, “que no prostituyéndose enteramente buscaban la oportunidad que otro o las convidaran o se incorporaran con ellas, los que pasaban o entraran a beber”.22

En estos espacios fue corriente la presencia de gente de escasa con-dición social, como ladrones, asesinos, rufianes, vagos y toda clase de sujetos cuyos hábitos y costumbres se disociaban de la sociedad colonial. Por supuesto, ahí los índices delictivos fueron más altos, pues a la sa-zón de ingerir bebidas embriagantes se generaron constantes desordenes y conflictos, entre los que fueron habituales las injurias reales, heridas múltiples y asesinatos.

Esta dispersión de los lugares de venta y consumo de licores obligaron al virrey Pedro de Garibay a emitir un bando en 1809 debido la frecuencia con que “á deshoras de la noche muchas de las fondas, cafés, bodegones, vina-terías y tiendas donde se venden licores, dando lugar á que introduciéndose en estas casas gentes de todas clases y sexos, se fomenten los vicios de la disolución, embriaguez y otros, con escándalo y grave perjuicio del orden público.” Por lo tanto, se exigió que las vinaterías y las tiendas cerraran sus comercios a las nueve de la noche y las fondas, cafés y bodegones a las diez de la noche.23

En la villa y puerto de San Francisco de Campeche las tabernas y impro-visadas barras de venta de bebidas clandestinas fueron muy numerosos. En la vera de los muelles se asentaron muchas de ellas para servir a los marinos, que después de los largos periodos en altamar, buscaban bebidas, prostitutas y los juegos de azar. En el centro de la ciudad y en sus barrios proliferaron las tabernas, que según su grado podían ser de primera, segunda o tercera clase, de acuerdo a su ubicación dentro del espacio urbano y la condición social de sus clientes.

20 Atondo Rodríguez, 1992: 229.21 Las tabernas fueron los sitios donde proliferó la disolución y los desordenes públicos. Ahí se ejerció la prostitución y su clientela se estimaba en individuos de todas las etnias, pero particular-mente de españoles y de gente de las castas (Atondo Rodríguez, 1992: 229).22 Viqueira Albán, 1995: 135.23 Rodríguez de San Miguel, I, 1980: 778-779 (cursivas en el original).

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En 1788, en Campeche el número de tiendas y tabernas ascendía a 65 negocios “a saber dies y seis buenas, siete medianas y quarenta y dos inferiores”.24

A pesar que en 1810 hubo cabos o comisionados de barrio encargados de la vigilancia de los distritos, los desordenes solían ser bastante coti-dianos. En Mérida, el problema de la embriaguez fue, aparentemente, mayor. Durante una inspección a la Real Cárcel realizada en 1820 se tuvo conocimiento que en sus celdas, los reos con reiterada frecuencia consumieron licores.25

Las calles, callejones y esquinas de las ciudades también se convirtieron en focos de concentración de prostitutas, delincuentes y desarraigados. La venta al menudeo y la extensa comercialización de los licores favoreció que abundaran los establecimientos. En los pueblos incluso hubo domicilios particulares utilizados para el expendio de bebidas, al extremo de lucrar con aguardiente en las mismas casas de enseñanza, observándose ahí el “vergonsoso espectáculo de hombres entregados a la embriaguez y desor-denes consiguientes al mismo tiempo”.26

El calor de las bebidas y la perturbación de los ánimos provocaron no pocas disputas agresivas e injurias con palabras livianas. La profusión de blasfemias, juramentos y maldiciones, palabras escandalosas y obscenas fueron tan frecuentes entre los habitantes de Nueva España que, en 1803, el rey Carlos IV proclamó un bando en Madrid condenando con severas condenas a los infractores. Igualmente, como los lugares más comunes en transgresión de tales faltas fueron las casas públicas, como tabernas, juegos de billar y cafés, los dueños de los negocios “serán responsables de la falta de observancia [...] y además se les impondrá la pena de cerrarlas”.27

24 “Consulta del Señor Yntendente de Yucatán, acompañando testimonio de la Real Cédula en que S.M. hà concedido para la ampliación de Proprios la quota que señala sobre las tiendas y tabernas...” (Campeche, 1788), AGN, Intendentes, vol. 75, exp. 1.25 Rubio Mañé, 1968: 52, 101.26 “Sobre que los ayuntamientos vigilen que no se lucre con aguardientes en las casas de enseñan-za. Circular á los alcaldes 1º de los pueblos” (Mérida, 18 de octubre de 1821), Centro de Apoyo a la Investigación Histórica de Yucatán (en adelante CAIHY), Libro Copiador de Circulares de la Capitanía General y Comandancia Política de la provincia de Yucatán, 1820-1824, Manuscritos, ff. 30v-31.27 Rodríguez de San Miguel, III, 1980: 401-402.

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Así, a finales del siglo XVIII las autoridades de Mérida se lamentaban porque

Todos los domingos y días de fiesta suben a esta capital las gentes de campo, así yndios como [de] otras castas, a oír misa en sus parroquias, y después de cumplir con este precepto se van a las tavernas a comprar aguardiente para beber y em-briagarse en tal manera que quedan como unos troncos botados por las calles, de que resulta mu-chas veses que los ahogue en su embriagues el sumo calor del sol o el agua en tiempo de llubias y quando no están tan ebrios, sino solo acalora-dos, se pelean y riñen, hiriéndose con piedras o con los machetes, que traen en la sinta, de que resultan muchas muertes y desgracias, como has-ta ahora se han experimentado.28

Estas veleidades causaron conmoción entre los capitulares del ayun-

tamiento de Mérida y, debido a esta razón, la propuesta hecha el 18 de junio de 1813 por el regidor Agustín Domingo González fue aceptada sin vacilar. A la letra dice:

Siendo notorios y grabes los desordenes de la embriaguez, para co-rregir este vicio fatal á muchas familias, dice: primero, debiendo cerrarse generalmente todas las tiendas de venta en los días de guarda, se celen con particular cuidado las de aguardiente, imponiendo al infractor la multa de quatro pesos, incurriendo en esta misma pena los que no pudiendo cerrar sus puertas, por no tener otra casa vendiesen dicho aguardiente u otro licor. 2º Que todo hebrio que se encuentre tirado en la calle alborotando, con riñas de obra o de palabra, sean llevados a la cárcel y aplicarlos a la obra pública que se destine por el término de seis días. 3º Las multas que en virtud del artículo 1º se recogan se imbertirán en la subsistencia de los presos u otros destinos que tenga por conveniente. El Ayuntamiento encarga el cumplimiento a los señores alcaldes auxiliares de los barrios a quienes se darán las órdenes convenientes. Quedó encargado el señor Ca-pitán General en mandar publicar por bando.29

28 “Ordenanzas municipales...” (Mérida, 1790), AGN, Ayuntamientos, vol. 141, exp. 2, Lib. Primero: De los privilegios..., Tít. 4º Del buen orden de policía, art. 5º.29 CAIHY, Actas de cabildo de Mérida (Mérida, 18 de junio de 1813), Actas de cabildo n° 13, f. 58.

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Desde un primer momento se pretendieron abortar estas costumbres. De tal manera que se ordenó que los lugares abiertos al expendio de be-bidas debieran poseer licencias expresas para ello, además de ubicarse en zonas alejadas a los conventos e iglesias y de los barrios de calidad. Estas medidas también estuvieron orientadas a evitar a la feligresía y las personas la presencia de tentaciones viciosas y desordenes generados en tales luga-res. No obstante, los resultados no fueron nada halagadores.

Al comenzar el siglo XIX, a pesar de los incesantes intentos de las au-toridades para solucionar el problema de la embriaguez en Yucatán, el alto consumo de bebidas no disminuyó, sino a contrario, continuó incremen-tándose tanto a través de la producción de los pequeños alambiques que surgieron en los pueblos del interior como del tráfico ilegal que nunca logró controlarse.

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Guadalupe del C. Cámara GutiérrezAlambiques y Bebedores de AguardienteYucatán empieza la producción de la caña de azúcar desde el siglo XVI,

aunque ésta decayó hacia el siglo XVII, manteniéndose solamente dos zonas como productoras locales, Mérida y Valladolid. No es sino hasta el siglo XVIII que la producción cañera en Yucatán retoma importancia en las zonas de Tekax, Peto, Tizimín, Espita, Ticul, Izamal y Sotuta, cuyas tie-rras menos pedregosas y con valles fértiles permitieron el cultivo de la caña de temporal. La producción, principalmente, se destinaba para piloncillo y aguardiente, no para azúcar.

El modelo yucateco para la implantación del cultivo de la caña de azú-car fue copiado del contexto caribeño, de Haití, Puerto Rico y Santo Do-mingo, pero, sobre todo de Cuba. Desde luego, no podemos establecer comparaciones entre el desarrollo alcanzado en el caribe y la trascendencia que, para la vida económica, política y social, tuvo el sistema de planta-ción cañera de éstos y el caso de Yucatán; sin embargo dicho modelo se adaptó a las condiciones de las tierras y al tipo de trabajadores que se tenía en la Península de Yucatán.

La producción de caña de azúcar en Yucatán responde a una dinámica diferente a la caribeña, la propiedad de la tierra desempeñó un importante papel en el desarrollo del cultivo. Los cambios en la política agraria estatal, a partir de la primera mitad del siglo XIX, posibilitaron y propiciaron la propiedad privada. En este sentido las unidades productivas para la caña de azúcar estaban representadas por ranchos y haciendas ubicadas, sobre todo, en la región sur del estado. El proceso de industrialización de la caña era rudimentario y destinado para la obtención de aguardiente y, en menor escala, azúcar. La fuerza de trabajo utilizada provenía de las comu-nidades indígenas cercanas. El destino de la producción era para satisfacer un mercado local y regional y para un sector específico de la población: los indígenas.

Para el período colonial, el aguardiente producido en Yucatán no repre-sentaba competencia para los vinos y licores españoles, puesto que no toda la población tenía acceso a este tipo de bebidas. La población indígena mayoritaria consumía un licor más barato y de fácil acceso: aguardiente de caña o chinguirito. Las tierras de Yucatán, pedregosas en su mayoría, solamente permitían aprovechar, para el cultivo de la caña, algunas zonas

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con características específicas que eran susceptibles de explotación, como terrenos poco pantanosos. Este tipo de tierras las encontramos en las re-giones oriental y sur del actual estado yucateco. Elemento que, hasta cier-to punto, permitía controlar la producción, por parte de las autoridades, y evitar su expansión ilimitada, a costa de otros productos agrícolas.

Por tanto, podemos expresar que el cultivo y el procesamiento de la caña de azúcar generaron profundas transformaciones en la península, que marcaron la dirección de la economía regional y las presiones políticas y sociales, que manifiestan la influencia de esta actividad productiva sobre la organización social del trabajo y sobre la distribución de la tierra.

Desde inicios del siglo XIX el cultivo de la caña de azúcar en Yucatán era considerado importante y comparable, en calidad, al del Caribe y las Antillas, pero no se contaba con un equipo adecuado para poder elaborar azúcar blanca. Por tanto, la mayor parte se convertía en panela y aguar-diente. Ya a mediados de ese siglo, la zona geográfica donde se ubicaba la producción cañera era la región puuc, tierra fértil y adaptable al cultivo.

Uno de los aspectos que causó inquietud desde las primeras décadas del siglo XIX, sobre todo entre los productores de caña, fue la constante nece-sidad de fuerza de trabajo, agudizada durante los años que se mantuvo el movimiento armado iniciado en 1847 y conocido como Guerra de Cas-tas. El gobierno yucateco se interesó en apoyar a los productores de caña y destiladores de aguardiente, ante las perspectivas económicas favorables que ofrecían ambas actividades.

En las tres primeras décadas del siglo XIX, el azúcar que se consumía en Yucatán llegaba proveniente de Córdoba, Orizaba y Cuernavaca, per-tenecientes, los dos primeros al actual estado de Veracruz y el tercero al de Morelos. Posteriormente, el comercio de dulce se estableció exclusivamen-te con La Habana. Hacia 1830, la guerra entre México y España frenó este libre comercio con el Caribe, haciendo necesario establecer modificacio-nes a las políticas de producción de caña, para fomentar su cultivo.

Cabe recordar que desde 1808 diversos factores continuaban afectando el intercambio mercantil yucateco con la metrópoli a través de Campe-che: España era el único abastecedor de mercancías extranjeras; Veracruz y

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Cuba sus intermediarios y, el sistema de cobro de derechos de importación y exportación.

A lo largo de casi todo el siglo XIX fueron constantes la demanda de fuerza de trabajo y las quejas de los indígenas por los malos tratos en el desempeño de sus labores, sobre todo en los períodos más difíciles de inestabilidad política y social, durante todos los años que duró la Guerra de Castas, por lo que los propietarios de ranchos y haciendas pensaron en algunas medidas para intentar mantener a los trabajadores en sus sitios. Uno de los mecanismos más socorridos por los propietarios fue el endeu-damiento que, para fines del siglo XIX, constituyó la vía casi exclusiva para el acasillamiento.

Uno de los problemas más frecuentes en la cuestión agraria yucateca del siglo XIX, fue la ocupación o invasión de terrenos baldíos. No sola-mente para el cultivo de caña de azúcar sino también para maíz y para la ganadería. Así, los problemas con las tierras, uno de los motivos principa-les de la Guerra de Castas, continuaron, debido a que con este movimien-to de 1847 las actividades para la legalización de terrenos o demarcación se suspendieron.

Otro de los problemas que enfrentaron los agricultores yucatecos fue la invasión del ganado mayor a las sementeras, provocando la destrucción de las mismas. El Estado, a veces, manifestó su interés por resolver este problema, emitiendo decretos que obligaban a encerrar al ganado mayor.

Desde 1823, sucedieron cambios en las reglamentaciones de impuestos para producción de caña de azúcar que propiciaron diversas manifestacio-nes de inconformidad. A partir de 1833, se establecieron algunas medidas para las recaudaciones sobre destilaciones de aguardiente.

Algunas de las modificaciones sobre impuestos relacionadas con caña de azúcar y aguardiente, permitieron la introducción de azúcar y aguar-diente, sobre todo de la isla de Cuba, contribuyendo a la obtención de recursos para el erario público y para abastecer de azúcar el mercado local a partir de 1848. Por tanto, el aguardiente o ron habanero no desplazó al aguardiente yucateco en el mercado local, sino por el contrario contribuyó a la economía estatal al generar impuestos por introducción a la aduana

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marítima. Este hecho suscitó protestas por parte de los destiladores yuca-tecos que se sintieron afectados económicamente.

La política yucateca sobre impuestos, basada en la apertura a produc-tos nacionales y extranjeros relacionados con la industria cañera, produjo encontradas opiniones. Sin embargo, y esto hay que resaltarlo, posibili-tó la competencia de los productores yucatecos −de caña de azúcar y de aguardiente− en el mercado local, nacional y extranjero, contribuyendo al fortalecimiento de la economía yucateca del siglo XIX. Aunque estos cambios generaron protestas por la afectación de intereses particulares.

Para Yucatán, la inestabilidad política originada por la Guerra de Castas de 1847 propició cambios repentinos y constantes en el ramo de impuestos, que tenían como finalidad obtener recursos para financiar la guerra contra los indígenas. Este movimiento afectó en mayor medida a los productores de caña debido a que las zonas más desvastadas fueron las ubicadas en la parte oriental y sur del actual estado de Yucatán, caracteri-zadas por su producción cañera. Los destiladores y comerciantes de aguar-diente continuaron trabajando en las pequeñas fábricas de aguardiente, supliendo el abastecimiento de caña, con mieles o panela provenientes de las zonas de Campeche y, sobre todo, de El Carmen. Por lo tanto, du-rante los años de la Guerra de Castas, al disminuir el cultivo de caña de azúcar en el sur y oriente, el suroeste (Hecelchakán, Tenabo, Seybaplaya y villa del Carmen) se convirtió momentáneamente en la zona de mayor producción.

El resurgimiento y consolidación de la industria cañera a partir de 1861 y la apertura comercial a productos nacionales y extranjeros relacio-nados con ésta, permitieron la competencia en el mercado local, nacional y extranjero de azúcar y aguardiente, contribuyendo al fortalecimiento de la economía yucateca.

El pago de impuestos que los productores de caña y destiladores de aguardiente debían abonar por sus ramos respectivos, además de las con-tribuciones sobre capitales y derechos de patente, aumentó los costos de producción, tanto para el productor como para el destilador, con la consi-guiente disminución de sus ganancias. Esta situación propició la manifes-tación de sucesivas inconformidades, durante todo el siglo XIX.

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Los cambios repentinos y constantes en el ramo de impuestos afectaron intereses particulares y contribuyó al establecimiento de grupos podero-sos política y económicamente, con simpatías con el gobernante; es decir, que la inestabilidad política en este período posibilitó el establecimiento de una relación directa entre una determinada política arancelaria y el gobernante.

Por tanto, cada gobernante apoyó a uno de los dos grupos económicos involucrados, por un lado a los productores de caña, dedicados exclusiva-mente a esta actividad y por el otro, a los destiladores y/o comerciantes de aguardiente. Las políticas arancelarias propiciaban alternativamente el desarrollo y consolidación de estos poderosos grupos. La intención de los gobernantes era la de proteger los productos yucatecos, específicamente azúcar y aguardiente, de la competencia con los productos cubanos.

Las protestas principalmente provenientes de los destiladores y comer-ciantes de aguardiente, no eran, en particular, contra los proveedores de La Habana sino contra la política arancelaria, debido a que el aguardiente habanero era más barato que el yucateco. La diferencia radicaba en los cos-tos de producción: los destiladores cubanos tenían avances tecnológicos significativos en el proceso de destilación. Por el contrario, los yucatecos todavía utilizaban alambiques rudimentarios, a la vez que significaba com-petencia en el mercado cautivo de los destiladores yucatecos.

El desarrollo comercial del aguardiente, en la primera mitad del siglo XIX, se establece paralelo al crecimiento y expansión de la producción ca-ñera y a la destilación de aguardiente. Por lo tanto, las zonas de influencia del comercio de licores se distribuían a través de las zonas sur y centro-oriental de Yucatán y noreste de Campeche. Es decir, se comprendían las poblaciones de Tekax, Ticul y Peto en el sur; Mérida, Motul, Espita y Va-lladolid en el centro-oriente; y Campeche, Seybaplaya, Hecelchakán, Cal-kiní, Tenabo y Villa del Carmen en el noreste campechano. Estas regiones permitían tener dos vías de acceso hacia los centros urbanos de Mérida y Campeche. En el primer caso, en éste se concentraba la actividad comer-cial de la península. En el segundo, era el puerto receptor más importante, para las exportaciones e importaciones de productos. La primera mitad del siglo XIX es la etapa del surgimiento y desarrollo de la destilación de aguardiente, y que comprende de 1821 a 1852.

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En la segunda etapa de desarrollo de la destilación de aguardiente que comprende de 1853 a 1870, esta industria se consolida y su comercio se incrementa y diversifica. En este sentido, el grupo de pequeños comer-ciantes, quienes se dedicaban a la venta de licor al menudeo en las pobla-ciones desde la primera mitad del siglo XIX, permitió la consolidación de los comerciantes capitalistas, que eran los que abastecían de aguardiente a aquellos. Asimismo, en la segunda mitad del siglo XIX, si bien no se identifican nuevas áreas de influencia del comercio de aguardiente, si se observa una concentración en alguna de éstas, pues numerosas poblacio-nes se integraron como consumidoras.

Los destiladores que constituyeron el grupo poderoso de la capital yu-cateca fueron: Ildefonso Gómez, José Cruz Villamil, Roque Milán, los Sres. Rejón e hijos, Faustina Guzmán, Nicolás Almeida, Anastasio Pinto, José León Ayala y Juan Bautista Ayala; y del pueblo de Hunucmá, Anto-nio Menéndez.

En Campeche destacaron Juan Ferreyro, Manuel Herrera, Juan Mén-dez y José Dolores Pacheco; en Hecelchakán, Mateo Reyes y Antonio Méndez; y en el pueblo de Tenabo, Miguel Cabrera. En la hacienda Hicil de la Subdelegación de Seybaplaya, Santiago Carpizo y en el rancho Sac Mahal, Miguel Díaz Maury; y en la hacienda Yaxkukul, José D. López.

En la zona centro-oriental de Yucatán, en Motul, Manuel Antonio Pal-ma; en Espita Eleuterio Rosado; y en Valladolid Anastasio Castillo.

En la región sur del estado, en la Villa de Peto, Marcos Duarte; en Ti-cul, Felipe Peón; y en Tekax, Cirilo Montes de Oca.

Las zonas donde se concentraba la destilación de aguardiente com-prendía la región sur yucateca: Ticul, Tekax y Peto, y la centro-oriental: Mérida, Motul, Espita y Valladolid. Por la región campechana las subde-legaciones de Campeche, Hecelchakán, Villa del Carmen y Seybaplaya.

Desde el período colonial los comerciantes no solamente se dedicaban a la compra-venta de las mercancías, sino que también fungían como pres-tamistas; sin embargo, no invertían su capital en las actividades agrícolas y ganaderas.1 No obstante, con el paso de las décadas, un comerciante po-dría convertirse en dueño de estancias y tener distintos giros mercantiles en la ciudad, o bien dedicarse a destilar aguardiente.2

1 Quezada, 1977: 19.2 Zanolli Fabila, 1989: 231.

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Muchas de las casas comerciales instaladas en Mérida y Campeche en la primera mitad del siglo XIX, habían sido fundadas con capitales que pro-venían de la época colonial y de herencia familiar. La historiadora Betty Zanolli explica que dos eran los principales ramos de mercantilización: la venta de ropa y las tiendas de abarrotes.3 Sin embargo, entre los propie-tarios de estos dos giros, pudimos identificar a conocidos destiladores y/o comerciantes de aguardiente como Manuel José Peón y Juan José Leal. En el giro de mercería a Darío Galera. En la lista de giros industriales, Zanolli incluye a las fábricas de aguardiente, apareciendo como propietarios Juan José Leal y Joaquín García Rejón, especificando que para 1860, Pedro Leal Gamboa, entonces propietario de “El Elefante” hizo de este negocio uno de los más prósperos del estado.4 Entre algunos de los agentes mercantiles destacan Juan Miguel Castro, además de los ya citados Peón, Leal, García Rejón y Millán.

En Campeche destacaban hacia mediados del siglo XIX, los señores del capital y sus familias: Vicente Ferrer, Esteban Paullada, Pedro Badía, Venancio Azcue, Juan Repeto, Domingo Trueba, Guillermo Jonson, Ni-canor Montero, Victoriano Nieves, Pedro Requena, Joaquín Gutiérrez y la sociedad Preciat y Gual, formada por Rafael Preciat y Julián Gual.5 En Villa del Carmen tuvieron sucursales las casas comerciales Gutiérrez, Mac. Gregor, Ferrer, Aubry e Ibarra, al igual que Preciat y Gual y Victoriano Nieves. El comercio de cabotaje regional fue trabajado por José de la Cruz Domínguez y Juan Ferrer Otero.6

Comparto el planteamiento de Claudio Vadillo, en el sentido de que en Campeche “no fueron los propietarios de las haciendas, ranchos y si-tios sino los comerciantes quienes promovieron y usufructuaron las más importantes masas de capital en la región”;7 es probable que esta misma situación se presentara en Yucatán. Los comerciantes, añade, tejieron con su actividad el mercado regional y generaron los grandes capitales que dinamizaron la economía; “aquellos comerciantes que siendo propietarios o no de tierras estuvieron metidos en el transporte marítimo y en los

3 Zanolli, Fabila, 1989: 280-281.4 Zanolli, 1989: 288. Cabe aclarar que para 1859 en el intestado de doña Fermina Arjona, esposa de Roque Milán, conocido destilador y comerciante meridano, aparece el inventario y balance de El Elefante, en copropiedad de éste y Esteban Martínez (Archivo General del Estado de Yucatán [en adelante AGEY], Justicia, Caja 60, 1859).5 Vadillo, 1990: 110.6 Vadillo, 1990: 111 y 113.7 Vadillo, 1990: 137.

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préstamos de dinero, tuvieron garantizada una ganancia global sobre su capital, incluso superior a la de los otros propietarios.”8 Así, quienes se dedicaban a la actividad comercial, pudieron acumular un capital que les permitió adquirir propiedades urbanas y convertirse en los mayores pres-tamistas no sólo de particulares, hacendados y comerciantes menores, sino también del estado, sobre todo en los períodos de mayor inestabilidad política.

Se ha señalado que el grupo formado por los destiladores y comercian-tes de aguardiente constituyó un grupo poderoso, que se infiltró en los ámbitos económico, social y político de los primeros setenta años del siglo XIX. Sus intereses y decisiones fueron, sobre todo en los momentos de mayor inestabilidad política, importantes y determinantes para el desarro-llo y posterior consolidación de uno de los ramos de la economía yucateca del XIX: la destilación de aguardiente.

En este sentido, la consolidación económica de este grupo despertó su interés por participar en la vida política. Uno de los organismos de gobierno más cercanos a ellos fueron los ayuntamientos. Esta situación posibilitaba su cohesión política al participar en la toma de decisiones im-portantes, sobre todo económicas, que los involucraba directa o indirecta-mente. Así, Claudio Vadillo señala que en el Partido del Carmen “muchos de los grandes y pequeños comerciantes más conocidos, fueron alguna vez representantes de la ciudadanía en los ayuntamientos.”9

Sin embargo, no podemos considerar que este grupo fuera homogé-neo, aunque en algunos períodos los unieran los intereses económicos comunes, en otros los dividieron. El interés fundamental y común de los destiladores y/o comerciantes de aguardiente fue contar con políticas arancelarias favorables que les permitiera ampliar el mercado interno y, posteriormente, consolidarse para intentar su participación en el mercado externo. Los destiladores y comerciantes yucatecos que participaron en la política, según Víctor Suárez Molina,10 fueron Manuel José Peón y Ber-nabé Mendiolea como miembros de la Junta de Diputados de Comercio, entre 1804 y 1857. Mendiolea también fue representante comercial entre 1857 y 1881. Juan Miguel Castro, como presidente de la Diputación pro-vincial en 1881.

8 Vadillo, 1990: 116.9 Vadillo, 1990: 141.10 Suárez Molina, 1977: 121-124.

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Por parte de Mérida, Darío Galera fue alcalde en 1840 y Juan José Leal, síndico procurador 1º y diputado al II Congreso Nacional en 1823. Ma-nuel José Peón, alcalde en 1824 y 183111. En 1865, el Comisario Imperial de Yucatán recibió la lista de las personas que iban a componer el nuevo ayuntamiento. Entre éstas se encuentran como presidente, Juan Miguel Castro, y como 6º regidor, Anselmo Duarte.12

En el ayuntamiento de la Villa del Carmen, Victoriano Nieves fue al-calde en 1841 y responsable de llevar la cuenta municipal en 1841 y 1842. Asimismo formó parte del Consejo de Gobierno del Territorio en 185513.

En este marco se desarrolla durante la primera mitad del siglo XIX la producción de caña de azúcar y aguardiente. En la segunda mitad se consolida y permite ubicar perfectamente zonas geográficas donde se des-tilaba el aguardiente; en este sentido, hacia este período, los partidos de Tekax, Ticul, Peto, Valladolid y Espita se reconocen como los grandes fabricantes, aunque en todos los partidos del estado se tenía, al menos, un pequeño trapiche para la destilación de la caña de azúcar. Asimismo, aquellos partidos producían caña de azúcar, lo que les permitía controlar todo el ciclo productivo del aguardiente.

Una de las poblaciones localizadas en el centro del estado, cercana a Mérida y con alta densidad de población indígena, era Motul, que tam-bién aparece en este período como destiladora de aguardiente.

La población indígena en Yucatán también participaba en las activi-dades relacionadas con el aguardiente, como productores, comerciantes y consumidores. La población indígena está presente en todos los partidos, poblaciones y empresas destiladoras. Quienes trabajaban en las haciendas y fábricas de aguardiente como jornaleros, toneleros, cortadores de caña, eran indígenas, sobre todo en las poblaciones reconocidas como grandes destiladoras y comercializadoras de aguardiente en el sur, oriente y centro de Yucatán, con alta densidad de población indígena.

11 Zanolli, Fabila, 1989: 321-330. Información que proviene del ramo Secretaría de Cámara del Archivo General de la Nación (en adelante AGN).12 “Lista de personas que componen el nuevo Ayuntamiento”, AGEY, Poder Ejecutivo, Gober-nación, Caja 106, 1865.13 Vadillo, 1990: 142; Archivo Municipal de la Ciudad de Campeche (en adelante AMCC), Relación de las Cuentas de Fondos Municipales de la Villa del Carmen, 1850; Álvarez, 1912.

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La importancia de la producción de caña de azúcar y aguardiente en Yucatán puede advertirse en la cantidad de trabajadores. En marzo de 1878, en el rancho Moctezuma, propiedad de Ramón Ancona y situado en la jurisdicción de El Cuyo, dedicado al cultivo de caña dulce y al corte de palo de tinte, había 3 mayordomos, 14 carreteros, 8 arrieros, 8 molen-deros, 2 rancheros, 11 cayuqueros, 6 cortadores de pasto para las bestias, despejadores de caminos, 44 hacheros y 22 cultivadores de caña dulce. En total, 118 trabajadores.14

El comercio del aguardiente hacia 1875-80 se había expandido y prác-ticamente todas las poblaciones vendían grandes cantidades de aguardien-te local. El consumo también se había generalizado al grado de que los pri-meros signos de enfermedades producidas por el consumo de aguardiente empiezan a hacerse evidentes. Así en 1876, el Juzgado del Estado Civil de Mérida informa el fallecimiento de Isidro Oney, de 38 años, carpintero, a causa del alcoholismo. Asimismo Eusebia Valladares, de 35 años, también falleció por la misma causa.15

Aun cuando las noticias acerca de la producción destacaban el aumen-to de la producción, entre los productores había descontento. Así, los 58 destiladores de Espita escribieron contra un decreto sobre impuestos emi-tido el 15 de marzo de 1878 que hacía referencia sólo al recargo en Ticul, Tekax, Peto, Valladolid y Espita como productores de azúcar, que abas-tecían de insumos a las fábricas destiladoras de aguardiente; no obstante, como estos partidos también destacaban como productores de aguardien-te, igualmente afectaba sus intereses como destiladores. De ahí la incon-formidad por el impuesto a la producción de caña de azúcar.

Desde 1881, las autoridades estatales emitieron un decreto con fecha 2 de agosto, creando el impuesto municipal de un peso por cada barril de aguardiente a su introducción a Mérida, principal centro de comercio y receptor interno de la producción de aguardiente de caña en el estado. La intención de regular el ingreso de aguardiente a la ciudad capital de Yucatán, generó inconformidades de los destiladores y comerciantes de licores locales que tenían que pagar por el envío de sus productos para comercialización.

14 AGEY, Poder Ejecutivo, Jefatura Política, Manifiestos, Caja 203, 1878.15 AGEY, Poder Ejecutivo, Juzgado del Estado Civil, Registro Civil, Caja 196, 1876.

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Ante este panorama, comenzaron a tomarse medidas contra el con-sumo de aguardiente. La población de Celestún, por ejemplo, propuso en el Reglamento de Policía de 1877, sanciones para las personas que fomentaran el escándalo público por causa de la embriaguez. Las penas de cárcel para los hombres y de reclusión en la casa más cercana, dado que no existía un establecimiento público apropiado, para las mujeres. Al mismo tiempo, se aplicaría una multa de uno a tres pesos o de uno a tres días de detención. Asimismo, se ordenaba que todas las tiendas y establecimientos dedicados la comercialización de bebidas espirituosas cerraran sus locales diariamente a más tardar a las diez de la noche, bajo pena de multa de uno a cinco pesos.16

A pesar de las medidas instrumentadas, las consecuencias de la embria-guez afectaron a la mayoría de los partidos o municipios. En 1879, en el partido de Mérida, por ejemplo, fallecieron por alcoholismo los indígenas Esteban Uc, de 50 años y oficio tabaquero, y José María Pech, también de 50 años y jornalero.17 En la ciudad de Mérida, fallecieron el indígena Hila-rio Aké, de 35 años, jornalero;18 Antonio Hernández, de 32 años, muerto por caquexia alcohólica, de oficio zapatero; Manuela Ayala, de 58 años; y Andrés Meneses, de 60 años, de oficio fardelero.19 Las detenciones por este concepto también aumentaron considerablemente.20 La Junta Municipal de Cansahcab, en 1881, incluso suspendió y prohibió la venta de licor porque había incidencias de éste en el desarrollo de la fiebre amarilla.21

La gravedad de la situación impulsó la formación, en 1884, de un cua-dro estadístico de los partidos para determinar el número de faltas come-tidas en Yucatán por personas en estado de ebriedad. Maxcanú y Motul destacaron como las poblaciones con mayor número de faltas de 546 y 590 respectivamente; el total de faltas cometidas en este año fue 2,771, donde Sotuta representa la población con menor número de delitos con 18. Motul, ubicado en el centro del estado, concentraba hacia esta época gran cantidad de población indígena, principales consumidores del aguar-diente local.

16 AGEY, Poder Ejecutivo, Consejo de Gobierno, Aprobaciones, Caja 198, 1877.17 AGEY, Poder Ejecutivo, Juzgado del Estado Civil de Mérida, Población Caja 209, 1879.18 AGEY, Poder Ejecutivo, Juzgado del estado Civil de Mérida, Población Caja 210, 1879.19 AGEY, Poder Ejecutivo, Juzgado del estado Civil de Mérida, Población Caja 211, 1880.20 AGEY, Poder Ejecutivo, Oficina del Gobernador, Administración de Justicia, Caja 216, 1881.21 AGEY, Poder Ejecutivo, Gobernación, Caja 215, 1881.

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Los delitos que se cometieron son homicidio, lesiones, golpes, embria-guez habitual, desobediencia a la autoridad, incendio, robo, allanamiento y otros delitos. Las lesiones representaban la mayor cantidad. Para el caso de Motul se cometieron 46 delitos de lesiones realizados por hombres y 1 por una mujer, 14 homicidios por hombres y 1 por mujer, y 15 por em-briaguez habitual por hombres y 1 por mujeres.22

El volumen de aguardiente que se comercializaba en Yucatán hacia 1884 puede analizarse en una estadística que expresa la cantidad de aguar-dientes, cerveza, licores y vinos importados al estado de Yucatán. En el caso del aguardiente se importaron 7,821 litros; 40,832 litros de cerveza, 254 litros de licores y 211,814 litros de vinos; cabe aclarar que la pobla-ción indígena ingería principalmente aguardiente local y, en algunas oca-siones, aguardiente importado. Cerveza, licores y vinos solo se consumían por la población blanca de las ciudades. Hacia este mismo año la produc-ción local de aguardiente ascendió a 917,463 litros, esta cantidad supera en mucho los cuatro rubros anteriores importados.23

Al año siguiente, un informe del censo realizado en 1885 expresa el número de habitantes por partido, y al contrastarlo con el volumen de aguardiente que se consumía, nos da una idea del promedio de consumo por habitante. El número total de habitantes en Yucatán era de 280,425; destacando Mérida, Acanceh, Motul y Ticul como los partidos con mayor población con 49,282, 24,014, 22,749 y 22,401 respectivamente24.

En la estadística de los litros de cerveza, licores, vinos y aguardien-te, consumidos en Yucatán desde 1880 hasta 1895,25 se señala que en 1885, se consumieron 970,528 litros de aguardiente de producción lo-cal; 79,726 litros de cerveza; 7,750 litros de licores; 120,993 litros de vinos y 23,582 litros de aguardiente26. Si tomamos en cuenta solamente la cantidad de aguardiente de producción local consumido en 1885 y lo

22 AGEY, Registro Público de la Propiedad, Libro 1968, Boletín de Estadísticas, Mérida, t. II, 1896.23 AGEY, Registro Público de la Propiedad, Libro 1968, Boletín de Estadísticas, Mérida, Tomo II, 1896.24 AGEY, Poder Ejecutivo, Ayuntamientos, Correspondencia, Caja 233, 1885.25 AGEY, Registro Público de la Propiedad, Libro 1968, Boletín de Estadística, t. II, Año III, núm. 15, 1896.26 AGEY, Registro Público de la Propiedad, Libro 1968, Boletín de Estadística, t. II, Año III, núm. 19, 1896.

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contrastamos con el número total de habitantes en el estado, para este mismo año, tenemos que en promedio se consumieron 3.46 litros de aguardiente/habitante. Si consideramos el volumen total de aguardiente local e importado, vinos, licores y cerveza consumidos durante el año, nos da un total de 1’202,579 litros y el promedio se eleva a 4.28 por habitante.

Estas cifras nos indican el elevado consumo de aguardiente entre la población indígena y no indígena, porque estamos captando a la pobla-ción total, conformada por mujeres, hombres y niños de todas las edades. En estas cifras debemos contemplar, la cantidad de aguardientes, cerveza, licores y vinos importados al estado de Yucatán en 1885 que tenemos un total de 232,051 distribuidos de la siguiente manera: 23,582 litros de aguardientes; 79,726 litros de cerveza; 7,750 litros de licores y 120,993 litros de vinos.27

Es evidente la preocupación manifestada por las autoridades de los mu-nicipios y, en particular, de las poblaciones con mayor número de pobla-ción indígena como Acanceh, Motul y Ticul, además que en las dos últi-mas se destacaban como productoras de aguardiente, debido a la violencia generada por el alto consumo de aguardiente en dichas poblaciones.

De la misma manera, el servicio de correos también se vio afectado de-bido a que los conductores solían encontrarse constantemente ebrios. Los perjuicios y los graves retrasos orillaron a la autoridad política de Temax, en 1885, a poner preso a uno de ellos por las faltas cometidas durante el servicio.28

En Bokobá, ante los delitos ocasionados por la embriaguez, como es-cándalos y crímenes, que a menudo alteraban el orden de las localidades, las autoridades estimaron conveniente aplicar sanciones según el Código penal vigente; es decir, consignar a aquellos que permanecieran en em-briaguez habitual, castigándolos severamente.29 Las autoridades y policía del pueblo Chocholá, en 1885, también mostraron preocupación porque el ciudadano americano Ramón Aznar Pérez, por medio del mexicano

27 AGEY, Registro Público de la Propiedad, Libro 1968, Boletín de Estadística, t. II, Año III, núm. 15, 1896.28 AGEY, Poder Ejecutivo, Milicia, Correspondencia, Caja 234, 188529 AGEY, Poder Ejecutivo, Gobernación, Caja 215, 1880.

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Luis Villareal, había enganchado para el servicio como criados adeudados a más de 80 hombres de la localidad engañados con aguardiente y otras mercancías.30 Sin embargo, esta situación era común en otras poblacio-nes, donde comerciantes y propietarios de ranchos o tiendas utilizaban el aguardiente como medio de coacción y endeudamiento.

El descontrol del consumo del aguardiente incluso penetró en el Hos-pital O’Horán pues, en septiembre de 1886, el sentenciado Gregorio Ri-vero se embriagó ahí mismo; por este motivo y para evitar desmoralizar a los demás presos, se solicitó su traslado a la cárcel pública.31

Para 1886, la estadística señala que se consumieron en Yucatán 967,613 litros de aguardiente solamente de producción local; a esta cantidad le agregamos 235,267 litros entre cerveza, licores, vinos y aguardiente im-portado consumido también en el mismo año.32 En 1887 se consumieron en Yucatán 46,713 litros de cerveza; 1256 litros de licores; 53,784 litros de vinos; 10,730 litros de aguardiente importado; y 1’349,109 litros de aguardiente de producción local.33

En 1887, inició la ejecutoria contra María Encarnación Chan por em-briaguez y escándalo.34 En el mismo año, ocurrió lo propio con la causa contra María Trinidad Cobá por el delito de embriaguez habitual.35 Al año siguiente, en Progreso, Juan Fuentes intentó asesinar a un tal Tomás en “estado aguardientado.”36 En Cozumel, el tesorero municipal de la isla fue sustituido de su cargo debido a encontrarse en frecuente estado de embria-guez.37 En el partido de Ticul hubo un fallecimiento por alcoholismo.38

El volumen de litros consumidos en Yucatán se fue incrementando con el paso de los años y, por consecuencia, el número de delitos que se cometieron en estado de ebriedad también.

30 AGEY, Poder Ejecutivo, Ayuntamientos, Correspondencia, Caja 233, 1885.31 AGEY, Poder Ejecutivo, Milicia, Correspondencia/Jefatura Política, Caja 241, 1886.32 AGEY, Registro Público de la Propiedad, Libro 1968, Boletín de Estadística, t. II, Año III, núm. 19, 1896.33 AGEY, Registro Público de la propiedad, Libro 1968, Boletín de Estadística, t. II, Año III, núm. 19, 1896.34 AGEY, Poder Ejecutivo, Justicia, Correspondencia, Caja 243, 1887.35 AGEY, Poder Ejecutivo, Justicia, Correspondencia, Caja 243, 1887.36 AGEY, Poder Ejecutivo, Milicia, Jefatura Política, Caja 242, 1887.37 AGEY, Poder Ejecutivo, Jefatura Política de Mérida, Informes, Caja 219, 1881.38 AGEY, Poder Ejecutivo, Juzgado del Estado Civil de Ticul, Población, Caja 210, 1879.

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En aquellas regiones donde escaseaba el abasto de licor, los consumido-res incursionaron en las zonas controladas por los rebeldes mayas, de tal suerte que en 1886, Saturnino Hernández, Gabriel Uicab, Anselmo Ek, Tomás Magaña, José Guadalupe Yaamay, José María Acosta, José Benigno Peña, José Prudencio Sandoval, Felipe Santa María y Santiago Can, fue-ron aprehendidos en Tekax por comprar aguardiente en dichas zonas.39 La misma situación se repite con frecuencia en este año, cuando se tienen registradas varias incursiones, en los extremos sur y oriente de Yucatán, con destino a Chan Santa Cruz para abastecerse de mercancías y, sobre todo, de aguardiente.

La villa de Tizimín, en 1889, formó una propuesta de Reglamento de Policía para sancionar con severidad la embriaguez. De manera que el capítulo XV, De los ebrios, consideraba el arresto de cualquier individuo que en estado de ebriedad estuviera tirado en la calle o lugar público y una multa de 50 a 100 centavos, arresto de 11 a 24 horas en la primera ocasión, se duplicaría en la segunda y triplicaría en la tercera. El cuarto arresto implicaría su consignación a la autoridad competente para juzgarlo según el código penal.40

La junta municipal de Tahmek, con el mismo propósito de evitar los escándalos en que a menudo incurren los sirvientes de las fincas de cam-

po, sobre todo domingos y días feriados con el motivo de la venta de bebidas alcohólicas, ordenó:

1º Los establecimientos dedicados a la ventas de licores abrirán desde las diez de la mañana hasta las seis de la tarde y se mantendrán cerrados los domingos y los días de fiesta.

2º Los infractores satisfarán una multa de uno a cinco pesos en favor de los fondos municipales o de uno a cinco días de prisión.41

Según el censo del 20 de octubre de 1895 la población total de Yucatán para este año era de 297,088 habitantes, de los cuales 53,324 vivían en Mérida, 24,444 en Ticul y 23,423 en Valladolid, que destacaban como los partidos con mayor número de habitantes.42

39 AGEY, Poder Ejecutivo, Milicia, Comandancia Militar, Caja 241, 1886.40 AGEY, Poder Ejecutivo, Milicia, Correspondencia, Caja 246, 1889.41 AGEY, Poder Ejecutivo, Gobernación, Correspondencia, Caja 215, 1881.42 AGEY, Registro Público de la Propiedad, Libro 1968, Boletín de Estadística, t. II, Año III, núm. 22, 1896.

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Para este mismo año, la estadística reporta solamente el consumo de aguardiente de producción local, siendo éste de 1’507,096 litros.43 Estas cifras nos dan una idea de la relación volumen de aguardiente consumido por número de habitantes, que era de 5.07 litros por habitante, conside-rando a toda la población. Si comparamos los censos de 1885 y 1895, tenemos que el incremento de la población total de Yucatán fue de 16,663 personas –280,425 y 297,088 habitantes respectivamente–; el consumo de aguardiente de producción local se incrementó en 536,568 litros –de 970,528 litros a 1’507,096 litros– en el mismo período. El promedio de litros de aguardiente local consumidos por año con respecto al número de habitantes, en diez años, pasó de 3.46 a 5.07; por consiguiente el número de faltas cometidas por personas en estado de ebriedad en nueve años, se incrementó de 2,832 en 1885 a 6,053 en 1894.

En las dos estadísticas sobre delitos cometidos en estado de ebriedad, tanto la conformada por información de los jefes políticos, como la Cri-minal, sobresale Motul como el partido donde mayor número de infrac-ciones se cometen. La estadística criminal corresponde al registro oficial utilizado por el Departamento Judicial, lo que representa ya instancias mayores de impartición de justicia; y la otra subraya testimonios locales de delitos menores sancionados en la población.

Estas cifras nos dan una idea de la situación alarmante que se vivía en Yucatán hacia finales del siglo XIX. Los intentos de los gobiernos por frenar la comercialización y consumo masivo de aguardiente local e im-portado, tuvieron pocos resultados; ni los cambios en la política arance-laria sobre comercialización de aguardiente, ni los reglamentos de policía, ni las penas impuestas a quienes cometían delitos en estado de ebriedad pudieron detener la violencia generada. Esta situación, al parecer no fue privativa del estado, también a nivel nacional se vivía una situación simi-lar; de ahí que hacia 1916, después de la revolución, los gobiernos postre-volucionarios emprendieran campañas antialcohólicas.

En un primer momento estas campañas tuvieron una preocupación político social acorde con la cultura del nuevo siglo XX. En un segundo momento, el efecto de las campañas antialcohólicas devino en un proble-ma de tipo económico con consecuencias en el ámbito productivo, fiscal y

43 AGEY, Registro Público de la Propiedad, Libro 1968, Boletín de Estadística, t. II, Año III, núm. 19, 1896.

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comercial; un conflicto, como señala Jesús Méndez Reyes,44 por el control de la producción, la venta clandestina y las actividades ligadas al juego y al vicio. La influencia del positivismo europeo en México, entre 1870 y 1890, fundamentaba la lucha contra el alcoholismo y la necesidad de una educa-ción moral; en las postrimerías del porfiriato se argumentó que el atraso mo-ral de los indígenas y las clases populares, se debía al problema del alcohol, las fiestas y el juego. Sin embargo, la lucha contra el alcoholismo en México se convirtió en un asunto de sanidad, higiene y progreso material, social y liberal debido a que una política antialcohólica podría afectar los intereses políticos, económicos y sociales de un sector poderoso de la sociedad que sustentaba la quebrantada economía postrevolucionaria.

A nivel de gobiernos estatales también hubo una preocupación por el alto consumo de aguardiente entre la población, Yucatán no estuvo exento y Salvador Alvarado fue de los primeros gobernantes en emitir leyes para intentar disminuir el alcoholismo. Sin embargo a nivel nacional, hasta las décadas de 1920-1930 todavía continuaban las campañas moralizantes y las disposiciones coercitivas conocidas como campañas antialcohólicas, con pocos resultados.

En síntesis, la economía yucateca basada en la producción de caña de azúcar y, sobre todo, en la destilación y comercio de aguardiente, se desa-rrolló en el contexto de una política económica no bien definida. Es decir, que se desarrollaron enmarcados en un período caracterizado por altiba-jos políticos y tendencias para la creación de una base se autosuficiencia económica en el estado, pero que afectaron el balance de la política local. En este sentido, la destilación de aguardiente, a pesar de que fue un pro-ducto cuyo volumen de producción fue constante, sufrió modificaciones originadas por los conflictos políticos que se sucedieron en el estado, sobre todo a partir de mediados del siglo antepasado, propiciando una serie de acontecimientos que afectaron todos los ámbitos de la vida yucateca.

Conforme fue transcurriendo la segunda mitad del siglo XIX, la pro-ducción de caña de azúcar, y sobre todo de aguardiente, se fue incremen-tando y consolidando, como uno de los rubros más importantes de la eco-nomía yucateca. El henequén no desplazó a la producción cañera, puesto que había zonas específicamente delimitadas para cada cultivo, con carac-terísticas propias y con un sistema de producción definido.

44 Méndez Reyes, 2004.

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El desarrollo económico de Yucatán durante el siglo XIX se basó en la producción agrícola y en el comercio, Mérida y Campeche eran conside-radas las principales ciudades comerciales de la Península, que crecieron a un ritmo acelerado.

El consumo de aguardiente en Yucatán se fue incrementando, sobre todo en las zonas de más alta concentración de población indígena, puesto que fue uno de los mecanismos utilizados para el endeudamiento y per-manencia en las haciendas y ranchos.

El número de delitos cometidos en estado de ebriedad se incrementó en tal magnitud, que causó preocupación a las autoridades, que hicieron intentos, la mayoría de las veces sin éxito, para tratar de frenar esta situa-ción.

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Escenario Social

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Pedro Miranda OjedaLos caminos y las veredas del salteamiento.Bandolerismo e inseguridad en los caminos de Yucatán a principios

del siglo XIXEl clima de violencia que se respiraba en Yucatán a principios del siglo

XIX fue resultado de un mundo colonial que había favorecido el des-equilibrio social. Las diferencias socioétnicas edificadas durante el régi-men español contribuyeron a fomentar una sociedad separada por niveles económicos muy distintos. La situación crítica de las finanzas del Estado independiente obstaculizó potenciales oportunidades de desarrollo eco-nómico y, por consiguiente, en los pueblos, villas y ciudades comenzó a generalizarse la indigencia. La vagancia constituyó uno de los mayores peligros sociales que las autoridades trataron de contrarrestar para evitar una mayor criminalidad, toda vez que los vagos solían ser asociados con altos índices de delincuencia. Así, la pobreza manifiesta representó un es-caparate importante para emprender distintas manifestaciones de reclamo social, sobre todo mediante el bandolerismo. En efecto, a menudo esta práctica se forjó como un medio de protesta y un clamor de disgusto en una sociedad carente de oportunidades.1

La pobreza constituía uno de los principales problemas, pese a los rei-terados intentos de las medidas precautorias destinadas a desterrarla. De esta manera, la promoción de una cruzada contra la vagancia instauró un nuevo orden social, debido a que el gobierno emprendió una serie de disposiciones para controlar la vagamundería y construir un Estado consolidado en las ideas del progreso y el desarrollo. Los presidios correc-cionales y el ejército fueron las alternativas oficiales que el Estado reservó para la clase de los inútiles.2 No obstante, uno de los mayores desafíos de las autoridades no consistía en mantener las calles y las plazas libres de malentretenidos sino en garantizar la seguridad en los caminos. Esto no quiere decir que la violencia en las ciudades careciera de importancia sino que debido a que el índice de robos, homicidios y otros delitos era relati-vamente bajo, únicamente hubo necesidad de formar grupos de vigilancia nocturna en los tiempos de la persecución de los vagos y sólo más tarde,

1 Un análisis detallado acerca del bandidaje como forma primitiva de protesta social organizada puede verse en Hobsbawm, 1983; Illescas, 1988: 60-61.2 Sobre las medidas implementadas para socavar el problema de la vagancia durante la primera mitad del siglo XIX véase Miranda Ojeda, 1998, pp. 4-7, 12-13; Miranda Ojeda, 2004.

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en julio de 1834, el Congreso autorizó al gobierno reglamentar cuerpos armados para cuidar el orden público.3

El bandolerismo representaba una de las mayores aflicciones del Estado por la grave amenaza que representaba para los habitantes de Yucatán. El lamentable estado de la mayor parte de la escasa red de caminos de Yuca-tán igualmente adolecía de la vigilancia necesaria para brindar a los viaje-ros las condiciones óptimas de seguridad, pese a que desde los tiempos del dominio español las autoridades procuraron por mantener las rutas libres de bandoleros.

Los mesones en los pueblosLa desolada y ruinosa red de caminos del Yucatán colonial constituía

uno de las principales dificultades para el desarrollo de un tráfico eficiente y seguro. Las autoridades comprendían perfectamente que éste era uno de los problemas vitales que debían afrontar en la gestión pública.4 Por este motivo la obra carretera fue una de las que mayor atención reclamó desde 1822. En principio, los ayuntamientos de los pueblos fomentaron su apertura y reparación por medio de fajinas colectivas que los vecinos tenían la obligación de cumplir.5

La obra pública continuó durante los decenios siguientes, siempre con la preocupación de garantizar caminos seguros y en las condiciones más favorables para el transporte.6 La inseguridad en los caminos también era una inquietud desde los tiempos coloniales pues constituía un grave per-juicio para el tráfico de mercaderías. Esta fue una de las razones principa-les para que las autoridades impulsaran la creación de espacios destinados a este efecto.

3 Centro de Apoyo a la Investigación Histórica de Yucatán, en adelante CAIHY (24 de julio de 1834), Decretos del Congreso General, Lib. 149, f. 36.4 Acerca de la problemática en los caminos de la Nueva España, véase Calvo, 1997; Solares Robles, 1999.5 “Circular remitida por la Capitanía General al ayuntamiento de Mérida relativa a la construc-ción y reparación de caminos” (Mérida, 25 de julio de 1822), CAIHY, Impresos hojas sueltas, Caja XIII-1822, ¼, 028.6 Sobre el desarrollo de los caminos y las medidas implementadas para desarrollarlo véase Víctor Suárez Molina, II, 1977, pp. 143-159.

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Desde finales de la época colonial, las casas reales de los pueblos desem-peñaron este papel, cubriendo las necesidades de alimentación, hospedaje y otros servicios para los españoles. Estos recintos solían estar al cuidado de dos indios y dos indias. Los denominados mesones no sólo estaban reservados a los viajeros de baja condición social. Los españoles, mestizos y mulatos, inclusive, gozaron de unos documentos llamados pasaportes, entregados por las autoridades provinciales, que obligaba a los indios a ofrecer hospedaje, comida, caballos y cargadores para transportar sus mer-cancías al pueblo siguiente, sin recibir remuneración alguna.7 No obs-tante, a fines de este periodo los mesones comenzaron a despuntar como establecimientos de alojamiento de todos los transeúntes, pues

La leyes tratan de que haya posadas y mesones en los Caminos Reales, proviciones y asistencias para que los traficantes no carescan de lo que necesitan.8

Las casas reales de los pueblos gradualmente desaparecieron como es-pacios para este propósito. No obstante, ahí donde se carecía de un me-són continuaron con las mismas funciones. Asimismo, el servicio personal gratuito de los indios permaneció vigente por varias décadas. Los meso-nes, al poseer galerones para la protección de los productos, se convirtie-ron en espacios de seguridad de los capitalistas y arrieros, que a menudo solían recorrer grandes distancias, para almacenar los géneros destinados al abasto de las ciudades y de los pueblos. Los mesones no sólo tenían el objetivo de custodiar las mercancías sino también de garantizar la seguri-dad personal de los viajeros.

La construcción de los mesones fue una tarea reservada a los indios de los pueblos que, como se ha indicado, también tenían la responsabilidad de su mantenimiento y procuración de utensilios, alimentos y servicios necesarios. En la mayoría de los mesones los pasajeros recibían asistencia sin remuneración alguna, lo que despertó airados reclamos de sus auto-ridades. Por ejemplo, en 1817, el protector de naturales Agustín Crespo reclamó la necesidad de retribuir los servicios ofrecidos en el mesón del

7 Bracamonte y Sosa y Solís Robleda, 1996, p. 344.8 “Expediente instruido sobre que se concedan ciento vente y cinco pesos del fondo de las co-munidades de indios para la reparación de la Casa Real del pueblo de Seyba-Playa” (Mérida, 22 de mayo de 1817), Archivo General de la Nación, en adelante AGN, Obras Públicas, vol. 13, exp. 16, f. 251.

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pueblo de Seybaplaya, en la jurisdicción de Campeche, porque la gente más pobre y miserable, como son los indios, las [dan] de su peculio, sudor y trabajo personal en fabricar mesones sin paga alguna, en beneficio de transeúntes, como hasta ahora se ha tolerado.

Hantes que la Real Hazienda tubiese conosimiento de la contribución de comunidades para correr en la antigüedad, esta esacón por distintas manos se gastaba lo que se recaudaba en casas reales, mesones y demás utensilios necesarios para la asistencia de pasageros sin que ninguno de estos pagase cosa alguna por rasón del piso, como [se] previene [...], ni me-nos a los indios sirvientes el trabajo que impenden solicitar los artículos de la comida a qualquier ora que llegan, la que cosinan los mismos indios y este método de costumbre quieren los pasageros ser servidos con perjuico de los justicias de la audiencia, de que ha havido muchas quejas, aunque no de Lerma, pero sí de otros muchos.9

En los años siguientes, las quejas de los indios en innumerables pueblos favorecieron que el asunto adquiriera en los últimos gobiernos coloniales una importancia decidida. En tales términos, se deslindó a los indios de la competencia de los mesones, convirtiendo a éstos en empresas económicas establecidas por remate al mejor postor,10 con la precisión de fijar previamente un arancel para el pago de posada, alimentos, forraje y los servicios que ahí se ofrecieran.11 La siguiente medida fue el estable-cimiento de un reglamento general para el régimen de los mesones en Yucatán, aprobado el 7 de febrero de 1821.12 La tasación pretendía evitar abusos y arbitrariedades de los propietarios. El reglamento del mesón del pueblo Kantunil, formado el 16 de mayo de 1821, por ejemplo, ordenaba:

1ª Al que solamente pose en el mesón, sin ocupar en nada al mesonero, no se le exigirá cosa alguna.

9 “Expediente instruido sobre que se concedan ciento vente y cinco pesos del fondo de las co-munidades de indios para la reparación de la Casa Real del pueblo de Seyba-Playa” (Mérida, 22 de mayo de 1817), AGN, Obras Públicas, vol. 13, exp. 16, ff. 251-251v.10 CAIHY (Tixkokob, 2 de abril de 1821), Copiador de decretos del Congreso de la provincia de Yucatán, Lib. 122, f. 105.11 “Ayuntamiento de Temax. Mesones” (Mérida, 29 de agosto de 1820), CAIHY, Libro copiador de la correspondencia de los pueblos que componen el partido de Izamal, Acuerdos y correspon-dencia de partidos, Lib. 170, ff. 44v-45.12 “Circular á los ayuntamientos con fecha 22 de febrero sobre el régimen de los mesones” (Mé-rida, 22 de febrero de 1821), CAIHY, Copiador de circulares de la Capitanía General y Coman-dancia Política de la provincia de Yucatán, Varios, Lib. 156.

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2ª El que además de posar en el mesón ocupare al mesonero en com-prarle bastimentos, forrage para sus bestias ú otras diligencias ligeras, pa-gará un real por día y medio por menos de un día, sea el tiempo que fuere.

3ª El pasagero deberá pagar el precio corriente en el pueblo los alimen-tos ó forrage que pidiere, y el ayuntamiento cuidará que ni los vendedores ni el mesonero suban notablemente el precio de estos artículos por sola necesidad que de ellos tiene el pasagero.

4ª Además deberá también éste dar dos reales al mesonero por cada koché que le diligencie, nada por un caballo ó bestia de carga, medio real por dos y un real por más, sea cual fuere su número.

5ª La diligencia del mesonero para conseguir coches y bestias de silla ó carga debe limitarse á concertarlos voluntariamente, sin que por pretesto alguno pueda obligarse á nadie á conducir koché ni dar bestias contra voluntad.

6ª Esta orden se fijará en las puertas del mesón para inteligencia de todos.13

La reglamentación del sistema de mesones significó, al mismo tiempo, el fortalecimiento de la seguridad de las mercancías transportadas. En la mayoría de los pueblos situados en las cercanías de los caminos importan-tes hubo interés por construir o fomentar un mesón, en la medida que éstos contribuían con el desarrollo de la comunidad.14 La criminalidad de los caminos y el salteamiento, por supuesto, no desaparecieron. La tras-cendencia de los mesones incidía según su ubicación y los servicios que podía ofrecer a los viajeros y transportistas.

13 “Ayuntamiento de Kantunil” (Mérida, 16 de mayo de 1821), CAIHY, Libro copiador de la correspondencia de los pueblos que componen el partido de Izamal, Acuerdos y correspondencia de partidos, Lib. 170, f. 109.14 Sobre la construcción de una casa para el descanso de los pasajeros, además del mesón puede verse “Información del ayuntamiento de Ichmul, sobre el estado de policía que guardan los pueblos de este partido” (Ichmul, enero 25 de 1841), Archivo General del Estado de Yucatán (en adelante AGEY), Poder Ejecutivo, Gobernación, vol. 5, exp. 128.

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Criminalidad y salteamiento en YucatánEl bandidaje social está definido por hombres que, orillados al robo por

el régimen en el poder, demandaban un mejor nivel de vida y, a menudo, también reclamaban tierras; constituye una forma de respuesta ante la situación económica y pretenden, a través de la venganza contra el rico y los opresores, transgredir el orden social establecido. En cambio, el ban-didaje asocial sólo busca su bienestar y vivir mejor, sin mayor interés por las masas.15

En un clásico libro Eric Hobsbawm recalca que los bandoleros surgen en las economías rurales o de medio ambiente rural con una demanda de trabajo muy reducida o donde la pobreza es un síntoma constante que evita el empleo de la población en proporciones importantes.16 Así, en Yu-catán, los bandoleros o salteadores surgieron desde los primeros tiempos del dominio hispano como una respuesta a las escasas oportunidades que el Estado ofrecía a las necesidades de la población. Es decir, con la falta de ventajas del reducido mercado de trabajo o debido a la marginación por la pertenencia a determinado estrato social, el régimen contribuyó a fomentar la asociación delictuosa de los individuos. La criminalidad, ob-via decirla, no se define exclusivamente por estas causas. Igualmente nace en hombres que por su propia naturaleza prefieren recurrir a los hechos violentos para fincarse un porvenir.

Los registros de que Yucatán gozaba de relativa tranquilidad en la pri-mera mitad del siglo XIX se transformaron, convirtiendo a la región en un clima menos favorable para la sociedad y más complejo para las auto-ridades tardías.17 La criminalidad definida por delitos poco graves, poco a poco empezó a diluirse, apareciendo una violencia que afectó a todos los niveles de la sociedad. Los tiempos de las injurias reales, conflictos domésticos, lesiones, persecución de vagos y juegos prohibidos, se trans-formaron en los tiempos de los asesinos, ladrones y los delitos mayores. Esta afirmación tampoco niega la existencia de una delincuencia agravante sino que la repetición de estas actividades se mantenía en los términos de la normatividad.

15 Hobsbawm, 1983, p. 15; Esparza Jiménez, 2002.16 Hobsbawm, 2001: 47. Solares Robles (1999: 107, 110) apunta en la misma direc-ción para definir las causas de la delincuencia de los caminos.17 Desde 1875 la prensa meridana advertía sobre la necesidad de renovar el cuerpo de vigilancia de la ciudad debido a la creciente violencia y la proliferación de ladrones (La Revista de Mérida, 2 de septiembre de 1877, 3).

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Los bandoleros aparecieron en Yucatán en las primeras décadas del si-glo XIX en las inmediaciones de las ciudades y pueblos importantes, me-rodeando los caminos escasamente vigilados por las milicias locales. Los caminos cercanos a las ciudades de Mérida y Campeche representaban los más atractivos para los salteadores en virtud de que ahí solían encontrarse con relativa frecuencia una mayor cantidad tanto de viajeros como de mercancías destinadas al abasto urbano. La notoria peligrosidad en los caminos facultó la formación de patrullas de vigilancia, pues desde 1822 había numerosos ladrones en sus colindancias.

Como sucedía en Jalisco, la mayoría de los salteadores precedía de ex-tractos socioeconómico bajos, con niveles de alfabetismo nulo y por lo general tenía poco más o menos treinta años. En los expedientes penales se puede advertir, asimismo, que solía tener antecedentes penales y en la más de las veces no tenía una banda de ladrones organizada ni durade-ra.18 Las gavillas de salteadores estaban formadas por veteranos, aunque también figuraban jóvenes, todos expertos en montar caballo y manejar armas. En las correrías era imprescindible poseer gran habilidad para no ser sorprendido por las tropas. La mayoría eran solteros o viudos, así que podían permanecer durante mucho tiempo en los montes y caminos sin la preocupación de la familia. Debido a que también muchos vivían al mar-gen de sus pueblos, con estrechos vínculos de sangre, igualmente recibían ayuda de los vecinos, aunque también solían alejarse de ellos por enemis-tades o por la fuerza pública.19 De la misma manera se identifica con un pasado dedicado al vagabundeo, sin vínculos con una propiedad o una mujer que enraizara en un lugar determinado. Así, los bandoleros también pertenecían al grupo de jornaleros, sirvientes o peones.20 No obstante, un importante grupo de bandoleros solían ser de desertores de las tropas.21

Las gavillas de salteadores, reunidos en grupos de hasta veinte o más integrantes, armadas con carabinas y machetes o cualquier instrumento

18 Taylor, 1990: 188-189.19 Esparza Jiménez, 2002.20 Taylor, 1990: 189.21 “información sumaria seguida en Izamal al soldado desertor Pascual Bailón Puerto, por desertor, asesino y salteador reincidente de caminos”, AGEY, Justicia, Penal, vol. 10, exp. 16; (“Sumaria promovida por el cabo José Basulto contra Nolverto Canul y Mar-cos Santos por salteadores de caminos”, AGEY, Justicia, penal, vol. 3, exp. 28; “Causa seguida contra Sebastián Gómez, Sinforiano Aguilar y otras personas por asaltantes de caminos”, AGEY, Justicia, Penal, vol. 16, exp. 13.

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que sirviera como arma de asalto, como piedras,22 a menudo se refugiaban en las cercanías de las ciudades o pueblos en espera de noticias de viaje-ros o de las cargas de los comerciantes que transportaban sus mercancías de pueblo en pueblo. En una época cuando la comunicación oral tenía una destacada importancia, la gente tenía conocimiento de cuándo lle-gaban viajeros. No obstante, también los rumores constituían una parte significativa de la comunicación y, por ende, tampoco podía confiarse de semejantes informaciones. Ante situaciones de este tipo, los salteadores de cuando en cuando se aventuraban a transitar los caminos principales, pues los viajeros en raras ocasiones solían apartarse de estos ramales por lo pe-ligroso que podría representar para su seguridad. Los camino secundarios carecían de la más mínima vigilancia y el encuentro con salteadores podía ser frecuente, amén de la ausencia de posadas fuera de la ruta principal.23 Las posadas o mesones constituían el único espacio de resguardo y seguri-dad que podía cobijar a un viajero en su tránsito.

Las fronteras cercanas a Mérida no eran las únicas preocupaciones po-licíacas ya que en los parajes cercanos de algunos pueblos, los bandoleros también habían establecido importantes baluartes de ataque. Los lugares predilectos para los salteadores solían ser caminos solitarios, mal protegi-dos que facilitaban así su labor. Esta es una característica del bandidaje: atacar en los lugares mal protegidos, caminos de difícil tránsito, lugares alejados del centro de autoridad y ataques en pequeñas bandadas.24 Las ru-tas de caminos que comunicaban con Mérida solían ser muy acosadas por los numerosas partidas de ladrones: en el norte, donde “los ladrones que actualmente infestan los caminos, según los repetidos casos que se denun-cian” están al cabo del barrio de Santa Ana y en los caminos de Itzimná, la hacienda Xuxa y del pueblo de Conkal, en el oeste en las proximidades de los pueblos de Nolo, Tixkokob, Motul y Cacalchén, en el sur en las cercanías del pueblo de Umán y en el oeste en los caminos de los pueblos de Caucel y Hunucmá.

En la primera mitad del siglo XIX, la proliferación de asaltos en los caminos aledaños a la ciudad fue una esfera de inquietud gubernamental.

22 Sobre las armas utilizadas por los bandoleros michoacanos del siglo XIX, puede con-sultarse Solares Robles, 1999: 213.23 E. Serrano Martín, “Rutas, caminos y estafetas postales en Aragón en los siglos XVI-XVIII”, en http://fyl.unizar.es/ATLAS_HA/60-69/69.html24 Esparza Jiménez, 2002.

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El ayuntamiento meridano asumía las dificultades de controlar a los mal-hechores que merodeaban la ciudad principalmente porque no contaban con una tropa regular encargada de su persecución. Los ladrones de cami-nos, por su parte, no solamente estaban dedicados al asalto de pasajeros y comerciantes sino también a la intercepción de la correspondencia. La operación de estos grupos solía desarrollarse con un amplio margen de libertad. La relativa facilidad para evadir las persecuciones de la tropa per-mitió que algunos grupos amenazaran a los viajeros durante varios años. Una de las mayores ventajas de los salteadores era su profundo conoci-miento de la geografía local porque, a menudo, los miembros de la gavilla eran vecinos de las regiones vecinas y, por lo tanto, aprovechaban su ex-periencia cotidiana para granjearse el auxilio de la naturaleza. Las cuevas ocultas o semiocultas, los frondosos montes y las veredas desconocidas juraron un papel fundamental para que sus movimientos fueran difíciles de localizar.25

El desarrollo alcanzado por los salteadores en determinadas áreas se explica, así, por su conocimiento de los montes, facilitando el ataque por sorpresa y la huida, condición clave para su seguridad.26 Las guaridas de los bandoleros generalmente se ubicaban en las áreas menos accesibles para las tropas que a menudo sólo patrullaban algunas veredas. La frondosa y exube-rante vegetación de los bosques cercanos constituía el espacio favorable para sus acechanzas y los propios caminos brindaban condiciones asequibles para aguardar a los viajeros.

Solares Robles destaca sobre la importancia del conocimiento de la geografía para el desempeño del bandolero:

El bandolero rural tenía a su disposición en cambio, el campo abierto, los senderos y las poblaciones generalmente alejadas unas de otras, donde había una escasa si no es que nula vigilancia policial y muchos viajeros por necesidades personales y de negocios o por deseos de aventura cruzaban

25 No obstante, en 1825, Nolberto Canul y socios fueron aprehendidos en una cueva cercana a los montes y caminos de Conkal donde atacaban a los viajeros (“Sumaria pro-movida por el cabo José Basulto contra Nolverto Canul y Marcos Santos por salteadores de caminos”, AGEY, Justicia, Penal, vol. 3, exp. 28).26 “Causa criminal contra Juan Navarro y otros por robo y lesiones a José María Poot en el camino de Kinchil”, AGEY, Justicia, penal, vol. 2, exp. 18). Hobsbawm explica como el monte constituye un espacio de refugio importante para los bandoleros (1983: 301); J. A. Salas Auséns, “Conflictos del siglo XVI: alteración social y bandolerismo”, en http://fyl.unizar.es/ATLAS_HA/70-79/79.html

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inermes los caminos que atravesaban la República. Este delincuente tenía a su favor los recodos del camino, los desniveles del mismo, el carácter pedregoso del suelo, la lluvia y el lodo, que dificultaban el avance de las carretas o diligencias y la oscuridad de la noche, la tupida maleza o la espe-sura del bosque para ocultarse. De cierta manera, las condiciones naturales del país favorecieron el florecimiento del bandolerismo rural.27

Por estos motivos, pocas veces las persecuciones lograban culminar con éxito,28 además de que en muchas ocasiones también contaban con el so-corro de los habitantes de los pueblos que, al no verse afectados por las ac-tividades de los salteadores, los ocultaban, obstaculizando su aprehensión.

Ante esta situación, la vigilancia estrecha de los caminos no resultaba gratificante para las autoridades porque además, por lo general, la pre-sencia de los grupos de vigilancia se identificaba de inmediato sea por los vecinos o por los mismos salteadores. Por supuesto, los potenciales ataques en las regiones cercanas se limitaban, hasta percibir señales de que los estrechos caminos de herradura y veredas de escape garantizaban la se-guridad de sus movimientos. No obstante, también hubo ocasiones que a pesar de la vigilancia se llevaba a cabo el ataque debido a que por los cami-nos había la oportunidad de conseguir un botín de cuantiosas ganancias. Los registros de algunas escaramuzas con la milicia son testigos de que la recompensa bien valía la pena enfrentar a las tropas, con la salvedad de que también existía la posibilidad de lograr eludirlos antes de presentarles batalla. Por este motivo la junta municipal del pueblo de Nolo ordenó la for-mación de fajinas de vecinos para desmontar dos mecates por ambos lados de los caminos29 y ordenar la limpieza de los caminos cercanos.30 La misma resolución empleó la junta de Tixkokob puesto que en las inmediaciones de Multuncuc solía concentrarse un grupo de bandoleros.31

27 Solares Robles, 1999: 189.28 Véase, por ejemplo, “Sumaria instruida a instancias del alcalde de Tixkokob contra Felipe Caamal acusado de salteador de caminos”, AGEY, Justicia, Penal, vol. 3, exp. 12.29 CAIHY (27 de abril de 1827), Actas de cabildo de Mérida, Lib. 21, ff. 61-61v.30 “Información del ayuntamiento de Ichmul, sobre el estado de policía que guardan los pueblos de este partido” (Ichmul, enero 25 de 1841), AGEY, Poder Ejecutivo, Go-bernación, vol. 5, exp. 128.31 CAIHY (16 de mayo de 1827), Actas de cabildo de Mérida, Lib. 21, ff. 72-72v.

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Además, se dictaron numerosas leyes para la apertura y compostura de los caminos.32 Las medidas preventivas no solucionaron el problema ni disminuyeron el número de gavillas que circulaban los caminos cer-canos a la capital. Lejos de restringirlos, con el paso de los años y ante el fracaso de las medidas implementadas para combatirlos, los malhechores adquirieron mayor fuerza. La inseguridad en los caminos era grande ante el riesgo que suponían los frecuentes ataques por sorpresa de las cuadrillas de delincuentes que habían hecho del robo su modo de vida.

La persecución de los salteadores de caminosLos caminos del México decimonónico solían estar plagados de gavi-

llas de ladrones y en cada región hubo una lucha sin cuartel para impedir su florecimiento.33 La persecución de la vagancia fomentada a principios de 1822 y la aparición de asaltantes cada vez más peligrosos contribuyó esgrimir una política fundada en la retribución de recompensas, aplicadas al fondo de propios de la ciudad, por la captura de los vagos y de los cri-minales. Por la aprehensión de cada delincuente se destinaron una grati-ficación de seis pesos, aunque la cabeza de Cirilo Domínguez fue tasada en cien pesos.34 La figura de este célebre asesino y salteador apareció a mediados de 1823 y de inmediato despertó la angustia en los habitantes de Mérida debido a los “grabísimos los perjuicios que [...] está causando al estado con sus robos y acesinatos y demás males que diariamente hace en los caminos, principalmente en los contornos de esta ciudad“.35 Las autoridades, mientras tanto, remitieron las circulares conducentes a su captura a las cabeceras de partido y a los ayuntamientos del distrito, poco

32 Se ordenaba, por ejemplo, que cada pueblo construyera o reparara los caminos del término de su jurisdicción. Los caminos deberían tener al menos diez varas de ancho (“Decreto del gobernador C. Tiburcio López Constante sobre la construcción y repa-ración de caminos carreteros”, [Mérida, 6 de abril de 1827], AGEY, Poder Ejecutivo, Decretos y Leyes, vol. 1, exp. 6). Véanse también AGEY, Poder Ejecutivo, Decretos y Leyes, vol. 1, exp. 3, “Decreto del Congreso General sobre la apertura y mejora de los ca-minos de la República” (México, octubre 9 de 1826); AGEY, Poder Ejecutivo, Decretos y Leyes, vol. 1, exp. 24, “Decreto del gobernador C. José Tiburcio López Constante sobre la construcción y reparación de caminos carreteros” (Mérida, abril 6 de 1827); AGEY, Poder Ejecutivo, Decretos y Leyes, vol. 1, exp. 25, “Decretos del Congreso del Estado del 19 de septiembre al 1° de diciembre de 1828” (Mérida, octubre 18 de 1828); AGEY, Poder Ejecutivo, Decretos y Leyes, vol. 1, exp. 42, “Sobre la apertura y reparación de los caminos carreteros” (Mérida, octubre 22 de 1828).33 González y González destaca la enorme cantidad de bandoleros que asolaban las tierras de México (1974); Solares Robles, 1999a; Vanderwood, 1984.34 CAIHY (2 de septiembre de 1823), Actas de cabildo de Mérida, Lib. 18, f. 97.35 CAIHY (12 de septiembre de 1823), Actas de cabildo de Mérida, Lib. 18, f. 101.

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tiempo después entregado en la cárcel pública de Mérida. Domínguez fue ejecutado el 5 de febrero de 1824.36

La ejecución de los delincuentes más buscados por la justicia solía ser

una sentencia realizada públicamente en las instalaciones del campo “Mar-te” con el propósito de imponer un modelo de justicia, incapaz de tolerar las infracciones del orden y para en su función pedagógica exhibiera que el quimérico criminal se castigaba con la pena capital, aunque ésta no siempre solía aplicarse.37 La imposición de penas de esta naturaleza tam-poco redujo la criminalidad y en los siguientes años fueron ejecutadas un número importante de salteadores.38 Es preciso enfatizar que no todos los bandoleros fueron condenados a muerte por sus delitos sino que algunos, por no ser considerados de alta peligrosidad, fueron transferidos al servicio de la marina durante el tiempo de su condena.39

La comarca meridana fue por excelencia el espacio de actividad prefe-rencial de los salteadores de caminos por los muchos carros que circulaban en sus inmediaciones: asolaron a sus habitantes y las hostilidades iban

36 Cirilo Domínguez fue entregado a las autoridades el 7 de septiembre por Manuel Parrao, Joaquín Marentes y Antonio Centurión (CAIHY, Actas de cabildo de Mérida [7 y 10 de octubre de 1823], Lib. 18, ff. 115, 117v). La ejecución de Domínguez se realizó el 5 de febrero de 1824 a las diez de la mañana y su cabeza, afianzada en una jaula, fue colocada en el mismo lugar donde asesinó a un tal Romualdo Valle (CAIHY [3 y 12 de febrero de 1824], Actas de cabildo de Mérida, núm. 19, ff. 27v-28, 34v).37 Por ejemplo, el salteador Vicente Balam, soltero, de 23 años de edad, playero de oficio, fue sentenciado a la pena capital en 1839 por haber “ofendido enormemente a la sociedad situándose en un camino público para invadir las propiedades y vida de los transeúntes”, aunque después de los alegatos de su abogado su pena su cambiada por cuatro años de presidio en el castillo de San Juan de Ulúa (“Causa seguida contra Vicente Balam, natural del pueblo de Conkal y vecino del barrio de Santa Ana, por salteador de caminos”, AGEY, Justicia, Penal, vol. 19, exp. 1). La pena capital fue abolida el 15 de marzo de 1870.38 Los salteadores Sinforiano Aguilar, Luis Ramón Ávila, Gregorio Estevez, Luis Ruiz y Pascual Tejero, fueron sentenciado a la pena capital el 21 de septiembre de 1840 (“Confirmación de la sentencia pronunciada por el Juzgado de Primera Instancia de Mérida que dicta la pena capital para Ramón Ávila y otras personas por el homicidio de fray Laureano Loría, guardián del convento de la Mejorada”, AGEY, Justicia, Penal, vol. 21, exp. 20). Aun cuando también fueron sentenciado a muerte los bandoleros Pascual Bailón Puerto, Pedro Tun y Martín Chí, Mónico Aguilar falleció du-rante el proceso, éstos se fugaron de su prisión. Finalmente, recapturados, Bailón fue sentenciado a muerte el 17 de agosto de 1842 (“Causa instruida contra Mónico Aguilar y otras personas por robo en despoblado”, AGEY, Justicia, Penal. Vol. 24, exp. 17). Véase también CAIHY (11 de julio y 12 de agosto de 1826), Actas de cabildo de Mérida, núm. 20, ff. 114v, 127v; CAIHY (4 de septiembre de 1827), Actas de cabildo de Mérida, Lib. 21, ff. 122v-123; CAIHY (28 de abril, 5 de mayo y 12 de septiembre de 1834), Actas de cabildo de Mérida, Lib. 25, f. 60v, 64, 132.39 “Decreto del Congreso sobre el enganchamiento de hombres para el ejército y marina” (julio 5 de 1828), AGEY, Poder Ejecutivo, Decretos y Leyes, vol. 1, exp. 3.

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dirigidas a los atracos, saqueos y asesinatos, abundando enfrentamientos con los milicianos que los perseguían. Los casos de abigeo también solían ser frecuentes.40 En 1822 la gravedad de la situación obligó al ayuntamiento de Mérida ordenar a los alcaldes auxiliares del barrio de Santa Ana, y de los pueblos de Itzimná y Chuburná la formación y envío de patrullas de vigi-lancia nocturna.41

No obstante, en 1826 el cabildo reconoció los nulos resultados de esta práctica pues los robos habían aumentado en los caminos de Mérida a Umán y Tixkokob, donde había “partidas de malhechores que asaltan á los pasageros y aun interceptan la correspondencia, como ha acaecido recientemente”.42 Las patrullas de ciudadanos armados formadas para la vigilancia caminera no siempre fueron muy efectivas y en los años siguien-tes la milicia local se incorporó en esta tarea.43 El robo de las cajas de correspondencia fue un problema que perturbó a las autoridades y para evitar potenciales zozobras en los caminos, desde 1824 las autoridades destinaron sesenta hombres para custodiar el correo de Mérida, treinta se encargaron de la correspondencia de Campeche y doce fueron reservados al servicio de Valladolid y de Hunucmá.44 Para estimular la captura de los ladrones, el 18 de junio de 1825, el gobernador expidió un decreto aumentando las recompensas a diez pesos y un año más tarde las patrullas de la tropa militar se inmiscuyeron en la aprehensión de criminales debi-do a “las partidas de salteadores que roban y ofenden á los viageros en las

40 Un análisis detallado de las gavillas dedicadas al abigeato puede verse en González de Lama, 1989.41 CAIHY (29 de octubre de 1822), Actas de cabildo de Mérida, Lib. 17, ff. 118-118v.42 CAIHY (23 de octubre de 1822), Decretos del Congreso del Estado y del Ayuntamiento, Lib. 135, ff. 22-22v. El robo de las cajas de correspondencia solía ser una actividad muy frecuente en el camino situado entre Motul y Cacalchén (CAIHY [21 de octubre de 1822], Decretos del Congre-so del Estado y del Ayuntamiento, Lib. 135, f. 180v.43 Sobre contingentes de hombres armados destinados a explorar los caminos y los montes véase CAIHY (23 de octubre de 1822), Decretos del Congreso del Estado y del Ayuntamiento, Lib. 135, f. 181v.44 Desde la época colonial, el robo de los cajones de correo había sido muy frecuente, por ejem-plo, véase AHAY (Mérida, 7 de octubre de 1785), Oficios y Decretos, vol. 4; AHAY (Mérida, 15 de noviembre de 1785), Oficios y Decretos, vol. 4. Por esta razón, a partir de 1823 una compañía de hidalgos de Mérida auxilió en la conducción de correos (CAIHY [noviembre 17 de 1823], Actas de cabildo de Mérida, Lib.18, f. 131v). Los conductores de la estafeta, en retribución de su ejercicio fueron exentos de la contribución patriótica y gozaron de viáticos (CAIHY, Libro copia-dor de acuerdos del Augusto Congreso Constituyente de Mérida [Mérida, marzo 11 de 1824], ff. 23-23v). Véase también (marzo 26 de 1824), Actas de cabildo de Mérida, Lib. 19, f. 65v. Véase tam-bién la decisión de la autoridad política para impedir los muchos asaltos que sufre la correspondencia (“Correspondencia del gobernador don Tiburcio López Constante contra el comandante de las Armas del distrito de Mérida” [Mérida, 14 de noviembre de 1828], AGEY, Poder Ejecutivo, Correspondencia Oficial, vol. 1, exp. 17).

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inmediaciones de esta ciudad.”45 La aprehensión de los bandidos Crescencio Canul, Policarpo Navarro, Francisco Ortiz y otros salteadores selló el rece-so de una época dominada por los bandoleros.46 Aun cuando se reconocía, hacia 1828, la reiterada presencia de salteadores de caminos.47 Entre 1827-1834 el número de ladrones capturados aumentó, aunque esto no implicó necesariamente su desaparición del escenario criminal. El 6 de diciembre de 1834 el ayuntamiento meridano decidió suspender las recompensas por los bandoleros debido a la escasez de fondos del erario público.48

Así, los crímenes camineros no mermaron pues la misma autoridad tam-bién reconocía el alto número de desertores del ejército involucrados en el bandolerismo.49 A mediados de 1833, la situación continuaba siendo simi-lar pues en ese tiempo una cuadrilla de veinte bandidos o salteadores em-pezó a merodear por Mérida y sus inmediaciones, trayendo la consiguien-te consternación de los habitantes pacíficos, y para perseguirlos hubo que sacar patrullas dobles en todas direcciones, redoblar la vigilancia y hacer servicio de ronda, en todo lo cual sirvió acuciosamente la milicia local.50

De tal manera que, ante la crítica situación, las autoridades de los pue-blos exigían una pronta atención del problema de los salteadores. El su-brefecto de Ticul, ante una serie de asesinados de parte de los salteadores, escribía en septiembre de 1837. El único medio que hay para remediar estos males, que ya son tan frecuentes en estos pueblos, es el que sean juzgados con prontitud los reos. Y si son condenados á pena capital como creo, deben ser ejecutados en los lugares de su vecindario, pues poniendo

45 El bando fue publicado el 10 de agosto del mismo año. Véase CAIHY (8 de agosto de 1826), Actas de cabildo de Mérida, Lib. 20, f. 125v; (19 de agosto de 1826), Decretos del Congreso del Estado y del Ayuntamiento, Lib. 135, ff. 22-22v. La orden también fue decretada en Campeche (5 de agosto de 1826), ff. 135-135v; (22 de agosto de 1826), f. 140.46 Véase CAIHY (4 de septiembre de 1827), Actas de cabildo de Mérida, Lib. 21, ff. 122v-123; (11 de septiembre de 1827), ff. 127-127v; (11 de abril de 1834), f. 56; (28 de abril de 1834), Lib. 25, f. 60v; (5 de mayo de 1834), f. 64.47 “Correspondencia del ayuntamiento de Campeche con el gobernador del estado” (Campeche, 12 de agosto de 1828), AGEY, Poder Ejecutivo, vol. 1, exp. 19.48 CAIHY (6 de diciembre de 1834), Actas de cabildo de Mérida, Lib. 25, f. 166. La solicitud había sido girada unos meses antes por un regidor (CAIHY [12 de septiembre de 1834], Actas de cabildo de Mérida, Lib. 25, f. 132).49 CAIHY (29 de mayo de 1827), Actas de cabildo de Mérida, Lib. 21, f. 80. Como menciona el mismo Hobsbawm, los soldados, desertores y ex militares constituyen por excelencia una parte significativa de los marginados dedicados al salteamiento (2001: 49). Véase también Solares Robles, 1999: 218.50 Molina Solís, I, Cap. VII, p. 111.

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ante su vista el terror saludable de una ejecución de justicia, quedarán conmovidos por algún tiempo y frenados estos delitos. Más si como hasta ahora son ejecutados en la capital ó Campeche, no causarán la impresión necesaria por no tenerse en estas ciudades el conocimiento esacto del cri-men ni las relaciones de familias y amistad que contribuyen á hacer ruido-sos estos ejemplares.51

51 “Correspondencia del prefecto del distrito de Mérida con el gobernador del depar-tamento” (Mérida, 29 de septiembre de 1837), AGEY, Correspondencia Oficial, vol. 6, exp. 14.

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Seberiano GómezUna familia de salteadores en la encrucijada de los caminos meri-

danosSe tienen noticias que el célebre salteador Seberiano Gómez nació en

el barrio de Santa Ana, en la ciudad de Mérida, alrededor del año 1800. Como la mayoría de los jóvenes, desde temprana edad, se dedicó a las labores del campo ayudando a sus padres, aunque posteriormente se con-sagró a trabajos de carpintería. Su larga trayectoria como salteador inició hacia 1820, en los caminos que circundaban Mérida. Aprehendido fue destinado durante seis años al Batallón Galeana, en la ciudad de Mérida. No obstante, debido su poca afinidad por la carrera de las armas desertó en cinco ocasiones distintas. Hacia 1824 comenzó sus nuevas incursiones y, en los años siguientes, asoló las veredas y caminos en espera de los tran-seúntes. A mediados de la década de 1830 integró, junto al célebre ladrón José Zacarías Dzib (a) Chito Dzib (también desertor del Batallón Galea-na), una gavilla conformada por su primo Sinforiano Aguilar, Cornelio Cocom, Fermín Chacón, Esteban Kú y José Encarnación García.

Desde principios de marzo de 1835, el grupo des bandoleros cometió diversos asaltos en los caminos de las cercanías de los barrios meridanos de Santiago y Santa Ana, despertando la animosidad de los vecinos. Los caminos de Umán, de la hacienda Xoclán o de la hacienda Chalmuch constituían rutas difíciles de transitar para los viajeros y comerciantes de-bido a su presencia. Esta gavilla solían realizar sus actividades ocultados en los montes cercanos, armados con machetes, piedras y fusiles, esperando a los viajeros desprevenidos. No obstante, en una madrugada de mayo de 1835 la gavilla asaltó, para su desgracia, a un sobrino del alcalde 2° de Mérida, C. Basilio Ramírez, lo que suscitó que éste enviara una circular a las autoridades de los barrios y pueblos cercanos para su captura.

La persecución se concentró en Dzib y Gómez pues eran sujetos consi-derados de mucha peligrosidad. Las autoridades tenían siete años tratando de capturar a Gómez.

El 23 de agosto, mientras Gómez estaba en una casa del barrio de Santa Ana los auxiliares del barrio (Felipe Zapata, Seferino Cambranes y Gregorio Aguilar) pretendieron aprehenderlo y aunque logró fugarse, finalmente fue capturado en el barrio de la Mejorada. Dzib fue detenido, en la tarde del día siguiente, en el barrio de Santiago.

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Desde las detenciones, asumían las autoridades “caminan libremente los pasageros y ya no se oían robos por los caminos”. Dzib fue sentenciado a ocho años en presidio, pero Gómez huyó el 8 de abril de 1836. En los días siguientes, fue reconocido como unos de los cuatro ladrones que asal-taron a varios individuos en los caminos de Cholul y Conkal. Todavía al año siguiente, a pesar de que se habían enviado sendas circulares a las au-toridades de los partidos para su pronta captura, Gómez continuaba rea-lizando, junto con José Couoh, Antonio Dzib y José Encarnación García, atracos en el cabo de la ciudad, cerca del pueblo de Chuburná. En 1838 comandó su última partida como saltador en unión de su primo Sinforia-no Aguilar y su sobrino Mónico Aguilar, acosando los caminos públicos. Aun cuando sus cómplices fueron aprehendidos en septiembre, él logró huir momentáneamente. A finales del año fue capturado y condenado al presidio de San Juan de Ulúa.

El 31 de julio de 1840 hubo noticias de su fuga y de su presencia en el estado. Las autoridades tomaron acciones inmediatas preocupadas ya “que los habitantes de esta capital se hall[a]n en movimiento y sobresalto, de que proviene perjuicio a la causa pública”, solicitando a los auxiliares de Santa Ana, Itzimná, Chuburná, Caucel, Ucú, Santiago, San Sebastián, San Cristóbal, Kanasín y Mejorada iniciaron rondas por sus jurisdiccio-nes con el propósito de capturarlo. La cruzada en su contra lo obligó a esconderse en cuevas, en los montes cercanos o en los caminos situados en las rutas de Sambulá, de la hacienda Amé o de la hacienda Chacsinkín. Gómez fue visto por última vez al mediodía del día 10 de septiembre en las cercanías de la hacienda Amé, saliendo de una vereda que atravesaba el camino carretero. Después de una trayectoria criminal de veinte años el hombre que en una época fuera temido, desapareció del escenario crimi-nal y de los caminos cercanos a Mérida. Nunca más hubo noticias acerca de su paradero.

Sinforiano AguilarNació en el barrio meridano de Santa Ana hacia 1815. En su juventud

aprendió, como su primo Seberiano, el arte de la carpintería, pero la aban-donó para incursionar en la milicia y, más tarde, desertó de su compañía para iniciar una carrera de salteador. Fue el menos famoso de la dinastía familiar, a la sombra de su famoso primo Seberiano Gómez y de su sobri-no Mónico Aguilar. A pesar de forjar su trayectoria criminal en los prime-ros años de la década de 1830 su identidad era desconocida, pero después de cometer varios atracos en los caminos cercanos al pueblo de Chuburná

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y del barrio de Santa Ana, las autoridades sólo consiguieron identificarlo después de escapar. Una compañía a cargo del alcalde auxiliar del barrio, para proceder a la captura de los salteadores que operaban en tales rutas, lo reconoció como uno de los autores de los crímenes ocurridos.

En los años siguientes Sinforiano se unió a la gavilla de ladrones li-derada por su primo Seberiano Gómez y José Zacarías Dzib (a) Chito Dzib. En esa época asolaron los caminos cercanos a varias haciendas y en los cabos de los barrios de Santa Ana y Santiago, causando preocupación en los habitantes. En mayo de 1835, aun cuando se inició la enconada persecución de la gavilla, en unión con Gómez asaltó a varias personas en el camino de Chuburná. Poco tiempo después, al ser descubierto en casa de unos parientes fue herido por uno de los auxiliares que lo perseguía y, pese a estar desangrándose, logró escabullirse incluso cuando lo habían aprehendido, gracias a la intervención de su madre y de su hermana. El 7 de septiembre de 1837 después de asaltar con varios compañeros a unos transeúntes en el camino de Chuburná, fue perseguido por una compa-ñía a cargo del auxiliar del barrio de Santa Ana, C. Felipe Zapata, pero soslayándola se refugió en el solar de un tal Marcos Dzib. No obstante, sus esfuerzos por escapar de la justicia fueron inútiles pues a fines de este año fue capturado junto a José Encarnación García. En febrero de 1838, después de un largo proceso judicial, fue condenado por el tiempo sufrido en prisión y liberado.

Con la desintegración de la gavilla, nuevamente se reunió con Gómez para continuar sus actividades, involucrando a su joven pariente Mónico Aguilar. Sin lugar a ninguna duda, ambos primos contribuyeron a la for-mación de uno de los salteadores de caminos más peligrosos que había existido en la región. Sus incursiones en los caminos, desde mediados de 1838, se interrumpieron por un tiempo debido a que el 8 de septiembre fue capturado por una patrulla comandada por Francisco Alpizar, en el cabo de la hacienda Chenkú, junto con su sobrino, mientras que Gómez escapaba internándose en el monte. Días más tarde, las autoridades recelo-sas, por falta de pruebas, no tuvieron más remedio que liberarlos.

La vida criminal de Sinforiano Aguilar culminó después de ser apre-hendido por un asalto cometido el 16 de julio de 1840 y el asesinato de un fraile en el Convento de la Mejorada en julio de 1840. Condenado a la pena capital en el Campo “Marte” en septiembre del mismo año

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José Mónico AguilarLa vida de este célebre salteador de caminos fue como su muerte, fugaz

y repentina. Nació en el barrio de Santa Ana, en la ciudad de Mérida, el 4 de mayo de 1824. Hijo de una familia de labradores, desde niño sufrió las zozobras de la pobreza por lo que, además de ayudar a su padre en los trabajos de la milpa, a temprana edad tuvo la necesidad de realizar otra ac-tividad que les permitiera una vida más cómoda. Desde muy joven ingresó como mozo-aprendiz del maestro Bernardino Beh en una panadería, pero en diciembre de 1840 en virtud de la partida de su mentor a Izamal quedó como encargado del negocio.

Desde la década de 1820 las correrías de los salteadores de caminos en las cercanías de Mérida constituían la principal preocupación de los habi-tantes de la ciudad. En este ambiente y su vivencia en un barrio famoso por sus altos índices de criminalidad y bandolerismo, cuna de ladrones y asesinos, rubricarían su futuro destino. No obstante, fue su ambiente familiar el que tuvo una decidida contribución en sus actividades ilícitas. Criado en el seno de una familia “con fama de ladrones”, la pronta la con-vivencia con sus tíos Sinforiano Aguilar y Seberiano Gómez, salteadores de caminos temidos por su peligrosidad y prófugos de la justicia, lo orilló a frecuentar un círculo de amistades mayor al de su edad. En los años ve-nideros solía formar parte de los tunantes que departían aguardiente en las noches, en las fiestas de los pueblos cercanos o de los barrios meridanos. Huelga decir que sus tíos desempeñaron un papel crucial en su incursión en la vida delictiva.

Cuando comenzó su carrera criminal en 1838, a los catorce años, alter-naba su trabajo en la panadería con sus constantes rondas en los desolados caminos cercanos a Mérida, a veces en compañía de sus tíos o en solitario. Después de cometer varios asaltos en los cabos de la ciudad, fue capturado junto con su tío Sinforiano en una tarde de principios de septiembre de 1838, decomisándoles dos escopetas, un machete y un cuchillo. Sin em-bargo, el 14 de septiembre la causa fue suspendida por falta de pruebas y liberados.

Su doble vida como panadero y salteador continuó sin cambio du-rante los siguientes dos años hasta el viernes 24 de enero de 1840, en el camino de Caucel a Mérida. En el punto conocido como Xbuktún, por-tando un sable, asaltó a dos mujeres que se dirigía a la fiesta del pueblo de

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Caucel, despojándolas de varios objetos personales. El desdén y la escasa precaución de Aguilar también fueron su condena pues, al día siguiente, mientras disfrutaba de una tuna en compañía de su tío Sinforiano y varios hombres, escuchando música y cantos, fue reconocido por las mujeres y delatado a las autoridades. A pesar de negar su participación, Aguilar también fue identificado por un tal Bernardino Matú, vecino de Conkal, porque en el mediodía del día 22 de enero en el camino de Conkal fue uno de las tres personas que lo interceptaron, robándole dinero y varios productos propiedad de su patrón; señalando a Aguilar como el autor de un machetazo que recibió. Por las acusaciones, el 9 de noviembre de 1840 Mónico Aguilar fue condenado dos años a obras públicas en la ciudad de Campeche. Después de escapar de prisión, a mediados de 1841, la aso-ciación criminal con su tío Sinforiano Aguilar había terminado, por una condena capital sufrida en septiembre de 1840.

Dedicado exclusivamente a los salteamientos, formó su propia cuadri-lla integrada por Luis Chan, Juan Tun e Isidro Coba cometiendo atracos en el Camino Real de Izamal. Aprehendido junto con sus compinches, fue confinado al presidio de la ciudad de Mérida en el verano del mismo año. No obstante, el 21 de julio de 1841 mientras se realizaban trabajos en obras públicas logró escabullirse junto con Pascual Baylón Puerto, otro célebre saltador, Pedro Tun y Martín Chí.

Inmediatamente de su fuga se dirigieron, liderados por Aguilar, a los caminos públicos con el propósito de continuar sus asaltos. Después de cometer varios delitos en el Camino Real de Conkal y en el camino a Tixpeual, se unieron a la gavilla Doroteo Morano y Faustino Miau trasla-dándose a los caminos cercanos a Nohpat, Cacalchén y, más tarde, al ca-mino Real de Izamal. Armados con piedras, garrotes, machetes y cuchillos habían despojado de sus pertenencias “á los descuidados caminantes, que no podían saber sus emboscadas y sorprendidos, asustados é indefensos tuvieron la fatal desgracia de caer en sus manos rapaces, crueles y sangui-narias”. Mónico Aguilar, a pesar de sus diecisiete años, y Pascual Baylón ya eran considerados individuos altamente peligrosos, “criminales famosos, temibles en la sociedad, malvados en fin de profesión, por hábito, por una propensión como inata y al parecer incorregible”.

Después de una persecución sin cuartel los criminales fueron captura-dos en el barrio meridano de Santiago, Baylón el 2 de agosto y Aguilar,

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Tun y Chí dos días después. En noviembre fraguaron su fuga auxiliados por uno de los custodios, aunque arrepentido denunció el plan de los re-clusos. Casi un año después de iniciado el proceso en su contra, en julio de 1842, Mónico Aguilar falleció por causas desconocidas en su calabozo. Al mes siguiente, el 17 de agosto, sus compañeros fueron sentenciados a la pena de muerte.

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Ramiro Leonel Arcila FloresNormas en la vida de las mujeresDurante el porfiriato, México entró en una gran espiral de desarrollo

económico y cambio social. Los sueños y aspiraciones del liberalismo de-cimonónico se realizaban bajo los auspicios de una burguesía que se veía como la clase social más moderna y que bajo su guía, el país obtendría su lugar en el conjunto de las naciones civilizadas. Las ciudades fueron el escenario de estos cambios, gracias a los nuevos centros industriales, al im-pulso del comercio, y a las mejoras en las comunicaciones y el crecimiento demográfico.1

Sin embargo, no todos las estructuras sociales se transformaron. Los sistemas normativos no cambiaron radicalmente, y en muchos casos, sólo se adecuaron a las circunstancias. En particular, los valores propios de la moral pública mantuvieron su sentido esencial, el de la religión católica, aunque interpretados desde la óptica liberal. Concretamente, esta situa-ción se percibe en las normas y valores que reglamentaban la vida de las mujeres y las relaciones de género, enmarcados en lo que se ha denomina-do deber ser femenino.

En Mérida, estos cambios estuvieron enmarcados por el auge heneque-nero. La burguesía pudo realizar sus ideales de bienestar y progreso al con-trolar los principales centros del poder político, ideológico, y sobre todo, económico. El oro verde posibilitó la gran transformación urbana basada en la visión burguesa de Mérida: una ciudad limpia, decente, comunicada y progresista. Siendo Mérida la sede del gobierno económico y político de la región, la burguesía la convirtió en una ciudad moderna, aumentan-do las obras públicas y buscando renovar la moralidad de sus habitantes. Estas acciones le proporcionaron a Mérida las cualidades de las ciudades civilizadas, activas y progresistas, pero sin sus bullicios, plena de paz social y con un próspero desarrollo.2

La imagen que la burguesía quería conferir a Mérida era análogo al reflejo social que eran sus damas: el ejemplo a seguir para las mujeres de todas las clases sociales, una idea presente en todo el país.3 Pero estas mis-mas transformaciones exigieron a las mujeres una mayor participación en

1 Ramos, 1992: 144-145.2 Zayas, II, 1988: 218-219.3 Ramos, 1992: 153.

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los diversos ámbitos socioeconómicos, poniendo en contradicción al deber ser femenino; y a veces, limitando las posibilidades de cumplirlo, según exi-gía la moral pública. Al ser rebasado el deber ser femenino, el derecho civil debió garantizar ciertos derechos y solucionar los conflictos derivados de las contradicciones entre ambos sistemas normativos.

El juicio que María Concepción Mena sostuvo para conservar la patria potestad de sus hijos ejemplifica este tipo de conflictos con agudeza. Su estudio deja al descubierto las situaciones que las meridanas de inicios del siglo XX tuvieron que afrontar. Este caso hace patente en cada una de sus fojas cómo el deber ser femenino podía ser confrontado por las leyes civiles, aun a pesar de las exigencias de la moral pública. Estas leyes soste-nían una normatividad que avalaba al deber ser femenino y castigaba a los trasgresores. Pero si era necesario, podía oponérsele, muy especialmente en la defensa de la propiedad, que era uno de los valores liberales más importantes.

Para lograr una mejor comprensión, el presente ensayo está dividido en tres partes: el primero expondrá las principales características de los siste-mas normativos, morales y legales, que este asunto puso en liza. El segun-do es la exposición del juicio civil que interpuso Miguel Mendoza Negrón contra María Concepción Mena; y el tercero, está integrado por una serie de observaciones sobre el asunto. Esta segmentación se justifica porque hay que explicitar y exponer aquellos aspectos normativos que estuvieron implicados en el juicio, ya que ambas partes basaron sus argumentacio-nes en cuestiones normativas, tanto legales como morales, comprendidas adecuadamente por ellas. Pero en nuestros días, sin una adecuada prepa-ración, podría pasarse por alto aspectos importantes de este juicio, porque los cambios legales y sociales que se han dado han transformado los siste-mas normativos actuales.

El deber ser femenino y el derecho civilEs imperativo en un estudio de caso comprender adecuadamente las

generalidades que lo rodearon. Éstos buscan profundizar el conocimiento de una cierta realidad social. En este estudio, las generalidades que se de-ben revisar corresponden a los sistemas normativos en conflicto: por un lado, la moral pública, profundamente encarnada en el deber ser femenino de la época. Por otro, el derecho civil, y especialmente las leyes relaciona-das con el matrimonio, la patria potestad y la tutela. Además, es necesario

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clarificar sus puntos de contacto y de conflicto, ya que de estos depende el entretejido del caso que enfrento a Miguel Mendoza Negrón con Con-cepción Mena.

La noción de deber ser femenino surge de la necesidad de conceptuar un sistema normativo basado en la moral pública, la tradición católica y las percepciones burguesas sobre las mujeres. Para construir tal deber ser femenino, los liberales rescataron del catolicismo conservador la ideología y los valores asignados a las mujeres: ser esposas ideales de los ciudadanos, y ser las madres y formadoras de más y mejores mexicanos para el futuro.4 Para los liberales, este deber ser femenino estaba justificado por la necesidad de garantizar en los futuros ciudadanos, un pensar y actuar que fueran productivos y a la vez, modelo de honradez. La concepción católica de la mujer se basaba en las labores del hogar, la castidad, el matrimonio, la mansedumbre, la obediencia, que se asumían como los valores y actitudes que asegurarían familias estables, donde los niños aprenderían el orden, la disciplina y el trabajo. El liberalismo se la apropió y la reformó según sus objetivos de desarrollo material.

El punto central del deber ser femenino era que la vida de las mujeres giraba alrededor del matrimonio. Se les recomendaba que tuviesen un “genio dulce y tranquilo”, es decir, que sean sumisas y pasivas. Las mujeres debían apreciar la limpieza, la discreción, la humildad, y saber cantar y tocar instrumentos musicales. La sumisión femenina era el fiel cumpli-miento de sus deberes que consistían en desempeñar los roles de hija, esposa, madre, hermana, de manera tal, que acepten el sufrimiento sin quejas, pues las mujeres debían sacar adelante a sus familias y soportar por ellas las contrariedades.

El deber ser femenino tenía un gran peso en las relaciones sociales. Se consideraba sumamente importante mantener a las mujeres lejos de cual-quier situación que pusiera en peligro su honra, y con ella, la de su fami-lia. El liberalismo veía en la conservación del hogar el fundamento más importante del orden social necesario para el progreso, así que produjo todo un discurso que advertía a la sociedad de cualquier peligro para las mujeres.

4 Guerrero, 1997: 6. Este trabajo es sumamente importante para conocer a fondo la construcción del discurso sobre el que se basó el deber ser femenino.

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Por su identificación ideológica, las clases media y alta compartían la misma moralidad. Ambas estaban orgullosas de la calidad moral de sus damas, ponderándolas como ejemplo ante los demás grupos sociales. El deber ser femenino quedó como la imagen de la mujer burguesa, síntesis de las virtudes que todas debían de tener. Pero las mujeres de otras clases tuvieron que escoger entre lo que podían cumplir del deber ser femenino y sus necesidades socioeconómicas. Las mujeres tuvieron que invadir acti-vidades consideradas impropias para ellas, como el campo laboral, la pro-tección de su patrimonio, lo que originaba desavenencias con sus padres y maridos. Las mujeres de las clases bajas fueron las que más sufrieron, porque a su condición económica debían añadir el peso moral que la so-ciedad ejercía sobre ellas. Esto llevó al deber ser femenino a ciertas transfor-maciones pero éstas no fueron suficientes. Al final se dio una doble moral que facilitó a las mujeres cumplir con el deber ser femenino a los ojos de la sociedad, a la vez que realizaban tareas consideradas impropias para ellas.

El deber ser femenino no fue el único sistema normativo que reguló las vidas de las mujeres. Tras 50 años de guerra civil, los liberales lograron im-poner un sistema legal que buscaba proteger y fomentar la libre empresa originada en el espíritu del capitalismo individualista5. El individualismo partía del principio de la igualdad ante la ley, percibiendo a los sujetos solo como individuos, alejando al derecho de una perspectiva social. La codifi-cación liberal facilitó la aplicación del derecho al organizarlo homogénea-mente, permitiendo a los juristas crear interpretaciones para mejorarlo.

Empero, las leyes liberales no les reconocieron a las mujeres la igual-dad ante la ley. Así, las desigualdades no solamente existían entre clases sociales, sino también entre sexos. Se mantuvo la preocupación legal por proteger a la familia, organizada bajo patrones patriarcales, abriendo una desigualdad horizontal entre hombres y mujeres. Esta desigualdad legal tuvo su principal nota en la personalidad jurídica de las mujeres. Ésta era análoga en sus efectos, pero no en su origen, a la de los incapaces que solo podían cumplir obligaciones y ejercer derechos a través de quienes tuvie-ran sobre ellos la patria potestad, tutela, curatela, etc. (arts. 391 y 431 del código civil de 1872). Las mujeres estaban limitadas jurídicamente por la autoridad de sus esposos, padres, hijos, etc. Disminuida es la palabra más

5 El liberalismo individualista hace del individuo, de la persona, el principal centro de las activi-dades económicas, por lo que éstas eran consideradas como los motores económicos fundamenta-les, la principal razón de la creación de la riqueza material. Lo que equivale a decir que el Estado debía proteger y apoyar a los individuos en sus actividades económicas sin interferir en ellas.

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adecuada para adjetivar la personalidad jurídica de las mujeres, aunque esta situación no era exclusiva de México.6

Las Leyes de Reforma y la Constitución de 1857 cimentaron al resto de la legalidad liberal. Las Leyes de Reforma7 concretaron las aspiraciones políticas de la Constitución de 1857. Básicamente, estas leyes pretendían quitarle a la Iglesia católica el poder que tenía sobre la población. Sin em-bargo, la Iglesia siguió formando las conciencias morales, preservando su influencia en la sociedad.

La aparición del Registro Civil fue un golpe para la Iglesia y rompió, hasta cierto punto, la sujeción que tenía sobre los individuos. El Registro Civil suplantó a la Iglesia en una de sus funciones principales: el registro de los hechos cardinales de la vida de las personas, tales como el naci-miento, matrimonio y muerte, a través de la administración de los sacra-mentos. Como estos hechos están íntimamente relacionados con la vida privada, las mujeres fueron muy importantes para la Iglesia ya que a través de ellas llegaba a las familias.

Las leyes liberales cambiaron radicalmente al matrimonio al convertir-lo en un contrato. Pero aunque el matrimonio religioso perdió su validez, en cuanto a requisitos y disposiciones matrimoniales, impedimentos, y causas de nulidad y divorcio, las leyes liberales eran muy parecidas a las legislaciones canónicas. De hecho, varios juristas de la época comentaron que las legislaciones sobre el matrimonio reprodujeron las ideas canóni-cas.8 La diferencia más importante entre el matrimonio religioso y el ma-trimonio civil reside, precisamente, en el carácter sacramental del primero y el aspecto contractual del segundo.

Como es un dogma, el matrimonio religioso se conceptualizó como una relación mística, imposible de reformar o de cambiar. La legislación canónica defendió el carácter sacramental del matrimonio, imposibilitan-do su modificación. Las legislaciones civiles que regulaban sus efectos le-gales solo normaban el papel matrimonial en la sociedad y los bienes de la pareja, pero no podían decidir sobre el sacramento en sí.

6 Spota, 1967: 300.7 Las que interesan son: Ley de matrimonio civil, del 23 de Julio de 1859; Ley orgánica del Re-gistro Civil y Ley sobre el estado civil de las personas, del 28 de Julio de 1859.8 Verdugo, 1885.

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El matrimonio civil, en cambio, era un acto de la autoridad legislativa que lo convirtió en un contrato. Como tal, el matrimonio se redujo a una aceptación voluntaria de las partes involucradas, donde la sanción de la autoridad estatal le otorgaba sus efectos legales. Aunque dicho contra-to conservó la indisolubilidad matrimonial al impedir una nueva unión mientras ambos cónyuges viviesen, esta característica no provenía de un acto divino, sino de una decisión humana y por ello, sujeta a cambio, como lo demostró el Código Civil Napoleónico.9

La Iglesia consideró a los matrimonios puramente civiles como con-cubinatos jurídicamente reconocidos. Por tanto, hubo dos legislaciones: la secular, como la única que podía establecer derechos y obligaciones, y reconocer un régimen sobre los bienes de los cónyuges; y la legislación ca-nónica, como una obligación social y moral. La Iglesia desaprobaba el solo matrimonio civil y, socialmente, la mujer no casada por la Iglesia atentaba contra el deber ser femenino. Dado el papel conferido a las mujeres, ambas legislaciones pesaban sobre ellas y no cumplir con alguna era causa de con-flictos. Esta reprobación social a las uniones puramente civiles demuestra la fuerte influencia que el catolicismo tenía en la sociedad, pues la Iglesia consideró que solamente el matrimonio religioso podía originar y regir moralmente a la familia.

Las Leyes de Reforma eran muy específicas en cuanto a lo que man-daban y estaban limitadas por depender de legislaciones anteriores inco-herentes entre sí, y que no correspondían a la inspiración liberal. Fue im-prescindible ajustar las leyes para que hubiera correspondencia entre los diversos ámbitos jurídicos que regían la vida de las personas. Uno de los principales ajustes fue el “Código de Derecho Civil del Distrito Federal y del Territorio de Baja California de 1870”. Este código amalgamó las nue-vas ideas jurídicas inspiradas en el liberalismo y las tradiciones jurídicas novohispanas relacionadas con el derecho de familia.

Yucatán adoptó el “Código de Derecho Civil del Distrito Federal y del Territorio de Baja California de 1870” bajo el nombre de “Código Civil del Estado de Yucatán” vigente desde el primero de Enero de 1872.10 En 1904 se le hicieron reformas y adiciones, quedando el nuevo vigente desde el 1º de Enero de 1904.11 Entre ambos códigos no hay grandes diferencias y en ellos están las disposiciones sobre los derechos y deberes de las mujeres.

9 González, 1985: 38.10 Ruz, 1990: 79; Palma, III, 1977: 478.11 Palma, III, 1977: 478.

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Para la ley civil, la relación filial que originaba la patria potestad era la que vinculaba al padre con el hijo, pues se consideraba al hombre como jefe de familia de donde emanaba su autoridad sobre la mujer. Esta orga-nización familiar justificaba legalmente que la patria potestad sólo fuera ejercida por la madre en ciertos casos, tales como la muerte del padre y en los casos de interdicción (incapacidad legal). Si faltaba el padre y la madre, la patria potestad pasaba al abuelo paterno y en su falta, al abuelo materno; si ambos faltaban, a la abuela paterna y por último, a la abuela materna. El código civil estableció que era el padre quien podía corregir a sus hijos por mal comportamiento pero no dice nada de la autoridad correctiva de la madre. La figura masculina domina la patria potestad, al punto que el subsiguiente matrimonio de la madre o la abuela, o si alguna daba a luz a un hijo ilegítimo, les hacía perder la patria potestad sobre sus hijos o nietos.

La mujer solo podía ejercer la tutela12 en casos excepcionales. Eran pre-feridas otras personas en la tutela legítima: primero, los hermanos varones y si faltaren, los tíos, hermanos del padre, y luego, los de la madre. La mu-jer no podía ser tutora designada por un juez, sino sólo por testamento, o que el mismo incapaz la nombrara y el juez estuviera de acuerdo. La única posibilidad de ejercer una tutela por una mujer fuera de estas condiciones era si el marido era el incapaz. Las anotaciones anteriores son las notas distintivas más importantes para el análisis del caso. Tanto en el deber ser femenino como en el código civil, existe una cierta correspondencia en lo que respecta a la situación de las mujeres respecto a los hombres. Sin embargo, estas normatividades tenían objetivos distintos, por lo que a pesar de tener ciertos fines, sentidos y principios comunes, no era raro que entraran en discusión.

El juicio de Miguel Mendoza Negrón contra María Concepción Mena

Un caso donde se notan los distintos conflictos presentes en las rela-ciones familiares, la administración de los bienes y el deber ser femenino, es el expediente del juicio promovido por Miguel Mendoza Negrón contra María Concepción Mena y Manuela Sosa. Este caso permite un amplio análisis para reconocer los motivos de los diversos actores y el razonamien-to del juez para resolverlo.

12 Tutela es la guardia de la persona y bienes de los no sujetos a patria potestad, pero con incapa-cidad natural y/o legal para gobernarse por sí mismos.

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En 1910, Miguel Mendoza Negrón, médico originario de Mérida, de-mandó a María Concepción Mena y a su madre13 para obtener la patria potestad14 de los hijos de la primera, que eran sus hermanos menores por parte de su padre fallecido. Se llamaban Tomás Arcadio Gregorio Mendo-za y Mena, de diez años y Cristina Adolfina, de ocho, ambos reconocidos por su padre en su testamento. El motivo era que en 1908, María Con-cepción Mena había contraído matrimonio con un italiano llamado Félix Romano y que la madre de ésta, Manuela Sosa, hizo lo propio con Víctor Amorosini en 1910 por lo que, presuntamente, perdieron la patria potes-tad, según el artículo 400 del Código Civil de 1904, que estipulaba que si la madre o la abuela contraían segundas nupcias perderían el derecho a la patria potestad. También invocó los artículos 445 y 446 del mismo có-digo que exponían las causas que originaban la a tutela legítima y quiénes deberían ejercerla. Y como Miguel Mendoza Negrón era medio hermano de los niños, tenía derecho a ejercer la tutela de los menores. María Con-cepción replicó la demanda aduciendo falta de personalidad jurídica en Mendoza Negrón para entablar tal juicio, y que no hubo ningún primer matrimonio, sino solo el que celebró con Félix Romano, y que las actas de nacimiento no bastaban para comprobar el parentesco de Miguel Mendo-za Negrón con sus hijos.

Las razones del caso eran anteriores a la denuncia. En 1900, Paulino Mena presentó ante el Registro Civil a Tomás Arcadio Gregorio, hijo na-tural de María Concepción Mena. Dos años después, Arcadio Mendoza, de 65 años, presentó a Adolfina Cristina como hija de Concepción Mena, de 17 ó 19 años. Ambos eran hijos de Arcadio Mendoza, pero al estar éste casado legítimamente con Dolores de la Guerra, no podía reconocerlos como suyos, pues ni siquiera podían ser considerados sus hijos naturales, según los artículos 355 y 365 del Código Civil de 1872.15 Al morir su esposa legítima en 1902, Arcadio se casó con Concepción Mena sólo por la Iglesia, matrimonio sin validez jurídica. Posiblemente se llevó por escrú-pulos de conciencia, ya que tenían varios años de relaciones.

13 “Juicio ordinario civil promovido por el señor doctor Miguel Mendoza Negrón contra las señoras Concepción Mena y Manuela Sosa”, Archivo General del Estado de Yucatán (en adelante AGEY). Justicia, vol. 813.14 En realidad, lo más probable es que estuviera peticionando la tutela, y no la patria potestad.15 El artículo 355 definía como hijos naturales a los concebidos fuera del matrimonio en tiempos que los padres podían casarse. El 365 mandaba que el padre o madre que quisiere reconocer a sus hijos debía ser libre para contraer matrimonio en cualquiera de los primeros 120 días anteriores al nacimiento. En pocas palabras, para que hubiera reconocimiento era necesario ser soltero o viudo. Esta situación la mantuvo el Código Civil de 1904.

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En 1905, Arcadio Mendoza reconoció a Tomás Arcadio y a Cristina Adolfina, como sus hijos. Hay que añadir que Arcadio Mendoza, antes de casarse con Dolores de la Guerra, fue casado con María Ana Paula Ne-grón, su primer matrimonio, con quien tuvo a Miguel Mendoza Negrón y sus cinco hermanos.

Miguel Mendoza exigió la tutela de los dos menores acusando a Con-cepción Mena de ser una mala madre, que había perdido la patria potestad por su segundo matrimonio y que los bienes legados a los niños por el difunto estaban pésimamente administrados y podrían perderse, al igual que si la tutela pasaba a la abuela. Posiblemente, en previsión de estas dificultades, María Concepción no se casó por lo civil, ya que Arcadio Mendoza Vallado era un hombre de edad avanzada. De haberlo hecho, las acusaciones en su contra hubiesen sido ciertas, perdiendo el juicio desde el principio.

La acusación de Miguel Mendoza se sustentaba en consideraciones le-gales y morales. Específicamente, consideraciones sobre el deber ser feme-nino y la figura maternal, para desvincularla de la patria potestad. El deber ser femenino podía inclinar la balanza en un juicio porque, para la autori-dad judicial, la protección de los bienes y la buena educación moral de los menores podía quedar por encima de los derechos de la patria potestad, si los ejercía una mujer de mala conducta.

Miguel Mendoza Negrón presentó sus pruebas. Pidió se interrogase a varias personas, entre las que estaban Félix Romano y María Concepción Mena. Romano se encontraba preso, lo que reforzaba el argumentó de la mala educación de los hijos. En el interrogatorio, se trató de probar que ella pensaba que el matrimonio religioso tenía igual valor que el civil, por lo que las suyas eran segundas nupcias, lo que ambos negaron. Se le pre-guntó si Romano la manejaba y orientaba, a pesar de estar en prisión. Se dijo que no cuidaban de la educación de los menores y que éstos estaban muy desprotegidos. Y que los bienes testados estaban mal administrados por Romano, ya que ambos tenían varias deudas al punto que cobraban rentas adelantadas de las casas legadas a los niños. Ellos respondieron que esto último era cierto, pues necesitaban reparar las casas y que a nadie obligaron a pagar por adelantado. También se les inquirió si María Con-cepción Mena empeñó un reloj de oro del niño. En estos interrogatorios hay una fuerte insistencia en probar dos cosas: la legitimidad de sus dos

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matrimonios y el desacierto en la administración de los bienes de los me-nores.16 También hubo pruebas documentales entre las que sobresalía el certificado donde constaba la cláusula testamentaria del reconocimiento de los niños.

En los siguientes interrogatorios, Miguel Mendoza presentó a varios in-quilinos de María Concepción Mena que rentaban las casas de los meno-res.17 Se les preguntó sobre las relaciones que tenían con Romano y lo que sabían de los niños. Se buscó comprobar que Félix Romano administraba los bienes, pero solo se comprobó que sí había tratos con él pero como representante de su esposa. No había ninguna razón, fuera de su prisión, para objetar esta representación ¿Acaso no era la ley quien le daba a ella la capacidad de administrar por sí o por tercera persona los bienes? Además, de las acciones de Félix Romano no se seguía una mala administración pues ninguno de los interrogados habló sobre un mal manejo de las rentas adelantadas. Miguel Mendoza intentó demostrar la mala administración pero no lo logró. Las respuestas demostraron una actitud común en la sociedad meridana: que el marido se encargaba de ciertas actividades eco-nómicas del hogar, aun cuando fueran sobre bienes en los que no podía decidir, pues ni siquiera eran de su esposa, sino que les fueron confiados por ley. Sin embargo, hay constancias de que la pareja tenía otros juicios pendientes sobre deudas y cobros.18

También se interrogó a los vecinos de María Concepción Mena sobre el mal cuidado y peor educación que recibían sus hijos. Uno de los veci-nos era abarrotero, y su local se llamaba “El Trompo” y otros más vivían cerca del establecimiento. Dijeron que conocían a los hijos de Concepción Mena y que eran callejeros, estaban mal vestidos, harapientos, descalzos, pedían caridad como mendigos, no iban a la escuela, y hasta se les creyó

16 De hecho, la herencia tenía ciertos problemas porque aparece una foja firmada por Pedro Solís Cámara, quien fungía como interventor de la sucesión. Dice que le extrañaba que haya gente en posesión de los bienes si los trámites no habían sido liquidados y que por haber deudas, no podría decir si había herencia o cuánto tocaría a cada heredero. También pidió que los inquilinos le pa-garan a la administración las rentas y no a otras personas, pues correrían el riesgo de pagar doble.17 “Juzgado tercero de lo civil. Cuaderno de prueba instrumental ofrecido por el apoderado del Dr. Miguel Mendoza en el juicio ordinario de patria potestad seguido contra las Sras. Concepción Mena de Romano y Manuela Sosa”, AGEY, Justicia, vol. 813. Este cuaderno era parte integrante del expediente anterior pero al separarse del resto está considerado un documento aparte. 18 “Juzgado primero de lo civil. Juicio ejecutivo mercantil de Victorio Baldini contra Félix Roma-no”, en Diario Oficial del Gobierno del Estado de Yucatán, 24 de marzo de 1911. Véase también “Juicio ejecutivo mercantil de Eustiquio Dorantes contra Félix Romano”, Diario Oficial del Estado de Yucatán, 30 de marzo de 1911.

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huérfanos. La parte acusadora trataba de demostrar la perniciosa actitud materna de María Concepción Mena, quien no cumplía sus obligaciones y que los niños se perderían si no eran puestos bajo la tutela de Miguel Mendoza Negrón.

Habría que preguntar sobre los motivos de Miguel Mendoza Negrón ¿Por qué no se preocupó antes por los niños? ¿María Concepción Mena tenía un mejor comportamiento, ó solo esperaba un momento propicio? Posiblemente la respuesta se encuentre en el testamento de Arcadio Men-doza Vallado.19 Miguel Mendoza Negrón mostró como prueba una copia certificada de la cláusula donde constaba el reconocimiento de los niños, pero no de todo el testamento, lo que indica que posiblemente obró de mala fe. En efecto, la lectura completa del testamento muestra que ambos niños y su madre obtuvieron buena parte de los bienes testamentarios pues aparte de las casas legadas a los niños, la madre se quedó con los mue-bles de la casa habitación y parte de las joyas familiares. En cambio Miguel Mendoza Negrón fue declarado heredero, junto con sus hermanos hijos de Arcadio Mendoza y Paula Negrón, de una serie de bienes que incluía la hacienda “San Juan Nepomuceno Misnebalam”, la quinta “Concepción” y varias casas y otros bienes inmuebles. Por ser una herencia en conjunto, lo que tocaría a cada uno de los hermanos no sería tanto como la de los dos hermanos menores. Además, hay la posibilidad de que María Concep-ción Mena haya influido a su favor y de sus hijos en el ánimo del testador, como lo parece probar que a Tomás Arcadio Mendoza le fue legado un reloj de oro y a Miguel Mendoza otro de sólo chapa de oro. El testamento decía que si alguno de los herederos iniciaba acción contra lo dispuesto, perdería sus derechos y su parte acrecentaría la de los demás, por lo que Miguel Mendoza Negrón no podía pedir la nulidad del testamento sin arriesgar su porción, siendo más adecuado atacar el mal ejercicio de la patria potestad. También es posible que haya obrado de buena fe respecto a los bienes legados a los niños, pero si él hubiese quedado como admi-nistrador de los mismos, hubiera recibido algunos beneficios económicos.

Al finalizar el juicio, las partes presentaron sus alegatos. El abogado de María Concepción Mena expuso que si se aceptaba lo pedido por Miguel Mendoza Negrón, todas las madres quedarían conflictuadas, porque nadie les aseguraría que no les pasaría lo mismo, pues cualquiera les podría

19 “Testamento de Arcadio Mendoza Vallado” (1905), Archivo Notarial del Estado de Yucatán (en adelante ANEY), Lic. Avelino López, protocolo Oficio nº 10, ff. 5662-5671.

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quitar… de su seno al cariñoso fruto de sus entrañas… algo ilegal, inmoral e inhumano y que resultaría el … sombrío espectáculo de ver a una madre, o a muchas, compungidas y llorosas, lamentando el despojo de las efigies esculpidas en el fondo de su alma, de los seres más queridos de su corazón… Fue su de-fensor, no ella, quien escribió lo anterior, como lo prueba el lenguaje y el conocimiento de las leyes, como su referencia al artículo 339 del Código Civil que manifestaba que el reconocimiento de los hijos naturales solo producía efectos de parte de quien lo hace y no de los reconocidos, por lo que no había obligación alguna con Miguel Mendoza Negrón por parte de la madre o los hijos. Aclaró que no estaba casada en segundas nupcias, ya que el matrimonio canónico no era reconocido por la ley civil. Dijo que las pruebas aportadas por Mendoza Negrón trasgredieron la vida privada y por ello, no debían ser tomadas en cuenta, aparte de estar viciadas y ser falsas. María Concepción Mena solo aportó dos pruebas: un acta que probaba que nunca se casó legalmente con Arcadio Mendoza Vallado, y otra donde manifestaba que los hijos eran hijos naturales suyos, sin paren-tesco con Miguel Mendoza Negrón. Según su abogado, ninguno de los artículos que trataban sobre la pérdida de la patria potestad se le podría aplicar, pues era una excelente madre: los amaba, los cuidaba y educaba como la sociedad lo exigía. Y con tal cuidado, que era un ejemplo para sus detractores, por lo que no se debía consentir en lo pedido por Miguel Mendoza Negrón.

La argumentación del abogado de Mendoza Negrón relacionó al dere-cho civil y sus instituciones con el deber ser femenino, la administración de los bienes y la situación jurídica de la mujer respecto a su esposo. Pidió la separación de los niños de la patria potestad de la madre, pues los infantes y sus propiedades peligraban. Dijo que lo mandado por el artículo 400 del Código Civil de 1904, se fundamentaba en la naturaleza y consistía en el cuidado y educación de los hijos. Mostró la opinión de varios juristas de la época: en un segundo matrimonio, la mujer perdía la patria potestad porque entraba en una nueva sociedad cuyo jefe era extraño a los hijos del primer matrimonio, a quienes no sentía afecto y de cuyos bienes podía aprovecharse. Otra opinión decía que al pasar la viuda a segundas nupcias, el cariño de su nueva familia podía entibiar el afecto a la primera, dañando a los hijos. Afirmó que la mujer no sentiría el mismo cariño para sus hijos naturales que para los legítimos, pues estaría agradecida al hombre que se casó con ella a pesar de tener hijos naturales de otro, estimando más a los hijos de un legítimo matrimonio que a los naturales. No se debería aban-donar a éstos en manos de un nuevo marido, que verían en ellos la prueba

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de la mala conducta de su mujer. Así, el nuevo matrimonio volvía casi imposible la administración de los bienes de los menores, pues al quedar la mujer sujeta a la autoridad del marido, la administración no tendría una cabeza visible, a menos que fuese el marido, lo que sería inaceptable. Asi-mismo, al casarse María Concepción Mena con Félix Romano, adquiría la nacionalidad italiana. Mencionó lo mal administrados que estaban los bienes de los niños y la situación en la que se encontraban. Por último, el abogado expuso que si esta situación continuaba, se perderían los bienes y los niños mismos, pues llegarían a una edad en la que se harían incorregi-bles y se extraviarían definitivamente.

La sentencia se basó en la inexistencia jurídica del matrimonio religioso y que no se probó plenamente que su conducta materna no fuera adecuada. Según el juez, su legítimo matrimonio mostraba su determinación en tener una situación honrosa, rompiendo con su pasado. Consideró que los niños no habían sido reconocidos formalmente por Mendoza Vallado, aunque re-conoció que Miguel Mendoza Negrón tenía plena capacidad jurídica para llevar el caso. Se absolvió a Concepción Mena y a Manuela Sosa de las acu-saciones, y la primera conservó la patria potestad de los hijos.

La sentencia muestra que las condiciones morales de las mujeres se to-maban en cuenta en un juicio. Empero, el juez desechó las pruebas que mostraban que no era una buena madre no solo porque no eran suficien-temente creíbles, sino porque los intereses económico de Mendoza Negrón eran muy obvios. La postura dio la espalda a la idea de que una mujer cuya conducta no concordara plenamente con el deber ser femenino, no podía ejercer apropiadamente las tareas de madre. Al contrario, el juez dictó que su matrimonio con Romano le hizo recuperar su buen nombre, aunque él estuviese preso por sus problemas económicos. Esta sentencia reconoció que en las relaciones familiares, las mujeres tuvieron potestades más amplias que las reconocidas por el deber ser femenino. Si el juez sólo hubiera tomado en cuesta esta moral, es probable que le hubieran quitado sus hijos.

Observaciones sobre el casoEste juicio es una muestra clara de que los sistemas normativos en la

sociedad meridana de inicios del siglo XX no concordaban siempre en sus objetivos y fines, aunque los valores que los animaban coincidieran. Este aspecto deriva de que la naturaleza de los códigos legales liberales veía a la moralidad y a la decencia, más que otra cosa, como medios que, de algún

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modo, estaban relacionados con el desarrollo social y económico del país. En cambio, la moral pública, y especialmente el deber ser femenino, las tomaba como fines en sí mismas.

El reconocimiento dado por la autoridad civil a María Concepción Mena para ejercer la patria potestad sobre sus hijos respondía a esta con-ceptualización jurídica. En la particular situación legal de la patria potes-tad, su ejercicio por parte de las mujeres no era completamente seguro, por motivos de índole moral. La petición de Miguel Mendoza no carecía de cierta justificación, porque María Concepción Mena fue una “querida”, adúltera, aprovechada, oportunista, que logró un matrimonio canónico que la legitimó como esposa ante la sociedad pero que la mantuvo libre de las consecuencias jurídicas del matrimonio civil. Aquí entonces cabe pensar si María Concepción Mena actuó sin premeditación, aunque esto queda fuera de las posibilidades del análisis de este caso.

Además, Concepción Mena no era una mujer “decente” que garanti-zara una educación adecuada para sus hijos, quienes eran la prueba más fehaciente de ello. No obstante, la interpretación del juez sobre su matri-monio con Félix Romano no tomó en cuenta estas consideraciones, con lo que protegió la relación entre ella y sus hijos, y evitó que Miguel Men-doza Negrón se beneficiara de los bienes de los niños. Lo más probable es que Miguel Mendoza Negrón se haya servido del deber ser femenino para apoyar sus ambiciones sobre los bienes de su difunto padre, al tratar de probar que María Concepción Mena no lo cumplía y que no llenaba los requisitos morales exigidos para ejercer la patria potestad. De cualquier modo, esta acción ponía en contradicción abierta a los fines del derecho civil: proteger la propiedad privada ó proteger la moral pública a través de las instituciones familiares.

Aquí el juez tomó la vía de mantener unida a la familia, que era uno de los fines más perseguidos por el Código Civil. Y aunque el deber ser femenino también tenía esta misma finalidad, el juzgador decidió que las contradicciones morales en las que María Concepción Mena había caí-do, no eran suficientes para quitarle sus hijos. Pero hay que decir que su decisión también evitó que los bienes de los niños cayeran en manos de Mendoza Negrón.

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Cabría una última observación. El análisis de este caso y de otros más, indica que el derecho civil tenía miras más amplias que la pura moral pública. La decisión del juez sobre mantener la patria potestad de los ni-ños en manos de su madre indica que las codificaciones legales estaban posibilitando, y amparando, ciertas transformaciones en la sociedad y en la economía, contra las que la moral pública, y especialmente el deber ser femenino quedarían simplemente relegadas con el paso del tiempo y la transformación social y económica de la región.

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Escenario Lúdico

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Felipe Escalante TióCentro de Apoyo a la Investigación Histórica de Yucatán

Gobernantes y gobernados bulliciososPara el historiador, intentar seguir el desarrollo de la prensa satírica yu-

cateca durante el siglo xix presenta una serie de desafíos e inconvenientes, producidos por cuatro particularidades que marcan este estilo de periodis-mo: la llegada tardía de la imprenta a Yucatán; el establecimiento aún más tardío del primer taller litográfico, la aparición esporádica y coyuntural de este tipo de periódicos y, por último, la breve actividad de los ilustradores.

Considerada en lo general como una lectura pasajera o de bajo nivel, las publicaciones satíricas han sido descuidadas en su conservación y más aún como fuentes documentales. Cuando han incluido caricaturas, a lo mucho han servido para ilustrar otros estudios, ignorando el análisis del momento que ofrecen las imágenes.

No obstante, cuando se encuentra un periódico de caricaturas y es po-sible establecer, a lo largo de la publicación, relaciones entre imagen y artículos, se cambia la dimensión estética por la testimonial, y es lo que se intentará en las siguientes líneas, a través del periódico D. Bullebulle, publicado a mediados del siglo xix en Yucatán.

1847. Yucatán convulso y al filo del aguaSi los primeros cincuenta años de vida independiente fueron más que

inestables para México, Yucatán, compuesto entonces por la totalidad de la península, alcanzó su pico de crisis entre 1840 y 1850. Los enfrenta-mientos entre federalistas y centralistas culminaron con el triunfo de los primeros, aunque divididos en dos facciones, encabezadas respectivamen-te por Santiago Méndez y Miguel Barbachano, quienes se alternaron la gubernatura en distintas ocasiones, dando como resultado la escisión de la entidad de la federación en un par de ocasiones. Un resumen testimonial lo ofrece Fabián Carrillo Suaste, quien llamó a esos años “la década más memorable de la península yucateca”:

… dos guerras, tal vez desgraciadamente afor-tunadas, contra el supremo gobierno de la Na-ción: simulacros y gallardías de nuestra indepen-dencia absoluta: neutralidad efectiva en la guerra nacional de anexion [sic] y conquista del territo-

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rio mejicano por la República vecina y hermana: discordias muy enconadas entre las dos prime-ras ciudades de la Península: pronunciamientos políticos, sostenidos con las armas que más de una vez se ensangrentaron: sublevación de la raza aborígene [sic] en sus masas las más numerosas é internas del territorio peninsular: levantamiento armado del resto de sus habitantes para la defensa de la vida y del hogar, con la confusión, espanto, emigraciones, sitios , combates, miseria, incen-dios, ruinas y matanzas que cambiaron la faz y los cimientos de este país bajo tantas calamidades reunidas.1

Un estudio a profundidad revelaría diferencias más profundas entre los grupos políticos mencionados. Sin embargo, uno de los historiadores ya clásicos de Yucatán hace de la relación entre la entidad y la federación el punto central de divergencia entre mendistas y barbachanistas; uno “lle-vaba su ódio al centralismo hasta el extremo de preferir la emancipación de la península con todos sus peligros, mientras que el otro opinaba que debía aguardarse á que México volviese a constituirse en república federa-da para que Yucatán se reincorporase a la Union.”2

La tensión política en la Península coincidió con el inicio de la déca-da, al darse la primera separación de Yucatán, y a pesar de haberse dado una reintegración, el forcejeo con el gobierno mexicano continuó: hacia 1844, motivos comerciales dieron pie a los más diversos conflictos entre Yucatán y el poder nacional. En febrero del año mencionado fue prohi-bida la introducción de varios productos yucatecos a México, entre los que se encontraban aguardiente, azúcar, algodón, cigarros, henequén en rama, maíz y tabaco.3 El resultado fue que el 31 de diciembre de 1845 estallara uno de tantos pronunciamientos militares en la ciudadela de San Benito de Mérida, con el objetivo de proclamar la separación de Yucatán de México. Dicho pronunciamiento provocó la renuncia del gobernador Tiburcio López Constante, quien fue sustituido por Miguel Barbachano.

1 Carrillo Suaste, 1881: 9.2 Ancona, III, 1977: 394.3 Ancona, III, 1977: 446.

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Si bien el nuevo gobierno yucateco fue urgido a reconocer la adminis-tración de Mariano Paredes Arrillaga, no fue sino el retorno de Antonio López de Santa Anna, en agosto de 1846, lo que marcó la vuelta de Yuca-tán a la República. Tras su vuelta al poder, el general declaró vigentes los tratados celebrados el 14 de diciembre de 1843, en los cuales se decretaba un régimen de excepción fiscal para la península, y también derogó la orden de 21 de febrero de 1844, en la cual había sido el principal motivo de orden económico para la escisión yucateca, al prohibir el ingreso de los productos arriba mencionados. Por lo tanto, el dos de noviembre de 1846, Barbachano declaró que Yucatán quedaba reincorporado de nuevo a la nación.4 Así, entre misiones diplomáticas para negociar la reincorporación del Estado al país, enfrentamientos con el general Santa Anna, el momen-táneo ondear del pabellón yucateco en el palacio municipal de Mérida, fallidas invasiones mexicanas, pronunciamientos en la Ciudadela de San Benito, una breve anexión, una nueva separación, el restablecimiento del federalismo en México y la derogación de la orden de ingreso de produc-tos yucatecos a puertos mexicanos, transcurrieron cinco años. El clima de enfrentamiento parecía disiparse, aunque esto fue brevemente. A finales de 1846 estalló en la ciudad de Campeche un nuevo pronunciamiento que entre sus resoluciones decretaba el aplazamiento de la reincorporación de Yucatán a la República Mexicana “para la época en que ésta, constituida bajo cualquier forma de gobierno que no fuese monárquica, reconociese y sancionase constitucionalmente la excepcionalidad de la Península”. La lucha armada se desarrolló, y luego de algunos desafortunados combates que culminaron en la matanza de Valladolid el 15 de enero de 1847, Bar-bachano renunció, dejando a Domingo Barret, jefe político de Campeche, en el cargo.5

Barret convocó a una junta de notables a la cual se dio el nombre de “Asamblea Extraordinaria”, que se debía reunir en Ticul el 24 de mayo. Esta asamblea decretó que en toda la península se realizara la elección de los poderes constitucionales, que hasta entonces había sido diferida, el primer domingo de julio. Una vez verificada esta elección, salió electo gobernador Santiago Méndez. Para entonces ya había visto la luz el primer periódico ilustrado en Yucatán por un artista yucateco, y que vendría a meter ruido hasta en la plazuela de verduras: D. Bullebulle.

4 Ancona, III, 1977: 456.5 Acereto, 1977: 222-228.

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El palenque de la prensa yucatecaEl surgimiento de D. Bullebulle marcó una nueva forma de hacer pren-

sa en Yucatán. Al identificarse como un periódico burlesco y de extravagan-cias, redactado por una sociedad de bulliciosos, se mostraba como una pu-blicación enfocada a burlarse de las costumbres y acciones de la sociedad que al parecer de sus redactores eran erróneas, tanto en lo social como en lo político. Por principio de cuentas, en su número inicial describieron el espacio geográfico del cual se proponían tratar: una ficticia isla situada en-tre el Cabo Catoche y la Siberia en la cual existía una república de monos. Para desgracia de dicha república, un día llegaron a sus costas un político, un filósofo y un poeta, quienes tomaron a su cargo “el caritativo empeño de ilustrar a sus incultos semejantes”.6 Lo demás, es la historia de una sociedad que –voluntaria o involuntariamente– hacía reír a los redactores del semanario e inspiraba los grabados de Picheta.

A diferencia de los periódicos que le precedieron en la década de 1840, El Siglo xix, como periódico oficial, El Boletín Comercial de Mérida y Cam-peche y El Museo Yucateco y El Registro Yucateco, animadas por Justo Sierra O’Reilly y que han pasado más por literarias que por políticas, la partici-pación de D. Bullebulle tuvo un notable y casi explícito fin de intervenir en la formación de la opinión pública.7

Difícilmente puede considerarse al D. Bullebulle como el primer perió-dico satírico publicado en Yucatán, pues con la llegada de la imprenta a la Península se produjo un parto de gemelos. El primer periódico en apare-cer fue El Misceláneo, seguido a los pocos meses por El Aristarco Universal, el cual se autodefinía como un periódico crítico–satírico e instructivo. No obstante, con todo y esta aparición relativamente temprana del periodis-mo satírico, es difícil precisar si este tipo de publicaciones contó con el favor de los lectores.8

De hecho, la prensa satírica, si bien es sintomática de la forma en la cual los nacientes grupos políticos emplearían los periódicos para dirimir –eufemísticamente hablando– sus diferencias, no fue una constante a lo

6 Don Bullebulle, I, 1: 1-2.7 Para el caso de los fines políticos de El Museo Yucateco, véase Taracena Arriola, 2007: 13-46.8 En el CAIHY se conservan dos ejemplares de El Aristarco Universal, correspondientes a las primeras entregas.

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largo del siglo XIX. Hasta donde se tiene noticia, no fue sino hasta más de veinte años después que surgió otra publicación de este corte.9

Don Bullebulle, Gabriel Gahona y Fabián CarrilloVolviendo al Bullebulle, identificarlo en el escenario de la prensa yuca-

teca es relativamente fácil, pues se trata de un periódico único. El primero con ilustraciones producidas en Yucatán, aunque se tratara de grabados en madera. No deja de ser significativo que la primera publicación ilustrada de la entidad haya sido precisamente satírica, pues indica una mayor pre-ocupación por lo político o social que por la estética. Lo cierto es que esta publicación tiene hoy día un cierto reconocimiento dentro en el círculo de estudiosos del grabado y la litografía. El motivo de esta fama son los grabados con que era ilustrado, obra de Gabriel Gahona. Estas creaciones le han merecido ser llamado “precursor de José Guadalupe Posada” entre otros supuestos méritos.10 Su duración, no obstante, fue breve. Apenas 33 entregas semanales.

De Gabriel Gahona se ha dicho bastante. Incluso su biografía más com-pleta salió de las imprentas hace apenas una decena de años. Y si bien el propósito de estas líneas no es repasar su vida, se impone proporcionar al menos unos datos de este personaje nacido en Mérida el 5 de abril de 1828 y fallecido el primero de marzo de 1899. Fue testigo y actor de la vida polí-tica de esta ciudad durante seis décadas. Teniendo apenas diecisiete años, la Asamblea Gubernamental autorizó al gobierno del estado sufragar los gastos del traslado del joven a Italia, donde estudiaría pintura y dibujo, así como una beca de manutención en ese país por los cuatro años que durarían sus estudios. Sobre este viaje quedan muchas dudas, pues apenas un año des-pués de emitido el decreto, Gabriel estaba de vuelta por las calles meridanas. El Yucatán que encontró a su retorno le llevó integrarse a la “sociedad de bu-lliciosos”. “Picheta” fue un parteaguas para el mercado de la prensa yucateca. Al ser él mismo quien elaboraba las caricaturas para el periódico, resolvió de una forma económica la satisfacción de la demanda de imágenes en las publicaciones. El Museo Yucateco y El Registro Yucateco, por más súplicas que expresaron para el establecimiento de una prensa litográfica en la península, no hicieron más que importar sus ilustraciones de la isla de Cuba.

9 Se trata de El Duende, del cual se conserva el número 19, fechado el 25 de febrero de 1836, en el Centro de Apoyo a la Investigación Histórica de Yucatán (en adelante CAIHY). Parece tratarse de una publicación que tuvo todavía mayor continuidad, pero perdida ya como fuente.10 Díaz de León, 1968.

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Cierto que se trató de xilografías, una técnica más que rebasada para el momento, pero la litografía no llegó a Yucatán sino hasta 1860. De ahí que, con la novedad de los grabados, la revista “… Metió ruido, hasta en la plazuela de verduras, este periódico todo él original, todo salpicado de sátira y de burlas, con la novedad y realce de sus grabados en madera: primera publicación que aparecia [sic] en el país con estas condiciones tan picantes, como dicen los franceses.”11

Los estudios previos acerca de este periódico se han concentrado más en los grabados de Gabriel Gahona que en la relación de estos con los textos de la publicación, y menos aún se ha tomado en cuenta su relación con los grupos de poder.12 Acaso Michel Antochiw da algunos parámetros para asociar a los redactores de D. Bullebulle con el proyecto político de Miguel Barbachano. Su apreciación es correcta, pero el mensaje satírico es más profundo.

Fabián Carrillo Suaste es el redactor que a fin de cuentas delató para la posteridad a los colaboradores del Bullebulle, pues todos los escritos del periódico fueron firmados con seudónimos. El propio Carrillo Suaste tomó para sí el sobrenombre de Nini-Moulin, que en el grupo destaca como el aventurero, y en su afán de diversión da pie a una serie de relatos por demás disparatados, pero creíbles. Es así como encontramos “Desgra-cia de Nini”, o “Nini va por lana y regresa trasquilado”.

Ahora bien, Carrillo Suaste es un personaje al cual se le reconoce más como literato que como político, por lo cual poco se sabe de su trayectoria en este ambiente. Diputado local a finales de la década de los 40, colabora-dor del Imperio, y magistrado del Tribunal Superior de Justicia durante el porfiriato. Murió cinco años antes que su compañero Gahona, en 1894.13

Además de Gahona y Carrillo Suaste, los redactores eran José Antonio Cisneros, Pedro Ildefonso Pérez Ferrer, José María O’Horán y José García Morales, y aunque a decir de Carrillo Suaste, en el Bullebulle, “todo el cír-culo de mis mentados amigos, acompañados de otros más, tomó parte”,14 ningún otro fue mencionado posteriormente. Con excepción de Pérez Fe-

11 Carrillo Suaste, 1881:165.12 Urzáiz Rodríguez, 1977; Antochiw, 1997.13 Casares G. Cantón, II, 1998: 106-107.14 Carrillo Suaste, 1881: 163, 165.

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rrer y Picheta, todos los demás eran egresados del Seminario Conciliar de San Ildefonso.

Los temas que alcanzó a tratar el Bullebulle son por demás variados. Por las ácidas plumas de los redactores (y buriles de “Picheta”) pasaron las modas, las maneras de hombres y mujeres yucatecos, unas llenándose de afeites, lecturas poco edificantes y pretendientes extranjeros, y aquellos más preocupados por el vestir o ingresar a La Lonja que por su propia educación; los supuestos adelantos del Estado, como el ferrocarril o el telégrafo, de los cuales nada más adelantaba el proyecto, o la angustia del clima inicial de la Guerra de Castas. La publicación ofrece un retrato deca-dente de Yucatán, aunque sus baterías, discretamente, estuvieron enfiladas hacia la política.

La políticaEs difícil reconocer la filiación política de cada uno de los redactores

del Bullebulle, sobre todo cuando todos los artículos fueron firmados con seudónimo; y si bien Carrillo Suaste reveló su seudónimo y develó al cír-culo de redactores del Bullebulle, no reveló los de los demás firmantes. Sin embargo, las críticas del semanario son susceptibles de ser rastreadas con-forme el avance de los acontecimientos, de manera que nos encontramos con que la política no era un tema ajeno a los bulliciosos.

Pudiera decirse que la crítica al gobierno de Santiago Méndez y al pro-yecto de mantener a Yucatán separado de México, y en particular fuera de las posibles afectaciones de la guerra que se libraba contra los Estados Uni-dos, era bastante sutil. Sin embargo, es necesario aclarar que la comunidad de lectores era muy reducida, de manera que quienes tenían el acceso a los periódicos, por lo general, fueron capaces de identificar rostros, vesti-menta y expresiones retratadas en las caricaturas de Gahona, además de las insinuaciones de los escritos. Por lo tanto, debe entenderse a D. Bullebulle como un mensaje codificado, cuya clave era compartida con los lectores.

Hoy en día podemos tomar el Don Bullebulle como un ejemplo de periódico satírico; es decir, que dirigía sus críticas hacia un vicio generali-zado. Esa sería la visión de nuestro tiempo, pero no podemos olvidar que todo medio de comunicación es parcial. La sociedad de bulliciosos no es la excepción. Si bien no se manifiestan como partidarios de un grupo en particular, lo regular es que al hablar de política recurriesen por lo general a introducir como personaje interlocutor a un político desplazado, el cual

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a su vez habla de “nuestro partido” incluyendo al redactor del Bullebulle en el posesivo sin que éste le reclame la inclusión.15 En pocas palabras, se encontraban del lado barbachanista, aunque su intención fuera disimular lo más posible esta filiación.

La crítica al proyecto político de Santiago Méndez, y su supuesta poca o nula actividad para conducir a Yucatán hacia el progreso material, fue uno de los temas centrales de D. Bullebulle, tanto en artículos como en grabados. En otras palabras, el periódico se dedicó a desacreditar al go-bierno mendista, procurando señalar los puntos débiles de su actuación y haciendo énfasis en la falta de principios éticos de algunos miembros del grupo en el poder.

Figura 1. “¡Vivan el gobierno y el pueblo que lo lleva en triunfo so-bre sus hombros!”, Picheta. Fuente: D. Bullebulle, I, 2: 25.

La relación gobierno-gobernados fue una de las primeras obras salidas de las gubias y buriles de Gahona. En “¡Vivan el gobierno y el pueblo que lo lleva en triunfo sobre sus hombros!” (figura 1), el grabador recurre a una composición por oposición, elaborando un juego en el cual los opuestos son colocados en una circunstancia fuera de lógica.

15 “Ilusiones de don Leopardo”, en Don Bullebulle, II, 5: 67.

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En este caso, la caricatura presenta en primer plano a un individuo extremadamente delgado llevando en hombros a su némesis fenotípica. La explicación la ofrece el pie del grabado, que sirve de título, al no haber un texto acompañante. Así, “¡Vivan el gobierno y el pueblo que lo lleva en triunfo sobre sus hombros!” es un lugar común en cuanto a la percepción de la relación entre gobernantes y gobernados, toda vez que se presenta a un pueblo atribulado, castigado, débil, tambaleante en el desempeño de la misión de cargar, y de soportar la carga de un gobierno voluminoso y pesado.

El fondo de la imagen es un tanto equívoco, pues no hay una identifi-cación plena del lugar. Eso sí, puede distinguirse desorden y destrucción alrededor de la fortaleza de la cual parecen estar saliendo los hombres en cuestión; de manera que pudiera interpretarse que el flaco está salvando al gordo, al sacarlo de un campo sembrado de peligros.

Ahora bien, la composición del grabado es una situación absurda bajo determinados supuestos: el delgado es, en teoría, débil; cuestión que la ca-ricatura refuerza al mostrar a este hombre casi en los huesos, tanto que los músculos de las piernas son prácticamente inexistentes. El sujeto cargado, por el contrario, está entrado en carnes; cosa notable en lo pronunciado del abdomen y la caja toráxica.

La expresión de ambos es también contrapuesta. Mientras el obeso gobierno presenta el cabello largo y despeinado, tiene los ojos fuera de órbita y enseña los dientes en una señal de aparente furia, el larguirucho pueblo se mantiene arreglado, pero sus ojos se encuentran hundidos y la mandíbula desencajada, por lo cual abre la boca con las comisuras de los labios hacia abajo, posiblemente por angustia, y no es para menos, pues el gobierno-jinete se encuentra en una posición algo incómoda para el pueblo-cabalgadura; tal posición resulta de haber girado las caderas como para indicar un cambio de dirección: el gobierno desea ser conducido hacia un destino que resulta sorprendente y tal vez inexplicable para el pueblo, quien es finalmente quien lleva la carga.

El sujeto que representa al gobierno en las caricaturas de Picheta apa-recerá en repetidas ocasiones durante la vida de D. Bullebulle, lo cual pu-diera interpretarse como una llamada de atención al público, para que identificara plenamente al individuo caracterizado. Continuamente se le

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presenta como un tirano cuyo comportamiento es contrario no sólo al ideal del político, sino diametralmente opuesto al interés general. Es un político que únicamente ve por sus intereses, especialmente los que tocan a su bienestar personal inmediato. Para utilizar la palabra de la época, es un pancista; aquel político que únicamente ve por el aumento de su pan-za, y es así como lo dibujó Gahona en la siguiente entrega del periódico (figura 2).

Figura 2: “¡Ah, china mía, no estuvieras tan redonda si el erario no te alimentase!! Buena va la danza: rasquémonos la panza.” G. M. Fuente: D. Bullebulle, I, 3: 41.

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Prácticamente todo caricaturista, en especial el dedicado a la crítica política, recurre cotidianamente a presentarle a su público lector la con-tradicción entre el gobernante ideal y el real; aunque el ideal depende siempre del código político compartido entre la prensa y el lector. En otras palabras, existe una relación de identificación entre el lector y las publica-ciones, de tal manera que los lectores esperan un mensaje del periódico, a partir del cual refuerzan sus ideas previas. Sin embargo, el contraste entre el gobernante esperado por la sociedad y el real, es un tema recurrente en todo medio formador de opinión pública. Por ello, no debe resultar extraño que Gabriel Gahona haya utilizado la imagen del pancista para representar a un político, nuevamente en una caricatura aislada, sin ilus-trar artículo alguno.

El sujeto protagonista del grabado es un individuo solo. De hecho, se trata del mismo identificado como el gobierno en la caricatura aparecida en el número anterior. La diferencia radica en que ahora se le muestra en una expresión atribuible a su vida privada, en lugar de su relación con los gobernados. Así, la frase que sirve de título a la ilustración parece salir de la boca del sujeto en cuestión, quien la dedica a su enorme abdomen: “¡Ah, china mía. No estuvieras tan redonda si el erario no te alimentase!!”.

Son varios los elementos de este grabado que llaman la atención del lec-tor, siendo el primero la gordura del sujeto y la redondez del rostro, señal de una vida de gula. De hecho, la obesidad está resaltada por la colocación del cuerpo en una posición de tres cuartos de perfil, la cual da un mayor volumen. La vestimenta es de gala y por lo mismo se supone de alto costo: zapatos de piel, pantalones largos, chaleco, camisa a dos texturas, corbata, levita y sombrero de copa. Lleva en la mano derecha un puro y en la iz-quierda sostiene una moneda.

La expresión de la cara es de cierta picardía: la boca entreabierta con las comisuras de los labios hacia arriba (una sonrisa leve, aunque enseña los dientes), la cabeza inclinada hacia la derecha y los ojos mirando en la misma dirección, cuyo destino es la vista del lector.

Ahora bien, el título del grabado es revelador: El tamaño de la panza depende de las finanzas públicas. Al decir “no estuvieras tan redonda”, se insinúa al lector que el sujeto caricaturizado no podría llevar una vida de lujos, placeres y excesos si tuviera que desempeñarse en un área diferente a

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la política para obtener el sustento. Al completar con “buena va la danza, rasquémonos la panza” implica la descripción del momento por el cual está atravesando esta persona: Se encuentra dedicado a ver cómo sus nego-cios particulares florecen, mientras el pueblo (o los lectores en particular), no pueden ver esa prosperidad para sí mismos, dado que se encuentran fuera del grupo gobernante.

Lo anterior deja una pregunta al aire: ¿Cómo hacer para entrar al cír-culo? ¿Cómo pertenecer a esa élite que dirige los destinos del Estado y así asegurar para uno el ingreso, la prosperidad y una vida disipada, alejada de los vaivenes de los negocios privados y sin realizar el esfuerzo que estos últimos requieren? La respuesta vendría en un nuevo grabado, aunque demoraría unas cuantas entregas.

Figura 3: “Para hacer carrera”, Gabriel Gahona. Fuente: D. Bullebulle, I, 12: 193.

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Fabián Carrillo y Gabriel Gahona produjeron, en la duodécima en-trega de D. Bullebulle, la combinación de un grabado acompañando un artículo, que más bien es un diálogo en el cual se encuentra la respuesta a las preguntas a las interrogantes hechas en el párrafo precedente. Y si bien el cuadro que crearon es hasta la fecha una idea compartida por diferentes grupos sociales, no deja de ser una representación formada para desacredi-tar al gobierno en turno, así se trate de un instructivo de comportamiento político en apariencia vigente.

La idea detrás de “Para hacer carrera” (figura 3) es un diálogo entre Ni-ni-Moulin y su amigo Felicio. Este último se identifica a sí mismo como “un futuro diputado”. Es joven y su anhelo desde niño no ha sido otro “que el de atracarme a una de las cien mil tetas por donde extraen el jugo metálico a la madre común los que andan encima de ella”.16 Felicio ha encontrado la piedra filosofal que transformará su situación económica: la “amistad y protección de un personaje de gran peso en uno de los par-tidos”, de manera que su nombre se encuentra estampado en las planillas electorales.

El futuro diputado Felicio ha logrado su candidatura no gracias a sus méritos, sino a la voluntad de su protector, la cual es necesario mantener incólume y esto le ha costado a Felicio el estar pendiente de cada una de las necesidades del influyente. En sus palabras: “desde que mi protector se levanta hasta que le acondiciono su almohada para dormir, no me aparto de su lado sino muy raras veces, sirviéndole en todo, siempre oficioso y siempre con la mayor humildad del mundo”.17

Como es al padrino a quien se le deben los favores, el diputado no tiene la más mínima intención en prepararse con las lecturas pertinentes para proponer reformas o discutir sobre proyectos que otros sometan a la deli-beración de la Cámara. La estrategia será siempre la de cuidar los colores del proyecto a discutir, evitando que el promovido por el bando contrario sea aprobado aunque redunde en grandes beneficios para el estado. Al evaluar esta conducta, Felicio afirma:

Esto es muy fácil y ventajoso igualmente a nuestros intereses parti-culares; porque si debo apoyar ahora la solicitud que uno de mi facción hace para que se aumente su sueldo, mañana estará él obligado a darme su

16 “Para hacer carrera”, en Don Bullebulle, I, 12: 192. 17 “Para hacer carrera”, en Don Bullebulle, I, 12: 192 –193.

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voto cuando yo promueva la erección de algún empleo, que trato agenciar luego para mi hijo.18

Si Nini-Moulin se encarga de la demostración del mal, Picheta toma para sí la tarea de sorprender a los actores. En la ilustración que acom-paña al artículo (Figura 5), el protector y su protegido parecen haber sido sorprendidos por el grabador. Sus rostros parecen mirar hacia el frente, se fijan en los ojos del lector, de tal manera que éste los ha encontrado en el ejercicio de una conducta indigna: El protector aparece sentado cómoda-mente, incluso lleva una bata y la cabeza cubierta con un gorro de dormir. Ha sido sorprendido en el momento previo al descanso; pero nuevamente nos encontramos con las mismas facciones del que ha sido representado como poderoso en las caricaturas anteriores, de manera tal que debe tra-tarse de alguien reconocible para el lector. Su ademán es ahora más rela-jado, a pesar de la sorpresa. Pareciera estar habituado a la actitud en que se le retrata.

La imagen del padrino contrasta con el del protegido, quien por prin-cipio es más joven y más delgado y está ocupada en el aseo de la casa; sin duda una tarea que le ha encargado su protector político. En suma, el consejo es simple: para hacer carrera política es necesario rebajarse y hu-millarse ante el poderoso. Mayor preparación es innecesaria.

El discurso creado por Picheta y Nini-Moulin tiene el propósito de producir indignación en el lector, al cual se le ha revelado continuamente la mala manera en que se conducía la facción en el gobierno. Sin duda se le desacredita, al asociarla con una manera arbitraria y ambiciosa de dirigir los destinos de de dirigir los destinos de Yucatán, además de aprovechar la ocasión para llenar sus bolsillos. Quedaba aún revelar al gobierno de San-tiago Méndez como dispuesto a todo con tal de permanecer en el poder.

18 “Para hacer carrera”, en Don Bullebulle, I, 12: 194. Toda semejanza con situaciones y persona-lidades actuales es mera coincidencia.

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Figura 4: “Desgracia de Nini”, Picheta. Fuente: D. Bullebulle, I, 14: 226.

Correspondió a Querubín escribir un largo artículo para que Picheta lo ilustrara en el número 14 del primer tomo. Sin embargo, el personaje cen-tral retratado es Nini-Moulin, por lo que se da una situación en la cual dos redactores hablan de un tercero. En “Desgracia de Nini” se narra cómo éste tiene una pesadilla cuya trama es su aprehensión por parte de algu-nos funcionarios públicos, por defender sus creencias. El mal sueño viene de la defensa que hace Nini de sus libertades civiles, especialmente de la libertad electoral. Al entrevistarse con un funcionario encargado de intro-ducirlo a la cárcel, el protagonista del relato sostiene el siguiente diálogo:

¿Ves a éstos? Me dijo el buen hombre, pues un delito menos grave que el tuyo cometieron.

¿Y cuál fue? Le pregunté.Solamente se resistieron a votar la planilla que yo les mandé, prefirien-

do votar la que su conciencia y voluntad les había dictado.Pues qué, ¿la elección no es libre?

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Por lo mismo que es libre están estos presos: si no lo fuera tendría yo libertad para mandarlos prender, encarcelarlos, y para ahorcarlos si se pro-pasan a más.

Tiene usted razón..., pero entonces la libertad de elegir no es para to-dos, sino para algunos solamente.

Por supuesto: y si fuera para todos, Dios sabe cómo saldríamos. Sin embargo, también nos quedaría otra libertad.

...La de romper las boletas que no estén a nuestro gusto.19

El resultado lo ilustra Picheta (Figura 4): Nini es conducido al inte-rior de un cuarto por dos guardias armados. Al ejecutar esta acción, le han inmovilizado las manos, como para impedirle oponer resistencia. El rostro se percibe triste, pero el del soldado que queda frente al lector es hasta de cierta alegría: tiene las cejas levantadas y su postura es erguida. Está cumpliendo con su deber y eso le satisface. Este soldado está mirando hacia un personaje ubicado a la izquierda del lector, quien resulta de nue-vo el mismo a quien se ha aludido anteriormente. Gahona lo dibujó de corta estatura en esta ocasión, sobre todo comparándolo con los soldados y Nini-Moulin. Se le encuentra vestido de gala y sosteniendo en la mano derecha una vara, que es mencionada en el artículo como indicadora de mando, y unos papeles que bien pudieran ser las boletas electorales en las que se señala al elegido.

En conjunto, se trata de una protesta contra el desarrollo del proceso electoral y más bien contra la forma de celebrar las elecciones, que si bien en el discurso el voto era libre, en los hechos era todo lo contrario. Esta crítica en realidad apela a la percepción del lector y establece una compli-cidad con él, pues hace ver al periódico como independiente de criterio y por ello mismo, confiable. Ya en plena guerra de castas, el Bullebulle se permitiría ciertos desplantes como el siguiente: “DON BULLEBULLE ha sido el único periódico que en circunstancias tan tristes ha sobrevivido á sus compañeros… ¿por qué será? por su imparcialidad y claridad: VIVA EL D. BULLEBULLE.”20

19 “Desgracia de Nini”, en Don Bullebulle, 14: 224.20 Don Bullebulle, II, 13: primera de forros.

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La política era, en el discurso de los redactores del Bullebulle, un com-promiso por trabajar a favor de toda la población, dejando siempre atrás los colores del partido. De ahí que hagan énfasis en señalar la división en bandos políticos como un mal cuyas consecuencias se derivan de la prác-tica de oponerse a las iniciativas del rival y de la eliminación de personas capaces de los empleos públicos por carecer de “la habilidad de volver las espaldas al sol que se ponía para contemplar al que iba saliendo”.21

Don Bullebulle fue un periódico de naturaleza mixta, pues por un lado se dedicaba a la sátira de costumbres mientras por otro se hacía político. Esta situación pudo perdurar, pero los acontecimientos de aquel año mo-dificaron al periódico. El 29 de julio de 1847, poco después de iniciado el segundo tomo de la publicación, Yucatán fue sacudido violentamente por la sangrienta toma de Tepich por parte de los indígenas mayas del oriente del estado. Este hecho marca el inicio de las acciones bélicas de la guerra de castas, la cual se dio por terminada (al menos por parte de la población blanca) hasta 1901, con la toma de Chan Santa Cruz. El estallido no pudo dejar de ser tema para Picheta, y si la rebelión estaba en boca de todos, Don Bullebulle, el periódico que metió ruido hasta en la plazuela de ver-duras, no podía ignorarla.

Figura 5. “Nini va por lana y vuelve trasquilado”, Picheta, D. Bullebulle, II, 5: 73.

21 “La paz o la guerra”, en Don Bullebulle, II, 6: 82.

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Los redactores del Bullebulle solían presumir de divertirse de una ma-nera un tanto audaz, y pudiera calificarse de humor negro en ciertas oca-siones. La misma tarea de editar el periódico debió parecerles divertidí-sima, no por el trabajo editorial sino por la reacción del público lector. En otras ocasiones, el tiro salía por la culata. En una de estas se narra que Nini-Moulin salió de Mérida vestido a la manera de los indios; es decir, sombrero de pajilla, alpargatas, camisa encima de unos calzoncillos anchos y largos y machete al cinto.22 Al detenerse en un pueblo a saludar al cura, amigo suyo, éste le advierte acerca de las patrullas que pudieron haberle tomado por un espía o emisario de los rebeldes.

La narración señala que en aquel pueblo la gente estaba alborotada por un motivo: todos los pueblos de los alrededores habían remitido “cons-piradores” a Mérida y ellos ninguno aún. Esta situación preocupaba a los pobladores pues, ¿qué iban a decir de ellos las autoridades? Los vecinos habían llegado al extremo de amenazar a los alcaldes con su destitución si no se les permitía “que magullasen a los indios.”23

En el relato, Nini no tardó mucho en comprender que había cometido una imprudencia. Se encontraba en un poblado en donde la única persona que lo conocía era el párroco y se encontraba vestido a la usanza indíge-na. Al retirarse de su visita alguien le vio y se desató la cacería. Una turba se abalanzó sobre él gritando “muera el emisario”, o “¡que le pongan sus esquinas!”. Al intentar dirigirse a la multitud, unos gritan sorprendidos “¡Sabe el castellano!”, pero otros responden “¡No importa, también lo ha-bla Jacinto Pat!”.24 Y entre tal gritería, Nini sufrió el tormento de perder su cabellera. Sólo lo pudo salvar el cura, quien lo instó a hablar algo en latín.

La ilustración de Picheta es una de las más logradas de su obra: captura a la multitud en el acto de conducir a Nini a la picota para azotarlo... y trasquilarlo. Se trata de una imagen que intenta retratar la desesperación en que estaban cayendo los yucatecos –y aquí me refiero a los “blancos”– a causa de rumores. No había indígena que estuviera a salvo ante el ataque de una turba enardecida que posiblemente recordaba la amenaza de la rebelión de Jacinto Canek y pretendía tomar en sus manos la tarea de arrancar hasta la raíz del miedo: la existencia de los indios.

22 “Nini va por lana y vuelve trasquilado”, en Don Bullebulle, II, 5: 68.23 Don Bullebulle, II, 5: 69.24 Don Bullebulle, II, 5: 72-74.

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Una mirada más de cerca a la imagen descubre la complejidad de la misma. Por principio de cuentas, no se trata de una turba que pretenda linchar a una sola persona. Al contrario. En primer plano se ve a tres in-dividuos. De izquierda a derecha, el mismo personaje, cuyo rostro parece ser de preocupación, pues su boca permanece cerrada y con las comisuras hacia abajo. Lleva vara de mando en la mano derecha, aunque mantiene abajo el brazo.25 Con la izquierda empuja a otra persona, de piel oscura, una camisa ancha y apenas cubierto en las piernas. Es obvio que se refiere a la vestimenta indígena señalada en el relato de Nini-Moulin, por lo que es posible deducir que se trata de un indio, obligado a mantener la cabeza gacha mientras es conducido a rastras hacia el tormento; el cual se dispone a ejecutar el tercer actor protagonista, quien ha sido dibujado más alto que los anteriores y aparece sonriente al mismo tiempo que se dispone a dejar caer unas tijeras sobre el indio, a quien toma violentamente de los cabellos, para así “ponerle sus esquinas”.

Ya al fondo de la ilustración, de ambos lados, aparecen otros sujetos de piel blanca. A la izquierda se encuentran dos en actitud de observar el suceso. Uno de ellos se ha puesto en alto para así no perder un detalle del espectáculo. A la derecha, un hombre más se encuentra con una rodilla en tierra, mientras parece sujetar al indio con una mano y con la otra recoge otro par de tijeras. Tanto éste como el que se encuentra en primer plano se ven sonrientes, como si disfrutaran la tarea de rapar a los supuestos re-beldes. Dos hombres más siguen con la vista el acontecimiento, uno lleva sombrero, corbata y adorna su cara con una barba de candado, mientras el último aparece ya en el fondo de la imagen, en actitud de espectador.

El cuadro lo completa al centro un grupo de indígenas, conducidos al mismo destino de perder la cabellera por una supuesta conducta delictiva. Todos van cabizbajos y no llevan más vestimenta que unos calzones.

En cierta medida, la ilustración es un llamado a la atención ante el peligro que representaba caer en la desesperación y tomar a todo indio por rebelde en potencia, aparte de una condena a las turbas punitivas, por su mismo carácter voluble.

25 Supongo se trata de una vara de mando por haber sido dibujado este personaje anteriormente sujetando dicho artículo. No obstante, y por tratarse de una ilustración elaborada con una técnica que no permite tal nivel de detalle, reconozco que bien puede tratarse de un fuete. Así, el individuo que ha representado al “gobierno” ha sido, en potencia, un azotador de indios.

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Llama la atención la forma en que fue dibujado el personaje al cual se ha venido haciendo referencia continuamente, pues a diferencia de las ocasiones anteriores, se le ve en una actitud más bien pasiva. No pare-ce animarlo el espectáculo del cadalso y se limita a conducir al indio al castigo. Pudiera pensarse que la muchedumbre le abruma y por ello no hace más que seguir, resignadamente, a una multitud sedienta de sangre, aunque fuera inocente.

No se crea que Carrillo Suaste, Gahona y compañía tomaron el papel de defensores de los indígenas. Todo lo contrario, ellos también estuvieron imbuidos de las concepciones prejuiciosas acerca del indio. Eso sí, inten-taron llamar a la cordura. Para ellos, el hecho de tener enfrente a un maya no significaba que, automáticamente, éste fuera el enemigo a combatir. La guerra, sin embargo, se convirtió en una constante para la sociedad yucateca durante los siguientes cincuenta y cinco años, y para la sociedad de bulliciosos por los siguientes doce números, hasta la desaparición del periódico.

Figura 6: “Allá va la pelota”, Picheta. Fuente: D. Bullebulle, II, 8: 118.

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Los retratos de los efectos de la guerra en ciertos sectores de la adminis-tración pública tampoco se hicieron esperar. Al menos, en “Allá va la pe-lota” se da al lector una versión de cómo manejaban los asuntos delicados el gobernador y el congreso.

¿Qué tan reciente es la práctica de “lanzarse la pelota”? Entre Fabricio Niporesas, su criado Antolín Peloteras y Gabriel Gahona nos afirman que no sólo es un juego bastante viejo, sino también muy divertido. Los pies del grabado de Picheta señalan a un individuo como el Gobierno y al otro como el Congreso, lanzándose una pelota. Ambos se encuentran pisando unas bolsas en las que se lee “P. Uc”. Observa la escena una alegoría de la justicia, de la cual se en segundo plano y se distingue solamente medio cuerpo sosteniendo una balanza en la que se encuentran varias cabezas.

La posición de las personas dibujadas no es cosa menor en esta carica-tura, pues si bien el sujeto identificado como “gobierno” (nuevamente el mismo, aunque con menos barriga) aparece en segundo plano, ofrece todo el rostro al lector, para poder identificarlo. No así el “congreso”, del cual apenas se distingue el perfil y queda de espaldas al lector.

El asunto al cual se refiere es la condena a muerte de Francisco Uc, el cacique del barrio de Santiago, en Mérida. Uc debía ser ejecutado junto con otros doce reos acusados de conspiración, entre los cuales se encon-traba el cacique de Umán, población también muy cercana a la capital. A todos ellos se les había instruido corte marcial.

El caso de Pancho Uc es significativo porque se iniciaron los tra-bajos para lograr indultarlo, dado que era muy estimado entre la élite meridana,26 pero, en tiempo de crisis política, ¿quién podía conceder la gracia del indulto? Según la Constitución del Estado, esta facultad radica-ba en la cámara de senadores, pero ésta, gracias a que un senador se excusó de conocer del caso, se declaró sin quórum, y pasó el asunto al Ejecutivo, quien de inmediato aventó la pelota a la cámara de diputados (en un sobre “urgentísimo” a las dos de la madrugada, a decir del redactor Fabricio Ni-poresas). Entre bostezos y quitándose las lagañas, los diputados opinaron que el gobierno podía hacer uso de la cláusula sexta del artículo 55 de la

26 Ancona, IV, 1917: 29-34. Según este autor, durante el tiempo que duró el proceso judicial, se escuchaban gritos de “¡Mueran Pancho Uc y sus defensores!” en las noches.

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constitución, pudiendo considerar a las cámaras en receso… y atrayendo hacia sí la facultad de conceder el indulto. En pocas palabras, regresaron la pelota, pero la reacción del ejecutivo fue la de no considerar a las cámaras en receso. Para no hacer largo el cuento, el indulto se negó. Las malas y bulliciosas lenguas no tardaron en preguntar por el destino de la fortuna de Pancho Uc, calculada en unos cuarenta mil pesos de los de entonces,27 lo cual conduce a pensar que las bolsas sobre las cuales se juega a la pelota no son otra cosa que talegos con la fuerte cantidad de pesos que fueron patrimonio del cacique, incautados durante el proceso judicial.

La labor de crítica del Bullebulle cesó brevemente, con el anuncio del cierre de la publicación. Las entregas del periódico se vieron interrumpi-das en lo que se preparaba el número final, el cual vio la luz en navidad de 1847. El cese de actividades fue una decisión de los propios redactores,28 pero quedaba una pregunta al aire: ¿Cómo tomaría el público la desapari-ción del semanario?

Figura 7: “El gobierno de la isla entre el Catoche y la Siberia, su Ayuntamien-to y el bello sexo hacen al D. Bullebulle sus funerales, bailando en derredor del

túmulo en que yace el infeliz”, Picheta. Fuente: D. Bullebulle, II, 17: 374.

27 “Ahí va la pelota”, en Don Bullebulle, II, 8: 117-124.28 Don Bullebulle, II, 16: segunda de forros.

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Quedaba pendiente, pues, despedirse de los lectores, en un último nú-mero en el cual la política estuvo presente. Al final, Gahona dejaba una imagen del “velorio” del periódico, en la cual afirmaba que había un gru-po con motivos para festejar la desaparición del Bullebulle. El título es la descripción de la escena: “El gobierno de la isla entre el Catoche y la Sibe-ria, su Ayuntamiento y el bello sexo hacen al D. Bullebulle sus funerales, bailando en derredor del túmulo en que yace el infeliz” (Figura 7). Así vemos por última vez, en primer plano, al mismo sujeto que ha servido de alegoría para el gobierno, quien, barriga por delante, baila. En esta oca-sión su compañía está identificada como el ayuntamiento y el bello sexo. La autoridad municipal (compuesta por tres hombres ubicados del lado derecho), está vestida para la ocasión. Los tres individuos van de gala y dos de ellos añaden a su arreglo bastón y sombrero alto. Son más delgados que el gobierno. El más próximo mira en derredor, como si buscara a alguien. O más bien, como si no quisiera ser visto en el acto, regocijándose por la muerte de D. Bullebulle. Un tercer individuo está concentrado en la danza, aunque se permite mirar hacia el lector y saludarlo con un ademán, levantando el brazo en el que sostiene un bastón y tocando con él las alas de su sombrero. El último se encuentra mirando hacia el centro de la ima-gen, donde se encuentran los dos tomos del Bullebulle, cual si estuviera cerciorándose de la muerte del periódico.

Completa la escena el bello sexo. Un grupo de damas ubicado a la de-recha del túmulo. Su presencia pareciera estar fuera de lugar en esta ilus-tración, pero en realidad ocurre lo contrario. Para los fines de este estudio se omitió el tema de las costumbres, en el cual las mujeres fueron blanco constante de artículos y caricaturas,29 de manera que el encontrar a varias féminas en esta última imagen es explicable, y así se explica la alegría de los presentes en el funeral: Había desaparecido el principal crítico de la sociedad yucateca, de quienes habían convertido al Estado en una isla.

ConclusionesD. Bullebulle inició como un periódico de sátira social, enfocado a la

decadencia de las costumbres y aunque no lo hacía expresamente, funcio-naba como propagandista del partido de Miguel Barbachano, desplazado por completo del gobierno y reducido a una actividad de oposición.

29 Desde el primer tomo aparecieron artículos como “Los hombres son las mujeres, las mujeres son los hombres”, “La moda”, o “En Yucatán, ¡Oh qué dicha la de ser extranjero!”, entre otros; todos haciendo mofa del comportamiento de las mujeres en general.

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El periódico en sí representó un duro golpe al proyecto separatista yucateco, cuya crítica en el semanario merece mención aparte. El eje de artículos y caricaturas dedicado a crear una opinión desfavorable al gobier-no de Santiago Méndez fue efectivo, toda vez que logró construirle una imagen contraria al ideal de gobernante. Méndez encabezaba una admi-nistración plagada de pancistas y trepadores, opuesta al interés general de la sociedad yucateca, incapaz de tomar una decisión y tibia ante la gran amenaza de la guerra de castas.

Sin embargo, es la misma guerra la que impidió al Bullebulle continuar su existencia y minar por completo el proyecto de nación yucateca. El proyecto político del periódico se vio interrumpido por el estallido de la guerra de castas, la cual condujo a los redactores a intentar llamados a la cordura y la unión para enfrentar la amenaza indígena, además del cambio del entorno político, en el cual se dio una reconciliación entre mendistas y barbachanistas en el gobierno. Fue el cambio de circunstancia, y no la censura o presiones del gobierno, lo que llevó al cierre de la publicación.

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Jorge Victoria OjedaMuseo de Arte Popular de Yucatán

Fiesta de Don Porfirio en MéridaEl presidente de México, general Porfirio Díaz Mori, hizo su entrada

triunfal a la ciudad de Mérida, Yucatán, la fresca mañana del 5 de febrero 1906, enmarcada su visita en la más celebrada, suntuosa y esperada de todas las que se habían suscitado con anterioridad y, sin tratar de errar, como jamás alguna ha habido en Yucatán. Cuando Díaz hizo su arribo a la Plaza Principal de Mérida, corazón del antiguo asentamiento maya de Thó, advirtió que su rostro era identificado, al menos por los que vivían en Mérida, con el de una deidad precolombina. Había comenzado a desa-rrollarse el entretejido de una bien planeada fiesta porfiriana en el antiguo Mayab. Una sonrisa de satisfacción se dibujó en el cansado semblante del mandatario; pensó, sin duda, que realizar el largo periplo desde la ciudad de México hasta la calurosa península yucateca, había valido la pena. El hecho era de importancia desde las perspectivas históricas y política, ya que se consumaba la primera visita a Yucatán de un presidente de la na-ción en funciones, y Díaz arribaba a una rica región donde su influencia debía de reforzarse.

Se dice que el largo viaje del mandatario fue en correspondencia a la invitación privada y luego oficial que el entonces gobernador del estado, Lic. Olegario Molina Solís, hiciera al presidente Díaz para visitar la ciu-dad, so pretexto de inaugurar algunas de las mejoras logradas bajo la admi-nistración molinista –el Asilo Leandro León Ayala, el Hospital O’Horán y la ampliación de la Penitenciaria Juárez–. El viaje, según la prensa de la época, causó gran expectación, no sólo en el ámbito local y regional, sino incluso fuera de las fronteras nacionales. No en balde el cronista oficial de la visita, Rafael de Zayas Enríquez, apuntó antes de iniciarse el reco-rrido que ese “debía ser una verdadera marcha triunfal y tener caracteres de apoteosis”,1 o sea, de glorificación de una persona o de deificación de un héroe. La estancia del primer magistrado en Yucatán –ampliamente cubierta por la prensa, e incluso por la incipiente cinematografía– fue denominada, al igual que otras que se habían realizado por diversas partes del país aunque sin parangón en la suntuosidad, Fiestas Presidenciales, y también emulando la denominación con la que se habían designado las magnas celebraciones de reelección de 1900 y 1904 en la ciudad de México. Se reporta que la capital yucateca se atiborró como nunca antes

1 Zayas Enríquez, 1908: 369.

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de gente de diversa procedencia;2 sin faltar la proyección de un pactado orden social, la puesta en escena de jerarquías, la expresión formal de la exaltación y del festejo, y, por ende, el carácter político de la fiesta pública porfiriana.3

En el motivo oficial del viaje es posible encontrar otra lectura del pre-texto. Teniendo en consideración que la península estaba saliendo de un largo conflicto bélico entre los llamados blancos y los indígenas mayas, oficialmente terminado apenas cinco años antes de la presencia de Díaz en Mérida; que Yucatán había perdido por disposición presidencial gran parte de su extensión para la creación de un nuevo Territorio Federal ha-cía dos años; y, que para la aceptación por parte del gobierno yucateco, Díaz tuvo que lograr para Olegario Molina la gubernatura del estado en las elecciones de 1901, sin duda, la banal excusa de las inauguraciones ocultaba otra intención.

Se propone entonces que la idea que Díaz tuvo para realizar el viaje fue el ejercer su control total (político y social) en esa alejada y rica región del país, recurriendo para ello, y como parte de la fiesta, a la difusión de su imagen y de las supuestas virtudes y beneficios que de él emanaban. En el contexto de la festividad se debía ofertar que la paz del país y su progreso sólo podía lograrse y mantenerse con el orden interno de paz y libertad, y que todo ello estaba asegurado en su persona, porque él, Díaz, era su creador.

Parte del mecanismo para lograr su propósito fue recurrir a un simbóli-co elemento arquitectónico con soporte publicitario utilizado desde hacía siglos, tanto en Europa como en América: el arco de triunfo acompañado del discurso artístico-político. A pesar de que en la ciudad de Mérida se levantaron varios arcos en honor al distinguido visitante, únicamente el erigido por el gobierno del estado presentaba caracteres o elementos pre-hispánicos, singularidad que, según se propone, fue premeditada. La se-guridad pública y las medidas implantadas para custodiar la integridad del visitante distinguido y de su comitiva, aunque no del todo reseñadas en la prensa, son notorias en las diversas imágenes de la valla de bienvenida con

2 El Mundo Ilustrado, México, 11 de febrero de 1906, no. 7 y 18 de febrero de 1906, no. 8; El Tiempo Ilustrado, México, 18 de febrero de 1906, no. 8: 130-143; El Fígaro. Revista Universal Ilus-trada, La Habana, 25 de febrero de 1906, no. 8.3 Ver Abrassart, 1999: 51 y ss.

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formada por guardias armados vestidos de blanco y, a la par que en otros sitios del recorrido, se acompañaban de policías que portaban rifles con largas bayonetas 4 Asimismo, de manera más que sospechosa, un día antes del viaje, la prensa capitalina anunciaba la existencia de una “Cuadrilla de rateros en Yucatán”, añadía que ante tales circunstancias “El Jefe de la Policía Secreta de México sale para Mérida para detenerlos”.5 Sin duda que el justificante resultaba ridículo, sobre todo si se sabía que su partida tenía la finalidad de proteger a la persona del presidente y a su comitiva.6

Por la otra parte, asunto por demás importante, es que los resultados que arroja este acercamiento a la fiesta porfiriana en Mérida, aunque nos basamos en el estudio del efímero arco neo maya, no son propios del ám-bito artístico, sino que también son útiles para el estudio de la dimensión social del hecho histórico. Para decirlo en otras palabras, el resultado del estudio del hecho artístico, entendido en el marco histórico del momento, conduce a nuevas propuestas al respecto del motivo de la estancia del pre-sidente en la península, contribuyendo así a enriquecer la historia regional y a cubrir en parte la ausencia que, según Abrassart, existe en torno al manejo político de la fiesta durante el porfiriato. Para este autor, la fiesta es una parte fundamental del orden social, y contribuye a perpetuarlo, no sólo simbólicamente al renovar el pacto social, sino también mediante los procedimientos de adhesión con el pueblo.7

4 El Imparcial, México, 2 de febrero de 1906, únicamente se publicaba la próxima llegada del batallón de Hunucmá para hacer los honores al presidente y la Guardia presidencial que ya había arribado al puerto de Progreso. 5 La Revista de Mérida, Mérida, 2 de febrero de 1906.6 Tal como Mex Albornoz, 2007: 225-226, señala, la economía yucateca se basaba en el auge henequenero, y resultaba una atracción para el fenómeno migratorio. En ese contexto, se dio un incremento en los problemas sociales ya existentes, aparecieron nuevas dificultades. A su vez, los conflictos sociales y políticos se manifestaron de manera ascendente. Por ende, la visión porfiriana de la administración yucateca sobre las libertades políticas y la estabilidad económica derivó en el fortalecimiento del autoritarismo y en la ausencia de democracia. Por ejemplo, en el gobierno de Molina, el Cuerpo de Policía se transformó, mediante un decreto de 1902, en el Cuerpo de segu-ridad pública al mando del Ejecutivo mediante la figura del jefe político.7 Abrassart, 1999: 51-54. Siguiendo con la definición de fiesta que este autor señala, la referimos como “la celebración simbólica de un objeto (evento, hombre o dios, fenómeno cósmico, etcéte-ra), en un tiempo consagrado a una multiplicidad de actividades colectivas que tiene una función expresiva” (51).

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La representación de Yucatán en las Fiestas Patrias de 1899La arquitectura efímera con rasgos prehispánicos, o también llamada

neo-maya para el caso de representaciones inspiradas en los vestigios ar-queológicos de la península de Yucatán, fue utilizada a fines del siglo XIX en el arco de homenaje que el gobierno de Yucatán mandó construir en la ciudad de México con motivo de las fiestas nacionales. El arco, fabricado en las esquinas de Patoni (hoy Avenida Juárez) y Humboldt, consistió en la copia de la portada de un edificio existente en la hasta entonces poco explorada ciudad maya de Chichén Itzá.8 (Ilustración1)

Ilustración 1. El arco del estado de Yucatán. Fuente: García Barragán, 1983: 50.

Para entender el por qué de la presencia de unos arcos de estilo pre-hispánico dentro de las festividades presidenciales a fines del siglo XIX –e incluso en el de 1906– debemos remontarnos en el tiempo en busca de su origen. El llamado Nacionalismo, donde se engloba ese tipo de expre-siones del pasado indígena, como tendencia arquitectónica fue un movi-miento que se empezó a forjar años antes del porfiriato, manifestándose incipientemente hasta la segunda mitad del siglo XIX, pero sin desbancar ni tan siquiera compararse con la corriente ecléctica. No nació, tal como algunos han señalado, como una reacción al extranjerismo positivista del régimen,9 ya que éste hizo uso de él. En el mandato de Díaz se dio un proceso muy claro de dar a las antigüedades prehispánicas su utilización

8 Citado en García Barragán, 1983: 280-281.9 Urzaiz Lares, 2001: 55.

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en el reforzamiento de la política gubernamental, a través de la institucio-nalidad de su rescate, su estudio, su conservación, su usufructo,10 a la vez de servirse como cultura positivista expositiva.

De la obra de 1899 cabe destacar que su proyector y constructor, Leopoldo Batres, era ingeniero al igual que algunos autores y construc-tores de los demás arcos erigidos para la ocasión, y era en ese tiempo uno de los más distinguidos arqueólogos. De hecho se le menciona como el arqueólogo favorito del porfiriato.11

Ese acceso adintelado, estaba decorado con motivos mayas como gre-cas, cabezas de Chaac (Tláloc, dios de la lluvia mexica, se apunta en la cita), y al centro del dintel un dignatario maya, al igual que en el La Iglesia en Chichén Itzá. Se apunta que el acceso estaba bien logrado y denotaba los conocimientos arqueológicos de Batres. En el ático se inscribió la le-yenda “El Estado de Yucatán al Señor General Díaz”. Arriba del todo se encontraba la figura femenina, antes señalada, “muy proporcionada y las telas de su ropa perfectamente tratadas”.12

Su fachada era semejante a la del edificio original, pero las variaciones se encontraban en la ausencia de representaciones de Chaac en los paneles inferiores de la obra de Batres, donde fueron suplantadas por grecas, y también en la ausencia de los dientes que enmarcan el acceso principal al edificio. Asimismo, la deidad maya sufrió un cambio en la representación de los ojos pues de la redondez, tal como es representada en La Iglesia, és-tos fueron entonces en espiral, como también se le representó en la cultura maya, pero más a semejanza de un medio círculo ya que parte de los ojos los cubrían los párpados superiores caídos y se resaltaron las bolsas de los párpados inferiores, como si fuese una mirada cansada o de alguna per-sona de edad. ¿Acaso Batres tuvo la intención de que se pareciese a Díaz? ¿Fue acaso un primer ensayo de algo que perfeccionó años después?

10 Valderrama y Velasco, 1981: 24.11 Tompkins, 1982: 185.12 García Barragán, 1983: 280-281.

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La imagen presidencial como parte de la fiesta en MéridaEl arco erigido en Mérida en 1906 fue descrito hace unos años, de la

siguiente manera: Estaba decorado con motivos de mascarones estilizados en el primero y segundo cuerpo, limitados por molduras y molduraciones del mismo estilo, y el vano formado en el arco simbolizaba una especie de boca de una portada de templo. La parte superior [...] la remataban [...] esculturas clásicas que representaban todos los ideales de progreso y modernidad que la oligarquía quería mostrar como sus logros y como proyectos al futuro si se continuaba bajo su dirección13 (Ilustración 2).

Ilustración 2. El arco neo maya de 1906. Fuente: Reminiscencia Histórica Ilus-trada de las Fiestas Presidenciales en la Ciudad de Mérida, Yucatán, 1906.

Ese arco –sin duda, triunfal, al menos para Díaz– tuvo una lectura y un fin específico perseguido por el régimen, por lo que su autor se apoyó en una eficaz propaganda para lograr un espectacular y escenográfico des-pliegue de imágenes simbólicas en el estratégico espacio urbano donde fue levantado: la entrada a la Plaza Principal de Mérida, sede de los poderes y sitio neurálgico de la ciudad.14

13 Siller, 1987: 52.14 Aledo Tur, 2000: 39-45.

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Cabe recordar que la imagen artística es la forma simbólica de las ideas en la comunicación visual. Por su parte, en la escenografía, la relación significante entre personaje y decorado, reflejada en la dialéctica figura/fondo de la perspectiva, es perfectamente aplicable al lenguaje en su co-rrespondiente por palabra/contexto.15

Como complemento del discurso propuesto se tomó en cuenta la im-portancia de la fiesta pública como acto político, y la grandiosidad, espec-tacularidad y vistosidad como sus mejores armas para lograr sus propósitos.

El programa iconográfico se desarrolló en las representaciones de las imágenes escultóricas en los dos cuerpos del arco y en las figuras situadas en la parte superior o ático de la obra; el resultado fue, como en los arcos de los virreyes de tiempos coloniales, un gran retrato alegórico que se pre-tendía dar al pueblo yucateco del presidente y sus virtudes.

El arco era muy similar al erigido en la ciudad de México, pero en el de Mérida se dieron cambios. A pesar de que desconocemos la parte trasera del arco de 1899, en el de 1906 parte de la fachada de La Iglesia quedó entonces para el reverso de la obra, y en el anverso, siguiendo la misma distribución de los elementos decorativos, se colocó la imagen de un Chac Mool. La estructura arquitectónica se componía, como se ha dicho, de dos cuerpos y un ático; los primeros estaban limitados por molduras; el inferior tenía a cada lado tres representaciones de Chaac, dios de la lluvia, importante deidad en la cosmovisión maya; el cuerpo superior se destinó para una imagen de Chaac por cada costado y el centro para la figura recostada del Chac Mool. El vano central o de tránsito, que en La Iglesia es una especie de boca, se modificó un tanto para no dar esa apariencia, quedando lo que pudiesen ser las piezas dentales superiores únicamente marcadas como elementos cuadrados; al centro del vano se colocó la ima-gen de una escultura en forma de calavera.

Los costados del arco presentaban en el primer nivel, tres mascarones de Chaac, y en el segundo nivel una sola representación. Las esquinas de los dos cuerpos se decoraron con grecas del mismo tamaño que los mascarones, siendo los dos primeros del primer nivel un tanto diferentes al tercero. Las esquinas del segundo cuerpo, a diferencia de los de abajo, presentaban sendos mascarones de Chaac, quedando la nariz en el vértice

15 Vila, 1997: 61, 82.

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de las esquinas. En total, por los cuatro costados el arco se componía de 28 mascaron de la deidad de la lluvia; la representación del Chac Mool, y de dos esculturas de calavera puestas por ambos lado en la parte superior del vano.

La descripción no pasaría a más a no ser por las notorias diferencias que tienen dos grupos de mascarones: por una parte únicamente los de las cua-tro esquinas superiores tienen la nariz o apéndice nasal torcida a manera de trompa, tal como se puede apreciar en las esculturas mayas. Su ubicación en las esquinas recuerda que, según la mitología maya, cuatro Chaaco’ob (los regadores, palabra que proviene del plural en maya de Chaac, dios de la lluvia), sostenían el mundo. Los Chaaco’ob también están relacionados con los Bacabo’ob (deidades menores) que según el cronista Diego de Landa (siglo XVI) sostenían el cielo para que no se cayese.16 Las esquinas citadas también corresponden a los puntos cardinales.17

Las restantes figuras de Chaac presentan una nariz antropomorfa, un tanto más cercana a la que presenta esa deidad en el códice de Dresden, aunque sin parangón en la escultura. De igual manera, los ojos se represen-taron en círculo, con los párpados superiores caídos, el cubre ceja adquirió mayor longitud que en la deidad, y, al igual que en ella, terminaba en voluta, inmediatamente abajo se representaron las orejeras a semejanza de la deidad maya. Los pómulos –más bien las bolsas de los párpados inferiores– fueron resaltados y marcados con líneas divergentes para dar una imagen más an-tropomorfa al rostro, lo que se complementó con una barbilla un tanto pro-nunciada para los mismos fines: convertir a Chaac, al importante dios maya de la lluvia tan socorrido por un pueblo agricultor por excelencia, a seme-janza de Díaz, identificar al segundo con el primero. Por si hubiese dudas de ello, ¡los colmillos de la deidad fueron modificados para convertirlos enton-ces en unos bigotes muy al estilo del presidente! El programa iconográfico (y discursivo) se completaba con la tercera parte del arco triunfal: las figuras localizadas en el ático de la obra. El arco se coronaba con la representación de la imagen de la Paz, acompañada de dos jóvenes: uno que representaba el Orden y el otro el Progreso.18 Como resumen de lo plasmado en el sostén y en el ático, se puede decir que la presencia de los cuatro Chaaco’ob de las esquinas simbolizaba el plano terrenal y “el mundo sostenido” era el que Díaz idealizara: el de la Paz, el Orden y el Progreso, principios de la doctrina positivista en que se basaba su política.

16 Landa, 1980: 27.17 Villa Rojas, 1987: 291-292.18 Sebastián, 1995: 292.

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La lectura del arco del gobierno yucateco mostraba rasgos que el régi-men necesitaba expresar. De tal forma, si la parte superior manifestaba los principios filosóficos en que se cimentaba, no menos simbólicas lo eran las secciones inferiores con las imágenes simbióticas de Chaac y Díaz.

El arqueólogo Eric Thompson tenía la opinión de que la deidad maya Itzamná era a la vez Hunab Ku, mencionado en los Diccionarios colonia-les de Motul y Viena, como dios principal del Yucatán prehispánico, pero además entre las variantes con que se le relacionaba estaba la de Chaac, dios de la lluvia y benefactor de la agricultura.19 Estos últimos elemen-tos fueron de suma importancia para un pueblo agricultor, con cosechas regidas por los ciclos de lluvia, como fue el maya del pasado y aún el del presente.

Lo importante a destacar en estas dos secciones del arco es la presencia de la deidad autóctona y su transformación para convertirla en una figura más antropomorfa, pero no a la de cualquier mortal, sino para que se pareciese al “Héroe de la Paz”, al “Caudillo”, al “Pacificador”, al que era presidente y máxima autoridad de la república desde hacía ya más de dos décadas. (Ilustración 3)

Ilustración 3a.Fuente: Gendrop, 1983, fig. 126.

19 Thompson, 1980: 255. El arqueólogo Alberto Ruz Lhuiller (1992: 192) pensaba que Itzamná fue muy popular en Yucatán precisamente por su carácter favorable al hombre a través de sus diferentes atributos.

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Ilustración 3b. Fuente: Roeder, 1998 (Portada).

Ilustración 3c. Simbiosis en el rostro de Díaz y Chaac. Fuente: Reminiscencia Históri-ca Ilustrada de las Fiestas Presidenciales en la Ciudad de Mérida, Yucatán, 1906.

El desconocimiento del rostro del presidente por parte del pueblo en esa fiesta porfiriana pudo manipularse con la intención de crear esa se-mejanza en los rostros de Chaac y de Díaz, dando ocasión a identificar a uno con el otro, causando, sin duda, gran impacto entre los espectadores, haciéndoles ver y sentir que existía un lazo que los unía e identificaba. Esa imagen un tanto retratista de Díaz, como característica del arte relaciona-do a la oligarquía, aparte del deseo de adulación y de ostentación, cumplía una importante misión en los fines del mandatario: la de identificarse con los pobladores no blancos para lograr una mayor presencia y, por supues-to, mayor control.

Asimismo, momento de capital importancia en el ritual festivo que se siguió debió ser el cruce de la comitiva encabezada por Díaz bajo la estruc-tura neo maya, siguiendo el ritual acuñado desde la Antigüedad para los

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arcos de triunfo. La llegada de Díaz a la Plaza, a la escenografía preparada ex profeso, marcó, como hemos adelantado, su apropiación del lugar.20

Sus materiales de construcción fueron madera, cartón, tela y pintura de diversos colores.21 En El Imparcial, se publicó: “Tiene diez metros de altura por doce de ancho”.22 El desconocido arquitecto catalán Francisco Romeu Rosich fue el elegido por los organizadores para dirigir su cons-trucción, no contando con más datos al respecto.23

Al concluir la visita el 9 de febrero los arcos debieron comenzar a ser desmantelados. Dada su singular belleza, el “arco maya” fue adquirido por 2,000 pesos por un norteamericano, para reinstalarlo en su país,24 asunto que desconocemos si se llevó a efecto.

La fiesta del desfile históricoEl desfile histórico organizado en honor del personaje, sustituyó a al-

gún otro compuesto por contingentes cívicos representantes de los diver-sos estratos socioeconómicos de la sociedad y, en cambio, se ofreció una representación del pueblo yucateco en una serie de escenas traducidas en actos (carruajes alegóricos con estampas históricas, donde se incluyó la presencia de indígenas) que constituyó una procesión de la historia penin-sular y que culminó con la representación del llamado héroe de la paz: el propio Díaz. Se trataba de hacer pública y notoria la adhesión yucateca al presidente y honrarlo; pero también de presentar a un pueblo celebran-te por intermedio de su presencia como espectador y participante de los festejos. Ni qué decir que la culminación de la historia nacional hasta ese momento era Díaz y su obra por la patria. (Ilustración 4).

20 Ritual: “conjunto codificado de actos y movimientos, palabras, objetos manipulados y re-presentaciones asociadas, que se repiten cada vez que surgen (de manera periódica o aleatoria) los acontecimientos o las circunstancias con las que está vinculado. Por su parte, el rito se inscribe en la vida social a través del regreso de las circunstancias que inducen a la repetición de su realización. El rito se distingue de estas manifestaciones de carga simbólica como son las fiestas, las ceremonias, las celebraciones, etcétera. Cuando el rito se integra a semejantes manifestaciones, suele convertirse en su elemento principal, en torno al cual se organiza el conjunto del despliegue ceremonial, que se puede calificar entonces de ritual” (Abrassart, 1999: 62, nota 7).21 Archivo General del Estado de Yucatán (en adelante AGEY), Libro de Actas de Cabildo, 1906, Libro 28, sesión de 12 de marzo, f. 75.22 El Imparcial, México, 9 de febrero de 1906.23 El Peninsular, Mérida, 12 de diciembre de 1905. Rosich debió ser uno más de los arquitectos y artistas extranjeros que llegaron a Yucatán a raíz del auge henequenero (Victoria Ojeda, 2007: 161, nota 44). 24 La Revista de Mérida, Mérida, 15 de febrero de 1906.

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Ilustración 4. Carro denominado “La Apoteosis de la Gloria”. Fuente: Reminiscencia His-tórica Ilustrada de las Fiestas Presidenciales en la Ciudad de Mérida, Yucatán, 1906.

Según Abrassart, las fiestas porfirianas eran ambivalentes en tanto que conmemoraban el pasado como el presente y distaba mucho de ser el refle-jo de una amplia adhesión espontánea; procuraban entonces generar esta adhesión o cuando menos simbolizarla y poner en escena el respeto de la sociedad hacia el orden porfirista. De tal modo que el pueblo de las fiestas porfirianas estaba integrado por categorías y grupos sociales considerados como representativos de una idea particular de la evolución del país.25 A colación, viene bien recordar lo que el ministro de Instrucción Pública, Justo Sierra, apuntó en su momento: “¿hay, acaso, elemento más poderoso de educación [y de control] que las fiestas?”.26

25 Abrassart, 1999: 58.26 Sierra, VIII, 1984: 37 (cursivas en el original).

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ConsideracionesProponemos que la idea que Díaz tuvo para realizar el largo viaje al

sureste mexicano en 1906, fue la de ejercer su control en esa alejada y rica región del país, en parte creando una identidad, recurriendo para ello a la difusión de su imagen, y de las supuestas virtudes y beneficios que de él emanaban. Para lograr sus objetivos debía primero que dar a conocer su imagen a un público cautivo de la región. En el viaje también procuró apaciguar las animadversiones de un sector de la sociedad aún existentes ante la pérdida del territorio occidental del estado para la creación del territorio de Quintana Roo, y un tanto, callar las versiones nacionales y extranjeras existentes al respecto de las condiciones deplorables de los tra-bajadores en las ricas haciendas henequeneras, aunque estos dos últimos asuntos no competen a este trabajo. A contraparte, Díaz debía ofertar que la paz del país y su progreso sólo podían seguir lográndose con el orden interno de paz y libertad, y que todo ello estaba asegurado en su persona.

Se propone que el programa iconográfico del arco triunfal aquí seña-lado fue muy bien razonado siguiendo los objetivos propuestos para ser visto y comprendido por las miles de personas reunidas en la plaza y quie-nes lo viesen en los días que permanecería instalado.27 Aunado a ello hay que considerar la transmisión –y modificación– del mensaje de manera verbal, sobre todo entre los no blancos. Sin duda que su autor debió ser un conocedor del valor de este tipo de obras efímeras como documentos artísticos y políticos.

Acerca del arco cabe apuntar que, a pesar de ser señalado como de triunfo, para algunos investigadores debe ser denominado, al igual que los novohispanos, como de homenaje puesto que no conmemoraba alguna batalla. No obstante, sostenemos la postura de llamarle “de triunfo” ya que la intención de Díaz fue hacer presente su poder en la región peninsu-lar, de anotarse un éxito en la batalla hacia el pueblo indígena que, según la política, debía ser sometido del todo ya que había mantenido en jaque a las autoridades yucatecas por medio siglo por la llamada Guerra de Castas, y también hacia sus adversarios políticos de la región. Por ende, la obra ad-quiría la connotación representativa de una victoria. El cronista del viaje presidencias adelantó al caso que el viaje al lejano sureste mexicano sería una “marcha triunfal con carácter de apoteosis”.

27 No fue posible encontrar datos al respecto del día en que comenzó su levantamiento en la Plaza, ni el de su desmantelamiento.

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No debemos olvidar que esa obra estaba relacionada con la elite en el poder y era en sí, una arquitectura de la autoridad. Para la sociología del arte ese tipo de construcciones demuestra el deseo de ostentación y de auto adulación. Haciendo un repaso por la historia del arte vemos que la elite gobernante siempre la ha utilizado para reforzar su propia imagen en la mente de sus gobernados, es decir, como símbolo de poder, control y ostentación del poder.28 Lo anterior lleva a pensar que el arco de Mérida tuvo la finalidad de dirigir el mensaje o discurso político a una audiencia o público masivo. Recordemos al numeroso gentío en la ciudad con motivo de la visita y lo festivo que resultaron los eventos masivos.

No debe resultar sorprendente la propuesta de que Díaz se convirtiese en Chaac, la deidad maya, ya que había demostrado una “transformación” en su imagen. Se sabe que el presidente rendía tal culto a su personalidad que trató de todas las maneras el hermoseamiento de su imagen personal ante la opinión de México y el mundo. La encargada de parte de esas faenas fue Carmelita Rubio, su segunda esposa, quien le enseñó modales de comportamiento y del vestir, lo pulió, le cortó el bigote y hasta lo blan-queó.29 Desde su ascenso al poder se dio una metamorfosis: de un militar con rasgos indígena a la de un gran estadista de apariencia europea. En esa trayectoria lo vemos como heredero de la parafernalia que había crea-do en torno a la figura de Cuauhtémoc y no bastando su vanidad y auto adulación, en Mérida se hizo representar como una deidad indígena, pero no de una ya olvidada del panteón maya, sino del aún vigente y recurrido dios de la lluvia, benefactor del pueblo agricultor y por ende de la vida.

Sostenemos la idea de que el arqueólogo Leopoldo Batres fue el autor del proyecto debido a los conocimientos que poseía sobre el tema del mundo precolombino maya, su preparación en general y con el antece-dente del arco de 1899. Francisco Romeu Rosich, señalado como cons-tructor del arco neo maya, únicamente debió ser el encargado de llevarlo a efecto, desconociendo el motivo por el que fue elegido para esa tarea.

Otra forma de afirmar la importancia de Díaz como autor –padre o creador– y garante de la Pax porfiriana, fue por medio del apoteósico Paseo Histórico que concluía con un carro alegórico con el busto de Díaz portando una corona de laurel, puntualizando –o mejor dicho,

28 Furió, 2000: 143-144.29 Krauze, 1985: 52.

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señalando casi a gritos–, que su persona y su obra eran la cúspide de la historia mexicana. Fue, obviamente, una procesión, testimonio de cultura (según el momento), de jerarquías, y de puesta en escena de un orden social, pero también de la necesidad impetuosa de la ratificación de un pacto social.

El manejo político de esta fiesta meridana fue reflejo de las jerarquías y del orden social porfiriano, y todo fue pensado para ratificarlo por in-termedio de actividades rituales, donde el pueblo –aunque el programa de la fiesta no haya sido para éste– debía estar presente como celebrante y seguidor del gobierno, aunque con carácter de anónimo. Ejemplo de ello lo da la fastuosa fiesta obrera realizada en la mansión del señor Vales o el hecho de que en los álbumes de las festividades, los mestizos fotografia-dos, fuesen presentados sin nombre; no así los miembros de las altas clases sociales. La presencia del pueblo, más que como concurrente, como ente real debía ser una necesidad imperativa, esencial en la fiesta política. El hecho de contar con su presencia ayudaba a aplacar sus eventuales ideas de levantamiento por el descontento y de hacer más reales los resultados de las urnas electorales.

La vigilancia también fue otro elemento de importancia para dar una imagen de orden y, en ese rubro, la comitiva de Díaz contaba con pelo-tones de seguridad en la apertura y cierre del contingente. Recuérdese la presencia del jefe de la Policía Secreta de México para ese entonces en Mérida. Asimismo, la formación de entrada a la ciudad mostraba una posición de elementos humanos –diplomáticos, miembros del gobierno mexicano, y luego Molina y Díaz–, que señala que la conformación tal fue para honrarle, e ilustra también el carácter de la política expositiva de su personalidad. Al respecto de la seguridad o mantenimiento del orden no tenemos datos más allá de los que aportan la imágenes fotográficas y unas notas periodísticas; sin embargo, con seguridad, a lo largo del recorrido, se ubicaron las fuerzas necesarias para guardar el orden, medida que perduró, aunado a las restricciones para el comercio, el transporte y los conducto-res, durante los días de estancia del presidente en la ciudad.

Desconocemos otro ejemplo similar al expuesto para tener la posibi-lidad de comparación y enriquecimiento de la propuesta, no obstante, creemos que al respecto de los mecanismos de los que el porfirismo se valió para su difusión aun nos queda que conocer y aprender.

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Por último, cabe añadir que esa obra efímera tiene el valor agregado de ser la primera obra de estilo neo maya construida en tiempos pre revolu-cionarios en Yucatán.30

30 Victoria Ojeda, 2007: 159.

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¿Sabías que…?

La tarea de los historiadores es muy importante porque una de sus funciones es localizar documentos que puedan servirle para escribir sobre asuntos mal conocidos o ignorados del pasado de los pueblos. Su labor es difícil porque tienen que revisar numerosos periódicos, libros, fotografías, mapas o documentos. A veces deben que trasladarse a ciudades lejanas porque solo ahí pueden revisar archivos con información de lo que están investigando. En Mérida hay varios archivos, pero los más grandes se en-cuentran en la ciudad de México y en Sevilla y Madrid (España).

Cuando los historiadores investigan en los archivos dedican mucho tiempo y esfuerzo para obtener la información que necesitan. Antes escri-bir sus trabajos, tendrán que leer cientos o miles de páginas escritas hace siglos en un papel que, a veces, se desintegra en las manos o son difíciles leer porque están dañadas por la polilla, tienen manchas de humedad o de hongos y algunas partes se desprenden por causa de las quemaduras de la tinta. Los historiadores también necesitan ser expertos en paleografía para entender la escritura antigua.

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IndicePresentación 7

Prólogo 9

Contar la historia 15con minúsculas 15

Escenario Territorial 31Gobernando entre Ruinas Españolas 33Los caminos y transporte 34Las casas nacionales antes llamadas reales 42El cuartel 51Los cementerios 55Las escuelas 57El rastro 59Conclusiones 61

Escenario Religioso 63Cosas sagradas del pueblo 65La importancia del milagro católico en tierra yucateca 66Los santos patronos como abogados del cielo 68Celebraciones y fiestas 74Los que tuvieron el don de hacer milagros 76Fray Diego de Landa 78Fray Bartolomé Torquemada 79Fray Pedro Cardete 80Desde el claustro de Monjas 82Sor Ana de San Pablo 82Sor Leonor de la Encarnación 82

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Escenario Económico 85Traficantes y Bebedores de Aguardiente 87“Buenas, medianas e inferiores”: las tabernas 92Alambiques y Bebedores de Aguardiente 98

Escenario Social 117Los caminos y las veredas del salteamiento. 119Bandolerismo e inseguridad a principios del siglo XIX 119Los mesones en los pueblos 120Criminalidad y salteamiento en Yucatán 124La persecución de los salteadores de caminos 129Una familia de salteadores en la encrucijadade los caminos meridanos 134Sinforiano Aguilar 135José Mónico Aguilar 137Normas en la vida de las mujeres 140El deber ser femenino y el derecho civil 141El juicio de Miguel Mendoza Negróncontra María Concepción Mena 146Observaciones sobre el caso 152

Escenario Lúdico 155Gobernantes y gobernados bulliciosos 1571847. Yucatán convulso y al filo del agua 157El palenque de la prensa yucateca 160Don Bullebulle, Gabriel Gahona y Fabián Carrillo 161La política 163Conclusiones 179Fiesta de Don Porfirio en Mérida 181La representación de Yucatán en las Fiestas Patrias de 1899 184La imagen presidencial como parte de la fiesta en Mérida 186La fiesta del desfile histórico 191Consideraciones 193

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De la tierra salen voces que les hablan

La impresión de este libro se realizó en los talleres de Compañía Editorial de la Península, S.A, de C.V., calle 38 No. 444-C por 23 y 25 Col. Jesús Carrranza. Mérida, Yucatán, en abril de 2009. La edición consta de 10,000 ejemplares en papel lux cream de 105 grs. en interiores y forros en cartulina couché de 170 grs. en selección de color. [email protected]

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